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Un Largo Analisis Interesante Sobre La Guerra en Ucrania y Comentarios

Este documento resume las evaluaciones contradictorias sobre el resultado de la guerra en Ucrania, con algunos analistas considerando que la operación de Putin fracasó mientras otros estiman que Rusia busca impedir la entrada de Ucrania a la OTAN. También discute los objetivos de Estados Unidos de prolongar la guerra para debilitar a Rusia, así como la responsabilidad de la agresión estadounidense como causa principal del conflicto actual a pesar de que la invasión rusa de Ucrania no está justificada.

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Un Largo Analisis Interesante Sobre La Guerra en Ucrania y Comentarios

Este documento resume las evaluaciones contradictorias sobre el resultado de la guerra en Ucrania, con algunos analistas considerando que la operación de Putin fracasó mientras otros estiman que Rusia busca impedir la entrada de Ucrania a la OTAN. También discute los objetivos de Estados Unidos de prolongar la guerra para debilitar a Rusia, así como la responsabilidad de la agresión estadounidense como causa principal del conflicto actual a pesar de que la invasión rusa de Ucrania no está justificada.

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Ucrania: diagnósticos y controversias

CLAUDIO KATZ , tomado de jacobilat.com 13-04.22

Un triunfo de la OTAN fortalecería el imperialismo. Una victoria


de Putin dejaría una dramática herida en el pueblo ucraniano. La
tregua es el mejor sendero para evitar esos infortunios y
construir un proyecto popular contra el belicismo imperialista.

Aun mes de la incursión rusa, el resultado es muy incierto. La ofensiva militar está empantanada
luego de la fallida toma del país y la consiguiente supervivencia del gobierno. Pero tampoco se
observan grandes hitos del ejército ucraniano. La intensidad de la resistencia es dudosa y el
relativo alistamiento coexiste con la masiva emigración de la población.

Evaluaciones contradictorias

Algunos analistas consideran que la ambiciosa operación de Putin fracasó. Otros estiman que
Rusia tiende a impedir en las negociaciones que Ucrania ingrese a la OTAN. Un compromiso
intermedio sería la incorporación del país a la Unión Europea (victoria de Zelenski), junto a su
neutralidad militar (victoria de Putin). Si falla esa opción podría acordarse una división de
territorios siguiendo el modelo coreano.

Las mismas estimaciones contrapuestas se extienden al plano económico. Algunos observadores


destacan la fortaleza de Rusia, que se dispondría a introducir junto a China un nuevo sistema
monetario, independizado del dólar y el euro. Pero otros destacan un escenario inverso de
pérdida del control moscovita de gran parte de las reservas congeladas en el exterior.

También el impacto de las sanciones suscita interrogantes. Nadie sabe cuántos millonarios rusos
han sido efectivamente penalizados. Cuentan con numerosos socios y resguardos en los paraísos
bancarios de Occidente. Las penalidades, además, se aplican con gran cautela para no
interrumpir la comercialización mundial del petróleo y el gas. Alemania resiste esas
obstrucciones y varios gobiernos europeos se niegan a cortar los convenios con Moscú.

Y es que el manejo general de la energía está en disputa. Estados Unidos logró concertar ventas
millonarias de gas licuado a Europa, pero no puede sustituir la provisión estructural que aportan
los gasoductos rusos. Moscú obtiene el 60% de sus ingresos de esos suministros y se desconoce
si logró sustituirlos por compradores asiáticos. Tampoco se sabe cómo mantiene la importación
de ciertos productos decisivos (como los semiconductores) para sostener la guerra y la
economía.

Las sanciones afectan a Rusia, pero han impactado duramente en la retaguardia de Occidente. El
tremendo encarecimiento de los alimentos y la energía introduce un inesperado boomerang que
deteriora toda la economía global.

En el plano geopolítico, el aislamiento ruso es visible. Perdió el acompañamiento en las Naciones


Unidas de sus tradicionales aliados, pero cuenta con la benevolencia del denominado Sur Global.
Moscú utiliza ese visto bueno para sostener su incursión militar.

Solo la mayúscula tragedia humanitaria está exenta de indefiniciones. Aunque Rusia evitó los
bombardeos masivos que descargó Estados Unidos sobre Irak y Afganistán, las víctimas civiles se
multiplican con la prolongación de la guerra. Ya comienzan a emerger denuncias de atrocidades
en ambos bandos y el descalabro de la sociedad ucraniana potencia el mayor éxodo en Europa
desde la Segunda Guerra Mundial. La salida de 4 millones de refugiados convulsiona a toda la
región.

Es cierto que su recepción contrasta con el castigo propinado a los árabes y africanos. No hay 20
000 fallecidos en naufragios del mediterraneo para llegar al continente, ni muros para impedir el
ingreso de los desplazados. Tampoco se observan campos de refugiados en las condiciones
infrahumanas de Lesbos. Pero se está gestando un escenario explosivo en una zona desgarrada
por agudas tensiones que la derecha atribuye a la inmigración.

En síntesis: el resultado de la guerra es aún desconocido. Pero la caracterización del conflicto no


depende de ese desemboque, y debe ser abordada sin esperar esa resolución.

Los objetivos norteamericanos

Estados Unidos intenta prolongar la guerra para empujar a Moscú al mismo pantano que
afrontó la URSS en Afganistán (una guerra de degaste que exprima y canse al oso ruso). Por
esa razón induce el rechazo de Kiev de todos los acuerdos que frenarían las hostilidades. El
Pentágono no puede intervenir con sus propias tropas porque continúa afectado por la reciente
derrota de Kabul. Ese revés también le impone cierta cautela bélica y el consiguiente veto a
una zona de exclusión aérea. Por ahora promueve la continuidad de la sangría, mediante una
mayor provisión de armas.

El Departamento de Estado utiliza el conflicto actual para someter a Europa a su agenda


militarista. Ya consiguió 1000 millones de euros de Bruselas para incrementar los pertrechos de
Kiev. También logró un compromiso de rearme de sus socios, muy superior al financiamiento de
la OTAN que exigía Trump. Por ese rumbo, el proyecto de un ejército europeo autónomo del
Pentágono se diluye a pasos agigantados. Washington pretende cargar a Europa con todo el
costo del cerco a Rusia, para concentrar sus recursos en la agresión a China.

El belicismo norteamericano es la principal causa de la guerra actual. Estados Unidos intentó


sumar a Ucrania a su red de misiles en el Este Europeo y propició una enmienda a la
Constitución de ese país (2019) para auspiciar el ingreso a la OTAN. Con ese objetivo alentó el
nacionalismo local y las agresiones contra la población rusoparlante. Fomentó especialmente a
las milicias ultraderechistas, que sabotearon la solución discutida en los acuerdos de Minsk.

La violencia desplegada por las bandas que reivindican el pasado hitlerista es silenciada por los
grandes medios. Ocultan el hostigamiento a los opositores (expuestos como escudos humanos) y
el racismo de los grupos que enaltecen a los ucranianos (blancos puros), para denigrar a los rusos
(racialmente mixturados por la herencia asiática). Zelenski es prisionero de esa gravitación
fascista y por eso alienta la rusofobia, proscribiendo varios partidos y generalizando la censura.

Esas persecuciones no aparecen en ningún informativo de Occidente. Las plataformas


periodísticas de Moscú (Sputnik, RT) han sido acalladas, mientras Facebook, Instagram y
WhatsApp habilitan la propagación de mensajes de odio contra Rusia. El doble rasero de la
prensa hegemónica se ha potenciado en forma exponencial. Retratan los sufrimientos de Kiev
con la misma intensidad que ocultan los padecimientos de Gaza. Exigen la expulsión de los
deportistas rusos de eventos organizados por países como Qatar, que ostentan un récord de
violaciones a los derechos humanos. La responsabilidad primordial del imperialismo
norteamericano es el dato más importante y oscurecido de la guerra actual.

Una invasión inadmisible

Durante mucho tiempo, Putin intentó frenar la potencial agresión estadounidense con iniciativas
de negociación. Propuso establecer un estatus de neutralidad para Ucrania semejante al que
mantuvieron Finlandia y Austria durante la Guerra Fría. También convocó a reanudar el tratado
que regula la desactivación de los dispositivos atómicos.

Esas prevenciones defensivas obedecen a la terrible secuencia de invasiones extranjeras que


padeció Rusia. Solo durante la invasión nazi murieron 27 millones de personas, y dos tercios de
esas víctimas fueron civiles. Por ese antecedente, Europa del Este fue siempre tratada por el
Kremlin como una zona de amortiguación de eventuales incursiones externas. La conversión de
Ucrania en una catapulta de la OTAN ha sido en los últimos años la principal preocupación del
gobierno ruso.

Pero la continuada agresividad de Estados Unidos no justifica la invasión dispuesta por Putin.
Washington no instaló misiles, ni adoptó nuevas medidas para sumar a su vasallo a la alianza
atlántica. Tampoco irrumpió otro peligro que justificara un golpe ofensivo para garantizar la
seguridad del país. Las milicias derechistas no protagonizaron atropellos distintos a los
perpetrados en los últimos ocho años.
Rusia debe garantizar la integridad de su territorio, pero no tiene derecho a invocar ese principio
para invadir otro país, rodear sus ciudades y provocar un caos humanitario. Una acción de
semejante porte debe estar justificada en razones que Putin nunca expuso. Jamás señaló motivos
suficientes para lanzar a su ejército a la captura de Ucrania. No alcanzan las generalidades o las
tensiones de larga data para legitimar una acción de esa envergadura.

Putin denunció las manifiestas inconductas del gobierno de Zelenski, pero su propia gestión es
objeto de acusaciones muy parecidas. En cualquiera de los dos casos, correspondería a cada
pueblo decidir quién lo debe gobernar. El presidente ruso no tiene atributos para reemplazar esa
opción por una ocupación externa.

Estos principios básicos han sido totalmente ignorados por el Kremlin. Sus voceros no brindan
explicaciones ni responden a las condenas que sucedieron a la invasión. Esa actitud confirma la
total despreocupación de Putin por la opinión de los ucranianos y otros pueblos. Ese desinterés
es tan descarado, que ha eludido la habitual (y cínica) presentación de las invasiones como
acciones liberadoras del país ocupado.

Putin no solo ignoró la gran expectativa en el logro de una solución pacífica. También retomó el
viejo modelo opresivo del zarismo, que niega a Ucrania el derecho a desenvolverse como nación.
Reclama ahora la pertenencia de ese territorio sin tomar en cuenta la opinión de sus habitantes.
Por incontables razones, la invasión tiene consecuencias negativas para las luchas y esperanzas
emancipadoras de todos los pueblos. Nuestra crítica a esa incursión subraya la responsabilidad
principal de Estados Unidos y comparte un enfoque muy generalizado en la izquierda.

Putin proviene de una ala profundamente pro rusa que se alojó en el estado soviético, en los
años sesenta tanto en el partido como en la kgb, Se creó como reacción al dominio de lo que se
conoce en la Urrs como el grupo de Dniprodonestk, que rodeaba a Breznev, todos venían de esa
región de Ucrania, aunque eran de nacionalidad rusa muchos ellos (en la Urss sus habitantes
tenían nacionalidad de acuerdo a la etnia de origen y ciudadanía soviética común a todos).

Aun cuando Putin es contrario al dominio norteamericano y poseen relaciones de cooperación


con Nicaragua, Venezuela y Cuba, Ve en el origen de la crisis de Ucrania en la creación de la
Ucrania como estado por los bolcheviques y en Lenin en particular que fue quien abogo por la
figura de las repúblicas (16) que sumadas eran la Urss . Putin ha sido muy explícito en eso. Los
comunistas podemos criticar todo y a todos, pero a Vladimir Ilich, no, un comunista no lo hace)

Por otro lado es un poco de comentario sofá despreciar que la instalación de sistema anti misiles
como pretendía Washington en Ucrania, que pueden ser transformados en sistemas de
lanzamientos de misiles de mediano alcance con cabezas nucleares múltiples, como los que ya
están el Polonia y Rumania, solo cambiando el tipo de misil que lancen, deja a Moscú sin
capacidad de respuesta y defensa si son instalados en Ucrania. No sé si supieras que tu vecino
instala en el muro medianero, una ametralladora para “defenderse” apuntando a tu casa, no irías
a su casa a sacarla después de pedirle de múltiples formas que la saque. No sé si el derecho a
propiedad le permitiría eso.
El sentido de la paz inmediata

La mayoría de los críticos de la OTAN y la invasión de Putin convocan a poner fin del conflicto.
Postulan que las negociaciones ofrecen la opción más progresista para frenar la matanza en
curso (véase, por ejemplo, el artículo de Boaventura de Sousa Santos, el de Noam Chomsky, el
texto de Jean-Luc Melénchon, la declaración del DSA o el manifiesto «Transform Europe Stop the
War!» aparecido el 27 de febrero).

Pero otras opiniones del mismo espectro observan con reservas esta propuesta. Destacan que las
tratativas entre gobiernos beligerantes nunca han llegado a buen puerto y recuerdan que las
cancillerías no lograron impedir la guerra mediante las conversaciones de Minsk. Señalan,
además, que esas concertaciones en las cumbres se consuman en detrimento de los pueblos.

Pero en la última centuria se verificaron incontables tratativas de conflictos que desembocaron


en resultados diversos. Hubo triunfos, derrotas y empates muy distantes de una regla general
para confrontaciones que dirimen relaciones de fuerza. Las negociaciones no están
inexorablemente destinadas a concluir en una frustración popular. Si la agresión de Washington
y la respuesta de Moscú en Ucrania son vistas como acontecimientos negativos, es lógico
propiciar el fin inmediato del conflicto.

Este curso es también objetado desde una perspectiva socialista más ambiciosa. Se desecha el
reinicio de las negociaciones para retomar la tradición comunista inaugurada por la reunión de
Zimmerwald ante el estallido de la Primera Guerra Mundial. En ese evento la izquierda alzó su
voz contra todos los bandos y comenzó a constituir un polo alternativo. Ahora se
propone recrear ese rumbo para transitar por el mismo sendero de la revolución socialista.

Pero la distancia que separa el escenario de 1914-17 del contexto actual es monumental. En esa
época la posibilidad, proximidad y expectativa en una victoria socialista era un dato presente en
las enormes formaciones políticas de la clase trabajadora. La ausencia de ese marco torna
completamente inviable la transformación de la guerra de Ucrania en un eslabón del camino
hacia el poder de los soviets. No existen actualmente las condiciones para desarrollar la
estrategia del derrotismo (y de la confraternización de tropas) que impulsó Lenin para preparar
el triunfo de la revolución rusa.

Ese rumbo, sin embargo, podría ser pavimentado mediante una tregua bélica que contenga la
matanza de Ucrania. Ese desahogo aportaría el escenario más favorable para reconstruir una
perspectiva socialista. La convocatoria leninista a transformar una guerra regresiva en una
batalla contra los opresores no puede implementarse en los mismos términos de la centuria
precedente. Pero es factible retomar la movilización contra el belicismo de los gobiernos más
involucrados en la actual sangría.

Por esa razón son importantes las protestas en Rusia contra la incursión de Putin. Esas marchas
cuentan con el respaldo de un gran sector de la izquierda. Exigen el inmediato retorno de las
tropas y el fin de un operativo que distrae la atención pública con agresiones externas. También
en Estados Unidos y Europa se han registrado manifestaciones, pero con una tónica de meras
críticas a la invasión rusa. Las demandas contra el gasto bélico y el rol de la OTAN son aún
minoritarias, pero comienzan a ganar influencia. Esas peticiones fueron promovidas por la
izquierda en grandes marchas de Berlín y en una asamblea de Madrid, que rechazó a la OTAN y a
Putin. Generalizar esas exigencias es la gran tarea del momento.

¿Importantes protestas en Rusia? La popularidad de Putin y el apoyo a lo que Rusia llama


operación especial está en su máximo. La reacción critica de la población rusa en contra de las
declaraciones del negociador ruso en Ankara, sobre la proximidad de un acuerdo con Ucrania
con una base muy lejana a los objetivos planteados por Rusia, no ha vuelto a abrir nuevas
negociaciones y eso es ante de la actual negativa de Kiev de buscar una solución pacifica
envalentonada por Occidente y el cambio de estrategia militar rusa en Ucrania, en las últimas
semanas. (EL PCFR, la fuerza política más relevante de la oposición e izquierda rusa (20% votos
elecciones en diciembre) apoya la operación al igual que el Frente de Izquierda, aun cuando son
críticos a la conducción económica y política en este conflicto y ven en esta crisis la posibilidad de
un giro a la izquierda en Rusia, leer las columnas de ellos en svpressa,ru es gratis)

Complejidades de la soberanía

También el ansiado logro de la autodeterminación nacional requiere el fin de la guerra. Es


evidente que ese objetivo será un enunciado vacío mientras fuerzas militares (explícitas o
encubiertas) de la OTAN y Rusia permanezcan en el país.

Ucrania arrastra una larga historia de frustraciones nacionales. Desde el comienzo del siglo XX
fue segmentada por las disputas imperiales entre la corte austrohúngara, el militarismo alemán y
el zarismo ruso, con la activa intervención de Polonia. Al calor de revolución socialista emergió la
primera configuración nacional, a través en una representación parlamentaria (Rada) que
protagonizó numerosas tensiones con los soviets locales.

Del armisticio concertado entre los bolcheviques y Ejército germano (Brest-Litvosk) emergió una
división del país que fue posteriormente revertida por la unificación que sucedió a la derrota del
nazismo. Ucrania sufrió la pesadilla de la colectivización forzosa durante el stalinismo, pero se
mantuvo como una república integrada a la URSS hasta que el colapso de ese régimen precipitó
la separación actual.

La soberanía real del país persiste como una asignatura pendiente, que requiere duras batallas
políticas contra los demagogos y los hostigadores de esa causa nacional. El primer grupo está
encabezado por los derechistas de Kiev, que han construido su identidad en oposición a Rusia,
enarbolando todos los estandartes del nacionalismo reaccionario. El segundo sector está
encarnado por Putin, que desconoce los derechos de Ucrania. Al igual que los zares, considera
que ese territorio forma parte de Rusia desde tiempos inmemoriales.
Frente a estas dos posturas regresivas existe otra tradición que propicia la reconstrucción de la
convivencia multiétnica. Esa mirada recuerda que durante mucho tiempo las tensiones interiores
estuvieron contrapesadas por relaciones de hermandad. La convivencia prevaleció durante
largos períodos en la URSS bajo el influjo integrador de los sectores que exhibían una identidad
simultánea ruso-ucraniana. Pero el chauvinismo de Kiev y la guerra actual tienden a sepultar esa
coexistencia multicultural y han creado un escenario de odio, que empuja al país a la misma
desintegración que sufrió Yugoslavia. Solo las negociaciones y la pacificación podrían
recomponer la convivencia para apuntalar formas federativas de gobierno.

Este curso implica manejar con cautela la bandera de la autodeterminación nacional, que varias
corrientes de izquierda ponderan como la gran consigna del momento. El carácter engañoso de
ese estandarte salta a la vista. Si la independencia formal de Ucrania queda ratificada por una
fulminante derrota militar de Putin, ese estatus encubrirá el sometimiento del país al Pentágono,
la Unión Europea y el FMI.

Y la enorme deuda externa de Kiev sería utilizada para afianzar ese vasallaje, mediante la
conversión del pasivo en propiedades de los acreedores externos. Los valiosos recursos naturales
del país están en la mira de varias firmas multinacionales. También cabe la posibilidad que el
mismo encadenamiento se consume a través de condonaciones maquilladas de la deuda (como
ocurrió en Irak). Un modelo independencia custodiada por la OTAN forzaría además al Donbass y
a Crimea, a someterse a mandatos occidentales rechazados por el grueso de la población.

La autodeterminación es igualmente un tema polémico entre los marxistas por la centralidad que
Lenin asignó a esa demanda. Algunos autores retoman ese antecedente para destacar la
continuada validez de esa petición. Pero los bolcheviques adoptaron ese planteo en Ucrania con
muchas reservas, al calor de una guerra civil (entre rojos y blancos) y una batalla política (entre
los soviets y la Rada). Las soberanías nacionales pregonadas inicialmente por Lenin —para
ampliar el frente de lucha contra el zarismo— asumieron otra función luego del triunfo
bolchevique. Fueron adoptadas como un principio de construcción de la URSS en torno a
territorios autónomos integrados a una misma entidad estatal.

El proyecto comunista anhelaba la paulatina transformación de esa federación en un enjambre


de naciones fusionadas o pertenecientes a la misma colectividad socialista. Con esa perspectiva
fue que Ucrania quedó integrada a la URSS como una república pero sin atributos para separarse
y asumir otra condición de país capitalista independiente. Lenin siempre concibió la
autodeterminación nacional como un eslabón en la construcción del socialismo y nunca le otorgó
a esa demanda un valor superior a la batalla contra el capitalismo. Estas prevenciones son
particularmente valederas en el escenario actual.

Los debates sobre la soberanía de Ucrania son útiles para clarificar posturas en el compartido
campo de opositores al cerco de la OTAN y la respuesta de Putin. Las discusiones con otras dos
visiones en la izquierda presentan en cambio otro alcance.
Exculpar a la OTAN

Algunos enfoques observan a Rusia como la principal causante de la guerra y estiman que su
derrota disuadirá otras aventuras bélicas en el mundo. (como andamos por casa) Advierten que
la victoria de Moscú conducirá al envalentonamiento de Washington y a la consiguiente
generalización de conflictos de todo tipo. Pero, con mayor realismo, correspondería avizorar un
desemboque inverso. Un éxito militar de Ucrania —con armas, asesores y mercenarios de
Occidente— reforzaría la expansión de la OTAN con mayores sangrías en todo el planeta.

Los desaciertos de pronósticos son igualmente secundarios frente a su corolario en miradas


condescendientes con la OTAN. Ese organismo es observado como una alianza aceptada por las
poblaciones lindantes con Rusia, omitiendo que esas simpatías son fabricadas y transmitidas por
los justificadores de la militarización.

Algunos autores consideran que la denuncia de la OTAN ya fue sobradamente expuesta en el


pasado y no es pertinente en la actualidad. La ausencia de soldados o aviones de esa
alianza ilustraría su irrelevancia en Ucrania. Pero esa edulcorada visión olvida que todo el
conflicto surgió por la auspiciada inclusión de Kiev en la estructura que digita el Pentágono.
Estados Unidos y sus socios arman, adiestran y guían al Ejército ucraniano y solo evitan el envío
de tropas para digerir los fracasos sufridos en otras latitudes.

Para exculpar a la OTAN se describe también la confrontación actual como un segundo episodio
de la Guerra Fría iniciada por Estados Unidos en Irak. Washington habría consumado esa
operación con la mira puesta en Moscú y su rival habría respondido veinte años después con la
misma receta. Pero esa equiparación carece de asidero. Rusia no cumplió ningún papel en el
asalto del Pentágono a Bagdad. Padecía la devastación perpetrada por Yeltsin y el Departamento
de Estado no incluía aún a Putin en su lista de grandes enemigos. Por el contrario, la guerra
actual se originó en el intento estadounidense de convertir a Kiev en una catapulta contra
Rusia.

El paralelo entre Irak y Ucrania es totalmente forzado. Presupone que dos potencias
dominantes libran la misma guerra de saqueo en su periferia. El petrolero ambicionado por
Estados Unidos tendría su correlato en el mineral de hierro y los cereales anhelados por Rusia.
Esa analogía es desacertada y equipara escenarios distintos. El ataque a Irak buscaba imponer el
control norteamericano directo sobre todo el Gran Oriente Medio, para reconstruir la primacía
de la primera potencia. La reciente incursión rusa solo intenta contener el cerco de la OTAN. A lo
sumo, incuba un embrionario anhelo expansivo de Moscú en el espacio postsoviético. Hay un
abismo de objetivos y poder entre ambos contendientes.

La descalificación de las críticas a la OTAN como una rutinaria reacción de la «vieja izquierda»
sintoniza con la prédica de los grandes medios de comunicación y con todos los prejuicios del
liberalismo. La izquierda se forjó en la disputa contra el imperialismo y se extinguirá si se
mimetiza con sus enemigos.
¿Armas para las tropas de Ucrania?

La consecuencia más grave del enceguecido posicionamiento antirruso es el llamado a proveer


de mayores armas al ejército ucraniano. Con enfáticas exaltaciones de Kiev se propicia
exactamente lo mismo que hace la OTAN. Algunos autores incluso critican a las corrientes que
vacilan en sumarse a ese campo militar. Subrayan que en una guerra no hay lugar para la tibieza
y corresponde disparar contra un bando u otro, utilizando los suministros de cualquier
proveedor. Con ese argumento dan la bienvenida a los pertrechos enviados por el
Pentágono. Otros autores suben la apuesta y exigen la entrega de armamento más pesado.

Como ese sostenimiento cuesta dinero, no tendría sentido reclamar pertrechos negando su
financiación. El apoyo material a la «resistencia ucraniana» necesariamente converge con el
incremento del gasto militar, que por ejemplo votó el parlamento alemán. Esa dramática
decisión remueve restricciones imperantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y su
aceptación contradeciría la principal bandera que ha enarbolado la izquierda desde mitad del
siglo XX. Los entusiastas de la confrontación con Rusia deberán arriar ese estandarte si continúan
apuntalando la intensificación de la guerra.

Frente a la dramática perspectiva de un mayor desangre, algunos proponen circunscribir el


armamento a pertrechos básicos y rechazan el establecimiento de una zona de exclusión aérea.
Pero también aquí coinciden con las prevenciones de Biden, Macron y Johnson para evitar un
choque frontal con Rusia. Lo importante no es la diferencia establecida entre pistolas, tanques y
aviones, sino la ubicación en el mismo campo bélico. La propia dinámica de los conflictos suele
definir en los hechos que tipo de material bélico se utiliza.

Ese poder de fuego es también secundario en comparación a los receptores del suministro. El
ejército de Ucrania actúa junto a numerosas milicias fascistas y sin ningún acompañamiento
conocido de legiones socialistas o progresistas. Esa adscripción no es un dato menor, puesto que
las ponderadas armas serán empuñadas por acérrimos enemigos de la izquierda.

Esta chocante realidad es vista por los promotores del armamento como una adversidad
pasajera, que no modifica la justeza del reclamo. Frente a la prioritaria batalla contra Rusia, no
sería muy relevante el perfil de los combatientes. Pero ese soslayado protagonismo de los
derechistas es la característica central del campo reaccionario, que se forjó en Ucrania a partir de
la revuelta del Maidán.

En lugar de propiciar el armamento de esos grupos, la izquierda debería denunciarlos por un


simple instinto de supervivencia. En el alabado bando de Kiev ya están proscriptas las fuerzas
socialistas y rige un proceso de «descomunización» para sepultar cualquier vestigio de ideales
poscapitalistas. Las elogiadas armas serán también empuñadas por los paramilitares que se
reclutan en el mundo para «luchar contra Rusia». Una legión de 20 000 combatientes ya se
organiza en 52 países, con emblemas muy familiares a la tradición anticomunista de la derecha.
Para justificar la extraña convergencia con esas formaciones, algunos establecen comparaciones
con los viejos llamados a entregar armas soviéticas y chinas a la resistencia vietnamita. Esa
analogía es disparatada desde el momento que los comunistas del Vietcong eran la antítesis de
las milicias de Ucrania. No es cierto que la dirección política de un movimiento de resistencia
carece de importancia.

Recientemente los talibanes expulsaron al imperialismo estadounidense de Afganistán. Sin


embargo, ningún izquierdista en Europa convocó a la misma provisión de armas que ahora se
propicia para Ucrania. El carácter escandalosamente reaccionario de los grupos fundamentalistas
inhibió ese llamado. Pero como la denominada opinión pública del Viejo Continente aprueba
la rusofobia de Kiev (pero no el antiamericanismo de Kabul) resulta aceptable acompañar al
primer bando y no al segundo.

Ese acomodamiento se extiende al paralelo entre Ucrania (contra Rusia) e Irak (contra Estados
Unidos). Ninguno de los autores que ahora auspicia el armamento occidental de Zelenski
convocó al mismo suministro para Sadam Hussein. La inclusión de propuestas militares solo
aparece cuando el clima político imperante lo autoriza. Otro ejemplo de ese amoldamiento fue el
aval a la zona de exclusión aérea en Libia, que precedió al derrocamiento de Gadafi.

El alineamiento bélico prooccidental de sectores de la izquierda también incluye la promoción


de severas sanciones contra Rusia y rupturas de las relaciones diplomáticas. Como el
imperialismo norteamericano es exento de toda culpa, las demandas de penalización se
circunscriben a Moscú. De esa forma el blanqueo de Washington queda convalidado. En lugar
de convocar a detener el desangre que padece Ucrania, se alienta la victoria militar de un
gobierno derechista sostenido por la OTAN. La miopía política conduce a esa derivación
belicista.(cuando la política exterior de un país se subordina a Washington suele pasar eso)

Vagas y explícitas aprobaciones

Existe otro enfoque en la izquierda diametralmente opuesto al anterior. Esa visión cuestiona a
la OTAN y justifica la incursión de Rusia. Describe el acoso norteamericano y considera que
Moscú se vio obligado a ocupar un territorio vecino para preservar la seguridad del país.
Muchos exponentes de esta postura retratan la agresión del Pentágono sin evaluar la reacción de
Putin. Para soslayar esa caracterización suelen omitir la propia mención del operativo que ha
implementado el Kremlin. Opinan sobre una guerra sin mencionar a sus participantes.

Esta postura contiene dos méritos ausentes en el planteo contrapuesto. Ubica la responsabilidad
principal del conflicto en el imperialismo norteamericano y propone la inmediata reanudación de
las negociaciones. Pero estos dos aciertos no corrigen la extraña evaluación del conflicto sin
ningún registro de lo hecho por Putin.

Las miradas que avalan más explícitamente el operativo ruso estiman que constituye una
ocupación, pero no una invasión. La diferencia estaría dada por el carácter defensivo de una
incursión destinada a contrarrestar los misiles de la OTAN. Este abordaje es mayoritariamente
expuesto por quienes establecen analogías con la Segunda Guerra Mundial. Consideran que en
Ucrania se desenvuelve la misma batalla que libró el ejército soviético contra el nazismo.

Pero la existencia de grupos fascistas no transforma la guerra actual en una copia de la


conflagración mundial que desgarró al siglo XX. Rusia no enfrenta una amenaza directa a su
supervivencia como la creada por la embestida de Hitler. Es muy importante precisar esa
diferencia, puesto que el legítimo alcance de una respuesta defensiva siempre está
correlacionado con la magnitud del peligro afrontado.

Rusia tiene derecho a defender su territorio, pero no puede hacerlo de cualquier manera, ni con
acciones de cualquier envergadura (¿de verdad después de todo lo que dice este mismo
artículo?). En el ámbito militar rigen ciertas pautas de proporcionalidad que tornan inadmisible
exterminar a un adversario por violaciones menores a una tregua entre las partes. Putin debió
continuar con la negociación de Minsk, puesto que no se registró ningún cambio cualitativo que
justificara su incursión. El peligro que sufrían los pobladores rusoparlantes del Donabass podía
ser contrarrestado con una limitada intervención a ese territorio.

Pero el jefe del Kremlin actuó como un jerarca desinteresado en la reacción de los pueblos.
Dispuso una expeditiva invasión, confirmando que desprecia la opinión de los habitantes de
Ucrania, que en el Oeste rechazan en forma unánime su operativo. El ataque solo ha suscitado
pánico y odio contra el ocupante. Es cierto que en el Este la incursión tiene aceptación, pero
conviene recordar que en los últimos ocho años Putin regimentó esa jurisdicción para
desarticular los movimientos radicales. Su operativo es inaceptable y ha sido rechazado en la
izquierda por sectores que incluyen a varios Partidos Comunistas del mundo (cuales).

Omisión del sujeto popular

Las miradas aprobatorias de la invasión destacan acertadamente que Rusia no pretende la


anexión de Ucrania, y que solo busca crear un contrapeso al belicismo de la OTAN para apuntalar
el equilibrio geopolítico que augura la multipolaridad. Pero ese razonamiento excluye a las
mayorías populares y a sus organizaciones. Registra únicamente las apuestas de las grandes
potencias, que dirimen fuerzas en pugnas económicas, disputas de recursos y choques militares.
Desde esa óptica, Ucrania es vista como ficha del tablero que zanjará predominios entre los
grandes jugadores de Occidente y Oriente.
Este enfoque habitual de los ministros y los cancilleres ni siquiera registra la existencia del
movimiento popular. Las masas son observadas como un simple instrumento de los mandatos
emitidos por las minorías que manejan el poder. Si la izquierda reproduce este abordaje, quedará
disuelta entre las distintas variantes del establishment. Esa trayectoria ya fue transitada por la
socialdemocracia y por los excomunistas devenidos en enriquecidos oligarcas.

Con esas miradas divorciadas de la vida popular, la invasión de Putin es ponderada como una
jugada magistral. Se ignora el efecto del operativo sobre las luchas (y la conciencia) de los
pueblos. Ese impacto es omitido, olvidando que la reacción de las mayorías debería ser la
principal referencia en la izquierda para juzgar los acontecimientos políticos.

Esta caracterización es sustituida por evaluaciones de las tensiones que se desenvuelven en las
cumbres entre Estados Unidos, Rusia y China. Con esa óptica se concluye en la invariable
conveniencia de cualquier derrota del imperialismo norteamericano. Pero aquí se desconoce el
reducido alcance que tendría para un proyecto avanzado, un triunfo que convalida la ocupación
extranjera de Ucrania. La división de pueblos, la recreación del nacionalismo y el aislamiento de
la izquierda debilitarían en ese caso todos los intentos de transformación progresista.

Las visiones exclusivamente centradas en las disputas por arriba desconocen por completo las
nefastas consecuencias del operativo Putin para el proyecto socialista. Esa meta central de la
izquierda es habitualmente soslayada, en los razonamientos que contraponen las ventajas de la
multipolaridad capitalista con los pesares de la unipolaridad capitalista. Con ese criterio se realza
la incursión rusa como un paso hacia el primer escenario, olvidando que la izquierda anhela
construir una sociedad sin explotadores, ni explotados.

No cabe duda que el avance hacia esa meta exige doblegar al imperialismo. Pero ese logro debe
empalmar con el fortalecimiento de las luchas sociales y las aspiraciones nacionales de los
pueblos oprimidos. Solo esa mixtura permitiría apuntalar un horizonte de emancipación. La
denuncia de la OTAN sin ninguna crítica a la invasión de Putin obstruye esa batalla.

Quienes suponen que la invasión a Ucrania podría reiniciar por sí misma una transición socialista
olvidan que Rusia ya no es la Unión Soviética. Es un país amoldado al capitalismo y gobernado
por un mandatario anticomunista, explícitamente opuesto a cualquier vestigio del legado
socialista. Lejos de converger con la izquierda, Putin proscribe y hostiliza a esas fuerzas dentro de
Rusia y en el Donbass. La reconstrucción del proyecto socialista transita por otro camino.

Discutibles la fuerzas del Dombas y Luganks combaten como republicas populares, de mucha
inspiración soviética, aunque han terminado por conformar una fuerza militar cuasi regular, en lo
esencial son milicias y ello radica su dificultad para coordinar grandes acciones. No conozco
milicias que no sean populares y estas por lo demás son definitivamente anti fascistas
Situación al 16.0

“Ayer y anteayer, aparentemente, la brigada mecanizada 93 de las Fuerzas Armadas de Ucrania


tuvo muy mala suerte. Solo en las áreas de las que son responsables aquellos a quienes
conocemos personalmente, varias docenas de soldados enemigos fueron destruidos y
capturado.
Los ukronazis cautivos se quejan de que están sufriendo grandes pérdidas. También tenemos
pérdidas, se están llevando a cabo batallas serias y las formaciones de batalla del enemigo
están saturadas de artillería, artillería y tampoco hay problemas especiales con el personal, a
pesar de que hasta el 40 por ciento de su personal ya ha sido eliminado en algunas unidades de
las Fuerzas Armadas de Ucrania.

Hay una guerra clásica, según todos los cánones militares. Con preparación de artillería,
combate de contrabatería, ataques aéreos, escaramuzas de tanques, batallas de infantería y
fuerzas especiales, a la distancia de un cuchillo” (hoy 16.04.22, a las 20.30 hora de Moscú,
desde Izyum, al sur de Jarkov.

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El tipo de guerra en curso

El trasfondo de los debates en la izquierda es el complejo carácter de la confrontación militar


en curso. Como todas las conflagraciones, el conflicto de Ucrania entraña terribles sufrimientos
para la población. La izquierda siempre ha denunciado esas tragedias, pero superando la mera
condena moral de los desangres. Los enfrentamientos armados no pueden erradicarse por un
simple mandato ético en un sistema mundial asentado en la competencia, el lucro y la
explotación. La turbulenta y opresiva dinámica del capitalismo recrea los choques militares que
la humanidad arrastra desde hace varios milenios.

Una pacificación perdurable solo emergerá junto a otro tipo de sistema global regido por
principios de igualdad y justicia. En la batalla por ese futuro socialista, cada guerra presenta un
contenido específico que aproxima o aleja a la sociedad de esa meta.

Desde el siglo pasado se registraron varias gestas armadas de liberación (descolonización, China,
Vietnam, Cuba). Pero también proliferaron choques de signo opuesto, al servicio de las potencias
imperialistas (Primera Guerra Mundial) o las élites locales (África en las últimas décadas). Entre
esas dos variantes polares hubo confrontaciones que combinaron aspectos de ambos procesos.
La Segunda Guerra Mundial fue un ejemplo de esa mixtura. Incluyó conflictos interimperialistas
(entre el Eje y Occidente por el botín) y componentes democráticos (contra la barbarie fascista) y
prosocialistas (defensa de la URSS).

También la Unión Soviética estuvo involucrada en esa compleja variedad de enfrentamientos.


Protagonizó incursiones contra conspiraciones imperialistas (Afganistán), ocupaciones para
acallar revueltas democráticas (Checoslovaquia) y tensiones con los socios del mismo campo
(Yugoslavia, China, Camboya). Hay que tomar en cuenta esos antecedentes para adoptar una
postura frente al caso de Ucrania. Es una ingenuidad suponer que ese posicionamiento se reduce
a una simplificada opción a favor de Putin o Zelenski.

Ciertamente, el conflicto incluye a las grandes potencias, pero no desata una conflagración
general. Se desenvuelve hasta ahora como un conflicto localmente acotado y no como el debut
de la Tercera Guerra Mundial. Un choque de mayor escala es siempre posible, pero todavía no se
vislumbra. Conviene recordar que durante siete décadas Estados Unidos y la URSS
reiteradamente afrontaron la posibilidad de una guerra que nunca se concretó.

Es importante distinguir las guerras periódicas y corrientes de las inusuales confrontaciones


generales. Hasta ahora, Kiev no repite la invasión de Hitler a Polonia. Esta precisión indica que no
existe un enemigo a derrotar con la prioridad y la urgencia que imponía el nazismo a mitad del
siglo pasado. Las bandas fascistas operan en Ucrania, pero no son comparables a sus antecesores
germanos y no representan la amenaza mundial del hitlerismo. Presentar la guerra actual como
contraofensiva antifascista de Rusia en el Donbass es un error asentado en analogías forzadas
con el pasado. Embellecen la incursión de Putin apelando a la sensibilidad que rodea la memoria
del nazismo.

Pero en Ucrania tampoco se libra una guerra de liberación contra opresores extranjeros. La
invasión rusa es injustificable (se podría decidir si, si o si no de acuerdo a sus propios
argumentos), pero no se asemeja a las operaciones imperiales de Estados Unidos, Francia o
Inglaterra en la periferia. Rusia ocupa un lugar muy distinto en la estructura mundial de
dominación que las primeras potencias. Por esa razón, la incursión de Putin no es equivalente al
ataque perpetró Bush en Irak o Thatcher en Malvinas.
La guerra actual no se amolda al expeditivo esquema de un imperio agresor contra un pueblo
sojuzgado. Ucrania no es Palestina, y Rusia está muy lejos de Israel. La guerra estalló porque
Estados Unidos acosa a Rusia a través del gobierno derechista de Kiev y Putin respondió con una
enceguecida invasión. El pueblo ucraniano es la principal víctima de esa regresiva confrontación.

Ese carácter adverso del choque militar para las causas populares se verifica en las desventuras
que entrañarían los dos desenlaces contrapuestos. Un triunfo de la OTAN fortalecería al
imperialismo dominante. Una victoria de Putin dejaría una dramática herida en el vecino pueblo
de Ucrania. Una tregua seguida con el reinicio de las tratativas es el mejor sendero para evitar
esos infortunios y construir un proyecto popular contra el belicismo imperialista.

1. Lo curioso es que en la “opresión soviética” ocurrió la ucranización de Ucrania, del


territorio actual de ese país, es decir no solo se conformó una unidad administrativa política
mucho mayor a la población de lengua ucraniana, con espacios poblados por otras
nacionalidades (Pequeña Rusia, Galizia, Crimea, Rutenia, Carpatos, Jarkov) se permitió y
expandió la educación en idioma ucraniano y se transformó en idioma oficial al igual que el ruso,
se industrializo el país, se mecanizó su agricultura.
2. Durante la segunda guerra mundial se desato el nacionalismo ucraniano de derecha
proveniente de los sectores que la unión soviética tomo en 1939 cuando ocupo el este de Polonia,
fue apoyado por los nazis, de sus fuerzas se formaron la policía auxiliar que hizo el control
territorial de las zonas ocupadas por los alemanes y sus aliados (rumanos, croatas, eslovacos
húngaros e italianos) y fue indispensable en el exterminio de la población judía, la guerra contra
los partisanos soviéticos, y fue la base de las unidades, entre otras, la Galitzia, la división de las
Waffen SS que lucharon del lado nazi.
3. Fue en Ucrania donde el servicio de inteligencia de la Werematch desarrolló el trabajo de
reclutamiento de miles de colaboradores que quedaron sembrados al término de la segunda
guerra mundial, esa red de agente fue entregada por completo a Estados Unidos por Reinhard
Gelhen, general alemán que después paso a servir a la inteligencia norteamericana y después fue
el jefe de la inteligencia de Alemania Federal hasta 1968, sin que a nadie le importase que hizo
durante la guerra en el este.
4. Después de la muerte de Stalin, al acabarse el régimen de detención masiva (gulags), se
liberó entre otros a miles (si, literalmente miles de nacionalistas ucranianos que pelearon en
contra la Urss en la segunda guerra mundial y esas personas volvieron a sus territorios,
construyeron la base social del sentimiento nacionalista de derecha larvado, anti comunista y
anti soviética con el que ha reconfigurado después del fin de la Urss, la nueva identidad
ucraniana promovida por occidente.
5. La construcción de ese nacionalismo fue instigada primero los nazis, después por los
servicios de inteligencia de Reino Unido e Estados Unidos, en base a los que los alemanes
sembraron allí. Victoria Nuland, secretaria de estado adjunta de Washington, actual número dos
de ese departamento en el gobierno de Biden, confesó en el 2014, en pleno Maidan, que después
del fin de la Urrs, los norteamericanos gastaron más de cinco mil millones de dólares en Ucrania
para promover su separación de Rusia y a las fuerzas anti rusas ¿Cuánto más han gastado
después Maidan? La inversión dio frutos.
6. En Ucrania ha ocurrido la mayor operación de guerra y manipulación psicológica de la
historia de la Humanidad. En treinta años se separó de un ancestro común, a dos pueblos
hermanos. No existe Ucranofobia en Rusia, existe Rusofobia en Ucrania y ahora en todo
Occidente. El modo de hacer la guerra rusa que ha excluido los ataques masivos a la población
civil y a la infraestructura crítica de aguas, electricidad así lo demuestra. ¿Cuántos días y
semanas, meses la Otan bombardeo impunemente Yugoslavia. Irak y Libia con exclusión aérea
incluida, ¿quiénes inventaron el termino ·daños colaterales· para proteger su estrategia de dañar
toda la infraestructura en una intervención militar?)
7. La Rusofobia fue esencial para desatar y escalar esta crisis y es esencial para permitir que
la opinión publica de los países desarrollados y de su periferia estén preparados para caer
mansitos en la misma operación de inteligencia a escala global que se llevó en Ucrania en los
últimos treinta años y prepare a la población del mundo para que la OTAN y Estados Unidos
pueda cuando lo estime, desplegar cualquier tipo de acción militar, económica, política, incluida
la aniquilación nuclear de los “malévolos asesinos rusos y el criminal de guerra Putin”.
8. Es la preparación psicológica para ello y se viene trabajando en el cine, la tv, las redes
desde hace al menos quince años, cuando Putin decidió sacar a Rusia de la condición de vasallos
en que Yeltsin dejo a Rusia respecto a occidente, tras el colapso de la Urrs.
9. Estados Unidos y Occidente trabajan con una perspectiva estratégica de muy largo plazo.
Tienen esa cualidad y capacidad, esos medios y esa necesidad. Hoy aun a pesar de esa ventaja
tienen un adversario que por cultura e historia le es propia una concepción del poder e influencia
de mucho mayor rango, y con capacidades muy grandes y en crecimiento: China, el verdadero
objetivo de la necesidad e importancia de destruir el poder militar y el control territorial y de sus
recursos en los 18 millones de kilómetros cuadrados de Rusia.
10. Hoy la guerra está en otra fase, hace una semana José Borrell (socialista mira tú), alto
comisionado para la defensa y seguridad de la Unión Europea visitando Kiev tras el show de
Bucha, llamó a terminar esta guerra con una victoria militar de Ucrania, los occidentales están
perdiendo toda mesura y pudor en sustituir el agotamiento de la capacidad militar de Kiev y sin
disimulo están suministrando armamento que en un momento dijeron que no proveerían. La
guerra está en una escalada peligrosa.
11. Kiev ha decidido atacar por artillería de largo alcance (Toskhas) territorio ruso, ha sucedió
en Kursk, Rostov y Belgorod. La destrucción del crucero Moskova también pretende llevar la
guerra a un nivel superior. Pueden parecer objetivos militares legítimos pero significa
básicamente obligar a Moscú a subir la apuesta del conflicto. Toda esta guerra se basa en una
provocación para arrastrar a Rusia, la vida de los y las ucranianas poco importa a occidente para
conseguir sus fines.
12. Rusia también esta semana por voz del mismo Putin planteo una reducción tacita de sus
objetivos, durante su visita con Lukashenko al centro espacial, lo situó en el Dombas y el este y
sur de Ucrania esencialmente, esta semana se cambió al jefe de la operación militar especial, así
se llama en Rusia a esta guerra, y por primera vez se han utilizados bombarderos como los
Tu22m para demoler la planta de metalúrgica de Mariupol en donde se refugiaba los últimos
nazis de Azov, se lanzaron bombas de caída libre de 3000 kg y se han visto hoy (16.04.22)
Bombarderos estratégicos supersónicos, los Tu-160m volar sobre Vyazma a doscientos kilómetros
de la frontera con Ucrania, una bagatela de distancia para esas naves que por lo demás no
necesitan volar sobre ese país para atacarlo con sus misiles (¿advertencia a quién?)
13. Hay información de que se ha cambiado el mando del Departamento Quinto de las FSB, el
equivalente actual de la KGB, responsable de la inteligencia en los países que conformaban la
Urss, que sus mandos han sido relevados y algunos están con detención domiciliaria, a los cuales
se les responsabiliza sobre los errores de apreciación e información sobre los que se construyó el
plan de operaciones militares en Ucrania. Hay elementos que indican que Estados Unidos conocía
a plenitud esos planes y por lo demás propiciaron por distintas fuentes información errónea,
para provocar un optimismo poco realista sobre las posibilidades de una rápida victoria rusa con
una fuerza militar limitada como ha sido hasta aquí las fuerzas rusas que intervienen en Ucrania
(200.000) en un país de casi cuarenta millones de habitantes y seiscientos mil km cuadrados y
unas fuerzas armadas de más de 300.000 militares, asesoradas, armadas y capacitadas por la
Otan en los últimos ocho años. (los propios sitios militares rusos reconocen la eficacia de la
artillería ucraniana, basadas en sistemas de dirección de fuego occidentales). Lo del FSB está
disponible en soutfront.org que no es un sitio anti ruso para nada)
14. Es el comienzo de una larga guerra que puede escalar en cualquier momento. Hace una
semana Estados Unidos pretendió derrocar al gobierno de Pakistán, país que no ha condenado a
Rusia, y cuyo primer ministro visito Moscú hace unas semanas. Si algo aúna a Rusia, China, Irán,
India y Pakistán, países con objetivos tan contradictorios entre sí, es que ven en occidente un
esfuerzo brutal por impedir el cambio de poder en el contexto global desde occidente a oriente y
saben que en esa visión y estrategia hay una amenaza casi explicita al desarrollo y crecimiento
de sus naciones y economías.
15. ¿Y América Latina? Bueno hace un año el jefe del comando sur del pentágono, Almirante
Craig Feller dijo durante una visita a Argentina que la amenaza principal de Estados Unidos en la
región era la influencia china, sus presencia en la economía, sus planes de inversión en
infraestructura y recursos naturales, , el comercio y la construcción de relaciones militarse con las
fuerzas armadas de las región. Si alguien cree que no estamos en medio de un conflicto global, en
el que sitúa nuestro conflicto local e influye en el alineamiento de las fuerzas que pugnan en
transformación o no, o la influencia de Washington en algunas áreas del gobierno es porque no
lo desea ver. Este año, la nueva jefa del comando sur, Laura Richardson hace un mes lo ha vuelto
a explicitar:

https://www.nodal.am/2022/03/jefa-del-comando-sur-china-y-rusia-estan-expandiendo-
agresivamente-su-influencia-en-nuestro-vecindario/

Y como nunca las malas noticias nunca son suficientes:

Kiev se negará a negociar con Moscú en caso de destrucción del ejército ucraniano en Mariupol,
dijo el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. 16.04.22.

Ya no queda nada en Mariupol que pueda ser llamado Ejército y menos que salvar y Zelensky lo
sabe, les quedan algunos pocos (5 o 6) kilómetros cuadrados en la zona industrial cercana a la
costa y combatientes aislados en otros sitios, es decir Kiev ya tiene la excusa para no negociar y a
Rusia no le quedara más remedio no solo de aplastar las otras agrupaciones de fuerzas
ucranianas ya casi cercadas en el Dombas, sino ir por más. Hay gente en Rusia que deben
terminar por desamarrarse las manos para esta pelea y asumir que hay no queda otra manera de
pelear.

Washington es feliz con cada día que sigue la guerra, más negocio de armas, más aúna a Europa
bajo su beligerancia y más desgasta a Rusia y más razones para sacar a Moscú de los mercados
del gas que desean copar ellos, al final business are business.

(Notas de contexto GMS)

Mariupol hoy, las fuerzas de la RP de Donestk ponen su bandera, notese no es la de Rusia. Al fondo el
humo de las ultimas zonas de combate al borde del mar. Las unidades nazis de Azov han sido aniquiladas.
Hace años Buenaventura Durruti acuñó una frase a la que entregó su vida: con los fascistas no se discute,
se le destruye:

https://www.youtube.com/watch?v=RNyLKkscya0

Han peleado ocho años por ello, es la bandera del batallón Somalí (vieron
la caída de halcón negro para aprender a combatir en las ciudades), los
milicianos de Donestk le pusieron nombres muy sugerentes a sus unidades,
Motorola, Che Guevara

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