Un Largo Analisis Interesante Sobre La Guerra en Ucrania y Comentarios
Un Largo Analisis Interesante Sobre La Guerra en Ucrania y Comentarios
Aun mes de la incursión rusa, el resultado es muy incierto. La ofensiva militar está empantanada
luego de la fallida toma del país y la consiguiente supervivencia del gobierno. Pero tampoco se
observan grandes hitos del ejército ucraniano. La intensidad de la resistencia es dudosa y el
relativo alistamiento coexiste con la masiva emigración de la población.
Evaluaciones contradictorias
Algunos analistas consideran que la ambiciosa operación de Putin fracasó. Otros estiman que
Rusia tiende a impedir en las negociaciones que Ucrania ingrese a la OTAN. Un compromiso
intermedio sería la incorporación del país a la Unión Europea (victoria de Zelenski), junto a su
neutralidad militar (victoria de Putin). Si falla esa opción podría acordarse una división de
territorios siguiendo el modelo coreano.
También el impacto de las sanciones suscita interrogantes. Nadie sabe cuántos millonarios rusos
han sido efectivamente penalizados. Cuentan con numerosos socios y resguardos en los paraísos
bancarios de Occidente. Las penalidades, además, se aplican con gran cautela para no
interrumpir la comercialización mundial del petróleo y el gas. Alemania resiste esas
obstrucciones y varios gobiernos europeos se niegan a cortar los convenios con Moscú.
Y es que el manejo general de la energía está en disputa. Estados Unidos logró concertar ventas
millonarias de gas licuado a Europa, pero no puede sustituir la provisión estructural que aportan
los gasoductos rusos. Moscú obtiene el 60% de sus ingresos de esos suministros y se desconoce
si logró sustituirlos por compradores asiáticos. Tampoco se sabe cómo mantiene la importación
de ciertos productos decisivos (como los semiconductores) para sostener la guerra y la
economía.
Las sanciones afectan a Rusia, pero han impactado duramente en la retaguardia de Occidente. El
tremendo encarecimiento de los alimentos y la energía introduce un inesperado boomerang que
deteriora toda la economía global.
Solo la mayúscula tragedia humanitaria está exenta de indefiniciones. Aunque Rusia evitó los
bombardeos masivos que descargó Estados Unidos sobre Irak y Afganistán, las víctimas civiles se
multiplican con la prolongación de la guerra. Ya comienzan a emerger denuncias de atrocidades
en ambos bandos y el descalabro de la sociedad ucraniana potencia el mayor éxodo en Europa
desde la Segunda Guerra Mundial. La salida de 4 millones de refugiados convulsiona a toda la
región.
Es cierto que su recepción contrasta con el castigo propinado a los árabes y africanos. No hay 20
000 fallecidos en naufragios del mediterraneo para llegar al continente, ni muros para impedir el
ingreso de los desplazados. Tampoco se observan campos de refugiados en las condiciones
infrahumanas de Lesbos. Pero se está gestando un escenario explosivo en una zona desgarrada
por agudas tensiones que la derecha atribuye a la inmigración.
Estados Unidos intenta prolongar la guerra para empujar a Moscú al mismo pantano que
afrontó la URSS en Afganistán (una guerra de degaste que exprima y canse al oso ruso). Por
esa razón induce el rechazo de Kiev de todos los acuerdos que frenarían las hostilidades. El
Pentágono no puede intervenir con sus propias tropas porque continúa afectado por la reciente
derrota de Kabul. Ese revés también le impone cierta cautela bélica y el consiguiente veto a
una zona de exclusión aérea. Por ahora promueve la continuidad de la sangría, mediante una
mayor provisión de armas.
La violencia desplegada por las bandas que reivindican el pasado hitlerista es silenciada por los
grandes medios. Ocultan el hostigamiento a los opositores (expuestos como escudos humanos) y
el racismo de los grupos que enaltecen a los ucranianos (blancos puros), para denigrar a los rusos
(racialmente mixturados por la herencia asiática). Zelenski es prisionero de esa gravitación
fascista y por eso alienta la rusofobia, proscribiendo varios partidos y generalizando la censura.
Durante mucho tiempo, Putin intentó frenar la potencial agresión estadounidense con iniciativas
de negociación. Propuso establecer un estatus de neutralidad para Ucrania semejante al que
mantuvieron Finlandia y Austria durante la Guerra Fría. También convocó a reanudar el tratado
que regula la desactivación de los dispositivos atómicos.
Pero la continuada agresividad de Estados Unidos no justifica la invasión dispuesta por Putin.
Washington no instaló misiles, ni adoptó nuevas medidas para sumar a su vasallo a la alianza
atlántica. Tampoco irrumpió otro peligro que justificara un golpe ofensivo para garantizar la
seguridad del país. Las milicias derechistas no protagonizaron atropellos distintos a los
perpetrados en los últimos ocho años.
Rusia debe garantizar la integridad de su territorio, pero no tiene derecho a invocar ese principio
para invadir otro país, rodear sus ciudades y provocar un caos humanitario. Una acción de
semejante porte debe estar justificada en razones que Putin nunca expuso. Jamás señaló motivos
suficientes para lanzar a su ejército a la captura de Ucrania. No alcanzan las generalidades o las
tensiones de larga data para legitimar una acción de esa envergadura.
Putin denunció las manifiestas inconductas del gobierno de Zelenski, pero su propia gestión es
objeto de acusaciones muy parecidas. En cualquiera de los dos casos, correspondería a cada
pueblo decidir quién lo debe gobernar. El presidente ruso no tiene atributos para reemplazar esa
opción por una ocupación externa.
Estos principios básicos han sido totalmente ignorados por el Kremlin. Sus voceros no brindan
explicaciones ni responden a las condenas que sucedieron a la invasión. Esa actitud confirma la
total despreocupación de Putin por la opinión de los ucranianos y otros pueblos. Ese desinterés
es tan descarado, que ha eludido la habitual (y cínica) presentación de las invasiones como
acciones liberadoras del país ocupado.
Putin no solo ignoró la gran expectativa en el logro de una solución pacífica. También retomó el
viejo modelo opresivo del zarismo, que niega a Ucrania el derecho a desenvolverse como nación.
Reclama ahora la pertenencia de ese territorio sin tomar en cuenta la opinión de sus habitantes.
Por incontables razones, la invasión tiene consecuencias negativas para las luchas y esperanzas
emancipadoras de todos los pueblos. Nuestra crítica a esa incursión subraya la responsabilidad
principal de Estados Unidos y comparte un enfoque muy generalizado en la izquierda.
Putin proviene de una ala profundamente pro rusa que se alojó en el estado soviético, en los
años sesenta tanto en el partido como en la kgb, Se creó como reacción al dominio de lo que se
conoce en la Urrs como el grupo de Dniprodonestk, que rodeaba a Breznev, todos venían de esa
región de Ucrania, aunque eran de nacionalidad rusa muchos ellos (en la Urss sus habitantes
tenían nacionalidad de acuerdo a la etnia de origen y ciudadanía soviética común a todos).
Por otro lado es un poco de comentario sofá despreciar que la instalación de sistema anti misiles
como pretendía Washington en Ucrania, que pueden ser transformados en sistemas de
lanzamientos de misiles de mediano alcance con cabezas nucleares múltiples, como los que ya
están el Polonia y Rumania, solo cambiando el tipo de misil que lancen, deja a Moscú sin
capacidad de respuesta y defensa si son instalados en Ucrania. No sé si supieras que tu vecino
instala en el muro medianero, una ametralladora para “defenderse” apuntando a tu casa, no irías
a su casa a sacarla después de pedirle de múltiples formas que la saque. No sé si el derecho a
propiedad le permitiría eso.
El sentido de la paz inmediata
La mayoría de los críticos de la OTAN y la invasión de Putin convocan a poner fin del conflicto.
Postulan que las negociaciones ofrecen la opción más progresista para frenar la matanza en
curso (véase, por ejemplo, el artículo de Boaventura de Sousa Santos, el de Noam Chomsky, el
texto de Jean-Luc Melénchon, la declaración del DSA o el manifiesto «Transform Europe Stop the
War!» aparecido el 27 de febrero).
Pero otras opiniones del mismo espectro observan con reservas esta propuesta. Destacan que las
tratativas entre gobiernos beligerantes nunca han llegado a buen puerto y recuerdan que las
cancillerías no lograron impedir la guerra mediante las conversaciones de Minsk. Señalan,
además, que esas concertaciones en las cumbres se consuman en detrimento de los pueblos.
Este curso es también objetado desde una perspectiva socialista más ambiciosa. Se desecha el
reinicio de las negociaciones para retomar la tradición comunista inaugurada por la reunión de
Zimmerwald ante el estallido de la Primera Guerra Mundial. En ese evento la izquierda alzó su
voz contra todos los bandos y comenzó a constituir un polo alternativo. Ahora se
propone recrear ese rumbo para transitar por el mismo sendero de la revolución socialista.
Pero la distancia que separa el escenario de 1914-17 del contexto actual es monumental. En esa
época la posibilidad, proximidad y expectativa en una victoria socialista era un dato presente en
las enormes formaciones políticas de la clase trabajadora. La ausencia de ese marco torna
completamente inviable la transformación de la guerra de Ucrania en un eslabón del camino
hacia el poder de los soviets. No existen actualmente las condiciones para desarrollar la
estrategia del derrotismo (y de la confraternización de tropas) que impulsó Lenin para preparar
el triunfo de la revolución rusa.
Ese rumbo, sin embargo, podría ser pavimentado mediante una tregua bélica que contenga la
matanza de Ucrania. Ese desahogo aportaría el escenario más favorable para reconstruir una
perspectiva socialista. La convocatoria leninista a transformar una guerra regresiva en una
batalla contra los opresores no puede implementarse en los mismos términos de la centuria
precedente. Pero es factible retomar la movilización contra el belicismo de los gobiernos más
involucrados en la actual sangría.
Por esa razón son importantes las protestas en Rusia contra la incursión de Putin. Esas marchas
cuentan con el respaldo de un gran sector de la izquierda. Exigen el inmediato retorno de las
tropas y el fin de un operativo que distrae la atención pública con agresiones externas. También
en Estados Unidos y Europa se han registrado manifestaciones, pero con una tónica de meras
críticas a la invasión rusa. Las demandas contra el gasto bélico y el rol de la OTAN son aún
minoritarias, pero comienzan a ganar influencia. Esas peticiones fueron promovidas por la
izquierda en grandes marchas de Berlín y en una asamblea de Madrid, que rechazó a la OTAN y a
Putin. Generalizar esas exigencias es la gran tarea del momento.
Complejidades de la soberanía
Ucrania arrastra una larga historia de frustraciones nacionales. Desde el comienzo del siglo XX
fue segmentada por las disputas imperiales entre la corte austrohúngara, el militarismo alemán y
el zarismo ruso, con la activa intervención de Polonia. Al calor de revolución socialista emergió la
primera configuración nacional, a través en una representación parlamentaria (Rada) que
protagonizó numerosas tensiones con los soviets locales.
Del armisticio concertado entre los bolcheviques y Ejército germano (Brest-Litvosk) emergió una
división del país que fue posteriormente revertida por la unificación que sucedió a la derrota del
nazismo. Ucrania sufrió la pesadilla de la colectivización forzosa durante el stalinismo, pero se
mantuvo como una república integrada a la URSS hasta que el colapso de ese régimen precipitó
la separación actual.
La soberanía real del país persiste como una asignatura pendiente, que requiere duras batallas
políticas contra los demagogos y los hostigadores de esa causa nacional. El primer grupo está
encabezado por los derechistas de Kiev, que han construido su identidad en oposición a Rusia,
enarbolando todos los estandartes del nacionalismo reaccionario. El segundo sector está
encarnado por Putin, que desconoce los derechos de Ucrania. Al igual que los zares, considera
que ese territorio forma parte de Rusia desde tiempos inmemoriales.
Frente a estas dos posturas regresivas existe otra tradición que propicia la reconstrucción de la
convivencia multiétnica. Esa mirada recuerda que durante mucho tiempo las tensiones interiores
estuvieron contrapesadas por relaciones de hermandad. La convivencia prevaleció durante
largos períodos en la URSS bajo el influjo integrador de los sectores que exhibían una identidad
simultánea ruso-ucraniana. Pero el chauvinismo de Kiev y la guerra actual tienden a sepultar esa
coexistencia multicultural y han creado un escenario de odio, que empuja al país a la misma
desintegración que sufrió Yugoslavia. Solo las negociaciones y la pacificación podrían
recomponer la convivencia para apuntalar formas federativas de gobierno.
Este curso implica manejar con cautela la bandera de la autodeterminación nacional, que varias
corrientes de izquierda ponderan como la gran consigna del momento. El carácter engañoso de
ese estandarte salta a la vista. Si la independencia formal de Ucrania queda ratificada por una
fulminante derrota militar de Putin, ese estatus encubrirá el sometimiento del país al Pentágono,
la Unión Europea y el FMI.
Y la enorme deuda externa de Kiev sería utilizada para afianzar ese vasallaje, mediante la
conversión del pasivo en propiedades de los acreedores externos. Los valiosos recursos naturales
del país están en la mira de varias firmas multinacionales. También cabe la posibilidad que el
mismo encadenamiento se consume a través de condonaciones maquilladas de la deuda (como
ocurrió en Irak). Un modelo independencia custodiada por la OTAN forzaría además al Donbass y
a Crimea, a someterse a mandatos occidentales rechazados por el grueso de la población.
La autodeterminación es igualmente un tema polémico entre los marxistas por la centralidad que
Lenin asignó a esa demanda. Algunos autores retoman ese antecedente para destacar la
continuada validez de esa petición. Pero los bolcheviques adoptaron ese planteo en Ucrania con
muchas reservas, al calor de una guerra civil (entre rojos y blancos) y una batalla política (entre
los soviets y la Rada). Las soberanías nacionales pregonadas inicialmente por Lenin —para
ampliar el frente de lucha contra el zarismo— asumieron otra función luego del triunfo
bolchevique. Fueron adoptadas como un principio de construcción de la URSS en torno a
territorios autónomos integrados a una misma entidad estatal.
Los debates sobre la soberanía de Ucrania son útiles para clarificar posturas en el compartido
campo de opositores al cerco de la OTAN y la respuesta de Putin. Las discusiones con otras dos
visiones en la izquierda presentan en cambio otro alcance.
Exculpar a la OTAN
Algunos enfoques observan a Rusia como la principal causante de la guerra y estiman que su
derrota disuadirá otras aventuras bélicas en el mundo. (como andamos por casa) Advierten que
la victoria de Moscú conducirá al envalentonamiento de Washington y a la consiguiente
generalización de conflictos de todo tipo. Pero, con mayor realismo, correspondería avizorar un
desemboque inverso. Un éxito militar de Ucrania —con armas, asesores y mercenarios de
Occidente— reforzaría la expansión de la OTAN con mayores sangrías en todo el planeta.
Para exculpar a la OTAN se describe también la confrontación actual como un segundo episodio
de la Guerra Fría iniciada por Estados Unidos en Irak. Washington habría consumado esa
operación con la mira puesta en Moscú y su rival habría respondido veinte años después con la
misma receta. Pero esa equiparación carece de asidero. Rusia no cumplió ningún papel en el
asalto del Pentágono a Bagdad. Padecía la devastación perpetrada por Yeltsin y el Departamento
de Estado no incluía aún a Putin en su lista de grandes enemigos. Por el contrario, la guerra
actual se originó en el intento estadounidense de convertir a Kiev en una catapulta contra
Rusia.
El paralelo entre Irak y Ucrania es totalmente forzado. Presupone que dos potencias
dominantes libran la misma guerra de saqueo en su periferia. El petrolero ambicionado por
Estados Unidos tendría su correlato en el mineral de hierro y los cereales anhelados por Rusia.
Esa analogía es desacertada y equipara escenarios distintos. El ataque a Irak buscaba imponer el
control norteamericano directo sobre todo el Gran Oriente Medio, para reconstruir la primacía
de la primera potencia. La reciente incursión rusa solo intenta contener el cerco de la OTAN. A lo
sumo, incuba un embrionario anhelo expansivo de Moscú en el espacio postsoviético. Hay un
abismo de objetivos y poder entre ambos contendientes.
La descalificación de las críticas a la OTAN como una rutinaria reacción de la «vieja izquierda»
sintoniza con la prédica de los grandes medios de comunicación y con todos los prejuicios del
liberalismo. La izquierda se forjó en la disputa contra el imperialismo y se extinguirá si se
mimetiza con sus enemigos.
¿Armas para las tropas de Ucrania?
Como ese sostenimiento cuesta dinero, no tendría sentido reclamar pertrechos negando su
financiación. El apoyo material a la «resistencia ucraniana» necesariamente converge con el
incremento del gasto militar, que por ejemplo votó el parlamento alemán. Esa dramática
decisión remueve restricciones imperantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y su
aceptación contradeciría la principal bandera que ha enarbolado la izquierda desde mitad del
siglo XX. Los entusiastas de la confrontación con Rusia deberán arriar ese estandarte si continúan
apuntalando la intensificación de la guerra.
Ese poder de fuego es también secundario en comparación a los receptores del suministro. El
ejército de Ucrania actúa junto a numerosas milicias fascistas y sin ningún acompañamiento
conocido de legiones socialistas o progresistas. Esa adscripción no es un dato menor, puesto que
las ponderadas armas serán empuñadas por acérrimos enemigos de la izquierda.
Esta chocante realidad es vista por los promotores del armamento como una adversidad
pasajera, que no modifica la justeza del reclamo. Frente a la prioritaria batalla contra Rusia, no
sería muy relevante el perfil de los combatientes. Pero ese soslayado protagonismo de los
derechistas es la característica central del campo reaccionario, que se forjó en Ucrania a partir de
la revuelta del Maidán.
Ese acomodamiento se extiende al paralelo entre Ucrania (contra Rusia) e Irak (contra Estados
Unidos). Ninguno de los autores que ahora auspicia el armamento occidental de Zelenski
convocó al mismo suministro para Sadam Hussein. La inclusión de propuestas militares solo
aparece cuando el clima político imperante lo autoriza. Otro ejemplo de ese amoldamiento fue el
aval a la zona de exclusión aérea en Libia, que precedió al derrocamiento de Gadafi.
Existe otro enfoque en la izquierda diametralmente opuesto al anterior. Esa visión cuestiona a
la OTAN y justifica la incursión de Rusia. Describe el acoso norteamericano y considera que
Moscú se vio obligado a ocupar un territorio vecino para preservar la seguridad del país.
Muchos exponentes de esta postura retratan la agresión del Pentágono sin evaluar la reacción de
Putin. Para soslayar esa caracterización suelen omitir la propia mención del operativo que ha
implementado el Kremlin. Opinan sobre una guerra sin mencionar a sus participantes.
Esta postura contiene dos méritos ausentes en el planteo contrapuesto. Ubica la responsabilidad
principal del conflicto en el imperialismo norteamericano y propone la inmediata reanudación de
las negociaciones. Pero estos dos aciertos no corrigen la extraña evaluación del conflicto sin
ningún registro de lo hecho por Putin.
Las miradas que avalan más explícitamente el operativo ruso estiman que constituye una
ocupación, pero no una invasión. La diferencia estaría dada por el carácter defensivo de una
incursión destinada a contrarrestar los misiles de la OTAN. Este abordaje es mayoritariamente
expuesto por quienes establecen analogías con la Segunda Guerra Mundial. Consideran que en
Ucrania se desenvuelve la misma batalla que libró el ejército soviético contra el nazismo.
Rusia tiene derecho a defender su territorio, pero no puede hacerlo de cualquier manera, ni con
acciones de cualquier envergadura (¿de verdad después de todo lo que dice este mismo
artículo?). En el ámbito militar rigen ciertas pautas de proporcionalidad que tornan inadmisible
exterminar a un adversario por violaciones menores a una tregua entre las partes. Putin debió
continuar con la negociación de Minsk, puesto que no se registró ningún cambio cualitativo que
justificara su incursión. El peligro que sufrían los pobladores rusoparlantes del Donabass podía
ser contrarrestado con una limitada intervención a ese territorio.
Pero el jefe del Kremlin actuó como un jerarca desinteresado en la reacción de los pueblos.
Dispuso una expeditiva invasión, confirmando que desprecia la opinión de los habitantes de
Ucrania, que en el Oeste rechazan en forma unánime su operativo. El ataque solo ha suscitado
pánico y odio contra el ocupante. Es cierto que en el Este la incursión tiene aceptación, pero
conviene recordar que en los últimos ocho años Putin regimentó esa jurisdicción para
desarticular los movimientos radicales. Su operativo es inaceptable y ha sido rechazado en la
izquierda por sectores que incluyen a varios Partidos Comunistas del mundo (cuales).
Con esas miradas divorciadas de la vida popular, la invasión de Putin es ponderada como una
jugada magistral. Se ignora el efecto del operativo sobre las luchas (y la conciencia) de los
pueblos. Ese impacto es omitido, olvidando que la reacción de las mayorías debería ser la
principal referencia en la izquierda para juzgar los acontecimientos políticos.
Esta caracterización es sustituida por evaluaciones de las tensiones que se desenvuelven en las
cumbres entre Estados Unidos, Rusia y China. Con esa óptica se concluye en la invariable
conveniencia de cualquier derrota del imperialismo norteamericano. Pero aquí se desconoce el
reducido alcance que tendría para un proyecto avanzado, un triunfo que convalida la ocupación
extranjera de Ucrania. La división de pueblos, la recreación del nacionalismo y el aislamiento de
la izquierda debilitarían en ese caso todos los intentos de transformación progresista.
Las visiones exclusivamente centradas en las disputas por arriba desconocen por completo las
nefastas consecuencias del operativo Putin para el proyecto socialista. Esa meta central de la
izquierda es habitualmente soslayada, en los razonamientos que contraponen las ventajas de la
multipolaridad capitalista con los pesares de la unipolaridad capitalista. Con ese criterio se realza
la incursión rusa como un paso hacia el primer escenario, olvidando que la izquierda anhela
construir una sociedad sin explotadores, ni explotados.
No cabe duda que el avance hacia esa meta exige doblegar al imperialismo. Pero ese logro debe
empalmar con el fortalecimiento de las luchas sociales y las aspiraciones nacionales de los
pueblos oprimidos. Solo esa mixtura permitiría apuntalar un horizonte de emancipación. La
denuncia de la OTAN sin ninguna crítica a la invasión de Putin obstruye esa batalla.
Quienes suponen que la invasión a Ucrania podría reiniciar por sí misma una transición socialista
olvidan que Rusia ya no es la Unión Soviética. Es un país amoldado al capitalismo y gobernado
por un mandatario anticomunista, explícitamente opuesto a cualquier vestigio del legado
socialista. Lejos de converger con la izquierda, Putin proscribe y hostiliza a esas fuerzas dentro de
Rusia y en el Donbass. La reconstrucción del proyecto socialista transita por otro camino.
Discutibles la fuerzas del Dombas y Luganks combaten como republicas populares, de mucha
inspiración soviética, aunque han terminado por conformar una fuerza militar cuasi regular, en lo
esencial son milicias y ello radica su dificultad para coordinar grandes acciones. No conozco
milicias que no sean populares y estas por lo demás son definitivamente anti fascistas
Situación al 16.0
Hay una guerra clásica, según todos los cánones militares. Con preparación de artillería,
combate de contrabatería, ataques aéreos, escaramuzas de tanques, batallas de infantería y
fuerzas especiales, a la distancia de un cuchillo” (hoy 16.04.22, a las 20.30 hora de Moscú,
desde Izyum, al sur de Jarkov.
https://t.me/vysokygovorit/7396
Una pacificación perdurable solo emergerá junto a otro tipo de sistema global regido por
principios de igualdad y justicia. En la batalla por ese futuro socialista, cada guerra presenta un
contenido específico que aproxima o aleja a la sociedad de esa meta.
Desde el siglo pasado se registraron varias gestas armadas de liberación (descolonización, China,
Vietnam, Cuba). Pero también proliferaron choques de signo opuesto, al servicio de las potencias
imperialistas (Primera Guerra Mundial) o las élites locales (África en las últimas décadas). Entre
esas dos variantes polares hubo confrontaciones que combinaron aspectos de ambos procesos.
La Segunda Guerra Mundial fue un ejemplo de esa mixtura. Incluyó conflictos interimperialistas
(entre el Eje y Occidente por el botín) y componentes democráticos (contra la barbarie fascista) y
prosocialistas (defensa de la URSS).
Ciertamente, el conflicto incluye a las grandes potencias, pero no desata una conflagración
general. Se desenvuelve hasta ahora como un conflicto localmente acotado y no como el debut
de la Tercera Guerra Mundial. Un choque de mayor escala es siempre posible, pero todavía no se
vislumbra. Conviene recordar que durante siete décadas Estados Unidos y la URSS
reiteradamente afrontaron la posibilidad de una guerra que nunca se concretó.
Pero en Ucrania tampoco se libra una guerra de liberación contra opresores extranjeros. La
invasión rusa es injustificable (se podría decidir si, si o si no de acuerdo a sus propios
argumentos), pero no se asemeja a las operaciones imperiales de Estados Unidos, Francia o
Inglaterra en la periferia. Rusia ocupa un lugar muy distinto en la estructura mundial de
dominación que las primeras potencias. Por esa razón, la incursión de Putin no es equivalente al
ataque perpetró Bush en Irak o Thatcher en Malvinas.
La guerra actual no se amolda al expeditivo esquema de un imperio agresor contra un pueblo
sojuzgado. Ucrania no es Palestina, y Rusia está muy lejos de Israel. La guerra estalló porque
Estados Unidos acosa a Rusia a través del gobierno derechista de Kiev y Putin respondió con una
enceguecida invasión. El pueblo ucraniano es la principal víctima de esa regresiva confrontación.
Ese carácter adverso del choque militar para las causas populares se verifica en las desventuras
que entrañarían los dos desenlaces contrapuestos. Un triunfo de la OTAN fortalecería al
imperialismo dominante. Una victoria de Putin dejaría una dramática herida en el vecino pueblo
de Ucrania. Una tregua seguida con el reinicio de las tratativas es el mejor sendero para evitar
esos infortunios y construir un proyecto popular contra el belicismo imperialista.
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agresivamente-su-influencia-en-nuestro-vecindario/
Kiev se negará a negociar con Moscú en caso de destrucción del ejército ucraniano en Mariupol,
dijo el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. 16.04.22.
Ya no queda nada en Mariupol que pueda ser llamado Ejército y menos que salvar y Zelensky lo
sabe, les quedan algunos pocos (5 o 6) kilómetros cuadrados en la zona industrial cercana a la
costa y combatientes aislados en otros sitios, es decir Kiev ya tiene la excusa para no negociar y a
Rusia no le quedara más remedio no solo de aplastar las otras agrupaciones de fuerzas
ucranianas ya casi cercadas en el Dombas, sino ir por más. Hay gente en Rusia que deben
terminar por desamarrarse las manos para esta pelea y asumir que hay no queda otra manera de
pelear.
Washington es feliz con cada día que sigue la guerra, más negocio de armas, más aúna a Europa
bajo su beligerancia y más desgasta a Rusia y más razones para sacar a Moscú de los mercados
del gas que desean copar ellos, al final business are business.
Mariupol hoy, las fuerzas de la RP de Donestk ponen su bandera, notese no es la de Rusia. Al fondo el
humo de las ultimas zonas de combate al borde del mar. Las unidades nazis de Azov han sido aniquiladas.
Hace años Buenaventura Durruti acuñó una frase a la que entregó su vida: con los fascistas no se discute,
se le destruye:
https://www.youtube.com/watch?v=RNyLKkscya0
Han peleado ocho años por ello, es la bandera del batallón Somalí (vieron
la caída de halcón negro para aprender a combatir en las ciudades), los
milicianos de Donestk le pusieron nombres muy sugerentes a sus unidades,
Motorola, Che Guevara