Modulo 3
Modulo 3
Introducción
Sierra Nevada es una montaña joven. En el Mioceno, hace unos 15 millones de años (Ma), emergió
de un antiguo fondo marino tras la deformación principal de sus rocas. Hace 10 Ma el levantamiento
se aceleró. Grandes cantidades de conglomerados erosionados de la naciente sierra se depositaron
entre sedimentos marinos de las cuencas postorogénicas circundantes. Al elevarse la montaña fueron
incorporados a su orla exterior de relieves. Sin embargo, las rocas de las cumbres son mucho más
antiguas. En su mayoría son antiguos sedimentos del Paleozoico (540-250 Ma) y del Mesozoico (250-
66 Ma) pero también hay rocas de origen magmático. Todas ellas fueron modificadas por
metamorfismo y deformación tectónica durante la Orogenia Alpina desde antes del inicio del
Cenozoico (66 Ma) hasta el Mioceno temprano (20-15 Ma). Para explicar cómo se formó Sierra
Nevada describiremos: su estructura tectónica; las características, edad y ambiente de formación de
sus rocas; sus transformaciones durante la orogenia; y, finalmente, la evolución del relieve hasta hoy.
Estructura tectónica
La orla del Mioceno contacta con las rocas subyacentes a menudo mediante fallas normales, cuya
actividad reciente se relaciona con algunos terremotos actuales. Ejemplos magníficos de estas fallas
se observan entre Padul y Nigüelas y en la carretera de Granada a la Sierra. Bajo los estratos inferiores
del Mioceno aparecen dolomías y calizas marmorizadas que descansan sobre cuarcitas y filitas
plateadas, respectivamente derivadas de sedimentos carbonatados marinos y detríticos
continentales del Triásico (250-200 Ma). Se incluyen en el Complejo Alpujárride, que está formado
por tres conjuntos cabalgantes superpuestos (Inferior, Intermedio y Superior). En la subida a los
Cahorros o en La Higuera se reconoce claramente la superposición tectónica de esquistos oscuros del
Paleozoico metamorfizados a gran temperatura y presión (Alpujárride Superior) sobre dolomías
trituradas del Triásico Superior afectadas por metamorfismo de menor intensidad (Alpujárride
Intermedio). Estas dolomías forman la orla de relieves de la media montaña (Cahorros, Trevenque,
Alayos, Pico de la Carne, Boca de la Pescá, sierras entre Quéntar y el Tocón...) y yacen
estratigráficamente sobre filitas del Triásico antiguo. Éstas recubren tectónicamente a carbonatos
más modernos (Triásico Medio-Superior) que reposan sobre filitas grises-azuladas (popularmente
launas) del Triásico antiguo (Alpujárride Inferior), que forman los Cerros de los Poyos, Huenes
Cerrajón, Calar de Güéjar o Zujerio, al N de la sierra, y los relieves desde Lanjarón a Laujar de Andarax,
al S.
Bajo el Complejo Alpujárride aflora el Complejo Nevado-Filábride, que constituye las altas cumbres.
Está formado enteramente por rocas metamórficas, frecuentemente con granate. Predominan los
esquistos y cuarcitas de colores oscuros (negros) y claros (grises plateados y verdosos), calcoesquistos
y mármoles, que son antiguos sedimentos arcilloso-arenosos, margosos y carbonatados,
respectivamente. También aparecen lentejones de anfibolitas, eclogitas y serpentinitas, que son
rocas de color verde oscuro derivadas de rocas ígneas básicas y ultrabásicas, y cuerpos de gneises
derivados del metamorfismo de granitos y de rocas volcánicas ácidas. Las rocas nevado-filábrides se
organizan en dos conjuntos litotectónicos. El conjunto del Veleta, en posición inferior, es el más
potente y extenso y está mayoritariamente formado por esquistos oscuros. Tectónicamente superior,
el conjunto del Mulhacén, es mucho más variado litológicamente e incluye los otros tipos de rocas
mencionados.
Las rocas más antiguas de Sierra Nevada son los esquistos muy oscuros -casi negros- y de grano fino
(a lo sumo, con pequeños granates) del conjunto del Veleta. Derivan de sedimentos ricos en materia
orgánica que fue grafitizada por el metamorfismo. No contienen fósiles pero en Sierra de Baza rocas
semejantes han suministrado conodontos (dientes de cordados muy primitivos que vivieron en
medios marinos abiertos) de hace unos 320 Ma. En su parte alta abundan las cuarcitas, que forman
muchos tajos de la cara S del Picacho, o los Peñones de San Francisco. Muchas venas de cuarzo en
estas rocas contienen mineralizaciones de hierro y cobre (siderita, pirita, calcopirita, magnetita, con
ganga de barita), que se han explotado en las Minas de la Estrella).
El conjunto del Mulhacén incluye esquistos negros del Paleozoico que forman las cimas del Mulhacén,
Alcazaba, Vacares, Cerro Negro o Montenegro, estos últimos en la Sierra Nevada almeriense, pero
son muy diferentes de los del Veleta, ya que presentan minerales de gran tamaño: andalucita con
forma de cruz (quiastolito), cloritoide con forma romboidal, granate y estaurolita (a veces con forma
de cruz de San Andrés). Estos minerales se formaron durante un episodio metamórfico de media-alta
temperatura y baja presión ligado a la Orogenia Varisca, vinculado al cual hubo una fusión parcial que
generó pequeños cuerpos graníticos hace unos 300 Ma, (Prado del Cebollar, frente a Capileira). En
todo caso, estas rocas antiguas fueron intensamente modificadas millones de años después por la
Orogenia Alpina: sus grandes minerales pre-Alpinos aparecen aplastados, estirados y transformados
en otros minerales. Al conjunto del Mulhacén también pertenecen rocas mucho más modernas, como
la sucesión de esquistos claros, metabasitas, cuarcitas y mármoles espectacularmente expuesta en el
Puntal de la Caldera, cara N del Mulhacén, Alcazaba y Vacares, o las peridotitas serpentinizadas del
Cerro del Almirez.
Tras la Orogenia Varisca, durante el tránsito del Paleozoico al Mesozoico la sedimentación se reanudó
en el conjunto del Mulhacén. Los depósitos continentales iniciales fueron contemporáneos de un
vulcanismo ácido cuyos productos fueron transformadas por el metamorfismo alpino en gneises
bandeados y esquistos claros (visibles, p.e., en el Collado de las Sabinas). Luego se depositaron
carbonatos marinos someros, a veces con yeso, hoy transformados en mármoles. Éstos incluyen
mineralizaciones importantes de hierro (siderita, goetita, hematites), que fueron explotadas en el
Marquesado, el Conjuro y la Gabiarra (Cerro del Almirez).
La historia post-Paleozoica alpujárride se inició en el Triásico con el depósito de arcillas y arenas que
intercalaban carbonatos arcillosos y yesos hacia arriba. El metamorfismo alpino decoloró los
sedimentos (originalmente rojizos) al reducir el Fe y transformarlos en filitas rosadas y grises-
azuladas, cuarcitas y calcoesquistos. El yeso indica un depósito en ambientes costeros de clima cálido
con fuerte evaporación. El ascenso del nivel marino implantó una plataforma carbonatada somera
tropical. Aunque fueron dolomitizados y metamorfizados, los carbonatos triásicos todavía preservan
fósiles: bivalvos, gasterópodos, foraminíferos bentónicos, cianobacterias constructoras de
estromatolitos y algas verdes calcáreas, las dasycladáceas, que localmente se acumularon en grandes
cantidades (p.e., en el Pico de la Carne). También incluyen antiguos edificios arrecifales, bien
representados en los Cahorros y en los Alayos; pero, a diferencia de los arrecifes de coral actuales,
éstos fueron construidos por microbios (cianobacterias), esponjas, serpúlidos y otros organismos en
menor medida. La sedimentación triásica alpujárride fue contemporánea de una fracturación cortical
que deprimió áreas extensas e instaló sobre ellas cuencas sedimentarias que, a la vez que el fondo se
hundía (subsidencia), se colmataban rápidamente. La fracturación favoreció un magmatismo e
hidrotermalismo, que aportaron fluidos mineralizantes al ambiente sedimentario. Por ello los
carbonatos alpujárrides forman sucesiones muy potentes, empiezan como continentales pasando
luego a marinas someras y contienen mineralizaciones de flúor, plomo y zinc (fluorita, galena incluso
argentífera, esfalerita y, en menor medida, wulfenita). Las mayores aparecen en las Sierras de Lújar,
Gádor y Baza pero también las hay en Sierra Nevada (Víboras, Cerrajón, Güéjar, Huenes...).
En Sierra Nevada no hay terrenos alpujárrides posteriores al Triásico. Sin embargo, la fracturación
ligada al estiramiento y adelgazamiento de la litosfera durante el Jurásico en el conjunto del
Mulhacén generó un magmatismo básico que formó rocas plutónicas (gabros, doleritas) y volcánicas
(basaltos) y exhumó rocas ultrabásicas de la litosfera profunda (manto superior) entre hace 190-150
Ma. También aceleró la subsidencia de la cuenca marina, que se hizo progresivamente más profunda
porque los aportes eran insuficientes para colmatarla, a diferencia de lo sucedido en el Triásico. Se
depositaron entonces sedimentos arcilloso-margosos, ocasionalmente ricos en materia orgánica, con
pasadas silíceas y calcáreas, y también productos de la erosión de relieves formados por rocas
magmáticas básicas en el antiguo fondo marino. El metamorfismo transformó los sedimentos en
esquistos de colores claros (grises plateados y verdosos) con delgadas pasadas negras, calcoesquistos,
cuarcitas y mármoles; las rocas básicas en eclogitas y anfibolitas; y las ultrabásicas en serpentinitas
(que se han explotado en las canteras del Barranco de San Juan y S del Trevenque como roca
ornamental).
Transformaciones de las rocas durante la Orogenia Alpina
En un momento mal definido del Mesozoico final (Cretácico) la cuenca de depósito comenzó a
cerrarse. Ello estuvo relacionado con fenómenos de carácter global, ligados a la tectónica de placas:
África, que se había alejado de Iberia-Europa desde el final del Paleozoico, comenzó a desplazarse
contra ellas, comprimiendo a las cuencas antes abiertas. Esto provocó la subducción de la litosfera
delgada y densa de la cuenca abierta en el conjunto del Mulhacén, arrastrando su sustrato de rocas
básicas y ultrabásicas, y los sedimentos suprayacentes, bajo terrenos Alpujárrides y -éstos- bajo el
Complejo Maláguide (hoy erosionado en Sierra Nevada). Así, la litosfera fría y delgada del conjunto
del Mulhacén penetró hasta gran profundidad (no menos de 30-50 km) bajo otra gruesa y caliente
siendo sus rocas intensamente deformadas y metamorfizadas. Las rocas básicas fueron
transformadas primero en eclogitas, en condiciones de alta presión y baja temperatura, y luego en
anfibolitas bajo condiciones de menor presión; los sedimentos se transformaron en esquistos,
gneises, cuarcitas, calcoesquistos y mármoles con diversos tipos de minerales dependiendo de las
condiciones metamórficas.
La deformación dúctil (plástica) de las rocas a gran profundidad generó el plegamiento y la foliación
de las rocas de Sierra Nevada. Esta estructura, también llamada esquistosidad por ser típica de los
esquistos, es una disposición en superficies más o menos planas, desarrollada por reorientación y
neoformación de minerales laminares (micas), por deformación y metamorfismo. Por encima de la
zona de subducción, donde se ubicaban los terrenos alpujárrides, la deformación fue también intensa
y las rocas aparecen también muy replegadas. Pero, al haber estado a menor profundidad y ser de
litología diferente, los carbonatos alpujárrides se deformaron también frágilmente, rompiéndose,
como sucede con las dolomías del Trevenque, que la erosión deshace en “arenales”. El acortamiento
asociado al cierre de las cuencas provocó el cabalgamiento de unas partes sobre otras y la
superposición tectónica de sucesiones estratigráficas antes adyacentes formando láminas
cabalgantes que se recubrieron unas a otras decenas de kilómetros desde el SE al NO: de hecho, las
rocas del Trevenque, Alayos, Huenes, etc. se depositaron cientos de kilómetros al SE de la posición
actual de Sierra Nevada.
Relieve y glaciarismo
Al final del Mioceno Inferior (15-20 Ma) las rocas de Sierra Nevada colisionaron con Iberia,
deformando a los sedimentos depositados sobre su margen meridional (Zonas Externas Béticas).
Entonces el conjunto del Mulhacén, con el Alpujárride encima, se superpuso al del Veleta y comenzó
el abombamiento antiforme de la pila de unidades tectónicas previamente formada. También hubo
movimientos importantes dentro de la pila: las unidades alpujárrides se deslizaron hacia el W y SW
con respecto a las nevado-filábrides subyacentes, y también hacia el N y el S durante su plegamiento
posterior. No obstante, las primeras evidencias de creación de relieves importantes en Sierra Nevada
datan de hace solo unos 10 Ma. Justo antes se depositaron areniscas calcáreas y conglomerados con
abundantes restos de moluscos, algas rojas, briozoos, balánidos y foraminíferos. La presa de Canales
o el pueblo de Quéntar están sobre estas rocas, que son sedimentos marinos de plataforma somera
y agitada por corrientes. Hacia arriba pasan gradualmente a margas de ambientes más profundos y
tranquilos, como se observa en el Cerro de las Pipas, así llamado por los particulares moluscos
escafópodos que contienen (popularmente "pipas"). A partir de entonces, ingentes cantidades de
conglomerados con grandes bloques empezaron a llegar desde la sierra (que se levantaba muy
rápidamente) a las cuencas marinas circundantes, formando enormes abanicos deltaicos. Sus
estratos, expuestos por la erosión, alternan con sedimentos más finos con fósiles marinos de aguas
someras a profundas entre Dúdar, Güéjar y Pinos Genil, y con arrecifes de coral al N de Monachil, lo
que indica que el clima era entonces más cálido que hoy día.
Hace 7-8 Ma el mar se retiró pero el levantamiento de Sierra Nevada y la erosión continuaron:
rodeándola, ahora aparecían grandes abanicos aluviales al borde de cuencas ya continentales. Sus
conglomerados se observan entre Cenes y Pinos Genil, o en las trincheras de la carretera de la costa
entre el Padul y el río Dúrcal, donde están intercalados entre paleosuelos rojos, que indican climas
más cálidos y húmedos que los actuales. Depósitos equivalentes pero más modernos, del Plioceno y
Pleistoceno (Cuaternario antiguo), constituyen el Conglomerado de la Alhambra, cuyos clastos y
bloques son, curiosamente, mucho más redondeados que los de conglomerados más antiguos (como
testimonian los muros de mampostería de la Alhambra y del Albaicín, que son una especie de museo
urbano de las rocas de Sierra Nevada). Esto se explica porque esos clastos han sido sometidos a dos
sucesivos ciclos de erosión, transporte y depósito: el primero durante el Mioceno, el segundo durante
el Plio-Pleistoceno, conforme los conglomerados preexistentes eran erosionados al ser incorporados
a las laderas de la Sierra durante su levantamiento. El reciclado de los sedimentos favoreció la
concentración de los minerales más densos, como el oro, explotado ya por los Romanos en Cenes.
Fuera del ámbito de Sierra Nevada, los abanicos aluviales pasaban a ríos que, finalmente,
desembocaban en lagos al centro de las depresiones. Estos sedimentos fluviolacustres contienen
fósiles de organismos continentales, como grandes mamíferos, que permiten reconstruir, a los pies
de la Sierra, paisajes semejantes a los de las actuales sabanas africanas hasta hace unos 200.000 años.
Contemporáneamente, el relieve de Sierra Nevada se hacía más abrupto y las montañas ganaban
altura hasta alcanzar sus máximas cotas, a pesar de la enorme erosión de su parte central. Ello explica
por qué el modelado de sus altas cumbres fue condicionado primero por la erosión fluvial y, luego,
por la acción de los glaciares; y también por qué los procesos periglaciares (ligados a la acción de la
helada en altura) son los principales condicionantes de su morfodinámica actual. Los glaciares no
existen actualmente en Sierra Nevada, pero alcanzaron un cierto desarrollo durante los enfriamientos
climáticos que afectaron a la Tierra durante el Cuaternario. En Sierra Nevada se constatan claramente
por lo menos dos glaciaciones, que dejaron una marcada impronta en el relieve: circos (nuestros
corrales), aristas (crestones o raspones) picos (puntales), valles en U (algunos complejos, como el del
río Veleta, excavado en dos fases frías separadas por una fase de incisión fluvial desarrollada durante
un periodo interglacial), formas menores de abrasión glacial (estrías, acanaladuras, rocas
aborregadas, abundantes en la Cañada de Siete Lagunas o en Río Seco) o depresiones de
sobreexcavación. Éstas actualmente albergan lagunas, que están delimitadas, a veces, por morrenas
terminales.
Tras su liberación de los hielos hace unos 10.000 años, en las lagunas tuvo lugar una sedimentación
que constituye un archivo excepcional de los cambios medioambientales en Sierra Nevada y su
entorno, tanto naturales como inducidos por el hombre (calentamientos y enfriamientos
microclimáticos, periodos de sequía, actividades mineras, incendios forestales, evolución de cultivos
desde la Antigüedad...). Estos cambios se fechan con precisión mediante el método del C14, entre
otros, y dejan su señal en las propiedades físico-químicas de los sedimentos de las lagunas y,
especialmente, en su contenido en polen fósil.
BIBLIOGRAFÍA
RODRÍGUEZ-FERNÁNDEZ, Roberto (Ed.) (2017). Parque Nacional de Sierra Nevada: Guía Geológica.
Instituto Geológico y Minero de España - Organismo Autónomo de Parques Nacionales (Guías
geológicas de Parques Nacionales, 10). 324 páginas.
Ante un mapa de elevaciones del terreno (relieve) de la península ibérica, el macizo de Sierra Nevada
se visualiza rápidamente como una notable prominencia o promontorio orográfico, con altitudes que
sobrepasan los 3.000 metros sobre el nivel del mar. Un incremento de cota de 1.000 a 2.500 metros
sobre los territorios adyacentes, en su mayor parte depresiones detríticas postorogénicas. Esa gran
altitud imprime carácter, condicionando variables climáticas tan importantes como la precitación y la
temperatura. Esa es la principal razón por la cual Sierra Nevada posee asimismo una notable anomalía
pluviométrica positiva. "Dadme montañas, y os daré aguas", reza un sabio proverbio.
Consecuentemente, y con todo acierto, Sierra Nevada ha sido asimilada a una isla de precipitación o,
si se quiere también, a una mina de agua si se la compara con territorios vecinos, especialmente con
los existentes a sotavento (en la provincia de Almería). Pero hay otra peculiaridad hidrológica
sumamente interesante, derivada de la altitud, la nieve. Sus valiosas precipitaciones en forma sólida
proporcionan una regulación natural nada despreciable, sobre todo si tenemos en cuenta que nos
encontramos ante una abrupta montaña, de elevada torrencialidad potencial, caracterizada por
largos, calurosos y secos estiajes. Por tanto, aparte de mina de agua, también han hecho fortuna los
símiles de Sierra Nevada como despensa de agua o, mejor, como "embalse sin paredes".
Ahora bien, establecer con cierta precisión cual es la riqueza en aguas de Sierra Nevada y, menos aún,
cuál es su reparto espacio-temporal no ha sido (hasta el momento) tarea fácil. Ese es parte del trabajo
que lleva a cabo el Observatorio de Cambio Global de Sierra Nevada. Ello se explica por los muy
diferentes gradientes altitudinales de precipitación y temperatura, pero también en latitud (sur-
norte) y, sobre todo, en longitud (este-oeste). Y también porque disponemos de pocas estaciones
hidrológicas (meteorológicas y de aforos) fiables y de largas series, con ausencia hasta hace poco de
localizaciones de altura. En su momento (1985) se levantó con los datos disponibles un mapa de
isoyetas, en el que las precipitaciones medias superaban los 1.000 litros por metro cuadrado en las
zonas de cumbres del tercio occidental, mientras que en los bordes del extremo oriental almeriense
apenas alcanzaban los 300 litros. Por lo que respecta a los caudales específicos de sus ríos, un
parámetro interesante para evaluar los recursos superficiales, se extrapoló (en 1996) un valor
promedio de 9 litros por segundo y kilómetro cuadrado, con grandes oscilaciones según ríos y cotas
de estaciones de medida. Ello vendría a representar unos recursos superficiales próximos a 600
hm3/año, de los que cerca de 350 hm3/año corresponderían a la vertiente mediterránea (1.300 km2)
y 250 hm3/año a la atlántica (700 km2). En cualquier caso, estos recursos tienden a disminuir con los
años, no tanto por descenso de las precipitaciones medias, sino, sobre todo, por mayores pérdidas
evapotranspirativas, con una notable disminución de nevadas por incremento de la temperatura. Con
todas las cautelas, el reparto de recursos por cuencas podría ser aproximadamente el siguiente:
Guadalfeo 300, Genil 180, Fardes 70, Adra 30 y Andarax 15 hm3/año. A esos recursos habría que
sumar los subterráneos drenados por manantiales de borde, así como, sobre todo, por los
transferidos de forma oculta hacia niveles acuíferos de sierras y depresiones limítrofes. Esa partida,
por razones obvias, es más compleja aún de establecer que la anterior, pero se admite que su cuantía
podría rondar los 150 hm3/año.
Así pues, si sumamos ambas partidas (aguas superficiales y subterráneas), los recursos hídricos
medios de Sierra Nevada se estiman en unos 750 hm3/año. No están contabilizados ahí algunos
recursos consumidos en el interior del macizo, en especial por evapotranspiración para generación
de pastizales y regadíos. En fin, toda una mina de agua que es responsable de mantener la cubierta
vegetal existente y de generar por escorrentía (superficial y subterránea) abundantes lagunas, ríos,
arroyos, manantiales y aguas ocultas, tipos de aguas de las que hablaremos a continuación.
Lagunas y ríos
Las lagunas y los ríos son las manifestaciones de agua más vistosas y atractivas de Sierra Nevada.
Proceden de la escorrentía, tanto de fusión de nieve, como de precipitación, pero también del aporte
de nacimientos, la única alimentación que poseen en los largos, secos y calurosos estiajes. Si nos
dejamos llevar por el ciclo del agua, desde las más altas cumbres hasta las depresiones de borde, las
primeras aguas que nos encontramos en estiaje, cuando no queda nieve, son las de lagunas glaciares,
así como las de borreguiles, chancales y chortales (topónimos locales relativamente similares que
aluden a praderas encharcadas y nacimientos de agua). Las lagunas son auténticas reliquias, que aún
perviven colgadas a más de 2.600 metros de altitud tras la última glaciación, ocurrida hace unos
10.000 años. Cerca del cordón cimero de los tresmiles (en la mitad occidental del macizo) podemos
contabilizar hasta 74 lagunas, lagunillos y charcas. Por sus elevados valores ambientales, paisajísticos
y científicos, disponen de la máxima figura de protección, como Zonas de Reserva dentro del Parque
Nacional de Sierra Nevada.
En general, son pequeñas, poco profundas y bastantes de ellas temporales. La mayoría son de circo y
abiertas, algunas con emisario permanente (como la de la Mosca o Mulhacén, Hondera, Borreguil,
Misterioso, Gabata y Puesto del Cura, entre otras). Las cerradas, o sin emisario, son por el contrario
poco numerosas (Caldera, Caballo y Vacares, entre las más importantes).
Precisamente, son los emisarios de las lagunas abiertas el origen de los ríos más caudalosos, aquellos
que nacen en circos glaciares, habitualmente colmados de nieve hasta la primavera. Otros muchos
cauces de menor cota no disponen de morfologías glaciares en sus cabeceras. No obstante, y pese a
las diferencias, los ríos de esta montaña comparten un "sello" relativamente similar. Se trata de
cauces de elevadas pendientes, caudales mínimos invernales y máximos, incluso torrenciales, en
primavera (durante el deshielo), aguas puras, desmineralizadas y frías, y un típico funcionamiento
nivo-pluvial, que transiciona a pluvio-nival e incluso pluvial hacia el este.
En concreto, las cuencas orientales tienen menor altitud, superficie y precipitación, y una mayor
temperatura media, por lo que dan lugar a ríos bastante modestos, con deshielos atenuados y
adelantados con respecto a los del sector occidental. En este último sector, el de mayores altitudes,
se encuentran los ríos más torrenciales y caudalosos. El principal es el Genil (con un caudal medio
próximo a 2.500 l/s), al que siguen los ríos Poqueira y Trevélez, y detrás los de Dílar, Monachil y
Lanjarón. Tras nacer y discurrir por el núcleo esquistoso de la alta montaña, muchos de ellos se
encajan en profundos desfiladeros al paso por la orla carbonatada de la media y baja montaña. Muy
bellos son, al respecto, los cañones de los Cahorros (en el río Monachil), de los Alayos (río Dílar), de
las Buitreras (río Dúrcal) y del Bajo Trevélez.
Nacimientos y fuentes
Nacimientos, manantiales y fuentes son términos relativamente equivalentes, que se pueden agrupar
bajo la denominación genérica de surgencias. Con ese nombre nos referimos a cualquier tipo de salida
al exterior de aguas subterráneas. Durante mucho tiempo, el papel ejercido por las aguas
subterráneas de Sierra Nevada fue minimizado, al considerar que los materiales esquistosos (las tres
cuartas partes de la superficie del macizo, no confundir con la del espacio protegido, 1.500 km2)
tenían un comportamiento bastante impermeable. Con el paso de los años fue poniéndose en valor
el papel ejercido por las aguas subterráneas de los esquistos, de circulación más lenta y mayor
regulación, imprescindibles para entender el mantenimiento de lagunas y de caudales estivales, en
ausencia de nieve y precipitaciones. Sobre el terreno, especialmente en la alta montaña, se
comprueba que existe poco arrollamiento, indicio de que la mayor parte de las aguas de fusión de
nieve y de precipitación se infiltran, discurriendo por el interior de la franja de alteración y de
depósitos glaciares y periglaciares que tapizan la roca virgen, intensamente plegada y fracturada. Con
mayor dificultad se produce circulación también a través de fracturas y otras discontinuidades
geológicas, así como de las capas de suelo (a cotas más bajas).
Todo ello explica el notable número de manantiales dispersos existentes, especialmente visibles en
verano al originar características manchas verdes de vegetación, como son las ligadas a incipientes
arroyos o a chortales y borreguiles. En general, se trata de manantiales difusos, de rápido
agotamiento, y aguas muy frías y casi desmineralizadas. Eso sí, conforme descendemos en altitud, los
nacimientos tienden a ser más escasos, puntuales y permanentes, con aguas de mayor temperatura
y mineralización. Por fin, en las partes bajas volvemos a encontrar nuevos manantiales, muchos
adecentados por la mano del hombre como fuentes de boca, entre las que destaca una sorprendente
variedad de calidades, en respuesta a flujos profundos, intermedios y subsuperficiales, y a la mezcla
de ellos. Quizás el caso más representativo sea el de la localidad de Lanjarón, con aguas frías y ligeras,
pero también termales y salinas, y una actividad balnearia y minero medicinal reconocida desde 1765.
En las partes bajas del macizo es frecuente la coincidencia en el espacio de aguas profundas y antiguas
que han circulado por fracturas, con otras someras y jóvenes, originadas (o mantenidas) por la recarga
anual desde ancestrales prácticas de derivación por acequias, careo y riego en bancales. Esta singular
"siembra", "cultivo" o "entretenimiento" de aguas en las laderas es responsable de muchas de las
fuentes frías y de baja mineralización que encontramos cerca de los pueblos de Sierra Nevada. Las
fuentes urbanas de los barrancos del Poqueira (Pampaneira, Bubión y Capileira), Trevélez, Bérchules,
y otros muchos, son pintorescas y bellísimas. En la callejuela o placeta más humilde de cualquier
pueblo serrano, podrá uno toparse con una fuente-abrevadero (algunas además con lavadero y
alberca), en rincones que parecen auténticas pinturas. También son destacables las fuentes de aguas
minero-medicinales, en gran parte ferruginosas (agrias) y gaseosas (picantes), entre las que tienen
fama las de Pórtugos, Lanjarón, Válor y Ferreirola.
Un caso diferente es el de los manantiales ligados a los acuíferos kársticos (dolomías sobre todo) de
la media y baja montaña del sector occidental de Sierra Nevada, donde ocupan 300 km2, el 15% de la
superficie del macizo. En el fondo de los desfiladeros encajados por los ríos, y en sus bordes de falla
con materiales detríticos de las depresiones postorogénicas del contorno, encontraremos
nacimientos de agua (muchos difusos al lecho de cauces) extraordinariamente puros, de baja a media
mineralización y lentos agotamientos. A este tipo de surgencias se debe, por ejemplo, el humedal de
la turbera de Padul. En numerosas ocasiones, estos acuíferos dolomíticos son explotados además por
sondeos para abastecimiento y regadío. Los recursos subterráneos drenados de forma oculta hacia
depresiones limítrofes constituyen auténticos tesoros para su explotación en abastecimiento y
regadío, pero de eso trata el epígrafe siguiente.
Para concluir, este último apartado retoma el nombre dado a este apartado (cápsula), y que era: “El
agua: el gran tesoro de Sierra Nevada”. Que Sierra Nevada es una mina de agua ya se justificó en el
primer epígrafe, al tiempo que sus abundantes lagunas, ríos y manantiales fueron objeto de los dos
siguientes. Pero una cosa es ser generosa en aguas y otra que estas lleguen a alcanzar la categoría de
tesoro. Y de eso hablamos ahora, de las diferentes bondades que atesoran estas aguas. En primer
lugar, habría que resaltar los beneficios ecosistémicos que brindan a la vida animal y vegetal. “Donde
hay agua, hay vida”, dice otro sabio proverbio. Y esa vida incluye también a la de los hombres, que
desde la Prehistoria se asentaron, precisamente por la riqueza en aguas, en los bordes de Sierra
Nevada, con la posterior colonización de laderas por el ascenso de pastores y labradores. En la
domesticación de las torrenciales aguas de los deshielos, para acompasarlas a las necesidades
agrícolas y de abastecimiento, y a su empleo en ingenios hidráulicos, se construyó sobre todo en
época árabe todo un denso entramado de acequias de careo y riego, que recorre las laderas a
diferentes cotas y en todas direcciones. Un eficiente sistema de regulación y recarga que ha
conformado un paisaje cultural diverso y valioso, en el que destaca su aspecto húmedo, arbolado y
fértil. Un hermosísimo y genuino paisaje cultural, que tiene su cenit en la turística comarca de la
Alpujarra.
Pero las aguas de Sierra Nevada, aparte de constituir un tesoro ambiental y socioeconómico de
primera magnitud, son también un tesoro para el cuerpo y el espíritu. Entra ahí una enorme variedad
de actividades de disfrute y ocio. Es el senderismo y el montañismo que busca la amable compañía
de las aguas, pero también es la aventura de los deportes de agua (barranquismo, natación, pesca,
piragüismo, etc.). Y no me olvido del deporte de mayor impacto económico, el esquí, que se realiza a
fin de cuentas sobre agua, aunque sea sólida. Y tampoco quiero olvidarme del beneficio que prestan
a la salud estas aguas en áreas recreativas, zonas de baños, fuentes de boca, fuentes minero-
medicinales y usos balnearios.
Como se ve, un rico mosaico de tesoros ligados al agua, que hacen de ella un recurso natural
indispensable para entender y apreciar más a Sierra Nevada. Aguas que debemos usar con respeto y
sostenibilidad para el disfrute de las generaciones venideras.
BIBLIOGRAFÍA
CASTILLO MARTÍN, Antonio (2016). Lagunas de Sierra Nevada (2ª edición). Editorial Universidad de
Granada, 317 páginas.
CASTILLO MARTÍN, Antonio; DEL VALLE CARDENETE, Manuel; RUBIO CAMPOS, Juan Carlos y
FERNÁNDEZ RUBIO, Rafael (1996). "Síntesis hidrológica del macizo de Sierra Nevada (Granada y
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MÓDULO 3
Geobotánica
Sierra Nevada es la culminación de las cordilleras Béticas, el sistema montañoso más meridional de
la península ibérica. No solo es la montaña más elevada, con más de 1.000 m de altitud sobre las
altitudes máximas del resto. También recoge en sus laderas y sierras secundarias gran parte de la
riqueza biológica del resto del sistema montañoso.
Clemente (1804) y Boissier (1839-1845) fueron los primeros autores que ofrecieron una visión
geobotánica de Sierra Nevada, a la que dividieron en tramos altitudinales en función de la flora y la
vegetación que cubre sus laderas. Seis Zonas geográfico-botánicas de Sierra Nevada distinguió
Clemente y cuatro Regiones de vegetación estableció Boissier, en un adelanto de lo que se llamarían
pisos de vegetación. Hoy día hablamos de pisos bioclimáticos al referirnos a tramos altitudinales o
latitudinales caracterizados por determinados valores de temperatura, distinguiéndose termotipos,
y de precipitación, en que se distinguen ombrotipos. En Sierra Nevada podemos distinguir hasta cinco
termotipos distintos, desde el termomediterráneo hasta el crioromediterráneo, y cinco ombrotipos,
desde el árido superior al húmedo, si bien estos dos mencionados tienen una presencia muy escasa,
predominando los tipos seco y subhúmedo. La relación, a través de la aplicación de índices
bioclimáticos, entre las características del entorno natural (geología, orografía, clima, etc.) y el
reconocimiento de especies, comunidades y series de vegetación, ha permitido establecer en Sierra
Nevada un total de 8 espacios homogéneos (distritos), incluidos en otros espacios más amplios (5
sectores, 2 provincias), que constituyen la tipología biogeográfica del territorio. De esta forma quedan
diferenciados los siguientes territorios: 1.- Sector Nevadense, que es la parte central, con sustratos
metamórficos, silíceos, que comprende las alturas más elevadas y una superficie superior al setenta
y cinco por ciento de la Sierra. Incluye dos distritos; el Serrano Nevadense Oriental y el Serrano
Altonevadense. 2.- Sector Granadino-Serrano Almijarense, representado por el distrito Serrano
Trevenquino, con más del 10 por ciento de la superficie, caracterizado por el dominio del sustrato
rocoso dolomítico, siendo importantes los afloramientos arenosos. También por el distrito Vegano
Granadino, cuya superficie apenas llega al 0.3 por ciento y que incluye suelos arcillosos propios de la
Vega de Granada que aparecen en las laderas occidentales. 3.- Sector Alpujarreño-Serrano Gadorense
que, básicamente, comprende materiales calcáreos y dolomíticos en la falda sur de Sierra Nevada,
con dos distritos, Serrano Gadorense, con un aproximado 7 por ciento y Alpujarreño, con apenas un
1 por ciento. 4.- Sector Almeriense, con el distrito Almeriense Occidental, territorio cálido, con
ombroclima árido superior o semiárido y que se distribuye en la base y laderas orientales, con una
superficie de un 5 por ciento. 5.- Sector Hoyano Accitano-Bastetano, con el distrito Hoyano Accitano
que ocupa un 0.7 por ciento.
En los ambientes de ribera, el sauce más extendido es el atroceniciento, Salix atrocinerea, existiendo
en las cabeceras de los ríos del distrito Altonevadense el sauce cabruno, Salix caprea, otra especie
boreal que llega a su límite sur en Sierra Nevada. El aliso, Alnus glutinosa solo está presente en el
borde de algunos ríos. En los suelos ribereños no alterados aparecen fresnos, Fraxinus angustifolia y,
en contacto con el bosque circundante, en general de melojos, se refugian en ellos el arce granadino,
Acer granatense, cerezos silvestres, Prunus avium, serbales, Sorbus torminalis, algún maguillo o
manzano silvestre, Malus sylvestris e, incluso, tejos, Taxus baccata, que llega a formar tejedas en
algunos barrancos húmedos y umbríos.
Flora característica
Cada distrito presente en Sierra Nevada tiene series de vegetación, comunidades y taxones propios,
muchos de ellos endémicos. Destacaremos algunos de los elementos más característicos en la zona
basal y media montaña nevadense. En el alto matorral, con varias especies de rosales, agracejos,
espinos, guillomos, durillos, piornos y madreselvas, son llamativos piornos como el rascaviejas,
Adenocarpus decorticans, el escobón o retama negra, Cytisus reverchonii, el majuelo de ramas
rojizas, Crataegus granatensis, madreselvas como Lonicera arborea, L. splendida, el durillo,
Cotoneaster granatensis y el espino negro o endrino penibético, Prunus ramburii. Entre el tomillar y
arbustos almohadillados, sobre sustrato silíceo, los piornos Genista versicolor, Cytisus galianoi y
Astragalus nevadensis, los tomillos Thymus serpylloides y T. baeticus, zahareñas; Sideritis glacialis,
Sideritis hirsuta nivalis, entre otras especies. Sobre sustrato calizo y dolomítico, piornos espinosos
como Echinospartum boissieri, Astragalus granatense y Erinacea anthyllis, Lavatera oblongifolia
(malva de las Alpujarras), salvias y lavandas; Salvia lavandulifolia, S. candelabrum, Lavandula lanata,
tomillos como Thymus longiflorus, T. zygis gracilis, etc.
Hay tres territorios en Sierra Nevada, aparte de sus cumbres, que merecen ser destacados: la Dehesa
del Camarate, zona que conserva bosques de hoja caducas y que evoca paisajes norteños. En la
actualidad se ha convertido en objetivo de excursionistas y senderistas que llaman al lugar "el bosque
encantado" al presentar un bello contraste cromático en otoño las pardas y rojas copas de los
melojos, arces, mostajos, sauces, abedules y alisos. Otro espacio, muy original, es el conjunto de
dolomías fracturadas que ocasionan extensos y potentes arenales de dolomías, existentes en los
alrededores del Trevenque. La vegetación es muy abierta y domina un tomillar con un elevado
porcentaje de endemismos: Erodium boissieri, E. astragaloides, Helianthemum pannosun, H. estevei,
Santolina elegans, Rotmaleria granatensis, Convolvulus boissieri, Thymus granatensis, etc. El tercer
territorio a destacar, en la base del extremo sur oriental de Sierra Nevada, es el perteneciente al
distrito Almeriense Occidental. El descenso de las precipitaciones en el sentido oeste-este es muy
llamativo y en este distrito las lluvias apenas llegan al ombroclima semiárido, provocando un acusado
contraste con el resto de la vegetación nevadense. El paisaje, muy desnudo de vegetación, llega a ser
semidesértico y las plantas existentes poco tienen que ver con el resto de la Sierra. Es un matorral-
tomillar xérico, también rico en endemismos, con plantas como Salsola papillosa, S. genistoides,
Hammada articulata, Euzomodendron bourgeanum, Limonium insigne, Withania frutescens, etc.
El piso de vegetación altioreíno comienza por encima del límite de los bosques actuales, o de los
pretéritos hasta la deforestación generada por el hombre desde hace al menos 4.000 años y que se
intensificó en el último milenio. En la actualidad este límite se sitúa por encima de los 2.450 m (± 100
m), que representa el límite natural del bosque (timber line), hoy desaparecido pero parcialmente
reconstruido con repoblaciones de Pinus sylvestris nevadensis, autóctono, aunque también con Pinus
uncinata e híbridos con variedades de pinos silvestres pirenaicos. Desde el punto de vista bioclimático
este piso corresponde al horizonte superior del piso oromediterráneo, con vegetación potencial de
enebros con sabinas y piornos (Genista versicolor, Cytisus galianoi) y al piso crioromediterráneo, con
un pastizal seco, poco denso, de plantas perennes, enanas, que se inicia hacia los 2.800 m (± 50 m)
en la vertiente septentrional del distrito Altonevadense y los 3.000 m en la meridional y alcanza las
cumbres más elevadas de la Sierra. Es el mejor ejemplo oro superior-crioromediterráneo de toda la
Región Mediterránea. Las condiciones climáticas especiales separan este territorio del resto, al tener
una larga permanencia de nieve y temperaturas medias bajo cero que se prolongan durante seis o
más meses y un verano sin precipitaciones. De esta forma, el ombroclima, en general húmedo-
subhúmedo, presente en el oromediterráneo, se convierte, en altura, en seco e, incluso, en semiárido,
al aumentar los meses de temperaturas bajo cero. La acusada aridez estival y el aspecto pedregoso
y seco de las cumbres de Sierra Nevada contrastan con el de las comunidades vegetales herbáceas
siempre verdes de las depresiones y vaguadas adyacentes (borreguiles), con suelos profundos
hidromorfos o higroturbosos debido a la formación de fuentes y arroyos procedentes del deshielo.
La flora de este piso es muy rica en endemismos, muchos de ellos muy conocidos; así, en el tomillar
seco, plantas tan llamativas como Artemisia granatensis, Nevadensia purpurea, Eryngium glaciale,
Linaria glacialis, Viola crassiuscula, etc., y en los borreguiles, entre otras, Gentiana verna sierrae,
Plantago nivalis, Ranunculus alismoides, Veronica nevadensis, Pinguicula nevadensis. En el piso
crioromediterráneo existen 185 especies, 69 endémicas (37.3%) y 25 asociaciones vegetales, todas
endémicas (100%).
BIBLIOGRAFÍA
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essential tools towards a consistent biogeographic district typology of Sierra Nevada National Park
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of the Iberian Peninsula, Plant and Vegetation 13: Chapter 4: 143-247. Springer International
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Introducción
El Espacio Natural de Sierra Nevada es uno de los más extensos de la red de Parques Nacionales de
España. Buena parte de su territorio se sitúa por encima de los 2.400 metros de altitud, en donde la
nieve permanece casi de forma continua durante 4 o 5 meses. La vegetación es rala, la precipitación
muy escasa y la insolación elevada lo que da una imagen de un espacio carente de vida. Nada más
lejos de la realidad. Sierra Nevada, gracias a su posición latitudinal y al fuerte gradiente altitudinal
que tiene, ha servido y sirve de refugio para especies de orígenes geográficos y temporales muy
diferentes, ofreciendo en la actualidad una amalgama y una proporción de especies por encima de lo
que sería de esperar dada su relativamente pequeña extensión. Sierra Nevada esconde un mundo
tremendamente interesante pero minúsculo en su mayoría o de formas pocos vistosas en general,
que vive entre los piornos, liba en los tomillos o se refugia bajo piedra, quedando invisible para la
mayor parte de los ojos, pero que renace, año tras año, nevada tras nevada y contribuye a que Sierra
Nevada sea, con todo derecho, uno de los ambientes más diversos y con mayor número de especies
endémicas de toda la península Ibérica y del Mediterráneo oriental. De hecho la diversidad conocida
supera de momento las 4.000 especies, de las cuales alrededor de 3.700 son insectos y de ellas, en
torno a 150 son endémicas. Sin embargo su distribución en este espacio natural no es uniforme. En
general la mayor parte de las especies se sitúan por debajo de los 2.000 metros, sobre todo en el caso
de los vertebrados, pero no ocurre así para los artrópodos, los cuales son muy diversos por encima
de esta altitud, y son además los que proporcionan el mayor número de endemismos.
En estas líneas sólo vamos a resaltar una parte muy pequeña de las especies animales que viven en
todo este Espacio Natural protegido.
Los vertebrados
La fauna de vertebrados de alta montaña es bastante pobre. En concreto, entre los mamíferos
podemos considerar al topillo nival (Chyonomis nivalis) como el único que vive de forma exclusiva en
estos ambientes, en los canchales, en donde permanece activo tanto en verano como en invierno
incluso bajo varios metros de nieve. Estos roedores, junto con otras especies como el Pitymys
duodecimcostatus, son alimento muy solicitado por los zorros (Vulpes vulpes) y las comadrejas
(Mustela nivalis) entre otras especies.
Otro mamífero característico es la cabra montés (Capra pyrenaica hispanica) hoy día muy abundante
por estas altitudes, en donde se refugió y sobrevivió a la caza excesiva que se hizo sobre ella hasta los
años 70 y 80. Afortunadamente esta especie se encuentra hoy día tanto en las cumbres de Sierra
Nevada, como en los acantilados cercanos al Mediterráneo, lo que nos indica que tiene una gran
amplitud de hábitat y que por tanto no son las altas cumbres de Sierra Nevada su hábitat exclusivo.
Aprovechando los espacios abiertos, incluso alrededor de los 2.000 metros de altitud, podremos
avistar alguna liebre (Lepus granatensis). En zonas más bajas y preferiblemente boscosas se
encuentran tejones (Meles meles), garduñas (Martes foina), ginetas (Genetta genetta), gato montés
(Felix silvestris) y toda una serie de roedores y murciélagos proporcionando un total aproximado de
40 especies de mamíferos para el conjunto de Sierra Nevada.
En cuanto a las aves, la heterogeneidad de este macizo, sus bosques, matorrales, riberas, etc., permite
albergar hasta 241 especies. En la alta montaña, sin embargo, sólo podríamos señalar al acentor
alpino (Prunella collaris) como su habitante característico, incluso durante el crudo invierno. Cuando
desaparecen las nieves, las zonas de alta montaña son ocupadas por la collalba gris (Oenante
oenante) que pasa el invierno en África y cría en los páramos de Sierra Nevada y otras montañas
europeas. La alta montaña también se ve ocupada por algunas otras aves, que sin ser exclusivas de
ella, la habitan con una cierta regularidad. Cabe destacar a la chova piquirroja (Phyrrocorax
phyrrocorax) que utiliza dormideros en las paredes del Veleta y Mulhacén, la perdiz roja (Alectorix
rufa) o el águila real (Aquila chrysaetos) que anida en las cabeceras de la mayor parte de los valles de
Sierra Nevada y se pasea regularmente por las altas cumbres, en donde en los últimos años vuelven
a verse grupos de buitres leonados (Gyps fulvus) y algún quebrantahuesos (Gypaetus barbatus)
procedentes de las vecinas sierras de Cazorla, Segura y Castril.
En el caso de los reptiles, el patrón de distribución es muy similar. Unas pocas especies en la alta
montaña y mayor diversidad en las zonas bajas. Entre las especies de montaña hay que destacar a la
culebra lisa septentrional (Coronella austriaca) muy escasa y relíctica de las glaciaciones. Un poco más
frecuente es la víbora hocicuda (Vipera latastei), que no es exclusiva de la alta montaña. En los últimos
años y como consecuencia seguramente del incremento de la temperatura, en algunos puntos de la
alta montaña puede verse también a la lagartija colilarga (Psammodromus algirus) y la ibérica
(Podarcis hispanica), propia de zonas situadas a menor altitud.
En los anfibios su ausencia de la alta montaña marca una característica de Sierra Nevada en
comparación con otros macizos alpinos. En las lagunas de origen glaciar del Pirineo o Alpes, no es rara
la presencia de anfibios, sin embargo en Sierra Nevada sólo algunas especies aparecen a cierta altitud
utilizando algunas charcas de riego, por ejemplo el sapo común (Bufo bufo) que ostenta el récord de
altitud al alcanzar los 2.600 metros. Salvo esta presencia, los arroyos y las lagunas existentes en el
entorno de lo 3.000 metros, están absolutamente desprovistas de anfibios. Parece ser que la alta
radiación solar es una de las causas más importantes que explica esta ausencia tan notoria.
Algunas de las escasas lagunas seminaturales situadas en el entorno de los 1.200 metros albergan
especies tan singulares como el gallipato (Pleurodeles waltl) o la ranita meridional (Hyla meridionalis),
ostentando en este caso las máximas altitudes alcanzadas por estas especies en la península ibérica.
La mayor abundancia de anfibios se produce por debajo de estas altitudes, tanto en los cursos
naturales como en las charcas y acequias dedicadas a la agricultura, pero en cualquier caso el número
de anfibios de este macizo es muy bajo pues sólo 7 de las 12 especies citadas para Granada se
encuentran en Sierra Nevada.
Por último los peces. Los ríos y arroyos de Sierra Nevada suelen ser en su mayor parte de poco caudal,
curso rápido, aguas frías y transparentes. Este tipo de agua es la adecuada para los salmónidos de los
que existen dos especies, una autóctona, la trucha común (Salmo trutta) que vive especialmente en
los tramos altos de la mayor parte de los ríos de esta montaña, y una especie alóctona, la trucha
arcoiris (Oncorrhynchus mykiss) que suele ocupar los tramos más bajos, aunque en algunos arroyos
esta especie ha desplazado a la autóctona.
Invertebrados Artrópodos
Cambiando de escenario zoológico pasaremos al hiperdiverso grupo de los artrópodos cuyos estudios
en Sierra Nevada datan de 1813. A partir de entonces el total de especies citadas para Sierra Nevada
se sitúa en al menos 3.700 especies de las cuales, alrededor de 150 son endémicas, número que sigue
incrementándose todos los años.
Es por tanto obvio que sólo podremos esbozar algunas pinceladas sobre los artrópodos de este
macizo.
Empezando por los arácnidos, destacamos la existencia de varias especies endémicas, como el
seudoescorpión Neobisium nivalis, o la araña Parachtes deminutus, ambas de las regiones
cacuminales, tal y como le ocurre al género y especie endémicos Roeweritta carpentieri, un opilión
bastante grande para lo habitual en este grupo. Esta especie es un buen ejemplo de cómo animales
que pueden parecer vulgares o incluso repulsivos para algunas personas, tienen un gran interés ya
que la presencia de géneros endémicos obedece a procesos muy particulares y de gran importancia
biogeográfica.
Los miriápodos son muy poco conocidos. Recientemente estudiando el Medio Subterráneo
Superficial de las regiones cacuminales, se han descrito dos nuevas especies para la ciencia, en
concreto Ceratosphys cryodeserti y Archypolydesmus altibaeticus, pertenecientes ambas a la familia
de los iúlidos.
Es en los insectos en donde la diversidad es mayor y a los que pertenecen la mayor parte de las
especies que viven en este macizo y la mayor parte de las endémicas por lo que es aún más difícil
resaltar algunas de ellas. Entre esas especies hay que incluir varios géneros endémicos como Baetica,
un ortóptero o Eulithinus, una tijereta, lo cual no ocurre en ningún otro macizo ibérico y no hace más
que potenciar el valor y el interés de la entomofauna de Sierra Nevada.
La mayor parte de estas especies endémicas se sitúan por encima de los 2.000 metros, en los prados
de alta montaña; pero también los piornales y tomillares son muy ricos y diversos. Pero el trabajo de
recolección y descripción de especies se considera aún muy incompleto. De hecho cada año se
describen nuevas especies para la ciencia quedando aún hay muchos grupos que están poco o nada
estudiados: ácaros, colémbolos, microlepidópteros, diferentes familias de himenópteros,
coleópteros, dípteros, etc, están prácticamente en mantillas. Todo ello lo que nos indica es que lo
que conocemos es sólo un fragmento de la realidad para el conjunto de los insectos y en concreto
para Sierra Nevada.
Algunos de los insectos más interesantes o más fáciles de observar están entre los ortópteros
(saltamontes y grillos), por ejemplo Baetica ustulata, áptero y de color negro en el dorso; género y
especie endémicos y relativamente frecuente en los piornales y tomillares por encima de los 2.300
metros. Otra especie típica y endémica es Eumigus rubioi, grande, de color pardo, sin alas y de
movimiento pesado. Puede pasar totalmente desapercibida la "tijereta de la sierra" (Eulithinus analis)
parecida a la tijereta común, pero con los cercos o pinzas más cortos y redondeados y de color oscuro
casi negro. En este caso, de nuevo, se trata de otro género y especie exclusivos de Sierra Nevada.
Entre los coleópteros la diversidad de especies endémicas es más elevada, reuniendo este grupo al
menos 96 especies endémicas en ocasiones compartidas por otras montañas próximas, de ellas
destacamos a Dinodes baeticus, más o menos frecuente por los pastizales y con colores metalizados,
o al género Iberodorcadium con dos especies: I. lorquini de color negro azabache brillante e I. zenete,
con franja longitudinales blanquecinas. Ambas son cerambícidos adaptados a la alta montaña,
ápteros y de tamaño relativamente pequeño. Un pequeño crisomélido, Labidostomis nevadensis, de
colores metálicos y aparentemente ligado a la amapola de Sierra Nevada, curculiónidos, cantáridos,
maláchidos, milábridos, tenebriónidos y otra serie más de familias son algunos ejemplos de la
tremenda diversidad y endemismos que proporcionan los coleópteros a estas montañas.
Un grupo más vistoso y que también encierra especies de interés, son las mariposas. La apolo de
Sierra Nevada (Parnassius apollo nevadensis), sin duda la más representativa. De gran tamaño, color
blanco, con bandas negras y ocelos naranja, es fácilmente distinguible del resto. Es uno de los claros
elementos relícticos de las glaciaciones del cuaternario. Otra especie también muy interesante es
Plebicula golgus, compartida entre Sierra Nevada y una pequeña población en la Sierra de Cazorla
Segura y las Villas. De pequeño tamaño Agriades zullichi vive ligada a una planta endémica, la Vitaliana
primuliflora, o Erebia hispania compartida exclusivamente con otra población en el Pirineo. Ambas
viven y vuelan pegadas al suelo evitando así los constantes vientos. Pseudochazara hippolyte es un
lepidóptero que no vuelve a aparecer hasta Asia central, distribución compartida por una hormiga
Rossomyrmex minuchae. Ambas especies nos hablan de un componente asiático y de una época en
la colonización de Sierra Nevada probablemente anterior a las glaciaciones del cuaternario.
BIBLIOGRAFÍA
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MÓDULO 3
El estudio del firmamento ha ido de la mano del desarrollo de las diferentes civilizaciones y ha sido y
es una importante fuente de conocimiento. Su observación fue determinante para el desarrollo de la
navegación por mar o para precisar el inicio de la época de siembra en las sociedades agrícolas. Nos
ha permitido conocer la posición de nuestro planeta en la galaxia, descubrir que compartimos
composición química con las estrellas, o que estas se mueven en esa bóveda que cubre nuestras
cabezas, a la par que la Tierra gira sobre su eje polar ofreciéndonos un majestuoso espectáculo
estelar. Un espectáculo al alcance cada vez de menos personas debido a la amenaza de la
contaminación lumínica.
Lo que convierte a un cielo en un laboratorio de ciencia desde el punto de vista astronómico son
fundamentalmente dos parámetros: por un lado, la ausencia de masas de nubes y aerosoles, que
tanto interfieren en las observaciones astronómicas. Por otro lado, la sequedad atmosférica. La
presencia de vapor de agua en la atmósfera, impide que la radiación la atraviese, actúa como un filtro,
lo que supone un problema para estudiar la radiación de los objetos astronómicos. Por tanto, cuanto
más seca sea la columna atmosférica que haya sobre un observatorio, mejor será la calidad de ese
cielo desde un punto de vista astronómico. En Sierra Nevada, confluyen estos dos aspectos, lo que
convierte a su cielo en uno de los lugares preferidos por los astrónomos de todo el mundo para
adentrarse en el conocimiento del Universo.
Historia del Observatorio de Sierra Nevada
El Observatorio de Sierra Nevada (OSN) está situado en el paraje de la Loma de Dílar, dentro de la
estación de esquí de Sierra Nevada (Granada), a 2900 metros de altitud.
El éxodo rural de los años 60 con el consecuente desarrollo y crecimiento de la ciudad de Granada,
provocó un aumento de la contaminación lumínica. De este modo, la colina de Cartuja deja de ser un
lugar adecuado para la observación astronómica. Había que buscar una nueva localización.
En 1965 el Padre Teodoro Vives fue nombrado director del Observatorio de Cartuja y comienza una
serie de reformas estructurales encaminadas a la modernización de este observatorio, con la vista
puesta en la construcción de una estación astronómica de alta montaña en las cumbres de Sierra
Nevada. El lugar elegido es el Mojón del Trigo, un pequeño montículo a 2600 m de altitud por encima
de la Hoya de la Mora, y bien situado por su proximidad al Parador de Turismo de Sierra Nevada, al
Albergue Universitario, y a la carretera que sube al pico Veleta.
Teodoro Vives no solo impulsó y situó el Observatorio del Mojón del Trigo en el mapa astronómico
internacional, también formó a un grupo de jóvenes físicos (Jose María Quintana, Ángel Rolland,
Eduardo Battaner) que fueron los creadores de uno de los centros de investigación en astrofísica de
referencia a nivel nacional e internacional, el Instituto de Astrofísica de Andalucía, que nació en 1975.
A mediados de los años 70 se observa un aumento de la altura media de la capa de inversión, por lo
que, si se querían mantener las excepcionales condiciones de observación propias de Sierra Nevada
había que buscar un nuevo emplazamiento a mayor altitud. El lugar elegido es la loma de Dílar, a 2900
metros de altitud, donde se construyó el actual Observatorio de Sierra Nevada.
Su construcción comienza en 1978, fruto de un acuerdo de colaboración entre el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) y dos instituciones extranjeras: una inglesa, el Science & Engineering
Research Council (SERC), y otra francesa, Centre Nationale de la Recherche Scientifique (CNRS). El CSIC
se comprometía a la construcción del observatorio y las citadas instituciones cedían dos telescopios,
de 75 cm el Observatorio Real de Greenwich y de 60 cm el Observatorio de Niza. (El telescopio de 75
cm fue cedido al Parque de las Ciencias, donde hoy en día se utiliza con fines educativos).
En el año 1980 se acaba la obra del OSN y se instalan los dos telescopios. En 1983 se comienza a
observar con ambos telescopios y con una tecnología de control desarrollada en el Instituto de
Astrofísica de Andalucía (fue la primera consola de control de telescopio y fotómetro fabricada en
España). Sin embargo, pronto se detectaron algunas deficiencias técnicas en el telescopio de 75 cm
que impedían la completa automatización de la observación astronómica.
Desde la observación de los objetos más cercanos a la Tierra dentro de nuestro Sistema Solar hasta
las galaxias más alejadas, pasando por las estrellas que habitan la Vía Láctea, el OSN ha sido y es un
excelente generador de conocimiento como lo demuestran los más de 20 artículos científicos
publicados en revistas internacionales cada año.
Los telescopios de 75cm y 60 cm fueron sustituidos en la década de los 90 por dos telescopios de
mayor apertura, 150 cm y 90 cm (T150 y T90) que son los que operan en la actualidad. Pero el OSN,
además de telescopios alberga otro tipo de instrumentación. Revisemos algunas referencias a la
actividad científica e instrumentación vinculada al OSN:
Estudio de variabilidad estelar con el T90: Las estrellas se monitorizan permanentemente (se trabaja
de forma coordinada con observatorios situados a lo largo de diferentes longitudes geográficas de la
Tierra) para conocer con precisión la variación que experimenta su luz en el tiempo.
Estudios de nebulosas planetarias: masas de gas y polvo que envuelven a algunas estrellas de masa
baja e intermedia en su etapa final de vida.
SATI: es un interferómetro que mide la luminiscencia nocturna o airglow, que es una débil emisión
de luz en la atmósfera que se origina por la recombinación durante la noche de átomos que fueron
ionizados durante el día por la incidencia de la luz del sol.Su observación visual es compleja ya que
requiere de cielos muy oscuros, sin contaminación lumínica y en todo caso nuestro ojo lo captaría
como un resplandor blanquecino o grisáceo, nunca de color.
Cámaras CCD: 5 cámaras conforman una estación de detección que vigila el cielo de Sierra Nevada
permanentemente en busca de meteoroides en un radio de unos 500-600 kilómetros.
(Localización: cualquiera)
El cielo comienza a incorporarse como recurso en las políticas de gestión de las áreas protegidas. Las
líneas principales de trabajo son la identificación de los impactos de cielos contaminados en la
biodiversidad y los ecosistemas o en la salud humana, el desarrollo normativo, la utilización del cielo
como recurso educativo y turístico y la protección de los observatorios astronómicos como puntos
de referencia y garantes de la calidad del cielo.
La alimentación, la respuesta ante los depredadores o la reproducción son algunos de los aspectos
del comportamiento de los seres vivos condicionados por los ciclos diarios de luz y oscuridad. La
desaparición de la oscuridad nocturna en muchas áreas de nuestro planeta es además una amenaza
para nuestra salud. Los seres humanos estamos preparados para estar despiertos y activos durante
el día y para dormir durante la noche. Es decir, disponemos de un reloj biológico (ritmos circadianos)
que regula nuestras funciones fisiológicas para que estas sigan un ciclo regular de 24 horas. Los
mayores índices de actividad fisiológica se producen durante el día, asociados a los índices de mayor
iluminación, mientras que esta actividad decrece significativamente durante la noche. El exceso de
iluminación durante la noche altera nuestro orden temporal interno, produciéndose lo que se conoce
como una cronodisrupción, que se traduce en alteraciones afectivas y cognitivas, enfermedades
cardiovasculares, alteraciones del sueño y alteraciones reproductoras, envejecimiento prematuro y
cáncer.
El hecho de que el 99% de la población de la Unión Europea viva bajo cielos contaminados (“The first
world atlas of the artificial night sky brightness”, Cinzano et al., 2001) convierte la observación desde
cielos de calidad en una actividad cada vez más demandada, lo que se traduce en un aumento del
turismo astronómico.
Cetursa, la empresa que gestiona la estación de esquí de Sierra Nevada, organiza cada año eventos
de observación astronómica en su campaña de verano. Los observatorios astronómicos son también
potenciales recursos turísticos, como ocurre con el Observatorio de Sierra Nevada (OSN). La visita
guiada al observatorio muestra los telescopios, la instrumentación y su funcionamiento.
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night sky brightness.” Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, Volume 328, Issue 3, 11
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