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Confrontacion Marx Leon

El documento presenta dos perspectivas sobre la propiedad privada: 1) Karl Marx critica la propiedad privada como una alienación de la vida humana y propone su supresión positiva para que los bienes sean apropiados por el hombre de forma universal. 2) El Papa León XIII defiende la propiedad privada como conforme a la naturaleza humana y justa, dado que cada persona tiene derecho a los frutos de su trabajo y a poseerlos. Critica las propuestas socialistas de eliminar la propiedad privada.

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Confrontacion Marx Leon

El documento presenta dos perspectivas sobre la propiedad privada: 1) Karl Marx critica la propiedad privada como una alienación de la vida humana y propone su supresión positiva para que los bienes sean apropiados por el hombre de forma universal. 2) El Papa León XIII defiende la propiedad privada como conforme a la naturaleza humana y justa, dado que cada persona tiene derecho a los frutos de su trabajo y a poseerlos. Critica las propuestas socialistas de eliminar la propiedad privada.

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EL BIEN COMÚN Y LA PROPIEDAD PRIVADA

(CONFRONTACIÓN I)
Texto 1
Karl Marx (1818-1883): La propiedad privada (Marx, 2001)
Así como la propiedad privada es sólo la expresión sensible del hecho de que el hombre al mismo tiempo se hace
objetivo para sí y se convierte para sí en un objeto ajeno y no humano, de que su manifestación de la vida es también
su alienación de la vida y su realización una pérdida de la realidad, una realidad ajena, del mismo modo la supresión
positiva de la propiedad privada, es decir la apropiación sensible de la esencia y la vida humanas, del hombre objetivo
y de las obras humanas, por el hombre y para el hombre, no deben ser considerados sólo en el sentido del placer
inmediato, parcial ni sólo en el sentido del poseer, del tener. El hombre se apropia su ser múltiple de una manera
universal y, por tanto, como hombre total. Todas sus relaciones humanas con el mundo – ver, oír, oler, gustar, tocar,
pensar, observar, sentir, desear, actual, amar -, en una palabra, todos los órganos de su individualidad, los cuales son
inmediatamente en su forma órganos comunes, la constituyen en su comportamiento objetivo o en su comportamiento
respecto al objeto la apropiación de ese objeto, la apropiación de la realidad humana; su comportamiento respecto al
objeto es la confirmación de la realidad humana. Ellos son múltiples como son múltiples las determinaciones esenciales
y las actividades humanas.

La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y parciales que un objeto es sólo nuestro cuando lo tenemos, cuando
existe para nosotros como capital o cuando es directamente comido, bebido, llevado encima del cuerpo, habitado por
nosotros, etc., es decir, utilizado de alguna manera, aunque la propiedad privada misma sólo concibe estas
realizaciones inmediatas de la posesión como medios de vidas y la vida, para la cual sirven como medios, es la vida de
la propiedad privada: trabajo y capitalización.

Así, todos los sentidos físicos e intelectuales han sido sustituidos por la simple enajenación de todos estos sentidos: el
sentido del tener. El ser humano tenía que ser reducido a esta absoluta pobreza para poder dar nacimiento a toda su
riqueza interior.

TEXTO 2:
Rerum Novarum (León XIII, 1891)
Documento de trabajo
2. Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes,
estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación.
Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los
ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias
clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita
fundamentalmente a las naciones.
3. Sin duda alguna, como es fácil de ver, la razón misma del trabajo que aportan los que se ocupan en algún oficio lucrativo y el fin primordial que
busca el obrero es procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa como suya. Si, por consiguiente, presta sus fuerzas o su habilidad a
otro, lo hará por esta razón: para conseguir lo necesario para la comida y el vestido; y por ello, merced al trabajo aportado, adquiere un verdadero y
perfecto derecho no sólo a exigir el salario, sino también para emplearlo a su gusto. Luego si, reduciendo sus gastos, ahorra algo e invierte el fruto de
sus ahorros en una finca, con lo que puede asegurarse más su manutención, esta finca realmente no es otra cosa que el mismo salario revestido de otra
apariencia, y de ahí que la finca adquirida por el obrero de esta forma debe ser tan de su dominio como el salario ganado con su trabajo. Ahora bien:
es en esto precisamente en lo que consiste, como fácilmente se colige, la propiedad de las cosas, tanto muebles como inmuebles. Luego los socialistas
empeoran la situación de los obreros todos, en cuanto tratan de transferir los bienes de los particulares a la comunidad, puesto que, privándolos de la
libertad de colocar sus beneficios, con ello mismo los despojan de la esperanza y de la facultad de aumentar los bienes familiares y de procurarse
utilidades.
Con lo que de nuevo viene a demostrarse que las posesiones privadas son conforme a la naturaleza. Pues la tierra produce con largueza las cosas que
se precisan para la conservación de la vida y aun para su perfeccionamiento, pero no podría producirlas por sí sola sin el cultivo y el cuidado del
hombre. Ahora bien: cuando el hombre aplica su habilidad intelectual y sus fuerzas corporales a procurarse los bienes de la naturaleza, por este
mismo hecho se adjudica a sí aquella parte de la naturaleza corpórea que él mismo cultivó, en la que su persona dejó impresa una a modo de huella,
de modo que sea absolutamente justo que use de esa parte como suya y que de ningún modo sea lícito que venga nadie a violar ese derecho de él
mismo.
8. Es tan clara la fuerza de estos argumentos, que sorprende ver disentir de ellos a algunos restauradores de desusadas opiniones, los cuales conceden,
es cierto, el uso del suelo y los diversos productos del campo al individuo, pero le niegan de plano la existencia del derecho a poseer como dueño el
suelo sobre que ha edificado o el campo que cultivó. No ven que, al negar esto, el hombre se vería privado de cosas producidas con su trabajo. En
efecto, el campo cultivado por la mano e industria del agricultor cambia por completo su fisonomía: de silvestre, se hace fructífero; de infecundo,
feraz. Ahora bien: todas esas obras de mejora se adhieren de tal manera y se funden con el suelo, que, por lo general, no hay modo de separarlas del
mismo. ¿Y va a admitir la justicia que venga nadie a apropiarse de lo que otro regó con sus sudores? Igual que los efectos siguen a la causa que los
produce, es justo que el fruto del trabajo sea de aquellos que pusieron el trabajo. Con razón, por consiguiente, la totalidad del género humano, sin
preocuparse en absoluto de las opiniones de unos pocos en desacuerdo, con la mirada firme en la naturaleza, encontró en la ley de la misma
naturaleza el fundamento de la división de los bienes y consagró, con la práctica de los siglos, la propiedad privada como la más conforme con la
naturaleza del hombre y con la pacífica y tranquila convivencia. Y las leyes civiles, que, cuando son justas, deducen su vigor de esa misma ley
natural, confirman y amparan incluso con la fuerza este derecho de que hablamos. Y lo mismo sancionó la autoridad de las leyes divinas, que
prohíben gravísimamente hasta el deseo de lo ajeno: «No desearás la mujer de tu prójimo; ni la casa, ni el campo, ni la esclava, ni el buey, ni el asno,
ni nada de lo que es suyo»(1).
17. Así, pues, quedan avisados los ricos de que las riquezas no aportan consigo la exención del dolor, ni aprovechan nada para la felicidad eterna, sino
que más bien la obstaculizan (7); de que deben imponer temor a los ricos las tremendas amenazas de Jesucristo(8) y de que pronto o tarde se habrá de
dar cuenta severísima al divino juez del uso de las riquezas.
Sobre el uso de las riquezas hay una doctrina excelente y de gran importancia, que, si bien fue iniciada por la filosofía, la Iglesia la ha enseñado
también perfeccionada por completo y ha hecho que no se quede en puro conocimiento, sino que informe de hecho las costumbres. El fundamento de
dicha doctrina consiste en distinguir entre la recta posesión del dinero y el recto uso del mismo. Poseer bienes en privado, según hemos dicho poco
antes, es derecho natural del hombre, y usar de este derecho, sobre todo en la sociedad de la vida, no sólo es lícito, sino incluso necesario en absoluto.
«Es lícito que el hombre posea cosas propias. Y es necesario también para la vida humana» (9). Y si se pregunta cuál es necesario que sea el uso de
los bienes, la Iglesia responderá sin vacilación alguna: «En cuanto a esto, el hombre no debe considerar las cosas externas como propias, sino como
comunes; es decir, de modo que las comparta fácilmente con otros en sus necesidades. De donde el Apóstol díce: "Manda a los ricos de este siglo...
que den, que compartan con facilidad"» (10).
A nadie se manda socorrer a los demás con lo necesario para sus usos personales o de los suyos; ni siquiera a dar a otro lo que él mismo necesita para
conservar lo que convenga a la persona, a su decoro: «Nadie debe vivir de una manera inconveniente» (11). Pero cuando se ha atendido
suficientemente a la necesidad y al decoro, es un deber socorrer a los indigentes con lo que sobra. «Lo que sobra, dadlo de limosna» (12). No son
éstos, sin embargo, deberes de justicia, salvo en los casos de necesidad extrema, sino de caridad cristiana, la cual, ciertamente, no hay derecho de
exigirla por la ley. Pero antes que la ley y el juicio de los hombres están la ley y el juicio de Cristo Dios, que de modos diversos y suavemente
aconseja la práctica de dar: «Es mejor dar que recibir» (13), y que juzgará la caridad hecha o negada a los pobres como hecha o negada a El en
persona: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (14). Todo lo cual se resume en que todo el que ha
recibido abundancia de bienes, sean éstos del cuerpo y externos, sean del espíritu, los ha recibido para perfeccionamiento propio, y, al mismo tiempo,
para que, como ministro de la Providencia divina, los emplee en beneficio de los demás. «Por lo tanto, el que tenga talento, que cuide mucho de no
estarse callado; el que tenga abundancia de bienes, que no se deje entorpecer para la largueza de la misericordia; el que tenga un oficio con que se
desenvuelve, que se afane en compartir su uso y su utilidad con el prójimo» (15).

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