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Revista de Historia Naval 160

Este documento presenta la revista número 160 del segundo trimestre de 2023 del Instituto de Historia y Cultura Naval de la Armada Española. Incluye artículos sobre las guerrillas navales de Filipinas, el contrabando de armas durante la Tercera Guerra Carlista, la influencia de la obra de Exquemelin en la historiografía anglosajona sobre la toma de Portobelo, la batalla de Riachuelo, un marino español del Renacimiento y noticias sobre historia marítima mundial. El consejo editorial está compuesto por acad

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Revista de Historia Naval 160

Este documento presenta la revista número 160 del segundo trimestre de 2023 del Instituto de Historia y Cultura Naval de la Armada Española. Incluye artículos sobre las guerrillas navales de Filipinas, el contrabando de armas durante la Tercera Guerra Carlista, la influencia de la obra de Exquemelin en la historiografía anglosajona sobre la toma de Portobelo, la batalla de Riachuelo, un marino español del Renacimiento y noticias sobre historia marítima mundial. El consejo editorial está compuesto por acad

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REVISTA

DE
HISTORIA NAVAL

Año XLI Segundo trimestre 2023 Núm. 160

INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL


ARMADA

MINISTERIO DE DEFENSA
INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL
ARMADA ESPAÑOLA

REVISTA
DE
HISTORIA NAVAL

Año XLI Segundo trimestre 2023 Núm. 160


REVISTA DE HISTORIA NAVAL

Presidente: D. Marcial Gamboa Pérez-Pardo, vicealmirante, director del Instituto de


Historia y Cultura Naval.

Director: D. José Ramó n Vallespín Gó mez, capitá n de navío, director del
Departamento de Estudios e Investigació n.

CONSEJO DE REDACCIÓN:

Vocales:
D. Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, R. Acad. Hist.a D. José Manuel Serrano Álvarez, Universidad de Sevilla
D. Carlos Martínez Shaw, UNED D. Juan Escrigas Rodríguez, cap. de navío
D. Juan José Sá nchez Baena, U. Murcia D.a M.a Carmen Teré s Navarro, Archivos Navales
D. David García Herná n, U. Carlos III D.a M.a Carmen Ló pez Calderó n, Museo Naval
D. Enrique Martínez Ruiz, U. Complutense D. José Antonio Ocampo Aneiros, coronel
D. José M.a Blanco Nú ñ ez, cap. de naví́o D. Juan Rodríguez-Villasante y Prieto, coronel
D.a Magdalena de Pazzis Pi y Corrales, U. Complutense D. Eduardo Bernal Gonzá lez-Villegas, cap. de navío
D. Mariano Cuesta Domingo, U. Complutense D. Adolfo Morales Trueba, coronel
D.a Marta García Garraló n, UNED

Secretario de Redacció n: D. José Enrique Guardia de la Mora, capitán de navío.


Asesor editorial: Juan Ozores Massó.
Redacció n, Difusió n, Distribució n y Administració n: D.a Ana Berenguer Berenguer; D. Manuel
Ángel Gó mez Mé ndez.

Publicació n trimestral: segundo trimestre de 2023.


Precio unitario revista: 5 euros.

SUSCRIPCIÓN ANUAL: Direcció n postal, tfno. y c.e.:

Precio suscripción España: 16 euros. Instituto de Historia y Cultura Naval.


Precio suscripción Europa: 25 euros. Juan de Mena 1, 1.a planta.
Precio suscripción resto del mundo: 30 euros. 28014 Madrid (Españ a).
Telé fono: 913 12 44 27.
NIPO 083-15-091-7 (edición impresa) c.e.: [email protected]
ISSN 0212-467X (edición impresa)

NIPO 083-15-092-2 (edición en línea)


ISSN 2530-0873 (edición en línea)

Depó sito legal M 16854-1983

Impreso en Españ a. Printed in Spain. Imprime: Ministerio de Defensa.

CUBIERTA ANTERIOR: Logotipo del Instituto de Historia y Cultura Naval.


CUBIERTA POSTERIOR: Del libro Regimiento de Navegació n, de Pedro de Medina (Sevilla, 1563).

Catálogo de Publicaciones
de la Administración General del Estado
https://cpage.mpr.gob.es

https://publicaciones.defensa.gob.es

Paseo de la Castellana 109, 28046 Madrid

Las opiniones emitidas en esta publicación son exclusiva responsabilidad de sus autores.
SUMARIO

Págs.

NOTA EDITORIAL .......................................................................... 7

Las Guerrillas Navales del Cuerpo de Voluntarios de Filipinas, por


Juan Carlos Rabanal Delgado ...................................................... 9

El contrabando de armas durante la III Guerra Carlista. El inci-


dente del Deerhound (1873), por Leopoldo Fernández Gasalla ... 49

Mitificar y mistificar. La influencia de la obra de Exquemelin en la


historiografía anglosajona sobre la toma de Portobelo (1668),
por Dario Testi .............................................................................. 85

La batalla de Riachuelo, por Pablo Palermo ..................................... 109

Don García de Toledo: semblanza de un marino español del Rena-


cimiento, por Fernando Santos de la Hera .................................... 143

La Historia Marítima en el Mundo, por Pedro Pérez-Seoane Garau ..... 167

La Historia Vivida: Un naufragio con mucha historia


Noticias Generales

Documento: Estado de fuerza y vida ................................................. 175

Recensiones: ....................................................................................... 179

3
COLABORAN EN ESTE NÚMERO

Juan Carlos RABANAL DELGADO es veterano del Cuerpo de Infantería de Marina, donde alcan-
zó el empleo de cabo 2.º Tras obtener la aptitud correspondiente, prestó servició en la Unidad
de Operaciones Especiales y está en posesión del curso de Cazador Paracaidista. Ingresó poste-
riormente en la Administración General del Estado, donde ha ocupado diversos puestos depen-
dientes de los ministerios de Interior, Asuntos Exteriores y Defensa, tanto en España como en
el extranjero. Entusiasta de la historia de la Infantería de Marina española, dedica parte de su
tiempo a su estudio e investigación, y a divulgarla en el grupo de la red social Facebook Apun-
tes históricos de la Infantería de Marina, del que es creador y administrador. Juan Carlos Raba-
nal Delgado es asimismo autor del ensayo Los (otros) Batallones de Marina, presentado a los
Premios Virgen del Carmen 2022.

Leopoldo FERNÁNDEZ GASALLA es doctor en Geografía e Historia, con premio extraordinario,


por la Universidad de Santiago de Compostela. Catedrático de Enseñanza Media y profesor de
Bachillerato Internacional, participa desde 2004 en el grupo de investigación Iacobus, de la
Universidade de Santiago, con el que ha colaborado en nueve proyectos de I+D financiados por
administraciones públicas. Ha impartido docencia en cursos y ciclos de las universidades de
Santiago de Compostela y Zaragoza, el Museo Arqueológico Provincial de Lugo, el Centro
Autonómico de Formación e Innovación (Xunta de Galicia) y el Museo Militar de A Coruña.
En el ámbito de la historia militar ha publicado el libro Galicia en la guerra de Sucesión, 1701-
1714 (Santiago de Compostela, Instituto Padre Sarmiento, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 2018).

Dario TESTI nació en Roma en 1986 y se licenció en Historia Moderna y Contemporánea en la


Università degli Studi di Roma La Sapienza en 2010. En la Universidad de León hizo el máster
en Cultura y Pensamiento Europeo en 2012, por el que recibió el premio extraordinario de fin
de máster. En 2017 obtuvo un Doctorado Europeo en Historia de América con el apoyo de las
ayudas ministeriales para la Formación de Profesorado Universitario (FPU). También ha reali-
zado dos estancias breves de investigación, financiadas por el Ministerio de Educación, Cultura
y Deporte, en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de Ciudad de México, en 2015, y
en la Università degli Studi di Firenze, en 2016. Actualmente es profesor en el CIEE (Center
for International Education and Exchange) de Roma. También es colaborador del Instituto de
Humanismo y Tradición Clásica y del Grupo de Investigación Reconocido «Humanistas»
(HUMTC), de la Universidad de León. Se dedica a temas de historia militar, cultural y social,
principalmente del periodo renacentista, así como a aspectos relacionados con los elementos
pedagógicos de los videojuegos, ámbito en el que ha publicado varios trabajos y participado en
numerosos congresos académicos.

Pablo PALERMO es abogado (Universidad de Buenos Aires, 1989). Dentro del ámbito jurídico
es autor de los libros El pedido de quiebra por el acreedor y Extinción del contrato de trabajo.
Algunas de sus formas. Magíster en Historia de la Guerra (Facultad del Ejército, Escuela Supe-
rior de Guerra Teniente General Luis María Campos, Buenos Aires, Universidad de la Defensa
Nacional, 2021), su tesis «La toma de Corrientes del 25 de mayo de 1865» fue calificada como
sobresaliente. En el campo de la historia es autor de los siguientes artículos: «La batalla de
Carrhae. Una visión integradora» (Casus Belli 1, dic. 2020), «Las Órdenes 506/82 y 507/82 y la
Fuerza de Tareas Mercedes» (ib. 2, feb. 2022), «La invasión de Corrientes de 1865 según la
doctrina militar de la época. El plan y su ejecución» (ib. 3, dic. 2022) y «La batalla de Cancha
Rayada: ¿un ejemplo del principio de sorpresa?», cuya publicación ya ha sido aprobada por el
Instituto de Historia y Cultura Militar de España. Asimismo, es autor del libro Corrientes 1865.
La victoria olvidada, todavía inédito pero ya en imprenta.
Fernando SANTOS DE LA HERA es doctor en Historia y máster en Documentos y Libros, Archi-
vos y Bibliotecas. Actualmente ocupa el puesto de técnico superior de archivos, dentro del
Cuerpo Facultativo de Archiveros del Estado, en la sede Juan Sebastián de Elcano del Archivo
Histórico de la Armada. Entre sus varias publicaciones merecen destacarse «Las lecturas de
Melchor Salazar Mendoza, rector del Colegio-Universidad de Osuna (1565)» (Archivo Hispa-
lense 98, núm. 297-299) y El libro en la catedral de Sevilla en el siglo XVII (Diputación Provin-
cial de Sevilla).

Pedro PÉREZ-SEOANE GARAU es capitán de navío de la Armada en la reserva. Piloto naval de


reactores, diplomado en Guerra Naval por la Armada argentina, en Estado Mayor de la OTAN
y en Seguridad de Vuelo en la Naval Postgraduate School (EE.UU.), es asimismo licenciado en
Derecho por la UNED. Ha participado como panelista en diversos simposios nacionales e inter-
nacionales relacionados con la política de defensa, entre otros en la Universidad Francisco de
Vitoria (2005), el Ministerio de Defensa de Ucrania (2007) y el Defence Planning Symposium
de la OTAN en Oberammergau (2003-2008). Participó con la ponencia «Reforma del Código
Penal militar» en las VI Jornadas de Jurisdicción Militar, celebradas en el Consejo General del
Poder Judicial. Fue miembro adjunto del Centro de Estudios de Derecho Internacional Humani-
tario de Madrid (2003-2005). Es autor del artículo «Misiones de paz en Centroamérica y Haití.
Participación de las Fuerzas Armadas españolas» (Cuadernos de Estrategia 131) y del ensayo
NATOʼS criteria for intervention in crisis response operations, publicado por el Royal Defence
College de Dinamarca (Copenhague 2013). Su tesis de fin de curso de Altos Estudios Interna-
cionales (SEI-Madrid 1998) versó sobre la «Reforma del Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas». El capitán de navío Pérez-Seoane Garau es actualmente director de la Biblioteca
Central de Marina, del Instituto de Historia y Cultura Naval de la Armada.
La REVISTA DE HISTORIA NAVAL es una publicación periódica trimes-
tral del Ministerio de Defensa, publicada por el Instituto de Historia y
Cultura Naval, centro radicado en el Cuartel General de la Armada en
Madrid, cuyo primer número salió en el mes de julio de 1983. Recoge
y difunde principalmente los trabajos promovidos por el Instituto y
realizados para él, procediendo a su difusión por círculos concéntricos,
que abarcan todo el ámbito de la Armada, de otras armadas extranjeras,
de la Universidad y de otras instituciones culturales y científicas,
nacionales y extranjeras. Los autores provienen de la misma Armada,
de las cátedras de especialidades técnicas y de las ciencias más hetero-
géneas.

La REVISTA DE HISTORIA NAVAL nació pues de una necesidad que


justificaba de algún modo la misión del Instituto. Y con unos objetivos
muy claros, ser «el instrumento para, en el seno de la Armada, fomen-
tar la conciencia marítima nacional y el culto a nuestras tradiciones».
Por ello, el Instituto tiene el doble carácter de centro de estudios docu-
mentales y de investigación histórica y de servicio de difusión cultural.

El Instituto pretende cuidar con el mayor empeño la difusión de


nuestra historia militar, especialmente la naval —marítima si se quiere
dar mayor amplitud al término—, en los aspectos que convenga para el
mejor conocimiento de la Armada y de cuantas disciplinas teóricas y
prácticas conforman el arte militar.

Consecuentemente la REVISTA acoge no solamente a todo el perso-


nal de la Armada española, militar y civil, sino también al de las otras
Marinas, mercante, pesquera y deportiva. Asimismo recoge trabajos de
estudiosos militares y civiles, nacionales y extranjeros.

Con este propósito se invita a colaborar a cuantos escritores, espa-


ñoles y extranjeros, civiles y militares, gusten, por profesión o afición,
tratar sobre temas de historia militar, en la seguridad de que serán muy
gustosamente recibidos siempre que reúnan unos requisitos mínimos de
corrección literaria, erudición y originalidad fundamentados en recono-
cidas fuentes documentales o bibliográficas.
NOTA EDITORIAL

Que la historiografía es una ciencia inexacta es ampliamente conocido,


pero no lo es tanto, al menos no entre el público no especialista, que de eso se
deriva que la historia, entendida como el producto de esa ciencia, debe ser
continuamente sometida a revisión, y que, si se concluye que no es correcta,
debe ser corregida. La REVISTA DE HISTORIA NAVAL tiene el cometido general
de publicar trabajos de investigación, y sus artículos, generalmente, completan
la historiografía existente sin tratar de modificarla. Es por ello oportuno
animar a quienes nos envían sus trabajos para su eventual publicación a volver
sobre lo publicado y estudiarlo con espíritu crítico, basándose cuanto sea posi-
ble en las fuentes originales. Oportuno sería, por ejemplo, revisar la muy
aceptada idea de que los publicistas navales extranjeros, europeos y norteame-
ricanos, que escribieron a finales del siglo XIX y principios del XX acertaron en
su interpretación de lo que había sido la estrategia naval española durante el
periodo de esplendor de España, no sea que, como en tantos otros aspectos de
nuestra historia, se hayan dejado llevar por los prejuicios. Muchos otros ejem-
plos se podrían dar de lo mismo, pero para muestra basta un botón. Esperamos
que con la apertura de la sede Juan Sebastián de Elcano del Archivo Histórico
de la Armada, prevista para este próximo otoño, la consulta de las mentadas
fuentes originales sea más accesible para los investigadores, facilitando así la
revisión que animamos a hacer.
Por otro lado, continuamos con el esfuerzo por mejorar el carácter científi-
co de la REVISTA, y confiamos en que en breve se vean frutos concretos de ese
afán, más allá de la mejora general de la calidad de los artículos que la
implantación de la revisión por críticos externos conlleva, y que estamos
seguros nuestros lectores ya han apreciado.

7
NOTA PARA NUESTROS SUSCRIPTORES

La REVISTA DE HISTORIA NAVAL actualiza perió dicamente la lista de


suscriptores, actualizació n que comprende, entre otras cosas, la
comprobació n y depuració n de los datos de nuestro archivo. Con este
motivo, apelamos a la amabilidad de nuestros suscriptores para que
nos comuniquen cualquier anomalía que hayan observado en su
recepció n, ya porque esté n realizando cursos de larga duració n, ya
porque hayan cambiado de situació n o de domicilio. Hacemos notar
que, cuando la direcció n de envío corresponda a un organismo o
dependencia oficial de gran tamañ o, conviene precisar no solo la
Subdirecció n, sino la misma Secció n, piso o planta, para evitar pé rdi-
das por interpretació n erró nea de su destino final.
Por otro lado, recordamos que tanto la REVISTA como los Cuader-
nos Monográ ficos del Instituto de Historia y Cultura Naval está n
tambié n a la venta en el almacé n del Centro de Publicaciones de
Defensa (Camino de los Ingenieros 6, 28047 Madrid) y el Ministerio
de Defensa (Pedro Teixeira 15 bajo, 28020 Madrid), al precio de 5
euros la REVISTA y de seis los Cuadernos.
La direcció n postal de la REVISTA DE HISTORIA NAVAL es:

INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL


C/ Juan de MENA 1, 1. PLANTA
A

28014 MADRID (ESPAÑ A)


TELÉ FONO: 913 12 44 27
C/E: [email protected]
REVISTA DE HISTORIA NAVAL
Segundo trimestre 2023
Nú mero 160, pp. 9-48
ISSN: 0212-467X (edició n en papel)
ISSN: 2530-0873 (edició n en línea)
RHN.01
https://doi.org/10.55553/603sjp16001

LAS GUERRILLAS NAVALES


DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS
DE FILIPINAS
Juan Carlos RABANAL DELGADO
Veterano del Cuerpo de Infantería de Marina
Recibido: 26/02/2023 Aceptado: 03/05/2023

Resumen

A imagen y semejanza de lo instaurado en la metrópoli, en los territorios


de la América española y Filipinas se levantaron, desde el inicio de la colo-
nización e integradas por los vecinos, debido a la carencia de tropas regula-
res, una serie de fuerzas para su defensa ante los ataques piráticos o de
diversas naciones europeas, fuerzas a las que se dotaría de una reglamenta-
ción a partir del último tercio del siglo XVIII, tras el envío de regimientos
peninsulares y la creación de otros con carácter fijo, convirtiéndose en auxi-
liares de estos. Así nacieron las «Milicias Disciplinadas» y, posteriormente,
los «Cuerpos de Voluntarios», con matices diferenciales entre ambas institu-
ciones.
Dentro de los segundos aunque con escasa vinculación a la Real Armada,
en Manila se constituyeron algunas unidades de este tipo que, bajo el nombre
de «Guerrillas Navales», lucharían contra el independentismo en el archipiéla-
go filipino (1896-1898).

Palabras clave: Infantería de Marina española, Cuerpo de Voluntarios,


Filipinas, Guerra de Independencia.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 9-48. ISSN 0212-467X 9


JUAN CARLOS RABANAL DELGADO

Abstract

In the image and likeness of what was established in the Metropolis, in the
territories of Spanish America and the Philippines a series of forces for their
defense rose up, from the beginning of colonization and made up of the neigh-
bors, due to the lack of regular troops. in the face of pirate attacks or from
various European nations, forces that would be endowed with regulations
from the last third of the 18th century, after the dispatch of peninsular regi-
ments and the creation of others with a fixed character, becoming their auxi-
liaries. This is how the «Disciplined Militias» and, later, the «Volunteer
Corps» were born, with differential nuances between both institutions.
Within the latter, although with little ties to the Real Armada, some units of
this type were formed in Manila which, under the name of «Naval Guerrillas»,
would fight against the independence movement in the Philippine archipelago
(1896-1898).

Keywords: Spanish Marine Corps, Volunteer Corps, Philippines, War of


Independence.

L
AS guerrillas navales del Cuerpo de Voluntarios de Filipinas fueron
unas pequeñas unidades constituidas en los albores de la insurrección
tagala de agosto de 1896. Integradas por ciudadanos españoles residen-
tes en Manila de procedencia diversa, adoptaron unos cometidos específicos y
propios de la Armada y su Infantería de Marina, contando para ello con varias
y pequeñas lanchas de vapor. Sus efectivos primigenios procedían del Bata-
llón de Leales Voluntarios de Manila, organizado pocas semanas antes con
objeto de auxiliar a las escasas tropas veteranas existentes.
La creación de este tipo de unidades milicianas en los territorios de la
América española tiene sus antecedentes en las Milicias Disciplinadas organi-
zadas en Cuba tras su recuperación por la corona española (1763). Las Mili-
cias Disciplinadas nacieron siendo capitán general de la isla Ambrosio de
Funes Villalpando (1763-1765), aunque su brazo ejecutor sería el mariscal de
campo Alejandro O’Reilly1, quien tomaría como referencia para su formación
las milicias levantadas en Castilla bajo el reinado de Felipe V. Este modelo
inicial de fuerzas auxiliares, hasta ese momento inexistente en América, sería
replicado progresivamente en el resto de los virreinatos y capitanías generales
del continente. Su historia, vicisitudes y campañas han sido profusamente
estudiadas y divulgadas por diversos autores2.

(1) Formadas en abril de 1764, su primer reglamento se aprobaría mediante real cédula de
19 de enero de 1769. TORRES RAMÍREZ, Bibiano: Alejandro O’Reilly en las Indias, CSIC,
Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 1969, p. 37.
(2) KHUETE, Allan J.: «La introducción del sistema de Milicias Disciplinadas en Améri-
ca», Revista de Historia Militar, núm. 47 (1979), Servicio Histórico Militar, Madrid, 95-112;

10 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 9-48. ISSN 0212-467X


LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

Sin embargo, las milicias constituidas en Filipinas carecen de un estudio


pormenorizado, el cual no se ha abordado siquiera en los trabajos que tratan la
organización militar española en el archipiélago, o en las obras referentes a la
propia historia de España en él3. Esta laguna historiográfica quizá responda al
retraso de su implantación en relación con las milicias «americanas», ya que
el establecimiento efectivo de las filipinas se demoraría hasta los primeros
años del siglo XIX; o tal vez esta preterición obedezca al supuesto menor inte-
rés mostrado por la metrópoli hacia el archipiélago, en comparación con los
territorios americanos. Al menos esta era la impresión dominante entre sus
gobernantes y vecinos, a tenor de sus manifestaciones; entre ellos estaba muy
extendido un sentimiento de olvido ante lo que entendían como dejadez hacia
el archipiélago de la metrópoli, la cual, a causa de la lejanía de aquel, lo
minusvaloraba. Sea como fuere, desde luego este «desdén» historiográfico no
puede justificarse por la ausencia de conflictos y enfrentamientos con los
habitantes de aquellas islas o con los distintos grupos de piratas moro-mala-
yos, radicados principalmente en Mindanao y Joló.
La pretensión de este trabajo no es revisar la historia de las diversas
unidades milicianas constituidas en Filipinas durante la soberanía española
del archipiélago. Estas páginas tienen un objetivo más concreto, limitado al
estudio de una parte de tales unidades: las «Guerrillas Navales», poseedo-
ras de connotaciones específicas y diferenciadas del resto. Con ello
también culminaremos la investigación sobre este tipo de unidades, de
inequívoco carácter naval, iniciada con el estudio de las concernientes al
Instituto de Voluntarios de la isla de Cuba4. Pero ¿qué papel desarrollaron
estas fuerzas durante su corta existencia, propiciada, primero, por la insu-
rrección tagala de 1896 y, posteriormente, por la guerra hispano-estadouni-
dense de 1898?
Para acometer su estudio y desarrollar su historial, ante la escasez de
documentos oficiales que nos permitan conocer sus vicisitudes, organización

MARCHENA FERNÁNDEZ, Juan: Ejército y milicias en el mundo colonial americano, Editorial


Mapfre, Madrid, 1992; ARAMBURU, Mariano: «Reforma y servicio miliciano en Buenos Aires
(1801-1806)», Cuadernos de Marte. Revista Latinoamericana de Sociología de la Guerra, año
I, núm. 1 (abril 2001), Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Socia-
les de la UBA, Buenos Aires; RODRÍGUEZ PÉREZ, Gabriel: «La defensa de América Central por
el general don Matías de Gálvez», Ejército, núm. 883 (2010), Ministerio de Defensa, Madrid,
108-114; FARFÁN CASTILLO, Andrés: Milicias y Milicias Disciplinadas del virreinato de la
Nueva Granada. La configuración de la defensa y la seguridad durante la segunda mitad del
siglo XVIII (tesis), Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2014.
(3) BARRANTES MORENO, Vicente: Guerras piráticas en Filipinas contra mindanaos y
joloanos, Imprenta de Manuel G. Hernández, Madrid, 1878; MONTERO VIDAL, José: Historia
general de Filipinas. Desde el descubrimiento de dichas islas hasta nuestros días, Imprenta
Viuda e hijos de Tello, Madrid, 1895; G.ª DE LOS ARCOS, M.ª Fernanda: Forzados y reclutas:
los criollos novohispanos en Asia (1756-1808), Potrerillos Editores, México, 1996.
(4) RABANAL DELGADO, Juan Carlos: «Las unidades de Infantería de Marina del Instituto
de Voluntarios de Cuba», Revista de Historia Naval, núm. 158 (2023), Instituto de Historia y
Cultura Naval, Madrid, 65-92.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 9-48. ISSN 0212-467X 11


JUAN CARLOS RABANAL DELGADO

y acciones, basaremos el trabajo en las memorias que los últimos capitanes


generales del archipiélago elevaron al Senado español al término de sus
respectivos gobiernos5. Por otra parte, dado que la mayoría de los datos de
que disponemos sobre ellas son escuetos y dispersos, diluidos en estudios
generales sobre la historia de Filipinas o en monografías acerca del conflicto
independentista, nos apoyaremos también en obras y trabajos que tratan
sobre el desarrollo de la campaña de Filipinas, como las publicadas por
Monteverde Sedano (1898), los hermanos Toral (1898), Sastrón y Piñol
(1901), Lozano Guirao (1983) o Cava Mesa (1998), entre otros. Por último,
manejaremos asimismo las múltiples crónicas periodísticas sobre la misma,
que revelan detalles interesantes de la participación en ella de estas guerrillas
navales6.
Al efecto, este trabajo se ha organizado en diferentes apartados que permi-
ten integrar el resultado de la investigación según el momento histórico en que
se produjo, aunando tanto las acciones en las que participaron las distintas
guerrillas navales formadas –ya fuera ante la inicial insurrección tagala como
en la posterior guerra hispano-estadounidense– con otras cuestiones relativas
a la iniciativa de su constitución, su área geográfica de actuación, medios que
disponían, o datos biográficos sobre algunos de sus jefes y de otros compo-
nentes de ellas, dando a conocer el perfil de aquellos sobre los que se ha podi-
do profundizar en su vida, antes y después de la pérdida de la soberanía espa-
ñola sobre el archipiélago.

Antecedentes

A lo largo de la historia militar de España, ninguna de las unidades levan-


tadas con carácter de milicia o bajo el amparo de los distintos cuerpos de
voluntarios fueron concebidas originalmente como fuerzas auxiliares de la
Real Armada: ni como complemento en sus cometidos más específicos de
navegación y maniobra o de control de las aguas litorales, ni como refuerzo de
sus «Tropas de Marina», máxime durante los periodos en que la entidad de
estas fue escasa. Esto se debe a que, tras la subida al trono de Felipe V, las
levas se regularon, diferenciaron y definieron en función de que el destino de
los alistados fueran los Reales Ejércitos o fuera la Real Armada. Y para pres-

(5) BLANCO Y ERENAS, Ramón: Memoria que al Senado dirige el general Blanco acerca
de los últimos sucesos ocurridos en la isla de Luzón, Establecimiento Tipográfico de El Libe-
ral, Madrid, 1897; PRIMO DE RIVERA Y SOBREMONTE, Fernando: Memoria dirigida al Senado
por el capitán general D. Fernando Primo de Rivera y Sobremonte acerca de su gestión en
Filipinas, Madrid, 1898; AUGUSTÍN DÁVILA, Basilio: Memoria dirigida al Excmo. Sr. Ministro
de la Guerra de los principales sucesos ocurridos en Filipinas y sitio de Manila durante el
mando del teniente general D. Basilio Augustín y Dávila, Manila, 1898.
(6) Procedentes de los partes de guerra que, a diario, eran difundidos por la capitanía
general de Filipinas y el Ministerio de la Guerra en Madrid, así como de crónicas de diversos
corresponsales.

12 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 9-48. ISSN 0212-467X


LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

tar servicio en esta se recurría a los inscritos en la Matrícula de Mar7, que


estaban en su totalidad excluidos de formar parte de milicias o regimientos
regulares.
A pesar de lo anterior, sí existieron unas denominadas «Milicias Costeras»,
que algunos autores también identifican como «milicias marinas»8, pero estas
debían su nombre, exclusivamente, al hecho de estar ubicadas en localidades
del litoral, no a su ámbito de actuación, aunque conformasen el primer recurso
defensivo ante cualquier amenaza o ataque procedente del mar. Estas Milicias
Costeras no fueron exclusivas de la metrópoli. Existe constancia de su forma-
ción en el virreinato de Nueva España desde mediados del siglo XVIII, integra-
das tanto por españoles como por indios, negros y mulatos. Su misión era la
vigilancia costera desde atalayas construidas al efecto, para «dar parte de las
embarcaciones que avistaban a la justicia territorial»9.
En lo que atañe específicamente a las Filipinas, el brigadier de la Real
Armada José Basco y Vargas, gobernador general del archipiélago entre 1778-
1787, trataría de regular las circunstanciales milicias que, de manera disconti-
nua, y más bien con carácter de unión temporal de vecinos, existieron desde la
toma de posesión de aquellas tierras por Miguel López de Legazpi (1565).
Basco intentaría darles un carácter fijo con la creación del Cuerpo de Mestizos
del Regimiento del Príncipe10, aunque, debido al escaso interés suscitado al
respecto entre los vecinos de Manila, no lograría alcanzar los objetivos marca-
dos. Así las cosas, para su implantación definitiva habría que esperar al

(7) Cuyo origen en España se remonta a 1625. Creada por real cédula de Felipe IV de
31de octubre, seguía la tendencia de otras naciones europeas. La Matrícula se iría perfeccionan-
do, a partir de 1717, con un primer registro marítimo en la provincia de Guipúzcoa, al que
seguirían una instrucción general de Patiño sobre la renovación de la inscripción (1726), y la
promulgación de las exenciones y privilegios de que debían gozar los matriculados (1737);
entre tales prerrogativas figuraba la de ser reclutados para los Reales Ejércitos, la cual se conso-
lidaría e implantaría de forma general tras la aprobación de la «Ordenanza para el régimen y
fomento de la marinería matriculada» (1751). VÁZQUEZ LIJO, José Manuel: «La Matrícula de
Mar y sus repercusiones en la Galicia del siglo XVII», Obradoiro de Historia Moderna, núm. 15
(2006), Universidade de Santiago de Compostela, 289-322, pp. 293-295.
(8) CONTRERAS GAY, José: «Las milicias en el Antiguo Régimen. Modelos, características
generales y significado histórico», Chronica Nova. Revista de Historia Moderna de la Univer-
sidad de Granada, núm. 20 (1992), p. 80; MARTÍNEZ-RADIO GARRIDO, Evaristo: La organiza-
ción de las milicias en Asturias bajo el reinado de Felipe V y el Regimiento Provincial de Ovie-
do, MINISDEF, Madrid, 2013, p. 114.
(9) «De acuerdo con los indios, estas se habían creado en 1768 con permiso del virrey
marqués de Croix; sin embargo, estos pueblos ya fungían como vigías por lo menos desde la
década de 1750, por lo que es posible que en 1768 solo hayan obtenido la confirmación oficial
de sus servicios y exenciones». GÜERECA DURÁN, Raquel Erendira: Las milicias de indios
flecheros en Nueva España. Siglos XVI-XVII (tesis de maestría), Universidad Nacional Autónoma
de México, 2013, p. 140, disponible en https://docplayer.es/43745608-Las-milicias-de-indios-
flecheros-en-la-nueva-espana-siglos-xvi-xviii-tesis-que-para-optar-por-el-grado-de-maestro-en-
historia.html, consultado el 13 de octubre de 2022.
(10) Formado en 1785, estaba integrado por individuos mestizos resultantes de la mezco-
lanza entre oriundos de China asentados en Manila y naturales del país. Su reglamento sería
aprobado por Carlos III en 1780.

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JUAN CARLOS RABANAL DELGADO

gobierno del brigadier de los Reales Ejércitos Rafael María de Aguilar y


Ponce de León (1795-1806), quien levantaría unas «Milicias Disciplinadas de
Granaderos de Marina» (1806), entre otras fuerzas de esta naturaleza. Las
Milicias Disciplinadas actuaron como fuerzas auxiliares de la Marina Sutil,
que dependía de Capitanía General y no de la Real Armada, y constituyen el
único precedente de milicia naval en el archipiélago.
En lo concerniente a los cuerpos de voluntarios, estos se formarían antes
en la América española que en la metrópoli. Así, con ocasión de las invasiones
inglesas al virreinato del Río de la Plata (1806-1807), ante la perentoria nece-
sidad de defender la plaza de Buenos Aires, tras su reconquista, de un segundo
ataque –que finalmente se produciría en 1807–, el capitán de navío Santiago
Liniers y Bremond, como responsable de la defensa de la ciudad y máximo
representante de la Corona tras la huida a Córdoba del virrey, Rafael de
Sobremonte, lanzaría una proclama a los porteños para formar diversas unida-
des de este tipo (a las que denominó «Tercios»), cuyos integrantes se agrupa-
rían según su procedencia geográfica en España:

«El justo temor de que veamos nuevamente cubiertas nuestras costas de aque-
llos mismos enemigos que poco hace hemos visto desaparecer (...) me hace espe-
rar que correréis ansiosos de prestar vuestro nombre para defensa de la misma
patria que acaba de deberos su restauración y libertad (...). A este propósito espero
que vengáis a dar el constante testimonio de vuestra lealtad y patriotismo, reunién-
dose en cuerpos separados, y por provincias, y alistando vuestro nombre para la
defensa sucesiva del suelo que poco hace habéis reconquistado.
Vengan pues los invencibles cántabros, los intrépidos catalanes, los valientes
asturianos y gallegos, los temibles castellanos, andaluces y aragoneses; en una
palabra, todos los que llamándose españoles se han hecho dignos de tan glorioso
nombre»11.

Seguidamente, tal vez tomando ejemplo de lo sucedido en Buenos Aires,


tras la invasión francesa de la Península de 1808, ante el temor a sufrir una
intervención semejante, en diversas ciudades del virreinato de Nueva España
se organizaron los «Cuerpos de Voluntarios de Fernando VII», a modo de
milicia urbana y por iniciativa popular. En el caso de Ciudad de México, las
clases adineradas formaron, además, los «Voluntarios de Nobles Patricios de
Fernando VII», con objeto de evitar entremezclarse con otros de base popu-
lar12. Mientras, en la Península, la primera fuerza miliciana se constituiría en
1823 con el nombre de «Cuerpo de Voluntarios Realistas»13.

(11) MERONI, Graciela: La historia en mis documentos I, Huemul, Buenos Aires, 1984,
p. 133, disponible en https://www.elhistoriador.com.ar/liniers-y-la-organizacion-de-la-defensa-
de-buenos-aires/, consultado el 11 de noviembre de 2022.
(12) RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Jesús: «Los Voluntarios de Fernando VII de Ciudad de
México. ¿Baluarte de la capital y confianza del reino?», Revista de Indias, vol. LXXIV, núm. 262
(2014), CSIC, Instituto de Historia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales, Madrid, p. 752.
(13) Gaceta de Madrid, 12 de junio de 1823, núm. 12, p. 33. Creado por la Regencia del
Reino durante el Trienio Liberal, tras la aprobación, el 10 de junio, del reglamento redactado al

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

Como vemos, ninguno de estos ejemplos afectaba, en cuanto a constitu-


ción y cometidos, a la Real Armada; a pesar de ello, es incuestionable que,
bajo el amparo de los oportunos reglamentos de las correspondientes institu-
ciones de voluntarios, tanto en Cuba como en Filipinas se formaron diversas
unidades con un carácter indiscutiblemente naval, aunque en el último regla-
mento de fuerzas de esta naturaleza publicado en la isla caribeña se recogería
específicamente la posibilidad de crear unidades de Infantería de Marina14.

Nacimiento y desarrollo de las guerrillas navales de Filipinas

En el archipiélago asiático, al igual que sucediera en Puerto Rico (1830)15 y


Cuba (1850)16, como reacción al amenazante incremento del sentimiento inde-
pendentista local se desarrolló un cuerpo de voluntarios a fin de defender la
soberanía española en el conglomerado de islas que lo constituían. No obstan-
te, su creación fue mucho más tardía que en el caso de los territorios caribe-
ños. Su nacimiento data de agosto de 1896, por iniciativa del gobernador del
archipiélago, el capitán general del Ejército Ramón Blanco y Erenas, quien
mediante llamamiento a la ciudadanía de la capital levantaría el «Cuerpo de
Leales Voluntarios de Manila»17 el 30 del citado mes. Para ello contaba con la
autorización que por telégrafo le había remitido el ministro de la Guerra,
teniente general Marcelo Azcárraga Palmero, en principio para constituir un
batallón. Los voluntarios acudirían al llamamiento en tal número y con tanta
rapidez que el 2 de septiembre la fuerza ya prestaba servicio18. Esta unidad,

efecto por la Junta Provisional de Gobierno en Burgos el 14 de mayo de ese año. Este cuerpo
efectuaría misiones de policía en las localidades bajo control de los «realistas», como fuerza
auxiliar de las tropas francesas enviadas por Luis XVIII para reponer en el trono a Fernan-
do VII, tropas que constituían Lʼexpédition dʼEspagne, popularmente conocida como los Cien
Mil Hijos de San Luis.
(14) NOVO G.ª, José (intr.): Novísimo reglamento del Instituto de Voluntarios de la isla de
Cuba, Imprenta de P. Fernández y Compañía, La Habana, 1892, art. 5, p. 9.
(15) Organizada mediante RO de 25 de enero de 1830, bajo la denominación de «Cuerpo
de Voluntarios Distinguidos de Puerto Rico», previo dictamen del Consejo Supremo de Guerra,
y a la par que siete batallones de Milicias Disciplinadas de dicha isla. Archivo General Militar
de Madrid, sec. Ultramar, Ministerio de Guerra, sign. 5608-02, p. 4.
(16) Aunque existieron con anterioridad a ese año otras unidades similares, además de las
ya citadas Milicias Disciplinadas (1764), como las denominadas de «Nobles Vecinos», institui-
das en 1850 por el entonces capitán general de la isla, el teniente general del Ejército Federico
Roncali Ceruti, como fuerzas auxiliares del ejército regular allí desplegado. Manual de instruc-
ción militar y reglamento comentado para el Instituto de Voluntarios de la isla de Cuba,
Imprenta del Diario del Ejército, La Habana, 1892, pp. 6-7.
(17) Cuya formación se autorizó mediante edicto de la sección política de la secretaría del
gobierno general de Filipinas el 30 de agosto de 1896. Gaceta de Manila, 31 de agosto, núm.
231, p. 966.
(18) BLANCO Y ERENAS, R.: Memoria que al Senado dirige..., p. 25, Biblioteca Virtual
Miguel de Cervantes (BVMC), disponible en https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/
bmc0884509, consultado el 15 de octubre de 2022.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 9-48. ISSN 0212-467X 15


JUAN CARLOS RABANAL DELGADO

manteniendo el formato de sus predecesoras americanas, sería levantada con


el aporte económico y el brío patriótico de los notables españoles residentes
en el archipiélago, y en ella se integrarían tanto españoles de origen como
«insulares»19.
La existencia, dentro del señalado cuerpo de voluntarios, de unidades de
carácter naval que apoyaran a las fuerzas del Ejército regular y de la Armada
destacadas al archipiélago filipino sería aún menor que en el caso de las orga-
nizadas en Cuba, a pesar de lo cual se tiene constancia de que se organizaron
tres contingentes bajo el término de «Guerrillas Navales»: la «Guerrilla de
San Miguel» y la «Guerrilla de San Rafael», que serían las dos primeras, y
posteriormente la «Guerrilla del Casino de Manila», conocida coloquialmente
como «del Casino».
Su nacimiento se produjo en los últimos días de agosto de 1896, con la
clara intención de combatir la insurrección, promovida por el Katipunan20 y
dirigida por Andrés Bonifacio, que comenzó el día 25. Los cabecillas del
levantamiento serían nativos residentes en diferentes barrios de Manila,
Caloocan y Tambobong, quienes al día siguiente tendrían el primer enfrenta-
miento con efectivos de la Guardia Civil de esta última población, al mando
del teniente Manuel Ros, así como en la de Banlac. La insurrección se exten-
dió rápidamente y tomó fuerza en la provincia de Cavite21, efectuando un
intento de asalto a Manila por Sampaloc el día 3022.
A los voluntarios de Manila se les dotaría de un «Reglamento Provisional
del Cuerpo de Voluntarios de Filipinas». Aprobado por el ministro Azcárraga
el 2 de diciembre de 1896, sería publicado en 189723, ya bajo el gobierno del
capitán general del Ejército Camilo García de Polavieja y del Castillo Negre-
te. Fruto de esta nueva regulación vería la luz la Guerrilla del Casino de Mani-
la, que sustituía a la originaria Ronda. Este reglamento provisional, en su
artículo 17, y a efectos de reclutamiento de sus integrantes, exigía que

«por parte de los jefes y autoridades, la más exquisita vigilancia y el tacto más
especial presidan la admisión de los individuos que han de nutrir las filas, no
debiendo ingresar en él más que los que gocen de buena reputación, fama y acri-

(19) Expresión con la que se denominaba a los ciudadanos de origen español nacidos ya
en Filipinas, a semejanza de «criollo», más utilizado para referirse a los de Hispanoamérica.
(20) El Kataastaasan Kagalanggalang ng Katipunan ng mga Anak ng Bayan (Venerable
Sociedad Suprema de los Hijos del Pueblo), más conocida como Katipunan, fue una sociedad
secreta, constituida el 7 de julio de 1892, que aglutinaría a todas las facciones nacionalistas
cuyo objetivo era alcanzar la independencia a través de la lucha armada.
(21) SASTRÓN Y PIÑOL, Manuel: La insurrección en Filipinas y guerra hispano-americana
en el archipiélago, Imprenta sucesora de M. Minuesa de los Ríos, Madrid, 1901, pp. 69-70.
(22) LOZANO GUIRAO, Pilar: «Filipinas durante el mandato del general Camilo García de
Polavieja», Anales de la Universidad de Murcia (Letras), vol. XLI, núm. 3-4 (1983), p. 96,
disponible en https://digitum.um.es/digitum/handle/10201/12842, consultado el 15 de octubre
de 2022.
(23) EJÉRCITO Y CAPITANÍA GENERAL DE FILIPINAS: Reglamento provisional de los Cuerpos
de Voluntarios de Filipinas, Imprenta Amigos del País, Manila, 1897.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

Ilustración 1. Fotografía de Federico Solé. La 8.ª compañía del Batallón de Leales Voluntarios
de Manila. La Ilustración Española y Americana, año XL, núm. 51, edición del 8 de noviembre
de 1896

solada honradez (…) además de ser español, tener aptitud física y haber cumpli-
do la edad de 17 años de edad, residir en la demarcación en la que se encuentre
el cuerpo al que se desea pertenecer y poseer renta, ejercer oficio, industria o
modo de vivir honroso o hallarse bajo la tutela de padres o parientes que le
mantengan».

Es decir, el voluntario no podía suponer ninguna carga para la administra-


ción militar o el Estado, hasta el punto de que aquellos que se integrasen en un
escuadrón de caballería debían tener caballo propio.
En lo que respecta a su consideración, las fuerzas de voluntarios serían
cuerpos auxiliares del Ejército, con dependencia directa del capitán general
del Filipinas (arts. 2 y 3). Estarían sujetas a las ordenanzas militares, siéndoles
de aplicación, por tanto, el fuero militar, aunque discriminando su aplicación
para algunos delitos si no existía estado de guerra (art. 121). Caso de haberse
declarado este, a sus miembros les sería computable su tiempo de servicio a
efectos de derechos pasivos (art. 128), y se les reconocía el disfrute de los
haberes, gratificaciones, ventajas y recompensas señaladas para los compo-
nentes de las Milicias Disciplinadas (artículo 137)24.
En cuanto a la uniformidad, y a diferencia del Instituto de Voluntarios de
la isla de Cuba, en el de Filipinas aquella debía diferenciarse claramente de
la reglamentaria en el Ejército, pero «asimilándose a ell[a] lo más posible»
(art. 32).

(24) A pesar de lo anterior, finalizada la guerra contra Estados Unidos, los voluntarios no
serían incluidos en el acuerdo de paz suscrito con este país, lo que les impediría gozar del dere-
cho de repatriación a España a costa del gobierno estadounidense, en contraste con los miem-
bros de las tropas regulares y de la administración civil en Filipinas.

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JUAN CARLOS RABANAL DELGADO

Con respecto a la organización y


composición de las fuerzas, el regla-
mento contemplaba la creación de
unidades tácticas, pero circunscritas
exclusivamente a las armas de Infan-
tería y Caballería (art. 5). El número
máximo de efectivos de una compa-
ñía se fijaba en 192, puntualizando
que, cuando el cómputo de volunta-
rios fuese inferior a 48 hombres, solo
podría constituirse en sección (art. 7).
Aunque, según lo estipulado
inicialmente, los voluntarios de Mani-
la se formaron como fuerzas de infan-
tería, seguidamente parte de los efec-
tivos del referido batallón «se
constituyeron en una guerrilla naval
[San Miguel], a bordo de una lancha
de vapor de su propiedad, que prestó
extraordinarios y valiosos servicios
en la bahía [de Manila], en el río
Ilustración 2. Decreto de 11 de enero de 1897. [Pasig] y en la laguna de Bay, organi-
Gaceta de Manila, núm 12 del 12 de enero 1897 zándose más tarde otra [San Rafael]
en igual forma y condiciones y
también con excelente resultado»25.
Sastrón y Piñol añade al respecto que

«la de San Miguel, que se organizó inmediatamente, y la de San Rafael después


(...), dotadas de excelente material naval y terrestre, tanto por mar y aguas de los
ríos y lagunas navegables, cuanto por tierra, prestaron señalados heroicos servi-
cios, vigilando zonas insurrectas en las que libraron rudos combates. El Casino
creó también una ronda que prestó arriesgadísimos servicios, y una guerrilla
después»26.

Posteriormente, el general Polavieja, tras ocupar el cargo de gobernador


general de Filipinas el 8 de diciembre de 1896, reorganizó el ejército de
operaciones en la isla de Luzón, y procedió a constituir por decreto nuevos
batallones de infantería y algún escuadrón de caballería en las provincias de
etnia no tagala, todos ellos integrados por voluntarios indígenas27. En la
misma disposición autorizó la formación de «unidades tácticas de voluntarios
por provincias o por regiones donde se hablase el mismo dialecto, que opera-

(25) BLANCO Y ERENAS: Memoria que al Senado dirige..., pp. 88-89.


(26) SASTRÓN Y PIÑOL, M.: La insurrección en Filipinas..., p.73.
(27) Decreto del capitán general de Filipinas de 11 de enero de 1897. Gaceta de Manila,
12 de enero de 1897, núm. 12, pp. 1-2.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

rán en el territorio en que se ha alterado el orden público solo mientras esta


alteración subsista con organización exclusivamente militar» (art. 1). El
número total de alistados ascendería a unos 2.30028. Con la nueva dirección de
las fuerzas por parte de Polavieja, y en virtud de las acciones que este planifi-
có y acometió, se logró sofocar la rebelión –pero no el movimiento indepen-
dentista– tras una importante campaña que duró del 15 de febrero al 7 de abril
de 1897, y en cuyo desarrollo inicial participarían efectivos de las guerrillas
navales.
Problemas de salud, sin embargo, obligarían al relevo del citado general,
que fue sustituido por el capitán general del Ejército Fernando Primo de Rive-
ra y Sobremonte, quien llegaría a Manila ese mismo abril. Bajo su mandato se
consiguió terminar con los últimos focos tagalos de resistencia en Luzón,
hostigando a los insurrectos hacia el interior de la isla, pero nunca se lograría
llegar a una paz definitiva, pese a la firma del «Acuerdo de Biac-Na-Bato»29
en diciembre de ese año.

Las guerrillas navales del Cuerpo de Voluntarios de Filipinas durante la


insurrección tagala (noviembre 1896-febrero 1897): acciones y hechos

Aunque el genitivo «de Filipinas» podría inducirnos a error y llevarnos


pensar que se instauraron en diversos puntos del archipiélago, su formación se
circunscribió a la ciudad de Manila, aunque su radio de acción se ampliaría
algo al participar en acciones en localidades y lugares de provincias limítrofes
como Cavite y Bulacán.
Como ya hemos dicho, el Reglamento Provisional de los Cuerpos de
Voluntarios de Filipinas, en línea con sus homónimos cubanos (1892), nada
menciona (ni aun implícitamente) sobre la organización de unidades de Infan-
tería de Marina o con funciones o misiones asimiladas a esta. Por esta razón,
el sobrenombre dado a las unidades que en mayor o menor medida cumplían
con esos parámetros fue el de guerrillas navales.
Sus historiales, o han desaparecido, o simplemente no existieron, pero las
crónicas de guerra publicadas en diferentes diarios españoles y filipinos de la
época, así como las referencias a ellas en alguna obra sobre la campaña de
Filipinas, nos han permitido conocer no solo la participación de las guerrillas
navales en determinadas acciones, sino también que intervinieron conjunta-

(28) «Quinientos constituían el llamado batallón de Ilongos, quinientos eran de Albay y


setecientos cuarenta y cinco ilocanos de las provincias de llocos Norte, Sur, Unión y Abra. De
estos presentaban montados ciento veintiocho. Unos cuatrocientos eran de Isabela y Cagayan.
También había una guerrilla de Macabebe». LOZANO GUIRAO, P.: «Filipinas durante el manda-
to...», p. 111.
(29) Firmado en la población que le da nombre entre el líder tagalo Emilio Aguinaldo y
una representación del capitán general Primo de Rivera. El acuerdo se llevó a cabo mediante la
interlocución del abogado filipino Pedro Alejandro Paterno y Devera-Ignacio, quien fungió
como intermediario entre ambas partes, e incluía el exilio de Aguinaldo a Hong Kong.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 9-48. ISSN 0212-467X 19


JUAN CARLOS RABANAL DELGADO

mente en varias de ellas (principalmente las de San Miguel y San Rafael)


como un componente más de las fuerzas regulares y asumiendo el papel
propio de la Infantería de Marina.

Guerrilla Naval de Voluntarios de San Miguel

Sería la primera en constituirse. Se formó a finales de agosto de 1896,


principalmente con personal de la administración civil de Manila. Debe su
nombre al barrio de San Miguel de esta ciudad. Su fundador y primer capitán
fue Carlos Peñaranda y Escudero30, quien mantuvo una estrecha amistad con
el contralmirante Patricio Montojo y Pasarón, comandante general del aposta-
dero de Filipinas entre enero de 1897 y septiembre de 1898. Su misión princi-
pal fue la vigilancia y protección de la desembocadura del río Pasig, para lo
que contaba con una lancha de vapor31.
Por sus cometidos actuó como fuerza auxiliar tanto de las fuerzas del Ejér-
cito como de las tropas regulares del Cuerpo de Infantería de Marina desplaza-
das desde la metrópoli, y llegó a efectuar algún desembarco. Su «Reglamento
para la organización y Régimen de la Guerrilla de San Miguel» sería aprobado
por el gobernador general de Filipinas el 19 de septiembre de 189632.
Su primera acción conocida se desarrolló en la provincia de Bulacán, junto
a la Guerrilla de San Rafael, siendo esta intervención conjunta de ambas la
primera de la que se tiene conocimiento. Su cometido fue apoyar a una colum-
na del Ejército al mando del comandante Francisco López Arteaga33. La

(30) Poeta lírico sevillano que desempeñó importantes cargos en la administración de


Puerto Rico, Cuba y Filipinas. En 1903 era inspector de Hacienda en Madrid. Como periodista,
fue redactor de la revista Gente Vieja y colaborador de los diarios La Ilustración Española y
Americana y El Noticiero de Manila. OSSORIO BERNARD, Manuel: Ensayo de un catálogo de
periodistas españoles del siglo XIX, Imprenta y Litografía de J. Palacios, Madrid, 1903, p. 338.
Fue también autor de la obra Ante la opinión y ante la historia. El almirante Montojo (Librería
de Fernando Fe, Madrid, 1900), en la que defendería la actuación del contralmirante durante la
batalla naval de Cavite.
(31) De nombre Holfast, había sido adquirida por los propios integrantes de la guerrilla,
aunque para el desempeño de sus misiones estos también embarcarían en la lancha cañonera
Conchita, la cual, según se recoge del testimonio de algunas crónicas periodísticas de la época,
sería asaltada y robada a finales de 1897: «El 1 de enero [de 1898] se presentó [en Imus] la
dotación de la lancha cañonera Conchita que prestaba sus servicios en la laguna de Bombon,
diciendo que una partida de tulisanes les había sorprendido y secuestrado. La lancha desapare-
ció y con ella el armamento de la dotación y un cañoncito que la guarnecía». Diario Las
Provincias (ed. de Valencia), año XXXIII, núm. 11.485, 4 de febrero de 1898, p. 1.
(32) OʼDONNELL Y DUQUE DE ESTRADA, Hugo: «El Cuerpo de Infantería de Marina, cues-
tionado y reorganizado a finales de siglo», XVI Jornadas de Historia Marítima: «Aspectos
navales en relación con la crisis de Cuba (1895-1898)». Cuadernos Monográficos del Instituto
de Cultura e Historia Naval, núm. 30 (octubre 1997), p. 166.
(33) Comandante de Infantería del Ejército. Nacido en mayo de 1856 en la localidad de
Almansa (Albacete), tras salir como alférez en 1875, integrado en el Ejército del Norte partici-
paría en la Tercera Guerra Carlista, durante la que sería ascendido al empleo de teniente. Finali-

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

Guerrilla de San Miguel participó con dos lanchas y diecinueve hombres, y la


de San Rafael lo hizo a bordo del vapor Napindan34, buque con el que opera-
ba.
En la crónica relativa a la referida acción que publicaron diferentes diarios
nacionales se señala:

«A las nueve de la noche del día 19 de noviembre, salieron 19 individuos de


la guerrilla de San Miguel a bordo de la lancha Conchita, remolcada por el
Holfast, que llegó a las once de la noche a la desembocadura del río Tastit. Desde
allí el vapor se dirigió a Bulacán a recoger al comandante Arteaga y a su fuerza,
que llegaron poco después a bordo de varios cascos y barcas, remolcados por el
Holfast. A las doce llegaba a dicho sitio el Napindan con la guerrilla de San
Rafael.
Poco después de las cuatro de la madrugada emprendieron el ascenso por el
río, llegando al poco rato a la cercanía del barrio de Pamarauang, donde desembar-
có la mitad de la fuerza de Arteaga y algunos individuos de ambas guerrillas (…)
se dirigieron al barrio, distante unos dos kilómetros, siendo recibidos a tiros por
los insurrectos. El comandante Arteaga ordenó que se continuara la marcha hacia
San Rafael, pero en vista de que en el barrio de Maente había muchísima gente, se
reconcentró toda la fuerza hacia dicho barrio, el cual se tomó a las siete y media
de la mañana, haciéndole a los insurrectos unos sesenta muertos.
De allí pasó la fuerza al barrio de San Rafael de Paombong (…) disparando
algunos cañonazos [desde el cañonero Napindan] que fueron contestados por un
falconete.
Se saltó a tierra y a tiros se tomó el barrio con muy poca resistencia por parte
de los rebeldes que, embarcando en diferentes barcas, se dieron a la fuga»35.

Sastrón y Piñol señala que, en dicha acción, como oficiales de la Guerrilla


de San Miguel combatieron el magistrado de la Audiencia Territorial de Mani-

zado el conflicto, en 1876 se le destinó a Cuba, de donde regresaría a la Península en 1878, ya


con el empleo de capitán. Destinado en 1882 a Filipinas, permaneció allí ocho años, durante los
que participó en la sofocación de la provincia de Antique (Bisayas Occidentales), para regresar
a España en 1890. En 1892 retornó a Filipinas (Mindanao), donde se encontraba al iniciarse la
rebelión tagala, en cuyo sofocamiento participó activamente. Ascendido a comandante por
méritos de guerra, pasó como 2.º jefe al Regimiento Magallanes n.º 70. En agosto de 1896, el
capitán general de Filipinas le encomendaría acabar con la rebelión en Nueva Écija, y tras paci-
ficar esta provincia pasaría, con los mismos cometidos, a la de Bulacán. Por su comportamiento
durante la acción de San Rafael de Bulacán sería ascendido a teniente coronel y se le nombraría
gobernador de la provincia. Participó en la acción de Cacanín de Sile y obtuvo el ascenso a
coronel el 1 de enero de 1897 (semanario ilustrado El Adelantado Cacereño, año I, núm. 1, 19
de agosto de 1897, p. 4, «Héroes de Filipinas»). Este último año se le entregaría el mando del
Regimiento de Infantería Cuba n.º 65, por lo que pasaría a dicha isla (Anuario militar de Espa-
ña, Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, Madrid, 1898, p. 820). Desconocemos si
llegó a incorporarse a su destino ya que, mermada su salud por haber contraído las fiebres
amarillas, moriría ese año, y ya no figura en el Anuario militar de España de 1899.
(34) Buque propiedad de la naviera Ynchausti y C.ía, que la pondría al servicio de la capi-
tanía general de Filipinas.
(35) Diario La Rioja, año VIII, núm. 2423, 27 de diciembre de 1896, p. 2.

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la Alberto Ripoll de Castro36 y el médico titular de la ciudad Roberto Rodrí-


guez Bérriz, así como el abogado Alfredo Chicote Beltrán37, quien fuera
teniente abanderado de dicha guerrilla y, posteriormente, capitán y coman-
dante accidental de la misma, entre otros (Farfante38, Céspedes39, Olivella,
Suárez, Guivelondo40, Torres, Fuentes, Ritcher, Aurteneche, Vicente, Barredo,
Cocoliú, Bueso, Blanco, Escalera41, Toral42, Ampuero y Conde43). Por parte de
la de San Rafael lo hicieron Ricardo Ricafort Sánchez44 y otro de apellido
Felez45.
Su segunda intervención sucedió el 29 de noviembre de 1896:

«En la isla de Talun se ha presentado partida numerosa, fue rechazada el 29


[de noviembre] por fuerzas del Regimiento 70.º, de la Guardia Civil, de cazadores
y de la Guerrilla Naval de San Miguel, causando 40 muertos y muchos heridos,
dispersando el resto»46.

(36) Fiscal de la Audiencia de lo Criminal de Vigán (1896), ciudad de la provincia de


Ilocos Sur. Guía oficial de las islas Filipinas para 1896, Imprenta Chofré y Comp., Manila,
1896, p. 601, se puede consultar en Biblioteca Digital AECID, colección Biblioteca Hispánica.
(37) Licenciado en Derecho, ejercía la abogacía en Manila, donde era también juez de paz
en el barrio de Quiondo. Guía oficial de las islas Filipinas para 1898, pp. 637 y 779, se puede
consultar en Biblioteca Digital AECID, colección Biblioteca Hispánica.
(38) Ildefonso Farfante Lima, 2.º teniente de la escala de reserva del arma de Infantería,
núm. escalafón 1328 (Anuario militar de España de 1897, Imprenta del Depósito de la Guerra,
Madrid, p 686). Destacado en la toma de Pérez Dasmariñas al mando de una sección del Regi-
miento 74, caería gravemente herido en la toma de Salitrán y trincheras de Anabó (8 de marzo
de 1897), siendo ayudante del general Antonio Zabala y Gallardo, quien moriría en la acción.
MONTEVERDE SEDANO, Federico: Campaña de Filipinas. La División Lachambre, Librería de
Hernando y Compañía, Madrid, 1897, pp. 273 y 338.
(39) Gonzalo Céspedes, diputado 4.º del Colegio de Abogados de Manila. Guía Oficial de
las islas Filipinas para 1896, p. 419.
(40) Nicolás de Guivelondo y Mendezona, según consta en la real auxiliatoria que se le
concede para ejercer la abogacía en Filipinas, mediante RO publicada en la Gaceta de Madrid,
21 de enero de 1898, núm. 21, p. 220.
(41) Francisco de la Escalera y Cabezas, auxiliar oficial de la sección de estadística del
Ayuntamiento de Manila. Guía oficial de las islas Filipinas para 1896, p. 357.
(42) Uno de los dos hermanos Toral Sagristá que integraron dicha guerrilla. José, natural
de Andújar (Jaén), fue abogado, periodista y poeta. Estaba casado con Carolina Peñaranda
Fernández, hija del capitán de la Guerrilla de San Miguel, Carlos Peñaranda Escudero. Tras la
pérdida de Filipinas ejerció como notario en Madrid (diario Ahora, año VI, núm. 1297, 21 de
febrero de 1935, p. 12); por su parte, Juan fue oficial de 4.ª clase en el gobierno civil de Manila
(Gaceta de Manila, año XXXI, núm. 116, 26 de abril de 1892).
(43) José Conde, redactor del diario El Comercio que firmaba bajo el seudónimo de
«Pepe Verdades». ARTIGAS Y CUERVA, Manuel: Los periódicos filipinos: la más completa
bibliografía publicada hasta la fecha acerca de los papeles públicos filipinos, Biblioteca
Nacional Filipina, Manila, 1909, p. 114, disponible en https://archive.org/
details/arb8044.0001.001.umich.edu, consultado el 26 de octubre de 2022.
(44) Magistrado de la Sala de lo Criminal de la Audiencia Territorial de Manila. Guía
oficial de las islas Filipinas para 1896, p. 417.
(45) Joaquín Felez, magistrado del tribunal local de lo contencioso-administrativo de la
Audiencia Territorial de Manila. Ibídem, p. 367.
(46) Diario de Murcia, año XVIII, núm. 7175, 4 de diciembre de 1896, p. 1.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

Por su parte, Sastrón y Piñol ubica


esa misma acción en el lugar conoci-
do como Talim (isla del interior de la
laguna de Bay), añadiendo que la
Guerrilla de San Miguel, como dota-
ción del vapor Orani, se incorporó a
las acciones que venían efectuando,
en diversos lugares de la zona y
desde días antes, efectivos del Bata-
llón Expedicionario de Cazadores n.º
1. Esta unidad, al mando del coman-
dante López, se batió en las estriba-
ciones del Susun, donde causó a los
insurrectos del Katipunan las bajas
mencionadas. El comandante de
dicha guerrilla, Ripoll de Castro,
recibió un muy expresivo telegrama
de felicitación del comandante gene-
ral de la provincia de La Laguna,
remitido desde Calambá47.
Con el fin de evitar la propagación Ilustración 3. Carlos Peñaranda Escudero,
de la insurrección tagala hacia las fundador de la Guerrilla de San Miguel, con el
provincias limítrofes a Cavite, Pola- uniforme deLalaDivisión
misma. Campaña de Filipinas.
Lachambre
vieja, ya como gobernador general de
Filipinas, reforzó la línea defensiva
establecida entre Las Piñas y el río Pasig, al sur de la capital. Esta decisión se
complementó con la vigilancia de la bahía de Manila ejercida por diversos
cañoneros, lanchas artilladas y guardacostas, misión a la que se destinó a
elementos de esta guerrilla48.
A partir de enero de 1897 se inician los preparativos para la ofensiva final
contra la provincia de Cavite, en cuyas localidades de Noveleta, Imus, Bacoor,
Silang, San Francisco de Malabón y Paliparang, entre otras, se habían reagru-
pado los rebeldes huidos de Bulacán. A tal efecto se organiza la denominada
«División Lachambre», cuya misión era cortar las comunicaciones con las
provincias limítrofes de La Laguna, Batangas y Manila, y acabar con los insu-
rrectos. En dicha campaña, iniciada el 15 de febrero, la guerrilla de San
Miguel participaría en el ataque a Munting-Ilog y en la toma de las trincheras
existentes en el río Malaquing-Ilog y el pueblo de Silang, acontecida el día 16.
También intervendría en el posterior avance sobre Imus. En ambas acciones
combatió al mando de su fundador, el capitán Peñaranda, mientras que el

(47) SASTRÓN Y PIÑOL, M.: La insurrección de Filipinas..., p. 150.


(48) Diario de Burgos, año VII, núm. 1780, 4 de enero de 1897, p. 2, «Una lancha artilla-
da, la Guerrilla de San Miguel, el guardacostas Orani y un cañonero guardan la línea de Cavite
a Ternate».

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Ilustración 4. Efectivos de la Guerrilla de San Miguel tras la toma de Silang (febrero 1897). En
la misma se observa a dos individuos (fila de pie, primero por la derecha, y fila sentada primero
por la izquierda) portando galones de cabo propios de la época en el Cuerpo de Infantería de
Marina. Campaña de Filipinas. La División Lachambre

comandante Ripoll se desempeñaba como ayudante de campo honorario del


general Lachambre. Por otra parte, una sección de la citada guerrilla, coman-
dada por el teniente Salvador Chofré49, daba escolta al general Lachambre
desde que las fuerzas iniciaran la marcha en Calambá50.
La dureza de la toma de Silang queda inmortalizada por Monteverde y
Sedano en su obra, en la que, citando al capitán Peñaranda, señala:

«A pesar del tiempo transcurrido (…) pasan ante las pupilas las imágenes de
aquel día solemne, memorable, en que correctamente formados en la espaciosa
plazoleta, con sus uniformes desgarrados, manchados de sangre y de barro, un
batallón del 74, otro de cazadores, la guerrilla de voluntarios de San Miguel y los
cuarteles generales de la división y brigadas, rompe la música del 74 los majestuo-
sos acordes de la Marcha Real, presentan sus sables generales, jefes y oficiales, los
soldados sus armas, y por una ojiva, descarnada a fuerza de balazos, asoma la
española enseña; aún repercuten en los oídos los delirantes vivas a España, al rey,

(49) Salvador Chofré y Olea, importante comerciante de Manila que representaba al ramo
en la junta de aranceles de la Casa de la Moneda de Manila. Guía oficial de las islas Filipinas
para 1896, p. 470.
(50) MONTEVERDE SEDANO, F.: Campaña de Filipinas, p. 177.

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al general en jefe, al general Lachambre, a los generales Corneu y Marina, por


millares de soldados ebrios de entusiasmo delirante»51.

El día 19 se consiguió acabar con los focos rebeldes en Cavite. La guerrilla


de San Miguel recibió órdenes del general Lachambre de regresar a Manila.
Allí volvería a prestar su antigua misión de vigilancia en la desembocadura
del río Pasig y la bahía de Manila, a la que se añadió su participación en la
evacuación y escolta de convoyes de heridos y enfermos de las fuerzas del
Ejército que permanecían en campaña, para lo que empleó su lancha.
Por breves notas de carácter social o informativo, y determinados artículos
publicados en diferentes diarios españoles de la época, podemos conocer el
nombre de otros oficiales de esta guerrilla: el comandante Rafael Morales52, a
quien se concedería un año de licencia por enfermedad, a disfrutar en la
metrópoli53; y los tenientes Elías Pérez Acosta54, Francisco Romero Gonzá-
lez55, Félix Murugarren San Juan56, José Manuel Hernández de las Casas57 y
Domingo Sánchez y Sánchez58.
Una relación más completa de oficiales, clases de tropa, voluntarios y sani-
tarios de esta guerrilla se puede consultar en el Diario Oficial del Ministerio
de la Guerra de 9 de julio de 1897 (núm. 150), con motivo de la concesión de
recompensas por «los valiosos servicios prestados durante la actual insurrec-
ción hasta la citada fecha de l3 de abril del corriente año». En esa edición se
recoge la concesión de la Cruz de l.ª clase del Mérito Militar (distintivo rojo)
al capitán Trinidad Pardo de Tavera59, y de 43 cruces de plata del Mérito Mili-
tar, con idéntico distintivo, al resto de los reseñados.

(51) Ibídem, p. 222.


(52) Oficial de 1.ª del centro de estadística de la junta administradora del material de
escuelas de la gobernación de Manila. Guía oficial de las islas Filipinas para 1897, se puede
consultar en la Biblioteca Digital AECID, colección Biblioteca Hispánica.
(53) La Correspondencia Militar, año XXI, núm. 6053, 11 de diciembre de 1897, p. 3.
(54) La Rioja, año IX, núm. 2583, 4 de julio de 1897, p. 2.
(55) Al que sería concedida la Medalla al Mérito Naval con distintivo rojo. Heraldo de
Madrid, año XI, núm. 3408, 11 de marzo de 1900, p. 2.
(56) Director de un colegio en Manila y del diario La Unión Ibérica. Diario El Áncora,
año XV, núm. 4241, p. 2. A dicho oficial le sería concedida la Medalla al Mérito Naval con
distintivo rojo. Diario El País, año XIII, núm. 4295, 13 de abril de 1899, p. 2.
(57) Diario La Opinión (Santa Cruz de Tenerife), año XX, núm. 2207, 1 de diciembre de
1899, p. 3.
(58) Doctor en Ciencias Naturales y en Medicina, fue colector zoológico de la Inspección
de Montes de Filipinas y fundador del Museo de Historia Natural de Manila, entre otros cargos.
Tras su repatriación sería profesor de la Escuela Superior de Artes y Oficios de Madrid y subdi-
rector del Instituto Ramón y Cajal, a cuyo frente se hallaba el célebre premio Nobel. Boletín de
la Real Sociedad Geográfica, t. LXXXV, núm. 7-9 (1949), Madrid, 404-410.
(59) Trinidad Hermenegildo José Pardo de Tavera y Gorrincho, español insular nacido en
Manila, ejerció la medicina en dicha ciudad, donde tenía su consulta en Malacañang 31 (Guía
oficial de las islas Filipinas para 1896, p. 216). Fue promotor y director del diario La Demo-
cracia («poco proclive a la cultura española y principal órgano de difusión pro norteamerica-
no») y cofundador del Partido Liberal durante la dominación estadounidense del archipiélago.
CHECA GODOY, Antonio: «La prensa filipina en español entre dos guerras (1899-1941)», Revis-

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Entre febrero de 1897 y el reinicio de las hostilidades tagalas en mayo de


1898 –con la intervención de Estados Unidos en el conflicto– existe un vacío
de noticias o referencias sobre esta guerrilla.

Guerrilla Naval de Voluntarios de San Rafael

La fecha exacta de su constitución es desconocida, pero está acotada entre


agosto y octubre de 1896. Fue su impulsor y capitán Rafael de Ynchausti
González60, hijo de José Joaquín de Ynchausti y Gurruchategui, propietario de
la naviera Ynchausti y Compañía61, quien pondría sus vapores al servicio de
las tropas españolas en Filipinas para su transporte entre islas y el control de
la bahía de Manila entre Batán y Bulacán62. Dicha guerrilla debe su nombre a
una parroquia de la ciudad de Manila, conformada por españoles peninsulares
bien posicionados en el comercio y la banca de Manila63.
Coexistió con las guerrillas de San Miguel y del Casino, con las participó
en distintas acciones. Con la primera de ellas lo haría en la ya citada acción de
San Rafael de Bulacán (29 noviembre 1896), limítrofe con Manila, culminada
la cual sus efectivos embarcaron de nuevo en el Napindan. El vapor se ocupa-
ría acto seguido de remolcar a las unidades menores en que iban embarcados
los efectivos del Ejército, para regresar después a Manila. También actuaría en
las posteriores operaciones en Cavite, donde se concentraron los sublevados
tras la eliminación de los núcleos rebeldes de Bulacán.
Su primera acción conocida se desarrollaría unos días antes de la de San
Rafael de Bulacán, concretamente el 7 de noviembre. Ese día participó en el
ataque a la localidad de Noveleta, dentro de las operaciones para tratar de
recuperar diversas plazas tras el desastre en Imus, que daría lugar a la pérdida
de esta población y de la provincia de Cavite a manos del Katipunan. En esta
coyuntura, el día 10, «a cosa de las diez y media llegó cerca de la trinchera el
vapor Napindan, con parte de la guerrilla voluntaria de San Rafael y un padre
dominico»64.
La figura de un miembro de los dominicos en la guerrilla de San Rafael
aparece en diversos artículos y, aun sin haber podido identificarlo fuera de

ta Internacional de Historia de la Comunicación, núm. 4, vol. I (2015), Asociación de Historia-


dores de la Comunicación, Universidad de Sevilla, 22-51, pp. 26 y 33, disponible en
https://revistascientificas.us.es/index.php/RiHC/article/view/6265, consultado el 30 de noviem-
bre de 2022.
(60) El Áncora, año XII, núm. 3560, 23 de diciembre de 1896, p. 2.
(61) BORJA, Marciano R. de: Los vascos en Filipinas, Servicio Central de Publicaciones
del Gobierno Vasco (Colección Urazandi), Vitoria, 2014, p. 211.
(62) DONOSO JIMÉNEZ, Isaac, y JAÉN TOMÁS, Aarón: Crónicas de Santiago Mataix sobre
la revolución filipina y la muerte de José Rizal, Ayuntamiento de Alcoy (Biblioteca Alcoyana
de Humanidades), 2018, p. 94.
(63) Diario de Córdoba, año XLVIII, núm. 13.634, 14 de enero de 1897, p. 1.
(64) Diario La Época, año XLVIII, núm. 16.717, 17 de diciembre de 1896, p. 2.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

toda duda, podría tratarse de fray


Lorenzo García Sempere, catedrático
de la Universidad de Manila y cape-
llán de la misma65.
Durante el expresado contrataque,
ya el 16 de noviembre, la guerrilla,
efectuando

«un reconocimiento sobre las costas


de los pueblos de Noveleta y Rosario
(Cavite) en el vapor Napindan, hizo
tan certeros disparos que ardió por
tres puntos distintos el caserío de
Nipa de Rosario (…) Al regresar la
guerrilla, los rebeldes de Bacoor
hicieron algunos disparos de fusil que
contestaron los guerrilleros españoles
hasta desbandar a los malvados, entre
los que hicieron bajas»66.

Seguidamente, elementos de dicha Ilustración 5. Vapor Napindan. Fotografía de


H.C. White Co. Library of Congress USA
guerrilla naval, al mando de su capi-
tán, participarían en los combates de
la provincia de Cavite del mes de diciembre, tras el desastre del mes anterior
en el intento de tomar Noveleta:

«... poco después, la de San Rafael, mandada por Inchausti, su capitán, se batía
en Bacoor practicando reconocimiento sobre la costa. Atacáronla los rebeldes, y se
defendió aquella briosamente; los disparos de los guerrilleros con sus fusiles y la
ametralladora que montaba el Napindan deshicieron una gran trinchera y causaron
grandes destrozos en la casa convento, por los insurrectos ocupada»67.

Sobre su participación en las acciones llevadas a cabo en la citada provin-


cia durante febrero y marzo de 1897 poco se sabe, aunque hay constancia de
su presencia en ellas, concretamente en la reconquista de Bacoor, acaecida el
26 de marzo, cuando la columna del general Vicente Ruiz Sarralde, a la
vanguardia de las tropas, penetró en dicha población:

«Llegaba la punta [de la vanguardia] a la vista del pueblo, cuando divisa en su


torre [de la iglesia] una bandera blanca y casi en los mismos instantes pasan
silbando sobre sus cabezas algunas balas.
Al poco el lienzo blanco es sustituido por nuestra hermosa bandera, adelantan-
do entonces con paso más vivo la punta hasta llegar a un puentecillo colocado

(65) Diario El Correo Español, año IX, núm. 2488, 15 de diciembre de 1896, p. 1.
(66) Diario de Córdoba, m. ed., p. 1.
(67) SASTRÓN Y PIÑOL: La insurrección de Filipinas..., p. 73.

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sobre el canal de las marismas, hacia donde vienen corriendo desde el pueblo
varios oficiales de Marina y voluntarios de la Guerrilla de San Rafael»68.

Debido a la falta de más menciones de esta guerrilla por parte de Monte-


verde y Sedano, durante la campaña para la reconquista de la provincia de
Cavite y como integrada en la División Lachambre –salvo en el caso referido
y al contrario de las diversas reseñas sobre la de San Miguel–, presuponemos
que no participó en el planteamiento terrestre de la misma, aunque iba embar-
cada al menos en un vapor, ya que el citado autor prosigue en su relato:

«En previsión del avance de la división, el comandante general de la Escuadra


había ordenado que una lancha de vapor con los oficiales del Cebú, teniente de
navío Núñez y alféreces Boado, Carranza y Castro, condujese a aquellas inmedia-
ciones el tren de puente preparado para el paso del río, y estos oficiales, muy cerca
de la costa, observando que no se les hacían los acostumbrados disparos desde las
trincheras, como tampoco viesen a persona alguna en el pueblo, desembarcaron
con sus marineros y los guerrilleros citados, asaltando el parapeto, al mismo tiem-
po que lo hacía por el otro lado del caserío un teniente al frente de una sección de
Voluntarios de Cagayán»69.

Según una crónica publicada en El Correo Militar70, por dicha actuación


serían concedidas sendas cruces del Mérito Militar de 1.ª clase, con distintivo
rojo, a los tenientes de dicha guerrilla Juan García Vázquez71, Ángel Tapia72,
Fernando Rivera73 y Nicolás Lillo74, y al médico Luis Olivares.
Otra de las misiones de esta guerrilla sería la de servir de enlace entre la
comandancia general de Marina y la Escuadra, a modo de vapor correo, trans-
portando los correspondientes partes75.
Al igual que la guerrilla de San Miguel, la de San Rafael, con su vapor
Napindan, efectuaría el traslado a Manila de soldados heridos en las operacio-
nes llevadas a cabo en la provincia de Cavite a principios de 1897. Concreta-
mente, y que se tenga noticia, las correspondientes a las bajas producidas en
los combates durante la toma de Silang76. Con ellos vendría el entonces 2.º
teniente José Millán Astray, en esos momentos destinado en el Batallón de

(68) MONTEVERDE SEDANO, F.: Campaña de Filipinas, p. 496.


(69) Ibídem, pp. 496-497.
(70) El Correo Militar, año XXIX, núm. 6553, 9 de septiembre de 1897, p. 2.
(71) Inspector del Departamento de Hacienda de la Administración Central de Filipinas.
Guía oficial de las islas Filipinas para 1897, p. 449.
(72) Magistrado suplente de la Sala de lo Criminal de la Audiencia Territorial de Manila.
Ibídem, p. 402.
(73) Fernando Rivera y Rigay, jefe de negociado de 3.ª clase del Departamento de
Hacienda de la Administración Central de Filipinas. Ibídem, p. 450.
(74) Nicolás Lillo y Roda, consejero del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Manila y
presidente de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de la ciudad. Ibídem, pp. 400 y 402.
(75) El Correo Español, año X, núm. 2527, 3 de febrero de 1897, p. 1.
(76) Diario El Imparcial, año XXXI, núm. 10.707, edición del 21 de febrero de 1897, p. 2;
Diario La Opinión (Tarragona), año XXIII, núm. 46, edición del 23 de febrero de 1897, p. 1.

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Ilustración 6. Iglesia y convento de Bacoor tras la reconquista de la población (febrero 1897).


Campaña de Filipinas. La División Lachambre

Cazadores n.º 4, según recoge un periódico de la época: «UNOS HEROES =


A Manila ha llegado la guerrilla de San Rafael que tan heroicamente luchó
días pasados en un combate en el que fue herido el subteniente Millán Astray,
hijo del jefe de policía de la Corte del mismo apellido»77.
Esta misión continuaría hasta el fin de las operaciones en la provincia de
Cavite, según se desprende de la orden general de la capitanía general de Fili-
pinas de 12 de abril de 1897, en virtud de la cual el general Polavieja disolvió
la División Lachambre, dando una nueva organización al ejército de operacio-
nes en la isla de Luzón, y eliminó a su vez las comandancias generales de las
provincias de La Laguna, Batangas y Tayabas. En los últimos párrafos de la
misma se concretaba:

«La evacuación de enfermos o heridos de las fuerzas de Cavite y Manila se


efectuará con las tres gabarras-hospitales cedidas por la Compañía Transatlántica
y obras del puerto. Diariamente saldrá de esta capital una gabarra remolcada por
una de las lanchas de las guerrillas o de las obras del puerto, ajustándose al turno
establecido, y fondeará sucesivamente en Santa Cruz, Binacayán y Parañaque,
donde han de acudir los enfermos y heridos que hayan de evacuarse»78.

(77) La Libertad (diario de Vitoria), año VIII, núm. 2160, 22 de febrero de 1897, p. 2.
(78) MONTEVERDE SEDANO, F.: Campaña de Filipinas, p. 588.

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También, y dentro del ámbito protocolario, conocemos la participación de


esta guerrilla –y la de San Miguel– en los actos de despedida del capitán gene-
ral Ramón Blanco Erenas como gobernador general de Filipinas, tanto en los
oficiados en el Palacio de Malacañang –residencia oficial de los gobernadores
desde 1863, cuando un terremoto destruyera el anterior Palacio de los Gober-
nadores– como dándole escolta y acompañamiento hasta el vapor León XIII,
buque en el que el citado capitán general regresaría a España el 20 de diciem-
bre de 189679.
Al igual que acontece con la de San Miguel, tras la retirada de los tagalos
derrotados hacia el interior de la isla de Luzón, repentinamente se deja de
tener noticias sobre esta guerrilla; y, a diferencia de aquella, no se han encon-
trado nuevas menciones de la San Rafael, ni siquiera tras la reanudación de
hostilidades en mayo de 1898.

Guerrilla Naval de Voluntarios del Casino

Su creación supuso la natural desaparición de la primigenia Ronda del


Casino de Manila, a la que sustituyó. Es sin duda la guerrilla menos referen-
ciada en la primera parte del conflicto insurreccional, pero esto no indica
necesariamente que su actividad fuese poca. Su fundador sería Rafael Comen-
ge Dalmau80, en ese momento fiscal del Tribunal de lo Contencioso-adminis-
trativo de la Audiencia Territorial de Manila, asesor letrado del consejo de
administración del gobierno general de Filipinas81 y presidente del Casino
Español en dicha ciudad. Esta última institución, mediante colectas y campa-
ñas de donativos populares, conseguiría adquirir un hospital de campaña para
las fuerzas españolas, ayudar económicamente a las viudas y huérfanos de los
oficiales caídos en combate, o comprar un tren sanitario, entre otros recursos82.
Su nombre se debe a que su creación y organización fue obra del Casino
Español, que la dotó de vestuario y pertrechos, y llegó a adquirir una lancha
de vapor artillada, la Marquesa de Polavieja –que luego pasaría a denominar-
se España83–, destinada principalmente a vigilar la laguna de Taal junto a otra
lancha de nombre Leónidas Uría.
La primera referencia encontrada sobre la participación en campaña de
elementos de esta guerrilla se corresponde con los preparativos de la toma de

(79) SASTRÓN Y PIÑOL: La insurrección en Filipinas..., p. 169.


(80) Natural de Alberic (Valencia). Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras por las
universidades de Valencia y Madrid. Fue diputado en Cortes en dos ocasiones (1891 y 1916)
y gobernador civil de Valencia (1906). Entre 1879 y 1906 ejerció como periodista en distintos
diarios. PANIAGUA FUENTES, Javier, y PIQUERAS ARENAS, José Antonio (dirs.): Diccionario
biográfico de políticos valencianos (1810-2005), Institució Alfons el Magnànim-Fundación
Instituto de Historia Social, Valencia, 2006, p. 165.
(81) Guía Oficial de las islas Filipinas para 1896, pp. 366-367.
(82) Según consta en crónica del diario La Época, año XLIX, núm. 17.015, 17 de octubre
de 1897, p. 2.
(83) Diario La Correspondencia de España, año XLIX, núm. 14.585, 11 de enero de 1898, p. 1.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

Ilustración 7. Lanchas artilladas Marquesa de Polavieja y Leónidas Uría (189). Fotografía de


Graciano González, Museo del Ejército, núm. inventario: MUE-120061

Silang, donde intervino junto a la de San Rafael. Las fuerzas de la Guerrilla


del Casino se encontraban el 15 de febrero de 1897 frente al poblado de
Bacoor, esperando la llegada de la División Lachambre en su progresión hacia
Silang, vía Santo Domingo84.
La primera brigada de la división, a cuyo frente estaba el general del Ejér-
cito Pedro Cornell Cornell, con el propio general Lachambre, llegaba con sus
fuerzas desde Calambá, mientras que el general José Marina Vega, al mando
de la segunda brigada, hacía lo propio desde Biñang, poblaciones ambas de la
provincia de Cavite85. Las dos columnas se enfrentarían en Silang a los insu-
rrectos, dirigidos por el mariscal Martín Medina, del 1.er ejército tagalo, a cuya
cabeza se hallaba el general de zona Víctor Belarmino86.
Seguidamente, el 23 de febrero, dentro de las operaciones sobre Cavite, la
lancha de vapor Polavieja, con efectivos de la Guerrilla del Casino a bordo y
junto a un bote de la Armada, apoyada por cañoneros efectuó un ataque de
distracción sobre Noveleta, mientras transportaba fuerzas del campamento de
Nalahicán. La acción se prolongó por espacio de cuatro horas, y en ella se
produjeron cinco heridos leves entre los efectivos españoles87.

(84) «La Escuadra, ayudada por la Guerrilla del Casino, simuló un desembarco frente a
Naic y Bacoor, bombardeando previamente la costa». Diario El Guadalete (Jerez de la Fronte-
ra), año LIV, núm. 16.424, 26 de enero de 1908, p. 1.
(85) Diario La Unión Católica, año XI, núm. 2882, 16 de febrero de 1897, p. 1.
(86) Dentro de la orgánica jerárquica del Katipunan, los generales de zona eran los
responsables militares de una demarcación que aglutinaba, a su vez, varios pueblos, mientras
que los mariscales eran los responsables militares de cada pueblo, actuando como segundos de
los primeros.
(87) Diario El Correo Militar, año XXIX, núm. 6391, 24 de febrero de 1897, p. 3.

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Prosiguiendo con esta campaña, tras la toma de Imus, acontecida el 25 de


marzo, los tagalos supervivientes sufrieron muchas bajas durante su retirada
hacia la localidad de Cavite Viejo, a causa del certero fuego desde los vapores
Polavieja y Felisa. En ellos iban embarcadas fuerzas de las guerrillas del
Casino y de San Rafael, cuyo despliegue había sido dispuesto por el contral-
mirante Montojo88.
El diario El Siglo Futuro, en una pequeña crónica de 1897, recoge una
síntesis de la participación de esta guerrilla durante las operaciones contra los
tagalos insurrectos en los primeros meses de ese año, e informa de la conce-
sión de condecoraciones a algunos de sus oficiales:

«La Guerrilla del Casino = En circunstancias bien difíciles para la patria formó
el Casino español de Manila una guerrilla terrestre y marítima, la cual unas veces
en batallas campales y otras en operaciones por mar, ayudó grandemente a las
tropas regulares.
La lancha [Polavieja] operó con brillante éxito en aguas de la bahía y del mar
de la China, y no pocos servicios delicadísimos prestó en lo más álgido de las
operaciones de Cavite. Nuestro compañero de la prensa D. Rafael Comenge,
comandante de la guerrilla, y sus oficiales D. Rafael del Pan, decano del Colegio
de Abogados de Manila, y los Sres. Rico y Nelo, han sido recompensados con la
cruz del Mérito Naval con distintivo rojo de la clase correspondiente a su gradua-
ción»89.

Desde las operaciones en Cavite, las noticias referidas a esta guerrilla,


aparecidas en la prensa durante el año 1897, se reducen a su participación en
actos sociales o de representación institucional.
A modo de ejemplo, podemos citar la cena organizada para agasajar a los
oficiales de las distintas compañías de voluntarios indígenas90, llegados a

(88) La Época, año XLIX, núm. 16.856, edición del 7 de mayo de 1897, p. 1.
(89) El Siglo Futuro, año XXIII, núm. 6833, 17 de noviembre de 1897, p. 2. Otro de sus
oficiales más representativos fue Francisco Fuset. A pesar de ser identificado con ese nombre
propio en el diario señalado, debe de tratarse de Antonio Fuset, comerciante de Manila y vocal
apoderado de la junta directiva del Real Hospicio de San José de Manila (Guía oficial de las
islas Filipinas para 1897, p. 397), quien llegó a ser comandante de la Guerrilla del Casino y al
que, en septiembre de 1902, el Ministerio de la Guerra le concedería el abono de los sueldos
adeudados entre abril de 1898 y junio de 1900 (Diario de Avisos de Segovia, año XXIV, núm.
1266, p. 1). También se le cita como capitán del Batallón de Voluntarios de Manila y honorario
de la Guerrilla del Casino (El Correo Español, año XII, núm. 3133, 3 de febrero de 1899, p. 3).
Le sería concedida la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo (El Siglo Futuro, año XXV, núm.
7320, 20 de mayo de 1899, p. 2). Igualmente se le menciona en diferentes crónicas como
«comandante y jefe de la citada guerrilla» (ib., año XXVIII, núm. 8325, 20 de mayo de 1902, p.
1). Finalmente, se le identifica como presidente del Casino Español en enero de 1899 (PELLICE-
NA Y LÓPEZ, Joaquín: La verdad sobre Filipinas, Tipografía Amigos del País, Manila, 1900, pp.
56-57, disponible en Biblioteca CEU, https://repositorioinstitucional.ceu.es/handle/10637/4400,
consultado el 5 de diciembre de 2022).
(90) Siendo gobernador general del archipiélago, Primo de Rivera comunicó al presidente
interino del gobierno de España, Marcelo Azcárraga y Palmero, mediante carta fechada el 27 de
septiembre de 1897, su intención de crear en las provincias leales unidades de voluntarios indí-

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Manila desde Albay (Luzón) y


Zamboanga (Mindanao)91, o la parti-
cipación de sus efectivos en el recibi-
miento a Primo de Rivera al regreso
de su viaje por Luzón para conocer la
situación in situ. Durante su desplaza-
miento desde la estación de ferroca-
rril al palacio de Malacañang, efecti-
vos de diversas unidades cubrieron la
carrera. La guerrilla estaba apostada
en la zona del Pasaje de Pérez, donde
se ubicaba la sede del Casino92.
Si bien, como excepción, aún se
localiza una discreta mención sobre
operaciones de esta guerrilla en la
provincia de Bulacán durante
septiembre; y es que, a pesar de que
la insurrección tagala había sufrido
un serio revés durante las operaciones
de ese año en Cavite, el estado de
guerra se mantenía, por cuanto los
katipuneros permanecían activos en la Ilustración 8. Principales combates terrestres y
citada provincia. Asimismo, hacían acciones navales en las que participaron las
incursiones en las de Nueva Écija y guerrillas (noviembre 1896-abril 1897). Elabo-
ración propia sobre un plano de Rafael Cerero
Cavite, en busca de suministros con (1898), SGE
los que sobrevivir a la dura estación
lluviosa de ese año. Para ello utiliza-
ban los esteros y demás vías fluviales. Entre estas incursiones se destacan, por
su importancia, las realizadas contra las poblaciones de San Miguel de Mayu-
mo y Aliaga:

«Por los esteros y otras vías fluviales de Bulacán, utilizados en esta época
como vía única asequible a los merodeos y al robo, han circulado y circulan
bancas y cascos rebeldes, muchos de los cuales han sido abandonados, temiendo
la presencia de la cañonera Otálora, que vigila esas aguas, y la lanchita Polavie-
ja, de la guerrilla del Casino Español, que otra vez presta servicio con el indicado
fin»93.

genas de etnia no tagala, para ayudar a combatir el movimiento insurgente. PRIMO DE RIVERA Y
SOBREMONTE, Fernando: Memoria dirigida al Senado por el capitán general D. Fernando
Primo de Rivera y Sobremonte acerca de su gestión en Filipinas, Madrid 1898, pp. 106-107,
disponible en http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000056155&page=1, consultado el 31 de
octubre de 2022.
(91) La Correspondencia de España, año XLVIII, núm. 14.568, 25 de diciembre de 1897, p. 2.
(92) La Época, año XLIX, núm. 17.082, 26 de diciembre de 1897, p. 2.
(93) El Imparcial, año XXXI, núm. 10.957, 30 de octubre de 1897, p. 1.

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Las Guerrillas Navales en el asedio de Manila

Antecedentes

El 24 de marzo de 1897, el capitán general Fernando Primo de Rivera y


Sobremonte sería nombrado nuevo gobernador general del archipiélago, en
sustitución del general Polavieja94.
Tras su llegada, y de manera inmediata, se dispuso a acabar con los focos
insurrectos aún activos. Sus reductos principales se hallaban entre los límites
de las poblaciones reconquistadas por Lachambre en la provincia de Cavite:
los montes Dos Peces y las poblaciones de Maybao, Uruc, Sungay y Panysa-
yan, en la divisoria entre la citada provincia y la de Batangas, así como en las
de Nueva Écija, Batangas, Bulacán y Pampanga95. El éxito de esta campaña
daría como resultado final la firma con el Katipunan del tratado de paz o
«pacto de Biak-ná-Bató».
Sin embargo, por discrepancias con el nuevo gobierno de Práxedes Mateo
Sagasta, originadas tras recibir orden de suspender las reformas que pretendía
implementar en todos los ámbitos y sectores del archipiélago96, Primo de
Rivera presentaría su dimisión. Aceptada esta, su cese se publicaría el 4 de
marzo de 1898, siendo nombrado en la misma fecha su sucesor, el teniente
general Basilio Augustín Dávila97, quien tomaría posesión el 10 de abril.
Primo de Rivera, como nuevo gobernador general de Filipinas, tras conse-
guir la pacificación del archipiélago reorganizó las unidades de voluntarios,
contando para ello con la autorización previa del Gobierno. A partir de enton-
ces, los efectivos de las fuerzas voluntarias no se restringirían a españoles e
insulares, como en tiempos del general Blanco, sino que se abrirían a los indí-
genas. Así pues, Primo de Rivera movilizó de nuevo y en muchas provincias

(94) Este presentaría su dimisión al Gobierno por motivos de salud, dimisión que le sería
aceptada por real decreto de 24 de marzo de 1897. Al día siguiente, por otro real decreto se
publicaba el nombramiento de Primo de Rivera en su sustitución (Gaceta de Madrid, 25 de
marzo de 1897, núm. 84, p. 1235). Primo emprendería viaje al archipiélago el 27 de marzo, a
bordo del vapor de la Compañía Transmediterránea Montevideo, en el cual viajaban tropas de
Infantería de Marina con destino a Filipinas (PRIMO DE RIVERA Y SOBREMONTE: Memoria dirigi-
da al Senado..., p. 14). Estas fuerzas a las que hace referencia Primo de Rivera serían las
correspondientes a los refuerzos enviados desde Barcelona para cubrir bajas y constituir la 7.ª y
la 8.ª compañía del 2.º batallón del 2.º regimiento de Filipinas, formado en Cartagena el 21 de
noviembre de 1896 con personal de todos los regimientos del cuerpo en la Península, y puesto
al mando del teniente coronel Joaquín Ortega Cuesta. Dichos refuerzos los componían dos
jefes, dos oficiales y 856 clases de tropa. RIVAS FABAL, José Enrique: Historia de la Infantería
de Marina española II, Editorial Naval, Madrid, 2007, p. 363.
(95) Unos 25.000 efectivos, según estimaba Primo de Rivera. Memoria dirigida al Sena-
do..., pp. 22-24.
(96) Inicialmente aprobadas por el ministro de Ultramar, Tomás Castellano y Villarroya,
y el presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, fueron suspendidas
dos días antes de la publicación del decreto por parte del nuevo gobierno de Sagasta. Ibídem,
p. 165.
(97) Gaceta de Madrid, 5 de marzo de 1898, núm. 64, p. 773.

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del archipiélago aumentó los efectivos indígenas que, inicialmente alistados


por Polavieja, habían sido desmovilizados tras la parcial derrota inicial de los
insurrectos. Y en ello estaba cuando tal movilización hubo de suspenderse tras
la ruptura de las hostilidades con Estados Unidos.
El estado de guerra contra la incipiente potencia norteamericana se decla-
raría el 23 de abril de 1898. Fue comunicado a la población mediante una
edición extraordinaria de la Gaceta de Manila. En ella, entre otras cosas, en
virtud de decreto del nuevo gobernador, general Augustín, se ordenaba el alis-
tamiento obligatorio de «todos los funcionarios públicos, dependientes del
Estado y de los municipios, que no excedan de la edad de cincuenta años ni
estén físicamente impedidos para tomar las armas» (art. 2).
Por su parte, el artículo 3 obligaba a alistarse a todos los españoles penin-
sulares residentes en Filipinas y a sus hijos, aunque estos hubieran nacido ya
fuera de la metrópoli, y el artículo 4 extendía la obligación a los españoles de
origen indígena y a los extranjeros domiciliados en Manila o en las capitales
de las demás provincias98, excepción hecha de los de nacionalidad estadouni-
dense.
Sería en este contexto prebélico cuando volverían a aparecer las guerrillas
navales de voluntarios, de cuya desmovilización, tras la temporal e incompleta
pacificación del archipiélago de resultas del pacto de Biak-na-Bató, no se ha
encontrado constancia documental. No obstante, tal desmovilización parece
haber tenido lugar con ocasión de la reorganización del cuerpo de voluntarios
iniciada por Primo de Rivera, ya que en un decreto posterior del general
Augustín, precedido de una arenga a los voluntarios, se dispone:

«A los Leales Voluntarios de Manila = Acordada por mi digno antecesor la


disolución de las medidas que en memorables días constituisteis para servir a la
patria, impiden las circunstancias presentes ocuparse con el debido detenimiento
en la proyectada reorganización a que obedeció aquella medida. Urge, valerosos
patriotas, que de nuevo acudáis al llamamiento que en nombre de los más altos
intereses os dirijo. Vuestra historia es la historia de la abnegación y del sacrificio;
vuestro pasado es garantía firmísima de vuestra conducta futura.
¡Antiguos voluntarios filipinos! La Patria española os reclama (…) Acudid a
las armas sin desmayo: la Patria no peligra, pero su honra ultrajada exige que con
urgencia nos preparemos a reparar el ultraje. Contando para ello con vuestro
eficaz auxilio. Vengo en disponer:

1) Se suspende la reorganización del Batallón de Leales Voluntarios de


Manila y de las guerrillas del Casino, San Rafael y San Miguel.
2) Sin dilación se pondrán sobre las armas el referido Batallón, el Escuadrón
y las citadas guerrillas que con los individuos que nuevamente se alisten formarán
la unidad o unidades que correspondan según el número de alistados, procediéndo-
se a su organización»99.

(98) Gaceta de Manila, edición extraordinaria de 23 de abril de 1898, p. 1.


(99) Ibídem, p. 2.

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Ilustración 9. Comisión de oficiales de la Guerrilla de San Miguel que hicieron entrega de la


bandera de la unidad a S.M. la Reina Regente María Cristina. Revista Nuevo Mundo, año VI,
núm. 92, edición del 9 de agosto de 1899

Los antiguos componentes de las citadas unidades de voluntarios de Mani-


la contestaron a esta llamada de manera excepcional, y esta respuesta masiva
no se limitó a ellos; el número de alistados fue tal que tuvieron que constituir-
se más compañías.
La Guerrilla de San Miguel, según consta en la orden general de la capita-
nía de Filipinas de 29 de mayo, quedaría formada por 250 hombres, mientras
que la del Casino de Manila la integrarían 150 efectivos100.
Por una crónica periodística de 1899, que se hace eco de la entrega, por
parte de una comisión de oficiales de la San Miguel, de la bandera de la
unidad al rey Alfonso XIII y a la reina regente María Cristina, conocemos que
durante este segundo periodo estuvo al mando de Lorenzo Moncada101, quien
tuvo como segundo a Ricardo Díaz Rodríguez102. La conocida como «Compa-
ñía Naval» de esta guerrilla se formó con «los individuos que componían la
antigua guerrilla, al mando de Don Guillermo Partier»103.

(100) TORAL, Juan y José: El sitio de Manila (1898). Memorias de un voluntario, Impren-
ta y Litografía Partier, Manila, 1898, p. 313.
(101) Director general de la administración civil. Guía oficial de las islas Filipinas para
1898, p. 693.
(102) Jefe de administración de 4.ª clase y responsable de la sección de gobierno de la
administración civil. Ibídem, p. 693.
(103) Nuevo Mundo, año VI, núm. 292, 9 de agosto de 1899, p. 15, «La guerrilla de San
Miguel».

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En ninguna de las fuentes consultadas, sean estas bibliográficas, sean


hemerográficas o de archivo, se han hallado referencias a la Guerrilla de San
Rafael, a pesar de constar explícitamente en el decreto del general Augustín
del 23 de abril. Así pues, es probable que no se llegara a formar, que lo hiciera
bajo otra denominación, o que fuese absorbida por una unidad superior.

El asedio de Manila

Los acontecimientos se sucederían a ritmo vertiginoso. La escuadra esta-


dounidense, al mando del comodoro Dewey, atracada en el puerto de Hong
Kong y constituida por los cruceros protegidos Olympia, Baltimore, Boston
y Raleigh; los cañoneros Concord y Petrel; los transportes Nanshan y Zafiro,
y el buque auxiliar MacCulloch, recibió orden de partir hacia la bahía de
Manila el 24 de abril. Llegada frente a la ciudad la noche del 30, la escuadra
norteamericana entró en combate con la del contralmirante Montojo la madru-
gada del 1 de mayo. Componían las fuerzas españolas los cruceros protegidos
Reina Cristina, Isla de Cuba e Isla de Luzón; los desprotegidos Castilla, Don
Antonio Ulloa, Don Juan de Austria y Velasco, y el cañonero Marqués del
Duero. Todos sucumbirían ante la escuadra norteamericana en la conocida
como batalla naval de Cavite, cuya exigua duración –apenas seis horas y
media– no se corresponde con el desastre que supuso para la soberanía espa-
ñola sobre el archipiélago.
Con la rendición, el 2 de mayo, del arsenal y la plaza de Cavite –y disper-
sas, y en muchos casos aisladas, las fuerzas terrestres españolas–, la guarni-
ción del Ejército y las unidades de voluntarios en Manila se prepararon para
su defensa. La negativa del general Augustín a aceptar la solicitud de rendi-
ción efectuada por los estadounidenses desde el mismo momento de la derrota
en Cavite, conduciría a que la capital fuese sometida a un asedio por las tropas
estadounidenses y sus aliados tagalos104, estos ya al mando de Aguinaldo,
quien había regresado de su exilio en Hong Kong a bordo del MacCulloch.
Acuciado por esta situación extrema, el gobernador general convocó a la
Junta de Autoridades, la cual, entre otros decretos, aprobó de manera urgente
la reorganización de las «Milicias Voluntarias de Filipinas»105 en todas las
provincias del archipiélago, con entidad de sección o compañía. Su cometido
prioritario debería ser velar por el «mantenimiento del orden, protección de
los intereses públicos y privados, así como la defensa de la ciudad o la locali-
dad donde tengan su residencia», pero excepcionalmente podían ser moviliza-
das a las zonas que el capitán general designase. Acto continuo se comenzó a

(104) Estos aportaron 12.000 efectivos. Las fuerzas estadounidenses sumaban 8.500
hombres. FLORES THIES, Jesús: «Los repatriados de Filipinas», Militaria. Revista de Cultura Mili-
tar, núm. 13 (1999), Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, p. 64.
(105) El desarrollo del texto se puede consultar en la Gaceta de Manila de 4 de mayo de
1898, núm. 122, p. 483.

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Ilustración 10. Compañía de la Guerrilla del Casino Español (1898). Semanario Harper’s
Weekley (Nueva York), vol. XLII, núm. 2182, edición del 15 de octubre de 1898

reclutar en Manila nuevos efectivos para las guerrillas navales, entre otras
fuerzas, y seguidamente se publicó el «Reglamento Provisional de Milicias
Filipinas», que regularía tanto su orgánica como sus misiones, régimen inter-
no, nombramientos, vestuario, armamento, etc106. El nuevo código era una
versión condensada del anterior reglamento de 1896, en virtud del cual los
voluntarios seguían quedando bajo la jurisdicción del fuero militar en lo refe-
rente a todos sus actos de servicio (arts. 24 y 34).
El 27 de mayo, los tagalos, armados por los estadounidenses, rompieron
las hostilidades en todo el archipiélago. Desde la isla de Luzón iniciarían un
rápido avance sobre Manila, incomunicada con el resto de la isla desde el 2 de
junio, a la cual pondrían sitio el día 5. Posteriormente se les unieron diferentes
unidades de infantería y artillería estadounidenses, tras desembarcar en distin-
tos puntos de Luzón (Cavite, Parañaque, Las Piñas).
Para la defensa de la capital se establecieron dos perímetros: uno exterior,
que contaba con una serie blocaos107 dispersos e incomunicados entre sí, refor-
zados por una línea de trincheras; y otro interior, incompleto y frágil, que
basaba su eficacia en las antiguas murallas de la ciudad. Las guerrillas navales
actuarían en ambos.
Dentro del plan defensivo inicial, y según consta en la orden general del 27
de abril, a la Guerrilla de San Miguel se le asignó la vigilancia y defensa de la
isla de la Convalecencia: «La guardia de las puertas de la ciudad y el servicio

(106) Gaceta de Manila, 8 de mayo de 1898, núm. 126, pp. 499-500.


(107) Que en número de quince constituían una línea de defensa avanzada que iba desde
Maypajo hasta Maytubig, de norte a sur de la ciudad y paralela a la bahía de Manila. PELLLICE-
NA LÓPEZ, J.: La verdad sobre Filipinas, p. 34.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

interior se confiaba á los voluntarios del batallón de las Guerrillas, excepto la


de San Miguel; las secciones de marina y de infantería que componían la
misma, con dos piezas [de artillería] de montaña, habían de situarse en la isla
de Convalecencia, subiendo al puente de Ayala»108. La del Casino, junto a
diversas compañías de voluntarios organizadas en los diferentes barrios, se
encargaría de la vigilancia de los de «Tondo, Dulumbayan, Quiapo, Santa
Cruz, San Sebastián, San Miguel y Sampaloc situados en la margen izquierda
del rio Pasig»109. Con respecto a la ubicación de los efectivos de esta guerrilla
en los referidos barrios, tanto Sastrón y Piñol como Cava Mesa concretan su
ubicación: «desde el puente de Blanco hasta la plaza de Santa Cruz»110 y «en
la de la Casa de Correos y la calle de La Escolta»111.
Ejecutando este servicio, componentes de esta guerrilla interceptarían en el
curso del asedio, en varias ocasiones, carromatos de comerciantes chinos afin-
cados en Manila que, provistos de salvoconductos facilitados por el entonces
jefe del Estado Mayor General del Ejército en las islas Filipinas, general
Fernández-Tejeiro112, salían de la ciudad con «víveres, rayadillo, tabaco y
otros efectos de los que carecían los sitiadores (…) viéndose a los chinos atra-
vesar nuestras líneas avanzadas, cargados de provisiones, en dirección al
campo contrario (…) muchas de las cuales ellos carecían (…) En casi toda la
línea sucedían a diario casos por el estilo»113.
El 29 de mayo, tras los primeros amagos de los insurrectos de iniciar el
asedio, el gobernador general decide reorganizar una vez más las fuerzas

(108) SASTRÓN Y PIÑOL, M.: La insurrección en Filipinas..., pp. 370-371.


(109) DÁVILA WESOLOVSKY, Jesús: «Las operaciones en Luzón. Asedio y defensa de
Manila, mayo-agosto 1898». El Ejército y la Armada en 1898. Cuba, Puerto Rico y Filipinas I.
I Congreso Internacional de Historia Militar, Ministerio de Defensa (Monografías del CESE-
DEN), Madrid, 1999, p. 318.
(110) SASTRÓN Y PIÑOL, ib.
(111) CAVA MESA, Begoña: «Vida cotidiana y sucesos históricos en Manila durante la
guerra hispano-norteamericana», en MORALES PADRÓN, Francisco (coord.): XIII Coloquio de
Historia Canario-Americana. VIII Congreso Internacional de Historia de América (AEA;
1998), Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas, 2000, p. 706.
(112) Antiguo infante de marina al que luego se acusaría de corrupción. Celestino
Fernández-Tejeiro y Homet integró la 29.ª promoción (1857) de oficiales del Cuerpo de Infan-
tería de Marina (SÁNCHEZ PASTOR, Antonio: Crónica de las promociones de oficiales del
Cuerpo de Infantería de Marina, 1537-1990, Editorial Naval, Madrid, 1991, p. 122). Ingresa-
ría en 1864 en el Cuerpo de Estado Mayor de Artillería e Infantería de Marina (Estado Gene-
ral de la Armada, 1865). «[E]xpulsado en sus mocedades, por ciertas cosas que no son del
caso y por influencias pasó [en 1868] a Infantería a secas» (URQUÍA Y REDECILLA, Juan
[«CAPITÁN VERDADES»]: Historia negra. Relato de los escándalos producidos en nuestras
excolonias durante las últimas guerras, Editorial Maucci, Barcelona, 1899, p. 19). Llegaría a
ser general de división y jefe del Estado Mayor General del Ejército de Filipinas por sendos
reales decretos de 12 de enero de 1898 (Gaceta de Madrid, 13 de enero de 1898, núm. 13, p.
123). Por real decreto de 28 de abril de 1899, sería separado del servicio tras fallo de un tribu-
nal de honor, previo dictamen del Consejo Supremo de Guerra y Marina, con incapacidad para
obtener destinos y sin figurar en el escalafón correspondiente (Gaceta de Madrid, 29 de abril
de 1899, núm. 119, p. 341).
(113) La Rioja, año XI, núm. 3135, 9 de abril de 1899, p. 1.

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disponibles en la capital, y crea una nueva columna en la que quedan integra-


das ambas guerrillas. Esta sería dirigida por el coronel de Infantería del Ejér-
cito Francisco Pintos Ledesma, uno de cuyos jefes subalternos fue el ya
teniente coronel Alberto Ripoll de Castro, anterior comandante de la San
Miguel, y otro, el capitán de fragata De la Concha114.
Los efectivos de la columna al mando del coronel Pintos provendrían de
una amalgama de unidades: 400 soldados peninsulares, una compañía del
Batallón de Cazadores Expedicionario n.º 3 y dos del Batallón de Cazadores
Expedicionario n.º 6, a las que habría que añadir otra del Regimiento de
Infantería Magallanes n.º 70115, tres del Batallón Provisional de Transeúntes,
cinco del de Leales Voluntarios de Manila y las dos mencionadas guerrillas
navales. El total de efectivos ascendía a 1.800 hombres116. Su misión sería
mantener el orden y prestar servicio de vigilancia en los barrios que confor-
maban los arrabales de Manila, así como en los puntos estratégicos de la
ciudad (puentes, edificios oficiales y algunas calles principales), por lo que
los efectivos de la de San Miguel, establecidos en la isla Convalecencia,
serían relevados.
El perímetro asignado a la «Columna Pintos» no se compadecía con sus
efectivos; era desproporcionado, pues abarcaba la custodia del «puente de
Paco, el de España, el paseo de Magallanes, los puentes Colgante y Ayala, la
Casa de Correos, calle del Rosario, plaza de Calderón, [y los barrios de] Santa
Cruz, Quiapo, Tondo, Sampaloc, presidio y cárcel y matadero»117. Sin embar-
go, a mediados de julio, efectivos de la San Miguel autorizados por el general
Augustín ocupaban posiciones en la zona norte del perímetro defensivo exte-
rior de Manila: «Destacada en las trincheras de Meypajos [Maypajo, Caloo-
can] vi a la compañía naval de la Guerrilla de San Miguel, que manda el bravo
alemán Guillermo Partier118. Esos voluntarios pidieron ser destinados a las
trincheras»119.

(114) Juan de la Concha y Ramos, comandante del crucero Don Juan de Austria (Estado
General de la Armada, 1898, pp. 46-47). Este buque sería hundido durante la batalla naval de
Cavite. Reflotado por los estadounidenses, fue reparado en Hong Kong. Luego, reclasificado
como cañonero, y manteniendo su nombre, prestó servicio en la US Navy durante la rebelión
bóxer y en la guerra filipino-norteamericana. YUSTE GONZÁLEZ, Javier: «Siguiendo aguas al
USS Don Juan de Austria (parte I)», Revista General de Marina, vol. 263, núm. 11 (2012),
Ministerio de Defensa, Madrid, 613-627, passim.
(115) El Regimiento de Infantería de Línea Magallanes n.º 70 era una unidad de fuerzas
indígenas con oficialidad española. De entre sus filas se elegiría a los ocho soldados que inte-
graron el pelotón de ejecución del líder independentista José Rizal Mercado, el 30 de diciembre
de 1896, tras ser declarado culpable de organizar la rebelión en Cavite de agosto de ese año.
MARÍN CALAHORRO, Francisco. «José Rizal: padre de la nación filipina», Revista de Historia
Militar, año XLI, núm. 83 (1997), Servicio Histórico Militar y Museo del Ejército, Madrid, p.
13.
(116) CAVA MESA, B.: «Vida cotidiana...».
(117) SASTRÓN Y PIÑOL, M.: La insurrección en Filipinas..., p. 442.
(118) Ciudadano alemán que regentaba una imprenta en Manila, sita en la plaza de Santa
Ana. Guía oficial para las islas Filipinas (1896-1898).
(119) TORAL, Juan y José: El sitio de Manila..., p. 253.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

El 5 de agosto era destituido el


general Augustín120. Como sustitu-
to se eligió al general Fermín
Jáudenes y Álvarez, hasta ese
momento 2.º cabo de la capitanía
general de Filipinas, quien debe-
ría afrontar la defensa final y
asumir la capitulación diez días
después.
Ya en los prolegómenos de la
rendición, el 8 de agosto, ante el
anuncio de las fuerzas estadouni-
denses de su inmediato asalto a la
ciudad a partir de las 12:00 del
día siguiente si esta no era rendi-
da, el nuevo gobernador dispuso
las fuerzas que debían afrontar el
ataque en las murallas de Manila, Ilustración 11. Distribución de las guerrillas nava-
las cuales estaban constituidas les durante el asedio a Manila (abril-agosto 1898).
por restos de unidades de tropas Elaboración propia sobre un plano de J. Opell
regulares de infantería, caballería (1877), ubicación:
Archivo del Museo Naval de Madrid,
DE-signatura: MN-76-4
y marinería, así como por guerri-
llas de voluntarios, entre las que
se encontraba la 1.ª compañía de la Guerrilla de San Miguel121.
La inconmensurable labor de las guerrillas navales del Cuerpo de Volunta-
rios de Filipinas culminaría con esta misión. Sus efectivos participarían en la
defensa de Manila hasta su capitulación, el 14 de agosto, día en el que, a las
seis de la tarde, se arrió definitivamente la bandera española, 333 años
después de la llegada a aquellas tierras y aguas de la expedición de Miguel
López de Legazpi.
No obstante, queda por responder un interrogante sobre la reorganización
de la Guerrilla de San Rafael tras el decreto de 23 de abril del general Augus-
tín. Tal y como señalamos, ninguna fuente la nombra entre esa fecha y la
rendición de Manila, a pesar de ser citada en el referido decreto; sin embargo,
sí se han localizado referencias posteriores del vapor Napindan, con el que
operaba dicha guerrilla.
El 4 de junio, ante el ataque tagalo sobre la provincia de La Laguna y su
capital, Santa Cruz, el Napindan había iniciado la navegación a través del río

(120) La noticia le llegó al general el 4 de agosto, mediante telegrama del ministro de la


Guerra fechado el 24 de julio. El cable fue remitido a Manila por carta del cónsul español en
Hong Kong, transportada por el vapor Petrark. AUGUSTÍN DÁVILA, B.: Memoria dirigida al
Excmo. Sr. Ministro de la Guerra..., disponible en https://docplayer.es/45404459-Memorias-
general-d-basilio-augustin-davila.html, consultado el 16 de noviembre de 2022.
(121) TORAL, Juan y José: El sitio de Manila..., p. 281.

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Pasig y la laguna de Bay, con objeto de salvar los destacamentos que pudiera.
No obstante, no conseguiría culminar su misión, ya que «fue duramente ataca-
do por los rebeldes, pudiendo por maravilla regresar a Manila»122. Dos meses
después de la capitulación aparece una última reseña sobre el vapor, inserta en
una crónica que, dentro de un relato del ataque conjunto a Manila de tropas
estadounidenses e insurrectos tagalos, dedica un pasaje a la evacuación de
tropas españolas:

«… es digna de mencionarse la conducta heroica del teniente de navío Manuel


de la Vega123, que mandaba el vaporcito Napindan, armado en guerra, con el que
protegió desde el río la retirada de nuestras fuerzas de Santa Ana y Paco, y siendo
acometido varias veces por numeroso enemigo insurrecto que intentó apoderarse
del buque»124.

De la lectura de ambas reseñas se deduce que el Napindan dedicó sus últi-


mos esfuerzos como buque al servicio de España a intentar rescatar destaca-
mentos de fuerzas regulares españolas, aislados tras el avance tagalo, en
provincias próximas a Manila, y a cubrir la retirada de los más cercanos a la
capital. No obstante, llama la atención el hecho de que fuera comandado por
un oficial de la Armada, aspecto que no se mencionó nunca durante la partici-
pación de la Guerrilla de San Rafael en las operaciones en las provincias de
Bulacán y Cavite entre finales de 1896 y principios de 1897. Todas estas
informaciones –y la falta de ellas durante 1898– nos llevan a conjeturar que la
San Rafael no se refundó como tal tras el decreto del 23 de abril, aunque no es
descartable que pudiera haber conocido una segunda existencia bajo otro
nombre o condición, dentro de las múltiples unidades de voluntarios que se
constituyeron para la defensa final de Manila. El hecho de que el Napindan
pasara a prestar servicio integrado en las escasas fuerzas navales existentes y
dependientes de la comandancia de Marina de Manila, tras la derrota de
Montojo en Cavite, parece reforzar nuestra conjetura. Su tripulación se formó
con parte de la dotación del crucero auxiliar Isla de Mindanao, tras el hundi-
miento de este por la escuadra estadounidense: «... los supervivientes [del
Mindanao] se trasladaron a pie hasta Manila y se presentaron a las autoridades
de la Marina, se les dieron fusiles y parte embarcó en el vapor Napindan para
atacar a los insurrectos»125.
También se nos suscitan interrogantes acerca del número de compañías o
secciones que constituyeron las guerrillas de San Miguel y del Casino, princi-
palmente tras ser puestas de nuevo sobre las armas con el decreto de 23 de
abril de 1898. Los hermanos Toral nos aportan la cantidad de efectivos que

(122) SASTRÓN Y PIÑOL, M.: La insurrección de Filipinas..., p. 532.


(123) Ayudante de marina de la comandancia de Manila. Estado General de la Armada,
1898.
(124) La Correspondencia de España, año XLIX, núm. 14.865, 15 de octubre de 1898,
p. 3.
(125) FLORES THIES, J.: «Los repatriados de Filipinas», p. 71.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

componían cada una de ellas (250 y 150, respectivamente). En su obra nunca


hacen mención de compañía alguna integrada en la guerrilla del Casino, pero
en diversos párrafos que se ocupan de la San Miguel mencionan tanto a la
«Compañía Naval» como a la «1.ª Compañía», lo que da a entender que la
guerrilla se subdividió en al menos esas dos compañías. Abundando en lo
señalado, Sastrón y Piñol, hablando del destino de los efectivos de la San
Miguel a la isla de Convalecencia durante el primer plan defensivo de Manila,
indica: «... excepto la de San Miguel; las secciones de marina y de infantería
que componían la misma», sin cuantificarlas.
Este aspecto puede dilucidarse, grosso modo, si se aplicó para su forma-
ción, de manera taxativa, los apartados 1, 2 y 3 del artículo 5 del Reglamento
Provisional de Milicias Filipinas, que fijan el número de voluntarios de una
sección. Al mando de un teniente, con dos sargentos, cuatro cabos y un corne-
ta, nunca podría exceder de 36 ni bajar de treinta. Caso de que el número de
voluntarios alistados superase ese máximo, se constituirían tantas secciones
como fuese posible, pero que en ningún caso podrían exceder de los cincuenta
efectivos, incluidos oficiales y clases de tropa correspondientes.
Cada tres secciones componían una compañía, al mando de un capitán. Por
tanto, la Guerrilla del Casino tuvo que haber estado compuesta por una única
compañía, mientras que la de San Miguel debería haber contado con dos
aunque, en este caso, minorizadas con respecto a su máxima dotación, con
secciones de carácter propio de Infantería de Marina y otras de índole naval,
al menos sobre el papel. No obstante, en la crónica de la revista Nuevo Mundo
mencionada anteriormente se señala que las compañías constituidas fueron
cuatro, que encuadraban un total de 140 efectivos, aunque esto contravendría
lo estipulado en el reglamento de milicias y difiere de lo señalado por los
hermanos Toral, si bien cabe la posibilidad que se trate de un error de trans-
cripción o de comprensión del reportero.

Los voluntarios tras la pérdida de Filipinas

Las tres guerrillas objeto de este trabajo, como sucedió con las cubanas, se
formaron por iniciativa particular de ciudadanos españoles cuya posición les
otorgaba un gran ascendiente sobre la sociedad y la colonia española en la
Manila de la época. Todos sus artífices fueron profesionales de distintos
ramos o bien empresarios, aunque lograron incorporar a ellas a otros residen-
tes españoles de todo empleo y condición. Entre sus cuadros abundaron los
magistrados, abogados, empleados de la administración civil del archipiélago,
periodistas, empresarios y comerciantes, dedicaciones profesionales que
determinaron el carácter de cada una de de estas unidades de voluntarios y la
procedencia mayoritaria de sus miembros.
No todos los encuadrados en ellas combatieron. En las «guerrillas nava-
les», como en otras unidades de voluntarios, existían los «voluntarios acti-
vos», que participaban en las misiones y servicios asignados, pero también los

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JUAN CARLOS RABANAL DELGADO

«voluntarios honoríficos», que colaboraban con las guerrillas bien aportando


fondos, bien orquestando campañas para obtener donativos con los que procu-
rar pertrechos y material a las fuerzas españolas, o socorrer a las familias de
los voluntarios fallecidos en combate. Este socorro se extendió a las de los
oficiales de las fuerzas regulares del Ejército muertos en idénticas circunstan-
cias, caso que fue muy corriente en la Guerrilla del Casino Español.
En la capitulación ante Estados Unidos no se incorporó ninguna cláusula
que recogiera mención explícita alguna a la situación en la que quedarían los
voluntarios. No obstante, al tratarse de tropas no regulares –a pesar de que los
tres reglamentos a que quedaron sujetos, en caso de guerra, los consideraran
militares en activo, sometidos al fuero y jurisdicción militar–, podrían ser
incluidos, implícitamente, en los puntos 3, 5 y 6 del tratado, relativos a la
libertad de los ciudadanos, el respeto a las personas y sus propiedades, y la
continuidad de la actividad empresarial, cultural y comercial, respectivamen-
te. En cualquier caso, su condición de no militares los dejaba fuera del dere-
cho a la repatriación a España a expensas de Estados Unidos, contemplada en
el punto 8, beneficio que solo alcanzó a los funcionarios de la administración
civil. Por ello, entre otras muchas y diversas razones, numerosos voluntarios
con arraigo en Manila continuarían residiendo en Filipinas bajo la administra-
ción estadounidense, manteniendo su actividad comercial, emprendiendo
nuevos negocios o ejerciendo alguna profesión, mientras que otros, principal-
mente quienes habían ocupado cargos en la administración civil del archipié-
lago, optarían por el regreso a la metrópoli.
Entre los primeros podemos citar a Alfredo Chicote Beltrán, teniente y
capitán de la Guerrilla de San Miguel, quien adquiriría la nacionalidad esta-
dounidense en 1899 y mantendría su actividad como abogado en Manila.
Entrados ya en el siglo XX incursionaría en el ámbito empresarial, en sectores
como la explotación de las materias primas existentes en el archipiélago
(madera, caucho, gomas, gutapercha y oro), o la construcción y la banca.
También ejerció la docencia, como profesor y catedrático de Derecho en la
Universidad Santo Tomás de Aquino de Manila126. Otro ejemplo de los que
prefirieron quedarse nos lo ofrece el ciudadano alemán Guillermo Partier,
capitán de la Compañía Naval de la Guerrilla entre abril y agosto de 1898,
quien mantuvo su negocio de imprenta (Litografía Partier) en la plaza de
Santa Ana127.
Entre los repatriados señalaremos a Carlos Peñaranda Escudero, fundador
y capitán de la mencionada guerrilla, quien seguiría desarrollando su labor
periodística y su obra literaria, compaginándola con su puesto como inspector

(126) YANES LUQUES, Miguel Ángel: Alfredo Chicote Beltrán (1871-1945). Una aproxi-
mación a la biografía de un marbellero en Filipinas, disponible en https://genealogiadeandar-
porcasa.blogspot.com/2014/10/alfredo-chicote-beltran-18711945-una.html, consultado el 28 de
noviembre de 2022.
(127) Al menos en los primeros años, según figura en el Commercial Directory of Manila
(1901), p. 103, disponible en https://archive.org/details/commercialdirect00manirich/page/
102/mode/2up, consultado el 30 de noviembre de 2022.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

de Hacienda en Madrid, donde fallecería en 1908. También a Rafael Comenge


Dalmau, comandante de la Guerrilla del Casino, quien a su regreso prosiguió
también su labor periodística como redactor en el Heraldo de Madrid (1902-
1906). Comenge conjugó esta actividad con su faceta de novelista, y poste-
riormente ocuparía los cargos de oficial mayor del Ministerio de la Goberna-
ción y, en años sucesivos, gobernador civil de Granada, Valencia, las islas
Canarias y Málaga. Su repatriación se produjo meses antes de la pérdida de
Filipinas, aquejado de problemas de salud.
Pero estos ejemplos de repatriados se pueden considerar una excepción.
Otros voluntarios, una vez en la metrópoli, se verían enfrentados a unas peno-
sas condiciones de vida ante la falta de oportunidades laborales, a lo que hay
que sumar el previsible desarraigo experimentado tras retornar a la patria al
cabo de tanto tiempo, que en ocasiones sumaba décadas. Por si todo esto
fuera poco, el gobierno presidido por Francisco Silvela no los equiparó con
sus homónimos de Cuba y Puerto Rico en lo referente a las ventajas y dere-
chos contemplados en la real orden de 28 de marzo de 1899128, al menos
inicialmente, incumpliendo con ello la promesa dada por su antecesor en el
cargo, Sagasta. Esto daría lugar a que una comisión representativa de los
antiguos voluntarios convocara a la prensa en el Café de España (Madrid)
para comunicar a la opinión pública sus demandas y presionar así al gobierno
de la nación129. En tal comisión, por parte de la Guerrilla de San Miguel figu-
raban el ya citado Ricardo Díaz y Enrique Teutor, mientras que la del Casino
estaría representada por Enrique Villacampa130 y Guillermo Blokman131. Sus
justas reivindicaciones se verían satisfechas finalmente al ser incluidos en el
proyecto de ley presentado a las Cortes por el ministro Azcárraga el 19 de
abril de 1900132.

Conclusión

La insurrección tagala de agosto de 1896 obligó a adoptar con urgencia


medidas defensivas, en especial en la isla de Luzón. Ante la escasez de
tropas regulares, el general Blanco se vio obligado a hacer un llamamiento
que, en último término, llevaría a la constitución del Cuerpo de Voluntarios
de Manila. Según declaraciones del propio general, incluidas en la memoria
de su gobierno en las islas presentada al Senado, el gran número de alistados

(128) Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 29 de marzo de 1899, núm. 69, p. 1331.
(129) El Globo, año XXV, núm. 8552, 29 de abril de 1899, p. 2.
(130) Secretario oficial 2.º de la administración del gobierno de la isla de Panay. Guía
oficial de las islas Filipinas para 1898, p. 987.
(131) Se trataría de Guillermo Brockmann y Abarzuza, ingeniero jefe de 2.ª y jefe del
servicio de faros de la sección de fomento de la Administración General de Filipinas. Ibídem,
p. 747.
(132) Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 21 de febrero de 1900, núm. 40,
pp. 594-595.

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daría lugar a la formación del Batallón de Leales Voluntarios de Manila, de


cuyas fuerzas serían desgajados los efectivos que compondrían las «guerri-
llas navales».
El papel que se otorgó a estas fue de gran relevancia durante la primera
fase de la lucha contra los insurrectos, entre septiembre de 1896 y marzo de
1897. En el ámbito terrestre formaron parte de alguna de las diferentes colum-
nas que se constituyeron para su sometimiento, y algunos de sus componentes
llegaron a integrarse en la División Lachambre. Asimismo fue descollante su
participación en las operaciones de apoyo a estas unidades, iniciadas en la mar
y a bordo de pequeñas embarcaciones artilladas. En uno y otro caso, las
guerrillas navales actuaron como verdaderas fuerzas regulares.
Tras su participación en esa fase de la guerra, se abriría un paréntesis en sus
misiones en campaña, acotado principalmente entre abril de 1897 y el mismo
mes de 1898. El inicio de este impasse coincide con la reforma del general
Polavieja del ejército de operaciones de la isla de Luzón, circunstancia que
pudo influir en que se abriera este compás de espera, que se prolongaría hasta
la declaración de guerra a Estados Unidos. Durante este intervalo, sus efectivos
realizaron tareas secundarias de apoyo tanto a las fuerzas del Ejército como a
los buques de la escuadra del contralmirante Montojo, así como otras de carác-
ter protocolario o institucional. En esta relegación de funciones también influ-
yó el envío desde la metrópoli de numerosas tropas regulares de refuerzo.
Pero, a partir del inicio de la guerra hispano-estadounidense, y de nuevo
debido a la acuciante necesidad de efectivos para la defensa de Manila,
vuelven a ser consideradas fuerzas activas. Y así, el general Augustín les
asignará un papel clave durante el asedio de tagalos y estadounidenses a la
plaza, durante el que estarán presentes en los principales baluartes dispues-
tos en torno a la ciudad, donde permanecieron hasta la rendición de esta ya
en agosto.
En el curso de la investigación nos han surgido ciertas dudas que no han
despejado los resultados obtenidos y que bien podrían ser objeto de una subsi-
guiente pesquisa para completar la historia de estas guerrillas navales. Por
ejemplo, no nos ha quedado claro el motivo de la creación de unas fuerzas de
voluntarios de corte naval –cuyas misiones y ámbito de actuación guardaban
estrechas similitudes con las propios de la Infantería de Marina–, dado que el
reglamento de estas unidades no recogía esta posibilidad. En el caso de la
Guerrilla de San Miguel, su capitán y fundador, Carlos Peñaranda y Escudero,
mantenía una íntima relación con el contralmirante Montojo; y en el de la San
Rafael, tras ella se encontraba la familia Ynchausti, propietaria de una naviera
en Manila. Es obvio que la vaguedad de tales circunstancias impide conside-
rarlas elementos determinantes para la creación de las guerrillas navales; no
obstante, como factor concomitante se podría tener en cuenta. Asimismo, sería
interesante ahondar en la vida de los voluntarios, tanto en la previa al desarro-
llo del conflicto como en la posterior a su término, y averiguar su proceden-
cia, dedicación o relevancia en la sociedad filipina del momento y, en el caso
de los que optaron por el regreso a la patria, en la española.

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LAS GUERRILLAS NAVALES DEL CUERPO DE VOLUNTARIOS DE FILIPINAS

Archivos y fuentes documentales

— Agencia Estatal Boletín Oficial del Estado (BOE)


— Archivo General Militar de Madrid (AGMM)
— Archivo Municipal de Murcia, Hemeroteca
— Biblioteca Central Militar (BCM)
— Biblioteca CEU
— Biblioteca Digital de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI)
— Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (BVMC)
— Biblioteca Virtual de Defensa (BVD)
— Biblioteca Virtual de Prensa Histórica (BVPH)
— Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España (BNE).

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REVISTA DE HISTORIA NAVAL
Segundo trimestre 2023
Nú mero 160, pp. 49-84
ISSN: 0212-467X (edició n en papel)
ISSN: 2530-0873 (edició n en línea)
RHN.02
https://doi.org/10.55553/603sjp16002

EL CONTRABANDO DE ARMAS
DURANTE LA III GUERRA
CARLISTA. EL INCIDENTE
DEL DEERHOUND (1873)
Leopoldo FERNÁNDEZ GASALLA
Colaborador científico.
Universidade de Santiago de Compostela
Recibido: 17/03/2023 Aceptado: 04/05/2023

Resumen

El incidente del Deerhound tuvo su origen cuando el 13 de agosto de 1873


el yate británico de ese nombre fue capturado por la goleta española Buena-
ventura, habiéndolo sorprendido realizando contrabando de armas destinadas
a las tropas carlistas. A lo largo de los meses siguientes se desarrolló una
ardua contienda diplomática entre el gobierno español y el Foreign Office
sobre la legalidad de dicha captura y el alcance de la rectificación exigida a
las autoridades españolas y las condiciones en las que debía producirse. El
barco británico acabó por convertirse en pieza de cambio para la recuperación
de las fragatas Almansa y Vitoria, las cuales se encontraban bajo custodia de
la Royal Navy en Gibraltar. El presente artículo se ha escrito con la intención
de profundizar en los hechos, los cuales acabaron por constituirse en un prece-
dente de cómo actuar en casos semejantes desde el punto de vista diplomático
y legal.

Palabras clave: Deerhound, Tercera Guerra Carlista, 1873, contrabando de


armas, Primera República española

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 49-84. ISSN 0212-467X 49


LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

Abstract

The Deerhound incident came about when, on August 13th, 1873, this
British yacht was captured by the Spanish schooner Buenaventura, after
having been caught smuggling weapons destined for the Carlist troops.
Throughout the following months, an arduous diplomatic dispute developed
between the Spanish government and the Foreign Office regarding the legality
of said capture and the scope of the rectification required from the Spanish
authorities and the conditions in which it should take place. The British ship
ended up becoming a bargaining chip for the recovery of the frigates Almansa
and Vitoria, which were in custody of the Royal Navy in Gibraltar. This article
has been written with the intention of delving into the facts, which ended up
becoming a precedent in how to act in similar cases from a diplomatic and
legal point of view.

Keywords: Deerhound, Third Carlist War, 1873, arms smugglering,


Spanish First Republic.

E
L 21 de abril de 1872 los partidarios de don Carlos de Borbón –Carlos
VII para quienes lo tenían por legítimo heredero del trono de España–
comenzaron la III Guerra Carlista, animados por la desunión de la coali-
ción en las filas revolucionarias de quienes habían destronado a Isabel II en
septiembre de 18681. La contienda comprendió un período convulso a lo largo
del cual la monarquía constitucional de Amadeo I fue seguida por la I Repú-
blica, si bien la guerra no concluiría hasta el 28 de febrero de 1876, reinando
ya el joven rey Alfonso XII. Entretanto, el Reino Unido disfrutó de un período
de razonable estabilidad política, con el liberal William E. Gladstone como
primer ministro entre diciembre de 1868 y febrero 1874. Sus deseos de que
España encontrase con la elección de Amadeo I «las bendiciones de un
gobierno libre y estable», se habían visto defraudados por la llegada de un
régimen republicano al cual se tenía por revolucionario2. Éste no sería recono-
cido internacionalmente hasta septiembre de 1874, cuando bajo la dictadura
del general Serrano fue nombrado presidente del Consejo de Ministros Práxe-
des Mateo Sagasta, el cual era ya partidario de la restauración monárquica con
Alfonso XII3. En Gran Bretaña gobernaba desde febrero de ese año el partido
conservador, con Benjamin Disraeli como primer ministro.
Durante buena parte del conflicto, los carlistas controlaron las áreas rurales
de las provincias vasco-navarras y zonas pirenaicas de Cataluña, junto con

(1) Para un resumen de la evolución del movimiento carlista entre 1869 y 1872 y los
sucesos conducentes al estallido de la guerra, vid. GARMENDIA, 1976: 2-10 y MORAL RONCAL,
2006: 189-197.
(2) RAMM, 1998: 217.
(3) LÓPEZ-CORDÓN, 1976: 72. VILCHES, 2001: 406-407.

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áreas del Maestrazgo. Ninguna capital de provincia fue retenida por los insu-
rrectos, moviéndose la sede de su gobierno entre Estella, Tolosa y Durango.
Aunque sonado, la conquista de Cuenca el 15 de julio de 1874 no pasaría de
ser un episodio efímero, como lo había sido el de la toma de la misma ciudad
el 16 de octubre del año anterior4. Por su parte, el sitio de Bilbao sostenido
con denuedo hasta el 2 de mayo de ese año constituyó un fracaso, impidiendo
con ello a los carlistas apoderarse de un núcleo industrial de primer orden y
con un puerto a través del cual importar armas y exportar el mineral de hierro
de las minas de Somorrostro5. Por otra parte, al comienzo de la guerra el
armamento escaseaba, se encontraba en mal estado y era de diferentes cali-
bres, siendo así que en mayo de 1872 las dos terceras partes de los voluntarios
navarros que se presentaron a tomar las armas se encontraron sin ellas6.
En agosto de 1874 llegarían los carlistas a hacerse con la fábrica de armas
ligeras de Éibar, la cual unida a la de Placencia ofreció una base industrial
capaz de aumentar notablemente su armamento. Al tiempo, algunos oficiales
procedentes de la disuelta arma de artillería por el gobierno de Amadeo I en
febrero del año anterior no solo organizaban y creaban su arma, sino que
montaban y establecían fábricas de armas, de municiones de todas clases, de
recomposición, fundiciones y maestranzas en Éibar y al menos en otras seis
localidades, aunque la mayoría quedaron reducidas a la fabricación de proyec-
tiles y material auxiliar como carruajes y cureñas7. Además de las quince
piezas capturadas en el campo de batalla y de las doce fundidas en Arteaga y
Azpeitia, las piezas modernas de alma rayada fueron importadas sobre todo
desde Inglaterra (10 Vavasseur, 35 Withworth y 6 Woolwich) gracias a los
donativos de legitimistas de esos dos países y a los fondos de las diputaciones
vasco-navarras8. Esto se logró con alguna dificultad, pues, según el general
carlista Antonio Brea, en 1873 el embajador español en Londres había logrado
que dos baterías compradas por los partidarios de Carlos VII fuesen incauta-
das por las autoridades británicas9. No obstante, el propio Brea afirma que «la
marina de guerra no pudo evitar ni uno solo de los desembarcos en la costa
carlista». Gracias a ello, tras el sitio de Bilbao la artillería carlista contaba,
según Brea, con veintidós cañones de fabricación extranjera desembarcados
en una primera tanda y otras cuarenta piezas de artillería en un segundo
envío10.
En cualquier caso, la cortedad de fondos y las dificultades para transpor-
tar las piezas a España influyó en que no se dispusiese de más medios. Lo

(4) FERRER: 1959 XXVI: 246-255.


(5) GARMENDIA, 1976: 23.
(6) PIRALA, 1878 IV: 6.
(7) PIRALA, 1878 IV: 188. RUIZ DANA, 1887: 137. RUIZ DANA, 1876: 232. BREA, 1897:
73, 180. GARMENDIA, 1976: 14, 16-17 y 21. MORAL RONCAL, 2006: 205-206.
(8) BREA, 1897: 178-179. GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 13-19. También se importaron seis
piezas Krupp de fabricación prusiana.
(9) Por esta razón hubo que adquirirlas de nuevo. BREA, 1897: 72.
(10) BREA, 1897: 179-180.

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limitado de la artillería y de la caballería carlista impediría a sus tropas


extender su dominio fuera de los límites de las provincias vascas y de Nava-
rra11. Pese a ello, según el teniente general Ruiz Dana, miembro del Cuartel
General del Ejército del Norte desde 1872 y jefe de su Estado Mayor desde
1874, un número no escaso de jefes y oficiales se habían sumado al ejército
de Carlos VII, los cuales le «sirvieron grandemente para organizar e instruir
su gente, que armaban, vestían y equipaban con los continuos y no pocos
recursos que en armas, vestuario, equipo, municiones, artillería y material
de todas clases recibían del extranjero»12. Todo esto era consecuencia de la
insistencia de los dirigentes carlistas en organizar unas fuerzas armadas
regulares, no solo para hacer frente al enemigo, sino también para presentar-
se en Europa como una opción política respetable13. Siempre según Ruiz
Dana, «a mediados de 1874 recibían artillería de varios sistemas, todos
modernos, y al finalizar aquel mismo año contaban ya con unas ochenta
piezas regularmente dirigidas y servidas»14. Por su parte, Pardo San Gil da
cuenta de que si en julio de 1873 disponían de tan solo seis cañones, al final
de la contienda habían acumulado 9115. A lo largo de la guerra los carlistas
capturaron 15 cañones a los liberales, fabricando aproximadamente otros 25
más16. Del extranjero trajeron otros 8017. La primera ocasión en que lograron
emplear la artillería en campo abierto sería el 23 de septiembre de 1874 en
Biurrun18.
Pese a todas estas adquisiciones y al aporte de los fusiles fabricados en
Éibar, Ermua y otros lugares, a lo largo de la guerra el bando carlista sufriría
de una necesidad permanente de obtener armas y municiones en el extranjero,
aunque en ocasiones lograsen apoderarse de arsenales del enemigo19.
La firma del Convenio de Amorebieta el 24 de mayo de 1872, como
consecuencia de una primera derrota de los carlistas navarros y vizcaínos,
no impidió que la sublevación se reanudase en diciembre de ese mismo
año20. En septiembre contaban con unos 24.000 hombres en las provincias
vasco-navarras21.

(11) HERNANDO, 1877: 116-117. MORAL RONCAL, 2006: 206-207. Con todo, esta inferiori-
dad no impidió algunas victorias relevantes de los insurgentes, como la de Montejurra (noviem-
bre de 1873). En esta batalla se opusieron doscientos caballos carlistas a más de mil liberales y
ocho cañones de montaña frente a veintiocho de los liberales. BREA, 1897: 63.
(12) RUIZ DANA, 1876: 231.
(13) MORAL RONCAL, 2006: 198-199.
(14) RUIZ DANA, 1876: 231.
(15) PARDO SAN GIL, 2000: 371.
(16) La fábrica de proyectiles de Vera se vio obligada a fabricar munición de quince cali-
bres diferentes debido a la heterogeneidad de la procedencia de las bocas de fuego. BREA, 1897:
188-189. GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 19-20.
(17) PARDO SAN GIL, 2000: 376.
(18) GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 19.
(19) RUIZ DANA, 1887: 104, 137. FERRER, 1958: 33-34. GARMENDIA, 1976: 14. FERNÁN-
DEZ GAYTÁN, 1988: 15-21. MORAL RONCAL, 2006: 205, 237, 255.
(20) PARDO SAN GIL, 2000: 360. MORAL RONCAL, 2006: 228.
(21) GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 27-28.

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Por su parte, las fuerzas leales al


gobierno central, reorganizadas en un
nuevo ejército del norte desde el 7 de
enero de 1873, se encontraron con
gravísimos problemas estratégicos
derivados en gran parte por el insu-
rreccionalismo de los llamados
intransigentes, partidarios del canto-
nalismo y de la revolución democráti-
ca. La Guerra Carlista, el inicio de la
guerra de Cuba el 10 de octubre de
1868 y la sublevación de la base
naval de Cartagena, la cual se mantu-
vo desde el 12 de julio de 1873 al 13
de enero de 1874, obligaron a la
marina española a repartir sus unida-
des entre tres escenarios de guerra
muy distantes entre sí 22. Por tanto,
solo una pequeña flotilla compuesta
por una goleta, tres cañoneros a vapor
y varias escampavías –lanchas del
servicio aduanero– estaba preparada
para tratar de vigilar la costa vasca, Ilustración 1. C. CONTRERAS: «Don Tirso de
teniendo por cabeza al comandante de Olazábal Arbelaiz y Lardizábal, diputado por
Marina de Santander23. A pesar de que San Sebastián» (1867-1869)
los liberales controlaban los principa-
les puertos de Vizcaya y Guipúzcoa,
como Bilbao, San Sebastián y Fuenterrabía, como ya se ha visto, los carlistas
lograron en repetidas ocasiones introducir armas y municiones por mar24. Los
carabineros del gobierno liberal fueron incapaces de acabar con el tráfico de
armas, contando muchos carlistas con la ayuda de los pescadores locales, los
cuales cargaban las armas mar adentro trayéndolas a puerto tras una fingida
jornada de pesca25.
Los insurgentes habían comenzado la contienda provistos de las armas
existentes en los depósitos de las milicias locales, pero necesitaban introdu-
cir fusiles a gran escala y, además armonizar sus sistemas para poderlos
municionar, ya que había partidas en las que oscilaban desde el trabuco de
chispa hasta el fusil Remington y el Minié. Los esfuerzos para conseguir

(22) Lo mismo ocurría con el ejército de tierra. PARDO SAN GIL, 2000: 365. MORAL
RONCAL, 2006: 205. Para una descripción detallada de la actuación de la Armada española
durante la III Guerra Carlista, vid. ANCA, 2014.
(23) Paro SAN GIL, 2000: 377. PARDO SAN GIL, 2006: 439.
(24) PARDO SAN GIL, 2006: 439. MORAL RONCAL, 2006: 205.
(25) MORAL RONCAL, 2006: 205.

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armas y fusiles en el extranjero tropezaron en un comienzo con la impericia


de las autoridades carlistas26. No obstante, los obstáculos acabarían siendo
vencidos.
En Inglaterra se encontraron pocos fusiles y dispersos. Por su parte, el
teniente coronel carlista don Alejandro Argüelles había acordado en Bélgica la
compra de una partida del tipo Chassepot a 44 pesetas la unidad. Sin embargo,
la localización en Francia de una gran partida a precio mucho más reducido lo
condujo a rescindir el contrato27.
El 21 de abril de 1873 el exdiputado carlista don Tirso de Olazábal
adquirió en una subasta celebrada en París 9.250 fusiles y un millón de
cartuchos28. Se trataba de rifles Allen y Bredan modelo 1857, procedentes de
los excedentes que el ejército de los Estados Unidos disponía tras el final de
la guerra civil en mayo de 1865. Estos habían sido comprados por el gobier-
no francés para proveer a sus tropas durante la guerra franco-prusiana. Tras
la derrota de las tropas de Napoleón III y la caída del II Imperio en enero de
1871, las nuevas autoridades republicanas francesas se encontraban acucia-
das por la necesidad de allegar recursos económicos con los que pagar las
indemnizaciones de guerra impuestas por Alemania. A pesar de no sentir
simpatía por los carlistas y de compartir ideales con la República española,
el gobierno de Thiers fingió creer que estaba vendiendo las armas a los
gobiernos español y británico. Por lo tanto, aceptaron desprenderse de los
rifles a un precio de 25 francos cada uno, siempre que fuesen comprados por
millares. Esto constituía un verdadero saldo, dado que habían sido conside-
rados además como excelentes por el armero carlista que los examinó. En
vista de ello, en una subasta celebrada en Versalles, Olazábal se hizo con
8.000 de ellos, así como con los correspondientes cartuchos a razón de 45
pesetas el millar. Por su parte, don Alejandro Argüelles adquirió otros 3.000.
De ese modo, entre ambos acumularon 11.000 fusiles y dos millones de
cartuchos29.
Introducir armas a través de la frontera española directamente desde Fran-
cia al País Vasco era caro, lento y no exento de riesgo en esos días, puesto que
el gobierno de Madrid conservó siempre la villa fronteriza de Irún pese a la
presión carlista y al cerco sistemático al que fue sometida entre el 4 y el 11 de
noviembre de 187430. Con el objeto de burlar esta vigilancia y la de la gendar-
mería francesa, los carlistas compraron el velero Queen of the Seas y el yate
de vapor Deerhound para transportar los fusiles y los cartuchos a Inglaterra y,
desde allí, pasarlos de contrabando a España. Fue el primero de esos buques el
que los transportó a través del canal de la Mancha hasta Inglaterra, donde
Olazábal recibió el cargamento31.

(26) PIRALA, 1878 IV: 513-514.


(27) PIRALA, 1878 IV: 514.
(28) FERRER, 1958: 33-34.
(29) PIRALA, 1878 IV: 514. FERNÁNDEZ GAYTÁN, 1988: 16.
(30) SERRANO; PARDO, 1876: 809-814. PIRALA, 1878 IV: 513. GARMENDIA, 1976: 28.
(31) PIRALA, 1878 IV: 515. FERRER, 1958: 33-34.

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Ilustración 2. Yate Deerhound. La Ilustración Española y Americana, 16/09/1873, p. 565

El 21 de junio, el primer secretario de la embajada de España en Londres,


don José Argaiz y Vildósola, escribió al conde Granville, secretario de Estado
de Asuntos Exteriores británico, transmitiéndole sus sospechas de que el
bergantín Queen of the Seas estaba a punto de zarpar hacia España desde
Plymouth llevando las armas y municiones para los carlistas y no hacia
Alejandría, como sus propietarios habían declarado. Como este equipo servi-
ría para fomentar la guerra civil en España, solicitó a Granville que diese
orden a las autoridades de la Aduana de dicho puerto inglés de que investiga-
ran la legalidad del destino del Queen of the Seas32. La remesa había sido
enviada a Inglaterra para hacer ver al gobierno francés que estos suministros
militares habían llegado a su destino previsto33.
Dos días antes, las autoridades aduaneras británicas habían dirigido a
Argaiz una carta comunicándole que el día 18 había llegado el Queen of the
Seas, de Jersey, al mando del capitán Quenault, procedente de El Havre.
Venía este cargado con unas 150 toneladas de carbón, 9.000 fusiles y bayo-

(32) British and Foreign State Papers, 1881: 508


(33) PARDO SAN GIL, 1997: 108.

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netas, alrededor de 1.500.000 cartuchos, 4.000 yardas de tela de arpillera


para uniformes y otros artículos diversos de descripción similar. Para falsi-
ficar la legalidad de este envío, las armas habían sido enviadas desde El
Havre bajo una cuantiosa fianza. Este dinero había sido depositado ante las
autoridades aduaneras y sería devuelto a los fiadores una vez que presenta-
sen un documento firmado por el cónsul de Francia en el puerto de descar-
ga, declarando que tales armas habían llegado realmente a dicho puerto34.
El 27 de junio, Argaiz envió una nueva carta a Granville desde la legación
española en Londres, anunciándole que por medio de comunicaciones
confidenciales había sabido que el vapor Deerhound, surto por entonces en
Plymouth, estaba destinado a recibir en alta mar las armas y municiones en
cuestión del Queen of the Seas. Además, el propietario registrado del vapor
no era otro que el coronel Stuart, secretario de honor del Comité Carlista en
la capital inglesa. Por ello, Argaiz solicitó al Gobierno de Su Majestad
Británica que impidiera la salida de puerto de este buque, cuya finalidad
era «ostensiblemente sospechosa». Ese mismo día Granville respondió
aceptando la petición española y ordenando una investigación respecto de
los buques mencionados. Desafortunadamente, según un telegrama que
acababa de recibir de Plymouth, el Queen of the Seas había salido de ese
puerto hacia Alejandría a las 15:30 del día 26 con todo el cargamento
mencionado35.
Charles Edward Stuart, comte d’Albanie, antiguo comandante del ejército
austriaco, era conocido como «el Príncipe» en los círculos sociales ingleses y
en otros lugares, por ser hijo del pretendiente jacobita al trono escocés.
Gracias a los contactos de Stuart, el legitimismo francés había estado apoyan-
do la causa de don Carlos, mientras que el coronel MacIver, un exoficial del
ejército confederado norteamericano, ejercía como presidente del Comité
Carlista en Gran Bretaña36.
La salida del Deerhound fue inicialmente detenida por el gobierno británi-
co, ya que lord Granville declaró a Argaiz que el Gobierno de Su Majestad no
dejaría de tomar todas las medidas que la ley permitiese «para evitar el envío
desde este país de cualquier expedición hostil al Gobierno español»37. Final-
mente, Granville respondió a Argaiz el 1 de julio que los asesores legales de la
corona británica habían llegado a la conclusión de que el Gobierno no podía
ayudar a la embajada española38. Como el puerto egipcio de Alejandría había
sido declarado destino del barco, este tenía derecho legal a zarpar, dado que el
cargamento se enviaba a un país no afectado por el embargo de armas39. En
consecuencia, la embajada española en Londres escribió al cónsul español en
Bayona, don Manuel de Alarcón, para instarle a que hiciera lo posible por

(34) British and Foreign State Papers, 1881: 509


(35) British and Foreign State Papers, 1881: 509-510.
(36) MCDONALD, 1888: 238-239.
(37) British and Foreign State Papers, 1881: 510.
(38) British and Foreign State Papers, 1881: 510.
(39) FERRER, 1958: 33.

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impedir la entrega del alijo a los carlistas40. Según el escritor y oficial de las
tropas de don Carlos Francisco Hernando Eizaguirre, los esfuerzos de Alarcón
y de la policía francesa para «hacer desaparecer aquel centro perpetuo de
conspiración y aquel arsenal carlista» habían resultado inútiles, pues todas las
noches seguían pasando por la frontera «hombres, caballos, fusiles, unifor-
mes, cartuchos y hasta cañones»41.
Una vez en alta mar, el Deerhound recibió 3.000 rifles y 200.000 cartuchos
a bordo procedentes del Queen of the Seas42. En la noche del 14 al 15 de julio,
la tripulación del yate inglés logró llevar a tierra una parte de este cargamento
en la playa de Oguella, a unas tres millas de Lequeitio, al amparo de varios
batallones carlistas43. De hecho, el 26 de julio de 1873 Faro de Vigo daba
cuenta a sus lectores de que un periódico editado en Bayona informaba de
cómo un barco inglés había desembarcado unos 12.000 fusiles y seis millones
de cartuchos para los insurgentes44. Esta llegada extraordinaria de suministros
coincidió con la víspera de una nueva entrada en España de Carlos VII,
después de la fracasada del 2 de mayo. Así pues, pocas dudas puede haber de
que esta operación había sido planeada para potenciar la potencia de las fuer-
zas rebeldes en el momento crucial de la salida a escena de su soberano.
El 31 de julio, el experimentado cónsul británico en Bayona, Fergus
James Graham, informó al embajador de Su Majestad en París, lord Lyons,
de que el día 22 había arribado a ese puerto el yate a vapor Deerhound, y
que, tras tomar una provisión de carbón y un certificado sanitario, había vuel-
to a hacerse a la mar lo antes posible. La Aduana se había comportado con él
«en la forma habitual en que siempre se trata a los buques de su descrip-
ción». De hecho, solo porque el cónsul Alarcón le había hecho llegar un
informe informándole que el Deerhound transportaba una gran cantidad de
armas y municiones desde El Havre, Graham había decidido comunicarle el
asunto al lord Lyons. Según el cónsul español, el Deerhound había ido más
tarde a San Juan de Luz y, desde allí, a la costa de España, donde su carga-
mento fue entregado a los carlistas45. Teniendo en cuenta lo que Hernando
nos dice sobre el contrabando impune de armas, es más que posible que
Graham hubiese preferido mantenerse al margen de este asunto. En cualquier
caso, este cargamento de 600 fusiles, un cañón y algo de munición fue
desembarcado el 28 de julio en el cabo Higuer, cerca de Fuenterrabía, prote-
gido por un millar de carlistas46.
Sin embargo, las aventuras del Queen of Seas y el Deerhound estaban
lejos de haber concluido. El 13 de agosto, cuando por precaución la tripula-

(40) FERRER, 1958: 34.


(41) HERNANDO, 1877: 9-10. Bayona se hallaba repleta de carlistas desde antes del
comienzo de la guerra. MORAL RONCAL, 2006: 195.
(42) PARDO SAN GIL, 2006: 439.
(43) PARDO SAN GIL, 2006: 439.
(44) Faro de Vigo, 26-07-1873: 2.
(45) British and Foreign State Papers, 1881: 510-511.
(46) PARDO SAN GIL, 1997: 110. PARDO SAN GIL, 2006: 439.

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Ilustración 3. Desembarco de armas en la costa de Vizcaya por las tropas carlistas

ción del Deerhound decidió continuar la operación un día después, solo


habían desembarcado 455 fusiles y 100.000 cartuchos de los 2.220 y
200.000 que respectivamente iban a bordo47. Poco después, el yate inglés fue
capturado por la goleta española Buenaventura en mar abierto. Los oficiales
y la tripulación fueron encarcelados y se confiscaron 1.750 rifles Berdan y
100.000 cartuchos48. Tres días después el coronel Kirkpatrick, «Representan-
te Militar de Don Carlos VII en Londres», llamó la atención de lord Granvi-
lle sobre este incidente en aguas francesas49. Edward Kirkpatrick de Close-
burn (1841-1925) era un súbdito estadounidense de origen escocés que
había sido designado para el mencionado cargo el 27 de julio de 1873, tras
participar en la guerra carlista junto a nobles legitimistas voluntarios de
otros países. Con la presidencia del Comité Carlista asumió la responsabili-
dad de las actividades de propaganda y contrabando marítimo para propor-
cionar armas desde Londres. Actuaba como tesorero el conde de Crouel de
Prez. En la capital británica, la causa carlista también contaba con el apoyo
del redactor jefe del periódico católico Westminster Gazette, Edmund
Sheridan Purcell, y del joven Patrick Keyes O’Clery, diputado por

(47) PARDO SAN GIL, 1997: 110.


(48) PIRALA, 1878 IV: 516. FERNÁNDEZ GAYTÁN, 1988: 16. British and Foreign State
Papers, 1881: 514.
(49) British and Foreign State Papers, 1881: 511.

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Wexford50. Este último solicitaría sin éxito el 5 de mayo de 1874 ante la


Cámara de los Comunes que el gobierno de Disraeli reconociera a las tropas
carlistas como beligerantes51.
Las primeras noticias sobre la captura del Deerhound aparecieron en los
periódicos británicos el 14 de agosto, aunque de forma contradictoria. El Stan-
dard dio cuenta del contenido de un telegrama enviado desde Biarritz, según
el cual los simpatizantes carlistas afirmaban que se había ultrajado la bandera
británica y violado la neutralidad francesa. Por otro lado, el conservador The
Pall Mall Gazette aseguraba que, aunque ondeaba los colores británicos, el
Deerhound «fue utilizado por oficiales carlistas con fines carlistas, y fue
capturado en flagrante delito». Por lo tanto, lo único discutible era si el deco-
miso había tenido lugar en aguas francesas o no, cosa complicada de dilucidar
–continuaba el artículo– ya que nadie parecía tener claro dónde empezaban o
terminaban estas. Sea como fuere, para entonces se sabía ya que el coronel
Stuart y la tripulación se hallaban detenidos en San Sebastián y que serían
juzgados como piratas52.
Cuatro días después llegaba a Madrid un telegrama enviado desde París
cuyo contenido se publicó en la primera página de varios periódicos de la
capital española. Se decía en él que, según informes oficiales franceses, el
Deerhound había sido capturado fuera de las aguas jurisdiccionales de Fran-
cia. Por lo tanto, su gobierno no tenía absolutamente nada que ver con este
tema53. De hecho, el gobierno de París se encontraba más preocupado por la
radicalización del régimen republicano español que por las actividades carlis-
tas, las cuales eran permitidas en su territorio y muy protegidas por los monár-
quicos legitimistas franceses54. Así pues, a partir de entonces el asunto del
Deerhound se desarrollaría cómo un contencioso entre España y el Reino
Unido.
La revista londinense The Spectator publicó el 23 de agosto un largo
artículo sobre el Deerhound, el cual explicaba en sus primeras líneas cómo
este tema parecía que «probablemente iba a proporcionar una amplia cosecha
de cuestiones que involucraban principios de derecho internacional tan grande
como lo había hecho la Guerra Civil estadounidense». El periodista se lamen-
taba de que «los instintos comerciales o el partidismo político» de su nación
siempre involucrasen a Gran Bretaña en estas trifulcas, pero estaba claro que
los derechos e intereses británicos debían mantenerse55.
El 26 de agosto, el diario liberal progresista madrileño La Iberia transcri-
bía en su primera página unos párrafos copiados de «una correspondencia de
Londres». Allí, un autor anónimo daba cuenta de cómo la captura del Deer-

(50) DUPONT, 2020: 132, 217, 224, 334.


(51) BREA, 1897: 498. FERRER, 1959 XVII: 49-50 y 290.
(52) The Pall Mall Budget, 15-08-1873: 36.
(53) La correspondencia de España, 20-08-1873: 1. La Iberia, 21-08-1873: 1. La Igual-
dad, 21-08-1873: 1.
(54) MORAL RONCAL, 2006: 242.
(55) The Spectator, 23-08-1873: 1061-1062.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

hound había abierto un debate y la forma en que este se había reflejado en la


prensa londinense. The Standard, Westminster Gazette y varios otros periódi-
cos, que apoyaban la causa carlista en Inglaterra, habían «clamado al cielo»
por la incautación del Deerhound. Estas publicaciones habían asumido que el
incidente había ocurrido fuera de aguas jurisdiccionales españolas, exigiendo
al Gobierno de Su Majestad Británica que solicitase la liberación inmediata
del buque, la del coronel Stuart y su acompañante –el capitán Travers–, así
como solemnes disculpas por la ofensa infligida a los colores británicos.
Periódicos más imparciales opinaban que el primer punto a aclarar era si el
Deerhound tenía armas a bordo destinadas a los carlistas. De probarse esto y
el desembarco de armas en España, «Gran Bretaña no podría considerar como
propia la causa de aquellos de sus súbditos que traían material de guerra a un
país amigo», aun cuando la República española no hubiera sido reconocida
oficialmente por el Reino Unido. Por tanto, lo que deberían hacer los minis-
tros británicos sería interceder informalmente por el coronel Stuart para que
no recibiese una sentencia demasiado dura56.
El 1 de septiembre, lord Granville envió un telegrama al cónsul británico
en Bayona, indicándole que se dirigiera a San Sebastián para averiguar todos
los detalles concernientes al Deerhound «antes y después de la captura», la
posición en la que se encontraba cuando fue capturado, y el trato dado a los
oficiales y tripulantes, así como las intenciones de las autoridades españolas
sobre ellos. El cónsul Graham siguió las órdenes e inmediatamente zarpó
hacia la ciudad vasca desde Socoa, ya que el país estaba lleno de insurgentes.
Después de haber investigado el tema, se dio cuenta de que los relatos de la
captura eran muy diferentes, hasta el punto de que decidió dar cuenta de
ambos a Granville57.
El coronel Stuart y el capitán Travers habían declarado que el Deerhound
había sido abordado por el cañonero español Buenaventura a las 18:50 en
aguas francesas, frente a la entrada del río Adour, a una distancia de 3 a 4
millas del punto más cercano a la costa de España. No se habían descargado
armas en este viaje, porque los arreglos estaban hechos para la noche siguien-
te. Por el contrario, el capitán del Buenaventura aseguró que la embarcación
había sido tomada a unas 9 u 11 millas de la costa francesa, es decir, en aguas
internacionales. La cañonera se había acercado al Deerhound bajo bandera
británica, izando la bandera española cuando se encontró a poca distancia y
enviando una lancha al yate carlista. El subteniente Joaquín Barriere había
encontrado a bordo gran cantidad de fusiles y municiones para los insurgen-
tes. Por eso, el Buenaventura había remolcado el yate hasta San Sebastián. El
coronel Stuart y el capitán Travers no tuvieron inconveniente alguno en admi-
tir que las armas a bordo iban a ser entregadas a los carlistas. Como se ha
visto anteriormente, habían sido transbordadas desde el Queen of the Seas en
alta mar. Sin embargo, según Stuart, la tripulación ignoraba el asunto cuando

(56) La Iberia, 26-08-1873: 1.


(57) British and Foreign State Papers, 1881: 511.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

fue enrolada en Plymouth, creyendo que el viaje sería un crucero de placer por
el Mediterráneo58. La Ilustración Española y Americana informó de que el
Deerhound había pertenecido originalmente al constructor de buques londi-
nense Mr. Lancaster, publicando incluso un grabado de la embarcación59. De
hecho, este barco había tenido una historia bastante notable. A la altura de
1864 pertenecía a la firma Fraser, Trenholm & Co., de Liverpool, que había
actuado como agente confederado en ese puerto durante la guerra civil ameri-
cana. El Deerhound había sido, en realidad, propiedad de los rebeldes. Prueba
de ello es que su capitán, Evan Parry Jones, había rescatado al comandante y a
la tripulación del barco sudista Alabama cuando fue hundido por el USS
Kearsarge frente al puerto francés de Cherburgo. El Deerhound había sido
construido en 1858 para el duque de Leeds, en el astillero de John Laird
Birkenhead, como un barco de tres mástiles, de acero, con hélice de tornillo y
desplazando aproximadamente 190 toneladas. Poco después lo había compra-
do John Lancaster, un rico ingeniero y hombre de negocios de Lancashire.
Tras el rescate del Alabama, el Deerhound fue vendido a sir George Stuckley.
En la apertura del canal de Suez en 1869, había sido el primer yate británico
en hacer su entrada60. En noviembre de 1873 se encontraba matriculado en
Southampton61.
Según Graham, los prisioneros del Deerhound fueron bien tratados a bordo
del Buenaventura y también en la ciudadela de San Sebastián, aunque los
hombres de la tripulación afirmaban que algunos de sus bienes habían sido
robados a bordo o en tierra cuando los trasladaron a tierra. El cónsul británico
en Bayona había encontrado a Stuart y sus hombres custodiados en habitacio-
nes decentes, donde les daban comida adecuada consistente en sopa, pan blan-
co y carne una vez al día. A su vez, el jefe de Marina de San Sebastián comu-
nicó al cónsul que la intención del Gobierno era llevarlos a Ferrol para ser
juzgados62.
El 11 de septiembre de 1873 lord Granville escribió a Hugh G. MacDonell,
encargado de negocios británico en Madrid, explicándole que había estado a
la expectativa de que le informase de cuáles era las explicaciones que el
Gobierno español ofrecía sobre la captura y detención del Deerhound y su
tripulación. Como aún no había llegado tal aclaración, le transmitió la sorpre-
sa y el pesar del Gobierno de Su Majestad Británica por ello. Las autoridades
españolas no habían hecho ninguna alegación sobre las circunstancias de la
captura del buque que pudieran justificarla en virtud del derecho internacio-
nal. La captura del Deerhound y su tripulación era, pues, una violación
flagrante de los derechos del Reino Unido. Por tanto, MacDonell recibió
instrucciones de presionar al Gobierno español para que este diese «órdenes

(58) British and Foreign State Papers, 1881: 511-512.


(59) La Ilustración Española y Americana, 16-09-1873: 565
(60) BAYNE, 2013.
(61) British and Foreign State Papers, 1881: 521.
(62) British and Foreign State Papers, 1881: 511-512.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

de entrega del buque y de liberación de su tripulación». Esto último resultaba


indispensable y con ello «haría honor a sus sentimientos de honor y justicia».
Por otra parte, el Gobierno de Su Majestad se mostraba «muy deseoso de
evitar toda acción que pudiera, incluso indirectamente, parecer una injerencia
en España o en favor de la causa carlista». Sin embargo, esta consideración no
podría ir en contra de «la imposibilidad de su sometimiento a un grave daño a
su nación»63.
El 13 de ese mismo mes Granville recibió una carta escrita por MacDonell
en Madrid cinco días antes, en la que se incluían dos documentos que le había
facilitado el ministro de Ultramar sobre la captura del Deerhound64. Santiago
Soler y Pla (1839-1888) había sido nombrado para dicho ministerio apenas el
8 de septiembre, pero como anteriormente había estado ejerciendo como
ministro de Estado (Asuntos Exteriores) entre el 19 de julio y la citada fecha,
el asunto del Deerhound entraba dentro de su jurisdicción. El nuevo ministro
tenía que hacer frente al escaso reconocimiento internacional de la República
española, siendo la arrogante actitud del Gobierno británico en este caso una
de las consecuencias de esta falta de crédito65. Sea como fuere, MacDonell
consideraba ambos documentos bastante insatisfactorios. En su opinión, la
única declaración de importancia contenida en estos documentos era que el
Deerhound había sido transportado y capturado en alta mar66. En el primer
documento fechado el 13 de agosto, el comandante de Marina de la provincia
y capitanía del puerto de Santander, el brigadier don Joaquín de Posadillo y
Bonelly, transmitía al ministro Soler la comunicación hecha por el comandan-
te de la goleta de guerra Buenaventura tras haber entrado en este puerto. Al
contrario de lo que expresaba el encargado de asuntos británico, el teniente
Camilo Arana, comandante del Buenaventura, había dado información deta-
llada de la actividad de contrabando desarrollada por el Deerhound. Las
escampavías Donostiarra, Guadalupe y Vigilante, comandadas respectiva-
mente por Manuel Carrera, y los patrones Melchan Sagarsusa y Daniel Chaus-
ti, informaron de cómo el vapor inglés se había acercado a la costa española a
una distancia de una milla y media al oeste de cabo Higuer. Varios botes
carlistas lo esperaban, haciendo señales a la montaña donde sus tropas se
hallaban emboscadas. Un pequeño bote con cuatro hombres había sido arriado
de los pescantes de estribor del vapor, el cual, después de ser inspeccionado
por la escampavía Vigilante, hizo que el Deerhound se dirigiera hacia el
noreste. La Buenaventura lo persiguió hasta que confirmó su avistamiento a
una distancia de 11,5 millas al norte del cabo Higuer. Entre los documentos
que el vapor inglés llevaba a bordo había uno que el administrador de

(63) British and Foreign State Papers, 1881: 512-513.


(64) British and Foreign State Papers, 1881: 513-514.
(65) Palomas, 2022. El día 6 el presidente Salmerón se había lamentado en sesión parla-
mentaria del escaso reconocimiento internacional de la República Española: «vivimos en un
completo aislamiento; nos estiman casi todas las naciones como un verdadero peligro». Diario
de Sesiones de las Cortes, 6-09-1873: 2124-2125. LÓPEZ GONZÁLEZ, 1992: 326.
(66) British and Foreign State Papers, 1881: 513-514.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

aduanas francés le había entregado a su capitán en Bayona el 23 de julio, en


el cual figuraba que salía a la mar en lastre, así como la lista de la tripulación
firmada por este último en Plymouth un mes antes. Sin duda, los cuatro
hombres que figuraban en dicha lista y no se encontraban a bordo eran los que
habían sido vistos la noche anterior por la tripulación del Vigilante remando
en el pequeño bote antes mencionado. Un marinero llamado Facundo Salava-
rría, natural de Ea, había sido tomado a bordo como piloto para Bayona en
San Juan de Luz. Sin embargo, Salavarría había guiado al Deerhound al lugar
donde se iban a desembarcar las armas. En ese punto, dos lanchas blancas
tripuladas por franceses habían desembarcado unas 40 cajas de cartuchos,
que estaban preparadas sobre la cubierta. El teniente Arana declaró que
casi lo mismo se había deducido de algunas declaraciones de los hombres
del Deerhound. A su vez, los marineros de las escampavías reconocieron
que este barco era el mismo que se había usado para los desembarcos ante-
riores, referidos a Arana el 30 de junio. También indicó que no podía
informar con precisión total sobre las armas y las municiones confiscadas,
puesto que el oficial examinador no había abierto los camarotes y otros
compartimentos cerrados, pero estaba perfectamente claro que el Deer-
hound había sido capturado en alta mar, fuera de las aguas de jurisdicción
extranjera67.
El propio don Joaquín de Posadillo informó el ministro de Marina el 16 de
agosto de que el comandante de la Buenaventura había depositado en el
parque de artillería de San Sebastián 1.545 rifles Berdan, 103.000 cartuchos
de metal y 17 trompetas de cobre de lo transportado por el Deerhound. Su
tripulación estaba compuesta por 16 personas, aunque solo había 12 a bordo,
junto con el mencionado piloto vasco68.
El 4 de septiembre, el cónsul británico en Bilbao, Horace Young, había
escrito a lord Granville comunicándole la falta total de respuesta del vicecón-
sul honorario británico de San Sebastián, José de Brunet, aunque se lo había
solicitado en dos ocasiones. Young incluyó una copia de la declaración dicta-
da por la tripulación del Deerhound, en la que diez de sus hombres solicita-
ron su «favor y apoyo en este asunto secreto». Según ellos, habían sido
«llevados con la impresión de un viaje de placer fletado a Malta por la oficina
del consignatario de buques». El coronel Stuart ya había probado en su decla-
ración que la tripulación era inocente de cualquier otra cosa. Se le había
proporcionado los uniformes ordinarios, tal y como en todos los yates se acos-
tumbraba a hacer, los cuales incluso llevaban los botones del Royal Yacht
Club. Las banderas de la Cruz de San Jorge en los botes y las hojuelas ordina-
rias de los salarios de yates les confirmaron esa impresión. Por lo tanto, creye-
ron que todo era correcto hasta que, después de dejar Reardon, se dirigieron a
Belle-Île (Bretaña) con seis franceses y un piloto. Durante unos días navega-
ron, hasta que se encontraron con un bergantín –el Queen of the Seas– y se

(67) British and Foreign State Papers, 1881: 514-515.


(68) British and Foreign State Papers, 1881: 515.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

procedió a la entrega de los suministros militares mencionados anteriormente.


A continuación navegaron a San Juan de Luz, y desde allí a la costa española.
El capitán Travers dijo a la tripulación que lo que estaban haciendo no era
ilegal, y «solemnemente declaró que habían sido tomados a bordo para decidir
una apuesta de 2,00 libras, para llevarlos a España como regalo para un
amigo». Fue sólo entonces cuando se planteó su sospecha, y se encontraron
«en una trampa»69.
A pesar de habérsele informado de todos estos detalles, MacDonell consi-
deró «insuficiente e incompleta» la explicación proporcionada por el gobierno
español. Es difícil determinar qué otra evidencia podría haber sido exigible,
considerando que la propia tripulación del Deerhound había admitido incluso
el haber participado involuntariamente en el contrabando de armas. Además,
Richard Grant, secretario del Royal Yacht Squadron, había escrito a los perió-
dicos el 29 de agosto para informar de que el capitán Travers, el cual usaba las
iniciales del club en sus botones, «no era y nunca había sido miembro ni
tampoco miembro honorario del club, y que el Deerhound carecía de cone-
xión con el club»70.
No obstante, el encargado de asuntos británico en Madrid escribió a lord
Granville el 13 de septiembre señalando las explicaciones del Gobierno espa-
ñola como faltas de claridad. A MacDonell le habían sido transmitidas instruc-
ciones por Granville en un telegrama del 11 y, conforme a ello, había pedido
audiencia al presidente de la República, Emilio Castelar. El jefe del Estado
español, el cual había sido elegido por el Parlamento solo cinco días antes, le
respondió que, debido a esta circunstancia y al estado crítico de las cosas en
España, no estaba preparado para dar una respuesta. Sin embargo, le aseguró a
MacDonell que usaría toda su influencia para obtener una solución favorable
a la cuestión, una vez que hubiese podido familiarizarse con los detalles del
caso y que presentaría el asunto ante el Consejo de Ministros. Su interés en
evitar la tensión con el Gobierno británico era claro, ya que solicitó al encar-
gado de negocios que lo visitase la tarde siguiente. No obstante, el diplomáti-
co británico temía que el presidente español pasara por alto el asunto del
Deerhound, presionado por otros negocios importantes. Por lo tanto, decidió
pedir audiencia a la mañana siguiente al recién designado ministro de Estado,
don José Carvajal71. Carvajal también ignoraba el caso y MacDonell le dio una
larga explicación utilizando todos los argumentos posibles para demostrar la
ilegalidad del apresamiento, exigiendo por ello una reparación inmediata. Con
esto pensó que había logrado persuadirlo sobre la importancia del caso, ya que
Carvajal pidió todos los documentos relacionados con él en su presencia.
Prometió estudiarlos de inmediato y presentar la cuestión esa misma tarde a
sus colegas y suavizar cualquier dificultad que pudiese surgir al respecto72.

(69) British and Foreign State Papers, 1881: 515-516.


(70) The Pall Mall Budget, 29-08-1873: 34.
(71) British and Foreign State Papers, 1881: 516-517.
(72) British and Foreign State Papers, 1881: 517-518.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

Cuando MacDonell estaba a punto de irse, el ministro planteó un problema


que, a la larga, sería la base sobre la que se resolvería el incidente del Deer-
hound ventajosamente para España y sin ningún descredito para los intereses
británicos. El gobierno republicano deseaba recuperar dos fragatas de la
Armada española tomadas a los rebeldes cantonalistas de Cartagena que se
encontraban bajo custodia británica en Gibraltar. En esta reunión en particular,
Carvajal simplemente «hizo cierta alusión a las fragatas capturadas», aunque
el diplomático británico respondió que no sería aconsejable conectar los dos
asuntos, considerando «innecesario agravar esta cuestión acoplándolos». A
pesar de que Carvajal le aseguró que no tenía intención de hacerlo, y el asunto
aparentemente fue retirado por el momento, ya se había puesto sobre la mesa
de negociación. Por la tarde, cuando MacDonell volvió a llamar a Castelar,
este solo tuvo tiempo de asegurarle que había discutido el asunto del Deer-
hound con el ministro por la mañana, y le aseguró que esperaba estar en situa-
ción esa tarde de lograr un respuesta favorable. Sin embargo, agregó: «Noso-
tros también tenemos una cuestión de la misma naturaleza que establecerse
con el gobierno inglés». Él respondió que había entendido claramente que la
cuestión de Deerhound y la de las fragatas no estaban «de ninguna manera
relacionadas entre sí». Además, el tema del vapor británico era «una violación
del derecho internacional», por lo que solo estaba viendo el modo en que
podía repararse73.
Las fragatas Victoria y Almansa habían sido llevadas a Gibraltar el 1 de
septiembre, después de que el vicealmirante británico Hastings Yelverton,
cuyo buque insignia, el HMS Lord Warden, se encontraba fondeado en
Escombreras, fuera de Cartagena, recibiese la orden el 27 de agosto74. Desde
el 21, el almirante Lobo había estado en Escombreras tratando de lograr la
devolución de dichos buques, pero Yelverton no tenía instrucciones claras de
su Gobierno. Su intención era la de entregarlos al Gobierno español, si bien
fuera de la bahía de Cartagena para evitar cualquier posibilidad de ser
bombardeados por los rebeldes cantonalistas desde las baterías del puerto. Por
esta razón, cada vez que el almirante Lobo intentaba hacerse cargo de estos
barcos, los británicos le demandaban un documento oficial con requisitos que
la persona o comisión que intentaba recibir las fragatas no podía cumplir en
ese momento. En otras ocasiones el documento solicitado tenía que ser autori-
zado por una persona cuya ausencia se conocía75.
Esta actitud recibía el apoyo de una parte de la prensa británica. El 12 de
septiembre, The Pall Mall Budget opinaba que si los británicos deseaban «las
condiciones morales y legales de neutralidad» deberían continuar reteniendo,
«como interesados imparciales», los buques que entonces se encontraban a su
cargo en Gibraltar76.

(73) British and Foreign State Papers, 1881: 517-518.


(74) PÉREZ CRESPO, 1990: 225-226.
(75) PÉREZ CRESPO, 1990: 224-225.
(76) The Pall Mall Budget, 12-09-1873: 4.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

El caso fue llevado al Parlamento español el miércoles 17 de septiembre


por el diputado por Soria Basilio de la Orden Oñate, el cual era miembro del
ala republicana del Partido Radical y seguidor de Ruiz Zorrilla. Indicando
cierta alarma despertada por el asunto entre la opinión pública, La Orden
preguntó al Gobierno cuáles eran los motivos de los británicos para no devol-
ver las fragatas a las manos españolas. Alegando la discreción necesaria por
razones de Estado para no dar más explicaciones, el presidente Castelar le
respondió que el Gobierno se había ocupado de ello con toda actividad y celo,
y se prometía y esperaba un resultado favorable77.
En esta misma sesión, el doctor Dionisio Cuesta Olay, diputado por Ovie-
do y miembro del opositor Partido Republicano Federal, insistió en solicitar
información al respecto. Comenzó por aludir a lo humillante que había sido
para España el hecho de que la nación inglesa no estuviese restituyendo las
fragatas ni negando su devolución, siendo esto una consecuencia del compor-
tamiento criminal de los cantonalistas. Luego preguntó si los británicos no
mantenían las fragatas en su poder como prendas para reclamar la devolución
del interés sobre el préstamo que Gran Bretaña había otorgado a España.
También quería saber si era cierto que el ministro de Estado había intercam-
biado dos notas diplomáticas con la «Nación inglesa», las cuales no habían
sido atendidas. ¿Estaba el Gobierno listo para reclamar la devolución de las
fragatas para reparar la ofensa infligida por esta situación a la memoria de los
soldados españoles que habían luchado en Lepanto y Trafalgar, así como a
aquellos que habían comenzado la reconquista de España contra los musulma-
nes como compañeros de don Pelayo? De acuerdo con la crisis grave que esta-
ba experimentando el país, el ministro de Asuntos Nacionales le pidió que se
conformase con la respuesta previamente dada al diputado La Orden por el
presidente78.
Mientras tanto, parte de la prensa británica continuaba la campaña para
instar al gobierno de Su Majestad a lograr la liberación incondicional del
Deerhound y de su tripulación. El 13 de septiembre, The Spectator publicó un
artículo titulado « ¿Qué está haciendo lord Granville sobre el Deerhound?»,
en el cual España era acusada de haber «cometido una violación del derecho
internacional de lo más flagrante por haber capturado el Deerhound».
Además, el Gobierno español estaba empeorando el asunto al tratar a los
cautivos del Deerhound de una manera en la cual Inglaterra se hubiera aver-
gonzado de tratar «incluso a los piratas más sedientos de sangre». La acusa-
ción de piratería, por la que debían ser juzgadas, era absurda. Echando más
madera al fuego, el autor de este artículo también afirmaba que este cargo se
estaba usando como una excusa para la «tortura del tipo más degradante»,
encarcelando a caballeros y marineros ingleses «en un agujero sucio, sin las
decencias comunes de la vida y apenas suficiente comida para salvarlos de la
inanición». Siendo como era un medio simpatizante del partido liberal, The

(77) Diario de Sesiones de las Cortes, 95: 2331.


(78) Diario de Sesiones de las Cortes, 95: 2335-2336.

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Spectator estaba seguro de que lord Granville sufriría «una ansiedad muy
natural y razonable si le hiciese saber al público qué pasos había tomado para
hacer entrar al gobierno español en razón». No obstante, en la conclusión
ponía una condición obvia para el apoyo de su revista: «La tolerancia hacia la
debilidad no debe ir demasiado lejos»79.
El 17 de septiembre, MacDonell envió un telegrama a lord Granville,
informando de que el Gobierno español se había negado a liberar al Deer-
hound, sin que un tribunal de presas la hubiera absuelto previamente. Además,
incluso si el buque y la tripulación fuesen liberados, el coronel Stuart seguiría
detenido. Granville había respondido a su encargado de asuntos en Madrid
que el Gobierno de Su Majestad no podía «aceptar la competencia del gobier-
no español para atribuir a un tribunal de presas el caso del Deerhound», ni
tampoco que el Gobierno español pudiese asumir la jurisdicción legal sobre
un barco británico que en tiempo de paz había sido incautado en alta mar por
un barco de la Marina española». Por lo tanto, el Gobierno de Su Majestad
insistió en que el barco y todos aquellos que estuviesen relacionados con él
deberían ser liberados. En consecuencia, MacDonell debía abstenerse de
entrar en cualquier otro asunto hasta entonces80.
Este mismo día, el Diario Oficial de Avisos informó de que The Times
había anunciado que Yelverton había recibido la orden de entregar al Gobier-
no español las fragatas tomadas a los cantonalistas. La misma información se
había publicado previamente en la The Pall Mall Gazette el 12 de septiembre,
especificando que cada fragata debía ser dotada con una tripulación de al
menos 500 hombres para evitar que cayesen de nuevo en manos rebeldes81.
El 20 de septiembre, MacDonell volvió a escribir a Granville para infor-
marle del resultado de la última reunión que había tenido con Carvajal. El
ministro español le transmitió que el Gobierno español había declarado ilegal
el secuestro del Deerhound. En consecuencia, se habían enviado órdenes a
Ferrol para la liberación inmediata de la tripulación y del buque, que serían
puestos a disposición de su capitán tan pronto como el presidente Castelar
hubiera firmado el correspondiente decreto82. El diplomático británico le
expresó su agradecimiento por la pronta decisión tomada por el Consejo de
Ministros. A su vez, Carvajal le participó a MacDonell que el Gobierno espa-
ñol consideraría gratificante saber «que si el dueño del Deerhound, el coronel
Stuart, o los relacionados con él, hubieran infringido la ley de Gran Bretaña,
el Gobierno de Su Majestad no dudaría en llevar a los culpables ante la justi-
cia». Como el objetivo de los británicos era la liberación inmediata de la tripu-
lación, MacDonell no puso objeciones83. Al final, la sugerencia de Carvajal no
pasaría de ser una mera ilusión, ya que el Gobierno británico nunca llegaría a

(79) The Spectator, 13-09-1873.


(80) British and Foreign State Papers, 1881: 518.
(81) Diario Oficial de Avisos, 17-09-1873: 1. The Pall Mall Budget, 12-09-1873: 28.
(82) British and Foreign State Papers, 1881: 518-519.
(83) British and Foreign State Papers, 1881: 518.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

Ilustración 4. «El Northfleet, barco echado a pique por un vapor en el Canal de la Mancha, con
pérdida de 240 pasajeros». La Ilustración Española y Americana, 16/2/1873

actuar contra Stuart ni contra ninguno de los miembros del Comité Carlista en
Inglaterra por estar involucrados en el contrabando de armas. Finalmente, las
fragatas españolas Victoria y Almansa fueron entregadas en Gibraltar al almi-
rante Lobo el 26 de septiembre84.
En esa misma fecha, MacDonell avisó a Granville por telégrafo desde
Madrid de que el Gobierno español había reconocido el derecho del Gobierno
británico a reclamar indemnizaciones en favor de las partes que hubieran
sufrido por la captura del Deerhound. Para despejar toda duda al respecto,
acompañó copia del despacho que en ese día había dirigido al ministro Carva-
jal, expresando la satisfacción del Gobierno de Su Majestad Británica, así
como reservándose el derecho a reclamar la referida indemnización. Para
darle otra vuelta de tuerca, se atrevió a indicar que el Gobierno británico esta-
ba seguro de que su homólogo español nunca presentaría ningún impedimento
a ese citado derecho a reclamar85.
El 27 de septiembre el editor The Spectator se mostraba claramente satisfe-
cho, como se desprende de la primera línea de un artículo sobre el ministro de
Asuntos Exteriores británico: «Lord Granville ha hecho sentir su influencia en
España». El orgullo nacional había sido reivindicado con la liberación de la

(84) PÉREZ CRESPO, 1990: 229.


(85) British and Foreign State Papers, 1881: 519.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

tripulación del Deerhound, aunque la embarcación aún no hubiese sido


devuelta86. A principios de septiembre el vapor español Murillo, el cual pare-
cía que había chocado y hundido al Northfleet británico a las 22:30 del 23 de
enero frente a Dungeness (Kent), fue capturado frente a Dover. Tras ser
conducido a Londres, quedó bajo la custodia de las autoridades del Almiran-
tazgo «en nombre de quienes sufrieron por su descuido flagrante y despiada-
do». El Northfleet era un barco mercante con aparejo completo, que había sido
fletado para construir una línea ferroviaria en Tasmania, llevando a bordo a
los trabajadores con sus familias y a los equipos necesarios para ello. La
pérdida de vidas ascendió a 262. El Murillo se había dado a la fuga tras abor-
dar al Northfleet mientras se encontraba fondeado. Debido a la oscuridad y a
las malas condiciones meteorológicas, las víctimas tampoco fueron socorridas
por ningún otro de los numerosos barcos anclados en la zona ni por los guar-
dacostas y botes salvavidas87. En cualquier caso, este accidente fue considera-
do otra causa de agravio contra España por la prensa británica, a pesar de que
las autoridades españolas en Cádiz habían detenido al capitán y la tripulación
del Murillo88. El capitán del vapor español fue suspendido por el juzgado en
ese puerto por un año. Gran Bretaña no tomó más medidas, pero se entregó al
Gabinete español una copia de las fuertes declaraciones del juez Phillimore en
la Corte del Almirantazgo cuando el Murillo fue enviado a Londres después
de ser detenido en Dover en septiembre de 187389. El Murillo sería condenado
por la Alta Corte del Almirantazgo en la demanda de los propietarios del
Northfleet el 4 de noviembre90. Este triste asunto ayudó a dirigir la opinión
pública en contra de quienes apoyaban el argumento del Gobierno español de
que el Deerhound había sido incautado en sus aguas jurisdiccionales. The
Spectator refutó a «un entusiasta pero no muy docto defensor de los procedi-
mientos del Gobierno español», que había escrito una carta a The Times el
martes 23 de septiembre indicando que España «siempre ha reclamado diez
millas de la costa, y en el caso de bahías, desde la línea que une cabo con
cabo» como aguas jurisdiccionales. Contrariamente a este argumento, The
Spectator defendía que el derecho internacional general establecía que las
aguas jurisdiccionales abarcaban una legua o tres millas marítimas91.
En cualquier caso, Carvajal respondió a MacDonell el 14 de octubre,
expresándole cuán complacido estaba el Gobierno español por la satisfacción
del Gobierno de Su Majestad Británica por lo obrado con respecto a la captura
del yate de vapor británico. No obstante, en cuanto a la reserva sobre el dere-
cho de los interesados a reclamar las pérdidas que hubieran experimentado, el
Gobierno de la República Española entendía que, en el caso particular de este
buque, «habría que hacer un examen especial, sin olvidar que la criminalidad

(86) The Spectator, 27-09-1873.


(87) The Nautical Magazine, 1873: 247.
(88) The Pall Mall Budget, 7-02-1873: 32.
(89) BATY, 2005: 162.
(90) Whitaker’s, 2013: 98.
(91) The Spectator, 27-09-1873.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

del Deerhound era evidente». Según él, esto había sido demostrado tanto por
hechos como por pruebas anteriores y posteriores a su captura, mientras que el
haber sido apresado en aguas neutrales era una circunstancia accidental,
teniendo en cuenta el objetivo de su viaje a las costas de España. Además, el
Gobierno británico había sido debidamente informado de todos estos hechos
por la legación española en Londres antes de la salida del Deerhound de
Inglaterra. Por lo tanto, solo porque el Gobierno español había confiado en
que las autoridades británicas impusieran una sanción al armador del barco, el
yate en cuestión había sido entregado al Gobierno de Su Majestad92.
En 1869 A. H. Layard había sido enviado como ministro plenipotenciario a
Madrid. Debido a sus orígenes familiares e historia personal, debería haber
estado entre las personas más adecuadas para el servicio del Foreign Office.
Inglés por parte de padre, español por parte de madre, parisino de nacimiento
e italiano de formación, sumaba a todo ello una extraordinaria vocación por
las culturas antiguas, la cual le permitió convertirse en uno de los arqueólogos
e historiadores más relevantes de su tiempo. Sin embargo, como observaría
The Times en su obituario, sir Henry Layard era «algo brusco y seco en su
comportamiento, excepto en los casos en que sus intereses intelectuales se
veían afectados o sus simpatías lo movían». Había que admitir que, como
embajador, se había mostrado falto de algunas de las cualidades que se exigen
a un diplomático de primer orden93. Fuese esto cierto o no, parece que Layard
llevó el tema personalmente desde los últimos días de octubre. Por ello, diri-
gió un despacho al ministro Carvajal exponiendo que un tal Fernando Lagabe-
ria, natural de Nachitera (sic), en la provincia de Vicenza, el cual formaba
parte de la tripulación del Deerhound, continuaba detenido en la prisión de
Ferrol, mientras que el resto de la misma ya había sido liberado. En un tono
bastante autoritario, Layard le indicaba al ministro español que su gobierno
estaba enterado de que el Deerhound, navío que navegaba bajo los colores
ingleses, había sido capturado ilegalmente en aguas neutrales. Esto sin duda
haría admitir a Carvajal que todas las personas que iban a bordo, sin distinción
de nacionalidad, tenían derecho, según los bien conocidos principios del dere-
cho internacional, a su inmediata puesta en libertad. Esperaba, pues, que daría
inmediatamente órdenes a las autoridades de Ferrol para la liberación de
Fernando Lagaberia94.
El ministro Carvajal contestó el 14 de octubre a la nota de MacDonell del
26 de septiembre, haciéndole saber el agrado del Gobierno de España por la
satisfacción del Gobierno de Su Majestad Británica derivada de la solución
dada al tema Deerhound. No obstante, la República española entendía que las
reservas expresadas por el Reino Unido respecto de las reclamaciones por las
pérdidas experimentadas por los interesados debían ser examinadas a la luz de
los hechos probados. En primer lugar, la criminalidad del Deerhound era

(92) British and Foreign State Papers, 1881: 520.


(93) Eminent Persons, 1892-1897 VI: 134.
(94) British and Foreign State Papers, 1881: 519-520.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

evidente. En segundo lugar, el vapor solo había sido liberado porque fue
capturado en aguas neutrales. En tercer lugar, esto se había hecho «bajo el
supuesto de que impondría al propietario del buque la pena de que se hubiera
hecho responsable por la irregularidad en su punto de partida, de las circuns-
tancias especiales, y del objeto de su viaje a la costa de España»95.
Las esperanzas españolas pronto se vieron frustradas, ya que lord Granville
escribió a Layard desde el Foreign Office el 11 de noviembre, comunicándole
que los asesores legales de la Corona le habían informado que «no había
ningún motivo para iniciar un proceso penal contra el Coronel Stuart o cual-
quiera de las otras partes conectadas con el Deerhound». Layard debería
transmitírselo a su vez al Gobierno español96. Por su parte, Stuart, que había
enviado una protesta oficial a Layard reclamando 25.000 dólares (unas 5.000
libras) «como compensación por los malos tratos, encarcelamiento ilegal y
pérdidas» a los que dijo haber estado expuesto a consecuencia de la captura
ilegal de su embarcación, no obtuvo una respuesta más satisfactoria. Layard
envió una carta a Granville el 18 de noviembre pidiéndole instrucciones, tal
y como había informado al coronel Stuart, pero al mismo tiempo le transmi-
tió al ministro de Asuntos Exteriores británico que el relato elevado por
Stuart en la mencionada protesta no se correspondía con los informes que le
habían llegado y los que habían sido entregados al Gobierno de Su Majestad
Británica97.
En calidad de propietario del vapor de hélice Deerhound, el 11 de noviem-
bre Charles Stuart había declarado ante Robert G. Edmonds, notario público
de Plymouth, las circunstancias antes explicadas de la captura de su barco.
Cambió parte de lo previamente declarado y agregó algunos detalles, como
que el Deerhound había sido abordado frente a Biarritz por el Buenaventura
con una carga de aproximadamente 99 toneladas. Insistió en que, cuando los
españoles se apoderaron de ella, el Buenaventura izaba la bandera inglesa,
reemplazándola por la enseña española solo más tarde. El comandante español
se había apoderado del vapor inglés «aunque ningún Tribunal competente
había dictado sentencia judicial de que tal captura no fuera ilegal»98.
Para ser exactos, esto último solo había sucedido porque el Gobierno espa-
ñol había cedido en no someter el caso a un tribunal de primera instancia, en
respuesta a las presiones del Gobierno del Reino Unido. La denuncia de Stuart
narraba cómo el Deerhound había sido remolcado a San Sebastián, donde la
tripulación fue trasladada como prisionera por las calles, «sometida a los
abucheos y silbas de la gente, y con el miedo a una agresión física en cual-
quier momento de una turba excitada». Una vez llevados al castillo de la
Justa, quedaron recluidos desde el 14 de agosto y «tratados con gran cruel-
dad» durante la primera semana, sin dejarles ni siquiera tomar aire en las

(95) British and Foreign State Papers, 1881: 520.


(96) British and Foreign State Papers, 1881: 520-521.
(97) British and Foreign State Papers, 1881: 521.
(98) British and Foreign State Papers, 1881: 521-523.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

murallas99. Las tropas del Gobierno que visitaban el castillo los amenazaban
diariamente, haciéndoles sentir un constante temor por su integridad física100.
En la tarde del 4 de septiembre, Stuart y sus hombres tuvieron que pasar
nuevamente por la ciudad en las mismas circunstancias. Él y el capitán
Travers fueron llevados a bordo del Deerhound, mientras que la tripulación se
embarcó en el cañonero español Gaditano, un remolcador armado en 1873
con dos cañones de 120 mm, que había sido botado en 1860 en Nueva York.
De esta forma navegarían hasta Santander, sin que les dieran comida entre las
14:00 del día 4 y las 17:00 del día siguiente. En este puerto fueron trasladados
a la corbeta a vapor de la Marina española Consuelo, armada con dos cañones
de 200 mm y uno de 160 mm. Después de varios días, fueron conducidos a
Ferrol, donde permanecieron como prisioneros hasta la noche del 21 de
septiembre. Durante cuarenta días permanecieron en este puerto gallego. A lo
largo de este proceso, tanto a la tripulación como a los oficiales le fueron
sustraídos o perdidos sus efectos, bien por la tripulación del Buenaventura o
bien al pasar por manos de los oficiales de Aduana101. Estas declaraciones de
Stuart resultaban contrarias, al menos en parte, a lo que había publicado la
prensa inglesa tras su llegada a Ferrol. El diario madrileño La Época informa-
ba en su número del sábado 20 de septiembre de que tanto Stuart como
Travers habían escrito elogiando la cortesía que les habían brindado los oficia-
les y tripulantes del buque Consuelo durante la navegación entre San Sebas-
tián, Santander y Ferrol. También escribieron a la prensa británica afirmando
que cuando salieron de Francia desconocían por completo que su barco lleva-
ba fusiles a las costas de España102. Ni Stuart y Travers podían ignorar su
cargamento, por lo cual, al menos en este punto en particular, estaban mintien-
do descaradamente.
Otro punto relevante tratado en la carta de Stuart a Granville fue el destino
final de las armas confiscadas a bordo de su yate, que ascendían hasta un total
de 1.727 rifles y 80.000 cartuchos. El día que él y sus hombres fueron puestos
en libertad, Stuart había informado al vicecónsul británico en Ferrol, Manuel
Antonio García, de que debía exigir la reparación de los daños en el ajuar y
mobiliario general del yate, así como en su maquinaria y calderas. Por su
parte, García le dijo que se le entregaría la embarcación junto con las armas y
municiones, algo en lo que confiaba103.
Una vez que el barco estuvo suficientemente reparado para volver al mar,
Stuart exigió a las autoridades de Ferrol que le devolvieran las armas, pero el
capitán general de la provincia le informó de que habían sido enviadas a La
Coruña. Por lo tanto, solicitó al vicecónsul británico que se le entregasen.

(99) British and Foreign State Papers, 1881: 520-521.


(100) Muy probablemente se trataría del contingente de milicianos denominados «Volun-
tarios de la Libertad» de San Sebastián. PARDO SAN GIL, 2000: 366.
(101) British and Foreign State Papers, 1881: 520-521.
(102) La Época, 20-09-1873.
(103) British and Foreign State Papers, 1881: 524-525.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

García le explicó que, según su leal saber y entender, estos rifles y cartuchos
habían sido enviados a Inglaterra o ya habían sido vendidos. En este último
caso, el producto de la venta habría sido remitido a Gran Bretaña. Incapaz de
obtener más información, partió hacia Gran Bretaña. Llegó a Plymouth el 10
de noviembre, efectuando la antedicha protesta ante notario y escribiendo a
Mr. Layard, ministro plenipotenciario de Su Majestad en Madrid. Por su parte,
Layard le comunicó que su protesta había sido remitida a lord Granville. En el
momento en que Stuart escribió a Granville, no tenía noticia de que las armas
hubiesen sido enviadas, ni había recibido compensación económica por ellas.
Por tanto, parecía claro que el vicecónsul en Ferrol estaba mal informado, y
que las autoridades de dicha ciudad habían «confiscado intencionadamente las
armas para retenerlas, estando la República española muy necesitada de tales
materiales»104.
El 15 de diciembre, el conde Granville recibió una carta que Layard le
había dirigido desde Madrid seis días antes, en la cual le informaba de cómo el
Gobierno español había aceptado poner a Fernando Lagaberia en manos del
vicecónsul británico en Ferrol, con la condición de que el marinero italiano se
fuera del país. Layard había telegrafiado al vicecónsul británico en ese senti-
do105. El día 21 tomó la pluma de nuevo para dar cuenta de que había sido
informado por dicho vicecónsul de que Lagaberia finalmente había sido libera-
do de prisión y se le había otorgado un pasaporte para San Sebastián. El italia-
no se había marchado de Ferrol sin presentarse en el viceconsulado, muy posi-
blemente porque le habían advertido de que el Gobierno español se sentía libre
de tratarlo como creyera conveniente si se le volvía a encontrar en el país106.
Con esto se ponía fin al capítulo de la liberación del Deerhound y de su
tripulación, pero aún quedaba por resolver la reclamación de daños causados
al propietario del barco. De hecho, el coronel Stuart le escribió a lord Granvi-
lle dos días después desde el mismo Londres transmitiéndole su reclamación
por la incautación ilícita de su yate. En esta carta describía los detalles del
incidente con más viveza que antes. Él y su tripulación habían sido llevados
por San Sebastián –dice en su carta– «bajo una guardia de voluntarios republi-
canos españoles, estando todo el tiempo sometidos a la violencia de estos
hombres, que nos golpeaban con sus fusiles, y excitaban al populacho contra
nosotros de modo que estábamos con el temor de que nos quitaran la vida en
cualquier momento»107.
Stuart valoraba en 2.500 libras sus pérdidas por los daños causados al yate,
3.956 libras, 14 chelines y 6 peniques por el valor de las armas y municiones,
y otras 10.000 libras por el tiempo que él y su tripulación estuvieron en
prisión108.

(104) British and Foreign State Papers, 1881: 525.


(105) British and Foreign State Papers, 1881: 523.
(106) British and Foreign State Papers, 1881: 526.
(107) British and Foreign State Papers, 1881: 525.
(108) British and Foreign State Papers, 1881: 525.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

Considerando los actos del Gobierno británico desde un punto de vista


legal, lord Granville había presionado para la restitución del Queen of Seas y
del Deerhound, porque el prestigio británico estaba en juego. Sin embargo, los
sublevados no habían sido reconocidos como beligerantes. Esta circunstancia
ya había valido como argumento casi desde el principio, habiendo sido este
denunciado por los liberales españoles como procedente de los carlistas cuan-
do apareció en las páginas de la prensa inglesa. Así, el 2 de septiembre, La
Iberia reproducía un párrafo de The Morning Post donde se decía que ninguna
ley internacional prohibía a un barco inglés transportar armas a un puerto
español. Como los carlistas no habían sido reconocidos como beligerantes, no
se podía alegar que se tratase de contrabando, ya que el Gobierno de Madrid
no había aceptado que hubiera una guerra en el sentido jurídico de la palabra.
The Morning Post aseguraba que no sentía simpatía por los carlistas, pero que
en este caso era el honor de la bandera británica lo que estaba en juego. Por su
parte, La Iberia creía que el periódico inglés no estaba siendo justo, olvidando
que las leyes de todo país civilizado prohibían el contrabando y que los britá-
nicos trataban a los contrabandistas como se había tratado a la tripulación del
Deerhound en España109. El 27 de septiembre, The Spectator argumentaba que
la cuestión de si el Deerhound había sido capturado o no en aguas españolas
no era el verdadero problema, sino que la tripulación solo podía ser acusada
de contrabando y no de piratería. Esta última acusación solo habría sido cierta
si hubiera habido un acto de guerra. Legalmente no había contendientes, ya
que el Gobierno español no reconocía a los carlistas como beligerantes. Así
pues –concluía el artículo–, «la gente del Deerhound se merecía meterse en un
lío, pero un lío y una acusación de piratería no son lo mismo»110.
La refutación de la piratería involucrada en el caso había sido realizada
previamente por The Law Times aproximadamente un mes antes con el
argumento de que la tripulación del Deerhound no había cometido ningún
robo ni asesinato. En todo caso, el del Deerhound era un delito político y
ni siquiera podía ser un delito que llevase aparejada la extradición. El mismo
punto de vista se sostuvo respecto al contrabando de material bélico. Si los
carlistas seguían siendo súbditos del Gobierno de Madrid, entonces los
hombres del Deerhound solo habían violado la ley municipal con respecto a
los artículos imponibles introducidos en España. El único delito por el que
podían ser imputados por un hecho realizado fuera del territorio español y de
sus aguas jurisdiccionales era el creado por el derecho internacional o por un
tratado, pero este no existía111.
En 1909 el jurista Thomas Baty expresó su opinión al respecto en su Inter-
national Law. Por el argumento ya expuesto, tal vez la captura no había podi-
do justificarse bajo la ley de contrabando. Por este motivo, el Gobierno espa-
ñol liberó al buque y a la tripulación. Incluso entonces, el ministro británico se

(109) La Iberia, 2-09-1873: 2.


(110) The Spectator, 27-09-1873.
(111) The Law Times, 30-08-1873: 322.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

reservó el derecho de exigir una compensación por lo sucedido. Aparentemen-


te, esto último se hizo sin autorización, ya que cuando el coronel Stuart solici-
tó a lord Granville una reparación por su sufrimiento y pérdida, la respuesta
fue sombría112.
La cuestión duraría hasta el 4 de febrero de 1874, cuando ni Carvajal ni
Castelar estaban ya en el Gobierno. Este último había sido reemplazado por el
general Serrano. En esta fecha, lord Tenterden, subsecretario permanente del
Foreign Office, escribió al coronel Stuart respondiendo a la protesta hecha por
él en Plymouth y enviada al conde Granville a través de Layard. Las palabras
exactas en la respuesta fueron estas: «… cuando los súbditos británicos entran
en una especulación como aquella en la que usted empleó el Deerhound, no
deben buscar compensación o apoyo del Gobierno de Su Majestad si la espe-
culación resulta desastrosa»113.
Por lo tanto, lord Granville se negó a dar ningún paso ante el Gobierno
español en favor de Stuart. Para demostrar la poca simpatía que el Gobierno
británico tenía hacia sus actividades y sus patrocinadores carlistas, lord
Tenterden le pidió que devolviera, sin demora, al secretario jefe del Foreign
Office, la suma de 65 libras, 16 chelines y 6 centavos. Era el equivalente en
libras esterlinas de los 6.320 reales de vellón –moneda española de entonces–
que le había adelantado el 5 de noviembre el vicecónsul británico en Ferrol
para que el Deerhound y su tripulación pudieran dirigirse a un puerto británi-
co. Esta decisión fue una pieza cuidadosamente elaborada de equilibrio
diplomático. El prestigio británico salía indemne con la liberación de un
vapor y de una tripulación de su nación, apaciguando con ello a la opinión
pública. Por otro lado, no se había causado ningún daño económico a los
intereses de ningún súbdito británico. Stuart no era más que un testaferro de
los carlistas en el Reino Unido, ya que eran ellos quienes habían comprado
las armas y municiones, adquiriendo además los barcos para su transporte a
España.
Por otra parte, los resultados de la actividad de Stuart podrían considerarse
considerablemente exitosos. Después de todo, el Deerhound había sido libera-
do y había regresado a Plymouth, mientras que la mayoría de los rifles y
cartuchos transportados en él habían sido entregados a las tropas carlistas
según lo planeado. Únicamente el último desembarco se había visto frustrado.
El 21 de noviembre anterior se había podido leer en La Igualdad que un diario
londinense recogía las declaraciones realizadas por el coronel Stuart a su
llegada a Plymouth, tras enfrentarse a un tiempo muy tempestuoso en el golfo
de Vizcaya. Según él, a pesar de haber caído en manos hostiles y de haber
sufrido dos meses de arresto durante su ausencia en España, había cumplido
su cometido, y había conseguido que las 25.000 armas que llevaba consigo
estuvieran para entonces en manos de los carlistas114. Idéntica noticia se había

(112) BATY, 2005: 162.


(113) British and Foreign State Papers, 1881: 526-527.
(114) La Igualdad, 21-11-1873: 2.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

publicado en La Época y La Iberia115. Lo cierto es que, en septiembre de 1873,


no mucho tiempo después de que las remesas transportadas por el Deerhound
obrasen en posesión de los insurrectos, se considera que comenzó la tercera
fase de la guerra, que duraría hasta julio de 1875. En este periodo las partidas
de guerrilleros se transformaron en batallones y el ejército carlista actuó ya
como una fuerza regular bien organizada, logrando victorias como la de
Montejurra (7-9 de noviembre de 1873)116
No obstante, para el propio Stuart este éxito se había teñido de amargura.
Al cautiverio y humillación de ser tratado por las autoridades republicanas
españolas no solo como prisionero, sino también como pirata y cómplice de
un grupo de insurgentes contra las libertades políticas, se sumaba un doloroso
hecho personal. Su hija Marie Stuart, comtesse d’Albanie, había muerto cerca
de Tours mientras él estaba prisionero en San Sebastián, a fines de agosto117.
Por otra parte, en 1874 el comité carlista en el Reino Unido del cual había
sido secretario, sería sustituido por un English Committee en cuya fundación
participaron el periodista Purcell y el coronel J. Bertrand Payeu Payne. El
antiguo presidente Kirkpatrick solicitó la expulsión de ambos de este organis-
mo por sospechar de su honradez, pero ello no evitó que él mismo fuese susti-
tuido por el irlandés sir Gilbert E. Campbell, quien era casi un desconocido118.
Este sería reemplazado, a su vez, en 1875 por lord Beaumont como encargado
de negocios y por Mr. De Haviland, como representante militar119.
Dado que necesitaban hacerse con suministros de guerra a toda costa, los
carlistas continuaron contrabandeando armas después de la detención del
Deerhound. Con este propósito, doña Margarita, esposa de don Carlos, finan-
ció con su propio peculio la compra del Orpheon, otro yate inglés. Desgracia-
damente para la causa carlista, solo logró efectuar dos viajes, desembarcando
armas en Lequeitio el 2 de octubre y el 20 de noviembre de 1873. Poco
después se hundió en aguas francesas cerca de Socoa, cuando se disponía a
embarcar un pesado cargamento de armas en Bayona120.
En 1873, el último burlador de bloqueos fue un pequeño barco correo
llamado Ville de Bayonne, el cual se incendió el 15 de octubre, justo después
de partir de Bayona hacia Amberes para recoger un cargamento. Quedó a la
deriva pero no se hundió, apareciendo el pecio frente a Ondárroa cuatro días
más tarde. Tras ser remolcado a puerto, aún se pudieron recuperar 4.000 fusi-
les en buen estado y más de un millón de cartuchos121.
Estos importantes alijos de armas serían empleados para convertir en
tropas regladas a los nuevos reclutas. El 20 de octubre se daba por cierta en
Bilbao la noticia de que los carlistas habían desembarcado unos 4.000 fusiles

(115) La Época, 21-11-1873: 3. La Iberia, 22-11-1873: 2.


(116) PARDO SAN GIL, 2000: 361.
(117) The Pall Mall Budget, 29-08-1873: 35.
(118) DUPONT, 2020: 219.
(119) CAMPBELL, 1875: 2.
(120) FERNÁNDEZ GAYTÁN, 1988: 16.
(121) PARDO SAN GIL, 1997: 109-111.

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en Ondárroa, con los cuales se había «empezado a armar a unos 300 o 400
mozos que tenían en Lequeitio, instruyéndolos con palos». Al parecer proce-
dían de un gran depósito existente en Burdeos de fusiles de los Estados
Unidos, los cuales habían sido rechazados por el gobierno francés durante la
guerra franco-prusiana. Las entregas se hacían a medida que los carlistas las
iban pagando con las contribuciones que sacaban de los pueblos122. Se valían
además de los derechos aduaneros y del peaje de las compañías ferroviarias
cuyas líneas atravesaban el territorio carlista.
A finales de año se estimaba que los carlistas contaban en las Vascongadas
y Navarra con un total de 29.700 hombres que habían sido provistos de las
armas que se iban enviando poco a poco a medida que se reunían los fondos
para adquirirlas y se desembarcaban en la costa cantábrica123.
El 31 de enero se declaró el bloqueo de la costa norte de España por parte
del Gobierno republicano, a excepción de Gijón, Santander y San Sebastián,
puertos que se encontraban en su poder. No obstante, Tirso Olazábal continuó
su actividad e intentó enviar desde Gran Bretaña el Malfilatre, un bergantín
francés de 134 toneladas, cargado con tres cañones, 6.000 fusiles y dos millo-
nes de cartuchos, pero la embajada española en Londres se lo impidió. Este
fracaso llevó al comité carlista a comprar el vapor de 233 toneladas Notre
Dame de Fourvière, a bordo del cual se trasladó el cargamento del Malfilatre,
amén de otros ocho cañones más.
El vapor norteamericano London logró desembarcar, el 9 de julio de 1874,
27 piezas de artillería y 200 cajas más de armas cerca de Bermeo124. Este
buque, que navegaba bajo pabellón estadounidense y era comandado por el
capitán Jefferson, el cual se había ofrecido a los carlistas para realizar el trans-
porte tras depositar en un banco de Bayona una fianza de 100.000 dólares. A
finales de 1873 los carlistas habían comprado a la casa J.G. & Co., de Nueva
York, 24 de estas piezas, que constituían una batería completa. Este lote se
completó con tres piezas de artillería de montaña recién fundidas por la misma
fábrica con un diseño novedoso. Todo ello había sido embarcado junto con
250 cajas de municiones en Boston el 15 de junio y trasladado por Jefferson
con el auxilio de cuatro pilotos vizcaínos y de un agente carlista. La prohibi-
ción interpuesta por las autoridades estadounidenses, como consecuencia de
haber reconocido al Gobierno republicano español, fue burlada el 24 de ese
mes haciendo ver que el destino de las armas era Japón. Tras desembarcar
tranquilamente la mercancía el 9 de julio de 1874, el London salió de nuevo a
la mar burlando la vigilancia de la goleta Consuelo. Según Giménez Enrich
llegó a telegrafiarse a Bilbao un parte en el que se decía que los Estados
Unidos habían enviado un crucero para impedir todo desembarco procedente
de barcos de su país. El gobierno de Serrano se apresuró a dar las gracias al
encargado de negocios norteamericano en Madrid, el general Caleb Cushing.

(122) SERRANO; PARDO, 1876: 528.


(123) SERRANO; PARDO, 1876: 542.
(124) SERRANO; PARDO, 1876: 821-822. PARDO SAN GIL, 1997: 109-111.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

En realidad, el supuesto crucero no era otro que el London, el cual iba armado
con 18 cañones en batería y provisto de una tripulación que maniobraba con
disciplina militar. Tras burlar la vigilancia española en aguas de Cuba, el 20
de octubre logró repetir la maniobra con 16 piezas de artillería de acero, amén
de 4.400 fusiles Berdan, medio millón de cartuchos, 4.000 granadas y 200
cajas de munición que desembarcó en Motrico125.
Por su parte, el día 26 de octubre el vapor bilbaíno Nieves, mandado por el
capitán Aldamiz, descargó 6 cañones Krupp de 80 mm, 4.000 granadas, 3.000
fusiles, 100.000 cartuchos metálicos y algún otro material de guerra cerca de
Fuenterrabía126. Entre 1873 y 1875 estos barcos realizaron una docena de
desembarcos que les suministrarían 78 cañones, 33.000 fusiles y 4.500.000
cartuchos, además de otros pertrechos. De ellos, 70 cañones y la mitad de los
fusiles y los cartuchos serían transportados por el London en el transcurso de
sus seis viajes127.
Valiéndose de estos suministros, los carlistas mantuvieron la iniciativa
hasta febrero de 1875, obteniendo las victorias de Somorrostro, San Pedro de
Abanto, Abarzuza y Lácar128. En enero de ese mismo año eran capaces de
mantener en la zona vasco-navarra un total de 28.355 infantes y 1.025 jinetes,
lo que demuestra que habían sido capaces de incrementar, incluso, los 24.000
que habían puesto en pie de guerra en septiembre de 1873129.

Conclusión

Dado lo expuesto cabe concluir que la débil posición diplomática del


gobierno republicano español lo forzó a la liberación de la tripulación y del
propio Deerhound para congraciarse con las autoridades británicas. Se trataba
no solo de avanzar hacia el ansiado reconocimiento diplomático, sino también
de obtener la devolución de dos importantes unidades de la flota de guerra.
Muy diferente había sido el resultado de la captura de la balandra Express
Packet el 17 de marzo de 1834 en la entrada de la ría de Vigo. Fletada por los
carlistas para armar una insurrección que debía extenderse desde el norte de
Portugal a Galicia y Castilla, transportaba un cargamento, análogo al del
Deerhound. Aunque se liberó a aquellos miembros de la tripulación que no
huyeron, el barco fue subastado y vendido en noviembre, y el cargamento,
incautado y entregado a las autoridades militares de la capitanía general de
Galicia130. Este era el procedimiento habitual con barcos enemigos, fuesen
civiles o corsarios, en tiempos de guerra131. El Gobierno británico, aliado de

(125) GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 15-18.


(126) SERRANO; PARDO, 1876: 821-822.
(127) GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 19. PARDO SAN GIL, 2000: 378.
(128) PARDO SAN GIL, 2002: 361.
(129) GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 27 y 39.
(130) COMESAÑA, 2019: 739, 745-749.
(131) FERNÁNDEZ GASALLA, 2018 II: 1052-1063.

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EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

Ilustración 5. Fragatas Numancia y Vitoria

España en su lucha contra el carlismo, no solo no presentó ninguna petición


de liberación del buque o de indemnización para sus propietarios. Cuando un
agente de la naviera de origen francés, afincado en los Estados Unidos,
pretendió que se le resarciese, argumentando que el barco viajaba en realidad
a Gibraltar vía Oporto de modo completamente legal, fue arrestado y encarce-
lado y solo se le liberó en atención a las buenas relaciones que el gobierno
español mantenía con el norteamericano132.
Es preciso admitir, por otra parte, que la incautación del Deerhound en
julio de 1873 no frenó el contrabando de armas ni redujo sustancialmente el
vigor del ejército de don Carlos. No obstante, tuvo la virtud de proporcionar al
Gobierno español una pieza de cambio gracias a la cual logró recuperar las
fragatas Almansa y Vitoria, cuyas tripulaciones se habían amotinado el 27 de
mayo, y que los británicos custodiaban tras haber sido tomadas de manos de
los cantonalistas por el buque alemán SMS Friedrich Carl y el británico HMS
Swiftsure133. En 1875 la Vitoria sería empleada para bombardear las posiciones
carlistas a lo largo de la costa vasca, causando no pocos destrozos en las filas
enemigas. Por el contrario, su blindaje hizo que los impactos de las baterías
costeras le causasen únicamente daños menores134. De cualquier forma, la
recuperación de la flota española de Cartagena no permitió a los liberales
cerrar por completo el mar Cantábrico al tráfico de armamento135.

(132) COMESAÑA, 2019: 749.


(133) ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS, 2006: 7-30. EGEA BRUNO, 1994: 413-416. FERRER, 1958:
48. PÉREZ CRESPO, 1990: 162-164.
(134) PARDO SAN GIL, 2000: 361, 377. PARDO SAN GIL, 2006: 433-466.
(135) Cfr. MORAL RONCAL, 2006: 205.

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LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

Asimismo, con la confiscación del Deerhound se obtuvo un alijo de armas


que, en vez de fortalecer al enemigo, terminó por abastecer a las tropas guber-
namentales de los fusiles y municiones que tanto necesitaba. No obstante,
como aseguraba el general Antonio Brea, las fuerzas navales de la Marina
española que operaban en el norte de la Península se mostraron incapaces de
frenar el envío de material de guerra a los carlistas, lo que favoreció la prolon-
gación de la contienda. La misma incapacidad demostraron los servicios
diplomáticos españoles ubicados en Gran Bretaña y en Francia, resultándoles
imposible taponar el flujo de suministros militares que el dinero invertido por
la causa carlista lograba canalizar hacia las costas de Guipúzcoa y Vizcaya o
introducir por la frontera.
Dos meses después de que el gobierno de Serrano fuese reconocido por
Francia, esta todavía no había cumplido sus promesas «de vigilar la frontera,
impedir el contrabando de guerra e internar a los carlistas», tal y como se
lamentaba el embajador español en París, marqués de la Vega Armijo, el 16 de
julio de 1874. A estas denuncias había respondido en una nota el ministro
francés de Asuntos Extranjeros, duque de Decazes, en contestación a otra de
la embajada española, diciendo que el contrabando de guerra no se hacía por
la frontera sino por las costas españolas, sobre buques que llevaban «otro
pabellón que el de Francia». Vega Armijo replica en dicho pliego que las
numerosas vías de comunicación que cruzaban la frontera permitían que los
carlistas estuviesen armados «generalmente con fusiles de procedencia france-
sa y vestidos con los antiguos uniformes de la guardia móvil, de los que ni
aun se han quitado los botones. Todos los desechos de la última guerra que la
Francia sostuvo contra Alemania, sirven hoy a los insurrectos españoles». El
embajador español respondía al duque de Decazes que el artículo primero de
las disposiciones adicionales del tratado de límites entre ambas naciones, rati-
ficado el 2 de diciembre, era violado al permitirse la existencia de «los barcos
fijos sitos sobre el Bidasoa, que sirven de depósito para el contrabando», pese
a las repetidas reclamaciones sobre este particular. Otro de los agravios residía
en la compra de caballos en Francia que luego eran pasados por la frontera por
sitios que estaban en poder de los carlistas, por lo cual debían ser los aduane-
ros franceses los que pusieran fin a este tráfico y no los españoles, como cíni-
camente argumentaba Decazes. Para colmo de males, la venta de sellos de
correos, uniformes e insignias carlistas seguía efectuándose públicamente en
Bayona136.
Tras liberar Irún del cerco carlista, el general Serrano trató de poner fin a la
ayuda que los carlistas recibían desde Francia. Pese a que el ministro del Inte-
rior francés había dado orden a los prefectos de que redoblasen la vigilancia
en la frontera y de que desarmasen rigurosamente a todos los españoles que se
internasen en Francia, impidiéndoles volver a cruzar la frontera, los oficiales
carlistas se paseaban por San Juan de Luz sin molestarse siquiera en vestirse

(136) GARMENDIA, 1976: 31. Véase la transcripción del pliego de quejas presentado
en pp. 115-118.

80 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 49-84. ISSN 0212-467X


EL CONTRABANDO DE ARMAS DURANTE LA III GUERRA CARLISTA. EL INCIDENTE...

de paisano. La propia gendarmería francesa reconocía la insuficiencia de sus


efectivos para llevar a cabo su cometido137.
En cuanto a la actitud británica, es reseñable la respuesta del subsecretario
de Asuntos Exteriores, Robert Bourke, a la petición del diputado irlandés por
Wexford, O’Clery, cuando el 4 de mayo de 1875 solicitó para los carlistas el
reconocimiento como beligerantes. Argumentaba O’Clery que existía en el
norte de España un reino carlista con un Estado completamente organizado,
un rey al que obedecían voluntariamente sus súbditos, con un ejército de
75.000 hombres y 180 o 190 cañones, leal, disciplinado, aguerrido y victorio-
so138. El territorio controlado por don Carlos debía ser considerado como un
nuevo poder, pequeño, pero capaz de resistir los ataques de sus enemigos.
Inglaterra, como poder marítimo, tenía claros intereses en el asunto, pues los
carlistas no solo controlaban una gran porción del interior, sino también una
línea de costa considerable y varios puertos. Además, el Gobierno de Madrid
era incapaz de garantizar la seguridad del comercio británico en la zona, como
probaban los casos del vapor inglés Caroline y del alemán Gustav, los cuales
habían tenido que desistir de entrar en Bilbao por no reconocer la autoridad
del gobierno carlista. Por otra parte, los gobiernos de Castelar y Serrano habían
reconocido de forma virtual a los carlistas al intercambiar prisioneros con
ellos al amparo de un tratado, no como insurgentes, sino como una potencia
contra la cual estaba en guerra. Bourke declinó aceptar la solicitud de recono-
cimiento e incluso detenerse más de lo imprescindible en este asunto, indican-
do que O’Clery no había demostrado suficientemente que pudiese beneficiar a
los intereses del Reino Unido. La única razón para reconocer a un nuevo Esta-
do antes de que hubiese obtenido la completa independencia residía en que
poseyese capacidad para utilizar buques de guerra con los que pudiese agredir
a los barcos británicos. Esa era la razón por la cual se había reconocido a la
Confederación durante la guerra de Secesión de los Estados Unidos. Esto no
sucedía con los carlistas, que carecían de una marina de guerra. Por otra parte,
tampoco durante la primera guerra carlista habían sido reconocidos. A ello
cabía añadir que, dentro del territorio en el cual eran fuertes, las ciudades
principales estaban en posesión del Gobierno de Madrid, así como que carecí-
an de fuerza fuera de las provincias vasco-navarras y el norte de Cataluña, de
modo que el resto del país reconocía voluntariamente al Gobierno de Madrid.
Indicó que no deseaba pronunciar una sola palabra contra los carlistas, indi-
cando que entre ellos se encontraban algunos los guerreros más valientes del
mundo, pero que no veía razones para reconocerlos como beligerantes.

(137) GARMENDIA, 1976: 30-31.


(138) HANSARD, 1875: 42-48. La organización del ejército era uno de los pilares sobre los
que se ambicionaba edificar la respetabilidad y el reconocimiento del gobierno de don Carlos.
El corresponsal de guerra liberal Saturnino Giménez reconoce esta buena organización, así
como la de la administración civil. GIMÉNEZ ENRICH, 1876: 43-57. En el memorándum del 27
de mayo de 1874 firmado por el ministro de Hacienda carlista, conde del Pinar, se animaba a
los presidentes de las cámaras de comercio españolas y extranjeras, en nombre de don Carlos, y
a amigos y enemigos a que fuesen a ver la poderosa artillería carlista. GIMÉNEZ ENRICH, 13.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 49-84. ISSN 0212-467X 81


LEOPOLDO FERNÁNDEZ GASALLA

Concluyó indicando que no deseaba que la Cámara llegase a dividirse en


razón de la propuesta, por lo que fue retirada ante el insuficiente apoyo que
había logrado recabar139.
Cierto es que los carlistas no lograron un apoyo internacional decidido,
pero tampoco los liberales consiguieron un bloqueo eficaz de los envíos de
armas desde países que, en principio, les eran favorables. Así pues, ante la
negligencia de las autoridades norteamericanas, la falta de colaboración del
gobierno republicano francés y el modo en el cual el británico pretendía sosla-
yar el asunto evitando mayores polémicas, lo que definitivamente acabaría por
precipitar el final de la contienda sería la reorganización del ejército liberal.
Este ya no contaba con el problema cantonalista en la retaguardia, con lo que
pudo disponer de unos 180.000 hombres. En segundo lugar, resultaría deter-
minante el agotamiento económico de las zonas controladas por los carlistas
después de verse sometidas durante tres años a repetidas contribuciones140. Las
bases económicas sobre las que se había edificado el Estado carlista en las
provincias vascongadas habían sido los fondos recaudados por las diputacio-
nes carlistas en el exiguo territorio por ellas controlado141. Los fondos aporta-
dos por las contribuciones voluntarias dentro y fuera de España nunca logra-
ron colmar las expectativas de don Carlos y de sus partidarios142. A esto cabría
añadir que los carlistas se hallaban divididos internamente y carecían de una
estrategia clara para ganar la guerra.

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MITIFICAR Y MISTIFICAR.
LA INFLUENCIA DE LA OBRA
DE EXQUEMELIN
EN LA HISTORIOGRAFÍA
ANGLOSAJONA
SOBRE LA TOMA DE PORTOBELO
(1668)*

Dario TESTI
CIEE Rome
Instituto de Humanismo y Tradición Clásica
(Universidad de León)
Recibido: 02/03/2023 Aceptado: 13/04/2023

Resumen

El presente trabajo analiza la forma en que, a lo largo de las centurias, se


reconstruyó la toma de Portobelo por Henry Morgan (1668), y cuenta con el
respaldo bibliográfico de la historiografía anglosajona. El pirata francés

(*) Este estudio se enmarca en las líneas de trabajo del Grupo de Investigación Reconoci-
do «Humanistas» (HUMTC), de la Universidad de León, en el que el autor colabora. Debo
expresar mi gratitud al profesor Jesús Paniagua Pérez por la revisión del texto, y a Lorenzo
Maria Ottaviani por la traducción del resumen.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 85-108. ISSN 0212-467X 85


DARIO TESTI

Alexandre Olivier Exquemelin escribió la obra más importante sobre el fili-


busterismo de la época, Piratas de la América (1678), en la que entrelazaba
realidad y ficción. Puesto que el primer análisis exhaustivo sobre la documen-
tación española acerca del suceso no se dio a conocer hasta 1981, los historia-
dores que reconstruyeron el asalto de la ciudad consideraron imprescindible
su consulta para acometer su tarea, lo que supuso la transmisión de los
muchos errores en que Exquemelin incurrió en su libro. Al realizar este traba-
jo se han cotejado decenas de textos y, con respecto a los que se publicaron en
los albores del siglo XX, se ha destacado el paulatino surgimiento de un primer
examen crítico de la obra de Exquemelin, que puso en tela de juicio su veraci-
dad. Para la producción historiográfica a partir de 1981, se ha planteado una
separación entre los autores que desconfiaron de la objetividad de este texto,
fundamentando su juicio en los informes que se conservan en el Archivo
General de Indias, y aquellos que lo valoraron como un documento fiable. En
la actualidad, los especialistas de la historia del corso suelen refutar los análi-
sis de la toma que no se fundamenten en la documentación española, aunque
la «versión mítica» de Exquemelin se siga transmitiendo, y no solo a través de
ensayistas carentes de formación académica, sino también por parte de inves-
tigadores universitarios.

Palabras clave: toma de Portobelo, Henry Morgan, Alexandre Olivier


Exquemelin, historia del filibusterismo, historiografía anglosajona.

Abstract

This work analyzes the way in which, over the centuries, the capture of
Portobelo by Henry Morgan (1668) has been reconstructed, focusing on
Anglo-Saxon historiography. The French pirate Alexandre Olivier Exqueme-
lin wrote the most important work on the activity of the freebooters of the
time (1678), mixing reality and fiction. Historians considered its consultation
to be fundamental in reconstructing the assault on the city, and since a full
analysis of the Spanish documentation was only published in 1981, a wide
variety of errors were transmitted. We compared dozens of texts and, compa-
red to the works published at the beginning of the twentieth century, a gradual
emergence of an initial critical examination of Exquemelin’s work was high-
lighted, which questioned its truthfulness. In historiographical production
since 1981, we have proposed to separate between authors who were wary of
the objectivity of this text, basing their judgment on the accounts that are
preserved in the General Archive of the Indies, and those who considered it a
reliable historical document. Currently, privateers’ history specialists tend to
disprove analysis of the assault that are not based on Spanish documentation,
although the «mythic version» of Exquemelin continues to be spread, not only
by essayists who have not received an academic education, but also by univer-
sity researchers.

86 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 85-108. ISSN 0212-467X


MITIFICAR Y MISTIFICAR. LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE EXQUEMELIN EN LA...

Keywords: storm of Portobelo, Henry Morgan, Alexandre Olivier Exque-


melin, privateers’ history, Anglo-Saxon historiography

Introducción

L
A mezcla de elementos veraces y ficticios es muy común en los textos
históricos de la época moderna, entreverados en proporción variable
conforme a las pretensiones de sus autores. Un caso emblemático de ello
es la relación que Alexandre Olivier Exquemelin1, un pirata del Caribe2, redactó
sobre la toma de Portobelo (1668), que sigue siendo objeto de debate por parte
de la crítica. Respecto de este evento se dispone, pues, de una fuente literaria
coetánea que se publicó transcurrido un decenio escaso de los hechos y que
llegó a ser un éxito editorial. La relación de Exquemelin se dio a la imprenta por
primera vez, en Ámsterdam, en 1678, con el título de De Americaenesche zee-
roovers, donde zee roovers se puede traducir como «ladrones del mar». A esa
editio princeps siguió una en español, Piratas de la América, publicada también
en Ámsterdam, en 1681, y dos traducciones al inglés, tituladas ambas The
Buccaneers of America y publicadas en 18643. Exquemelin sustentó su relación
de la toma de Portobelo en datos derivados de sus experiencias personales y en
rumores, lo que en ocasiones lo condujo a equivocarse sin pretenderlo, aunque
en otros casos distorsionó voluntariamente algunos hechos4. En definitiva,

(1) En este trabajo se proporcionan breves noticias biobibliográficas sobre los autores de
las obras que son objeto de análisis. Respecto de Exquemelin se aconseja la lectura del aparato
crítico con que Antonio SÁNCHEZ JIMÉNEZ acompaña su edición de EXQUEMELIN, Alexandre O.:
Piratas de la América, Renacimiento, Sevilla, 2013; y de PAYTON, Jason M.: «Alexander Oliver
Exquemelin’s The Buccaneers of America and the Disenchantment of Imperial History», Early
American Literature, vol. 48, núm. 2 (2013).
(2) En el Caribe del siglo XVII había una diferencia marcada entre la actividad del pirata y
la del corsario, pero el mismo personaje podía actuar de ambas formas. Al tomar Portobelo
(1668) y Panamá (1671), Morgan actuó conforme a los intereses del gobernador de Jamaica, al
igual que los corsarios. Ahora bien, España e Inglaterra estaban en paz, y Carlos II había prohi-
bido toda actividad bélica contra los puestos avanzados españoles; así pues, en ambas ocasiones
actuó de pirata. Exquemelin participó en la toma de Panamá, por lo que la definición más
correcta de su profesión, en aquella fase de su vida, es «pirata» o «filibustero», sustantivo de
origen neerlandés que tenía el mismo significado.
(3) Para la historia del texto y de su fortuna, véase HANNA, Mark G.: Pirate nests and the
rise of the British Empire, 1570-1740, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2015,
pp. 162 y 163.
(4) La obra de Exquemelin plantea dudas acerca de su fiabilidad. Este autor no participó
en la toma de Portobelo, lo que pudo ser causa de que en su relato cometiera errores involunta-
rios (PAYTON, p. 339; SÁNCHEZ JIMÉNEZ, p. 25). No obstante, en este tampoco faltan las altera-
ciones voluntarias de la realidad, guiadas por un propósito de efectismo narrativo, razón por la
que se le ha acusado de incurrir en «sensacionalismo» (BREVERTON, Terry: Admiral Sir Henry
Morgan. The Greatest Buccaneer of Them All, Glyndwr Publishing, Trefforest, 2005, p. 43).
Morgan abandonó a sus hombres después de la toma de Panamá la Vieja, en 1671 (EXQUEME-
LIN, Alexandre Olivier: Piratas de la América, Renacimiento [Isla de la Tortuga], Sevilla, 2013,
3.ª parte, caps. VI y VII). Por tanto, es de suponer que nuestro autor tuviera la intención de

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DARIO TESTI

Exquemelin mistificó la realidad, elaborando una «versión mítica» de la toma


de aquel enclave5.
A tenor de lo indicado, es necesario verificar íntegra y exhaustivamente
toda su relación, cotejándola para ello con otras fuentes de la época y con la
documentación española del Archivo General de Indias (AGI) de Sevilla6. En
ese apartado de fuentes coetáneas figuran algunas epístolas del coronel Henry
Morgan7 y de Thomas Modyford, pero estas no se dieron a la imprenta hasta
la publicación de Sainsbury (1880). Por su parte, los documentos del AGI
permanecen inéditos, aunque Earle (1981) y Castillero Calvo (2016) han dado
a conocer su contenido8. Así, pese a que la fiabilidad del relato de Exquemelin
empezara a cuestionarse pronto, su estudio crítico no comenzaría hasta el
siglo XX. A partir de entonces, numerosos autores cuestionaron su veracidad,

denunciarlo, de lo que pudo derivar que distorsionase algunos detalles. Frohock escribió que
puso en evidencia todos los defectos de los filibusteros, o que más bien los amplificó, eliminan-
do todo asomo de virtud (FROHOCK, Richard: «Exquemelin’s Buccaneers. Violence, Authority,
and the Word in Early Caribbean History», Eighteenth-Century Life, vol. 34, núm. 1 [2009], pp.
62 y 63). Hanna recordó que en la editio princeps holandesa se puede leer: «Den Engelschman
is een Duyvel voor een Mensch» («El Inglés es un diablo de hombre»), lo que es una prueba
más de la animadversión de autor y editor hacia los británicos (HANNA, p. 162). A fin de cuen-
tas, Inglaterra, Francia y Holanda, de aliadas de conveniencia contra el imperialismo español,
habían pasado a ser rivales.
(5) EARLE, Peter: The sack of Panamá. Captain Morgan and the Battle for the Caribbean,
Thomas Dunne Books, Nueva York, 1981, pp. 265 y 266.
(6) Los informes principales se conservan en Panamá 50, 72 y 81; Escribanía 462A y
577A. Para realizar este trabajo se ha acudido a los documentos de Escribanía 462A: «Residen-
cia de Agustín de Bracamonte Dávila, gobernador y capitán general interino de Tierra Firme y
presidente interino de la Audiencia de Panamá, por Miguel Francisco de Marichalar»,
10/11/1671-13/05/1672 (ff. 86-209); «Autos, diligencias e informaciones sobre la pérdida de
Portobelo y su ocupación por los ingleses», 1668-1672 (ff. 210-472), e «Informe de la residen-
cia secreta efectuado por el juez de residencia», 02/05/1672-29/10/1674 (ff. 489-998). En la
transcripción de los documentos manuscritos hemos modernizado la ortografía y respetado los
arcaísmos y repeticiones típicos de la época.
(7) Su vida fue objeto de investigación en la mayor parte de las monografías que se citan
en esta contribución, así como en la obra de Exquemelin. En 1684, Philip Ayres quiso «rescatar
el honor de ese incomparable soldado y navegante», tan manchado por las acusaciones del
«Holandés» y su «pluma difamatoria». AYRES, Philip: The voyages and adventures of Capt.
Barth. Sharp and others, in the South Sea, B.W., Londres, 1684, s.p. Numerosos autores han
seguido esta interpretación. Así, POPE, Dudley: The Buccaneer King. The Biography of Sir
Henry Morgan, 1635-1688, Dodd Mead, Nueva York, 1978, pp. XVIII y XIX; PAYTON, Jason M.:
art. cit., pp. 349 y 354.
(8) Alfredo Castillero Calvo dio a la imprenta en 2016 el análisis más completo y detalla-
do sobre la toma de Portobelo. CASTILLERO CALVO, Alfredo: Portobelo y el San Lorenzo del
Chagres. Perspectivas imperiales, siglos XVI-XIX II, Editora Novo, Panamá, 2016, pp. 387-402.
Otras reconstrucciones más escuetas se pueden encontrar en sus obras «Panamá, un país en
guerra. Siglos XVI-XIX», Tempus. Revista en Historia General, núm. 5 (2017), p. 18, y Nueva
historia general de Panamá I-1 y 2, Novo Art, Panamá, 2019, pp. 795 y 796. Este autor fue
catedrático de Historia de América en la Universidad de Panamá y escribió decenas de publica-
ciones de historia panameña. Para un juicio rotundamente positivo de su texto de 2016, se reco-
mienda la lectura de KUETHE, Allan J.: «Portobelo y el San Lorenzo del Chagres. Perspectivas
imperiales. Siglos XVI-XIX», Tareas, núm. 163 (2019).

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MITIFICAR Y MISTIFICAR. LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE EXQUEMELIN EN LA...

pero sin ofrecer una versión alternativa; y los que sí la ofrecieron lo hicieron
guiándose por el sentido común más bien que por el contraste de fuentes, lo
que los llevó a incurrir en imprecisiones.
A nivel internacional, los nombres de las fortificaciones que protegían la
ciudad ya se conocían en 17369, pero la toma de Portobelo por parte de
Vernon (1739) y la sucesiva publicación de Charles Leslie de su historia de
Jamaica (1740), que recogía este episodio, extendieron su fama. Así las cosas,
a partir de la narración de Leslie, distintos autores empezaron a citar el castillo
de «San Fernando», que todavía no existía en 1668, y asociaron mecánica-
mente las denominaciones, referencias y menciones sobre las fortificaciones
proporcionadas por Leslie a las de Exquemelin. Asimismo, numerosos investi-
gadores describieron la heroica resistencia del «gobernador» español en el
castillo de «San Gerónimo» y subrayaron que, para acabar con ella, hizo falta
un asalto muy elaborado.
El objetivo del presente trabajo es detectar y analizar los errores en que,
con respecto a la toma de Portobelo, ha incurrido la tradición historiográfica,
errores que en determinados casos perviven en nuestros días. Asimismo,
hemos intentado reconstruir el origen de tales fallos y trazar la historia de su
transmisión textual, acudiendo para ello a algunas de las obras más importan-
tes que han tratado este tema, principalmente biografías de Morgan o investi-
gaciones generales sobre la piratería y el corso. Por razones temáticas, este
trabajo se ha centrado en el estudio del corpus historiográfico anglosajón,
cuyos esmerados análisis sobre la historia de la actividad naval británica10 en
el Caribe, y acerca de las vidas de sus caudillos más destacados, se han visto
muy influidos por el relato de Exquemelin.

Las fortificaciones de Portobelo

La orilla atlántica del istmo de Panamá contaba con las defensas estáticas
de Portobelo y la desembocadura del río Chagres11. Como etapa preliminar
de este análisis, es necesario reconstruir brevemente la historia de las fortifi-
caciones portobeleñas, para que se pueda comprender su ubicación y
función, e identificar con exactitud la denominación precisa de cada una de

(9) BELLIN, Jacques Nicolas: Le Petit Atlas Maritime. Recueil de Cartes et Plans des
Quatre Parties du Monde en Cinq Volumes II, M. Bellin, París, 1764, tab. 15.
(10) Se usa el gentilicio «británico» como sinónimo de «inglés», atendiendo al significa-
do geográfico de «Gran Bretaña» (como la Britannia romana), y no al político.
(11) Frente a la amenaza corsaria en el Caribe, Felipe II decidió dotar a algunas urbes
portuarias de fortalezas de piedra (CASTILLERO CALVO: Portobelo... I, p. 220). Bautista Antone-
lli, refiriéndose a Portobelo, dijo en 1596 que «esta ciudad es como una frontera que cada día
ha de estar con las armas en la mano» (ANTONELLI, Bautista: Las fortificaciones americanas del
siglo XVI, Hamer y Menet, Madrid, 1942, p. 5). Tras la conquista de Jamaica por los ingleses y
de la Tortuga por los franceses en 1655, esta necesidad se ratificó en algunas juntas de guerra y
juicios de residencia que tuvieron lugar en Panamá entre 1668 y 1671 (AGI, Escribanía 462A,
ff. 110r y 909v).

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DARIO TESTI

Figura 1. En este mapa, orientado al sur, se observa la verdadera ubicación de las fortificacio-
nes de San Felipe de Sotomayor, «Todo Fierro» (4); Santiago de la Gloria (1), y el proyecto de
construcción de San Gerónimo (3), así como la ciudad de Portobelo (2). La ilustración es un
detalle de la Descripción de Portobelo y planta de la ciudad y sus castillos, que Cristóbal de
Roda realizó en 1626. (FUENTE: AGI, MP-PANAMA, 42)

ellas12; citaremos tan solo algunos de los primeros estudios que las transmi-
tieron, puesto que no es este el tema principal de este trabajo.

Las fortalezas y su historia

El ingeniero Bautista Antonelli13, quien llegó por primera vez al istmo en


1596, ideó el «fuerte de San Felipe de Sotomayor», apodado «Todo Fierro»,
en la costa septentrional de la entrada de la bahía, y el «castillo de Santiago»,
el cual tenía que ubicarse cerca de la ciudad y ser «significativamente más

(12) Nos basamos en dos obras de Christopher Ward, quien probablemente realizó el
primer análisis exhaustivo de ellas. WARD, Christopher: «The Defense of Portobelo. A Chrono-
logy of Construction, 1585-1700», Ibero-amerikanisches Archiv, vol. 16, núm. 2 (1990), 348-
368, e Imperial Panama. Commerce and Conflict in Isthmian America, 1550-1800, University
of New Mexico, Albuquerque, 1993, pp. 164-171. Ward afirmó haber fundamentado su trabajo
en las fuentes documentales de numerosos archivos, principalmente el AGI y el Archivo Nacio-
nal de Panamá (WARD: Imperial Panama, pp. 199 y 200). Para un enfoque más actualizado,
véase CASTILLERO CALVO: Portobelo... I, pp. 219-224, 231, 235-281; e ÍDEM: Nueva historia...,
pp. 904 y 909.
(13) No hay que confundir a Bautista Antonelli (1547-1616) con su hermano Juan Bautis-
ta (1527-1588).

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MITIFICAR Y MISTIFICAR. LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE EXQUEMELIN EN LA...

grande»14. Se optó por hacer del San Felipe el castillo mayor pese a que los
planes iniciales, que se fueron modificando a lo largo de las décadas, preveían
que fuese «bastante modesto»15. El ataque de William Parker (1601) demostró
que la fortaleza de Santiago estaba demasiado lejos de la urbe para participar en
su defensa, así que se demolió a fin de construir otra más al este16. Hernando de
Montoya, maestro alarife y sucesor de Antonelli, proyectó y erigió el Santiago
de la Gloria, que se ultimó en 1607 por Tiburzio Spannocchi y fue mejorado en
los años treinta por Cristóbal de Roda. En 1639 concluyeron las obras de refor-
ma de la fortaleza, y Ward explicó que era «el castillo de mayor tamaño» de
Portobelo17. En 1659 se empezó la construcción del San Gerónimo, en el fondo
de la bahía, un «fuerte más pequeño» y que no contaba con sólidas defensas18.

Las fortalezas en la historiografía

La historia de Jamaica de Charles Leslie se publicó, como señalamos


antes, en 174019. La obra se estructura en trece cartas, y es en la décima, «The
rebels submit to terms. Admiral Vernon’s success against Porto-Bello», donde
trata de la toma de la ciudad en 173920. Si bien las modalidades del asalto de
Vernon fueron diversas de las del de 1668, el autor introdujo el nombre de dos
de las fortalezas: el «castillo de la Gloria», en la costa meridional, y el «fuerte
de Gerónimo», en el fondo; también cita al San Felipe, al que se refiere como
el «fuerte de Hierro», ubicado en la costa septentrional de la boca de la bahía.
Esta información es correcta, aunque las construcciones defensivas en cues-
tión no eran fuertes, sino fortalezas21.

(14) En este trabajo, por orden creciente de tamaño, se distingue entre fortín, fuerte y
fortaleza, teniendo en cuenta las dimensiones y la influencia que la respectiva construcción
defensiva tenía sobre el territorio, con independencia del material del que estaba hecha. El
término «fortaleza» se emplea como sinónimo de «castillo».
(15) Según Ward, no fue una decisión inteligente puesto que, si bien protegía la boca del
puerto del acceso de las embarcaciones, no podía contribuir a la defensa de la ciudad en un
eventual ataque terrestre. Asimismo, todas las fortificaciones adolecían de ciertos problemas
estructurales. WARD: «The Defense...», pp. 349-360.
(16) Castillero Calvo definió como «nula» la utilidad del «fortezuelo de Santiago»,
confirmando que estaba «mal construido». CASTILLERO CALVO: Portobelo... I, pp. 238 y 241.
(17) WARD: «The Defense...», p. 366. En este trabajo, los nombres «Santiago» y «Santia-
go de la Gloria» se utilizan como sinónimos, puesto que el primero ya no existía en 1668.
(18) Ibídem.
(19) Cárdenas afirmó no haber podido encontrar ningún dato biográfico acerca de este
autor, aparte de los que se pueden deducir de sus epístolas. CÁRDENAS, Manuel: «Una nueva
historia de Jamaica en trece cartas. De un caballero a su amigo. Por Charles Leslie de Jamaica,
Londres 1740», Caribbean Studies, vol. 17, núm. 1 y 2 (1977), p. 147. Latimer se limitó a defi-
nirlo como «historiador de Jamaica». LATIMER, Jon: Buccaneers of the Caribbean. How Piracy
Forged an Empire, Harvard University Press, Cambridge, 2009, p. 177.
(20) LESLIE, Charles: A New History of Jamaica, from the Earliest Accounts, to the
Taking of Porto Bello by Vice-Admiral Vernon, Hodges, Londres, 1740, pp. 289-299.
(21) Ibídem, pp. 291-292.

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DARIO TESTI

En 1883, Zaragoza Cucala publicó algunas obras inéditas de Dionisio Alce-


do y Herrera22. En el Proemio al registro hidrográfico de ambas Américas, a
propósito de Portobelo, se hizo mención de «tres castillos que la guardaban:
San Felipe de Todo Fierro, Santiago de la Gloria y San Jerónimo»23. Al final de
la edición se insertaron una serie de mapas, y en la «Carta geográfica de el (sic)
istmo», en la leyenda, se señalaron el «Castillo de San Fernando», que aparece
en lugar del de Santiago; el «Castillo de San Felipe», que no está en el mapa, y
el «Fuerte de San Jerónimo», en su correcta ubicación24. Si bien ya quedaba
claro cuántas fortificaciones defendían la ciudad y cuáles eran sus nombres, se
detectan algunos errores. La fortaleza de San Fernando todavía no se había
edificado en tiempos del asalto de Morgan, puesto que se construyó en 1753
sobre diseño de Ignacio de Sala25, pero numerosos autores volvieron a citarla.
A mediados del siglo pasado, casi cuarenta años antes del estudio de Ward,
los nombres de las tres fortificaciones principales ya eran conocidos. Así, en
1952, Céspedes del Castillo escribió: «Portobelo en la costa norte, con sus
fuertes de Santiago, San Felipe y San Jerónimo, sus puestos de vigías en
diversos puntos del litoral»26. La presencia de algunos puestos avanzados
menores, que por lo general no se nombraron, pudo contribuir a la reiteración
de las referencias a San Fernando27.

Las dinámicas de la toma de Portobelo según la documentación del AGI

En este segundo apartado de la sección introductoria de este trabajo, resu-


miremos brevemente las etapas de la toma de Portobelo, a fin de aportar los
conocimientos necesarios para el cotejo de lo narrado al respecto en las obras
historiográficas modernas y en las contemporáneas28.
El ataque se produjo antes del amanecer29. El contingente inglés avanzó a
pie por la costa y tomó el fortín de La Ranchería30. Morgan recorrió la playa

(22) Dionisio Alcedo y Herrera fue presidente de la Audiencia de Quito (1728-1736),


gobernador y capitán general de Panamá (1741-1749), historiador y geógrafo.
(23) ALCEDO Y HERRERA, Dionisio de: Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros
pueblos de Europa en la América española desde el siglo XVI al XVII, Zaragoza-Madrid, 1883, p. XXIV.
(24) Ibídem, s. p.
(25) GUTIÉRREZ, Ramón: Fortificaciones en Iberoamérica, Fundación Iberdrola, Madrid,
2005, p. 200.
(26) CÉSPEDES DEL CASTILLO, Guillermo: «La defensa militar del istmo de Panamá a fines
del siglo XVII y comienzos del XVIII», Anuario de Estudios Americanos, vol. 9 (1952), p. 20.
(27) Eran tres castillos, «junto a una cantidad de fortines y baterías que controlaban a
distintas alturas, el acceso y circulación naval de la bahía». GUTIÉRREZ, p. 193.
(28) Para un análisis detallado de la toma, de acuerdo con la abundante y detallada docu-
mentación española de la época, CASTILLERO CALVO: Portobelo... II, pp. 387-402.
(29) El alférez Cristóbal García Niño sostuvo que «como a las cuatro de la mañana,
oyeron disparar como dos armas de fuego». AGI, Escribanía 462A, f. 653v.
(30) Juan de Espinosa, alférez del San Felipe, afirmó que era «un puesto donde siempre
solían estar cuatro hombres y su cabo (...) para reconocer las embarcaciones que venían a este
puerto». Ibídem, f. 545r.

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MITIFICAR Y MISTIFICAR. LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE EXQUEMELIN EN LA...

de Triana y se aproximó al lienzo occidental del Santiago sin sufrir ataque


alguno31. Al dividirse, un pelotón subió a la colina de La Gloria y, desde la
cumbre, acribilló a su guarnición32. El resto accedió a la ciudad y derrotó a la
milicia, porque no hubo forma de armarla ni de coordinar sus movimientos33;
luego, atacó y tomó el San Gerónimo, que estaba todavía en obras, donde
pocos españoles intentaron oponer resistencia34.
Los ingleses avanzaron hacia el lienzo oriental del Santiago, al amparo de
escudos humanos35. Otro pelotón apuntó contra el sector septentrional de la
muralla y, usando escalas, trepó por él, tomando así la fortaleza36. A la mañana
siguiente, al acometer los filibusteros el San Felipe, Alejandro Manuel de Pau
y Rocaberti, su castellano, capituló37.

Historia de la reconstrucción de la toma de Portobelo

Sobre la toma de 1668, Castillero Calvo afirmó en 2017 que «la historio-
grafía tradicional conocía mal lo anterior o solo lo conocía parcialmente»38. A
la luz de ello, en este apartado se reconstruyen las etapas principales de la
elaboración historiográfica del asalto de Morgan, siguiendo un orden crono-
lógico.

Las fuentes del siglo XVII

Se dispone de cierto número de relatos de la época, por más que este


número sea reducido, escritos inmediatamente después de los hechos. Su

(31) Pedro Arredondo y Agüero, castellano del San Gerónimo, explicó que los filibuste-
ros superaron la fortaleza de Santiago «sin que se les disparase pieza de artillería ni arcabuz».
Ibídem, ff. 127v-128v.
(32) De acuerdo con Cristóbal López de Santistevan, soldado del Santiago, la ventaja de
los ingleses consistió en «señorearle desde lo alto de dichas colinas toda la plaza de armas».
Ibídem, f. 259v.
(33) Ibídem, f. 136v.
(34) El capitán Alonso Sánchez Randoli confirmó que este castillo «solo lo es en el
nombre». Ibídem, f. 131r.
(35) El teniente Juan de Pineda sostuvo que «llevaron a este testigo, con otros ocho o
nueve prisioneros, y los pusieron a la puerta del castillo para atrincherarse con ellos porque
pegaban fuego a dicha puerta, por recelarse de la pieza que mira a ella». Ibídem, f. 708v.
(36) Andrés Fernández Dávila, el alcalde mayor, explicó que «con ellas [las escalas] arri-
mándose por sus dos traveses, asaltándole y ganándole con la gente que por ellas se metió
dentro». Ibídem, ff. 243r y 243v.
(37) En los cargos que se formularon en su contra se lee que «rindió y entregó al enemigo
la misma tarde que le acometió, sin haber el enemigo echado la escala ni abierto brecha».
Ibídem, f. 209v.
(38) CASTILLERO CALVO: Panamá..., p. 19, y Nueva historia general de Panamá, p. 796;
GRAHAM, Thomas A.: The Buccaneer King. The Story of Captain Henry Morgan, Pen & Sword
Maritime, Barnsley, 2014, p. 47.

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DARIO TESTI

influencia en las obras siguientes, sin embargo, fue marginal –incluido el


informe del propio Morgan–. Por consiguiente, la obra de Exquemelin se
consideraba la única fuente primaria para reconstruir el curso de los aconteci-
mientos que condujeron a la toma de Portobelo39.
Como decimos, Morgan escribió su propio informe sobre el asalto. En este
escueto documento, el almirante se refiere a los tres castillos como «primero»,
«segundo» y «tercero», que por deducción deben corresponderse, respectiva-
mente, con el Santiago de la Gloria, el San Felipe y el San Gerónimo40. Morgan
escribió que los ingleses asaltaron el «primer castillo» (Santiago de la Gloria) y
que dieron muerte al «castellano» («the Castiliano» en el original), lo que se
corresponde con la versión española –aunque el galés no lo mencione, el
nombre del castellano en cuestión era Juan de Somovilla Tejada–. En las
mazmorras del Santiago, los asaltantes encontraron y liberaron a unos prisione-
ros británicos41, pero esto no coincide con la documentación del AGI, según la
cual estos presos trabajaban de día en las obras del San Gerónimo, el «tercer
castillo», y pasaban la noche encerrados en la Aduana42. Así pues, habiéndose
producido el asalto de noche, es probable que no estuvieran en ninguna de las
fortificaciones. En cuanto al San Gerónimo, Morgan afirmó que se rindió de
inmediato a cinco o seis ingleses, lo que resulta una afirmación auténtica. En
conclusión, el informe del almirante incurre en un solo y pequeño error: que
los prisioneros ingleses estaban recluidos en el Santiago; esto podría generar
alguna confusión en el lector que asocie los cautivos con San Gerónimo43.

(39) La cuestión del crédito que merecen muchas de las fuentes históricas de la época
moderna está muy extendida. Ejemplo de ello es la producción literaria del autor novohispano
Carlos de Sigüenza y Góngora, cuyos esfuerzos de interpretación de los hechos, algunos de
ellos relativos al mundo pirático, siguen siendo objeto de debate por parte de la crítica. Véase
ARCIELLO, Daniele: «Desde el prisma cortesano virreinal: la perspectiva de Carlos de Sigüenza
y Góngora frente a la otredad en dos escritos», en Las ciencias sociales como expresión huma-
na, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2022.
(40) Del segundo dijo que impedía el acceso de los barcos al puerto, y no podía ser San
Gerónimo. Explicó que su guarnición se entregó y se retiró con sus estandartes, un elemento
que los testigos españoles comentaron con respecto a la rendición del San Felipe.
(41) En relación con estos cautivos, del estudio de las fuentes inglesas se deduce que
habían sido capturados en la isla de Santa Catalina (Colombia), que los británicos llamaban
«Providence Island». En ellas no se explica que el sargento mayor José Sánchez Jiménez, al
que numerosos autores hicieron referencia, había liderado la expedición. Los 33 galeotes traba-
jaban en el agua de las cinco de la mañana a las siete de la tarde, y cuando concluían su turno
permanecían recluidos en una mazmorra de 12 pies por 10 (unos 465 cm por 304). Se afirmó
que era un turno que correspondía a tres de los menestrales africanos, y que cuatro o cinco de
ellos perecieron. SAINSBURY, W. Noel: Calendar of State Papers. Colonial Series. America and
WestIndies, 1661-1668 V, «Gov. Sir Thos. Modyford to the Duke of Albemarle» (5 de octubre
de 1668), Her Majesty’s Stationery Office, Londres, 1880, p. 617; y AYRES, s. p.
(42) Diego Pérez, soldado del Santiago, mencionó a los «ingleses prisioneros que trabaja-
ban en la dicha obra del dicho castillo, a los cuales guardaban de día, y de noche los entregaban
en la contaduría para que los tuviesen en prisión». AGI, Escribanía 462A, ff. 648r y 648v.
(43) SAINSBURY: Calendar of State Papers, «Information of Admiral Henry Morgan and
his officers of their late expedition on the Spanish coast, with the reasons of their late attempt
on Porto Principe and Porto Bello» (7 de septiembre de 1668), p. 611.

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MITIFICAR Y MISTIFICAR. LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE EXQUEMELIN EN LA...

Exquemelin complicó la cuestión insertando diversos datos incorrectos. En


relación con Portobelo, escribió que «defiéndenla dos castillos inexpugnables,
que están a la entrada del puerto; de modo que pueden defender la ciudad, y
no dejar entrar navío ni barca alguna, si no fuere con permisión». El Santiago
y el San Felipe estaban en la entrada del puerto, pero en las líneas siguientes
alude al Santiago y al San Gerónimo (sin mencionar sus nombres) e ignora al
San Felipe. Los filibusteros llegaron «a la fortaleza que está cerca de la
ciudad» (cursiva nuestra) y tiene que tratarse del Santiago –no puede referirse
al fortín de La Ranchería, porque afirma que los españoles accionaron sus
baterías para dar la alarma. Los defensores intentaron resistirse, pero los
ingleses tomaron la fortaleza y volaron el polvorín, ejecutando a los supervi-
vientes. Un oficial español, al que definió como «gobernador», se retiró «a
uno de los otros castillos», donde organizó una valiente oposición. El asalto
sobre lo que supuestamente era el San Gerónimo había comenzado al amane-
cer, y a mediodía los defensores continuaban repeliendo a los asaltantes con
artefactos explosivos. Llegado a este punto de su narración, Exquemelin intro-
dujo un detalle que provocaría gran escándalo y sería muy recordado en obras
posteriores: para reducir de una vez a los defensores, Morgan decidió recurrir
a los prisioneros (incluyendo frailes y monjas), a los que obligó a maniobrar
con escalas y, a modo de escudos humanos, proteger con el cuerpo a los fili-
busteros. Atacando de esta manera, los británicos pudieron por fin tomar aquel
«otro castillo», cuyo «gobernador» prefirió morir luchando antes que ser
«ahorcado como cobarde».
La heroica resistencia (supuestamente en el San Gerónimo) del «goberna-
dor», el sacrificio de este e incluso la intervención, nolens volens, de monjas y
frailes44 resultan detalles muy llamativos, pero lo cierto es que son inexactos o
incontrastables. Tampoco es cierto que los ingleses volaran ninguna fortifica-
ción, ni que ordenaran a los prisioneros maniobrar con las escalas. En cuanto
a la intervención en el asalto de monjas y frailes, no hay más referencia a este
insólito hecho que la suya45. Tampoco el San Gerónimo, que se identificó con
el «segundo castillo», opuso una resistencia firme, y Portobelo carecía de
gobernador en el momento del asalto. Quien pereció defendiendo su fortaleza
fue el castellano del Santiago, Juan de Somovilla Tejada, como bien anotó
Morgan, y lo hizo en las fases tempranas del asalto46. Su homólogo del San
Gerónimo, Pedro de Arredondo Agüero, si bien en un primer momento recha-
zó la orden de rendirse, acabó capitulando al percatarse de la inutilidad de
cualquier resistencia47. En cuanto al sedicente gobernador, la única persona de

(44) EXQUEMELIN, 2.ª parte, cap. VI.


(45) CASTILLERO CALVO: Portobelo... II, p. 390. Sobre ese tema, se aconseja la lectura de
TESTI, Dario: «L’intervento delle monache nella presa di Porto Belo: un falso storico?», Hipo-
grifo. Revista de Literatura y Cultura del Siglo de Oro, vol. 10, núm. 1 (2022).
(46) Lorenzo del Varco, soldado del Santiago, explicó que «de los primeros balazos lo
mató uno que el dicho enemigo tiró». AGI, Escribanía 462A, ff. 590r-591r.
(47) Joseph de la Pinilla, artillero del Santiago, confirmó que los ingleses «decían “buen
cuartel”, y respondiendo dicho castellano que no querían buen cuartel, sino morir como buenos

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tal condición presente en el asalto fue José Sánchez Jiménez, sargento mayor
que había liderado el ataque contra Santa Catalina, quien murió en las fases
finales de la defensa del Santiago. Sánchez Jiménez, efectivamente, era gober-
nador, pero de Cartagena, no de Portobelo. Así pues, el autor galo fusionó en
esta escena circunstancias pertenecientes a otros episodios y a otros persona-
jes vinculados al asalto.
Por último, ignoró el asalto al San Felipe. Este no se puede identificar con
aquel «otro castillo» que menciona, porque afirma que los filibusteros avanza-
ron «echándose sobre la ciudad», y el San Felipe estaba al otro lado de la
bahía; por otro lado, habría sido complicado cruzarla y alcanzar su orilla
septentrional llevando las escalas y aquellos «escudos humanos».

Fuentes y obras historiográficas de los siglos XVIII y XIX

Castillero Calvo subrayó en 2017 que la narración del pirata galo es obra
de referencia de todos los autores que han tratado la acometida sobre Portobe-
lo. Algunos siguieron al pie de la letra sus palabras, otros pusieron en tela de
juicio su veracidad, y otros más la rechazaron. Aun así, muchos de los que lo
criticaron repitieron la secuencia de hechos que Exquemelin fijó, y otros
confundieron el nombre o la ubicación de las fortalezas48. A la luz de ello, en
este apartado se resume el desarrollo de la reelaboración gradual de la historia
de la toma, hasta llegar a una versión crítica.
En la quinta epístola de Charles Leslie, «The life and gallant actions of the
ever-memorable Sir Henry Morgan, and his almost incredible enterprises and
successes against the Spaniards», el autor incluyó un relato acerca de la vida
del coronel y un informe del asalto de 1668 que fundamentó en el texto del
escritor francés, cuyos errores repitió49. Por ejemplo, contó cómo el «goberna-
dor» se refugió en «otro castillo» y, encabezando la resistencia, no aceptó
rendirse, siendo «un heroico ejemplo de insigne valor». Leslie no olvidó
mencionar que Morgan ordenó a frailes y monjas transportar las escalas50. En

soldados, no se atrevían a arrojarse por parecerles, al parecer, que había mucha agua». Poste-
riormente, «los prisioneros que habían trabajado en la fábrica del dicho castillo» acompañaron
a los hombres de Morgan, «y como estos sabían que no había agua más de hasta la rodilla, se
arrojaron al dicho castillo». Ibídem, ff. 673r y 673v.
(48) CASTILLERO CALVO: Panamá, p. 18; Nueva historia de Panamá, p. 795. Otros auto-
res son de opinión contraria. SHERRY, Frank: Raiders and Rebels. The Golden Age of Piracy,
Hearst Marine Books, Nueva York, 1986, p. 369; y LUNSFORD, Virginia W.: «A Model of
Piracy. The Buccaneers of the Seventeenth-Century Caribbean», en HEAD, David (ed.): The
Golden Age of Piracy. The Rise, Fall, and Enduring Popularity of Pirates, The University of
Georgia Press, Athens, 2018, p. 132.
(49) LESLIE, pp. 115-119. Para un juicio acerca de este autor, CRUIKSHANK , Ernest
Alexander: The life of Sir Henry Morgan. With an account of the English settlement of the
island of Jamaica (1655-1688), Macmillan Company of Canada, Toronto, 1935, p. 40; y CASTI-
LLERO CALVO: Portobelo II, p. 606.
(50) LESLIE, p. 119.

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1816, James Burney51 trató en su monografía sobre los bucaneros la obra de


Exquemelin, acerca de la cual sostuvo que, «en general, lo que relató es creí-
ble»52. Respecto de la toma de Portobelo, su narración es escueta y proporcio-
na pocos datos de interés. Recordó la destrucción de «un castillo» y el asalto
sobre «otro fuerte» en el que se usaron escalas y participaron religiosos y reli-
giosas53.
En 1855 se dio a la imprenta el texto de George Thornbury54. Siguió casi al
pie de la letra el análisis de Exquemelin del ataque sobre Portobelo, al que
añadió numerosos detalles que, probablemente, fueron resultado de sus refle-
xiones. Así, por ejemplo, cuando los bucaneros pasaron a la acción, «surgie-
ron con toda la agilidad de los marineros y la determinación de los berserker».
Los españoles fueron alcanzados por los mosqueteros, y «sus cuerpos al caer
golpearon a algunos bucaneros en las escalas». Los británicos conquistaron la
fortaleza, y el «gobernador» no aceptó rendirse, prefiriendo «morir luchando
contra los ladrones y herejes, los enemigos de Dios y de España». Finalmente,
llamó al «gobernador» «comandante Castellon», al tomar el sustantivo «caste-
llano» por un apellido. Con respecto a sus hazañas, afirmó que «ha dejado un
nombre para ser honrado por todos los hombres valientes, digno de una era
más caballeresca y una mejor causa»55. Por tanto, y al igual que Exquemelin,
Thornbury confundió algunos elementos de personajes distintos.

Obras de comienzos del siglo XX: las primeras críticas

John Masefield56 explicó en 1906 que la bahía de Portobelo estaba protegi-


da por el «castillo de Hierro» y el «castillo de la Gloria»; en relación con el

(51) James Burney fue un oficial de la Marina británica. Después de retirarse, en 1783, se
dedicó a escribir sobre historia de las navegaciones oceánicas, actividad corsaria, etc. En 1809
ingresó en la Real Sociedad de Londres. Para un estudio biobibliográfico de este autor,
MARCHENA, Juan: «Revisitando un clásico. James Burney y su Historia de los bucaneros de
América. Una definición del mundo a principios del siglo XIX», Memorias. Revista Digital de
Historia y Arqueología desde el Caribe, núm. 16 (2012).
(52) BURNEY, James: History of the Buccaneers of America, Luke Hansard & Sons,
Londres, 1816, pp. 71 y 72.
(53) Ibídem, p. 59.
(54) George Walter Thornbury fue un escritor poliédrico. Periodista, crítico de arte, nove-
lista y poeta, publicó también obras de historia y de antigüedades. Su biografía se puede consul-
tar en LEE, Sidney: Dictionary of National Biography LVI, Smith Elder, Londres, 1898, pp. 289
y 290.
(55) THORNBURY, Walter: The Monarchs of the Main. Or Adventures of the Buccaneers II
y III, Hurst and Blacket, Londres, 1855, pp. 22-34 (vol. II) y 331 (vol. III).
(56) John Edward Masefield fue marino, y en la Primera Guerra Mundial trabajó en los
Dardanelos con la Cruz Roja británica. Su fama se debió a su actividad de poeta, tragediógrafo
y novelista, y hasta escribió libros para niños; finalmente, en 1930 recibió el nombramiento de
poeta laureado. Se aconseja la lectura de BABINGTON SMITH, Constance: John Masefield. A Life,
Oxford University Press, Oxford, 1978; y de ERRINGTON, Philip W.: John Masefield, the «Great
Auk» of English Literature. A Bibliography, Oak Knoll, New Castle, 2004.

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San Gerónimo, lo caracterizó como «fuerte». Posteriormente describió la


toma fundamentando su narración en la del autor francés, a la que, al igual
que Thornbury, añadió gran variedad de detalles. Por ejemplo, sostuvo que
Morgan enarboló una bandera blanca y fingió parlamentar para distraer al
«gobernador» en el Santiago, lo que se asemeja a las circunstancias de la
rendición del San Felipe, mientras ordenaba a sus hombres que prepararan las
escalas y los escudos humanos57. En 1910, Clarence Haring58 siguió la versión
del pirata francés, sin añadir detalles, y defendió su fiabilidad59.
Russel Hart60, en 1922, introdujo la cuestión del juicio de 1684 al que
William Crooke y Thomas Malthus, los autores de las primeras ediciones
inglesas de la obra, tuvieron que someterse cuando Morgan denunció «cierto
libelo falso, malicioso, escandaloso y célebre titulado Historia de los bucane-
ros»61, es decir que la historiografía empezaba a cuestionar la veracidad de la
narración del escritor francés, aunque no había fuentes alternativas en que
fundamentarse. Así, en 1933, Walter Roberts62 lamentaba que el relato de
Exquemelin siguiera siendo el único documento «fiable» sobre Morgan y el
filibusterismo. De ello derivó un conocimiento «tristemente incompleto» de la
vida del almirante, puesto que el autor galo no hizo ningún análisis crítico a la
hora de seleccionar sus fuentes63. Acerca de las fortalezas, en la boca del puer-
to tomó nota de la presencia del «castillo menor de San Gerónimo» y del
«castillo de vigilancia de San Felipe de Sotomayor», apodado «Todo-Fierro»,
del cual explicó que era «considerado inexpugnable». Añadió que tenía el

(57) MASEFIELD, John: On the Spanish Main or, Some English Forays on the Isthmus of
Darien, The Riverside, Edimburgo, 1906, pp. 151-158.
(58) Clarence Henry Haring fue pionero en el campo de los estudios latinoamericanos en
el ámbito universitario estadounidense. Llegó a ser profesor de Historia de América Latina en
la Universidad de Harvard, y su actividad tuvo implicaciones políticas y diplomáticas. SALVA-
TORE, Ricardo D.: Disciplinary Conquest. U.S. Scholars in South America, 1900-1945, Duke
University Press, Durham, 2016, pp. 44-46, 105-133.
(59) HARING, Clarence H.: The Buccaneers in the West Indies in the XVII Century, E. P.
Dutton and Company, Nueva York, 1910, pp. 145-150.
(60) Francis Russell Hart tuvo una formación de ingeniero, pero también trabajó como
banquero. De su pasión por la historia del Caribe derivó la publicación de numerosas contribu-
ciones en revistas científicas, al igual que el ensayo Admirals of the Caribbean, de 1922, prime-
ra de las tres monografías que dedicó a la historia caribeña. Algunos datos de interés respecto
de su vida se pueden leer en el estudio de FORD, Worthington C.: «Francis Russell Hart»,
Proceedings of the Massachusetts Historical Society, vol. 66 (1941).
(61) RUSSELL HART, Francis: Admirals of the Caribbean, Houghton Mifflin Company,
Boston y Nueva York, 1922, pp. 57-63, 97 y 100. Se puede consultar una lista de referencias
bibliográficas sobre los dos editores en HANNA, p. 166.
(62) Walter Adolphe Roberts fue periodista, corresponsal de guerra, novelista y ensayis-
ta, y trató de los acontecimientos en algunas de sus publicaciones. Para un breve compendio
de noticias biobibliográficas, véase BIRBALSINGH, Frank: «W. Adolphe Roberts. Creole roman-
tic», Caribbean Quarterly, vol. 19, núm. 2 (1973); y su autobiografía póstuma, ROBERTS,
Walter Adolphe: These Many Years. An Autobiography, University of the West Indies Press,
Barbados, 2015.
(63) ROBERTS, Walter Adolphe: Sir Henry Morgan. Buccaneer and Governor, Covici y
Friede, Nueva York, 1933, pp. 73-75.

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apoyo del «fuerte de San Fernando» y que, unido a la ciudad, estaba el «gran
castillo de Santiago de la Gloria»; así pues, llamó al Santiago «San Geróni-
mo» y viceversa, y volvió a incurrir en el anacronismo de incluir al San
Fernando, en 1668, en el entramado defensivo de Portobelo.
En su análisis de la acometida sostuvo que se conservaban pocos detalles
respecto de esta primera fase. Destacó que los ingleses tomaron el San Geró-
nimo y lo volaron. Con respecto a la defensa del Santiago, aludió a un «alcal-
de», usando el término en español, y lo llamó «Castellón», confundiendo su
función con su nombre, a semejanza de Thornbury. Aceptó la versión de la
participación activa en el asalto de monjas y frailes, que describió como «una
monstruosa pieza de estrategia»; escribió que los ingleses subieron a la mura-
lla y masacraron a su guarnición, mientras que el «alcalde» prefirió luchar
hasta la muerte antes que ser ahorcado por cobarde64. El autor no entendía por
qué el responsable del San Felipe no intentó socorrer al Santiago, y planteó
dos opciones: o su guarnición lo abandonó, o fue «persuadida de permanecer
neutral»65. Esta adaptación de la toma bebió de lo relatado por el autor francés,
aunque, intentando completar los datos que este omitió, llega a unas conclu-
siones admisibles.
En 1935, Ernest Cruikshank66 definió el relato de Exquemelin como «no
fidedigno» y citó la versión de Leslie, aunque este a su vez, como se ha indi-
cado, bebió de la narración del escritor francés. En su relato de la toma hizo
referencia a los nombres de estas fortificaciones: «Triana» o «Castillo de
Hierro», el «Castillo de la Gloria», ambos en la entrada de la bahía, y «San
Gerónimo», en el fondo, al que describió como «de altos muros y bien arma-
do»67. El «Castillo de Hierro» debe de tratarse del Todo Fierro, que como
sabemos era el apodo del San Felipe de Sotomayor. Pero «Triana» no era la
denominación principal de ninguna fortaleza, sino una playa en la que,
además, no se ubicaba el San Felipe, sino el Santiago. Por último, como colo-
fón a esta sarta de errores, debemos puntualizar que el San Gerónimo no tenía
altos muros ni dispositivos bélicos eficaces.
En 1978, Dudley Pope68, aunque basando su reconstrucción de la toma de
Portobelo en Exquemelin y Leslie, cuestionó la veracidad de algunos de sus
elementos y rechazó que se volara la fortaleza de San Gerónimo; explicó que
el «otro castillo» que el pirata citó era el «fuerte de Triana», que describió

(64) Con respecto a la presencia del «alcalde», en la documentación de la época se hizo


referencia a Juan de Andueza, capitán y alcalde ordinario, y a Andrés Fernández Dávila, alcalde
mayor.
(65) ROBERTS, pp. 94-101.
(66) Ernest Alexander Cruikshank fue general de las fuerzas armadas canadienses, perio-
dista e historiador. Especializado en historia militar, llegó a ser director de la Sección Histórica
del Estado Mayor. Se aconseja al respecto la consulta de GAUVIN, Michel: «Cruikshank, Ernest
Alexander», Biblioteca Nacional de Canadá, 1979, fecha de consulta: 13 de febrero de 2022.
(67) CRUIKSHANK, pp. 88, 90-93, 373-392.
(68) Dudley Bernard Egerton Pope fue marino, y en 1942 sobrevivió al hundimiento del
barco en que prestaba servicio. Fue periodista y corresponsal de guerra, además de un prolífico
novelista y ensayista que centró su producción en la historia naval.

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como «mucho más pequeño» que el San Gerónimo, e introdujo el nombre


completo del «gobernador» que lideró su defensa: «José Sánchez Ximénez».
En relación con la presencia de frailes y monjas en el asalto transportando las
escalas, subrayó que «Exquemelin es la única autoridad sobre lo que siguió,
cuyo improbable relato fue copiado por Leslie»69. El ensayista, al igual que
otros autores que se mencionan en este apartado, sometió a un análisis crítico
ciertos párrafos del relato del pirata galo, pero no pudo fundamentar su trabajo
en las fuentes documentales españolas, de lo que se derivaron numerosas
imprecisiones70.

La producción actual

Para la última etapa cronológica de esta reconstrucción, que empieza por la


monografía de Earle, se ha optado por una subdivisión en dos apartados. En
este primer epígrafe incluiremos breves referencias a autores que han cuestio-
nado la fiabilidad de Exquemelin y cotejado su relato con lo recogido en la
documentación del AGI; otros han fundamentado su análisis en el estudio de
Earle. Todos estos autores han replanteado la secuencia cronológica de la
toma y citado correctamente los nombres de los castillos; además, han omitido
la destrucción de la primera fortaleza, la participación activa de frailes y
monjas, y la heroica resistencia del «gobernador», en Santiago o en San Geró-
nimo. Por último, tampoco se han olvidado de la rendición del San Felipe.

Autores que rechazaron a Exquemelin

En 1981, Peter Earle71 reconoció la importancia del texto del escritor galo,
al que definió como «único y bastante extraordinario», aunque opinara que
fue testigo presencial de algunos de los hechos narrados, pero que otros los
reconstruyó de oídas, basándose en lo que le habían contado en las tabernas.
El profesor fue el primer autor en basar su análisis en los documentos inédi-

(69) POPE, pp. 149-156.


(70) Hoffman lamentó su falta de datos procedentes de la documentación española. HOFF-
MAN, Paul E.: «The Buccaneer King. The Biography of Sir Henry Morgan, 1635-1688», The
Hispanic American Historical Review, vol. 59, núm. 4 (1979), p. 719.
(71) Peter Earle fue profesor de Historia Económica en la Escuela de Economía y Ciencia
Política de Londres y en la Universidad de Londres. En su producción bibliográfica trató de la
piratería y del filibusterismo, intentando someter a prueba y desmentir viejos y perdurables
mitos sobre el tema. Para un juicio crítico positivo acerca de su obra, MACLEOD, Murdo J.:
«The Sack of Panama. Sir Henry Morgan’s Adventures on the Spanish Main», The American
Historical Review, vol. 87, núm. 5 (1982), p. 1500; HOFFMAN, Paul E.: «The Sack of Panama.
Sir Henry Morgan’s Adventures on the Spanish Main», The Hispanic American Historical
Review, vol. 64, núm. 1 (1984), pp. 155 y 156; y LANE, Kris: «The Sack of Panamá. Captain
Morgan and the Battle for the Caribbean», International Journal of Maritime History, vol. 19,
núm. 2 (2007), pp. 487 y 488.

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tos, lo que le permitió citar correctamente los nombres de las defensas y expo-
ner las etapas del ataque siguiendo su auténtico orden cronológico, enmendan-
do así viejos errores72. En 1996, David Cordingly73 confirmó el juicio de Earle
acerca de Exquemelin, aunque reconoció que el imaginario colectivo respecto
de los piratas del Caribe se fraguó a partir de su narración, puesto que fue
testigo ocular de parte de lo que contó, o al menos acudió a los relatos de
otros testigos oculares. Este autor reconstruye las etapas de la toma de las
fortalezas de acuerdo con la documentación del AGI, y también se ciñe a esta
cuando cita los nombres de aquellas o precisa su función y ubicación74. Lo
mismo hizo Peter Bradley75, quien, respecto a la recepción del relato de
Exquemelin, sostuvo que algunos comentaristas lo habían aceptado a regaña-
dientes y solo en parte76.
En 2007, Stephan Talty77 expresó un parecer positivo sobre la obra del
pirata, aunque corrigió el nombre y la ubicación de los castillos, así como las
etapas del asalto urbano, y desmintió el papel activo de frailes y monjas78.
John Latimer79, en 2009, afirmó que mucho de lo que se sabe con respecto a
los primeros bucaneros procede del relato de Exquemelin, pero remarcó que
este «es muy impreciso y, en buena medida –por ejemplo, la explosión del
Santiago de la Gloria– se ha descartado». En consecuencia, Latimer hizo una
reconstrucción de los hechos precisa80, al igual que Benerson Little, quien,
pese a sostener que los relatos del filibustero, «en buena medida, son fiables»,
se inspiró en el trabajo de Earle81.

(72) EARLE: The Sack of Panamá, pp. 68-78, 263-265, 266 y 279.
(73) David Cordingly se graduó en Historia Moderna en la Universidad de Oxford, se
doctoró en arte en la de Sussex y fue conservador jefe del Museo Marítimo Nacional de Green-
wich; escribió numerosos volúmenes sobre la historia naval británica y la piratería en el Caribe.
(74) CORDINGLY, David: Under the Black Flag. The Romance and the Reality of Life
Among the Pirates, Random House Trade, Nueva York, 1996, pp. 40, 45-47; CURIEL RIVERA,
Adrián: «Under the Black Flag. The Romance and the Reality of Life among the Pirates»,
Península, vol. 1, núm. 1 (2006), p. 137.
(75) Peter Thomas Bradley es profesor de Historia de América Latina en la Universidad
de Newcastle; sus publicaciones tratan principalmente de historia naval, con una atención espe-
cial a la peruana.
(76) BRADLEY, Peter T.: British Maritime Enterprise in the New World. From the Late
Fifteenth to the Mid-eighteenth Century, Edwin Mellen Press, Ceredigion, 1999, pp. 167 y 168;
APPLEBY, John C.: «British Maritime Enterprise in the New World. From the Late Fifteenth to
the Mid-Eighteenth Century», International Journal of Maritime History, vol. 12, núm. 2
(2000), p. 248.
(77) Stephan Talty es periodista, escritor y ensayista. De acuerdo con Hanna, su monogra-
fía, al igual que la de Pope y otras más, se considera una «historia popular» de Morgan. Hanna,
Mark G.: op.cit, pág. 113. Conviene subrayar que Talty citó cuatro obras de Earle en la biblio-
grafía. TALTY, Stephan: Empire of Blue Water. Henry Morgan and the Pirates who Ruled the
Caribbean Waves, Crown Publisher, Nueva York, 2007, p. 309.
(78) Ibídem, pp. 102-116.
(79) Jon Latimer consiguió una primera carrera universitaria en Oceanografía antes de estu-
diar historia militar en la Universidad de Swansea, donde fue profesor de la misma disciplina.
(80) LATIMER: Buccaneers of the Caribbean, pp. 79, 173-179 y 303.
(81) Benerson Little fue miembro del Navy Seal y actualmente se dedica al ensayo histó-
rico; ha dado a la imprenta numerosas publicaciones en relación con el tema de la historia naval

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Autores que siguieron a Exquemelin

En el apartado anterior hemos visto cómo una serie de autores, pertene-


cientes en su mayoría al ámbito académico, han relatado la toma de una forma
correcta, al sustentar su reconstrucción en la documentación del AGI. Sin
embargo, pese a la crítica radical a Exquemelin que ello supone, la «versión
mítica» del ataque de 1668 no se ha descartado definitivamente, ni esta obra
ha dejado de ser utilizada como fuente.
Así, por ejemplo, en 1998 Kris Lane82 no dudaba de la veracidad de este
texto, cuyos errores volvió a repetir83. Lo mismo hizo en 2005 Terry Brever-
ton84, quien, pese a tachar al francés de «sensacionalista», hizo referencia a la
«fortaleza de San Fernando», a la participación activa de monjas y frailes, y a
la función del «gobernador»; y, respecto de la resistencia del San Felipe,
sostuvo que, después de «quince días», empezando a hallarse sin alimentos, su
castellano capituló. Por añadidura, introdujo nuevos detalles que no se pueden
considerar veraces, como que Morgan «necesitaba desesperadamente San
Felipe, porque la mayor parte del tesoro se guardaba en él», cuando ningún
autor ni ningún documento del que se tenga constancia atestiguan la presencia
de este «tesoro»85.

y de la piratería. LITTLE, Benerson: The Sea Rover’s Practice. Pirate Tactics and Techniques,
1630-1730, Potomac Books, Inc., Washington D.C., 2005, p. 243; How History’s Greatest
Pirates Pillaged, Plundered, and Got Away With It, Fair Winds, Beverly, 2011, pp. 96-98, y
The Golden Age of Piracy. The Truth Behind Pirate Myths, Skyhorse Publishing, Nueva York,
2016, pp. 78, 161 y 164. El juicio de Jowitt con respecto a la monografía de 2011 fue positivo,
aunque subrayó la ausencia de obras fundamentales en la bibliografía. JOWITT, Claire: «The Sea
Rover’s Practice. Pirate Tactics and Techniques, 1630–1730», The Historian, vol. 70, núm. 2
(2008), p. 375.
(82) Kris Lane se especializó en los Estudios Latinoamericanos, es profesor de la Univer-
sidad Tulane, en Luisiana, y ha publicado numerosos trabajos acerca de distintos temas colonia-
les vinculados a las Indias Occidentales. Aunque se dedique principalmente al área andina, ha
tratado la piratería y el corso.
(83) LANE, Kris: Pillaging the Empire. Global Piracy on the High Seas, 1500-1750,
Routledge, Nueva York y Londres, 1998, pp. 105-111. Algunos especialistas han subraya-
do los aspectos positivos de esta labor. B OLSTER , Jeffrey W.: «Pillaging the Empire.
Piracy in the Americas, 1500-1750», The American Historical Review, vol. 104, núm. 4
(1999), p. 1271; y Á LVAREZ C UARTERO , Izaskun: «Pillaging the Empire. Piracy in the
Americas, 1500-1750», Iberoamericana, vol. 1, núm. 2 (2001), p. 303. Otros académicos
han evidenciado y criticado sus aspectos más didácticos. BURG, Barry R.: «Pillaging the
Empire. Piracy in the Americas, 1500-1750», The William and Mary Quarterly, vol. 56,
núm. 3 (1999), p. 622; MCNEILL, John R.: «Pillaging the Empire. Piracy in the Americas,
1500-1750», The Americas, vol. 56, núm. 1 (1999), pp. 134 y 135; TUELLER, James B.:
«Pillaging the Empire. Piracy in the Americas 1500-1750», Sixteenth Century Journal,
vol. 30, núm. 3 (1999), p. 880; y STARKEY, David J.: «Pillaging the Empire. Piracy in the
Americas 1500-1750», International Journal of Maritime History, vol. 12, núm. 1 (2000),
p. 336.
(84) Terry Breverton se ha formado y ha trabajado y enseñado en el campo de la merca-
dotecnia; es un prolífico autor de ensayos históricos, algunos de los cuales versan sobre la
piratería.
(85) BREVERTON, pp. 40-43.

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En 2009, Juan Bosch86 repitió que los filibusteros, encabezados por frailes
y monjas, atacaron «un fuerte» que estaba defendido por un «gobernador», al
que dieron muerte después de producirse una «matanza espantosa». También
introdujo un detalle novedoso: que los asaltantes recurrieron a las escalas
para acceder «a las ventanas» 87. Cerraremos este apartado con Thomas
Graham 88, quien en 2014, en el aparato introductorio a su biografía de
Morgan, insertaba una semblanza de «John Esquemeling». Allí recordaba las
críticas de numerosos académicos contemporáneos a su narración de la toma
de Portobelo, sobre la que opinaba que a veces era de fiar y a veces exagera-
da. No obstante, sus críticas a dicha narración no se fundamentaban en los
documentos del AGI, y además, pese a todas sus reservas, no dejó por ello de
usarla como fuente primaria de su propia reconstrucción de la toma, lo que se
tradujo en numerosos errores. Sí acertaba en cambio cuando lamentaba que
otros autores, como Breverton y Talty, se refirieron a estas fortalezas usando
nombres diferentes89.

Fecha Autor Historiador Modalidades Fortificaciones Exquemelin


1668 Morgan - X - -
1678 Exquemelin - - -
1740 Leslie - - X -
1816 Burney - - - X
1855 Thornbury - - - -
1906 Masefield - - X -
1910 Haring X - - X
1922 Hart - - - -
1933 Roberts - - X -
1935 Cruikshank X - - -
1978 Pope - - X -
1981 Earle X X X -

(86) Juan Emilio Bosch Gaviño, o Juan Bosch, fue un prolífico escritor de cuentos, nove-
las y ensayos políticos, y llegó a ser un historiador importante. Muy activo políticamente, era
presidente de la República Dominicana antes de ser derrocado por un golpe de Estado en 1963.
(87) BOSCH, Juan: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial,
Porrúa, México, 2009, p. 299. Algunos juicios no del todo positivos sobre esta obra se pueden
leer en las reseñas de MATHEWS, Thomas G.: «From Columbus to Castro. The History of the
Caribbean 1492-1969», Caribbean Studies, vol. 11, núm. 2 (1971), pp. 156-158; y MALEK,
Michael R.: «De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial», The Hispanic
American Historical Review, vol. 52, núm. 2 (1972), pp. 286 y 287.
(88) Thomas Graham es periodista, director de teatro y autor de novelas históricas. Ha
centrado su obra en el tema de la piratería y el corso.
(89) G RAHAM : The Buccaneer King, pp. IX y X , 46-48, 194, 195 y 216. Véase un
juicio negativo en B IALUSCHEWSKI , Arne: «The Buccaneer King. The Story of Captain
Henry Morgan», The International Journal of Maritime History, vol. 26, núm. 4 (2014),
pp. 865 y 866.

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DARIO TESTI

1990 Lane X - - X
1996 Cordingly X X X -
1999 Bradley X X X -
2005 Breverton - - X -
2007 Talty - X X X
2009 Bosh - - - -
2009 Latimer X X X -
2011 Little - X X X
2014 Graham - - X -
2016 Castillero X X X -

En esta tabla se indican autor, fecha de publicación de su obra y si es/era historiador, es decir,
si recibió una formación académica, si formó parte del personal académico, etc. Se aclara si
analizó de manera correcta las modalidades de la toma, si citó los nombres de los castillos y lo
hizo de forma oportuna, y si consideró el texto de Exquemelin como una fuente primaria
fiable.

Conclusiones

Exquemelin, cuya obra fue un éxito editorial extraordinario, contribuyó a


fijar en el imaginario colectivo el arquetipo del pirata y filibustero de la
segunda mitad del siglo XVII90. Mezclando verdad con ficción, redactó y difun-
dió la que se ha definido como «versión mítica» de la toma de Portobelo. Por
el contrario, el escueto informe de Morgan se puede considerar fiable, pero
tardó siglos en publicarse y no tuvo lo que hoy se llamaría «eco mediático».
La producción historiográfica del siglo XIX, con su enfoque positivista, no
puso en tela de juicio la veracidad de las afirmaciones del escritor francés.
Será a partir de la centuria siguiente cuando muchos autores empiecen a cues-
tionarla, aunque la primera publicación científica que cotejó el relato clásico
con los documentos españoles no se dio a la imprenta hasta 1981. Desde
entonces se dispone de una «versión crítica» de la acometida, que refuta una
parte importante de los datos recogidos en la «versión mítica». No obstante,
algunos de los elementos «ficticios» de su relato, como la explosión del
Santiago de la Gloria, la resistencia heroica del «gobernador» en San Geróni-
mo, y la participación activa de religiosos y religiosas, vuelven a aparecer en
distintos trabajos actuales, por más que en el ámbito universitario estos extre-
mos sigan poniéndose en entredicho.
Lamentablemente, no es posible establecer un vínculo causal entre estas
diferencias en la reconstrucción de la toma y la orientación o la actividad
política de los autores. La opción por una u otra versión parece depender

(90) TURLEY, Hans: Rum, sodomy, and the lash. Piracy, sexuality, and masculine identity,
New York University Press, Nueva York, 1999, p. 32; TALTY, p. 56, y LITTLE, Benerson: The
Golden Age of Piracy, p. 8.

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MITIFICAR Y MISTIFICAR. LA INFLUENCIA DE LA OBRA DE EXQUEMELIN EN LA...

más bien de la formación, espíritu crítico y enfoque en relación con la obra


de Exquemelin de cada uno de ellos. Tampoco parece que los autores proce-
dentes del ámbito académico opten ineludiblemente por la versión crítica, y
los provenientes del de la divulgación, por la mítica. En este sentido, Lane,
un profesor, siguió la «versión mítica», en tanto que Talty y Little, dos ensa-
yistas, publicaron la «versión crítica» porque la fuente directa de la que
bebieron fue Earle. Asimismo, numerosos autores que han desmentido a
Exquemelin no por ello han dejado de repetir sus errores, y otros que lo
consideran fidedigno rechazan su reconstrucción de los hechos de 1668.
Finalmente, es de lamentar que sigan dándose a la imprenta obras que,
fundamentadas tan solo en la narración del pirata galo y en textos de divul-
gación, omiten las fuentes del AGI, lo que a día de hoy es académicamente
inaceptable.

Fuentes documentales

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RHN.04
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LA BATALLA DE RIACHUELO
Pablo PALERMO
Magíster en Historia de la Guerra
Universidad de la Defensa Nacional
Buenos Aires, Argentina
Recibido: 04/03/2023 Aceptado: 08/05/2023

Resumen

La batalla de Riachuelo, librada el 11 de junio de 1865, fue un encarnizado


enfrentamiento sostenido entre las escuadras de Brasil y Paraguay durante la
guerra de la Triple Alianza. Librada por contendientes dotados de vapores y
plagada de imprevistos, su resultado eliminó a la escuadra paraguaya como
fuerza combatiente, contribuyendo a la derrota de la ofensiva del sur lanzada
por el Paraguay contra Argentina y Brasil.

Palabras clave: historia naval, historia de Argentina, historia del Paraguay,


historia de Brasil, guerra de la Triple Alianza.

Abstract

The Battle of Riachuelo, foughton 11 June 1865, was a fierce confrontation


between the Brazilian and Paraguayan squadrons during the War of the Triple
Alliance. Waged by steam-powered combatants and plagued by unforeseen
events, its out come eliminated the Paraguayan squadron as a fighting force,
contributing to the defeat of the Southern offensive launched by Paraguay
against Argentina and Brazil.

Keywords: Naval history; History of Argentina; History of Paraguay;


History of Brasil; War of the Triple Alliance.

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PABLO PALERMO

Introducción

L
A guerra de la Triple Alianza, también conocida como la guerra del
Paraguay o guerra Guasú («grande» en guaraní), que se extendió desde
fines de diciembre de 1864 hasta marzo de 1870, enfrentó a los aliados
(Argentina, Brasil y Uruguay) contra Paraguay. Los orígenes mediatos de
dicho conflicto están vinculados a la rebelión que estalló en la República
Oriental del Uruguay en abril de 1863, iniciada por Venancio Flores, caudillo
del Partido Colorado. Con diversa intensidad, tal rebelión involucró a Brasil y
Argentina, cuyos gobiernos eran afines al caudillo oriental. Frente la presión
de sus poderosos vecinos, el gobierno uruguayo, a cargo del presidente
Bernardo Berro, perteneciente al Partido Blanco, buscó ayuda en Francisco
Solano López, joven presidente de Paraguay, con el objetivo de lograr la inter-
vención militar de dicho país en los conflictos del Río de la Plata1. El líder
paraguayo tenía su propia agenda de intereses, y si bien su país mantenía dife-
rendos por sus fronteras con el Imperio del Brasil y con Argentina, en un prin-
cipio se mostró reacio al belicista canto de sirenas de los blancos uruguayos.
Sin embargo, de modo paulatino, comenzó a intervenir diplomáticamente
frente a Argentina y Brasil, a la vez que, a partir de febrero de 1864, inició la
preparación de su ejército para la guerra.
Tras una serie de eventos diplomáticos, y ante la prolongación de la guerra
civil en la Banda Oriental del Río de la Plata, el Imperio del Brasil, el 4 de
agosto de 1864, presentó un ultimátum a la República Oriental del Uruguay,
sustentado en los perjuicios que sufrían los ciudadanos brasileños en dicho
país a causa de la guerra. En el ultimátum se advertía sobre una posible inter-
vención militar imperial en el pequeño Estado oriental en caso de incumpli-
miento de las condiciones allí expuestas. La intimación fue devuelta por las
autoridades uruguayas y desestimada. Paraguay envió a su vez a Brasil una
protesta en la que, claramente, sostenía que consideraría cualquier ocupación
del territorio uruguayo por parte de las fuerzas imperiales «como atentatorio
al equilibrio de los Estados del Plata, que interesa a la República del Para-
guay, como garantía de su seguridad, paz y prosperidad, y que protesta de la
manera más solemne contra tal acto, descargándose desde luego de toda la
responsabilidad de las ulterioridades de la presente declaración»2.
En octubre de 1864, tropas brasileñas ingresaron en territorio uruguayo en
apoyo de Venancio Flores. El gobierno paraguayo concretó el primer acto
hostil contra Brasil el 12 de noviembre de 1864, con la captura del vapor
mercante Marqués de Olinda, en tránsito por aguas paraguayas.
El 22 de diciembre de 1864, Paraguay lanzó su ofensiva contra el Mato
Grosso en manos brasileñas. En rápida progresión, las fuerzas del presidente
López capturaron el fuerte Coimbra, sobre el río Paraguay, y ocuparon
Corumbá (el 3 de enero de 1865) y otras poblaciones como Miranda, Doura-

(1) MOTA MENEZES, Alfredo da: A guerra é nossa, Contexto, São Paulo, 2020, pp. 34ss.
(2) Archivo Nacional de Asunción (ANA), ANA-AHRP-2972.

110 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 109-142. ISSN 0212-467X
LA BATALLA DE RIACHUELO

dos, Albuquerque y el territorio en litigio con Brasil. La inconsistente resisten-


cia brasileña fue rápidamente vencida, por lo que, más allá de otras operacio-
nes menores, podría decirse que las acciones principales habían concluido
durante la primera quincena de enero de 1865.
A fin de extender la campaña militar hacia el sur de Brasil y concretar la
invasión de Rio Grande do Sul, el gobierno paraguayo, en nota fechada el 14
de enero de 1865, solicitó al argentino autorización para que tropas del país
atravesasen la provincia de Corrientes con el fin de operar contra el Brasil3. El
permiso fue negado el 9 de febrero de 1865, y en la misma fecha el gobierno
argentino solicitó explicaciones sobre la acumulación de tropas paraguayas en
la frontera argentina.
Ante la negativa argentina, López convocó un congreso extraordinario,
que empezó a sesionar el 5 de marzo de 18654 y durante el cual se resolvió
ratificar lo actuado ante Brasil, declarar la guerra a la Argentina y designar
mariscal al propio presidente López. Mientras tanto, en febrero de 1865, el
gobierno del Partido Blanco uruguayo había caído, y el líder colorado,
Venancio Flores, asumió el gobierno provisorio del Uruguay con el apoyo
militar brasileño.
Las hostilidades paraguayas contra la Argentina comenzaron el 13 de abril
de 1865, con el ataque y captura de dos vapores argentinos fondeados en el
puerto de la ciudad de Corrientes, capital de la provincia homónima, 1.200
kilómetros aguas arriba de Buenos Aires, sobre el río Paraná. Al día siguiente
se inició la invasión terrestre a dicha provincia, con un contingente que
progresivamente alcanzó unos 20.000 hombres. Ocupada la capital y reforza-
da en hombres y suministros, esta fuerza se dirigió hacia el sur en forma para-
lela al río Paraná, hasta alcanzar la ciudad de Goya. Otra columna paraguaya,
proveniente de Encarnación y de unos 12.000 hombres, avanzó desde el Para-
ná en escalones –el primero, a principios de mayo de 1865, y el segundo, a
fines de dicho mes– en dirección al río Uruguay, hacia São Borja y luego a
Uruguaiana, en territorio brasileño. Esta columna presentó la particularidad de
dividirse en dos: una menor (de algo más de tres mil hombres) se desplazó por
territorio argentino, mientras que la otra lo hacía por el territorio brasileño.
Ambas marcharon en paralelo, separadas por el río Uruguay.
El gobierno argentino envió hacia Corrientes a las pocas fuerzas de infan-
tería de línea disponibles en la capital (alrededor de mil hombres); encomendó
a las milicias correntinas de caballería la misión de hostigar a los invasores, y
ordenó una serie de medidas que tenían como finalidad la reunión de un
importante ejército, proceso que se extendió por casi todo 1865. El 1 de mayo
de dicho año se celebró en Buenos Aires el Tratado de la Triple Alianza, que
consagraba el esfuerzo bélico común de Argentina, Brasil y Uruguay contra el
Paraguay.

(3) ANA-AHRP-PY-3485.
(4) OʼLEARY, Juan E.: Nuestra epopeya, Imprenta y Librería La Mundial, Asunción, 1909,
p. 30.

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PABLO PALERMO

El 20 de mayo de 1865, las dos divisiones de la escuadra brasileña disponi-


bles en el teatro de la guerra alcanzaron la posición de la pequeña fuerza de
infantería argentina en Corrientes, sobre el río Paraná. Aprovechando esta
circunstancia, así como el hecho de que el grueso del ejército paraguayo se
había alejado más de doscientos kilómetros de Corrientes, dejando allí una
guarnición de unos 1.500 efectivos, el general Paunero, al mando de las fuer-
zas de línea argentinas, reforzadas por algunas tropas de infantería brasileña y
transportado por la escuadra imperial, el 25 de mayo de 1865 realizó un asalto
a la capital correntina. Al derrotar a la guarnición paraguaya, Paunero demos-
tró la vulnerabilidad de la línea de retirada de las tropas del mariscal López,
cuyas comunicaciones amenazaba porque los invasores no controlaban el río
Paraná, y asaltos como el realizado podían ser repetidos. Pese a que las fuer-
zas aliadas tuvieron que retirarse de la recapturada Corrientes, las repercusio-
nes estratégicas del asalto fueron sustanciales ya que, como consecuencia del
ataque, el presidente paraguayo ordenó la retirada de la división que bajaba
bordeando el Paraná y comenzó a planear un nuevo golpe. A partir de ese
momento, su atención se iba a poner en la escuadra brasileña, para impedir
que se reiterasen operaciones como la realizada contra la capital correntina5 y
negar al enemigo el dominio del río6.

Antecedentes inmediatos a la batalla

Luego de la retirada de la ciudad de Corrientes, la escuadra imperial había


permanecido fondeada unos diecisiete kilómetros al sur de la capital correnti-
na, en las proximidades de la desembocadura en el Paraná de un curso de agua
conocido como el Riachuelo. Como señaló el práctico Santiago Giudice, vete-
rano conocedor de los ríos Paraná y Paraguay que prestó ocasionales servicios
a la escuadra brasileña, el río Paraná, al doblar aguas abajo la punta de la
ciudad de Corrientes, divide sus aguas en un verdadero archipiélago de islas y
bancos hasta abajo mismo del Riachuelo. El canal mayor corre del lado corren-
tino del río, mientras que del lado chaqueño corre un canal menor navegable
para todos los buques en época de creciente. Giudice sostuvo que los principa-
les buques brasileños tenían mucho calado para transitar el Paraná, cuyos pasos
son difíciles, llevan poca agua y tienen un canal angosto; sin embargo, en el
momento de la batalla de Riachuelo había suficiente caudal para dicha escua-
dra. El paso frente al Riachuelo es hondo, pero angosto y de cuidado7. Al norte

(5) LEUCHARS, Chris: To the bitter end, Greenwood Press, Connecticut (EE.UU.), 2002,
p. 65.
(6) CENTURIÓN, Juan Crisóstomo: Memorias o Reminiscencias históricas de la guerra del
Paraguay I, Biblioteca Virtual del Paraguay, p. 206.
(7) Archivo Juan Bautista Gill Aguinaga (AJBGA), fondo Estanislao Zeballos (EZ),
Santiago Giudice, carpeta 137. Reproducido en BREZZO, L. (ed.): La guerra del Paraguay en
primera persona. Testimonios inéditos. Fondo Estanislao Zeballos, Tiempo de Historia, Asun-
ción, 2015, p. 196.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

FUENTE: Memórias do almirante barão de Teffé. A batalha naval do Riachuelo

–y también aguas abajo–, el río Paraná es lo bastante ancho para permitir a los
buques evolucionar fácilmente8. De acuerdo con el mapa confeccionado por
Antonio Luiz von Hoonholtz (futuro almirante y barón de Teffé), quien en
1865 era 1.er teniente y comandante de la cañonera brasileña Araguary, la
escuadra imperial estaba ubicada al norte de la desembocadura del Riachuelo9.
La misión de la escuadra brasileña, fuerte de nueve vapores de guerra, era
bloquear el río Paraná, y a tales fines su jefe, el vicealmirante Francisco
Manoel Barroso, entendió más ventajoso el fondeadero ubicado del lado del
Chaco, al sur de la capital de Corrientes10.
Respecto del ataque a la escuadra imperial, en comunicación del 1 de junio
de 1865 al delegado del gobierno paraguayo en Corrientes, José Berges, el
mariscal López afirmó: «Por el ancladero de los brasileros parece que no
podrán ser hostilizados con ventaja sino los buques que queden hacia el
Riachuelo, donde el canal queda más contiguo a la barranca»11. Una semana
después instruyó a Berges:

«Mañana a la tarde o en la primera noche necesitaré saber la situación precisa


de la escuadra enemiga y su número así como la facilidad o dificultad que haya
para establecer una batería volante arriba del Riachuelo y debajo de la escuadra
para bloquear a esta por abajo y hostilizarla con ventaja. Comunique esto a los

(8) CENTURIÓN, pp. 206-207.


(9) HOONHOLTZ, Antônio Luiz von: Memórias do almirante barão de Teffé. A batalha
naval do Riachuelo, Livraria Garnier Irmãos, Río de Janeiro, pp. 13-14.
(10) Ibídem, p. 16.
(11) ANA-AHRP-PY-3933, carta de Francisco Solano López a José Berges, 1 de junio
de 1865.

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mayores Cabral y Martínez y deme aviso con el mayor detalle posible para ver lo
que pueda hacerse»12.

Los preparativos para el ataque paraguayo a la escuadra brasileña se ven


reflejados en el testimonio de George Gibson, maquinista inglés al servicio
del Paraguay en el vapor Marqués de Olinda durante la batalla del 11 de junio
de 1865, cuyo testimonio fue recogido por Von Hoonholtz. Gibson manifestó
que

«desde nuestro inesperado desembarco [el ejecutado por los aliados] en Corrientes
el 25 de mayo, el mariscal expidió severas órdenes al general Robles y al coronel
Bruguez ordenándoles que explorasen sin demora la costa correntina y en un
punto donde el canal fuese más estrecho, montasen una batería de los cañones de
más grueso calibre que dispusiesen, bien oculta y flanqueada por trincheras para
abrigo de los fusileros»13.

La segunda división de la escuadra brasileña, integrada por las naves


Amazonas, Parnahyba, Araguary, Iguatemy y Mearim, estaba al mando del
vicealmirante Francisco Manoel Barroso, quien como oficial de mayor grado
tenía, además, el comando de la escuadra. La otra división (la tercera), al
mando del capitán de mar y guerra José S. Gomensoro, a inicios de junio de
1865 estaba integrada por los vapores Jequitinhonha, Beberibe, Belmonte e
Ypiranga.
Todos los vapores brasileños habían sido diseñados como buques de guerra
para operar en el mar. Presentaban las siguientes características generales: la
fragata Amazonas, al mando del capitán de fragata Theotonio de Brito, despla-
zaba 1.050 toneladas, su casco era de acero (acorazado), disponía de seis
piezas (cuatro cañones de 68, un obús de 68 y una pieza rayada de 70), y su
dotación se componía de 149 marinos y un contingente de infantería de 313
plazas; la corbeta Jequitinhonha desplazaba 637 toneladas, su casco era de
acero (acorazado), estaba al mando del capitán teniente Joaquim José Pinto,
contaba con ocho piezas (seis cañones de 32 y dos de 68), y su dotación se
componía de 120 marinos más un contingente de infantería de 166 hombres;
la corbeta Beberibe desplazaba 560 toneladas, su casco era de madera, estaba
al mando del capitán teniente Bonifacio de Sant’Anna, tenía siete piezas (seis
cañones de 32 y uno de 68) y su dotación la integraban 178 marinos, un
contingente de infantería de 110 hombres y 36 de la artillería del ejército
imperial; la cañonera Parnahyba desplazaba 637 toneladas, su casco era de
madera (acorazado), se encontraba al mando del capitán teniente Garcindo de
Sá, disponía de siete piezas (cuatro cañones de 32, dos de 68 y una pieza raya-
da de 70 Whitworth), y contaba con una dotación de 141 marinos y un contin-
gente de 122 infantes; la cañonera Belmonte, al mando del 1. er teniente
Joaquim Francisco de Abreu, desplazaba 600 toneladas, su casco era de acero

(12) Ibídem, 8 de junio de 1865.


(13) HOONHOLTZ, p. 66.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

(acorazado), tenía ocho bocas de fuego (cuatro cañones de 32, tres de 68 y una
pieza rayada de 70 Whitworth), y contaba con una dotación de 109 marinos,
más 95 hombres del cuerpo de policía de Río de Janeiro y del 1.er batalhão de
artillería; la cañonera Araguary desplazaba 400 toneladas, su casco era de
madera (acorazado), su comandante era el 1.er teniente Antonio Luiz von
Hoonholtz, contaba con cuatro piezas (dos de 32 y dos de 68), con una dota-
ción de 89 marinos y 83 infantes; la cañonera Ypiranga desplazaba 350 tone-
ladas, su casco era de madera, se encontraba al mando del 1.er teniente Álvaro
de Carvalho, tenía siete piezas de 30, y contaba con una dotación de 106 mari-
nos y 65 hombres del cuerpo de policía de Río de Janeiro; la cañonera
Mearim, al mando del 1.er teniente Eliziario Barbosa, desplazaba 415 tonela-
das, su casco era de madera (acorazado), tenía siete piezas (cuatro cañones de
32 y tres de 68), y contaba con una dotación de 125 marinos y 67 hombres del
cuerpo de policía de Río de Janeiro; por último, la cañonera Iguatemy despla-
zaba 400 toneladas, su casco era de madera, estaba al mando del 1.er teniente
Joaquim Xavier de Oliveira Pimentel, disponía de cinco piezas (dos de 32 y
tres de 68), y su dotación la integraban 96 marinos y 117 hombres del cuerpo
de policía de Río de Janeiro. Todas las naves estaban propulsadas por hélices,
excepto la Amazonas, que disponía de ruedas. La escuadra disponía, pues, de
59 piezas de artillería, de las cuales solo tres eran rayadas de calibre 70; las
restantes eran veintiuna piezas de 68, veintiocho de 32 y siete de 3014.
Al igual que otras Armadas del mundo, la escuadra brasileña atravesaba la
etapa de transformación de la propulsión exclusivamente a vela a los motores
de vapor; del casco de madera a la construcción con hierro, y de la artillería de
avancarga y cañón liso a las piezas de retrocarga y rayadas. Los navíos impe-
riales presentes en el Paraná al inicio de las hostilidades en la provincia de
Corrientes presentaban algunas de tales transformaciones.
Las modificaciones en el diseño de las naves traían aparejados cambios en
la artillería. Por ejemplo, una nave de la década de 1820, la Pedro I, de sesen-
ta metros de eslora, contaba con 74 piezas de artillería. En la década de 1860,
la fragata Amazonas, también de unos sesenta metros de eslora, contaba con
apenas seis piezas, aunque de calibre superior15 y mayor alcance. Los cañones
Whitworth citados presentaban un ánima rayada de sección hexagonal que
permitía el giro de un proyectil ojival de 70 libras16. La menor cantidad de
piezas se explica por el espacio que debía destinarse a la maquinaria de vapor,
las ruedas de las hélices, los tanques de agua y el almacenamiento de carbón,

(14) SCHNEIDER, Ludwig: A guerra da Tríplice Alliança contra o governo da República


do Paraguay I, Río de Janeiro, 1876, p. 166; GRAU PAOLINI, Jaime E., e IRICÍBAR, Manuel A.:
«La batalla naval del Riachuelo», Boletín del Centro Naval, núm. 822 (oct.-dic. 2008), Buenos
Aires, p. 406.
(15) LOPES DA SILVA, Carlos André: «Armamentos e novas tecnologias empregadas pela
Armada Imperial na guerra da Tríplice Aliança», en Memoria. XII Encuentro Internacional de
Historia de la Guerra de la Triple Alianza, Corrientes, Argentina, 16-17-18-19 septiembre de
2021, Moglia Ediciones, Corrientes, 2021, p. 228.
(16) Ibídem, p. 229.

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que ocupaban buena parte del espacio tradicionalmente destinado a los caño-
nes, los cuales fueron desplazados a los extremos del combés17.
Sin perjuicio de la superioridad brasileña sobre la escuadra paraguaya en
número de naves, bocas de fuego y tecnología –a lo que debemos añadir el
hecho de ser buques específicamente diseñados para la guerra, y no mercantes
armados, como casi todas las naves paraguayas–, la mayoría de los buques
imperiales eran aún de madera y, por lo tanto, vulnerables al fuego de las bate-
rías costeras que pudiesen montar los paraguayos18.
El mayor tamaño y desplazamiento de las naves brasileñas se traducía
también en un mayor calado; tal circunstancia, en el río Paraná –poco profundo y
donde se debía navegar en estrechos canales–, imponía restricciones a la manio-
brabilidad de la escuadra. Otra limitación que afectaba a la escuadra imperial era,
paradójicamente, una consecuencia indeseada de la modernidad; la maquinaria,
que independizaba a las naves del viento, requería combustible: el carbón19, cuya
escasez obligó a que, para el día 3 de junio de 1865, todas las naves alimentasen
sus fuegos con leña extraída de los cercanos bosques chaqueños, reservando el
carbón para casos de combate20. A la misma fecha, la escuadra tenía doscientos
enfermos afectados por distintas dolencias, y prácticamente todos los días falle-
cía al menos un integrante de la escuadra por razones de salud21. Otro serio
inconveniente era la dificultad en el abastecimiento de alimentos, circunstancia
reiteradamente reflejada en el diario del vicealmirante Barroso22.
Por su parte, la escuadra paraguaya estaba organizada en tres divisiones.
La primera estaba integrada por los vapores Yberá, al mando del teniente de
navío Pedro V. Gill (jefe además de la división); Marqués de Olinda, al del
teniente de navío Ezequiel Robles, y Jejui, al del alférez Aniceto López. La
segunda división la componían los vapores Ygurey, al mando del capitán de
corbeta Remigio Cabral (a su vez, jefe de la división); Salto Oriental, al del
alférez V. Alcaraz, e Yporá, al del teniente Domingo A. Ortiz. La tercera divi-
sión la conformaban los vapores Tacuary (buque insignia), al mando del capi-
tán de fragata José María Martínez; Paraguarí, al del teniente Alonso, y Pira-
bebé, al del teniente T. Pereyra23.
Todos los buques, a excepción de la Tacuary, eran mercantes improvisados
para la guerra a los que se había dotado de artillería; con ruedas al costado,

(17) Ibídem, p. 228.


(18) Ibídem, p. 232.
(19) CASTRO OLIVEIRA FILHO, Sergio Willian de: «O bloqueio à esquadra bloqueadora: as
dificultades logísticas da força naval brasileira às vésperas da batalha naval do Riachuelo», en
Memoria. XII Encuentro Internacional..., p. 65.
(20) Ibídem, p. 72.
(21) Diario del vicealmirante Francisco Manoel Barroso del día 3 de junio de 1865,
Revista Marítima Brazileira (11 de junio de 1883), pp. 4-5.
(22) Ibídem, días 1 y 6 de junio, pp. 1 y 7.
(23) AJBGA, EZ, memorias de Pedro Gill, carpeta 137. Reproducidos en BREZZO, p. 142;
BENITES, Gregorio: Las primeras batallas contra la Triple Alianza, El Lector, Asunción, 2012,
p. 49. CENTURIÓN (p. 207) aporta algunas diferencias en los comandantes de los buques para-
guayos.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

excepto Salto Oriental, Pirabebé e Yberá, que eran de hélice. Sus máquinas
estaban colocadas arriba del nivel de agua; por ende, se hallaban expuestas a
la artillería enemiga24. El comandante de la escuadra era el capitán de navío
Pedro Ignacio Meza, quien izaba su insignia en la Tacuary, y el segundo
comandante, Remigio Cabral. Todos los maquinistas de las naves paraguayas
eran ingleses –excepto uno o dos de los segundos, que eran paraguayos– y
cada buque contaba con un cirujano a bordo25. En cuanto a las tripulaciones,
López había adoptado como sistema embarcar en los buques de la Armada,
como simples marineros, a la flor de la juventud de Asunción. De tal modo
formaba marinos y alejaba de la capital a esos elementos cultos26.
La Tacuary desplazaba 430 toneladas, su casco era de acero y contaba con
seis cañones, dos de a 32 y cuatro de a 24; la Paraguarí desplazaba 628 tone-
ladas, su casco era de acero y contaba con cuatro piezas de a 24; la Ygurei
desplazaba 548 toneladas, su casco era de madera y contaba con cuatro caño-
nes; la Yporá desplazaba 205 toneladas, su casco era de madera y contaba
también con cuatro piezas de artillería; la Marqués de Olinda desplazaba 300
toneladas, su casco era de madera y, recientemente capturada a los brasileños,
había sido dotada de cuatro cañones; la Jejui desplazaba doscientas toneladas,
su casco era de madera y contaba con dos cañones; la Salto Oriental desplaza-
ba 250 toneladas, su casco era de madera y contaba con cuatro piezas artille-
ras; la Pirabebé desplazaba 150 toneladas, su casco era de hierro, y contaba
con una solitaria pieza de a 32, y la Yberá, con cuatro cañones. Dado que,
como se verá, la Yberá no participó de la batalla, la escuadra paraguaya
alineaba solo treinta piezas de artillería27, contra las 59 imperiales. Pero debe
tenerse en cuenta además que, excepto dos piezas de 32, todos los cañones de
los vapores paraguayos eran de 24 o de calibre inferior28. Otro parámetro obje-
tivo de la diferencia entre las escuadras es el tonelaje de desplazamiento de las
mismas, que refleja en cierto modo las dimensiones y fortaleza de las naves
que las integraban; y así, mientras que las naves paraguayas sumaban 2.711
toneladas, la escuadra imperial reunía 5.04929.
El propio periódico El Semanario, diario oficial paraguayo, señaló las dife-
rencias entre ambas escuadras:

«La escuadra brasilera era compuesta de cascos expresamente hechos para la


guerra con inmenso número de cañones de alto calibre, y de nueva invención,
cuando nuestros vapores son unas barquillas, como buques mercantes armados de
guerra con pocos cañones y de corto alcance, como todos saben»30.

(24) CENTURIÓN, p. 207.


(25) THOMPSON, George: Guerra del Paraguay I, Buenos Aires, 1910, p. 81.
(26) AJBGA, EZ, informe de Ángel Peña, carpeta 119. Reproducidos en BREZZO, p. 44.
(27) THOMPSON, p. 81; AJBGA, EZ, informes de Juan Crisóstomo Centurión, carpeta 137,
reproducidos en BREZZO, p. 38; GRAU PAOLINI e IRICÍBAR, p. 406.
(28) SCHNEIDER, t. I, p. 168.
(29) GRAU PAOLINI e IRICÍBAR, p. 406.
(30) El Semanario, núm. 582, 17 de junio de 1865, p. 2.

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Para equilibrar en parte el poder de fuego de ambas escuadras, López orde-


nó la instalación sobre la barranca cercana al Riachuelo, del lado correntino
del Paraná, de una batería de artillería terrestre y fusileros. En carta del 10 de
junio de 1865, López indicó a Berges:

«El mayor Aquino que lleva esta mandará la infantería del comandante Bruguez
compuesta de los Batallones 25, 26, 37 y 42, estos dos últimos irán de allí para el
Riachuelo después de oscurecer de modo que no se perciba en el pueblo (…) El
mayor Martínez quedará con una batería para atender a un golpe de mano y si el
comandante Bruguez prefiere llevar esa batería lo hará también, siendo bastante la
infantería del 3 y 24 que en caso de necesidad apoyará también al comandante
Bruguez a cuyas órdenes deberá ponerse el mayor Martínez y en tal caso»31.

En forma concordante, Julián Godoy manifestó que el jefe de la artillería


paraguaya en Corrientes, José María Bruguez, recibió el 10 de junio de 1865
la orden de marchar con veintidós piezas de artillería ligera hacia el Riachue-
lo, encuadradas en el regimiento de artillería a caballo n.º 232. El mismo
Godoy fue enviado a Corrientes como representante de la autoridad del maris-
cal López. Según Godoy, las piezas de artillería llegaron la noche del 10 de
junio a la quinta de Derqui, sobre el Riachuelo, donde se levantó una fortifica-
ción pasajera a la espera del combate, que se estimaba ocurriría en la madru-
gada del día 1133. La posición carecía de parapetos y de cualquier tipo de
defensa. El calibre de las piezas variaba de 4 a 1834. La artillería era comple-
mentada con la fuerza de infantería ya citada. A las piezas de Bruguez y sus
doscientos artilleros se unieron seis obuses y otros cien artilleros al mando del
mayor Alvarenga35. Según el plano de la batalla elaborado por Von Hoonholtz,
la artillería paraguaya se ubicó sobre la ribera correntina del Paraná, al norte
del Riachuelo, mientras que los fusileros se ubicaron sobre la misma ribera
tanto al norte como al sur del Riachuelo36.
El plan paraguayo fue resumido por el futuro general y presidente de Para-
guay Bernardino Caballero, alférez en junio de 1865. Como Paraguay carecía
de flota, la solución que se le ocurrió al mariscal López fue quitársela a los
brasileños, para lo cual no había más que acercarse sin hacer ruido y abordar-
les los barcos por sorpresa37.

(31) ANA-AHRP-PY-3933, carta de Francisco Solano López a José Berges, 10 de junio


de 1865.
(32) El Semanario, núm. 582, 17 de junio de 1865, p. 2.
(33) AJGA, EZ, informes del sargento mayor Julián Godoy, carpeta 144. Reproducidos
en BREZZO, p. 121.
(34) CENTURIÓN, p. 209.
(35) AJGA, EZ, informes del sargento mayor Julián Godoy, carpeta 144. Reproducidos
en BREZZO, p. 121.
(36) HOONHOLTZ, pp. 13-144.
(37) RODRÍGUEZ ALCALÁ, Guido: General Bernardino Caballero. Testimonio de un
combatiente de la guerra del Chaco en Paraguay, Ediciones LAVP, Nueva York, 2019, libro
digital, cap. IV.

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El entonces teniente de navío Pedro V. Gill narró los preparativos para el


ataque a la escuadra brasileña, operación a la que calificó como «el sueño
dorado» del mariscal López. A tal fin, el presidente paraguayo le había orde-
nado el 9 de junio que fuese a Corrientes a tomar el croquis de las posiciones
de la escuadra brasileña, labor que cumplió con la colaboración de un baquea-
no correntino. En la tarde del 10 de junio presentó el resultado de su trabajo
en Humaitá, fortaleza sobre el río Paraguay donde López había instalado su
cuartel general. Agregó Gill que, a las cinco de la tarde de ese mismo día, se
realizó una reunión con los comandantes de las naves paraguayas, en la que el
presidente López ordenó el ataque. Interrogados al respecto, Remigio Cabral y
Pedro V. Gill (como los más conocedores del río Paraná) sostuvieron que el
ataque debía ser nocturno y que la mejor hora era de tres a cuatro de la maña-
na, considerando la velocidad de marcha de los navíos paraguayos. El comba-
te debía ser de sorpresa y abordaje, dado que no había posibilidad de que la
escuadra paraguaya derrotase a la brasileña en un duelo artillero. Godoy ratifi-
có que ese era el plan, el cual contaba con el apoyo de los demás oficiales
navales38. Sin embargo, el coronel Wisner von Morgenstern, militar húngaro al
servicio de Paraguay, sugirió que se utilizasen también seis chatas, dotadas
con sendos cañones de 68, tres de las cuales estaban en Humaitá y las restan-
tes en Paso de la Patria (en la confluencia de los ríos Paraguay y Paraná). La
moción fue aprobada por López pese a la oposición de los marinos. En tales
condiciones, el tiempo estimado de viaje desde Humaitá era de unas siete
horas saliendo a la «prima noche» (las ocho de la noche)39.
Von Hoonholtz refirió en sus memorias la plausible explicación que le
brindó luego de la batalla George Gibson, maquinista inglés del Marqués de
Olinda, aportando detalles de los movimientos previstos en el plan original
paraguayo, en los cuales el uso de las chatas no aparecía fuera de lugar. Según
Von Hoonholtz, Gibson indicó que el plan era apoderarse de las naves impe-
riales, y que las chatas serían posicionadas en la curva del Riachuelo para,
junto con la artillería de Bruguez, atacar a las naves brasileñas que escapasen
del abordaje e intentasen una fuga hacia el sur40.
Esto explica la previsión para el uso de las chatas como complemento de la
escuadra paraguaya, no para un combate abierto –como a la postre ocurrió–,
sino para batir, junto con la batería costera, a los buques brasileños en fuga. El
plan de los marinos paraguayos era tomar las naves brasileñas por abordaje,
no entablar un duelo artillero que, dada la desproporción de cantidad y calibre
de las piezas, sería favorable a los imperiales, tal como demostró Lanchester
para enfrentamientos entre fuerzas disímiles41. En tales condiciones, las seis

(38) AJBGA, EZ, informes del sargento mayor Julián Godoy, carpeta 144. Reproducidos
en BREZZO, p. 121.
(39) Ibídem, memorias de Pedro Gill, carpeta 137. Reproducidos en BREZZO, p. 142.
(40) HOONHOLTZ, p. 67.
(41) HUGUES, Wayne P.: Táctica de flota, Instituto de Publicaciones Navales, Buenos
Aires, 1988, pp. 30 y 34-36.

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piezas de 68 de las chatas de poco servirían frente a las veinticuatro de idénti-


co o superior calibre de la armada brasileña.
Según Von Hoonholtz, Gibson le manifestó:

«Debíamos llegar frente a Corrientes como a las dos de la mañana y continuar


a toda fuerza por el canal de leste [el canal del lado correntino del río], sin luces ni
faroles, pues en el oscuro de la noche y proyectados sobre la orilla opuesta quizá
pasaríamos inadvertidos. Mismo en el caso contrario ninguna bala nos pegaría y la
escuadra paraguaya dejando las chatas en la vuelta del Riachuelo haría fuerza de
máquina a tomar el canal del Chaco avanzando por la popa de la escuadra brasile-
ra y abordando sucesivamente todos sus buques antes de darles tiempo de acudir
al zafarrancho. El Mariscal concluía sus instrucciones con esta frase “¡Costáo a
costáo; una banda de metralla sobre la cubierta; una descarga de fuzileria, y luego
echar-se de sabre en puño adentro del buque enemigo!” (…) Como cada buque
paraguayo disponía, además de su tripulación, de 200 hombres de abordaje, ¡figú-
rese usted, Señor Comandante, si nosotros estaríamos o no seguros de que la lucha
sería de arma blanca, y fácil nuestra victoria! Tanto es cierto eso que el Mariscal al
despedirnos no cesaba de repetir: “¡Acaben con los brasileños pero traigan sus
buques intactos para refuerzo de nuestra escuadra!”»42.

La escuadra paraguaya pasaría frente a la brasileña, al amparo de la oscuri-


dad, por el lado correntino del Paraná; se liberaría de las chatas dejándolas en
Riachuelo; daría la vuelta a la isla de la Palomera y, tomando el canal chico de
la Palomera (del lado chaqueño del río), atacaría desde el sur a la escuadra
imperial en su fondeadero.
¿Cómo harían los paraguayos para navegar a oscuras en el Paraná? La
respuesta podría suministrarla el hecho de que en la noche del 10 al 11 de
junio de 1865 había luna llena43 y que, de acuerdo al relato de Von Hoon-
holtz, al amanecer del 11 de junio el cielo estaba despejado, lo que permite
deducir que a la noche tampoco hubo nubes que ocultasen al satélite
terrestre.
Juan Crisóstomo Centurión, testigo de la batalla pero no de la planificación
del ataque, afirmó en sus Memorias o Reminiscencias históricas de la guerra
del Paraguay que el plan era

«presentarse al lugar donde se encontraba fondeada la escuadra enemiga al


romperse el día, y pasando de largo más abajo de ella, volver acto continuo proas
aguas arriba, yendo a colocarse cada uno al costado de cada uno de los buques
brasileros, y previa una descarga, abordarlos. Esta operación debía verificarse con
toda la rapidez posible, de manera que los buques enemigos no tuviesen tiempo de
ponerse en movimiento ni prepararse al combate, y que los paraguayos pudiesen
combatir con ellos brazo a brazo, en la seguridad de que estos entonces llevarían
sobre sus contrarios una incontestable ventaja»44.

(42) HOONHOLTZ, pp. 67-68.


(43) https://www.tutiempo.net/luna/fases-junio-1865.htm?h=s.
(44) CENTURIÓN, p. 208.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

Puede apreciarse que la versión brindada por Centurión coincide, en gene-


ral, con los restantes relatos, pero con una importante salvedad: la hora.
Centurión indicó que el ataque se produciría «al romper el día» –que fue lo
que efectivamente ocurrió– y no en plena madrugada, que era lo originaria-
mente previsto.
Cabe recordar que la sorpresa es uno de los principios de la guerra o prin-
cipios de la conducción, como también son conocidos en la actualidad. Según
Vigo, tales principios «consisten en un número de guías que contienen la
esencia de los mejores consejos para la conducción de acciones militares»45.
El número de los principios varía entre las fuerzas armadas de los distintos
países, pero su núcleo suele ser similar. A modo de ejemplo, tomaremos la
noción que tal principio tiene en las fuerzas armadas más poderosas de la
actualidad: las de los Estados Unidos de América. Según su JC 3-0, «el propó-
sito de la sorpresa es atacar en un momento o lugar o de una manera para la
que el enemigo no está preparado», agregando que «la sorpresa puede ayudar
al comandante a cambiar el equilibrio de poder de combate y así lograr el
éxito fuera de proporción con el esfuerzo efectuado»46.
A la luz de las nociones transcriptas, considerando la desproporción del
poderío de ambas escuadras y el objetivo de abordar a la imperial para
capturar navíos, la sorpresa aparece como un requisito esencial de la
operación.
Según George Thompson, ingeniero británico que prestó servicios en el
ejército paraguayo durante la guerra, para el abordaje de las naves imperiales
se distribuyeron en los vapores de la escuadra, según su capacidad, quinientos
hombres del batallón 647, a los que Centurión agregó en su relato hombres del
batallón 7 48, ambas unidades veteranas de la campaña de Mato Grosso.
Thompson señaló que los hombres del batallón 6 fueron elegidos uno por uno
y que, ante la instrucción del mariscal López de traer prisioneros, a una sola
voz dijeron: «¿Para qué queremos prisioneros? ¡Los mataremos a todos!», a lo
que el presidente paraguayo insistió en que capturasen «algunos»49. En el rela-
to de Gibson, citado por Von Hoonholtz, el número de infantes por nave
(doscientos hombres) aparece como excesivo, pero evidentemente la cantidad
mencionada por Thompson, sumada a la sorpresa, fue considerada suficiente
para derrotar a las fuerzas imperiales.
En los hechos, el consejo de Von Morgenstern, sumado a otras circunstan-
cias, contribuyó a desvirtuar la naturaleza del ataque. La chata, como su
nombre sugiere, era una pequeña embarcación de poco calado que apenas

(45) VIGO, Jorge Ariel: Fuego y maniobra. Breve historia del arte táctico, Folgore
Ediciones, Buenos Aires, 2005, p. 15.
(46) JOINT CHIEFS OF STAFF: Revision of Joint Publication 3-0 del 17 de enero de 2017,
apéndice A, «Principles of Joint Operations», punto 2, apartado h.
(47) CENTURIÓN, p. 208.
(48) AJBGA, EZ, informes de Juan Crisóstomo Centurión, carpeta 137. Reproducidos en
BREZZO, p. 38.
(49) THOMPSON, p. 81.

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PABLO PALERMO

sobresalía de la superficie del agua (un pie, según Centurión)50. Había sido
concebida en 1862 para operar oculta en las riberas. De unos 15 a 20 metros
de eslora, fondo plano y perfil a ras de agua, las chatas portaban un cañón de
68 o de 80 y una tripulación de seis a ocho hombres. Sus disparos podían
hacer mucho daño a un buque, mientras que, por su pequeña dimensión y bajo
perfil, era muy difícil para la artillería naval lograr impactarlas. No tenían
medios de propulsión, por lo que debían ser remolcadas51. Ello obligó a los
navíos paraguayos a reducir su velocidad de marcha, para no hundir a las
chatas con el oleaje que produce el desplazamiento de todo buque de cierto
tonelaje.
Del relato de Gill surge que se requerían unas siete horas de navegación
desde Humaitá hasta Riachuelo. La escuadra finalmente zarpó después de
medianoche, por lo que era imposible alcanzar la posición brasileña en la
madrugada, con buques que debían navegar a una velocidad inferior por el
remolque de las chatas y que, además, debían detenerse a recoger las otras
chatas existentes en Paso de la Patria. Remigio Cabral, 2.º comandante de la
escuadra paraguaya, señaló la tardía orden de partida dada por el mariscal
López como principal causa del resultado de la batalla52.
Como explican Grau Paolini e Iricíbar, la distancia de navegación desde
Humaitá (lugar de donde zarpó la escuadra paraguaya) a Tres Bocas
(confluencia del Paraná con el Paraguay) era de veinticinco millas náuticas, y
desde Tres Bocas hasta el fondeadero de la escuadra imperial, de otras dieci-
nueve. Si los buques hubiesen podido navegar a su velocidad normal (unos
ocho nudos), y sumando la corriente a favor (del orden de tres nudos), habrían
podido recorrer la distancia de Humaitá a Riachuelo en cuatro horas. Pero, al
verse obligados a remolcar las chatas, debieron navegar a velocidad reducida
(unos cuatro nudos). Considerando la corriente, el tiempo necesario para
navegar hasta Riachuelo era en realidad de seis horas y media. Tomando en
cuenta una demora de una hora para detenerse en Tres Bocas y pasar a remol-
que a las restantes chatas en la oscuridad de la noche, la navegación del
conjunto insumiría algo más de siete horas, tal como se había informado al
mariscal López. Por ende, para llegar al fondeadero a las cuatro de la mañana,
la escuadra paraguaya, a más tardar, hubiera debido zarpar a las 20:00 («prima
noche», según había señalado Gill)53.
Hubo, además, otra causa de demora. Godoy indicó que el vapor Yberá, al
mando de Gill, sufrió una avería y que toda la escuadra esperó su repara-
ción54. Según Hoonholtz, Gibson refirió además el percance mecánico en otro
vapor, la Paraná, que no aparece en las otras fuentes consultadas. La avería

(50) CENTURIÓN, p. 207.


(51) GRAU PAOLINI e IRICÍBAR, p. 404.
(52) AJBGA, EZ, informes de Remigio Cabral, carpeta 137-1. Reproducidos en BREZZO,
p. 139.
(53) GRAU PAOLINI e IRICÍBAR, p. 405.
(54) AJBGA, EZ, informes del sargento mayor Julián Godoy, carpeta 144. Reproducidos
en BREZZO, p. 121.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

en el vapor Yberá no pudo ser reparada, imposibilitando así que siguiese


adelante, por lo que la escuadra paraguaya se redujo a ocho buques55 y seis
chatas.
Puede apreciarse de lo descripto que, pese a que habían transcurrido nueve
días desde la primera evidencia documentada de la intención de atacar a la
escuadra brasileña, los preparativos y el plan concreto se hicieron a último
momento. Esta precipitación provocó omisiones tan notables como no consi-
derar que las ruedas laterales de los vapores paraguayos dificultaban sobrema-
nera la aproximación para un abordaje, no tener en cuenta que la mayor altura
de los navíos imperiales suponía otro obstáculo para el asalto, o no llevar
ganchos para el abordaje56.
La escuadra paraguaya se puso en movimiento en Humaitá pasada la
medianoche del 10 al 11 de junio. La detención para sumar las chatas, más el
desperfecto que sufrió la Yberá, retrasaron en demasía la aproximación de los
buques guaraníes. Como bien observó Centurión, lo más prudente hubiera
sido postergar el asalto57 –en cualquier caso, el plan original era de imposible
realización–, pero el comandante Meza decidió seguir adelante con el ataque,
que se produciría a plena luz del día58.
Según Von Hoonholtz, Gibson afirmó haber advertido al comandante de la
Marqués de Olinda, Ezequiel Robles,

«que sería prudente no seguir más adelante; parar la máquina, y al acercarse el


Tacuary proponer al comodoro de quedarnos allí –donde nadie podía vemos ni
sospecharnos– hasta media noche, y bajar entonces. El comandante aceptó mi
consejo y [e] hizo stopper. Pero Mezza le contestó rabioso: “¡No! ¡Váyase usted a
tomar su puesto y siga adelante!”»59.

Agregó Gibson que Meza no se detuvo en Riachuelo, sino que siguió hasta
la cancha de Lagraña, donde se detuvo a comprobar los daños sufridos por la
escuadra paraguaya en su pasaje frente a la brasileña, y que, en vista de ellos,
decidió colocarse en Riachuelo bajo la protección de los cañones de
Bruguez60.
Gibson sostuvo que, ya instalados en Riachuelo, al advertir que la escuadra
imperial se había puesto en marcha, Ezequiel Robles sugirió a Meza bloquear
el paso de los brasileños anclando tres o cuatro buques paraguayos en el canal,
a lo que Meza se negó señalando que en Riachuelo estaban bien, que los
brasileños serían derrotados si bajaban y que, si no lo hacían, los atacarían en
la noche siguiente61.

(55) El Semanario, núm. 582, 17 de junio de 1865, p. 2.


(56) THOMPSON, p. 81; RODRÍGUEZ ALCALÁ: ob. cit.
(57) CENTURIÓN, p. 208.
(58) AJBGA, EZ, memorias de Pedro Gill, carpeta 137. Reproducidas en BREZZO, p. 142.
(59) HOONHOLTZ, p. 69.
(60) Ibídem.
(61) Ibídem, p. 70.

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Cabe destacar que Gibson declaró en el proceso, presidido por el mariscal


López, contra el general Wenceslao Robles acaecido meses después de la
batalla de Riachuelo. En tales declaraciones (Gibson declaró dos veces) no
hizo referencia al primer diálogo entre Ezequiel Robles y el capitán Meza (el
de la conveniencia de suspender el ataque), y respecto del segundo (el relativo
a cómo enfrentar a la escuadra imperial), la versión que dio es diferente, ya
que en la misma es Gibson quien propone a Robles bloquear el canal, idea que
este desestima y que se niega a poner en conocimiento de Meza62.
El 11 de junio de 1865, domingo de la Santísima Trinidad, amaneció fresco
e iluminado por un sol brillante en un cielo sin nubes63. A las ocho y media o a
las nueve de la mañana (el primer horario es el brindado por Von Hoonholtz, y
el segundo, el del vicealmirante Barroso), la escuadra paraguaya fue avistada
por el vigía de la Mearim, que dio aviso al comandante de la escuadra brasile-
ña64. En esos momentos «se estaba poniendo la mesa» para el almuerzo65,
transmitiendo Barroso la orden de salida general en toda la división y fuegos
encendidos66. Sin embargo, para sorpresa de los imperiales, las naves paragua-
yas pasaron rumbo al sur, siguiendo el canal que separa la isla de la Palomera
de Corrientes, cuando la escuadra brasileña estaba en el otro brazo del río, a
una milla de distancia, según Thompson67. La prolija descripción efectuada
por Von Hoonholtz de la gran cantidad de medidas necesarias, y el tiempo
insumido en las mismas, a fin de aprestar a la Araguary para el inminente
combate68, revela la inconveniencia de la pérdida del factor sorpresa –que
hubiera favorecido enormemente a la escuadra paraguaya– de haber tomado a
la escuadra imperial impreparada para la lucha.
La escuadra guaraní se había aproximado en forma casi paralela a los acci-
dentes de la costa correntina; de allí que apareciese y desapareciese de la
vista, lo que llevó a Von Hoonholtz a pensar que se había detenido en el puer-
to de Corrientes. Sin embargo, minutos más tarde reapareció en perfecta línea,
habiendo acortado la distancia que separaba a cada uno de los vapores69. Enca-
bezaba la línea la Marqués de Olinda, que fue además la primera en abrir
fuego contra la escuadra imperial70.
El paso de la escuadra paraguaya frente a la imperial, efectuado con sus
tropas de infantería sobre cubierta –es decir, expuestas al fuego enemigo–,

(62) ANA, PY-ANA-SH-448n1-1-204, proceso al brigadier Robles, testimonio de George


Gibson, f. 347.
(63) HOONHOLTZ, p. 19
(64) SCHNEIDER, t. I, anexos, p. 140, parte del 1.er teniente Eliziario José Barbosa, coman-
dante de la Mearim.
(65) AJBGA, EZ, informe de Antonio Valentino, carpeta 137. Reproducido en BREZZO, p. 199.
(66) OSORIO, Joaquim Luis, y OSORIO, Fernando Luis: Historia do general Osorio II, Río
de Janeiro, 1894, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.
(67) THOMPSON, p. 82.
(68) HOONHOLTZ, pp. 20-21.
(69) Ibídem, p. 23.
(70) ANA, PY-ANA-SH-448n1-1-204, proceso al brigadier Robles, testimonio de George
Gibson, f. 347.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

llamó la atención de Von Hoonholtz («pobres víctimas» y «carne de cañón»,


reflexionó en alusión a ellas)71 y no quedó impune. La escuadra brasileña
abrió fuego, encabezada por la Belmonte, que era el primer buque, mirando
hacia el norte, de la línea. Los vapores imperiales dispararon con sus piezas de
estribor72. El fuego fue respondido por la escuadra paraguaya al tiempo que
pasaba a la altura de la escuadra imperial rumbo al sur, desapareciendo luego
tras la isla de la Palomera, por lo que el intercambio inicial de fuego, aunque
muy intenso, no duró más que unos minutos; no obstante, produjo muchas
víctimas entre los paraguayos, así como averías en sus vapores73. El maquinis-
ta británico de la Marqués de Olinda George Gibson narró haber comprobado
la existencia de diversas perforaciones en el casco de dicho buque y en el de
la Tacuary tras el paso frente a la escuadra imperial74. Una bala cortó la soga
de remolque de una de las chatas, y otra partió en dos la caldera del vapor
Jejui, que de esta manera quedó fuera de combate75.
Superada la posición de la escuadra imperial, los vapores paraguayos
llegaron hasta la cancha del Rincón de Lagraña. Allí invirtieron su marcha,
volviendo hacia el norte, pero sobre el mismo canal del lado correntino del
río. Los imperiales advirtieron tal circunstancia al ver las columnas de humo
negro emerger sobre la vegetación de las islas ubicadas en el centro del Para-
ná. La escuadra paraguaya estaba a unas cuatro millas de la brasileña76.
Meza ubicó a sus naves en el recodo del Riachuelo, en una posición
aparentemente desventajosa, porque estaba inmovilizada77. La estática posi-
ción de la escuadra paraguaya se explica por el poder de fuego adicional que
le brindaba la artillería instalada sobre la barranca del Paraná. También
porque, en esa relativa inmovilidad, las chatas podían utilizar sus piezas, algo
que no podían hacer mientras eran remolcadas puesto que, al estar sus caño-
nes instalados en sentido longitudinal con el casco, de abrir fuego, sus proyec-
tiles impactarían en el matalote de proa o de popa según la posición de la
pieza, pero siempre afectando a un buque propio.
La escuadra paraguaya se había formado cerca de la orilla correntina del
Paraná. Los primeros buques de la línea se ubicaron frente a la desembocadu-
ra del Riachuelo, bajo la protección de la artillería del ejército, al mando de
Bruguez, instalada en las barrancas. La línea quedó desplegada de la siguiente
manera: Tacuary, Igurey, Marqués de Olinda, Salto Oriental, Paraguarí,
Yporá, Jejui y Pirabebé. Las seis primeras, con las chatas de remolque78.

(71) HOONHOLTZ, p. 22.


(72) SCHENEIDER, t. I, anexos, parte del capitán teniente Aurelio Garcindo Fernandes de
Sá, comandante de la Parnahyba, pp. 122-125.
(73) HOONHOLTZ, p. 23.
(74) ANA, PY-ANA-SH-448n1-1-204, proceso al brigadier Robles, testimonio de George
Gibson, ff. 347-347v.
(75) CENTURIÓN, p. 209.
(76) HOONHOLTZ, p. 24.
(77) Ibídem, pp. 29-30.
(78) Ibídem, pp. 13-14.

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El almirante Barroso decidió salir en persecución de los vapores paragua-


yos. Izada desde la Amazonas la señal «bater o inimigo o mais próximo que
cada um pudér», la escuadra imperial se puso en marcha aguas abajo, por el
mismo canal que había utilizado la paraguaya. Memoró Von Hoonholtz que la
táctica a seguir era tan simple que no requería más señal: virar en contramar-
cha manteniendo la distancia; pasar a un cuarto de fuerza por delante del
enemigo, batiéndole con la artillería de babor y los fusileros, hasta la punta de
Santa Catalina; alcanzada la misma, girar de nuevo a contracorriente y avan-
zar a toda máquina aguas arriba para, colocándose en paralelo al enemigo,
batirlo, esta vez con todo el poder ofensivo de la artillería de estribor79. Esto
fue lo que la escuadra imperial hizo. El práctico Santiago Giudice afirmó que
Barroso procedió de tal modo porque no advirtió la presencia de las baterías
terrestres. Lo más aconsejable hubiera sido tomar entre dos fuegos a la escua-
dra paraguaya, dejando una división aguas arriba y otra aguas abajo, yendo
por el canal menor del Paraná, ubicado del lado chaqueño del río. En ese caso
no habría escapado un solo buque paraguayo80. El conocido como canal chico
de la Palomera contaba con agua suficiente para ser atravesado, en un trayecto
que, además, los buques imperiales hubieran podido realizar protegidos del
fuego paraguayo. Antonio Valentino, práctico de la Parnahyba en la batalla de
Riachuelo, coincidió con este criterio, hecho corroborado por él mismo la
víspera del enfrentamiento. Valentino atribuyó la decisión al desinterés de
Barroso por conocer el Paraná81.
La Belmonte encabezó la línea imperial, seguida por Jequitinhonha (donde
estaba el jefe de la tercera división, Gomensoro), Parnahyba, Iguatemy, Bebe-
ribe, Mearim, Ypiranga y Araguary. La nave almiranta, Amazonas, no viró;
permaneció donde estaba, y viendo pasar a las naves a su mando, sustituyó en
aquella ocasión la señal anterior por la más imperativa «o Brazil espera que
cada um cumpra o seu deber»82. La línea brasileña se introdujo en el canal del
lado correntino del Paraná, entre la batería de Bruguez, la escuadra paraguaya
y la isla de la Palomera. La escuadra imperial no advirtió la batería terrestre
enemiga, y cuando la Belmonte llegó a las proximidades del Riachuelo, los
paraguayos abrieron fuego de cañón, fusilería y cohetes a la Congreve83. Las
limitaciones de maniobra de la escuadra brasileña –por encontrarse en un
canal estrecho– y la posición adoptada por su homóloga paraguaya –estática,
cerca de la costa y bajo la protección de la batería terrestre– dieron a la batalla
un patrón propio de tiempos pasados que habría agradado a Douglas, quien
sostuvo en 1858 que «la ciencia militar moderna renuncia a la práctica de
luchar en orden paralelo, línea contra línea, multitud contra multitud»84.

(79) Ibídem, pp. 30-31.


(80) AJBGA, EZ, Santiago Giudice, carpeta 137. Reproducido en BREZZO, p. 196.
(81) Ibídem, informe de Antonio Valentino, carpeta 137. Reproducido en BREZZO, ib.
(82) HOONHOLTZ, pp. 31-32.
(83) Ibídem, p. 32.
(84) DOUGLAS, Howard: On naval warfare with steam, Londres, 1858, p. 88.

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La Jequitinhonha, líder de la división de Gomensoro y de la vanguardia y


donde este izaba su insignia, al advertir el fuego enemigo viró a babor, hacia
la costa correntina, con la intención de seguir aguas arriba para posicionarse
mejor frente a la batería paraguaya. La Parnahyba y los demás buques, tal
como se esperaba, imitaron la maniobra85. La única excepción la constituyó la
Belmonte, que a la cabeza de la columna, al no percatarse de esa maniobra,
continuó río abajo –dentro del canal no podía hacer otra cosa– y, por lo tanto,
soportó en solitario el fuego de Bruguez y Meza. En la estrechez del canal, la
Jequitinhonha encalló justo enfrente de donde se encontraba Centurión. Allí
fue blanco de los fusiles de la infantería paraguaya, apostada sobre la barran-
ca. Pero, advirtiendo el poco daño que las balas de fusil producían a la nave,
Centurión indicó al sargento mayor Julián Godoy la conveniencia de traer a
esa posición al menos dos piezas de artillería; así se hostilizaría con más
eficacia a la Jequitinhonha, que no cesaba de hacer fuego sobre las tropas
terrestres paraguayas. Godoy mandó traer al punto esos dos cañones,
cuyos disparos casi a boca de jarro dejaron acribillado el costado de la
Jequitinhonha que daba a la barranca86.
Las maniobras de la Jequitinhonha y la Parnahyba, evidentemente, causa-
ron confusión en la línea imperial. El comandante de la Ypiranga describe
que también la Iguatemy viró a babor a la altura de Riachuelo, lo que lo obli-
gó a hacer lo mismo; y que, navegando ya aguas arriba, también se encontró
con la Beberibe, que iba aguas abajo, o sea, en dirección contraria a su
rumbo –ya había virado–, pasando entre la tierra correntina y la Ypiranga,
todo ello bajo el fuego de la escuadra paraguaya y de la batería terrestre.
Respecto de la situación descripta, los manuales de la época preveían, por
ejemplo, que

«se evitará cuando sea posible, y cualquiera que sea la Orden en que navegue la
escuadra, que unos buques se pongan de rumbo encontrado a otros; siendo toda la
responsabilidad de las averías que puedan resultar de cortar la proa del Capitán
que ejecuta esta maniobra; pues solo será permitido ejecutarla en el caso de empe-
ño inmediato sobre tierra o sobre peligros, o por otro accidente fortuito»87.

Las naves que iban al final de la línea, entre ellas la Araguary, quedaron
bajo el fuego de la artillería y la fusilería paraguayas, neutralizándose el
alcance de sus propios cañones al quedar trabados en combate a tan corta
distancia88.
Mientras tanto, la Belmonte, como consecuencia de un disparo que, prove-
niente de una pieza ubicada en una chata, le provocó un rumbo, comenzó a
hacer agua. Para evitar que se hundiera fue varada sobre un banco junto a la

(85) LOBO, Miguel: Señales para el régimen de las escuadras y táctica para buques de
hélice II, Madrid, 1862, pp. 18-19.
(86) CENTURIÓN, p. 210.
(87) LOBO, p. 15.
(88) HOONHOLTZ, pp. 33-35.

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isla Cabral, al sur de la de la Palomera. Cuando tocó fondo, el agua sobrepasa-


ba dos pies el suelo de la cubierta89. Esto ocurrió alrededor de las diez de la
mañana. Von Hoonholtz destacó que la escuadra brasileña habría corrido
mucha peor suerte si los tiros de la batería terrestre hubieran sido más efica-
ces. Efectivamente, muchos de ellos pasaban por arriba de las naves brasile-
ñas, para ir a impactar en la isla de la Palomera, probablemente porque la altu-
ra de los barrancos impedía a la batería hacer puntería hacia abajo
eficazmente, más allá de cierto ángulo negativo. Por el contrario, las balas
imperiales producían rumbos en los buques paraguayos, y la metralla diezma-
ba en cubierta a los infantes. Hasta los árboles, que habían servido de enmas-
caramiento para la artillería sobre la barranca, al ser dañados por los proyecti-
les brasileños despedían con violencia trozos que arrasaban con las tropas allí
ubicadas90.
Tras dos horas de recio cañoneo, desde la Amazonas, descendiendo río
abajo entre la línea brasileña y la paraguaya, el vicealmirante Barroso ordenó
megáfono en mano que lo siguieran. La Ypiranga no pudo cumplir inmediata-
mente dicha orden, porque la estrechez del canal le dificultaba la maniobra
para evitar quedar varada. Finalmente pudo seguir a la Iguatemy y atribuirse
el hundimiento de una chata a la altura de Santa Catalina91. Von Hoonholtz,
desde el final de la línea, vio a la escuadra seguir a la Amazonas y cruzar el
paso de Santa Catalina aguas abajo, donde toda la escuadra (seis buques) se
reagrupó, a excepción de la Jequitinhonha y la Parnahyba –que para su
sorpresa no viraban–92 y de la varada Belmonte.
Tres buques paraguayos se desprendieron de su posición bajo la barranca
para entrar en el canal. Según Centurión fueron la Tacuary, la Marqués de
Olinda y la Salto Oriental93. Uno de ellos, que Von Hoonholtz identificó como
la Tacuary, se aproximó para abordar a la Araguary mientras se dirigía a la
posición en el sur, donde la escuadra imperial se reagrupó. La nave brasileña
abrió fuego sobre la atacante, a la que arrancó la caja de la rueda de propul-
sión, y con metralla barrió de la cubierta al pelotón de infantes paraguayos
que se preparaba para el abordaje. Rechazado el ataque, pudo seguir aguas
abajo para unirse con el resto de la escuadra en la cancha de Lagraña. Reuni-
das allí –un lugar donde se podía girar–, la Amazonas se detuvo para dar vuel-
ta, teniendo siempre izada la señal de atacar al enemigo. Volvieron aguas arri-
ba Amazonas, Beberibe, Iguatemy, Ypiranga, Mearim y Araguary, para
encontrarse que los tres vapores paraguayos ya señalados habían cercado y
abordado a la Parnahyba y arriado su pabellón imperial, mientras que la
Jequitinhonha, encallada en un banco, soportando el fuego paraguayo trataba

(89) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del 1.er teniente Joaquim Francisco de Abreu, coman-
dante de la Belmonte, p. 128.
(90) HOONHOLTZ, pp. 36-37.
(91) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del 1.er teniente Álvaro Augusto de Carvalho, coman-
dante de la Ypiranga, pp. 136-139.
(92) HOONHOLTZ, pp. 39-41.
(93) CENTURIÓN, p. 210.

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en vano de zafarse de la varadura94. Su práctico, el argentino oriundo de Santa


Fe Andrés Motta, pereció heroicamente en su puesto durante la batalla95.
El otro vapor separado del grueso de la escuadra imperial, la Parnahyba,
tenía el timón roto96. Se había dañado en algún momento de la batalla, entre la
apertura del fuego de la batería de Bruguez y la escuadra paraguaya y el regre-
so de la escuadra brasileña río arriba (su comandante no precisa el momento
en que se produjo dicha avería); y, mientras dificultosamente intentaba unirse
al resto de la escuadra, fue atacada por la Paraguarí, a la que embistió y
dañó97.
Barroso indicó que cuatro de los vapores paraguayos buscaron atacar a la
Parnahyba98, cuyo comandante, como se citó, también refirió el ataque de la
Paraguarí. Pero tanto Von Hoonholtz como Centurión solo mencionaron tres
naves paraguayas: la Parnahyba se enfrentó con los vapores Tacuary,
Marqués de Olinda y Salto Oriental, de lo que cabe deducir que el choque
entre la Parnahyba y la Paraguarí fue anterior al intento de abordaje que se
narrará en el párrafo siguiente.
La Tacuary se aproximó a la Parnahyba por su costado de babor, mientras
que la Salto Oriental lo hizo por estribor, y la Marqués de Olinda, por la
popa99. El primero de los tres buques paraguayos consiguió atracarse al costa-
do de la Parnahyba, pero solo pudieron saltar a bordo dos hombres que se
encontraban sobre la tambora de la rueda. Los demás no pudieron seguir su
ejemplo porque el casco de la Tacuary, a causa de la rueda, quedaba retirado.
Así que, cuando los dos asaltantes vieron que ambos vapores no podían conti-
nuar unidos al no estar enganchados, encontraron prudente volver a su propio
buque. Por su parte, la Salto Oriental, propulsada a hélice, consiguió aparejar-
se a la nave brasileña y, al correr por el costado de esta, una treintena de para-
guayos del batallón 6 la abordaron. En el subsiguiente combate que se trabó
entre los asaltantes y las tropas brasileñas que les opusieron resistencia, perte-
necientes a las compañías 1.ª y 6.ª del 9.º batalhão, resultarían muertos el
capitán de este, Pedro Affonso Ferreira (veterano del combate de Corrientes
del 25 de mayo de 1865), y el guardiamarina Greenhalg100. Los asaltantes
consiguieron apoderarse de la parte de la Parnahyba comprendida entre el
palo mayor y la popa, momento en el que arriaron la bandera imperial e izaron
en su lugar la tricolor paraguaya.
La escuadra imperial se aproximó a la Parnahyba para liberarla del asedio.
Al advertir la presencia de la escuadra enemiga, los vapores paraguayos se

(94) HOONHOLTZ, p. 43-45.


(95) AJBGA, EZ, Santiago Giudice, carpeta 137. Reproducidos en BREZZO, p. 196.
(96) OSORIO y OSORIO, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.
(97) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del capitán teniente Aurelio Garcindo Fernandes de Sá,
comandante de la Parnahyba, pp. 122-125.
(98) OSORIO y OSORIO, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.
(99) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del capitán teniente Aurelio Garcindo Fernandes de Sá,
comandante de la Parnahyba, pp. 122-125.
(100) OSORIO y OSORIO, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 109-142. ISSN 0212-467X 129
PABLO PALERMO

alejaron de su presa, uniéndoseles un cuarto buque identificado como la Pira-


bebé. La Amazonas, que navegaba a la vanguardia, embistió al dañado Jejui,
al que hundió, para luego poner su atención en los atacantes de la Parnahyba:
la Salto Oriental, a la que también embistió e hizo zozobrar, obligando a su
tripulación a arrojarse por la borda, y posteriormente el vapor Marqués de
Olinda y la Paraguarí101, que recibió tal golpe en costado y calderas que fue a
encallar en la isla de la Palomera. Según Aurelio Garcindo Fernandes de Sá,
comandante de la Parnahyba, fue esta la nave que había embestido a la Para-
guarí102. Von Hoonholtz, viendo por la amura de babor de la Araguary cómo la
Paraguarí se batía vigorosamente con la Ypiranga, se acercó para atrapar al
enemigo pero, viéndose perdido, encalló la nave en un banco para imposibili-
tar su abordaje103 –como puede apreciarse, no existen coincidencias sobre el
momento y el artífice de la varadura de la Paraguarí–. La Marqués de Olinda
fue embestida en su tambor de rueda de estribor, hacia el lado de la proa, lo
que provocó que la rueda y la maquinaria, así como buena parte del costado
del buque, se rompiera, dejándola enteramente inhabilitada104. A continuación,
la Amazonas atacó a una de las chatas, que fue hundida de resultas del choque
y de un tiro105.
La Ypiranga recibió orden de dar cuenta de la Paraguarí, que ya se encon-
traba varada. Mientras se dirigía hacia esta, abrió fuego contra la Salto Orien-
tal, a la que vio con intenciones de fugarse. Los impactos de las balas le atra-
vesaron el costado y rompieron sus calderas, lo que obligó a la tripulación a
saltar por popa, arrojando las camisas rojas que vestían. Dando por inutilizada
a la Salto Oriental –hecho logrado en diez minutos–, atacó a la Paraguarí y le
disparó dos tiros de metralla antes de que los fusileros paraguayos pudieran
abrir fuego. Lo poco que quedaba de la guarnición saltó por la borda y huyó106.
Se envió entonces al 1.er teniente Joaquim Cándido dos Reis, primer oficial de
la Ypiranga, a hacerse cargo del barco con treinta soldados y otro oficial,
luego de lo cual la Ypiranga continuó abriendo fuego contra las baterías
terrestres que atacaban a la varada Jequitinhonha107.
Según Centurión, mientras tanto la Amazonas y otro buque imperial barrie-
ron con metralla la cubierta de la Parnahyba, dando muerte a la mayoría de
los paraguayos que se encontraban tratando de maniobrarla. Luego, la tripula-
ción de la nave brasileña emergió de sus refugios bajo cubierta y ultimó a los
paraguayos supervivientes, tras de lo cual arrió la bandera tricolor e izó

(101) CENTURIÓN, p. 211.


(102) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del capitán teniente Aurelio Garcindo Fernandes de
Sá, comandante de la Parnahyba, pp. 122-125.
(103) HOONHOLTZ, pp. 45-46.
(104) ANA, PY-ANA-SH-448n1-1-204, proceso al brigadier Robles, testimonio de Geor-
ge Gibson, f. 348.
(105) OSORIO y OSORIO, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.
(106) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del 1.er teniente Álvaro Augusto de Carvalho, coman-
dante de la Ypiranga, pp. 136-139.
(107) Ibídem.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

nuevamente el pabellón imperial108 –versión que coincide con la de Schnei-


der109–. Otras fuentes brasileñas ofrecen un relato distinto. Ni Barroso, ni
Fernandes de Sá o Von Hoonholtz hacen referencia a tal hecho, sino a la enco-
nada defensa de la infantería imperial a bordo de la nave, que impidió su
captura. La versión de Centurión es llamativa. En ocasión de narrar el comba-
te del 25 de mayo de 1865 en Corrientes, ya aseveró que la escuadra imperial
había hecho fuego sobre sus propias tropas, conducta que habría repetido
ahora contra un buque propio, esta vez con el pretexto de ultimar a los para-
guayos que ocupaban la cubierta de un navío imperial. De las restantes
atacantes de la Parnahyba, la Marqués de Olinda tenía daños en su caldera,
atravesada por las balas. Arrastrada por la corriente, fue a varar en un banco,
donde quedó enterrada. La mayor parte de sus tripulantes murieron quemados,
muchos de ellos como consecuencia de disparos. La Salto Oriental, con la
caldera también rota, corrió igual suerte110.
Barroso ordenó que la Iguatemy fuera a ayudar a desencallar a la Jequitin-
honha, tarea a la que se unió la Ypiranga. También dispuso que la Amazonas
quedara al lado de la Belmonte y que la Mearim, que había auxiliado a la
Belmonte111, fuese a remolcar a la Parnahyba, que con el timón perdido no
podía acudir por sí sola para la línea donde estaba la escuadra. Después de
estas disposiciones, un mensajero de la Jequitinhonha informó al comandante
brasileño que el jefe Gomensoro necesitaba una cañonera más, porque la
Ypiranga, que había ido a intentar desencallar a la Jequitinhonha, también
encalló, y la Iguatemy por sí sola nada podía hacer. Barroso envió a la
Mearim112. Todas estas acciones ocurrieron mientras se intercambiaba fuego
con los paraguayos.
Alrededor de las cuatro de la tarde, los buques paraguayos supervivientes
(Tacuary, Ygurey, Yporá y Pirabebé), ya sin las chatas y al mando de Remigio
Cabral –el capitán Meza había sido gravemente herido– emprendieron la retira-
da aguas arriba, perseguidos por la Beberibe, a la que se unió la Araguary. Pero,
como aquella tenía dañada la caldera, solo esta última continuó la persecución.
Colocándose a tiro de cañón de la escuadra paraguaya, abrió fuego con su pieza
de proa. El impacto produjo daños en la rueda de estribor de la Tacuary (según
Von Hoonholtz) y en la chapa de sus calderas (según Thompson)113. Como quie-
ra que fuese, tuvo que ser remolcada por la Ygurey, lo que dejó a retaguardia a
la Yporá, que finalmente hubo de remolcar a su vez a la Pirabebé114.
A las cinco y media de la tarde, la Araguary estaba a la altura de los naran-
jales de la ciudad de Corrientes. En ese momento, su práctico señaló a Von

(108) CENTURIÓN, p. 211.


(109) SCHNEIDER, p. 173.
(110) CENTRURIÓN, p. 211.
(111) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del 1.er teniente Eliziario José Barbosa, comandante de
la Mearim, p. 140; HOONHOLTZ, p. 81.
(112) OSORIO y OSORIO, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.
(113) THOMPSON, p. 84.
(114) HOONHOLTZ, pp. 46-49.

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PABLO PALERMO

Hoonholtz que en una hora sería de noche y se encontrarían en serios apuros


para regresar, dado que estaban operando en un canal estrecho y poco
profundo y, por lo tanto, peligroso. La Beberibe, como indicamos en el
párrafo anterior, había quedado atrás. La Araguary ya no tenía contacto
visual con la escuadra cuando recibió de aquella señal para que volviera río
abajo, a fin de evitar los riesgos de la noche, e interrumpiese la persecución.
Los restos de la escuadra paraguaya pudieron llegar de este modo a Humaitá
sin ser molestados115.
Con la retirada de la escuadra paraguaya, los buques brasileños se aboca-
ron a la captura de las chatas aún en servicio, cuyas tripulaciones, cuando las
unidades enemigas se aproximaban a ellas, huían a nado hacia tierra. A la
puesta del sol, el fuego de la artillería terrestre paraguaya, hasta entonces
constante, empezó a disminuir, quizá por haberse quedado sin municiones116.
George Gibson narró que a las cuatro o las cinco de la tarde la bandera
tricolor paraguaya flameaba todavía al tope del mástil de la Marqués de Olin-
da. A esa hora, un buque brasileño se aproximó y le disparó a quemarropa dos
tiros de cañón y una cerrada descarga de mosquetería. Gibson preguntó a viva
voz por qué se hacía fuego a un buque indefenso, a lo que se le respondió
conminándolo a arriar su bandera e izar en su lugar la blanca. En pro de salvar
las vidas de los supérstites, el inglés procedió a cumplir lo ordenado, e izada
que hubo sido la bandera blanca, el buque imperial se alejó117.
La pérdida de los vapores Paraguarí, Marqués de Olinda, Salto Oriental y
Jejui fue reconocida por el diario oficial paraguayo El Semanario, en su
edición del 17 de junio de 1865. También se perdieron todas las chatas. Algu-
nas zozobraron, y las restantes, abandonadas, fueron capturadas por los brasi-
leños118. La Amazonas119 y la Ypiranga120 se adjudicaron sendos hundimientos
de chatas, y Von Hoonholtz se atribuyó la captura de cuatro con la
Araguary121, a la que luego debe agregarse una quinta de la cual retiraron el
cañón de 68 y sus municiones y pólvora (el fabricante de la pieza paraguaya
era el mismo que el de las imperiales)122. El conteo, evidentemente, no es
exacto, porque los paraguayos tenían seis chatas y no siete. Todos los vapores
paraguayos supervivientes presentaban daños. La Yporá tenía roto el palo de
trinquete cerca de su arranque, destruida toda la obra muerta de proa, y acribi-
llada su cámara de cubierta, pero volvió por sus propios medios. Todos los

(115) Ibídem, pp. 49-50.


(116) OSORIO y OSORIO, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.
(117) ANA, PY-ANA-SH-448n1-1-204, proceso al brigadier Robles, testimonio de Geor-
ge Gibson, f. 348v.
(118) AJBGA, ZB, memorias de Pedro Gill, carpeta 137. Reproducidas en BREZZO,
p. 143.
(119) SCHNEIDER, t. I, anexos, parte del capitán de fragata Theotonio Raymundo de Brito,
comandante de la Amazonas, pp. 126-127.
(120) Ibídem, parte del 1.er teniente Álvaro Augusto de Carvalho, comandante de la
Ypiranga, pp. 136-139.
(121) HOONHOLTZ, p. 87.
(122) Ibídem, p. 115.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

vapores presentaban daños de bala en la chimenea y algunos agujeros en el


casco, pero el único desperfecto serio fue una perforación en la caldera del
Ygurey, causada por una bala de 68 que quedó depositada en los tubos; no
obstante, fue reparada en tres o cuatro días. Todos los cañones de la escuadra
paraguaya fueron desmontados; la mayor parte, por el fuego incesante que
hicieron, y el resto, por las balas enemigas, aunque ninguno de los supervi-
vientes presentó daños provocados por los cañones Whitworth123. La escuadra
perdió en la batalla el 50 por ciento de sus buques y el ciento por ciento de sus
chatas.
El jefe de la escuadra paraguaya, capitán Pedro Meza, fue gravemente
herido en el pecho por una bala de fusil durante la acción y falleció el 28 de
junio. Tal circunstancia le ahorró la ignominia del fusilamiento puesto que,
según refirió Godoy, el mariscal López, al ser informado del resultado de la
batalla, manifestó: «Lo que deseo es que llegue Meza vivo para fusilar a ese
hijo de una gran puta por la espalda»124. También perdió la vida el comandante
de la Marqués de Olinda, Ezequiel Robles. Gravemente herido en un brazo,
pese a su amputación falleció el 14 de junio, mientras permanecía prisionero
de los brasileños125.
En cuanto a las pérdidas paraguayas de tripulantes y tropas del ejército, el
mayor Julián Godoy, presente en la batería sobre la barranca, afirmó que las
fuerzas de tierra sufrieron unas treinta bajas entre muertos y heridos, mientras
que las tropas de Alvarenga no registraron pérdidas porque los proyectiles
brasileños eran altos o bajos, aunque los altos hicieron destrozos en la caballa-
da. Las tripulaciones de las chatas sufrieron fuertes pérdidas a manos de la
infantería enemiga embarcada. Agregó Godoy que, caída la noche del 11 de
junio, de las islas y del agua emergieron «como yacarés» unos doscientos
paraguayos, supervivientes de la escuadra que acamparon con las tropas de
tierra126. Otros supervivientes se retiraron en improvisadas balsas por el lado
chaqueño del Paraná, cruzando el río cerca del campamento del ejército127.
Centurión no se expidió respecto de las bajas en esta batalla. Gregorio
Benites, diplomático paraguayo contemporáneo a la guerra, formuló algunas
especulaciones, pero no precisó las bajas128. En los comentarios a la obra de
Schneider se hace referencia a que, al final de la batalla, solo en el combés de
la Parnahyba se hallaban los cadáveres de un oficial y de veintinueve solda-
dos y marineros129. Thompson únicamente se refirió a las bajas en los buques

(123) THOMPSON, p. 87.


(124) AJBGA, ZB, informes del sargento mayor Julián Godoy, carpeta 144. Repro-
ducidos en B REZZO , p. 122. Similar impresión expresó Caballero (R ODRÍGUEZ A LCALÁ ,
cap. IV).
(125) HOONHOLTZ, p. 107.
(126) AJBGA, ZB, informes del sargento mayor Julián Godoy, carpeta 144. Reproduci-
dos en BREZZO, p. 122.
(127) ANA, PY-ANA-SH-448n1-1-204, proceso al brigadier Robles, testimonio de Geor-
ge Gibson, ff. 350ss.
(128) BENITES, p. 55.
(129) SCHNEIDER, p. 173, n. 3.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 109-142. ISSN 0212-467X 133
PABLO PALERMO

supervivientes, indicando que, en el que más pérdidas había registrado, las


mismas ascendían a veintiocho muertos y heridos130. George Masterman, boti-
cario británico al servicio de Paraguay durante la guerra, afirmó que los para-
guayos declararon haber sufrido 750 bajas, pero él sostuvo que las mismas
eran el doble, coincidiendo con Thompson en el fallecimiento de dos maqui-
nistas ingleses131. Puede apreciarse que no existen datos sólidos que permitan
estimar un número de bajas paraguayas, pero evidentemente debieron de ser
sustanciales, considerando la ferocidad del combate y las pérdidas y daños
materiales sufridos por la escuadra.
Del lado brasileño, en los días siguientes a la batalla se hicieron intentos de
rescatar a la Jequitinhonha, bajo el fuego de la batería de Bruguez, pero las
tentativas resultaron vanas y la corbeta fue finalmente abandonada132. Los
paraguayos contaron en dicha nave más de doscientos impactos de bala –y el
recuento fue parcial, restringido a una superficie de dos brasas cuadradas– y,
según Thompson, extrajeron del buque imperial seis cañones (dos de 68 y
cuatro de 32) y dos obuses de cinco pulgadas, además de otros elementos
como libros, ropa, sables, relojes e instrumentos133.
Concluida la batalla y las acciones subsiguientes, las naves imperiales
presentaban distintos daños. La Araguary tenía más de treinta impactos de
bala de cañón en diversas partes de su estructura, e incontables impactos de
bala de fusil134; la Amazonas, al menos cinco perforaciones producidas por la
artillería paraguaya, sin mencionar los innumerables impactos producidos
por metralla y fusilería135. La Belmonte sufrió veintidós rumbos en el costado
de babor y quince en el de estribor, todos por encima de la línea de flotación,
y su comandante, al momento de hacer su parte, ignoraba cuántos había
debajo de dicha línea, aunque, a juzgar por el agua ingresada, eran bastan-
tes136. Pese a ello, pudo ser salvada y reparada. A la Beberibe, el impacto de
un proyectil de 68 le provocó un rumbo a estribor, así como otros daños
menores137. La Iguatemy registró tres perforaciones de seis pulgadas, provo-
cadas por balas de artillería, en el costado de estribor. Una bala penetró tres
pulgadas a babor, y la chimenea padeció impactos que le produjeron diversos
agujeros138. El casco de la Ypiranga recibió gran cantidad de disparos, pero
apenas sufrió daños. Mostraba tres balas clavadas en el lado de babor, y dos

(130) THOMPSON, p. 86.


(131) MASTERMAN, George: Siete años de aventuras en el Paraguay, Buenos Aires, 1870, p. 97.
(132) HOONHOLTZ, pp. 84ss.
(133) THOMPSON, p. 88.
(134) HOONHOLTZ, p. 113.
(135) S CHNEIDER , t. I , anexos, pp. 126-127, parte del capitán de fragata Theotonio
Raymundo de Brito, comandante de la Amazonas.
(136) Ibídem, pp. 128-130, parte del 1.er teniente Joaquim Francisco de Abreu, comandan-
te interino de la Belmonte.
(137) Ibídem, pp. 130-131, parte del capitán teniente Bonifacio Joaquim de Sant’Anna,
comandante de la Beberibe.
(138) Ibídem, pp. 131-133, parte del 1.er teniente Justino José de Macedo Coimbra,
comandante de la Iguatemy.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

en el de estribor139. La Mearim encajó nueve balas en el costado de babor y


varias a estribor, todas de metralla, a excepción de un rumbo sobre la línea de
flotación140. De la Parnahyba se sabe que sufrió la rotura de su timón, pero en el
parte de su comandante no se hizo referencia a otros daños, si bien estos sin
duda existieron, debido al intenso fuego que soportó durante la acción.
El único buque imperial perdido fue, pues, la Jequitinhonha, incendiada
días después por la tripulación de la Araguary, que hizo lo mismo con la
Paraguarí, para impedir su uso por los paraguayos141.
Las bajas humanas brasileñas surgen del recuento que hizo Von Hoonholtz:
en la Amazonas, 14 muertos y 21 heridos; en la Jequitinhonha, 18 muertos y
32 heridos; en la Beberibe, 7 muertos y 15 heridos; en la Belmonte, 9 muertos
y 22 heridos; en la Parnahyba (fue la más castigada, al haber sufrido el abor-
daje), 33 muertos, 28 heridos y 14 desaparecidos; en la Araguary, 2 muertos y
5 heridos; en la Mearim, 2 muertos y 7 heridos; en la Ypiranga, 1 muerto y 5
heridos, y en la Iguatemy, 1 muerto y 6 heridos, lo que hace un total de 87
muertos, 141 heridos y 14 desaparecidos142.
Como se puede advertir, la más castigada fue la Parnahyba, al haber sufri-
do el abordaje.

Consecuencias. Conclusiones

Las fuentes paraguayas, haciéndose eco de ciertos rumores respecto de la


supuesta falta de presencia de ánimo del vicealmirante Barroso, afirman que
el verdadero líder en la Amazonas fue su práctico, Bernardino Guastavino. Así
lo expresó Centurión143, quien haciéndose eco de las manifestaciones de
Thompson afirmó que

«los brasileros celebraron esta batalla como una gran victoria, y el emperador
honró a Barroso, jefe de la escuadra, con una cruz, haciéndolo “Barón das Amazo-
nas”. En cualquier otro país hubiera sido sometido a un consejo de guerra, no solo
por no tratar de cortar la retirada de los vapores paraguayos, sino por el rumor que
corría a bordo de su mismo buque sobre su cobardía, donde se decía que perdió
completamente la cabeza, y que el piloto correntino fue el verdadero jefe de la
escuadra»144.

No hay evidencias de que ello haya ocurrido efectivamente. Podría citarse


a favor de la verosimilitud de los «rumores» la vacilante intervención de

(139) Ibídem, pp. 136-139, parte del 1.er teniente Álvaro Augusto de Carvalho, comandan-
te de la Ypiranga.
(140) Ibídem, pp. 140-141, parte del 1.er teniente Eliziario José Barbosa, comandante de la
Mearim.
(141) HOONHOLTZ, p. 86.
(142) Ibídem, p. 117.
(143) CENTURIÓN, p. 213.
(144) THOMPSON, pp. 86-87.

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Barroso en la acción del 25 de mayo de 1865 en la ciudad de Corrientes. Sin


embargo, Paunero, jefe del desembarco, ponderó en su momento la actuación
del vicealmirante145. El práctico Guastavino dijo al parecer que Barroso care-
cía de iniciativa, que debió discutir con él enérgicamente, y que fue él mismo
quien decidió las embestidas realizadas por la Amazonas. Pero esta es una
versión de «oídas», basada en los rumores que circulaban entre los prácticos,
referidas por otro práctico, Santiago Giudice, cuyo testimonio carece de todo
valor ya que en la única ocasión en que vio a Guastavino no hablaron de la
cuestión146.
Von Hoonholtz evocó en sus memorias al vicealmirante Barroso como un
jefe brusco y poco comunicativo que nunca le inspiró simpatía ni confianza.
Recordaba haberlo visto en la Amazonas, erguido, impasible en medio de una
lluvia de proyectiles, megáfono en mano, acicalándose su larga barba blan-
ca147. Tal imagen, más la claridad de las órdenes emitidas de enfrentar al
enemigo, no sugieren una conducta pusilánime del jefe brasileño. Se le cues-
tionó haber lanzado al ataque a toda la escuadra por el canal principal, pero,
tratándose de un juicio ex post facto, debe tomarse con reservas. ¿Qué jefe, en
los apremiantes momentos de la batalla, habría tomado la decisión de dividir
sus fuerzas, separándolas por el archipiélago en medio del Paraná, y perder así
el control de una de las divisiones por las carencias de las comunicaciones en
la época, cuando las divisiones brasileñas no hubieran tenido siquiera contacto
visual entre sí? Podría decirse que la conducta de Barroso fue ortodoxa y poco
inspirada, pero basta comparar su actuación con los principios tradicionales de
la guerra para advertir que cumplió con casi todos ellos, excepto con los de
sorpresa y economía de fuerza. Se fijó el objetivo de atacar al enemigo donde-
quiera que estuviese, utilizando para ello una acción ofensiva; maniobró para
poder utilizar el superior poder de fuego de su fuerza; al ordenar el ataque de
la totalidad de la escuadra bajo su mando, cumplió con la unidad de mando y
el principio de masa, y tal como destacó Von Hoonholtz, su plan era simple en
extremo. Podría achacársele el momentáneo desorden de la escuadra cuando
quedó bajo el fuego conjunto de la batería costera y la escuadra paraguaya,
desorden al que pudo haber contribuido el hecho de haberse quedado al final
de la línea, cuando la táctica de la época recomendaba que el comandante
ocupase el centro de esta148, que era la posición tradicional en las escuadras149.
Barroso no dio en su parte explicaciones que justificasen tal conducta150, pero
los relatos brasileños son coincidentes en la importancia de la aparición de la
Amazonas, con Barroso a bordo, ordenando que lo siguieran hacia el sur para
reagrupar a su escuadra. Finalmente, la técnica de embestir a los navíos para-

(145) Memoria del Ministerio de Guerra y Marina de la República Argentina, 1866,


anexo C, p. 4, parte de Wenceslao Paunero del 26 de mayo de 1865.
(146) AJBGA, ZB, Santiago Giudice, carpeta 137. Reproducido en BREZZO, p. 196.
(147) HOONHOLTZ, p. 37.
(148) LOBO, p. 12; DOUGLAS, p. 91.
(149) HUGHES, p. 33.
(150) OSORIO y OSORIO, parte del vicealmirante Francisco Manoel Barroso, pp. 75-76.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

guayos más débiles con la fragata Amazonas, el mayor de los vapores presen-
tes en la batalla, era acorde a las tácticas de la época151, aunque por diverso
fundamento, dado que la embestida era utilizada por la momentánea superiori-
dad de la coraza sobre la artillería.
Resulta más difícil interpretar la conducta del comandante paraguayo.
Lamentablemente, su testimonio no ha quedado para la posteridad, dado que
falleció como consecuencia de la herida sufrida en la acción. Sin embargo,
existen algunos indicios que permiten deducir por qué el capitán Meza prosi-
guió cuando las condiciones planificadas para al ataque eran inalcanzables.
El presidente López era la cabeza de una república que de tal solo tenía el
nombre. El sistema legal imperante en Paraguay, sumado a la concentración
en manos del Estado –mejor dicho, en manos de quien manejase el Estado– de
buena parte de la actividad económica del país, ya que tenía el monopolio del
tabaco, la yerba mate, el té y la madera152 (los principales recursos de exporta-
ción), sin prensa independiente del poder153, daba un poder absoluto a su
gobernante. El cónsul francés en Paraguay en la época de la guerra de la
Triple Alianza, Emile Laurent-Cochelet, refirió que López disponía de «un
poder absoluto, sin control» y que se hacía «rendir honores acordados a las
cabezas coronadas»154.
El pensador suizo Antoine-Henri de Jomini describió dos métodos para la
comunicación de órdenes en la milicia. El primero, al que denominó «de la
antigua escuela», consistía en emitir minuciosas órdenes generales; el otro, en
dar órdenes aisladas, como las que comunicaba Napoleón a sus mariscales, sin
prescribir a cada uno sino aquello que precisamente le concerniese. Todo lo
más les daba cierto conocimiento de los cuerpos destinados a cooperar por su
derecha o izquierda, pero ocultando siempre la totalidad de su plan de opera-
ciones155. Aun con ciertas reservas, Jomini prefería este último sistema, que
era el aplicado por el presidente paraguayo, conocedor de la obra del militar
suizo156.
José Ignacio Garmendia, militar argentino veterano de la guerra de la
Triple Alianza, se refirió a lo que llamó «el mal de la época»: el ímpetu irre-
flexivo y ardoroso que arrojaba «a la muerte por el amor propio exagerado y
sin criterio de jefes que no comprendían que la batalla más espléndida es
aquella que se gana sin derramamiento de sangre por parte del triunfador y sin
arrostrar ningún peligro»157. Esa línea de pensamiento también comprendía a

(151) HUGHES, pp. 49-51.


(152) FANO, Marco: Il rombo del cannone liberale I, Lulu.com, Italia, 2010, p. 7.
(153) CAPDEVILA, Luc: Una guerra total: Paraguay 1864-1870, SB, Buenos Aires-Asun-
ción, 2010, p. 73.
(154) Carta del 4 de agosto de 1863. Transcripta ib., p. 284.
(155) JOMINI, Antoine-Henri: Compendio del arte de la guerra o Nuevo cuadro analítico,
Madrid, 1840, segunda parte, pp. 150ss.
(156) PALERMO, Pablo: «La invasión de Corrientes de 1865 según la doctrina militar de la
época. El plan y su ejecución», Casus Belli, núm. 3 (2022), Buenos Aires.
(157) GARMENDIA, José Ignacio: Campaña de Corrientes y Río Grande, Buenos Aires,
1904, p. 301.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 109-142. ISSN 0212-467X 137
PABLO PALERMO

los paraguayos, como refleja el testimonio del mayor Pedro Duarte, coman-
dante de la división paraguaya aniquilada en la batalla de Yatay el 17 de agos-
to de 1865. La desventajosa posición de Duarte, superado además ampliamen-
te en número por los aliados, aconsejaba rehuir el combate. Sin embargo, no
lo hizo, con el resultado de que su división fue completamente destruida. Una
vez capturado, el general oriental Venancio Flores le preguntó: «¿Y qué
conciencia tiene Ud. que ha hecho sacrificar a tantas vidas inútilmente?», a lo
que Duarte respondió: «V.tra Excelencia no debe ignorar las exigencias que
impone a un militar mi honor propio y el de mi patria»158.
Respecto de la batalla de Riachuelo, Gregorio Benites expresó:

«Si el plan del combate naval se hubiese ejecutado en todos sus detalles según
lo había concebido y formulado su autor, el resultado de la acción habría sido de
probable éxito; pero desgraciadamente fracasó, debido a la poca previsión del
mismo jefe superior que lo ha formulado, y ordenado su ejecución a un jefe inex-
perto.
En efecto, el general en jefe de un ejército no debe atenerse a la bondad técnica
de sus planes militares; debe, además, prever los incidentes que puedan surgir en
la ejecución de los planes mejor combinados.
Estos requisitos han faltado siempre a los planes militares del mariscal López.
Los confeccionaba limitándose estrictamente al resultado previsto o calculado por
él, en caso de ser ejecutados con regularidad, sin accidentes»159.

Como destaca Centurión, mientras el comandante en el campo recibía


las órdenes dadas por López, las cambiantes circunstancias del combate
convertían tales órdenes en inconvenientes, inaplicables o innecesarias, o
exigían nuevas disposiciones para poder llevarlas a ejecución con provecho
y ventaja160.
Cuando el presidente paraguayo, el 26 de mayo de 1865, ordenó al general
Wenceslao Robles retroceder con su división, las circunstancias de las opera-
ciones militares permitieron a Robles dudar de la conveniencia de la orden
recibida, por lo que pidió su confirmación al mariscal López. Al recibir la
comunicación de su subalterno, un exasperado López le respondió ásperamen-
te el 1 de junio que «el tenor de las disposiciones del 26 no dejaba la libertad
de postergar el cumplimiento de ellas (…) El retardo de su movimiento frustra
otros planes que debía Vd. ejecutar en el trayecto que le estaba indicado, y
sobre los cuales me proponía ordenar lo conveniente con la noticia de su
movimiento»161. Puede apreciarse la contundente referencia a la imposibilidad
de postergar el cumplimiento de la orden recibida, y la enigmática referencia a
planes que no se precisan. Ante la contundente respuesta, Robles se retiró

(158) AJBGA, ZB, memorias y recuerdos de Pedro Duarte, carpeta 129. Reproducidos en
BREZZO, p. 87.
(159) BENITES, p. 56.
(160) CENTURIÓN, p. 228.
(161) ANA, PY-ANA-SH-448, proceso al brigadier Robles, ff. 270-271v.

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LA BATALLA DE RIACHUELO

apresuradamente. ¿Acaso Meza se vio reflejado en esa situación –que es facti-


ble conociese– y no quiso estar en el mismo lugar que Robles?
De la breve compilación de antecedentes expuesta cabe deducir que el capi-
tán Meza, probablemente desconociendo la finalidad del ataque que le enco-
mendaron ejecutar (el plan estratégico de López), habiendo recibido la orden
directa del incontestado líder político y militar del país, la interpretó en el
sentido de atacar cualesquiera que fuesen las circunstancias. Guiado por el
valor irreflexivo al que se hizo referencia, siguió adelante con el ataque orde-
nado, pese a que las circunstancias en función de las cuales se había diseñado
el plan de tal ataque habían variado. Meza dio más importancia al concepto
«ataque» en el día fijado que a su forma de ejecución y al momento de la jorna-
da para llevarlo a cabo. Como se citó, el plan de Meza preveía dos opciones. Si
la escuadra brasileña lo perseguía, la enfrentaría en Riachuelo (como efectiva-
mente ocurrió), y si no lo hacía, la atacaría en la noche siguiente. Tal como se
desarrolló la batalla, no cabe atribuir falta de inteligencia a Meza, quien logró
improvisar un plan acorde a los medios de que disponía, plan que llevó a Von
Hoonholtz a pensar que la escuadra imperial había caído en una emboscada
cuidadosa y hábilmente preparada162. Es probable que Meza estuviese influen-
ciado por el sentimiento de superioridad que tenían los paraguayos respecto de
los brasileños, a los que llamaban despectivamente «macacos». Este sentimien-
to, alimentado por la reciente y deslucida defensa del Mato Grosso, y del que
dan testimonio diversos autores y correspondencia de la época, se ve reflejado
en la ya citada actitud de soberbia de las tropas paraguayas asignadas al abor-
daje, confiadas en que iban a matar «a todos» los brasileños. En el contexto
descripto, el mayor y más patente error de Meza fue seguir río abajo tras las
demoras sufridas, cuando un ataque de las características del planificado habría
aconsejado demorar un día la acción, a condición, claro está, de que las
circunstancias (estado del tiempo, posición del enemigo, disponibilidad de las
propias fuerzas, etc.) no experimentasen variación alguna.
Ahora bien, Douglas afirmó que una flota de buques de vapor bien ejercita-
da y hábilmente comandada nunca debía limitarse a adoptar una actitud defen-
siva, puramente pasiva. La propulsión a vapor, por su misma naturaleza,
demanda una actitud activa, tomar la iniciativa, y por ello debía ser utilizada
pronta y vigorosamente en acciones ofensivas, ya que las victorias decisivas no
se consiguen con resistencia pasiva163. Barroso obró así al salir en persecución
de la escuadra paraguaya, y Meza intentó sacar provecho de la separación de
los vapores Jequitinhonha y Parnahyba, enviando a las naves Tacuary,
Marqués de Olinda y Salto Oriental a atacar al último de ellos. Y Meza, aun
habiendo adoptado un dispositivo netamente defensivo, lo modificó en cuanto
se vio lo suficientemente fuerte para encarar un objetivo positivo164. Tal como

(162) HOONHOLTZ, pp. 33-35.


(163) DOUGLAS, p. 116.
(164) CLAUSEWITZ, Carl von: De la guerra III, Círculo Militar, Buenos Aires, 1968, libro
VII, cap. I, p. 14.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 109-142. ISSN 0212-467X 139
PABLO PALERMO

señaló Clausewitz, aun el más débil debe disponer de algo que le permita
golpear a su adversario y amenazarle165. Sin embargo, el fracaso del asalto a la
Parnahyba condenó a la escuadra paraguaya a una irremediable derrota. A la
luz del desarrollo de los acontecimientos, la misión asignada a dicha escuadra
resultó exceder sus posibilidades. Probablemente el resultado de la acción
hubiese sido diverso de haberse cumplido el plan original, pero ello no es más
que un ejercicio de razonamiento contrafáctico.
El triunfo de la escuadra imperial retempló el ánimo de las fuerzas brasile-
ñas que se estaban instruyendo en el gran campamento de Concordia, donde
se reunió el grueso de los efectivos de las fuerzas terrestres de cada uno de los
integrantes de la Triple Alianza166, y fue reconocido como un importante hito
en la evolución de la guerra por Bartolomé Mitre,167 presidente argentino y
comandante de las fuerzas de tierra aliadas, y Wenceslao Paunero168, coman-
dante del 1.er cuerpo del ejército argentino en campaña.
Pese a la victoria, la escuadra brasileña no adquirió inmediatamente el
control del río Paraná, para negar sin solución de continuidad su uso a los
paraguayos. El audaz ataque al fondeadero de Riachuelo demostró que la
posición avanzada de bloqueo de la escuadra imperial en aguas de un territo-
rio ocupado por el enemigo quedaba muy expuesta, ya que los paraguayos
podían montar a voluntad baterías terrestres. Así pues, el vicealmirante Barro-
so replegó sus naves hasta situarse a la altura de la vanguardia de las tropas
aliadas, donde la escuadra imperial permaneció varios meses inactiva. El 18
de junio llegaba a Rincón de Ceballos, donde estableció su fondeadero169. Esto
permitió que los buques paraguayos navegaran, sin ser molestados, entre
Asunción (la capital paraguaya), Corrientes y Empedrado, dando apoyo logís-
tico a las fuerzas de tierra ocupantes del territorio correntino. Asimismo posi-
bilitó que, al evacuar el territorio argentino –como consecuencia de las sucesi-
vas derrotas sufridas–, el ejército paraguayo se retirarse tranquilamente,
llevando consigo incluso más de 100.000 cabezas de ganado170. En palabras de
Thompson, «durante ocho meses no se volvió a oír hablar de la escuadra
brasileña»171, que recién volvió a avanzar en 1866 para apoyar el desembarco
del ejército aliado en territorio paraguayo.
Por su parte, la fuerza naval paraguaya quedó reducida a funciones de
transporte. No se aventuró más hacia el sur, ni volvió a disputar el control de

(165) CLAUSEWITZ: ob. cit. IV, libro VIII, cap. VIII, p. 189.
(166) DE MARCO, Miguel A. (ed.): Corresponsales en acción. Crónicas de la guerra del
Paraguay. La Tribuna, 1865-1866, Librería Histórica, Buenos Aires, 2003, p. 60, crónica del
corresponsal «Pepe», Concordia, 28 de junio de 1865.
(167) Archivo Mitre, Guerra del Paraguay, t. II, p. 214, carta de Bartolomé Mitre a Justo
José de Urquiza del 1 de julio de 1865.
(168) Archivo Histórico del Museo Mitre, fondo Mitre, doc. 7230, carta de Wenceslao
Paunero a Bartolomé Mitre del 20 de junio de 1865.
(169) HOONHOLTZ, p. 112.
(170) GRAU PAOLINI e IRICÍBAR, p. 413.
(171) THOMPSON, p. 88.

140 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 109-142. ISSN 0212-467X
LA BATALLA DE RIACHUELO

los ríos por el resto de la guerra. La función de hostilizar a la escuadra aliada


en aguas correntinas quedó en manos de la artillería terrestre. Cuando fueron
los aliados quienes se adentraron en territorio del Paraguay, la ausencia de una
escuadra de combate paraguaya facilitó el apoyo naval brindado por la escua-
dra brasileña a las operaciones terrestres. Beverina, por su parte, concluyó que
el limitado éxito de la batería terrestre paraguaya en Riachuelo demostró al
mariscal López que la escuadra aliada podía intentar desembarcos –como el
realizado en Corrientes el 25 de mayo de 1865, en el mismo territorio para-
guayo–, al menos al sur de Humaitá, sin temor de ser eficazmente impedida
por la artillería terrestre. Y así, el temor a que las líneas de comunicación de
las fuerzas paraguayas lanzadas contra el territorio correntino quedaran
comprometidas explica el vacilante accionar de la fuerte división invasora que
operó sobre las adyacencias del río Paraná con posterioridad a la batalla de
Riachuelo172. Si bien es cierto que la artillería terrestre paraguaya no pudo
impedir la victoria imperial en Riachuelo ni, posteriormente, el cruce de los
pasos en Mercedes o Cuevas, debe recordarse a la inversa que, así como era
difícil que una batería de costa enmascarada dejase fuera de combate a un
buque con corazas de hasta cuatro pulgadas, también lo era que la artillería
naval pusiese fuera de combate a esa batería terrestre173, lo que explica la
prudencia en el posterior empleo de la escuadra imperial para forzar las posi-
ciones paraguayas en Curupaity y Humaitá.
Pero la consecuencia más trascendente de la batalla fue que la desaparición
de su escuadra como fuerza combatiente contribuyó al cerco estratégico del
Paraguay, que desde entonces no podría recibir por vía marítima/fluvial, a
través del río Paraná, ningún tipo de ayuda, ni comerciar por el resto de la
guerra. Sus potenciales vías de abastecimiento quedaron reducidas a los recur-
sos materiales de que dispusiese en su propio territorio, a los que pudiese obte-
ner por una casi inaccesible vía terrestre, o a los que capturase al enemigo174.
La pérdida de la lucha por el dominio del Paraná y el cerco estratégico que
el Paraguay padeció en lo sucesivo, redujeron dramáticamente las posibilida-
des de su victoria final en la guerra, como quedó comprobado con las penurias
del pueblo paraguayo durante el conflicto hasta el colapso en 1870.

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(174) En igual sentido, CARCANO, Ramón J.: Guerra del Paraguay. Acción y reacción de
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142 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 109-142. ISSN 0212-467X
REVISTA DE HISTORIA NAVAL
Segundo trimestre 2023
Nú mero 160, pp. 143-166
ISSN: 0212-467X (edició n en papel)
ISSN: 2530-0873 (edició n en línea)
RHN.05
https://doi.org/10.55553/603sjp16005

DON GARCÍA DE TOLEDO:


SEMBLANZA DE UN MARINO
ESPAÑOL DEL RENACIMIENTO

Fernando SANTOS DE LA HERA


Técnico Superior de Archivos
del Cuerpo Facultativo de Archiveros del Estado.
Archivo Histórico de la Armada
Juan Sebastián de Elcano. Madrid, España
Recibido: 01/03/2023 Aceptado: 04/05/2023

Resumen

Estas pocas líneas tratan de arrojar luz sobre García de Toledo y Osorio,
una figura imprescindible para comprender el devenir del Mediterráneo del
siglo XVI. Perteneciente a una de las más poderosas e ilustres familias nobles
castellanas, desde muy joven entró en contacto con el ámbito naval sirviendo
a su padre, virrey de Nápoles. Pudo participar en los más destacados combates
navales de su época, adquiriendo una experiencia que pondría al servicio de la
Monarquía Hispánica hasta acceder a las más altas dignidades, siendo
nombrado capitán general del Mar en 1564. Como virrey de Sicilia se ocupó
de levantar el sitio de Malta. Posteriormente, asesoró a don Juan de Austria y
a Felipe II en cuantos asuntos de alta política y estrategia fue requerido, hasta
su fallecimiento en 1578.

Palabras clave: García de Toledo, capitán general del Mar, virrey, combate
naval.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 143-166. ISSN 0212-467X 143
FERNANDO SANTOS DE LA HERA

Abstract

These few lines try to shed light on García de Toledo y Osorio, an essential
figure to understand the evolution of the Mediterranean in the 16th century.
Belonging to one of the most powerful and illustrious Castilian noble fami-
lies, from a very young age he came into contact with the naval field, serving
his father, viceroy of Naples. He was able to participate in the most outstan-
ding naval battles of his time, gaining experience that he would put at the
service of the Hispanic Monarchy until reaching the highest dignities, being
named General Captain of the Sea in 1564. As Viceroy of Sicily he was in
charge of raising the siege from Malta. Subsequently, he advised Don Juan of
Austria and Felipe II in as many matters of high politics and strategy as requi-
red, until his death in 1578.

Keywords: García de Toledo, General Captain of the Sea, viceroy, naval


battle.

L
A centuria decimosexta española es pródiga en alumbrar hombres de
Estado, militares y pensadores duchos en distintos ámbitos del conoci-
miento. Basta pensar en la escuela salmantina de derecho, en los teólo-
gos que fueron el nervio de la Contrarreforma tridentina, o en el indubitado
florecimiento de la literatura patria. Tampoco estaban reñidas, por entonces, las
buenas artes en las letras y las armas, de lo que es genuina muestra el gran
Miguel de Cervantes. Esta alianza de la pluma y la espada estuvo presente en
el Renacimiento entre la alta nobleza española1 –verbigracia, los duques de
Osuna y la universidad ursaonense, con su célebre colegiata–, hasta que la
primera terminara por vencer a la segunda2, perdiéndose así en gran medida la
función militar de esta élite. Sin embargo, los Álvarez de Toledo3, tanto en su
rama principal, encarnada en los duques de Alba, como en la vertiente secunda-
ria, iniciada por don Pedro de Toledo, virrey que fuera de Nápoles, decantaron
esta ambivalencia, cultivando sus miembros tanto las letras como las armas4.
En este sentido, podría afirmarse sin incurrir en imprudencia que don
García de Toledo y Osorio encarna el ideal de marino del Renacimiento, pues
a su inopinada fama entre la milicia de su época se añadía un refinado gusto

(1) La predisposición «natural» de la nobleza para los cargos militares ya fue recogida en
las Partidas alfonsíes (partida II, tít. IX, ley VI) y expuesta, entre otros numerosos autores, por
DÁVILA OREJÓN, Francisco: Excelencia del arte militar y varones ilustres, 1683, ff. 94r-101r.
(2) MENÉNDEZ PIDAL, Faustino: La nobleza en España: ideas, estructura, historia, pp.
301ss.
(3) Pueden rastrearse los orígenes de esta notabilísima familia en la obra de SOSA, fray
Jerónimo de: Noticia de la gran casa de los marqueses de Villafranca y su parentesco con las
mayores de Europa..., Nápoles, 1676.
(4) Sobre la rutilante vida cultural de la corte virreinal de Nápoles, véase HERNANDO
SÁNCHEZ, Carlos José: «Parthénope ¿tan lejos de su tierra? Garcilaso de la Vega y la poesía de

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DON GARCÍA DE TOLEDO: SEMBLANZA DE UN MARINO ESPAÑOL DEL...

por la cultura, especialmente por la arquitectura y la poesía, contando entre


sus amigos a afamados poetas italianos. Resulta por ello de justicia compen-
diar en un trabajo, por breve y limitado que sea, la singladura de este señero
marino español, dado que en la bibliografía abundan referencias a menudo
tangenciales y poco centradas en tamaño personaje y en sus escritos, que
compendian el saber naval de toda una época. Como consecuencia de ello, su
figura puede verse algo desdibujada y ensombrecida en favor de otros ilustres
hombres de mar más atendidos por las autoridades historiográficas.
Su pertenencia a tan señero linaje le permitió situarse desde muy temprano
en su vida –era apenas un adolescente de quince años cuando ya mandaba dos
galeras propias– en primera línea, en una época de efervescencia febril en el
Mediterráneo. En aquel siglo convergieron las fuerzas antagónicas de la
Monarquía Hispánica y la Sublime Puerta, lo cual trastocó el débil equilibrio
que componían otros actores, como la Serenísima República de Venecia y las
regencias piráticas norteafricanas.
Su padre, don Pedro de Toledo, fomentó su carrera militar, donde termina-
ría por sobresalir por encima del primogénito. Erigiéndose en el continuador
de la familia como dirigente político y alto cargo naval, ejercería una notabilí-
sima influencia en la vida política y social, fundamentalmente de Nápoles.
Este devenir no fue casual, sino que estuvo profundamente imbricado en la
política expansiva desplegada por el linaje toledano, fundamentado en alian-
zas matrimoniales estratégicas con otras poderosas familias de Italia, así como
en la inquebrantable adhesión entre las ramas principal y secundaria de los
Toledo5. No dudaron en enlazarse por medio de sus vástagos y en prestarse
apoyo ante los vaivenes del favor real, siempre inseguro en el complejo siste-
ma de lucha de poderes en que se desenvolvía la vida palatina de la corte
española.
Don Pedro de Toledo, segundogénito de Fadrique Álvarez de Toledo,
segundo duque de Alba, fue criado en la corte como paje de Fernando el Cató-
lico. Instruido en las artes de la guerra, combatió desde su más cruda juventud
junto a su padre. Casó con María Osorio y Pimentel, segunda marquesa de
Villafranca, poderosa heredera castellana. Fruto de este matrimonio vieron la
luz tres varones (Fadrique, García y Luis) y cuatro mujeres. Como consecuen-
cia de sus habilidades guerreras y políticas, don Pedro accedió al trono virrei-
nal napolitano en 1532. Muy pronto situó a sus dos primeros hijos en posicio-
nes de preeminencia militar. El propio don García, que había venido al mundo

la corte en Nápoles», en Garcilaso y su época: del amor y la guerra, Madrid, 2003; o «Los
Médicis y los Toledo: familia y lenguaje de poder en la Italia de Felipe II», en DI STEFANO,
Guiseppe; FASANO G UARDINI , Elena, y M ARTINENGO , Alessandro: Italia non spagnola e
monarchia spagnola tra ̓500 e ̓600. Politica, cultura e letteratura, L̓Officina dello Storico.
Collana di studi di storia sull’età moderna e contemporanea, Departimento di Storia, Univer-
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(5) HERNANDO SÁNCHEZ, C.J.: Castilla y Nápoles en el siglo XVI. El virrey Pedro de Tole-
do: linaje, estado y cultura (1532-1553), Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y
Turismo, Salamanca, 1994, pp. 9ss.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 143-166. ISSN 0212-467X 145
FERNANDO SANTOS DE LA HERA

en Villafranca del Bierzo (reino de León) en 1514, con tan solo veintiún años
fue nombrado general de las galeras de Nápoles, escuadra sostenida por este
reino dentro de la estructura naval de la Corona Hispánica. Previamente había
estado, con sus propias naves, bajo el mando del celebérrimo y longevo mari-
no genovés Andrea Doria, quien servía por entonces al Rey Católico. No en
vano, a decir del propio don García, se había «criado en la mar»6. Durante este
periodo se familiarizó con la táctica naval, observando y aprendiendo de la
toma de decisiones de los marinos de su época. De la misma forma, entró en
contacto con los complejos mecanismos precisos para la puesta en marcha de
las flotas reales, que implicaban una multiplicidad de factores e intereses, lo
cual en multitud de ocasiones suponía un lastre para el correcto funcionamien-
to de las mismas. A lo largo de su carrera, don García aplicó su inteligencia
para tratar de mejorar en lo posible todas estas cuestiones, realizando propues-
tas al monarca y asesorando a altos cargos militares.
Sin duda, los tiempos precisaban de marinos y guerreros avezados, dado
que en el tablero del Mediterráneo se jugaba la supervivencia de la cristiandad
frente a los poderes musulmanes. Cabe añadir que no se trataba en absoluto de
un enfrentamiento maniqueo entre fuerzas substancialmente opuestas. Solo
hay que recordar el colaboracionismo del cristianísimo rey francés con el
Gran Turco7, el sacro pragmatismo de los venecianos, o la actitud a menudo
timorata del papado. Todos estos miembros de la cristiandad recelaron siem-
pre de un éxito demasiado rotundo por parte del Rey Católico y prefirieron
mantener cierto equilibrio entre ambas potencias, aun a riesgo de favorecer, si
preciso fuera, la victoria de los infieles.
Sin embargo, desde las postrimerías de la Reconquista, los reyes de Casti-
lla –principalmente– y de Aragón tuvieron claro que el corolario8 imprescindi-
ble de la reunificación de la Península en manos cristianas pasaba por tomar el
control de determinados puntos del norte de África9. Efectivamente, el desa-
rrollo de los acontecimientos daría probadas muestras de que el mediodía de
la Monarquía suponía un costado demasiado fácil de atravesar por las cimita-

(6) Archivo Histórico de la Armada (AHA), Juan Sebastián de Elcano 74, Ms. 0072/046.
(7) Era público y notorio que las flotas turcas buscaban cobijo en puertos franceses,
fundamentalmente el de Tolón. Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 1377, 27,
f. 1r.
(8) Como señalara Joseph PÉREZ en su conferencia impartida en el XVI Coloquio de
Historia Canario-Americana (octubre de 2004), la propia Isabel la Católica situaba a África
como vector a fortiori de expansión de Castilla («que no cese la conquista de África»). Sobre
este interés de la reina en África, FERNÁNDEZ MÁRQUEZ, Manuel: Isabel la Católica, pp. 438ss.,
y ALONSO ACERO, Beatriz: España y el norte de África en los siglos XVI y XVII, pp. 67-98 y 326.
(9) Así, en 1497, el duque de Medina Sidonia tomó Melilla. Una vez finada la reina
Isabel, vendrían Mazalquivir y Orán, con Cisneros; más tarde, Pedro Navarro se hizo con Bugía
y sometió a vasallaje las regencias de Argel, Mostagán y Túnez. Tras la toma de Trípoli, esta
racha expansiva se vio frenada y empañada por el célebre desastre de los Gelves. En esta isla
sita en el litoral pereció don García de Toledo y Zúñiga, hermano de don Pedro de Toledo.
Sobre estas cuestiones aún mantiene muy viva su vigencia la obra de FERNÁNDEZ DURO, Cesá-
reo: Armada española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón I y II, Museo Naval,
Madrid, 1974.

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DON GARCÍA DE TOLEDO: SEMBLANZA DE UN MARINO ESPAÑOL DEL...

rras norteafricanas. Por cierto que uno de los puntos de mayor actividad piráti-
ca era el peñón de Vélez de la Gomera10, escenario de una de las acciones más
célebres y exitosas de don García.
Especialmente desde la caída en manos berberiscas del citado peñón en
1529, las costas del sur y el levante español, así como las sicilianas y napolita-
nas, fueron castigadas con saña por la piratería. Consecuencia de esta activi-
dad fueron la fortificación de poblaciones marítimas y puertos, o la creación
de milicias defensivas11. La piratería igualmente movió a Carlos V a establecer
escuadras de galeras: en 1520, la de Cataluña, Valencia y Baleares; en 1529, la
de guarda de las costas del reino de Granada; en 1532, la escuadra de galeras
de España; y, por último, la escuadra de Nápoles en 1535. Todas ellas emula-
ban a la primigenia escuadra de galeras de Sicilia, establecida por Fernando el
Católico a inicios del siglo XVI12.
En 1535, don Pedro de Toledo consiguió para su hijo García el mandato de
la escuadra de Nápoles. Ese mismo año este último tendría ocasión de coman-
dar las siete galeras napolitanas con ocasión de la jornada de Túnez. La situa-
ción del Mediterráneo había continuado deteriorándose en los años previos.
Hito importante en este deterioro fue la expulsión de los caballeros de San
Juan de la isla de Rodas en 1522, tras haber resistido otros dos importantes
sitios en 1444 y 1480. El Emperador decidió cederles el archipiélago maltés
en 153013 14. La Religión sirvió de contrapeso en el Mediterráneo central al
expansionismo otomano, encarnado en el renegado Hairedin Barbarroja,
quien, como almirante turco15, había tomado Túnez en 153416.
Carlos V decidió emplearse personalmente en la recuperación de Túnez,
junto a los más granado de la nobleza y la milicia de la Monarquía. Los Tole-
do ofrecieron una representación nutrida, con el gran duque de Alba y su
hermano Bernardino, así como el primogénito del virrey de Nápoles, don

(10) Sobre el papel fundamental de este enclave estratégico del norte de África,
véase B RAVO N IETO , Antonio, y B ELLVER G ARRIDO , Juan Antonio (dirs.): El Peñón de
Vélez de la Gomera: historia, cultura y sociedad en la España norteafricana, Papel de
Aguas, España, 2008.
(11) MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: «La defensa en las costas mediterráneas», en XLI Jorna-
das de Historia Marítima: «La expulsión de los moriscos y la actividad de los corsarios nortea-
fricanos». Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, núm. 61 (2011).
(12) CEBALLOS-ESCALERA Y GILA, Alfonso: «Guerra y nobleza en la jornada de Túnez.
Los capitanes del César», en Túnez 1535. Halcones y halconeros en la diplomacia y la monar-
quía española, Fundación Museo Naval, Madrid, 2010.
(13) BROSSARD, Maurice: Historia marítima del mundo, Edimat Libros, Madrid, 2000,
p. 338.
(14) Sobre la interacción entre los caballeros de San Juan y la Monarquía Hispánica,
véase SALVÁ, Jaime: La Orden de Malta y las acciones navales españoles contra turcos y
berberiscos en los siglos XVI y XVII, Instituto Histórico de Marina, Madrid, 1944.
(15) Don Pedro de Toledo avisó al Emperador de los preparativos de la flota enemiga en
1534. ALVAR EZQUERRA, Alfredo: «Los Mediterráneos de Carlos V y la empresa de Túnez», en
Túnez 1535, pp. 197ss.
(16) Sobre los hermanos Barbarroja, véase BRADFORD, Ernle: The Sultanʼs admiral.
Barbarrossa: pirate and empire-builder, Tauris Parke Paperbacks, Londres, 2009.

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FERNANDO SANTOS DE LA HERA

Fadrique de Toledo, y, como se ha apuntado con anterioridad, don García


ostentando el mando de las galeras napolitanas17. La flota imperial, compuesta
por 82 galeras, cuarenta galeones y un gran galeón portugués, más veinticinco
carabelas y otro importante número de naves como urcas, naos o bergantines,
pudo aproximarse y garantizar el desembarco de tropas y artillería sin proble-
mas18. Sin duda, la participación en esta gran expedición fue útil a don García
para comprender el funcionamiento de una flota numerosa y heterogénea, que
incluía el desembarco de tropas terrestres. Ello pese a que esta importante
victoria no fue explotada en todas sus posibilidades, dado que los conflictos
en Europa desviaron la atención y los recursos de la Monarquía. La respuesta
de Barbarroja no se hizo esperar, y desde su base argelina acometió el saqueo
de Mahón y otras poblaciones19, para navegar luego, en pleno invierno, a
Constantinopla. Tamaña gesta no pudo menos de agradar al sultán20.
Don García continuó ostentando el mando de las galeras de Nápoles, al
tiempo que mantenía por su cuenta otras armadas puestas al servicio del rey.
Su cercanía al poder puede observarse en encargos particulares como el trasla-
do de paños para la emperatriz Isabel de Portugal, efectuado personalmente
por el general de galeras21. Con esta calidad participó en actividades de corso
y castigo contra las posiciones turcas en Grecia y el ámbito egeo. Formada la
Liga Santa con el papado y Venecia en 1538, comandó las cinco galeras apor-
tadas por el reino de Nápoles a la escuadra dirigida por Andrea Doria. Estaba
formada esta por 134 galeras, 72 naos y otras muchas naves de porte menor.
Se oponían a ella 85 galeras, treinta galeotas y un conjunto de fustas y bergan-
tines turcos bajo el mando de Barbarroja. Rompieron hostilidades en Preveza,
en el golfo de Corfú. Pese a la superioridad numérica cristiana, la disparidad
de pareceres e intereses, la indecisión de Andrea Doria y el mal estado de
algunas naves –fundamentalmente, las aportadas por la Santa Sede– favore-
cieron un resultado desastroso. Las embarcaciones, dispuestas por Doria en un
espacio insuficiente, se trabaron unas con otras, lo que impidió una correcta
maniobrabilidad. Por el contrario, Barbarroja, formando su escuadra en media
luna, envolvió a la flota enemiga22. Las consecuencias de esta derrota para la
moral cristiana fueron de largo alcance, y el mito de la invencibilidad otoma-
na en la mar se asentó en el inconsciente colectivo23.
Como el propio don García apuntaría más adelante, una baja moral de
combate lleva a malograr ocasiones que debieran suponer victorias fáciles, sin
que naves nuevas y bien pertrechadas puedan suplir esta insuficiencia de
ánimo. Tampoco pasó la oportunidad de aprender de los errores propios y de

(17) Una relación exhaustiva de los miembros de la nobleza procedentes de los reinos y
territorios de la Monarquía Hispánica puede hallarse en CEBALLOS-ESCALERA, pp. 139-149.
(18) Ibídem, p. 134.
(19) BRADFORD, p. 105
(20) FERNÁNDEZ DURO: ob. cit., t. I, p. 230.
(21) AGS, Estado, leg. 1368, 112, f. 1r, y leg. 1369, 116, f. 1r.
(22) FERNÁNDEZ DURO: ob. cit., t. I, pp. 232ss.
(23) Ibídem, p. 241.

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DON GARCÍA DE TOLEDO: SEMBLANZA DE UN MARINO ESPAÑOL DEL...

los aciertos del enemigo. Observó la inteligencia de la formación propuesta


por Barbarroja y no la olvidó, al objeto de emplearla en la ocasión propicia24.
La década de los cuarenta proporcionó a don García ocasiones para lucir
su habilidad en el gobierno de las galeras napolitanas, participando en
numerosas operaciones en el ámbito egeo y el norte de África. La flota
reunida por Andrea Doria (unas cincuenta galeras y otras embarcaciones)
se dirigió a Monastir y tomó esta plaza, donde situó una guarnición españo-
la; luego fue contra Susa y otras plazas tunecinas, que fueron cedidas al
régulo aliado del Rey Católico25. Ese mismo año de 1541, Carlos V decidió
marchar sobre Argel, en un alarde que recordaba a la jornada de Túnez. Sin
embargo, esta vez la ocasión no era tan propicia, por estar la estación
demasiado avanzada. Tampoco era partidario de esta empresa el Santo
Padre, por temor a un ataque turco, ni Andrea Doria y otros importantes
cargos de la Monarquía como el marqués del Vasto, a la sazón gobernador
de Milán 26. De nuevo bajo el mando de don García acudieron las velas
napolitanas, en este caso en número de cinco 27. Como si los elementos
hubieran querido aliarse con los musulmanes, se desató un temporal tan
violento que, impidiendo el correcto desempeño de las operaciones, obligó
a una retirada en condiciones desastrosas, hasta el punto de que hubo que
echar al agua los caballos para hacer sitio a los hombres. Algunas naves se
perdieron al chocar contra las rocas, y la flota se dispersó, si bien el Empe-
rador pudo salvar la vida28. La derrota animó a los enemigos de la Monar-
quía, y Francia y el Gran Turco cerraron una alianza. El escándalo
mayúsculo que causó esta amistad contra natura no valió la pena, a la vista
de los resultados: pese a juntar sus flotas, franceses y otomanos no pudie-
ron ofender directamente a España; hubieron de contentarse con marchar
contra Niza y capturar algún botín y prisioneros, que además serían libera-
dos a la postre por don García cuando eran dirigidos a Constantinopla29.
Durante estos años puede rastrearse la actividad de contra corso desplega-
da desde Nápoles a través de las referencias documentales, que, sin duda,
reflejan solo una ínfima parte de lo que debió de ser una constante. Así, se
hallan noticias del apresamiento de naves musulmanas por parte de don
García en 154530. Ese mismo año persiguió con trece galeras, junto al capitán
Antonio Doria, a Dragut. El pirata berberisco se dirigía a Córcega –tras abas-
tecerse en Tolón–, pero los cristianos pudieron expulsarlo hasta «aguas muer-
tas». Gómez Suárez de Figueroa, embajador de España en Génova y autor de

(24) FERNÁNDEZ NAVARRETE, Martín, y SAINZ DE BARANDA, Miguel: Colección de docu-


mentos inéditos para la historia de España III, Madrid, 1840, p. 15.
(25) FERNÁNDEZ DURO: ob. cit., t. I, p. 251.
(26) Ibídem, p. 255.
(27) Ibídem, p. 256.
(28) Ibídem, pp. 257-260.
(29) Ibídem, pp. 265.
(30) Así lo asevera Andrea Doria en carta al príncipe Felipe de junio de 1545. AGS, Esta-
do, leg. 1377, 27, f. 1r.

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FERNANDO SANTOS DE LA HERA

la carta dirigida al príncipe Felipe, refiere en la misiva cómo Bernardino de


Mendoza, Juan Doria y Berenguer de Requesens juntaban galeras para avitua-
llar La Goleta ante la anunciada venida del hijo de Barbarroja31. La circulación
de don García por el Mediterráneo era constante, confiándosele el traslado de
importantes personalidades32.
Resultó sobresaliente el papel de don García en la toma de la plaza de
Mahdía o África, sita en un peñón que sobresale del litoral tunecino, al sures-
te de Monastir. Da cuenta de ello un «discurso» elevado a Carlos V en el que
se consigna el desarrollo de la empresa, desde la partida de Nápoles del gene-
ral con veintidós galeras la noche del 15 de julio de 1550. Tras reunirse con
Juan Doria y sus dieciocho galeras, primero, y posteriormente con el virrey
de Sicilia, logró desembarcar en primer lugar y sin mayores contratiempos.
Establecida una cabeza de puente, el resto del ejército pudo afanarse en el
sitio del enclave. Don García se hizo cargo tanto de las tropas de tierra como
de la artillería33.
Ante la resistente fábrica de las defensas que daban a tierra, don García y
el ingeniero Andrónico de Spinosa maquinaron una batería flotante, juntando
al efecto dos galeras desarboladas. Sobre una pasarela asegurada con clavazón
y parapetada, situaron varias piezas de artillería que castigaron exitosamente
el muro que daba al mar, consiguiendo así doblegar la obstinada resistencia de
los defensores34. La victoria sirvió para prestigiar un gobierno virreinal en
entredicho por la revuelta de 1547, así como para dotar a don García de una
imagen de comandante intrépido e invicto que, durante su entrada triunfal en
Nápoles, fue aclamado con el epíteto de «García Africano» por su amigo el
poeta Tansillo. La habilidad poliorcética de don García no solo se refería a su
vertiente ofensiva, sino que se mostró experto en la inspección y preparación
de fortificaciones35. A partir de estos sucesos, don García se perfila como una
figura de creciente relevancia en los asuntos napolitanos y como el heredero
de don Pedro en los aspectos político y militar, frente a la «reclusión» en sus
dominios españoles del primogénito, que carecía además de descendencia. Así
ha de entenderse su enlace matrimonial con Vittoria Colonna, perteneciente a

(31) Ibídem, f. 1r-v.


(32) Ibídem, leg. 1380, 47, f. 1r, y leg. 1382, 20, f. 1r.
(33) Ibídem, leg. 1381, 41, ff. 1r-2r.
(34) SALAZAR, Pedro de: Hystoria de la guerra y presa de África con la destruyción de la
Villa de Monazter, y isla del Gozo, y pérdida de Tripol de Berbería con otras muy nueuas
cosas, Nápoles, 1552. ff. 68r y ss.
(35) HERNANDO SÁNCHEZ, Carlos José. «“No digo ingenieros sino hombres”: los Toledo y
la política de fortificación en el siglo XVI», en CÁMARA MUÑOZ, Alicia, y VÁZQUEZ MANASSE-
RO, Margarita A. (coords.): Ser hechura de. Ingeniería, fidelidades y redes de poder en los
siglos XVI y XVII, Fundación Juanelo Turriano, 2019, pp. 37ss. Mucho después, en 1564, Feli-
pe II le encargará la inspección de las costas levantinas españolas, a fin de determinar dónde
debían edificarse torres defensivas. Don García fijó los siguientes puntos: cabo Martinete,
próximo a Tarragona; Saló, donde debía levantarse una torre de gran tamaño; Punta Lena de los
Alfaques, con otras dos en su puerto y a una distancia de cinco millas; y Santa Pola, tanto en la
isla como en los aledaños. AGS, Estado, leg. 1393, 112, f. 1r.

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DON GARCÍA DE TOLEDO: SEMBLANZA DE UN MARINO ESPAÑOL DEL...

un linaje con una marcada tradición de apoyo a la Monarquía Católica36. Junto


a este matrimonio, los Toledo se vincularon, por vía femenina, a los Médicis y
a los Spinelli, aumentando así su influencia en los asuntos italianos.
No obstante, desaparecido su padre y gran valedor en 1552, los problemas
se acrecentaron para don García, heredero como era de la rivalidad de don
Pedro y Andrea Doria. Los enemigos del linaje toledano comenzaron a mover
piezas en contra de don García, como atestigua una carta dirigida por Antonio
Doria al príncipe Felipe en que solicita le sea concedido el cargo que ostenta-
ba aquel sobre las galeras napolitanas37.

Negro sobre blanco: reflexiones sobre los peligros de la milicia naval

En este contexto hay que entender el elocuente discurso38 sobre los incon-
venientes anejos al desempeño del cargo de general de galeras. En el texto,
García habla de lo ingrato, arriesgado y costoso que puede resultar para la
honra, casa y fortuna de su titular. Se trata de un auténtico epítome de la
problemática inherente al ejercicio de la mar en su época, cuando las circuns-
tancias internacionales se complicaban y entraban en juego los complejos
sistemas de administración y organización de flotas, asignación de objetivos,
y exigencias ajenas a la pericia y criterio de los propios marinos. Asimismo,
denota una lúcida apreciación de los síntomas de una decadencia próxima,
aunque no inevitable.
Como él mismo alega, la navegación implica una lucha contra los cuatro
elementos: el agua sobre la que se desplaza es el primer enemigo, seguida del
fuego, que puede hacer presa de unas naves por entero de madera y con nume-
rosa impedimenta inflamable; por su parte, el viento, siempre deseado en su
justa medida, puede dar con la el buque en las rocas, lo que lleva a tierra,
donde queda inerme el varado. A diferencia de los que campean en tierra
firme, el que navega debe hacer frente a multitud de enemigos siempre
acechantes. Nadie en el ejercicio de la mar es un aliado fiel.
Indica que, desde los tiempos de la jornada de Túnez –habían transcurrido
veinticinco años–, no hay ni un capitán de los que sirven al rey que no haya
perdido sus galeras o la vida en la mar39. Él mismo es una excepción, pero esto

(36) Sobre la compleja interacción entre las fuerzas centrípetas de la Monarquía y los
poderes locales del reino de Nápoles, de gran complejidad, véase DE GALASSO, Giuseppe: En la
periferia del imperio. La monarquía hispánica y el Reino de Nápoles, Península, 2000.
(37) AGS, Estado, leg. 1382, 271.
(38) AHA, Juan Sebastián de Elcano 74, Ms. 0072/046, ff. 107-114. Puede hallarse una
transcripción en FERNÁNDEZ DURO: ob. cit., t. II, apéndice 1.
(39) Advierte –para aquellos que pudieran recurrir a la inextinguible figura de Andrea
Doria– que el genovés, quien armaba de ordinario quince galeras a su costa, a lo largo de su
carrera perdió más de sesenta, siendo impensable poder recomponerse, como lo hizo, para cual-
quier otro marino que no contara con su ascendiente sobre los monarcas de Castilla, únicos
capaces de respaldarlo y permitirle volver a la escena.

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FERNANDO SANTOS DE LA HERA

no ha de llevar a engaño, pues no se debe a su experiencia o pericia, sino –a


su juicio– a la intervención divina, única que puede librar de los peligros de la
mar.
Reflexiona don García acerca de la peligrosa dependencia de tener a su
gente bien pagada en que se halla el comandante de galeras. Efectivamente,
faltando el sueldo, las tropas abandonan el contingente, si no comenten todo
tipo de tropelías y latrocinios allá por donde pasan, causando estragos y
ganando enemigos a su general, que se ve desautorizado para poner orden.
Otra grave consecuencia de recibir tarde los pagos por parte del rey es que a
menudo los generales se ven abocados a comprar las vituallas en tiempos y
lugares de carestía, lo que impedirá planificar adecuadamente el aprovisiona-
miento de las flotas. Tales cortapisas acaban por derivar en falta de elementos
necesarios y en pérdidas económicas, cuando no menoscaban –lo que es peor–
la operatividad y la capacidad de combate. La propia hacienda de los genera-
les está frecuentemente en juego, dado que muchos adelantan de su propio
erario40 los montantes precisos, que no se ven siempre satisfechos ante las
innumerables y acuciantes necesidades de los monarcas. Y no se le escapa a
don García que estas situaciones, tan familiares a los soldados del Rey Católi-
co, han venido sucediendo en épocas de bonanza y abundancia de recursos,
con lo que puede imaginarse qué no sucederá cuando estos comienzan a
escasear.
No pasaba desapercibida para don García la creciente falta de marineros.
Así, en tiempos pretéritos, las galeras se servían de oficiales, cuando ahora
debían emplear «remendones». Como causa de esta falta de gente de mar, de
nuevo resalta los avatares anejos a este oficio: cautiverios, muertes en comba-
te, naufragios… Este problema se hace extensible a las chusmas; antes el
comandante de una galera contaba con chusmas experimentadas, cuya destre-
za alcanzando presas y zafando a los atacantes era muy superior a las de
turcos y berberiscos, de lo que se obtenían riquezas y prestigio. En cambio,
tras tanta derrota frente al Turco, se han perdido tan buenos remeros y en tal
cantidad que frecuentemente por tal causa se malogran situaciones ventajosas.
De nada sirve, a su entender, armar galeras nuevas y bien provistas si la mari-
nería no es experimentada o, lo que es peor, está desmoralizada. De resultas
de esta conjunción problemática, potenciales victorias devienen en derrotas, lo
cual aumenta la falta de ánimo de la tropa, que teme cada vez más enfrentar al
Turco en la mar.
A este tipo de dificultades había que añadir una de la que García era muy
consciente: la honra. Efectivamente, mantener la honorabilidad del general y
evitar poner la buena fama en entredicho obligaba a aceptar combates llevando
todas las de perder. Las habladurías eran incontrolables y, como diría otro céle-
bre marino español mucho después, más vale honra sin barco que barco sin
honra. Esta españolísima máxima regía también en el Mediterráneo del

(40) BRAUDEL, Fernand: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Feli-


pe II, Fondo de Cultura Económica, México, 2016, p. 736.

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siglo XVI. Aparte de comprometerse en ocasiones de las que era imposible salir
airoso, multitud de veces los generales se veían obligados a salir a la mar con
mal tiempo o con la estación ya avanzada, por no consentir que se les tomara
por «amigos de puerto». Tampoco suele repararse en los problemas anejos al
mando de flotas numerosas. Las dificultades crecen de forma proporcional al
tamaño de la escuadra, aconteciendo usualmente que resultaba imposible hallar
puerto seguro para todas las naves, debiendo decidir entre guarecer solo una
parte o arriesgarlo todo. De otro lado, los conflictos derivados del ejercicio del
mando sobre una pléyade de oficiales, marinos y otros cargos hacen imposible
contentar a todos y recabar la lealtad de tantos subordinados.
Como consecuencia de todo esto, era habitual que, tras un periodo más o
menos breve, los generales renunciaran a su cargo, aun arriesgándose a caer
en desgracia ante el rey por resultar malos vasallos41. Llega al punto de consi-
derar que su mejor decisión fue abandonar el oficio de marino. No obstante
tan pesimistas reflexiones, las intenciones de don García no eran tan claras al
renunciar a su cargo. En realidad, buscaba liberarse de las obligaciones anejas
a aquel para participar como coronel de infantería española en la guerra de
Siena, campaña en la que esperaba engrandecer fama y hacienda. Corrobora
esta tesis el hecho de que no se desvinculó, en absoluto, de la mar.
El mandato del gran duque de Alba en Nápoles, y su influencia en la corte,
devolvieron a don García la influencia que había perdido tras la muerte de su
padre y la designación de Pacheco42 en su lugar. Su mejorable desempeño en
las guerras de Siena, en las que fue coronel de infantería española43, tampoco
ayudó. Ahora, los Toledo volvían al poder, al igual que los éxitos militares en
las guerras de Italia.
Poco después, en 1558, García ascendió en el espectro político, como
consecuencia de las remodelaciones político-administrativas efectuadas por
Felipe II, y fue nombrado virrey de Cataluña. En su etapa catalana destacó la
potenciación de las atarazanas de Barcelona, en las que se construyeron
nuevas galeras44 y otras embarcaciones para hacer frente a la actividad de

(41) De nuevo hace referencia a Andrea Doria, resaltando la posición privilegiada con
que contaba, dada la gran fama de la que gozaba en España y la secular preferencia de los espa-
ñoles por los extranjeros («podéis creer que hay diferencia de nacer en Génova o nacer en
Valladolid»).
(42) Sobre el cardenal don Pedro Pacheco, véase SALVÁ, Miguel: Colección de documen-
tos inéditos para la historia de España XXIII, Madrid, 1853, pp. 140ss.
(43) Existen algunas noticias hológrafas de la marcha de esta contienda en las que don
García relata a Gómez Suárez de Figueroa los avatares de la misma. El 17 de marzo de 1503
escribía desde Monticello dando cuenta de los problemas para someter distintas plazas, así
como inquiriendo sobre la conveniencia de degollar a los principales de los enemigos, conde-
nando a galeras a los demás, de forma que se extendiera el pánico entre ellos. No obstante,
tampoco se le escapa que, actuando con tanto rigor, ponía en riesgo la reputación del Rey Cató-
lico, por lo que pedía instrucciones al respecto. AGS, Estado, leg. 1383, 252, f. 1r-v; 1383, 198,
f. 1r; 1383, 212, ff. 1r-2r.
(44) CEREZO MARTÍNEZ, Ricardo: Las armadas de Felipe II, San Martín, Madrid, 1988,
p. 102.

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FERNANDO SANTOS DE LA HERA

turcos y berberiscos en las costas. Los conflictos por cuestiones protocolarias


y forales con las autoridades locales45 no empañaron el gran desempeño de
García, que luchó contra el bandolerismo, combatió la penetración de ideas
protestantes a través de los Pirineos, y aplicó su experiencia en mejorar fortifi-
caciones como la de Perpiñán46.

Cúspide de una carrera azarosa: don García, capitán general del Mar

Tras una visita del monarca al Principado en 1564, García obtuvo el


nombramiento más importante de su vida, que sancionaba toda una carrera
naval al servicio de la Corona: fue designado como capitán general del Mar.
Este hito resulta de especial relevancia, dado que venía a substituir a su
rival, Andrea Doria, que ostentó esta dignidad durante años. En su nombra-
miento47, emitido el 10 de febrero de 1564, Felipe II, atendiendo a la calidad,
valor y experiencia de García, lo designaba capitán general del mar Mediterrá-
neo y el Adriático. Como tal, le correspondía el mando supremo de las galeras
reales, armadas y por armar; de las sesenta del subsidio, y de cualesquier otros
navíos de alto bordo, fustas, galeotas, bergantines… Contando con poder
cumplido y bastante del monarca, todos los demás capitanes de galeras,
oficiales, marinos u otros súbditos del Rey Católico le debían obediencia en el
ejercicio de sus funciones. Las cauciones incluidas en el nombramiento abar-
caban la explícita obligación de virreyes, lugartenientes, gobernadores genera-
les y particulares de Castilla, Aragón, las Dos Sicilias, Milán y cualquier otro
territorio de acatar sus mandamientos, cartas y autos, contando además con
jurisdicción civil y criminal en su ámbito de actuación. Como bien sabía
García, la colaboración de otras autoridades era tan crucial como difícil de
conseguir en el complejo entramado que constituía la Monarquía Hispánica.
Particularismos territoriales, rivalidades familiares, diferencias en cuestiones
de fe y afán de engrandecimiento personal a menudo desplazaban la consecu-
ción de los objetivos comunes frente a enemigos tan poderosos como el
Turco.
Otra cuestión fundamental en la que el rey procuraba asegurar la equidad
era el correcto y justo aprovisionamiento de las escuadras, para lo que ordena-
ba a todos los naturales de sus señoríos proveer al capitán general respetando
los precios justos de bastimentos, armas, municiones, jarcias y todo aquello
que fuera preciso para garantizar la operatividad de las flotas. Igualmente,
todos los oficiales regios debían proporcionar gente de buena boya que sirvie-

(45) «Governó el peincipado de Cathaluña con gran rectitud y severidad, como aquella
tierra lo ha menester». COLLAZOS, Baltasar de: Commentarios de la fundación y conquistas y
toma del Peñón y de lo acaescido a los capitanes de Su Magestad desde el año 1562 hasta el de
64…,Valencia, 1566, f. 8v.
(46) HERNANDO SÁNCHEZ: «“No digo ingenieros sino hombres”...», p. 38.
(47) AHA, Juan Sebastián de Elcano 10, Ms. 0012/007.

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DON GARCÍA DE TOLEDO: SEMBLANZA DE UN MARINO ESPAÑOL DEL...

ra al remo con sueldo a cargo del monarca. Prescribía además la condena a


galera para aquellos que no hubieran cometido delitos ejemplares, por la gran
necesidad que había de galeotes en las distintas escuadras. Asimismo, dispo-
nía de la facultad de armar todo tipo de navíos y tropas a cargo del rey, y de
secuestrar carabelas, naos, fustas y otras naves de particulares si las necesida-
des militares lo exigían.
Recibió don García unas instrucciones48 para el desempeño de su cargo en
las que el rey incidía en algunos puntos de interés. Como era habitual en la
mentalidad de la época, se le encargaba en primer lugar vigilar la disciplina y
moralidad de sus subordinados, castigando a los que cayeran en la blasfemia o
el pecado nefando. Sin embargo, se le prevenía para que impartiera justicia sin
caer en excesos ni agraviar a los encausados.
Como capitán general del Mar, una de sus funciones más importantes era
asegurarse de proteger el litoral y las costas de los reinos y señoríos de la
Corona49, de forma que los súbditos no resultaran damnificados en sus pose-
siones y se lograra un tráfico marítimo libre y seguro. Para ello debía limpiar
de corsarios el mar en verano y en invierno. Aunque contaba con una notable
autonomía, era voluntad regia que don García consultara con el monarca el
lugar de concentración de las flotas y sus movimientos, lo que da una muestra
clara de la importancia concedida por el rey a los asuntos del Mediterráneo.
Los capitanes generales, que recibirían sus propias instrucciones, debían
obedecerlo y atender a sus requerimientos, dado que el monarca preveía que
los fondos del subsidio no serían suficientes para sostener una flota que se
presumía había de ser numerosa.
La experiencia aconsejaba que los capitanes contratados a sueldo del rey
–es decir, los que no eran sus súbditos– aportaran tan solo la gente mar
imprescindible para operar con las galeras. Las tropas necesarias se obten-
drían de los contingentes ordinarios asentados en España e Italia. De esta
forma, a juicio de Felipe II, con un solo gasto se podrían hacer dos efectos.
En este sentido, aseguraba a su nuevo capitán general de la Mar, había escrito
a los virreyes de Nápoles y Sicilia y a otras autoridades de Italia para que
colaboraran con él. Este punto no era menor dado que, como se ha apuntado,
existía un delicado equilibrio de poder entre grupos de interés y familias
nobles, lo que dificultaba en alto grado la ejecución de las operaciones. De
hecho, el propio don García tenía la instrucción de acudir en ayuda de las
otras autoridades, entre las que debía procurarse que reinara un buen entendi-
miento genérico.

(48) Ibídem, Ms. 0012/008.


(49) La actividad corsaria en todas las costas mediterráneas de la Monarquía era una
constante molesta y extremadamente dañina que afectaba gravemente al tráfico marítimo y a las
poblaciones costeras. Como comandante en jefe de las flotas del rey, recibía avisos de todo el
ámbito mediterráneo. Valga como ejemplo el dado por Luis de Barrientos el 2 de noviembre de
1564, en el que da cuenta de la abrumadora presencia de piratas en las costas de Calabria, y a
cuyo juicio estos «hacen el amor con ciertas naves cargadas de trigo que están en Mesina».
AGS, Estado, leg. 1393, 236, 238, f. 1r.

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Llama la atención que el soberano prevenga a don García para que libere a
los forzados una vez que hayan cumplido sus condenas, por necesarios que
sean, dado que sería «un gran cargo de conciencia y ofensa» de Dios. Precisa-
mente por ello deberá asegurarse de que las galeras estén siempre provistas de
remeros. Los forzados debían cobrar el sueldo de los buenas boyas desde el
mismo día del cumplimiento de su condena, y recibir una carta de servicios al
llegar a tierra. Asimismo, debían ser bien tratados, proveyéndoles oportuna-
mente de raciones y vestimenta, y prodigándoles cuidados si cayesen enfer-
mos.
De igual forma, era función de don García impedir que la soldadesca daña-
ra montes y sotos y tomara frutos en contra de los propietarios de aquellos.
Debía tener especial cuidado con el comportamiento de las tropas en las
tierras de los aliados, como el papa y Génova, así como vigilar que la animo-
sidad de los soldados no derivara en problemas. Se aseguraría de que las
tropas de los tercios fuesen tratadas de forma correcta. Otra cuestión funda-
mental: la obligación de la marinería y tropa de residir junto a las galeras
cuando estas se hubieran juntado. Únicamente podrían ausentarse con licencia
especial y por causas justificadas. No solo se trataba de evitar que las tropas
desertaran, sino de dificultar el fraude en las pagas de aquellos. Por lo tanto,
como capitán general del Mar debía tomar muestra y alarde de soldados, mari-
neros y oficiales. Entre otros asuntos, las instrucciones regias regulaban el
reparto de las presas de modo que se garantizara la parte del rey y se evitara
que los capitanes se apropiaran de las tomadas por los soldados.
Felipe II estaba especialmente interesado en que don García cuidara del
aprovisionamiento de La Goleta50 y otras plazas de África, pues era el monar-
ca muy consciente de su importancia en la estrategia desplegada para frenar
los ataques del Turco y los berberiscos. Igualmente, era su obligación mante-
ner una correspondencia fluida con los caballeros de San Juan, a quienes
debía prestar la ayuda que fuera precisa. No tardaría mucho García en colabo-
rar con ellos en distintas ocasiones de diverso cariz.

Un éxito incontestable: el peñón de Vélez de la Gomera

Ese mismo año de 1564 organizó la toma del peñón de Vélez de la Gome-
ra. Como se ha apuntado previamente, el peñón fue conquistado por Pedro
Navarro a principios de siglo, para ser luego ocupado por berberiscos y turcos.
Según una descripción realizada en 155751, los turcos mejoraron las construc-
ciones españolas, de forma que el escarpado peñón presentaba dos torres prin-

(50) La amenaza constante sobre esta plaza en particular se evidencia en la recurrencia


con que hubo de ser reforzada, con tropas de refresco y vituallas, ante el avance musulmán.
Así, Felipe II se lamentaba de no poder llevar tropas extraordinarias en 1561, ante lo avanzado
de la estación. AGS, Estado, leg. 1390, 120, f. 1r.
(51) AHA, Juan Sebastián de Elcano 10, Ms. 13, ff. 177 r-v.

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cipales, al este de las cuales había una plaza en la que se emplazaba la artille-
ría. Edificaron casas al poniente de las torres, con grandes ventanas y almenas
para alojar tropas, municiones y bastimentos. En el punto más alto de la roca
se hallaba un pequeño castillo almenado, rodeado por otros castilletes de
tapial que hacían las veces de atalayas. Contaba asimismo con un portón de
hierro accesible por un sinuoso sendero, tras el cual se erigía una segunda
muralla con un puente levadizo. Por estas características se tenía por una
plaza inexpugnable52. Desde allí los piratas berberiscos perpetraban correrías
por el Estrecho y las costas andaluzas.
Con objeto de poner fin a estas actividades corsarias53, Felipe II ordenó a
don García aprestar lo necesario para conquistar el peñón54. Se reunieron
tropas y vituallas en Barcelona, Málaga y Cartagena, incluyendo piezas de
artillería tomadas en la célebre victoria de San Quintín. Los aprestos contaron
con aportaciones de Portugal, la orden de San Juan, Génova y el duque de
Florencia55. Por su parte, los reyes de Argel y Fez, enterados de los preparati-
vos cristianos, reforzaron el peñón con tropas turcas y lo proveyeron de víve-
res y municiones.
La flota56 resultante de todos estos preparativos estaba compuesta por 93
galeras. De ellas, catorce navegaban bajo el mando directo de García; doce lo
hacían a las órdenes de Juan Andrea Doria; siete dirigían, cada uno, don Álva-
ro de Bazán y Marco Antonio Colona; ocho comandaba Francisco Barreto;
cuatro Marco Centurión, y cinco pertenecían a los caballeros de San Juan.
Aparte de estas galeras y de las citadas de Nápoles, Sicilia y Génova, se suma-
ron el mencionado galeón y las carabelas de Portugal, así como veinte bergan-
tines, quince laúdes y otras muchas naves de menor entidad cuyas tripulacio-
nes se vieron atraídas por la posibilidad de obtener réditos de la incursión.
El desarrollo de las operaciones fue descrito suficientemente por Baltasar
de Collazos y tratado por autores como Fernández Duro y Cerezo Martínez,
por lo que aquí solo se resaltarán algunos puntos considerados notables.
La escuadra arribó a tres leguas del peñón el 31 de agosto de 1564. García
mandó dos galeras a reconocer la guarnición y tomar la montaña de Baba y

(52) El propio García de Toledo, al enviar nuevas a Felipe II, decía: «Dios ha servido de
dar a Vuestra Majestad la victoria de la plaza del mundo más fuerte de sitio». AHA, Juan
Sebastián de Elcano 218, Ms. 0376/0185.
(53) En 1563, Sancho de Leiva había fracasado en similar empresa. BRAVO NIETO y BELL-
VER GARRIDO: El Peñón de Vélez de la Gomera, pp. 107-113.
(54) Puede hallarse una relación de lo acontecido durante los preparativos y el desarro-
llo de las operaciones de la toma del peñón, en AHA, Juan Sebastián de Elcano 10, Ms. 13,
ff. 200r-208v. Baltasar de COLLAZOS, partícipe en la jornada, publicó una obra en la que narra
pormenorizadamente lo sucedido en esta empresa: «Commentarios de la fundación y conquis-
tas y toma del Peñón y de lo acaescido a los capitanes de Su Magestad desde el año 1562
hasta el de 64...», Valencia, 1566.
(55) Portugal aportó un total de ocho galeras, un galeón y cuatro carabelas; con tres
contribuyeron los caballeros de San Juan y Génova, y diez empeñó el duque de Florencia.
(56) Se incluían doce galeras recién construidas en Barcelona, una de las cuales, de fábri-
ca especialmente hermosa, fue empleada por don García.

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FERNANDO SANTOS DE LA HERA

otras sierras que rodean la plaza, para evitar que lo hicieran los moros. Se
construyeron fuertes para guarecerlas, y se situó en ellos la artillería, que esta-
ría a cargo de Juan Andrea Doria. Ante la visión de tan numerosa flota, algu-
nos defensores huyeron a las montañas con sus familias, mientras otros pren-
dieron fuego a las galeras con que contaban, guardando el esquife para huir si
la ocasión lo brindaba. El castillo de Alcalá quedó desocupado, lo que facilita-
ba el avance de la flota y que la plaza quedara rodeada. El propio García orga-
nizó el desembarco, haciendo frente a los ataques moros. Se cavaron trinche-
ras y pozos para obtener agua. A bordo de una pequeña fragata (por entonces
nave de remo), rodeó el peñón en busca de su punto más débil, hasta hallar
una caleta a propósito, más tarde reconocida como tal por don Álvaro de
Bazán.
El 3 de septiembre, García mandó avanzar por el campo de Vélez, portan-
do su propia mochila e impedimenta para dar ejemplo a la tropa. Vestía
sombrero de paja y alpargatas para caminar bajo un sol de justicia que resulta-
ba duro, especialmente para los tudescos. Se produjeron combates con escope-
teros y ballesteros moros, aunque fueron puestos en fuga. Por un cristiano
cautivo que había logrado escapar del peñón se supo que la guarnición de este
ascendía a unos 150 turcos, provistos de unas veinte piezas de artillería
(aunque ninguna gruesa) y abundante munición. Con la toma de la torre Mara-
bute, situada en la sierra de Baba, quedó completamente rodeada la plaza,
evitando así que pudiera recibir refuerzos desde Fez o Berbería. El peñón era
batido desde todas las direcciones, respondiendo los defensores con sus piezas
de artillería y una culebrina que iban moviendo en función de las necesidades.
Por las noches trataban de reparar los desperfectos causados por los bombar-
deos. Sin embargo, cundiendo el desánimo entre ellos, parte de la guarnición
turca hizo defección, de forma que de esta solo quedaron trece hombres.
Consciente de esta circunstancia, don García ordenó a Juan Andrea Doria
penetrar en la plaza con cuarenta hombres. El napolitano pudo hacerlo sin
problemas, tras de lo cual tomó a los defensores como rehenes y se hizo con
un cuantioso botín tanto de provisiones como de mercancías y material de
guerra, incluyendo unas piezas de artillería con las armas de Castilla, proba-
blemente de la época de Pedro Navarro.
El 6 de septiembre García hizo su entrada en el peñón. Ordenó que el capi-
tán Diego Pérez quedase como alcaide de la plaza con trescientos soldados
viejos y bisoños, cuarenta artilleros, algunas mujeres y cien canteros para
reparar la fábrica de la fortaleza. Además, se instalaron más piezas de artillería
y se avitualló a la plaza con abundantes provisiones venidas de Málaga en una
urca. A poco, la guarnición debió rechazar un contraataque moro. Para asegu-
rar la plaza frente a un territorio hostil, García mandó derribar las murallas de
Vélez y proyectó junto a Bazán construir un fuerte en la boca del río Tetuán,
aunque esta iniciativa no prosperó. En lugar de eso, Bazán se encargaría de
cegar este río hundiendo barcos cargados de piedras y fragua. Trataban así
ambos de evitar que los piratas emplearan esta vía fluvial para hacer correrías
por el Estrecho, como venía sucediendo hasta ese momento. Los moros

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DON GARCÍA DE TOLEDO: SEMBLANZA DE UN MARINO ESPAÑOL DEL...

volvieron a atacar el peñón, pues habían recibido refuerzos. Para repelerlos,


las galeras apoyaron con su artillería, logrando así frustrar la intentona. Poco
después, don García dio parlamento en su galera a los moros, a quienes dio las
condiciones regias: podrían vivir en Vélez si entregaban a los cautivos y se
reconocían como vasallos del Rey Católico, al que debían pagar un tributo
anual. Los moros se retiraron a tratar con el monarca de Fez acerca de estas
premisas.
Por fin pudo marchar García a España y disolver el contingente. Los solda-
dos traídos de Italia fueron devueltos a sus cuarteles, no sin que antes se
pusieran al borde del amotinamiento por falta de paga. Finalmente la sangre
no llegó al río, pero el suceso es una muestra de lo arriesgado de depender de
las remesas numerarias del rey, y de lo dificultoso que resultaba a los genera-
les mantener el orden en la tropa cuando a esta no se le abonaba la soldada.

Pensamiento naval aplicado: la necesidad de unificar mandos en el Medi-


terráneo

La consecución de esta importante victoria, al tomar una de las plazas teni-


das por más difícilmente expugnables del mundo, impulsó a García para
conseguir su nombramiento como virrey de Sicilia. Ya había expuesto las
ventajas de una decisión así en un escrito dirigido a Felipe II.
En dicha carta57, escrita en mayo de 1564, don García se excusaba por soli-
citar tal dignidad para sí, asegurando que había explorado todos los caminos
antes de llegar a esta conclusión. Simultanear el generalato del Mar con el
gobierno de Cataluña producía efectos adversos, toda vez que le era imposible
personarse en el Principado para atender adecuadamente sus funciones guber-
nativas y jurisdiccionales. Sin embargo, veía muy beneficioso que el capitán
general del Mar ostentara el virreinato de Sicilia, a tenor del lamentable esta-
do de las armadas de la Monarquía y del creciente poder exhibido por sus
enemigos.
Una de las principales ventajas de unir ambos cargos era la abundancia de
marineros de que gozaba la isla, en agudo contraste con la escasez cada vez
más acuciante que se daba en España. Así, al estar seguro de poder rearmar
sus galeras, el general podría despedir a buena parte de la marinería en invier-
no, de lo que resultaría un importante ahorro para el erario. Efectivamente,
invernar en puertos españoles era más oneroso por la carestía de recursos, al
igual que sucedía en Génova. Además, según un memorial presentado ante
don García, entre los puertos hispanos tan solo El Puerto de Santa María
presentaba unas características que permitían ahorrar en personal58. Estos
fondos podrían emplearse, según el gran marino, para ayudar a «levantar este
enfermo», que no por otra cosa tenía a la marina de guerra de la Monarquía.

(57) AHA, Juan Sebastián de Elcano 15, Ms. 0021/080.


(58) Ibídem, Ms. 0021/083.

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Se comprometía a edificar en Mesina unas atarazanas con las que construir


las galeras precisas para la guarda del mar, incluyendo unas cuantas que debían
quedar de reserva en tierra. Estas gestiones debían tomarle dos o tres años a lo
sumo. Para don García era necesario centralizar los medios de provisión; junto
a las atarazanas se crearían hornos para la elaboración de bizcochos, así como
casas de munición y aposentos de maestranza de calafates para evitar pérdidas
de tiempo en desplazamientos. De esta forma se aseguraría la existencia de
tiendas de herraje, camisas, calzones y otros elementos de vestimenta,
formando si fuera preciso a los esclavos para que cumplieran esta función.
Otro punto fundamental, desde su perspectiva, era unificar los mandos de
tierra y mar, lo que mejoraría la eficiencia y optimizaría los recursos, de forma
que no se dieran discrepancias entre unos mandos y otros. Como ejemplo cita-
ba al Turco, que contaba con medios materiales y humanos abundantísimos
con un mando único. Así, el almirante de la Sublime Puerta ostentaba el
mando sobre casi toda Grecia, contando con los recursos sin importar su
procedencia. Para él, si una armada en buen estado y orden precisaba de
tantos medios, qué no necesitaría la española, que se encontraba falta de todo.
Igualmente, Dragut se preocupó de conseguir del Turco el mando de Trípoli,
para contar con los recursos aportados por su territorio. Lo mismo sucedía en
Argel. De esta estrategia se derivaba un gran daño para la Monarquía Hispáni-
ca, cuya organización era sumamente fragmentaria, lo que dificultaba la
disposición de recursos y el establecimiento de una estrategia común. De
nuevo puede observarse el pragmatismo de don García, siempre abierto a
emular a sus enemigos si encontraba alguna ventaja en ello. Finalizaba su
discurso con una demostración de su cultura clásica y gusto por la historia –
tan propio de un hombre del Renacimiento–, al afirmar: «Si se dijera que
romanos nunca juntaron estos dos cargos, también se podrá decir que estos
son otros tiempos y otras necesidades».
Todavía en 1564, en octubre, don García elevó su parecer59 ante el llamado
Consejo de Galeras sobre lo que debía procurarse para detener la pronta arre-
metida del Turco. En su escrito, como militar pragmático y honesto, comienza
advirtiendo de que sus propuestas deben ser tomadas con las cautelas inheren-
tes a unas circunstancias cambiantes y contingentes. Sin embargo, sí se atreve
a enumerar –con sumo acierto, en vista del transcurso de los hechos– una serie
de emplazamientos que debían ser reforzados por resultar más difícilmente
defendibles. En primer lugar cita la isla de Malta, a cuyo gran maestre sugiere
apercibir a fin de que tome las medidas precisas para resistir un ataque. Entre
otros objetivos potenciales de los otomanos particularmente vulnerables desta-
ca La Goleta, sita en un golfo estrecho y con el enemigo dueño de la campaña
que la rodea; también Menorca, que por su reducido tamaño, no contando
Mahón con las fortificaciones adecuadas, podría sufrir un asedio con poca
gente; y Orán y Mazalquivir, aunque reconoce no tener conocimiento bastante
de las características de estas plazas ni de su estado. Se preocupaba de visitar

(59) Ibídem, Ms. 0021/079.

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en persona las fortalezas y astilleros, así como otros lugares importantes


dentro de la estructura naval del Mediterráneo español, como Génova60.

El sitio de Malta: la fortuna favorece a los pacientes

Como don García había pronosticado, las intenciones de la Sublime Puerta


eran atacar Malta como paso previo a la invasión de Sicilia y la Italia continental.
Se trataba de una respuesta a la toma del peñón de Vélez y a las acciones corsa-
rias de los caballeros de la Orden de San Juan. Al igual que en lo referente a la
toma de peñón, aquí solo se señalarán algunos aspectos de este importante acon-
tecimiento militar del Mediterráneo moderno61. Los turcos aprestaron una flota
compuesta por más de 130 galeras, ocho mahonas, once naos gruesas, veintiocho
galeotas y otro número de embarcaciones de distinto porte. Al mando de tan
nutrida escuadra de hallaba Pialí Baxá, almirante otomano. El contingente, dirigi-
do por Mustafá, superaba los veintinueve mil hombres, entre los que sobresalían
los jenízaros y espahíes, muy temidos de los cristianos. La armada, moviéndose
con mayor celeridad de lo esperado, llegó al archipiélago maltés el 18 de mayo
de 1565. Esta premura impidió al veterano maestre de San Juan, Jean Parisot de
la Vallete, efectuar todos los preparativos necesarios para defenderse. Pecó el
maestre de subestimar la capacidad militar turca, pese a que don García le había
visitado y advertido al respecto, además de enviarle algún refuerzo y vituallas.
No obstante, no fue posible evacuar hasta Sicilia a los no aptos para la lucha,
como se había planeado. Sí se logró poner a salvo a la población en la ciudad de
Malta62, introduciendo abundante ganado, agua y otros bastimentos63, y cegando
el foso que rodeaba la ciudad con dos galeras que se «afondaron».
La enconada resistencia presentada por los defensores, entre los que se
destacaron los españoles, así como las desavenencias entre los mandos
turcos64, permitieron que se organizara el socorro de la isla. El encargado de
hacerlo sería don García de Toledo65, quien formó consejo para averiguar el

(60) FERNÁNDEZ DURO: ob. cit., t. II, p. 76.


(61) Puede encontrarse una relación de los hechos en AHA, Juan Sebastián de Elcano 10,
Ms. 013, ff. 224ss.
(62) Así apremiaba fray Pedro de Mezquita a don García para que acudiera en socorro de
«tantos niños, mujeres y viejos». AGS, Estado, leg. 1394, 254, f. 1r.
(63) Para Melchor de Robles Pereira, un ejército de socorro solo precisaría acarrear bizco-
chos, dado que los defensores, transcurridos casi dos meses desde que comenzara el asedio, aún
contaban con abundante carne y vino. Ibídem, 253, f. 2v.
(64) Según se relata, Pialí era partidario de atacar en primer lugar el burgo y el castillo de
San Miguel desde la montaña de San Salvador, aunque Mustafá prefirió ofender en primer
término el fuerte de San Elmo. Además de ello, Dragut quiso marcharse sin participar de las
acciones, al comprobar que estas se habían iniciado sin esperar a su llegada, contraviniendo las
instrucciones del Sultán, sabedor de que el corsario era un gran conocedor de la isla.
(65) Felipe II ordenó a los distintos capitanes y generales contribuir en lo preciso para que
don García contara con las mayores fuerzas posibles. Así se entiende la carta remitida a Alonso
de la Cueva el 11 de junio de 1565 para que entregara al capitán general del Mar toda la infan-
tería que este le solicitase. AGS, Estado, leg. 1394, 254, f. 1r.

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parecer de sus subordinados66. El tiempo empleado en escribir a Felipe II –que


respondió apremiándole a defender Malta como si de Mesina o Palermo se
tratara– y preparar las fuerzas de socorro fueron tomados por su enemigos
como un síntoma de dejadez, impericia o cobardía. Sin embargo, se debe
resaltar que don García perdió a su hijo Fadrique de Toledo durante el sitio, y
que fue precisamente su saber esperar el momento adecuado lo que permitió
que una escuadra menor –de apenas unas sesenta galeras en buenas condicio-
nes– pudiera aproximarse y desembarcar las tropas. Efectivamente, hasta que
los turcos se hubieron asentado en la isla y, confiados, desembarcaron la arti-
llería de sus naves, las operaciones para levantar el cerco no pudieron llevarse
a cabo. Además, el factor sorpresa contribuyó a la retirada desordenada de los
ocupantes.
El éxito en la defensa de Malta vino a probar la eficacia de la política naval
impulsada por don García desde que fuera virrey de Cataluña, apuntando a
Sicilia como el nervio de la estructura de la marina hispánica. Continuó en el
cargo de virrey de Sicilia unos años, en los que participó en diversas acciones
militares y se ocupó de una magna reforma urbanística de Palermo67. Sin
embargo, su menguante salud le llevó a solicitar el relevo a Felipe II, que lo
exoneró de sus cargos. En el de capitán general del Mar le substituyó don
Juan de Austria68.

Siempre fiel a su señor: la experiencia al servicio de la Monarquía

Pese a abandonar la mayor parte de sus cargos públicos, don García conti-
nuaba implicado en los avatares navales de la Monarquía, prestando su conse-
jo tanto al monarca como a don Juan de Austria. En 1568 dio otra vez su pare-
cer69 sobre las acciones que podrían tomar los turcos, ocasión en que volvió a
evidenciarse su siempre previsora visión a la hora de preparar las flotas y
avituallar los lugares más susceptibles de ser atacados. Si el enemigo atacara

(66) La mayor parte de sus consejeros rechazaban tomar acción por considerarlo demasia-
do arriesgado. Ascanio Colonna pidió rehusar el combate naval, aduciendo que las naos poco
podían contra las galeras turcas, según se había visto en Preveza, y que lo marineros estaban
amedrentados por las derrotas sufridas ante los turcos. Don Álvaro de Bazán era partidario de
mover sesenta galeras y desembarcar unos diez mil hombres rápidamente, algo que creía facti-
ble por estar las galeras turcas faltas de gente. Por su parte, a Sancho de Leyva, igualmente
contrario a sostener un combate en la mar, le parecía poco factible un desembarco de tropas, y
rechazaba asimismo realizarlo al amparo de la noche por ser «madre de todas las confusiones».
Por último, Álvaro de Sande veía difícil hasta el extremo cualquier opción, dada la carencia de
caballos y acémilas para las vituallas. Opinaba que era mejor organizar una expedición contra
Túnez, para así obligar a los turcos a levantar el sitio de Malta. En caso contrario, creía necesa-
rio traer más tropas de Italia.
(67) Dotó de un nuevo trazado a la ciudad, uniendo el palacio virreinal y un puerto
también renovado, reforzando, además, las murallas. Asimismo, renovó las fortificaciones de
Malta y La Goleta. HERNANDO SÁNCHEZ: «“No digo ingenieros sino hombres”...», p. 38.
(68) CEREZO MARTÍNEZ, p. 210.
(69) AHA, Juan Sebastián de Elcano 456, Ms. 1280/014.

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con una flota muy superior un punto de difícil socorro, lo mejor según él sería
aprovechar la oportunidad para ofender en lo posible al Turco en su propio
terreno. Y, si los números fuesen más equilibrados, era partidario de un
enfrentamiento a mar abierto, faltando como faltaba «el nervio y la fuerza
principal que es la infantería vieja, que está en Flandes». Por otro lado, en
caso de que los turcos no juntaran una gran armada y se contentaran con hacer
correrías por las costas cristianas, podría enviarse parte de las armadas del rey
a hacer lo propio en territorio turco o marchar contra los corsarios, mientras el
resto de la fuerza se ocupa en guardar las costas de Sicilia, Córcega, Cerdeña
y los Estados Pontificios. Si los turcos decidieran romper hostilidades contra
Venecia, don García era partidario de no emplearse a fondo en su defensa,
dado que la Serenísima probablemente buscaría la paz por su cuenta a la
menor oportunidad70. La desconfianza de García tanto en las intenciones como
en la capacidad de combate de los venecianos será una constante hasta el final
de sus días.
En su posición de marino avezado y hombre de Estado con una dilatada
experiencia en los asuntos mediterráneos, don García gozaba de un gran
ascendiente sobre don Juan de Austria, con el que mantuvo una nutrida corres-
pondencia71. El joven príncipe buscaba el asesoramiento del experimentado
marino para hacer frente a sus obligaciones de capitán general del Mar. En
particular, sobre los sucesos que llevarían a la batalla de Lepanto, don García
se lamentaba de no poder acudir en persona, en razón de su quebrantada
salud72. Previene a don Juan de Austria para que no forme toda la flota en un
escuadrón, como sucediera en Preveza, sino en tres. Asimismo, le sugiere que
ofrezca la vanguardia a los venecianos, pues no confía en ellos como segunda
línea si la primera flaquease73. Don Juan, de puño propio, pedía a don García
que no dejara de escribirle y que acudiera en persona, si su salud se lo permi-
tía74. Tras la batalla de Lepanto, don Juan le remitió una carta que no se ha
conservado75. En su respuesta, don García aseguraba que se había obtenido
una victoria crucial; gracias a ella recobró el ánimo perdido tras varios suce-
sos desafortunados, algo fundamental. Para él, este triunfo era una evidencia
de que, si actuaban unidos frente al enemigo común, los cristianos podrían
vencer a los turcos. Tenía la esperanza de que la Liga continuara, por cuanto
bajo la dirección de don Juan se podría recuperar Jerusalén76.

(70) Para García, los venecianos no combatirían por temor a que así quedará patente
su indefensión: «Si bien [Venecia] tiene dineros, no tiene gente y caballería en quien
emplearlos ...».
(71) Gran parte de este intercambio epistolar se puede encontrar en FERNÁNDEZ NAVARRE-
TE, Martín; SALVÁ, Miguel, y SAINZ DE BARANDA, Pedro: Colección de documentos inéditos
para la historia de España III, Madrid, 1843.
(72) Ibídem, p. 12.
(73) Ibídem, pp. 13 y 14.
(74) Ibídem, pp. 17 y 41.
(75) Ibídem, p. 5.
(76) Ibídem, pp. 30ss.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 143-166. ISSN 0212-467X 163
FERNANDO SANTOS DE LA HERA

La opinión de García era tenida en altísima estima tanto por Felipe II como
por muchos de sus más allegados consejeros. En la corte no se desdeñaba la
perspectiva que proporcionaba el ilustre marino, tanto por su experiencia
personal como por sus amplios conocimientos del pasado reciente y remoto.
Así, en un escrito dirigido al rey en 157377, don García exponía la necesidad
de aprestar una armada de 150 galeras, frente a las ochenta que de ordinario se
armaban para luchar contra la piratería78. A su juicio, este número era de todo
punto insuficiente, habida cuenta de que el Turco nunca dejaba de hacerse
presente. En su opinión, se podrían mantener hasta cincuenta galeras, desar-
madas pero listas para entrar rápidamente en combate, cuyas tripulaciones y
chusma podían servir en las restantes, resultando más fuertes para ofender y
defenderse. Así se lograría ahorrar una parte significativa de los gastos,
manteniendo al par una operatividad suficiente que desalentara las acciones
de piratas y turcos. Los pueblos costeros de Sicilia y Nápoles no se opon-
drían a este sistema –bastaría concederles algunas exenciones para lograrlo–,
y podrían beneficiarse de todos los movimientos económicos aparejados a las
acciones de las flotas.
Llama la atención sobre la contención del gasto, aspecto en el que es
imprescindible que los capitanes sean cuidadosos y no tan liberales con los
recursos del rey. Se antojaba trascendental la función de los veedores y toma-
dores de cuentas. Igualmente, era preciso abonar las pagas con cuatro meses
de adelanto, para poder aprovisionarse sin carestías. Asimismo, asegura que
jamás se debía navegar en invierno79, tanto para velar por la seguridad de la
flota como por el ahorro que se derivaba de despedir a la gente en ese periodo,
de forma que al tomar tierra puedan irse directamente, sin causar más gasto.
Incluso las galeras de España debían invernar en Sicilia, donde las provisiones
eran mucho más baratas.
Se opone a la creación de una milicia marítima. Aduce razones históricas
muy interesantes: cree que era factible en tiempos más apacibles, en los que
bastaban armadas de unas sesenta galeras; de otro modo, resulta un sistema
económicamente insostenible, como han podido comprobar los venecianos,
quienes tuvieron que buscar la paz con los turcos. Otra razón era que anterior-
mente se navegaba tan solo cuatro meses, mientras que en sus tiempos era
necesario operar durante más tiempo y estar prevenido. Por último, lo ve como
imposible debido a que las zonas costeras se hallaban por entonces sensible-
mente menos pobladas que en tiempos pretéritos, como consecuencia precisa-
mente de los avatares navales. Los impuestos y cargas a que los reinos habían
de hacer frente desaconsejaban iniciar un proyecto tan costoso como el citado.

(77) AHA, Juan Sebastián de Elcano 224, Ms. 0387/0409.


(78) La cuestión no era menor dado que, según cálculos de la época, el gasto medio anual
de una galera ascendía a casi dos millones y medio de maravedíes. AHA, Juan Sebastián de
Elcano 15, Ms. 0021/084, ff. 313r-318r.
(79) En 1564, con motivo de la revuelta morisca de las Alpujarras, ya había expuesto su
opinión respecto a acometer empresas en invierno: era un gasto absurdo que ponía en riesgo las
acciones de primavera. BRAUDEL, pp. 376 y 377.

164 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 143-166. ISSN 0212-467X
DON GARCÍA DE TOLEDO: SEMBLANZA DE UN MARINO ESPAÑOL DEL...

Como se puede comprobar, don García, en calidad de consejero de Estado,


continuó implicado en los designios de la Monarquía Hispánica, sirviendo
siempre con lealtad a su señor natural desde su retiro napolitano, hasta su
fallecimiento en 1578 en la villa de Pozzuolli. Ello pese a la suerte dispar que
sufrió a lo largo de su prolongada carrera, durante la que en algunas ocasiones
cayó en desgracia.
Se trata, sin duda, de una figura de especial relevancia en el panorama
naval español –y mundial– del Renacimiento. Sus reflexiones, producto de
una cultura ubérrima y de una trayectoria personal inusualmente prolongada,
desde la más incipiente juventud hasta una edad provecta, se pusieron al servi-
cio de los intereses de sus soberanos. Denotan la consciencia de la importan-
cia crucial del poder naval para el mantenimiento de la Monarquía –y aun
para su misma supervivencia–, con una visión estratégica de largo alcance y
una óptica integradora desde el punto de vista funcional. Así puede entenderse
su afán por unificar mandos dentro de una estructura administrativa y militar
sumamente fragmentada. Sus conocimientos de la milicia naval abarcaban
desde los pormenores del gobierno de una galera a la creación, organización y
sostenimiento de un conjunto de flotas que operaban en un ámbito realmente
complejo, el microcosmos compuesto por el Mare Nostrum. Participó en
importantes combates navales, de los que extrajo, gracias a su inteligencia, las
claves para diferenciar las condiciones de victoria de los distintos lances, que
extrapoló y adaptó a situaciones futuras. Precisamente para evitar la pérdida
de este inconmensurable bagaje de conocimientos, procuró dar su parecer
siempre que fue requerido.
En definitiva, puede comprobarse por su discurrir biográfico, por sus
hechos y sus escritos –apenas enunciados aquí–, que se trata de una de las
figuras militares más relevantes en el ámbito naval del siglo XVI. Como se dijo
al principio, la historiografía no ha detenido la mirada lo suficiente en don
García de Toledo y Osorio. Quizá con este trabajo –aunque solo sea para
enmendarlo– otros profesionales de la historia más dotados se decidan a
acometer un estudio en profundidad sobre él.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 143-166. ISSN 0212-467X 165
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REVISTA DE HISTORIA NAVAL
Segundo trimestre 2023
Nú mero 160, pp. 167-174
ISSN: 0212-467X (edició n en papel)
ISSN: 2530-0873 (edició n en línea)
RHN.06

LA HISTORIA MARÍTIMA
EN EL MUNDO
Pedro PÉREZ-SEOANE GARAU
Capitán de navío director
de la Biblioteca Central de la Armada

LA HISTORIA VIVIDA

Un naufragio con mucha historia

Los vientos tempestuosos que llevaron a la corbeta Fama, en la que sería


su última travesía, desde Cartagena a Cádiz en poco más de cuarenta horas a
principios de 1820, no eran más que la réplica meteorológica de lo que acon-
tecía en la convulsa España de comienzos del siglo XIX.
Efectivamente, corrían tiempos difíciles para la nación en aquellos años. El
Sexenio Absolutista (1814-1820) del rey Fernando VII estuvo marcado por
incesantes pronunciamientos militares, cuyo denominador común fue querer
restaurar el régimen constitucional inaugurado por la Constitución de 1812, en
plena guerra de la Independencia, y abolido tras el regreso a España de Fernan-
do VII. El primero de ellos, a los pocos meses del retorno del «Deseado»,
protagonizado por Francisco Espoz y Mina, se produjo en Navarra, en septiem-
bre de 1814, y fue rápidamente sofocado. Tan solo un año después, en
septiembre de 1815, el pronunciamiento de Juan Díaz Porlier en La Coruña se
saldó con su ahorcamiento. Igual suerte corrieron Vicente Richard (febrero
1815), el general Lacy en Barcelona (abril 1817) y el coronel Joaquín Vidal en
Valencia (enero 1819), ajusticiados todos ellos junto a los cabecillas de los
respectivos intentos de sublevación. Finalmente, el 1 de enero de 1820, el
teniente coronel Rafael de Riego se sublevó en Las Cabezas de San Juan, esta

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 167-174. ISSN 0212-467X 167
PEDRO PÉREZ-SEOANE GARAU

vez con éxito (con el apoyo de otros


pronunciamientos locales, como el de
O’Donnell en Ocaña), y se forzó al
rey a jurar solemnemente la Constitu-
ción ante las Cortes el 9 de marzo de
aquel año, dando así comienzo al
conocido como Trienio Liberal
(1820-1823).
Esta transición al nuevo régimen
liberal no fue incruenta, ni mucho
menos. Especialmente virulentos
fueron los enfrentamientos entre
realistas y liberales en Cádiz durante
el primer trimestre de 1820, enfrentamientos que culminaron, el 10 de marzo,
en los graves choques con el ejército que se cobraron la vida de al menos
sesenta gaditanos.
Uno de los protagonistas de esta historia fue el teniente general Cayetano
Valdés y Flórez. Héroe de la batalla de Trafalgar al mando del Neptuno, por
sus significadas ideas liberales cayó en desgracia al regreso de Fernando VII,
y fue recluido en el castillo de Alicante en 1814. Con el advenimiento del
régimen liberal, en marzo de 1820 se lo libera de su confinamiento1 y es
designado inmediatamente capitán general de Cádiz y gobernador de esa
plaza. El carisma de Valdés, que se había acrisolado cuando en 1809 había
ocupado ese mismo cargo de gobernador en Cádiz, fue clave para que se le
considerara el hombre apropiado con vistas a apaciguar la tensa situación que
se vivía y restaurar el orden. Para su traslado a la capital departamental se
dispuso que la corbeta Fama lo recogiese en el puerto de Cartagena. La Fama,
de veintiséis cañones2, había sido construida en los astilleros Couran de
Burdeos en 1817, y su primer −y único− comandante fue el capitán de fragata
don Casimiro Vigodet y Garnica, quien tomó el mando del buque en la entre-
ga de este a la Armada, en abril del año siguiente, en Ferrol.
Así pues, al anochecer del 31 de marzo de 1820, con el teniente general
Valdés a bordo, la Fama («el buque más bonito de su tiempo», en palabras de
Fernández Duro) dio velas en Cartagena para comenzar el que sería, triste-
mente, su último viaje. A las pocas horas de zarpar, un viento duro del sureste
empujó a la corbeta a través del mar de Alborán y del Estrecho a gran veloci-

(1) Aunque sus principales biógrafos (incluidos el archivo histórico del Congreso de los
Diputados y la entrada dedicada a su figura del Diccionario biográfico español de la Real
Academia de la Historia) «lo mantienen» encarcelado en Alicante hasta 1820, creemos que más
que una reclusión carcelaria se trató de un destierro. Lo cierto es que, durante esos seis años, no
permaneció recluido. De hecho, en virtud de real orden de 21 de noviembre de 1817, por encar-
go del rey se le ordenó trasladarse a Cartagena «para la formación del reglamento de pertrechos
para el armamento de los buques de guerra» (Estado General de la Armada, 1818)
(2) Veintiséis cañones según don Cesáreo Fernández Duro, y veinticuatro según otros
autores.

168 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 167-174. ISSN 0212-467X
LA HISTORIA MARÍTIMA EN EL MUNDO

dad (una media de unos 7,5 nudos), y pasado el mediodía del 2 de abril se
encontraba ya tanto avante con Sancti Petri. A la entrada de la bahía de Cádiz,
su dotación esperaba la llegada del práctico que debía conducir a la corbeta a
través del canal de entrada, pero este no aparecía. La mar estaba casi llana en
la bahía, pero la calima reinante dificultaba mucho la visibilidad de los puntos
de referencia para la recalada. Pasadas las dos de la tarde, Vigodet, condicio-
nado por las adversas condiciones meteorológicas −y quizá también por la
importancia de su misión de hacer llegar al nuevo gobernador a su destino−,
tomó la decisión de continuar su entrada en puerto sin esperar al práctico, que
seguía sin dar señales de salir a su encuentro.
En la cubierta de la Fama, el propio Vigodet se situó sobre la carta con las
marcaciones que iba tomando el piloto. La corbeta se encontraba en las proxi-
midades del bajo de los Cochinos, que no era visible en esos momentos por
ser casi la hora de la pleamar. Creyendo haber librado ya el bajo, el coman-
dante mandó orzar, pero su error al calibrar la situación hizo que la Fama
chocara contra los Cochinos y quedase varada alrededor de las tres de la tarde.
Tras varios intentos fallidos de sacarla de las piedras (para lo que se llegó a
arrojar parte de la artillería pesada por la borda), Vigodet mandó cargar todo
el aparejo y comenzó a preparar la corbeta para sacar a toda la dotación. Para
ello contaba con la ayuda de los botes y barcos de la escuadra que habían sali-
do de Cádiz en su auxilio, alertados por los cañonazos de aviso de la Fama. A
lo largo de la tarde desembarcó el propio Valdés y toda la dotación, excepto
los oficiales y suboficiales, que lo hicieron al anochecer, tras la oración.
Valdés, al llegar al puerto de Cádiz, escribió al rey una breve carta en la
que, dando parte de lo sucedido, se deshace en elogios acerca de la pericia y
profesionalidad del comandante, el capitán de fragata Vigodet, y de sus oficia-
les, así como de la disciplina y perfecto estado de policía del buque, para
terminar insistiendo en que la varada había sido fruto de la desgracia y «de
ninguna manera debe servirle [al comandante] en perjuicio a su carrera y buen
concepto».
Durante dos días, la dotación, con el auxilio de personal y botes de la
escuadra, se dedicó a sacar del buque todos los pertrechos y la carga, hasta
que, finalmente, el 4 de abril, destrozada por el fuerte oleaje, la Fama desapa-
reció bajo las aguas sin haber tenido que lamentar la pérdida de ninguna vida.
Permítame el paciente lector detenerme en una consideración acerca de
una de las circunstancias de este naufragio. Cabría preguntarse por la repenti-
na urgencia de que Valdés llegara a Cádiz el 2 de abril, a la sazón domingo de
Pascua. Buceando en las hemerotecas se puede encontrar una respuesta plau-
sible a este interrogante: ese mismo día estaba prevista la entrada en Cádiz del
sublevado Rafael de Riego. Como relató Miscelánea de Comercio, Artes y
Literatura3, entre otras publicaciones periódicas, ese día por la tarde entró en
la ciudad el «héroe» que había restaurado la Constitución de 1812, quien fue

(3) En su edición del 12 de abril de 1820. También en el periódico El Constitucional: o


sea, Crónica Científica, Literaria y Política del 14 de abril del mismo año.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 167-174. ISSN 0212-467X 169
PEDRO PÉREZ-SEOANE GARAU

recibido por el pueblo gaditano entre vítores y vivas al rey Fernando VII. Esa
misma noche se reunieron en el teatro de la ciudad Riego, Valdés y el general
Ferraz, que fueron aclamados por la multitud. ¿Era posible, con las rudimenta-
rias comunicaciones de aquella época, que Valdés supiese, a bordo de la
Fama, que Riego iba a llegar a Cádiz esa tarde? De ser así, sería comprensible
su especial interés por estar presente en aquella fiesta patriótica, y entendible
sería también su posible influencia en la decisión del comandante de forzar la
entrada en puerto del buque sin esperar al práctico.
Hecha esta digresión, volvamos al naufragio. A los pocos días se ordenó
iniciar los trámites para investigar y juzgar la pérdida de la Fama en el corres-
pondiente consejo de guerra de oficiales generales, de acuerdo con las Orde-
nanzas. Se designó como juez fiscal4 al capitán de fragata don José Morales de
los Ríos y Luque, destinado en el departamento de Cádiz. Durante su instruc-
ción tomó declaración a todos los testigos relevantes (bajo promesa con la
mano derecha sobre la cruz de su espada), incluidos el propio Vigodet, el
teniente general Valdés y el mayor general de la Escuadra de Ultramar, don
José Primo de Rivera, quien había dirigido el rescate de la dotación y el salva-
mento del buque. Tras los trámites de ordenanza, Morales de los Ríos remitió
sus conclusiones al auditor y al consejo de guerra de generales, presidido por
el jefe de escuadra don Marcelo Spínola, para su votación y fallo. El 5 de
agosto, el consejo de guerra decidió por unanimidad que el capitán de fragata
don Casimiro Vigodet estaba exento de todo cargo por la pérdida de la corbeta
Fama5. Vigodet continuó su brillante carrera y llegó a ser capitán general de la
Armada en 1865.
Casualidades del destino hicieron que unos años más tarde, en enero de
1834, el que había sido juez fiscal de este consejo de guerra para juzgar el
naufragio de la Fama, Morales de los Ríos y Luque, siendo ya brigadier de
la Armada sufriera en sus propias carnes la desazón de naufragar en
Santander con su barco, la fragata Lealtad, de cincuenta cañones. Tras
varios días de lucha contra una fuerte tempestad, la Lealtad fue arrojada
contra la costa al amanecer del 13 de enero, lance en el que pereció ahoga-
do un marinero. Morales de los Ríos fue juzgado también en consejo de
guerra e igualmente absuelto de todo cargo. Años más tarde ascendería a
jefe de escuadra.
Para terminar, traemos aquí una interesante anécdota relacionada con el
triste naufragio de la Fama en el bajo de los Cochinos. Como queda dicho,
tras el naufragio se rescataron la mayor parte de los pertrechos y de la carga
del buque. Entre lo rescatado se debía de encontrar un libro de enormes
proporciones (pesa más de seis kilos): el Reglamento General de Quanto

(4) Su papel como juez fiscal se corresponde a lo que hoy en día sería el instructor de la
causa.
(5) Toda la información sobre las vicisitudes del naufragio y del juicio posterior están
contenidas en el legajo del consejo de guerra que se conserva en el Archivo General de la Mari-
na, cuyo estudio pormenorizado podría ser objeto de otro artículo completo.

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LA HISTORIA MARÍTIMA EN EL MUNDO

Abraza el Total Armamento de los


Navíos, Fragatas y Corbetas de la
Real Armada, de 1792. Ese libro ha
llegado hasta nuestros días y se
encuentra en el depósito de la Biblio-
teca Central de Marina. En su bonita
cubierta de cuero lleva la siguiente
inscripción: RECOBRADO DEL NAUFRA-
GIO PADECIDO EN 2 DE ABRIL DE 1820
POR EL CIUDADANO J UAN D OMINGO
VILLEGAS, QUIEN LIBERAL LO DEDICA A
E L E XM O . S E Ñ OR D ON C AYETANO
VALDÉS. Es una incógnita cómo llegó este volumen a la biblioteca, y más
sorprendente todavía es cómo pudo llegar a manos del «ciudadano Juan
Domingo Villegas». Villegas no era marino ni se le conoce ninguna relación
con la Armada ni con el teniente general Valdés; lo que sabemos de él es que
era dueño de la prestigiosa imprenta gaditana Tormentaria allá por el año
1812, y un destacado liberal muy crítico con la monarquía absolutista. En
1820 ya no existía su imprenta, que tuvo que cerrar por las restricciones a la
libertad de prensa durante la restauración absolutista. Fiel al estilo mordaz de
Tormentaria, creemos que Villegas utiliza en su dedicatoria la palabra «libe-
ral» con un doble sentido: como donación gratuita y a la vez para resaltar el
liberalismo que parecía unir al donante con el flamante gobernador de Cádiz a
quien regala el libro.

Bibliografía

ANCA ALAMILLO, Alejandro: «Historia de la Armada española del primer tercio del siglo XIX:
importación versus fomento (1814-1835)», Cuadernos Monográficos del Instituto de Histo-
ria y Cultura Naval, núm. 45 (2004), Madrid.
CRUZ GONZÁLEZ, Carlos: La imprenta Tormentaria de Cádiz: estudio y catalogación, Universi-
dad de Cádiz, 2006.
FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo: Naufragios de la Armada española, Establecimiento tipográfico de
Estrada, Díaz y López, Madrid, 1867.
GARCÍA-TORRALBA PÉREZ, Enrique: Buques menores y fuerzas sutiles españolas, 1700-1850,
Fondo Editorial de Ingeniería Naval, Madrid, 2019.
PAULA PAVÍA, Francisco de: Galería biográfica de los generales de Marina, jefes y personajes
notables..., Imprenta a cargo de J. López, Madrid, 1873.

Fuentes documentales y hemerográficas

Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán (Viso del Marqués), leg. 3750-2, consejo de
guerra de oficiales generales por la pérdida de la corbeta Fama, 1820.
Estado General de la Armada, Biblioteca Central de Marina.
Periódicos Miscelánea de Comercio, Artes y Literatura, El Constitucional: o sea, Crónica
Científica, Literaria y Política y La Gaceta Patriótica del Ejercito Nacional, disponibles en
la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 167-174. ISSN 0212-467X 171
PEDRO PÉREZ-SEOANE GARAU

NOTICIAS GENERALES

IV Jornada Histórica de la Armada

La IV Jornada Histórica de la Armada tuvo como tema central «La Marina


de la Ilustración», en conmemoración de la Real Armada y los marinos del
siglo XVIII. En esta centuria, con arreglo a los principios e ideales de progreso
de la Ilustración, se potenció la Real Armada y se dio un impulso importante a la
marina científica mediante numerosas expediciones y la creación del Real Cole-
gio de Cirugía de la Armada, el Real Observatorio de la Armada y la Real
Compañía de Guardia Marinas, entre otras instituciones.

Acto central

El acto central tuvo lugar el día 3 de mayo, en la Casa Mediterráneo de


Alicante. Consistió en una conferencia impartida por el director del Instituto
de Historia y Cultura Naval, vicealmirante don Marcial Gamboa Pérez-Pardo,
sobre «La Marina de la Ilustración». El acto se celebró en horario laboral, de
12:00 a 12:45, y fue retransmitido en directo para que pudiera ser seguido en
todas las cabeceras marítimas y tuviera máxima difusión entre el personal de
la Armada.
Al finalizar la disertación del vicealmirante Gamboa Pérez-Pardo, y en el
mismo recinto, la Unidad de Música del Tercio de Levante ofreció un concier-
to de treinta minutos de duración.
Adicionalmente, se organizó en Alicante un acto de arriado solemne.

Acto complementario en Cartagena

Dentro del mismo ciclo, los días 2, 3 y 4 de mayo se pronunciaron una


serie de conferencias complementarias en la sala de grados de la Universidad
Politécnica de Cartagena, Campus CIM (calle Real 3):

Martes 2 de mayo

19:15. Apertura a cargo del almirante jefe del arsenal de Cartagena;


19:30. Conferencia «Tecnología naval ilustrada: el Arsenal de Cartagena»,
por doña Cristina Roda, profesora de Historia Contemporánea de la Universi-
dad de Murcia.

Miércoles 3 de mayo

19:30. «La Marina de la Ilustración», conferencia dictada por el capitán de


navío Eduardo Bernal, consejero colaborador del Instituto de Historia y Cultu-
ra Naval.

172 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 167-174. ISSN 0212-467X
LA HISTORIA MARÍTIMA EN EL MUNDO

Jueves 4 de mayo

19:30. «La formación de oficiales de la Real Armada en Cartagena durante


el siglo XVIII», conferencia pronunciada por el Sr. Juanjo Sánchez Baena,
director de la Cátedra de Historia y Patrimonio Naval (Armada-Universidad
de Murcia).
La entrada fue libre hasta completar aforo.

Acto complementario en Ferrol

Asimismo, dentro de la misma IV Jornada de Historia de la Armada, el


martes 16 de mayo, en el Museo Naval de Ferrol (rúa dos Irmandiños s/n), el
capitán de fragata Pedro Perales Garat impartió la conferencia «Evolución de
la táctica naval en el siglo XVIII».

Otras conferencias

— Dentro del ciclo de conferencias del curso académico 2022-2023, el 26


de abril, a las 19:00, se programó la disertación «Abrazando al mundo:
500 años de la expedición Magallanes-Elcano», que pronunció el capi-
tán de navío don Pedro Perez-Seoane Garau, director de la Biblioteca
Central de Marina. El evento se desarrolló en el salón de actos del
Colegio Mayor Universitario Barberán y Collar (avda. de Séneca 16,
28040 Madrid).
— El martes 16 de mayo, a las 12:45, el capitán de fragata don Enrique
Esquivel Lalinde, del Instituto de Historia y Cultura Naval, impartió la
conferencia «Urdaneta, el tornaviaje y el Galeón de Manila». La diser-
tación se pronunció en el salón de actos de la Residencia de Estudiantes
de la Armada Teniente General Barroso (avda. de Lugo 13, Santiago de
Compostela).
— La Asociación Española de Militares Escritores (AEME) y el Instituto
de Historia y Cultura Militar organizaron la conferencia «La Sanidad
Militar española durante la Tercera Guerra Carlista». La disertación se
desarrolló en el salón de actos del Instituto de Historia y Cultura Mili-
tar, sito en el madrileño paseo de Moret, núm. 3, a partir de las 18:30
del lunes día 8 de mayo de 2023, y fue pronunciada por el doctor en
Medicina por la Universidad de Navarra don Pablo Larraz Andía.
La conferencia se transmitió en directo por el Canal YouTube del
IHCM (https://www.youtube.com/user/oficinainternetdecet).
A los lectores que deseen ampliar esta información les recomendamos
visitar la página web de la AEME: www.militaresescritores.es
— La Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País (plaza de
la Villa 2, Madrid) organizó un ciclo de conferencias bajo el título La

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 167-174. ISSN 0212-467X 173
PEDRO PÉREZ-SEOANE GARAU

derrota del contralmirante Nelson en Tenerife por el general Antonio


Gutiérrez de Otero el 25 de julio de 1797.
Dentro de este ciclo, el 11 de mayo de 2023, el general de brigada de
artillería retirado don Emilio Abad Ripoll pronunció la conferencia
«Cinco días de julio»; el 12 siguiente, don Luis García Rebollo, capitán
de navío en la reserva, hizo lo propio con «Antecedentes marítimos y
actuación de la escuadra británica en Tenerife»; por último, el día 13 se
organizó una tertulia en torno a la gesta del 25 de julio, en la que don
Jesús Villanueva Jiménez, narrador especializado en novela histórica,
investigador y periodista, ejerció de moderador.

Presentación de libros

En las fechas abajo consignadas, en el salón de actos del Cuartel General


de Armada (Juan de Mena 7, Madrid), se prestaron los siguientes libros:

— 20 de abril de 2023. Anclas y bayonetas: la Infantería de Marina espa-


ñola en el siglo XVIII. Ofició de presentador del acto Alfredo González
Molina, coronel de Infantería de Marina y miembro del Instituto de
Historia y Cultura Naval, y en él intervinieron don Juan Ortiz Pérez,
general de Infantería de Marina, y el propio autor, don Guillermo Nicie-
za Forcelledo.
La presentación se emitió en directo por el canal YouTube de la Armada
(https://youtube.com/live/reNCWfb2rEc?feature=share).
— 25 de abril de 2023: El relojero de la guerra. Presentó el acto el capitán
de navío don Enrique Liniers Vázquez, del Instituto de Historia y
Cultura Naval. En la presentación intervino el propio autor, don Luis
Mollá Ayuso.
El acto se emitió en directo por el canal YouTube de la Armada
(https://youtube.com/live/hTVKCSQ3JAk?feature=share).
— 11 de mayo de 2023: Corsarios ibicencos en Gibraltar. Presentó el acto
el capitán de navío don Enrique Liniers Vázquez, e intervino en él el
propio autor, don José M. Prats Marí.
El acto se emitió en directo por el canal YouTube de la Armada
(https://youtube.com/live/giyA5XXBmfo?feature=share).

174 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 167-174. ISSN 0212-467X
REVISTA DE HISTORIA NAVAL
Segundo trimestre 2023
Nú mero 160, pp. 175-178
ISSN: 0212-467X (edició n en papel)
ISSN: 2530-0873 (edició n en línea)
RHN.07

DOCUMENTO

Estado de fuerza y vida

Presentamos en esta ocasión el estado de la fragata San Andrés, extraído


del correspondiente «Diario de la navegación que ba á hacer el tenyente de
navío de la Real Armada D. Marcelo de Ayensa …» del año 1796, en el que,
para empezar, es de destacar la excelente letra con la que se escribe y la cuida-
da disposición de cada uno de los apartados, para que se pueda leer su conte-
nido muy fácilmente. La navegación prevista era de Cavite, en Filipinas, a
Acapulco, en Nueva España, es decir, estamos ante una de las últimas navega-
ciones de lo que se ha denominado como término general «Galeón de Mani-
la», por lo que, además de llevar bultos «del Rey», transporta 2.320 «del
Comercio». Es de notar cómo en el plan se relacionan sucintamente, y en
perfecto orden, las características del barco, sus principales pertrechos, su
velamen y armamento, sus víveres, y detalles de su dotación y pasaje. A los
oficiales de guerra y mayores se los denominaba entonces «Plana Mayor», de
la que no formaban parte los oficiales de mar, que eran quienes marinaban el
barco. Consta en el plan que uno de los oficiales mayores de la fragata era el
«Maestre de Plata», que según el Diccionario marítimo de Navarrete tenía a
su cargo la plata de las Indias que se llevaba a bordo de transporte, de la que
se cobraba una comisión por su labor. Acerca de los víveres, se distingue que
la fragata lleva carne y pescado, tanto en salmuera como secos, pero se ha de
entender que, del mismo modo que no toda la dotación está detallada en el
plan, tampoco se recogen todos los víveres. Detalle curioso resulta la forma en
que entonces se escribía el término ‘foque’ («fok», todavía no españolizado).

(Archivo Histórico de la Armada Juan Sebastián de Elcano, Ms. 201)

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 175-178. ISSN 0212-467X 175
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Publicación de Contenidos
REVISTA DE HISTORIA NAVAL
Segundo trimestre 2023
Nú mero 160, pp. 179-184
ISSN: 0212-467X (edició n en papel)
ISSN: 2530-0873 (edició n en línea)
RHN.08

RECENSIONES

AGUILAR-CHANG, Víctor: El viento y las naves de guerra. Historia de los


grandes combates navales (1588-1805), Almuzara (ISBN: 978-84-18578-
88-5), 2021, 331 páginas.

Interesante libro escrito por Víctor Aguilar-Chang, nacido en Guatemala en


1970 y licenciado en Administración de Empresas. Es su segunda obra dentro
de la serie Historia de los grandes combates navales, cuya primera entrega
fue Galeras de guerra.
La obra que comentamos está dedicada a dos grandes jornadas marítimas,
acontecidas en el océano Atlántico, en las que España e Inglaterra midieron
sus fuerzas: la campaña de la Gran Armada en 1588 y la batalla de Trafalgar
de 1805 (en este caso, con participación también de Francia). A cada una se le
dedica una de las dos partes en que divide el libro, a lo largo de las cuales el
autor trata de la evolución de las doctrinas, las tácticas y las formas de comba-
tir en la mar desde finales del siglo XVI, en que la artillería se ganaba por dere-
cho propio un puesto a bordo, hasta principios del siglo XIX, cuando su
presencia en los barcos ya estaba totalmente consolidada.
En la primera parte, la dedicada a la Gran Armada, Aguilar-Chang
comienza efectuando un estudio de los barcos impulsados por la fuerza del
viento en sus velas, su evolución tipológica y la de sus armas. El autor divide
las naves que a principios del siglo XVI navegaban por los diferentes mares y
océanos del mundo en dos grandes grupos: las que eran movidas por remos y
las propulsadas por la fuerza del viento. Tras analizar el tránsito de los barcos
impulsados por remos a los de vela en aspectos como autonomía, aprovisio-
namiento, víveres, etc., pasa a ocuparse de la evolución de los de vela a
partir de las cocas, carabelas y naos, para llegar a los galeones de finales del
siglo XVI. En esta parte se detiene en facetas como los sistemas de construc-
ción de sus cascos (a tingladillo o a tope); los añadidos en forma de castillo
tanto a proa como a popa; los aparejos, mástiles y velas; las armas de fuego
empleadas (calibres, disposiciones y manejo), y muchos detalles más. Los

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 179-184. ISSN 0212-467X 179
RECENSIONES

desencuentros entre España e Inglaterra con que continúa la obra, como no


podía ser menos, tienen también su contextualización técnica, centrada ahora
en los principales barcos de la época: galeras ordinarias, galeazas, galeones,
carracas y naos; su armamento, cantidad y descripción; y las doctrinas y
tácticas empleadas por España e Inglaterra en los combates navales. Sigue
esta primera parte con el análisis de las causas del conflicto y la preparación
de las flotas inglesa y española. Y remata con los diversos enfrentamientos
de la Gran Armada con fuerzas navales inglesas, su desarrollo y su final.
Cierran esta sección unas conclusiones ceñidas a los aspectos militares del
combate naval.
En la segunda sección, la relativa a Trafalgar, el autor, tras una parte
introductoria centrada en los barcos de guerra de comienzos del siglo XIX,
los navíos de línea y sus características (dotaciones, número de efectivos,
distribución a bordo, puestos de combate, cometidos y responsabilidades,
etc., y formas de combate en la mar), entra de lleno en el estudio del conflic-
to entre Francia e Inglaterra, del que Trafalgar fue una manifestación extre-
ma. Aquí el autor analiza los planes de los contendientes, el comienzo de las
hostilidades y las acciones que precedieron al combate, para continuar con
los preparativos a la batalla hasta llegar al 21 de octubre de 1808, fecha del
choque. A partir de este punto se narran pormenorizadamente los desplie-
gues de los barcos, sus movimientos y los diferentes enfrentamientos entre
las unidades francesas y españolas contra las inglesas, para terminar con las
correspondientes conclusiones, expuestas, como en la primera parte, desde
un prisma puramente naval. Completan la obra unos gráficos de las diferen-
tes fases del desarrollo de las operaciones. Hay que lamentar que la tonali-
dad en que están impresos los haga demasiado oscuros y, por ello, incómo-
dos de consultar.
Interesante y bien redactado libro que aborda el estudio de dos grandes
encuentros en la mar, próximos a cambios de siglo, acaecidos en épocas de
pujanza de la Armada española. Esto no fue óbice para que uno y otro se
saldaran con desastres que acarrearon funestas consecuencias para España en
general y para su Marina en particular.

MANZANO COSANO, David: El Imperio español en Oceanía, Almuzara (ISBN:


978-84-18089-14-5), 2020, 509 páginas.

Profundo y detallado estudio, escrito por el doctor en Historia Contempo-


ránea por la Universidad Complutense de Madrid David Manzano Cosano,
nacido en Córdoba (España) en 1985. Especie de radiografía del periodo colo-
nial de aquel apartado rincón del Imperio disperso por el sudoeste del Pacífi-
co, cuya condición de remota periferia lo relegó a cierto olvido que las pági-
nas que glosamos vienen a subsanar. Así lo subraya su subtítulo: La Oceanía
hispana: Filipinas, Marianas y Carolinas. La historia apasionante y descono-
cida del Imperio español en el océano Pacífico.

180 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 179-184. ISSN 0212-467X
RECENSIONES

La génesis de la extensión del imperio por las antípodas hay que ubicarla
en las ansias por dar con la cuna de las especias y crear nuevas rutas comer-
ciales. El descubrimiento de América por Colón, el del Mar del Sur por
Balboa y la primera vuelta al mundo consumada por Elcano fueron hitos que
hunden ahí sus raíces y que expandieron notablemente el ya para entonces
vasto Imperio español.
Manzano comienza con el descubrimiento del Pacífico, con el que se inau-
guran los tiempos del «Lago Español», como la historiografía ha catalogado
esta época de la región. En este primer capítulo, el autor se ocupa con todo
lujo de detalles del descubrimiento de las islas Filipinas, las Marianas y las
Carolinas. Pasa después a ocuparse de las grandes expediciones científicas,
comerciales y misioneras realizadas por aquellos parajes –entre las que, por
supuesto, no podía faltar la de Malaspina, una de las mayores expediciones
científicas de la época de la Ilustración–, expediciones que señalan el naci-
miento de una nueva época en la región y el fin del Lago Español. Los capítu-
los ulteriores se adentran, entre otros aspectos, en el incremento de la presión
internacional sobre aquellos lejanos lugares del Mar del Sur, como lo bautizó
Vasco Núñez de Balboa –y al que después Magallanes rebautizaría océano
Pacífico–, de lo que serían ejemplos el conflicto internacional sobre Joló-
Borneo o la disputa con Alemania a cuenta de las Carolinas, o en la revalori-
zación de la zona, a ojos de la metrópoli, tras la pérdida de las colonias ameri-
canas. Aspecto muy destacable de la obra es la cantidad de fuentes primarias,
muchas de ellas inéditas, que el autor maneja, y la calidad de la información
cartográfica aportada.
El penúltimo capítulo está dedicado al fin de la Oceanía hispana, con la
guerra de 1898 entre España y Estados Unidos, en la que se perdieron las Fili-
pinas, y la venta de los despojos coloniales del Pacífico (las Carolinas y las
Marianas), tras la guerra, en 1899. El capítulo de cierre examina las relaciones
de la España de nuestros días con sus antiguas colonias de la zona, así como la
presencia española en aquellas tierras.
En definitiva, El Imperio español en Oceanía es un exhaustivo estudio
multidisciplinar sobre unas tierras que, aun habiendo estado bajo la sobera-
nía de España, con frecuencia han estado algo olvidadas en el imaginario de
los españoles (no tanto las Filipinas cuanto la parte correspondiente a los
archipiélagos de la Micronesia –las Carolinas y las Marianas–). Y es que,
como dice Manzano al final de su libro: «De alguna manera, parece que el
pensamiento analizado de los peninsulares decimonónicos se detiene en el
tiempo porque se continúa conceptualizado al antiguo territorio ultramarino
con el indiscutible protagonismo de América, ciertas referencias a Filipinas
y casi el olvido absoluto de la Micronesia hispana». En este sentido, el
presente libro es de una gran importancia, por la mucha información que
contiene y los datos novedosos que aporta, los cuales ayudan a conocer y
comprender el devenir de unos lejanos rincones del mundo sobre los que,
habiendo pertenecido al imperio ultramarino español, sigue pesando un gran
desconocimiento.

REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 179-184. ISSN 0212-467X 181
RECENSIONES

SANTAELLA PASCUAL, Federico Miguel: 1898. Crónica de una derrota pacta-


da, Sierra Norte Digital (ISBN: 978-84-123056-5-4), Fuenlabrada, 2021,
351 páginas.

Estudio muy completo de los antecedentes, el desarrollo y las consecuen-


cias de la guerra de España contra Estados Unidos en 1898, de resultas de la
cual, con su derrota, España perdió sus últimas tierras en el Pacífico y el
Caribe.
En su exposición de los antecedentes del conflicto, el autor arranca de muy
atrás, con la situación en el siglo XVIII, tras de lo cual enumera y analiza las
revueltas independentistas en el Nuevo Mundo, las expediciones militares
enviadas por España para pacificar a América, y la caída del Imperio español
como «un castillo de naipes». Por último, esta parte introductoria pasa revista
a los movimientos independentistas que florecieron tanto en el Caribe como
en el Pacífico.
A partir de aquí (concretamente, a partir del capítulo V), Santaella Pascual
se mete a fondo en los problemas que llevaron a España al desastre de la
pérdida de sus posesiones transoceánicas (Filipinas, Cuba, Puerto Rico…). Y
lo hace desde una visión un tanto particular y muy subjetivista, lo que a veces
lo conduce a hacer afirmaciones bastante discutibles, aunque expuestas siem-
pre con mucha claridad y gran acopio de datos. Dentro de este trasfondo que
en último término conducirá a la guerra, el autor fija la posición de España,
describe la gestación de Estados Unidos como nueva potencia en el concierto
internacional, evalúa la influencia de la doctrina Monroe («América para los
americanos»), se ocupa de los movimientos secesionistas, etc. Y analiza el
armamento de la Marina española de entonces: los cañones de González
Hontoria, las minas o «torpedos» de Joaquín Bustamante, los destructores de
Fernando Villaamil y el submarino torpedero de Isaac Peral y Caballero,
armas con que los españoles «podíamos ganar cualquier guerra» (sic).
Al tratar de los prolegómenos de la guerra del 98, el autor hace hincapié
en el espionaje, el funesto papel en el estallido del conflicto de la naciente
prensa amarilla de los magnates Pulitzer y Hearst –con sus verdades a medias
y sus flagrantes mentiras– y la voladura del acorazado norteamericano Maine
el 15 de febrero del 1898, posiblemente debido a una combustión espontánea
en una carbonera cuando se encontraba en el puerto de La Habana, pero que
sirvió de pretexto para que Estados Unidos se lanzara a la guerra contra
España.
Acto seguido, luego de unas referencias a lo que llama «combates meno-
res», Santaella efectúa una comparación de las fuerzas españolas y estadouni-
denses en 1898, tanto de los ejércitos de tierra como de las respectivas mari-
nas de guerra. Y, tras detallar las características de las diferentes unidades de
estas últimas, llega a la conclusión de que, «si bien, a finales del siglo XIX,
España era una potencia decadente, poseía un Ejército infinitamente superior
al estadounidense, y una flota como mínimo equiparable a la norteamericana y
tecnológicamente superior», como reza la contracubierta del libro. Desde el

182 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 179-184. ISSN 0212-467X
RECENSIONES

punto de vista de quien esta reseña suscribe, estas afirmaciones son harto
discutibles y están bastante alejadas de la realidad, sobre todo en lo que se
refiere a las fuerzas navales.
Los últimos capítulos del libro se ocupan de los combates en tierra, los
movimientos de las fuerzas navales, los choques en la mar –con especial énfa-
sis en el combate de Santiago de Cuba–, las capitulaciones, los tratados de paz
y las trágicas consecuencias que aquel gran desastre acarreó para España.
Obra, en fin, que debe ser leída con serenidad y sentido crítico, en la que
verdades palmarias se alternan con categóricas opiniones muy cuestionables y,
a veces, difíciles de sustentar. Bien es verdad que la «casta política» (sic)
española de entonces no actuó con la honestidad que hubiera sido de esperar,
pero de ahí a afirmar, como hace el autor, que «jamás en la historia de España
se ha mentido y se ha manipulado tanto para engañar a las generaciones coetá-
neas y futuras», hay un trecho muy largo.

CRESPO-FRANCÉS, José Antonio: De Cortés a Hezeta y Mourelle: la búsqueda


del paso del noroeste. Navegación y exploración hasta los confines de la
Nueva España, Ministerio de Defensa (ISBN: 978-84-9091-657-5),
Madrid, 2022, 534 páginas.

Libro de gran formato que recopila las exploraciones realizadas por los
españoles a lo largo de las costas occidentales de América hacia el norte de
California, en busca de un hipotético paso que permitiera navegar del océano
Pacífico al Atlántico por el norte del continente americano.
Crespo-Francés comienza caracterizando el continente americano como
un gran obstáculo que se interpuso ante Colón en su viaje a la búsqueda de
las islas de las Especias navegando hacia occidente, obstáculo que, al cabo
de muchas expediciones, Magallanes logró cruzar por el sur, a través del
estrecho que hoy lleva su nombre. Pero dicho estrecho resultó muy peligro-
so para la navegación, por lo que España se empeñó en buscar otro paso más
fácil sobre todo por el norte, con expediciones por las costas occidentales de
Norteamérica y otros parajes a partir del siglo XVI. A la cabeza de tales
expediciones encontramos a Cortés, Hurtado de Mendoza, Diego de Bece-
rra, Grijalba, Francisco de Ulloa, Alarcón, Cabrillo, Ferrelo, Vizcaíno y
otros, magnas empresas que son narradas con todo detalle por el autor. Este
primer gran bloque de expediciones tendrá su continuación a finales del
siglo XVIII (de 1774 a 1795) con las de Fidalgo, Quimper, Eliza, Hezeta,
Zays, Mourelle, Caamaño, Malaspina, Valdés, Galiano..., que también son
objeto de un tratamiento exhaustivo. Desde una mirada multidisciplinar, al
hilo de las descripciones, Crespo-Francés aporta gran cantidad de detalles
sobre toponimia, fechas, acciones, navegaciones, etc., basándose en textos
escritos, cartas, diarios... y poniendo de relieve una serie de factores que
impulsaron tales empresas, como el afán evangelizador o la mejora de la
cartografía.

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RECENSIONES

Para hacer más accesible el texto al lector poco familiarizado con la termi-
nología náutica, el autor intercala una especie de glosario con explicaciones
técnicas sobre voces y expresiones cuyo significado puede resultar oscuro al
lego en asuntos del mar: «rumbos», «vientos», «arribar», «orzar», «ceñir»,
«navegar a un largo», «navegar a un través», «rumbo de ceñida»... En cuanto
a los diarios, el autor incluye amplias referencias y extensas citas de algunos
de los que llevaron los grandes exploradores y religiosos de la época, entre los
que cabe citar los de Bruno de Hezeta y Dudagortia, Mourelle de la Rúa, fray
Miguel de la Campa y el padre Riobóo, junto con cartas y otras informacio-
nes.
Completan el libro muchos gráficos y mapas intercalados entre los textos,
a los que se añade una amplia colección recogida entre las páginas 355 y 422,
muchos de los cuales son elaboración del propio autor. Estos mapas y gráficos
incluyen las derrotas seguidas por diferentes expediciones, además de una
amplia toponimia de las costas exploradas. Cierran el libro una muy extensa
bibliografía y una larga colección de referencias documentales que amplían la
ya mucha información ofrecida en los diferentes capítulos.
Monografía muy completa sobre la búsqueda un paso entre los océanos
Atlántico y Pacífico por el hemisferio norte, centrada en las navegaciones y
exploraciones a las que este empeño dio lugar, que culminaron en importantes
descubrimientos geográficos y han dejado su impronta en la toponimia.

Marcelino GONZÁLEZ FERNÁNDEZ


Capitán de navío (retirado)

184 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 160 (2023), pp. 179-184. ISSN 0212-467X

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