Julio César
Julio César: la grandeza del héroe
Hans Oppermann
BIBLIOTECA ABC
PROTAGONISTAS
DE LA HISTORIA
Cayo Julio César
Roma
Rom a 100 a .C . - 44 a.C.
Político, general y escritor romano. Desde muy joven tomó parte
en la vida de la República. A partir de su alianza con Pompeyo
y Craso, se abrió paso hasta lograr el poder absoluto. Como militar,
participó en grandes campañas que llevaron el poderío de Roma
hasta Britania, las Galias, Africa y el Asia Menor; fue también
un notable escritor. Acabó asesinado por Bruto, su hijo adoptivo.
Hans Oppermann
Alemania 1895 -1 9 8 2
E n 1912 com ienza sus estudios de Filología Clásica en Bonn. Su carrera universitaria
se vería interrumpida por la Prim era Guerra M undial, cu la que participaría durante
dos años. E n 1920 termina la carrera y seis años más tarde se doctora en la Universidad
de Greifswald con una tesis sobre Plotiiio. E n 1934 sustituye al profesor Frankel en
la cátedra de Filología L atina, qu e m antuvo hasta 1941, cuando se traslada a la
Universidad de Estrasburgo. A partir de 1949 se dedica a la enseñanza secundaria y
a la publicación de varias obras.
Hombre de espíritu y de acción, político y general, jefe absoluto del
ejército tras triturar a sus rivales en el campo de batalla y reformador
impetuoso al lograr el título de imperator, Julio César creó inm idea
de Ronui destinada a perdurar con su nombre a través de los siglos.
Femando Careta de Cortázar
Hans Oppermann
Julio César
Prólogo de Francisco Rodríguez Adrados
Título origianl: Caesar
Edita; ABC, S. L.
© 19 6 8 Rowohlt Taschenbuch Verlag GmbH, Hamburgo
© 19 8 4 , Salvat Editores, S. A.
© 2004, para esta edición, Ediciones Folio, S. A.
Traducción: Rosa Pilar Blanco
Traducción cedida por Salvat
Fotocomposición Lozano Faisano, S. L . (L’Hospitalet)
Impreso por Printer Industria Gráfica, S. A.
D.L.: B. 51.2 7 8 * 2 0 0 3
Edición especial para este periódico.
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quier medio o procedimiento, comprendidos la reprografïa y el
tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella
mediante alquiler o préstamo públicos.
SUMARIO
Prólogo de Francisco Rodríguez A drados ..................................... 9
Prólogo a la primera e d ic ió n ............................................................ 13
1 . LOS AÑOS DE I N F A N C I A ................................................................... 29
2 . EL ENTORNO PO L ÍT IC O -S O C IA L ................................................... 35
3. EL PRINCIPIO DEL C A M I N O ........................................................... 45
4. EL CONSULADO........................................................................................ 79
5. LA GUERRA DE LAS G A L I A S ........................................................... 87
6. LA EVOLUCIÓN DE LA POLÍTICA INTERIOR.................................... I 3 5
7. LA GUERRA C I V I L ................................................... ....... I4 5
8 . C É SA R ........................................................................................................ 1 8 g
9 . LA ÚLTIMA E T A P A .......................................................................... ....... 20g
N o t a s ........................................................................................................ 2 2 5
C ro n o lo g ía ......................................................................................... . 231
B ib lio g ra fía .................................................................................................2 3 3
Testim onios .................................................................................................2 3 5
Indice a n a lític o ......................................................................................... 2 4 3
PRÓLOGO
Es un personaje fascinante el que tiene ante sus ojos el lector. Casi un
mito: descendía de una diosa y de un rey de Roma, era amigo del pue
blo, era clemente con sus enemigos, trataba de introducir humanidad y
justicia en el imperio, unía el valor a la prudencia, quería ser el primero
pero quería favorecer al pueblo de Roma —y fue asesinado por aquellos
a quienes había perdonado.
Figura irrepetible, a veces un héroe de los tiempos del mito, conver
tido en un héroe de los siglos venideros. Pero un héroe cuya vida pode
mos seguir paso a paso, puesto que vivió en el momento de la Antigüe
dad que mejor conocemos¡ casi día a día. Y con su vida conocemos las
vidas entrelazadas con la suya, Pompeyo, Cicerón, tantos otros.
Nacido de fam ilia patricia, la gens Iulia, sintió desde pronto el
tirón de la política. Pero se creó un punto intelectual y literario depar
tida: aprendió a leer en Livio Andrónico, autor de la traducción lati
na de la Odisea, y en el mismo Homero. Compuso, dicen, tragedias y
poesías. Aprendió retórica en Rodas y con sus discursos comenzó a abrir
se camino. Aunque estefilogriego acabó romanizando todo el Occiden
te, que era semigriego.
Era la política lo que le seducía. Política por ambición, nos dicen. Sin
duda, pero también para hacer cosas, para sacar a Roma de la corrup
ción de la República después de Sila y de Mario, y de las proscripciones y
de las imposiciones de una click aristocrática que cerraba los caminos a
las leyes agrarias, populistas, de los Gracos y del propio César.
Era inteligente y seductor, conquistaba al pueblo, tenía amigos
mucho más que fieles y también se creaba enemigos irreconciliables. A l
bando del Senado acabaron pasándose Pompeyo, su suegro y compañe
ro de triunvirato; y Cicerón, siempre vacilante.
Cuidaba de su aliño personal, de la caída de su toga. Hasta en el
último momento: ante sus asesinos, se envolvió la cabeza en la toga y
arregló sus pliegues para que fuera más bella su caída. Le amaban las
mujeres: la más conocida, Cleopatra, pero en Roma Servilla, madre de
Bruto, y otras. Y su mujer Cornelia y su hija Julia.
ΙΟ PRÓLOGO
Luchó incansablemente para subir los escalones del cursus hono
rum, dé las magistraturas y para repetir el consulado. Dura lucha en
la que hubo de aceptar los juegos dobles que sé llevaban, sufrió traicio
nes, acudió a toda clase de ambigüedades, defingidas negociaciones, de
cambios de táctica. Pero jamás quiso la guerra civil, acudió a ella cuan
do vio cerrados todos los caminos al ordenarle al Senado devolver sus
legiones. Intentó la negociación con Cicerón y le falló.
Era el mejory lo sabía. En Cádiz, cuando fue cuestor en Hispania,
lloró al ver la estatua de Alejandro: había conquistado el mundo a una
edad en la que él seguía siendo un desconocido. Brillan sus frases: al
pirata que k aborda le dice que pida un rescate mayor, «no sabes a quién
llevas» (al barquero que le transportaba de Dyrrachium a Italia: «lle
vas a bordo a un César» ); la mujer de César debe estar libre de sospe
cha; cuando atraviesa el Rubicán y entra en Italia, poniéndosefuera de
la ley, pronuncia el famoso veni, vidi, vici «llegué, vi, vencí». Y en
Farsalia, su batalla ante Pompeyo, declaró a sus soldados que nunca
había derramado sangre inútilmente, siempre había querido poner a
todos al servicio del Estado. La última noche de su vida declaró que
prefería la muerte repentina e inesperada.
Su amor al pueblo, su sincero reformismo lo demuestran su legisla
ción agraria, su ley sobre los municipios y su intervención para detener
la rapiña en las colonias, entre otras cosas. Y los edificios públicos
—basílicaJulia, foroJulio, templo de Venus genetrix. Y losfabulososjue
gos y espectáculos ofrecidos al pueblo, susfabulosos triunfos acompaña
dos de toda clase de liberalidades.
En Roma, cuando alguien quería progresar en la carrera política
y encontraba dificultades¡ así César, siempre podía ir al gobierno de una
provincia o ser general en una guerra que ampliaría el dominio de
Roma. En Hispania fue cuestor y pretor, e intervino en guerras contra
los pompeyanos (contra Afranio y Petreyo primero, contra CneoEscipión
alfin a l de su vida). Pero su mayor gloria estuvo en la conquista de las
Galias. Pero también luchó y venció en Oriente: en el Ponto, luchando
contra Mitrídates, en Alejandría cuando se hizo dueño de Egipto, en
Túnez contra el reyJuba y los pompeyanos, en Hispania contra Cneo
Pompeyo, como he dicho. Y también claro está, en Italia y Grecia con
tra el mismo Pompeyo, derrotado en Farsalia.
La guerra no era para él otra cosa que una continuación de la
política, con criterios políticos perdonaba y castigaba, seguía o sacrifi
caba sus sentimientos. Saltaba de un continente a otro, cogía por sor
presa al enemigo (a los pompeyanos varias veces), no respetaba el invier-
PRÓLOGO 11
no en que otros descansaban. Inventaba nuevas tácticas de asedio: en
Alesia, en Marsella, en Dyrrachium. Las derrotas —en Gergovia, en
Marsella, en Lérida, en Dyrrachium— no hacían sino estimularle para
conseguir la victoria. Las legiones lo adoraban: veleidades de indisci
plina sabía dominarlas con su personalidad.
Y de la guerra saltaba a la política, de los ejércitos a Roma, de Roma
a los ejércitos, una y otra vez. Y escribía sus campañas, era un intelectual,
no un bruto. Pero no era escrupuloso, un Catón, iba a por un fin : se
endeudaba hasta límites increíbles, sacaba recursos de sus campañas,
saqueó el tesoro de Roma, sin más, cuando huyeron de ella el Senado y
los pompeyanos. Y era dadivoso hasta la locura. Y en sus escritos, procu
raba poner a buena luz su actuación y sus éxitos. Cómo no.
Este es el personaje, contradictorio y genial, lleno de intenciones
reformistas y a favor de Roma y del pueblo todo, que encontrará el lec
tor en el libro. Cálido amigo, enemigo peligroso aunque paciente. Acep
taba el riesgo, incluso el riesgo personal en las batallas en el momento
decisivo. Atraía la admiración y el amor de muchos. Y el odio de otros
muchos que no podían derrotarle, sino transitoriamente, en la arena de
la política y menos en la déla guerra.
Y era humano, ya he dicho, pero también extremado, contradicto
rio. Podía pasar del ascetismo en las campañas, en las que compartía
las privaciones de los soldados, su resistencia física, al lujo y aun al
desenfreno de Bitinia, junto al rey Nicomedes, y en Alejandría, junto a
Cleopatra. Saltaba del lecho de ésta a sus campañas lejos. Y gustaba de
los grandes espectáculos: los juegos fúnebres en honor de su padre, con
trescientos gladiadores con coraza de plata; sus cuatro triunfos en Roma,
y luego el quinto, el de sus victorias en Hispania contra Cneo Pompeyo,
seguido de magníficosJuegos. Y de los bellos edificios, la bella literatu
ra, las bellas mujeres. Pero no carecía de sentido del humor en su quinto
triunfo cantaban sus veteranos: moechum calvum ducimus «lleva
mos a un adúltero calvo».
Aspiraba a una Roma embellecida y engrandecida, con unidad de
espíritu, con respeto al pueblo y leyesjustas. Con él, desde luego, como el
primero. E l Senado le había concedido llevar siempre la corona de laurel
del imperator, el general triunfador. En las monedas lleva la de los
antiguos reyes romanos. Con ella tapaba su calvicie, pequeña vanidad.
Este hombre contradictorio, humano, amado y odiado, superior, de
intenciones a favor del pueblo, en la línea de Mario y los populares,
aunque sujeto a inevitables compromisos, a veces, ¿quéplaneaba para
elfuturo? Evidentemente, con él acababa la república romana: lo que
12 PRÓLOGO
le daba fuerza era una reacción muy extendida contra la corrupción y
las intrigas, contra el desastre de un Senado y de una aristocracia que
todo lo reducían a cuestiones personales y beneficios personales: de va
nidad y económicos. Sobre esta base, se imponía su superioridad perso
nal: nada podían oponerle un precavido, cuando no medroso Pompe
yo, un medroso Cicerón.
Pero ya se sabe que cuando, en su funeral, Marco Antonio quiso
proclamarlo rey, lo rechazó. No quena, sin duda, ser un monarca hele
nístico, un rey-dios, como los de Oriente. N i es verosímil que quisiera
prescindir del pueblo, ni siquiera del Senado. Probablemente estaba en
su idea, como lo estuvo luego en la de su sobrino Octaviano, Augusto,
conservar las formas republicanas, pero con un radicalfortalecimineto
de un poder personal superior, dominado de una manera u otra. No le
dio tiempo a precisar esto.
Lo que es claro es que el bando senatorial y republicano no logró
éxito al final. Derrotado en Filipos, hubo de soportar el principado de
Augusto.
Implantado con términos modestos, Augusto era solamente, de nom
bre, ¿Zprinceps, la primera cabeza. Pero, en definitiva, con unos u otros
protagonistas, unas u otrasfórmulas, se trataba de la desaparición, de
facto, de la república o, si se quiere, de la democracia. Cuando en de
mocracia no se respetan las normas y hay el puro egoísmo de unos y
otros, llega, decía Platón, la tiranía.
Una tiranía que Augusto intentó vender como pacífica, tolerante.
De otra parte, igual que Atenas era incapaz de salirse de los límites
precarios de una ciudad, Roma no era capaz, con una democracia co
rrompida, de dirigir un imperio tan vasto.
Estos eran los problemas. ¿Qué habría hecho César, que amaba a
Roma y amaba su poder personal, pero también buscaba un trato hu
mano para el pueblo ? No lo sabemos, quizá, entre tanta intriga, tanta
guerra, tanto triunfo, tanto amor, no tuvo tiempo de pensarlo.
La muerte le liberó de crear un imperio, con su grandeza y su mi
seria. Quedó como un héroe imposible, un mito, un hombre excepcional,
simplemente.
F r a n c is c o R o d r íg u e z A d r a d o s
PR Ó LO G O A LA P R IM E R A E D IC IÓ N
C O N S ID E R A C IO N E S P R EL IM IN A R E S
A L A B IO G R A F ÍA DE UN «G R A N H O M B R E»
¿Para qué sirven las biografías de los grandes hombres? Me
temo que de ordinario sirvan para lo mismo que sirven las fo
tografías de jefes o divos que la prensa cotidianamente impri
me en las mentes de sus lectores o, mejor todavía, las imágenes
de personajones que la pantalla les mete directamente por los
ojos a las masas televidentes: a saber, para promover y confirmar
constantemente la creencia, fundamental para la relación entre
poder y masas, de que hay unos hombres, individuales como
usted y como yo, solo que grandes, que rigen los acontecimien
tos públicos, que determinan guerras que cambian la faz del
mundo y que tuercen el curso de la historia (en el perfecciona
miento sumo de la ideación, pulsarán el botón que desencade
ne la catástrofe o apocalipsis con que va a cerrarse la historia
total del Globo); hombres, en suma, que hacen lo que pasa y
saben lo que hacen, puesto que lo quieren, mentes luminosas,
voluntades de hierro, que, allá en lo alto, dictan las leyes por las
que se rigen los destinos de la humanidad.
Bien es verdad que el progreso mismo de ese uso de las
máscaras personales del poder para la ilusión de las poblacio
nes parece haber traído consigo que esas máscaras tengan que
ser cada vez más grises y anodinas, al punto que hoy en día, con
la situación llamada tecnocrática, debiendo ser el representan
te del poder supremo no otra cosa que el funcionario que está
en la cúspide de la pirámide, ya solo a fuerza de costos millona
rios de propaganda y continuo bombeo de fotos y pantallazos
se consigue apenas que las caras correspondientes se fijen, co
nectadas con sus nombres propios, en las mentes de las masas,
donde de todos modos en pocos meses o años tienen que bo
rrarse, para reemplazarse con otras caras y nombres igualmen
te insignificantes, solo a fuerza de luminotecnia iluminadas, solo
*4
Busto deJulio César. Terracota barnizada. Museo del Louvre, París.
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 15
a fuerza de bombo impuestos a la memoria. Pero todavía nos
acordamos de que, no hace mucho, restos de modalidades más
viejas del procedimiento seguían aún en uso, y nombres como
el del general De Gaulle o Mussolini o Pinochet, o los de Chur
chill o José Stalin, respondían a caras de poder de viejo cuño,
de las cuales los números de la masa podían citar con convic
ción y con regusto los gestos, ocurrencias y crueles decisiones,
como dotados de la virtud del barbillazo de Júpiter Tonante de
hacer que las cosas sucedieran como ellos las querían.
Cierto que ni aun ésos, ni siquiera aquel Hiúer, con toda la
cuenta de crímenes millonaria de que la historia le hace respon
sable, llegaban ya a la talla de Napoleón Bonaparte, por ejem
plo. Y de ese Napoleón, por cierto, lo más notable no es que,
aparte de infundir su ilusión entre las masas, alcanzara a enga
ñar igualmente a genios como Hegel o Beethoven, según ten
go entendido, sino aquello de que, desde sus días en adelante,
los locos de manicomio del mundo, afectos de megalomanía,
tomaran la costumbre de elegir su facha y nombre para darle
cuerpo, y que la declaración de ese tipo de manía fuera prefe
rentemente «Yo soy Napoleón». Y bien que esta curiosa consi
deración podría haber guiado a los observadores de la historia
hacia vislumbres de la verdad que yace bajo las caras persona
les del poder y sobre las funciones que esas máscaras desempe
ñan en la relación del poder con la formación de masas, verdad
que el escepticismo popular siempre sospecha por debajo de su
masivo ilusionamiento. Pero ya se ve que ni la consideración de
los locos napoleónicos, ni tampoco el mirar escrito sobre el
Panteón con tan grandes letras « a u x g r a n d s h o m m e s l a p a t r i e
r e c o n n a i s s a n t e » , ni siquiera la horrorizada recordación de las
masas hechizadas por el encanto personal del susodicho Hitler,
han servido mucho para descubrir por medio de todo ello,
como por espejos exagerados y grotescos, pero fieles, el papel
que los dirigentes, líderes o duces, y sus caras y nombres, cum
plen igualmente en toda la normalidad; ni para estorbar, por
tanto, que siga cumpliéndose como siempre.
Y por cierto quedantes de Bonaparte, no sé cómo se arregla
rían los locos de manicomio para encarnar su megalomanía,
pero seguro que apenas podía hallarse otra figura que cumplie
ra con esas condiciones, para locos y normales de consuno,
como la de Julio César; la cual, acaso fundida en el recuerdo
ι6 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
histórico con la de su hijo-en-el-poder Augusto y las de los su
cesivos emperadores, para quienes vino a convertirse en nom
bre común césar, así como las de algunos de sus imitadores mo
dernos, vino a dar lugar a aquella frase, que declara la aspiración
suma o totalitaria de todo individuo, «O César o nada», donde se
oye bien cómo «César» ocupa el lugar de «todo», y la disyunción
perfecta excluye cualquier avenencia de «más o menos»: pues ser
César es ser todo lo que puede ser un hombre.
Pero he aquí que la presente biografía de Julio César, redac
tada honestamente por Oppermann para un gran público, no
podrá menos, sin embargo, de ofrecerles a los lectores una
imagen histórica en el sentido habitual, dotada de cuantos ras
gos y noticias puedan hacer esa figura singular y «humana»
(queriendo «humana» decir precisamente «personal»), aprove
chando para ello los numerosos testimonios que monumentos,
historiadores antiguos y poetas, y los escritos para los que tuvo
también tiempo César mismo, nos han dejado acerca de sus
gestas y sus trazas. Es decir que la biografía se aproximará a la
realidad histórica del gran hombre todo lo que los instrumen
tos y técnicas de la historia lo permitan. Que la realidad no sea
necesariamente ilusoria, y que la historia, ni la biografía, estén
ahí para decir la verdad, eso es harina de otro costal por cier
to; y es a insinuar a ese propósito, con motivo de la figura de
César, algo diverso, inspirado siempre en el escepticismo del
pueblo acerca de sus propias ilusiones, a lo que estas líneas
preliminares se dedican.
Hay que advertir primero que, visto con miramiento, tam
poco la invención de «Julio César» es del todo original en nues
tro mundo antiguo: debemos seguir, más bien, el esquema ge
neral que nos hace ver en todo eso que llamamos Roma úna
como prolongación, con paso a nueva escala (la del Imperio),
de aquellos que conocemos como mundo helenístico o alejan
drino (por Alejandro y por su Alejandría), donde se había ins
taurado la forma del poder que puede ya irse llamando Estado,
encarnada principalmente en los reinos de los diádocos, Egip
to, Siria y Macedonia, así como, por ejemplo, la literatura roma
na se manifiesta como la continuación de la helenística, con la
trascendente novedad del paso a otra lengua; y así también,
en el mismo esquema, la figura de Julio César tiene su mode
lo en la del propio Alejandro Magno. Lo profundo de la reía-
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN *7
ción no pudo dejar de imponérsele ni siquiera a un biógrafo tan
amante de los rasgos personales de carácter (con preferencia
incluso de las anécdotas privadas sobre las grandes hazañas
públicas para ponerlos de relieve) como fue Plutarco, que jun
tó esas dos vidas como paralelas; y que, por cierto, nos presen
ta al mismo César leyendo una vez, en su tienda pretoriana, allá
en la Hispania Ulterior (¿o debía decir acá?), la vida de Alejan
dro, con desesperación al echar cuentas de que a su edad Ale
jandro había conquistado medio mundo, mientras él no había
hecho nada que lo sacara del común de los mortales. No podía
él saber, para su consuelo, que probablemente lo que pasaba es
que el nuevo aumento de escala de la empresa (de «todo el
Oriente» a «el mundo entero») exigía unos años de madura
ción de la máquina del gran hombre (de modo que él comen
zase apenas con la nueva etapa del proyecto a la edad que Ale
jandro había terminado con la suya), y que de todos modos,
hasta las edades, como tampoco los otros rasgos personales, en
que el enteco y neuropático César tanto parecía diferenciarse
del robusto y algo tosco joven que fue Alejandro, no contaban
gran cosa para la fijación de la estrella del destino sobre una u
otra cabeza de gran hombre.
Pero lo que aquí nos importa es considerar el número y ta
maño increíble de las gestas del gran hombre y su desmesurada
intervención en aquello de cambiar el rumbo de la historia.
Alejandro, en marcha y competición con su mismo padre
desde la adolescencia para llenar el puesto que la historia reque
ría, después de educarse, como correspondía, con Aristóteles
(¿con quién, si no?), había allá por sus floridos veintitantos años
asegurado la sumisión de la vieja Hélade, ya por el ejercicio de
la crueldad de escarmiento sobre Tebas, ya trocando las anti
guas ilusiones políticas de los helenos por la nueva (pero apa
rentemente también tradicional) ilusión de «ir contra el Persa»,
para la que involucró unos miles de soldados griegos en sus
tropas; y había, por otro lado, con una expedición a los tóba
los y a las regiones de las nieblas hiperbóreas, dejado debida
mente aterrados y tranquilos a los bárbaros del Norte; tras lo
cual, se había lanzado sobre el Oriente, había liberado una vez
más a los helenos del Asia Menor y, rodeando por la costa, de
la Caria a la Palestina y al Egipto, se había hecho cargo limpia
mente de todo el cuenco de la civilización y lo había dejado
ι8 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
preparado para integrarse en el futuro orden del mundo; cum
plido todo lo cual de dos mandobles, y sin temer perder algún
tiempo en meterse unos cientos de kilómetros por el desierto
de Libia, a que el oráculo de Amón le asegurase su paternidad
divina (poca gracia parece que le hacían a la madre esas histo
rias de connubio con Zeus que la política necesitaba), se había
sin más metido al corazón del Imperio medo, y tras derrotar
como si fueran soldaditos de plomo a un par de ejércitos millo
narios (pero es que el suyo iba animado por el aliento del fu
turo y de la cultura occidental), había ocupado, con su sola
grandeza y apenas frisando en los treinta años, toda la vasta
estructura en que había venido a organizarse la cuna de la his
toria; sobrándole tiempo todavía para dejar iniciada la nueva
administración, implicando en ello a los nobles orientales con
los generales de sus tropas, y para casarse él mismo con una
princesa bárbara de un rincón resistente del Dominio, había
pasado luego a ocupar los valles de la India, hasta el punto en
que fue el disgusto de sus tropas lo que hubo de decir «basta»
y fijarle a su conquista un límite, no sin que la penosa vuelta,
por tierra y por los bordes del golfo Pérsico, sirviera de paso
para darle un nuevo sentido y poderío a la investigación cien
tífica y a la cultura en general, sin la cual no hay poder que
conquiste ni domine: todo ello concluido antes de morir a los
treinta y tres años.
Y ahora Ju lio César... Hasta entrado en la cuarentena, pa
rece que se había estado dedicando a empresas de ámbito to
davía ordinario, solo un tanto atrevidas y desmesuradas; aun
que, visto a la luz del futuro, se estimaría que 110 era así: que sus
intrigas para hacerse pontífice máximo, sus negocios oratorios
de celebración de grandes damas romanas o de defensa de cau
sas perdidas, como la de los catilinarios o la de Clodio, que, al
profanar por amor los misterios femeninos, le había dado pie
para librarse de una de sus señoras (pues «la de César debe
estar incluso por encima de la sospecha), así como el juego de
alianzas matrimoniales, especialmente con el gran Pompeyo;
todos esos actos, a veces triviales y con apariencia de capricho
sos, tenían su función en la preparación de su propia figura
para encarnación del destino, y no eran solo, como también lo
eran, medios de llenar una espera, en tanto maduraba la co
rrupción de la República; pero sobre todo sus derroches exor-
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN *9
hitantes de dinero, aquellas deudas, mucho más profundas que
para un simple particular, con que llegaba a la culminación
oficial de su carrera en el consulado, y que sirvieron además de
lazo con el financiero Craso (triunvirato) en el trance decisivo
de pasar de ser el mayor deudor privado de Roma a ser el ad
ministrador del erario público, le habían colocado con respec
to al dinero en la relación que a su destino correspondía (que
es que, cuando se rebasan unas ciertas cifras, la inversión de
positivo a negativo que rige para «deuda» y «crédito» en las
economías domésticas deja de regir y se instaura una nueva
conexión entre ambos términos, que solo para engaño conser
van en la gran empresa o la administración estatal los mismos
nombres), no sin que con ello se trastocara para él también la
relación entre «dinero» y «cosas»; «dinero» y «hombres»; ya que
al que aprende a derrochar por alto millones de sestercios está
aprendiendo a derrochar millones de hombres al mismo tiempo.
Todo ese aprendizaje parece ser que requería la formación
del futuro César, sin que él tuviera por qué ser consciente del
sentido de sus manejos durante esos años; o más bien, se reque
ría que no lo fuese, para el debido desarrollo del proyecto.
Y ahora, de repente (se diría), a sus cuarenta y tres o cua
renta y cuatro años, se pone César a desplegar su juego en una
magnitud y a una velocidad decididamente sobrehumanas; pues
en unos doce o trece años, los que van de su consulado y co
mienzo de la campaña de las Galias hasta el anterior a su asesi
nato (más o menos los mismos doce o trece que duró la gesta
de Alejandro), se desarrollan a su nombre tantos y tales hechos
que apenas bastarían otros tantos años para contarlos y hacer
un cálculo justo de su importancia para la historia. Y como pre
cisamente lo que aquí me importa es poner ante los ojos esa
condición sobrehumana de la cuantía, la de la extensión sobre
la tierra y la de la velocidad en el proceso, procedo a enumerar
rápidamente algunos de ellos, pidiéndole al lector que tenga a
la mano el mapa del mundo antiguo a un lado, y el calendario
y reloj al otro.
Preparado apenas para el papel de conquistador por un par
de campañas contra la Galicia en su cargo de la Hispania Ulte
rior, no más fantásticas que las campañas de tantos gobernadores
de las Hispanias, secularmente resistentes al redondeamiento del
Dominio, ahora las Galias quedan conquistadas, de primeras, en
20 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
un par de años, y después de levantamientos de algunos de sus
cientos de naciones y de tres sacudidas mayores de rebelión, la
más general la última, la de Vercingétorix, definitivamente so
metidas y pacificadas en ocho años: una extensión (la de las
actuales Francia de la Provenza para arriba, con Suiza, Bélgica
y Países Bajos) que simplemente recorrerla, estando en los sitios
que él estuvo y tomando nota, le llevaría a un ciudadano co
rriente y motorizado a buen seguro más de un año; más, por
añadidura, una penetración, profunda y devastadora, al otro
lado del Rin, estableciendo un largo yermo de seguridad para
el Imperio, y el paso a la Britannia, una isla que antes de él
apenas si por relatos de viajeros se dudaba si la habría o no, y
que él abordó con la misma familiaridad de trato y guerra que
si hubiera sido desde siempre parte de su mundo, ocupando en
un tris toda Inglaterra, y parándose en las lindes de Escocia y
Gales no por otra razón sino que aquello le parecía el radio
máximo de ocupación que le permitiera seguir con su costum
bre de volverse a Italia en los inviernos.
Porque es que toda esa hazaña se realizó tan solo à mi temps
de los ocho años, dedicándose la otra parte a vigilar de cerca,
desde la Galia Cisalpina o por breves retornos a la capital, cómo
se iban poniendo las cosas de la política interior, cómo su pro
pia figura se iba en la distancia colocando y ganando en presti
gio sobre las masas y miedo de los optimates, pasando por la
desaparición de Craso y el extrañamiento de Pompeyo, señala
do con la muerte de Julia, lazo provisional que había sido en
tre ambos, y cómo florecían las contradicciones del sistema re
publicano, ya con los escándalos de la compraventa de votos (un
hombre, un voto: un voto, tantos sestercios), ya con las luchas
Callejeras de las bandas de Milón y Clodio.
Y todavía, al mismo tiempo, a lo largo de esos años de con
quista, no hubo de faltarle ocasión para otras magnitudes ex
traordinarias, como los prodigios de ingeniería del puente so
bre el Rin, compléto y firme en nueve días, o de la doble
fortificación en torno a Alesia, contra la ciudad y contra el cam
po, con cifras de medidas de millas de fosos o de pies de altu
ra de empalizadas y cómputo de postes y tablones, que solo
pueden compararse en incredibilidad (habida cuenta de los
plazos brevísimos de tiempo) con esas otras cifras de los repe
tidos cientos de millares de muertos, bárbaros o semibárbaros,
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 21
consumidos en las acciones de guerra, desde los 200.000 helve
cios, pasando por los 60.000 nervios (500 sobrevivientes) y los
400.000 germanos, hasta los 200.000 y pico liquidados en tor
no a Alesia. No obstante las cuales enormidades, tampoco le
faltó a César tiempo para ir escribiendo todo esto, cifras de
millas y de muertos incluidas, en sus Comentarios, donde César
se desdobla en dos, la primera persona o César innominado que
lo cuenta y la tercera o César nominado que realiza las hazañas,
y ello por lo demás en latín tan elegante, que, por batir otro ré
cord más, son sin duda el libro en latín que más millones de
personas han leído en este mundo, sobre todo desde que estos
últimos siglos se impuso como texto para principiantes en las
escuelas.
Bien, pues dejando de lado todavía muchas cuentas, pare
mos ahora mientes en los pocos años que faltan, los cuatro de
la guerra civil y lo poco más de uno hasta la muerte.
Se trataba, lo primero, de resolver el pequeño conflicto o
vacilación que la historia había tenido en este trance, al dispo
ner de dos candidatos casi igualados en condiciones para llevar
la máscara de rector del mundo: Pompeyo, que fue, pese a la
decisión final, el que cargó con el sobrenombre correspondien
te, Magnus (el de Alejandro antes y de Carlos más tarde), y
César. Teniendo pues que ser la dirección del mundo, como el
amor verdadero, cosa de uno solo, era urgente decidir la vaci
lación, y así se hizo, sin que aquí nos ataña mucho juzgar en qué
las condiciones de César eran mejores para que fuese a él a
quien se le diera el papel al fin (anotemos solo que un cierto
resto de fe en las instituciones por parte de Pompeyo, con la
consiguiente imperfección de la fe en sí mismo frente a la nin
guna fe de César en las instituciones, con mayor perfección por
tanto de la fe en sí mismo, condición primera de todo conquis
tador de imperios o de mujeres, eran ya síntomas que indicaban
de qué lado estaba cayendo la decisión). Pero lo que aquí más
nos toca son igualmente los tamaños y velocidades, y he aquí
para ello rememorados algunos datos.
En cuanto a distancias, tenemos ya de entrada, para la ocu
pación o investimiento de toda la Italia del Rubicón para aba
jo , sesenta días. Y luego, el fabuloso contorneo o repaso de di
seño del Mediterráneo, primero tras de Pompeyo (motivo al fin
secundario) desde los montes del Epiro y los llanos de Macedo-
22 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
nia (donde Farsalia) hasta el Asia Menor, y de allí volviendo una
vez más sobre el Egipto (donde Cleopatra, que tampoco le hizo
perder más tiempo del necesario) ; y luego, ya sin Pompeyo por
delante, los sitios del Africa, donde había sido Cartago, y don
de una vez estuvo varios días saliendo a la costa cada mañana a
avistar la llegada desde Sicilia de unos barcos de refuerzo, ape
nas teniéndose de la impaciencia de retraso tan ligero — tal era
su sentido de la celeridad necesaria de la empresa—; y por fin,
cerrando el ciclo, la vuelta sobre Hispania, y allí, a todo diáme
tro de Lérida a Sevilla, la aniquilación de los restos de la Repú
blica y la preparación de la paz para largos siglos.
Pero todo ello, con las nuevas cifras asombrosas de leguas
y de muertos (aquella manipulación de la enorme red urbana
de Alejandría, aquellos montones de grandes cuerpos de merce
narios galos y germanos tras una batalla en Africa) y con las re
novadas maravillas de estrategia, de ingeniería y de diplomacia
para bárbaros y para reyes, no había sido más que una parte de
la agenda de esos cuatro años, alternando con las actividades en
el centro, por presencias ocasionales o por representaciones tan
fieles como la de Marco Antonio, sentando con medidas igual
mente vastas y prodigiosas los cimientos de la nueva administra
ción, tanto en su esquema general (que es ciertamente sobre el
que Octaviano Augusto completará la edificación, que no sobre
el que habría podido completarla Antonio) como en mil menu
dencias casi burocráticas, pero algunas de ellas también transcen
dentales: la reorganización de la gobernación de las provincias;
el aplacamiento de las legiones descontentas, durante y tras las
guerras, y el consiguiente establecimiento de las colonias de ve
teranos; el proyecto de codificación de las normas jurídicas; la
resolución de los conflictos económicos y aplicación de decisio
nes hábilmente moderadas en cuanto a las viejas reivindicaciones
democráticas, como las de la condonación de deudas; la reforma
del calendario con ajuste, según las más científicas mediciones,
de la discordia entre meses y año (por más que el Sol, según
Virgilio, hiciera duelo por la muerte de César, no por eso deja
ba ya de obedecer a las leyes de la ciencia), que es, con escaso
refinamiento posterior, la que sigue rigiendo el tiempo de nues
tras vidas; la promoción cultural, con iniciativas en la arquitectura
pública urbana, organización y producción de espectáculos para
masas, sin abandono de su personal cultivo de las letras (su An-
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 23
ticatón, respondiendo a Cicerón sobre la figura de Catón de Uti
ca, su docto juicio sobre el teatro de Terendo, su toma de posi
ción en la contienda gramatical entre analogistas y anomalistas) :
en suma, una serie de grandes planes y realizaciones casi en to
dos los Ministerios que constituyen un Estado de los actuales, que
en gran parte hubieron de llevarse a término entre los episodios,
asiano-egipcio, africano y español, de la guerra civil y en los es
casos dos años que le quedaban desde el fin de la guerra hasta
su muerte; y que constituyen una cuantía de acción, y de acción
con éxito, a plazo más o menos largo, que no sé si en la biogra
fía de Oppermann quedará todavía expuesta de manera lo bas
tante avasalladora para nuestro asombro. La menor de esas obras
de organización, planificación o ejecución, en la cosa pública ha
bría ciertamente bastado para justificar la vida entera de un gran
hombre de menor cuantía.
La verdad es que, así como a Alejandro da la impresión de
que, después de la vuelta de la India, no le quedaba nada por
hacer hasta que se lo llevó la peste, así la sensación de un hiato
semejante, una vez asentada la nueva Roma tras la guerra, no solo
la recibimos nosotros a través de las crónicas, sino que debió de
ser sensible para César en persona; el cual, según la autoridad
indubitable de Cicerón en ese monumento de adulación al nue
vo orden que es el Pro Marcello, llegó a decir (con evidente hipo
cresía: pero importa la institución subconsciente que tal hipocre
sía promoviera) aquello de «Así para natura como para la gloria
bastante he vivido ya»; de modo que no puede decirse aquí tam
poco que los puñales de Bruto y Casio llegaran a destiempo; solo
que, cuando él decía «natura» y «gloria» se estaba ocultando que
para lo que había sido seguramente bastante la vida era para la
historia, para el cumplimiento de sus funciones de gran hombre,
con respecto a lo cual lo mismo la gloria que la naturaleza no son
más que soportes y cebos o pretextos auxiliares.
Pues bien: concluida esta somera exposición condensada de
los hechos, guerreros y pacíficos, cumplidos bajo el nombre
de Julio César, y que he pensado en presentar así, por si acaso
en la exposición biográfica de Oppermann, fidedigna cierta
mente, pero más larga y por fuerza distraída con rasgos anecdó
ticos y algunas ideas, aunque parcas, sobre la habitual imagina
ción histórica de Roma, no se percibía lo bastante la enormidad
cuantitativa de las obras, números, distancias y velocidades in-
24 PRÓLOGO A LA PRIMERA. EDICIÓN
creíbles, invito ahora al lector a que se plantee cuestión como
la siguiente.
El ve lo que en muy pocos años «hizo César»; bien sabe,
por otra parte, los esfuerzos, estorbos, penas, vacilaciones y tar
danzas que a un hombre cualquiera le cuesta llevar a término
la cosita más menuda, como cambiar el picaporte desportilla
do de la puerta del despacho, escribirle a tía Sara, que tanto
agradece que le den noticias de por acá, decidirse a hacer una
visita para reconciliarse de una vez con Federico, que no le
habla desde hace tres años por un motivo que ni recuerda bien,
dar un telefonazo a la secretaria del jefe para pedirle una entre
vista para solicitar el aumento de salario sobradamente mereci
do, formalizar una suscripción al Times para mantener fresco su
inglés, o cortarse las uñas de los pies en término decente; para
cada una de las cuales cosas toda una serie de indecisiones,
descuidos de la memoria, repugnancias, inoportunidades tie
nen, con alteración de la más mecánica rutina cotidiana, que
romperse, con el resultado de que, si llegan a hacerse, se hacen
con una acumulación de retrasos y un consumo de tiempo tal
que amenaza con agotar en esos trámites todo el espacio de
tiempo de la juventud y de la vida, que, cuando quieres darte
cuenta, ha pasado sin haber hecho nada o casi nada de lo que
debías.
Compare pues el lector con el caso de César (o el de Ale
jandro, o el de Napoleón o Hitler o cualquiera de los grandes
hombres), y decida cómo se tiene que explicar la cosa. Porque
parece que no le caben más que dos caminos:
O bien reconocer que hay una inmensa diferencia de ca
pacidades, fuerza de voluntad, claridad de ideas, rapidez de
decisión, entre un hombre grande y uno de los corriente^, sin
que la diferencia sea más que cuantitativa sin embargo, ni
quite para que el grande sea tan personal como cualquiera,
solo que más: éste es el camino de la consideración moral, que
es por lo mismo el políticamente conveniente para el orden,
el que los órganos de formación de almas les inculcan a las
gentes desde arriba, presentando a los personajes al mismo
tiempo como muy personales y como muy grandes, y al qué
me temo que aun las más honestas biografías de los grandes
hombres también inciten: es el que ya se les imponía a los
propios soldados de César, destinados a morir masivamente al
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 25
servicio de la empresa, pero que a la vez tenían que creer con
la fe más viva en la humanidad, esto es, la personalidad indi
vidual, de su imperator, desfilando por ejemplo al son de can
tinelas como aquélla de: «César conquistó las Galias; Nico lo
conquistó a él. Ve ahí: por conquistar las Galias, entra en triun
fo César hoy, y no entre Nico en triunfo, el que a César con
quistó», o cualesquiera otras cuchufletas obscenas y humaniza-
doras.
O bien, si ha seguido el lector atentamente mi acumulación
de los hechos de César, computando las millas de distancia, la
altura de los fosos, los cientos de millares de hombres, el núme
ro y magnitud de reformas administrativas planeadas y realiza
das, y si le parece que ninguna diferencia en el tamaño de los
hombres puede bastar para dar cuenta de tan abismales diferen
cias en los hechos, tirar entonces por el otro camino, y tratar de
concebir de otra manera las relaciones entre las vidas individua
les y los acontecimientos de la historia, otra manera de enten
der las relaciones entre los verbos y sus sujetos, en frases como
«César reorganizó las provincias del Imperio» o «César conquis
tó las Galias».
Es, por cierto, curioso considerar a tal propósito lo que los
grandes hombres mismos opinan y formulan acerca del miste
rio. Es frecuente que algunos de ellos participen con el vulgo
ínfimo en las creencias más religiosas y supersticiosas, ya en una
Providencia o ya en un Destino: es conocido cómo Hitler, por
ejemplo, cultivaba la astrologia y las adivinaciones, en armonio
sa concordia, por cierto, con la promoción de la ciencia más
progresada y las técnicas correspondientes; y aunque no llega a
manifestarse así la cosa en los antiguos, Alejandro ni César, es
interesante recordar cómo en éste la noción de Tyche o Fortuna,
elaborada ya por los historiadores de la época helenística, Po-
libio sobre todo, se agitaba reinante en sus ideas, según apare
ce en la anécdota del patrón del barquito en la intentada tra
vesía a Dyrrhachium, cuando César, contra el mal tiempo, le
anima diciéndole «Llevas contigo a César y su Fortuna»; sin que,
por otra parte, esa creencia en una Fortuna, que tiene casi cara
de Providencia o de Sino, fuera en sus mientes incompatible
(bien por el contrario) con una conciencia de azar, con el que
se arriesga y juega el hombre, una actitud de jugador de dados,
que se manifiesta en el Alea iacta est.
26 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
(Y bien sería pararse aquí a analizar un poco el juego de los
varios vocablos en que se revelan las ideas que los hombres se
hacen acerca de sus acciones y de las fuerzas o causas qüe las
rigen: «destino», hdmarmênë, fatum y semejantes, en que apare
ce la creencia de que se va haciendo lo que ya está hecho, en
cuanto que «está escrito»; a lo que parece oponerse la creencia
en una voluntad deliberada, boulé, consiliumy voluntas·, la cual, sin
embargo, por medio de una atribución a un Dios personal y gu
bernativo, puede pasar a ser la boulé o voluntas divina, el neúein de
Zeus que conmueve el Olimpo según su nóos, el nütus o numen,
o el designio de Jehová, que así resulta una síntesis entre las dos
creencias contrarias, la del Destino y la de la Voluntad; y en cuan
to a la mera Suerte o Azar, que de primeras aparece como noción
negativa, reconocimiento de la vanidad de «Sino» y de «Propó
sito» como explicaciones de los hechos, pero que rápidamente se
positiviza a su vez y se personaliza, ya en la Suerte divinizada del
jugador, ya en el cálculo de probabilidades como nueva forma de
explicación científica... Pero no es ocasión de perdernos ahora
en tan apasionante análisis de nuestro vocabulario.)
Sea lo que sea lo que los grandes hombres por su cuenta
hayan tenido que creer acerca del sentido y causas de sus mo
vimientos, lo que aquí deseaba es que el lector, por la suya,
aprovechando la magnitud increíble de las hazañas de Ju lio
César, se parase a pensar un momento sobre la cuestión: que es
que, si no se queda satisfecho con atribuir a la grandeza perso
nal de César el número y tamaño de sus obras, me parece que
va a tener que venir a distinguir, entre los hechos de los hom
bres, dos clases, aunque la diferencia entre la una y la otra no
sea más que gradual, pero distintiva: quiero decir, los que están
como demandados y muy imperiosamente exigidos por la mar
cha misma de la historia, y aquellos otros que no lo están tan
to o no lo están nada o van incluso por su propio pie en con
tra de lo que la historia pide.
Bien querría evitar que esto de «la historia» que aquí em
pleo, tan en serio como en broma, diera lugar a alguna mala
idea: pues ello no implica una nueva forma de fe en Providen
cia ni Destino alguno, sino un modesto reconocimiento de que
las estructuras u organismos públicos, y en general los entes
abstractos a los que llamamos Estado, Imperio, capital, empre
sa, no por ser abstractos dejan de ser reales y de tener lo que en
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN 27
cierto modo podemos llamar sus vidas (cosa que en último tér
mino podríamos extender al total o conjunto de esas abstraccio
nes, con nombres más o menos fantasiosos como «humanidad»
o «experimento del hombre» o «aventura de la realidad», de
modo que las cosas que los hombres hacen (diciéndose así, por
culpa de la estructura verbal de nuestras lenguas, «X empren
dió la guerra», «Y dirige la reestructuración de la oficina», «Z va
a alterar totalmente la administración de la casa» o «del Impe
rio») resultan ser, miradas algo más de lejos, movimientos de la
máquina u organismo (asociados con ciertos puntos del apara
to, que son X, Y o Z ), movimientos que tienen que sufrir las
partes de su estructura (y al parecer, a velocidad progresivamen
te acelerada), a fin de conseguir que el total siga siendo siem
pre el mismo, esto es, a fin de que permanezca oculta la verdad
de su realidad, que, descubierta, amenazaría con revelarse (y
desintegrarse) como ilusión o ensueño.
Pero, dentro de ello, sobre todo esta diferencia cuantitati
va: que si para las gentes corrientes en general, cabe dudar más
o menos de hasta qué punto lo que hacen o les pasa con sus
vidas responde fielmente a las necesidades de la historia (del
Estado, del capital, del Imperio, de la empresa), hasta qué pun
to lo que hacen consiste en hacer lo que ya está hecho (en cuan
to inscrito en el plan o mecanismo de los entes abstractos supe
riores), o si por el contrario será por ventura ajeno y hasta en
contra de lo que desde arriba está mandado (el que pueda
haber algo de esto depende inmediatamente de que el organis
mo superior conozca imperfecciones o fallos en su mecanismo-
pero se sospecha ingenuamente que, cuanto las cosas que uno
hace las hace más fácilmente y con mejor éxito, más probable
es que sean un hacer lo que está hecho, mientras que ciertas
dificultades, fracasos y conflictos pueden ser a veces un indicio,
nada seguro en cambio, de que acaso no sean un hacer lo he
cho, sino manifestación de los fallos del sistema), pero en todo
caso la magnitud y velocidad increíbles de las gestas, planes y
realizaciones, atribuidas a la acción de los grandes hombres
parecen indicarnos, y más cuanto más aumentan y tocan con lo
sobrehumano, que esos sí que son movimientos de los entes
superiores, y su enorme y velocísimo cumplimiento revela que
ellos solo hacen lo que hay que hacer y que por lo tanto está en
cierto modo hecho antes de hacerlo; cosas que para animar a
28 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN
alguien a hacerlas, para que uno quiera hacerlas, es exigencia
necesaria que uno no sepa que ello es así, que no sepan lo que
hacen. Y semejante cuenta de los actos, que sería en el caso del
Dios Personal Supremo toda la verdad, se acerca a serlo en el
caso del gran hombre, y más se acerca cuanto él más grande.
No tiene por qué pesarnos (ni regocijarnos tampoco mu
cho) que el piadoso y despiadado curso del pensamiento, tal vez
desmandado, nos lleve a imaginar la invención de «César»
como algo semejante a lo que la ciencia nos enseña sobre cómo,
entre ciertas clases de hormigas por ejemplo, se fabrica y crece
y se sostiene la descomunal hormiga reina, acaso millones de
veces más voluminosa que cada una de las de la masa de su
reino; sin que ello tenga, por lo demás, que ser incompatible
con una cierta admiración de la gracia con que se nos cuenta
que Ju lio César, en el momento de caer bajo las dagas de los
republicanos descontentos, compuso sus ropajes para caer con
la mayor decencia, manteniendo así el «genio y figura hasta la
sepultura». ¿Por qué no?: el que el ente abstracto de, por ejem
plo, el Imperio se nos revele del mismo orden que el de un
hormiguero y reconozcamos la necesidad de la grandeza de una
reina para que la estructura social siga su curso y se mantenga
debidamente no tiene por qué quitar que, cuando así nos sople
el viento (tal es la inconsistencia y contradicción de los morta
les del común), estimemos las especiales gracias de las hormi
gas que son hombres, grandes o pequeños.
Pero, frente a la fascinación de la biografía y las fotos de las
caras de los líderes para formación de masas, quede aquí aba
jo enunciado este apotegma, que brota de lo más hondo del
escepticismo popular: que poder es obediencia; y solo la nece
sidad de inconsciencia que al ejercicio del poder ha de acom
pañar por fuerza (y la misma inconsciencia en el líder que en
sus masas) obliga a que esa ley de obediencia se oculte alterna
tivamente bajo las máscaras de la fe en la voluntad de los gran
des hombres o de la fe en el Destino y en el régimen de las
estrellas sobre las vidas.
A g u s t ín G a r c ía C alvo
1
LOS AÑOS DE INFA NCIA
Cayo Ju lio César nació el día 1 3 de ju lio del año 10 0 a.C en
Subura, barrio de Roma con gran densidad de población y no
precisamente aristocrático, situado al oeste del Foro, en las cer
canías de la actual Via Cavour. Su familia pertenecía a la gem]\i-
lia, uno de los linajes patricios más distinguidos y nobles, que
retrotraía sus orígenes hasta Julo, el hijo de Eneas que, según
la leyenda, había salido indemne del incendio y destrucción de
Troya, su patria, a manos de los griegos. Tras numerosas peripe
cias, y siguiendo el mandato de los dioses, Eneas arribó a Italia,
trasplantó a esta tierra el panteón de la antigua Troya, y sus des
cendientes fundaron Roma. Eneas era considerado hijo de la
diosa llamada Afrodita entre los griegos y Venus entre los roma
nos. César afirmaba que éste era el origen de su estirpe: ésta es
la razón de que muchas de sus acuñaciones de monedas mues
tren la imagen de Venus, de que en el sello de su anillo porta
se una Venus in armis y de que edificase en el Foro un templo
en honor de Venus como madre de su linaje ( V. Genetrix). A
César le gustaba recalcar en público estas hondas raíces.
No se puede precisar con exactitud cuándo entroncó den
tro de la gens Ju lia la rama que le añadió el sobrenombre de
César. El significado concreto de este último apelativo es muy
discutido. Un autor romano de la época del Imperio escribe:1
«Los eruditos y expertos más reconocidos afirman que al primer
portador de dicho nombre se le llamó así por haber matado en
combate a un elefante, animal que en lengua cartaginesa se
denominaba caesar.» Julio César también mantenía esta versión,
según se infiere del elefante con la leyenda «Caesar» que man
dó poner en sus acuñaciones numismáticas. La muerte del ele
fante debió de acaecer aproximadamente el año 250 a.C., du
rante la primera guerra púnica,
Pero por rancio y distinguido que fuera el abolengo de la
?,o JULIO CÉSAR
E. A. Sydenham: The Coinage of the Roman Republic (Londres, 19 5 2 )
l·? ·
Ίι
Monedas de la época de César con
motivos referidos a sus orígenes
legendarios. Arriba, cabeza de Venus
y (reverso) Eneas huyendo de la
ciudad de Troya. L a fam ilia de
César se consideraba descendiente
del hijo del héroe troyano, y éste, a
su vez, era hijo de la diosa Venus.
A l lado, moneda con el dibujo de un
elefante, caesar en lengua
cartaginesa. Gabinete de Monedas,
París.
gens Julia, lo cierto es que hasta el advenimiento de César sus
miembros no habían desempeñado papel alguno de relieve en
la política de Roma; es más, en la época del nacimiento de
César su posición social no concordaba en absoluto con sus ilus
tres orígenes. En el último siglo y medio ninguno de los ante
pasados directos de César había accedido a la suprema dignidad
de Roma, al consulado. Por este motivo la familia intentó, en
repetidas ocasiones, entroncar por la vía matrimonial con fami
lias influyentes, aunque éstas no fuesen patricias. En Roma era
éste el método más común para conseguir ascender en la esca
la social. El abuelo de César se había casado con una mujer de
la gens Marcia, y su hija Julia se había desposado a su vez con
Cayo Mario (156-86 a.C.), vencedor de las temidas tribus ger
manas de los cimbrios y teurones, convirtiéndose en uno de los
más importantes hombres de Roma, aunque no por su origen.
LOS AÑOS DE INFANCIA g1
Busto eleJulio Césarjoven.
Este matrimonio posibilitó el acceso de la estirpe de César a los
círculos dirigentes del parddo popular. Aurelia, la madre de Cé
sar, procedía también de una familia respetada, rancia y muy in
fluyente políticamente, e intervino decisivamente en la educa
ción de su hijo. César recibió una instrucción excelente que
potenció su talento natural. Desde los diez años, Marco Anto
nio Gnifón, un experto reconocido en literatura griega y roma
na, se encargó de su educación dentro de esa especialidad que
en aquella época se consideraba imprescindible para cualquier
romano que se preciara de culto. César aprendió a leer y escri
bir de la mano de la vieja traducción latina de la Odisea hecha
por Livio Andrónico, y del propio Homero. Fue puliendo pau
latinamente su lenguaje, asimilando los principios básicos de la
32 JULIO CÉSAR
(Viena-Munich, 19 6 4 )
Curtis-Nawrath: Das antikeRom
Templo de la Fortuna Virilis, en Roma. Es el único templo de los tiempos de
César que se conserva intacto en la capital italiana.
oratoria, materia básica para un político, y de la poesía, artes en
las que haría sus pinitos en el futuro. César acudía al Foro con
regularidad, escuchaba a los grandes oradores de su tiempo y
asistía a los debates y veredictos de los jurisconsultos para apren
der a compenetrarse con una materia tan importante como el
derecho. Dentro de las paredes de su casa, las imágenes de los
LOS AÑOS DE INFANCIA 33
antepasados y parientes difuntos, colocadas en pequeñas horna
cinas de madera en los muros laterales del atrio, eran testigos
mudos de su aprendizaje y de sus juegos. La infancia terminó
con la concesión de la toga viril, vestimenta propia de los adul
tos que señalaba el paso de la infancia a la plena madurez. Era
ésta una ceremonia solemne presidida por el padre. En ella, el
adolescente depositaba la bulla (cápsula de oro que contenía en
su interior un amuleto con el cual se había protegido hasta
entonces de espíritus desfavorables y de encantamientos) en el
altar de los Lares, se despojaba del vestido ribeteado de púrpura
propio de la infancia (la toga praetexta), y recibía de manos de
su padre la toga completamente blanca característica del adul
to (toga virilis). Padres, parientes y amigos acompañaban al jo
ven al Foro en solemne comitiva. En el Foro se le inscribía en
la lista de los ciudadanos. Esta ceremonia se celebraba en fecha
determinada, en la fiesta de Baco, el dios del vino, por lo que
el Foro estaba abarrotado de jóvenes que cumplían con el mis
mo ritual. Después, el joven subía al Capitolio para mostrar su
agradecimiento a la diosa Iuventus (Juventud), y regresaba a
casa, en la que un banquete ponía fin a la ceremonia.
César vistió la toga virilis el día 15 de marzo del año 85 a.C.
Su padre aún asistió a este acontecimiento, pero no había cum
plido su hijo dieciséis años cuando falleció repentinamente una
mañana al levantarse del lecho. Fi padre de César había logra
do escalar en su carrera el segundo cargo más alto del Estado,
la pretura. Los jóvenes romanos, por entonces, incluso después
de haber vestido la toga virilis, permanecían sujetos a la patria
potestas o autoridad absoluta del paterfamilias, así que la muerte
de su padre supuso para César la completa independencia. Pero
al mismo tiempo la persona de su madre se hizo mucho más
importante.
Estatua de un patricio
portando las efigies de
sus antepasados para
significar la antigüedad
de su fam ilia frente a la
ciudadanía reciente de los
plebeyos. Los patricios, !
descendientes de los
antiguos ciudadanos
romanos, constituían una
aristocracia hereditaria con
plenos derechos privados y
públicos. Sus representan
tes, los patres, defendían
sus intereses y los de la
República en el Senado.
Palacio de los Conser
vadores, Roma.
2
E L EN TO R N O P O L ÍT IC O - S O C IA L
César nació en una época de la historia de Roma caracterizada
por la efervescencia y la inquietud social, que abarca desde la
emergencia de Tiberio Graco ( 1 33 a.C.) hasta la batalla de Ac
cio (31 a.C.). Durante este siglo, jalonado por tremendas luchas
intestinas, Roma evoluciona de la República al Imperio. César
desempeñó un papel preponderante en dicha evolución, puesto
que fue él quien dio el paso decisivo para acceder a la nueva
forma de Estado. A este respecto, César hubiera asumido ínte
gramente las palabras que el poeta pone en boca de su antepa
sado Eneas: Et quorum pars magna fu i! («Yo fui un factor muy im
portante de dicho cambio»).
Desde la abolición de la monarquía, la dirección dé la po
lítica de Roma estaba en manos de las grandes familias, es de
cir, de la aristocracia hereditaria de los patricios. Los plebeyos
habían logrado la igualdad con los patricios en cuanto al dere
cho privado tiempo atrás, y, sin embargo, en el terreno políti
co estaban en franca desventaja, por lo que lucharon denoda
damente por alcanzar la igualdad en este ámbito. Con el tiempo
la cúpula dirigente de los patricios confluyó con las familias más
importantes de los plebeyos, conformándose de esta forma una
nueva casta dirigente: la nobilitas. Los cónsules — en número de
dos, con un período de mandato de un año y poder colegia
do— fueron puestos a la cabeza de todos los magistrados y fun
cionarios de la República. Roma siguió siendo una democracia
dirigida por la aristocracia. Los magistrados, al finalizar su man
dato, pasaban a engrosar el Senado, institución constituida por
un conjunto de hombres fogueados y expertos en las lides de la
política y que eran una instancia consultiva para los cónsules y
demás magistrados. Pero, a medida que fueron ensanchándo
se las fronteras de Roma, la importancia del Senado fue cobran
do mayor auge, ya que los administradores de las provincias
36 JULIO CÉSAR
salían de su seno. El Senado se componía de antiguos altos fun
cionarios procedentes del círculo cerrado de la nobleza y repre
sentaba, por tanto, una institución que atesoraba un conoci
miento de la política producto de generaciones que se iba,
además, incrementando por medio de la educación y experien
cias personales de sus miembros. Durante siglos llevó con mano
férrea las riendas del Estado. Su opinión, su auctoritas, tenía
tanto peso que los funcionarios no podían sustraerse a su con
sejo, y de hecho sus resoluciones equivalían a leyes.
Esta posición dirigente de la nobleza descansaba en gran
parte en un fenómeno de vasallaje: la clientela. Consistía ésta en
que los económicamente débiles se ponían bajo la protección
de un patronus, miembro de alguna de las familias dirigentes
que auxiliaba a su cliente y velaba por sus intereses. En agrade
cimiento, el cliente hacía causa común con su patronus en elec
ciones y comicios, y se preciaba de manifestarle en público su
fidelidad. Una de las manifestaciones sociales más frecuentes de
la clientela consistía en la visita matinal a la casa del patronus y
en servirle de séquito en sus apariciones públicas. La privilegia
da posición de las minorías dirigentes descansaba en este tipo
de estructura político-social. En realidad, las pugnas políticas
tenían lugar en el seno de la nobleza, y las distintas familias
buscaban alianzas entre ellas por medio del matrimonio. La
nobilitas constituía un círculo tan cerrado en sí mismo que era
extraordinariamente raro que un homo novus, un «advenedizo»,
que no tuviera en su linaje antepasados que hubieran ocupado
altos cargos, se introdujera en ese reducto y lograra ascender
hasta el consulado. Pero hasta estos mismos «advenedizos» pro
cedían de los círculos aristocráticos de las ciudades italianas de
provincias. Esta configuración y posición de la nobleza explica
el hecho de que casi todos los dirigentes «populares» (adscritos
al partido popular, que se oponía a la autocracia de la oligarquía
senatorial) procediesen, al igual que sus oponentes, los optima
tes (dirigentes del partido aristocrático), del seno de las fami
lias que detentaban el poder. Salvando las distancias, podría
buscarse un paralelismo con esta situación en la influencia que
ejercieron en el nacimiento del movimiento obrero en Inglate
rra los miembros de la oligarquía burguesa. Siguiendo la polí
tica impuesta por el Senado, Roma se anexionó en un primer
momento la península de los Apeninos, la «Italia» de la antigüe
EL ENTORNO POLÍTICO-SOCIAL 37
dad, que no incluía, por tanto, la llanura del Po. Más tarde, la
nación salió airosa de la enorme prueba de fuego que supusie
ron para ella las tres guerras púnicas, esa lucha a vida o muer
te contra Cartago que la condujo al borde del colapso. Al final,
la lucha por la hegemonía del Mediterráneo occidental (que se
disputaban romanos, griegos, etruscos y cartagineses) se decidió
a favor de Roma. Después de estas guerras pasaron a integrar
se en la órbita de Roma como provincias los siguientes domi
nios: Sicilia, Cerdeña, Córcega, Africa (aproximadamente el
territorio de la actual Tunicia), la llanura del Po (habitada por
gentes de origen celta, y a la que se llamó Gallia Cisalpina), la
mayor parte de España y todo el sur de la Galia que servía de
puente entre Hispania e Italia (constituida más o menos por la
actual Provenza y el Languedoc, y denominada Provincia Nar
bonensis). Desde el año 200 a.C. Roma va extendiendo sus do
minios de manera paulatina pero incesante hacia el Este, con
quistando los Estados que habían surgido a la muerte de
Alejandro Magno. En la época de César, Roma se había anexio
nado ya los siguientes territorios de la cuenca del Mediterráneo
oriental: Macedonia y Grecia con la zona del Adriático y la del
Egeo, las islas griegas, Creta y Asia, es decir, la parte occidental
de Asia Menor, dominando ya de forma incuestionable la otra
mitad del Mediterráneo.
Esta evolución de la política convirtió a Roma, en un primer
estadio, en la capital de Italia, y más tarde, en la potencia hege-
mónica del mundo civilizado de su tiempo. Las guerras cruen
tas y dilatadas mermaban el potencial humano de Italia y exi
gían el esfuerzo de todo el país. Además la constante dedicación
a las armas apartó a los supervivientes de la vida campesina y de
las posesiones que habían heredado. Al mismo tiempo, desde
los territorios recién conquistados y colonizados, afluían a Ita
lia cereales a muy bajo precio, cuestionando así la rentabilidad
de la economía rural itálica, que fue sustituida por otra basada
en el latifundismo dirigido con mentalidad capitalista. Las gran
des propiedades rurales se dedicaban a la ganadería y a la pro
ducción de vino y aceite, utilizando la mano de obra barata de
los esclavos y produciendo así un rendimiento muy superior al
del trigo. Los campesinos que habían perdido sus tierras emi
graban a la capital, con lo que se formaba un proletariado ur
bano que aumentaba sin cesar y que dependía en gran parte de
38 JULIO CÉSAR
la asistencia pública o privada. Este proletariado urbano brinda
ba a los políticos hábiles un importante caldo de cultivo para la
consecución de sus proyectos. Uno de los medios para lograr su
favor eran los donativos y los espectáculos públicos, de día en
EL ENTORNO POLÍTICO-SOCIAL 39
día más costosos; todos sus deseos se encerraban en ese cono
cido lema: panern et circenses («pan y circo»). En el año 62 a.C.,
unas 320.000 personas obtuvieron su ración mensual de trigo
a menos de la mitad del precio de mercado, y en el 58 a.C. un
tribuno ambicioso repartió gratis tan ingente cantidad de trigo
que este hecho consumió más de la mitad de los ingresos pro
cedentes de las ricas provincias de Oriente.
Por otro lado, la expansión de Roma hacia el Mediterráneo
oriental estrechó los lazos con el mundo helénico y su madura
y refinada civilización. Un torrente de riqueza, producto de
botines, de los impuestos y del comercio, inundaba Roma; los
embajadores, comerciantes, rehenes y esclavos griegos traían
consigo la cultura de su patria. Pero los efectos de este fenóme
no en las distintas capas sociales fueron muy diferentes: en los
estratos de la nobleza preocupada por la cultura provocó una
asimilación activa del helenismo y suscitó afanes pedagógicos
muy importantes; otros ambientes, sin embargo, se quedaron en
la mera superficie de la civilización griega, en el lujo y en el
hedonismo, de ahí que pergraecari («vivir completamente a la
griega») fuese sinónimo de pasar una «noche loca», divertida.
Había quienes veían en el fenómeno la relajación y destrucción
del antiguo orden establecido, de la tradicional disciplina roma
na, pero no reconocían la necesidad de instaurar un nuevo
estado de cosas más adecuado a las circunstancias. La mayoría
de la nobleza tan solo veía la riqueza que inundaba Roma y
nutría con nueva savia el vicio nacional romano: la codicia; se
bañaban, como nuevos ricos, en la riqueza recién conquistada
y consideraban a los súbditos de las provincias un filón que
había que explotar.
Con estas coordenadas, la vida económica, social y cultural
no tardó en entrar en una fase de agitación y efervescencia, de
modo que las tradicionales formas políticas ya no eran capaces
de reprimir o encauzar este proceso y al final se resquebrajaron:
creadas para gobernar una comunidad relativamente reducida
(Italia), fracasaron al enfrentarse con la tarea de gobernar un
Imperio casi universal. El gobierno de las provincias se le enco
mendaba siempre a algún ex magistrado (procónsul, propretor)
que ejercía su cargo con una autoridad sin cortapisas, conside
rándolo como una ocasión para llenar sus propios bolsillos.
Además, el fenómeno de la concesión recaudatoria de los im
40 JULIO CÉSAR
puestos gravaba éstos más aún si cabe: la recaudación de una
provincia era adjudicada en subasta al mejor postor, a menudo
una sociedad, porque normalmente una sola persona no dispo
nía del capital necesario. A su vez, los adjudicatarios intentaban
extraer de su inversión las ganancias más elevadas posibles; dis
ponían de una cohorte de subordinados, esclavos en su mayo
ría, que procuraban recaudar los impuestos incluso por encima
del máximo legal, llegando a recurrir para ello a medios coac
tivos. La tasa impositiva era el diezmo. El Nuevo Testamento
muestra con especial claridad el odio que se tenía a los encar
gados de recaudar los tributos: los menospreciados «publica-
nos» no eran otra cosa que agentes recaudadores. Este monu
mental negocio estaba en manos de los llamados équités, el
segundo grupo social o estamento de Roma después de los se
nadores: estos últimos detentaban el capital «fijo», y aquéllos el
capital «circulante».
Los magistrados, sobre todo los cónsules, tampoco estaban
a la altura de los nuevos tiempos. L a exigua duración de su
mandato (un año) impedía llevar una política exterior e inte
rior coherente y continuada en períodos dilatados de crisis, que
exigían una planificación a largo plazo. Las circunstancias exi
gían, pues, nuevas formas de actuación política.
Durante este siglo de revolución, Roma intenta solucionar
los problemas sociales, económicos, culturales y políticos plan
teados. Dentro de este ámbito se enfrentan dos partidos: los
populares y los optimates. El partido popular, sostenido por una
multitud de ciudadanos sin bienes, pretende terminar con el
monopolio ejercido hasta entonces por la nobleza y exige una
reestructuración de la política, no retrocediendo para conse
guirlo ni siquiera ante el camino de la violencia revolucionaria.
Los optimates, por el contrario, pretenden seguir manteniendo
las formas tradicionales de la vida política basadas en la hege
monía de la aristocracia.
La revolución romana comenzó con los dos hermanos Gra-
co. Estos se propusieron mitigar la miseria social del proletaria
do pobre de Roma con una política de nuevos asentamientos
campesinos, empleando para ello el ager publicus o tierra perte
neciente al Estado por derecho de conquista. Pero ésta estaba
entonces en manos de los grandes terratenientes de la aristocra
cia. La nueva colonización implicaba el abandono por parte de
Estatua de un legionario romano de
los últimos tiempos de la República.
Este cuerpo del ejército estaba
inicialmente reservado a los
ciudadanos que poseyeran recursos
económicos para pagarse las
armas, pero tras las reformas de
Mario fueron accediendo a él
voluntarios que recibían
un sueldo por su
servicio. Museo
Nacional, Roma.
42 JULIO CÉSAR
Cayo Mario (156 -86 a.C.), tío de
Julio César. Pese a su origen
campesino, desarrolló una
brillante carrera política y militar,
y desempeñó el puesto de cónsul
durante varios años ininterrum
pidos. Encabezó el bando
democrático ■—partido popular—
y luchó contra el Senado,
controlado por la nobleza.
Aunque no pudo llevar a cabo
toda la amplia reforma democráti
ca que propugnaba, modificó
sustancialmente la composición
del ejército. Busto en mármol.
Museo Vaticano, Roma.
los aristócratas de esas tierras de propiedad estatal, y se llevó a
cabo en medio de desórdenes y con extrema oposición por
parte del partido senatorial. Desde entonces las leyes agrarias
para propiciar nuevos asentamientos de campesinos fueron uno
de los principios básicos del partido popular. Cayo Graco, el más
joven de los dos hermanos, quiso ir mucho más allá de estas
medidas sociales e intentó revitalizar la política de Roma. Des
de su cargo de tribuno de la plebe, y apoyándose en los ciuda
danos con derecho a voto, quería ejercer en nombre del pue
blo una especie de control sobre la política de Roma y del
Imperio, y durante un corto espacio de tiempo lo consiguió; su
influencia sobre el Foro y sus votaciones dependía de suS sim
patías personales y de la confianza que le merecieran las pro
puestas. La demagogia fue el medio utilizado para contrarres
tar su poder. En el caso de Cayo Graco la popularidad como
trampolín para dominar el Estado se reveló escasamente efec
tiva; tras su muerte, acaecida en una revuelta, se restableció el
poder de la aristocracia.
Sin embargo, poco después de la guerra de Yugurta ( 1 1 2-
10 5 a.C.) se demostraría su obsolescencia: esa guerra colonial
de importancia muy relativa sacó a plena luz la corrupción de
la clase dirigente y la incapacidad del sistema político imperante
EL ENTORNO POLÍTICO-SOCIAL 43
para llevar a cabo las tareas político-militares que exigía el Im
perio. Casi a renglón seguido, la incursión de las tribus germa
nas de los cimbrios y teutones en las fronteras del Imperio plan
teó otra difícil coyuntura. Cayo Mario, un homo novus que había
ascendido hasta el consulado, conjuró el peligro y se convirtió
en el nuevo líder de los populares. Fue reelegido como cónsul
durante varios años consecutivos. Su principal medida consistió
en la reforma del ejército, sentando las bases para el futuro. La
leva forzosa fue sustituida por un ejército profesional bien adies
trado y con un período de servicios prolongado. Los soldados
provenían básicamente de las capas pobres de la ciudadanía.
Esta profesionalización del ejército trajo como consecuencia
una intensificación de los vínculos del soldado con su general,
en detrimento del compromiso con el Estado y sus magistrados
tan cambiantes. Las milicias profesionales exigían una duración
más dilatada del mando militar; en el caso de Mario, éste lo con
siguió gracias a su reiterada reelección para el consulado; pero
el suyo era un caso atípico, y no tardó en hallarse la solución
adecuada: el mando extraordinario o impmum proconsulare, que
consistía en la autoridad extraordinaria equivalente a la de un
procónsul que se le confería al general del ejército para solucio
nar una tarea determinada. Esta nueva formulación legal fue
decisiva para la futura evolución política.
3
E L P R IN C IP IO D EL CAMINO
Éste era el mundo que encontró el joven César cuando se des
prendió de la toga propia de la infancia y accedió al mundo de
los adultos, dentro del cual tenía que elegir algunas de las po
sibilidades que se le ofrecían a un joven de buena familia como
él. Se independizó de la rígida educación impuesta por sus pre
ceptores, sobre todo tras el fallecimiento de su padre. Se dedi
có a leer y escribir sin restricciones; se sabe que hizo sus pini
tos en la tragedia y en la poesía.3 César no permaneció insensible
ante los alicientes y posibilidades que la sociedad romana ofre
cía a los hijos de familias distinguidas. Se le consideraba blan
do, y aborrecía las obligaciones sociales hasta el punto de que
le molestaba tenerse que apretar el cinturón de la toga; prefe
ría llevarla poco ceñida y que los pliegues cayesen libremente,
a pesar de que esta forma de vestir se consideraba poco viril y
síntoma de afeminamiento, impresión que parecían reforzar su
rostro blanco y delicado y sus miembros esbeltos y bien propor
cionados. Sin embargo, caminaba orgullosamente erguido y
procuraba reforzar su elasticidad corporal mediante el depor
te. Sus progresos en equitación, manejo de las armas y natación
—en este aspecto su entrenamiento le salvaría la vida en el fu
turo— dejaban entrever un adiestramiento incesante desde su
adolescencia. Gozaba de buena salud y sus ojos irradiaban ener
gía y vitalidad. Durante toda su vida, César concedió un gran
valor al aspecto externo. Cuidaba su vestimenta con un gusto
exquisito que rayaba en la afectación. Le gustaba ir bien afeita
do y con los cabellos arreglados; además se depilaba todo el cuer
po. Siendo de edad madura, su calvicie le disgustaba, y procura
ba disimularla peinándose hacia adelante; no es de extrañar que
la autorización del Senado para que llevara siempre la corona de
laurel sobre su frente le causara una profunda alegría.
Durante todos estos años, la política interior y exterior de
46
Carl Winter Universitàtsverîag, Heidelberg
Busto de Césarjoven, denominado Caesar Luxburg. Colección Bührle.
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 47
Roma sufrió cambios sustanciales. Defraudados una y otra vez
en sus esperanzas de verse equiparados a los ciudadanos de
Roma, sus aliados, los habitantes de la península de los Apeni
nos, se alzaron en armas y al fin lograron la deseada igualdad:
todas las comunidades situadas al sur del Po obtuvieron la ciu
dadanía romana. No obstante, esto no cambió las cosas, y la
política de Roma siguió siendo la de un municipio. Crecieron
las dificultades para concentrar en el Foro a todos los ciudada
nos cuando había que celebrar comicios, elecciones o plebisci
tos, y paralelamente se acrecentó la importancia del político
individual y el peso de su personalidad.
Al mismo tiempo surgieron nuevos peligros en las fronteras
orientales. En el Ponto (costa sur del mar Negro), el rey Mitrí
dates había consolidado un reino muy poderoso que goberna
ba con mano férrea. Inició una guerra contra Roma e invadió
Asia Menor, asesinando a todos los romanos e itálicos residen
tes en dichos territorios; fue una venganza por el feroz saqueo
al que se veían sometidas las provincias. A Mitrídates se unió
también gran parte de Grecia: los griegos, que en el pasado
habían sorteado el peligro de la invasión de los persas, se alia
ron ahora con los orientales gobernados por un rey que reivin
dicaba sus raíces persas.
Los acontecimientos exigían de Roma una respuesta enér
gica. Pero las desavenencias internas, las guerras entre los alia
dos y las diferencias entre los partidos posibilitaron los éxitos
iniciales de Mitrídates. El año 88 a.C. el cónsul Publio Corne
lio Sila recibió el mando de la expedición contra Mitrídates; el
partido de los populares, descontento, pretendió que se nom
brara para dicho cargo a Mario. Pero Sila cortó de raíz este in
tento, marchando con sus tropas sobre Roma y restableciendo
la autoridad del Senado. Al ser elegido el año 87 a.C. para el
consulado Lucio Cornelio Cinna (fallecido en el 84 a.C.), uno
de los dirigentes de los populares, Sila eludió el peligro de gue
rra civil dirigiéndose con su ejército hacia los dominios de Mi
trídates. Mario y Cinna se adueñaron entonces del poder en
Roma, y los populares lo detentaron hasta el regreso de Oriente
de Sila (82 a.C.). Aquéllos sumergieron a Roma en un baño de
sangre y hubo numerosas muertes de aristócratas.
El padre de César falleció en aquella época (84 a.C.). Julia,
la esposa de Mario, se rodeó de un círculo de hombres influyen-
48 JULIO CÉSAR
Efigie deMürídatesVI (13 2-63 a.C,), rey delPonto desde 1 2 1 a.C. hasta su muerte.
D eKurtLange:HerrscherkôpfedesAltertums... (Berlín-Zurich, 19 38 )
tes, entre ellos César, que fue nombrado flamen dialis, sacerdo
te de Júpiter, Durante este período César rompió su compromi
so matrimonial con Cosucia, una mujer que pertenecía a una fa
milia de équités, y se casó con Cornelia, la hija de Cinna. Su
matrimonio tuvo, sin duda, fuertes connotaciones políticas. Las
relaciones de su familia con la cúpula dirigente de los popula
res se estrecharon, y es muy probable que la esposa de Mario
actuase de casamentera. En el matrimonio hubo también un
componente amoroso: César sentía un sincero afecto por su
esposa, y su hija Ju lia (nacida en el 83 a.C.) estuvo muy vincu
lada a él durante toda su vida. Aquí se manifiesta por primera
vez en la persona de César un fenómeno muy característico: la
confluencia de sus sentimientos personales con sus motivacio
nes políticas.
Al revés que muchos de sus contemporáneos, que fluctua
ban entre varias opciones políticas, César siempre permaneció
fiel al partido de los populares. Esta fidelidad no era de corte
ideológico —como la de Catón— , sino táctico: César era cons
ciente de que un político necesitaba gozar de la confianza de la
mayoría; a pesar de todo, nunca perdió o hipotecó su libertad
de acción. Pero el poder del partido popular no duró demasía-
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 49
do. Tras haber vencido a Mitrídates y haberle relegado a las
primitivas fronteras de su reino, Sila regresó a Italia como un
general victorioso, cayó sobre Roma en el otoño del año 82 a.C.
y tomó cumplida venganza de sus enemigos políticos, declarán
dolos proscritos y publicando listas con sus nombres. Ofreció re
compensas a quienes les diesen muerte, y prohibió que se les
proporcionara cobijo o se les ocultase, bajo pena de ejecución.
Impidió el acceso de sus descendientes a cargo alguno, y con
fiscó y sacó a pública subasta sus bienes, proporcionando una
oportunidad inmejorable de enriquecimiento fácil a cualquier
individuo carente de escrúpulos, sobre todo a los denunciantes.
Posteriormente Sila se hizo nombrar dictador y asumió la tarea
de promulgar leyes y dotar al Estado de una nueva organiza
ción. Revitalizó así un cargo institucional que había perdido
vigencia. En sus orígenes, la dictadura confería a una persona
el mando único político-militar en una situación de extraordi
naria necesidad durante un período de tiempo no superior a
seis meses. Sila la equiparó con el poder omnímodo de una
persona sobre el Estado, sin limitación alguna en el tiempo.
César aprovecharía posteriormente esta concepción nueva de la
dictadura. El dictador Sila dio a Roma una constitución que
aseguraba y reforzaba el poder del Senado y de la aristocracia.
Una de sus disposiciones esenciales precisaba que los magistra
dos supremos (cónsules y pretores) debían permanecer en Ita
lia durante su año de mandato y que no tendrían otras atribu
ciones que las civiles. Una vez finalizado su período en el cargo,
serían nombrados procónsules o propretores y pasarían a gober
nar alguna provincia; solo entonces podrían aspirar al mando
supremo, al imperium. De esta manera, el poder militar se des
gajó del poder político efectivo. Pero el rango de general con
mando extraordinario tenía unos fundamentos jurídicos muy
firmes, y esta disposición de Sila no perdió vigencia, mientras
que las restantes fueron derogadas al correr de los años.
Las medidas de Sila provocaron también transformaciones
sociales y económicas en Italia. La venta de los bienes de los
proscritos desembocó de hecho en una reestructuración de la
propiedad, acrecentada además por la política que el dictador
siguió con sus soldados al licenciarse, gracias a la cual 120.000
veteranos obtuvieron fincas procedentes de las propiedades de
los proscritos. Fue la primera gran colonización de los vetera-
50 JULIO CÉSAR
Lucio Cornelio Sila (13 8 -J8 a. C.),
defam ilia patricia, fu e un
convencido defensor de los
privilegios de la aristocracia
romana y se enfrentó a Mario y a
sus sucesores. Tras vencerlos, fue
proclamado dictador perpetuo con
poderes extraordinarios. Realizó
numerosas reformas encaminadas
principalmente a reforzar el papel
del Senado en la República. Museo
Arqueológico, Venecia.
nos durante el siglo, y no sería la última. Las colonizaciones
transformaron la estructura social de Italia, acortaron las dife
rencias de estirpe que habían desempeñado un papel prepon
derante en las luchas intestinas y propiciaron una nación roma
no-itálica más homogénea: sus habitantes hablaban latín y
poblaban un territorio que se extendía desde los Alpes hasta el
extremo sur de la península. Los veteranos colonizadores se
sentían ligados a su general por un vínculo personal, y éste
podía volver a movilizarlos en cualquier momento. El año 79 a.C.
Sila juzgó que su tarea había concluido, renunció a la dictadu
ra y se retiró de la vida pública. Aunque anteriormente la dic
tadura tenía límites precisos en el tiempo, tanto a amigos como
a enemigos de Sila les resultó incomprensible su dimisión. Cé
sar, en concreto, opinó al final de su vida: «Sila demostró un
absoluto desconocimiento de la política al renunciar a la dicta
dura».4 Sila había intentado dotar a Roma de unas instituciones
apropiadas para gobernar su Imperio, y evidentemente creía
que el Senado sería capaz de cumplir con este cometido. Pero
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 51
se equivocó: la aristocracia tradicional, diezmada por dos gran
des sangrías, fracasó en dicha misión.
Es muy ilustrativo cómo César soportó el triunfo del parti
do opositor y el gobierno de Sila. Los parientes de Mario y Cin
na corrían peligro, y él, como yerno del segundo, también. Sila
ordenó a César que se divorciara de Cornelia. Los familiares de
César acataron la orden, pero César se negó a cumplirla. Se le
declaró proscrito, le confiscaron todos sus bienes, incluida la
dote, y perdió su rango de flamen dialis. César estaba enfermo,
y huyó como pudo a las montañas. Preso de la fiebre, cambia
ba cada noche de escondrijo. A pesar de sus precauciones, fue
capturado por uno de los esbirros de Sila llamado Cornelio
Phagita.5 César compró entonces su libertad a cambio de dos
talentos, suma posiblemente superior a la recompensa prome
tida por su cabeza. En el futuro, César se negaría a tomar repre
salias contra Phagitas. Entretanto, los familiares de César adscri
tos al partido de Sila pedían clemencia e intercedían ante el
dictador para que César fuese indultado, objetivo que por fin
consiguieron con el apoyo de las sacerdotisas de Vesta, diosa de
la casa y del hogar. Sila cedió enfadado, no sin antes advertir a
los que abogaban por César: «¡Guardaos del muchacho de la
toga suelta!1’ Os haré caso, pero recordad que este hombre por
el que intercedéis pondrá en peligro nuestra hegemonía. En su
seno late un corazón más poderoso que el de Mario».7
César se había salvado, pero no se atrevió a permanecer en
Roma, y siguiendo los usos habituales entonces entre los miem
bros de familias nobles, entró al servicio del gobernador de una
provincia, el propretor Minucio Termes, y gracias a su condición
de hijo de senador obtuvo un cargo de oficial. Tomó parte en
el asedio de Mitilene (Lesbos), ciudad aliada de Mitrídates.
Luego Termes lo envió a la corte de Nicomedes IV Filopátor, rey
de Bitinia (costa sur del mar Negro y del mar de Mármara),
para buscar refuerzos en este reino aliado de Roma. Parece que
César se aficionó al lujo y suntuosidad que reinaban en aquella
corte, trabó amistad con Nicomedes, que suscitó murmuracio
nes acusándosele de homosexual (reproche por entonces muy
en boga). Transcurrido un tiempo, César regresó con su ejérci
to, pero no tardó en retornar a Bitinia, aduciendo motivos ni
mios e intrascendentes, hecho que intensificó los rumores. Sea
como fuere, César estableció entonces con Nicomedes unas
52 JULIO CÉSAR
Michael Grant: Rome (Zurich, i9 6 0 )
Estatuas de las sacerdotisas vestales en el Foro romano.
relaciones que posteriormente calificaría de hospitalarias, y con
el pueblo de Bitinia relaciones de otro tipo, de patronus a clien
tes. Esta observación de César data de la época en que Bitinia,
tras la muerte de Nicomedes (74 a.C.), fue incorporada al Im
perio como una provincia más por los romanos, a los que Nico
medes había designado sus herederos. Así se desprende de las
impresionantes y expresivas palabras de César: «Era un deber al
que no podía sustraerme ya sea por la hospitalidad que me
brindó el rey Nicomedes Filopátor o por mis estrechas relacio-
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 53
Moneda con la efigie de Nicomedes IV. Gabinete de Medallas, París.
nes con sus súbditos. En efecto, ni siquiera la muerte puede
borrar el recuerdo de las personas, que serán recordadas por
sus más allegados, ni tampoco puede dejarse indefensos a los
clientes, a los que solemos ayudar como si se tratase de parien
tes, sin arriesgarse a sufrir el mayor descrédito».8
El mismo joven que se había sumergido en los placeres de
la corte combatió a su vuelta con gran arrojo durante el asalto
a Mitilene. Termes le concedió la corona cívica, corona confec
cionada con hojas de roble que premiaba el haber salvado de
la muerte a un compatriota durante el combate. Luego, César
se unió al procónsul Publio Servilio Vatia, que combatía a los
piratas de la costa sur de Asia Menor (78 a.C.). Apenas hubo lle
gado al teatro de operaciones, César se enteró de la muerte de
Sila y se apresuró a regresar a Roma.
César confiaba en que la desaparición de Sila abriría a los
populares —y a él, por tanto— las puertas de la política, pero
enseguida se dio cuenta de que estaba equivocado: Sila había
54
Lápida sepulcral de un centurión romano con corona cívica y condecoraciones.
Provinzialmuseum, Bonn.
Corona cívica con la inscripción
f ob civis servatos («por los
ciudadanos salvados»), en una
moneda de cobre de la época de
Augusto. British Museum,
Londres.
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 55
cimentado tan sólidamente el poder de los optimates que éstos
no se sintieron en absoluto amenazados cuando en un primer
momento ciertos políticos no demasiado capaces asumieron la
dirección de los populares. César también lo comprendió así y
se mantuvo a la expectativa. Inició tímidos intentos para labrar
se una cierta popularidad. A lo largo de los quince años siguien
tes, primera fase de la actividad política de César, éste intenta
introducirse en la administración del Estado trabajando en
cuestiones internas (legislación, asuntos administrativos y pro
paganda) . Por razones de tipo propagandístico participó en los
primeros procesos políticos, que le depararon, siendo todavía
un joven político, no pocas críticas.
Uno de los métodos de lucha política más extendidos por
entonces eran los procesos, que ofrecían la oportunidad nada
despreciable de poner fuera de juego al adversario con una
sentencia judicial. Pero mucho más importante era la posible
influencia que se ejercía sobre la opinión pública con los discur
sos pronunciados durante el proceso. Evidentemente, en la
antigüedad no existía nada parecido a nuestra prensa, radio o
televisión. El cometido que hoy desempeñan estos medios de
comunicación se cumplía por otras vías: la transmisión de no
ticias corría a cargo básicamente de los agentes al servicio de los
magistrados y también de los particulares bien informados, a
los que les llegaban noticias desde cualquier punto del Imperio.
En la conformación de la opinión pública —segunda función
importante de la prensa actual— el papel más importante co
rrespondía a los discursos, que menudeaban a la más mínima
ocasión: debates políticos, funerales, nacimientos, toma de po
sesión de un cargo, fiestas municipales, etc. Su influencia se
acrecentaba poderosamente si quedaban de ellos huellas escri
tas, que podían transmitirse a los no asistentes. Los discursos en
los procesos políticos ejercían una influencia muy importante
sobre la opinión pública, y esta motivación explica —como lo
demuestra de manera palpable el ejemplo de César— que en el
conjunto del proceso no importara tanto la sentencia en sí
cuanto los discursos que eran pronunciados durante la vista.
En su primera intervención judicial, César actuó contra un
partidario de Sila, Cneo Cornelio Dolabela, acusándole de ra
piña en una provincia (77 a.C.). En esta ocasión midió sus armas
retóricas con los abogados más famosos de su tiempo, Quinto
56 JULIO CÉSAR
Hortensio y su tío materno Lucio Aurelio Gota. Éstos obtuvie
ron la absolución de su cliente («la defensa de Cota me ha
quitado de las manos un gran delito», afirmó el mismo César),9
pero su actuación granjeó a César un merecido prestigio, y en
adelante se le contaría entre los mejores oradores de Roma. Su
fama le valió al año siguiente la dirección de otro proceso em
prendido por clientes griegos contra otro partidario de Sila,
Cayo Antonio, por el saqueo de municipios griegos durante la
guerra contra Mitrídates. Tampoco logró el éxito en este proce
so, porque Antonio invocó a los tribunos del pueblo, que le
brindaron su protección. El proceder de César demostró su
oposición a Sila y aclaró su posición política. Por el momento
carecía de perspectivas políticas en Roma, por lo que regresó a
Oriente para pulir su oratoria en la famosa escuela de Rodas.
Este viaje le deparó esa aventura tantas veces relatada de los
piratas. Por entonces, los piratas amenazaban la seguridad de la
navegación por el Mediterráneo, sobre todo en su mitad orien
tal, atacaban numerosas naves y obtenían de ellas pingües ga
nancias procedentes del botín, la venta de sus prisioneros como
esclavos o de los rescates. En caso de piratería, las ciudades
costeras de Asia Menor estaban obligadas a pagar el rescate de
los ciudadanos romanos. Según los informes referentes al hecho
histórico acaecido a César, exagerados a todas luces, parece que
los piratas exigieron veinte talentos por su rescate, y César se
burló de ellos («¡No sabéis a quién tenéis en vuestras manos!»),
elevando la suma a cincuenta talentos. A continuación envió a
su séquito a buscar el dinero del rescate y él se quedó, con una
reducida escolta, con los piratas. Se comportó entre ellos como
si fuera su rey, no como un prisionero; les infundió temor y
despertó su admiración. Según las crónicas no se atrevían a
perturbar su sueño, temían jugar o practicar deportes con él;
escuchaban incluso los poemas que componía, y en una ocasión
que no los alabaron lo suficiente, él les dijo: «¡Sois unos brutos
sin cultura!», añadiendo a continuación con una sonrisa: «¡Haré
que os ahorquen!». Tras pagar el rescate, los piratas le pusieron
en libertad. César se dirigió entonces a marchas forzadas a Mi
leto, reclutó soldados, fletó barcos, persiguió, atajó y finalmen
te derrotó a los piratas, quedándose él y sus mercenarios con to
das las posesiones de aquéllos, incluyendo el rescate que él
mismo había satisfecho por su liberación. A los piratas supervi
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 57
vientes los mandó presos a la cárcel de Pérgamo, exigiendo al
gobernador de la provincia de Asia que les diese un castigo
ejemplar. El gobernador, sin embargo, esperaba sacar buenos
dividendos con ellos y daba largas al asunto. A la vista de las
circunstancias, César volvió a Pérgamo y, cumpliendo lo que
había prometido en broma, los hizo crucificar, modo habitual
de ejecutar las penas de muerte en aquellos tiempos, aunque
para mitigar el dolor ordenó que previamente los estrangula
ran.10
Hay que poner en tela de juicio la verdad histórica de todos
estos detalles. La anécdota revela con especial claridad la arro
gancia de César, desmesurada ya desde su juventud. Muestra
también la superioridad de César sobre sus secuestradores, y
la fascinación que ejerce sobre ellos. En la ociosidad forzosa
de la captura, César se dedica a escribir poemas, a practicar el
deporte, síntomas de la vitalidad de un carácter que aprovecha
cada segundo y que no olvida el cuerpo, receptáculo de la in
teligencia. También son muy ilustrativas la energía y rapidez con
que emprende su venganza, y la tenacidad con la que se aferra
a sus opiniones y propósitos, y al final logra imponer su volun
tad aun en contra de los poderes establecidos.
César no permaneció mucho tiempo en Rodas. Mitrídates
no reconocía el testamento de Nicomedes IV de Bitinia (falle
cido en el 74 a.C.) e inició una nueva guerra contra Roma. Cé
sar pasó a Asia Menor, reclutó tropas a toda prisa de los distin
tos pueblos y se enfrentó con éxito a Mitrídates, utilizando en
esta ocasión los mismos métodos expeditivos. Pero incluso esta
acción tiene carácter episódico ante la noticia que le llegó de
Roma: su tío Aurelio Cota había muerto repentinamente, dejan
do vacante su puesto en el Colegio de los Pontífices, autoridad
sacerdotal máxima de Roma. César se convirtió en su sucesor.
Sin pérdida de tiempo se presentó en la capital para ocupar
dicho cargo, que le proporcionaba una sólida posición en
Roma. Su estatus se consolidó aún más cuando al año siguien
te fue reelegido tribuno militar, lo que no implicaba necesaria
mente el abandono de la capital. Por otro lado, su último viaje
había mejorado considerablemente su situación económica.
César no era rico, aunque sí muy pretencioso, y hasta la cuarta
década de su vida vivió más del crédito que de sus propios in
gresos. Ya antes de ocupar cargo público alguno, sus deudas
58 JULIO CÉSAR
ascendían a la fabulosa suma de 1.300 talentos. Su segunda es
tancia en Asia Menor le proporcionó, amén de los botines de
la expedición militar y del obtenido de los piratas, mencionado
más arriba, una herencia de Nicomedes que contribuyó a aliviar
ostensiblemente su situación.
A partir de entonces y durante cerca de una década, César
intentó con una tenacidad encomiable conseguir influencia
política dentro de la política interior, apoyándose en las masas
populares de Roma, cuya mayoría tenía asegurada de antema
no. Sin embargo, su influencia, asentada exclusivamente en la
popularidad, no tardó en desmoronarse. En efecto, los métodos
con los que se conquistaba el favor popular eran ya de sobra
conocidos y, lo que es más importante, Sila había demostrado
cuánto más fácil y seguro era dominar los resortes del poder
real, es decir, el ejército. Pero la dictadura de Sila había forta
lecido el reaccionarismo de los optimates, y este hecho quizá
hizo a César desistir de utilizar dicha vía. En César siempre se
impuso el político sobre el militar. Al revés que Federico el
Grande o Napoleón, él no inició su carrera militar como tram
polín para escalar el poder. Hay que compararle más bien con
Pericles o con Cromwell: César, por encima de todo, fue un
político; más exactamente, un político de partido que utilizó las
armas para alcanzar sus objetivos políticos. Consideró siempre
la guerra un recurso político, una forma de «conseguir por
otros medios» la realización de su política. En un principio
César quiso abrirse camino con métodos exclusivamente polí
ticos, y se despreocupó un tanto de los conflictos militares en
las fronteras del Imperio.
En Oriente, la guerra con Mitrídates se recrudecía. Lúculo,
uno de los optimates más capacitados y a quien Europa debe la
introducción de la cereza, hizo retroceder al monarca hasta
Armenia. En Occidente, un seguidor de Mario, Sertorio, había
instaurado en España un imperio opuesto a la Roma domina
da por los optimates, favorecido por el amor a la libertad de los
españoles, e incluso había intentado establecer alianzas con
Mitrídates. Fue enviado por Roma para combatirle Cneo Pom
peyo Magno, que en su juventud había apoyado con su ejérci
to a Sila al regresar éste de Oriente, el cual le otorgó el sobre
nombre de Magno («El Grande»), Al ser proclamado imperator
—habitualmente por los soldados tras una batalla victoriosa— ,
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 59
entró en Roma en olor de multitudes. Pompeyo, enorgullecido
por estos éxitos, solicitó y obtuvo un mando extraordinario para
luchar en España. Durante años combatió contra Sertorio, hasta
la eliminación de este último como fruto de una conspiración.
Tras su muerte, Pompeyo restableció la calma en la provincia y
regresó victorioso a Italia. A las puertas de Roma se encontró
con Marco Licinio Craso, que acababa de sofocar la rebelión de
los esclavos, en pie de guerra desde hacía tres años bajo el cau
dillaje de Espartaco. Ambos eran rivales porque Pompeyo recla
maba para sí el honor de haber terminado con la revuelta de los
esclavos, ya que había exterminado a algunos grupos dispersos.
Ambos aspiraban al consulado en el año 70 a.C. Al no dar el Se
nado el visto bueno a su candidatura, se aliaron entre sí, se si
tuaron al frente del partido popular e impusieron al fin su nom
bramiento con la coacción de sus tropas. Durante su mandato
se derogaron la mayor parte de las leyes promulgadas por Sila.
Sobre todo, restituyeron su primitiva categoría e influencia al
cargo de tribuno de la plebe, que se convirtió, así en trampolín
básico para los populares. César nunca llegó a ocupar dicho
puesto, privativo de gentes de orígenes plebeyos. Los datos so
bre César referidos a este período son muy escasos. Cabe con
jeturar que apoyaría las reformas populares de Craso y Pompe
yo. Se sabe que defendió la moción del tribuno Plautio, que
solicitaba el perdón y el regreso de los populares huidos a His
pania al lado de Sertorio. Se contaba entre éstos Lucio Cinna,
cuñado de César, por lo que este último justificó su proceder no
solo como una prueba de sus convicciones políticas, sino tam
bién como la asunción de sus obligaciones frente a un parien
te (pietas), comportamiento que era muy estimado socialmen
te dentro de la ética romana: «Creo que no he escatimado
esfuerzos en atención a nuestro parentesco».11
En el año 68 a.C. César fue elegido cuestor. Los cuestores asis
tían (tanto en Roma como en las provincias) a los magistrados
superiores en la administración de la hacienda. La investidura
como cuestor abría las puertas del Senado. César fue asignado
al propretor de la Hispania Ulterior. En Hispania patentizó sus
grandes dotes de organizador; se ha demostrado que desempe
ñó el cargo con celo y eficacia, y así lo recordaría más tarde a
los habitantes de Hispania: «Desde el inicio de mi cuestura
consideré esta provincia como cosa personal y procuré conse-
6ο JULIO CÉSAR
E l general romano Quinto
Sertorio ( 1 2 3 - J2 a.C. pasó
buena parte de su vida
militar en Hispania (España)
y luchó a favor de los
populares, enfrentándose a los
ejércitos de Sila y ele Pompeyo.
Tuvo bajo su control casi toda
la Península Ibérica y fundó
en Osea (Huesca) una escuela
para la educación de los hijos
de los jefes hispanos. Murió
en esa ciudad víctima de una
conjura. Grabado. Biblioteca
Nacional, París.
guir para ella los mayores beneficios posibles».18 Por entonces
visitó Gades (Cádiz) y al admirar en uno de sus templos una
estatua de Alejandro Magno, suspiró lamentándose de que «a
una edad en la que Alejandro había conquistado el mundo, él
seguía siendo un desconocido».13 Durante su viaje de retorno a
Roma, se detuvo en la llanura del Po y entabló relaciones con
los transpadanos (habitantes del territorio situado entre el Po
y los Alpes). Estos estaban considerados como ciudadanos de
segunda clase (sometidos al derecho latino) y exigían su equi
paración con sus compatriotas y ciudadanos de pleno derecho
del sur del Po. La defensa del derecho a la ciudadanía de los
federados era uno de los pilares de la política popular, y cjesde
ese momento César no cesó de reivindicar la igualdad hasta su
consecución efectiva en el año 49 a.C.
En el 65 a.C. César fue designado aedilis curulis (edil curul),
asumiendo la supervisión de la policía romana y de los merca
dos, así como la preparación de los juegos públicos. Compartió
el cargo con el optimate Marco Bíbulo. Al año siguiente fue
nombrado juez presidente de un tribunal. En el 63 a.C, al falle
cer el presidente del colegio sacerdotal, César, aunque aún era
muyjoven, presentó su candidatura al cargo de pontifex maximus.
Catulo, su rival más encarnizado y dirigente de los optimates,
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 6ι
intentó sobornarle para que renunciara a su candidatura, y re
cibió esta dura respuesta: «¡Pediré prestado para luchar aún más
contra ti!».14 Las palabras que dirigió a su madre la mañana de
la elección demuestran que César era consciente del riesgo que
corría: «Madre, hoy verás a tu hijo convertido en pontifex maxi
mus o en un proscrito».15 En caso de salir derrotado, solo el
exilio voluntario hubiera podido preservar a César de las temi
bles secuelas económicas que conllevaría la derrota. Pero triun
fó en su empeño, demostración palpable de las simpatías que
despertaba entre el pueblo llano. Al año siguiente fue elegido
pretor, cargo máximo al que podían aspirar los équités y último
peldaño antes del consulado. En el 6 1 a.C. César asumió la ad
ministración de la Hispania Ulterior, territorio que ya conocía
desde su etapa de cuestor. Sus deudas habían alcanzado una
suma tan desorbitada que sus acreedores exigieron el pago
antes de su partida. Craso (que era uno de los hombres más
ricos de Roma) salió en su defensa y le avaló frente a los acree
dores más recalcitrantes por un total de 830 talentos. De cami
no hacia Hispania, César atravesó un poblado de pocos habitan
tes, y alguien de su séquito bromeó: «Hasta aquí llega la
ambición por escalar el primer puesto y la envidia de los nota
bles entre sí». A lo que César respondió de forma tajante: «Pre
feriría ser el primero entre éstos que el segundo en Roma».18
Una vez en Hispania, César se hizo acreedor por primera
vez al laurel por operaciones militares. Incrementó el número
de soldados de su ejército de veinte a treinta cohortes, y some
tió a las tribus de las montañas, que hasta entonces habían in
tentado sacudirse el yugo de Roma. La campaña militar propor
cionó botín y gloria militar tanto a los jefes del ejército como a
los soldados de a pie; las tropas proclamaron a César imperator,
el Senado decretó una fiesta en acción de gracias y César com
prendió que había llegado el momento de hacer su entrada
triunfal en Roma. En cuanto a la administración civil, César
continuó la obra iniciada siendo cuestor: «Durante mi pretura
solicité al Senado la exención de los impuestos establecidos por
Metelo [durante la guerra contra Sertorio] y lo conseguí; ade
más, he asumido vuestra representación, he facilitado que nu
merosas embajadas fueran recibidas por el Senado, y he sido
vuestro protector en numerosos asuntos públicos y privados, a
pesar de ciertos resquemores».17 Reguló también escrupulosa-
62
Reconstrucción ideal de
un centurión romano del
siglo i a.C. E l centurión o
jefe de una centuria
alcanzaba este cargo por
méritos personales y años
de servicio en las legiones.
Su misión consistía en
hacer rendir al máximo a
sus hombres. Para hacer
cumplir sus órdenes
llevaba en la mano una
vara de sarmiento. Museo
Nacional, Roma.
EL PRINCIPIO DEL CAMINO
63
mente la amortización de las deudas para acabar con la terrible
rapiña a que era sometida la provincia por los gobernadores y
arrendatarios de impuestos. El mismo salió muy beneficiado,
porque con el dinero producto de botines y de su cargo lo
gró saldar sus deudas y sanear su economía. Esto no obsta para
que su administración pueda ser considerada objetivamen
te como buena y justa. Pero este detalle nos da una cierta idea de
cómo exprimían los gobernadores romanos a las provincias. La
propretura le brindó además beneficios de índole personal,
como su amistad con Lucio Cornelio Balbo. Era éste un hom
bre nacido en Cádiz que en las luchas contra Sertorio se puso
del lado de los romanos, y en recompensa Pompeyo le dio la
ciudadanía romana. Al conocer a César entró a su servicio como
praefectus fabrum (jefe de ingenieros) y se convirtió en su mano
derecha y en uno de sus hombres de confianza. Balbo guardó
fidelidad a César hasta la muerte y le prestó grandes servicios
por las excelentes cualidades que poseía para la diplomacia.
Este es un sucinto relato de las actividades desplegadas por
César entre los años 70 y 6 1 a.C. Sus intentos de alcanzar pues
tos influyentes en política, que son el elemento de cohesión de
dichas actividades, se observan con mucha más claridad orde
nándolos de manera sistemática antes que cronológica, porque
las empresas siempre distintas dan una imagen más distorsiona
da. César cambia sus métodos según la situación con la que se
enfrenta, y paralelamente varía también la intensidad de su
compromiso personal y su preeminencia. Sin embargo, César se
revela siempre como un auténtico político, como un hombre
que se da cuenta de las diferentes posibilidades de cada momen
to e intenta aprovecharlas interviniendo con rapidez, con recur
sos distintos según la ocasión, aunque su adscripción a los po
pulares se mantiene inalterable durante toda su carrera militar
y política, así como su objetivo de acceder a la suprema direc
ción del Estado con el apoyo del pueblo.
Esta fidelidad al partido popular se observa en el respaldo
que siempre presta César a las iniciativas políticas de los popu
lares. Desde el año 70 a.C. el principal dirigente del partido era
Pompeyo. En el 67 a.C. el tribuno del pueblo Gabinio solicitó
para aquél un nuevo mando extraordinario con amplias atribu
ciones, porque los piratas habían acrecentado tanto su poderío
que amenazaban las mismas costas de Italia. Pompeyo quería
64 JULIO CÉSAR
acabar con ellos mediante una gran operación de limpieza por
todo el Mediterráneo. César apoyó la propuesta de Gabinio, y
Pompeyo se encargó, de la misión, que cumplió a conciencia y
con rapidez. Entretanto en el escenario bélico de Oriente (gue
rra con Mitrídates) las cosas iban de mal en peor. Lúculo había
sufrido serios reveses, su ejército se había amotinado y le había
destituido del mando. Sus sucesores combatían sin fortuna. El
año 66 a.C., al terminar la guerra contra los piratas, Pompeyo
se encontraba con su ejército en el Este. El tribuno Manilio pro
puso entonces encomendarle la tarea de terminar la guerra con
tra Mitrídates. César volvió a apoyar la moción, y ésta fue
aprobada. En el 63 a.C. Pompeyo había vencido definitivamen
te a su enemigo, y había reorganizado además los territorios ro
manos de Oriente. Amplias zonas de Asia Menor y Siria se con
virtieron en provincias romanas tras su conquista, quedando
inmersas en un anillo de pequeños y medianos Estados helenís-
tico-orientales dependientes de Roma. En el 58 a.C. se sumó
Chipre. Esta considerable expansión del Imperio hacia Orien
te suponía la entrada en el mundo romano de territorios habi
tados básicamente por una población de origen y civilización
griegas. El esplendor y el lujo de los ricos Estados orientales
impresionaron profundamente a los romanos, y la fama de
Pompeyo alcanzó cotas insospechadas.
Si bien César defendía con calor la política del partido po
pular, en ocasiones Pompeyo sobresalía por encima de él. Pero
a César esto no le preocupaba, porque sabía hacerse con alia
dos poderosos sin dar la impresión de que buscaba el medro
personal. En el año 67 a.C. emparentó con el famoso general
que acababa de tomar posesión de su cargo de general en jefe
de la expedición contra los piratas, al casarse, tras la niuerte
de su primera esposa, con Pompeya, familiar de Pompeyo. En
el 63 a. C. empezó su colaboración con Tito Labieno, que ha
bía sido su compañero de armas once años atrás en la guerra
contra Mitrídates y que sería más tarde su lugarteniente en la
guerra de las Galias. Ese mismo año Labieno, a la sazón tribu
no de la plebe, propuso para Pompeyo un homenaje especial en
los juegos y la corona de laurel como símbolo de triunfo. César
apoyó esta iniciativa. El día de su toma de posesión de la pre
tura (x de enero del 62 a.C.) anunció otra moción para honrar
a Pompeyo. Desde el 78 a.C. Catulo, el líder de los optimates,
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 65
Medalla con la efigie de Tito
' -V ... ;
Labieno (100-45 a,G.), lugarte
niente de César durante la guerra
de las Galias, aunque, más tarde
se convertiría en su enemigo.
Gabinete Numismático, Roma.
dirigía la reconstrucción del templo de Júpiter en el Capitolio,
destruido por un incendio. Lo había consagrado el 69 a.C., a
pesar de que no estaban concluidas las obras. Ese día César pro
puso destituir a Catulo y encomendar a Pompeyo la termina
ción del templo. De haber sucedido así, el nombre de Pompe
yo habría figurado en el edificio en lugar del de Catulo. El
Senado desbarató inmediatamente semejante proyecto, pero la
propuesta caló hondo en el ánimo de Pompeyo y en el del pue
blo. Después de estos sucesos, el tribuno Metelo Nepote, que
había acudido a Roma desde el campamento de Pompeyo, qui
so que éste fuese elegido cónsul in absentia y aconsejó que se le
hiciera venir para que asumiese la protección de los ciudadanos.
Por entonces no se habían apagado aún los disturbios origina
dos por Catilina. César volvió a apoyar la moción. Se produje
ron revueltas, el Senado proclamó el estado de sitio y prohibió
a César y a Metelo el ejercicio de sus cargos. El segundo regre
só con Pompeyo. César se resignó y se retiró a su casa, y cuan
do una muchedumbre le ofreció sus puños como armas, él los
tranquilizó. Ante estos hechos, al Senado no le quedó otro re
medio que agradecer la lealtad de César y restituirle su cargo.18
Pero en otras ocasiones César supo mostrarse como el au
téntico representante de los intereses del pueblo. El año 68 a.C.
fallecieron dos personas muy queridas por César: su esposa
Cornelia, cuya oración fúnebre pronunció en el Foro, contra
viniendo la costumbre que no concedía tal honor a las mujeres
jóvenes.19 Su actuación fue un reconocimiento expreso de ad
hesión a los populares, máxime tratándose de la hija de Cinna,
66 JULIO CÉSAR
y además una prueba de sus pietas y de su sincero dolor por la
pérdida de su querida esposa. Y poco después falleció su tía
Julia, que había estado casada con Mario. César pronunció
igualmente su oración fúnebre, en la que afirmaba: «Por línea
materna el linaje de mi tía Ju lia desciende de reyes, mientras
por la paterna entronca con los dioses inmortales: en efecto, los
Marcios descienden de Anco Marcio [cuarto rey de Roma] y ése
era el nombre de su madre; de Venus proceden los Julios, nues
tra familia. Su estirpe aúna, pues, la majestad de los reyes, hom
bres poderosos entre los poderosos, y la divinidad de los dioses,
que tienen en sus manos el destino de los hombres, incluidos
los reyes».20 La cuidadosa selección de los términos y la monu-
mentalidad de las frases de este fragmento traslucen algo de la
capacidad de César como orador. Se percibe también cierta si
militud con el discurso a los bitinios ya citado, así como algunas
características del estilo de César, del que se elogiaba su «majes
tuosidad y refinamiento en el gesto, el tono y la forma».21 Pero
todavía causó mayor efecto la imagen de Mario portada en el
cortejo fúnebre entre otras imágenes familiares, lo cual estaba
prohibido desde los tiempos de Sila. El pueblo mostró su entu
siasmo al contemplar a su líder vestido con traje de gala y con
todos sus distintivos honoríficos.
La actividad de César como edil (65 a.C.) le brindó una oca
sión inmejorable para fomentar sus labores de propaganda. De
pronto una mañana reaparecieron en el Capitolio los trofeos y
enseñas de Mario, que habían sido suprimidos por Sila. Una
muchedumbre, entre excitada y sorprendida, se agolpó en tor
no a ellos, mientras los veteranos de Mario lloraban a raudales.
A nadie cupo duda entonces de la autoría de ese rescate de una
de las tradiciones más queridas del partido popular. El cargo
proporcionaba a César al mismo tiempo una ocasión muy pro
picia para granjearse el favor del pueblo. Organizó juegos con
carreras de carros, luchas de fieras y toda suerte de exhibicio
nes circenses que superaron todos los precedentes. El punto
culminante lo constituyeron las honras fúnebres en memoria de
su padre tras los juegos de otoño, en los que César ofreció un
combate de 320 gladiadores con armaduras de plata. César
había querido aumentar el número, pero el Senado se inquie
tó, porque tantos hombres con las armas en la mano sometidos
a una sola persona le parecían peligrosos, y limitó el contingen-
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 67
Durante su etapa como edil, César organizójuegos circenses que incluían espec
táculos como el representado en esta terracota. Museo Nacional, Roma.
te a la cifra arriba mencionada. Todo esto exigía muchísimo
dinero y consiguió que su colega Bíbulo participase en los gas
tos, aunque a los ojos de la gente él aparecía como organizador
único de un espectáculo tan deslumbrante. No es de extrañar,
pues, la amarga queja de Bíbulo: «Me ha sucedido lo que a
Pólux: el templo del Foro se levantó en honor de los dos geme
los [Cástor y Pólux], pero se llama templo de Cástor. Del mis
mo modo los juegos organizados por César y por mí, se los atri
buyen exclusivamente a él».22
Además de los juegos, César se ocupaba también de la cons
trucción y ornamentación del Foro y del Capitolio; hizo también
arreglar —excediéndose en sus atribuciones— la Via Appia, el
camino más importante que iba a Nápoles. Paralelamente a esto,
las deudas de César alcanzaron una suma fabulosa. A esta vertien
te externa, hay que añadir su fascinación personal. Siendo toda
vía un adolescente se ponderaban su amabilidad y su gentileza,
68 JULIO CÉSAR
(Viena-Munich, 1 9 64).
Curtius-Nawrath: Das antike Rom
Ruinas del templo de Cástor en el Foro romano.
asegurando que dichas cualidades le ganarían el afecto del
pueblo.23 Todo este conjunto de cosas surtieron su efecto, según
quedó demostrado al ser elegido pontifex maximus.
César no desdeñó por entonces la oportunidad que le pro
porcionaban los procesos para incrementar su popularidad.
Aludiremos al de Cayo Rabirio. César colaboró en él con La
bieno. A Rabirio se le acusaba de haber asesinado al tribuno de
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 69
Hachette, París
La Via Appia. En primer plano, el antiguo pavimento.
la plebe Saturnino durante las revueltas del año 100 a.C. Aunque
era fácil demostrar que no era así, Labieno presentó la quere
lla, y para conseguir espectacularidad recurrió a un procedi
miento caído en desuso tiempo atrás que causó sensación por
que preveía la tremenda pena de azotes y crucifixión. César era
uno de los jueces. Al ser declarado culpable, Rabirio recurrió
ante la asamblea del pueblo, con lo que la vista fue suspendida,
y Labieno tuvo que instruir nuevo expediente que propició una
nueva condena y la subsiguiente apelación. Pero antes de pro
nunciarse la sentencia, se suspendieron los comicios, cuando el
pretor Metelo Céler ordenó arriar la bandera roja que ondea
ba en el Janiculo, una de las colinas de Roma situada al norte
7° JULIO CÉSAR
del Tiber. En el pasado ese hecho significaba la llegada de ene
migos por el norte, y consecuentemente la inmediata suspen
sión de cualquier asamblea pública. La evidente inocencia de
Rabirio, el sensacionalismo del primer proceso y la ausencia
de resultados concretos nos permiten aventurar que en realidad
no peligraba la integridad física de Rabirio. César y Labieno sim
plemente querían recalcar el derecho de apelar ante el pueblo.
Este derecho de apelación, denominado provocatio, implicaba
que ningún ciudadano romano podía ser ajusticiado sin convo
car previamente la asamblea del pueblo, expresión definitiva de
la soberanía popular. Es cierto que el Senado, ateniéndose al
derecho consuetudinario, podía revocar ese derecho de apela
ción mediante el senatus consultum ultimum («decisión inapela
ble y de obligado cumplimiento»), que podría compararse con
el estado de sitio. Pero los populares no reconocían ese derecho
consuetudinario o intentaban restringir al máximo su utiliza
ción. Saturnino había sido ajusticiado en virtud de un senatus
consultum ultimum:, ahora, se forzaba a su presunto autor a recu
rrir a la provocatio: el éxito propagandístico es evidente.*4
Durante estos años, la actividad política de César no se limi
tó a prestar su apoyo al partido popular y a Pompeyo, y a hacer
propaganda de sí mismo. Sus actividades eran solo una etapa
previa en su objetivo de labrarse una posición influyente. La
meta final de su actuación estaba guiada por la conquista a todo
trance del poder real y efectivo, para así poder situarse a la al
tura de Pompeyo. Simultáneamente, César intensificaba su cola
boración con Craso, que en el año 70 a.C. había sido cónsul ju n
to con Pompeyo. Craso era por entonces uno de los políticos
más influyentes fuera del círculo de los optimates. Sus extraor
dinarias riquezas le habían proporcionado una sólida posición.
Había iniciado su fortuna en los tiempos de las proscripciones
y desde entonces no había cesado de aumentar, merced a la
habilidad de Craso para los negocios. Respaldaba a César con
todo su poderío económico, y así se evidenció cuando se con
cedió a César la propretura de Hispania. Apoyó también a Cé
sar cuando éste reivindicó los derechos de los transpadanos
durante su etapa de censor (supervisor del censo) e intentó, sin
éxito, incluirlos en la lista de los ciudadanos. A iniciativa de
Craso emprendió César la ampliación de la Via Appia, tarea
de su competencia en cuanto censor. De mayor relevancia fue
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 71
ron las reformas legislativas que ambos apoyaron o emprendie
ron personalmente. Una de las mociones apuntaba a Egipto. En
el año 65 a.C. los egipcios habían expulsado a su rey Tolo-
meo XII, conocido por el sobrenombre de Auletes («el flautis
ta»). Este había asesinado a su predecesor, pero se decía que el
asesinado había legado su país al pueblo romano como en su
día lo hiciera Nicomedes IV de Bitinia. La expulsión de Aule
tes ofrecía a Roma una ocasión inmejorable para tomar pose
sión de su herencia. César luchó para que se le encomendase
este cometido a propuesta de los tribunos de la plebe, y Craso
apoyó la iniciativa en el Senado, De haberlo logrado, César
habría conseguido de pronto un potencial militar y económico
muy considerable. Pero el Senado desconfiaba del candidato y
se negó a aprobar la propuesta: fue ésta la primera vez en que
Cicerón, el mejor orador romano, se opuso a los planes de Ju
lio César.
A finales del año 64 a.C. César y Craso intentaron de nue
vo el asalto al poder aprovechando una ley agraria, presentada
por el tribuno de la plebe Rulo, que preveía nuevos asentamien
tos colonizadores para disminuir las capas pobres que vivían en
Roma del trigo repartido por el Estado. La colonización se asen
taría en la última zona propiedad del Estado que quedaba en
Italia, el fértil término de la Campania. Pero el territorio resul
taba insuficiente, por lo que habría que comprar tierras. Rulo
pretendía sacar el dinero necesario de la venta de tierras esta
tales en las provincias. Se preveían diez jefes de colonización
con un mandato de cinco años y el rango y autoridad de pre
tores; contarían además con capacidad para decidir qué terre
no de las provincias era público y cuál privado. Se habían toma
do tantas precauciones, que Craso y César no dudaban de que
serían elegidos para presidir la comisión, soslayando a Pompe
yo por estar ausente de Roma. Los dos políticos esperaban for
talecer con ello su poder político y económico, ya que les resul
taría sumamente fácil reclutar un ejército entre los colonos. La
ley era una andanada contra la línea de flotación del Senado y
del poder de los optimates. Pero Cicerón dio al traste otra vez
con las esperanzas de César y Craso después de pronunciar va
rios discursos ante el Senado y la asamblea del pueblo. César y
Craso habían permanecido ocultos en la sombra y no se sintie
ron amenazados. Más tarde, sin embargo, durante su consula-
72 JULIO CÉSAR
Busto en mármol de Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.), el másfamoso de los
oradores romanos. Museo Capitolino, Roma.
do, César asumió las líneas maestras del proyecto de Rulo y las
puso en práctica, demostrándose con ello a posteriori la impli
cación directa de César en el primitivo proyecto. i
La actitud negativa del Senado en lo referente a la cuestión
egipcia estuvo quizá mediatizada por los acontecimientos de lo
que se ha dado en llamar primera conjuración de Catilina, en
la que se sabía implicado a César. Entramos con esto en el
ámbito del movimiento clandestino ilegal, terreno especialmen
te resbaladizo y en el que las afirmaciones tajantes son muy
problemáticas. Es verdad que César (al igual que Craso) no
desdeñaba tales métodos, pero resulta muy difícil averiguar
hasta qué punto se comprometieron realmente. Lucio Sergio
Catilina ambicionaba el consulado para el año 65 a.C., pero su
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 73
candidatura fue rechazada porque pendía sobre él un proceso
por chantaje. Este individuo, que no gozaba por entonces de
ningún crédito y que estaba cargado de deudas, se había enri
quecido con las proscripciones. Pero los dos cónsules elegidos
ese año fueron juzgados y declarados culpables de haber com
prado votos, por lo que fueron depuestos. Entonces se unieron
a Catilina para apoderarse a la fuerza del consulado y asesinar
a los dos cónsules sustitutos durante su toma de posesión. Cuan
do hubieran conseguido esto, César sería proclamado dictador
y Craso, su lugarteniente (magister equitum) . Los conjurados es
peraban apoyo de Pisón, un joven patricio en bancarrota que
había sido gobernador de Hispania, y también de los transpa-
danos. Pero cuando se descubrió la conjuración, los cónsules
tomaron posesión de su cargo bajo la protección del· ejército y
César suspendió la operación. Más tarde, al morir Pisón asesi
nado en Hispania, el asunto fue definitivamente arrinconado y
olvidado. La participación de Craso y César en él es segura,
aunque desconocemos con exactitud en qué grado de compro
miso, máxime teniendo en cuenta que en Roma no se habló del
tema hasta años después. Es posible que fomentasen la conju
ra para recibir mando de tropas en caso de haber triunfado. En
cualquier caso es evidente que César jugaba a dos bandas en su
lucha por el poder, según se deduce de los tribunales que pre
sidió durante el año 64 a.C.: condenó a dos seguidores de Sila
por haber participado en las proscripciones, y absolvió, sin em
bargo, a Catilina, convicto y confeso del mismo delito. Esto de
muestra de manera palpable la relación de César con Catilina,
y su esperanza de poder utilizarlo todavía en el futuro. Al mis
mo tiempo constituye una prueba fehaciente de la primacía de
los criterios políticos en todo el quehacer de César, incluso en
la administración de la justicia. Resultan muy significativos al
respecto los versos que solía citar del trágico griego Eurípides:
Si has de infringir la ley,
procura que el poder sea la causa;
en todo lo demás, atente a la justicia.25
En el año 63 a.C. Catilina volvió a presentarse como candi
dato al consulado, al parecer con el apoyo de Craso y de César.
Su colega Antonio Hybrida —viejo conocido de César por ha-
74 JULIO CÉSAR
ber pleiteado con él cuando era joven— pertenecía a la misma
tendencia extremista del partido popular. Esta constelación de
dos extremistas apoyados por los dirigentes populares les pare
ció tan amenazadora a los optimates que éstos, arrojando por
la borda todas las ideas preconcebidas, prestaron su apoyo a Ci
cerón, un homo novus, que se convirtió en cónsul junto con An
tonio el año 63 a.C.. Cuando al año siguiente el Senado volvió a
boi-cotear las aspiraciones de Catilina, éste decidió proceder por
la vía de la violencia, pero una delación abortó su plan de ase
sinar a Cicerón durante la elección que éste debía dirigir en ra
zón de su magistratura. Con todo, Catilina, enarbolando la con
signa de la revolución social y de la condonación de las deudas,
arrastró tras sí a grandes sectores del proletariado, amén de a
los descendientes venidos a menos de los represaliados por Sila
y de los beneficiarios de las proscripciones, arruinados por su
mala administración, y reclutó un ejército que concentró en
Fiésole (Etruria). Cuando Catilina se dio cuenta de que no te
nía nada que hacer en Roma porque Cicerón había descubier
to sus manejos en el Senado, marchó junto a su ejército, no sin
antes dar instrucciones a los conjurados para que a su llegada
desencadenaran la sublevación popular y le facilitaran la con
quista de Roma. Algunas semanas más tarde, Cicerón logró
abortar un nuevo complot contra él gracias a una delación, y
finalmente consiguió demostrar la conjuración e hizo detener
a sus dirigentes. Aunque se había declarado el estado de sitio,
Cicerón prefería contar con el voto favorable del Senado para
ejecutar a los culpables. Hubo un gran debate. Los primeros
oradores solicitaron un «castigo ejemplar», eufemismo bajo el
que se escondía una petición de pena de muerte. Cuando le
tocó intervenir, César mostró su discrepancia con la medida y
aconsejó no dejarse llevar por los sentimientos; en su opinión
los dirigentes del Estado no debían ceder al amor, al odio o a
la cólera, máxime cuando — como en el caso que se debatía—
ningún castigo sería suficiente para los criminales. César no
dudaba de la legalidad de la pena de muerte, aunque la consi
deraba contraproducente. Creía que la ejecución inapelable de
ciudadanos tan distinguidos e ilustres no respondía ni a la cos
tumbre ni al derecho, ni siquiera tratándose de una situación
de emergencia. «Todos los malos ejemplos se han originado a
partir de buenas acciones [...]. En el consulado de Cicerón se
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 75
Teatro romano de Fiésole.
ha conjurado el peligro, pero en el futuro puede no suceder lo
mismo; quizá otro cónsul con un ejército a su disposición pue
da hacer creer lo falso como cierto. Siguiendo con nuestro
ejemplo, si un cónsul desenvaina su espada por orden del Se
nado, ¿quién limitará su acción o la devolverá a su vaina? (...)
¿Quiere esto decir que soy partidario de liberar a los detenidos
para que refuercen el ejército de Catilina? ¡En absoluto! Yo
propongo la confiscación de sus bienes y su confinamiento, bien
custodiados, en las ciudades más poderosas de Italia. En el fu
turo, no se debe volver a tratar este tema en el Senado duran
te los comicios. Y quien infrinja esta norma, actúa, según el
parecer del Senado, contra el Estado y contra la sociedad.»26
El discurso de César fue una obra maestra. Corrían rumo
res de que César y Craso habían colaborado con Catilina, y de
que el segundo, por pura precaución, no había asistido a la
76 JULIO CÉSAR
reunión del Senado. César, sin embargo, sí, y aunque no puso
en duda la legitimidad del senatus consultum ultimun («decisión
inapelable y de obligado cumplimiento»), rechazó el resultado:
César condenó tajantemente las maquinaciones y proyectos de
los conjurados, pero se opuso a su ejecución. Hizo por ellos
todo cuanto estaba en su mano, aunque no por puro cálculo o
frialdad (César fue un hombre que convirtió la clemencia en
virtud del gobernante), pues de lo contrario, Cicerón, en el
turno de réplica, no habría calificado a César como «el más
clemente y compasivo de los hombres»,27 con palabras que des
tilaban ironía. No obstante, César se deshizo sin paliativos de los
conjurados. En el ulterior transcurso de la asamblea del Sena
do, la situación dio un vuelco, y hubo senadores que cambiaron
de opinión, aduciendo que se les había malinterpretado; hasta
el hermano de Cicerón votó a favor de la propuesta de César.
La réplica de Cicerón no surtió efecto, y fue el intransigente
moralista Catón el que desequilibró de nuevo las fuerzas: la
mayoría votó la ejecución y confiscación de bienes, medida esta
última propuesta por César como pena adicional a la de reclu
sión. César protestó, argumentando que «despreciaban el lado
humano de su propuesta y aplicaban la resolución más dura»,88
pero fue inútil, y provocó, además, que los senadores arreme
tiesen contra él. La asamblea adoptó aspectos tumultuarios. Los
équités jóvenes, que custodiaban el edificio, irrumpieron en el
interior y amenazaron a César con sus espadas: todos se aparta
ron de él y le hicieron el vacío, igual que pocas semanas antes
a Catilina cuando Cicerón descubrió sus maquinaciones. «Un
puñado de amigos le cogieron en brazos, le envolvieron en sus
togas y le sacaron de allí, salvándole la vida.» Durante el resto
del año, César ya no volvería al Senado.29 '
César y Craso habían abandonado a tiempo la conjuración.
Es más: César había revelado en una carta a Cicerón los planes
de Catilina, así que cuando al año siguiente se imputó a César
su participación en el círculo de los conjurados, éste llamó a
Cicerón como testigo que confirmó la revelación voluntaria que
César le había hecho sobre las intrigas de Catilina.30 César logró
que no se recompensase a uno de los denunciantes su delación,
y él mismo procedió contra el otro desde su cargo de pretor.
Corría el año 62 a.C. en el momento de suceder todos estos
acontecimientos. No existen más datos sobre el desempeño de
EL PRINCIPIO DEL CAMINO 77
su pretura, pero sí sobre un escándalo relacionado con su espo
sa Pompeya, en el que se vio envuelto. Pompeya —al igual que
César— no se tomaba muy en serio, al parecer, la fidelidad con
yugal. Publio Clodio Pulcro, uno de los vividores más acredita
dos, la rondaba y creyó que la festividad de la Bona Dea, diosa
de las mujeres y de la fertilidad, le ofrecía una ocasión inmejo
rable para entrevistarse a solas con Pompeya. Esta fiesta la ce
lebraban únicamente las mujeres en casa del pontifex maximus,
en este caso César. Clodio se introdujo furtivamente en la casa
vestido de mujer, pero fue descubierto antes de reunirse con
Pompeya, y tuvo que escapar a uña de caballo. César se divor
ció de su esposa y Clodio fue procesado por ultraje a la religión.
Cuando se le invitó a declarar como testigo, César afirmó que
no había estado presente en la fiesta: «No sé nada de los cargos
que se imputan a Clodio»; y al preguntársele por qué entonces
había repudiado a su esposa, repuso: «La mujer de César tiene
que estar por encima de toda sospecha».31 Había reconducido
con habilidad la situación, salvando su imagen y conservando
para el futuro un posible aliado.
En el año 6o a.C. César regresó a su provincia de la Hispa
nia Ulterior. Había saneado sus finanzas y se le presentaban
perspectivas muy halagüeñas de ser recibido en el Capitolio
como un triunfador, máximo honor que Roma concedía. Con
todo, los diez años de intensa dedicación a la política interior
habían producido resultados más bien escasos. César domina
ba todos los recursos de la política, había demostrado su gran
talla intelectual y se había ganado el favor del pueblo. Se había
convertido en una persona a tener en cuenta. A pesar de todo,
sabía que con todos estos medios no llegaría a dominar el Es
tado: necesitaba el poder real. Y el camino que desembocaba en
él era ya conocido desde la época de Mario y Sila; Pompeyo ha
bía sido el último en recorrerlo. Era el mando militar. César se
encontraba a las puertas del consulado: por edad le correspon
día el del año 59 a.C. La magistratura le serviría como trampo
lín para conseguir el gobierno de una provincia. César se trazó
esta meta inmediata y la alcanzó a pesar de todas las resistencias.
4
E L CONSULADO
Cuando César presentó su candidatura al consulado, se encon
tró un camino erizado de obstáculos. El reglamento exigía la
presentación personal de la candidatura en Roma, pero el as
pirante al triunfo no debía traspasar antes el Pomerium o fron
tera sagrada de la ciudad, pues si lo hacía perdería el imperium
y sin él ya no podría celebrar el triunfo. César se mantuvo, por
tanto, fuera de la ciudad y solicitó al Senado que le eximiera del
requisito de presentar personalmente su candidatura, dispensa
que solía concederse sin dificultades. Pero Catón, con un discur
so ininterrumpido hasta el final de la sesión, impidió rebatir el
asunto porque no las tenía todas consigo. Como vemos, el obs
truccionismo parlamentario no es solo cosa de nuestros días.
César puso de manifiesto grandes dosis de realismo y coheren
cia cuando renunció al triunfo y se presentó en la ciudad den
tro del plazo prescrito. Sus enemigos se dieron cuenta entonces
de que no podían esperar nada de él, y al menos lograron, a
costa de grandes sacrificios económicos, que Bíbulo, uno de los
suyos, fuera colega de César. Bíbulo había sido anteriormente
edil y pretor al mismo tiempo que César. Posteriormente a la
elección, los optimates intentaron desbaratar los planes previs
tos por César para después de su consulado: a los dos cónsules,
en vez de una provincia, se les asignó la misión de administrar
los montes y pastos de Italia. Con esta medida el Senado con
fiaba en mantener a César apartado del mando militar.
El partido aristocrático había utilizado medios muy simila
res para intentar neutralizar a Pompeyo cuando regresó victo
rioso de Asia el año 6 1 a.C. y licenció a sus tropas por lealtad
al Estado. A lo largo del año 6o a.C. Pompeyo había intentado,
con la ayuda de los tribunos de la plebe y otros magistrados ami
gos, capitalizar sus victorias en Oriente. Quería en primer lugar
que se diesen tierras a sus veteranos y que se ratificasen las acta
8ο JULIO CÉSAR
Pompei, es decir, la reorganización que había llevado a cabo en
Asia. Pero el Senado volvió a utilizar tácticas dilatorias que al
final desembocaron en una obstrucción. César y Pompeyo se en
frentaban a las mismas dificultades, así que no tardaron en
unirse. Además, César convenció a Pompeyo de que la entrada
de Craso, con todo su poder económico, haría su alianza inven
cible. Los dos políticos sellaron su compromiso, superando an
tagonismos personales: el pragmatismo político se impuso a las
tendencias emocionales. A César le hubiera gustado incluso
atraer a su bando a Cicerón, pero éste mantuvo una prudente
reserva. Los tres dirigentes más poderosos de la ciudad se con
virtieron, pues, en aliados, con la conciencia clara de que si se
mantenían unidos entre ellos, nada sería capaz de detenerlos.
Así se constituyó el llamado primer triunvirato (6o a.C), un
acuerdo privado que en principio se ocultó al pueblo. Los tres
se comprometieron a actuar solidariamente, de forma que todo
cuanto se emprendiera se hiciera por unanimidad. Al año si
guiente la alianza se estrechó aún más si cabe por medio de
matrimonios: Pompeyo se casó con Julia, hija única de César,
que fue uno de los vínculos de cohesión entre ambos mientras
vivió. César se casó, por tercera vez, con Calpurnia, hija de
Lucio Calpurnio Pisón, que el año 58 a.C. sucedió en el consu
lado, junto con Aulo Gabinio, a César y Bíbulo. Los nuevos cón
sules tuvieron que garantizar la vigencia de las medidas adop
tadas por César durante su magistratura. César se convenció
entonces de que su política descansaba sobre cimientos muy
sólidos. Ni siquiera las burlas teñidas de impotencia de sus riva
les lograron variar la situación ni un ápice: por ejemplo, el
polígrafo Marco Terencio Varrón escribió una sátira contra los
triunviros titulada E l monstruo de tres cabezas (alusión a Cancer
bero, el guardián del infierno) .32
Nada impedía ya a César poner en práctica los planes pre
vistos desde su consulado. En un principio solicitó la colabora
ción amistosa de los senadores, hizo ciertas concesiones a la
vanidad de sus colegas e «invitó al Senado a colaborar, porque
si se enemistaban sería el Estado el que lo sufriría».38 Procuró
ganarse a sus enemigos para que le ayudaran a llevar a cabo la
ley de colonización, medida básica de su consulado. Las pro
puestas de César evidenciaban que éste había aprendido la lec
ción tras el fracaso de Rulo. No podía contar con Campania, así
EL CONSULADO 8l
que debía comprar la tierra a particulares. Los fondos económi
cos saldrían de los botines conseguidos por Pompeyo y de los
impuestos de los territorios conquistados: «Lo que los ciudada
nos, arrostrando grándes peligros, han conquistado, tiene que
redundar en su propio beneficio»; éste fue el núcleo de su ar
gumentación.34 Las tierras serían cedidas durante veinte años a
los colonos, y transcurrido ese plazo pasarían a ser de su ente
ra propiedad. Una comisión de veinte hombres (de los que se
autoexcluyó César) se encargaría de poner en práctica la coloni
zación. César evitó también cuidadosamente cualquier aparien
cia de interés personal: «se conformaba con haber concebido y
presentado la ley».35 Había hecho público su proyecto antes de
tomar posesión de la magistratura, y quería promulgar la ley
con la colaboración del Senado. Al igual que diez años más tar
de, cuando estalle la guerra civil, César busca ahora un compro
miso entre las dos partes, pues es consciente de la importancia
de la legalización de la colonización por el Senado. El que no
le quedara otra solución que el camino fuera de la legalidad se
debió en ambas ocasiones a sus enemigos, que se negaron a
cualquier componenda alegando razones de peso: sabían que
la colaboración con César fortalecería la posición de su enemi
go en la misma medida que debilitaría la suya. Recién elegido
cónsul, César invitó a cada senador a dar su parecer sobre el
proyecto de ley, aclarando que «estaba dispuesto a modificar o
suprimir lo que no mereciera su aprobación»;36 pero el Senado
inició una labor obstruccionista con prórrogas y dilaciones que
César fue incapaz de frenar: intentó proceder oficialmente con
tra Catón, haciéndole detener, pero fueron tantos los senado
res que se declararon solidarios con Catón y dispuestos a seguir
le a la cárcel, que a César no le quedó otro remedio que dar
marcha atrás. César afirmó públicamente que «los senadores
tenían poder para hacer y deshacer la ley, de manera que si la
modificaban en algo, no sería recurrida ante la asamblea del
pueblo. Sin embargo, ni siquiera habían llegado a discutirla, por
lo que él, a la vista de la oposición del Senado, se veía obliga
do a someterla, aun en contra de su voluntad, a la decisión so
berana del pueblo».37 En ese momento intervino su colega Bí
bulo, afirmando que en su calidad de cónsul impediría a todo
trance la aprobación de la ley. Y así fue: abusó de los preceptos
religiosos para imposibilitar la celebración de los comicios y,
82 JULIO CÉSAR
pretextando augurios desfavorables, los prohibió, y además
declaró nefastos para tal celebración los restantes días del año.
Su actuación era ajustada al derecho, puesto que era cónsul, y
en caso de que César tratara de forzar la aprobación de la ley,
ésta sería inmediatamente invalidada. A la vista de semejante
sabotaje, César abandonó todo tipo de miramientos, solicitó la
ayuda de sus compañeros de triunvirato y logró la aprobación
de la ley en los comicios. Al mismo tiempo se produjeron actos
violentos, especialmente contra Bíbulo y Catón, debidos en
parte a la acción de bandas organizadas. El Senado, amedren
tado, suavizó su oposición inicial y prestó el juramento prescri
to de no oponerse a la aplicación de la ley. Bíbulo se recluyó en
su casa y se abstuvo de toda actividad pública, exceptuando la
publicación de edictos con los que intentaba dificultar la labor
de César como cónsul, quitándole base legal. El ingenio de los
habitantes de Roma pronto sacó partido de la situación y acu
ñó una datación satírica del consulado de ese año con la frase
«siendo cónsules C. Julio César y C. César».38
La polémica pública continuó durante el resto del año y
hubo manifestaciones de agrado o de disgusto con motivo de la
asistencia de los triunviros al teatro o al circo. En este ámbito
hay que citar el turbio asunto de Publio Vettio. Este denunció
un supuesto acuerdo secreto de varios dirigentes del partido
aristocrático, entre ellos Cicerón y Lúculo, para asesinar a Pom
peyo. César blandió esto como un arma propagandística muy
oportuna. Vettio, sin embargo, era muy torpe, y se embrollaba
en continuas contradicciones, hasta que César prescindió de
él. Hoy subsiste la incertidumbre de si sus declaraciones conte
nían un fondo real o si actuó únicamente como un agente pro
vocador. '
Otras leyes complementaron la ley agraria: una disposición
posterior incluyó también la Campania; más tarde fueron sancio
nadas las acta Pompei; otra ley condonó a los arrendatarios una
parte de las sumas que debían satisfacer por el arrendamiento.
Estas medidas favorecían visiblemente los intereses de Pompeyo
y Craso. Pero es un proceder típico de César, ya que trascendie
ron los intereses particulares: la ley agraria no favoreció única
mente a los veteranos de Pompeyo; también numerosas familias
de Roma recibieron tierras, en especial las familias numerosas. Se
asentaron 20.000 ciudadanos y Capua, destruida en la segunda
EL CONSULADO 83
guerra púnica, fue reconstruida. En el futuro se demostraría la
trascendencia de esta ley. Normas legales posteriores, que arran
can del consulado de César, reorganizaron toda Italia concedien
do el derecho de ciudadanía a todos sus habitantes.39
La disminución de la tasa de impuestos supuso un alivio
para las provincias. Con este motivo César advirtió pública y
expresamente a los arrendatarios de impuestos que «en el futu
ro no debían ofrecer sumas desorbitadas por el arrendamien
to».40 Además se promulgaron leyes referidas a la administra
ción de las provincias y otra contra el chantaje y el fraude de
todos los titulares de cargos públicos en Roma, Italia y en las
provincias. Esta disposición fijaba con límites muy precisos la
licitud e ilicitud de sus ingresos. Otra norma legal determinó el
asentamiento de otros 5.000 colonos, medida dictada en favor
de los transpadanos; Tolomeo Auletes, por haber apoyado la
expedición militar de Pompeyo en Judea, recibió como recom
pensa un premio en metálico y el título de «amigo y aliado del
pueblo romano». Esta última distinción honorífica se le confi
rió también a Ariovisto, jefe de los germanos, con el que César
se relacionaría mucho más estrechamente al año siguiente.
A la vista de la labor obstruccionista de Bíbulo, César se
cuidó de que las leyes no pudieran ser impugnadas por razones
formales. A sus enemigos no les quedaba otro recurso que sen
tar a César en el banquillo al finalizar su consulado y juzgarlo
por su desempeño del cargo. El proconsulado era la protección
más segura, ya que derivaba directamente del consulado e im
pedía que César pudiera ser procesado. El Senado pretendió
bloquear esta vía encargándole la tarea de supervisar los mon
tes y pastos. Sin embargo, el pueblo le encomendó a César el
gobierno de la Galia Cisalpina e Iliria (costa occidental del
Adriático) por un período de tres años y un ejército de cinco
legiones. Así accedió César al mando extraordinario, permane
ciendo, no obstante, lo suficientemente cerca de la capital como
para influir en los acontecimientos de Roma. Cuando le fue
confiado el cargo se alegró sobremanera y dijo: «He logrado lo
que ambicionaba, aun en contra de la voluntad y de las maqui
naciones de mis enemigos. Ahora los tengo a mi merced».
Y cuando uno de sus rivales hizo una observación de dudoso
gusto («No será tarea fácil para una mujer»), aludiendo a sus
presuntas relaciones con Nicomedes, César devolvió bien el gol-
84 JULIO CÉSAR
pe: «Semiramis reinó en Siria, y eso no les impidió a las amazo
nas conquistar casi toda Asia Menor».41 Poco después murió ac
cidentalmente el procónsul de la Galia Transalpina (provincia
narbonense), y el Senado, a propuesta de Pompeyo, confió tam
bién esta provincia a César.
César había conjurado el peligro del proceso, y se mostró
entonces conciliador, quizá para soslayar cualquier asomo de
temor. Bíbulo, tras el juramento con el que presentaba la renun
cia a su cargo, intentó pronunciar un discurso denunciando la
situación política, pero se lo impidió el veto de los tribunos. Al
finalizar el consulado de César, dos pretores presentaron un
informe sobre la ilegalidad de su actuación, y César exigió al
Senado que abriera una investigación. Los senadores, asustados,
recurrieron de nuevo a tácticas dilatorias. Después de tres días
de interminables e infructuosos debates, César cruzó el Pome
rium,42 asumió su imperium y se convirtió así en una persona ju
dicialmente inviolable. Permaneció en Roma hasta que las aguas
volvieron a su cauce. Los cónsules Pisón y Gabinio le dieron
todas las garantías en el sentido de que el Estado sería gober
nado contando con los triunviros; sin embargo, la oposición
gozaba aún de gran poder, y lo más prudente parecía la neutra
lización de sus principales dirigentes, sobre todo Cicerón (por
su extraordinaria talla intelectual, tan conocida por César) y
Catón. César había intentado una y otra vez atraerse a Cicerón,
ofreciéndole diversos cargos (en la comisión de colonización y
en su ejército, como lugarteniente). Pero el orador permaneció
siempre fiel a sus convicciones aristocráticas y al partido de los
optimates. Las escaramuzas entre ambos comenzaron cuando
Cicerón, con palabras muy duras, se opuso a los planteamien
tos de César. Clodio, un viejo amigo de Cicerón, acariciába
desde hacía tiempo la idea de pasarse al partido popular para
conseguir acceder al cargo de tribuno de la plebe, al que no
podía aspirar por ser patricio. La única vía posible era la adop
ción por un plebeyo, pero necesitaba el consentimiento del
colegio de los sacerdotes. Hasta entonces, César se lo había
denegado, pero repentinamente cambió de opinión y tomó a su
servicio al antiguo amante de su segunda esposa, y Clodio se
convirtió en tribuno de la plebe. Fue él quien impidió a Bíbu
lo pronunciar su discurso en la ceremonia de renuncia al con
sulado, y quien ahora procedía contra Cicerón. Cuando éste
EL CONSULADO 85
desdeñó la mano que César le tendía, Clodio dio el golpe pre
sentando una ley que castigaba con el destierro y la confiscación
de bienes a cuantos hubieran ordenado ejecutar ciudadanos
romanos sin la aprobación del pueblo. La medida apuntaba
contra Cicerón por la muerte de los partidarios de Catilina.
Todas las súplicas fueron inútiles, y la ley fue promulgada. Ci
cerón, antes de ser sometido ajuicio, prefirió exiliarse volunta
riamente en Salónica. Clodio instigó al pueblo, que destruyó la
casa de Cicerón. Más tarde fue Catón el que tuvo que salir de
Roma con la orden de convertir a Chipre en provincia romana,
pretextando que su rey, un hermano de Tolomeo Auletes, pres
taba apoyo a los piratas. Este acontecimiento acaeció después de
partir César hacia su provincia, tres meses después de llegar a
Roma.
5
LA G UERRA DE LAS GALIAS
Desconocemos los motivos concretos que indujeron al Senado
a confiar también a César la Galia Transalpina. ¿Quería evitar
con ello una nueva decisión soberana del pueblo de consecuen
cias incalculables? ¿Pretendía alejar aún más a César de la capi
tal, habida cuenta de que la intranquilidad reinante en esa pro
vincia exigiría su presencia en el territorio más allá de los Alpes?
¿Tenía como fin desbaratar el posible plan de César de conquis
tar nuevas tierras hacia el Save, el Drave y el Danubio? Si era así,
el pacto de amistad suscrito con Ariovisto durante su consula
do podría interpretarse como un intento de pacificar la frontera
de la Galia. Al principio, César no había previsto emprender
grandes operaciones militares en la Galia. Aún no comprendía
íntegramente la compleja situación política de la zona cuando,
poco después de tomar posesión del proconsulado, se vio en la
obligación ineludible de intervenir activamente al otro lado de
los Alpes. Fue durante su primer verano en la Galia cuando
comenzó a formarse una idea más aproximada y completa, fe
nómeno que es patente en el primer libro de su descripción de
la guerra de las Galias (De bello gallico), que abarca el período
comprendido entre el año 58 y 52 a.C.
La Galia libre estaba limitada por el océano Atlántico y el
canal de la Mancha; la frontera oriental la constituían el Rin y
los pueblos germanos y, al sur, las Cévennes y el curso alto del
Ródano la separaban de la provincia romana. La poblaban los
celtas, pueblo indogermánico que habitaba además en Britan
nia, el sur de Germania y la llanura del Po, territorio, éste, ya
muy romanizado en tiempos de César. Los celtas habían llega
do en sus migraciones a los Balcanes y a Asia Menor, pero des
de el comienzo del siglo 1 a.C. sufrían el empuje de los germa
nos, procedentes del Norte, que ya habían cruzado el bajo Rin
y desde el año 70 a.C. presionaban también por el alto Rin. La
88 JULIO CÉSAR
organización social de los celtas se basaba en tribus aisladas, go
bernadas a menudo por un rey, aunque en la época de César el
gobierno caía predominantemente en manos de las familias
nobles. Entre las diversas tribus o ramas se habían establecido
profundas relaciones de vasallaje o clientela, y en consecuencia
algunas disfrutaban de una posición muy preeminente. En; el
seno de las tribus había dos tendencias políticas en pugna: los
partidarios de un gobierno monárquico y los que querían otro
basado en la aristocracia. En el siglo n a.C., y con el fin de ga
rantizar el camino hacia Hispania, Roma se había apoderado
del sur del país. Por entonces había tenido lugar la guerra con los
arvernos (y de ahí viene el nombre de Auvernia), grupo hegemó-
nico por entonces en la Galia central. Al derrotar a los arvernos,
Roma aseguró sus posesiones y creó la provincia narbonense
(llamada así por tener su capital en Narbona), aunque renunció
a proseguir sus conquistas más allá de las Cévennes (12 2 a.C).
LA GUERRA DE LAS GALIAS 89
Cabeza de un guerrero galo. Museo de Saint-Germain, París.
Hacia la década de los sesenta del siglo 1 a.C., la Galia era presa
de gran agitación, debida sobre todo a la presión de los germa
nos. Los eduos habían sustituido a los arvernos en la hegemo
nía de Galia central; y en el Franco Condado y Alta Alsacia, los
secuanos, que intentaban alzarse con el poder, pidieron ayuda a
los germanos. Estos, dirigidos por el ya mencionado Ariovisto,
90 JULIO CÉSAR
Busto de un guerrero galo con
casco de cuero. Museo
'ΞΟ ' - Arqueológico, Nimes.
cruzaron el Rin, y uniéndose a los secuanos vencieron a los
eduos el año 62 a.C. en Magetóbriga (se desconoce si su ubica
ción exacta estaba en Borgoña o en el Franco Condado).
Los germanos habían penetrado al fin en la Galia, y sus
habitantes tuvieron que cederles una tercera parte de las tierras
de labor. En el fondo, el poder efectivo residía en las manos de
Ariovisto más que en las de los secuanos, sus aliados. El caudi
llo de los germanos se instaló en Alsacia, y los eduos, aliados de
Roma desde tiempo atrás, comisionaron a Diviciaco, cabeza de
fila del partido aristocrático que dominaba el poder, para que
marchara a Roma a pedir ayuda al Senado. Sin embargo, los
senadores se limitaron a emitir una resolución por la que se
instaba al procónsul en funciones de la provincia narbonense
a defender a los eduos y al resto de pueblos amigos de Roma.
Todo quedó, pues, en el aire, y el hecho de que en el año 59 a.C.
Ariovisto recibiera el título de amigo del pueblo romano no
contribuyó precisamente a clarificar la situación. El empuje de
los helvecios volvió a modificar el estado de cosas.
Los helvecios vivían en la zona comprendida entre el alto
Rin, el Ju ra suizo, el lago de Ginebra y los Alpes. A fines del siglo
II a.C. dominaban el territorio que se extendía desde el alto Rin
LA GUERRA DE LAS GALIAS g1
y la Selva Negra hasta el Main. En su repliegue hay que ver la
presión de los pueblos germanos. Los helvecios, en su retirada,
cruzaron la Galia y buscaron una nueva patria al norte del río
Gironda, asentándose en una zona muy fértil. Este plan lo ha
bía ideado Orgétorix, un aristócrata, y con él perseguía su pro
pio beneficio, ya que había suscrito un pacto secreto con Dum
norix y Cástico, jefes de los eduos y secuanos respectivamente.
Pretendían unificar las tres tribus para arrebatar a Ariovisto la
hegemonía. Apenas se descubrió este plan, los helvecios elimi
naron a Orgétorix, mas perseveraron en su propósito de emi
grar. Pero César vio en su marcha una amenaza para la provin
cia, porque tenían que pasar por su parte más septentrional, por
el país de los alóbroges, pueblo no muy de fiar a juzgar por los
recientes disturbios. Los helvecios pidieron a César que les au
torizase a cruzar. El les dio largas, fortificó la frontera del Róda
no y rechazó el intento de los helvecios de cruzar a la fuerza.
Estos se dirigieron entonces por la estrecha franja que media
entre el Ródano y el Ju ra hacia el oeste, atravesando el país de
los secuanos. Este cambio no disminuyó la intranquilidad
92 JULIO CÉSAR
E l escenario de las campañas de César en las Galias, según el mapa realizado
por un geógrafo del siglo iv. Biblioteca Nacional, Viena.
de César, porque el posible asentamiento de los belicosos hel
vecios en la Gironda le parecía un peligro para la provincia,
sobre todo para la zona occidental cercana a Toulouse, que
carecía de fortificaciones naturales. En consecuencia, César tras
pasó la frontera de la provincia (el Ródano) más arriba de Lyon,
anticipándose a la petición de protección de los eduos contra
los helvecios, así que cuando le pidieron ayuda consideró este
hecho como la legitimación de su proceder. Dumnórix, el jefe
de la facción de los eduos opuesta a los romanos, le puso innu
merables trabas, pero aun así, César siguió muy de cerca a los
helvecios y, tras algunas escaramuzas, los derrotó en un encar
nizado combate que tuvo lugar en Bibracte (Mont-Beuvray,
oeste de Autun), capital de los eduos. Los supervivientes de la
batalla se vieron obligados a regresar a su patria para evitar su
ocupación por los germanos. Antes de emprender esta campa
ña, César había reforzado su ejército. En un principio solo dis
ponía de una legión (la X) en la provincia, que fue la que se
encargó de la defensa contra los helvecios. En el ínterin, César
llevó a la Galia tres legiones estacionadas en la llanura del Po (la
VII, la VIII y la IX ), cruzando los Alpes a marchas forzadas, y
LA GUERRA DE LAS GALIAS 93
además otras dos que había reclutado a toda prisa en Lombar
dia (la XI y la X II). Cada legión se componía de unos seis mil
hombres, divididos en diez cohortes, y éstas a su vez en seis
centurias. Su enseñá era un águila. Los soldados romanos reci
bían un adiestramiento excelente; recorrían a diario unos vein
tidós kilómetros, distancia que era aumentada en caso necesa
rio. El hecho es muy notable si tenemos en cuenta que todas las
noches se instalaba un campamento fortificado; las armas ofen
sivas eran la jabalina, con la que se iniciaba el combate, y una
espada corta para la lucha cuerpo a cuerpo. En el campo de
batalla, la infantería formaba una triple fila. Las armas defensi
vas eran el casco, la loriga de cuero y el escudo. La ración dia
ria de rancho ascendía a ochocientos cincuenta gramos de tri
go in natura. El soldado o su esclavo tenía que molerlo y
prepararlo. Por este motivo, cada contubernium (tienda común)
llevaba un molino manual en una acémila. Por lo general, la
harina se transformaba en una especie de polenta, normalmen
te sin manteca. La carne constituía un recurso para días de es
casez, y simbolizaba dificultades de avituallamiento siempre que
el soldado la necesitaba. A César le asistían en la dirección de
las tropas dos legados, y cada uno mandaba habitualmente una
legión. El más importante, y mano derecha de César, era Tito
Labieno, su compañero de lucha política en Italia. Además,
contaba con los tribunos militares. Los cien hombres que com
ponían cada centuria estaban al mando de un centurión, gra
do que se alcanzaba por méritos propios a partir de soldado
raso. Al ejército regular había que añadir las tropas auxiliares,
que portaban un tipo de armamento más ligero y eran suminis
tradas por los pueblos aliados o federados.
La victoria sobre los helvecios confirió de golpe a Roma la
hegemonía de la Galia central, y así lo confirmó el hecho de
que cuando las tribus galas quisieron celebrar una reunión,
solicitaron el permiso de César; tras deliberar, los galos compa
recieron ante César para pedirle que les protegiera de Ariovis
to, que impulsaba a los germanos a pasar el Rin presionando a
los secuanos y a las demás tribus galas. Este fue el pretexto que
utilizó César para imponer la hegemonía de Roma en la Galia.
En un primer momento, el procónsul intentó frenar a las tribus
germanas, con las que al fin y al cabo había sellado un pacto de
amistad, por medio de la negociación. Cuando vio que este
94 JULIO CÉSAR
Camafeo de ónix con el águila imperial romana, símbolo que figuraba en las
enseñas de las legiones. Biblioteca Nacional, París.
camino resultaba infructuoso, determinó luchar contra ellos y
ocupar la capital de los secuanos (Vesontio, Besançon) antes de
que Ariovisto se le adelantase. El plan provocó el pánico entre
los soldados, porque desde la guerra de los cimbrios, los germa
nos pasaban por ser muy valientes y audaces en el combate. Esta
fama legendaria provocaba temor, así como una amenaza laten
te de insubordinaciones masivas. César, sin embargo, arengó
con un encendido discurso a todos sus oficiales y centuriones,
y logró dominar la situación. En sus palabras aludió a su rela
ción de amistad con Ariovisto, recordó las victorias de Mario
sobre los cimbrios y teutones, así como su propia victoria sobre
los helvecios, tan valientes como los germanos; subrayó con toda
energía su rango de general en jefe y su exclusiva responsabili
dad y declaró que no creía en insubordinaciones. «Para demos
trarlo, voy a poner en práctica ahora mismo lo que pensaba
hacer a más largo plazo: la próxima noche, al amanecer, y así
LA GUERRA DE LAS GALIAS 95
sabré cuanto antes si en vosotros es más fuerte el honroso cum
plimiento del deber que el miedo. Aunque nadie me siga, sal
dré solo al frente de la décima legión porque confío en ella por
completo. Ella me servirá de escolta.»43
La arenga produjo el resultado apetecido, y todos los solda
dos se prepararon para la marcha. César penetró entonces en
Alsacia y alcanzó a Ariovisto cerca de Mülhausen. El germano
se avino a negociar, y ambos caudillos celebraron una entrevis
ta en una colina, sin desmontar de sus respectivos caballos.
«César manifestó que Ariovisto debía a su influencia y al Sena
do su reconocimiento como rey y como amigo del pueblo roma
no. [...] Luego le habló claramente a Ariovisto del pacto de
Roma con sus aliados los eduos, cuyo debilitamiento Roma no
podía tolerar. [...] A continuación repitió la exigencia de que
Ariovisto se abstuviera de guerrear contra los eduos y sus alia
dos, devolviera los rehenes y se comprometiera a no hacer cru
zar el Rin a más germanos.»44 César justificaba su proceder adu
ciendo la resolución del Senado del año 62 a.C., a tenor de la
cual el procónsul de la Galia debía defender a los eduos. A par
tir de entonces ambos dirigentes entran en abierto conflicto,
durante el cual Ariovisto se revelará como un digno rival de Cé
sar. Ariovisto argumenta que ha cruzado el Rin, no por propia
iniciativa, sino respondiendo a una petición de los galos; conti
núa diciendo que había abandonado su patria porque los galos
le habían hecho grandes promesas, le habían cedido sus tierras
y le habían entregado rehenes voluntariamente; los impuestos
le pertenecían por derecho de conquista, dado que eran los ga
los los que le habían atacado y no al revés, pero él los había de
rrotado. Añadió que había buscado la amistad con el pueblo ro
mano por razones de prestigio y seguridad, y si seguían llegando
más germanos era por razones defensivas, no ofensivas. Inmedia
tamente, Ariovisto desarrolló su argumento principal: él había
llegado a la Galia antes que los romanos; jamás anteriormente
ejército romano alguno había cruzado las fronteras de la provin
cia. «¿Qué pretendes de mí, César, al invadir mi país? La Galia
es mi tierra, como aquélla la vuestra, y vosotros no permitiríais
que yo la invadiese. Pues bien, igual de injusto es que vosotros
atropelléis mis derechos.» Luego se burla del pacto de Roma con
los eduos: «No soy tan tonto como para olvidar que los eduos no
ayudaron a los romanos en la reciente guerra con los alóbroges,
96 JULIO CÉSAR
ni tampoco los romanos auxiliaron a los eduos en sus luchas
contra mí.»45
Ariovisto se remite, pues, a su victoria y a la prioridad de su
invasión de la Galia central, pero César rebate su argumenta
ción: «Ni él ni el pueblo romano tenían por costumbre dejar en
la estacada a aliados que merecían ayuda; la Galia no era más
propiedad de Ariovisto que del pueblo romano. Los arvernos y
rutenos habían sido vencidos por Quinto Fabio Máximo, aun
que el pueblo romano les había perdonado, ya que no había
convertido su territorio en provincia ni les había exigido tribu
tos. En cuanto a derecho de prioridad, Roma gozaba de todos
los derechos para mandar en la Galia, pero atendiendo a la
decisión del Senado, la Galia debía ser libre, ya que, a pesar de
haber sido vencida militarmente, se le había concedido la auto
nomía».4® La extraordinaria habilidad para la diplomacia de
César explica la necesidad de una Galia libre como voluntad del
Senado, y en consecuencia asume él mismo el compromiso de
defender la libertad de los galos. Se enfrentan, pues, dos pun
tos de vista irreconciliables, y ya solo queda el recurso a las ar
mas. Tras largas maniobras militares y un terrible combate,
César obtiene la victoria; Ariovisto y la mayor parte de los ger
manos atraviesan el Rin, quedando tan solo en Alsacia peque
ños destacamentos. Con su victoria, César se convierte en con
quistador de la Galia central, y así lo subraya el estacionamiento
de las legiones en la Galia, en la que instalan sus cuarteles de
invierno. Durante la estación invernal, César se traslada a la
Lombardia para cumplir con sus deberes de procónsul.
Este cambio sorprendente de la situación de la Galia central
constituyó un éxito para César y un motivo de inquietud para
los belgas, aunque el asunto no les afectaba directamente. La
cuestión atañía a los galos que habitaban al norte del Sena y del
Marne y cuyas fronteras naturales eran el mar y el Rin. Tiempo
atrás, tribus germanas habían cruzado el río asentándose en
territorio de los belgas. Estos belgas céltico-germanos tenían
reputación de valientes y de hombres avezados en el combate,
y a la vista de las circunstancias se aliaron para frenar el posible
avance de César hacia el norte. Tan solo el pueblo de los remos
— de su nombre deriva el de Reims— rehusó unirse a los bel
gas, porque, sopesando los acontecimientos del año anterior,
creyeron que era preferible practicar una política no beligeran-
LA GUERRA DE LAS GALIAS 97
te, y llegaron a un acuerdo con César. Éste comprendió que la
alianza antedicha podía suponer una amenaza para Roma y
reclutó tres legiones más en Lombardia; su ejército pasó, pues,
a tener ocho legiones, justo el doble de las que disponía cuan
do asumió el proconsulado. A comienzos del año 57 a.C. César
partió hacia el Norte; los remos le cedieron su tierra como tea
tro de operaciones, por lo que tras la victoria de César alcanza
ron entre las tribus belgas una posición muy privilegiada, simi
lar a la de los eduos tras la derrota de Ariovisto. Sin embargo,
al contrario que estos últimos, los remos se mantuvieron siem
pre fieles a César y a Roma.
Al principio, los belgas intentaron alistar hombres proce
dentes de todas las tribus germanas, porque pensaban que con
su superioridad numérica aplastarían a César. César habla de
trescientos mil soldados, cifra a todas luces exagerada. Con
todo, superaban ampliamente las ocho legiones (unos cincuen
ta mil hombres) de que disponía César. Un ejército tan numero
so debía plantear, por fuerza, grandes dificultades organizativas
(de avituallamiento, por ejemplo) a las que no era fácil hacer
frente. A César no le costó demasiado desbaratar sus líneas jun
to al Aisne sin necesidad de grandes luchas. Los belgas, enton
ces, se vieron obligados a disolver un ejército tan desmesurado
y a cambiar de táctica, acordando que cada tribu se defendería
por su cuenta. Esta dispersión le vino a César como anillo al
dedo, porque no tuvo problemas para someter sucesivamente a
cada una de las tribus. Los nervios, gentes muy valerosas, le
opusieron en Hennegan una enconada resistencia. En efecto,
aliados con los atrébates y viromanduos, esperaban a los roma
nos en el bosque del valle del Sambre (al oeste de Maubenge,
muy cerca de Hautmont). La batalla se decidió gracias a la in
tervención personal de César. He aquí la descripción del dramá
tico desarrollo de los acontecimientos según los cuenta el pro
pio César en la Guerra de las Galias:47
Una colina descendía con suavidad hasta el río Sambre. En la
orilla opuesta otra pendiente ascendía con parecida inclinación
[...] hasta perderse en un espeso bosque impenetrable a sim
ple vista [...]. En distintos lugares despejados a lo largo del río
podían observarse algunos destacamentos de caballería enemi
gos. El río tenía una profundidad de unos tres pies.
98 JULIO CÉSAR
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Reconstrucción del escenario de la batalla del río Sambre, con la situación de
las legiones romanas y las tribus galas.
Nuestros jinetes, tras vadear el río junto con los honderos y
arqueros, entablan combate con los enemigos y les obligan a
replegarse hacia el bosque, aunque los nuestros no se internaron
en él ni salieron en su persecución [...]. Entretanto el grueso de
las fuerzas [seis legiones] comenzaron a construir el campamen
to. Pero los nervios y sus aliados, tan pronto vieron desde sus
escondrijos en el bosque aparecer la impedimenta de nuestro
ejército, salieron con todos sus efectivos y atacaron a nuestra ca
ballería [...]. Su avance es tan increíblemente rápido que apenas
median unos segundos entre su salida del bosque, su llegada al
río y la confluencia con los nuestros; y con la misma celeridad se
dirigen, tras vadear el río, a nuestro campamento situado en la
orilla opuesta, y se precipitan sobre los soldados romanos que
trabajan en las labores de fortificación del campamento.
A César la situación le había cogido tan de improviso
que apenas tuvo tiempo de reaccionar; tenía que dar la señal
LA GUERRA DE LAS GALIAS 99
de alarma, llamar a las armas, ordenar formación de comba
te, reorganizar a los soldados dedicados a fortificar el campa
mento, formar las líneas defensivas, arengar a los soldados
y dar la orden de ataque. Todo esto en un espacio de tiem
po muy breve y con el enemigo echándoseles encima. Sin
embargo, el excelente adiestramiento de las tropas [...] y la
actuación de los legados a los que había ordenado taxativa
mente que permanecieran al lado de sus tropas mientras cons
truían el campamento, salvaron todas las dificultades. Los le
gados, al ver la rapidez con que se aproximaba el enemigo, no
esperaron órdenes de César para actuar y lo hicieron siguien
do sus propios criterios.
César, después de dar las órdenes más imprescindibles
[...], se acerca al lugar donde estaba emplazada la legión déci
ma, arenga a los soldados muy brevemente, porque los enemi
gos estaban ya a tiro de lanza, y da la orden de ataque. A con
tinuación pasa al ala derecha para arengar a los soldados, pero
se los encuentra combatiendo. Había sucedido todo tan rápida
mente que las tropas no habían tenido tiempo de ponerse los
yelmos ni de quitar las fundas de cuero a los escudos.
Apenas logró poner al ejército en formación de combate lo
mejor que pudo, atendiendo más a la naturaleza del lugar y al
tiempo de que disponía que a las reglas de la táctica militar y
a la costumbre habitual. Las legiones trabaron combate con el
enemigo cada una por su lado. La densa vegetación impedía ver
el desarrollo del combate, llevar los refuerzos al lugar oportu
no y tener una visión de conjunto de la batalla. En estas circuns
tancias tan desfavorables el curso de los acontecimientos era
muy desigual.
Las legiones décima y novena, en orden de combate, arro
jan a los atrébates, agotados por el cansancio de la carrera y por
las heridas recibidas, desde la parte alta al río, y les persiguen
obligándoles a cruzarlo, provocando entre ellos una gran mor
tandad. Los nuestros no dudaron en vadear el río y ascendien
do trabaron de nuevo contacto con el enemigo y lo pusieron
en fuga. En el centro, la undécima y octava legiones habían
expulsado a los viromanduos de los lugares altos y combatían
con ellos a orillas del río. Este avance deja el campamento des
guarnecido en el flanco izquierdo y en el centro (la duodécima
y séptima legiones protegen el ala derecha) y contra ellos se
precipitan, en formación cerrada, los nervios [...]. Parte de
éstos comienzan a envolver a las legiones por el ala derecha,
mientras otros intentan llegar al punto más elevado del campa
mento.
loo JULIO CÉSAR
Pero al mismo tiempo la caballería romana y la infantería
ligera [...] caen sobre los enemigos en su fuga, y los esclavos
[...], al advertir que el enemigo se precipitaba sobre el campa
mento, se dan a la fuga [...]. Cuando los refuerzos galos a ca
ballo procedentes de la zona de Tréveris, que gozaban entre los
galos de fama de valerosos, vieron que el campamento romano
hervía de enemigos, que las legiones pasaban por un trance
muy difícil y que los esclavos, jinetes, honderos [... ] huían a la
desbandada, regresan a sus puntos de partida no recatándose
en afirmar públicamente que los romanos habían sido vencidos
y que los nervios habían conquistado su campamento con todos
los bagajes.
César sigue el desarrollo del combate y ante sus ojos ve di
bujarse la catástrofe. Los soldados de la duodécima legión es
tán tan apiñados que no pueden manejar las armas con como
didad; todos los centuriones de la cuarta cohorte han muerto,
así como el portaestandarte; la enseña se ha perdido. En las
otras cohortes, casi todos los centuriones están también muer
tos o heridos, entre ellos el primer centurión P. Sexto Báculo,
hombre de valentía probada, pero afectado por tantas y tan
graves heridas que apenas puede sostenerse en pie; los demás
no están mejor, y algunos de ellos retrocede agachándose para
evitar las flechas e incluso intentan desertar. Pero los enemigos
avanzan por el centro y por los dos flancos. Cuando César se da
cuenta de que la batalla pende de un hilo y de que no tiene a
mano tropas para socorrerles, arrebata el escudo a un soldado de
la retaguardia, pues no había llevado el suyo, llama a los centu
riones por sus nombres de pila, anima a los soldados y ordena
abrir filas para que se pueda manejar con más facilidad la espa
da. Su aparición conforta los ánimos de las tropas y les infunde
nuevas esperanzas, pues todos quieren demostrar al general en
jefe del ejército de lo que son capaces en una situación apurada.
Así se logra contener un tanto el ataque enemigo. '
Al percatarse César de que la séptima legión, cercana a la
duodécima, estaba en dificultades, avisó a los tribunos para que
las legiones se aproximaran más y se diesen la vuelta para ata
car al enemigo. Este hecho aumentó la capacidad de resisten
cia de nuestros soldados. En ese momento aparecen la XIII y la
XIV legiones, que habían permanecido en retaguardia para
defender los víveres, en la cima de la colina. Además T. La
bieno, que había conquistado el campamento de los belgas, al
darse cuenta desde la altura de lo que estaba ocurriendo en
nuestro campamento, envía en nuestra ayuda a la décima le
gión [...].
LA GUERRA DE LAS GALIAS ΙΟ Ι
La llegada de las legiones dio un vuelco a la situación, y to
dos los nuestros, hasta los heridos, volvieron a combatir, y los
esclavos y la caballería con más ímpetu si cabe, para borrar así el
baldón de su huida. Pero los enemigos [César en estas frases fi
nales se refiere sobre todo a los nervios] demostraron también
su valentía en esta desesperada situación, y cuando caían los de
las primeras filas, los siguientes subían sobre los caídos y comba
tían de pie sobre los cadáveres; cuando los cadáveres se amonto
naron, los supervivientes, como si estuviesen en una posición más
alta, nos lanzaron todas sus armas, incluyendo nuestras propias
jabalinas; puede pensarse que unos hombres tan valientes no se
hubieran atrevido a vadear el anchísimo río, trepar por las em
pinadas colinas y meterse en el corazón mismo del enemigo si no
hubieran estado convencidos de alcanzar la victoria. Su grande
za de ánimo contribuyó a que una situación desfavorable y difí
cil se arreglara.
Los nervios habían perdido, y la derrota les había privado de
casi todos los hombres capaces de empuñar las armas. En con
secuencia, cuando César reorganizó la zona, tuvo que tomar
medidas para protegerlos de los abusos e incursiones de sus
vecinos. La Guerra de las Galias se limita a exponer el curso de
las operaciones militares, así que sabemos muy poco de las dis
posiciones organizativas posteriores.
La última fase de la guerra de los belgas fue la expedición
contra los atuatucos, descendientes de los destacamentos de los
cimbrios que se habían asentado en Bélgica, y cuyo último re
ducto lo constituía el valle del Mosa, posiblemente Mont-Falizes,
en los alrededores de Namur, antes que esta última localidad.
César procedió contra la plaza fuerte con todos los medios téc
nicos habituales entonces en el asedio: rodeó la ciudad con trin
cheras, construyó un terraplén desde el que se lanzaban contra
el muro las máquinas de ataque como los musculi o vineae, una
especie de cobertizos móviles techados que protegían a los sol
dados atacantes de los proyectiles lanzados desde las murallas;
también utilizó las torres de ataque, artefacto de varios pisos
desde el que se pasaba a la muralla con la ayuda de pasarelas de
asalto, el ariete (aries) para romper el muro, etc. La testudo era
una forma especial de avance en la que los soldados, alzando y
uniendo los escudos sobre sus cabezas, se guarnecían de las
armas arrojadizas del enemigo. También solían usarse catapul-
102 JULIO CÉSAR
Tapiz francés del sigh xv en el que se representa, con evidentes anacronismos en
las vestiduras, armas, edificios, etc., la victoria del ejército de César sobre las
tropas de Ariovisto, victoria que supuso al militar romano el dominio de la Galia
central. Historisches Museum, Berna.
LA GUERRA DE LAS GALIAS
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tas que lanzaban piedras o flechas. Viendo semejante derroche
de medios técnicos, muy superiores a los suyos, los atuatucos
capitularon, pero posteriormente intentaron sublevarse con
armas que previamente habían ocultado. César los derrotó en
cruenta batalla y vendió como esclavos a los supervivientes. El
concepto de prisionero de guerra en la antigüedad era muy
104 JULIO CÉSAR
Vista dd valle del Mosa, en el que se desarrolló la campaña contra los atuatucos.
diferente al actual: entonces cualquier enemigo capturado pa
saba a ser de la exclusiva propiedad del vencedor y éste podía
matarlo, llevárselo como esclavo para su uso personal o vendér
selo a terceras personas.
Los belgas, pues, acabaron siendo sometidos. La victoria de
César causó profunda impresión en Roma y en toda la Galia,
hasta el punto de que los habitantes de la costa del océano, del
canal y de Bretaña se entregaron sin oponer resistencia a Cra
so, el hijo del triunviro, enviado por César a su territorio al
mando de una legión. Desde más allá del Rin llegaron delega
ciones para entrevistarse con César. En Roma, el Senado decre
tó una fiesta de acción de gracias, cuya duración superó todos
105
Métodos e instrumentos empleados en la época de César: arriba, testudo; aba
jo, reconstrucción de un ariete, empleado para romper los muros.
ιο6
J. F. C. Fuller: Julius Caesar. Man, Soldier and Tyrant
(New Brunswyck-New Jersey, 1 9 6 5 )
Reconstrucción de otros instrumentos bélicos de la época de César: arriba, cata
pulta; abajo, onagro, especie de ballesta.
LA GUERRA DE LAS GALIAS
los precedentes. César había pacificado la zona de la Galia com
prendida entre la provincia romana, el canal de la Mancha y el
Rin, con la única excepción de Aquitania, territorio situado
entre el Garona y los Pirineos. César estableció los cuarteles de
invierno entre tribus fieles: Craso en el bajo Loira (Anjou);
Labieno, con el grueso del ejército, en el Loira central en tie
rra de los carnutos (Chartres) y turones (Tours), y Galba en los
Alpes, cerca del Gran San Bernardo; él se retiró a Lombardia e
Iliria. Galba, cuyo destacamento tenía la misión de abrir rutas
comerciales a través del Gran San Bernardo, intentó invernar en
Octodurus (Martigny), pero, al sublevarse sus habitantes, desis
tió de su empeño y marchó al país de los alóbroges.
Con la narración detallada de las negociaciones con Ario-
visto y la descripción de la batalla contra los nervios hemos
querido ofrecer una panorámica, salida de la mano de César, no
solo de las operaciones militares, sino también del trasfondo
político. Sería demasiado prolijo seguir el relato con la misma
minuciosidad, así que los demás acontecimientos de la guerra
los trataremos de manera más sucinta.
La oposición a Galba en la zona de los Alpes demostraba
que la Galia no había sido sometida por completo. Este hecho
se vio confirmado en el extremo opuesto del país cuando Cra
so pidió desde sus cuarteles de invierno víveres a los pueblos
vecinos: los galos hicieron prisioneros a los soldados y centurio
nes encargados de dicha misión, y las tribus que habitaban en
las costas de Bretaña y Normandía se aliaron para enfrentarse
a los romanos. Llegaron refuerzos de los celtas de Britannia.
A la cabeza de la coalición estaban los vénetos, tribu de navegan
tes natos que poblaba la costa sur de Bretaña. César, retenido
en Italia por una conferencia política que se desarrollaba en
Lucca, se decidió a llevar la guerra por tierra y por mar, y con
tal motivo inició la construcción de una flota en el Loira. Ape
nas llegó a la Galia, emprendió una acción combinada contra
los vénetos, mientras que otros contingentes de tropas repri
mían a los pueblos costeros entre Bretaña y la desembocadura
del Rin. Cuando César avanzaba por tierra contra los vénetos,
éstos se hacían a la mar una y otra vez en sus barcos. El desen
lace de esta situación se produjo en la costa bretona como con
secuencia de una batalla naval, la primera que se conoce en el
Atlántico. César y sus soldados presenciaron el combate de las
ιο8
Ulstein Bilderdienst, Berlín
Cabeza de César. Museo Vaticano, Roma.
LA GUERRA DE LAS GALIAS log
galeras romanas impulsadas por remos, al mando de Décimo
Bruto, contra los barcos de vela de los vénetos, de mucho ma
yor calado a causa de las condiciones naturales del océano que
los romanos, los cuáles habían sido construidos para navegar
por el Mediterráneo. Los romanos subsanaron esta dificultad
recurriendo a un medio técnico usado en los asedios: las falces
murales, especie de garfio sujeto a una vara para abrir brecha
en la muralla. Los romanos fabricaron un artefacto muy similar
y cortaron con ellos los aparejos de los navios enemigos, y tras
dejarlos sin capacidad de movimiento los abordaron, derrotan
do a los vénetos en la lucha cuerpo a cuerpo. A la capitulación
siguió una terrible represalia, y todos los miembros del Conse
jo véneto fueron ejecutados y el resto de los hombres vendidos
como esclavos. Napoleón censuró con duras palabras semejan
te atrocidad. El año anterior César había obrado de la misma
manera con respecto a los atuatucos. En el caso de los vénetos,
César justifica su actuación con estas palabras: «Procedió con
tanta severidad contra ellos para que en el futuro los galos res
petasen más escrupulosamente a sus embajadores»,4® en clara
alusión al encarcelamiento del destacamento enviado a recoger
provisiones. César ya no consideraba la resistencia de los galos
como una guerra contra invasores extranjeros, sino como una
sublevación. Al igual que en el caso de los atuatucos, Roma veía
en el presente una violación de la fides o relación de fidelidad
establecida entre vencedores y vencidos a través de la rendición.
La fides obligaba moralmente al vencedor a tratar bien al ven
cido, y a éste a atenerse al pacto, es decir, a no sublevarse. Tras
dos años de guerra, César juzgó que había terminado la con
quista de las Galias: «Así fue sometida toda la Galia»,49 escribe
él mismo, y lo confirma la fiesta decretada por el Senado. La
conferencia de Lucca en el invierno del 57-56 a.C. abona tam
bién la hipótesis de que César consideraba concluida, en lo
esencial, su misión en las Galias. Se supone que César no con
virtió en provincia romana los territorios sometidos, sino que
organizó los Estados situados fuera de la provincia narbonense
como si fueran súbditos y tributarios de Roma. En la Galia ya se
conocían las relaciones de clientela entre las tribus, de mane
ra que César se atuvo a lo establecido, y Roma asumió el papel
de potencia protectora. César se apoyó sobre todo en los eduos,
remos y lingones (Langres), grupos hegemónicos dentro de la
lio JULIO CÉSAR
Galera romana de combate, similar a las utilizadas en tiempos de César. Belie
ve en mármol. Museo Vaticano, Roma.
Galia. Pero los movimientos de resistencia y las sublevaciones de
los galos durante los años siguientes pusieron de manifiesto la
debilidad de esta concepción política y obligaron a César a in
tervenir con energía.
Durante la estancia de César en Bretaña, el joven Craso
logró con un puñado de tropas y una diplomacia muy hábil
someter a los aquitanos. En otoño César atacó a los menapios
y morenos, que habitaban en Flandes y en el delta del Rin,
aunque con éxito más bien escaso, porque éstos se escondían
en la espesura de los bosques y la estación no era muy propicia
debido a las tormentas. A partir de este momento César consi
deró cualquier violación de las fronteras como un acto de gúé-
rrá contra el Imperio romano.
Así se vio a principios del año siguiente (55 a.C). Desde ha
cía décadas, los germanos emigraban de este a oeste; sus tribus
habían cruzado el Rin en numerosas ocasiones. Pero cuando los
usipetes y tenctheros, presionados por los suevos, hicieron lo
mismo, César lo aprovechó como argumento para atacarles. «El
Rin constituye la frontera del Imperio romano»,50 hace decir a
los germanos. Como temía desórdenes derivados de la irrupción
en la Galia de las tribus germánicas —Ariovisto había sentado
un peligroso precedente— , intervino con rapidez y cortó de raíz
LA GUERRA DE LAS GALIAS 111
el intento, aniquilando a los germanos con una táctica mezcla
de diplomacia y de ofensiva militar. Tan solo se salvó una par
te de la caballería germana. La actuación ladina de César fue
tan criticada que su viejo enemigo Catón propuso al Senado en
tregarlo a los germanos, porque solo así podría evitar Roma el
castigo de los dioses por el comportamiento traicionero de
César.
Este fue aún más lejos e hizo una demostración de poderío
militar en la orilla derecha del Rin para subrayar el carácter de
frontera del río y hacer desistir a los germanos de posteriores
violaciones del territorio. Con tal motivo construyó en Neuwie-
der Becken el primer puente sobre el Rin. Según la reconstruc
ción más reciente, el puente se componía de estacas de sesen
ta centímetros de grosor que descansaban sobre cinco estacas
hundidas verticalmente en el río. Cada travesaño estaba refor
zado por dos cuñas de cuarenta y dos centímetros de grosor,
una en cada extremo, clavadas diagonalmente en el río: una
situada corriente arriba a favor de su flujo, la otra contra la
corriente. Entre esos dos postes en diagonal mediaba una dis
tancia de doce a trece metros. Además los postes estaban refor
zados por cuñas para resistir la corriente u objetos flotantes
como troncos arrojados deliberadamente al fío. Sobre los tra-
vesaños se tendía la calzada hecha de maderas unidas con cuer
das, planchas y fajinas, recubierto todo ello de tierra. Tenía una
anchura entre nueve y diez metros y medio. «Una vez que se
disponía de todos los materiales, se tardaba unos diez días en
concluir la obra.»61 A continuación el ejército pasó al otro lado,
pero los germanos emigraron hasta el territorio de la tribu de
los ubios asentados en la zona del Ruhr, que ya por entonces
pretendían mantenerse en buenas relaciones con los romanos,
y que más tarde serían trasplantados por éstos a la otra orilla,
al territorio de la provincia romana (19 a.C.). Tenían su capi
tal en Colonia, a la que llamaban «altar de los ubios». Este paso
del Rin, que sirvió para fortalecer a los ubios y asegurar la fron
tera, concluyó sin especiales resultados tras el saqueo de los te
rritorios abandonados por las tribus germanas.
Al año siguiente de esta empresa militar (54 a.C.), César lle
vó a cabo dos expediciones a Britannia y por motivos muy simi
lares. Utilizó como pretexto el hecho de que los habitantes de
la isla habían ayudado a los vénetos. La primera expedición pro-
112
LA GUERRA DE LAS GALIAS
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Reconstrucción del puente que construyeron los soldados de César para cruzar
el Rin, el primero levantado sobre este río, y que constituye una obra maestra de
la ingeniería bélica de la época (Museo Nacional, Roma). En la página ante
rior, otra reconstrucción del mismo puente y (arriba) corte longitudinal en el que
puede observarse su estructura.
dujo escasos resultados debido a su corta duración y tuvo más
bien el carácter de reconocimiento militar previo. La expedi
ción salió de Portus Itius (oeste de Calais), punto desde el que
la travesía era más corta. Las tropas llegaron por el Rin, nave
gando río abajo y luego bordeando la costa, y desembarcaron
en Britannia por la punta este de Kent. En esta ocasión César
no transportó caballería, y además las tormentas dañaron seria
mente los barcos que lograron arribar a tierra. Una vez allí,
César aseguró su campamento en la costa, contra los ataques de
los britanos, reparó los barcos y regresó al campamento sin
sufrir grandes pérdidas. Aunque sus resultados militares fueron
más bien exiguos, el paso del Rin y el desembarco en una isla
desconocida causaron una honda impresión en Roma. U n poe
ta de la época habla de «los parajes que han sido testigos mu
dos de las victorias del gran César: el Rin en la Galia, el pavo
roso océano y Britannia, tierra situada en el borde más extremo
de la tierra».52
Al año siguiente se preparó otra expedición, esta vez con
mucho mayor cuidado. César construyó en el Loira una flota
114 JULIO CÉSAR
capaz de transportar cinco legiones y dos mil jinetes. Las expe
riencias del año anterior supusieron para él una ayuda inapre
ciable. Para facilitar las tareas de carga y su posterior arrastre a
tierra, César hizo construir los barcos con la borda más baja de
lo que era habitual en el Mediterráneo. Esto fue posible porque
él sabía por experiencia que el oleaje no era muy fuerte a cau
sa del frecuente cambio de la corriente. «Con el fin de poder
transportar la impedimenta y las acémilas, las construyó algo
más anchas de lo acostumbrado. Estaban todas equipadas con
remos para que fueran más maniobrables a pesar de su escaso
calado.»53 Es interesante resaltar que Napoleón, al construir los
barcos con los que en 1804 pretendía abordar Inglaterra, siguió
estos mismos criterios, es decir, poco calado y maniobrabilidad.
Tras el desembarco, César se abrió paso combatiendo has
ta más allá del Támesis. Sus enemigos, entretanto, atacaron el
campamento de la costa, pero fueron rechazados. Entablaron
entonces negociaciones y César exigió tributos y rehenes. César
sabía que no podría establecerse en la isla de manera perma
nente, aunque se lo propusiera. Uno de los frutos del desembar
co fue la interrupción aproximadamente durante un siglo del
activo flujo comercial entre la Galia y Britannia. Ajuzgar por los
yacimientos arqueológicos de armas y metales pertenecientes a
los años posteriores (sobre todo en Gergovia), cabe deducir que
la empresa de César acabó con la exportación de estaño a la
Galia, al menos por las vías tradicionales. El metal — que Britan
nia obtenía en las islas Scilly—, de extraordinaria importancia
para el mundo mediterráneo, empezó a ser exportado al con
tinente a través de la costa frisona hasta que el emperador Clau
dio conquistó Britannia (año 43 a.C.).
Mientras César intervenía en las zonas del Rin y del Canal
para asegurar las fronteras exteriores, en el interior de la Galia
la situación había adoptado tintes más peligrosos y amenazado
res. Ya antes de su segunda expedición a Britannia, César tuvo
que tomar medidas de precaución: fortaleció en cada una de las
tribus el poder de los hombres más adictos a los romanos, y
emprendió acciones militares —por ejemplo, contra los treve-
ros (Tréveris)— . En esta región, César se presentó con cuatro
legiones para disuadir a este pueblo de cualquier posible alianza
con los germanos de la orilla opuesta del Rin. Se llevó consigo
en su expedición a Britannia a cuatro mil jinetes de todas las
LA GUERRA DE LAS GALIAS II5
tribus galas como rehenes para garantizar la paz de su patria. El
eduo Dumnorix, viejo enemigo de los romanos, se negó a cum
plir esta condición, pero César le cortó la retirada y murió en
el combate subsiguiente. Esto no solo no disminuyó el movi
miento de resistencia, sino que lo potenció, sobre todo en el
norte. Ese año, la mala cosecha obligó a César a redistribuir sus
legiones durante el invierno en campamentos más pequeños
por el norte. Como medida precautoria, él mismo permaneció
en el país. Esta diseminación de los efectivos militares les pare
ció a los galos una ocasión inmejorable para provocar un levan
tamiento, que estalló primero entre los eburones (alrededores
de Lüttich). Estos, con engaños, hicieron salir a legión y me
dia de sus cuarteles y, tras tenderles una emboscada, las exter
minaron. En este momento se desató la rebelión entre los ner
vios, en cuyo territorio estaba destacada una legión al mando de
Quinto, hermano de Cicerón, que servía en el ejército de Cé
sar como legado. Fue rodeado por nervios y eburones, y César
reunió a toda prisa varias legiones, envió a Quinto un correo
que atravesó las líneas enemigas con el siguiente mensaje: «¡Ten
ánimo! Salgo en tu ayuda»,84 y consiguió que el enemigo levan
tase el cerco.
Pero la rebelión había cobrado tal incremento que las legio
nes de César no bastaban para sofocarla. Hubo tribus en las que
los príncipes favorables a los romanos fueron destituidos o ase
sinados. Al año siguiente (53 a.C.) los disturbios continuaron,
y César se vio obligado a invernar en la Galia, y reclutó otras dos
legiones. Pompeyo además le cedió una legión, que había alis
tado el año 55 a.C. en la Lombardia. El ejército de César ascen
día ya a diez legiones (unos sesenta mil hombres), y le permi
tía emprender acciones enérgicas contra los rebeldes. Aún no
había finalizado el invierno cuando César emprendió una expe
dición de castigo contra los nervios, sometiéndoles de nuevo y
consiguiendo un excelente botín. Acto seguido marchó contra
los senones (Sens) y carnutos (Chartres), que, sorprendidos por
su aparición, recurrieron a los eduos y remos para que media
ran ante César. Este aceptó sin pensarlo la capitulación, «pues
creía que el verano era la estación propicia para la guerra, no
para hacer averiguaciones».58 Labieno, por su parte, pacificó a
los treveros. En realidad, el verdadero objetivo de César consis
tía en castigar a los eburones. Tan pronto recibió la noticia de
JULIO CÉSAR
/t
Ils
Galo atacando a un soldado romano. Fragmento de un bajorrelieve. Museo del
Louvre, Paris.
que esta tribu había aniquilado a sus soldados, César se vistió de
luto hasta que la traición hubiera sido reparada. Como prime
ra medida, los cercó concienzudamente y los aisló. Luego pene
tró en la tierra de los menapios en busca de botín y construyó
un segundo puente sobre el Rin un poco más arriba del prime
ro. Permaneció con su ejército en la orilla opuesta durante dos
o tres semanas. Los germanos no presentaban combate, y esto
le desazonaba; sin embargo, tampoco consiguieron que César
se adentrase más profundamente en su tierra. Como medida
disuasoria dejó intacta la mayor parte del puente (al revés de lo
que había hecho en el año 55 a.C.), fortificó el extremo germa
no con una torre de cuatro pisos y dejó doce cohortes para que
lo protegieran. Una vez adoptadas todas estas medidas prelimi
nares, marchó contra los eburones y los aniquiló: su territorio
fue sistemáticamente peinado por las legiones, y los soldados en-
LA GUERRA DE LAS GALIAS 117
traron en él a sangre y fuego, saqueándolo, asesinando y hacien
do prisioneros a sus habitantes. Además César invitó a las tribus
vecinas a que participasen en el pillaje, ofreciéndoles el señue
lo del botín, «porque prefería arriesgar en los bosques la vida
de los galos antes que la de sus legionarios. Además inundó su
país con una muchedumbre ingente para borrar de la faz de la
tierra el linaje y el nombre del pueblo culpable de un crimen tan
horrendo».50 César consiguió lo que pretendía, aunque Ambio
rix, eljefe de la conspiración, escapó; Catuvolco, otro de los cabe
cillas de los eburones, se suicidó. Tras esta acción de castigo César
convocó para finales de año una asamblea de todas las tribus
galas en Durocortorum, capital de los remos. En su transcurso
se reanudó el proceso suspendido en la primavera pasada con
tra los dirigentes senones y carnutos culpables de los disturbios.
Acó, jefe de los senones y considerado el instigador del levan
tamiento, fue condenado a muerte y ejecutado «según la cos
tumbre», es decir, al modo romanos,57 prueba palpable de que
César consideraba ya a las Galias provincia romana. El grueso
del ejército permaneció en estos parajes, mientras el resto se
dirigía hacia Tréveris y Dijon.
Todos estos acontecimientos están recogidos en el libro sex
to de la Guerra de las Galias. En el relato de las operaciones
militares César intercala un largo inciso etno-geográfico a par
tir del momento en que cruza por segunda vez el Rin.58 César
pretende demostrar en él que celtas y germanos son dos comu
nidades diferentes, separadas por la frontera natural del Rin.
Esta opinión de César constituye una importante innovación en
el ámbito etno-geográfico, puesto que hasta entonces todo el
mundo creía que celtas y germanos pertenecían al mismo pue
blo. A la vez que demuestra la diferente nacionalidad de ambos
pueblos, César explica también por qué da por finalizadas sus
conquistas al llegar al Rin; César practica una de las artes más
difíciles para el hombre de Estado: detenerse a tiempo cuando
la suerte y el éxito le sonríen. El hecho es mucho más notable
si tenemos en cuenta que el victorioso militar y el estadista pla
nificador eran la misma persona. Lo que Bismarck arrancará en
Nikolsburg a su rey, más dominado por los eventos militares que
por la política, a costa de grandes esfuerzos (es decir, refrenar
a un ejército victorioso por m or de un objetivo político), lo
consigue César consigo mismo en el Rin, demostración palpa
1 18 JULIO CÉSAR
ble de que en él el hombre de Estado prevalecía sobre el mili
tar y el estratega. Al mismo tiempo se revela como un estadista
en su reorganización política emanada de su propia experien
cia. Ya se ha dicho que el Rin no constituía por entonces una
frontera clara entre celtas y germanos; de hecho estos últimos
habían cruzado el río por numerosos puntos. César delimitó
con absoluta nitidez la realidad política estableciendo la fron
tera entre ambos pueblos en el Rin. Incluyó, pues, a los germa
nos de la margen izquierda del río en el ámbito celta, y en de
finitiva dentro de la esfera de influencia de Roma, facilitando
la progresiva romanización de la zona, y la conversión a la pos
tre del Rin en una divisoria de pueblos y culturas.
El informe comparativo entre las costumbres de galos y
germanos, con el que César prueba las diferencias etnográficas
entre ellos, constituye al mismo tiempo el documento más an
tiguo y coherente conocido sobre los germanos:
Las costumbres de los germanos se diferencian considerable
mente de las de los galos, pues ni tienen druidas que se ocupen
de los asuntos del culto, ni son tampoco excesivamente aficio
nados a los sacrificios. Solo cuentan entre sus dioses a aquellos
que pueden ver y que de hecho les ayudan: el Sol, Vulcano
[dios del fuego] y la Luna. De los demás ni siquiera tienen
noticia. Dedican su vida a la caza y a la guerra; fortalecen y
entrenan su cuerpo desde la infancia. Cuanto más tiempo per
manezcan castos, tantas más alabanzas merecen de los suyos,
porque creen que la castidad coadyuva al crecimiento, nutre las
fuerzas y fortalece los músculos. Conocer mujer antes de los
veinte años les parece motivo de vergüenza y de deshonra. Pero
no se vaya a creer que existe entre ellos un pudor excesivo, no:
los dos sexos se bañan juntos en los ríos y por vestimenta utili
zan solo pequeños trozos de piel que dejan al descubierto la
mayor parte del cuerpo.
No sienten interés alguno por la agricultura, y su dieta se
compone básicamente de leche, queso y carne. No existe la pro
piedad privada, sino que cada año las autoridades y los dirigen
tes asignan a las familias y grupos afines que viven juntos la ex
tensión de terreno que les parece y en el lugar que creen
oportuno, hasta que en los años siguientes se les obliga a tras
ladarse a otra parcela. Ellos explican el hecho aduciendo nume
rosos motivos: no se apegan a la vida sedentaria para no susti
tuir el placer de la guerra por la práctica de la agricultura; con
LA GUERRA DE LAS GALIAS HQ
ese sistema la ambición de acrecentar las propiedades no exis
te, y, en consecuencia, tampoco el riesgo de que el más fuerte
abuse del más débil; así evitan construir para defenderse del
calor y del frío excesivos, y también de la codicia de aumentar
el dinero que solo provoca enemistades y divisiones; en fin, el
pueblo permanece satisfecho y tranquilo si ve que todos sus
miembros son iguales por lo que a la propiedad se refiere.
El máximo honor para un Estado es estar rodeado por una
franja de tierra no cultivada lo más ancha posible. Consideran
una prueba de su propia valía el hecho de que sus vecinos, ex
pulsados de sus campos, los abandonen y nadie se atreva a es
tablecerse cerca de ellos; al mismo tiempo consideran esto
como una medida de seguridad, ya que están a salvo de ataques
por sorpresa. Cuando un pueblo pone en marcha una guerra,
ya sea defensiva u ofensiva, eligen magistrados para dirigirla con
autoridad sobre la vida y la muerte. En tiempo de paz carecen
de dirigentes comunes; son los principales de las regiones y al
deas los que se encargan de administrar justicia y dirimir las
controversias. El robo no se considera una deshonra si tiene
lugar fuera de su territorio; es más, lo ponderan como medio
de adiestramiento y de prevención de la ociosidad para la juven
tud. Y cuando un noble afirma en medio de la asamblea que
quiere ser caudillo, los que le apoyan lo dan a entender, y se
levantan aquellos a quienes agrada la empresa y el hombre, le
prometen su ayuda y son aplaudidos por los participantes en la
asamblea; si alguno de ésos no le acompaña, será contado en
tre los desertores y traidores, y en lo sucesivo no se le conside
rará digno de confianza en ninguna ocasión. Opinan que bajo
ningún concepto es lícito violar las reglas de la hospitalidad; a
todos cuantos llegan a sus casas por cualquier motivo, los ponen
a salvo de cualquier agravio o injusticia, los invisten de inviola
bilidad, les abren de par en par las puertas de su casa y compar
ten con ellos comida y bebida.
Hubo un tiempo en que los galos eran más valerosos que
los germanos, guerreaban contra ellos en su propia tierra, e in
cluso llegaron a colonizar el otro lado del Rin a consecuencia
de la superpoblación y de la pobreza de su tierra. Y así llegaron
a ocupar y a asentarse en esa región ubérrima de Germania cer
cana al bosque de Hercynia (de la cual Eratóstenes y otros es
critores griegos tuvieron noticia y llamaron Orcynia) los voleos
tectosagos, pueblo que todavía vive allí, y que goza de fama de
bien organizado y de aguerrido. Hoy, mientras los germanos
siguen cultivando su frugalidad y su resistencia física, y se ali
mentan y visten lo mismo que antes, los galos reciben desde la
120 JULIO CÉSAR
provincia y allende el mar muchos productos que contribuyen
a la superabundancia e inducen a la pereza. Así han llegado a
acostumbrarse a. la superioridad de los germanos, a ser venci
dos en numerosas batallas, y a considerarse más cobardes que
ellos.
La selva Hercynia que antes mencionaba cuesta atravesar
la nueve jomadas yendo sin equipaje: sus moradores no saben
determinar su extensión de otra manera, ya que desconocen las
medidas. Comienza en los límites de los helvecios, németes y
rauracos [Selva Negra] y se extiende paralelamente al Danubio
hasta el territorio de los dacios y anartes; después tuerce hacia
la izquierda apartándose del río y debido a su gran extensión
toca el territorio de muchos pueblos. No hay nadie en Germa
nia que pueda decir que ha llegado al borde de la selva, aun
después de haber avanzado durante sesenta días, o que sepa de
oídas dónde se encuentra. Se sabe que viven en ella muchas
fieras desconocidas en otros parajes. Mencionaré solo las más
extrañas:
Hay un buey con figura de ciervo, en mitad de cuya testuz,
entre las orejas, despunta un cuerno de mayor tamaño y más
recto que los que nosotros conocemos. De su parte superior se
proyectan ramificaciones en forma de palma. La constitución
de machos y hembras es la misma, así como la forma y tama
ño de sus cuernos.
Hay otras fieras llamadas alces. Por su aspecto y su piel son
parecidos a las cabras, aunque algo mayores de tamaño, de
cornamenta roma y patas sin articulaciones. No se echan para
descansar y si, por alguna razón, se han caído, son incapaces de
levantarse. Utilizan los árboles como albergue. Se arriman a los
árboles y descansan reclinándose en ellos. Cuando por sus hue
llas los cazadores descubren sus lugares de descanso, socavan los
árboles o los sierran de modo que parezcan intactos, así que
cuando los animales, siguiendo su instinto, se apoyan en ellos,
los derriban, provocando su propia caída.
La tercera especie se llama uro. Son un poco más peque
ños que los elefantes, pero son similares al toro por su aspec
to, forma y color. Son muy poderosos y veloces y no respetan lo
que les sale a la vista, ya sea hombre o animal. Los habitantes
los capturan practicando hoyos en el suelo, y luego los matan.
Este trabajo es propio de los adolescentes, que se entrenan con
esta forma especial de caza, de modo que el que más ha mata
do muestra como prueba sus cuernos y recibe las alabanzas de
los demás. No se acostumbran a la presencia humana ni se les
puede domesticar, aunque se les capture siendo muy pequeños.
LA GUERRA DE LAS GALIAS 121
La envergadura, forma y aspecto de sus cuernos difiere grande
mente de los de nuestros bueyes. Los cuernos son muy busca
dos y cuando los consiguen, ribetean sus bordes de plata y los
emplean como vasos en los banquetes que suelen celebrar en
las grandes ocasiones.59
Este fragmento ilumina desde otro ángulo la faceta del César
escritor, en cuanto se trata de una descripción etno-geográfica
que nos permite remontarnos a las fuentes, que no son (como
esperaríamos en la actualidad) su propia experiencia o los in
formes de testigos oculares. En su época se utilizaba con profu
sión la tradición escrita griega y romana; a este respecto, los
animales mítico-fabulosos descritos por él no proceden de fuen
tes germanas, sino de la tradición helenística, que aderezaba sus
descripciones de países desconocidos o remotos con elementos
de fuerte contenido fantástico.
Tras la cruenta represión subsiguiente al levantamiento del
54-53 a.C., se cernió sobre toda la Galia una calma tensa y cor
ta. En efecto, la situación en Roma había entrado en una fase
crítica, y este hecho hizo concebir esperanzas a los galos de que
César se quedaría en Italia y les animó a rebelarse de nuevo. El
levantamiento se gestó en una serie de reuniones y pactos lle
vados con suma discreción. Incluso Commio, caudillo de los
atrébates, que hasta entonces había permanecido fiel a los ro
manos, se unió a los conjurados, lo que nos da idea de la am
plitud del descontento. En ausencia de César, Labieno prepa
ró un complot para asesinar a Commio, que resultó fallido e
hizo crecer la indignación general. Cuando la rebelión estalló
en Cenabum (Orleans), el jefe de aprovisionamiento y los co
merciantes romanos establecidos en dicho enclave fueron pa
sados por las armas, y en cuanto esta noticia llegó a oídos de
Vercingétorix, dirigente de los arvernos e hijo del anterior
monarca, éste se sumó al levantamiento, convirtiéndose en el
enemigo más encarnizado de César. Con un pequeño grupo de
seguidores logró convencer a otras tribus de que hicieran lo
mismo. Vercingétorix fue proclamado rey, y no tardaron en
sumarse a sus fuerzas los pueblos vecinos. El movimiento llegó
con gran rapidez a las fronteras de la provincia romana y a los
confines de los eduos, que aún seguían fieles a Roma para ver
si conseguían arrebatar la hegemonía a los arvernos. Vercingé-
122 JULIO CÉSAR
torix solo pudo atraer a su bando a los bitúriges (Berry), una
de las ramas de los eduos.
Cuando las cosas se apaciguaron en Roma, César retornó a
las Galias y se enteró de que las tropas rebeldes se interponían
entre la provincia y las legiones que invernaban en las Galias.
César se encontró ante una peligrosa disyuntiva: «Si ordenaba
a las legiones regresar a la provincia, tendrían que combatir sin
su ayuda durante todo el camino; si él marchaba a la zona en
que aquéllas estaban destacadas, tendría que confiar su seguri
dad a los pueblos que aún no se habían alzado en armas, y esto
le parecía peligroso».60 Por otro lado, Vercingétorix preparaba
ya el asalto a la provincia. Por eso César marchó primero a
Narbona, aseguró las frontéras de esa zona de la provincia, y
concentró los refuerzos provenientes de Italia en tierra de los
helvios, pueblo separado de los arvernos por las Cévennes. Las
montañas estaban aún cubiertas de nieve, pero César las cruzó,
abriéndose camino a costa de grandes esfuerzos, e irrumpió en
el territorio arverno. Al saberlo, Vercingétorix salió a su encuen
tro, pero César dejó el mando de sus tropas a uno de sus gene
rales y marchó a toda prisa a Vienne. Luego, cabalgando día y
noche, cruzó los dominios de los eduos y se reunió con las le
giones destacadas entre los lingones para pasar el invierno.
Merced a esta celeridad, César hizo desistir a los eduos de po
sibles conspiraciones, congregó a todas las tropas en Sens y se
vio en poder de un ejército muy considerable en medio del país
enemigo sin que Vercingétorix lo supiera. Para proteger a sus
aliados, cargó contra los clientes de los eduos, tomó varias ciu
dades galas, castigó con dureza a Cenabum (punto en el que
había prendido el levantamiento) y conquistó Noviodunum
(Nevers). Ante los éxitos militares de César, Vercingétorix recu
rrió a la táctica de la tierra quemada para cortar o dificultar el
aprovisionamiento del ejército romano: entre los bitúriges vein
te ciudades fueron pasto de las llamas, incendiadas por sus
moradores, mientras éstos se retiraban a Avaricum (Bourges),
la capital. César la sitió y, pese a su enconada defensa, la con
quistó a costa de grandes penalidades. Tras la toma de la ciudad,
la cólera se apoderó de César, y durante el saqueo fueron ase
sinadas cuarenta mil personas. Este desarrollo de la guerra for
taleció el liderazgo de Vercingétorix, pues se demostró lo acer
tado de su plan al exigir también la destrucción de Avaricum,
LA GUERRA DE LAS CALIAS 123
Emst Klett Verlag, Stuttgart
Moneda con la efigie
Vercingetorix (h. 72-4
rey de los avernos.
y provocó que otras tribus se sumasen al levantamiento, de
manera que solo los aquitanos, lingones, remos y eduos perma
necieron neutrales en el conflicto. Sin embargo, la inseguridad
de los eduos crecía paulatinamente, y de pronto interrumpie
ron el suministro de grano, a pesar de que su país era la base
de operaciones de César. En Noviodunum (Nevers) tenían su
sede la contaduría del ejército, las cajas de reclutas, los depósi
tos de armas y víveres, y además esta ciudad acogía a los rehe
nes de los pueblos que no se habían sublevado. De aquí partió
Labieno hacia el norte, al frente de una expedición de castigo
contra senones y parisios (con capital en Lutetia —París— ).
César, sin embargo, atacó el núcleo de los rebeldes, poniendo
sitio a Gergovia, capital de los arvernos situada en los alrededo
res de Clermont-Ferrand. Se libraron duros combates por la
posesión de dicha ciudad, en los que tomó parte activa Vercin-
gétorix. Entretanto los eduos se adhirieron a los rebeldes, aun
que César logró sofocar el levantamiento gracias a su rápida
intervención y a su influencia personal. Al regresar junto a las
tropas que sitiaban Gergovia, sufrió la primera derrota de su
vida y tuvo que levantar el asedio. En ese momento los eduos
dieron la causa de Roma por perdida y se pasaron al bando de
Vercingétorix. Casi inmediatamente redujeron a la guarnición
romana de Noviodunum, se apoderaron del botín y de las pro
visiones, liberaron a los rehenes y destruyeron la ciudad.
124 JULIO CÉSAR
La capacidad de César como estratega se revela en toda su
grandiosidad cuando sufre derrotas, por ejemplo tras las bata
llas de Gergovia y Dyrrhachium (48 a.C.). A la vista de lo acae
cido en Gergovia, la solución más lógica pasaba por el regreso
a la provincia. Esto implicaba abandonar a Labieno a su suerte
en medio de la Galia insurrecta. Por este motivo, tras la derro
ta, César renuncia a la retirada y emprende una ofensiva hacia
el interior del territorio enemigo; se separa de Vercingétorix y
se dirige hacia el norte, pero al enterarse de la derrota de Ger
govia, Labieno bajó hacia el sur, y marchó a tierras de los seno-
nes, reuniéndose allí de nuevo con César.
Entretanto todas las tribus galas habían celebrado una asam
blea en la que el prestigio y autoridad de Vercingétorix alcan
zó su punto álgido. En efecto, como consecuencia de la victo
ria de Gergovia y la adhesión de los eduos, tan solo dejaron de
acudir los aquitanos, los remios y lingones (estos dos pueblos
por fidelidad a César) y los treveros, que estaban demasiado
ocupados en su propio país luchando contra los germanos
como para sumarse al levantamiento. L a asamblea ratificó el
mando supremo de Vercingétorix. Este, con el refuerzo de los
eduos, se dispuso a invadir la provincia romana. Estos aconte
cimientos supusieron un alivio para las agotadas tropas y permi
tieron a César reclutar jinetes germanos al otro lado del Rin,
con los que pretendía contrarrestar la superioridad de la caba
llería gala. Luego regresó a Besançon, su nueva base de opera
ciones, y salió al paso de Vercingétorix cerca de Dijon. La caba
llería gala, en la creencia de que libraba la batalla decisiva, lanzó
un ataque simultáneo por el frente y los flancos, originando en
un primer momento gran confusión en las líneas romanas.
(Posteriormente los arvernos mostrarían en uno de sus templos
la espada corta de César conseguida en este combate. Allí la
vería colgada César, y cuando alguien de su séquito quiso reti
rarla, él sonrió diciendo: «Déjala, porque ya no es propiedad
mía, sino de los dioses».)61
No obstante, la crisis inicial fue pronto superada, y la caballe
ría germana del general, que permanecía a la expectativa, pulveri
zó el ataque de los galos. La derrota fue tan sorprendente que Ver
cingétorix se retiró a toda prisa a la cercana fortaleza de Alesia
(Alise-Sainte-Reine), oportunidad que César, tan perspicaz como
siempre, supo aprovechar, cuando al igual que Moltke, siglos más
LA GUERRA DE LAS CALIAS 125
Relieve en estuco de un jinete galo sin estribos. L a caballería gala, superior a
la romana, causó grandes dificultades al ejéi'cito de César. Museo de Saint-
Germain, París.
tarde, con su famoso giro a la derecha en la batalla de Sedán, varió
el sentido de su marcha para perseguir al enemigo y cercó Alesia.
A Vercingétorix le quedó el tiempo justo de ordenar la evacuación
de toda su caballería (tropas que en una guerra de asedio incre
mentaban las dificultades de avituallamientos, ya grandes de por sí)
con la misión expresa de recorrer la Galia para reclutar un ejérci
to de socorro. Luego el cerco se cerró en torno a la fortaleza.
A lo largo precisamente de ese año, César había ganado
experiencia en el asedio, y planteó la estrategia militar ante
126 JULIO CÉSAR
Alesia como una guerra de posiciones, porque estaba latente la
amenaza de la llegada de tropas de refresco por la retaguardia.
Aquí (como más tarde en Dyrrhachium) César demostró ser un
consumado estratega. El problema básico consistía en aislar la
ciudadela de cualquier contacto con el mundo exterior para
obligarla a rendirse por hambre. Al mismo tiempo tenía que
asegurar sus líneas contra un eventual ataque por la retaguar
dia. Las excavaciones realizadas por encargo de Napoleón III
ilustran perfectamente las posiciones del ejército romano, que
halló un obstáculo adicional en el terreno montañoso. Pese al
hostigamiento por parte de Vercingétorix, César comenzó por
rodear la ciudad con un anillo de fortificaciones de 16 a 17 ki
lómetros de perímetro, cortando así cualquier contacto de los
habitantes de la ciudad con el exterior. La ciudad estaba situa
da en la cima de una colina. A lo largo de la primera línea puso
puestos avanzados y, detrás de ellos, en los lugares más propicios
del terreno, instaló campamentos de mayores dimensiones para
la infantería y la caballería. Esta distribución de las tropas esta
ba motivada por razones de tipo táctico, ya que su dispersión
facilitaba su presencia inmediata en las zonas del anillo que la
necesitasen. Tras concluir este primer cerco, César lo circunscri
bió con una segunda línea fortificada de 21 kilómetros de perí
metro, que se adaptaba en lo posible a las condiciones del terre
no y aseguraba las posiciones de vanguardia de los ataques del
exterior. César aún tomó otras medidas de protección adiciona
les, como reforzar los puntos en los que la especial configuración
del terreno hacía esperar ataques inminentes o inesperados del
enemigo; aumentó la profundidad de los fosos y los llenó de agua
siempre que le fue posible, emplazó torres en las líneas a inter
valos regulares, y además dificultó la aproximación por el terre
no de nadie colocando trampas, cepos y espinos. Para poder re
sistir en caso de necesidad el acoso de las tropas de refresco,
César almacenó abundantes víveres en los campamentos situados
dentro de las fortificaciones. Esta formidable instalación se termi
nó de construir antes de que llegara el ejército de socorro.
Entretanto, los habitantes de la ciudad habían comenzado
a padecer la escasez de alimentos, así que a Vercingétorix no le
quedó otro remedio que expulsar de Alesia a todo el que no
fuera capaz de empuñar las armas: cientos de mujeres, ancianos
y niños salieron a la tierra de nadie y a pesar de sus reiteradas
LA GUERRA DE LAS GALIAS 127
J. Rrohmayer y G. Beith: Heerwesen und
Kñegführung... (Munich, 19 2 8 )
Reconstrucción de las fortificaciones que César ordenó levantar alrededor de la
ciudad de Alesia para aislarla de todo contacto con el exterior.
súplicas no consiguieron que los romanos los acogieran, ni si
quiera como esclavos, por lo que perecieron de hambre a me
dio camino de la ciudad y de las posiciones romanas. Hay quien
dice incluso que en Alesia se llegó a considerar la posibilidad de
alimentarse con la carne de los no aptos para las armas, recu
rriendo a la misma medida de urgencia que los galos habían
adoptado, al parecer, durante el ataque de los cimbrios. Sin
embargo, los sitiados vivían en condiciones muy precarias cuan
do vieron aproximarse el ejército enviado en su ayuda, al que
saludaron con grandes muestras de júbilo.
En ese preciso instante dio comienzo la batalla decisiva; los
jinetes del ejército de socorro arremetieron contra las líneas
romanas, pero al final la victoria se inclinó del lado de éstos
últimos. El triunfo se debió, en gran medida, a la acción de la
caballería germana. Al día siguiente reinó la calma, y los galos
la aprovecharon para aprestar todos sus efectivos para un nue
vo ataque. Por la noche, los refuerzos galos intentaron sorpren
der a los romanos atacando solo por un punto, mientras Vercin
gétorix salía de la ciudad y se precipitaba contra las líneas de
vanguardia. El combate duró desde la medianoche hasta bien
entrada la mañana. Los galos no consiguieron sortear los obs
táculos puestos por César en su camino debido a la oscuridad,
y después de sufrir graves pérdidas se retiraron sin haber logra
do su objetivo de romper las posiciones romanas. Dos días des-
128
Galo de Aksia yacente. Museo de Saint-Germain, París.
J. Le Gall: Alesia. Archéologie et Histoire (París, 19 6 3 )
LA GUERRA DE LAS GAT,TAS 129
pues tuvo lugar el desenlace: mientras el grueso de las fuerzas
de socorro marchaba con gran griterío hacia los romanos, tro
pas de elite al mando de Vercassivellauno irrumpieron en las
líneas romanas, abriendo brecha en ellas. Simultáneamente,
Vercingétorix atacó desde la ciudad. César, desde un cerro que
permitía una visión de conjunto, asistía al desarrollo de la ba
talla, y ordenó a una parte de sus soldados cargar contra Vercin
gétorix. Este, tras una dura batalla, tuvo que retirarse. Al mismo
tiempo mandó a Labieno con el resto de las fuerzas disponibles
contener al ejército de socorro que estaba desbordando ya el
anillo exterior. Cuando vio que Vercingétorix se retiraba, César
mismo acudió a toda prisa con sus últimas cohortes y con la
caballería al lugar en que peor estaban las cosas para los suyos.
Su aparición, reconocible desde lejos por el color rojo chillón
de su capa de general en jefe, fue la señal que marcó el punto
culminante de la batalla. «Al fragor de la lucha en sí se une el
griterío de los nuestros desde la empalizada y las fortificaciones
todas. Los soldados romanos, después de arrojar sus lanzas,
emprenden una lucha cuerpo a cuerpo con la espada. De re
pente aparece nuestra caballería a espaldas del enemigo y
se aproximan otras cohortes. Cuando ven esto, los enemigos se
dan a la fuga. La caballería cierra el paso a los fugitivos, y tie
ne lugar una gran carnicería. Sedulo, jefe de los lemovices, cae
muerto, mientras el arverno Vercassivellauno es capturado vivo
cuando huía. A César le llevan 74 enseñas arrebatadas al ene
migo, y solo unos pocos del numerosísimo ejército enemigo
consiguen llegar indemnes al campamento.»62
El ataque frontal y la maniobra envolvente de la caballería
conducida por César fueron factores decisivos de la victoria. En
esta ocasión César desarrolla perfectamente una táctica ensaya
da ya en anteriores batallas: el principio de la reserva móvil que
depende exclusivamente del general en jefe y que éste moviliza
en el momento decisivo. Durante el asedio de Alesia en cual
quier sector existía esta reserva diseminada por los puestos ais
lados y campamentos. El general en jefe, o uno de sus lugarte
nientes, manda a estas tropas — cuya intervención decide el
general— , que emprenden el ataque decisivo en el lugar y
momento precisos. Con el hallazgo y utilización de la reserva
móvil, César coronó el arte de la estrategia.
Tras estos sucesos, las tropas de refresco abandonaron el
1go JULIO CÉSAR
Coraza de cuero y espadas usadas por la infantería romana en tiempos de Cé
sar. Museo Nacional, Roma.
campo y Alesia capituló al día siguiente. Vercingétorix intentó,
inútilmente, asumir él solo toda la responsabilidad y sacrificar
se por su pueblo: «Se vistió sus aprestos militares de gala, ensi
lló su caballo y le puso los arreos más fastuosos, como si acudie
ra a un desfile, y salió a galope tendido por la puerta. Durante
cierto tiempo cabalgó en círculo alrededor de César; luego
desmontó, se desciñó las armas y se postró en silencio ante él,
hasta que se lo llevaron».63 Pero César opinaba que todos cuan
tos le habían combatido eran rebeldes, y en consecuencia me
recían un castigo riguroso. Unicamente demostró clemencia
LA GUERRA DE LAS GALIAS
Anverso y reverso de una moneda
mandada acuñar por César con la
\ efigie de Vercingétorix vencido y
\ marcado por el dolor. Con este
\ aspecto le verían los romanos
W È Ê Ê B Ê Ê
I desfilar uncido al carro del
' vencedor. Gabinete de Medallas,
J París.
W ËÈS ÊÈÈÈÊÊÊM .
con los eduos y arvernos por motivos políticos, ya que preten
día atraerlos de nuevo a la causa de Roma. César entregó a sus
soldados a todos los que se habían rendido para que les sirvie
ran como esclavos, y encarceló a Vercingétorix durante seis
años, al cabo de los cuales lo mostró al pueblo de Roma con
ocasión de su triunfo. Después mandó ejecutarlo.
La caída de Alesia y la eliminación de Vercingétorix supu
so la pacificación de la Galia. Bien es verdad que aún quedaron
algunos núcleos de oposición aislados, como los obstinados
belovacos (una de las tribus belgas más poderosas), a los que
César derrotaría al año siguiente (51 a.C.) con una campaña de
gran envergadura dirigida de manera ejemplar. En Uxellodo-
num (una plaza fortificada en las montañas de Dordoña) siguie
ron combatiendo algunos focos de resistencia. También en este
caso el resultado se debió a la intervención directa de César, al
cual se le ocurrió desviar el caudal de agua que abastecía a la
fortaleza horadando una galería subterránea. Al final la caren
cia de agua obligó a capitular a los galos. Asimismo César man
dó una segunda incursión en el país de los eburones, y delegó
en Labieno para que acabara con la resistencia de los treveos.
En definitiva, César pacificó definitivamente la Galia usando
132 JULIO CÉSAR
Walter-Verlag, Olten-Friburgo
PonsJulius, puente romano al oeste del municipio francés de Apt, antigua co
lonia Apis Tulia,
medios diferentes: a veces castigos draconianos, otras, la cle
mencia. Así logró una paz garantizada por una distribución
adecuada de sus efectivos militares durante la época invernal.
El invierno de 5 1 a 50 a.C. vio el restablecimiento definiti
vo de la seguridad y la conversión del país en provincia roma
na. Se reguló entonces el rango de las diferentes tribus y se fi
jaro n los tributos, de los que quedaron exentos los escasos
pueblos a los que se reconoció la alianza con Roma. El someti
miento de la Galia fue tan absoluto y radical que durante dé
cadas apenas ocurrieron disturbios, ni siquiera cuando César
estaba absorbido por los acontecimientos bélicos que se produ
jeron en la región mediterránea durante la guerra civil. Se ha
calculado que a lo largo de los ocho años dé guerra pereció una
tercera parte de la población gala apta para empuñar las armas.
Las bajas fueron sensiblemente mayores los primeros años,
época en que el odio envenenó los ánimos. Aproximadamente
otro tercio de los habitantes de la Galia fueron vendidos como
esclavos. Son incalculables las riquezas extraídas del país duran
te el conflicto; los simples soldados se enriquecieron, y esto
LA GUERRA DE LAS GALIAS 133
puede dar idea del botín que correspondió a los oficiales. Cé
sar en concreto liquidó todas las deudas contraídas durante su
consulado, y engrosó además las arcas del Estado con sumas
muy considerables. Parte de este dinero la dedicó a levantar
nuevas construcciones en Roma; por ejemplo: en el año 50 a.C.
donó al cónsul Emilio Paulo mil quinientos talentos para edifi
car un nuevo mercado cubierto, la basílica Aemilia, sita en el
Foro. Fue también muy generoso con los políticos influyentes,
obsequió con largueza a sus amigos y se mostró siempre como
una persona muy dadivosa; y, después de todo esto, aún guar
dó un considerable capital para el futuro. Inundó el mercado
del oro con tal cantidad de metal procedente de sus botines
(sobre todo de los tesoros de los templos) que los vendedores
lo ofrecían un treinta por ciento más barato que antes.
Mayor trascendencia tuvieron las consecuencias políticas e
históricas de la conquista de la Galia, pues el Imperio romano
se incrementó con unos 500.000 kilómetros cuadrados de una
tierra rica y sin colonizar. Al mismo tiempo la Galia era dentro
de la mitad occidental del Imperio el contrapeso a las conquis
tas orientales de Pompeyo; en efecto, en el Este, la población
era en su mayor parte de origen oriental, y su cultura un sincre
tismo de elementos helenísticos y orientales, mientras las Galias
tenían una población de raíces indoeuropeas, muy cercana a los
pueblos italo-romanos. Este parentesco y la afluencia de colonos
al país, despoblado a causa de la guerra, explican la romaniza
ción extraordinariamente rápida de la Galia.
César, a lo largo de estos ocho años, vio crecer paulatina
mente su poder personal, a medida que aumentaba su ejército,
absolutamente incondicional y adicto a su persona. César hizo
de sus soldados los mejores de su tiempo. Por fin César era due
ño del poder real, efectivo. Ya era capaz de inclinar a su favor el
platillo de la balanza en los conflictos que se avecinaban.
6
LA E V O L U C IÓ N DE LA P O L ÍT IC A IN T E R IO R
Durante los años de conquista de las Galias, César no perdía de
vista los acontecimientos internos de su país. Sus estancias du
rante la época invernal en Lombardia las dedicaba a ponerse al
día; al mismo tiempo, una serie de agentes le mantenían al tan
to de todos los sucesos de la capital: especialmente Balbo, su
colaborador y hombre de confianza, que se movía entre los
hombres más influyentes de Roma, sobre todo Pompeyo; y Cayo
Opio, jefe de la red de información de César, que se preocupa
ba de mantenerle informado de todos los acontecimientos po
líticos y era al mismo tiempo estrecho colaborador de Balbo. En
el cuartel general de César había un departamento exclusiva
mente dedicado a su correspondencia, dirigido por Aulo Hirtio,
autor del octavo libro de la Guerra de las Galias. Se ocupa este
volumen de los años 5 1 a 52 a.C., y llena así el hueco existente
entre la descripción de la conquista de las Galias y la guerra
civil. De este círculo de fieles colaboradores han salido también
los relatos referentes a las últimas campañas militares de César
(Alejandría, Africa, Hispania) que enlazan con la Guerra civil, sin
que sea posible precisar con exactitud cuáles fueron los nom
bres de los distintos autores.
En el ámbito político la tarea más importante de César con
sistió en cultivar la colaboración con los otros dos triunviros y
actuar constantemente de acuerdo con ellos. Clodio creó algu
nas dificultades y en ocasiones se volvió incluso contra César y
Pompeyo. Esto provocó un acercamiento al desterrado Cicerón,
y entonces Pompeyo intervino en su favor para permitirle el
regreso, por el que el desterrado rogaba con una insistencia
rayana en la falta de la más elemental dignidad. El orador y
político estaba dispuesto a pagar su retorno a cualquier precio;
además, su hermano Quinto, uno de los legados militares de
César, garantizaba su conducta; al final, César dio su conformi-
136 JULIO CÉSAR
dad. A comienzos del 57 a.C. Cicerón, lleno de alegría, volvió
a Roma. El Senado en pleno salió a recibirle a las puertas de la
ciudad. Entretanto Pompeyo había consolidado su posición y su
influencia política al encargársele una nueva labor: la distribu
ción gratuita de grano a los ciudadanos escasos de recursos o
pobres por un período de cinco años. Esta «administración de
la cosecha anual» (cura annonae) equivalía, jurídicamente ha
blando, al rango de procónsul extraordinario, sin mando de
tropas, es cierto, pero con vigencia en todo el Imperio. El car
go facultaba para recoger la provisión de grano y decidir sobre
su almacenamiento, precio, transporte y distribución. ¿Sería esta
distinción lo que avivó la antigua animadversión de Craso hacia
Pompeyo? ¿Pensó Craso quizá que se le había ido de las manos
un gran negocio? Sea como fuere, la relación entre ambos se
enfrió considerablemente. El partido aristocrático venteó en
seguida aires de renovación y se esforzó por colocar a muchos
de sus miembros en puestos influyentes. Había que renovar el
triunvirato, asentándolo sobre bases más sólidas. César se dedicó
a ello durante el invierno del 57 al 56 a.C., cuando creía haber
terminado la conquista de las Galias. Las interminables negocia
ciones hicieron que César regresase a la Galia más tarde de lo
acostumbrado, justamente un poco antes de la expedición con
tra los vénetos. César medió entre Craso y Pompeyo para inten
tar que se reconciliaran. Primero se reunió con Craso en Rave-
na. Más tarde (abril del 56 a.C.) los triunviros se encontraron
en Lucca, ciudad muy recomendable por su situación, ya que
era la más meridional de la provincia de César. En la conferen
cia, para sorpresa de muchos de sus enemigos y detractores, se
renovó la alianza entre los triunviros y se evidenció su enorme
poder, ya que muchos adeptos al partido del Senado y miém-
bros de familias patricias fueron a Lucca para presentarles sus
respetos. El triunvirato quedó asentado sobre acuerdos más fir
mes, más exactos y concretos que delimitaban las funciones y
atribuciones de cada triunviro y favorecían la armonía entre los
tres. Craso y Pompeyo aspiraban al consulado para el año 55 a.C.,
y con el fin de excluir cualquier factor sorpresa, la elección se
fijó para el otoño, ya que en esa época habría suficientes solda
dos de la Galia con permiso como para asegurarles a ambos una
holgada mayoría. A continuación y hasta el 1 de marzo del año
50 a.C. asumirían el proconsulado de alguna provincia. Al mis-
LA EVOLUCIÓN DE LA POLÍTICA INTERIOR 137
mo tiempo se prorrogaba por otros cinco años el proconsula
do de César, se le facultaba para que incrementara el número
de sus legiones y de legados, y se le facilitaban los recursos co
rrespondientes. Además se acordó que no se trataría de elegir
le sucesor antes de la fecha convenida (1 de marzo del 50 a.C.),
y es que en aquellos tiempos a los cónsules se les asignaba ya el
gobierno de provincias antes de tomar posesión del consulado.
Es decir: los cónsules del 50 a.C. se eligieron antes del 1 de ene
ro de ese año pero, según los pactos establecidos en Lucca, no
se les podía asignar la provincia de César. Solo podrían ser sus
sucesores algunos de los cónsules del año 49 a.C., y esto impli
caba que César permanecería en su cargo, con todas las atribu
ciones del mismo, hasta el 1 de enero del 48 a.C. Pero en dicha
fecha, ya habían transcurrido diez años desde su primer consu
lado, por lo que podía volver a presentar su candidatura. De su
ceder así, al pasar directamente del gobierno de la provincia a
la más alta magistratura, se convertía en inviolable y, por tanto,
no podía estar sujeto a ningún proceso por el desempeño del
proconsulado, como le había sucedido al finalizar el consulado
en el año 59 a.C. Pero para ser proclamado candidato debía ser
eximido de presentar personalmente su candidatura en Roma;
Pompeyo se encargó de conseguir esto último. Cicerón, delega
do para defender todos estos proyectos, lo hizo con un discur
so ante el Senado que tituló «Sobre las provincias proconsula
res». En él declara su más firme oposición a cualquier intento
de obligar a César a presentarse en Roma. En el trabajo de Cice
rón subyace un deseo de agradar a los triunviros, pero, a pesar de
todo, el documento es una prueba contundente de lo que in
fluían en Roma las conquistas y descubrimientos de César.
Es éste un plan bien meditado, con todos sus eslabones fir
memente trabados entre sí, y benefició mucho a César, ya que
no en vano fue su principal artífice. Estos proyectos ponían en
manos de los triunviros las riendas del Estado, pero llevaban
en su seno el germen de futuros conflictos, quizá porque algunos
de los acuerdos eran susceptibles de interpretaciones diferen
tes. Como en cualquier otra situación política, en ésta también
rige el principio de que cualquier tratado deja de ser eficaz en
cuanto desaparecen las condiciones previas que determinaron
su creación. Los acuerdos de Lucca se mantuvieron vigentes
mientras reinó entre los triunviros una comunidad de intereses.
138 JULIO CÉSAR
Las divergencias interpretativas surgieron en el momento en
que dichos intereses tomaron distintos caminos, y desde ese
momento los pactos quedaron obsoletos. Este proceso duró
cinco años. El primero en mostrar su disconformidad fue Cra
so. Al término del consulado se le había adjudicado a Craso la
provincia de Siria, y a Pompeyo, Hispania. Pero éste permane
ció cerca de Roma aduciendo su cargo ( cura annonae) y razones
de tipo Político. Craso, por su parte, deseaba labrarse fama
militar, y emprendió una campaña contra los partos (persas) ;
pero su ejército fue aniquilado en la batalla de Carras (53 a.C.),
y él fue uno de los muertos. Más tarde se relajaron los vínculos
que unían a César y a Pompeyo como consecuencia del falleci
miento de Julia, hija de César y esposa de Pompeyo, al dar a luz
a un hijo. Respetada y amada por los dos hombres, Julia había
sido uno de los pilares de la alianza entre ambos. Además, la
evolución de los acontecimientos internos en Roma contribuyó
a acercar a Pompeyo a los postulados de los optimates. En Roma
cundía el desorden y la falta de autoridad. Entonces desempe
ñaban un importante papel las bandas organizadas que por
dinero cumplían las órdenes de ciertos políticos. Clodius, el
cabecilla de una de dichas bandas, tuvo un altercado en plena
Via Appia con otra banda rival dirigida por Milo y fue asesina
do. Disturbios de este tipo hacían imposibles los comicios para
elegir a los magistrados del año 54 a.C. Por eso Pompeyo, con
cierto retraso, fue nombrado cónsul único ese año. Esto le con
fería un gran poder, aunque el nombramiento tenía limitacio
nes temporales, de forma que, cuando se restableció un poco
la calma social y ciudadana, se eligió un segundo cónsul para los
cinco últimos meses. Por si fuera poco, el proconsulado de
Pompeyo en Hispania se prorrogó y su ejército se incrementó
con dos nuevas legiones. El, sin embargo, permanecía en Roma.
César, por su parte, no podía abandonar la Galia a causa de la
sublevación de los galos, que se había avivado con motivo de su
estancia en Italia.
Pompeyo logró restablecer el orden en Roma, en parte con
la ayuda del senatus consultum ultimum, esta colaboración estre
chó los lazos entre Pompeyo, el Senado y el partido aristocráti
co, cuya política francamente reaccionaria se oponía a cualquier
innovación del sistema establecido. El acercamiento se hizo bien
patente en el nuevo matrimonio de Pompeyo con Cornelia, hija
LA EVOLUCIÓN DE LA POLÍTICA INTERIOR 139
del optimate Publio Escipión, que había sido colega de Pompe
yo durante los últimos meses del año 52 a.C. Esta evolución pau
latina de Pompeyo se tradujo en diferentes decisiones, no siem
pre perjudiciales para César, pero que de hecho contravenían
los acuerdos de Lucca. Podemos citar, por ejemplo, una ley que
prescribía que los cónsules no accederían al gobierno de una
provincia hasta cinco años después de su consulado. Esta medi
da, proyectada en principio para impedir la corrupción, supu
so para César que al concluir su mandato en la provincia ya
estuviera previsto su sucesor. Se promulgó además otra ley que
obligaba a presentar personalmente en Roma su candidatura a
todos cuantos aspirasen a alguna de las magistraturas. En esta
ley no se mencionaba para nada la excepción de César, cuya
dispensa había sido aprobada por los comicios. Cuando se lo
recordaron a Pompeyo, éste añadió una disposición adicional
a la ley promulgada, lo cual era nulo de pleno derecho. Hubo
un ataque contra la política de César, esta vez en relación con
los transpadanos, cuando el cónsul Marcelo, Uno de sus enemi
gos, mandó azotar a un transpadano, castigo rigurosamente
prohibido tratándose de ciudadanos. Marcelo en son de burla
aconsejó al azotado que mostrase los cardenales a su protector.64
A consecuencia de esto, César trasladó una legión a Lombardia
«para proteger a las colonias romanas de los ataques de los
bárbaros».65 Otras medidas tenían como objetivo disminuir la
potencia militar de César. Este y Pompeyo debían ceder una
legión cada uno para la proyectada campaña contra los partos.
Pompeyo destinó la legión que a comienzos del 53 a.C. había
prestado a César, con lo que este último perdió en realidad dos
legiones, y Pompeyo ninguna. Al despedirse de sus soldados,
César regaló a cada uno 250 dracmas y reclutó enseguida dos
nuevas legiones. Sin embargo, las cedidas por César no marcha
ron a Oriente, ni siquiera se dirigieron a puerto para embarcar,
sino que quedaron estacionadas en Capua a disposición del Se
nado.
A decir verdad, todo esto no son más que derivaciones de
un núcleo político básico: la cuestión de si César podía o no
conservar el mando de las Galias hasta ser nombrado cónsul de
nuevo. Esto implicaba también otro motivo de polémica: ¿con
tinuaba siendo válido ese «regalo honroso del pueblo roma
no»,66 es decir, la exención de presentar personalmente su can
140 JULIO CÉSAR
didatura en Roma? Esta decisión política era decisiva, pues se
tenía el convencimiento de que César resultaría elegido, y de
que el consulado era uno de los últimos peldaños antes de lle
gar a la cúspide: al poder único y absoluto. El único medio de
evitarlo consistía en iniciar un proceso contra él por el desem
peño del cargo. Pero esta vía solo podía utilizarse si entre am
bas magistraturas (proconsulado y consulado) mediaba un pe
ríodo de tiempo en el que César no gozara de cargo alguno.
Todo el interés de César se centraba en acceder a la suprema
magistratura sin salirse de la legalidad. Durante los años sesen
ta César, al igual que Graco, había querido alcanzar dicha meta
apoyándose exclusivamente en su gran popularidad, pero el
método no dio resultado. Desde entonces, sin desatender su
influencia sobre el pueblo, prefirió seguir el camino de Sila, así
que se procuró el gobierno de una provincia como trampolín
para conseguir el poder real y efectivo, abundantes recursos
económicos y un ejército fiel y adicto a su persona. César sabía
de sobra que la conquista violenta del poder rara vez tiene efec
tos duraderos; era consciente de la trascendencia de la legitimi
dad y de la tradición en su objetivo de hacerse con el gobierno,
puesto que eran esas cualidades las que posibilitaban su prolon
gación en el tiempo. De ahí su tenaz lucha para ser elegido
cónsul y su constante empeño por la ley incluso después de la
guerra civil. Sin embargo, cuando sus enemigos o rivales no se
le sometían desde un principio, después ya se negaban a acep
tarle, y fue para ellos un gran éxito cuando por fin empujaron
a César al camino del revolucionario. Al concluir la batalla de
Farsalia, el mismo César exclamó a la vista de los muertos que
alfombraban el campo de batalla: «Ellos lo han querido. A es
tas horas Cayo César se contaría entre ellos de no haberle ayu
dado su ejército».®7
Dentro de esta lucha político-diplomática, César utilizó los
ingentes recursos que afluían a sus arcas desde las Galias: cons
truyó edificios espléndidos, proyectó un foro para el que com
pró terrenos cercanos al Forum romanum e inició las obras, y
prometió fastuosos juegos fúnebres en honor de su hijajulia. Se
mostraba incluso dispuesto a apoyar financieramente a políticos
que solo miraban por sus propios intereses. Por supuesto que
esta concepción le granjeó la adhesión de gentes dudosas, tales
como especuladores o patricios arruinados, ya que no la de los
LA EVOLUCIÓN DE LA POLÍTICA INTERIOR 141
Ruinas del templo de
Saturno en el Foro romano.
miembros influyentes del Senado, que en general disfrutaban
de una economía muy saneada; este hecho dio pie a sus enemi
gos para iniciar una campaña de desprestigio contra César alu
diendo a su carácter dudoso. Cicerón denominó a este grupo,
en una ocasión, «camarilla de fantasmas» y describe así su mé
todo: «En cuanto conocía a alguien valeroso y sin escrúpulos
cargado de deudas o arruinado, le incluía entre su círculo de
amigos». En este punto el mayor éxito de César fue la adhesión
a su causa de Cayo Escribonio Curio: desde que César saldó
todas sus deudas —muy numerosas— Cayo Escribonio Curio,
elegido tribuno de la plebe el año 50 a.C., defendió con su ora
toria brillante, hábil y eficaz, los postulados de César. Su exigen
cia básica, reiterada una y otra vez, consistía en pedir que Cé
sar y Pompeyo abandonasen al mismo tiempo el gobierno de
sus respectivas provincias, ya que solo así —decía— podrían el
142 JULIO CÉSAR
Senado y el pueblo romano actuar con entera libertad. Esta
propuesta contó con el beneplácito general y Curio negoció
durante todo el año 50 a.C. para hallar una solución al proble
ma, porque los optimates pretendían revocar el mando de Cé
sar antes que el de Pompeyo. Estos acusaban a César de enca
m inar al Estado hacia la guerra civil para sumergir a Roma
— como antes Mario y Sila— en un baño de sangre. En las elec
ciones a cónsul para el año 50 a.C., el partido aristocrático lo
gró el triunfo de uno de sus candidatos: el extremista Marcelo.
Este, al finalizar su consulado, y en virtud de la autoridad de que
estaba investido, transfirió a Pompeyo la tarea de proteger el
Estado, misión que se simbolizaba con la entrega de una espa
da. No contento con esto, dio también a Pompeyo las dos legio
nes destinadas a la campaña contra los partos. Los cónsules del
49 a.C. pertenecían también al partido senatorial, al revés que
los tribunos de la plebe, partidarios en su mayoría de César,
entre ellos Marco Antonio. A la vista de la amenaza que supo
nía el proceder de Marcelo, César trasladó desde Trieste a Ra-
vena, donde había establecido su cuartel general, la XIII legión.
Ordenó también como medida precautoria, que las legiones
más cercanas atravesaran los Alpes. Luego intentó solucionar la
situación creada por medio de negociaciones. Durante la prime
ra reunión del Senado del año 49 a.C. Curio entregó a los cón
sules recién nombrados una carta que César había escrito tres
días antes y enviado con un mensajero a caballo de Ravena a
Roma (2 10 kilómetros). En ella César mostraba su disposición
a «renunciar a la Galia Cisalpina e incluso a la Transalpina en
caso necesario, si se le permitía conservar Iliria y dos legiones
hasta tomar posesión del consulado». En días posteriores rebajó
sus exigencias y pidió «el mando hasta su elección como dón-
sul»;68 cuando Cicerón se avino a negociar, el mediador de
César pidió únicamente Iliria y una legión. En el 59 a.C., al fi
nalizar su consulado, César quiso someterse a una investigación
ante el Senado, aunque, tras varios días de infructuosos deba
tes, reclamó y obtuvo el proconsulado. De la misma forma, tam
bién ahora estaba dispuesto a renunciar a la inmunidad que le
garantizaba su cargo en el período comprendido entre su elec
ción y la toma de posesión efectiva del consulado. César tenía
a su alcance medios suficientes para acortar el plazo y defender
se de todos los ataques. Posiblemente un resultado positivo de
LA EVOLUCIÓN DE LA POLÍTICA INTERIOR 143
la elección habría atemorizado a sus enemigos políticos y les
habría disuadido (como sucedió a principios del 58 a.C.) de lan
zar ataques más enérgicos. Pero todo fue inútil: sus enemigos
vieron en esta serie de concesiones un signo de debilidad, y se
negaron a cualquier componenda. Los tribunos consiguieron
que la carta de César fuera leída en el Senado, pero el cónsul
Léntulo impidió que su contenido se debatiera o se sometiera
a votación, y siguiendo la costumbre habitual cuando los cón
sules iniciaban su mandato, abrió el debate general sobre el
Estado. A lo largo de la sesión se decidió ordenar a César la de
volución de las legiones, so pena de colocarse fuera de la ley y
convertirse en enemigo del Estado. El tribuno Antonio vetó esta
resolución, y durante días enteros hubo negociaciones y habla
durías dentro y fuera del Senado. Por entonces Cicerón hizo el
intento de reconciliación antes mencionado, que resultó falli
do por la obstinación de los rivales de César. A la vista de las cir
cunstancias, el Senado emitió el 7 de enero un senatus consultum
ultimum por el que se proclamaba el estado de excepción, en
tregando a Pompeyo y a los cónsules el mando militar de la
ciudad. Ante estas medidas, los tribunos adictos a César se re
unieron con él, pidiéndole protección y exigiendo sus derechos.
Esta actuación apuntaba contra el senatus consultum ultimum,
medida habitual en un caso urgente de crisis nacional, y así
consideró el Senado el hecho de que un procónsul —César en
este caso— se negase a entregar el mando, rehusando obedecer
al Senado. César no puso en duda la legalidad de la medida en
sí, pero sí cuestionó la existencia de motivos suficientes para
tomar tal decisión.
7
LA G U ERR A C IV IL
Los esfuerzos de César por acceder legalmente a la cúpula del
Estado habían fracasado. Ya no le quedaba otro camino que la
revolución, y lo emprendió sin titubeos, aunque sin abandonar
la idea de llegar a una resolución pactada. Pero sus enemigos
nunca aceptaron el requisito indispensable de César: su elec
ción como cónsul.
En un primer momento César atacó por sorpresa Italia: con
la legión estacionada en Ravena cruzó, al enterarse de la huida
de los tribunos, el Rubicon, un pequeño río que constituía la
frontera natural entre la provincia e Italia, y ocupó Rímini. En
esta ciudad se encontró con los tribunos, les presentó a sus tro
pas y arengó a sus soldados para que defendieran a aquéllos y
a su general de las injusticias que se cometían contra ellos. Los
soldados prorrumpieron en aclamaciones.
El paso del Rubicon simboliza la ruptura violenta con la
República y el acceso a la Monarquía. Es un hecho histórico que
ha espoleado la imaginación de los investigadores. Se dice que
al llegar a la orilla, César se detuvo unos segundos y meditó las
consecuencias que podrían acarrearle sus actos; luego se dirigió
a los presentes con estas palabras: «Aún estamos a tiempo de
retroceder. Cuando hayamos vadeado el río no nos quedará
otra salida que la de las armas».®9 Durante el parlamento de
César tuvo lugar, al parecer, un acontecimiento que se interpre
tó como un presagio: un hombre corpulento y de hermosa fi
gura apareció de pronto cerca de ellos tocando una flauta. Pas
tores y soldados, entre ellos los músicos, se acercaron corriendo
para escucharle. De pronto César le arrebató la tuba a uno de
ellos, se metió en el río y cruzó a la otra orilla mientras tocaba
con toda la fuerza de sus pulmones la señal de ataque. Enton
ces pronunció su frase tan famosa: «Sigamos el camino al que
nos empujan los augurios de los dioses y la injusticia de nues-
146 JULIO CÉSAR
Vista del Rubicán, pequeño riachuelo que servía de frontera entre Italia y la
Galia Cisalpina. Estaba prohibido que lo cruzara cualquier ejército sin la au
torización del Senado.
(
tros enemigos. La suerte está echada».70 Un poeta describe
cómo durante una noche de tormenta la diosa Roma, llena de
aflicción, sale al encuentro de César y de sus soldados y entre
llantos y lamentos les pregunta: «¿Qué hacéis? ¿A dónde vais
con mis enseñas? ¡No sigáis adelante si os tenéis por ciudadanos
míos!». César, conmovido y estremecido, invocó a los dioses de
Roma y a la propia Roma pidiéndole su bendición con estas
palabras: «Heme a tus pies, vencedor en la tierra y en el mar;
esté donde esté soy tu soldado; pero ahora debo cumplir con mi
deber: la culpa hay que achacársela a los que me han convertí-
LA GUERRA CIVIL 147
do en tu enemigo».71 Todo esto es simple adorno retórico ex
traño al acontecimiento histórico, que, dentro de su sencillez,
resulta mucho más impresionante. César salió clandestinamente
de Ravena y siguió a la legión que había enviado por delante de
él. Al llegar al Rubicon, mandó parar su carro, meditó duran
te unos instantes y habló con sus amigos. Luego abandonó sus
cavilaciones y con la mirada puesta en el futuro pronunció una
frase habitual entonces cuando alguien se aventuraba a una em
presa arriesgada: «La suerte está echada». Pero no dijo estas
palabras en latín, sino en griego: anerriphto ho kybos.r¿
En aquella época no se había reorganizado aún el calenda
rio romano, por lo que la fecha del comienzo de la guerra (10
de enero del 49 a.C.) corresponde en realidad a las postrime
rías del otoño anterior (23 de noviembre del 50 a.C.). Hay un
14 8 JULIO CÉSAR
César y sus tropas atravesando el Rubicán según una miniatura francesa del
siglo XIV, procedente de un manuscrito titulado Histoire des Romains. Este
acto supuso la ruptura definitiva de César con el Senado y los optimates. B i
blioteca Nacional. París.
hecho que pone de manifiesto las innovaciones de César en el
arte de la estrategia: la liberación de las operaciones militares
—al menos en el teatro mediterráneo— de las servidumbres es
tacionales. Las dos campañas de la guerra civil se inician en in
vierno. Esta novedad explica también la despreocupación de
Pompeyo, el cual, con aire fanfarrón, había dicho a los senado
res que conservaran la calma porque, en caso de que César se
acercase, una sola palabra suya bastaría para poner en pie de
guerra a toda Italia.73 Pompeyo contaba con el invierno para
movilizar a sus tropas y aprestarlas al combate. La presunción
y vanidad de Pompeyo derivaban además del escaso valor que
Labieno (que se había pasado al bando del Senado) concedía
a las tropas de César. Este, favorecido por el factor sorpresa,
actuó con rapidez, en los primeros momentos simplemente con
las escasas cohortes de una legión. A medida que avanzaba fue
engrosando su ejército con sus soldados de la Galia y con nue
vas levas en los territorios que conquistaba. Antonio, al mando
de cinco cohortes, se dirigía a Etruria y Roma, mientras César
LA GUERRA CIVIL 149
avanzaba con rapidez por la costa del Adriático, destacando al
mismo tiempo tropas hacia el interior para no dejar enemigos
a su espalda. Esta actuación conjunta desató una oleada de
pánico en Roma, acrecentada al máximo por la orden dictada
por Pompeyo de evacuar la ciudad. Senadores y magistrados
huyeron en tropel. César refiere a manera de ejemplo el del
cónsul Léntulo: éste, siguiendo una orden del Senado, acudió
al erario público, acompañado del cuestor que llevaba la llave,
para retirar una suma de dinero destinada a Pompeyo. Apenas
hubo abierto la puerta, oyó que César estaba a las puertas de
Roma y huyó presa del pánico sin coger el dinero. El cuestor
cerró la puerta y siguió los pasos del cónsul. César más tarde se
incautó del tesoro público intacto.
César, sin embargo, no entró en la ciudad, sino que conti
nuó hacia el sur bordeando la costa oriental. César pretendía
con este avance irrumpir en las zonas de reclutamiento de sus
adversarios para impedir una movilización generalizada, pero
también deseaba reanudar sus relaciones con Pompeyo y nego
ciar con él frente a frente. Pero Pompeyo se marchó al sur del
país y ante el sorprendente avance de César no le quedó otra
opción que abandonar Italia y pasar a Grecia con todos los efec
tivos disponibles. Pompeyo pensaba utilizar Grecia como plata
forma para una ulterior reconquista de Italia, estrategia que no
gozó de la aprobación general. Lucio Domicio, sucesor de Cé
sar en el proconsulado de la Galia Transalpina, reclutó tropas
en la Italia central, pero prefiriendo adherirse a la causa de
Pompeyo se dirigió a Corfinio (Abruzos) con 32 cohortes, en
contrándose con que César le había cercado. Domicio confia
ba en que Pompeyo vendría en su ayuda, con lo que César cae
ría entre dos fuegos, pero sus esperanzas no se cumplieron: al
final se vio obligado a rendirse. Aunque temía verse castigado,
sus temores tampoco se cumplieron, porque César dejó mar
char sanos y salvos a todos sus enemigos, incluyendo a los dos
cónsules. César, entonces, reanudó la persecución de Pompeyo
y le cortó la retirada en Brindisi; pero antes de cerrar el puer
to, Pompeyo se hizo a la mar y desembarcó en Grecia. En este
país se le presentaron los dos cónsules, los cuales, tras su libe
ración, habían pasado a Grecia.
A lo largo de estas operaciones, César no regateó esfuerzos
para llegar a un arreglo negociado con sus oponentes; confia-
150 JULIO CÉSAR
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Busto en mármol de Pompeyo. Ny Carlsberg Glyptothek,
Copenhague.
ba además en que sus éxitos harían más proclives a la nego’cia-
ción a sus enemigos. La primera oportunidad se le presentó
cuando llegaron dos mensajeros del Senado a su presencia (po
siblemente con la misión de transmitirle la orden de deponer
las armas). Delante de ellos César justificó su proceder y les
brindó nuevas proposiciones: «Pompeyo debe regresar a su
provincia, César y Pompeyo licenciarán sus respectivos ejércitos
e Italia será completamente desmovilizada; de esta manera desa
parecerá el miedo y la presión sobre el Estado, se celebrarán
elecciones libres y el gobierno será devuelto al Senado y al pue
blo.»74 Para negociar estos puntos con Pompeyo, César sugiere
LA GUERRA CIVIL
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im ' * >,·, * iî >n > .i ·, ~·
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Mapa en el que se señala el avance de las tropas de César hacia íhindisi, tras
cruzar el Rubicon.
un encuentro entre ambos. La respuesta resultó descorazonado-
ra: «Es César quien debe retornar a la Galia, evacuar Ariminum,
licenciar sus tropas. Solo cuando César haya cumplido estas
condiciones marchará Pompeyo a Hispania. Mientras César no
se avenga a cumplir estos requisitos, Pompeyo y los cónsules
no interrumpirán la leva de soldados».75 César concluye el asun
to con estas palabras: «Era injusto exigir a César que evacuase
Arímino y regresase a su provincia, mientras Pompeyo se que
daba con provincias y legiones que no le pertenecían [alusión
a las cedidas por César] ; era injusto pedir a César que licencia
se a sus soldados mientras sus enemigos proseguían el recluta
miento, que Pompeyo prometiera regresar a su provincia sin
mencionar fecha fija, pues podía permanecer en Italia incluso
hasta después de finalizar el proconsulado de César, sin sentir
escrúpulos de conciencia por ello o miedo a ser llamado men-
152 JULIO CÉSAR
César. Museo Vaticano, Roma.
tiroso. Su negativa a una entrevista personal y su escaso ánimo
negociador frustraban cualquier esperanza de paz».7® César in
tentó de nuevo la reconciliación siendo clemente con Domicio
y su ejército tras la rendición de Corfinio: «Al amanecer, César
ordena que sean conducidos a su presencia todos los senadores
y sus hijos, los tribunos militares y los équités. [...]. César evita
LA GUERRA CIVIL *53
que los soldados los maltraten de palabra o de obra [...] y los
pone en libertad sanos y salvos. Devolvió a Domicio los seis
millones de sestercios que éste había traído consigo y deposita
do en el erario público de Corfinio [...] para no dar la impre
sión de que respetaba más a las personas que al dinero, a pesar
de que se trataba ostensiblemente de fondos públicos que Pom
peyo le había entregado para el pago de la soldada».77 La cle
mencia de César no tenía otro objeto que demostrar a sus ene
migos su actitud conciliadora, y así lo subrayó César en algunas
cartas dirigidas a sus agentes, que éstos se encargaron de difun
dir: «Me alegro de que en vuestras cartas manifestéis vuestra sin
cera aprobación por los sucesos de Corfinio. Sigo de muy buen
grado vuestro consejo, y por mi parte seguiré con mi política de
clemencia y no regatearé esfuerzos para reconciliarme con
Pompeyo. En la medida de mis fuerzas, intentaré ganarme de
esta forma a mis enemigos y hacer más duradera la victoria. Mis
predecesores — con la única excepción de Sila, que no es pre
cisamente mi modelo— hicieron olvidar sus victorias porque
propiciaron una oleada generalizada de odio a causa de sus
atrocidades. Compasión y generosidad: he aquí en pocas pa
labras mi nueva táctica para salir victorioso. Tengo en mis ma
nos medios suficientes para ponerlas en práctica, y seguro que
se me ocurrirán nuevas ideas. Pensad también vosotros en este
asunto.»78
César esperaba que los cónsules, tras su liberación, presio
narían para que se celebrase una asamblea plenaria del Sena
do. De hecho prometió al cónsul Léntulo, con absoluto sigilo,
el mando de una provincia si iba a Roma. Sin embargo, los cón
sules regresaron junto a Pompeyo. Anteriormente César había
intentado parlamentar personalmente con Pompeyo para rom
per los vínculos existentes entre aquél y los optimates. Cuando
cogió prisionero a Magio, uno de los oficiales de Pompeyo,
volvió a intentar lo mismo: «Hoy ha caído en mis manos Nume
rio Magio, uno de los oficiales de Pompeyo, y yo, de acuerdo
con mis principios, lo he puesto inmediatamente en libertad. Es
el segundo oficial de Pompeyo que dejo libre después de ser
apresado. Si son agradecidos, influirán en Pompeyo para que
prefiera mi amistad a la de aquellos que han sido y serán siem
pre nuestros enemigos más acérrimos, y que en realidad son los
culpables de que se haya desembocado en esta situación».79
154 JULIO CÉSAR
Pero Pompeyo empleó a Magio como un instrumento para
detener a César, que persistió hasta el final en sus intentos ne
gociadores. Así se deduce de la carta que envía a Opio y a Bal
bo: «El 9 de marzo llegué a Brindisi. Sé que Pompeyo está den
tro, así que he instalado mi campamento ante las murallas. El
me envió a Numerio Magio para negociar la paz, y yo le he res
pondido según mi buen entender. En cuanto tenga fundadas
esperanzas de solucionar el conflicto, os lo haré saber ensegui
da».80 Este ánimo negociador no impidió a César tomar las
debidas precauciones en el terreno militar: «Pompeyo está en
la ciudad y nosotros hemos sentado nuestros reales ante sus
puertas. Nos espera una tarea ingente que nos ocupará muchos
días por la profundidad del mar. Es por ahora mi principal preo
cupación. Estamos colocando diques en la bocana del puerto
para obligar a Pompeyo a cruzar al otro lado con todas sus tro
pas, o para cerrarle la salida».81 Al día siguiente, Pompeyo levó
anclas y escapó del cerco.
Así pues, los intentos de César de instaurar la normalidad
por la vía negociadora resultaron fallidos. De cualquier modo,
su clemencia había surtido cierto efecto, puesto que un grupo
de senadores había regresado a Roma. César abrigaba esperan
zas de que los tribunos de la plebe convocarían al Senado, po
niendo de nuevo en marcha la maquinaria del Estado. César
esperaba comprometer en esta tarea a los senadores más influ
yentes, y en concreto a Cicerón, que todavía permanecía en
Italia: «He estado muy poco tiempo con nuestro amigo Furnio
porque tengo prisa por alcanzar a las legiones, así que no he
podido hablar con él largo y tendido. De todos modos, te escri
bo para mostrarte mi satisfacción y darte las gracias. Es verdad
que hago esto demasiado a menudo, pero más tendré que ha
cerlo en el futuro. Te debo muchas cosas, y te pediré una más:
pronto llegaré a Roma, reúnete conmigo para que yo pueda
aprovechar tus consejos, tu influencia, tu posición y tu ayuda.
Pero volviendo a lo principal: perdona la premura y brevedad
de esta carta. El resto lo sabrás por Furnio».82
Entre esta carta y la respuesta de Cicerón tuvo lugar la rendi
ción de Corfinio y las subsiguientes pruebas de la clemencia de
César. Cicerón en su contestación eludió el ruego de César
de ir a Roma. Cicerón alude a su amistad con César y con Pompe
yo, recalca la dificultad que supone elegir entre ambos e impul-
LA GUERRA CIVIL 155
sa a César a reconciliarse con Pompeyo. Al final se refiere a los
sucesos de Corfinio y agradece calurosamente a César el perdón
a su amigo Léntulo, hecho que Cicerón interpreta como una
especie de favor personal. César en una nueva carta analiza el
agradecimiento de Cicerón y trata de atraérselo a su bando con
delicadeza y firmeza al mismo tiempo: «Como me conoces bien,
interpretas con acierto mis actos, puesto que nada me es más aje
no que la crueldad innecesaria. El hecho en sí me satisface hon
damente, pero tu aprobación aumenta mi alegría. Me trae sin
cuidado que se diga que liberé a mis prisioneros para darles opor
tunidad de luchar de nuevo contra mí. Lo único que me intere
sa es ser consecuente conmigo mismo; ellos que hagan lo que
quieran. Por favor, reúnete conmigo en Roma para que pueda
aprovechar tus consejos y tu ayuda».®3 Este autodesvelamiento de
su propia personalidad es uno de los documentos más íntimos
de César, y una prueba de la capacidad de fascinación que de él
irradiaba. Dos días después de que Cicerón recibiera la carta,
César se reúne con él, le reitera su ruego, y ambos clarifican de
finitivamente sus posiciones. He aquí el relato de Cicerón:84
Mis palabras despertaron en él más respeto que agradecimien
to. Yo me negué en redondo a ir a Roma. ¡Qué engañado esta
ba al considerarle conciliador!
— Con ello — adujo él— te sentencias a ti mismo, puesto que yo
debo ir para que no quepan dudas a nadie.
Yo le respondí:
— Mi situación es diferente.
Tras muchos dimes y diretes, César me aconsejó:
— Bien, ve entonces a Roma y habla en pro de la paz.
— ¿Como yo quiera?
— ¿Crees acaso que te hago hablar al dictado?
— Entonces me opondré a cualquier campaña tuya en Hispania
o en Grecia [Cicerón, pues, se manifiesta contrario a la prose
cución de la guerra] y compadeceré el destino de Pompeyo.
— No quiero que digas nada semejante.
— Así lo supongo, pero no me queda otra alternativa: o voy para
hablar con entera libertad o, en caso contrario, no iré.
César le rogó entonces que meditase serenamente el asunto,
frase que es una mera fórmula de cortesía con la que da por
terminada la entrevista. Cicerón concluye con estas palabras:
156 JULIO CÉSAR
«Creo que César no está contento conmigo, pero yo sí, y esto no
me sucedía desde hacía tiempo».
Este encuentro dramático de dos de los hombres más in
fluyentes e importantes de su tiempo rubrica la independencia
de ambos interlocutores, pero supone un claro síntoma de que
la República está a punto de finalizar y de que cuando César con
quiste el poder solo se hará su voluntad. A César le afectó sobre
manera esta negativa de Cicerón a su solicitud, que él considera
ba —al igual que los ataques— una especie de enfrentamiento
personal. Así se deja entrever en la última carta a Cicerón, escri
ta tras la asamblea del Senado. En ella sustituye los ruegos por
una argumentación muy elaborada que evidencia su talento po
lítico: César reconoce la inutilidad de sus esfuerzos y saca las
conclusiones pertinentes, pero a pesar de todo intenta conven
cer a ese enemigo, a quien no pudo doblegar, de que permanez
ca neutral: «Sé que eres meditabundo y reflexivo, que no haces
nada a la ligera, pero por nuestra amistad me veo obligado a
darte un buen consejo: no des, ahora que ya se ha inclinado el
fiel de la balanza, ese paso que no te atreviste a dar cuando
todavía estaba en equilibrio. Mal aconsejado y olvidando nues
tra amistad parece como si te negaras a admitir el destino
—ahora que mis enemigos sufren la derrota y yo comienzo a vis
lumbrar la victoria final— ; como si rehusaras ver el actual esta
do de cosas — que no han cambiado desde que tú manifestaste
tu oposición a mis propósitos— y condenases a priori cuanto yo
hago. No te comportes así, ¡te lo pido por nuestra amistad! Y de
cualquier modo: ¿qué puede agradarle más a un hombre ínte
gro, a un ciudadano honrado y sereno que permanecer neutral
en una guerra civil? Hubo algunos que quisieron tomar parti
do por uno de los contendientes, pero no se atrevieron porque
era muy peligroso. Repasa cuidadosamente mi actuación y dé
jate llevar por los criterios sensatos de la amistad: nada más se
guro ni más conveniente que la completa neutralidad».85 Tam
poco esta carta surtió efecto, y Cicerón terminó por marchar,
profundamente apenado, al campamento de Pompeyo.
Entretanto el 1 de abril se había celebrado en Roma una
asamblea restringida del Senado que sirvió de poco. Pompeyo
había afirmado previamente que Roma estaba donde estaban
los cónsules, y que en consecuencia quedarse en la ciudad equi
valía a sumarse al bando de César.86 Esta argumentación ame-
LA GUERRA CIVIL 15 7
Busto de Marco Tulio Cicerón.
Pese a la amistad y las buenas
relaciones que mantenía con
César, se enfrentó a sus planes
y defendió la legalidad
republicana y el papel del
Senado, actitud que le supuso
quedar relegado en la vida
política hasta la muerte de
César. Galería Uffizi,
Florencia.
drentó a los senadores que aún permanecían en Italia, disminu
yendo la asistencia prevista. A lo largo de la reunión César pro
nunció un discurso insistiendo en que con él se había cometi
do una injusticia y recalcó sus esfuerzos por llegar a un acuerdo.
Afirmó que «había que enviar emisarios a Pompeyo para tratar
de solucionar el conflicto». Continuó diciendo que «a él le traía
sin cuidado la afirmación de Pompeyo [...] de que el hecho de
enviar legados a alguien implica atribuirle influencia decisiva o
autoridad y demuestra por otra parte miedo de quienes los
envían. Y de la misma forma que había demostrado su prima
cía con hechos concretos, también quería ser superior en jus
ticia y equidad».®7 El Senado votó favorablemente la propuesta
de mandar una delegación a Pompeyo, pero las amenazas de
este último resultaron eficaces, porque no hubo nadie dispuesto
a integrarse en ella. Por si fuera poco, el tribuno Metelo boico
teó cualquier intento de negociación oficial, llegando incluso a
negarse a abrir el tesoro público. Ante esto, César parece que
le obligó a hacerlo con estas conminatorias palabras: «A la hora
de empuñar las armas, las leyes hay que dejarlas a un lado. Si no
i 58 JULIO CÉSAR
estás de acuerdo con mi proceder, ¡vete!, porque la guerra no
tolera oposición alguna. Vuelve cuando se haya concertado la
paz y yo haya depuesto las armas, y entonces podrás pronunciar
discursos al pueblo. En este momento estoy olvidando demasia
do mi dignidad, ya que te tengo en mis manos igual que a to
dos mis enemigos en Roma».88 Como Metelo seguía en sus tre
ce, César le amenazó de muerte y añadió: «Sabes de sobra que
me cuesta más trabajo decirlo que hacerlo». Al final César abrió
por la fuerza el erario público y se llevó gran cantidad de oro y
plata.
Esta serie de maniobras dilatorias enfurecieron a César,
quien comprendió que ya no tenía otra opción que poner en
práctica las medidas previamente anunciadas en el Senado:
«César exhortó a los senadores a tomar en sus manos la direc
ción del Estado, y a gobernarlo junto con él. En caso de que por
miedo se negasen a asumir dicha tarea, él la tomaría sobre sus
espaldas y gobernaría personalmente —per se— el Estado».89
Aquí César expone de manera tajante e inequívoca las razones
por las que exige el poder: César se cree en posesión de la le
gitimidad, de una legitimidad que le confiere el destino de reor
ganizar el mundo; pero cuando sus enemigos le ponen trabas
para llevar a cabo ese destino dentro de la legalidad vigente,
César emprende el camino de la revolución. César era muy
consciente de los peligros que eso entrañaba, pero a pesar de
todo lo recorrió con plena conciencia hasta el momento mismo
de su amarga muerte.
Tras los combates iniciales, la situación se inclinó del lado
de César y conquistó Italia. Se le presentaron entonces dos
opciones: atacar Hispania (provincia en la que los lugartenien
tes de Pompeyo, Afranio y Petronio, habían puesto en píe de
guerra un ejército bien pertrechado) o dirigirse al frente orien
tal, a los Balcanes, en donde se habían hecho fuertes Pompeyo
y los senadores. En cualquier caso, como primera medida tenía
que reclutar soldados suficientes, y esto requería tiempo. Optó
por dirigirse a Hispania. «Voy a combatir ahora contra un ejér
cito sin caudillo; a mi regreso lo haré contra un caudillo sin
ejército», afirmó ante un reducido grupo de leales.90 Dejó dos
legiones en Iliria para garantizar la seguridad en el frente orien
tal, y encargó además a Dolabela y a Quinto Hortensio la misión
de reunir una flota de barcos de guerra para defender las eos-
LA GUERRA CIVIL 159
tas de Italia durante su ausencia, flota que posteriormente ser
viría para transportar las tropas a los Balcanes. En el mar, la
supremacía correspondía a Pompeyo. Italia, por otro lado, era
deficitaria en cuanto a víveres y dependía del avituallamiento de
trigo que venía por mar, sobre todo Roma. César, consciente
de todo esto, ocupó militarmente, ya antes de la asamblea del
Senado, Sicilia, Cerdeña y Córcega. Pero Africa era una zona
mucho más importante por su producción de trigo, así que de
legó en Curio la tarea de utilizar Sicilia como trampolín para
conquistar también el norte de África.
Durante su ausencia, César confió la administración civil de
Italia al pretor Marco Lépido, y a Antonio, el mando militar.
Para llegar a Hispania, eligió la ruta terrestre. Al divisar Massi
lia (Marsella), sus habitantes le cerraron las puertas, aduciendo
su neutralidad en el conflicto por ser colonia griega, pero al
mismo tiempo acogieron en la ciudad a oficiales de Pompeyo
y se pusieron a sus órdenes. César entonces le puso sitio y dejó
a Trebonio encargado de someter la ciudad, mientras él seguía
rumbo a Hispania. Entretanto, la vanguardia de César al man
do de Fabio había cruzado los Pirineos y se había encontrado
en Ilerda (Lérida) con tropas pompeyanas al mando de Petro
nio y Afranio. Fabio esperaba la llegada del grueso de las legio
nes al mando de César, por lo que no trabó combate abierto,
sino que inició una guerra de posiciones. Ya estaba todo el ejér
cito en Hispania cuando a César le sobrevino una catástrofe
aparentemente definitiva: una crecida del río arrancó de cua
jo el puente por el que pasaban las provisiones del ejército y éste
se encontró en una difícil situación. Al conocerse estos sucesos
en Roma, hubo manifestaciones de simpatía por Afranio y la
gente se congregó ante su casa; incluso algunos aristócratas se
apresuraron a correr al lado de Pompeyo y mostrarle su fideli
dad antes de su victoria. Sin embargo, César superó la situación
construyendo un nuevo puente. Por otra parte, su almirante
Décimo Bruto obtuvo una victoria naval frente a Massilia, lo
grando sojuzgar importantes territorios situados al norte del
Ebro. Estos éxitos militares de César indujeron a Petronio y
Afranio a retirarse más hacia el sur, buscando zonas probada
mente fieles a Pompeyo. Cuando César se dio cuenta comenzó
a hostigarles y finalmente les empujó a un paraje desértico en
el que tuvieron que rendirse por falta de agua. César había
ι6ο JULIO CÉSAR
obtenido una resonante victoria sin derramar una sola gota
de sangre. Para ello tuvo que frenar las ansias de sus soldados
que le urgían a combatir al enemigo. César se negó aducien
do que «sentía pena por el gran número de ciudadanos que mo
rirían en el combate».91 Esta frase de César demuestra que,
durante la lucha por el poder, había asumido el papel de ven
cedor y, en cuanto tal, responsable de todos los ciudadanos
romanos, ya fueran partidarios suyos o sus enemigos. El botín
producto de la capitulación de Petronio y Afranio fue muy exi
guo. Hay que resaltar también que ni uno solo de los soldados
pompeyanos fue obligado a alistarse en el ejército de César.
A partir de ese momento, la conquista del resto de España
fue un juego de niños, y gran parte del territorio se sometió por
su propia voluntad. Todos los que habían apoyado a César en
la contienda recibieron recompensas sustanciosas. Cádiz, la
patria de Balbo, mereció grandes elogios por haber franquea
do sus puertas voluntariamente y poco después obtuvo el dere
cho de ciudadanía para sus habitantes. Finalizada la campaña
militar, César regresó a Italia, otra vez por tierra porque sabía
que Massilia, debilitada por el hambre y las epidemias tras el
largo asedio, quería rendírsele. En octubre llegó al pie de las
murallas y aceptó la capitulación, pero puso unas condiciones
tan onerosas que la ciudad tuvo que resignarse a perder una
parte muy considerable de su potencial económico y militar.
César permanecía aún en Massilia cuando se enteró de que
los soldados de la IX legión, que constituía la vanguardia de su
ejército, se habían amotinado a su paso por Piacenza, exigien
do poder saquear Italia. El motivo no era Otro que el escaso
botín fruto de la expedición a Hispania: en efecto, César no les
había permitido saquear a su antojo la provincia por ser terri
torio del Imperio, libertad que sí les había concedido durante
la campaña de las Galias, país enemigo que no formaba parte
del Imperio. A esto había que añadir la incertidumbre del fu
turo: las tropas llevaban combatiendo ininterrumpidamente
desde el año 58 a.C., habían participado en todas las empresas
de envergadura emprendidas por César, y aún no sabían qué
nuevas penalidades y luchas les depararía el futuro. César se per
sonó inmediatamente ante los soldados de la IX legión y re
cordando los sucesos similares acaecidos diez años atrás en Be
sançon afirmó que de acuerdo con la ley marcial «ejecutaría a
LA GUERRA CIVIL l 6l
Una escena de la guerra civil: los partidarios de Pompeyo se hacen fuertes en
Lérida, ante el ataque de César. Miniatura de Histoire des Romains, manus
crito del siglo XIV. Biblioteca Nacional, París.
un soldado de cada diez y licenciaría al resto; les daba plena
libertad para cumplir su amenaza de pasarse al bando de Pom
peyo, porque éste se sentiría muy feliz de acoger entre sus filas
a soldados con semejante sentido de la disciplina». La arenga de
César surtió efecto, y los legionarios le aclamaron y le rogaron
que les permitiese seguir combatiendo a sus órdenes. César les
puso una condición: tenían que denunciar a los ciento veinte
miembros más significados de la conspiración, de los que doce,
elegidos por azar, serían ejecutados. Cuando César se enteró de
que uno de los que iban a ser condenados había sido denuncia
do injustamente por su centurión para salvar su propio cuello,
ordenó que fuese ejecutado el denunciante y no el denuncia
do.92 Por aquella época el pretor Lépido nombró a César dic
tador, medida infrecuente pero ajustada a derecho. Este nom
bramiento cambió por completo la situación jurídico-legal, ya
que en su calidad de dictador, César estaba facultado para con
vocar elecciones, y así lo hizo, resultando elegidos cónsules para
el año entrante él mismo y Publio Servilio Isáurico (48 a.C.). Cé
sar empleó además el poder que le confería la dictadura para
relanzar la economía, que por entonces atravesaba un bache y
i 62 JULIO CÉSAR
amenazaba con estancarse. En efecto, las circunstancias de in
seguridad reinantes entonces empujaban a las gentes a acapa
rar dinero, con lo que se había reducido considerablemente la
circulación monetaria, hecho que a su vez había provocado un
abaratamiento de los precios del suelo. Pero a su vez las deudas
se pagaban generalmente en bienes raíces, lo que contribuía a
restringir aún más el dinero circulante, cerrando así el círculo
vicioso. No es extraño que se oyeran voces reclamando la com
pleta amortización de las deudas como remedio para solucionar
la situación. Esta medida implicaba reanudar la revolución eco
nómica emprendida anteriormente por Catilina, y César la de
sestimó. Se promulgaron nuevas leyes que determinaban que en
la amortización de deudas por medio de bienes raíces, éstos se
valorarían de acuerdo con los precios existentes antes de la
guerra, y se fijaban los intereses a satisfacer por el deudor, así
como la cuantía máxima permitida, para los depósitos en me
tálico, Otra disposición permitió el regreso de los desterrados,
en su mayor parte partidarios de César, y afectaba a los descen
dientes de los ciudadanos proscritos por Sila, los cuales podían
volver a presentarse a cualquier magistratura. Se les concedió el
derecho de ciudadanía a los transpadanos y gaditanos. Una ley
propiciada por el tribuno Rubrio completó las disposiciones
dictadas por César: en ella se homogeneizaba la normativa ju-
rídico-legal de las comunidades de ambos lados del Po, un nue
vo paso en la reorganización y unificación de Italia. Esta serie
de hechos desmentía el temor de que César, tras la victoria, si
guiese las huellas teñidas de sangre de un Mario o un Sila. No
hubo derramamiento de sangre ni nuevas disposiciones legales
que transformaran desde arriba el estado de la propiedad.
El año 49 a.C. fue para César pródigo en éxitos, pero'tam
bién sufrió algunos reveses, el peor de ellos la muerte de Curio
en África. Curio, partiendo de Sicilia, había desembarcado en
el norte de Africa; pero Juba, rey de los númidas (beréberes),
había elegido el partido del Senado, le hizo frente y le aniqui
ló junto con su ejército poco después de la victoria de César en
Ilerda. Africa, perdida para la causa de César, sería durante lar
gos años un baluarte de los optimates. Las legiones destacadas
en Iliria también fueron derrotadas; de las fuerzas navales de
César, débiles de por sí, se perdieron cuarenta barcos. En el año
49 a.C. el balance de la contienda era el siguiente: César contaba
LA GUERRA CIVIL 163
con Italia, la Galia, Hispania, Sicilia, Córcega y Cerdeña, mien
tras Pompeyo dominaba el resto del Imperio y los territorios
aliados de Oriente. Las Galias continuaban siendo la principal
base de reclutamiento para César, revelándose así la trascenden
cia de su anterior conquista, ya que gracias a ella la zona indo-
germana-europea del Imperio había crecido poderosamente,
equilibrando así las conquistas orientales de su rival Pompeyo.
César, pues, se apoyaba en la mitad occidental del Imperio, y
Pompeyo en la oriental. Así lo entendía el mismo César, tal
como lo demuestra al describir el ejército de su antagonista, un
poco antes de narrar el desarrollo de la batalla decisiva: «Pom
peyo había puesto en pie de guerra nueve legiones integradas
por ciudadanos romanos: cinco de Italia, una legión de vetera
nos procedente de Sicilia [...], otra de Creta y Macedonia, y dos
que el cónsul Léntulo se había preocupado de alistar en Asia.
Había completado estas legiones con un gran número de solda
dos de Tesalia, Beocia, Acacia y Épiro [...]. Además de estas
nueve legiones, esperaba otras dos que venían desde Siria al
mando de Escipión. Contaba con tres mil arqueros de Creta,
Esparta, Ponto y Siria y demás Estados orientales; dos cohortes
de honderos de seiscientos hombres cada una, y siete mil jine
tes, de los cuales Deyotaro había reclutado seiscientos en la
Galia y Ariobarzanes quinientos en Capadocia; un contingente
muy aproximado había enviado Cotis de Tracia al mando de su
hijo Sádala; doscientos procedían de Macedonia mandados por
Rascipolis, hombre de probado valor; otros quinientos proce
dían de Alejandría. Estos constituían la guardia personal que
Gabinio había proporcionado al rey Tolomeo, y que el hijo de
Pompeyo había transportado en la flota; ochocientos había alis
tado el propio Pompeyo reclutándolos de entre sus esclavos y
pastores; Tarcondario Cástor y Domnilao habían aprestado tres
cientos en Galacia [...], Antíoco de Comagene, al que Pompe
yo recompensó con largueza, doscientos en Siria, la mayoría de
ellos arqueros a caballo. A éstos hay que añadir otros pertene
cientes al pueblo de los dárdanos, besos [...], macedonios, te-
salios y de otros Estados hasta completar el número antedi
cho».93
Al leer estas líneas no podemos rehuir la impresión de que
el ejército de Pompeyo se nutría sobre todo de orientales: la
lista de los aliados de Oriente y de las naciones federadas es
164 JULIO CÉSAR
cinco veces más extensa que la dedicada a describir las legiones
propiamente romanas, y la acumulación de nombres no roma
nos fortalece esta impresión. No obstante, si analizamos a fon
do las tropas de Pompeyo, la cifra de ciudadanos romanos (cua
renta mil) casi cuadruplica la de los aliados y confederados de
los límites orientales del Imperio (poco más de once m il). Cé
sar pretende con ello demostrar que la base de Pompeyo se
encuentra en los territorios no europeos del Imperio. César
establecía una diferencia clara en esa subdivisión del Imperio en
Oriente y Occidente, y así lo demuestra su política demográfi
ca, de la que hablaremos más adelante. Pero no era César el
único que opinaba así del ejército pompeyano. Cicerón también
se queja amargamente de las estrechas relaciones que Pompe
yo mantiene con los pueblos aliados o subordinados a Roma y
critica que «hordas de getas, armenios y cólquidas» sean empu
jadas contra Roma.94
César comenzó también esta campaña contra Pompeyo a
principios de invierno: el 4 de enero del 48 a.C. (en realidad,
26 de octubre del 4g a.C.) zarpó de Brindisi con el grueso de
sus efectivos y desembarcó en Epiro (Albania), aprovechando
así el factor sorpresa. En efecto, la flota pompeyana al mando
de Bíbulo dominaba el mar, pero en esa estación del año nadie
contaba con que César emprendería las operaciones; gracias a
eso César cruzó el Adriático sin ser molestado y logró apoderar
se de varios enclaves costeros. El favorable desarrollo de los
acontecimientos indujo de nuevo a César a tenderle la mano a
su rival para entablar negociaciones. Para ello se sirvió como
mediador de un prisionero de Pompeyo llamado Vibulio Rufo:
«Las condiciones de paz [...] debían dictarlas en Roma el Se
nado y el pueblo romano. Entretanto sería muy beneficioso,
tanto para el Estado como para los contendientes, que cada uno
de los dos bandos se comprometiese mediante juramento públi
co a desmovilizar sus tropas en un plazo máximo de tres días.
Una vez depuestas las armas y devueltas a sus lugares de proce
dencia las tropas auxiliares, los dos bandos contendientes no
tendrían otro remedio que someterse a la decisión del Senado
y del pueblo.»95 La oferta de César era una manifestación de
buena voluntad, aunque no debe olvidarse que, en razón de su
cargo de cónsul, César disfrutaba de gran influencia en el Foro.
Pompeyo, que avanzaba hacia el oeste sin encontrar resistencia
LA GUERRA CIVIL 165
G. Veith: Der Feldzug von Dyrrhachium... (Viena, 1920 )
Petra (Skam), al sur de Dyrrhachium (en la actual Albania), lugar en el que
estaba ubicado uno de los principales campamentos de Pompeyo.
para ocupar antes de la llegada de la primavera la costa del
Adriático, supo por Vibulio que César había desembarcado en
el Épiro y apenas empezó a hablar, «Pompeyo le conminó a que
callase, aduciendo que no quería deberle a César su vida ni el
regreso a su patria».96 Pompeyo entonces salió a toda prisa al
encuentro de César.
Bíbulo entretanto había logrado hundir treinta barcos de
transporte de César cuando retornaban a Brindisi para recoger
al resto del ejército, y, escarmentado por los hechos acaecidos,
bloqueó el Adriático, dividiendo así las huestes de César. Este,
a la vista de las circunstancias, no obligó a su flota a atravesar las
líneas enemigas para embarcar al resto de su ejército, sino que
le encargó misiones de avituallamiento desde Corfú. Cuando
Bíbulo se dio cuenta de que su táctica fracasaba, recurrió a ar
timañas y por medio de intermediarios propuso a César un ar
misticio. Esto alentó las esperanzas del dictador, que en reitera
das ocasiones había ofrecido la paz a su antagonista. Pero no
tardó en comprender que ni Bíbulo estaba autorizado para
entablar negociaciones ni tenía el fírme propósito de hacerlo,
sino que simplemente había sido una añagaza para cortar los
suministros de víveres y de agua. César entonces impidió el ac
ceso a puerto de la flota de Bíbulo, y sus soldados llegaron al
extremo de tener que recoger rocío para saciar su sed. Al final,
ι66 JULIO CÉSAR
tras soportar numerosas penalidades, Bíbulo sucumbió y la flo
ta se quedó sin comandante.
En tierra, las operaciones se centraban en torno a Dyrrha
chium (Durazzo), una de las plazas fuertes más importantes de
la zona y principal foco de aprovisionamiento costero. El resul
tado final no dependió de un combate, sino de una carrera a
marchas forzadas: César acudía desde el sur y Pompeyo desde
el este, atravesando ambos terrenos difíciles y montañosos y
Pompeyo entró primero en la meta por apretada ventaja. César
entonces volvió al sur, y ambos ejércitos se mantuvieron durante
semanas uno frente al otro sin entablar combate en las proxi
midades del río Apsus (Semeni). Pompeyo confiaba en que el
bloqueo y el alejamiento de Italia desanimarían al ejército de
César, y éste, por su parte, confiaba en el regreso de Italia del
resto de su ejército. En su impaciencia llegó incluso a embarcar
se en un navio de pequeño porte para cruzar el Adriático y re
gresar con sus soldados. Mientras navegaban, la mar gruesa y el
fuerte oleaje atemorizaron al patrón de la embarcación, y Cé
sar le animó con estas palabras: «¡Valor, amigo! ¡No tengas mie
do! Llevas a bordo a César y su suerte te protege!».97 Pero los
elementos pudieron más y le hicieron desistir del intento. Cé
sar logró mandar un mensajero al otro lado, y al cabo de tres
meses Antonio cruzó el mar con las restantes legiones. El vien
to llevó a los barcos más al norte de Dyrrhachium, pero Pom
peyo no pudo impedir que César se reuniera con Antonio.
César, con sus treinta y cuatro mil hombres, ya tenía unos efec
tivos casi iguales a los de Pompeyo, aunque la caballería de éste
(ocho mil hombres) superaba a la del primero. Con el ejército
al completo, César destacó fuerzas hacia el este para asegurar
se las vías de aprovisionamiento y trató de presentar batalla’ a su
enemigo. Pompeyo la rehuyó y César, a su vez, fracasó en su in
tento de conquistar Dyrrhachium, aunque pese a todo se apo
deró de una franja de terreno entre las posiciones de Pompe
yo y la ciudad, agravando la situación de los pompeyanos, pero
no logró cortar las comunicaciones entre la ciudad y el puerto,
porque Pompeyo dominaba el mar. César concibió entonces un
plan muy osado y comenzó la primera guerra de posiciones de
la que tenemos noticia.
Trasladando los métodos y técnicas de asedio al campo
abierto, César cercó al enemigo en un espacio de cincuenta y
LA GUERRA CIVIL
WÊaÊaKÊMÊÊÊÊtÊÊÊtÊÊmmmmmmÊÊimÊm
Pompeyo resiste el asedio de César en Dyrrhachium, según una miniatura de
Histoire des Romains, manuscrito del siglo xrv. Biblioteca Nacional, París.
seis kilómetros cuadrados: levantó trincheras, vallas y fosos for
mando un semicírculo de más de veinticinco kilómetros desde
un punto de la costa y a través de las montañas, hasta desembo
car en otra zona costera. Construyó puestos fortificados a inter
valos regulares, instaló campamentos detrás de primera línea
para las tropas de reserva y circunvaló las posiciones con una
calzada que permitía una comunicación rápida con cualquier
punto de las líneas. Las tropas de César, además, desviaron to
dos los cursos de agua que fluían hacia los pompeyanos e inten
taron cortarles el aprovisionamiento. El terreno era extremada
mente pobre y hasta las tropas de César sufrieron escasez de
víveres, pero el recuerdo de situaciones anteriores similares les
ayudó a resistir, alimentándose de cuanto caía en sus manos, de
forma que hasta llegaron a comer una torta hecha de raíces
para sustituir al pan: «Los soldados hallaron [...] una clase de
raíces llamada chara [en albanés kelkas, barba de Aarón] que
mezclada con leche tenía todo el aspecto de pan y saciaba el
hambre. Las mencionadas raíces eran muy abundantes, y cuan
do en las conversaciones de bando a bando los pompeyanos
echaban en cara a los nuestros el hambre que pasaban, les arro
ι68 JULIO CÉSAR
jaban panes de los arriba descritos para quebrantar sus esperan
zas [...]. Pero los nuestros respondían que preferían alcanzar la
victoria alimentándose con cortezas de árbol antes que dejar
escapar a Pompeyo.»98
Pompeyo, a la vista del coraje y capacidad de resistencia de
sus enemigos, a los que creía fieras salvajes, retiraba enseguida
las tortas procurando ocultárselas a su gente para que no se
desmoralizaran." Por su parte los pompeyanos construyeron
enfrente trincheras, con lo que se desembocó en una estrategia
militar sorprendentemente muy parecida a la de la Primera
Guerra Mundial, basada en posiciones estabilizadas, en irrupcio
nes bruscas y contraataques con tropas de refresco. Los sitiados
quisieron abrir una brecha en el cerco, pero fracasaron, lo que
hizo más crítica su situación. Finalmente Pompeyo, gracias a su
superioridad naval, consiguió romper las líneas de César por el
extremo sur de la costa. César contraatacó, pero fue inútil y
sufrió una grave derrota: «Confusión y miedo reinaban por
doquier mientras los soldados se daban a la fuga, de forma que
aunque César recogió los estandartes que arrojaban al huir y
conminó a sus soldados a que resistieran, fue inútil, porque
unos siguieron cabalgando al galope y otros abandonaron inclu
so las enseñas por miedo y no hubo manera de detenerles».100
Pero Pompeyo, por su tardanza en iniciar la persecución, no
logró culminar su triunfo con una victoria definitiva. César sen
tenció a este respecto: «Hoy los enemigos nos habrían derrota
do por completo si su general hubiera sabido la táctica a se
guir».101 En consecuencia, César retrocedió y evacuó sus
posiciones sin grandes pérdidas posteriores. Hacia 19 20 aún
eran visibles las huellas de la batalla sobre el terreno. .
Era la segunda derrota de César. Pero como ya sucediera
tras el desastre de Gergovia, también aquí César reveló su talen
to como estratega, porque se rehízo con rapidez y al final con
virtió su retirada en un nuevo ataque: como en el pasado había
hecho con Labieno, ahora se adentró profundamente en terri
torio enemigo para contactar con las tropas destacadas en Te
salia. Cuando se reunió con ellas, cortó de raíz cualquier intento
de oposición por parte de las ciudades griegas castigando de
forma ejemplar a Gomphi por no haberle franqueado las puer
tas: como escarmiento permitió que los soldados entraran en
ella a sangre y fuego, devastándola y saqueándola. Luego con
LA GUERRA CIVIL 169
tinuó penetrando en Tesalia, mientras Pompeyo le perseguía
casi con el doble de efectivos. La batalla decisiva tuvo lugar en
Farsalia (9 de agosto del 48 a.C.) y en ella César aniquiló al ejér
cito pompeyano. Antes de la batalla, Pompeyo había intentado
posponer la lucha, convencido de que el tiempo jugaba a su
favor, pero sus amigos y seguidores aristócratas, tras los sucesos
de Dyrrhachium, estaban ansiosos por regresar a Roma y se ha
bían repartido la piel del oso antes de cazarlo: ya habían distri
buido cargos y honores, elegido los cónsules para años posterio
res; pensaban con codicia en las casas y haciendas de los
partidarios de César y meditaban cuidadosamente la mejor
manera de sacar provecho personal de una victoria que todos
creían al alcance de la mano. Fueron, pues, los optimates los
que decidieron entrar en combate, en contra del parecer de
Pompeyo. César estaba en la llanura de Farsalia y a punto de le
vantar el campamento cuando Pompeyo transigió ante sus par
tidarios optimates y le presentó batalla. «Ha llegado por fin ese
día tantas veces deseado de luchar contra hombres, no contra
el hambre ni la escasez».102 La mejor estrategia de César y la
mayor veteranía de sus soldados decidieron la suerte del com
bate. Pompeyo, aprovechando su superioridad numérica, que
ría romper el frente y después envolver al enemigo por los flan
cos. Pero de nuevo César mantuvo a una parte de sus tropas a
la expectativa y las movilizó en el momento más oportuno. Por
si fuera poco, Pompeyo había ordenado a sus soldados que es
perasen el ataque sin moverse de sus posiciones, confiando en
que la doble distancia que tenían que recorrer las tropas de su
enemigo mermaría las fuerzas de sus hombres al entablar com
bate. Pero los veteranos de César hallaron el antídoto contra el
cansancio, puesto que a mitad de camino se detuvieron, lanza
ron sus jabalinas y se tomaron un respiro. En opinión de César,
Pompeyo se había equivocado al plantear de esta forma su es
trategia, y lo razonaba así: «En todos los soldados duerme una
especie de entusiasmo y de ingenio innatos que se despierta con
la inminencia del combate. Los generales no deben reprimir
esos impulsos, sino acrecentarlos; no en vano resuenan desde
siempre las trompetas de guerra y se oye por doquier un grite
río ensordecedor; con estas maniobras se pretende infundir
miedo al enemigo y, al mismo tiempo, acrecentar el propio
entusiasmo».103
170 JULIO CÉSAR
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Tapiz en el que se representa simultáneamente el paso del Rubicán y la batalla
decisiva de César contra Pompeyo en Farsalia. Historisches Museum, Berna.
Antes de dar la orden de ataque, César pronunció una bre
ve arenga en la que «puso por testigos a sus propios soldados de
sus reiterados esfuerzos en pro de la paz [.,.] y recordó que él
nunca había derramado inútilmente la sangre de sus tropas y
que siempre quiso poner a ambos ejércitos al servicio del Esta
do».104 Puso como ejemplo a seguir a Cayo Cratino, que tras
cumplir su tiempo de servicio se había reenganchado: «El año
LA GUERRA CIVIL 171
anterior había sido primipilo de la legión décima y era un hom
bre especialmente arrojado. Cuando sonó la señal de ataque,
gritó: “Soldados que habéis servido a mis órdenes, ¡seguidme y
luchad por vuestro general como tenéis por costumbre! Es el
combate definitivo, y cuando haya finalizado él habrá recobra
do su dignidad y nosotros la libertad”. Después miró a César y
le gritó: “Mi general, hoy, viva o muera, ¡me tendrás que estar
agradecido!”. Tras pronunciar estas palabras, Cayo Cratino echó
a correr el primero desde el ala derecha mientras unos ciento
veinte soldados le seguían por propia voluntad».105
172 JULIO CÉSAR
El factor humano unido al factor táctico decidieron el com
bate. Pompeyo, al ver perdida la batalla, se marchó a su tienda,
se despojó de todos los distintivos de su rango y emprendió la
huida. Los soldados de César invadieron el campamento enemi
go, persiguieron a los pompeyanos y les obligaron a rendirse:
«Murieron unos quince mil soldados de Pompeyo, y se entrega
ron más de veinticuatro mil ciento ochenta estandartes y
nueve águilas [enseñas de otras tantas legiones] pasaron a po
der de César».106
«En el combate César no tuvo más de doscientas bajas, pero
perdió alrededor de treinta centuriones, todos ellos hombres
muy valientes. También cayó Cratino mientras peleaba brava
mente [...] de una herida de espada en pleno rostro, demos
trando con hechos lo que antes de la lucha había manifestado
de palabra. César pensaba que Cratino se había batido con gran
arrojo y que, por tanto, se había hecho acreedor a un gran agra
decimiento por su parte.»107
En su huida, Pompeyo arribó a la costa norte del Egeo, cru
zó hasta Lesbos para recoger a su esposa Cornelia y continuó
rumbo hacia el sur de Asia Menor y Chipre. Desde allí marchó
a Egipto en busca de asilo, y al desembarcar en Pelusio (fron
tera de Siria) fue asesinado ante los atónitos ojos de su esposa
por un centurión romano que había combatido a sus órdenes
en la campaña contra los piratas. El asesino había sido contra
tado por Potino, preceptor de Tolomeo XIII, que todavía era un
niño.
César le había seguido de cerca. «Pensaba que tenía que
perseguir a Pompeyo por encima de todo y fuera donde fuese
para que no pudiera aprestar un nuevo ejército y reanudar la
guerra.»108 Pero había un factor adicional: César sentía un'vivo
interés por atraer a Pompeyo a su causa y reconciliarse con él.
Después del fracaso de todos los intentos anteriores, un gobier
no de ambos, en el que Pompeyo de todos modos habría sido
una mera figura decorativa, era la única posibilidad para retor
nar al camino de la legalidad. Los propósitos de César no anda
ban muy descaminados, si tenemos en cuenta el miedo que
Pompeyo había manifestado ante Vibulio a un futuro semejan
te.109 Solo teniendo en cuenta estos hechos puede juzgarse con
precisión qué golpe debió de suponer para César la muerte de
Pompeyo. Al arribar a Alejandría le llevaron la cercenada cabeza
LA GUERRA CIVIL 173
de Pompeyo y su anillo, en el que estaba grabado un león con
una espada en sus garras. César, horrorizado, apartó su mirada
de la cabeza y fijó sus ojos llenos de lágrimas en el anillo: uno
de los mejores romanos había sido alevosamente asesinado por
un traidor comprado por un bárbaro, había perdido al marido
de su querida hija, al compañero de tantos años de lucha, y
además se había desvanecido la última esperanza de desemba
razarse del odium, del revolucionario y entroncar su mandato
con las formas tradicionales de la legalidad, defendidas por
Pompeyo. César envió a Roma el anillo como prueba de la desa
parición de Pompeyo e hizo enterrar su cabeza en el templo de
Némesis, la diosa de la venganza, construido expresamente para
ese fin.
Durante el periplo emprendido en persecución de su anta
gonista a lo largo del Egeo, César atravesó el Helesponto (Dar-
danelos). Durante la travesía se encontró con diez barcos de la
flota pompeyana al mando de Lucio Casio. A pesar de su abru
madora superioridad, César se dirigió al buque insignia y con
minó a Lucio para que se rindiera, cosa que Casio hizo inme
diatamente. ¿Se debió dicha actuación a la superioridad de la
personalidad de César (comparable al Bon soir, Messieurs! de
Federico en Lissa), o aprovechó simplemente Casio la ocasión
para arrojarse en brazos del vencedor? Los documentos del
tiempo110 afirman que estuvo motivada por el miedo a César. Al
llegar a Asia Menor, César visitó la zona de Troya, patria de sus
antepasados. Aún tuvo tiempo de reorganizar la provincia de
Asia y recaudar los impuestos. Dos legiones se le habían unido
y con esta modesta fuerza militar (tres mil doscientos hombres
y diez barcos de guerra) desembarcó en Alejandría, y aprovechó
la ocasión para saldar una antigua deuda desde los días de To
lomeo X III con la que esperaba pagar a sus soldados. Además,
tras el asesinato de Pompeyo, César intuía que Egipto quería
ponerse de su lado. Con estos pensamientos, entró en Alejan
dría precedido por sus lictores, es decir, no como un general,
sino como un magistrado romano, como cónsul, hecho que
suscitó una gran indignación entre el pueblo de la ciudad. El
enojo se acrecentó hasta alcanzar cotas increíbles cuando César
pretendió mediar en la disputa que Tolomeo XIII y Cleopatra,
su hermana, mantenían por el trono de Egipto. Tolomeo Aule
tes había dejado su reino a estos hijos mayores, casados entre sí
174 JULIO CÉSAR
de acuerdo con las costumbres egipcias, para que lo goberna
ran conjuntamente. Pero Tolomeo, que tenía trece años, no era
más que un instrumento del eunuco Potino y había expulsado
del reino y del trono a su hermana mayor. Esta se había retirado
con un puñado de tropas a la frontera siria. Cleopatra ya había
mantenido anteriormente correspondencia con César; cuando
éste se personó en Alejandría se hizo introducir clandestinamen
te en el palacio envuelta en una alfombra, y ganó a César para su
causa. Al día siguiente, durante la recepción, Tolomeo se encon
tró frente a frente con su odiada hermana. Entonces invocó la
ayuda del pueblo y se produjeron desórdenes públicos. César
mandó leer el testamento de Auletes para dejar zanjada la disputa
entre ambos hermanos: en él se decía que Tolomeo XIII y Cleo
patra gobernarían juntos Egipto, mientras que a Tolomeo XIV y
a Arsínoe, los hermanos menores, se les legaba el reino de Chi
pre, mera fórmula de cortesía para con el nacionalismo egipcio,
ya que la isla hacía diez años que no pertenecía a Egipto. De
acuerdo con el testamento, Cleopatra, por ser la primogénita, la
más inteligente, y que por si fuera poco estaba respaldada por
Roma, debía llevar de hecho las riendas del poder. Potino se
opuso a cumplir estas disposiciones testamentarias e intentó ade
lantar la marcha de César aduciendo que otros pueblos lo reque
rían, pero César le dio esta concisa y fría respuesta: «Los egipcios
son los últimos de los que yo escucharía un consejo».111 Potino
ordenó entonces al ejército egipcio, acaudillado por Achillas, que
acudiera a la ciudad, y con ayuda de sus habitantes hizo retroce
der a César hasta el sector de Alejandría cercano al palacio, y lo
cercó. César se vio inmerso en una nueva táctica militar: la lucha
por las calles y las casas. Los romanos se defendían con denuedo,
pero los refuerzos solo podían proceder del exterior, para lo’que
era vital mantener libre el camino del mar. Por este motivo, al
iniciarse las hostilidades, César incendió todos los barcos egipcios
fondeados en el puerto y en los astilleros. El fuego se propagó
también a la famosa biblioteca de Alejandría, que albergaba en
su seno un inapreciable tesoro literario que quedó reducido a
cenizas. Por la misma razón César ocupó el faro de Alejandría,
situado en la isla de Faros, que por su ubicación dominaba la
entrada del puerto. El faro, una torre de cuatro pisos de altura,
proyectaba una luz visible desde muy lejos y estaba considerado
como una de las siete maravillas del mundo.
LA GUERRA CIVIL 175
Supuesto busto de Cleopatra VII (60-30 a.C. ), última reina de Egipto de la di
nastía lágida. Supo poner a César de su parte en la disputa dinástica que existía
por el trono de su país. Museo Vaticano, Roma.
César tenía fuertemente custodiados en el palacio a Tolo-
meo y a Potino para utilizarlos como rehenes. Pero Poüno, que
seguía manteniendo enlaces con Achillas, intentó varias veces
envenenar a César durante las fiestas que Cleopatra daba en su
honor. César, cansado, hizo ejecutar a Potino por traidor, hecho
que levantó una oleada de indignación y de protestas entre los
alejandrinos. La huida del palacio de Arsínoe y de su chambe-
JULIO CÉSAR
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Césary Cleopatra sitiados en Alejandría, según una miniatura de Histoire des
Romains, manuscrito del siglo xiv. Biblioteca Nacional, París.
lán, el eunuco Ganírnedes, provocó nuevos alborotos. Al mismo
tiempo comenzaron las disensiones internas y las intrigas: Ga-
nímedes destituyó a Achillas y asumió personalmente el mando
del ejército.
Apenas llegaron por mar unos refuerzos, César se dispuso
a ocupar desde el faro el resto de la isla, incluyendo el pueblo
de Faros y el Heptastadion o malecón que unía la isla a tierra
firme. En un principio las cosas le fueron bien, pero en deter
minado momento César se quedó aislado en el malecón con
algunos de sus soldados, y tuvo que lanzarse al agua para alcan
zar a nado un barco y salvar su vida. Dejó flotando en el kgua
su capa roja de general para distraer la atención de los arque
ros enemigos, y al día siguiente los alejandrinos la esgrimían
como símbolo de triunfo en el malecón. Tampoco tuvo éxito la
propuesta de César de entregar a Tolomeo, cosa que hizo, como
paso previo para firmar la paz, aunque con esta medida redu
jo considerablemente la influencia de Arsínoe y Ganímedes.
Los refuerzos llegaron desde el exterior: Mitrídates de Pér-
gamo, aliado de Roma, se acercaba por tierra respondiendo a
los requerimientos de César para que le ayudase a levantar el
bloqueo. En su ejército formaba un destacamento ju dío al
LA GUERRA CIVIL 177
mando de Antipatro, padre de Herodes el Grande, cuya influen
cia granjeó a César las simpatías de la numerosa colonia judía
en Egipto. Las tropas de socorro, tras conquistar Pelusio, sosla
yaron el delta del Ñilo y se dirigieron a Alejandría. Tolomeo,
aconsejado por sus oficiales más veteranos, embarcó su ejérci
to y bajó por el Nilo para salir al encuentro de sus enemigos.
César, por su parte, zarpó de Alejandría y después de desembar
car en la zona oeste de la ciudad se reunió con Mitrídates. La
batalla decisiva tuvo lugar junto al Nilo, al sur de Alejandría. En
sus inicios los romanos sufrieron graves pérdidas, pero al final
acabaron imponiéndose a los egipcios. Tolomeo se ahogó en el
río cuando huía, y su campamento fue tomado por asalto. A con
tinuación César se dirigió a Alejandría, que capituló el 27 de
marzo del 47 a.C. César organizó de nuevo el país: entregó la
corona a Cleopatra y a su hermano Tolomeo XIV, y desterró a
Roma a Arsínoe; dejó tres legiones en Egipto para proteger sus
dominios y garantizar la actuación de los reyes; puso al fren
te del ejército romano al hijo de un liberto porque le parecía
demasiado peligroso dejar en manos de un íniembro de la aris
tocracia el poder real de una tierra considerada el granero de
Roma; además, su relación con Cleopatra le permitía gobernar
de facto el país.
En esta época se desarrolló ese periplo tan famoso a bordo
del fastuoso barco Thalameges que la reina emprendió río arri
ba para enseñar a César las maravillas del legendario y mítico
país. Además la estancia de César en Egipto contribuyó a plani
ficar y preparar futuras empresas, que de otro modo no habrían
podido llevarse a la práctica.
César permaneció en Egipto nueve meses, a veces sin nin
gún lazo de comunicación con el exterior. Esta incomunicación
provocó dificultades adicionales y cierto desorden en el ámbi
to militar y administrativo. Antes de dirigirse hacia Farsalia,
Pompeyo había dejado destacamentos de soldados en las costas
del Adriático. Posteriormente Catón los había embarcado y arri
bó a Trípoli, con la idea de conquistar el territorio para Pom
peyo. Al enterarse del asesinato de su general, atravesó el desier
to africano y entró en la provincia romana, que desde la derrota
de Curios estaba en las manos de los aristócratas y en la que, si
era necesario, los optimates contaban con el apoyo de Juba, rey
de los númidas. Desde esta plataforma africana, el partido se-
178 JULIO CÉSAR
natorial podía ayudar a los partidarios de Pompeyo en Hispania,
provincia en la que los desaciertos y mala gestion de los gober
nantes adictos a César habían proporcionado nuevo impulso a
los pompeyanos. Escipión, suegro de Pompeyo, pasó también
a Africa y asumió el mando de las legiones allí estacionadas.
En el este la situación era también peligrosa. Farnaces, hijo
y sucesor de Mitrídates, creyó ver en la guerra civil romana y las
posteriores dificultades de César en Egipto el momento propi
cio para restaurar el reino de su padre. En consecuencia, des
de Crimea y circundando el mar Negro, llegó a Asia Menor,
devastando y saqueando cuanto encontraba a su paso; derrotó
a Calvino, lugarteniente de César, y a su aliado Deyotaro (prín
cipe de los galacios) en Nicópolis, conquistó el Ponto y Bitinia
e invadió la provincia romana de Asia. En cuanto hubo solucio
nado los asuntos egipcios, César, pese a que percibía síntomas
muy preocupantes en la misma Italia, prefirió pacificar prime
ro Oriente. En junio (abril) del 47 a.C. se hizo a la mar desde
Alejandría al mando de una legión exhausta. Casi sin necesidad
de desembarcar solucionó el problema en Judea, favoreciendo
a Antipatro y a su familia (que reconstruyeron las murallas de
Jerusalén, demolidas por orden de Pompeyo), y en Siria, don
de permaneció un corto espacio de tiempo en Antioquía, ciu
dad a la que dio fondos para que erigieran estatuas y levantaran
edificios. El 9 de julio (26 de abril) desembarcó en Tarso (Ci
licia) y penetró hacia el norte. En Galacia se le sometió Deyo
taro, que durante la guerra civil había combatido en el bando
de Pompeyo; César le exigió soldados para engrosar sus efecti
vos, y Deyotaro se los dio. Farnaces, por su parte, propuso a
César entablar negociaciones de paz, pero el segundo aprove
chó ese lapso de tiempo para concentrar todas sus fuerzas en la
frontera del Ponto, concretamente en Zela, lugar en el que
Farnaces había instalado un campamento bien fortificado y
guarnecido, situado en la cima de una montaña sobre la que
ondeaba el símbolo de la victoria de su padre. César, con arti
mañas, forzó al enemigo a atacar, y después de cuatro horas de
lucha derrotó a Farnaces (2 de agosto = 20 de mayo), cercó a
su ejército en un valle y lo aniquiló. Farnaces logró escapar, pero
murió más tarde asesinado en su patria. César no destruyó el
trofeo de Mitrídates, sino que puso el suyo a su lado. Seis sema
nas después de su marcha de Alejandría el enemigo había sido
LA GUERRA CIVIL 179
liquidado, y César pudo escribir a uno de sus amigos de Roma:
Veni, vidi, vici (llegué, vi y v en cí)."8A medida que avanzaba, y
sobre todo después de la victoria, César reorganizó en un tiem
po récord todo el Asia Menor. Recompensó con suma genero
sidad a sus partidarios, y los pompeyanos se dieron cuenta en
tonces de que habían elegido el bando de los perdedores.
Mitrídates de Pérgamo, por ejemplo, hijo natural de Mitrídates
el Grande, recobró las tierras de su padre conquistadas por
Farnaces, y Deyotaro vio recortado su poder. César se mostró
clemente con los aristócratas partidarios de Pompeyo residen
tes en Grecia y Asia, y les invitó a regresar a Roma con él. Algu
nos aceptaron. Durante su viaje de vuelta, César pasó por Gre
cia. No tomó represalias contra los atenienses por haberse
adherido al bando de Pompeyo, aunque les amonestó con
mucha severidad, recordándoles el perdón que Sila les había
otorgado: «¿Es que siempre tendréis que agradecer vuestra sal
vación a vuestros antepasados, después de haberos hecho acree
dores al castigo?»."3
La dilatada ausencia de César había tenido también conse
cuencias muy importantes en Roma: en noviembre del 48 a.C.
se había renovado su nombramiento de «dictador», y se le ha
bía asignado a Antonio como lugarteniente. Éste, tras la bata
lla de Farsalia, pasó a Italia y tomó enseguida las riendas del
poder. En Roma se programaron grandes festejos y homenajes
para recibir a César, y asimismo se pospusieron hasta su regre
so todos los comicios y decisiones de envergadura. No obstan
te, el país todavía arrastraba el lastre de la crisis económica. En
el año 48 a.C. el pretor Celio había pretendido condonar todas
las deudas y rebajar el precio de los arrendamientos, sin conse
guirlo. Al año siguiente, el tribuno de la plebe Publio Dolabe
la, yerno de Cicerón, acometió de nuevo el intento, pero se pro
dujeron disturbios que tuvo que sofocar Antonio con ayuda del
ejército. La agitación de la capital no era, sin embargo, un he
cho aislado, porque también cundía la inquietud entre los sol
dados de César acantonados en Campania.
César debía solucionar ineludiblemente estas cuestiones
antes de marchar contra sus últimos oponentes. Así, volvió a
practicar una política basada en la clemencia y en su concien
cia de ser responsable de todos los ciudadanos romanos, y man
dó quemar toda la correspondencia de Pompeyo hallada en
ι8ο JULIO CÉSAR
Farsalia «para que la lectura de las cartas no le indujera a oca
sionar daño a terceros...»,114 «porque creía que el mejor modo
de perdonar era desconocer los errores ajenos».115 Todos cuan
tos solicitaron su perdón lo obtuvieron, excepto aquellos que ya
habían sido perdonados anteriormente y se habían vuelto a unir
a Pompeyo. Uno de los primeros en conseguirlo fue Bruto, su
futuro asesino, que, inmediatamente después de la batalla de
Farsalia, marchó tras César y se presentó ante él en Larisa, la
capital de Tesalia. César le confirió un puesto relevante. A fines
de septiembre del 47 a.C. César desembarcó en Tarento, y Ci
cerón «emprendió viaje para reunirse con él, abrigando espe
ranzas de que le perdonaría, aunque le repugnaba suplicar a su
enemigo en presencia de mucha gente. Sin embargo, no nece
sitó humillarse, porque apenas le vio César acercarse, salió a su
encuentro, le saludó efusivamente y conversó con él a solas
mientras daban un largo paseo. Desde entonces César no dejó
de tratar a Cicerón con amabilidad y respeto».116
Una vez en Roma, César rehusó cancelar las deudas, com
portándose igual que en el pasado. Como él mismo había teni
do que pedir prestadas grandes sumas de dinero, insistió en que
si condonaba las deudas «se le acusaría de beneficiarse de la
medida».117 Por lo que respecta a los arrendamientos, procuró
rebajar los precios. Para el año 46 a.C. fueron elegidos cónsu
les César y Lépido. Este último le había sustituido en Roma du
rante la expedición a Hispania.
El mayor riesgo, sin embargo, residía en el descontento de
las legiones. La ausencia tan larga de César había relajado la
disciplina hasta tales extremos que los soldados recibían a los
enviados del general a pedradas, les propinaban palizas, y en
una ocasión mataron incluso a dos senadores. Por fin las legio
nes se pusieron en marcha hacia Roma, y una vez allí acampa
ron en el Campo de Marte. El propio César solucionó otra vez
el problema cuando compareció ante los sublevados con una
simple espada a la cintura. Cuando César les preguntó qué era
lo que pretendían, ellos le respondieron que el licénciamiento
—y por supuesto la subsiguiente recompensa— . César comen
zó su respuesta con el tratamiento quintes (ciudadanos) en vez
del habitual commilitones (camaradas),118 con lo que de hecho
aceptaba su licénciamiento. «César cumpliría todas y cada una
de las promesas que les había hecho, pero después de la expe
XA GUERRA. CIVIL l8 l
dición que preparaba y de haber celebrado el triunfo en presen
cia de todas sus tropas.»119 Estas palabras acabaron con las últi
mas reticencias de los sublevados, que le pidieron encarecida
mente que los admitiera en su ejército y le ofrecieron por
propia voluntad la décima parte del botín para reparar su fal
ta. César les otorgó su perdón, aunque separó del servicio a los
cabecillas o los destinó a servicios burocráticos, reduciéndoles
su parte del botín.
César también comenzó esta expedición en otoño. Concen
tró sus tropas en la punta occidental de Sicilia y el 25 de diciem
bre (1 de octubre) del año 47 a.C. abandonó la isla en el pri
mer contingente de tropas compuesto por seis legiones y dos
mil jinetes. Una tormenta dispersó la flota de transporte, y las
naves fueron llegando por separado al norte de Africa. César de
sembarcó al sur de la provincia (aproximadamente la zona co-
MarcoPorcio Catón de Utica (95-46 a.C.), representante de la aristocracia se
natorial romana y enemigo irreconciliable de César. Museo Vaticano, Roma.
i 82 JULIO CÉSAR
rrespondiente a la actual Túnez). Al bajar a tierra, César tropezó
y se cayó, pero con su gran presencia de ánimo transformó lo
que era un síntoma de malos augurios en una señal de buena
suerte, pues cogió un puñado de tierra entre sus manos y gri
tó: «¡Ya eres mía, Africa!».120 El resto del ejército fue llegando
con lentitud, por lo que César no planteó combate abiertamen
te, sino que se dedicó a hostigar al enemigo. Debido a la difi
cultad de aprovisionamiento, los caballos eran a veces alimen
tados con algas marinas lavadas cuidadosamente y mezcladas
con hierba. Escipión, por su parte, rehuía la batalla, pero César
le obligó a luchar atacando la ciudad de Tapso, un importante
enclave de la provincia. En apariencia, César, durante el avan
ce, profundizó, demasiado y quedó sitiado en la zona compren
dida entre la ciudad y el ejército de socorro. En realidad esta
táctica era una treta para obligar a Escipión a presentar batalla
en un terreno que impedía desplegar perfectamente sus tropas.
En efecto, los elefantes de Ju b a — en Tapso se utilizaron por
última vez— no pudieron ser apostados en las alas, sino en el
frente, y la infantería ligera de César logró enfurecerlos y ahu
yentarlos, de forma que penetraron en sus propias líneas asolan
do su propio campamento. Los soldados de César, enardecidos
con la perspectiva de su próximo licénciamiento, dieron rien
da suelta a sus ansias de entrar en combate: en concreto, los de
la X legión obligaron a su trompeta a tocar la señal de ataque,
desobedeciendo las órdenes de César, que prefería esperar un
momento más propicio, y los consejos de todos los centuriones.
Sin embargo, los elefantes, en su huida, abrían una profunda
brecha en las filas enemigas, y por ella penetraron las tropas de
César, envolviendo a sus enemigos y provocando una gran car
nicería, de la que solo se salvaron los jinetes. En la batalla1, los
republicanos perdieron cincuenta mil hombres, mientras las
pérdidas de César se elevaron a unos cincuenta muertos y algu
nos cientos de heridos. A continuación César se dirigió a Utica,
capital de la provincia, al frente de la cual estaba Catón. Este,
apenas se enteró de la catástrofe de Tapso, prefirió suicidarse,
dando a entender con dicho acto que la causa de la República
estaba definitivamente perdida. César reconoció enseguida la
trascendencia de esa autoinmolación: «Tu muerte, Catón, no
me parece honrosa porque me has negado el honor de salvar
tu vida».181 César sabía de sobra la importancia de un mártir, y
LA GUERRA CIVIL 183
en consecuencia arremetió contra Catón, aun después de su
muerte, para desembarazarse de ese lastre que Catón arrojaba
contra él. Cato, la obra de Cicerón, es un panegírico postumo,
escrito después de lá muerte de aquél. «El libro, escrito por un
artista del lenguaje y con un tema muy humano, pronto encon
tró lectores entusiastas. Esta publicidad desagradaba a César,
porque sentía las alabanzas de un hombre que había muerto
por causa suya como una especie de complejo de culpa. Para
defenderse de este sentimiento, César escribió un panfleto titu
lado Anti-Cato, en el que censuraba con inusitada dureza a su
antagonista.»122 La obra no tenía motivaciones personales basa
das en el odio, sino móviles políticos claros, y en ella no falta
ba al respeto a Cicerón ni a Catón. La obra de Cicerón le me
recía esta elogiosa frase: «No se pueden comparar las palabras
de un soldado con la fuerza expresiva de un orador nato que
además dedica todo su tiempo a la literatura».123 César recalcaba
las facetas negativas de la personalidad de Catón, entre ellas su
excesiva afición al vino, pero también escribía que «hubo quie
nes al encontrárselo borracho, enrojecieron al mirarle a los
ojos», y añadía: «Puede decirse que no era Catón el que había
sido sorprendido en falta, sino ellos».124 El Anti-Cato no supone
una contradicción con las palabras pronunciadas por César
durante las honras fúnebres de Catón (citadas más arriba).
César no se dejaba influenciar por sentimientos personales, sino
por necesidades políticas, y éstas implicaban oponerse a los
intentos de utilizar su muerte como propaganda. César, con
sentido de la oportunidad, atajó a tiempo estos efectos. Tras su
muerte, Catón fue considerado durante siglos el símbolo de una
actitud que prefiere la muerte a una vida sin libertad bajo la
férula de un tirano.
Juba y otros miembros del partido senatorial se suicidaron
también, y otros fueron hechos prisioneros y ejecutados por
orden de César. Al igual que sus soldados, también él deseaba
finalizar esas luchas intestinas que duraban ya demasiado tiem
po. Reorganizó la provincia y fundó nuevas colonias, en las que
se asentaron parte de sus veteranos. El reino de Juba se convir
tió en la provincia de Africa Nova, y una parte del territorio fue
entregada a los notables indígenas que, como Bocchus y Bogud
de Mauritania, habían secundado las operaciones de César.
Desde Africa, César pasó a Cerdeña, y de aquí a Roma, a
184 JULIO CÉSAR
donde llegó el 25 de julio del 46 a.C. Se había convertido en el
dueño y señor del Imperio romano, y ya no se vería obligado a
empuñar las armas, exceptuando la sublevación de los hijos de
Pompeyo, pero este conflicto no tuvo connotaciones políticas,
es decir, no pretendía la restauración de la República, sino más
bien personales: era la lucha de César contra los descendientes
de su mayor enemigo.
En Hispania abundaban los seguidores de Pompeyo, por
eso cuando los republicanos se concentraron en Africa, se pu
sieron en contacto con los primeros. Cneo Pompeyo arribó a
aguas hispanas con una flotilla de barcos, y después de la derro
ta de Tapso llegaron Sexto Pompeyo, Vario y Labieno. Entre
todos ellos fomentaron el poderío de la facción pompeyana en
España. César mandó contra ellos un destacamento naval, de
rrotándoles en el mar, pero en tierra los pompeyanos gozaban
de un poder mucho más considerable. Por eso César, después de
celebrar la ceremonia de su triunfo, asumió personalmente el
mando de las operaciones. Delegó sus poderes en la capital en
Lépido, y se dirigió a marchas forzadas hacia el escenario de la
guerra (noviembre del 46 a.C.). A lo largo del trayecto todavía
sacó tiempo para escribir su poema lier {El viajé).125 Pisó Hispa
nia a principios del mes de diciembre, iniciando otra vez una
campaña militar durante la temporada invernal. En un princi
pio sus enemigos le eludieron. César consiguió su primer éxi
to importante con la conquista de Ategua, una plaza fortifica
da sita al sur del Guadalquivir. Sexto Pompeyo, que logró salvar
a Córdoba de la amenaza que suponía César, fracasó sin embar
go en su propósito de hacerle levantar el sitio; entonces César
le persiguió hasta Munda (actual Montilla, al sur de Córdoba),
aprestándose para la lucha. Cuando Sexto Pompeyo descehdió
de las montañas, César dio la orden de ataque, a pesar de que
para sus soldados salir al encuentro del enemigo marchando
cuesta arriba constituía un esfuerzo suplementario. Fue un com
bate encarnizado, en el que los pompeyanos (para los que la de
rrota significaba el ocaso definitivo) se defendieron con uñas y
dientes, amparándose en su mejor conocimiento del terreno.
De nuevo César intervino de manera decisiva en el combate, y
al concluir éste afirmó: «He luchado a menudo por conseguir
la victoria, pero hoy por primera vez me he batido por mi vida».
En efecto, a sus cincuenta y cinco años, César saltó del caballo
LA GUERRA CIVIL 185
y, despojándose del casco para ser fácilmente reconocible, se
situó en primera línea, al frente de la X legión. «Hoy es el últi
mo día de esta campaña tanto para m í como para vosotros.
¿Queréis parecer adolescentes ante vuestro propio caudillo? Si
es así, recordad el momento en que dejasteis a vuestro impera
tor en la estacada.» Y mientras pronunciaba a gritos estas pala
bras, arrancó hacia delante y — como en el Sambre— arrastró
tras de sí a sus legionarios. Sexto Pompeyo intentó traer refuer
zos del otro flanco, mientras Labieno acudía al campamento
con algunas cohortes para defenderlo de la caballería de César.
En cuanto César se dio cuenta de los movimientos de sus ene
migos, gritó: «¡Ya huyen!», animando a los suyos con esas esca
sas palabras e induciendo al enemigo a interpretar erróneamen
te los movimientos de sus propios soldados. Después de haber
luchado durante todo el día, la batalla terminó con una victo
ria total de César.126 Treinta mil pompeyanos murieron, entre
ellos Vario y Labieno; Cneo Pompeyo pereció en la huida, y
alguien le cortó la cabeza y se la llevó a César, que la expuso en
público como símbolo inequívoco de su triunfo.
El resto de Hispania fue sometido con rapidez. César per
maneció tres meses en el territorio organizando su administra
ción. Castigó con dureza los diferentes focos de oposición, por
ejemplo Córdoba y Sevilla. Reguló, de acuerdo con el partido
que habían tomado durante la contienda, la categoría y el ran
go de las distintas comunidades hispánicas. Colonizó el país con
ciudadanos romanos, contribuyendo así a su pronta romaniza
ción. Durante su regreso a Italia, César reestructuró también la
provincia narbonense, fundó nuevos asentamientos de ciudada
nos romanos y dio tierras a sus veteranos. Las colonias griegas
del país fueron latinizadas con la llegada de un aluvión de ciu
dadanos romanos. A primeros de septiembre del año 4 5 a.C.
César pisaba de nuevo Roma.
La guerra de Hispania fue una simple interrupción de la
paz, sólidamente cimentada con la victoria de César en el nor
te de Africa. Al llegar a Roma, puso de manifiesto la grandeza
de sus éxitos en un discurso pronunciado ante el pueblo. «Los
territorios conquistados son tan gigantescos que el erario públi
co obtendrá de ellos anualmente doscientas mil fanegas de tri
go y tres millones de libras de aceite.»127 En agosto (junio) del
46 a.C. César celebró su cuádruple triunfo sobre la Galia, el
ι86 JULIO CÉSAR
Ponto, Egipto y África. Ataviado con las vestiduras tradicionales
y lujosas del triumphator, César recorría Roma montado en una
cuadriga y al llegar al Capitolio ascendía por la escalinata flan
queado por el cortejo solemne de sus soldados victoriosos. Tras
él, un esclavo le recordaba la precariedad de todas las cosas
humanas, mientras sus tropas, siguiendo la antigua usanza, re
citaban versos satírico-burlescos poniendo en solfa sus debilida
des y dando pábulo a todos los chismes, como por ejemplo:
Romanos, vigilad con atención a vuestras mujeres,
pues ya llega el galán calvo.
Derrochaste tu dinero con las putas de la Galia,
y ahora tendrás que pedir prestado.128
O éste:
César sometió a la Galia, y cayó en las redes
de Nicomedes,
y ahora celebra su victoria sobre la Galia.
¿Cuándo celebrará Nicomedes la suya?129
El cortejo enarbolaba representaciones de los países vencidos y
además una reproducción de la famosa carta en la que César
consignaba su famosa frase Veni, vidi, v id Se mostraba el botín
conseguido: solo en oro había sesenta y cinco mil talentos y casi
tres mil coronas con un peso total de 20.414 libras (unos 7.100
kilogramos). Tres de los triunfos estaban simbolizados por pri
sioneros prominentes: Vercingétorix, que fue ejecutado a con
tinuación de la ceremonia; Arsínoe, hermana de Cleopatra, y un
hijo de Juba. En ningún caso se aludió a Farsalia. La guerrá de
África era considerada como una guerra contra un país extran
jero, y en consecuencia sus aliados romanos, reos de alta trai
ción. A la ceremonia del triunfo siguieron magnos festejos po
pulares, con los que César conmemoró al mismo tiempo los
prometidos juegos en honor de su fallecida hija Julia. Al cuar
to día de fiesta, se instalaron veintidós mil triclinium (con capa
cidad para sesenta y seis mil personas) desde los que los roma
nos asistieron a una suculenta y exquisita comida. El reparto del
botín entre las tropas fue el siguiente: a cada soldado raso le
tocaron cinco mil denarios, diez mil al centurión y veinte mil a
LA GUERRA CIVIL 187
Los sicarios de Tolomeo presentan a César la cabeza de Pompeyo. Museo Nacio
nal, Florencia.
los tribunos militares. César cumplió la promesa que había dado
al iniciarse la guerra civil a todos los pobres que recibían trigo
del Estado, pues les premió con cien denarios, diez fanegas de
trigo y diez libras de aceite a cada uno. A los inquilinos más
pobres se les condonaron las rentas de un año.
Después de la victoria de Munda celebró un nuevo triunfo
(comienzos de octubre del 45 a.C.), unánimemente considera
do como una victoria sobre los habitantes de Hispania. En este
caso César opinó que los hijos de Pompeyo eran reos de alta
traición contra el Estado, pero hubo quienes disintieron de esta
opinión, creyendo más bien que lo que allí se festejaba era una
victoria de romanos sobre otros romanos y así se lo hicieron
saber a César. En esta ocasión el triunfo resultó mas deslucido
ι88 JULIO CÉSAR
que el del año anterior, y el pueblo censuró los escasos banque
tes habidos, por lo que César cuatro días más tarde de finalizar
la ceremonia, añadió un ágape para los habitantes de Roma.
La victoria de César y su acceso al poder absoluto fueron
subrayados con una serie de homenajes votados afirmativamen
te por el Senado y el pueblo: la dictadura vitalicia, el título de
imperator transmisible a sus herederos, rango de tribuno de la
plebe, derecho a usar a perpetuidad la silla curul, hecha de
marfil, que correspondía únicamente a los magistrados superio
res, derecho de presentar propuestas de obligado cumplimiento
en las elecciones a las magistraturas.
Todos estos honores conllevaban una elevada carga políti
ca. A todo esto hay que añadir la fiesta de acción de gracias, que
duró cuarenta días, tras la victoria de Africa, el aumento del
número de lictores a setenta y dos, la erección de una estatua
de César en el templo de Júpiter situado en el Capitolio, y de
la que César hizo tachar la inscripción en la que se le definía
como semidiós. Podía vestir las ropas de triumphator en cual
quier ceremonia o aparición pública, y se le concedía el privi
legio de portar siempre la corona de laurel sobre su frente. En
los juegos del circo, su efigie iría en el cortejo de las de los dio
ses; asimismo, en el templo de Quirino también se levantaría
otra estatua de César con la siguiente inscripción: «Al dios in
victo». En el Capitolio, junto a las estatuas de los reyes y del li
bertador Bruto, se emplazaría otra de César. Esta larga serie de
distinciones honoríficas no gozó del aplauso unánime, puesto
que algunas de ellas tropezaron con la oposición del propio
César. Pero es innegable que en conjunto demuestran que por
entonces (estamos en el verano del 46 a.C.) en Roma manda
ba un solo hombre: César. !
C ÉSA R
César había llegado por fin a la cima, y a ello habían contribui
do tanto factores personales (su indomeñable voluntad, sus
dotes, su conciencia de esa meta autoimpuesta) como necesida
des históricas. Tenía cincuenta y cuatro años. En una mirada
retrospectiva analizó los inicios de su actividad política, treinta
años atrás: decididamente no había logrado su objetivo reco
rriendo un camino recto y planificado de antemano. Cierto que
su meta fue siempre la misma, aunque no las circunstancias, y
éstas le enseñaron a variar su rumbo y a utilizar nuevas vías para
alcanzar aquélla. Era el vástago de una de las familias romanas
de más rancia nobleza; además de estas raíces aristocráticas, en
César confluía también un talento extraordinario, tan versátil
como eficaz. Era estadista, legislador, jurista, orador e historia
dor; había escrito, por si esto fuera poco, algunos poemas y una
obra de gramática; conocía las matemáticas y las técnicas de
construcción, y siempre supo rodearse de las personas más ca
pacitadas. Podía dictar a la vez seis cartas desde su caballo, mien
tras los escribanos caminaban a su alrededor montados en lite
ras. A su inteligencia se unía una voluntad a toda prueba que
exigía el máximo tanto a sí mismo como a los demás. Era muy
rápido de reflejos y así lo demuestra su actuación en las distin
tas campañas militares. En la marcha de Gergovia contra los
eduos, recorrió con cuatro legiones de infantería ligera, es de
cir, sin bagajes, 75 kilómetros en 28 horas, distancia para la que
el reglamento de campaña del ejército prusiano calculaba en
condiciones normales tres días. Su escaso apego al sueño le
permitía viajar de noche para ahorrar tiempo. Estas cualidades
implicaban una fortaleza física a la altura de cualquier circuns
tancia. Era alto y delgado, de ojos negros y vivos que a menudo
dejaban traslucir alegría y benevolencia. Rivalizó con sus pro
pios soldados en equitación (cabalgada a la Galia sublevada en
igo JULIO CÉSAR
el 58 a.C.), natación (Alejandría), marcha (Cévennes, 58 a.C.),
dominio de la espada (batalla contra los nervios, Munda) y
siempre estuvo a su altura, lo cual implica un entrenamiento
corporal metódico y bien programado. La medicina actual con
sidera verosímil que padeciera una dolencia de tipo epiléptico,
aunque parece ser que los ataques no eran muy frecuentes (dos
en sus últimos años de vida). Su tendencia a la sobriedad pre
servó su salud. No era abstemio, pero procuraba evitar excesos
con el alcohol; tanto es así que su enemigo Catón — que era en
este aspecto radicalmente distinto— afirmó una vez que César
había sido el único que había acometido sobrio la subversión
del Estado .130 Cuando no le quedaba más remedio (en Alejan
dría, por ejemplo) , «evitaba excesos nocturnos para poder de
fenderse de cualquiera que atentase contra su vida ».131 Desde su
adolescencia cuidaba sobremanera su aspecto externo, preocu
pación que mantuvo hasta la senectud. Era una simple muestra
más de sus deseos de perfección, rasgo éste muy característico
de César, y del que pondremos dos ejemplos: mandó demoler
y edificar de nuevo una quinta recién construida porque no
respondía por completo a sus exigencias, y se separó de su es
posa Ju lia en cuanto cayó una sombra sobre su buen nombre.
Ese mismo deseo de perfección le convirtió en autor de una
prosa latina intachable y en maestro de estrategos, y subyace en
numerosos rasgos de su personalidad citados anteriormente.
Estas aspiraciones han llegado a confundirse erróneamen
te con la ambición, cuando la realidad es que César era cons
ciente de que solo dominando el Imperio podría desarrollar
plenamente su tarea. César, además, sabía valorar la importan
cia del poder, y es en ese conocimiento y en la adaptación a
cada circunstancia para sacar el máximo provecho de ella don
de revela su talento el auténtico político. Sin embargo, esa as
piración no se fosiliza hasta devenir en un doctrinarismo basa
do en decisiones irrevocables, sino que confluye con una
independencia y plasticidad de la inteligencia, merced a la cual
sorprendía una y otra vez a sus enemigos, por ejemplo, indepen
dizando las operaciones militares de la servidumbre de las esta
ciones. Pero aún se manifiesta de modo mucho más impresio
nante y en toda su grandeza cuando la situación se vuelve
contra él, cuando se le resiste y él es consciente de ello y diri
ge su respuesta desde ese presupuesto. En su expedición al Rin,
CÉSAR
César autolimita su labor de conquista, y se da por satisfecho
con una reestructuración de las fronteras; cuando intenta dete
ner a Catón, y se encuentra con la oposición cerrada del Sena
do, desiste; al rehusar Cicerón sus propuestas, le deja libertad
absoluta. En este último ejemplo, el reconocimiento de la inuti
lidad de sus esfuerzos debió de afectarle profundamente, por
que César había comprometido su persona en el asunto. Ejer
cía una gran fascinación sobre los otros, producto de un
respecto innato que emanaba de lo más hondo de su ser. Cuan
do una vez su anfitrión le ofreció aceite rancio en lugar de fres
co, César — al revés que sus compañeros— pidió más para no
dar la impresión de que tachaba a su anfitrión de torpe o incul
to. El mismo trato respetuoso utilizó con Cicerón cuando éste
se le sometió, evitándole humillaciones innecesarias. Una prue
ba más: en el 45 a.C. César, acompañado de todo su séquito, fue
a visitar a Cicerón, con escaso entusiasmo por parte de éste, que
escribe: «¡Qué huésped más antipático! Sin embargo, no me
pesa haberle acogido, porque se portó con exquisita cortesía...
Llegó a la playa, y se bañó sobre las catorce horas. Concedió
audiencias... Luego se hizo ungir, y se sentó a la mesa. Como se
proponía tomar un vomitivo, comió y bebió sin remilgos y con
gran apetito. Fue una comida magnífica, bien presentada “bien
cocinada y sazonada y salpicada de una agradable conversa
ción”. Se le notaba a gusto y cómodo... Hasta aquí el relato de
la visita o del alojamiento, si quieres, que a mí, te lo repito, no me
entusiasmó, pero tampoco me pareció desagradable o inoportu
na ».132 César sabía tratar a las personas y así lo demuestran las
relaciones con sus soldados. La fascinación que irradiaba de su
personalidad, la genialidad de sus tácticas militares y la estrecha
vinculación con sus tropas posibilitaron que su ejército le respon
diera como un solo hombre y confiriéndole un poder tal que con
él «sería capaz de conquistar el mismo cielo »."33
Si genial es la estrategia con la que César convierte las de
rrotas en victorias (Gergovia, Dyrrhachium), no lo es menos su
capacidad para insuflar nuevos ánimos a las desmoralizadas tro
pas: no solo no disculpa a sus hombres, sino que les censura con
acritud, les castiga incluso, y analiza abiertamente la situación
para convencer al fin a sus soldados de que la derrota era inevi
table pero no definitiva. César nunca exigió a sus legionarios
grandes esfuerzos falseando una situación crítica, porque sabía
192 JULIO CÉSAR
F. Koepp: Die Rômer in Deutschland (Bielefeld-Leipzig, 1 9 1 2 )
Condecoraciones (phaleras) de un oficial romano. Antiquarium der Kônigl,
Berlín.
que a la larga esto no compensa; pensaba que solo la sinceridad
despierta la confianzá y estimula a superarse a uno mismo. Una
de sus arengas pronunciada en la guerra de Africa, cuando Juba
se aproximaba con sus fuerzas, dice: «Tened claro lo siguiente:
dentro de unos días estará el rey frente a nosotros con diez le
giones, treinta mil jinetes, cien mil soldados de infantería lige
ra y trescientos elefantes. Con esto quiero terminar con las ha
bladurías que algunos han propalado entre vosotros; debéis
creerme, porque tengo información de primera mano. Si esos
tales siguen alimentando falsos rumores, los pondré en el bar
co más desvencijado y los abandonaré a su suerte en el mar ».134
CÉSAR 193
César cultivaba celosamente las relaciones con sus soldados.
Además de combatir codo a codo junto a ellos en casos excep
cionales y urgentes, siempre estaba con ellos. En las duras mar
chas, iba a la cabeza, sufriendo las inclemencias del tiempo.
Siempre estaba dispuesto a reconocer los servicios extraordina
rios prestados por sus hombres, y a premiarlos con la recompen
sa de armas valiosas o condecoraciones. No desdeñaba, en cier
tos casos, entrenar él mismo a sus tropas, «como hace un
maestro de gladiadores con sus nuevos pupilos».135 Son nume
rosos los pasajes de sus escritos en los que César describe las
proezas de sus soldados, su valentía, su ingenio, su capacidad
para la sátira y la broma, como ya se ha citado al relatar la ce
remonia del triunfo. El estimulaba todas estas cualidades, y así,
por ejemplo, cuando en la guerra de Africa empezó a difundirse
una profecía que afirmaba que en África siempre vencería un
Escipión, César tomó a uno de los descendientes venido a me
nos de esta familia y lo puso a la cabeza de su ejército. Sus ve
teranos le dirigen la palabra espontáneamente, como Cratino
en Farsalia. Sin embargo, esta relación de confianza nunca re
vistió el aspecto de una falsa amistad ni contribuyó a relajar la
disciplina. Juzgaba con extrema severidad a los desertores y
amotinados, pero podía hacer la vista gorda, sobre todo después
de un combate que había finalizado en victoria: «Mis soldados
saben batirse con bravura, aunque huelan a perfume».13®
Por lo que se refiere a los pocos casos de insubordinación
a lo largo de más de diez años de duras campañas (el descon
tento y quejas de Besançon, el motín de Piacenza y el anterior
a la expedición a Africa), no se sabe qué produce más asombro,
si la insubordinación en sí o la rapidez, independencia y maes
tría psicológicas con las que César la sofoca. En otras ocasiones
(Ilerda y Tapso), el descontento entre la tropa surge porque no
se le exige demasiado, lo que indica que César planteaba ele
vadas exigencias a sus soldados, y no solo en casos excepciona
les, sino en la vida diaria. «Mandó levantar una empalizada de
más de diecinueve millas romanas y una altura de dieciséis pies
( 1,80 m) y cavar un foso alrededor desde el lago de Ginebra
hasta el Ju ra »137 con poco más de una legión. El ejército de Cé
sar es un fiel instrumento de su voluntad: «Sean cuales sean tus
órdenes, las cumpliremos a rajatabla ».138
César también sabía cautivar al pueblo y ganar sus corazo-
194 JULIO CÉSAR
Rembrandt-Verlag, Berlín
Planta del Forum Julium, mandado construir por César en Rama.
nes, en especial durante la primera fase de su actividad políti
ca, cuando se ocupaba de política interna y de labores de pro
paganda. Tras los sucesos de Tapso, incrementa su actividad en
este campo. A los festejos y diversiones populares que se suce
dían con rapidez y se distinguían por su esplendor, se añadie
ron los edificios con los que embelleció la ciudad —la basílica
Julia, por ejemplo— . El Foro, construido a sus expensas, que
dó como testimonio perenne de su generosidad. Desde el año
54 a.C. compró a través de intermediarios, como Cicerón y
otros amigos, una serie de casas particulares al este del Forum Ro
manum, consiguiendo así los terrenos para instalar un mercado,
situado fuera del bullicio y de la agitación del viejo Foro, que
sirviera para la judicatura y otros asuntos públicos. Dentro de
este ForumJulium se construyó un templo en honor de la gene
radora de la gensJulia, la Venus Genetrix, previsto por César des
de antes de la batalla de Farsalia. Este templo se convirtió en
sede de una importante colección de obras de arte; a su entra
da se colocó una estatua del caballo favorito de César: era un
animal nacido en su propio establo, con unas pezuñas muy
curiosas, hendidas como si tuviera dedos. Los augures habían
visto en ese hecho extraordinario un presagio del futuro domi
nio del mundo, y César había alimentado con sumo cuidado al
animal, y jamás había permitido que lo montara nadie que no
fuera él.139 De la misma forma que en el terreno militar, César
CÉSAR *95
Ruinas de la basílicaJulia, en elForo romano, uno de los monumentos con que
César contribuyó al esplendor de la ciudad.
también se mostró como un dominador del pueblo, señalándo
le sus propias limitaciones. Después de la celebración del triun
fo, en la que los más pobres fueron agasajados con abundancia,
hizo revisar el número de los que tenían derecho a asistencia
del Estado, y redujo en virtud del censo el número de ciudada
nos a los que se les daba trigo gratuitamente de 320.000 a
150 .000 . Esta cifra máxima se completaba todos los años me
diante sorteo entre los más indigentes. César se convirtió en un
JULIO CÉSAR
Ruinas de otro de los templos construidos por César, el de la Venus Genetrix,
en el Forum Julium de Roma.
personaje muy popular y digno de confianza, tanto en Roma y
en el Foro como en los campamentos militares.
Un hombre de semejante carisma no dejaba de impresionar
también hondamente a las mujeres. Sus aventuras amorosas
corrían de boca en boca. Mommsen ha escrito que César fue
uno de esos hombres que en sus años jóvenes fueron devorados
por la llama abrasadora del amor femenino, y desde entonces
quedaron latentes en él para siempre los rescoldos. La comedia
de Shaw —y otras obras de éxito de nuestros días— recogen esta
faceta de su personalidad. Con todo, es una equivocación —y
así lo pone de manifiesto Shaw— analizar el papel de las muje
res en la vida de César bajo el prisma del erotismo, porque al
CÉSAR 197
menos dos de dichas mujeres —su madre, Aurelia, y su hija
Julia— no tienen nada que ver con ello. De sus progenitores, la
madre ejerció una.gran influencia sobre él, acrecentada por
la temprana muerte de su padre. Tácito la incluye entre las ma
tronas romanas protectoras de la casa y de su prole, y la consi
dera una mujer que velaba por los estudios y ocupaciones de sus
hijos, por sus ocios y sus juegos .140 Fueron los parientes de la
madre los que aplacaron a Sila para que perdonara al joven
proscrito, y ella la que se encargó de vigilar a su frívola nuera
Pompeya, la que descubrió sus amoríos con Clodio y la que ata
jó los intentos del intruso y testimonió contra él ante un tribu
nal. Fue su madre la que trabajó incansablemente para que
César se divorciara de Pompeya y la que contribuyó al posterior
matrimonio de su hijo con Calpurnia. Creía que un nuevo
matrimonio daría a César los hijos que no había tenido en su
segunda unión, pero no fue así. Bajo estos ejemplos superficia
les, descubrimos los desvelos de la madre por su hijo, y César,
consciente de ello, le agradeció todos sus desvelos, y así lo de
muestran sus palabras de despedida antes de su elección como
pontifex maximus.
Otra de las mujeres fue su cuñada Julia, esposa de Mario,
que influyó en la boda de César con Cornelia, la hija de Cinna,
matrimonio que fortaleció los lazos de César con el partido
popular. Pese a su innegable trasfondo político, ésta fue una
boda por amor, y constituye el primer ejemplo en su vida de
maridaje entre política y amor. La prueba palpable de dicho
amor es su negativa a obedecer la orden de Sila para que se
divorciara de Cornelia. Además, no olvidemos que César, rom
piendo la costumbre establecida, pronuncia las oraciones fúne
bres de su esposa y de su tía Julia. Esta muestra de veneración
no tenía únicamente motivaciones de tipo propagandístico, y
aunque es evidente que las hubo —lo que evidencia a su vez la
influencia de los actos de César en la vida política—, es verdad
que obraba así por naturaleza y no por cálculo.
Su amor hacia Cornelia se proyectó sobre Julia, la hÿa de
ambos. Esta casó en 5 g a.C. con un Pompeyo veintitrés años ma
yor que ella. Fue también un matrimonio por amor, y mientras
Julia vivió fue el eslabón que mantuvo la alianza entre su padre
y su esposo. En el 55 a.C. se produjeron disturbios y la sangre
corrió por el Foro, salpicando la toga de Pompeyo, que tuvo que
JULIO CÉSAR
cambiársela. Cuando los esclavos llevaron a su casa sus ropas en
sangrentadas, Ju lia se desmayó al verlas y tuvo un aborto. Al
poco tiempo quedó embarazada de nuevo, pero en septiembre
del 54 a.C. murieron durante el parto la madre y el niño. El
pueblo determinó que fuese incinerada y enterrados sus restos
con todos los honores en el Campo de Marte, medida motiva
da tanto por la veneración hacia la fallecida como por el deseo
de reiterar la fidelidad a su padre, que en el plazo de un mes
había sufrido dos golpes muy duros: la pérdida de su madre y
la de su hija. César, absorbido por su campaña en las Galias, no
pudo asistir a las honras fúnebres de ninguna de las dos, pero
Cicerón, en una de sus cartas, atestigua el hondo dolor que le
depararon ambas muertes.141
Aurelia y las dos Julias desempeñaron un papel importan
te en la vida de César, sin que su influencia estuviese mediati
zada por impulsos de índole erótica. Su madre y su tía velaron
por él durante su juventud; en el caso de su hija y de su prime
ra esposa, se hermanaban el cariño y la política. Todas estas
experiencias determinaron la actitud de César frente a las mu
jeres.
Los hombres sobre cuya juventud ha planeado la imagen de
una madre buena y querida — el ejemplo más conocido es
Goethe— buscan una y otra vez a lo largo de su vida la mujer
que los complemente de muy distintas maneras. Esto mismo
puede aplicarse a César: buscaba por naturaleza la voluntad de
poder y de dominio, el favor de sus tropas y del pueblo, pero
también sentía gran atracción por las mujeres, y éstas por él. Las
relaciones hombre-mujer, sobre todo el matrimonio, tenían en
Roma, desde sus orígenes, matices políticos. ¡
Casi todas las relaciones de César con las mujeres entrañan
un componente político; sus matrimonios están condicionados
por la política: en su boda con Pompeya fueron determinantes
sus lazos con Pompeyo, y en sus terceras nupcias con Calpurnia
afloran también condicionamientos políticos. El mismo año en
que se casaban Julia y Pompeyo, César emparentaba con Lucio
Calpurnio Pisón, uno de los dirigentes populares más influyen
tes. César y Calpurnia — que era unos veinte años más joven que
su esposo— no tuvieron descendencia. Las dilatadas ausencias
de César, debidas a sus interminables expediciones militares,
imposibilitaron una convivencia estrecha, aunque los temores
CÉSAR 199
de Calpurnia por un posible asesinato de su marido dejan en
trever su amor por él. Este matrimonio estuvo a punto de dis
gregarse también por motivos políticos: al morir Julia, César
ofreció a Pompeyo la mano de Octavia, una nieta de su herma
na, y solicitó a su vez por esposa a una de las hijas de Pompe
yo, que a la sazón contaba veinte años. A César no le hubiera
resultado muy difícil divorciarse de Calpurnia, aduciendo la
falta de descendencia, pero este intento de renovar su alianza
con Pompeyo no llegó a prosperar.
Las relaciones extraconyugales de César llevan también en
su seno ingredientes políticos. De cualquier modo, en este
ámbito es imposible deslindar la historia de la leyenda. Su pri
mera amante fue Servilia, hermana de Catón y madre de Bru
to, su futuro asesino. Su pasión por César era tan desmesurada
que llegó a enviarle un billete recomendándole que extremara
sus precauciones cuando participaba en el Senado en el juicio
contra los partidarios de Catilina. Pero Catón se apercibió del
asunto y comenzó a gritar, lleno de indignación, que César re
cibía noticias en secreto de los enemigos del Estado; César en
tonces le arrojó la carta, poniendo en evidencia a Catón ,142 Sus
amores con Servilia eran de dominio público, y las habladurías
menudeaban. Se decía que César le había regalado durante su
consulado una perla valorada en seis millones de sestercios, que
durante la guerra civil le había proporcionado la compra de
terrenos a bajo precio y que Servilia, siendo de edad avanzada,
le había ofrecido a su hija. Se ha planteado alguna vez la hipó
tesis de que Bruto fue un fruto de estos amores, pero esto es
una invención de corte sentimental notoriamente falsa. La re
lación de César con Servilia es la única en la que no subyace
ningún trasfondo político.
Otras amantes de César fueron: Postumia, casada con el
influyente abogado Servio Sulpicio Rufo, que por consejo de su
esposa depuso su oposición a César y se negó a adherirse a
Pompeyo durante la guerra civil; Lolia, esposa del dirigente del
partido popular Aulo Gabinio, que medió para que se le enco
mendara a Pompeyo el mando de la expedición contra los pi
ratas y que fue nombrado legado de Pompeyo desde el 66 a.C.
al 63 a.C.. La motivación de estrechar vínculos con el partido
popular es evidente. Al parecer César fue también uno de los
amantes de Mucia, la segunda esposa de Pompeyo, durante la
200 JULIO CÉSAR
estancia de este último en Asia Menor, circunstancia que pro
vocó el divorcio del matrimonio tras el regreso del marido. En
la aproximación de César a Craso desempeñó un importante
papel Tertulia, la esposa del último. Tampoco en esta ocasión
fue César el único a quien ella dispensó sus favores. De este en
tramado amoroso, apenas sabemos más datos que el nombre de
la mujer; pero hay en él algo que nos llama poderosamente la
atención: en todos estos casos, las derivaciones amorosas no
menoscaban la estrecha colaboración política de César con los
respectivos maridos presuntamente burlados, coincidencia que
abona la hipótesis de que las razones políticas prevalecían sobre
las amorosas.
Este punto es también aplicable a las relaciones de César
con mujeres no romanas, por ejemplo: Eunoé, esposa del rey
Bogud de Mauritania, aliado de César en la campaña de Africa,
o Cleopatra. El encuentro de ésta con el general romano ya ha
sido referido con anterioridad. No hay duda de que César de
bió de sentirse profundamente impresionado por la aparición
de la joven reina de Egipto. César debió de sufrir ese estímulo
de que habla Plutarco a propósito del encuentro entre Cleopa
tra y Antonio siete años más tarde: «Su belleza, en sí misma, no
era tan extraordinaria como para provocar rendida admiración
a los que la veían, pero en el trato diario ejercía un poder de
atracción casi irresistible, lo que unido a su conversación fluida
y apasionada componía una especie de aguijón que penetraba
hondamente los espíritus. El timbre de su voz denotaba felici
dad y poseía registros muy variados que manejaba con soltura
en varias lenguas. Utilizaba intérpretes en muy contadas ocasio
nes, ya que se entendía a la perfección con los etíopes, troglo
ditas [tribus que vivían junto al mar Rojo], hebreos, árabes, si
rios, medos [Irán] o partos. Había aprendido además otros
idiomas, al contrario que los monarcas anteriores a ella, que ni
siquiera hablaban a la perfección egipcio y habían llegado a
descuidar el macedonio, lengua de los fundadores de su dinas
tía».143
Una belleza que solo desplegaba todos sus atractivos en la
conversación y en el intercambio intelectual, difícilmente podía
ser captada a través de un retrato. Llaman la atención en él su
larga nariz y el tamaño de su boca. Cleopatra disponía, por
descontado, de todos los secretos del arte de la cosmética, y con
CÉSAR 201
Césarfue, al parecer, tan afortunado en el amor como en la guena Sus corre
rías amorosas le llevaron desde los alegres prostíbulos de la Subura hasta las
alcobas aristocráticas. Damas como las que aparece en este grabado jugando a
las tabas se disputaron susfavores. Museo de Nápoles.
su nombre circulaban recetas sobre este tema; por poner un
ejemplo, contra la calvicie y caída del cabello se recomendaba:
ratones y dientes de caballo reducidos a cenizas, cera de abeja
y resina de roble. Sobre su persona y su corte gravitaba el peso
de una cultura exótica, misteriosa y secular. César, que frisaba
ya en los cincuenta años, volvió a sentir el impulso amoroso,
quizá con más intensidad que en ninguna otra ocasión desde la
muerte de su primera esposa. Pero no le cegó la pasión como
le sucedería a Antonio en el futuro, porque el político supo
mantener la cabeza fría y las riendas del poder en sus manos.
202 JULIO CÉSAR
Su alianza con Cleopatra le garantizaba el dominio de Egipto.
Esto no implica, no obstante, que la relación de César con Cleo
patra fuese fruto del cálculo, ni tampoco que los resultados
políticos de tal unión se debieran al azar. En el César hombre,
cuando confluyen amor y política, el primero se somete a la
segunda: todos sus actos dependen de una voluntad política.
César es un político nato, y este rasgo de su personalidad es el
principio que rige su actuación en cualquiera de sus facetas,
incluyendo su relación con las mujeres.
Los lazos con Cleopatra se mantuvieron después de salir
César de Egipto, como lo demuestra la estancia de Cleopatra en
Roma, ciudad en la que permaneció hasta después del asesina
to de César (septiembre del 46 a.C. a abril del 44 a.C.). Fijó su
residencia y la de su séquito en los jardines de César, situados
al otro lado del Tiber, cerca de la actual Villa Farnesina. César
la visitaba a menudo, y ella permaneció en la capital durante la
campaña de César en Hispania (noviembre del 46 a.C. a octu
bre del 45 a.C.); tampoco hizo ademán alguno de marchar
cuando César comenzó los preparativos para una campaña en
las fronteras orientales de varios años de duración. Por todo
esto se sospecha que César la trajo a Roma para tenerla bajo
control e impedirle dar pasos imprevistos. Por otro lado, César
instaló su efigie entre las obras de arte del templo de Venus
Genetrix, ¿se entrelazan de nuevo el amor y la política? Muchos
romanos se escandalizaron con esta corte extranjera, dentro de
la cual Cleopatra brillaba con luz propia. Por eso resulta tanto
más asombroso — exceptuando un pasaje ambiguo de Cice
rón— que no se hablase entre sus contemporáneos de un hijo
suyo y de César, según ella. Cleopatra lo llamó Tolomeo César,
y los alejandrinos, en broma, Cesarión. Antonio afirmó ihás
tarde ante el Senado que César lo había reconocido, y puso de
testigo a Opio; éste, sin embargo, desmintió por escrito que
César fuese el padre. La paternidad de César fue ya muy discu
tida en la antigüedad e investigadores modernos han expresa
do también sus dudas: esa falsa afirmación sale a la luz tras la
muerte de César, y Antonio y Cleopatra la defendieron por ra
zones políticas .144 El muchacho sería asesinado más tarde por
orden de Octavio, el heredero de César. Su existencia no tuvo
consecuencias políticas y parece ser puesta en duda por un
hecho: la adopción por César de su sobrino Cayo Octavio — el
CÉSAR 203
WÊÊKÊKÊÊÊÊk
Moneda con la efigie de Cleopatra. La reina deEgiptofue amante deJulio César
y, según ella, tuvo un hijo del general romano, extremo éste que no ha podido
ser comprobado históricamente.
futuro emperador Augusto— y su designación como heredero
en su testamento de septiembre del 45 a.C. Hay que atenerse a
estos hechos. Cleopatra pudo haber ideado proyectos muy am
biciosos durante su estancia en Roma, pero nada nos permite
suponer que César estuviese dispuesto a secundarlos.
La personalidad de César se manifiesta también en la rela
ción con sus enemigos. César trató de atraer a la aristocracia
(que en general había sido partidaria de Pompeyo) con una
política de clemencia y buena voluntad. Los temores a que usase
la victoria como anteriormente Mario, Cinna y Sila, resultaban
a todas luces infundados, puesto que él había rechazado esos
modelos .145 Bajo su mandato no se practicaron proscripciones.
César se sentía responsable de todos los ciudadanos romanos,
independientemente de sus tendencias políticas. A lo largo de
su vida dio suficientes pruebas de clemencia: recuérdese, por
204
Car Winter Universitàtsverîag, Heidelberg
Cabeza de César. Se trata de la única representación contemporánea del gene
ral romano que se ha conservado hasta hoy. Palacio Aglié, Turin.
CÉSAR 205
ejemplo, el perdón a los prisioneros de Corfinio o el trato que
dispensó a Cicerón. Según este último, César no olvidaba nada,
salvo las ofensas.14® Desde César, y por su ejemplo, la clementia
es una de las cualidades que no deben faltar a un gobernante.
Se ha planteado la cuestión de si la clemencia era un rasgo in
herente a su propio carácter o personalidad o si actuó así por
cálculo político. Diversos hechos hablan en favor de la prime
ra suposición, pues César se mostraba compasivo y clemente
incluso en asuntos sin connotaciones políticas; por ejemplo:
mandó que los piratas fuesen estrangulados antes de su cruci
fixión para evitarles los espantosos sufrimientos de la muerte en
la cruz; perdonaba de buen grado la vida a los gladiadores y
daba la señal de interrumpir el combate antes de que el venci
do recibiera el golpe de gracia. En el fondo, la pregunta plan
tea una falsa alternativa: la clemencia era uno de los rasgos ca
racterísticos de César, aunque él la utilizaba a veces por motivos
políticos, o la reprimía y actuaba con dureza: cuando sus medi
das pacificadoras no dieron el resultado apetecido en las Galias,
César aseguró la tranquilidad empleando medidas muy severas.
Distinguía entre el rebelde contra el Estado, el insurrecto, so
bre el que proyectaba toda la fuerza del castigo (los piratas,
Dumnórix, Vercingétorix, los pompeyanos que se refugiaron en
el reino de Juba, los mismos hijos de Pompeyo) y el ciudadano
romano que no había abjurado de su condición, con el que se
mostraba clemente. César procuró siempre no crear mártires,
de ahí su trato indulgente para con los partidarios de Catilina,
y sus lamentos por no haber podido salvar la vida a Catón. Al
gunos de los discursos de Cicerón, como el pronunciado en
favor de Marcelo o de Ligario, documentan la impresión que
causaba la clemencia de César: en ambos Cicerón apela a la
misma, utilizándola como argumento básico de su defensa; en
el primero de ellos agradece el perdón concedido por César
a su enconado enemigo (Marcelo había sido cónsul durante el
51 a.C.) y manifiesta su esperanza en una reorganización del Es
tado basada en nuevos principios. El Senado deificó la clemen
tia Caesaris, construyendo un templo en su honor. Muchos de
sus asesinos habían sido indultados anteriormente por César. De
aquí que después de su muerte los cesaristas dijeran que había
sido su propia clemencia la fuente de su desgracia, puesto que
de no haberla practicado no hubiera tenido tal fin .147
2o6
Car Winter Universitàtsverîag, Heidelberg
Perspectiva lateral de la imagen de César, reproducida en la página anterior.
Palacio Aglié, Turin.
207
Combate de gladiadores. Al parece, César ejerció en numerosas ocasiones la
dementia con los vencidos en estas confrontaciones, habituales en los juegos
circenses. Galería Borghese, Roma.
Moneda conmemorativa de la dementia Caesaris, bajo cuya advocación el Se
nado romano mandó construir un templo. Los partidarios de César sostenían
quefue precisamente la actitud de clemencia que éste tuvo con sus amigos lo que
fraguó su desgracia.
LA Ú L T IM A ETA PA
César, después de la batalla de Tapso, se convirtió en el dueño
y señor del Imperio romano. En los dos años que aún le que
daban de vida acometió la reforma del Estado y emprendió su
expedición a Hispania. Su reestructuración de las provincias de
Hispania y de la Galia fue solo una parte de un programa mu
cho más ambicioso en el que se incluían Africa y Sicilia. En esta
isla y en la Provenza, las antiguas colonias griegas fueron roma
nizadas con el asentamiento de colonos romanos. También
colonizó ciertas zonas del oriente del Imperio, por ejemplo,
Corinto, que fue reconstruida. Sin embargo, la colonización
afectó mayoritariamente a la mitad occidental del Imperio, que
se vio también favorecida por la concesión del derecho de ciu
dadanía. Con estas medidas, César puso fin a la influencia gre-
co-helenística en la cuenca del Mediterráneo occidental, y a
partir de entonces el latín sería la lengua común. Las leyes con
vigencia en todo el Imperio se redactaron en latín, aunque en
la mitad oriental se añadió una traducción al griego. Esto de
muestra a qué parte del Imperio asignaba César el papel diri
gente y la preponderancia. La hegemonía del Occidente se vio
amenazada —y definitivamente asegurada— unos quince años
más tarde cuando se enfrentaron Octavio (Augusto) y Antonio
y Cleopatra. La reorganización de las provincias es quizá la ta
rea más relevante resuelta por César. Tuvo presente tanto los
intereses del Imperio como los de las provincias, que nadie
conocía mejor que él por propia experiencia. César se dio cuen
ta de que las bases de la República, creadas para administrar un
Estado basado en municipios, eran a todas luces insuficientes
para gobernar el mundo; él era consciente de que ahí residían
las causas del fracaso del Senado en cuanto estamento de poder,
y extrajo las consecuencias pertinentes.
Fue también muy destacada su actuación en Roma y en Ita
aio JULIO CÉSAR
lia, en especial el asentamiento de sus veteranos: a la mayor
parte les proporcionó tierras en las colonias, fuera de Italia. Los
que aún quedaban debían instalarse por fuerza en la penínsu
la italiana. César no se proponía asentar a los veteranos en co
lonias militares cerradas, como había hecho Sila. La tierra ne
cesaria no fue expropiada a particulares, sino comprada con
dinero público o con los fondos de César. Se encomendó la
puesta en práctica del asentamiento a legados con poderes de
propretor, pero éstos no pudieron soslayar del todo las colonias
de veteranos cerradas. La obra aún no había concluido a la
muerte de César. Este asentamiento fue la continuación del que
se inició en el 59 a.C. con la ley agraria, disposición legal que ha
bía sido complementada con otras de años posteriores. La cul
minación fue la promulgación por César de la ley municipal, la
lexJu lia municipalis, que reguló la autonomía administrativa de
los municipios en Italia y en las provincias. Esta gran obra co
lonizadora logró también reducir el número de ciudadanos po
bres con derecho a asistencia del Estado.
Esta dispersión de los asentamientos de veteranos homoge-
neizó un poco más Italia y las provincias, y también contribuyó
a dicha homogeneización la concesión del derecho de ciudada
nía a los habitantes de provincias, sobre todo de la zona celta,
que fue romanizada con rapidez, así como la posibilidad con
cedida a ciudadanos extranjeros de ser elegidos senadores, cuyo
número total se incrementó hasta novecientos. Esta medida
provocó el descontento de las viejas familias senatoriales, que
criticaron ese paso legal con acerbas palabras; es más: llegaron
a proponer que no se indicase el camino del Senado a ningu
no de los senadores recién elegidos148 (ya que por ser extranje
ros lo desconocían). Durante el período revolucionario, los
estamentos judiciales habían sido un juguete de intereses eco
nómicos y partidistas. César reguló de forma definitiva este
asunto, aunque en sentido muy conservador, permitiendo el
acceso a la judicatura solo a las clases altas (senadores y équités).
Una de sus reformas más trascendentes fue la del calenda
rio. Su supervisión le correspondía a César por su cargo de pon
tifex maximus. Hasta entonces, los romanos se regían por los muy
inexactos años lunares, que eran corregidos de manera pura
mente empírica intercalando algunos días en ciertos meses. En
tiempos de César reinaba tal desorden en el calendario que la
LA ÚLTIMA ETAPA 211
diferencia con el año solar ascendía a unos dos meses. Para ajus
tar dicha diferencia, César se basó en los cálculos del sabio grie
go Socígenes, y así en el 46 a.C., año de transición, se eliminó
la diferencia añadiendo unos dos meses. En adelante, se toma
ría como patrón el año solar de 365 días y 6 horas; es decir, cada
cuatro años el mes de febrero tendría un día más. De todas
formas, la medida tenía un ligero error por exceso, que sería
corregido en 1582 por el papa Gregorio XIII. El calendario de
César, denominado calendario juliano, ha estado vigente hasta
nuestros días en la Iglesia Oriental, y hasta la revolución bolche
vique en Rusia.
César proyectaba una serie de obras que interrumpió la
muerte: construir un nuevo edificio para las asambleas y reunio
nes del Senado, un templo en el Campo de Marte al dios homó
nimo y un teatro en el mismo lugar en que se levantó, en tiem
pos de Augusto, el teatro Marcelo. César también había previsto
crear una gran biblioteca pública. Tenía asimismo una serie de
planes más ambiciosos que tardarían siglos en realizarse: la
codificación de las leyes vigentes (efectuada por Justiniano en
el año 533 ), la apertura del istmo de Corinto ( 18 8 1 -1893 ) Y Ia
desecación de las lagunas Pontinas, finalizada en los años vein
te de nuestro siglo.
La reorganización formal del Estado fue una decisión tras
cendental para el futuro de Roma. Su muerte segó todos sus
Curtius-Nawath: Das anüke Rom
(Viena-Munich, 19 6 4 )
El teatro Marcelo, en Roma, construido en la época de Augusto en el mismo
lugar donde César tenía previsto levantar también un teatro.
212 JULIO CÉSAR
proyectos y dejó sin explicitar qué tipo de derecho público
quería aplicar a su forma de concebir el Estado. Hasta hoy los
historiadores no han logrado encontrar una respuesta satisfac
toria a esta cuestión. En este aspecto los datos son un poco
confusos y divergentes, y dan pie para conjeturas e interpreta
ciones muy diversas. Muchos suponen actualmente que César,
en su idea del Estado, tenía como modelos a Alejandro Magno
y a sus sucesores, por la concepción política que habían desa
rrollado en los grandes reinos de Oriente: en ellos el rey era una
especie de dios, gozaba de un poder absoluto y no respondía de
su uso ante ninguno de sus súbditos, que eran muy heterogé
neos. Según esto, las intenciones de César habrían sido allanar
las diferencias entre los distintos pueblos del Imperio y homo-
geneizar a todos sus súbditos, sobre los que él reinaría con un
poder absolutamente ilimitado. El símbolo externo de este
poder supremo sería la diadema de los monarcas helenísticos.
La muerte interrumpió de manera brusca todos estos proyectos.
De acuerdo con todo esto, la teoría política de César no coin
cide con la del princeps o emperador, iniciada por Augusto,
puesto que implicaba una concentración de poder que Pompe
yo ya había tenido en sus manos a finales de los años cincuenta.
El «principado» se basaba en ideas e instituciones netamente
romanas, y su idea había sido desarrollada por Cicerón. En con
sonancia con esto, el heredero espiritual de César no sería Augus
to, sino Antonio, que, como esposo de la reina de Egipto, vivía y
reinaba sobre la mitad oriental del Imperio como una especie de
rey-dios. Pero Antonio sucumbió en Accio el año 3 1 a.C. y pre
cisamente a manos de la parte occidental del Imperio, dirigida
por Octavio (Augusto).'49 ,
Existen numerosas objeciones a esta teoría. El aprovecha
miento de los efectos propagandísticos de la oposición entre las
dos mitades del Imperio se contradice tanto con la proyectada
homogeneización del Imperio como con la asignación por par
te de César a la mitad latinizada de la dirección política. Nume
rosas decisiones y propuestas tendentes a divinizar el poder de
César fueron rechazadas por éste y aceptadas por Augusto cuan
do se le ofrecieron. Pero esto no prueba que las concepciones
políticas de ambos fueran diferentes. Así, por ejemplo, el jura
mento por el dios tutelar del gobernante, por su genius.
También la divinización de uno de los rasgos de César como
Κ. Lange: Charakterkôpfe der Weltgeschichte, Munich, 19 4 9 LA ÚLTIMA ETAPA 213
Moneda con la efigie de Césarportando sobre su cabeza la corona etrusca de los
antiguos reyes romanos.
la clementia tiene raíces exclusivamente romanas. Ni César ni
Augusto dieron el paso para divinizar al hombre gobernante,
medida tan impensable para la mentalidad romana como fac
tible para los griegos. En la mitad oriental del Imperio, la divi
nización del hombre —o más exactamente, la encarnación vi
sible de un dios en la corporalidad humana— era un fenómeno
evidente que no necesitaba mayores explicaciones. Por eso se
calificó a César de «descendiente de Ares y Afrodita, dios hecho
carne y salvador de los hombres ».'50 Intentos y apelativos seme
jantes son casi privativos de oriente, aunque en Roma y en
Occidente hay aduladores que pretenden calificar a César con
denominaciones similares, pero César las rechazó y no hallaron
eco alguno entre el pueblo. César reiteró su rechazo — e hizo
que constase en acta— a la diadema que le presentó Antonio en
214 JULIO CÉSAR
Moneda con la efigie de
K. Lange: Charakterkopfe de Weltgeschichte (Munich, 194 9 )
Marco Bruto
(85-42 a.C.), gobernador
de la Galia Cisalpina y
uno de los dirigentes de
la conjura que acabó con
la vida deJulio César. \
Reverso de un denario de
IL Hônn: Augustus (Viena, 1938)
Bruto con el casco que
simbolizaba la libertad
entre dos puñales y una
leyenda relativa a las
idus de marzo, fecha del
asesinato de César.
las lupercales del año 44 a.C. (dichas fiestas se celebraban el 15
de febrero). Aducir que el pueblo le obligó a aceptarla es un he
cho que en absoluto desvaloriza la intención de César. Este sim
plemente pudo querer sondear los ánimos del pueblo, y quizá
también su opinión sobre la concepción oriental de la monar
quía. La corona que lleva César en las monedas de esta época
no es, como se creía anteriormente, una corona de laurel, sino,
a juzgar por su forma, la antigua corona de los etruscos, la co
rona áurea, distintivo de los reyes romanos y de los triumphato-
LA ÚLTIMA ETAPA 215
res, puesto que junto con la púrpura característica de los monar
cas se utilizó desde siempre en la ceremonia del triunfo. Cuan
do el Senado permitió a César vestir la indumentaria de los
triunfadores después de celebrar el triunfo, tales distintivos
remiten de manera inequívoca al sustrato ideológico de la an
tigua Italia, y no al mundo helenístico oriental. Desconocemos
el título con el que se podría recoger esta posición política.
Desde luego no la denominación proscrita de rex (rey), que
César rechazaba. En efecto, en una ocasión escuchó una voz
entre el pueblo que lo proclamaba rex a lo cual respondió Cé
sar: «Me llamo César, no Rex»,‘sl aludiendo al sobrenombre de
la familia Marcius Rex, de la que descendía su abuela. Cae den
tro de lo posible que César se contentase con los títulos de im-
peratory dictator, muy arraigados ambos en la cultura y sociedad
romanas. La propuesta de otorgar a César, en la última reunión
del Senado, la calificación de rey con respecto a los países situa
dos fuera de Italia, remite también a concepciones romanas, no
a griegas. En efecto, el derecho público distinguía entre las tie
rras del Imperio habitadas por ciudadanos romanos y regidas
por el derecho de la república romana (recogidas en latín bajo
la voz domi, literalmente en casa, en la patria, que en aquella
época comprendía Roma e Italia) y las provincias del Imperio
habitadas por súbditos sobre los cuales el pueblo romano ejer
cía el poder absoluto a través de sus magistrados (comarcas re
cogidas bajo el término militiae, originariamente en campaña).
Así pues, la pretendida dignidad real de César sería únicamen
te militiae y le aseguraría el poder legal sobre las provincias
necesario para su proyectada expedición contra los partos. Esta
misma división preside la concepción del Estado de Augusto. El
rango domi implicaba las fórmulas republicanas tradicionales, y
el de militiae le proporcionaba el poder supremo, no bajo la
forma de monarquía, sino bajo la más restringida de «mando
supremo proconsular», o lo que es lo mismo la autoridad sobre
todos los funcionarios de la provincia. César era domi dictator
con los derechos legales inherentes a un tribuno de la plebe, lo
cual le confería mayor poder que a Augusto, siempre a partir de
formas ya conocidas en la república romana.
La expedición que César preparaba algunas semanas antes
de su muerte contra los partos, tenía como meta poner fin a la
amenaza de ese pueblo, acrecentada tras la derrota de Craso en
2 i 6 JULIO CÉSAR
Moneda con la efigie de Marco Emilio Lépido. Tras la muerte de César, fue
triunviro con Marco Antonio y Octavio. Gabinete de Medallas, París.
Carras. Por decisión popular se encomendó a César la dirección
de la guerra, autorizándole a nombrar a los magistrados de los
tres años posteriores. Este era el período de duración de la cam
paña, según César. La inminencia de su partida agudizó la ten
sión entre César y las familias senatoriales, entre el dueño y el
señor de Roma y los antiguos detentadores del poder, qué se
negaban a servir a alguien a quien consideraban inferior. Había
quienes confiaban en que el dictator no regresase con vida de la
guerra, puesto que si volvía la oposición ya sería de todo pun
to imposible. De intentar algo, éste era el momento más propi
cio: así, más de sesenta miembros de familias prominentes, en
su mayoría senadores, se conjuraron para eliminar a la perso
na que veían como a un tirano. Sus dirigentes eran Marco Bruto
y Cayo Casio, ambos enemigos de César en el pasado y recep
tores, como otros muchos de los conjurados, de su clementia y de
su favor. Muchos de los conjurados desempeñaban un papel
LA ÚLTIMA ETAPA 217
Moneda con la efigie de Marco Antonio (h. 82-30 a.C.), lugarteniente de Cé
sar y máximo defensor de su memoria.
político en el gobierno de César, y no hay duda de que los ca
becillas y otros participantes en la conjura no tenían segundas
motivaciones. Bruto consiguió que la conjuración se limitase a
eliminar a César y a respetar a Antonio. Con esta distinción
pretendía legitimar la acción aduciendo la defensa del Estado.
Cuando en el orden del día de la asamblea del Senado, fijada
para los idus de marzo (15 de dicho mes) del año 44 a.C. se in
cluyó la discusión y debate definitivo de la guerra contra los par
tos, los conjurados se decidieron a actuar en esa fecha, ya que
sabían que César pretendía reunirse con su ejército el 18 de
marzo. César había rechazado anteriormente una escolta argu
mentando que «no hay nada peor que una constante vigilancia,
que daría la impresión de que estoy aterrorizado ».152 En otra
ocasión había asegurado que «deseaba una muerte rápida y re
pentina ».1®3 La noche del 14 de marzo acudió como invitado a
casa de Lépido. Mientras cenaban, le preguntaron qué muerte
2 i 8 JULIO CÉSAR
prefería, y César respondió sin titubeos: «La repentina e ines
perada ».154 Según parece, su asesinato estuvo precedido por
numerosos augurios funestos, y así se le advirtió, sin que César
hiciera caso. Calpurnia, de alguna forma, llegó a presentir el
final, puesto que durante la noche le asaltaron sueños muy in
quietantes y, tras mucho rogar a su marido, consiguió que éste
renunciase a acudir a la asamblea del Senado. Sin embargo,
Décimo Bruto, uno de los conjurados y allegados de César, le
hizo cambiar de opinión. Hacia las 1 1 de la mañana, César
entró en la sala de reuniones del Senado. El plan de los conju
rados se cumplió al pie de la letra: uno de ellos retuvo a Anto
nio en la antesala, mientras los demás se agolpaban en torno a
César apenas se hubo sentado para formularle deseos y ruegos
personales. «Enseguida se le acercó Tulio Címber, que se había
comprometido a ser el primero, como si fuera a preguntarle
algo. Cuando César le hizo un ademán de que se retirara, él le
agarró por la toga a la altura de los hombros mientras César
gritaba: “ ¡Esto es violencia!”. Entonces uno de los hermanos
Casca le hirió por la espalda con un puñal. César le agarró del
brazo y se lo atravesó con el estilo; intentó luego saltar hacia
delante, pero se lo impidió una segunda puñalada. Cuando vio
que los conjurados le atacaban con las dagas desenvainadas, se
envolvió la cabeza con la toga y estiró al mismo tiempo los plie
gues hacia abajo con su mano izquierda para cubrir la parte
inferior de su cuerpo al caer. Fue alcanzado por veintitrés cu
chilladas: a la primera respondió con un gemido, luego ya no
articuló palabra... Cuando expiró, los conjurados huyeron en
desbandada. César yació en tierra y solo durante un corto espa
cio de tiempo. Después, tres esclavos le pusieron sobre unas
angarillas y lo llevaron a su casa, con uno de sus brazos colgan
do exánime hacia el suelo .»155
Los senadores no conjurados, al ver lo sucedido, huyeron en
tropel, defraudando las esperanzas de los asesinos, que confia
ban en que el Senado asumiría al punto el poder. Se iniciaron
entonces disturbios en las calles de Roma, y Antonio y Lépido,
que contaban con algunas tropas dentro de la capital, comen
zaron a hacer propaganda entre el pueblo contra los asesinos,
labor a la que contribuyó la lectura del testamento de César, en
el que legaba a los habitantes de Roma sus jardines situados al
otro lado del Tiber, así como trescientos sestercios a cada uno.
LA ÚLTIMA ETAPA 219
El asesinato, en vez de propiciar la renovación del Estado, abrió
un paréntesis de quince años de cruentas guerras intestinas, tal
como lo había previsto César: «Mi salud debe ser preservada, no
tanto por interés personal, como por necesidades políticas. Yo
ya he disfrutado bastante del poder y de la fama. Si algo me
sucede, el Estado no conocerá la paz y se verá empujado a gue
rras civiles en unas condiciones espantosas».156 Con todo, al fi
nal del período de luchas internas la dirección del Estado vol
vería a caer en manos de un solo hombre, que de alguna forma
era el heredero de César y cuyo poder derivaba de César, aun
cuando solo adoptó de forma parcial las fórmulas políticas de
su predecesor, prefiriendo las formulaciones de la República.
Esta evolución evidencia que la acción de los asesinos de
César fue un fracaso político. Con ella pretendían socavar el
poder de César, pero tan solo asesinaron al hombre, porque su
poder le sobrevivió. Este es uno de los rasgos originales de Cé
sar: la creación de una nueva forma de gobierno. Los grandes
gobernantes anteriores a él, reyes de los imperios universales de
Oriente, como Alejandro y sus sucesores, fueron dioses para sus
contemporáneos y desde esa posición gobernaron el mundo.
Detalle de La muerte de Julio César, pintura del siglo xix, obra de Vicenzo
Camuccini. Museo de Capodimonte, Nápoles.
220 JULIO CÉSAR
En el interior de la Curia de
Pompeyo, en el Senado romano, el ·$ | | | | » ^ ΐ
día de la conjura que acabó con la ■ ■ i
vida de César, según reconstrucción
deJ. Gatteschi.
Esto implica que a sus coetáneos la tarea de gobernar el mun
do les parecía demasiado pesada para ser soportada por un solo
hombre. En consecuencia, únicamente la patentización o encar
nación de un dios en el gobernante podía explicar el fenóme
no de un imperio universal. César es el primero que —al me
nos a los ojos de los romanos de su tiempo y de los habitantes
de la mitad occidental del Imperio— gobernó el mundo con la
grandeza, dignidad y merecimientos propios de un ser huma
no. Precisamente por esto, con su aparición se ampliaron con-
LA ÚLTIMA ETAPA 221
siderablemente los horizontes humanos y se dignificó al hom
bre mismo. Este nuevo tipo de gobierno no podía ser por su
propia naturaleza formulado teóricamente. Tenía que ser vivi
do. César no introdujo nada nuevo; la novedad era él. El lengua
je , ese sutil indicador de las circunstancias humanas, así lo de
muestra, porque a partir de él, los detentadores de un poder
semejante son césares.
Se ve claro el error de los asesinos de César: ellos creían que
su poder emanaba del hombre y planearon eliminarlo asesinan-
222 JULIO CÉSAR
do a César. Las consecuencias de tal acto demostraron de ma
nera palpable su equivocación, puesto que con la muerte de
César el nuevo poder se desgajó de su primer poseedor, se in
dependizó de él, y se reveló como una concepción que, desliga
da de su primer portador, podía ser transmitida y puesta en
práctica una y otra vez. La muerte de César también tuvo con
notaciones políticas. César encarnaba, como ningún hombre lo
había hecho antes que él, al verdadero estadista. Esa primacía
de lo político también se manifiesta en César en los últimos
momentos, porque si su vida, sus actos, sus discursos y escritos,
sus amores, habían tenido tintes políticos, también los tuvo su
muerte.
Antonio convirtió el entierro de César en una gran manifes
tación de duelo. «Junto a la tumba de su hija Julia, situada en
el Campo de Marte, se levantó la pira funeraria, y en el Foro,
ante la tribuna de los oradores, una maqueta dorada del tem
plo de la Venus Genetrix. En su interior se colocó un catafalco de
marfil cubierto con telas de púrpura bordadas en oro, y a la
cabecera un pedestal con las ropas ensangrentadas y acuchilla
das que vestía al ser asesinado. Como un día era insuficiente
para que los habitantes de Roma llevasen ofrendas durante el
cortejo fúnebre, se permitió llevarlas al Campo de Marte cuan
do quisiera cada cual. Durante los juegos fúnebres se recitaron
poemas para mover a los oyentes a la compasión y a la ira; por
ejemplo, de la tragedia de Pacuvio La lucha por las armas se re
citó el verso:
IPerdoné a tantas personas para que de ellas salieran mis asesinos ?
»Antonio, en vez de pronunciar una oración fúnebre, orde
nó a un heraldo leer los acuerdos del Senado por los que se
otorgaban a César todos los honores divinos y humanos, así
como el juramento por el que los senadores se comprometían
a velar por la seguridad de César. Antonio, por su parte, añadió
unas palabras. Todos los magistrados y ex magistrados conduje
ron el cadáver a la tribuna de oradores del Foro.» En ese mo
mento, el pueblo, por el que César había entregado su vida,
todos sus veteranos y sus soldados que habían llegado a la ciu
dad, impusieron su ley en el desarrollo de la ceremonia: «Mien
tras se discutía si el cadáver debía incinerarse en el templo de
LA ÚLTIMA ETAPA 223
Templo de Antonio Pío y Faustina, delante del cual pueden verse los restos del
templo de César con el hueco del altar levantado en el lugar dondefue incine
rado su cadáver.
Júpiter Capitolino o en la Curia de Pompeyo, dos desconocidos,
con espadas al cinto y lanzas en sus manos, prendieron de pron
to fuego a la pira con antorchas, y a continuación la multitud
amontonó encima ramas secas, madera procedente de los asien
tos y numerosas ofrendas fúnebres. Los histriones y flautistas se
despojaron de los trajes que se habían puesto para la ocasión y
los arrojaron junto con sus instrumentos a las llamas; los solda
dos hicieron lo mismo con sus armas y sus adornos de gala con
los que habían participado en los funerales, y las mujeres, con sus
joyas, amuletos y vestidos de sus hijos.» Así, en presencia de una
imponente multitud, fue pasto de las llamas todo lo que era
perecedero en César.'57
NOTAS
1. Elio Espartiano, Verus, 1.
2. Virgilio, Eneida, 2, 6.
3. Suetonio, Julio César, 56, 7.
4. Suetonio, 77.
5. Suetonio, 74; Plutarco, César, 1, 3.
6. Suetonio, 45, 3.
7. Suetonio, 1, 3; Plutarco, César, 1, 2.
8. Gelio, Noches Aticas, 5, 13, 6.
9. Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables., 8, 9, 3.
10. Plutarco, César, 1, 4-2, 4; Suetonio, 74.
1 1 . Gelio, 13 , 3, 5.
12. Guerra de Hispania, 4 2 ,1.
13. Suetonio, 7 ,1 ; cf. Plutarco, César, 1 1 , 3.
14. Plutarco, César, 7, 2.
15. Plutarco, César, 7, 2; cf. Suetonio, 13.
16. Plutarco, César, 1 1 , 2.
17. Guerra de Hispania, 42, 2.
18. Suetonio, 16.
19. Plutarco, César, 5, 2; Suetonio, 6, 1 .
20. Suetonio, 6, 1 .
21. Cicerón, Brutus, 258.
22. Suetonio, 10, 1.
23. Plutarco, César, 4, 2.
24. Para el com plejo entramado ju ríd ico del proceso a
Rabirio, en el que Cicerón actuó como defensor pronunciando
un discurso muy acabado, cf. J . Lengle: «Diestaatsrechtliche
Form der Klage gegen C. Rabirius», en Hermes, 68 (19 33),
p. 328.
25. Cicerón, De officiis, 8, 82; Suetonio, 30, 5.
26. Salustio, Conjuración de Catilina, 51.
27. Cicerón, Catilinarias, 4, 10.
28. Plutarco, Cicerón, 21, 4.
29. Suetonio, 14, 2.
226 NOTAS
30. Suetonio, 17.
3 1. Plutarco, César, 10.
32. Apiano, Guerra civil, 2, 9.
33. Apiano, ibid., 2, 10; cf. Suetonio, 20.
34. Dión Casio, Historia romana, 38, 1, 5.
35. Dión, 3 8 ,1 , 7.
36. Dión, 38, 2 ,1 .
37. Dión, 38, 3.
38. Suetonio, 20, 2.
39. Cf. H. Rudolf: Stadt und Staat in romischen Italien, 1935.
40. Suetonio, 20, 3.
4 1. Suetonio, 22.
42. Suetonio, 23, 1.
43. César, Guerra de las Gaitas, 1, 40.
44. César, ibid., 1, 43.
45. César, ibid., 1 , 44.
46. César, ibid., 1, 45.
47. César, ibid., 2,18-27.
48. César, ibid., 3, 16, 4.
49. César, ibid., 2, 35, 1.
50. César, ibid., 4 ,14 , 4.
5 1. César, ibid., 4, 18, 1.
52. Catulo, Poemas, 1 1 , 10-13.
53. César, Guerra de las Gaitas, 5, 2-3.
54. Polieno, Stratagemata, 8, 23, 6.
55. César, Guerra de las Galias, 6, 4, 3.
56. César, ibid., 6, 34, 8.
57. César, ibid., 6, 2.
58. César, ibid., 6, 11-28.
59. César, ibid., 6, 21-28.
60. César, ibid., 7, 6, 3-4.
61. Plutarco, César, 26, 4.
62. César, Guerra de las Galias, 7, 88, 2-4.
63. Plutarco, César, 27, 5.
64. Plutarco, César, 29, 2; Apiano, 2, 26.
65. Hirtio, Guerra de las Galias, 8, 54, 3.
66. César, Guerra Civil, 1, 9, 2.
67. Suetonio, 30, 4; Plutarco, César, 4 6 ,1.
68. Suetonio, 29, 2; Apiano, Rhomaiká, 2, 32; Plutarco, César,
3 1, 1.
NOTAS 227
69. Suetonio, 5 1, 2.
70. Suetonio, 32.
71. Lucano, Farsalia, 1, 185-203.
72. Plutarco, César, 32; Apiano, 2, 35.
73. Plutarco, César, 33, 4.
74. César, Guerra Civil, 1, 9, 5-6.
75. César, ibid., 1 , 1 0 , 3-4.
76. César, ibid., 1, 1 1 ,1 - 3 .
77. César, ibid., 1, 23.
78. Cicerón, Carta a Ático, 9, 7 C, 1.
79. Cicerón, ibid., 9 7 C, 2.
80. Cicerón, ibid., 9 ,1 3 A.
81. Cicerón, ibid., 9 ,1 4 ,1 .
82. Cicerón, ibid., 9, 6 A.
83. Cicerón, ibid., 9 ,16 , 1.
84. Cicerón, ibid., 9 ,1 8 ,1 .
85. Cicerón, ibid., 10, 8 B.
86. César, Guerra Civil, 1,3 3 , 2; Cicerón, Carla a Atico, 1 1 , 6, 6.
87. César, Guerra Civil, 1, 32, 7.
88. Plutarco, César, 36, 3.
89. César, Guerra Civil, 1, 32, 7.
90. Suetonio, 34, 2.
91. César, Guerra Civil, 1, 72, 3.
92. Dión, 41, 26-35; Apiano, 2, 47; cf. Suetonio, 69.
93. César, Guerra Civil, 3, 4, 1-5, 1.
94. Cicerón, Carta a Atico, 9, 10, 3.
95. César, Guerra Civil, 3, 10, 8-9.
96. César, ibid., 3, 18, 3-4.
97. Plutarco, César, 38, 3; cf. Apiano, 2, 57; Floro, Epitome, 2
13, 37, recoge una versión más escueta: «Quid times? Caesarem
vehis!» (¿Por qué tienes miedo? ¡Llevas a César!). Pero César
debió de expresarse posiblemente en griego.
98. César, Guerra Civil, 3, 48-49, 2.
99. Suetonio, 68, 2.
100. César, Guerra Civil, 3, 69, 4.
10 1. Plutarco, César, 39, 5.
102. Plutarco, Pompeyo, 68, 4; cf. César, 4 4 ,1.
103. César, Guerra Civil, 3, 92, 3; cf. Plutarco, César, 44, 4.
104. César, Guerra Civil, 3, 90, 3.
105. César, ibid., 3, 91.
228 NOTAS
106. César, ibid., 3, 99, 3-4.
107. César, ibid., 3, 99,1-2.
108. César, ibid., 3 ,10 2 , 1.
109. César, ibid., 3 ,18 , 4.
110 . Suetonio, 63; Apiano, 2, 88; Dión, 42, 6, 2.
111. Plutarco, César, 48, δ.
11 2 . Plutarco, César, 50, 2; Suetonio, 37.
113 . Apiano, 2, 88; cf. Dión, 4 2 ,14 , 2.
114 . Dión, 4 1, 63, 6.
115 . Séneca, Sobre la ira, 2, 23, 4.
116 . Plutarco, Cicerón, 39, 3-4.
117 . Dión, 52, 50, 4.
118 . Plutarco, César, 5 1 , 1 .
119 . Apiano, 2, 93.
120. Suetonio, 59.
12 1. Plutarco, César, 5 4 ,1.
122. Plutarco, ibid., 54, 2-3.
123. Plutarco, ibid., 3, 2.
124. Plinio el Joven, Cartas, 3 ,1 2 , 2.
125. Suetonio, 56, 5.
126. Plutarco, César, 56, 3; Apiano, 204; Veleyo Patérculo, 2,
55, 3; Dión, 43, 38; Floro, 2, 13, 84.
127. Plutarco, César, 48, 3.
128. Suetonio, 51.
129. Suetonio, 50.
130. Suetonio, 53.
13 1. Plutarco, César, 48, 3.
132. Cicerón, Carta a Atico, 13, 52.
133. Guerra de Hispania, 42, 7.
134. Suetonio, 66. '
135. Guerra de Africa, 7 1 , 1 .
136. Suetonio, 6 7 ,1.
137. César, Guerra de las Galias, 1, 8, 1 .
138. César, Guerra Civil, 3, 6, 2.
139. Suetonio, 61.
140. Tácito, Diálogo de los oradores, 28.
14 1. Cicerón, Cartas a su hermano Quinto, 3, 8, 3.
142. Plutarco, Catón elJoven, 24.
143. Plutarco Antonio, 27, 2-4.
144. J. P. V. D. Balsdon, en Historia, 7 (1958), p. 85 ss.; «Die
NOTAS 229
Iden des Márz», en Das Staatsdenken derRômer. Darmstadt 1966,
p. 606 ss.
145. Cicerón, Carta a Atico, 9, 7 C.
146. Cicerón, Pro Ligario, 35.
147. Nicolás de Damasco, 19; Dión, 44, 49, 2.
148. Suetonio, 80, 2.
149. Ed. Meyer: Càsars Monarchie und das Principat de Pompejus,
19 18 , 3.â éd., 1922.
150. Inscripción de Efeso. Dittenberger Sylloge inscriptionum
Graecarum, 2, 3 r éd., 760.
15 1. Suetonio, 79, 2; cf. Plutarco, César, 60, 2; Dión, 44, 10, 1
(la versión griega no recoge eljuego de palabras ni la indirecta).
152. Apiano, 2,10 9 .
153. Plutarco, César, 57, 4.
154. Suetonio, 87; Plutarco, César, 63, 4.
155. Suetonio, 82.
156. Suetonio, 86, 2.
157. Suetonio, 84.
CRO N O LO G ÍA
A. de C.
io o 13 de julio: nace César.
S 5 César obtiene la toga virilis. Muere su padre.
84 Se casa con Cornelia, la hija de Cinna.
83 Nace su hijajulia.
82 i de noviembre: Sila, después de regresar de Oriente, con
quista Roma. Proscripciones. César se niega a divorciarse
de Cornelia.
81 César en Oriente hasta 78 a.C. Sirve a las órdenes de Ter
mo. Relaciones con Nicomedes de Bitinia.
j8 Muerte de Sila. César vuelve a Roma.
77 César denuncia a Dolabela.
η 6 César denuncia a Antonio.
75 César retorna a Oriente. Aventura con los piratas.
J4 Es elegido pontifex. Regresa a Roma.
7j Tribuno militar.
70 Consulado de Pompeyo y Craso. Se restablecen los dere
chos del pueblo.
68 Fallecen Cornelia, su esposa, y su tía Julia. Cuestura en
Hispania.
67 Guerra contra los piratas de Pompeyo. César se casa con
Pompeya.
66 Pompeyo contra Mitrídates.
65 César, edil curul.
64 César, index cuestorius.
63 Elegido pontifex maximus. Cicerón, cónsul. Proceso de
Rabirio. Conjuración de Catilina.
62 César, pretor. Se separa de Pompeya.
61 Propretura en Hispania.
60 Primer triunvirato de César, Pompeyo y Craso.
59 Es elegido cónsul. Ley agraria. Su hijajulia se casa con
Pompeyo, y César con Calpurnia.
58 César en las Galias hasta 50 a.C.
232 CRONOLOGÍA
5« Guerra contra los helvecios y contra Ariovisto.
57 Guerra contra los belgas.
56 Conferencia de Lucca. Expedición contra los pueblos de
la costa. El joven Craso somete Aquitania.
55 Aniquilamiento de los usípetas y teneterios. César cruza
por primera vez el Rin. Primera expedición a Britannia.
54 Segunda expedición a Britannia. Fallecen su madre y su
hijajulia.
53 Sublevación y posterior sometimiento del norte de las
Galias. Cruza por segunda vez el Rin. Craso cae en Carras.
52 Clodio muere a consecuencia de una paliza. Pompeyo,
cónsul único. Sublevación de todas las Galias dirigida por
Vercingétorix; será dominada tras duros combates.
51 Finaliza la pacificación de las Galias. César publica su obra
Bellum Gallicum.
50 Desacuerdos sobre la fecha en que César debía deponer
el mando.
49 Estalla la guerra civil. César cruza el Rubicón y conquista
Italia. Asamblea del Senado en Roma. Conquista Sicilia,
Cerdeña y Córcega. Curio muere en Africa. César con
quista Hispania. Massilia (Marsella) se rinde tras ser sitia
da. Motín de Piacenza.
48 César cruza al Épiro. Batalla de Dyrrhachium. Pompeyo
es vencido en Farsalia, huye y es asesinado en Egipto. César
desem barca en A lejandría. Com ienza la guerra de
Alejandría. Conoce a Cleopatra.
47 Termina victorioso la guerra de Alejandría. Guerra con
tra Farnaces. Regreso a Roma. Motín de la X y la X II le
giones.
46 Campaña militar de Africa. Victoria de Tapso. Retornb a
Roma. Triunfo. En otoño emprende la expedición a
Hispania.
45 Guerra en Hispania contra los hijos de Pompeyo. Victo
ria de Munda. Regreso a Roma. Triunfo.
44 15 de marzo: César es asesinado.
B IB L IO G R A F ÍA
O bras de J u l io C ésa r
Guerra de las Gallas. Madrid, Gredos, 1982 . (Ed. bilingüe).
Guerra civil. Madrid, Gredos, 1979 . (Ed. bilingüe, 2 vols.)
Comentarios de la Guerra de las Galias y déla Guerra civil. Barcelo
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W a lt e r , G.: Julio César. Barcelona, Grijalbo, 19 72 .
TESTIM O N IO S
J o hannes von M üller
Durante su primera juventud fue de salud débil, pero fortaleció
tanto su cuerpo con ejercicios físicos continuos que llegó a so
portar cualquier estación o circunstancia climatológica. Con cada
uno de sus actos buscaba colocarse a la cabeza de Roma y del
mundo. Se permitía todo, pero siempre mantuvo el dominio de
sí mismo. ¿Qué decir de su tenacidad, del vigor y de la enverga
dura de su inteligencia? ¿Cómo olvidar otros rasgos tan caracte
rísticos de él, por ejemplo su vitalidad desbordante o su rapidez
en tomar decisiones? Hablamos de un hombre que en catorce
años sometió a la Galia entera, un territorio habitado por pue
blos avezados al combate, y a Hispania en dos ocasiones distin
tas; de un hombre que se atrevió a adentrarse en Alemania y
Britannia; que atravesó Italia con su ejército de victoria en victo
ria; que arrebató el poder a Pompeyo el Grande, redujo e Egip
to a la obediencia, derrotó a Farnaces, al hijo de Pompeyo, y
arruinó en Africa la fama de Catón y el poder del ejército de
Ju ba... Además fue el orador más grande después de Cicerón,
ejemplo para los historiadores, tratadista erudito sobre gramáti
ca y temas religiosos; su temprana muerte segó sus proyectos
legislativos y sus planes de expansión del Imperio. ¡Qué gran
verdad encierra la máxima que afirma que al hombre no le falta
tiempo, sino voluntad de aprovecharlo! César no tenía esa vana
jactancia propia de las personas frías de dominar sus pasiones
porque carecen para ello del más mínimo interés; conocía su
fuerza y disfrutaba con el placer, pero no era su esclavo. En la
guerra no había situación, por difícil que fuera, que no pudiera
solucionar satisfactoriamente: desbarataba cualquier maniobra
militar con los medios más inesperados. Sus normas militares se
distinguían por su simplicidad y su carácter categórico. Lo sacri
ficaba todo a sus planes, pero apenas alcanzaba la victoria se
convertía en la personificación de la bondad, y es irrelevante
236 TESTIMONIOS
que eso se debiera a su propio temperamento o a su prudencia.
(Historia universal, 179 7 )
N a p o le ó n I
César gobernó el mundo romano como un dictador vitalicio,
secundado únicamente por un simulacro de Senado. En efecto:
después de las proscripciones de Mario y Sila, después de la trans
gresión de las leyes por Pompeyo y después de una guerra civil
de cinco años que desembocó en un asentamiento generaliza
do de veteranos en Italia leales a su general y que no confiaban
en la República sino en hombres de probado prestigio, no po
día ser de otra manera. En semejantes circunstancias, el poder
ya no podía depender del Senado, sino de una persona, de Cé
sar, que sentó las bases de la hegemonía de Roma sobre el mun
do, y brindó protección a todos los ciudadanos; su poder, por
tanto, era legítimo... Bruto no llegó a comprender la legitimi
dad de dicho poder que emanaba de una necesidad histórica, la
de salvaguardar los intereses de Roma y del Imperio, y de la
misma voluntad del pueblo.
(.Panorámica de las guerras de César, 1836 )
T h eo d o r M o m m sen
Fue un monarca, pero no se dejó prender en las redes de la
tiranía. Fue quizá el único entre los poderosos que no midió su
actuación, ni en las grandes cuestiones de Estado ni en la vida
diaria, con sus inclinaciones personales o su capricho, sino que
se atuvo en todo a sus deberes de gobernante. Al mirar retros
pectivamente su propia vida, César debió de descubrir errores
de los que arrepentirse, pero seguro que no halló ningún paso
en falso producto de la pasión... Por último, es quizá también el
único entre los poderosos que no perdió el sentido de lo posi
ble y lo imposible, y que no fracasó en la misión más difícil en
comendada a los grandes hombres: reconocer, cuando se está
en la cumbre del éxito, sus propias limitaciones. Sabía la medi
da de sus posibilidades y siempre prefirió concretar lo bueno,
pero posible, antes que emprender la consecución de algo me
jor, pero imposible; en momentos de desgracia siempre procu
TESTIMONIOS 237
ró aliviar o paliar la situación, pero apenas oía la voz del desti
no, por débil que fuera, la obedecía sin rechistar...
Así era este hombre único, un hombre aparentemente sen
cillo, pero muy complejo en realidad. Todo en su personalidad
es de una claridad meridiana; de él nos han llegado noticias
más detalladas y vivas que de ningún otro personaje de la anti
güedad que pueda compararse con él. Se puede juzgar su per
sonalidad de manera más o menos superficial o profunda, pero
las interpretaciones no diferirán demasiado; todos los investiga
dores han recalcado casi los mismos rasgos de este genio, pero
ninguno ha conseguido todavía fijar su personalidad de mane
ra definitiva. El secreto reside en su perfección: desde el punto
de vista humano e histórico, César se sitúa en el punto en el que
las grandes contradicciones o fuerzas antagónicas de la existen
cia se neutralizan o equilibran mutuamente. Aunaba el vigor
del creador y la inteligencia más penetrante; la edad más propi
cia (ni joven ni viejo) ; una voluntad a toda prueba y una tenaci
dad sin límites para ponerla en práctica; un corazón convenci
do de los ideales republicanos y al mismo tiempo nacido para
gobernar como un autarca; romano hasta lo más hondo de su
ser, y destinado a armonizar la cultura romana y la helénica tan
to en sí mismo como en la sociedad de su tiempo. Fue, en defi
nitiva, un hombre honrado a carta cabal. Es lógico que no halle
mos en él los denominados rasgos característicos de los persona
jes históricos, ya que aquéllos no son otra cosa que extrapolaciones
o desviaciones de la evolución natural del hombre.
En una primera aproximación superficial, vemos en él no
rasgos individuales, sino sociales, es decir, propios de su cultura
nacional; sus aventuras de juventud son comunes a todos los
jóvenes contemporáneos de su misma clase; su carácter escasa
mente poético pero fuertemente lógico es básicamente el ca
rácter de los romanos. César, en cuanto hombre, estaba muy
condicionado por las circunstancias temporales y nacionales. El
hombre solo, aislado, considerado en sí mismo, es una ficción;
el hombre es un ser sometido a los condicionantes de una socie
dad determinada y a una cultura determinada. César fue un
hombre, en el pleno sentido de la palabra, simplemente porque
supo situarse en medio de las corrientes de su época, y por
que había asumido en su integridad una de las características
básicas de la nación romana: la capacidad para adaptarse a la
23 8 TESTIMONIOS
sociedad de su tiempo; también el helenismo se estaba amalga
mando íntimamente en él con el sustrato romano, nacional.
Y quizá aquí reside la dificultad (quizá sería mejor decir imposi
bilidad) de desentrañar la personalidad de César, de describir
al hombre. El artista pinta cosas bellas, pero no la Belleza; de la
misma forma, cuando el historiador, una vez cada mil años, ha
lla la perfección, no tiene otro remedio que guardar un pru
dente silencio. Es verdad que la norma puede describirse o ex
presarse, pero solo a partir de un concepto negativo: la ausen
cia de cualquier defecto; sin embargo, el arcano de la naturale
za, que une en sus manifestaciones más perfectas normatividad
e individualidad, es indescifrable, impenetrable. Nosotros tene
mos que limitarnos a felicitarnos por todos esos poseedores de
perfección, y a intentar obtener una cierta noción de lo perfec
to a través de los reflejos contenidos y fijados de forma impere
cedera en la obra de este genio.
(Historia de Roma, Vol. 3 , 1856 )
J ohannJ akob B a ch o fen
Roma renovó el mundo por completo. Podía lanzar con orgullo
una mirada retrospectiva a la llanura situadajunto al monte Ida,
porque no es un error ni una ilusión buscar raíces troyanas en
sus más rancias familias. Sin embargo, a orillas del Tiber no se
había reconstruido Troya ni asentado una dinastía heraclida de
origen oriental... No, la nueva concepción política de Occidente
emergió, más bien, de las cenizas del mundo oriental. Los que
opinan que César quería remontarse a sus orígenes están en un
error. Es verdad que Asia había sido la cuna de su estirpe, pero! el
hijo de la oriental Afrodita había consumado la hegemonía de
Occidente, convirtiéndose en dueño y señor del Imperio occi
dental. César es el héroe occidental por excelencia; el Imperio
de Roma creado por él se asienta en los sólidos cimientos de Oc
cidente, y por eso sus destinos correrán parejos durante dos mil
años. A partir de César, la misión de Roma no será resucitar tradi
ciones o formas de vida ya superadas, sino afianzar y fortalecer
otras de nuevo cuño para hacer frente a la reacción cada vez más
poderosa del empuje ideológico de Oriente.
(La Saga de Tanaquil, 1869 )
TESTIMONIOS 239
L eo po ld vo n R anke
Sobre la acumulación de poder en los magistrados y sobre el
desempeño de las atribuciones derivadas de su cargo, se cernía
otra concepción diferente: una concepción derivada de victo
rias militares y que entrañaba una reivindicación de poder per
sonal mucho más amplio. En sus victorias, que paulatinamente
le granjeaban una mayor cuota de poder, había ya algo sobre
humano.. . En el hombre que las hacía posibles, se creía ver una
fuerza rayana en la divinidad, una fuerza que excedía los límites
de lo humano, y a la que no quedaba otro remedio que plegar
se... Apenas César concentró todo el poder en sus manos, se
dio cuenta de que cualquier tipo de oposición legal era imposi
ble, y consagró su actividad a propósitos muy ambiciosos, uni
versales; se fijó metas grandiosas que abarcaban el ámbito de
todos los pueblos sometidos. El cetro ya no dependía de las in
trigas y rivalidades internas de los estamentos de la capital, sino
de la voluntad de un solo hombre, que había puesto coto al
estado de cosas imperante hasta entonces. Quizá una de las ta
reas más trascendentales de César fue la propagación del nom
bre de Roma por todo Occidente.
(Historia Universal, 18 8 1 )
C h a r l e s -A u g u s t in S a in t e - B e u v e
Existen dos tipos de césares: los que lo son por la genialidad de
su propia naturaleza, y los que lo son porque así se lo han pro
puesto. Los primeros, cuyo arquetipo es el gran Julio, encarnan
el genio en toda su amplitud y en todas sus facetas, y la esencia
del hombre con toda su grandeza, sus hazañas, su rico esplen
dor, su inteligencia y su hábil diplomacia.
En todo momento César sabe lo que hay que saber, y obra
como debe. Hable, dicte o actúe, siempre lo hace con la misma
majestad y elegancia, con la misma elocuencia y prodigalidad.
Se mueva en la calle o en su casa, en la guerra o en su entorno
social, muestra la genialidad de un Alcibiades, aunque eviden
cia también una ambición de la que el primero carecía. Su ca
mino fue más lento que el de Alejandro porque no se convirtió
en un héroe en época tan temprana como el mítico macedonio,
240 TESTIMONIOS
pero conservó su juventud durante mucho más tiempo y acertó
al abstenerse de la embriaguez de la victoria. Excelente estrate
ga, curtido en las lides de la guerra, rápido, activo, incansable,
no se deja llevar en el combate por su aureola de conquistador
ni tampoco arredrar por el miedo de la gente corriente o por
falsos escrúpulos. Después se revela como un hombre clemente
y benévolo, encantador con sus amigos, conciliador con sus ene
migos y cortés con todos. Al final de su vida delinea proyectos
de gran envergadura, y muy positivos para el Imperio, que ha
bría sido capaz de poner en práctica aun en su más avanzada
senectud. César es un personaje que, se le censure o se le alabe,
alberga en su seno el fulgor y la llamarada del genio, y los atrac
tivos y la clemencia del hombre: es verdaderamente el hijo de
Venus.
(Obraspostumas, hacia 18 6 1 )
G e o r g e B e r n a r d Sh a w
Espero que al presentar a César como un hombre de personali
dad muy rica y variada y como historiador y autor de La guerra de
las Galias, no caeré en mixtificaciones propias del dramaturgo,
y a las que algunos grandes hombres deben parte de su fama;
algunos, incluso toda. En mi opinión, la gloria conseguida en
combate puede ser cuestionada con facilidad... Las victorias de
César revelan, sin embargo, una grandeza que no hubiera sido
conocida de no mediar las primeras. La verdadera genialidad
de César se patentiza fuera del campo de batalla.,. No voy a
repetir aquí lo que ya se ha escrito de él, sino tan solo apuntar
que la originalidad me parece su cualidad más excelsa. De ¡la
originalidad emanan la franqueza, la generosidad y la liberali
dad, y el hombre que la posee está capacitado para sopesar en
todo momento el valor de la verdad, del dinero y del éxito por
encima de cualquier convención o generalización moralista...
Un hombre así es consciente de que el éxito no llega cuando lo
cree el pueblo, y en consecuencia, para dar muestras de absolu
to desinterés y generosidad, se ve impelido a actuar con egoís
mo, y es quizá este aspecto el único que faculta para decir de
un hombre que es grande por naturaleza. Cuando hablo de la
grandeza de César, la aplico en este sentido. César tiene el po-
TESTIMONIOS 24I
der en sus manos, la bondad, por tanto, es innecesaria: no es
indulgente, ni franco, ni generoso, porque un hombre de una
talla tal que nada es capaz de afectarle, tampoco tiene nada que
perdonar.
(Comentarios a «Césary Cleopatra», 1898 )
G e o r g Ve it h
Debemos dar gracias al destino porque César no muriera invic
to como Alejandro: en sus derrotas su genialidad raya a la mis
ma altura que en sus victorias. Es el mismo hombre el que ani
quila al ejército enemigo y el que se rehace con inusitada rapi
dez tras su derrota; a Gergovia sigue, con un intervalo de esca
sas semanas, Alesia, y Farsalia a Dyrrhachium: asombra ver cómo
las dos batallas más decisivas emergen de entre las cenizas de la
derrota. Las operaciones que median entre la derrota y la victo
ria se cuentan entre los hechos más grandiosos del arte militar.
Cierto es que hay enjuego un factor decisivo: el individual, de
forma que la estrategia no es propia de los romanos, sino de
César. Una de las características más acusadas de César es su no
sometimiento a las normas establecidas, y en eso radica precisa
mente su genialidad: en su absoluta independencia frente a los
modelos tradicionales de dirección de las operaciones milita
res, en la incansable insistencia dada al hecho de llevar la inicia
tiva, en su don casi divino de tomar decisiones como el rayo, en
el arte de adivinar siempre las intenciones del enemigo y ocul
tar celosamente las propias, en hacer siempre lo más sencillo y
racional sorprendiendo siempre con eso a sus enemigos. César
llevó a su culminación el arte de la estrategia en Roma, y sus
proezas fueron las proezas de Roma. Gracias a haber alumbra
do a un genio como César, Roma ocupa un lugar preeminente
entre las naciones más guerreras de todos los tiempos.
(Ejército y estrategia en Grecia y Roma, 1929 )
F r ie d r ic h G u n d o lf
En el modo de acotar sus territorios de conquistas y restringir a
los pueblos vecinos a sus límites, subyace la vieja mentalidad del
242 TESTIMONIOS
campesino, e incluso su sentido de la disciplina militar no pro
cede del nomadismo de los pueblos cazadores, sino del seden-
tarismo de la agricultura. El orbis terrarumle resulta tan familiar
como a un terrateniente las lindes de sus fincas, y es precisa
mente esa sobriedad que no se asombra ante distancias tan in
conmensurables, lo que configura su grandeza, igual que la de
Alejandro se reflejaba en su éxtasis ante la infinitud de sus do
minios. César consideraba sus conquistas como una mayor ex
tensión para el campo cultivable; Alejandro, un prodigio la tie
rra que aún le quedaba por conquistar.
( César: historia de su gloria, 1934 )
Jo h n H. C o llin s
Dos años antes de su asesinato, Cicerón dijo de César que el
futuro sería el juez de su vida y de su obra, y apeló al dictador
para que obrase de forma que mereciese una sentencia apro
batoria de la historia en un juicio sine amore et sine cupiditate et
rursus sine odio et sine invidia («sin amor ni interés personal, pero
también sin animadversión y sin envidia»). Cabe dudar de que
la investigación histórica de los siglos xix y xx haya alcanzado
ese grado ideal de objetividad, pero es indudable que la prime
ra parte del vaticinio de Cicerón se ha cumplido por completo.
La investigación bibliográfica sobre César ha ascendido en los
últimos cien años a mil obras, cien de ellas fundamentales. Haya
sido un maestro de la diplomacia o de la demagogia, un hom
bre de gran envergadura o un charlatán, César, veinte siglos
después de su muerte, sigue fascinando a Europa. En una oca
sión observé a un prestigioso investigador de César, que T. Rice
Holms (conocido experto inglés en el tema) había sido fascina
do por César, y mi interlocutor me respondió: «¿Y quién no lo
hubiera sido?»
( Gnomon, vol. 26, 1954 )
IN D IC E A N A LÍT IC O
Aarón, 167 Antonio, Cayo, 56
Acacia, 163 Apeninos, 36, 47
Accio, batalla de, 35, 2 12 Apis Tulia, 132
Achillas, 174-176 Appia, Via, 67, 69-70, 138
Aco, 1 1 7 Apsus (Semeni), 166
Adriático, 8 3,14 9 ,16 4 -16 6 Apt, 132
Aemilia, basílica, 13 3 Aquitania, 107
Afranio, 158-160 Ares, 2 13
Africa Nova, 183 Arimino (Ariminum), 1 5 1
Africa, 22, 37, 13 5 ,15 9 ,16 2 , Ariobarzanes, 163
17 8 ,18 1-18 6 ,18 8 , 192-193, Ariovisto, 83, 87, 89-90, 94-96,
200, 209 10 2 ,1 0 7 ,11 1
Afrodita, 29, 2 13 Aristóteles, 17
Albania, 165 Armenia, 58
Alejandría, 16, 22, 13 5 ,16 3 , Arsinoe, 17 4 -17 7 ,18 6
172-174, 17 7 -17 8 ,19 0 Asia, 17, 22, 37, 53, 56-58, 64,
Alejandro Magno, 16 -17 ,19 , 84, 80, 87, 16 3 ,17 2 -17 3 ,
2 1, 24, 37, 60, 2 12 , 219 178-179,200
Alesia, 2 0 ,2 1,12 6 -12 7 ,13 0 -13 1 Ategua, 184
Alpes, 50, 60, 87, 90, 92, 107, Atlántico, 87, 109
142 Augusto, 16, 202, 209, 2 11-
Alsacia, 90, 95-96 213-214
Alta Alsacia, 89 Augusto, Octaviano, véase
Ambiorix, 1 1 7 también Augusto, 22
Amón, 18 Auletes, véase también
Andronico, Livio, 3 1 Tolomeo Auletes, 7 1
Anjou, 107 Aurelia, 3 1, 197-198
Anti-Cato, 183 Autun, 92
Antioquia, 178 Auvernia, 88
Antipatro, 177-178 Avaricum (Bourges), 12 3
Antiquarium der kônigl de
Berlín, 192
244 ÍNDICE ANALÍTICO
Báculo, P. Sexto, 100 Calvino, 178
Balbo, Lucio Cornelio, 63, Campania, 71, 80, 82, 179
13 5 ,1 5 4 ,1 6 0 Cancerbero, 80
Balcanes, 87, 158-159 Capadocia, 163
Beethoven, Ludwig van, 15 Capitolio, 33, 65-67, 77, 186,
Bélgica, 2 0 ,10 1 188
Beocia, 163 Capua, 8 2 ,13 9
Berry, 122 Car Winter Universitàtsverîag
Besançon, 9 4 ,12 4 ,16 0 ,19 3 de Heidelberg, 206
Biblioteca Nacional de París, Caria, 17
60, 94,148, 16 1, 16 7 ,17 6 Carlomagno, 21
Biblioteca Nacional de Viena, Carras, batalla de, 138, 2 16
92 Cartago, 22, 37
Bibracte (Mont-Beuvray), 92 Casca, 218
Bíbulo, Marco, 60, 67, 80-84, Casio, Cayo, 23, 216
164-166 Casio, Lucio, 17 3
Bismarck, 118 Cástico, 91
Bitinia, 51-52, 5 7 ,17 8 Cástor, 67-68
Bocchus, 18 3 Cástor, Tarcondario, 163
Bonaparte, Napoleón, 15 , 24, Catilina, Lucio Sergio, 65, 72-
58, 109, 11 4 76, 8 5 ,16 2 ,19 9 , 205
Borgoña, 90 Cato, 183
Bretaña, 10 7 ,10 9 -110 Catón de Utica, 23, 48, 76,
Brindisi, 14 9 ,15 4 ,16 4 -16 5 , 79, 81-82, 8 5 , 1 1 1 , 1 7 7 , 1 8 1 -
Britannia, 20, 8 7 ,1 1 3 - 1 1 5 18 3 ,19 0 -19 1,19 9 , 205
British Museum de Londres, Catulo, 60, 65
54 Catuvolco, 1 1 7
Cavour, Via, 29
Bruto, Décimo, 109, 159, 218 Céler, Metelo, 69, véase
Bruto, Marco, 2 3 ,18 0 ,18 8 , también Metelo !
199, 215-217 Celio, 179
Bührle, colección, 46 Cenabum (Orleans), 122-123
Cerdeña, 3 7 ,1 5 9 ,1 6 3 ,1 8 3
Cesarión, 202, véase tambén
Cádiz, véase también Gades, Tolomeo César
6 3,16 0 Cévennes, 87-8 8 ,122,19 0
Caesar Luxburg, 46 Chartres, 1 0 7 ,1 1 6
Calais, 1 1 3 Chipre, 64, 8 5 ,17 2 , 174
Calpurnia, 80,197-199, 218 Churchill, Winston, 15
Calpurnio Pisón, Lucio, 198 Cicerón, Marco Tulio, 23, 71-
INDICE ANALÍTICO 245
72, 74, 76, 80, 82, 84-85,
11 5 , 135-137, 14 1-143, 154-
15 7 ,17 9 -18 0 ,18 3 , 19 1, 194, Danubio, 8 7 ,12 0
198, 202, 205, 2 12 De Gaulle, Charles, 15
Cimber, Tulio, 218 Deyotaro, 16 3 ,17 8 -17 9
Cinna, Lucio Cornelio, 47-48, Dijon, 1 1 7 ,1 2 4
5 1, 59, 6 5,19 7 , 203 Diviciaco, 90
Claudio, 1 1 4 Dolabela, Cneo Cornelio, 55,
Cleopatra, 2 2 ,17 3 -17 5 ,17 7 , 158
186, 200, 202-203, 209 Dolabela, Publio, 179
Clermon-Ferrand, 12 4 Domicio, Lucio, 14 9 ,15 2 -15 3
Clodio, 18, 20, 84-85, 135, Domnilao, 163
197 Dordoña, 132
Colonia, 1 1 1 Drave, 87
Comagene, Antioco de, 163 Dumnórix, 9 1-9 2 ,115 , 205
Commio, 12 1-12 2 Durocortorum, 1 1 7
Consejo véneto, 109 Dyrrhachium (Durazzo), 14,
Córcega, 37, 15 9 ,16 3 , 184- 25, 12 6 ,16 5 ,16 6 ,16 9 , 19 1
185
Corfinio (Abrazos), 14 9 ,15 2 -
155, 205 Ebro, 159
Corfú, 165 Egeo, 3 7 ,17 2 -17 3
Corinto, 209 Egipto, 16 ,17 2 -17 4 ,17 7 -17 8 ,
Corinto, istmo de, 2 1 1 186, 200, 202 , 212
Cornelia, 48, 6 5 ,13 8 ,17 2 Eneas, 29, 35
Cosucia, 48 Épiro, 2 1,16 3 ,16 4 -16 5
Cota, Lucio Aurelio, 56-57 Eratóstenes, 120
Craso, hijo de Marco Licinio Escipión, Publio, 13 9 ,16 3 ,
Craso, 1 0 7 ,1 1 0 178, 18 2 ,19 3
Craso, Marco Licinio, 19-20, Escocia, 20, 37, 59 ,16 0 , 184
59, 61, 70-73, 75-76, 80, 82, Esparta, 163
13 6 ,13 8 , 200, 2 14 Espartaco, 59
Cratino, Cayo, 17 0 -17 2 ,19 3 Etruria, 148
Creta, 37, 163 Eunoé, 200
Crimea, 178 Eurípides, 73
Cromwell, Oliver, 58 Europa, 58
Curio, Cayo Escribonio, 14 1-
1 4 2 ,1 5 9 ,1 6 2 ,1 7 7
Curtius-Nawath de Viena, Fabio, 159
1 9 5 ,2 1 1 Farnaces, 178-179
246 INDICE ANALÍTICO
Faros, 17 4 ,17 6 Galia, 87, 89-90, 92, 95, 107,
Farsalia, 2 2 ,14 0 ,16 9 ,17 7 , 1 1 0 - 1 1 1 , 1 1 4 - 1 1 5 , 1 2 1 ,1 2 4 ,
179-180, 186, 193-194 126, 13 1-13 3 , 15 1, 163, 185-
Federico el Grande, 58 18 6 ,18 9 , 209
festividad de la Bona Dea, 77 Galias, 19, 25, 64, 88,109,
Fiésole (Etruria), 74-75 11 7 , 12 2 ,1 3 3 ,13 5 - 13 6 ,1 3 8 -
Flandes, 110 14 0 ,14 8 ,16 0 ,16 3 ,19 8 , 205
Foro, 29, 33, 42, 52, 65, 67- Galicia, 19
6 8 ,1 3 3 ,14 1 ,1 6 4 ,1 9 4 ,19 6 - Ganímedes, 176
197, 222 Garona, 107
Fortuna Virilis, templo de la, 32 Gatteschi, J., 220
Forum Julium, 19 4 ,19 6 Gergovia, 114 , 124, 168, 189,
Forum Romanum, 140, 194 19 1
Francia, 20 Germania, 87, 120
Franco Condado, 89-90 Ginebra, 9 0 ,19 3
Fuller, J. F. C., 106 Gironda, 91-92
Furnio, 154 Gnifón, Marco Antonio, 3 1
Goethe, 198
Gomphi, 168
Gabinete de Medallas de Pa Graco, 140
rís, 53, 1 3 1 Graco, Cayo, 42
Gabinete de Monedas de Graco, hermanos, 40
Roma, 30 Graco, Tiberio, 35
Gabinete Numismático de Gran San Bernardo, 107
Roma, 65 Grecia, 37, 4 7,14 9 , 15 5 ,17 9
Gregorio XIII, 2 1 1
Gabinio, Aulo, 63-64, 80, 84, Guadalquivir, 184
16 3 ,19 9 Guerra de las Galias, 97, 10 1,
Gades (Cádiz), 60 1 1 7 ,1 3 5
Galacia, 16 3 ,17 8
Galba, 107
Galería Borghese de Roma, 207 Hautmont, 97
Galería Uffizi de Florencia, Hegel, Friedrich,15
15 7 Hélade, 17
Gales, 20 Helesponto (Dardanelos), 17 3
Galia central, 88-89, 93, 96, Hennegan, 97
102 Heptastadion, 176
Galia Cisalpina, 2 0 ,37,8 3,14 2, Hercynia, 120
Galia Transalpina, 84, 87, Herodes el Grande, 17 7
14 2 ,14 9 Hirtio, Aulo, 135
In d ic e a n a l ít ic o 247
Hispania Ulterior, 17, 19, 59, Ju ba, 162, 17 7 , 182-183, 186,
6 1,7 7 19 2,20 5
Hispania, 22, 37, 59- 61, 70, Judea, 8 3 ,17 8
73, 88, 135, 1 3 8 , 1 5 1 , 1 5 5 , Julia esposa de César, 20
158-160, 16 3 ,17 8 , 180,184- Julia, basílica, 194
18 5 ,18 7 , 202, 209 Julia, cuñada de César, 197
Histoire des Romains, 148 Julia, gens, 29, 194
Historisches Museum de Julia, hija de César, 30, 47-48,
Berna, 10 2 ,17 0 8 0 ,13 8 ,14 0 ,18 6 ,19 0 , 197-
Hitler, Adolf, 15, 24 19 9 ,222
Homero, 3 1 Julia, tía de César, 66 19 7
Hortensio, Quinto, 55, 158 Julios, los, véase tambiénJulia,
Hybrida, Antonio, 73 gens, 66
Julo, 29
Júpiter Capitolino, templo
Ilerda (Lérida), 15 9 ,19 3 de, 223
Iliria, 8 3 ,10 7 , 14 2 ,15 8 Júpiter, 48, 65, 188
Imperio de Occidente, Jura, 90-91,193
164 Justiniano, 2 1 1
Imperio de Oriente, 164
Imperio, 16, 27-28, 35, 39, 42-
43, 52, 55, 58, 6 4 , 1 1 1 , 1 3 3 , Kent, 1 1 3
13 6 ,16 0 ,16 3 -16 4 ,18 4 , 190, Krohmayer,J., 105
209, 212-214, 220
India, 23
Inglaterra, 20 Labieno, Tito, 64-65, 68-70,
Irán, 200 9 3 ,1 0 1,1 0 7 , 12 1,12 3 -12 4 ,
Isáurico, Publio Servilio, 16 1 129, 13 2 ,14 8 ,16 8 ,18 4 -18 5
islas Scilly, 1 1 4 Langres, 110
Italia, 20-21, 29, 36-37, 39, 49, Languedoc, 37
59, 75, 79, 8 3 ,10 7 ,12 1- 12 2 , Larisa, 180
1 3 8 ,14 5 ,1 4 8 - 15 1 ,15 4 ,15 7 , Le Gall, J., 128
15 8 -16 0 ,16 2 -16 3 ,16 6 ,17 8 - Léntulo, 143, 14 9 ,15 3 , 155,
17 9 ,18 5 , 209-210 163
Iter {El Viaje), 184 Lépido, Marco, 15 9 ,1 6 1,
18 0 ,18 4 , 217-218
Lérida, véase también Ilerda.
Janiculo, 69 22
Jehová, 26 Lesbos, 5 1 ,1 7 2
Jerusalén, 178 Libia, 18
248 INDICE ANALÍTICO
Ligario, 205 Mediterráneo, 2 1, 37, 39, 56,
Loira, 1 0 7 ,1 1 4 64, 10 9 ,114 , 209
Lolia, 199 Metelo, 6 1,15 7 -15 8
Lombardia, 93, 9 7 ,1 0 7 ,1 1 5 Mileto, 56
Lucca, 10 7 ,10 9 ,13 6 - 13 7 ,13 9 Milo, 138
Lúculo, 58, 64, 82 Milón, 20
Lutetia (París), 12 3 Ministerios, 23
Lüttich, 1 1 5 Mitilene, 5 1, 53
Lyon, 92 Mitrídates, 47, 49, 56-58, 64,
176-179
Mitrídates, efigie de, 48
Macedonia, 16, 2 1, 37, 163 Moltke, 126
Magetóbriga, 90 Mommsen, 196
Magio, Numerio, 153-154 Monarquía, 145
Magnus, 21 Mont-Falizes, 10 1
Main, 91 Mosa, 1 0 1 ,1 0 4
Mancha, canal de la, 8 7 ,10 7 , Mucia, 199
11 4 Mülhausen, 95
Manilio, 64 Munda (Montilla), 18 4 ,18 7 ,
Marcelo, 13 9 ,14 2 , 205 190
Marcelo, teatro, 2 1 1 Museo Arqueológico de
Marcia, gens, 30, 66 Nimes, 90
Marcio, Anco, 66 Museo Arqueológico de
Marcius Rex, familia, 214 Venecia, 50
Marco Antonio, 22,14 2-14 3, Museo Capitolino de Roma,
14 8 ,15 9 ,16 6 ,17 9 , 200- 72
202, 209, 212-213, 217-218, Museo de Nápoles, 201
222 Museo de Saint Germain de
Marco Antonio, 218 París, 89, 9 1 ,1 2 5 ,1 2 8
Mario, Cayo, 30, 41-43, 47-48, Museo del Louvre de París;
5 1, 58, 66, 77, 94, 14 2 ,16 2 , 14, 11 6
197, 203 Museo Nacional de
Mármara, mar de, 5 1 Florencia, 187
Marne, 96 Museo Nacional de Roma,
Marte, Campo de, 18 0 ,19 8 , 4 1, 62, 6 7 ,1 1 3 ,1 3 0
211,222 Museo Vaticano de Roma, 42,
Massilia (Marsella), 159-160 10 8 ,110 , 152, 1 7 5 ,1 8 1
Mauritania, Bogud de, 183, Mussolini, Benito, 15
200
Máximo, Quinto Fabio, 96
INDICE ANALITICO 249
Namur, 10 1 Pacuvio, 222
Napoleón III, 126 Países Bajos, 20
Nápoles, 67 Palacio Aglie de Turin, 204,206
Narbona, 88, 1 2 2 Palacio de los Conservadores,
Narbonensis, Provincia, 37 34
Negro, mar, 47, 5 1, 178 Palestina, 17
Némesis, 17 3 Paulo, Emilio, 13 3 .
Nepote, Metelo, 65 Pelusio, 172, 17 7
Neuwieder Becken, 1 1 1 Península Ibérica, 60
New Brunswyck (NewJersey), Pérgamo, 57
106 Pericles, 58
Nico, 25 Pérsico, golfo, 18
Nicomedes IV Filopátor, 51- Petra (Skam), 165
52, 57-58, 7 1,8 3 , 186 Petronio, 158-160
Nicopolis, 178 Phagita, Cornelio, 51
Nikolsburg, 118 Piacenza, 160, 193
Nilo, 17 7 Pinochet, Augusto, 15
Normandia, 107 Pirineos, 107, 159
Norte, bárbaros del, 17 Pisón, Lucio Calpurnio, 73,
Noviodunum (Nevers), 123-124 80, 84
Nuevo Testamento, 40 Plautio, tribuno, 59
Ny Carlsberg Glyptothek de Plutarco, 17, 200
Copenhague ,15 0 Po, 37, 47, 60, 87, 9 2 ,16 2
Pólux, 67
Pomerium, 79, 84
Occidente, 58, 209, 2 13 Pompei, acta, 79, 82
Octavia, 199 Pompeya, 64, 77,197-198
Octavio, véase también Pompeyo, 18, 20-21, 58-60,
Augusto, 202 63-65, 70, 77, 79 -84,115,
Octodurus (Martigny), 107 13 3 , 135-139, 141-143, 148-
Odisea, 31 15 1,15 3 - 15 9 ,16 1,16 3 - 16 6 ,
Olimpo, 26 16 8 -16 9 ,172-173,177-18 0 ,
Opio, Cayo, 135, 154, 202 184, 187, 197-199, 203, 205,
Oppermann, 16, 23 212
Orcynia, 120 Pompeyo, Cneo, 184-185
Orgétorix, 91 Pompeyo, Curia de, 223
Oriental, Iglesia, 2 1 1 Pompeyo, Sexto, 184-185
Oriente, 17, 39, 47, 56, 58, PonsJulius, 13 2
64, 79, 163, 178, 2 12 , 219 Pontífices, Colegio de los, 57
Osca (Huesca), 60 Pontina, lagunas, 2 11
250 INDICE ANALÍTICO
Ponto, 47, 163, 178, 185 Rubicon, 21, 14 5 ,14 7
Ponto, rey del, 48 Rubrio, 162
Portus Itius, 1 1 3 Rufo, Servio Sulpicio, 199
Postumia, 199 Ruhr, 1 1 1
Potino, 17 2 ,17 4 -17 5 Rulo, 71-72, 80
Primera Guerra Mundial, 168 Rusia, 2 1 1
Provenza, 20, 209
Provinzialmuseum de Bonn, 54
Pulcro, Publio Clodio, 77 Salónica, 85
Sambre, 9 8 ,18 5
Saturnino, 69-70
Quinto, 1 1 5 , 1 3 5 Saturno, templo de, 14 1
Quirino, 188 Save, 87
Sedán, batalla de, 126
Sedulo, 129
Rabirio, Cayo, 68-70 Selva Negra, 9 1,12 0
Rascipolis, 163 Semiramis, 84
Ravena, 13 6 ,14 2 , 14 5 ,14 7 Sena, 96
Reims, 96 Senado, 34-35, 42, 45, 47, 49,
República, 18, 22, 34-35, 41, 59, 61, 66, 70-71, 74-76, 79-
156, 182, 184, 209, 219 84, 90, 95-96, 10 7 ,10 9 ,13 6 -
Rímini, 145 13 9 ,14 1- 14 3 ,14 8 -15 0 ,15 4 ,
Rin, 20, 87, 90, 93, 95-96, 15 6 - 15 7 ,16 2 ,16 4 ,18 8 ,19 1,
1 0 7 ,1 0 9 - 1 1 1 ,1 1 3 - 1 1 7 ,1 2 0 , 202, 209-211, 214, 217-218,
12 4 ,19 0 222
Ródano, 87, 91-92 Sens, 1 1 6 ,1 2 2
Rodas, 56-57 Sertorio, 58-61, 63
Rojo, mar, 200 Servilia, 199
Roma, 16 ,19 ,23,29 -30 ,32,34 - Sevilla, 22, 185
37, 39-40, 47, 49, 53, 56-61, Shaw, 196 !
64, 66, 69, 7 1, 73-74, 79, 82- Sicilia, 22, 37, 159, 162-163,
85, 88, 90, 93, 95-97, 107, 18 1, 209
109-110, 114 , 118 , 12 1-12 2 , Sila, 59
124, 1 3 1 , 133, 135-140, 142, Sila, Publio Cornelio, 47, 49,
146, 148-149, 153-156, 158- 50-51, 53, 55-56, 58, 60, 66,
159, 164, 169, 173-174, 176- 73, 7 7 ,1 4 0 ,14 2 ,15 3 ,16 2 ,
177, 179-180, 183, 185-186, 17 9 ,19 7 , 203, 210
188, 196, 198, 202-203, 209, Siria, 16, 64, 8 4 ,13 8 ,16 3 ,
2 1 1 , 2 13 - 2 14 , 2 16 , 2 18 , 17 2 ,17 8
222 Socígenes, 2 1 1
I n d ic e a n a l ít ic o
251
Stalin, José, 15 Túnez, 182
Subura, 29, 201 Tunicia, 37
Suiza, 20
Sydenham, E. A., 207
Utica, 182
Uxellodonum, 132
Tácito, 197
Tapso, 182, 184, 193-194,
209 Vario, 184-185
Tarento, 180 Varrón, Marco Terencio, 80
Tarso (Cilicia), 178 Vatia, Publio Servilio, 53
Tebas, 17 Veith, G., 10 5 ,16 5
Terencio, 23 Venus Genetrix, 19 4 ,19 6 , 202,
Termes, Minucio, 5 1, 53 222
Tertulia, 200 Venus, 29, 66
Tesalia, 16 3,168-169, 180 Vercassivellauno, 129
Thalameges, 17 7 Vercingétorix, 20,122-124,
Tiber, 70, 202, 218 12 6 - 12 7 ,12 9 ,1 3 1,18 6 , 205
Tolomeo Auletes, véase tam Vesontio, 94
bién Auletes, 83, 85, 163, Vesta, 51
173-174 Vettio, Publio, 82
Tolomeo César, véase también Vibulio Rufo, 164-165, 172
Cesarión, 202 Vienne, 122
Tolomeo XII, 71 Villa Farnesina, 202
Tolomeo XIII, 17 2 -17 3 ,17 5 - Virgilio, 22
177 Vulcano, 118
Tolomeo XIV, 174, 17 7
Tonante, Júpiter, 15
Toulouse, 92 Walter-Verlag (Olten-
Tours, 107 Friburgo), 132
Tracia, Cotis de, 163 Weimannsche
Tracia, Sádala de, 163 Verlagsbuchhandlung de
Trebonio, 159 Berlin, 150
Tréveris, 1 0 0 , 1 1 5 , 1 1 7
Trieste, 142
Trípoli, 17 7 Zela, 178
Troya, 29, 17 3 Zeus, 18, 26