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Entrada Triunfal

El documento describe la entrada de Jesús a Jerusalén y explica que aunque la gente lo recibió como un rey triunfante, Jesús vino de forma humilde para cumplir la profecía de sufrimiento. También contrasta las expectativas erróneas del pueblo judío sobre un mesías triunfante con la realidad de Jesús como mesías sufriente que murió para liberarlos del pecado. Finalmente, exhorta a someterse voluntariamente a Jesús como el único rey soberano.
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Entrada Triunfal

El documento describe la entrada de Jesús a Jerusalén y explica que aunque la gente lo recibió como un rey triunfante, Jesús vino de forma humilde para cumplir la profecía de sufrimiento. También contrasta las expectativas erróneas del pueblo judío sobre un mesías triunfante con la realidad de Jesús como mesías sufriente que murió para liberarlos del pecado. Finalmente, exhorta a someterse voluntariamente a Jesús como el único rey soberano.
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El Rey que viene en el nombre del Señor

Lucas 19:37-38
El pasaje donde están ubicados estos dos versos pertenece a lo que se conoce tradicionalmente como
"La entrada Triunfal", pero no debería titularse realmente así ya que esta calificación de "Entrada
triunfal" no aparece en el texto griego en ningún lugar, en las lenguas originales de la Biblia no
existen estos encabezados. Tal vez un encabezado más correcto para este evento de la vida de Cristo
debería ser "La entrada de Jesús en Jerusalén para Su humillación".
Es interesante saber que para los cuatro evangelistas, y para Dios mismo que los inspiró, la entrada de
Jesús a Jerusalén fue de suma importancia y esto es demostrado por el hecho de que sólo cuatro
sucesos de la vida del Maestro están en los cuatro evangelios, a saber: 1- La multiplicación de los
panes y los peces, 2- Su crucifixión, 3- Su resurrección y 4- Su entrada a Jerusalén. La importancia de
este hecho radica en que Jesús realmente debía ser reconocido por Su pueblo como lo que era: el Rey
de Israel (Juan 12:13). Con esta entrada a Jerusalén montado en un pollino se daba a todas luces
cumplimiento a la profecía de Zacarías 9:9, de manera que todos los judíos que conocían las
Escrituras y que esperaban al Mesías, pudieron entender que estaban viendo la profecía cumpliéndose
delante de ellos.
En la antigua Roma los Generales romanos, y a veces los emperadores (los césares), cuando llegaban a
la ciudad después de una gran conquista para Roma y de haber obtenido una aplastante victoria
sobre el enemigo, el pueblo reunido lo recibía con una gran ovación; ellos llegaban montados en una
cuadrilla (un carruaje de guerra tirado por cuatro caballos) seguido por su ejército, y mostrando en
procesión todos los despojos de la guerra y a los prisioneros capturados como esclavos. Era un
momento memorable, lleno de pompa y de gloria, para festejar al campeón del imperio. Pero no fue
así con la entrada de Jesús en Jerusalén; la profecía bíblica lo había anunciado de una manera
totalmente diferente (Zacarías 9:9). Las palabras "humilde" y "cabalgando sobre un asno" nos
hablan de una entrada diferente a la de los emperadores y generales romanos. Jesús vino humilde
cabalgando sobre un pollino, sin ningún ejército, sólo trayendo sus doce apóstoles con Él; sin gloria,
sólo con un traje polvoriento del camino; sin riquezas, sin majestad, sin orgullo y peligrando por el
odio de los líderes de Su propio pueblo al cual amó. No vino a otra cosa que a humillarse hasta lo
sumo con la muerte más vergonzosa de la época, la muerte de cruz (Filipenses 2:8) para que por
medio de esa muerte tuviéramos vida por medio de la fe (Juan 3:16). Su reino no era un reino como el
de las Naciones del mundo, incluidos los reinos de Salomón y David (Juan 18:36), sino que era un
Reino espiritual (Romanos 14:17), su PALACIO fue simbólicamente el templo de Jerusalén y su
Trono el altar del Holocausto (Marcos 10:45, Juan 1:29); su corona no fue preciosa ni regia (Juan
6:15) sino una humillante corona de espinas (Juan 19:5); y Su cetro no fue una pieza de oro con
diamantes, sino una rústica caña con la cual le golpearon la cabeza para burlarse de Él (Mateo 27:29-
30).
Cuando Jesús se presentó en Jerusalén la gente realmente le recibieron como el rey de Israel que
venía en el Nombre del Señor (Juan 12:12-13), lo cual equivale al Mesías. Lo recibieron con alabanzas
y ovación, pero lo recibieron como tal movidos por razones equivocadas: Jesús resucitaba muertos,
multiplicaba los panes y los peces, sanaba a los enfermos, era capaz de proveer dinero cuando hacía
falta y se preocupaba por los pobres. Era alguien que para ellos era muy útil para satisfacer todas sus
necesidades materiales, y querían que fuese rey y Señor sobre ellos para vivir vidas cómodas, ¿quién
como Él para saciar todas nuestras necesidades por las que nos afananos día tras día? Por eso Jesús
citó en algún momento la profecía de Isaías (Mateo 15:7-8). Ellos no querían obedecer Sus palabras
del sermón del monte, en especial aquella de Mateo 6:33. Pensaban también que Él venía a liberales
del yugo de opresión romano; alguien que hacía tales prodigios podría seguramente librarles con
facilidad de esa servidumbre, pero Él vino a morir para liberales de un yugo peor que es el del pecado
y la condenación en el infierno, para enseñarles que debían nacer de nuevo o no entrarían al Reino de
Dios, pero ellos no querían este tipo de Mesías.
En las profecías del Antiguo Pacto existían dos caras aparentemente contradictorias del Mesías que
había de venir: Una era el Mesías Triunfante (Ej. Salmo 110) y la otra era el Mesías Sufriente (Ej.
Isaías 53). En el tiempo de Jesús se había olvidado o ignorado conscientemente al Mesías Sufriente,
pues las circunstancias históricas le hicieron anhelar al Mesías Triunfante que los liberaría del yugo
de la servidumbre a los romanos y así era predicado en las sinagogas; era inaceptable y
contradictorio, humanamente hablando, recibir a un Mesías Sufriente en ese tiempo, a parte de que
cómo iba a ser el Rey Ungido de Israel alguien que viniera a morir, cuando se le había prometido un
Reino Eterno (Isaías 9:6-7). Ellos no habían interpretado correctamente las profecías y no
entendieron que el Mesías PRIMERO debía ser Sufriente y DESPUÉS Triunfante. No esperaban que
el Cristo prometido viniera a morir, resucitar y establecer un reino espiritual. Cuando se dieron
cuenta del tipo de Rey que era Cristo por Sus palabras y acciones se deben haber decepcionado
mucho, no por Cristo mismo ni por Su misión, que era de Dios, sino por sus expectativas erradas de
Él.
Y nosotros ¿Qué esperamos de este Rey? ¿Cómo venimos delante de Él? ¿Cuáles son nuestras
expectativas de Él? ¿Cuál es nuestra relación con Él?
En el mundo bíblico no todo señor era rey, pero sí todo rey era señor de todos los señores de su reino.
Los reyes tenían autoridad para hacer todo lo que quisieran en su territorio y en sus súbditos, eso se
llama soberanía. En Cristo tenemos a alguien que es Señor y es Rey por encima de todos los señores y
reyes de la tierra (Apocalipsis 17:14), a nosotros que hemos creído en Él nos ha comprado pagando
por nosotros con el precio de Su vida y ya no somos nuestros (1 Corintios 6:20), nosotros
voluntariamente nos sometemos a la soberabía de este realmente Único Rey Soberano (1 Timoteo
6:15); y ahora si Él es verdaderamente nuestro Rey y Señor entonces le obedeceremos (Lucas 6:46).
No seamos como el pueblo de los judíos del tiempo de Jesús que le llamaron Rey a las puertas de
Jerusalén y, parece ser que al menos una parte de ellos, menos de una semana después, gritaron
"crucifícale" ante Pilato. Nuestra posición delante de Él debe ser la de Saulo (Pablo) que
encontrándose con Cristo en el camino a Damasco le dijo: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?"
(Hechos 9:5). María la madre del Señor es un buen ejemplo para nosotros cuando dijo: "He aquí la
sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra." (Lucas 1:38). Si vivimos, para Cristo
vivimos, y sí morimos para Él morimos, y sea que vivamos o que muramos, de Él somos (Romanos
14:7-9). Qué nuestra oración sea la de David (Salmo 143:10) y la que el mismo Jesús enseñó (Mateo
6:10).
Llegará el momento en el futuro donde, aún aquellos que no toman ahora a Jesús por Rey en sus
vidas, tendrán que doblar sus rodillas ante Él y confesar que es Señor (Filipenses 2:9-11), pero ahora
nosotros hagámoslo voluntariamente, eso es lo que Él desea, tal y como dice uno de los salmos
mesiánicos (Salmo 110:3). Hagámoslo en entrega y agradecimiento. Él es digno de toda la gloria,
honra y honor por lo que es y por lo que hizo por nuestra salvación (Apocalipsis 5:11-12).
Dios les bendiga.

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