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Maxime Leroy - Descartes, El Filosofo Enmascarado - Tomo I

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NUEVA BIBUOTECA FILOSÓFICA

XXXIX
MÁXIMO LEROV
........

DESCARTES
(eL PILOSOPO ENMASCARADO)

VERSION ESPAAOLA

DE

F. 6ALLACH PALÉS
Profesor en el lnsiiiUio Nacional de Se¡unda E.nsenanza
de Valencia

........
TOMO 1

........

MAUili•J
1930
l111p. de L. Rablo.-Aguaa, 11.
PREFACIO

Durante los ,·cinte aiiO!I CJIIC estudiamos las gran•


<les ideas socialt:s y pollti<·ns de nuestra época, e11
~uanto se trata clt· Mil origt~n, snlllu. o. nut~stra vista el
nombre de Jlcsc~arlcA, lo mismo que en lo referen-
te a los comit•nt.t\!1 ele tus in11titucioues contempor'·
neas. Una11 \'l'<"--s le hnllnmo.<~ en ln11 obras de Saint-
Simón, autor de ¡x.-netrantes páginas sobre dicho
fiMsoro, de quien tomó algunos de sus giros si·
¡.,rui(•ndok t.ambit:·n "n su manera ele pensar; otras
ni releer los lihros de Augusto Comte, <JUC llegó a
llamarse su completaclor. Ya antes que ellos, Sic-
yi:s, csplritu singular y profundo, prctcndfa r<xlu-
cir el arte social a contada.'! ideas etaras y sencilL.-u;
a. la numera r.artesiana; el decreto del 16 de ago.-;to
de 1790 rleciclió •se redactase uu Código general com·
puesto de leyes sencillas, claras y apropiadas a la
Constitucilllll, tomando como base dicl1a pretensión.
Fué Descartes el menor de una familia reciente-
mente cnnoblecidu; era su mano la del artesano, su
esplritu el del hombre del estado llano (Tiers-Etat),
su filosofía, que por tantos motivos hubiese debido
inspirar el úllimo capitnlo de la llistoria de las mu-
nicipalidades france~~as a A. Thierry, proporcionó
~u ideologf:t a tres de los teóricos más representa-
th·os !le la historia moderna. No pertenece Descartes
a la historia de la.<; ciencias y de la metaflsica so-
lam~'ntc, hay ·c¡ue consiélerarle también como gran
ñg1.1rn social.
Tms haber estudiado a Sicy~. Saint.Simlm y
·Comte, .al segundo sobre todo, hemos crefdo intelec-
-6-

tualmcnte conveniente ir a buscar el nacimiento de


la fuente en que bebieron dichos ilustres precurso-
rOJ, según confesión propia. Por eso volvimll!l a
abrir las obras de Descartes, que babiamos leido y
relefdo varias veces ; refrescada la memoria no po-
dfamos ol\'idar lo recordado. También hemos con-
sultado la obra del abate BaiUet sobre la vida del
fiJ6sofo, y, acuciados por la necesidad de cono-
t-er detalladamente su existencia e ideas, hemos re-
CWTido a casi todos los libros que de él tratan ab-
sorbiéndonos en la 1«-tura de la admirable edición
de C. Adam y P. Tnnnery. r'.llte nuestro libro na-
dó de la C"uriosidad de historiador ele idea.; e ins-
titudones poUticas y sodalt·s actuales. Esta <>S la
~nesis de nuestro en~'Lyo histúriC"o que, dcsdt• lue-
go, solicita indul~ncia de parte de los maestrO!I de
la filoeofia.
Hemos escrito la vida de Descartes sin aportarle
nada novelesco: sugerimoe hecbos por orden cróno-
lógko, intentando aclarar las ideas por los hech08
escrupulosamente, sin abrigar la pretensión de no
haber incurrido en error. Apoyflndonoe en esos be-
<'hos y sus comprobantes, hemos pre~~cntado hipóte-
sis psicológicas, con la necesaria prudencia, y, si .
hemos sugerido muchas en fin de C'Uentas, ha sid(>
por estimar que entre los grandes hombres ningu-
no autorizaba la hipótesis biogr~fica con mayor ra-
z6n que nuestro filósofo por haber vivido entua84.'8-
rado a partir de sus "-einte años. De no buscar
la manera de adivinar y desc.-ürar, de reticencia en
reticencia, la \'erdadera \-ida de este hombre ex-
traordinario, que formuló la teorfa de la reticencia
mental interes~ndose por la \'erdad, verdad peli-
grosa por C"ierto, creemos exponemos a no v~ fa-
más su rostro, a desconocer su alma fntima, su pen-
samiento recóndito.
i

Pero ¿ cdl es el \"alor de diclJaS ltipótesis? Como


las sugerimos más que afirmamos, esperamos no &e-
rAn juzg,adas de temerarios en demasía. Nuestro
principal deseo es no se estime disminuyen la gran-
deza de nuestro filósofo, pues le amum<Jtl, le admü·a-
mos en todos los momentos de su tré.gica \'Íd& de
conjurado, empleando ln sorprc.-ndentc ex¡Jreaión de
cl'Alembert, o, hnblnndo a la 1tu1ncrn de Leibniz,
de jefe de secta, JK"rM."J{\ti<lo por innumerables ene-
migos y atormentndo por lns nmbicioncs, singula-
ridades e im¡.uit•htdt•ll del ~nio prodigiosamente
aposionn(lo.

Lago ele Hossegor, 15 diciembre 1928.


INTRODUCCION
--·
El Enigma de Descartes (1)

• No es mi 4nlmo navegar contra el


viento.•
Dcacarrea.
(Carla a Pollo!, 1.0 enero 1644. cObrea•,
111, p. 73.)

Gastón Milbaud ha escrito: La k'Y del mcnor


esfuerzo nos ha proporcionado un Descartes sim-
plificado, mientras el gusto de la apologética nos
dió un Descartes monótonamente santo: uun al-
ma ingénuarncnte ~eligiosa11. Dc. sd.e las prohtn-
d.idades del siglo XX sólo ¡podemos vislumbro~
un hombrecillo que anda mecánicamente, a pasos
cortos y prudentes, relleno de abstracciom:s, pri-
sionero del egoísmo del solk'1'Ón. Nadie deja de
reconocer genio a ese Descartes que se nos pre-
senta tan inhumanamente metódico en Bn-d.a o
Amstcrdam, como Kant en Koenisbcrga, pero
tan frío, tan mani{ltico, que nuestra época trepi-
dante y apasionada no quiere ni puede conside-
rar a este filósofo demasiado sabio, con la amis-
tad, la lástima, los estremecimientos c¡ue hicie-
ron desvariar debido a adoración a tantos adoles-
centes ante otros héroes, dolientes e inquietos,
tales como Pascal, Rousseau, Ch.ateaubriand, La-
martine o Stendhal, no obstante formar en su
misma fila.
Se le llama el razonable Descartes; se recuerda
dos o tres rasgos de su biogra.Ho, pasando inme-
diatamente a su metafísica, a su método ilustre,
sin detenerse por curiosidad en el misterio de
una vida que 8C nos o.firma claramente ñté la de
un sencillo campesino, rodtlnda de estrecho si-
lencio, hurafw, de un hombre que padeció la fo-
bia de las relaciones de vecindario.
El !K"SCartes santo, el Descartes que huye de
los vecinos indiscretos, incwortunos, el l.)escar.
t<:s que se entrega por entero a la metafísica, a
las matcm{lticas, dedicado a algunos artes (ttik-s,
oculta como tras un \'elo al verdadero Descar-
tes; el Descartes que se hunde en las quimeras
de la alquimia y el ros-crucismo, d Descartes
que sueña en libertar al hombre de la maldición
que le obligó a tra},...¡jar, el Descartes en luc·ha
l.'Otltl"a los Jesuitas, con todos los fttrores de un
Pascal, el Descartes que busca la crcacilm de \toa
nueva secta, el amigo de los ateos, ese Descartes
extraño, nervioso, hermético, errante con un al-
ma en pena, de ejército en ejército, de chtdad
c11 ciudad, de nación en nación, para ocultar a
los hombres el enigma cuya llave sólo tuvieron
en sus manos el alquimista Villchressicux, el C\\·
ra ateo PiC"ot y el ros-crttct'n~ Van Hogclande,
sus fnHmos y discretos amigos.
-10-

La vida de Descartes presenta singulares par-


ticularidades, que habitualmente se ncoozan co-
mo anécdotas secundarias que no deben entrar
en la composición de su retrato psicológico: ¿por
qué no tomarlas en ouenta para multiplicar los
matices en ese rostro taciturno? ¿Por qué consi-
derar romo de poso, sin escudriñar el verdade-
ro sentido, esas amistades her~ticas, libertinas,
extrañas, que por su duración y profundidad re-
velan, si no identidades psicológicas, semejanzas.
morales al menos, comunidad de intenciones cu-
ya pista :te encontrarla diffcihncnte, sin recurrir
a los escritos del filósofo? ¿Qué significan esas
sombras, esos contrastes?
Cuestión es ésta que hay que dilncida1', por-
que, como dijo muy bien Alain, ninfñm filósofo-
ha filosofado 90bre sf mismo como Jo hi7.o Des-
cartes.

• ••
Salió Descartes de Francia y, en vez de bus-
car motivos dignos de su genio se escribe habitual-
mente se equivocó sobre la calidad y severidad
de peligros o molestias de lo8 que pretendian hufr.
Sus billgra.fos critican veinte wces su juicio ne--
gando su perspicacia; consideran sus viajes como
debidos a cambios en su humor, prudencias mez-
quinas del razonador qtte se ha secado, enveje-
cido prematurammte.
- II-

En ese Descartes friamente estilizado hallare--


mos al hombre; hay que tener t!D cuenta esos ras-
gos omitidos, hay que a{·ttsur los más salientes
para intentar descubrir, bajo la <k'ICOración ofi-
cial, entre la pomJIU mortw>ria del Descartes de
Iglesia y UniV(."t'Sidnd, la angustia, la rebelión,
la humanidad que <.·outaibuy~::n o la grandeza de
Descart.cs tal cual nosotros lo concebirnos y que
le aportnn su parte trf4,oica, por<JUC hay tragedia
cartesiana, tragt.'<lia scntimiental y espiritual.

•••
Descartes no tuvo familia: uno de sus rasgos.
fué la sok·dad. Muri6 ignorando la fecha y cir-
cunstancias de la muerte de su madre; fué edu-
cado por una nodri1.a. Como dice Baillet, se crcfa
ula afrenta de su estirpen. Par<.-cc q_ue su padre
no le conocía, puesto <¡ue se burlabo de su fil6-
sofo, dicioodo que usólo servfa para que le en-
cuadrnasen en piel de lloettrro11. Le trataba de
ndlculo, añadiendo que, uent,-e todos sus hijos,
el único que le tenia descontento era ~~~~ ( 2). Y,
desgracia suprema, experimentó d dolor de te·
ner un hemwoo indigno .que le arrebató sus le--
gítimos derechos; lleg6 hasta la difamación, apro-
V«hando su ausencia y su hombría de bien; tam-
~én Espinosa fué tmicionado 5>0r su hemlBna.
lo primero ()\te hi1.o Descartes fué hufr de los
:myos, de todos aquellos enC1Tiigos íntimos, tan
-12-

pronto le fué posible. Se apartó de ellos para


siempre y sin remordimientos. Ni asistió al en-
lace de su hermano mayor ni al de·su hermana;
no obstante, fué padrino de uno de sus sobri-
nos. Volvió a Francia en 1644, estando algunas
semanas: aquel ftté su primer viaje a Francia
desde 1628. Prefirió llevar hasta el fin una po-
lémica con sus adversarios holandeses antes que
volver a Francia para v~¡:r a su padre anciano ya,
al que no habla visto hada muchos años. El vie-
jo murió durante ac¡uclln 'IIIcrelln: no apresuró
su marcha ~lara IIOT".tr sobre la fosa recientemen-
te cavada. En el momento de su muerte, Des-
carte~ pcn!iú ímicamente en su nodri1.a, que se
portó con él como una madre; el mismo rccuér-
do tuvo Racine al morir para la suya.
No e;taha a gusto Descartt.'S entre su familia.
¿Podía estarlo más en la sociedad artificial del
colegio? A los ocho años entró ·en el colegio de
lo!> ]c!>uÍtas; hahlaba cortésmente de aquellos
años de infancia, que fueron he.stante silvestres,
pero no volvió jamás ·a La Flt.ochc para refrescar
sus recuerdos. Dudando entre la lucha directa y las
habilidades diplomáticas, sólo pensaba en neu-
tralizar la poderosa orden y hufr de ella. En tos
Padres vcla, según su piadoso biógrafo, el aba-
te A. Baillet, un ejército que pTO<.'uraba destru{r-
1
le, a él y a su filosofía.
¿Se encontraría más a gusto en su patria? No
pensó ir a vivir en los nobles edificios de su gran-
-13-

ja del Perron, cuyo señor casi feudal era. Llega-


do a la edad de la virilidad, se alistó entre los
protestantes, a las 6rdcnt.'S del príncipe .:Mauricio
de •Nassau, ateo que acababa de castiga•r terri-
blemente al ejército de S. M. Católico. Huyó
de los suyos, de sus maestros, de 9\1 religión, de
su país y de su r(."Y.
En Holan<lu se vi6 asaltado por otras curio-
sidades; luego la abandonó bruscamente, tras
misteriosa conversación con un anciano, discí-
pulo atrasado de Raimun<lo Lllllio. Abandonó a
un amigo que le era muy querido: Isaac Bceck-
man. Entonces- se dirigió a Dinamarca, luego a
Alemania, de la que salib volviendo a Francia,
visitando !tal~, sin ir como peregrino a Nt.U.-s-
tra Señora de Loreto, e pesar de haberlo prome-
tido, a consecuencia de fcbrik-s sueños tocados
de locura, junto a su (.'Stufa en Suaviu. No se
sabe qué terror sufrió en !<'rancia, tras su célc·
brc entrevista con el cardenal de Bérulle, uno de
los jefes de la Contra-Reforma, alTICdcdor aet
cual nació la Cábala de los devotos: huyó nue-
vamente a Holanda, yendo de chttlad en ciudad,
para escapar otra vez, y, unn noche de invier-
no, murió en SuoCCia, velándole un miembro de
la Compañía del Santo Sacrom~·nto, quien con
uno de sus cofrades, creó la leyenda de San Des-
cartes, leye_nda que sirvió d<.· hnst.· a Ilaillet pata
escribir un libro dclici~. como cuantos compu-
so par<:~ su serie ((Vidas die Santosn.
-14-

•••
Descartes se escapó, se ocultó; disimuló un
secreto; pasó su vida pr~ocupado por las cifras;
hasta pretendi(J <:scrihir a la Princesa Palatina
empleando esta seguridad (.'). Olvidó las leccio-
nes que recibí/) dC' sus rna<.-stros, los lugares ama-
dos de su infanciu, a los que llamaba jardines,
lo mismo que todos aquellos en que intentó es-
tablcttrse; Descartes ten fa alma móvil, insada-
ble. Su inteligencia, sus ojo6, sentían la avidez
de \-'"llriados horiwntcs. Las cosa." <kjaban de in-
teresarle una vez desesperuba le enseiia.un algo
(4). No se sentía e1~ ca.sa en parte alg\Ul8. Un
año ant~s de su muerte, escribió a su amigo
Huygens uno siento afecto po,- lugar algunon.
Apenas llegado a la glacial Soocia, en la que es·
taba destinado a morir prematuramente, a las
pocas seman~ pensaba ya <.'tl nuevos viajes. ¿Qué
buscaba errando de ciudad en ciudad, de nación
en nación, de verdad en verdad? ¿Se encontró
al fin? Y, de haberse encontrado consigo mismo,
¿no huiría de un lugar a otro, por miedO a ser
visto, en la verdad terrible de rival de los dioses?
No gozó de reposo. Aspiró siempre a un dla
siguiente. En eso está la mistcri~ ·tragedia de
su vida.
-15-

.Maremático y físico, Iul= asaltado por toda$


las curiosidades: la del hecho y la del espíritu.
C.l juego, la música, la esgrima, La metafísica,
la astronomía y la fisiología¡ t.odo lo quiso ver y
l~omprendcr, en épocu e11 •tnc tocio predisponía
el cspfritn ni .~lalu quu. & collfl•sb en la V Me-
tlitaci(m clickndo: uSoy <k· naturnlc1.a tal, c¡ue
no llllt.'(lu t.ctwr el cnh.'lldimicnlo continuamente
nplk.udo n uun mi~IIJ.il coSft.n Pm~t.'ttl, snhio de su
cslir:¡~t·, elijo tuml~én: uNucstra naturaleza está
en el IIIUVÍIIlicnto.n
El IIJOvimicnto, o d drama.
l\loviliclnd c~~liritnal y material nl mismo tiem-
JHI, Desc-artes es experimentador y viajero intré-
pido incansable, por tierra, por mar. Busca pai-
sajes y •explicaciones. uRodó,, por todos sitios,
según dice él, ltasta por los ciclos y países des-
conocidos. ¿No dijo gust.abo de soñar en u pala--
dos e11cantadoso1'!
Era nc-nrioso. Poseía nuestra nerviosidad¡ efer-
vescencias de hwnor, como decía, si creemos a
l\Imc. de Sévigné¡ la fórmula es sugestiva. Era
irritable. Digamos de una vez que era apasiona-
do. Mientras Pascal.era todo pasión, él era ra-
¡r./m. Se defiendfa, rechazaba el epíteto que le aho-
gaba, le helaba. uLa filosoHa que cultivo, no es
tan bárl-..ara ni feroz que rechace cl uso de las
:pasion<.."S; al contTario, en ese uso precisamente
consid<.·ro 1a dulzura y felicidad de esta vida, (5) .
¿No scrfa la ooda, nuestra duda, lo qu~ roy6
-16-

aquel cerebro inquieto, mucho más de lo que nos


figuramos?
Durante toda su \;da vivió como, desterrado.
Llevaba en s( esa singular inquietud, la de un
saber que no se satisfi1.0 jamás. Agot1índose en
el pensar, se cansó de la geometría, de la meta-
frsica, la anatomía, interrogándose a través de
los curiosi&des inconstantes, de los paisajes y
de las aventuras. Por eso escrihió; uEI deseo de
saber es enfermedad que no puede curarse u ( 6).
¿Cuál fué el tmstorno que atormentó tan pro-
fundamente su ctlt.'rpo, su espíritu, impulsándole
a todos a(¡uellos cambios de puntos de vista para
aatisfacr-r un espfritu y ojos inC'J'l.dulos? Roman-
ticismo, al m't11os cierto romanticismo

Ahora consideremos el retrato de Descartes


que hay en el Louvre, en el q111e cree reconocerse
el pincel oo Franz Hals, u hojeemos los hermo-
sos grabados de Edelinck, Greattel~ de Jac-
quet, sobre todo el de J. Beltrand, que nos lo
han hecho familiar. Veremos el pálido rostro del
ciudadano, en el que todo es pensamiento. Sus
labios están plegados por un semisarcasmo, su
frente preocupada y taciturna. No hay fmnque-
za. Su mirada es negra, interrogante y descon-
fiada.
En este antifaz se descubre dolorosa diversi-
-17-

dad. Un humor sarcástico, humor que sus libelos


contra Voecio, ·profesor en In Uuiwrsidad pro-
testante de Utrech, reveló terrible, diabólico,
cruel, superior a su prudencia, grande diesde
luego.
Sobre esa frente OC'Ultac.lta por Jo¡; cabellos, so-
bre esa caro c:noogi<ln, c:urtu, allo(o cuadraa.n, no
asoma In confinn:w de homhre bueno, la amable
sendllc-1. dd suhio que se ho retirado al cnmpo
]JUro mediblr tmnquilamentc, con eSCQIJticismo
d<• litll~ratu. 'l'odos sus rasgos están tensos; el
ngnn-fucrlc <."St6. surcada por la voluntad <lel si-
k>tll'Ío. 'l'odo d<.>JJunci.a al hombre que desea tener
1111 gran sueüo.
¿Qué pensaba de los reyes y pueblos súbdito
tau leal como él? Aunque cat6lico en sus decla-
raciones, ¿habrA sido, en su interior, Ros-cm-
cense, deísto y hasta ateo o tal vez discretam<.'n-
tc protestante por miramiento social? ¿Qué pen-
saba de la Iglesia, la Escuela, los )esttítas, sus
maestros, en su fondo?
Descartes dej6 expresamente fuera de su mé-
todo, y por lo tanto de la duda y del libre exa-
men, las v~des de la fe: en esto reproducía
anüguas distinciones de te6logos, respetaba los
Umites m6s allá de los cuales declaran ellos he-
réticas y malicioses las investigaciones <ka la ra-
zón. Afirm.(, su f<', cumpJi{, sus deberes monúr-
c¡uicOI\ y religiosos, no sin ostcmtaci6n.
¿ F11é sincero? N o ere fa en la sinceridad de
Pll. XXXIX 2
-18-

Aristóteles ( 7). Hay que interrogarse, porque la


ostentación, que Bossuet ob!iervaba ya, rebasa
con frecuencia en él las conveniencias de la pie-
dad. Por una carta suya escrita al P. Merse.nne
sabemos se preguntaban en París e¡ qui religión
pertc•ucle~ (8). Nada de abandono, humildad, es-
pontaneidad. Descartes fué prudente. Así se cree
ordinariame11 te. Pero, ¿podemos decir disimula-
ba impkodad bajo esta prudencia, que no era in-
tus el súbdito fiel y leal que quería parecer? ¿Po-
dría probarse ignoraba las consecuencias más o
menos irreligiosas de su filosofía, y en todo caso,
sus consecuencias destructoras para la teología
católica? Estabkció distinción ct~trc la Escuela
y la Iglesia, respetando a ésta, combatiendo aqué-
lla. ¿Qué valía honradamente a sus ojos distin-
ción tal referente a una Escuela que ae confun-
día con la Iglesia por la doctrina de sus tesis y
la voluntad de sus maestros?
Interrogantes apasionadoras; infinitamente es-
pinosas también, y, a decir verdad, las más es-
pinosas en la historia de Descartes. Espinosas,
porque hay que entrar en la conciencia de nn
hombre que tomó innumerables precauciones de-
fensivas ante los indiscretos. l Cómo· interpretar
estas precauciones carcel!eras de palabras y sen-
timientos molestados y dclonnados durante el
curso de los siglos por tantas controversias ar-
dientes? Espinosas fueron también finalmente por
la parcialidad, difícilmente evitable, en un or-
- ¡g-

den de estudios en los que la sensibilidad del


intérprete se ve comprometida, (JlliCSto que 8e
trata de salx·r si Descart<.-s era apegado a ·la Igle-
sia o pr<.-cursor voluntario de Volt.nire, Renlí.n y
Cloudio .Bcrnerd, o aprendiz de brujo que desen-
cadenó el racionulir;mo nuKlcruo con la impru-
dencia de 1111 ciego o debido a la irreflexión del
¡¡turdido.
Numl!TO!II..I!I ful!ron los escritores, filósofos y
homlm.'S p(tJ,lkns <¡tiC produjeron in<¡uictudes ca
t'Htc.- urtlcu c~tro de la Cf"ll'ertcia. ¿Habrá enigma
n·h¡.:iuso l'll lk"Scark'S, l-omo lo hubo en Rabelais,
Mo11t:1Ígnc, Richdil!u y, más recientemente, ea
Chntl~llthriund?

Eso se dis.cutib tanto en vida como en cuanto


n-rrb los ojos Ik-scarbcs. Sus contcmporlt.neos sin-
tit•ruJI In intuicil'ln de un secreto; cl mismo Des-
<'Rrtc:s uos inclu('e a que nos planteemos dicho
1
-t' 11 Mltlll.

~~~'ltl~"ttc.lo ntenlnml~nl'C
sus p(Lgi.oos, escrutan-
do t"ll 1111 lurgu conx.'flpoudcncia !OStenida duran-
k c.•l tmlcro c.·ttrltn de ~~~ vi<la, leyendo su uDis-
""·~''", fJIIe c.·n ~~~ fondo f.'!l oltlohioglllfra cstili-
1ncL1, ~te hn c.•uttfl•owuln ('tite ~otTnndc ,lJombre fre-
l'llt·ntc... uc•JIIt·, y, 11 JK'!IUT ek !'ll (li!l(•r<.-ción y su
\'O)IIIIIUI io ~jJc•fll'ÍH, IIO m)Jtt\11 fC.'!IÍ!>1Ír siempre )a
lc'lll•wlt'•ll clt· uh:unu ~~mtlch .. ll'in.

Con~itJ,·r~·mo~ '111111 c·nrtn, r('('hndct en 1645. E!s-


tf• dlr IJ.Chlu 11 Rl•ght!l, dilll"fpulu <.-stimado de Des-
-20-

cartes. ¿Podemos considerarla como testigo in-


estimable de confidencia?
aAqueUos que sospecluJ" escribo ele ma.ner~
contraria a mis sentimientos en lo referente a un01
cu.esti6n cualquiera, me t1'a.ta.n co1t patente injus-
ticia. Si supiese quiénes son esas personas, no po-
drla evitar considerarlas como enemigos. Confi•-
s~ que en algunas ocasiones es prudente callar y
no dar a conocer al público todo cuanto se ¡,Cen-
sa; pero en cuanto a escribir innec.esa1iamente al-
go contrario a nuestros prvpios sentimientos que-
riendo persuadir a los leclo1'es, creo es bajeza y
pu.ra maldad,, (9).
Si nos fijamos, observaremos que cuantas pa-
labras contiene csre texto deben examinarse aten-
tamente: la declarnci6n de sinceridad hecha por
Descartes es absoluta solamente en sus primeras
Hncas. En las siguientes afirma la legitimidad
del silencio, la honradez de una actitud que de.
jará comprender, no la opinilm que tiene, sin()
la que quiere se entiénda. Admite podrá escribir,
en caso de necesidad, algo contrano a sus pro-
pios sentimientos.
No es Descaetes de aquellos seres alegres qu<:
se expresan imprudentemente, llevados por la
flueneül de la espontaneidad, con &JUella inge-
nuidad que atribuía a Sócrates .. Se trata de un
espíritu desconfiado, tal ~ del alma recelosa
del campesino, de un alma encerrada, siempre
alerta ante el peligro. Nos produce la impresión
-u-

<le ocultar perpetuamente un pensamiento guar-


dado en lo más recóndito de su cerebro. No es
éste el único texto que podemos citar, pues en
su uD·iscu.rso sobre el Método" declara t¡ue, aun
en d caso de duda, hay c¡uc obrar como si no se
dudase, sin dejar trnslucir inct."''tidumhre. Des-
cartes pu<.·dc, put.-s, t"!!Crihir por na-csidad cosas
que uo CIX'Il'ó por IHI nc.-ción, pu<:dt.• producir lu
imprt>~ión dc.· <'Ctlitlumhre incxi~tcntc en su es-
pfritu. l'or CMJ tlcclmo~¡ hny eniRma cartesiano,
por t¡nl· convic:nc dcseubrir lu angustia y el mfs.
t<-rlo t'll 1111 hombre t·uya divisa es de todo pun-
to tt:vclnclora: Qui bc11c latuit, bene vixit.
En otro púrrafo de su ccDiscursot~, en una de
l<~s frases que pr<."CCden y preparan el célebre
uCoxiLo11, Descartes escribe: uRcsolvf aparentar
c¡nc todas las cosas. (.}UC habían penetrado en mi
intdigcncia no eran más ciertas que las ilusio-
lll'S de mis cusuefios.,, También en esto sorpren-

dt.•mos In intimidad del filósofo: en realidad, apa-


renta aparentar ese escepticismo universal, por-
que precedentemente, al final de la primera par-
te de su uDiscurso11, escribió que sus viajes le
enseñaron ua no creer nada con demasiada fir-
mc7.a de todo aquello de que me había persuadi-
do solamente el ejemplo y la costumbren. Lo
cit"fto es <¡uc duda naturalmente, debido a incli-
naci{m nnturnl, por ex'(lCriencia, muy lejos de
dudar prO\•isionnlmcnte, creyendo disimularlo, o].
\'Ídanc1o (o fingiendo olvidar) la filosofía pr6cti-
-22-

ca de sus vagancias a través de Europa, lo mis-


mo que a través de las fil060fías antiguas.
En el prefacio de los uPrincipios de la filosoj(a,
escribfa: uNo se podría probar mejor la .falsedad
de los principios de Aristóteles que diciendo no
se ha podido efectuar progreso alguno por su
medio, tras haberlos seguido durante varios si-
glos,, precisamente durante la época en que pro-
curaba atraerse la simpatía de un jesufta, el P.
Charlet, cnvam.'Ci{"tldose de no haber salido ude
ningún principio que no fuese a()robado por Aris-
tótelcsu ( 10).
En su u.Uuudon, escrito antes <)Ue su uDiscur-
sou ( 11), propone Wl8 creación imaginaria del
mundo; en el ccDiscursou se encuentra algunas
de sus partes; en vez de atacar dir~'Ctamcnte el
relato del Gl'11esis, escrihi(, esta novela, ula fá-
bula de mi mundon, exprcsi(m suya, de modo
f')Ue disimulaba no creer en algunos puntos, la
veracidad del sagrado texto. También aquí fin-
ge que finge, aparenta que aparenta.
Descartes gusta de los nombrs siguientes: fin-
gir, fingimiento, engaño, engañador, circunspec-
ción, sesgo. Nos habla con frecuencia de adqui-
rir seguridddes. Cree que hay que disfuminar la
~dad ( 12). Un día escribe que calla su nom-
bre, uoculto tras el cuadro pam escuchar lo que
se diga de ~In ( I 3) ; otra Vle7. dice no firma su
libro ccpara gozar siempre de la libertad de de-
negarlo» (14). ¿No nos dicen nada tales pala-
-23-

bras, notando al mismo tiempo su extraordinaria


predilección por las falsas explicaciones? Arras-
trado por la pendiente de su espíritu, llegará has-
ta imaginar, con gran escándalo de las almas pia-
dosas, la hipótesis de un dios <.'llgniiador, en sus
uMeditacionesu, para probar la veracidad de la
evidencia.
En 1633, el N\llto Oficio condenaba las hipó-
tesis copernicnnns, uchnitidas por Desau:t<.-s: has-
ta llegó u repetirlas en su libro del ''Mundo11,
t}UC estaha escribiendo, con el tftulo de 1</unda-
m.entos,, de su fil060fía. Tan pronto tuvo conoci-
miento de la sentencia romana, se mostró aterra-
do, t:spantado, y hasta hablaba de quemar su ma-
uuscrito. Luego, al pasar el ticmpo, venció el ge-
nio, y, tra:; la u fábula de mi mttndon, imaginó
nuevos artificios, el más ("xtraño de los cuales se
halla en los uPrincipios de la fi/osoj[an, que da-
ton de 1644.
PocHa DcsC'artes someterse o rebelarse: negar
lns hipótesis flol'lentinas o admitirlas. Fué una
tcrcL-ra actitud la que adoptó. Mientras en 1633,
lanzaba este grito desgarrador: utodo mi sistema
se desploma si abandono la doble revolución de
la ti.crran, en 1644, afirmaba la inmovilidad de
lo tiiCTTa en esta frase singular: la tierra «es nrras-
trndn por d curso del cielo y sigue su movimien-
to si" mm•eru, Ji11 embarRo,, (rs).
¿ Cí11110 !'IC cncplica este lflro<ligin contrario a su
definkitltl del movimiento en el uMundo)), es de-
cir: ula attión por la cual pase un cuerpo de uu
lugar a otro» ? ( 16) . Pues por medio de defini-
ciones, el enunciado de tres leyes y siete reglas,
y sobre todo valiéndose de comparaciones e imá-
geucs, entre las cuales las Sl·gtÚentes figuran en-
tre las m6s sorprendentes: Un viajero va de Ca-
lais a Dover en un barco sin efectuar movimiento
alguno, siendo el buque lo que se mueve y le
transporta consigo; el pasajero no se mueve upues-
to que no sienh: acción en sf y esto <.'5 lo corrien-
ten ( 17). ¿No sucede lo mismo con la tierra arras-
trada por d flúido en que se baña? El barco, al 1
que no impulsan los remos ni los vientos, puede
quedar, en la calma dcl mar, inmóvil en el agua, 1
aunque ésta le arrastre en su movimiento; el pi-
loto sentado a la 'POPB del navío, no se mueve con
respecto al barco; sólo cst~ en movimiento con
relación a las playas, ante lns cuales pasa el bu-
'lue llevado por las olas, pudiéndose de<:ir que el
piloto permanece inmóvil, puesto que no cambia
de situación, con respecto a las diferentes partes
de la embarcación. De la misma manera se halla
la tierra inmóvil en un flúido en movimiento.
Como conclusión, escribe, olvidando que uno
concibe" el movimiento, sino de acuerdo con la
C:lcfinici6n mencionada anteriormente: uOuando
Wl cuerpo duro es arrastrado de la manere como
acabo de hablar por un cuerpo flúido, no se pue-
de decir propiamente que se muevall ( 18).
Como ingeniosamente ha manifestado Ch.
25-

Adam, utodo consiste en entenderse)) (19). Y,


en verdad, entendemos lo que 1¡tticre decir el
fiMsofo. Imágenes y artificios 'lUC ponen al des-
nudo uu alma, a pesar de lo <¡Uc haya dicho Es-
pinas; porque Ikscart.<.-s, al comhinar el subter-
fu..o:Po moral con el artificio cientffico, afiade to-
davía que no hay qm· n ..-cibir su cxplicnci6n umás
que como hipótcsiK, o sur>OSici6n c¡ue puede ser
falsau (:zo). ¿Poorcmos dt.ocir, con Leibniz, que,
aquel día, uencontr6 Descartes una pcrlfrasis pa-
ra negar el movimiento de la tierra,· al mismo
tiempo que era copcrnioano a ultran1.a? ( 21).
Pcrfjrasis, dice Ldbni1., y estas palabras cnck-
rran acerado sentido que araña un poquito la
memoria del maestro.
Se dice que en Descartes hay astucia. Leibniz
habló de sus rod~, de sus escapes filosóficos. No
queremos medir con el uso de epítetos vulgares
esta inteligencia, a la que el padre doe:l gran Huy-
gens creía, antes de que hubiese alcan1.ado la
gloria, 11algo sobrehumanou ( 22 ). Nosotros no di-
remos astucia, y, empleando términos mb amis-
tosos, más verdaderos, diremos: finura, precau-
ción. Disponemos de ahundantes msgos que lo
¡medcn probar; basten los dos sig"tticntcs, carac-
tcrfsticos por cierto.
En 1641, escribe al P. Mersenne, que no im-
prime en Holanda sus ce M cditariorrrsn ·(que son
una teodirea), porque ((temía que los eclesiásti-
<.'05 de aquel pa(s las viesen antes que los tcólo-
-26-

gosn (23). Los teólogos a que se refiere Descar-


tes son los doct~ de la Sorbona. Pero enton-
ces habfa comunicado ya su libro a dos profesores
protestantes, 8 sus amigos Aemilius y Régius, lo
mismo que 8 Constantino Huygens, otro amigo
protestante. Luego, casi en la misma frase, unien-
do la sinceridad al artificio, indica su desdén ha·
cia esos teólogos cuya opinión en tanto estima
al .parecer. Hasta llega a confesar, tratando de
esta materia, que la opinión del matemático Des
Argues vale más que la de aquéllos a sus ojos,
diciendo: uM{ls me ffo de H que de tres tc61ogos. ,,
Descart<.-s se estima l"D peligro. Se defiende co-
mo puede. Busca protección contra La hostilidad
de ciertos curas protcstant<.'S de Holanda y de los
Jesuftas. Algunas veces la necesidad le obligó a
escribir contra su sentimiento debido a eso; lo
sentimos. Pero se le e.xcuso, porque se trataba de
tiempos en que estaba prohibido atacar a Aris-
tllteles, so pena de muertl·; época en que se <:or-
taba los labios a los desgraciados que juraban en
plena calle; en la que el ateo Vanini fué quema-
do vivo, entre los católicos, y en qUJe, entre los
protestantes, Grocio, el incomparable Grocio, se-
gún decía Leibniz, fué condenado a cárcel per-
petua y el annininno Barneveldt fué decapitado
por el hacha del verdugo de los prfndpcs de Oran-
ge, que, por polftica, apoyaban a Gomario con-
tra Arminio.
-27-

•••
En presencia de estos he!ehos podemos abri·
gar la seguridad, casi a priori, de que toda ims·
gen del fill~fo que quiem reducirlo a rasgo esen-
cial seria falsa. Su cam oes complicada, su alma
e5CUI'Tidi7A. Las tentativas de simplificación no
faltaron tPOr cierto, a la manera de Taine; por
ejemplo, es rurioso seguir capftttlo tras capítulo
a un célebre profesor de la Sorbona, al llorado
Alfr<.'<lo Espin.'ls. tEste, llevado <le fácil compla·
renda, formaba un Descartes santo, hecho todo
f.1 de devoción. Su construcción no estaba falta
de ingenio; en una página glosa y añade algo a
lo dicho por el viejo biógrafo Baillet; en otra
transforma en ocrtidumbre alguna suposición su-
~rida por aquél, todo esto en su~sivas pltginas
muy cercanas unas a otras. De este modo, glo·
sando el relato demasiado seco de Baillet, de un
viaje emprendido por Descartes a la Corte, que
era Font:ainebleau por aquellos tiempos, Alfredo
EStpinas habla de 11una comunión del filósofo, al
menos ¡prohablen, sin aportar prueba olgúna en
su apoyo. Sobre esto no hay ni vagn insinuación
:por parte de Baillet. Si podía pcnnitirse al his-
toriador concebir tal hipfJtesis, ¿no le estaba se-
veramente prohibido presentar un ~cartes, al·
gunas p6ginas m~s addante, que participaba. en
-38-

las devociones de la Cortc'f ( 24). Vktima de su


simplificación, saltó Espinas de la probabilidad
.a la certidumbre.
En otro párrafo el eminente historiador escri-
be, sin que la ce Vida del Sr. Descartes" o la uCo-
rrc.sPollder~cia" le proporcionen pret.cJ~."to alguno,
que Descartes ha.lló ucvidentemente11 la primera
idea óe su peregrinación a Nuestra Señora de Lo-
reto, eu el ccPercgrino de I...oreto11, del P. Luis
Richeomc (25). Dk·z páginas más adelante, no
&e refiere simplotmtcntc a una lectura, sino que
el escritor afirma, sin pruebas, como umuy pro-
bable)), que Descartes lk"Vó consigo dicho libro en
su viaje a Italia; más adelante c¡uc Descartes cese
inspiró en l:l en cuanto a sus oraciones y medi-
taciones, de la misnta manera ()Uc se había ins-
pirado en cuanto a la elección de la peregrina-
ción" (26).
Ya 'Vemos la gradacióta de las afirmaciones ha·
jo el i~io de ur.a hipótesis demasiado des-
pótica. De una lectur& probletnática se ha p6S&do
a oraciones indi~tibles; de esa manera hemos
llegado a tener el Descartes de Espinas imaginado
a la manera de Taine, figurado por un rasgo dc>-
minante: la devoción .

•••
Dificil es el estudio del caso Descartx.-s, pero,
como se ve, la dificultad está tanto en el silencio
-29-

del grande hombre romo en la imaginación par-


cial de sus intérpretes, inlll8inacilm muy activa,.
desde luego. Desde que se estudia a Descartes, se
observa dos maneras de compr~nd0rlo: la racio-
nalista y la apologética, que, cada dfa se encuen-
tran mb frent~ a frente.
Peligro habrfa en acentuar el kticismo de Des-
<.'8rtes, su posith•ismo, pero el otro JlCligTo no es
menos evidente ni .apremiante. A<¡ucllos que se
esforzaron por negar el laicis.mo no han escapa-
do a esta otra simplificación: explicar a Descar-
tes por medio demasiado religiosamente cstili7..a-
do, por una 6poca cuya disciplina, unidad :.v fe·
se han exagerado. En unos aparece Descartes co-
mo una especie de Bayle o de Voltaire, cn otros
como una especie de monje. En unos encontra-
mos demasiaJd() porvenir, demasiado pasado en·
otros. ParECidas figuracion<:s han sido atribuídas.
también a Pascal, a quien se ha considerado unas
veces como apegado al protestantismo, otras al
catolicismo, al escepticismo, hasta trocado en Rc-
né jansenista, anunciador de Chateaubriand.
kecordar que Descartes sirvió diC~ in~mdor a
Malebranche y n Comte, «]Uivale a decir que es-
las dos grandes explicaciones pnedcn invocnr ho-
norablemente argumentos mny s61idos y legíti-
mos. Pero, ¿son i.gualmcntc fn.<.·rtC'S y !t'Jgitimos?
¿No fu~ I!Ste grnndc hombre 111f1s complicado de
cuanto se dice por amhas p:u1cs, mf1s <.'50térie<T
de lo C)U<" se ha convenido?
-30-

La historia de su pensamiento en sus~


res, prueba la diversidad de su espíritu. En el
siglo XVII, Port-Royal fortalece su misticismo
sombrío en la. lectura de las uM editacimus,, y de
los uPrincipiosn. Malcbranche busca en él, si po-
demos expresarnos de este modo, rallOnes para
multiplicar a Dios y su acción en el universo.
Bossuet l:e pide argumentos favorables a Dios, y
por lo tanto, favorables a los gobiernos de los re-
• yes. Más tarde, antes de transcurrir cincuenta
allos, La Mcttrie orranca violentamente a Des-
cartes una lección de materialismo. Hay una iz-
quierda y una der«ha cartesianas. ¡Cuántos fue-
ron a morar en los dominios del señor de Poiticrs!
5abfa Descartes q~ los libros contienen CS05
~iversos alimentos, asf como venenos: uLos lec-
tores, decía, extraen substancia de los libros de
acuerdo con su carácter, igual que la abeja o la
arafia que, del jugo de las flores obtienen, una
de ellas su miel, la otta su venenoll ( 27) .

•••
¿Cómo nos di!p>ndremos para elucidar tantn.
misterios? ¿Estudiaremos los de su espíritu o tos
de su doctrina?
Durante los veinte o treinta años últimas, se
ha escrito mucho sobre el estudio de I:llescart:es.
El asunto es inagotable. Leamos primeramente a
los antiguos: Víctor Cousin, Millet, Bouillier; tea-
-31-

luego a nuestros t..'OJJlompor(utoos: L. Lévy-


IIIO!'!
lhuhl, l'llyn curso sobre DcliCart.(.-s ha sido céle-
bre, l..cóu llt111ll1Chvit..,){, el prohuulo fil66ofo-ma-
h•lll{&tko, d hi!ltorimlor GuMlAIVo Cohcn, que nos
l111 tt·vdado 1111 llt.·lk·mh·M holmull'S de im¡:rrevista
o1 i~:inulidncl, In 1111'U1 IIIWVII por dcrto; Estehan
1 :ilson, 1"'1 fc'l·lu t'llll1~11lllllnl' del u/'Ji.vt:tH.Wil; Ha-
IIWiin, 1; Mlllllallcl, I;IIIM l,inrd, J~pina!;, Fortu-

1111111, ~''""'"ki, l.ui" l~llli<:r, l{.oustand, Blanohct,


11. c;ouhh-1, l'nhlo IHwR, A. Koyré, J. Chevalier,
A Ita In, l'nhlo \'ul{·l\', ~~~.·il'•logo:\, psicólogos, his-
luiiHclol t'!l ,. ~ahio!l, todos oartL·sianos sutilmente
lnf.,l'lll~ulo!l. 1 :rm·i~as a ellos, todos nosotros, lec-
l,n·t~ tlt·l u fliscurso" y de los uPrincipiosll, po-
ckmos, tic hoy l'11 adelante, abandonarnos sin pe-
li¡{ro a nuestra curiosidad ¡>rofana y a nuestro
n prt..'{'io.
Disponemos de veinbe obras del más raro mé-
rito, ¡pero, ¿quién se atrevería a &.firmar ha sido
l<·vsmtado d velo de !sis? Para elucidar el enig-
ma psicológico, 'Precisa trabajar aún, y, por otra
parte, ¿se logrará levantar ese velo algún día por
numerosos que sean .aquellos que intenten acer-
carse y tender su mano afectuosa y tímida ha-
da la estatua enmascarada, disfrazada?
Por nuestra parte diremos lo que creemos ha-
ber adivinado del secreto, sintiendo no haber po-
dido identificar, cual hubiere sido nuestro deseo,
a dos personajes que vivieron en términos fami-
liares con el filósofo: Esteban de Villebressieux
- Jl-

y C1audio Picot. Tambi~n habría que identificar


a cierto Musaeus, que ha desempeñado papel en
la \;da de l>t.'SCartes, cuando estuvo en Alemania,
durante el tiempo de sos preocupaciones roecru-
censes; no se sabe a6n cuail fuera el personaje;
tal vez la palabra sea el título abreviado de una
obra roscrucense.
Villebl"e68Íeux es médico-qufmico. Químico, es
decir, alquimista. lJ~:scart('S ahtdi6 a sus investi-
gaciones sobre la piedra filosofal, en una carta
que le dirigió. l..o cierto es que fué alquimista.
Descartes re<."'nocía a Villebrcssicux una ccbondad
natural,, considerándole ccmuy curiosou. Que Des-
cartes se ocupase de investigaciones con metales,
no es menos cierto: el inv<"ntario de sus obras con-
tiene un tratado sohre los metales, perdido por
<k-sgracia.
vmebrcssieux vivió durante largo tiempo en la
intimidad de Descartes, probablemente a partir
de 1626 o 162¡. Asistió a la famosn sesión dada
por el nuncio Bagn~. en presencia del cardenal
<le Bérulle, en la <¡uc Descartes se reveló por vez
primera al p6blico ~bio. No le abandonó nunca
por completo. Con él emprendió ttn viaje, envuel-
to en el misterio, a la Baja Ak-menia, en r634,
o~ués de la condena de Galik-o. Por este sin-
gular personaje, según impresión que se saca de
la vida de BaiUet y hasta de la correspondencia
de descartes, descubriremos el secreto roscruccn-
sc del filósofo.
-33-

¿ D6ndc nacir., en dbndc muri{, t-stc hombre al


•tue Baillct cnlifica de cékhrc?
W otro pt.'I"S<>JlUj<: tJliC pus{¡ y dcsa¡'llareció tan
mistcri~mt·ntc ~·omo d iiiJll'?lifm-alquimisla, es
d ahutc Picot, prior clcl l{ouvrc. Bnuillct cita con
l'rt'CUc:udn 1m llomlln·; lks..·nrtt.·s lt~ <.'SC'ribi6 nu-
lllcrc~lll c.·urlua. Hna 1111 homhrc de t•oufinnzn, su
""mc.!Mt11tlu, ~·, muy vcro~hnihncntc, sn m6s fnti-
11111 11111IMH.Vlvf11111 uno cu (':U~\ dl'l Qlro. Picot tr'a·
cluju lo11 nl'rlnd/•ic•.\ .tc• la ji/r.w/(au. ·
l~ru 111111 clc.~ le~ lllllÍg-os de Dt'S Barraux, el cé-
lc•luc.• lihc.•1tlno. ¿ Jo:ru nt<:o como él? Es cstc punto
,¡.. '"'"" importanda (JUe examinaremos hojean-
do u Ttallt•mnnt des Réaux. Y si el m{IS íntimo
nlllfitlt·utc del filósofo, el familiar, uel mluiir del
Sr. ll<-scartcsu seg(m se dccfa, es ateo, ¿qué habrá
•JUl· pcn9ar de la sinceridad de su teodicea y de
sus declaraciones católicas?

•••
En aquel cerel)ro en perpetuo ajetreo vibraba
un humor viajero 'que nada pudo calmar. Al mo-
rir lo mantuvo la leyenda en este dromomanismo
doloroso.
Fué enterrado en Estocolmo, en el cementerio
de los niños fallecidos sin bautismo. ¿Quién dirá:
por qué sÜ devoto amigo Ch:mut nuiso que su
alma se juntnse con aquellas ahnitas inquietas
antoe un paraíso que ks está vedado p.ua siempre?
Pn. XXXIX 3
-J4-

No se creyó en su fin. Sus funerales fueron so-


lemnes. La credulidad p6blica esparció el rumor
que se había convertido en !iOmbra viajera, por-
que, ¿ oúmo podía creerse en el anonadamiento de
un hombre que se dcdar6 derto día más fuerte
que la muerte?
La leyenda no ee<lt: en romanticismo a la rea-
lidad. Su recuerdo, como su espíritu viviente, co-
mo su cuerpo, no han podido abordar apacible-
mente playas sin tormentas.
La fatalidad no ha cesado de atornu:ntar sus
restos. El gentilhombre sueco encargado de velar
su cuerpo le abrió el costado i1.quierdo para arran-
carle el coraz6n. ~«Los franceses, exclamó el jo-
ven exaltado, no son dignos de poseerlo.>> Duran-
te su exhumación en Suecia, fué robado su crá-
neo. ¿Está en Suecia? Cul'ier dice: tal vez. ¿Es-
ti en el Musco de París? Bcrzelius dice: Sí. Nues-
tro embajador en la corte de la reina Cristina se
atribuyó la posesión de algunos h'llJCS05 de su
mano. Abrieron su féretro durante el viaje de
Suecia a Francia, a pesar de las órdenes del rey.
iEl buque que transportaba sus papel¡es, naufragó
en París en el puerto del Sena, en 1667. Sus ce-
nizas fueron enterradas primeramente en Santa
Genoveva del Monte, luego exhumadas y depo-
sitadas en 1¡92, en el Museo de Monumentos
franceses; más tarde volviéronse a eXhumar en
el año t8tg. En 1¡92, el gu.ardim de sus huesos
mandó hacer anillos de uno d-e ellos, que, según
-¡s-
1·1, prc.~ntaba aspecto de ágata esponjosa, anillos
4jllc fueron distribuidos entre algunos uamizos d.
/¡, l1utna filosofia».
Una piedra negra, empotrada en un muro de
San Gcmtán de los Prados, honra su memoria;
c.-stá colocada entre dos eruditos, 1suprema iro-
nfu para un hombre que detestaba la erudición 1
'l'ras ella solamente hay fragmentos de una tibia
,. de un fl'lllur, con algunas cenizas de un raddo
,. un c{tbito.
l.as oeni1..as de Descartes están dispersas en Sue-
l'ia y Francia.
Rosencranlz.-¿,Qué laa hecho V. del cadá'Ver,
señor~
1-lamlet.-Lo l1r: mezclado con el pol1.1o, cuyo
hijo es.
Por sus curiosidades y humores, por sus des-
gracias, por ese drama que Gocthe, yendo en bus-
<"a de la pista de Faust, hubiera tal vez encon-
trado siguiendo al viajero por los caminos de Ale-
mania y Suecia; por el enigma que enwelve su
recuerdo, Descartes pertenece a la gran familia
moderna de los filósofos y de 1~ artistas inquie-
1os y rebeldes.
L.IBRO 1
........
tOS AROS DE APRENDIZAJE
CAPITULO 1

Renato Descartes, de Poitiers


•Betoy persuadido de que le belleza
del lu¡ar no ea necesaria para la eabldu-
rla, y de que los hombree no ee parecen
a loe llrbolee, loe cuales ee ha observa-
do no crecen lan bien cuando la llerra 1
que han eldo lraeplanladosee mlle pobre
que aquella en que fueron a•mbradoe.•
Deacartee.
(Cartaa8raeeel, 2!!abrlll~9. •Obras•.
V, p. 3-49.)

¿Qué hay que interrogar para conocer la nacio-


nalidad de un hombre, la sangre o la tierra? Vie-
ja querella esta entre el jus sanguinis y d jus
soli. ¿No habrá que hacer la pregunta sobre el
lugar de la concepción, llevando muy lejos las
indiscreciones fisiológicas? Este género de curio-
sidad no hubiera ciertamente chocado a Descar-
tes, que tuvo el cuidado de anotar en la hoja de
un libro la fecha exacta de la cone<'fPCi6n de su
hija Francina, en Amstcrdam.
Nació Descartes en La Haya, el 31 de mano
<le 1596. Se cree que su ma<lre era de La Haya
también. Actualmente llaman orgutlosamente a
La Haya ((La Haya-Descartesn.
Se le ba.utizó el 3 de abril, en la iglesia de San
Jor~. existente todavía, en pre9C."'lcia de sus pa-
drinos, el hermano de su abtK!lo paterno, .Miguel
Ferraud·, consejero del rey y teniente general de
Chatellerault, y su tfo materno Renato Brochard,
consejero del rey, ujuez. magistrado de Poitiersu.
Como madrina, tuvo una sola: Juana Proust, C!S-
posa <kl Sr. Sain, inspector de tributos de Cha-
tcllerault; era henuana de su abuela.
Se conserva el acta de su bautismo: unas lfneas
en la página de un registro que se guarda pia-
dosamente en La Haya. En ellas puede koersc la
fecha; parece ser la auténtica; las actas que la si-
guen co1 rectamente, apretadas unas tras otras, no
.
CloneS.
.
¡ Aparente regularidad, superchería ! Según se
.
dejan interlíncas propicias a enmiendas ni corr(."C·

ha dicho, Descartes no es de Turena. Un anti-


guo autor, que llama Poiticrs a la ciudad de Des-
cartes, lo afirma diciendo: nEl ilustre Rcnato Des-
cartes nació, si no en la ciudad de Chatcllcrault,
al menos en su territorio, digan cuanto quieran
los señores de Turcna que lo han adoptado por
haber nacido, según dicen ellos, en La Haya, en
Turenau (28).
Todo eso no pasa de vagos propósitos del si-
glo XVIII; ha sido preciso esperar hasta media-
dos del XIX para que se precisasen. El entdito
&rbicr fué el que se ocup{, de ellos. Parece que
el ·filósofo nació en un campo, llamado el Prado-
Falot, en el que su madre sinti6sc presa de los
dolores del parto repentinamente, dando a luz. en
-41-

.aquel lugar; iba de camino y se dirigía a una


propiedad denominada la Sybilli~rc y pertenecien-
te a su familia, posesión situada en las afueras de
la ciudad. El Prado-Falot no se encuentra en La
Turena, sino que fonna parte del Ayuntamiento
de Ingradc, en la orilla izquierda del rfo Creuse,
que divide el Poitou. Un gran cartelón colocado
en la carretera, a i1.quierda del Creuse saliendo
de La Haya, pretende imponer a los transeuntes
esta tradición como verdad histórica.
A diecir verdad, nada hay que la justifique: ni
los recuerdos de Descartes, que decía haber na-
cido en los ujardines de Turenan, ni los de su fa-
milia, coleccionados por el biógrafo del .filósofo,
Adriano Baillet, a fines de:l siglo XVII, ni el ru-
mor vulgar de la época. Los eruditos de 'l'urena,
el abate Cbewlier y 1,. de Grandmaison, publi-
caron documentos que cebaron por tierra dicha
tradición. Adcm6s, poseemos una confesión fa-
miliar en los siguientes versos de Catalina Des-
<..-artes, sobrina de Renato:
u Concebido c111rc breto11es, "ació en Turenau ( 29)

Y ¿por qué hemos de dudar naciese en Tu re-


na? ,En el retrato que pintó Frans Schoot, tal vez
del natural, se ve romo leyenda: nacido en La
Haya, Natus Haguc Turonum. ¿Es posible que
Descartes permitiese que su discípulo inscribiese
tal error en su retrato? Es de suponer que el ar-
tista estampase la fecha y lugar de su nacimien-
-42-

to debido a indicaciones del propio Descartes.


Aún podemos aportar m!ls pruebas: el abate de-
Marolles, también de Poitiers, que tantas cosas.
sabfa, escribió en sus ce Memorias,, que cesa be de
bu.ena. tinta.» que- Descartes había nacido en La
Haya, (30).
¡ &rprendentes rivalidades en lo referente al
nombre de un gran hombre al que tanto se ha
inhumanizado y desnaturalizado en las escuelas !
Por estas poll:micas nos enteramos de que Des-
c:ark>s tenía una patria chica y que sus oompa-
triotas no <¡ttÍC'I'L-n JK.-rder su recuerdo ni su glo-
ria. P<-ro entre ellos precisa establecer elección:
los que tienen razl>n son los seiiores de Turena:
Descartes nadó t:n La Haya, lo mismo que su
hermano mayor y su hermana. También vieron la
luz en ella dos ·hermanitos mtís, muriendo muy
pronto. Estos hechos pennitcn pensar, de acuer-
do con L. Grandmaison, que Descartes no nació·
por casualidad en esta ciudad ( 3 1 ) .
Podemos ir a rendir tributo de admiración a La·
Haya sin pr.eocuparnos de ser vfctimas de piado-
so fraude; las auténticas reliquias de gran recuer-
do reposan allí precisamente, en la casa turencsa
que el tiempo ha rcspct.ado. Los jóvenes del lu-
gar la adornaron el año n con coronas de roble, y
no iban equivocándose. Esta casa data del siglo
XV; caballete que da a la calle y caperuza puntia-
gnda; su puerta principal da a un jardín estrecho,
c¡ue se dirige en st1ave pendiente hacia el valle.
-43-

Dos o tres árboles, algums flores, pocas leg:um~


hres. En un rincón se ve un rústico pabellon,
para guardar los íttiles del jardinero. Su aspecto-
es agradable, aunque no de riqlk"ZB; no obstante,
la ventana del primer piso presenta bonita línea
renacimiento, con alg(tn esculpido. Su construc-
ción es de piedra ennegrecida por los años; <.-'S lu-
gar modesto, silencioso, que inclina a la medita-
ción. Vamos a visitar ahora esta vieja capilla,
baja de techo, a orilles die las tranquiles aguas
<lel Creuse, esos ~jetes que la adornan, el puen-
te de maC'hos triangulares, soportes de arcadas
ojivales: todo eso fué contemplado por el joven
Rcnato. Allí oró, allí corrió y jugó el pequeño·
ciudadano; en aquellos lugares se bañaba, allí so-
ñó. La emoci6n no nos eng¡aña; la vetttstcz de los
alredcdor(.'S es cosa· evidente. Nos sentimos poéti-
camente emocionados por la severidad apacible·
de aquellos campos monótonos, al abrigo de las
ruidosas urbes modernas. Hoy son lo que fueron
hace tres siglos. No es La Haya ciudad peque-
ffil; la fábrica papelera instalada en uno de sus
arrabales no ha logrado despertarla, pudiendo
decir que es un pueblo grande en el que todo es
~nvpestre, silencioso, sano.
Lugar de calma, rustico, sin apariencias de·
ciudad: en él nació un campesino, en él creció 'Y
se desarroll6; está formado por llanums fértiles y
alegres, entrecortadas por vifie(los; no hay en él
grandes quebraduras pintorescas, valles sombríos
-«-
o rocas altivas. A medida que caminamos se en-
sancha el horizonte en agradable abanico, hasta
((Jos jardinesn cuya remembranza perfumada y
entibiada por sus recuerdos infantiles hizo dudar
a Descartes durante largo tiempo si iría a estable-
cerse en Suecia, upa(s de osos, entre rocas y hie-
losn.
Baillct nos ha tra1..ado el si~uiente bosquejo de
La Haya:
uEs una pequeña ciudad situada entre Turena
y Poitou: a orilla.~ del Crcusc, a distancia ca.~i
igual entre la ciudad de Tours y la de Poitier.f,
al sur de la primera y al oriente de la 1Htima. No
hay cotuarca en Francia que pueda preferirse o
esta parte meridional de la Turena, ya por la
temperatura de su aire, ya por 14 sua11idad de su
clima, asl como por !a bondad detl terreno y de
sus aguas; lo mismo puede decirse en cuanto a los
f'laceres producto de la combint&Cíón de comodi-
dades de la toid4,, (.32).
Como La Haya se halla en la orilla derecha del
Crcusc, puede decirse que está en Turcna sólcJ
geográficamente: en el Poitou debido a las líneas
y colores del paisaje, lo mismo que por las cos-
tumbres. La Turena de Descartes es de la natu-
raln.a de Poiticrs. Según Barbier, las diferencias
naturales y lingiifsticas entre ambas orillas del
Creuse no soti de mucha importancia; tampocó
e'dste gran diferencia entre la orilla derecha y la
izqaierda en cuanto a placidez, pu~ desde tiem-
-45-

po inmemorial las costumbres y la lengua son se··


mejantes en el Alto Poitou y la Baja 'l'urena.
Los de Poitiers son amables, como sus tierras
fáciles. uPueblos civiles, corteses, bravos en el
t.-jército y otras profesiones,, según dice uu anti-
guo autor. uDe genio gracioso, gustan de la bro-
ma, q.uc encuentran agradable11, dice otro au-
tor (33).
Descartes pertenece a 'furena por el suelo, pero.
es de Poitiers por la sangre. Durante los prime-
ros años 'de estancia en Holanda, usaba el nom-
bre uRenatus Picto11, es decir, Renato de Poitiers.
Su fntimo amigo Beeckman le da este nombre en
su diario. Su hem1.ano mayor, Pedro, nacido
igualmente en La Haya, se declaraba de Poitiers,
lo mismo que el menor. Se acostumbraba en aque-
llos tiempos a adoptar el nombre del pueblo de·
naturaleza¡ tan es asf, que Pascal, nacido tm Au-
vemia, di6 a su cé-lebre mAquina para calcular
el nombre de Anrcrnus.
El padre de Renato naci6 en ChateUerault¡ sus
abuelos y abuelas maternos y patcmos eran de
Poitiers. El abuelo paterno de Renato, Renato
Broohard, señor de Fontaini.'S, fué teniente ge-
neral del presidia! de Poitiers. La tierra denomi-
nada ((Des caf'tes", llamada también la ChiUoli~­
re (en territorio del pueblo dot· Ormes-Saint-Mar-
tin), el,l>cqueño feudo cuyo nombre tomarA Des-
cartes, el Perron, están en l'oitau, a ocho kiló-
m<.'1ros de l.a Haya. El centro familiar es Cbate-
llerault ( turenés a medias), que es, después de
Poitiers, la ciudad importante del Poitou. Por he-
rencia materna, Renato entró en posesión de una
casa solariega sita en Poitiers.
No se conoce de manera precisa la genealogía
de Descartes: uincoherencias de las ~ealogíasu,
según escribió el erudito Barbier, tras haber in-
tentado ponerla en claro. Gil Descartes, fallecido
en 1522, que fué alcalde de 1'ours, pudiera muy
bien ser padre de PL'<iro Descartes, y, por lo tan-
to, abuelo de Rcn.ato. ¿Qué diremos del hijo de
Juan Dccartes y de Juana Dupuy, que era origi-
nario de Bcrry? Poitiers, Turena y ahora el Bc-
TTY. ¡ Qué diversidad provincial !
Si creemos a Barbicr, que es erudito de Poi-
tiers, a L. Blossoboeuf y a L. <foc. Grandmaison,
eruditos tureneses, los Descartes emigTaron de
Turena al Alto Poitou, a comienzos del siglo XVI.
Las querellas entre los eruditos de Poiticrs y
los de Tours, rebosantes de graciosa emulación,
pudiera ser nos ayudasen en el descubrimiento de
algún lazo de unión entre el genio de Descartes
y su tierra natal. ¿Será posible que los genios
úngan sus provincias? En tiempos de Descartes
criase en la influencia, en una inftuencia preña-
da de maleficios, de cosas sobre el destino: una
mhad.a, los astros, las palabras. ¿Cómo podrían
aejar de creer en la del terreno en que se había
nacido? De tal tierra, tal hombre. El buen Baillet
nos dice .que las virtudes del robusto suelo de Tu-
-47-

rt·rw no influyeron en nada sobre el débil cuer-


po del filósofo; y nos lo hace observar, porque
d ck-cto ordinario esperado dejó de depender de
!'oll l-ausa. Aprovecllando la ocasión, nos ha ma-
nircst.ado que aquel eterno desconfiado rechaza-
hu dichas determinaciones, porquc uno creta se
,,,,,•ciesen los ho~t~bres a los árboles en este pun-
¡,,,, Descartes pensaba así; he ahí desrazonado
... ·ull hmro propio de los uaficionados al horósco-
'"'"• 11 'IIIÍenes detestaba (34).
'I'•Mln ¡•tanta tiene su terreno adecuado; pero
1•·l lror11hrc 1 No negamos las influencias del me-
'""• •¡uc udmitimos desde tiempos de Moutes-
•JIIfl·u; lu (lltico que hemos hecho ha sido limpiar-
In" •h· ""'" sortilegio. No obstante, dado el esta-
''" .ac·tuul de nuestros conocimientos, faltaríamos
.¡, prnclc·rwin si tcyéSC1110S hoy dfa sin: escepticfs-
111" lu" "'"h.•mnt.i7.aciones a ultran1.a die Taine. Sus

"'"'" •1•.·-lltnllln•lo Jlrecisas han envejecido ya. No


'"'"''"' ,,.. '"" qne <-'rcemos que La Fontaine sólo
1u"11~1 llnt'4'1 c•n clomtc nació.

l•.nt '' "'"" tlll In~ cll•tnllcs provinciales: si Des-


• ,,,,, ,, ''" ,¡,. l'uit il•n., tnmbil·n lo es por los mis-
'""'' ,¡, ....1 hu" •·1 nmlt·nnl RidtcUcu. Tanto d uno
1 ""'" ,¡ "''" H""'"" clc·l urdt•n; pc•ro, ¿no será lo
''"'" ''"~'"'''"''" lu mu11•·.-.• c\c c·oncehir dicho or-
ll•n • 11" •·~•~ 1 ''""• " " lurlln1111"' Y'l IIIC111C'jn.n7.a en-
11• "'"'"''' "l'•ttllltlltt lttfo ,,,, l'ultl•·•·~ t•llbl{iro jan-
n•lil·•l•t 111oule·, l•lllo•IUIIII 1"11 dc·rto¡ Caro, del
que nada hay que decir; ambos son respetables.
¡x-ro no pertenecieron al mismo orden.
Llevemos más lejos nuestra indagación: el hu-
gonote Viette, matem!tico genial, fallecido a co-
mienzos del siglo XVII, era verdaderamente de
Poitiers, natural de Fontenay-le-Comte. Era éste
hombre de la jerarquía de Descartes; pero, en
Poitou, y en dicha jerarquía, el único. En infe-
rior jerarquía, pero honorable tambil"fl, tenemos
a Florimond de Béaurne, nacido en Tur"-na, pero
de origen de Poitiers.
En aquella época figuraron dos grandes mate-
m{,tkos de Poiticrs. tal vez tres, pero habf.a otros
diez pertenecientes a otra región: Roberval, de
Picardía; Fennat, del Languedoc; Des Argues,
de la región de Lyón, que estuvieron todos en re-
laciones con Descark'S. Somos de aquellos que
temen a los sistemas en las muy dclicad8s inves-
tigaciones respecto al origen. Cousin decfa imfl)er-
tnrbablementc: Abclard el bretón, Descartes el
bretón, para llegar a conclusiones Hnicas, en épo-
ca en que se conocía bastante mal el problema de
las provincias cartesianas ( 35).
¿Cuáles fueron las tendencias religiosas del Poi-
ton?
Poitou es comarca protestante, y hasta hoy dfa,
uno de los reductos dcl protestantismo es Oltate-
llerault; como se recordará fué una de las ccciu-
dades de seguridadn concedidas a los hugonotes;
el culto reformado goza allí de libertad desde
-49-

1589. Una de las dos iglesias de la ciudad le era


afecta en el momento de nacer Descartes. Esa
comarca será siempre calvinista. Más tarde, por
los tiempos de la revocación del edicto de Nan-
tes, Fenelón desempeñó fam068. misión cerca de
aquellos celosos religionarios. Dos de los más
(..'élebres teólogos protestantes de aquella época
fueron de Poitiers: Rivct, q:uc cnseñ.ó brillante-
mente en leyden, y que estuvo en relaciones con
Descartes, y Juan Daillé, nacido en Chatellcrault,
l"Studiante en Lcyden en tiempos que Descartes
(.-:>taha en Holanda (36). Rapin, el principal au-
tor de la uSátim Menipean, fu~ también de Poi-
1i~rs; de él se dijo era hugonote disfrazado.
¿Deberá Descartes su gravedad. algo l()rotcstan-
k ul aire <le la provincia en que naciera?
¿Será posible que en aqud momento, o mús
hmlc, hubiese en Poito~ islotes de libertinos? Si
ht.·mos de creer a un natural de Poiticrs del si-
l{lu XVII, al abate Rogcr-Antoine de Bridicu,
ntt,Jtidiflcono de Bcauvcais, Pascal escribió sus
ul'mtrirtdalesn para convertir a uocho espíritus
lu"rh's, dc:sprcocupados, de Poitou que no creían
• 11 IHosn (3¡).
1 11,. tlf>nde vino, en dónde residía aquel grupo?
, .¡,. ('II{Uido databa? No se ha podido saber a
quliu nltulfa Bridicu. En tiempos de Pascal (mi-
' ''"'''111•· po<l<·mos citar d nombre del cabal!CT'o
,,, Mtrl·, in<:r('<lulo, tipo del hombre honrado,
• 111 ,, lullrrt·ncia fué, como es sabido, bastante

t'll liXXIX
-so-
profunda sobr"e Pascal, al menos durante algún
tiempo: Ese Méré, que tenia unos diez años me-
nos que Descartes, presentó ciertas semejanzas
psicológicas con su gran conciudadano: el gusto
por el misterio y la ficción, sin que haya quien
se atreva a sacar consecuencia de aquellas parti-
cularidades tan curiosamente características de
ambos naturales de Poitiers. ¿Quién puede saber
si llegó a oídos de nuestro gran desconfiado algún
eco de a(¡uel libertinaje?
Hay que confesar que las características regio-
nales de Descartes se nos escapan. Por eso dire-
mos prudcntC'Ille1lte, sin añadir nada más: Des-
cartes, de Poitiers.
CAPITULO II

Los Descartes
•Siento eversión por toda ciiiH de H-
taloa.•
Daacertee.
(Carta • Schooten, 9 ebrtl1649. •Obr11•
v. p.aM.)

¿Cuál fu(: el ambiente de Descartes?


Renato se llamaba e<hidalgo de Poitou,, de la
misma manera que Ronsard se consideraba hidal·
go de la Vendée, como Bellay se decía hidalgo
de Angers. En las actas se hada denominar Dee
Cartes, en dos palabras, pero cuando firmaba lo
hada reuniéndolas. Adomaba su nombre con un
tít11lo tomado de un f<."Udo: Dcsoartes, señor de
Pcrron. Descartes, señor de Pcrron, de la misma
muncra que hay, entre sus h<.'1'1nanos o sobrinos,
1111 Descartes, señor de Kcrlau, otro señor de

1" Brctalliere, un señor de Crevy o un señor de


l'lmvagnes.
llnilll't publicó una gloriosa. y copiosa gencalo-
tdn el(· lns Descartes, que, de aceptarla, gm..abe.R
tiC' tnudu y alta nobleza. El abuelo médico se
• fiii\'Íc-r h· en gncrrero valeroso. A decir verdad
l•oclu •-llu 110 s.c: d<:bfa a invención suya: el buen
ll,tlllc·l •w•nlzaha el orgullo nobiliario de los Des-
-52-

cartes apoyAndose en antiguos documentos, que-


le procuraron los colaterales de Renato. En nues-
tros días, algunos despiadados eruditos asignaron
a esta familia menesteres más vulgar<.'S. Como ha
dicho P. L. Courrie-, los villanos nunca hablan
de su padre, pero no deja de haber quien se lo
miente con frecu<.-ncia.
En el acta de bautismo de su hijo Joaquín, Pe-
dro Descartes, abuelo de nuestro Renato, es lla-
mado uhombre honorable». En otra acta, usa·bio
maestro»; pero más tarde se halla un acta en la
que se le llama tardíamente y califica de señor de
Cartes. En <-Uanto a Joaquín, padre del filósofo,
era ciertamente hidalgo (39). Disfrutaba de es-
cudo de armas: Plata en el sotuer de sable y
negro cantoneado con cuatro palmas de sino-
ple R. F.
Joaquín era noble: en cuanto al ropaje: era
caballerizo; nobleza modesta, corta, si empleamos
la manera de expresarse del duque de Saint-Si-
món; era caballeriw, pero no caballero.
Sólo las esposas de los caballeros tienen dere-
cho al título de Señera; las esposas de los caba-
llerizos y de los villanos se llaman Señorita. En
el acta de bautismo de Renato, su madre lleva
cl tratamiento de Señorita: Señorita Juana Bro-
chard.
El abuelo paterno y el bisabuelo materno fue-
ron médiC'OS. En su parentela, los nombres plc-
-s¡-
.beyos de Fcrrand, Sain, Brochard son los que
~ncontmmos. Fueron comerciantes; hay que
apuntar uu boticario en Tours, oficiales de ha-
cienda, Wl administrador de derechos universita-
rios, un teniente general de presidia!. No hay qu~
dejarse cegar por este teniente general, porque
el de Chatellerault fué un oficial judicial muy mo-
desto: una <.'5Q:x·dc de presidente de tribunal de
tercera clase en nuestros días. El teniente gene-
ral Miguel Fcrrand fué, en cierto dfa, rebajado
<le sueldo hasta ciento cincuenta libras, natcn-
dicndo al poco valor de su oficiou (40). No obs-
tante. trope-1.a.mos con un hidalgo al parecer: el
señor de la Fouchardi~re, bisabuelo de Renato.
En la genealogía de Pascal hallamos los mis-
mos personajc.'S plebeyos: comerciantes y viticul·
tores.
En los Descartes no aparece ningún esplen-
dor feudal. Los módicos del antiguo rl-gimen no
pe1'tcnedan al patriciado urbano; eran una espc-
dc de artesanos cuya respetabilidad era inferior
a la de los t~dos, oficiales de hacienda y hasta
~~ la de los grandes mercaderes. Los médicos, de-
da La Bruyere, dotan a sus hijas, colocan a sus
hijos en los Trihunalcs. Es.te prop6sito fija las
distancias mundanas y limita las categorías so-
<;.,)~. Precisamente el padre de Renato, que per-
lt'lll"CÍa a familia de médicos, fué consejero, como
ven:mos, en el Tribunal de Rennes.
En realidad eran ciudadanos d'e la clase me-
-54-

día, completos burgueses~ recientemente enno-


blecidos.
Como burgueses ennoblecidos dos o tres gene-
raciones anteriores, los Descartes se parecen a
las demás familias de grandes hombres de aque-
llos tiempos, tales como Corneille, ennoblecido·
por Luis XIII, Bossuet, Racine, Pascal (pues
el padre de este último no llegó a obtener el títu-
lo de caballerizo que aquél obtuvo), La Bruyere,
La Fontaine, que intentó adornarse con el título-
de noble, aunque tímidamente; Boileau, .:\Iolic-
re, todos ellos pertenecieron a la clase media.
¿Dónde encontramos al 1\'Iontmorcncy o al Roltan
filósofo, poeta, geómetra? No es esa su inclina-
ción; J>06('C11 otras virtudel' y van en busca de-
otras grandezas. Los ()Ue pintan, esculpen o di-
bujan admirables jardines, los que piensan, a.<;(
como algunos de los que gobiernan esplendero-
samente: Colhert, Louvois, son personas pcrte-·
necicntes al estado llano.
¿Habrá que insistir? H. Gouhier cree haber
observado que utoda la prin~ra parte del ((Dis-
curso presenta ese tono altaiK"TO del hidalgo que
tiene a menos pasar por pedante o por profesoru
(41). Alain, A. Espinas, E. Gilson, y hasta al-
gunas veces Ch. Adam, gustan también de ha-
blar del hidalgo Descartes. ¿De veras? Hemos de
confesar no habeT podido discernir en Descartes
orgullosa insolencia ni tono feudal. Si fuese el
altivo hidalgo que se nos presenta, ¿creéis se
-.55-

hubiera confesado en francés, en su ,,Disc·urso,,


ante gentes vulgares? ¿Es posible que en las úl-
timas hojas de la última parte, tendtiese Descar-
tes su mano de artesano hflbil y laborioso, para
recoger el dinero necesario para sus· experimen-
tos? Nosotros no encontramos orgullo, ni en las
primeras ni en las últimas de sus ¡páginas.
Ese hidalgo que sabfa escribir ha ennegrecido
mucho pa¡x•l. Por otra parte, decía Moliere, que
la costunibre francesa no permitía que ttn hidalgo
franc~s snpiesc hacer nada. Nuestro hombre fué,
no obstante, lo que se haya dicho, y él mismo
ha~a diC'ho alguna vez, hombre muy letrado.
Aquel cerebro apasionado conot"ió Jos <kcaímicn-
tos y <:ntusiasmos d<:l artista. Qucrfa se le leyese;
mal leído, demasiado discutido, padeció la ner-
viosidad c~pccial <JUe ataca a los hombres de le-
tras a <Juienes la gloria tarda en acoger. No hay
que ponerlo en duda, al leer lo que escribió so-
bre Egmont, estando en Holanda, a su íntimo
amigo Chanut, ~'1l 3C)tt<:'lla carta en que confiesa
((el asco que me da ver cuán pocas son las per-
sonas que se dignan leer mis escritos,. Por eso,
añade, tnl" muestro "negligente u (42).
Este hombre de calidad no sentfa afrenta al
considerarse artesano. Gustaba de las diSC<."Ciones,
de los experimentos de física; scntfu interés por
las artes manuales; manejaba sin preoctll?ación
las carnes que iba a comprar al carnicero para
estudiar anatomía; buscaba la compañía de arte-
-s6-
sanos y médicos. Descartes es más grande que
su categoría mundana, y de su noble1..a sacaba,
a pesar de todas las apariencias, menos orgullo
que medios de defensa.
Su padre, dijo un día de malhumor, que su
Renato servía solamente pera que ule encuader-
nasen en piel de beoerron. Verdaderamente Re-
nato era autor espiritWllmeute y no hidalgo. Tam-
bién es verdad que UL-scartes doclaró uscntía aver-
sión por todos los tftulosn (43), al menos cWln-
do llegó a la madurez. Intelectualmente hab1an-
do no ha existidc nunca <:1 Renato Descartes hi-
dalgo¡ en su uDiurHso11 escribió que desde cl.co-
micnzo de su vida personal, uhabfa tomado la
resolución de cn1plcar t<Xla su existencia en el
culth·o de su ra7.6n••· Eso querfa decir no pensa-
ba vivir como noble.
El hidalgo de aquellos tiempos era hombre de
~ada al cinto, alistado en los ejérdtos que
van a la guerra¡ es probable que Descartes no
asistiese nunca a una hatalla. En nada estimaba
la profesión militar. uCon tnUC'ho trabajo la con-
sidero entre las profesiones honorables, al ver
que la ociosidad y el libertinaje son los dos moti-
vos principales que a ella atmen actualmente a
la mayorfa de los hombres11. Lo que piensa me-
diada su vida lo pensó ya siendo joven soldado
de Mauricio de Nassau, como sabemos por las (tlti-
mas lfneas de su uComPendium Musicaen, dedi-
cado a su amigo Beeckm~n: uEsto ha sido com-
-57-

puesto para usted solo, entre la ignorancia de


los soldados, por un hombre ocioso, sometido a
género de vida enteramente diferente a sus )lCII·
samientos, (44) .

•••
Poco dinero había en casa de los Descartes.
Sus bienes no eran de importancia, como puede
verse en 1<>5 archivos notariales de Brctatia y Poi-
tou, según Ropartz y Barbicr. En ellos figuran
sus ventas y contratos de matrimonio.
Pedro Descartes, abuelo de Rcnato, asignó a
su t.-sposa Claudia Ferrand, UM modesta dote de
treinta libras turcncsas de renta y un ajuar eva-
luado en la sexta parte de esa suma.
Como máximo, el valor de venta de las pro-
piedades territoriales de su hijo Joaquín debe
evaluarse, en 1618, a 6o.ooo libras; adernlls poseía
algunos valores mobiliarios: ¡o libras, to suel-
dos, cuatro dineros, sobre la capellanía de la Tal-
hardi'l"rc; r8o libras sobre las Casas Consisto-
riales de París.
El acta de división redactada en 1641, a la
muerte de Joaqufn, que se casó en segund& nup-
cias poco después de fallecer la ma.d're de Rena-
to, nos propoociona breves pero preci98S indica-
ciones: 11I.os hijos del primer matrimonio reci-
ben una sull13 de 1 1. 794 libras, 17 sueld06, nueve
dineros, correspondientes a la sucesi6n de la ae-
-58-

ñora Juana Se.in, su abuela materna. Los del


segundo matrimonio, reciben, a su vez, 37.625
libras; la segunda comunidad debe a la sucesión
el precio del cargo del padre en el Tribunal,
36.000 libras, mas, por la propiedad paterna en-
ajenada, 41.420 libras11 (45).
Esta situación es 1dndiscutiblemente muy mo-
desta,, según escribe el erudito Coudert, pero
Descartes no se quejó jaml1s de lo mediocre de
su fortuna. Poseía alrededor de 7 .ooo libras de
renta; la cifra ha sido discutida muchas veces,
por parecer demasiado elevada.
Si por una parte se conoce los recursos de la
familia, por otra ignoramos casi todo lo referen-
te a sus tendencias. Seg(m Bnrhier (46), los Fe-
rmnd, Descartes y Brochard, eran realistas. Sólo
uno de ellos fué partidario de la Liga, y, al decir
la Liga, nos referimos a los Guisas; se trataba
de un movimiento contra los calvinistas, una
alianza con la católica España. De aquí se puede
inferir <¡ue amaron el orden, que, como tradicio-
nalistas, continuaron siendo extraños a las fu-
riosas pasiones que agitaron a los fanáticos del
Balafré. Tal vez. fuesen ciudadanos razonables,
a la manera de Juan Bodin, el célebre autor de
la 11República", que estaba aliado con los Fe-
rrand, es decir, con la parentela materna; tal
vez fueran temerosos burgueses sin gran fe.
Desconocemos su interior, pero lo que ha di-
cho la señora P~rier sobre la vida familiar de Pa!-
-59-

cal (el padre de Bias fué magistrado, como el


de Renato), tan tranquila, grave y laboriosa, nos
permite imaginar que la casa de Descartes, que·
todas esas casas provincianas de hombres de toga
en las que había bienestar, silencio, y no se sabe
qué monotonía, eran propicias al estudio y al re-
cogimiento. Y, di;!Sde luego, también habría as-
pereza originaria, entre esos semi-Iabrlegos, en-
tre esos economizadores. Demos gracias a los
notarios de Poitiers y Bretaña, que conservaron
memoria <le todos los tratos de los Descartes.
Vamos n copiar una carta del filósofo, ~scrita
a su amigo el abote Picot, sobre sn h:rmano ma-
yor, Pedro, el Descartes, señor de la Brctaillcre,
que aprovechando la hombrfa de bien de Rcna-
to, le usul"'p6 más tarde, con gran detrimento,
algunos elt>tnentos de la sucf'sit'ln de su padre.
Ella nos ¡permitirá penetrar <:n la parte de inevi-
table bajeza de esas familias sC"ria!; afectas a los
tribunak"S: «En cuanio a la •1uej.1 tic mi hermano,
paréceme injusta. Lo único que he hecho l1a sido·
mandar a dJecir a Poitou no lrabcrle c.oncedido-
encargo alguno para que obre j1or mi cuenta en
los asuntos; que, si se entromete y hace afJlO en
mi nombre o diciéndose mi representante, le des-
autorizaré.
Si se queja de que esto le cau.~a perjuicio, prue-
ba tiene gana de erigirse en p·roct.L?ador mio con-
tra mi 'Voluniad, que ha sido lo que ha hecho
t'J4ando la di'IJ'isi6n de mi padre pu1a quitarme lo·
- 6o-

que me pertenece, con el prdt.-ciCl y seguridad


qut tiene tk ql&e yo prefiero fterder a litigar.»
Es esa realidad que será prudente considet;ar
(l8U evitar las cstilizaoiones de virtud en la
familia antigua. Además, precisa repetir ahora las
palabras de Renato que cierran la carta, porque
añaden algo de crueldad al ingenio, siendo raro
documento psicológico: uPor e~o su queja se fJ4·
rece a la del lobo que se quejas• de que la O'Veja
le perj"dica al esconderse cuando tiene miedo a
que la devoren ( 47).
CAP!TULO III

La Infancia
•Tan pronto hube acabado todo aquel··
cureo de eatudtoa, al cabo del cual u
acostumbra a admitir a uno en la Jerar-
qufa de loa doctoa ... , me enconlri preaa
de tantaa dudaa y errores, que pareclóme
no haber obtenido provecho alauno pro-
curando lnalrulrme, alno que cada dfa
deacubrla m4a mi Ignorancia.•
Deacarlea.
{Diacurao aobre el Mtrodo.)

Nació el nifio cnfermiw, como Pascal. Tam-


bil-ll perdió su madre a los pocos años de edad,
como aqul:l: uAl nacer de ma.dre que falleci6 po-
cos dtas después de haberme ciado a luz (48), de
mal dsl pulm6·n, cawado por algún disgusto, he-
rtJdé de ella una los seca, un color pálido que
conservé llasta la e{lad de -veinte años, cosa que
hada que todos los médicos que me -¡;ieron antes
de dicha Cldad me conden.asen a morir jo1.•en"
(49).
¿En dónde se cri6? ¿Sería en La Haya o en
Chatellerault? ¿En Turena o en Poitou? Cosa <."S
ésta que desconocemos. ¿ Scrfa en La Haya, has-
ta fallecer su madre, que murió cuando Renato-
contaba a)Tt.'(ledor de un año, o hasta mlis tarde,
si fué criado por su abuela Juana Brochard, que-
-62-

habitaba en La Haya, en donde muri6 en 16xo?


¿Lo seria en Chatellerault, donde habitaban sus
abbelos petemos?
Fué su niñez bastante triste, demasiado refle-
xiva; su padre le llamaba "mi pequeño 616-
sofon.
Lo (mico que sabemos sou dos cosas, dos co-
sas humildes por cierto, sobre su infancia: que
fué criado por una nodri1.a; que sintió encanta-
dora ternura hacia una compañera de juego, que
-era bi1.ca. Esta confcsi6n la debemos a su ami-
g<J Chanut, a quien la hi1.o eu el crepúsculo de
su vida; conserva exquisita ingenuidad: "Cuando
era. niño, querla a una niña de mi edad que esta-
bA algo bizca; la impresión que rccibttJ mi cere-
bro cuando la vela, cuando n~irtJbtJ sus ojos extra.-
vi4dos, se un{tJ tk ttJl modo a la que se producía
tambiba pa.rtJ conmover en m{ la pa.si6n "del amor
que, durante mucho tiempo, a.l hallarme ante pcr-
son4S bizca.s, me senlta. indinado a. quererlas m4.s
qu.e a. l4s otra.s, precisamente por pa'ilecer dicho
defecto.ll
En aquel joven corazón impresionable, en aque-
lla imaginación tierna, nació una gran pasión.
Llen6 todo el corazón del huérfano, toda su ima-
ginación; matizó su vida durante largo tiempo,
basta el día en que, convertido en exagerado ra-
zonador, no vi6 en sus emociones juveniles mb
que efecto de error: "Cuando he refl.exiona.do y
f'econocido se trataba. de u.n defecto, no he sentí-
do ya cmoci6nn (5o). Había reflexionado: sabe-
mos que e:>o quiere decir que había envoc.-jecido.
A los ocho años le pusieron en un colegio, co-
mo a Montai.gn<.>, en wto de los colegios mb afa-
mados de la época: en el real colegio de los Jc-
suftas, en la Fleche, al que Enrique IV pidió se
llevase su cora1.6n y deposita.~. El colegio acaha-
ba de abrir sus pUertas. Descartes fué alumno de
Jos Jesuftas, como Bossuet y el gran Cond~, co-
mo Voltairc, Bal7.ac, Fontencllc, Saint-Evre-
mont.
Tal vez estuviese allf hasta x6x4; lo más se,:ru-
ro es que no saliese hasta 1612, cstand~, por Jo
tanto, hasta sus diez y seis años en el estable-
cimiento, ((uno de Jos mb célebres de EurOJXlll,
scg!6n escribió él mismo (sx). Su profesor de
filosofía, el P. Vemn, ha dejado una obra vio-
lenta de controversia contra los pTotcstantcs. Su
influencia debió de ser mediocre sobre el adoles-
cente, que, algunos años después de su salida del
colegio, se alistó en un ejé-rcito protestante, vic-
torioso sobre el de S. M. Muy Católica. Apren-
dió lógica, moral, física y metafísica¡ si creemos
a Baillet, le satisfizo menos la física y la meta-
física que la J6gica y la moral.
Su estancia en aquel lugar fué agradabilísima¡
dispon(a de su habitación y le permitían levan-
tarse tarde.
Luego, como su hermano mayor, se graduó en
derecho civil y canónico en Poitiers en el año
-04-

J6Jb. Obtuvo el grado de bachillt•r y más tarde


el de licenciado in utroque jure, de manera bri-
lJantfsima: laudetur, según dice el acta de su
examen (52). Como compañero tuvo al célebre
pastor Moisés Amyraud, natural uc Anjou, que
tomó el birrete de licenciado en el mismo año.
Fué jurista, jurista muy modesto; Comeillc,
Moliere y Boileau fueron también licenciados en
derecho.
Luego estudió medicina, sin graduarse al pa-
r<.'Cel". Durante toda su vida ful: aficionado a esta
ci<:ncia, disecando y observando, con objeto de
d<.-scubrir el !>CCreto de la iongevidad, particula-
ridad <¡ue Leibniz compartió con él; además, era
l:sta tmdiclón familiar.
Espinas escribe que los jóvenes. t¡Ul' salían de
la Fleche y, en J,rencral, de los colegius di! igidos
por los Jesuitas, tcní.an que amar y odiar, buscar
las mismas cosas y hufr d·C ellas durante toda su
vida: esta formación de las voluntad<.'S constituía
el triunfo p<.-dagf>gico en que descollaba la Com-
pañia (53). No puede decirse que De~rtes hu-
biera recibido tal huella, que se mostrara siem-
pre disciplinauo de acuerdo con este tiw, que
fuese dócil y conformista, porque nunca dej6 de
sentir curiosidad y mostrarse inquieto, bu...cando
perpétuamente r~uesta a los interrogantes que
su necesidad de saber, de saber claro, hacia ,;mr-
gir continnamente en su espíritu. Como tantos
otros alumnos de la Compañía, Condé, Moliere,
- 6s-
el libertino Teófilo de Viau, que también fué
alumno de la Fl~he, conservó extraordinaria li-
bertad de examen.
Descartes conservó recuerdo más emotivo que
brillante del colegio en que aprendi6 perfecta-
mente el latín y las matemáticas. En lo demás
fueron sus t.'Studios ¡poco profundos. En su u/Jis-
curso,, ha confescdo que una vez acabados sus
estudios ccful! presa de tantas dudas y errores,
que le parecía no haber obtenido provecho al¡,ru-
no pr<X'UrllUldo instnurse, sino que descubría su
ignorancia a m«lida que pasaban los díasn. Al
comienzo de las ((Meditaceonesn, renueva la con-
fesión didendo: ((4 partif' de los primeros años re-
cibl muchas opiniones falsas que se me daban
como cierlasu.
¿Qué sé yo?, se preguntaba Montaigne. Des-
cartes afirma: No sé nada. No había en él creen-
cias morales efectivas, devotas certidumbres, si-
no duda.
Desde nifio exterioriza espíritu interrogador, va-
cilante. El P. Poisson, que conoció a uno de sus
condiscípulos, refiere que Renato, cccuando se tra-
taba de proponeT un argumento en la diScusión,
dirigfn primeTamente muchas preguntas referen-
tes a las definiciones de los nombres. ;Luego de-
sc.·.uha saher lo que se entendía pOr ciertos prin-
cipios recibidos en la escuela... ((Como dice el'
hucn Raillet, este umétodon, que revela ya al ra-
ciunnli~tn ctUlmorado de la evidencia, daba has-

I"'II.XXXIX
-66-

tantc que hacer al regente de la cla.scll (54). Al-


gunos otros rasgos referentes a Descartes niño
proyectan mucha luz sotire la profundidad de las
dudas de Descartes adolescente y hombre hecho
(55).
Tan pronto sale de la escuela se ve acometido
por las dudas; dudas sobre las reglas morales,
dudas sobre las costumbres. Pronto se impone el
adol<.'SCente la diffcil tarea de hallar una regla
de conducta provisional, en espera de encontrar
una moral tal vez definitiva; ¿no parece probar
eso r¡ue sus maestros le habían inculcado una
moral anticuada, grande, divina? ¿No podría con-
siderarse impiedad cl deseo de elaborar otra que
satisficiese su gusto por la virtud y la verdad?
Y, al buscar una nueva moral, ¿no deseaba con
ello mismo otra religión aquel joven filóeofo pa-
ra quien la moml y la religión eran casi sinóni-
mas, como para todos sus contemporáneos?
A los diez y ~is años dudaba ya; más que es-
cl·ptico puede considerársele como rebelde; juz-
gó a sus profesores, llegó día eii que confes6 que
nada les debía en ciencia ni -en arte; su indivi-
oualidad se acusó ya en la habitación del cole-
gio, en la que soñaba solitariamente en V1C'Z ~
compartir el dormitorio de sus compañeros. Era
desconfiado, il1crédu1o. 11Cada dta que pasaba le
dtscubr!a má.s su ignorancia.,, La edad preci56
Jllás tarde aquellas tendencias juveniles.
¿Qué fin tenía que alcanzar? Mejor dicho: ¿Que
-67-

.tin debía prO(>Onerse? ¿Qué lkgará a ser: escép-


tico a lo Montaigne y Charron? ¿Libertino? ¿ Apo-
logista de la fe?
Habfa aprendido a rezar y a creer: cree poco,
y, ¿cómo rc7.a? Cuando entr6 de lleno en el mun-
do halló un escepticismo corriente y en desarro-
llo, no sin audacia, en el que se mC?..claba coa
la clarividencia filosófica un gusto muy \'ivo por
la vida libre, agradable, sensual. A este escep-
ticismo vió se oponía un misticismo prof1mdo.
Se hallaba ante dos tendencias, ante dos cami-
nos. ¿Cuál en1prenderla? I~ único que el ado-
lescente sabía oscuramente es que había que to-
mar virilmente una decisión.
¿Tomarla una decisión a fondo? No; todavía
no. Le decisión (]Ue podía tomar en aquel mo-
mento era .aprender, puesto que sabfa que no sa-
bía nada. ¿ Abrirf.a de nuevo sus libros? No fu~
(>Sta cosa que cruzó por su mente, pues sabemos
por Baillet que en 1613 !<abandonó sus librosn y
r¡ue, a PQrtir de esta l,poca, ''desertó por com-
pleto el estudio de las letrasll. Había pa~do ya
el tie-mpo de la escuela. Quedaba por hojear uel
gran lihro del mundon; ese fué el que abrió Des-
c:lrtt•s. Aquello que los filósofos, los historiado-
n~, y hasta los poetas, cuyas intuiciones admi-
ruhn, 11o le enseñaron, pero que le sugirió Mon-
tnignc·, quiere aprenderlo miranéio a su alrede-
d~rr, n•n(•xionando sobre sr mismo. y de este mo-

''"· 111111 l•nena mañana, decidió recorrer Europa


-68-

pcll'a descubrirse a sf mismo, pera encontrar ra-


puesta a los enigmas que su genio naciente pre-
sentaba a un universo silencioso, misterioso, re.
pleto de reticencias:
uEmpleé el f'esto de mi ju11en~tld 'l!iajando, ob-
sef"Vando cof'tes y ejéf'citos, jf'ecuentando gente-
de di'Vef'sos tempef'amentos y condiciones, reco-
giendo experiencias dijetentes, sometiéndo_?M y
pf'obdndome en los encuentros qué la su.ef'te me
tJeporaseu (56).
Descubrirse y descubrir el mundo <.'5 una mis-
me cosa para nuestro joven héroe, que nos recuer-
da con su actitud personajes de nuestro tiempo·
y de otras épocas también, algún Fausto o al-
gún Julifm Sorcl. ¿Nos atrever("Dlos a afirmar que
en estos propósitos tan llenos de ardores juveni-
les hay algo de egofsn~? El jovenzuelo de Poi-
tiers se erige en centro del universo; todo debe
girar en tornQ suyo y ventaja de su conocimien-
to, de su espíritu, de su sensibilidad, de su inte-
ligencia. No serll paseándose bajo las ogivas de
un claustro propicio a la meditación teológica so-
bre los grandes problemas del destino adonde
irll en busca de las verdades, o de la verdad, ¡por
1a que siente sed, sino qt1e corre hacia los pa{:;cs
en que vibra la vida; quiere cOD<)Ce!" la parte ex-
terior de las cosas; desea fervienk""'llcnte, gran-
des y fuertes aventuras, grandiosos espectáculos,
encttentros peligrosos en los que pueda poner a.
-69-
-prueba su inteligencia, sU& ánimos, su fortaleza.
Siente curiosidad por probarse a sí mismo. ¿ CuU
-es su poder sobre sí mismo, sobre los demás, so-
bre las cosas?


CAPITULO IV

Un caballero francés por los caminos.


de Europa
o¿Quo vitae eec:tabor ller?•
(Verso de Auaonlo leido por Dercarrea.
durante aua auelloa de 1619. Balllel, •VI-
da del Sr. Descartee•, 1, p. M.)
•SI al¡unaa vecea viaJo ea para apren-
der y contentar mi curiosidad. •
Descarrea.
(Carla al P. Maraenne, Balller, •VIda
del Sr. Deacarleao,l, p. 227.)
•Nada hay o que podamos dedlcamoa
con m6a fruto que el Intento da conocer-
no• a ooaorro1 mlemoa.•
Deacarlea.
(Inédito, •Obraa•. X, p. U!.)

Minoridad de Luis XIII. 1616. Dos aventure-


ros gobernaban por entonces Francia: Conci.ni y
su esposa:. un relajado y una bruja. Guisa y Ma-
yena dedan había pasado ya el tiempo de los re-
yes; que había llegado d de los prlndpes. ¿Qué
pensamientos, qué viajes, qué trabajos y diversio-
nes ocuparon el tiempo del adolescente durante
aquellos desórdenes, en el momento en que pen-
saba cambiar de aires y entregarse al movinúento?
Nada sabemos sobre estos comienzos bañados
por luz algo velada. Alrededor de Descartes los
acontecimientos trágicos hostiles al trono se su-
-¡x-

ceden: conspiración de los cortesanos, insurrec-


ciones de los grandes, rebeliones de las ciudades.
Inflamado por la venganza por uno de sus gen-
tiles-hombres, el rey ordena a Vitry, mpitán de
su guardia, levante la tapa de' los sesos a Concini
a pistoletazos. Cometióse el crimen a las puertas
del Louvre. Furi060 por esta sangre derramada,
el pueblo <]Uita a los asesinos el cuerpo del favo-
rito, lo destroza ante la estatua de Enrique IV;
un mónstruo enciende una hoguera, arranca el
corazón al cadáver, lo asa en ella y lo come. Una
ve-1. desaparecido el italiano, apar<.>ec un nuevo
favorito, escala el poder: se trata de un halconero
astuto, qu<.·, además, es diestro en el manejo de
los caballos: l,uyn(:S. Un gentilhombre dice in-
solentemente c¡uc el frasco es d mismo, <¡uc lo
(mico r¡ue ha cambiado es el r6tulo. Este Luynt."S
fué nombrndo más tarde condestable, como Con-
cini y como Vitry lo fueron mariscales: dcbiuo
al favor, faltos de méritos. 1\Irurió muy pronto
atacado por la fiebre púrpura, ante las murallas
de Montauban. Aprovechando este- desorden, Ri-
chelieu. se cntromcti6 en el asunto, apoyando a
Concini; pero no había son.auo aún su hóra y
cayó con el aventurero.
Crueles y desagradables ~rnn W'¡uellos tiempos.
Descartes salió de Francia y se alistó en Holan-
da, en el ej("''cito del prfncipc Mauricio de Nas-
sau; transcurrla el año 1618.
Este Nassau era un gran capitán, y lo sabía;
-73-

tanto que rESpOndió fríamente a una señora al


preguntarle qué general consideraba el primero:
· t~Sp{nola es el segundo.,, Tal vez la respuesta
fuera debida a broma . .Fza muy orgulloso, si bien
es verdad que toda Europa le admiraba como filó-
sofo, sabio y guerrero. Acababa de vencer ~orio­
samente a las tropas del Rey .Muy Católico. En su
corte todos los honores estaban reservados a los
matemáticos, a los :ingenieros, a los arquitectos.
No se sabe a ciencia cierta lo que este hombre
singular pensaba sobre Dios, los ángeles, santos
y teólogos, aunque tomó parte violentamente en
les querellas teológicas de las Provinci~ Unidas.
Lo cierto es se trataba de hombre genial, virtuo-
so y algo cruel.
Su padre, el uTaciturnou, 111uri6 con Jc, mur-
murando: u¡ Dios núo, tC11 pit!dad de mi alma y de
mi pobre pueblo !11
En la hora de su muerte, el hijo, no cntreg6
su alma a Dios juntando las manos. El pastor
que le asistía hubiese querido escuchar algunas
palabras devotas que k tranquilizasen sobre la
salvación del moribundo. Perdió el tiempo, pues
el agonizante no pensaba, no quería pensar en
Dios en aquel crítico instante, y, cuando el pas-
tor le exhortaba a ello, acabó por exclamar: ccCreo
que dos y dos son cuatro, y que cuatro y cuatro
son ocbo.11 Luego, indicando con el dedo a un
matemático, dijo: uEae caballero podrá aclararle
-73-

las dudas que pueda V. tener sobre nuestras otras


-creencias.>>
Ese fué el hombre que el alumno de los jesuf-
tas escogió como jefe de guerra.
G. Cohen ha renovado por completo todos nues_-
tros conocimientos sobre la Holanda de aquella
época, mejor dicho, nos ha revelado lo que igno-
rábamos ant<.-riormente, la extraordinaria irradia-
·ción universitaria de las Provinc-ias Unidas. En-
tonces era moda dirigirse a ella." para servir, es-
tudliar o viajar, como en el siglo XVIII lo fué ir
a América, guerrear bajo el mando de Wáshing-
ton, o ir a Inglaterra a interrogar a Hume o Bo.
lingbroke. Bal?..ac y TeMilo de Viau se inscribie-
ron en la Universidad de Lcyden. Te6filo diri·
gió lma comedia cn ver~o al ilustre Stathouder.
Dos regimientos franceses estaban a sueldo de
los Estados por entonces; uno de ellos mandado
por un tal Saint-Sim6n, Juan-Antonio de Saint-
Sim6n, harón de Courtomcr; por el tiempo otros
Saint-Sim6n combatiC'fon ¡por otra independencia,
al lado de La Fayette.
Los reformados eran numerosos en estos regi-
mientos, por e~ cada uno de ellos "tenía su pastor.
)lucho es de cxtraiiar que un joven cat.(>lico a
·quien se enseñó la verdadera religión por una
orden expresamente fundada para extirpar la he-
rejía, alumno de maestro que se d!istingui6 par-
ticulannente en las ásperas controversias con !M
protestantes, se ali$tase en aquel ejército protes.
-74-

tante, a las órdeiK'S de tal jde y la única razón


que se ha aducido ha sido la de la moda. Es una.
razón, después de todo, pero tal vez no fuere la
que debiera haber ejercido influencia sobre un al-
ma piadosa. Muchos fueron los católicos que sin-
tieron escritpulos ante la idea de ir a luchar en
las filas de los herejes, que acababan de vencer
al más católico de los reyes, siendo el célebre-
místico Carlos de Condrén uno de dichos cató-
licos. Pero se cita el paso por Holanda, años an-
tes de aquellos rudos momentos, <le un futuro.
obispo de Poiticrs, Enrique-Luis de la Rochc-Po-
say, de la misma ciudad que Descartes; ¿.podía
servir su (kvoción de cautda a la del joven sol-
dado?
Muy dudosa debió ser su pit.'<lad; muy dudosa
la de su familia, porque tenía como preceptor a
Escalfgero, aquel ilustre protestante que tantas
querellas tuvo con los jesuftas, a los que homéri-
camentc trataba de asnos. La piedad llegó hasta
Enrique-Luis más tarde, y hasta con cxce.o,
pues evolucionó siendo uno de los fieles de con-
fianza de la Cábala de los Devotos. Entonces el
recuerdo de stl' paso por los cj~rcitos y universi-
dades holandesas le pesaba tanto, al verse senta-
do en su silla episcq>a1 de San Hilarlo, que sintió
necesidad de hacerse absolver religiosamente por
Saint-Cymn, por el hecho de haber guerreado-
contra los católicos (57).
Muy diferente fué el pensamiento de Desear-
- 7S-

tes cuando dirigió su memoria hacia aquellos.


a.iios de su juventud. Unos treinta años más tar-
de, recordaba a los protestantes de Holanda, paro
adornarse con ello como titulo de gloria, contri-
buyó a librarles de los inquisidores españoles
(s8).
Tolerancia o indüerencia, no es cosa decidida.
Hay que recopilar otros hechos que, sucediéndo-
se unos a otros y apoyándose mutuamente, su-
gerirán tal v<..oz hipótesis veroslmil solJre la exten-
sión y naturale-t..c. de la fe del filósofo. Por el m~
mento podemos observar pocos cscr(tpulos reli-
giosos en el joven Descartes.
Finnóse la paz por diez añ<>s entre Holantia y
España. El ejército del Stathou.der quedó en re-
poso. Si Dt.>seartcs se alistb en (:1 para asistir a
las batallas y ver el desarrollo U.e las sabias estra-
tegias, debió quedar profundamente dt.-silusiona-
do: no hubo más (}\le jornadas de ocio y fastidio.
La guerra no volvió hasta. 1ó21. Pronto se can-
só de la vida de guarnición; hasta llegó a sentir
horror, por la profesión, como sabemos por sus
confidencias. Una mañana de octubre, yendo de
paseo, sin tener nada que hacer, deambuiando
por las calles de Breda, vi6 un grupo que llamó
su atención. Era singular a jt11.gar por el silen-
cio y cali(larl de los que lo formaban: no había
entre cllos mujeres ni niños; hombres solamente,
, con cara éle preocupación. Entre ellos creyó reco-
nocer algunos maestros del colegio. Se aproximó·
-¡6-

vi~ndo un cartel, en el que había trazadas cifras


y figuras geométricas que le intrigaron; como el
texto estaba redactado en fiamenoo, nada pudo
comprender. lbs a retirarse, desilusionado, cuan-
do le pareció observar algunos rasgos de simpa-
tia en el rostro de un joven a cuyo lado se ha-
llaba. Nu6tro hombre le interpeló, medio en
francés, medio en latín: uTradúzcame ese texto,
hágame ese favor. Pero, ¿hay interés en lo que
dice?
-Es un reto. Un matemático propone un pro-
blema a sus cofrades, que anuncia y enuncia en
ese cartel. Paréceme de dilfcil solución, por no
decir imposible.,
En aquellos nempos todo se r<'<iuda a torneos,
cosas rle caballeros; por algo se guerreaba en to-
todas partes. Inflamado por el reto, el 'holandés,
se puso a leer cuidadosamente el cartelón, sin
procurarse de tradudrsclo al joven soldado, que
dijo:
-u¿ Insoluble? ¡Eso me parece muy extraño !u
El holandés no respondió; entonces Descartes
le cogió del brazo con autoridad, diciéndole:
-crPues por mi parte pienso resolverlo, a no
ser que el enunciado sea falso. ; Díctemelo! 1V05'
a ocuparme del asunto !.•
El holandés, escq:,tico, aceptó sonriendo, ron
la sonrisa del maestro que e.s~:ucha los ingenuos
propósitos de su alumno.
-n-
-uConfonnc; vero con una condición: que si.
usted ·halla la solución me la comunique. •
-¡ Así lo haré ! Mañana la tendrá en su poder.,.
Se cree que esta anécdota ha sido referida por
Baillet debido a que Descartes volvió al siguien-
te día portador de solución tan hermosa como
si hubiere sido hallada por el célebre Viette. De
este modo nació la maravillosa amistad entre Re-
nato DescSrtes e Isaac Bceckman.
-Este Bceckman era un joven doctor en medici-
na, que acababa de graduarse en la Universidad
francesa de Caen. Era médico, físico y matemá-
tico, teniendo las mismas preocupaciones que Des-
cartes, la misma inclinación hacia la univít'1"safl-
dad de conocimientos. Tal vez nuestro Renato
sintiese instintivamente parcnt<.'SCO entre su in-
teligencia y la de su nuevo camarada.
Este suceso fué grande acontt.'Cimicnto en la·
vida de Descartes, pues le hizo adquirir nuevos
impulsos, decidiendo continuar d compromiso ad-
quirido con el ~jército de los Estados. Hab{a da-
do con una buena razón para no abandonar su
vivienda en la bntmosa y grisácea Breda. Esti-
maba a su nuevo amigo desde el fondo de su co-
razón, le admiraha y guardó su recucrdo duran-
te muchos años, el recuerdo casi amoroso de sus
conversaciones luminosas con el joven médico que·
venían a proyectar luz en aquellas profundidades.
Tal vez sintiera Descartes la desaz6n del adoles-
cente que no go1.6 de la ternura propia del hogar
- ¡8-

Jleterno; por eso, tal vez, cuaudo se separaron,


brotó en sus labios aquel grito desgarrador de
uj 'fe dejo, bÍ a quien estimo 1»
¿Sería que no le amaban los suyos? ¿No tuvo
padre, él que lo fué carnal y espiritualmente? Ya
sabemos que Mme. de Sévigné escribió una vez
a su hija: 11Descartcs, tu padre ... >> ¿Podemos creer
haber encontrado aquel día, aquel día solamente,
el secreto de la tristeza que llenó los ojos del
6U>sofo hasta sus últimos momentos?
He aquí el ex-voto apasionado de Descartes:
uTú solo, a decir 'Verdad, has conseguido des-
l'ertarme de la ociosidad. Has evocado en ml 1ma
ciencia casi borrada de mi men~oria, habiendo con-
ducido de nuevo hacia serias y mejores ocupacio-
nes """ espíritu. qu.e se habla apartado "de ellas. Si
surgiese de m{ algo no desp-reciable, tienes d.ere-
cho a reclamarlo, y, por mi parte, no dejaré d•
participártelo, ya para que te apro'Veches, yo para
que lo corrijas.
¡ Cufln patente se muestra la ternura y el agra-
decimiento en esas palabras ! En aquella amistad
juvenil había algo de delicioso encanto. Senti-
mos regocijo al considerar que tan graciosa ima-
gen flota sobre la cabeza del voluntario adoles-
cente, en el mismo momento en que es presa aun
-de la inquietud de su genio que inicia su naci-
miento.
Fueron aquellas encantadoras semanas en que
la ciencia y la amistad se confundían. J?iscusio-
-79-

nes sobre las ecuaciones de tercero y cuarto gra-


do, sobre el equilibrio d~ los licores, sobre la caí-
da de los cuerpos. Presintiendo Beeckman el des-
tino de su amigo, tomó nota de sus ronversacio-
nes en su diario. El 31 de diciembre, Descartes
dedicó a su amigo un uCompcndium Musica.cn;
fué su primera obra. También Rousseau inició
sus escritos hablando de m6.sica. Fétis dijo de él
más tarde uera mediocre ensayoll, pero, ¿qué sa-
be el musicógrafo que, espantado por toda noV~e­
dad, no tuvo más que sarcasmos para \Vá.gneT?
(59).
Se despedía el invierno de 1818, nada la pri-
mavera del 1619. Por entonces viajaba por Holan-
da un anciano misterioso que pretendía, no s6lo
po5eer el secreto del gmn Raimundo Lulio, si-
no las claves desconocidas ¡para Lulio y A,grippa,
cosa de que se envanccla (6o). Iba de ciudad en
ciudad, alojándose en las posadas en las que, me-
diante ra1.onahle retribución, comunicaba su sa-
biduría a los curiOS06 de la Cábala. Era médico,
filósofo, matemátiro, poseía ciencia universal co-
mo su maestro, que, entre tantos libros como es-
cribió, figura uno titulado uTf'atado de la R~
zónn; Descartes resolvió ir a enfrentarse con aquel
~bio extraño que acababa dé llegar a Dordrecht
(61).
Ful• a verle; el viejecito no le dió más que N!·
c..'c1fls 1lc medicina, algo sobre lógica y magia, juz-
gando Descartes que aquella persona hablaba sin
-8o-

juicio de mil cosas que ignoraba. No obstante


creyó distinguir a través de las explicaciones mls-
ticas la curiosa creencia que UD sólo método po-
día servir pera descubrir la verdad. Abrigaba la
duda de que parecido método era mera palabre-
ría, incapaz de provocar descubrimientos, pero
que convenientemente dispuesto pudiera reducir a
la unidad todas las ciencias, de la misma manera
que se conciertan las piezas de una máquina de-
pendiendo unas de otras.
Habfa sido Lulio un santo de iglesia, UD pro-
feta, un mago. Su muerte fué la del mártir: los
mahometanos lo lapidaron al borde de una playa
africana. A partir del siglo XIV su famoso nom-
bre llenaba el universo de fastos grandiosos: era
como el Carlomagno legendario de la filosofla.
Sur. innumerables libros pudieran contener la re-
velación de arcanos disimulados valié-ndose de ex-
plicaciones voluntariamente obscuras. Varias fue-
ron las veces <¡uc Descartes sintib la tentación de
abrir el más célebre de sus libros, el CIATs Mag-
?lall, pero apenas lo abría chocaba con obscurida-

des a partir de las primeras páginas. Acudió a


consultar al viejo con la esperanza de que le reve-
lase el sentido de aquellas obscuridades; fué en
vano. No obstante, no cesó de soñar en aquella
sabiduría extraña, originada en los árabes de Es·
paii&, corriente en toda Alemania.
Llegó abril; Descartes abandonó el ejé-rcito del
Stathouder y a su amigo, no sabemos debido a
-SI-

qué razones. ¿Sería por querer interrogar a otros


d!iscípulos de la. alquimia? ¿Lo hizo obedeciendo·
al demonio que le atormentó durante toda su vida?

•••
Descartes y Becckman se separan; JJcscartes
siente profundo disgusto por ello; va a Dinamar-
ca, a Alemania, especialmente a Dantzig, s la
que llama Ccdanum y a Francfort, en donde asis-
te a la coronaci6tt del emperador Fernando. 1.-ue-
go visita Polonia, Moravia, ricas en S<.'CUIS reli-
giosas. Más tarde se alista en el ejército de 1\la-
ximil:iano de Bavicra; asiste a la derrota del Pa-
latino, rey de Bohemia, entra en Praga y m{IS
adelante, acompaña o lns tropas del conde de
Bucquoy, un nuevo con'Ve1'so, que lucha en Hun-
gT{a. Por. esta vez sirve a jefes católicos.
Pensativo, curioso, infatigable, ha visto, de
acuerdo con su deseo, cccortes y ejércitos, ha fre-
cuentado gente de diversos temperamentos y con-
diciones, ha pasado por diversas experiencias. u
A eso sigue un reu>oso, largo reposo. Durante
el invierno de x619, vive oculto en un puebkcito,
en los alrededores de una gran ciudad cuyo nom-
bre no conserva la historia. ¿Serfa en Nurember-
ga, dondle enseñó en tiempo pasado Roten, céle-
• hre matcm6tico, cuyo nombre cita Descartes? Se-
rá Tubinga, donde enseñaba Scbickhardt, no me-
nos célebre matemático y teólogo cuyo nombre
PII.XXXIX 6
-S:z-

figura en la Dióptrica? ¿Sería en Ulm, ciudad im-


•perial, en la que enseñaba Falhauber, a quien
Descartes vera con frecuencia por aquellos días?
Siempre se ha sentido la tierna curiosidad de
recorrer los itinerarios de los hombres ilustres a
través de los paisajes y de los libros, para des-
cubrir, por el rastro de sus desgracias y arroba-
mientos, los secretos de su grande1..a. ¿Llegaremos
u saber algún día el nombre de aquel pueblo de
Suavia que hubiéremos querido visitar en pere-
grinación <'Spiritual? Allí nació Descartes antes
que en I..a Haya, put.~to que allf fué donde oyó
por \'<.•..c. primera d llamamiento del uEsplritu de
-;•crJadu.
AIH trabojl, mocrrado en una habitación rc-
cal••ntada. Allf estaba la célebre. ucst.,/all de Dcs-
<.'artes.
En aquel lugar reunió sus recuerdos, hi1.o sus
comparaciones, limpió su alma de los últimos ve;.
tigios de su saber escolar. Después de tantas zan-
cadas había conseguido llegar a darse cuenta de
que hay umucha mds 'Verdad en los razcm.amien-
tos que cada uno tk por s{ discurre respecto a los
asuntos que le interesan y cuyo ac.ontscimiento
debe castigarle fJoco desfJués, si ha juzgado 1JUJ.l,
qu.e en los que discurre un letrado, en s"' gabi-
nete."
Le invade entonoes el desprecio hacia las espe-
culaciones sin explicación práctica, que no tienen
más consecuencias que procurar a sus autores
-83-

.u/anta má.s 'Vanidad ~14Q.nto más se aleja.n del st-"n·


lid.o comúnn. Siente ahora mñs que nunca, ante
la variedad dte costumbres y la contmrkdad de
las C'Otltroversias filosóficas, uun extremado de-
seo de aprender a distinguir lo 'Verdadero de l•11
.falso, para pod-er 'V-eT claro en sus actos con se-
gu.rida.d en esta 'Vida. u
Avanzar con seguridad: he ahí las palabras que
,haoc:n resuene en los oídos el paso de este joven
cahallero francés que ¡pisa con tanto orgullo los
caminos de la Europa guerrera. Su paso es sono-
ro, firme¡ es d del hombre que respira plenamen-
te, libre de las Htra.bas de sus precej>toresu. Tiene
confian1.a en sí mismo¡ no obstante, no puede de-
cirse sea fanfarrón. Su paso es mesttrado. Este
caballero no olvida en momento alguno sigue ca-
minos propicios a las emboscadas.
No quiere entregarse a quien se le acerque¡
qni<:'Tc reservar su juicio, evitar la credulidad¡
todo es afiagnza. todo es error: esa es la sabidu-
ría del joven, que ha pasado por dos grandes re-
ligiones, tr<.'S grandes ejércitos, cuatro o cinco
grandes naciones. ¡ Qué pesimismo 1 ¿Qué queda
intacto en ese cerebro de 1a's cnsefian1.as de sus
mal-stros que le ensefiaron que la virtud está en
l'l n.ospeto a las costumbres y la sabiduría en la
oht... lil'n<:Ía.a los libros santos? Descartes respon-
(lt·, 1l<ospul•s de ha·ber hojeado uel lib'To del Mun-
~,, ...
nA /•rt•trclf a no creer nada jfrme.,ne11t.e de lo que
!Ólo me habfa persuadido el ejemplo y la <;ostum,.-
bre; y de esta m4ne1'a me libe1'taba, poco a poc.o ..
d.e muchos e1'1'01'e! que pueden ofwca1' nuest1'a
luz natural y hacernos men.os capacitados pa1'a
escucha,. la 1'az6n.,
Esta sabiduria le hacia sufrir; no era aquella
que había descubierto por su instinto y que había
buscado. Entonces le aquejó nueva nostalgia, le
tentó un nuevo riesgo: Le <JUedaba por hacer un
último viaje, sin apartarse de la estufa:
uCierto dfa tomé la aecisi6n de estudia" en mt
mismo y emplea?' todas las fuerzas de mi ingenio
en la elecci($n de los caminos que delña. empren-
de?', cose~ que logré mucho mejo1', a mi Pe~receT ..
que si no me hubiese aJejtulo nunca de mi pe~fs
ni de mis librosn (62).
Descartes viajó para encontrarse. Se encontr6r
pero a la manera como se desembarca en pafs nue-
vo en el que hay que d~scubrirlo todo. ¿ Qu~ ha·
b(a en aquel cerebro rebelde y lúcido? El busca-
rá la manera de saberlo, para inventar un mé-
todo que le procure, finalmente, la certidumbre.
Pero se muestra más desconfiado que anterior-
mente, todavía m6s- ante el entend~miento que
ante la realidad exterior: entonces piensa ya, con
la madurez desilusionada del tiempo de las uMe-
ditacionesll:
11No podrfa deja,. 'de concedu hoy demasiado
a mi desconfianza, puesto qrte no se trata alzortJ
de obrar, sino solamente de meditar y conocer.1t
CAPITULO V

Las horas de la Rosa-Cruz


• Les ciencias esldn eclualmenle en-
mascaradas. •
Descarlee.
(•Co¡llallonee prlvelee•, 1619-1620.
•Obres•, X, p. 2111.)
•Grande diFerencia exlale entre lee ver-
dades adquiridas y las reveladll8.•
Deacar1es.
(•Obras•, JI, p. 3117.)

En aquellos tiempos y aquellos lugares férti-


:lcs en milagros hubo hombres que adquirieron
~1 IP<>der de hacerse invisibles. Se ignoraiJB sus
nombres, pero 9C' C'onocía el efecto de su poder,
que se ~1anifestaba por medio de curaciones ex-
traordinarias. Todos ellos eran ,gente de ciencia,
médicos hábiles en las manipula¡joncs químicas.
A primera vista, como vestían igual que los de-
más hombres, no había manera de reconocerles.
Unicamente se adivinaha quiénes eran cuando ha-
hfnn desaparecido, porque sus palabras desborda-
hon amor por la humanidad, polabras consolado-
tu:-~ que aliviasen a sus pobres enfermos mucho
tn(•s '(IIC los remedios que prescribían.
lluiK> un eclcsiástlco luterano que pretendió
mntm " nichos hombres empleando la burLa. La
.. Fama .fralemitatis rosae-crucisll reveló sus prác-
-86-

tkas y misterios. &te libro produjo gran rt=vue-


lo. Si hemos de creer a su autor, estos sabios que
curaban, estos caritativos hermanos, no pasaban
de charlatanes mb dignos de castigo que de pro-
sélitos y alabanzas.
El público no le hizo caso; los más escépticos
creyeron q\K: el eclesiásti<:o se había valido de
atrevido subtlC'rfugio para excitar la curiosidad,
sin oscurecer a_ loe jefes de la religión. L:o real
fué que la gloria de aquellos taumaturgos adqui-
rió nueva brillantez. Los libros se sucedieron a
los libros. El primero de Andreae fué seguido por
otro, en 1614, por un tercero, en 1616. Nicolás.
Barnaud, del Delfinado, tradujo uno <k cUos en
holandl:s, mientras el inglés Roberto Fludd pt1·
blicó una apología muy leida titulada Hl.ol· ln-
1:isiblrs"; el alemán )liguel .Meier les dirigib ala-
banzas ~n tres libros famosos, que vieron la luz
en 1617 y 1618.
No dejaoon je tener valor dichas publicacio-
nes. Pronto las criticó vivamente el erudito Nau-
dé, que por cierto no creía en uada, pues según
l:l, poco humanismo contenían, habiendo en cam-
bio demasiado misticismo. Tal vez este escéptico
no creyese mal exterioriznr algo de celo, al me-
nos por prudencia, puesto que era bi61iotecari~
de un prelado. El P. Marsenne y Gessendi in-
tervinieron a su vez; pero lo que no pesó proba-
blemente de juego y distracci6n en cl amable
Naudé, lo que no era sino filosofía en Gawndi.
- 8¡-

tomó visos de batalla en otras persooos. El P.


Marsenne se mostró bastante ofcttl>ivo, aunque
con la natural mansedumbre. El P. Garassc ex-
teriorizó gran violencia. Este padre Jesuita, que
no estaba falto de facundia, oorupuso Wl libro de
áspera virulencia para demostrar la hercjfa ne-
fasta para la Iglesia. Pidió su destrucción, esti-
mando que ning:ún suplicio serfa lo suficientemen-
te atroz para castigar a aquellos enemigos de ln
verdadera fe.
En Parfs fué grande la I'C'percusión; no obstan-
te aquel mmor, no pasó de cancion<.-s, libdos y
hasta farsas cómicas en el Palacio de Borgoña,
mientras en Alemania, Holanda, en Italia y Es-
paña mfu; tarde, se desarrollaba el movimkmto
con furor prohmdamentc mfstico.
Baillet dice que se hiw Uegar a ofdos de Des-
cartes que aquellos Ros-Cruccns.cs eran gente que
sabfa de todo. Por esto, reuniendo y consideran-
do todo lo extraordinario que los particulares le
habfan relatado, creyó no clcbfa continuar indife-
rente ante el asunto. Leyó algunos de sus libros,
probablemente el "Musacum chymicum, de
:\{efer, al que tal vez se refiri~ en sus notas de
juventud tituladas "De cstudlio bonae men.tisn,
perdidas para nosotros, por desgracia (63).
C'Uando volvió a París procedente de Alema-
nia, la primera pregunta que le hizo su amigo
MnnK"'lne fué- 6;ta:
-¿Es ustOO Ros-crucen se?
-88-

Dcscart<.>s uegó, pues el caso era de verdadero


apuro, porque sabía que los Jesu{tas per~gufan
tenaz.mente a aquéllos sin miramientos. Marsen-
ne creyó lo que dijo el viajero. No somos nosotros
tan crédulos como él y sus amigos, porque hoy
conocemos las amistades ros-crucenses de Descar-
t<.-s, amistades que se ignoraba en aquellos días.
En I6I9-1ó2o, Descartes vi6 repetidas veces,
con frecuencia si se .quiere, al célebre matemá-
tico Falhauber, cuyo nombre hemos citado ya:
Falhauber era ros-crucense. ¿Cómo podemos
creer que las referencias que Descartes ha con-
fesado buscaba, dejó de buscarlas en su compa-
fi(a? ¿Cómo evitaremos la hipótesis de que ese
Falhauber fué uno de los informadores a que aht-
de Baillct? Muy verosímil es esta hipótesis, pues-
to que fué precisamente de Alemania de donde
vino el nunor sobre la filiaciím de Descartes.
Cuando Rcnato abandonó Holanda para diri-
girse a Suecia, a fines de 1649, confió a Van Ho-
gelande, médico ros-crucense que habitaba en
Leyden, un cofre lleno de papeles pertenecientes
al primero. No obstante tener otros amigos en
Holanda por aquel tiempo, como Constantino
Huygens, al ros-crucense fué a quien confió el
dep6sito.
Renato llamaba al médko coni buen amigan,
cosa que no podemos poner en duda, porque el
depósito indicaba profunda confianza, íntima
amistad. ¿No lleva en s{ dicha amistad también
-St-

la confianm? ¿No creéis que la amistad, refor-


zada por esta confianza, implica colaboración a
su vez?
Otro ros-crucense notorio em uno de sus más
íntimos amigos: Wassenacrc, residente en Ams-
terdam, centro de los Ros-Cruoenscs.
Cuando pens6 abandonar Holanda, alrededor
de 1644, para dirigirse a Inglaterra, la invita-
d6n partió del caballero Digby, filósofo, méd~­
~-o, químico y, muy probablemente, ros-crucensc.
A estos cuatro nombres de Wassenaere, Hogc-
lande, Falhauber y Digby, podemos añadir el de
otro amigo de Descartes, el del señor de Cerzan,
llamado el Padre Clitofón en <.·1 gTttpo de Balzac,
muy sospechoso, para Gustavo Cohen, de haber
sido ros-crucense. En efecto, <.'S autor de diOS li-
bros <]UC lo sugieren: uSuma1ÍO dJc la Medicina
Qulnrican (.1632), y ccEl c;ran Oro fwlablc de los
antiguos Fil6sofosn (165;;), (64).
Adl!más de la nota del uSfttdium bonae men.
lis,, se hallaron las siguientes lfncas entre los
papeles pertenecientes a Descartes, referentes a
los Ros-Crucenscs, que eran matemáticos:
uEl Tesoro Matemá.t.ico de Polybio el Cosmo-
polita es obra en que se encuentra los verdade-
ros medios para, a,porta·r soluciones para todas las
dificultades de esta ciencia, y en el qu~ se de-
muestra, que sobre estas dificult4des la inteUgen-
cia humana, es incapaz de llega.r más lejos. Im-
pulsará hasta la. duda, condenando su ligereza, a.
-90-

441ueUos que prometen mostrar. nUt'VOS milagros


en estas ciencias. AdenÚfs, aliviará los dolo·rosos
trabajos de aqueUos que encontrando obstdculos
noche y dla en la especie de nudos gordlianos de
est11 ciencia, consumen en pura pér:cf4d4 el GCeile
de su genio. Esta obra se ofrece por segunda vez
a los eruditos del mundo ente·ro y putic~rmen·
te a los Hermanos Ros-Crucenses, tan célebres
en Alema11iau (óS).
La anotación es extraña: ¿Quién es ese PoJy.
bius Cosmopolitanusf ¿Qué Thesaurus <"S ese?
Millct ha sugerido, sin aportar razones, que em
t:1 tftulo de un libro que proyectaba escribir Des-
cartes. Antc.'S que plan de libro proyectado, hi~rn
pudiera ser, con grandes probabilidades de es-
tar en lo cierto, alguna nota tomada sobre una
de las obras ros.cntc(.."Dses; lo cierto es que no se
IH. hallado aún dicho título entre los libros de
aquella (-poca.
Dos alquimistas hubo en aquellos tiempos que
llevaron el alias de Cosmopolitanus; uno de ellos
fué Sethon, que vivió <:11 Alemania y murió en
Cmcovia, en 16<:>4; estuvo en Holanda y fué co-
nocido de Teobaldo de Hogelande, ¡padre del ín-
timo amigo de Descartes; este Hogelande lo men-
ciona en uno de sus libros, en la uHistoriae ali-
quot transmutationis meiallicaen.
En cuanto al otro Cosmopolitanus, se llamaoo
Sendivog; era de Moravia, amigo de Sethon y
menor que él. .Murió en Olrntttz, Moravia, en el
-91-

año 1646. No hay que olvidar que Descartes fuf.


a Moravia en 1621, tras haber abandonado el ejér-
cito dcl duque de Baviera (66) .
.Estas amistadE.'S, estas curiosidad~s, estas ano-
taciones no son meras quimeras ni suposiciones.
¿ Precisa añadir a ellas algunas hipótesis verosí-
miles?
¿No podremos explicar algunos de los miste-
riosos viajes die Descartes atribuyéndolos a, re-
uniones ros-crucenses? Con frecuencia desapare-
ci(J dejando la impresi{m del misterio. Baillet lo
hace notar dos o tres veces. Desc-arks <.'Stuvo en
Dautzig, Hamburgo, Nurcmbcrga, eu diferentes
aüos: 1619, 1621, 1633 ( 67). Su viaje de 1633·
1ó34 fué particularmente misterioso; lo empren-
dió acompañado de su amigo el médico alquimis-
ta Esteban de ymcbressieux, del Delfinado, co-
mo Barnaud. AcJucllas ciudades eran centros ros-
CTUOl~ts.cs. En 1623·1625 visitó Mántua y Vene-
cia, otros centros ros-cntcenses.
Su gran enemigo holandés Voecio llamó más
tarde a Descartes ateo, perse.guidor de muchachas,
papista, ros-crucensc. Descartes respondió a to-
da5 tH]Uellas imputaciones, a todas aquellas acu-
saciones, cxce(lto a la última. Jacobo Cbevalier
llama la atención sobre este silencio, atribuyén-
dolo a pn~unci6n de filiación; desde luego la lla-
ma d<' pmmda, sin decidir ni :~puntar nada (68).
Este silencio nos part.>ce demasiado enigmútico:
¿no pudiera sugerir algo?
-92-

Podemos relacionar ciertas ideas de Dcsoartes,


-su manera de vivir, con ciertas reglas, ciertas doc-
trinas de los ros-crucenscs, relaciones que harían
veroshnil la filiación sospechada algunas de las
veces, pero rechazada en general, con mayor ra-
zón que todas esas amistades.
Abramos el libro de Baillct (tic)):
((El objeto de su institución era la reforma ge-
neral del mundo, no en rcligi6n, política de& go.
bierno, o de las costumbres: sino solamente en
.cu4nto 4 las ciencias: además, se obligaban a per-
manecer célibes. Abrazaba" el est"dio general de
14 FE.~ica en todas sus partes; pero haclan profe·
si6n npecialmente en lo toc4nte 4 la Medic.in4 y
la Qulmica. Miguel Maier, que form6 un .libro
con las constituciones de la cofradta, les ¡¡tribuye
s6lo uis estatutos generales. El primero ejercer
la medicina gratuit4mente paTa todo el mundo;
el segundo 'l!estir de acueTdo con la moda del
pals en que se l!4llen; el terci!'To reuniTse una vez
por año; el cuarto elegiT sucesores hábiles y gen-
te de bien j:J4Ta que ocupasen el lugar de los que
fallecieren; el quinto adoptar como sello de l4
.congregaci6n las dos iniciales R. C.; el sexto
conseT'IJar en secreto la sociedad, tenerltl oculta al
menos durante un siglo.11
Descartes, como los ros-crucen.ses, dejó la re-
ligión, las costumbres, la política, fuera del cam-
po de su visi6n filosófica. Rindió homenaje a la
-93-

usanza; como ellos; como ellos erigió la medicina


en algo así como arte de redención.
Los Ros~ucenses practicaban la tolerancia,
virtud poco común en aquellos tiempos; ¿quién
creyó en los derechos de la uconciencia errantell_
más que Descartes, corno dijo rn6s tarde Bayle,
el cartesiano Bayle? ¿Quién fué más tolerante
que él en los momentos difíciles? La tolerancia
fué una de las virtudes que más honró, hasta se
atrevió a presentar su teoría n un padre jesu{ta.
Otro hallazgo que tiene más importancia toda~
vía: su divisa era la misma que la de los Ros-
Crucenscs, no hay mús reme<!io que insistir sobre·
la coincidencia: uQui bene latuit, bene 'Vixil>>.
Estas coincidencias, que se multiplican, pare-
cer{m mucho rn{ls decisivas aún si añadimos que
el sello usado por Descartes cstal.l6 intc-gmdo ¡por
estas iniciales: R. C. ¿Se trataba de Las iniciales-
ros-crucenscs o de las suyas, R. C., al latinizar
su nombre así: uRenalus Cartesiusllf Aunque se
nos objetase lo último, no lo creeríamos porque
Descart<.-s rehusó siempre latini1.ar su apellido,
limitándose a latinizar únicamente el nombre de
pila, escribiendo Renatus Dcscartrs si<.'1Ilpre. Ver-·
dad t'S que pudiera conservar solamente la inicial
dd mismo nombre, Cartcs, callando la especie
de pnrtkula (¡Uc le precede. Tampoco es seguro·
ni cierto, pcm¡tl<' ul parec·cr firmaba empleando
una sola paluhm, ni menos ¡por lo que podemos
juzgar por sus rnnnulieritos. Escribía DESCAR-
-94-

·rES, todo con mayúsculas, sin que pU<:da obser-


varse intervalo entre DES y CARTES.
En el espíritu de aquel joven apasionado, que
anteponía entonces la intuición del poeta a la ra-
zón del fi.lfJSOfo, hormiguean las mlls vastas cu-
riosidades científicas. Nada mlls explicable que,
tras una lectura de Andrcac, o dcspu~ de algu-
na conversacic'JD sostenida con el Ros-Crucense
Falhaubcr, estudiase con empeño, en crisis de
entusiasmo, aquella amplia doctrina, doctrina in-
teligente y generosa, cuyo misticismo, inspirado
por inmensa esperanza en el poder del hombre
por la ciencia, sentaba tan bien a su inquietud.
Probablenl<.'nte se reiría de: las quimeras alquimis-
tas, C05a que no puede afinnar5e en absoluto,
porque se dedicó con ahinco a la qufrruca a su
welta de Alemania, en ~ en que aquélla se
confundía con la alquimia. Descartes escribió un
tratado sobre los meta]e..,, tratado perdido para
nosotros, no hay que olvidarlo. Su íntima amistad
con el alquimista Esteban de Villebressieux, a
quien conoció en época posterior a la que esta-
mos hablando, podría hacer creer que este estu-
dio de la alquimia produjo en él curiosidades pro-
fundas durante largo tiempo.
Tal vez acudiese a los Ros-Crucenses pensan-
do en la reforma de las ciencias. Entre Descar-
tes y aquéllos existía identidad de preocupacio-
nes. ¿No creéis que Baillet pmporciona en esto
materia para hipótesis sobre esta conjunción en
-95-

las pocas líneas en que presenta a Descartes utan-


to más afectado .Por aquellos Ros-Crucenses cuan-
to que se enteró de su existencia. prf'CisaiiWnte e"
el m,omento de su ma.yor apuro y embarazo en l~
referente a los me•dio¡ que debiera. em.p,ea.r para
la in11e.(tiga.ci6n de la 11erda.d'fn
Coincidencias, hipótesis, pero lheohos ciertos,
desde luego: ¿No es esto bastante para inclinar-
nos a suponer, si no la iniciación en buena for-
ma, al menos la adhesión moral a un sistema de
ideas ()Ue gozaban de bastante elevacibn y utili-
dad para seducir, sorprender y derribar sobre el
camino de Dam~sco a la joven razón entregada
apasionadamente a la invcstigacibn de una ver-
dad desconocida? ¿No debería a los ul1errnano.f>>
no sólo la revelación de la uciencia ma.ravillosa.u
de que nos ocuparemos muy pronto, sino tambitm
la de una fe, de uu.a fe práctica, su fe en una
ciencia de utilidad para la humanidad?
¿Querría Descartes en aquellos momentos fuese
el hombre tal cual dice en su uDiscurson, 11dueño
y poseedor de la natura!C?..a ,, ? Esa fué la espe-
ranza de los alquimistas y de los Ros-Crttcenses.
¿Pensaba ya ser lo suficientemente poderoso para
no envejecer y alcanzar la edad de los patriar-
C.'1\S? ¿ Creería poder vencer ya a la enferJilJ(.>dad?

¿ Pcnsnrfa que una legión innumerable de autó-


1111\UIII t•ntrnrfa ni ~vicio de la humanidad para
ulivinr 1111 hm-n r h.nCIC'fln dic-hoso y fdiz.? ¿Crefa
<]Uc ~lnpk"ando uun de sus f6rmulas sería capaz
de disputar :1 los Dioses su dkha? ¿Se le ocurrió
tal vez podría reconstruir el mundo, sobre las
ruinas de la, Biblia, con el movimiento y la ex-
tensión?
En todas esas sorprendentes tentativas pensaba
para vencer al destino; esas ideas nuevas, peli-
grosas, tenía aquél que en 1619, estando en el
país de Fausto y Paracelso, puso sobre su joven
rostro meditabundo :un terciopelo negro que le
hizo invisible para todos a partir de aquel mo-
mento. Invisible como los Ros-Cntcensc:s. ¿No
9JC'rla por temor a que se descubriesen y adivi-
nasen todos esos ensueñOs, todas esas verdades,
todas esa.'\ audacias ros-crucenses sobre su p{ilida
cara, por lo qttc cubrirla sus rasgos fisonómicos,
con el fin de que la posteridad y sus contcmpo-
ráJk'OS no pudiesen ver sus ojos claramente?
Leamos el siguiente texto, que es una especie
de COilfesión:
uDe la misma manera que los comediantes pru-
dentes, con objeto de que no se -vea la 'Verzüen-
za que sube hasta su frente, se cubren con el pa-
pel que 'representan, en el momento en que 'VOY
a pisa., el escenario del mundo, del que hasta aho-
.,a fui solamente especta.doF, 'DOY enma.s.caFado .•,
Enmascarado: ÑJT'Vatus p.,odeo (¡o).
CAPITULO VI

Los suenos de una noche en Suavla


•Obearvo que, en le lrlaleza o el ptll•
rro, o cuando he tratado 1111un1oa dea-
erredablee para mi, mi eueno ee pro-
fulldo, canina mi hambre: pero cuando
desborda en mi la alerrta, ni como ni
duermo.•
Deacartea.
(Poucher de Cerell, •lnldlloa de Des-
cerlee •, 1 p. 6.)
•BI mayor lllóeofo del mundo no po-
drla evitar tener aualloa deaerradablee,
cuando au temperamento la predlepone
pare ello. Sin embarro, la experiencia
noa hace observar qua el 111 ha lcnldo
con frecuencia al(llln penaemlento tslan-
do el eapfrllu en libertad, ae nos presen-
te de nuevo lue11o. cuando el cuerpo aJen•
lt el¡runa lndl~poalclón.•
Deacarlea.
(Carla 1 le Prlnceee Isabel, 1.0 de sep-
tiembre 1.41. •Obraa•, IV, p. 282.)

En el siglo XVII, \Vurtemberg, Bavicra, Sua-


via, eran ~'3si un solo paf~, unas veces bajo el
dominio del dU<¡ue de Baviera, otras bajo el del
l'IIIJM.·mdor. Conven{a]e una sola denominación:
Suuviu. No hubo tierra más rica en t<:61ogos ni
IIIÍ~til'oll. P:~rncf:'lso, príncipe de los alquimistas,
JM.·rh'II('('Ín n fnmiliu ele gcntilc¡;IJombres de Sua-
v;n. A tmvl"!! ilc los hosqu<'S y corrientes de agua
de l'!+l' JWIÍs l'Xlr:uio l'Orrc la gran k·ycnda de Faus-
1'11. XXXIX 7
to y de su perro negro. Nació Fausto a unas ho-
ras de Ulm .. Los magos, los alquimistas, los as-
trólogos, los entusiastas, pululaban por aquellas
tierras. Las sectas secretas eran numerosas en
ellas. Sólo los sabios conseguían su admisión en
algunas de aquéllas, los que practicaban las vir-
htdes evangélicas; otras eran atroces. De Suavia
salió el manifiesto de los anabaptistas. El más
célebre matemático de aquella época, .Falhauber,
era Ros-Cmcense. La guerra que puso frente a
fr<."'ltc a los católicos y a los protestantes, crispó
los nervios hasta enfurecer las credulidades de
tantos cr<~·entcs apasio~os.
Alrededor de esta cclestt: Suavia florecieron
otros misticismos. El más fuerte de todos fué el
de ~ntiago Bochm, cnmpesino de Lusacia, quien
por aquellos días sufría la fiebre de sus escritos.
Confnnd(a al demonio con Dios. Más tarde ins-
piró a Espinm.a, si hemos de creer las antiguas
tradiciones. Los hermanos Moravios, últimos dlis-
dpulos de los Husitas, eran los únicos que po-
seían ntsticas suavidades, encanto de aquellos ru-
dos tk>Jllpos. No se o{a otra cosa que no fuese re-
Jatos de visiones. Los monjes y los sacerdotes se
unían a los soldados durante las batallas susci-
tando el milagro de las derrot:$ y de las victorias.
En aquellas campiñas de mm, pobladas de fan-
tasmas y leyendas, se había retirado Descartes
hacfa algunas semanas. Llevaba allf vida de as-
ceta riguroso; nada de diversiones; total abstinen-
-99-

da <le carne; no tenía amigos con quienes charlar


durante las veladas. No bebía vino ni oerveza;
con pena decidía apartarse de su estufa al rojo
para ir de cuando en cuando a ver a Falhauber,
con el que practicaba las matemáticas. Esta era
su sola distracción. Era aquel inviemo rudo; las
fr(:cuentes lluvias no le pcrmitian dedicarse al
~jerdcio a orillas del Danubio. Dispon{a de todo
su tiempo para entregarse a sus JX."'ltsamientos,
abondonúndos.c con satisfacción a esta clausura
que le asfixiai. d<.-spu(-s de tantas sc111auas de
actividad al aire libre, en los ejércitos de Maxi-
miliano de Baviera. Aquel cuerpo de tuberculoso
mal nutrido era devorado por la fiebre. El pensa-
mirnto se apoderaba de él; abrasaba ~¡uetlos ojos
abiertos en doe1nasía ¡por el insomnio.
Entonces pensaba Descartes en el amigo que
dejó en Breda (7l). ¿Qué hac!a Be<.•ckman? Su
Jargn conversaci6n en Dordrccht con el viejo
que había traído de Alemania la sabiduría alg9
enlo(¡uccida de Paracelso y de Raimundo Lulio, '
í'lllllhaho en sus ofdos. Lo que hay que descubrir
e; d método que este cabalista nómada vislumbró
vttJ,.rnm<.·nte, para evidenciar todas las ciencias de
ln mi~ma manera que lo son las estimadas mate-
mfLticn~. m solitario sentía tenazmente poder lle-
~nr u ('tll'ontrar nl~rtmn ccrtilhtmhrc, enemiga de
la~ <.-:.t(·riks l'ontroversin!' l..'s<·olástkns.
Mt•!litnhn Ik·scartt•s, lll<'<lio mlormcddo, según
su C'OSiumbrc, dicil·ndosc:
-lOO-

--¿Duermo~ este momento? Veo tan mani-


fiestamente no hay indicios concluyentes, ni sig-
nos suficientemente ciertos por loe que pueda
distinguir claramente la vigilia del sueño, que
mi sorpresa es grande.
Entonces el soñador se interrogaba diciendo:
-Como juguete de un sueño, ¿quién me ase-
gurará que lo que veo es verdad? Nada me jus-
tifica mi existencia; por lo tanto, si no tengo la
~ de mi existencia, que tal vez no pase de·
alucinación, ¿podré escapar al csceptici!lmo mejor
que Montaigne? Lo considero probable, pero la
probabilidad no es preferible a la variable cos-
tumbre. ¿Dónde hallaré una evidencia?
Descartes se irrita al pensar queda detenido-
ante un misterio, inexplicable, por la voluntad
de un poder incomprensible. ¿Qué hari para lu-
char?
--Si me engañase un demonio, ¿podría, lan-
zándole mi tintero contra la cabeza, disipar sus
embustes y su sombra, como Lutero?
Descartes es alma, soplo, y dice:
-No, eso no me tranquilizaría. En mi inte-
rior es donde debo disipar esos engaños y esa
sombra importuna. Lo que debo hacer es buscar
la ciencia en mí mismo. ¡ Nada hay que esperar
de la carne, sino del espíritu, por el espíritu!
Y de este modo se atreve a llegar a esta con-
clusión:
- lOI-

-Las doctrinas de los sabios pueden rediUcirse


c.1 algUilRS reglas generales.
Luego, continúa diciéndose:
-Las ciencias dependen unas de otras como
los eslabones de una cadena.
Continúa soüoliento y sigue su monólogo in-
terior:
-Sin embargo, cuanto hay más allá de mí, no
se manifiesta únicamente por las ideas: en las co-
sas hay cierta poesía. Esta poesía no llega al
alma más que por medio ele! entusiasmo, una
verdad poética que tal vez no se nos revele sino
durante el sucüo. Cosa cierta es que los poetas
pueden adivinar una verdad que los filósofos Ue-
garfan a fonnular difícilmente \'aliéndosc de pa-
labras demasiado precisas, demasiado cortas. Lo
que hay en lo alto, en los deJos, las uOlympicau,
únicam<:nte puede llegar a nuestro cspfritu por
medio de los símbolos.
Hn este momento Descartes se yergue en su
pcnS3miento, en el que lucha su ra7.Ón con su
sensibilidad, su gusto precoz ¡por las ideas claras
<"OII la necesidad poética de fonnularlas en sfm-

holo!i, y se oice:
-Pensamos las cosas espirituales asimilándolas
u lm; cosas corporales, y estas últimas no se pfen-
snn !'IÍII aymla de signos (72).
nntonn:s nhrc impacientemente el álbum fo-
rradn dt• clmo pcr~mino, en cuyas pé:ginas ano-
ta st1s pcnMmi<·ntos, sus uCogilationes prlvataen,
-102-

y ncribe: uEn las cosas 110 hay más que una


fuerza acti11a: el Amor, lA Amistp.d, la Armon{A.II
ceL4 imAginAcicSn se sif'1Je de figuras para con-
cebir las cosAS corporales.u
ceDe la misma manera que la imaginación se
sirve de figuras para comprender las cosas corpo-
rAles, se sif'1Je la inteligenciA de figuras sensibles
PAra uprcsar las cosas espi,ihAAles.ll
Entonces se pregunta si el viento, la luz, er
rayo, el calor, pudieren St!r las figuras simbólicas.
del espíritu del conocimiento, del entusiasmo y
del amor, si todo lo que llega hasta nuestros ojos
y nuestro pensamiento con las obscuridades de
la pasión oculta, oculta una, verdad suprema ba-
jo t.'tlvolturas simbólicos.
De esta manera mclita Rcnato soñoliento. Leib-
niz <'SCTÍbib: ce Verdad es qui: Descartes llegaba
en su jU'IJcntud a. pensamientos algo quiméricos;
esto se obsef'1Ja en su ceOlympican.ll Tamhil""tl di-
jo Huygens (¡3): uEra u11 cerebro abrasado,,,
Consideremos al joven mientras sueña. Es pe-
queño, viste un casacón gris. Su alhtra no llega
a lo mediocre; es flaco, pero bien formado. Su
rostro es bastante plllido, matizado de apagado
bermellón. Lleva bigote y abundante barba; so-
bre su cara crece un lunar, que rasca y martiri-
7..8 con su mano nerviosamente ociosa.

Era Descartes pequeño y amarillento, como Es-


pinosa; y tubercul050, sorprcndetrtemente, como
- 103-

sus dos hijos espirituales, Espinosa y Male-


branche.
Por eso, durante la noche, abrasado por la fie-
bre, la tempestad, el p{mico, los fantasmas se
presentan ante el soñador. Intenta levantarse pa-
ra rechazarlos, pero vuelve a desplomarse en el
lecho, avergom.ado de sí mismo, sintiendo gran
debilidad que le molesta en su costado derecho.
Bruscamente se abre una wutana en su cuarto.
Espantado, se siente arrastrado por ráfagas de
impetuoso viento, <JUC le hace b>Írar repetidas ve-
ces sobre su pi.e i1..quierdo.
Arrastrandosc, titubeando, lle.ga hasta las edi-
ticacioncs <ll'l colegio t!n que fu~ educado. Inten-
ta desesperado esfuerzo para entrar en la capilla,
para orar. En aquel momento llegan al~os tran-
seúntes. Quiere detenerse, dirigirles la palabra;
observa <JlJoe uno de ellos lleva un md6n. El vien-
to viol<·nto le arrastra ltacia L'l capilla.
En aquel instante abre los ojos, aquejado por
vivo sufrimiento en el lado i1.quierdo. No sabe si
sueña o si ha despertado. Semidormido se dice
que un genio maléfico ha querido seducirle y
murmum alguna oración pata ahuyentarlo.
Se dttcrme de nuevo. Pronto le despierta un
tmeno dcs,L.TIIlrrador, que llcn:t su habitación de
ohispas. Vuelve a preguntarse si duerme o no
duerme, si t<xlo aquello es sueño o fantasía; abre
y cierra los ojos para cerciorarse; luego, tranqu1-
-104-

lizado, se de.fa vencer por el sueño; la fatiga le


anonada.
Con el cerebro abrasado, excitado por aquellos
rumores y sordos sufrimientos, abi-e Descarres uu
diccionario; luego una recopilación de poesías, y
el intrépido nómada sueña sobre estos versos:
uQu.od vitae secto.bor iterf, ¿Emprende nuevo
viaje al pa(s de los sueños? Inmediatamente un
hombre desconocido interviene, pretendiendo ha-
cerle leer un trozo de Ausonio, que comienza con
e;tas palabras: ccEst et 1101111; desaparece el hom-
bre, interviniendo otro. El libro se desvanece a
su VC?., luego vuelve a presentaf9C', adornado con
retratos grabados en madera. Finalmente se tran-
qtúli;r.a la noche.
¿ .t~tfi bnjo el imperio de los sueños o de las
alucin'lcioncs? Acaba de tener sueños e-xtraordi-
narios, como Santa Teresa, como Raimundo Lu-
lio, como Santo Tomás, como Cnmpanella. Lnlio,
donnillo al pie de un árbol, sorió c¡uc leía manus-
critos árabes. Por eso estudió lenguas orientales,
creyendo ver divina orden en aqm·lla alegoría
nocturna. Teresa, al entrar en una capi11a, vió
que un Cristo se levantaba de su sepulcro, des-
lizándose sobre su cuerpo la sangre de la pa-
si6o. Por ello comprendió que su Señor le orde
naba hiciese penitencia y castigase su cuerpo.
Mú tarde Saint-Simón vió que Carlomagno des-
cenclla hasta su circe}, durante el Terror, para
darle una lección de orgullo y trabajo.
-105-

Sueños extraños; Descartes pretende explicar-


los y dar la clave; ésta es, seg6n Baillet, la si-
guiente:
u]uzgó que el uDaccionc17iOII significaba. la re-
unión de todas las Ciencias, y que la r_ecop.ilación
de poestas que lle't•aba por titulo uCorpus Poetta-
rum,,, indicaba en particular y de la manera mds
clara la unicin de la Filosojta y la Sabidurla. Por-
que cre(a no debiéramos extrañamos de que los
Poetas, hasta cuando se trata de aquellos que no
htUcn mds que tontear, estU11iesen en posesi6n
de las mds graves sentencia.~, más sesudas y me-
jor expresadas que las qu.e encontramos en. los
escritos de los Filósofos. Atribu.Ea esta maravilla
a la di1!i11idad del entusiasmo y a la fuerza de
uuaginación, que obliga a que hroten las semilla.f
de la sabiduría (las cuales hállausc c, todos los
hombres lo mismo que las chispas' dt!l juego en
los guijarros) con mue Ira. más facilidad y ln-illa.n-
tcz que la que puede prod.urir la Uazón de los
Filósofos. El señor Descartes continría interpre-
tando su sueño en el sueño, estimando que el
trozo de verso sobre la incertidumbre del géne-
ro do 11ida que debe escoger, y que comienza por
rrQrwd 1•itae sccta.bor iter'!11 indicaba el buen con-
sejo de sabia persona, o lrasta la Teolog{a Moral,,,
uEn cuanto a los Poetas coleccionados en la
ccRccopilación.n, entendfa eran la Revelaci6n y el
J::ntusiasmo, cuyo favor no desesperaba alca.nzar.
En lo referente nl trozo d.c 'tlf.T.fO uEst et Nonn,
- IOO-


qau es el uSt :v el No" de Pitdgoras, en.tendla la
Ferdad y la Falsedad en los conocim_ientos hu-
manos y las ciencias profanas. Al ver que la apli-
,·aci6n de todo lo indicado contributa en tan alto
6rado a sus deseos, se atre'l!i6 a persuadirse de
e¡ u e el E spiritu de J1 erd.ad habla querido fra.n-
c¡u.earle los tesoros de todas las ciencias por me-
dio de aquel sueño. Y, como tínicamente le que-
daba poT explicar los pequeños Retratos tallados
en madera, hallados en el segundo libro, no' se
a
preocup6 ya e su e:rplicaci6n. tras la 't•isita que
recibid al dfa siguiente: la de un Pintor Italiano.,,
uEs!e último sueño, que co11tcnfa sol amen te co-
sas muy Sl«l't't'S y muy agradables, le üzdicaba el
fluT'Venir, según él: era lo que tenia que suceder-
le" dura11te el resto de su o¡•ida. Pero tomd los dos
sueños precedentes como advertencias amenaza-
doras en lo referente a su o¡•ida pasada, que tal
-vez no lzabla sido tan inocente ante Dios como
arz te los hombres. Crey6 rra la razdtz 'del terror
y el etpanto lo que acompañaba a dichos dos sue-
ños. El mel6n q11e quertan regalarle en el Prime-
ro de los sueños, significaba, segzín él, los en-
cantos de la soledad, pero presentados por soli-
citaciones puramente humanas. El ·dento que le
impulsaba hacia la Iglesia del colegio, cuando
sentÑ dolor en el costado derecho, no era sino
el Genio maléfico que intentaba lanzarle por la
fuerza a un lugar al qu.e dtseaba dirizirse -volun-
tariamente. Por eso no permitid Dios tJiese un pa-
-107-

so mcís, y por lo que se dejó arrastrar hasta lu-


gar santo por el Esptrítu que no habla enviadD:
""nque estuviese persuadido por completo de que
tra el /isp!ritu de Dios quien le había jmpulsad.o·
a dar los primeros pasos hacia dicha Iglesia. El
espanto que le invadi6 durante el segundo sueño,.
indica.ba, seg¡ín su manera de sentir, su sindére-
sis, es decir, los remordimie·n tos de su conciencia
en lo to.:ante a los pecadol que .pu.do haber come-
tido d·urante el curso de su 'Vida hasta entonces.
El rayo, cuyo trueno había o{do, era la ~eñal dt'l
espirilu de 'Verdad que desccndCa sobre ti para
poseerle., (74).

¿Será esta cxplicaci6n lo que cscribi6 Descar-


tes? BailJ.et lo afirma. Al margen figura una cita
del manuscrito p<."Tdido del fi){JSOfo, es decir las
uOlympi!an. l.a rt.'lfcrencia de Baillet no pU<:de
);Cr sufidi:ntc para nosotros, porque sabemos que
Baillct, lo mismo qlte todos los historiadores de
aquella época, no segufa escrupulosamente los.
textos originales. En lo que el bil)gTafo halla ex-
plicación casi alucinatoria, tul vez hubi(-semos
hallado nosotros hoy intento de C:\.-plicaci6n sim-
bólica cfeduada con más tranquilidad por Des-
cartes para encontrar una verdad poética supe-
rior, desprendiéndonos de todo sentimentalismo
·piadoso. F.l espíritu de Descarte!' era ¡presa <le·
- Io8-

-quimeras en aquel momento, no abrigamos duda


alguna sobre este punto, pero ¿llegó su quimera
tan lejos, se remontó tan alto como ha crddo el
buen Baillet? Pablo Souday ha insistido justa-
mente sobre este punto, rechazando el misticis-
mo, reconociéndolo quimérico, pero no supersti-
cioso (¡5). ¿Habrá que considerar auténtico, en
fin de cuenta y de todos modos, d texto de Bai-
llet, al menos por lo que dice Leibniz, que tuvo
ante sus ojos el manuscrito completo de las
ccOlympican'
No obstante, el texto de Bnillet pone de ma-
nifie<sto 1ma <~specie de mosaico. La mayor par-
te sus frases no son probablemente de Descartes,
en cunnto a su orden y movimiento: no llevan el
sello de su estilo; más bien perece narración for-
mada con fragmentos auténticos. Al afiadir sus
frases a las del filósofo, Baillet nos presenta un
relato que hace sospechoso por eso mismo. Pero,
sea cual fuere la parte correspondiente al arreglo
del biógrafo, contan•os siempre con un hecho
cierto: el misticismo, el entusiasmo de aquellas
horas nerviosas.
Pcscartes coosideraba que el sueño expresa mo-
vimiento de los órganos del durmiente, que tra-
duce un deseo, que constituye lenguaje. Nadie
puede dudarlo; por eso mismo tanto los hechke-
ros de todas épocas como los sacerdotes y los
médicos, intentaron descifra:.-lo para descubrir en
él confesión o profec(a, sentido divino o filos6fi-
-109-

co, o psíquico, si se quiere. Aquello que el hom-


bre no quiere o no puede decir, quieren arrancár-
selo, de la núsma manera que se perfora un pozo.
en el terreno en que el manantial no ha podido.
surgir espontáneamente .

•••
Lo!! sueños a que nos referimos no han tenta-
do todavfa el estudio de nuestros psicólogos y
ml. dicos contemporáneos: ni Pedro Janct, ni En-
J'ique Delacr"ix, ni Jorge Dumas se han ocupa-
do de ellos. Hallamos solamt:nte algunas notas.
en los escritos de Milhaud, Alain, Ch. Adam, in-
terc:;antes desde llK"go, pero que no 11<.-gan hasta
el fondo fisiolbgico del incidente.
Por nuestra parte hemos interrogado a uno de
los maestros en las ciencias del esp(ritu, al profe-
sor Sigmundo Freud, que ha tenido a bien re-
dactar una memoria, tras haber leído atentamen-
te el texto de Baillet y haber estudiado las curio-
sidades ros-crucenses y alquimistas de Descartes,
durant~ la l-poca de su retiro. He aquf su traduc-
ción:
ccTan pronto recibí su carta, rogándome exami-
nase algunos sueños de Descartes, lo primer<>-
que experimenté fué impresión de angustia, por-
que investigar sobre sueños sin poder obtener dd
soñador indicaciones sobre las relaciones que pue-
diCtl enlazarlos unos con otros o unirlos con el
- uo-

mundo exterior (y esto es lo que .importa en lo


referente a los sueños de personajes histórico&)
no proporciona, generalmente, mAs que pobre
resultado. Luego mi tarea revclóse más fácil de
lo esperado; tal vez el fruto de mis investigacio-
nes parezca a usted mucho menos importante de
lo que tenía derecho a esperar.»
ceLos sueños de nuestro filósofo son de los que
se llama «SUeños de arriban (Triiume 'VOn Oben),
es decir, formaciones de ideas que hubieren podi-
do ser cr('Sdas también durante el estado de vi-
gilia lo mismo que en el de sueño. y que, en
ciertas partes solamente, obtuvieron su suLstan-
da de estados de alma bastante profundos. Estos
sueños pre9elltan las mfls de las veces contenido
de forma abstracta, poética o simbólican.
11El análisis de esta clase de sueños nos con-
duce comúnmente a lo siguiente: no podemos
comprender el suetio; JX'TO el soñador (o el pa-
ciente) sabe traducirlo inmediatamente y sin di-
ficultades, puesto que el contenido de su sueño
está muy próximo a su pensamiento consciente.
Entonces quedan a6n algunas partes del sueño
respecto a las cuales el soñador no sabe qué de-
cir: son precisamente las partes pertenecientes
a lo inconsciente que, en muchos de sus lazos, son
las que más nos interesan. n
11En el caso más favorable, se explica este in-
consciente apoyándonos en ideas que el sofiador
les añadió.n
- Ill-

uEsta manera de juzgar los sueños de arribtJ


(y hay que tomar este término en el sentido psi-
cológico y no en el uústico) es la que debe obser-
barse en el caso de los sueños de Descartes.''
uNuestro filósofo los interpreta por sí mismo
y, conformándonos a todas las reglas de la in-
terpretación de sueños, debemos aceptar su ex-
11licación, pero hemos de añadir no disponemos
de camino que nos lleve mb alli.11
uConfinnando su explicación, dircmo:; que los
ohst~\culos que impiden que Descartes se mueva
libremente nos son exactamt!ntc conocidos: es
la reprcsentacilm, por el sucñ'o, de un conflicto
interior. El lado i7JC)uicrdo representa el mal y el
pecado y el viento el del genio maléfico ( ani-
mus)."
uLas diferentes personas representadas en el.
:-oucüo no pueden ser naturalmente identificadas
por nuestra parte, aunque Descartes, de haber
:-oido inh.'tTogado, no hubiese dejado de identifi-
carlas. En cuanto a los elementos C"-"traJ1os, pOco
numerosos desrle luego, y casi absurdos, por
ejemplo el mel6n de un pals extranjero, y los pe-
t¡lleilos retratos, son cosas que quedan por ex-
plicar.,,
uEn cuanto ral melón, el 90ñador ha recurrido
n la idea (original) de figurárselo representando
los rnrtvaln.~ d~ la solt•dad, pero presentados por
,,1•liclladnur.1 t•urallll'nll' lauma.rra.f. Tal vez no
~"·~• (':\lldo, J~ro hicn pudiera ser asociación de
- IU-

ideas que u~vase al camino de la explicación


exacta. Correlativamente a su estado de pecado,
esta asociación pudiera figurar representación se-
xual, que ocupara la imagiooción del joven so-
litario.,
uEn cuanto a los retratos, Descartes no pro-
cura aclaración alguna."
El profesor Frcud ha examinado estos sueños
detalladamente, pero no ha podido explicarlos,
puesto que su sistema requiere si6t1pre interro-
gatorio del paciente. No hay duda que Descar-
tes intent6 dar, al despertar y hasta antes de
haber <k>spertado por completo, alguna explica-
ción; pero esa explicación, que tal vez fuese
abreviada o dispuesta tendenciosamente por Bai-
llet, sea demasiado fragmentaria para proporcio-
.Jl8r todas las aclaraciones útiles. No obstante,
ha perecido posible al ilustre ps{quiatra descu-
brir esta explicación general, que no deja de
tener valor: que Descartes, en el momento de
sus sueños, pasaba por crisis de consciencia do-
minada, por una parte que desgraciadamente ig-
noramos, por repre5C11taciones sexuales. El pro-
fesor Frcud nos ha puesto, desde luego, con sus
observaciones discretas, en condiciones de com-
pren&r la confesión simbólica hecha por Des-
cartes mismo sobre tan delicado punto.
Sabíamos, por la autobiografía del 11Discursou,
que el viajero se hallaba presa de crisis intelec-
tual; interesante ern indicar que a ella se unía cri-
-113-

:;is morai. Las observaciones del profesor Frcud


legitiman las nuestras, concediéndoles la justifi-
cación íntima de lo inconsciente, certidumbre que
apoya ya la hipótesis que habfamos sugerido.
Descartes busca en este momento fijar un fin mo-
ral a su vida, a su pensamiento, crisis moral que
su voto de ir en peregrinación a Nuestra Sefl.o-
ra de Loreto, hecho en este momento, y su cu-
riosidad en ctumto a las doctrinas ros-cru<X'tlses,
parecen acusar con fuer.ta. Todo revela así que
las uCogitationes pri'Valatl)), tan singularmente
apasionadas, entusiastas, quiméricas, expresan es-
tado profundo, el estado sentimental de un ser
que ha disimulado esta pasióu en Slt confesión
muy intelcetuali7..ada del uDiscurson, pero que
no la disimuló probablemente sino porque enton-
ces hab(a cambiado, si no de objeto, al menos de
carácter.
¿No habrli que reconocer en estos sueños de
Suavia algunas particularidades ros-cruccn&t!s?
En ellos se trata, notoriamente, de un dicciona-
rio; ahora bien, al decir de Baillct, un dicciona-
rio hallado en el sepulcro del fumlador de la sec-
ta, desempeñó importante papel entre los acce-
sorios de 1.a leyenda ros-cruccnse. En dicho se-
pulcro, se encontró tambi("ll esparcidas fórmulas
en latfn: también observamos fónnulas en latrn
(~11 d sueño: Fflrnmlas de Pitágoras en este úl-
timo, Fbrmulm; cll' Parncelso en aquél. No po-
•lrfmnns llt•jnr tlt· tonmr en consid·eración el he-
1'11. XXXIX 11
-114-

cbo que Descartes, al despertar, pensó en Pitá-


goras, en ese Pitá.goras que era uno de los maes-
tros de las sectas místicas y cabalfsticas.
¿No sería al contacto de esa fe a lo que nues-
tro fil6&ofo de Poitiers, · tan desengañado, a par-
tir de su salida de La Fleche, 'a4quirió aquella
fiebre moral, que consideraba necesaria tanto (Ml·
ra Ja invención de la inteligencia como para la
felicidad dd corazón? Hasta entonces miró a los
hombres sin benevolencia, como otros tantos ac-
tores que desempctian pa¡:M!les malos y poco in-
teresantes, por los cuales no sería razonable lu-
char ni sufrir. El médico ignorante no piensa
mlls que en el lucro, el jurisconsulto en los ho-
nores, el filósofo es parlanchín, el reólogo espe-
cioso. El uDiscurso, fué lo que trazó este cuadro
sarcllstico y cruel de las profesiones, de las cos-
tumbre-s y de las doctrinas, a manera de ronda
macabra sobre el muro de los cementerios .

•••
Descartes salió escéptico, con'Virtiéndose en en-
tusiasta. El entu5iasmo de aquel momento era
un hecho. Su razi'nt se hinchó de orgullo. Creía
posible todo cuanto quisiera, queriendo cuanto
concebía. Su alma era la del déspota. ¿No es el
mago ros-crucense <¡uien, en las extrañas horas
de Suavia, sentía subir hasta su cerebro de sabio
- II5-

In potencia de un creador? Era una mezcla de


razón y misticismo; también de orgullo.
Diez y ocho años más tarde se atrevió a decir-
se a sí mismo, a escribir que se hablfi ulibcrtado
d<: los arrepentimientos y remordimientos que
agitan las conciencias de los e!l(>íritus débiles y
vacilantes por regla gencral11.
¿Sería su grito de orgullo de adolescente?
Crcíase más clarividrnte que todos los doctores y
tod06 los monjes, como el Fausto de Goethe,
pon¡uc lo habfa profunilizado todo, hasta la teo-
logía.
Su entusiasmo deeayó poco dcspul'S, algunos
días más tarde, según dice Baillet, basándose en
las notas del fi 16sofo; no podríamos concedeT de-
masia<la importancia a este pronto retorno a la
ucalma••, cuya naturaleza parece ser revelada por
~1 he~~ho que Descartes, como veremos más ade-
lante, no fué en peregrinación a Nt1estr.a Señora
de Loreto.
Son éstas horas únicas en la vida de Descartes,
que, luego, se desembara1.ó de aquéllos incómo-
<los trastornos noctumos, gracias a la higiene
adccll.ada. Lo sabemos por una carta escrita a la
princesa Isabel, en la que afinna no sufre ya suc-
üos malos. ~i creyó, en sus soledades de Suavia,
(.'11 una <.'otnunil-.nci6n celeste, vcink· o vcinticin-

('o ai1ns 111fts tnnl<> uo crcfn ya en los sucfios men-

!'>ajt·ro~ ti(· llios ( ;6).


n6-

Escribe en sus uMeditaciones11, después de ha--


berse prohibido ser uextravagante11:
uHombre soy, y, por lo tanto, tengo costum--
bre de dormir, represent{mdome en mis sueños las
mismas cosas que los locos (que imaginan, por
ejemplo, son reyes, siendo en realidad muy po-
bres), o algunas veces menos verosímiles que
esos insensatos cuando están despiertos.,
La confesión llega a ser más directa cuando·
dice: uPcnsando en ello cuidadosamente, recuer-
do haber sido engañado frecuente-mente, cuando·
dormía, por parecidas ilusiones.,
En eso vuelve a una vieja confesión: en la uh-
'Vtshgaci6n de la t•erdadn nos habla de fantasma!-
y vanas imá.genes que aparecen por la noche a
favor de una débil e incierta luz: uSi buís de ellas
os seguirá vuestro miedo; pero si os aproxim~is
hasta estar a su alcance para tocarlas, descubri-
réis no hay nada más que aire y sombra; de este
modo podl-is estar más tranquilos en parecida
ocasión, cuando vuelva a prcsentárscosn (77).
No hay qll(! dudar que esos sueños obraron
fuertcc>~nte sobre la imaginación de Descartes;
también es evidente que la debnidad que ponen·
de manifiesto no fué de larga duración. Pronto
dejó de eonsiderarlos, a no ser para explicarlos
místicamente, considerlndose ccengañado,,. En la·
parte del uDiscurso11 en que recuerda sus prime-
ros pasos y gestiones en la bu~ de un m~todo,
Descartes se muestra todo razón. Nada de mis--
- II7-

tici~mo, sino una queja: que los hombres no sean


guiados por la razón a partir de su nacimiento .

•••
Dos veces pasa por esos sueños un person.aj e
.d~:sconocido. uAquellas personas que manifesta-
.Jnos desconocemos, o cuyos nombres hemos olvi-
dado, son con la mayor frecuencia personas muy
próximas a nosotrosu, afimw Freud. ¿Quién será
<.>se desconocido?
Concediendo la parte correspondiente a la tara
fisiol6gica, a la fatiga cerebral, a la soledad sen-
timental, a la continencia, a la piedad, a las ten-
taciones, a los remordimientos, se observará, con
Gustavo Cohen, que aquel 10 de noviembre de
1619 era el aniversario de la primera visita de
Descartes a Bee<:km.an: ¿no existida en d suefto,
en aquella fecha, algo de fiebre de amistad? ¿No
sería el sueño de la amistad exaltada por la au-
sencia dolorosamente sentida del amigo maravi-
lloso? También en uno de los aniversarios de
aquctla amistad, en 1620, fué cuando declaró ha-
ber dcscnbicrto, con entusiasmo, un admirable
invento. La fcchl! parécenos fatídica.
Entre los grandes hombres, la amistad reviste
olgunas veces ardores apasionados que pueden.
sorprender, y hasta chocar, por su estilo, por las
rupturas o pnr 1~ recuerdos. Son singulares y
normnltoo; ('fl l'llo~l, sin embargo. Todos conoce-
-u8-

mos la 11ardiente amistad, que profcssba Mon-


taigue por Le Boetie: ceA partir del dfa en que
lo perdí, no he hecho más que amostrannc lán-
guidamente,, cscribi6 el señor de los 11Ensayos".
Si estudiamos la vida de Wagner, personaje
mfls cercano a nosotros, en sus relaciones con
Liszt, o sus primeros amigos franceses, o la vida
de un Michelet en cuanto a sus relacionea con
Quinet, y sobre todo con Poinsot, de Hugo con
Sainte-Beuvc, en sus oomien1.os, observaremos ce-
Jos, inquietudes, fiebres, nostalgias QlK' se cr«n
propias del amor, amistad excesiva ... Y ¿por <¡ué
no puede tener la amistad, en el cerebro del gran-
de hombre, esa viveza que, entre los seres ordi-
narios, acompallo solamente al amor, con la am-
plitud y la!\ singul.aridades psicolt.gicas que inte·
gran la originalidad de su genio?
I~nccrrado junto a su estufa, semiasfixiado por
el exceso de calor, piensa Descartes, sueña en su
confidente, en su tierno amigo, poeta, sabio, tau-
maturgo. Asocia su imagen a sus investigaciones,
le interroga, dialoga con él. De repente se duer-
me: el Espíritu de verdad pudiera muy bien ser
el espíritu de Beeckman, que, s6bitamente, se
ye~gtte sobre su almohada. El huérlano que no
conoció a su madre, al que su familia no rode6
de ternura, tuvo en Beeckman la reveladón de
un sentimiento que ignoraba: el afecto, el i:lulce
afecto. Beeckman fué su hermano, su maestro,
el amigo, toda la familia del joven geómetra.
- ll9-

El fantasma· fué él. Nuestro viajero solitario


dijo en tiempo pasado, cuando salía para Dina-
marca, estando en el muelle de Amsterdam y co-
mo animado por la idea de agrndecimiento: u¡ Tú
eres el inspirador y padre espiritual de mis es-
tudios !11
CAPITULO VII

La ciencia milagrosa
•Confieso haber nacido con entendi-
miento tal, que le mayor felicidad del ••-
ludio constate pare mi, no en adoptar 1111
rezones de loa dem6a, alno en hellerlaa
por mi mismo. •
Dacartes.
(Re~rl• IX dli! las •Re~rlee para la direc-
ción del Entendimiento•.)

Con fecha Io de noviembre de 1619, Descartes


anota en sus uOlympica: uCunt pllcnw forem cn-
tllusiasmo et m1rabilis scientiae fundamenta re-
pcrirrm ... ll
¿De qu~ ciencia ndmir.ahle, milagrosa, acaba
de descubrir Descartes los fundamentos, en una
de sus crisis de entusiasmo? No podemos echar
mano de palabra alguna que nos lo explique. A
partir de aquella ~poca, la sagacidad de los in-
t~rpretes queda aniquilada ante el enigma, lo
mismo que ante el relato de las alucinaciones noc-
turnas, sin que puedan haber llegado a determi-
nar si los sueños siguieron o precedieron a dicho
descubrimiento.
Verosímil es que el descubrimiento fuese pos-
terior a aquellos extrafios sueños, que son flor
algo enfermiza de la incertidumbre cruel. No son
-121-

~sos sueños los que surgen en el cerebro de un


hombre que ha hallado algo finalmente. Son fe-
briles como el mismo soñador. El Io de noviem-
bre no hubo crisis; el filósofo la veuci6. La nota
está escrita acompañada de un suspiro de alivio.
¿Qué descubrimiento sería aquél? Según Mi-
llet, Fr. Bouillier, Foucher de Careil y Luis Liard
se trata de las reglas del método; C. Adam, cola-
borador del sabio matemático Tannery, sugie-
re es el de la matemática universal; E. Gilson y
Gustavo Coben creen es el de la unidad ele cuer-
po de las ciencias; del cogito y de la existencia
de Dios, afirma J. Chcvalicr, que crL'<! en la sin-
ceridad religiosa de Descartes. En el fondo, cada
uno ele ellos ha propuesto la hipótesis correspon-
diente a sus propios sentimientos, y no podemns
(.'fL'<!mos más imparciales o indifc~ntcs que esos
maestros excelentes.
Los inventos matem{¡ticos de Descartes son bas-
tante decisivos, suficientemente admirables, es
cierto, para haber podido conducir a C. Adam, y
tal vez al matemático P. Tannery a pensar con
reservas, que a ellos se refiere la inscripción rota,
porque esos inventos son de ulos que sur.gén sú-
hitamente en la imaginación, como rasgo de luz
que sucede a largo trabajo anterior y cuya apa-
Tición prod'ltce una especie de dcslumbramien-
toll (78).
Tal vez sea asf; pero no en geometría, según
nuestro parecer: en manm dcclnra Descartes uha-
-122-

ber percibido no ~ qué luz a través del oscuro-


vidrio de la geometría» (79).
¿Podía escribir sobre este mismo asunto, ocho
n1eses más tarde, cuatro o cinco palabras en las.
que ~esase deslumbrainiento brusco, subitll-
neo? Porque se trata de conocimiento brusco,
nuevo y total, que proy-Ectó la luz en noviembre
de 1619; de no ser asf, no puede explicarse el
~mpeño en fijar la fecha.
¿Se tratarla del método del uDiscurson, al me-
nos de los primeros fundamentos del uDiscurso·
sobre el Mltodon, descubiertos en aquella fecha?
F..sto ya seria mlis veroe;{mil.
No obstante, la hipótesis no encuadrada muy
bien con el relato de Descartes en el uDiscuf'Son:
dice claramente que ha abandonado su estufa
para buscar d verdadero método y conseguir lle-
gar ual conocimiento de todas las cosas de que es.
capaz su inteligeuciau. Desde luego, admitiendo
hubiese descubierto junto a la estufa las cuatro
reglas del uDisc"rso,,, en particular, aquella que-
ha hecho de la evidencia la medida de la verdad,
¿hubieran tenido tan fonnidablc importancia en
aquel momento pera su pensamiento?
En sus uCogitationeSJJ, iniciadas a partir de
161Q, en Breda, recordaremos escribió en enero:
.. Las doctrinas de los Sabios pueden reducirse a
algunss reglas generalesn (So). ¿Será posible que
en aquel momento poseyese las reg!A\s esenciales
metodológicas del u Discurso u? ¿No seria el d{a en
-123-

que escribió dichas dos líneas profundas que crea-


ban un álgebra metafísica, cuando pudo exterio-
rizar su go-.ro y orgullo, puesto que verdadera-
mente a~ntaba las fut1dame11ta.f
Si se 90stiene fueron las cuatro reglas célebres
lo que halló en aquel día, hay que convenir que
el relato, tan tranquilo, tan metódico, tan lento
que nos hizo de su descubrimiento en la segunda
parte del uDiscvrsOll, nada conservó de la fiebre
nocturna del 10 de noviembre; de no ser así, po-
demos cN.-er que dichas cuatro reglas no fueron
batiadas por la luz del entusiasmo celeste aquella
noclH.· C'élebre. Muy lejos de h<K."Crlas surgir de
sus recuerdos con bntsco resplandor, como Pen-
tecostés milagroso, cosa que hubk'Ta dado auten-
ticidad al origen extraordinario de las cuatro re-
glas, el narrador, a su pesar, en vez de dejar la
huella de la mano del obn~ro sobre su trabajo,
rebaja su de5Cllbrimiento hasta llegar a esta hu-
milcHsima conclusión: uEl método que enseña a
seguir el verdadero orden y enumerar exactamen-
te todas las circunstancias de lo que se in:vesti-
gn, contiene todo cuanto aporta certidumbre a
las reglas de aritmética"¡ eso escribió y... na-
da más.
De aquf se de5prende no estimaba haber hecho
entonces ningún descubrimiento sensacional, de-
finitivo, digno de Dios, puesto que declara, en
las últimas líneas de su relato, que entonces se
sentía muy joven, diciéndonos contaba veintitTés
-124-

.años, falto de la posesión de los uprincipios cier-


tos t:n filosoffa11. A través de sus recuerdos, se
juzga aprendiz, con la inteligencia rq>leta de
umalas opiniones,, requiere todavía usinnúmc-
ro de expericndas11, para hacer de ellas umate-
ria d<: sus razonamientosu. En esos propósitos,
en ese temor a equivocarse, observamos modes-
tia que no cuadra con el entusiasmo del neófito
c¡ue con tanto orgullo escribió la nota del 10 de
no\"icmbre que dice: uVeo, creo, no estoy enga-
ñado>~. Los años de aprendi1.aje, es decir, de du-
da, de tinieblas, no habían llegado a su fin, pues-
to que escribió: uNo había transcurrido aún el
in\'ierno, cuando enJ6.lrend( de nuevo viajes.,, Y
viaj{, durante nueve años, para hallar una certi-
dnmhre, un verdadero saber.
¿Cómo poc:Ha IX.-scartcs haber sufrido el choque
de nnn certidumbre filosófica en 1619 si en 1628
no sahe nada aún? Nos lo confiesa en su uDi.~cUJ·­
so.,, diciendo: uEsos nueve a1ios transcurrieron
antes de que hubiese tomado decisilm en' lo refe-
rente a las dificultades que se acostumbra a dis-
cutir entre los doctos, sin haber iniciado la busca
de los fundamentos de filosofía alguna más cier-
ta que la vulgar. 11
uLos fundamentos, o el método11, escribe Des-
cartes en el uDiscuTSOll en 163¡, siendo esta la
palabra que figura en el manuscrito de 1619. ¿No
tenemos derecho a lle-gar a la conclusión que Des-
-cartes, de haber hallado los fundamentos de una
-125-

ciencia admirable en x6x9, no serian los de la filo-


sofía?
¿Cuándo adopta posidún final en lo referente
a estas materias? El 8 de octubre de 1629 escri-
bió que había ccdccidido ahora lo que dcWa ha-
cer en lo referente a todos los fundamentos de
lafilosoffan (81).
En las uRegulae ad direclio11c11 ingcniill, que
datan de 1628, según hipótesis de Mdllet y Car-
los Adam, es en ,donde Descartes se manifiesta
por primera ve1., con sus rasgos originales. La
unidad dd entendimiento humano, la tmidad de
las cicndas, las afirma Dcst·artes en esk libro·
por primero v<:?., ajustándolas a un nuevo método·
<le investigación.
Ft~ndamentos: es la tercera vez que esta pala-·
hra brota de su pluma, pera apartar la hipót-esis
de un descubrimiento esencial en l(·ste orden, en
el invierno de x619.
Se trata del cogito ergo sum, la evidencia, la-
prueba de la verdad, por la existencia de Dios, lo
que encontró entonces, si creemos a Jaime Ohc-
valier (82).
Pero, ¿no son también los fun.damenta por ex-
celencia al mismo tiempo que las regla..<;? Des-
cartes llama a su cogito 11primer principio de la·
filosoffa que huscahan. Por lo tanto, si en el año
x6xg, estando en Suavia, vislumbró d filósofo el'
descubrim1t>nto de <.-stos dos principios, ¿seria po-
sible nos hubi~:ro dicho, en la VI parte 'de su 11Dis-
-u6-
•.

Uacieron de SUS uprimeras rnroitaciODCSII


€Ur.(ON,
en Holanda, uentre la muchedumbre de un gnm
pueblon?

•••
Xi el relato de los sueños por parte de Baillet,
ni las notas conservadas en las uOlympjcta11, ni el
uDiscurson, pcnniten creer en descubrimiento al-
guno en el orden racional, ocn r619. Esa es al me-
nos la hipótesis que ~ugerimos. ¿Tendrían los sue-
ños sentirlo prflctico? Sugiramos esta otra hipóte-
sis. Descartes se hallar{l en un cruce de caminos.
¿Qué camino emprendo?, se pregunta en aquella
célebre noche; al despertar coge la pluma, se di-
ce que la sabidu.ria debe !ir unida a la filoeoffa, y,
en aquel instante, hace voto de ir en peregrina-
ción a Nuestra Señora de Loreto.
Este ingenio, que nos habituará a la claridad
de aquí en adelante, aunque a riesgo de algo de
sequedad a veces en sus demostraciones metafí-
sicas, fué en aquel momento presa de la alegoría
y el simbolismo. Su fiebre poética fué extremada;
aquello que podía y quería quedaba revestido de
signos y figuras en las que no había materia ni
realidad, escapándosenos el sentido de sus com-
paraclones. Todas sus ideas estaban dispuestas
bajo misteriosos títulos: Pa.rnassus, Olympica., Ex-
perimenta. Creía que las coses espirituales tenían
~-presiones sensibles; eso es lo que hemos recor-
-127-

dado. Rcpresentab6 la vida por un movimiento


duradero, la creación por actividad· instantánea.
Comparaba el conocimiento con la luz, el ~í­
ritu con el viento. El poeta le parecía superior
al filósofo1 como ~o inv-entivo. Estos pensa-
mM:ntos estampados fogosamente en sus cuader-
nos, su interpretación simbólica de los sueños, de-
muestran que el soñador de Suavia no era en
aquel momento el racionalista del "Discurso so-
bre el métodon: era lfrico, místico, todo sensibi-
lidad.
¿No será a la sensibilidad hacia donde serfa
pmdcnte orientar las hipótesis pam descubrir la&
fuentes de <•sas figuraciones simbólicas?
¿No sería posihl·e que Descartes hubiese reci-
bido el choque ck parte de un sistema práctico
de m(ndmas morales, ¡por una especie de revela~
ci6n interior? Se piensa siempre en las cuatro
grandes reglas del mC.-todo del uDiscurson, en lo!'o
principios fundamentales de su filosofía; ¿por qué
no nos interrogamos sobre si Descartes habría
pensado entonces en el principio regulador de su
acción, es d~cir, que la investigación científica
debe tender, no sólo a la verdad, sino también a
la utilidad?
Al comienzo de la V parte, y en las última.~
Hncas del !!Discurson, afirma con ardor, con VICr-
cladero entusiasmo místico, que quiere ser útil a
I'US semejantes; la idea de serles perjudicial le

horroriza. uHe resuelto emplear el tiempo que me


-128-

'JUcda de vida procurando adquirir algunos cono-


cimientos de la naturaleza, que St:a de tal índole
que permita deducir reglas para la medicinau.
Cree posible una filosofla de la acción, una
ciencia práctica: upor la cual, conociendo la fuer-
7.a de las acciones del fuego, del agua, del aire,
de los árboles, de los cielos, y de todos los demás
cuerpos que nos rodean, con la misma claridnd
que conocemos los diversos oficios de nuestros ar-
tesanos, pudiéramos emplearlos de la misma tna·
nera para todos los usos, a cJUC se prestan convir-
tiéndonos de este modo en dueños y post'<.'(iores
de la naturak-?.a.u
Unicamente t!n un p6rrafo del uDiscurso¡•, en
el que sueña en un porvenir de felicidad para la
humanidad, observamos W1 escalofrío de entu-
siasmo; ¿no seré reflejo del descubrimiento mis-
terioso del 10 de noviembre?
Ciencia milagrosa: ciencia de Ros-Cru<:<:nsc; de
t<.'ÓSofo. ¿Xo trasplanta Descartes al plano del ver·
dadero saber la ambición de los teósofos, su ma-
gia? Mandar a la naturaleza: esa fué la ambicilin
de los teósofos, de los alquimistas, de los ros-cru-
censcs; t:sa fué también la de Descartes.
¿No pudiera ser la medicina que debe arrancar
el mundo a la locura y a la enfermedad, la mara-
villosa ciencia cuyo enunciado buscado se esfu-
ma? ¿Por qué no propon&noslo? iE'Jlla es verdade-
ramente miTabilis, es decir, ro1.ando el milagro,
ciencia creadora de felicidad, de virtud, de. vida,
- I29-

con mayor razóo que las reglas de metodología.


Como simple aficiooodo, Descartes pudiera hal>cr-
se estremecido a su contacto, porque daba senti-
do moral a su curiosidad, fundamento y Jcgiti-
midacl a sus investigaciones: ponerlas al servicio
del alivio de la humanidad.
Sin duda se trataba d(; l«ciones de religión
católica, enseñanzas~ fraternidad cristiana, pe-
ro con algo más. ¿No habrá que considerar en
estas tendencias, en las que la ciencia se mezcla
con la religión, la influencia de Jos Ros-Crúcen-
se&, piadosos inventores de una física uniV(.'fsal,
médicos sociales, como se les llamarla actual-
mente?
Ex:unincmos el movimiento del pensamiento de
I:>escartes siguiendo Jos textos. En el momento
ttuc llega junto a su estufa no cree casi nada, re-
ligibn aparte. Leyendo las últimas Hnt·as de la
primera parte de su ccDiscurson quedamos pro-
fundamente desencantados; cuando llega a Ale-
mania cambia bruscamente de tono al relatar su
llegada. Observamos alegrfa evidente cuando re-
lata el dcscubrimk"llto de las reglas del ml:todo,
pero contentamiento fríamente intelectual, sin
vuelos, núcntras que cuando Descartes SU(·ña en
el porvenir de la medicina, en la filosofía prác-
tica se nota ardor, pasión,, profecía, casi mesia-
nismo social. ¿Por qué no hemos de pensar más
(}Ue en los ufuudamerztosu intelectuales de la cien-
cia y en una ciencia teórica, una <Cjilosoflan es-
ru.xxxtx 9
- IJO-

peculativa para explicar este cambio de tono, par-


tiendo del enigma del 10 de noviembre de 1619?
La actividad científica de Descartes tema ufv.n-
damentos" morales, que no podrlamos doC5CUidar
sin dejar de mutilar su pensamiento, sin privar
su ohm de su reflejo, su cálida humanidad.
¿Equivale (:Sto a dt:cir que los fundamenta ano-
tados en las uOly mpica11 rápidas de Descartes ~
tén ciertamente en eso, en t.'Sa voluntad de poner-
se al servicio de la humanidad, de dar sentido
moral a una \'ida demasiado intelectualmente cu-
riosa, moralmente hueca hasta entonces? ¿Equi-
vale a decir que su gozo de adolescente apasiona-
do exprese en este momento, con certeza, el su-
plemento de vida que resiente, porque su vida tie-
ne, a partir de aquel momento, sentido agrada-
ble pora su conciencia? No nos atrevcriamos a
afirmarlo, puesto que se trata solamente de hipó-
tl-sis, sumadas a otras hipótesis, todas igualmente
favorabll'S para el genio del hombre ilustre.
Resumiendo: Descartes vuelve a su calma con
bastante rapidez, hecho que hay que tener en
cuenta. 'l'al vez sea Ros-Cruoense, pero no mago.
Relaciona sns meditaciones con la idea de una
1nisi6n humana magnífica, la creencia en la uni-
dad del saber, de la felicidad y de la virtud. El
optimismo cartesiano nació probablemente jun-
• optimismo repleto de
to a la estufa de Suavia,
orgullo de un hombre que cree posible realizar,
por sf solo, aquello que ha querido, porque lo ha
-131-

~oncebido. En su relato cone«le el primer lugar


a este pensamiento: que noo hay tanta perfec-
ción en las obras debidas a la mano de diferente&
maestros como en aquellas debidas al trabajo de
uno solo,, Descartes se muestra orgulloso y re-
belde en todo momento.

•••
¿Qué hizo Descartes después de tantas emocio-
.oc-s? Se sabe vagamente el ctn1(llco que di6 a s•
tiempo hao;ta mediados de 1623. En juuio y ju-
lio vcndi6 sus bienes del Poi ton, espedalmcnte la
tierra del Perron, reservá-ndose, según parece, ei
dcr<.'<.'ho al título señorial. En septiembre, sale de
Francia para dirigirse a Valtelinn a poner en or-
den, según declara, la herencia del Sr. Sain, ma-
rido d<: su trulidJ·ina, recientemente fallecido; tal
vez. fut.'Se a recoger su cargo de comisario gene-
ral de víveres para el ejército de los Alpes. Tal
vez. fuiCSC a interrogar en Mántua y Venecia a
los Ros-Cruccnses que se agruparon en aquellas
ciudades secretamente, a causa de las llamadas de
los místicos alemanes, disdpulos o engañados
por Andreae; tal vez para interrogar en Fcrrara
o Mántua a Cremonini, filósofo probablomcn.te
ntco, uno de los maestros de Des Barraux, que
mmlla casi la misma divisa que el joven viajero.
CAPITULO VIII

¿Fué Descartes a adorar a la VIrgen


de Loreto como peregrino?
•Poc:oa aon loa que quieren decir todo·
lo que creen.•
DUCIIrtea.
(Discurso del Mltodo.)

Remootémootr.; al relato de Jos sueños que agi-


taron uno noche a Descartes, o, para mayor
exactitud, al relato hecho por BaiJlet del día que
les siguió: nLa imprcsi/m que le quOOó de sus
agitaciones le oblig6 al dia siguiente a hacer al-
gunas reflexiones sobre la decisión que debía
tomar. El apuro en que se encontró le hizo re-
currir a Dios para rogarle le diese a conocer su
volm1tad, se dignase iluminarle y conducirle en;
busca de la vcrrlad. Luego se dirigió a la Santa·
Virgen para recomendarle este asunto que juz-
gaba como el más importante de su vida y para
intentar se interesase esta Bienaventurada Ma-
dre de Dios de manera más.pcrcntoria; aprove-
chó la ocasión del viaje que tenía pensado hacer
a Italia dentro de algunos días para hacer el
voto de una peregrlnaci6n a N ucstra Señora de
Loreton (83).
En aquel momento ardía en su corazón pie-
-133-

-dad sin Umites, y, para adornar su recuerdo, in·


sert6 Baillet esta encantadora imagen en su vida
.(]e S. Descartes: uMucho más alLá iba. su celo
toda.vfa, tanto que ~ IJizo prometer que tan P;ron-
to se hallase en Venecia, emprenderla el camino
por tierra, para ir pereg,jnando a pie hasta Lo·
reto. Prometí~ que si stu fuerza$ no Pudieran
afrontar tal faliga, ac/Jopiarla al menos el más de-
voto aspecto, el md.s l~umiL(ie Posible pa.ra cMom-
plir su promesa. Pretendla salir de viaje a fines
de noviembre".
A ,fines del siglo XIII se cxtcndlió el rwnor
c:ntrc la Cristiandad que la casa de la Virgen,
.de Nazaret, franqueando montt.os y mares, lleva-
da sobre alas de ángeles, se había situado en Lo-
reto, entre los bosques. Este inaudito milagro
se vió prontamente enriquecido en obras, hom-
bres y dinero. Se ere() una cofradía de caballeros
para la protección de la celeste mansión, a la
que afluyeron prontamente los pcn-grinos, que
venían a arrodillarse devotamente a los pies de la
estatua en cedro de la Madre de Dios, esculpida
por S. Lucas, y ante la cazuela que había se-rvi-
-do pera cocer los alimentos de la Sagrada Fa·
milia. Las más graciosas leyendas rodearon Ja
Santa Ctl.sa, convertida en uno dJe los tres o C'\18·
tro santuriarios de piedad católica, más glorioeo
'Jue Colonia, en donde reposan los huesos de los
reyes magos, y superando a Santiago de Com-
postda. Montaigne y Juste Lip!lle se dirigieron
-134-

allí en peregrinación. Luis XIII envió asimismo


a personaje que le representase, siendo el clcg:ído
Scarron, perteneciente a la familia amiga del aba-
te Pkot, íntimo confidente de Descartes. Más
tarde fué uno de sus donadores (84) . Era como·
el Lourdes de aquellos lejanos tiempos.
Pasaron días, mC5CS, años, sin que se cumplic-
&e aquel voto.
ccParece que Dios dispuso las cosas de clistinta
manera que habla propuesto. Fui preciso pospo-
tter el cumplimiento de su 1•oto, laabiéndosc "Vis-
to obli,r:ado a diferir su "Viaje a Ital-ia por razo-
nes que no .te ha sahido, 1•iaje que efectu.j alre-
dedor de cuatro años después de habn tomado
tal resoluci6n .11
Finalmente salió para Italia. Del Poitou se di-
rigió Descartes a Suiza, espccialtnente a Basilea
y Zuric. De allí a los Grisooes; luego pasó por
Valtclina, deteniéndose en Innsbruck. En 1ó24
estuvo en V~:nccia, en la primavera, coincidiendo
con las Rogativas. El día de la Ascensión, presen-
ció la famosa ceremonia . de los esponsales del
doga roo el mar Adrifltico. Este era uno de los
l'89gOS de su carflcier: Descartes gustaba de las
grandes pompas en las que las músicas y ricos.
encajes se mezclaban con el pueblo y los sol-
dados.
El recuerdo del voto de 1619 resurge s6bita-
mente en la superficie de la memoria del viaje-
ro, al menos as{ lo éiice Baillet en estas palabras:
- IJS-

uEl ST. Descartes, estando en vc,ccia, Ptll•


s6 cu.mpliT la obligaci6n qu se habla impauoslo
ante Dios estando en Alemania, en el mes da
noviembre del año 1619, consistente en el "Voto
de ir a Lo reto, 1.1oto que no pudo cumplir en aquel
tiem.po)) (85).
¿ Fué, pues, por casualidad como Descartes re-
cordó su voto estando en Venecia? Parécenos es·
to tan inverosímil que no podemos retener Wla
objeción: ¿Nos hallaremos ante una confusión
de rodacción por parte de llaillet? ¿No fué para
cun¡plir su voto de 1ó19 por lo (¡uc Descart<.-s
pasr~ Suií'..a y franqu<..oó los Al¡x.-s?
Volvo1mos a al>rir el libro de Baillct, leyendo lo
que anota con fecha de 1623: uLa mue-rte del
Papa GreKorio X V, ocurrida el 8 de julio, y se-
guida de la elecci6n de Urba11o VIII después de
un mes de c6ncla1.1c, despert6 en el es.pfritu de
DescaTtes el deseo que habla c:'tperimentado, es-
latido en Alemania, de l1acer un viaje a Italia.
La curiosidad que otras 1.1eces le ltabCa lle1.oado a
procurarse el espectáculo de todo lo que iba
acompañado de pompas y cerem~mias entre los
grandes, no se ha,bf.a apagado del todo aú.11. N o
pudo satisfacerla durante la elecci6n y corona-
cic5n del nue1.1o Papa, a causa d.e la diligencia
con que se adelantaba todo en Roma. Por ello,
no preocupdndose por ir directamente a. Roma,
orde,J sus asuntos de acueTdo con /;a. disposici6n
en que estaba de pasar dos inviernos en el viaje.11
- IJ6-

Y el buen biógrafo añade:


uEI pensamiento 4e poner en ejecución tal 1!ia-
;e lo tu't'o a partir del nus de m4f'ZO, ante la. tw·
t•cia recibid4 del fallecimiento del Sf'. Soin o
5eign, su pariente ... El p_retexto fui if' a p"ner
en orden los asuntos de dicho pariente.» (86).
Encontramos en el origen de dicho viaje el
pretexto absolutamente vado de espiritualismo
de un flSUnto de familia. C. Adam hace la ob-
servación que los años r6u-ró23 fueron absorbi-
d06 por asuntos de interés. Descartes liquidó en
aquellos momentos la herencia de su ¡xulrc.
En una de sus cartas, la única en que habla
Cie este viaje, no hace alusión alguna a su JX!·
r<..ogrinaciém. Descartes fué a Italia debido a ne-
gocios, con la intención de ordenar y liquidar
106 asuntos de su madrina. ¿Por qué ese silen·
cio, si había piedad? ¿A qué s<. debió tan grande
indiferencia?
A partir de la famosa noche de los sueños, se
alistó en lns filas del cond~ de Bucquoy, general
de los ejércitos del Emperador, que guerreaba
en Hungría contra Betlen Gabor, aliado de la
Liga evangélica. Asistió al paso de la Moravia,
acampó ante Presburgo y Timow. Algunos de
sus biógrafos pretenden adquirió alguna repu-
tación durante aquellos hechos, pero nada más
dudoso que dicho aserto. Pronto fué muerto el
conde de Bucquoy ante Neuhausel. En aquel ins-
tante Descartes abandon6 las armas: estamos en
- 137-

1ó21. A pertir de aquella aventura funeata, no


pasó de viajero que circulaba libremente por Ale-
mania, Polonia, Baviera, Bohemia, Holanda, tal
vez por Dinamarca y Francia: primero por Pa-
rfs, Juego por Bretaña, más tarde por Poitou. ¿Y
su voto? Una vez llegado el momento de su via-
je a Italia, se dirigi6 a ella poco a poco, sin
apresurarse, pasando por Suiza. Parece verdade-
ramente que Descartes, como ha dicho BaiUet,
recordase como por casualidad su v.oto estando
en Venecia.
Dicha peregrinación nos es conocida solamen·
te por las pocas líneas secas y rápidas de Bai-
llet:
uN o ~·abemos cudlcs fueron las circunstancias
de aquella peregrinacidn; pero no dudamos fue-
ron muy edificantes, si recordamos que en tiem-
pos de la concepci6n de su ensueño habla tom~~-o
'do la firme resolución de no omitir nada de aque-
llo que pudiese depender de él para atraerse la
grada de Dios y procurarse la protección Parti-
cular de la Santa Virgen, (8¡).
uNo omitir nadau, 'escribe el crédulo Baillet;
olvida el biógrafo que Descartes dejó pasar cua·
tro años antes de cumplir su voto, tras haber
emprendido viajes de placer e interés; que una
wz en Italia, lo primero que hizo no fué ir di-
rectamente a Nuestra Señora de Loreto. Pero,
vamos a ver: ¿ fué Descartes a Loreto?, y, si ~.
¿lo hizo como peregrino?
-138-

Si leemos bien, pareoe que Baillet esté poco


8eg\U'O de sus informes. Se refiere vagamente, cu
~1 margen, 8 un escrito de Descartes, escrito su-
mario, puesto que después de haberlo leído se ve
obligado 8 confesar nada sabe sobre las ucir-
cunstancias de la peregrinaciónu, diciéndonos in-
génuamente no duda fueran muy edificantes .
.Examin~mos dicho escrito de Descartes: pri-
mero veamos qué escrito es ese, ponderemos su
valor luegQ.
La referencia que probaba, paro Doillct, la
realidad de la peregrinación, <.'S la misma que le
sirvió para relatar los sueños y el voto de 1619:
se trata de las cortas lfnt:as de Descartes fecha-
das en 1b19 y 16:zo, titulaüas uOlympica,,. ¿Se-
ria que Descartes añadió algo a dicho texto en
1b:z5, o mfls tarde, para dar a conocer había rea-
lizado su voto? Poco verosfmil es esto; en todo
caso, nada en las notas marginall'S, nada del
texto de Baillet, nada en la correspondencia del
filóeofo, autoriza a presentar lt:gftimamcnte la
hipótesis de una nota suplementaria. La reCeten-
da de Baillet no tiene valor hist6rico para pro-
bar el hecho de la peregrin.aci{m; podemos afir-
mar, sin temor a equivocamos, que el hagiógra-
fo supuso de buena fe q\llf: el viajero cumplió su
voto, en 1624, y sólo por la vista de las nOlym-
picau, escritas de 1619 a 16:zo.
E. Gouhier reprochó a C. Adam, al dar cuen-
ta de la pretendida visita del grande hombre
- Il9-

al santuario de la Santa Casa, haber escrito un


t'elato en el que no hay ni una usola sombra de
piedad11 (88}. Pero ¿hay un solo soplo de pie-
dad en el relato de. Bailld? Ya hemos visto lo
breve y seco que es. Gouhier cree en la sinre-
ra piedad de Descartes; no obstante, de sus obras
no surgió jamás efusión religiosa alguna. Lo que
se hubiera deseado es que Descartes nos hubie-
se relatado su peregrinación; que exclamase al-
gún día, t:omo Pascal, en ese ilustre fragmento-
de la apuesta: uSi os plaC<.' este discurso y os
parece bueno, sabed qu{: ha sido ideado ·amr un
homLre que se arrouilló antes y después <k· él
para rogar ante ese ser infinito y sin partes al
'IUC somete todo lo propio.,,
Ningún texto hay que aporte pruebas de ello,
a p<.'Silr de lo que crean todos los biógrafos, has-
ta Alain, que consideró más laico al grande hom-
bre que C. Adam. No obstante, ¿ser6. ps.ico16-
gicamcntc verosímil esa peregrinación falta de
pruebas~ Esto nos lleva a preguntarnos <¡ué pen-
saba Descartes sobre los votos.
Tenemos un texto célebre suyo, que escanda-
lizó (>11 su época, posterior a la peregrinación,
puesto que se halla en el ti niscurson. entre las
páginas consagradas a la moral provisional. Pa-
rt.'Ce proporcionarnos claridad suficiente sobre el
pensamiento del filósofo en materia tan espino-
sa como l-sta, en aquel momento caroct<"TÍstko·
de su vi1lo.
-140-

1e }:' particul4rmente, incluE en~re los exceso1

.tod4s aquellas fwomesas por medi<1 ds Jas cUGtu


.se c.ercena algo a nNBstra liberUJ.d., y, no es qUol
d.esapru.ebe las leyes, que, para remediar la ¡,.._
con.sis(encia tle los esplritus débiles l!_e!miten,
ctM~ndo se tiene algún buen deseo, o h4.sta pa.r.o
la. seguridad del comercio, algún deseo que no es
indiferente, se haga -votos o contratos que obli·
guen a. perse'llcrar en ellos."
Los votos de la religión, votos de religiosos,
votos del peregrino, los contratos de romcrcio
son coño;iderados en ese párrafo por Dc.'iCartcs
de la misma importancia, y relacionados, no ~in
algún desprecio, con un mismo defecto, con la
inconstancia y la debilidad de espíritu. Hubo un
comentador que trató al filósofo de torpe, di-
ciendo formaba coro con Lutero y Calvino, vio-
lentamente hostiles a los votos, olvidando a San·
to Tomás y su ~eSumma,, y d<!SCOnocierulQ que,
para la Iglesia, ulos votos son en sí mismos actos
de perfección, hasta punto tal, que una misma
acción es más meritoria si se cumple a conse-
cuencia de un voto que sin éln (8<)}.
Estos propósitos del ~eDiscurson fueron seve-
ramente criticados, cosa que puso a Descartes de
muy mal humor. Se defendió, pero sin aludir a
su voto ni a su peregrinación. ¿No era aquél el
momento de justificarse ante aquella especie de
herejía aprovechando la oportunidad de aqu~
llos piadosos recuerdos?
-141-

En la siguiente carta dirigida al P. Mers.t!nne


argumenta sin convencer:
uEsa gente demuestra muy a hls clara.s su ma-
14 'VOl»ntad e impotencia il.iciendo cosas tcua. frd-
tas de apariencia, lo mismo que aqu¿Uos que se·
ofentkn por lo que he dicho en lo referente a los
'VOtos, es decir, que son partJ poner remed!i.o a la
debilidad de los hombres; ,torqtt:e, además de
haber ex"ptuado muy expresamente en mi uDis-
cuf'SOII todo cuanto a la f'tligi6n toca, quisie,a·
me dijesen pa_ra qué seT'Virian los votos si tos
hombres fueran constantes y no sufrieun debi-
lidades. Virtud es confesarse, lo mismo que ha-
cer votos d.e religioso; pero esa virtud no setf•-
neceosaria si los hombres dejasen de pecar (90).
Esa defensa irritada, con mayor ra:r..ón que las
Hneas singulares del uDücurson, a nuestro en-
tender, tienden a awnentar muy seriamente las
dudas sobre la .realidad de la peregrinación de
Descartes. En todo ello omite el mejor argumen-
to, es decir, su voto.
La peregrinaci6n es hecho casi cierto, seg(m
escribe prudentemente C. Adam. Por nuestra
parte diremos, empleando mayor prudencia to-
davfa, es Jiecho improbable, sin punto de npoyo-
en el texto citado por Baillet, que, seg6n UD'
partidario convencido de la picda<l de Descar-
tes en Italia, H. Gouhicr, udisfraza su héroe de·
santo, (91).
Si no fué <-:<>mo peregrino a Loreto, ¿pode--
-142-

mos afirmar se mostró sabio cort~ visitando al


mAs ilustre entre los físicos y astrónomos de w
tiempo, en la señoría de Florencia? Según el
médico Borel, Descartes visitó a Galileo; ese es
el narrador que dice asistió a todos los asedios
importantes de la época. La crítica moderna na-
da ha tenido en cuenta de sus afinnaciones, na-
cidas indudablemente de algunas verosimilitu-
des lógicas. Verosímil es que el joven guerrero,
el curioso viajero que gustaba presenciar las co-
sas y conocer a la gente, se hallase allf en don-
de se combatía o discutía. Por eso es muy posi-
ble que el entusiasta matemático fuese a visitar
a G&lilco, que estaba entonces en el pin6culo d~
su gloria.
No babfa príncipe ni gran señor que pasase
por donde estaba que no se honrase visitándole.
En cuanto a Descartes, si creemos lo que dijo
respecto a este ~unto, por una carta <¡ue escri-
bió al P. l\fer5('11nc, podemos afirmar declaró no
haber visto nunca a Galileo (92).
Nos hallamos en vísperas de la vuelta de Des-
-cartes a Francia. Fué a Roma, donde asisti6 a
las fiestas jubilares. Sobre esto sólo poseemos,
~omo en muchas otras cosas, breves referencias
marginales que figuran en un escrito d~ Des-
cartes o relatos hechos a alguno dJe sus amigos.
No disponemos mis que de caminos conducen-
tes a cien hipótesis, de las que ninguna pode-
mos justificar bis1:6ricamente.
-143-

¿Encontró en Roma a los discípulos de An-


drés Cesalpin, médico de Clemente VIII, que
enseñaba, como Descartes más tarde, la ci_rcula-
ción de la sangre y la independencia del pensa-
' miento con respecto al cuerpo?
En aquella misma época, según hipótesis ¿e
C. Adam, puede ser asistiese a la cremación del
cadáver del jesuíta Marco-Antonio de Donunis,
que Iué en vida arzobispo de Espalatro, debide
ft condena post-morten de la Inquisición a cau-

~ de crínrenes de herejía. Este Dominis era ua


sabio que se habfa ocupado de los fenómenos de
la luz y propuso notable explicación en cuanto
al arco iris, explicación que g01..6 de celebridad
por aquella época. Más adelante se acusó a Des-
cartes de haber copiado rná.s o menos al jesu{ta
sin confesarlo; pero no pasó esto de calumnia:
Gaston Milhaud ha probado satisfactoriamente
que dicha acusaci6n de pla.giario no estaoo bien
fundada.
Dominis, como Descartes, tuvo que expatriar-
se yendo a pa{s protestante, para trabajar lihR-
m:cnte. ulos halagos ele los protestantes, leem06
en el uDiccionariou de Fcller, y la esperan1.a de
grande reposo y libertad, le atrajeron hacia In-
glaterra en 1616.n Una de las obras d'C attuel in-
genio lihrc, la uDl' Rcpublica Bccll'siastican, fu~
censurada en 161 ¡ por la SorhoM.
¿ VitJ Descarte:; en Fcrrara o Venecia a Cre-
monini, cuya <Hvisa era tan parecida a la su-
-144-

ya? (a/tllus ut litnt, joris "' moris esL11). Se tra-


taba de filósofo muy independiente, tal vez at~.
Mu tarde Gassendi se vió acusado de haber sido
diacfpulo suyo. Podemos preguntarnos si era
miembro de los colegios italianos de la Rosa- '
Cruz, fundados a partir de 1622. ¿Comprende-
remos mejor los itinerarios de Descartes, tan
bru&COS, tan discretos, tao extraños algunas ve-
ces, cuando conozcamos mejor lo personal de
laa inteligencias libres de aquel tiempo, ocultas
bajo rotulaciones diversfsimas, especialmente las
de los de la Rosa-Cruz, parientes unas de otras
por eru curiosidad en cuanto a la física y la quí-
mica?
Lo cierto <.'S que co aquella época subsistía
todavfa en Italia una secta de averroístas que,
rechazando las verdades de la fe en nombre de
su razón, protestaba en cuanto a su respeto a la
Iglesia. Esta referencia la debemos a Leibniz,
que considerú a Cremonini, Ccsalpin y Bérigard
194) como depositarios de t:stas tendencias, \"isi-
bles aún en tiempos de Naudé (95). Vanini figu-
ra también entre ellos (96).
No guardó Descartes buen recuerdo de Italia,
país de los naranjos, según Balzac, pafs de fie-
bres y ladrones de ropa, según Descartes.
¿Iba Descartes, matemático, físico, filósofo, a
establecerse definitivamente en su patria, casán-
dose, convirtiéndose en funcionario? Se cree ge-
neralmente, sin discriminar si fueron sinceras
- 14,'i-

sus intenciones, pensó entonces adquirir la cre-


dencial de lugarteniente general en Chatcllc-
rault. Su abuelo materno, Renato Brochard, ha-
bÚl desempeñado dicho cargo a fines dd siglo
XVI. Hubo veleidad<.'S; no duraron mucho. Ale-
gó muy pronto lo caro del ¡pr<.'Cio, so.ooo libras,
declinando el préstamo ofrecido ¡Jor un amigo
tiUe quiso favorecerle. Taml>ién se habló de cier-
ta plaza de procurador del Chíltclet destinada a
nuestro filósofo, pero éste, que durante tantos
años se abandonb a su humor vagabundo, mos-
tró en aquel momento que todo lazo, por dttlce
que fuese, le produda horror, y, con el mismo
gesto que empleó para declinar un empleo pú-
blico, declinó asimismo los proyectos de matri-
monio propuestos por su familia. Su intención
~ra dedicarse a la filosofía y a las ciencias.
Cuando volvió de Italia contaba vcintimwve
aflos. Veamos su retrato:
ccTanto su casa como su mesa eran las 'de per-
sona acomodada, pero sin t~ada de suPe.rfluo. Te-
nía a su ser'Vicio reducido número de criados;
iba a pie por las caUes. Vestía traie de sencillo
sf'da 'Verde, de acuerdo con la moda. de aquella
,=poca, lle·vanéio el plumero y la espada sólo como
.~ignos de su calidad que el gentilhombre de
tu¡uc/IOI tiempos trnla qt~oe llevar)) (97).
J,h·vc~hn vida estudiosa, acompañada de algu-
uu cli!lipucilan. l,t:yó lihros de cnhnllcda, lo mis-
mo c¡m· lllns PnS<.'al mC1s a<lclnnte, especialmente
Pll. XXXIX 10
-146-

el uAmadis de Gaula11. Jugaba, disfrutando de


bastante suerte. En la vida de Pascal se ha ob-
servado este mismo gusto y habilidad, querien-
do ver en ello rasgos de mstemá.tico.
Tuvo en París una aventura sentimental. 'fal
vez Italia infundiese calor en su sangre. Aque-
lla aventura acabó en duelo; su origen fué los
hermosos ojos de una señora de Rosa y, según
sus contemporáneos, de noble cuna y méritos
personales. Tras haber desarmado a su adversa-
rio, d galante caballero dd Perron, le obligó,
como venganza, a que fuese a rendir homenaje
" la hella dama ( 98) .
CAPITULO IX

Una tarde en casa del nuncio


del Papa
•Alll ru~ donde obligué a conreaar a lo-
dos loa reunidos lo que puede hacer el
arre de razonar bien sobre la Inteligencia
de aquellos cuya aabldurla no pasa de lo
mediocre, y que mis principios eallln me·
Jor eafablecfdos, son m4s verdaderos y
naturales que nlnrruno de los llemde que
han sido acepladoa entre la gen le de ea-
ludio.•
Descartes.
(Carla a Vlllebressleux, •VIda del lt·
ftor Descartes•, 1, p. 1611.)

Cierto día de noviembre de 1628, el nuncio·


<lel Papa, Guidi d'i Baguo, conocido en Francia
con e] nombre de cardenal de Bagné, invitó a
algunos devotos, teólogos, filósofos y hasta a
un uqu(micoll, a los que tambi{:n se denominaba
alquimistas, a escuchar la conferencia de un tal
Sr. De Chandoux. Este personaje, que más tar-
de fu~ condenado a la horca por 'C'l delito de mo-
m·dcro falso, era también más o menos alquimis-
ta; 1'~11 vez eso expliqu{' su última hazana. Por
lt!Jlll'l til'lllJHI se le honrnha como inventor de
unn !iln!IOffu lllH'\"¡1, IJltl' dil, mueho que hablar.
Eutr<· los invitn<los !olt' encontraba el cardt.'llal
~e Bcrulle, fundador ilustre del Oratorio, Or.den.
religiosa que fué cartesiana, el P. MerS('tlDe, re--
ligi050 mínimo, amigo y confidente de Descar--
tes. El alquimista era el médico Villebressieux,
íntimo compañero de Descartes.
Como hombre de ingenio, Ba&né gustab~ de·
las bellas ideas. Era liberal, teniendo como bi-
bliotecario y secretario al arrebatador. erud.ito-
Gabriel ;Naudé, que por cierto dejó compren-
der la tibieza de la fe en la nunciatura. No sa-
bemos si hemos de conceder crédito a su afir-
mación o no.
Era Naudé uno de los originales de su tiem-
po si no franco libertino, al mcnos un irrcgu.
lar muy criticado,· algo as{ como Beyle. Según
Guy-Patin, no crefa en los milagros, cosa bas-
tante singular dado el cargo que tenía en casa
de un prelado. Dice también Patín que era ude
la religión de su provecho y fortunan. Eso nos.
lo hace poco simpático, pero no hay (]Ue olvidar
que Patin estaba falto de benevolencia. Hab{a.
sido alumno ere cierto Beluzet, que cese burlaba
de la santa Escritura, continúa <lici{-ndonos Pa-
tio, que odiaba a los judíos y a los monjes11.
Como incrédulo, rechazaba la profecía, la visión,
la revelación, se mofaba del purgatorio... n (99).
¿Habrá que comprender a Bagné a tmvés de
ese Naudé y ese Beluzet incredulos, que tan po-·
ca ley tenían, absolutamente faltos de fe?
Habló Descartes para hacer la crítica del con-
- 14"-

-.fcrl!ncianlc... ¿Será preciso enmendar el rela.t()


qq<: de esto hizo Baillet? Dejemos que nos pre-
sente en el salón del prelado italiano.
Después de haber observado que Descartes se
abstuvo de querer hacer pasar a Chandoux por
charlatán (hay que tener en cuenta que nuestro
·filósofo era hombre cortés), añade Bailkt que su
héroe no ((encontró mal hiciese profesión de
abandonar la filo~fía que comúnmente se ense-
ña en las escuelas, porque estaba persuadido de
las razones que tenfa para no seguirla; pero lo
que hubiese deseado es se hubiera encontrado en
condicioll'cs de poder snstítnirla I(>Or otra que fue.
se mejor y de mayor utilidad.n
ce( on'Vcnla en que aquello que el sciior Cltatl-
.doux habla expuesto fuese mucho más 'Veros(-
mil que lo quCJ se dice siguiendo el método de Ñ¡
-escolástica, pero que en su opinión, lo que habla
propuesto no t•aUa más c·n su fondo q.u a.qyillo.
Prctend(a era vol'Ver al mismo fin por camino
dülinto, y que la nueva Filoso/la era casi kJ, mis-
ma que la de la Escuela, 'd:isfrazada con otros
términos. Segzín él, tenia los ntismos inconve-
nientes, y pecaba como ella en los Principios,
que eran oscuros, y no podla set"Vir para aclar.Q.r
dificulta.d alguna. No se conten.t6 con estas ob-
sen~aciones Ket~erales, sino que para satisjacci6n
'd.e los reunidos insistió detalladamente sobre al-
¡;runos d.e sus deft!ctos, que luzo muy sensibles,
lrnicn'do siempre la hotrrndez de no atribuir nun-
- I50-

Cll el erro_r d seiior Chandoux, a cuya. la.boriosi-


d4{1._ t11vo siempre c.~ de !endir hofnena¡e.
A iiadi6 lu,ego no creta fmf.osible est{J.blec.er en la
FilosojÚ!. principios más clllros y m4s cief'los, por
medio de los ctull-es j11.e-ra m4s fácil exf_li¡;.11rse to-
dos los efectos de la Na.tu.raieza..,
uNadie h11bo dntre los reunidos qu.e dejase de
sentirse afectado por sus razona.mientos, y Algu-
nos de los qu.e se hablan declaf'a.do contra el mé-
todo de las Escuelas para seguir al señof' Chan·
dou.x no encontraron dijlcil cambiar de oPinión,
y suspender su esplritu para determinarlo, como
hicicf'on lu.ego, segrín la filosoj{a qtu el Sr; Des.
cartcs lenta que establecer so&re los Principios
qu.e acababa de exponerles.,,
Entre todos los asistt.."tlt.c!> el cardenal Bérulle
fué el que se mostró más encantado del discur-
so de Descartes; le rogó volviese para hablarle
particulannente sobre algunos puntos. Nu<.-stro
filósofo, mostrándose muy sensible a diC"ho ho-
menaje, aceptó el deseo del prelado con gran
apresuramiento.
Como hombre preocupado, después de su viaje
a Alemania, por las consecuencias pr~cticas de
toda filosofía, las primeras .palabras <k Descar-
tes fueron encaminadas a decir que los fil66ofos
debfan ante todo preocuparse de la meClicina y
la mednica considerando la utilidad pública dé
ello. Consideraba la medicina como ccproducto-
ra del retomo y conservación de la salud u, la
-151-

mecánica como udisminución y alivio de las ta•


ru¡s humanaSll, Esto nos dice Baillet.
BéruUe, muy l~jos de desanimarte, o enea·
minarle por las vías de su propio misticismo,
continuó, según Baillet, recomendando al joven
entusiasta perseverase en sus deseos, invocando,
por otra parte, los d'E!beres de <JUc su inteligen-
cia debía responder ante Dios.
Esto visita, estos propósitos, estos ánimos, te-
nemos que examinarlos de cerca, puesto que
Descartes, scstún decir de Baillct, consideraba al
cardenal de Blrulle, udespués de Dios, como
principal autor de sus deseos y de su retirada
fuera de su pafs)) ( 100). En general, se admite
que efectivamente debemos al célebre oratoria-
no la ¡puhlkadón de los libros de Descartes y stt
retirada a Holanda. Así se admite; sin crnoorgo,
nada mis extraño, moralmente, que aquellas sim·
patÚls súbitas enlazadas entre d Dcscarres des-
confiado, que ha descubierto ya, o que está pró-
ximo a descubrir, los principios fundamentale9
de su filosofía, y ese prelado místico y extMico.
Esto es otro enigma. Desde luego, todo es cnig·
ma en Descartes, hasta en los momentos en que
los movimientos de su pensamiento parece son
f{lciles, casi ingenuos.
Confrontemos los interlocutores. Místicamen-
te, Bmlle es personaje de primera fila: virtuo-
so, casi santo, creailor de una orden poderosa
y respetable. Enriqu'<! de Brémond lo considera
-152-

grande hombre, en su historia del sentimiento


religioso en Francia, mientras Richelicu, que se
sirvió d'e él, lo consideraba poco inteligente.
Richelicu tuvo frases crueles para Bérulle; lle-
gó hasta ridiculizarlo. E. Brémond ha dicho,
muy curiosamente: uBuen hombre de Iklesia y
de la Sorbona, melfftuo, pesado, ingenuo, torpe
hasta en sus cortesías, no tiene aires de señor. n
El historiador añade: uSin gracia natural, sin en-
canto; constantemente serio y doesde luego sin
majestad.n No obstante, le estima y admira:
uCuando brilla su genio, lo supera todo.n Tal
vez sea as(, pero haciendo ccpagar caro el rego-
cijo 1)\lc nos causan, por encima de tantos párra-
fos ins.,'Tatos, desfiles amn7.acotados, a través de
las mil ochocientas columnas .de J.a etMción Mig-
nc. uCuando escribe, pasn con placidc-1. irritan-
te de lo más sublime a lo aplastante, a lo fas-
tidioson ( IOI).
Era hombre piadoso, ávido de santidad, por
anonadamiento L'Clest~ ... ce Todos los homhres de-
ben dejar de ser quienes son, aniquilarse, inter-
narse en Jesús, subsistir en Jesús, injertarse en
Jesús, vivir en Jesús, obrar en Jesús, fructificar en
Jesús.n Precisa a~onarse a la gracia ccque sa-
ca al alma fuera de s{ mism·a, por especie de ano-
nadamiento y la transporta, la establece y la in-
Jerta en JesllCristo.»
Dios, Cristo, la Virgen, est~n en él entonoes:
experimenta la sensación, la consciencia de una
153-

iluminación interior, de comunicación directa


con Dios. E. Brémond escribe: uHay momentos
breves e imprevistos durante los cuales el hom-
bre ex¡x.-rimrenta la sensación de entrar, no por
decto, sino por llamada, en inmediato contacto
c.on una infinita Bondad, sin imagen, sin discur-
so, pero no sin luces.u Y el escritor completa
su pensamiento con estas palabras tomadas al
R. P. Maréchal, para definir la emoción místi-
ca: ulntuición inmediata de Dios por el alma.n
Era Bérullc espíritu que percibe a Dios inme-
diatamente, religioso extático, prelado ilumina-
do; éste era el homhrc que se hallaba frente a
frente con DescartL'S, cspfritu rebckl'e, orgulloso,
repleto de duda. El primero deseaba perderse
en Dios; el segundo iba en busca de explicación
científica del universo. Bérnlle era todo devo-
<:ión, mientras Descartes era todo curiosidad te-
rrena.
Al hallarse frente al devoto, no salió palahra
alguna de piedad de labios de aquel hombre in-
subordinado, en continua rebelión contra sus
maestros, hombre que pronto hab16 sin mira-
mientos ni respeto alguno de las cortes y ejér-
cito~ r¡uc hahfa frecuentado, ude la .gente de di-
\•crsos humores y con<licionCSll que hahfa cono-
cido. Esto lo hizo en el primero de sus libros.
En las (¡]tintas líneas de la primera parte de su
t~Discuf'son, afirma que desde muy joven hahfa
dccidido Hetnplcar todas las fucr7..as de su espf 4
-154-

ritu en la elección personal de los caminos que


debfa seguir». En sus ~lebres páginas, todo res·
pira independencia suspicaz. Nada bay en ellas
del secuaz, del o6ci060. El visitante de Bérullc
era el hombre que había dedarado ya frfamt::ote
in petto: uReputo casi falso todo aquello que no
pasa de verosímil." Bérulle se encontraba ante
un f{sico que quería uver claro en sus actos,,
Lo que pudo pasar _por el alma de Descartes.
lúcKla y rebelde, durante la entrevista con el
cándido oratoriano, no lo podrá saber nunca na-
die¡ no obstana-, la psicología de amhos interlo·
cuton:s y el relato de su conVIersación hecl1o por
el mismo Bailkt, nos aportan al menos una pre-
sunci6u y una certidumbre. I..a prcsw1ción es que
Dt:scartcs no conversó ni como penitente ni co-
mo devoto, ni como defensor de lz fe¡ la certi-
dumbre <.~ que· la conversación se deslizó sobrc.-
la m{·dicina y la mecánica sobre todo. Si pode-
mos proponer dicha presunción, y, sobre todo,
t.'56 certidumbre, ¿no os parece algo imprudente
creer que este discutidor razonable tan preocu-
pado por la felicidad terrenal de los hombres,
este desconfiado intransigente, sali6 diCl gabine-
te de Bérulle, como quiere la leyenda, santifica-
do para siempre, converti_do en oratoriano <l~e le-
vita?
Hemos dicho el cándido oratoriano, porque era
muy dndido en efecto¡ pero, ¿es posible ence-
rrar a Bmlloe en este 90lo epfteto? Cándido }"
- 155-

sutil, dice Enrique Brémond. Místico, no mís-


tico puro. Precisa poner de manifiesto este ¡pun-
to para descubrir sus verdaderas intenciones .
.Este religioso devoto era también político,
muy entrometido en los asuntos de gobk'Ttlo.
Participó en importantes negociaciones en Ingla-
terra, a las órdenes dlf Ri<.'heliett, que también
empleó Jos oficios de otros dos místicos en aná-
logas ocasiones: el capuchino José y el jesuíta
Coton. Bérul.Je fué consejero; luego jefe del Con-
sejo privado de Ana de Austria, durante su Re·
gcncia. F...s este personaje, más diverso d c lr.J que
1

apare<.-e en el estudio infinitamente s.t.•ductor del


:.~bate Enriqu-e Brémond; tiene varios aspectos:
el señalado y muchos m6s. Su retrato no está
acaiJcado del todo, pues se halla falto de algunas
referencias, fle orden distinto, tomadas de Raúl
Allier, de su célebre uCábala de los dle'IJotosu. A
estos dos autores, que no pertenecen a la mis-
ma igle~in, dejamos el cuidado de grabar so ima-
gen completa.
~ ef'<-ctuó In visita tle Descartes en momento
en qne se habf" reanudado las guerras de reli-
gión violentamente, en los años 1623, r625 y
1b2R. En 1628, afio de la <.'onversación con Béro-
llc, (·1 duque de Ventadonr, uno de los fieles de
la Commmñfa dt:l Sonto Sacramento, en vías de
formación, y su promotor, devnstb el Longue-
doc, quemando y snqucnndo ctlru'(.mta y siete
puehlos en los alre<liCdor<.-s de Nim<:s. M{ls tar-
-156-

-<le quedó restablecida la paz, debido al edicto


-<le gracia del 2¡ de junio de 1629 ( 102).
La Francia protestante sufri6 en aqtrel mo-
mento vivo movimiento de persecución. La Ro-
chclle, pla1.a fuerte, supremo refugio de los re-
formados, cay6 bajo los ataqu:és de Richclicu, en
1ó28. Bérulle asistió a este asedio, participando
con las religiosas del Carmelo, en las profecías
t¡ue anunciaron su rendición.
¿Puede creerse qu~ Descartes, observador cu-
rioso e inquieto, que vuelve de países prot\.~tan­
tes en los que ha visto desarrollarse las guerras
de rcligi6n, pudo hablar con el Cardenal sin pcn-
·sar, siendo profundamente tolerante como era,
en la parte <k responsabilidad <¡ue cabía a su in-
terlocutor en estos acontecimientos? Viviendo
públicamente, frecuentando los salones, sabía
muy bien lo que querfa Bérullc. Sabía, en fin
de cuentas, <¡ue el Cardenal tCquerfa reunir todo
el reino en un mismo sistema político y religio-
so)) ( 103). No podfa ignorar que BéruUc no pen-
saba en la pacificación de los espíritus usando
de concesiones. Amigo de los de Oratorio, sabía,
aunque confusamente, pero ciertamente (porque
Descartes era extraordinariamente peTSJ>icaz) ,
que uun padre del Oratorio propuso a Bérulle
formar en la Conge~ci6n un cuerpo de contro-
versistas que se ocupase etl(leeialmente en com-
batir la herejía, a lo que contestó el Cardenal
que el establecimiento de ese género no bastaba
-157-

u1 aquellas circunstancias y que no conduciría-


eficazmente al fin qUIC se quería alcanzar; que no.
era posible acabar con una herejfa que había te-
llido su origen en las divisiones del Estado a no
1'1('1' por medio de un golpe decisivo ad<.'CUado que

la destruyese en su mismo centro11 ( 104).


¿No queda d('cir esto empleo de suplicios y
exageración de la intolerancia? Puede ser t]Ue
as( fuese; pero desde luego significaba: nada de
discusiones, sino violcnCÚis. a.. te cm el estado
die alma del prelado. Era hombre de lucha, pt-ro.·
nosotros sabernos Lestante sobre Descartes para
poder afimtar no era él el homhre adc..>euado pa-
ra aquel combate.
Tal vez podamos ahora comprender mejor.
a trav!-s del relato bastante V'..lgo de &illet, la..
fndole de la conversaci6n entre Béntlle y Dcs-
cartll's, disccmir con mayor probabilidad de cer-
tidumbre el sentido de los propósitos del céle-
bre oratoriano: éste, muclto mús comprometido•
en las cosas temporales de lo que parece a tra-
vl.-s de su piadosa leyenda, comprendió perfec-
tamente las intenciones utilitarias de Descartes,
y lo que tal vez quiso (porque la hipótesis se·
nos impone por tratarse <le un prq1agandista ca-
tt.'t'¡uista creodor de sociedades), ful: atraer at.
joven apasion:¡,c;}o y sabio hacia las obras de con-
tra-reforma de las que cm uno de los m{as ac-
tivos promoton·s. ¿No es de creer fJUisiera apo-
derarse die' él? ~ahcmos t}Ue le impuso 'deberes·
-158-

de conciencia, según manifiesta el relato de Bai·


llet. Bérulle volvía del asedio de La Rochelle,
no hay qwe olvidarlo; su celo apostólico había
sido reformdo por el éxito de Ricbelieu, sobre
todo por el temor que sentía su camarilla de
que el vencedor fuese tolerante en demasía; Bé-
rulle poseía voluntad de li.guero.
Naturalmente, no podemos imaginar lo que
dijese exactamente a Descartes, puesto que no
disponemos de documentos; todo lo que pode-
mos SU(lOner es que al despedirse del oratoriano,
De!cartes pensó en salir de Francia.
¿Salió huyendo de algo? ¿Respondió a los vo-
tos del mfstiro? Lo único que nos es dado ha-
cer es reproducir algunas líneas de BaiUet: que
dicen:
ceLa impresi6n que las exllorta.ciones del pia-
doso cardenal produjeron en él, unidas a lo qtu
su naturaleza y rCJZ6n le dictaban desde l111cltJ
mucko tiempo, a.ca.baron por determinarle. fH&s.
la entoNces n.o había abrazado aún partido algu-
JLO en Filosoj(a, no arrimándose a secta alguna,
como il mismo nos dice. Se conform6 en su re-
3oluci6n a consenuir su libertad, trabajtJr sobre
la na.turtJleztJ sin detenerse a considerar en qul
$e aproximabtJ o tJlBjaba de los que trataron de
filosofú¡ antes que él. Las solicitacio,.,es que re-
'doblaro" sus amigos para que se apresurase a
comunicar sus luces tJl público, no le permitieron
'l'etroceder más. Unicamente deliber6 sobre los
-159-

IHCd.ios para ejecutar .su deseo con ma.yor como-


didad: y habiendo observado dos obstáculos J>ri11-
ctptJles q~U pudieren. impedirLe el buen. éxito, 4
saber, el calor del clima y la jrecu.en.taci6n. del
.eran mundo, f:Csolvit1 retirarse para siempre del
lugar de sus costun~bres y procu.rarse perfecta
soledad en pats mediocremente frlo y en el que
fuese desconocido u ( IOS).
Estas líneas, que producen impresión de con-
ftesión hecha por d mismo Descartes, fueron re-
dnctadas por Baillet a la vista de notas de Clcr-
sclicr, intimfsimo confidente de Descartes. Por
eso son tan pn:ciosas. Por desgracia se fK.·rdie-
ron para nosotros, y ¡por lo tanto no nos será
posible comprobar, materialmente, d directo .re-
flejo de Descartes que 1Jta.va podido conservar el
texto de Baillet. Nos hallamoe dispuestos a creer-
lo lo suficientemente vivo, porque csa.'l lfneas
presentan tono liberal que no va de a(.'\tenio
con el <.-stito religioso de 106 escritos de Clcrse-
lier, del muy devoto Clerscl.ier.
u Que rzo habla adoptado scctau. ¿Qué quri~Cre

\k>cir esto? .¿ Querrfl decir que Descartes no per-


tt:neda a partido o camarilla alguna? reQuiere
f()"servár su libertad u. ¿Habría sido invitado a
entrar en alguna secta, en un partido, camarilla
f¡¡ttc le obligase a perder algo de su libertad? En
d n'lnto del hi6grafo se observa un poquillo de
Ul'rvioshlnli: ¿!K'rfn por porte <le Descarte!!? Dcs-
<'lUil·s t¡uil'rc IIU1rdwrsc; npnrln a sus amigos;
- 16o-

de pronto se ~ute impaciente; Baillet nos dis..-e


que Descartes se va, que quien: irse rápidamen-
te, pronto, con espíritu libre, 11sin dete!ncrse a
e<>nsiderar en qul: se aproxima o aleja de los
que trataron de filosofía antes que él11. Lo que
evi~ntemente hace es escapar.
¿Podemos asegurar, una vez consideradas esas
condiciones, que Descartes marcha para obe<le-
oer a Bl:rulle?
¿Dónde está. la palabra o d gesto que demues-
tre, que e<>nficsc la fe de Descartes ante el más
ilustre nústico de su tiempo? ¿Se arrodilló d
joven filósofo ante el santo pidiéndole su bendi-
ción? ¿Quiso dar a la e<>nversación giro prácti-
co,,sin contenido alguno religioso? ¿No fué, co-
uto verdadero ros-crucense e<>mo prob6, como
quiso probar q~ la medicina y la física deben
~~ervir para prolongar la vida y facilitar el tra-
bajo? Nada hay en esto de humildad cristiana,
puesto que indica rebeldía contm el sufrimiento
y trabajo demasiado duro. Si en esto no se mues-
tra Descartes sabio puro, tampoco se nos pre-
~ta como cristiano puro. Si hubiese animado
sus propósitos la emoción piadosa, ¿no encon-
traríamos algún rasgo de ello en su biografía?
Seco es el relato de Baillet; má.s seco <.'5 toda-
vía el recuerdo que de l:l invocará el filósofo en
una carta dirigida a su amigo el alquimista de
Villebressieux. En ella solamente le habla de su
método:
- 161-

uAIH fué donde obligué a confesar a todos lo


(lUC el arte de rnwnar bi'C.1l pu~:dc hacer sobre
d espfritu de aquellos cuya sabiduría no pasa
de lo mediocre y que mis principios están me-
jor establecidos, son más verdaderos y naturales
que ninguno de los demás admitidos ya entre la
gente de estudio. Usted <.-stá. convencido de ello
como todos los qt11e se tomaron el trabajo de ro-
garme encarecida~nte los escribiese y diese al
pÚbliCO.II
Y, nada más; ni una sola palabra para avivar
c:l recuerdo del piadoso cardenal, que, Sl'b'Ún
Baillet, como hemos dicho ya, ejerció después
de Dios, la más .grande influencia sobre d ·cs-
pfritu de Descartes ( zo6) . Si lo pasa en sikn-
do en la ocasión en que hubiese sido convenien-
te nos hablase de él, ¿no estamos facultados pa-
ra in.d·ucir que la veneración de Descartes fué
muy tibia?

•••
Descartes está en vfsper,¡¡s de salir para las
Provincias-Unidas, a las c¡uc se dirigió algunas
!!emanas más tarde. Si hubiese partido con pie-
dad acrecentada, más deferente, despnés de su
conversación con d mfstico, ¿hubiera tomado la
rt.'soluci6n de rdngiar:;t' (.'11 lu hcrl>tira Holan-
tln pnrn t·umplir :m uohligadún \!e candencia''?
1'11. XXXIX 11
- lÓl-

Mal se comprenderá esta · marcha si se quiere


explicar como consecuencia más o menos reli-
gi058 de dicha conversación, tanto que nos ve-
mos llevados a preguntarnos si el propósito de
Descartes ante el ca~denal de Bérulle, admitiendo
que lo hiciese patente, fué coartada magnifica.
Con di<-ho propósito podemos preguntarnos tam-
bién si Descartes quiso hacer pasar, sin gran-
des obstáculos, alguna deciSión cuya gravedad
y extrañeza no pudo disi~mularse el antiguo
alumno de los jcsuftas, en el duro momento de
restauración monárquica y católica.
¿Qué valor tiene nuestra hip(itesis? Hubiés•
mos sentido escrúpulos de formularla en tan
claros términos, si E. Brémond, el admirador
comprensivo del devoto cardenal, no bubk'SC
decidido la dificultad en rontra de Bérullc. De-
hemos reproducir su texto, pues tal caución au-
toriza a descartar cuantos obstáculos se inter-
pongan en esta mareria, en la que había que
temer falta de discreción y respeto:
ccCicrto es que Bérulle animó muoho al joven
~artes; lo dudoso es le entendiese bien. Por
mi parte no ~ la ¡nanera como pueda compa-
rarse la metafísica implícita de 'Bérolle, que era
completamente cristiana y mística, con la m~eta­
ffsica independiente y racionalista de Dcscartes11
(107).
He ahí el juicio equitativo, inspirado por el
sentimiento de las formidables diferencias que
- 16¡-

&epe.ran a esos dos hombres. El recu~o de los


trabajos de Descartes en Holanda no puede ha·
cer mú que fortallece.rlo.
¿Qué ocupó la atención de Descartes tan pron-
to hubo vuelto al lado de su amigo Beeckman
en Holanda? De su correspondencia resulta que
empleó los primeros nueve meses de su estancia
elaborando un utratadito de metafísica... cuyos
principales puntos son probar la existencia de
Dios y la de nuestras almas•• ( 1o8).
¿Se trataba d'c ejercicio de piedad, de efusio-
nes apologéticas? Corno hace observar muy acer-
tadamente Gustavo Cohen, Descartes ubuscabau
la prueba de Dios y las de la inmortalidad del
alma cuínicamcntc. por las oz¡las de la raz6nn.
Lejos de salir de la prc.-sencia del místico Bé-
rulle como extasiado, el resultado de estas me-
ditaciones (sigue diciendo el mismo historia-
dor) fué un Dios que uno tiene casi nada del
Dios de la religi6nu (109).
No se condujo Descartes en Holanda como hi-
jo e~iritual de Bén1lle, según dioe Enrique Gou-
hier, o como discípulo de Bérulle, seg(tn escribe
Espinas. Tan poco lo parece q•ue no llevo mfls le-
jos sn teodicea, fría desde luego: continuó sus
trabajos, que había abandonado hada tanto
tiempo, en ffsica y anatomía. uEl viaje a Ho-
landa en nadn alter<'• el orden de sus trabajos,
ul~erva justanwntc Gouhicr, que re..'luclvc ele es-
In nmn<·ra t·n l"•ca~ palnhras el problema en con-
-164-

tra de Baillet, en el mismo momento en que·


pensaba aoentuar los rasgos berulianos en la.
figura del filósofo, tan finamente grabada por
el autor de la ''Vida del Señor Desearles" a ma-
Dera de piadosa aleguía.
L-IBRO 11.

EL DISCURSO SOBRE EL METODO


CAPITULO I

La hurda a Holanda
•lmprudenc:la ea perderae c:uando pue·
de uno ealvarae aln deshonor; y, al la
parllda ea muy dealrual, mlla vale rell-
rarae honradamente o tomar c:uartel que
exponerse brulahatnlt a muerle urura,•
Dtac:artea.
(•Laa Paelonea del Alma•, n6m. itl¡
Olllmaa lineas.)

Era a últimos d<:l .año 1628. Ikscartcs saliiJ


de París a fines de novi<..·mbre, al comienzo dd
Adviento, para buscar retiro misterioso y de es-
tudio en un rincón de la provincia, muy cerca
de Balzac, <IUC vivía en el Angoumois. AlH es-
cribió probablemente sus admirahlcs uRegulac
ad directionem. ingeniiu. Qucrfa habituarse al
frío, a la soledad, a la vida rústica, antes de ir
a establecerse en Holanda¡ tal vez quisiera tam-
hién habituarse a vivir en ambiente protestante.
Gustaríamos de saber d6nue maduró Descar-
tes su proyteeto de salir de su país, abandonan-.
<lo a su rey, a su familia, para dirigirse a la
protestante Holanda. En una carta que Balzac
escribió al fil6sofo por aquel tiempo (110) se
hace alusión a un pantano¡ de no tratarse del
de Aunis o del d'C Poltou, pudiera muy bien
-168-

aludirse al nombre de la casa en que se aloja-


ba, a una granja denominada le ul'ctit Maraisn
( «•El Pantaniton), que la familia de Descartes
poseía en los alrededores de Chatellerault, en
territorio del Ayuntamiento de lngrande ( II 1).
Esta hipótesis cuadrarla con las C06tumbres de
Descartes, que gustaba die los pueblos y de las
casas aisladas en medio del campo, con tal de que
estuviesen en las cercanías de las ciudades para
facilitarle la vida.
En esta carta, Balzac da gracias a Descartes
por la manteca que le ha enviado, e ingeniosa-
mente le pregunta si sus vacas se alimentan con
la mejorana que crece en los pantanos. Alude
a una granja, a una explotación rural, tal vez
o la nlqucrla <JUC hemos mencionado; la hipóte-
sis no falta de verosimilitud.
¿Cuál fué la fecha exacta del estahlecimi'Cn-
to definitivo de Descartes en Holanda? Sabe-
mos de dos fechas ciertas, pero que no atesti-
guan 'Cl hecho de su estancia allf entre ambas.
El diario de Isaac Beeckman señala su presen-
cia en Dordrecht el 8 de octubre de 1628 y el
1.0 de febrero de 1629. Sallemos de otra fecha
cierta: el 26 de abril de aquel mismo afio, en
que se matriculó en la Universidad protestante
de Fnmecker, en Frisia, una de las tres pro-
vincias m65 celosas.
¿Vivió de manera continua en las Provincias-
Unidas a partir del 8 de octubre? Cosa es esa
-lOe}-

<¡uc ignoramos. Lo que sf sabemos, por el con·


trario, ea que este incorregible dromómano lle-
vó vida nómada viviendo en Leydcn, en Eg-
mont, en donde estuw siete ados, en Dcven-
ter, en Samport, en donde estuvo tres afl.os, en
Alkmaar, Amstertiam, Utrcch y algunos otros
lugares, incapaz de fijar su residencia, curio-
so, discursivo, como ~en tiempos de su juventud.
to mismo viajaba ahorn por la Provincias-Uni-
-das que en otro tiempo por. las Alemanias.
En aquellas· momentos Descartes sintió la an-
gustia de alg(¡n peligro, pero, ¿de <¡ué peligro?
A{tn !le está discutiendo sohre su nombre, ex-
tensión y naturalC?.a. ¿Por qué abandonó Parfs?
¿ Fué huyendo de la Contra-reforma yendo a
instalarse en la grave y protestante Holanda?
¿Seria que 911 convc.rsaci6n eón Béntlle le ma-
nifestarla tal peligro, como a~nhemos de suge-
rir?
Al problen1a de: ¿por qué salió de Francia?
podemos ~ñadir este otro: ¿Por <¡ué escogió Ro·
landa?
Parece que en g¡encral estén de acuerdo los
historiadores en pensar que la cuestión de re-
ligión no desempeñó papel decisivo en su de-
terminación; de seguir las explicaciones dadas
·en su uDi.fcursou, nos vemos llevadios a creer
que únicamocnte cuestii'm de comodidad fué la
que guió sn elección; (rue fué a buscar en Ho-
landa lo que Italia, infestada de handtáos y ma-
-170-

.landrines (como o~a en sus cartas), le ne-


gaba, es decir, vigilante policla propicla a la
tranquilidad diurna y nocturna; n~<Cesita~ re-
poso para trabajar, para hacerse digno de las
esperanzas que en él se hahÚi concebido:
uComo mi coraz6n era bastante bueno para
no quef'er de ningún modo que se me tomase-
por quien no era, pensl precisaba intentar por
todos los medios hacerme digno de la re.puta-
ción que se me a.tribuia, y hace precisamente
oclao años que ese 'deseo me oblig6 a resolver-
me a alt-janne de todos aquellos lugares en que
pudiu tcne,. conocidos y retirarme aqul, a pafs
en c¡ue la larga duración de la gu.erra hizo es-
tablecer tal ordera que los ejl,.citos que se sos-
tienen parecen sirven solamente para que se
P1Ud11 gozar de los frutos de la paz con gran
seguridad; :v era donde entre la mucJ¡eJlumbre de
un gran pueblo actit•fsimo y mds cuidadoso de
sus propios asuntos que curioso de los del pró-
jimo, sin faltar de ningu11a de las comodidades
existentes en las ciudades mds frecuentadas y
'l:isitadas, he podido 'IJ'ivi.r tan solitario y retira-
do como en los mds apartados desiertos, ( 1 I 2) •
¿Explican estas líneas su salida de Francia?
¿ EA"'J)lican, sobre todo, la elección de la pro-
testante Holanda por un católico al que se lla-
ma celoso y al que hasta se califica de devoto?
¿Por qué no se dirigió este católico a los Paf-
ses-Bajos españOles, en los que hay una c~le-
-171-

bre uniVIerSidad católica, en Lovaina, o por qué


no fué a la cathlica Italia, alegre, luminosa.
que acababa de visitar, aquella Italia amada por
su íntimo amigo el P. Merscnne?
Mal se defienden contra esta objeción: si se
trataba únicamente de evitar los visitantes mo-
lestos y vecinos indiscretos, aquel viaje, aquel
destierro, cambio tal de costumbres, nos pare-
cen actos desproporcionados a la causa. Si eso·
era únicamente lo que trataba de evitar Des-
cartes, la causa paréccnos ridtculnmente mínima,
cuando la comparamos con las profundas mo-
lestias, las exposiciones y la grande aventura
cuyo ruido y peligro no pudo dejar de cstiniar
Descartes. Debió preverlo, no pudo dejar de·
preverlo aquel hombre tan reflexivo y circuns-
pecto, que iba a rebelar a todos sus amigos con-
tra H, así como los poderes religiosos. Con ello·
podía disminuir el número de los molestOs a
cambio de attm~ntar el de sus enemigos. Se so-
mete ademlis a la exposición de tales peligros
verdaderos, a tales dificultades ciertas, con tan
firme propósito, que la razón alegada por él no·
perece estar en relación con el acontecimiento·
ni con su resolución de trabajo, con resolución
que lo ~rs <1Je su rey, de los ministros de su
reli¡:ción, de su familia y de sus amigos. Alguna
ra7im ocv-lta dehe haber bajo la rn71m alegada.
¿Qué razón seni la vertlladern, Ya buena, la dig-
na i.te genio tan rMiexivo como pn.tóente?
-172-

LLamándose buen católico no detesta Descar-


tes a los protestantes. Hasta par~ complacer-
~ entre ellos. ¿Iría a buscar en Holanda, hajo
simples apariencias de comodidades materiales,
un ambiente más cercano a sus afinidades, a sus
necesidades intelectuale;, un refugio, ~ refu-
gio de libertad que ofrecían entonce; las Pro-
vincias-Unidas, cela gran arca de los fugitivos,,
como dijo Bayle? Estudiándole en sus relacio-
nes con los hugonotes, ¿habrá luz que ilumine
Jo bastante su rostro para sorprender la confe-
sión, que responda a esta pregunta?
Se observará ante todo 911e vuelve a la pro-
testante Holanda en 1628, país en que pas6 un
año ya anteriormente, hacía unos diez años, ba-
jo un jefe protestante, después de haber ser-
vido cerca de dos años en A}emania, a las ór-
denes de jefes católicos, tras largas estancias
.en la católica Italia y en la católica Francia.
¿No puede verse en esa decisión indicación de
preferencia ?
Sus mejores amigos en Holanda fueron pro-
testantes: Huygens, Pollot, Beeckman, Reneri,
Régius, Aemilius, y muchos más, teólogos, sa-
bios, profesores. C. A.dam pudo escribir que
hasta 1634 casi todos los amigos de Descartes
eran hugonotes (II3).
El uDiscurso sobre el Mitodon fué p-aducido
al latín por un pastor protestante, refugiado en
Holanda, Esteban de Courcelles; la 11Geomebf14,•
-173-

por Franz. Schooten, profesor en la Universidad


protestante de Leyden. El texto latino de las.
uMeditaciones)) fué revisado, antes de ser comu-
nicado a los teólogos católicos de Parfs, por dbs
latinistas protestantes. El uTratado de las pa-
siones)) fué traducido en 165o por el pastor Sa-
muel Dcsmarets, que er.a amigo de Descartes,
tal VCZ por mediación de S\1 rujo; desde luego,
lo cierto es QU(: Samuel fué quien escribió el
prefacio. Sus dos disdpulos principales fueron·
protestantes: Rencri y R~gius, el apóstata Rc-
ncri, siendo además religionado muy celoso. Su·
célebre doméstico Gillot, del que se ocupó pa-
ternalmente y convirtió en profesor de matem!i,-
ticas, era protestante, hijo de refugiado francés.
Cuando en dos momentos distintos, uno die
ellos muy ¡próximo a su instalación en Holanda,
hacia 1630 y hacia 1640, pensó abandonar la·
acogedora Holanda, cuyas libertades se alababa
de haber defendido contra la católica &;pafia,
como pod·emos recordar, dirigió sus miradas ha-
cia otro país protestante: In·glare.rra ( II4), an-
te la llamada de un amigo, que tal vez era ros-
crucense, Digby. En 1640, escribía al P. Mer-
senne: uEntre nosotros le diré se trata de urr
pafs (Inglaterra) cuya hospitalidad prdiero a
muchas otras; en <.'llanto a rcligi(•n, se dice que
el mismo rey es catbli<.·o d(• cornz(mn (ns).
¿Hay que ha<.•er hincnpil· t·n estas sus últi~
polahrn~? ¿Re tn1h1 d<: ironía "t ¿Será piadosa su-
-174-

percheria a la usanza de monje? ¿ Fué Carlos I


católico in petior ¿Quién puede afirmarlo? Era
de hecho hereje, rebelde ante Roma. ¿Dónde
fué a morir Descartes? En Su~, la protes-
tante.
Vemos en Holanda matric.ulas -en las Univer-
sidades protestantes, amistades y colaboraciones
protestantes todas y a cartas vistas. En París
Descartes tuvo siempre como ccamistad~sn hom-
bres firmemente, notoriamente catblioos. Ante
todos el P. :\ferscuue, lu(.-go Claudio Clcr9clicr,
qtre, según los recuerdos de aquel tiempo, era
eJ hombre a <¡uren se vefa COU mayor frl'CUCII·
cia en las iglesias: grande era este contraste; y,
¿por qué?
¿Fué querido o accidental? ¿Hay que ver en
él seguridades y precauciones, para corregir
eficazmente, en el núcleo mismo de la opinión
pública de Francia el escándalo de aquellos
abandonos, de aquellas familiaridad<-'S con todos
aquellos herejes? ¿No podían acusar tantos he-
chbs tolerancia filosófica, simpatfa ¡protestante o
indiferencia católica?
La bija die Descartes fué bautizada con el
nombre de Francina, en la iglesia reformada de
Deventer ( u6). Baillet, que es quien relata el
hecho del bautismo, pero sin dar a conocer fué
administrado en un templo, añade que Descar-
tes pensó más tarde, cuando la niña tenfa al-
rededor de cinco años, confiarla a los cuidlados
- I/5-

oc una de sus parientes, cuyo hijo era canónigo


de la Santa-Capilla. Este deseo, <¡ttc no está
probado por referencia alguna, contrariathcntc a
las costumbres ordinarias del narrador, debe te-
nerse en cuenta: pe.ro el hecho del bautismo pro-
testante no por ello deja de subsistir, sin que
IJtescartes haya exteriorizado rt!mordimiento, sin
<JUc hiciera bauti1..ar a Frandna por un sacerdo-
te católico antes de su muerte, porque de ser
.11sf lo hubiéramos sabido: Descartes tuvo el cui-
dado de fijar gráficamente con su h~tra la f(ocba
de su com."Cpci6n, la fcc·ha y lugar de su bau-
tismo, sobre una hojita del libro que Baillct tuvo
ante los ojos. Se ha encontrado el registro de
los bautismos del templo de Dcvcntcr: la fecha
dada ¡por Descartes es la mencionada ~1 dicho
registro. No se trata de ceremonia die la que
Descartes sienta vcrgücn1.a, pues escribió dichas
f<.-chas para no olvidarlas.
Veamos el acta de nacimiento (partida de bau-
tismo) de Francina, fecha 28 de julio de 16,35
(antiguo ¡ de agosto d~e: 1635):
V ADER MOEDER KINT
(padre) (madre) (hijo)
Reyner Jochems. Hijlena Jans. Fransintge.
Reyncr Jochems (.-'5 nuestro Rcnato, hijo de
jonqufn; Fransintge es Francina.
¿Casó l>\.>scart<.-s? ¿Casó con una protestante?
"H1 casamiento de Descarres es para nosotros
111111 otlc los misteri<* más seeretos de !a vida ocul-
-176-

ta que llevó fuera de su país, lejos ue sus pró-


XlnlQS y parientesJJ, dice Bailk:t.
Parece que el biógrafo crea en el matrimonio
del filósofo, upor ser difícil para hombre que
pesó casi toda su vida en las más curiosas ope-
raciones de anatomía, practicar rigurosamente
la virtud dd celibato, de acuerdo ron las leyes
de la 98Jltidad de nuestra religión, prescrita a
los que viven en dicho estadou.
El registro de los bautismos en que está ins-
crita Francina solamente contenía los nombres
de hijos legftimos. Otro rcgil:>"tro habfa en el que
figuraban los nacimientos ilegítimos. ¿No hay
que socar la conclusión por ello qwe la hija na-
dó de matrimonio legítimo de Descartes con la
protestute Helena Jans? Se ha dudado dcl ca-
samiento por no haber hallado rastro de él en
los registros especiales de matrimonios de De-
vcnber. Pero, ¿por qul: suponer que Descartes
casó necesariamente en dicha ciudad?
En el momento (.'11 que fué concebida Franci-
na Descartes habitai.Ja en Amsterdam, desde
luego en casa de un protestante cuyo nombre ha
sido conservado: Tomás Sergeant ( 1 17); él mis-
mo nos ha referenciado sobre el asunto. ¿Por
qué no pudo contraer matrimonio en dicha ciu-
dad? En ella o en cualquier otra de Alemania.
por ]a que viajó misteriosamente, algún tiem-
po anterior al nacimiento de Francina.
Al querer casarse, católico como era, con una
-177-

prot(.."!!tanl-c, tal vez no ¡pudiese recibir el sa-


cramento más QUJC de manos de un pastor. Y si
el matrimonio fué católico, ¿podía ser conside-
rado valedero por el pastor de un templo re-
formado, para establecer la filiación legítima?
'fodo <.-sto añade misterio bastante embarazoso
al que en tal apuro puso la pluma de Baillct y
más cmbarazk>SO todavía, porque Baillct igno-
raba ciertamente que Helean era protestante y
'tue la hija del filósofo habla sido bautizada se-
gún el rito rcfonnado.
¿Protestante por naturalcl'.a, protestante por
tcm~amento? Esa impresión ntostr6 li'oui 11~
1
(u S). ¿Sería protestante en secreto?
Descartes lo n<.-g·ó: negando, en una carta al
P. Mersennc ( 13 noviembre de 1639), fuese a
las upredicacioocs de los calvinistasn. En vcroad
confesó asistió a dos o tres predicaciones, por
4..'Uriosidad, uno por crecncian, añade (119). ¿No
l'r<.ofis que de todos modos, sea o no cierta su
conversión, los otros hechos hacen dudar de la
o¡1inilm de todos los historiad:ores, mostrúndo-
~ tan unánimes en querer art'lcbatar toda sim-
l'ntfa protestante al destierro de Descartes en
llolanda? Por todo. cuanto acabamos de manifes-
tar nos vemos llevados a hacer la sigui'Cllte pre-
~rnnto.: Si Descartes buscó la paz, ¿no fué la
Jlaí'. protestante la que deseaba?

PU. XXXIX 12
- r¡S-

***
Vamos a profundizar el problema. ¿Huiría
Descartes de una Francia persccutora? Otro na-
tural de Poiticrs, Saumaisc, huyó por aquellas
fechas ante dicha persecución; pero hay que
tener en cuenta que Snumaisc era patentemente
hugonote. Hablando de Holanda cscrihi6 que
ulo que más le agTadabe en dicho pa(s era la
libcrtadn (120),
G. Cohcn se muestra dispuesto a creerlo. E.
Gil!IOD y E. Gouhier lo niegan. Este último es-
cribir.: uNo hay duda <)Ue Descartes no hubiera
sido inquietado de haber vivido en Francia•1
(121).
PlK-de ser, pero ¿no temió serlo? ¿Pudo temer
haber sido perseguido? Esa (!S la cuestión.
A dicha pregunta se contesta: No; alegando
especialmente C. Adam que si Descartes creyó
encontrar en Holanda torerancia filosófica y li-
bertad de pensamiento, el acontecimiento pro-
b6 la inexactitud de su dlculo, porque fué blan-
co de las denuncias de los teólogos protestantes.
Efectivamente, aqu~llos ((hicieron campaña con-
tra é1 con la mayor de las violenciasn ( r 2 2) •
Diez años después de haberse instalado· en Ho-
landa dijo al P. Mersenne, que uentre tod_95 los
Ii9-

o4...'Ciesiásticos <le aquel país no tenia ni un soto


amigou (123).
Ni dichas persecuciones ni esas citas sirven
para probar nada durante e1 tiempo en que Des-
cartes fué a Holanda, puesto que antes de 1634,
repitiendo la observación de C. Adam, s61o tu-
• vo amigos entre los hugonotes. Por otra parte,
observaremos <¡uc Descartes habla de •<.'Clcsiás-
ticos, entre los cuales, a decir verdad, ¡parece
no tuvo nunca muchos amigos. Iklesiásticos,
escribe !X:S<.'<Utcs, pero no protestantes. Hay
I}Ue temer en c~to alguna habilidad de su plu-
ma bajo la proleccilm de un hecho cuya realidad
material no sospechamos, desde luego.
Volvamos a Francia. H. Gouhier r<.....'llcrda que
Gasscndi publicó imptmementc en 1624, a11o en
<}Ut: la Sorbona prohibió 11SO pena de la vida11,
la crítica de' Aristóteles, un volumen contra
Aristlltclcs. Pero este recuerdo no va contra la
t<.'&is del historiador, puesto que sabemos que,
entre los siete libros <}UC debieron componer la
obra, Gasscndi publicó uno solamente, fPOr pru-
lkncia, por miedo, como explicó él mismo en
1630: uMe pregunta usted, escribe a Guillermo
&hick.ard, por qu~ no han salido a la luz mis
otra:; uExercitationes,, La causa es los ticmp06
~· las costumbres. Necesitaría de libertad algo
m{ts grande de lo que en sf lleva el estado pre-
'-t.'ll!t.• de las cosas. Por m{ts que he l1e<:ho em-
pil-ando los medios más prl.td"Cntes posibles pa-
- I8o-

ra evitar calumnias, no he tenido la buena suer-


te de encontrar jueces suficientemente equitati-
vos. Por eso, procuro gozar de seguridad ha-
ciendo por plegarme a las circunstancias. Co-
mo el libro heraldo se ha publicado sin la apro-
bación acostumbrada, casi ha provocado una
tragedia. Ya puede usted considerar el trato.
que estaba reservado al resto de la obran ( 124).
Este texto, c¡ue cita en nota Gouhier, proyec-
ta la más discreta luz sobre L1 pretendida to-
lerancia de que hubiese podido gozar Descartes,
de haber continuado viviendo en Francia: ¿Hu-
biese evitado el laico batallador ula tragcd:iau
con mayor probabilidad c¡uc el pacífico t<.-ólogo·
de Digne? No lo hubiese evitado, indudable-
mente, si hubiese hablado y, Descartes (JUCrfa
hablar.
Los eclesiásticos holandeses persiguieron a
Descartes; la pcrsecusión, o más bien dicho la·
amenaza, fué tan viva que hubo monrento en que
Descartes pudo razonablemente temer le detu-
viesen, ver embargados sus bienes¡ no obstan-
te, ni pensó volver a Francia, en la que todo
hubiera sido suavidad pera él. En 1647 o en
1648, esbozó un retorno, que no efectuó¡ prefi-
rió a Holanda, a pesar de sus eclesiásticos te-
rriblemente amenazadores a la Francia tranqui-
la o atormentada por la Frontla.
¿Por qué conti1'lu6 Descartes en Holanda a
pesar de aquellas persecuciones teológicas? ¿:Por
-111-

.qué aquel hombre, al que se presenta hufdo de


su país, únicamente para escapar a los molestos,
con el fin de poder trabajar a su gusto, sin que
, le incomodasen, continuó en aquel país en el
c]Ue los im¡propcrios y denuncias de los teólogos
le hicieron perder mucho tiempo?
Si fué a buscar una simple tranquilidad de ve-
~indario en Holanda, y nada mús, ¿por qué con-
tinuó en ella en la hora de laf; dificultades, en-
tregándose a polémicas, gestiones, durante va-
rios mesc.-s, en las condiciones menos propicias
para el trabajo? (Por qué no volvi6 a Francia,
al primer alerta, ante la primera amena1..a de pe-
ligro?
Si continúa en Holanda, en medio de tales
molestias, de tales peligros, en cuya realidad
~ree, y basta para ello leer su correspondrencia,
en vez de volver a Fmncia, en la que se dice so-
lamente podía sufrir ligeras incomodidades, ¿no
serfl por sentir en Francia peligro mucho mayor
aim? Si no suponemos este. pensamiento en él,
c'<¡uivale a no tener en cuenta w necesi'dsd de re-
poso solamente, cosa que es cierta, sino también
a considerar absurdo su rechazo perseverante en
volver a Francia; todo 'CSO ·inclina a pensar que
no era sblo ia tranquilidad material lo que vino
" pedir a la."' Provincias-Unidas y a la luterana
Cristina más tarde.
Si se equivocó Descartes al creer podfa ser pcr-
~g-nido en Francia por la Igl'CSia y el poder se·
-182-

cular, no se equivocó más que en el momento en.


que debía sufrir pcrsecuci6n, porque el cartesia-
nismo acab6 por padecer persecución, a partir de
la segunda mitad• del reinado de Luis XIV, bajo
]a influencia de los Jesu{tas, a quienes temía.
Enton<.'eS fueron los Cartesianos enérgicamente
perseguidos: todo candidato a cualquier d.tedra
de filosofía tenía que condenar p(tblicamcnte las
ideas del filósofo. El P. de Valois, de la socie-
dad de Jesús, publicó uLas opiniones de Descaf'-
tes opuestas a la.s de la 1Klesia y conformes con
las de Cal-vinon. La Corte prohihib todo elogio·
dirhddo al autor del uniscursou, el día de la ce-
remonia de la entrada ele sus cenizas, en t66¡.
Dcscurtcs tenía motivos pnra n:mer pcrsccu-
'-'ión, que se realizó poco después de su muerte.
Lejos ele haber pecado de ceguera, dió pntcbas
de fina perspicacia. Se mostr6 sensible antes que
nadie a las circunstancias cuyo efecto debía de-
jarse sentir para los demás, en condiciones que
explican particularmente su huída de Francia;
hubo Cartesianos que se vieron obligados a des-
terrarse voluntariamente, para conjurar m6.s
grandes Jll1llcs. Si creemos a Mme. de Sévigne, hu-
bo peligro, durante algún tiempo, en mostrarse
partidario de la nueva filosofía demasiado abi.er-
ta~te.

¿Vivió Descartes en Holanda la vida hosca y


retirada que no pocifa vivir en Francia, seg(tn
~eda? Sin ser hombre mundano disipado, nues-
tro filósofo no huía de todos los dcm{¡s hombres
(.'Ousid~rándolos inoportunos, pues tuvo en Ho-
landa numerosas amistad(.-s, recibiendo además
visitas de sus amigos de Francia, con los que es-
taba algunas veces meses enteros; también ha-
da visitas a los vecinos. Para poner de acuerdo
Jos propósitos de IX'SCartcs con los hechos, y es-
¡x:cialmentc con el incidente Bérulle, se exage-
ró la iusociahilida~l de nuestro sabio. En reali-
dad no era el misltntropo ni el ermitafio descon-
tento que generalmente se nos pinta. Disfrutaba
de vivien.da adecuada a su jerar<JUÍa, frecuentaba
los personaj(."S de hl corte de Nass..<tu, los de la
corte llc Bohemia, los de la embajada de Fmn-
cia. De cuando en cuando hada excursiones al
campo, asistía a los conciertos. M{,s de una vez
le fué dictada la ek<X'ión de residencia por el de-
seo de aproximarse a al¡.,rún amigo o compañero
de estudios, romo se ha hecho observar por al-
guien. Snhcmos cambió de residencia dos veces
para ir en busca de su querido discípulo Rene-
Ti, protestante recienremente convertido, rendo
primeramente a Deventcr, en segundo lugar a
Utrech, donde había sido nombrado ¡profesor
(l2S).
Por lo tanto, la necesidad d·e tranquilidad no
alcanzó en nuestro grande hombre la inmensid4d
(]tte se le ha atribuído. No le vemos sustraerse
a {'53S obligaciones de sociedad que se nos dice
le indujeron a hufr de París y hasta de su pue-
blo, en donde se nos dice también le quitaban
tiempo, cuando babit6 en él.
Consideremos a Descartes en él siguiente re-
trato, debido a la pluma de Sorbi~res ( 1 26); en
él se le pinta con elegancia y agrado:
u(>bscn•l con. gran placer la educaci6n de este
gentiiiJombre, su retiro y su economía. Habita.ba
en un pequeño castillo, muy bien situado, a las
puertas de una grande y hermosa universidad,
a tre.5 lloras de la Corte y a dos lloras cortas del
mar. Ten(a a su disposíci6n un número de cria-
'dos suficknte, personas escogidas y de buen as-
t>eclo; un jardincillo bastante bonito, en cuyo
fondo sr vela un huerto, rodeado de praderas de
la.s que surglan muchos campanarios más o me-
nos cltt•ados lrasta perderse en el horizonte, en
l'l que se t•i.dumbraban algunas veletas. En una
;ornada pod(a ir, -z;.iajando por tl canal, a Utrech,
Delft, Rotterdam, Dowrecht, Hartein, y algun.as
t·urs a A msterdam, en donde disponfa de dos
mil libras de renta en un banc0.1J
uPodta pasar la mitad del d{a en La Haya,
'VOlviendo a casa, hacilndolo pasean'do por el ca.-
mino más bello del mur&ilo, entre pra.dos y casa.s
'de campo, pasando luego por un gran bosque que
~esemboc4ba en el pueblo, com/Jarable a. las má.~
'hermosas ciudades euro/Jeas y sobe1'bio en a.que-
llos tiempos po" la estancia de a.quellas tres Cor-
'tes, entre las cuales la del Pr(nci.¡,e de Orange,
·puramente militar, atrt~la dos mil gentiles hom-
-185-

bres armados par(J. la gu,erra, ataviados con coie-


Jo de btífalo, banda anaranjt:J,da, si~ndo su /Jritt·
cipal ornamento la grande Em14'~ñadura de la es-
pada y la cimitarra. La de los Estados Genera-
les in Legrada por los diputados de las Pro'Vincias-
Unidas, cuya aristocracia -uest!a terciopelo negro
con grande gorguera y barba cuadrada., que iba
gravemente por la,~ plazas pública.~. LA Corte M
la Reina de Bohemia era la de las Gracias, que
·110 eran me11os de cuatro, P.u.esto que Su Majes-
tad tenía cuatro lzijas, ante las cuales desfilaba
todos los dla.~ la buena sociedad de La Haya,
para. rendir homenaje al ingenio y a la belleza de
las princesas ... n
uEn mi juuo interno alababa en gran manera
la. elección del Sr. Descarte.~ por fijar su rcosidefl-
cia Clt sitio tan cómodo, lo mismo que por el or-
den quP reinaba en sus di·l'lnsiones, ad como en
su lranquilidad.n
¿Se divertfa DcscartC's? Era hombre de mundo
y amigo hospitalario: ¿qué queda del l(lersonaje
de Timón que se nos ha presentado?

•••
· ¿ !'l'o explicarían esta especie de hu{da ra1..ones
~ti mentales? También pudieran explicar su
perseverancia en el destierro. Al menos pudiera
ser que las razones de este orden hubieran ma-
ti7.ado fuerte~nte, en su imaginación joven y
-186-

viva, las grandes razones, las razones v<:rdadt!ras.


las profundas, de orden político y religioso. ¿Se-
ria así? El amor desempeñó papel en la vida
del filósofo. ¿Por qué no pensar en él en esta ho-
ra decisiva?
.Encontramos en Baillet una anécdota que vie.
ne bien narrar ahora, por llevar fecha relativa-
mente precisa, cercana a la salida de Descartes
( 127).
Por d tiempo de su partida para Holanda,
~artes habitaba en París en caSi de Nicol6.s
Le VaSS<.'\Jr, un su amigo íntimo con el que hizo
un viaje al PoitolJ; un día, le abandonó brusca-
mente sin mediar palabra, sin ex¡>licaciones pre-
liminart.-s, para ir a alojarse lejos de aqu~l. en
un lugar en que no le puilieren ver, die<! Baillet,
t."scribiendo dictando al hiJo de Le Vasseur, uque
tiene pocos amigos que post.-an su secreto,,
Por casualidad, tras largos días de inquiettt·
des, Le \' asseur consiguió dt.-scubrir la pista del
lilósofo, gracias a la indiscreción de un ayuda
de cámara encontrado a la ventura en la calle.
Pero dejemos que hable Baillet para no perder
nada de tan sabrosa anécdota:
uEra cerca de las once cuando el Sr. Le l'as-
seur, que "Volvfa de Palacio, queriendo aseprar•
se inmediatamente sobre la "Vi-vienda de Descar-
tes, oblig6 al ayuda de cdmara a que l.e sir"Viese
de gufa y le con'dujese a casa del Sr. Descart.es~
l'na 1.•ez llegados a ella con11inieron entrar sitt
-187-

producir ruido, y el fiel coniil.uctor abrió lenJa.


mente la antecámara al Sr. Le Va.sseur, dejándo·
le al instanti: para ir a dar ór.dcnes ~arfl, la ,;o-
mida. El Sr. Le Vasseur se escurrió pegándose
a la pue1 ta de la cámara del Sr. Descartes mi-
rando a través de la cerradura, vién~ole en su
~ama, con las ventanas de la habitación abie.rtas,
la.s cortinas let•antadas, y, .~obre el vel"Qdor, c.erca
de la cabecera de la cama, algunos papeles en
desorden. 1'uvo paciencir~ para estar 11#rándole
durante bastante tiempo, viendo que de cuando
en cu~11tlo se incorporaba para escribir, acostán-
dose t!n seguida para medtlar. La alternatit•a de
estas posiciones duró ca.si media hora a11te los
ojos del Sr. Le Vasseur. Luego Desc.ar.tes se le-
,,a,t6 para 1.1eslirse. El Sr. l'asst:ur golpeó en la
puo la de la haiJitación como si acabase de subi1.
la escalera y llegase en a(JUCl momento. El ayu-
da de cú111ara, cJUe habÚl entrado por otra puer-
ta, .flll! a abrirle, afectando grande sorpresa. 1-:l
• Sr. Descartes quedó profundamente sorpr_enflido
a.l wr a la persona qu.e m.enos esperaba. El señor
Le Vassr.ur le dirigió algunos reproches de par-
te de su esposa, que crefa.se despreciada a causa
de la manera como el fil6sojo ha.bfa abandonado·
la casa. F:n cuanto a él, le n'go comiesen juntos
para da·rst mutuas explicaciones. Por la tarde sa-
lieron para ir a ·ver a la señora Le J!asseur, a la
CJUe Descar:tes di6 am/>Tia.s explicaciones, no a la
manera dP filósofo. sino como hombre galante·
- I88-

~ue sabe el arte de vivir bien con todo el mundo.11


SeiÍJu Baillet, Descartes, al abandonar a su
amigo Le Vasseur pensó úniC'amente en huir de
los innumerables visitantes que llenaban a todas
horas su hogar común. Por nuestra parte le cree-
ríamos voluntariamente, pero, ¿a qué se debió la
intervención de la señora Le Vasscur, que apare-
ce muy conmovida en dicho relato? Y, ¿por qué
aquella hufda en secreto, que pudiéramos consi-
derar como mal proceder, acto descortés para con
un amigo precioso, por parte de un uhombre ga-
lanteu? Para ahorrar a <:ste hombre bien educa·
do al~mos cpftctos desagradables, ¿no pudiera
sugerirse, con gran prudencia, desde luego, la
explicación sentimental? Sblo asf <¡uedarfa des-
provista de incorrecci(m la hufda, groscrla más
c¡ue incorrección, pudiérasc muy bien decir.
Ninguna de las circunstancias de este relato
(lUede descuidarse. Descartes no abandonaba una
vivienda de a1.ar, en la que cstaha poco tiempo;
abandonó una residencia en la que había creado•
sus costumbres, su manera de vivir, en la que
hahitaba desde hada bastante tiempo. El dueiio
de aquella casa era su amigo y de su padre; has:-
ta estaba emparentado con él. En estas condi-
-cion<.'S, el escape de Descartes, tan brusco, tan
secreto, parece una calaverada. ¿No querría Des-
cartes deshacerse de alguna pasi6n importuna, de
alguna pasión desgraciada?
- ISc}-

•••
Si hemos de descartar todas estas hipótesis,.
¿podríamos acoger la de G. Cohen, que cree que
Descartes huyó de París ante la acusación de es-
tar afiliado a los Rosa-Cruz? ¿ Habrú que dar
crédito a la de Leibniz, que en sus notas, bastan-
te llspcras por cierto, sobre la biografía de Bai-
Uet, sugirió .diciendo que el filósofo había salido
de París para csca~pur de Roberval? Su émulo en
matemáticas, su rival, :.1.1 adversario, persona in-
civil y grosero, 1<.- perseguía con sus objeciones
y preguntas allí en donde le 'Cncontraba reuni-
do con alguien Descartes, grun matem{•tico con
la pluma en la mano, parece discutía malamt·n-
te, se dejaba vencer por aquél, hasta cuando te-
nía razón. Leibniz dice: «Roberval me contú en
Parfs que DcS<.'artcs parecía un colegial a su la-
don. Y añade el mismo Leibniz: «también me
confirmaron esto algunos otros u ( r 28).
¿Escaparía Descartes de París debido a orgu-
llo al verse excedido por aquel disputador que
triunfaba en París? I,o dudamos. Por otra parte,
equivaldría a que tan mínima ~ausa produjese
tan desproporcionado efecto. Pero admitamos
que la hlp{>tesis estl- justificada; después de todo
no nos explica la elección de Holanda. Hay otra
razón, razón que nos obliga a recha1.ar tal pro-
-190-

pósito: parece que Descartes y Roben-al no se


conocían en 1628. Hasta parece cierto, al menos
siguiendo el relato de Baillet, que Roberval no
tuvo discusiones con Descartes hasta mucho des-
pués de su salida pera Holanda, por sentirse
despechado al no recibir un ejemplar del ccDis-
curso sobre el Mélodon. En este caso la enemis-
tad aconteció en 1637·1638.
En esta vida turbulenta, orgullosa, temerosa,
no hallamos más que incertidumbres. ¿Abando-
naría D~scartes Parfs eu noviembre de 1628, a
consecuencia de alguna contrariedad sentimen-
tal? ¿Se instalaría en Holanda en cl afto 1628,
por miedo a verse inquietado y perseguido como
espíritu libre, como Rosa-Cmz? ¿Habrá que cr<.-cr
que este destierro en Holanda fuese debido a
alguna amargura de enamorado sumada a segu-
ridad de filósofo? ce¿ Qué otw país hay, escribió
a Balzac en 1631, en el que pueda gozarse de li-
bertad tan completa ... n? ( 129).
Di6 Descartes sobre su marcha una raz6n que
desmintieron todos los acontecimientos de su vi-
da en Holanda, tanto los reales como los vero-
símiles. No vivió en ella como el cenobita disi-
mulando su natural cortesía bajo el capuchón del
misántropo. Cierto es gustaba de tranquilidad;
huyó de los importunos, como todo el que quie-
re dedicarse al ti-abajo. No era taciturno, sino que
amaba la honesta diversión del hombre dedicado
a los estudios. Alguien, que le conoció en Holan-
-191-

da, encontraba en él flema y alegría. ~o podría-


mos, por lo tanto, admitir salió de Francia para
buscar una especie de reposo hur~uio, que nada
hiz.o por buscar: podemos supon~r más razona-
blemente, respetando todas e;as certidumbres,
que fué a buscar las elevadas comodidades espi-
rituales de ambiente más tolerante, Hentre la
muchedumbre de un gran puehlo fuerte y activo
y más cuidadoso de stts propios asuntos que cu-
rioso en cuanto a los dd pr6jimo.,, Vamos. a re-
petir las palabras de Saint-Evremond, que vivi6
alg(m ti~mpo en Holanda, unos diez atios des-
pués de haber fall<."Cido Dcscartl>S: clulcc fué para
el filósofo ir a vivir en un pafs en el <JUC podfa
e~ar logftimamcntc que las leyes le pusiesen
a cubierto de las voluntades de los hombres, y
en el que, para estar seguro de todo, bastaba es-
tar seguro de sf mismo.
CAPITULO 11

Descartes mira a su alrededor


•No qalero aer da aquellos pequello~
arteaanoa que Qnlcamente trabaJan en el
remiendo de obras vieJas, por sentirse
lncapacea de emprender nuevaa.•
Dncarlea.
(•lnveatlaaclón de la Verdad•. •Obraa•
x. p.I09.)

Pasó tiempo: nuew o dic-t años de <.'Studio asi-


duo. lx:scartl-s habw <.'Studiado anatomía, Hsi-
ca, qufmica, al>tronomfa, matcm6ticas, metaffsi-
ca. Su curiosidad era insaciable. Escribió algunos
trataditos, que no entrcg(1 a los impr<:sorcs, sobre
esgrima, sobre música; lf:nvi{J cartas que se co-
municalxm entre Jos sabios. Su gloria era gran-
de antes de haber dado nada a la imprenta.
El año 1ó34, año en <¡ue Federico-Enrique de
Orangc tomó Maestricht a los españoles, Descar-
tes emprendi6 un viaje a Dinamarca con Ville-
bressieux, ccm&lico qufmicou, como sabemos,
pafs donde tal vez residiera ya en 1631. Tam-
bién ful: a la ccBaju Alemanian. Fué éste viaje
misterioso, al d«ir de Bayle, pues los viajeros
no se preocuparon de informar al público sobre
su destino. ¿Fueron a visitar a médicos Ros-ero-
censes dinamarqueses, a los Bartholin, pongamos
-193-

por caso, uno de los cuales le rindió homenaje


más tarde, d(.-dicán'dole algm1os versos? ( 130).
El alquimista Glaubert de-dicó uno de sus libros
a F. R. Bartholin (131). ¿Irlan a visitar a los
Rosa-crucenses alcmanoes, llegando hasta Suavia?
'ral vez fuesen a desempeñar alguna misi6n con-
fiada por Federico-Enrique de Orangc.
Un personaje, que llegó a mariscal de Francia,
Federico de SchombcrA', Wjo de un dignatario
de la corte del conde palatino Federico V (so-
brino polftico de Federico-Enrique), se uni6 en
aquel momento al cjl:rcito sueco de Bernardo de
Sajonia-Wcimar, que fué vencido por los Impe-
riales cat61icos en Nordlingen, ciudad de Stta-
vi.u, los dfas 5 y 6 de septiembre d'e 1634. ¿Se
unirfa Descartes a dicho Schomlx.'t'g, que sirvió
{.'01110 él en el ejército de Orange? La prc~,cncia
de Vinchrcssieux, constructor ingeniosfsimo de
diversas máquinas de guerra utili1..adas en los
aS(-dios, explicaría muy bien el caso.
Nos sugiere esta hipótesis el hecho que Baillct
nos sefiala, con pru(lencla: que Villebressieux ha-
bía inventado notoriamente un punzte 1!ola11le y
un carro-posta, el primero para escalar pla1.as
()Ue tuviesen foso ancho y profundo, el segundo
pera tm n sportar soldados heridos ( I 3 2) . El se-
creto que parece haber guardado particularmen-
te Descartes sobre este viaje, unido a la marcha
de su camarada Schombcrg y al hecho de que
Vilk·hr<:'Ssicux era reputado inventor de máqui-
Pll. XXXIX 13
-194-

nas de guerra, deja perplejos. ¿No tóm.aría par-


te Descartes en la guerra, por segunda vez, en las
filas protestantes? Ad'emás se recordará que el
príncipe de Orange apeló una o dos veces a la
sabiduria del filósofo.
Toda la historia de los viajes y estancias de
Descark>S en Alemania \.'Stá por escribir a la ma-
nera que G. Cohcn escribió la de Holanda: tal
vez se cll<'uentre en las listas de los ejércitos o
de las univcrsidade;, en 1619, 1620 y t631, lo
mismo <¡uc en 1634,· el nombre del señor del Pe-
rron, del Picto del Perron. Es este nombre que
pued~ haber escapado a los historiadores alema-
nes, poco familiarizados con un nombre conoci-
do de los filóeofos franceses hace pocos años.
'fodos. se extrafiaron ante la riqueza de sus
amistades, de sus luchas, de sus contactos con
Holanda, que durante mucho tiempo se h.abfa
tendido a resumir en los incidentes Becckman y
Voecio, antes de las obms debidas a la pluma de
G. Cohen; lo mismo {)()demos decir de la estan-
cia de Descartes en Suavia, tan rica en místicos
y matemllticos, recopilada solamente en la anéc-
dota de la estufa pueGler ina de tos alrededores
de Ulm.
Fecundos años fueron aquellos. En el 1631,
como ha demostrado L. Brunschvicg, el \.'Sfuer-
zo técnico provocado por el estudio del proble-
ma de Pappus condujo a Descartes a concebir
-195-

lo que en la 11Quinta Meditaci6n11 llama "Mathe-


siJ pura atque abstraclan; eu el 1634 esbozó ua
pequeñO "Tratado del Hombre11 y del ccAnimal»:
en 1635 redactó una teoría sobre la nieve. Tam-
bién fúcron años de felicidad, pues inició tam-
bién un idilio con Helena Jans, de la que tu~
una hija. En 1636 perdió a su amigo Beeckman,
ángel de sus enSUIC1ios. N o le lloró, pues su amis-
tad hacía bastante tiempo se había enfriado. Lle-
~amos al año grandioso del destierro enigmático,
la fecha decisiva, la más ,grande de las fechas car-
kSianas, y tal \'ez la más grande en toda la filo-
sofía moderna: 163;-.
Ese fué el año del uDiscurso sobre el Métodon.
~o afirmaremos fu<.-se el año de la ra7liD tran-
quila, puesto <JUe en él mi!illiO el I>. Eudes pu-
blio6 uEl Reino de ]csúsu, uno de los primeros
gl-rmcnes dd C'Ulto y devoción al Sagrado Co-
razón. Era el año de la gramlitica: el Parlamento
registró las cartas funcionales de la Academia
Francesa, cuya primera sesión oficial se verifi-
có en casa del card<:1tal Richelieu.
Ad<.'11trémonos en esta l1)0Ca un poquito más
y llegaremos a los años 1637-1638: el año del
uCid,,; 1640: fecha en que apareció el libro de
Janscnio, el "A ugusiÍI!IIsn, que trastornó tanto o
más que el uDiscurson los espfritus franceses en
aquel momento. Los trastornó durante un siglo
porque dió como resultado las luchas entre los
jum!tas y Port-Royal; vinieron las 11Pro'Uincia.
-196-

les>>, casi un cisma político, una herejía, y tar.


vez anunciaron la Revolución.
Descartes, Jansenio, Corneille: tres hombres,.
tres renovaciones, la de la razón y la de la sen-
sibilidad, una renovación religiosa, filosófica y
literaria. Una restauración polftica también: Ri-
chelieu reinó a partir de 1624, muriendo en 1642.
Todas esas cosas ocurrieron durante una veinte-
na de años.
En dicho corto lapso de tiempo hubo aspira-
ción al orden, en~rgica, inmensa, metódica. En-·
tró la poda en el frondoso bosque: Descartes, en·
lo tocante a la filosofía escolástica; Corncille, en
la tragedia; Ricl~lieu, en el sistema feudal. Tam-
bil"'l tuvo la arqnitl-ctura su Descartes: el artis-
ta que inventó la frfa y noble ordenaci{m de la
pla1..a de los Vosgos, en el centro de París, que
se cxtcncHa sin plan, en el más intrincado de
los enredos.
Estilo Luix XIII: estilo severo. Severo era·
tambil"Il el rostro de la gente: de aquella época,
por encima de la gorguera blanca y bajo el ne-
gro chambergo de fieltro de anchas alas. Consi-
derad a Bel.zac, Descartes o Corneille, Saint-Cy-
rán, t:1 amigo de Janscnio: todos ellos presenta-
ban la misma gravedad meditativa. Eran con-
temporáneos por su actitud, por no se sabe qu~·
tristeza que llevaban en la mirada. Estaban ro-
deados de algunos epicúreos. Aquel Descartes,
aquel Corneille, aquel Saint-Cyrán, aquel Bal-·
-197-

zac, amigo de Descartes, pertenecían a una mis-


ma especie: estoicos, gente cuyo humor se ha-
bía hecho razonable.
Sran figuras reflexivas, tal vez inquietas. Lo
que sucedía era que para aquellos grandes hom-
bres, cuyos oídos eran sensibles a todos los ru-
mores exteriores, aquellos tiempos que die lejos
nos parece grandemente unifi(.-ados, abundaban
ostensiblemente en complicadísimos cepos y aña-
gazas. La tolerante razón laica nació con Descar-
tes, pero ante ella hahfa un importante movi-
miento religioso. Contraste sentimental que pron-
to se convirtió en político. Estaban entonces en
las polémicas, aproxim{IDdose d tiempo en qt:c
llegaron los encarcelamientos, los destierros, lo~
autos de fe, y hasta las brutales y sacrllc~s ex-
humaciones de cadáveres. El libro del P. Eudcs
no fué obra aislada. Un gran vi'cnto místico so-
plaba a través de la Iglesia, a través de toda .,
la sociediad.
Los jesuitas volvieron a Francia, en x6o3; los
judíos fueron expulsados del Reino en x6xs. Es-
tas dos fechas se relacionan una con la otra. En
1618 V'Olvk>ron a abrit' ICD París los jesuítas su
-colegio de Clermont, revelándose rápidamente su
preeminencia. Hacia 1635, Port-Royal conoció
días de gran piedad, bajo la· dirección de Saint-
Cyrán.
Pululaban Las órdenes. x6n: fundación del
Oratorio; 1628: la de las hijas de la Cari~d;
-198-
163.3: la de la CongTegaci6n de la Propaganda
de la Fe; 1633: del Instituto para la AdoradfJJl
Perpetua del Santísimo Sacramento. Se trataba
de órdenes prósperas, influyentes. Eran la épo-
ca en que brillaron los Bérulle, los Bourdoisc,.
los Vicente de Paúl, los Ollier, los Condrén. En
1638, un año después del nDiscuTso sObTe el Mé-
todoll, Luis XIII puso a Francia bajo el patro-
nato Je la Virgen. Un Saumaisc o un Naudé se
burlaron, pero discretamente. Los cosas eran
muy serias para súlxlitos de un rey cuyo primt!r
ministro era un cardenal que soñaba en ai,I!Ún
patriarcado galicano.
~ enviaron misiom:s a las provincias; huoo
vigoroso csfuer7..o contra los protestantes, en el
Poitou, provincia natal de Descartes ( 133).
F.sta nContra-reforma11 tuvo su centro en la
Compañfa del Santísimo Sacramento ( 1629), so-
droad secreta cuya historia escribió Raúl Allier,
sorprendente historia indufda en un libro c~le­
bre cuyo car6ctcr nos da a entender su títu-
lo: nL4 Cdbala de los Devotosn. Era poderosa y
se asignó la carga de vigilar la piedad de los ca-
tólicos, denunciar a los sacrflegos, a los herejes;
per9egufa especialmente a los mMicos hugono-
tes. Sn celo llegó basta hacer detener a los ca·
rreteros ·que juraban en la calle. ccEspionaje
sagrado», escrihi6 el eminente historiador, ccSain-
te Fehme de la moralidad pública11.
la uCábala11 nació en el ambiente en que evo-
-199-

lucionaba el cardenal de Bérulle: su sucesor en


el generalato del Oratorio, el P. de Condrén, y
uno de sus sobrinos fueron miembros muy acti-
vos de la Compañía. También pertenecían a ella
muchos curas. Tenfa confidentes en todos Jos me-
dios, entre los curiales y los que ceñían espada;
pocos ciudadanos. Poseía sucursales en Orle6ns a
partir de 1632, en Angers, desde I6JJ, en la Fle-
che, a raíz. de 1635· Tiunbiéu las tuvo en otra!>
ciudades¡ la red era bastante tupida.
A pesar de la unidad religiosa se sostenía con-
troversias de .aspcrez.a inaudita, que m>onfan fren-
te a fr<.•nte veinte tendencias distintas, a las es.-
eudas, a las Ordenes, a los amigos y adversa-
rios de Aristóteles, en el mismo seno de la Igle-
sia. Se trataba de c¡tu.:rcllas ()tlc se prolongaron,
no siu ferocidad, durante todo el siglo. Richdieu
iutcnino en todas estas dificultades con su ru-
dte7..a habitual: debido a órdenes suyas, Saint-Cy-
r6n, director <.-spiritual de la gente de Port-Royal,
piadoso asceta, fué encarcelado en la Bastilla, en
1638, 1m año después del cclJisc~rso,, permane-
ciendo en ella hasta que murió el e<homhrc tojou.
Un importante personaje eclesiástico, doctor de
la Sorbona, Richer, que fué mayordomo en el co-
legio del Cardenal Lemoine y síndico de la Sa-
Jn"ada Facultad de Teología de Parfs, publicó en
J6II, un libro consagrado a la disciplina religio-
sa., que parecía amenazar el poder real y la in-
falibilidad de la Santa Sede. Al menos sus ad-
- aoo-

versarios fingieron equivocarse para perder a un


espíritu indqx:udiente, que pensaba que los dele-
gados en los Estados estaban por encima de los
reyes. Despojado de sus funciones, fué encerrado
en la cárcel de San Víctor, a consecuencia de vio-
lentas controversias entre gente de Iglesia. Ri-
chcr sufrió persecución por parte de Richelieu,
pr<.-cisaltl<!nte en tiempos en que Descartes exte-
riorizó claramente sus temores con rc~to a los
Je.-,.tftas ( IÓJO), cuya víctima parece fué aquel r<....
ligioso.
Había que obedecer o perecer. No solamente
se ejecutaba a los rebeldes en nombre del rey.
Adcmfas de la simple persecución que pesaba so-
. ore Port-Royal, a partir de Richelieu, hubo terri-
bles ejecuciones de herejes e impíos. Ces discu-
siones entabladas entre autorL'S, las controversias
sorbónicas, acal>aban con frecuencia en la pla7.a
de la Grcve o en los calabozos. Se daba a la pa-
labra Hlzcrcje", significa'llo muy amplio. La menor
duda sobre la fe hada cal'r el terrible y mortal
epíteto sobre la cabc7.a de los imprudentes. Los li-
bertinos, los ateos, o ateístas, pues se emplearon
ambas palabras, los protestantes, los cultipar-
listas, eran igualmente per~idos y denuncia-
dos. Todo defsta era calific:\do de ateo. En aqnc- •
Dos difíciles tiempos Vanini fué llamado Prín-
cipe de los Ateos, de la misma manera que d~fan
que Lucifer era Príncipe de las Tinieblas.
Muchos fueron los místicos, muchos fueron
-201-

también los libertinos en aquella época, aunque


~stos últimos lo eran en secreto. El P. Mersenne,
amigo de Descartes, evaluaba en un texto citado
-con frecuencia el número de ateos exiM:ente en
París en 1632 en so.ooo. Esta cifra par&:enos exa-
gerada, si bien hay que tener en cuenta que en
dla figuraban algunos indoltmtcs, otros tibios en
sus creencias y husta bastantes negligentes ama-
blemente tt>icórcos, confundidos todos unos con
-otros, designados (."Qn la misma denominación, de-
bido al azar de la indignación y de La intok'l"an-
-da. El mismo .Merscnnc escribió un libro contra
la u/mpieda.d de los Deístas, at.cos y liberti1tosu,
que llevaba la kdta de 1624· m execrable atcfs-
1110, como dijo en su tiempo Montaigne, el risue-
ño y benevolente girondino.
En su uTratado sobre el Vddou obS<.•rva Pascal
uno es posible presentar novedades sin peligTosn.
Saurnaisc, en una carta f«hada en Lcydcn en
IbJ8, consid<'t'a la palabra herrje ~inónima de
ccdigno de la hogueran. He aquf sus propias pala-
bras, que seguían a algunas burlas inspimdas en
d célebre voto de Luis XIII: ullso es hablar co-
rno un hereje, es decir, como digno de ser quc-
madon {134). También Descartes sabía que el li·
hcrtino u tenía motivos para temer el fuego u ( J 3S).
Forhmato Strowski, historiador de Pascal y coe-
táneo suyo, escribió: uCostosfsimo resultaba ser
ateo, (136).
-202-

Abramos el martirologio que no podw ignorar


Descartes.
El 19 de febr-ero de 1919 Vanini fué qu~mad(j
en Tolosa. El rugido que lanzó cuando el verdu-
go le arrancó la lengua tuvo eco tan exten90, que
duró varios siglos, llegando basta nosotros el te·
rror producido por él. Balzac ft1~ quien nos rela-
t6 w¡uel suplicio atroz.
El ateo Juan Fontanier de Montpdlier fué que-
mado vivo en t6:tt.
El poeta impfo Teúfilo de Viau, uno <te aque-
llos ccgro1.4uosll tan estimado por nut.-stro Gau-
ticr, fué <¡uemado en ~figi<· el 19 de agosto de
Jb.zJ. D~sgracia pasnj~ra, desde luego, <¡ue no pri-
v6 al amigo de Des &rreaux, tras sumisión vaga
e insin~ra, de s<:r ~nterrado ron toda la pompa
de la Jgk-sia; en su entierro se contaron diez y
ocho curas; por lo que se ve, hay siempre gran
diversidad en Jos rencores y doctrinas de una mis-
ma ~poca.
A petición de la Sorbona, el Parlamento de Pa-
rís orden(•, por bando del 4 de septiembre de
1624, se destruyesen catorce tesis que atacaban n
Aristóteles, prohibiendo ademlis, CISO pena de la
-:.oida11, que fuesen atacados los autores antiguos.
Mandando Mazarino, quemaron a Claudio Le Pe-
tit y a D' Ambleville, Luis Jauffred y a Urbano·
Grandier. Su intendente Emery decía en pleno
consejo, si creemos al cardenal de Retz, que u la
fe era cosa de mercaderes•• ( I 3¡) .
-:103-

Las dificultades en cuanto a la manera de pen-


sar iban lejos, porque, romo observa F. Strowski,
a quien hay que citar para estar conforme en esto
con la verdad religiosa, ula religión no estaba
trabada por Aristóteles solamente; también lo es-
taba por sus propias pretensiones. El Santo-Ofi-
cio quería juz.garlo todo, con la Biblia en la ma-
no; los t<..oólogos decidían sobre el sistema de Co-
pérniro; Galileo cstnbo a punto de s<.'T condenado-
en Roma11 (r38).
Había estoicos cristianos, entre los que figura-
ha Pasen!, libertinos ateos, ntfsticos, tanto m el
Oratorio romo en Port-Royal y en In Trapa. Pero.
no todo era libertinaje de t·spíritu y misticismo.
pues tamhiC:n había moderados en indiferencia y
en piedad, no faltando tampoco innumcTables.
Tartufos, devotos, scgím La llruyere, es decir,
falsos devotos.
El vado intermedio entre ambas tendencias fué
colmado por el probabilismo, por parte de la pie-
d.'ld! d probabilismo jesufstico, al que tanto ho-
rror tenía Descartes, probobilismo, casuística u
oportunismo, como se quiera llamar; oportunismo·
moral, co,n tales directivas que, según escribe For-
tunato Strowski, ula conversión deja de ser con-
vergencia de todos los poderes hacia ~os, ( 139) .
Por eso llegó a 5er asunto de moda, de conve-
niencia, pero no de razóD. Fe de tibios, fe de
mundanos que, para comprenderla, precisa rom-
parar la Sosería de aquella piedad debilitada con•
- :Z04 --

~1 trágico misticismo de los jansenistas, graves,


-enlutados, silenciosos, enterrados en vida en el
~,ralle pantanoso de Port-Royal.

•••
¿Dónde podía buscar apoyo Descartes? No en-
tre la gente de fe, puesto qnc no sabía dudar;
tafl1>0CO entre los libertinos, porque su duda ca-
recía de fecundidad. La credulidad imperaba en
todas partes, hasta entre los 1nás inteligentes. El
·céld>rc historiador Thou, .fallecido en r(>I7, crda
en los sortilcgiüS y la astrología; un doctor de la
Sorbona <}Ue gozaba entonces de gran n-putaci6n,
Juan Filcsac, fallecido en 1638, creía <:tt el poder
.de IO!i hechiceros, diciendo públicamente que los
hah(a a millones y quejándose de su importuni-
dad e impunidad. Esa credulidad era profunda,
puesto que el cartesiano Malebranche la sufrió
tamhién. Mme. de Sévigné creía en la virtud de
unos polvillos que producían simpatía, lo mismo
que el caballero Digby, uno de los amigos de Des-
cartes. Todos los años entraban en las cárceles
centenares de hechiceros, que eran torturados. En
tiempos de Carlos III, d'Uque de Lorena, fallecido
~n 16o8, perecieron en la hoguera en menos de
quince años, tras haber sido cruelmente tortura-
·dos, unos novecientos desgraciados acusados de
brujería ( 140) .
A la pluma de Margarita Pérler del>emos un
- :!05-

relato de hcchi~ría en el que se vieron envuel-


tos su padre, estimable hombre de ciencia y gran
personaje que :figuraba en el Esta<.lo, y su herma-
no Bias ( 141). De creer a Rapín, el caball'e'ro Mé-
ré evocó al diablo con Pasc-.11 algo más tarde
( 142).
Vumos a la Corte de Luis XIII, cu la <]Ue hace
ya muchos días q11e el abate Brigadier obraba mi-
lagros. Era limosn1:ro de la sobrina dd rey. Una
señora le entregó un vestido rojo, que al conju-
ro del abate se convirtió en verde. El hermano
del rey quiso también se le hiciere un milagro;...
al momento sali6 mágicamcntc d.c bajo la sotana
del prestidigitador uu pollo. El hermano <.lel rey
se molestó lleno de espanto y puso mano a la es-
pada; ¿se trataba del Malo?
m mago le detuvo con un gesto, diciendo:
-¿Sabe usted, Mon.scilor, que esto no es jue-
go? Por lo visto se trataba de cosa muy seria.
Algunas semanas después, cutre los cortesan06 se
rumoreaba que el pollo era un gallipavo, con lo
qne empeoraba el milagro.
-Prima, dijo la reina a su pariente, con gran
¡ravedad, no me parece bien tengas un limosne-
ro que troca los pollos en gallipavos.
Era un gallo; Lconora Galigai fué quemada
viva en 1617 como hechicera, por haber coopera-
'do a ofrecer un gallo al diablo. Sin duda la reina
pensó, presa de espanto, en aquella encamaci6n-
satánica.
- :zoó-

Nada de todo aquello era razonable para el jo-


ven desterrado. Todas aquellas cosas no dejaban
<le atemorizarle.
Entonces dirigió su vista hacia el dictador: Ri-
chclieu era tan crédulo como el hermano del r..:y.
Consultaba el horóscopo por mediación de los
Carmelitas del Cardenal de Bérulle para saber el
<lía en que caería La Rochclle. Y, cosa curiosa, el
místico, cuyas cartas al vt:nccdor de Juan Guitón
han sido conservadas, rio con placidez ante las im-
paciencias del reahsta crMulo ( 143). Por Baylc
sabemos que consultaba también el hor6scopo va-
liéndose de Morfn, astrónomo-astrólogu.
Tamhién dice Bayle que Richdieu tenía como
bibliotecario a un ocultista y cabalista llamado
Jacobo Caffarcl: creía en la rpioora filosofal. En
otra época die su vida, este Caffarel fué secretario
en la mansión del Sr. De La Thuill:crie, siendo
embajador en Venecia. El Sr. De La Thuillcric
fué más tarde ~migo de Descartes. Este familiar
del cardenal publicó, m 1629, un lihro singular
que llevaba por título: uCu,riosi.da.des inaudita.s so-
bre la. escultura tali.smánica de los Persas. Horós-
copo de los Pa.triarca.s y lecturas de las estrella.sn,
obra reeditada en 1631, en 1637, 1650 y 1679, en
la que Cnffarel pretcndfa demostrar que los talis-
manes, o figuras consteladas, tenf.an poder para
hacer a los hombres ricos y afortunados, para que
una casa, o todo un país, quedaran exentos de
- 20j-

dertos insectos y animales venenosos, y de todos


los daños debidos al aire.
No faltaron los astrólogos en tiempo de Descar-
tes. Según dice Segrais ( 144). Gassendi fué un
tiempo alumno de astrólogo. El astr6logo Morfn,
con el que Descartes tuvo amistad cordial, fué
profesor en el colegio d·e Francia; el año mismo
~~~ QU(' apareció el ccDiscurso sobre el Mélodou,
Campanella interpretó el horóscopo del delfín,
hijo de Luis XIII ( 145). También se interpretó
~1 horó~OilO de Luis XIV una VC'l en el trono:
una mc<.lalla dre- Roussel perpctt'ta su memoria .

•••
En tal ambiente, el saber era extraño y los sa-
bios crl:dulos, a la manera de <:a1111,PCsinos atrasa-
dos de nuestros días; ridículos y pueriles, hasta
punto que diffcilmente puede imaginarse, culti-
vaban las ci.encias infantiles.
El célebre amigo de Descartes P. Mersenne, era
~stiruado como sabio serio, siendo también lUlO de
los hombres más crédulos, extremadamente cré-
dulo: u¿ Qué no puede hacer el hombre?u, ICSCribe
gravemente en un libro para edificación de im-
píos, <!puesto que engendra potros, como una mu-
jer en Vcrona en el año 1254; un ser medio pája-
ro en Ravcna, en 1513; un ser medio persona y
mroio ternero, en el pueblo de Stbethel de Sajo-
11 ia, un niño con cabeza de rana en Boileroy en
- :zoS-

1517; un senú-perro en el año 1493 y un verdade-


ro perro, excepto la cabeza, en Autiers, en 151711
(14'>).
Como se voe, cada una de dichas utonteriasu~
como dice Fortunato Stro~·ski, lleva su fecha co-
rrespondiente; no es esto lo menos curioso en el
asunto, porque estas fechas sirven de base y les
dan carta de hecho patente en el cerebro del .Mí-
nimo, ((.)' tt~n mir.imou, como decía ingeniosamen-
te Voltaire.
No estunaba Descartes la escolástica en que la
teología se mezclaoo con la filosofía y la ciencia.
Su uDiscurso11 está cepleto de burlas rontra <.'Sto;
él nos dijo que en su l.opoca se aceptaba entre la
gente culta las promesas del alquimista, las pre-
dicciones del astrólogo y .IGs imposturas del ma-
go. En este ambiente crédulo nacieron y desarro-
llaron naturalm<."Dte algunas ciencias singulares,
formadas ·casi todas de palabras y supersticiones.
Jlabfa gente seria que se preocupaba de refutar
algunos de sus puntos, mientras creía en otros.
Uno de los maestros de Descartes en La Fleche,
d P. Francisco, relata en un libro contra la astro-
logía judiciaria, las varias denominaciones dadas
a las artes de la superstición; su enumeración es
clesconcertantc:, aunque incompleta. Vetdad es que
declara no mencionar mb que ((aquellas que mis
en boga están,,, Dichas artes eran:
la Geomancia, que adivina las cosas futuras
valiéndose de la tierra; la Hidromancia, que las da
-209-

a conocer por medio del agua¡ la Piromancia, por


nH.:dio del fucgo¡ la Belomancia, por las flechas;
111. Koskinomancia, por las cribas; la Catoptroman-
cia, por los espejos¡ la Oinomancia, por el grito
y vuelo de los pájaros; la Esplagenonwncia, por
las cntroñas de los animales; la Necromancia, por
los muertos¡ la Fisiomancia, por la complexión y
proporción del cuerpo¡ la Prosopomancia, por las
líneas y rasgos <kl r06tro; la Quiromancia, por
las rayas y partes de la numo; la Onomancia, ¡por
las letras del uombre; la Oniromancia, por los
sueñ011, la Cábala, por ciertos nombres y tiguras;
la Astrolomancia, por los Astros ( 147).
Errores y engaños de los astrólogos, (\ice el P.
Francisco; pero tambi(>Jl &1 era supersticioso, y
mucho. Debido a la prodigiosa credulidad de
aquella época, creía, por ejemplo, uera cosa pro-
bada por la frecuente experi<."ltcia qu•(· los anima-
les, y particularmente los hombres, no mueren
nwtcu de muerte natural en las costas marinas
de Dieppe en Nonnandfa, más que durante la ma-
rea saliente, mientras en Guyana sucedo lo mis-
mo, pero durante la entrante.11 Crefa también que
las comadrejas iban a morir en la boca de los
sapos.
El libro en qul!! este autor pretendía de acuer-
do con su título, probar que las supersticiones
üstrológicas ueran falsas y perniciosasn, está fe-
diado cn x66o. Fácil' es recordar que en aquella
fCC"ha hacía diez años que Descartoe-s había falle-
Pll. XXXIX
- :uo-

cido. Eso es lo que enseñaba por demostracidn,


un estimado maestro, perteneciente a uno de los
col.oegios más reputados de Francia, a la orden
francesa más libre e independiente, veinte años
después del deslumbramiento producido por las
ideas claras y visibles, veinte años d1e5pués del
Pentecostés cartesiano. Para demostrar el impe-
rio que 't:jercfa la credulidad hasta sobre el es-
pfritu de los escépticos, podemos añadir que La
1\fothe Le Vayer, preceptor del Delfín, futuro
Luis XIV, discutfa sobre el sexo de las estrellas.
El ambiente que Descartes habfa abandonado
era precisamente el que debía proporcionarle lec-
tores, aqud sobre el que planeó. Se vela al mis-
mo tiempo las ftt<.'l'Z8S de los mfsticos por una
parte, la pobreza intelectual de los sabios, por la
otm. Unicamente existía un punto de coinciden-
cia entre ellos: las supersticiones, que eran co-
munes a todos: a los pirronianos, a la gente de
fe, a los sabios. Como no sabfan obsen•ar, no su-
pieron dudar. Nada de método, es dCcir, ningún
espíritu de crítica. ·

•••
En e] caso Descartes habriase producido dema-
siado milagro, si (!j} su tiempo no hubiese habido
m&s que misticismo de\roto, supersticiones popu-
lares que se combinaban con las tontcrfas sabias.
Admiraba Descartes en la persona de Keplero a
- 2li-

uno de sus precursores en óptica. 'fambién hubo


grandes geómctras y matemáticos, entre los que
descolló Viettc. En r624, Gassendi atacó la filo-
sofía escolástica con sabiduría; Harvey publicó
en 1629 el céltehre libro en el que demostró la cir-
-culación de la sangTe. Sabernos que Descartes le-
yó este uDe Motu Cordisn. En todos los alqui-
mista'S y astrólogos, de los que nos burlamos, se
.observa algunos esfuerzos, que, desde nuestro
punto de vista moderno, no dejan de tencr inte-
r(-s; hasta "tuvieron en alglllnos puntos visionea
científicas como rcUunpagos. Finalmente, por cn-
·cima U{' tantas scmicicncias, tuvimos la inaudita
darividencia de Bacon, que murió diez años an-
tes de que se publicase el uDiscurson, el genio de
Galileo, que, de haber di!lfPU<:Sto como 'J)cscartes
<lcl arte de las fc',rmulas reguladoras, bulliera te-
nido derecho a disputarle la gloria de haber abier-
to la era de la filosoffa y de la ciencia experimen-
tales.
El telescopio estaba inventado .ya desde comieu-
zos del siglo XVII, no se sabe por qué sabio y
en fecha que se ignora; Galileo lo pcrfcccion6
procediendo a más extensa exploración del firma-
mento, que muy pronto conocieron en stt intimi-
dad y movimiento sus sucesores. El principal
clecto de esta mirada perforadora de la bóveda
estrellada hizo que el antropocentrismo b!hlico se
hiciese cada día menos defendible: C".aliloo lo su-
po a sus expensas. Gracias a este anteojo se cons-
- :Zl2-

tituy6 una ciencia precisa, la primera ciencia pre-


cisa de observación, sin supervivencia teológica
alguna. El firmamento quedó convertido ten reali-
dad física y matem~tica. Revolución inmensa que.
ya había previsto en alguna medida sentimental-
mente Vanini. Descartes escribió en la última-
página de los uMeteoTOStt, unada se verla en las
nubes eu lo futuro que causase admiración,. Ad-
miración o superstición, porque todo se expli-
<:arfa.
Qui90 Descartes, sobre todo, combatir a Aristó-
teles, al m~'tlOS al Aristóteles de los escolásticos.
Los alquimistas habían n:chazado ya algunas de
lus sutilezas aristotélicas. El mismo Merscnne,
el padente y crMulo Mcrscnne, escribió un dfa,
no podía prevalecer Aristóteles contra la expe-
riencia y contra la o~'1'vaci6u. Se adhirió a las
enseñanzas de Copérnico y de Galileo, aun tras
la condenación de este último por el Santo Oficio,
cosa que no se podía hacer entonces sin tener va··
lor para ello y clarividencia. F~tc religioso, cu,ya
fe parece sinoera, se atrevió a escribir en sus
uQuestionnes in Genesim11, que ulos diferentes pá-
rrafos de la Sagrada Escritura tienen infinidad de
scntidosu, añadiendo que los católicos 1c.se sirven
muy libremente del sentido que quieren, con tal
que este scnti<to no repugne a la verdadu (148).
Esta audacia critica nos sorprendt:: siempre hubo
la misma diversidad de tendencia, la misma mez-
cla de credulidad y de critica.
-213-

•••
Ya vemos la manera como las tendencias de
a<tuel tiempo rodeaban y envolvían a Descarte&
en el colegio y cuando salió de aqüél, perseveran-
do hasta el momento de su hufda a Holanda, ren-
.dencias pod<..>t"osas todavía en el momento en que
.aper~i6 el ul>iscursou. Por una parte rcfor1.atni1L"n-
to de c9C<.'!Pticismo, tras Montaignc y 1Charr6n,
fuerte, profundo, pu<.>sto que MolU:rc se hizo tal
vez ceo de los libertinos 'C'll u1'artujo11, en época en
que c~ntinuahan pululando las piadosas apologías.
Por otra parte, reronamicnto de misticismo con
Bcrulle, Condrén, todos tos religiosos cuya historia
escribió el abate Drémond, tan perfectamente in-
formado. Tendencias desiguales: una de ellas con-
tinuó secreta, al margen, algo arrinconada; la
otra triunfó con violencia. Pronto demostró la per-
sccuci6n su eficacia: la autoridad se reformaba,
centralizada en Richelieu y Mazarino, como nun-
ca lo había sido anteriormente; al mismo tiempo
que la religión, mucho antes de Bossu~. Riclte-
lieu, de la fe, se hizo cada vez mlis autoritaria,
·arrastrada por el mismo movitniento. La pendien-
te de tos hechos era ruda en aqutcl siglo culto:
del suplicio de Vanini, en el mnado de Luis
XIII (1619), a las Dragonadas en el de Luis XI\'
( 1681), y finalmente el gotpe terrible con ta re-
-214-

vocación del Edicto de Nantes, cuatro años mis


tarde.
Un poder que se fortalece, una religión que no-
tolera la herejía, una ciencia balbucicnte, astro-
logfa, éxtaxis: todo eso formaba aquella época
singular en la que la razón cartesiana figuró co-
mo momento y elemento. ¡ Cumtos contrastes !
Por una parte, santos qu-e se maltrataban frené-
ticamente al pie de los altares; por otra, mártires
laicos, no menos auténtiros; allá, preciosas em-
bebidas en cuestiones gramaticales y sutiles, aqnf
devotos feroces que torturaban a los bla~femos.
He :utuf un hl'<:'bo que p111cdc servir de ima~<."ll,
dramáticaml·ntc: Bassompicrrc, mujeriego impú-
dico, y Saint-Cyr{m, asceta, heroico, m{IS flaco
<¡uc el Cristo de Holbcin, fueron en aq\JIC'l tiem-
po víctimas de Richeticu, autor de tragedias, me-
diocres en el teatro, crueks en la vida.
Finalmente apara"e Descartes, para enseñar a
todos aquellos hombres el arte diC la duda creado-
ra y el arte de pensar con orden y claridad, al
mismo tiem¡lO que les aporta el secreto de una
beatitud nueva, que es el acuerdo entre la razón
y la virtud. Seguro y útil ( 149), Descartes formu-
la sobre la ruina de las mitologías milenarias las
reglas de una sab1durta humana, cuya prescien-
cia tuvo Sócrates, impulsando su razón, transfor-
mada por la matemática, hasta someter al Dfos de-
los Cristianos a los principios de su uMltodo,.
Nada habrla de anr en adelante de sobrenah1-
-215-

ral, nada, excepto esta sabiduría. Las uReglas pa-


ra la direcci6n del esptrltun, es decir, de la inte-
ligencia, primer esbozo de su uDiscurso,,, se ini-
ciaron con las siguienk>s magníficas palabras:
• uLas ci'ellcias todas son en s{ la sabiduría huma-
na, la cual es siempre una y la misma, aplicándo-
se a diversas materias, sin que se deje diferenciar
por ellas, de la misma manera que la luz del sol,
que t.ampoco sc deja diferenciar por la variedad
de cosas que baña e ilumina.11 León Brunschvfcg
fomml6 bellamente, sintéticamente, aquel mo-
mento diciendo: que la humanidad iba a meditar
dt.>sde aquel d{a mirando a In vcTdad, no partien-
(lo de ella y dcj6ndola atr6s ( I 50).
CAPITULO Ill

El espanto de Descartes
•No aoy de equelloe 111610foe craeiH
que quieren que aueeblo IINinunelble.•
Dac:artu.
(Carta e le PrlncAe laebel. •Obrae•,
IV, p.llll.)

El uDiscurso sobre el Método11 se publicó cu


Leyden, en casa Juan Maire. Los Elzevires fue-
ron t:ditores de Descartes más tarde. En casa de
t.-stc mismo Juan Mairc hizo aparecer un copista
indiscreto el sorprendt:nte ulJiscurso Polttico so-
bre el J:stado de las Prcn:incias-l!nidas de los Pa.t-
HS Bajosn, debido a la pluma de Bal1..ac, libro que
St: publicó el mismo año que el de Descar\es.
También fué :\laire uno de los t.'<litorcs de Ga-
lik-o.
F.J uDiscurson se escribió dte fines de 1635 a co-
mien7.0S de 1636; se corrig.icron las pruebas en
enero de 1637, acabando <le imprimirse el 8 de
junio, poniéndose a la \'COta en Parls el más ilus-
tre libro de la filosofía francesa en el mes de di-
ciembre siguiente, ron real privilegio. Largo em
su título completo: uDiscurso sob'Te el método pa..
'Ta. conducir bien la. razón e investigar la 11erda.d
en las ciencias. Contiene, a.dem4s, la Dióptric.a,
-217-

.l,,s il·( eteoros y la Geometrl11, que son ens11yos de


.esl-et mJtodo.»
Se tratabA de un volumen de sesenta y seis ho-
jas en cuarto. Hoy se le hubiera llamado ulibri-
ton. Se tiraron tres mil ejemplares, recibiendo
Descartes, como derechos de autor, doscientos vo-
lúmenes. En la primera pt\gino se ve la ima-gen
de un hombre que cava, bajo la divisa: uFat rt
Speran. Esta vift.cta, que honra al trabajo y a la
esperanza, nos c.'S familiar debido al editor ~1
Parnaso. -
El uDi.~curso11 &e desarrolla con apacible majes-
tad. No podía ¡:cr de otro modo tratándose de Ji.
bro del m6.s ra7.onador entre los hombres. Pero
rcmont6.ndonos muy lejos, hasta llegar a la con-
ck'lla de Galileo, chocamos con una génesis mis-
teriosa y con las tendencias atormentadas del au-
tor. Entonces no nos hallamos ant-e el razonable
Descartes; ¿ de!ICUbriremos finalmente, siguiendo
los hechos, en el fondo de este abru¡rto paisaje,
al verdadero Descart-es en este único momento?
Hasta aquf Stt vida no ha estado fonnada mb que
de rodeos e insinuaciones. ¿SerA m6.s brutal, mb
cierto y más claro su pensamiento filos66co gra-
cias a las confesiones q~ faltan en el uDis-
curson'!

•••
Volvamos nuevamente al 1629. Hace pocas se-
manas o pocos meses que Descartes se halla en
- :u8-

Holanda. Estudia filosofía en la Cnivcrsidad de


Francker, en la que se ha inscrito con este nom-
bre: Gallus philosophus. En noviembre escribía a
:\Iersennc: uHe resuelto explicar todos los fenó-
menos de la naturaleza, es decir, toda la física.
Es el proyecto que más me regocija de todos
t·uantos he tenido, porque creo haber hallado me-
dio para. exponer todos mis pensamientos de ma-
nera que satisfaga a algunos mientras los demás
no encontrarán ocasión sic contradecirlos, ( 151).
Es ese texto sibilino que hay que descifrar.
¿Quiénes son esos ccalgunosu'i' Proooblemente
~ trata de los espíritus librc..-s. Y ¿qué oculta bajo
las pawbras celos denuis,f 14ÜS t<:61ogos, los ami-
)..'05 d<.· Aristóteles. Nos está permitido pro¡xmcr

cstns hipót<.-sis. En lo primero prevl: ayuda; en lo


*-'gumlo prc..-sicntc pdigro. Es cosa que hay que
tener presente.
¿De qué arte, de qul: ciencia IJUierc hablar Des-
cartes? ¿De un método, de una explicación? ¿De-
experiencias, de exposición sistemlttica?
Tengamos en cuenta que Descartes escribe
siempre con precisión. ¿Qué quiere decir umr-
dio,:>
El diccionario nos dice: Es lo que nos sirve
para conseguir alg6n fin; manera de obrar. Pro-
pongamos las dos palabras metafóricas que su-
giere esa definición: palanca, camino. La palabra
no goza de gnmdeza ni majestad, pues es del or.
den pr6ctiro; sus sinónimos que figuran en lo más
-219-

bajo de la e&eala son: procedimientos, artimañas.


y trampas.
¿Cómo nos podemos explicar tan gran alegría
si al parecer se trata de tan humilde cosa?
N o se explica tan grande gozo, si considero-
mos únicamente el umediou; eso se ve a las cla-
ras. Descartes pieDS8 profundamente; lo que hay
c¡lte buscar es la intención, la idea gt."'leral, d pro-
yt'ClO a que debe servir c:l umediou de vehículo
para realimrse.
El filósofo acaba de darnos " conocer su inten-
ción: proporcionar la explicación general del uni-
verso, puhlic-.ur un libro cuyo título (.'S inmenso:
ul.~l Mundou, en cuyo volum<:n se hallará todo:
Dios con su creación; un libro universal, una
uArs Magnan.
¿No habrá t:ncontrado Descartes, en el momen-
to en (JUc está escribiendo a Marscnne, el ume-
dion de permitir pase su libro uEl Mundon, con
todo su audaz sistema científico, sin peligros, a
través de las obj<:ciones y desconfian.-.as ere los
teblogos? En este caso tenemos explicado su go-
7.0 al haber hallado el umedion. Ese gozo es re-
flejo de .,-sa inmensa satisfacción: pu!Jlicar sin pe-
ligro sus desc-ubrimientos. Alegría al estimar se-
rá pronto comprendido y seguido.
La primera certidumbre ()llc tenemos en este
momento de alegria es que D<.-satles no quiere
decir sencillamente, brutalmente, ~o lo que
piensa. Su confesión es clara: -uTengo mil co-
- uo-

sas diversaa que considerir en conjunto, para ha-


llar un sesgo por medio del cual pueda decir la
verdad, sin sorprender la imaginación <le nadie
ni chocar con las opiniones corrientemente acep-
tadas." (is:a.) Un rrsesgo», dice Descartes en
1630; oo rrmedion, dice en 1629; las palabras se
conciertan para formar una sola imagen. ¿Por
qué un ((sesgou'f ¿Por qué un rrmedio111' ¿Qué
peligro le amenaza? Descartes manifiesta en 1630
el temor que manifestaba l!n 11>29: d mismo,
puesto que lo expresan los mismos términ<le'.
¿Que la alegrfa de Descartes se explica por-
que ha encontrado un broquel? Indudablemen-
te. Pero, ¿(¡ué til•ne que ocultar? ¿No supondrá
ocultar O{linioncs cuya nahtralC?.a t.-s di! la mis-
ma naturalC?.a que sus inquietudes? Sus inquie-
tudes fueron teoMgicas. ¿Por qué sufre tales in-
quietudes? Teme la acusación de impiedad y no
disimula su temor. Por eso quiere con tanta
fuena que ~Jersenne y otros te6logos examinen
su uMundon, que trata las cosas teológicas. Es-
cribe con todas sus letras que tiene n~idad
del concurso de su amigo, uprincipalmente a
causa de la teología, la cual se ha sujetado tan-
to a Aristóteles, que casi es imposible explicar
otra filosofía, sin que perezca ir, a primera vista,
contra 1a fen ( 153).
No está tranquilo el esp(ritu de Descartes; lo
atestiguan todas las palabras que figuTan en sus
-artas, porque sabe que sus doctrinas del rrMutt-
-221-

dou perecerá van contra la je. Sabe tiene moti-


vos para mostrarse inquieto y sus motivos son
razonables.
Abre Descartes su Biblia; es uno de los con-
ta.<ros li•bros que forman su biblioteca. La abre
y lee.
utEn un principio, Dios cre6 los cielos y la
'rierra.n
uY Dios dijo: u¡ Hágase la luz,, y 14 luz fu6
becha ... u
ccY Dios vió <¡uc la luz era buena, y Dios se-
paró la luz de las tinieblas ... Ello fué el primer
dfa.u
uLuego Dios dijo: qu'<.: haya una extensión
l-ntrc las aguas y que separe las aguas de la~
aguas ... Ello fué el segundo d{a,,,
uLuego Dios dijo: que haya luminarias en la
extensión ldd cielo para separar la noche del
día... Y Dios las puso en las extensiones de los
ciclos para iluminar la tierra... Ello fu~ el cuar-
to df.a.u
Y as{, de versículo en wrsfculo, leyó Desear-·
tes todo el capítulo primero del Génesis. Se pre-
g~untó cómo habfa sido crea<la la luz antes que-
los astros que la dispensan¡ como la extensi(m,
sin la cual no puede pen!'arse la materia, es
anterior a la cn.11ción de las cosas; como son
los astros luces que alumbran a manera de !€\m-
paras, independientcmentc de su roludón en
el ·esp...<~cio. Se preguntó cómo la -rra y todo
- 2U-

el universo pudieron ser creados de ese modo,


en unos dfas, por Dios, de la misma manera
que si se tratase de un artesano.
Bien sabía Descartes que estas objeciones es-
taban condenadas por la Iglesia. Lo sabía des-
de 1Ó19. Entonces, tras haber confesado crefa
en Dios en un texto célebre, muy bello por
cierto ( r,c;41, fué a emplear un artificio ( 155),
para re-latar la creación a su manera en su uMuK-
dou, contra la Biblia, como si se tratase sólo de una
fábula, cosa que puede permitirse un sabio pa-
ra solazarse. ulA fábula de mi 1\Jundou, escribió
con fingida inocencia.
¿Sería esta u/ábulan, csbe artificio de presenta-
ción, el medio de que hablaba lf1l la carta de
1629, el sesgo de que hablaba en la de 1630?
Finalmente respim; el ritmo de su respiración nos
da a entender su alivio.
Pero, poco a poco, decae la alegria de Des-
cartes. Reflexiona y teme sea adivinado su ar-
tificio, que, a decir verdad, es bastante atrevido.
Podemos seguir muy bien los movimientos de su
pensamiento, aunque no conocer todo lo que ocul-
ta cuidadosamente.
Mientras da Descartes la 61tima mano a su
uMundon, en t'Stas singulares disposiciones de
e¡pfritu, cuando escribe que no tiene más que
u ponerlo en limpion ( 22 de julio de 1633), es
condenado en Roma Galileo: el 23 de junio de
1633. Importante fecha universal. La iniciativa
-223-

~ientifica y filosófica va a pasar en aquellos mo-


mentos de Italia a Francia, a Alemania, a In-
glaterra, a Holanda: Descartes, Leibniz, N'l"w-
ton, E!'pinosa. Fué lUla gran fecha en la his-
toria de Descartes; fecha trágica.
El ingeniero florentino fué conck"llado por ha-
her enseñado en :ms uDiálogos11 la inmovilidad
del sol y d doble movimiento de la tierra. C011
ello enseñaba tamhién no era la tierra el centro
del t¡1ttndo. Eso cquivaHa a pccur contra ras
doctrinas de la Iglesia, dt.'SCOnOC<.'l', con falta de
picdacl, d rolato de la creación tal cual figura
en la Biblia, que hace de la tierra el t.'cntro del
mundo, y hasta el mundo mismo. Era negar el
milagro de Josul:. Para algunos llegó a ser pe-
cado contra ln observación, como para el Padre
Fournicr, que m6s tarde reprochf• a Galileo no
halx.'l' consultado a los habitantes de Dieppc, a
los vascos, a los ingleses y holandeses, antes
de ucmprc-:ndcr la tarea de escribir sohre asunte
que no podía conocer ¡por su experiencia pro-
piau, puesto que Galileo uvivfa en las costas de
un mar que en su mayor parte no hace percep-
tibliCS el flujo y el reflujou ( I.í6) .
Galileo se vió fon.ado a abjurar de su opi-
nión, fué condenado na cárcel formal por nu.es-
tro Santo Oficio y pof' el tiempo que nos plazctJ..
Además, como saludable penitencia, te impone-
mos que durante los tres años siguie-ntes, diga..~
·ttlla 'l•ez por semana los siete salmos j:nitencia--
-224-

Püdo escapar a la tortura, tras haber te-


lfs ... u
nido motivos pera temerla.
Se enteró J::)cscartes de esta condena cinco me-
se& más tarde, en el momento en que se dispo-
nía a dirjgir al P. Mersenne su manuscrito del
ulr/undoll. Sorprendido dice, que en el lenguaje
de: aquellos tiempos equivalfa a 'decir asustado,
t!&pantado, pues estas palabras no son demasia-
do fuertes. Previno a Merscnne chcid(a no es-
cribir mús. No destruiría lo escrito, pero lo.ocul-
tarfa ( 157). El drama espiritual que prest.'lltfa-
mos en la vida de Descartes, ~talla. No fué cosa
aúbita.
Se vera ya en 1629, en I6Jo, afios en que ma-
nifestaba nmy vivo temor a los teólogos; la con-
dena de Galileo no hizo mlis que precipitarlo.
La carta escrita a fines de noviembre die 1633
a Mersenne, en cl momento en que iba a enviar-
le su manuscrito, nos muestra hasta qué punto
tenía el presentimiento de un peliiTo Jnmed1ato.
cada vez más inminente.
En 1638 escribió: utencr motivos para temer
el fuegon; ¿no conocería ya este peligro, con
tanta ·más vivacidad cuanto que no estaba en
regla con la Iglesia, a la que parcela ser fiel,
a la que quería le creyesen fiel? Pudiere muy
bien ser así: ¿no fué en 1635 cuando hizo bauti-
zar a su bija Francina en el templo reformado
de Devcnter?
- 215-

Subir a lu pira, exponerse a .¡uc le corta&cu


los labios o le arrancasen la lengua, verse en-
cerrado en una mazmorra, eran cosas esas que
tenían en aquel tiempo sentido inmediato y pre-
ciso, sobre todo en la época de Va1úni y Saint-
C)·rán, y particularmente para De&."artes, que
estudi6 los autos del proceso de Vanini. No se
crea que lo estudió d<.'bido o curiosidad de eru-
dito, pues nuestro hombre d(.-sprcciaba y uctes-
taba la c:mdicUm, no obstante, conocía dichos
pr~ detalladamente. Clumdo m{ls tarde ful:
acnsn<lo cte ateísmo, tuvo gran cuidado en pre-
cisar las causas de la condena del libertino ita-
liano, ¡poniendo de este modo de manifiesto su
curiosidad, debida por completo al espanto: fu(:
condenado, dicx, no por ateísmo, sino ((por ac-
tos y palabras particulares que se probaron por
medio de testigos, (158).
Descartes tiene miedo; esta es la palabra em-
pleada por Baillct (159). El filósofo confesará,
alg(m día, que en adelante no harll profesión
usino de poltroncrla,, (t6o). ¡Poltronería! ya
sabemos lo que quiere decirnos; no se trata de
poltronería física, desde luego. La palabra que
parece haberse hallado ingeniosamente y como
broma, pone de manifiesto su angustia; todo
cuanto dice Descartes tiene siempre profundo
sentitlo; sabe que tiene miedo y salJC por qué lo
tiene. Teme por su libertad, teme por sus des-
cubrimientos. La historia del grande hombre es
PI. XXXIX
- :u6-

dolorosa; la fiebre, la brusquedad del gesto, ma-


nifiesta la crisis de su espíritu.
Pr('Cisa transcribir en este punto una anéc-
dota muy caracber{stica, que se relaciona con
este crítico momento. Un eclesiástico, al que
BaiUet no nombra, tuvo poco después de la coil-
dena de Galileo, intención de publicar un tra-
tado para probar el movimiento de la tierra:
u El Sr. Descartes pareció sorprenderse ante
aquella libertad.11 No obstante, aceptó ayudar al
cura en su trabajo. Pero la velcÍdad fué de cor-
ta duración. Unos días dcspul'S, al k'CJ' la rela-
cilm de la condena del florentino, en la qurc
había algunas palabras que le hicieron reflexio-
nar, <'8mbió de opinión, se desligó del compro-
miso, muy espantado. Pnosn de extremada in-
quietud, considero que aquel eclesi6stico uno es-
taba muy seguro, aun en el centro de París
( aunfJUC el tribunal doc la Inquisición no estu-
viese reconocido en el reino) , emplease la ma-
nera que emplease para explicar o excusar S':J
opinión sobre d movimiento de la tierra, ( 161).
De este pánico, de esta irritación, nada reve-
la Descartes, tres o cuatro años más tarde, en
su uDiscurso11, en el que ha descrito con ma-
no extremadamente firme dicha crisis febril. ¿Se
someterla durante aquel lapso de tiempo?
En diciembre de 1633 se instaló en Amster-
dam. 1cVuestra opinión sobre mí no puede de-
jar de ser mejor, escribía al P. Merscnne, al
-227-

Yer que he querido suprimir por <:Omplcto el tra-


tado, perdiendo todo mi trabajo de cuatro años
para rendir entera obediencia a la Iglesia, eD
cuanto a la prohibición en lo referente a la opi-
nión sobre el movimiento de la Tierra u ( 162) .
De "CSte modo afinnó su cccomplcta obedi<:ncian.
¿Se trata de stuuisilm? ¡ N o hay que creerlo,
puesto que discute, intenta resistirse, continúa
creyendo que la tierra gira. No cstú d<.- acuerdo
cl sabio con el fid. Pero, ¿dónde se representa
el drama? ¿En el coraz6n del fiel o I('D la intc-
ligenda dd sabio?
No hay que dudar era en la inteligencia del
sabio, que 110 podía, que 110 quería escapar a
la evidencia, que le iluminaba. En abril de Jó,H
mantuvo su adhesión a Copérnko, llegando has-
ta afinnar no se puede rechazar las k'Orías co-
pcmicanas de buena fe. uNo ¡puedo creer que el
P. Schcincr deje de creer en su alma la opini6n
de Copérnico, cosa que me extraña hasta punto
tal que no me atrevo a escribir lo fJUC sientan
(163).
Pero Ct'SÓ en sus trabajos, quedando alerta.
¿Sería que cl ambiente en que vivía reaccionó
sobre él? No, evidentemente. En Holanda eran
generalmnte copcrnicanos. Los holandeses pen-
saron ofrcccr asilo a Galileo. N o había en la
atm6sf~ra <)Ue rodeaba a Descartes amenazas di-
rigidas en contra suya.
Generalmente se encuentra a la gente dispues-
-228-

ta a IC"Xplicar el miedo de Descartes, atribuyén-


dolo a error de óptica, considerando error de
óptica su salida para Holanda; error de óptica
su estancia en ella; error de óptica su agitación
y su 'eSpanto. Créese que Descartes fué- conti-
nuamenbe víctima de sus imaginaciones y su ce-
guera. ¡ Manfa extraña de rebajar al héroe 1
Ya á Priori es poco vcrosfmil, y hasta invero-
sfmil si se quiere, que error tal, error tan burdo
en suma, haya sido cometido por hombre cuya
historia de vida nos demuestra era inteligente,
perspicaz, estaba al corriente de los aconteci-
mientos, por hombre <JU<: quiso y supo ccver da-
ro en sus actos y avan1.ar con seguridad en esta
vida11, como nos ha dicho en su ccDiscursou. No
podrfa conjeturarse esta veguera más <¡ue hallan·
do en su obra, en su correspondencia, en los
hechos de su vida, elementos que la sugiriesen,
al menos en el momento en cuestibn. Pero nada
hay que venga en apoyo de esta hipótesis. Su
temor es anterior, tan antiguo, que podemos pre-
guntarnos razonablemente si nació ten Francia,
puesto que encontramos su primer eco en 1620,
es decir, en los comienzos de S\1 destierro ho.
laudés. Entonces su espanto actual se explica-
rla por las razones que explican su marcha a
Holauda; seria del mismo orden. Descartes con-
tinúa ju1.gando peligroso pensar libremente en
Francia sobre algunos puntos, peligroso dejar que
se sospeche.
- 2::1C}-

Se nos dice que sus alarmas no fueron justi-


ficadas. ¿Qué sabemos? Audacísimo seria quien,
sin genio, quisiese ju1.gar al hombre de genio.
Estábamos en tiempos de Richelieu, y Richelieu
<:ncerró en la Bastilla a sinnúmero de hombres
honrados y hasta a un santo, hay que recordar-
lo, a un rc:forma.dor de orden, a un místico, a
Saint-Cyr6n: ¿no hu hiera podido encarcelar tam-
bi('11 a este otro rcformatlor, a este Descartes que,
<:n verdad, esperaba que su filosofía reemplaza-
se a la teología algún dfa?
Descartes razona. Hay protestantismo en él,
cosa que pronto dirá la Compaüfa de Jesús. Du-
rante toda su vida se le trató de pelagiano. Pen-
:;aha Richelk·u no hubiera habido Reforma si los
prfncipes se hubiesen apoderado a tiempo de la
persona de Lutero, porque Richelieu solamen-
te pensaba en adUICüarse de los cuerpos ¡públicos
y reducir a los individuos a C'olectiva obedien-
cia, teniendo horror a toda disidencia, aun en
~1 terreno de la literatura.' Atormentó a Cornei-
Ue, azuzó a la opinión en contra de él, lanzan-
do a la Academia naciente contra aquel solita-
rio magnífico. Estaba tan lejos de ser tolerante
el espíritu público que la Sorbona condenó a
su vez, a los pocos meses, en 1635, la astro-
nomía florentina, debido sin dJUda a instigacio-
nes del Cardenal. Lo que querfa Richelieu era
que los escriton.-s le siguiesen, es decir, se 1~
sometiesen. uQue escoja entre la muerte o mi
-230-

prsonan, 9e atr~vi6 a decir r~firiéndose al gran


Corneille.
¿A quién temía Descartes? ¿Era su miedo an(¡.
nimo? ¿Llevaba algún nombre en su fondo? En
una de sus cartas escritas por aquélla época, dij<>
Descartes 11habfa corrido el rumor de que los
jesuftas habfan contribufdo a la cond,cna de Ga-
lileon (164).
Los Jcsuftas: ¿no creéis que esta palabra nos
sitúa en la pista de la explicación que estamos.
buscando? Porque no basta decir que Descarte~
scntfa miedo, sino que hay <¡ue precisar ese te-
mor, hay c¡ue denominarlo, indicarlo bajo un
ropaje, con su figura y sus gestos. Nuestro filó-
sofo ful: alumno de aquella orden; durante to-
da su vida dijo sentía la mayor curiosidad so-
bre sus intenciones; les teme y 11('5 mima; unas
\'CCCS les alaba, otras les dirige amenazas. uNo
ve franqueza en sus hechosn; la orden le pro-
duce pesadillas. Se impone la ex¡plicaci6n de to-
do esto. Baillet dice: uDcscartes consider6 esta
compañfa como formidable ejército que salía a
su eneuentro11 ( 165).
Nada hay como los Jesuftas, dijo Pascal más
adelante. De no poseer ese testimonio de Ba.illet,
tendríamos el de Leibniz, que, muy al corrien-
te de las cosas religiosas, crefa que Descart6
pensó entrar en guerra con la Orden. En su opi-
nión el filósofo babfa mostrado afabilidad, cor-
tesía, en su polémica con el gran Arnaud, doc-
-231-

tor de la Sorbona, únicamente para atraerse el


apoyo de sus cofrades de la facultad de teología,
y sin otro motivo.
Descartes sabía muy bien que la Orden l.'Sta-
ba muy unida, tanto en C'ltanto al pensamiento
como en la man<-ra dt: obmr. e<&: muy bien la
correspondencia y uni(')tl qu<: cxilll"<: entre Jos
pertenecientes u esa t lrdcnn, c~rihió. u lUlo <fe
atjnéllos en r64o. A cgusa de conocer en su me-
nor dl(.·taltt aqnelln ll<.>lidaridad, ac¡uclla discimlli-
na, evuc(, más tarde una conjura de todn la so-
ciedad, en cuanto se enteró era atacada su filo-
soffa en los c·jercicios <'~olarcs en el Colegio
de Clt>rmont, en París. La ul.nnna del filósofo
tiene ceo casi material en estas palabras de su
biógrafo: uEl Sr. Descartes se prepara para la
guerra contra los Jesttftasn ( r66). Los Jcsuftas
eran amigos de los de la Cilbala, mi'C'mbros de
la Sociedad del Santo Sacramento; es hecho que
no hay <¡ue echar en saco roto.
El solitario se yergue de improviso en actitud
de violiCtlcia dicicndo:-nPico y uñas tengo pa-
ra defendermen, palabras que confió al P. Mer-
scnne, llegando hasta escrihir al religioso, con-
fidente suyo, lo que revela la profundidad de
su pensamiento, que cctal vez le fuere mús ven-
tajoso estar en guerra con ellosn, y que está
cccompletamentc resuelto a cstarlon, si no ceden.
¿ C6mo explicar esta actitud tratándose sota-
mente de minúsculo asunto escolar? Los ~
-232-

rnos propósitos animaron a Descartes, mostran-


do la misma actitud, cuando el P. Bourdin ata-
có sus ccMeditariones,, en 1642, cuando el Pa-
dre Fabri atacó sus <<Principios de Filosoj(a"• eu
1646 (16¡). En todos aquellos momentos Descar-
tes se estreDK'Cía ante los Padres.
Baillet se sorprende, diciendo: ccraro es que
el Sr. Descartes no haya podido acallar la ima-
ginación que le hada creer tenía <JUC cntcndér-
sclas con todos los Jcsuftasn. El biógrafo tenfa
mucha razón al extrañarse de aquella imagina-
ción, pero también debió explicársela relacionán-
dola con el temor de ~rtes, manifestado
con tal viveza en 1633, en los d(as de los inci-
dentes Galileo, cosa que luego no evitó fuese
tratado en Holanda por el te61~ protestante
Vc>ecio de ]esu(ta de le'Vita y hasta de ]esu{la
sil'Vesltc. Révio se atrevió a calificar sus "M e-
'ditacionesn de teolog{a jesuftica.
En el momento en que prepara Descartes d
11DiscuTso sobTe el Mélodon, se halla en conflic-
to con la compañía de Jes6s, lo mismo que Pas-
cal en el fondo, pero muy diferentemente en la
forma, pues mientras Pascal extendió el conflic-
to, lo hizo p6blico con violencia, nombró ár-
bitro a la opiníón, Descartes lo confesó con pe-
na. Nunca tomó la firme resolución de entrar
claramente, ostensiblemente, en lucha, no pa-
sando la cosa de pasajera veleidad combativa.
El ccüiscuf'so, es apacible en apariencia: es el
- 2l3-

arsénico que presenta el aspecto dulzón del


azúcar.
¿Qué hubiesen dicho los Jcsu(tas, de haber leí-
do su u.Mundon, que bajo el velo de ficción cien-
tífica, es terribLe libro ¡para la fe, puesto que
Descartes reconstituye en él la creación, sin el
Génesis, contra el Gl·nesis? Era libro tan con-
trario a las cn~ñan1.as dt! la h:'lcsia, I]Uc Des-
cartes se creyó obligado a dar explicaciones cien-
tíficas insistcmcntc, diciendo era relato o narra-
ción imaginaria, una especie de cuento al mar-
gen de los libros sagrados.
Lejos va en su ficción, a juzgar por una de
sus partes que figura en el uDiscurson. Rehizo
el mundo, no sabiendo con exactitud hasta dón-
de llegaron sus temeridades teológicas, porque
una parte del manuscrito se perdió. Lo <mico
t¡uc sabemos, y nos t.'S suficiente, lo debemos a
páginas sueltas que llegaron hasta nosotros: re-
cha7.aba todo milagro, hack·ndo a Dios prisione-
ro de las leyes de un uniV'Crso en que la Tierra
no pasa de simple plat11eta.
Aquellos eran propósitoS ((merecedores del fue-
gon no hay que dudarlo¡ por eso tenía miedo
Descartes. Lo tuvo entonces, lo tuvo luiC'go, en
todo momento. En 1641 estalló su espanto en
la irritación que manifestó con re~ecto a ulos
que hicieron condenar a Galileo y que harían
tambibl condenar mis opiuioul('s si pudiesen•,
{168). Dice mis opiniones, y es que Descartes
~34-

vuelve siempre hacia sf, no dejando jamás <le


reconcentrarse en sf mismo en todo momffito .

•••
:Mientras se imprimfa su "Discurso», y una ve;1
estuvo impreso, Descartes escribió al P. Merscn-
ne una carta irritada, casi descortés, que se sa-
lfa de lo ordinario en él. Merscn~ quiso obte·
ner del canciller Séguier, y lo obtuvo, upcmti-
so para imprimirn, C'U)"OS términos eran muy lau·
datorios para Descartes. El filósofo rcpTOchó n
su !\Ifnimo el haber emprendido diligencias con
d fin de alcanzar lo que no habfa solicitado,
pu~"S lo (mico que dcS<.·aba era el privilegio uen
su forma más senciJia n.
¿Por qué no quiso Dt!scartes más que simple
autorit.aci6n corriente? ¿Por qué se irritaba al
pensar querían darle más de lo <¡uc esperaba
recibir? ¿Qué razones tuvo para demostrar este
desprecio? Y, sobre todo, ¿por qué no quería de-
ber nada al canciller P. Séguicr, autor del upcr-
misoll qUte tanto le realzaba?
Leamos el siguiente texto de Descartes:
nPre'Veo le deis (al P. Séguier) mayOT moti'l.tO
para que nos rechace el pri'Vilegio, porque que-
réis pedlrselo mds amPlio de lo que debe ser;
y, de concederlo en esta forma, tendrlis la cul-
pa de que me encuentre en deuda particular con
ll, debido a cosa que yo no quisiere)) {16Q).
F..ste Pedro Séguier ca~ con una prima henna-
-235-

na del cardenal de Bérulle, uno de los jef(..os más


enérgicos de la Contra-Reforma, romo sabemos:
Pierrot disfra1.ado de Tartufo, como dijo más tar-
de de él Arnaldo D'Antilly. ¿No creéis que Des-
cartes tenía que haber aceptado alegremente los
amables ofitios de un gTan personaje cmpal'C'llta-
do de tan cerca con el hombre <]Ue se dice co-
rrientemente fu~ su inspirador, y por el que se
afirma scutra tan ¡;n-a nicle agradecimiento? Pues no
los accpt6. ¿No huiría de S6guicr en 1637 como
huyó del cardenal en 1628?
Este humor, este arrepentimiento y estas afir-
macio!H:s, estas negaciones T<..lpt:.'tidas, este temor
a sufrir la misma suerte que Goliko, las alarma-
das miradas <]Ue lat11..a hacia la corte y hacia sus
antiguos maiCstros, sugieren sentimientos bastante
diversos sobre el pensamiento doe Dcscarres. ¿Qué
hay en el fondo de la intimidad de ·este espíritu
en fuga en ese momento de trastorno? ¿Di'Jnde po-
demos hallar la respuesta?
Descartes se confesó cuando se desarrollaba el
incidente Galileo ron mucha más claridad que hu-
biese creído o querido. Hasta nos atreveremos a
afirmar <]tte en momento alguno de su vida se
quitó el antifaz con tanta brusquedad e impru-
dencia. Estaba nervioso. De aquellos gestos de
irritaci{m y palabras de espanto surgió una emo-
ción que ordinariamente sabía reprimir mejor.
rm estos momentos se mostró en abierta rebel-
dia ( r¡o).
- 2J6-

¿Quién sería ('8(laZ de diSCernir qué clase de re-


beldía se oculta bajo sus irritadas palabms? Era
rebeldía mezclada con cspgnto. El, que escribió
<JUe estuvo siempre más convencido a causa de las
demostradom:s de su razón que debido a los im-
pulsos de su fe, desata en estos instantes una pro-
testa que no es ciertamente la del hijo sumiso del
cardenal de Bérullc.
Quiere vivir. Prisionero de un genio despótico
que quiere llegar al fin de sus dlas naturalmente,
bufa del martirio, juzgándolo por debajo de su ra-
zón, de la radm. Tampoco se vió que Montaigne,
Rabclais, Newton, Gocthe, Voltaire, Lamark, Re-
nlln o Berthelot tenoicscn los brazos para que les
crucificasen; tampoco se vió a Descartes, en la
hora ¡)Cligrosa, animar al verdugo torpe, como 1Cl
desgn¡ciado Montmorcncy cuando apoyó su cabe-
7..a sobre el tajo de Richclieu. No se expuso Des-
cartes a sufrir condenas en honor de sus afimta-
ciones. Si llegó a sufrir condenas fué a pesar de
sus esfuerzos, a pesar de sus artificios, a pesar de
sus precauciones.
¿Hay que censurarlos a todos? Habrá que de-
cir: si esos grandes artistas, filósofos, sabios e
innovadores, no mantienen la ciencia y el arte,
por principio, por encima de las agitaciones del
foro y de las controversias sorbónicas, por encima
-de la costumbre, ¿quién les sostendrá en esas ele-
vadas regiorres de la tTanquilidad razonable, in-
-337-

dispensable para el perfeccionamiento de esas dis-


ciplinas capitales del espíritu?
Además, ¿por quil"ll hubiese podido morir Des-
cartes en su tiempo? ¿Por Luis XIII?, ¿por Ri-
cbelieu?, ¿por Ana de Austria?, ¿por el carde-·
nal de Retz?, ¿por M.azarino?, ¿por Saint-Cyrún?,
¿por 'l'e6filo de Viau?, ¿por la Sorboua?, ¿por
BérulJe o por el P. Uudt.os?, ¿ ¡>Or Jansenio?, ¿por
los }esuftas? Y, si no pudo morir por nlng{m
hombre, ¿por qué idea hubiese .podido ofrecer sU'
vida? Pero, ¿qué idea podía, al parecer dtc Des-
cartes, aquel sempiterno desconfiado, haober me-
recido la presencia del vcrdLtgo?
Ninguno de a<¡uelJos grandes homb11es, hom.:-
bres grandes a los que se d-irige la humanidad si-
guiéndoles y erigiéndoles en maestros, admiti6-
jamús la necesidad del sacrificio cívico como agri-
dulce goce, ninguno, cx<X'pto Sócrates. Cada uno
tiene su papel que descmpefiar en la ciudad. Hay
que observar que todos elJos hicieron cuanto les
fué posible, cuanto cshtvo a su alcance, para sus-
tra~r su .pensamiento a los azares polfticos y so-·
cialcs. Usaron de la astucia frente al poder, ala-
bé.ndolo algunas veces. Ü<Jethe fué ministro; otros,
como Galileo, tal vez el más grande de los hu-
manos de la era científica, juntamente con Des-
cartes y Newton, no vacilaron un instante en·
negar.
Descartes nos presenta la teorfa de esta acti'
en páginas que hay qttlf: meditar: si uuna de las.
- 2J8-

partes del universo, y má.s especialmente aún,


una de las partes de esta tierra, una de las partes
de este Estado, de esta sociedad, de esta familia
a la que estamos unidos por vínculos de habita-
ción, promesa, nacimiento", se viese amenazada
dt: gran peligro, ¿qué habría que baoer?
Y fl mismo nos procura la respuesta: precisa
uprefcrir siempre los intereses del todo del que
se fonna parte a los de nuestra persona en parti-
cular.n
¿Será absoluta esta preferencia?
Estima Descartes no hay que admitir dicha pre-
ferencia sino con medida y discreción, porque
unos equivocaríamos al exponernos a gran mal
para procurar un bien muy m:e<Jiocre a nuestros
padres o a nuestro pafs.,
Discr«ióu, dice Descartes, hombre de gusto,
hombre de reOexiflu. Frase decisiva en el senti-
do dt: la abstención, para Descartes y sus iguales:
uSi un hombre vale más, por sí sblo, que todo el
resto de su ciudad, no habría razón para querer
perderse por salvarlan ( 171) .
Descartes procuraba alejarse del verdugo, que
en aquellos dfas era la piedra angular del Esta-
do mucho más que en los nuestros. Ttempos tor-
ruentllsos, época triste en que Pascal, el gran
Pascal, denunciaba herejes al arzobispo de Roucn,
algunos años después del uDiscurso sobre el M é-
todou, para que los encarcelasen, y, tal vez, ~
metiesen a suplicio.
CAPITULO IV

El discurso sobre el Método


•MI Intención Jam6a pasó de reformar
mla propios penaamlentoa y edlftcar so-
bre clmlentoe que me rueaen propios.•
Deacartea.
(•l>lacurao sobre el Mttoclo•, 11 parte.)

Dcscart\.-s escriW6 su ¡primer libro, su libro


más célebre, en lengua francesa. También escri-
bió más tarde en francés ccEl Tralado de las pa. •
.tionesu y el 11Trata.do del hombren. En cuanto a
los demás, escritos todos en latín, los hizo tradu-
cir dcspul-s al francés.
Era cosa llU(.'\'a. Los hombres de ciencia, los
filósofos, los teólogos, escribían en lat{u. Hubile·
sen crcfdo derogar y faltar a las conveniencias
del género, sirviéndose de una lengua vulgar.
Los sabios creían también que sus palabras tec·
uicas no tenían equivalenres franceses. Antes de
Descartes no se cita, entre ,}os filósofos, mAs que
a Ramus <JUe escribiese en francés, el gran huma-
nista Ramus, una de las víctimas de la noche de
San Bartolomé, uno de los precursores del IIDis-
curso,,.
Al escribir en latín tenían todos ellos inmedia-
tament'C como lectores a los sabios de los~
-240-

países. El latín constituía de esta manera a los


sallios en verdadera conferencia universal. No de-
jaba de estimarse tal ventaja, pero Descartes pa-
rece no se dejó seducir por ella, porque no era a
los doctos a quienes quería presentar estos avan-
cts, estos adelantos: uSi escribo en fran<:és, que
es la lengua de mi país, antes que en latln, que
c:s la de mis preceptores, es porque espero que
aquellos que únicamente se guían por su razón
puramente, juzgarán mejor mis opiniones que
aqucllos que sólo creen en los libros antiguos, y,
en cuanto a los <¡ue reunen el sentido común y
el estudio, que son precisamente los únicos que
quiero me juzguen, no creo sean tan parciales del
latín que rdlusen escuchar mis razones porque
las haya redactado en longua vulgar, estoy per-
suadido de dlo.n
Descartes quiso escribir un libro que fuese ase-
quible a todo el mumlb, en el que hasta ulas mu-
jeres pudiesen ent<:ndcr algo,. Este fue! tambifn
d deseo del gramático Vatt.gelas, que estimaba en
tanto el sufragio de las señoras como el de los
usabios de lcnguan. Más adelante, Pascal dijo en
su uPro'VincüJle.fn, ttbabía querido le cntemiiesen
también las mujeresn. Los literatos querían ha-
blar a las mujeres, ser inteligibles para ellas; es-
taban en la época de las preciosas. Moli~re no las
ridiculizó basta mucho después de fallecer Des-
cartes. El palacio de Rambouillet, que abrió sus
puertas en 1620, se entregaba a los mAs extraor-

'
- 241-

<.linurios refinamientos filosófico-literarios. Descar-


tes y Vaugelas tenían su público en él, .r sus pa-
1al»-as indicaron la importancia de aquel movi-
miento feminista <¡ue, en a<¡uclln forma semi-se-
ria, semi-galante, disfrutó de su buena época en
los salones del siglo XVIII.
Con el uDiscursou el idioma ha116 equilibrio,
armonía completament<' III(J(l<:rnus por primera
vez. No se trataba ya del frauc(·s de 1\Ioutaigne¡
tanto en sus palabms como en su construcción
era el fmncés en hoga ~entre los grandes escrito-
res del siglo XVII. Descartes era mucho más
moderno que su amigo Balz.ac. Por este sblo tí-
tulo ocupa la ilustración de Descartes su lugar,
lugar eminente por ciert<?, en la historia de la
l~ngua y d·e la literatura francesas.
En la historia de las instituciones y de las doc-
trinas políticas, aquel librito realizó inmensa re-
volución de género que podemos llamar social, o
polftico. Esta lengua wlgur era el idioma de las
transacciones comerciales, el lenguaje de la ad-
ministración, la parla de que se servía el Tiers-
Etat para hacer sus negocios y asegurar el fun-
cionamiento de los servicios públicos. Al hacerse
filosófica, la lengua francesa progresó nuevamen-
te, progreso dec-isivo, progreso ciudadano, favo-
rable a la clase media y a la sola gente que tra-
baja y piensa t'ttilmenre, que posee las realidades
del ¡poder real.
El idioma del mercader y de los oficiales del
Pll. XXXIX 16
-:Z4.Z-

rey convirtióse en lenguaje dl'l fil6sofo. A partir


de aquel dfa, los súbditos dd rey se ocuparfan
de ciencia en francés, en lengua comprendida por
todos, harían política doctrinal, departirían sobre
trologfa y filosofía en su lengua.
Al escribir Descartes su libro en francl'S, libro
tal, tratado del libre examen, que en lengua vul-
gar invita a todos los hombres, a todas las mu-
jerc:;, tanto a los doctos como a los ignorantes, a
los gt:ntileshombres y a los artesanos, a pensar
por sf mismos, constituy6 toda aquella nmche-
dumbre, toda la nación, en una especie de par-
lanJoento lihre, l·D un gran cuerpo de verificación
o rou•prohaci6n. Todos los franceses, todas las
fmncrsas, podrían de allí en adelante pensar uti-
lizando una facultad que Descartes reconoc!a
igual en todos. Todos son iguales ante el senti-
do común: no hay jerarquías d~ principio entre
los doctos y los ignorantes, entre los hombres y
las mujeres, entre gentileshombres y simples ciu.
<ladanos.
Se niega en general que Descartes haya hecho
aportación alguna al fondo de política franceJa,
o se la declara insignificante, despreciable: al pro-
mulgar esta igualdad procuró Descartes a los
franceses la sensación de que formaban colectivi·
dad de derecho, bajo el vocablo de una sa.bidu·
rla común. ¿No parece asf? Al destacar el pen-
samiento de su misterio latino, partiendo de sus
tradicion,aristotélicas, al conducirle a una ra-
-243-

zón hostil a la sabiduría común, al arrancarlo a


los términos pretenciosamente sabios e intradu-
cibles, crct:mos que, repitiendo una de las cxpre-
.sioncs del cardenal de Rct.z, hizo entrar Descar-
tes al pu,·blo en d santuario, ayntlá.ndolc a le-
vantar d velo de las creencias y uc los deberes,
que únicamente cstúu de ucucrdo en d silencio .
.¿No lo crcéi!l Hsf? Hl u/Jiscurson proja11<1 los mis-
lcrios de la autoridad y de la naturnlci".a, lo mis-
mo CJite los de los santuarios. Esto se vió más ade-
lante en Hnri<JUt: U.c Saint-Simón y Sicycs, que
hicieron política y sociología obrando como hijos
c~piritualcs de nuestro grande hombre.
Pero ¿ L'S D~·scartes, de hecho, tan imr.)Qrcial en
cuanto a las categorías sociales, <JUic no se pre-
OCUJl>Ol dt: las diferencias existentes entre un gen.
tilhombre y un simple ciudadano, un comercian-
te y un docto? A decir verdad, Descartes no crda
que todos los hombres tuviesen capacidad igual
para razonar y comr;rendcr bien: pon!a más con-
fianza en el sentido común de 106 no iniciados que
en el odJc los iniciados, cegados por la entdiei6n.
Por eso escribió que, de haber habido un idioma
universal, los <<Campesinos podrían juzgar mejor
la \'crdad de las cosas que la manera como lo ha-
-cen actu.~lm<:ntc los filósofosn (172). En el fondo.
Descartes, el artesano Descartes, escribió para el
¡m<'hlo laborioso, para los campesinos y los ar-
tes:mos; al pensar en ello subrayamos la resonan-
,·ia política y social de una iniciativa que fu.é so-
-244-

lamente filos66ca en su primer ímpetu. El geó-


metra Descartes ~escribió su discurso en francés
como hombre perteneciente al Estado-Llano.
La lengua aseguró la inmortalidad a ESte libro.
porque la e~leada en su redacción era vigorosa,
impresionante. El fondo ha envejecido hoy en al-
gunos de sua puntos. Hay muchas demostracio-
nes que no pueden comprender nuiCstros cerebros
modernos. Algunas veces nos consideramos como
desviados. Esas ucadcnas de razoncsn, que eran
puntos de apoyo, de referencia, para el gTande
hombre, en su conmovedora carrera ernprcndilda
hacia la verdad, nos parecen pesadas algunas ve-
ces. Su evidencia no es ya ·la nuestra; ve clara-
mente rertidumbr<.'S en donde nosotros vislumbra-
mos con esfuerzo un débil rayo tcntbloroso a tra-
vés de las persianas~ aun cerradas paro los con-
temporáneos de Claudio Bcmard y de Berthelot.
Pero lo que vive como el primer día con el len-
guaje, es el esp(ritu mismo de Descartes, el movi-
miento, la audacia de su pensamiento. Lo que
continúa siendo ¡uminoso y vivificador, entre tan-
tas oscuridades, por encima de nuestro tiempo,
por encima de nuestros laboratorios, de nuestros
institutos prácti~, de todas nuestras universida-
des, de todo nu<'Stro libre esfuerzo filosófico, de
nuestro inmenso ardor hacia el saber, de nuestra
insaciable curiosidad, es la duda, esa duda carte-
siana que ha libertado la investigad/m científica
de la teología. Gmci_as a la duda, las ciencias han
-245-

podido constituirse con elementos terrestres, de


acuerdo con las leyes del peso, de la medida y
del número: líneas y cálculos, como decía Des-
cartes.
Descartes duda como Montaigm:, pero la dife-
rencia de aqucll.1 suave intdigcncia no puldo de-
tenerse allí, [Htl'S (¡uiso snhcr. ¿Clt[tl será el gé-
. nero, la naturnle1..1 del saber que le par<.'Ccrá va-
lioso? Rech:11.a eol que le dispen!Wia la fe. La fe
puede proporcionar una seguridad, un •go7.0, un
conMtelo nl corazón, ¡'ero no puede ofn:cérselo a
su inteligencia alimentada de líneas y <.'Cttacioncs,
pues el matemático quiere el saber demostrado.
Ni csc~plko, ni cr<:yentc, tal es Dc"SCart<.-s. Re-
chaza a de Bérullc, lo mismo que a Montaiguc.
Ni Bl·rulle, ni :Montaiguc: IA.>Seartes; Descar-
tes: el saber por la ra1.6n. Llegamos a Ja nov<:rlad
es~piritunl que Descartes pretendió aportar a los
hombres de su é-poca, a los hombres de todos los
tiempos: la duda que conserva la curiosidad y la
desconfian1.a, fuentes de las ciencias razonables.
Descartes duda por principio, desde luego. Pe-
ro, ¿dudaría con esa fuerza que duda, con esa
gcneralil"..ación, con esa profundidad, de no te·
ner ootumle-1.a de desconfiado, de incrédulo, de D()
poseer alma desconfiada, que se Dlostró rebelde
a partir die su infancia? J;tl ambiente solamente
consiguió acusar sus primeras disposiciones. Des·
cartes vivió en atmósfera en que, a pesar de la
Contra-Reforma y su hegemonía mfstica, persis-
tió la potente tradición escéptica. Por difcrentle
qu~ sea de Montaigne se halla en Descartes, en
muchos puntos de su obra, el msgo, la profunda
buella de los uEnsayos,, de aqucllos uEnstJyos••
que fueron comentados, renovados por Charrón
y Guillermo du Vair. La fórmula de la dudll car-
tesiana, que tiene su CQ.l"QCterfstica psicológica,
lleva también su fecha. Tampoco escapó Pascal al
u¿Qué se yof11 de 1a primera inteli~ncia moder-
na. La duda es una realidad en Descartes: no es
artificial; tampoco es artificio dogm{ltico, ni de·
st.'Spcr.lción de creyente.
La razón hace dudar; pero también aporta
cracncia. Enseña Descartes a )Ql; hombres las 11:-
y(·s de la cvid(.'flcia, de una evidencia complcta-
m~nte nueva. Todo se adara, porque todo se
convierte en medida, peso, número. El hombre
'Jlle sabe puede creer finalmente. CR--cr en sí mis-
mo, creer en las rosas. Mientras la realidad ex-
terior era negada por los escépticos, y esta nc·
gación creaba medio desfavorable para d des-
arrollo de la ciencia, por metafísica que fuese tal
negación; mientras la realidad no tenía existen-
cia y orden a los ojos del teólogo sino por el he-
cho de otra voluntad que le era trascendental-
mente extraña, he ahí que bmscamente surge una
afirmación que llama al hombre hacia una cer-
tidumbre, a la certidumbre de su yo, a un méto-
do que, poco a poco, harA conocer a ese yo la ra-
7.Ón de su existencia y de su orden por medios.
-247-

extraños a la divinidad. Era eso cosa audaz. Y si


los Oratorianos y los Benedictinos se adhirieron,
los Jesuítas, aquéllos a quienes Descartes inten-
tó seducir y convertir a sus tesis, no se e<¡uivo-
caron, invocando la fe, que se humilla, contra
esta razbn, que se rebela.
La sabiduría se hizo santa. Los alquimistas, los
astrfllogos, perdieron los títulos de sabios que
les hada miOC1Tlbros de la comunidad honorable de
investi,gadorcs y pensadores. Se vieron rccha7..a-
dos de la ciencia y de .Ja filosofía. Un Modn, as-
trólogo, no podfa ser ya admitido como profesor
~~~ el Colegio de Prandn tra:; el libro de Des-
cartes.
Aquella duda prcparabn a volverlo a comcn-
7..ar todo. Había ()lle rehacerlo tocio, Descartes lo
sentía vfvamente, con genial clarividencia. F...n-
tonccs, ¿de qué servía leer libros pensados y es-
critos sin método? No era de los que gustan de
leer; lo que hnhían escrito los demf1s l'C inspira-
ba menos ~1riosidad que alegría. Hojeaba los ¡¡.
hros c¡ue recihfa; inmediatamente buscaba el fn·
dice, segím escribió, pensando rúpidamle.ntc po-
ucr adivinar lo que pudieren contener, mejor di-
C'ho, que nalda contenían de nuevo. Observar an-
tes que la-r; y reflexionar más bien que leer. Oh-
5et'Var, retlexionar, he aquí las enscñan1.as de Des-
cartes.
Humor de genio. A él debemos 11110 ck los ras-
gos mlls original~ dcl m{·todo cnrt>esiano. En
tiempos anteriores a los suyos, solamente se per-
mitía pensar, observar, al que llegaba cargado de
pesado bagaje de erudición. Si no se bacía citas,
no se daba referencias, no se consideraba a uno
como filósofo o gramático de estima ..Entre los
ojos y el objeto, entre la emoción y la forma que
debe expresarla, había que interponer la panta-
lla de los adornos de erudición, IK>chos o textos
tomados de prestado a los maestros. Dt!SC.Irte:;,
miraba directamente. En slt cerebro se confundía
el ver con el comprender. Descartes prctcnclió
dispersar la ciencia y el arte librescos a partir de
las primeras palabms de su ul>iscurso11, reducien-
do la ciencia a investigación de la inteligencia,
cuyo saber irá gloriosamente de evidencia en evi-
dencia, impacientemente, con curiosidad febril.
Descarres se burla del tiempo, cuyo reloj de are-
na rompió indolentemente.
Claudio Bemard fué quien escribió estas pala-
bras altamente cartesianas: uEn la ciencia, loCO·
nocido pierde su atractivo, mientras lo desconoci-
'do está siempre lleno de encantos" ( 173).
Y nada de aquel dfa en adelante podría esca-
par a las investigaciones de la inteligencia impa-
ciente por dominar la materia, dominándola ya,
por su curiosidad y por su duda, por su método
y por su optimismo. uCon tal de que nos absten-
gamos de recibir como cierta cosa alguna que no
lo sea, y que guardemos siempre el orden que pre-
cisa para deducirlas. unas de otras, no puede ha·
-249-

be1 de tan lt.jallas que nos sea imposible llcga,r


hasta ellas •. ni tan ocultas qt~,e no podamos ~es­
cubrirlas)) (174).
Inquietantes palabras, dichas en francés, por un
alumno de los Jesuítas: latinistas perfectos, que
proscriblan, hasta en los recreos, excepto <!11 los
días de fiesta, esta lengua francesa que fué~ Hen
nuestro país m{lc¡uina de guerra en manos de Jos
disidentes, signo de unión entre los Htlgonok>S,
como escribill un historiador amig1> !de la Com-
paiUan (175).
El uDiscursoll cierra la Edad 1\kdia. De la mis-
ma manera 1¡Ue hubo milagro gri~go, hubo tam-
bi&n milagro del mundo cart(.>siano, duda activa
y creadora. Descartes prOC"Ur6 a toda aquella di-
sidencia, a la hipótesis, a los d~gmatismos pro-
visionales, la dignidad y maj-estad que la Es-
Citcla sólo confería a las afirmaciones acuitadas
por ella con destino a la eternidad.
NOTAS

( 1) Existen muchas ediciones de las obras de


Descartes. A una de ellas dió su nombre Vfdor l.:ou-
&in, obra recomendable por la traducción de algu-
nos textos latinos del filósofo. I.a mejor edición la
tlcbcwos a los Sres. Carlos Adam y Pablo Tanne-
ry (C<."Tf, editor, Vcrsaillt!S; J. Vrin, sucesor, Pa-
rfs). El primer \"Oiumen se publicó en 1897. ~1 (Jt.
timo en 1913. E11 modelo de ediciún critica, pues
todas la." difil·ultades filORülka!l e históricas se es-
tudil\n y elucidan en notas innúmeras, sabia." y cla-
ras. Uno de los volúmclk'll está por entero consa-
gTado a la biograffa de Dcscartt'll, debido a la plu-
ma de C. A1lam.
Esa es la edición a que refcrimOR al ledor l'nan-
do citamos cObra.'!•.
l.a biograffa mlu; nntígua dd fil&.ofo la uebemos
al abate Adríano Daillct; su titulo luí-: • Vida del
Sr. Descartes•; se publicó en Parls, en 1óq1; en
1693 apareció una edición abre,•iada en un votu-
men. Cuando decimos en nue;.tras notas •Vida• ncm
referimos a la edicilm en dos volúmenes únicamente.
No es posible considerar la oVida del Sr. Descar-
tes• como documento seguro: en él encontramos con
bastante frecuencia el rasgo de las libertades que
el autor se permitió, siempre que no hallaba docn-
mentM en qué- apoyarse. No por e$0 deja de ser
precioso dicho libro para el historiador que lo em-
plee con prudencia, porque si Baillet se deja llevar
algunas de las veces por la fantasfa, siempre se
muestra llonrado.
-251-

(2) Esta confidencia fué hecha al hermana~~tro.


de Renato, llamado joaqufn ; nos ha sido trasmi-
tida por una nota de familia. S. Ropartz, •La Fa-
milia de Descartes en Bretaña•, Reunes, 1877, pá-
gina 100.
(3) Se encontrará alusion(.>s a las •l'Ífras• en las
.Regulae• y en los •Principios•, \'. cObras•, IV,
p. 524.
(4) •Obras•, 1, p. 330 (•l'arta a l'. Huygenu,
J. 0 noviembre Jb351·
(5) oObra.s•, V, p. 135· ( •Carta n un correspon-
sal desconocido•, 1648.)
(6) cObras•, X, p. 499 (•ln\'(~!!tigaci6n de J.[S
Verdad• ).
17) l'refacio de •Principios•.
(8) oOhras•, l, p. 3t>7. (rl'nrta tlc Dl-scartes al
11 • 1\krscnnl'», 27 abril 1637).
(y) Esta carta está escrita en lntfn. Cousin nos
cla la vcn;;ióu francesa en d tomo IX de su cdi-
dón de las cObms de Descartes•, p. 328.
( 10) rObras•, IV, p. 141 (Oct. 1644), p. 157
(p. Feb. 1645).
(u) •Obras•, 1, p. 179.
( 1 2) cObras•, VI, p. 42. (o Discurso sobre el Ml>-
todo•).
(13) rObras•, 1, p. 23 y 24. (•Carta al P. Menen-
ne•, 8 oct. 1629).
(14) cObras•, V, 1, p. 137. (•Carta del 15 abrih
1630),
( 15) oObra!u, VIII, p. &).
(16) •Obras•, IX. (•Principios•), p. 75·
(17) rObras•, VIII, p. .~3·
(18) .obras•, VIII, p. 77·
(19) rl>escartes•, p. 377·
(20) •Obras•, IX ( • Principios•), p. no.
121) cObras de Locke y de l,eibniZJ, Parfs, Fir-
-252-

ruin Didot, I854. p. sBz. (·Ensayo sobre la bondad


-de Dios y la libertad del hombre•).
(2:3) •Obras•, 1, p. 327. ( •Carta a Descartes•,
:38 oct. 1635).
(23) oVida•, 11, p. 113.
(24) A. Espinas, •Descartes y la Morab, París,
1925, 1, pp. 54 y 100.
(25) Eod. loe. p. 19.
(:36) A. El'pinas, op. cit. p. 59, nota.
(27) ·Obras de Descartes•, t.-d. V. Cousin, XI,
p. 48.
(28) al\lcmoria~ cronológicas que pueden servir
para la historia de Chatelleraulh, por l'offaye de
Pallu!i ( •7.,8), publicadns por Camilo Page, Chate-
lleranlt, H. Ri,·il-rc:, 1909, p. 124.
(29) aCartns del ~r. y señorns de Scudl·ry, de
Sah·én, de ~liez y de la señorita Dc:11cartcs•, Parfs,
1,. Colin, 18o6.
(JO) oltftmorias dt• Mi¡[llfl de.' Marollt:S•, Ams-
terd.·un, MDCCI V, t. 11, p. 237·
(31) cBibliotero de la Sociedad Arch. de Turena•.
Nos. enero-marzo, J<)01, p. 49·
(.U) aVida•, L. p. 7·
( 33) J. Dclfour, al.os Jesuitas en Poitiers•, l'a·
rfs, 1902, p. XLV.
(34) •Obras•, V. p. 338 (•Carta a &-hooten•, 9
abril, 1649).
( 35) Se observaré t.>& te ori~n provinciano de
los principales filósofos y sabios, contcmporAneos
de Descartes: PllS('al, de Auvernia; Roberval y Ro-
bault, de Pioardla; Peircs<' y r.asscndi, provenza-
les; Frénicle. nacido en Parfs, de origen borgofión;
Desargues, lionés; Morin. del Beanjolais; Fennat,
languedociano (gascón, a decir de Descartes), Flo-
rimond de Beaune, de Poitiers, <'Omo Des<'artes lo
fué, jl41't sanguinis; Bachet de 1\léziria<', de Bres-
-253-

san; Mydorgue, parisino, el P. Mersennc, de 1\lan-


coou; Hardy. el editor ele •Euclides•, de Manceau
igualmente, hijo de padre parisién ; Girard, de Saint·
Mihiel, jat·obo el' Alleaumt>, de Orlcllns; el illli!tre
Poisson nadó en el I.oirct mas de un siglo después.
(36) (;, Cohen. op. cit. p. 443, Cf. p. 307.
137) Marqués de Roux, •Pascal en Poitou•, 1919,
p. 45·
(3!:1) I.a ortograffa del nombre varia: Dc:squar·
thes, lJesquart~.
des Carthes, des Carttes, etc.
(39) Cuando se reformó la nobleza en Bretaii.a,
1668-1671, Jos dclltX'nllientcs de Joaqufn, padre de
Reunto, continuaron en su estatuto de nobleza, en
su t."Stado ele t·aballerizo, sin tener que aportar otras
prucbns de noblt-1.n má.c; que el rccut.'Tdo del hecho
de la recepción de dicho joaqufn como consejero
en el p.1.rlamento de Rennes, en 1586.
c4o) Ilarbicr, op, cit. p. 27.
(41) •El pensamiento reli~ioso ele Desca·rle!l•,
1924, p. &J.
(42) •Obras•, IV, p. 442. (•Carta del 15 junio•,
Jf>.Jó).
(43) •Obras•, V, p. 338.
144) .obras•, X, p. 141.
(45) Vl-nse Ropnrtz, •l,n Familia de Descartes
en Bretaña•, in 8. 0 , Saint-Brene, 1876, ps. toJ·t05.
(46) Harbier, cl.os orfgcnes ChatelJCTnudenses ele
la familia Descartes•, Poitiers, 1897, p. 202.
147) •Obra.c;•, V, p. 234· (•Carta al abate Picob,.
7 tlic. 1648, cf. Vida, 11, p. 349.)
(48) En eso hay error. 1,.1. madre tle Descartes
murió al siguiente af.o, algunos <Has despuk de na-
cerle otro hijo. ¿ No indicará el CTror com<."tido por
Descartes, sobre este punto, no habla muy profun-
da \'io.la familiar en el hogar paterno? Descartes pa-
re~ haber ignoratlo la fecha, dd fallecimiento de su
-254-

madre, y, verosfmilmente, que tu\'o aquel hermano


fallecido en la primera in.fancia.
(49) •Obras•, VI, p. 220.
(5o) •Obras•, V, p. 57·
(51) Las fechas propuestas para la entrada y llél-
lida son afu4-16u y 1~1614. Las primeras son la.1
<¡ue ha aceptado C. Adam en una nota de rectifica-
ción, último volumen de las oObras•, última pági-
na. Son muy \oeroslmiles.
(521 A. Barhier, al..os orlgcncs chat.ell~rauden»es
de la familia Descartes•, p. 57·
(5.'1 •Descartes y la 1\lorab, 1, p. 27.
154) • \'ida•, Il, p. 483.
(55) oVida•, 1, p. 34·
(Y,) oDiscurso ,;obre el Ml-todo•, fin de la pri-
mera. parte.
tSi) G. Coben, op. cit. p. 373· Saintc-Bcnvc,
•Port-Royab, I (4.• <.-d.), p. 278.
(58l oObras•, V, p. 25.
(59) Pirro, profesor en la Sorhona, ha consag-ra-
do un estudio a las ideas musical~ de De~cartes.
(6o) oObras•, X, p. 168 (•Carta rle Becckman
a Des<"artes•, 6 mayo, 1619.)
(6I) Dcscartc.c; hizo el relato de esta yj:;ita a
Becckman, Obras, X, p. 164. (cCarta del 29 abrih,
IÓ19.) cr. G. Cohcn, op. cit. p. 38¡.
(62) Podemos reconstituir estos momentos <'On
las oCogitatioDCS.- y el rDiscurso•, que es autobio-
grafia prudente, reticente, pero cuya falta de sin-
ttridad no ha sido probada.
(63) En la parte de su hiografla consagrada a
los Rosa-Cruz, escribe Baillet al margen, la palabra
Musaeus con la siguiente anotación refiriéndose Q
un manuscrito de Descartes: •De Studio bonae men-
tís ad Musaeum•.
¿Será Musaeus el nombre de un amigo de Des-
-255-

cartcs? ¿ &· tratará de referencia a la obra o al au-


tor del rMusaeum chymicum•, que fué el ros-t'ru-
~..-ense Miguel Mcicr?
En el siglo X \'11 hubo tlos teólogos protestantes
bastante conocitlos con el nombre de Mm•aeus, pero
la.~ fedta.~ tlc su nacimiento uo pcnnitcn conside-
rarlos como int-erlocutores de Descartes: son muclto
más jbv'enes que l-1. ¿Se tratará del padre o de uno
de los tfos de dich08 teúlo){os ? El pn.stor Rambaud
inn~stigó mucho sobre Musacus, pero sin buen éxi-
to, l..'n la.-. bibliotecas nlemana.c1 ; mi llorado autiJ.,ro jor-
ge Parisct, profesor ~·n la Universidad de E~trasbur­
go, también se ocup<"l ele este asunto espcdaltneutc
en la •AII~"Cntt>inc dcutsche niogrnpl1ie•, y, cl~..•bido
a sus deseos, mi sabio colega Luciann Fehvre, re•
bu.<~cb ('11 la rbucna vcintl·na de obms teológica~ efe
ju,m l\htMcns existentes ett dicha biblioteca dc Es·
trashurgo, en el oThcs.1.urus Haumianus, en la11 his-
torias locales•. En cuanto a na y le, recurso supremo
teológ-ico, nada dice, limitllndo..,e a citar <'1 nombre.
En cuanto a Migud Mder, autor del rMusaeum
chymicnm• ( ? ) , conciertan las fechas. Nació en
15!'1R, <'n Holstein: ~carte.s pudiera haberlo visto
en 1619. ¿ I.c \"Crfa o \"oh·erfa a ver n su ,·udta de
Alemania, en Magdeburgo, donde este t<:61ogo es-
taba rt'tirado en 1620? (Véase Feller, rniograffa Uni-
wrsah. v. Meier.)
(64) G. Cohen, op. cit. p. 417. Como Descartes,
este Gerzan fué antiguo promotor del feminismo,
1>0r lo que podemo.o; \'Íslumbrar por el siguiente tf.
tulo de un libro suyo dedicado a la f;Cñorit.a de
Montpensier: rEl Triunfo d<' lns Dama.o;o ( 1646).
(65) rObras•, X, pp. 214 y 297· (E~ta traducci6tt
e11 literal).
(66) E.n 1640 apareció un folleto contra Descartes
escrito por cierto Mercurius-el-Cosmopolita. No se
-256-

ube qn1én usara tal seudónimo. Cf. oCorresponden-


4:ia de Descartes y de Constantino Huygt-ns•, por
León Roch. Oxford, 1926, p. 145, nota a.
(6'¡) Sobre estos viajea, V. ll, p • .z96; 1, p. 100.
Cf. •Meyt"Ts Kon\"er.sations-Lexikon», 1897, Leipzig
y Vieua, V. Rosen-Kreu:t.eTI.
(68) Jarobo Chevalier, .Descartes•, Parls, s. d.,
p. So, nota.
(Ó9) •Vida•, J, p. g;>.
(7o) .obras•, X, p. 213.
(71) Esta hipótesis ha sido sentada por G. Cohcn.
(72) Son pensamientos extraldos de los cuad~r-
nos de la ju\"entud de Descartes.
(7J) •Nuevas rortas y opúsculo de Descartes• pu-
blicados por E. tlc Careil, Parfs, 1857, p. 33· \'.
Couain, oFrngmento8 filosóficos• (1838), 11, p. 131'.
17.Íl •Vida•, JJ, p. 83.
(75) •Le: Tcmps•, 10 nov. 192;.
176) oObras•, JV, p. 28z.
¡ i7) •Obra.-;•, X, p. 513.
(¡8) •Descarte!', su \ida y sus obras•, p. 55·
!;9) •Obras•, X, p. 151.
(So) •Obras•, X, p. 127.
181) oObra.o;•, l, p. 25.
(82) •Descartes•, Parls, Plon-Nourrit, p. 45 y Ji·
guientcs.
(8J) •Vida•, 1, p. 85.
(84) Jal, ·Diccionario crftk'O de biografla e his-
toria• (1864), V. •Scarron y Luis Xllh.
(85) •Vid:u, 1, p. 190.
(86) •Vida•, ], p. IT7.
(87) •Vida~, J, p. no.
(88) H. Gouhier, oEl pensamiento religioso de
Descartes•, Parfs, 19:24, p. 8.
(89) •Renato Desearles, Discurso sobre el MHo-
-:as¡-

do, texto y cotnentnrio•, por Esteban Gllson, Parls,


1925, p. a.~o.
(90) •Qbns•, 111 p. 166. (cC.:arta del JO Agosto
1640). Cf. 'III, p. 244 (•Carta xS D0\',1 x64o).
(91) •El pensamiento religioso de Descartes•, pá·
gina 29·
(92) Cuando el &nto Oficio condenó a Galileo,
tlcclar6 Deicartes no haber visto jamú a su ilustre
precursor: dado el terror que le produjo dicha con-
dena, podemos preguntarnos si negó su visita, con ob·
jeto de burlar la inculpación de m.TCjla, que querla
c\·itar a toda costa.
(93) cDiccionario de Baylc•, V. cCesalpin•.
(94) l'irrouiano y matcUlático (1578-1663); fue
profesor en la Universidad lle P.isa.
(95) cObras de Locke y tlc Leibniz•, Didot, 1854,
pá~,'i.na 497· ( cConfonuidad de la ley l'OD la. razón•).
(C)Ó) Descartes sabia el italiano, según parece.
CC. Pirro, cDescartes y la música•, Parls, trp¡, pú-
giua 14.
(97) Uaillet, cVida•, 1, p. IJI.
(<)8) En su juventud redactó un lratadito sobre
el duelo.
(99) Guy Patín, cCnrtas•, publicadas por Révei-
lle-Pari7.e, Parls, •846. e vols. t. 11, p. 479·
(too) •Vida•, 1, p. 194. Cf. E. Gilson, cl.a LI-
bertad en Descartes y la teologla•, ParL<>, t9IJ, pA-
gina t96 y sigs.
l HH) H. Brémond, e Historia del 8eutimi.ento l't!-
ligioso en Francia•, Parls, Bloud y Gay, 111, tcpJ,
p{tginn 6.
( to:z) Raul Allier, •l.a Cábala de los devotos•,
Parf~. 1902, págs. 12 y 14·
(ro3) tlbid•, p. 259·
( ICI4) el bid•, p. 259·
(105) cVida•, 1, p. 165.
I"U, XXXIX 17
-258-

(Io6) •Vidaa, 1, p. 163.


( 107) H. Brémond, op. cit., III, p. 40, uota.
( 108) •Obras•, 1, p. 182 (.carta al P. Merse?J-
?Ir•, 25 nov. IÓJO).
( 109) G. Cohen, •Los escritores franceses en Ho-
landa•, París, Cllamion, 1920, pllgs. 443 Y 427·
(no) oObras•, 1, págs. 562-571 ; V. 558.
( II 1) V. 1D\'entario procurado por C. Couderc,
oNuen>s documentos sobre la situación económica
de la fanúlia Descartes•, París, 1918.
( 112) •Discurso•, fin de la segunda parte.
( 113) C. Adam, oDescarte~u, p. I6c,;).
( 114) C. Adam, •Descartes•, p. 286.
( 115) •Obrruu, ni, p. so.
( uó) o Vida•, 11, p. 89. C'f. C. Adam, oDcscnr·
tes.•, págl!. 175 y sigs.
(117) G. l'ohen, op. cit., p. 4Sr.
( 118) :\. Fouill~, oDesearles•, p. 21.
( 119) •Obras•, 11, p. 619.
( 1:!0) Citado por C. Adam, op. cit., p. 102.
(121) •El pensamiento religioso de Descartes•.
página 64.
luz) C. Adam, ·Descartes•, págs. IOS-ro6.
(l~J) •Obras•, 11, p. 32 (•Carta del 1. 0 marzo•,
1ó38).
(124) Gouhier, op. cit., p. 65, nota.
(125) C. Adam, op. cit., p. II2, nota a.
(126) •Obras•, 111, p. 131. (oCartas y dfscursos
del Sr. De Sorbi~res sobre di'Versas materias curio-
sas., 1600).
(127) •Vidfu, 1, p. 153 y sigs.
(t"2R) •Nuevas Cartas y Opúsculos de I.eibnü:•·,
publicadas por Foucber de Careil, París, 1857, pá-
gina 36.
(129) •Obras•, 1, p. 204 (oC.:arta del !i tnayo•,
1631 ).
-259-

(130) Dirf' Ilaillet que Descarte.!! dejó a Villebres-


sieux en casa de un amigo en Dinamarca (•Vida•,
1, p. 261). G. lla.rtholin murió en 1629, dejando dos
hijos, uno de los cuales era geómc...otra y se ocupó
en completar la geometría cartesiana. V. • Vida•,
1, p. 275·
( IJI) Según la lliografía Micha.ud.
( 132) Baillet, 1, p. 258. Vmebressieux enumeró
sus invent011 en un folletilo ( J631), que, por des-
gracia, no contiene particularidad albruna lJUe pue-
da aclararnos sus relaciones l'on l.)cscartes, sobre
todo en lo relativo a este ''i.nje.
(133) R. Allk'T, oLa Cábala de los Dc\'otos•, Pa-
rls, 1<)02, págs. 304 y sigs.
(134) Citado por C. Adnm, uDcscnrtcs•, p. 103,
nota b.
(135) •Obras•, JI, p. 266.
( 136) •Pascal y s11 tiempo•, Parl!<, 1909 (cuarta
edición), 1, p. 138.
(137) •Memorias del Cardenal de Retz•, Parls.
llcrlfn·Leprieur, 1&¡4, 1, p. 66.
(138) aPascal y Sil tiempo•, 1, p. 212.
( 139) rPasml y sn tiempo•, 1, p. 257·
(140) Fr. Delacroix, •Los Procesos ele Hechice-
ria en el siglo XVIh, Paris, 1894, p. 27.
( 141) •Pensamientos•, cd. L. nrunsch vicg, NOil.
817 y 818. Cf. Michaud, •Las Epocas del Pensa-
miento de Pascah, Pnrfs, 1902, p. 17.
(142) cObras diversas•, Amsterdam, 1709, 1, pá-
gina 215.
(143) H. Brémoud, •Historia del Sentimiento Re-
ligioso en Francia•, IJ, p. 330.
(144) Obras de Segrai.c;, Segraisiana, 11, p. IJ,
págs. 42 y sigs. F. Delacroix, •Los procesos de He-
cbicerla en el siglo XVIb, P• 25. •
- a6o-

(145) F. Bouillier, •Historia de la Fila&ofia Car-


tesiana•, Parfs; 1868 (tercera edición), I, p. 1¡.
(146) Menenne, •La Impiroad de 106 Deistas•,
1, p. 25. Citado por Fortunato Strowski, op. dt., 1,
página 213.
(14;) Padre J. Fraocisco, cTratado de las Influen-
cias celestes• (Reunes, 166o). Citado por E. Gilson
ea eu edición del e Discurso•, Paria, 19251 p. uo.
( 148) Citado por F. Strowski, e Pascal y su tiem-
po•. 1, p. 22J.
( 149) Descartes, incierto e inúlll, escribió Pascal.
liSO) •Las Matcm6ticas y la IJK'taff&ica en Des-
cartes•, Rn,ista do Metaffsica, 1928, p. 293.
(151) oObras•, 1, p. ¡o. (•Carta del 13 noviem·
bre•, 1629).
( 152) cObras•, 1, p. 194. (e Carta del 23 diciem-
bre•, I6JO.
(15.1) cObras•, 1, p. 85.
(154) •Obra.'l•, 1, p. 145. Cf. X, p6p. :ziSo219.
(155) · •Obras•, I, p. 179. (•Carta del 25 noviem-
bret, I6Jb.
(156) C. Adam, .Descartes•, p. 166, nota.
( 157) oObra.'l•, I, págs. 285-286. (e Cartas del JO
enero, 15 ma1'7.o y 14 agosto•, 1634).
(158) cObras de Descartes•, edi. Coasin, XI, pfl-
gina 185.
(159) •Vida•, p. 252.
(16o) oVida•, p. 3o6.
(161) •Vida•, I, p. 248.
(t6:z) cObras•, 1, p. 281.
(163) cObras•, I, p. :z8:z.
(164) cObras•, 1, p6gs. 281-282. (•Carta al P.
Mersf'llne, diciembre•, 1633).
(165) cVida•, 11, p. 74·
(166) cVida•, 11, p. 79· •Obras•, m, p. 4&; d.
páginas 464, 543 '1 594·
(167) V. la rarbl de Descartes al P. Charlet, an-
tiguo asistente general eu Roma: rObras•, III, pá-
gina 2Ó9·
(168) •Obras•, III, p. 347· (•Carta del 31 mayo•,
1641). Cf. 1, p. 271 (fin nov. 1633), p. 281.
(169) •Obras•, 1, p. 164. (•Carta del 27 abrib)
(¿1637?).
(170) •Obras•, I, Jl· 258. (•Carta a Merseuue•,
1ÓJ2).
(171) C'on\·enicnte eR en cstl· punto reproducir
un juicio de Desoortc11 sobre si mismo para persa-
niñear este pensamiento general <.·n su nspcdo: oHay
que hacerse justiria a si mismo rel'onociendo nues-
tras perfeccione~, asl como nuestros defectos, y si
el decoro impide los publiquemos, no por eso evita
los sintamos•. a Obras•, IV, p. 307.
(172) rObras•, I, p. 81. ( oCarta al P . .Mersenne•,
20 DO\', 1629) ·
(173¡ alntroduccibn a la medicina cxperimentab,
cd. Delagrave, 18S8, p. 352.
(174) oDiscurso sobr<' el Método•. Es la frase que
sigue inmtdiatamente al enunciado de las cuatro
reglas.
(175) Andrk Scltimbcrg. oLa Educación moml
en los colegios de la Compañia de JesúR, en Fm,ncia,
bajo el antiguo Régimen•, Parfs, 1913, p. 163.
IN DICE
........
Prefacio .......... ,.,, ..... , ....•..•. ;,,, .. ,.. 5
Introducción. El enigma de Descartes......... 8
L.IBRO 1
LOS AfilOS DE APRENDIZAJE
1.- Renato Oescartes, de Poitiers............. 39
II.-Los Descartes,.......................... 51
111.- La infancia ...••.••.••..•••••••••. ,..... 61
lV.-Un caballero francés por los caminos de
Europa.................................... ¡o
V.-Las horas de la Rosa-Cruz................ 85
VI.-:Los suei'los de una noche en Suavia •••• ,, 97
VII.- La ciencia milagrosa ..... ,.............. 120
Vlli.-¿Fué Descartes a adorar a la Virgen de
Loreto como peregrino? .•• , •• , • , . • • • • • • • • • • • 131
IX.-Una tarde en casa del nuncio del Papa... 147
L.IBRO 11

EL DISCURSO SOBRE EL METODO


l.-La huida a Holanda....................... r6'¡
H.-Descartes mira a su alrededor............. 191
111.-El espanto de Descartes.................. 216
IV.-EI Discurso subre el Método............. 239
Notas ......•. ,............................... 250
Exdallft de venta, f.lpasa-calpe, S. A.-Madrld
NUEVA BIBLIOTECA FILOSOFICA
.....-....
VOLUMENES PUBLICADOS
1.-EMERSON (Ralph Waldo). Diez ensayos.
U al V.-FOUILLEE (A.). Historia de la Filoaofla.
VI.-EMERSON (Ralph Waldo). La ley de la vida.
Vll.-SCHOPENHAUER (A.). Aforismos de filoaofla.
YIII.-DOUMER (Pablo). El perfecto ciudadano.
IX.-PASCAL (Bias). Pensamientos.
X.-EMERSON (Ralph Waldo). Hombrea simbólicos.
XI y Xli.-PLATON. Obras. Dijlogoa aocr6ticoa.
XII1 y XIV.-PLATON. Obras. Dl61ogoa polémicos.
XV y XVI.-PLATON. Obras. Dl61ogoa dogmaticoa.
XVll.-EMERSON (R. W.). Diez nuevos ensayos.
XVIII al XX.-REINACH (Salomón). Cartas aZoe.
XXI.-PLATON. Obras completu. La Rep(lblica.
XXll y XXIII.-PLATON. Obras. Las Leyes.
XXIV.-PLATON. Obras completas. Di61ogos apócri-
fos u dudosos. Cartas.
XXV.-EMERSON (R. W.). Doce ensayos. Cartas.
XXVI y XXVII.-EMERSON (R. W.). VIda U discursos.
XXVIII.-POLITZER (J.). La Paicologla U la Paica·
n61isia.
XXIX.-WALH (Juanl. Estudio sobre el •Parméni-
des• de Platón.
XXX.-MEREJKOVSKV (Omitry). Loa Misterios del
Oriente. Egipto. Babilonia.
XXXI.-WUNDT (W). Evolución de las Filosoflas.
loa Pueblos.
XXXII a XXXIV.-BONILLA V SAN MARTIN (Adolfo)
Luis Vives y la Filosofla del Renacimiento.
XXXV.-PITÁGORAS. Los Versos de Oro.
XXXVI.-FRANKLIN (8.). El libro del hombre de bien.
XXX\'11.-LEIBNIZ. Nuevo sistema de la Naturaleza.
XXX\'lll.-PLUTARCO. lsis y Osiris.
XXXIX.-LEROV (Máximo). Descartes ¡tomo t. 0 ).
XL.-LEROV (Máximo). Descartes ttomo 2. 0 ).
XU.-PLOTINO. Las Ennéadas (tomo 1.0 ).
XUI.-PLOTINO. Las Ennéadas (tomo 2. 0 l.
XT.!Il.-PLOTINO. Las Ennéadas (tomo 3. 0 1.

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