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El Mundo Griego Antiguo - (Capítulo III) F. Ruzé y C. Amouretti - Pp. 38-48.

1) Entre los siglos XV y XII, la civilización micénica se expandió por el mundo egeo, construyendo ciudadelas fortificadas como Micenas y Tirinto. 2) Los palacios micénicos se diferenciaban de los cretenses por estar rodeados de sólidas murallas y contener salas como el mégaron. 3) La civilización micénica floreció a través del comercio marítimo y la expansión por el Mediterráneo, pero entró en declive cuando los palacios cretenses fueron destruidos a mediados

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El Mundo Griego Antiguo - (Capítulo III) F. Ruzé y C. Amouretti - Pp. 38-48.

1) Entre los siglos XV y XII, la civilización micénica se expandió por el mundo egeo, construyendo ciudadelas fortificadas como Micenas y Tirinto. 2) Los palacios micénicos se diferenciaban de los cretenses por estar rodeados de sólidas murallas y contener salas como el mégaron. 3) La civilización micénica floreció a través del comercio marítimo y la expansión por el Mediterráneo, pero entró en declive cuando los palacios cretenses fueron destruidos a mediados

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CAPÍTULO III

Apogeo y caída del mundo


micénico
( 1400- 1200)

Entre los siglos XV y XII el mundo egeo se homogeneiza; aparece


una cerámica casi idéntica en todos los yacimientos, se alzan ciudadelas
y el lineal B, la escritura ideada en Creta, sirve a los escribas para la
transcripción del griego. Se designa con el nombre de mundo micénico
al conjunto de regiones que conocieron este tipo de civilización. En rea­
lidad, no hay ninguna preeminencia de Micenas, pero la importancia
y antigüedad de sus excavaciones y la riqueza de las leyendas griegas
que se relacionan con ella han favorecido esta denominación conven­
cional.

I. EL MUNDO MICENICO

P A L A C IO S -F O R T A L E Z A Las multiplicadas excavaciones aportan cada año la confirmación de


la densidad de la ocupación micénica. Más de cuatrocientos yacimien­
Ver m apa 4 tos han sido localizados en el continente. Pueblos y aldeas antecedie­
ron a los palacios, aparecidos tras el 1400 y, en muchos casos, sólo tras
el 1300. Muy distintos de los cretenses, se encierran tras sólidos recintos
en los que torres y bastiones permiten atacar por su flanco al asaltante.
Situados en acrópolis, pueden servir de refugio a las poblaciones y a
menudo toda una ciudad se organizaba dentro de sus murallas. El pa­
Ver plano j 1 lacio la dominaba, aunque sin ocupar demasiada superficie. Así, en Mi-
cenas, impresiona, primeramente, el amurallamiento. Construido con
enormes piedras, frecuentemente escuadradas, sus restos ya impresio­
naron a los griegos hasta el punto de que las creyeron hechas por unos
gigantes, los cíclopes. Los muros ciclópeos se adaptan a los contrafuer­
tes de la acrópolis, que domina la torrentera del Khaos; se abren por
una puerta monumental, coronada por el bajorrelieve de los Leones,
que le ha dado nombre. Una única poterna conduce hasta un manan-

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tial fortificado. En el interior, una rampa lleva al palacio, bordeando A. Almacenes
B. Sala del mégaron
el antiguo círculo de tumbas, exento de construcciones. El centro del C. Patio
palacio está ocupado por el mégaron, cuya planta ya vimos en Troya,
y que acaso sea el ancestro del templo griego. La habitación está prece­
dida por un patio al que se accede mediante una escalera monumental
y una puerta enmarcada por pórticos, los propileos. El conjunto está
fortificado con una segunda muralla y el perfil del palacio no siempre
se distingue del de las casas que tenía adosadas. Recientemente se ha
descubierto un santuario en un barrio de casas, al oeste. Esta planta
palacial aparece en otros yacimientos, con algunos matices distintos. A
diez kilómetros de allí, en Tirinto, se construyó un pasillo abovedado
(las «casamatas») en la muralla, que alcanza en ese punto 17 ms. de
ancho. Unos túneles dan acceso a las capas acuíferas. En Gla (Beocia),
la muralla, de tres kilómetros de larga, abriga toda la isla del lago Co­
pais, mientras que Tebas, reconstruida en demasía, no ha dado sino
objetos preciosos en el emplazamiento del más antiguo de los palacios.
Atenas guarda aún fragmentos de su muralla, pero no su palacio. En
Pilos (Pylos, Mesenia) está el palacio mejor conservado, excavado desde 0 10 20 ni.

1939· El mégaron se abre a un patio rodeado de estancias; detrás, vas­ El corazón del palacio de
tos almacenes, cerca de unos anexos que contenían jarras para vinos, Pilos
talleres (cueros y bronce) y el arsenal de los carros de guerra.
Algunos de estos palacios han conservado frescos, más hieráticos que
los cretenses, en los que se inspiran: grifos en Pilos, procesión de muje­
res en Tirinto, despedidas de guerreros y cazadores en Tirinto y Mice-
nas decoraban las principales habitaciones. Algunos temas se repiten
en los vasos que, inspirados inicialmente en motivos cretenses (pulpos,
sepias), tienden hacia una esquematización más geométrica. El metal
sigue siendo trabajado con cuidado y las armas de gala y las vasijas son
uno de los logros del mundo micénico. A veces se hallan en las tum­
bas, algunas de las cuales se libraron del saqueo. A las sencillas tumbas
de cista suceden las amplias tumbas de cámara, excavadas en la roca Tholos es. en griego, voz q u e se usa
y cuyas tholoi constituyen un tipo particular, con su bóveda de piedra. en masculino v femenino.
[N . del T.|.
Las más hermosas son las de la comarca de Micenas. La más célebre,
el tesoro de Atreo, como la llamó Schliemann, es coetánea de la puerta
de los Leones. Precedida por un corredor cuidadosamente construido
en piedra labrada, su bóveda, excavada en la colina, está igualmente
hecha en sillares, dispuestos en hiladas cada vez de menor diámetro,
que debían de estar adornadas con rosetas de bronce. Notable trabajo,
tanto por el encaje ajustado de las piedras cuanto por el cuidado de
su talla.
Este carácter monumental es lo que distingue, en cierta medida, U N ARTE M O N U M E N T A L
al arte micénico del cretense. Da fe de la misma maestría técnica, pero
puesta al servicio de una concepción más rigorista que busca, sobre to­
do, los efectos de simetría. También llama la atención, respecto del es­
píritu minoico, el aspecto guerrero de esta civilización. Las dinastías que
hicieron construir estas tumbas para glorificar su memoria se hacían en­
terrar con sus armas y carros; la obsesión defensiva se aprecia asimismo

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en las excavaciones: las murallas fueron continuamente modificadas y
mejoradas, desde el siglo XIII. Estos pequeños principados independien­
tes, apoyados en una importante aristocracia, temían algún peligro. Pero
ignoramos si interno o externo.
L A E X P A N S IO N Parece que los micénicos pudieron surcar los mares sin demasiadas
M IC É N IC A dificultades. Su cerámica aparece por todo el perímetro mediterráneo
y llegaron más lejos que los minoicos. Los hallazgos son tan importan­
tes cerca de Tarento que han dado pie a hablar de una colonia. En Tap-
so (Sicilia) se ha descubierto todo uíti pueblo. Algunos fragmentos di­
seminados por Italia del sur y Sicilia prueban relaciones comerciales que
remontaban hasta Isquia, a través de las Lípari, e, incluso, hasta plena
Etruria. En Oriente, donde las relaciones son más evidentes es con la
Ver m apas 1 y 4 costa jonia (Mileto y las islas meridionales: Cos, Samos y Rodas). Algu­
nos puntos, como Rodas, es posible que, a su vez, se constituyesen en
centros activos. Chipre, en ese tiempo, era muy activa, tal y como mues­
tran las excavaciones de Kition y Enkomi, y ya vimos cómo hacía tiem­
po que acogía influencias micénicas; aparece, incluso, una escritura, lla­
mada chipro-micénica, que usa signos del lineal B, pero que no trans­
cribe griego. Al final del período se instalan grupos de refugiados mi­
cénicos, prueba de que sus relaciones eran buenas. Lo mismo sucede
con Ugarit, que servía de etapa hacia Egipto. Y sin duda fueron los
comerciantes sirios quienes llevaban los objetos micénicos a Egipto, en
donde la efímera capital de Akenatón, el rey heresiarca, ha dado series
particularmente importantes. Los micénicos, pues, fueron activos co­
merciantes, que aprovecharon, sin duda, las disputas que enfrentaban
a los imperios egipcio e hitita. No sabemos si todas sus empresas fue­
ron pacíficas. En algunos yacimientos se comprueba que sustituyeron
directamente a los minoicos (como en Rodas) y se ha planteado, justa­
mente, el problema de este desvanecimiento de los cretenses.
La destrucción de los A mediados del siglo X V , todos los palacios cretenses, salvo Cno­
palacios cretenses sos, fueron brutalmente destruidos y sólo serán vueltos a ocupar muy
esporádicamente. Se pensó en incursiones micénicas o en una toma del
poder por parte de Cnosos. Ahora se vuelve a una hipótesis expuesta
La erupción de Teta por S. Marinatos en 1934: la erupción volcánica de la isla de Tera ha­
bría ocasionado un gran maremoto, al tiempo que un turbión gigan­
tesco habría llevado hasta muy lejos ceniza y piedras pómez esteriliza-
doras. Cuidadosas investigaciones en la ciudad de Acrotiri, sepultada
bajo el volcán, permitieron detectar dos momentos: el abandono de la
ciudad tras los primeros signos y la erupción en sí; en la isla de Ceos,
la ciudad de Aghia Marina, excavada desde I960 por J. L. Caskey, fue
también destruida por un seísmo en el siglo X V . Es tentador ver en las
destrucciones de Malia, Zacro y Festos las consecuencias de este mare­
moto, del que se habría librado Cnosos, lugar que, en efecto, y duran­
te otro medio siglo, vive un último esplendor, con un estilo de cerámi­
ca llamada «del palacio». Pensase Evans lo que pensase, esta última di­
Una dinastía griega en nastía es griega y contemporánea de las más antiguas tablillas de lineal
Cnosos B. No sabemos si procedía del continente, familiarizándose a su llega-

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da con la escritura minoica y adaptándola a su lengua, si se trató del
establecimiento de numerosos grupos griegos o de minoicos que, por
matrimonio, adoptaron la lengua y ciertas costumbres continentales.
Las hipótesis siguen abiertas. De todos modos, este último esplendor
fue breve y Cnosos se hundió, a su vez (hacia 1400, según Evans; segu­
ramente, un poco más tarde). Pero las vajillas micénicas aparecen de
modo esporádico en la isla y los objetos siguen conservando rasgos ori­
ginales respecto del continente. Hay un empobrecimiento de la civili­
zación en Creta, pero no ruptura ni abandono de los llanos. Por eso
ha podido pensarse tanto en una violenta reacción interna contra la di­
nastía de Cnosos cuanto en una incursión continental que destruyese
definitivamente el palacio.
El problema tampoco es fácil en Troya. A la ciudad de Troya VI, ¿La guerra de Troya?
destruida por un seísmo en el siglo X III, sucede inmediatamente una
nueva ciudad, Troya VII, que adopta algunas modas micénicas, pero
cuya civilización es más pobre. Resultó destruida por una brutal inva­
sión que dejó huellas concretas, pero fue inmediatamente reconstruida
en los años 1260, según sus excavadores (fecha discutida por algunos).
No se sabe si esta destrucción señala el paso de la Guerra de Troya, in­
cursión de un grupo micénico contra una ciudad bastante mediocre con
la que haría largo tiempo que mantenían relaciones comerciales.
¿Habría sido, pues, una simple expedición de represalia el origen Ver cap. IV. II
del célebre ciclo legendario cantado por Homero en la ¡liada y la Odi­
sea.5 Es cierto que, a partir de los datos arqueológicos y toponímicos,
puede imaginarse fácilmente esa sociedad patriarcal aquea, dominada
por los príncipes, cuyas hazañas guerreras formaron la trama de la epo­
peya. Y todos los manuales —algunos lo siguen haciendo— ilustraban
la descripción de las mansiones micénicas con citas tomadas de Homero.
Pero, hoy por hoy, no es posible omitir las traducciones de las tablillas
en lineal B, que arrojan muy diferente luz sobre esta sociedad.

II. LA SOCIEDAD MICÉNICA A TRAVÉS DE LAS TABLILLAS


EN LINEAL B

Los estudiosos disponen actualmente de casi cinco mil tablillas en E L D E S C IF R A M IE N T O D E


lineal B y todos los años aumenta el número de documentos nuevos L A S T A B L IL L A S
o de fragmentos que se añaden a los antiguos. Un lote muy importante
procede de Pilos (mil cien), pero también de Micenas (una cincuente­
na) y, ahora, de Tebas (veinte, más inscripciones en vasos); finalmen­
te, Cnosos ha dado la mayor parte (tres mil quinientas). Se trata de
tablillas de arcilla (las mayores, de 25 x 12 cms.) en las que se escribía
con un estilete puntiagudo. Se tiraban tras su empleo y únicamente
porque los palacios se incendiaron se cocieron las tablillas, de modo que
los archivos son los del último año antes del incendio. Amontonadas
en esportillas, no parece que se pensase en guardarlas por más de un
año y no van nunca datadas ni firmadas: se trata de cuentas de inten-

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dencia. No se han encontrado inscripciones salvo sobre arcilla. Es posi­
ble imaginar que hubo poemas, plegarias o anales en cuero, madera
o piedra, pero nada nos ha llegado y acaso nunca existiese. La escritura,
compuesta por ochenta y siete signos silábicos, se adaptaba, por lo de­
más, muy mal al griego. Este préstamo de la escritura cretense se justi­
fica para estos documentqs administrativos que, en el fondo, emplean
una especie de taquigrafía. Dos ingleses, el arquitecto Michael Ventris
y el lingüista John Chadwick, los descifraron en 1953. A partir de la
hipótesis de que la escritura ocultaba griego y empleando los ideogra­
mas que aparecían en determinados textos, se valieron de métodos de
desciframiento del ejército, en cuyo gabinete de cifra había trabajado
Ventris. Tras el asombro que suscitó su descubrimiento (muchos estu­
diosos no admitían que el lineal B pudiese contener griego), se multi­
plicaron los trabajos. Aún están lejos de terminarse y su aprovechamiento
historiográfico ha de ser prudente; pero nos han aportado elementos
bastantes como para dejar caducas las obras que hacen de Homero la
fuente de su descripción de la sociedad micénica.
La primera información concierne a la existencia de una clase de es­
cribas cuyas individualidades se distinguen por su modo de transcribir
los documentos. Se ha llegado, así, a distinguir cuarenta en Cnosos y
se estima que, en este palacio, el total podía ascender a una centena.
Pequeña tablilla de Cnosos (serie de los
Jerarquizados y agrupados en oficinas, estaban al cargo de estos minu­
carros de combare) ciosos estadillos, fiscales, seguramente, relacionados con el estatuto de
las tierras, las contribuciones pagaderas al palacio (con el nombre de
LA C LA SE D E LO S
E S C R IB A S
quienes estaban exentos), las materias primas suministradas o requisa-
bles por éste, sobre la distribución de las tropas, etc. Una burocracia
prolija que contaba hasta las ruedas de los carros fuera de uso...
U N A S O C IE D A D Al frente de cada palacio se encuentra un rey wa-na-ka (wanax), junto
JE R A R Q U IZ A D A al que aparece el ra-wa-ke-ta (lawagetas), quizás el comandante en je­
fe. El rey y él son los únicos en poseer una casa dotada de personal con
oficios; también poseen suelo agrícola, el temenos. Aparecen igualmente
como personajes importantes los te-re-ta (telestai). El país está dividido
en provincias, de las que hay dos en Pilos, y cada aldea parece disponer
de un funcionario local, el ko-re-te, mientras que los pa-si-re-u (basi-
leus, es la palabra que, en griego, designará al rey) son jefecillos loca­
les, a veces asistidos por un consejo de ancianos.
Aparece como entidad jurídica el damos (demos), que bien podría
ser la comunidad aldeana. Finalmente, sacerdotes y sacerdotisas depen­
dientes de dioses, diosas o santuarios, parece que ocuparon un lugar
importante.
«Esta sociedad conoce, pues, una con­ Junto a estos dignatarios, las tablillas enumeran a multitud de per­
dición de dependencia normal en re­
lación con el palacio que, desde un
sonajes secundarios por sus profesiones y a esclavos (hombres, mujeres
punto de vista moderno o desde el de y niños) cuyo origen geográfico se indica.
la Polis clásica, es una posición inter­
m edia entre esclavitud y libertad.»
Pero la forma de nuestra documentación —fiscal— no facilita la com­
A. MELE, Colloque sur l'esclavage, prensión del verdadero estatuto jurídico de las personas. La noción misma
1973. de libertad no es igual que la que veremos definirse en los períodos
siguientes. Cuando la palabra aparece —lo que es raro— alude, de he-

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cho, a una exención, por la que alguien se libera, temporalmente, de
la dependencia general respecto del palacio.
Captamos, también, algo de la complejidad del estatuto del suelo E1 e sta tu to d e las tiertas
mediante las noticias alusivas a las rentas debidas al palacio o a sus exen­
ciones. Hay una kitimena kotona adjudicada a los telestai, que puede
ser asignada en parcelas; y una kekemena kotona, que nunca se les ad­
judica, sino que parece comunitaria y distribuida entre diversos adju­
dicatarios. Según algunos, en el primer caso estaríamos ante tierras de
cultivo y, en el segundo, ante tierras en barbecho tras la cosecha. Otros
oponen la propiedad privada de los telestai y las tierras comunales del
damos. El particular carácter de nuestras fuentes hace difícil la inter­
pretación pero, así y todo, pueden subrayarse la redistribución tempo­
ral de la tierra y las disputas que ello podría generar: en una tablilla
vemos al damos alzarse contra los abusos del clero. Por otra parte, es
probable que las asignaciones se refiriesen a la cosecha próxima (pues
a menudo se evalúan en medidas de grano), mejor que a parcelas fijas,
pues el cultivo, en parte, debía de ser parcialmente itinerante, como
en muchas de nuestras regiones mediterráneas.
Aparte el clero y los dignatarios, la mayoría de los habitantes de­
bía de cultivar la tierra o guardar los rebaños. Pero, además, el pala­
cio les exigía servicios más concretos. Así, el cultivo itinerante del lino
o el trabajo del bronce que el palacio suministraba: en Pilos se han cen­
sado cuatrocientos broncistas. Los oficios se precisan siempre con cui­ O F IC IO S
dado. Hilar y tejer eran labores femeninas y se distingue a los bataneros E S P E C IA L IZ A D O S
y curtidores. Algunos parecen disfrutar de mayor estima que otros: un
alfarero figura en el entorno regio; abundan los orfebres, así como los
albañiles y carpinteros. Estos artesanos abonan contribuciones impor­
tantes y puede hablarse de verdaderas industrias. Las exportaciones de
Cnosos debían de estar parcialmente basadas en la lana (gracias a una
cabaña que, según los datos de las tablillas, puede evaluarse, para la
isla, en varios cientos de miles de cabezas); las de Pilos, en el lino y
los objetos de bronce y las de Micenas, en el comercio de lujo con los
fabricantes de kyanos (pasta azul destinada a la incrustación). Además,
en todos los reinos, el aceite de oliva, a menudo empleado como ofren­
da, suponía una producción importante.
Así se hace un poco de luz sobre el origen de la riqueza de estos U n a ec o n o m ía esta tific a d a
palacios y sobre el nexo entre la importancia de la producción y la so­
ciedad palacial. El sistema se organiza en función del excedente expor­
table; el palacio provee la materia prima y recoge la producción en forma
de contribución obligatoria. En cuanto al empleo de la riqueza así reu­
nida, ya hemos visto que muchas tumbas guardaban verdaderos teso­
ros. No sabemos si se trata de tumbas únicamente dinásticas o si los
dignatarios se beneficiaban también de este aflujo. De hecho, en el pe­
ríodo que estudiamos, una parte de estos recursos se empleaba proba­
blemente en defensa: sobre todo, en refección de murallas y
mantenimiento del ejército.
Disponemos, en efecto, de un auténtico informe en Pilos: las tabli-

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«Es, así, posible llegar a la conclusión lias o-ka, con las comandancias de costa, la lista de efectivos y el nom­
de que en los Estados micénicos exis­
tió una clase de caballeros, a quienes bre de sus jefes. Dos tablillas nos dan listas de remeros; otras (también
siempre se designa nominalmente, des­ las hay en Cnosos) enumeran materiales: se censan carros, caballos, es­
tinados al com bate en carros de gue­
rra, cuyo equipo era sum inistrado por
padas y flechas; hay preocupación por la materia prima (una tonelada
el'palacio.» de bronce se reparte entre dos docenas de forjas, en Pilos); cuando fal­
(M . LEJEU N E, Problèmes de la guerre taba metal, se procedía a la fundición de objetos, si era menester, re­
en Grèce ancienne , o p. cit., p. 54).
quisados a los santuarios, según indica una tablilla de Pilos. Era natural
que un palacio evaluase sus fuerzas militares y navales; pero los datos
de Pilos (no olvidemos que llegados a nosotros fragmentariamente) dan
la impresión de un reino que espera ser atacado inminentemente y que
se prepara a resistir enviando refuerzos a las fronteras.
LA RELIGION La teligión, evidentemente, desempeña un papel notable en esta
sociedad. Se ha identificado toda una serie de nombres propios, como
Zeus, Hera, Poseidón (que tiene en Posideia su correlato femenino),
Artemisa, Hermes y Atenea, cuyo culto, en esta época, está ya bien asen­
tado.
A todos los dioses, un ánfora de miel. Puede que una vez se lea el nombre de Dioniso, aunque no es se­
A la Señora del Laberinto (?), un án­
fora de miel.
guro. Otros vocablos resultan menos familiares. Así, Potnia, la Señora
(Kn G g 702, D ocum en ts..., n .° 205). (el equivalente entre nosotros podía ser «Nuestra Señora»), vinculada
a un gran número de nombres de lugares (de vientos, del laberinto,
etc.). Podría ser el equivalente de la diosa tan a menudo atestiguada
Ver capítulo VIÎÎ en Creta, acaso cercana a esta madre divina, seguramente Demetet.
Aparecen evocadas muchas otras divinidades secundarias: en Cnosos se
hacen, incluso, dedicatorias a todos los dioses. Todas estas divinidades
son nombradas a propósito de la contabilidad de ofrendas: aceite, per­
fume, trigo, vino, miel y queso. A veces, la enumeración sugiere un
banquete ritual. No hay sacrificios cruentos.
Por desgracia, los descubrimientos arqueológicos que podemos opo­
ner en paralelo son muy escasos. Muy recientemente se han descubier­
to, empero, santuarios en Micenas y en la isla de Ceos, con ídolos de
brazos alzados. Sólo Creta cuenta con tantos lugares de culto conoci­
Crónico. Relativo a las divini­ dos, pero las gemas evocan también el culto al árbol, a la columna o
dades subterráneas. Cf. capítulo a las montañas. Si, por un lado, comprobamos, por la onomástica, que
V IÎÎ.
hay ya una amplia asociación entre dioses indoeuropeos y divinidades
ctónicas, por otro, nos gustaría saber hasta qué punto estaba configura­
da su mitología y si habían tomado ya el aspecto antropomorfo que les
conocemos en época griega. Hay que hacer votos por que nuevos des­
cubrimientos nos ilustren al respecto, pues probablemente fueron los
aspectos religiosos los más directamente transmitidos a Grecia tras el
Lárnax. Sarcófago de barro seco o coci­ hundimiento del mundo micénico. El culto a los muertos es muy im­
do. [N . del T.]
portante y la variedad de sepulturas (tumbas de cámara, de cista, lar-
nakes) recuerda la jerarquía por la que se regía la sociedad.
La información de las tablillas resulta, pues, ambigua; nos confir­
ma los puntos en común entre el sistema palacial y los orientales: con­
trol minucioso de los escribas, eminencia económica del palacio,
jerarquización de la población e importancia del clero; pero también
sus diferencias: estamos ante principados muy pequeños, que organi-

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zan cuidadosamente su defensa; parece que la entidad aldeana conser­
vó su importancia y que el sistema de posesión del suelo fue
particularmente complejo. Se ha llegado a pensar en que este sistema'
palacial, con su burocracia oriental, logró tardíamente una fijación en
su rigidez; y que, mal aceptado por la población, no resistió las prime­
ras dificultades. En todo caso, se comprueba que, una vez caídos los
palacios, el marco de esta sociedad evocada mediante las tablillas desa­
parece por entero, con excepción, quizás, de los jefes locales (por ejem­
plo, los basileis),

III. LA CAÍDA DEL MUNDO MICÉNICO Y EL LEGADO DE


LA EDAD DEL BRONCE

Una catástrofe brutal, aún más completa que la que afectara a los LAS DESTRUCCIONES
palacios cretenses, borraría del mapa todos los palacios micénicos y un
gran número de lugares, despoblándose regiones enteras, como Mese-
nia. Fueron quemados durante el período final de la cerámica micénica
III b (esto es, hacia 1200). Muchos (como Pilos) habían sido abandona­
dos y suministran cerámicas y tablillas, pero no objetos preciosos ni es­
queletos. A veces (en Micenas y Tirinto) una primera catástrofe era
seguida por una rápida fortificación y, luego, por el abandono final.
Con ellas desapareció el conocimiento de la escritura y el sistema de
sociedad jerarquizada que hemos mencionado. Pero este trastorno que
puso fin a la civilización micénica no afectó solamente al Egeo.
Desde el siglo XIII, el Mediterráneo fue sacudido por movimientos LO S T R A STO R N O S
de poblaciones a las que la tradición egipcia denomina «pueblos del O R IE N T A L E S
mar». En efecto·, dos estelas, una del reinado de Menerptah (1230) y
otra de Ramsés III ( 1191 ), enumeran listas de gentes llegadas de todos
los países y que atacaron el delta del Nilo. Entre ellos, en la primera
estela, se menciona a los Akawash, que algunos han identificado con
los aqueos; y, en la segunda, a los Peleset, los filisteos, instalados en
Palestina, en donde introdujeron la cerámica micénica III c. En este tiem­
po cae el Imperio hitita, al parecer bajo los golpes de estos mismos in­
vasores. Los archivos inmediatamente previos a su caída dan cuenta de
grandes dificultades y mencionan los distintos países con que hay que
enfrentarse. Entre ellos, el reino de Ajiyawa, que se suele identificar
con un reino aqueo (es decir, griego) cuyo centro muchos sitúan en Ro­
das. El poderío hitita declina y, de modo general, el Mediterráneo, que
ya no está dominado por ningún Estado potente y parece infestado de
piratas e, incluso, de bandas armadas, en busca de nuevas tierras para
establecerse. Al mismo tiempo empieza a extenderse lentamente el uso
del hierro en el armamento (aunque ya era conocido como metal pre­
cioso y ampliamente usado por los hititas).
Este medio siglo de trastornos supuso, pues, la desaparición simul­
tánea del Imperio hitita y de los palacios micénicos, de cuyas resultas
quedó transformado el equilibrio mediterráneo. Un cambio tan brusco

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ha hecho suponer causas muy variadas, que enumeraremos, pero te­
niendo presente su precariedad. Giran en torno a tres hipótesis princi­
pales:
O R ÍG E N E S D E LO S — Invasores exteriores. Los dorios, en la tradición antigua; pobla­
TRA STO RN O S ciones llegadas del Cáucaso o del sur, actualmente. Tales enemigos, arra­
sándolo todo a su paso, habrían provocado la huida de las poblaciones;
algunas se unirían luego a los Pueblos del mar y otras hurían a las Ci­
cladas y al Asia, librándose del desastre algunos lugares (Atenas).
— Crisis interna. Las dificultades surgidas en los imperios orienta­
les habrían agotado ciertos mercados; o bien, el sistema palacial, llega­
do a un punto de excesiva rigidez, habría provocado descontentos,
pudiendo haber ocurrido ambas cosas a un tiempo. Las revueltas, pro­
pagadas de palacio en palacio, habrían sido seguidas por vastos movi­
mientos de población.
— Una catástrofe natural. Se ha recurrido también a sismos y cam­
bios climatológicos. Algunos intentan fechar la erupción de Santorín
en un momento más tardío y dibujar el mapa de los sismos a partir
de este epicentro. Las poblaciones que huyesen de sus lugares de ori­
gen y que se negasen a volver habrían tomado parte en el movimiento
de los Pueblos del mar.
No es éste el lugar para discutir en detalles tales hipótesis, que, por
otro lado, no son excluyentes. Los arqueólogos, en estos últimos años,
han trabajado mucho sobre estos puntos y lo seguirán haciendo. Su­
brayemos algunas conclusiones en particular:
— La brutalidad del hundimiento de los palacios y la desaparición
de la forma de sociedad que dependía de ellos, así como de la escritura
empleada por su burocracia.
— La existencia de vastos movimientos de poblaciones en este tiem­
po, en toda la cuenca del Mediterráneo, desde mitad del siglo XIII hasta
finales del XII.
Asombra una tan rápida transformación. De este modo, una civili­
zación brillante podría haber desaparecido por completo y acaso los grie­
gos ignorasen realmente la civilización de sus antepasados, tal y como
sucedía con los eruditos antes de los descubrimientos de Schliemann.
EL L E G A D O DE LA E D A D Sea como sea, el hundimiento de una civilización, siempre deja hue­
DE BRONCE llas y la vida diaria sigue. Si bien algunos palacios (Pilos) fueron igno­
rados enteramente por los griegos clásicos, otros (Micenas) conservaban
sus imponentes murallas a las que no podía dejar de vincularse alguna
leyenda. Algunas ciudades (Tebas, Atenas) conservaron su población
y sus mitos. Algunas regiones, como Creta, mantuvieron una tradición
artística peculiar, mientras que Chipre utilizaba una escritura con sig­
nos del lineal B y un dialecto griego, llamado arcadio-chipriota. Algu­
nos objetos preciosos serían llevados y conservados en familia desde
tiempos muy antiguos. En fin: ningún pueblo vive sin tradiciones le­
gendarias y los micénicos las tendrían, con certeza. Mejor que imaginar
escritos perdidos es pensar en una tradición oral de la que se habrían
servido los griegos; pero no podemos captarlo en detalle. Sí se ha podi-

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do demostrar que la mayor parte de los lugares a los que se vinculaban «Los cretenses pretenden haber aporta­
do a los otros pueblos los ritos del cul­
dinastías míticas importantes habían, en efecto, tenido ocupación mi- to de los misterios y de las iniciaciones
cénica. ( ...) Un gran número de dioses proce­
de de Creta; Demeter cruzó su mar pa­
La religión es, sin duda, la que conserva más elementos de la Edad ru llegar al Atica y, luego, desde allí.
del Bronce. Su carácter heterogéneo, en el que las tradiciones medite­ ;< Sicilia y Egipco; de) mism o m odo lle­
rráneas están tan fuertemente arraigadas, subraya su originalidad en re­ gó Afrodita al monte Eryx. a Citera.
Patos, Siria v Asia Menor.»
lación con las tradiciones más marcadamente indoeuropeas, romanas (D IO D O RO ' V. X X V ll. 3).
o germánicas. Ya observamos que la mayoría de ios cultos principales
permanecieron. Libaciones, oraciones y sacrificios tenían que perdurar.
Los grandes santuarios griegos (Délos, Delfos, Eleusis) acaso estuviesen
antecedidos por una ocupación micénica, aunque modesta. Hay, final­
mente, un punto en el que la tradición de la Edad del Bronce nutrió
a la de los tiempos clásicos: el culto a los muertos. El culto de ios hé­
roes, personajes de alta cuna y convertidos en intermediarios entre los
dioses y los hombres y a los que se vincularán las grandes familias (véa­
se genealogía al final del capítulo), tiene su origen en la época micéni­
ca.
Por último, no se olvide que lo fundamental de las técnicas agrarias
se transmitió sin cambios desde comienzos de la Edad del Bronce y que
tales fueron las que permitían vivir a la inmensa mayoría de las gentes.
Durante la tormenta, el campesino dobla la espalda; si ha de marchar­
se, lo hace buscando siempre tierra. Pero, una vez hundidos los pala­
cios, habría de buscar otros protectores que garantizasen una seguridad
que permitiese la explotación del suelo.

PARA AMPLIAR ESTE CAPÍTULO

A las obras de P. DEM ARGNE, F. MATZ y M. FINLEY citadas en capítu­


los anteriores añádase E. VERMEUUi. Grecia en la Edad del Bronce, FCE..
México, 1971, que sigue siendo una de las presentaciones más claras
y completas en lo que respecta al continente. Una visión de conjunto
sobre el período y las hipótesis históricas que ha suscitado, en H. VAN
EFFENTERRE, La seconde fin du monde: Mycènes ou la mort d 'une civi­
lisation, Toulouse, 1974. Para las tablillas en lineal B disponemos aho­
ra de J . C H A D W IC K , El enigma micénico. El desciframiento del Lineal
B, Taurus, Madrid, 1962. A la vez que un apasionante relato del desci­
framiento, propone un primer fresco de la sociedad micénica a través
de las tablillas. Otra obra suya es El m-undo micénico. Alianza Edito­
rial, Madrid, 1977. No hay aún obras de conjunto sobre las perspecti­
vas que se desprenden de las tablillas. En francés hay artículos de espe­
cialistas como M. LEJEUNE, «La civilisation mycénienne et la guerre», en
Problèmes de la guerre..., cit., o J . P. OLIVIER, Les Scribes de Cnossos,
Roma, 1967, pp. 16-136, que muestran el progreso de la investigación
en esos campos. Un buen libro de iniciación es el de L. D ER O Y , supra.
M. MARAZZI, La Sociedad micénica, Akal, Madrid, 1981.

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En la 3.a edición de la C.A.H. el capítulo de F. H. STU BBIN G S, «The
rise of Mycenaean civilisation», pp. 627-654, dedica mucho espacio a
las tradiciones míticas griegas. En el t. 2, parte II, The Middle East and
the Aegean Region 1380-1000 B.C., véanse págs. 161-215, 338-359,
658-675, 851 y 887. J . T. H O O K ER , Mycenaean Greece, Londres, 1976;
R. LAFFINEUR, «Un siècle de fouilles à Mycènes», Revue Belge de Philo­
logie et d'Histoire, LV, 1977.

La dinastía de los Atridas Zeus


en Micenas Tántalo

Pélops
casa con H ipodam ia

Atreo
Tiestes
casa con Aérope

Pelopia
Agamenón Menelao se une
casa con Clitemnestra casa con Elena a su padre Tiestes

Electra Ifigenia ! Orestes Hermione Egisto

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LIBRO II

UN NUEVO MUNDO GRIEGO

CAPÍTULO IV

Problemas del alto arcaísmo.


Homero y Hesíodo
(siglos XI-VIII)

El período que va desde, aproximadamente, el 1150 hasta el 750


es fundamental, porque en él se definen los parámetros en los que se
moverá el mundo griego hasta el siglo IV. Por desgracia, tras la destruc­
ción de los palacios micénicos, se abandonó la arquitectura en piedra
y se perdió el uso de la escritura; contamos, pues, básicamente, con el
material cerámico de las tumbas, con algunos pequeños objetos de marfil
y bronce y con las tradiciones míticas suministradas por los mismos grie­ Ver cuadro cronológico, p . 19 y la
gos. Guardaron memoria de un revuelto período durante el que tenía tum ba de guerrero, al fin a l del ca­
lugar el nacimiento de sus ciudades; cada región evocaba sus genealo­ p ítu lo V
gías míticas, que los poetas manejaban. La investigación histórica en
estos diez últimos años ha supuesto un notable progreso de nuestros
conocimientos, precisando rigurosamente las series cerámicas. Pero no
es posible extraer de los tiestos información ilimitada. Es muy difícil
establecer la ligazón entre la parquedad de las informaciones de que
disponemos sobre la vida material, las instituciones y la sociedad de es­
te período y la riqueza de la documentación que obra en los textos poé­
ticos mayores: la litada y la Odisea, de Homero, y la Teogonia y Los
Trabajos y los Días, de Hesíodo.

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