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La Vida de Un Legionario - Erik Abranson

El documento describe las condiciones del servicio militar en las legiones romanas durante la época de Julio César y la guerra de las Galias. Los legionarios eran ciudadanos romanos que se alistaban voluntariamente por un periodo de 20 años. Al incorporarse prestaban juramento de fidelidad a la República romana.

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La Vida de Un Legionario - Erik Abranson

El documento describe las condiciones del servicio militar en las legiones romanas durante la época de Julio César y la guerra de las Galias. Los legionarios eran ciudadanos romanos que se alistaban voluntariamente por un periodo de 20 años. Al incorporarse prestaban juramento de fidelidad a la República romana.

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Vivir en la Antigua Roma no era fácil.

Pese a la imagen que ofrecen las


películas con la capital engalanada, los templos de mármol resplandeciente,
las carreras de cuadrigas, los combates de gladiadores… La realidad era
muy diferente. La mayor parte del pueblo no tenía trabajo ni nada que
llevarse a la boca.
A la vista de todo ello, muchas familias vieron en el ejército una salida a su
situación. Pero ¿cómo era aquel ejército?, ¿qué ofrecía?, ¿a qué edad se
podía entrar?, ¿qué privilegios tenían los soldados? Estas y otras cuestiones
son las que nos explica Erik Abranson, ilustradas con gran variedad de
imágenes.

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Erik Abranson

La vida de un legionario
En la época de la guerra de las Galias

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Título original: La vie d'un légionnaire au temps de la guerre des Gaules
Erik Abranson, 1978
Traducción: Consuelo Muntañola
Ilustraciones: Jean-Paul Colbus
Retoque de cubierta: Redna G.

Editor digital: epubdroid


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LEYENDA DE LAS GUARDAS: Detalle de un campamento militar romano. Cada fila de
tiendas de campaña aloja a una centuria (80 legionarios, a razón de 8 por tienda) y se
pueden ver las tiendas individuales de los centuriones al extremo de las filas, en el
lado izquierdo de la figura. Las tiendas de dos centurias de un manípulo se levantan
frente a frente y delimitan un espacio en forma de plaza destinado a la reunión de los
soldados, a las cocinas, etc. Las bestias de carga se encuentran instaladas al fondo de
la plaza.

Las ilustraciones de esta obra recrean, con todo detalle, la vida de tiempos
pasados tal y como pudo ser vivida.

Las ilustraciones se han seleccionado cuidadosamente a partir de los documentos


de época actualmente disponibles.

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Las legiones de Roma

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En la cumbre de su grandeza, el Imperio Romano se extendía desde Inglaterra hasta
el Alto Egipto y desde Armenia hasta Marruecos. Las legiones romanas fueron las
que permitieron a Roma primero conquistar, y más tarde conservar, esos vastos
territorios. Por tanto, la historia de Roma guarda una estrecha relación con la de sus
legiones y, a lo largo de más de doce siglos de historia, las legiones no cesaron de
evolucionar, tanto en sus estructuras y reclutamientos como en sus armas y tácticas.
Todo ello adquirió un gran auge bajo el mandato de Julio César, quien entre el 60 y el
50 a. de C. llevó a las legiones a la victoria. Es precisamente este período, el que
contempla la conquista de las Galias, al que vamos a dedicar una especial atención.
En esa época, las legiones estaban formadas por soldados profesionales, mientras
que hasta las reformas de Mario, a finales del siglo II a. de C., se nutrían de los
reclutamientos que se realizaban, cada año y para cada campaña militar, entre los
ciudadanos de las clases acomodadas. Las legiones se designaban por números, y así,
podemos decir que César comenzó la Guerra de las Galias con las legiones VII, VIII,
IX y X, todas ellas venidas de la Galia Cisalpina, y la terminó con diez legiones
romanas, desde la VI hasta la XV, a las cuales se había aliado la legión gala de la
Alondra. En aquel momento, el conjunto de huestes romanas estaba compuesto por
una veintena de legiones, lo que representaba un efectivo humano de 60 a 90.000
legionarios. El efectivo nominal de una legión era de 4.800 hombres, pero en la
práctica, durante la Guerra de las Galias, no sobrepasaba apenas los 4.000. Cada
legión se componía de 10 cohortes de unos 400 soldados aproximadamente, divididas
a su vez en tres manípulos de unos 140 hombres. Se necesitaban dos centurias para
formar un manípulo. La división más pequeña era la «tienda común», formada por
ocho hombres que dormían bajo un mismo toldo.
En un principio, los cónsules ejercían el mando supremo de las legiones; sin
embargo, después de Sila (en el 79 a. de C.), aquéllos preferían permanecer en Roma,
y así, las legiones emplazadas lejos de la ciudad, quedaban sometidas al mando de los
procónsules (delegados de los cónsules); César fue procónsul de las Galias. Durante
las campañas, el procónsul delegaba el mando del destacamento de la reserva o de la
legión a unos legados que ejercían el cargo de generales. Independientemente del
procónsul o de su legado, existía para cada legión un estado mayor de tribunos
militares, en un principio formado por seis hombres que, bajo el mandato de Julio
César, llegaron a ser diez. Los centuriones ejercían como oficiales subalternos,
llevando el mando de cada una de las sesenta centurias.
Asimismo, cada legión poseía equipos de suboficiales, tales como los
portaestandartes, los sargentos mayores y diversos especialistas (cuerpo de
ingenieros, servicios de información, músicos, etc.). Las legiones constituían
exclusivamente unidades de infantería de línea pesada; cada agrupación de varias
legiones se completaba tácticamente con diversas tropas auxiliares regulares,
compuestas de arqueros y jinetes que no poseían el título de ciudadanos romanos,
pero que sin embargo sí estaban bajo el mando de prefectos romanos. La intendencia

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de cada ejército estaba atendida por un oficial general, el cuestor.

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Esquema de una legión: cada legión constaba de 4.800 hombres; una legión se componía
de 10 cohortes (I a X) de 480 hombres cada una; una cohorte estaba formada por 3
manípulos (A, B, C) de 160 hombres cada uno; un manípulo se componía de 2 centurias
(X e Y) de 80 hombres cada una; y una centuria estaba formada por 10 grupos (Y) de 8
hombres (Z) cada uno.
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1: Legionario de la primera mitad del siglo II antes de nuestra era; es un hastatus
o princeps(lancero), es decir, un soldado de primera o de segunda línea, armado
con espada, puñal y lanza. Su armadura consiste en una placa de metal sobre el
pecho; su casco, en bronce, pertenece al modelo «etrusco-corintio»; su escudo es
ovalado y curvado.
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2: Legionario de la época de Julio César. Sus armas son las mismas que las del
anterior. Lleva una cota de mallas de hierro (lorica hamata). Su casco, en bronce,
pertenece al tipo denominado de Montefortino, aunque el tipo etrusco-corintio se
seguía utilizando.
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3: Legionario de la época de Trajano (principios del siglo II de nuestra era). La lanza
se hace más pesada mediante una bola de plomo introducida sobre el asta; no utiliza
puñal. La armadura está formada por placas de hierro articuladas (lorica segmentata)
y el casco, también de hierro, es del tipo galo. El escudo es ahora rectangular y
muy curvado.
Condiciones del servicio

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Durante la vieja república, solamente estaban sometidos al servicio militar los
ciudadanos romanos acomodados y los reclutamientos se efectuaban cada año en el
mes de marzo. Los soldados eran desmovilizados en otoño. Mario, en el año 107 a. de
C., suprimió la situación de privilegio e instauró los reclutamientos de larga duración,
hasta 20 años, para los ciudadanos pobres o desocupados, y de esta forma nació el
ejército profesional.
En la época de César los legionarios debían ser siempre ciudadanos romanos, es
decir, originarios de la península itálica al sur del río Po. Los esclavos y los libertos
no podían ingresar en el ejército. La quinta no se aplicaba nada más que en caso de
urgencia. La mayor parte de los legionarios eran voluntarios que procedían de la
Italia rural y pobre y, en el caso del ejército galo, de la Galia Cisalpina. Italia estaba
dividida en distritos de alistamiento dirigidos por reclutadores (conquisitores).
En las leyes sobre ciudadanía había excepciones que, durante el Imperio, llegaron
a ser la norma. En el año 51 a. de C., César reclutó una legión de Galos transalpinos
(es posible que les prometiera la ciudadanía en el momento del alistamiento o de la
desmovilización). Esta legión era «romana» como las demás, si bien carecía de
número y, desde el principio, se denominó Legio Alaudae (Legión de la Alondra). No
obstante, en el 47 a. de C. se convirtió en la Legio V Alaudae. Durante la guerra civil
los pompeyanos pusieron en pie dos legiones reclutadas en Hispania.
Al incorporarse a sus legiones, los reclutas (tirones) prestaban juramento de
fidelidad (sacramentum) en el transcurso de una ceremonia de carácter religioso
dirigida por los tribunos. El voluntario debía jurar delante del águila (emblema de la
legión), según la siguiente fórmula: «Yo prometo servir a la República y no
abandonar el servicio sin la orden del cónsul antes de que haya finalizado mi
alistamiento». Si los voluntarios eran muy numerosos, únicamente recitaba la fórmula
ritual el primero de ellos, mientras que los demás se contentaban con responder:
«Idem in me» («Yo, lo mismo»).
La soldada, al comienzo de la Guerra de las Galias, era de 5 ases diarios, lo cual
constituía un salario mísero (en Roma un pequeño artesano ganaba, por término
medio, 12 ases al día). Además, de este sueldo se deducían cantidades para el pago de
la alimentación, las armas, la vestimenta y las tiendas de campaña. Hacia el final de
la guerra, César —movido por una mezcla de realismo, humanismo y visión política
— dobló la paga, y no cabe la menor duda de que este aumento se efectuó
parcialmente con el tributo de los Galos. Tras este aumento de soldada, los
legionarios llegaron a vivir aceptablemente e, incluso, pudieron ahorrar 2/7 partes de
su sueldo. Estos ahorros los administraban los signíferos (portaestandartes) y los
guardaban en el santuario (sacellum) del águila y demás enseñas. El cuestor o su
delegado entregaba las pagas a los jefes de unidades, previa presentación de las
nóminas, en una ceremonia en la que las tropas estaban vestidas de gala y formadas
en orden de batalla. Los jefes de unidades distribuían las soldadas entre los
legionarios. Tales pagos se efectuaban a intervalos regulares, una vez al año, por

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adelantado, o cada cuatro meses.
El botín podía constituir una prima importante y, sin duda, era uno de los
principales reclamos para el alistamiento de los voluntarios. La práctica del pillaje
(praeda) era más o menos oficial y muchos de los generales debían permitirla para
así obtener la fidelidad incondicional de sus tropas, llegándose a realizar algunas
acciones bélicas con este único fin, lo cual daba lugar a excesos. Las rapiñas
individuales se toleraban o no según las circunstancias, pero el botín legal se repartía
de acuerdo con las reglas establecidas. Habitualmente los botines consistían en
dinero, ganado, muebles diversos y, sobre todo, prisioneros para ser vendidos como
esclavos. Entre los mercaderes que acompañaban a las legiones había traficantes que
se preocupaban de rescatar todos estos bienes en especie. César fue el primer general
que llegó a inculcar entre sus tropas una idea no tan materialista, un espíritu de
cuerpo y un cierto patriotismo. A pesar de la reputación de saqueador que le adjudicó
Suetonio, César jamás permitió que la avaricia de sus tropas obstaculizase la
realización de sus planes e, incluso en algunas ocasiones, disminuyó las posibilidades
de obtener botines, bien por razones políticas, bien por razones estratégicas, por
ejemplo cuando liberó a los supervivientes Helvecios.

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Un recluta voluntario presta su juramento ante el águila, emblema de la legión, en el transcurso de una solemne
ceremonia. El soldado que sujeta el águila lleva puesta una armadura de escamas (lorica squamata). El primer
centurión (primipilo), colocado en el centro, mantiene entre sus manos un tronco de viña, símbolo de los
centuriones (e instrumento de disciplina). El centurión de la derecha lleva prendidas sus condecoraciones,
torques y medallas. En el extremo de la derecha, un tribuno observa la ceremonia.

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El equipo personal

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El Estado proporcionaba a los soldados el uniforme, las armas y todo el resto del
equipo reglamentario, pero el coste total del mismo era deducido de la paga. El
legionario romano llevaba las prendas interiores de lino, parecidas a los calzoncillos y
camisetas actuales; sobre ellas se ponía una túnica, de lana de manga corta, que le
llegaba casi hasta las rodillas. Calzaba unas sandalias claveteadas (caligae), y,
además, llevaba un sayo de estameña en forma de capa corta, que le servía también
como manta. En los países fríos, usaba pantalones o calzones (bracae) como los que
usaban los Bárbaros.
El conquistador romano había adoptado de los Galos conquistados un nuevo tipo
de vestimenta, la cota de mallas, que pesaba aproximadamente 10 kilos. En la cabeza
llevaba un casco provisto de carrilleras y para los desfiles o en combate se adornaba
con un penacho de plumas. Su armamento defensivo se completaba con un escudo de
aproximadamente 1,50 metros de altura, de forma ovalada o cilíndrica, construido
con listones de madera contrachapada, recubiertos de cuero o de fieltro de lana
pintado. Estaba adornado por una raya de color y en la parte central poseía un
pequeño cono de hierro (umbo) del que el legionario se servía, durante la batalla, para
golpear al enemigo. En tiempo de paz las pinturas del escudo se protegían mediante
una funda de cuero, y el conjunto de la panoplia defensiva pesaba de 18 a 20 kilos,
por lo que podía considerarse al legionario como soldado de infantería pesada.
El legionario llevaba tres armas ofensivas: la lanza, la espada y el puñal. La lanza
era un venablo de 2,10 metros de longitud, que constaba de un mango de madera de
1,50 metros, y de una cuchilla de hierro de 60 cm, fijada al anterior mediante dos
remaches, uno de los cuales era de madera para que se rompiese con el impacto y el
arma quedase inútil para el enemigo. César mejoró este procedimiento de tal forma
que el extremo libre de la cuchilla metálica de la lanza estuviera destemplado para
que al chocar contra el escudo se torciera, adoptando la forma de un gancho e
impidiendo su extracción, lo que obligaba a su portador a abandonarlo. También
había un modelo de lanza más ligero en la que el hierro se unía al ástil mediante una
boquilla. El máximo alcance de la lanza era de 30 metros, pudiéndose alcanzar
distancias de 60 metros cuando el lanzamiento se efectuaba con la ayuda de una
correa. La espada (gladium) tenía una hoja de hierro corta y puntiaguda, con doble
filo, para herir de punta y de filo. La empuñadura de la espada solía ser de hueso y el
pomo de bronce. Se llevaba colgada del cinto, en el lado izquierdo los oficiales y en
el derecho los soldados. Este arma era de invención hispana, al igual que el puñal que
se llevaba también colgado del cinto, al lado opuesto de la espada.
Además, cada soldado llevaba dos de las estacas que servirían para construir el
vallado del recinto del campamento, cuando estaban en regiones con poco arbolado,
lo cual no era preciso en las Galias, por tratarse de una comarca fértil y dotada de
grandes bosques que proporcionaban madera abundante.
Concebido para vivir en el campo, el legionario iba equipado con una especie de
pico (dolabra) que tenía un extremo de corte horizontal, como una azada, y otro

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vertical, como un hacha; un zapapico; un azadón afilado para cortar las hierbas; una
hoz; una sierra y un cestillo para transportar escombros. Además, llevaba en un
zurrón raciones de comida para por lo menos tres días; una piedra de moler grano
(probablemente partida); una marmita y un cazo de bronce para el rancho; un
cinturón de cuero; una cadena; un hatillo con su sayo y sus mudas; su bolsa con los
útiles de afeitarse y de primeros auxilios. Todo este equipo, con un peso aproximado
de 40 kilos, lo transportaba en la parte superior de un largo bastón en forma de T.

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El equipo del legionario:
1: Casco.
2: Lanza.
3: Espada y vaina.
4: Puñal y funda.
5: Escudo.
6: Bolsa para efectos diversos.
7: Cantimplora (6 y 7 son interpretaciones de objetos
de este tipo que aparecen, entre otros, en la columna
de Trajano).
8: Cazo de bronce.
9: Pico.
10: Azadón.
11: Zapapico.
12: Cesto para escombros.
13: Cuerda y cadena.
14: Sandalia militar (caliga), confeccionada de una
pieza de cuero agujereado que se sujetaba mediante
lazos, a la que se unía una suela claveteada.

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Levantamiento del campo. En el centro, un legionario ya equipado parece impacientarse por el retraso de sus
compañeros. Su equipo está ya colocado sobre la furca (horca o bastón en forma de T). Detrás de él aparece un
mulo cargado con una tienda de campaña.

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El adiestramiento

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Fueron precisamente la disciplina y el adiestramiento de sus legiones lo que permitió
a Roma la conquista de su Imperio y, en las guerras civiles, cuando se enfrentaban
entre sí las legiones, la victoria la lograban siempre las mejor preparadas. En los
tiempos de Julio César, no existía ningún reglamento concreto respecto al
adiestramiento y éste se dejaba a la iniciativa de sus jefes y legados. Había legiones
de «novatos» y legiones de veteranos, siendo estos últimos los que, a pesar de lo
reducido de sus efectivos a causa de los combates y el desgaste del tiempo,
constituían el máximo valor guerrero del ejército. César forjó a sus nuevas legiones
distribuyéndolas al principio en cohortes o centurias para las escaramuzas de poca
envergadura. Con el fin de dar un buen entrenamiento a sus legiones de reclutas,
incorporó a éstas veteranos, y reclutó a los centuriones de las legiones más
experimentados. Esto es más o menos todo lo que sabemos sobre la formación de los
legionarios de César, pero es probable que se pudiera comparar a la de los legionarios
del Imperio que describiremos seguidamente.
El nuevo recluta se familiarizaba de inmediato con las siguientes voces de mando:
Signa inferre! (¡Adelante!), Praege! (¡En marcha!), Certo gradu! (¡Al paso!), Incitato
gradu! (¡Paso ligero!), y Agmen torquere ad dextram o sinistram! (¡Girar la columna
a la derecha! o ¡a la izquierda!). Efectivamente, el nuevo recluta, al principio, se
entrenaba para la marcha realizando un recorrido diario de 5 horas: 20 millas romanas
(29,440 km) a paso de marcha (5,9 km/hora) o 24 millas (35,328 km) a paso ligero
(7,1 km/hora). También se entrenaba para la carrera, para el salto de altura y de
longitud, para la natación y para marchas especiales que realizaba llevando la
totalidad de su equipo de 40 kg, a cuyo fin y tras la orden de Signa statuere! (¡Alto!)
se detenía con un suspiro de alivio.
También aprendía el manejo de las armas bajo la supervisión de centuriones y
suboficiales, de veteranos o de antiguos entrenadores de gladiadores. Al recluta se le
entregaba un escudo de mimbre y una espada de madera, ambos con un peso doble
del de las armas verdaderas para desarrollarle los músculos, y se entrenaba peleando
contra un poste de seis pies (1,77 metros). En la fase siguiente, denominada
armatura, los reclutas se batían dos a dos con armas de madera de peso normal y
provistas de dianas. Asimismo arrojaban la lanza contra el poste, una lanza cuyo peso
era doble que el normal. Finalmente, también realizaban prácticas sobre el caballo de
madera, primero sin armadura y más tarde con ella. A los instructores se les
gratificaba con doble ración de rancho y a los malos reclutas se les sustituían sus
raciones de trigo por otras de cebada.
Se les adiestraba en la construcción de zanjas, en la instalación de los
campamentos, y eran sometidos a interminables ejercicios de maniobras para que
cualquier legionario conociera a la perfección cuál debía ser su puesto en las líneas de
combate y efectuara, sin titubeos, todas las maniobras necesarias para pasar de una
formación de combate a otra. De esta forma, la cohesión y la disciplina eran
automáticas, pudiendo mantenerse aun bajo las embestidas del enemigo. El recluta

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romano, como ocurre en todos los ejércitos, debía encontrarse presto para el combate
Legio expedita! (¡Firmes!), y el adiestramiento se completaba merced a grandes
maniobras (ambulaturae) sobre el terreno, con armas, pertrechos y caballería.
No obstante, el nuevo legionario permanecía todavía en su estado de «novato»
mientras no superase la prueba de combate real contra el enemigo. Si bien es cierto
que, bajo el mandato de Julio César, este bautismo de sangre no tardaba en llegar.

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Adiestramiento de los reclutas

1. Un grupo aprende a arrojar la lanza.

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2. Otro grupo se entrena para la carrera bajo la mirada de un centurión.

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3. Un tercer grupo aprende el manejo de la espada con un veterano como supervisor.

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Oficiales subalternos y suboficiales

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Los centuriones que mandaban cada una de las 60 centurias de una legión formaban
los cuadros subalternos de esta última. De simples legionarios, habían sido
promovidos para el centurionado por los jefes del ejército, y tenían los mismos
orígenes sociales que los hombres a su cargo; con frecuencia eran paisanos de ellos.
Entre los centuriones existía un orden jerárquico, y así, en cada cohorte, desde la
2.a hasta la 10.a, el que tenía la superioridad era el pilus prior; los centuriones de la
1.a cohorte, denominados primi ordines, tenían superioridad sobre los de las otras
nueve, y su pilus prior, denominado primipilo, era el de rango más elevado, y gozaba
de un enorme prestigio, pues, a veces, podía incluso acceder al grado de tribuno. Los
pili priores y los primi ordines tenían posibilidad de ser invitados a los consejos de
guerra de los oficiales superiores. Como éstos, los centuriones usaban grebas y
llevaban la espada suspendida del cinto en el lado izquierdo y el puñal en el derecho.
No tenían que compartir su tienda, y gozaban del derecho a tener un mulo que
transportara la misma junto con sus pertenencias. Asimismo, poseían un caballo y a
veces un asistente. Su paga era sin duda el doble de la de los legionarios (pudiendo
llegar al quíntuplo en el caso de los primipilos). En los ejércitos mal dirigidos, los
centuriones se caracterizaban por su brutalidad, por las novatadas que gastaban a sus
subordinados y por la gran cantidad de recipientes con vino que aceptaban de quienes
podían pagarlos, a cambio de liberarles de los servicios de cuartel o por concederles
permisos. Por el contrario, en los ejércitos donde la moral era elevada, como el de
Julio César, los centuriones constituían una casta de élite valerosa y leal; hasta el
punto de que el mismo César, en sus Comentarios de la Guerra de las Galias,
menciona el ejemplar valor de un gran número de centuriones.
Los suboficiales (principales) eran los optiones, los tesserarii y los
portaestandartes. Un optio era el adjunto del centurión y era nombrado por este
mismo. Cada centuria disponía de su tesserarius (sargento mayor) encargado de la
guardia, quien recibía cada noche el santo y seña escrito sobre una tablilla. Los
portaestandartes llevaban los ástiles decorados que servían para señalar la situación
de las unidades en los campos de parada o de batalla. Cada manípulo tenía su propia
enseña (signum) que transportaba un abanderado y cada legión su águila (aquila), que
representaba el símbolo sagrado y que portaba el aquilífero. Los destacamentos
especiales disponían de un estandarte (vexillum), enarbolado por un abanderado
(vexillarius).
Los cornetas (cornicines) eran los encargados de hacer sonar los cuernos (cornu)
que servían para transmitir las órdenes del general. Los trompeteros (tubicines)
(tocadores de tuba o trompeta recta) transmitían las órdenes a nivel de las cohortes y
los manípulos, así como el toque a muerto en los entierros militares; los bucinatores
(tocadores de bucina) estaban encargados de señalar con sus toques las horas
nocturnas y el relevo de la guardia.
Finalmente estaban los oficiales subalternos y los suboficiales especialistas que
hoy en día denominaríamos «cuerpo de ingenieros». Efectivamente, puede parecer

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increíble que los Romanos, a pesar de su reputación de ordenados y metódicos, no
dispusieran, ni aun en la época de Julio César, de un cuerpo de ingenieros. Esto
permaneció así hasta el principio del Imperio, en que cada ejército ya dispuso de un
batallón de ingenieros. En la época que nos ocupa, los responsables de los diversos
trabajos de ingeniería castrense —y a veces civil— los designaba temporalmente el
propio César entre los cuadros del ejército regular. En capítulos posteriores («El
cuerpo de ingenieros», «El campamento», «Máquinas de guerra» y «El asedio») se
estudiarán las principales obras militares llevadas a cabo por tales especialistas; sin
embargo conviene no olvidar que los legionarios romanos también eran grandes
constructores de carreteras y que a ellos debemos la mayor parte de las famosas vías
romanas, que representaban un interés estratégico indiscutible. Al final de la
República, Italia estaba dotada de una amplia red de carreteras hasta el punto de
disponer de una que llegaba hasta Grecia y otra hasta Hispania.

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1: El signífero, tocado con una piel de lobo, lleva el signum que identifica a un destacamento especial de una
legión (defensa, avituallamiento, zapadores…), a un destacamento de veteranos reenganchados, a una cohorte
de infantería auxiliar o a un escuadrón de caballería. 2: El primipilo es el centurión de más alta graduación de
una legión, el que manda la primera centuria de la primera cohorte. 3: El pilus prior es el primer centurión de
cada una de las otras nueve cohortes. 4: El aquilífero, tocado con una piel de león, porta el águila, que es el
estandarte de la legión. 5: Centurión ordinario que sujeta entre sus manos una vitis (tronco de viña), símbolo
del grado de centurión. Su existencia está demostrada en la época imperial, pero es razonable suponer que se
remonta a una época mucho más antigua. 6: Los asistentes, en el ejército romano, generalmente no eran
suboficiales, sino esclavos, y se ocupaban de los trabajos más duros y bajos.

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1: Enseña o signum. Probablemente había una por cada manípulo. Evidentemente el símbolo de la mano hace
pensar en el término «manípulo» (cuyo sentido etimológico es «mano pequeña», «puño» o «gavilla»). 2: El
águila o aquila era de oro o de plata. No todas las águilas llevaban corona de laurel, por lo que cabe pensar
fuera una condecoración concedida para recompensar algún hecho grandioso. 3: El estandarte servía de
banderín en los destacamentos especiales de una legión o en una tropa auxiliar.

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Generales y oficiales superiores

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Contrariamente a los hombres de la tropa y los suboficiales, la mayor parte de los
oficiales —que pertenecían a familias nobles— no eran soldados profesionales y
solamente ejercían mando militar por exigencia de su carrera en las magistraturas
romanas. Cada legión contaba por lo menos con seis tribunos, situados
inmediatamente por encima de los centuriones. Algunos de ellos provenían de alguna
familia senatorial, si bien la mayoría de los tribunos pertenecían a la clase ecuestre.
Tenían asignadas diversas funciones, ya que todos ellos podían mandar una o varias
cohortes (con César hasta media legión), cumplir destacadas misiones especiales o
incorporarse a los servicios de estado mayor. El Senado, de entre sus miembros,
nombraba casi siempre a los legados, pero el general en jefe podía proponer
candidatos, puesto que servían bajo sus órdenes inmediatas, y sus funciones eran muy
variables y cambiaban frecuentemente de destino. Un legado podía mandar una
fuerza de una a cuatro legiones o un cuerpo mixto (legión y caballería), o un cuerpo
de caballería. Asimismo, podía compartir con otros el mando de una sola legión e,
incluso, prestar sus servicios en el estado mayor. El legado propretor podía
reemplazar al general en jefe durante sus ausencias. El cuestor —uno por cada
ejército— era un magistrado senatorial que desempeñaba las funciones del intendente
general, es decir, administración de los avituallamientos y de la contabilidad. Sus
atribuciones no se limitaban al campo de la intendencia, y así, llegado el caso, podía
asumir el cargo de jefe de la legión y tomar el mando táctico en combate, o
encargarse del mando de un campamento de invierno.
El general que mandaba todas las tropas de una provincia o de un combate
concreto, debía ser bien cónsul o procónsul, bien pretor o propretor. A los generales
los designaban los comicios centuriales y sus nombramientos debían ser ratificados
por el Senado. Estaban dotados del Imperium (mando supremo que confería derecho
sobre la vida y la muerte) y las insignias de su función eran el paludamentum (gran
capa púrpura) y una silla curul. Los lictores, portadores de un hacha rodeada de un
haz de juncos, les acompañaban en sus salidas. Generalmente su guardia personal
estaba compuesta por italianos (cohorte pretoriana) y, a veces, también por bárbaros.
César no tenía cohorte pretoriana pero sí una legión predilecta (la 10.a), que hacía las
veces de ésta. Los generales eran aristócratas que, a excepción de César, solían
despreciar a sus soldados. César trató a sus soldados como hombres y como
ciudadanos. Les aseguró una mejor paga, desarrolló su espíritu de cuerpo y consiguió
de ellos una lealtad a toda prueba. Frente a estos logros positivos, César provocó el
principio de la politización del ejército profesional.
Todos los oficiales ascendían y disponían de asistentes y esclavos. Su uniforme de
gala constaba de la coraza de origen griego antiguo o, a veces, de la coraza de
escamas, del casco corintio con o sin carrilleras y de grebas labradas. Llevaban un
escudo redondo u ovalado, una espada larga y un puñal. No percibían sueldo, pero
algunos de sus gastos eran sufragados por el ejército y, además, recibían una parte
sustanciosa de los botines.

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El general en jefe en su tienda, el pretorio, rodeado de los miembros de su estado mayor. De derecha a
izquierda, un legado, el cuestor y dos tribunos. Los oficiales superiores llevan una fuerte coraza de bronce, a
veces plateada, de origen griego.

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El cuerpo de ingenieros

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Los trabajos de ingeniería militar comprendían la fabricación y mantenimiento de las
armas individuales y de la artillería, la construcción y conservación de los puentes,
calzadas y acueductos, de todas las obras de los campamentos, de las fortificaciones y
de los atrincheramientos (castrametatio), así como de las defensas, de los carromatos,
de los barcos y de las galeras. Eran trabajos de gran envergadura, no sólo por su
amplitud sino, también, por su variedad y frecuencia, que a menudo requerían una
mano de obra especializada.
Impresiona el tamaño, la solidez y la velocidad de ejecución de las obras
realizadas por los ejércitos romanos. La descripción detallada que nos dejó César,
sobre las obras de construcción del puente sobre el Rin, cerca de Coblenza,
efectuadas en el año 55 a. de C. —con una longitud de 500 metros y una altura de 8
metros— hace suponer que fuera ingeniero: «El (César) construyó el puente de la
siguiente forma: con una separación de dos pies, unió dos vigas que tenían un grosor
de 1,5 pies y una altura proporcional a la del río, un poco afiladas en su parte inferior.
Las colocó con la ayuda de máquinas y las clavó a golpes de mazo, como dos pilares,
inclinadas hacia la parte alta del río. A cuarenta pies de distancia, río arriba, realizó la
misma operación pero con los pilares inclinados hacia el lado contrario…, uniendo
ambos mediante traviesas. La disposición y la estabilidad de la unión eran tales que
cuanto más violenta fuese la fuerza de la corriente del agua, más rígida sería la
estructura. Sobre estas traviesas colocaba largueros longitudinales que recubría con
haces de ramas y cañizos. Además, por la parte baja introducía unas estacas que
actuaban de contrafuertes, mientras que por la parte alta disponía otras con el fin de
que sirvieran de defensa y amortiguaran los choques de objetos flotantes, en caso de
que los indígenas lanzaran al agua troncos de árbol o embarcaciones que, yendo a la
deriva, pudieran destruir el puente. El conjunto de todos estos trabajos duró unos diez
días desde la tala del primer árbol hasta que el ejército utilizó el puente para
pasar…». Este primer puente sobre el Rin fue excepcional por su longitud, pero las
legiones romanas construyeron otros y, por ejemplo, en el año 49 a. de C. César hizo
construir en dos días un puente sobre el río Segre, en Hispania, y días después, hizo
cavar varias zanjas de 10 metros de ancho, que salían del mismo cauce del río, con el
fin de desviar una parte de la corriente de agua para hacerlo vadeable. Sus enemigos,
los legados pompeyanos Afranio y Petreyo, se replegaron e improvisaron un puente
flotante sobre el Ebro.

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Esquema del puente de César. A, estacas introducidas hacia arriba para defender los pilares contra los objetos
flotantes a la deriva. B, el puente. C, pilote colocado en forma de arbotante como refuerzo contra la presión de la
corriente.

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Esquema de una balsa de mazas para la introducción oblicua de los pilares.

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Las herramientas de carpintero. 1: Sierra de bastidor. 2: Hacha. 3: Taladro de arco. 4: Azuela.

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La construcción del primer puente sobre el Rin el año 55 a. de C.; tiene una longitud aproximada de 500 m.
César construyó otro más en el 53 a. de C., y destruyó los dos al regreso de sus campañas para que no pudieran
ser utilizados por los Bárbaros.

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La caballería

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Así como los Romanos eran excelentes soldados de infantería, sin embargo eran
pésimos jinetes. Hasta finales del siglo II antes de nuestra era, cada legión tenía una
caballería de 300 jinetes —todos ellos eran ciudadanos acomodados—, pero a
menudo echaban pie a tierra para batirse. Esta caballería, así constituida, desapareció
tras la reformas de Mario y la caballería complementaria formada por los aliados
italianos (900 jinetes por legión) desapareció también como consecuencia de la
guerra social. Así pues, fue necesario completar la infantería pesada de las legiones
mediante unos cuerpos de caballería compuestos por auxiliares extranjeros. Esta
caballera no constituía una formación permanente, ya que estaba formada por
mercenarios o por contingentes aliados, que se empleaban únicamente durante el
período de duración de las campañas. En ella se podían encontrar Númidas, Tracios e
Hispanos, a los que, en tiempos de César, se unieron Galos y Germanos. Estos
cuerpos de caballería, denominados alae (alas), por razón de su disposición en la
línea de batalla, se componían de 300 a 400 jinetes y llevaban a la cabeza a los
praefecti equitati (prefectos de caballería) romanos, que ostentaban un grado superior
al de los tribunos, aunque no formaban parte de las legiones propiamente dichas. Los
oficiales sometidos al mando del prefecto de caballería solían tener la misma
nacionalidad que sus jinetes. Cada alae tenía su estandarte y estaba dividida en
escuadrones (turmae) de 30 jinetes. Cada turma poseía su signum y estaba distribuida
en 3 decurias de diez jinetes cada una, mandadas por un decurión ayudado por su
optio.
Hacia el año 54 a. de C., César, aun conservando totalmente la caballería auxiliar,
reintrodujo la utilización de una caballería regular permanente que incorporó a las
legiones, pero que reclutaba entre los extranjeros, principalmente de origen galo o
germano. Es posible que los decuriones de esta caballería fueran romanos y
ostentasen un rango comparable al de los centuriones. La paga de los jinetes regulares
era superior a la de los legionarios, quizá alcanzase a ser el doble, mientras que la
soldada de los jinetes auxiliares podía compararse a la que recibían los legionarios.
Durante el mandato de Julio César, la caballería regular vestía al estilo romano, es
decir, los hombres llevaban la saya, la cota de mallas, el casco y, probablemente, la
rodela (parma equestris). La silla de montar era del tipo galo y sin estribos, y los
caballos estaban realmente protegidos con hierro (ésta fue otra aplicación copiada a
los Galos), bien con herraduras corrientes, bien con curiosos cascos mudables
llamados sandalias hípicas. Las armas que llevaban eran: la espada, un venablo que se
lanzaba con ayuda de una correa, o una lanza pesada (contus), de hierro, ancha y
plana, que tenía en su empuñadura una punta de hierro que permitía poder usar el
arma al revés, si se rompía el mango. Los jinetes auxiliares se equipaban siguiendo la
moda de sus respectivos países (ver «Los guerreros Galos» y «Los Germanos») y los
Hispanos iban armados con espada y contus. Sin embargo, no se conocen bien las
armas que utilizaban los Númidas que, sin duda, no llevaban armadura, al contrario
de los Tracios. César compraba o requisaba los caballos que destinaba a la caballería

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regular y en cuanto a los auxiliares, ellos mismos se proporcionaban sus propias
monturas.
El objetivo principal de la caballería consistía en atender a la protección de los
flancos de las líneas de infantería pesada y en hostigar a las líneas enemigas para
hacerlas prisioneras por la retaguardia. La caballería tenía una gran movilidad, pero,
si los caballos estaban engualdrapados (hecho que no sucedía en las Galias),
disminuía considerablemente y no podía enfrentarse contra una apretada línea de
infantería pesada. No obstante, su acción podía ser terriblemente devastadora cuando
perseguía y exterminaba a los fugitivos. Los jinetes hacían de exploradores, formaban
la vanguardia del agmen (columna en marcha), protegían la marcha y los depósitos de
provisiones, escoltaban a los pelotones que iban a recoger el avituallamiento y
realizaban rápidas incursiones de destrucción en los territorios invadidos. Raramente
se daban batallas puramente ecuestres.

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La caballería del ejército romano se componía de mercenarios bárbaros que se equipaban en parte al estilo
romano y en parte siguiendo el estilo de su país de origen. El arma más utilizada era la lanza larga de hierro
(contus): los escudos eran generalmente redondos. Obsérvese la ausencia de estribos.

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El decurión (con penacho blanco) podía ser un bárbaro o un romano;
el prefecto (con penacho rojo) era siempre un romano.
La infantería auxiliar

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Al igual que la caballería, la infantería auxiliar debía su existencia a la gran
especialización táctica de las legiones. Los soldados auxiliares de infantería se
agrupaban en cohortes de unos 500 hombres aproximadamente, al mando de los
prefectos romanos, y se subdividían en centurias; el número de cohortes era variable.
Las etnias representadas eran originarias de las Galias (Transpadana, Bracata,
Comata, que comprendía la Bélgica, la Céltica y la Aquitánica), de Germania, de
Hispania, de Baleares, de Creta y de Numidia. Como la caballería auxiliar, las
unidades de infantería, étnicamente homogéneas, se equipaban y se batían en
combate siguiendo las costumbres y usos de sus propios países. Los Galos y los
Germanos formaban cohortes de infantería ligera o media y todo nos indica que iban
armados con pequeñas lanzas y escudos planos y redondos. Los Galos portaban cotas
de mallas y cascos, mientras que los Germanos no los usaban.
César fue quizá el primer romano que utilizó la caballería mixta de origen
germánico, en la que cada jinete iba acompañado de un soldado a pie, lo que les
permitía protegerse mutuamente y combinar algunas ventajas de los dos cuerpos
militares. Este nuevo tipo de formación constituyó el origen de las Cohortes equitatae
del Imperio. Los Hispanos aportaron diversos tipos de soldados de infantería ligera
(sin armadura) cubiertos con cascos de cuero y armados con espadas, machetes o
picas. Los nativos de Baleares formaban cohortes de honderos sin armadura; sus
hondas eran sencillas o montadas sobre un palo corto y como proyectiles utilizaban
bolas de plomo o piedras redondas. Los Cretenses formaban cohortes de arqueros,
también sin armadura, pertrechados con pequeños arcos que tenían un alcance real de
unos 100 metros, es decir, tres veces más que el de los dardos.
Estos contingentes se reclutaban durante todo el tiempo que duraban las
campañas mediante alistamientos realizados en los territorios sometidos por los
Romanos o, también, eran aportados en bloque por los jefes de las tribus aliadas de
Roma. En este último caso, se les pagaba una soldada, no sabemos de qué cuantía,
bastante inferior a la de los otros legionarios.
La utilidad de estas tropas auxiliares variaba mucho y no siempre se podía confiar
en ellas. Las flechas y las hondas se usaban para cubrir las cargas de infantería o de
caballería de línea. En Bretaña, cubrieron el desembarco de los legionarios; en el
asedio de Uxellodunum, los arqueros y honderos fueron los que permitieron que
César impidiese a los Galos asediados abastecerse de agua.
A menudo, los soldados auxiliares tomaban parte en escaramuzas y patrullas y, en
ocasiones, se les enviaba a misiones de avituallamiento, de pillaje o de represalia.
Evidentemente, su actuación reforzaba los efectivos de las legiones en determinados
campos de batalla.

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Arquero númida llevando una coraza de escamas. Estos arqueros lucharon en el ejército pompeyano contra César
durante la guerra civil. No parece que César utilizara a los Númidas en las Galias, sino a los arqueros cretenses sin
armadura.

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Hondero de las Islas Baleares, cuyas cohortes pelearon junto a César en las Galias.

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La caballería mixta —en la que cada jinete iba acompañado por un «escudero» a pie— es de origen germánico.
Los hombres que van a pie se agarran a las crines de los caballos para no retrasarse.

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La marina

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En el año 56 a. de C., César organizó una expedición de represalia contra la
población marítima de los Vénetos (de la región de Vannes). A este fin, requisó
barcos de transporte entre sus pueblos aliados, contruyó galeras en el Loira e hizo
venir a las tripulaciones de la Provincia (Provenza) (remeros, marineros y timoneles).
César no ha dejado descripción alguna sobre esos tipos de galeras, pero sin duda eran
como las que se utilizaban en el Mediterráneo: trirremes, quinquerremes y liburnas.
Las trirremes medían aproximadamente 40 m de largo y 5 m de ancho; disponían de
170 remos situados en tres hileras o niveles y cada remo era manejado por un solo
hombre. Treinta marinos eran los encargados de realizar la maniobra de la gran vela
cuadrada auxiliar (que permanecía desplegada durante los combates); estas naves
podían transportar hasta 120 legionarios.
Las quinquerremes tenían las mismas dimensiones, aunque únicamente disponían
de 160 remos en tres hileras. Sin embargo, llevaban tripulaciones de 270 remeros y
20 marineros y tenían capacidad para transportar 200 legionarios. Las liburnas eran
naves más ligeras y rápidas, con 82 remos dispuestos en dos niveles.
Los Vénetos utilizaban unos veleros de 30 a 40 m de eslora y de 10 a 12 m de
manga con los que realizaban travesías comerciales a lo largo de la Armórica. Estas
naves eran panzudas y estaban mucho mejor adaptadas que las galeras para navegar
por el Atlántico. No llevaban remos. Tenían únicamente una o dos grandes velas
cuadradas de cuero flexible. Su cubierta quedaba a gran altura sobre el mar,
circunstancia que permitía a la tripulación protegerse mejor de los proyectiles
romanos, y sus cascos, hechos de madera de encina maciza, resistían sólidamente los
espolonazos de las galeras.
Durante la gran batalla naval cerca de Lorient, en la que se enfrentó la flota de
César a 220 naves vénetas, los Romanos cortaron las drizas de los barcos enemigos
con unas pértigas provistas de hoces, produciendo la desarboladura de las naves
enemigas y su inmovilización, y procediendo a continuación a su abordaje.

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Esquema de una liburna romana (pequeña galera con dos niveles de remos).

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Esquema de un pontón véneto.

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Los «pontones» vénetos estaban construidos a prueba de los espolonazos de las galeras y gracias a la altura de
su borda quedaban protegidos de las lanzas y de las flechas. Los romanos llegaron a cortar los cordajes con
hoces para desarbolar los «pontones». Sin embargo, lo que les aseguraba la victoria era el viento en calma, ya
que así las galeras se introducían entre los pontones enemigos para atacarlos uno por uno sin que éstos,
detenidos por la calma, pudieran hacer nada para defenderse.

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El campamento

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Desde sus orígenes, las legiones romanas tenían por costumbre establecer un
campamento fortificado (castra) al final de las jornadas de marcha o ante la
inminencia de una batalla. El general que ostentaba el mando podía elegir el lugar
para acampar, pero habitualmente delegaba esta diligencia en uno de los castrorum
metatores (oficiales encargados de la instalación de los campamentos), en alguno de
los tribunos o en los centuriones enviados como exploradores. Para la elección del
lugar de acampada se tenían en cuenta diversos requisitos: que hubiese agua, pastos
próximos para los caballos y bestias de carga, y otros de índole sanitaria o táctica.
La disposición del campamento era siempre la misma y cada hombre conocía
exactamente su tarea y su colocación. Los emplazamientos de muros, pasillos y
tiendas se medían y señalaban con ayuda de banderines. Dentro del recinto se
disponían los equipos y mientras la mitad de cada centuria se dedicaba a los trabajos
de explanación, la otra mitad y la caballería aseguraban su protección. Alrededor del
campamento se excavaba una zanja de 1 a 3 metros de profundidad y de 1,50 a 4 m
de anchura y los escombros se arrojaban hacia el interior para formar una defensa de
1,25 m de altura y de 3 a 4,50 m de anchura, coronada por una empalizada de estacas.
Otras veces, la muralla se coronaba con una encañizada formando almenas. Sobre la
muralla se erigían, a veces, plataformas de combate e incluso torres de madera, que
en muchos casos estaban unidas mediante pasarelas. La artillería se disponía en los
ángulos del campamento, cuyos únicos accesos eran cuatro puertas, generalmente en
forma de sencillos portillos, defendidas por caballos de Frisia. La magnitud de las
obras dependía tanto de la duración prevista de ocupación como del peligro que
representase el adversario.
El pasillo central era la Via praetoria, de 30 m de anchura, que iba desde la puerta
pretoriana hasta la puerta decumana y quedaba, en el ángulo derecho, atravesada por
otros dos pasillos mayores, la Via quintana y la Via principalis; esta última
desembocaba en las dos puertas laterales. Las tiendas se disponían a 70 m tras la
fortificación para protegerlas de los proyectiles y se alineaban en centurias,
manípulos y legiones. Estaban confeccionadas con piel de vaca o de cabra y medían
aproximadamente 2,90 m de lado. Las tiendas de los centuriones eran mayores y se
situaban en cada uno de los extremos de las filas de sus respectivas centurias. Los
oficiales superiores disponían de tiendas aún mayores, que bordeaban la Via
principalis. Al lado del forum estaba situado el praetorium, la tienda más grande,
donde residía el general, que también era el centro de reunión del estado mayor, y en
ella se encontraba el sacellum, pequeño santuario destinado a guardar las águilas y las
insignias. Cerca de éste, a la derecha, estaba el augural (recinto de las aves sagradas),
donde el general consultaba los auspicios. En el foro se encontraba la tribuna desde la
que se arengaba a los soldados, y algunos pequeños comercios.
A lo largo de la Via quintana, se podían encontrar tabernas y otras tiendas. A la
caída de la tarde, el tesserarius de cada manípulo debía acudir al pretorio para recibir
el santo y seña, dando comienzo las guardias. Una quinta parte de cada centuria

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permanecía de guardia y el relevo se efectuaba cada tres horas.
La guardia la componían los stationes (legionarios y jinetes que patrullaban fuera
del recinto), los custodes, que custodiaban las puertas, y los vigiles, que vigilaban
sobre las murallas y dentro del campamento.

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Esquema de un campamento de César, con dos legiones y con un número igual de tropas auxiliares. Cada
cuadrado M representa la situación de un manípulo (dos centurias); corresponde a la vista aérea de las primeras
páginas del libro. Cada grupo de tres cuadrados representa una cohorte. Una quinta parte de cada tropa se destaca
como extraordinarii, en los lugares E, por estar asignada a la guardia (cohortes pretorianas, guardia del
campamento…). Pr, Pretorio; Q, Quaestorium; T, Tienda de los tribunos; P, Tienda de los prefectos.

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La fortificación del campamento: Los legionarios cavan un foso (fossa) alrededor del recinto con dolobres y
zapapicos. Recogen los escombros en cestos para construir un terraplén (agger) por detrás del foso. Llevan sus
armaduras y sus armas, pues no estaban autorizados para quitárselas. El penúltimo soldado a la izquierda
amontona estacas para construir la empalizada sobre la muralla.

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Los campamentos de invierno y la alimentación

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Durante el invierno, a causa del clima, de la dificultad que existía para el
avituallamiento, y de la escasez o falta de pastos, se interrumpían las campañas
militares emprendidas y las legiones elegían posiciones estratégicas para levantar los
campamentos de invierno (hibernae). Estos se disponían de forma análoga a la de los
campamentos de verano, aunque se reforzaban las posiciones de defensa, se
instalaban almacenes y graneros y, en lugar de las tiendas, se levantaban
construcciones con materiales propios de la región, para lograr una perfecta
adaptación al clima. Así, César, durante su estancia en las Galias, hizo construir
chozas de paja al estilo galo. Las tropas solían invernar en un pueblo aliado, o en una
ciudad conquistada; en este último caso, no sin antes haber expulsado, asesinado o
vendido, como esclavos, a sus habitantes.
Los víveres se obtenían mediante pagos en especie o se requisaban. El legionario
de César destinaba aproximadamente la quinta parte de su paga a la alimentación,
bien en forma de descuento, bien comprando al contado entre los mercaderes del
campamento. La alimentación básica era el trigo, que se distribuía en grano y a
intervalos según las circunstancias; diariamente los calones (criados-esclavos) del
ejército molían y preparaban el trigo. Los hombres recibían diariamente una ración de
1 a 1,5 kg de grano, que utilizaban para hacer pan, tortas, galletas y gachas. La
cebada no se apreciaba, y se distribuía, únicamente como último recurso, si faltaba el
trigo, o como castigo. En cuanto a la carne (que tomaban salada o ahumada), era
bastante escasa. Sin embargo, en las Galias abundaba la carne de cerdo y de cordero.
Los legionarios de César veían cómo las tropas auxiliares indígenas despreciaban,
como buenos Bárbaros, las sopas de cereales y se aficionaron, al igual que ellos, a la
carne. En ocasiones, el menú se enriquecía y recibían queso, carne fresca y caza,
pero, al parecer, no probaban el pescado. Entre los soldados que luchaban en las
Galias había pocos aficionados a las lentejas, a pesar de ser éstas muy populares en
las regiones orientales y en los países mediterráneos. Como bebida, se tomaba la
posea, agua con vinagre; en principio no se les daba vino e incluso se les prohibía
tomarlo.
En resumen, la alimentación de los legionarios se podía comparar prácticamente a
la de las clases rurales de entre las que aquéllos habían sido reclutados. Hacían dos
comidas al día, el prandium por la mañana y la coena por la tarde.
Lógicamente, también los caballos y las bestias de carga necesitaban
alimentación; por ello, cada jinete recibía al mes de 150 a 200 kg de cebada. Además,
en verano se les proporcionaba hierba fresca, y en invierno heno, aunque éste
resultaba demasiado molesto para ser transportado en los desplazamientos de
campaña.

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Escena de unos cuarteles de invierno (castra hiberna). La muralla es más elevada que la de los campamentos
de verano y dispone de torres y de encañizadas que forman almenas. En el plano de atrás, se ve a un corneta
tocado con una piel de lobo.

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La marcha

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Para levantar el campamento se daban tres toques de cuerno. Al primer toque se
desmontaban las tiendas, al segundo, se cargaban las bestias y las carretas. A
continuación, los heraldos preguntaban por tres veces si los soldados estaban
dispuestos para el combate, y cada vez aquéllos respondían: «¡Estamos preparados!».
En ese momento sonaba el tercer toque y la vanguardia se ponía en movimiento,
seguida por el grueso de la tropa.
Cada legionario llevaba un pesado equipo personal sobre una horca, sistema que
fue introducido por Mario hacia el año 107 a. de C. El convoy de carga transportaba
la impedimenta pesada: tiendas, muelas manuales, artillería, provisiones, etc. Estaba
formado principalmente por animales de carga (sobre todo por mulos), pero también
lo componían algunas carretas tiradas por bueyes o por caballos. Los oficiales
superiores tenían derecho a varios mulos; cada centurión tenía uno y se disponía de
uno por tienda. Una legión contaba con 1.200 o 1.500 bestias de carga. El personal
del convoy de carga se componía de esclavos, los muliones (muleros, boyeros y
carreteros) y los calones, que servían como asistentes a los soldados.
Una vez dada la orden de marcha (agmen) resultaba prácticamente imposible
algún tipo de cambio. Los exploradores realizaban avanzadillas de exploración. La
vanguardia estaba formada por un destacamento de legionarios y otro de caballería,
seguidos de un cuerpo de ingenieros encargado de hacer transitable el camino. A
continuación marchaban los equipos de los oficiales, protegidos por una unidad de
caballería; les seguían los ayudantes de campo y el general con su escolta. Tras ellos,
otro destacamento de caballería, los legados y los tribunos con sus acompañantes, y,
en columnas de a seis, el grueso de las legiones. Cada una de ellas iba precedida por
el aquilífero, los abanderados y los músicos, y seguida por sus equipos. Finalmente,
marchaba la retaguardia, compuesta por los auxiliares y, en última fila, un
destacamento de legionarios en formación ligera. Cuando había peligro de un serio
ataque, el orden se modificaba para formar el agmen quadratum, dos o tres columnas
de frente, precedidas y seguidas por la caballería, y el convoy de equipos entre las
columnas. Mediante un simple giro de un cuarto de vuelta a derecha o a izquierda, los
soldados quedaban dispuestos en formación de combate (acies) en dos o tres líneas.
Normalmente, la etapa diaria era de 25 a 30 km, pero, a veces, era necesario realizar
marchas forzadas de 50 km, y cuando los legionarios dejaban, al final de la jornada,
su equipo, su escudo, su lanza y su casco, no lo podían hacer para descansar, sino
para cavar trincheras y para levantar el nuevo campamento.

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Se precisa de una gran disciplina y organización para conseguir el desplazamiento de un ejército numeroso.
Una columna de 20.000 hombres (el equivalente a 4 legiones) se extiende sobre 4 km aproximadamente (sin
mencionar la vanguardia) y el último soldado no se pone en marcha hasta pasados 40 minutos después de la
salida del general.

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La Galia y los Galos

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La Galia estaba dividida en cuatro regiones: la Bélgica, limitada al Sur por el Sena y
el Mame, al Este por el Rin, y al Norte por el mar; la Céltica, situada al sur de la
Bélgica; la Aquitania, al sur del Garona; y la Provincia, que comprendía el Rosellón,
la Provenza y el valle del Ródano hasta Lyón, y era colonia romana desde el año 118
a. de C. En la Galia, la agricultura, la ganadería y la artesanía estaban muy
desarrolladas y tanto el comercio terrestre como el fluvial alcanzaron gran auge.
Los Galos eran más altos y más rubios que los Romanos; los hombres se
trenzaban los cabellos y llevaban bigotes, se vestían con calzones (pantalones
anchos), túnica, capa y saya y se calzaban con zuecos. Las mujeres vestían una larga
túnica. Las familias se agrupaban en tribus y éstas en pueblos. La sociedad gala se
componía de una nobleza, adquirida por hechos de armas (los jefes guerreros), y otra
de linaje sacerdotal (los druidas), que poseían casi todas las tierras. A estas dos castas
hay que añadir la de los hombres libres, generalmente situados bajo el mecenazgo de
un noble, y la de los esclavos.
Los druidas no solamente eran los sacerdotes, sino que también ejercían como
preceptores de los jóvenes nobles, y en ocasiones ocupaban el puesto de jueces en los
litigios intertribales. Cada año, se reunían en un gran cónclave en un bosque sagrado,
cerca de Orleáns, para celebrar sus asambleas, presididas por un Gran Druida, al que
elegían de por vida. Su noviciado duraba varios años y gran parte de ellos
consagraban mucho tiempo al estudio de las tradiciones, en escuelas druídicas
situadas en Bretaña (Inglaterra). La Galia no tenía unidad política, pero sí consiguió
una unidad cultural, gracias a los druidas que conocían el alfabeto griego aunque no
lo utilizaban más que para conservar los registros y para llevar las cuentas. Nunca
dejaban nada escrito sobre sus conocimientos por miedo a que cayese en malas
manos. Entre los Galos, se había divinizado al Sol, a la Luna, a la Tierra-Madre, al
Rayo y a las Fuentes, y había otros dioses tribales y locales.

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Dos divinidades galas prerromanas
representadas en dos estatuas de bronce

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El toro de tres cuernos, como símbolo de potencia y vitalidad.

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Cernunnos, dios de la tierra (fertilidad y dominio de los muertos). Este último llevaba unos cuernos de ciervo (en
las sienes se ven los agujeros donde se colocaban). También lleva un collar en el cuello y otro puesto encima de
dos serpientes con cabeza de carnero que sostiene sobre sus rodillas.

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Los Galos vivían principalmente en poblados aislados. Las cabañas estaban hechas con bálago y encañizadas y
cimentadas con una mezcla de arcilla y de paja. El leñador que aparece de frente lleva puesto un collar y
brazaletes. Los cerdos que se ven nos recuerdan que ya entonces la Galia era famosa por sus tocinerías. A la
derecha, un horno de alfarero.

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Los guerreros Galos

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Los guerreros celtas eran hombres combativos y valerosos. Destacaban sobre los
Romanos por su capacidad inventiva en numerosos campos técnicos, tanto militares
como civiles. A excepción del pilum, el conjunto del armamento ofensivo y defensivo
de los Romanos había sido copiado de los Celtas. Sin embargo, los Romanos poseían
unos atributos de los que los Galos carecían: la disciplina, la organización y la unidad
de mando. Los guerreros galos eran valientes pero indisciplinados, lo cual no les
impidió infligir a los Romanos muchas e importantes derrotas, por lo que se podría
deducir que el ejército romano, sin las cualidades estratégicas y políticas de César,
hubiera podido perder esta guerra.
Los ejércitos galos carecían de homogeneidad, ya que las tropas que los
componían procedían de diferentes tribus, que ante todo peleaban por sus propios
intereses. La caballería formaba el arma noble del ejército. Los soldados de caballería
se protegían con cota de mallas o con armadura de cuero, y llevaban un escudo
parecido al de los legionarios, pero plano. Sus armas eran una lanza y una gran
espada de punta y de filo. Los caballos se herraban con herraduras corrientes o con
cascos mudables de metal, atados con cuero. Algunas tribus mezclaban arqueros y
soldados-volteadores con la caballería. Los soldados de infantería raras veces
llevaban armaduras. Sus escudos estaban hechos con listones de madera o con
mimbre trenzado y cuero tensado. Como los jinetes de caballería, se tocaban con
cascos de hierro o de bronce en forma de tazón, provistos de carrilleras. El casco
alado, llamado «céltico», al parecer era utilizado por los jefes. Los soldados de
infantería iban armados con dardos y espadas largas o medianas y normalmente
luchaban formando una masa compacta, la falange. La trompeta de guerra de los
Galos era el carnyx, instrumento en forma de S muy estilizada que se hacía sonar
verticalmente; el cuerno representaba una cabeza de jabalí. Al igual que los
Romanos, los Galos tenían insignias de bronce o de hierro, y sus emblemas preferidos
eran el gallo y el jabalí. Si resultaban vencidos en combate, los Galos se refugiaban
en sus plazas fuertes, los oppida, defendidas por gruesas murallas de piedra
reforzadas en sus muros por vigas perpendiculares.

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Armas galas: espadas largas (spathae) de hierro, lanza y casco de hierro muy grueso que llevaba el soldado de
tropa (modelo encontrado, entre otros, en Alesia).

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Guerreros a la carga con la furia característica de los Galos. Se puede apreciar que su aspecto no difiere
realmente del que presentaban los soldados romanos. Esto no resulta sorprendente si recordamos que los
Romanos habían copiado la mayor parte de sus armas y armaduras de los Galos y los Celtas, lo cual explica el
hecho de que los generales se equivocasen tantas veces sobre la identidad de las tropas que se divisaban en la
lejanía.

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Los Germanos

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En la época de César, los Germanos —conjunto de tribus poco civilizadas, originarias
del otro lado del Rin, que hablaban un dialecto germánico— eran un pueblo mucho
menos evolucionado que los Galos. Eran hombres de gran estatura y tez clara. La
mayoría de ellos vestían únicamente una especie de falda hecha con pieles de
animales; a veces utilizaban también una capa de piel (las pieles moteadas eran las
más apreciadas), y calzones. Algunas tribus confeccionaban vestidos de lana, de color
natural o teñida de colores oscuros. Los jefes solían vestir una túnica ajustada de
manga larga.
Los hombres se casaban tarde y, aunque existía la poligamia, las mujeres ejercían
un importante papel en la vida de estos clanes. Los Germanos estimaban al máximo
el valor y la resistencia y despreciaban la comodidad, el confort y la vida sedentaria,
que les parecían debilitantes. Se dedicaban preferentemente a la caza y la ganadería.
Su alimentación era a base de leche, queso y carne fresca. El vino lo tenían prohibido,
pues lo consideraban un brebaje que afeminaba sus costumbres. Entre ellos no existía
la propiedad privada patrimonial, y a cada una de las familias se les asignaban
anualmente unas tierras sobre las que no podían permanecer más de dos años
seguidos, para impedir, de esta manera, que se desarrollase el instinto sedentario entre
las tribus. En el aspecto religioso, los Germanos eran muy distintos de los Galos. No
tenían sacerdotes ni celebraban sacrificios. Sus únicos dioses, a los que todos
veneraban, eran los fenómenos de la naturaleza: el Sol, la Luna, el Fuego, el Rayo,
etc. Las mujeres más viejas del clan practicaban la adivinación, mediante un juego
que consistía en tirar tabas o palillos marcados con signos mágicos. Los mercaderes
que venían del extranjero encontraban pocas facilidades para vender sus mercancías,
ya que los Germanos intentaban primero dar salida a sus botines de guerra, antes que
comprar unos artículos que no apreciaban por considerarlos de lujo. Sin embargo,
eran hospitalarios, aunque alentaban a los jóvenes para que realizasen incursiones
entre las tribus vecinas, con el fin de adiestrarlos para las guerras (por el contrario,
cualquier tipo de rapiña cometido contra los miembros de la misma tribu, estaba
severamente castigado). Los Germanos solían levantar sus poblados en el centro de
zonas no habitadas, lo más amplias posible, para dejar constancia de su potencia y
sobre todo como medida de seguridad.
Entre los Germanos, la caballería era el arma más prestigiada de su ejército. Los
caballos eran pequeños, pero resistentes y muy bien adiestrados. Cuando los jinetes
saltaban a tierra para batirse en combate, las monturas permanecían sin moverse de su
sitio. El arma común era la azagaya o framea, que podía lanzarse como un venablo o
utilizarse como una lanza. Los escudos eran planos y redondos u ovalados. Los
soldados germanos no llevaban casco y era muy raro el uso de armaduras, ya que las
que tenían provenían de botines de guerra. Desdeñaban, también, las sillas de montar
y los estribos. Cuando combatían contra tropas de caballería saltaban a menudo a
tierra para destripar a los caballos del enemigo y, así, desmontar a los hombres. Una
de sus mejores tácticas consistía en que cada jinete fuera acompañado de un hombre a

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pie, para que se ayudasen mutuamente en el combate. Los soldados de infantería iban
armados con azagayas y escudos, pero no utilizaban nunca armadura. El grito de
guerra (barritus) que lanzaban los Germanos impresionaba a los Romanos;
comenzaba por una nota grave seguida de otra aguda y colocaban el escudo delante
de la boca, a modo de bocina.

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Soldados germanos armados con frámeas, más cortas que las lanzas que muestran los guerreros de la página
siguiente, pero más prácticas para los combates en el interior de los bosques.

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Jinete germano y soldado de infantería armados con lanzas. Los jinetes menospreciaban las sillas y los estribos.
La industria germánica no producía ni cascos ni armaduras, solamente algunos paños tejidos.

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Los Bretones

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Los Bretones eran los Celtas de Gran Bretaña. Algunas de sus tribus, parientes de los
Galos de Bélgica, habían prestado gran ayuda a éstos contra César, y otros se habían
aliado a los Vénetos. Entonces, César decidió realizar, en el año 55 y 54 a. de C., dos
desembarcos que no fueron exactamente campañas de conquista, sino incursiones de
castigo, al tiempo que expediciones de reconocimiento.
Al igual que la Galia, la Bretaña estaba dividida en tribus y poblados entre los que
reinaba a menudo un estado de hostilidad. Los Bretones eran muy similares a los
Galos en su lenguaje y sus costumbres, sobre todo en las regiones costeras de la
Mancha, particularmente en el Cantium (Kent), cuyos habitantes, recientemente
desembarcados del «continente», mantenían con la Galia estrechas comunicaciones y
soportaban, desde mucho antes de la conquista romana, la influencia cultural del
Mediterráneo. Las tribus del interior y las nórdicas estaban menos desarrolladas, al
igual que los poblados de Escocia y de Irlanda. Los guerreros bretones se pintaban el
cuerpo de azul con tintura de glasto; llevaban bigotes y cabello largo. El Sur, más
civilizado, tenía una población más densa, distribuida en numerosos pueblos. La
tierra era fácil de labrar y el trigo se cultivaba bien. Los habitantes de esta región
acuñaban piezas de bronce y oro. En los poblados primitivos del interior no se
cultivaba el trigo, pues se alimentaban primordialmente a base de leche y carne, se
vestían con pieles de animales, y usaban una moneda rudimentaria en forma de barras
de hierro. Construían los oppida, hecho que indica que estas regiones eran menos
pacíficas y seguras que las del Sur.
Los guerreros bretones seguían utilizando los carros de combate, una antigua
tradición céltica. Tales carros, arrastrados por dos caballos, tenían las partes laterales
de mimbre y dos grandes ruedas, provistas de aros o llantas de hierro con radios. Eran
estables y rápidos y su dotación la componían dos hombres: un conductor y un
guerrero armado con jabalinas y una lanza. Los conductores realizaban las cargas a
toda marcha en zig-zag, descendiendo por las empinadas cuestas, al tiempo que los
guerreros lanzaban sus jabalinas, mientras se mantenían en equilibrio precario sobre
el suelo del carro o sobre la lanza del mismo. Los carros atravesaban la caballería
enemiga, y entonces los guerreros echaban pie a tierra para batirse mejor, en tanto
que los vehículos se retiraban hacia una posición de concentración. César estimó que
estos carros combinaban la movilidad de la caballería con la solidez de la infantería;
sin embargo no parece que fuesen eficaces más que en algunas victorias contra
destacamentos aislados de los Romanos.
La indumentaria de los jefes Bretones se parecía a la de sus homólogos Galos,
pero sin armadura. Sus escudos ovalados de madera estaban decorados con motivos
célticos realzados con esmaltes y placas de bronce. La caballería bretona era ligera y
los jinetes, con el torso desnudo y tocados con cascos de bronce, iban armados con
jabalinas y una gran espada o un puñal. Sus escudos estaban fabricados con mimbre y
con una piel tensa, pero no disponían de umbo central. Los guerreros de a pie no
usaban ni casco ni armadura, pero disponían de escudos oblongos, armados con una

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espada larga y a veces con jabalinas. También existía una infantería ligera, cuyos
soldados disponían de venablos, un puñal y un pequeño escudo redondo; en combate
desempeñaban un papel comparable al de los auxiliares hispanos o al de los vélites de
las antiguas legiones anteriores a Mario. Los Bretones se batían preferentemente en
pequeños grupos.
Las tribus del Norte, más antiguas, disponían asimismo de honderos, que
utilizaban como proyectiles guijarros que transportaban en una bolsa de cuero
suspendida de la cintura y se protegían mediante una rodela. César nos ha descrito
una técnica defensiva que los guerreros trinobantos (habitantes del este de Bretaña)
utilizaron infructuosamente para intentar impedirle atravesar el río Támesis. Erizaron
su orilla de estacas puntiagudas inclinadas hacia el río y clavaron otras en el vado,
con sus extremos ocultos bajo el nivel del agua.

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Los carros de combate de los Bretones, manejados con fogosidad y destreza, podían fácilmente sembrar el
pánico entre las tropas más disciplinadas. Estos carros también existieron en la Galia en épocas anteriores.

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El combate

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Antes de comenzar cualquier batalla, el general consultaba e interpretaba los
auspicios y, si resultaban desfavorables, la batalla podía ser pospuesta. A
continuación arengaba a sus tropas recordándoles su valor, sus tradiciones militares, y
destacando la debilidad o los defectos del enemigo, así como la posibilidad de
obtención del botín. César, como todos los buenos generales, era un gran psicólogo
que sabía adaptar admirablemente sus arengas a la mentalidad de sus hombres. En
combate todas las astucias eran buenas. Los romanos podían intentar provocar al
adversario encubriendo sus verdaderos efectivos, simulando una retirada o, incluso,
una derrota; también podían fingir ataques y muchas otras estratagemas. Igualmente
trataban de desmoralizar al enemigo haciéndole creer que disponían de mayores
efectivos.
La formación habitual de combate era el acies triplex en tres líneas. Cada legión
desplegada disponía, en primera línea, cuatro cohortes separadas entre sí por una
distancia igual a su anchura; otras tres cohortes se disponían en segunda línea, detrás
de estos intervalos, y las tres últimas cohortes se mantenían de reserva en tercera
línea. Tal disposición permitía maniobrar con facilidad. La segunda línea, cuando
avanzaba, podía colocarse al nivel de la primera para formar un frente continuo o
falange, o bien la primera línea podía replegarse sin estar obligada a cruzar las filas
de la segunda. A veces los Romanos recurrían a la acies dúplex, o formación en dos
líneas, basada en el mismo principio que la acies triplex. Las legiones formaban, en
general, el centro de la línea de batalla, mientras que la caballería y las tropas
auxiliares ocupaban los flancos. Cuando una legión o un cuerpo del ejército sufría un
ataque al descubierto por una fuerza muy superior, y no podía hallar campamento
donde refugiarse, se adoptaba la formación en orbis o circular. Las unidades se
desplegaban de forma que los soldados estuvieran codo con codo frente al enemigo,
sin ofrecerle ni la espalda ni el costado, al igual que los cuadros de infantería del siglo
XVIII.
Normalmente, el combate comenzaba con los hostigamientos de la caballería o de
la infantería auxiliar para tantear las posiciones del enemigo. Cuando éste llegaba a
20 metros de la primera línea, los Romanos lanzaban sus jabalinas y atacaban espada
en mano sin dar tiempo a que se recuperase. En ocasiones, era necesario atravesar o
penetrar la formación enemiga efectuando una carga en cuña (cuneus), dirigida por
algunos valientes a los que seguían filas cada vez más largas.
En esta época, los ejércitos no disponían de la infraestructura necesaria para
establecer, custodiar y alimentar a campamentos de prisioneros de guerra; por esta
razón, los adversarios capturados que no eran pasados pura y simplemente por el filo
de la espada, se vendían como esclavos, a menos que se hubiera concertado la paz
mediante un tratado de alianza que permitiese su liberación en concepto de rehenes.
Las armas y los pertrechos del enemigo vencido se concentraban en el campo de
batalla y se distribuían en montones, a modo de trofeo, bajo la orden del general, que
los consagraba a los dioses. Los trofeos eran árboles o pértigas de las que se colgaban

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las armas, los cascos y los escudos capturados. A los muertos en combate se les
dedicaban honras fúnebres y para un jefe romano representaba una gran vergüenza
verse forzado a retirarse de un campo de batalla abandonando a sus soldados muertos
con toda su impedimenta.

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Orden de batalla en tres líneas (acies triplex) de una legión. C1 y C2: dos centurias que constituyen un manípulo. I
a X: cohortes. I a IV: primera linea. V a VII: segunda línea. VIII a X: reserva. La disposición «abierta» de las
cohortes permite maniobrar con facilidad.

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En muchas ocasiones los combates eran menos ordenados de lo que dictaba la teoría. En esta imagen vemos a
los Romanos avanzando de forma anárquica, sin respetar la formación. Algunos de ellos aún no han arrojado
su lanza, mientras que otros cargan ya espada en mano. Sin duda intentan lograr una rápida victoria sobre la
disposición desconcentrada de las tropas galas.

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Las máquinas de guerra

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Las máquinas de guerra de los Griegos fueron adoptadas por los Romanos e incluían
la artillería (tormenta) y los ingenios de asedio. Las balistas (ballistae) eran grandes
ballestas que lanzaban flechas a través de una ranura. Su tamaño era varible y
utilizaban desde cuadradas (flechas con las puntas de hierro cuadrangulares) hasta
enormes maderos con los que desmantelaban los muros enemigos (pila muralla).
Salvo, quizá, en los modelos más pequeños de este tipo de armas, la propulsión para
el tiro no se obtenía mediante la elasticidad de un arco, sino por la rápida vuelta a su
posición inicial de dos haces de fibras previamente torcidas, en las que se ajustaban
los brazos del aparato, los cuales se tensaban gracias a unos garfios. Los escorpiones
eran pequeñas ballestas que lanzaban piedras. Las carrobalistas eran otras máquinas
de guerra, por lo general rodantes, que cumplían funciones similares a las ballestas, y
su aparición no se produjo hasta la época del Imperio. Las catapultas, hondas
mecánicas que arrojaban bolas de piedra de distintos pesos, a veces hasta de 40 kg,
eran máquinas similares a las ballestas, con una ranura para el lanzamiento, a menos
que se hubieran construido al estilo antiguo, en cuyo caso llevaban una palanca
propulsora que terminaba en una especie de «cuchara» donde se colocaba el
proyectil. Los onagros del Imperio eran pequeñas catapultas de este tipo. Las legiones
no disponían de ningún cuerpo especializado de artillería. Cada centuria tenía a su
cargo una pieza que estaba asistida por varios soldados. La artillería se adaptaba
principalmente a la defensa de los campamentos, los atrincheramientos y las
maniobras de asedio; su peso y la lentitud de tiro de sus máquinas no permitían
apenas que pudieran utilizarse en combates que tuvieran lugar en terrenos
descubiertos. Sin embargo, César consiguió una artillería de piezas ligeras y pudo no
sólo servirse de ellas en algunas circunstancias, sino también instalarlas en la proa de
las galeras.
Había numerosos tipos de ingenios de asedio que se construían generalmente
sobre el terreno. Los más espectaculares eran las torres de asalto (turres
ambulatoriae), de alturas incluso superiores a los 30 m, montadas sobre ruedas o
sobre rodillos. Estaban fabricadas de madera y se recubrían con cuero grueso o con
planchas de hierro para resistir el impacto de los proyectiles incendiarios. Los
aparatos más modestos eran los plutei, simples pantallas de encañizada, algunas veces
provistas de poleas, que servían para proteger a los legionarios durante su trabajo. Las
vineae eran ingenios defensivos a modo de cabañas rodantes de 5 m de largo, 2 de
ancho y 2,5 de alto, cuyo techo estaba construido a base de maderos recubiertos de
encañizada y cuero, pudiendo tener los laterales desguarnecidos o provistos de
protección, si bien los extremos delantero y trasero estaban siempre abiertos. Con
estas defensas, los soldados romanos podían ir avanzando hacia el enemigo,
colocando una vinea a continuación de otra, hasta formar un pasadizo protegido de
los proyectiles. Los musculi eran semejantes a las vineae, pero más largos, más bajos
y más estrechos; se usaban también para formar galerías. Las testudines (tortugas)
eran vineae muy sólidas y sobre ruedas. Su extremo anterior, blindado normalmente,

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estaba provisto de un ariete que en su punta tenía esculpida la cabeza de un macho
cabrío. Asimismo, este tipo de ariete podía estar suspendido de la plataforma inferior
de una torre de asalto y constaba de una maza de hierro fijada a un tronco macizo
forrado de cuerdas y cuero para impedir su rotura por efecto de los repetidos golpes.
El equipo de asedio se completaba con los garfios de mango largo (falces murales)
para derribar los muros, y las escalas (scalae) para el asalto.

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Artillería de la época imperial,
probablemente similar a la que utilizó
César en sus campañas.

Balista montada sobre ruedas.

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Catapulta del tipo onagro «asno salvaje».

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Balista de tamaño mediano preparada para lanzar una flecha incendiaria sobre un oppidum enemigo. César no
empleó apenas ningún tipo de artillería más pesada que este modelo.

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El asedio

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Para llevar a cabo el asedio de una plaza enemiga, los legionarios utilizaban
diferentes tácticas según estuviese aquélla mal o bien fortificada. En el primer caso,
los legionarios, protegiéndose la cabeza con sus propios escudos a modo de
caparazón, emprendían el asalto a los muros subiendo a ellos con las escalas, o
intentaban echar abajo las puertas. Sin embargo, fueron pocas las plazas galas que
pudieron tomarse fácilmente, obligando así al ejército romano a establecer sitios. En
los asedios, los soldados, protegidos por las vineae, los musculi y los plutei,
construían rampas de troncos entrecruzados llenando con tierra los espacios que
quedaban entre ellos. Sobre estas rampas se instalaban las torres de asalto para llegar
al muro, y desde los pisos superiores, los legionarios lanzaban flechas y jabalinas con
el fin de desalojar la muralla de sus defensores, al tiempo que otros soldados, desde el
piso bajo, maniobraban los arietes para intentar desmantelar los resistentes muros del
oppidum.
Mientras otro grupo de legionarios forzaba con garfios las paredes de la
fortificación, la artillería disparaba para cubrir a los soldados que excavaban zanjas
bajo los muros. Los asediados salían para intentar destruir las máquinas de asedio. Se
defendían colocando paragolpes de troncos o de mimbre delante de los arietes,
aumentando la elevación de sus muros con torres y encañizadas, y cavando zanjas
para socavar las rampas. En términos generales, los Romanos triunfaban en los
asaltos tan minuciosamente preparados como éste de Avaricum (Bourges); sin
embargo, otras veces, como sucedió en Gergovia, fueron rechazados en sangrientas
derrotas, infligidas por los «Bárbaros» y, por tanto, mucho más difíciles de aceptar.
En el segundo caso, cuando las plazas estaban bien fortificadas, resultaba
necesario establecer un sitio en toda regla para vencer al enemigo, obligándolo a
pasar hambre y sed, como sucedió en el asedio de Alesia, en la que Vercingétorix se
había hecho fuerte junto con 80.000 guerreros en una colina inexpugnable de 150 m
de altura. César rodeó el oppidum con 23 fortificaciones de madera como puntos de
repliegue en caso de salida del enemigo. Más tarde, construyó una línea continua
formada por dos zanjas paralelas de 5 m de ancho. La fosa interior debía llenarse con
agua. Justo por detrás de la fosa exterior, se construyó un muro con los escombros,
erizado de una serie de estacas horizontales y coronado por un parapeto con almenas
y, cada 25 m, una torre. Por delante de la zanja interior se plantaron cinco filas de
maderos puntiagudos y, por delante de éstos últimos, César mandó cavar cinco hileras
de trampas, en forma de embudo, dispuestas al tresbolillo, con una estaca en su
centro. Finalmente, por delante de este talud hizo plantar un campo de maderos
rematados con puntas de hierro. Con tales defensas, las tropas de los sitiadores, que
eran inferiores en número a las de los asediados, y que tenían un frente de 16 km, se
encontraban protegidas de cualquier ataque por sorpresa. No obstante, un gran
ejército de refuerzo amenazaba a los Romanos en su retaguardia, por lo que César
mandó construir un segundo recinto por fuera del primero, equipado de igual forma,
para hacer frente a un posible ataque procedente de esta dirección. Fue la derrota de

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las tropas de refuerzo de los Galos lo que obligó a Vercingétorix a rendirse.

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Estructura de un muro de oppidum galo. Las vigas de madera están inmersas en la masa de tierra y junto con los
muros de piedra forman una estructura resistente a los golpes de arietes y a los garfios y que además es
incombustible.

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Plano del sitio de Alesia: Se ve la doble circunvalación romana y el exterior jalonado de campamentos
atrincherados. A: Oppidum de Alesia. Al Este del mismo, y sobre la falda de la colina, el campamento de
Vercingétorix (1); al Oeste, en línea discontinua, una zanja ha sido cavada. a través de la llanura, para proteger los
trabajos de circunvalación. 2: Posición del ejército de refuerzo galo que, desgraciadamente para los Galos. fue
derrotado por las tropas de César

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Sección de una de las circunvalaciones romanas en Alesia: 1: Muralla y torre. 2: Zanja seca. 3: Zanja llena de
agua. 4: Cinco filas de maderos puntiagudos. 5: Ocho filas de trampas, con forma de embudo, dispuestas al
tresbolillo. 6: Campo de maderos rematados con puntas de hierro (stimuli).

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Los trabajos realizados para el sitio de Avaricum. Las galerías de vineae descienden a la zanja hasta el pie del
muro, y, con los musculi, se construyen túneles más bajos sobre las rampas de las torres, que están asentadas
sobre rodillos. Los Galos han construido contratorres y cavan túneles para intentar destruir las rampas (flecha y
línea discontinua en el dibujo).

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Las recompensas y los castigos

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Las condecoraciones que se otorgaban durante este período, eran todas recompensas
honoríficas. Las phalerae —grandes medallas de plata u oro cinceladas— se llevaban
sobre el pecho; las torques —collares de origen galo hechos en oro o plata— se
lucían en el cuello; las armillae —brazaletes de metales preciosos— se mostraban en
las muñecas. Todas estas condecoraciones se concedían generalmente a los oficiales
subalternos y a los hombres de tropa. Las lanzas de plata y las insignias de honor se
otorgaban a los oficiales superiores y a los centuriones. Las insignias podían ser de
metal precioso o simplemente tener un color simbólico: la insignia de azur constituía
la recompensa para las hazañas navales. Desde los tiempos de César, las coronas
simbolizaban el premio que se daba al mérito, sin tener para nada en cuenta el grado
que se ostentara. La corona cívica, hecha con hojas de encina, se concedía a todo
soldado que salvara la vida de un ciudadano. César ganó una a la edad de 20 años, en
la toma de Mitilene. La corona obsidional, de hierba trenzada, se otorgaba a todo
aquel que rescatase a un ejército asediado; la corona mural, de oro, se concedía al
primero que franquease los muros enemigos en el asalto a una ciudad, mientras que la
corona vallar se entregaba al primero que asaltaba las trincheras enemigas.
Finalmente, la corona naval, también hecha de oro, se otorgaba al jefe vencedor de
una flota enemiga.
De esta manera, las recompensas podían tomar la forma bien de ascensos, bien de
donaciones, en especie o en efectivo, concedidas por el general. Las recompensas en
especie consistían normalmente en raciones suplementarias y, para los veteranos, en
tierras. Las recompensas en efectivo se concedían principalmente cuando se
conseguían triunfos: en el año 52 a. de C., César, para alentar a sus tropas a marchar y
a dormir al raso con un tiempo glacial, prometió 200 sestercios a cada legionario y
1.000 sestercios a cada centurión. Las diferentes clases de recompensas podían ser
otorgadas conjuntamente. Durante la guerra civil que sucedió a la Guerra de las
Galias, el centurión Scaeva, con gran valor, hizo replegarse a los Pompeyanos hasta
Dirraquio, y su escudo presentaba 120 impactos enemigos. César le condecoró, le
otorgó 200.000 sestercios y le ascendió desde la VIII cohorte hasta el grado de
primipilo; su cohorte recibió doble paga, dobles raciones, vestidos y condecoraciones.
Las pequeñas faltas se castigaban imponiendo servicios, multas, o reemplazando
la ración cotidiana de trigo por cebada. A veces, el castigo era obligar al culpable a
que durmiera fuera del recinto del campamento. Los oficiales podían ser degradados.
Las faltas graves o reincidentes se castigaban con el despido vergonzoso, lo cual
significaba la pérdida de las tierras y del retiro que normalmente se daba al finalizar
el alistamiento. Si una legión era culpable de insubordinación podía ser disuelta con
deshonra para todos sus hombres. César, por ejemplo, infligió este castigo a la IX
legión en Plasencia mientras Pompeyo atacaba. Solamente después de muchos
temores, súplicas y ruegos, se decidió a volver a formarla, no sin antes haber
castigado a los culpables.
Las faltas que pusieran en peligro la seguridad de los otros soldados estaban

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penalizadas con castigos corporales. Los culpables eran azotados con varas y, en los
casos graves, se les podía aplicar la pena capital golpeándolos o apedreándolos. El
condenado era ejecutado por los mismos a los que había puesto en peligro. Si alguna
unidad se rebelaba o desertaba en combate, podía incurrir en la pena de diezmado, es
decir, se sacaba a suertes a un legionario de cada diez y se le ejecutaba; los otros
sufrían otros castigos. Sin embargo, ni César ni Pompeyo impusieron jamás esta
pena.

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Condecoraciones romanas

1: Corona cívica. 2: Corona obsidional. 3: Corona mural. 4: Corona naval.

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5: Torques o collar. 6: Peto condecorado con 6 medallas y 2 brazaletes honoríficos.

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Los bastonazos se aplicaban como castigo por cualquier falta que pusiera en peligro la vida de otros soldados.

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La religión

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Una diferencia primordial entre el legionario romano y el soldado de hoy en día
radica en los conceptos religiosos, repletos de prácticas y creencias supersticiosas
heredadas de sus antepasados. Se puede decir que, en la época de Julio César, no
había una clara distinción entre la religión y la superstición.
La religión oficial de Roma, muy inspirada en la mitología griega, con la tríada
capitolina de Júpiter, Juno y Minerva junto con los otros grandes dioses —entre los
que se encuentra Marte, dios de la guerra— tenía como jefe espiritual al Gran
Pontífice, cargo que, a partir del año 63 a. de C., no ocupó nadie más que César. Sin
embargo esta religión no la profesaban más que las clases altas de Roma y por
consiguiente también los oficiales del ejército. Los soldados, casi todos ellos oriundos
de ambientes provincianos y humildes, practicaban toda clase de cultos primitivos,
algunos como los de Cibeles e Isis, de origen oriental. Las supersticiones abundaban
y muchos de los soldados creían que César, cuando era joven, poseía un caballo
fabuloso con dedos en lugar de cascos y que sólo él podía montar (así, se le erigió
una estatua delante del templo de Venus-Madre, en Roma). Los sucesos fortuitos más
anodinos y con mayor razón el rayo, las águilas, los cometas y los sueños se
interpretaban como signos de buenos o malos presagios.
El general en jefe del ejército era al mismo tiempo su jefe espiritual, cargo que
fue sacralizado por el poder supremo, el Imperium. A él correspondía, antes de iniciar
una campaña o de librar un combate, consultar e interpretar los augurios de los
oráculos y los presagios. Tenía el derecho de participar en los auspicios mayores, es
decir, de interpretar con los adivinos los diversos signos celestes tales como el vuelo
de los pájaros y la aceptación o el rechazo de alimentos por parte de las aves
sagradas. Todas estas ceremonias se practicaban delante del augural, la tienda que
servía como templo sagrado en el campamento, frente al cual se hallaba un altar
donde ardía el fuego sagrado. Si los auspicios resultaban desfavorables, el jefe
decidía normalmente evitar el combate. El general también poseía el poder de decidir
los sacrificios que debían ofrecerse. Antes de realizarlos, se bañaba para purificarse y
se vestía con una túnica blanca. Los animales que iban a ser inmolados no podían
tener defecto físico alguno. Los adornaban con cintas y doraban sus cuernos.
Entonces, el sacerdote y los asistentes bebían del vino sagrado (libación) y lo que
quedaba se vertía sobre un pastel hecho con miel y harina salada, preparado por las
vestales, que habían colocado antes sobre la cabeza de las víctimas. Llegado el
momento del sacrificio propiamente dicho, el sacrificador, que era casi siempre el
mismo general, escuchaba la orden del sacerdote y mataba al animal. Inmediatamente
los arúspices examinaban detenidamente las entrañas y daban los presagios. Durante
toda la ceremonia sonaban los toques de los cuernos. Junto a sus demás poderes, el
general ostentaba también la presidencia en la ceremonias de honras fúnebres
(realizadas al son de las tubas) y en las de acción de gracias, donde, tras una victoria,
se apilaban las armas capturadas al enemigo, o se izaban trofeos (árboles o estacas
decorados con las armas arrebatadas al enemigo).

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A pesar de que realizaba las funciones de Gran Pontífice, Julio César era menos
supersticioso que la mayoría de sus contemporáneos. Cuando él juzgaba que era
necesario continuar adelante con sus empresas, no tenía en cuenta los malos presagios
—como su caída en el desembarco de Africa, en la guerra civil, o la tentativa de
huida de una víctima antes del sacrificio—. Sin embargo, hay que resaltar que César
consiguió introducir entre sus consejeros a un miembro de la familia de los
Escipiones, persona de gran reputación para lograr victorias.
El juramento de fidelidad (ver «Condiciones del servicio») tenía un carácter
religioso profundamente marcado y tanto las águilas como las insignias eran objeto
de culto, porque simbolizaban a la legión misma y encarnaban el espíritu de cuerpo.
Por todo ello se utilizaban para lograr un espíritu de unidad que equilibrase la
diversidad de creencias existente entre los legionarios. En los campamentos,
permanecían en una capilla especial (sacellum) en el pretorio. El águila únicamente
se retiraba del campamento cuando lo había abandonado toda la legión. En tiempo de
paz, las águilas se guardaban en el Áerarium (tesoro público), situado en el templo de
Saturno, en Roma.
También en Roma se celebraban varios ritos religiosos de carácter bélico. En el
mes de marzo, y durante el período que separaba dos campañas, se exponían al
público doce escudos sagrados que volvían a llevarse al templo después que los doce
Salios (sacerdotes de Marte) hubiesen realizado su danza. El 15 del mismo mes era el
día consagrado a la Equirria o purificación de los caballos; a esta ceremonia seguían
el día 19 las quincuatrías (Quinquatrus), rito que consistía en la purificación del
ejército reunido en el Campo de Marte y durante el que se sacrificaban un cerdo, un
carnero y un toro (Suovetaurilia). La fiesta de purificación y consagración de las
trompetas empleadas en los sacrificios (Tubilustritan), se celebraba el 23 de marzo.
En el transcurso de las campañas, se podían realizar otras purificaciones de armas. El
mismo César presidió una de estas ceremonias entre los Tréviros en el 50 a. de C. Se
pueden citar otras fiestas como la Natalis aquilae, aniversario del águila (es decir de
una legión), rito típico de la época imperial, que posiblemente no existía en la de
Julio César. Los feciales eran los sacerdotes encargados de hacer respetar el derecho
internacional y, también, de declarar la guerra mediante una ceremonia muy
complicada al término de la cual lanzaban un iaculum, lanza humedecida en sangre,
sobre el campo enemigo al tiempo que pronunciaban las imprecaciones rituales. El 15
de octubre era el día destinado a la ceremonia de matar simbólicamente a la guerra.
Se organizaba una carrera de carros y, al finalizar, sacrificaban al caballo situado a la
derecha del vencedor en el Campo de Marte y vertían su sangre sobre el Hogar
Nacional (October equus). Finalmente, el 19 de octubre, se purificaban las armas para
borrar los crímenes de guerra (Armilustrium).

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Suovetaurilia es el sacrificio mayor de un cerdo, un carnero y un toro y se realizaba en las purificaciones
(purificatio). El general, vestido con una túnica sacerdotal blanca, concluye sus abluciones antes de la
inmolación. A la izquierda, aparece el hombre que toca el cuerno en estas ceremonias.

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La medicina y la salud

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El sistema médico de las legiones en tiempos de César no se conoce más que por
alusión. Después de la batalla de Bibracte, en el 58 a. de C., César renunció a seguir
persiguiendo a los Helvecios vencidos, para permanecer durante tres días cuidando a
sus heridos. En el año 53 a. de C., durante la campaña contra Ambiórix, César dejó en
el campamento a los soldados heridos o enfermos y los que se restablecieron a tiempo
partieron en grupo para reincorporarse al ejército. Durante la guerra civil, en Africa,
Labieno —antiguo legado de César en la Galia, que más tarde se unió a Pompeyo—
ordenó curar a sus heridos e hizo transportarles en carretas hasta la ciudad aliada de
Adrumeto. De hecho, no existía un servicio médico en el sentido administrativo, ya
que el Senado ignoraba totalmente la necesidad de crear un sistema médico y
hospitalario. Fue durante el Imperio cuando se tomaron las medidas oficiales
pertinentes para todo ello. Hasta entonces, los auxilios y cuidados médicos se dejaban
a la iniciativa de los generales, pero éstos sabían perfectamente que era necesario
curar a los valientes soldados, a los que no podían jamás reemplazar los reclutas sin
ningún tipo de entrenamiento.
Durante los combates, los heridos eran evacuados hacia la retaguardia por
enfermeros que realmente eran criados y funcionarios del cortejo militar. Los heridos
y enfermos leves eran asistidos en sus propias tiendas, mientras que los casos graves
se trataban en un hospital de campaña (valetu-dinarium) bastante rudimentario (sin
duda se requisaban una o varias tiendas para este fin). Si era posible, después se les
enviaba a sus domicilios en ciudades seguras.
Los Romanos poseían la ciencia médica de Hipócrates, que habían heredado de
los Griegos. Antes de la conquista de Grecia, tenían una «medicina» de charlatanes,
basada en ritos y fórmulas mágicas. Incluso la medicina griega de la época era
rudimentaria, los cuidados se practicaban rodeados de supersticiones y ritos
religiosos, y las curaciones se atribuían normalmente a la benevolencia de los dioses,
a los que se habían dedicado sacrificios u ofrendas, en particular a Esculapio, dios de
la medicina. Los médicos sabían reducir fracturas, hacer amputaciones y operar
amigdalas. Se han encontrado diversos instrumentos como escalpelos, copas para las
sangrías, sondas, espátulas (para extender las pomadas), ganchos, pinzas, agujas
quirúrgicas, trépanos y botes de bronce para ungüentos. Los instrumentos quirúrgicos
eran casi siempre de hierro fino de la Nórica y algunos, de hacia el año 79 a. de C., se
encontraron en un campamento romano en Cáceres, España. Los medicamentos se
preparaban a menudo con miel, sin duda para disimular su abominable sabor. Los
legionarios llevaban en su equipo algunos vendajes y material de primera cura con
hierbas hemostáticas y cicatrizantes.
Los médicos solían ser griegos, a veces esclavos y otras libertos. Parece probable
que algunos médicos militares fuesen simples oportunistas que aspiraban a vivir a
costa del ejército, mezclados entre los mercaderes que le seguían. Sin embargo,
resulta mucho más verosímil que fuesen contratados por la legión o por su general,
bajo el compromiso de prestar sus cuidados gratuitamente, o en forma de descuentos,

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a los legionarios enfermos o heridos. Se desconocen los honorarios que percibían los
médicos militares (así como las indemnizaciones eventuales que obtenían aquellos
civiles que hubieran albergado en su casa a enfermos o heridos), pero, ciertamente,
sus emolumentos eran comparables a los de los médicos civiles. En caso contrario
habrían surgido problemas a la hora del reclutamiento. Así pues, los médicos civiles,
esclavos o libertos, podían vivir desahogadamente. Los oficiales superiores tenían
derecho a ir acompañados de sus médicos personales, ya que formaban parte de su
círculo doméstico, pero tales médicos no cuidaban jamás de los hombres de tropa.
El estado sanitario de las legiones era por regla general excelente gracias las
costumbres higiénicas de los Romanos. El emplazamiento de los campamentos se
elegía teniendo en cuenta tanto criterios de salubridad como criterios tácticos. El jefe
de la tropa designaba, cuando era posible, un lugar de acampada que dispusiera de
agua potable y que permitiera la fácil eliminación de las aguas residuales. Cuando se
procedía a instalar un campamento, uno de los trabajos prioritarios era la preparación
de las letrinas, las cuales se procuraba que estuvieran regadas por un arroyo o un río.
En los campamentos de invierno se disponía de un sistema de alcantarillas. César
hubo de cambiar repetidas veces de emplazamiento de acampada, cuando el que tenía
se había tornado sucio e insalubre. Cuando se terminaba una marcha, al establecer el
campamento, un equipo de los servicios de cuartel encendía hogueras y ponía a
calentar agua en grandes marmitas para que los legionarios, que disponían también de
una especie de jabón, hicieran sus abluciones. En los campamentos bien instalados,
los oficiales se hacían construir baños. Estos hábitos higiénicos explican que hubiese
tan pocas epidemias en las legiones romanas en comparación con los ejércitos más
recientes de la Edad Media y de los tiempos modernos.
En tiempo de guerra, el legionario romano se veía obligado a permanecer en
territorio enemigo, alejado de los suyos, durante períodos de hasta varios años,
correspondientes al tiempo de duración de las campañas, por lo que evidentemente
disponía de muy poco tiempo libre. Durante el verano, soportaba las largas marchas
cargado con su equipo, la fatigosa construcción de los campamentos y los combates.
En invierno, acampaban normalmente en lugares alejados de los centros urbanos
aliados y, a lo largo de todo el año, realizaban incesantes misiones de avituallamiento
así como servicios de todo tipo.

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Instrumentos médicos romanos: 1: Cuentagotas de vidrio. 2: Pinza de bronce. 3 y 4: Espátulas de bronce.

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Después de un combate los heridos son evacuados hacia la retaguardia para recibir los primeros auxilios.

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El tiempo libre

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En tiempos de paz y cuando cesaban las hostilidades, el legionario disponía a veces
de un permiso; sin embargo, casi nunca lo aprovechaba para regresar a su país natal,
ya que las distancias eran enormes y había una falta prácticamente total de transportes
a excepción de las caligae (cáligas, calzado del soldado romano). Con todo ello, el
soldado pasaba sus escasos ratos libres dentro del campamento o con sus vecinos más
próximos.
Habitualmente las legiones iban acompañadas de una extraña población civil:
mercaderes (de víveres, golosinas y baratijas), taberneros ambulantes y charlatanes
que se instalaban en la Via quintana o en el foro del campamento. Sin embargo, es
probable que en campañas tan agitadas como la Guerra de las Galias, fuese muy
escasa la población civil que acompañara a las tropas (excluyendo al personal del
convoy); en todo caso, César no los menciona. Así pues, los soldados se distraían
entre ellos como podían, teniendo en cuenta los pobres recursos de que disponían y,
naturalmente, como ha sucedido en los ejércitos de todos los tiempos, sus
distracciones no eran especialmente intelectuales.
En principio, se prohibían los juegos con dinero, pero nadie respetaba esta
prohibición. Se jugaba (por dinero o por raciones, lo cual estaba mal visto en los
oficiales) a los dados, a las tabas, a la duodécima scripta, al latrunculus (semejante al
ajedrez) y al carro «morpión»; algunos de estos juegos se parecen a los que
practicamos actualmente. Los dados también se usaban para indicar los puntos en los
juegos más complicados como la duodécima scripta (juego de las 12 líneas), parecido
al chaquete, más conocido por backgammon y en el que se utilizaba un damero. Se
jugaba con 15 peones y en cada vuelta se lanzaban 3 dados; el número resultante
señalaba el lugar y el movimiento a los peones. Las tabas eran dados con cuatro caras
y en cada tirada se lanzaban cuatro. Cada combinación de cifras tenía un nombre: la
jugada de Venus era la más afortunada, y la del perro, en la que todas las tabas
marcaban la misma cifra, la menos favorable. Otros juegos con dados o tabas eran el
par-impar y el cara o cruz. El latrunculus (pequeño ladrón) se jugaba con 32 piezas
sobre un tablero agujereado y consistía en apoderarse de las piezas del adversario. El
«morpión» —palabra usada en el argot escolar francés, pues se juega aún en nuestros
días— consistía en formar una alineación con tres cruces o puntos sobre una
cuadrícula (parecido al tres en raya).
A falta de grandes espectáculos, como los combates de gladiadores, que
únicamente se celebraban en Roma y en las grandes ciudades, los legionarios se
contentaban con las peleas de gallos. Otras veces organizaban torneos entre jinetes
(se enfrentaban distintos equipos protegidos con armaduras) y seguramente existirían
otras clases de juegos guerreros para combinar la distracción y el adiestramiento.
Los soldados que sabían tocar más o menos bien algún instrumento musical, y
que tenían el valor de llevarlo a cuestas, junto con todo su equipo, podían
entretenerse tocándolo al tiempo que amenizaban con su música a los compañeros de
armas. Se conocen diversos tipos de instrumentos civiles de la época: el aulos (del

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griego αυλος, especie de oboe), la zampoña o flauta de Pan, la tibia (flauta doble con
lengüeta), los címbalos, el tamboril, un pequeño tambor (que, de forma sorprendente,
nunca se utilizó para la música militar) y, finalmente, los crótalos (especie de
castañuelas cuyo ruido recuerda al que hacen las serpientes de cascabel, igualmente
llamadas crótalos). Algunos soldados, dotados de un instinto más artístico, se
entretenían embelleciendo su casco o sus armas, grabando en ellas motivos artísticos
o su nombre. Todas estas distracciones no eran sino distintas formas de matar el
tiempo… en espera de matar al enemigo, única ocupación que verdaderamente
distraía la vida monótona y casi sin atractivos del legionario.

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Tablero del juego del latrunculus («pequeño ladrón»), sin duda precursor del juego de damas.

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A la izquierda, un legionario graba sus iniciales sobre su casco. El grupo central de soldados enfurece a un
escorpión rodeándolo con fuego, para que termine picándose a sí mismo. A la derecha, dos legionarios juegan
a los dados.

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Los veteranos

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Bajo el mandato de César, los legionarios podían licenciarse del ejército bien por
finalización de sus contratos, bien por desmovilización antes de tiempo, pero en
ambos casos llevando la mención missio honesta (servicio cumplido
honorablemente), a menos que anteriormente no los hubieran jubilado por haber sido
heridos o por enfermedad (missio causaria), o despedidos con vergüenza (missio
ignominiosa). La desmovilización anticipada antes de que finalizasen las guerras, era
un hecho habitual entre ellos. A los antiguos legionarios se les llamaba veteranos.
Sin ninguna fortuna en el momento de su alistamiento, estos antiguos legionarios
combatientes no podían tener más que unos escasos ahorros junto con algo de lo
conseguido en los botines. El futuro de estas masas de hombres habituados a las
armas, podía constituir una grave amenaza para la paz civil si se les abandonaba a su
suerte. Mario introdujo la costumbre de entregarles tierras, una prima de
desmovilización o ambas cosas. Sin embargo, dichas concesiones de tierra o de
peculio no eran en modo alguno automáticas: dependían del general y de sus
posibilidades en el momento de la desmovilización. Casi siempre, las asignaciones de
tierras tenían que conseguirse en el Senado por la fuerza. Así, Pompeyo, después de
haber vencido a Mitrídates, creó en el 66 a. de C. una colonia de veteranos en
Nicópolis, en el Ponto, pero pasados algunos años, en el 62 o 61 a. de C, no consiguió
más tierras para sus veteranos, por causa de la oposición del Senado. Después de
ganar la guerra civil, César donó a sus veteranos la cantidad de 24.000 sestercios por
soldado a título de participación en el botín y distribuyó entre ellos algunas tierras
repartidas por Italia, a fin de no arrebatárselas a ningún propietario. Actuó de forma
contraria a la norma, que era fundar colonias sobre el territorio de una sola ciudad
habiéndola expropiado previamente a sus habitantes. La adjudicación de las tierras
ofrecía a los generales que llegaban a conseguirlas para sus hombres, una rentabilidad
política superior a cualquier otra forma de recompensa, ya que los veteranos, que
estaban expuestos a perder sus posesiones con la desgracia de su antiguo jefe, le
apoyaban y sostenían en las crisis. La práctica corriente era la distribución de tierras
tomadas del ager publicus (patrimonio público), generalmente confiscadas al
enemigo, y la creación de colonias (coloniae), aunque estuvieran en territorios
poblados de individuos que no tenían derecho de ciudadanía, con las prerrogativas de
la ciudadanía romana. Estas colonias jugaban un papel estratégico como guarniciones
de reserva, y al mismo tiempo constituían un importante factor de romanización de
las regiones ocupadas. Las colonias se dividían en parcelas cuadradas de una centuria
(50 hectáreas —cuadrado de 700 m de lado—) y eran explotadas por cuatro veteranos
con sus familias.
Bajo el mandato de César, variaba la cantidad de las primas que se otorgaban en
metálico. Los veteranos que deseaban acceder a la clase de caballeros romanos,
debían pagar la cuota ecuestre —«la cuenta en el banco»—, hecho al que podían
hacer frente con el dinero que les había sido donado, y, en caso de necesidad, con el
producto de la venta de sus parcelas. Los soldados auxiliares no disfrutaban de las

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mismas favorables condiciones de retiro que los legionarios; sin embargo,
generalmente obtenían la ciudadanía romana al tiempo que la mención missio
honesta. Este título les confería no solamente un gran prestigio ante sus
correligionarios, sino también un gran número de derechos y la exención del pago de
impuestos. El más importante de aquéllos era la obtención de la ciudadanía para sus
hijos, que a partir de entonces podían acceder a las legiones y no a las tropas
auxiliares.
En caso de guerra, los veteranos podían ser llamados nuevamente a filas y, de
hecho, muchos se reenganchaban voluntariamente esperando conseguir el ascenso en
esa ocasión. Además, los veteranos gozaban de especiales ventajas: cobraban 1,5
veces la paga normal, disponían de un caballo para las marchas y estaban exentos de
servicios. Se les destinaba a la instrucción de legiones de reclutas, o bien, y bajo el
mando del praefectus veteranorum, a formar destacamentos especiales sub vexillum
(dotados de estandartes).

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Fragmento de un catastro que representa la colonia de Arausio, situada al norte de Orange y establecida en el siglo
I antes de nuestra era, para los veteranos de la Legio Galilea (el catastro data del año 77). Los cuadros representan
las centurias; las inscripciones indican la superficie de cada propietario y su renta. También se señala el trazado
del río.

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El ideal de un veterano era poseer media centuria de tierra en una colonia —a ser posible en alguna provincia
de Italia— que le permitiera hacer frente a sus necesidades e, incluso, le produjera un excedente para vender en
el mercado.

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El triunfo

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Tras la victoria, cualquier general en jefe podía ser proclamado Imperator por sus
tropas sobre el campo de batalla. Para obtener el título, era necesario haber vencido a
un enemigo importante o haberle infligido 6.000 bajas en una sola acción y ser
proclamado por el ejército. Sin embargo, a finales de la República, las tropas solían
conceder este título muy a menudo, e incluso inoportunamente, con el fin de recibir
gratificaciones. César fue proclamado Imperator durante su mandato de propretor en
Hispania por un hecho de armas desconocido, pero, más allá de cualquier duda,
merecía plenamente esta distinción, por sus numerosas conquistas en las Galias. Aún
así, no se sabe si entonces fue aclamado como se debía.
Por el contrario, en varias ocasiones a lo largo de esta guerra, el Senado le dedicó
homenajes excepcionales denominados supplicationes. Estos eran días de acción de
gracias y los templos de Roma permanecían abiertos para que el pueblo pudiera
ofrecer a los dioses las acciones de gracias por la victoria.
La ovatio era un triunfo menor que el Senado concedía habitualmente a las
victorias obtenidas frente a otros conciudadanos, pues hubiera sido de muy mal gusto
celebrar triunfos mayores en las guerras civiles. El general victorioso ofrecía primero
un sacrificio en el monte Albano, al sur de Roma, y al día siguiente hacía su entrada
en la ciudad, a caballo o a pie, tocado con una corona de mirto mientras era
ovacionado con entusiasmo por la muchedumbre.
El triunfo mayor o curul podía obtenerse por una gran victoria sobre enemigo
extranjero y, para un jefe del ejército, significaba la más alta distinción. César lo
consiguió cuatro veces en el 46 a. de C. y una vez más en el 45 a. de C., teniendo
cada triunfo celebración y ceremonias diferentes.
Se le concedieron, por sus victorias en las Galias, en Egipto, en el Ponto, en
Africa y en Hispania. A excepción de las Galias, sus triunfos eran en realidad
homenajes por haber vencido a las fuerzas de Pompeyo, pero disimulados, ya que no
conmemoraban las derrotas de los conciudadanos, sino las de sus aliados o auxiliares
extranjeros…
Cada triunfo se celebraba de forma diferente, pero manteniendo unas líneas
básicas. El triunfador era anunciado por trompetas e iba precedido por un cortejo.
Marchaban primero los magistrados y senadores vestidos con las togas pretextas. Tras
ellos aparecían los carros llevando el botín, las pinturas representando las batallas, las
maquetas de las ciudades capturadas, y grandes carteles refiriendo el valor de lo
conseguido y el importe de las gratificaciones destinadas a los legionarios. Venían
luego los bueyes blancos para el sacrificio y los rehenes y cautivos encadenados. Sus
jefes iban atados a los carros llevando trofeos de armaduras. Finalmente, el triunfador
entraba sobre una cuadriga dorada vestido como Júpiter Capitolino, con el manto de
púrpura bordado en oro, la cara maquillada en rojo y una corona de laurel sobre la
cabeza. En sus manos llevaba una rama de olivo y un cetro coronado por un águila.
Con el fin de rebajar su orgullo, detrás de él un esclavo le iba diciendo al oído:
«Acuérdate de que no eres más que un hombre». El carro triunfal marchaba seguido

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por legionarios con coronas de laurel. Vestían túnicas blancas e iban desarmados,
pues estaba prohibido entrar con armas en Roma. Los soldados gritaban a la
muchedumbre: «¡Mirad el triunfo!», y cantaban canciones satíricas sin evitar el
zaherir a su jefe, porque sabían que no iban a ser castigados en un día como ése. El
desfile partía del Campo de Marte y terminaba en el Capitolio. Allí se sacrificaban los
bueyes ante el templo de Júpiter y, solemnemente, se depositaban los ornamentos
triunfales y los restos del enemigo vencido.
El triunfo más espectacular de César fue el de su victoria en las Galias. Durante
su entrada en Roma, estuvo a punto de ser tirado de su carro por la muchedumbre y
subió hasta el Capitolio acompañado por 40 elefantes que portaban antorchas
encendidas. Para hacer resaltar la gran rapidez de su victoria en el Ponto, César
ordenó que en el cortejo triunfal se mostrasen carteles proclamando: «Veni, vidi, vici»
(llegué, vi, vencí). Sin embargo, sus triunfos fueron cortos, ya que fue asesinado el 15
de marzo del año 44 a. de C., a la edad de cincuenta y siete años.

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Denario de plata acuñado por César para celebrar su triunfo en las Galias. Representa a Vercingétorix cautivo al
pie de un trofeo.

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El triunfador hace su entrada precedido por legionarios, vestidos con túnicas, que llevan en andas el botín y los
trofeos.

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Cronología

Siglo VIII a. de C.

753 Fundación de Roma por Rómulo. La primera legión de Rómulo consta de 3.000 soldados y 300 jinetes. Los
servicios de armas corresponden únicamente a los patricios.

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Siglo VII a. de C.

Fundación de Massilia (Marsella) por los griegos focenses. Bajo el reinado de Tulio Hostilo (672-640), Roma
recluta varias legiones. Lucha contra Alba: episodio de los Horacios y los Curiacios.

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Siglo VI a. de C.

El rey Servio Tulio (578-534) sustituye la distinción de casta entre patricios y plebeyos por una distinción
basada en la fortuna más que en la curia. Creación del ejército censatario, cuyo reclutamiento se basaba en la
fortuna: los ricos ostentaban el derecho de defender al Estado que dirigían. Cada legión estaba compuesta por
4.000 hombres agrupados en 40 centurias.
509 Caída de la monarquía e instauración de la República.

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Siglo V a. de C.

Guerras defensivas de Roma. Dominación del Lacio.

Siglo IV a. de C.

Dominación progresiva de la Italia central por parte de Roma.


390 Invasión gala hasta las puertas de Roma.
367 Invasión gala interrumpida en el río Anio.

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Siglo III a. de C.

264-
Primera guerra púnica para la dominación de Sicilia. Victoria romana.
241
219 Roma conquista la Galia Cisalpina.
218- Segunda guerra púnica: Aníbal no explota su éxito de Cannas, en Italia. Los Romanos se reagrupan y logran
201 la victoria final de Zama, en Túnez, en el año 202. Roma arrebata Hispania a los Cartagineses.

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Siglo II a. de C.

168 Batalla de Pydna, en Grecia, donde las legiones romanas destruyen a las falanges macedonias.
148-
Tercera guerra púnica: Cartago es destruida. Grecia y Macedonia se convierten en provincias romanas.
146
133 Fin de una sublevación en Hispania (destrucción de Numancia).
129 Roma «hereda» el reino de Pérgamo.
122- Conquista de la Galia meridional. Fundación de Aquae Sextiae (Aix-en-Provence) y de Narbo o Narbona
118 (Narbonne): Galia Narbonense o Provincia.
112-
Guerra contra Yugurta, en Numidia.
105
107- Consulados de Mario, quien lleva a cabo las reformas militares que permitirían la creación del ejército de la
101 época de César.
102- Invasiones germánicas: los Teutones son rechazados hasta Aix-en-Provence y los Cimbros hasta la Galia
101 Cisalpina.
100 Nacimiento de Julio César.

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Siglo I a. de C.

90- La rebelión de los Aliados (guerra social) logra sofocarse, pero consigue el otorgamiento de la ciudadanía
88 romana a los aliados italianos: fin de la distinción entre las legiones romanas y los regimientos aliados.
81-
César es ayudante de campo de los gobernadores de Asia y de Cilicia.
78
80-
Amotinamiento en Hispania del general romano Sertorio, sofocado por Pompeyo.
77
73 Revuelta de los esclavos y gladiadores encabezada por Espartaco (guerra de los esclavos).
68- César obtiene sucesivamente los nombramientos de cuestor de Hispania y edil de Roma. Gran Pontífice y
61 propretor en Hispania.
60 Primer triunvirato: Pompeyo, César y Craso.
59 Primer consulado de César.
58 César es nombrado procónsul de la Galia Cisalpina, de la Galia Transalpina y de la Iliria.
Los Helvecios, bajo la presión de los Germanos, intentan emigrar en masa hacia la Santonia; César los hace
retroceder en su territorio (batallas de Arar y Bibracta): más tarde rechaza hasta más allá del Rin a los
Germanos que se habían establecido en el este de la Galia. Campaña contra el jefe suevo Ariovisto, ocupación
de Vesontium (Besangon). batalla cerca de Mulhouse.
57 Movilización de los Belgas, que están inquietos a causa de las aspiraciones imperialistas de César. Los
pueblos galos de los Senones (Sens) y de los Eduos (Autun) se alian con los Romanos. Sumisión de los
Remos (Reims), derrota de los Suesones (Soissons), de los Belovacos (Beauvais), de los Atrébatos (Arras), de
los Viromandos (Vermandois) y de los Nervianos (Tournoi) durante una batalla que casi termina mal para las
legiones. Los Galos alpinos atacan a los Romanos en Octodurus (Martigny), en el Valais, donde son
rechazados, pero obligan a los Romanos a abandonar la plaza.
56 Derrota naval de los Vénetos (Vannes) en la Armórica, por Bruto. Conquista de la Aquitania por Craso.
Ocupación por Titurio Sabino de la costa normanda y, por César, de la costa comprendida entre Bolonia y el
rio Escalda.
55 Habitantes de la otra orilla del Rin atraviesan el río en busca de tierras. César los rechaza pero luego decide
construir un puente sobre este río. Sabino arrasa y ocupa el país de los Menapios (Flandes), mientras que
César desembarca por un tiempo en Bretaña con dos legiones.
54 Guerra civil entre los Tréviros (Tréves): César permite al jefe tréviro pro-romano, Cingétorix, hacerse con el
poder. Esta campaña retrasa en un mes el segundo desembarco en Bretaña. Los Romanos cruzan el Tamesis.
Sumisión del jefe bretón Cassivellauno. Gran revuelta de varias tribus galas. Ambiórix, jefe de los Eburones,
masacra 15 cohortes que estaban bajo las órdenes de Titurio Sabino y Cotta. Quinto Cicerón, hermano del
famoso orador, se encuentra sitiado con la XI legión, por los Nervianos y los Eburones, pero César logra
llegar en su auxilio. Muerte de Julia, hija de César y esposa de Pompeyo.
53 Los Tréveres, los Nervianos, los Senones, los Carnutos y los Menapios son derrotados por los Romanos o se
ven forzados, uno tras otro, a someterse a ellos. César construye un nuevo puente sobre el Rin, lo cruza y
persigue en vano a los Suevos, que se refugian en los espesos bosques. Entonces retorna a la Galia, vence a
los Eburones, pero no logra capturar a su jefe, Ambiórix. Los Germanos sicambros aniquilan dos cohortes
romanas.
52 Los Carnutos masacran a los comerciantes romanos en Cenabum (Orleans); los Senones, Parisienses, Pictos
(Poitou), Cadurcos (Quercy), Turones (Touraine), Aulerces (Mayenne) y Lemovices (Limousin) se sublevan,
varios de ellos de acuerdo con los Arvernos (Auvergne), a cuyo frente se encontraba el gran jefe galo
Vercingétorix. César conquista Vellaunodunum a los Senones, Cenabum a los Carnutos (que somete al pillaje),
Noviodunum y Avaricum a los Bitúrigos. Labieno, con cuatro legiones, derrota a los Parisienses cerca de
Lutecia, pero César, con seis legiones, se ve obligado a retroceder frente a Vercingétorix en Gergovia, lo que
decide a los Eduos a unirse a la coalición gala. Sin embargo, sufren una derrota, lo que deja a Vercingétorix al
descubierto y le obliga a replegarse hacia Alesia con sus 80.000 hombres. Se ve rodeado por César y un
ejército galo de 240.000 soldados no logra romper el cerco romano, obligando a Vercingétorix a rendirse al
enemigo.

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51 Los Bitúrigos, los Carnutos y los Belovacos son derrotados. Asimismo, se rinden los cuerpos de la Armórica;
los territorios de los Eburones y los Tréveres son arrasados; Uxellodunum, el oppidum de los Cadurcos, cae en
poder de los Romanos. La resistencia gala ha terminado.
50 Desde la Galia Cisalpina. César dirige las maniobras políticas en Roma contra Pompeyo, quien, a su vez, hace
lo posible por derribarlo.
49 En enero, César cruza el Rubicón con la XIII legión y penetra en Italia: es la guerra civil. César dispone de
nueve legiones de veteranos y 22 cohortes de auxiliares; Pompeyo no tiene, en Italia, nada más que tres
legiones de reserva, pero procede a una movilización general con el apoyo de la mayoría del Senado. También
están las siete legiones de Hispania, que amenazan a la retaguardia de César. Este efectúa un rápido avance
hacia el Sur y logra que los pompeyanos tengan que abandonar Roma. Pompeyo reagrupa a sus tropas en
Brindisium y, al frente de ellas, llega por mar a la Iliria, en donde se queda inactivo. César se hace dueño de
Italia y es proclamado dictador; más tarde ataca a las legiones pompeyanas de Hispania, donde obtiene una
serie de victorias. A su regreso, logra la rendición de Massilia (Marsella) y vuelve a Roma, donde es reelegido
cónsul. Cuando sus tropas intentan desembarcar en el norte de Africa son rechazadas por Juba de Mauritania.
48 César cruza el Adriático con una ilota insuficiente. En Petra, cerca de Dirraquio (Albania), ataca a Pompeyo,
quien logra huir, pero más tarde reemprende la ofensiva, obligando a aquél a replegarse hacia el interior. La
batalla decisiva, ganada por la superioridad táctica de César, tiene lugar en Farsalia. Pompeyo y su estado
mayor consiguen escapar por mar hacia Alejandría, donde finalmente es asesinado por Aquilas, ministro de
Tolomeo XIV. César cruza Asia y llega a Egipto. Tras numerosas intrigas, entra en guerra con los
Alejandrinos, que logran sitiarlo en un barrio de su ciudad.
47 César recibe refuerzos de Mitrídates, rey de Pérgamo, somete Alejandría y convierte a Egipto en protectorado.
Emprende una rápida campaña militar contra Farnaces II, rey del Ponto. Los pompeyanos se reagrupan y
logran reunir diez legiones en Túnez, donde acude César, al mando de seis legiones, para infligirles una severa
derrota en Tapso. La mayoría de los generales pompeyanos son ajusticiados y unos pocos logran refugiarse en
Hispania, que nuevamente se había tornado hostil a César por causa de los abusos de poder cometidos por el
gobernador. Finalmente son aniquilados en Munda (Hispania).
46 César recibe, una vez más, el nombramiento de dictador y cónsul. Introduce el Calendario Juliano de 365 días
y 1/4, con años bisiestos.
45 César emprende grandes obras públicas en Roma y la reestructuración de la economía arruinada por los
desórdenes.
44 César es elegido dictador de por vida. Muchos de los republicanos temen que vuelva a establecerse la
monarquía. El día de los Idus de Marzo (15 de marzo) cuando se dirigía a una sesión del Senado, es asesinado
por una treintena de conjurados entre los que se encontraba Bruto, protegido e hijo natural del propio César.
43- Octavio y Antonio están de acuerdo en formar el segundo triunvirato con Lépido. Sus legiones vencen a
42 Filipo, en Macedonia, y a Casio y Bruto, quienes se suicidan.
31 Octavio vence a Antonio y a Cleopatra en la batalla naval de Actium.
27 El 16 de enero, el Senado otorga a Octavio el titulo de Augusto (el que aumenta): es el principio del Imperio.
Durante su reinado, Augusto (Octavio) reorganiza el ejército. El Emperador es el Jefe Supremo y, desde ahora
en adelante, los legionarios le prestan juramento. Cada legión está mandada por un general que tiene bajo sus
órdenes a seis tribunos. La primera cohorte, dividida en cinco centurias, tiene un efectivo de 800 hombres: las
otras tienen 500 hombres y 6 centurias cada una. Hay una caballería regular de 120 caballos en cada legión.
Bajo los centuriones, el cuerpo de suboficiales se diversifica y especializa; los servicios están organizados
administrativamente (cuerpo de ingenieros, intendencia y sanidad). El reclutamiento está siempre reservado a
los ciudadanos, pero como la ciudadanía se concede a pueblos extranjeros cada vez más numerosos y
diversos, las legiones van siendo progresivamente menos romanas.

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Después de Jesucristo

43-
Conquista de Bretaña bajo el mandato del Emperador Claudio.
47
117 Fin del reinado de Trajano. El Imperio se encuentra en el cénit de su expansión.
192 Asesinato del emperador Cómodo.
212 Se acuerda otorgar la ciudadanía a todos los hombres libres del Imperio. Los ciudadanos pierden interés por
la vocación militar, incluso para las altas graduaciones. Los legados son sustituidos por los prefectos de
campamento, que se transforman en prefectos de legión. A menudo proceden del pueblo y son de origen
bárbaro. Las funciones militares se hacen hereditarias. La caballería cobra importancia en detrimento de las
legiones de infantería.
235-
Invasión del Imperio por los Bárbaros. Formación de imperios provinciales autónomos.
268
270-
Reinado de Aureliano y resurgimiento del Imperio.
275
330 La capital del Imperio se transfiere a Bizancio (Constantinopla).
395 Muerte de Teodosio el Grande, último emperador que reina sobre todo el Imperio. Escisión definitiva entre el
Imperio de Oriente y el Imperio de Occidente.

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Glosario
Nota: El nominativo plural de algunas palabras latinas se cita a continuación del
nominativo singular, cuando se utiliza en el texto o cuando, en ortografía, se parece
más al derivado español.
Acies: Línea de batalla.
Acies triplex: Formación en tres líneas de profundidad.
Acies dúplex: Formación en dos líneas de profundidad.
Agmen: Columna en marcha.
Agmen quadratum: Formación en varias columnas de frente que se podía transformar
instantáneamente en acies, haciendo girar a los hombres un cuarto de vuelta, a la
derecha o a la izquierda.
Aguila (Aquila): Emblema de metal precioso fijado a un palo de lanza, que servía de
estandarte a una legión. Las águilas simbolizaban las legiones romanas.
Aquilífero (Aquilifer): Suboficial portaestandartes que llevaba el águila.
Aquitania (Aquitania): Región de la Galia que se extendía desde los Pirineos hasta el
río Garona (solamente). Formaba parte de la Galia Comata.
Armórica (Armorica): Región de la Galia Céltica que corresponde a la Bretaña actual.
Arúspice (Haruspex): Sacerdote de rango inferior que interpretaba los presagios
mediante el estudio de las entrañas de las víctimas inmoladas.
As (As, asses): Cuarta parte de un sestercio.
Augur (Augur, augures): Sacerdote romano encargado de interpretar los presagios.
Auspicio (Auspicium, de aves spicere: considerar los pájaros): Adivinización del
porvenir, tras la observación de las vísceras de los pájaros, realizada por un augur.
Bálago: Paja larga de los cereales después de quitarle el grano.
Bárbaros: Nombre que los Romanos asignaban a todos aquellos que no eran ni
griegos ni romanos.
Belgas: Habitantes de Bélgica, algunos de los cuales fueron a (Gran) Bretaña, donde
se establecieron.
Bélgica (Belgica): País situado al norte de la Galia Céltica que abarcaba no solamente
la actual Bélgica y una parte de Holanda, sino que llegaba hasta el río Sena y el
Marne. Formaba parte de la Galia Comata.
Bretaña (Britannia): País céltico que corresponde a la Inglaterra y al País de Gales

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actuales.
Caballero (Equites): Ciudadano romano cuya fortuna le permitía, cuando estaba
movilizado, equipar y mantener un caballo.
Calo, calones: Criado del cortejo (generalmente un esclavo) que servía de ordenanza a
los legionarios.
Castrametación: Arte de la construcción de campamentos y de las obras de
fortificación.
Céltica: Galia Céltica que se extendía desde el río Garona hasta el río Sena. Formaba
parte de la Galia Comata.
Centuria (Centuria): 1: Compañía que constaba aproximadamente de 80 legionarios.
—2: Unidad de superficie de 50 hectáreas: parcela de tierra de una colonia
explotada por dos veteranos.
Centurión (Centurio, centuriones): Oficial subalterno que tenía a su mando una
centuria.
Cesariano: 1: Adjetivo de César, se aplicaba a su ejército y a su época. —2: Sustantivo
o adjetivo. Partidario de César durante la guerra civil.
Ciudadano romano (Civis romanus): Hombre libre que, en el seno del Imperio
Romano, gozaba del derecho de realizar ciertos actos: comprar, vender, enajenar,
etc., y tenía privilegios muy amplios: votar, ser elegido para cargos públicos, etc. La
ciudadanía se otorgaba por nacimiento o por «naturalización», es decir, por habitar
durante un período estipulado en un territorio que perteneciera al Imperio.
Cohorte (Cohors, cohortes): Décima parte de una legión, aproximadamente 420
hombres.
Cohorte pretoriana (Cohors praetoriana): La que está destinada a la protección de
un alto mando militar.
Comicios centuriales (Comitia centuriata): Asamblea del pueblo, en armas, en el
campo de Marte, encargada de elegir a los magistrados y votar las declaraciones de
guerra. Era convocada por los cónsules.
Cónsul (Consul, consules): Cada año, los comicios centuriales elegían dos de ellos.
Convocaban y presidían el Senado y los Comicios; también podían formar y mandar
legiones.
Corneta (Bucina): Instrumento de viento utilizado para el cambio de guardia y los
toques nocturnos, parecido a un cuerno (cornu) (ver esta palabra).
Cuerno (Cornu): Cuerno etrusco que servía para transmitir las órdenes del general.
Cuestor (Quaestor): Magistrado romano encargado de las finanzas; podía ser
intendente general del ejército o tesorero de una provincia.
Decuria (Decuria): Grupo de diez jinetes mandados por un decurión.
Dirraquio (Dirraquium): Ciudad de la Iliria, hoy Durazzo.
Encalmado: Inmovilizado (embarcación a vela) por la ausencia de viento.
Espada (Gladius): Espada corta de origen celtíbero.
Estandarte (Vexillum): Banderín decorado colgado de una varita horizontal, fijada al

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extremo de una pértiga, que servía para marcar el punto de reunión de un
destacamento especial o de una cohorte de auxiliares.
Falange (Phalanx, phalanges): Formación de combate en línea continua y cerrada.
Foro (Forum): 1: En Roma, gran plaza donde se reunía el pueblo para discutir los
asuntos públicos. —2: Plaza central o plaza de armas de un campamento militar.
Galia (Gallia, Galliae): Los Galos procedían de la Galia Narbonense (Gallia
Narbonensis) o Provincia (Provincia), romana desde el año 118 a. de C. (también
llamada Gallia Bracata); de Aquitania (Aquitania); de la Galia Céltica (Céltica) y
de la Bélgica (Belgica). Estas Galias constituían la Galia Transalpina (Transalpina),
a la que se ha de añadir la Galia Cisalpina (Cisalpina o Togata), que corresponde
actualmente al norte de Italia, al norte del río Po (Transpadana) y al sur del río Po
(Cispadana).
Glans, glandes: Proyectil para honda, hecho de piedra o de plomo.
Glasto: Planta cuyas hojas y tallos contienen un colorante azul.
Greba (Ocrea): Placa de metal para proteger la parte delantera de la pierna.
Helvecia (Helvetia): País de los Helvecios, pueblo galo que habitaba en la región
correspondiente a la actual Suiza.
Horca: Especie de «horquilla» o de «muleta» que servía a los soldados de infantería
para transportar sus enseres.
Imperator: 1: Calidad de un magistrado que estaba en posesión del Imperium. —2:
Título otorgado por aclamación a un general victorioso.
Imperio (Imperium): Derecho sobre la vida y la muerte otorgado a los magistrados
superiores (pretores, cónsules y magistrados excepcionales).
Legado (Legatus): Oficial general de las legiones, situado entre el comandante en jefe
y los tribunos. Legado propretor (Legatus propraetor): comandante segundo adjunto
al comandante en Jefe.
Legión (Legio, legiones): Regimiento de infantería pesada compuesto por ciudadanos
romanos.
Letrinas (Stercus): Lugar acondicionado para verter las basuras y los excrementos de
una casa o de un campamento.
Lictor (Lictor): Soldado que llevaba un haz de juncos delante de los magistrados
romanos que ostentaban el Imperium.
Manípulo (Manipulus): División táctica, en vías de desaparición en la época de
César, compuesta por dos centurias.
Milla romana (Mili a passuum): Distancia de mil pasos (1,472 km),
aproximadamente.
Musculus, musculi: Defensa móvil, baja y alargada en forma de cabaña, que permitía
aproximarse a una fortificación enemiga, protegiendo a los hombres que cavaban las
trincheras.
Nórica (Noricum): País correspondiente, más o menos, al sur de Austria.
Oppidum, oppida: Plaza fuerte de un pueblo celta. Lugar de refugio en tiempo de

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guerra. También servía en ocasiones como mercado y algunos oppida eran
verdaderas ciudades, con una población permanente de artesanos y comerciantes.
Optio, optiones: Ayudante de un centurión o de un decurión.
Oráculo (Oraculum): Contestación de un dios a una pregunta que se le ha formulado.
Paragolpes: Defensas de cañizo, mimbre o troncos colgados, destinadas a amortiguar
los golpes.
Pie romano (Pes, pedes): Unidad de longitud de 29.44 cm.
Plebeyo (Plebs, plebes): Descendiente de una familia romana ciudadana, no noble (se
opone a patricio, descendiente de una familia noble).
Pluteus, plutei: Defensa de encañizada utilizada para los trabajos de sitiado.
Pompeyano: Partidario de Pompeyo.
Ponto (Pontus): Reino de Asia Menor en la costa sureste del mar Negro.
Portaestandarte (Vexillifer): Abanderado que llevaba un estandarte.
Prefecto (Praefectus, praefecti): En el ejército, comandante de una tropa destacada,
no integrada en la estructura de una legión: Prefecto de caballería (P. equestris),
Prefecto de cohorte auxiliar, Prefecto de veteranos (P. veteranorum).
Pretor (Praetor): Magistrado romano encargado de la justicia que, en determinadas
circunstancias, podía reemplazar al cónsul (por ejemplo, en el mando del ejército), o
ser gobernador de una provincia.
Pretorio (Praetorium): En el campamento, la tienda del general y sus anexos.
Primipilo (Primus pilus): Primer centurión de una legión.
Procónsul (Proconsul); Propretor (Propraetor): Antiguo cónsul o antiguo pretor,
encargado de la administración de una provincia: Gobernador.
Provincia (Provincia): La Galia Narbonense, el mediodía de Francia, desde los
Pirineos a los Alpes y desde el Valle del Ródano hasta Lyon.
Quaestoriun: En el campamento, la tienda del cuestor y sus anexos.
Sacellun: Pequeña capilla provista de un altar. En el campamento se conservaban en
ella las águilas y demás insignias.
Saya: Especie de túnica corta que usaban los guerreros galos y romanos. También se
denominaba sayón.
Senado (Senatus): Asamblea de 900 miembros elegidos entre el orden senatorial (los
ciudadanos más ricos), órgano supremo de la República romana encargado de las
finanzas, de la política exterior, de los asuntos militares y de los asuntos religiosos.
Sestercio (Sestertius): Moneda de plata que tenía un valor de cuatro ases o una cuarta
parte de un denario.
Signífero (Signifer): Portainsignias que llevaba un estandarte.
Silla curul (Sella curulis): Silla de marfil, símbolo de algunas magistraturas romanas.
Sub vexillum: Parte de un destacamento militar que tiene un banderín como estandarte
Tesserarius, tesserarii: Sargento mayor, jefe de la guardia del campamento. Cada
noche le transmitían el santo y seña escrito en una tablilla (tessera).
Toga (Toga): Vestido drapeado que solamente tenían derecho a utilizar los ciudadanos

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romanos. Los Senadores usaban la toga pretexta blanca con una banda ancha de
color rojo.
Torques: Collar metálico galo, adoptado por los Romanos.
Tortuga (Testudo, testudines): 1: Formación de asalto que consistía en poner los
escudos en forma de caparazón, de manera que se formaran tres tabiques (por
delante y por los lados) y un techo, sin dejar resquicio alguno por donde pudieran
penetrar los proyectiles. —2: Máquina de guerra, sobre ruedas, formada por un
ariete, con la parte delantera y los lados «blindados» y, generalmente, provista de la
figura de un carnero.
Tribuno militar (Tribunus, tribuni): Oficial superior de una legión (normalmente
había 6 tribunos por legión y, a veces, hasta 10), inferior a los legados y superior a
los centuriones. Algunos tribunos de rango senatorial se denominaban tribunos
laticlaves; los otros, más numerosos, se denominaban augusticlaves. Los tribuni
militum a populo eran elegidos por los Comices tributes de entre los jóvenes, hijos
de senadores o de caballeros; Los tribuni militum a populo eran elegidos por los
Comida tributa de entre los jóvenes, hijos de senadores o de caballeros.
Trinobantos: Habitantes de los condados de Suffolk y Essex.
Trofeo (Tropaeum): Conjunto de armas capturadas colocadas bajo un árbol o un poste
como monumento de una victoria.
Tuba: Trompeta recta que hacía sonar el trompetero para transmitir las órdenes a nivel
de las cohortes y de los manípulos.
Turma (Turma): Escuadrón de caballería compuesto por tres decurias (30 jinetes).
Vélites (Velites): Soldados romanos de infantería ligera. Antes de la reforma de Mario
se les reclutaba entre los más pobres de los jóvenes. No disponían más que de armas
ligeras (azagayas, espadas, escudo redondo, sin armadura ni casco), se dividían en
tiradores y volteadores, a razón de 20 por centuria.
Venablo (Pilum, pila): Lanza pesada de los legionarios.
Vestales (Vestalis): Vírgenes consagradas al culto de Vesta y encargadas de mantener
el fuego sagrado.
Veterano (Veteranus): Soldado que ha cumplido su periodo en el ejército: antiguo
combatiente. En ocasiones se utilizaba en un sentido más amplio, para designar a un
soldado experimentado en contraposición a un recluta.
Victimario (Victimarius): Persona que inmola los animales en los sacrificios.
Vinea, vineae: Refugio, en forma de cabaña, con el techo «blindado» y, a veces, con
protección lateral. En ocasiones estaba montado sobre ruedas y servía de protección
a los soldados que realizaban trabajos de establecimiento de sitio.

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