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Mascaras Mexicanas

Este documento resume el ensayo "El laberinto de la soledad" de Octavio Paz, en el cual explora la psicología del mexicano y cómo los eventos históricos han moldeado una mentalidad de pesimismo e impotencia. Paz argumenta que los mexicanos tienden a aislarse y proteger su intimidad, viendo al mundo exterior como una amenaza. Esta desconfianza se ha convertido en un mecanismo de defensa arraigado culturalmente, aunque originalmente fue una respuesta legítima al ambiente hostil de la historia de Mé
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Mascaras Mexicanas

Este documento resume el ensayo "El laberinto de la soledad" de Octavio Paz, en el cual explora la psicología del mexicano y cómo los eventos históricos han moldeado una mentalidad de pesimismo e impotencia. Paz argumenta que los mexicanos tienden a aislarse y proteger su intimidad, viendo al mundo exterior como una amenaza. Esta desconfianza se ha convertido en un mecanismo de defensa arraigado culturalmente, aunque originalmente fue una respuesta legítima al ambiente hostil de la historia de Mé
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El laberinto de la soledad es un ensayo publicado en 1950 por el escritor

mexicano Octavio Paz (ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990).


La obra es el reflejo de las preocupaciones de su autor en torno al
mexicano, su psicología y su moralidad: el autor busca cuáles son los
orígenes y las causas del comportamiento del mexicano tanto
individualmente como en lo colectivo, así como su forma de afrontar y
desafiar al mundo, búsqueda que desemboca en el inconsciente como
origen y causa de su conducta.

El propósito de esta obra es encontrar una identidad para los mexicanes; el


argumento central del autor es que los acontecimientos históricos tienen
una influencia significativa en los sentimientos de pesimismo e impotencia
que predominan en la mentalidad mexicana.

VIEJO O ADOLESCENTE, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el


mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara
el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y
cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la
cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad
como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una
mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad.
Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de
palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de
puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco
iris súbitos, amenazas indescifrables. Aun en la disputa prefiere la expresión
velada a la injuria: "al buen entendedor pocas palabras". En suma, entre la
realidad y su persona establece una muralla, no por invisible menos
infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos,
lejos del mundo, y de los demás. Lejos, también de sí mismo.

El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el
ideal de la "hombría" consiste en no "rajarse" nunca. Los que se "abren" son
cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos,
abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse,
humillarse, "agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el mundo
exterior penetre en su intimidad. El "rajado" es de poco fiar, un traidor o un
hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar
los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al
entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en
su "rajada", herida que jamás cicatriza.

El hermetismo es un recurso de nuestro recelo y desconfianza. Muestra que


instintivamente consideramos peligroso al medio que nos rodea. Esta
reacción se justifica si se piensa en lo que ha sido nuestra historia y en el
carácter de la sociedad que hemos creado. La dureza y hostilidad del
ambiente —y esa amenaza, escondida e indefinible, que siempre flota en el
aire— nos obligan a cerrarnos al exterior, como esas plantas de la meseta
que acumulan sus jugos tras una cáscara espinosa. Pero esta conducta,
legítima en su origen, se ha convertido en un mecanismo que funciona solo,
automáticamente. Ante la simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la
reserva, pues no sabemos si esos sentimientos son verdaderos o simulados. Y
además, nuestra integridad masculina corre tanto peligro ante la
benevolencia como ante la hostilidad. Toda abertura de nuestro ser entraña
una dimisión de nuestra hombría.

Nuestras relaciones con los otros hombres también están teñidas de recelo.
Cada vez que el mexicano se confía a un amigo o a un conocido, cada vez que
se "abre", abdica. Y teme que el desprecio del confidente siga a su entrega.
Por eso la confidencia deshonra y es tan peligrosa para el que la hace como
para el que la escucha; no nos ahogamos en la fuente que nos refleja, como
Narciso, sino que la cegamos. Nuestra cólera no se nutre nada más del temor
de ser utilizados por nuestros confidentes —temor general a todos los
hombres— sino de la vergüenza de haber renunciado a nuestra soledad. El
que se confía, se enajena; "me he vendido con Fulano", decimos cuando nos
confiamos a alguien que no lo merece. Esto es, nos hemos "rajado", alguien
ha penetrado en el castillo fuerte. La distancia entre hombre y hombre,
creadora del mutuo respeto y la mutua seguridad, ha desaparecido. No
solamente estamos a merced del intruso, sino que hemos abdicado.

Todas estas expresiones revelan que el mexicano considera la vida como


lucha, concepción que no lo distingue del resto de los hombres modernos. El
ideal de hombría para otros pueblos consiste en una abierta y agresiva
disposición al combate; nosotros acentuamos el carácter defensivo, listos a
repeler el ataque. El "macho" es un ser hermético, encerrado en sí mismo,
capaz de guardarse y guardar lo que se le confía. La hombría se mide por la
invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante los impactos del mundo
exterior. El estoicismo es la más alta de nuestras virtudes guerreras y
políticas. Nuestra historia está llena de frases y episodios que revelan la
indiferencia de nuestros héroes ante el dolor o el peligro. Desde niños nos
enseñan a sufrir con dignidad las derrotas, concepción que no carece de
grandeza. Y si no todos somos estoicos e impasibles —como Juárez y
Cuauhtémoc— al menos procuramos ser resignados, pacientes y sufridos. La
resignación es una de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de la
victoria nos conmueve la entereza ante la adversidad.

Fragmento de “Máscaras mexicanas”, ensayo proveniente del libro El


laberinto de la soledad, de Octavio Paz.

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