El Arte Como Expresión Cívico-Política. Grecia y Roma
El Arte Como Expresión Cívico-Política. Grecia y Roma
1
pronaos vestíbulo abierto con acceso porticado de columnas y paredes laterales
rematadas por dos pilastras o antas
naos o cella sala principal en la que se depositaba la estatua del dios, con una puerta
orientada generalmente al este, frente a la que se encontraba colocada la
imagen de culto. No solía tener más vanos que esa puerta y podían aparecer
hileras de columnas colocadas longitudinalmente para sostener la
techumbre, normalmente definiendo una nave central y dos pasillos
laterales. A menudo se elevaba un segundo piso o galería, a la que se
accedía por unas escaleras. El techo interior era de madera.
opistódomo ámbito trasero adosado al extremo opuesto de la cella, pero incomunicado
con ella. No se construye en todos los casos. A la búsqueda de la simetría,
se dotaba de un pórtico semejante al delantero.
Los templos más grandes eran edificios para ser contemplados, puesto que su
función interior era muy limitada. Con ese objeto se buscaba la homogeneidad de
puntos de vista de todos sus lados mediante una columnata que lo circundaba, llamada
perístasis. Estos templos son denominados perípteros y cuando la columnata era doble,
dípteros. En el contexto de un santuario, la percepción angulada del templo permitía
captar sus dimensiones de una sola vez como una estructura tridimensional.
pedestal o krepis compuesto por tres escalones, dos inferiores o estereóbatos y uno
superior o estilóbato, sobre el que se alzan las columnas
columna compuesta por basa (parte inferior de la columna), fuste (principal parte
sustentante de la columna, formada generalmente por diversas piezas
de piedra tallada de forma cilíndrica o tambores) y capitel (elemento
decorado sobre el fuste de la columna que adopta formas diversas
según el orden utilizado)
entablamento compuesto por arquitrabe (viga de forma prismática que apoya
directamente sobre el capitel, lisa y sin adorno alguno), friso (segunda
viga horizontal de carácter decorativo) y cornisa (parte sobresaliente
superior, ligeramente inclinada hacia abajo para proteger la fachada del
edificio del agua de la lluvia).
cubierta por lo general un tejado a dos aguas, sostenido por un armazón de
viguería de madera que en la fachada compone un plano triangular o
frontón, cuyo fondo recibe un tratamiento escultórico.
2
Dórico Las columnas carecen de basa. El fuste se encuentra recorrido verticalmente por
unas acanaladuras, llamadas estrías, unidas a arista viva. El capitel dórico consta
de un equino (almohadilla de sección curva) y de un ábaco (bloque
paralelepípedo de base cuadrada) y de planos rectos, que se sobrepone al equino.
En el entablamento el arquitrabe se deja liso y en el friso se alternan triglifos
(rectángulos surcados verticalmente por estrías cuyo aspecto recordaba los
extremos de las vigas) y metopas (rectángulos intermedios, con frecuencia
decorados con pintura o relieves). Había un triglifo sobre cada columna y otro
entre cada par de ellas. Se remataba con una cornisa compuesta de varias
molduras voladas.
Jónico Tiene una basa formada por varias molduras: una losa cuadrada o plinto y encima
dos cuerpos circulares: la escocia (cóncava) y el toro (convexo) con estrías
horizontales. El fuste es de proporciones más finas y esbeltas con estrías pero no
unidas en arista viva. El capitel presenta un cimacio decorado con ovas y flechas,
sobre el cual descansa una de almohadilla horizontal cuyos extremos se enrollan
en espiral (volutas) y encima un ábaco muy delgado, generalmente decorado en
relieve. En el entablamento, el arquitrabe se divide en bandas horizontales
superpuestas (normalmente tres), el friso es continuo y adornado con relieves y la
cornisa es también más compleja, con franjas con relieves.
corintio La columna corintia se parece a la jónica en que tiene basa y capitel de volutas,
pero éste va decorado con una simple o doble de hojas, generalmente de acanto,
de las que surgen las volutas como si crecieran de ellas.
El templo dórico canónico suele ser períptero, hexástilo y con trece columnas en
sus lados mayores. Esta fachada hexástila traduce al exterior las líneas esenciales
internas: las dos columnas centrales responden a las dos columnas in antis del pórtico y
a las dos columnatas centrales del interior que dividen la naos en tres naves; las
intermedias señalan la posición de las antas y la línea de los muros; las extremas ocupan
los ángulos del estilóbato y la columnata de los laterales. El templo jónico más común
suele ser octástilo o decástilo y díptero (perístasis doble), con mayor número de
columnas.
Es un templo dórico, octástilo, períptero y anfipróstilo de 69,5 por 31 m. La naos posee una
columnata interior de dos pisos, mientras que el opistódomos tiene cuatro columnas hasta el
techo. Respecto al canon dórico del templo de Zeus en Olimpia se observa que la ampliación
de la perístasis (8 por 17 columnas) y la mayor anchura de la cella (19 m.), produce un nuevo
sentido del espacio cuya causa es el gran tamaño de la estatua de Atenea Partenos que exigía
una enorme anchura. De este modo, en vez de una cella de tres naves con doble columnata
paralela, las columnas continúan en forma de U por la parte posterior de la nave central, como
si fuera un nicho para ubicar la estatua de Atenea. El resultado final es más monumental, más
cerrado y más compacto que, por ejemplo, el templo de Olimpia. El Partenón recoge
correcciones ópticas que buscan una mayor perfección visual, lo que se plasma en la curvatura
de los elementos horizontales (desde las gradas del estilóbato al entablamento, hechas con
bloques de mármol trapezoidales y no rectangulares), en la conveniente inclinación de los
verticales y en el aumento del volumen de las columnas de las esquinas con respecto a las
centrales, para neutralizar la impresión de adelgazamiento provocada por la intensidad de la
luz en las esquinas, innovaciones técnicas que confirieron al conjunto una sorprendente
impresión de elasticidad.
3
Los órdenes, pues, fueron el resultado de la práctica arquitectónica, tendente a
formas menos pesadas y más ligeras, mediante la estilización del fuste o el
adelgazamiento de los capiteles. Alcanzada la perfección, incluso óptica, el orden se
convierte en norma universal que trasciende el ámbito espacial y temporal de la Grecia
antigua para convertirse en instrumento regulador del lenguaje arquitectónico.
Kouros de Sounion. Ha. 600 a.C. 3’40 m. Atenas, Museo Arqueológico Nacional
Procedente del santuario de Posidón en el Cabo Sounion, suscribe con claridad los modelos
egipcios, con una postura de una gran rigidez, como manifiestan los pies sólidamente
asentados en el suelo o los brazos caídos y pegados al cuerpo de puños cerrados. El
adelantamiento de la pierna izquierda es la única señal de movimiento. El modelado del
cuerpo mediante formas redondeadas y, por tanto, más naturales, es aún desconocido,
sustituido por incisiones que dibujan la configuración anatómica. Son muy característicos los
ojos amigdalados y el pelo en cascada de ordenados bucles con forma de cuentas o perlas.
4
El afán de evolución y la valentía en los cambios del artista griego marca el
siguiente paso del proceso. El escultor repetía ciertas formas mecánicamente logrando
un diseño decorativo. La figura parecía correcta pero no viva. Para ello eran necesarios
cambios que comienzan por pulir la técnica del modelado en formas más redondeadas y
naturales y aumentar la vivacidad en la expresión del rostro, animado por la llamada
sonrisa arcaica. El elegante Kouros de Tenea, también conocido como Apolo de Tenea
(h. 570-560 a.C., 1,53 m., Gliptoteca de Munich), es el más bello y representativo de
todos los kouroi esculpidos en los talleres corintios, de mayor esbeltez que los
anteriores y ensayando un tímido modelado. En la escuela ática la madurez se alcanza
en el Kouros de Anavysos.
Kouros de Anavysos. Ha. 510 a.C. 1,94 m. Atenas, Museo Arqueológico Nacional
Estatua sepulcral del joven Croisos, muerto, como reza la inscripción de su basa, en el campo
de batalla, se ubica en el periodo ático maduro (530-500 a.C.), etapa en la que se consigue un
planteamiento más orgánico de la figura y un modelado más plástico, o sea, menos cúbico y
más atento a la plasticidad de los detalles. El escultor prefiere trabajar en redondo y sustituye
los planos elementales por superficies curvas. Predominan, pues, claramente las formas
modeladas y naturales, fruto de una evolución estilística que produce obras muy cercanas a la
realidad, llenas de vida, aunque su rostro se anima con la típica sonrisa arcaica, de carácter
dibujístico y, por tanto, forzada. Del mismo modo, las hinchadas formas naturales del cuerpo
chocan con la artificial rigidez del pelo a base de cuentas, propio del estereotipado modelo
anterior.
A fines del siglo VI a.C. el naturalismo del modelado anatómico se completa con
el del cabello, a la moda del peinado corto, más práctica para un atleta, y que acentúa la
redondez del cráneo. Ejemplo de ello es el Kouros o estatua funeraria de Aristodicos (h.
510 a.C., 1,98 m., Museo Arqueológico Nacional de Atenas) que ha avanzado aún más
en la perfección del acabado redondeado y natural de las superficies y ha abandonado la
forzada sonrisa arcaica por una expresión más seria y convincente. Sin embargo, la
composición aún no resulta relajada y natural. Ello se comprueba fehacientemente al
comprobar que sus perfiles difieren poco de los observados en los kouroi anteriores, ya
que persiste la técnica de dibujar perfiles coincidentes en las caras del bloque, según la
tradición egipcia. La conquista de una pose más natural es el paso siguiente,
ejemplificado en el Efebo de Kritios (h. 490 a.C.).
El escultor ateniense Kritios rompe con la ley de la frontalidad, que exigía el reparto del peso
del cuerpo por igual entre las dos piernas, e inicia la postura predilecta en el arte clásico, el
contrapposto, en el que el cuerpo apoya su peso sobre la pierna izquierda, mientras que la
derecha se flexiona y queda exonerada, balanceándose con cierta soltura y libertad. En
consecuencia, las líneas de los hombros y caderas se desnivelan, no son totalmente
horizontales ni paralelas, mientras que la cabeza aparece ligeramente inclinada y girada hacia
la derecha. Son unas distensiones mínimas, pero decisivas, que rompen definitivamente con la
frontalidad arcaica y abren al escultor todo un nuevo mundo de equilibrio entre miembros
rectos y flexionados, y entre músculos tensos y distendidos. En lo sucesivo la composición de
una estatua estará basada en su estructura, no en el esquema de superficie.
5
La rigidez se supera, pues, al girar levemente la cabeza hacia un lado y apoyar el
peso sobre una de las piernas, que queda retrasada, lo que eleva un poco la cadera en ese
lado. Es el contrapposto, que introduce cambios reducidos pero efectivos que hacen que
la estatua cobre vida. Pero al tiempo, comportan un importante cambio técnico ya que
los perfiles del cubo dejan de coincidir por pares: el escultor debe diseñar cuatro perfiles
distintos pero armónicos entre sí. En el ático tardío (500-480 a.C.) se consigue ya un
cuerpo gobernado unitariamente, capaz de controlar sus miembros: brazos, piernas,
tronco, cabeza.
A partir de aquí la nueva búsqueda de los escultores griegos se orienta hacia la
conquista del movimiento y, en consecuencia, del espacio circundante a la escultura.
Para ello se impone la técnica de la escultura en bronce a la cera perdida, conocida de
antiguo, Dos vistas, anterior y posterior cuya principal ventaja estaba, no sólo en poder
obtener un modelado más pormenorizado, sino sobre todo en la mayor fuerza tensora
del material que hacía posible conquistar nuevas posturas, proyectar los miembros de
las figuras, sin necesitar puntos de apoyo como sí requiere el mármol. La figura se
libera de sus perfiles y se afirma en el espacio. Las esculturas del estilo severo (480-450
a.C.) como el Auriga de Delfos (h. 474 a.C.), el Zeus o Posidón del Cabo Artemision (h.
460 a.C.) o los guerreros de Riace Marina (h. 455 a.C.), realizadas en bronce, hacen
posible estas conquistas.
Zeus o Posidón del Cabo Artemision. Ha. 460 a.C. 2’10 m. Atenas, Museo Arqueológico
Bien Posidón en actitud de arrojar su tridente contra un gigante, bien Zeus haciendo lo mismo
con un rayo, esta escultura manifiesta la poderosa existencia de los dioses en su tamaño y en
su gran vigor corporal que pormenoriza músculos, tendones y venas. Su composición
demuestra una extraordinaria libertad al proyectar ambos brazos hacia adelante y hacia atrás.
Aunque tenso, el torso está quieto, en el instante anterior al impulso de lanzar. Por otro lado,
la técnica del bronce a la cera perdida permite verdaderos alardes de modelado, minucioso en
el cabello de la cabeza y la barba. El peinado es el característico de la primera mitad del siglo
V a.C.: la espesa y larga cabellera está recogida en dos trenzas que se cruzan sobre la nuca,
rodean la cabeza y se anudan en lo alto de la frente. Sin embargo, sólo posee dos vistas,
anterior y posterior, pero no lateral.
6
Estatua del héroe Hyakinthos, que murió cuando arrojaba el disco, nos aproximamos a ella a
través de dos copias romanas: el Discóbolo Lancellotti del Museo Nacional Romano y el
Discóbolo del Vaticano de los Museos Vaticanos. El lanzador se inclina y contrae el cuerpo,
producto del cruce de dos arcos contrapuestos, apoyando en el suelo la planta del pie derecho
y los dedos del izquierdo, composición a la que las copias romanas, realizadas en mármol,
añaden un tronco junto a los pies para descargar el peso y evitar la fractura de los tobillos. El
instante elegido marca una secuencia temporal que presupone el pasado reciente (el impulso
del disco hacia atrás mientras el atleta se agacha) y el futuro inmediato (el lanzamiento hacia
delante mientras se levanta), un ritmo pendular de carácter simétrico. Como escultura
perteneciente al estilo severo, aún se mantiene en el umbral de la escultura clásica: la
musculatura está muy bien dibujada pero resulta algo plana (otra copia de su torso fue
interpretada en el siglo XVIII como representación de un guerrero moribundo y no de un
atleta en pleno esfuerzo), las facciones son esquemáticas e inexpresivas, y el conjunto no
alcanza en el espacio una profundidad mucho mayor que un relieve.
Perdido el original en bronce griego, quizás la mejor copia romana en mármol procede de
Pompeya y se encuentra en el Museo de Nápoles (antes del 79 d.C., 2’12 m.). Se plantea en
esta obra resolver el problema de la composición del cuerpo del kourós, consiguiendo dar una
nueva expresión al contrapposto mediante el quiasmos policlético u ondulación del cuerpo
que resalta el movimiento de marcha y la oscilación de las piernas. Ese ritmo oscilante en
forma de S invertida combina la pierna de sostén y brazo caído en el lado derecho, con el
brazo flexionado, para sostener la lanza sobre el hombro, y la pierna exonerada, retrasada y
sin tocar el suelo más que con las puntas de los dedos del pie, en el izquierdo. El equilibrio
entre los efectos de carga y descarga del peso del cuerpo es lo que da al Doríforo ese
dinamismo único, cristalizado en el momento de apoyar el pie derecho y se dispone a levantar
el izquierdo. La representación es el fruto de un conocimiento riguroso del cuerpo humano,
obtenido a base de una detallada observación, cuya organicidad se hace patente mediante la
diarthrosis o articulación, por la cual se acentúan mucho las divisiones de los brazos y
piernas, el borde inferior de los pectorales, la cintura y el pliegue inguinal.
7
modelo arcaico inicial es el de la koré (paralelo del kourós) o joven vestida, protegida
bien por la severidad del peplo dórico (grueso vestido de lana), bien bajo el chitón
jónico (fina túnica de lino). Se repite habitualmente la misma composición: la koré
sujeta los pliegues del vestido con su mano izquierda, de modo que los pies asoman
bajo el borde de la falda de su túnica, y ofrece un fruto, una flor o un animal con la
derecha, gesto de ofrenda que introduce el diálogo con el espectador. Más que el
cuerpo, se resalta la identidad y protagonismo del vestido, distinguiendo los pliegues
pesados del peplo de los finos del chitón mediante la profundidad y cercanía de las
incisiones superficiales, como se observa, por ejemplo, en la Hera de Samos (ha. 570
a.C., 1,95 m.) del Museo del Louvre. La monumentalidad, rigidez, concepción cúbica y
geometrización que representan las líneas del vestido son comunes al horizonte estético
del kourós.
Koré del Peplo. Ha. 540-530 a.C. 1’20 m. Atenas, Museo de la Acrópolis
Atribuida al llamado Maestro de Rampin, escapa a la nueva moda jonia al ser la única koré
que viste el peplo dórico por encima del chitón en la segunda mitad del siglo VI a.C. El
modelado de facciones es más suave, sus ojos y boca más naturales, y el movimiento del
brazo izquierdo mitiga la frontalidad. El artista ha aprendido de los modelos egipcios a hacer
notar el cuerpo bajo la tela y consigue infundirle cierto aliento vital.
En el último cuarto del siglo VI a.C., el atuendo jónico genera un rico juego de
paños a través de los cuales se adivinan las formas anatómicas. Las korai pertenecientes
a este período se nos muestra estilizadas y afectadas, con rostro ovalado, pómulos
prominentes, ojos rasgados, nariz y mentón puntiagudos; el peinado artificioso, de
largos tirabuzones, y el geométrico movimiento de paños sirven de complemento.
Hay que esperar al estilo severo para encontrar representaciones femeninas que
integren con naturalidad el vestido y el cuerpo que hay debajo. La llamada Hestia
Giustiniani (ha. 470 a.C, conocida por una copia romana en mármol conservada en
Villa Albani) comienza a modelar el busto, a pesar del grueso tejido que lo oculta y el
suave acabado de superficies en la piel se encuentra muy perfeccionado. Sin embargo,
la caída de la falda muestra en la parte delantera un diseño de acanaladuras como de
fuste de columna muy tradicional, pero desapareciendo (por la austeridad formal
característica del estilo severo) la complejidad ornamental de pliegues en diagonal. No
obstante, revela una estructura corporal clara y coherente bajo sus vestidos. Hay que
esperar a una representación un poco posterior y en relieve, el nacimiento de Afrodita
del llamado Trono Ludovisi para encontrar el primer desnudo insinuado, obtenido a
través de la técnica de paños mojados, que ciñe el vestido al cuerpo de tal modo que
permite modelar su anatomía completa.
8
Trono Ludovisi. Ha. 450 a.C. Roma, Museo de las Termas
Es un original griego encontrado en Roma en 1877 en los antiguos jardines del historiador
Salustio. Constituye un tríptico en un solo bloque de mármol, con una cara central y dos
laterales. En la cara central se representa el ánodos o nacimiento de una diosa, probablemente
Afrodita, que emerge del mar con el rostro de perfil y la boca aspirando el primer aliento,
asistida por las Horas. Se destaca por la nitidez de los contornos, la composición cerrada y la
plasticidad del modelado, verdadero desnudo encubierto.
Lo mismo ocurre en la llamada Venus Genetrix (ha. 430-400 a.C.), conocida por
una copia romana del Museo del Louvre. Su fina túnica se amolda al cuerpo para
revelarnos su desnudez que es real en uno de sus pechos, que queda descubierto. Al
tiempo supera la contención formal del estilo severo y recupera la línea sinuosa en el
plegar de los paños, mientras que el tratamiento del cabello también se vuelve más
natural.
En el clasicismo, las conquistas de la representación masculina se aplican
también a la femenina. El conjunto de copias romanas que representan las figuras de
Amazona presentadas por Fidias, Policleto o Krésilas al concurso para el Artemisión de
Éfeso (ha. 430 a.C.) experimentan con una postura, en la que, por vez primera, parte del
peso del cuerpo se descarga fuera de él. Se han conseguido el movimiento y la
pluralidad de puntos de vista, en cuerpos atléticos con cierta similitud al varonil. La
figura femenina también parece ya viva y se encuentra a punto de desvelar sus
emociones. Parece alcanzarse en la Nióbide de los Orti Sallustiani, conservada den
Roma.
Nióbide de los Orti Sallustiani. Ha. 430 a.C. 1’49 m. Roma, Museo de las Termas
Formó parte del frontón de un templo de la Magna Gracia trasladado al templo de Apolo
Sosiano en Roma a comienzos de la época imperial, en el que se representaba la matanza de
los hijos de Níobe por las flechas de Apolo y Artemis en venganza porque su madre presumía
ser más fecunda que Leto. Herida en la espalda por una flecha, la Nióbide cae de rodillas y
hace un esfuerzo ímprobo por arrancársela con gesto de dolor. Todos estos movimientos han
hecho que el peplo se desate y deje al descubierto su vigoroso cuerpo. Destaca por su
esmerado estudio anatómico y el interés por giros y movimientos vivaces plenos de
dramatismo. El movimiento no anula la opción clásica del punto de vista principal.
9
conjunto, en realidad compuesto por tres escenas sin conexión temática entre sí. La
composición y la narración están empleando aún técnicas muy rudimentarias basadas en
la emancipación temática y de escala de cada parte.
El centro lo ocupa la monumental gorgona Medusa (2,79 m.) en el habitual esquema arcaico
denominado carrera arrodillada (las rodillas dobladas en ángulo recto y el torso de frente),
intentando huir de Perseo. La composición “arrodillada” aumenta el gigantismo de la figura y
permite encajarla en el espacio del frontón. A sus lados, sendos leopardos no participan en la
escena y representan a guardianes del templo, de nuevo con una composición que permitiera
encajar en el espacio disponible. A continuación, se reduce la escala en la representación del
caballo alado Pegaso y de Crisaor, nacidos de Medusa al morir decapitada por Perseo.
Finalmente, hacia las esquinas, se figuran dos escenas no relacionadas: a la izquierda una de
la Iliupersis —guerra de Troya— en la que Príamo está a punto de ser asesinado por los
griegos y a la derecha otra de la Gigantomaquia (concretamente Zeus derribando un gigante),
ambas a una escala aún más reducida.
10
Representa la carrera de carros entre el joven Pelops y el rey de Pisa, Enómao. Este rey
desafiaba a una carrera de carros desde esa ciudad de la Élide hasta el altar de Posidón, en el
istmo de Corinto, a todos los pretendientes de su hija Hipodamía con el compromiso de que el
vencido muriera a manos del vencedor. Confiado en sus veloces caballos, regalos de su padre
el dios Ares, había matado ya a doce pretendientes antes de competir contra Pelops que a la
postre resultará ganador y heredará su reino. Zeus, invisible para los mortales, preside la
contienda, quizás representando un altar ante el cual juraban acatar el resultado de la carrera.
A los lados, el preocupado Pelops y el altivo Enómao están acompañados respectivamente por
Hipodamía y por la reina Estérope. A continuación, en disposición simétrica, aparecen los
carros, caballos, sirvientes y un adivino y, finalmente los extremos están ocupados por figuras
simbólicas de ríos de la región. Al tratar de sintetizar en una sola escena esta historia, se elige
con acierto el momento previo al inicio de la carrera, el preludio de la tragedia. Aunque sin
movimientos intensos, la tensión procede de la sutil caracterización de los personajes.
El tema representado es la lucha de Atenea y Poseidón por el dominio del Ática, eligiendo el
momento en que los contendientes se distancian, tras haber realizado sus respectivos
prodigios a favor de la ciudad: Atenea hace brotar un olivo (símbolo de prosperidad agraria) y
Posidón un manantial de agua salada al golpear el suelo de la Acrópolis con un tridente
(alusión al poderío marítimo ateniense). El grupo central es una composición en forma de V,
conocida como “motivo de lucha”, esquema típico de época clásica que opone a las dos
divinidades, colocadas una frente a la otra. La intervención de Zeus se manifiesta a través de
sus mensajeros, Hermes e Iris, quienes han llegado apresuradamente hasta los carros de los
dos dioses. Las figuras sedentes que siguen representan a los míticos pobladores ancestrales
de Atenas y su Acrópolis. En analogía con Olimpia, los extremos los ocupan alegorías
fluviales de los cursos de agua de la región. En conjunto parecen delinearse ondas
emocionales desde el centro (más intenso) a los extremos (más serenos). Las dos figuras más
impresionantes y representativas del estadio evolutivo alcanzado son la de Iris y la del río
Ilissós. El torso de Iris, visto de cerca, causa un impacto extraordinario, pues su fuerza
arrolladora da a entender que es la mensajera de los dioses. La velocidad del movimiento
determina que el vestido se le adhiera al cuerpo y que se transparenten las formas anatómicas
gracias a la técnica de los paños mojados. El río Ilissós, desnudo y reclinado en el suelo, es
una creación soberbia tanto en el modelado como en la composición orgánica de la figura.
11
La crisis del siglo IV a. C. en la escultura. El camino de la expresividad
El final de la Guerra del Peloponeso supone la derrota definitiva de Atenas y la
nueva preponderancia momentánea de Esparta en un contexto de miseria tras la
contienda. Cambia el equilibrio de poder sostenido en la región pero, sobre todo, se
produce una grave crisis en la moral ciudadana, un cambio radical en la mentalidad y la
cultura de los griegos, que pone en duda muchos principios establecidos. Surge una
nueva sensibilidad que comporta la minusvaloración de lo trascendente —dioses,
polis...— y la búsqueda de lo inmediato. Se valora ahora lo que se capta más
directamente a través de los sentimientos o lo que se siente como más íntimo. Surge,
así, un arte más humanizado, como muestran, por ejemplo, las representaciones
escultóricas de los dioses, que abandonan su actitud de trascendencia y lejanía, para
mostrarse en actitudes cotidianas y anecdóticas. Los dos conceptos clave —verdaderas
bases de lo más creativo del arte griego a partir de entonces— son la percepción y
representación de lo que se ve y el análisis de los sentimientos y de las pasiones del
hombre.
La escultura del siglo IV a.C, se diferencia de la del siglo anterior en su decidido
avance naturalista que busca la caracterización emocional del personaje. La expresión
del sentimiento, bajo la influencia de la filosofía y la literatura, en particular del drama y
la comedia, que se dedican a la descripción de los caracteres y de los estados de ánimo,
inunda el arte de la escultura. A ello ayuda la aludida humanización de los temas; las
representaciones divinas descienden a la escala de los hombres para compartir sus
pasiones. Praxíteles es considerado el escultor de la gracia femenina (charis) y en sus
obras palpita una sensualidad contenida y un aire de melancolía y de ternura,
contrapunto a las obras solemnes del período anterior. La ondulación policlética es
convertida ahora en una bella curva continua, la curva praxitélica, para transmitir
emociones líricas en sus esculturas. Desde la anécdota amable del Apolo Sauróctono (h.
350 a.C.) o del grupo de Hermes y Dioniso niño (ha. 340-330 a.C.) hasta la sensualidad
exquisita de la Afrodita Cnidia (ha. 360) y de la Afrodita de Cos, Praxíteles renueva el
esquema clásico. La lejanía ideal de lo divino se torna aquí familiaridad y cercanía.
Praxíteles. Afrodita Cnidia. Ha. 360 a.C. Copia romana en los Museo Vaticanos
Esta escultura hizo famosa a la ciudad de Cnido. El original era en mármol. El asombro que
su belleza causó fue tal que, pese a su condición de imagen de culto, se pensó enseguida en su
contemplación estética, situándola en el centro de un templete redondo al que los visitantes
podían rodear por completo para poder contemplarla desde todos sus puntos de vista. Por vez
primera se representa una divinidad completamente desnuda: la diosa, sorprendida en el baño
(simbolizado por la hidria que al mismo tiempo le sirve de apoyo), alza su ropa para velar su
desnudez. Además de armonía y proporción, Praxíteles añade un nuevo valor, la sensualidad,
conseguida en las formas redondeadas, en la composición ondulada, en su gesto ambiguo, en
su belleza radiante, lo que le permite causar un efecto psicológico sobre el espectador. El
naturalismo es pleno no sólo en las formas sino también en la acción.
12
sus obras, paradigmática en la Ménade danzante (ha. 330 a.C.) marca la plenitud de la
figura exenta, con perfiles distintos desde cada punto de observación (aunque suele
respetar un punto de vista preferente), lo que aumenta su impacto emocional. Skopas
rompió deliberadamente con los ritmos clásicos buscando exprimir la violencia de las
pasiones mediante movimientos atrevidos que desarticulan a los personajes.
Skopas. Ménade danzante. Ha. 330 a.C. 0’5 m. Copia romana en el Museo de Dresde
Lisipo. Apoxiómeno. Ha. 325 a.C. 2’05 m. Copia romana en los Museos Vaticanos
El atleta alarga el brazo, perpendicular al cuerpo, para limpiarse con un estrígilo la piel
cubierta de aceite y de arena de la palestra. Emplea un nuevo canon de proporciones mediante
la esbeltez del cuerpo y la reducción del volumen de la cabeza. La posición es poco estable de
modo que el cuerpo parece oscilar sobre las piernas. La proyección de los brazos hacia fuera
conquista la tridimensionalidad y rompe con el efecto de relieve tradicional. El efecto es el de
un movimiento momentáneo, atrapado, como muestra la separación de los pies.
13
Praxíteles. La Venus de Milo, una de las obras más bellas y famosas del arte griego, es
un original esculpido en mármol de mayor altura que el natural (2’02 m.), cuya fecha se
sitúa a finales del siglo II a.C. Inspirada en la Venus de Capua (Museo de Nápoles) de
Lisipo, tiene, sin duda, un mayor empaque y naturalidad en el tratamiento de su torso y
ropajes, de acuerdo con el gusto de los nuevos tiempos. El Torso Belvedere, fechado en
torno al 50 a.C., representa la etapa final del clasicismo helénico. En el Renacimiento
representó el modelo ideal del desnudo masculino de la Antigüedad.
La escuela de Rodas estuvo muy influenciada por el estilo de Bryaxis, el escultor
cario que trabajó en el mausoleo de Halicarnaso, y cuya principal característica fue una
decidida tendencia por el colosalismo. El Laocoonte (Museo Vaticano), a cuyo
descubrimiento en Roma, en las Termas de Tito, asistió el propio Miguel Ángel, quien
quedó deslumbrado por su grandiosa perfección, fue obra de tres famosos escultores:
Agesandros, Polydoros y Athenodoros, que debieron trabajar en el siglo I d.C., quizás
adaptando un original en bronce de finales del siglo III a.C. o de comienzos del II a.C.
El sacerdote de Apolo, que quiso avisar a los troyanos del peligro que suponía la
entrada a la ciudad del gigante caballo de madera, es representado en el momento en
que él y sus hijos estaban sufriendo el mortal castigo impuesto por Zeus, defensor del
bando aqueo: terribles serpientes se enroscan en sus miembros y muerden sus cuerpos
retorcidos por la impotencia y el dolor. La libertad formal, la perfección técnica y la
intensidad expresiva han alcanzado el mayor grado.
Crátera de volutas sobre la que Klitias dibujó una decoración de 270 figuras, además de
numerosas inscripciones que explican las escenas representadas, por lo que se le ha llamado la
Biblia del mundo griego. Las figuras se disponen en bandas superpuestas con un tema
principal: las bodas de Tetis y Peleo, padres de Aquiles, origen remoto de la Guerra de Troya.
La claridad del extraordinario dibujo, la precisión de las incisiones, el limpio contraste del
tono oscuro de la decoración sobre el claro del vaso, hacen de Klitias un maestro sin rival en
su época. Es capaz de descender del miniaturismo más descriptivo, en los bordados de los
vestidos, en la estructura de los carros…, sin que el ritmo general de la narración se resienta lo
14
más mínimo.
Exequias. Ánfora del Vaticano. Ha. 540 a.C. Roma, Museo del Vaticano
Refleja el gusto por lo aristocrático y señorial propio de la época pisistrátida a través de las
formas mesuradas y la distinción como exponente de un ideal de vida. Es patente en la escena
de Aquiles y Áyax jugando a los dados que muestra una de sus caras. La inteligente
composición en V juega con las diagonales: las espaldas inclinadas de los jugadores subrayan
el perfil del ánfora, mientras que las diagonales contrarias de las lanzas apuntan hacia el
extremo superior de las asas. El control y equilibrio de la forma y de la composición son
notables, como lo es también el detallismo del dibujo, más aún en el espacio complejo e
irregular de la panza de un vaso cerámico.
15
excede con mucho el contexto de la propia ciudad o incluso del marco itálico. El más
importante de todos esos encuentros con las culturas locales cuyos territorios se añaden
al imperio será con la cultura griega. Junto a la etrusca, era la más cercana para los
romanos y comienza en fecha temprana, hacia el siglo III a.C. en las colonias helénicas
del Sur de Italia y Sicilia. A continuación la colaboración con los reinos helenísticos
primero y su conquista después, acabó de definir este contacto y aumentó la fascinación
romana por la cultura griega, incluyendo no sólo el arte, sino también la literatura y el
pensamiento. En palabras del poeta romano Horacio, “la Grecia cautiva convierte a su
rudo conquistador en cautivo”. Un indicio de este aprecio por lo helénico lo constituyen
la ingente cantidad de esculturas griegas copiadas durante la época imperial.
En Grecia, Roma encontró un modelo cultural, el clásico, válido para unos
propósitos y una mentalidad, la romana, diferente, más pragmática y concreta. La propia
vertebración del Imperio demuestra la capacidad organizativa del mundo romano. El
lenguaje artístico, lo mismo en arquitectura que en artes plásticas, es el cauce adecuado
de expresión de las necesidades ideológicas y políticas del Imperio, mediante el cual
exaltar el papel pacificador y organizador de la civilización romana, la fuerza de su
ejército, la virtud o grandeza de sus próceres… Al mismo tiempo, el mundo romano
contribuyó decisivamente a aquilatar el modelo clásico y a difundirlo hasta convertirlo
en paradigma de larga duración. El carácter ecléctico de los romanos hace posible, pues,
la conformación de la Antigüedad clásica y de su brillante herencia cultural.
16
articulación orgánica del edificio en plano y en altura. El resultado eran estructuras
monumentales pero económicas.
Finalmente, aprovecharon los órdenes arquitectónicos griegos que, con mínimas
variaciones, quedaron codificados como el modelo clásico de la Antigüedad a partir del
tratado de Vitruvio y con esta consideración recuperados en el Renacimiento. El dórico
pasó a ser el orden toscano, con fuste liso y basa con plinto y toro. El jónico reforzó las
volutas que sólo aparecían en los frentes anterior y posterior con otras en los laterales
mientras que el corintio fue el preferido de los romanos ya que su vistosidad lo hacía
muy adecuado al carácter suntuoso que se quería imprimir a sus edificios. De este
último deriva el orden compuesto, creación romana que fundía el capitel corintio con las
volutas y el equino con ovas del jónico.
Una buena muestra del sincretismo entre la tradición itálica y la novedad griega
se observa en el templo romano. A diferencia de los griegos se alzaba sobre un alto
podio abierto por una escalinata sólo en la parte delantera. De hecho, el pórtico y la
cella ocupaban casi enteramente este podio, liso en los costados y trasera. De este
modo, el edificio se convertía en dominante visual, sobre todo al aparecer en el contexto
de espacios públicos como el foro. Su diseño axial y su preponderancia visual
satisfacían los deseos romanos de orden. Si el templo griego se concebía para una
percepción angulada o deambulatoria, el romano constituía un objeto visual de una
perspectiva dominante, la delantera o frontal. El profundo pórtico columnado etrusco
adopta la perístasis griega de un modo forzado: al finalizar el pórtico, las columnas
dejan de ser exentas y se adosan a los muros de la cella: es el templo pseudoperíptero.
El Templo de Fortuna Virilis en el Foro Boario de Roma (hacia 100 a.C.), el mejor
conservado de la época republicana, y la Maison Carrée de Nîmes, construida durante
el reinado de Augusto (15-12 a.C.), son ejemplos paradigmáticos de este modelo.
Consagrado al culto de la familia imperial (Augusto, Livia y los dos hijos de Agripa, Cayo y
Lucio), este templo dinástico es buen ejemplo de templo hexástilo vitruviano. El podium,
proveniente de la tradición etrusca, eleva a mucha mayor altura el templo romano con
respecto al griego. Si en el templo griego la perspectiva desde un ángulo revela el carácter y
dimensiones de la construcción, este punto de vista no es satisfactorio en el templo romano.
Obsérvese el carácter abrupto e inaccesible del podio liso en los laterales, así como la ficción
de una perístasis que no es más que la prolongación del pórtico a través de columnas
adosadas. Su longitud es el doble de su anchura (100 por 50 pies romanos, estos 28 por 14
metros). Constituía el elemento dominante del foro de la ciudad. Destaca la cuidada labra de
los capiteles y el friso, con decoración vegetal al uso romano.
Además de adaptar los modelos griegos, los romanos también supieron construir
creaciones originales. Es el caso del Panteón de Roma, construido en época del
emperador Adriano (hacia 121 a.C.), reconstruyendo el anterior del cónsul Agripa,
como se lee en el friso epigráfico del pórtico. La planta circular fue conocida en el
mundo griego (tholos) pero las dimensiones y perfección del Panteón, gracias a su
cúpula semiesférica, resultan completamente originales. La sensación de amplitud
interior es extraordinaria y proporcionada, siendo el diámetro de la cella igual a la
altura: 43,30 metros (150 pies romanos). Ello es posible gracias al empleo del hormigón
(opus caementicium) que proporcionaba una estructura ligera pero resistente capaz de
cubrir amplios vanos. Se buscó reducir el peso de la cúpula por dos medios: aligerando
los materiales y reduciendo paulatinamente el espesor de la cáscara muraria hacia
17
arriba, en una estructura autoportante de nervios, anillos y arcos de descarga de ladrillo
que conducen la carga hacia determinados puntos del tambor que soporta la cúpula. Este
sistema se había empleado ya en la arquitectura romana en las grandes salas termales,
pero no aún en edificios religiosos. El resultado es buena muestra de la importante
definición espacial de la arquitectura romana, lo que la diferencia del concepto
escultórico de la griega, según Bruno Zevi, concebida para la contemplación exterior.
Fue realizado en honor de todos los dioses, con sentido de culto dinástico asociado al
emperador (sendas hornacinas en el pórtico de entrada albergaban esculturas de Agripa y
Augusto). Está compuesto por dos elementos bien diferenciados: un pórtico a la griega, que
armonizaba con la plaza porticada hacia la que el templo se abría, y una sala circular
cupulada, desvinculada de él. El interior es puro espacio, conseguido gracias a la igualdad
entre la anchura de la sala y la altura de la cúpula. Al característico modo romano, los
aspectos constructivos y decorativos se equilibran en la sabia articulación de nichos, cornisas,
columnas, casetones… creando líneas de tensión vertical. El tambor inferior se aligera con
huecos y nichos. Sobre él, la cúpula de casetones culmina en un óculo de nueve metros de
diámetro que proyecta sobre las paredes un círculo móvil de luz solar. Tanto exterior como
interiormente, la cúpula estuvo revestida de planchas de bronce. La parte interior del tambor
sí conserva su rico revestimiento de mármoles polícromos.
Edificado en honor del sobrino del emperador, posee una estructura de tres pisos soportada
por la superposición de arcos y bóvedas. La articulación de los muros exteriores se hace con
arcos flanqueados por columnas de orden toscano, jónico y corintio (de abajo a arriba). Queda
tan sólo en pie un sector de su fachada que da bastante idea de su grandiosidad original, que
debió inspirar al arquitecto del Anfiteatro Flavio. En planta, la orquesta circular griega queda
18
reducida a un semicírculo y la scaena se desarrolla en forma de edificio de cierre, con la
misma altura que el graderío y soldada a él, conformando un solo volumen arquitectónico.
Iniciada su construcción por Vespasiano, fue concluido en tiempos de su hijo Tito. Se trata de
una de las construcciones más imponentes de la Roma antigua, con cincuenta metros de
altura, una longitud máxima de casi ciento noventa metros y una capacidad de unos cincuenta
mil espectadores. La estructura del teatro se duplica en el anfiteatro, cuya doble orquesta
constituye ahora la arena elipsoidal. Bajo ella subsiste un complejo entramado de pasillos,
escaleras, elevadores, jaulas… La estructura consigue racionalizar la afluencia de visitantes
que mediante la multiplicación de entradas, escaleras y vomitorios, permitía una circulación
interior muy precisa que conducía al espectador hasta su asiento. Exteriormente, la fachada
continua se organiza al modo tradicional, mediante la superposición de tres pisos de arcos
entre columnas, con la sucesión canónica de órdenes, y un cuarto piso sin arcos, parcelado
mediante pilastras corintias. Se conseguía el deseado efecto de orden y belleza, al tiempo que
se lograba la impresión de reducir la escala del edificio: sus amplios muros, de presentarse
lisos, se volverían inmensos e intimidatorios. Fruto del cuidado dispensado por los arquitectos
romanos al adorno exterior de sus construcciones era el numeroso conjunto de esculturas que
adornaron los arcos de la segunda y tercera planta. Los pilares son de travertino y también se
empleó el ladrillo y el hormigón para muros y bóvedas.
Otras de las aportaciones romanas serán las termas, grandes complejos que
superaban con creces las meras salas de baño. Rodeadas por jardines, las grandes termas
de época imperial constan de varios espacios sucesivos para el baño caliente
(caldarium), templado (tepidarium) y frío (frigidarium), en torno a los cuales se
disponían otros espacios necesarios como vestuarios (apoditerium), piscinas (natatio),
palestras, galerías, terrazas, bibliotecas, salas de reunión, etc. Las Termas de Caracalla
y las de Diocleciano, ambas del siglo III, marcan el momento culminante en el
desarrollo de esta tipología a la que cabe aplicar los valores estructurales y espaciales
que representan constantes de la arquitectura romana.
19
Arco de Tito, 81 d.C. Roma
Conmemora la victoria del hijo de Vespasiano y futuro emperador en la guerra contra los
judíos, que concluyó con la conquista de Jerusalén en el 70 d.C. y la destrucción del templo
de Salomón. Se sitúa encima de la vía sacra, frente al Coliseo, dando entrada al Foro. El arco
es de un solo vano, construido en mármol pentélico y presenta dos novedades: sus esbeltas
columnas, apoyadas sobre plintos, que flanquean el vano del arco como elemento decorativo
(que no estructural) y sus capiteles que mezclan las volutas del jónico con los acantos del
corintio, dando lugar a un capitel compuesto. Son novedad igualmente los nichos ciegos
adintelados que se abren entre los pares de columnas. Por encima del arco corre un friso
esculpido, sobre el que se alza un potente ático con una inscripción alusiva a este triunfo.
20
su oficio, los romanos prefieren retratos precisos de personas determinadas. Lo que sí
hacían, por influencia de la plástica griega, era presentar a sus personajes más bellos y
poderosos de lo que en realidad eran, sobre todo en la época de Augusto y la dinastía de
los Julio-Claudios, pero sin perder sus características particulares. El fundamento de ese
“realismo” debe buscarse, en primer lugar, en la tradición etrusca, que ya practicó esta
tendencia, pero también en el interés por dejar memoria de sus personajes y de sus
hechos. Por otro lado, los modelos griegos resultaban muy cercanos debido a que, tras
someter a los reinos helenísticos, Roma despojó de sus esculturas a las principales
ciudades griegas y la demanda fue tan grande que se imitaron hasta la saciedad las
principales obras de los siglos V y IV a.C., en una tendencia conocida como estilo
neoaticista que representa la principal vía de acercamiento al clasicismo griego cuyos
originales se han perdido en su mayoría.
El retrato es el género preferido por la escultura romana, ejecutado con una
casuística diversificada: de cuerpo entero o sólo el busto, de pie, sedente, ecuestre. Nace
en la época de la República al servicio de la clase senatorial deseosa de dejar constancia
de su significación en la historia de Roma. En el origen del retrato romano intervienen
tres antecedentes: el retrato fisonómico helenístico (cuya veracidad impresiona a los
romanos), la tradición retratística etrusca y la tradición romana de las imagines maiorum
o efigies de los antepasados, realizadas a partir de mascarillas de cera de sus difuntos y,
por tanto, de un marcado realismo, para tenerlas en sus casas y llevarlas a las
ceremonias funerarias.
A inicios del imperio, el retrato pierde ese carácter privado para pasar a ser
imagen pública, representación del poder y vehículo de propaganda del emperador
representado. En la época del clasicismo augústeo, la retratística está marcada por cierto
influjo idealizador griego, ya que los artífices que los realizaban eran de esta
procedencia. Pero sobre el patrón ideal griego se impone el gusto romano por lo
verosímil y discernible. Aunque idealizado como representación divina, el personaje
resultaba claramente identificable e incluso su imagen evoluciona en el tiempo a la par
de su edad. Buena muestra de este tipo de retrato idealizado son el Augusto de Prima
Porta, la imagen más característica del emperador romano ideal o el Augusto de Via
Labicana (ha. 12 a.C., Museo de las Termas). A continuación, durante la dinastía de los
Julio-Claudios (Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón) se profundiza en la línea
emprendida por el retrato augústeo. La idealización entonces no insistirá tanto los
rasgos faciales como en la actitud y solemnidad de la representación, en ocasiones
identificándose con divinidades cuyos atributos portan. Todo ello es resultado del
proceso político que conduce del principado al dominado, que comporta la divinización
de la figura del emperador.
Su autor, sin duda, debió ser un escultor griego aclimatado al gusto romano, que logra aquí la
compleja síntesis de dos tradiciones de diferente signo. El modelo de partida de esta escultura
en el Doríforo de Policleto pero modificado de acuerdo con los intereses representativos
romanos. De este modo, la figura ideal griega se concreta con los rasgos faciales reales del
emperador, suavemente idealizados. Diverge también del punto de partida griego en que no
aparece desnudo y en que si el Doríforo no se con concentraba hacia ningún punto concreto,
este Augusto mira directamente hacia sus súbditos y los domina con el mero ademán de
mando. Se le representa en el momento de arengar a las tropas (adlocutio), con el brazo
alzado, el gesto severo y vestido con traje militar de gala, incluyendo el paludamentum y una
coraza musculada, ricamente decorada con relieves históricos, alusivos a las victorias de
Augusto en Hispania y Galia. A los pies de la figura aparece un pequeño Eros que juega sobre
21
un delfín para simbolizar el origen de la gens Julia. Es, en suma, la manifestación más
esplendorosa del emperador. Sólo sus pies descalzos indican que se trata de una estatua
heroizada y, por tanto, de culto, realizada a su muerte. Fue hallada en 1863, en las ruinas de la
mansión que habitara Livia, esposa de Augusto, en Prima Porta, cerca de Roma. La escultura
fue concebida para colocarla delante de una pared de modo que todo el énfasis se concentra en
el plano frontal.
En el último tercio del siglo I d.C. la nueva dinastía de los Flavios (Vespasiano,
Tito y Domiciano) marca una nueva tendencia que abandona la fría idealización anterior
por un regreso hacia el realismo republicano. Los personajes aparecen representados de
modo asequible, llano, pero no espontáneo; se trata de un realismo efectista, concebido
para la exhibición y no objetivo como en la tradición republicana. Se impone un ligero
movimiento lateral de la cabeza que no encara directamente al espectador como en los
retratos de Augusto sino que evita esta relación, sugiriendo una natural despreocupación
durante la cual el representado es sorprendido por su contemplador.
Fue uno de los emperadores más populares, sobre todo en contraste con su despótico hermano
Domiciano. La representación se adecua a sus rasgos personales y a su carácter sencillo y
llano. Su tipo rechoncho y su voluminosa cabeza lo singularizan mientras que la tradicional
toga romana lo ennoblece y ofrece un reto técnico al escultor que logra aquí importantes
efectos de claroscuro. A pesar del amplio vuelo del ropaje, aún se sugiere la pose del cuerpo a
través de él, técnica creada en la Grecia del siglo V a.C. Aunque se va diluyendo la actitud
cortesana a favor de la naturalidad, aún conserva una pose elegante, acomodada a su clásica
composición en contrapposto.
Retrato ecuestre de Marco Aurelio, ha. 166 d.C. Bronce. 4’24 m. Roma, Plaza del Capitolio
Trasladado por Miguel Ángel al Capitolio, estuvo en la plaza de San Juan de Letrán al menos
desde el siglo X. Se salvó de la fundición que sufrieron tantos originales en bronce griegos y
romanos porque durante mucho tiempo fue identificado como una representación del
emperador Constantino, impulsor del cristianismo en el siglo IV. Sin embargo, representa a
Marco Aurelio (161-180), personaje de carácter pacífico que, sin embargo, se vio obligado a
combatir para defender las fronteras del imperio. Esta estatua conmemora la victoriosa
22
campaña contra los partos, finalizada en el 166. Adapta la pose de adlocutio a la figura
ecuestre y lo ofrece más delgado y esbelto que en el resto de sus retratos conocidos. A los pies
del caballo figuraba la estatua de un rey sometido, con las manos atadas a la espalda, no
conservada. La composición fue objeto de intenso estudio en el Renacimiento: el Colleone de
Verrochio y el Gattamelata de Donatello son claramente deudores de ella.
23
relieves con todo el esplendor de su policromía, singularmente el dorado del candelabro
de siete brazos, en un concepto visual nuevo y convincente.
Otra alternativa al relieve histórico la ofrece el relieve continuo de la Columna
Trajana (112 d.C.). Frente al realismo visual anterior, se prefiere una visión más
conceptual y documental, no concebida como narración visualmente veraz. El relieve
conforma unos doscientos metros en veintitrés vueltas alrededor del fuste con la
participación de más de dos mil quinientos personajes que narran las victoriosas
campañas de Trajano contra los dacios. Las escenas se encadenan sin solución de
continuidad y carecen de lógica visual: en las escenas de asalto, los muros son
ridículamente bajos pero el haber mantenido las proporciones correctas hubiera
supuesto consagrar amplias superficies del relieve a monótonos muros. Son acciones
complejas pero mostradas con cierto grado de esquematización. Sin embargo, el
detallismo descriptivo y el ritmo narrativo no se resienten lo más mínimo.
El posterior amaneramiento de la época antoniana es visible en los relieves de
las columnas de Antonio Pío (161) y Marco Aurelio (180-193). La última imita casi
miméticamente a la Columna Trajana.
La pintura y el mosaico
Al contrario que en el mundo griego, la Roma antigua sí conserva restos de sus
decoraciones pictóricas murales, gracias fundamentalmente a las casas particulares y
edificios públicos de Pompeya y Herculano, pintadas al fresco. Ellos revelan de nuevo
la influencia griega y un acendrado interés por anular la monotonía del muro para
convertirlo en una nueva realidad, jugando con la apariencia y la perspectiva. El
llamado primer estilo pompeyano trataba de imitar sobre el enlucido un revestimiento
de mármoles polícromos veteados o con juegos de incrustación. En el segundo estilo se
busca la sugestión de que se han anulado los límites del muro y que la habitación se
abre al exterior a través de columnatas que muestran arquitecturas y jardines plasmados
con lógica visual. Esta lógica se disuelve en el tercer estilo, donde la ficción de
arquitecturas pintadas da entrada a elementos fantásticos e imposibles, combinados con
frisos de figuras humanas y adornos de candelabros. Finalmente, el cuarto estilo
acentúa el carácter ilusionístico buscando la profundidad, la perspectiva forzada y la
arquitectura compleja, que recuerda los frentes de escena del teatro.
Pero también la pintura romana es importante no sólo por su valor como
elemento decorativo que daba lustre a las casas romanas de clase media, sino también
por la gran variedad de temas y motivos que utiliza. Una de las grandes aportaciones
romanas consiste en la divulgación a través de copias murales de los grandes motivos
pictóricos del mundo helénico, que fueron introducidos en la urbe en gran parte como
botín de guerra (para Plinio el Viejo, la auténtica pintura era pintura sobre tabla, dado su
carácter móvil). Obras como las Bodas Aldobrandini o las figuraciones sacras de la
Villa de los Misterios de Pompeya están muy cercanas a los ideales figurativos
helénicos, al igual, aunque con una mayor pobreza técnica y formal, los motivos
mitológicos que se han conservado en muchas domus pompeyanas.
La figuración romana no se detiene en lo mitológico (que incluso a veces
interpreta en términos humorísticos o satíricos), sino que sorprende por su gran variedad
de tipos. Así, por ejemplo, la pintura de paisaje, dedicada a lugares de significación
sagrada (género idílico-sacro) o pintorescos (lugares tópicos), las escenas portuarias, la
pintura de costumbres, escenas faunísticas, el bodegón o el retrato. En todos estos temas
se advierte una cierta tensión entre dos formas de interpretar el espacio figurativo: la
llamada “tradición patricia”, más culta y elevada, con un rigor formal y una consistencia
interna que propende hacia la corrección helenística; y la llamada “tradición plebeya”,
24
más espontánea y directa, que sacrifica la corrección formal (por ejemplo, la
perspectiva, sustituida por enfoques desde múltiples puntos de vista) en aras de la
comprensión visual, y que formaría parte del realismo directo propio mundo itálico.
Esta tensión entre formas racionalistas y otras más espontáneas se advierte
también en el arte del mosaico, que desarrolla los mismos temas que la pintura, aunque
con el soporte pétreo de pequeñas teselas polícromas. Aunque fue una técnica inventada
en Grecia (siglo II A.C., a partir del artista Sosos de Pérgamo), e incluso fue utilizada
para copiar grandes cuadros griegos (Mosaico de Alejandro, en la casa del Fauno de
Pompeya, que copia un original helenístico de Filoxenos de Eretría), realmente es en
Roma cuando esta técnica alcanza su mayor desarrollo, continuándose, por sus efectos
lumínicos y cromáticos, en el arte paleocristiano y bizantino.
25