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3 APORTES DIFERENTES
PARA QUE EL EVANGELIO DOMINICAL
DE JUAN 20,19-23
ILUMINE DIVERSAS EXPERIENCIAS
PRIMER APORTE: NUESTRA EXPERIENCIA DE MIEDO
A LA LUZ DEL EVANGELIO DOMINICAL DE JUAN 20,19-23
A. NUESTRA EXPERIENCIA DE MIEDO
“Esta vida nuestra ha resultado ser distinta de la vida que los sabios de la Ilustración y sus
herederos y discípulos imaginaron y se propusieron planificar.
En aquella nueva vida que esbozaron y decidieron crear,
preveían que dominar los miedos y frenar las amenazas que los ocasionaban
sería una meta que, una vez alcanzada, duraría para siempre.
Sin embargo, en el escenario de la modernidad líquida,
la lucha contra los temores ha acabado convirtiéndose en una tarea para toda la vida, mientras
que los peligros desencadenantes de esos miedos,
aun cuando no se crea que ninguno de ellos sea intratable,
han pasado a considerarse compañeros permanentes e inseparables de la vida humana.
Esta vida nuestra no está bajo ningún concepto libre de peligros y amenazas.
La de toda una vida es, hoy por hoy, una batalla prolongada e imposible de ganar contra el
efecto potencialmente incapacitante de los temores
y contra los peligros innegables o imaginarios que nos hacen tener miedo.”1
Los nuestros vuelven a ser tiempos de miedos. ¿Cómo vencer el miedo?
”El miedo sólo ayuda cuando trae consigo precaución.
Los demás miedos son enemigos de la salud.
La lucidez, por el contrario, es muy saludable.” (Felicísimo Martínez, O.P.)
B. NUESTRA EXPERIENCIA A LA LUZ DEL EVANGELIO: Juan 20,19-23
19 Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde
con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor.
21 Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los
envío yo también.» 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Reciban el Espíritu Santo: 23 a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a
quienes se los retengan, les serán retenidos.».
1
Bauman, Zygmunt, Miedo liquido : la sociedad contemporánea y sus temores, 2008, p.17
2
Después de la Pasión, los discípulos estaban reunidos con las puertas cerradas por miedo.
¿Tenían razón para tener tanto miedo?
¿Los judíos representaban una amenaza real o sólo imaginaria para ellos?
Creo que fueron precavidos porque la amenaza sí era real.
¿Qué hicieron para superar sus miedos y salir del encierro?
Nuestro evangelio dominical no lo dice y por eso agregamos un versículo tomado de Hechos
de los Apóstoles para poder contestar esta pregunta:
"Todos ellos perseveraban juntos en la oración en compañía de algunas mujeres, de María,
la madre de Jesús, y de sus hermanos.” (Hechos 1,14)
¿Para qué perseveraban en la oración?
Para poder recibir el Espíritu Santo, que Jesús les había prometido enviar y que transformará
su mente (para recordar y esperar) y su corazón (para amar haciéndose prójimo de quienes
están afuera, fuera de su pequeña comunidad aún cerrada como una flor antes de su
florecimiento.)
Según el apóstol Pablo, este "Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino
de fortaleza, de amor y de sobriedad." (2 Tim 1,7).
Los discípulos reciben el Espíritu Santo, que vence sus miedos y genera paz en ellos y en
torno de ellos para cumplir la misión de liberar a la gente de sus miedos, provocados por los
males que sufren y de los cuales tratan vanamente liberarse cometiendo males,
particularmente hacia quienes consideran culpables de su malestar.
El perdón es la acción de liberar a las personas de los males que sufren para que dejen de
cometerlos. El perdón es parte de un proceso más amplio que podríamos llamar hacer la paz.
Hay circunstancias en las que es casi imposible avanzar en las etapas de este proceso de paz:
por ejemplo, cuando hay una gran disparidad de poder y la parte poderosa inflige daño a otra
parte, que no había hecho nada para provocar una reacción violenta.
En tal caso, el perdón, es casi siempre totalmente inapropiado
porque resulta imposible descargar a la parte poderosa del mal que había cometido
y que sigue cometiendo porque no hay quien le pone un alto.
Aquí tenemos presentes a todos los abusos de poder que se descubrieron y que se denunciaron
en este siglo, abusos que antes fueron negados, disculpados o banalizados.
A quién ha abusado de su poder, no basta decir a la víctima:
“Lo siento” o "No sé lo que me pasó” para descargarlo de su pecado,
para reparar el daño, que puede ser de tres tipos:
a. Un dolor intangible - pena, dolor, humillación, vergüenza, tristeza, desgaste - que
puede ser profunda y duradera, pero puede no ser permanente;
b. Daños físicos, el cuerpo desfigurado, el pariente perdido, posesiones destruidas
c. La voluntad malévola que significó que tal daño no fue un accidente o un resultado
colateral desafortunado, sino un plan buscado activamente y rigurosamente perseguido.
Tampoco basta la disculpa.
En la práctica, una disculpa puede ser suficiente de alguna manera para abordar el dolor
intangible. Pero la disculpa no puede tener mucho impacto en el daño y la pérdida tangibles,
ni puede relativizar el impacto de la mala intención. "Está muy bien pedir perdón, pero..."
es la respuesta que toma en cuenta los diferentes tipos de daño sufrido.
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Hace falta un arrepentimiento, una admisión de que una disculpa,
que sugiere un paso en falso fuera del carácter, no es suficiente,
porque la verdad es que uno es adicto a cometer males que hacen sufrir al otro,
a la violencia tan contagiosa como la peste.
Todo esto es un reconocimiento de que, sin la ayuda de Dios,
la propia resolución sostenida y una comunidad de apoyo,
no hay esperanza de romper el ciclo de dependencia.
Hace falta la confesión del mal cometido, que idealmente incluye
el reconocimiento de culpabilidad y remordimiento genuino. Más que una disculpa,
quien pecó, entra aquí en una comprensión empática de cómo debe ser
“estar en el lugar de la víctima”, cómo se ve la historia desde el punto de vista de ella.
La confesión normalmente sería un acto privado, por ejemplo
entre un penitente y un sacerdote, o en algunos casos entre un perpetrador y una víctima, o
entre dos o más partes en conflicto. Pero en algunas circunstancias, como un proceso de
verdad y reconciliación, la confesión puede tener lugar en público.
El perdón, o sea descargar al otro de sus pecados,
es claramente algo que no puede ser apresurado, impuesto, requerido o simulado.
De alguna manera, es un don otorgado por el Espíritu Santo y no es algo que una persona
pueda generar por sí misma, sin importar cuán arrepentido sea su malhechor.
Pero el perdón en muchos casos también implica un acto de voluntad de parte de la
víctima. Por lo tanto, en este sentido, el perdón es una decisión de una o más partes de no
definirse por resentimiento o antagonismo, de buscar una vida más grande que una vida
constantemente eclipsada por esa dolorosa historia, y permitir que la percepción del daño
sufrido ya no se interponga.
El perdón es un regalo cuando sucede no tanto como una decisión,
sino como el levantamiento de una carga o la eliminación de una máscara,
algo provocado por el Espíritu Santo en lugar de un esfuerzo consciente y deliberado.
Participar en el proceso de paz es la forma fundamental en que imitamos la obra salvadora de
Dios Padre en Cristo, impulsados por el Espíritu Santo, que no sólo crea comunión con
quienes sufren males sino también con quienes lo han cometido y se arrepienten de veras.
Ser discípulo misionero es estar involucrado en una o más etapas de este proceso, llevando a
las personas a la reconciliación con Dios, con ellos mismos, entre sí y con la creación.
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C. ORACIÓN:
Canto meditativo2:
Ven Espíritu de Dios y de tu amor enciende la llama.
Ven Espíritu de amor. Ven Espíritu de amor
Oh Cristo, como sobre tus discípulos, soplas el Espíritu Santo
sobre cada uno de nosotros. Alabado seas, Señor resucitado.
Oh, Cristo, tu Espíritu llena el universo: habita en cada uno de nosotros.
Oh Cristo, prometiste enviar el Espíritu de la verdad: danos a conocer tu amor
que está en cada uno de nosotros que supera todo conocimiento.
Oh Cristo, prometiste que el Espíritu nos enseñaría todo: ilumina nuestra fe.
Oh Cristo, nos envías a proclamar tu perdón: renueva la tierra en la unidad.
Oh Cristo, has derramado sobre tus discípulos el Espíritu Santo recibido del Padre: guíanos
por este mismo Espíritu.
Jesús, prometiste el Espíritu Santo a los apóstoles.
Que el Espíritu Consolador renueve nuestra fidelidad a Ti.
Jesús, tú enviaste a los apóstoles a proclamar la Buena Nueva hasta los confines de la tierra:
que el Espíritu Santo nos haga testigos de tu amor.
Señor resucitado, tu Espíritu arde en nuestra tristeza.
Enciende en nosotros el fuego de tu amor.
Por el aniversario de la encíclica del Papa Francisco Laudato Sí, te alabamos por aquellos que
participan en proyectos concretos en solidaridad con toda la Creación.
Por los jóvenes que, ante la emergencia climática, se comprometen en proyectos concretos
para la salvaguarda del medio ambiente y de la creación.
Por los que han perdido su trabajo, por los jóvenes cuyo futuro es incierto, por las familias en
dificultades, por los excluidos que son cada vez más
Por los que sufren enfermedades mentales y trastornos del comportamiento.
Espíritu Santo, nos estás guiando por un camino de amor.
En nuestra vida diaria nos gustaría vivir el perdón de Cristo siempre ofrecido y encontrar en
el perdón que ofrecemos a los demás, la libertad de los hijos de Dios.
2
https://www.youtube.com/watch?v=VgXET-COHjY ;
https://www.youtube.com/watch?v=UoM0FQxPujk&t=105s ; INSTRUMENTAL:
https://www.youtube.com/watch?v=aj62YQWb3zs&list=RDaj62YQWb3zs&start_radio=1
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SEGUNDO APORTE: NUESTRA EXPERIENCIA DE VACÍO INTERIOR,
DESORIENTACIÓN O CONFUSIÓN INTERIOR
A LA LUZ DEL EVANGELIO DOMINICAL DE 20,19-23
A. NUESTRA EXPERIENCIA DE VACÍO INTERIOR, DESORIENTACIÓN O DE
CONFUSIÓN INTERIOR
Quizás no son muchos los que, entre nosotros, niegan a Dios teóricamente
hasta las últimas consecuencias. Sin duda, son muchos más los que prescinden de Dios,
son ateos prácticos y viven como si en el fondo Dios no les afectara para nada.
Este «ateísmo del corazón» está más extendido de lo que sospechamos.
Hombres y mujeres que quizás alguna vez pronuncian fórmulas rutinarias,
pero que no abren nunca su corazón a Dios.
Personas que ya no «escuchan» a nadie en su interior.
Cuántos que se dicen cristianos, se defienden ante Dios con oraciones recitadas de
memoria, pero se avergonzarían de hablar con él espontáneamente y de corazón.
Por otra parte, ¿quién encuentra hoy un «rincón» para el silencio, la meditación, el
recogimiento y la paz interior? ¿Quién tiene tiempo para orar en medio de las prisas,
la agitación, el nerviosismo o el perpetuo cansancio?
La lucha por la vida, la competencia despiadada, la presión continua, está llevando a muchos
a la asfixia y el ahogo espiritual. Esta sociedad donde el infarto ha llegado a ser el símbolo
de todo un modo de vivir, corre el riesgo de ir perdiendo su alma y su vida interior.
Y, sin embargo, el Espíritu de Dios no está ausente de esta sociedad,
aunque lo reprimamos, lo encubramos o no le prestemos atención alguna.
El sigue trabajando silenciosamente a los hombres
en lo más profundo de ese corazón demasiado «ateo».
«Cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador se vive con perseverancia
hasta el final, con una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar.
Cuando uno corre el riesgo de orar en medio de las tinieblas silenciosas
sabiendo que siempre somos escuchados,
aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o disputar...
Cuando uno acepta y lleva libremente una responsabilidad
sin tener claras perspectivas de éxito y de utilidad...
Cuando se experimenta la desesperación
y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil...
Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre las demás esperanzas particulares
y abarca con su suavidad y silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas...
Entonces el Espíritu de Dios está trabajando. Allí está Dios. Allí es Pentecostés».
Dentro de cada uno de nosotros hay un «espacio interior» que para muchos
permanece desconocido e inexplorado. No es exactamente un ámbito psicológico.
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Está a un nivel más profundo. Es el centro más recóndito de la persona,
donde se esconde el misterio de nuestro ser, donde resuenan las preguntas más hondas:
¿Quién soy yo?, ¿por qué estoy aquí?, ¿para qué?
El hombre de hoy ha aprendido muchas cosas,
pero no sabe llegar hasta su propia interioridad.
Vive volcado hacia lo exterior, sin capacidad para encontrarse consigo mismo.
La vida moderna lo dispersa en mil ocupaciones, contactos y experiencias externas
que lo alejan de sí mismo.
El ruido, la agitación, el ritmo acelerado le impiden vivir «desde dentro».
La fiesta cristiana de Pentecostés puede ser una llamada a cultivar más nuestro mundo
interior y a vivir más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros. ¿Cómo?
Entrar dentro de nosotros exige tiempo y calma.
Quien trata de vivir desde dentro sabe muy bien que el exceso de trabajo y actividad
no es una virtud, sino una enfermedad, una esclavitud.
«Todos los días nos hace falta un buen rato de inactividad,
para adentramos descalzos en nuestro mundo interior».
Es importante, además, aprender a distanciarnos de vez en cuando de nuestro quehacer
cotidiano. Saber apartarnos de las ocupaciones que nos atrapan y dispersan,
para «hacer silencio» y encontramos con lo más profundo que hay en nosotros.
No se puede vivir desde dentro sin asegurar «lugares» y «momentos» de interiorización.
Encontrarse a solas con uno mismo puede inspirar temor.
Nos da miedo descubrir nuestras contradicciones e incoherencias,
nuestra mentira y mediocridad, o nuestras frustraciones más profundas.
Por eso, lo importante no es analizarse, sino descubrir la presencia amorosa del Espíritu de
Dios que nos habita, nos sostiene, nos acoge tal como somos y nos invita a vivir.
El creyente se adentra en su interior en actitud confiada. Se sabe aceptado y amado.
Por eso, no cae en la desestima o en la culpabilidad angustiosa.
Se siente a gusto con Dios. Seguro. Su experiencia del Espíritu es siempre fuente de gozo.
Un respiro en medio del vivir diario.
Este entrar en la propia interioridad no significa huir de la vida para replegarse estérilmente
sobre uno mismo. Al contrario, es regenerarse desde la raíz, rescatar lo mejor que hay en
nosotros, encontrarse de nuevo vivo y con fuerzas para vivir y hacer vivir.
El Espíritu de Dios que habita en nosotros siempre es «dador de vida».
Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos creyentes,
así peregrinamos todos muchas veces por la vida.
En la fiesta cristiana del Espíritu Santo, a todos nos dice Jesús
lo que un día dijo a sus discípulos, exhalando sobre ellos su aliento:
"Reciban el Espíritu Santo".
Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe
puede penetrar en nosotros y reavivar nuestra existencia por caminos que solo él conoce.
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B. NUESTRAS EXPERIENCIAS DE VACÍO INTERIOR, DESORIENTACIÓN
O DE CONFUSIÓN INTERIOR
A LA LUZ DEL EVANGELIO SEGÚN JUAN 20,19-23
19. "Ese mismo día, el primero después del sábado,
los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por.miedo a los judíos.
Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
20. Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor.
21. Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.»
22. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo:
23. a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y
a quienes se los retengan, les serán retenidos.»"
En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos:
el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.
1. Elsaludo es el habitual entre los judíos: «La paz esté con ustedes».
Pero en este caso no se trata de pura fórmula,
porque los discípulos, con mucho miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.
2. La confirmación. Esa paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible,
porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es
realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por
los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.
3. Lamisión.
Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo.
Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión.
Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los
apóstoles.
4. EldondelEspíritu.
Todo termina con una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos.
Jesús, al soplar infunde el Espíritu Santo.
Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaba de encomendarles.
A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas;
entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir
quiénes pueden ser aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados)
y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).
El evangelista Juan ha cuidado mucho la escena
en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión.
Quiere dejar bien claro qué es lo esencial.
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Jesús está en el centro de la comunidad llenando a todos de su paz y alegría.
Pero a los discípulos les espera una misión.
Jesús no los ha convocado sólo para disfrutar de él,
sino para hacerlo presente en el mundo.
Jesús los «envía».
No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar:
«Como el Padre me ha enviado, así también les envío yo». Su tarea es la misma de Jesús.
No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre.
Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.
Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado
adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de
perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total.
Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
Pero sabe que sus discípulos son frágiles.
Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña».
Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión.
Por eso, se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial.
No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños:
«Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Reciban el Espíritu Santo».
El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar.
Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»;
luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente».
Eso es el ser humano: un poco de barro, alentado por el Espíritu de Dios.
Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.
Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro,
teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro...
Sólo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva.
Las zonas donde su Espíritu no es acogido, quedan «muertas».
Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar la presencia viva de Jesús.
Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo.
No hemos de bautizar sólo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús.
No sólo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.
Según una concepción más querida a la tradición oriental, el mayor pecado del hombre
es permanecer insensible a la vida interior que en él se encierra.
Caminando como autómatas por la vida, dejamos dormitar dentro de nosotros unas energías
y un potencial insospechado de vida al ignorar la acción del Espíritu en nosotros.
Acostumbrados a vivirlo todo desde el exterior, hemos olvidado ya lo que es peregrinar al
fondo del corazón para escuchar interiormente ese manantial de vida que es Dios.
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Conozco personas insatisfechas de sí mismas que buscan con esfuerzo una vida más noble y
profunda. Desean creer con más hondura y verdad. Las veo indagar, leer libros, preguntar.
Se diría que intentan hacer brotar la fe en su corazón desde el exterior.
Pero lo cierto es que desde el exterior no se le puede enseñar a nadie a creer,
lo mismo que no se le puede enseñar a alegrarse, a amar o a llorar.
Desde fuera sólo se le puede orientar a adentrarse en su corazón. Pero la fe es una experiencia
que cada uno ha de aprender en otra fuente que brota en su interior.
Cada vez recuerdo con más frecuencia las conocidas palabras de S. Agustín a su auditorio:
«No piensen que se puede aprender algo de un hombre. Podemos atraer su atención con el
ruido de nuestra voz, pero si no hay dentro alguien que les enseñe, ese ruido será inútil”.
La fe no brota en nosotros al término de una reflexión o como conclusión
de ese razonamiento brillante que hemos encontrado en la lectura de un libro.
No es una decisión que tomamos
después de escuchar la argumentación de un amigo creyente.
Es preciso cavar más adentro.
Bajar al fondo de nuestro ser y mirarnos por dentro tal como somos.
Sin engañarnos por más tiempo.
Sin quedarnos en esa falsa seguridad que aparentamos por fuera ante los demás.
Solos ante Dios y ante nosotros mismos.
Esos minutos de sinceridad pueden cambiar nuestra vida más que todos los razonamientos.
Ese grito sincero a Dios desde el fondo del corazón puede ser el camino más corto para
resucitar nuestra fe.
Si sabemos abrirnos camino hacia nuestro interior y escuchar la acción del Espíritu que nos
llama desde dentro, hoy puede ser realmente para nosotros Pentecostés, donde uno de los
milagros más grandes es la buena comunicación entre personas tan diferentes.
Según la tradición bíblica, el mayor pecado de una persona
es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un «corazón de piedra» y no de carne:
un corazón obstinado y torcido, un corazón poco limpio.
Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios;
no puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.
Cuandonuestrocorazónestá«cerrado», nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen.
Vivimos separados de la vida, desconectados.
El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy «aquí dentro».
Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo alienta todo;
es imposible sentir la vida como la sentía Jesús.
Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.
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Cuandonuestro corazón está«cerrado», vivimos volcados sobre nosotros mismos,
insensibles a la admiración y la acción de gracias.
Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo llena todo.
Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios «en quien vivimos,
nos movemos y existimos».
Sólo entonces comenzamos a invocarlo como «Padre», con el mismo Espíritu de Jesús.
Cuandonuestrocorazónestá«cerrado», en nuestra vida no hay compasión.
No sabemos sentir el sufrimiento de los demás.
Vivimos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la felicidad de tanta gente.
Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a intuir con qué ternura y compasión
mira Dios a las personas. Sólo entonces escuchamos la principal llamada de Jesús:
«Sean compasivos como su Padre».
Pablo de Tarso formuló de manera atractiva una convicción
que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado».
¿Lo podemos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir nuestro corazón.
Por eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser ésta: «Danos un corazón nuevo,
un corazón de carne, sensible y compasivo, un corazón transformado por Jesús».
C. ORACIÓN
Poco a poco estamos aprendiendo a vivir sin interioridad.
Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que hay dentro de nosotros.
Nos basta con vivir entretenidos.
Nos contentamos con funcionar sin alma y alimentarnos solo de bienestar.
No queremos exponernos a buscar la verdad.
Ven, Espíritu Santo, y libéranos del vacío interior.
Hemos aprendido a vivir sin raíces y sin metas.
Nos basta con dejarnos programar desde fuera.
Nos movemos y agitamos sin cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde
vamos. Estamos cada vez mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca.
Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la desorientación.
Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la existencia.
No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida.
Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles e inseguros.
Queremos ser inteligentes y lúcidos. Pero no encontramos sosiego ni paz.
Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la oscuridad y la confusión interior.
Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero ¿vivir qué?
Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero ¿sentir qué?
Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos
contentamos solo con pasarlo bien: hacemos lo que nos apetece.
Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente?
Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a vivir.
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Queremos ser libres e independientes, y nos encontramos cada vez más solos.
Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño mundo,
a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos
y no sabemos crear contactos vivos y amistosos.
Al sexo lo llamamos "amor", y al placer "felicidad", pero ¿quién saciará nuestra sed?
Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a amar.
En nuestra vida ya no hay sitio para Dios.
Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros.
Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz.
Volcados en mil deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía.
Sabemos hablar con todos menos con él.
Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio.
Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a creer.
Ven Espíritu Santo.
Despierta nuestra fe débil, pequeña y vacilante.
Enséñanos a vivir confiando en el amor insondable de Dios nuestro Padre
a todos sus hijos e hijas, estén dentro o fuera de tu Iglesia.
Si se apaga esta fe en nuestros corazones,
pronto morirá también en nuestras comunidades e iglesias.
Ven Espíritu Santo.
Haz que Jesús ocupe el centro de tu Iglesia.
Que nada ni nadie lo suplante ni oscurezca. No vivas entre nosotros
sin atraernos hacia su Evangelio y sin convertirnos a su seguimiento.
Que no huyamos de su Palabra, ni nos desviemos de su mandato del amor.
Que no se pierda en el mundo su memoria.
Ven Espíritu Santo.
Abre nuestros oídos para escuchar tus llamadas, las que nos llegan hoy, desde los
interrogantes, sufrimientos, conflictos y contradicciones de los hombres y mujeres de
nuestros días. Haznos vivir abiertos a tu poder para engendrar la fe nueva que necesita
esta sociedad nueva.
Que, en tu Iglesia, vivamos más atentos a lo que nace que a lo que muere, con el
corazón sostenido por la esperanza y no minado por la nostalgia.
Ven Espíritu Santo y purifica el corazón de tu Iglesia. Pon verdad entre nosotros.
Enséñanos a reconocer nuestros pecados y limitaciones.
Recuérdenos que somos como todos: frágiles, mediocres y pecadores.
Libéranos de nuestra arrogancia y falsa seguridad.
Haz que aprendamos a caminar entre los hombres con más verdad y humildad.
Ven Espíritu Santo.
Enséñanos a mirar de manera nueva la vida, el mundo y, sobre todo, a las personas.
Que aprendamos a mirar como Jesús miraba
a los que sufren, los que lloran, los que caen, los que viven solos y olvidados.
Si cambia nuestra mirada, cambiará también el corazón y el rostro de tu Iglesia.
Los discípulos de Jesús irradiaremos mejor su cercanía, su comprensión y solidaridad
hacia los más necesitados. Nos pareceremos más a nuestro Maestro y Señor.
Ven Espíritu Santo.
Haz de nosotros una Iglesia de puertas abiertas,
corazón compasivo y esperanza contagiosa.
Que nada ni nadie nos distraiga o desvíe del proyecto de Jesús: hacer un mundo más
justo y digno, más amable y dichoso, abriendo caminos al reino de Dios.
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TERCER APORTE:
NUESTRA EXPERIENCIA DE SOLEDAD Y DE MEDIOCRIDAD ESPIRITUAL
A LA LUZ DEL EVANGELIO DE JUAN 20,19-23
A.
NUESTRA EXPERIENCIA DE SOLEDAD
Todo es prisa y aglomeración en la vida moderna.
Vivimos un ritmo tan apretado que apenas queda hueco para estar solo.
Y, sin embargo, son cada vez más los que sienten el peso de la soledad.
Por otra parte, la soledad es una experiencia compleja.
Hay una soledad mala que empobrece y destruye al individuo.
Y hay también una soledad enriquecedora que ayuda a crecer.
Por eso hay personas que sufren la soledad mientras otras la buscan.
Según los expertos, las situaciones pueden ser diversas.
a) Haypersonasque«están solas y se encuentran solas». Sienten la falta de compañía.
No tienen con quien desahogarse. No conocen la experiencia de la comunicación confiada con
alguien que las escuche y comprenda.
Es fácil entonces la tristeza, el pesimismo o la depresión.
b) Haytambiénpersonasque«están acompañadas, pero se encuentran solas»
Viven rodeadas de muchas gentes, pero se sienten terriblemente solas.
No aciertan a comunicarse. Han perdido la fe en los demás. Viven enclaustradas en sí mismas.
Esta soledad mata la alegría de vivir.
c) Hay,sinembargo,personasque«están solas, pero no se encuentran solas».
No hemos de pensar en los «solitarios» por excelencia, que buscan el «desierto» para vivir su
propia experiencia. Hay quienes necesitan momentos de soledad para encontrarse consigo
mismos y sentirse en contacto más profundo con el mundo que los rodea.
Esta soledad enriquece a la persona.
Por eso, para liberarse de una soledad dañosa es necesario, sin duda, abrirse a los demás, crear
lazos, dejarse enriquecer por los otros. Pero es también importante saber encontrarse consigo
mismo, escuchar lo mejor que hay en nosotros, acoger la vida que brota desde dentro.
En ese silencio interior vive el creyente la presencia del Espíritu de Dios. Sin miedos.
Con confianza ilimitada. A solas con el que sólo es amor y fuerza para vivir.
Amando y sabiéndose amado.
La fiesta de Pentecostés es una invitación a buscar esa presencia del Espíritu de Dios en todos
nosotros, no para presentarla como un trofeo que poseemos frente a otros que no han sido
elegidos, sino para acoger a ese Dios que está en la fuente de toda vida,
por muy pequeña y pobre que nos pueda parecer a nosotros.
El Espíritu de Dios es de todos, porque el Amor inmenso de Dios no puede olvidar ninguna lágrima,
ningún gemido ni anhelo que nace del corazón del hombre.
3
Ese tiempo dedicado a silenciar nuestro sistema nervioso
y a tomar conciencia de nuestro enraizamiento en Dios, no es tiempo perdido.
En ese silencio habitado por el Espíritu, Dios nos trabaja, crece nuestra paz interior,
nuestra vida se unifica. De esa experiencia extrae el creyente las mejores fuerzas para vivir.
En esta fiesta de Pentecostés en que pedimos a Dios el don de su Espíritu,
quiero recordar esas «letrillas» con que san Juan de la Cruz describe esa soledad enriquecedora
que el Espíritu de Dios nos puede hacer gustar:
«Olvido de lo creado; memoria del Creador; atención a lo interior; y estarse amando al amado.»
NUESTRA EXPERIENCIA DE MEDIOCRIDAD ESPIRITUAL
La Iglesia anda hoy preocupada por muchas cosas. Las gentes abandonan la práctica religiosa.
Dios parece interesar cada vez menos. Las comunidades cristianas envejecen.
Todo son problemas y dificultades.
¿Quéfuturonosespera?¿Quéserádelafeenlasociedaddemañana?
Lasreaccionessondiversas.
Hay quienes viven añorando con nostalgia aquellos tiempos en que la religión parecía tener
respuesta segura para todo. Bastantes han caído en el pesimismo:
es inútil echar remiendos, el cristianismo se desmorona.
Otros buscan soluciones drásticas: hay que recuperar las seguridades fundamentales,
fortalecer la autoridad, defender la ortodoxia.
Sólo una Iglesia disciplinada y fuerte podrá afrontar el futuro.
Pero,¿dóndeestálaverdaderafuerzadeloscreyentes?
¿DedóndepuederecibirlaIglesiavigoryalientonuevo?
En las primeras comunidades cristianas se puede observar un hecho esencial:
los creyentes viven de una experiencia que ellos llaman «el Espíritu» y que no es otra cosa que
la comunicación interior del mismo Dios. Él es el «dador de vida». El principio vital.
Sin el Espíritu, Dios se ausenta, Cristo queda lejos como un personaje del pasado,
el evangelio se convierte en letra muerta, la Iglesia en pura organización.
Sin el Espíritu, la esperanza es reemplazada por la charlatanería,
la misión evangelizadora se reduce a propaganda,
la liturgia se congela, la audacia de la fe desaparece.
Sin el Espíritu, las puertas de la Iglesia se cierran, el horizonte del cristianismo
se empequeñece, la comunión se resquebraja, el pueblo y la jerarquía se separan.
Sin el Espíritu, la catequesis se hace adoctrinamiento, se produce un divorcio entre teología y
espiritualidad, la vida cristiana se degrada en «moral de esclavos».
Sin el Espíritu, la libertad se asfixia, surge la apatía o el fanatismo, la vida se apaga.
El mayor pecado de la Iglesia actual es la «mediocridad espiritual».
Nuestro mayor problema pastoral, el olvido del Espíritu.
El pretender sustituir con la organización, el trabajo, la autoridad o la estrategia
lo que sólo puede nacer de la fuerza del Espíritu. No basta reconocerlo.
Es necesario reaccionar y abrirnos a su acción. Lo esencial hoy es hacer sitio al Espíritu.
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El Espíritu Santo siempre es «dador de vida»: dilata el corazón, resucita lo que está muerto en
nosotros, despierta lo dormido, pone en movimiento lo que había quedado bloqueado.
De Dios siempre podemos recibir «nueva energía para la vida»
Esta acción recreadora de Dios no se reduce solo a «experiencias íntimas del alma».
Penetra en todos los estratos de la persona. Despierta nuestros sentidos, vivifica el cuerpo y
reaviva nuestra capacidad de amar. El Espíritu conduce a la persona a vivirlo todo de forma
diferente: desde una verdad más honda, desde una confianza más grande,
desde un amor más desinteresado.
Para bastantes, la experiencia fundamental es el amor de Dios,
y lo dicen con una frase sencilla: «Dios me ama».
Esa experiencia les devuelve su dignidad indestructible, les da fuerza para levantarse de la
humillación o el desaliento, les ayuda a encontrarse con lo mejor de sí mismos.
Otros no pronuncian la palabra «Dios», pero experimentan una «confianza fundamental»
que les hace amar la vida a pesar de todo, enfrentarse a los problemas con ánimo, buscar
siempre lo bueno para todos. Nadie vive privado del Espíritu de Dios.
En todos está él atrayendo nuestro ser hacia la vida.
Acogemos al «Espíritu Santo» cuando acogemos la vida.
Este es uno de los mensajes más básicos de la fiesta cristiana de Pentecostés.
Sin Pentecostés no hay Iglesia. Sin Espíritu no hay evangelización.
Sin la irrupción de Dios en nuestras vidas, no se crea nada nuevo, nada verdadero.
Si no se deja recrear y reavivar por el Espíritu Santo de Dios,
la Iglesia no podrá aportar nada esencial al anhelo del hombre de nuestros días.
La vida lleva hoy a muchos hombres y mujeres a vivir volcados
hacia lo exterior, los ruidos, las prisas y la agitación.
Al hombre de hoy le cuesta adentrarse en su propia interioridad.
Tiene miedo a encontrarse consigo mismo, con su propio vacío interior o su mediocridad.
Por otra parte, se han producido cambios tan profundos durante estos años que
la fe de muchos se ha visto gravemente sacudida. Son bastantes los que ya no aciertan a rezar.
No sienten nada por dentro. Dios se les ha quedado como algo muy lejano e irreal,
alguien con quien ya no saben encontrarse.
¿QuépuedesignificarentonceshablardePentecostésodelEspírituSanto?
¿Puede, acaso, el Espíritu de Dios liberarnos de esa tentación de vivir siempre huyendo de nosotros
mismos?¿PuededespertardenuevoennosotroslafeenDios?
Y,sobretodo,¿puedeunoabrirsehoyalaaccióndelEspíritu?
Tal vez, lo primero es confiar en Dios que nos comprende y acoge tal como somos, con nuestra
mediocridad y falta de fe. Dios no ha cambiado, por mucho que hayamos cambiado nosotros.
Dios sigue ahí mirando nuestra vida con amor.
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Después, necesitamos probablemente pararnos y, simplemente, estar.
Detenernos por un momento para aceptarnos a nosotros mismos con paz y amor, y escuchar
los deseos y la necesidad que hay en nosotros de una vida diferente y más abierta a Dios.
Es fácil que nos encontremos llenos de miedos, preocupaciones o confusión.
Tal vez, necesitamos purificar nuestra mirada interior.
Despertar en nosotros el deseo de la verdad y la transparencia ante Dios.
Liberarnos de aquello que nos enturbia por dentro y clarificar
qué es lo que deseamos en este momento de nuestra vida.
Es fácil también que la falta de amor sea la fuente más importante de nuestro malestar.
Ese egoísmo que nos penetra por todas partes, nos encierra en nosotros mismos y nos impide
ser más sensibles a los sufrimientos, necesidades y problemas, incluso de aquellos a los que
decimos querer más.
¿Nonecesitamosenelfondovivirdemaneramásgenerosaydesinteresada?
¿Nohabríamáspazyalegríaennuestravida?
No olvidemos que el Espíritu Santo es «dador de vida».
Siempre que nos abrirnos a su acción, aunque sea de manera pobre e incierta, él nos hace gustar
los frutos de una vida más sana y acertada:
«amor alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí»
(Ga 5, 22-23).
B. NUESTRA EXPERIENCIA A LA LUZ DEL EVANGELIO: Juan 20,19-23
19 Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con
las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor.
21 Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo
también.» 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo: 23 a quienes
descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.».
En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos:
1. el saludo,
2. la confirmación de que es Jesús quien se aparece,
3. el envío y
4. el don del Espíritu.
1. El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con ustedes”.
Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos,
muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.
Esa paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible,
porque las puertas están cerradas.
2. Al mostrarles las manos y los pies, confirme que es realmente él.
Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos,
se convierten definitivamente en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.
Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo.
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3. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión.
Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles.
4. El final lo constituye una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos.
Jesús, al soplar infunde el Espíritu Santo.
Este don está vinculado con la misión que acaban de encomendarles.
A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas;
entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre
quiénes pueden ser aceptados en la comunidad (perdonándoles los pecados) y
quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).
Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa.
Es el momento culminante de Jesús resucitado.
Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una nueva creación.
Al enviar a sus discípulos, Jesús sopla su aliento sobre ellos y les dice: Reciban el Espíritu Santo.
Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida:
una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo.
Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar «algo» de Dios a los corazones.
Puede hablar con seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas.
¿De dónde va a sacar esperanza si no es del aliento de Jesús?
¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del resucitado?
Sin el Espíritu creador de Jesús, podemos terminar sin que nadie en la Iglesia crea en algo
diferente. Todo debe ser como ha sido. No está permitido soñar con grandes novedades.
Lo más seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible.
Lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros.
Nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje
y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza: ¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia.
Ven a liberamos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora.
No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.
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C. ORACIÓN:
El Espíritu Santo de Dios no es propiedad de la Iglesia. No pertenece en exclusiva a las religiones.
Hemos de invocar su venida al mundo entero tan necesitado de salvación.
Ven Espíritu creador de Dios. En tu mundo no hay paz.
Tus hijos e hijas se matan de manera ciega y cruel.
No sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las armas.
Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las guerras.
Despierta en nosotros el respeto a todo ser humano. Haznos constructores de paz.
No nos abandones al poder del mal.
Ven Espíritu liberador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas vivimos esclavos del dinero.
Atrapados por un sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano.
Los poderosos son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres.
Libera en nosotros la fuerza para trabajar por un mundo más justo.
Haznos más responsables y solidarios. No nos dejes en manos de nuestro egoísmo.
Ven Espíritu renovador de Dios. La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de tus
hijos e hijas disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más.
Una mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece la
desigualdad y la exclusión social. Despierta en nosotros la compasión que lucha por la justicia.
Enséñanos a defender siempre a los últimos. No nos dejes vivir con un corazón enfermo.
Ven Espíritu consolador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas viven
sin conocer el amor, el hogar o la amistad. Otros caminan perdidos y sin esperanza.
No conocen una vida digna, solo la incertidumbre, el miedo o la depresión.
Reaviva en nosotros la atención a los que viven sufriendo.
Enséñanos a estar más cerca de quienes están más solos. Cúranos de la indiferencia.
Ven Espíritu bueno de Dios.
Muchos de tus hijos e hijas no conocen tu amor ni tu misericordia.
Se alejan de Ti porque te tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar contigo.
Tu nombre se va borrando en las conciencias.
Despierta en nosotros la fe y la confianza en Ti. Haznos portadores de tu Buena Noticia.
No nos dejes huérfanos.
Ven Espíritu vivificador de Dios. Tus hijos e hijas no sabemos cuidar la vida.
No acertamos a progresar sin destruir, no sabemos crecer sin acaparar.
Estamos haciendo de tu mundo un lugar cada vez más inseguro y peligroso.
En muchos va creciendo el miedo y se va apagando la esperanza.
No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Infunde en nosotros tu aliento creador.
Haznos caminar hacia una vida más sana. No nos dejes solos. ¡Sálvanos!
Ven Espíritu Creador e infunde en nosotros la fuerza y el aliento de Jesús.
Sin tu impulso y tu gracia, no acertaremos a creer en él; no nos atreveremos a seguir sus pasos;
la Iglesia no se renovará; nuestra esperanza se apagará.
¡Ven y contágianos el aliento vital de Jesús!
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Ven Espíritu Santo y recuérdanos las palabras buenas que decía Jesús.
Sin tu luz y tu testimonio sobre él, iremos olvidando el rostro bueno de Dios;
el Evangelio se convertirá en letra muerta;
la Iglesia no podrá anunciar ninguna noticia buena.
¡Ven y enséñanos a escuchar sólo a Jesús!
Ven Espíritu de la Verdad y haznos caminar en la verdad de Jesús.
Sin tu luz y tu guía, nunca nos liberaremos de nuestros errores y mentiras;
nada nuevo y verdadero nacerá entre nosotros;
seremos como ciegos que pretenden guiar a otros ciegos.
¡Ven y conviértenos en discípulos y testigos de Jesús!
Ven Espíritu del Padre y enséñanos a gritar a Dios "Abba" como lo hacía Jesús.
Sin tu calor y tu alegría, viviremos como huérfanos que han perdido a su Padre;
invocaremos a Dios con los labios, pero no con el corazón;
nuestras plegarias serán palabras vacías.
¡Ven y enséñanos a orar con las palabras y el corazón de Jesús!
Ven Espíritu Bueno y conviértenos al proyecto del "reino de Dios" inaugurado por Jesús.
Sin tu fuerza renovadora, nadie convertirá nuestro corazón cansado;
no tendremos audacia para construir un mundo más humano, según los deseos de Dios;
en tu Iglesia los últimos nunca serán los primeros;
y nosotros seguiremos adormecidos en nuestra religión burguesa.
¡Ven y haznos colaboradores del proyecto de Jesús!
Ven Espíritu de Amor y enséñanos a amarnos unos a otros con el amor con que Jesús amaba.
Sin tu presencia viva entre nosotros, la comunión de la Iglesia se resquebrajará;
la jerarquía y el pueblo se irán distanciando siempre más;
crecerán las divisiones1, se apagará el diálogo y aumentará la intolerancia.
¡Ven y aviva en nuestro corazón y nuestras manos el amor fraterno
que nos hace parecernos a Jesús!
Ven Espíritu Liberador y recuérdanos que para ser libres nos liberó Cristo y no para dejarnos
oprimir de nuevo por la esclavitud.
Sin tu fuerza y tu verdad, nuestro seguimiento gozoso a Jesús se convertirá en moral de esclavos;
no conoceremos el amor que da vida, sino nuestros egoísmos que la matan;
se apagará en nosotros la libertad que hace crecer a los hijos e hijas de Dios
y seremos, una y otra vez, víctimas de miedos, cobardías y fanatismos.
¡Ven Espíritu Santo y contagíanos la libertad de Jesús!
1
Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés en los Hechos, como la otra cara del episodio de la
torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une.
Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unida.
9
SECUENCIA DE PENTECOSTÉS
Ven Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, Don, en tus dones espléndido.
Luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo.
Ven, Dulce Huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz y enriquecidos.
Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envíes tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo.
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos,
por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
OTROS APORTES A LA MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DOMINICAL DE PENTECOSTÉS
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