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Lopez Gil - Filosofia, Modernidad y Postmodernidad

Este documento resume las principales ideas del proyecto moderno y la crítica de la modernidad. En 3 oraciones: El proyecto moderno se basó en el control racional de la realidad y el individuo autónomo, pero llevó a contradicciones como el sometimiento de la razón al poder. La Ilustración promovió el pensamiento crítico pero también puso la razón al servicio del poder. La pérdida del sentido humano del mundo dio lugar al nihilismo y escepticismo, cuestionando conceptos modernos como progreso e histor

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Lopez Gil - Filosofia, Modernidad y Postmodernidad

Este documento resume las principales ideas del proyecto moderno y la crítica de la modernidad. En 3 oraciones: El proyecto moderno se basó en el control racional de la realidad y el individuo autónomo, pero llevó a contradicciones como el sometimiento de la razón al poder. La Ilustración promovió el pensamiento crítico pero también puso la razón al servicio del poder. La pérdida del sentido humano del mundo dio lugar al nihilismo y escepticismo, cuestionando conceptos modernos como progreso e histor

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López Gil, M., (1996), Filosofía, modernidad y posmodernidad, Buenos Aires: Biblos.

1. El proyecto moderno y la crítica de la modernidad

En el siglo XVII y XVIII se conforma un proyecto humano a partir de una manera de ver
la realidad y de actuar dentro de ella. Dos notas caracterizan a ese proyecto: el control
y dominio de la realidad y del hombre, y la autonomía del individuo. La razón justifica
el desarrollo del individuo y, al mismo tiempo lo controla y lo limita. De esta
contradicción razón-poder, nacen la tecnociencia, el arte, la moral y el derecho
modernos. Nuestro tiempo puede ser considerado una prolongación de ese proyecto
o , por el contrario, una quiebra del mismo, quiebra que daría lugar a una nueva época
para la cual , por el momento, se ha acuñado la polémica noción de posmodernidad.
Un avance de esa nueva era es, según Octavio Paz, la muerte de uno de los mitos que
estructuran el imaginario social moderno: la Revolución.

La ilustración, el uso de la razón iluminada, es otro elemento de ese proyecto: razón


científica y reflexión crítica conducen al imperativo moral señalado por Kant en el siglo
XVIII, el de ‘pensar por sí mismo’, sapere aude, ‘atrévete a pensar por ti mismo’,
‘atrévete a usar tu propia razón’. Sin embargo y desde siempre, la razón no es sólo
inseparable del dominio, sino que se pone al servicio de los poderes. Ese es su destino
y su contradicción, contradicción que lleva a una dialéctica del iluminismo: el hombre
logra el poder sobre lo real a costa de su pérdida. En esa pérdida está incluido el
mismo hombre convertido en objeto de dominio. Se vive así una disolución del sentido
de la relación del hombre consigo mismo y con el mundo. Max Weber llama a este
fenómeno ‘desencantamiento de la realidad’.

Nietzsche, con su lucidez habitual, interpreta ese desencantamiento o pérdida del


sentido humano del mundo recurriendo a la metáfora de la ‘muerte de Dios’. Por otra
parte, desenmascara sin concesiones nociones muy celosamente cuidadas por el
espíritu moderno, como la de ‘verdad’ y de ‘mundo verdadero’, y denuncia el carácter
sospechoso y ambiguo de los más celebrados ideales burgueses.

La vivencia de pérdida del sentido unitario de la realidad y de la participación activa del


hombre en esa unidad de sentido, da lugar al nihilismo y al escepticismo: un mundo sin
sentido humano, el mundo ‘positivo’ de la ciencia y de la tecnología, de la razón
instrumental, de la razón puesta al servicio del poder, son una advertencia que
desemboca en una actitud sólo aparentemente negativa: tanto el nihilismo como el
escepticismo son un llamado de atención y una actitud realista de sana cautela.

Otra noción incluida en el proyecto moderno es la de Historia. Esta es concebida como


un proceso lineal de progresiva liberación de la humanidad. Historia de continuas
novedades y de continuas rupturas con el pasado. Historia, progreso, novedad,
¿creemos hoy en tal historia y tal progreso? ¿Creemos que lo nuevo, lo actualísimo,
provocará por fin la emancipación humana? Hoy se habla del fin de la historia
concebida como obra prometeica del hombre. Los fracasos son muchos, la disolución
de los ideales-supuestos es grande. Quizá haya llegado el momento de introducir un
nuevo concepto más acorde con el hombre actual amenazado por la extinción de su
especie: el de psohistoria.

Ya no tendría sentido, entonces, la suposición de que hay un sujeto que es


protagonista, ese sujeto cartesiano, principio rector y fundamento último, y expresión
clara del individualismo y del humanismo modernos. Silvio Maresca aventura que sólo
así lo real podrá ser recuperado en sus justas dimensiones, no como mero correlato de
un ‘sujeto’, ‘subjetividad’ o ‘conciencia’, abstracciones concebidas como instancias
absolutas.

Esas ideas modernas de ‘sujeto’, ‘subjetividad’ o ‘conciencia’, se pagaron caro pues


instauraron al poder como el principio de todas las relaciones humanas. Por eso hoy
no se puede eludir una crítica de la razón centrada en el sujeto. ¿No habrá que pensar
y repensar en la intersubjetividad, la comunidad, la comunicación, la razón
comunicativa?¿De dónde sacar elementos para ello? Cuando parece no haber ningún
fundamento para creer en un fundamento como el ‘yo pienso’ que dio tanta confianza
a Descartes en el siglo XVII, cuando ya no se cree en que la siempre renovada novedad
conduzca a nada la superación -que es superación de lo viejo por lo nuevo- y la
superación crítico-filosófica pierden sentido.

Hay que recordar que la noción de superación está estrechamente vinculada a las de
historia y de progreso, conceptos cuestionados. La relación del hombre con las cosas
está cada vez más mediatizada: vemos lo real a través de los medios de comunicación,
vivimos nuestro cuerpo a través de la medicina, el deporte, la gimnasia, la moda; nos
informamos a través de los ordenadores: el efecto es lo que Jean Francois Lyotard
llama ‘la desmaterialización de la realidad’.

Si dirigimos nuestra mirada al ámbito de nuestra vida moral, las disputas nunca
resueltas racionalmente nos harán sospechar que una cultura que exigió la
fundamentación última de los principios éticos, esto es, que exigió mucho, fracasó
justamente por ello. El fracaso, si es que es conveniente llamarlo así, se concretó
dolorosamente en la realidad de los campos de concentración: hayamos pensado lo
que hayamos pensado, Auschwitz nos señala la derrota de la razón centrada en el
sujeto, en el orgulloso ego cogito cartesiano. Es peligroso que la razón pierda su poder
de negatividad, esto es, de negar críticamente el mundo y los poderes que lo
controlan. Cuando la razón se concilia con la realidad y con el poder, Auschwitz se
convierte en realidad. Una duda: ¿puede tanto el pensamiento o la razón? ¿El
acontecer histórico no se le escapa y se le ha escapado siempre?

¿La tecnociencia, ese, en principio, magnífico producto de la razón occidental, conduce


a la liberación o a la manipulación del hombre por el hombre? La ciencia y la
tecnología determinan nuestra manera de ser y valorar. Ante ella y sus productos la
palabra individual parece impotente. ¿Qué podemos decir frente a una planificación
tecnocrática o ante un medio masivo de comunicación como la TV por ejemplo? Si la
razón científica se identifica con el funcionalismo, no se puede sino denunciar la
deshumanización a que ello conduce, pues fijarse objetivos que la ciencia y la
tecnología podrán alcanzar no entraña necesariamente recordar los sufrimientos o
ilusiones de los hombres.

Razón instrumental, tecnocracia, comportamiento adaptativo de los hombres e


irracionalidad del dominio ejercido por los poderes políticos y económicos, van de la
mano.
¿No se requiere una nueva formación política de la voluntad colectiva? ¿No hay que
distinguir entre racionalidad y racionalización? Por eso hoy la ciencia es fuente de
miedo como señala con su ironía habitual Emil Ciorán.

Por otra parte, la ‘colonización’ llevada a cabo por la ciencia occidental acalló otras
alternativas culturales que merecían respeto. Caduco el concepto de ‘ciencia unificada’
de la filosofía de la ciencia tradicional, cuestionado el paradigma de la filosofía de la
conciencia, parece haber hoy una alternativa para seguir pensando: un pensamiento
movilizado y estimulado por una fuerte crítica a la modernidad: el ideal moderno ha
sufrido serias heridas por parte de dos siglos de historia: las guerras, los totalitarismos,
la brecha creciente entre el Norte y el Sur, el desempleo, la crisis de la transmisión del
saber, es decir, de la escuela, el aislamiento del arte.

También y justamente por lo mismo, el intelectual está en crisis. Por un lado, no puede
justificar los fenómenos antes señalados, por otro, se acomoda a la dominación
tecnocientífica universal. Cabe la pregunta, pues, ¿para qué aún Filosofía? Contra la
polémica posición posmoderna se podría sostener que aún es posible rehacerse en la
tradición de lo moderno: ésta es la idea de sociólogo italiano Francesco Alberoni.
También la del filósofo argentino Enrique Marí quien considera que hay que rescatar al
racionalismo y al ideal de la Revolución. ¿Al racionalismo o a la razón? ¿Es posible ir
más allá de la posmodernidad pero aprovechando sus denuncias?

Y ¿qué decir de la modernidad y posmdernidad desde América Latina? La modernidad


sufrió en nuestras tierras una transformación kafkiana, la modernización se convirtió
en una quimera, pues no la acompañó el desarrollo económico-social que le es
inherente. ¿Es factible, como sugiere el peruano Aníbal Quijano, una utopía de
asociación nueva entre razón y liberación? Hay mucha s otras preguntas para
formularnos desde nosotros.

2. La gran ciudad

Para desenmascararlas contradicciones en que se apoya la vida moderna, se puede


recurrir a la ‘gran ciudad’, considerándola como un concepto axiológico e ideológico-
cultural y no meramente urbanístico. Los primeros tiempos de la industrialización
fueron duros, el fin de siglo cuestiona el progreso.

Todo lo que se creía perenne y permanente se esfuma y si ello puede constituirse en


un buen estímulo, también puede resultar por demás inquietante. La modernidad es
una experiencia vital contradictoria. Junto con su gran atractivo, su velocidad, su
animación y el incesante movimiento de la gente, se vive la desintegración y la
soledad. Las cosas se convierten en mercancía, pierden su sentido originario, por
decirlo de alguna manera, su ‘aura’ y, entonces, la experiencia se transforma en la
vivencia de un mundo abstracto e impersonal.

La modernización va acompañada siempre de la destrucción. La construcción de una


autopista es dolorosa: no sólo destruye, sino que deja al descubierto pobreza y
marginalidad. Ser moderno es problemático y peligroso: la arquitectura se
deshumaniza como tantas otras cosas y relaciones, se acrecienta la ‘vida nerviosa’
como observa Georg Simmel, y todo gira en torno al dinero en un ámbito convertido
en espectáculo, en parte anónimo.¿De qué otra manera podría existir el flaneur, el
mirón vagabundo, el pasante anónimo? Quien vive en la pequeña ciudad, en el pueblo
o en el campo, no conoce esta mezcla de atractivo y desasociego que se vive en la gran
urbe. Nada hay más hiperrealista que la gran ciudad.

3. El arte

En el proyeco moderno, el arte es una esfera con autonomía. Poéticas diversas dan
lugar al fenómeno del vanguardismo de principios de siglo con París como centro. De
45 al 68 las neovanguardias trasladan su centro a Nueva York. A partir del 68 surge
como una vanguardia más, la antivanguardia.

Se puede hacer arte con cualquier cosa, por tanto el arte como institución cuya sede es
el museo deja de tener sentido. Lo artísticamente efímero acompaña al ritmo
acelerado de la vida moderna. En realidad, el arte no hace sino ponerse a tono con la
ciencia, una ciencia que es continua revisión. No se puede ser dogmático en el ámbito
científico, ni tampoco en el artístico. El arte y la ciencia constituyen universos abiertos
afirma Umberto Eco.

Sin embargo, la obra de arte sigue siendo un objeto esotérico para el gran público, que
provoca un placer intelectualizado o no provoca ninguno. A ello se suma la pérdida de
vigencia de la categoría de lo bello, todo lo cual conduce, junto con oros fenómenos, a
la noción de ?muerte del arte' : la función del arte varía. No sabemos bien qué es.¿Lo
saben los artistas? Las vanguardias quisieron acercar el arte a la vida pero no lo
lograron: el arte para los artistas. El público con sus hábitos quedó fuera.

Hoy las vanguardias se han institucionalizado. Sus obras son piezas de museo. La
noción de ‘obra de arte’ recobra vigencia. Por consiguiente, no cabe ya hablar de
‘muerte del arte’: el postvanguardismo remite las vanguardias al pasado y tranquiliza
los ánimos. ¿O es, como dijimos antes, una vanguardia más? ¿Qué tenemos que decir
desde América Latina? Cabe agregar un punto más con respecto al sentido del arte a
fines de siglo: el arte es prestigio, inversión y cotización en el mercado. Los Girasoles
de Van Gogh y las obras de Picasso lo demostraron ampliamente, es decir,
demostraron la relación del arte con el consumismo.
4. La sociedad de consumo

El consumo no es solamente satisfacción de necesidades, ni siquiera de las


artificialmente creadas. Por eso no tiene límites, no se satisface nunca. En realidad, es
una manipulación e intercambio de signos: status, moda, poder, potencia, lo nuevo, lo
‘imprescindible’, que desocializa al individuo. Todo se consume: arte, deporte,
espectáctulos, viajes, comida, vestimenta, pero también el amor, la amistad, el odio y
los afectos en general. Porque el consumismo, esa revolución de lo cotidiano que se
produce en el siglo XX, es mucho más que consecuencia de la necesidad de vender y
comprar. Es una manera de vivir la realidad, y también un encubierto control social e
ideológico. Los medios de comunicación están en parte a su servicio.

5. Los medios de comunicación

Los medios de comunicación masiva constituyen una institución que da vida a un


verdadero mito del siglo XX: la información. Pero esto es poco decir. La TV, por
ejemplo, es realidad convertida en espectáculo y simulacro. Los acontecimientos
parecen producirse para ser televisados. No es fácil distinguir entre información y
ficción o, más bien, deberíamos hablar en todos los casos de información-ficción. La
realidad y la verdad están en la pantalla. La puesta en escena neutraliza toda
transparencia. ¿Estamos más informados y bien informados porque se filmaron varios
videos en la Plaza de Mayo o durante la marcha del 9 de octubre de 1988 de la CGT?
¿ O somos manipulados por los medios?

En la sociedad de consumo se consume también espectáculo. La ‘TV verdad’ amenaza


nuestra vida. Sin embargo, hay que luchar por la transparencia informativa y por una
relación controlable entre poder y medios. Agreguemos que la TV puede ser
considerada como un fenómeno publicitario cuya eficiencia se basa en que ‘produce
realidad’, en que tiene un enorme poder referencial, con sus redundancias y sus
montajes agresivos y ultrarrápidos.

6. La publicidad

La publicidad, dice Benjamin, suplantó a la crítica porque es una mediación que supo
acercarse sutilmente a la gente. Todo anuncio publicitario representa una cantidad de
mensajes con funciones diferentes: económica, financiadora, sustitutiva,
estereotipadora, desproblematizadora, conservadora. Consumimos publicidad y al
hacerlo consumimos consumo. Esa semántica social con todas sus argucias y
sofisticaciones es un medio de mantenimiento del sistema social, un mecanismo de
circulación y ordenamento de los deseos.

Por eso la Semiología es una disciplina de gran utilidad para el publicista, el cual debe
manejarse con propuestas y soluciones ya codificadas para lograr llegar al gran
público. La publicidad es una retórica que se vale de tropos y topos y de la cual la
información está siempre ausente o casi ausente. Vivimos rodeados de imágenes,
sobre todo en la gran ciudad, atractivas imágenes que recurren a elementos del
imaginario de la cultura masiva. Se prestan, pues, a un análisis crítico-ideológico,
extensivo a todo lo que hoy se despliega ante nuestros ojos como espectáculo.

7. El deporte

El deporte es también hoy un espectáculo que busca los records. ¿Tiene que ser así
necesariamente? ¿Cuál es la significación humana de un deporte signado por el
progreso de las marcas? ¿No ha llevado esta tendencia competitiva al doping? Y ¿Qué
es el fútbol?

Como se pregunta alguien: ¿pasión de multitudes o cuestión de Estado, o deporte, o


espectáculo, o negocio millonario, o moderna mitología popular? La violencia
futbolística, a que estamos asistiendo, se engendra quizá, sugiere la mirada atenta de
Baudrillard, al hecho de ser televisada, por lo menos en los países desarrollados. Y si
nace para los medios, no puede ser sino resultado de ellos, con lo cual pierde todo
sentido humano, si cabe hablar así.

8. Feminismo, ecologismo y reconocimiento de otras culturas

La posmodernidad entendida como un fenómeno de resistencia crea el espacio


necesario para darle lugar al discurso del otro, ya sea éste la mujer, la naturaleza o las
culturas diferentes. Nacen así en nuestros días esos movimientos con inciedencia
política que son el feminismo, el ecologismo y el culturalismo. La diferencia y la
inconmensurabilidad del otro o de lo otro tienen que ser reconocidas a partir de la
diferencia sin oposición. Nosotros los occidentales, los otros, los no occidentales, por
ejemplo, sería una diferencia por oposición. En este último caso, el otro y lo otro serán
lo diferente, pero en el sentido negativo y, en definitiva, marginal.

La experiencia feminista supone igualdad y diferencia. ¿Cómo conciliar la


contradicción? El feminismo ha recorrido ya un largo trecho. Sin embargo, la división
sexista del trabajo subsiste. Las diversas ideologías han olvidado denunciar la
dominación que el varón ejerce sobre la mujer. Las teorías científicas no son neutrales
en cuanto a la diferencia de géneros pues se adopta la vida del varón como norma
teórica. El Papa clausura definitivamente el tema de la posibilidad del sacerdocio
femenino.

Por un lado se sigue identificando a la mujer por un rasgo universal: los tradicionales
‘ataques de nervios’, por otro se observa un hecho curioso que contradice esta
identificación : la mujer se ha hecho más propensa al suicidio.¿Dolorosa etapa de
transición de un problema que no ha podido ser resuelto aún?

La carta que el jefe seattle de la tribu Surwarming envió al presidente Franklin de


Estados Unidos en respuesta a la oferta de compra de las tierras que ahora forman el
Estado de Washington, es un emocionante documento ecologista para una época uno
de cuyos significantes podría ser el residuo tóxico. La cultura del Residuo es un buen
nombre para la época que estamos viviendo.
Los ecologistas se agrupan en partidos políticos, denuncian los desastres ecológicos y
se convierten en defensores de la naturaleza, ese ‘otro’ que ha sido atropellado por la
inescrupulosidad y omnipotencia del hombre moderno. De ahí que la ecología pueda
ser considerada como una nueva ética, la cual se basa fundamentalmente en la
solidaridad con las generaciones futuras. Cabe hablar a finales del siglo XX de derechos
ecológicos.

Reconocer nuestra identidad es reconocer nuestra diferencia: ‘nosotros, los


argentinos’. Pero reconocer nuestra diferencia es reconocer a los otros. Ahora bien,
ocurre que no sólo reconocemos a las otras culturas sino que, además, recurrimos a
ellas o a ciertos elementos de ellas, como el yoga, el naturismo vegetariano, el I Ching,
los deportes marciales. ¿Moda o necesidad?¿Crisis de nuestros propios modelos o
expresión de la siempre existente y quizá necesaria, contracultura? Conflictivo fin de
siglo. ¿Qué esperamos de nuevo?

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