100% encontró este documento útil (10 votos)
22K vistas866 páginas

Cambia Mi Suerte para Siempre - Lily Perozo

El documento presenta un resumen del libro "Cambia mi suerte para siempre" de Lily Perozo. Describe la historia de un hombre que sufre por el abandono de su novia Samira y lucha contra los recuerdos y la depresión que esto le causa. Intenta comunicarse con Samira y sus amigos en Santiago para obtener respuestas pero sin éxito. Recurre a pastillas y alcohol para lidiar con el dolor emocional.

Cargado por

Quenyee García
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
100% encontró este documento útil (10 votos)
22K vistas866 páginas

Cambia Mi Suerte para Siempre - Lily Perozo

El documento presenta un resumen del libro "Cambia mi suerte para siempre" de Lily Perozo. Describe la historia de un hombre que sufre por el abandono de su novia Samira y lucha contra los recuerdos y la depresión que esto le causa. Intenta comunicarse con Samira y sus amigos en Santiago para obtener respuestas pero sin éxito. Recurre a pastillas y alcohol para lidiar con el dolor emocional.

Cargado por

Quenyee García
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 866

Cambia mi suerte para siempre

Lily Perozo

Jessica Fermín Murray


Derechos de autor © 2024 Lily Perozo

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier
similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo
intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema


de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio,
electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso
expreso del editor.
A todas las que creen en el primer amor.
Contenido

Página del título


Derechos de autor
Dedicatoria
CAMBIA MI SUERTE PARA SIEMPRE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75
CAPÍTULO 76
CAPÍTULO 77
CAPÍTULO 78
CAPÍTULO 79
CAPÍTULO 80
CAPÍTULO 81
CAPÍTULO 82
CAPÍTULO 83
CAPÍTULO 84
CAPÍTULO 85
EPILOGO
Agradecimientos
Libros en esta serie
Libros de este autor
CAMBIA MI SUERTE PARA SIEMPRE
“De repente aparece un día en el que por azares del destino tu corazón por fin
habla. Habla para decirte todo aquello que habías reprimido por mucho tiempo.
Solo te dice algo que ya sabías, pero te daba miedo aceptar, te dice cuáles son
tus sueños, tus sentimientos e incluso te repite mil veces el nombre de la
persona que amas locamente, pero no sirve de nada si solo lo escuchas, lo
importante es… seguirlo”.

“Te quiero como para sanarte, y para sanarme, y sanemos juntos, para
reemplazar las heridas por sonrisas y las lágrimas por mirada, en donde
podremos decir más que en las palabras”

Mario Benedetti.
CAPÍTULO 1
Los pensamientos sobre Samira lo atacaban sin control,
en cualquier momento; sobre todo, cada vez que llegaba a
su apartamento. Día tras día, se enfrentaba al fantasma de
sus recuerdos pululando por todo el lugar, arremetiendo
contra sus puntos más vulnerables, era una tortura
metódica y rutinaria. Aún guardaba la esperanza de que
algún día, cuando abriera esa puerta, ya no existiera nada
de ella.
Dejó el maletín en el sofá y caminó directo a la cocina,
mientras tiraba de su corbata, aflojándola lo suficiente para
poder desabotonar la camisa. Estaba agotado, física y
emocionalmente, ya que se cargaba de trabajo para no
pensar en nada más que no fueran sus obligaciones
laborales; no obstante, fallaba olímpicamente porque los
recuerdos de su gitana aprovechaban la mínima grieta,
intentando llegar a él, de una u otra manera.
Se hizo de una copa, tomó la botella de Merlot que había
dejado por la mitad y se sirvió un poco más de lo que bebió
la noche anterior. Sacó la caja de pastillas que llevaba en el
interior de su chaqueta y tomó un comprimido con un gran
trago de vino. Resopló, al tiempo que dejaba la copa junto a
la caja.
Sabía que no estaba bien lo que venía haciendo desde
hacía seis semanas, cuando Samira lo desechó como el ser
inútil que era, pero si no recurría a la sedación de sus
emociones, estaba seguro de que no encontraría la fuerza
para soportarlo. Y así mismo como ella le había dicho en
aquel maldito mensaje que, con gran masoquismo, leía
todas las noches, intentando encontrar ahí la razón de su
abandono, no podía dejar que su mundo, su vida, todo de sí
se redujera a ella, porque habían muchas personas que lo
valoraban y lo querían mucho más de lo que podía quererse
a sí mismo. Pensar en ellos y en el dolor que pudiera
causarles con esa idea que había estado rondando su
cabeza, más veces de las que le gustaría admitir, era lo que
lo llevaba a recurrir a los ansiolíticos, para poder estar
tranquilo cuando en soledad su tortura se hacía más
intensa.
Inhaló fuertemente y con otro trago terminó lo que
quedaba en la copa; en la botella aún había un poco y se vio
tentado a servírselo, pero se resistió y desvió su atención
hacia la ducha, donde se quedaría un largo rato.
Avanzaba por el pasillo cuando sintió su teléfono vibrar
en el bolsillo del pantalón y su estúpido corazón se
empeñaba en dar un vuelco, auspiciado por la esperanza de
que fuese ella, pero bien sabía que al mirar la pantalla todo
su optimismo se iría a la mierda, porque no había dado
señales de ningún tipo, ni siquiera había actualizado la lista
de reproducción que compartían, a pesar de que él la había
saturado con cientos de canciones que trataban sobre
perdón, desamor y desesperación.
Después de todo, era el único medio por el que estaban
unidos, ya que él intentó con el teléfono, el correo
electrónico, la buscó por redes sociales, sin ningún resultado
positivo. Simplemente, se había disipado como humo, como
si nunca hubiese existido.
Como cada noche, era su abuelo, quien le llamaba para
preguntarle si había llegado bien; suponía que él
sospechaba que algo le estaba pasando, porque no solía
inmiscuirse de esa forma en su vida, pero no quería contarle
a nadie por lo que estaba pasando, no deseaba rectificarle a
su familia que era un perdedor. Ese único miembro que no
encajaba con ellos, ese que echaba todo a perder; una
vergüenza, eso era.
Inspiró profundo antes de contestarle, para que su voz
sonara más animada. Le aseguró que todo estaba bien, a
pesar de que su abuelo intuía que algo le pasaba; no tenía
la certeza de que Samira lo hubiese abandonado, porque
desde entonces, había ido tres veces a Santiago.
La primera vez, hizo el viaje porque no podía creer que
realmente se había marchado, a pesar de su mensaje de
despedida, de la nula comunicación y de que Ramona le
asegurara que no estaba, necesitó confirmar que era cierto,
que su gitana lo había abandonado. Ramona lo recibió y
solo le entregó la caja con los libros de su abuelo.
Por más que le preguntó, ella se empeñó en afirmar que
no conocía su paradero. Aunque él estaba seguro de que le
mentía, pero cómo obligarla a que tan solo le diera una
pista. Así que fue a la casa en El Arrayán, dejó la caja, pidió
que pusieran los libros en su lugar y regresó a Río.
La siguiente semana, volvió; Julio César y Daniela,
aceptaron reunirse con él, pero tampoco quisieron darle un
mínimo detalle. Pero actitud bastante hostil le hacía suponer
que estaban al tanto de algo que él desconocía y que había
molestado a Samira.
Si tan solo tuviera la oportunidad de hablar una vez más
con ella y preguntarle qué había hecho mal, en qué se
equivocó. Porque intentó seguir todas las pautas para tener
una buena relación y, al parecer, terminó arruinándolo. Esa
incertidumbre era la gasolina que mantenía vivo el fuego de
su constante malhumor.
La tercera y última vez que visitó Santiago, lo hizo para
reunirse con Rafael, fue quien se mostró genuinamente
desconcertado, estuvo de acuerdo en que Ramona, Daniela
y Julio César, debían saber dónde estaba, porque ellos eran
inseparables y se contaban todo, le prometió que intentaría
averiguar algo.
De eso ya habían pasado ocho días y seguía a la deriva,
en medio de un caos que lo mantenía sin rumbo;
atormentado por resoluciones inconclusas, que le dejaban
siempre el mismo sabor amargo.
En cuanto terminó la llamada con su abuelo, lanzó el
teléfono a la cama y se fue al baño, se quedó ahí, bajo la
regadera, con el agua caliente cayendo por su espalda
mientras lloraba, una vez más, sin sentir las lágrimas.
Muchas veces quería dejar su mente en blanco, pero el
problema con su cabeza era que nunca estaba despejada,
su cerebro en ese momento era una casa para sus
demonios, que ahora eran más numerosos y se alimentaban
de sus angustias.
Era consciente de que el demonio más violento era él
mismo, sobre todo, desde que Samira desapareció; se
sentía despojado, sentía que algo se había apagado en él y
no sabía cómo volver a encenderlo. No conseguía
reponerse, creía que quizá se lo tomó todo muy a pecho,
que Samira solo significó un respiro a sus verdaderos
miedos, y ahora que se marchó, volvieron a salir a la
superficie. Quizá se arriesgó más allá de sus límites y ahora
que no funcionó su breve historia de amor, todo era todavía
peor.
Intentaba recuperarse, pedir una cita con Danilo,
contarle lo que le pasaba, pero las sensaciones de rechazo,
injusticia y ausencia emergían y no lo dejaban salir del
hueco en el que se encontraba.
Salió de la ducha, envolviéndose una toalla en las
caderas, regresó a la cocina y abrió la nevera, en busca de
algo para comer, porque sabía que el dolor de cabeza que
no le daba tregua, se debía a que apenas se había
alimentado en los últimos días.
En un tazón echó yogurt, arándanos, frambuesas y un
poco de granola, de pie junto a la isla de mármol, apenas se
comió unas cuantas cucharadas, porque ya se sentía
adormilado.
Regresó a la habitación, se cepilló los dientes, se puso el
pantalón del pijama y se metió a la cama, esperando que la
ausencia de Samira no lo atormentara también en sueños.

Samira se sentía como un rompecabezas ambulante, que


iba esparciendo sus piezas día tras días, resignada a no
volver a verlas, a seguir adelante a pesar de que la
ausencia de Renato, la hacía ver como si se hubiese tratado
de un sueño; como si el tacto de su piel hubiese sido parte
de la más hermosa alucinación, que poco a poco se había
ido convirtiendo en una pesadilla, porque no podía olvidarlo,
incluso, cuando debía. Dolía como el día en que vio ese
mensaje que se convirtió en el preludio de sus destrozadas
ilusiones. Era un dolor casi físico, porque sentía como si
tuviese algo enterrado en el pecho y cada vez que respiraba
se hundía más.
Creyó que su dolor era demasiado intenso, porque le
quedaba mucho tiempo para pensar e; indiscutiblemente,
siempre terminaba extrañando a Renato, pero ya llevaba
una semana trabajando en una pequeña cafetería, en la que
no paraba de servir churros y chocolate caliente, y todavía
se imaginaba regresando a Rio, para buscarlo; se veía a sí
misma arrojándose a sus brazos y llenándolo de besos, pero
una vez que reparaba en su nueva realidad, el vacío no
hacía más que crecer.
Vivía como en un duelo perpetuo, Renato era como una
herida que se rehusaba a sanar. Pensar en él, la llenaba de
una calma momentánea y, después, el dolor era tan intenso
que llegaba a odiarlo.
Solo en las noches, cuando se metía a la cama con triple
cobija hasta el cuello, para sobrevivir al frío, era que se
permitía llorar bajito, para que Romina y Víctor no
escucharan su sufrimiento, mientras recordaba a Renato
con sus manos grandes y delgadas recorriendo las curvas
más pronunciadas de su cuerpo. Pensaba en sus labios
llenos y las caricias apasionadas que había repartido por
toda su piel, en la suavidad de su cabello oscuro, en sus
ojos azules y en el último momento íntimo que tuvieron.
Despertó con el pecho adolorido y las lágrimas al filo de
los párpados, agradeció que la alarma de su teléfono la
sacara de ese momento en que veía a Renato disfrutando
del placer que Lara le otorgaba a través de una felación.
Llevaba un par de semanas sin que su subconsciente la
torturara de esa manera, pensó que lo estaba superando,
pero se daba cuenta de que estaba equivocada, porque la
pesadilla seguía ahí, constante. Renato junto a la rusa
aparecía en sus sueños más profundos, así como también él
se apoderaba de los instantes de lucidez con los recuerdos
de todo lo que vivieron juntos. Renato perduraba en su
mente, como un fantasma imposible de exorcizar, como la
realización de todas sus culpas y los deseos que debía
reprimir, una vez más.
Se apresuró a silenciar la alarma, se levantó, acomodó la
cama y se fue al baño, donde le fue imposible no derramar
algunas lágrimas mientras se duchaba. Veinte minutos
después, salía de la habitación, ya vestida para irse al
trabajo; pero antes, prepararía el café.
—Buenos días —saludó Víctor, ya también listo para ir al
trabajo.
—Buenos días —correspondió Samira con una leve
sonrisa, mientras buscaba tres tazas para servir café y
metió al microondas unos cruasanes de nutella, que había
comprado el día anterior en el café en el que trabajaba.
Víctor y Romina no querían que les ayudara con los
gastos, aun así, ella no podía estar ahí sin dar nada, por lo
que, utilizó algo del dinero que aún le quedaba,
aprovechando que había empezado a trabajar y tendría muy
pronto ingresos, para comprar algunos alimentos, los cuales
acomodó entre la despensa y nevera, sin decirle nada a
ellos, para que no le recordaran que no era necesario que
hiciera ese tipo de gastos.
—Hola, muy buenos días. —Romina apareció, intentando
abotonarse los puños de la blusa, pero se dio por vencida—.
Amor, ¿me ayudas? —preguntó, extendiéndole la mano a su
marido, que estaba sentado en el comedor redondo de
cuatro puestos—. ¡Qué rico huele!
—Es la Nutella —dijo Samira, al tiempo que ponía sobre
la mesa el plato con los cruasanes. Miró cómo Víctor
ayudaba a Romina, le gustaba mucho la complicidad y amor
que veía en ellos. No eran como una pareja de gitanos
comunes o como los que ella conocía. Víctor solía ser muy
servicial con Romina, él no era de los que se quedaba
viendo televisión mientras ella limpiaba, sino que entre los
dos se repartían los oficios del hogar, también solían salir
cada uno con sus amigos, él no la limitaba en absoluto.
A Samira le fue imposible no pensar que, quizá, Adonay
podría ser más como Víctor, desprenderse un poco de las
estrictas costumbres regidas por el machismo con que lo
había criado su tío Bavol.
En cuanto Romina tuvo abotonados los puños de su
blusa, fue hasta la cocina para ayudarle a Samira con las
tazas de café. Y luego fueron al comedor; mientras
desayudan, mantuvieron una afable conversación.
Sin embargo, Romina y Víctor se dedicaron fugaces
miradas, de acuerdo con que Samira había llorado una vez
más. A pesar de que ella se esforzaba por mostrarse
animada, desde que llegó, la habían escuchado llorar varias
veces, lucía pálida, melancólica y hasta había perdido unas
cuantas libras, lo que le deba un aspecto casi enfermizo.
Al principio, supusieron que solo se trataba de la
nostalgia que le provocaba venirse a probar nuevos rumbos,
pero con el transcurso de los días y las noches de llanto,
decidieron llamar a Ramona, para que les explicara mejor la
situación. Ella fue muy sincera al decirles que Samira no
estaba pasando por su mejor momento, que estaba
enfrentando una desilusión amorosa, pero que no quería
decir nada al respecto porque le avergonzaba, les hizo
prometer que no le dirían nada para no incomodarla.
No obstante, una noche, ya muy tarde, que la
escucharon llorando, Romina salió de su habitación y fue a
verla, a pesar de que Samira se esforzó por esconder su
estado emocional, no pudo y terminó llorando en los brazos
de Romina, mientras esta la consolaba con palabras
cariñosas y caricias en el pelo; le confesó casi todo lo que
había pasado con Renato, porque la vergüenza y el miedo
de ser juzgada no le permitieron decirle que fue tan tonta y
que echó al fuego su honra.
Se apuraron en terminar con el desayuno porque todos
debían ir a sus trabajos. Romina y Víctor se iban en auto,
mientras que Samira caminaba las seis calles para llegar al
café en el que estaba trabajando.
A pesar del frío, aprovecharía el trayecto para escuchar
el audiolibro de superación emocional que Julio César le
había obsequiado, se puso los auriculares, se ajustó la
bufanda y metió las manos en los bolsillos de la gabardina,
mientras se concentraba en escuchar sobre el complejo
viaje que requería trascender las catástrofes de la vida con
valor y resiliencia, ya fuese por el final de una relación
amorosa o por un colapso profesional.
Cuando llegó, se encontró con su jefa, por quien sentía
una gran admiración, a pesar del poco tiempo que la
conocía. Lena era una joven de apenas veintitrés años, que
estaba luchando por ese emprendimiento, con el que tenía
menos de un año. Samira amaba su pelo teñido de azul, su
estilo bohemio y su positivismo, que, sin duda, había
trasladado a su negocio.
Tenía a tres personas trabajando para ella, porque era lo
que de momento se podía permitir pagar; antes de Samira,
solo tenía dos empleados, a Pablo en la cocina y a Javier
ateniendo las mesas, mientras que ella misma se encargaba
de cobrar. Debido al invierno, su clientela fue en aumento y
por eso requirió de otra persona, fue ahí cuando un día, en
una de las largas caminatas que Samira daba, para no
quedarse encerrada llorando, que vio entre tantos locales
bohemios del barrio Malasaña, el cartel en el que solicitaban
personal.
Lena no le hizo muchas preguntas, ni exigió tantas cosas,
solo le pidió que fuera al día siguiente muy temprano,
porque era la hora de más clientela. Al parecer, los
visitantes, en su mayoría provenientes de la zona, sentían
cierta debilidad por los churros que ahí se preparaban y
que, según Lena, eran la receta tradicional de su abuela
materna.
—Buenos días, Lena —saludó sonriente, al tiempo que
pausaba el audiolibro, luego se quitó los auriculares.
—Buenos días, Samira —respondió con una sonrisa
mientras abría la puerta. Le agradaba la chica nueva,
porque siempre llegaba antes de la hora, lo que le era
bastante beneficioso, porque le ayudaba con los
preparativos previos a la apertura; además, tenía una
personalidad bastante encantadora, atendía con gran
entusiasmo y amabilidad, era servicial y enérgica.
Samira pasó al fondo, donde estaba un perchero y un
armario en el que dejaba sus cosas, se quitó los guantes, el
gorro, la gabardina, se cambió el jersey por la blusa del
uniforme, se puso el delantal y se guardó el móvil en el
bolsillo.
Lena le permitía tenerlo y usarlo, siempre y cuando no
hubiese muchos comensales. Cosa que pasaba a eso de las
once de la mañana, cuando la demanda de churros,
magdalenas y chocolate caliente menguaba un poco.
El nuevo proceso de adaptación no estaba siendo para
nada fácil; primero, porque seguía pensando en Renato,
flagelándose a sí misma con alevosía. Quería verlo, aunque
fuese una última vez, luchaba constantemente con sus
ganas de echar su dignidad a la mierda y volver,
enfrentarlo, gritarle cada reproche que había estado
pensando desde que se montó en el avión y se arrepintió de
no escupirle a la cara todo lo que había descubierto; por
otro lado, intentaba adaptarse a un nuevo estilo de vida,
aprender el significado de los nuevos modismos que a veces
la dejaban en blanco y debía buscar ayuda con Lena, para
que le dijera el significado de algunas palabras.
A mediodía, Lena aprovechaba para ir a su piso, que
estaba a un par de calles, necesitaba darle de comer a
Gatsby, su gato, que ya Samira lo había visto en fotos, era
un hermoso angora turco, blanco con un ojo azul y otro
verde. Lena hablaba de este como si se tratara de un niño,
incluso, le contó que su nombre se debía a que su libro
favorito era «El gran Gatsby».
Verla tan animada, le hizo tener la resolución a Samira,
que una vez que se mudara a un lugar que fuese solo para
ella, adoptaría uno, para así no sentirse tan sola, necesitaba
un confidente a quien contarle sus penas y alegrías. Ya que,
por arriesgarse al amor, había perdido a su mejor amigo; sí,
tenía a Ramona, a Julio César y a Daniela, pero ni siquiera
con ellos había creado esa complicidad que creó con
Renato.
Lena se despidió, diciendo que volvería en una hora,
Samira terminó de limpiar y organizar las mesas y fue a
sentarse detrás del mostrador, junto a Javier, quien de
momento se quedaría encargado del café, en ausencia de la
dueña.
Pablo también aprovechaba para salir de la cocina y
sentarse con su portátil en uno de los taburetes de la barra
de madera que estaba contra la pared, al final del pequeño
local. Agradecía esos momentos libres para adelantar su
otro trabajo como desarrollador web. Por supuesto, Lena se
lo permitía porque él se había encargado de crear la marca
digital y llevar el mercadeo del café.
Ya a esa hora un vacío empezaba a instalarse en el
estómago de Samira, precediendo a la emoción cargada de
culpa que se despertaba con la llegada de una notificación,
esa que de alguna manera mantenía a sus esperanzadas
agonizando. Se moría por morderse las uñas, pero no podía
hacerlo, no era higiénico, sobre todo, porque trabajaba
manipulando alimentos. Javier le hablaba sobre la fiesta a la
que fue la noche anterior, pero Samira no podía escucharlo,
su voz no era más que un lejano eco que se perdía entre los
latidos desaforados de su corazón.
Trataba de no parecer una obsesa mirando la pantalla de
su móvil, ni una maleducada por no estar prestando
atención a lo que le decía su compañero de trabajo; sin
embargo, cuando sintió la vibración de la notificación, dio
un respingo y el corazón se le saltó un latido, de inmediato
desplegó el visor para ver el mensaje.
«Renato ha agregado una nueva canción: Baja la guardia,
Santiago Cruz».
Por supuesto que no iba a entrar en la aplicación, para no
ponerse en evidencia, pero de inmediato memorizó el tema.
—Disculpa, Javier, voy al baño, ya vengo… —Le dijo
saltando del taburete en el que estaba sentada, casi corrió
al baño. Pablo le dedicó una mirada de reojo.
Ellos habían notado que a esa hora siempre recibía un
mensaje importante; después de todo, eran pocos sus
contactos, pero a esa hora ella corría a encerrarse al baño y,
algunas veces, salía con evidentes huellas de llanto, pero
todavía no le tenían la confianza suficiente para preguntarle
qué era eso que la emocionaba al punto de hacerla llorar.
Se sentó en la tapa del retrete y buscó por fuera la
canción. Renato, día a día, seguía agregando una canción al
despertar, algo que para ella era el método de tortura más
cruel que pudiera existir.
Una pequeña parte de su ser le susurraba que creyera, le
pedía que se comunicara con él, para aclarar las cosas
como adultos, pero el miedo a descubrir que su abuela, su
madre y sus cuñadas siempre tuvieron razón sobre los
payos, era más poderoso. Muy en el fondo, no quería odiar a
Renato y sabía que eso pasaría si llegaba a tener la certeza
de que, para él, solo fue el cheque de cambio por toda la
ayuda que le prestó.
Sí, ella había cedido, tomó sus decisiones
conscientemente, quiso estar con él y darle mucho más que
su amistad, pero en ese punto no sabía si fue manipulada, si
él siempre supo cómo jugar sus cartas, para que fuese ella
misma quien cayera en la trampa.
Entró a otra aplicación para escuchar la canción, ya con
un nudo en la garganta, porque estaba segura de que la
letra tocaría las fibras más sensibles de su ser.

No sé cuántas veces puedas repararte la ilusión,


Sé que te estás sintiendo muy herida
Nunca he sabido como hacer las cosas,
Colecciono amores y derrotas,
Y hoy le doy nombre a tu dolor…

Enseguida las lágrimas empezaron a correr por sus


mejillas a pesar de que usaba una esquina del delantal para
secarlas, pero eran tan abundantes que no le daba tiempo
de deshacerse de todas.
Se mordía fuertemente el labio para no sollozar y que sus
nuevos compañeros escucharan su sufrimiento. Era tan
masoquista que, sabiendo que cada canción la hacía llorar,
no podía esperar para escucharla. Sorbió fuertemente y
luego agarró una bocanada de aire, en busca de calma y
valor, con dedos temblorosos pausó la canción, no tenía
caso escucharla si no cambiaría nada.
En un arranque de rabia e impotencia, pulsó la aplicación
de música donde estaba la lista de reproducción que
compartía con Renato, consideraba que era momento de
cortar el único hilo que la unía a él. Presionó hasta que la
aplicación le preguntó si estaba segura de eliminarla, tragó
grueso y con la mirada borrosa por todas las lágrimas que
acudían raudas, miraba ese «Sí-No»
Apretó fuertemente los dientes y los párpados.
—Mierda… —masculló en medio de un sollozo cargado de
impotencia y terminó pulsando «No». Por más que quisiera,
aún no estaba preparada para sacarlo definitivamente de su
vida—. Soy tan estúpida —chilló, limpiándose con los
nudillos un hilillo de mocos y lágrimas que se escurrió por
su labio superior—. Estúpida…, no quiero odiarte, pero sé
que tengo que hacerlo para poder olvidarte…
—Samira. —El llamado a la puerta hecho por Javier, hizo
que ella diera un respingo.
—Sí, sí…, ya voy, enseguida salgo —dijo toda azorada y
con la voz ronca, con movimientos nerviosos y torpes se
guardó el móvil en el bolsillo del delantal, al tiempo que se
levantaba.
—¿Estás bien? —Su voz se dejó escuchar amortiguada al
otro lado de la puerta.
—Sí, sí, ya salgo, en un minuto —hablaba al tiempo que
sus manos acunadas se llenaban de agua.
—No, no te apures, solo quería saber si te sientes bien.
—Estoy bien, gracias… —Se llevó las manos a la cara,
esperando que el agua bastante fría ayudara con la ligera
inflamación de sus párpados y su nariz sonrojada.
—Bueno, tranquila. Tómate el tiempo que necesites.
Samira suspiró aliviada porque no tenía que salir
enseguida; no obstante, daría lo que fuera para saber
cuánto tiempo era que necesitaba para reponerse al dolor,
cuánto tiempo se llevaría en sanar las heridas de su
corazón.
CAPÍTULO 2
En cuanto Renato despertó, cumplió su casi religioso
ritual de buscar alguna canción que expresara sus
sentimientos y dejarla en la lista de reproducción que, en
realidad, ya no sabía si compartía con Samira, porque era
evidente que solo él la mantenía actualizada.
Aunque sabía que no obtendría ninguna respuesta, se
negaba a perder la esperanza de que ella le diera algún
indicio de que, por lo menos, no lo había olvidado, que el
tiempo compartido con él no fue tan insignificante y que
atesoraba algún bonito recuerdo.
Salió de la cama y se fue a la ducha, pero para cuando
salió, sus emociones, que estaban en un cambio constante
debido a la incertidumbre con la que vivía, habían mutado,
ahora ya no sentía nostalgia ni se compadecía de sí mismo,
estaba molesto e irritable, por lo que, se vistió con
movimientos enérgicos y el ceño fruncido.
En su camino a la salida tomó la caja de pastillas, donde
la había dejado la noche anterior y la guardó en el bolsillo
interno de la chaqueta. Sabía que debía tomar el control de
sus emociones, hacerse dueño de la situación y terminar de
aceptar de una vez por todas que Samira ya no volvería con
él. Ella había cambiado su destino, quién sabe a dónde,
quizá decidió volver a Rio y casarse con Adonay.
Entonces, él también empezaría a hacer cambios para
erradicarla de su vida, subió a la SUV y mientras esperaba a
que el ascensor bajara, buscó su móvil y le envió un
mensaje a Aline, para ver si podían reunirse durante el
almuerzo, estaba decidido a hacer algo que pudiera llevarse
el recuerdo de Samira.
Aline no le respondió de inmediato ni esperaba que lo
hiciera, por lo que, lanzó el móvil al asiento del copiloto y
puso en marcha el auto, se despidió del hombre de
seguridad con un gesto de la mano a través del cristal
delantero, como siempre solía hacerlo, una conducta que se
hizo costumbre sin importar que su estado de ánimo
estuviese totalmente desequilibrado, pero había aprendido
a llevar muy bien una máscara con la cual ocultar sus
emociones.
Estuvo a punto de entrar en el estacionamiento del café
al que siempre llegaba a por un capuchino, pero cada vez
que volvía con vaso en mano, inevitablemente miraba a
través del retrovisor al asiento trasero, rememorando aquel
instante en que vio ahí a Samira. Apretó fuertemente el
volante y siguió de largo, obligándose a hacer esos cambios
que se había prometido, solo esperaba que esa resolución
fuese definitiva y no producto de una rabia efímera.
Prefirió desviarse al autoservicio de Starbucks y
conformarse con el capuchino de ahí, que, a su gusto, no
era el mejor; sin embargo, todo cambio traía consigo algún
sacrificio.
Agradeció a la joven que le tendió el café a través de la
taquilla, lo dejó en el portavasos y siguió con su camino, en
ese momento, no tenía ganas de escuchar música ni
sumergirse en cualquier historia de un audiolibro, mucho
menos practicar su pronunciación de coreano, apenas si le
daba pequeños sorbos al café y cuando se veía atascado en
algún semáforo, miraba a las demás personas en sus
vehículos, intentado descifrar cómo era la vida de ese
desconocido.
El conductor de al lado derecho tenía un aspecto
bastante cansado y lo confirmaba el gran bostezo que lo
llevó a abrir exageradamente la boca y cerrar los ojos.
A su lado izquierdo, otro hombre cantaba a viva voz,
mientras movía los hombros; sin duda, estaba mucho más
animado. Al verlo mirar sobre su hombro, descubrió que el
motivo de su buen humor era una niña de unos tres años,
que también cantaba y meneaba la cabeza en el asiento
trasero, lo que hizo que él sonriera.
Una sonrisa genuina en seis semanas; no obstante, su
leve animosidad se esfumó casi enseguida, dando paso a la
desolación, al recordar que en algún momento mientras
duró su corta relación con Samira, se imaginó conformando
su propia familia, con niños incluidos, a pesar de sus
temores que, estaba seguro se harían más intensos por el
simple hecho de tener bajo su responsabilidad la vida de un
pequeño e indefenso ser humano, pero ahora, ni siquiera
eso tenía, estaba seguro de que jamás conseguiría a nadie
más, nadie iba a soportarlo, estaba convencido de que su
futuro iba a ser tan solitario y triste como era su presente.
Los ojos se le llenaron de lágrimas que no derramó,
volvió la mirada al frente, al tiempo que apretaba la
mandíbula tan fuerte como sostenía el volante, obligándose
a contener sus emociones. Sabía que estaba a punto de
entrar en un nuevo episodio depresivo, en el que solo
buscaría regresar a su apartamento y meterse en la cama,
para quedarse días ahí en medio de la penumbra, hasta que
se le pasara o que se hiciera tan intenso al punto de no
encontrar la forma de superarlo, esa era una idea que
después de mucho tiempo, volvía a seducirlo, la única salida
que muchas veces estimó a sus desbordadas emociones
que tanto lo hacían sufrir.
Al llegar al edificio, se quedó varios minutos en su plaza
del estacionamiento, haciendo hondas respiraciones,
preparándose para no exponerse vulnerable delante de los
demás, porque le aterraba ser merecedor de compasión. No
quería palabras que no le ayudarían en nada, no necesitaba
el típico: «te comprendo», porque estaba seguro de que
nadie podría entenderlo, nadie podría luchar sus batallas, ni
ponerse en sus zapatos.
Tomó de la guantera un par de pañuelos desechables y
se los pasó por la frente y nuca, a pesar de que tenía el aire
acondicionado a tope, sentía que el sudor no le daba tregua,
probablemente, ni siquiera estaba sudando, pero ese era el
mal de sus manías, sentir todo demasiado real.
Luego tomó su maletín, su móvil, lo que quedaba del
café y bajó de la SUV; de camino a la oficina, tuvo que dar
los buenos días, por lo menos a una veintena de personas
con las que se cruzó.
—Buenos días, Drica —saludó a su asistente, que lo
esperaba ya de pie con tabla electrónica en mano.
—Buen día, Renato… Alguien te espera en la oficina —
dijo con una de esas sonrisas tan francas que él envidiaba.
A Renato el corazón se le alteró, la esperanza más cruel
le pintó el panorama de que una vez abriera la puerta se
encontraría a Samira sentada en el sofá, con una de sus
más adorables sonrisas, ni siquiera le dejó cabida a la razón
de que jamás podría pasar el filtro de seguridad para poder
estar ahí, solo ansiaba verla una vez más, por lo que,
avanzó rápidamente y conteniendo el aliento entró.
Sí, lo recibió una maravillosa sonrisa, pero no fue la de su
gitanita, se trataba de Elizabeth, aunque la decepción de no
ver a Samira le pellizcaba el corazón, se sintió gratamente
sorprendido de ver a su prima ahí.
—¡Hola, Renatinho! —saludó abriendo los brazos y
caminando hacia él.
—No… no te esperaba, ¿a qué se debe tu sorpresiva
visita? —preguntó dándole un rápido abrazo en la medida
de lo posible, ya que tenía las manos ocupadas, luego
caminó al escritorio y dejó ahí el maletín y el vaso de café,
mientras hacía todo lo posible por no encarar a Elizabeth,
porque ella solía ser muy persuasiva.
—Quise venir a recordarte que tienes un compromiso
muy importante el domingo y que no puedes eludir. —Se
sentó en el escritorio y se quedó ahí sin importar la mirada
reprobatoria de su primo, que no le gustaba que se sentara
ahí, pero ella siempre lo hacía, por el simple placer de ver
cómo cambiaba su gesto—. Sabes a lo que me refiero,
¿cierto?
—Tu desfile —masculló—. Cómo podría olvidarlo, eso
sería imperdonable…
—Sé que no te gustan ese tipo de eventos —comentó
Elizabeth, ante el tono de voz casi hastiado que usó Renato
—. Entiendo que te agobien, pero ¿puedes hacerlo por mí?
—Batió sus pestañas, usando su encanto para convencer a
su primo.
—¿Cuándo no te he apoyado en todas tus locuras? Si ya
te acompañé a una favela, ¿qué otra cosa no podría hacer
por ti? —dijo alzándose de hombros a pesar de no estar
pasando por el mejor momento; de verdad, quería estar ahí
para Elizabeth, porque sabía cuán importante era para ella,
solo esperaba que a último momento su depresión no fuese
más fuerte que su voluntad y lo obligara a romper esa
promesa, como ya había hecho con muchas más.
Elizabeth soltó un chillido de emoción y se fue contra él,
abrazándolo fuertemente, a Renato le tomó algunos
segundos reaccionar, pero, a fin de cuentas, correspondió
cohibido, dándole palmaditas en la espalda, a pesar de que
sentía que lo estaba asfixiando.
—Sabes que te quiero muchísimo, eres mi primo favorito,
pero que esto quede entre los dos, no se lo digas a Matt,
mucho menos a Liam —confesó, haciendo más apretado el
abrazo. Confirmando así que no era una absurda idea suya,
Renato estaba mucho más delgado, su aspecto se notaba
bastante decaído. ¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
¿Hacía cuatro, cinco semanas? Podía asegurar que había
bajado por lo menos unos siete u ocho kilos.
De manera inevitable, se preocupó, se moría por decirle
sobre su muy evidente aspecto desgarbado, pero con
Renato siempre era complicado, no sabía si lo que pudiera
decirle sobre su semblante terminaría haciéndolo sentir muy
mal.
—Es bueno saberlo —respondió al romper el abrazo y
retrocedió un paso con una sonrisa que intentó fuese
animada—. Supongo que ya tienes la fantasía que usarás.
—Sí, ayer me hicieron la última prueba… ¿Quieres verla?
—preguntó animada, buscando el móvil en su cartera.
—Bueno, está bien. —Imposible negarse al ver la ilusión
brillando con tanta intensidad en los ojos plomizos de
Elizabeth—. ¿No es muy reveladora o sí? Porque si lo es,
corres el riesgo de que te quedes sin padre… A tío Sam
podría darle un infarto.
—Es preciosa, sí… Estoy segura de que papá pondrá el
grito al cielo —hablaba mientras buscaba en su móvil las
fotografías que recién se había hecho el día anterior—. Pero
ya sabes que hace sus rabietas y luego se le pasa, igual,
como está tan molesto conmigo, al punto de no dirigirme la
palabra, me ahorraré el sermón… —Su tono se pintó de
melancolía, pero volvió a sonreír al mirar en la pantalla lo
hermosa que era la fantasía que usaría para el desfile del
carnaval—. Mira —dijo mostrándole con una amplia sonrisa
las fotos a su primo.
—¡Uao! ¡Vaya! —exclamó, verdaderamente sorprendido,
sus parpadeos se intensificaron mientras se rascaba la
nunca con una mano y con la otra tomaba el móvil que
Elizabeth le ofrecía—. Es… es muy bonita… —contestó, sí
que es arriesgada, pero Elizabeth se cotizaba en el mercado
por ser una de las mejores modelos pagadas por desfilar
ropa interior; así que, verla en ropas mínimas era una
constante, sin embargo, eso era otro nivel de exhibición, era
puro arte, pero también provocador.
—Cierto que lo es —dijo con una gran sonrisa.
—Sí, ¿son pegadas una a una? —dijo admirando las
pocas mariposas que le cubrirían el cuerpo—. ¿O están
unidas por algún tipo de transparencia?
—Son pegadas una a una…, me lleva seis horas, en
realidad, casi siete, pegarme todo eso.
Renato silbó impresionado.
—El tocado parece pesado.
—Lo es, bastante, pero sé que valdrá la pena…
—Sé que ese día serás la más hermosa.
—También lo sé —dijo guiñándole un ojo.
Renato sonrió y negó con la cabeza al tiempo que le
devolvía el teléfono. Elizabeth jamás había sido partidaria
de la falsa modestia, se sabía hermosa y alardeaba de ello,
pero sin llegar a ser pretenciosa.
—Bueno, bueno… Ya hemos hablado mucho de mí. Tú,
¿cómo estás? —Ladeó la cabeza buscando la mirada de
Renato, pero él se la esquivó al rodar la silla—. ¿Cómo van
tus cosas? Sé que la semana pasada terminaste el máster,
deberíamos ir a almorzar para celebrarlo.
Renato aprovechó para sentarse y desviar la mirada a la
pantalla de la computadora, que con un ligero movimiento
del ratón sacó del estado de reposo.
—Bien, igual que siempre, hasta el cuello de
ocupaciones. —No tuvo que pensar mucho la respuesta, a
fin de cuentas, era la que siempre daba, le salía natural,
aunque un obstinado nudo de lágrimas se le atorara en la
garganta, por lo que, tragó para pasarlo, lo menos que
deseaba en ese momento era que su voz se viera afectada
por sus reales emociones.
—A eso se le llama matar dos pájaros de un tiro. —Sonrió
con tristeza y preocupación, porque notó cómo él tragó y la
manera tan categórica en que la rechazaba—. Renato, los
días de mierda también existen, está bien si no estás
pasando por un buen momento, puedes decirlo y contar
conmigo, aquí estoy para escucharte. —Se aventuró al
tomarle la mano y apretársela.
Renato se quedó en silencio, estudiando la posibilidad de
confesarle lo que le estaba sucediendo, pero después de
varios segundos, llegó a la conclusión de que no quería
empañar con sus problemas la felicidad que ella estaba
experimentando con todo lo del desfile, a fin de cuentas, no
tenían solución.
—Estoy bien, en serio… Apenas empieza el día, imposible
que vaya mal; aunque, si piensas que tener cada punto de
la agenda ocupado lo convierte en un día de mierda, sin
duda, estoy hundido hasta el cuello —comentó sin atreverse
a mirarla, aprovechó para entrar en su correo electrónico.
Elizabeth soltó una de esas carcajadas tan características
de ella, de esas que hacía temblar todo el edificio y que
disentía de su apariencia, imposible que él no sonriera
cuando siempre lo contagiaba.
—¡Vaya día de mierda que tienes por delante! Pero
¿podrías escaparte para almorzar conmigo? Me encargaré
de hacerte sonreír como acabas de hacerlo —dijo
pellizcándole una mejilla, adoraba los hoyuelos que se le
hacían.
—Si pudiera hacerlo, no lo dudaría, pero tengo un
almuerzo de negocios —notificó sonrojado por el jugueteo
de Elizabeth. No quería comprometerse con ella, porque
estaba a la espera de la respuesta de Aline.
En ese momento, el teléfono sonó, Renato sabía que era
Drica, para informarle sobre su compromiso, aunque no le
había dado tiempo de revisar los primeros puntos de su
agenda, bien sabía que tenía una reunión pautada.
—Acaba de llegar Martín Regueiro —anunció la asistente
en cuanto Renato le atendió.
—Está bien, hazlo pasar. —Colgó y miró a su prima, que
bajaba del escritorio—. Lo siento, no quiero echarte, pero
tengo…
—Tranquilo, sé que debes cumplir con los horarios. —Se
acercó y le plantó un beso en la mejilla—. Ya me dijiste que
tienes ocupado el almuerzo, pero puedes invitarme a cenar.
—Está bien, veré si tengo tiempo…
Elizabeth negó con la cabeza mientras sonreía, bien
sabía que Renato encontraría cualquier excusa para no ir a
cenar con ella. Y no porque no le agradara su compañía,
sino porque era su manera de evadir cualquier
conversación. Caminó a la salida y antes de abrir la puerta
se volvió a mirarlo.
—Renato, siempre estaré para ti, cuenta conmigo para lo
que sea…
—Lo sé, gracias… Nos vemos luego. —Bajó la mirada en
busca del valor que necesitaba para romper la coraza que
mantenía resguardadas sus emociones—. Elizabeth. —La
detuvo antes de que se marchara, ella se volvió a mirarlo
por encima del hombro—. Gracias, de verdad, aprecio que
te preocupes por mí…
«Creo que necesito ayuda», se quedó con las palabras
atoradas en el nudo de impotencia y dolor que se había
fijado en su garganta.
Ella le sonrió y asintió, sin más demoras, abrió la puerta
y se marchó, dándole paso a Drica, quien venía escoltaba
por el contador.
La asistente les ofreció una amplia variedad de bebidas.
Renato le solicitó solo agua, Martín prefirió un café
americano. Drica salió en busca del pedido; mientras ellos
esperaban, prefirieron entablar una conversación
vagamente personal.
Tras cuarenta minutos, Renato no podía dilatar más la
reunión, así que con un apretón de manos despidió al
contador y se dedicó a buscar los documentos que debía
llevar a la sala donde se reuniría con la junta directiva.
Mientras su tía Helena lideraba la conversación, desvió la
mirada a la pantalla de su móvil, que acababa de iluminarse
con una notificación entrante, era la respuesta de Aline.
Esperó hasta que terminó el compromiso, para revisar el
mensaje, en el que la compradora personal le decía que
tenía la tarde ocupada, pero que lo invitaba a su casa a
cenar, así podrían conversar tranquilamente sobre sus
requerimientos.
CAPÍTULO 3
Desde que conocía a Aline, era segunda vez que
aceptaba una invitación a su casa, tanto ella como su
marido eran de las pocas personas que le generaban
confianza y que lo hacían sentir cómodo. Por lo que, no se
negó cuando le propuso tratar el tema durante la cena.
Renato no quiso comentarle sobre su plan hasta que la
cena fue servida. Sabía que a la mujer se le haría imposible
ocultar la sorpresa ante semejante petición.
—Pero tu familia cuenta con una de las mejores
decoradoras de interiores —comentó. No se estaba
negando, solo que no comprendía del todo lo que Renato le
solicitaba.
—Sí, solo que es demasiado amiga de mi abuela… y, la
verdad, me gustaría hacer los cambios sin que ella se
entere, por eso preferí pedir tu ayuda, sé que puedes
hacerlo muy bien, conoces mis gustos —hablaba mientras
picaba un trozo de salmón.
—Sí, claro que puedo hacerlo… ¿Para cuándo deseas
empezar? —preguntó sin poder negarse a la solicitud del
joven.
—Lo más pronto posible, quiero cambiarlo todo, muebles,
cuadros, esculturas, colores de las paredes, lámparas…
Quiero que parezca otro lugar.
—Es un gran cambio, ¿tienes pensado algún estilo?
¿Alguna paleta de colores? —curioseaba y le dedicó una
mirada a su marido, que, a su vez, también parecía
bastante desconcertado.
—No, dejo todo a tu criterio, lo único que quiero es que
sea completamente distinto.
—Bien… ¿Y qué piensas hacer con todos los muebles? —
Era consciente de que ese apartamento no tenía ni dos años
de haber sido amoblado y que todos pertenecían a
exclusivos diseñadores—. Podemos poner algunos en venta.
—No es necesario, puedes donarlos.
A Aline le tomó algunos segundos asimilar todo eso, era
primera vez que veía a Renato tan decidido en algo,
parpadeó varias veces, en busca de las palabras adecuadas,
mientras ganaba tiempo al pinchar un trozo de zanahoria.
Su marido seguía en silencio, pero bien sabía que estaba
tan impresionado como ella.
—Bien, si esa es tu decisión, lo haremos. Voy a reunirme
con mi equipo y el viernes te enviaré un par de renders con
propuestas. ¿Te parece?
—Sé que lo harás bien, muchas gracias, Aline…
Luego, Renato dirigió la conversación hacia un tema más
personal, le preguntó por su hija y cómo le estaba yendo en
París.
Tanto Aline como Roberto, se mostraron animados al
hablar de su hija, le contaron más de una anécdota de la
chica a la que Renato había tenido el placer de conocer, la
cual había heredado de sus padres el encanto y la
seguridad.
Como socializar no era su fuerte, no se quedó más de lo
estrictamente necesario, por lo que, en cuanto terminó la
cena, se despidió y partió rumbo a su apartamento, al que
esperaba darle una nueva cara en poco tiempo.
Ya en la cama, esperando a que el antidepresivo le
hiciera efecto, entró de forma anónima para ver a Lara, no
con la intención de algún consuelo sexual, sino para ver si
estaba bien, ya que lo había bloqueado de todos lados,
incluso, a su usuario en la web de entretenimiento para
adultos. Después de casi dos meses, volvía a verla, lucía tan
hermosa y perfecta como siempre, se veía saludable y más
sensual que nunca, pero no se quedó ni un minuto. Estaba
bien, era lo único que importaba.
En medio de un lánguido suspiro y con los párpados ya
pesados, se paseó entre las pocas fotografías que tenía con
Samira, lamentaba no haber tomado la iniciativa de tomar
más con su teléfono, casi siempre fueron desde el móvil de
ella; solo tenía las que le había pasado. A pesar de que eran
muchas, no eran las suficientes para llenar sus días de
ausencia. Cuando llegó en el carrete a aquel video que le
mandó por su cumpleaños, le fue imposible no sonreír, a
pesar de que los ojos se le llenaron de lágrimas.

Por más que Samira estaba en otro país, viviendo en un


lugar que no era solo para ella, no perdía la costumbre.
Aprovechaba que llegaba al apartamento un par de horas
antes que Romina y Víctor, para limpiar y organizar el lugar,
ya cuando ellos llegaban, los recibía con todo limpio, café y
galletas.
Mientras compartían los aperitivos, conversaban sobre
cómo les había ido en el día, luego ella se iba a su
habitación a las clases de inglés, la cuales todavía podía
mantener, porque fue lo suficientemente responsable como
para pagar por adelantado un año del curso.
Si algo le gustaba de esa habitación era que estaba
acondicionada para un estudiante, Romina dijo que la
habían decorado con ese propósito, ya que en poco más de
un año su hermana se vendría a Madrid, para estudiar en la
universidad Autónoma.
Así que tenía un mueble blanco a la medida de una de
las paredes laterales que contaba con escritorio y libreros,
una cama juvenil, su baño propio y una gran ventana que le
daba una luz natural que irradiaba paz.
Se sentó en el escritorio y levantó la tapa de la portátil,
en medio de un suspiro la encendió y esperó para poder
entrar al portal del curso, irremediablemente, volvía a
golpearla la nostalgia creada por la costumbre de escribirle
un mensaje a Renato, solo para saludarlo; se moría por
saber de él, pero también le quemaba la necesidad de
contarle sobre sus cosas, decirle cómo era Madrid,
preguntarle si él conocía la ciudad, aunque estaba
segurísima de que sí. Hablar con él sobre su nueva estancia
y de las personas que estaba conociendo, bromear con él.
—Extraño tanto hacerlo reír —suspiró nostálgica y de
inmediato las lágrimas acudieron a sus ojos, pero los cerró
fuertemente y se los frotó con las yemas de los dedos.
Deseaba poder hacer lo mismo con el vacío en su pecho,
contenerlo de alguna manera y, en un intento por un
remedio rápido, tomó un gran sorbo de agua del filtro que
siempre tenía en el escritorio.
Luego, en medio de una bocanada con la que llenó sus
pulmones, se sacudió la tristeza e impotencia y se
concentró en sus clases, en las que puso todo su empeño.
Justo la profesora se despedía de la clase cuando Samira
recibió una notificación. Le fue imposible no desviar la
mirada de la pantalla de la Macbook, para ver el móvil, era
un mensaje de Adonay. No lo revisó enseguida, sino que
esperó a que por lo menos la profesora se desconectara, lo
que no le tomó ni un minuto, cerró el portal web y se hizo
del teléfono.

«Hola, grillo, ¿cómo estás? ¿Llegaste a casa? Necesito


mostrarte algo».

Samira leyó el mensaje y empezó a responderle que sí,


que recién terminaba las clases de inglés.
Tanto a él como a su abuela les había dicho la misma
mentira, que su contrato en el restaurante no se lo
renovaron, por lo que, aceptó la oferta de Romina y Víctor,
para venirse con ellos a España, para trabajar.
Adonay se lo creyó y estuvo de acuerdo con que en
Madrid tendría mejores oportunidades, le dijo que podría
ahorrar y luego volver a Río, con suficientes euros, para
empezar a estudiar.
Ella no quiso decirle que en sus planes no estaba volver,
no por el momento, no mientras no sanara la herida que su
relación con Renato le había dejado; estaba segura de que
estando en Río, probablemente perdería la batalla contra la
debilidad y terminaría buscándolo.
Por su parte, Vadoma, no se comía el cuento. Ella
aseguraba que algo le había pasado y le recordó el sueño
que tuvo en el que estaban involucrados unos ojos azules.
Sin embargo, Samira le repetía una y otra vez que no le
habían renovado el contrato, no dejaría de decírselo hasta
que se lo creyera, aunque muy en el fondo, se moría por
decirle que tenía toda la razón y confesarle que había
metido la pata. Deseaba con todas sus ganas que su abuela
pudiera aconsejarla sabiamente, pero era más fuerte su
miedo a ser juzgada.
Ante los ojos de su abuela, ella era perfecta y quería
seguir siendo así, siempre así. Llevaba sobre sus hombros el
peso de no cometer ninguna equivocación que terminara
decepcionando a la persona que más había creído en ella, a
expensas de haberse ganado resentimiento de su propio
hijo.
En cuanto Adonay recibió el mensaje, le respondió con
una videollamada, Samira no podía negar que le hacía bien
hablar con él, le ocupaba la mente en otra cosa que no
fuera su mal de amor, aunque no pudiera contárselo.
—Hola —saludó agitando la mano. Adonay tenía una
camisa blanca y llevaba puesto el casco verde con las
iniciales EMX en amarillo, que le hacía sombra al
incandescente reflector y tenía detrás varios contenedores
—. ¿Todavía estás en el trabajo? —Era una pregunta tonta,
porque era más que evidente.
—Sí, hoy toca hasta medianoche, están instalando una
planta de hidrógeno, que debe estar lista en una semana;
también siguen los trabajos en el parque eólico marino…
Pero no quería llamarte para hablarte de trabajo —hablaba
mientras caminaba quien sabe a dónde.
—¿No tendrás problemas porque estés hablando
conmigo?
—No, no por el momento. —Le guiñó un ojo en un gesto
pícaro que acompañó con una sonrisa coqueta. Abrió la
puerta del contenedor que habían acondicionado como una
oficina y le fue imposible no gemir aliviado, cuando el golpe
de frío del aire acondicionado le refrescó la cara.
—En ese caso, ¿qué era lo que querías mostrarme? —
También sonrió, apoyó el codo en el escritorio y dejó
descansar el mentón en su mano mientras en la otra
sostenía el móvil.
—Esto que compré hoy. —Se hizo de la caja rectangular
que estaba en el escritorio y se la mostró—. Es el regalo de
cumpleaños de paruñí, ¿crees que le guste? —preguntó, ya
que el domingo era el cumpleaños sesenta y tres de
Vadoma.
—Es un gran regalo, Adonay. Estoy segura de que sí —
dijo emocionada ante lo que, evidentemente, era un
teléfono móvil—. Ella no es fanática de la tecnología, pero
sé que lo necesita… ¿Se lo mandarás o piensas viajar a Rio?
—preguntó, sintiendo que un nudo de lágrimas se le atoraba
en la garganta, porque era el primer cumpleaños de su
abuela que no podrían celebrar juntas. El anterior, a pesar
de que ya estaba planeando su huida, no asimilaba del todo
la situación.
—Iré a Rio, mi padre ha hecho a un lado el orgullo y
también irá para celebrar a paruñí, aunque no vaya a
dirigirle la palabra a tío Jan.
—Todo por mi culpa —musitó Samira, bien sabía que ella
había sido la causante de la enemistad entre los hermanos.
—No te preocupes por eso, sabes que papá es
demasiado intransigente, lleva las costumbres marcadas a
fuego en su esencia.
—Ambos, en realidad.
—Estoy de acuerdo en eso —sonrió Adonay.
A pesar de que Adonay estaba en el trabajo, no se
requería mucho de sus labores, por lo que, pudo tomarse un
buen tiempo para hablar con Samira. Se quitó el casco y
luego se agitó los rizos con la mano, desordenándolos
todavía más, en consecuencia, ella sonrió y ese gesto hizo
que el corazón le diera un vuelco.
Tras casi cuarenta minutos de una conversación que le
sirvió a Samira como una momentánea fuga a sus
pensamientos, que la llevaban una y otra a vez a Renato,
tuvo que despedirse de su primo.
Romina y Víctor no tardarían en llegar y le gustaba estar
desocupada para recibirlos.
Ella quiso sorprenderlos con un menú que pensó para la
cena, pero fueron ellos quienes la dejaron boquiabierta
cuando le mostraron la reserva para ir al Tablao Flamenco
Torres Bermejas. Su felicidad fue magnánima, eso era algo
que verdaderamente la animaba y sentía que la sangre se le
calentaba y le teñía las mejillas de pura emoción.
Sin perder tiempo corrió a su habitación para arreglarse,
quería hacerse un peinado bonito y maquillarse como tanto
le gustaba y que en los últimos dos meses no tuvo ganas de
hacer. Había descuidado su apariencia y sus metas, era
consciente de ello, pero por más que se instaba a superar
su ruptura con Renato y rencontrase consigo misma, había
fallado en cada intento, y todo lo que había hecho desde
hacía un par meses no fue más que el resultado de la
inercia.
En otrora se hubiese vuelto loca de felicidad cuando
encontró un trabajo tan rápido o se hubiese maravillado con
el paisaje madrileño, pero lo cierto era que hasta el
momento había visto el vaso medio vacío.
Apenas podía creer que estaba en pleno centro de
Madrid, en un establecimiento que le erizaba la piel y le
aceleraba el corazón.
Romina le decía que cada detalle en ese lugar reproducía
perfectamente las Torres Bermejas de la Alhambra, en
Granada. Mientras Samira casi con la boca abierta se
maravillaba con los muros decorados con arabescos, los
mosaicos pintados y los techos de madera tallados.
Se ubicaron en una mesa cerca del escenario, en el que
se presentaría el grupo conformado por los mejores
cantaores, guitarristas, palmas y bailaores de la tradición
flamenca. Primero disfrutaron de la cena tradicional
española, que incluía el boleto de la reserva y; media hora
después, fueron testigos de un espectáculo inigualable.
Samira no perdió la oportunidad para hacer algunos
vídeos y fotografías, mientras intentaba atrapar con su
mirada cada detalle, su corazón no ralentizaba sus latidos y
la sonrisa en sus labios teñidos de rojo intenso era perenne.
A pesar de que vestía con las ropas que Renato y su
prima le obsequiaron, porque lamentablemente no tenía
más y no podía permitirse el lujo de gastar sus escasos
ahorros en comprar nuevas prendas, había vuelto a su
esencia gitana, se maquilló de la forma en que le gustaba,
con sus argollas extravagantes y varios anillos en sus
dedos. Sentía la necesidad de que cada vez que se mirara al
espejo pudiera recordar quién era y de dónde provenía,
porque haber jugado a ser una paya le dio muy malos
resultados. Así no volvería a desviarse del camino, era una
gitana que debía luchar fervientemente por sus sueños; no
una princesa de sangre azul con un príncipe que acudiera
en su ayuda cada vez que no pudiera resolver sus
problemas.
Cuando el espectáculo terminó, salió de allí pletórica,
hablaba sin parar mientras que Romina y Víctor la miraban
sonrientes y hacían algún comentario al respecto de lo que
Samira decía, les alegraba mucho verla tan entusiasmada,
era lo más cercano a esa radiante chiquilla que conocieron
en Rio de Janeiro y luego se reencontraron en Chile.
Ya en su cama, con su pijama puesto y con el rostro
iluminado apenas por la pantalla del móvil, Samira seguía
sonriendo, mientras veía fascinada los videos y fotos que
había tomado, sentía que un agradable calorcito se le
esparcía por el pecho.
Fue en ese momento que tomó la decisión de crearse un
perfil en una red social, uno que podría administrar desde el
anonimato. Ni siquiera tuvo que pensarse ni un segundo el
nombre, porque el retumbar alegre de su corazón se lo dijo
a gritos: «Alma Gitana».
Estuvo segura de que no subiría una foto que expusiera
su identidad, así que lo estrenó con un primer plano del
vuelo rojo y negro de la cola del vestido de una de las
bailaoras. Quería acompañar la imagen con bonitas
palabras: «Soy alma gitana, libre y soberana».
Tras publicarla, sonrió satisfecha de conseguir algo que la
animara. En medio de un profundo suspiro, decidió subir
otra, esta vez, eligió una fotografía de su mano derecha, la
que tenía adornada en sus dedos índice, anular y medio con
varios anillos dorados entre dos y tres en cada dedo. Uno
tenía una estrella, otra media luna y otro un sol, los demás
eran coronados por brillantes, los que hacía resaltar sus
uñas cortas pintadas de azul con brillos plateados, porque
quiso que parecieran un cielo estrellado.
Le aplicó un filtro que intensificara los colores y la
acompañó con otra frase que escribió en portugués, pero al
considerarlo, decidió que mejor era mantener ese perfil en
español: «Soy un alma gitana que, cuando llueve, levanta
su cara hacia el cielo y recibe las gotas de una lluvia de
esperanza, para alzar su vuelo».
CAPÍTULO 4
A pesar de que era el día libre de Renato, lo pasó en el
balcón de su habitación, sin tener la mínima intención de
ducharse, se quedó en pijama, despeinado y descalzo,
tratando de adelantar tareas laborales. No había hecho más
que tomar té, prepararse un sándwich y un par de
mandarinas, que se comió gajo a gajo, durante la tarde.
Su apartamento no era el mejor lugar para estar
tranquilo, debido al caos en el que se había convertido con
las reformaciones; aun así, era el único sitio en el que se
sentía seguro. Cuando necesitaba un descanso,
simplemente, dejaba de lado la laptop, para mirar en la
avenida y orilla de la playa a las personas que parecían
hormigas, disfrutando del carnaval, lo que era un
recordatorio constante de que esa noche debía cumplir con
la promesa que le hizo a Elizabeth.
Deseaba que el tiempo pasara demasiado lento, porque
en realidad no tenía las mínimas ganas de asistir, pero si no
lo hacía, su prima jamás se lo perdonaría.
Esperó hasta último momento para partir al Marquês de
Sapucaí. Que la escuela Mangueria fuera la última en
desfilar hacía que su tortura fuese menos duradera. Odiaba
todo ese ambiente, el bullicio, la gente borracha, bailando y
cantando; para cualquier otra persona ese entorno festivo
era perfecto, para él, era demasiado abrumador. En medio
de algunos saludos de conocidos, entre los que destacaban
empresarios y personas del medio artístico, llegó al palco en
el que estaban algunos miembros de su familia, también
Marlon Ribeiro, su hijo Thiago, su hija Ana y otras
amistades.
—Buenas noches —saludó, a pesar de que ya era pasada
la medianoche.
—Pensé que ya no vendrías —comentó Sophia.
—¿Y decepcionar a Elizabeth? Jamás me lo perdonaría —
comentó y se acercó para darle un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás? Te esperábamos más temprano —
comentó Reinhard, al tiempo que saludaba a Renato.
—Lo único que me trae aquí es la participación de
Elizabeth, preferí mi tiempo libre para adelantar trabajo —
respondió, antes de besarle la mejilla.
—Los días libres son para relajarse… Aunque sé que todo
esto te estresa y que preferirías estar en otro lugar. —Bien
sabía que Renato deseaba estar en Chile; no obstante,
siempre cumplía con los compromisos familiares.
Estaba seguro de que su abuelo sabía de la magnitud de
su relación con Samira, pero aún no estaba enterado de que
las cosas buenas para él eran demasiado efímeras y que
ella se dio cuenta de que estar con él no merecía la pena y
prefirió marcharse sin darle ninguna explicación, quizá por
temor a herirlo más de la cuenta, pero lo cierto es que, sin
importar la manera, terminó haciéndolo mierda y seguía
adelante solo por inercia.
Solo afirmó con la cabeza, sí, prefería estar en la
habitación de su apartamento, flagelándose, mortificándose
con lo patético que siempre había sido y contemplar la
posibilidad de terminar de una vez por todas con su mal.
Sabía que era una bomba de tiempo, una que estaba a tan
solo un ataque de ansiedad o una crisis depresiva para
explotar. Así de cerca se sentía y no sabía cómo salir,
porque de momento ni siquiera deseaba ayuda.
Le esquivó la mirada a su abuelo, antes de que pudiera
leer en sus ojos las emociones que lo embargaban,
aprovechó para saludar a las demás personas que estaban
en el palco y luego fue a sentarse junto a Ana, que al igual
que Elizabeth, tenía la costumbre de abordarlo de forma tan
espontánea, le tomó la mano para poder levantarle el brazo
y pasárselo por encima de los hombros.
—Necesitamos pruebas de que estuviste aquí —dijo
sonriente, al tiempo que maniobraba el teléfono con la
destreza de quien es adicta de hacerse fotografías.
A pesar de que no sonrió, sí se acercó, al punto de que
su cabeza tocó la de Ana. La consideraba parte de su
familia, era casi como una hermana, siempre habían sido
muy unidos, incluso, en su inocencia de un joven de trece
años, se ofreció como cupido, para que Liam tomara en
cuenta la ilusión de una Aninha de once años, que juraba
estar enamorada de su hermano; que, por supuesto, era
mucho mayor que ella. Le tocó consolarla cuando lloraba
por su rechazo, cuando su hermano le rompió su pobre
corazón. Gracias al cielo, ese desamor no duró ni una
semana, porque pocos días después, cuando volvieron a
verse en el colegio, le dijo que había conocido a un niño
mucho más guapo que Liam.
Así era Aninha, una eterna enamorada, ya había perdido
la cuenta de todos los novios que le había presentado, la
verdad era que a la primera cita ya ella empezaba a
considerarlos novios; por lo que, sus noviazgos,
comúnmente, duraban una noche o una semana.
Se dedicó a mirar el desfile de Beija-Flor, que estaba por
terminar, y participaba en la conversación solo cuando era
estrictamente necesario. Como cuando Marlon mencionó el
tema de la desaparición de Liam, la mayoría de los
miembros de la familia no sabían de su paradero, pero su
madre sí que lo tenía perfectamente ubicado y, como la
encubridora que era, lo secundaba.
Reinhard dejó de insistir en saber de su nieto mayor,
después de todo, era un hombre que debía hacerse
responsable de las consecuencias de sus acciones, las que,
sin duda, tendría que enfrentar una vez apareciera.
Justo tomaba una botella de agua de la mesa cuando
anunciaron la salida de la escuela Mangueira, de inmediato,
todos se levantaron y se acercaron al balcón, aunque
todavía faltaban como quince minutos para que Elizabeth
apareciera.
—Ven, tenemos que verlo todo… —Ana lo sujetó por la
mano y tiró de él, para levantarlo.
—Sí, sí, ya voy —masculló y la siguió sin soltar la botella;
de camino al balcón, se bebió casi de un trago la mitad del
agua. Se dio cuenta de que su abuelo miró con inútil
disimulo la forma en que bebió tanta agua. Quiso inventar
cualquier mentira, justificar la resequedad en su garganta,
pero consideró que era mejor no decir nada, porque solo
terminaría confirmando la sospecha que de inmediato titiló
en los ojos celestes de su abuelo.
Solo tragó grueso y miró hacia el final, donde estaba la
comparsa posicionándose para la salida. Tras casi quince
minutos de desfile, en el que las carrozas demostraban la
grandeza e ingenio de la escuela, pudo por fin ver a
Elizabeth en el ala de las passistas. Su corazón latió de
orgullo al verla derrochar seguridad, sensualidad, alegría. Se
veía magnífica con apenas unas cuantas mariposas azules y
verdes que bajaban como una cascada por el costado
izquierdo de su cuerpo, solo tapándole estratégicamente las
partes íntimas. El tocado era inmenso y verdaderamente
llamativo. Cargar con eso debía significar una tortura para
ella, aun así, sonreía ampliamente y sambaba con
desbordante energía y maestría sobre las altísimas
plataformas.
La saludó levantando la mano y sonriéndole cuando ella
miró hacia el palco en que ellos estaban y se dedicó a
lanzarles besos. A su abuelo se le derramaron varias
lágrimas de genuina felicidad.
Una hora después, el desfile de Mangueira terminó
cuando casi amanecía, en medio de ensordecedores
aplausos, gritos, silbidos… El fanatismo por la escuela era
evidente en el público.
Le entraron las ganas de irse y estaba mentalizando la
manera de despedirse, cuando su abuelo le pidió que los
acompañara a casa y se quedara con ellos. Elizabeth tenía
por delante una celebración que se extendería por todo el
día, estaría muy ocupada con la prensa y sus compañeros
de escuela.
Empezó a sentirse nervioso y quiso negarse, pero
imposible contradecir a su abuelo, así que se resignó a irse
con ellos. Se despidieron de quienes los acompañaban.
Reinhard le pidió a Valerio que mandara a uno de los
hombres a buscar el auto de Renato, luego subieron a la
SUV y se marcharon. Durante el camino, solo hablaron del
desfile y el desenvolvimiento de Elizabeth, pero una vez
llegaron a casa, le fue imposible al patriarca no preguntarle
a Renato cómo estaba.
Él solo se limitó a decir que estaba bien, aunque muy
cansado, y que le gustaría poder ir a dormir; su abuelo no
se negó ante su petición.
Se libró de una conversación en la que a la suspicacia de
su abuelo no se le pasaría por alto que realmente estaba en
uno de sus peores episodios. Subió a su habitación, se
duchó y se fue a la cama, donde no hizo más que dar
vueltas; por más que lo intentaba, no podía dormir, los
pensamientos sobre su situación no le daban tregua,
además, su conciencia se aprovechaba de esos momentos
de vulnerabilidad, para bombardearlo con los momentos
vividos junto a Samira, los cuales lo llenaban de nostalgia y
dolor. Lamentó no haber llevado consigo el antidepresivo
que lo ayudaba a conciliar el sueño.
Resopló, frustrado, ya había pasado más de una hora y a
pesar de que estaba agotado física y mentalmente, su
cerebro no paraba de hacer un inventario de todas las
posibles cosas en las que falló cuando estuvo con Samira,
repasaba una y otra vez sus actitudes, sus palabras, en
busca de eso que hizo que Samira decidiera dejarlo.
Se frotó la cara con ambas manos, casi con
desesperación, luego se metió los dedos entre los cabellos,
presionando con bastante fuerza su cráneo. No iba a poder
dormir, por más que lo intentara y; como estaba seguro de
que su abuelo ya debía estar dormido, salió de la habitación
y regresó al desastre que era su apartamento.

Hizo todo lo posible por evadir a su abuelo hasta el


miércoles por la noche, cuando tuvo que volver a su casa
para la cena de celebración que harían en honor a
Elizabeth, ya que la escuela Mangueira resultó ganadora.
Todos en casa estaban pletóricos, excepto él, aunque
hacía un gran esfuerzo por mostrar su mejor cara, quería
sentirse feliz por su prima, ser tan efusivo como todos los
demás, pero eso iba más allá de sus posibilidades, porque
de nada había servido cambiar cada mueble de su
apartamento, la tonalidad de las paredes, el recuerdo
Samira seguía dominando el hipocampo de su cerebro.
Se sentía frustrado porque no lograba erradicarla ni dejar
de amarla. Solo quería irse a dormir y que al despertar no
tuviera conciencia de la existencia de la gitana o que el
tiempo pasara lo suficientemente rápido como para que su
imagen fuera haciéndose más difusa con los días, hasta que
ya no quedara nada de ella, pero sucedía todo lo contrario,
él, todo su sistema se había ralentizado.
Durante la cena, su familia no paraba de parlotear sobre
las razones de por qué Mangueira resultó ganadora,
mientras él estaba abstraído y las voces se fueron
convirtiendo en un inentendible murmullo. Luchaba contra
las lágrimas que ahogaban sus ojos; sobre todo, al ver la
pasta carbonara, la cual no hizo más que revivirle uno de los
momentos más bonitos de su vida.
Samira le había asegurado que nadie podría estar triste
después de comerse un buen plato de pasta, dijo que esa
era la solución a cualquier congoja, pero él sabía que,
aunque se comiese cinco platos repletos de esa pasta, no
conseguiría deshacerse de la tristeza, nostalgia y dolor que
desde hacía un par de meses se instalaron en su pecho.
Lo menos que deseaba era exponerse en medio de una
cena familiar, y era lo que sucedería si seguía ahí,
torturándose con lo que debía ser una simple cena.
—Disculpen —rogó al cielo que la voz no se le quebrara
—, necesito ir al baño. —Se levantó de inmediato y se
marchó.
Renato se ganó las miradas de todos, la mayoría regresó
enseguida a sus conversaciones, no obstante, sus padres y
abuelo lo siguieron con las miradas cargadas de
preocupación, porque él no era de los que solía abandonar
la mesa.
Se encerró en el primer baño, mientras agarraba
bocanada de aire y con los nudillos se secó las lágrimas que
le nublaban la vista. Resopló, al tiempo que se llevaba las
manos al pecho.
«Cálmate, puedes hacerlo, puedes controlarlo… Tú tienes
el control…, tienes el control…». Pensaba, caminando de un
lado a otro, sintiendo que la respiración se le agitaba. La
preocupación que le generaba tener un ataque de pánico en
la casa de su abuelo, en plena reunión familiar, solo hacía
que sus síntomas se intensificaran.
Con manos temblorosas buscó en el bolsillo del pantalón
la cajita y sacó un comprimido que metió bajo su lengua.
Con su mirada cristalizada se quedó frente al espejo,
observando su aspecto; estaba sonrojado y sudoroso, el
pecho le dolía, las piernas le temblaban y las ganas de
quedarse en ese lugar se hacían más grande. No quería salir
y ver a su familia, no quería hablar con nadie, pero si no
regresaba al comedor, en pocos minutos tendría a su madre
tocándole la puerta.
En cuanto el ansiolítico empezó a hacer efecto, se lavó la
cara, se la secó y volvió, pero antes de llegar a la mesa, se
acercó a una de las mujeres de servicio y le pidió que le
retirara el plato y le sirvieran una ensalada de camarones.
—Disculpen. —Volvió a sentarse cuando ya habían
retirado el plato, ante las miradas desconcertadas de casi
todos—. Creo que tengo una infección estomacal, prefiero
algo más ligero. —En ningún momento puso la mirada en
algún miembro de su familia, se dedicó a tomar la servilleta
y acomodarla devuelta en su regazo.
—Cariño, ¿deseas algún medicamento? —Le preguntó su
madre, que estaba frente a él.
—No, no lo creo necesario… Ya me siento mejor, pero no
quiero abusar con tantos carbohidratos —comentó al tiempo
que agarraba la copa de agua.
Con un nudo en la garganta y constantes náuseas, se
obligó a comer lentamente; a medida que sentía que el
medicamento disipaba la niebla de su mente, esa que se
volvía tan espesa y que lo arrastraba al dolor y tristeza,
pudo empezar a ser más participativo en la cena. Solo
esperaba que eso tranquilizara a quienes les pareció
extraña su actitud.
Después del gran festín se reunieron bajo una de las
pérgolas del jardín, aprovechando que eran pocas las veces
al año en que la familia se reunía de esa manera; sin
embargo, Renato aprovechó la libertad de estar al aire libre,
para caminar sin ir muy lejos. Se sentó en una banca de
madera que era un columpio que colgaba de la gruesa rama
de un Palo de Brasil, el cual era iluminado con reflectores.
Alzó la mirada donde destacaba la resina y el tronco rojizo,
le hizo recordar ese momento cuando tenía como doce años
y su abuelo le contó la historia de cómo ese árbol fue
víctima de una masiva explotación europea, por lo que,
luego se convirtió en un símbolo nacional; le contó que,
incluso, algunos historiadores decían que gracias a este se
debía el nombre del país.
Al bajar la mirada, se encontró con su abuelo,
acercándose, no tenía escapatoria, debía prepararse para
una conversación que, sin duda, iba a ser demasiado
incómoda.
—¿Aún te sientes mal? —preguntó deteniéndose frente a
su nieto. Renato negó con la cabeza y palmeó el espacio
libre al lado de la banca, Reinhard aceptó la invitación a
sentarse—. ¿Quieres contarme algo…?
—¿Qué podría contarte, abuelo? Las cosas están bien,
sobre todo en el trabajo —comentó encogiéndose de
hombros y mirando al frente.
—Sé que las cosas en el trabajo van muy bien, porque
has estado trabajando más de la cuenta.
—Imagino que Drica te lo dijo…
—No, no he hablado con Drica desde año nuevo. —
Frunció la frente y negó con la cabeza.
—Casi olvidaba que tienes ojos y oídos en todos lados…
—No era un reproche, por lo que, sonrió sin muchas ganas.
—Algo como eso —sonrió—, pero también sé que tienes
la costumbre de saturarte de ciertas cosas cuando deseas
evadir otras... ¿Qué es lo que te preocupa? Y no me digas
que estás bien, porque sé que no, te conozco, Renatinho,
noto cuando algo se roba tu tranquilidad y estabilidad
emocional. Está bien si la alteración fuese para bien, pero
este no es el caso. —Trataba de ser cuidadoso con sus
palabras, porque bien sabía que podrían ser
malinterpretadas.
Renato suspiró ruidosamente, era muy probable que, si
no estuviese medicado, empezaría a sentir calambres en el
estómago y esa horrible presión en el pecho, que, aunque la
había experimentado muchas veces, aún no se
acostumbraba. Mientras estudiaba la posibilidad de ser
sincero con su abuelo, decirle lo que le estaba pasando,
pero por más que lo analizaba, no sabía por dónde empezar.
Un suspiro fue su manera de expresarse, luego, se
mantuvo en silencio y con la cabeza gacha, por lo que,
Reinhard le llevó una mano al hombro y se la apretó.
—¿Tiene algo que ver con tu amiga? —Ante esa
pregunta, Renato se volvió a mirarlo. No parecía
sorprendido, quizá ya esperaba que él estuviese al tanto de
las cosas. Después de todo, Ignacio tenía la obligación de
pasarle un reporte de cada movimiento de la propiedad.
Seguramente, le dijo que Renato fue solo, dejó una caja y
luego se marchó sin ninguna explicación.
—Lo sabes, ¿verdad? —Empezó a estrujarse las manos,
pero antes de que eso empeorara la situación, se frotó las
rodillas por encima de los vaqueros, para quitarse el sudor
que probablemente solo era imaginario.
—No sé nada, Renato… Si lo supiera, no te estaría
preguntando.
—¿Qué quieres saber, abuelo? —empezaba a ponerse a
la defensiva, su connotación al hablar y sus hombros tensos
lo dejaban claro.
—No sé, solo dime lo que quieras compartir, no estoy
aquí para presionarte, sino para aligerar tus problemas o
ayudarte a sobrellevar los pesares...
—Sí, tus sospechas son ciertas… Mi relación con Samira
era mucho más que amistad. —La voz se le rompió, pero
tragó las lágrimas que anidaron en su garganta—. No tengo
que contarte sobre ella, porque estoy seguro de que ya
sabes hasta su hora de nacimiento, de otra manera, me
habrías advertido sobre la relación.
—Aún no sé su hora de nacimiento, solo sé que es
gitana, sé dónde vive su familia y que, tanto en su
educación básica como secundaria, fue una alumna
sobresaliente… Es una chica inteligente y muy
comprometida; me sorprendió saber que no faltó ni un solo
día a clases y obtuvo la nota más alta en el Examen
Nacional de Enseñanza Media, a pesar de sus escasos
recursos, habría obtenido una buena beca para estudiar en
Rio, en la mejor universidad, de haberlo querido… ¿Qué fue
lo que le instó a irse a Chile? ¿Quieres contarme eso?
—Su padre no quería que siguiera estudiando, no sé; al
parecer, los gitanos no le dan oportunidad de superación a
las mujeres… Es una sociedad machista, Samira se reveló
contra eso y prefirió irse para poder cumplir sus metas…
Eso fue lo que me instó a ayudarla, como seguro debes
saber… Sé que no hice bien en ocultártelo… —Era su
manera de pedir disculpas por haberse aprovechado de sus
influencias.
—Está bien, tienes autonomía para tomar decisiones,
incluso, para favorecer a quienes queremos… ¿Qué sentido
tendría todo lo que se ha logrado con el grupo, si no
podemos ayudar a quienes nos importan? Porque esa chica
te importa mucho, ¿verdad?
Renato se quedó en silencio, no sabía qué responder, no
era que no tuviera claros sus sentimientos, solo que no
quería decir algo que lo mostrara más patético de lo que ya
era. En cambio, se encorvó, apoyando los antebrazos sobre
las rodillas, para poner más distancia entre ambos.
—¿Lo es? —insistió Reinhard.
—Más de lo que debería, me importa más de lo que
debería, abuelo, pero no la merezco.
—Renato, tú eres muy valioso. —Le apretó el hombro,
para que lo mirada—. Eres un joven extraordinario…
—Solo lo dices porque eres mi abuelo y es tu deber
hacerme sentir bien, pero ningún extraño me soporta…
—No es así, no te autocompadezcas. —Lo interrumpió—.
Sé que eres consciente de tu grandeza, de lo especial que
eres…
—No soy nada especial o…, quizá sí, soy demasiado
distinto…
—¿Qué pasó con Samira? —interrogó, no le agradaba ver
cómo su nieto estaba regresando a sus inseguridades.
—Nada, no pasó nada, solo se fue… —Dejó de hablar
porque vio que Elizabeth y Alexandre se acercaban tomados
de la mano.
—Avô, ya nos vamos, gracias por la cena, estuvo
riquísima… —Se acercó y le plantó un beso en la frente,
luego miró a Renato—. Espero que vayan el domingo al
desfile de las ganadoras.
—Lo siento, Eli, pero no iré…, tengo algunos pendientes
—intervino Renato, que empezaba a irritarse.
—Dormir y ver películas… ¿A esos pendientes te refieres?
—dijo sonriente con la intención de bromear.
—¿Qué más da si eso es lo que voy a hacer? No es tu
problema. —Se levantó y se marchó, dando largas y
enérgicas zancadas, ante la mirada estupefacta de
Elizabeth, que se quedó boquiabierta.
—¿Qué le sucede? —preguntó, mirando a su abuelo.
—Creo que no está pasando por un buen momento…
Discúlpalo.
—No tengo que disculparlo, sé que él no es así… ¿Sigue
con el terapeuta?
—Debería, lo llamaré para preguntar si está yendo a las
consultas.
—Bueno, me avisas. —Elizabeth le dio otro beso a su
abuelo—. Me preocupa su actitud, le haré una visita
sorpresa el lunes en la oficina.
—Está bien, cariño, seguro que necesita apoyo
emocional, aunque no lo pida.
—Hasta luego, señor Garnett, muchas gracias por la
cena. —Se despidió Alexandre, a quien también lo tomó por
sorpresa la actitud de Renato, ya que tenía la visión de un
hombre mesurado y respetuoso. Pero empezaba a
comprender que el joven también guardaba sus demonios.
CAPÍTULO 5
Los viernes, Romina y Víctor solían llegar un poco más
tarde, por lo que, después de las clases de inglés, Samira se
servía una gran taza de chocolate caliente, se sentaba en la
butaca junto al ventanal con vistas a la calle y se cubría el
regazo con una manta mientras disfrutaba de un par de
horas de lectura, llevaba una semana atrapada en el
maravilloso mundo de fantasía cargado de amor y acción
que había creado Sarah J. Maas.
Ya estaba en el último de la saga, que recién empezó
hacía un par de semanas. Tenía sentimientos encontrados,
deseaba llegar al final de la historia para saber cómo
terminaba, pero tampoco quería hacerlo, porque no estaba
preparada para despedirse de los personajes. Aprovecharía
que al día siguiente no tenía que trabajar el turno de la
mañana, para darse el gusto de desvelarse.
Escuchó los pasos en el pasillo y las risas de Romina,
luego la voz de Víctor, le gustaba la manera en que él se las
ingeniaba siempre para hacerla reír. Dejó el libro de lado,
apartó la manta y se levantó para recibirlos con chocolate
caliente, como siempre solía hacer.
Corrió a la cocina y empezó a servir en las tazas,
mientras escuchaba las llaves.
—Buenas tardes —saludó con bandeja en mano.
Romina, que se quitaba el abrigo para colgarlo en el
perchero de la entrada, se mostró sorprendida.
—¿Por qué aún no estás lista? —preguntó al ver a Samira
con unos vaqueros, camiseta y cárdigan, que solía usar para
estar en casa. Además, el rodete en su cabeza no era la
mejor muestra de que se estuviese preparando para asistir
a su cita de esa noche.
—Es que he decidido no ir. —Puso la bandeja en el
mueble blanco junto a la entrada, en el que dejaban las
llaves.
—¿Cómo que no vas? —preguntaron al unísono Romina y
Víctor.
—Es que la verdad, no estoy de ánimos, solo estoy
esperando el momento exacto para escribirle a Lena e
inventar cualquier excusa —respondió con la mirada
esquiva, al tiempo que se hacía de una de las tazas para
ofrecérsela a Romina.
—Samira, sabes que puedes salir a divertirte, conocer
gente o fortalecer el vínculo con tu jefa y tus compañeros
de trabajo, más allá del horario laboral —comentó Víctor,
que también dejaba su abrigo en el perchero—. Ve,
comparte con ellos y vuelve a la hora que quieras, para eso
tienes llaves.
—Sí, Samira, no te cohíbas de salir solo porque te estés
quedando aquí, tienes total libertad para ir y venir cuando
desees —intervino Romina, recibió la taza, pero enseguida
la devolvió a la bandeja.
—Lo sé, agradezco la confianza que me brindan. —Se
metió las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros y
se encogió de hombros—, pero no me entusiasma la idea. —
Hizo una mueca con la boca que a Romina y Víctor le
pareció encantadora.
La gitana decidió tomar el control, acortó la distancia, la
sujetó por un brazo y se la llevó a la habitación. Sabía que
era un tema para tratar mejor entre mujeres y también por
la confianza que Samira puso en ella al contarle el
verdadero motivo de su llegada a Madrid.
Cerró la puerta de la habitación y pudo notar que Samira
estaba tensa, su intención no era hacerla sentir incómoda,
sino ayudarle a que rompiera esa coraza de desamor con la
que se había blindado.
—Samira, cariño…, sé que no estás pasando por el mejor
momento emocional, pero ya es hora de que hagas algo
para salir de ese estado. —La sujetó por los hombros y se
acercó al rostro de la chica para mirarla a los ojos—. Han
pasado tres meses, debes dejar de lamerte las heridas,
déjalas cicatrizar, cierra ese capítulo doloroso y sigue
adelante. Si sigues encerrándote en ti misma, evitando
cualquier cosa que te distraiga de la desilusión que vives,
no vas a superarlo; y viniste aquí con esa intención, ¿cierto?
—Vio cómo los ojos de Samira se rebosaron en lágrimas y
rápidamente le acunó el rostro y se las limpió, cuando
apenas iniciaban el descenso por sus mejillas.
—Lo intento, voy todos los días al trabajo, camino y
busco distraerme, pero nada da resultado… No creo que
salir a cenar con la misma gente que comparto mis días
haga alguna diferencia —sollozó, bajando la mirada, le
avergonzaba mostrarse así de vulnerable por alguien que no
merecía la pena—. No puedo superarlo y no es quiera alagar
innecesariamente este período de sufrimiento…
—Sé que estás esforzándote. —Ella, como profesional en
psicopedagogía y psicología, sabía que a Samira le llevaría
tiempo encontrar la resiliencia—. Sé que en este momento
es muy difícil para ti tener el control de tus actitudes, tus
hábitos y te sientes totalmente incapaz de hacer otra cosa
que no sea intentar resignarte… Sé que dedicaste mucha
energía y sacrificaste mucho para encontrar la tranquilidad
de un mar en calma; cuando te marchaste de casa quisiste
predecir cómo pasarían exactamente las cosas, pero se dan
situaciones que nos cambian el rumbo o destruyen no solo
lo construido, sino lo que tenías cimentado; incluso, sientes
haber perdido eso que te mantenía con ilusión y te
motivaba a levantarte cada día. —Samira asentía mientras
Romina seguía limpiándole las lágrimas—. Sé que estás
preguntándote qué hacer o cómo atravesar este mal
momento.
—No sé cómo hacerlo, ni siquiera sé si merece la pena
que siga intentándolo o; simplemente, resignarme a seguir
así, ya no luchar por olvidar o por dejar de sentir.
—Samira, la alternativa es tan simple que puede
resultarte cruel, la única solución es que sigas viviendo,
porque vivir también es sufrir, es avanzar sin ganas, es
desconcierto, miedo, rabia... Hasta que encuentres alivio…
Pregúntate qué harías en este momento si no te sintieras
así. Probablemente estarías entusiasmada con ir y conocer
ese lugar al que te invitaron, ¿cierto?
Samira chilló, pero asintió; en serio agradecía la mirada
comprensiva y la sonrisa dulce que Romina le regalaba.
—Entonces, ve, aunque pienses que no es la mejor idea,
ve y no te sientas mal por querer disfrutar del momento… Si
te quedas aquí, solo estarás permitiéndole al pesimismo que
te arrastre; y bajo ninguna circunstancia debes permitirlo.
—Es que no estoy segura de que vaya a sentirme
cómoda.
—No lo sabrás si no vas, me has dicho que Lena y los
chicos son de tu agrado, que te sientes bien trabajando con
ellos… Date la oportunidad de saber si también te agradan
como amigos, en un espacio que no se rigen por ninguna
jerarquía.
Samira resopló y se pasó las manos por la cara.
—Está bien, lo intentaré, iré. —Asintió, más que por
reafirmar su respuesta, era un mecanismo de
convencimiento para sí misma.
—Este es el primer paso y el más importante. —Romina
sonrió, satisfecha—. Tu temple es de acero, Samira. Estoy
segura de que pronto vas a superar este bache. Ahora, no
pierdas tiempo, te dejo para que empieces a vestirte, ponte
muy guapa. —Le sugirió y le dio un beso en la frente.
Samira, una vez sola, volvió a llorar, deseaba con todas
sus fuerzas salir de ese estado en el que estaba, no quería
seguir sufriendo, pero aún no encontraba la forma, solo
esperaba que Romina tuviese razón y que este tipo de
actividades le ayudaran a olvidar a Renato o; por lo menos,
a no sentir rencor y dolor cada vez que pensaba él.
Los estados de ánimo de Renato estaban en un cambio
constante, no era más que una marioneta de sus
emociones; la mayoría del tiempo quería ahogarse en
trabajo, para no pensar y, los días libres, solo se quedaba en
la cama, se levantaba cuando el hambre le hacía doler el
estómago e iba a la cocina a por agua, alguna fruta o
yogurt, luego volvía y se dormía o; simplemente, encendía
el televisor, ponía una película y no le prestaba atención.
Se sentía abrumado, sin ganas de nada, por no querer
salir a respirar aire fresco; solo se quedaba ahí en ese aire
viciado de la soledad y los recuerdos de sus momentos
vividos junto a Samira, sobre los que no tenía control,
porque por más que se obligaba a no pensarla, no podía
ganarle la batalla a su mente y terminaba sintiéndose como
un despojo humano.
En algún momento de la noche se quedó dormido, solo
para soñarla, ahí, en su cama, desnuda, mientras leía y él se
llenaba los oídos con el maravilloso sonido de su voz; la
admiraba, no, en realidad, la veneraba.
Seguía el movimiento de las pupilas de los ojos de
Samira recorriendo las líneas de un libro al cual no podía
distinguir, disfrutaba de las espesas pestañas negras que
tanta fascinación le causaban. Su dulce perfil, la exuberante
boca y su nariz respingada. El corazón se le aceleró de tal
manera que apenas fue capaz de seguir respirando.
Siguió con su mirada hasta los pechos coronados por los
pezones rosa oscuro. Tragó saliva, queriendo ignorar la
tensión en su ingle, pero que ella dejara de lado el libro y se
volviera para seducirlo con su encantadora sonrisa, hizo
todo más fácil; y con una mansa sonrisa se rindió ante su
gitana.
Ella se subió encima de él, mientras se miraban a los ojos
y la apresaba por las caderas, sintió cómo descendía
consumiendo cada centímetro de su pene. Sí, la vio oscilar
sobre él, con su pelo largo y abundante fluyendo sobre ellos,
con la cara contraída por el placer.
Subió su caricia por los costados, escalando por las
costillas e hizo que bajara el torso, le acunó la cara y con la
punta de su nariz podía rozar la de ella, se bebía su aliento,
disfrutaba de su olor y de sus pupilas dilatadas, mientras se
aferraba con ambas manos al rostro sonrojado.
—Nunca querré a nadie más que a ti. Podría hacer esto
durante toda la noche y seguir al día siguiente… y todos los
días que me quedan por vivir… Te amo, Samira…, te amo. —
Le susurró y la besó.
Pero el sonido de unos fuegos artificiales lo alertó,
haciendo que Samira se disipara de entre sus brazos.
Despertó con el pecho agitado y empalmado. Fue la primera
noche que se masturbó pensando en ella, su alivio fue
realmente momentáneo, porque terminó llorando, sintiendo
que en casi tres meses no había avanzado una mierda, no
conseguía superarla, seguía a la orilla de la oscura
carretera, cuando tuvo que detenerse para poder vomitar
producto de un ataque de pánico.
Tras llorar un buen rato, se levantó porque seguía en
medio de las sábanas viscosas llenas de semen. Con
enérgicos tirones producto de la rabia y frustración las lanzó
al suelo, se quitó el pantalón del pijama que apenas había
bajado para liberar su erección, también lo dejó
arremolinado sobre la alfombra y volvió a acostarse.
Sentía que su pecho empezaba a llenarse de rabia en
contra de Samira, esa necesidad de quererla y no tenerla lo
frustraba, al punto de que esa jovencita adorable que lo
enamoró hasta la médula, empezaba a desdibujarse,
dándole paso a una villana que no merecía su sufrimiento.
Más juegos artificiales estallaron y con todos sus colores
brillantes se reflejaban en los cristales de las puertas del
balcón. Era la última noche de carnavales y eso era algo
positivo, porque el bullicio y el aglutinamiento en la ciudad
menguaría un poco; tomó su móvil de la mesita de la cama,
eran las diez y cinco de la noche.
Con un suspiro lánguido se dedicó a buscar otra canción
con la que pudiera hacerle algún reproche a Samira. No
sabía si ella algún día las escucharía, pero no le importaba,
era una manera de hacer catarsis o la impotencia que
anidaba en su pecho se lo terminaría consumiendo. Lo más
irónico fue que encontró una que era de uno de sus
cantantes favoritos, quizá, si veía en la notificación de quién
se trataba, le picaría la curiosidad y la escuchara, así podría
arrojar sobre ella un poco de luz sobre cómo se sentía.

Vuelves, en cada sueño que tengo caigo de nuevo en


tu red
Sé que tarda un tiempo curarme de ti de una vez
Tuve tantos momentos felices, que olvido lo triste
que fue
Darte de mi alma, lo que tú echaste a perder…

Tras escucharla una vez más decidió agregarla a la lista


de reproducción y se quedó observando la pantalla,
esperando esta vez contar con la suerte de ver que Samira
la escuchaba. Los minutos pasaban y nada, ningún indicio
de que la escuchara; llegó a la conclusión de que
seguramente desinstaló la aplicación.
Dejó caer el móvil sobre su pecho, con la mirada en el
techo; sintió las lágrimas calientes bajar por sus sienes. No
obstante, la vibración de una notificación hizo que el
corazón le diera un vuelco, no se dio tiempo a saber si era
de emoción o miedo, porque sus manos fueron más rápidas.
La esperanza se precipitó a tierra cuando se dio cuenta
de que era un mensaje de Oscar.

«Ey, primo, ¿vendrás? Recuerda el favor que te


pedí».

Apretó fuertemente los párpados y resopló, a pesar de


que le había dicho a Elizabeth que no iría a ver el mismo
desfile de hacía ocho días, porque odiaba ese tipo de
celebraciones donde todo era descontrol y aglomeraciones,
cedió a la petición de Oscar, que casi le suplicó que fuera,
porque quería aprovechar la oportunidad para hablar con
Luana; sabía que ella no aceptaría reunirse a solas con él,
entonces, la función de Renato era alejarla del grupo
familiar y luego dejarla con Oscar.
No tenía idea de qué pasaba entre ellos, sobre todo,
porque su primo seguía su noviazgo con Melissa, a pesar de
que la chica se había vuelto bastante exigente y lo tenía
algo cansado.
Quería zafarse de ese compromiso, se maldijo por haber
dicho que sí.

«Creo que es mejor que hables con Melissa. Si te


gusta Luana, termina a Melissa primero».

Escribió y le envió el mensaje.


Se sentó al tiempo que con la mano libre se apretaba los
cabellos, los tenía bastante largos, no había ido a cortárselo
desde diciembre, lo mismo pasaba con su barba, la tenía
descuidada; solo se pasaba la máquina, sin importar si le
quedaba prolija o no. Ya Drica había reparado en su
apariencia y, aunque no le había dicho directamente que
estaba como la mierda, porque sabía que le afectaban las
opiniones de los demás y lo autocrítico que era, se lo hizo
saber de forma sutil, cuando le dijo que, si quería, ella se
encargaba de programar la visita al estilista o le haría unos
minutos en su agenda, para que Fabio fuera a la oficina. Él
se negó y ella no insistió.
No pasó ni un minuto para que Oscar lo llamara,
chasqueó los labios, pensando en no responderle, pero el
chico lo necesitaba. Le contestó y sintió la agonía en su voz,
por lo que, en contra de su voluntad, aceptó ir y secundarlo
en la conquista de la hija de Alexandre.
Ya le había dicho que hacer eso era una locura, que no
podía tener un noviazgo con la jovencita, porque no era
cualquier chica, era la hija del marido de su hermana,
además, ella ya tenía un hijo de un año. Luana necesitaba
de alguien que no solo la llenara de promesas, sino de
alguien con la madurez y el compromiso suficiente para
aceptarla con la responsabilidad que traía a cuesta, le
costaba creer que Oscar pudiera ser el indicado.
Una vez que terminó la llamada, se levantó, recogió el
nudo de sábanas sucias y las llevó al cuarto de lavado, las
metió a la lavadora y ahí las dejó, luego se fue a la ducha.
Después de media hora abandonaba su apartamento, el
cual había sufrido un cambio drástico, apenas intentaba
familiarizarse con los muebles y los colores, ya que pasó del
gris y beige, que le daban un aspecto austero, a una
explosiva paleta de colores verde, blanco, negro y naranja.
CAPÍTULO 6
Renato llegó cuando el desfile de Mangueira ya iba por la
mitad, saludó a todos y le dio unas palmaditas en la espalda
a su primo Oscar, que lo miró como si fuese la
reencarnación de algún tipo de salvador.
Su abuelo y su padre le agradecieron que fuera a ver a
su prima. Él se asomó al balcón, para verla avanzar
sambando y sonriendo con la misma energía del domingo
pasado.
Cuando ella miró hacia ellos, él alzó la mano para
saludarla; pudo notar su sorpresa de verlo ahí. En cuanto se
vieran en la casa, le pediría disculpas por cómo la trató el
miércoles por la noche, fue grosero, era consciente de eso,
pero en ese momento le fue imposible controlar su estado
de ánimo.
—Gracias por venir. —Le dijo Oscar, en tono cómplice,
mientras saludaba a su hermana.
—Dije que te ayudaría, pero no creo que este sea el
mejor lugar para una declaración de amor —comentó
mirándolo de reojo.
—No será una declaración de amor ni nada por el estilo.
—El nerviosismo se sintió en su voz.
—Entonces, ¿de qué se trata? —curioseó Renato, aún no
entendía a dónde quería llegar Oscar con Luana.
—Solo tengo que decirle algo…, pero tienes razón, este
no es el mejor espacio. —Estaba seguro de que no había
lugar para tener una conversación privada—. Lo haré en
cuanto lleguemos a casa, ¿te parece mejor?
—Sin duda.
—Igual me ayudarás, ¿verdad?
—Lo haré —suspiró.
¿Acaso tenía otra opción? Sí, posiblemente, negarse,
pero quería ayudarlo, aunque él no estuviese en el mejor
momento para ser testigo de situaciones amorosas, porque
por más que su primo le dijera que no se trataba de nada
sentimental, sabía que sí lo era.
Antes de que el desfile terminara, su tío Samuel salió del
apartado, lo vio bajar las escaleras y enseñando la
credencial pedía acceso para ingresar a la zona de prensa,
donde estaban los miembros más importantes de la
comparsa, siendo entrevistados por varios canales de
televisión, tanto nacionales como internacionales.
Tuvo que apoyar las manos en la baranda del balcón y
sacar medio cuerpo para poder seguir con la mirada a su
tío, lo vio conversando con Elizabeth y luego la abrazó.
Sonrió porque, sin duda, acababan de limar asperezas. Eso
era algo que toda la familia necesitaba, no podían seguir
soportando el orgullo de Samuel Garnett, sobre todo, si con
eso hería a su propia hija.
Se alejó del balcón y se acercó a la mesa donde había
varias bebidas entres alcohólicas y refrescantes, se hizo de
un Red Bull. Su abuelo estaba conversando con su padre y
Marlon Ribeiro. Mientras que, su madre, su abuela y su tía
Rachell, seguían junto al balcón, cotilleando sobre la
reconciliación de Samuel y Elizabeth.
Luana, estaba aplicándole unas sombras brillantes a
Violet, y Oscar no hacía más que mirar a la chica, aunque
hacía su mejor intento por disimular; en cambio, él, se
sentía como si no formara parte de ese entorno; incluso, se
sentía fuera de su propio cuerpo, agotado, a pesar de que
pasó todo el día en la cama.
Miraba, pero no veía, y escuchaba todo como si él
estuviese bajo agua; no tenía la atención puesta en nada,
solo reaccionó cuando su madre llegó a su lado y le dio un
abrazo. Lo primero de lo que fue consciente fue de su tía
Rachell saliendo del salón.
—Renatinho, amor…, Renato…
Su madre hizo que se espabilara.
—¿Qué? Disculpa, no te escuché.
—Ya veo —sonrió, rodeándole el torso con uno de los
brazos, él pasó uno suyo por encima de los hombros de su
madre, acobijándola a su costado—. ¿Que si vas a
acompañarnos a casa? —repitió la pregunta.
A pesar de que estaban en el Marquês de Sapucaí, desde
las diez de la noche, tenían planeado seguir la celebración
en casa, con un día de piscina y asado.
—Sí, sí, iré con ustedes —contestó, ya se lo había
prometido a Oscar, pero una vez cumpliera con eso,
regresaría a su apartamento.
Su madre siguió hablando y él no hizo más que seguirle
la corriente, ella le preguntaba cómo iba el trabajo; él le
respondía que bien y lo completaba con alguna anécdota,
para hacer más interesantes sus respuestas y que su madre
no empezara a hacer preguntas más personales.
Más de una vez le esquivó la mirada a su abuelo, sabía
que él quería ahondar en el tema de conversación que
tuvieron el miércoles, pero lo había estado evitando. Fue un
error decirle por lo que estaba pasando, estaba harto de ser
merecedor de lástima o de que alguien más tuviese que
hacerse cargo de sus problemas.
Dominic, uno de los jefes de seguridad, se acercó a su
padre, secreteó algo con él y juntos se acercaron a su
abuelo; le dijeron algo y el patriarca se volvió hacia ellos,
pero miraba más a Rachell.
—Bueno, nos vamos, Samuel dice que Elizabeth tiene
unas entrevistas pendientes, él se quedará con ella, será
mejor esperarlos en la casa.
—Yo tengo que esperar a mi papá —dijo Luana, porque
su padre no le había dado permiso para que se fuera con los
Garnett.
—Señorita, su padre dijo que se reunirá con usted en
casa —comentó Dominic, haciendo un ademán, para que la
jovencita saliera.
Luana se asomó al balcón, para mirar hacia donde había
visto por última vez a su padre, sentado en una de las
carrozas.
—No es que desconfíe de su palabra, señor, pero primero
lo llamaré —dijo, buscando su teléfono en su cartera, le
marcó, pero no le contestó; inevitablemente, empezó a
sentirse nerviosa.
—Ven, Luana. —La llamó Oscar, ofreciéndole la mano—.
Seguramente está ocupado, no creo que Dominic mienta.
—Está bien, pero lo intentaré una vez más —dijo y volvió
a marcarle.
Renato pudo notar a la chica preocupada, comprendía
que no quisiera irse con ellos, porque Samuel y Alexandre,
no se llevaban bien.
—Papá, ¿sucede algo? Es que quieren que vaya a la casa
del abuelo de Eli…. ¿Nos veremos allá? ¿Todo está bien? —
La chica seguía hablando con la mirada en la punta de sus
sandalias, quizá no deseaba sentirse juzgada por su actitud
reticente—. Sí, lo haré… No tardes, papi —susurró. Su padre
le dijo algo más, luego terminó la llamada y suspiró.
Oscar le sujetó un brazo y la guio fuera del palco,
siguiendo a los demás, que ya se dirigían a la salida.
—Ian… —Rachell lo llamó. Él llevaba a Violet en brazos,
quien se había quedado dormida—. Voy con Samuel, ¿te
molestaría si te pido que cuides de Violet?
—Sabes que haces una pregunta tonta, ve con él y
cualquier cosa me llamas. —Se guardó su propia opinión,
también sabía que algo no andaba bien, pero por
consideración a su padre, no quiso exponer sus
sensaciones.
—Andando, andando, que tenemos mucho por celebrar
—hablaba Hera, de muy buen ánimo, suponiendo que en
pocos minutos se encontrarían todos en casa. Se colgó del
brazo de Renato, para ir con él.
—Nos vemos en un rato. —Rachell le plantó un beso a
Sophia en la mejilla y se miraron a los ojos, ambas parecían
nerviosas.
—Sí, nos veremos.
Renato se volvió a ver a su tía Rachell, no sabía por qué,
pero la notaba muy preocupada.
Él mismo empezó a sentir que un nudo de angustia se
apretaba en su estómago.
Varias SUV y guardaespaldas esperaban por ellos. Renato
le dijo a Dominic, que él había llegado en su vehículo, el jefe
de seguridad de inmediato designó a Aureliano, para que le
sirviera de chofer.
Hera, que no le había soltado el brazo a su sobrino, pidió
ir con él y también se les unió Helena. Así fue cómo, de
camino a casa, Renato terminó en medio de las gemelas,
iba con los hombros encogidos, un poco encorvado y la
mirada al frente. El silencio era interrumpido de vez en
cuando por comentarios de las gemelas sobre cosas que
veían en sus redes sociales, mientras él iba sumido en sus
pensamientos, que solo eran interrumpidos cuando tenía
que dar alguna opinión sobre las fotos que ellas publicarían.
Todos los vehículos llegaron casi de manera simultánea,
por lo que, en la entrada se encontraron con casi todos los
miembros de la familia que asistieron al sambódromo.
Renato supo que Oscar aún no había tenido la
oportunidad de hablar con Luana, porque se trasladaron en
vehículos distintos.
Ya en el salón, su padre se acercó a él, aún tenía en
brazos a Violet.
—Cuida de Luana, llevaré a Violet a la cama… Tu abuelo
subirá a descansar un rato. —Le pidió Ian.
—Está bien —respondió Renato, sabía que esa era la
oportunidad que Oscar tanto estaba esperando.
Pero ni bien su padre se alejó unos pasos y él se
acercaba a Luana, cuando sus tías la abordaron.
Sus abuelos subieron a la habitación, aunque su abuela
bajó media hora después, dejando a Reinhard dormido. Por
mucho que él quisiera tener energías para ese tipo de
reuniones, lo cierto era que su edad le jugaba en contra.
En vista de que sus tías acapararon a Luana, él decidió
subir a su habitación, tenía que ir al baño para refrescarse,
sentía la piel pegajosa por todo lo que sudó al salir de aquel
palco.
No supo cuánto tiempo pasó mirándose al espejo,
mientras el agua se le escurría entre los dedos; intentaba
reencontrarse en su reflejo, entenderse, esperaba no hallar
en sus pupilas el sufrimiento que poco a poco lo socavaba,
deseaba poder curarse de Samira en unos días, debía dejar
de pensarla, prenderle fuego a su recuerdo y a todo lo que
vivieron juntos.
Cerró los ojos y negó con la cabeza, obligándose a
desviar sus pensamientos, sabía por dónde querían llevarlo
y no era el mejor momento ni el lugar para dejar que lo
dominaran. Inhaló profundamente, luego se llevó las manos
llenas de agua a la cara, deseando mandar a la parte más
recóndita de su cerebro las ganas de sabotearse.
Cuando volvió al salón, pudo ver a través de los cristales
frontales a su tía Rachell, bajando de un taxi, en compañía
de uno de los guardaespaldas; ella no tenía el mejor
aspecto, estaba pálida y despeinada, se le notaba que había
llorado, y lo primero que hizo fue correr hacia su abuela
Sophia, quien la acompañó a uno de los salones.
De inmediato, el estómago se le encogió y la maldita
opresión en su pecho cobró vida, tuvo la sensación de que
se le había helado todo el cuerpo, quiso gritar o llorar, pero
no hizo ninguna de las dos; notó que palidecía y tuvo que
sujetarse del respaldo de una butaca, para no perder el
equilibrio, estaba a punto de desmayarse, con el pulso
acelerado. Pensó que había perdido la fuerza en las piernas
y que cayó al suelo, pero seguía de pie, frisado, sin poder
reaccionar.
Los sollozos de Luana, lo sacaron del trance, por lo que,
caminó hasta ella. Su padre llegó y los miró a todos,
enseguida se fue al salón donde estaba Rachell y Sophia.
Cuando supo lo que había sucedido con Elizabeth, a
Renato lo atrapó una densa nube de extrema ansiedad, todo
a su alrededor se desdibujó y apenas era consciente de que
estaba retrocediendo varios pasos, hasta que tropezó con el
sofá y quedó sentado; se llevó las manos a la cabeza, para
sostenérsela, porque sentía que todo le daba vueltas.
Trataba de enfocar la mirada, de ver con claridad lo que
estaba pasando, pero no veía más que estelas de
movimientos y colores, su respiración empezó a ser
arrítmica. Sabía que debía tomar el control de sus
emociones, por lo que, inhalaba fuertemente por nariz y
boca, pero no conseguía llenar sus pulmones y un sonido
sibilante hacía eco en sus oídos.
Cerró los ojos con fuerza y en medio de la oscuridad,
puntos blancos interrumpían. Fueron los sollozos de Luana,
sentada a su lado, que lo arrancaron de su estado agónico.
—Mi papá se va a morir —sollozó ruidosamente—. Si algo
malo le pasa a Eli, mi papá…, mi papá no va a soportarlo.
No pueden hacerle esto…, no pueden —gimoteaba.
Al abrir los ojos, Renato se percató de que su madre
intentaba consolar a Rachell, mientras que Hera y Helena
pretendían hacer lo mismo con Sophia, a pesar de que ellas
también lloraban.
Su padre se había marchado, quizá en el momento en
que Renato había perdido el sentido de todo. A su derecha,
al otro lado de Luana, estaba Oscar, con la mirada fija en su
madre, como en un estado catatónico.
—Tranquila, Luana, tu papá estará bien. —No supo de
dónde sacó la fortaleza para expulsar esas palabras de
consuelo, para la chica que lloraba casi desesperada.
—No. —Empezó a negar con la cabeza y volvió su rostro
hacia él—, no lo entiendes, mi papá no soportará otra
pérdida… Él ama a Elizabeth… —De sus ojos se derramaba
lágrimas sin control—. A mi mamá se la arrebataron de los
brazos, si algo le pasa a Eli…
—No le pasará nada, van a encontrarla, ya verás que en
unos minutos la encontrarán… —Esas palabras de aliento no
solo eran para ella, sino para tranquilizarse a sí mismo. No
tenía idea de lo que hablaba Luana; sí, sabía que la madre
de ella había fallecido, pero no conocía los pormenores, no
era del tipo de persona que se interesara por hurgar en el
dolor de los demás, pero al ver lo afectada que estaba,
debió ser algo difícil.
—Tengo que avisarles a mis abuelos, ellos ayudarán a mi
papá. —Con manos temblorosas buscaba su teléfono en la
cartera—. Tienen que cuidar a mi papá…
—Sí, creo que debes avisarles, pero primero tienes que
calmarte, porque así, solo vas a preocuparlos… Tranquila, tu
padre está bien. —Renato le acariciaba la espalda—.
Hablaste con él hace un rato y estaba bien, no tienes que
tener miedo…
Luana afirmaba con la cabeza, tratando de calmarse,
pero seguía hipando, no podía dejar de pensar en que su
padre debía estar sufriendo, que estaría a punto de
enloquecer; y ella solo quería verlo para asegurarse de que
físicamente estaba bien.
Sentirse con la responsabilidad de cuidar de Luana, había
adormecido sus emociones; sí, sentía un terrible nudo de
acidez en el estómago y ese ahogo en su pecho que le hacía
difícil respirar, pero no colapsó.
En ese momento, Oscar pareció salir de su estado de
aturdimiento, se levantó y salió por una de las puertas
laterales, él también hizo el intento de levantarse, para ir
tras su primo, deseaba de alguna manera ayudarle a
sobrellevar el momento, pero no lo consiguió, porque llegó
su madre para ocupar el puesto en el que estaba Oscar.
—Creo que es mejor que lo dejes solo. —Le aconsejó con
tono tierno, aunque su voz estaba ronca por las lágrimas
derramadas, había dejado a Rachell, una vez más, en brazos
de Sophia.
Silvia, una de las mujeres del servicio, llegó con bandeja
en mano, ofreciéndole tés. Luana no quería, pero él la instó
a que tomara uno. Él se hizo de una taza, para que viera
que aceptaba ese sorbo de calma, pero lo dejó en la mesa,
si bebía, aunque fuera un poco, terminaría vomitando.
—Toma, cariño. —Thais le ayudó a Renato, en vista de
que la chica se rehusaba.
—Muchas gracias, señora. —Recibió la taza, pero no se lo
tomaría, porque estaba segura de que nada le podría pasar
por la garganta, solo estaba esperando calmarse para
llamar a sus abuelos.
—Anda, bebe un poco. —La instó Renato, cariñosamente,
al ver que ni siquiera lo había probado.
Luana miró el líquido amarillento y se calentaba las
manos con la taza, suspiró y bebió un poco, pensando que
eso le ayudaría para poder lograr su cometido y mostrarse
calmada.
Se tomó casi la mitad de la bebida caliente, cuando
decidió que era momento para llamar a sus abuelos. Dejó la
taza sobre la mesita, al lado de la de Renato, y agarró su
teléfono, inhaló profundamente y soltó un suspiro trémulo;
después, pulsó el botón que marcaba la llamada a la casa
de sus abuelos, sabía que a esa hora debían estar
despiertos. Su abuela en el jardín, teniendo su primera
conversación del día con sus plantas y, su abuelo,
tomándose su infaltable café y viendo las noticias en el
periódico. Ella les iba a arruinar el día.
A pesar de que empezó la conversación con cierta
tranquilidad, terminó chillando, estaba temblando o quizá
era Renato que le apretaba el hombro, tal vez, eran los dos.
Luana acababa de dejar su teléfono sobre la mesa,
cuando, Liam salió del ascensor como un vendaval, estaba
despeinado, vestía unos vaqueros, una camiseta y estaba
descalzo, sus ojos estaban algo hinchados y enrojecidos.
Todos se volvieron a verlo, después de tres meses,
finalmente le veían la cara. Él corrió hacia Rachell, la abrazó
con fuerza y le dio palabras de aliento; luego, se acercó a su
madre, preguntándole como un poseso por Elizabeth, sin
duda, fue ella quien lo puso al tanto.
Nadie en esa sala iba a reclamarle nada, no cuando la
tensión era lo único que se vivía ahí, lo que Liam había
hecho se reducía a cenizas en comparación con lo que
estaba pasando en ese momento.
Su abuelo y Violet, se encontraban descansado en sus
habitaciones, preferían que siguieran así por un buen rato,
no querían exponerlos a la dolorosa incertidumbre de saber
qué había pasado con Elizabeth. Todos estaban tan
impacientes, incluso, él quería llamar a su padre, para
preguntar si habían tenido algún avance en la búsqueda de
su prima.
—¿Cómo estás? —preguntó Liam, al volverse hacia él y
rescatarlo de sus pensamientos.
—Preocupado, angustiado, como todos… —dijo en voz
baja, su mirada se escapó a los pies descalzos de su
hermano.
—No voy a quedarme aquí esperando, necesito hacer
algo… —comentó Liam.
—Ya tu padre y tu tío están a cargo —dijo Thais.
—Yo haré mi parte, no voy a quedarme aquí…, no voy a
esperar.
Renato sabía que eso era típico de Liam, siempre
arrebatado e impetuoso, haciendo las cosas a su manera,
sin detenerse a escuchar a los demás.
—Está bien —respondió Thais, consciente de que no
tenía caso discutir con su hijo mayor, se volvió a mirar a
Renato—. ¿Puedes prestarle unos zapatos?
Renato asintió y luego miró a Liam.
—Vamos a la habitación. —Bien pudo pedirle a Liam que
fuera a buscarlos, pero lo cierto era que él también
necesitaba un respiro, necesitaba dejar de estar
reprimiendo sus emociones, era casi doloroso.
—Imagino que no has comido nada, pediré que te suban
algo —dijo Thais.
—Lo menos que quiero es comer, estoy bien, mamá… —
Liam le dio un beso en la mejilla, luego se la acarició con el
pulgar.
Renato le dedicó unas palabras a Luana, lo mismo hizo
su hermano, antes de salir.
De camino a la habitación, Liam posó una mano sobre el
hombro de Renato, guiándolo como si fuese un niño. A este
le moló ese pasivo gesto de compasión y quiso quitarlo,
pero fue consciente de que quizá pasaría por grosero,
cuando su hermano solo quería ser condescendiente.
—Parece una locura. —Le dijo Liam, cuando se hizo del
pomo de la puerta.
—Cuesta creerlo, ni siquiera lo asimilo —respondió
Renato, sintiendo que la garganta se le cerraba, aún no
quería hacerse ninguna imagen mental de la situación en la
que podía encontrarse su prima, porque eso lo desplomaría.
—Necesito ducharme y cambiarme de ropa —comentó, a
pesar de que su hermano menor era más delgado, tenían
casi la misma altura y calzaban igual, por lo que, podía
arreglárselas con lo que había ahí.
—Está bien, agarra lo que necesites. —Le hizo un
ademán, invitándolo a seguir al baño; él aprovechó para
sentarse en la cama.
Liam se perdió de su vista, una vez solo, Renato se
permitió torturarse y terribles escenarios desfilaron en su
mente, esos que tanto se había obligado a repeler. Figuraba
a Elizabeth sufriendo, siendo golpeada y ultrajada.
Sacudió la cabeza, deseando eliminar toda esa atrocidad,
pero no lo conseguía, apoyó los codos en la rodilla y dejó
que la cabeza le descansara en las manos, mientras se
apretaba con fuerza los cabellos.
No, Elizabeth no merecía sufrir, ella debía estar
celebrando que uno de sus más preciados sueños se hizo
realidad; suponía que en ese momento todos debían estar
reunidos en el salón, glorificándola por su actuación.
Tenía que controlarse, porque empezaba a sentir que la
ansiedad se estaba intensificando e iba a terminar
dominándolo, y no podía permitirse atraer la atención de
nadie, todos debían estar enfocados en dar con el paradero
de Elizabeth.
Trataba de controlar los latidos desaforados que se
instalaron en su garganta e intentaba respirar, pero las
manos y las sienes empezaron a sudarle, se levantó y
empezó a caminar por la habitación, mientras sacudía los
brazos.
«Todo está bien, Eli está bien, está bien…».
Se repetía mentalmente, abrió la puerta que daba al
balcón y se quedó ahí, tratando de recuperarse en medio de
bocanadas de aire, a pesar de que sentía las lágrimas al filo
de los párpados y unas terribles ganas de vomitar.
Apretó fuertemente la barandilla de cristal, mientras
inhalaba y exhalaba, sabía que podía controlar eso, podía
hacerlo.
—Joven Renato…, joven, ¿se encuentra bien? —Lo llamó
Silvia, con precaución.
—Sí, sí… —dijo, volviéndose, sintiendo que la mujer lo
rescataba del infierno—. Disculpa, no te escuché entrar. —
Se metió las manos a los bolsillos, porque las tenía muy
temblorosas, aunque sabía que nada podría hacer con su
mirada nerviosa.
—Llamé, pero no recibí respuesta, le pido disculpas por
entrar sin su consentimiento…
—No te preocupes —intervino—. No te escuché. —Le
regaló una mueca demasiado forzada, que pretendía fuese
una sonrisa.
—Le traje algo de comer al joven Liam —dijo señalando
la bandeja que dejó en la mesa de escritorio.
—Está bien, muchas gracias.
—Si desea algo, puedo traerlo.
—No, muchas gracias, Silvia.
—Con gusto, joven. —A la mujer también se le notaba
consternada, suponía que para ella también era bastante
difícil, porque debía estar cumpliendo con sus deberes, a
pesar de la situación.
Una vez que Silvia salió, Renato se acercó a la bandeja,
vio que trajo agua, más té, jugo de naranja, fruta picada.
Necesitaba agua, por lo menos, destapó la botella y se
bebió casi la mitad, luego recordó que llevaba consigo la
caja de pastillas; rápidamente y con manos temblorosas,
sacó una y se le metió bajo la lengua.
—Estoy listo, ¿me acompañarás? —preguntó Liam, no fue
su intención sorprender a Renato, al que se le cayó una caja
pequeña por la impresión.
—Mierda —masculló y se acuclilló rápidamente, para
agarrar la caja, esperaba haber sido lo bastante rápido
como para que Liam no la notara. La guardó en el bolsillo de
su pantalón y se giró—. ¿Qué tienes en mente? —comentó,
tratando de desviar la atención de Liam.
—¿Qué es eso?
—¿Qué cosa? —preguntó esquivándole la mirada, sabía a
lo que se refería, pero era mejor hacerse el desentendido.
Así que, caminó al vestidor, con la idea de cambiarse la
camisa.
—La caja que se te cayó, ¿qué estás tomando? —Lo
siguió, porque, aunque no pudo detallarla, imaginaba de
qué se trataba.
—Solo es un analgésico, me duele la cabeza, creo que
todos estamos en la misma situación… —Corrió la puerta de
cristal de uno de los compartimientos de los armarios y, sin
detenerse a elegir entre todos los tonos de camisas azules
que colgaban de las perchas, se hizo de una celeste—. Dime
qué piensas hacer para ayudar —inquirió, sintiendo cómo, a
pesar del efecto tranquilizador del ansiolítico, la
preocupación primaba en sus emociones.
—Aún no lo sé. —Liam se rascó la cabeza, sabía que
Renato podía mentirle todo lo que quisiera, pero sus pupilas,
como dos putos faroles, exponían que lo que se estaba
tomando no era un simple analgésico. Sin embargo, no era
el mejor momento para acosarlo con preguntas que lo
hicieran ponerse a la defensiva o que se cerrara.
Le preocupaba que tuviera a su alcance antidepresivos,
ansiolíticos o cualquier mierda de esas que tomó cuando
empezó el tratamiento que, aunque le ayudaron a
sobrellevar y manejar de mejor manera sus emociones,
también lo afectaban.
Sabía que lo de Elizabeth debía tenerlo trastocado, pero
no hacía ni tres horas que se supo de su desaparición, lo
que le daba a Renato un margen de tiempo muy limitado,
como para que Danilo pudiera recetarle esos
medicamentos. Estaba seguro de que ya los estaba
consumiendo.
—Imaginé que tenías un plan… No sé, no creo que
podamos hacer mucho, tampoco es prudente correr la voz…
Tía Rachell, no quiere que se haga público —comentó
Renato.
—Solo quiero pensar…, vamos a la biblioteca. —Se
acercó y le palmeó la espalda, instándolo a caminar—.
Podemos empezar por revisar las redes sociales de
Elizabeth, ver si existe algún comentario fuera de lugar,
algún acosador…
—Liam, ¿alguna vez te has detenido a leer los
comentarios en las fotos no solo de Elizabeth, sino también
los de Hera y Helena?
—No, no mucho… En realidad, nunca.
—Tienen miles de comentarios y el setenta por ciento
son de hombres morbosos…
—Bueno, revisaremos a ese setenta por ciento… Alguna
pista, algo, tenemos que ser de ayuda, no podemos
quedarnos a la espera… Haremos eso mientras tío Samuel
se digna a responderme… —resopló, quería sentirse útil,
hacer algo para no caer en la desesperación.
Renato asintió y caminaron juntos a la biblioteca, con la
intención de ayudar; no obstante, solo anhelaban que su
padre o tío llamaran para decir que la habían encontrado y
que estaba bien, que ya venían en camino.
CAPÍTULO 7
Samira, esperó, esperó y esperó. Cada treinta segundos
iluminaba la pantalla del móvil, revisó varias veces si tenía
el wifi conectado; incluso, les preguntó a Javier y a Pablo, si
a ellos les funcionaba el internet, a pesar de que le dijeron
que sí, ella optó por usar los datos móviles.
El corazón le latía lento, su respiración era casi arrítmica,
se mordía constantemente la parte interna de la mejilla
izquierda o se mordisqueaba las uñas, aunque bien sabía
que no debía hacerlo, mucho menos estando en el trabajo,
pero no podía controlar su estado ansioso.
Cuando se cumplieron dos horas de no haber recibido
ninguna notificación de la lista de reproducción, las lágrimas
empezaron a agolpársele en la garganta y ya cuando se
cumplió la quinta hora y se cambiaba para volver al
apartamento, ya las lágrimas quemaban al filo de sus
párpados.
Le era imposible no sentirse abatida, se despidió de Lena
y los chicos, y emprendió su camino hacia su hogar
provisional.
Caminaba por la acera, cabizbaja, intentando que sus
emociones no la gobernaran, pero por más que quiso
retener su desilusión, no pudo y las lágrimas terminaron
fluyendo; aun así, se las limpiaba con los puños de su jersey.
Así no podía llegar a casa, no en el estado en el que se
encontraba. Por ser domingo, Romina y Víctor esperaban
por ella, para ir por ahí a tomarse un café o quizá ir a ver
alguna película, todavía no habían hecho planes. Así que,
llegó a un parque y se sentó en una banca, a la espera de
encontrar un poco de calma. Ahí sentada con la mirada en
sus rodillas, siguió pensando que Renato olvidó dedicarle
una canción o que quizá dejó de hacerlo, y eso le dio paso a
la desesperanza. Una pequeña parte abrigaba la ilusión de
que solo lo había olvidado y que en algún momento le
llegaría la notificación, pero no era más que su parte más
masoquista.
Cuando por fin llegó al apartamento, pasó directa a la
ducha, ahí pudo llorar sin contenciones, no sabía por cuánto
tiempo seguiría así, jamás pensó que enamorarse traería
como consecuencia tanto sufrimiento; de haberlo sabido, lo
habría evitado por todos los medios.

La familia Garnett, llevaba cuarenta y ocho horas


viviendo un infierno, a pesar de que estaban haciendo uso
de todo el poder que disponían y estaban moviendo todas
las fuerzas policiales y militares en la búsqueda de
Elizabeth, aún no tenían resultados; tampoco sabían si se
trataba de un secuestro, porque no se habían puesto en
contacto con ellos.
Por mucho que intentaron mantenerlo en secreto, no
pudieron, la información se filtró y era noticia no solo
nacional, sino también internacional. Porque Elizabeth era la
nieta de uno de los empresarios más importantes del país y
del mundo, hija del fiscal general de Nueva York, además de
una modelo mundialmente reconocida, razón por la cual,
una comitiva del FBI y de la Interpol se trasladó a Rio, para
formar parte del proceso de investigación.
Desde que los medios empezaron a rotar la noticia, los
teléfonos y redes sociales de todos no pararon de ser
bombardeados, todos queriendo saber un poco más o
tratando de dar consuelo, como si su prima no fuese a
regresar con ellos.
Esa fue la razón por la que Renato apagó su teléfono
personal y decidió dejarlo en el cajón de la mesa de noche,
no sin antes dar de baja a la única red social que tenía. Ya
que, debido a eso, su ansiedad se había disparado y no se
permitiría colapsar.
Era poco lo que había dormido, en realidad, ninguno se
había tomado un descanso; su padre y su tío, apenas
llegaron para ducharse y volver a salir.
Su tío Thor, llegó desde Nueva York esa mañana, todo
era un caos; la casa estaba invadida por oficiales que no
paraban de hacerles preguntas; su tía, Rachell, intentaba no
desesperar, pero fallaba olímpicamente. Llegó un punto en
el que él, necesitó unos minutos de desahogo, porque se
sentía a punto de desplomarse.
Se fue a su apartamento, se duchó por un largo rato y,
con medicamentos, se ayudó a dormir; de otra manera, la
ansiedad no lo dejaría ni siquiera cerrar los ojos.
Despertó con un terrible dolor de cabeza, no sabía si era
porque había dormido muy poco o fueron muchas las horas,
se sentía desorientado, no estaba seguro si era de día o de
noche, le tomó un par de minutos desperezarse y regresar a
la realidad. Tenía la boca seca.
—No puede ser —masculló con la voz ronca y la saliva
pastosa. Olvidó llevar una botella de agua a la habitación.
Apartó las sábanas, se levantó y se quedó sentado al borde
del colchón.
Le fue imposible que la preocupación por Elizabeth no lo
embargara de golpe, como una avalancha; se llevó las
manos a la cabeza e hizo el intento de peinarse.
Sacudió la cabeza para apartar los malos pensamientos,
tenía que ser positivo, encontrarse con su hermano, para
ver si ya había ideado un plan en concreto. Pasaron horas
analizando las publicaciones de los fanáticos de Elizabeth
en las redes sociales, investigaron algunos, aunque su padre
dijo que ya de eso se estaba encargando el Departamento
de Inteligencia Cibernética de la Policía Federal, quienes
tenían los equipos tecnológicos de su prima.
En medio de un lánguido suspiro, se levantó y salió de su
habitación, necesitaba agua con urgencia; en cuanto abrió
la puerta, escuchó murmullos. Sabía que debía tratarse de
sus padres o su hermano, pues eran los únicos que tenían
acceso a su apartamento; de inmediato, se puso alerta y el
corazón emprendió un latido frenético, porque la noche
anterior dejó la caja de pastillas sobre la isla de la cocina.
Los nervios se le descontrolaron, el estómago empezó a
dolerle y las palmas de las manos a sudarle; estudió la
posibilidad de encerrarse y esperar a que se marcharan,
pero sabía que no se irían hasta enfrentarlo.
Lo mejor era mentirles y decir que Danilo se las recetó
por toda la situación que estaba viviendo, pero que tenía
todo bajo control; aunque, lo mejor que podía pasarle era
que no se hubiesen dado cuenta del medicamento.
Debía parecer casual, casi de puntillas regresó a su
habitación, cerró la puerta con cuidado y se fue al baño, no
se duchó, pero sí fue a lavarse la cara y a cepillarse los
dientes. Tenía la garganta tan seca que no pudo controlar la
sed y bebió agua de la llave, algo que jamás había hecho y
que, probablemente, le haría mal, pero prefería eso a
mostrarle a sus invasores los estragos de los ansiolíticos.
Con un mejor aspecto salió de la habitación; no obstante,
todas sus teorías se precipitaron aparatosamente cuando
vio en el salón, no a sus padres, sino a Liam, en compañía
de Danilo.
¡Palideció!
El corazón se le saltó un latido, pero la necesidad de
levantar las barreras y ponerse a la defensiva, se activó. De
manera inevitable, su rabia se dirigió a su hermano, pero,
por más que quisiera, no podía mostrarse iracundo delante
de Danilo, el respeto que sentía por él, no se lo permitía.
—Bueno. —Liam se frotó las rodillas por encima de los
vaqueros, soltó un sonoro suspiro y se levantó. De verdad le
impresionó cuando entró y se topó con un ambiente
completamente distinto—. Me voy…, un placer hablar
contigo, Danilo. —Le ofreció la mano y le dio un apretón.
—Igual, espero volvamos a vernos pronto —dijo, seguro
de que Liam también necesitaba un poco de orientación,
pero él era un hueso duro de roer.
Liam solo ladeó la cabeza y frunció la boca en media
luna, un gesto totalmente ambiguo, luego caminó hasta
Renato, que se había quedado en la entrada del pasillo que
conducía a las habitaciones.
—Te dejo en buena compañía —comentó, con la
intención de palmearle el rostro en un gesto cariñoso, pero
Renato lo esquivó, tenía las fosas nasales dilatadas y su
mirada no podía esconder la ira interna. Estuvo seguro de
que, si su hermano pudiera incinerarlo con una mirada, lo
habría hecho.
—¿Quién mierda te crees para tomar decisiones por mí?
—reclamó en susurros con el ceño fruncido. Danilo no tenía
por qué enterarse de lo molesto que estaba.
—También te quiero, hermano, sé que algún día me lo
agradecerás. —Afirmó con la cabeza y le sonrió ligeramente
—. No puedes seguir haciendo lo que tú y yo sabemos que
estás haciendo, esa mierda no es buena, no lo es… No
quiero verte como un jodido adicto.
No le dejó tiempo para que siguiera protestando, lo más
importante era que hablara con el terapeuta, ya después,
dejaría que descargara toda esa rabia que ahora sentía.
Liam se marchó, dejando a Renato en una situación
bastante incómoda. No sabía cómo actuar o qué decir, ni
siquiera podía mirar a Danilo, solo quería pedirle de la
manera más amable que se marchara o; en el peor de los
casos, huir a su habitación y encerrarse hasta que él mismo
tomara la decisión de irse.
—Buenos días, Renato —saludó Danilo y se levantó, se
tomó el atrevimiento de ir a la cocina—. Sé que debes estar
muy molesto con Liam, y tienes toda la razón; no obstante,
ha sido prudente de su parte contactarme. —Abrió el
refrigerador y sacó una botella de agua, regresó a donde
estaba Renato, todavía de pie, en total tensión, y se la
ofreció.
Renato tragó grueso y recibió la botella, a pesar de que
tenía sed, decidió que no bebería, porque probablemente
solo se trataba de una prueba. Aunque, no tenía nada que
demostrarle, porque su mirada se escapó a la isla de la
cocina y no vio ahí la caja de medicamentos.
Danilo no quiso decirle que después de que Liam se las
mostrara y le hiciera comprobar de qué se trataba, las sacó
una a una y las dejó ir por el desagüe.
Le preocupaba que Renato supiera cómo adquirir esos
medicamentos sin la necesidad de que él se las prescribiera.
—No has desayunado, debes estar hambriento, ¿te
parece si comemos juntos? Aquí traje un par de sándwiches,
son de una máquina dispensadora, así que no aseguro están
muy buenos —habló, tratando de que Renato se relajara un
poco, que dejara de verlo como una amenaza, a pesar de
que estaba invadiendo su espacio.
—No lo sé…, en realidad, no tengo apetito. —Se alzó de
hombros y su tono fue bastante indiferente.
Danilo, que lo había estado observando atentamente,
pero de manera discreta, sí se había dado cuenta de que
desde hacía meses su apetito no debía ser el mejor, un
evidente síntoma de depresión. Liam tenía razón, lo que sea
que le estaba afectando, lo venía haciendo desde hacía un
buen tiempo.
—El desayuno es el alimento más importante del día.
—Lo sé —comentó con la mirada esquiva.
—No quieres sándwich, ¿te parece si pedimos otra cosa?
—No se trata de la comida, Danilo… No tengo hambre,
ahora me preparo un café, con eso será suficiente. Sé que
no es un secreto para ti, por todo lo que estoy pasando…
—No lo sé, dime tú por qué estás pasando —interrogó.
—Ya sabes, lo de Elizabeth… y todo lo demás…
—Sí, imagino que no es fácil para ti ni para ninguno en tu
familia… ¿Quieres decirme qué es todo lo demás? Renato,
desde hace meses que estás postergando nuestras
reuniones… ¿Qué sucede?
—Lo de Elizabeth, no lo estoy llevando bien. —Ya
empezaba a dolerle el estómago, no quería llegar al punto
que más lo lastimaba. Necesitaba como diera lugar evitar
ese tema, tenía mucho encima con lo de su prima, como
para también sacar a flote el abandono de Samira. Se rascó
una ceja, en un gesto de nerviosismo—. ¿Sabes qué? Sí, sí
voy a comer ese sándwich. —Quería como último recurso
tratar de convencer a Danilo de que estaba bien y que lo
que le pasaba solo se trataba de la preocupación generada
por lo de Elizabeth.
—Bien, no me negaría si me ofreces un café.
—Está bien, puedes sentarte, por favor —pidió haciendo
un ademán hacia el comedor, bien pudo haberle ofrecido
una de las butacas de la isla, pero sabía que, al momento de
él sentarse ahí, quedarían más cerca—. ¿Qué deseas?
¿Capuchino, expreso, moca?
—Capuchino.
Renato asintió, se volvió hacia la cafetera, la encendió y
buscó un par de cápsulas, se hizo de un par de platos y los
llevó hasta el comedor; al regresar, sirvió los cafés, sabía
que Danilo, al igual que él, no consumía azúcar. Y menos
mal, porque se había desecho del mínimo grano que tenía.
—Aquí tienes —dijo en cuanto le puso la taza de café al
lado del plato.
—Gracias. —Danilo le hizo un gesto para que se sentara
en la silla frente a él.
Renato obedeció, como era su naturaleza. Él bebió un
sorbo del café, luego destapó la botella de agua y tomó lo
suficiente para hidratar su garganta. Miraba el pan, pero
estaba seguro de que no iba a pasar bocado, solo se quedó
ahí, mirando cómo sobresalían algunas hebras de brotes de
alfalfa.
Danilo tampoco se atrevía a comer, solo había dado un
par de sorbos al café.
—Renato, ¿te gustaría contarme qué sucede? ¿Cómo te
sientes respecto a lo que estás viviendo? —Esperó más de
un minuto, podía notar la tensión en los hombros del chico
que no se atrevía a levantar la cabeza.
—Creo que me siento como todos…, perdido, angustiado,
preocupado… No sé cómo puede sentirse uno ante esta
cruel incertidumbre, es Elizabeth… Sabes que ella es…, es
de las pocas personas con las que tengo una buena
relación, natural…
—Lo sé, debemos ser positivos, ella regresará a casa, ten
fe en tu familia; todo el poder que poseen está enfocado en
localizarla y traerla devuelta sana y salva… Sé que en un
momento como este no quieres que la atención se desvíe
hacia ti, nunca lo has querido, no quieres empeorar las
cosas, es normal que pienses así, pero puedes buscar apoyo
en alguien fuera del núcleo familiar… ¿Samira te está
apoyando? —Encontró la manera de llegar al punto que
intuía le dolía más al joven.
Renato volvió a quedarse en silencio, apartó el plato o
vomitaría, se permitió negar con la cabeza y las lágrimas se
empeñaron en nublarle la visión.
—Ya no estoy con ella…, todo se fue a la mierda, Danilo,
y me gustaría ser como todos los demás, echarle la culpa
alguien, culparla a ella, a ti…, a quien fuera, con tal de no
asumir mis errores, pero sé que hice algo que la llevó a
tomar esa decisión. —Apoyó los codos en la mesa y se llevó
las manos a la cara, se atrevió a mirar al terapeuta a través
del espacio entre sus dedos.
—¿Por qué no me dijiste que terminaron?
—¡Porque no terminamos, Danilo! —Se exasperó, pero no
se atrevió a quitarse las manos de la cara, se sentía
avergonzando—. No terminamos la relación, ella me dejó, se
fue, no sé a dónde mierda lo hizo, pero… se fue, solo eso…
Ya sabes la causa: yo, mi comportamiento, lo que soy… Es
que no puedo gustarle a alguien, no puedo merecer más
que compasión o indiferencia, todo es a extremo conmigo,
no hay más… —La voz se le quebró, se descubrió la cara
solo para apoyar los brazos cruzados sobre la mesa y dejar
descansar la frente en el antebrazo, aprovechando eso
como un refugio—. Estoy cansado, Danilo… La verdad, ya
no quiero seguir con esto… No pierdas tu tiempo conmigo,
porque nada de lo que hagas me ayudará, por eso no quiero
seguir con las terapias y, ahora que lo sabes, no tengo que
seguir posponiendo las consultas…
—Renato…
—Ya no más, Danilo, no quiero, no quiero… —sollozó,
interrumpiendo al terapeuta.
—Renato, escúchame. No voy a dejarte, ¿lo entiendes? Tú
no me haces perder el tiempo, sé que no estabas preparado
para esto y que es doloroso, porque el desamor duele, duele
mucho, pero estoy aquí para ayudarte a sobrellevarlo; por
favor, confía en mí.
—No, no voy a hacerlo… —Negaba con la cabeza—. Solo
quiero acabar con esto, quiero acabar con todo…
—No hagas esto, Renato… Entiendo que quieres acabar
con todo, bien, déjame ayudarte, puedo ayudarte a
superarlo.
—¡No, no! Ya lo intenté, intenté no pensar en ella y en la
razón que tuvo para dejarme…
—Puedo ayudarte, solo déjame hacerlo. —Danilo tenía
ganas de darle un apretón en la mano, para reconfortarlo,
pero bien sabía que eso lo tomaría como la compasión que
él tanto odiaba. Le entristecía muchísimo que las cosas
salieran mal entre ellos, él era un buen chico, no merecía
que perdiera de esa manera la fe en sí mismo, esa que
recién estaba encontrando; sin duda, había retrocedido en
el proceso.
—Todo está jodido…, ni siquiera sé… —Levantó la cabeza
y por fin pudo mirar a Danilo, quien lo observaba con
atención y asentía ante sus palabras—. Es difícil, ¿por dónde
se supone que debo empezar cuando aún ni siquiera sé lo
que está pasando? No lo asimilo.
—Tal vez fue mi error, no sé, debí prepararte por si algo
como esto que estás viviendo se presentaba…
—¿Cómo preparas a alguien para esto? ¿Cómo lo preparas
para que no se derrumbe cuando la ilusión de su vida se le
esfuma? —cuestionó con los ojos cristalizados por las
lágrimas que se empeñaba en no derramar.
—Sí, Renato, el amor acaba, las relaciones acaban, las
personas cambian; eso es parte de la vida, te lo había dicho.
Sé que en este momento te parece que estar sin Samira es
insoportable, que quizá no puedes vivir sin ella, pero ¿sabes
qué? No es así, puedes seguir adelante sin ella, puedes
hacerlo.
—Me hice dependiente de ella, eso es algo que sabes, lo
arruiné todo con mi extrema dependencia, me paralizó el
miedo a perderla, el pensamiento constante de perderla… Y
así fue, ¿quién va a querer estar con alguien como yo?… —
Renato hablaba sintiendo la agonía viajar por su torrente
sanguíneo.
—Renato, deja de despreciarte, entiendo que estás en
una situación vulnerable y poco optimista, pero puedo
asegurarte que…
—Que estoy irremediablemente jodido… —Un poco de
sarcasmo se dejó escuchar en su tono de voz.
—Si sigues pensando así, podrías pasar toda tu vida sin
darte cuenta de que todo por lo que tú mismo te
menosprecias, todo eso que tú tanto odias de ti, alguien
más lo valora, alguien ama todas esas cualidades que tú
desprecias… Alguien te amará por quién eres, te aceptará
exactamente por quién eres.
—La verdad, no quiero que nadie más me ame, no quiero
pasar por esto de nuevo… ¿Vas a ayudarme a olvidar a
Samira?
—No, no puedo hacer eso, no tengo la capacidad para
borrarte la memoria, lo que sí puedo es ayudarte a superar
este desamor, a que aceptes que está bien si no funcionó;
guiarte hasta que logres pensarla y que no duela… Pero es
algo que tú solo debes hacer, yo solo te marcaré las pautas
y te brindaré las herramientas, pero lo demás deberás
hacerlo tú.
—Creo que no hay nada más patético que lo que estoy
haciendo… —Se limpió los ojos con los nudillos, justo
cuando las lágrimas se le escaparon.
—Sé que lo superarás, Renato, honestamente, lo creo.
Puedes volver a empezar…
—No tengo interés en empezar de nuevo, no siento
curiosidad ni tengo motivación… No sabes lo difícil que ha
sido para mí enfrentar esto, hacer como si nada pasa…,
tener que ir al trabajo…, socializar.
—Sé que dices eso por el lugar en el que estás ahora y
por todo lo que está pasando…Solo confía en mí, ¿está
bien?… Confía.
Renato suspiró, como si se diera por vencido.
—Está bien, quiero intentarlo, quiero terminar con mis
problemas, dejar mi obsesión por Samira, no quiero volver a
pensarla… Necesito concentrarme en mi familia, en
Elizabeth.
CAPÍTULO 8

Lo único positivo para Samira en la última semana era


que los días habían sido bastante soleados y la temperatura
mejoró considerablemente, por lo que, se desviaba en su
caminata a casa, para hacerla más larga.
Le agradaba mucho sentir cómo el sol picaba en su
rostro, esos momentos de introspección mientras escuchaba
un audiolibro, le generaba una paz que verdaderamente
necesitaba, pero para poder disfrutar de ese momento, aún
faltaba un par de horas; mientras, tenía que seguir
trabajando.
Al tercer día de que Renato no actualizara la lista de
reproducción, entendió que él ya había dejado de pretender
que sentía algún tipo de remordimiento por la manera en
que la engañó.
Ella, por su parte, con mucho dolor, intentaba coser sus
heridas y seguir adelante, dejar a Renato en el pasado,
tomar lo positivo de todo lo vivido junto a él y reforzar sus
planes.
Se acercó al mostrador donde Pablo estaba poniendo el
pedido de la mesa tres, se hizo de una bandeja y acomodó
los platos y tazas; luego, se lo llevó a la pareja que
esperaba por sus alimentos.
—Permiso —dijo, llegando con una sonrisa servicial—.
Ensalada camberra, para la señorita; y, focaccia Caprese,
para el señor —comentó, al tiempo que acomodaba los
platos frente a ellos. Además, le puso al frente el té matcha
y el cortado que pidieron.
—Muchas gracias, se ve riquísimo —comentó la joven de
unos veinte años, de cabello castaño y ojos oscuros.
—Gracias —comentó el hombre, que debía estar por los
treinta, era rubio de ojos azules y; por la pronunciación de
su español, parecía ser de Estados Unidos.
—Espero que lo disfruten —sonrió e hizo una reverencia y
se fue a limpiar la mesa que acababa de desocuparse, justo
detrás de ellos.
Casi nunca ponía atención a las conversaciones de los
clientes; no obstante, cuando la chica le preguntó al hombre
si se sabía algo más del secuestro de la hija del fiscal
general de Nueva York, a Samira se le encogió el estómago
y el corazón le dio un vuelco. Bien sabía de quién estaban
hablando, era la prima de Renato; si eso era verdad, él
debía estar pasando por un muy mal momento.
No podía quedarse con la duda, se apresuró a limpiar,
recogió todo y lo llevó a la cocina; al salir de vuelta al
mostrador, se acercó a Javier.
—Necesito ir al baño, ¿podrías estar pendiente de la
mesa tres? Te prometo que no tardaré.
—Sí, no te preocupes, ve… —Le dijo el chico que
acomodaba algunos postres en las vitrinas exhibidoras.
Samira se fue rauda al baño, en cuanto entró, buscó su
móvil en el bolsillo del delantal; enseguida, puso en el
buscador: «Secuestro de Elizabeth Garnett».
Le arrojó muchísimos resultados; al parecer, era la
noticia del momento, y ella no se había enterado. Abrió el
primer artículo y empezó a leer, se tambaleó hacia atrás y
notó que se le secaban la boca y la piel, como si hubiera
perdido de repente toda la humedad del cuerpo. Se quedó
en blanco y, acto seguido, sintió que la invadían unas
corrientes veloces, como un torrente de emociones fuera de
control.
El reportaje era encabezado por una foto de Elizabeth, en
el carnaval. El texto en la pantalla se le hacía cada vez más
pequeño y le temblaban tanto las manos, que no estaba
segura de poder seguir sosteniendo el teléfono.
Se sentó en el retrete, respiró hondo y trató de
tranquilizarse, aunque creía que todo lo que le rodeaba
giraba sin parar. Apretó los párpados fuertemente, sin poder
creerlo todavía.
Elizabeth Garnett llevaba ocho días desaparecida y hasta
ahora el móvil que cobraba más fuerza era el secuestro; a
pesar de que los posibles secuestradores no se habían
puesto en contacto con la familia.
Imaginaba cómo debía sentirse Renato, seguramente,
estaba destrozado, porque sabía que le tenía especial cariño
a Elizabeth. Siempre que hablaba de ella, lo hacía con un
entusiasmo particular. Cayó en la cuenta de que,
justamente, desde ese día dejó de actualizar la lista de
reproducción; enseguida, empezó a sentirse muy mal, como
la persona más mala del mundo. Lo juzgó duramente,
pensando lo peor de él, cuando, en realidad, estaba
pasando por una situación demasiado difícil.
«¿Y si lo he juzgado mal todo este tiempo? ¿Y si me
equivoqué?» Se dijo en pensamientos, mientras el
remordimiento empezaba a anidarle en el pecho; no
obstante, su voz interna le recordó aquel maldito mensaje
de voz que escuchó. No estaba loca, no lo imaginó, porque
bastante que se torturó escuchándolo, hasta que por
dignidad lo borró.
No tenía dudas de que Renato la había engañado, aun
así, ni él ni nadie merecía pasar por la terrible angustia e
incertidumbre de saber a un ser querido desaparecido, eso
le pellizcaba el corazón y le humedecía los ojos.
Sintió la imperiosa necesidad de hacerle saber que sentía
mucho todo por lo que estaba pasando y que deseaba, de
todo corazón, que Elizabeth pronto pudiera regresar sana y
salva.
Ni siquiera era consciente de que empezó a teclear su
número, aunque lo borró e intento con todas sus ganas
olvidarlo, lo cierto era que lo tenía grabado a fuego en su
memoria.
Estaba a punto de marcar cuando escuchó la voz de
Lena; inmediatamente, entró en tensión. Su jefa era una
chica extraordinariamente comprensiva, cierto, pero todo
tenía un límite de tolerancia y, por muy buena persona que
fuera, no iba a aceptar que su empleada se la pasara
encerrada en el baño. Lo único que podía conseguir con eso
era que Lena prohibiera el uso de los teléfonos, y los que se
verían más afectados serían sus compañeros de trabajo. Así
que, desistió de una llamada que requería de toda su
voluntad emocional y que, además, ni siquiera tenía idea de
cómo empezar, aparte de que no contaba con el tiempo ni
era el mejor lugar para hacerlo.
Se levantó del retrete, guardó el móvil en el bolsillo del
delantal y se lavó las manos mientras se miraba al espejo;
aún estaba conmocionada con la noticia del secuestro de
Elizabeth, pero también sentía la adrenalina inundando sus
venas ante la posibilidad de volver a escuchar la voz de
Renato. Esas emociones que él despertaba en ella, eran tan
intensas, que la desestabilizaban; incluso, un molesto
zumbido inundaba sus oídos.
Se pasó las manos mojadas por el cabello para aplacar
algunos mechones que se habían escapado de su coleta, la
cual se rehízo; luego, volvió a lavarse las manos, se las secó
y salió del baño, fingiendo una sonrisa entusiasta. Se acercó
a la mesa donde estaba la pareja que recién había atendido
y le preguntó si estaban disfrutando de los alimentos.
—Sí, todo está muy rico, gracias —dijo la chica,
sonriendo ligeramente.
—Sí, todo… ¿Podría traerme otra de estas? —solicitó el
hombre.
—Por supuesto, enseguida le traigo otra focaccia, ¿la
desea igualmente de caprese?
—La de sabores mediterráneos es riquísima. —Le
recomendó su acompañante.
—Así es —intervino Samira.
—Bueno, me convencieron, que sea de sabores
mediterráneos.
—¿Desea algo más? —preguntó, al tiempo que ordenaba
el pedido en la tableta, para que Pablo ya fuera trabajando
en ello.
—Una botella de agua, por favor.
—Enseguida regreso. —Fue a por la bebida, pero en su
camino, llegó a la caja para saludar a Lena, quien ya había
recibido el puesto que Javier estuvo cubriendo.
Durante las siguientes dos horas, no pudo sacarse ni un
minuto de la cabeza a Renato, imaginaba lo mal que debía
sentirse y, en consecuencia, a ella le dolía. Suponía que no
debía sentir nada, pero ahí estaba, sufriendo por el
sufrimiento de él.
Después de pensarlo mucho, llegó a la conclusión de que
no lo llamaría, no conseguiría nada más que humillarse un
poco más, porque muy probablemente Lara debía estar a su
lado, brindándole el consuelo que ella tanto se moría por
darle. Intentar algún tipo de comunicación solo empeoraría
las cosas, él sabría cómo y dónde ubicarla, y ella ya no
quería sufrir más o, mejor dicho, no quería hacerse falsas
ilusiones que más adelante harían polvo a los pobres
pedazos de su corazón, porque si se comunicaba con
Renato y él no mostraba ningún interés en ella, eso era lo
que iba a pasar.
Se despidió de sus compañeros y, como cada domingo,
le dejaría más tiempo a Romina y a Víctor, para que
compartieran de su intimidad como pareja. Les había dicho
que su horario de trabajo terminaba un par de horas más
tarde, cuando en realidad, solo se dedicaba a caminar,
tomaba fotos a ciertas cosas que tuvieran que ver con su
cultura, las editaba lo mejor posible y las subía a su perfil:
«Alma Gitana». Eso se había convertido para ella en una
pequeña válvula de escape.
Por más que intentaba distraerse perdida entre las calles
de Madrid, no lo conseguía, no podía simplemente ignorar
que más allá de su amor por Renato, estaba su sentido de
amistad y el recuerdo de cómo él estuvo para ella, en los
momentos más difíciles.
Caminó y caminó hasta llegar a la Plaza de España, aún
con un remolino de pensamientos caóticos, se sentó en un
banco, pausó la música que estaba escuchando y volvió a
buscar las noticias, pero seguían sin saber de ella.
No tenía dudas, quería hacerle saber que estaba
enterada y que lo sentía muchísimo, pero temía que, al
momento de iniciar la conversación, perdería el valor y
querría desistir. Sabía que, una vez dado ese paso, no
habría marcha atrás, Renato podría localizarla, a menos que
cambiara de número.
Apoyó los codos en las rodillas y dejó descansar la
cabeza entre las manos, odiaba sentirse tan mortificada, no
sabía por qué no podía ser indiferente. Después de casi un
minuto con los ojos cerrados, presionando a su cerebro en
busca de la mejor decisión, fue que cedió a sus deseos y le
marcó.
Saber que iba a escuchar su voz, hizo que algo explotara
en su interior, sintió una mezcla de frío y calor, ruido y
silencio, con el saludo quemándole los labios y el corazón a
punto de estallar; no obstante, la llamada se fue
directamente al buzón, sintió ganas de llorar, quizá de
tristeza o decepción, no lo sabía; aun así, no desistió, pensó
que así sería más fácil e hizo acopio de una calma en su
interior que no sabía que tenía.
—Renato, intenté…, quise hablar contigo, sé que esta no
es la mejor manera… No sé qué decir, no tengo palabras. —
Quería ser más concisa, pero las emociones revueltas no se
lo permitían, estaba temblando vergonzosamente y hasta su
voz vibraba—. Solo quiero que sepas que siento mucho por
lo que estás pasando, sé cuán importante es Elizabeth para
ti… Deseo, de todo corazón, que puedan encontrarla…
Olvidé decirte, soy Samira, aunque quizá reconozcas mi… —
No pudo terminar su mensaje, el tiempo no se lo permitió,
pensó en volver a llamar, pero la sola idea de que esta vez
sí le contestara, le aterraba, porque sabía que, con solo
escucharlo, todas las tiritas con las que había intentado
reparar su corazón se reventarían, iba a querer echar por
tierra lo conseguido hasta ahora y no podía hacerlo, se
prometió a sí misma enforcarse en sus metas y dejar las
distracciones de lado.
También le había prometido a Romina, seguir el proceso
de sanación, ella le estaba ayudando a superar la ruptura,
solo le pidió tres cosas principales, la primera: cortar todo
contacto con Renato o; de lo contrario, sería como estar
echándole sal a la herida en su corazón y eso no la iba a
dejar sanar; lo segundo: debía salir y socializar, aunque no
tuviera ganas, que era necesario que volviera a conectar
con personas, porque lo peor que podía hacer era aislarse y
terminar consumida por la depresión; por último: que
siguiera con su rutina de caminar o que hiciera deporte,
algo que le ayudara a crear una distracción.
CAPÍTULO 9
Renato, poco a poco, fue saliendo del estado de
inconciencia; parpadeó varias veces para aclarar la vista, se
volvió de medio lado y miró el reloj en el asistente virtual,
aún faltaba media hora para que sonara el despertador.
Sorprendido de estar durmiendo cada vez más, sin la
necesidad de ansiolíticos, se giró sobre su costado izquierdo
y quedó bocarriba, se llevó las manos al pecho y fijó su
mirada en la lámpara colgante.
Antes de dejarse arrastrar a su purgatorio personal, se
dio a la tarea de concentrarse en su respiración, haciéndose
más consciente de cada inhalación y exhalación.
Podía sentir en sus manos cómo el pecho se le inflaba,
para luego desinflarse lentamente. Estaba poniendo todo de
sí, para salir del deplorable estado en el que se encontraba;
lo había hecho una vez, estaba seguro de que podría volver
a hacerlo. Aunque esta vez estuviese siendo más difícil, ya
que, la impotencia que le generaba seguir sin saber nada de
Elizabeth, lo tenía bastante mal.
Cerró los ojos y siguió con la respiración, tratando de
abstraerse de todo, dejar su mente en blanco, pero para eso
necesitaba ser paciente; algo que, definitivamente, no era,
solía desesperar bastante rápido, aunque no lo hiciera
evidente, siempre estaba pensando en cosas futuras y
todas las maneras de cómo iba a arruinarlo.
Muy pocas veces conseguía plantarse en el presente,
vivirlo realmente; necesitaba hacerlo, hacerse cargo de lo
que estaba viviendo, aunque no deseara enfrentarlo.
No obstante, admitía que Danilo le estaba ayudando, él
prometió hacerlo y verdaderamente lo estaba logrando.
Volvieron a sus consultas dos veces por semana y, tras
cuatro visitas, tenía por lo menos unas pautas que trataba
de cumplir porque le hacían bien.
Muy en el fondo, sabía que lo hacía porque no quería
agudizar un sufrimiento que seguramente lo llevaría a
tomar una irrevocable decisión que afectaría a toda su
familia; él no podía hacer algo como eso, sobre todo, viendo
lo mal que lo estaban pasando con la desaparición de
Elizabeth.
Danilo, honestamente, le estaba ayudando a entender lo
que pudo pasar con Samira, porque en realidad, por sí solo,
jamás habría podido comprender lo que sucedió. Tuvo que
mostrarle ese último mensaje que ella le envió. Se quedó
esperando que Danilo le dijera algo, que explicara cada
línea de lo que allí estaba, pero no dijo nada, solo le
devolvió el teléfono, él volvió a apagarlo e inició con su
primer ejercicio.
Le asignó eso de las respiraciones y, una vez más, a
llevar un diario, a poner en palaras todas sus emociones,
era algo que debía hacer justo al despertar, antes de salir
de la cama… Debía escribir lo primero que se le viniera a la
mente y tenía la libertad para elegir el número de páginas,
aunque no menos de una y tampoco debía mostrárselas a
nadie, si no quería, ni siquiera a él, como su terapeuta.
Se incorporó en la cama, abrió el primer cajón de la mesa
de noche, sacó cuaderno y lápiz. Danilo le había dicho que
eligiera hacerlo de la manera con la que más cómodo se
sentía, empezó con la MacBook, pero sentía
constantemente la necesidad de buscar en internet cosas
sobre Elizabeth o Samira. El teléfono seguía apagado, al
fondo de ese mismo cajón, porque no soportaba la presión
de las llamadas y mensajes. Así que se decidió por hacerlo
en papel.
Sonrió al abrirlo, era un alivio que no tuviera que leerle
eso a nadie, porque no estaba seguro de que pudiera
entender su propia letra. Había escrito mucho, ya llevaba
medio cuaderno en pocos días.
Podía escribir lo que deseara, intentando siempre ir a la
raíz de sus males. Suspiró e inició su escritura.

«Ese pensamiento obsesivamente irracional y que


siempre utilicé como compensación por toda la ansiedad
que generaba en mí, cuando niño, el querer ser como Liam:
dominante, tan seguro de sí mismo…
Esa ansiedad se posaba sobre mí como una sombra,
asfixiándome. Solo trataba de complacer a todos, con todas
mis ganas, de mostrarme ante ellos como mi hermano.
Intenté…, intenté cumplir con esos estándares del prototipo
de ser un Garnett, pero siempre fallé; por lo que,
gradualmente, se desarrolló en mí esa sensación
permanente de no ser lo suficientemente bueno, de ser
débil o torpe.
Por otra parte, está mi madre, quien siempre me cobijó
con sus propias inseguridades, haciéndome sentir que era
demasiado débil como para superar todas las cosas que
significaban un gran reto. Mi madre era tan sobreprotectora
que, incluso, con ella ni siquiera podía ser yo mismo; ella no
me acompañaba en mis adversidades o temores, pues,
verme en cualquier mínima situación de peligro, le
abrumaba y solo terminaba agravando la ansiedad que yo
mismo ya sentía.
Terminé concluyendo que, en verdad, nadie me veía,
nadie conocía mi verdadero ser, por eso nadie podía
ayudarme a superar lo que estaba pasando, lo que hizo que
me encerrara más y más en mí mismo, terminaba
guardándome todo mi dolor y mis miedos, sin decirle a
nadie. Era esa separación interna, esas dos mitades que
luchaban en mi interior, las que no me dejaban estar en una
relación real, porque siempre me empeñé en mantener
oculta una parte de mí.
Sentí que nunca estuve verdaderamente presente para
alguien, hasta que Samira llegó a mi vida; de cierta forma,
ella me salvó, al reconocerme, al ver quién era en realidad.
Fue con ella que, por primera vez en mi vida, sentí que
podía escapar de mi inherente soledad y mis irracionales
temores. Pero, ahora que se marchó, logro comprender
cuánto, incluso con ella, me ocultaba; ahora me doy cuenta
de cuánto estaba sin estarlo.
Para Samira debió ser muy difícil estar con alguien que
siempre estuvo parcialmente atado a los demonios dentro
de su propia cabeza.
Sin duda, eso debió hacerla sentir sola e incomprendida,
entender esto, comprender la raíz de todo, de alguna
manera, me ayuda a lidiar con su partida, ahora puedo
darle un sentido, ahora puedo desengañarme de la idea de
que solo fui una víctima de un repentino desastre. No fue
así, ella no me dejó, fui yo que la alejé con esa parte de mí
que no le muestro a nadie; la asusté e hice que se
marchara…».

Terminó, dejando como siempre, puntos suspensivos, por


si en algún momento encontraba algo más por escribir. Justo
cerraba el cuaderno cuando la alarma sonó, tras silenciarla,
guardó el cuaderno en el cajón y, entonces sí salió de la
cama.
No podía explicar con palabras cómo se sentía, quizá la
definición que más se le acercaba era: «liviano». Se dirigió
al baño y se duchó por un largo rato, luego, se fue al
vestidor y salió listo para ir al trabajo. Tanto él como sus
tías, seguían al mando del grupo, a pesar de toda la presión
y angustia que estaba pasando la familia, no podían darse
el lujo de abandonar sus obligaciones. De cierta manera,
agradecía seguir con sus labores, ya que podía
desconectarse un poco de toda esa locura, de otra forma,
no estaba seguro de haber podido soportar quince días.
Al abrir la puerta, se topó con Liam, que también salía de
la habitación que venía ocupando desde hacía dos semanas.
Esa mañana que lo dejó con Danilo, luego apareció en la
noche con equipaje y, sin permiso, se instaló; por supuesto
que lo enfrentó y le reprochó por tomar decisiones que solo
le competían a él, le exigió que se largara, pero Liam no
acataba órdenes.
Entonces, Renato decidió simplemente ignorarlo, no sin
antes pedirle que no se inmiscuyera en sus asuntos.
Durante la primera semana, lo descubrió rebuscando entre
sus cosas, estaba seguro de que esperaba encontrar más
medicamentos; incluso, por las madrugadas, lo vio entrar
varias veces a su habitación, para asegurarse de que aún
respiraba.
La primera vez, lo asustó y de muy mala gana le dijo que
se fuera a su habitación, luego, solo fingía estar dormido.
Todas las veces que su hermano intentó preguntarle
sobre el motivo de su nuevo episodio, él evadía el tema. No
estaba preparado; en realidad, jamás estaría dispuesto a
contarle sobre la relación que tuvo con Samira. Debía
asumir que ya formaba parte de su pasado, para poder
superarlo.
Un par de veces, intentaron conversar más allá de lo de
Elizabeth, pero siempre terminaban evadiendo ciertos
temas; como qué hizo Liam y en dónde estuvo cuando
desapareció, antes del secuestro de su prima. A pesar de
que le dijo que no lo estaba juzgando, que solo quería
comprender, Liam terminó por levantarse e irse a su
habitación.
Algunas veces, desde su habitación, podía escucharlo
discutir por teléfono; incluso, terminaba con un tono de
súplica, pero hasta el momento no podía entender lo que le
estaba pasando a Liam.
—Buenos días —saludó Renato.
—Buen día, tío Sam me llamó, dijo que necesita hablar
contigo.
—¿Conmigo? —preguntó frunciendo el ceño, sintiendo
extraña esa petición.
—Sí, dice que te espera en casa del abuelo —confirmó
Liam.
—Pero tengo que ir al trabajo —dijo, rascándose la nuca.
—Supongo que es importante, si quieres, vamos juntos,
igual voy para allá.
—Está bien… —Caminó a la cocina a por una botella de
agua—. ¿No te dijo para qué quiere hablarme? ¿Han tenido
noticias de Eli?
—No, no dijo nada, solo que necesitaba hablar contigo,
que te llamó pero que tienes el teléfono apagado. Le dije
que, efectivamente, no quieres saber nada del móvil… Creo
que ya va siendo hora de que lo uses, no puedes estar
ilocalizable…
—Si es importante y de la familia, siempre pueden
llamarme a la oficina o aquí al apartamento. También tengo
conmigo el móvil empresarial. —Con botella en mano,
caminó a la salida y se hizo del maletín de trabajo, que
había dejado en el armario del vestíbulo.
Cuando llegaron a la casa de su abuelo, pasaron por el
salón principal, donde se había instalado un equipo policial,
a la espera de cualquier comunicación por parte de los
secuestradores.
La tensión podía sentirse en cada rincón de la casa y la
impotencia era un sentimiento que se reflejaba en la mirada
de todos los miembros de la familia; a pesar de que
intentaban mantener la entereza, más de uno vivía
momentos de quiebre, sobre todo: Rachell.
En cuanto vio a su tío bajar las escaleras, sintió
compasión por él, se le notaba las pocas horas de sueño,
tenía los ojos enrojecidos, estaba despeinado y ya se
apreciaba bastante que llevaba más de ocho días sin
afeitarse. Sin duda, no saber nada de Elizabeth estaba
socavando la estabilidad emocional de todos.
—Renato, ¿puedes acompañarme a la biblioteca?
Necesito hablar contigo.
Empezó a preocuparle la manera en que su tío se dirigió
a él, ya que solía ser más amistoso, pero comprendía que su
turbación lo llevara a actuar así.
—¿Puedo ir? —intervino Liam, que deseaba, más que
nada, tener la capacidad de multiplicarse y así estar en
todos lados, haciendo algo por Elizabeth.
Samuel solo le hizo un ademán, por lo que, los hermano
Medeiros lo siguieron; no obstante, compartieron una
mirada de desconcierto.
Samuel se ubicó en un sofá de cuero color café y les
pidió que se sentaran frente a él.
—¿Cómo están? —preguntó Samuel con la mirada en sus
sobrinos.
—Bien, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó Renato,
preocupado por las intensas ojeras de su tío.
—Hace unos días interrogaron a Alexandre, en la
estación de policía. —Para Samuel era preciso no andar con
rodeos, eso sería perder el tiempo y lo menos que podía
permitirse era eso, cuando la búsqueda de su hija era una
carrera contrarreloj—, y durante el interrogatorio, contó
cómo y dónde conoció a Elizabeth...
Renato tragó grueso y empezó a dolerle el estómago,
sabía a dónde llegaría su tío, así que no tenía caso hacerse
el desentendido.
—Se conocieron en la favela —intervino—, en Rocinha.
—Así es, pero eso es algo que ya sabíamos, lo que no
sabía es que ella estaba acompañada por uno de sus primos
—comentó Samuel, lo que hizo que Liam, de inmediato, se
volviera a mirar a su hermano.
—Sí, lo hice, sabía que era una locura… Tío, lo siento, de
verdad. —La voz se le tornó ronca y empezó a estrujarse las
manos—. Siempre le dije que era una mala idea, pero es
terca y estaba decidida a ir sola, por eso preferí
acompañarla.
—¿Por qué carajos no dijiste nada? —interrogó Liam con
el ceño fruncido.
—Es que… le-l-le prometí g-g-guardar el secreto. —Era
imposible que no empezara a tartamudear, cuando se
sentía acorralado y también asustado, además de que
empezó a sentirse culpable, lo que iba a desencadenarle un
ataque de ansiedad, podía sentirlo, conocía cuándo
empezaba a perder el control—. ¿Fue por ir… f-f-fue por la f-
f-favela? —Se pasó las manos por el cabello y luego por las
rodillas.
—No, no…, Renato, mírame —pidió Samuel, al darse
cuenta de que había alterado a su sobrino—. No te estoy
culpando de nada, agradezco que tomaras la decisión de
acompañarla, porque sé que Elizabeth es más terca que una
mula, pero debiste decirme o decirle a alguien, a tu
abuelo…
—O a mí —puntualizó Liam—. No es secreto para nadie
que Elizabeth te domina, pero ante una situación como esa,
no debiste quedarte callado… ¿Eres consciente del peligro
que ambos corrieron?
—Sí, sí…, lo soy, pero ya no puedo cambiar eso; lo siento,
tío… —Tuvo que levantarse y se aflojó la corbata, porque
sentía que no podía respirar, el súbito miedo de morir en
medio de ese ataque le reptaba frío por la columna
vertebral.
—Ciertamente, no puedes cambiarlo, pero necesito que
ahora me ayudes… Quiero que me cuentes lo que pasó ese
día, lo que recuerdes, cada detalle, por mínimo que sea…
¿Crees que puedes hacerlo? —preguntó, siguiendo con su
mirada el caminar ansioso de su sobrino.
—Necesito respirar…, solo un minuto, un minuto… —Se
dobló, apoyando las manos en las rodillas, mientras
intentaba respirar; y cerró fuertemente los ojos.
—Liam, ve a por hielo —pidió Samuel y se levantó, se
acercó a su sobrino y le acarició la espalda—. Cálmate,
intenta respirar… Lo siento, Renato…, lo siento… No debí
enfrentarte así, sé que debes tener encima mucha carga
emocional.
Liam se apresuró a buscar hielo.
—Me voy a morir… —musitó acuclillándose y cerrando
fuertemente los ojos, porque era la marioneta del vértigo.
Samuel intentó levantarlo, sintiéndolo temblar y sudar
frío.
—Es un ataque de pánico, puedes controlarlo… Respira,
solo tienes que respirar… Todo está bien, estoy aquí contigo.
—Mientras en él se intensificaban los nervios por la
respiración sibilante de su sobrino.
En ese momento, entró Liam con un tazón de hielo y,
tras él, los paramédicos de la ambulancia que, por orden de
Ian, siempre estaba ahí, porque a él le preocupaba la salud
de su padre; a pesar de que Reinhard se molestó por tal
exageración y pidió que se deshiciera de tal recurso, no
consiguió que el mayor de sus hijos cambiara de parecer.
Samuel logró que Renato se sentara en el sofá y le dio un
par de cubos de hielo, para que apretara, eso estimularía a
que su atención se desviara al dolor producido por el frío, y
no a sus emociones.
El paramédico lo revisó, comprobando que solo se
trataba de un ataque de ansiedad, y fue a por una bombona
de oxígeno, le ayudaría a que se tranquilizara más rápido.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Samuel con un tono
bastante preocupado. Quería abrazar a Renato y consolarlo,
pero temía empeorar su estado, porque no era secreto que
le incomodaban ese tipo de expresiones.
—Lo siento, tío… —Se sentía avergonzado de su episodio,
no podía evitarlo—. Sé que estás muy preocupado por
Elizabeth y yo solo empeoro todo…
—Tranquilo, ya pasó, tú tranquilo… —dijo apretándole el
hombro—. No tienes que disculparte por nada, debí ser más
precavido, creo que no estamos preparados para lidiar con
semejante nivel de estrés.
—¿Quieres que llame a Danilo? —Preguntó Liam, que
también se notaba muy preocupado. Hacía años que no
había visto a Renato en una situación como esa.
—No, no hace falta. —Negó con la cabeza.
Cuando estuvo lo suficiente calmado y sin sentir la
presión de su tío encima, pudo contar todo lo ocurrido ese
día en la favela.
CAPÍTULO 10
Desde que Samira se enteró de la desaparición de
Elizabeth, siguió la noticia en todo momento y por todos los
medios. A pesar de que Renato no había respondido a su
mensaje, lo excusaba al suponer que debía estar muy
estresado como para dedicarse a poner su atención al
móvil.
Esa tarde, en cuanto llegó del trabajo, lo primero que
hizo fue encender la portátil y entrar a la página web de un
canal brasileño, para seguir las noticias en vivo, porque
desde hacía un par de horas se había enterado del
allanamiento a una clínica en la que, se suponía, estaba
Elizabeth; aunque, el sitio servía como fachada para la
extracción y luego tráfico de órganos, no la encontraron allí.
Samira se desvestía con urgencia, porque dentro de
poco, debía conectarse para sus clases; así que, con la
mirada enfocada en la pantalla, se quitó los zapatos, el
pantalón y luego la camiseta, la cual empuñó contra su
pecho, que se desbocó cuando anunciaron que habían dado
con el paradero de Elizabeth Garnett, en el puerto de Río de
Janeiro, estaba dentro de un contenedor. Las imágenes en
tiempo real, trasmitidas desde un helicóptero, mostraban a
la policía abriendo algunos contenedores.
Samira sonrió, aliviada, con el pecho agitado de emoción
cuando vio al fiscal, saliendo de un contenedor con su hija.
Las imágenes eran tan conmovedoras, que a ella se le
salieron varias lágrimas.
En ese momento, supo que no iba a poder conectarse a
su clase, porque sentía la imperiosa necesidad de seguir
momento a momento lo que estaba pasando en Río.
Se conmovió hasta la médula y suspiró cuando las
imágenes siguieron el encuentro de la chica con su novio,
Alexandre; incluso, la presentadora dijo con la voz un tanto
rota que era una demostración de amor y esperanza.
Samira no podía despegarse de la pantalla, solo supo
que había pasado mucho tiempo cuando escuchó que
Romina llamaba a la puerta, por lo que, corrió a ponerse el
pijama que esa mañana había dejado doblado sobre la silla
del escritorio.
Se lo puso rápidamente y corrió a abrirle.
—No me digas que ya vas a dormir —dijo mirándola con
un asombro divertido, miró su reloj de pulsera—. Apenas
son las seis y diez.
—Eh, no…, no, solo que llegué y me puse a ver las
noticias, ¡ya encontraron a Elizabeth! —Le comentó, porque
le había contado sobre la desaparición de la joven y del
vínculo que tenía con Renato. Fue en ese momento que
ellos supieron la importancia y poder del hombre por el que
Samira lloraba casi todos los días.
Esa misma noche, cuando ella lloraba porque a pesar de
sus intentos, Renato seguía sin responderle, Romina llamó a
su puerta. A pesar de que eligió las palabras más cariñosas
y lo dijo con el mayor de los tactos, su mensaje fue claro:
Debía olvidarse de Renato, porque, evidentemente, ese
chico solo la había utilizado para aprovecharse de ella. La
gente como él, no se relacionaba en serio con personas
como ellos, no buscaban enamorarse de chicas que,
económicamente, no estuviesen a su propio nivel.
Así que, Samira ponía todos los días su mayor empeño
por olvidarlo, sin embargo, esperaba que la llamara, que
hiciera polvo esa idea que los demás se hacían en cuanto
decía quién era él, pero eso no pasaba y; esa idea, estaba
empezando a echar raíces en ella.
—¿En serio? ¡Qué buena noticia! ¿Lo estás viendo? —
preguntó al escuchar voces desde la portátil.
—Sí —respondió Samira, haciendo un ademán, para que
entrara.
Cuando se acercaron, repetían la imagen de Elizabeth en
los brazos de Alexandre, ella le rodeaba la cintura con las
piernas y él le estrechaba el torso con un brazo; mientras
que, con la otra mano, le acunaba la cara.
—Imagino que es el novio.
—Sí, su prometido… Es Alexandre, el policía que me
ayudó a conseguir el pasaporte. —Solo después de decir eso
cayó en la cuenta de que, Alexandre, económica y
socialmente, estaba muy por debajo del estatus de los
Garnett; pero ahí estaba, viviendo un amor genuino con la
hermosa chica.
Esa parte de ella, que quería seguir aferrada a Renato, le
dio esperanzas de que, para ellos, relacionarse
exclusivamente con personas influyentes, no era la regla.
Sintió cómo su corazón dio un vuelco, auspiciado por el
anhelo.
—Muy emotivo. Imagino lo terrible que debió pasarlo ella
y su familia, me alegra saber que está sana y salva…
Bueno, vine a invitarte a salir por un café.
Samira miró dudosa a Romina y luego a la pantalla,
quería seguir enterándose del rescate y esperar a que
Elizabeth se reencontrara con el resto de la familia, pero
sabía que su amiga solo intentaba sacarla, para seguir con
el proceso de superación emocional.
—Tengo que ducharme —respondió, desviando la mirada
de la pantalla.
—Perfecto, yo también… Nos encontramos en la sala —
acordó, animada y salió de la habitación.
Samira no pudo simplemente cerrar la página de la
trasmisión, se fue al baño y dejó la puerta abierta, para
poder escuchar más sobre el fantástico rescate.
Solo cuando estuvo bajo la alcachofa, se dio cuenta de
que de nada sirvió dejar la puerta abierta, igualmente, no
escuchaba; así que, se duchó con rapidez, salió del baño y
buscó la ropa que usaría, mientras seguía mirando la
pantalla.
Se puso unos vaqueros y una blusa color guayaba, se
calzó unas sandalias de tacón medio, se adornó con varios
accesorios, como pendientes, anillos y pulseras.
Decidió dejarse el cabello suelto y, mientras se
maquillaba, estaba con un ojo en el espejo y otro en la
pantalla, porque trasmitían la llegada de Elizabeth a la
mansión de su abuelo.
Los medios no podían llegar más allá de las tomas áreas,
donde el helicóptero en el que trasladaron a Elizabeth,
aterrizó en el helipuerto de la impresionante vivienda; o las
vistas tomadas desde las rejas en la que se apreciaba la
inmensa fachada, escoltada por una veintena de hombres
de seguridad.
Escuchó a Romina caminando por el pasillo, por lo que,
se apresuró a terminar de pintarse los labios, luego se
levantó y corrió a por la bandolera de cuero marrón, sacó de
la mochila del trabajo su billetera y la guardó junto con su
móvil. Se aplicó perfume y con mucha renuencia cerró la
página de internet. Bajó la tapa de la portátil y salió de su
habitación.
—Estoy lista, ¿a dónde iremos? —preguntó en cuanto se
encontró con Romina en la sala.
—Oye, ¡qué guapa! —elogió, le gustaba que Samira,
poco a poco, se animara a salir de su estado de duelo.
—Gracias —dijo dando una vuelta para mostrar mejor su
atuendo—. Tú también estás muy guapa. —Estaba
aprovechando esos días de chicas, ya que Víctor estaba en
Galicia.
Romina le regaló un pestañeo coqueto.
—¿Qué te parece Café Gijón? —propuso—. Vi en su
página que a las ocho habrá un conversatorio sobre el
romance en la literatura fantástica. —Pudo ver cómo el
rostro de Samira se iluminó, así supo que había elegido el
lugar ideal.
—Me parece perfecto —dijo sonriente. Sin perder más
tiempo, caminaron a la salida.
Romina tomó las llaves del auto y bajaron hasta el
estacionado ubicado frente al edificio.
Veinte minutos después, ya estaban en el café, donde
pasaron un rato verdaderamente agradable. Samira se
mostró muy animada con el conversatorio y disfrutó de una
gran variedad de aperitivos.
Cerca de las once de la noche, llegaron a casa, y como al
día siguiente ambas lo tenían libre, Romina le propuso
ponerse los pijamas y ver algo en la televisión.
Prepararon un gran tazón de palominas y se sentaron en
el sofá, mientras se paseaban por el menú interactivo de la
plataforma multimedia.
Se decidieron por una comedia romántica nacional. La
disfrutaron mucho, no solo rieron, sino que, al final, también
les sacó algunas lágrimas.
Agotadas de una tarde y noche de distracción, se fueron
a sus habitaciones. Samira, se fue directa al baño, se lavó la
cara una vez más, se cepilló los dientes y se aplicó crema
humectante en el rostro; luego, se metió con el teléfono
bajo las sábanas.
Eligió una de las tantas fotografías que tomó ese día,
escribió una leyenda sobre lo que se dijo en el conversatorio
y la publicó en su perfil. Ya llevaba algunos seguidores,
aunque no lo hacía por eso, sino como una terapia que le
ayudaba a sobrellevar esa nueva etapa de su vida; sobre
todo, para calmar la ansiedad que a veces le daba, porque
se sentía estancada.
Se moría por empezar a estudiar, pero con lo que ganaba
era imposible que se ilusionara siquiera con algún curso.
Quería otro trabajo, pero los que había visto hasta el
momento, ninguno se acoplaba al que ya tenía.
El único era con una compañía que ofrecía servicios de
limpieza los fines de semanas y horarios nocturnos, para
oficinas o mansiones en las que los dueños no solían estar
esos días. Había enviado sus documentos, pero aún no
recibía respuesta, por lo que, no tenía muchas esperanzas
con eso.
Una vez que respondió algunos comentarios de sus
publicaciones anteriores, salió de la aplicación, buscó las
noticias y se puso los auriculares, para poder escuchar sin
que Romina lo notara. Sabía que ella pensaba que estaba
algo obsesionada con eso y que la verdadera razón por la
que lo seguía tan de cerca era porque tenía la esperanza de
ver a Renato, así fueran unos segundos.
Había visto a varios miembros de su familia, siempre
captados desde lejos o en una situación poco cómoda; sin
embargo, los medios competían por llevarse la primicia de
algún comentario directo de uno de los miembros de la
familia.
El estómago se le encogió de la emoción cuando
reconoció la Range Rover acercarse a la salida, sabía que
ahí iría Renato; sus palpitaciones se hicieron más
contundentes, mientras anhelaba que alguna cámara
lograra captarlo.
Pero esa madrugada el sueño se le convirtió en pesadilla,
porque logró verlo, llevaba unas gafas oscuras e interponía
un brazo en la ventanilla del lado del conductor; lo peor de
todo era que no iba solo, lo acompañaba una joven, rubia.
Fue imposible verla bien, pues también llevaba unas
grandes gafas oscuras; además, había bajado la visera
parasol y de frente solo se apreciaba de la barbilla hacia
abajo; no obstante, su cabello le caía sobre el pecho y los
hombros.
Samira, inmediatamente, llegó a la conclusión de que se
trataba de Lara.
Renato estaba con ella, eso le dejaba claro por qué no le
había devuelto la llamada. No le interesó en absoluto su
compasión.
Las tiritas con las que intentaba reparar su corazón se
reventaron una a una, dejando en carne viva las heridas. Le
dolía tanto el pecho que sentía que se ahogaba, tuvo que
llevarse una mano para calmar el dolor, mientras rompía en
sollozos, que empezaban a hacerse bastante fuertes. No
quería que Romina la escuchara agonizar una vez más, así
que terminó mordiendo la almohada y siguió llorando hasta
que se quedó dormida.
Al día siguiente, la despertó la insistente vibración de
una llamada, era Adonay. Aunque sentía la cabeza a punto
de estallar, decidió responderle.
Él supo que la había despertado y se disculpó por
molestarla, pero también le preguntó si estaba enferma,
porque no había ido al trabajo. Ella respondió que era su día
libre.
La llamada era para decirle que ya habían rescatado a la
nieta de su jefe-jefe —como él le llamaba al señor Reinhard
Garnett—, y que era todo un espectáculo mediático con el
que estaban bombardeando al país.
Samira no pudo soportar por mucho tiempo la
conversación con su primo, no solo tenía dolor de cabeza,
también una horrible sensación de vértigo la torturaba. Le
prometió que esa noche le llamaría y se despidió.

*******

Por fin la pesadilla había terminado para toda la familia,


en cuanto Renato vio a Elizabeth sana y salva llegar a la
casa, sintió que un gran peso lo abandonaba y pudo
empezar a respirar mejor. Era tanto su alivio que, por
primera vez, venció sus limitaciones al contacto físico y se
unió al abrazo grupal en el que Hera, Helena, Ana, Liam y él
refugiaron a Elizabeth.
Todos lloraron al sentir el bajón de adrenalina, la angustia
se replegaba dando paso al consuelo, aún no podían creer
que por fin Elizabeth estaba con ellos, ahí, entre sus brazos,
diciéndoles una y otra vez que estaba bien, que los quería y
que los había extrañado.
Renato le pidió perdón por la forma tan grosera en que la
trató la última vez. Eso lo hizo sentir culpable todo este
tiempo, aunque se lo dijo a Danilo, quien intentó hacer que
erradicara ese sentimiento, era algo con lo que no había
tenido éxito.
Solo en ese momento en que Elizabeth le decía que no le
diera importancia, fue que pudo liberarse de ese tormento.
Había sido un día emocionalmente agotador, todos se
sentían exhaustos, después del estrés y terror vivido
durante las últimas tres semanas.
Cuando Elizabeth fue a descansar, algunos se
permitieron unas horas para hacerlo también, porque desde
el día anterior que se tuvo noticias relativamente positivas,
todos habían pernoctado en el gran salón de la casa; nadie
durmió, apenas comieron alimentos ligeros; todos
caminaban de un lugar a otro, a la espera de esas noticias.
—Voy al apartamento, necesito cambiarme de ropa y
descansar por lo menos un par de horas. —Le dijo Renato a
Liam, porque quizá él también necesitaba reponer energías.
—Me quedo, trataré de convencer a papá, para que
descanse —comentó Liam, porque habían sido su padre, su
tío Samuel y Alexandre, quienes no habían estado en calma
ni un minuto desde que se llevaron a Elizabeth.
—Está bien, intenta que duerma un poco. —Renato
estuvo de acuerdo, porque sabía lo terco que era su
progenitor y; seguramente, no le haría caso a su madre—.
¿Necesitas que te traiga algo?
—No, gracias… —Le puso una mano en el hombro—. En
cuanto él se quede dormido, te alcanzaré y descansaré un
poco.
Renato asintió y fue a despedirse de sus padres y sus
abuelos; no obstante, antes de marcharse, Ana lo abordó.
—Renatinho, sé que estás agotado y es una
desconsideración de mi parte, pero ¿podrías llevarme a
casa? —pidió.
—Tranquila, puedo llevarte.
—Gracias, voy a buscar mi cartera. Enseguida te alcanzo.
Ambos caminaron hasta la cochera, subieron a la SUV y
salieron, pero desde mucho antes de llegar al portón,
lograron divisar la horda de periodistas. Por lo que,
decidieron usar las gafas para evitar que vieran sus ojos
hinchados y enrojecidos por todo lo que habían llorado.
Renato respiró profundo y se preparó para afrontar ese
momento que tanta tensión le causaba.
A pesar de la concentración de periodistas, logró salir
rápido, la mayoría del trayecto se hizo en silencio, incluso,
algunas veces se volvió a mirar a Aninha, porque le dio la
impresión de que pudo haberse quedado dormida, pero no,
iba sumida en sus pensamientos.
La dejó frente al edificio donde vivía y esperó a que
entrara. Luego, codujo hasta su hogar, pasó directo a la
habitación y se dejó caer en la cama, con el antebrazo se
cubrió los ojos, estaba tan cansado que pudo haberse
quedado dormido; pero, se esforzó un poco más y se
levantó, pensó en escribir en ese momento, tenía ganas de
hacerlo.
Buscó el cuaderno en la mesa de noche y entonces su
mirada captó el teléfono, ahora que, ya que la pesadilla
había terminado, decidió encenderlo; de inmediato, las
notificaciones entrantes se lo descargaron. Lo conectó a la
corriente y se dispuso a escribir, pero su mirada borrosa y el
ardor en sus párpados no le permitieron escribir más de
cinco líneas.
En medio de un suspiro, dejó el cuaderno en la cama y
fue a ducharse. Se quedó bajo el agua caliente por mucho
tiempo, sintiendo cómo caía sobre su espalda y relajaba sus
músculos tensos.
Apenas podía creer que todo había acabado, que
Elizabeth ya estaba en casa, aunque sabía que las secuelas
no tardarían mucho en aparecer, no solo en su prima, sino
en todos.
Al salir del baño, se sintió con un poco más de energía,
se puso solo el pantalón del pijama, no se preocupó por usar
ropa interior y fue a la cocina a por algo de comer. Al abrir la
nevera, se encontró con varios envases con frutas picadas;
seguramente, Rosa había pasado esa mañana.
Se hizo del envase que contenía trozos de piña y se sirvió
en un tazón, pudo haberse quedado sentado en uno de los
taburetes de la isla, pero prefirió irse con tazón en mano a
su habitación. Se sentó en la cama y mientras comía, se
dispuso a revisar el teléfono.
Tenía tantas notificaciones que lo abrumaba y estaba
seguro de que no respondería a todas. Decidió empezar por
los mensajes de voz.
—Renato, amigo… ¿Qué ha pasado? Siento mucho lo de
tu prima, ¿tienen noticias? Me preocupa mucho… —Renato
reconoció la voz de Franco, no terminó de escuchar el
mensaje y pasó al siguiente.
—Renato, soy Vittoria, sé que te preguntarás quién me
dio tu número. —Una rabia súbita infló su pecho, ¿cómo se
atrevía a mostrarse condescendiente con él? Después de
todo el daño que le causó. No, no quería saber nada de ella
—, eso ahora no importa, solo necesitaba decirte que
puedes llamarme si quieres hablar, sé que estás pasando
por un momento muy difícil... —En un estallido de molestia,
eliminó ese mensaje y todos los que siguieron. No, él no
quería la lástima de nadie.
Lanzó el teléfono al colchón, era mejor no atormentarse
con eso, terminó de comerse la piña, dejó el envase sobre la
mesa y fue a lavarse los dientes.
Al regresar, con un mandato de su voz cerró las
persianas, dejando a oscura la habitación y, antes de que
alguien más se le diera por escribir o llamar para
interrumpir la poca paz que recién estaba encontrando,
apagó el teléfono.
Despertó después de varias horas de un sueño que fue
verdaderamente reparador, miró el reloj del asistente
personal sobre la mesa y se dio cuenta de que durmió por
casi ocho horas.
Había olvidado la última vez que consiguió dormir por
tanto tiempo sin la ayuda del medicamento.
Suspiró lánguidamente y se estiró todo cuanto pudo, ya
menos estresado volvió a encender el móvil; sin duda, debía
depurarlo, eliminar todo lo innecesario y responder a
quienes considerara importante.
Deslizaba rápidamente el dedo entre tantos mensajes,
pero se detuvo cuando vio quién trató de contactarlo, le fue
imposible no sentirse rebasado por la curiosidad y abrió el
mensaje.

Hola, Renato, sé que debes estar pasando por un


momento muy difícil. Quiero que sepas que a pesar
de la forma en que me heriste, mis sentimientos por
ti siempre han sido verdaderos y me duele saber la
incertidumbre por la que estás pasando.
Deseo que encuentren pronto a tu prima.

Leyó el primer mensaje de Lara. Se lamentó porque


nunca quiso hacerle daño, pensó que, si hubiese tenido el
poder de controlar sus sentimientos, quizá se hubiese
ahorrado tanto sufrimiento, porque ella no lo habría dejado.
Se dispuso a leer el que le había mandado justamente
esa tarde.

Renato, solo quiero que sepas que me hace muy


feliz y me tranquiliza saber que han rescatado a
Elizabeth. Seguro estarás muy aliviado.
Te envío un fuerte abrazo.

Era extraño leer mensajes de Lara, sin que le llamara:


«caramelo» o «caramelito», como siempre lo hizo;
inevitablemente, recordar eso le hizo sonreír, porque solo
ahora se daba cuenta de lo extremadamente cursi que era
eso.
Casi sin darse cuenta y con lo cómodo que se sentía
hablar a través de una pantalla, empezó a responderle.

Hola, Lara.
Gracias por preocuparte, fueron días de mucha
angustia, pero lo importante es que Elizabeth está de
vuelta, sana y salva.
Créeme, nunca fue mi intención herirte, te pido
perdón por eso.

Lo envió y se quedó mirando la foto de su perfil, lucía tan


hermosa y perfecta como siempre, pero ya no sentía que le
alteraba los latidos. Le tenía cariño y la respetaba, de eso
no tenía dudas, pero en ese momento, era Samira todo lo
que anhelaba. Después de varios días, volvía a él el
recuerdo de la gitana con la fuerza de una avalancha, lo que
hizo que su pecho volviera a inundarse de agonía.
No, no podía permitir que sus pensamientos volvieran a
conducirlo hacia la tortura, se levantó y se fue al baño,
dispuesto a ducharse una vez más, para volver a la casa de
su abuelo. Se moría por volver a ver a Elizabeth y
asegurarse de que verdaderamente estaba bien; por lo
menos, físicamente.
CAPÍTULO 11
Después de seis duros meses entre visitas a psicólogos,
algunos interrogatorios policiales y los extenuantes
preparativos del matrimonio entre Alexandre y Elizabeth. La
familia Garnett, estaba nuevamente reunida, pero esta vez
en Trancoso, una pequeña localidad en las costas del sur
bahiano, donde predominaban los acantilados y playas de
aguas cristalinas, que besaban la arena blanca.
Renato, Liam, Oscar y Matt, estaban en una habitación
de la posada que habían alquilado, preparándose para la
boda, todos llevaban trajes color aguamarina y camisas
blancas.
Era un evento muy importante para la familia, casi un
milagro si se consideraba por todo lo que habían pasado en
los últimos meses.
Desde entonces, para Renato, había habido días buenos,
malos y terribles, días en los que podía estar muy enérgico
y veía el panorama realmente positivo, pero otros, sobre
todo, los fines de semana, cuando no tenía la carga laboral,
en los que solía quedarse en cama, con ánimos de hacer
absolutamente nada, solo se quedaba entre las sábanas
llorando, sintiéndose aturdido, perdido o; simplemente,
como si estuviese suspendido en el tiempo.
En esos días en los que se sentía tocar fondo, el
cansancio emocional y físico de no hacer nada lo torturaba;
no sabía si era cada vez que recordaba a Samira, que la
nostalgia lo embargaba, o si solo se trataba de él y su
caótica naturaleza.
No obstante, esos episodios se estaban haciendo cada
vez más esporádicos, ponía todo su empeño para seguir las
recomendaciones de Danilo; incluso, había vuelto a ir al
gimnasio de lunes a lunes, para evitar tener tiempo libre y
así no dejar a su mente hacer elucubraciones que lo
llevaran a sufrir.
Aceptaba las invitaciones de Bruno o de su hermano,
siempre y cuando fuese a un ambiente que él pudiera
controlar. Quería salir del foso de sus emociones, por eso
estaba haciendo un último intento.
Reían al ver a Matt descontento con su traje, no le
agradaba el color, decía que lo hacía lucir muy pálido; este
siempre se opuso, pero la mayoría aceptó la opción cuando
Rachell la ofreció. En realidad, ellos no les daban
importancia a eso, les daba igual si fuese aguamarina,
celeste o negro… Confiaban en el criterio de la diseñadora
de modas de la familia.
Reinhard, entró a la habitación, tras haber pasado por la
de Alexandre, en la que estaba con su padre, preparándose
para uno de los días más importantes de su vida; luego se
tomó unos minutos para conversar con Samuel, quien
estaba en otra habitación, en compañía de Ian, Thor, Diogo
y Thiago.
Fue mala idea que Sophia lo ayudara a vestir tan
temprano, ahora se encontraba ocioso y no quería estar
sentando en la habitación, viendo televisión, a la espera de
que empezara la ceremonia.
—¿Ya están listos? —preguntó, admirando a sus nietos
con una gran sonrisa.
—Sí, aunque Matt no está muy contento con cómo se le
ve el traje. —Se burló Oscar.
—Abuelo, ¿verdad que me veo más pálido?… —masculló
Matt, frente al espejo.
—Te ves muy bien, como todo un Garnett. —Reinhard se
acercó y le palmeó la espalda, mientras veía el reflejo de su
nieto, que era la viva estampa de Thor, solo que con menos
masa muscular.
—Es horrible. —Se negaba a los elogios de los demás.
Entre más se miraba, menos convencido se sentía.
—Se te ve bien, solo te parece extraño porque estás
acostumbrado a vestir colores oscuros —argumentó Renato.
—Aunque no te guste, tienes que llevarlo… No tienes
opción, así que, deja de quejarte. —intervino Liam.
—¿Por qué no van a ver si ya los demás están listos?
Oscar, ¿podrías acompañar a Alexandre?… —sugirió
Reinhard.
—Está bien, sí, vamos —dijo el chico de cabellos rizados,
que ese día se lo había peinado hacia atrás, lo que lo hacía
lucir de manera inusual.
—Salgamos de aquí, no quiero verme un segundo más o
terminaré presentándome desnudo en la ceremonia —
refunfuñó Matthew, alejándose del espejo.
—Sáquenlo de aquí —pidió Reinhard, señalando hacia la
puerta, porque bien sabía que era perfectamente capaz de
hacerlo.
—Vamos, vamos afuera. —Liam lo sacó a empujones,
mientras los demás lo seguían.
—Eh, eh… Tú no. —Reinhard levantó el bastón y lo puso a
la altura del pecho de Renato, evitando que se marchara—.
Necesito hablar contigo.
—Está bien, pero, abuelo… No tarda en empezar la
ceremonia —sonrió con algo de nervios.
—Lo sé, no nos llevará mucho tiempo.
—¿Qué hiciste, Renatinho? —Oscar lo miró por encima
del hombro, mientras salía de la habitación.
El aludido solo se alzó de hombros, no tenía la menor
idea de lo que su abuelo quería conversar.
Una vez solos, Reinhard le pidió que se sentara,
señalándole una de las camas. Ya que esta habitación tenía
un par, justo estaban en la que Liam compartía con
Matthew.
Renato obedeció y se sentó, quedando frente a frente.
Respiró profundo, empezaba a hacerse una idea de lo que el
patriarca deseaba hablar con él, exhaló con suavidad,
tratando de controlar su respiración, para no sucumbir ante
los nervios que le provocaba sentirse acorralado.
—Renatinho, hijo…
—¿Qué, abuelo? —preguntó, poniéndose a la defensiva,
como lo había estado haciendo todas las veces que este
había intentado hablar con él.
—¿Podemos hablar? —preguntó condescendiente.
—Lo estamos haciendo.
—No, no lo estamos haciendo, sigues con la misma
actitud hostil desde hace ya varios meses; muchos, para ser
más enfático… La única vez que decidiste abrirte conmigo,
confesaste que no estabas pasando por un buen momento y
sé que has tenido meses muy difíciles, pero no puedo
ayudarte si tú no me lo permites.
—Danilo me está ayudando, ya estoy bien. De verdad,
abuelo —confesó y se atrevió a mirar los ojos azules ya
opacos por los años.
—Sé, sé que estás mejor, puedo notarlo. —Le sonrió para
darle seguridad—. Danilo es tu guía, sin duda… Me alegra
saber que cuentas con él, pero me gustaría que también
contaras conmigo. Sé que no quieres preocuparme o que
piensas que tus problemas no son tan importantes como
para decírmelos, pero me gustaría ayudarte, de alguna
manera, aunque sea solo escuchándote.
—Abuelo, no es el mejor día, en unos minutos empieza la
ceremonia de Elizabeth, es su día, no el mío… —Esquivó la
mirada, esperaba que esa respuesta fuese suficiente para
evitar escarbar en emociones que le había costado mucho
enterrar.
—Deja de minimizar tu vida, de relegarte, todos tus días
son tan importantes como los de todos los demás… ¿Has
sabido algo de tu amiga?
—¿Samira? No…, no he sabido nada, ya no es mi amiga,
ya no es nada. —Bajó la cabeza, sintiendo cómo su pecho
dolía por tener que decir su nombre en voz alta.
—Entonces, no sabes a dónde se fue… —intervino
Reinhard, notando cómo la tristeza se cernía como un velo
sobre Renato.
—No sé a dónde ni por qué… Pero, abuelo, de verdad,
eso ya no importa.
—Renato, sabes que puedo ayudarte a encontrarla,
puedo averiguar dónde está. Si necesitas hablar con ella,
enfrentarla, buscar algún tipo de explicación...
La oferta le resultaba demasiado tentadora, incluso,
sintió como un chisporroteo en medio del pecho, quizá se
trataba de la llama de la esperanza, pero el miedo a ser una
vez más rechazado, a confirmar que no era suficiente para
ella, le hizo que asesinara cualquier anhelo.
—Lo que me ofreces es muy razonable, lo más probable
es que hace algún tiempo hubiese aceptado tu oferta,
abuelo… Porque sé que usted me conoce mejor que nadie,
no conseguiré nada tratando de ocultarle el hecho de que
tengo ese impulso que quiere llevarme hacia ella, esas
ansias en mí, que quieren buscarla y suplicarle por una
oportunidad, pero tengo que resistir…, tengo que hacerlo —
hablaba mientras se tronaba los dedos—. Por mi bien, ¿sí
me entiende? —preguntó, levantando la mirada,
mostrándole la lucha interna que estaba librando en ese
momento.
—Solo quiero ayudarte, hijo mío… A veces, aunque
duela, es mejor buscar una explicación…, enfrentar la raíz
de los problemas…
Renato empezó a negar con la cabeza casi con
desesperación y las lágrimas al filo de los párpados.
—No, abuelo, no es bueno para mí… Me tomó mucho
llegar a donde estoy ahora y, no; no quiero regresar a ese
maldito tormento en el que prácticamente estaba en piloto
automático… Pensé que literalmente me volvería loco;
incluso, hubo momentos en los que no deseaba seguir con
vida…
—Renato. —El nombre de su nieto salió de su boca como
un lamento, al enterarse de lo mal que estuvo y no hizo
nada por ayudarlo.
—Siento tener que decirte esto, pero es verdad, es
verdad… Y te lo digo porque quiero que comprendas la
situación en la que estuve y por qué no me gustaría tener
que volver al mismo punto; porque, sin duda, ahí regresaría
si Samira me rechaza una vez más… —confesó. Pudo ver la
mirada de su abuelo cargada de tristeza y su cuerpo estaba
en tensión, así que le tomó las manos y se las frotó.
—Perdóname, perdón por no haberme dado cuenta, por
no haberlo notado. —Reinhard no pudo seguir ocultando
cuánto le afectaba y se le derramaron varias lágrimas.
Entonces, Renato lo sorprendió al abalanzarse sobre él y
abrazarlo fuertemente.
—Está bien, abuelo, no te sientas culpable, me esforcé
mucho para que no se notara. Pero lo he superado, de
verdad que sí… No fue fácil, al principio la pensaba a cada
segundo y en todo momento me torturaba, pero gracias a
los ejercicios que me ha puesto Danilo… y con todo mi
empeño, empecé a no hacerlo a cada instante; luego, solo
aparecía en mis pensamientos en algunas horas del día;
después, podía pasar medio día sin pensarla y; ahora, hay
días en que no lo hago. Y eso está bien…, así que no hay
forma de que quiera saber dónde está ni por qué me dejó…
No quiero, no quiero verla y que me diga que no me quiere,
que no soy suficiente, porque eso me mataría. —Liberó un
suspiro pesado—. No he estado más seguro de algo en toda
mi vida. —Le dijo mientras le acariciaba la espalda. Aunque
tenía muy presente que, en cinco días, ella cumpliría
diecinueve años y con eso se desataría una lluvia de
recuerdos, de todo lo que vivieron en el desierto de
Atacama.
—Lo importante es que estés bien, por favor, Renatinho…
No te guardes nada, por favor, dime cuando no te sientas
bien; estoy aquí para ti… Tú eres muy valioso, no solo para
mí, sino para toda la familia… Todos te queremos, lo sabes,
¿verdad?
—Lo sé, abuelo, lo sé; por ustedes no dejé que mis
demonios me vencieran y ahora mismo los tengo
controlados… —Se apartó y le dio un beso en la mejilla—. Te
lo prometo.
Reinhard se apartó y le palmeó la mejilla.
—Me tranquiliza saberlo —dijo mirándolo a los ojos y
descubriendo que Renato no le ocultaba nada más.
—Ahora tenemos que ir a la ceremonia, que la única que
tiene permitido llegar tarde es la novia. —Renato le sonrió y
le limpió con los pulgares las mejillas, tener que consolar a
su abuelo hizo que cualquier sentimiento de victimización
en él, se replegara.
Por extraño que pudiera parecerle, se sentía tranquilo, en
paz. Solo esperaba que esa sensación durara por mucho
tiempo.
—Tienes razón. —Reinhard sonrió y se levantó.
Renato también se puso de pie y juntos salieron de la
habitación. En el pasillo se encontraron con Alexandre,
siendo escoltado por casi todos los hombres de la familia,
excepto Samuel, que había ido a buscar a Elizabeth, para
llevarla al altar.
CAPÍTULO 12
Era pasada la medianoche, pero Samira apenas salía de
uno de los rascacielos del Distrito Financiero CTBA. Todos los
días entraba a las siete de la noche, para trabajar cinco
horas en el área de limpieza, labor que complementaba con
su trabajo en el café.
Llevaba un año y diez días en España, su adaptación
había sido lenta, pero todos los días hacía su mejor intento,
solo por ver el lado positivo de toda la situación.
Hacía un par de meses que había logrado mudarse del
apartamento de Romina y Víctor, aunque compartía piso
con dos chicas a las que poco veía, porque al igual que ella,
trabajaban dobles turnos, y eso la hacía sentir más
independiente.
A pesar de eso, hacía lo posible por visitar a sus amigos
bastante seguido, sobre todo ahora que Romina, con su
tercer mes de embarazo, no lo estaba pasando muy bien.
Se abrigó tan bien como pudo, para enfrentarse al
inclemente frío de la madrugada, le entregó el pase a Paco,
uno de los hombres de seguridad, se despidió de él con una
amable sonrisa y siguió a la salida, donde también se
despidió de Hugo, prometiéndole que les traería churros.
Pudo sentir el frío pinchándole las mejillas, se subió la
bufanda hasta la nariz y apresuró el paso a la estación del
metro; solo se sintió aliviada cuando entró al vagón en el
que iban pocas personas.
Buscó en su mochila el libro que estaba leyendo, debía
aprovechar esos pequeños momentos en que podía escapar
de su realidad y adentrarse a vivir una linda historia de
amor. Después de mucho tiempo, había vuelto a retomar el
género romántico, tras meses de solo leer thriller o terror,
porque no quería saber nada del amor.
Le había dicho adiós a ese sentimiento de manera
definitiva, desde aquella noche en que vio a Renato junto a
Lara, salir de la casa de su abuelo; desde entonces, tomó la
irrevocable decisión de olvidarlo y, hasta el momento, lo
hacía lo mejor que podía.
Ya pasaba días, incluso, semanas, sin pensarlo y; cuando
afloraba en su memoria, lo rechazaba con rabia. Sí, estaba
resentida con él, no podía evitarlo. Incluso, sentía que lo
odiaba, razón por la que no había vuelto a buscar nada que
tuviera que ver con él o su familia, hasta eliminó las listas
de reproducciones que compartían; cuando quería escuchar
música, lo hacía desde otra aplicación.
Sí, terminó cortando de raíz cualquier contacto con
Renato Medeiros, justo como Romina se lo había sugerido
desde un principio.
A poco para llegar a su estación, guardó el libro y se
levantó, a la espera de que las puertas se abrieran. Se
sorprendió cuando estuvo en la intemperie y se dio cuenta
de que estaba nevando. Extendió una de sus manos y pudo
ver cómo un copo de nieve caía sobre su palma, enfundada
en un guante negro.
Levantó la cara al cielo para ver cómo los copos
descendían y sonrió ante el hermoso espectáculo, sin
pensarlo, solo dejándose llevar por esa emoción
momentánea, se bajó la bufanda, dejando al descubierto la
boca, y sacó la lengua, solo para sentir cómo los copos se
derretían cuando caían en ella.
El frío no le permitió que se quedara por mucho más
tiempo viviendo la experiencia; no obstante, antes de
emprender su camino, buscó el móvil en el bolsillo de su
abrigo y se hizo un pequeño video.
—Hola, buenos días… Tú en pleno verano y aquí
nevando… Me muero de frío. —Soltó una risita, tiritando. Se
apresuró a guardar el móvil y a correr hacia su hogar.
Pensó que con ese vídeo saludaría a Adonay, a Julio
César, a Daniela y a Ramona.
Suspiró aliviada cuando abrió la puerta del piso, se quitó
el abrigo, lo colgó en el pechero y también se quitó las
botas; luego, fue a la cocina, puso a preparar café y fue al
baño, a por una ducha caliente que le sacara el frío del
cuerpo. Todo lo hacía tratando de no hacer ruido para no
despertar a Luisa, una de sus compañeras, que
normalmente llegaba a las diez de la noche.
Su otra compañera, Magela, llegaba a las seis de la
mañana, porque trabajaba en una discoteca de flair
bartender, una rama de la coctelería en la que realizaba un
espectáculo al ritmo de la música, haciendo malabarismos
con botellas y copas, sin derramar una sola gota.
Ella había sido testigo de su destreza, porque cuando
podían compartir un rato en el piso, solía hacerle
demostraciones. También la había invitado al club en el que
trabajaba, pero aún no se animaba a ir. La verdad, el poco
tiempo que tenía libre, lo usaba para descansar o para
limpiar el lugar en el que vivían.
Salió de la ducha y se aplicó crema, odiaba el frío porque
le resecaba mucho la piel. Se puso el pijama y fue a por una
taza de café. Se acurrucó en el sillón junto al ventanal y se
quedó ahí, mirando a través del cristal cómo nevaba.
Como era de mañana en América, fue a buscar el móvil
en el bolsillo de su abrigo, para enviarle a sus amigos el
vídeo o; de lo contrario, no tendría ningún sentido mandarlo
cuando ella despertara.
Con una sonrisa de nostalgia, lo envió, ya sabía que Julio
César debía estar dormido, al igual que Romina. Adonay se
estaría preparando para ir a trabajar, pues su oficina
quedaba a poco más de dos horas de su casa, así que, era
muy probable que fuese el único que le respondiera.
No obstante, quien le escribió fue Daniela.

Hola, chama, ¿cómo estás? Bueno, ya veo, estás


muerta de frío… ¡Qué fino que esté nevando!
Samira sonrió al leer el mensaje, aún había palabras que
Daniela le decía o escribía que ella no comprendía. Suponía
que, «fino», debía ser algo como: «genial», «bueno».

Hola, amiga, estoy muy bien, extrañándote mucho.

Le escribió y mandó. Casi enseguida Daniela empezó a


escribir.

Yo también te extraño… Me gustaría mucho poder


contar con tu opinión, gitana; estoy en una situación
muy complicada… No sé qué hacer.

Samira se preocupó, porque Daniela no solía ser alguien


que viviera lamentándose; al contrato, era muy positiva.

Dani, cariño… ¿Qué sucede? ¿Quieres que


hagamos una videollamada?

Ni cinco segundos pasaron cuando Daniela ya le estaba


marcando. Enseguida le contestó y la preocupación
aumentó en Samira al verla llorando.
—Amiga, Dani…, ¿qué pasa? ¿Has discutido con Carlos?
—interrogó y le dolía verla hecha un mar de lágrimas.
Daniela solo negaba con la cabeza mientras se limpiaba
las lágrimas.
—No…, no, no… Con él todo está bien, muy bien —
hipaba sin poder controlar el llanto.
—Entonces, amiga, dime en qué puedo ayudarte… ¿Qué
sucede? —Estaba muy angustiada por Daniela.
—Ay, Sami…, no sé qué hacer, es… es… estoy
embarazada y no lo planeamos, ¿cómo planear tener un hijo
cuando apenas tenemos para subsistir? No sé cómo falló el
método anticonceptivo, no sé… —Lloró más fuerte y se
cubrió la cara con una mano.
—Dani, entiendo que estés muy angustiada… ¿Qué dice
Carlos?
—No se lo he dicho… No creo que pueda decírselo,
chama… En la situación en la que estamos, no creo que
pueda tener este bebé, no creo… Y lo peor es que, abortar,
va en contra de todas mis creencias. Toda mi vida he
criticado a quienes lo hacen, pero ahora comprendo que
pueden existir razones que pesan más que nuestras
convicciones… No puedo cagarle la vida a Carlos, él apenas
está tratando de terminar los estudios, para buscar un
mejor futuro… No sé qué hacer, ni siquiera tengo plata para
regresarme a Venezuela.
—Amiga, ¿cómo puedo ayudarte? ¿Qué puedo hacer?
—Me gustaría que estuvieras aquí y pudieras
abrazarme… Eso lo necesito mucho en este momento.
De manera inevitable, a Samira se le derramaron las
lágrimas.
—También me gustaría poder estar contigo en este
momento… —hablaba mientras pensaba cómo ayudarla—.
Dani, tengo unos ahorros, sé que no es mucho…
—No, chama, de ninguna manera… —La detuvo—. No
hablo contigo para que me des plata… ¡Estás loca! No es
eso lo que quiero….
—Pero es lo que necesitas, Dani…, no es mucho, pero
puede ayudarte en algo, no sé, para regresarte a Venezuela
o para pagar el aborto… —En cuanto mencionó la palabra
aborto, Daniela intensificó su llanto—. Creo que lo
primordial es que lo hables con Carlos, quizá entre los dos
puedan conseguir una solución menos dolorosa. No puedes
ocultarle algo como eso…, no puedes, Daniela.
—Lo sé, lo sé… —asintió y se sorbía la nariz—, pero voy a
arruinarle el día, la semana…, la vida.
—No digas eso, ustedes son una pareja, no es solo tu
culpa y no te embarazaste a propósito.
—Sí, tienes razón… Bueno, me gustaría seguir hablando
contigo, pero tengo que ducharme para ir al trabajo, lo
menos que quiero es darle razones a la maldita de Maite,
para que empeore mi día…
—Sí, ya sabes que aprovecha cualquier excusa para
descargar sus frustraciones con el primero que se le cruce…
¿Cuándo te enteraste?
—A medianoche, estaba esperando para hacerme la
prueba ahora en la mañana, pero me era imposible conciliar
el sueño, así que decidí salir de dudas… —Volvió a chillar.
—¿Cuántas semanas tienes?
—De tres a cuatro…, es lo que dice la prueba, pero
puede ser más; no sé nada de embarazos.
—Bueno, aún tienes varias semanas para tomar una
decisión… Quiero que sepas que, sea cual sea la decisión
que tomes, yo te apoyaré… ¿Entendido?
—Sí, lo sé. Sami…, no… no se lo he dicho nadie… —
tanteó la petición que iba a hacerle.
—Tranquila, te guardo el secreto. Jamás contaría algo tan
íntimo.
—Te quiero mucho, gitana, y te extraño.
—Yo también te quiero, chama.
Samira, con mucho pesar, terminó la videollamada. Le
gustaría poder hacer algo por Daniela.
Como Adonay aún no respondía, comprendió que debía
estar muy ocupado, por lo que, no se quedaría por más
tiempo despierta; tenía que ir a dormir o se le haría muy
difícil levantarse en seis horas.
Llevó la taza a la cocina, la lavó, apagó las luces y se fue
a su habitación, luego de lavarse los dientes, se metió a la
cama; durante una hora no hizo más que dar vueltas, por
más que intentaba quedarse dormida, saber la situación por
la que estaba pasando Daniela, no la dejaba conciliar el
sueño.
Cuando por fin logró sucumbir a la inconciencia, terminó
soñando que era ella la que estaba embarazada, pero debía
tener más de siete meses, porque tocaba su vientre
bastante abultado; también sintió a la criatura moverse
dentro.
Aunque su gran barriga no le dejaba mirarse los pies,
podía sentirse descalza, llevaba el vestido con el que se
había escapado de su casa, era la única pertenencia que
aún conservaba de su antigua vida.
Empezó a llover tan fuerte que no conseguía ver ni a un
palmo de distancia, caminaba sin rumbo, en busca de un
refugio para ella y su hijo; su pecho estaba agitado producto
del más crudo miedo, debido a la incertidumbre de no saber
dónde estaba. De repente, la lluvia intensa cesó y dio paso
a la nieve, podía ver los copos descendiendo sobre su casa.
No tenía dudas, estaba en su casa en Rio, en su
comunidad gitana. Se sintió feliz de estar ahí, abrió el
portón, se moría por reunirse con su familia. Emprendió su
andar por el camino de tierra, franqueado por los coloridos
geranios, pronto se dio cuenta de que por más que
caminara, no llegaba a la entrada. Incluso, empezó a correr;
no obstante, la casa permanecía a una distancia
inalcanzable.
Agotada, decidió detenerse porque sentía que estaba a
un respiro de vomitar el corazón, miró cómo el camino que
comúnmente era de tierra, se iba cubriendo poco a poco de
puntos blancos, por los copos de nieve. Lo extraño era que a
pesar de estar descalza y nada abrigada, no sentía frío, era
el cálido clima de Rio el que se le metía en la piel.
No quería quedarse ahí, a tan pocos metros de su casa,
por lo que, levantó la mirada hacia la fachada, para intentar
llegar. Esta vez apareció su padre en el porche, estaba con
los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido, justo
debajo del quicio de la puerta.
Le emocionó verlo, a pesar de que se notaba molesto.
—¡Papá! —Lo llamó y avanzó varios pasos, pero se
detuvo cuando lo vio negar con la cabeza y su gesto era de
total decepción—. ¡Papá! —Volvió a llamarlo, pero solo
obtuvo la misma respuesta.
Samira sintió su corazón encogerse de dolor y las
lágrimas empezaron a correr abundantes por sus mejillas.
Se sintió agradecida con el sonido de la alarma de su
teléfono que la rescató de ese sufrimiento.
Cuando fue consciente de que solo se trató de una
pesadilla, quiso llorar de puro alivio. Agarró una bocanada
de aire, al tiempo que se llevaba las manos a la panza,
cerciorándose de que, efectivamente, no estaba
embarazada.
Respiró, respiró y respiró, hasta que consiguió calmarse y
espantarse esa horrible sensación que le había dejado en el
pecho ver la mirada de su padre cargada de reproche.
CAPÍTULO 13
Una hora después, Samira estuvo lista, se sirvió café en
el vaso térmico y salió del piso, aún con una sensación de
desconsuelo oprimiéndole el pecho.
Sabía que esa pesadilla solo fue producto de un día lleno
de noticias que la impactaron y de lo que su inconsciente se
valió para crear toda esa absurda historia en la que volvía a
su casa, embarazada, y su padre la rechazaba.
Necesitaba despejar su mente, miró la hora en la
pantalla del teléfono; contaba con tiempo para irse
caminando, lo que sería muy bueno para encontrar un poco
de calma.
Se puso los auriculares, puso música y se guardó el móvil
en el bolsillo del abrigo, solo quería despejar la mente, que
no quedara ni un resquicio de ese mal sueño, aunque seguía
muy preocupada por Daniela, de verdad, quería encontrar
una manera de ayudarla.
Caminaba con cuidado por la acera, porque estaba algo
resbalosa, debido al deshielo, mientras tarareaba
mentalmente «Blank Space», de Taylor Swift, que
escuchaba en un volumen muy bajito, para no eliminar los
ruidos externos.
A mitad de camino, en la entrada del Teatro Maravillas,
estaba una anciana y una niña como de doce años, sentada
en uno de los escalones. De manera inevitable, le hizo
recordar a su abuela y a ella, cuando solían salir. Un nudo
de lágrimas de añoranza se le hizo en la garganta.
—Hola, guapa…, buenos días, ¿podrías regalarme algo
para comer? —Le pidió la anciana en tono bajito y algo
ronco.
Samira sintió un apretón en su corazón, se volvió a
mirarla y sus ojos estaban cargados de tristeza y necesidad,
la niña se notaba bastante delgada y larguirucha, tanto
como lo había sido ella a esa edad. Mejor que nadie sabía lo
que era pasar hambre, ese dolor en la boca del estómago,
la debilidad y los mareos… Sabía que tanto la anciana como
la niña, en verdad, parecían que no habían comido en
muchas horas. Realmente debían estar desesperadas, como
para estar pidiendo a esa hora y con ese frío.
No obstante, ella sabía que solo tenía un billete de
cincuenta euros, era lo que había dejado para gastar en los
próximos días, hasta que cobrara.
—Lo siento, señora, es que no tengo… —Le dolía en el
alma tener que decirle que no tenía y, con las lágrimas
subiéndole por la garganta, siguió su camino.
Tan solo había avanzado un par de calles, el cargo de
conciencia no la deja dar un paso más. Estaba segura de
que no podía darle el único billete que tenía, pero sí quería
ayudarle, aunque fuera con algo, por lo que, decidió buscar
cambio; entró a un local de Loterías y Apuestas del Estado.
Sabía que a esa hora no iban a cambiarle el billete, por lo
que, pidió un ticket de lo que fuera, después de todo, ella no
tenía idea de cómo era eso de los juegos de azar.
Este le recomendó comprar un Euromillones.
—Sí, está bien, uno de esos… —hablaba mientras
buscaba el billete en su cartera—. Aquí tienes. —Se lo
ofreció.
—¿Me dictas los números o quieres que la máquina los
elija al azar?
—Disculpa, ¿cómo es? Es que nunca lo he jugado.
—Debes elegir cinco números, que pueden ser
cualesquiera del uno al cincuenta, y luego dos estrellas de
la suerte, números del uno al doce.
—Vale, lo entiendo —dijo y empezó a dictar los números,
pensando en fechas especiales para ella. Cuando terminó, el
chico le dio el ticket, que guardó en el bolsillo de su abrigo,
luego recibió lo que verdaderamente le interesaba, que era
el cambio—. Muchas gracias. —Se hizo a un lado de la
taquilla, porque detrás había un señor, a la espera de ser
atendido.
Guardó el cambio en la cartera y dejó por fuera un billete
de diez euros, no era mucho, pero podía alcanzar para algo.
Así que, con una sonrisa, se devolvió hasta la entrada del
teatro y le dio el billete a la señora.
—Muchas gracias, cariño…, gracias. —La anciana se
mostró conmovida.
—Sé que no es mucho, espero le sirva de algo… —dijo
con las lágrimas nadando en su garganta. Juraba que era
como ver un episodio antiguo de su vida.
—De mucho —dijo casi con lágrimas al filo de los
párpados.
Samira asintió y se marchó, despidiéndose de ambas con
un gesto de la mano y una sonrisa. Aceleró el paso, para no
llegar tarde.
Al llegar al café, ya Lena había abierto; la saludó y pasó
rápidamente al baño, para cambiarse; luego, dejó su abrigo,
bufanda y guantes en el armario que estaba en el pasillo
que conducía a la cocina.
El lugar era pequeño, así que no contaba con mucho
espacio para casilleros o comedor independiente para los
empleados, cuando les tocaba comer, lo hacían en una de
las mesas del salón o en la misma cocina, sentados en un
taburete.
—Buenos días. —Saludó de beso en la mejilla a Javier,
que recién llegaba y dejaba el casco de la moto sobre el
armario—. ¿Mucho tráfico?
—Una mierda, todo es un caos —comentó en medio de
un suspiro de agotamiento, a pesar de que recién empezaba
el día.
Casi un minuto después llegó Pablo con las mismas
lamentaciones.
—Ya saqué la masa del refrigerador. —Les avisó Samira y
se apuraba a preparar el chocolate.
En fechas como esas, era necesario dejar la masa para
churros ya lista el día anterior o; de lo contrario, tendrían
que llegar una hora antes, para tener todo listo al abrir.
Le gustaba mucho el ambiente en el café, sobre todo, la
relación que llevaba con sus compañeros y su jefa, en los
que las jerarquías eran prácticamente inexistentes; se
trataban como un grupo de amigos que luchaban por que el
negocio fuese exitoso.
En cambio, el trabajo de limpieza en las oficinas solía ser
más solitario, sí, normalmente enviaban a tres, pero como
se dividían las tareas por pisos, hacían el trabajo en
solitario. Así que, cuando ya coordinaba lo que tenía que
hacer, se ponía los auriculares y escuchaba algún libro o
música, mientras se empeñaba en dejar reluciente cada
rincón de esas lujosas oficinas.
Le era imposible no recordar el tiempo que estuvo
trabajando en Cooper Mining, extrañaba mucho estar en ese
ambiente, también echaba de menos sus charlas con Karen.
Cuando estaba por terminar el turno en el café, recibió
un mensaje de Romina, la pobre estaba antojada de unas
ensaimadas. Se ofreció a llevárselas, aprovecharía para
visitarla, ya que Víctor no llegaba sino hasta la noche.
Le pidió a Javier prepararle las ensaimadas, mientras ella
se cambiaba. Una vez lista, le agradeció por ayudarla a
consentir los antojos de su amiga. Pasó por caja y pagó la
media docena de bollería, se despidió de todos y se marchó.
A pesar de que hacía frío, el sol aún brillaba. No se
perdería la oportunidad de disfrutar de su calidez y caminó
hasta el edificio en el que vivía Romina.
—Ya llegué —canturreó, apretando el botón del piso en el
que vivía Romina.
—Sube, guapa —pidió con emoción.
De inmediato, Samira escuchó el sonido electrónico del
precinto de seguridad y empujó la pesada reja, subió las
escaleras casi corriendo y, cuando llegó al cuarto piso, tuvo
que jadear en busca de oxígeno.
Romina abrió la puerta y se la encontró con la respiración
agitada y casi con la lengua afuera. A ella no le quedó más
que sonreír.
—Entra. —La invitó.
Samira le tendió la caja y tragó grueso los latidos que se
habían instalado en su garganta reseca.
—Tengo que hacer más ejercicio cardiovascular —jadeó,
avanzando por el angosto pasillo, al tiempo que se quitaba
la gabardina y la bufanda, para colgarlos en el perchero.
—Sí lo creo —respondió Romina—. Esto huele delicioso,
creo que me comeré diez…
—Solo traje seis —rio Samira, al notar las ansias en su
amiga. Dejó los guantes en la mesa del recibidor y buscó el
móvil en el bolsillo de la gabardina, quería tenerlo a mano,
por si Daniela le llamaba.
—Bueno, me comeré cinco y medio… Te dejaré medio —
bromeó y dirigió la mirada al suelo—. Se te cayó algo —
señaló, apuntando con sus labios el pedazo de papel.
—Ah, esto… —Samira se acuclilló para recogerlo—. Es un
boleto de lotería…
—¿Y ahora crees en los juegos de azar? —ironizó.
—No —bufó sonriente—, solo lo compré porque
necesitaba cambio. —Dejó el boleto en la bandeja donde
ponían las llaves y siguió a Romina a la mesa del comedor.
Mientras preparaba el café, le contó la historia que la
había llevado a comprar ese ticket.
Una vez sentadas a la mesa, Samira sintió la necesidad
de contarle también la pesadilla que tuvo. Bien sabía que
Romina no creía en esas cosas, a pesar de ser gitana, no era
supersticiosa; no obstante, Samira sí creía que los sueños
podrían ser interpretados; su abuela era muy buena con
eso, pero no se atrevería a contarle, porque podría sacar
conclusiones que la llevarían a ese secreto que tanto se
había empeñado en ocultar.

******
A pesar de que era domingo, Renato se despertó muy
temprano, fue al baño y regresó a la cama, con la intención
de seguir durmiendo, ya que, apenas eran pasadas las seis
de la mañana. Pero por más que quiso, no lo consiguió, se
sentía bastante vigorizado como para quedarse tendido,
mirando a la nada y permitiéndole a sus pensamientos crear
situaciones que eran poco o nada probables. Se levantó
hasta quedar sentado en la enorme cama y, con un
mandato de su voz, pidió que se abrieran las cortinas.
Disfrutó ver la estela naranja sobre el océano, que
desprendía un resplandor amarillo pálido hacia el cielo,
crenado un degradado desde el azul claro hasta el más
oscuro.
Suspiró ante el hermoso espectáculo, prefería verlo así,
recién despierto y sintiéndose con mucha energía; no como
lo había presenciado la mayoría del tiempo, desde la cama,
envuelto en las sábanas, sin haber podido dormir y con las
lágrimas nublándole la mirada, esas que solían acompañarlo
durante toda la noche.
Casi nadie comprendía esos episodios depresivos que
llegaban de la nada, desde muy temprana su adolescencia;
las pocas personas que lo habían visto en ese estado, jamás
pudieron hacerse una idea del porqué de un sufrimiento tan
intenso, que solo él mismo se creaba. Lo que ellos no sabían
era que no podía controlarlos y eso solo empeoraba su
situación.
Le tenía tanto miedo a esos episodios, a sentirse tan
devastado y cansado; incluso, a morir en medio de un
ataque de pánico.
Aunque sabía que podía controlarlo, que no moriría, la
batalla más fuerte, la que era casi imposible de vencer, era
su lucha mental, porque su mente era más poderosa que
cualquier cosa.
Abrió el cajón de la mesa en la que tenía algunos de los
cuadernos que había rellenado desde hacía diez meses.
Desde que Danilo, llevado por Liam, lo esperara sentado en
el sofá de su apartamento, para volver a rescatarlo.
Imposible no tener a su terapeuta en un pedestal, no
sentir que debía seguir luchando todos los días por sentirse
cada vez mejor, un poco más normal.
Así que, ese día, sus líneas serían para ese héroe sin
capa, por lo importante que era para él.
Le pidió al asistente que encendiera el velador y la luz
cálida iluminó lo suficiente para que pudiera escribir.
Tras unas tres páginas en las que resumió el momento
exacto en que conoció a Danilo y todas las consultas que
recordaba, devolvió el cuaderno al cajón de la mesita de
noche y salió de la cama, con la resolución de llevar a tope
sus energías.
Cuarenta minutos después, estaba de camino al
gimnasio, algunas veces se sentía sin ánimos de ir, pero
solo le bastaba recordar cómo se sentía después de un par
de horas de ejercicios, para no dejar que la apatía lo
dominara.
Cuando llegó se encontró con un ambiente ideal, había
muy pocas personas; se terminó la dosis de creatina que
tomaba antes de entrenar y se dispuso a hacer su rutina de
hombros y espalda; desde hacía un par de meses venía
aumentando el peso con el que trabajaba y le gustaba
sentir ese esfuerzo extra, porque era algo que podía
controlar y; cuando sentía que sus músculos no podían más,
mentalmente se alentaba y, comprendía, con gran regocijo,
que no solo tenía control sobre sus músculos, sino también
sobre sus pensamientos.
Terminó sudoroso y agotado, pero sintiéndose tranquilo,
en paz, relajado. Cuando regresó al apartamento, lo primero
que hizo el asistente personal fue recordarle que ese día
tenía que ir a casa de sus padres. Faltaban unas tres horas
para eso, lo que le daría tiempo de ir a la piscina, para
refrescarse un rato.
Pasado esto, le escribió a Ayrton y este le respondió que
en uno quince minutos estaría en el helipuerto.
Antes de que las puertas del ascensor se abrieran, el
sonido de las hélices le hizo saber que ya el piloto esperaba
por él; cuando salió, pudo verlo junto a la puerta de la nave,
esperándolo listo para que pudiera subir.
Le saludó con la mano antes de llegar y le dio los buenos
días una vez se acercó, pero no pudo decir mucho más,
pues sus palabras se congelaron ante la sorpresa
magnánima de encontrarse a su abuelo, sentado en una de
las butacas, con una de esas sonrisas llenas de picardía,
que dejaban en evidencia que sus acciones venían cargadas
de alguna travesura.
—Abuelo, ¿cómo es posible? —preguntó riendo, al tiempo
que se ubicaba en el asiento y se abrochaba la hebilla
dorada del cinturón de seguridad.
—Me le escapé a Sophia —respondió—, en cuanto
lleguemos a casa de tus padres, le haré saber dónde estoy.
—Sabes que te ganarás un buen regaño, ¿no? —Le era
imposible no sonreír genuinamente.
—Lo sé, estoy dispuesto a asumir las consecuencias —
siguió con su buen estado de ánimo.
La puerta se deslizó y Ayrton le dio la bienvenida a
Renato.
Durante el trayecto, Reinhard le preguntó cómo estaba;
él le comentó todo lo que había hecho esa mañana, incluso,
que había escrito sobre Danilo. Desde hacía un tiempo se
esforzaba por ser más abierto con algunos miembros de su
familia, les contaba sobre el proceso por el que estaba
pasando y lo que estaba haciendo para mantenerse sano
mental y emocionalmente.
En su proceso de sanación, aprendió a no llevar como un
secreto sus males; a cambio, había sido gratificado con el
apoyo incondicional y la compresión de todos.
Al igual que Renato, Ian también se mostró gratamente
sorprendido cuando vio llegar a su padre, por lo que, corrió
a recibirlo en compañía de sus perros.
Keops, en cuando vio a Renato, expresó la felicidad que
le daba verlo, llevándole las patas al pecho y lamiéndole la
cara; el joven apenas podía contener al canino que, sobre
sus dos patas, era casi tan alto como él.
Le daba palmaditas en los costados, para calmarlo;
mientras que, Ramsés, era contenido por su padre, para que
no terminara tumbando a Reinhard, quien le hacía señas a
Ayrton, para que se marchara.
En cuando el helicóptero alzó el vuelo, caminaron por la
hierba perfectamente podada del campo de golf que Ian
tenía en su casa, hasta una de las terrazas, donde los
esperaba Thais, con Susie en brazos; sin duda, ella también
se mostraba exultante por la sorpresiva visita de Reinhard.
Todos rieron cuando el patriarca les contó su pequeña
travesía, aunque siguió el consejo de su nuera, de
comunicarse de inmediato con Sophia, antes de que la
pobre sufriera un ataque de nervios, justamente al terminar
con sus masajes de relajación.
Ese fue el momento propicio para que Reinhard pudiera
hacer de las suyas, la dejó en la sala de masajes y se le
escapó.
Para sorpresa de Reinhard, ella no se molestó, porque
sabía que estaba bien protegido con ellos, pero sí le
recriminó por que no le hubiera dicho que quería ir a pasar
tiempo con ellos. Sin duda, ella lo habría entendido.
Durante la comida, extrañaron a Liam, pero este se
encontraba en Tel Aviv, donde se celebraría el cumpleaños
de uno de sus mejores amigos, que llevaba un par de años
viviendo en esa ciudad.
Ian y Reinhard, se dirigieron a la terraza, con un vaso de
Grand Marnier con naranja en la mano, para disfrutar el
ambiente al aire libre, mientras hacían digestión. Desde ahí,
podían observar a Renato, jugando con los perros.
—Esa es la razón por la que enloquecen cada vez que lo
ven llegar, lo adoran —dijo Ian, seguro de que sus perros se
desvivían por su hijo menor.
—Ellos también le hacen muy bien a él, con nadie más lo
he visto carcajearse de esa manera —comentó Reinhard,
llenándose los oídos con la risa de Renato, que intentaba
quitarle un juguete a Ramsés—. Por cierto, me dijo que esta
mañana escribió sobre Danilo… —hablaba mientras movía
de forma circular el coñac, para que se mezclara mejor con
el hielo—. También que fue al gimnasio y que luego nadó un
rato.
—Sin duda, está más vigorizado. Es visible que está muy
bien, más tranquilo… —Aún podía recordar cómo el terror le
heló la sangre cuando Liam le comentó sobre los
medicamentos que había encontrado en su apartamento.
Se sintió culpable por no haberse dado cuenta de que su
hijo había estado sumido en una nueva crisis; suponía que
él, como padre, debía ser el primero en enterarse, debía
estar más al pendiente de Renato, sobre todo, sabiendo que
sus problemas emocionales en cualquier momento podían
estallar, y que el secuestro de Elizabeth iba a ser un
perfecto detonante; sin embargo, Liam le dio a entender
que esas pastillas no eran recientes, lo que acrecentó su
culpa. Estuvo a punto de abandonar a Samuel, en la
búsqueda de su sobrina y entregarse por completo al
cuidado de su hijo, porque en esos episodios, Renato podría
ser una bomba de tiempo.
Pero Liam le alivió un poco el peso emocional y la
disyuntiva de tener que dejar solo a su primo, en un
momento tan difícil. Le dio su palabra de que él se
encargaría, entre los dos, acordaron que llevara a Danilo al
apartamento y fue decisión de Liam, mudarse por un tiempo
con su hermano; sin duda, eso hizo mermar la angustia que
lo carcomía.
Luego, cada momento que tuvo libre, cada minuto que
podía pasar con sus hijos, les llegaba de sorpresa al
apartamento, con comida, para compartir un rato con ellos.
La primera vez que los visitó, detalló bien sus rasgos y
pudo notar su mirada opaca y cómo la tristeza, el cansancio
y el dolor le marcaban las facciones; incluso, su delgadez le
asustó.
Tuvo que dejar la comida de lado y se fue al baño, para
poder liberar las emociones, ahí con una mano en la boca,
acallaba los sollozos de rabia e impotencia que le producía
saberse el peor padre del mundo.
Lo más difícil era que no podía, simplemente, llegar y
abordarlo, porque terminaría abrumándolo y haciéndolo
sentir peor, bien sabía cuánto odiaba la compasión. Pero esa
vez, no podía reservarse sus propias emociones, se obligó a
calmarse un poco, se limpió la cara con las manos, salió y
se fue directo hacia su hijo, que estaba sentado en el
comedor, prácticamente jugando con la comida, porque era
evidente que su apetito era nulo.
Lo abrazó, al principio, Renato se mostró reacio, quizá
por la sorpresa, pero en segundos, se permitió recargar la
cabeza contra el pecho de su padre.
—Eres fuerte, hijo, lo eres… Tú puedes con todo —dijo
mientras le daba besos en la cabeza—. Y si me lo permites,
estoy aquí para ayudarte en todo, para guiarte. Te amo, te
amo y eres muy importante para mí, para tu madre, para tu
hermano, eres importante para muchas personas. —Podía
sentir a su hijo debilitado, llorando mientras afirmaba con la
cabeza—. Sé que tu lucha es más dura que la de otras
personas, que cada día es mucho más complicado
levantarte y seguir adelante, pero sé que puedes lograrlo.
Liam seguía ahí, al otro lado de la mesa, con la cabeza
gacha, sufriendo también por su hermano, pero obligándose
a ocultarlo.
Lo más difícil de todo era tener que ocultarle a Thais la
situación en la que estaba su hijo, pero no era prudente; ella
solo se abocaría a sobreprotegerlo, a limitarlo en todo, al
punto de invadir su espacio personal; haría más difícil que
Renato pudiera mejorar, si tenía a su madre cuidando hasta
del agua que bebía.
Era mejor que ella siguiera brindándole apoyo moral a
Rachell, que también lo estaba pasando realmente mal.
CAPÍTULO 14
Meses después, cuando aún intentaban reponerse al
secuestro de Elizabeth, Ian decidió contarle a su padre
sobre la crisis que Renato había sufrido; sobre todo, que el
detonante había sido previo al suceso que impactó a toda la
familia.
Reinhard le arrojó luz al contarle lo sucedido con Samira,
pero hasta ese entonces no era mucho lo que sabía de la
ruptura; no obstante, le dijo que haría lo posible por
averiguarlo.
—Encontré a la chica, está en Madrid —comentó
Reinhard. Contarle a Ian sobre su avance había sido la razón
por la que decidió visitarlo, consideraba que era un tema
que debía ser tratado personalmente y que no podía
esperar.
—¿Quién está en Madrid? —preguntó Thais, de buen
agrado, que llegó en ese momento y logró escuchar la
última parte.
—Samira —respondió Ian.
Ya había puesto al tanto a su mujer de toda la situación,
incluida la relación que Renato tuvo con la chica, ya que no
podía seguirle ocultando cosas importantes. Ella también
merecía estar al tanto de la evolución de su hijo y las
circunstancias por las que había pasado, para que
consiguiera comprenderlo mejor; incluso, ella volvió a asistir
a terapia, para no volver a equivocarse en su forma de
acercarse a él.
—¿Y cómo está ella? —curioseó, sentándose al lado de su
marido y le puso una mano en la pierna, donde empezó a
trazar pequeños círculos con las yemas de sus dedos, en un
gesto de cariño.
—Bien, por el día, trabaja en un café, en Malasaña y; por
las noches, limpia oficinas en el distrito financiero… Estoy
pensando en una manera de hacer que Renato vaya a
Madrid. Creo que es necesario un encuentro entre ellos, él
merece una explicación…
Ian y Thais compartieron una mirada mientras Reinhard
seguía exponiendo la información.
—Padre. —Lo interrumpió Ian—, sé que tus intenciones
son las mejores y también pienso que Renato merece una
explicación, conocer la razón de su abandono, pero él
mismo dijo que no quería buscarla. Pienso que es mejor
respetar eso…
—Estoy de acuerdo —intervino Thais—. Renato ha
avanzado mucho en su proceso. —Desvió la mirada hacia su
hijo, que correteaba detrás de Keops; en ese instante, se
volvió a mirarla y ella lo saludó con la mano, él le sonrió,
lucía adorable, sonrojado por el esfuerzo de jugar con las
mascotas—. Se ve mucho más tranquilo, es más expresivo
con todos e; incluso, está empezando a abrirse
emocionalmente, creo que lo mejor es dejar que siga
sanando…
—Estoy seguro de que, ponerlo en una situación como
esa, en la que tenga que enfrentarse con la jovencita, solo
lo hará retroceder… Quizá ella tuvo sus razones, tampoco
considero necesario ponerla en la posición de tener que
hablar con Renato, si no quiere… Porque las oportunidades
las tiene, conoce el número de Renato, hasta le di mi
número de teléfono; si no se ha comunicado es porque,
evidentemente, no quiere hablar con mi hijo… Lo siento,
padre, pero no voy a exponer a Renato a una humillación,
mucho menos a una desestabilización emocional… Sí, me
tranquiliza saber que ella está bien, espero que logre sus
objetivos y que tenga éxito en su vida, pero prefiero que lo
haga lejos de Renatinho.
—Tienes razón, no lo había visto así… —Se disculpó
Reinhard—. No sé, pensé que quizá todo podría tratarse de
un malentendido. Es mi afán de querer ayudar a los demás,
pero ahora que lo dices, es cierto, ella cuenta con los
medios para comunicarse con él, y si no lo ha hecho es
porque no desea hacerlo. Desistiré de mi papel de cupido —
sonrió con tristeza—. Dejaré todo en manos del destino o a
que alguno de los dos decida enfrentar la situación.
—Sí, es mejor olvidarlo, ya ha pasado mucho tiempo —
dijo Thais—. Lo ideal es que Renato siga adelante, ya
conocerá a alguna chica que lo aprecie por quien es, él
necesita a alguien que le dé tranquilidad… Además, a pesar
de que la jovencita es hermosa, muy educada y trabajadora,
es gitana, no creo que su familia esté de acuerdo con que se
relacione con un hombre que no sea de su cultura. A la
larga, iban a ser más problemas para mi hijo. —Aunque no
lo quiso, su voz se vio teñida de celos maternales.

********

Los olores y sonidos inundaban la cocina del piso de


Samira, había pasado toda la mañana cocinando las
viandas, para toda la semana; normalmente, eso lo hacía
los domingos por la tarde, pero no pudo porque tuvo que
trabajar hasta las nueve de la noche, en un evento que se
llevó a cabo en el café de Lena, por lo que, esta decidió no
abrir ese día, para que pudieran descansar.
Aunque algunas veces se cansaba de comer el mismo
menú casi toda la semana, le resultaba más económico y
también le ahorraba mucho tiempo; sin embargo, ese día
decidió hacer tres tipos de comida, en una sartén salteaba
finas tiras de lomo con vegetales, mientras que, en otra
hornilla, se cocinaba el arroz; en el horno tenía bacalao con
verduras y en la nevera había envasado tres túperes con
ensalada de guisantes, tomatitos y huevo duro.
En cuanto terminó, limpió todo y se sentó a comer un
poco de cada cosa, mientras pensaba en ponerse a planchar
la ropa que esperaba en la cesta, desde el sábado por la
noche.
Se llevaba el último bocado cuando su teléfono vibró y se
iluminó la pantalla con un mensaje de Daniela.
Seguro acababa de despertar o se preparaba para ir a
trabajar. Sin perder tiempo y tragando grueso, se dispuso a
leer el mensaje.

Chama, ya hablé con Carlos, no fue fácil, pero lo


comprendió.

Samira, de inmediato, empezó a teclear.

¿Quieres hablar? ¿Tienes tiempo para una llamada?

No quiero molestarte, sé que estás trabajando.

No, hoy me lo dieron libre.

Daniela esperó a que Carlos se fuera al instituto,


enseguida le marcó a Samira, a pesar de que contaba con
poco tiempo para ir al trabajo, necesitaba hablar, compartir
su pena.
Samira sintió el corazón oprimido cuando la vio, sin duda,
su amiga estaba pasando por un momento terrible, su
semblante tan demacrado y alterado lo dejaba en total
evidencia.
—Cuéntame cariño, ¿cómo fue? ¿Qué te dijo? —preguntó
Samira, su tono estaba cargado de compasión, imposible no
sentirse muy mal por ella.
Daniela empezó a relatarle, la reacción de Carlos,
primero fue de miedo, luego de sorpresa y por último de
alegría; no obstante, se mostró devastado cuando ella, muy
en contra de sus verdaderos deseos, le dijo que no quería
tener al bebé y le dio unas razones que no eran del todo
ciertas, pero necesitaba quitar ese peso de los hombros de
su prometido; no podía dejarle a él, tomar una decisión que
sabía no tendría el valor de hacer.
Carlos insistió en todas las soluciones que se le
ocurrieron, por supuesto, todas significaban sacrificar algo
muy importante para ambos, ajustar presupuestos de los
que ni siquiera disponían, pero ella estaba determinada a no
seguir adelante, porque no podría brindarle calidad de vida.
A fin de cuentas, Carlos terminó apoyándola, aunque la
tristeza se podía ver en sus ojos, no tuvo otra opción. Fue
claro al decirle que, si era lo que ella quería, no iba a
forzarla.
—Ya llamé y pedí la cita, me atenderán el viernes…
Carlos me acompañará —dijo limpiándose las lágrimas que
no dejaban de correr por sus mejillas.
Samira intentó brindarle palabras de consuelo,
asegurándole que esa decisión no la convertía en una
asesina, mucho menos una mala mujer; simplemente,
estaba haciendo lo que entendía era lo mejor, tanto para
ellos, como para la criatura. Le hizo saber, además, que
sufría por su situación y que, si en sus manos existiera la
posibilidad de ayudarle, sin dudarlo, lo haría.
Daniela le agradeció que estuviese para ella en un
momento tan difícil, pero tuvo que despedirse. Samira,
totalmente acongojada, se tomó algunos minutos para
calmarse, luego se levantó y se dispuso a limpiar todo el
lugar.
Ya no podía dilatar más el momento de planchar, amaba
hacer cualquier oficio; incluso, eso la relajaba, pero lo único
que verdaderamente odiaba era planchar; algunas veces,
prescindía de hacerlo, solo que las camisas de sus
uniformes eran necesarias quitarle las arrugas.
Como Magela aún dormía, no podía poner música en la
bocina, por ello se puso los auriculares y se fue a la zona de
lavado con teléfono en mano.
Llevaba un par de prendas, cuando: «Comiéndote a
besos», de Rozalén, fue interrumpida por una llamada
entrante; dejó de cantar y al mirar la pantalla se dio cuenta
de que era Romina.
—Hola. —Le extrañaba le estuviese llamando a esa hora.
—Samira…, cariño, necesito que vengas enseguida… —
Romina gimoteaba al teléfono—. Sé que debes estar traba…
—Romina, ¿qué sucede? —Los nervios de Samira se
dispararon y sentía como si el corazón se le hubiese
detenido o quizá era que no estaba respirando—. ¿Te
sientes mal? ¿Pasó algo con el bebé?
—No, no…, pero tienes que venir, tienes que venir; pide
permiso…
—Está bien, sí, sí…, enseguida voy. —Samira tenía las
piernas debilitadas y temblorosas—. Pero trata de calmarte,
no es bueno para el bebé que estés así… Ya voy… —Con el
corazón martillándole contra el pecho, apagó la plancha,
terminó la llamada y corrió a ponerse cualquier cosa,
porque aún llevaba puesto el pijama.
Se puso unos vaqueros, un jersey, unas botas de media
caña; cogió su mochila y corrió a la salida, no abandonó el
lugar sin antes hacerse de la chaqueta de cuero que estaba
en el perchero.
Al llegar a la acera, pensó si irse en metro, corriendo o en
taxi; se decidió por este último, cuando vio que se acercaba
uno.
Cuando le dio la dirección al chofer, pudo notar que su
voz temblaba tanto como sus manos. Entretanto, por la
cabeza le pasaban mil y un escenario desastroso, que no
hacían más que alterar aún más sus emociones.
Para empeorar la situación, el infernal tráfico estaba en
su contra, por lo que, faltando un par de calles decidió
bajarse y corrió el tramo que faltaba. Sin aliento y con el
corazón en un puño, apretó el botón del intercomunicador;
le extrañó que fuese Víctor quien le atendiera y la invitara a
pasar, ya que él debía estar en el trabajo.
Samira empujó la reja y aunque estaba casi sin aliento y
con las extremidades debilitadas, corrió escaleras arriba, a
punto de sufrir un ataque al corazón tocó. Al instante de
tocar el timbre, Víctor le abrió.
—Romina, ¿qué pasó? —Lo que le salió fue un silbido,
tragó grueso y respiró profundo.
—Cálmate, Samira, todo está bien. Siento que Romina te
haya asustado, ella está muy nerviosa… —explicó mientras
seguía a Samira, que avanzaba envalentonada por el
pasillo, sin siquiera quitarse la chaqueta.
—Romina, ¿qué paso? ¿Está todo bien con el bebé? —
preguntó, llegando hasta la gitana, que estaba sentada en
la mesa del comedor, toda temblorosa.
—¡Ay, Sami! —En cuanto la vio, se levantó y la abrazo,
en medio de un ataque de risa y llanto.
—Dime que estás bien —suplicó Samira, frotándole la
espada, podía sentir que ambas estaban temblando—. Será
mejor que te sientes, te daré agua… —Soltó el abrazo y
cuando la ayudó a sentarse, vio que en la mesa ya había un
vaso de agua; seguramente, Víctor se lo había acercado.
—Estoy bien, pero mira, estoy temblando… —Volvió a
soltar una carcajada.
—¿Quieres contarme qué sucede? —preguntó,
acuclillándose frente a ella. Ver que, aparentemente, estaba
bien, la estaba tranquilizando un poco. Pensó que quizá la
habían echado del trabajo, lo que no era para nada
conveniente, con la hipoteca que estaban pagando.
—Cariño, necesitas calmarte, recuerda que estas
emociones no le hacen bien al bebé —intervino Víctor, él
también se notaba muy nervioso.
—Sí, sí, tienes razón… —inspiró y expiró, lo hizo varias
veces, hasta que consiguió que sus emociones menguaran
un poco—. Es que llegué del trabajo y, mientras comía, me
di cuenta de que el apartamento era un desastre —empezó
Romina a contar, mientras Samira asentía con toda su
atención puesta en ella—. Entonces, me puse a ordenarlo un
poco…
—Resume, cariño…, ¿o prefieres que se lo diga yo? —
propuso Víctor.
—Ya, ya…, yo se lo digo… —insistió Romina, mientras la
mirada de Samira saltaba de uno a otro, ya que Víctor se
había puesto detrás de su mujer y le apretaba de manera
reconfortante los hombros—. ¿Recuerdas el boleto de lotería
que se te cayó el martes? ¿El que dejaste en la bandeja de
las llaves? —preguntó y la emoción le cortaba la voz. Samira
asintió en un par de oportunidades y Romina no pudo seguir
con el suspenso—. ¡Resultó ganador!
—¿Cómo? —preguntó Samira con una sonrisa incrédula.
—¡Sí, resultó ganador! —ratificó Romina con un chillido—.
Estuve a punto de echarlo a la basura, pero, de repente, un
impulso me llevó a revisar los resultados… ¡Has ganado,
Samira! —gritó, eufórica.
Samira elevó la mirada hacia Víctor y él le asentía,
sonriente. Ella no sabía qué decir, estaba emocionada, no
esperaba algo como eso.
—¿Y cuánto fue, cinco mil, diez mil? Eso me ayudará con
algunos meses de alquiler.
Sobre todo, porque la semana anterior había gastado
parte de sus ahorros, para pagar al abogado que le ayudaba
con lo de la renovación del permiso de residencia.
Romina y Vitor rieron, enternecidos.
—¡Samira, ya no tendrás que preocuparte nunca más por
pagar el alquiler! —Romina estalló emocionada y le
apretaba las manos.
—¿Cuánto fue? —preguntó, intentando tragar el nudo
que se le hizo en la garganta. Pensó que quizá unos cien mil
euros, aunque no lo creía, era demasiado. Mejor no hacerse
falsas ilusiones, mucho menos ser ambiciosa.
—¡Ciento setenta millones! —Fue Víctor quien dio la cifra.
—¿C-c-c-ciento…? —tartamudeó Samira, segura de que,
si el corazón no le había estallado en su carrera mientras
subía las escaleras, ahora sí. Su cuerpo se debilitó y la
mirada se le nubló.
—¡Ciento setenta millones de euros! —reafirmaron los
dos, al mismo tiempo.
En ese momento, a Samira se le fueron todos los colores
del rostro y perdió el conocimiento.
CAPÍTULO 15
Cuando Samira volvió en sí, le tomó muchos minutos, un
vaso de agua y una taza de té, asimilar la noticia; luego,
tuvo que buscar la manera de cerciorarse que sus amigos
no estuvieran equivocados. Así que, con las manos aún
temblorosas y mil cosas dando vueltas en su cabeza, se
encargó de revisar los resultados, con la ayuda de Romina y
Víctor.
No había dudas, incluso, había noticias de que el ganador
del premio estaba en Madrid, lo que le ayudaba a Samira a
creerse un poco más todo aquello y; al igual que su amiga,
no hacía más que reír y llorar.
No sabían qué hacer ni por dónde empezar, fue Víctor
quien pensó que lo ideal sería buscar primero a un abogado
que la asesorara, pero no conocían a ninguno que fuese
especialista en eso.
Entonces, Romina dijo que fueran al banco, quizá ahí
podrían recomendarles a los profesionales competentes.
—¿Ahora? ¿Ya?... Ciento setenta millones, ¿no crees que
es una exageración? —preguntó mirando a Víctor—. No me
alcanzará la vida para gastarlo todo.
—Sí, sí que lo es, pero estoy seguro de que sabrás cómo
administrarlo… —comentó el gitano, sonriente.
—Técnicamente, no te lo acabas de ganar, te lo ganaste
el martes, ya mañana sumas ocho días de ser millonaria, y
tú ni enterada —rio Romina.
—Sí, tienes razón… Entonces, vamos al banco, sé que
tienen que ir al trabajo, pero no me atrevo a ir sola,
¿pueden acompañarme? ¿O mejor lo dejamos para otro día?
Después de todo, ahí dice que tenemos tres meses para
cobrarlo.
—Te llevamos, tú tranquila —dijo Víctor, que veía a
Samira tan perdida, tan nerviosa, aunque tenía la mirada
demasiado brillante, titilaba de la felicidad.
De repente, Samira se llevó las manos a la cara y
empezó a sollozar, era como si en ese instante se diera
cuenta de la magnitud de la noticia, de que su vida había
cambiado en cuestión de segundos, y aún no tenía idea de
cómo manejar todo eso.
Romina se sentó a su lado y le pasó un brazo por encima
de los hombros; en respuesta, Samira se volvió hacia ella y
la abrazó fuertemente.
—Ahora sí podré estudiar, ahora sí —sollozó, sintiendo
que estaba rozando su sueño con las yemas de los dedos.
—Sí, cariño, por supuesto, ahora podrás hacer todo lo
que quieras. —La consoló, estrechando más el abrazo.

Cuando llegaron a uno de los bancos autorizados,


pasaron directamente al área de grandes capitales y ahí
fueron atendidos por el mismo gerente.
Las manos de Samira temblaban furiosamente cuando le
entregó el boleto ganador.
—Disculpe, es que estoy nerviosa —dijo porque fue
evidente para todos.
—No es para menos —sonrió el gerente, que también
estaba sorprendido por lo joven que era la ganadora—.
¿Puedes darme algún documento de identificación? —
solicitó y Samira le entregó el permiso de permanencia—.
Sin duda, tu estatus migratorio cambiará drásticamente —
dijo con una afable sonrisa.
—Eso espero, porque empezaré a estudiar… —Hasta la
voz le vibraba y el corazón que no había ralentizado sus
latidos, le dio un vuelco al pronunciar su sueño ya como un
hecho.
—Primera persona que se gana la lotería que dice eso. La
mayoría lo primero que piensa es en viajar o en pagar la
hipoteca…
—Ah, bueno, sí, también vamos a pagar la hipoteca —
dijo mirando a Romina, quien negó con la cabeza, pero sus
ojos reflejaban su dicha.
—¿El premio se lo ganaron entre las dos? —preguntó al
ver que la mujer se mostró sorprendida.
—No, solo ella —dijo Víctor—. Fue quien lo compró.
—Pero igual quiero compartirlo con ellos —aseguró la
chica, mirando al gerente del banco. Era lo menos que podía
hacer. Ellos que le habían dado tanto sin esperar nada
cambio, ahora que ella tenía dinero de sobra, por qué no
facilitarles también la vida.
—Samira…
—Romina. —La interrumpió—, si no hubiese sido por ti,
jamás me habría enterado del premio, así que sí, te
corresponde una parte.
—Si desean, les recomiendo que una vez cobren el
premio, creen una cuenta mancomunada, a la cual puedan
ingresar los porcentajes que deseen compartir; porque, si
quieres darles una parte a ellos, tendrás que pagar un
impuesto del veintiún por ciento por donaciones…; además
del veinte por ciento que automáticamente Hacienda va a
descontar del total del premio —explicó el gerente—. No es
necesario que vayan al cincuenta, cincuenta, puedes
estipular cuánto será para tu amiga. —Se dedicó a mirar a
los ojos cristalizados de la más joven.
—Veinte millones…
—¡¿Estás loca?! —Esta vez fue Romina, quien la
interrumpió, sintiendo que el corazón le estallaría.
—Samira, no estás en la obligación de darnos tanto
dinero, es demasiado… —Víctor también dio su opinión.
—No es demasiado —aseguró mirándolos a ambos y
luego se volvió a mirar al gerente—. Veinte millones para
ellos.
El hombre asintió y entonces le solicitó las
identificaciones también a ellos. Luego empezó a hacerles
algunas preguntas, sobre si querían que el dinero se
quedara en ese banco, en el que debían abrirles cuentas o
si decidían trasladarlos a otros bancos.
Todos se miraron sin saber qué responder, por lo que, el
gerente decidió intervenir, una vez más.
—No se preocupen, por ahora, no tienen que tomar la
decisión, ya que por hoy solo tienen que firmar un contrato
para depositar el resguardo y; nosotros, como entidad
bancaria, nos encargaremos de solicitar el pago a Loterías y
Apuestas del Estado. Si todo está correcto, les llamaremos
una vez se haga efectivo el premio. Luego podrán decidir si
ingresarán el dinero en sus cuentas o si abrirán una con
nosotros, lo que, les traerá muchos beneficios.
—Sí, sí, entiendo —comentó Samira, que se sentía como
acelerada, pero, al mismo tiempo, encerrada en una
burbuja; por lo menos el zumbido en sus oídos había
disminuido.
El hombre se levantó, para tomar el contrato que había
imprimido, una vez Samira firmó, este se permitió darle
otros consejos.
—Supongo que aún no son verdaderamente conscientes
de la cantidad de dinero que van a cobrar; seré sincero,
tener tanto dinero es muy peligroso, por lo que, les
recomiendo que sean discretos, por su seguridad y la de sus
seres queridos. Traten de no decirle a nadie en quien no
confíen totalmente…
—Sí, tiene razón, venga, es que es mucha pasta —
comentó Víctor, sonriendo aún con nervios.
El gerente sacó un par de tarjetas de un cajón de su
escritorio y le tendió una a Samira.
—Este número es de uno de los mejores gestores, es un
abogado especialista en materia fiscal, en gestión de
patrimonio e inversiones… Lo vas a necesitar…; además,
este es uno de los mejores economistas de Madrid, para que
te ayude a gestionar de manera inteligente las finanzas… Es
un hecho que casi todo aquel que gana la lotería, lo
derrocha todo en cinco o siete años… En cambio, si lo
manejan con inteligencia, en siete años podrían tener el
doble de lo que se han ganado.
En ese instante, Samira tuvo que sellarse los labios, para
no decir que conocía a alguien que era muy bueno con las
finanzas; debía serlo, como para ser el director financiero de
uno de los grupos de compañías más importante a nivel
mundial… Imaginó lo que pensaría Renato, si le decía que
necesitaba de su ayuda para poder administrar con
inteligencia su fortuna de más de cien millones de euros.
Era hasta irrisorio, por lo que, se le escapó una risita.
—Bueno, no ambiciono tener más… Con poder mantener
un patrimonio y sacar mi carrera de medicina, creo que será
suficiente… También quiero poder ayudar a muchas
personas. Sé a lo que se refiere, no me volveré loca con el
dinero, aunque estoy a punto de perder la cordura… —soltó
otra risita de puro nervio—. Muchas gracias, hoy mismo me
comunicaré con ellos.
—Bueno, eso es todo, por ahora. De nuevo, ¡muchas
felicidades! Eres muy afortunada.
—Sí, eso vi, según las estadísticas, era más probable que
me cayera un meteorito a que me ganara ese boleto. —Ese
comentario hizo que todos rieran.
—Será mejor irnos, antes de que caiga un meteorito en
este escritorio —comentó Víctor, que apretó la mano que el
gerente le ofrecía.
En medio de más bromas se despidieron. Cuando
salieron, todos seguían en las nubes, no tenían idea de qué
hacer; acordaron no decirle a nadie, era mejor seguir los
consejos del gerente del banco.
Para celebrarlo, Víctor les propuso ir tomar malteadas,
había un lugar cerca del apartamento al que les gustaba
mucho ir, así que, subieron al auto y llegaron al lugar, en el
que se pidieron las bebidas y patatas fritas. De vez en
cuando y en susurros, hacían planes de lo que harían con el
dinero.
Como Romina y Víctor notaban a Samira tan animada
con el hecho de estudiar, le instaron a que empezara a
investigar a qué universidad podría ir, ver los requisitos que
solicitaba cada instituto y así no perder tiempo, para que
pudiera empezar con su carrera cuanto antes.
—¡Oh, por Dios! —Después de pasar mucho tiempo
buscando opciones universitarias y anotando los requisitos
de cada una, Samira se dio cuenta de la hora y empezó a
buscar la billetera en su mochila—. Ya tengo que irme o se
me hará tarde para entrar al trabajo.
—¿Y vas a trabajar? —preguntó Víctor, impresionado.
—Sí, por supuesto, aún no recibo el dinero, por ahora
seguiré limpiando la importante caca de esos ricos
empresarios, ya la próxima semana podré hacer inversiones
con ellos. —Guiñó un ojo, pícara, mientras sonreía.
Romina y Víctor rieron ante las ocurrencias de Samira,
quien en ese instante sacó un billete de diez euros y lo puso
en la mesa.
—No, guarda eso, lo menos que podemos hacer es
brindarte una malteada y unas patatas. —Romina casi la
reprendió.
—Está bien. —Se acercó, besó en la mejilla a Víctor y
luego a Romina—. Por cierto, en unos días buscaré a la
señora por la que compré el boleto, será una de las
primeras personas que ayudaré. —Lo dijo más como un
recordatorio para ella misma.
—Sí, sin duda, te ayudaremos para que esa señora tenga
una mejor vida. —Estuvo de acuerdo Víctor—. Cuídate
mucho.
—Ustedes también, los quiero. —También se despidió de
ellos con la mano y salió del café, para caminar hasta la
estación del metro.
Tenía que ir al piso, ducharse y prepararse para ir a
trabajar hasta medianoche.
Cuando llegó, se encontró con Magela, que estaba
tomándose un té, mientras veía una serie que la tenía
enganchadísima y que algunas veces veían juntas, cuando
sus horarios de descanso coincidían.
Le ofreció té, pero no lo aceptó porque debía apurarse o;
de lo contrario, llegaría tarde. Se le hizo muy difícil no
contarle a Magela, mientras pensaba en alguna forma de
ayudarle, porque también quería estudiar, pero hasta el
momento, no le había ido bien con sus intentos de entrar en
la Autónoma.
Cuando volvió a salir de su habitación, ya lista para irse
al trabajo, Magela estaba en la cocina; fue entonces que
Samira recordó que había dejado a medio planchar el
uniforme.
Chasqueó los labios de camino a la zona de lavado, pero
se sorprendió cuando consiguió sus camisas planchadas.
—¿Lo hiciste tú? —preguntó mientras agarraba una.
—Sí, pensé que algo debió pasarte, como para que
dejaras algo a medias —hablaba mientras rebuscaba en la
nevera.
—Gracias, sí…, tuve que salir de emergencia, Romina me
llamó… —Se detuvo antes de soltar de más la lengua.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, sí…, solo necesitaba mi ayuda en algo, ¿qué piensas
hacer de cena?
—Aún no lo sé, en realidad, mi creatividad es nula…
—Si quieres puedes comerte una de mis viandas, la que
más gustes…
—¿Y descompletar tu estricto menú? —Se rio. De las tres,
Samira era la que, al parecer, sufría de algún tipo de
trastorno compulsivo, que la llevaba a tener todo en orden y
programado. Mientras que Magela y Luisa, se esforzaban
solo por mantener ordenadas y limpias las zonas comunes,
para que su compañera no entrara en histeria.
Magela aún podía recordar cómo se puso cuando entró a
su habitación y se encontró con la cama desordenada, ropa
y zapatos tirados en el suelo; fue como si algo la poseyera y
empezó a recoger y organizar todo. Sin embargo, cada una
respetaba sus espacios y sus cosas. Nadie tomaba nada sin
el permiso de la otra.
—Sí, puedes hacerlo.
—¿Estás intentando pagarme porque te planché tres
camisas? —Seguía con una sonrisa incrédula. No era que
Samira no compartiera con ella, se trataba del significado
de descompletar su menú semanal.
—No, pero si quieres verlo de esa manera, está bien, te
lo mereces —dijo con ese ánimo por las nubes, que la
invadía desde que se enteró de que su vida, por lo menos,
económica, estaba prácticamente resuelta—. Ahora me
tengo que ir o me amonestarán por llegar tarde.
—Adiós, cariño. —La despidió Magela.
—Hasta mañana, buena jornada. —Samira se despidió de
Magela, que llevaba su cabello negro azulado recogido en
una coleta; de esa manera se le veía mucho más el rapado
que llevaba en los costados de la cabeza.
CAPÍTULO 16
Ya por la madrugada, cuando Samira estaba de vuelta en
su hogar y metida en la cama, no podía dormir, su cabeza
era un hervidero de ideas. Ahora se sentía más abrumada
que antes, cuando solo tenía que pensar en las mejores
maneras para ahorrar dinero y poder algún día inscribirse
en la universidad.
No sabía qué iba a hacer con tanto dinero, no había
dudas de que su vida cambiaría, aunque ella no quería que
fuera mucho. No obstante, en la telaraña que eran sus
ideas, surgió una que le hizo latir demasiado fuerte el
corazón.
—Volveré a Brasil —murmuró con una gran sonrisa.
Sabía que a esa hora ya su abuela debía estar
durmiendo, porque allá eran las diez de la noche y a
Vadoma, desde siempre, le había gustado irse muy
temprano a la cama.
No podía esperar para darle la noticia, sabía que podía
contar con la discreción de su abuela. Los latidos se le
aceleraron al pensar que en unas horas le pediría hablar con
su padre, para suplicarle que la dejara volver a su hogar.
Bien sabía que si regresaba, sería él y sus hermanos
quienes administrarían el dinero, pero poco importaba que
lo hicieran, porque era demasiado, lo único que le pediría a
cambio sería que le permitiera estudiar.
Se le salieron unas lágrimas de emoción al pensar en
todo lo que podría hacer una vez regresara a su casa.
Podían aprovechar que el patio era lo bastante grande, ahí
podrían sus hermanos construir sus casas y así no tener que
estar todos en la misma edificación donde apenas cabían.
—Ay, mamá podrá tener por fin un cuarto de costura, ya
no tendrá todo en un rincón de la sala —chilló emocionada,
imaginando lo lindo que le quedaría ese espacio que iba a
ser solo de ella—. Y seguramente se podrá remodelar la
cocina y la agrandaré, como la de la casa del abuelo de
Renato; inmensa, con mucho para almacenar. Eso será un
sueño para mi abuela… Y Papá no tendrá que vender nunca
más un maldito reloj chino… —Sabía que no iba a poder
dormir, la adrenalina fluyendo por sus venas y bombeando
en su corazón era demasiado intensa como para hacerla
entrar en calma, por lo que, se levantó y empezó a anotar
en la agenda todas las cosas que quería hacer.
Estaba casi amaneciendo cuando sus ojos ardían de
cansancio, pero ya no tendría tiempo de dormir. Se puso de
pies y fue a la cocina a preparar café.

Hola, buenos días, ¿pudiste dormir? Porque nosotros


no.

Recibió un mensaje de Romina, rio al ver que no era la


única en esa situación.

Hola, buen día. No, nada. Tengo millones de cosas


dándome vueltas en la cabeza.

Respondió y regresó con la taza de café a la habitación.


En el siguiente mensaje, Romina le recordó que debía llamar
al abogado que le recomendó el gerente del banco, porque
consideraba que la próxima vez que fueran debían hacerlo
en compañía de alguien que dominara todo ese asunto.
Samira le dijo que lo haría en cuanto empezara el horario
de oficina, no quería sacar al hombre tan temprano de la
cama.
Siguieron intercambiando mensajes por un buen rato,
hasta que llegó el momento de ducharse, para irse a sus
respectivos trabajos.
Antes de salir del apartamento, Samira se comunicó con
la oficina del abogado y fue atendida por la secretaria, a la
que le informó sobre quién le había dado la tarjeta y que le
gustaría concertar una cita.
La secretaria la agendó para ese día a las dos de la
tarde.
Samira supo que debería pedirle permiso a Lena, para
salir más temprano, solo esperaba que la cita con el
abogado no se cruzara en el mismo horario en que tenía
que ir al banco; luego llamó a Romina, para decirle la hora
en la que debían encontrarse en la oficina del abogado.
Mientras cumplió su horario en el café, una vez más,
tuvo que morderse la lengua para no decir nada y trabajó
con el mismo empeño de todos los días; aunque, a decir
verdad, atendió a los clientes con una sonrisa mucho más
grande, porque la felicidad le salía por los poros.

La tarde para Samira estuvo llena de intensas emociones


que mantuvieron sus palpitaciones aceleradas, las manos
temblorosas y una sonrisa bobalicona imborrable.
Romina y Víctor, estuvieron con ella en todo momento,
en la reunión con el abogado y luego en el banco, donde
decidieron dejar el dinero hasta que se reunieran con el
economista, para idear un plan efectivo de inversión.
Aunque no estaba muy segura de querer invertir en España,
porque ya había tomado la decisión de volver a Brasil. Le
interesaba más saber cómo trasladar la cuantiosa suma a
su país, así que le dijo al abogado que pediría cita con el
economista hasta la siguiente semana.
Samira abrió un par de cuentas, una para ella y la otra
mancomunada con Romina; a esa cuenta se trasladaron los
veinte millones que prometió darle a sus amigos.
Como Samira no quería disponer de la otra parte del
dinero, por el momento, solo trasladó a su cuenta donde le
depositaban la nómina, quince mil euros, porque estaba en
sus planes enviarle a su abuela y también a Daniela. Le
emocionaba mucho saber que ahora sí podría ofrecerle su
ayuda, para que pudiera tener a su bebé.
Las lágrimas le saltaron a los ojos cuando le hicieron
entrega de varios papeles y, tras un sinfín de firmas, le
dejaron los originales de toda la documentación, ahí pudo
ver reflejada la cantidad exacta que le había quedado tras
todos los ajustes.
Víctor, que estaba en medio de Romina y Samira, tuvo
que frotarles las espaldas, porque las emociones que
experimentaban era la misma y, como si lo acordaran,
resoplaron al mismo tiempo, provocando que los hombres
sonrieran.
Romina le dijo al abogado que le gustaría pagar cuanto
antes la hipoteca, pero el especialista le dijo que era mejor
que se reunieran primero con el economista, porque quizá
resultaba mejor seguir con la hipoteca e invertir el dinero en
algo que les generara rentabilidad, y con eso podrían pagar
su cuota hipotecaria.
Ya que, entre los intereses bancarios y lo que tendría que
pagarle a Hacienda, iba a ser mucho más… Pero eran temas
que ellos poco entendían.
Cuando regresó al piso, Magela no estaba, supuso que
debió salir son Hugo, su novio, así que tenía la libertad para
hablar desde el salón y no tener que encerrarse a susurrar
en su habitación.
No podía esperar más, necesitaba hablar con su abuela y
aprovechar que a esa hora su padre debía estar en casa,
para el almuerzo. A pesar de los nervios y el miedo que le
provocaba volver a hablar con su progenitor, después de
casi dos años, también se sentía con el valor suficiente
como para enfrentar ese momento.
Se sentó en el sofá y al tiempo que le marcaba, subió los
pies en el asiento, su pobre corazón parecía tambor indio en
pleno ritual, con cada repique se hacía más intenso; tuvo
que empezar a morderse las uñas, para calmar un poco su
estado alterado.
Desde que Adonay le había regalado el teléfono, ahora
se le hacía mucho más fácil comunicarse con ella, aunque el
proceso de aprendizaje con la tecnología fue bastante lento
para su pobre abuela, no descansó hasta saber manipular el
aparato lo suficiente como para hacer llamadas y enviar
mensajes de voz.
—Hola, mi estrella, ¿cómo estás? —La saludó en
susurros, ya que tuvo que irse a la habitación, para poder
hablar con ella, sin que su hijo se diera cuenta.
—Muy bien, abuela, muy bien —chilló emocionada—.
Tengo que contarte algo muy importante… No sé si vas a
creerlo, porque es casi absurdo…
—¿Qué pasa, cariño? Me asustas… ¿En serio estás bien?
—Vadoma se llevó la mano al pecho, a pesar de que
escuchaba a Samira feliz, no comprendía qué era eso tan
importante que necesitaba contarle.
—¡Sí, abuela! Mejor que nunca… No voy a tenerte en
suspenso, voy a devolverme a Brasil…
—¡¿Cómo?! —gritó de la impresión.
—Sí, abuela, gané un premio, uno muy bueno… —Como
deseaba seguir con la recomendación del abogado, por
seguridad de ellos, prefirió no decirle el monto—. Así que
volveré a casa.
—Ay, mi estrella, ¿en serio? Esa es la mejor noticia que
he escuchado en mucho tiempo, pero…, pero… —No sabía
cómo decirle que su padre estaba muy resentido con ella, al
punto de que no quería que la nombraran. Sabía que, si le
decía eso, le rompería el corazón.
—Pero es suficiente para que pueda estudiar allá y
también para que papá no tenga que trabajar tanto…
Bueno, sé que le gusta trabajar, pero no tendrá que hacerlo
más con los chinos… Podré ayudarle para que tenga un
mejor negocio…, también ayudaré a mamá con su taller de
costura… Si vieras, aquí he visto unas telas turcas
hermosas, que pienso llevarle... —hablaba toda
envalentonada, producto de su emoción—. Quiero irme
cuanto antes.
—Cariño, pero es que… Sabes cómo es tu padre.
—Sí, lo sé…, sé que debe estar muy molesto conmigo,
pero quiero hablar con él. ¿Puedes pasármelo? Por favor…
—Samira, pequeña… ¿Estás segura? El hecho de que
tengas dinero no hará cambiar la forma de ser de Jan, es
muy terco. —Quería evitarle por todos los medios la
reprimenda o; en el peor de los casos, el rechazo.
—Pero, abuela, todo ha cambiado… Deja que hable con
él, intentaré convencerlo. Creo que cuando le diga por qué
quiero regresar a casa, no va a negarse; además, soy su
hija…
—Bueno, pequeña flor, ya voy a buscarlo. —Vadoma se
levantó de la cama donde se había sentado y salió de la
habitación. Fue hasta el porche donde estaba Jan, fumando
para hacer digestión—. Hijo, alguien quiere hablar contigo.
—No se atrevió a decirle enseguida que se trataba de
Samira, porque estaba segura de que no iba a querer
atenderle.
—¿Quién es? —La desconfianza se notó en su voz y en el
ceño fruncido.
—Alguien importante —mencionó—. Solo coge la
llamada. —Lo instó Vadoma.
Al otro lado de la línea, Samira sentía que su pobre
corazón estaba a un latido de explotar.
—Madre, sabes que no atiendo llamadas si no sé de
quién se trata. —La resolución ardía en los ojos avellana de
Jan.
—Es la niña. —No tuvo más opciones que decirlo, por lo
que, tragó grueso.
Jan no podía negar que su corazón dio un vuelco de
tranquilidad y felicidad, pero su orgullo era mucho más
fuerte que sus otros sentimientos.
—No tengo nada que hablar con ella…
—Hijo, deberías intentarlo, tiene algo muy bueno que
contarte, es que se ganó un premio y…
—¿Y cree que puede comprar mi perdón con eso? —La
interrumpió y se levantó furioso, lanzando la colilla en la
jardinera—. No existe dinero en el mundo que pueda
comprar mi honor, ese que perdí por su culpa. Han pasado
casi dos años y todavía tengo que salir con la mirada al
suelo, aun la gente de la comunidad me señala… ¿De
verdad ella cree que puede venir ahora como si nada?
Después de que perdí a mi hermano por todas esas
tonterías, fue su decisión marcharse, abandonar esta
familia, que no venga ahora a buscarnos, aquí no la
queremos, jamás volverá a poner un pie en esta casa…
—Pero, Jan…, es tu hija —balbuceó Vadoma.
—Sobre mi cadáver vuelve a esta casa, ya no es mi hija,
decidió dejar de serlo desde el momento en que no le
importó nada más que sus estúpidas ilusiones de payos.
—Jan…
—Es mi última palabra, madre…, y te prohíbo hablar con
ella; toda la familia debe darle la espalda, así como ella lo
hizo con nosotros. —Entró a la casa, dejando a Vadoma en
el porche con el teléfono en la mano.
Vadoma tuvo ganas de seguirlo para decirle que el más
afectado fue Adonay; aun así, la había perdonado y
mantenían una amistad, pero sabía que eso solo empeoraría
la situación, también para su nieto, porque si su hijo Bavol
se enteraba, las cosas se complicarían también para
Adonay.
—Mi estrella… —habló con la voz rota. Le dolía saber que
Samira había escuchado todo lo que su padre dijo.
—Ne te preocupes, abuela, todo está bien. —Su voz
ronca la delataba, porque se sentía todo lo contrario—. Te
llamo luego —avisó mientras se limpiaba las lágrimas con
los puños del jersey.
—Lo siento mucho, te prometo que hablaré con él…
—No, abuela, todo está bien… Te quiero. —Se mordió el
puño, para contener un sollozo que la dejara en evidencia.
—Te adoro, mi estrella, eres una jovencita extraordinaria,
no lo olvides…
Samira terminó la llamada, dejó caer el teléfono en su
regazo y se llevó las manos al rostro, para dejar libre su
ruidoso llanto que expresaba cuán mal se sentía. Sabía que
contaba con la amistad y apoyo de Romina y Víctor, que
también tenía a los amigos que hasta ahora había
conseguido, pero nada de eso se comparaba con tener el
cariño de su familia, ese que, evidentemente, había perdido.
De manera inevitable volvió a sentirse perdida,
desorientada y con el corazón roto. No podía dejar de llorar
su pena; se levantó y se fue a la habitación, para seguir
sufriendo por el destierro de su familia. Lo había escuchado
muy claro, su padre no quería que volviera, no quería verla
de nuevo. ¿Qué caso tenía regresar a Brasil, si no era para
estar con los suyos?
Lloró por un largo rato, hasta que la alarma le recordó
que debía prepararse para ir al trabajo, a pesar de su
estado de ánimo y de que podía quedarse ahí, sufriendo, sin
el temor de poner en riesgo su trabajo; sin embargo, se
levantó y fue a ducharse.
No podía seguir sintiéndose culpable por querer seguir
sus sueños, por luchar incansablemente por ese destino que
tanto quería, quizá era la persona más egoísta del mundo,
porque siempre que se sentía derrotada o que alguien la
lastimaba, recordaba que lo que más importaba era cómo
ella se sentía con cada paso que daba hacia su meta.
Sí, seguiría sufriendo las consecuencias, pero sin
sacrificio no había victoria, estaba dispuesta a decir adiós a
todas las personas que no se alegraran o no la apoyaran en
eso que ella quería.
Esa noche, a las nueve, durante su descanso, después de
haber limpiado unas cuatro oficinas y haberse secado
algunas lágrimas que, caprichosas, se le escapaban cada
vez que las palabras de su padre hacían eco en su cabeza,
volvió a sonreír y se sintió de mejor ánimo cuando llamó a
Daniela y le dio la buena noticia.
Al igual que a su abuela, no le dijo cuánto ganó, pero sí le
aseguró que era lo suficiente como para poder ayudarle con
todos los gastos del bebé. Su amiga gritó y lloró de la
emoción, también dudó y le preguntó si se trataba de un
premio de lotería o de algún sugar daddy europeo.
Samira le aseguró que se trataba de un premio y que le
enviaría dinero para que fuera a la consulta y pudiera
satisfacer los antojos, si era que ya los tenía. Aunque la
conversación no fue muy larga, acordaron hacer una
videollamada el próximo domingo. Le gustaría que pudiera
reunirse con Julio César, Ramona y Renaud. Por el momento,
solo a ellos quería darles la noticia y brindarles ayuda,
porque sabía muy bien lo mucho que la merecían.
CAPÍTULO 17
El resto de la semana, para Samira fue una locura, entre
seguir cumpliendo con sus trabajos y con las reuniones con
el abogado y el economista.
A ambos les explicó cuál era su prioridad, por lo que, se
encargaron de asesorarla lo mejor posible y buscaron a otro
abogado, para que le ayudara con todo el tema de la
universidad.
Para el sábado tenía claro que debía renunciar a ambos
trabajos, ya que contaba con poco tiempo para postularse;
las admisiones eran en marzo y debía presentar el examen
de ingreso en mayo, el cual consistía en un test de química,
bioquímica, matemática, física, cultura general y
psicotécnico, materias con las que Samira no estaba para
nada familiarizada.
Por eso, el señor Fabian Gaztambide, uno de sus
abogados, le dijo que debía capacitarse primero, prepararse
para la prueba. Ellos hacían casi todo por ella, la guiaban en
pro de hacerle todo más fácil, incluso, se encargaron de
toda la documentación que exigían; por su parte, solo tenía
que tener tiempo y ganas de hacer todo lo que le
recomendaban.
Con Lena habló personalmente, con mucho pesar, le dijo
que no podía seguir trabajando, porque iba a empezar en la
universidad; que agradecía mucho la oportunidad brindada,
pero también le dijo que le gustaba mucho ese lugar y
esperaba que la aceptara si iba de vez en cuando a visitarla.
—Puedes venir cuando gustes…, aquí siempre serás
bienvenida. —Le dijo mientras le daba un fuerte abrazo.
Samira se despidió en medio de lágrimas, aunque tenía
muy claro que en cuanto pudiera volver, aunque fuese a
tomarse un café, lo haría.
Su otra renuncia fue mucho más fácil, solo enviar un
correo al departamento de Recursos Humanos de la
empresa, ya que el trato casi siempre fue a través de
medios electrónicos; solo había estado en las oficinas para
la entrevista, luego para firmar contrato y por último para
buscar el uniforme. Solo tenía que pasar un reporte con sus
entradas y salidas de las oficinas que por día le tocaba
limpiar, nada más.
El domingo tuvo la videollamada con sus amigos en
Chile, la emoción de poder compartir con ellos, aunque
fuera a través de una pantalla, le levantaba el ánimo.
Hablaron por más de dos horas, se contaron muchas cosas,
entre ellas, el premio de Samira, aunque seguía sin decir el
monto, porque los abogados siempre le recordaban que era
mejor ser muy prudente con eso. Así que mintió acerca de
la cantidad, todos la felicitaron y se mostraron muy felices.
En esa misma reunión, Daniela aprovechó para contarles
que estaba embarazada; de inmediato, Julio César se asignó
como padrino, y Samira como madrina.
Cómo le hubiese gustado a ella poder estar ahí, para ser
parte de ese abrazo grupal. Aun en la distancia, podía sentir
esa calidez que ellos irradiaban.

La semana siguiente, ya sin tener sus horarios


comprometidos, contó con mucho más tiempo para
dedicarse a la búsqueda de una universidad adecuada; el
señor Gaztambide la llevó a los recorridos de tres
universidades privadas; las que, a su juicio, eran las
mejores.
Se sintió como en un parque de atracciones, la felicidad
se le salía por los poros; era imposible contener la sonrisa y
el brillo en su mirada. Ya podía verse ahí, entre esos
edificios y parques, conversando con sus compañeros.
Estaba segura de que iba a disfrutar muchísimo de todo ese
proceso, sin importar cuán difícil pudiera ser.
Decidieron que la mejor opción era la universidad Alfonso
X El Sabio, solicitaron el proceso de admisión y le asignaron
a un asesor que iba a acompañarla en esa nueva
experiencia.
Durante las pruebas específicas, evaluarían sus
capacidades y así poder construirle un plan personalizado,
que utilizarían durante toda la titulación, para potenciar el
desarrollo profesional y personal de Samira. A ello, se le
sumaría posteriormente un acompañamiento integral de
docentes, tutores y equipo psicopedagógico.
Si todo salía según lo planeado y sacaba muy buenas
notas en las pruebas que le harían el último sábado de
mayo, ya en septiembre podría empezar oficialmente su
carrera.

*********

Renato había aprendido a disfrutar sus momentos en el


gimnasio, por eso le hacía feliz cuando cumplía con su
último compromiso laboral y podía apagar su ordenador,
levantarse de la silla e ir al armario en el que guardaba su
bolso de deporte.
Cuando por fin llegaba y podía cambiar su traje ejecutivo
por la ropa deportiva, sus energías se renovaban y; ese día
en especial, estaba mucho más motivado, porque esa
mañana, mientras escribía en su diario, comprendió que no
había sido culpa suya ninguna de las situaciones difíciles
por las que había pasado; siempre otras personas influyeron
en eso, primero su madre, después su hermano, luego
Vittoria y, por último, Samira.
Entendió que no podía hacer nada para evitar que
personas con las que se relacionaba lo lastimaran de alguna
manera, quizá sin querer. Pero sí era su responsabilidad
poner todo de su parte para sanar y dejar atrás a algunas
personas. Se había liberado de la culpa, había sido un
proceso lento y doloroso, pero finalmente comprendió que
las cosas sucedieron como tenían que suceder y que las
relaciones no necesitaban durar para siempre, sino lo
suficiente para cumplir su propósito.
También había dejado de culpar a otros por problemas
que solo surgían en su cabeza, de nada servía
responsabilizar a los demás de sus conflictos, ya que nadie
tenía la obligación de salvarlo; debía asumir sus limitaciones
y hacerles frente a sus miedos. Por esa razón había citado a
Liam en su apartamento, esa noche, quería sincerarse,
expresarle cómo se había sentido toda su vida con respecto
a su hermano.
Quería dejar el pasado atrás, porque no tenía sentido
seguir aferrado a esas situaciones o personas que lo
marcaron, su meta era vivir el presente, centrarse
exclusivamente en lo que vivía día a día.
Tomó sus suplementos, cerró el casillero y salió del baño,
dispuesto a hacer su rutina. Sabía que esos pequeños
cambios, sumaban en la mejora de su estado de ánimo y su
condición física.
Sentía cierto placer en el esfuerzo, en el dolor y el ardor
de sus músculos cuando llegaban al punto del fallo, cuando
no podía más y terminaba bastante debilitado. En esos
meses había transformado su cuerpo de un aspecto
desgarbado a uno bastante musculoso. Aunque no pudiera
verlo, ese mismo cambio lo sentía en su mente, las
inseguridades que le generaba la opinión que pudieran
hacerse los demás sobre él, empezaban a ser mínimas.
Con los brazos temblorosos, la respiración casi
contenida, el rostro enrojecido y el sudor profuso en sus
sienes, consiguió levantar la barra que contenía dos discos
de libras considerables y lo apoyó en el soporte; luego, se
incorporó para quedar sentado y tomó la toalla con la que
se secó el sudor.
En ese instante, su mirada celeste se fijó en una mujer
que luchaba por levantarse con una barra, consiguió hacerlo
y volvió a por otra sentadilla profunda, le fue imposible no
admirar todo el peso que ella podía controlar, pero notó que
esta vez se le estaba haciendo imposible levantarla; por
mucho que apretaba los dientes, en busca de fuerza, no lo
conseguía.
Y antes de que terminara por hacerse daño, él sintió el
impulso de ayudarla; se levantó y fue rápidamente a
aligerarle un poco el peso, tomó la barra y no se la quitó,
para no hacerla sentir impotente, sino que le ayudó a
levantarla.
Ella, a través del espejo, le dedicó una mirada de
agradecimiento mientras dejaba la barra en el soporte; una
vez liberada del peso, se volvió hacia él.
—Muchas gracias, por poco no lo logro —dijo admirando
el bonito contraste de las cejas oscuras con los ojos claros.
—De nada, pero lo dominas muy bien —elogió Renato.
—Eso intento —soltó una risita que intensificó el rubor en
sus pómulos—. No te había visto antes… —Ella se hizo de la
toalla.
—Suelo venir más temprano, solo que hoy el trabajo me
retuvo por más tiempo —explicó.
Era una mujer bastante atractiva, llevaba el cabello de
un negro intenso a la altura del cuello, un coqueto pirsin en
la nariz y parecía estar cerca de los treinta. Tenía un cuerpo
perfecto, ya lo había apreciado desde el banco en el que
estuvo sentado.
—Es lo que me pasa todos los días, el trabajo no me
suelta sino hasta las siete —comentó, sonriente—. Suelo
terminar la rutina bastante tarde.
—Bueno, no te quito más tiempo, no se te vayan a
enfriar los músculos.
—Igual, sigue con tu rutina, pero me gustaría brindarte
una proteína, cuando termines. Es mi manera de
agradecerte por no dejar que me lesionara.
Él quiso negarse, porque tenía el compromiso con Liam,
pero no quería parecer grosero; además, sí quería compartir
un rato con la mujer, no en plan de seducción, sino de
amistad; deseaba conversar con alguien, más allá de su
ámbito laboral o familiar.
—Está bien, acepto tu invitación. —Le sonrió ligeramente
y volvió a su rutina de ejercicios, no sin antes enviarle un
mensaje a Liam.

¿Puedes llegar una hora más tarde? Se extendió


mi última reunión y apenas empiezo en el gimnasio.

Mintió, pues ya estaba por terminarla. Liam le respondió


que no había problemas.
Le fue imposible no compartir miradas y sonrisas
discretas con la mujer, mientras seguía ejercitándose.
Al terminar, fue a ducharse, odiaba subir sudado a la
SUV; se puso el pantalón gris y la camisa blanca de su ropa
de oficina, y se dirigió al restaurante del gimnasio.
Ahí lo esperaba la mujer que tan solo se había puesto
una camiseta por encima, para cubriese el top. Le sonrió al
verlo y le hizo un ademán hacia la silla que estaba a su
lado.
—¿Llevas mucho rato esperando? —preguntó, dejando el
bolso en la silla frente a ella; luego, se ubicó donde le
señaló.
—Como tres horas —respondió, sonriente, al tiempo que
se pasaba los dedos por el cabello, peinándoselo hacia
atrás.
Renato sonrió por la broma.
—¿Cómo prefieres la proteína? —preguntó, mirando el
menú que estaba en la mesa.
—De chocolate, solo en agua —respondió ella.
Renato prefirió una con avena y almendras, le ayudaba
con el aumento de su masa muscular.
—Por cierto, me llamo Renato, mucho gusto. —Le ofreció
la mano, porque hasta el momento no se habían
presentado.
—Vera, es un placer…, Renato —dijo estrechando la
mano del hombre de ojos encantadores. Sin duda, era
mucho más joven que ella, quizá estaba por los veinticinco,
pero eso no era impedimento para relacionarse con él—.
¿Cuánto tiempo llevas entrenando?
—Desde hace unos seis años, pero comprometido de
verdad, desde hace poco, como año y medio —confesó
mientras pedía por la aplicación de la pantalla que estaba
incorporada en la mesa—. ¿Y tú?
—Quince años, hacer ejercicio es mi gasolina, ya es un
estilo de vida.
—Y se nota —expresó, sintiéndose cómodo conversando
con ella.
Siguieron hablando por un buen rato, ella le dijo que
formaba parte del departamento de ventas y marketing de
Oracle, una compañía dedicada a software empresariales y
soluciones de red.
Y él le dijo también a qué se dedicaba y dónde trabajaba;
pronto se dieron cuenta de que fueron a la misma
universidad, solo que en épocas distintas.
Al despedirse, intercambiaron números de teléfono y
desearon volver a verse pronto.
Antes de marcharse, Renato se ofreció a llevarla, pero
Vera tenía su auto en el estacionamiento.
Ella hizo amago de despedirse con un beso en la mejilla y
él estuvo a punto de ofrecerle la mano, lo que les hizo
sonreír y terminaron estrechándose las manos.
Renato dejó el bolso en el asiento trasero de la SUV, puso
en marcha el motor y la radio; la canción «Girassóis de Van
Gogh», invadió todo el espacio. Le fue imposible no recordar
que ese tema estaba sonando cuando se encontró con
Samira en el asiento trasero; de inmediato, su mirada la
buscó a través del retrovisor, pero solo estaba su maletín
deportivo, ya ni siquiera se trataba del mismo asiento,
porque en diciembre había cambiado por un modelo más
nuevo.
Sintió la necesidad de apagar la radio, para seguir
huyendo de todo aquello que le recordaba a ella, pero
decidió que esta vez no lo haría, por mucho que aún le
doliera traerla a su memoria, por mucho que aún la quisiera,
era momento de superarla, dejarla ir y seguir adelante.
Estaba por llegar cuando recibió un mensaje de Liam.

Voy en camino. ¿Ya estás en casa? Pide algo para


cenar, estoy hambriento.

—Ya casi llego, ¿qué quieres? —respondió con un


mensaje de voz.

Lo que sea.

Renato odiaba ese tipo de respuestas, lo ponían en el


compromiso de adivinar lo que los demás querían y; si no
elegía, surgían las críticas, aunque sabía que Liam no era
exigente en ese sentido.

¿Puedes ser más específico? Lo que sea no existe.

Bien, que sea churrasco.

—Mucho mejor, ya lo pido. —Envió el mensaje y


enseguida le pidió al asistente virtual algunas opciones. Ya
para cuando ingresó al ascensor, había hecho el pedido.
Una vez en el último piso, bajó del auto y entró a su
hogar. Las luces se encendieron, mientras se dirigía con
bolso en mano al área de lavado, de ahí se fue al vestidor,
donde se puso una bermuda y una camiseta. Decidió
quedarse descalzo, en su hogar le gustaba estar así.
CAPÍTULO 18
Renato esperó hasta después de la cena, para abordar el
tema. Aún seguían sentados en el comedor, Liam
terminando su cigarrillo y la segunda copa de vino tinto,
mientras que él, había preferido agua.
Hasta entonces, solo habían hablado de cosas cotidianas
del trabajo o anécdotas divertidas sobre la familia. Hacía
mucho tiempo que no compartían un rato así, solo ellos dos
y en buenos términos; porque, durante el tiempo que Liam
estuvo viviendo ahí, haciéndole compañía en lo que
consideraba el momento más doloroso de su vida, él
siempre estuvo a la defensiva y bastante malhumorado.
—Liam, te insistí en que vinieras porque quiero pedirte
perdón.
Liam frunció el ceño con desconcierto, al tiempo que
expulsaba el humo hacia la izquierda, donde estaba abierto
el ventanal por el que se colaba la brisa marina.
—¿Perdón por qué?
—Por todo, por cómo he sido siempre contigo… Sé que
no he sido un buen hermano.
—Renato, eres un buen hermano. —Le regaló una ligera
sonrisa y se aproximó a la mesa, para apagar en el cenicero
la colilla.
—No, no lo he sido, no mientas… Siempre he sido
esquivo, agresivo y despectivo contigo; eres plenamente
consciente de eso, por eso en algunos momentos tratas de
herirme con tus comentarios sarcásticos, pero sé que lo
haces como un mecanismo de defensa, por la manera en
que te trato.
—No sé qué decirte, hermano, si esa es tu percepción…
—No es mi percepción es la realidad. Te pido perdón por
todas las veces que he sido grosero contigo, pero debo
confesarte que no era más que un reflejo de lo mucho que
te envidio, casi toda mi vida he deseado tanto ser como tú,
que me olvidé cómo ser yo, me desdibujé…
—No entiendo por qué querrías ser como yo. —La arruga
en su entrecejo se hizo más profunda y tuvo que encender
otro cigarrillo, porque se sentía desorientado—. Está claro
que no soy el mejor ejemplo…
—Es lo que tú crees, eres muy bueno en todo, eres
seguro de ti mismo… En el colegio, en la escuela de
natación o de tenis, siempre me comparaban contigo
cuando hacía las cosas mal. No era fácil caminar por los
pasillos de la escuela y ver tu foto en un altar repleto de
trofeos, como deportista estrella. Esperaban que fuera
igual… Perdí la cuenta de todas las veces que me dijeron:
«¿Por qué no eres tan rápido como Liam?»… «No pareces
hermano del mejor jugador»… «Liam podía contener la
respiración por más tiempo»… «Liam cubre los cien metros
en pocos segundos». Y por más que me esforzaba, no lo
conseguía, y eso hizo que empezara a odiarte… En serio, te
odiaba —confesó y aunque los ojos se le llenaron de
lágrimas, no le esquivaba la mirada.
Liam apoyó el codo en la mesa y se llevó una mano a la
frente, al tiempo que suspiraba.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —preguntó, sintiendo una
horrible presión en el pecho.
—Porque todas las veces que quería hacerlo, no estabas
y, cuando te veía, ya no tenía el valor para hacerlo… Me
daba miedo que te burlaras de mí y terminaras dándole la
razón a todos los demás… Que te avergonzaras de lo
patético que era tu hermano, que no hacía más que arruinar
todo lo que tú habías conseguido…
—Una mierda, Renato…, una maldita mierda. Debiste
decírmelo… Entonces, ¿soy el causante de todas tus
inseguridades? —preguntó, aterrado.
—No.
—Acabas de decirlo.
—No del todo, es difícil que lo entiendas, porque no se
trata solo de lo mucho que quería ser como tú, son otras
cosas, como: el excesivo cuidado de mamá…, mi timidez, lo
que pasó con Vittoria… Fueron muchas cosas. Así que, no te
sientas culpable, porque, a fin de cuentas, tú no hiciste
nada para herirme, lo he comprendido… Por eso te pido
perdón.
—No tengo nada que perdonarte, ¿qué carajos voy a
perdonarte? Tampoco es tu culpa que esos hijos de puta nos
compararan, no tenían por qué anular tu personalidad…
Porque tú eres único, eres puntual, organizado,
comprometido, sumamente inteligente, respetuoso… Es
absurdo compararnos, cuando yo soy un caos andante —
bufó mientras negaba con la cabeza y le esquivó la mirada,
pero solo por pocos segundos, porque volvió a buscar los
ojos azules de Renato—. Imagino que tu recaída de hace
tiempo se debió a la presión que ejerció sobre ti mi escape,
sé que la cagué… ¡Cómo me arrepiento! —Se lamentó y se
llevó las manos a los cabellos, que peinó con los dedos,
luego los dejó entrelazados en la nuca y tragó grueso.
—No, no, lo que hacías me afectó gran parte de la niñez
y adolescencia —suspiró resignado a abrirse completamente
con su hermano—. Ciertamente, me molestaba…; bueno,
me sigue molestando ciertas cosas de ti, que estoy seguro
las tienes muy claras.
—Mi falta de compromiso —comentó, entornando
ligeramente los párpados—. Mi misoginia, según tú, pero te
equivocas, no odio a las mujeres; por el contrario, me
gustan demasiado, tanto como para no perder tiempo con
una con la que no soy compatible, sigo en la eterna
búsqueda de esa que me complemente…
—Pensé que la habías encontrado —intervino Renato.
—No, una vez más, me equivoqué… Ya estoy
acostumbrado a las derrotas. —Solo eso iba a responder—.
Entonces, si no fue mi monumental metida de pata lo que te
llevó a la crisis el año pasado, ¿qué fue? Y no me digas que
el secuestro de Eli, porque sabemos que sea lo que te haya
afectado, fue mucho antes.
—Samira —confesó, aún le dolía decir su nombre en voz
alta, pero era necesario para seguir con su proceso de
superación. Se hizo del vaso de agua y bebió un poco.
—¿La niña? ¿La que se quedó aquí un tiempo?
—No tiene caso que te diga que no era una niña.
—Bien, la jovencita… Y no me digas que no lo era,
porque las conozco mejor de lo que a ti te gustaría saber.
—Mejor no me lo digas, porque podría salir de aquí a
denunciarte. —Renato se sonrojó, quizá era hipócrita de su
parte, porque, ciertamente, Samira era mucho más joven
que él, pero sus circunstancias fueron abismalmente
distintas a las de su hermano; de eso estaba seguro.
—Tampoco me hagas parecer un depravado, que desde
que cumplí los veinte no volví a involucrarme con ninguna
menor de edad —sonrió, mostrándose más relajado por
haber evitado un tema espinoso. Se acomodó en la silla y
buscó en el bolsillo del pantalón una pastilla de menta, para
no hacerse de otro cigarrillo—. Si se me acercan, les pido
que esperen a cumplir los dieciocho…
—Ya no sigas. —Volvió a interrumpirlo Renato.
—Está bien, no voy a profanar tus inocentes oídos. ¿Qué
pasó con Samira? ¿Qué te hizo para que te afectara tanto?
—Su mirada y toda su atención estaba en su hermano.
—Se fue…
—Pero ya se había ido, estaba en Chile, ¿no?
—Sí, lo estaba, pero como ya sabes, seguí en contacto
con ella y nuestra amistad se hizo más íntima…
—Es decir, que se hicieron novios, pareja… ¿Follaron?
—¿Por qué todo tienes que llevarlo al plano sexual?
—Solo para entender la intensidad del asunto, deja de
ver el sexo como un tabú, es algo completamente natural,
tanto como nacer, respirar y morir… ¿Cuál es el problema?
No voy a juzgarte por eso.
—¿Con qué cara lo harías? —reprochó.
Liam rio, Renato tenía razón.
—No voy a juzgarte por tu vida sexual… Entonces,
¿follaron?
—Llevábamos una relación. —No iba a decirlo de la forma
que Liam esperaba—. Bastante seria, creí que éramos una
pareja y que estábamos en el mejor momento de la
relación, pero ella se marchó, así, sin más… Fue en los
primeros días de enero del año pasado.
—Ahora entiendo, pero ¿no te dio razones?
Renato negó con la cabeza.
—Solo me envió un mensaje que ya borré. Dijo que ella
quería seguir con sus sueños, su meta era estudiar
medicina. Por lo que entendí en el mensaje, no podría
conseguirlo si estaba a mi lado; algo que no entiendo,
porque la apoyé en todo momento, para que pudiera
alcanzar esa meta, incluso, por primera vez recurrí a mis
influencias, para conseguirle un trabajo…
—No entiendo. —Liam trataba de asimilar la información,
no quería decirle a su hermano que algo debió haber hecho,
porque eso podría hacerlo sentir muy mal. Lo cierto era que
cuando una mujer terminaba con la relación de esa manera,
siempre los culpaban a ellos, la causa podría ser la más
estúpida, pero ellas lo veían como algo imperdonable—. ¿No
le pediste explicaciones?
—Ya no tengo forma de comunicarme con ella, se
encargó de eliminar todo contacto.
—Pero sabes que podemos dar con ella, buscarla… Eso
será tarea fácil para el abuelo, con lo mucho que le fascina
a él controlar la ubicación de todos… —hablaba, pero vio
que Renato empezó a negar con la cabeza.
—Prefiero que no, si tomó esa decisión, la respeto; me
costó mucho llegar a este punto y entenderlo, pero no voy a
forzar ningún encuentro. Si en algún momento ella quiere
verme y hablar conmigo, sabrá dónde encontrarme. De otra
forma, no voy a arriesgar la poca estabilidad emocional que
he conseguido… —suspiró largamente—. Estoy cansado de
sentirme culpable por todo, ya no quiero pensar qué dije o
hice mal… No voy a seguir juzgándome, creé hacia ella una
dependencia emocional, ya sabes, eso no es extraño en mí
—soltó una risa entre sarcástica y triste—. Lo pasé muy mal,
me torturaba esa sensación de no ser lo suficientemente
bueno para ella, vivía con un miedo obsesivo a perderla,
pero ahora mismo estoy concentrado en priorizar mis
necesidades y mis propios intereses… Todo este proceso me
ha llevado a entender que nada es eterno, que nada
permanece y que tanto las relaciones como las cosas,
pueden cambiar. Ahora tengo mi atención solo en el
presente y en sanar mis heridas.
—Admiro mucho que puedas hacer eso, que estés en paz
contigo mismo, ponerte tú por encima de cualquier cosa…
Sí que te han ayudado mucho las reuniones con Danilo.
Quizá también debería visitarlo.
—Créeme, él estaría complacido de que fueras…
—Te ha hablado mierda de mí, ¿cierto? —Lo preguntó con
un tono jocoso.
—No hace falta que me diga nada de ti, pero sé que le
gustaría ayudarte…
—Lo pensaré; ya que, como los Medeiros no tenemos
suerte en el amor, por lo menos que tengamos estabilidad
emocional… —expresó con sarcasmo.
Pero Renato sabía que el problema de su hermano era
todo lo contrario a lo que le pasaba a él. Liam se cubría con
una especie de escudo para no sufrir, sus emociones
estaban anestesiadas, ya fuese de manera consciente o
inconsciente, con la única intención de que todo lo que
pasara a su alrededor no le afectara; por eso rehuía de los
problemas y las responsabilidades, permaneciendo
indiferente o apático a las opiniones de los demás.
—¿Tú con mala suerte en el amor? —Renato por poco se
le rio en la cara—. Desde hace años que perdí la cuenta de
todas las mujeres con las que has salido…
—Una cosa es tener mujeres con las cuales pasar un
buen rato, salir de fiestas, follar hasta la saciedad; otra muy
distinta es encontrar a esa que te haga querer mandar todo
a la mierda, esa por la que estés dispuesto a cometer
cualquier locura, la que te lleve a cruzar tus propios límites
y hacer cosas que antes de conocerla creías impensables.
A Renato le fue imposible no pensar en todas las veces
que tomó la iniciativa para ir a ver a Samira, ese impulso
desconocido que lo llevó hacia ella y a hacer cosas que por
sus temores no creyó posibles.
Viajar en un avión comercial, exponiéndose a situaciones
y lugares que no podía controlar, y sin nadie al lado que le
hiciera mermar su angustia, si surgía un ataque de pánico.
Esa falta de lógica en sus comunes pensamientos
irracionales, esos miedos que la ilusión de ver a Samira
terminaba sepultando.
Sí, comprendía a Liam, él le estaba dejando muy clara las
razones de esas locuras que cometió, sin importarle
perjudicar a los demás.
—¿Quieres contarme lo que pasó? ¿Cómo fue que
pasaste de odiarla a amarla? —Si había soltado frente a
Liam su pesada carga, esperaba que él también se
sincerara.
Liam suspiró y se llevó las manos a la cabeza,
despeinándose; sin duda, no era un tema fácil para él, pero
intentaría compartirlo con Renato.
—¿Que cómo mierda pasó? No lo sé, no tengo ni puta
idea, el reto me estalló en la cara, pero para contarlo,
necesito algo más fuerte… —Alejó la copa de vino que ya se
había bebido, se levantó y fue a la cocina a por algo con
más grados de alcohol.
Renato sabía que no encontraría lo que buscaba, se hizo
de su móvil, para pedirle algo más de su gusto.
—¡Solo tengo vinos y tónica! —Mientras entraba a la
página de una licorería—. Pero dime y te pido lo que
quieras.
—Whisky, un Talisker, pide también una caja de Marlboro,
por favor —dijo de camino al baño social que estaba en el
pasillo.
Quince minutos después, Liam había echado unos
cuantos cubos helados de acero inoxidable en el vaso y
vertió el licor, comprobaba que estaba justo como le
gustaba, cuando Renato regresó, ya vistiendo un pijama de
bermuda y camiseta. Volvió a ocupar el mismo asiento en el
comedor.
Liam le hizo un gesto, ofreciéndole de su bebida.
—No, gracias.
En respuesta, su hermano se encogió de hombros, luego
se dejó llevar por la curiosidad y le apretó el bíceps derecho,
a pesar de que sabía que a Renato no le agradaba que lo
tocaran.
—Está dando muy buenos resultados el gimnasio, eh.
Mira lo mucho que han crecido esos músculos. —Lo elogió,
sin duda no era ni la sombra del Renato de hacía un año,
que rozaba una delgadez prácticamente enfermiza. Ahora
podía asegurar que su contextura era más musculosa
incluso que la suya.
—Estoy enfocado en hacer más pesas, he comprobado
que me ayuda bastante a controlar mis estados de ánimo —
respondió sin darle mucha importancia.
Liam sonrió y asintió, le gustaba mucho más esta versión
de su hermano, más comunicativo en cuanto a sus procesos
y en cómo se sentía.
Sabía que Renato estaba esperando que fuese igual de
expresivo con él, por ello, en busca de valor para iniciar su
relato, se bebió de un solo trago lo que tenía en el vaso y;
mientras se servía otro, empezó a contar cómo sus
sentimientos por Maiara, habían tergiversado del odio al
amor.
CAPÍTULO 19
Habían pasado ocho meses desde que la vida de Samira
cambió radicalmente, desde entonces, tenía una estabilidad
económica que la llenaba de mucha tranquilidad; no
disponía de todo el dinero, pues por recomendación de sus
asesores financieros hizo varias combinaciones de
inversiones a corto y largo plazo, lo que le daría la
rentabilidad suficiente para recuperar lo que invertiría en su
carrera y en los bienes que hasta el momento había
adquirido.
Se compró un apartamento de doscientos treinta metros
cuadrados, en la calle Génova del barrio Chamberí. Tenía
tres habitaciones, una cocina inmensa y un salón principal
que contaba con una hermosa iluminación natural. Para
Samira, eso fue una exageración, demasiado espacio y lujo
para una sola persona, pero el señor Gaztambide enfatizó,
una y otra vez, en que lo viera como una inversión, también
le dijo que vivir ahí era seguro para ella.
En ciertos aspectos, el señor Gaztambide le hacía
recordar a Renato, esa forma de querer ayudarla sin hacerla
sentir tan ignorante, conseguía convencerla de hacer las
cosas según lo que a su experiencia era mejor para ella.
Aunque le propuso a Ramona que se viniera a vivir con
ella, su amiga no quiso porque estaba viviendo con su tía,
hasta el momento había conseguido el perdón de varios
miembros de su familia y no quería perderlo por aceptar
venirse a Madrid. La comprendía, no podía pedir que se
alejara de eso que tanto le costó recuperar; no obstante, le
ayudó a poner su propio negocio, un pequeño café en
Lastarria.
Al principio era atendido por ella y su tía, pero al tercer
mes tuvo que buscar otro empleado. Le alegraba mucho
siempre que le decía lo bien que le iba con su negocio.
A Daniela le compró el apartamento en el que vivía
alquilada, ahora con lo que ella y Carlos ganaban era
suficiente para mantener el hogar.
Ella cubrió los gastos del embarazo y le amobló la
habitación a Viviana, que recién tenía un mes de nacida; se
adelantó unas semanas, pero era una niña hermosa y
saludable.
A Renaud y su familia también le compró una casa y;
para que pudiera pasar más tiempo con ellos, le sugirió
poner un negocio en la casa, él se decidió por una frutería.
Había intentado por varios medios ayudar a su familia,
pero su padre, que ahora había tenido noticias suyas,
rechazaba cada vez que enviaba dinero; no obstante, con su
abuela, siempre podía conseguir que no vivieran con tantas
carencias, ella se empeñaba en hacer las compras y
llevarlas a la casa; aunque cada vez significara un
enfrentamiento con su hijo y nietos.
Samira perdió la cuenta de todo lo que había llorado en
ese tiempo, por el rechazo de gran parte de su familia;
muchos de sus días eran tristes a causa de eso, pero ese
día, sin duda, era el más feliz de toda su vida, el más
esperado desde que se obsesionó con estudiar medicina.
Era su primer día de clases e iba en su auto camino a
Villanueva de la Cañada, donde estaba la universidad.
Estaba nerviosa y pletórica, por lo menos, ya había
perdido el miedo a conducir, algo que aprendió desde hacía
unos cuatro meses; de lo contrario, estaría bastante
acojonada.
A toda esa dicha que le salía por cada poro de su piel, se
sumaba la felicidad de que ya no estaría sola en su inmenso
apartamento, porque Julio César llegaba esa noche.
Después de casi rogarle para que viniera y se alejara de esa
relación tóxica que tenía con Eduardo, decidió dar el gran
paso y alejarse para siempre de un hombre que no quería
afrontar su sexualidad, un hombre egoísta que pretendía
que Julio César estuviera por siempre entre las sombras y
tragándose el dolor cada vez que lo veía con su novia.
Iba atenta al camino, pero también cantaba en voz alta y
se le hacía imposible no pensar en Renato. Llevaba tiempo
que no era su recuerdo lo primero que llegaba a su mente al
despertar, pero ese día era distinto, lo tenía muy presente,
llenándola de una sensación de nostalgia que se mezclaba
con todo ese júbilo que sentía. Era extraño que pudiera
experimentar sentimientos tan opuestos, pero con tanta
intensidad.
¡Cómo le hubiese gustado poder decirle que iba camino a
su primer día de clases!
—Estaríamos juntos todo el tiempo, hasta quedarnos sin
aliento… Y comernos el mundo, vaya ilusos… Y volver a
casa en año nuevo, pero todo acabó y lo de menos es
buscar una forma de entenderlo. Yo solía pensar que la vida
es un juego, y la pura verdad es que aún lo creo… —A pesar
de que cantaba, la voz empezó a vibrarle y la mirada se le
nubló por las lágrimas, pero apenas iniciaron su recorrido de
descenso se las limpió con los nudillos.
Resopló para calmarse, había pasado un año y diez
meses de no verlo; aun así, lo seguía amando, él seguía
latiendo con fuerza en su pecho, a pesar de todos los
intentos que había hecho por olvidarlo, Renato Medeiros
seguía incrustado muy profundo en su corazón, como una
maldita estaca, también en sus nervios y en sus deseos.
Durante todo este tiempo y en cientos de oportunidades,
sus recuerdos más ardientes junto a él, los revivía bajo las
sábanas, cada vez que se autocomplacía, pero eso no era
suficiente, su placer se esfumaba y la dejaba extrañándolo
más.
En esos momentos de debilidad, volvía a entrar en ese
círculo vicioso en el que buscaba información de él en
internet, pero últimamente no había nada; desde que dio de
baja sus redes sociales, por lo del secuestro de su prima, no
había vuelto a abrirlas.
Como las lágrimas se empeñaban en salir, apagó la
música que le avivaba la nostalgia y agarró unas servilletas
de papel de la guantera, para limpiarse con cuidado de no
arruinar su maquillaje.
Se animó mentalmente a no seguir empañando su
felicidad con recuerdos dolorosos, suponía que debía estar
llena de energía positiva, así que suspiró largamente para
calmarse y disfrutar de ese momento tan anhelado.
Según su horario, los siguientes cuatro meses que
tardaba el primer curso, tendría que, prácticamente, vivirlos
en la universidad, porque sus clases serían de mañana y
tarde.
Por lo que le habían dicho, el segundo curso sería igual
de intenso, lo que resumía a los próximos ocho meses de su
vida confinada a los recintos universitarios.
Le fue imposible no sonreír al recordar cuando le
comentó a su abuela sobre lo ocupada que estaría por un
tiempo, debido a sus clases. Vadoma, con un tono entre
preocupado y desconfiado, le pidió que averiguara si era
cierto que debía pasar tanto tiempo en la universidad o si
era que tenía que esforzarse más por ser gitana.
Samira se aseguró de dejarle claro que nada tenía que
ver con que fuese gitana, todos debían estudiar por igual,
ya que convertirse en médico no era nada fácil.
El corazón empezó a latirle mucho más rápido cuando
pudo vislumbrar los edificios marrones del campus que se
alzaban imponentes sobre el valle verde, amparados por un
cielo límpido y un sol intensamente brillante; quedaban
pocos días de ese clima tan encantador, pues en un par de
semanas entraría el otoño y con ello los días grises, aunque
le gustaba mucho ver los parques de la ciudad teñidos de
rojo y ocre.
Llevada por la emoción, apretó con ambas manos el
volante, se irguió en el asiento y aceleró un poco más,
estaba ansiosa por llegar y descubrir su mundo
universitario.
Buscó una plaza de estacionamiento cerca de la facultad
de medicina, apagó el motor y se hizo de la mochila; a
pesar de que sabía que su primera clase era de Historia de
la Medicina, quiso comprobarlo en el horario que tenía en la
aplicación en el móvil.
Estaba por devolver el móvil al bolsillo de la mochila,
cuando la pantalla se iluminó con una videollamada.
Contestó sonriente al ver a Romina con David en brazos
y él estaba aferrado con bastante entusiasmo al pezón
izquierdo de su madre.
—¡Buenos días! ¿Ya llegaste?
—Sí, acabo de hacerlo… Alguien parece hambriento.
—Me tiene seca —comentó, echándole un vistazo a su
hijo de dos meses—. Te estoy llamando para desearte
suerte en tu primer día de clases, estoy segura de que lo
vas a disfrutar mucho.
—Eso creo…, aunque ya tengo retortijones por los
nervios… —soltó una risita.
—No estés nerviosa, todo irá muy bien, eres brillante,
Samira. Sé que muchos te han dicho que es difícil, pero
nada lo es para quien tanto anhela y es tan dedicado y
disciplinado, como tú.
—Gracias, Romi, no sé qué haría sin tus sabios consejos.
—Seguirías adelante, sabrías qué hacer, porque a ti te
guía una estrella. Ahora te dejo, no quiero que llegues tarde
por mi culpa… ¿Cuándo nos vemos para celebrar?
—No podré hasta el sábado, toda la semana tengo clases
de mañana y tarde.
—Bueno, el sábado iremos a un lugar especial y bonito...
—Por supuesto, ya quiero ir a comerme a besos a mi
ahijado, ya que ahora no me presta atención, nada lo
distrae de su comida —rio al ver al bebé succionando con
gusto, con los ojos cerrados, pero levantaba las cejas.
Terminó la videollamada y salió del Audi rojo, se colgó la
mochila y caminó con gran emoción y nervios; ya
previamente le habían hecho un recorrido, por eso sabía
dónde se encontraban los mapas del edificio. Se detuvo
frente a la pantalla y cuando estuvo segura de dónde
estaba el aula, continuó.
Cuando por fin entró al salón, había menos de diez
compañeros, tragó grueso y se recordó que todos estaban
en la misma situación que ella; para todos también era una
nueva experiencia. Como era costumbre desde que empezó
a estudiar, se ubicó en uno de los primeros asientos.
—Hola, buenos días —saludó sonriente.
—Buenos días. —Casi todos saludaron al unísono, algo
nerviosos.
Una de las mejores cualidades de Samira era que solía
ser muy sociable; así que, a pesar de sus inseguridades, se
integró y; en menos de diez minutos, ya todos se habían
presentado y conversaban sobre las grandes expectativas
que tenían.
Poco a poco fueron llegando más estudiantes, hasta que
el curso estuvo completo y llegó el profesor, el cual se
presentó como Marcos González.
Cuando el profesor empezó a dictar la clase, pudo ver
que todos sacaron sus portátiles; ella, en cambio, se había
hecho de su cuaderno, lápiz y resaltadores.
Por un momento pensó en imitarlos, pero estaba más
acostumbrada a tomar notas en sus cuadernos, sentía más
conexión y disfrute de esa forma.
Le pareció que la clase terminó muy rápido y lo mismo
pasó con las siguientes; ya a las doce y media, terminó el
turno de la mañana. Debía volver a las tres, para las
siguientes clases que serían hasta las ocho y media.
Aprovecharía esas horas para comer e ir a una librería,
por los libros que necesitaría para las asignaturas de la
mañana.
Guiándose por el GPS, llegó a un centro comercial que
estaba a pocos minutos, decidió comer algo ligero. Luego,
camino, admirando las vitrinas de las tiendas, hasta que dio
con la librería.
Como siempre, se paseaba embelesada por los pasillos y
se detuvo en el área de Medicina.
Enseguida estuvo con ella un asesor.
—Hola, buenas tardes, ¿puedo ayudarte?
—Buenas tardes —dijo, guardándose el móvil en uno de
los bolsillos traseros de los vaqueros—. Sí, estoy buscando,
el Atlas de Anatomía, Prometheus.
—Sí, claro…, primer curso de Medicina —dijo el chico de
ojos café, sonriéndole con amabilidad y se volvió al estante,
lo consiguió casi enseguida—. Aquí tienes, ¿necesitas otro?
—Moore, Anatomía con Orientación Clínica —siguió
leyendo. El joven se acuclilló, lo sacó de la penúltima fila y
se lo entregó—. También necesito Gray, Anatomía para
estudiantes… Esos serían todos los de anatomía.
El joven buscó el libro que le solicitó.
—Si me permites, te recomiendo Netter, es un cuaderno
de Anatomía, para colorear; te ayudará a memorizar todos
los músculos y te hará más entretenido aprenderlos.
—Gracias, sí, me gustaría llevarlo; sobre todo, poque me
gusta colorear.
—Aquí tienes, ¿otros en los que te pueda ayudar?
—Sí, ahora tocan los de bioquímica —dijo con una
sonrisa, tratando de sostener el peso de los tomos que ya
cargaba.
Juan le buscó un carrito, luego la guio a otro pasillo.
—¿Cuáles necesitas? —preguntó.
—Principios de Bioquímica, de Lehninger.
Juan sacó un libro gigantesco y a Samira se le atascó la
respiración en la garganta, al ver que debía aprenderse todo
eso; no obstante, solicitó los otros dos que le faltaban y se
dirigió a la caja.
Cuando le dieron el monto, estuvo segura de que con un
trabajo donde le pagaban el mínimo, jamás habría podido
estudiar. A ella, que ya no se preocupaba tanto por la
economía, le pareció que fue bastante costoso; imaginaba
el sacrificio que eso podría significar para alguien que
apenas tuviera los medios justos para costearse la carrera.
Se vio tentada a llevar el libro de romance
contemporáneo que estaban promocionando, pero decidió
mejor no hacerlo, ya que en los próximos meses no contaría
con tiempo para leer otra cosa que no estuviese relacionada
con Medicina.
Le agradeció a Juan por su ayuda, se despidió y se
marchó. Como todavía contaba con algo de tiempo,
aprovechó para preguntarle a Adonay si podía hacerle una
videollamada, quería mostrarle los libros que había
comprado, necesitaba compartir con alguien su felicidad y;
seguramente, él iba de camino al trabajo.
Al igual que a los pocos que le había contado sobre el
premio que se ganó, no le creyó tan fácilmente y; eso, que a
nadie le había dicho el monto real, más que todo, por
precaución y seguridad.
Adonay también era testigo de todo lo que sufría por el
rechazo de su padre; incluso, le propuso venir a Madrid,
para casarse con ella y luego presentarse con su familia.
Sabía que esa sería una opción segura para su perdón, pero
no era así como lo quería, ella no deseaba ser perdonada
por la gracia de un hombre; no era justo que para que la
aceptaran de nuevo en el seno familiar tuviera que cubrirse
tras su primo.
Además, tampoco podía aceptarlo, puesto que no lo
amaba; lo quería como lo que era, su primo. Y tras conocer
el amor y lo que conllevaba estar con la persona amada, no
podía unirse a alguien que no le alterara los nervios, con
alguien a quien no deseara de esa forma tan encarnizada en
que lo hizo con Renato.
Adonay le respondió y, pletórica, le mostró cada uno de
los libros; al igual que ella, se asombró por el tamaño del
ejemplar de Lehninger, era tan pesado que le costaba
mostrarlo a la cámara.
Hablaron por menos de diez minutos, se despidieron muy
animados, prometiendo volver a hablar muy pronto.
De vuelta en el campus, caminó por la calzada de
ladrillos hasta el edificio, sintiendo la brisa fresca y el sol
rozarle la cara; le gustaba mucho esa sensación, mientras
admiraba la multitud de estudiantes.
Cuando llegó al salón, se encontró con los mismos de esa
mañana. Les saludó y se ubicó en el asiento.
Tras cinco horas de absorber tanta información,
empezaba a sentirse cansada y hambrienta, a pesar de que,
en el receso de las seis, se comió un cruasán y un
Frappuccino.
En medio de un bostezo, encendió el auto, puso música y
marcó en el GPS el aeropuerto. Solo con pensar que, dentro
de poco, vería y abrazaría a Julio César, le hacía muy feliz y
la llenaba de energía.
.
CAPÍTULO 20
En cuanto Samira lo distinguió entre todos los pasajeros
que salían de la terminal, su corazón dio un vuelco de
felicidad y empezó a agitar una de sus manos, para que él
la viera.
La gran sonrisa de Julio César la impulsó a avanzar con
largas zancadas; se abrazaron con mucha fuerza mientras
reían, aunque la sonrisa de Samira se convirtió en llanto,
uno de alivio y felicidad. En ese instante, se daba cuenta de
lo mucho que lo había extrañado; Julio César, era todo lo
que hubiese deseado de un hermano.
—Ay, mi gitanilla, mi Sami, ¡cómo te extrañé! —dijo
estrechando más el abrazo, le plantó un sonoro beso en la
mejilla y se alejó para verla—. No llores, cariño. —Le pidió
con la voz rota y los ojos cristalizados por las lágrimas
contenidas—, que me harás lloran a mí también.
—Es que estoy muy feliz de verte, te he echado mucho
de menos.
—Yo también, cariño. —Empezó a limpiarle las lágrimas
—. ¡Estás tan guapa! Te han hecho muy bien estos aires
europeos.
—Gracias, aunque hoy estoy destruida, mi día ha sido
demasiado intenso, tanto emocional como físicamente —
resopló, ayudándole con sus lágrimas.
—Lo imagino, es que no todos los días se vive el primer
día en la uni… Sé que debes estar muy cansada, vamos
para que descanses. —Se hizo de la manija de su maleta.
—No, de ninguna manera, primero vamos a comer; te
llevaré a un restaurante buenísimo… Imagino que estarás
tan muerto de hambre como yo.
—Bueno, no tanto…, comí durante el vuelo, pero sabes
que jamás me niego a ninguna invitación —soltó una risita y
le guiñó un ojo—. Así aprovechamos la cena para que me
cuentes cómo te fue en clases… Necesito saberlo todo.
—No, no te contaré todo, porque terminaré aburriéndote,
pero sí te diré lo más relevante… En cambio, tú sí tienes
muchas cosas interesantes que contarme… Vamos, que se
nos pasará la reserva. —Le tendió la mano, para hacerse del
equipaje de mano—. Deja que te ayude.
Julio César le permitió que arrastrara la maleta de diez
kilos, mientras él llevaba el equipaje más grande y la
mochila. Ahí guardó todo cuanto pudo, para poder empezar
su nueva vida.
Silbó, sorprendido al ver el auto de Samira.
—¡Vaya! ¡En serio es un Audi!… —dijo, sin poder cerrar la
boca.
—Ya lo había dicho en el grupo, pero como te
desapareces y luego no te pones al día con las
conversaciones —reprochó, divertida—. En realidad, quería
algo menos ostentoso, pero Carlos insistió y; eso, que
quería que fuese un Ferrari…
—Bueno, ¿puedes permitírtelo? ¿No te lo has gastado
todo o sí? —preguntó con cautela.
—No, por supuesto que no —respondió al tiempo que
guardaba la maleta en la cajuela—. Invertí la mayoría, así
me aseguro de no gastarlo en este tipo de cosas banales…
—Señaló el auto.
Él guardó el equipaje y la mochila. Samira se apresuró en
abrir la puerta del copiloto y poner la mochila y los libros
que tenía allí, en el asiento trasero.
—Ahora sí, puedes subir. —Le dijo, haciendo un ademán
—. Disculpa, es que tengo un desastre.
—¿Un desastre? Lo dudo, tu obsesión por el orden y la
limpieza, jamás te permitiría tener algo fuera de lugar —dijo
sonriente.
Samira le sacó la lengua y cerró la puerta; mientras
bordeaba el auto, negó con la cabeza y sonreía.
En cuanto puso en marcha el motor, el GPS le indicó el
camino hacia la calle el Marqués de Casa Riera.
Había hecho una reserva en la terraza Casa Suecia,
quería que Julio César pudiera apreciar las hermosas vistas
de la ciudad. Aunque por experiencia sabía que las mejores
eran durante las puestas de sol.
Ella le pidió que se encargara de poner música y él, de
inmediato, hizo reproducir: «Born This Way», de Lady Gaga;
y empezó a cantarla mientras movía el torso, las manos y la
cabeza.
Samira no tardó en seguirlo, no solo cantando, sino
bailando y sonriendo. Sin duda, Julio César era esa descarga
de energía y alegría que tanto necesitaba.
De vez en cuando, le señalaba ciertos puntos
importantes de la ciudad.
—Me encantaría conocer Parque el Retiro.
—Claro, podemos ir el domingo, es hermoso —respondió,
mientras le echaba un vistazo a la pantalla del GPS.
Cuando llegaron, entraron en un ascensor que los llevó
directamente al piso once, ahí fueron recibidos por el
anfitrión. Samira dio su nombre y de ahí los guiaron a la
terraza, que estaba ambientada con música lounge y con
bombillas de luz cálida, colgando de la pérgola.
Siguieron al joven que les indicó su puesto, mientras Julio
César admiraba las vistas de 360 grados, desde donde se
apreciaba toda la ciudad.
—Sí que es muy bonito.
—Sí y el ambiente es bastante agradable. —Samira se
ubicó en el asiento rosado, pegado a la media pared y Julio
César se sentó a su lado.
Antes de pedir de comer, solicitaron unas copas de
champán, para brindar por la llegada de Julio César.
—Bienvenido, gracias por estar aquí —dijo Samira,
chocando con delicadeza el borde de su copa con la de Julio
César. No estaba en sus planes tomar licor, sobre todo,
porque tenía que levantarse muy temprano, pero la
situación lo ameritaba.
—Gracias a ti por rescatarme… Te quiero, gitanilla. —Sus
ojos brillaban de emoción—. Espera, tenemos que tomarnos
una foto, la última que tengo contigo fue en el café La
Candelaria, cuando llegaste tarde con tu enamorado. Ya sé
que en ese entonces eran pare… —Se detuvo, porque sin
duda había metido la pata—. Lo siento, Sami, sé que no
debe ser un tema fácil para ti…
—No, no te preocupes, lo he superado —dijo,
esquivándole la mirada y tragó grueso.
—En serio, lo siento, prometo no volver a nombrarlo —
comentó, seguro de la tensión que le causó. Una cosa era lo
que salía de su boca y otra lo que su expresión reflejaba.
—Ya, no seas tonto. —Se obligó a sonreír—. Vamos a
tomarnos la foto, para que la envíes al grupo, así sabrán
que ya llegaste.
—Sí, claro. —Tomó el teléfono y activó la cámara, ambos
sonrieron y; con copas en manos, capturaron el momento.
Casi de inmediato empezaron a llegar los mensajes y las
notas de voz, todos estaban felices de poder verlos juntos.
Por más que quisieran seguir conversando con sus
amigos, el hambre que sentían era más intensa, por eso se
despidieron y; luego de ver la carta por varios minutos, se
decidieron por una barbacoa de mar, para dos.
—Esto está delicioso —expresó Julio César, al probar un
mejillón.
—Sí, riquísimo. —Samira estuvo de acuerdo.
La comida la acompañaron con Bitter Kas, mientras
Samira le contaba cómo había sido su primer día de clases,
y este le dijo cómo fue su despedida con Eduardo. En su voz
ya no había tristeza, solo rabia y decepción.
Casi a medianoche, abandonaron la terraza, subieron al
auto y en menos de diez minutos estaban entrando al
estacionamiento del edificio donde ella vivía.
Cuando entraron al apartamento, Julio César no disimuló
su asombro.
—¡Vives como toda una celebridad! ¡Cuánto lujo! ¡Es
precioso! —Se acercó a una de las ventanas—. Siempre he
amado estos balcones estilo Julieta. Samira, de verdad que
es precioso tu hogar.
—Ahora también es tuyo… —Se acercó y lo abrazó—.
¡Bienvenido! Me alegra muchísimo que estés aquí, me
sentía demasiado sola en un lugar tan grande… Después de
mudarme, me fue imposible dormir durante las tres
primeras noches —comentó, refugiándose en los brazos de
su amigo.
Jamás se imaginó vivir de esa manera, para ella no había
sido fácil adaptarse, sobre todo, porque siempre vivió con
alguien. Hasta hacía poco no sabía siquiera salir sola;
siempre, a donde sea que fuera, lo había hecho en
compañía de su abuela, luego con Renato o con sus amigos.
Le había tocado mudar de piel en tan poco tiempo.
—Bueno, ahora sentirás mi presencia —bromeó—. Eso sí,
mañana mismo empezaré a buscar trabajo, lo menos que
quiero es ser una carga para ti.
—Creo que puedo encontrarte un lugar, pero ya es muy
tarde, mañana haré una llamada…
—Te lo agradezco, ahora, enséñame dónde voy a dormir,
para que vayas a descansar, sé que tienes que ir temprano
a clases.
—Sí, claro, sígueme. —Lo sujetó por la mano y lo arrastró
con ella.
—Aquí sí que voy a dormir muy bien… —Le dio un beso
en la sien a Samira.
Se despidieron y ella se fue a su habitación. Se duchó, se
puso el pijama y se metió en la cama, cerró los ojos y en
poco tiempo la venció el cansancio.
Su descanso fue ininterrumpido, no despertó hasta que
la alarma sonó, casi enseguida la mandó a apagar, para no
despertar a su amigo, que debía estar agotado por el viaje.
Tras varios minutos de remolonear entre las sábanas, se
levantó, tendió la cama y se fue a la ducha.
Cuando salió de la habitación, ya lista para prepararse el
café, se sorprendió al encontrar a Julio César, sirviendo el
desayuno.
—¡Buenos días!
—Buenos días, imaginé que seguías dormido —sonrió y
caminó hasta la isla de la cocina, atraída por el rico aroma.
—Anoche caí como un tronco, pensé que sería víctima de
la descompensación horaria, pero no… Y no podía perder la
oportunidad de cocinar en esta cocina de lujo, ¡es un sueño!
—A mí sí me afectó… Esto se ve riquísimo —dijo
asomada al plato que contenía huevos revueltos con setas,
tocino y pimientos—. No podía esperar menos del sous chef.
—Estoy seguro de que vas a disfrutarlo, ve a sentarte en
el comedor. —Le dijo, haciendo un ademán.
Samira obedeció y dejó que sirviera; luego, él se sentó
frente a ella, también con su plato. Ella no hizo más que
elogiar el desayuno, gimió encantada con cada bocado.
Después de desayunar, Samira aprovechó para llamar a
Lena; hasta donde sabía, el chico que la sustituyó, renunció
hacía poco; solo esperaba que todavía no tuviera el
reemplazo.
Mientras hablaba con Lena, sonreía y le hacía señas
positivas a Julio César, a quien recomendaba con los ojos
cerrados, porque bien sabía lo responsable y dedicado que
era con el trabajo.
Se despidió de Lena, prometiéndole que pronto la
visitaría.
—Sí, quiere que vayas ahora mismo, es la chica más
encantadora que tendrás por jefa… Te dará esta semana de
prueba.
—Entonces, voy a vestirme. —Se levantó y corrió hacia
su habitación, pero a medio camino se regresó, para
encontrarse con Samira, levantando los platos—. Deja eso,
yo lo hago.
—No, ve a vestirte, puedo hacer esto, hombre; que no he
perdido la costumbre de lavar platos —dijo, riendo, aún
podía recordar cómo sus manos no se secaban cuando
trabajó en el restaurante.
Samira tuvo que estacionar una calle antes del café de
Lena, le indicó cómo llegar, también le envió un mensaje
con la dirección de la casa, para cuando tuviera que
regresar. Ya le había dado el código de acceso, antes de
salir; y puso a reconocer su huella en la cerradura.
Le hubiese gustado poder acompañarlo hasta el local,
pero no quería tener que conducir tan rápido, para llegar a
tiempo a sus clases; aún le daba nervios conducir por la M-
503, sobre todo, por los vehículos de cargas.
CAPÍTULO 21
Hacía mucho tiempo que Renato había limitado sus
relaciones interpersonales solo a laborales y familiares; no
obstante, desde que conoció a Vera, había vencido la
barrera del temor que significaba crear lazos afectivos con
extraños.
Aunque solo se habían visto pocas veces en el gimnasio,
mantenían conversaciones casuales por teléfono; estaba
claro que no quería ningún tipo de relación amorosa, apenas
estaba reponiéndose al desastre emocional que le causó la
partida de Samira, como para arriesgarse a algo meramente
parecido.
Por otra parte, sentía que Vera era atractiva e
inteligente, con la madurez de una mujer de poco más de
treinta años, poseía buen sentido del humor y una
seguridad aplastante; extrañamente, hasta el momento no
lo había intimidado.
Más de una vez se recriminó cuando, estando con ella,
buscó compararla con Samira, para llegar a la triste
conclusión de que la gitana aún le hacía latir fuertemente el
corazón, pero no por eso se privaba de vivir la experiencia
de tener una amiga. Incluso, Danilo, aprobó que
interactuara con ella, porque necesitaba expandir su círculo
social y así tener otras perspectivas que le ayudaran a
comprender lo que sentía por Samira.
Esa fue la razón por la cual invitó a Vera a almorzar,
habían pasado un rato agradable, mientras conversaban de
temas afines y más relacionados con sus ámbitos laborales.
—Todo estuvo riquísimo —dijo ella, volviendo a mirar la
fachada negra y roja del restaurante Mr. Lam.
—Sí, sirven buena comida —estuvo de acuerdo Renato—.
Me tranquiliza saber que acerté con la elección —sonrió y
volvió su mirada a la derecha.
Conversaban mientras esperaba a que trajeran el auto, la
llevaría al edificio principal de Oracle; luego, volvería a sus
funciones en la compañía.
Su sonrisa se congeló y el corazón se le agitó
violentamente cuando vio venir a Vadoma por la acera, traía
algunas bolsas de lo que parecía ser alguna tienda de ropa.
Ella, al verlo, se detuvo y se volvió hacia la carretera.
A Renato se le secó la garganta y sus pies protestaban
de ganas por salir corriendo, pero al mismo tiempo, sus
músculos estaban rígidos, imposibilitándole cualquier
reacción; solo sentía su pecho doler por su respiración
forzada. No estaba a punto de un ataque de pánico, solo se
trataba de puro nervio, sabía identificarlo.
Antes de que pudiera ser dueño de sus impulsos, la
mujer mandó a parar un taxi y subió, era evidente que lo
había hecho para evitarlo; incluso, cuando el auto pasó
frente a él, la gitana miró a otro lado.
Con un sabor metálico invadiéndole la boca y las palmas
de las manos sudorosas, vio el taxi alejarse; de inmediato,
pensó que quizá lo había evitado tan descaradamente
porque Samira había vuelto con ellos y no podían permitir
que él se le acercara de nuevo.
Su corazón no bajaba el intenso latido que arremetía
contra su pecho y sienes, se trataba del deseo febril de
querer seguirla, pero su auto aun no llegaba y; como una
negativa del destino o lo que fuera, su amigo Bruno llegó
justo en ese momento, para retenerlo un poco más.
A pesar del aturdimiento en el que se encontraba,
atendió al saludo de su amigo.
—Hermano, qué bueno verte —dijo mientras le
estrechaba una mano y con la otra le apretaba el hombro.
—También me alegra verte, ¿cuándo llegaste? —preguntó
Renato, porque este llevaba un tiempo de vacaciones en
Mykonos.
—Anoche, pensaba reintegrarme al trabajo mañana, pero
mi padre necesita que me haga cargo de unos contratos de
obras públicas.
Bruno era uno de los herederos de un conglomerado de
empresas en los campos de la ingeniería y la construcción,
su padre y abuelo siempre habían sido amigos de Reinhard
Garnett; incluso, compartían acciones en algunos negocios.
—Obligaciones de las que no puedes escapar —comentó
Renato con una ligera sonrisa y se volvió hacia su
acompañante, que había permanecido en silencio—. Bruno,
te presento a Vera, una amiga… Vera, este es Bruno
Martinelli, mi mejor amigo.
—Hola, es un placer. —La mujer se acercó y le dio un
beso en cada mejilla.
—El placer es mío —correspondió al saludo.
Le fue imposible no apreciar lo atractiva que era la
acompañante de Renato, pero de inmediato alejó cualquier
pensamiento que le permitiera verla como algo más que
una amiga. No obstante, sintió la necesidad de saber cómo
se habían conocido.
Aunque Renato quisiera seguir hablando con Bruno, de
momento no podía, acababan de traer su auto y en media
hora tenía una reunión.
—¿Te parece si nos vemos el viernes?
—Bien, vayamos a comer a algún lugar…
—¿Te gustaría acompañarnos? —Se volvió hacia Vera,
creyó prudente extenderle la invitación, ya que estaba
presente.
—Sí, me parece bien. —Ella asintió y le sonrió a Bruno.
—Entonces, nos vemos el viernes, luego acordamos el
lugar. —Bruno le tendió la mano a Renato, comprendía que
su amigo debía marcharse.
—Está bien, te llamo por la noche —dijo Renato, dándole
un apretón de mano.
—Un placer, Vera, nos vemos pronto. —Se despidió de la
chica.
—Hasta el viernes. —Asintió y también levantó la mano a
modo de despedida.
Sin perder más tiempo, Renato y Vera subieron a la SUV,
mientras que Bruno entró al restaurante que fungía en una
suntuosa y moderna mansión con vistas a la laguna Rodrigo
de Freitas, especialista en cocina china de alta calidad, que
lo había hecho acreedor de un par de estrellas Michelín.
Durante el trayecto, Renato no hizo más que pensar en
Vadoma. ¿Por qué lo ignoró de esa forma? A pesar de la
pequeña confrontación que habían tenido la última vez que
se vieron, consideraba que no fue tan grosero con ella,
como para que se comportara de esa manera.
La única razón que consideraba plausible, era que
Samira estuviera de vuelta en Río, con su familia; y como no
quería saber nada de él, le habría dicho algo a la señora,
que hizo que esa aversión que sentía por él, se intensificara.
—Renato, nos hemos pasado —anunció Vera.
—Disculpa, tienes razón… Estaba pensando en la reunión
—dijo, al tiempo que activaba la luces intermitentes, para
retroceder hasta la entrada del edificio.
—Lo he notado, has estado muy callado durante el
camino —dijo, sonriente.
—Lo siento. —Se sonrojó de vergüenza.
—No te disculpes, te entiendo perfectamente. Cuando
tengo asuntos importantes pendientes, me roban toda la
atención.
—Nos vemos esta noche —comentó, al tiempo que
estacionaba.
—Sí, hasta la noche. Que todo vaya bien con tu reunión.
—Gracias.
Se despidieron con un beso en la mejilla y ella bajó.
Renato volvió a poner la SUV en marcha y siguió
martirizándose con las posibles razones de Vadoma.
Ese apasionamiento lo acompañó toda la tarde y parte
de la noche, porque después de mucho tiempo volvió a
sufrir de insomnio, lo que no era una buena señal, no podía
permitirse una recaída, había avanzado mucho, creía haber
superado a Samira y se sentía bien consigo mismo, lo
menos que deseaba era volver al círculo vicioso del
sufrimiento.
Aunque le costó mucho quedarse dormido, lo primero
que hizo apenas el despertador sonó por la mañana, fue
escribirle a Danilo, necesitaba que evitara que volviera a
hundirse.

*******

Muchas personas le habían dicho que estudiar medicina


era difícil, que debía dar el ciento diez por ciento, Samira se
enfrentó a eso con la mejor actitud, con todas sus energías,
pero tras tres meses de asistir a clases y a punto de
terminar el primer curso, sentía el cansancio hasta la
médula, llevaba semanas sin poder dormir lo suficiente y;
como muestra de ello, las profundas ojeras que no podía
ocultar con nada.
Se pasaba todo el día en la universidad, apenas veía a
Julio César, en las noches cuando llegaba, antes de irse a la
ducha y a dormir.
Los fines de semanas, sus únicos días libres los pasaba
encerrada en su piso, estudiando. Tan solo se permitía ver
una película en compañía de su amigo o conversaban sobre
sus días.
Julio César se sentía muy bien trabajando en el café de
Lena, incluso, le contó sobre un chico que había conocido y
con el solía salir a pasear por las tardes, aunque decía que
solo eran amigos, la verdad era que se le iluminaba la
mirada cada vez que hablaba de Amaury.
Le contaba tantas cosas, de todo lo que hacían y a dónde
iban, que le fue imposible a Samira no sentir que la espina
de la envidia se le incrustaba en el corazón.
Le parecía que estaba olvidando lo que era vivir para
algo que no fuera la medicina, que sus estudios le adsorbían
todo el tiempo y energías. No era que no amara todo lo que
estaba aprendiendo, solo que le gustaría tener un equilibro
entre su vida personal y su carrera.
Sentía que aburría a Julio César, porque sus únicos temas
de conversación eran referente a anatomía, genética,
bioquímica entre otras materias… Y alguna que otra
anécdota sobre sus compañeros de clases. Sí, durante su
tiempo en la universidad compartía con Yesenia y Esther,
pero sus conversaciones, en su mayoría, se centraban en lo
mismo.
—Hola, cariño, buenas noches. —Le saludó Julio César.
—Buenas noches. —Caminó casi arrastrando los pies,
esta vez, no solo se sentía agotada física y mentalmente,
sino que también, durante el trayecto, recibió una llamada
que le ratificaba que, no importaba cuánto tiempo pasara,
su corazón seguía sufriendo por Renato.
—Preparé tacos para cenar, hice de carne y de pollo…
—Gracias, seguro quedaron riquísimos. —Se acercó a él y
le saludó con un beso en la mejilla—. Voy a ducharme y
vengo a ayudarte a poner la mesa.
—Tranquila, amor, dúchate, que yo me encargo del resto.
—Te quiero —dijo con una leve sonrisa, pero con el
cansancio y la tristeza fijada en sus pupilas.
—Yo más… Ve, ve a ducharte.
Samira asintió y se fue a su habitación, el agua caliente
le ayudó con el frío terrible que le calaba los huesos,
suponía que eso tendría que relajarla, pero terminó llorando,
una vez más.
Hacía casi dos años que se había venido de Chile, dos
años que su relación con Renato terminó y que sintió su
mundo desmoronarse; incluso, algunas veces, cuando
empezaba a creer que el tiempo iba borrando de su
memoria el tono de su voz, llegaba a ella una noticia, una
foto o lo que fuera que le hacía recordarlo, sintiendo cómo
Renato aún estaba aferrado a los rincones de su alma.
Su abuela le llamó para decirle que había comprado unas
hermosas telas infantiles, para confeccionar ropa de cuna
para su nuevo sobrino. Su cuñada, Glenda, estaba a pocas
semanas de tener a su cuarto hijo, otro varón que llenaría
de orgullo a su hermano, Kavi.
Aunque no podía ayudarles de la forma en que quería, su
abuela y Glenda, sí aceptaban el dinero que enviaba y lo
usaban de manera discreta, para que los demás miembros
de la familia no se enteraran.
Esa felicidad de saber que su sobrino iba a tener un
hermoso y colorido ajuar de nacimiento, se evaporó cuando
su abuela le dijo que había visto a Renato, en compañía de
una mujer muy guapa, pero que como estaba algo apurada,
prefirió no llegar a saludarle.
A pesar de que el corazón se le contrajo primero de
felicidad y luego de dolor, decidió cambiar de tema, porque
bien sabía que se trataba de Lara. No dejó que su abuela
entrara en detalles, porque eso para ella era una puñalada
en el nervio más sensible.
Le preguntó cómo iban los preparativos para el
pedimento de Sahira, que iba a ser una semana antes de
Navidad. El traje de novia, ella se lo había mandado a
confeccionar con una reconocida diseñadora en Río.
Era tan hermoso como el de una princesa. Se sentía muy
feliz con su hermana, porque estaba enamorada de su
prometido, aunque ella tan solo tuviese diecisiete años y el
veintiuno, estaban muy seguros de que querían formar una
familia.
Le gustaría muchísimo poder estar ahí, compartir con ella
un momento tan importante, poder darle la mano y decirle
palabras de aliento, que le ayudaran a relajar durante la
prueba del pañuelo. Para ella, había sido algo traumático,
por esto deseaba con todo su corazón que para Sahira no lo
fuera.
En cuanto se calmó, cerró el grifo y salió de la ducha.
Estaba segura de que en cuanto terminara de cenar, se iría
a la cama, por lo que, decidió ponerse de una vez el pijama.
Cuando se encontró con Julio César, en el comedor para
diez personas y que solo usaban ellos, él se dio cuenta de
que había estado llorando.
—¿Quieres contarme qué pasa? Sabes que puedes contar
conmigo… Estoy aquí para ti, mi gitanilla. —Le apretó la
mano con infinito cariño.
—Nada…
—Nadie llora por nada.
—Bueno, es que estoy un poco triste, mi hermana pronto
se casará, tendré un nuevo sobrino…
—Ay, cariño…, te entiendo. —Se acercó a ella y la abrazó
—. Se cuán difícil es perder momentos lindos de la familia.
También me pasa. —Él se sentía identificado con Samira,
también había sido rechazado por sus padres, en cuanto
decidió salir del clóset.
Samira quería contarle de Renato, pero temía que si le
confesaba que aún le dolía y que lo seguía amando, pensara
que era una estúpida por seguir sufriendo por un hombre
que la engañó, jugando de la forma más vil con sus
sentimientos.
Le avergonzaba que la creyera débil y con tan poco amor
propio como para no olvidarse de él.
CAPÍTULO 22
Fue durante la cena de fin de año, cuando Liam
sorprendió a la familia, al anunciarles que, a partir de la
segunda semana de enero, se iría a vivir a Singapur.
—Papá necesita un gerente en esa sucursal, así que me
ofrecí —comentó mientras picaba un trozo del pernil
horneado.
—¿Por qué no me habías dicho nada? —Le preguntó
Reinhard a Ian, en voz baja.
—Fue mi decisión que no les dijera. —Liam levantó la
mirada hacia su abuelo, luego vio a su madre, que se había
quedado muda y podía notar cómo se le cristalizaban los
ojos.
—No entiendo, pero si en la sede principal estás bien…,
haces lo que quieres… —Thais sentía un nudo apretando su
garganta, buscó la mirada de Ian y luego la de su hijo—.
¿Por qué tomar esa decisión de irte tan lejos?
—Es una decisión muy personal… —intentaba explicar
Liam, pero su madre atacó de inmediato a su padre.
—¿Por qué lo permitiste? —interrogó Thais a Ian,
olvidando que estaban en una cena familiar.
—Fue mi decisión, agradezco que papá la respetara y
que haya puesto su confianza en mí, para llevar las riendas
de una sede tan importante…
—Pero puedes hacerte cargo de otra sede más cerca…
—Madre, es mi decisión, quiero irme a Singapur, ¿puedes
respetar eso?
Ian necesitaba responder a la exigencia que su mujer le
hacía con la mirada.
—No pude negarme, sé que está capacitado. —Él, mejor
que nadie, conocía las razones de Liam, razones más
poderosas que la misma responsabilidad de gerenciar.
—Ian… —Thais se ahogó con el nombre de su marido.
—Esta vez te quedaste sin cómplice, madre, puede que
le hayas convencido de que retirara los papeles de la
academia militar, pero ahora me adelanté a tus
manipulaciones… Tengo treinta y cinco años, hace más de
dos décadas que dejé de ser un niño. —Cuando su madre
intentaba involucrarse en las decisiones que él creía
importante para su vida, le era imposible no recordar la
forma en que sus padres movieron sus hilos de poder, para
que no lo aceptaran en la academia militar, y ese era un
resentimiento que no superaba.
—Sé que lo harás bien, cariño. ¿Vendrás para las
vacaciones?… —intervino Sophia, intentando que la tensión
mermara un poco.
—Sí, prometo venir para las ocasiones especiales.
—Bueno, anota mi cumpleaños y el de tu abuelo. —Le
sonrió, aunque también sentía que las lágrimas le anidaban
al filo de los párpados.
—Oh, por fin… nos libramos de ti —dijo Hera,
emocionada—. Adiós al perro faldero.
—No crean que podrán hacer lo que les dé la gana —dijo,
señalando a cada gemela con el cuchillo—. Dejaré gente
encargada de hacer el trabajo por mí.
Helena refunfuñó y las risas no se hicieron esperar,
aunque la tensión de la reciente discusión se había disipado
un poco, la nostalgia se podía sentir en el ambiente.
Cuando la cena terminó, poco a poco, se fueron
levantando de la mesa, mientras seguían conversando y
haciendo planes para ir al Reveillon.
Liam salió a una de las terrazas, necesitaba un poco de
nicotina, que le ayudara a nivelar sus emociones. Antes de
que alguien más decidiera ir a hablar con él, fue Reinhard
quien quiso acompañar a su nieto.
A Renato también le sorprendió el anuncio de su
hermano, no se lo había dicho y; eso, que la noche anterior
se habían reunido con algunos amigos y se quedó dormir en
su apartamento.
Quizá no deseaba que pusiera sobre aviso a su madre,
con certeza, esta no lo tomaría de la mejor manera.
Subió las escaleras para ir a cepillarse los dientes,
cuando se encontró en el pasillo a Elizabeth.
—Ey, Liam siempre busca la manera de sorprendernos —
comentó ella sonriente.
—Sí, pero creo que esta vez lo está haciendo porque de
verdad necesita alejarse un tiempo de Río —respondió
Renato, con las manos en los bolsillo del pantalón blanco.
—¿Sabes algo que yo no? —preguntó en un tono de
secretismo, al tiempo que se le acercaba.
Renato podía notar el brillo de picardía en los ojos de
Elizabeth, aunque la notaba algo pálida.
—No sé nada —mintió con una ligera sonrisa.
—Sé que sabes algo, pero está bien si se trata de un
secreto —afirmó con la cabeza y le apoyó las manos en los
hombros.
—Soy bueno guardando secretos… Eso debes saberlo.
—Sí, por eso desistí de mi plan de torturarte, para poder
sacarte un poco de información; buscaré a alguien que se
rinda más fácilmente a mis peticiones.
—Papá, estoy seguro de que vas a por él… No quiero
desilusionarte, pero creo que tampoco podrás sacarle
nada… Mas bien, dime, ¿a dónde iremos a celebrar el fin de
año?
—Tú, ¿interesado en una celebración? No me lo puedo
creer —rio y con una mano le dio una palmadita en el
pecho.
—Solo me he adelantado a tu petición.
—Pues, esta vez, te has equivocado, primito —suspiró
largamente—. Alexandre y yo no vamos a ir a ningún lugar,
nos vamos a casa, estoy agotada y no me siento muy bien.
—¿Qué tienes? —De inmediato el tono de su voz se tiñó
de preocupación.
—Nada de lo que preocuparse, así que puedes estar
tranquilo. —Sintió en la palma de su mano cómo el corazón
de Renato se alteró.
—¿Segura? Porque te noto algo pálida… —Le acarició la
mejilla—. No está de más que vayas al médico, si Alexandre
está muy ocupado con el trabajo, yo puedo acompañarte.
—Eres demasiado adorable, Renatinho… Ya fui al médico
y no tengo nada malo.
Renato se quedó mirándola a los ojos, que le brillaban
mucho más de lo normal y, aunque pálida, la notaba
sonriente. En ese momento cayó en la cuenta de que
tampoco la había visto tomar vino durante la cena.
—Estás embarazada. —No era una pregunta, sabía que
estaba en lo correcto. La risa nerviosa de ella fue la
respuesta más clara—. ¿Desde cuándo lo sabes? ¿Ya le
dijiste a tío Sam y a tía Rachell? —Esta vez se le aceleró el
corazón de emoción.
—Solo lo sabe Alexandre y mamá, se supone que íbamos
a dar la noticia durante la cena. —Puso los ojos en blanco—.
Pero tras la bomba que lanzó Liam, es mejor dejarlo para
otro momento. ¿Me guardarás el secreto?
—Sí, por supuesto —rio y de inmediato la abrazó—.
¡Muchas felicidades! Imagino que Alexandre debe estar muy
feliz.
—Ha llorado más que yo…; sobre todo, porque nos tomó
por sorpresa, algo falló en el método anticonceptivo, no
esperaba salir embarazada ahora que estoy estudiando,
pero ya que sabemos que pronto seremos padres, nos ha
hecho muy feliz.
—Sé que serán buenos padres, supongo que puedes con
un trimestre más en la universidad y luego congelas la
carrera hasta que puedas retomar.
—En mis planes está hacer un par de trimestres, si es
que no me afectan los malestares, que hasta ahora han sido
terribles… La doctora me ha dicho que pasarán.
—Seguro que sí, me hace muy feliz… No puedo esperar
para verte con la panza grandota… —dijo, tocándole el
abdomen.
—Es mi mayor miedo, que crezca mucho, las estrías y
todo eso…
—Te verás hermosa. —Volvió a abrazarla y le dio un par
de besos en la mejilla—. Con o sin estrías, seguirás siendo
hermosa y un maravilloso ser humano…
—Pero temo que si salen, ya no le guste tanto a
Alexandre, ya sabes… —hablaba aferrada al abrazo de
Renato.
Él se apartó y le llevó las manos a los hombros, donde
emprendió una caricia por las clavículas, ascendió por el
cuello hasta acunar su rostro.
—Te amará mucho más. Entiende algo, los hombres no
nos fijamos en eso que ustedes creen que son
imperfecciones. —Le guiñó un ojo—. Cuando una mujer nos
gusta, nos gusta todo de ella… Puedes preguntárselo a él y
verás que te dirá lo mismo.
—Se lo preguntaré, no creas que no —dijo con una
sonrisa pícara, mientras apoyaba un dedo índice en el
pecho de su primo.
—Bueno, como no tengo la obligación de ir a
Copacabana, que debe estar infernal, como siempre, me
voy a la tranquilidad de mi hogar, continuaré con el libro
que estoy leyendo.
—Deberías ir con los chicos, divertirte un rato con ellos.
—¿Qué te hace suponer que leer no me divierte?
—No digo lo contrario, Renatinho… Solo que es el último
día del año, podrías hacer algo distinto… Ya sé, escríbele a
Bruno y vas a su casa, ahí siempre las celebraciones son
memorables, también aprovechas para saludar a sus
padres. ¿Cuánto hace que no los ves?
—A sus padres hace mucho, a Bruno lo vi la semana
pasada… —respondió, Elizabeth tenía razón, los padres de
su amigo siempre habían sido incondicional con él y los
visitaba muy pocas veces.
—Bueno, ya le digo que vas para allá.
—Yo mismo le aviso —dijo, sacando el móvil de uno de
los bolsillos del pantalón.
Elizabeth no se movió de ahí, ni siquiera le quitó la
mirada de encima, hasta que Bruno le respondió y
comprobó que se reunirían en su casa en media hora.
—Entonces, me despido. —Le dio un beso en la mejilla a
su primo—. ¿Quieres que nos veamos uno de estos días
para almorzar?
—Está bien, que sea pronto, antes de que empiece en el
trabajo.
—Bien, te estaré escribiendo, no cambies de parecer…
—No lo haré… Bueno, voy a despedirme de mamá.
—Iré por Jonas y también nos vamos —informó, ya que el
niño se había quedado dormido mucho antes de la cena.
Había acordado con Luana, su hijastra, que se lo llevaría,
para que la chica pudiera ir a divertirse.
Elizabeth siguió hacia la habitación donde estaba el niño,
mientras que él tomó el rumbo opuesto, para ir a
despedirse, en especial de su madre, que sabía debía estar
bastante impactada por la noticia de la partida de Liam.
En su búsqueda, fue encontrándose con algunos
miembros de su familia. Cuando por fin vio a su madre, fue
a través del cristal de la puerta que daba a una de las
terrazas, ahí estaba con Liam, quien la tenía abrazada.
Renato supo inmediatamente que le estaba pidiendo
perdón por la forma en que la trató durante la cena, así era
el carácter de su hermano, estallaba con reproches cínicos,
pero luego se arrepentía y buscaba la forma de encontrar la
indulgencia.
A pesar de la poca paciencia que lo caracterizaba,
adoraba a su madre y ella a él; en realidad, Liam era su
mayor debilidad. No era el mejor momento para interferir,
por lo que, decidió alejarse y fue hasta donde su abuela,
para pedirle que lo despidiera de su madre.
Condujo en silencio hasta la casa de Bruno, solo lo
acompañaban sus pensamientos y una sonrisa, realmente
se sentía muy feliz por Alexandre y Elizabeth. Lo admitía,
admiraba bastante la relación amorosa de ellos, porque se
enfrentaron a muchas cosas, para poder estar juntos; fueron
siempre contra viento y marea, completamente seguros de
su amor.
Hacía tanto tiempo que no visitaba esa casa, que había
olvidado lo largo que era el camino de entrada; cuando por
fin divisó la propiedad cálidamente iluminada, sintió que el
corazón se le aceleraba, pero con prontitud empezó con
respiraciones profundas, que lo ayudaran a tomar el control
de sus emociones.
Se le hizo imposible no revivir el recuerdo de un terrible
ataque de pánico que sufrió ahí, cuando tenía quince años,
pero ahora podía controlarse, sabía cómo hacerlo, tenía el
poder sobre sus pensamientos.
Se acercaba a la puerta principal, cuando Bruno, en
compañía de Vera, salieron a recibirlo; verlos juntos le
alegró, sobre todo, porque el hecho de que ella estuviese
ahí, con la familia de su amigo, dejaba claro que la relación
iba bastante en serio.
Desde hacía un par de semanas que se decidieron a ser
más que amigos. Renato pudo notar que la química entre
ellos era casi palpable, desde que tuvo la oportunidad de
presentarlos, en octubre, empezaron a verse bastante
seguido.
Bruno incluía a Vera en todos los planes que hacían y le
preguntaba con frecuencia, disimuladamente, sobre sus
intenciones con ella.
Renato sabía que Bruno solo quería asegurarse de no
involucrarse con una mujer que a él también le gustara. No
pudo mentirle, le dijo que ella le parecía atractiva pero solo
eso, no sentía más que cariño fraternal y admiración por
Vera.
Era evidente que a Bruno sí le gustaría tener con ella
más que una amistad, así que, les ayudó a que se dieran la
oportunidad de amarse. Ahora, después de dos semanas, se
sentía feliz por ellos; en especial, por su amigo, que pasó
tanto tiempo enamorado de Elizabeth, aunque jamás se
atrevió a confesarle sus sentimientos por temor a ser
rechazado.
—¡Bienvenido! —Bruno lo estrechó en un fuerte abrazo
—. Me alegra mucho que decidieras venir. —Siguió
sonriendo, su felicidad era genuina, porque Renato se
involucraba cada vez más en reuniones.
Estaba saliendo de ese caparazón de temores, aunque su
timidez con desconocidos se mantenía casi intacta, por lo
menos, ahora era más participativo en las conversaciones y
no se ponía nervioso por tener que relacionarse con otras
personas. Incluso, algunas veces, lo había sorprendido
cuando tomaba la iniciativa.
—También me da gusto estar aquí. —Se apartó del
abrazo de Bruno, para saludar a Vera—. Hola, ¿todo bien? —
Le preguntó, mientras la abrazaba.
—Hola, sí, todo bien. Qué bueno verte… Imagino que no
esperabas encontrarme en esta reunión familiar —comentó
con los dientes apretados, en una risita entre tensa y
divertida.
—La verdad, me han sorprendido, pero me alegra saber
que la relación va en serio. —Una vez que rompió el abrazo,
se llevó las manos a los bolsillos del pantalón.
—Eso intentamos —confesó ella y le dedicó una mirada
encantadora a Bruno.
La forma en que él le devolvió la mirada y le sonrió, le
dejó claro que se estaban llevando muy bien;
inevitablemente, sintió celos y, después de muchas
semanas, el recuerdo de una mirada de Samira, esa tarde
en el café La Candelaria, mientras ocultaban a sus amigos
su relación, volvió como un destello, rápido pero
enceguecedor.
—Bueno, entremos, mamá se muere por saludarte. —Le
invitó Bruno, al tiempo que tomaba la mano de Vera y
entrelazaban sus dedos.
Renato tragó grueso para pasar el sabor agridulce del
recuerdo, sonrió y siguió a la pareja. Dentro, se dejaban
escuchar los murmullos provenientes de los pequeños
grupos que habían formado los miembros de la familia.
Bruno guio a Renato hasta el grupo en el que estaba su
madre, en compañía de sus tías. En cuanto ella vio los
soñadores y hermosos ojos azules del nieto de Reinhard
Garnett, sonrió y se disculpó con sus acompañantes, para ir
al encuentro del joven.
Se sorprendió cuando él tomó la iniciativa de saludarla
con un beso en la mejilla y un ligero abrazo, ya que Renato
no era muy dado a las muestras de afecto y le abrumaba si
lo abordaban de manera brusca, por lo que, lo trataba no
tan efusivamente.
En cuanto Raoul, su marido, lo vio, también se apartó del
grupo en el que estaba y fue a saludarlo, ya que el cariño
que sentían por él, era como si se tratara de un hijo más.
Renato fue presentado a todos los miembros de la
familia, muchos de ellos, provenientes del exterior. Celebró
con ellos la llegada del Nuevo Año y ya bastante entrada la
madrugada, se sentía cómodo en el grupo de los más
jóvenes, que estaban reunidos en una de las terrazas.
A su lado, estaba Raissa, una de las tantas primas de
Bruno, a la que no conocía. La chica debía tener unos
veinte, y tuvo la habilidad para sacarle un tema de
conversación que él pudo seguir tranquilamente.
Llevaban como una hora conversando, ella era parte de
la familia de Bruno que vivía en España y que esta era la
tercera vez en su vida que visitaba a sus tíos.
Estaban hablando sobre sus estudios, él dijo que en
marzo empezaría un doctorado en Economía y Gestión,
pudo notar la sorpresa en sus ojos marrones. Así que prefirió
dirigir la conversación hacia ella.
—¿Tú qué estudias? —Le preguntó, mientras dejaba el
vaso de agua en la mesa auxiliar.
—Medicina, en Madrid.
Su respuesta hizo que el corazón de Renato se
contrajera, pero no podía permitir que una simple profesión
lo llevara a pensar en Samira y en dónde estaría o qué
estaría haciendo. Sabía que esas preguntas no lo llevarían a
ningún lado.
—¿Y cómo lo llevas? ¿Cuánto te falta?
Ella se echó a reír y puso los ojos en blanco.
—No lo llevo muy bien, me gusta la carrera, pero me está
consumiendo… Y eso que recién empiezo, apenas estoy en
el primer cuatrimestre del primer curso.
—Sí, dicen que la medicina es una de las carreras más
exigentes.
—Ya lo creo. —Volvió a reír.
Siguieron conversando por varios minutos más, hasta
que la luz del alba empezaba a divisarse en el horizonte.
Momento adecuado para él despedirse.
Le dijo a Raissa que fue un placer conocerla y que
esperaba verla nuevamente, antes de que regresara a
España.
Ella le dijo que en un par de días se irían, que si deseaba,
podía venir a cenar esa noche y; si no, con gusto lo
esperaba en Madrid.
Renato aceptó la invitación de esa noche y también le
dijo que cuando fuera a Madrid, esperaba verla. Ya que, le
agradó mucho su compañía; tenía una energía encantadora,
que lo incitaba a seguir conociéndola.
CAPÍTULO 23
El último miércoles de marzo, Samira presentó por la
tarde su último examen de Bioestadística, había sido más
difícil de lo esperado y la verdad no estaba segura de
haberlo aprobado, eso le tenía los nervios alterados, por lo
que, le dolía el estómago y no había conseguido dormir más
de dos horas.
Ese era su primer día libre, luego de terminar el primer
cuatrimestre, estaba sentada en un taburete de la isla de la
cocina, aún en pijama, frente a la computadora, a la espera
de que cargaran las notas. No hacía más que recargar la
página y estar pendiente del grupo de mensajería que
compartía con sus compañeras de clases, las que estaban
igual que ella, ansiosas y desesperadas.
Estaba tan concentrada en la pantalla, que ni siquiera
había probado del café ni la bollería que Julio César le había
puesto en la isla, para que desayunara.
Se mordisqueaba la uña del dedo pulgar y sentía los
latidos de su corazón en todo su cuerpo, sobre todo, en sus
sienes; un nudo hecho de lágrimas le apretaba la garganta.
—Trata de calmarte un poco, cariño… Estoy seguro de
que has aprobado. —Le dijo Julio César, parado detrás de
ella. Le masajeó los hombros, sintiendo lo tensa que estaba
—. Samira, respira, anda, respira. —Le animó y le dio un
beso en la mejilla.
—Estoy bastante nerviosa, la verdad —resopló,
llevándose las manos a la cabeza.
—Pero no pasa nada, cariño… Si no apruebas, puedes ir a
recuperación…
—Es que no quiero ir a recuperación, quiero acabar con
esto ya… Tengo más ganas de terminar que de otra cosa —
comentó mientras pulsaba el botón para recargar la página.
—¿Por qué tienes tanto miedo? Mira, todos los demás los
has aprobado y con muy buenas calificaciones.
Samira se volvió a mirarlo por encima del hombro y los
ojos se le llenaron de lágrimas, que se obligaba a no
derramar.
—Es que no sé qué me pasó durante el examen, no sé si
fue más difícil de lo que esperaba o era que estaba
demasiado agotada, no me sentía muy bien, se me hizo
imposible concentrarme… Y me siento molesta y triste,
porque siento que en ese examen no pude demostrar
cuánto me esforcé estudiando… Respondí lo mejor que
pude, pero no sé…, la verdad… —Las vibraciones del móvil
en la encimera de mármol la hicieron dar un respingo y
volverse a coger el aparato. El corazón se le saltó por lo
menos dos latidos, cuando vio que era el grupo de la clase.
Prefirió no leer nada y volver a la página.
Recargó y ahí estaban las notas, tragó grueso y aceptó la
mano que Julio César le ofrecía, la cual apretó con mucha
fuerza.
Sus pupilas se fueron directas a ese siete punto cuatro
que hizo que su pecho se relajara en medio de un suspiro de
alivio.
—¡Siete punto cuatro! ¡Aprobaste! —celebró Julio César,
soltándole la mano y la abrazó con fuerza, en medio de risas
y gritos de emoción—. ¡Has aprobado, gitanilla! Y con buena
nota.
—No es tan buena, pero es mucho más de lo que
esperaba… Estaba aterrada —confesó con una mano en el
pecho, intentado calmar los latidos de su enloquecido
corazón.
—Bueno, cariño, ahora sí, come un poco, necesitas
alimentarte bien… Es más, debemos celebrarlo, ¿por qué no
te permites un día de relajación? Ve a un Spa, para que te
consientan… y por la noche podemos ir a cenar, yo invito.
—Me gustaría poder dormir por tres días seguidos —dijo
agarrando una torrija, aunque los nervios apenas
menguados no le harían fácil digerir ni un bocado. Sabía que
Julio César tenía razón, debía alimentarse, porque
últimamente no era más que ojeras, huesos y una mata de
pelo.
—Sí, tienes razón…, lo mejor es que trates de reponer
todas las horas de sueño que has perdido, tienes toda la
Semana Santa para hacerlo, así empiezas el siguiente
cuatrimestre con las energías renovadas.
—Pero por supuesto que también quiero celebrar el
resultado de mis esfuerzos, si no, ¿qué caso tendría? —
comentó sonriente, al notar en su amigo algo de tristeza,
debido a que estaba echando por tierra los planes.
—Sí, tienes razón, mereces celebrar…
—Voy a desayunar, me comeré todo esto, luego me iré a
dormir unas ocho horas, mientras estás en el trabajo y;
cuando regreses, nos vamos a cenar… ¿Te parece?
—Es un buen plan, ¿te gustaría que invitara a Romina y a
Víctor? —propuso, tenía planeado que todas las personas
que querían a Samira y a los que ella quería, estuvieran a su
lado en un momento tan especial. Si bien, no podía estar
con su familia de sangre, podía compartir sus logros con su
familia por elección.
—Sí, por supuesto —asintió para reafirmar su respuesta y
le dio un gran mordisco a la torrija, la cual masticó bastante
y la pasó con un sorbo de café.
Él se sentó a su lado a desayunar, aunque debía darse
prisa porque se le haría tarde para llegar al trabajo.
Samira, mientras comía, sentía que el nudo en su
garganta se aflojaba y podía disfrutar de la variedad de
bollería, al tiempo que interactuaba con sus compañeras de
clases, en el grupo de mensajería, las que aprobaron se
volcaron a darle ánimo a las que debían ir a recuperación.
Luego de casi acabar con todo lo que había sobre la isla,
Julio César se levantó para ir a su habitación, prepararse e
irse al trabajo. Samira, se hizo de una botella de agua y se
fue a la terraza, para disfrutar un rato del sol matutino. Se
sentó en el sofá de exterior, mientras seguía
mensajeándose con las chicas.
Estaban planeando hacer reserva en Graf, para ir a
celebrar, pero como Samira no era de ese estilo de
ambientes, declinó la invitación; además, ya había aceptado
la propuesta de Julio César, para ir a cenar con los más
cercanos.
No obstante, aceptó el almuerzo del día siguiente y se
despidió, aprovechó para llamar a su abuela, quería darle la
buena noticia. Sabía que aún faltaba mucho camino por
recorrer, que un poco más de cinco años la distanciaban de
su gran sueño y; aunque el proceso se estaba haciendo
cuesta arriba, lo estaba disfrutando.
Vadoma se emocionó hasta las lágrimas, asegurándole
que no había dudado ni por un segundo de ella y que tenía
la certeza de que iba a aprobar todas las materias.
Como siempre, las conversaciones con su abuela no
duraban mucho, ya que debía seguir siendo cuidadosa,
porque por la hora, su padre estaba en casa para el
almuerzo. Terminó la llamada con un profundo suspiro y una
sonrisa.
Julio César se acercó a la terraza para despedirse y ella
se levantó a darle un abrazo, le deseó una buena jornada y;
una vez que su amigo se marchó, se dirigió a su habitación.
Se cepilló los dientes, se lavó la cara y volvió a la cama, le
quitó el internet al teléfono y lo dejó en silencio, para evitar
que interrumpieran su tan anhelado descanso. En pocos
minutos terminó profundamente dormida.
Después de siete horas, despertó con un ligero dolor de
cabeza por haber dormido tanto, si consideraba que,
últimamente, dormía entre tres y cuatro horas; se quedó en
la cama, remoloneando, permitiéndose ese pequeño placer.
Luego de estirarse todo cuando pudo, salió de la cama y
se duchó, se puso unos vaqueros, una blusa y unos botines;
metió en su bandolera una manzana verde y una botella de
agua, luego se dirigió caminando hasta la peluquería. En el
trayecto, le mandó un mensaje a Julio César, para avisarle
dónde estaría.
Cuando el estilista terminó de alisar su larguísima y
abundante melena, a pesar de ser algo sencillo, le pareció
que había dado un cambio de la tierra al cielo; incluso, su
rostro casi traslúcido, ahora lucía más brillante, por lo que,
sonrió al verse un mejor semblante.
No había pensado en qué ropa se pondría, hasta que
pasó frente a una vitrina y le gustó el atuendo que tenía un
maniquí. A pesar de la escandalosa suma de dinero que se
había ganado, no había comprado más que un par de
vaqueros, algunas camisetas y unos abrigos; seguía usando
la ropa que Renato le había obsequiado.
Entró a la tienda, pidió las prendas del maniquí, también
se hizo de algunos accesorios y unas sandalias.
De vuelta en el apartamento, iba camino a su habitación,
cuando se detuvo en la puerta de Julio César y lo llamó, este
le abrió, llevando una toalla alrededor de la cintura, recién
terminaba de ducharse.
—¡Qué guapa! —silbó al verla.
—Gracias, ¿crees que me dé tiempo de maquillarme?
—Tómate todo el que desees, cariño, recuerda que es tu
celebración.
—Está bien. —Le guiñó un ojo y se marchó.
Unos cuarenta minutos después, Julio César la esperaba
en el salón, mientras disfrutaba de un té de miel y jengibre.
—No, no, no…, pero quieres robarte más de un corazón
esta noche... —dijo moviendo el dedo, instándola a que se
diera la vuelta—. Gira, gira… Déjame verte mejor.
Samira llevaba puesto un pantalón amarillo de corte
ancho y una blusa de tirantes con rayas verticales blancas y
azules. Se dejó el cabello suelto y aprovechó para aplicarse
unas cuantas gotas del aceite floral que su abuela le enseñó
a preparar; por último, se maquilló con tonos tierra.
—Creo que necesitaba sentirme guapa —confesó, ya que
era consciente de que había descuidado bastante su
aspecto físico, por los estudios.
—Estás preciosísima… Quizá esta noche encuentres un
novio.
La sonrisa de Samira perdió brillo, le esquivó la mirada a
Julio César y tragó grueso. No, ella no estaba preparada
para volver a amar, no quería a nadie más en su vida, no
quería vivir con otra persona la maravillosa experiencia que
tuvo con Renato, a pesar de todo el dolor que le causó
saberse engañada, los momentos bonitos nada ni nadie
podía quitárselo, ni siquiera el mismo Renato, con lo desleal
que se portó con ella.
—No tengo tiempo para ningún novio, te recuerdo que
solo tengo una semana libre, después, mis estudios
volverán a absorberme hasta la médula —respondió, al
tiempo que caminaba a la nevera y tomaba una botella de
agua, para cambiar el tema—. ¿Nos vamos? —preguntó,
luego de beber un par de sorbos.
—Sí, por supuesto. —Hizo un ademán, para que saliera
ella primero.
—¿Sería abuso de mi parte si te pido que conduzcas?
—Lo haré con gusto —dijo, sonriente tomando la llave
que Samira le ofreció.
Comprendía que ella debía estar hastiada de conducir, lo
hacía todos los días por unas cuantas horas. En cambio, el
trayecto de él hacia el trabajo era mucho más corto y en
moto, vehículo que eligió cuando su amiga le ofreció
obsequiarle un medio de transporte, que le hiciera ahorrar
tiempo.
Como era costumbre, al subir al auto, pusieron música y
cantaron durante todo el camino hasta Galería Canalejas, ya
que Julio César había reservado en el restaurante St. James.
En la entrada dio el nombre de Samira Marcovich, el
anfitrión los guio a la mesa donde ya los esperaban,
Romina, Víctor, Magela, Luisa, Lena, Pablo, Javier y Amaury,
este último, por fin lo conocería en persona, ya que solo lo
había visto por videollamadas.
—No esperaba que vinieran todos. —Su sonrisa se hacía
más amplia, a medida que se acercaban. Tenía mucho
tiempo que no veía a Magela y a Luisa—. Gracias a todos
por venir. —Avanzó con los brazos abiertos y primero se
abrazó a Romina.
—Muchas felicidades, Sami…, primera etapa superada,
un escalón menos en la escalera que te lleva a tu más
preciado sueño. —Le dijo la gitana, sintiéndose
genuinamente feliz por el logro de su amiga.
—Gracias, Romi, sin todo el apoyo que me han dado, no
lo habría logrado o; por lo menos, no a este ritmo. —Estaba
tan feliz que sentía las lágrimas al filo de los párpados.
Luego fue abrazando uno a uno a los asistentes, Julio
César se encargó de hacer la respectiva presentación entre
su novio y su mejor amiga.
Recibió con total agrado las lindas palabras de cada uno,
una vez tomaron asiento, buscaron un tema de
conversación, mientras decidían qué comer.
Samira se pidió una paella con langosta; Romina y Víctor,
se decidieron por arroz negro con sepia; los demás, se
pidieron de la basta variedad.
Fue a mitad de la cena cuando Víctor le preguntó a
Samira si tenía planeado hacer algo en Semana Santa. Esta
pensaba quedarse en su apartamento, descansando, pero
Romina le dijo que debía aprovechar para viajar.
De inmediato, pensó en su familia, pero con la misma
rapidez, desistió de la idea, porque sabía que terminaría
sufriendo por el rechazo de gran parte de ellos. Le aterraba
llegar a su casa y que su padre o sus hermanos no le
permitieran la entrada.
—La verdad, no sé a dónde podemos ir…, porque sola no
voy a ningún lado —respondió mientras dejaba la copa de
agua junto al plato.
—Podemos hacer un viaje doméstico, así aprovechamos
más los días de descanso —propuso Amaury.
Empezaron a llover destinos y, aunque la decisión era
difícil y estaba en manos de Samira, ella quiso estar de
acuerdo con la mayoría, por lo que, se decidieron por Ibiza.
Tenía ganas de ver el mar, disfrutar el aroma del salitre y
esperaba que esos días le sirvieran para recargar las
energías que tanto necesitaba, para superar el segundo
cuatrimestre.
CAPÍTULO 24
Después de un par de días de que a Elizabeth le dieran el
alta, Renato decidió visitarla, comprendía que debía sentirse
abrumada con tanta atención.
Cuando llegó al apartamento donde vivía, fue recibido
por Alexandre, quien estaba en el salón principal, en
compañía de sus padres, también estaba Jonas, su tío
Samuel y su abuelo Reinhard.
Aunque el espacio era bastante amplio, con la presencia
de todos ellos lo hacían lucir pequeño. Se acercó y saludó a
cada uno de los presentes, incluso, se acuclilló para saludar
a Jonas, que estaba sentado en las piernas de su bisabuela.
Ya que el niño, con una gran sonrisa, no paraba de decirle
que, su «papi Alex», como solía llamar a su abuelo, tenía un
bebé.
En Samuel Garnett, se podía notar claramente el pecho
hinchado de orgullo por haberse convertido en abuelo, la
dicha le salía por los poros y sus ojos color mostaza
brillaban intensamente.
Alexandre, que tenía marcadas unas profundas ojeras y
los rizos bastante desordenados, fue el encargado de
guiarlo hasta la habitación en la que estaba Elizabeth.
—Es aquí —dijo, abriendo la puerta.
—Muchas gracias, Alex… —Le sonrió y le apretó un
hombro, para reconfortar al pobre hombre, que aunque se
notaba inmensamente feliz, también era evidente que sus
horas de sueño eran mínimas.
Sonrió, sintiéndose entre emocionado y nervioso, al ver a
Elizabeth en la cama, a pesar de su ligera palidez y las
ojeras, lucía radiante.
En una esquina estaban Rachell, Sophia y Megan,
mientras conversaban. Las saludó con la mano y siguió
hasta Elizabeth.
—Pensé que jamás vendrías a conocer a tu prima —dijo
ella, sonriéndole.
—Quise estar contigo desde que Hera me avisó que
habías entrado en labor de parto —comentó, avanzando
hacia ella—, pero estaba seguro de que lo menos que
querías era sentirte abrumada. —Con mucho cuidado se
acercó, para darle un abrazo y un beso en la mejilla—.
¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?
—Eres el primero, además de mami y tía Sophie, que
pregunta cómo me siento, antes de lanzarse a ver a
Alexandra —dijo palmeando en el colchón, para que se
sentara.
—No es que no me importe la niña, pero imagino que ella
se está robando toda la atención. —Señaló donde Elizabeth
le había indicado que se sentara—. ¿Estás segura? Puedo
traer la butaca.
—Siéntate, Renatinho, que no estoy tan dolorida.
Él obedeció y con mucho cuidado se sentó.
—¿A quién se parece? —preguntó echando un vistazo a
Luana, que llegaba con un bultito envuelto en una manta
blanca.
—A su abuela —dijo Rachell, tan orgullosa como Samuel.
Megan y Sophia rieron, mientras negaban con la cabeza.
—Ay, mami, aún es muy pronto para saber a quién se
parece; solo nació tres días antes de tu cumple, no creo que
eso la convierta en tu gemela —comentó divertida, mirando
a Rachell y luego se volvió hacia Renato—. Creo que tendrá
el cabello rizado del padre.
—Sí, una motita de pelo así tenía Jonas —dijo Luana,
admirando a la niña. Se la ofreció a Renato.
—Ay no, no sé cómo cargarla. —De inmediato, sintió una
presión en el pecho, era de nervios y emoción.
—No es nada difícil, solo tienes que asegurarte de
sostenerle la cabeza —dijo Elizabeth.
—Te ayudo. —Luana procedió a explicarle.
Renato sintió a su prima segunda, cálida y pequeña entre
sus brazos, de verdad que era hermosa, parecía una
muñeca bastante sonrojada. Sintió el corazón latirle
demasiado fuerte y un gran vacío en el estómago, pero era
una experiencia agradable.
Era primera vez que tenía a un recién nacido en brazos,
pues siempre se había negado a cargar a sus demás primos,
le daba mucha agonía hacerlo y, como nadie lo obligaba a
hacer cosas que lo incomodaban, nunca le insistieron; por lo
que, a los quintillizos no los cargó sino hasta que cumplieron
el año.
—Hola, Alexandra… ¿Te dijo tu mami que me gusta
mucho tu nombre? —Le preguntó a la pequeña que sacaba
ligeramente la lengua y abría a medias los ojos, para volver
a cerrarlos. Renato pudo notar que iba a tener los ojos
claros, probablemente, grises como sus padres.
—Sí, a ella también le gusta mucho —dijo Elizabeth.
Cuando Elizabeth cumplió el sexto mes de embarazo, le
pidió a sus padres y a los de Alexandre, que enviaran una
lista de nombres y; tanto ella como su marido, se
sorprendieron cuando Samuel Garnett, solo envió:
Alexandra.
No lo pensaron ni un segundo, el padre se sintió feliz de
que su bebé pudiera llamarse como él.
A pesar de la inicial actitud reacia de Samuel, para
aceptar a Alexandre, con el tiempo, comprendió que sí la
merecía, ya que le había demostrado con creces que era un
buen hombre y que por Elizabeth estaba dispuesto a dar la
vida, si era preciso.
Renato estaba perdido en lo hermosa que era Alexandra,
cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse, para
darle paso a Luck, que acababa de llegar de París. Él hizo
una pausa en su muy ocupada agenda de la semana de la
moda, para venir a ver a Elizabeth y; por supuesto, conocer
a su princesa.
Al verlo, Elizabeth gritó emocionada, y la bebé se
estremeció en los brazos de Renato, eso lo puso más
nervioso y de inmediato se la devolvió a Luana.

Samira se encontraba en el café de Lena, donde más


personas de las que había imaginado estaban celebrando su
cumpleaños, se habían reunido ahí, sus amigos y algunos
compañeros de clases.
Un gran pastel violeta y azul estaba coronado por un par
de velas, que sumaban veintitrés, aunque en realidad
estuviese cumpliendo veintidós; no obstante, el secreto de
su verdadera edad era algo que muy pocos sabían.
Ya le dolían los pies de todo lo que había bailado, y su
estómago estaba inflamado de lo mucho que había comido,
aun así, se aseguró de dejar un poco de espacio para una
rebanada de su pastel.
Había sido un buen día, desde muy temprano, empezó a
recibir mensajes de felicitaciones de sus amigos en Chile,
también de su abuela, su cuñada Glenda y de Adonay, que
a pesar de que estaba en los preparativos de su pedimento,
se hizo unos minutos para hacerle una videollamada; no
solo la felicitó, sino que también le pidió su opinión sobre el
traje azul marino que debía usar esa noche.
Le gustó mucho verlo un poco más animado con su
compromiso, ya que al principio estaba bastante renuente,
porque había sido una imposición de su padre. Según su tío,
Bavol, consideraba que era hora de que Adonay formara su
familia y estrechara lazos con una familia gitana tan
importante, que le quitara la mancha que ella había dejado
con su huida.
Lo único que sabía de la prometida de su primo era que
la chica vivía en São Paulo y que hasta ahora solo se habían
visto un par de veces, quizá fue en el segundo encuentro
donde Adonay se sintió atraído por ella.
A pesar de que estaban en pleno otoño, se sentía
acalorada, no sabía si se debía a la cantidad de presentes
en un lugar tan pequeño, a todo el esfuerzo físico de haber
bailado o al clericó que estaba bebiendo, por lo que, decidió
salir para refrescarse.
—Necesito un poco de aire. —Le dijo a Lena, mientras
que con una mano se alzaba el cabello, dejando expuesta
su nuca y con la otra se abanicaba.
—Si quieres te acompaño —ofreció la peliazul.
Samira asintió y, en su camino a la salida, recibió un
abrazo de Raissa, que volvía a felicitarla; se mostraba
bastante emocionada, probablemente, producto de todos
los mojitos que se había tomado.
—Te quiero, reina. —Le dio como media docena de besos,
sin despegarle los labios de la mejilla.
—Yo también, yo también —aseguró Samira, sonriente,
mientras correspondía al abrazo.
Lena intervino para liberarla de esa explosiva muestra de
afecto y logró llevarla afuera.
A Samira el viento frío le pellizcó las mejillas, pero fue
bastante agradable que la refrescara; respiró profundo y
luego exhaló largamente.
Mientras Lena sacaba del bolsillo de su chaqueta de
gamuza marrón, la cajetilla de cigarros.
—¿Te importa? —preguntó, mostrándole la caja.
—No, para nada —respondió, encogiéndose de hombros.
—¿Te ha gustado la sorpresa? —siguió, al tiempo que se
llevaba un cigarro a los labios.
Samira se volvió a mirar por encima del hombro, a través
de los cristales, a tantas caras conocidas, disfrutando de la
música que en ese momento llegaba atenuada a sus oídos;
sonrió y sus ojos se cristalizaron de genuina emoción.
—Sí, no esperaba nada como esto —confesó. Jamás se
imaginó en un ambiente así, con tantos amigos y conocidos.
Ella, que creció con la idea preconcebida de que siempre
sería marginada por el origen de su etnia.
Sí, en algún momento fue blanco de ofensas de ciertas
personas, pero estaba segura de que solo se trataba de
gente que no podía entender que lo mejor de la vida era
vivirla, sin las ataduras de los prejuicios.
Podía contar con los dedos de una mano esos
desagradables episodios en los que tanto creía su padre.
Esas ideas de discriminación hacia los gitanos, que solo
existía en la mente de unos pocos.
En el ambiente donde estaba ahora no había diferencias,
no existían gitanos y payos, europeos y latinos, blancos y
negros; todos eran seres humanos que disfrutaban de vivir
la vida sin complicaciones.
—Fue idea de Julio César, él te adora —aseguró Lena,
sonreía y expulsaba el humo de su segunda calada.
—No sé qué sería de mí sin él. —Samira sonrió,
nostálgica.
Conversaron por otro rato, hasta que Lena dijo algo que a
Samira le encogió el estómago.
—¿Cómo que venderlo? —preguntó, parpadeando muy
rápido, a causa de la sorpresa.
—Sí, quiero irme a Tailandia, tener una vida más relajada,
el caos de la ciudad ya no es para mí; necesito vivir en unas
eternas vacaciones…
—¿Incluso el café te tiene agotada? —preguntó Samira,
ella adoraba ese lugar, tenía un encanto único.
—No, el café ha sido mi sueño materializado por más de
diez años, pero Hacienda está haciendo que se convierta en
una pesadilla —expuso con una risa y luego le dio una
calada más al cigarro.
—Te entiendo. —Samira estaba de acuerdo, ella misma le
parecía irrisorio todo lo que tenía que pagar en impuestos al
año—. Supongo que te llevarás a Gatsby.
—Es mi hijo, no lo dejaré por nada del mundo —hablaba
con orgullo de su adorado gato—. Lo llevaré a donde vaya.
Fue en ese momento que Samira pensó en que muy
pronto Julio César, Javier y Pablo iban a quedarse sin
trabajo. No sabía si quien compraría el lugar seguiría
manteniendo esa esencia bohemia que tanto le gustaba.
—Sé que jamás dejarías a Gatsby, voy a extrañarlo, y a ti
también, por supuesto…
—Siempre podrás visitarme una vez esté instalada. No
será un problema para ti.
—Seguro que lo haré… ¿Ya tienes algún cliente?
—Aún no, el martes vendrá un agente de bienes raíces,
para hacer el avalúo comercial y así poder ponerlo en el
mercado.
—No lo hagas, yo te lo compraré. —Samira sabía que no
era idóneo que tomara esta decisión sin antes consultar con
su abogado y contador, pero le gustaba mucho el café, era
un lugar en el que se sentía bien.
—¿Qué? —La reacción de Lena era de sorpresa. Sí, ella
estaba al tanto de que Samira se había ganado un premio y
que fácilmente podría pagar por el local, pero también era
consciente de que con sus estudios, no contaba con tiempo
para administrarlo—. ¿Cómo harás? ¿Y las clases?
—Siempre me ha gustado este lugar y todo lo que tenga
que ver con gastronomía me fascina… Ciertamente, no
dejaré de estudiar, sin embargo, ahora que solo tengo
clases por las tardes, podré administrarlo por las mañanas,
y estoy segura de que Julio César podrá hacerlo
perfectamente por las tardes… ¿Qué dices?
—Creo que no podría dejarlo en mejores manos. —Los
ojos de Lena destellaron de emoción—. Sé que lo harás más
reconocido…
—Pero tendrás que darme el ingrediente secreto de la
masa de los churros —comentó Samira.
Había empezado su tercer año de carrera en septiembre
y con un horario menos exigente, sentía que por ahora sus
estudios no acabarían con ella. Si las cosas llegaran a
complicarse, bien podría recurrir a un tercero, para que le
ayudara a Julio César con la administración.
—Por supuesto, necesitarás mantener la clientela…
—Te prometo que no dejaré que muera este lugar que
fue tu sueño.
Lena le ofreció los brazos para estrecharla y Samira no
dudó en abrazarla con fuerza. Acordaron no decir nada
durante la fiesta; aunque esa noche, Samira hablaría con
Julio César, para saber si estaba dispuesto a aceptar la
responsabilidad de administrar el lugar.
Un par de horas después, decidieron que era momento
de partir la tarta y cantarle: «feliz cumpleaños».
Samira los admiraba con un nudo de felicidad en la
garganta, no quería llorar como ya lo había hecho otras
veces, sobre todo, por la nostalgia que le provocaba no
estar con su familia, a la que a pesar del rechazo, seguía
queriendo y extrañando; desvió la mirada a las velas que
flameaban intensamente y tragó el obstinado nudo.
Una vez pidió su deseo, el mismo de cada año desde que
salió de su casa, que algún día sus padres la perdonaran y
le permitieran ir aunque solo fuese de visita.
Sopló fuerte y las velas se apagaron, dando el paso a una
lluvia de aplausos y silbidos; volvió a recibir besos, abrazos,
buenos deseos y también algunos tirones de oreja, tradición
que le hacía recordar lo poco que le agradaba esa parte de
su cuerpo.
CAPÍTULO 25
Seis semanas después, el café de Lena cambió de dueña
y de nombre. Samira, aunque decidió mantener todo el
estilo bohemio del lugar, decidió llamarlo: Saudade. Ya que
era un sentimiento que constantemente la invadía.
Esa sensación agridulce de tenerlo todo y, a la vez, no
tener nada. Sí, le hacía inmensamente feliz estar
cumpliendo su más grande sueño, tener nuevos y buenos
amigos, no preocuparse en absoluto por su situación
económica y también poder ayudar a las personas de su
entorno, pero siempre le hacía falta algo, le hacía falta el
ambiente familiar, su gente, estar ahí donde echó raíces.
Odiaba que la nostalgia aprovechara sus momentos de
soledad u ocio, para querer devorársela viva, por eso
necesitaba siempre estar ocupada, estar con alguien que la
distrajera. Y sin duda, pasar sus mañanas libres en el café
que ahora era suyo, le sería de mucha ayuda.
Al principio, Julio César tuvo miedo de que ese rol le
quedara grande, pero después de conversarlo mucho,
decidió enfrentar ese nuevo reto.
Si bien el café seguiría manteniendo el mismo estilo, era
necesario que tuviera una mejora en la imagen, Samira
contaba con los recursos para invertir en mobiliarios y
utensilios nuevos; aunque lo quería hacer todo ella, no
contaba con el tiempo, por eso decidió contratar los
servicios de una diseñadora de interiores. No quería que la
decisión fuese solo de ella e involucró a Julio César y a Lena.
Aunque ya no era suyo, Samira le había prometido a la
peliazul, que siempre la mantendría al tanto de todo lo que
hiciera.
Mónica, la diseñadora de interiores, una mujer con un
estilo bastante elegante y una llamativa melena rizada, se
hizo presente en el lugar, con varias muestras de telas,
maderas, tejidos, piedras, metales; además de un gran
portafolio.
Cada uno se tomó un par de cafés, mientras duró la
reunión, la mujer explicó qué hacer con cada espacio,
aunque los demás no compartían su visión, les costaba
visualizar el espacio con su mismo entusiasmo; terminó
pidiéndoles que confiaran, que todo quedaría hermoso y
que podría tenerlo listo en dos semanas.
Samira, Julio César y Lena, estuvieron de acuerdo, no
dudaban de que Mónica sabía lo que hacía.
Una vez que la mujer se fue, volvieron a la mesa, para
conversar los detalles.
—Me alegra que puedas pasar fin de año con tu familia
—dijo Samira, para cambiar del tema de la remodelación del
lugar.
—Sí, creo que después de todo, es mejor que se haya
retrasado la entrega de la casa, porque mi hermano vendrá
—¿En serio? Es una excelente noticia. —Samira se
mostró emocionada, sabía que el hermano vivía en Canadá
y no se habían visto en cinco años—. Por fin conocerás a tu
sobrina.
—¡Sí! Pero creo que ella está más interesada en conocer
a Gatsby, que a su tía.
—¡Pero quién no quiere conocer a Gastby! —intervino
Julio César, sonriéndole y le apretó el antebrazo—. Lo siento,
cariño…, tienes un gato encantador.
—Supongo que tú lo pasarás con la familia de Amaury.
Julio César miró de soslayo a Samira.
—Aún no lo sé.
—No me digas que no te ha invitado.
—Aún no, pero si no lo hace, no importa, ya los conozco,
he compartido con ellos muchas veces… Creo que mejor lo
pasaré con el amor de mi vida —dijo, al tiempo que le
pasaba un brazo por encima de los hombros de Samira y la
acercó a él.
—Entonces, lo pasarán con Romina y Víctor.
—No, este año ellos viajarán a Andalucía —informó
Samira, con una sonrisa llena de nostalgia, porque estaba
segura de que esos días para ella no serían fáciles.
—Bueno, si quieren, pueden venir a mi casa… Saben que
son bienvenidos —ofreció Lena, notando cómo los ojos
verdes selva de Samira se cristalizaron.
—Gracias, Lena, pero es un día familiar, es mejor que se
sientan en la confianza de compartir entre ustedes —alegó
Samira y apoyó la cabeza en el hombro de Julio César —.
Nosotros estaremos bien.
—Pero deberían hacer algo diferente, no pueden
quedarse en el apartamento, solos…
—¿Y si nos vamos de viaje? Debe ser fabuloso pasar
Navidad y recibir Año Nuevo en otro lugar… —propuso Julio
César, sabía que quedarse a pasar solos esas fechas,
mataría de nostalgia a su gitanita.
—Tenemos muchas cosas que no podemos dejar de
lado…
—Estarás de vacaciones. —La interrumpió, mientras
apretaba su agarre, para confortarla y convencerla—,
podemos irnos el día después de que termines clases…
—Julio César, está bien si quieres ir a otro lado, puedes
hacerlo. El café no puede quedar cerrado por tanto tiempo y
es mi responsabilidad mantenerlo a flote…
—Bueno, bueno —intervino Lena, sujetó la mano de
Samira y la sacudió ligeramente—. La idea de Julio César es
muy buena; sí, deberían ir, aprovecha esta oportunidad. Sé
que te preocupa el café, si deseas, puedo hacerme cargo
por lo que resta de año, contrata a un par de empleados
más, para que cubran a Julio César, que, a fin de cuentas,
los van a necesitar.
—Lena, son tus últimos días en Madrid, es justo que los
pases con tu familia.
Ante las palabras de Samira, la peliazul se carcajeó.
—Vamos, guapa…, que amo a mi familia, pero Dios sabe
que si pasamos mucho tiempo juntos, terminaremos
matándonos. Con que los acompañe durante las cenas,
estará más que bien.
—¿Estás segura? —preguntó, apretando la mano de
Lena, que aún la sujetaba.
—Completamente.
—Entonces, no hay más que discutir… Pasaremos
Navidad y Fin de Año en algún rincón del mundo. ¿A dónde
quieres ir? —preguntó Julio César.
—No tengo idea. —Aunque muy en el fondo, sabía que
quería ir a Río, también sabía que estar en su ciudad le
haría más daño que bien.
—Yo tengo un truco… —dijo Lena, levantándose; corrió al
estante que estaba tras el mostrador, se hizo un globo
terráqueo en colores beige y negro—. Lo dejo a la suerte. —
Regresó y lo puso en la mesa.
Todos rieron emocionados.
—Elige el lugar. —Julio César instó a Samira.
—No, mejor hazlo tú —pidió la gitana.
—¿Por qué no lo hacen los dos? —alentó Lena—. Apunten
los dos.
Samira y Julio César se tomaron de las manos,
entrelazaron los dedos, dejando ambos estirados el índice.
—Cierren los ojos. —Les dijo Lena.
Ambos obedecieron, suspiraron y sonrieron como tontos.
Lena hizo girar el globo terráqueo. Samira y Julio César lo
detuvieron con las yemas de los dedos. Al abrir los ojos, se
carcajearon cuando se dieron cuenta de que habían
apuntado en medio del Atlántico.
—Una vez más. —Lena giró el globo.
Samira y Julio César volvieron a cerrar los ojos y
apuntaron una vez más. Esta vez, se detuvieron en el mar
de Japón.
—Otra vez en el mar, será que nos toque en un crucero
—comentó el peruano.
—Quedaron en medio de Japón y Corea del Sur, pueden
elegir entre esos dos.
Ellos se dedicaron una mirada cómplice y asintieron.
—Corea del Sur —dijeron al unísono.

Así fue cómo el veintiuno de diciembre, Samira y Julio


César estuvieron en el vestíbulo del hotel Gran Hyatt, en
Seúl, donde un inmenso árbol de Navidad, en tonos
dorados, atraía las miradas de los huéspedes y visitantes.
Ellos imaginaron que iba a ser una experiencia
maravillosa, desde el momento en que salieron del
aeropuerto y vieron la ciudad iluminada por cientos de miles
de luces led, que creaban un perfecto ambiente navideño.
Fueron guiados a la recepción, donde Samira, con un
inglés bastante fluido, pudo comunicarse con una de las
mujeres que atendía tras el lujoso mostrador de mármol
negro y dorado.
Ella les pidió los pasaporte y mientras ingresaba la
información en el sistema, Julio César estaba entretenido,
mirando hacia el gran vestíbulo.
—Son muy lindos los adornos en las mesas, parecen
hechos de galletas de jengibre.
Samira se volvió a verlos, tenía razón, eran hermosos y
el lugar demasiado elegante, pero se había prometido darse
esas vacaciones por todo lo alto, porque no sabía cuándo
volvería a tener tiempo para hacer algo parecido.
Justo en el momento en que uno de los ascensores que
quedaba detrás del gran árbol de Navidad, abrió sus puertas
y salió un grupo de ejecutivos, entre orientales y
occidentales, todos vistiendo largas gabardinas negras y
grises, la recepcionista llamó su atención para devolverles
los documentos de identidad.
Ambos se volvieron al mismo tiempo y con amables
sonrisas recibieron sus pasaportes. Luego, un anfitrión se
acercó a ellos, para guiarlos a sus respectivas habitaciones.
Una vez instalados, acordaron descansar unas horas,
porque el viaje había sido agotador, ya después bajarían a
recorrer la ciudad y a llevar a cabo el primer plan: comer
pollo.

Renato había tenido una semana bastante exhaustiva,


prácticamente, dos reuniones por día; tuvo que prepararse
con casi un mes de anticipación, para, una vez más,
reemplazar a Helena. A pesar de que consiguió dominar el
tema, seguía estudiando en todo momento la negociación
de obtener una participación en la creación de un
gigantesco parque eólico frente a las costas de Sinán, en el
suroeste de Corea del Sur.
Se trataba de un negocio prometedor, ya que ese parque
sería siete veces más grande que el mayor campo eólico en
alta mar, y generará una energía comparable a seis
centrales nucleares.
El país sufría escasez de recursos energéticos
tradicionales, por eso se fijaría el objetivo de lograr la
neutralidad en materia de carbono, para dentro de seis
años.
Estaba seguro de que no le negarían la participación,
porque el grupo EMX, durante décadas, fue uno de los
principales en venderles petróleo y gas licuado al país, a
través de Korea National Oil Corporation.
En la reunión de esa tarde, se anunció que solo dos
compañías petroleras y energéticas de América habían
obtenido la participación, uno fue el colosal canadiense
Enbridge Inc y el otro fue el conglomerado brasileño EMX.
Una vez que Renato firmó todos los documentos, estuvo
seguro de haber conseguido el objetivo y; terminada la
reunión, estrechó las manos de los canadienses e hizo
reverencia ante los coreanos, mientras pronunciaba:
«gamsahamnida».
Salió junto al equipo que lo había acompañado, el cual
partiría rumbo al aeropuerto, mientras que él debía esperar
un par de días, por la llegada de Liam, que vendría desde
Singapur, para irse juntos a Río.
En el vestíbulo fue retenido por dos de los ejecutivos
canadienses, quienes lo invitaron esa noche a una cena,
para celebrar el acuerdo que recién habían firmado.
Renzo y Gabriel, apenas tenían tiempo para subir a sus
habitaciones a por el equipaje, por lo que, esa noche él no
tendría nada que hacer y, aunque le agradaba la
tranquilidad que le brindaba cenar solo, aceptó la invitación,
solo por corresponder a la cordialidad de sus colegas;
además, le gustaría apreciar por última vez la belleza de la
asistente de Mark Rodman.
La pelirroja había captado su atención desde que la vio y
sus miradas se habían cruzado muchas veces, aunque él
siempre terminaba esquivándola, no quería que
malinterpretara su admiración.
Ya en su habitación, aprovechó para hacerle una
videollamada a Helena, sabía que esperaba, ansiosa,
noticias positivas. Él no era de crear suspenso, por lo que, le
dijo de inmediato que se había conseguido la participación.
Su tía jadeó de júbilo, le agradeció por todo lo que había
hecho y le confesó que sabía que él lo conseguiría.
—¿Tienes tiempo el viernes para hacer una videollamada
con la junta directiva? —Le preguntó mientras se sentaba en
el sofá y se quitaba los tacones que le estaban torturando
los pies. Ella recién llegaba de una cena de negocios que se
extendió hasta un poco más de medianoche.
—Hola, amor, ¿puedo?
Renato escuchó la voz de Lucas.
—Sí, hablo con Renato, ven aquí, necesito un masaje —
pidió Helena, estirando la mano que tenía libre.
—Sí, tendré que hacerla durante el vuelo —respondió y
pudo ver en la pantalla cómo Lucas aparecía detrás de
Helena, vistiendo solo un pantalón de chándal gris y llevaba
el cabello suelto. Le dio un beso en la mejilla y su tía gimió
complacida.
—Hola, Renato, ¿todo bien? —preguntó el rubio, al
tiempo que masajeaba los hombros de Helena.
—Todo bien, gracias… ¿Cómo estás?
—Complaciendo las exigencias de tu tía —sonrió y le dio
otro sonoro beso en la mejilla.
—Entonces, ambos cumplimos la misma función, aunque
en diferentes ámbitos —bromeó Renato.
—Muy gracioso. —Helena hizo un mohín.
—Bueno, te dejo para que descanses, se te nota agotada.
—Lo estoy, mañana le pido a Olivia que te envíe la hora
de la reunión.
—Está bien, saluda a Hera; supongo que debe estar por
ahí…
—Ya está durmiendo —intervino Lucas y le dedicó una
mirada cómplice a Helena.
Renato comprendió el gesto, no era secreto para la
familia, el tipo de relación que llevaban sus tías con Lucas;
incluso, pensaron que esa sería la causa de la muerte de
Reinhard Garnett, pero para sorpresa de todos, lo tomó con
bastante naturalidad. La razón era que él alcahueteaba
cualquier cosa que hicieran sus princesas.
—Imagino que debe estar cansada… Ahora sí, me
despido, también voy a descansar un par de horas… En un
rato tengo una cena de despedida con el grupo canadiense.
—¿También los eligieron? —preguntó Helena.
—Sí, pero entraré en detalles durante la reunión, ahora
ve a descansar… Lucas, asegúrate de que lo haga.
—Lo haré, nos vemos luego. —Se despidió el fortachón
de más de dos metros.
—Adiós.
—Adiós, Renatinho… De nuevo, muchas gracias.
—Con gusto. —Renato terminó la llamada, dejó el móvil
sobre la mesa de noche y fue a ducharse.
Después de casi una hora de estar bajo la regadera con
el agua caliente, envuelto en un albornoz, regresó a la
habitación; fue al salón a por una botella de agua, le dio un
gran sorbo y regresó a la cama, prendió el televisor,
dispuesto a ver alguna película, se decidió por una de
acción, pero no llevaba ni la mitad cuando terminó dormido.
.
CAPÍTULO 26
Fue el sonido de unos disparos y una persecución en
automóviles lo que lo despertó, tras un minuto en el que se
sacudía los vestigios del sueño y se ubicaba en tiempo y
espacio, se dio cuenta de que no se trataba de la misma
película que había estado viendo antes de quedarse
dormido.
Tomó el teléfono y se dio cuenta de que habían pasado
cuatro horas, lo que le venía bien, después de tantos días
atareados.
Se quedó en la cama, con el control remoto en la mano,
saltando de un canal a otro, buscando algo entretenido que
ver, sabiendo que en realidad no estaba interesado en nada.
Eso lo hizo hasta que se acercaba la hora de la cena; una
vez más, fue al baño y volvió a ducharse, además, se tomó
el tiempo para recortarse un poco la barba que llevaba un
par de meses dejándosela crecer.
Se puso un traje azul marino con un jersey negro y una
bufanda marrón, del mismo tono que los zapatos. Una vez
listo, agarró el móvil y bajó al restaurante, donde lo
esperaban los ejecutivos; no vio a Heather ni a su
compañera de la que no recordaba el nombre, pensó que
quizá no le habían extendido la invitación a las asistentes o
que al igual que su equipo de trabajo, regresaron enseguida
a Canadá. Se sintió un tanto desilusionado, pero decidió
disfrutar de la cena.
Mark pidió una botella de vino y él no pudo negarse
cuando le sirvieron la copa, esa semana había consumido
más alcohol de lo que lo había hecho en todo el año, pero
eso le hacía más tolerables las largas charlas en las que
participaba estrictamente lo necesario.
Tras el tercer sorbo, su mirada fue atraída por la pelirroja
vestida de blanco que resaltaba entre las tantas prendas
oscuras de los demás comensales, venía junto a su
compañera, y su pecho se agitó ante la sorpresa.
Los tres caballeros se levantaron para recibirlas, mientras
que el anfitrión les apartaba las sillas, para que pudieran
sentarse. Ellas saludaron y se disculparon por la demora.
Cuando volvieron a sentarse, la mirada de Renato se
encontró con la azul oscura de Heather, ella le sonrió
amablemente, él intentó hacer lo mismo, aunque no estaba
seguro de haberlo conseguido o si; por el contrario, solo se
trató de alguna mueca. La mujer lo intimidaba y le atraía a
partes iguales.
En ese momento, Peter, pidió las cartas, mientras
conversaban sobre la participación que ambas compañías
habían obtenido y las expectativas que eso creaba.
En algún momento, Mark habló de su familia, llevándolo
a un tema más personal, mencionó algo sobre el delicado
embarazo de su esposa y que estaba ansioso por volver a
casa.
Renato no se sentía cómodo cuando se trataba de hablar
de cosas personales con gente que hasta hace poco eran
unos perfectos desconocidos; así que, solo seguía atento a
lo que ellos decían.
No pasó por alto que Heather, en varias oportunidades,
trató a su superior con una confianza bastante natural, lo
que le hizo suponer a Renato, que quizá mantenían una
relación más allá de la laboral y que estaban pasando la
raya de la prudencia, debido a las varias copas de vino.
El hombre no se incomodaba, por el contrario, le seguía
con la misma naturalidad. Entonces, Renato no tuvo dudas,
debían ser amantes, por ello se obligó a no volver a mirarla.
Pero, en lo que restó de cena, falló en el intento varias
veces, solo para encontrarse con que ella también lo
observaba y; en algunos casos, igual que él, intentaba
disimular.
Tras dos horas de charlas, vinos y buena comida, Renato
consideró prudente despedirse, ya que sus acompañantes
no parecían ni de cerca interesados en querer dar por
finalizada la cena.
A pesar de que el día siguiente lo tenía libre y podría
trasnocharse, ya sentía los efectos del vino subiendo a su
cabeza y odiaba convertirse en una marioneta del alcohol.
Decidió despedirse antes de perder el control.
Estrechó las manos de sus acompañantes y sus ojos se
quedaron más tiempo en los de Heather, mientras se
despedía.
Salió del restaurante con destino a su habitación,
aunque, en el vestíbulo, se vio tentado a salir a dar un
paseo y se quedó mirando a través de los cristales el
exterior, prefirió ir a descansar, puesto que no estaba
vestido adecuadamente para el inclemente frío que debía
hacer afuera.
Entró al ascensor y las puertas estaban por cerrarse
cuando el sonido de unos tacones sobre el mármol le hizo
volver la mirada al frente, la respiración se le atascó en la
garganta al ver que era Heather, y sus reflejos actuaron tan
rápido como para presionar el botón de mantener las
puertas abiertas.
—Gracias —dijo ella en cuanto entró. A pesar de que no
se había preocupado por apresurar el paso, tenía el pecho
agitado.
—Con gusto —respondió Renato, con una gentil sonrisa,
aunque en cuanto las puertas del ascensor se cerraron, el
ambiente se llenó de tensión.
Quería decir algo que rompiera el silencio, pero nada le
venía a la mente. Mientras observaba cómo ella pulsaba el
botón del piso en el que estaba, un par más abajo que la de
él.
—¿Te gustó la cena? —preguntó la mujer, siendo la
primera en romper esa atmósfera tan densa.
—Sí, todo estuvo muy rico —respondió y sus pupilas
siguieron cómo ella, de manera casi imperceptible, saboreó
el labio inferior.
No era tan tonto como para no darse cuenta de que el
influjo de su respiración era visible, cada vez que sus
pechos subían y bajaban, así como el ligero temblor o el
constante parpadeo.
La mujer debía estar más cerca de los cuarenta que de
los treinta, lo que la hacía dueña de un atractivo casi
intimidante. Volvieron a mirarse y no hacía falta expresar
con palabras el deseo que anidaba en sus pupilas, como un
fuego infinito.
Una vez más, el silencio se instaló, hasta que las puertas
del ascensor se abrieron.
—Buenas noches, que descanses —expresó con la voz
ronca por el deseo contenido y la impotencia de no haber
sido más arriesgada.
—Igualmente, descansa —deseó Renato, sintiéndose
igual de impotente; no obstante, en un arrojo de valor,
antes de que ella cruzara el umbral, estiró su mano y tomó
la de la mujer, reteniéndola.
Heather se volvió a mirarlo por encima del hombro, no
hizo falta que él dijera nada, sus ojos suplicaban por algo
que ambos anhelaban desde el momento en que se vieron.
Así que, dio un paso atrás y volvió dentro del ascensor.
No se besaron, a pesar de las ganas, solo se quedaron
tomados de las manos, con las respiraciones erráticas y
acordando con las miradas lo que harían.
En cuanto entraron en la habitación de Renato, cualquier
muro que contenía el deseo se rompió, no fue necesario un
arrebato de pasión, se acercaron lentamente.
Heather se sujetó de las solapas de la chaqueta y Renato
le llevó las manos a los costados del cuello, se miraron por
un momento, él acercó su boca para besarla, pero ella
retrocedió con una sonrisa provocadora.
Renato volvió a intentarlo y ella repitió su juego,
poniendo a prueba las ganas del hombre; y antes de que él
insistiera una tercera vez, fue ella quien se encargó de
hacer que sus bocas por fin se unieran.
El beso era lento pero intenso y se hacía más profundo
con cada segundo, saboreando el sabor del vino en la boca
del otro. Las manos de Renato empezaron a moverse por la
espalda femenina, hasta llegar a sus nalgas, las que apretó
y empujó, para sentirla más contra su pelvis.
Fue Heather quien empezó a desvestirlo, le quitó la
bufanda, la chaqueta y metió sus manos por debajo del
jersey, sintiendo la piel suave y caliente de Renato.
—¿Quieres hacerlo? —preguntó él, esperando el permiso
para bajar el zíper del vestido.
Tenía muy presente la confianza entre Mark y ella, no
sabía la naturaleza de esa relación, pero no quería meterse
en problemas.
—Desde que te vi —respondió, bajando sus manos al
cinturón y empezó a desabrocharlo.
Renato no dudó más, a tientas, busco el zíper en la
espalda y lo bajó, luego llevó las manos a los hombros y tiró
hacia debajo de la tela, dejando al descubierto un sostén sin
tiros.
Una a una las prendas fueron cayendo al suelo y, en
medio de besos y caricias, atravesaron la suite hasta llegar
a la habitación.
Cuando Renato se sentó en el colchón, ya estaba
desnudo, al igual que Heather. Él se tomó el tiempo para
admirarla, mientras le acariciaba los costados.
Hacía mucho tiempo que no tenía frente a él a una mujer
desnuda, ni sus manos mucho menos disfrutaban de una
tersa piel erizada.
—¿Tienes condones? —preguntó ella, mientras lo
masturbaba y le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
—Sí, sí…, en la mesa de noche —respondió con la
garganta seca, recordaba haber visto varios paquetes.
Heather buscó en el cajón y con las manos temblorosas
por la adrenalina, no perdió tiempo en ponérselo, aunque
con la ayuda de Renato.
Era ella quien, sin duda, llevaba el control de la situación,
se sentó ahorcajadas y guio el pene hasta su entrada, que
poco a poco se acostumbró al tamaño.
Renato le tenía una mano en las caderas, mientras que,
la otra, sostenía el pecho izquierdo, al que le estaba
brindando placer con la boca.
Cuando ella empezó a moverse, él se alejó del pezón,
para disfrutar un momento de sus expresiones de placer,
pero fue un gran error, porque su mente lo traicionó con un
destello de la imagen que le devolvía Samira, con su rostro
transformado por el placer.
Eso le hizo doler el pecho, pero también lo llenó de rabia,
porque llevaba semanas o quizá meses que no la pensaba,
ahora llegaba con una viva imagen que era como una
puñalada en su pecho.
No iba a permitir que su recuerdo siguiera limitando su
vida, ni que jodiera un momento que estaba disfrutando,
por lo que, cerró los ojos fuertemente y pegó la frente en el
pecho de Heather.
Entonces, solo fue consciente de los movimientos de ella
entorno a su erección y de los gemidos que no se
preocupaba por contener.
Esos gemidos que empezaron a tener la misma
entonación que los de Samira, se obligó a no volver a abrir
los ojos, por temor a que su mente le hiciera una mala
jugada. No quería ser víctima de una dolorosa visión, por
eso se mantuvo igual, solo empujando dentro de la pelirroja,
con los ojos cerrados, mientras a sus oídos llegaban los
jadeos de Heather, combinados con los de Samira.
Terminó corriéndose mucho más rápido de lo que hubiese
querido, estaba seguro de que había durado más tiempo en
desvestirse que en terminar, lo que le dio paso a una
frustración devoradora.
Era evidente que la pelirroja no había alcanzado el
orgasmo y eso lo hizo sentir impotente; no obstante, en un
intento por resolver la situación, llevó sus dedos al clítoris y
empezó a frotarlo con energía, pero ella lo detuvo.
—Está bien…, estuvo muy bien…
Renato sabía que no, que no estaba bien. No sabía por
qué había terminado tan rápido, si era culpa de la
intervención de Samira en su mente o de que llevaba años
sin tener sexo, comprendía que masturbarse a diario no
contaba como una experiencia completa.
Heather guio la mano de él por su abdomen y entre sus
pechos, dejando un rastro húmedo de sus propios fluidos,
hasta que se llevó los dedos a la boca y los chupó con
delicadeza.
Fue en ese momento que Renato se dio cuenta de algo
que se le había pasado por alto, Heather tenía anillos de
compromiso y matrimonio.
Ella se percató del descubrimiento que él recién había
hecho.
—No es lo que crees —comentó al tiempo que se
levantaba.
—Disculpa, no quise que mi mirada pareciera que te
estaba juzgando —dijo, quitándose el condón, agradecía
que ella no se mostrara frustrada por su patética
demostración sexual; no obstante, él seguía mortificado por
eso, quería saber qué era lo que pensaba.
La mujer se acomodó en la cama, acostándose bocabajo,
se hizo de una almohada que puso debajo de su pecho,
como apoyo. A Renato le pareció que no tenía intenciones
de irse, por lo menos, no en los próximos minutos.
Él se levantó para echar el condón en la papelera y ella
lo siguió con la mirada, pudo notarla satisfecha con lo que
veía, entonces, regresó y se sentó, tiró de la sábana y se
cubrió el pene ya flácido, no se sentía cómodo de estar tan
expuesto. No con Heather.
—No estoy casada, ya no —respondió con los codos
apoyados en el colchón, mientras le daba vueltas a las
argollas en su dedo anular.
Renato se echó hacia atrás, apoyándose en las manos,
con la cabeza girada a su derecha, para observarla mejor.
—¿Y Mark? —Le fue imposible no cuestionarla al
respecto.
—¿Mark? No —Se carcajeó, relajada—. No tengo nada
con Mark…, es mi cuñado, por ambas partes; mi hermana
es su mujer, y su hermano era mi marido… Sé que es
extraño que aún lleve los anillos, pero Mark aún no sabe
que su hermano y yo nos divorciamos hace tres semanas.
—¿Temes que eso afecte tu ámbito laboral? —preguntó y
no se contuvo el deseo de apartarle un mechón rojizo que le
caía sobre el hombro, dejando a su vez una caricia.
—No, Steve y yo nos divorciamos en buenos términos,
ambos tenemos trabajos muy exigentes y, el amor… Ya no
había amor, solo cariño fraternal… Ni siquiera hijos, fuimos
una pareja que decidió adoptar un perro, porque creemos
que el mundo está muy jodido como para reproducirnos…
Nuestra única pequeña discordia fue Bobby, pero tras
discutirlo, él lo tendrá unas semanas y yo otras… Así que,
asunto resuelto —suspiró y se volvió en la cama, recogió las
piernas, dejándolas flexionadas y dejó descansar las manos
sobre su abdomen—. Aún no se lo decimos a nadie de
nuestra familia, porque sabemos que ellos van a sufrir más
que nosotros con esta separación. Mi hermana tiene un
embarazo de alto riesgo y no quiero darle ninguna noticia
que afecte su estado.
—¿Estás segura de que ya no amas a Steve? —preguntó
Renato, se acostó por completo y se volvió de medio lado,
para seguir observándola—. ¿Ya no te importa?
—Claro que me importa, lo quiero muchísimo, pero…
nuestra relación, poco a poco, se fue convirtiendo
prácticamente a la de unos hermanos; no había deseo ni
atracción sexual… Ya no disfrutaba de la intimidad y creo
que él tampoco, la química se extinguió, quizá después de
dieciséis años la llama de la lujuria se apagó, porque el
amor incondicional sigue… Steve es muy importante para
mí, tanto como lo es mi hermana o mis padres… No sé si me
entiendes.
—Eso creo —musitó Renato.
—¿Tienes pareja? —preguntó ella, al verlo tan taciturno.
—No, no estoy interesado en tener una relación… No soy
bueno superando a las personas. Me gustaría tener tu
madurez emocional.
Heather se acercó y buscó la boca del hombre, se
besaron lentamente, reavivando la excitación en ambos.
—Es difícil cuando aún se ama —susurró ella,
acariciándole el rostro, comprendiendo que el hombre
estaba sufriendo un gran desamor—. Y si no existe
reconciliación posible, terminarás superándola, algún día…
Aún eres joven, Medeiros, muy joven… Cada amor es una
vida y no hay nada mejor que vivir muchas vidas, llenarte
de experiencias buenas, malas, dolorosas, excitantes… Es
mejor todo eso a quedarse vacío.
Ante esas palabras, Renato la besó con más frenesí y,
con un movimiento rápido, se puso sobre ella. Dispuesto a
vivir ese momento, sin sus malditas ataduras, solo vivir esa
vida efímera con intensidad.
Heather abrió sus piernas y se aferró a la fuerte espalda,
para esta vez sí disfrutar de la energía de la juventud de su
amante.
Renato se enfocó en ese momento y en esa mujer, rodó
por la cama con ella, se aventuró a penetrarla desde
distintas posiciones y aceptó la experiencia que ella le
brindaba, atendía las peticiones que no se avergonzaba de
hacer, algo que Renato agradeció, porque así sabía cómo
complacerla hasta la saciedad.
No supo a qué hora de la madrugada terminó rendido,
exhausto de placer, tampoco qué hora era cuando despertó.
Los débiles rayos de sol de un día, en su mayoría
nublado, entraban por las rendijas de las cortinas y pudo
sentir movimiento en la habitación; cuando abrió los ojos, se
encontró a Heather ya vestida, recogiendo sus zapatos.
—Buenos días…
—Buenas tardes. —Le corrigió ella—. Son más de las dos.
Eso fue suficiente para que Renato se incorporara
bastante desconcertado.
—No sabía que era tan tarde… Pediré algo para que
comamos o prefieres ir…
—No, no hace falta, puedes seguir descansando, yo
tengo que irme, nuestro avión sale en un par de horas…
Seguramente, ya Mark debe estar preparándose. —Se sentó
en la butaca, para ponerse los zapatos.
—¿Segura de que no te da tiempo de comer? —habló y
se levantaba, tomó el albornoz que estaba en el suelo y se
lo puso.
—No, gracias por tu ofrecimiento, comeré algo en el
avión.
Se levantó y Renato se acercó a ella.
—¿Quieres darme tu número de teléfono? Me gustaría
que pudiéramos estar en contacto.
Ella sujetó las solapas de la bata de baño, le dio un beso
y sonrió.
—Gracias por la maravillosa noche que me hiciste pasar,
estuvo increíble, pero es mejor si no volvemos a vernos…
Soy una mujer demasiado complicada y tú eres un hombre
que aún necesita superar un desamor… Me cuesta mucho
decirte esto, porque Dios sabe cuánto me gustas; eres una
tentación muy grande, jovencito, pero es mejor no
enredarnos. —Ella estaba segura de que debía llevarle por
lo menos doce años.
Extrañamente, a Renato no le dolió ese rechazo, porque
sabía que ella tenía razón.
—Fue un placer coincidir contigo y compartir una noche
inolvidable… Respeto tu decisión.
—Gracias —gimió, aliviada.
Compartieron un último beso y luego la mujer se marchó.
CAPÍTULO 27
Samira estaba en la bañera con el agua caliente hasta el
cuello, mientras escuchaba música, necesitaba sacarse el
frío del cuerpo a como diera lugar, ya que le había calado
hasta los huesos, durante todo el día que estuvo recorriendo
la ciudad.
Aunque solo llevaban tres días en Seúl, habían visitado
tres de los cinco palacios, un templo budista y un par de
santuarios, también habían ido al barrio de las casas
tradicionales y a una casa de té, lugar que le encantó por su
historia.
De las cosas más bonitas que había visto hasta el
momento, era el cambio de guardia en el Palacio
Gyeongbokgung, el cual se trataba de guardias reales,
haciendo el remplazo de los que habían ocupado el turno
anterior. Todos iban vestidos de forma tradicional, con
ropajes coloridos, en los que predominaba el azul y el rojo;
además, llevaban estandartes y armas tradicionales, como:
arcos, lanzas o grandes espadas envainadas.
No podía negarlo, esa combinación entre historia y
modernidad la tenía cautivada, aunque estaba segurísima
de que podría disfrutarlo mejor, si hubiesen venido en otra
época del año, porque afuera hacía tanto frío, que hasta se
le trababa la lengua.
Ya tenían planeado ir al día siguiente a un museo y a un
centro comercial, en el que según la guía del hotel, había un
gran acuario, y eso era suficiente para que ella quisiera
enfrentar una vez más las inclementes temperaturas.
La canción que escuchaba se vio interrumpida por una
llamada, miró la pantalla del móvil y vio que era Julio César.
—¿Ya estás durmiendo? —Le preguntó en cuanto ella
respondió.
—No, estoy tomando un baño —suspiró relajada y se
hundió un poco más en el agua.
—¿Te gustaría hacer algo antes de que nos vayamos a
dormir? —propuso con un tono esperanzado.
—Depende… —A pesar de que estaba agotada, no quería
ser aguafiestas. Solo esperaba que no quisiera salir del
hotel.
—Vamos a la pista de hielo, está hermosa, parece que
habrá un espectáculo…
—¿Espectáculo?
—Sí, ¿no has mirado por la ventana?
—La verdad, no. —Se sinceró y la curiosidad empezaba a
picarle.
—Sami, parece que va a estar hermoso, ¿no te animas a
patinar?
—No sé hacerlo.
—Yo tampoco, pero podemos intentarlo…
—No haremos más que caernos —dijo, divertida.
—¿Y quién dice que no podemos pasarlo bien, aun en las
caídas?… Anímate, di que sí, di que sí… —suplicó juguetón.
Samira se lo podía imaginar haciendo pucheros.
—Está bien, dame unos minutos para vestirme.
—Sabía que no me dejarías bajar solo, eres increíble,
gitanilla… ¿Me escribes cuando estés lista?
—Vale… —contestó, al tiempo que se levantaba y el agua
escurría por su delgado cuerpo.
Terminó la llamada, devolvió el móvil a la tabla de apoyo
en la bañera, se hizo de una toalla y fue a por la ropa más
abrigadora que tenía.
Solo de pensar en el frío que debía estar haciendo
afuera, se le erizaba la piel, pero quería vivir la experiencia
de patinar sobre hielo.
No era buena idea dejarse el cabello suelto, por lo que,
se aplicó un poco del aceite que siempre usaba y se lo
trenzó; se hidrató bien la piel y labios, porque estaban
demasiados resecos. Se vistió con varias capas de ropa, se
puso gorro, doble bufanda y guantes.
Le marcó a su amigo, para informarle que estaba lista;
acordaron verse en el pasillo y, en menos de dos minutos,
ya se habían reunido e iban camino al ascensor.
Como era de esperar, el ambiente helado era tan intenso
que a Samira se le hacía difícil respirar; no obstante, la
belleza de la pista de hielo rodeada por árboles desnudos de
follaje, pero cada rama adornada con luces, la deslumbraba.
Estaría loca si no aprovechaba para hacerse fotos y,
como Julio César la secundaba en cada capricho, le hizo
todas las fotografías que quiso, además de varias selfis en
las que aparecían juntos.
Con los ojos brillantes como si fueran dos niños,
observaban sentados en una de las mesas que franqueaban
la barrera, el espéctalo en la pista. Por lo menos, una
docena de chicas vistiendo con trajes de Santa, hacían una
maravillosa demostración de patinaje artístico, guiadas por
la música y el juego de luces que llenaba el ambiente.
Una vez terminado el espectáculo, el público rompió en
aplausos y aceptaron la invitación de entrar a la pista. Ellos
no perdieron tiempo y fueron a pedir los patines. A pesar de
los nervios que le provocaban carcajadas, se cambiaron los
zapatos y; tomados de la mano, se adentraron en la pista.
No pasó ni un minuto para que él se cayera, Samira, en
medio de risas, intentaba ayudarlo a poner en pie, pero no
pudo mantener el equilibro y ambos terminaron sobre el
hielo.
Tras varias carcajadas y de hacer reír a quienes los veían,
una jovencita rubia de unos doce años se acercó y les ayudó
levantar. Ella, muy amablemente los guio para que se
desplazaran por lo menos un metro, mientras les explicaba
cómo mantenerse sobre los patines.
En medio de risas de puro nervio, le agradecieron y
consiguieron desplazarse un poco más. Samira buscó la
seguridad de estar apoyada en la valla, así pudo por lo
menos dar una vuelta a la pista sin terminar en el hielo.
Un par de horas después, estaba agotada y acalorada,
necesitaba salir de ahí y descansar. Julio César estuvo de
acuerdo, necesitaba hidratarse, pero antes de salir, se
hicieron más fotos y videos.
Luego regresaron a la mesa, Samira aprovechó para
quitarse una de las bufandas, porque sentía que le ahogaba,
y la dejó en el respaldo de la silla; estando más cómoda,
tomó la taza de chocolate caliente repleta de malvaviscos,
algo que agradeció porque hasta el momento solo le habían
dado té y comidas muy picante.
—De verdad que es hermoso —suspiró, observando a su
derecha, como más allá de la pista tenían unas vistas
impresionantes de la ciudad.
—Sí, me gusta mucho… Hasta podría vivir aquí.
—Puedes proponérselo a Amaury.
—Solo bromeo. Me gusta más Madrid.
—También prefiero Madrid, pero sé que volveré muchas
veces a Seúl…
—Y yo te acompañaré, claro, si quieres, porque quizá en
algún momento quieras venir sola con tu novio.
—¿Qué novio? —resopló y puso los ojos en blanco.
—El que en algún momento encontrarás, porque no vas a
quedarte sola para siempre… Necesitas vivir nuevamente la
experiencia y que esta vez sí sea extraordinaria.
—Por ahora no está en mis planes… Además, ¿quién te
dijo que lo que viví con Renato no fue extraordinario? Que
haya terminado mal, es otra cosa. —El tono de su voz bajó
un poco, debido a la nostalgia que le provocaba nombrarlo.
—Sí, ya creo que fue extraordinario, si después de casi
cuatro años no lo has superado, pero ni un poco —masculló,
seguro de que Samira seguía clavada con el brasileño.
—Lo he superado. —Ni ella se creyó esa mentira—, pero
no quiere decir que lo haya olvidado, estuvo conmigo en
una parte muy importante de mi vida y eso no puedo
borrarlo. Me ayudó y enseñó muchas cosas, por eso, a pesar
de sus engaños, estoy agradecida con él.
—Aún lo amas, Samira, creo que deberías contactarlo,
pedirle explicaciones. No serías la primera ni la última que
perdone un engaño.
—No, no soy capaz de perdonar un engaño. Intenté
contactarlo cuando su prima fue secuestrada y nunca recibí
respuesta, asumo que no quiso hablar conmigo, ¿qué caso
tendría insistir, después de tanto tiempo? Ahora estoy
bien… Sí, lo estoy —suspiró y dio otro sorbo a su bebida
caliente.
—Entonces, estarás mejor cuando te permitas volver a
amar.
Samira chasqueó la lengua y luego rio con desagrado.
—No necesito de un hombre para estar mejor… Es un
error buscar la felicidad en alguien más, cuando es algo que
sin duda debemos encontrar en nosotros mismos.
—Cariño. —También se rio con sarcasmo—, bien sabemos
que eso no es totalmente cierto…
—Me gustaría regresar a la habitación, tenemos que
descansar si queremos visitar todos los sitios que
acordamos —dijo levantándose, no le agradaba cuando la
confrontaban de esa forma. Aunque sabía que no lo decía
con la intención de lastimarla ni molestarla.
—Sí, mejor vayamos a descansar.
De regreso, él le pasó un brazo por encima de los
hombros, acercándola y le besó la sien—. Sabes que te
quiero muchísimo, ¿verdad?
—Sí, lo sé —sonrió.
—Lo siento, no quiero hacerte sentir mal, olvida todas las
tonterías que acabo de decir. ¿Me perdonas?
—No tengo nada que perdonarte, no seas tonto… Sé que
ves mi vida desde una perspectiva distinta, pero quiero que
me creas cuando te digo que estoy bien.
—Te creo, vale…, te creo. —Le dio otro beso, justo
cuando entraron en el ascensor.
Aún abrazados, avanzaban por el pasillo, cuando el
teléfono de Samira vibró con una videollamada de Daniela,
no dudó ni un segundo en responder, pero como no era
educado mantener una conversación en un pasillo que daba
a varias habitaciones, donde muy probablemente los
huéspedes ya estarían durmiendo, entraron en a habitación
de Julio César.

********

Cuando Heather se fue, Renato se quedó en la cama, sin


saber qué hacer con sus emociones y recuerdos, había
tenido una noche extraordinaria, no podía negarlo. La
experiencia con la mujer, la sintió como una necesidad que
no sabía que anhelaba tanto ser saciada, pero también todo
eso lo llevó a recordar a Samira.
Era inevitable que volver a intimar con una mujer no
trajera al presente a la única con la que había compartido
ese grado de intimidad y, para su desgracia, descubrió que
las emociones que primaron con la pelirroja, no se
acercaron en absoluto a todo lo que vivió con la gitana.
Y el vacío se abrió espacio en su pecho, mientras su
cabeza reavivó recuerdos que creyó sepultados para
siempre, lo que le llevó a permanecer todo el día en la
habitación, incluso, pidió que le subieran las comidas.
Llegada la noche, tras su segunda ducha y al darse
cuenta de que no iba a poder dormir en los próximos
minutos, decidió salir a dar una vuelta por las inmediaciones
del hotel, estaba seguro de que eso le ayudaría a despejar
la mente.
Necesitaba un descanso que lo cuidara de sus
emociones, tenía que centrarse en sí mismo, porque el
recuerdo de Samira no debía volver a convertirse en una
prioridad.
Se abrigó lo mejor que pudo y salió, su recorrido lo llevó
a unos de los lugares más animados en ese momento, la
pista de hielo, donde aún muchas personas conversaban en
las mesas y otras tantas se deslizaban con los patines.
Atraído por las risas de los patinadores, se acercó a la
valla y recorrió con la mirada a varias personas, hasta que
se centró en una mujer con los que debían ser sus hijos, los
chicos tendrían entre los nueve y quince años. De manera
inevitable, la forma en la que jugaban, le hizo revivir
momentos de su niñez, por lo que, sonrió.
Fue en el momento cuando apoyó una de sus manos en
el respaldo de una silla, que sintió algo blando y acolchado,
no se había percatado de la prenda, porque la barrera de la
pista le hacía sombra; por pura curiosidad, la cogió.
Miró en derredor, al parecer, no era de ninguno de los
que estaban cerca; al elevarla, creyó que la había visto
antes, aunque era roja y tejida, lo que no la hacía para nada
especial, fue el olor lo que hizo que el corazón disparara sus
latidos.
Casi con desesperación se volvió a mirar a todos lados y
le fue imposible no llevarse la prenda a la nariz, percibiendo
con más intensidad el aroma de ese aceite floral que Samira
usaba en el cabello y que una vez le contó, había aprendido
a hacer junto a su abuela.
Su corazón iba a estallar y las manos le temblaban,
mientras buscaba a la gitana entre la gente; no obstante,
después de un tiempo, razonó. Era imposible que Samira
estuviera en Seúl.
Ella pudo haberse ido a cualquier lugar en América, pudo
ser México, Colombia, Venezuela, incluso, pudo haberse
regresado a Río, pero era totalmente improbable que viniera
a Seúl.
Quizá solo se trataba de su mente, jugando con sus
emociones, volvió a oler la bufanda y; una vez más, el
aroma le trajo la imagen de Samira, a lo mejor no era el
mismo olor, solo que la había tenido tan presente ese día,
que ahora estaba desesperado por hallarla en cualquier
sitio.
Con renuencia, dejó la prenda donde la había conseguido
y se alejó, apenas llevaba unos pasos, cuando quiso
regresar y llevársela, pero lo que menos deseaba era que
llamaran a la puerta de su habitación, por haberse robado
una bufanda. Negó con la cabeza y siguió caminando.

*******

Conversaron por mucho tiempo con Daniela, quien


estaba preparando las maletas con la ayuda de Viviana, su
niña, que no dejaba de pasarle cosas.
Después de casi siete años, regresaría a Venezuela, a
pasar Navidad y Año Nuevo con su familia y la de Carlos.
Estaban más que felices de poder reencontrarse con sus
seres queridos y presentarles personalmente a su hija.
También acordaron que en abril, mes en que Samira
tendría una semana libre, viajarían a Madrid, porque tenían
que reencontrarse, Ramona también los acompañaría.
Terminaron la llamada, lanzando besos a la pantalla y
despidiéndose con las manos. Samira no se quedó más
tiempo con Julio César, necesitaba descansar o no iba a
querer levantarse temprano.
—Programaré la alarma, pero de todas maneras me
llamas… —Le dijo y luego le dio un beso en la mejilla.
—Está bien, pero si despiertas primero, me llamas tú —
condicionó él.
Samira asintió y se fue a su habitación, al llegar, se quitó
el gorro y los guantes, dejando las prendas en una de las
butacas que estaban junto a la ventana. En ese momento,
se dio cuenta de que no traía la bufanda roja y sus nervios
se alteraron.
Pensó que quizá la había dejado en la habitación de Julio
César, por lo que, le marcó.
—Cariño, ni siquiera me he desvestido, no creo que el
tiempo haya pasado tan rápido —bromeó el peruano.
—¿Dejé mi bufanda en tu habitación? —preguntó,
arrebatada.
—¿Tu bufanda? No, aquí no la veo —contestó,
asomándose a la cama, ya que recién había entrado en el
baño.
—Ay, no puede ser, creo que la dejé en la pista —chilló,
llevándose una mano a la boca.
—Bueno, no te preocupes, mañana en el centro
comercial te compras otra…
—No, no…, es que me gusta mucho esa bufanda, iré a
buscarla… —No podía perderla, había sido un regalo de
Renato.
—Está bien, te acompaño.
—No te preocupes, iré rápido, tú vete a dormir, que
siempre te cuesta más levantarte.
—Como quieras, pero me envías un mensaje cuando
estés de vuelta.
—Sí, lo haré. —Terminó la llamada y de inmediato volvió
a ponerse las prendas que había dejado en la butaca.
Solo esperaba que no se la hubiesen llevado o tirado a la
basura.
Salió y caminó rauda hasta el ascensor, entró y apretó el
botón del vestíbulo, con ansiedad, miraba en la pantalla
cada piso que descendía. Cuando por fin las puertas se
abrieron en la planta baja, salió corriendo hacia la pista de
hielo.
En ese instante, las puertas del otro ascensor se
cerraron, para subir a Renato a su habitación, solo segundos
los separó de un inesperado encuentro.
CAPÍTULO 28
Samira había vuelto a su rutina, aunque ahora ya no solo
se dedicaba a pasar sus días completos en la universidad.
Con su nuevo horario, pasaba las mañanas y mitad de la
tarde en Saudade, su café.
No se involucraba mucho con las obligaciones
administrativas, de eso se encargaba Julio César; sin
embargo, se quedaba en una mesa con su portátil y a un
lado una pila de libros, desde donde supervisaba y estaba
atenta a cualquier requerimiento, mientras estudiaba.
Los primeros días le fue bastante difícil mantener la
concentración, debido al movimiento de las personas en el
lugar, ya fuera porque entraban y salían o porque algunas
conversaciones se volvían bastante animadas. Pero
consiguió abstraerse de todo eso y enfocarse solo en sus
estudios.
Estaba muy emocionada porque por fin dejaría de lado
los dos primeros años de carrera, que fueron tan teóricos y
exigentes; y, por primera vez, empezaría a hacer prácticas
en el hospital y también podría estudiar las asignaturas
clínicas; eso, de alguna manera, la hacía sentir más cerca
de su meta, aunque temía que este año fuera tan difícil
como le habían dicho durante los dos primeros.
Muchos le aseguraron que justo en el tercer año era
cuando la mayoría decidía abandonar, porque era el peor
año de toda la carrera.
Eso la tenía bastante nerviosa y estaba pensando
seriamente en ir con la psicóloga, como le habían
recomendado, pero por el momento, sentía que podía.
Estaba concentrada en aprenderse nombres de algunos
medicamentos, además de las reacciones adversas, las
indicaciones y contraindicaciones, la posología, el
mecanismo de acción... Eran tantas cosas de cada fármaco
y, para empeorar, los nombres eran muy parecidos. Por eso
estudiaba farmacología todos los días.
Esperaba ansiosa el viernes por la mañana, que era
cuando se reuniría con su grupo de estudio. Doménica y
Raissa, propusieron que se vieran un día a la semana, para
conversar sobre los fármacos.
Sabía que eso le ayudaría mucho, porque podría expresar
lo aprendido y no solo lo mantendría en la mente. Porque
estaba consciente de que lo más difícil para ella era
memorizarlos e interiorizarlos, ya que, entenderlos se le
daba muy bien.
En ese momento, estaba haciendo tarjetas con cada
grupo de fármacos, ya llevaba varios tipos de antibióticos,
los que resaltaba con distintos colores. Esperaba que esto le
ayudara a complementar con los pósit que tenía pegados
por todos lados. En el apartamento los tenía en cada rincón
y en el auto los tenía en el tablero, le ayudaba mucho
mirarlos cuando estaba atrapada en el tráfico.
—Disculpa, chica de los sharpies, se te cayó uno.
Samira se volvió a ver el sharpie fucsia que tenía
apuntándole la nariz, luego miró la mano masculina que lo
sostenía, siguió por el antebrazo en el que pudo notar unos
tatuajes y, al seguir el recorrido, apreció que se trataba de
una composición de Neptuno y el Acrópolis, o creía que se
trataba de ese dios romano.
Frente a ella estaba un hombre que debía estar cerca de
los treinta años, de cabello oscuro y ojos marrones, llevaba
unos vaqueros y una camiseta roja de mangas cortas, por la
que se asomaba el brazo enteramente tatuado.
—Gracias. —Lo recibió y le sonrió en agradecimiento—.
No me di cuenta de que se me había caído.
—Siempre estás muy concentrada en estudiar…
Medicina, ¿cierto? —preguntó con la intención de poder
entablar una conversación, al tiempo que le echaba un
vistazo a uno de los libros que ella tenía en la mesa.
—Sí. —Samira rio y se sonrojó un poco.
—Siempre que vengo estás en este mismo puesto y no
haces más que estar concentrada en tus libros y
anotaciones… Al parecer, te gusta mucho este café. —Él
miró en derredor rápidamente, para luego volverse hacia la
chica de ojos color oliva y moño desordenado.
—Eh…, sí, sí, me gusta mucho. —No supo por qué no le
dijo que era la dueña, quizá para no presumir—. Pero si me
has visto siempre aquí, es porque también vienes muy
seguido.
—Sí, vengo casi todos los días… ¿Puedo sentarme? —
Señaló la silla frente a Samira.
—Sí, por supuesto —dijo y empezó a recoger las tarjetas.
Se daba cuenta de que la mesa era un caos y también se
dio a la tarea de recoger los sharpies y guardarlos en el
bolso, aunque lo más seguro era que los sacaría de nuevo
en unos minutos—. Y qué es lo que más te gusta del café,
¿por qué vienes casi todos los días? —preguntó solo por
seguir con la conversación, aunque muy en el fondo estaba
impaciente por terminar, para seguir estudiando, pero no
quería parecer grosera con un cliente asiduo.
—Hasta hace poco lo que más me gustaba era el
capuchino…
—¿Y ahora? —Se alarmó rápidamente—. ¿Crees que ha
bajado la calidad? ¿Ya no te lo preparan igual? —Alargó la
mirada hacia el mostrador donde estaba Isabel, la chica que
atendía la caja registradora en compañía de Guzmán, quien
se encargaba de las mesas. Ellos estaban conversando y
ella se los permitía, porque a esa hora el café estaba muy
tranquilo, la afluencia de clientela era mínima.
—No —sonrió, elevando apenas la comisura izquierda—.
El capuchino sigue siendo perfecto, pero ahora hay algo que
me gusta más, por eso sigo viniendo todos los días.
—Seguramente son los churros, son muy buenos… —
alegó Samira con una gran sonrisa, y su acompañante se
carcajeó ligeramente, lo que hizo que sus ojos marrones se
iluminaran.
El hombre era de tez clara, pero tenía pequeños lunares
marcados en el rostro, que resaltaban en su piel blanca, así
como sus cejas oscuras y el ligero nacimiento de la barba.
Chasqueó los labios, pensativo, pero terminó moviendo
la cabeza, negando.
—Estuviste cerca, pero tampoco son los churros…
—¿Entonces?…
—Tendrás que averiguarlo —suspiró y se levantó—. Ahora
te dejo, para que sigas estudiando.
Samira quiso seguir interrogándolo, le había despertado
la curiosidad, pero aprovechó que él tuvo la iniciativa de
marcharse. Por mucho que deseara un descanso y que el
hombre era de agradable conversación, además de guapo,
tenía que admitirlo, debía primar en ella seguir
memorizando los fármacos.
—Bien, seguro que lo averiguaré. —Le sonrió y bajó la
mirada a su libreta, que había dejado abierta. Se avergonzó
porque quizá su acompañante había visto todos los
garabatos ahí anotados.
—No es tan difícil. —Le guiñó un ojo—. Nos vemos
mañana, chica de los sharpies.
Samira se rio por la forma en que la llamó, comprendió
que debía presentarse.
—Creo que es evidente que me gustan los sharpies, pero
me llamo Samira.
—Un placer conocerte, Samira… Creo que es un nombre
muy bonito, va acorde a tu físico. Me llamo Ismael.
—Gracias, Ismael.
Él asintió y se volvió para marcharse.
A Samira le fue imposible no seguirlo con la mirada, tenía
un estilo bastante relajado y atractivo. Quiso que la tierra se
la tragara cuando él se volvió a mirarla por encima del
hombro y se la pilló observándolo; así que, para tratar de
disimular su embarazosa situación, le sonrió y le dijo adiós
con la mano.

*******

Después de varios años, Renato decidió reactivar la


cuenta de la única red social que usaba, la cual había
cerrado porque necesitaba descansar emocional y
mentalmente. No quiso enfrentarse a miles de comentarios
o mensajes, preguntando por el secuestro de Elizabeth, pero
ahora se sentía preparado para volver interactuar.
Así que, inició sesión y con eso regresó al mundo virtual,
antes de hacer cualquier cambio en su perfil, se tomó unos
minutos para navegar en la red, antes de que su siguiente
compromiso del día fuera anunciado.
Estaba sentado en el sofá de su oficina, deslizando el
dedo por la pantalla, mientras miraba fotografías de las
personas a las que seguía, cuando se encontró con una
imagen de Bruno y Vera, que estaban de luna de miel en
México. Le alegraba mucho haber sido quien los presentó,
aunque todavía le impresionaba lo rápido que decidieron
formalizar todo.
Le preguntó a Bruno la razón de casarse tan pronto, este
le respondió que el orden de las cosas no tenía por qué
afectar sus sentimientos. No le quedó más que apoyarlo y
ser el padrino de la boda.
Continuó poniéndose al día en la vida de personas a las
que seguía, pero con las que tenía muy poco contacto, era
como si el tiempo no hubiese pasado, todos seguían
publicando fotos de viajes y fiestas; no obstante, cuando
miró una fotografía en el perfil de su prima Elizabeth, en la
que aparecía Alexandre y ella besando las mejillas de su
niña, fue consciente de todos los años que habían pasado
desde el secuestro.
Alexandra era una viva estampa del padre, con sus
cabellos rizados castaños pero con destellos cobrizos y ojos
grises, aunque su mirada tenía ese brillo de picardía que
siempre titilaba en los ojos de Elizabeth.
La siguiente foto era de su primo Oscar, en compañía de
algunos compañeros de clases. Estaba sentado en la hierba
de algunos de los jardines del campus, ya que detrás
estaban los característicos edificios de ladrillos terracotas
de Harvard.
Como un fantasma, miraba las fotografías de sus
allegados y estaba por dejar de lado el teléfono, para seguir
con el trabajo, cuando se detuvo ante la foto de Lara.
Estaba en compañía de un hombre que debía tener entre
cuarenta y cinco y cincuenta años. Por la cercanía que
mostraban, no quedaba duda de que eran pareja y tuvo la
certeza cuando vio que ella mostraba un gran diamante en
el dedo anular de la mano izquierda; el enunciado de esa
foto era: ¡Dije que sí!
En principio, sintió un nudo en la garganta, acompañado
de un apretón en la boca del estómago, no sabía si era
producto de celos o nostalgia, pero con el pasar de los
segundos, esa sensación fue replegada por tranquilidad y
alegría.
Sí, le alegraba mucho que Lara hubiese encontrado a un
hombre al que amar y que él correspondiera a ese
sentimiento. Le fue imposible no buscar al tipo y averiguar
un poco sobre él.
Al saciar su curiosidad, se dio cuenta de que era un
importante empresario italiano, dedicado al sector
automotriz, más específicamente, a la Ferrari. Llevaba un
par de años divorciado y tenía dos hijos.
Deseaba que realmente valorara a Lara, porque ella, más
allá de poder ser la perfecta fantasía sexual para cualquier
hombre, era una mujer extraordinaria.
Aunque desde hacía un par de años que dejaron de tener
contacto, no podía olvidar que ella estuvo con él en
momentos difíciles y que también fue muchas veces ese
escape que tanto necesitó. Ella le permitió vivir otra vida o,
mejor dicho, otra faceta de lo que solo a través de una
pantalla podía ser.
Entró al perfil de Lara, para ver un poco más y pudo
darse cuenta de que la relación entre ella y Pietro, ya
llevaba varios meses, incluso, había fotos de las vacaciones
de invierno que tuvieron en las pistas de esquí de Merano,
donde se le veía a ella muy a gusto con los hijos del
empresario.
Sin duda, ese hombre podía ofrecerle mucho más de lo
que él algún día hubiera podido darle, entonces,
comprendió que las cosas sí debieron darse de esa manera,
para que ella encontrara a la persona correcta, aunque él no
tuviese a Samira.
En medio de un suspiro, cerró satisfecho el capítulo de
Lara, salió de la aplicación y miró la hora en la pantalla, ya
casi era la reunión con la junta directiva. Estiró la mano y
agarró la taza de té que estaba en la mesa de centro, se
bebió de un trago lo poco que quedaba y se levantó para ir
a cumplir con sus compromisos.
CAPÍTULO 29
Samira había encontrado un nuevo aliado para estudiar,
aunque él no entendiera absolutamente nada de medicina,
porque a los pocos días de haberlo conocido, se enteró de
que era ilustrador. Ismael, al parecer, se lo pasaba muy bien
ayudándole a memorizar ciertos temas.
Iba todos los días al café y se sentaba frente a ella, todo
ese asunto de ayudarle empezó cuando, sin permiso, agarró
una de las tarjetas de los fármacos y le preguntó sobre eso.
Pasó de solo estar con ella unos pocos minutos a
quedarse casi dos horas, ayudándole. El tiempo libre que
tenía de su trabajo lo compartía con ella y eso lo apreciaba
muchísimo, también debía admitir que era un placer poder
contar con su compañía, porque cada día le parecía más
atractivo y su forma de ser la cautivaba.
Era consciente de que él estaba interesado en ella, era
demasiado evidente, pero por ahora no quería meterse en
ninguna relación, a pesar de la insistencia de Julio César,
para que se diera la oportunidad de tener un poco de vida
amorosa.
La verdad, temía volver a sentir por alguien más lo que
sentía por Renato y que, al igual que lo hizo él, terminara
engañándola y rompiéndole el corazón.
Estaba en un momento de su vida en el que no podía
correr ningún riesgo, solo deseaba dedicarse con todo a sus
estudios, nada más.
Como cada mañana, llegó a Saudade cargada de libros,
libretas y el portátil. Ahí ya estaba todo el equipo de trabajo
al que saludó y luego fue hasta la oficina donde estaba Julio
César, trabajando en el menú que ofrecería el viernes por la
noche, ya que una pequeña empresa de embutidos había
solicitado el café, para hacer una reunión de empleados.
Y el martes de la próxima semana, también lo tenían
reservado para una escritora que quería celebrar con sus
familiares y amigos que su primer libro sería publicado por
una importante editorial.
Dejó toda su carga en el escritorio y rodó una silla, para
sentarse al lado de su amigo y así ayudarle en ese proceso,
ya la noche anterior, como no pudo conciliar el sueño, se
puso a buscar en una red social, ideas de decoración y
menú para los eventos que tendrían.
Le mostró todas las imágenes que tenía, tras discutirlo
por varios minutos, se decidieron por un par que iban muy
bien con todo lo que él tenía en mente.
Llegaron a la conclusión de que, para esos días, iban a
contratar a un par de chicos más, para poder atender a
todos los invitados a esos eventos.
Samira estaba muy feliz con la adquisición del café,
ciertamente, no era una mina de oro, pero la contadora
decía que era bastante rentable.
Salió de la oficina y se fue a la mesa que siempre
ocupaba, donde depositó todas sus cosas y apenas
encendía la portátil cuando Guzmán se acercó a ella.
—¿Te traigo lo mismo de siempre? —Él sabía que Samira
era amante del capuchino con mucha azúcar.
—No, hoy me provoca un té chai latte.
—Enseguida te lo traigo.
—Muchas gracias, Guzmán. —Le sonrió y volvió la mirada
a la pantalla de su portátil, que tenía de fondo una imagen
de Río de Janeiro; no obstante, volvió a levantar la mirada
cuando sintió que alguien se acerba; sonrió, sorprendida.
—Buenos días. —Ismael se aproximó y la saludó con un
beso en cada mejilla, se quedó un par de segundos más,
para inhalar el aroma floral de Samira—. ¿Cómo estás?
—B-buenos días…, estoy bien… ¿Por qué has venido tan
temprano? —preguntó, siguiéndolo con la mirada cuando él
apartó la silla frente a ella, para sentarse.
—Tengo que reunirme con un cliente en una hora y lo cité
en mi lugar favorito —respondió con una amplia sonrisa—.
¿Y qué estudiaremos hoy? Puedes aprovecharte de mí por
una hora.
Samira sonrió, entendiendo perfectamente el doble
sentido en sus palabras.
—Microbiología.
—Bien, estudiaremos a esos malditos bichos que tanto
nos enferman.
—Microorganismos o microbios, pero no bichos… —Le
corrigió, al tiempo que abría un libro.
—Está bien, doctora… —Apoyó los codos en la mesa y se
aproximó más, mirándola sin ningún reparo—. Entonces,
hoy aprenderemos de los microorganismos.
—Permiso —saludó Guzmán—. El té chai latte que
pediste. Espero que lo disfrutes.
—Muchas gracias, Guz. —Samira miró a Ismael—.
¿Quieres algo de tomar o comer? —ofreció, sintiéndose un
poco aliviada de que Guzmán llegara a interrumpir, porque
la ponía de los nervios, en el buen sentido, la forma en que
la miraba el pelinegro.
—Sí, me puedes traer un capuchino con crema —solicitó
apenas volviendo a ver al empleado.
—Ya te lo traigo.
Una vez que Guzmán se marchó, Samira empujó el
pesado libro hacia Ismael, para que viera el tema.
—Debo aprender la transmisión, la patogénesis y el
tratamiento de los siguientes microorganismos… Las
bacterias patógenas: las cuales cusan enfermedades
infecciosas, como: cólera, difteria, escarlatina, lepra, sífilis,
tifus…
—Entiendo, podemos hacerlo con ejemplos… Puedo ser
tu paciente con sífilis…
Samira se carcajeó y negó con la cabeza.
—Está bien, primero tendrás que decirme síntomas… Y
muy probablemente tenga que indagar en lo que has hecho
con tu vida los últimos días o meses…
—Disculpen que interrumpa su animada conversación —
intervino Guzmán, al tiempo que ponía la taza frente a
Ismael y le sonría—. Que lo disfrutes.
—Gracias, amigo, seguro que sí.
—Sami. —Esta vez, Guzmán, se dirigió a la gitana—.
Quiero aprovechar para pedirte permiso para el jueves, por
la mañana tengo que trabajar en un proyecto en equipo; si
me das permiso, puedo hacer el doble turno el martes.
—Sí, Guz, no tengo problemas, pero habla con uno de los
chicos de la tarde, para que intercambien el horario.
—Sí, ya lo hablé con Javier, puede cubrirme por la
mañana, pero me dijo que primero hablara contigo.
—Bien, entonces, perfecto. Infórmale a Julio, para que
esté al tanto y dile que hablaste conmigo.
—Sí, en cuanto salga de la oficina, se lo diré… Muchas
gracias. —Hizo una pequeña reverencia de agradecimiento
y se marchó.
Samira lo vio alejarse, no iba a negarse si necesitaba
cumplir con sus estudios. Ella los apoyaba, quería que ellos
también cumplieran sus metas de convertirse en
profesionales.
Cuando volvió a mirar a Ismael, pudo notar que en sus
ojos brillaba la curiosidad y la sorpresa.
Él se cruzó se brazos y soltó un largo suspiro, Samira solo
pudo percibir que estaba a la espera de una aclaratoria.
—Eh... —Se preparó con una exhalación, para explicar
por qué no le había dicho que era la dueña del lugar—,
tengo acciones en Saudade, por eso vengo todos los días.
—Entonces, estoy frente a una joven empresaria y futura
profesional de la medicina.
—Supongo. —Se encogió de hombros y se le escapó una
risita.
Ismael descruzó los brazos y se dedicó a mezclar la
crema con el café.
—Eres toda una caja de pandora —dijo, elevando una
ceja, como un gesto de sorpresa, aunque tenía la mirada
puesta en el remolino que creaba el líquido cremoso.
—Tanto como una caja de pandora, no lo creo. —Samira
sonrió, incómoda.
—Disculpa, tienes razón, no hice la mejor alegoría. Sin
embargo, me resulta bastante sorprendente no haberme
enterado sino hasta ahora de que eres la dueña de este
lugar… —rio avergonzado y se rascó la misma ceja que
segundos antes había elevado—. Solo ayer critiqué
negativamente la frescura de la rúcula…
—Ah, no te preocupes por eso… —Samira sonrió,
completamente aliviada—. He tomado tus comentarios para
ver los fallos del café… —Se apresuró a continuar, cuando lo
vio cubrirse la cara con una mano—. Por favor, no dejes de
hacerlo, es más, te pido que me digas, de ahora en
adelante, todo en lo que estamos fallando; porque, al
parecer, a nadie le interesa comentarlo en nuestras redes
sociales.
Aunque contaba con un profesional responsable de
construir y administrar la comunidad online y gestionar la
identidad e imagen del café, ella dedicaba media hora cada
día, para revisar todas las redes sociales y, hasta el
momento, no se había encontrado ningún comentario
negativo sobre su negocio, por eso agradecía que Ismael
dijera los aspectos en los que estaban errando.
—La verdad, lo menos que quiero hacer es herir
susceptibilidades, puede que a tu socio no le agrade que lo
haga —argumentó, descubriéndose el rostro que ahora
estaba un poco sonrojado por la vergüenza.
—Ay, por favor. —La sonrisa de Samira se hizo más
amplia. Estiró la mano y apretó el antebrazo tatuado del
chico que ese día llevaba una camiseta color ciruela, que lo
hacía lucir más atractivo—. Julio es la persona más adorable
que vayas a conocer…
—De verdad, lo dudo, no creo que exista alguien más
adorable que tú. —Su tono se volvió más seductor y puso su
mano sobre la de Samira, para retenerla en el agarre de su
antebrazo.
—Tienes que conocerlo. —Se aclaró la garganta, en un
gesto nervioso—. Creo que es momento de hacer las
respectivas presentaciones, por supuesto, él ya te conoce,
te ha visto aquí conmigo; iré a buscarlo… —Aprovechó que
iba a ponerse de pie, para retirar la mano.
—Así que hablas con tu socio de mí… —sonrió,
complacido.
—No, no hablamos de ti. —Se levantó y apoyó las manos
en la mesa, para acercarse más a él—. Solo tuve que
tranquilizarlo al asegurarle que no eras un acosador… Se
preocupó bastante al verte todos los días en mi mesa —dijo
en tono bajo y mirándole a los ojos oscuros, para luego
erguirse.
Ismael se carcajeó y negó con la cabeza.
Samira se fue a la oficina, sabía que estaba ocupado,
pero como era un cotilla, dejaría cualquier cosa que
estuviera haciendo con tal de que, finalmente, le presentase
a Ismael.
Minutos después, estaba de vuelta en su mesa, en
compañía de su inseparable amigo, no sin antes recordarle
que solo la unía una amistad con Ismael. Le suplicó que no
fuera a hacer ningún comentario fuera de lugar.
—Ismael, te presento a mi socio y mejor amigo, Julio
César. —Samira hizo un ademán hacia el moreno.
—Julio, es un placer conocerte. —Ismael se levantó y lo
saludó con un apretón de manos.
—Me alegra que por fin podamos presentarnos de forma
oficial, ya que tus concurridas visitas no pasaban
desapercibidas —respondió sonriente y miró de soslayo a
Samira, que estaba en tensión, lo dejaba claro la sonrisa
demasiado forzada que le dedicaba.
—Es que tienen un café con bastante encanto… —dijo,
fijando la mirada en Samira.
—Sí, ya veo —carraspeó Julio César, desde hacía varias
semanas que se había dado cuenta de que el hombre solo
tenía ojos para la gitanilla—. Pero más allá del encanto del
lugar, me agrada mucho que apoyes a Samira con sus
estudios.
—Nunca está demás nutrirse con ciertos conocimientos
médicos.
Samira admiraba la facilidad con la que Ismael y Julio
César mantenían una conversación, era evidente que
congeniaron de inmediato, tanto así, que antes de que su
amigo se despidiera para volver a sus obligaciones, invitó a
Ismael a su cumpleaños, que celebraría en un par de
semanas, en un reconocido club de la ciudad.

*********

El miércoles de la segunda semana de abril, Samira y


Julio César esperaban en el Aeropuerto Internacional Adolfo
Suárez, la llegada de Ramona, Daniela, Carlos y Viviana,
quienes pasarían tres semanas en Madrid.
Samira estaba ansiosa, porque ya tenía algo más de
cuatro años sin poder abrazar a sus amigos y, finalmente,
conocería a la pequeña y traviesa Viviana.
Sintió el corazón latirle fuertemente y empezó a temblar
de felicidad cuando vio, a través de las puertas de cristal, al
grupo de amigos; tenía ganas traspasar la barrera de
seguridad y abrazarlos cuanto antes, pero era consciente de
que no podía hacerlo, por lo que, solo daba saltitos y
agitaba las manos, para que la vieran.
En cuanto Daniela la vio, corrió sin importar dejar a
Carlos con todo el equipaje y su hija. Se abalanzó contra la
gitana y se abrazaron tan fuerte que estuvieron a muy poco
de caer.
Ambas reían y lloraban de felicidad, mientras se
estrechaban cada vez con más fuerza. Hizo falta la
intervención de Julio César, para que se separaran, pues él
también reclamaba la atención de Daniela.
Luego, Samira abrazó a Ramona, con ella también lloró
de emoción mientras se decían lo mucho que se habían
echado de menos.
Carlos saludó primero a Julio César y luego a Samira,
aunque solo pudo darle un fugaz abrazo, pues Viviana se
lanzó a los brazos de la gitana y desde ese momento no se
separaron, a pesar de las peticiones de sus padres, para
que se bajara y caminara, la niña no quiso que Samira la
bajara.
Durante el trayecto hasta el apartamento, Viviana fue
sentada en las piernas de Samira, la niña no paraba de
hablar y la gitana le seguía en el parloteo, aunque también
se ponía al día con los demás.
Había esperado tanto ese momento, que aún no podía
creer que ellos estuvieran ahí. Cuando llegaron, las
impresiones no se hicieron esperar, todos estuvieron de
acuerdo en que, por fotos o videollamadas, el lugar no lucía
tan grande ni lujoso.
Después de que cada uno se instaló en su habitación,
decidieron descansar un par de horas y luego se fueron de
tapeo. No paraban de hablar ni de reír, recordando los
momentos vividos en Chile.
Al día siguiente, Samira se permitió dormir un poco más
de las ocho, ya que ella se encargaría de llevarlos a las once
de la mañana al café, para que por fin lo conocieran.
Cuando llegaron, ya Ismael estaba ahí y a ella se le
aceleró el corazón, más que por la presencia del hombre,
por tener que hacer las respectivas presentaciones, porque
no iba a ignorarlo, eso sería demasiado grosero de su parte.
Les avisó que les presentaría a Ismael, ya Ramona y
Daniela sabían de quién se trataba, eran las confidentes de
Samira y les había hablado sobre él.
Hizo todo lo posible para que las presentaciones fueran
rápidas y bastante casual, luego se despidió de Ismael y se
fue con sus amigos a la oficina, donde los esperaba Julio
César, pero en el camino aprovechó para mostrarles el
lugar.
—Chama, sí que es atractivo… Tiene pinta de chico malo.
—Le susurró Daniela, reteniendo a Samira, para ir unos
cuantos pasos por detrás del grupo.
—Te dije que es bastante lindo. —Samira se sonrojó, pero
no disimuló la sonrisa cómplice—. Aunque lo que más me
gusta es su amabilidad y que tiene un extraordinario sentido
del humor.
—Le gustas demasiado, deberías darte la oportunidad…
No lo dejes pasar, que con lo bueno que está, debe tener
docenas de mujeres dejando la baba sobre sus huellas.
—Es que no sé, Dani, no tengo tiempo para una
relación… Estoy enfocada en mi carrera…
—Esa es la excusa más estúpida a la que puedes recurrir,
bien puedes seguir perfectamente con tu carrera y
mantener una relación sentimental, una cosa no tiene que
limitar a la otra. Cuando se quiere a alguien, el tiempo se
saca de donde sea; además, por lo que me has dicho,
compartes tus mañanas con él… Lo único que cambiaría
sería el grado de intimidad… Y estoy segura de que lo
necesitas; necesitas a alguien que te dé amor y placer…
—No quiero complicarme la vida, me siento cómoda
como estoy… Sí, es bastante atractivo y hace que me
revoloteen algunas mariposas en el estómago, pero… —
Bajó un poco más la voz y la mirada—, la última vez que le
hice caso a ese tipo de emociones…, no salió nada bien, lo
sabes… Te confieso que todavía no lo supero del todo.
Algunas veces me pregunto: ¿Qué tan difícil puede ser
volver con él? Sigo pensándolo, flagelándome. Siento que
soy comparable a un pez, queriendo vivir en la tierra.
Muchas veces, me despierto con ganas de querer verlo,
aunque sea una última vez, para borrar el doloroso recuerdo
que sigue persiguiéndome… Me gustaría poder borrar todo
lo que vi, todo lo que oí y todo lo que sentí junto a él,
escupirle en la cara todo el resentimiento que siento por lo
que me hizo, por la forma en la que me engañó… Me
gustaría mirarlo y decirle lo que significa para mí, su mera
existencia en el mundo... Para ver si, una vez que me saque
todo lo que llevo dentro, consigo superarlo… Desde que
conocí a Ismael, pienso que sí, que puedo darme una nueva
oportunidad y dejarme arrastrar por una fuerza mayor hacia
otra vida, esa que Ismael puede darme; y que Renato se
quede atrás…, en el olvido. Pero las cosas no son así de
fáciles.
Daniela la sostuvo por el brazo, evitándole que avanzara,
se quedaron en un rincón, junto al almacén de provisiones.
En ese momento, Ramona se volvió a mirarlas por
encima del hombro; de inmediato, supo que Samira y
Daniela estaban teniendo una conversación seria y; aunque
deseara formar parte, era mejor dejar todo en manos de la
venezolana, para que Samira no se sintiera presionada. Ella
se encargaría de entretener a los demás.
—¿Y por qué no lo haces? ¿Por qué no lo enfrentas? —
interrogó Daniela, mientras le apoyaba las manos en los
hombros y la miraba a los ojos—. Ramona aún conserva su
número de teléfono, llámalo. —La instó, pero sintió cómo la
gitana se puso rígida y sus ojos oliva se volvieron saltones,
como un par de aceitunas—. Debes encontrar el valor para
enfrentarlo, sabemos que ese tipejo no merece ninguna
explicación, pero tú sí; tú mereces que te diga por qué jugó
con tus sentimientos…
—No, no, Daniela, enfrentarlo ahora no tiene ningún
sentido… Sé que fui una cobarde, que debí exigirle una
explicación, pero en ese entonces era bastante inmadura y
estaba llena de miedos, no supe cómo manejar la situación.
Solo tenía la voz de mi abuela, mi madre y mis cuñadas
haciendo eco en mi cabeza. Ellas dicen que los payos solo
utilizan a las gitanas, que solo nos usan y se aprovechan…
Me negaba a creer en eso, quise ir contra la corriente y
creer que me amaba, que la diferencia de clases sociales y
culturales, cuando se trata de amor, no son más que un
mito…, pero me equivoqué. ¿Qué sentido tiene enfrentarlo
ahora? Han pasado más de cuatro años. ¿Qué ganaría?
¿Volver a ser su motivo de burla?… Solo me expondré a que,
al verlo o escuchar su voz, eche por tierra lo mucho que me
ha costado llegar a este punto en el que, por lo menos, paso
mucho tiempo sin pensarlo. —Empezó a negar con la
cabeza, mientras exponía sus miedos a su mejor amiga—.
No, no pienso volver a ese punto de tortura… ¿Y si me doy
cuenta de que lo sigo queriendo con la misma intensidad?
—preguntó y en sus ojos se podía ver su miedo.
—Entonces, date la oportunidad de conocer el amor, a
través de alguien más —aconsejó Daniela, regalándole una
ligera caricia en la mejilla derecha—. Sé que esa relación te
dejó muchas inseguridades y que desconfías de entregarte
nuevamente a un noviazgo, pero si no te arriesgas, vivirás
por siempre estancada en el pasado… Sé feliz, Samira. —Vio
cómo un par de lágrimas rodaron por las mejillas de la
gitana. Se acercó y le dio un beso en la frente, luego le
limpió las lágrimas con los pulgares.
—Gracias, Dani… Lo intentaré, pondré de mi parte para
dejar atrás los miedos y darme una nueva oportunidad…
Solo no quiero sentirme presionada.
—Hazlo cuando estés preparada, cuando
verdaderamente lo quieras, no accedas por nadie, porque
es tu corazón el que está en juego, es tu vida y eres tú,
quien debe tomar las decisiones más favorables para ti. —
Le sonrió y Samira suspiró largamente—. Ismael está
buenísimo y parece un buen hombre, pero solo tú puedes
saber si es lo mejor para ti… Igual, yo siempre te haré
porras, estoy y estaré siempre de tu lado.
—Te quiero mucho, chama —dijo Samira, antes de
abrazarla con fuerza y cerró los ojos, sintiendo que las
palabras de Daniela le llegaban al alma.
—Yo también, mi gitana. —Daniela hizo más fuerte el
abrazo y empezó a repartirle besos en la mejilla y terminó
dándole un lametazo.
—¡Daniela! —reprochó mientras se apartaba con cara de
asco y se limpió con la manga de su jersey.
La venezolana solo se desternilló de la risa y a Samira le
fue imposible no contagiarse de las mismas carcajadas.
CAPÍTULO 30
Julio César disfrutaba a lo grande su celebración, soñaba
con celebrar un año más de vida en ese lugar y sus amigos
lo hicieron posible. En medio del brindis que daba inicio a la
fiesta, les agradeció por ese gesto tan extraordinario.
—Bueno, vamos a bailar, que para eso vinimos… —Dejó
su copa casi vacía en la mesa y los alentó, aplaudiendo.
Luego tomó la mano que Amaury le ofrecía, para llevárselo
a la pista.
Daniela, Carlos, Romina y Víctor los imitaron y enseguida
se pusieron en marcha detrás del cumpleañero y su pareja,
quienes se dirigían escaleras abajo.
Ramona aceptó la invitación de Javier, no había dudas de
que el español, desde que conoció a la gitana, en el café,
quedó impresionado.
Samira se sentó en medio de Guzmán e Isabel, mientras
esperaba a que llegaran los demás invitados. Ella había
incluido a sus amigas de la universidad, quienes habían ido
al café, a estudiar con ella, y que terminaron ganándose el
cariño de Julio César.
Pero muy en el fondo, la llegada que más esperaba era la
de Ismael. No estaba segura si vendría, ya que nunca le
confirmó su asistencia, pero deseaba que lo hiciera, pues
era la primera vez que se verían fuera del café y eso la
tenía bastante ansiosa; sobre todo, después de la
conversación que tuvo con Daniela.
—Anímense, vayan a bailar. —Samira invitó a sus
acompañantes. Era evidente que tenían ganas de bajar y,
probablemente, no lo hacían por no dejarla sola.
Isabel y Guzmán, compartieron una mirada vacilante y
luego miraron a Samira.
—Tranquila, bailaremos más tarde, así descanso un poco
los pies, todavía me duelen —dijo Isabel, mostrando sus
altísimos tacones. El taxi la había dejado a tres calles del
club, para evitar el tráfico. Ella, después de maldecirlo, bajó
y se resignó a la tortura.
Guzmán solo asentía, dándole la razón a Isabel, él no se
atrevería a dejar a ninguna de las dos solas.
Samira no quiso insistir, pero le incomodaba verlos ahí,
perdiéndose la diversión, pensaba en algún tema de
conversación para entretenerlos, cuando vio llegar a sus
tres compañeras de clases.
De inmediato, se levantó y fue a recibirlas con besos en
las mejillas y abrazos, en una clara demostración de euforia.
Luego del animado recibimiento, les sirvió champán y se
sentaron en un sofá.
—Ahora sí, pueden ir a bailar. —Le dijo a Guzmán—. Ya
no tienen que fingir que no quieren divertirse, solo para no
dejarme sola.
—Bien. —Guzmán se frotó las rodillas y en medio de un
suspiro enérgico se levantó—. Vamos, Isabel. —Le ofreció la
mano y la chica se puso de pie con una gran sonrisa.
Samira los vio alejarse, para luego seguir la conversación
con sus amigas, quienes disfrutaban de la burbujeante
bebida.
—Estás súper guapa —dijo Raissa, impresionada porque
era primera vez que veía a la gitana vestir con algo de no
fueran vaqueros y jerséis.
—Gracias, mi amiga Daniela fue quien insistió en
elegirme la ropa. —Samira no era tímida, pero por su
cultura, no estaba acostumbrada a mostrar tanta piel.
No supo cómo la venezolana consiguió convérsela de que
se pusiera un crop top de encaje negro con forro color piel,
que simulaba perfectamente la transparencia, un pantalón
corto casual, negro, que dejaba al descubierto sus largas y
delgadas piernas; estaba segura de que si no fuera por el
blazer sin botones, en el mismo color que las otras prendas,
jamás se habría dejado convencer de usar ese atuendo.
—Tiene muy buen gusto, luces hermosa, te ves bastante
sensual… Imagino que fue ella quien te maquilló —comentó
Doménica.
—No, lo hice yo —respondió con una sonrisa.
—¡No te creo! Es impactante, ¿por qué nunca te
maquillas así para ir a la uni? —curioseó Raissa.
—Más que todo, por falta de tiempo…, pero sí, me gusta
bastante el maquillaje —reconoció mientras jugueteaba con
el par de anillos que llevaba en el dedo medio de la mano
derecha.
—Lo haces genial… Deberías hacer tutoriales o algo así.
—No. —Samira soltó una risita—, eso no es lo mío.
—Espero que compartas algunos trucos con nosotras,
porque a mí el delineado me sale fatal.
—Seguro —siguió riendo.
—Bueno, el martes, cuando vengas a casa, trae tu
maleta de maquillaje…, así aprovechamos el descanso. —
Aunque estaban de vacaciones, elegían un día a la semana
para juntarse y estudiar algún tema, de esa manera
reforzaban sus conocimientos.
—Me parece bien —dijo, al tiempo que dejaba la copa en
la mesa de centro—. Voy a ver a los chicos. —Se levantó y
caminó hasta la baranda del palco.
Apoyó los antebrazos en la barra de acero inoxidable,
para mirar a la pista de baile, casi enseguida se le unieron
Raissa y Doménica, ofreciéndole una copa de champán.
Samira le agradeció con una sonrisa y se volvió a mirar a
su grupo, pero terminó con la mirada fija en Carlos y
Daniela, quienes mientras bailaban se besaban
apasionadamente, lo que hizo que sus mejillas se
calentaran y también sintiera algo de envidia al verlos tan
enamorados, después de tantos años de relación y con una
hija, parecían como si recién estuvieran empezando un
noviazgo.
—Sí que se tienen ganas —intervino Doménica, al seguir
la mirada de Samira.
—Te apuesto mil euros a que terminan follando en el
baño. —Raissa se arriesgó, al ver que Carlos le apretaba el
culo.
—Apuesto a que sí —sonrió Doménica y bebió lo que
quedaba en su copa.
Samira también sonrió y, para no seguir de voyerista,
desvió la mirada hacia Romina y Víctor, quienes compartían
miradas cargadas de complicidad y picardía, aunque no
expresaban tan abiertamente las ganas de devorarse.
Sentir que desde atrás alguien le sujetaba las caderas le
hizo dar un respingo y volverse inmediatamente, escapando
del agarre. El corazón se le subió a la garganta y un abismo
se hizo en la boca de su estómago al toparse con Ismael.
—¿Te asusté? —preguntó, sonriente, apenas había
retrocedido un paso.
—Sí… —exhaló Samira, tratando de controlar su torrente
sanguíneo—, pero no importa… ¿Cómo…?
—Por tu pelo… —Ismael se adelantó. Sabía que iba a
preguntarle cómo supo que era ella.
—Ah, entiendo. —En medio del nerviosismo, se acarició
un mechón. Él la había reconocido a pesar de que lo llevaba
suelto y algo ondulado.
—Te ves impresionante —halagó, mirándola sin disimulo,
de pies a cabeza.
—Gr-gracias —titubeó, ruborizándose.
Raissa se aclaró la garganta, para romper la burbuja que
Samira y el guapo desconocido habían creado.
—Chicas, les presento a Ismael, un amigo.
—Un placer, Raissa. —Le ofreció la mano y una gran
sonrisa—. Soy amiga y compañera de clases de Samira.
—El placer es mío, ya Samira me ha hablado de
ustedes… Tú debes ser Doménica. —Se aventuró,
ofreciéndole la mano a la chica de abundantes rizos
castaños.
—Así es… Bueno, no puedo decir lo mismo, porque
Samira no nos ha hablado de ti. —Le dio una mirada de
falsa desaprobación a su amiga—. Al parecer, eres un tesoro
muy bien guardado.
Ismael hizo un gesto, como si se enterrara un puñal en el
corazón, mientras miraba a Samira y le sonreía.
—Esto… No sé por qué no les había hablado de ti…, lo
siento. —Odiaba sentirse estúpida, pero Ismael le alteraba
los nervios, sobre todo, con lo atractivo que se veía esa
noche.
—Ahora será más interesante para tus amigas que me
conozcan.
—No lo dudo —intervino Raissa, sin el más mínimo
interés de coquetear, porque aunque el hombre que
aparentaba unos treinta años, estaba malditamente guapo,
bien sabía que era del interés de Samira—. Ahora no podrás
librarte de nosotras, te invitaremos a cualquier plan.
—No es necesario que lo abrumemos con todas nuestras
salidas —intervino Samira, bastante sonrojada, no sabía por
qué empezaba a sentir que la temperatura de su cuerpo se
elevaba. Quizá se debía a la copa de champán que se tomó,
tal vez a que se sentía algo incómoda porque Raissa estaba
poniendo a Ismael contra la espada y la pared o;
sencillamente, se debía a la cercanía del hombre que la
embriagaba con su perfume—. Vamos a sentarnos, ¿qué
quieres tomar? —Le preguntó, cambiando de tema y
haciendo un ademán hacia el apartado que ocupaban. Fue
lo único que se le ocurrió para cambiar de tema.
—De lo que haya en la mesa, estará bien —dijo, llevando
una mano a la zona lumbar de Samira y la escoltaba a la
mesa, pudo sentir que se tensó por pocos segundos, pero
como se relajó casi enseguida, no dejó de tocarla.
Los cuatro se ubicaron en el asiento beige en forma de
medialuna. Samira iba a servirle champán, pero él no lo
permitió, le quitó con sutileza la copa y le regaló una sonrisa
que a todas luces era de flirteo.
Raissa y Doménica sentían que sobraban, por lo que, con
una mirada cómplice, se pusieron de acuerdo para dejar
sola a la pareja.
—Raissa y yo vamos a bailar… Regresamos en un rato. —
Se excusó la joven.
Samira boqueó, sin saber qué responder, esperaba que
él la invitara a bailar, pero no se le notaba la más mínima
intención.
—Diviértanse, quizá en unos minutos nos unamos a
ustedes. —dijo Ismael y, para ponerse más cómodo, se
cruzó de piernas y adhirió la espalda al sofá.
—Sí, chicas, diviértanse…, pero también tengan cuidado.
—Sí, mamá —bromeó Raissa, poniendo los ojos en
blanco. Algunas actitudes de Samira la hacían parecer una
mujer de cuarenta años. Tomó a Doménica por el brazo y la
llevó a la pista de baile.
Una vez que Samira se quedó a solas con Ismael, le fue
imposible contener un pesado suspiro.
—¿Estás incómoda? —preguntó ante esa expresión y
también porque sus hombros estaban encogidos en total
tensión.
—No…, no, para nada… ¿Por qué lo preguntas? —A pesar
de los nervios, consiguió sonreír.
—Porque evidentemente estás tensa… ¿Te pongo
nerviosa? —Se descruzó de piernas y dejó sobre la mesa la
copa a la que apenas le había dado un par de tragos.
—No… —Samira tragó grueso los latidos que tenía en su
garganta. Ante su respuesta, Ismael frunció ligeramente el
ceño—. Bueno, sí…, un poquito —confesó con una risita.
—¿Te confieso algo? —Se acercó a ella y miró la cadena
de tres cordones, cada una con un corazón, y sujetó el del
medio. Samira siguió con su mirada los dedos de Ismael.
—¿Qué? —preguntó con voz estrangulada.
—Tú también me pones nervioso, alteras mis sentidos…
—Ismael, yo… —Se aventuró a mirarlo a los ojos y se dio
cuenta de que estaba peligrosamente cerca.
—Pero esta noche decidí que voy a atreverme, no quiero
seguir amurallado tras los nervios…
—¿Atreverte a qué? —La voz de Samira era un chillido.
La respuesta llegó a los labios de Samira como un beso,
fue un toque lento, una presión suave y; como ella no
retrocedió, se aventuró a otra presión, luego separó sus
labios, para chupar con delicadeza el inferior de Samira.
Al principio, ella estaba inmóvil, asombrada por las
sensaciones que despertaba el contacto de los labios de
Ismael, todas agradables, todas como ya las había vivido;
entonces, perdió el miedo y empezó a corresponderle.
Habían pasado muchos años desde que se permitió ese
placer de sentir que todos sus vellos se erizaban, que su
vientre vibraba con cada roce de una lengua contra la suya.
Ismael redujo la intensidad del beso, hasta que separó
sus bocas, pero seguían unidos por la frente, mientras
disfrutaba de la piel caliente de las mejillas de Samira entre
sus manos.
—Tenía que hacerlo o iba a enloquecer —confesó él,
dejando el cálido aliento sobre sus labios.
Le sorprendió gratamente que ella sonriera y se
aventurara al segundo beso. Sin duda, había conseguido lo
que anhelaba desde que la vio, así que lo disfrutó sin
reservas, pegándola más a su cuerpo.
—Espero que tu reacción no sea producto del par de
copas de champán, porque me romperías el corazón —dijo
con la voz agitada en cuanto volvieron a separarse.
—No…, no lo creo, desde hace un tiempo siento que me
gustas —declaró Samira con las mejillas furiosamente
sonrojadas y los labios hinchados.
Cuando lo miró a los ojos, extrañó que no fueran azules,
pero rápidamente cerró los párpados con fuerza y tragó
grueso esa sensación de masoquismo. Entonces, para dar
una estocada a esa tortura del pasado, que no la dejaba
avanzar, volvió a besarlo.
Al terminar, se alejaron los suficiente para no sucumbir
de inmediato a la debilidad del deseo. Ambos tomaron un
poco de champán.
—No creo que me conforme con solo una noche de
besos… Ahora lo necesitaré todos los días y en cualquier
momento —dijo Ismael, rozando con las yemas de los dedos
el antebrazo de Samira.
—Podemos intentarlo, pero lentamente… No soy del tipo
de mujer que…
—Lo entiendo —intervino—. También me gusta que las
cosas se lleven su tiempo, soy partidario de la comida a
fuego lento, del vino de gran reserva…
—Me comparas con comida… —sonrió Samira y miró
donde él entrelazó sus dedos con los de ella.
—Te comparo con las cosas buenas de la vida —
argumentó y le besó la sien.
Samira sonrió por la respuesta y la muestra de afecto,
pero se tensó al ver subir a Julio César, en compañía de
Amaury. Quiso soltar la mano de Ismael y hacer como si no
hubiera pasado nada entre ellos, pero era inútil, porque su
amigo había puesto la mirada en ese agarre y la sonrisa que
ya traía se hizo más amplia.
Él aprobaba que ella se diera una oportunidad con
Ismael, le parecía un buen hombre; sobre todo, quería que
viviera la vida más allá de los estudios.
Fue Ismael, quien soltó el agarre, para ponerse de pie y
felicitar al cumpleañero con un fuerte abrazo.
Julio César aprovechó el abrazo para mirar a Samira y le
guiñó un ojo, al tiempo que le sonreía. Luego, no perdió
tiempo en hacer la presentación entre Amaury e Ismael.
Cuando se sentaron, Julio César lo hizo al otro lado de
Samira y; de inmediato, le apretó la mano.
—Relájate, cariño. —Le susurró al oído y le dio un beso
en la mejilla—. Es evidente que aquí pasó algo. —Esta vez
se dirigió a ambos.
—Amor, ¿puedes disimular? —intercedió Amaury, porque
Samira estaba claramente incómoda.
—Bueno… —La gitana empezó y en ese momento Ismael
le pasó el brazo por encima de los hombros—, queremos ser
más que amigos —explicó, poniendo su mano en la rodilla
masculina.
—Ya era hora, no sabían disimular… Se comían con las
miradas —respondió Julio César con una amplia sonrisa.
—¡Felicidades! —dijo Amaury.
—Sí, esto hay que celebrarlo, pidamos más champán. —
Se emocionó Julio César y tocó el timbre, para solicitar
servicio al apartado.
Samira sonrió, un poco más relajada, pero continuaba
sonrojada, lo cual pasó tras el brindis y; con cada copa de
champán, se fue sintiendo mucho más tranquila, lo que hizo
mucho más fácil contarles a todos los que iban llegando.
Bueno, en realidad, Julio César era quien, pletórico, les decía
a todos.
—¿Me acompañas al baño? —Samira le pidió a Daniela,
por supuesto, no solo la venezolana se levantó para
seguirla, sino que lo hicieron todas las chicas.
Cuando llegaron a los servicios, frente al espejo, todas
las rodearon e hicieron un baile flamenco de celebración,
guiado por Romina. Samira, ya bastante achispada por el
alcohol, no hizo más que seguirles e igualmente
acompañarlas en el baile, mientras eran el centro de
miradas de las demás, quienes sonreían al ver el festejo.
—No vine aquí a celebrar, en serio, necesito orinar —dijo
sonriente mientras se abría paso entre Ramona y Doménica.
Sentada en el retrete, se dio cuenta de que estaba algo
mareada pero; sobre todo, feliz, dichosa, plena como no lo
había estado en mucho tiempo. Las mariposas en su
estómago aleteaban al recordar los besos compartidos con
Ismael y su vientre vibró cuando se pasó los dedos por los
labios, donde sentía todavía el cosquilleo del toque.
Sin proponérselo, un par de lágrimas rodaron por sus
mejillas, porque por fin se sentía liberada del fantasma de
Renato; sentía que, después de tantos años, había logrado
superarlo y volvía a vivir su vida. Ahora se daba cuenta de
que Julio César, Daniela y Romina, siempre habían tenido
razón, que lo mejor que podía hacer era reemplazarlo; aun
así, empezó a llorar esa despedida, le dolía el pecho y le
ahogaba poner punto final a su primer amor.
Al salir, la primera en darse cuenta de que había llorado
fue Daniela, por lo que, corrió hacia ella, la abrazó y le
plantó varios besos en las mejillas.
—Espero que esas lágrimas sean de felicidad. —Le dijo al
oído.
—Son de despedida —confesó estrechándola con fuerza
—. Estoy bien, Dani. Ismael me gusta mucho y quiero que
mi historia con él, sea todo lo que he soñado.
—Lo será, cariño, solo si tú te lo permites… Estoy
orgullosa de ti, por ponerte en primer lugar, por elegir ser
feliz. —Se apartó y le limpió las lágrimas que estaban al
borde los párpados—. Ahora vamos a retocarte el maquillaje
y, cuando regresemos con los chicos, quiero que lleves a tu
hombre a bailar, quiero ver que te diviertes y que te
entregas por completo a esta nueva experiencia.
Samira asintió con una sonrisa, aunque tenía los ojos
brillantes por las lágrimas.
Las demás salieron de los cubículos, mientras no dejaban
de parlotear, se unieron a Samira y Daniela, para también
retocar sus maquillajes.
Con las caras iluminadas por colores más intensos, se
notaban más frescas, como si recién llegaran a la fiesta.
Samira tomó el consejo de Daniela y, en cuento volvieron, le
ofreció la mano a Ismael, para ir a bailar.
Él no le dejó la mano tendida, enseguida se levantó y fue
con ella al piso de abajo.
—Estoy seguro de que seremos el tema de conversación
en este instante. —Le dijo mientras caminaba a su lado.
—No lo dudes, puedes apostar lo que sea que así será.
—Apuesto otro beso tuyo. —Ralentizó los pasos y la
sostuvo por la cintura, para darle un beso en el cuello, que
provocó que el cuerpo de Samira se estremeciera.
—Te lo has ganado, pero yo decido cuándo te lo doy. —
Ella sonrió y siguió con su camino hacia la pista.
Tenía mucho tiempo de no bailar con alguien más que no
fuera Julio César o Amaury, sabía que con ellos no había
problema si se daba algún roce, pero con Ismael, iba a ser
distinto.
La música no ayudaba a que mantuviera la distancia, era
un ritmo de moda que llevaba a quienes lo bailaban a estar
en un jugueteo sensual, en el que los cuerpos se rozaban y
las manos del hombre tenían que recorrer el cuerpo de su
acompañante.
Ismael bailaba muy bien, le llevaba perfectamente el
ritmo, haciéndola disfrutar el momento y también que su
temperatura corporal subiera.
La sujetó por las caderas y la hizo volver, fue momento
propicio para darle el beso que le había prometido. Aunque
su plan era que solo fuese un contacto de labios, él se
encargó de hacerlo más profundo y lento, sus manos se
mudaron de sus caderas a sus mejillas, para poder
retenerla.
En respuesta, Samira le llevó las manos al pecho y se
apartó con una sonrisa mientras seguía bailando. Estaba tan
acalorada que tuvo que recogerse el cabello, improvisando
un moño con sus propios mechones.
Tras haber bailado unas cinco canciones, estaban
agotados y decidieron regresar con los demás. Como ya era
bien entrada la madrugada, estaban ahí, conversando
animados por la cantidad de alcohol que habían consumido.
Samira se sentó al lado de Ramona y dejó descansar la
cabeza en su hombro, los miraba a todos y deseaba que
pudieran quedarse a vivir en Madrid, sabía que los iba a
extrañar mucho más que antes, una vez que se marcharan.
En ese momento, llegaron tres empleados, entre ellos, la
chica que los había estado atiendo con las bebidas y los
entremés. Traían un gran pastel blanco con negro, iluminado
con velas de bengala.
Los aplausos no se hicieron esperar y la algarabía se
desató, una vez que dejaron el pastel en la mesa, todos
corearon: «cumpleaños feliz».
Tras silbidos y aplausos, Julio César sopló las velas y
tenía los ojos rebosantes de lágrimas de dicha. Recibió un
apasionado beso de su novio, para luego recibir abrazos y
buenos deseos de sus amigos.
Ni siquiera había empezado a picar el pastel, cuando
Amaury se arrodilló frente a él y Julio César sintió que el
corazón le iba a estallar; todo él empezó a temblar cuando
lo vio sacar una cajita de terciopelo verde, las lágrimas se le
derramaron. Se sentía mareado y escuchó la propuesta de
matrimonio como un eco lejano; aun así, dio el sí.
Amaury se levantó y antes de ponerle el anillo,
compartieron varios besos que fueron humedecido por las
lágrimas.
Cuando la adrenalina del momento bajó un poco, ofreció
su mano para recibir el anillo en el dedo anular, al tiempo
que miraba entre lágrimas a todos sus amigos, quienes
aplaudían, sonriendo.
Sin duda, era el cumpleaños más perfecto que había
tenido.
La celebración duró una hora más, por supuesto, Julio
César se fue al apartamento de Amaury, para seguir
disfrutando no solo de su cumpleaños, sino también de su
compromiso.
Samira se despidió de Raissa y Doménica, les agradeció
que la acompañaran esa noche.
—Hasta el martes, no olvides traer los maquillajes —dijo
Raissa mientras se ponía la chaqueta, ya que habían salido
del club y la temperatura había bajado unos cuantos grados
—. Sé que apenas estás de novia y lo menos que deseas es
estar lejos de tu chico, pero debemos estudiar.
—Tranquila, ahí estaré. —Le dio un beso en la mejilla y
luego se acercó a Doménica—. Nos vemos, te quiero. —
También se despidió con beso—. Me compartes el viaje. —Le
solicitó, ya que ambas se iban en Uber, le tranquilizaba que
la italiana pudiera quedarse en casa de Raissa.
—Lo haré, igual me escribes cuando llegues a tu
apartamento —pidió la chica de pelo rizado.
Samira asintió y esperó a que el auto se marchara. No se
volvió hasta que sintió unas manos sobre sus hombros, de
inmediato, supo que se trataba de Ismael.
—Yo también me marcho. —Le dijo al oído. Samira se
giró, para poder mirarlo al rostro—. Ha sido una noche
increíble, lo pasé muy bien… ¿Nos vemos esta tarde? —Más
que una pregunta, era una propuesta. Deseaba pasar más
tiempo con ella, ahora que podían intimar mucho más.
—No lo sé, tengo planes con los chicos, ya se regresan el
lunes a Chile… —No quería imponer la presencia de Ismael,
ya tenían un itinerario y quería que ellos se sintieran con la
libertad de actuar sin restricciones.
—Está bien, entonces, nos veremos el lunes en mi lugar
favorito.
—Sí, a esa cita no faltaré. —Se mordió ligeramente el
labio, para contener las ganas de besarlo.
—Hasta el lunes. —Se acercó y le dio ese beso que ella
tanto deseaba, no fue muy largo, comprendía que los
demás ya deseaban marcharse—. Voy a extrañarte.
—Yo también —suspiró Samira.
—Eso espero —sonrió, pícaro, y se alejó para subirse en
su moto.
Ya en su apartamento, les deseó a sus amigos que
descansaran y se fue a su habitación. Estaba segura de que
necesitaba una ducha, sentía el corazón latirle a mil por
todas las emociones vividas esa noche; no obstante, cuando
pensó en su familia, de inmediato supo que no podría
decirle ni siquiera a su abuela que tenía un novio payo,
porque empezaría a minarle la cabeza con todos los miedos
de los que intentaba desprenderse.
CAPÍTULO 31
Renato se encontraba con un libro en las manos,
mientras leía en voz alta. Estaba sentado en una butaca,
junto a la cama de la clínica en la que su abuelo llevaba un
par de días hospitalizado.
Hizo falta que todos intervinieran, para que Sophia
permitiera que se turnaran. Desde que ella lo llevó a
urgencias, no había querido apartarse de su lado ni por un
segundo, ni siquiera sabía disimular su estado de
desesperación, lo que no era bueno para Reinhard, pues se
preocupaba al verla así.
Renato, el día anterior, con la ayuda de Drica, reacomodó
todos los compromisos de su agenda, para poder
acompañarlo. Después de haberles dado el susto del siglo,
gracias a las atenciones del equipo médico, así como de
todo el cariño y apoyo que le había dado la familia, se le
notaba bastante mejoría.
—Después de dejar a Dave en el porche, y con el rostro y
los ojos secos, de nuevo, Jimmy se dio la segunda ducha del
día. Sentía una necesidad de llorar en lo más profundo de su
ser. Le fue creciendo en el pecho, como si fuera un globo,
hasta que se quedó sin aire.
»Se había ido a la ducha porque quería intimidad; temía
no poder contener las lágrimas como lo hizo en el porche.
Temía llegar a convertirse en un charco tembloroso, acabar
llorando tal y como lo había hecho de niño en la oscuridad
de su dormitorio… —Mientras leía, se le hacía imposible no
sentirse identificado con el personaje, fueron muchas las
veces que vivió esa misma experiencia, en que las lágrimas
por poco terminaron exponiendo sus emociones y, que, la
mayoría de las veces, solía ser la ducha, ese lugar donde
podía liberarse. Carraspeó para aclararse la garganta, pero
eso no fue suficiente, por lo que, se hizo de la botella de
agua que estaba en la mesa de al lado y bebió un trago.
—Es como la primera vez, siempre disfruto de esta
historia —habló Reinhard, quien aún tenía puesto un poco
de oxígeno.
—Es una gran historia, abuelo —contesto Renato,
dispuesto a seguir con su lectura de Río Místico, pero se vio
interrumpido ante la vibración de su teléfono—. Es Bruno,
está haciendo una videollamada. —Le anunció.
—Está bien, contéstale.
Ante la aprobación de su abuelo, Renato atendió la
videollamada y, en la pantalla, apareció su mejor amigo con
el ceño fruncido, debido a la preocupación; era evidente que
apenas se enteraba del estado de salud de Reinhard
Garnett.
—Hola, Renatinho. ¿Cómo estás? —saludó desde el salón
principal de la casa de su tía en Madrid. Estaba en España,
por trabajo, así que aprovechó la oportunidad para visitar a
sus familiares.
Tan solo tenía un par de minutos de haber llegado
cuando recibió un mensaje de su padre, en el que le decía
que Reinhard tuvo complicaciones de salud.
—Amigo, estoy bien, gracias. Imagino que llamas por mi
abuelo.
—Sí, papá me contó que está hospitalizado, ¿qué tiene?
—Se podía sentir la angustia en su voz.
Reinhard le hizo señas a Renato, para que lo dejara
hablar; entonces, él le acercó la pantalla.
—No pasa nada, muchacho, estoy bien…
—Es bueno saberlo, ¿qué te han dicho los médicos? ¿Te
hicieron pruebas? —preguntó Bruno, más tranquilo de ver al
patriarca.
—Sí, sí, ya me hicieron un montón, solo tengo un poco de
deficiencia de vitamina B12 —inhaló profundamente, le
molestaba las cánulas del oxígeno en las fosas nasales—.
Seguiré al pie de la letra el tratamiento y en unos días
estaré de nuevo en perfectas condiciones.
—Como un roble —rio Bruno, como una muestra de
ánimo.
—Así es, todavía no voy a morir, puedes estar seguro de
eso.
Renato lo miraba sonriente, adoraba la energía de su
abuelo.
—Lo sé, eres muy testarudo… Bueno, me alegra mucho
saber que estás bien.
—También me alegra verte… Hasta luego.
Renato alejó el teléfono de la cara de su abuelo y lo
acercó a la suya.
—Puedes estar tranquilo, los doctores dicen que no es
grave —aseveró, una vez más.
—Por favor, mantenme informado —pidió Bruno, siendo
interrumpido por su prima, al asomarse a la pantalla.
—Hola, Renato, ¿cómo estás? —preguntó Raissa, con una
gran sonrisa y agitando la mano.
—Bien, en la clínica, haciéndole compañía a mi abuelo —
saludó y se apresuró, para que ella no se preocupara—. Ya
está mucho mejor, se encuentra fuera de peligro—. ¿Cómo
estás? ¿Cómo van los estudios?
—Estoy muy bien, preparándome para volver a clases,
después de una semana de vacaciones. Ahora mismo estoy
en la terraza con unas compañeras, estudiando… Solo vine
a solicitar unos aperitivos, pero ya tengo que volver con
ellas.
—Muy bien, ve con ellas… Espero que pronto puedas
volver a Río.
—Mis padres quieren ir para las vacaciones, así que en
unos meses nos veremos. Fue un placer poder conversar
contigo.
—Igualmente, suerte en los estudios…
—Más que suerte, necesito una intervención divina, cada
cuatrimestre es más difícil —rio y agitó la mano para
despedirse. También disfrutó de esa ligera sonrisa del
carioca.
—Amigo, termino la llamada, para que puedas compartir
este momento con tu familia —dijo Renato. Era consciente
de que Bruno había estado muy ocupado y esas eran sus
horas de descanso.
—Bien, te llamaré más tarde. —Le anunció y Renato
asintió.
—Primo, ven, te presentaré a mis amigas. —Lo llamó
Raissa.
—Sí, enseguida voy —respondió y terminó la
videollamada.
—Ya verás lo guapas que son, aunque Sami ya tiene
novio —hablaba con entusiasmo mientras arrastraba a su
primo por la mano.
—Raissa, sí sabes que estoy casado, ¿verdad? —Le
preguntó, enseñándole la mano en la que tenía el anillo de
matrimonio.
—Ay, claro que lo sé —respondió con un resoplido y puso
los ojos en blanco—. No te estoy pidiendo que flirtees con
ellas, me agrada Vera; solo te advierto que son guapas.
—Vale —suspiró y la siguió hasta la terraza donde
estaban las jóvenes, con la mesa del comedor llena de
libros, lápices, notas adhesivas, libretas y demás útiles de
estudios.
—Bruno, te presento a mis amigas —señaló Raissa, de
manera histriónica—. Ella es Samira, por cierto, también es
brasileña… Sami, te presento a mi primo. ¿Recuerdas que te
dije que tengo familia en Brasil?
La gitana, al reconocer al primo de Raissa, se le escapó
de las manos el bolso en el que guardaba los sharpies,
haciendo un reguero de colores.
Sí, Samira recordaba muy bien que su amiga le había
dicho que tenía familia en Brasil, incluso, algunas veces,
compartían conversaciones en portugués, pero jamás
imaginó que de la vasta población brasileña, su familia
estuviese precisamente ligada a Renato.
Fueron muchas las veces que él le mostró fotos de su
mejor amigo, Bruno, como para ahora no estar segura de
que se trataba del mismo hombre.
De inmediato, sintió que su estómago se hacía un nudo,
el corazón se le instaló en la garganta y empezó a temblar.
—L-l-lo siento —tartamudeó cuando se puso de pie y
rodó con sus pantorrillas estrepitosamente la silla, mirando
las docenas de resaltadores esparcidos en el suelo.
Se sintió invadida por miedo y emoción al mismo tiempo,
no sabía si Renato le mostró fotos de ella, si la reconocería…
Se acuclilló para recoger los sharpies, mientras trataba de
esconder su rostro al mirar al suelo.
Las manos le temblaban tanto, que le era imposible
coger al menos uno.
—Ay, Sami, sé que mi primo es guapo, pero tampoco
para que te descontrole de esa manera —rio Raissa,
acuclillándose para ayudarle.
Para mala suerte de Samira, Bruno también se sumó a
ayudar.
—Disculpa… No, solo que… —Se sentía estúpida sin
saber qué decir; su lengua estaba atorada entre los latidos
desaforados de su corazón—. Es un placer conocerte…
—Igualmente, no fue mi intención ponerte nerviosa. —Se
disculpó Bruno, entregándole unos cuantos resaltadores.
—No…, no estoy nerviosa. —Tragó grueso y se aventuró
a mirarle a la cara. Entonces, se dio cuenta de que él no la
reconocía o; mejor dicho, que jamás la había visto.
Fue realmente iluso de su parte pensar que Renato, en
algún momento, aunque fuera por fotos, se la hubiese
presentado a su mejor amigo, ya que ella siempre se trató
de un desliz, un pasatiempo de algunos fines de semana.
Sin duda, la novia oficial siempre fue Lara.
Descubrir eso hizo que las lágrimas empezaran a picarle
en los ojos, se odiaba por sentirse así, suponía que tenía a
Renato más que superado, que su relación con Ismael era
perfecta, que él había conseguido desterrar a su primer
amor de su corazón, pero ahí estaba, intacto y doloroso,
como un puñal al que no conseguía remover.
El dolor dio paso a la rabia, no sabía si era en contra de sí
misma o de Renato; por lo que, con más seguridad, le quitó
los sharpies de la mano a Bruno y siguió recogiendo los
demás.
Volvió a sentarse, aún con la respiración agitada,
mientras Raissa le presentaba su primo a Doménica, quien
aún sonreía por la nerviosa reacción de Samira, que no pasó
desapercibida para nadie.
—Es un placer, Bruno… Raissa ya nos había hablado
mucho de ti, de hecho, nos ha invitado a pasar vacaciones
en la casa de tus padres —dijo con picardía.
—Por supuesto, cuando quieran serán bienvenidas…
Samira, ¿también eres de Río? —preguntó, tratando de
entablar una conversación cordial, para que la chica se
relajara.
—Sí.
—Seguramente conozco a tu familia…
—Estoy segura de que no… —Ella se apresuró a
interrumpirlo—. Ya Raissa y yo lo hemos comprobado —dijo
con un tono un poco más agresivo, porque se sentía
acorralada. Se hizo de un libro de las Bases Legales de la
Medicina y puso todo su empeño en concentrarse.
Bruno se quedó conversando unos minutos, más que
todo, con Raissa y Doménica, porque Samira solo respondía
con monosílabos, cuando se le preguntaba algo
directamente a ella.
Solo quería que el hombre se marchara, porque su pobre
corazón casi no soportaba la intensidad de sus latidos, y a
sus nervios se le unía una estúpida ansiedad por
preguntarle por Renato, le gustaría saber aunque fuera un
poco de él; no obstante, Bruno se despidió y ella no
consiguió valor.
Por supuesto, que sus amigas le recriminaron su actitud
tan esquiva y no le quedó más que disculparse. Se excusó al
decir que estaba avergonzada por el incidente con los
sharpies y reforzó su defensa con preocupaciones poco
creíbles.
Cuando recibió un mensaje de Ismael, informándole que
ya estaba afuera, esperándole, fue de gran alivio. Recogió
todas sus cosas y se despidió con besos en las mejillas.
Había acordado con su novio, que él pasaría a buscarla a
las cinco de la tarde, para ir al cine, un plan que en principio
le pareció extraordinario; sin embargo, en ese instante, se
daba cuenta de que no podría disfrutar de ninguna función,
solo tenía ganas de ir a su apartamento y encerrarse en su
habitación.
Cuando salió, lo vio recostado contra el auto que ella
había dejado estacionado a un lado de la acera, él se
apresuró para ayudarle con los libros y la mochila.
Ismael había llegado en taxi y de ahí partirían en el auto
de Samira, hacia Pozuelo de Alarcón, ya que ella no había
aceptado subirse a la moto, porque le tenía mucho miedo,
lo consideraba el medio de transporte más peligroso que
pudiera existir; y lo que menos quería era tener un
accidente o, en el peor de los casos, hacerle pasar un mal
rato a su abuela, a la que siempre le prometía cuidarse.
—Hola, princesa gitana. —Le saludó con un beso en los
labios—. ¿Cómo fue todo?
—Hola. —Samira le sonrió, aunque no de una forma tan
genuina, como hubiese deseado—, todo bien.
—¿Estás lista para irnos? —Le preguntó mientras le
acariciaba la mejilla y la miraba a los ojos.
—Sí, por supuesto —respondió rápido, aunque en
realidad no estaba preparada, inhaló profundamente y se
puso de puntillas para volver a besarle, cerró los ojos y se
concentró solo en las sensaciones que los labios de Ismael
provocaban en su cuerpo. Necesitaba volver a concentrarse
en su presente.
—Entonces, vamos. —Le susurró contra los labios y luego
le sonrió con ternura. Al apartarse, abrió la puerta del
conductor para que ella subiera, pero Samira le mostró la
llave.
—¿Te molestaría conducir?
—No, imagino que estás agotada.
—Un poco. —Le guiñó un ojo.
—Si quieres descansar, podemos dejar la salida para
después.
Samira pensó en aprovechar esa oportunidad, lo pensó
por varios segundos, sin embargo, terminó negando con la
cabeza y le sonrió. Sabía que si se iba a encerrar en su
habitación, no haría más que torturarse con el pasado, y ya
no quería seguir sufriendo por quien no merecía la pena.
—Prefiero ir al cine, lo más que puede pasar es que me
quede dormida a mitad de la película, ¿me prestarías tu
hombro para apoyar mi cabeza?
—Te prestaría todo mi cuerpo. —Le dio un sonoro beso en
los labios y la siguió para abrirle la puerta del copiloto.
—Regresa a tu lugar, puedo perfectamente abrir la
puerta.
—Bien, como digas —sonrió y regresó sobre sus pasos,
para subir al auto.
Cuando estuvieron dentro del vehículo, Ismael no tardó
en tomar la mano de Samira y entrelazar sus dedos con los
de ella.
No ambientaron el viaje con música, sino que se
dedicaron a escuchar un pódcast sobre la historia del último
Zar de Rusia.

A la semana siguiente, Samira ya había conseguido


superar el sorpresivo encuentro con el amigo de Renato. En
parte, gracias a que había vuelto a clases y estaba bastante
concentrada en eso; también que, Ismael, durante el poco
tiempo que conseguían compartir, hacía que todo fuese
especial.
Por la noche, cuando llegó al apartamento, le extrañó
encontrar a Julio César esperándola en el sofá del salón
principal, no en el salón de televisión, viendo algún
documental de asesinos seriales. No comprendía la
fascinación que su amigo sentía por ese tipo de programas,
quizá debió estudiar criminalística y criminología o
psiquiatría forense.
Colgó la mochila en el perchero de la entrada, se quitó
los zapatos y se calzó las pantuflas.
—Hola, buenas noches… —Su saludo fue interrumpido
por un bostezo. Había sido un día agotador y estaba
durmiendo poco, porque se quedaba hasta muy tarde,
hablando con Ismael.
—Hola, cariño, parece que no fue el mejor día —dijo Julio
César, dando un toquecito a su lado.
—Fue un gran día, muy productivo… Visitamos el
Hospital Virtual de Simulación, para aprender a hacer
punción venosa y parenteral en maniquíes humanos
altamente interactivos… Lo hice muy bien —dijo sonriente,
al tiempo que se recogía el cabello y se lo sujetaba con una
de las ligas que siempre llevaba en la muñeca derecha.
—Te felicito, en tu otra vida debiste ser una gran
doctora… Seguro que eres la encarnación de una de esas
mujeres que ha hecho historia en la medicina, de las que
estabas leyendo el mes pasado… Eres una Rosalind
Franklin… ¿Así se llamaba?
—Sí, Rosalind es una de ellas… —Samira rio de buena
gana, por la comparación de su amigo—. Ya quisiera tener
un poco de la genialidad de esas mujeres.
—Eres brillante, cariño. —Le tomó la mano, entrelazando
los dedos y luego le dio un beso en el dorso.
—Estás muy halagador… ¿Acaso tienes algo que
contarme?
Julio César desvió la mirada al frente, donde estaba una
gran pintura de lo que él interpretaba como la orilla de una
playa, ya que no podía definirlo muy bien, porque era
bastante difuso, solo sabía que trasmitía paz y que había
sido elección de la decoradora de interiores que uno de los
abogados de Samira contrató, cuando amoblaron el piso.
—Sabes que siempre te halago, porque te adoro… —Se
volvió a mirarla—. Eres extraordinaria, mi gitana, y te quiero
más que nada, pero sí, también tengo algo que contarte.
—Bien, adelante. —Lo instó Samira con una sonrisa,
aunque se le habían disparado los latidos.
—Es que… —resopló—, no es fácil… —pensó en no
dilatar más la conversación—. Es que…, Amaury me pidió
que me fuera a vivir con él…, pero no quiero dejarte sola,
has hecho demasiado por mí y siento que estoy siendo
innegablemente desagradecido si me marcho…
—Julio, cariño… —Samira lo detuvo, apretando más sus
dedos entrelazados. Sí, la noticia le había caído como un
balde de agua fría, pero no podía ser tan egoísta—. No te
preocupes por mí, piensa en ti, en tu vida junto a Amaury;
además, tarde o temprano, tenías que irte con él… Es tu
prometido, en poco tiempo se casarán y lo más natural es
que vivan juntos…
—Pero no quiero dejarte sola… Ya no te veré tanto…
—Nos veremos todas las mañanas en el café…
—Pero cuando llegues aquí te sentirás muy sola… ¿Quién
te hará la cena?
—Todo eso puedo solucionarlo, quizá ponga un anuncio y
busque compañera de piso; aunque, con el poco tiempo que
paso despierta, dudo que me sienta tan sola… Quizá busque
a alguien que me ayude con la cena o cada domingo dejo
lista la comida de toda la semana… Era lo que hacía cuando
trabajaba en el café y limpiaba oficinas; puedo volver a
hacerlo —hablaba mirándole a los ojos, notaba que le
preocupaba dejarla sola.
—¿Y si le pides a Ismael que se venga a vivir contigo? —
Fue lo más razonable que se le ocurrió.
Samira se atragantó con la saliva y empezó a toser. Él se
apresuró en ayudarle, al darle palmaditas en la espalda.
—¿Qué? ¡No!... Es una locura —dijo en medio del ataque
de tos—. Jamás podría…
—Pero no es nada extraño, son novios…
—Exacto, solo somos novios, llevamos muy poco tiempo
saliendo… No, no… Eso llevaría a más intimidad, no puedo
vivir con un hombre que apenas estoy conociendo… No es
mi forma de ser…
—¡No me digas que aún no tienen sexo! —exclamó casi
alarmado y pudo notar la extrema palidez que se apoderó
del rostro de Samira—. Cariño, si es lo más natural del
mundo cuando dos personas se atraen… Porque te gusta,
¿verdad?
—No, aún no… y la verdad no quiero. Sí, me gusta, pero
no soy del tipo de chica que se acuesta a la primera con un
tipo…
—Ese tipo es tu novio… Ya está formalizado.
—Sí, es mi novio, pero no puedo andar por ahí
acostándome con cualquiera… Ese error ya lo cometí, le di
lo más valioso de mí a la persona equivocada, no puedo…,
no puedo, Julio… Cuando regrese con mi familia, tengo que
ser digna de ellos…
—Ay, Samira, otra vez con tu familia… Ellos son los que
no son dignos de ti… Excepto tu abuela, todos te echaron e
ignoraron como a una paria.
—Van a perdonarme, sé que cuando vuelva me
perdonarán… Glenda ya me perdonó, sé que contaré con su
ayuda e intercederá por mí, ante mi hermano…
—Cariño, siento decírtelo, pero tu cuñada es solo una
aprovechada, únicamente te trata por el dinero que le
envías todos los meses; es más que evidente.
—No, no es así…
—Samira, no has aprendido nada. —Se lamentó, sabía
que iba a dolerle lo que le diría, pero era su amigo y debía
ser sincero con ella—, puede que sepas mucho de medicina,
que seas muy hábil con los idiomas y que algunos viajes
hayan alimentado tu cultura, para que puedas ver más allá
de las reglas gitanas, pero sigues siendo tan inocente… A
pesar de que tienes veintitrés años, sigues teniendo la
inocencia de esa niña de diecisiete que llegó al restaurante
en Santiago; te falta malicia, para darte cuenta cuándo solo
se aprovechan de ti.
Julio César era una de las pocas personas que sabía su
edad real, se lo había confesado en una de sus tantas
conversaciones. Lo que jamás pensó fue que usaría eso
para herirla; irremediablemente, sus ojos se llenaron de
lágrimas que no tardaron en desbordarse.
—Puede que tú hagas como si no tuvieras familia, que no
sientas ni el más mínimo aprecio por ellos. —Al sentirse tan
dolida y acorralada tuvo que ponerse a la defensiva—; que
te importe una mierda ser un excluido, que te sientas un
paria…, que todo te dé igual, pero yo no… Yo sí quiero a los
míos, los extraño todos los días… —Se puso de pie,
envalentonada—. Ellos forman parte de mi esencia, siento
que sin ellos estoy incompleta…
—Lo entiendo. —A este se le quebró la voz, porque
también se sintió herido por Samira—. Sé que te sientes
sola, sé que los extrañas, pero no tienes que estar
suplicando su perdón, porque no hiciste nada malo…
Siempre te he dicho que te amo como si fueres mi
hermana…
—Pero no lo soy, ¡no eres mi familia! No te pareces ni un
poco a ninguno de ellos…
—Será mejor que dejemos esta discusión. —La detuvo,
con los ojos llenos de lágrimas—. Solo quiero que sepas que
no le debes tu integridad a tu familia, ya basta de que los
glorifiques cuando no hacen más que hacerte daño con su
rechazo, con sus malditas negativas de querer comunicarse
contigo… Ya para con eso de que primero es la familia y que
es lo más importante, porque no es cierto, lo más
importante eres tú, es uno mismo… Y después, todo lo
demás. Si tienes que mandarlos a la mierda, si tienes que
cortar relación definitivamente con esas personas tóxicas, lo
haces, porque primero debes estar tú, y punto… —No se
preocupó por limpiarse las lágrimas, pero tampoco le dio
tiempo a réplica.
Se marchó a su habitación y se encerró, tenía toda la
intención de empezar a hacer las maletas y largarse de una
vez, pero no quería que la amistad entre ellos terminara. Sí,
lo había herido, pero él también fue duro con ella. Era mejor
esperar a que sus emociones se calmaran y luego tratar el
tema con más calma.
CAPÍTULO 32
A la mañana siguiente, Samira despertó con un terrible
dolor de cabeza y los ojos hinchados de tanto llorar, estaba
segura de que no había dormido más de dos horas.
Pasó toda la noche pensando en las palabras de Julio
César, bien sabía que él no quiso herirla, que si le dijo todo
eso, era porque no le gustaba verla sufrir por su familia,
pero era algo que ella no podía controlar, quería volver con
los suyos, ser aceptada y querida por ellos; ese siempre
había sido su objetivo, desde que, junto a su abuela, trazó el
plan para escapar de ese destino que no quería.
No podía imaginar su vida sin volver a verlos, porque era
ese deseo de reencontrarse con ellos, lo que le daba las
fuerzas de seguir adelante todos los días.
Ella tampoco quiso decirle todas esas cosas feas, solo fue
producto de la calentura del momento, porque lo quería
mucho; aunque no era de su sangre ni de su cultura, lo
quería como un pariente cercano.
No tenía tiempo para seguir pensando sobre la situación,
por lo que, salió de la cama y se fue directa a la ducha.
Debía ir a abrir el café, porque no estaba muy segura si Julio
César iría. Aunque eran socios, era más su responsabilidad.
Cuando salió de su habitación, ya lista para partir,
decidió ir primero a la cocina a prepararse un café y se
sorprendió de encontrarse ahí a su amigo, ya con un par de
tazas servidas.
—Lo siento…
—No quise…
Los dos hablaron al unísono, sin duda ambos querían
pedir disculpas por las chipas que saltaron la noche anterior.
Julio César no habló, en cambio, avanzó hacia Samira y la
abrazó fuertemente, ella correspondió el gesto.
—Por favor, no volvamos a discutir —suplicó él y luego le
besó la frente.
—No, no lo hagamos más. —Samira estuvo de acuerdo—.
Siento lo que te dije, no fue en serio, sabes que eres más
que un hermano para mí…
—Tú eres mi única familia…
—Amaury ahora también es tu familia.
—Ni siquiera él es más importante que tú… Has estado
conmigo en los peores momento, me has salvado más de
una vez y de muchas formas. —Le confesó con las manos en
sus mejillas.
—Tú también lo has hecho conmigo, pero igual quiero
que seas feliz… No te estoy echando de mi vida, eso jamás
podré hacerlo, pero estoy de acuerdo con que te vayas con
Amaury… Solo con la condición de que vengas a visitarme
muy seguido; es más, pueden venir y pasarse los fines de
semana aquí, conmigo.
—Vale, lo hablaré con él —prometió con una tierna
sonrisa—. Ahora, toma un poco de café… —Le ofreció la
taza que descansaba sobre la isla.
—Sí, necesito espabilarme un poco, tengo un aspecto
terrible. —Samira sopló ligeramente mientras acunaba la
taza.
—Yo también, definitivamente, no nos sienta bien
pelearnos.
—No, tienes razón —sonrió y dio un sorbo.
Luego de tomarse todo el café, partieron juntos al café.
Pasaron casi toda la mañana en la oficina, reunidos con el
contador, hasta que a mediodía, Samira fue a esperar a
Ismael.
Lo recibió con un discreto beso en los labios y un abrazo.
—¿Quieres ir a comer a otro lugar? —propuso él,
tomándole un mechón de cabello que le caía por la sien y se
lo puso detrás de la oreja.
De inmediato, en ella se despertó esa inseguridad que
sentía por sus orejas, se alejó un paso y bajó la mirada.
—¿Ya no te gusta lo que tenemos en el menú?
—Claro que sí, pero quiero llevarte a otro sitio, está por
aquí cerca… Por supuesto, si tienes tiempo.
—Bien, iré por la mochila.
—No tardes. —Le sujetó la barbilla y le dio otro beso.
—Será rápido —prometió con un suspiro de satisfacción.
En un par de minutos salieron tomados de la mano y
caminaron por la zona hasta llegar al restaurante que
Ismael había elegido.
El lugar era bastante acogedor y contaba con un espacio
subterráneo, que era bastante reservado, lo que la hizo
sentir mucho más cómoda.
No era necesario que su pedido fuese recibido por un
mesero, ya que había una tableta desde la que podían
solicitar el menú; así que, sentados uno al lado del otro,
miraban los platos que ofrecían. Una vez que hicieron su
elección, se activó un cronómetro de quince minutos,
tiempo en que vendría un carrito robot a entregar su orden.
—Mi hermana vendrá el viernes, me gustaría que
pudieras conocerla —dijo Ismael, sujetando la mano de
Samira por debajo de la mesa.
Isabel tenía su misma edad y estudiaba artes plásticas y
visuales, en Londres. En teoría, al parecer, la familia
Belmonte, solo se dedicaba a las artes, porque Ismael
estudió diseño gráfico y había hecho tres especializaciones;
no tenía dudas de que era muy bueno, por eso era tan
solicitado. Su padre era un gran pintor y llevaba cinco
meses en Nueva York, donde tenía una exposición de sus
obras.
Su madre fue una reconocida pianista, había muerto
hacía un par de años, en un accidente en Vienna, cuando se
dirigía a un concierto.
—Bueno, sí… ¿Crees que le agrade? ¿O será indiferente,
debido a todas las conquistas que ya le has presentado? —
preguntó, removiéndose un poco en la banca, para quedar
de frente a él.
—Le he hablado mucho de ti, en serio, Isabel quiere
conocerte… Sé que le agradarás. Y solo para que estés
tranquila, eres mi tercera relación con la que voy en serio.
La primera fue una chica en la secundaria y, la segunda,
mientras estudiaba en la universidad.
—¿Y qué pasó con ellas? —curioseó. Si algo se había
prometido con esta relación, era hacer todas las preguntas
necesarias, aunque eso le incomodara a él o a ella, pero era
mejor lidiar ahora con las molestias emocionales, que luego
sufrir por no haberse arriesgado a averiguar más.
—Con la primera, solo se trató de ese primer
enamoramiento que terminó con los años… Se fue a
estudiar a París…
—¿Se han vuelto a ver? —preguntó y se miró la mano
que tenía libre, con ganas de morderse las uñas. Le daba
nervios indagar más de la cuenta.
—Sí, un par de veces…, pero solo quedamos como
amigos. El año pasado se casó con un francés y ahora está
embarazada. Me hizo feliz saber que encontró al hombre
adecuado —respondió mirando a los ojos oliva de su novia.
—¿Y… qué edad tiene?
—Treinta, igual que yo.
—¿Y tu novia de la universidad?
—Sé que no debería hablar mal de ella, pero terminó
agobiándome, era demasiado insegura, me celaba hasta del
aire que respiraba… Puedo decir que la amaba más de lo
que pude imaginar, pero las discusiones no paraban, me
seguía a todos lados, me revisaba absolutamente todo;
incluso, llegó a contratar un jáquer, para poder obtener mis
contraseñas. Llegó un momento en que ni siquiera
podíamos salir, ya que, si alguna chica me miraba, ella me
hacía un espectáculo… —Estaba siendo completamente
sincero, no quería ocultar las situaciones por las que pasó
con Yaiza, porque en ese punto de su vida, no estaba
dispuesto a volver a experimentarlas con nadie más—.
Soporté dos años, porque de verdad la quería, pero ella, con
sus inseguridades, terminó asesinando cualquier
sentimiento… No fue fácil terminar la relación, luego pasó
un par de meses acosándome y suplicando que
volviéramos, pero ya no sentía nada por ella.
Samira escuchó atentamente y empezó a preocuparse.
No sabía si ella en algún momento había mostrado algún
comportamiento que a él le molestara y esa confesión se
trataba más de una advertencia. No, llevaban muy poco
como pareja y estaba segura de que no lo había agobiado
de ninguna manera. Parpadeó lentamente, pensando si la
exnovia de Ismael, pudiera significar algún problema en su
relación.
—¿Y la has vuelto a ver? ¿Sabes qué fue de ella? —No
era su intención involucrarse en el pasado de él, pero para
ella, era necesario saber a lo que estaba expuesta.
Antes de que pudiera responderle, fueron interrumpidos
por el mesero robot que les trajo la comida. Muchos
restaurantes estaban adoptando esa modalidad de servicio,
pero a Samira poco le gustaba; ella no cambiaría la calidez
de la atención humana por algo tan impersonal.
Él tomó todo y lo acomodó en la mesa.
—No, no volví a verla, supe por una prima que se fue a
Málaga… Espero que esté mejor, que haya buscado una
manera de aprender a sentirse más segura de sí misma.
—¿Te arrepientes de tu relación con ella? —preguntó
mientras giraba el tenedor, para enrollar los tagliatelle.
—No, no lo hago… A pesar de todo, tuvimos buenos
momentos… —Él bajó la mirada a sus raviolis, se llevó uno a
la boca y se tomó el tiempo para masticarlo—. De lo único
que me arrepiento es de lo permisivo y pasivo que fui… y
por todo lo que toleré después. Fui muy terco, no quise
darme cuenta de la realidad e invertí mucho de mí, para
intentar cambiarla. Perdí tanto tiempo en mi afán por que la
relación funcionara.
—¿Te puedo pedir un favor? —Samira, que aún no había
podido probar bocado, lo miró a los ojos.
—¿Quieres probar de lo mío? —respondió con una
pregunta y luego le sonrió.
—No. —Ella también sonrió, por un instante, se sintió
relajada debido a su gesto.
—¿Entonces? —Él se puso algo serio y enseguida pensó
que había hecho mal en contarle sobre sus relaciones.
—Si te das cuenta de que, en algún momento, lo nuestro
va mal…
—Shhh… —Intentó silenciarla, pero ella negó con la
cabeza, para continuar.
—Deja que te lo diga… Si en algún momento sientes que
mi comportamiento te agobia, que de alguna manera te
hago sentir acorralado o que…
—Samira, no te compares, no eres así… Me he dado
cuenta, eres una chica muy segura de sí misma, eres muy
madura…
—Pero no sé si en algún momento pueda cambiar, si
empiezo a sentir celos o si…
—Que sientas un poco de celos no me vendría mal —
sonrió y le pellizcó la mejilla con ternura—. Créeme, sé que
no eres igual a Yaiza, ella mostró señales desde el principio,
solo que ya muy tarde logré identificarlas… Ven aquí. —La
tomó por el mentón y le dio un beso en los labios—. Eres
extraordinaria, ¿vale?
—Vale —concedió, aunque se esforzó por sonreír, porque
aún no sabía cómo se sentía, era algo extraño que le
aplastaba el pecho, así que decidió cambiar de tema y
evitar seguir mortificándose—. Por cierto, Julio se irá a vivir
con Amaury.
—Pensé que esperarían a después de la boda… Se nota
que están impacientes por formar una familia.
—Sí, imagino que quieren aprovechar y disfrutar el uno
del otro —comentó, volviendo a poner atención a su comida
y se llevó un poco de pasta a la boca.
—Es que cuando se siente atracción por otra persona, es
imposible no desear disfrutarla de todas las formas posibles
—alegó con un tono seductor, mientras miraba el perfil de
Samira y se concentró en su cuello, deseando poder
besarlo.
Para ella no pasó desapercibida la connotación de sus
palabras, por lo que, tragó grueso. Sabía que deseaba más
que besos y caricias, pero ella no estaba preparada para
volver a intimar con alguien más, no de la forma en que lo
hizo con Renato. Tenía miedo de que al estar desnuda en
una cama con Ismael, la asaltaran recuerdos que la hicieran
desplomarse.
Le tomó casi un minuto romper el silencio.
—Esto está muy rico. —Desvió el tema hacia la comida.
—Sí, la comida de aquí es muy buena, por eso te traje…
Quería que disfrutaras de un almuerzo más sustancioso.
—Gracias, aunque podría vivir toda mi vida comiendo lo
que ofrecemos en el Saudade —sonrió, sintiéndose más
tranquila de que siguiera el nuevo rumbo que tomó la
conversación.
—No lo dudo —rio con desparpajo—. ¿A qué hora debes ir
a la universidad?
—A las tres, así que debo darme prisa.
—Si quieres puedo llevarte…
—¿En tu moto? No gracias… Moriría de los nervios mucho
antes de llegar. —El camino hacia el campus era largo,
además de ser una autopista por la que transitaban muchos
vehículos de carga pesada.
—Te llevo en tu coche, a las cinco tengo una reunión con
unos clientes en Villafranca del Castillo, así que te dejo y me
pido un taxi…
—Puedes ir en el coche —interrumpió Samira—. Me dejas
en clases y de ahí vas a tu reunión, luego regresas… y, si
quieres, solo si quieres, puedes esperar a que termine y
regresamos juntos. ¿Te parece?
Ismael movió la cabeza, se acercó a ella y le dio un beso
en los labios.
—Sabes que mi obsesión ahora es pasar tiempo contigo,
así que sí… —Le dio otro beso.
—Bien. —Samira sonrió y fue ella, quien lo besó.
Terminaron de comer y regresaron por el auto.
Ella agradeció que él conduciera y aprovechó para
estudiar, leía y resaltaba un libro de Psiquiatría.
Era una materia que estaba disfrutando mucho más de lo
que había imaginado, hasta el momento, todas las clases le
habían parecido bastante interesantes. Estaba estudiando
los distintos tipos de trastornos, como: los psicóticos, de
humor, de sueño, de alimentación. Esa asignatura la
consideraba como una materia más que debía entender y
no memorizar. Había tratado de buscar ejemplos en
personas cercanas o ver varios documentales que le
ayudaran a entender cada uno.
Tenía la tapa del sharpie en la boca, mientras resaltaba
un párrafo que hablaba de la importancia de la salud
mental, cuando su atención se desvió a Ismael y se lo pilló
mirándola, entonces, se sacó la tapa de la boca.
—¿Sucede algo? —preguntó sonriente.
—Nada —respondió igualmente con una sonrisa coqueta.
—No debes desviar la mirada del camino. —Le aconsejó,
regresando su atención al libro.
—Es difícil hacerlo cuando estás a mi lado.
Ella se sintió fascinada con su respuesta, soltó el sharpie
y sujetó la mano de su novio. Él aprovechó para darle un
beso en el dorso, luego dejaron sus manos unidas. Samira
decidió que podía seguir estudiando después, era
consciente de que le dedicaba poco tiempo a su relación.
CAPÍTULO 33
Cada vez que a Renato le tocaba enfrentarse a ese tipo
de situaciones, le significaba un nuevo reto. Estaba seguro
de que desde hacía algunos años ya podía controlar la
situación; no obstante, los nervios siempre hacían mella y el
estómago empezaba a dolerle.
Según Danilo, solo se trataba de una emoción natural,
que todo ser humano experimentaba cuando no se
encontraba en su zona de confort, pero así mismo se puede
tener la habilidad para controlar su sistema nervioso.
Bebió un poco de agua, se levantó de la silla y agarró el
discurso que estaba en la mesa, salió del camerino y
caminó por el pasillo hasta donde estaba la pesada cortina
de terciopelo rojo.
En el momento en que fue llamado al podio, inhaló
profundamente y luego exhaló con lentitud. La cortina se
abrió y caminó hasta el atril; la luz de los reflectores lo
cegaban, por lo que, casi no podía ver a los egresados de la
escuela de negocios que esperaban su exposición.
Dios sabía que quiso negarse a esa invitación, pero eran
graduados de las becas otorgadas por el grupo EMX y; de
momento, no había mejor representante para brindar
palabras de optimismo al grupo de hombres y mujeres que
ese día alcanzaban una de las metas más importantes para
cualquier ser humano.
Como era primera vez que tenía que preparar un
discurso de ese tipo, no estaba familiarizado sobre qué
tema tratar. Agradeció a su abuelo y a Drica, porque ambos
se involucraron y le ayudaron, para que quedara lo mejor
posible.
Lo había estudiado por dos semanas y tenía plena
confianza de que lo haría bien, se lo sabía de memoria; de
igual manera, lo llevaba en físico.
En el atril y frente al micrófono, esperó a que los
aplausos cesaran, ya con las luces atenuadas, pudo ver el
teatro lleno de hombres y mujeres vestidos con togas y
birretes.
—Buenas tardes, muchísimas gracias a todos. Encantado
de estar aquí —empezó con el saludo, rompiendo el hielo de
los nervios—. Antes de proceder con los agradecimientos,
me gustaría empezar casi por el final; les pido un fuerte
aplauso para ustedes mismos… ¡Felicidades! —Empezó a
aplaudir a los graduados y ellos lo imitaron—. Este es su
evento… ¡Felicidades! —Luego de eso, siguió con los
agradecimientos a los profesores y decanos ahí presentes,
para después continuar con su discurso, a pesar de los
nervios que lo tenían con el estómago en tensión—. Al
preparar esta charla, he intentado hacerlo poniéndome en
el lugar de ustedes —dijo extendiendo las manos hacia los
graduados—. ¿Qué estaría yo esperando de un
representante del Grupo EMX, que viene aquí a hablarles?
Es por eso que voy a compartirles lo que para mí, son
puntos indispensables para que puedan conseguir su primer
empleo. Primero, formación orientada en empleabilidad,
como la que ya han recibido; actitud, la actitud en la vida
mueve montañas, es el factor que cambia verdaderamente
a las personas; ilusión; seguridad, tener aspiraciones, no
duden nunca que el mundo es de los optimistas; realmente,
el optimismo puede cambiar compañías, mueve sociedades,
puede transformar estructuras que parecen inamovibles…
Los optimistas de verdad, cambian el mundo día a día. —
Aunque miraba al público, pasó la hoja de su discurso o;
mejor dicho, los consejos de su abuelo—. No menos
importante, la honestidad con uno mismo, tener claro qué
es lo que quiero hacer con mi carrera, hasta dónde quiero
llegar. ¿Quiero ser el mejor CEO? ¿El mejor director de
tecnología?… Los caminos son diferentes, cada uno debe
prepararse y se tiene que formar en función de la meta que
se han marcado. Para llegar a ese objetivo, los caminos se
deben tener claros, saber hacia dónde quieren llegar, qué
quieren conseguir y cómo lo quieren hacer… —continuó
volcando cada consejo que les pudiera ser útil; al final, dio
las gracias por la invitación, en medio de aplausos, y se
marchó.
Sabía que no lo había hecho perfectamente, como tantas
veces lo había practicado, pero terminó satisfecho con el
resultado. Su voz casi todo el tiempo fue firme y clara,
consiguió controlar el temblor de las manos y cautivar al
público.
Su compromiso aún no terminaba, debía asistir a la cena
de celebración que se llevaría a cabo en un hotel de la zona
sur. Así que, se dejó guiar por la asistente del evento,
mientras se negaba al ofrecimiento de algunas bebidas que
ella le hacía.
Con mucha discreción, lo llevó hasta el auditorio, en la
mesa donde estaban los miembros del comité estudiantil.
Desde ahí, fue testigo de toda la ceremonia que duró
aproximadamente tres horas.
Tuvo la oportunidad de interactuar con los egresados,
muchos se acercaban a él, solicitando algún consejo.
Tuvo que disculparse para poder atender una llamada de
Liam, se fue al área de la piscina, para poder tener un poco
más de privacidad.
—Hola —saludó cuando le devolvió la llamada—.
Disculpa, estaba ocupado con los egresados de la escuela
de negocio.
—¿Y qué tal salió? —preguntó su hermano.
Él sabía que a Renato le incomodaba ese tipo de
exposición. Aún recordaba lo mal que se puso en el
cumpleaños de su padre, cuando tuvo que expresar algunas
palabras ante los presentes. Aunque estaba seguro que
desde hacía mucho dominaba mejor la situación, no podía
evitar preocuparse.
—Todo salió bien, quizá no tanto como lo había
imaginado, pero estoy satisfecho —respondió, sin poder
dejar en evidencia ese lado perfeccionista que no le
permitía darse cuenta de su mejor versión—. Imagino que
vienes a mitad de camino.
—Más o menos, estamos en Zúrich; supongo que llego
antes del mediodía… Solo espero que lo que mamá y papá
tengan que decirnos, sea tan importante como para que me
hayan pedido semejante sacrificio.
—Imagino que debe ser importante… Me tienen bastante
intrigado, ¿crees que alguno esté enfermo? —Ante esa
pregunta, su corazón alteró sus latidos.
—Me aseguraron que no y les creo... —Lo tranquilizó
Liam, porque la mente de Renato tenía la capacidad de
darle prioridad a pensamientos catastróficos.
—Es que tanto misterio, me tiene nervioso.
—No te preocupes, estoy seguro de que es algo bueno…
—Ya mamá no puede quedar embarazada, ¿verdad? —
Renato necesitaba descartar todas las conclusiones a las
que podía llegar.
Liam soltó una gran carcajada y Renato se contagió un
poco.
—Es imposible, definitivamente, esa no es la sorpresa…
Quizá sea una compañera para Susie; pero, cuando me
hayan mandado a buscar, solo por otra perra…
—Aunque sea por otra mascota, es bueno que puedas
venir. Mamá te extraña mucho.
—Extraña hacerme la vida imposible, ya no tiene con
quién discutir —rio Liam, su carácter no le dejaría admitir
que también los extrañaba a todos, a pesar del tiempo que
llevaba en Singapur, aún no había logrado acostumbrarse.
—Tú eres como esa dosis de adrenalina que necesita. —
Renato estuvo de acuerdo—. Bueno, tengo que volver a la
recepción, ¿harás otra parada? —preguntó.
—Sí, en Guarulhos, cuando llegue te llamo.
—Está bien, adiós.
—Nos vemos luego.
Renato terminó la llamada y con un suspiro devolvió el
teléfono al bolsillo interno de su chaqueta. Sabía que debía
volver enseguida al restaurante, pero su mirada se perdió
en el movimiento que el agua le daba a las luces de la
piscina.
—Fue un gran discurso. ¡Felicidades!
La voz femenina lo hizo volver, para encontrarse a una
mujer de no más de veinticinco años, de cabello castaño
rizado y un vestido rojo que resaltaba su escultural figura. A
pesar de que ya no llevaba toga ni birrete, como la mayoría
de los egresados, Renato supo que era una de ellos. Era
muy joven, como para que fuese parte del comité
universitario.
—Gracias, ha sido un gran honor para mí compartirles
algunos consejos —confesó al tiempo que avanzaba un par
de pasos, para regresar a la recepción; sin embargo, la
mujer evitó que siguiera su camino.
—Agradezco los consejos, pero me sentiría más
satisfecha si me compartieras toda tu experiencia.
El tono de voz que usó y la forma en que lo miraba, le
dejaba claro que la mujer, lo menos que esperaba era que le
ofreciera su experiencia académica o laboral.
Tragó grueso cuando ella le puso una mano en el pecho.
No era primera vez que se veía en una situación como esa,
muchas lo habían seducido, al punto de alterarle los
nervios, aunque muy pocas habían conseguido despertar su
interés y valor de seguirles el juego y terminar en la cama
de algún hotel; no obstante, ninguna con la que pudiera
volver a tener contacto, por eso prefería tener esas
aventuras fuera del país, porque no estaba en sus planes
sufrir por nadie. No quería volver a entregarse y que ese
alguien terminara marchándose y llevándose consigo los
planes, la felicidad y los mejores sentimientos.
Aunque Danilo le había dicho muchas veces que Samira
jamás fue la causa de esos sentimientos tan fuertes que
experimentó, que siempre fue él, quien los vivió y; que, para
seguir adelante, debía separar a Samira de sentimientos
que solo eran de él. También lo había alentado a que
volviera a entregarse a una relación, que lo inspirara a
revivir todas esas emociones, alegando que quizá Samira no
había sido la persona indicada para vivir todos los sueños
que él tenía. Lo cierto era que no podía, no porque siguiera
sufriendo por ella, porque estaba seguro de que la había
superado hacía muchos años, sino porque aún no estaba
preparado para volver a compartir con nadie más, de la
misma manera en que lo hizo con ella.
Así que, desvió la mirada a la mano femenina sobre su
pecho, tenía las uñas ligeramente largas y con el esmalte
del mismo color del vestido, luego se atrevió a mirarla al
rostro; era atractiva, no podía negarlo. Le sonrió con
cortesía y decidió salirse por la tangente, como si no
hubiese entendido el trasfondo de aquellas palabras.
—Por supuesto, puedes conseguirla en mi perfil
profesional… Está en la página web de la empresa. —Le
sujetó la muñeca y, con un movimiento cuidadoso, apartó la
mano de su pecho—. Discúlpame, pero debo regresar a la
recepción. —Pudo notar la decepción en aquellos ojos
oscuros; aun así, no iba a caer en la tentación.
—Está bien, la buscaré —respondió ella, tratando de
ocultar su incomodidad, y retrocedió un paso, para que
Renato Medeiros pudiera marcharse.
—Con permiso. —Asintió en un gesto de despedida y se
marchó.
El resto de la celebración le pareció casi eterna, no era
cómodo para él hablar con personas a las que ni siquiera
conocía; buscar o mantener un tema de conversación con el
que no estaba relacionado, jamás había sido su fuerte y
estaba seguro de que nunca lo sería.
Cuando por fin pudo liberarse de esa responsabilidad,
sintió que la tensión en sus hombros se esfumaba. Se
despidió con apretones de manos, a los que se adelantaba,
para no recibir besos en las mejillas, ya que era un contacto
que solo le permitía a los más cercanos.
Al llegar al apartamento, estaba tan agotado que quería
irse de inmediato a la cama, pero sabía que no podría
dormirse si antes no se duchaba. Fue bajo el agua de la
ducha, que su memoria caprichosa le trajo el recuerdo de
unos ojos y de un cuerpo maravilloso, con el que tantos
encuentros sexuales compartió. Odiaba tener esos
pequeños destellos de debilidad, aun después de tantos
años, pero iba a ser peor si se reprimía, así que, decidió
complacer su excitación.
CAPÍTULO 34
El molesto zumbido de la vibración del teléfono sobre la
mesa, fue el causante de despertar a Renato, mucho antes
de que sonara la alarma que la noche anterior había
programado.
A tientas, buscó el aparato, abrió los ojos con mucha
dificultad y, aún con la vista bastante borrosa, pudo darse
cuenta de que era Liam.
—¿Ya estás en Guarulhos? —preguntó, porque habían
acordado que le avisaría cuando llegara al aeropuerto.
—Sí y tú sigues dormido, supongo que llegaste tarde.
—Sí, por la madrugada —respondió con la voz bastante
ronca.
—Puedes descansar un par de horas más. ¿Quieres que
pase a buscarte o nos vemos en la casa?
—Supongo que debes estar agotado por el viaje, llega a
dormir y le escribo a papá, para decirle que vamos por la
tarde... —Con los dedos índice y pulgar se frotó los ojos,
intentando aclarar la vista—. Estoy seguro de que lo
comprenderá.
—Sí, porque estoy hecho mierda —concordó—. Voy a
llegar a tu casa, no quiero despertarte. ¿Es la misma clave?
—La de siempre… —No pudo contener un bostezo.
—Sigue durmiendo, nos vemos luego.
—Está bien. —Terminó la llamada y devolvió el móvil a la
mesa de noche. Luego giró sobre su costado izquierdo y se
acostó bocabajo; casi enseguida, volvió a quedarse
dormido.
Le pareció que apenas habían pasado algunos minutos,
cuando la alarma volvió a sacarlo de un plácido sueño y se
apresuró a silenciarla, porque estaba seguro de que Liam,
ya había llegado, aunque realmente no lo escuchó.
Como no tendría que ir tan temprano a casa de sus
padres, se quedó un rato en la cama y aprovechó para
enviarle el mensaje a su papá.
Se quedó un rato más, perdiendo el tiempo con el móvil,
solo revisando las redes sociales, algo que solo hacía
cuando el ocio lo dominaba.
Le apareció una foto de Raissa, la prima de Bruno, salía
de espaldas, junto a dos chicas, frente a un hermoso
atardecer. De inmediato, el corazón se le saltó un latido
cuando fijó la mirada en la joven de la izquierda, que tenía
el cabello castaño y por la cintura; su contextura era
bastante delgada, podía notarlo a pesar del vestido azul que
llevaba.
Él, que se había aprendido de memoria cada recoveco de
Samira, que podía señalar con los ojos cerrados sus lunares,
que había contado sus pestañas, podía jurar que esa chica,
a pesar de estar de espaldas, era demasiado parecida.
¡Es ella!
Gritaban sus emociones.
¡No! ¡Es imposible!
Se imponía su razón.
Aun así, con manos temblorosas y con el pecho adolorido
por su errática respiración, dio sobre la etiqueta: «Alma
Gitana».
Sus latidos se hicieron más contundentes cuando vio que
el perfil era público, por lo que, quizá podía encontrar entre
las fotos, la identidad de esa chica; no obstante, a medida
que avanzaba en las imágenes, se daba cuenta de que en
ninguna podía identificar a la misteriosa mujer.
Solo había fotos de lugares, gastronomía o ligeras partes
del cuerpo, como las manos o el perfil de un rostro cubierto
por cabellos agitados por el viento.
Sus manos estaban temblando y sudorosas, el estómago
le dolía, pero las esperanzas de que fuera Samira,
empezaban a disiparse, al darse cuenta de que muchas de
sus fotos, no solo retrataban varios lugares de España, sino
también de otros países. Sin duda, ese perfil pertenecía a
una chica que tenía los medios para viajar a países como
Italia, Portugal, Londres, Suecia… No, no podía ser Samira,
quizá se trataba de otra gitana; después de todo, por lo que
sabía, ellas solían casi siempre llevar el cabello así de largo.
Le fue imposible no sentir que la nostalgia lo golpeaba
con fuerza, volvía a vivir un sentido de pérdida, que le
dejaba un hueco en el pecho, pero sin querer darse por
vencido, regresó al perfil de Raissa, para ver si ella tenía
otra foto con la chica detrás de «Alma Gitana».
Vio cada imagen y se encontró con dos en las que,
igualmente, la nombraba; en una, solo estaban tres copas
de champán con la Torre Eiffel de fonde y; la otra, estaban
las chicas de espaldas, vestidas con ropa de esquiar, con la
Sierra Nevada en Granada, de frente.
Sus ilusiones le hacían jurar que era Samira, la forma
esbelta de su cuerpo, sus extremidades largas, el cabello…
Casi no tenía opción a dudas, así que, volvió a entrar al
perfil y vaciló casi un minuto en un intento por seguirla o
enviarle un mensaje, pero la razón se impuso, al pensar que
ella le diría a Raissa que la estaba acosando o algo por el
estilo; así que, desistió y, en contra de su voluntad, salió del
perfil.
Dejó de lado el teléfono y fue a ducharse, quizá solo
necesitaba refrescarse, para dejar de pensar en Samira. Se
odiaba, verdaderamente se odiaba cuando después de
pasar meses sin pensarla, de la nada, a su caprichosa
memoria se le daba por recordarla.
Al salir del baño, no quiso volver a coger el móvil, para
poder alejar la tentación. Se fue al vestidor, se puso una
camiseta y una bermuda, luego salió de la habitación; con
mucho cuidado, abrió la puerta de la habitación de su
hermano.
Liam estaba rendido, no se había cambiado, apenas se
quitó los zapatos. Volvió a cerrar la puerta y en su camino
hacia la cocina, vio en la sala el equipaje de su hermano.
Buscó algo para comer en el refrigerador, había varios
envases de cristal, ya preparados con avena, chía y
diferentes toppings de frutas o frutos secos. Rosa se los
dejaba ya listos, para que siempre tuviera algo que
desayunar.
Cogió uno y una cuchara, con comida en mano se fue al
comedor que estaba en la terraza y empezó a comer con la
mirada perdida en el océano, podía ver cómo la orilla se iba
salpicando con sombrillas de personas que pensaban pasar
el día en la playa.
En las siguientes horas que le permitió a su hermano
descansar, se dedicó a terminar el libro que estaba leyendo,
luego buscó su portátil para adelantar algo de trabajo.
Cuando Liam por fin despertó, se saludaron con un
abrazo y conversaron mientras esperaban la comida que
habían pedido.
Liam lo actualizó de su vida en Singapur, parecía que
ahora sí se estaba acostumbrando, o eso era lo que le hacía
creer a Renato.
Terminaron de comer y cada uno se fue a su habitación,
para vestirse e irse a la casa de sus padres. Ya Renato le
había pedido a Airton, que pasara a buscarlos, porque lo
menos que quería era conducir por tantas horas.
Liam saludó con gran entusiasmo al piloto, quien
también se mostró feliz de ver al hijo mayor de Ian Garnett.
Luego, sin perder tiempo, subieron al helicóptero y
partieron.
Fueron recibidos por sus padres y las mascotas, los dos
gran danés no tardaron en echarse a correr hacia Liam y
Renato, quienes se prepararon para recibir la euforia de los
perros.
—Tranquilo, tranquilo. —Renato le pedía a Keops, que
amenazaba con tumbarlo, mientras apartaba la boca, para
que no se la lamiera. El animal, apoyado con sus dos patas
en el pecho, era tan alto como él.
Fue su padre, quien llegó para controlarlos, porque no los
dejaban avanzar; así que, tras un par de órdenes de su
dueño, los perros se calmaron y se limitaron a mover sus
colas, alrededor de Liam y Renato.
—Hola, padre, ¿cómo estás? —saludó Liam, dándole un
abrazo.
—Bien, ¿qué tal el viaje? ¿Cómo estás? —preguntó,
palmeándole la espalda.
—Bien, todo bien. —Se apartó del abrazo, para ir a
saludar a su madre, que lo esperaba con una gran sonrisa.
Extrañamente, no tenía a Susie en los brazos.
—Hola, papá, buenas tardes. —Fue la oportunidad de
Renato, para saludar a Ian.
—Bienvenido. —Luego del fuerte abrazo, le cobijó los
hombros bajo su brazo derecho y lo guio hasta donde su
mujer y su hijo mayor se saludaban.
—Y bien, ¿qué es eso tan importante que tienen que
decirnos? —curioseó Liam, con ganas de poner fin a tanta
incertidumbre.
—En un rato lo conversaremos —intervino Thais,
dedicándole una mirada cómplice a su marido—. Vamos
adentro… ¿No les provoca algo de comer?
—No, mamá, hace poco que comimos —dijo Renato, al
tiempo que le llevó una mano a la cintura, para guiarla
dentro de la casa.
Sus padres dilataron el tema un par de horas, cuando por
fin decidieron dejar de lado tanto misterio, los llevaron a la
oficina de su padre.
Él sacó una carpeta de uno de los cajones de escritorio y
su madre se sentó en uno de los reposabrazos del sillón,
apoyando uno de sus brazos en los hombros de Ian.
Liam y Renato, sentados frente al escritorio, pudieron
notar cierta tensión en ellos, aunque ambos tenían los ojos
brillantes por una emoción que hasta ahora desconocían.
—Su madre y yo llevamos mucho tiempo pensando en
esta posibilidad… —empezó Ian, con su mirada avellana
puesta en sus hijos, mientras que con una mano, apretaba
una de las de su mujer—. Sin embargo, no fue sino hasta
hace tres meses que decidimos tomar la decisión…
—Y creo que es la mejor que hemos tomado en mucho
tiempo —intervino Thais, con una sonrisa entre emocionada
y nerviosa—. Pero antes de concretar cualquier trámite,
quisimos hacerlos partícipe…
—Sí, porque somos una familia… que dentro de poco se
hará más grande —completó Ian.
—No entiendo, ¿pueden ir al grano? —pidió Liam y desvió
la mirada a Renato.
—Por favor. —Estuvo de acuerdo su hermano.
—Ustedes, mejor que nadie, saben lo mucho que
deseaba tener a su hermana… —empezó a explicar Thais—,
pero por cosas del destino o de Dios…, no se pudo, él
decidió que mi ángel regresara con él. —Su mirada se volvió
brillante por las lágrimas que no iba a derramar, porque ese
no era momento para sufrir.
—Su madre y yo, hemos decidido adoptar a una niña. —
Ian dio la noticia sin más preámbulos y se quedó esperando
las reacciones de sus hijos.
Renato espabiló varias veces, mientras procesaba la
noticia, su mirada saltó de su padre a su madre, quienes
sonreían nerviosos. No sabía qué pensar o decir al respecto,
necesitaría más tiempo para poder asimilarlo.
—Pero… no sé, ¿no creen que están muy mayores para
criar a una bebé?… Es mucha responsabilidad —comentó
Liam, no podía ir en contra de los deseos de sus padres; sin
embargo, debía hacerles entrar en razón—. Padre, tienes
tantas ocupaciones que apenas te queda tiempo para
dormir… Desde hace años que no sabes lo que es descansar
por más de cinco horas… Entiendo que es el mayor sueño
de mi madre, pero…
—Liam, comprendo tu preocupación, pero esto no es una
decisión que hemos tomado a la ligera, ya hemos hecho
todo lo pertinente para poder darle tiempo de calidad a la
niña… Y no, no es una bebé, Aitana, tiene siete años.
—Entonces, nada de lo que diga les hará cambiar de
opinión —zanjó Liam.
—No, cariño; lamentablemente, no —respondió Thais con
un tono conciliador—. Renato, amor, ¿tú qué opinas? —
Desvió la mirada a su hijo menor.
Renato comprendió que nada de lo que dijera sería
tomado en cuenta; así que, lo mejor era estar de acuerdo
con ellos.
—Si es lo que desean y les hace feliz, no voy a
oponerme. —Se dio cuenta de que su voz estaba algo ronca,
debido a la sorpresa; entonces, les sonrió.
—Sí, nos hace muy felices… Además, es una niña
hermosa, sé que van a amarla… El miércoles de la próxima
semana nos la entregarán y nos gustaría que puedan
acompañarnos a buscarla…
—¿Ya? ¿Tan rápido?… ¿Por qué tan rápido? —preguntó
Liam, bastante sorprendido.
—No ha sido un proceso fácil, Liam… —dijo Ian—. Como
bien hemos dicho, hace meses que empezamos todo el
proceso. ¿Les gustaría conocerla antes?
—Eh, sí…, supongo que sí. —Lo alentó Renato.
Ian abrió la carpeta que tenía sobre el escritorio, sacó la
fotografía que mostraba a Aitana y se la ofreció a sus hijos.
Fue Renato quien la recibió, era una niña que, ciertamente,
aparentaba unos siete años, afrobrasileña; llevaba su
cabello trenzado, pegado a cuero cabelludo, y un vestido
blanco con estampado floral verde y amarillo. La inocencia
en su mirada hizo que Renato de inmediato sintiera empatía
por ella.
—Los acompañaré a buscarla —dijo, ofreciéndole la foto
a Liam.
—Sé que no será fácil para ustedes, porque hace mucho
que dejaron de lidiar con niños pequeños —dijo con la
mirada en la fotografía, mientras pensaba que sus padres
podrían darle a esa niña una mejor calidad de vida—. Pero si
están dispuestos a pasar de nuevo por eso, es su
responsabilidad, solo espero que a ella sí le permitan que
lleve la vida que quiera y no la que ustedes deseen. —Le
devolvió la foto a su madre—. También los acompañaré a
buscarla…
—Gracias, cariño, sé que aún estás muy resentido con
nosotros —medió Thais—. Crees que nos equivocamos, pero
fue algo que solo…
—Hicieron por mi bien. —La cortó Liam, al tiempo que se
levantaba de la silla; necesitaba zanjar ese tema o
terminaría molestándose con sus padres, y no había viajado
desde tan lejos para discutir—. Bueno, vamos a celebrar
que tendré una hermanita —salió de la oficina, dejando la
puerta abierta.
Como cada vez que Liam expresaba su malestar por las
decisiones que sus padres tomaron por él, todos se
quedaban callados por unos minutos, hasta que Renato
rompió el silencio.
—Sí, Liam tiene razón, es buen momento para celebrar…
Imagino que ya tienen todo preparado para recibir a Aitana.
—Se levantó.
—Sí, todo está listo… Solo faltan algunos detalles en su
habitación, pero la decoradora los terminará mañana —
comentó Ian y desvió la mirada a su mujer—. Algún día lo
superará, amor. —Le susurró al ver que el ánimo de Thais se
había ido al suelo, debido al reclamo de Liam. Le dio un
beso en la mejilla y la instó a seguir a Renato.
CAPÍTULO 35
Samira temblaba con cada beso que Ismael dejaba en su
abdomen, cerraba los ojos y se relamía los labios secos por
la excitación, mientras enterraba sus dedos en los sedosos
cabellos oscuros. Los labios húmedos y tibios de él, se
posaban en su piel erizada y le era imposible contener los
gemidos, cuando también le pasaba la lengua, trazando un
camino que iba en ascenso.
Besó sus costillas, eludió sus pequeños pechos aún
cubiertos por el sostén de encaje, mientras que, con
cuidado, se acomodaba sobre ella y entre sus piernas.
A pesar de los vaqueros, pudo sentirlo bastante excitado
y en un impulso natural de su cuerpo, levantó las caderas
para rozarse contra la erección y calmar un poco la
ansiedad abrasadora que la estaba haciendo perder el
control.
En respuesta, Ismael también movió su pelvis con lentos
empujes, sin dejar que sus labios se apartaran de la piel del
valle de en medio de los pechos. Subió un poco más para
besar, lamer y chuparle el cuello. Le complació darse cuenta
de que Samira no se resistía y era lo más lejos que hasta el
momento habían llegado. Sí, varias veces se habían comido
a besos y se entregaron al placer del toqueteo, pero no
había conseguido quitarle ninguna prenda. Y, poder
saborear su piel sin ninguna barrera, era lo que había
deseado por tanto tiempo.
—Te amo, Samira…, eres todo lo que siempre anhelé —
murmuró en su oído y siguió repartiendo besos.
—Isma… —murmuró ella, presa de los temblores.
—Déjame amarte. —Se apartó del cuello, para mirarla a
los ojos. Verle las pupilas tan dilatadas y sus mejillas tan
sonrojadas, hizo que su polla se pusiera más dura—.
¿Quieres que lo hagamos?
Samira, perdida en los ojos marrones de Ismael, analizó
esa propuesta. Estaban de aniversario, cumplía ocho meses
junto a ese hombre que había demostrado ser incondicional,
no tenía razones para seguir negándole ni negándose al
placer de entregarse por completo. Así que asintió y levantó
la cabeza, para ir a por su boca.
—Sabes que no estoy usando ningún método
anticonceptivo… —Le recordó un tema sobre el que ya le
había dicho; porque sí, hablar sobre sexo era algo que, en
las últimas semanas, se había vuelto bastante recurrente,
aunque ella siempre cambiaba el rumbo de la conversación,
poniendo mil excusas sobre sus estudios y su cultura.
—Estoy preparado, cariño… —Le sonrió, sacó de uno de
los bolsillos un par de condones y se los mostró—. No tienes
nada de qué preocuparte, pero eso será algo que usaré en
unos minutos. —Puso los paquetes sobre la almohada de al
lado—. Primero me tomaré el tiempo para disfrutarte de
otras maneras.
Samira se relamió los labios y le sonrió, mientras se
aventuraba a desabrocharle la camisa, sin dejar de mirarle a
los ojos.
Ismael le ayudó en la tarea, cuando ella deshojó el último
botón, se quitó la prenda y la dejó caer sobre las sábanas
que empezaban a desordenarse. Aprovechó que estaba
admirando su abdomen y se aventuraba a trazarle los
pectorales con dedos temblorosos, para quitarle el sostén.
La boca se le secó cuando por fin pudo ver sus pequeños
pechos, coronados por unos pezones de un rosa bastante
intenso. Samira se sonrojó, pero no lo detuvo cuando bajó
hasta ellos y empezó a repartirle suaves besos.
—Alucinaba con este momento, deseaba tanto poder
probarlos —murmuró levantando la mirada y pasó
lánguidamente la lengua por el pezón derecho.
Samira gimió y luego se mordió el labio, para no hacer
más ruidosas sus expresiones de placer. Hacía mucho
tiempo que no se sentía de esa manera, sentir que estaba a
punto de estallar y que no tenía control sobre su cuerpo.
—Se siente bien —musitó, mientras movía las caderas,
porque la necesidad en su vientre se hacía más intensa con
cada roce de la lengua de Ismael sobre sus pezones.
—Y tú no tienes idea de lo bien que me haces sentir —
confesó, mientras seguía deleitándose en los pechos de su
novia, pero quería ir más allá, así que, subió al cuello para
repartir más besos y robarse su magnífico olor.
Una de sus manos seguía masajeándole uno de los
pechos y, la otra, empezó a bajar; se aventuró, haciéndose
espacio entre el pantalón y las bragas. Samira se arqueó y
gimió, mientras él acariciaba con la yemas de sus dedos la
suave piel del monte de Venus, y ella le apretó con fuerza
los bíceps, cuando dos de sus dedos se abrieron paso entre
los húmedos pliegues.
—Eres tan sueva, mi gitanita…
La forma en que la llamó hizo que toda excitación se le
fuera de golpe, fue como si la hubiesen empapado con un
balde de agua fría y; sus manos, que segundos antes se
aferraban a él, ahora lo estaban apartando.
—¿Por qué me llamaste así? —cuestionó con el pecho
adolorido.
—¿Gitanita?… ¿No te gusta? —preguntó, confundido.
—No…
—No sabía, olvídalo, no lo volveré a decir. —Ismael buscó
la manera de seguir con lo que estaban haciendo.
—No, no…, lo siento Isma, pero no puedo… —hablaba
nerviosa y sentía que las lágrimas le inundaban la garganta.
Se incorporó y tiró de la sábana, para cubrirse los pechos.
—Samira, no entiendo… —Trataba de comprenderla,
mientras luchaba con la respiración errática y una dolorosa
erección—. ¿Fue tan malo que te llamara así?
—No…, es solo que… Será mejor que te vayas, disculpa,
pero no me siento bien…
—Pero habla conmigo…, dime qué sucede.
—¿Te parece si lo hablamos después? Por favor. —Salió
de la cama y se acuclilló, para recoger la camisa que había
caído al suelo, cuando ella tiró de la sábana—. Necesito
estudiar…, tengo prácticas a primera hora.
—No, no necesitas estudiar. —Le arrebató la camisa—.
No necesitas una mierda… No te entiendo, Samira. —Se
ponía la prenda con movimientos enérgicos, debido a la
molestia que lo embargaba—. No haces más que inventar
excusas todo el maldito tiempo…
—No son excusas, sabes que necesito estar descansada
para poder rendir en las prácticas.
—Ese es el problema, siempre se trata de lo que tú
necesitas; siempre tengo que estar para ti o corriendo
detrás de ti, pero tú no haces ningún sacrificio por esta
relación… Siempre tengo que adaptarme a tus horarios o a
tus costumbres…
Samira odiada ese aire de mártir, sus ojos acusadores y
sus palabras maliciosas; y le costaba tener que admitir que
ese odio no provenía de la mala conducta de Ismael, sino de
la suya propia.
—Sabía, sabía que en algún momento ibas a reprochar
mi forma de ser… —Lo interrumpió, sintiéndose dolida por la
reacción tan radical de Ismael—. Te lo advertí desde el
principio, te dije que no era como las payas… Si lo que
buscabas era sexo…
—No se trata de eso, Samira…
—Entonces, ¿de qué se trata? —reclamó con el rostro
enrojecido por una mezcla de rabia y decepción.
—De que eres una egoísta de mierda, eso eres… Siempre
tú, tus estudios, tus costumbres… Y entiendo que quieras
terminar tu carrera o que tengas limitaciones culturales,
pero… ¡Joder! No te entregas, llevamos ocho meses y no
confías en mí…
—Si crees que soy una egoísta de mierda por ser como
soy, por priorizarme, por dedicarme a mi carrera…
Entonces, sí, lo soy… —Se limpió con rabia una lágrima que
le rodó por la mejilla, porque no pudo seguir conteniéndose,
Ismael la había herido con esas palabras—. No tienes
idea…, no tienes ni puta idea de todo lo que he tenido que
pasar para estar en el punto de mi vida en el que estoy…
—Ese es el problema, que no tengo ni puta idea, porque
no has querido contármelo… No, Samira, no quieres
hacerme parte de tu vida y es momento de que yo lo
acepte… —Se dio la vuelta y salió de la habitación.
Samira se quedó perpleja, sin poder hacer nada, por más
que quiso pedirle que no se marchara, no pudo hacerlo, solo
lo vio salir y se dejó caer sentada en la cama, como si su
cuerpo hubiera perdido toda la fuerza; enseguida se cubrió
el rostro con las manos y empezó a llorar, cuando escuchó
el azote de la puerta principal.

Dos días pasaron desde que Ismael se marchó molesto,


no le había escrito ni respondido a todos los mensajes que
ella le envió, pidiéndole disculpas, aun cuando sentía que no
debía justificarse por defender su más ferviente sueño.
Sabía perfectamente que el detonante, para que ella
actuara de esa manera, fue ese: «gitanita», que le trajo de
golpe el recuerdo de Renato; y no supo cómo gestionar las
emociones que despertaron en ella esa simple palabra. Sin
embargo, la reacción de Ismael, ante la negativa de tener
sexo con él, fue brutal y la descolocó completamente.
Ahora se encontraba en el café, sentada en el puesto de
siempre y a la espera de que su novio apareciera. Confiaba
en que llegara para hablar sobre lo sucedido, perdonarse y
seguir adelante con la relación.
No podía concentrarse y era más el tiempo que tenía su
mirada fija en la puerta, que en la pantalla del portátil o en
el libro. Después de mucho tiempo, volvía a mordisquearse
las uñas, producto de la ansiedad que se la estaba
devorando.
—¿Sucede algo?
La voz de Julio César la sobresaltó, se volvió a mirar
cómo él se sentaba a su lado.
—No, nada… Estoy bien. —Se apresuró a responder y
miró a la pantalla de la portátil. Tratando de disimular su
estado.
—No te pregunté si estabas bien, pero buen intento en
querer ocultar que algo te preocupa…
—Me conoces demasiado bien —masculló y frunció el
ceño.
—Eres demasiado evidente, cariño… ¿Sucedió algo con
Ismael? ¿Volvieron a discutir? —Le tomó la mano, para
atraer la atención de Samira. Odiaba cuando ella pretendía
ignorarlo con la única intención se blindarse.
Samira asintió y soltó un suspiro tembloroso. En ocho
meses que llevaba de noviazgo con Ismael, habían tenido
varios desacuerdos, pero ninguno tan fuerte como el de
hacía dos días.
—Creo que hoy no vendrá, el martes se fue muy molesto
del apartamento —confesó y su tono era apenas un
lamento. Desde ese día, ella no había podido ir al café,
porque por las mañanas tuvo prácticas en el hospital y; por
las tardes, las clases—. Tampoco me ha escrito, no responde
mis mensajes y ha estado en línea… —Se mordió el labio,
porque le empezó a temblar.
—¿Tan grave fue?
—Sí —afirmó con la cabeza.
—¿Quieres contarme? —Le sujetó ambas manos y se las
sacudió, para que lo mirara a los ojos.
—Creo que fui una estúpida, pero él también lo fue, fue
muy hiriente con sus palabras… Me dijo que soy egoísta.
Julio César se mostró sorprendido, no podía imaginar a
Ismael llamando a Samira de esa manera.
—Cariño, tú no eres estúpida…
—Sí, lo soy… y creo que Ismael tiene razón, soy una mala
persona…
—Sabes bien que eres maravillosa, pero me gustaría que
me contaras con más detalles, porque no estoy entendiendo
nada… Todo iba bien entre ustedes, ¿acaso no estaban
celebrando el octavo mes de relación?
—Sí, arruiné la celebración, arruiné todo… Solo porque
me dijo: «gitanita».
—¿Y qué con eso? ¿Acaso fue despectivo? —Frunció el
ceño, porque empezó a molestarse.
—¡No! ¡Nada más lejos!… Estábamos…, estábamos…
en… en una situación… Bueno, yo quería intentar… ¡Ya
sabes!… —hablaba esquivando la mirada mientras sus
mejillas se teñían de carmín. Sí, le incomodaba hablar un
poco sobre eso, porque en su familia siempre fue un tabú.
—Lo comprendo, cariño, intentaban llevar la relación a
otro punto… Pero explícame cómo llegaron a este punto.
—Bueno, en un momento demasiado íntimo, me dijo:
«gitanita»… Fue cuando arruiné todo.
—Entonces, ¿por qué tanto misterio con esa bendita
palabra? Si hasta yo en ocasiones así te digo —resopló Julio
César.
—Así me decía Renato… —musitó y bajó la mirada con
vergüenza.
—Vale, vale… Ahora entiendo todo. ¿Cuándo vas a
superar es hombre, Samira?
—¡Ya lo superé! —alzó más la voz, a pesar de lo tensa
que se puso—. Hace mucho y lo sabes… De no ser así, no
me hubiese enamorado de Ismael. Solo que me tomó por
sorpresa, nadie más lo había hecho en un momento así…
Eso hizo que todo mi ánimo de entregarme se evaporara.
—Y seguro empezaste con las excusas de que tenías que
estudiar y bla, bla, bla…
—No son excusas, sabes que tengo mucho que estudiar.
—En ese momento fue la excusa más patética. ¡Ay, nena!
Cuando se está en una situación como esa, lo menos que se
piensa es en estudiar… Sabes a lo que me refiero, a ese
fuego interno que no se puede contener, esa necesidad de
saciar el cuerpo antes que a cualquier cosa… —La miraba
con la nariz fruncida—. No hay excusas que valgan.
—Reaccioné mal, lo sé, por eso me estoy disculpando
con él, pero no responde a los mensajes.
—Está molesto, pero seguro se le pasará… Sé que no
debo meterme en tu vida, pero te aconsejo que hables con
él. Sé sincera, cuéntale de tu relación con el carioca y el
malentendido de que te dijera: «gitanita»…
—No, pensará que sigo enamorada de Renato…
La mirada que le dirigió fue más que evidente, pensaba
justo lo mismo. Lo que hizo que ella misma empezara a
cuestionarse. No, no podía ser, ahora amaba a Ismael.
Renato no era más que parte de su pasado, esa parte que
muchas veces deseaba olvidar.
—Bueno, es tu decisión. Deseo, de todo corazón, que
puedan reconciliarse, porque Ismael es un buen hombre; te
quiere mucho, Samira.
—Yo también lo quiero, estoy segura de eso.
—Entonces, empieza a involucrarlo más en tu vida.
Puedes comenzar por contarle la verdad sobre la situación
en la que estás con tu familia… Una relación no puede
sedimentarse sobre mentiras.
Ella le había dicho a casi todos que su familia la había
mandado a estudiar a España y la apoyaban, porque era
más fácil refugiarse en esa historia, a decir que la habían
expulsado y entonces despertar lástima. No, no podría vivir
siendo merecedora de compasión, tampoco quería que
juzgaran mal a los suyos; pues estaba segura de que, tarde
o temprano, obtendría el perdón de todos, iba a luchar con
uñas y dientes hasta conseguirlo.
—Lo intentaré. —Esquivó la mirada y para no sentirse
más agobiada, decidió cambiar de tema—. ¿A qué hora es la
prueba del traje? Me gustaría acompañarte.
Estaba a un par de meses de casarse, los preparativos de
la boda estaban bastante avanzados.
—A las siete. —Él accedió a que desviara la
conversación. No quería presionarla, siempre que lo hacía,
terminaban discutiendo; y ya ella tenía suficiente con lo que
estaba pasando con Ismael.
CAPÍTULO 36
Renato despertó con un molesto zumbido en los oídos y
el brazo izquierdo entumido; se removió en el asiento, a la
vez que abría y cerraba la mano, para activar la circulación.
No fue consciente de cuándo terminó rendido; sin duda,
haber trabajado hasta medianoche y subir al avión a las seis
de la mañana, le pasó factura.
Cuando pudo enfocar la vista, se fijó en Aitana, que
estaba en el asiento del frente; ella le sonreía y tenía los
ojos cargados de picardía.
—¿Estaba roncando? —preguntó de buen ánimo, esos
gestos de su hermanita le divertían.
Aitana negó con la cabeza y su sonrisa se hizo más
amplia, luego, le señaló con un crayón verde el móvil, que
se le había caído.
—No quise agarrarlo porque papi me dijo que no me
quitara el cinturón de seguridad.
Renato apartó la manta beige que tenía en el regazo y lo
tomó.
—Supongo que está en la habitación con mamá —dijo al
tiempo que encendía la pantalla del aparato, para verificar
que no se hubiese dañado.
—Sí, dijo que descansarían un par de horas y que no te
despertara, porque trabajaste hasta muy tarde… ¿Por qué
trabajas tantas horas? —preguntó, llevándose el crayón al
mentón e hizo un gesto pensativo.
—Son responsabilidades de adultos, muchas veces tengo
que cumplir con compromisos, sin importar cuántas horas
me tome hacerlos. —Se levantó y se mudó al asiento junto a
la niña—. ¿Qué haces? —curioseó echando un vistazo a los
dibujos a medio colorear.
—Cumplo con mis responsabilidades de niña. —La
picardía titilaba en sus ojos oscuros.
Renato rio con ganas, como muy pocas veces lo hacía; ya
que, ser abiertamente expresivo seguía sin ser una de sus
virtudes.
—Ya veo, son muchas responsabilidades…
—Podrías ayudarme, así termino más rápido. —Le
propuso mientras coloreaba un árbol de un verde intenso.
—Esta vez te ayudaré, pero no puedes evadir tus tareas,
tienes que hacerlas tú misma, para que tengas autonomía,
solo de esa manera podrás cultivar la autoconfianza y
alcanzar las metas que te propongas…
—Sí, pero es que me queda muy feo… Mami siempre me
ayuda... No quiero que quede feo.
—No hay nada de malo en que quede feo, poco a poco,
con la práctica, irás mejorando y en algún momento
conseguirás que te quede como tú quieres… Y lo mejor de
todo es que te sentirás muy bien por saber que fuiste capaz
de lograrlo. —Usó un tono de voz apacible, le sonreía y la
miraba a los ojos. Quería que fuese una niña segura de sí
misma e independiente, no que creciera con las misma
inseguridades que él.
—Está bien, ¿y si me explicas, para que me quede
bonito? Eso sí puedes hacerlo, ¿verdad?
—Por supuesto. —Le acarició los cabellos trenzados—.
Sujeta el crayón un poco más arriba. —Tomó uno y le mostró
cómo sostenerlo—. Ahora debes pintar siguiendo la misma
dirección, siempre hacia la misma dirección —hablaba
mientras llenaba de color negro una de las manchas de la
vaca—. Y para que quede más prolijo, te daré un truco…
—¿Cuál? —preguntó la chiquilla con toda la atención
puesta en lo que Renato hacía.
—Pasas una de las yemas de tus dedos por encima, para
difuminar los trazos.
—Así queda muy bien…
—Ahora, inténtalo… —Le dio el crayón negro, para que lo
hiciera ella.
Mientras observaba cómo su hermanita seguía los
consejos que él le había dado, apenas podía creer que ya
hubiesen pasado dos años desde que llegó a formar parte
de su familia. Sin duda, sus padres habían tomado la mejor
decisión al adoptarla, aunque apenas la veía una o dos
veces por semana, se había ganado su cariño y el de toda la
familia.
En ese momento, el piloto anunció que estaban a media
hora de su destino; en eso, una de las asistentes del vuelo
en el que iban a Nueva York, se les acercó para indicarles
que empezarían el descenso, que debían abrocharse los
cinturones y poner los asientos de manera vertical.
—Antes iré a despertar a mis padres. ¿Puedes quedarte
un momento con Aitana? —Renato le pidió a la azafata, al
tiempo que se quitaba el cinturón de seguridad.
—Con gusto, señor —dijo la mujer y le sonrió a la niña.
Renato caminó hasta la puerta que estaba al final del
pasillo, tocó un par de veces y; como no obtuvo respuesta,
abrió lo suficiente para apenas asomar la cabeza. Los vio
durmiendo abrazados, su madre tenía la cabeza sobre el
pecho de su padre, quien la rodeaba con sus brazos, en una
postura tierna y protectora.
Le daba pena despertarlos, pero debía hacerlo. Así que
abrió más la puerta y avanzó hacia ellos; con cuidado, tocó
el hombro de su padre.
—Papá…, papá… —Lo llamó en susurros y lo vio abrir los
ojos—. Ya vamos a descender.
—Está bien, gracias, hijo. —Su voz estaba ronca y tenía
los ojos enrojecidos. Había dormido muy poco en los últimos
días, para poder ausentarse una semana y estar presente
en el cumpleaños número dieciséis de Violet.
Renato asintió y salió sigilosamente, dejaría que fuese su
padre quien se encargara de despertar a su madre. Volvió a
sentarse junto a su hermana.
—Te está quedando muy bien. —La felicitó al ver que
estaba usando la técnica que le había dado para difuminar
los colores.
Aitana le sonrió ampliamente, dejando en evidencia la
ausencia de uno de sus molares.
—Gracias… ¿Liam también llegará hoy? —preguntó,
tomando una pausa en sus dibujos.
—Mañana, recuerda que está mucho más lejos…
¿Quieres verlo?
—Sí, lo extraño… ¿Tú no lo extrañas?
—Algunas veces —respondió y frunció la nariz, en un
gesto gracioso.
Aitana se rio más fuerte.
—A veces es muy molesto, ¿verdad? —preguntó la niña,
alzando ambas cejas.
—Sí.
—Sobre todo, cuando me molesta por mis dientes… —
Siempre que hablaban por videollamadas, su hermano solía
hacer algún tipo de broma referente a la caída de sus
dientes—. Por eso le digo que tiene más arrugas que papi…
¿Sabes qué me dijo el otro día?
—No, ¿qué te dijo?
—Que ya no podré decirle que está arrugado, porque se
va a estirar la piel de la cara… Se verá feo, estoy segura…
—Seguro que sí —dijo Renato, riendo de buena gana. En
ese momento su mirada fue captada por su padre, que salía
de la habitación.
—¿De qué se ríen? —curioseó Ian, le dio un beso en la
frente a la niña.
—De Liam —contestó la pequeña.
—Aprovechan que no está presente para mofarse de él.
—Es que dijo que se va a estirar la piel de la cara, seguro
va a quedar como el hombre de la máscara que vimos en la
película…
Ian se carcajeó, porque sabía exactamente a que hombre
se refería su hija.
Haber adoptado a Aitana fue la mejor decisión que Thais
y él tomaron. Sí, disfrutaron mucho del tiempo que pasaron
solos en casa cuando sus hijos se independizaron, ya que
tuvieron la oportunidad de vivir como pareja por mucho más
tiempo, algo que no pudieron hacer al principio de su
relación, porque llevaban pocos meses de casados cuando
su mujer quedó embarazada de Liam, luego vino Renato… y
ambos se dedicaron más a la crianza de sus hijos, que a sus
propias vidas.
No obstante, siempre les hizo falta la presencia de una
niña, anhelaban eso que perdieron; por suerte, se dieron
cuenta de que nunca es demasiado tarde cuando se quiere
dar amor y protección. Aitana era una niña encantadora,
que llenaba sus días de risas y ternura. Tenía un carácter
muy definido, pero era respetuosa, bastante cariñosa e
ingeniosa.
En cuanto se sentó en su butaca, frente a sus hijos, llegó
su mujer, que se ubicó a su lado; entonces, Aitana
aprovechó para contarles cómo Renato le había explicado la
manera en que debía dibujar y les mostró el paisaje
campestre que ya había coloreado.
Ambos la felicitaron porque lo había hecho bastante bien
y le agradecieron a Renato, que se involucrara de esa
manera con su hermanita.
—Es que Renatinho será un buen papá… Claro, cuando
se case y tenga hijos —comentó la niña, dedicándole una
sonrisa a su hermano—. ¿Cuándo tendrás una novia?
—Cariño, recuerda que de esos temas no se habla —
intervino Thais—. No podemos involucrarnos en la vida de
los demás…, ni hacer cuestionamientos… Renato tendrá
una pareja cuando él lo crea conveniente…
—Está bien, mamá… —medió Renato, comprendía que
Aitana aún era una niña, que solo intentaba saciar su
curiosidad y se volvió a mirarla—. Tendré una novia cuando
encuentre a la mujer indicada.
Aitana le sonrió y asintió, tenía muchas preguntas más
por hacer, pero prefirió seguir los consejos de su madre.
Cuando llegaron al Aeropuerto Internacional John F.
Kennedy, ya esperaban por ellos un par de SUV negras, que
los trasladarían hasta el ático tríplex con vistas al Madison
Square Park, propiedad del matrimonio Garnett-Medeiros.
Durante el trayecto, Ian llamó a Reinhard, para avisarle
que acababan de llegar y que en la noche se verían, como
habían acordado. El patriarca había llegado hacía un par de
días, junto a Sophia, y sus hermanas.

Dos días después, estaban todos reunidos en un salón de


unos de los hoteles más exclusivos de la ciudad, para
celebrar los dieciséis años de Violet.
Renato se reencontró con familiares y amigos, a los que
no veía desde hacía un par de años, como era el caso de los
hijos de Diogo, que llevaban años estudiando en Inglaterra,
en donde hicieron sus estudios secundarios y; ahora, igual
que su primo Oscar, estaban a un año de graduarse de la
universidad.
También pudo ver a su tía materna, quien se había
mudado hacía cinco años a Malta, donde tenía un resort en
sociedad con su segundo marido. No fue fácil para ningún
miembro de la familia recibir la noticia de que se divorciaría
de Robert, ya que era un hombre querido por todos; no
obstante, comprendieron que, como pareja, ya no eran
felices y que era mejor que ambos tomaran caminos
diferentes.
Conoció a los amigos de la secundaria de Violet y al chico
con el que estaba saliendo. Apenas hacía un par de meses
que se los presentó a sus padres y, para sorpresa de todos;
incluso, de la misma Violet, Samuel aceptó al joven con
agrado. Todos pensaron que los años lo estaban
sensibilizando o que, quizá, la experiencia vivida con
Elizabeth, había servido para allanarle el camino a la
consentida de Samuel.
En ese momento, el animador del evento les comunicó
que en cinco minutos haría acto de presencia la festejada,
por lo que, todos se ubicaron en sus puestos.
Después de un espectáculo de luces y una lluvia de
pétalos rosados, desde unos pasillos que estaban al
extremo de la pista, salieron Samuel y Rachell, sus pasos
eran sincronizados, al tiempo que desde el techo descendía
Violet, sentada en un columpio.
Todos rompieron en aplausos, observando a Rachell y a
Samuel, tomar las manos de Violet, para ayudarla a bajar.
Ella tenía un pomposo vestido corte princesa, con vuelos de
tul, que iban en un degradado desde el violeta hasta el
rosado. Su madre se había tomado más de un año en
diseñarlo, sin duda, merecía la pena, porque la menor de los
Garnett lucía espléndida.
La vida para ellos había cambiado muy poco, Rachell
seguía posicionada como una de las diseñadoras de mayor
prestigio a nivel mundial y, Samuel, estaba por terminar su
segundo mandato como Fiscal General de Nueva York. Eran
pocos los que sabían que, una vez que terminara su
período, se postularía como gobernador.
Rachell dejó besos en las mejillas y la frente de Violet,
luego ella se fue al borde de la pista, junto a Oscar y
Elizabeth, dejando en los brazos de su marido a su hija
menor, para dar inicio al vals.
En ese momento, Renato recordó lo que Aitana le había
dicho en el avión. La verdad, no estaba seguro de si algún
día llegaría a ser la mitad de los buenos padres que habían
sido su abuelo Reinhard y sus tíos, incluso, su padre había
sido excepcional.
Aunque, si lo analizaba lo suficiente, no; ni siquiera
quería ser padre, no estaba en sus planes, no deseaba
nada. No se sentía motivado si quiera a tener su propia
familia. Se sentía bien como estaba, su vida era, en su
mayoría, monótona; sus días transcurrían del trabajo al
gimnasio y del gimnasio a su apartamento, porque ese año
había decidido no seguir capacitándose, se estaba dando un
descanso, quizá, más adelante retomaría sus
especializaciones.
Lo único que rompía su rutina era cuando, por trabajo o
por algún descanso, salía del país. Algunas veces contaba
con la fortuna de conocer a mujeres a las que podía
mostrarle, por una noche, esa faceta que tan celosamente
mantenía oculta, cuando estaba en Río o cerca de su
familia.
La celebración terminó pasada las cuatro de la mañana,
ya eran pocos los invitados que quedaban, sobre todo, los
familiares más cercanos. Se podía notar en las facciones de
todos, una mezcla de dicha y cansancio.
Ian les anunció que era hora de partir, pues debían dejar
descansar a la festejada, en la suite que fue dispuesta para
ella. Se despidieron con besos, abrazos y con la promesa de
volver a verse esa noche, para la cena en uno de los
restaurantes de ese mismo hotel.
Renato no se dio cuenta de lo agotado que estaba, hasta
que estuvo en su habitación, así que, tras una ducha rápida
se fue a la cama. Al día siguiente tendría tiempo para
pensar en qué haría con su mes de vacaciones.
CAPÍTULO 37
Samira estaba sentada en su cama con las piernas
estiradas y el portátil en el regazo, era casi medianoche,
pero en Río apenas terminaba la jornada laboral. Era el
momento en el que los horarios de Adonay y el suyo se
ajustaban, para poder conversar unos minutos.
Quince días atrás le había mandado la invitación, para
que asistiera a su acto de grado, junto a su esposa; además,
traería a su abuela. Llevaban meses ideando la mentira
perfecta, para poder traerla a España y que sus demás
familiares no fueran un obstáculo; incluso, le consiguió el
pasaporte y eso la tenía muy feliz. Casi no podía creer que
en menos de una semana se reencontraría con ellos.
Esperaba que Adonay se conectara, para elegir las
fechas y comprar los boletos. La ansiedad la estaba
devorando y le dolía el pecho por la contundencia de los
latidos de su corazón.
Le llegó un mensaje, pero para su mala suerte, no era de
Adonay, sino de Mirko, un médico que estaba cumpliendo su
tercer año de residencia en cardiología, en el hospital
Universitario Cruz Roja, mismo en el que ella hizo sus
prácticas en medicina interna, en el mes de mayo.
Se llevaban muy bien y habían salido un par de veces de
tapeo, pero lo cierto era que solo lo quería como amigo; no
deseaba, por el momento, tener otra pareja. Después de
haber terminado con Ismael, hacía ya más de un año, tras
muchos intentos por salvar la relación, todo se fue a la
mierda y empeoró a medida que su carrera exigía mucho
más. A pesar de que en el ámbito sexual llegaron a llevarse
muy bien, la verdad era que una relación estable iba mucho
más allá de las horas compartidas de sexo.
Por lo menos, no terminaron mal; simplemente, él se
cansó de estar con una persona que no tenía tiempo para
algo más que no fueran sus estudios, y aceptó irse a Nueva
York, donde le brindaron una extraordinaria oferta de
trabajo.
No pudo pedirle que no aceptara, después de todo, ella
siempre anteponía sus metas a su relación de pareja. Con la
partida de Ismael, volvió a sentirse devastada; no de la
manera en que quedó cuando Renato la engañó, pues
estaba segura de que, esta vez, fue por su egoísmo, porque
no estuvo dispuesta a ceder un poco. Y la mejor forma de
superar su despecho no fue echándose a llorar por
semanas, sino que se sobrecargó con más
responsabilidades, razón por la que, durante el sexto año de
su carrera, se inscribió en la academia CTO, para prepararse
para el examen Médico Interno Residente, lo que no le
dejaba tiempo ni siquiera para administrar el café; no
obstante, también sabía que si lo presentaba en mayo del
próximo año, se estaría ahorrando todo un año, y así
empezaría su especialización mucho antes.

Hola, guapa… ¿Puedo hacerte una llamada? Seré


breve.

Samira sonrió al leer el mensaje de Mirko, sabía que no


era el mejor momento para ocuparse, porque esperaba con
muchas ansias la videollamada de Adonay; no obstante,
sabía que si ella no atendía al primer intento, él le volvería a
marcar.

Sí, solo tienes un minuto…

Adjunto unos emoticones de una niña traviesa.


Casi enseguida entró la videollamada, pero antes de
contestar, se acomodó un poco el cabello y el cuello de la
blusa celeste que llevaba puesta.
—Es evidente que recién despiertas —dijo Samira, al ver
su semblante. Tenía el cabello rubio oscuro bastante
revuelto y los párpados hinchados.
—Sí, hace un par… —Se vio interrumpido por un bostezo
—, de minutos. Disculpa, aún estoy algo adormecido y, eso,
que dormí… —Miró su reloj de pulsera—, un poco más de
doce horas.
—Eso fue casi un coma. —Samira rio—. ¿De cuánto fue la
guardia?
—Treinta y seis… Pasó de todo, casi me sentí en un
capítulo de la Anatomía de Grey, pero nada romantizado…
—Imagino. —Ella, a las malas, había aprendido que
estudiar y ejercer medicina tenía más sombras que luces y
que; incluso, en una carrera tan humanitaria, había
malnacidos que aprovechaban su posición de poder para
minimizar a los aprendices, humillando y maltratándolos
psicológicamente; sin embargo, no estaba en absoluto
arrepentida de la profesión que eligió, porque había mucho
más cosas maravillosas que le fascinaban y que eran
profundamente gratificantes—. ¿A qué hora te toca turno?
—Tengo el día libre, tú también, ¿cierto?
—Así es, pero tengo que ir a la penúltima prueba del
vestido… —Le hacía mucha ilusión tener casi listo el
atuendo que usaría debajo de la toga. Por supuesto, ya
Mirko había recibido su invitación.
—¿A qué hora vas?
—A las cinco, ¿por qué lo preguntas? ¿Me acompañarás?
—curioseó con una sonrisa bastante coqueta, que era más
un gesto natural.
—Por supuesto, pero antes…, mucho antes; es decir,
como en una hora, más o menos, podríamos vernos en la
Taberna Avería, tomarnos unos vinitos y charlar un rato… Te
queda cerca.
Samira gimió pensativa, porque las conversaciones con
Mirko siempre eran interesantes, pero por nada del mundo
dejaría para otro momento la compra de los boletos aéreos.
—Tu propuesta es casi imposible de rechazar, pero estoy
esperando una videollamada de mi familia y no sé cuánto
tiempo me tome hablar con ellos… ¿Te parece si mañana
desayunamos juntos? —sugirió, porque no quería declinar la
invitación.
—Vale, perfecto… Que te vaya bien, guapa… Te escribo
por la mañana, para que escojamos el sitio.
—Está bien, a las ocho espero tu mensaje; si no me
escribes, entenderé que puedes estar durmiendo, entonces,
te llamaré hasta despertarte —dijo con la confianza que
entre ellos se había forjado.
—A ti te permito lo que quieras…
—Adiós, Mirko. —Se despidió sonriente, antes de que él
siguiera flirteando.
Se quedó mirando la pantalla por más de un minuto, a la
espera de la videollamada de Adonay; inevitablemente,
empezó a ser marioneta de la ansiedad, por lo que, apartó
el portátil, se levantó y empezó a caminar de un lado a otro,
con las manos en las caderas, mientras hacía ejercicios de
respiración, para calmarse.
Sus latidos aumentaban con cada paso que daba, resopló
y luego gritó de frustración, cogió la laptop y se fue a la
cocina, la dejó en la isla y buscó en el refrigerador algo que
llevarse a la boca; se topó con un pote de Amorino, sacó el
gelato de caramelo de mantequilla salada y casi con
desesperación lo destapó, hundió la cuchara y, de regreso a
la barra, ya había comido un par de veces.
No pudo seguir sin hacer nada, dejó el pote al lado de la
laptop y tecleó un mensaje.

Hola, primo… Espero por ti, imagino que aún no


llegas a casa, quizá hay mucho tráfico.

Lo envió y soltó el aliento que ni siquiera notó que había


contenido mientras escribía. Se metió otra cucharada
repleta de helado a la boca, miró en derredor, sin saber qué
más hacer; a pesar de que su apartamento estaba
climatizado, fue a una de las ventanas y la abrió; de
inmediato, la suave brisa agitó el velo de las cortinas.
Apenas faltaban tres semanas para que se instalara el
verano, pero el clima todavía estaba bastante fresco.
De espaldas a la ventana y de frente a la pantalla de la
portátil, pudo ver la videollamada entrante, corrió los pocos
metros que la separaban de esa importante comunicación y
no perdió tiempo en contestar. Casi de inmediato vio a su
primo muy demacrado, tenía los rizos bastante
desordenados, los ojos enrojecidos y unas ojeras muy
marcadas.
—Hola, ¿estás bien? Pareces muy cansado —saludó,
ocupando uno de los bancos de la isla de la cocina.
—Hola, grillo, sí, estoy bastante cansado y preocupado…
Tuve una tarde de terror…
—¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Es malo? —lanzó la ráfaga de
preguntas, sintiendo cómo un terrible nudo se le instalaba
en la boca del estómago.
—Milena entró en proceso de parto y no pudieron hacer
nada para detenerlo… Tuvo el bebé esta tarde y…
—Pero, tiene muy pocas semanas, debe estar por la
treinta…
Esta vez fue Adonay quien tuvo la necesidad de
interrumpirla.
—Veintinueve, se adelantó demasiado…
—Dime que ambos están bien… Es bastante prematuro,
pero…
—Ella está bien, pero el bebé, no tanto. —De manera
inevitable, la voz se le quebró y los ojos se le llenaron de
lágrimas; de inmediato, se limpió con los nudillos—. Lo
médicos están haciendo todo lo posible para mantenerlo
con vida…
A Samira se le rompió el corazón por verlo así. Adonay
estaba muy ilusionado con su primer hijo.
—Primo, ¿qué te han dicho? ¿Cuál es su estado? Confía
en los médicos… —La presión que sentía en el pecho la
tenía con poco aliento.
—Su estado es crítico, me han dicho tantas cosas… Si
supera las cuarenta y ocho horas, deberán llevarlo a cirugía,
para cerrar un conducto arterioso… Dicen que,
normalmente, ese conducto se encoge y se cierra por sí
solo, durante los primeros días de vida, pero que, en Amir,
será imposible… Lo tienen con transfusión de sangre por su
cuadro de hipotensión…
Samira comprendió que el estado del bebé era bastante
grave, sentía que el alma se le caía a los pies y no
encontraba palabras de aliento para su primo. Había
enmudecido y luchaba por no ponerse a llorar, porque eso
solo haría que él se sintiera peor.
—Adonay, sé que es una situación muy complicada, pero
confía en los médicos y, siempre que puedas, solicita
información sobre su estado, no desesperes… Además,
necesitas brindarle apoyo a Milena… Ambos deben estar
preparados, porque se vienen días bastante difíciles,
confiemos que Amir va a luchar por quedarse con ustedes,
pero eso llevará su tiempo… —Mientras Samira hablaba,
Adonay solo asentía y le daba la pelea a las lágrimas.
—Lo siento, grillo…
—¿Por qué? No tienes por qué hacerlo —dijo casi con un
jadeo de consternación.
—Voy a fallarte en uno de los días más importantes para
ti… Faltaré a mi palabra, pero…
—¿Qué dices, Adonay? No te preocupes, es algo que se
escapa de toda posibilidad, no te sientas mal por eso. —Con
cada palabra que salía de su boca, el remolino de lágrimas
en su garganta se hacía más grande, porque su cerebro
empezaba a asimilar los efectos colaterales de la situación
por la que estaba pasando su primo.
—No puedo evitarlo, sé que te hacía mucha ilusión…
—Es cierto, anhelo poder tenerlos conmigo, pero ante
esta situación, mis deseos resultan banales… —respiró
profundo, para no echarse a llorar—. Habrán más eventos
de grado, aún falta la especialización, luego algún
doctorado… Pero Amir es único, Milena y tu hijo te
necesitan, así que no te sientas mal por no poder venir…
Voy a estar bien, te lo prometo y también te prometo que,
una vez termine aquí, iré a visitarlos…
—Pero me dijiste que te estás preparando para presentar
el MIR…
—Así es, pero las clases y asesorías son en línea. Aún me
queda tiempo para seguir preparándome. —La decisión
estaba tomada, iría a Ceará, a ver a su primo; quizá estando
allá, pudiera encontrar el valor para visitar Río, pero no
quería pensar en eso.
Le aterraba un encuentro con su tío, pero si era
precavida, no tendría por qué verlo; se hospedaría en un
hotel cercano al hospital y haría todo lo que estuviera a su
alcance, para ayudarle con la recuperación de Amir.
—¿Estás segura? —preguntó, sintiéndose dudoso, pero
también Samira con esa noticia le daba un poco de
felicidad.
—Completamente. —Asintió para reafirmar la decisión.
—Me hará muy feliz tenerte por aquí… Un grillo médico,
casi no lo puedo creer —sonrió aunque el cansancio y
agonía anidaba en sus ojos azules—. Ahora te dejo, porque
sé que allá es muy tarde y también debes estar agotada.
Ella también sonrió y se cubrió los ojos con las manos,
para no derramar las lágrimas, suspiró profundamente y
volvió a mirar a su primo.
—Está bien, me iré a descansar, pero quiero que me
mantengas informada, ante cualquier noticia, llámame o
envíame un mensaje… Si no, no podré estar tranquila.
—Sí, te mantendré al tanto.
—¿Me lo prometes? Dame tu palabra. —Casi le suplicó.
—Te doy mi palabra, ahora ve a descansar.
—Todo estará bien.
Samira terminó la videollamada y enseguida se le
desbordaron las lágrimas, lo que dio paso a un llanto
ruidoso, que le hacía sacudir el cuerpo.
Era torturada por una mezcla de emociones que, en gran
parte, la hacían sentir la peor persona del mundo; sí, estaba
muy impactada y triste por el nacimiento prematuro de
Amir, pero también sentía mucha rabia y desilusión, porque,
una vez más, en su destino no estaba volver a verse con su
familia.
Quizá haberlos abandonado era su gran maldición y
estaba condenada a sufrir toda su vida por eso, y su
felicidad jamás volvería a ser completa.
Siguió llorando por mucho tiempo, sola, en un
apartamento tan grande y lujoso, que la hacía sentir
insignificante y desdichada. Se levantó de la silla y arrastró
los pies hasta el sofá, ahí se acurrucó y se cubrió con una
manta, mientras siguió llorando hasta que se quedó sin
fuerzas y el sueño la venció.
El insistente sonido del teléfono intercomunicador fue el
que la despertó, no solo le dolía la cabeza, sino todo el
cuerpo; sentía como si una aplanadora le hubiese pasado
por encima.
Se lamentó con cada movimiento que le implicó llegar
hasta el aparato, mientras trataba de aclarar su atontada
mente.
—Buenos días, señorita Marcovich. ¿Se encuentra bien?
—Hola, Álvaro, buen día… Sí, sí, estoy bien. ¿Sucede
algo?
—Es que la busca el señor Mirko, se muestra algo
preocupado porque no le responde al teléfono…
—Estoy bien, disculpa, no escuché el teléfono… ¿Sigue
Mirko contigo?
—Sí.
—Hazlo pasar, por favor. —La verdad no tenía ganas de
ver a nadie, pero fue ella quien le pidió que desayunaran
juntos.
—Está bien.
—Gracias. —Terminó la comunicación y fue a la isla,
donde había dejado el portátil.
Como si su situación no fuese una mierda, empeoró al
darse cuenta de que el helado se había descongelado y el
agua que corrió, se acumuló debajo del aparato. Intentó
prenderla, pero no sabía si estaba descargada o se había
dañado.
No tenía tiempo para averiguarlo, Mirko debía estar
subiendo; se fue al baño de su habitación, se lavó los
dientes y la cara. Era un caos total, tenía la cara hinchada,
estaba despeinada y la blusa arrugada.
Se acomodó la coleta y aun cuando escuchó el timbre, se
tomó el tiempo para cambiarse la blusa por una camiseta,
luego corrió a abrirle.
—Hola. —Puso su mejor sonrisa, para recibir a su amigo
—. Bienvenido.
—Hola. —Su tono dejó en evidencia la sorpresa—. ¿Estás
bien? —preguntó al percatarse del estado de Samira.
—Sí, sí… Lo siento, sé que dije que te llamaría, pero me
quedé dormida… —Aprovechó para mirar la hora en su reloj
de pulsera. Eran casi las once de la mañana—. ¡Por Dios! No
imaginaba que fuese tan tarde… Dime que no pudiste
esperarme para desayunar. —Le hizo un ademán,
invitándolo sentarse, pero corrió para recoger la manta.
—Me tomé un café, no te preocupes por mi estómago,
sabes que está acostumbrado a no seguir un horario —
comentó, sonriente, pero observaba con discreción el lugar.
Era primera vez que entraba al apartamento de Samira. Sí,
muchas veces la acompañó a casa, pero ella nunca lo había
invitado a subir.
Supuso que su familia en Brasil debía ser bastante
adinerada, como para poder mantenerla en un sitio como
ese, pero se reservó su opinión.
—Bueno, enseguida preparo algo. —Corrió a la cocina, se
hizo del tarro con el helado derretido, lo vertió en el
fregadero, ya después botaría el recipiente.
—No, no… Espera. —Se apresuró a sostenerla por el
brazo.
Samira se volvió rápidamente, escapando del agarre en
un intento por ocultar el desastre en el fregadero, y le
sonrió.
—Puedo cocinar algo rápido.
—De ninguna manera vas a ocuparte en tu día libre;
además, me provoca una de esas empanadas griegas que
venden en Periplo.
—Entonces, vamos a por las empanadas —dijo,
convencida de que era la mejor opción—. Espérame un
minuto, buscaré mi bolso.
Mirko asintió y le hizo un ademán. En menos de un
minuto Samira regresó, no solo había traído el bolso, sino
que también aprovechó para aplicarse un poco de gloss.
Hubiese preferido tener tiempo para darse una ducha, pero
no iba a hacerlo esperar más de lo que ya lo había hecho.
—¿Lista? —preguntó con una sonrisa juguetona.
—Sí, vamos —suspiró y avanzó a la puerta.
—¿Segura? —La detuvo, al tiempo que le echaba un
vistazo a los pies.
Samira, al seguir la mirada de Mirko, se dio cuenta de
que aún tenía puestas las pantuflas; de inmediato, su
carcajada reverberó en el salón, y él se contagió con su risa.
—Enseguida regreso. —Volvió a correr hacia su
habitación—. Ahora sí —dijo, esta vez calzando unas
sandalias planas.
Salieron del edificio y caminaron unas pocas calles hasta
llegar al café, mientras conversaban de temas en común,
como lo era la rutina en el hospital.
Después, cuando estaban a mitad de las empanadas de
queso ricota y espinaca, Mirko abordó con mucha cautela el
tema sobre el estado en el que la había encontrado. Ella se
sintió con la confianza de contarle lo que había sucedido,
siempre con medias verdades; porque, como a todos, no le
decía la verdadera situación con su familia; por esa razón,
muchos la consideraban alguien extremadamente reservada
en cuando a su vida personal.
—Pero ¿vendrán tus amigos de Chile? —preguntó él,
luego de darle un sorbo a su capuchino.
—Sí, llegarán un par de días antes del acto —comentó
con una sonrisa, aunque seguía muy afligida, porque no
podría ver a su abuela ni a Adonay.
—Eso es bueno, tendrás a tu lado a gente a la que
quieres y que te quieren, por supuesto, me cuento entre
esas personas.
—De verdad, agradezco que puedas asistir, me hace feliz
saber que estaré rodeada de mis amigos más importantes…
—No pudo evitar que algo de resentimiento acompañara
esas palabras, porque a pesar de que había terminado su
relación con Ismael en buenos términos y de que creía
seguían siendo amigos, cuando ella le envió la invitación, le
respondió que no podría asistir, porque tenía mucho trabajo.
Samira sabía que fue la excusa más tonta que se
inventó, porque él bien podría trabajar a donde fuera y en
los tiempos que quisiera; además, le dijo con un mes de
anticipación, lo cual le daba tiempo para reorganizar su
agenda.
Tras un par de horas de amena conversación, se
despidieron en el café. Samira regresó a su apartamento y
Mirko aprovecharía el día para hacer unos pendientes; antes
de que volvieran a verse esa tarde, en el atelier donde
Samira se haría la prueba del vestido.
CAPÍTULO 38
Samira acababa de llegar de la peluquería, aunque
todavía faltaban siete días para su graduación, decidió
disponer de esa mañana para realizarse el retoque de sus
babylights, unas mechas finas y sutiles, que creaban el
efecto real del sol iluminando su melena.
La primera vez que había hecho algún tipo de
intervención en su cabello, fue cuando escapó de su casa y
encontró refugio en el apartamento de Renato, fue él quien
la puso en manos de Arlene y ella la convenció de que había
muchas maneras de hacer que su cabello se viera hermoso;
no solo largo, recto y oscuro.
Se adaptó a ese cambio durante un tiempo, luego,
cuando se mudó a Chile, no contaba con los medios para
mantener ese estilo, así que volvió a dejárselo al natural,
hasta hacía un par de años cuando tomó la decisión, no solo
de volver a aclararlo, sino que también se lo cortó a mitad
de la espalda e hizo algunas capas, que lo hacía lucir más
abundante.
En esa época, estaba bastante decidida a hacer cosas de
las que jamás pensó se atrevería, ya que también se hizo la
otoplastia y le puso fin al complejo de sus orejas; meses
después, se tatuó detrás de la oreja izquierda la estrella
dorada, en honor a esa leyenda que su abuela le contaba,
que los gitanos eran descendientes de un amor entre una
estrella y un hombre albino. También porque así era como
cariñosamente la llamaba su abuela y sentía que esa era
una manera de tenerla más cerca.
Revivir esos recuerdos, hizo que buscara su portátil;
afortunadamente, después de llevar al servicio técnico,
volvió a funcionar. La encendió y entró a su email, por
enésima vez, fue a ese correo que llevaba en borradores
desde el mismo día en que recibió las invitaciones de su
acto de grado.
Solo de volver a releerlo, el corazón le saltaba
frenéticamente en el pecho, aún no conseguía el valor para
enviarlo, tenía miedo de llevarse una desilusión más. Lo
había pospuesto tantas veces, aunque sabía que era
sencillo, solo con apretar una tecla, estaría hecho; pero bien
sabía que lo verdaderamente difícil eran los daños
colaterales que oprimir ese botón pudiera traerle.
—No, no… ¡No! —Movía la cabeza de forma negativa con
mucha energía, debido al terror que la toma de esa decisión
le provocaba, apretaba los puños y los párpados. Mientras
su mente la atormentaba, haciéndole recordar la promesa
que había hecho—. Mañana sí, mañana lo haré. —De un
golpe casi brusco, cerró la tapa de la portátil—. Mañana te
enviaré el correo con la invitación, Renato… Aún hay tiempo
y, si no respondes, no importa… No me va a importar e
igual estaré tranquila, porque sé que cumplí mi parte de la
promesa que te hice. —Con su voz, intentaba sabotear ese
dolor en su pecho, esa incomodidad que siempre traía
consigo el recuerdo de su primer amor.
Ahora debía ducharse, no quería llegar tarde a la
celebración que tenía con sus amigas y sus familiares. Por
su parte, solo asistirían como su familia; Julio César,
Amaury, Romina y Víctor. Estaba tan ilusionada con llevar a
Adonay, a Milena y a su abuela, pero desde hacía mucho
había aprendido que los planes no siempre salían como se
esperaba.
Por lo menos, estaba más tranquila, ya habían operado a
Amir y los médicos lograron cerrar con éxito el conducto
arterioso; aún no estaba fuera de peligro, pero ya había
superado por mucho el tiempo crítico y había conseguido
aumentar unos gramos de peso.
Se recogió el cabello y se puso un gorro impermeable,
para no arruinar todas las horas de trabajo que le llevó a
Stefan, dejar su melena tan hermosa. Se desnudó y se
metió a la ducha, dispuesta a tomarse el tiempo necesario
con el fin de salir completamente relajada.
Cuarenta minutos después, salió y fue al vestidor, donde
ya había elegido la ropa que usaría: un pantalón estilo
palazzo, elegante, color verde menta y una blusa de seda
blanca, con finos tiros.
Se puso el panti de hilo y se humectó la piel, luego se
puso el pantalón y la blusa, dejándola por dentro, ya que el
corte alto del pantalón definía muy bien su pequeña cintura.
Decidió maquillarse con un estilo monocromático, para
un estilo bastante natural, por lo que, usó un solo producto,
para sombras, mejillas y labios, aunque sí apostó por un
buen delineado de ojos.
Miró la hora en su móvil y se dio cuenta de que se había
llevado más tiempo del esperado, así que se apresuró con
los accesorios, se quitó el gorro, con los dedos se acomodó
el cabello y se aplicó un poco del aceite floral, que ella
misma seguía preparando.
No tenía por qué llegar a la hora exacta, pero le gustaría
hacerlo, para que sus invitados no estuviesen ahí antes que
ella. Con movimientos rápidos se aplicó perfume, se calzó
las sandalias y por la aplicación solicitó un taxi, porque no
tenía ganas de conducir y tampoco sabía cuánto vino iba a
tomar.
Mientras esperaba, agarró su cartera y una sombrilla,
porque según la aplicación del clima, habría lluvias
dispersas en Madrid, misma razón por la que prefirió irse en
coche y no caminando, aunque el restaurante BLoved,
donde se haría la celebración, estaba a menos de quince
minutos caminando.
Apenas subió al asiento trasero, su móvil vibró con un
mensaje de Julio César.

Cariño, ya llegamos, están también Romina y


Víctor. ¿Te esperamos en el vestíbulo o subimos al
restaurante?
De inmediato empezó a teclear su respuesta, sin poder
evitar que la ansiedad anidara en la boca de su estómago.

Por favor, espérenme ahí, me gustaría llegar con


ustedes y hacer las presentaciones.

Mandó el mensaje y vio a través de la ventanilla cómo el


taxista se incorporaba a la Gran Vía. Su angustia aumentó
cuando fue consciente del congestionado tráfico, aunque
respiró profundo, en busca de paciencia, no le sirvió de
nada porque en dos minutos el coche avanzó muy poco y
sabía que si se bajaba, podía llegar mucho más rápido
caminando.
—Señor, disculpe, voy a bajarme aquí. —Le avisó,
aprovechando que se habían detenido ante el paso
peatonal.
—Señorita, ya falta poco para llegar. —El chofer intentó
retenerla, con la intención de completar su servicio.
—No se preocupe, tengo prisa… —Abrió la puerta y bajó,
casi corrió para aprovechar el paso peatonal.
Llegaba al otro lado de la calle, cuando una fuerte brisa
le agitó con fuerza el cabello; siguió caminando a toda prisa,
a pesar de que la corriente de aire le hacía complicado
avanzar. Y no era la única, todos los peatones también
sentían la inclemencia del clima y enseguida empezaron a
caer grandes gotas de agua.
En ese instante, mientras abría el paraguas se arrepintió
de haberse bajado del taxi, debido a que las gotas de la
lluvia golpeaban con fuerza la piel de sus hombros; una
lluvia tan intensa era algo casi inaudito en pleno junio.
La gente empezó a correr, para ella iba a ser imposible,
porque no era una opción con la sandalias de tacón y el
suelo resbaloso, se aferraba al paraguas obstinadamente,
pero otra fuerte ráfaga de viento hizo que este se volteara,
dejándola expuesta.
—¡Mierda! —exclamó al tiempo que se volvía para tratar
de enderezar el paraguas y sentía el dolor que le
provocaban las grandes gotas cayéndole encima.
Otra inclemente corriente de viento la obligó a avanzar
varios pasos y ya no pudo seguir luchando con el paraguas,
se le escapó de las manos y terminó estrellándose con un
transeúnte que también venía caminando rápido, para
escapar de la tormenta.
—Lo sien… —Las palabras se le quedaron atoradas en la
garganta al ver que, el hombre, llevado por sus reflejos,
para evitar el golpe en su cara, apartó el paraguas de un
manotazo, mandándolo a mitad de la calle y enseguida lo
arrolló un auto.
No sabía si era el frío, la fuerte lluvia o los nervios lo que
hacía que su cuerpo se agitara al punto de sufrir espasmos.
Ahí, frente a ella, después de tantos años, estaba Renato;
tan guapo como lo recordaba, llevaba el cabello un poco
más largo y sus rasgos más endurecidos. Sentía que su
mirada cerúlea la atrapaba y le quitaba toda la energía;
toda ella temblaba y tragó saliva, porque tenía un nudo
apretando su garganta. Negó con la cabeza, incapaz de
separar los labios, porque estaba segura de que iba a
estallar en llanto.
Al ser plenamente consciente de que frente a ella y bajo
una torrencial lluvia, estaba Renato Medeiros, con el agua
escurriendo por su hermoso rostro. Quiso huir, pero no podía
moverse; estaba paralizada y sin poder emitir una sola
palabra. Los latidos desaforados de su corazón lo
reconocían, solo por él palpitaba de esa manera.
—Samira… —Verla era como recibir un puñetazo en el
pecho. ¿Realmente estaba parada frente a él? ¿No sería una
alucinación tras siete años preguntándose qué demonios
había sido de ella? Vio que se le llenaban los ojos de
lágrimas.
Renato avanzó, intentando tocarla, pero ella retrocedió
un par de pasos; tenía miedo de que sus dedos fueran a
calcinarla y empezó a negar frenéticamente, porque sus
emociones eran un caos y respirar se le estaba haciendo
casi imposible.
No sabía qué hacía Renato ahí, mirándola con una
intensidad que la hacía vulnerable. Debió quedarse en el
pasado, ahí con toda la confusión, la rabia y el recuerdo de
un amor que la dejó marcada para siempre. Empezó a
respirar aprisa, sin saber siquiera por qué, víctima de una
ansiedad que la hacía sentir como si estuviese a punto de
estallar en llanto, desmayarse o ambas cosas.
Un golpe en su hombro la hizo consciente del entorno,
volvió a escuchar el sonido del tráfico, a sentir la lluvia que
la empapaba y a ser blanco de los tropezones de la gente
que, tratando de escapar del torrencial, no tenía cuidado.
Sintió el toque caliente en su brazo, ese que la hizo
estremecerse, no percibió el instante en que Renato la
sujetó; toda ella estaba ralentizada y él parecía ir mucho
más acelerado.
—No puedes quedarte bajo la lluvia, podrías enfermar…
Ella escuchaba su voz, hablándole en portugués, como
un eco lejano, pero se dejó guiar, no tenía fuerzas para
resistirse, ya era suficiente la vergüenza que le provocaba
saber que él, era consciente de que estaba temblando a
punto de desarmarse.
Volvía a ser la chica de dieciocho años que podía morir y
vivir por él, y no una mujer de casi veinticinco años. El
tiempo, el tiempo transcurrido en ese momento era
completamente intrascendente.
Él, prácticamente, la arrastró a un Tim Hortons, que
tenían cerca. A pesar de que estaba congestionado,
encontraron una mesa junto a la puerta.
—Tengo un compromiso…, no puedo quedarme. —Por fin
consiguió empujar unas palabras en español.
—Yo también, pero no creo que pueda presentarme como
estoy —dijo él, en portugués.
Entonces, Samira lo miró, llevaba puesto un traje de lino
verde oliva seco, con una camisa blanca; se veía guapo y
elegante a morir, como siempre. No, ahora se veía mucho
mejor; el recuerdo del Renato de veinticuatro años, no le
hacía justicia a ese hombre de más de treinta. Tragó grueso
y desvió la mirada a la vitrina que exhibía los postres.
—Es muy importante. —Su voz era un chillido que por fin
se acopló al mismo idioma de su sorpresivo acompañante.
En ese entonces, lo que más deseaba era huir, pero bien
sabía que no importaba si lo hacía, ni cuánta distancia
pusiera, el conflicto con sus emociones sería el mismo.
—Mejor iré a por algo caliente, estás temblando —dijo,
aunque él también estaba realmente nervioso, se mostraba
demasiado cabal, a pesar de querer perder los estribos,
aunque fuese solo un poco.
Estaba conmocionado, no asimilaba que tenía a Samira
en frente; estaba cambiada, no lo suficiente como para no
reconocerla, pero sus formas se habían favorecidos con la
madurez. La inocencia en su mirada perdió fuerza y la
delicadeza de sus rasgos juveniles, dieron paso a una
belleza que lo intimidaba. Era hermosa, mucho más
hermosa que años antes; muy a su pesar, descubría que
todavía le aceleraba los latidos y le calentaba la sangre.
Justo en ese momento, se daba cuenta de que, todos los
años de terapia, para superarla, se habían ido a la mierda y
que hasta ese entonces solo se había anestesiado.
Ella estaba temblando, claro que lo estaba, pero no era
por estar empapada, sino por su presencia. No había duda
de que Renato merecía una golpiza. Le punzaron las manos
nada más de imaginarse descargando toda su furia contra la
cara de ese atractivo idiota, pero al mismo tiempo, pensó en
que eso no le ayudaría en nada.
Bajó la cabeza y miró cómo se estrujaba las manos.
Cuando volvió a levantar la mirada, ya Renato no estaba en
frente, se había dirigido a la caja y hacía un pedido.
Entonces, ella miró con desesperación a la puerta, era el
momento perfecto para escapar, poco importaba la lluvia,
sabía que cualquier enfermedad que pudiera suscitar, iba a
hacerle menos daños que tener que enfrentar a Renato,
pero una especie de magnetismo la tenía pegada a ese
asiento.
Se volvió a mirarlo, estaba de perfil junto a la barra;
entonces, se percató de que su contextura era mucho más
gruesa, poco o nada quedaba del hombre casi escuálido del
que se enamoró. Aun a través de ese traje de lino, se
notaba fácilmente que sus brazos y sus piernas habían
ganado mucha masa muscular, también su trasero. De
manera brusca, volvió a apartar la mirada, no quería que la
atrapara admirándolo, pues no paraba de mirar hacia donde
ella estaba, quizá temiendo que se le volviera a escapar.
Resopló, soltó un chillido y cerró fuertemente los ojos.
Quería desaparecer, evaporarse, diluirse, lo que fuera con
tal de no tener que vivir ese momento.
—Aquí tienes —dijo Renato, poniendo frente a ella un
capuchino grande, cuatro sobres de azúcar y un muffin
triple chocolate.
Ella se quedó mirando los sobres de azúcar, su corazón
dio un vuelco y las lágrimas empezaron a picarle al borde de
los párpados, porque Renato recordaba exactamente cuánta
azúcar le ponía al café.
—Gra… gracias —tartamudeó, aunque estaba segura de
que nada le pasaría por la garganta.
—¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí? —preguntó él. Durante
el tiempo que le tomó hacer el pedido y esperarlo, no hizo
más que pensar en cómo iniciar una conversación. Una
parte en él, le exigía que la enfrentara, que le reclamara por
haberlo abandonado de una manera tan cruel, como si
hubiese sido el peor de los hombres, que no merecía la
mínima explicación; era esa rabia que latía en su pecho, de
una manera casi. Sin embargo y muy a su pesar, estaba
fascinado con este inesperado encuentro.
Le costó varias inhalaciones y exhalaciones, para que un
crudo: «¿por qué me dejaste?», no fuera su primera
interacción, después de tanto tiempo. Se convenció de que
lo mejor era ser amigable y así no mostrarse tan patético.
Samira, que no podía mirarlo a los ojos, observó que,
para él, se había pedido un capuchino. De manera
inevitable, se fijó en sus manos, no llevaba ningún anillo de
matrimonio, ni siquiera la marca de alguno. Y de pronto,
sintió como si el tiempo no hubiese pasado, como si hubiese
sido el día anterior que compartieron el último café.
—¡Tengo que ir al baño! —dijo con urgencia y se levantó
intempestivamente. Debía espabilarse, no podía dejarse
arrastrar por la nostalgia de los bonitos momentos, ni seguir
siendo tan inmadura emocionalmente; debía tener muy
presente porqué estaban en ese punto, casi siete años
después.
Apenas entró en el baño, buscó en su cartera el móvil,
tenía un par de mensajes de Julio César, preguntándole si
aún le faltaba mucho por llegar.
Necesitaba a alguien que la socorriera y nadie mejor que
su hermano del alma para que lo hiciera, así que de
inmediato le marcó.
—Cariño, ¿cuánto te falta? Dijiste que estabas por lle…
—Renato está aquí… —Lo interrumpió con
desesperación.
—¡¿Qué?! ¡¿Quién?! ¡¿El carioca?! ¡¿Tu ex?! —Lanzó la
ráfaga de preguntas sin siquiera respirar.
—Sí, sí… Ay, no sé qué hacer… ¿Dime qué hago? —
Caminó hasta el cubículo, se encerró y se sentó en la tapa
del inodoro. Sin poder evitarlo, se llevó una mano al pecho,
porque sentía que iba a vomitar el corazón.
—¿Está aquí en Madrid? —El peruano no podía salir de su
asombro.
—Sí…, en Madrid.
—Bueno, imagino que quieres enfrentarlo y te apoyo si
quieres buscarlo… Pero, cariño, ¿no puede ser en otro
momento? Estamos esperando por ti…
—No, no puede ser en otro momento, está conmigo; nos
tropezamos en la calle, en medio de la lluvia, y ahora estoy
encerrada en el baño de Tim Hortons, sin saber qué hacer…
—En medio de la lluvia y en la calle… ¡Pero, Sami, el taxi
te dejaría frente al hotel!
—Me bajé por el entaponamiento… ¡Maldita sea la hora
en que decidí hacerlo! —chilló sin poder contener más el
llanto—. Estaba segura de que podría llegar más rápido si
caminaba… De miles y miles de personas en la Gran Vía,
tuve que tropezar con él… ¿Qué se supone que hace aquí?
—Mi gitana hermosa, necesitas calmarte, te oigo y es
como volver a escuchar a la jovencita de dieciocho años…
Sé que te desestabiliza y es comprensible que te sientas
como si hubieses dado un salto en el tiempo, pero no
puedes permitir que ese malnacido despierte inseguridades
ya superadas desde hace mucho…
—Soy un desastre, tanto emocionalmente como de
apariencia; estoy empapada… ¿Puedes venir a buscarme?
Necesito que me saques de aquí… —suplicó, limpiándose
las lágrimas.
—Por supuesto que puedo ir a buscarte… —dijo con tono
conciliador—, lo haré con el mayor de los placeres y te
rescataré de las garras del dragón, pero si lo hago, solo vas
a demostrarle que te hizo y te sigue haciendo mierda; que
su sola presencia te afecta, al punto de que necesitas de
alguien más, para que te saque del foso en el que te mete…
Considero que es un buen momento para enfrentarlo. No
tienes que discutir, no tienes que mostrar tu dolor, solo
muéstrale lo bien que estás sin él, que no te hizo falta su
afecto ni sus engaños… Samira, eres una mujer que ha
mandado a la mierda a tipos mil veces mejor que el carioca,
no necesitas de él… No lo necesitas.
—Tienes razón. —Se sorbió la nariz—, no lo necesito,
tampoco tengo que hacer ningún reclamo, porque eso solo
demostraría que sigo enganchada a un sentimiento que
jamás fue correspondido… Y ya no siento nada por él… —
Intentaba mentirse a sí misma, porque sus palabras no
comulgaban con sus emociones—. Solo que me afectó verlo
así, sin estar preparada…, pero sé que puedo manejarlo,
puedo hacerlo… Tendré una conversación de cinco minutos
e iré a la fiesta, te aviso para que vayas a buscarme al
vestíbulo.
—No te sientas en la obligación de venir, si quieres,
puedo disculparte con los demás. Si me preguntas, creo que
es lo mejor…, así no te sentirás presionada. Tómate el
tiempo que necesites para dejar todo claro con el carioca.
Samira se quedó en silencio, analizando esa propuesta y;
en pocos segundos, se dio cuenta de que tenía razón, no
podía presentarse en la recepción en el estado en el que
estaba. Toda ella era un caos, su maquillaje, la ropa mojada
la tenía pegada al cuerpo, su pelo que había quedado tan
bonito, ahora no eran más que mechones escurridos.
—Gracias, tienes razón, no estoy en las mejores
condiciones para celebrar. Diles que me perdonen, que
después les llamo.
—Eso haré, si me necesitas, solo llámame… Recuerda
quién eres ahora, enséñale a ese canalla que ya no eres la
gitanita inocente con la que jugó… Eres un mujerón.
CAPÍTULO 39

Samira regresó a la mesa, con el cabello recogido en una


coleta alta, la cara lavada y con mucho más valor que con el
que escapó al baño. Tenía tantas preguntas cuyas
respuestas habían quedado perdidas entre silencios
forzados, tantos sentimientos que confesar, pero había
decidido que era mejor seguir como estaba.
Renato la siguió con la mirada, hasta que se sentó frente
a él; sus ojos se fijaron en las clavículas sobresalientes y
tragó grueso cuando, a través de la seda mojada, se
marcaban las areolas y los pezones; la piel se le erizó al
recordar lo suaves que eran sus pechos y cómo lograba
ponerle duros los pezones, solo con el roce de su lengua.
—De maravilla…
—¿Disculpa? —preguntó con la voz turbada por la
excitación.
—Me preguntaste que cómo estoy. Estoy bien, no puedo
estar mejor… Desde hace siete años vivo aquí y me ha ido
muy bien. —Le estaba costando un mundo mirarle a la cara
y parecer segura, cuando por dentro era toda temblores.
—Puedo notarlo. —El tono de su voz era casi un susurro
—. Entonces, viniste directo a Madrid.
—Sí, con mis amigos Romina y Víctor… Los gitanos. —Le
recordó, para que supiera que aún mantenía su esencia.
Renato, en ese momento, se dio cuenta de que jamás se
le pasó por la cabeza pensar en que ellos pudieron ayudarla
a salir de Chile.
—Sí, recuerdo que hablabas mucho de ellos, ¿cómo
están? ¿Vives con ellos?
—Están bien, tienen un hijo… y no, vivo en mi propio
apartamento. Al principio sí, ellos me ofrecieron un lugar,
mientras me instalaba. —Miró el capuchino ya frío, tenía
ganas de hacer algo con las manos, poner su atención en
algo más; porque, de lo contrario, terminaría perdiéndose
en ese añil cristalino de sus ojos.
Decidió no tocar nada de lo que él había puesto en la
mesa, así que, adhirió su espalda a la silla, se cruzó de
piernas y apretó los reposabrazos, con la total intención de
parecer relajada.
Renato seguía dándole vueltas a la pregunta, pero sabía
que era un terreno espinoso que, por el momento, quería
evitar.
—Me tranquiliza saber que has estado bien… ¿Cómo va
tu sueño? ¿Aún luchas por ello? —Él tampoco había tocado
el capuchino, los nervios no lo dejarían siquiera sujetar la
taza.
—Imagino que te refieres a estudiar medicina —suspiró,
miró fugazmente a través del cristal cómo seguía lloviendo
—. Estoy a una semana de mi acto de grado —dijo, al
tiempo que volvía a poner la mirada en él, pudo notar en
sus ojos un brillo de sorpresa.
—¿En serio?… Pues, ¡muchas felicidades! —sonrió
genuinamente—. Estoy sorprendido, no sé qué decir… Lo
has logrado, Samira… —Su sonrisa se convirtió en una
mueca melancólica.
Ella quería decirle que había pensado en él y que tenía
una invitación esperando ser enviada, pero solo evidenciaría
que durante este tiempo le había dado la importancia que,
definitivamente, no merecía.
—Gracias, no ha sido fácil, pero puedo decir que lo he
logrado; después de todo, he sido bastante afortunada, más
de lo que podrías imaginarte —sonrió ampliamente al
recordar el día que ese billete de lotería le dio todas las
oportunidades que tanto necesitaba. Pero no se lo contaría,
él ya no era su amigo, mucho menos su confidente—.
Imagino que estás aquí por trabajo o de vacaciones.
Renato seguía buscando en esa mujer deslumbrante a la
Samira que conoció, ahora que llevaba el cabello recogido,
pudo darse cuenta de que había hecho algo con sus orejas.
—Estoy de vacaciones, pero en Italia… Vine aquí por un
compromiso y me quedaré unos días… —Se detuvo
abruptamente al ser consciente de que en su destino estaba
marcado que ese día se encontraría con Samira—. ¿Conoces
a Raissa Saavedra? —La pregunta casi quedó ahogada en su
garganta y tragó saliva.
—Sí, es mi amiga… Sé que es la prima de Bruno. —Ella
no tenía por qué ocultar nada, no era como él—. A veces el
mundo es un pañuelo, ¿no crees? —sonrió con amargura. No
podía reaccionar para fingir o para marcharse, no podía
hacer nada más que sostener la mirada de Renato, esa que,
poco a poco, fue llenándose de entendimiento y de cólera,
mientras su sonrisa taimada desaparecía.
Renato se sintió tembloroso de pies a cabeza y helado
por dentro. Era curiosa la sensación que lo embargaba, era
un vacío que se abría paso en sus entrañas, un peso que
sostenía su corazón. Su única reacción fue hundir el rostro
entre sus manos, para ocultar eso tan súbito como doloroso,
mientras era invadido por pensamientos y sensaciones
complejas, entremezcladas con la furia del momento y la
desazón de lo inevitable.
No obstante, pudo tomar el control de sus emociones, no
tenía por qué sentirse sorprendido, después de todo, Samira
sabía perfectamente dónde estaba él, fue ella quien
desapareció.
—Sí que lo es… —Y no sabía qué más decir, porque cada
confesión que Samira hacía, la alejaba más de esa chica de
la que se enamoró.
En un café lejos de aquella ciudad que había entrelazado
sus caminos, tanto tiempo atrás, y presos de un silencio que
no sabían cómo terminar, se miraron a los ojos.
—Entonces, supongo que has venido porque te invitó al
acto de grado. —Fue Samira, quien después de un minuto,
rompió el silencio.
—Sí, iba camino a una recepción… Bruno insistió en que
los acompañara.
—Entonces, íbamos al mismo lugar…
—¿Sabías que estaría ahí? —preguntó. Le picaba la
curiosidad, porque no sabía qué tanto podían conversar
Raissa y Samira.
Ella negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—Lo menos que esperaba era volver a verte.
—Sí, imagino que no estaba en tus planes… —dijo con
cierta amargura y sintiendo un pellizco en el corazón.
—Cuéntame, ¿cómo está tu familia? Tu abuelo, tu
hermano…, tus padres. —Cambió de tema, no le apetecía
tener una discusión, no era el mejor momento y recordó lo
que le dijo su amigo: no mostrar su dolor. Misma razón por
la que no iba a preguntar por su vida amorosa.
Renato se dio cuenta de que no preguntó por él; era
evidente que no le interesaba en absoluto enterarse cómo
había quedado luego de que ella se esfumara, como la
mayor de las cobardes.
—Bien, todos están bien… Mi hermano lleva unos años
viviendo en Singapur; ahora tengo una hermana de nueve
años, mis padres decidieron adoptar. —A pesar de la
decepción que le provocaba el poco interés que Samira
mostraba en él, sonrió al recordar a Aitana.
—Me alegra saber que ahora tienen una niña a la cual
darle todo el amor que no pudieron ofrecerle a la bebé que
perdieron —confesó, bajando en ese momento la guardia.
No sabía si se había expuesto demasiado, al dejarle ver que
aún recordaba esos detalles.
—Sí, adoran a Aitana… Es hermosa, ¿quieres verla? —
preguntó, porque se emocionaba cada vez que hablaba de
su hermanita.
—Sí, por supuesto —dijo aproximándose a la mesa.
Renato buscó el movil, le tomó pocos segundos
encontrar una fotografía y se la mostró; su mano temblaba
y era más que evidente para ella, pero ya no podía
retractarse.
—Es hermosa —dijo mientras observaba a una niña de
piel oscura, con largas trenzas y un traje de baño fucsia,
estampado con flores coloridas—. De verdad, es muy linda.
—Puedes pasar a la siguiente —dijo él, fascinado porque
ella se había acercado más.
Samira así lo hizo, con la yema de su dedo índice, pasó a
la siguiente foto y no pudo contener la risa espontánea que
se le escapó al ver a la niña con el señor Garnett, ambos
con máscaras de snorkel.
Renato sintió que su corazón estaba a punto de estallar y
se le cortó la respiración, cuando escuchó su risa; ahí, en
ese gesto, estaba su Samira. Su manera de reír y mirar la
pantalla, le hacía sentir que el tiempo no había pasado, que
seguía siendo esa chica con la que pasó los mejores
momentos de su vida. Ella era su felicidad, su seguridad, su
valentía, su magia; sí, en ese momento y en esa mesa había
magia.
Samira desvió la mirada de la pantalla y se encontró con
los ojos de Renato, la forma en que él la miraba, se le hizo
tan familiar, esa calidez en sus iris, que le ponía el mundo
del revés. Esa mirada era la misma que tuvo cuando la
sorprendió a la salida del restaurante en Santiago y la
recibió con un abrazo.
En ese momento, caía en la cuenta de que todos sus
encuentros con él, habían sido en medio de la lluvia. No
sabía si eso tendría algún significado o solo se trataba de
pura casualidad.
No supo cuánto tiempo pasó perdida en esa mirada
celeste, pero cuando reaccionó, se alejó y carraspeó.
—¿Te llevas bien con ella? —preguntó con un tono más
serio.
—Sí. —Él también volvió a adherir la espalda a la silla y
guardó su teléfono—, es una niña encantadora… Mis padres
tomaron la mejor decisión cuando la adoptaron.
—¿Desde cuándo está con ustedes?
—Hace dos años…
Samira se quedó en silencio y Renato no supo qué más
agregar. Sabía que la conversación había llegado a un punto
muerto. Quizá, al igual que él, había temas que ella no
deseaba tratar; aun así, él no quería poner fin a ese
momento, así que se aventuró con otro tema referente a
ella, porque quería saber todo, ponerse al día de su vida,
tanto como ella se lo permitiera—. ¿Cómo está tu familia?
Imagino que ya lograste hacer las paces con tus padres y
hermanos…
Samira, con los antebrazos apoyados en la mesa,
empezó a tronarse los dedos y bajó la mirada, era una
reacción típica de nerviosismo, que él tenía muy presente.
—Están bien…, sí, todos están bien —respondió, pero con
la mirada puesta en cómo se tronaba los dedos. Vio
asomarse la mano de Renato, con sus dedos largos y uñas
muy cuidadas. No le dio tiempo de alejarse, cuando él puso
su mano sobre las de ella.
El toque hizo que la piel se le erizara y que, el corazón,
que apenas ralentizaba sus latidos, volviera a dispararse.
—Sigue siendo difícil con ellos, ¿cierto? —dijo mientras le
acariciaba con el pulgar los nudillos. Al igual que ella,
temblaba, pero en ese momento solo quería reconfortarla,
ya que Samira seguía siendo demasiado transparente y no
podía ocultar las emociones tan dolorosas que le causaba
abordar el tema de su familia.
—Un poco —confesó, porque sentía que, ese que estaba
junto a ella, era ese confidente que tantas veces deseó
tener a su lado; no obstante, no quería dar lástima y lo
encaró con una débil sonrisa—. Mi padre y hermanos siguen
sin perdonarme…, pero ya tengo contacto con una de mis
cuñadas y con una de mis hermanas, Sahira… Tengo un
sobrino de tres años y a la espera del segundo… Ella
encontró a un buen gitano.
—¿Y tu abuela?
—Muy bien, sigue siendo mi cómplice, conversamos
todos los días. —Hablar de ella le hacía sentir mucho mejor,
le daba ánimos y esperanza de que algún día podría volver
con los suyos—. De hecho, iba a venir a mi acto de grado…
—¿Y por qué no viene? Si quieres puedo ayudarte a
traerla…
—Renato, no sigas, no necesito tu ayuda. —Lo
interrumpió y rompió el contacto, volvió a ponerse rígida.
—Lo siento, no era mi intención…
—Las cosas no son como antes…, no soy una jovencita
desvalida, mucho menos una pobre gitana ilusa con la que
jugar al buen samaritano. —Su ceño se frunció
profundamente ante la molestia—. Es más, voy a pagarte
todo lo que me diste… Desde hace mucho tiempo, he
querido hacerlo, no quiero estar en deuda contigo… ni con
nadie.
—No lo aceptaré, nada de lo que te di lo hice esperando
que me lo pagaras… Disculpa si te ofendí al ofrecerte mi
ayuda, para traer a tu abuela, solo que me gustaría que ella
pudiera ver cómo por fin alcanzas el sueño del que ella
también forma parte, porque fue quien más te alentó a
luchar por tus metas —dijo, tratando de volver a izar la
bandera de la paz.
—No es una cuestión de dinero, si crees que es por eso…
No todo lo soluciona el dinero, no a todos puedes
deslumbrar con tu poder económico… —contestó a la
defensiva.
—Samira, sabes muy bien que jamás he sido una
persona que alardea del dinero. —Se sintió bastante herido
por la forma en que ella lo enfrentaba.
—No lo sé, la verdad, no estoy muy segura de eso —dijo
cruzándose de brazos.
—No voy a discutir contigo al respecto, porque si esa es
tu percepción, no creo que pueda hacer mucho para hacerte
cambiar de parecer. Mejor dime por qué no puede venir
¿Está enferma?
—No, es mucho más complicado que eso. —Ya se estaba
sintiendo acorralada, desvió la mirada a la calle y agradeció
darse cuenta de que había dejado de llover, tan solo una
suave llovizna caía sobre la ciudad—. Me tengo que ir —dijo
al fin, al tiempo que agarraba su cartera, la que había
dejado en el asiento de al lado—. Fue bueno volver a verte,
espero que te vaya muy bien… —Se levantó ante la mirada
aturdida de Renato.
Él no pudo reaccionar, se quedó ahí, inmóvil, con un
obstinado nudo de lágrimas en la garganta y las manos
temblorosas. No había dudas, Samira no quería saber nada
más de él; al parecer, había hecho una vida en Madrid y
estaba muy bien, lo que, de cierta manera, le tranquilizaba,
porque su temor más grande, todos esos años, había sido
que ella siguiera enfrentándose a situaciones demasiado
difíciles y que no hubiese podido conseguir eso que tanto
anhelaba.
Por otro lado, le dolía que ni siquiera le permitió
despedirse, salió del local sin decirle adiós. Podía oír el
rugido de su propia sangre en sus venas, mientras
meditaba, con una lentitud agotadora, toda la situación que
había vivido.
Sabía que ya no podía hacer nada, la brecha que se
había creado entre Samira y él, era tan profunda, que
resultaba imposible de reparar. Si en algún momento pensó
que las cosas podrían volver a ser como antes, si su
estúpido y vulnerable corazón aguardó alguna posibilidad,
la actitud de Samira, al volver a marcharse, le dejaba
totalmente claro que ya no existiría nada entre ellos, ni
siquiera una amistad o un trato cordial.
Así que, era momento de despedirse y de hacerlo bien;
aún con un vacío abrumador en el pecho, se levantó y fue
tras ella. Miró hacia la dirección en la que se alejó y empezó
a temer que se hubiese subido a un taxi; de ser así, habría
perdido toda oportunidad. Porque estaba seguro de que, a la
mañana siguiente, volvería a Italia, luego le pediría perdón a
la prima de Bruno, por no cumplir su promesa de asistir a su
acto de grado, pero no podría estar en el mismo lugar que
Samira.
Ella avanzó con largas zancadas y sintió la necesidad de
abrazarse a sí misma o se caería en pedazos, mientras
luchaba con las lágrimas que anidaban al filo de sus
párpados. Se alejó por lo menos un par de calles, mientras
la suave llovizna la seguía mojando. En cuando vio al primer
taxi, metió la mano, pero el auto no se detuvo, eso hacía
que el dolor en su pecho se hiciera más intenso y su
desesperación por marcharse fuese abrumadora.
—Ay, no…, no —chilló cuando lo vio acercarse corriendo,
su mecanismo de defensa la llevó a darse media vuelta y
caminar con rapidez.
No quería que siguiera poniéndola a prueba ni que su
presencia le estampara en la cara sentimientos que creía
superados.
—Samira, espera… —suplicó, pero dejó de correr; no
obstante, caminaba a un ritmo bastante rápido, como para
alcanzarla—. ¿Puedes esperar? Por favor… —La sujetó por el
codo, pero ella, de un tirón, se liberó y lo encaró.
—¿Para qué? Ya hablamos, todo está bien, tú estás bien…
Mírate, apenas has cambiado. —Hizo un ademán,
señalándolo.
—Aparentemente, así ha sido siempre —confesó sin
aliento, tragó saliva para humedecer su garganta reseca y
avanzó un paso para estar más cerca, pero Samira
retrocedió; era evidente que no quería su proximidad.
Entonces, sería mejor dar todo por terminado—. Samira —
susurró con una caída de párpados y luego suspiró, cansado
—. Por favor, no hagas como si entre nosotros no existió
nada, no me trates como a tu peor enemigo… —siguió con
tono conciliador—. Lo que tuvimos fue muy bueno, aunque
nos duró poco… No puedo evitar darme cuenta de que ya
no sientes nada por mí. —Al ver que ella bajó la mirada y se
llevó las manos a los bolsillos, se aventuró a dar otro paso;
esta vez, ella no se alejó—. Creo que te quise más de lo que
tú a mí… Tiendo a volverme dependiente de las personas
con las que me siento bien, con las que me siento seguro…
Y para mí, no era un problema, creí, como un imbécil, que
podría llegar a ser suficiente para ti; pensé que tu cariño
podría crecer y que yo llegaría a ser una prioridad en tu
vida… Pero siempre quisiste algo más, y eso es
completamente válido, porque tus deseos iban mucho más
allá de una relación… Y no, no me engañaste, siempre fuiste
clara en eso…
—Cállate —interrumpió con la voz rota—, cállate…,
cállate, por favor. —Trasladó el peso de su cuerpo de un pie
a otro, mientras se enterraba las uñas en las palmas de las
manos. No quería explotar y lazárse sobre su pecho, para
descargar con golpes, la rabia que la consumía al
escucharlo.
—Antes de conocerte, estaba seguro de mi vida, tenía
claro qué hacer y el camino que debía seguir… No había
nada que me desviara de mi monotonía, porque algo más
fuerte que yo, no me lo permitía… Siempre, siempre llevaba
todo calculado, programado —siguió, no estaba dispuesto a
callar—. Jamás corrí riesgos, pero cuando te conocí, empecé
a hacer cosas de las que jamás me creí capaz…, como:
correr detrás de alguien que me robara la billetera o mudar
a una extraña en mi casa… Mi vida se hizo un caos por ti…
—Su voz era un susurro trémulo, pero lleno de convicción.
La decisión en ese momento lo sorprendió y la abrazó.
Samira se tensó, al punto de estar tan rígida como una
tabla, pero no rompió el contacto. Sus sentidos se alteraron
al reconocer el aroma del aceite floral de su cabello.
»Amarte me enseñó que estaba demasiado lleno de
incertidumbres, no soy bueno expresando mis sentimientos,
nunca lo he sido. No quería cambios en mi vida, pero tú me
pusiste el mundo de cabeza, me di cuenta de muchas cosas
por ti, aprendí mucho, cambiaste mi vida... —En ese
momento, se sintió sorprendido porque ella también lo
abrazó—. No importa lo que suceda de aquí en adelante, lo
nuestro fue maravilloso y te lo agradezco, Samira. Sé que
no nos volveremos a ver, pero quiero que nuestro adiós sea
agradable…
La lluvia, una vez más, se hizo intensa, aun así, no
consiguió que ellos rompieran el abrazo; ella apoyó la
barbilla en el hueco entre su cuello y el hombro, inhaló
fuertemente el delicioso perfume que en todos esos años no
había cambiado. Su cuerpo lo reconocía porque se acoplaba
al suyo a la perfección, era cálido, fuerte como un puerto
seguro.
Estar en sus brazos era sentir que podía una vez más
caer a sus pies, sabía que se le iba a ser muy difícil
encontrar el valor para volver a alejarse.
Sentía que sus palabras le tocaban el alma, pero no eran
lo suficientemente convincentes, como para borrar de su
memoria la manera en que la engañó. Ya no tenía fuerzas ni
razones para discutir, lo mejor era dejar todo eso en el
pasado y aceptar que jamás fue el centro de atención de
Renato, nunca fue más que una buena amiga, con la que
tuvo algunos encuentros sexuales.
—Al parecer, solo éramos buenas ideas en la mente del
otro, nos idealizamos demasiado y las fantasías se
convirtieron en pesadillas, cuando llegaron al mundo real —
murmuró Samira, con los ojos cerrados—. No fue buena idea
traspasar la barrera de la amistad, terminamos
arruinándolo; pero, en honor al amigo que conocí en ti, hoy
quiero despedirme en buenos términos… A ese amigo le
hice una promesa hace muchos años, le prometí que lo
invitaría a mi acto de grado, quiero cumplir con eso.
—No sé si sea… —No pudo terminar la frase, porque el
auto que pasó junto a ellos los empapó con agua sucia,
como si no fuera suficiente con el torrencial que les estaba
cayendo encima.
Rompieron el abrazo, solo para darse cuenta de que
ambos estaban hechos un desastre, con el agua escurriendo
por sus rostros. Al menos, así podían camuflar las lágrimas
que anidaban en sus ojos.
—Creo que mejor me voy, no quiero enfermar… —Samira
supo que era el momento perfecto para alejarse de él.
—Sí, es mejor… —Renato estuvo de acuerdo, aunque
sentía el corazón hecho trizas. No había palabras que
pudieran expresar lo mucho que la había echado de menos,
era un sentimiento incontenible y demasiado fuerte, que lo
obligaba a querer estar a su lado—. Me quedaré contigo
hasta que puedas subirte a un taxi… ¿Vives muy lejos de
aquí? —Vio venir uno y lo mandó a parar, pero el coche
siguió de largo. En silencio, agradeció que los ignorara y le
regalara unos minutos más junto a ella.
Samira negó con la cabeza y miró a otro lado, porque no
pudo seguir reteniendo varias lágrimas; fingiendo limpiarse
el agua de la lluvia que le escurría, se deshizo de la
debilidad que Renato aún provocaba en ella y exhaló. Vio
venir otro y, con desesperación, extendió su mano; estaba
casi dispuesta a atravesársele al coche.
—Deténgase, por favor, deténgase —suplicó, mirando
atormentada cómo el maldito hombre no la tomaba en
cuenta y seguía de largo.
Ambos intentaron con tres vehículos, pero ninguno se
detuvo; era evidente que no iban a subir a nadie en esas
condiciones, y él empezaba a preocuparse, porque la veía
temblando.
—Si quieres, podemos ir a mi hotel, está en la otra
calle… Ahí puedes ducharte con agua caliente y ponerte un
albornoz. Mandaré a secar tu ropa y luego el chofer puede
llevarte a casa —propuso con los latidos ahogándole la
garganta. Sentía el miedo del rechazo fijado en cada
molécula de su ser.
La alerta se reflejó en los ojos de Samira, pensó
inmediatamente en negarse, lo que más deseaba era huir
de Renato, romper ese magnetismo maligno que la aferraba
a él, pero creyó que debía mostrar algo de madurez y
responsabilidad afectiva. Ya habían conversado y decidieron
decirse adiós sin más rencores; entonces, asintió, quizá una
ducha de agua caliente era justo lo que necesitaba para
encontrar entereza.
CAPÍTULO 40

El corazón de Samira golpeaba demasiado fuerte contra


su esternón y sus costillas, tanto era su tormento, que se le
hacía difícil respirar, y el influjo de sus inhalaciones era
realmente notable.
En la entrada del hotel, los recibieron con toallas y quiso
decirle a Renato que con eso era suficiente, se secaría el
exceso de agua y podría solicitar un taxi en la recepción; no
obstante, no consiguió despegar la lengua del paladar y en
silencio lo siguió con la mirada atenta a cualquier cosa que
no fuera él.
Los recibió una suite que tenía una sala de estar y una
terraza, estaba decorada en tonos beige y marrón. Era tan
sobria y ordenada como el huésped que la ocupaba.
—Adelante, por favor. —Renato hizo un ademán hacia
donde había una puerta corrediza abierta, que llevaba a la
habitación, porque desde ahí podía ver la cama con un
edredón blanco y un gran cabecero beige capitoneado—.
Ahí está el baño —dijo al ver que ella estaba dubitativa—.
Me quedaré aquí, si quieres, cerramos esta puerta, para que
tengas más privacidad. —Corrió la puerta un poco, para que
viera que podían quedar en habitaciones separadas.
—Gracias, no voy a demorar… Le pediré a Julio que me
traiga ropa, así no tengo que esperar a que se seque, no
quiero incomodarte.
—¿Julio? —Esa pregunta fue la rápida reacción a esa
punzada que sintió en la boca del estómago. Esperar la
respuesta hizo que se le cubriera la nuca de un sudor frío.
—Julio César…, mi amigo… —Se sintió algo estúpida por
dar explicaciones, mientras seguía aferrada a la toalla sobre
sus hombros—. Quizá no lo recuerdes…
—Sí, por supuesto que lo recuerdo. —La tensión se disipó
inmediatamente—. Solo que no pensé que también estaría
aquí… Me alegra saber que siguen en contacto.
—Es mi mejor amigo, nadie podrá igualarlo… Es como mi
otra mitad.
—Bueno, no es necesario que lo molestes, sé que te
incomoda mi proximidad y quieres estar aquí el menor
tiempo posible, pediré ropa de la boutique…
—Sí, es mejor idea… —Sabía que Julio César debía seguir
en el restaurante, en plena celebración, no era prudente
molestarlo; además, la bombardearía a preguntas de cómo
y por qué había terminado en la misma habitación de hotel
que Renato. Abrió su cartera y sacó de la billetera su tarjeta
de crédito—. Toma…, también unos tenis, por favor. —Vio
cómo Renato se quedó mirando la tarjeta que ella le
extendía, quizá le sorprendía la forma en la que temblaba
su mano.
—Está bien —respondió después de dudarlo por varios
segundos. Estaba seguro de que la tarjeta que Samira le
entregaba, una visa negra infinite, contaba con una línea de
crédito ilimitada. De inmediato, la curiosidad de por qué ella
tenía algo como eso, empezó a atosigarlo, pero era
demasiado prudente como para cuestionarla.
Ella notó la sorpresa en los ojos de Renato,
evidentemente, no era por su estado alterado, sino por la
tarjeta; pero ella no quería darle más detalles de su vida,
era mejor que él se hiciera las ideas que le diera la gana.
—Que sea ropa deportiva, si es posible…
—No creo que haya problema… ¿Qué talla? —preguntó
bajando la mirada a sus pies, se le hizo un nudo en la
garganta al ver que todavía solía pintarse las uñas de rojo;
siempre le pareció que tenía unos pies hermosos.
—Cuarenta —contestó, al tiempo que dejó la cartera
sobre la mesa auxiliar que estaba junto al sofá.
—Bien, me encargaré de eso, puedes ducharte tranquila.
—Caminó hasta el otro lado de la sala de estar, donde
estaba el teléfono y miró la tarjeta, tenía el nombre de
Samira, no había dudas de que era de ella.
—Gracias —suspiró, aliviada. Sentía que estaba a pocos
minutos de superar todo eso y que pronto estaría en la
seguridad de su apartamento, con la certeza de que por fin
había cerrado, ahora sí, de manera definitiva, su círculo con
Renato. Estaba segura de que iba a estar en paz.
Renato levantó el teléfono, al tiempo que Samira
atravesaba el umbral de la puerta que dividía el espacio,
perdiéndose de su vista. Él bien podría cargar las prendas a
su habitación, pero si lo hacía, era muy probable que ella se
molestara aún más; al parecer, el tema del dinero era algo
que la indignaba y no quería seguir haciendo más grande la
brecha entre ellos.
Samira entró al baño y cerró la puerta detrás de sí,
enseguida le puso seguro. Sabía que con Renato no corría
peligro, era respetuoso y jamás invadiría su privacidad; no
obstante, necesitaba hacerlo para estar tranquila.
Había una gran tina blanca, un lavabo doble, pisos y
paredes de mármol blanco con betas grises. A pesar de que
la bañera la tentó, decidió dirigirse directamente a la ducha.
Cerró la cortina de las puertas de cristal que daban acceso a
la terraza, luego se quitó las sandalias y se desnudó, dejó
las prendas en el suelo. El pantalón se había manchado
bastante, pero estaba segura de que tenía solución.
Abrió la alcachofa y el agua caliente empezó a mojar su
piel, era como un bálsamo que relajaba su cuerpo, aunque
su mente y su corazón eran un tren a todo vapor; sus
manos temblaban, le dolía el pecho debido a sus emociones
reprimidas. Se animaba mentalmente a no llorar, pero las
lágrimas traicionaron su voluntad y corrieron libremente,
hasta convertirse en un llanto que tuvo que cubrir con su
mano, no iba a perdonarse nunca si Renato escuchaba su
sufrimiento.
Fuera, en la sala de estar, ya Renato había hecho el
pedido de la ropa, había encendido la tetera para poder
ofrecerle un té. Se había paseado por el salón varias veces,
se deshizo de la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de la
silla, también se asomó a la ventana y seguía lloviendo.
Sabía que estaba ansioso, no podía simplemente
quedarse tranquilo, por lo que, se hizo un duro llamado de
atención y se sentó en el sofá, pero con las uñas de su
mano izquierda rasgaba el reposabrazos.
No podía ignorar que Samira estaba tan cerca de él, en la
otra habitación, desnuda… Saber eso lo torturaba, podía
sentirla en cada uno de sus latidos, no podía decirle no a
todo eso que llevaba dentro, porque era un torbellino que lo
atrapaba y lo dejaba sin voluntad.
Él se había entregado por completo a ella, puso sus
esperanzas en una historia de amor que no funcionó, al
menos, no para Samira. Le dolía darse cuenta de que seguía
anclado a ese sentimiento, solo bastaron pocos segundos
frente a ella, para darse cuenta de que no la había superado
en absoluto y que después de ese encuentro, su mundo
volvería a ponerse de cabeza.
El sonido del timbre lo rescató de esas emociones que lo
llevaban de un lado a otro. Se levantó y fue a abrir, el
mayordomo le hizo entrega de la caja de zapatos y las
bolsas, una con la ropa y otra de lencería. Samira no se lo
había pedido, pero sabía que la necesitaría.
Le agradeció, lo despidió y con las compras se dirigió a la
habitación, las dejó sobre la cama y se acercó a la puerta
del baño; ya no se escuchaba la regadera, era muy probable
que ya hubiese terminado de ducharse; se alejó
rápidamente, caminó hasta la ventana y corrió las cortinas,
para que ella tuviese más privacidad al momento de
cambiarse.
No sabía qué hacer, si salir de la habitación o esperar a
que ella lo hiciera, para decirle que ya había llegado lo que
necesitaba. No le dio tiempo de tomar la decisión, porque
en ese momento se abrió la puerta del baño y apareció
Samira, llevando un albornoz y el cabello húmedo.
—Ya llegó la ropa. —Le anunció, al tiempo que avanzaba
algunos pasos.
Samira dirigió la mirada a la cama, donde había un par
de bolsas y una caja.
—Gracias, enseguida me cambio —contestó y regresó la
mirada a Renato. Se había quitado la chaqueta—. Es tu
turno de ducharte, no puedes quedarte con esa ropa
mojada, prometo ya no estar cuando salgas.
—Sí, está bien… Creo que también… —hablaba mientras
avanzaba hacia ella e intentaba hacerse a la idea de cómo
sería el momento en que Samira ya no estuviera en ese
lugar. No, él no quería perderse ni un segundo de su
presencia, habían pasado siete años de no verla, no podía
ahora solo renunciar a eso; así que, decidió jugar su última
carta y arriesgarlo todo.
En un rápido movimiento acortó la poca distancia entre
ellos, le llevó las manos al cuello y estampó su boca contra
la de ella; necesitaba volver a sentir sus labios, besar su
piel, amarla sin reservas. Había sido una acción
desesperada, jamás pensó actuar de esa manera, pero solo
ella le sacaba ese lado irracional.
El beso no era desesperado, era un beso lento, se
tomaba el tiempo para disfrutar de cada roce de sus labios.
Ella accedió a la petición de su lengua por entrar en su
boca, y su estómago se encogió cuando pudo sentir la
lengua de Samira contra la suya; le succionó los labios y
todo su cuerpo reaccionaba a ese intercambio de roces y
saliva, era más que excitación, era emoción, nostalgia,
amor, pasión, tristeza; lo era todo.
Fue Samira, quien se apartó del beso. Ella, al igual que
él, tenía la respiración agitada y los ojos ahogados en
lágrimas.
Renato no se alejó, no le quitó las manos de la nuca,
porque no quería dejar de sentir su aliento; pegó su frente a
la de ella y rozaba la punta de su nariz contra la de su
gitana.
—Samira…, quiero que vuelvas a ser mía, te lo suplico…
—murmuró con la voz temblorosa, en el estado más puro de
vulnerabilidad. No quería sentir esa agitación de su corazón
bombeando como un caballo desbocado. El deseo era algo
sencillo, lo que sentía por ella era mucho más complicado.
A Samira, aquellas palabras, la conmocionaron; incluso,
notaba el anhelo en su voz, algo que hacía tambalear su
determinación. Pasar la noche abrazada a Renato, sintiendo
sus besos, el duro empuje de su miembro, despertar en sus
brazos... Tragó saliva, intentando amortiguar el impacto que
le produjo esa petición. Allí estaba él, justo delante de ella.
La tentación al alcance de su mano y; las ganas de ceder,
casi anularon su sentido común.
—No. —Con los ojos cerrados y un nudo en la garganta
negó con la cabeza. Se había jurado no volver a enloquecer
por Renato, ni siquiera estaba en sus planes volver a verlo;
entonces, no tenía sentido acceder a algo como eso, porque
bien sabía que sería su perdición, solo bastó ese beso que le
había dado, para hacerle estremecer todo el cuerpo. Si se
permitía ir más allá, no iba a haber vuelta atrás, regresaría
al maldito punto de partida que tanto la había hecho sufrir.
En un arranque de fortaleza, apretó las muñecas de
Renato y se apartó, luego lo soltó y retrocedió un par de
pasos.
—Lo entiendo…, disculpa. —Él se pasó las manos por el
cabello y sentía que no podía respirar, inhaló y exhaló—. Lo
tengo claro, muy claro. —Su voz se rompió y se limpió con
rabia las lágrimas que se le derramaron.
—¿Puedes dejar que me vaya? Por favor… No me hace
bien estar aquí —musitó Samira—. Tú no me haces bien,
Renato…
Que ella le dijera eso, hizo que su corazón se contrajera
dolorosamente, lo devastaba porque seguía pensando que
ella lo era todo para él. Sin embargo, no podía retenerla, si
quería irse, él no sería un obstáculo.
—Entonces, te dejaré para que puedas cambiarte… Si
tienes que irte, es mejor que lo hagas cuanto antes. —
Caminó a la sala de estar, pero antes de salir, se volvió para
recriminarle el por qué lo había abandonado, abrió la boca,
pero no habló, volvió a quedarse con todas esas palabras
atoradas en la garganta. Ella solo lo miraba con los ojos
rebosantes de lágrimas y luego giró la cara; así que, Renato
decidió salir.
En sus planes estaba abandonar la habitación, pero
caminó hasta donde estaba la tetera, la apagó y regresó al
sofá, donde se sentó con los codos apoyados en las rodillas
y la cabeza entre las manos; entonces, las lágrimas
empezaron a caer en la alfombra. Se sentía tan patético, tan
lleno de inseguridades como cuando ella lo dejó. Siete años,
siete malditos años tratando de sacarla de su cabeza y de
su corazón, y todo había sido en vano.
Samira se quedó inmóvil con el corazón a punto de
explotar y las lágrimas corriendo por sus mejillas, se sentía
tan débil que temió caer de rodillas, por lo que, se obligó a
caminar. Su razón le gritaba que se vistiera y se diera prisa
en marcharse, pero sus emociones eran un caos que la
obligaron a sentarse al borde de la cama, porque le robaban
todas las fuerzas.
En ese instante, para ella, el simple hecho de respirar era
un esfuerzo sobrehumano; se llevó una mano al pecho,
esperando con eso poder calmarse un poco. No podía dejar
de amarlo, había intentado olvidarlo, lo intentó muchas
miserables veces y cada una fue en vano. No había podido
gobernar su corazón; sí, había amado a Ismael, pero no en
la misma medida, no con la misma intensidad con que lo
hacía con Renato, porque él se había apoderado de todas
sus emociones. El tiempo, sin duda, había atenuado su
dolor, pero nunca eliminó realmente su amor.
Las lágrimas seguían saliendo como un torrente
imparable e inútilmente se las limpiaba. Lo amaba tanto
que no poder soltar las riendas a sus sentimientos dolía y
estaba segura de que jamás podría amar a alguien igual. ¿Y
si solo se dejaba llevar por ese momento? ¿Qué tan malo
podría ser aliviar ese dolor que le provocaba saber a Renato
tan cerca y no tocarlo? ¿Y si aprovechaba esa noche para
sentirse como no lo había hecho en mucho tiempo? ¿Podría
tener esa indulgencia consigo misma?
Renato tenía la mirada nublada por las lágrimas que ya
no derramaba, se había obligado a que Samira no lo viera
tan devastado cuando se marchara. Quería mostrar, por lo
menos, un poco de dignidad, aunque seguía con la cabeza
entre las manos, apretándose las sienes y el cabello,
mientras intentaba controlar su respiración, para calmar los
latidos adoloridos de su corazón.
Sin embargo, sus palpitaciones volvieron a
descontrolarse, cuando ante su mirada fija en la alfombra,
se asomaron los pies descalzos con las uñas pintadas de
rojo, y su respiración se cortó al sentir la mano femenina en
su cabeza.
Su única manera de reaccionar fue buscar la mano que
se enterraba en sus cabellos, la tomó y, al ver que Samira
no ponía ninguna renuencia, se la llevó a los labios y
empezó a darle besos en el dorso y luego la giró para
besarle la palma.
Todas sus emociones se descontrolaron al alzar la mirada
y verla aún con el albornoz. Tenía miedo de asegurar que
iba a quedarse, pero era lo que parecía; y esa pequeña
esperanza le hinchó el pecho de dicha.
Los ojos de Samira, al igual que los de él, estaban
rebosantes de lágrimas. Necesitaba sentirla, saber que
estaba ahí y que no era una fantasía, no era un sueño que
lo dejaría hecho mierda una vez despertara; así que, aún sin
soltarle la mano, se la llevó a su mejilla y la dejó descansar
sobre el toque, suplicándole en silencio que lo acunara.
Samira así lo hizo y se aventuró a acariciarle el pómulo
con el pulgar, cada roce era para ella una descarga de paz,
pero también de tormento, porque no sabía hasta dónde la
llevaría eso. Mientras, solo se estaba dejando arrastrar por
los deseos más puros de su corazón.
Renato llevó su otra mano a las caderas de Samira, la
apretó, halándola un poco más hacia él, y la dejó entre sus
piernas. Con cautela, porque podía sentir el miedo de que
ella lo volviera a rechazar, viajando por su torrente
sanguíneo, acercó su rostro a su vientre y empezó a besarlo.
Como respuesta, Samira usó sus dos manos para
sostenerle la cabeza y; entonces, él, con ambas manos
libres, se aferró a las caderas, mientras seguía repartiendo
besos con cuidado por su abdomen, aunque fuese por
encima de la tela del albornoz, sus labios reconocían el
cuerpo que tocaban y se le erizaba la piel.
Samira era toda temblores, suspiros contenidos y
respiración errática, apretaba los cabellos aun húmedos de
Renato, manteniendo los ojos cerrados. No era necesario
tener que mirarlo, para que le hiciera sentir al borde de un
abismo, sus manos, su piel y su olfato lo reconocían.
Renato apoyó el mentón en el abdomen de Samira y
levantó la mirada, se sintió en la gloria ante la visión de ella
con los ojos cerrados y los labios separados.
—Samira… —susurró su nombre. Ella abrió los ojos y lo
miró—, todos estos años han sido los peores de mi vida. Has
sido lo único en lo que pensé en todo este tiempo… No
importa cómo te lo diga, no hay palabras que expresen lo
mucho que te he echado de menos… —Se detuvo para
tragar saliva, cuando ella movió una de sus piernas y apoyó
la rodilla en el sofá, luego lo hizo con la otra y se sentó
ahorcajadas sobre él.
—También te he extrañado —confesó mientras le
acariciaba el rostro.
Sus ojos se quedaron en los de Renato, cada vez más
cercanos, y su mano titubeante se acercó a la de él, que
estaba en su cadera. Lo había necesitado tanto, como
nunca, y tenerlo frente a ella le recordaba todo lo que
deseaba con tanta pasión. Entrelazó los dedos con los de él
y se acercó con lentitud, recargando su frente en la de
Renato; suspiró cuando la apretó delicadamente contra él y
pudo sentir contra sus pechos el latido apresurado del
hombre que le volvía el mundo de cabeza. Entonces, dejó
de contenerse.
Renato le acunó la cara entre sus manos, al tiempo que
le miraba los labios. Presionó todo su cuerpo contra el de
ella y la esponjosa tela del albornoz no pudo protegerla del
abrasador calor que desprendía.
En su centro pudo sentir las palpitaciones de lo que sería
una inminente erección, lo que hizo que su corazón
comenzara a latir descontrolado. Durante un momento, él
se quedó inmóvil, con los labios a un suspiro de los de ella,
mirándola fijamente a los ojos, como no lo había hecho
nunca; entonces, descubrió a un Renato más decidido. Él
bajó la boca, cada vez más cerca.
Ella cerró los ojos, para no suplicarle todo aquello que él
podía darle; seguridad, tranquilidad, un febril deseo, un
inusitado placer.
Renato suspiró sobre su boca con los labios separados y
eso a ella la dejó casi sin respiración. Lo deseaba con todas
sus fuerzas; su corazón estaba a punto de estallar y el ardor
que sentía en su vientre la estaba matando. Pero sabía que,
si él la besaba, todo eso se multiplicaría por diez.
—Me siento desarmado cuando estoy contigo, porque
eres la única persona en el mundo que me hace sentir… —
susurró y luego empezó a repartirle suaves besos en el
cuello, haciendo que, a Samira, un veloz estremecimiento la
recorriera de pies a cabeza.
Ella no consiguió recuperar el aliento antes de que los
labios de Renato se apoderaran de los suyos. Hambrientos
pero tiernos; parecía que quisiera deleitarse con su boca.
Para Samira, el pasado, la dolorosa separación y los
motivos que le rompieron el corazón, todo eso pasó en un
instante a un segundo plano, arrastrado por el estrecho
abrazo de Renato.
La sensación de familiaridad que la invadió era casi
dolorosa.
El beso la seducía, le robaba la razón y estaba segura de
que no iba a poder detener el cálido burbujeo que nació en
su interior, ni aunque lo intentara. Sus labios se ablandaron,
anhelantes, entregados al ritmo que marcaban los de
Renato.
Un instante después, él gimió y comenzó a hacer el beso
mucho más demandante, más abrasador, más delirante.
El ardor que le provocó la inundó desde dentro, formando
una hoguera en el interior de su vientre, que se expandió en
su sexo; sus caderas cobraron vida y empezaron a moverse
en un vaivén, en busca de una perfecta fricción contra el
miembro ya erecto.
El calor del aliento de Renato en sus labios consiguió que
también abriera la boca, para corresponder a su pasión con
la misma intensidad.
Le rodeó el cuello con los brazos y comenzó a
friccionarse contra los tensos músculos masculinos, contra
el duro miembro que bien podía sentir aun a través de la
tela del pantalón. Se quedó sin aliento y empezó a temblar,
sintiendo cómo las contracciones sucedieron una tras otra,
en un orgasmo rápido e inesperado, que no pasó
inadvertido para Renato.
Él se volvió todavía más ávido y deslizó la mano por la
abertura del albornoz, marcando a fuego la piel de su
pecho, justo en medio de sus senos. Mientras que, con la
otra, le rodeaba la cintura, acercándola más contra su
cuerpo, sin que se interpusiera entre ellos ni una brizna de
aire.
Samira abrió la boca del todo, para igualar el ardor de su
beso. Necesitaba eso y más, y Renato se lo dio al
apoderarse de uno de sus pechos. Todo lo que ella sentía
era demasiado intenso. Parecía que hacía toda una vida que
no sentía ese anhelo, esa incontenible atracción, ese
atormentador deseo que la impulsaba a entregarse a ese
hombre.
CAPÍTULO 41
Renato empezó a impulsarse contra ella en lentos y
suaves movimientos, uno tras otro, en busca de un poco de
consuelo para su dolorida erección, mientras seguía
besándola como si no hubiera un mañana.
Las sensaciones en Samira revivieron, su libido estaba en
el punto más alto y, una vez más, estaba preparada para lo
que fuera.
—Samira…, Sami… —murmuró Renato, con la voz casi
irreconocible por la excitación, al tiempo que le acunaba
uno de los senos y, con el pulgar, estimulaba el pezón; le
chupó el mentón y luego le dejó un beso en la comisura—,
mírame. —Le pidió, porque ella seguía con los ojos cerrados,
deshecha entre suspiros y gemidos. Cuando atendió a su
petición, se dio cuenta de que las pupilas, prácticamente, se
habían robado el color oliva de sus ojos, se habían
expandido de una manera que parecían casi negros, pero un
negro brillante, fascinante—. ¿Hacemos el amor? ¿Quieres
hacerlo? —Más que preguntas eran propuestas, quería que
ella confirmara con palabras las señales que su cuerpo
dejaba claras.
—Hagámoslo. —Ya no tenía sentido negarse a lo que
deseaba más que a cualquier cosa.
Renato le rodeó la cintura con un brazo y la acercó a su
cuerpo, le besó el cuello y el hombro, al tiempo que se
levantaba, llevándola con él.
Samira se aferró con las piernas a su cintura y con los
brazos a su cuello, mientras su boca volvía en busca de la
de Renato, no sin antes mirarse en esos ojos color cielo que
tanto había extrañado y que inútilmente buscó en otro. Con
una mano apartó el cabello que caía sobre su frente, le
gustaba mucho cómo se le veía ahora un poco más largo y
desordenado, también delineó con su pulgar una de sus
rectas y gruesas cejas, luego bajó su caricia por el ceño
relajado, siguió por el tabique, hasta sus labios, confirmando
que era demasiado guapo. Mientras él la admiraba casi con
devoción y con pasos lentos la llevaba a la habitación.
—Siempre has sido muy guapa, pero ahora lo eres mucho
más; te has convertido es una mujer hermosísima… —Le
dejó saber, justo en el momento en que apoyó una rodilla
en la cama, para no perder el equilibrio, al momento de
dejarla sobre el colchón.
Ella no lo liberó de la prisión que había creado con sus
piernas; por el contrario, se aferró más a él, subiéndolas
hasta la cintura. Fue inevitable que un gruñido de placer no
se le escapara, al sentir el movimiento de la pelvis
femenina.
Renato quería tomarse el tiempo para amar cada
centímetro de su cuerpo; venerarla se había convertido en
una necesidad, pero también latía desbocada en él, la
ansiedad por introducirse en la cálida humedad entre sus
piernas. Ya había saboreado su boca, su cuello y seguía
teniendo ese mismo sabor que lo hacía adicto, por lo que,
fue a por más.
Su boca bajó por su pecho, empezó a besar, lamer y
succionar con delicadeza el valle entre sus senos, mientras
sus manos desataban el nudo del albornoz.
Una vez vencida esa barrera, abrió las solapas de la bata
y se alejó apenas el espacio suficiente para poder admirarla.
Su pecho se agitó y su pene palpitó al ver que llevaba una
cadena alrededor de su pequeña cintura. Su cuerpo seguía
siendo delgado, pero se había favorecido con algunos
músculos, lo que le dejaba claro que, Samira, llevaba varios
años haciendo ejercicios de fuerza.
Su abdomen marcado subía y bajaba en medio de ligeros
temblores. No le quedaba dudas de que ambos estaban
demasiado ansiosos por llegar a la cumbre del placer, pero
antes, deseaba disfrutar de ese viaje, anhelaba vivir a
plenitud el proceso de hacerle el amor.
Suspiró para drenar la presión que los latidos acelerados
acumularon en su pecho, cuando sus pupilas engrandecidas
se fijaron en el triángulo que formaba el monte de Venus.
Ella había juntado las piernas y las tenía flexionadas, quizá
en un pequeño ataque de pudor, debido a todos los años
que no se exponía de esa manera a Renato.
Samira podía sentir la mirada de él, recorriéndola, juraba
que era como llamas que le calentaban la piel y le
provocaban pequeños espasmos en todo el cuerpo. Sonrió y
los ojos se le nublaron por las lágrimas cuando vio que
Renato empezó a desabotonarse la camisa. El simple
movimiento de sus dedos sobre los botones y ojales la
excitaban, al punto de que querer llevarse sus propios
dedos a su clítoris y estimularse. Solo él, provocaba ese
grado de frenesí en ella.
Se le escapó un jadeo que fue mitad clamor, mitad
sorpresa, cuando él se deshizo de la prenda y su torso
perfectamente marcado la desestabilizó. Ya no quedaba
nada de ese hombre delgado con musculatura apenas
visible, ahora cada contorno de su cuerpo era más que
evidente.
Renato apoyó ambas manos sobre las rodillas de Samira
y, con un delicado movimiento, la invitó a abrir las piernas,
ambos sonrieron producto de los nervios. Esa misma sonrisa
de antaño que siempre los acompañó en los momentos en
que fueron más cómplices que cualquier otra cosa.
Una vez que los muslos temblorosos de Samira
estuvieron separados, a Renato lo atacó la indecisión de por
dónde empezar a probarla, si por los senos o su sexo,
ambos lo atraían con la misma intensidad; de lo único que
estaba seguro era de que no quería perder tiempo, por lo
que, se acuclilló y empezó a repartir besos en la parte
interior del muslo derecho; delicados toques, que
despertaban en ella estremecimientos y suspiros.
Siguió en ascenso con sus labios y lengua, mientras que
al otro muslo lo atendía con caricias de las yemas de sus
dedos. Cuando sus labios se posaron sobre el monte de
Venus, Samira se aferró con fuerza de las sábanas y tiró de
ellas, al punto de hacer que la bolsa que contenía la lencería
terminara cayendo al suelo.
Renato repartía besos, al tiempo que con sus dedos abría
los pliegues, para descubrir ese pequeño lugar que haría
brotar con el movimiento de su lengua. Cuando por fin pudo
saborearlo, descubrió que había cambiado ligeramente su
sabor, era un poco más intenso, más alcalino; más adictivo
para él. Bajó con sus labios hasta sus pliegues empapados y
luego ascendió con su lengua y le dio un toquecito al
clítoris.
La sensación que le provocó Renato con su toque, la
atravesó como un sorpresivo relámpago, se sintió viva y
consciente de todo, era tan abrasador el deseo que la
recorría, que temía empezar a arder.
El aliento de Renato era caliente, jadeante, húmedo y la
devoraba con evidentes ganas, lamiendo cada gota de
lubricación que salía. Toda ella empezó a temblar, podía
sentir el orgasmo aproximándose con rapidez y sus
pensamientos empezaron a nublarse a medida que el placer
se desbocaba. Contuvo el aliento y empuñó aún más fuerte
las sábanas.
—Déjate ir…, puedes correrte, Samira —susurró, dejando
su cálido aliento en la humedad de sus pliegues inflamados.
Luego le lamió le clítoris y volvió a sumergir la lengua en su
interior.
El contraste de sensaciones estimuló de inmediato todas
las terminaciones nerviosas de Samira y gimió sin
contenerse. Las piernas se le tensaron, la respiración se le
disparó y jadeó ruidosamente con su sexo latiendo de pura
necesidad.
En ese momento, Renato capturó su clítoris y lo succionó
con avaricia. Eso era justo lo que necesitaba para liberarse
con un grito, porque los espasmos de placer fueron feroces
e intensos. Un goce inconmensurable la atravesó.
Sus lloriqueos de excitación resonaron en la habitación y
quedó jadeante. El orgasmo fue devastador, la dejó sin
respirar; le detuvo el corazón, antes de desbocárselo
intensamente.
Cuando por fin los latidos se hicieron más lentos,
permitiéndole recobrar el aliento; pudo, poco a poco,
recuperar el sentido del tiempo y del espacio. Renato seguía
repartiendo besos, ahora en su vientre o trazando una línea
que iba de uno de sus oblicuos al otro.
Él no descansaba en su afán de besar cada uno de sus
poros.
Ella, por su parte, se sentía débil, agotada, pero aún
quería más y estaba lejos de estar completamente
satisfecha.
Renato veneró cada una de las costillas y se detuvo un
buen rato en los pechos, lamiendo y succionado los
pezones, hasta ponerlos duros y dejarlos sensibles.
Samira, que volvía a notar la ansiedad sexual anidar en
su vientre, lo sujetó por los tríceps, invitándolo a que se
posicionara sobre ella. Volvieron a besarse con una
confianza más apasionada, recorriéndose el cuerpo con
caricias renovadas.
—Dime que tienes preservativos —susurró Samira con la
urgencia del deseo tiñendo su voz y, como si fuera una
adicta, alzó un poco la cabeza, para ir en busca de su boca
y le succionó el labio inferior.
—Sí, eso creo —respondió, le besó la punta de la nariz y
la frente, luego se levantó y corrió al baño, buscó en el
mueble del lavabo, donde comúnmente dejaban esas
dotaciones. La excitación lo tenía tembloroso y el miedo a
que Samira volviera a desaparecer, le alteraba los nervios.
Abrió uno de los cajones y encontró en una cesta al lado
de varias toallas dobladas, lo que estaba buscando. Agarró
una tira de tres paquetes y regresó a la cama.
Samira había quitado la bolsa y la caja de zapatos del
colchón, también se había deshecho del albornoz y estaba
tan solo con su perfecta desnudez sentada al borde de la
cama, con las piernas cruzadas y las manos también
apoyadas al filo del colchón.
Esa visión lo dejó sin aliento y le daba la certeza de que
solo Samira lo hacía sentir de esa forma, era sentirse
seguro, confiado y al mismo tiempo aterrado. Ella le daba
familiaridad, estar a su lado lo hacía sentir infinito y el
mundo se le hacía pequeño, porque todo se reducía a esa
maravillosa gitana de ojos hechiceros.
—Eres magia, Samira… Desnuda eres pura magia. —
Avanzó con lentitud, al tiempo que se desabrochaba el
pantalón. Esta vez, no quería reservarse sus pensamientos,
ya que muchas veces pensó que quizá ella lo había
abandonado por no ser lo suficientemente expresivo.
De manera inevitable y repentina, lo invadió una
sensación que jamás pensó experimentar, eran unos celos
que crepitaban en el centro de su pecho, al imaginar a
Samira desnuda, delante de otro hombre. Estalló en él, la
necesidad por preguntarle si había alguien más en su vida o
si lo hubo, si otro besó sus labios, si recorrió con sus manos
su hermoso cuerpo, si tuvo la extraordinaria oportunidad de
ver su rostro transformado por el placer de un orgasmo, si
llenó extraños oídos con el sonido de sus gemidos y jadeos.
Acortó en un par de zancadas todo el espacio que los
separaba, dejó caer a su lado los paquetes de preservativos
y con rapidez se bajó los pantalones, arrastrando la ropa
interior y los zapatos. A ella no le dio tiempo que mirar la
erección en todo su esplendor, porque él le enredó los
dedos en los mechones de pelo que le rodeaban la cara e
inclinó su boca sobre la de ella, poseyéndola por completo,
sumergiendo su lengua hasta el fondo, volvió a saborearse a
sí misma en sus labios, junto con un frenético deseo.
Se aferró a los antebrazos de él, mientras correspondía a
la urgencia de ese beso. Algo que parecía un nuevo y
avivado deseo hizo palpitar su clítoris.
—Si no quieres que avancemos, este es el momento
justo para que me pidas que me detenga —avisó Renato
contra los labios de Samira y mirándola directamente a los
ojos.
La necesidad que vio en sus ojos azules, consiguió que
su corazón se acelerara y, su anhelo por sentirlo por fin
dentro, provocó que su sexo empezara a contraerse.
—De ninguna manera quiero que nos detengamos. —Su
voz tembló suplicante—. Quiero sentirte dentro de mí, por
favor.
Renato se acercó a su oreja, le apartó el cabello y
empezó a besarle el cuello, mientras bajó con sus manos
por los costados y la sujetó por la cintura; al cargarla, ella
enredó las piernas en su cintura, él se volvió para sentarse
en la cama y la dejó sobre su regazo.
—No necesitas pedírmelo, en este momento, solo existo
para complacerte; dejaré mi vida en ello, si es lo que
deseas… —El placer era evidente en su voz.
La erección quedó en medio de ambos, Samira la sentía
rozando su monte de Venus; fue ella quien buscó la tira de
preservativos, desprendió uno, lo sacó y se lo puso.
La necesidad en los dos se desbordaba y no querían
perder tiempo; en cuanto Samira se elevó un poco y sostuvo
el pene, Renato le llevó una mano a la cadera y la otra a la
nalga derecha, ayudándola en la tarea de la tan ansiada
penetración.
Ella le clavó los dedos en los hombros, sin dejar de emitir
tiernos quejidos de placer, al sentirlo abriéndose paso entre
sus carnes. Mientras Renato se mordía el labio, la miraba a
los ojos y empujaba.
Samira sentía temor, ya no de seguir enamorada de
Renato, porque de eso estaba segura, sino de volver a caer
por un abismo, porque no sabía cuán duro sería el golpe; ni
siquiera sabía si debajo habría suelo. No obstante, por el
momento, él, con sus besos, sus caricias y sus empujes,
despejaba cualquier duda que intentara hacerla desistir de
seguir ahí, así, con él.
Ella movía la pelvis en busca del culmen de su placer y
también marcaba el ritmo que él le indicaba, porque quería
hacer todo lo posible por darle a Renato el mismo placer.
Los segundos se alargaron antes de que el goce se
concentrara en un punto en su vientre y otro orgasmo
comenzara a recorrer sus venas. Antes de que la ardiente
presión se convirtiera en un éxtasis absoluto, Renato se
detuvo.
—¡No! ¡No! ¡No pares!… —protestó ella, no quería
quedarse con la oportunidad de explotar líquida sobre él.
Renato le envolvió la cintura con un brazo y con la otra
mano buscó apoyo en el colchón y rodó un poco más al
centro del lecho, sin salir de ella, quedando en una posición
más cómoda.
Samira retomó el constante movimiento de sus caderas,
en una sincronía perfecta de vaivén o subiendo y bajando;
aferrada con sus brazos al cuello de Renato, buscó apoyo
para su frente en el hombro de él, mientras que, con los
ojos cerrados y los jadeos contantes, se volvía más
sensitiva.
—Mírame. —Le suplicó Renato—, necesito que me mires,
Samira, quiero ver tu cara, quiero estar completamente
seguro de que estoy contigo y que no eres una
alucinación… Mírame… —Su voz estaba cargada de
excitación, pero también tenía una nota de frustración.
Sin poder evitarlo, Samira lo miró a los ojos y notó que
eran como llamas ardientes, aunque también estaban
nublados por lágrimas contenidas.
Renato quería que ella se sintiera bien, estaba
sorprendido por la extraordinaria química sexual que los
unía, y necesitaba verla no solo saciada, sino feliz. Le puso
un mechón de pelo detrás de la oreja y la besó con ansias.
Un anhelo eléctrico sacudió todo su cuerpo, debido a
aquella minúscula fracción de tiempo que era de ellos dos,
de sus sentimientos más puros y donde el tiempo parecía no
haber pasado.
Samira se entregó a él por completo, cerró los ojos y le
rodeó el cuello con los brazos, confiando en que él la
abrazaría con fuerza, porque necesitaba sentirse segura.
Renato así lo hizo mientras embestía profundamente en su
interior, sin abandonar su boca.
No solo estaba dentro de ella, se había convertido en
parte de su ser. Sentía el cálido aliento de Renato contra sus
labios, su lengua invadiendo cada recoveco en su boca. Sus
pieles calientes y húmedas en sudor se rozaban
constantemente y sus corazones palpitaban alocadamente
en perfecta sincronía.
Él le sujetaba las nalgas para acercarla todavía más… No
existía otra cosa, solo ellos dos y la creciente marea de
placer que amenazaba con ahogarlos.
—Te quiero encima de mí, quiero que me aprisiones con
tu cuerpo —pidió Samira, haciendo una pausa en su carrera
hacia el nirvana.
Renato afirmó con la cabeza y en un movimiento que le
significó el mínimo esfuerzo, le envolvió con un brazo aún
más la cintura y con la otra mano se aferró a su muslo
izquierdo y la puso sobre la cama, y él entre sus piernas. La
complació al acostarse sobre su delgado, tembloroso y
sudado cuerpo, pero se apoyó con uno de los antebrazos en
el colchón, para no sofocarla con su peso.
Se quedaron en silencio, solo mirándose a los ojos y con
las respiraciones contenidas con tantas cosas por decir,
pero por temor a romper el hechizo, preferían amarse sin
palabras.
Él llevó las manos a ambos lados de su cabeza y con los
pulgares le acariciaba las sienes, había extrañado tanto la
suavidad de esa zona, donde nacía su cabello. Había
extrañado todo de ella, inevitablemente, lo azotó una
necesidad abrumadora de querer recuperar tantos años
perdidos, apresó con fuerza los cabellos y le elevó la cabeza
hasta que sus labios se amoldaron perfectamente.
Entonces, la besó de una manera ardiente y urgente, al
tiempo que empezó a embestir profundamente dentro de
ella.
Samira se aferró a él y contuvo el aliento con la lengua
dentro de su boca, mientras se movía y se contraía para
recibirlo, al tiempo que le clavaba las uñas en la espalda.
—Mi gitana…, extrañé tanto sentirte así, tan pegada a
mí, tu suave piel, tus temblores, tu sonrisa…, tus ojos. ¡Oh,
Dios!… Tus ojos brillantes por el placer. —La voz de Renato
era casi frenética. Su aliento jadeante y rápido, exponía la
excitación que sentía—. ¿Te sientes igual? ¿Sientes lo mucho
que te he necesitado…?
—Sí, lo siento…, también te necesito… Te necesito, no
pares…, no te detengas, Renato —lloriqueó al sentir el
éxtasis invadiendo su torrente sanguíneo. Por increíble que
pareciera, pudo sentir una palpitación del pene, que se
endureció todavía más. De manera inevitable, su corazón
dio una voltereta al tener la certeza de lo mucho que la
anhelaba.
—¡Dios! Necesito estar todavía más adentro. Sentirte
más, mucho más… —Se incorporó, sentándose sobre sus
talones, la sujetó por los muslos y la haló más hacia él—.
¿Te gusta así? —preguntó.
Samira asintió frenéticamente con la cabeza, al tiempo
que elevaba la pelvis, para sentirlo mucho más adentro.
—Así, sí…, más rápido… Sí… —gemía Samira, moviendo
sus caderas, buscando una fricción mucho más estimulante
—. Dámelo todo —suplicó, enterrando sus uñas ahora en los
muslos de Renato y lo miraba con el torso, pecho y hombros
perlados por el sudor. Su piel seguía siendo algo pálida, no
como el común bronceado de los cariocas, pero mucho más
formado. Los años lo habían convertido en un hombre más
poderoso físicamente.
—Córrete conmigo —pidió agitado por el persistente
empuje de sus caderas—. Podemos hacerlo, podemos
compartir nuestros orgasmos…, como antes, ¿lo recuerdas?
Samira volvió a asentir, tenía los labios apretados, para
evitar que sus ruidosos jadeos atravesaran los muros de esa
habitación. Renato hizo más rápidas y contundentes sus
arremetidas, le soltó uno de los muslos y le llevó la mano al
seno izquierdo, sintiendo en su toque la turgencia y el veloz
latido de su corazón.
Sus empujes eran controlados, pero constantes. Al cabo
de un rato, colocó las manos sobre el monte de Venus y con
su dedo pulgar empezó a estimularle el clítoris. Samira
contuvo el aliento y su vientre se volvió visiblemente
tembloroso, sus costillas subían y bajaban, debido a su
respiración jadeante.
Renato acarició su cuerpo hasta llegar de nuevo a sus
pechos, donde se dedicó a incitar los pezones. Se recostó
sobre ella, como si no solo quisiera unir sus cuerpos, sino
también sus jadeantes alientos, sus almas. Cerró los ojos y
siguió moviéndose rítmicamente, provocando la máxima
alteración en Samira, porque cada vez que se introducía en
ella, avivaba más el fuego que la inundaba y la acercaba a
ese orgasmo que le haría estallar los sentidos.
Él volvió a abrir sus ojos, para observar sus pezones
enhiestos y duros, y sintió que la sangre que recorría sus
venas se convertía en lava, magnificando sus sensaciones.
En ese momento, lo único que le importaba era ella y lo que
le hacía sentir.
—Te siento en todas partes —gimió—. Renato, estás en
todo mi cuerpo, en cada poro —lloriqueó de placer—, en
cada terminación nerviosa… No pares, no pares, te lo
suplico… —dijo con la voz rota por las emociones que la
recorrían.
Él la besó en los hombros y el cuello, dejando en su piel
la humedad de la saliva y su jadeante respiración.
—Yo también te siento, estás en mí… No solo ahora, en
todo momento, todo el tiempo, Samira… Formas parte de
mí.
Samira sentía como si su cuerpo estuviera conectado con
el de Renato, como si supiera exactamente dónde tocar,
besar o cuándo empujar; era como si cada contacto entre
ellos fuera mágico.
—Somos buenos juntos. Siempre ha sido así. —Él le llenó
el rostro de besos—. No pude escapar de ti, Samira… No se
puede escapar de alguien que te detiene el tiempo y te
acelera los latidos… Y eso eres tú, para mí…
A pesar de la excitación y de su ascenso a la gloria, una
emoción arrasadora estalló en el pecho de Samira y las
lágrimas empezaron a desbordarse a borbotones; buscó de
nuevo la boca de Renato. El placer surgió, creció y subió
vertiginosamente. No podía respirar, no podía pensar, no
podía dejar de moverse.
Comenzó a correrse entre sus brazos, hasta que ya no
pudo asimilar más. Él la sostuvo, la cubrió con su cuerpo
mientras gruñía lo mucho que la necesitaba.
—Yo tampoco pude escapar de ti, y lo intenté…, Dios
sabe lo mucho que lo intenté… —confesó Samira.
Cada una de sus emociones pareció traspasarla, por lo
que, con sus manos se aferró a la espalda y con las piernas
lo aprisionó por las caderas, como si no quisiera alejarse
jamás mientras surcaba la ola de placer. De pronto, los
gemidos se convirtieron en sollozos y se tensó hasta casi
romperse, debajo de él, pero también se movía de una
manera errática.
No había nada más que ellos y sus alientos compartidos,
la pasión, los latidos, la emoción y la promesa de una
intensa satisfacción.
Renato sintió a Samira estremecerse y agarrarse a él con
más fuerza, también sus músculos internos se cerraban
entorno a su erección, provocándole mucho más placer;
entonces, él no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por
el rugido de su corazón y sus deseos. Se permitió liberarse,
su vista se nubló en medio de la rigidez de su cuerpo;
milisegundos después, se corría con intensidad, vaciando
toda su pasión, todo lo que era, en ella.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que por fin recordó
cómo se respiraba. Su mente volvió a la realidad y se
encontró a Samira sollozando y con espasmos bajo él; se
retiró con cuidado y se deshizo del condón. Luego la
estrechó contra su cuerpo, abrazándola con todas sus
fuerzas; todavía con la respiración jadeante, buscó sus
labios y se permitió dar rienda suelta a todas las emociones
que le inundaban: el cansancio, el amor y la determinación
de no volver a dejarla marchar nunca más.
CAPÍTULO 42

Renato dejó de besarle la boca, para repartir tiernos


besos en su frente y sienes, mientras seguía sosteniéndola
entre sus brazos. Todo su cuerpo la reconocía, porque con
nadie más se sentía como con ella, ese estado de paz
absoluta solo se lo otorgaba Samira, pero pudo sentir cómo
ella se tensaba y casi enseguida se apartó.
—Ahora sí, es tiempo de marcharme —dijo, tirando de un
pedazo de sábana, con la intención de cubrirse.
En el momento de remanso, entre los brazos de Renato,
fue inevitable que su mente no fuese bombardeada por los
amargos recuerdos que le rompieron el corazón. Y no, no
podía simplemente hacer como que eso nunca pasó, el
tiempo no podía borrar la traición.
Quedarse en esa cama con él, solo demostraría que no
tendría ni un poco de amor propio; ella debía ser más fuerte
que sus propias debilidades.
Le fue imposible sacar de debajo del cuerpo de Renato,
la sábana; por tanto, desnuda, se levantó, agarró del suelo
la bolsa de la lencería, buscó el panti y sin siquiera quitarle
la etiqueta, se la puso. Lo más sensato sería ducharse, pero
si se permitía un poco más de tiempo, podría volver a caer
en el juego macabro de sus emociones.
—Samira, espera… No quiero que te vayas… —Renato se
levantó desnudo y con la mirada aturdida.
—No se trata de lo que tú quieras, Renato… No pienso
decirte que lo que acaba de pasar fue un error, porque fui
muy consciente de lo que quería… Sí, fue un momento de
debilidad, me dejé llevar por la necesidad de la pasión, pero
nada ha cambiado. —Desistió de ponerse el sostén, buscó la
camiseta en la otra bolsa.
Sus movimientos eran enérgicos y rápidos, sobre todo, al
ver que Renato bordeaba la cama.
—Ese es el problema, que no tengo la mínima idea de
qué fue lo que cambió… ¿Qué mierda pasó, Samira? —Se
plantó frente a ella, porque no estaba dispuesto a seguir
lleno de dudas; era momento de hacerle frente y poco
importaba si dejaba explotar la frustración que llevaba siete
años creciendo en su pecho—. ¿Por qué carajos decidiste
abandonarme? ¿Por qué huiste como una cobarde? ¿Crees
que dejarme una nota confusa, sobre tu amor propio y
metas, era lo correcto? Llevo siete años, siete malditos años
preguntándome por qué… ¿Por qué, Samira? —Temblaba de
rabia y miedo, sus ojos estaban llenos de lágrimas por la
impotencia, y el pecho agitado por esa explosión de
emociones.
Samira, que aún no se había puesto la camiseta, en un
arranque de ira, se la lanzó a la cara, porque odiaba que
fuese tan descarado.
—Porque me engañaste, imbécil…, estúpido…, maldito
infeliz —estalló la histeria que por tanto tiempo se mantuvo
en reposo en ella—. ¿Por qué lo hiciste? Está bien, sé que
era una jovencita estúpida, ingenua…, una miserable
gitana, que no merecía ser más que un pasatiempo… —Las
lágrimas empezaron a salir a borbotones y su rostro se puso
furiosamente rojo—; pero no tenías que mentirme, ni dejar
que me hiciera ilusiones, porque estaba tan estúpidamente
enamorada de ti, que solo Dios sabe que hubiese cedido a
ser solo un pasatiempo, pero saberlo habría hecho que todo
fuese distinto…
—No…, no entiendo de qué hablas… —dijo, empuñando
la camiseta que ella le había arrojado a la cara. Esa reacción
lo dejó atónito, porque no conocía ese carácter de Samira—.
No haces más que dar rodeos…
Samira avanzó, amenazante, y levantó las manos, para
golpearlo, pero las dejó caer antes de tocarlo; se volvió y
gritó con furia.
»Estás molesta y no sé por qué… En cambio, yo, estoy
frustrado, herido… Solo te pido que me digas qué pasó,
jamás te engañé, fui tan sincero contigo, como jamás lo he
sido con nadie… Confiaba en ti… ¡Confío en ti! —Se
aventuró a tocarle el hombro, pero ella se alejó, como si la
hubiese quemado.
—¿Que no me engañaste, Renato? —Se volvió y quiso
asesinarlo con su mirada—. ¿Estás seguro de que nunca lo
hiciste? ¿De verdad me crees tan estúpida?
—Jamás he pensado que seas estúpida, para mí, eres la
persona más brillante y valiente que conozco; desde que te
conocí, no hacía más que admirarte…
—¡Lara! —Ella lo interrumpió, ese nombre brotó con odio
de sus labios.
—¿Lara? ¿Qué pasó con Lara?
—¡Eres muy estúpido o demasiado descarado! —ironizó
con rabia; estiró la mano, le arrancó la camiseta y se la
puso. Necesitaba largarse, no debía seguir humillándose—.
Me dijiste que habías terminado con ella, que cuando se
vieron en República Dominicana, las cosas no salieron bien
y terminaron… Dijiste que te habías enamorado de mí, que
esa había sido la causa del rompimiento, pero fue tu mejor
actuación… Fue un maldito engaño, para que yo,
estúpidamente, creyera que realmente te habías fijado en
mí… Engañarme fue tu manera de cobrarme la ayuda que
me brindaste. ¿Y sabes qué es lo peor?… —La voz se le
rompió con un sollozo y se limpió la cara con las manos—.
Que me lo advirtieron, mi madre, mi abuela, mis cuñadas…
—hipó en medio del llanto— ¡Todas me lo advirtieron! Me
dijeron que los payos solo nos engañan y nos usan…, y…
y…
—No es así, Samira… No fue así y lo sabes… Sé que, muy
en el fondo, sabes que jamás te engañé. Y me indigna que
lo digas solo para hacerme sentir culpable por situaciones
que siempre se escaparon de mis manos…
—Entonces, ¿Lara siempre fue una situación que se te
salió de las manos?… No seas tan descarado. Creí que eras
un buen hombre, que eras íntegro…, admirable.
—¡Un estúpido! Eso es lo que era… Lara nunca fue mi
novia… —Sabía que había llegado el momento de
sincerarse.
—¡Ay, por favor! —soltó una risa amarga, que también
estuvo teñida de llanto—. Nunca fue tu novia, aún así, te
enviaba fotos desnuda, videos masturbándose… ¿Sabes qué
fue lo peor? La forma en la que me engañaste, de verdad
me creíste estúpida… Bueno, en realidad, lo era, te creí
cuando me dijiste que no podrías ir a verme para Navidad,
porque debías estar con tu familia, cuando en realidad, ibas
a verte con ella… Y no solo eso, también querías
restregármelo en la cara, querías hacerme mierda el
corazón, porque, como no contesté a tu llamada, decidiste
dejarme un mensaje de voz, cuando ibas con ella en el auto
y te ofrecía una mamada… De verdad, Renato, no merecía
eso…, no lo merecía, porque siempre fui buena contigo,
nunca hubo segundas intenciones de mi parte…
Renato se encontró atrapado entre los barrotes invisibles
de sus propios pecados, con la vergüenza mordiéndole el
corazón y volviéndose loco de desesperación; pues, se
había dado cuenta, más allá de toda duda razonable, de
que, Samira, nunca le perdonaría, y con esa débil esperanza
se había desvanecido cualquier posibilidad de encontrar un
poco de paz y felicidad en su vida. Aún así, ella merecía la
verdad, se preparó para desnudar también su alma.
—¿Por qué no me lo dijiste? Debiste decírmelo,
enfrentarme y yo te habría explicado…
—¿Acaso existía una explicación para semejante mierda?
¿Esperabas que me humillara aún más? —Empezó a negar
con la cabeza—. Lo mejor que pude hacer fue recoger los
pedazos que quedaron de mi dignidad, largarme y no darte
el placer de joderme más de lo que ya lo habías hecho.
Renato se dejó caer sentado en la cama y se cubrió la
cara con las manos, para contener las ganas de correr y
lanzarse por la ventana.
—Todo fue un malentendido… —Sus palabras salieron
sofocadas por sus manos, pero enseguida se las llevó a la
cabeza y cruzó los dedos tras la nuca—. Y sí, fue mi culpa,
fue mi maldita culpa, porque debí ser sincero contigo; no
debí dejar que mis miedos fueran más fuertes que yo…,
pero, en ese entonces, me dominaban… Aún hoy día, hay
veces que me dominan y me bloqueo… Samira, hago mi
mejor intento, todos los días sigue siendo una lucha con mis
emociones… —suspiró, sintiéndose demasiado cansado.
—Sí, fue tu culpa… Yo te di lo mejor de mí y me rompiste
el corazón —lloró abiertamente—. Y ya no volví a ser la
misma, no volví a confiar en nadie más, como lo hice
contigo... ¿Ahora entiendes por qué no podemos volver a
ser los mismos? Hace un rato me dijiste que yo había sido
algo bueno en tu vida, pero tú has sido mi pesadilla en
todos estos años… —Se dobló, para buscar en la bolsa los
leggins. Aunque se había desahogado después de tantos
años, seguía latiendo en ella, las ganas de marcharse. No
quería verlo, porque su presencia le dolía y mucho. A pesar
del engaño, no logró decepcionarse, no había dejado de
amarlo ni un poquito, se lo dejaban claro todas esas
sensaciones que la azotaban.
—Samira, ven, siéntate un momento. —Le pidió, tocando
el espacio del colchón a su lado.
—No, ¿para qué? Ya no tiene caso, solo quiero irme y
olvidarme de tu existencia, quizá esta vez sí lo consiga —
hablaba, tratando de meter una de sus piernas en los
leggins, sin atreverse a mirarlo.
—Por favor —insistió con tono suplicante—, quiero
decirte la verdad, si luego de escucharme, decides que no
tengo perdón, lo entenderé y te juro que jamás volverás a
verme…
—Eso pensé, creí que nunca más volvería a verte.
—Pero el destino quiso que nos encontráramos. Quizá lo
ha hecho para que podamos tener la conversación que no
pudimos… Ay, Samira, si tan solo me hubieses enfrentado,
si hubieses tenido el valor de reclamarme por lo que viste y
escuchaste, las cosas hubieran terminado tan diferentes.
—¡Ahora me dices cobarde! ¡Qué descarado! —resopló,
molesta—. Intentas lavar tus culpas, culpándome.
Renato se daba cuenta de que Samira tenía una actitud
mucho más retadora, incluso, era más arrogante. Suponía
que ese cambio se lo debía a las situaciones difíciles por las
que había tenido que pasar.
—No, aquí el único cobarde soy yo, siempre lo he sido…
Tú eres una chica demasiado valiente, en nuestra relación,
siempre has sido mi escudo.
—No hay «nuestra relación». Ya no somos nada, Renato,
dejamos de serlo hace siete años; aunque si lo pienso bien,
creo que jamás fuimos nada. —Intentó hablar con la voz
tranquila, pero sus ojos brillaban llenos de reproches.
—No puedo permitir que digas eso, porque tú, para mí, lo
has sido todo; desde el día en que te conocí, te metiste
como un torbellino en mi cabeza… Y sí, al principio no fue
con un interés amoroso, pero sí como amiga, sí como
alguien que se ganó mi admiración…, mi respeto… Y ni
siquiera tú, tienes el derecho de cuestionar lo que significas
para mí.
Samira se cubrió la cara con las manos y empezó a llorar
ruidosamente, con el pecho agitado y los hombros
temblorosos. Sentía que se estaba rompiendo y se acuclilló,
por temor a desmoronarse, caerse a pedazos como un
castillo de naipes.
—Entonces, ¿por qué me arruinaste la vida? ¿Por qué
jugar de esa manera con mis sentimientos? ¿Por qué
burlarte de una manera tan cruel, cuando yo me había
entregado a ti por completo? —cuestionó en medio del
llanto.
Renato se levantó y la sujetó por los brazos, ayudándola
a ponerse en pie, aunque estaba bastante rígida.
—Jamás fue mi intención dañarte. Lo siento mucho,
Samira, no sabes cuánto lo siento —consoló, consiguiendo
por fin levantarla.
Samira se rindió, muy en el fondo de su corazón,
deseaba que las excusas de Renato fueran lo
suficientemente convincentes, como para hacerle creer que
jamás quiso engañarla y que todo el sufrimiento durante
tantos años, había sido en vano.
Dejó que Renato la sentara en la cama y luego él se
ubicó a su lado, tiró de la sábana con la que anteriormente
ella intentó cubrirse, y se la puso en el regazo, para tapar su
desnudez. Samira, por su parte, no consiguió ponerse los
leggins, apenas había metido una pierna y así lo dejó;
porque, de repente, empezó a sentirse demasiado cansada.
Renato se pasó la lengua por los labios, con un
movimiento lento y preciso. Intentó tragar saliva, pero tenía
un nudo en la garganta, porque no sabía por dónde
empezar. Si algo odiaba, era generar lástima y;
lamentablemente, siempre que contaba sus problemas,
todos terminaban mirándolo como si fuese un enfermo
terminal o un cachorro abandonado.
—Una vez me preguntaste que quién era Danilo. —
Renato comenzó con el labio inferior trémulo y con un
movimiento nervioso en una de sus piernas—. Incluso,
llegaste a la conclusión de que era médico, pero yo evadí el
tema, porque me dio terror responderte.
—Lo recuerdo —musitó Samira, aun tenía la voz rota por
el llanto. Giró la cabeza, para mirar a Renato, y descubrió en
su mirada azul una angustia descarnada. Sus ojos estaban
llenos de miseria y brillantes por las lágrimas contenidas—.
Llegué a la conclusión de que era médico, porque el día que
estuve en la clínica, después de que me caí en el baño, te
escuché hablando con él, conversaban acerca de una
consulta, pero no fue mucho lo que entendí.
—Es mi terapeuta, mi psicólogo desde mi adolescencia…
Todo empezó desde que era niño… Siempre fui muy
inseguro, tímido, pero era más que solo timidez, era
ansiedad y depresión, que fue empeorando con los años, al
punto de que mi ansiedad afectó mi vida social y no podía
salir de casa, mucho menos, interactuar con desconocidos…
—Renato… —Samira quiso interrumpirlo, aunque no
sabía ni qué decir.
—No te lo cuento para que me tengas lástima, odio que
sientan pesar por mí; lo odio, de verdad… No soy un hombre
débil, que necesite la compasión de los demás. —Se atrevió
a mirarla a los ojos y ella correspondió. Quizá quería
asegurarse de que, él, no le estuviera mintiendo.
—No podría, nunca te he visto como alguien débil,
porque tú me salvaste de muchas maneras. Puede sonar
como un cliché, pero muchas veces fuiste mi héroe, cuando
me encontraba acorralada en un callejón sin salidas. Me
ayudaste a soltar lazos que me ataban a mi cultura, con los
que tampoco estaba de acuerdo, pero por temor, me
aferraba a eso… Siempre voy a estar agradecida contigo por
enseñarme tantas cosas que por mi cuenta no hubiera
podido. —Eso no podía negarlo. Sí, estaba muy dolida con
él, por la forma en que la engañó, pero no iba a borrar todas
las cosas buenas que hizo por ella, y ahora que le confesaba
que sufría de timidez, depresión y ansiedad, conseguía
darles sentido a algunas de sus actitudes en el pasado y
que confundió con arrogancia o altivez; aun así, eso no
justificaba que no fuese claro en cuanto a su relación con
Lara, y que jugara con ambas.
—Te admiraba, Samira… Aún te admiro, porque te
atreviste a hacer tantas cosas, a dar la pelea aun cuando
tenías todas las de perder. Puedo decir que también sentía
un poco de envidia de tu valentía… o de tu locura, porque
dime, ¿quién en su sano juicio decide atravesar una de las
fronteras más peligrosas de América, sin nada en los
bolsillos? —Elevó apenas perceptiblemente una de sus
comisuras.
—Era una medida desesperada, lo admito. —Samira
también sonrió—; aunque, también me salvaste de que
cometiera esa locura… Dime, ¿ahora estás bien? —
preguntó, refiriéndose a sus trastornos.
—Por ahora sí. —Asintió con la cabeza, apoyó los codos
sobre sus piernas y entrelazó los dedos—. Llevo un tiempo
controlándolo, aunque no te miento…, a veces, regresan los
episodios, pero tengo la fortuna de tener a Danilo.
—Es bueno saberlo… ¿Cómo lo conociste?
—Mi abuelo me llevó con él… De no haberlo hecho, lo
más probable es que ni siquiera hubiese existido la
oportunidad de que tú y yo nos conociéramos, porque, la
solución menos favorable a mis trastornos, me sedujo en
muchas oportunidades… Pero eso ahora no tiene
importancia, sé que lo que necesitas saber es sobre mi
relación con Lara.
—Me tranquiliza saber que lo tienes controlado y que
lograste superar esa etapa tan complicada para ti y toda tu
familia… Eso solo demuestra que eres más fuerte que el
común de las personas, porque llevas a cuesta un peso que
no cualquiera puede cargar. Sin embargo, eso no justifica
que nos utilizaras a las dos, porque supongo que ella no
sabía de mi existencia, así como tampoco lo sabían tus
amigos.
—De ti sí sabían, las personas más importantes: mis
padres, mi hermano, mi abuelo y Danilo. Estoy seguro de
que ellos tenían la certeza de lo especial que eras para mí…
Incluso, Liam, se dio cuenta mucho antes que yo, de que
estaba enamorado de ti.
—Qué bonita forma de querer blanquear que era ese
secreto del que te avergonzabas —sonrió irónica.
—Jamás me sentí avergonzado de ti…
—Por favor… —carraspeó, sin dejar de lado el tono
mordaz.
—No lo hagas, Samira —interrumpió—, no digas cosas
que solo están bajo tu percepción y que nos llevarán a
discutir, porque realmente es lo menos que quiero hacer.
Ella puso los ojos en blanco, su llanto había dado paso a
una ironía desencarnada. Como no dijo nada más, él
comprendió que solo le estaba dando la oportunidad de que
siguiera con sus explicaciones.
—Seguro la historia se hará un poco tediosa, pero quiero
contarte desde el principio… —Se giró un poco en el
colchón, para quedar frente a ella; en cambio, Samira, se
cruzó de brazos, como si pretendiera con eso crear un
escudo. Él se moría por tocarla, por poner su mano sobre su
rodilla, pero sabía que eso solo aumentaría su tensión—. Mi
ansiedad y depresión no anulaban mi sexualidad y pasaba
mucho tiempo encerrado en mi habitación. Por supuesto,
deseaba conocer a alguien, enamorarme y obtener
experiencia sexual. Pero me aterraba acercarme a alguna
chica que me gustara y, cuando lo hacía…, todo se hacía
más intenso, la transpiración, los latidos, el dolor de
estómago… Así que, mi contacto con chicas, era nulo.
»Pasar mucho tiempo sin nada interesante que hacer,
solo me dedicaba a estudiar y siempre se me dieron muy
bien las matemáticas, por lo que, no era extraño que sacara
buenas notas… Siempre fui uno de los mejores de la escuela
y, cuando estaba en secundaria, había una chica que me
gustaba muchísimo… La veía como la más linda de todas y,
para mi buena suerte, sus padres eran muy amigos de los
míos… Entre ellos acordaron que podía ayudarle a mejorar
las calificaciones, pero que yo aceptara, no fue fácil; porque,
mientras más me gustaba, más estúpido me volvía… Sin
embargo, mi padre me dio la seguridad, para que empezara
a interactuar con ella… Así que, en pocas semanas,
empezamos a pasar mucho tiempo a solas en mi habitación
y fuimos creando un vínculo único, nos hicimos muy amigos;
con ella podía ser yo mismo y sentía que también le
gustaba… Fue por ello que, en algún punto, después de
meses de estudios, nos dimos un primer beso e; incluso,
estuvimos a punto de tener nuestro primer encuentro
sexual, pero mis nervios me hicieron la peor de las jugadas,
a pesar de mis deseos por querer seguir, no pude avanzar,
mis miedos eran más fuertes que mi excitación… La
decepcioné, como venía haciéndolo con todo el mundo; ella
se marchó y yo me quedé sintiéndome como una mierda
inservible… Eso me atormentó todo ese fin de semana, ni
siquiera reuní el valor para llamarla y pedirle perdón… Solo
me recordaba, una y otra vez, lo patético que era, aunque lo
peor vino después, cuando tuve que ir a la escuela y;
durante el descanso, supe que ella le había contado a todos
sobre mi impotencia sexual… A esa edad, no es bueno que
algo como eso se haga público…
—Que haya hecho eso, solo dejó claro que no era tu
amiga, era una idiota… —gruñó Samira.
Por la forma en que Renato narraba la historia, los
nervios palpables en su voz, el temblor de sus manos y su
mirada atormentada, Samira supo que se trataba de algo
verídico; que, ciertamente, vivió esa traición por parte de la
persona a la que más quería; pues, ella había pasado por lo
mismo, irónicamente, de parte de quien ahora exponía su
pesar.
—Lo peor no fue que esa chica me exhibiera, sino que,
los matones de la escuela, se creyeran con el derecho de
hacerme vivir un infierno. Fui la burla de todos… y, de cierta
manera, esos hijos de puta, abusaron de mí, al tocarme…,
para comprobar si mi cuerpo reaccionaba o no… —En ese
momento, se interrumpió, cuando Samira sujetó con ambas
manos una de las de él y la apretó con fuerza, entonces,
correspondió al gesto.
—Siento que hayas tenido que pasar por eso, siendo tan
joven.
—Eso solo hizo que mis problemas se maximizaran, a
partir de ese momento, mi ansiedad social se disparó. No
salía de casa y; cuando mis padres me obligaban a
acompañarlos, para mí, era un infierno, porque todo lo que
estaba más allá de las paredes de mi habitación, me
aterraba. Los ataques de ansiedad eran tan fuertes que, en
tres oportunidades, tuvieron que llevarme a la clínica,
porque sentía que iba a morir, que me daría un ataque al
corazón… Ellos comprendieron mi sufrimiento y dejaron de
obligarme a hacer cosas que no quería. Luego aprendí a
cómo manipularlos, para que ni siquiera lo intentaran.
Samira le dedicó una mirada de reproche, pero no le
soltó la mano, y eso le daba ánimos para ser
completamente sincero con ella.
»Mis emociones me dominaban y hacía lo que fuera para
no salir de mi zona segura…; sobre todo, mentir se me daba
muy bien. Logré que me dejaran pasar la mayor parte del
tiempo solo, en mi habitación, pero tenía tantas dudas, que
mi única forma de aclararlas fue a través de la pornografía,
así empecé a experimentar… En esas páginas, encontré
refugio y desahogo. —A pesar de sentirse avergonzado por
tener que confesar algo tan íntimo, la miraba a los ojos oliva
y se dio cuenta de que las mejillas se le habían teñido de
carmín, pero no se atrevió a interrumpirlo—. Descubrí que
nada estaba mal en cuanto a mi desempeño sexual, pero
con el tiempo, solo ver videos y masturbarme se volvió
demasiado rutinario, la excitación iba en picada…
Necesitaba algo menos impersonal y me dediqué a buscar
en la red, hasta que di con una página de modelos sexuales,
en la que podía interactuar con ellas. Yo podía solicitar que
hicieran las cosas que deseaba, me complacían en todo,
siempre y cuando pagara… Y, como el dinero no era un
problema, empecé a sentirme bien, a dejar fluir esa
personalidad que siempre deseé pero que, por mis
trastornos, en la realidad no podía. A través de la pantalla,
era un chico seguro, decidido, podía crear otra realidad… —
soltó un suspiro, no quería seguir dilatando el tema y, por la
forma en cómo lo miraba Samira, parecía no juzgarlo, pero
había una luz en sus pupilas que delataban que imaginaba
lo que él diría a continuación—. Fue en una de esas páginas
que conocí a «Desire», el nombre artístico de Lara.
CAPÍTULO 43
Samira parpadeó lentamente, para asimilar la
información que Renato acababa de escupirle a la cara; sí,
en algún momento de su relato, llegó a la conclusión de que
algo tenía que ver Lara con todo eso, pero le fue imposible
no sentir que su autoestima se iba al quinto infierno, tanto
la de la Samira adolescente, como la de la mujer de ahora.
Jamás estuvo ni estaría a la altura de la experiencia
sexual y de seducción de esa mujer, sin querer recordar
siquiera lo hermosa que era. Le soltó la mano y se recogió el
cabello, sujetándolo en un moño alto, con los mismos
mechones.
—Bien —suspiró y se dobló para meter la pierna que aún
faltaba en los leggins—, entiendo las circunstancias en las
que la conociste, pero eso no cambia nada, tenían una
relación, eso es lo que importa… Será mejor que me vaya,
mañana tengo que levantarme temprano y…
—Aún no termino, Samira. —La sujetó por la mano e
intentó entrelazar sus dedos con los de ella, pero no lo
permitió y la alejó sin brusquedad.
—Ya no quiero seguir escuchando… ¿Puedes respetar
eso?
—No, no puedo hacerlo, porque aún estamos en el
mismo punto… Sé que quizá no quieres escuchar, porque no
quieres sufrir, pero estoy dispuesto a contarte todo.
—Ya nada de lo digas podrá herirme más de lo que ya lo
hiciste hace siete años… Mi piel se ha vuelto más gruesa y
puedo soportar muchas más decepciones. —Por fin
consiguió ponerse los leggins.
—Nunca tuve contacto físico con ella. —Se apresuró a
decirle.
Samira soltó una carcajada cargada de amargura e
ironía. Entonces, Renato se levantó, dejando que cayera la
sábana a sus pies y la sujetó por los hombros, para
encararla.
—No te estoy mintiendo, nunca tuve contacto físico con
ella… Y no es que no lo deseara, era que no podía, Lara solo
conocía al personaje que me había inventado. Cuando te
conocí, ya ella estaba en mi vida, era mi fantasía, el tipo de
mujer que anhelaba o, eso creía. —Sentía cómo Samira se
ponía rígida bajo su agarre y estaba seguro de que su
intención era escapar, pero la sujetó un poco más fuerte—.
Pero llegaste tú y me hiciste ver que, el Renato que
anhelaba a Desire, no era quien realmente yo quería ser…
Me gustaba más el Renato que era cuando estaba a tu lado,
el que disfrutaba y se relajaba pasando tiempo contigo; el
Renato que realmente soy… Tú, sin saberlo, lograste que me
diera cuenta de que, ser yo, después de todo, no era tan
malo… Hiciste que me sintiera bien en mi propia piel y
empecé a sentir que solo podía ser así contigo… —hablaba,
mirándola a los ojos y con el corazón golpeando
fuertemente contra su pecho.
—No esperarás a que me crea que, cuando se vieron en
Punta Cana, no pasó nada… —Le reprochó, aunque las
palabras de Renato despertaban sus más débiles emociones
y avivaban las ilusiones de esa parte que aún lo seguía
amando, no convencían del todo a su orgullo. Ya no era tan
tonta como para creer que, un hombre que tiene en frente a
una mujer como Lara, se quedaría de brazos cruzados.
Sobre todo, cuando ella era su fantasía hecha realidad.
—No pasó nada trascendental… —confesó, si quería
derribar las barreras que Samira había creado para
protegerse emocionalmente, lo mejor era ser sincero. La vio
parpadear, antes de sostenerle la mirada con una expresión
inquisitiva.
Samira suspiró, intentando ahogar la decepción que le
roía las entrañas, y él le dio el espacio que pedía sin
palabras, le soltó los hombros y pudo retroceder un par de
pasos.
»Solo fueron algunos besos… —Su voz salió bastante
aguda por los nervios—. Samira, es necesario que entiendas
que, en ese entonces, estaba muy confundido con mis
sentimientos… Desde hacía mucho tiempo anhelaba estar
con Lara, pero no había tenido el valor para concretar una
cita, por temor a que descubriera cómo soy realmente… Y
ahora puedo entender que, cuando encontré la valentía
para decirle que sí, a vernos, fue por un arranque de celos…
Ya estaba enamorado de ti y me enfurecí cuando el día de
tu cumpleaños me enteré de que seguías en contacto con
Adonay... Temí que regresaras con él, por eso quise
formalizar mi relación con ella… Estúpidamente, también
quería darte celos, dejar de sentir esas emociones que me
carcomían cuando estaba contigo o con solo pensarte,
porque se suponía que eras mi amiga. Me asustaba perder
lo más bonito que me había pasado hasta ese entonces, me
aterraba perderte. Sin embargo, haber concretado ese
encuentro, fue lo que me hizo abrir los ojos y darme cuenta
de que estaba loco por ti y que no podía seguir
conteniéndome… Mientras intentaba estar con ella en un
plano más íntimo, no conseguía dejar de pensar en ti, por
eso no pude seguir ese fin de semana en Punta Cana y fui a
buscarte… Mi error más grande fue no tener el coraje de
decirle la verdad, que ya no quería nada con ella, que había
alguien más que se había convertido en el centro de mi
vida, porque, aunque no quieras creerme, Samira…, te
habías convertido en eso, en la parte más esencial de mis
días.
—¿Y por qué no se lo dijiste después? —cuestionó y sus
ojos volvieron a llenarse de lágrimas, ya los párpados le
dolían de lo mucho que había llorado esa tarde—. ¿Por qué
engañarme? ¿Por qué no ser sincero conmigo? Al menos,
conmigo…
—Intenté hacerlo muchas veces, pero temía que me
juzgaras…, que me rechazaras por la forma en que la
conocí; de haberlo hecho, tendría que haberte confesado
mis trastornos… Y nunca ha sido fácil para mí, contar lo que
padezco, porque nadie lo comprende y creen que lo único
que hago es dramatizar todo o victimizarme. En ese
entonces, estaba cansado de los juicios de los demás y no
sabía cómo sobrellevarlos… Y, con Lara, todo se complicó,
no quería herirla, porque fue buena conmigo, ella estuvo en
los momentos más difíciles; haber creado esa personalidad,
para interactuar con ella, me distraía de mi realidad… Y sí,
nos vimos en diciembre, una sola vez… Danilo me aconsejó
que la mejor forma de sincerarme con ella y terminar esa
relación era en persona… No sé cómo es que se marcó el
teléfono y terminó dejándote un mensaje, pero te juro,
Samira…, te lo juro por mi vida que no pasó nada. Sí, ella
intentó seducirme en el auto, pero la detuve y, justo en ese
instante, pude confesarle que me había enamorado de ti.
—No sé si creerte, Renato… Todo es tan increíble, es tan
conveniente para ti… Y si terminaste con ella, ¿cómo es
que, tiempo después, cuando secuestraron a Elizabeth,
estabas con ella?
—No, eso es imposible… —dijo con el ceño fruncido por
la confusión—. Samira, luego de que terminé con Lara, ella
regresó a su país y no volví a verla, mucho menos durante
el secuestro de Elizabeth… La familia fue muy reservada
con todo ese proceso, nadie que no fuera de la familia…
—Los vi saliendo de la casa de tu abuelo…, en una
fotografía… Seguía muy de cerca la noticia, a pesar de que
te dejé un mensaje y no tuviste la cortesía de responderme,
pero ya ves…, aún era demasiado tonta, era mínima mi
dignidad.
—No, no era Lara, de eso estoy seguro… Quizá se trató
de Aninha…, pero no lo recuerdo. En ese momento, mi
mente y mis sentimientos estaban destruidos, no tenía
cabeza para nada —contestó, después de pensar en cómo
habían sido esos terribles días, para todos ellos—. ¡¿Me
dejaste un mensaje?! —cayó en la cuenta, lo que lo alteró y
en sus ojos se reflejó un gran tormento.
—Eso ya no importa… —respondió Samira, con desgano.
No sabía si creer en toda esa sorpresa que Renato
mostraba.
—¡Claro que importa! ¡Qué imbécil!... Fui tan imbécil. —
Se lamentó, llevándose las manos a la cabeza. Se arrepintió
por no haber revisado los mensajes y haber borrado todo,
solo porque se sintió acosado con toda la situación del
secuestro—. Llegó un momento en el me sentí superado,
abrumado con tantos mensajes y llamadas, preguntando
por Eli… Y decidí no responder y los eliminé sin quiera leer o
escuchar.
—Eso puedo entenderlo —exhaló y miró en derredor—.
¿Puedo irme?
—Samira… —suplicó, juntando las manos—, tienes que
creerme, te digo la verdad.
—No, no tengo que creerte, no me vas a imponer tus
palabras; yo decido si te creo o no… —Fue contundente y lo
miró con dureza.
—Lo siento, no fue mi intención… Tienes razón, puedes
sacar tus conclusiones, pero te he dicho toda la verdad…
Aun te quiero, mi gitana; en todo este tiempo, no he podido
desterrarte de mi alma, no he dejado de amarte y sé que tú
también sientes algo por mí, sé que no te soy indiferente…
Pude sentir tus temblores, tus miradas; todas esas
sensaciones que nos recorren, me hacen saber que lo
nuestro no está perdido… Haré lo que tenga que hacer para
recuperarte… —hablaba con la voz temblorosa, pero más
decidido que nunca. Era una seguridad que lo impulsaba a
expresarse de esa manera.
Samira luchaba fieramente para no echarse a llorar, le
esquivó la mirada y se puso los zapatos deportivos con
rapidez.
—Solo quiero irme y lo haré aunque tenga que apartarte
de mi camino. —Con rabia tiró de la etiqueta de la ropa
interior que le salía por un lado de las caderas.
Renato solo se hizo a un lado, seguido de un ademán,
permitiendo que se marchara.
Samira caminó rauda, ni siquiera recordó buscar en el
baño la ropa que se había quitado, porque estaba
desesperada por alejarse de Renato.
—No me iré de tu vida. —Él le avisó, justo cuando ella
abría la puerta—, dajaré mi pellejo en el intento, pero juro
que voy a reconquistarte, Samira.
De haber podido, ella habría dado un portazo, pero la
puerta tenía un sistema de cierre lento, que le impedía
descargar su furia. Ya en el ascensor, soltó el aliento
contenido y empezó a sentirse tan débil, que tuvo que
apoyarse en una de las paredes del elevador, o hubiese
terminado ahí, desmayada.
La cabeza le daba vueltas, las palabras de Renato
giraban atormentándola y se llevó una mano a la boca, para
sofocar un gran sollozo.
En la entrada del hotel, un botones le ayudó a conseguir
un taxi; si no fuera porque aún seguía cayendo una ligera
llovizna, habría caminado, necesitaba algo que despejara su
mente. Y sentada en el asiento trasero del coche, buscó su
móvil, como era de esperar, tenía un par de llamadas
perdidas de Julio César, además de cinco mensajes. En
todos preguntaba si estaba bien y le expresaba su
preocupación.
No dudó en responder, no hacerlo sería una gran
desconsideración.

Hola, cariño, estoy bien… Solo que ahora no estoy


emocionalmente preparada para contarte todo. Quizá
más tarde.
Te quiero.
No pasó ni un minuto para que le respondiera.

Si quieres, puedo ir a acompañarte, ¿quieres que


pase la noche contigo? No tienes que contarme nada,
si no estás preparada, pero puedo abrazarte y estar
en silencio.

Se le escaparon unas lágrimas silenciosas, pero


enseguida se limpió con disimulo, para que el taxista no la
viera. Sabía que estar sola en su apartamento solo
acrecentaría su tormento.

Está bien, solo si Amaury no se molesta porque te


quedes conmigo.

No seas tonta, sabes muy bien que mi bebé jamás


se molestaría por eso. En una hora estoy contigo.

Samira sonrió a través de las lágrimas, la conmovía lo


incondicional que siempre había sido con ella.
Al llegar a su apartamento, se fue directa a la ducha,
mientras se debatía entre querer seguir manteniendo el olor
de Renato en su piel o usar el agua lo suficientemente
caliente, como para que no quedaran rastros de sus besos y
caricias.
Terminó ganando la conciencia y no las emociones,
aunque bajo la alcachofa, revivió los momentos vividos en la
habitación de ese hotel. El estómago se le encogía y la piel
se le erizaba con la imagen de Renato en su cabeza, le dolió
tener la certeza de que todos esos años le habían servido
para tener un mejor desempeño sexual, la forma en que le
hizo el amor no tenía comparación con ese hombre de
veintitrés años al que se entregó por primera vez. Era
evidente que, al igual que ella, desahogó las ganas en otros
cuerpos.
Terminó de ducharse y se puso un pijama, se secó un
poco el cabello y se fue a la cocina; se vio tentada a hacerse
de un tarro de helado, pero no podía atascarse con eso,
cada vez que se sintiera emocionalmente inestable.
Se preparó un capuchino vainilla extragrande, estuvo a
punto de ponerle crema chantillí, pero también desistió de
eso. Se fue con el café a la sala y se acurrucó en el sofá.
Intentaba dejar de pensar en las palabras de Renato, pero
no hacían más que resonar en su cabeza y; entonces, los
latidos de su corazón se hacían contundentes.
Quería creerle, pero no podía; algo en ella no le permitía
caer tan fácil ante explicaciones que no la convencieron. Sí,
se sorprendió al saber que él padecía de ansiedad y
depresión, era un tema muy delicado y; por ciertas
actitudes que él había tenido cuando estuvieron juntos,
sabía que era cierto; aún así, que no le hubiese confiado lo
de Lara, no tenía justificación alguna; no, no la tenía.
Antes de que se pusiera a llorar, una vez más, escuchó el
sonido electrónico de la puerta. Sabía que era Julio César,
entonces, una mezcla de alivio y nostalgia la invadió. No
quería que él la viera sufrir, por eso inhaló y exhaló, para
calmarse; se levantó para ir a recibirlo y, en cuanto lo vio,
se echó a sus brazos. Le rodeó el cuello y él la cintura.
—Gracias por venir, sé que debes estar agotado por la
cena… ¿Qué dijeron las chicas? —preguntó, al tiempo que
se alejaba y lo miraba a los ojos, pudo notar en su mirada
café, que se compadecía de ella, por las evidentes huellas
de sufrimiento en sus facciones.
—No, no estoy para nada cansado, la pasamos muy
bien… No te preocupes por las chicas, dijeron que te
escribirían al grupo… Hicieron planes para ir mañana a la
casa de Doménica. —Extendió ante ella una bolsa de papel
—. Te traje postre —dijo con una gran sonrisa.
—¿Qué es? —De manera automática, el ánimo de Samira
mejoró un poco. Es que las penas se llevaban mejor con un
poco de dulce.
—Crema catalana —respondió con una sonrisa.
A pesar de que había tenido un poco de fuerza de
voluntad, para no atiborrarse de helado, ante una crema
catalana, no podía resistirse.
—¡Gracias! Me encanta.
—Lo sé —asintió con énfasis.
Samira fue a la cocina, por una cuchara y; cuando
regresó, ya Julio César estaba sentado en el sofá.
—¿Dejó de llover? —preguntó Samira, sentándose con las
piernas cruzadas, en forma de meditación, al lado de su
amigo.
—Sí… —Él quería abordar el tema de Renato, pero le
había prometido que le haría compañía, sin hacer
preguntas. Lo menos que deseaba era agobiarla—. Hace un
rato.
—Esto está muy rico —gimió Samira, tras haber comido
un par de cucharadas—. De verdad, muy rico… ¿Fueron
todos? —preguntó, refiriéndose a los invitados.
—Sí, no pensé que iría tanta gente... Por cierto, Romina y
Víctor, te mandaron saludos, que esperan verte el sábado.
—Por nada del mundo faltaré al cumpleaños de Romina…
¿Me puedes acompañar por la mañana, a comprar el vestido
que usaré?
—Pero tiene que ser temprano, porque recuerda que a
las dos tenemos reunión con el contador.
—Ay sí, lo había olvidado. —Se relamió los labios,
saboreando el último bocado del postre. Dejó sobre la mesa
de centro el envase y la cuchara—. Perdóname por no darte
suficiente apoyo en Saudade… Prometo que, en cuanto
termine con todos los compromisos del acto de grado,
estaré más atenta y podrás tomarte unos días de descanso.
—Tienes muchas ocupaciones, Samira, creo que va
siendo hora de que busques a alguien que te ayude con tu
parte de la administración… Sé que después del acto de
grado, debes dedicarle más tiempo al MIR, sabes que eso es
más importante que cualquier otra cosa.
—Pero las clases son en línea, no tengo problemas con
hacerlas en el café.
—Sé que puedes hacerlo, pero sería bueno que, después
del acto de grado, te tomes un descanso… ¿No crees que te
mereces unas vacaciones, después de seis años de tanto
estudio? Vete a Santorini, pasa un mes en la costa
Amalfitana, también puede ser la Riviera francesa; incluso,
Ibiza es una buena opción… Aprovecha el verano.
—Lo dices como si hubiese vivido esclavizada, siempre
aprovecho el verano… Ya hemos ido a todos esos lugares. —
Le recordó, mostrando una sonrisa condescendiente.
—Un fin de semana…, cuando mucho, una semana, eso
no son vacaciones, solo hemos ido por conocer, pero bien
sabes que nunca ha sido suficiente. Necesitas quedarte más
tiempo y relajarte, desconectarte de tantas preocupaciones;
creo que es la mejor manera de recompensarte por tanto
esfuerzo.
—No sé, lo pensaré, pero después, ahora solo quiero
concentrarme en el acto de grado y en la reunión con el
contador… —soltó un gran suspiro y luego se quedó en
silencio.
Este estiró los brazos y la refugió contra su pecho.
Samira le rodeó la cintura y cerró fuertemente los ojos, para
contener las lágrimas; el beso que su amigo le dejó en el
pelo, fue como un bálsamo, pero también derribó sus
barreras.
»Aun lo amo… —chilló con la voz ahogada por las
lágrimas que hacían remolinos en su garganta—. Creo que,
incluso, mucho más…, mucho más. —Apretó más los brazos
entorno a su cintura—. Me siento tan estúpida… y es porque
lo soy…, lo soy…
—No, cariño, no lo eres… Es normal que, al verlo,
renacieran todas esas emociones. Es lo que pasa cuando
una relación termina cuando todavía se ama, ese amor
queda suspendido en el tiempo.
CAPÍTULO 44
Samira movió la cabeza afirmativamente, pues ahora
tenía la certeza de que así era, porque se sentía como si los
años no hubiesen pasado. Estaba demasiado vulnerable,
sus sentimientos eran un caos que aniquilaban toda su
fuerza de voluntad y solo querían empujarla hacia Renato.
—No sé qué hacer… Mi corazón quiere perdonarlo, pero
mi orgullo me pide que no me doblegue…
—Hay un dicho que dice: «Nos rompemos como el cristal
o nos forjamos como el hierro» —citó, conteniendo a su
amiga, que sabía estaba dando todo de sí, para no echarse
a llorar—. Y es porque no es tan fácil elegir, la mente nos
pide no rendirnos, no ceder a nuestras debilidades
emocionales, pero el corazón quiere seguir latiendo…
Quiere sentir esas palpitaciones furiosas, que solo nos
despierta esa persona especial… Y, por lo que dices, el
carioca sigue siendo ese que te vuelve el mundo de cabeza.
—Es más que eso, me lo destruye…, no deja para nadie.
¡Ay, no sé qué hacer, Julio!… Lo quiero tanto y ahora está
mucho más guapo, muchísimo más.
—No sé si decirte que hagas lo que dicta tu corazón,
porque quizá no sea lo más conveniente.
—Tampoco lo creo, porque mi corazón me grita en cada
latido que corra hacia Renato Medeiros.
—Pero dime que, por lo menos, aclararon las cosas,
porque tuvieron tiempo suficiente, como para no quedarse
con dudas… ¿Le exigiste todas las explicaciones que en su
tiempo no pudiste?
Samira sentía que debía ser sincera y no contarle las
cosas parcialmente, o él no podría aconsejarla de la forma
correcta. Así que, se apartó del abrazo, para poder mirarlo a
la cara.
—Sí, conversamos… Me dijo que Lara nunca fue en
realidad su novia, solo era una modelo que ofrecía
entretenimiento para adultos, en una página web… —
Mientras hablaba, la boca y los ojos de Julio César se
abrieron de manera desmesurada.
—¿Y le creíste?
—¿Por qué tendría que mentir? En realidad, no hace
mucha diferencia…
—Entonces, es de ese tipo obsesivo con el porno… Y a mí
que me pareció bastante tímido… —soltó una risita
incrédula.
—Lo es, no solo tímido, también sufre de ansiedad,
depresión y fobia social; por eso empezó a interactuar con
las modelos en la web, porque, personalmente, es bastante
introvertido. —Samira pudo notar en su expresión, que sabía
que Renato era un coctel bastante peligroso para sí mismo,
pero ella, que había pasado el tiempo suficiente en su
compañía, estaba segura de que era el hombre más
adorable que pudiera existir; así que se apresuró a calmar
sus miedos—. Lo tiene controlado, desde hace muchos años
ve a un terapeuta…
—¿Y es cierto? —dudaba, no quería que Samira creyera
en excusas que la llevaran a perdonarlo y después
terminara sufriendo mucho más.
—Sí, noté algunas señales… Después de haber estudiado
lo más básico de la psicología, puedo asegurarte que sí…
Por lo menos, tengo claro que sufre de ansiedad. También,
en algún momento, lo escuché hablando con su terapeuta y
lo conocí por fotos, solo que él nunca me lo confirmó, le
avergonzaba confesarme sobre sus trastornos…
—Debió ser sincero contigo, pero entiendo que es un
tema bastante delicado. —Julio César suspiró. Estaba claro
que, en los ojos oliva de Samira, brillaba el
autoconvencimiento.
—Sí que lo es, la mayoría no lo dice por temor a ser
minimizados o considerados dramáticos…
—Entonces, lo sigues amando, sabes que padece esos
trastornos, que son suficientes para justificar su engaño;
además de que la rusa solo era una dama de compañía…
¿Quiere decir que volverás con él? —Se aventuró a
preguntar con cautela.
—No lo sé… —Volvió a esconder la cara en el pecho de
Julio César—. Es que no es tan sencillo, ha pasado tanto
tiempo. Quizá ha cambiado y ya no es ese hombre del que
me enamoré, y me aterroriza descubrir que no sea el mismo
Renato que me rescató de ser atrapada por mi padre, que
me obligaba a cumplir con mi deber gitano… Además, no es
tan fácil perdonarlo… ¡Me mintió! ¡Me ocultó cosas
demasiado importantes! Jamás podré volver a confiar
ciegamente en él… La confianza es uno de los eslabones
más importantes con los que se construye una relación y él
lo destruyó.
—Samira, entiendo que esperes de una relación total
sinceridad y que no haya secretos, pero, cariño, eso no es
así… En toda relación, tanto de pareja como familiar,
existen secretos; por supuesto, unos más graves que
otros…
—Pero yo fui transparente con él, le conté todo de mí…
—protestó, sonrojada.
—Samira, si no recuerdo mal, me contaste que le
ocultaste que seguías en contacto con Adonay…
—Pero…, pero eso es distinto.
—¿Por qué lo piensas?
—Porque lo es, Adonay no solo era mi prometido,
también es mi primo, es mi familia… ¿Acaso esperaba que
no le hablara nunca más?
—No se trata de eso, quizá debiste decirle, sobre todo,
cuando aún no tenían una relación amorosa… ¿Qué fue lo
que te llevó a no querer contarle? —La enfrentó, quería que
se diera cuenta de que ella también había cometido errores.
Samira se quedó pensativa, no sabía si ser sincera, pero
justo estaban hablando de la confianza; entonces, era mejor
no mentir.
—Por miedo, no le dije nada por miedo… Temía que se
molestara o que pensara que sentía algo por Adonay, algo
más allá del cariño fraternal; sobre todo, porque anhelaba
con todas mis fuerzas que se diera cuenta de que estaba
locamente enamorada de él —suspiró, debilitada.
—Y eso no ha cambiado, según tus propias palabras,
«aún lo amas»; entonces, ¿por qué no darte o darle una
oportunidad?… Tal vez, es lo que necesites, ya sea para
quedarte con él o para terminar dándote cuenta de que ya
no lo amas… Haz tenido otras experiencias, han pasado
siete años… ¡Vamos! Que quizá ya no sean tan compatibles,
a lo mejor, ya ni el sexo sea tan extraordinario con él, como
te lo parecía cuando tenías dieciocho… Quizá así se te haga
más fácil desenamorarte…
—¡Es aún más extraordinario!… —La voz le salió más
aguda de lo que hubiese deseado. Todavía por su cuerpo
recorría el cosquilleo de la excitación que despertaba
recordar lo vívido hacía unas horas—. Toqué el fuego, sin
siquiera preguntarme si la llama terminaría incinerándome.
La perspicacia formaba parte de su esencia, Julio César la
sujetó por los hombros y la alejó, para mirarla a los ojos. Ver
el rostro furiosamente sonrojado de Samira, le dio la certeza
que buscaba.
—Ya veo que no solo hablaron. —La picardía vibraba en
su voz. Ella negó con la cabeza y se apartó, para mirarlo a
los ojos—. ¿Tan bueno fue? —curioseó con media sonrisa.
Ella asintió y sus mejillas se tiñeron ligeramente de
carmín.
—No sé si es que mis sentimientos me traicionan y hacen
que todo lo referente a él, parezca magnífico, pero ¡Dios!
Cuando me mira o me toca, pierdo el control, y sé que no es
propio de mí…
—¡¿Qué no es propio de ti?! —intervino Julio César, con
ternura—. Chica, que ese hombre te alborote las hormonas,
al punto de aniquilar tu parte racional, es normal. Renato
Medeiros te gusta demasiado, significó demasiado para ti,
como para ignorar todo lo que te hace sentir… Es imposible
caer, cuando se está frente a quien de verdad te gusta…
¿Lo pasaste bien?
—Sí, muy bien, pero…
—Pero nada, lo disfrutaste, eso es lo que importa…
¿Estás arrepentida?
—No, estoy aterrada, no quiero volver a sufrir. Lo pasé
muy mal cuando nos separamos, de verdad, muy mal. Por
eso no estoy segura de volver con él, aunque el corazón me
lo pida a gritos…
—¿Y saber que sufre de esos trastornos no te asusta un
poco? He escuchado que siempre pueden recaer… —habló
con la mayor cautela posible. No quería que Samira pensara
que lo juzgaba, solo que le preocupaba que eso terminara
arrastrándola a una vida de sufrimiento.
—La verdad, es lo que menos me importa. Lo conozco, sé
que puede sobrellevarlo… Y si pierdo mi miedo y regreso
con él, estaré siempre para apoyarlo… Jamás lo rechazaría
por su ansiedad o depresión, a fin de cuentas, lo que
necesita es alguien que le dé amor y seguridad…
—Bueno, cariño, la vida es una y muy cortita; creo que
no tiene sentido sufrir por miedo a lo que pueda pasar. Está
claro que todo se debió a un malentendido, por eso es tan
importante la comunicación entre las parejas… —Le dio un
suave pellizco en el brazo, a modo de reproche—. Debiste
enfrentarlo en el momento exacto en que viste aquellos
mensajes, no dejarle a tu cabeza que ideara mil y una
historia con la rusa, mucho menos permitir que los temores
que te inculcaron las mujeres de tu familia, tomaran tanta
fuerza, porque tú misma estabas restándote valor al pensar
que, un hombre no gitano, solo podría quererte para tener
sexo y nada más…
—Lo sé, lo sé… Pero siempre he sido un poco cobarde,
puede que muchas veces demuestre que soy fuerte, que no
le tengo miedo a los retos y que luche con uñas y dientes
por lo que quiero; pero, en su mayoría, solo se trata de una
máscara, porque de verdad estoy muerta de miedo, solo
que avanzo por inercia, es como si fuese el mismo miedo el
que me empuja…
—Pues, entonces, deja que el miedo te arraste, una vez
más, a los perfectos brazos de tu dios carioca —interrumpió
con una risita.
—¡Ay, Julio!…
—Es lo que quieres, Samira. Y si te vuelve a hacer daño,
lo mato con mis propias manos… —dijo muy serio, pero
luego sonrió—. Bueno, contrato a un profesional, ya sabes
que para la violencia soy muy cobarde.
Samira sonrió ampliamente y lo abrazó.
—Gracias, sé que cuento contigo… Pero no es una
decisión que pueda tomar en este momento, ahora mis
emociones están demasiado alteradas; necesito pensar y
pensar mucho. Porque no se trata de solo perdonarlo y ya…,
son muchas cosas, él tiene su vida en Río y yo…
—Tú ya terminaste la carrera, puedes volver a Río…
—Julio, te recuerdo que estoy preparándome para
presentar el MIR, necesito la especialidad… Sí, lo que más
deseo es volver a Río, pero mi vida por ahora está aquí, en
Madrid.
—Y por los próximos cinco años que dure la especialidad.
Samira se encogió de hombros y bajó la mirada, porque
no tenía opciones.
—Es mi vocación, mi compromiso, por lo que me
despierto todos los días. Y estoy segura de que ni Renato ni
nadie, hará que desista de eso…
—Lo sé, solo que pensé que podrías hacer la especialidad
en Brasil, después de todo, tu sueño siempre ha sido
ayudar, a través de la salud, a los niños de tu comunidad.
—Y lo sigue siendo, pero en este momento, regresar a
Brasil, para la especialidad, es perder tiempo…
—¿Por lo menos has investigado cómo es el proceso allá?
—¡No! Julio, hasta hace unas horas, mi vida estaba
milimétricamente planeada… No estimaba regresar, hasta
tener mi especialidad, y ahora tengo que pensar si existe la
posibilidad de desviar el rumbo… ¿Ves? Renato me
desestabiliza todo… ¿Por qué tendría que renunciar a mis
sueños, solo por estar con él? —resopló y se frotó la cara
con las manos, en un movimiento enérgico.
—Porque estar con él, también es uno de tus sueños…
No te hagas la tonta.
—Me conoces demasiado bien —gimió—, ¿por qué todo
tiene que ser tan difícil? No quiero desistir de mi carrera,
solo por el amor de un hombre.
—Ese hombre es al que amas… Estoy más que seguro,
porque con Ismael, jamás surgió siquiera la duda. Además,
no tienes que desistir, solo reajustar los tiempos y el lugar.
No creo que Renato quiera que renuncies a tu vocación; por
lo menos, es lo que me has dado a entender, las veces que
hemos hablado de él y de cómo te apoyó, para que pudieras
estudiar.
—No, él jamás permitiría que haga a un lado mi carrera,
no el Renato que recuerdo; aunque, esta tarde, cuando le
dije que estaba a pocos días de mi acto de grado, pude
notar que genuinamente se había emocionado, sus
felicitaciones fueron sinceras.
—Y, cuéntame, ¿cómo fue ese encuentro? —Se interesó,
al tiempo que se levantaba—. Pero primero déjame ir a la
despensa, necesito algo para escuchar todo. —Salió
corriendo hacia la cocina.
Samira sonreía, hablar con su amigo siempre era
bálsamo para el alma, a pesar de que seguía un tanto
asustada por las decisiones que tendría que enfrentar.
Julio César regresó con un tazón lleno de Cheetos y
Doritos, se sentó en el sofá y fue Samira la primera en
comerse un Cheeto, preparándose para contarle todo sobre
ese recuentro con Renato, que la dejó hecha cenizas.
.
CAPÍTULO 45
Samira ya se sentía bastante mal por no haber asistido a
la cena de celebración con sus amigos y familiares. Por lo
que, no pudo rechazar la invitación a la casa de Doménica;
además, necesitaba distraerse y reforzar lazos con sus dos
amigas que habían sido tan incondicional con ella.
Durante el tiempo que llevaba estudiando, había
conocido a incontables personas, muchos compañeros de
clases, pero Doménica y Raissa eran las únicas que habían
estado a su lado y con las que creó un lazo de
responsabilidad y complicidad inigualable.
Sabía que en la casa de Doménica no corría el riesgo de
volver a encontrarse con Renato, ese era un miedo que latía
constante ella; algo muy distinto, si la reunión hubiese sido
en la casa de Raissa, donde sí existía la posibilidad de que
se cruzara con él, una vez más.
Solo esperaba que Renato se hubiese marchado y que no
fuese tan obstinado, como para quedarse y hacer lo que le
advirtió, antes de salir de la habitación del hotel.
Después de pensarlo mucho, sabía que lo mejor era
olvidar el pasado y seguir adelante, por mucho que le
doliera.
Aunque no podía mentirse a sí misma, una pequeña
parte de su ser, deseaba que Renato cumpliera esa
promesa, que demostrara si de verdad estaba dispuesto a
reconquistarla. Bueno, volver a enamorarla sería una
falacia, puesto que estaba enamorada de él hasta la
médula, solo que su orgullo gitano no la abandonaba del
todo.
Fue recibida en medio de esa calidez que caracterizaba a
la familia italiana. Doménica era la segunda hija de cinco
hermanos, su hermano mayor, vivía en Milán, donde
administraba la famosa galería comercial Vittorio Emanuele
II.
Después de ella, estaba Carlotta, una adolescente de
catorce años, con la que discutía todo el tiempo, porque
tomaba sin su permiso su maquillaje y algunas de sus
prendas de vestir. Le seguían, Guido y Nadine, de once y
ocho años.
El olor a salsa de tomate y albahaca fresca podía sentirse
mucho antes de llegar a la cocina, a donde la conducía
Doménica, para que saludara a su nonna.
Ahí estaba la anciana, amasando la harina de la pasta
que haría. A pesar de contar con tres cocineras, la mujer no
dejaba en manos de nadie más la creación de ciertas
comidas; sin importar que su hijo, en muchas
oportunidades, le había pedido que no lo hiciera, era
demasiado terca.
Recibió a Samira con un fuerte abrazo y un sonoro beso
en cada mejilla, luego se explayó al explicarle la receta que
estaba preparando. Cada vez que Samira tenía la
oportunidad de hablar con Greta, se le hacía un nudo en la
garganta y los ojos se le llenaban de lágrimas, porque le
recordaba demasiado a su abuela.
—Nonna, Samira no vino a aprenderse tus recetas… —La
interrumpió Doménica, pues llevaba media hora reteniendo
a Samira—. Tenemos que ir a cambiarnos…
—No importa, puedo escuchar un poco más —dijo
Samira, observando cómo Greta amasaba con sus vetustas
manos.
—No, no… Regresamos al rato, nonna. —Doménica le dio
un beso en el pómulo derecho. Sabía que, su amiga, por
vergüenza, no rechazaría las conversas de su parlanchina
abuela.
—Sí, ve tranquila, piccola… Ya pido que les lleven a la
piscina Aperol Spritz.
—Gracias, Greta —dijo Samira y también le dio un beso
en la mejilla.
Doménica y ella se encaminaron hacia el área de la
piscina y entraron a la cabaña de invitados, donde ambas
podrían cambiarse.
Samira se quitó el vestido blanco estampado con limones
sicilianos y se puso un bikini rojo. Cuando salieron a las
tumbonas, ya tenían en una de las mesas de centro un par
de copas con la refrescante bebida colorada, decoradas con
rodajas de toronja.
Doménica se decidió por un traje de baño blanco, que
hacía un contraste hermoso con su piel bronceada y su
abundante cabello castaño rizado.
Conversaban de cosas triviales mientras se aplicaban el
bloqueador solar.
—Nos toca hacer el primer brindis sin Raissa —dijo
Doménica, una vez que dejó el bloqueador en la mesa y
sujetó su copa.
—¿No te parece mejor esperarla? —preguntó Samira, ya
ubicada en la tumbona. El sol estaba bastante fuerte, por lo
que, flexionó las piernas, para refugiarlas bajo el parasol.
—No, cuando por fin llegue, hacemos otro brindis —dijo
con una risita, al tiempo que levantaba la copa.
—Pero ¿te respondió al mensaje?
—Sí, dijo que llegaría en unos quince minutos, pero ya
sabemos que, los quince minutos de ella, es mínimo una
hora.
—Sí, tienes razón, no podemos confiarnos de la reina de
la impuntualidad —sonrió Samira y se giró en la tumbona,
para sentarse de medio lado, y tomó su copa.
—¿Por qué brindamos?
—Porque falta menos para recibir nuestros títulos. —Los
ojos de Samira brillaron con intensidad y el pecho le latió
fuerte de pura dicha.
—¡Por un día menos! —exclamó Doménica, al tiempo que
chocaba su copa con la de su compañera. Luego de dar el
primer trago, su mirada captó una mancha violácea en la
parte interna del muslo de Samira, estaba justo un poco
debajo de la ingle—. ¿Y eso? ¿Te golpeaste con algo? —
preguntó, señalando el moretón.
Samira casi escupió el trago de aperol, pero logró
pasarlo, no sin las secuelas de un poco de tos. Luego miró
donde señalaba su amiga; sin duda, Doménica tenía vista
de águila, porque ella no se había percatado de ese chupón
que Renato le dejó.
—Sí, fue ayer… —pensó inventar algún incidente, pero no
se le ocurrió nada.
—Ponte un poco de hielo. —Sacó un cubo de su bebida y
se lo pasó.
—Gr-gracias —tartamudeó Samira, pero en cuanto recibió
el cubito, se le escapó de los dedos.
Doménica soltó una carcajada y sacó otro.
—No lo dejes caer…
Samira apenas tuvo tiempo se sujetarlo, cuando su
amiga chilló emocionada y corrió a recibir a su novio, que
acababa de llegar.
Se dieron un apasionado beso, luego regresaron cogidos
de la mano hasta donde estaba Samira.
Levi, con su español que apenas estaba intentando
dominar, saludó a Samira. Él llevaba poco más de cinco
meses de noviazgo con Doménica, llegó a España desde
Suiza, por un intercambio laboral, solo por un año, pero
había decidido que no regresaría a su país, porque había
encontrado una razón demasiado poderosa para quedarse.
Se habían conocido en el hospital donde Doménica hacía
sus prácticas, él llegó con una infección estomacal, que le
causó una gran deshidratación. A ella le tocó ponerle el
catéter, para poder hidratarlo con sueros intravenosos, pero
eran tantos sus nervios que, a pesar de las visibles venas
del suizo, tuvo que pincharlo unas cuatro veces. Él le pidió
el número de teléfono y desde la primera cita se hicieron
novios.
Se sentó en la misma tumbona que su novia, quien se
sentó entre sus piernas y pegó la espalda su pecho; él le
envolvió la cintura con los brazos. Mientras conversaban,
Samira cruzó las piernas, para que Levi, no viera el
moretón.
Desde ahí pudieron escuchar la algarabía con la que
Raissa saludaba a todos. Sabían que, si por ella fuera, se
quedaba en la cocina, parloteando y haciéndole bromas a
Greta.
—Iré a buscarla —dijo Samira, poniéndose de pies, con la
intención de darle un momento de privacidad a los
enamorados. Aunque a ellos poco les importaba darse
muestras de afecto delante de los demás.
—Por favor o se ganará una colleja de la nonna —dijo
Doménica.
Samira sonrió y caminó bordeando la piscina, para llegar
al otro lado, donde estaba la puerta doble que daba a la
cocina. Sabía que Doménica tenía razón, si no intervenía,
Raissa terminaría ganándose un buen derechazo de Greta.
Sin embargo, la sonrisa se le congeló y el corazón se le saltó
un latido al toparse de frente con Renato.
Verlo era como si le apretara el estómago con un puño y,
con la otra mano, la sujetara por el cuello, porque le costaba
un mundo respirar. Pero él no hacía más que dedicarle una
sonrisa taimada y una mirada de pupilas dilatadas. A pesar
de su turbación, no pasó desapercibido para ella, la forma
en que la miró desde los pies a la cabeza, ese gesto le
calentó la piel y; entonces, se sintió desnuda, a pesar de
llevar el bikini.
—¿Q-q-qué haces aquí? —preguntó con la voz
estrangulada y el pecho agitado.
Renato estaba fascinado de verla con algo tan diminuto;
eso definitivamente, no lo habría hecho cuando tenía
dieciocho años, porque estaba demasiado arraigada a las
reglas de su cultura. Le sorprendía gratamente ver que se
había desprendido de algunos prejuicios sobre sí misma y
que se mostraba sin pudor, como debía ser, porque era
hermosa; ahora mucho más. Si hubiera tenido la
oportunidad de conocerla en ese instante, no tenía dudas, lo
habría flechado.
No le dio tiempo de responder, porque en ese instante,
tras él, apareció Raissa, junto a su novio Osvaldo, su primo
Bruno y Vera.
—¡Sami! —Raissa corrió hacia la gitana, atrapándola en
un abrazo y le dio un sonoro beso en la mejilla,
característico de ese explosivo carácter que tenía—. Me
alegra tanto verte, ¿ya estás mejor? —Le preguntó,
apartándose para mirarla a los ojos.
—Sí, mucho mejor… Un Allegra, té y varias horas de
sueño, era todo lo que necesitaba —dijo, obligándose a
sonreír y a desviar la mirada de Renato.
Julio César les había dicho que; al parecer, había tenido
un brote alérgico.
—No sabes de lo que te perdiste, la pasamos muy bien…
—Lo siento —respondió con la mirada esquiva—. Sabes
que no me perdonaré no haber asistido.
—Bueno, no te preocupes, ya tendremos la oportunidad
de hacer muchas más celebraciones... —Su sonrisa se hizo
más amplia, al tiempo que se hacía a un lado y señalaba al
hombre a su lado—. Por cierto, te presento a Renato
Medeiros, es el mejor amigo de Bruno, mi primo… Vino
desde Brasil, pensé que ayer podrían conocerse, pero
resulta que él tampoco pudo asistir; así que, lo invité hoy,
para que te conozca a ti y a Do.
—Hola, es un placer… —Renato se acercó y le plantó un
beso en una mejilla, pero antes de que pudiera darle el otro,
ella se alejó.
—No voy a fingir, Renato, odio las mentiras —deglutió
con fuerza, por la crudeza de sus palabras, mientras lo
miraba a los ojos—. Ya nos conocemos.
Ante esas palabras, se escuchó una exclamación
colectiva.
Bruno buscó la mirada de Renato, pero él estaba con los
ojos fijos en Samira.
—¿Se conocen…? —Raissa sonrió, confundida.
—Nos conocimos hace unos ocho años, pero hacía mucho
tiempo que no nos veíamos...
—Bueno, podemos empezar de cero, como si en realidad
apenas nos estuviésemos conociendo —alegó Renato,
bastante nervioso. No esperaba que Samira lo expusiera de
esa manera.
—¿Olvidar el pasado? No, no soy buena con eso… —
Desvió su atención al otro brasileño—. Hola, Bruno.
—Hola, Samira… —titubeó con su mirada confundida,
yendo de la gitana a su amigo—. Un placer volver a verte, te
presento a mi esposa.
—Un placer, Vera —saludó acercándose y le plantó un
beso en cada mejilla.
—Encantada de conocerte, Vera —correspondió al saludo
de la carioca.
La tensión en el ambiente era palpable y las miradas de
desconcierto no paraban de intercambiarse entre los
presentes, quienes no conocían la historia entre Renato y
Samira; aunque, era evidente que las cosas no habían
terminado bien entre ellos o era lo que demostraba la
gitana.
—Vamos a pasarlo bien… —intervino Raissa, al tiempo
que le cogía la mano a Osvaldo—. Renato, ven, tienes que
conocer a Doménica y a su novio, Levi. —Ella estaba
emocionada con presentarlo, ya que había hecho una pausa
en sus vacaciones, para poder estar presente en su acto de
grado.
Al principio, Osvaldo se mostró un tanto celoso, pues no
comprendía la amistad entre ellos, tuvo que explicarle que
era una relación antigua, porque su familia materna era
muy amiga de la de Renato, y a él lo consideraba un primo
más.
Doménica se levantó, para recibirlos, pero fue directa
hasta el desconocido.
—¡Hola! Tú debes ser Renato —adivinó con una afable
sonrisa. Al resto los vio el día anterior.
—Así es, es un placer, gracias por recibirme en tu casa —
dijo, ofreciéndole la mano. Que invadieran su espacio
personal, seguía siendo bastante incómodo, todo le
molestaba, excepto la proximidad de Samira.
—Gracias por venir, ayer esperamos por ti y por Sami. —
Desvió la mirada hacia la gitana—. Fueron los únicos que no
llegaron… ¿Ya se conocieron?
—Sí, ya —masculló Samira y fue a sentarse en la
tumbona.
—Seguro se llevarán muy bien… También eres de Río…,
¿cierto? —inquirió, mirando a Renato y luego a su amiga.
—De hecho, ya nos conocíamos. —Esta vez fue Renato,
quien decidió dejar en evidencia su pasado con Samira—.
Aunque, lo menos que esperaba era volver a verla en
Madrid...
—¡Vaya! Entonces, ha sido un reencuentro fortuito. ¿Eran
amigos o solo conocidos? —interrogó, picada por la
curiosidad.
—Amigos —intervino Samira, aunque la pregunta no
había sido para ella.
—Fuimos novios —aclaró Renato, mirando a los ojos de
Samira, en los que se vio reflejada la sorpresa. No era
hombre de exponer su vida privada ante extraños, pero no
iba a dejar que ella siguiera minimizando lo que hubo entre
ellos, porque era lo mejor que hasta el momento a él le
había pasado.
—Por muy poco tiempo —dijo Samira con voz chillona,
por el nudo que se le formó en la garganta.
—Lamentablemente.
—¿Y por qué terminaron? Si se puede saber…
—No, no se puede —interrumpió Raissa, que, aunque
también estaba sorprendida por la bomba que Renato
acababa de lanzar, debía respetar su intimidad y la de su
amiga. Era evidente que no habían terminado en buenos
términos; ya después podría interrogar a Samira, pero, por
el momento, era mejor no contribuir con la creciente tensión
—. No seas entrometida —dijo y se volvió hacia Renato—. Te
presento a Levi, novio de Doménica.
Renato y Levi se dieron un apretón de manos, Doménica
los invitó a ubicarse en el lugar que desearan y; segundos
después, llegaron un par de sirvientes, para ofrecerles
bebidas alcohólicas y refrescantes.
Renato eligió una de las sillas del comedor, algo alejado
de Samira, pero no fuera de su alcance visual; en la misma
mesa, se sentaron Bruno y Vera.
Su amigo lo miraba muy seguido, con la curiosidad fijada
en sus pupilas. No era necesario que le diera explicaciones;
aun así, pensaba hacerlo en el momento indicado.
—Gracias. —Le dijo al joven que dejó frente a él, una
limonada.
En los siguientes minutos, varias veces, su mirada se
encontró con la de Samira, quien de inmediato la esquivaba
y trataba de mantener la atención en Raissa y Doménica.
—¿Aún no sabes qué fue lo que te hizo mal? —preguntó
Raissa, ahondando en la razón por la cual Samira no asistió.
—No, la verdad no tengo ni idea.
—Seguro fue algo que comiste… ¿Fuiste a desayunar con
Mirko? —Se interesó Doménica, en voz baja; pues, tenía
muy presente que, a menos de dos metros, estaba el ex de
Samira. Y aunque se moría porque le contara toda la
historia, debía ser prudente.
—No, por la mañana fui al gimnasio y luego fui a la
peluquería, creo que solo me excedí con el café. —Trataba
de mantener la mentira que inventó Julio César, para poder
justificar su ausencia.
—Sami, tienes muy buenos gustos —susurró Doménica,
cómplice, echándole un vistazo a Renato—. Primero Ismael,
que se partía de bueno, Mirko… Oh, Mirko, con su
bronceado mediterráneo… Y ahora nos enteramos del
brasileño…
—¡Do! No hablemos de eso, por favor… —intervino
Raissa, al notar la incomodidad en Samira—. Además, es
muy maleducado de nuestra parte, hablar en murmullos y
no hacer partícipe a los demás. —Se giró hacia los
presentes—. Chicos, ¿les parece si esta noche vamos a
cenar en Saudade? ¿Qué dices, Sami? ¿La casa invita?
Raissa había puesto a Samira en un gran aprieto, pero lo
hizo de una forma tan encantadora, incluyendo un guiño,
que no pudo negarse. Aunque eso siguiera obligándola a
tener que compartir con Renato, algo que le tenía los
nervios destrozados.
—¿Qué es Saudade? —curioseó Renato, porque estaba
seguro de que algo tenía que ver con Samira, quizá era el
lugar donde trabajaba.
—Es nuestro lugar favorito en toda la ciudad… —exageró
Doménica, con sus ademanes italianos. Poco le importó que
su amiga se sonrojara hasta el pelo—. Es el café de Samira
y Julio César… Imagino que conoces a Julio.
Renato asintió, pero con la mirada en Samira. Estaba
bastante confundido, había claras señales de que la vida de
la chica que amaba dio un gran cambio. No era en absoluto
la jovencita en apuros que luchaba por poder ahorrar para
sus estudios; era evidente que ahora llevaba una vida
mucho más ostentosa, incluso, su apariencia era un reflejo
de eso, pero cómo había sucedido, era algo que lo tenía
exageradamente intrigado.
—¿Tu amigo? —aprovechó esa pregunta, para poder
dirigirse a ella.
—Sí, también es mi socio. —Samira pudo notar cómo a
Renato lo atormentaban miles de interrogantes, pero no era
momento para saciar su curiosidad.
—Hacen unos churros que te mueres, tanto, que la gente
hace unas filas kilométricas —habló Doménica—. Pero como
tenemos el privilegio de ser amigos de la dueña, nos dejará
una mesa para esta noche. —Se acercó a Samira y le plantó
un beso en la sien.
—Primero tengo que escribirle a Julio, para que nos la
aparte… —dijo, sonriente, al tiempo que tomaba su móvil
de la mesa.
Renato adoraba cada vez que sonreía, porque ese gesto
la acercaba mucho más a la jovencita que le robó el
corazón. No era que no le gustara la mujer en la que se
había convertido, porque lo tenía aún más fascinado, solo
que extrañaba tanto a su gitanita y se odiaba por haberse
perdido los años en que poco a poco fue haciendo su
metamorfosis.
Mientras ella hablaba por teléfono con Julio César, se
obligó a mirar a otro lado, porque todos ahí se estaban
dando cuenta de que seguía loco por ella. Fue entonces
cuando se topó con la mirada de Bruno.
—Tendrás que contarme —murmuró, cómplice.
—En algún momento —deglutió y juraba que se había
sonrojado.
Vera también le sonrió, entre cómplice y
condescendiente, eso no hacía más que incomodarlo.
—Listo, tenemos una mesa para esta noche —dijo
Samira, sin atreverse a mirar a Renato, aunque se moría por
hacerlo, pero cada vez que se topaba con sus ojos cerúleos,
despertaba cosquillas calientes en su piel, que tanto
añoraba el roce de su barba.
Devolvió el móvil a la mesa, se hizo de la copa y le dio un
sorbo al aperol, aprovechó para mirar por encima del borde
de cristal, al único objeto de sus deseos y se complació con
ese perfil que tantas veces admiró en silencio; como en ese
entonces, su pobre corazón quería deshacerse en latidos.
—La piscina nos espera y vinimos aquí por ella —
comentó Levi, al tiempo que se levantó y sorprendió a su
novia al cargarla y correr con ella al borde de la piscina.
Doménica gritó emocionada y sorprendida, antes de que
terminara sumergida en las cálidas aguas. Les siguieron
Osvaldo y Raissa, quienes, tomados de las manos, se dieron
un chapuzón.
—Sami, ven… ¡Chicos, vayan a cambiarse! —alentó
Raissa a los demás.
—En un rato —respondió la gitana.
Sin embargo, en respuesta, sus amigas empezaron a
salpicarla con agua, desde la piscina.
Samira gritó, asombrada; en venganza, se levantó y
corrió hacia ellas, se lanzó hasta la parte más profunda,
sumergiéndose; luego, emergió y se apoyó en los hombros
de Doménica, para hundirla. Las risotadas de las tres no se
hicieron esperar, contagiando a los demás.
A Renato le complacía ver a Samira feliz, relajada,
realizada; por un momento, el antiguo miedo de pensar si
era suficiente para ella, volvió a latir en su pecho. ¿Podría
darle seguridad? ¿Podría complacerla de todas las maneras
posibles? ¿Podría ser lo que ella necesitaba? Porque todo
eso y más era Samira para él.
Era su chica perfecta.
La única que lo hacía sentir seguro.
La que le quitaba los miedos.
Ella era su armadura.
CAPÍTULO 46
Media hora después, todos estaban en la piscina,
disfrutando del agua fresca y los juegos, excepto Renato;
quien, a pesar de las invitaciones, prefirió seguir sentado,
observando desde lejos todos los matices que en ese
momento Samira podía ofrecerle; solo para darse cuenta de
que, aunque casi no se creía estar ahí, adorándola con la
mirada, seguía enamorado, tontamente enamorado.
Contuvo la respiración y los latidos se le detuvieron
cuando la vio salir, su piel mojada y bronceada, su cuerpo
esbelto y ahora más favorecido, gracias a los años y
ejercicios, eran para él, la mayor tentación.
Se removió incómodo en la silla, al ser bombardeado por
los recuerdos de lo vivido hacía menos de veinticuatro
horas, cuando tuvo su cuerpo encima y debajo de él,
tembloroso y transpirado, ese cuerpo agitado por la
necesidad y tensado por el placer que él tuvo la fortuna de
poder ofrecerle.
Las súplicas, los gemidos y jadeos de Samira, regresaron
en forma de eco a sus oídos y despertaron en él, las ganas
de repetir cada instante junto a ella.
La siguió con la mirada, incluso, hasta que se apoyó en la
tumbona y se hizo de su móvil; no sabía si lo ignoraba para
herirlo o porque, igual que él, evitaba dejarse arrastrar por
la tentación.
Renato no pudo seguir sentado, odiaba actuar como un
acosador, pero limar asperezas con ella, se había convertido
en una necesidad; así que, se levantó y, sin pedir permiso,
se sentó al borde de la misma tumbona, pudo sentir que se
tensaba, después de todo, no podía esperar menos.
—Ahora nadas muy bien, ya no solo como perrito. —
Decidió traer al presente esas cosas que antes los unieron
tanto, quería que Samira recordara eso y que supiera que
en todo ese tiempo no había olvidado absolutamente nada
de ella.
—Tuve un buen instructor, debo admitirlo —respondió,
desviando la mirada de la pantalla del móvil, para mirarlo a
la cara, mientras intentaba controlar el temblor en su voz y
sus latidos azorados.
La forma en que Renato la descontrolaba, hizo que se
arrepintiera de haber salido de la piscina, antes que todos
los demás. Alargó la mirada hasta donde estaban sus
amigos y estaban cuchicheando y mirando hacia ellos, pero
de inmediato intentaron inútilmente disimular. Era evidente
que Renato y ella eran el tema de la conversación.
—Fue un placer poder enseñarte, pero me complace aún
más ver que te has perfeccionado —dijo con una sonrisa
taimada, mientras sus pupilas se fijaban en las gotas de
agua que vibraban sobre la piel de su abdomen.
—No me mires así, por favor —suplicó Samira con la voz
rota por las emociones que la atravesaban. Quiso hacerse
de una toalla, pero estaban algo alejadas, además, sentía
que su cuerpo pesaba una tonelada y no podía moverse.
—¿Cómo te estoy mirando? —peguntó, regresando su
mirada a los ojos oliva que brillaban como si en ellos se
estuviese forjando el más poderoso de los hechizos.
—Como si me desearas… —Su mandíbula estaba tensa y
su pecho agitado.
—Es que lo hago, te deseo, Samira… Y no solo eso,
también tienes que saber que te amo —declaró con firme
pasión—. Y no hace falta que me digas nada, me basta con
tu mirada.
Samira negó con la cabeza, se relamió los labios,
mientras le esquivaba la mirada.
—¿Por qué lo niegas? —preguntó él, ante su negativa—.
¿Qué te sucede, Samira? —Se moría por alzarle la barbilla,
para que lo mirara a los ojos, pero no quería incomodarla—.
Cuéntame, ¿qué es lo que pasa por tu cabeza?
Samira inhaló con fuerza, en busca de valor, para poder
mirarlo a la cara y no terminar derretida.
—Nada —dijo con firmeza.
—¿Nada? —frunció el ceñó, ahondando en las pupilas de
ella. Tenía la boca seca y el alma demasiado agitada como
para articular una respuesta ingeniosa, aun así, fue de
frente y directo con lo que él pensaba—. La verdad, me
cuesta creerlo. No te entiendo, antes me decías todo, era tu
amigo, tu confidente…, con quien te desahogabas. ¿Tanto
has cambiado? ¿Ya no queda nada de esa jovencita
adorable?
—Será porque gracias a tantos engaños perdí la
confianza en ti —masculló, mirándolo con dureza—. No
puedes aparecerte de la nada, después de tantos años y
mentiras, pretendiendo que todo sea como antes.
—Lo siento, te pido perdón, aunque sé que no lo
merezco. Cometí muchos errores, Samira, te fallé… Soy
consciente de ello, tienes razón, pero he cambiado. He
puesto todo de mí, para ser mejor persona, para tener el
valor de enfrentar situaciones que antes me doblegaban…
He trabajado muy duro en ello y lo seguiré haciendo, para
ser digno de ti…
—Cállate —odiaba escuchar que se desvalorizaba de esa
manera, cuando ella siempre lo tuvo en un pedestal—. Lo
hecho, hecho está. No tiene sentido seguir recriminándonos
por cosas que pertenecen al pasado, nada vamos a cambiar
con eso… Disculpa que aproveche cada instante, para
mostrarte las heridas que, lamentablemente, aún supuran…
—Recogió las piernas y se abrazó a ellas, aprovechando
para apoyar la barbilla en sus rodillas.
Renato se volvió de frente a ella y de espaldas a la
piscina. Sabía que eran el centro de atención de los demás,
pero por primera vez, estaba totalmente convencido de que
no le importaba en absoluto la opinión de los demás, porque
en ese momento y espacio, solo le importaba Samira. Ella
era su todo.
Le miró los dedos de los pies y, con cautela, le sujetó el
primer dedo; ella no dijo nada, solo vio cómo él, con el
pulgar, le acariciaba la uña; entonces, le sonrió débilmente,
al mismo tiempo que intentaba tragarse las lágrimas que le
subían a la garganta.
—Echaba de menos hacer esto —murmuró él, buscando
la mirada de ella—. Cariño, ¿puedes decirme que es lo que
piensas? Por favor, no sigamos sufriendo…
—Ese es el problema, contigo me pasa de todo y con
tanta intensidad…, que no quiero arriesgar la poca
estabilidad emocional que he conseguido. No te haces una
idea de todo lo que he vivido, de la profundidad de las
emociones que he tenido que superar desde que nos
separamos… Todo hasta llegar a este momento de mi vida.
¿Puedes entenderlo? No solo me haces sentir en el cielo,
también me haces vivir un infierno… Son tantas cosas
girando en mi mente, que terminaré volviéndome loca… —
Se llevó las manos a ambos lados de la cabeza.
Verla así le mortificaba, ojalá pudiera consolarla con un
abrazo, pero al parecer, no era lo que ella quería.
—No tengo que convencerte para que me ames, no
quiero ser tu duda, solo tu certeza. No quiero significar un
tormento, cuando solo anhelo ser tu calma… Si no puedo
ser algo bueno para ti, entonces será mejor que me dé por
vencido y, sí, puede que parezca que me estoy rindiendo
demasiado pronto, pero si con mi empeño te hago daño,
prefiero aceptar la derrota y sufrir yo en tu lugar… Pero si
crees que aún existe una pequeña brecha, una mínima
posibilidad entre nosotros, tienes que darme una señal y
seguiré a tu lado, sin importar cuánto tiempo me tome
volver a ganarme tu confianza. —Le soltó el dedo y buscó
en el bolsillo de su pantalón—. Solo vine porque supe que
estarías aquí y necesitaba entregarte esto. —Le dio la
tarjeta de crédito que se había quedado en su habitación la
noche anterior—. No sabes lo mucho que me tranquiliza
saber que estás bien. No sé cómo conseguiste que el
aspecto económico ya no sea un obstáculo para cumplir tus
sueños, pero me enorgulleces, Samira.
Esta vez le apretó el pie, sabía que sus ojos estaban
rebosantes de lágrimas, pero no iba a ocultar que por
dentro se estaba derrumbando, buscó en lo más profundo
de su ser el valor para sonreírle; luego, se levantó y se
marchó. Ya tendría la oportunidad de disculparse con sus
amigos y la amiga de Samira.
—¡Renato! —Lo llamó, él se volvió con el corazón a punto
de estallar—. Ven esta noche a Saudade, quiero que
conozcas el lugar.
¿Esa era la señal? No lo sabía, pero no iba a desperdiciar
la mínima posibilidad.
—Ahí estaré. —Levantó una de las comisuras de la boca,
en una débil sonrisa.
Samira asintió y también le sonrió, luego, en cuanto él se
volvió para seguir con su camino, ella se levantó y se fue
rauda a la cabaña. Se sentó en uno de los escalones de las
escaleras que llevaban al segundo piso, se cubrió la cara
con las manos, apoyó los codos en las rodillas y empezó a
llorar.
No supo cuánto tiempo después sintió que unos brazos la
envolvían y que repartían besos de consuelo en su sien
derecha. Eso hizo que soltara un chillido y también se
aferrara a quien la abrazaba.
Ahí estaban Raissa y Doménica, a pesar de toda la
confianza que les tenía, se sentía avergonzada por
mostrarse de esa manera. Sí, también habían estado a su
lado y sido tabla de salvación cuando su relación con Ismael
terminó, pero jamás se sintió tan vulnerable y expuesta
como en ese momento.
—Todo estará bien, solete —musitó Doménica.
Samira movió la cabeza afirmando, pero luego negó y se
echó a llorar más fuerte. Sabía que nada iba a estar bien si
seguía nadando contra la corriente de sus sentimientos.
—Aún lo quieres, ¿cierto? —preguntó Raissa, quien aún
no podía creer que Samira y Renato tenían historia.
—Demasiado…, es mi debilidad, ya no tengo dudas. —
Sorbió y se limpió con el dorso debajo de la nariz, donde se
habían acumulado, lágrimas y sudor.
—¿Te hizo mucho daño? —Doménica trataba de sacarle
información a cuentagotas, porque no quería que Samira se
sintiera presionada.
—No lo sé, no sé si la manera en que me lastimó fue
intencional… Pero sí, sufrí mucho… Siete años después, me
entero de que, al parecer, fueron malentendidos —hipó—. Y
quiere que volvamos a intentarlo…
—¿Tú qué quieres? —Raissa le limpió las mejillas con los
pulgares, mientras la miraba a los ojos—. ¿Quieres
intentarlo?
—No lo sé… —Volvió a chillar e hipar—. Mis emociones
son un caos.
—Pero acabas de decir que lo sigues queriendo. —Le
recordó Doménica, que se había arrodillado al lado de
Samira.
—Así es…, pero no puedo decidirlo a ligera, porque existe
el riesgo de sufrir daños colaterales… Retomar nuestra
relación me volverá el mundo de cabeza y no quiero
terminar arrepentida.
—Entonces, será mejor que te lo pienses muy bien,
solete… No hay prisas, ¿cierto?
—Siempre puedes estar en contacto con él… Me tienes a
mí de intermediaria… —Raissa le puso un mechón de
cabello mojado detrás de la oreja—. Si te quiere, esperará
por ti… No sé lo que pasó entre ustedes, pero lo conozco y
sé que es un buen hombre. No conozco a toda su familia,
pero a los pocos que conozco, son personas muy correctas y
amigables, pero ¡qué digo! —sonrió, sintiéndose tonta—.
Imagino que debes conocerlos a todos…
—No, no a todos… —Eso le hizo recordar que, para
Renato, ella siempre fue un secreto del que, probablemente,
se avergonzaba, pero incluso admitirlo ante sus amigas, la
hacía sentir estúpida—. Ya ves, ni siquiera Bruno, que es su
mejor amigo, me conocía… Nuestro noviazgo duró muy
poco, además, ni siquiera pasó en Río, sino durante el
tiempo que estuve en Chile. —Volvió a limpiarse debajo de
la nariz.
—¿Renato vivió un tiempo en Chile? —preguntó
confundida—. Sé que iban a vacacionar algunas veces, pero
no más de quince días… ¿Su relación duró quince días? —
hablaba llevada por la curiosidad y la turbación.
—Fue un poco más… —Samira exhaló—. Nos conocimos
en Río, pero allí solo éramos amigos… En ocasiones, él
viajaba a Chile, a visitarme y, con el tiempo, se dio la
relación… Entonces, siguió viajando casi todos los fines de
semana…
—¡Ay, solete! Ese hombre está loco por ti desde Río,
ningún amigo se sube todos los fines de semana a un avión,
para ir a visitarte, si no quiere algo más que una amistad —
intervino Doménica—. Y está claro que hoy vino solo por ti.
—Y no fue nada discreto... Ya se había excusado para no
venir, hasta que le dije que tenía que conocerlas y dije sus
nombres. Sus bonitos ojos azules se iluminaron cuando
escuchó el tuyo, ahora entiendo el porqué. —Raissa le
sonrió enternecida.
Samira también quiso sonreír, pero en cambio se le
derramaron más lágrimas.
—Ya, cariño, no te mortifiques ni te presiones. Lo mejor
que puedes hacer es pensar muy bien las cosas, no tienes
ningún cronómetro descontando el tiempo, para intentarlo
una vez más con el brasileño. —Doménica le apretaba los
hombros, intentando confortarla.
—Si las cosas tienen que ser, será… Como él mismo lo
dijo, pueden empezar desde cero, como amigos…
—Como si fuera tan fácil. —Samira no pudo contener la
ironía en su tono, ante la propuesta de su amiga—. Tenemos
historia, Raissa… Historia marcada a fuego, no puedo
olvidar el pasado y mucho menos si aún me hace temblar
todo por dentro.
Doménica le dedicó una mirada de reproche a Raissa. Era
evidente que había metido la pata, quizá porque no podía
ser objetiva ante semejante situación, ya que era amiga de
ambos.
—Bueno, ya no te atormentes más. Esta noche, en la
tranquilidad de tu hogar y con la cabeza en la almohada,
piensa muy bien lo que quieres, pon en una balanza los pros
y los contras… Eres una chica bastante racional y sé que
sabrás elegir lo que mejor te convenga. Sea cual sea la
decisión, nosotras vamos a estar contigo.
Las dos abrazaron a Samira y empezaron a besarle las
mejillas aun mojadas en lágrimas.
—Venga, vamos a seguir disfrutando… Arriba ese ánimo,
mi gitana —invitó Doménica.
Samira sonrió, al tiempo que se pasaba las manos por la
cara, se sentía más tranquila, aunque sí le avergonzaba un
poco tener que salir a enfrentar a los demás; sobre todo, a
Bruno, porque quizá le contaría a Renato el deplorable
estado en el que la había dejado.
.
CAPÍTULO 47

Renato estaba frente al espejo del lavabo doble del baño


de la suite que ocupaba, llevaba puesto unos vaqueros y
una camisa gris, pero no estaba seguro si dejarse esa
prenda o cambiarla por una más clara, quizá blanca o beige.
No iba a decidirse si no se las probaba, justo estaba
abriendo las puertas del clóset, cuando sonó el teléfono.
Debía ser Bruno que había llegado a buscarlo, para
llevarlo al café de Samira. De inmediato, sintió la ansiedad
reptarle por la columna vertebral y sus nervios se
triplicaron, haciéndole doler la boca del estómago; aun así,
era más la exaltación de saber que volvería a ver a la mujer
que amaba.
Con el par de camisas en una mano, caminó raudo hasta
el teléfono y descolgó con la otra.
—Buenas tardes, señor Medeiros…, le busca el señor
Bruno Martinelli.
—Sí, dígale que puede subir, por favor.
—Enseguida, señor.
Renato colgó y con camisas regresó frente al espejo,
primero se las probó por encima, pero no terminaba de
convencerse. Había empezado a desabrocharse los botones,
cuando escuchó el timbre de su habitación, así que, volvió a
abotonarse y se encaminó a la puerta. No quería mostrarse
tan indeciso ni a medio vestir delante de Vera.
—Bienvenidos… —dijo al abrir la puerta, pero solo vio a
Bruno—. ¿Y Vera? No me digas que la dejaste esperando en
la recepción. —Miró a su amigo entrar en el salón.
—No, no vino…, se irá con Raissa. Por lo que veo, ya
estás listo. —Se giró hacia Renato con una sonrisa y las
manos en los bolsillos.
—Sí, aunque no sé si me queda bien esta camisa…
—Se te ve bien —dijo de buen ánimo y algo sorprendido,
porque Renato jamás había caído en ese tipo de vanidades.
No era un hombre de poner reparos a su forma de vestir,
más allá de lo formal de siempre.
—Pero tengo una blanca y una beige… Bueno, también
tengo una celeste. —Sin esperar respuesta, fue al baño,
donde había dejado las prendas y regresó con ellas. Como
había hecho anteriormente, se las probó por encima—.
¿Cuál crees que me va mejor?
—La que llevas puesta…
—¿Me dejo los vaqueros o uso un pantalón? —
interrumpió a Bruno, porque la ansiedad lo llevaba a ir más
rápido que su amigo.
—Lo que tienes puesto considero que es perfecto para la
ocasión, es solo un café.
—Ya sabes que es más que eso, Bruno —exhaló, porque
sabía que debía calmarse.
—Sí, es Samira…, ¿cierto? —Se sentó en el sofá.
—No tiene sentido negarlo, es Samira —asintió, al tiempo
que dejaba sobre el respaldo del sillón las perchas con las
camisas—. Sé que esperas que te cuente sobre mi relación
con ella.
—No me debes ninguna explicación, es tu vida y solo tú
sabrás por qué no decidiste contarme. Así que lo respeto.
—Quiero contártelo, si lo hubiese hecho, quizá no habría
tardado tanto tiempo para volver a verla… —Se sentó al
borde del sillón frente a su amigo—. Porque la conoces
desde hace algún tiempo, lo sé…
—Hace como dos o tres años, ya sabes que Raissa es
inseparable de sus amigas. —Bruno hizo un gesto pensativo
—. Recuerdo que cuando me vio la primera vez, se puso
muy nerviosa… Se sorprendió mucho al verme, pero jamás
supe la razón, hasta ahora. Era evidente que ya ella me
conocía.
—Sí —inhaló, inflando al máximo su pecho y luego exhaló
para liberar la presión que significaba tener que decirle a su
amigo todo o casi todo lo referente a Samira—. Te vio en
algunas fotografías, le dije que eras mi mejor amigo.
—¿Por qué nunca me enteré de ella? En las pocas veces
que hemos hablado, he intentado saber de su familia, pero
la flaquita es un misterio. —Bruno sonrió—. Juro que siempre
he pensado que no soy de su agrado o ella es demasiado
pretenciosa. Y la trataba cordialmente solo por Raissa.
—¿Sabes que es gitana? —preguntó Renato, con una leve
sonrisa bailando en sus labios, por la percepción que Bruno
tenía de Samira, cuando era la chica más encantadora que
pudiera existir.
—Sí, eso me dijo Raissa… Pero no conozco a la familia
Marcovich. No te miento, sentí curiosidad cuando me dijo
que también es carioca y quise saber más de su
procedencia, pero las familias gitanas con influencias están
en Sao Paulo y Brasilia, ninguna de apellido Marcovich… Por
eso te digo que es un misterio.
—De su familia es poco lo que sé, de hecho, al único
miembro que conozco es a su abuela paterna. No son una
familia influyente, por eso no la conoces… Sé que son
gitanos muy arraigados… Cómo la conocí, es algo que no
voy a decirte. —Estaba muy seguro de que lo menos que
deseaba era que juzgaran a Samira y no cualquiera iba a
entenderlo.
—¡Ay, amigo! —exclamó Bruno, sonriente—. No puedes
dejarme con la curiosidad.
Renato rio de forma jocosa, como lo hacía pocas veces.
—La forma en que nos conocimos es lo que menos
importa… Lo verdaderamente importante es cómo entró en
mi vida…
—Disculpa que te interrumpa. —Bruno levantó la mano
en señal de alto—. ¿Eso fue hace cuánto tiempo?
—Casi ocho años… o quizá un poco más.
—¿Por qué no me enteré?
—Ya te dije, solo muy pocos supieron de nuestra
relación… Samira llegó a mi vida, huyendo de la suya. Tan
solo tenía diecisiete años e iban a casarla con un primo;
como te dije, tiene una familia gitana muy tradicional… Su
sueño era seguir con sus estudios, hacer su carrera de
medicina… —sonrió como un tonto. El pecho se le infló de
orgullo, al ser consciente de la perseverancia de Samira—.
Los gitanos, a las mujeres, no le permiten estudiar más allá
de la secundaria… Sin embargo, Samira siempre ha contado
con el apoyo de su abuela, que sueña con verla cumplir sus
metas… Fue durante su infructuosa huida que nos topamos
y decidí ayudarla. Era muy joven e inexperta y en sus
planes eran irracionales… Samira me dio un motivo para
hacer algo bueno.
—Pero te gustaba, tenías segundas intenciones… —
Bruno se rio, emocionado con la historia.
—No, mis intenciones siempre fueron las mejores.
Encontré en ella a una buena amiga, no me he sentido
mejor con nadie en toda mi vida, que como me sentía con
ella… Con el tiempo, sí empecé a sentir más que amistad y
fue difícil aceptarlo, porque no quería echar a perder esa
complicidad que teníamos, pero nos dejamos llevar… y eso
arruinó todo… El miedo a perdernos fue haciendo que la
confianza de decirnos las cosas disminuyera… Yo le oculté
cosas…, ella las descubrió y no me enfrentó, lo que provocó
que los malentendidos hicieran una brecha demasiado
grande y profunda en nuestra relación. Ella terminó
hullendo a Madrid…, me dejó sin ninguna explicación y no la
volví a ver ni a saber nada de ella hasta ayer…
—¿Ayer? ¿No fue hoy, en casa de Doménica? —Bruno se
mostró bastante sorprendido. Renato negó con la cabeza—.
¿Por eso ninguno de los dos fue a la reunión de anoche?
—Así es —contestó Renato—, nos topamos en el
camino… —No iba a darle detalles de ese reencuentro—.
Emocionalmente, ninguno de los dos estaba preparado para
presentarnos en esa celebración.
—Es comprensible…, pero cuáles fueron esas cosas que
le ocultaste… ¿Fue por la depresión, la ansiedad? —
preguntó Bruno con cautela.
Si Samira lo había dejado por eso, solo le daría la razón
de que era una joven antipática y banal, que no lo merecía.
Sí, con Renato había episodios que no eran fáciles de lidiar.
Recordaba haber vivido algunos de cerca y, solo quienes lo
querían mucho, lograban soportar sus peores momentos,
comprenderlo y apoyarlo.
—No, fue algo mucho más complejo, te lo contaré en otra
ocasión —exhaló vigorosamente, se frotó las rodillas con las
manos y se levantó—, porque no quiero llegar tarde. —Fue
al baño y se aplicó perfume, era lo único que le faltaba.
—Es evidente que siguen enamorados… ¿Van a volver?
—Bruno lo siguió a la salida, sintiéndose entusiasmado por
su amigo, al que nunca había visto en plan amoroso.
—Yo quiero, pero ella no está muy convencida.
—Pues, convéncela, hermano. —Le palmeó la espalda.
—Es lo que estoy intentado hacer.
—Tienes que ir a por todas, es mejor fallar en el intento,
que luego arrepentirse… Si en algo puedo ayudar, aquí
estoy para ti. Así podré pagarte que me hayas presentado al
amor de mi vida.
Renato sonrió y asintió, haberle contado lo hacía sentir
muy aliviado. Estaba seguro de que, si llegaba a necesitar
esa ayuda, no la iba a desestimar.
Subieron al auto del hotel y Bruno le dio la dirección que
Raissa le había compartido.
Pocos minutos después, pudo notar en Renato la
ansiedad, pero no la ansiedad que lo acorralaba, no esa que
lo inutilizaba y lo mostraba como si estuviese a punto de
morir. Era ese tipo de ansiedad que se despertaba por las
expectativas, esas ligadas a los nervios y la felicidad de
saber que en pocos minutos vería a la mujer que le
aceleraba de la mejor manera los latidos.
—¿Tus padres o Liam la conocen? Saben de esta historia
—decidió preguntar con la intención de distraerlo.
Renato movió la cabeza asintiendo.
—La conocen —reafirmó—. Papá y Liam, personalmente;
mamá, solo por videollamada, pero la conocieron como mi
amiga. Aunque sé que sospechaban que éramos algo más…
Todos fueron muy discretos, excepto Liam —chasqueó lo
lengua—. Ya sabes cómo es.
—Bueno, es que Liam piensa que no se puede ser amigo
de una mujer, sin terminar llevándosela a la cama.
—Me molestaba todo el tiempo con eso… Él tenía la
certeza, pero siempre se lo negué.
—¿Por qué no le dijiste? No creo que te hubiese juzgado
por salir con una gitana.
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Ya sabes, soy
poco comunicativo y, en ese entonces, no quería que me
agobiaran con preguntas.
—¿Te estoy agobiando? —sonrió—. Puedes decírmelo,
sabes que no me molesta que seas sincero conmigo.
—No, por el momento, no lo haces —confesó Renato—.
He aprendido que, si no me siento cómodo con algo, tengo
el derecho a decirlo… ¿Falta mucho por llegar? —preguntó,
sintiendo como si hubiese pasado una eternidad, cuando
realmente habían transcurrido pocos minutos.
—No, señor, estamos a pocas calles —anunció el chófer,
que le echó un vistazo a través del retrovisor.
—Gracias —contestó. Comprendía que debía calmarse un
poco; sí, estaba deseoso por volver a verla, pero no podía
dejarse llevar por las emociones, tenía que ser más racional.
Empezó a tararear una canción en su mente, con la
intención de encontrar la calma que tanto necesitaba, pero
su cerebro traicionero lo llevó a una de las tantas canciones
que formaban parte de la lista de reproducción que había
creado junto a ella; por lo que, de inmediato, se preguntó si
ella recordaba esa lista.
Por su parte, él la mantenía en su cuenta, pero desde
hacía muchos años había dejado de escucharla y, mucho
tiempo más, que no la actualizaba. La razón fue que se dio
por vencido al ver que era el único que mantenía esa
costumbre que, suponía, debía ser de los dos.
Era extraño y al mismo tiempo extraordinario darse
cuenta de que se sentía como si el tiempo no hubiese
pasado, vibraban en él las mismas emociones, los mismos
pensamientos, los mismos miedos. Sentía haber retrocedido
en el tiempo y deseaba tanto que Samira se sintiera igual.
Cuando el auto se detuvo, pudo ver, mucho antes de
bajarse, el aviso luminoso con una caligrafía elegante en un
color turquesa, que le recordaba al color de las costas de
Río de Janeiro, la palabra: «Saudade».
Palabra que solo en portugués tenía un significado tan
importante, hermoso, nostálgico, doloroso. De inmediato, el
corazón empezó a golpearle contundente contra el pecho.
Bajó Bruno y luego lo hizo él, que recorrió con la mirada
la fachada dominada por una terraza con mesas y sillas, que
a esa hora estaba atestada, desde donde se podían
escuchar a los comensales conversando. Al lado derecho de
la entrada, unas puertas dobles de madera y cristal, una fila
de unas quince personas esperaba por una mesa.
El pecho se le hinchó de orgullo, al recordar que ese café
y restaurante era de Samira. Desde la primera vez que
probó su comida, supo que cualquiera se podría hacer
adicto a todo lo que hicieran sus manos.
No podía evitar que la curiosidad latiera en él, porque
quería saber cómo había conseguido tener un negocio como
ese. Quería saber todo lo que había sucedido con ella en
esos años, pero no podía presionarla. Tampoco quería que le
escupiera en la cara que no tenía el derecho de saber
absolutamente nada, eso le rompería el corazón y las
ilusiones.
Se acomodó el cuello de la camisa y se aseguró de que
las mangas estuvieran a la misma altura en sus antebrazos,
también deglutió y siguió a Bruno. Ya en la entrada, había
una chica morena con un espeso afro, vistiendo un pantalón
beige, una camisa blanca y un delantal vinotinto.
—Buenas noches, somos invitados de Samira. —Se
anunció Bruno.
—Sí, ¿sus nombres? Por favor —indagó la chica, al tiempo
que cogía una tableta electrónica que tenía sobre el atril.
—Bruno Martinelli y Renato Medeiros. —Señaló con el
pulgar al amigo a su lado.
—Bienvenidos, pasen, por favor. —Regresó la tableta al
atril y luego retiró el cordón negro, para darles entrada—. Al
fondo del salón, a la derecha. —Señaló al final del local.
—Gracias —dijeron al unísono.
Renato avanzó al lado de Bruno, mientras buscaba con la
mirada a Samira, su atención solo la buscaba a ella; pues, a
pesar de que el lugar estaba lleno, para él no existía nadie
más.
CAPÍTULO 48

La vio sentada en medio de sus amigas, reía


abiertamente con ellas y él se moría por saber qué era eso
que la tenía de tan buen ánimo. Llevaba el cabello recogido
en una coleta alta y los hombros al descubierto; eso hacía
lucir su cuello más largo y se notaba más elegante.
Para él, Samira era la mujer más sexi del mundo. A ratos,
le parecía independiente y sofisticada; aunque, en otros
momentos, le seguía pareciendo demasiado inocente,
decidida, valiente y testaruda. Sí, iba a tener que derribar
las barreras que ella había creado a su alrededor, si quería
desempeñar en su vida el papel que tanto deseaba.
Cuando sus miradas por fin se cruzaron, la sonrisa en ella
fue menguando y un extraordinario rubor se extendió por su
rostro, a él se le detuvo el corazón por un segundo, para
luego empezar a latir desbocado. Avanzó con la mayor
seguridad posible, aunque sus rodillas temblaban.
—Buenas noches —saludó cuando llegó a la mesa y fue
recibido con besos en las mejillas por parte de todas,
excepto por Samira, a quien solo saludó con un escueto:
«hola».
Como si todos se hubiesen puesto de acuerdo, se
ubicaron de forma que él quedara al lado de ella, y se obligó
a despegar sus pupilas de los labios pintados de rojo, para
apreciar el lugar.
—Me gusta mucho, tiene todo tu estilo —dijo, admirando
el estilo bohemio, pero con bastante carácter, que se lo
daban algunos cuadros llenos de trazos coloridos.
Las grandes lámparas, las plantas trepadoras y la
madera clara del mobiliario, daban una sensación de
tranquilidad; sin duda, invitaba a querer permanecer en el
lugar.
—Gracias, aunque también tiene mucho de Julio…
Recuerda, es mi socio.
—¿Él está aquí? —preguntó con un repentino nudo en su
garganta.
—En la oficina —dijo, asintiendo—. ¿Quieres saludarlo? —
Más que una pregunta, era una proposición.
Ante la posibilidad de enfrentar al amigo de Samira, sus
nervios estallaron. Con certeza, Julio César conocía la razón
por la que ella lo había abandonado hacía siete años, y la
percepción que tenía sobre él, no era la mejor. Pero cómo
negarse a cualquier petición de la mujer que amaba,
cuando lo único que deseaba era ganarse su total confianza,
una vez más.
—Sí, me gustaría —respondió, encontrando el valor para
mirarla a los ojos y no titubear, porque sabía cuán
importante era ese chico para ella.
—Vamos. —Lo invitó con un movimiento de su cabeza.
En ese momento, Renato pudo ver el tatuaje de una
pequeña estrella dorada, detrás de su oreja. La sorpresa lo
llevó a sonreír y sintió cómo un calor agradable se esparció
por su pecho, porque sabía perfectamente el significado de
ese tatuaje: ella era su gitana descendiente de las estrellas.
—Ya regresamos —dijo Samira a los demás.
—Por nosotros no se apuren, pueden tardarse todo lo que
quieran —comentó Doménica con gran picardía, lo que hizo
que se ganara una mirada de reproche de Samira—. Te
quiero, solete. —Le lanzó un beso y, en respuesta, su amiga
le sacó la lengua.
A Renato le agradaba ver la relación tan cómplice que
tenía Samira con sus amigas, le gustaba verla vivir la vida,
sin miedos, sin restricciones, sin algunas de las ideas
represoras de su cultura, pero siendo ella, con su esencia
gitana más pura.
Cuando ella se levantó, sus ojos azules la siguieron
embobados, al verla con una falda plisada ancha, que le
llegaba por debajo de las rodillas, y un top que se cruzaba
en sus pechos y dejaba al descubierto su abdomen, al igual
que sus hombros; el aliento se le atascó en el pecho y le
tomó varios segundos reaccionar, para también levantarse.
Bordearon la mesa y él la siguió, hasta que ella ralentizó
el paso, para caminar uno al lado del otro. Aunque apenas
empezaban el trayecto hasta la oficina, se toparon con un
par de empleados, a los que Samira les brindó un trato
bastante amable y ellos se mostraban evidentemente
agradecidos.
Renato quería entablar una conversación, pero temía
incomodarla; aun así, se aventuró a saciar en parte la
curiosidad que le estaba comiendo la cabeza.
—¿El nombre de este lugar es por tu familia? —preguntó
y sus ojos se escaparon por segundos a los pies femeninos.
Calzaba unas sandalias de tacón medio y solo una cinta fina
se ajustaba a los dedos, otra se aferraba a su tobillo.
—Por todo lo que he tenido que dejar atrás —respondió
con un poco de melancolía tiñendo su voz.
—¿También por mí? —Ni quisiera pensó en esa pregunta,
solo brotó como una imparable necesidad que nació en su
pecho.
—Sí, también.
Renato no estaba preparado para ese golpe de
sinceridad, por lo que, una mezcla de emociones lo arrasó
como una avalancha y tuvo que hacer acopio de todo su
autocontrol, para no besarla ahí mismo y luego suplicarle
perdón de rodillas. Porque sí, él había cometido muchos
errores y no podía seguir escudándose tras sus miedos e
inseguridades. La había lastimado, eso no podía cambiarlo.
Como el instinto más primario, incontrolable e
impensable, la sujetó por la muñeca, reteniéndola. Samira
se volvió hacia él, tensa como la cuerda de un violín, pero
no rompió el contacto, por lo que, Renato se acercó tanto
como para que sus pechos estuvieran a muy poco de
tocarse.
—Samira, tú también, en todo este tiempo, has sido para
mí, la más dolorosa añoranza… Sí, quise olvidarte, intenté
darle un nuevo sentido a mi vida, pero por más que lo
deseé, fue inútil… Siempre volvía a ti, a tu recuerdo, a los
momentos que viví a tu lado, porque uno siempre regresa a
donde fue feliz… Y toda mi felicidad solo me la has dado
tú…
—Renato…
—No te pido que me creas, no tienes que obligarte a
hacerlo, pero yo sí necesito decírtelo, tienes que saberlo…
—hablaba mirando a esos ojos color esperanza.
—Renato, no… —suplicó casi sin voz, al ver que se
estaba acercando demasiado y pudo sentir el aliento tibio
sobre sus labios—. Detente. —Usó la mano que tenía libre,
para apoyarla en su pecho y apartarlo, pero antes, pudo
sentir el latido contundente de su corazón.
Fue él, quien se retiró ante la negativa y le soltó la
muñeca.
—Perdona, no quiero incomodarte, este es el lugar
menos apropiado para tener esta conversación. —
Retrocedió un par de pasos y se pasó las manos por el pelo
—. Sé que estoy siendo acosador, no es mi intención… Solo
es la reacción natural, producto de mi desesperación.
—¿Aún quieres saludar a Julio o prefieres regresar a la
mesa? —preguntó ella, tratando de cambiar de tema,
porque vio que la culpa consumía esos hermosos ojos
azules.
—No voy a negarte que saludarlo me pone nervioso, pero
quiero hacerlo…
—Nada cambará si lo haces o no, así que, no tiene
sentido que te obligues a ponerte en una situación
incómoda.
Renato no dio respuesta, solo empezó a caminar en
dirección a la puerta que estaba al final del pasillo y que
llevaba el rotulo de: «Gerencia».
Samira lo siguió y en pocos pasos logró alcanzarlo,
llegaron al mismo tiempo a la puerta y ella inhaló
profundamente, antes de tocar.
Se pudo escuchar la voz de Julio César al otro lado,
entonces, Samira tomó el pomo, para abrir, pero antes de
que lo hiciera, Renato volvió a detenerla.
—Samira, estoy demasiado intrigado… ¿Cómo es que has
obtenido todo esto? Estoy siendo imprudente, pero no hago
más que darle vueltas en mi cabeza a miles de
posibilidades… ¿Segura de que estás bien? ¿No te han
obligado a hacer cosas…?
—Ilegales… —completó la pregunta que Renato le hizo y
se le escapó una risa incrédula—. No, puedes estar
tranquilo… —Lo miró de soslayo y podía notar que se
relajaba; aun así, la incertidumbre estaba fija en sus
facciones—. En algún momento te lo diré.
Renato asintió, confiaba en la palabra de Samira, por ello
se sintió más tranquilo, pero no menos intrigado. Ella abrió
la puerta y entró; él la siguió con el corazón instalado en la
garganta y podía sentir los latidos hasta en las sienes.
Julio César se levantó del sillón blanco detrás del
escritorio. Sus ojos se abrieron más de lo normal, debido a
la sorpresa, pero rápidamente retomó el control de sus
emociones y desvió la mirada hacia Samira.
—Hola, me da gusto volver a verte… —Renato se
adelantó, poniendo todo de sí, para parecer seguro y le
ofreció la mano—. ¿Cómo has estado? —preguntó, al tiempo
que observaba con disimulo los cambios físicos en el
peruano. A pesar de que no lo había visto en tanto tiempo,
seguía casi igual, de no ser porque llevaba el cabello un
poco más largo, un arete en el lóbulo derecho y bastante
más masa muscular.
—Bien, gracias… —correspondió al apretón de manos—.
Aún no sé si deba sentir el mismo gusto. —Desvió la mirada
a su amiga—. Samira, ¿debería? —preguntó y pudo ver
cómo ella se sonrojaba hasta las orejas y le dedicaba esa
característica mirada de ceño fruncido, que gritaba que
desaprobaba su comentario.
—No tienes que actuar en consecuencia de nuestra
amistad… Conoces a Renato y, tu relación con él, no tiene
por qué verse afectada por situaciones que solo nos
conciernen a los dos.
Renato se volvió a ver a Samira, por la respuesta que
había dado, sin duda, era una mujer mucho más madura,
sin temor a decir lo que pensaba.
—Bueno, quizá mi sentido de la lealtad me lleva a estar
de tu lado, sin importar nada más… —dijo Julio César, con
cierta mordacidad, pero enseguida sus ojos se iluminaron
ante la sonrisa que compartió—. Pero como ya, al parecer,
ustedes han limado las asperezas del pasado, puedo decir
que sí…, es un placer volver a verte… Solo no vayas a
hacerla sufrir otra vez, porque esta vez, voy a defenderla…
—Julio —intervino Samira, ya no sonrojada, sino morada
por las imprudencias de su amigo—. ¿Qué dices? No…, las
cosas no son como las estás imaginando… Renato y yo no
hemos vuelto, solo estamos tratando de llevarnos bien, en
honor a la amistad que tuvimos… Solo eso.
—Por mi parte, sí quiero retomar nuestra relación —
comentó Renato, exponiendo sus sentimientos e
intenciones, como no lo había hecho nunca delante de
alguien a quien muy poco conocía. Los nervios le hacían
doler el estómago y juraba que la sensación de vértigo era
solo imaginaria, pero no iba a dejar que sus trastornos lo
dominaran, no esta vez—. Sé que le hice daño, pero te doy
mi palabra de que no fue intencional. Y haré todo lo que
esté a mi alcance, para no hacerla sufrir… Prefiero morir,
antes que volver a hacerla llorar.
—Pero yo no —declaró Samira.
Julio César le dedicó una mirada de incredulidad y luego
se volvió hacia Renato.
—Digamos que decido creer en tu palabra…
—¡Julio! ¡No! —Samira volvió a intervenir de manera
contundente. Le molestaba que su amigo la pusiera en una
situación como esa y apenas podía contener el temblor de
su cuerpo. No sabía si era de rabia o provocado por las
promesas de Renato—. No digas tonterías —dijo,
señalándolo, completamente arrepentida de haber llevado a
Renato—. Vámonos, Renato.
—Solo es cuestión de tiempo —susurró Julio César,
mirando a Renato.
Samira se adelantó, para escapar de la oficina, no podía
seguir ahí, probablemente, no tardaría en exponerla. Eso le
pasaba por confiar tanto en él y contarle todo, como si se
tratara de su segunda consciencia.
—Si de verdad la quieres, no desistas… —Le aconsejó
Julio César, antes de que Renato saliera—. Se ha vuelto más
testaruda, pero sigue siendo la gitana que conociste.
—Lo sé. —Renato asintió con la cabeza, para darle la
razón al peruano y fue tras Samira.
Julio César, al verlos, estuvo seguro de que ambos
seguían amándose como la primera vez que los vio llegar
juntos a aquel café en Santiago. Entonces, consideraba
estúpido que siguieran sufriendo por no estar juntos,
cuando ya habían aclarado las razones que los llevaron a
separarse y que todo fue producto de malentendidos.
Renato la alcanzó y se acopló a su paso raudo, aunque el
de ella era más enérgico, debido a la molestia, podía notarlo
en el balanceo de su coleta y en sus pisadas contundentes;
mientras él se moría por anclar las palmas de sus manos en
la piel desnuda entre el top y el borde de la falda, trazar con
las yemas de sus dedos las pelotitas doradas de la cadena
que rodeaba su cintura.
—No hagas caso a lo que dijo Julio. —La rabia se podía
sentir en su voz turbada—. Solo es un entrometido, no sabe
lo que dice…
—No te preocupes por eso.
—Sí, sí me preocupo, porque no quiero que te hagas
falsas ilusiones o que termines sacando conclusiones
erróneas de todo esto… —La voz se le cortó, pero empuñó
las manos para calmarse o terminaría tristemente expuesta
—. Fue estúpido de mi parte, llevarte a saludarlo…
—Samira. —La interrumpió y no pudo contener su mano,
que se posó sobre el hombro desnudo de ella, lo que hizo
que una corriente reptara por su espalda—, de verdad, no te
preocupes por eso. Tengo muy claro lo que en este
momento significo para ti… No me haré falsas ilusiones,
puedes estar tranquila. —Le dijo con la voz en remanso.
Sí, sabía que en ese momento, para ella, no era más que
un maldito caos, que la tenía en constante confrontación
con sus emociones.
—Gracias. —Se alejó con cautela del toque caliente que
hizo que su corazón diera una voltereta y suspiró, aliviada
—. Regresemos a la mesa, por favor. —No quería que
siguiera deteniéndola, mucho menos quería estar lejos de
los ojos de otras personas; porque, estar a solas con él, era
como estar caminando en una pendiente muy profunda,
sobre una cuerda floja.
Con la mano que segundos antes se aferró a ese suave
hombro, le hizo un ademán para que avanzara. Samira le
regaló una caída de párpados, en señal de agradecimiento,
y caminó hasta la mesa y la seguridad que le ofrecían sus
amigas, esta vez, sin demoras ni interrupciones.
Volvió a ubicarse en medio de Raissa y Doménica. La
mesa estaba llena de cosas para picar, había: aceitunas,
alcaparras, pan con tomate, jamón serrano y cervezas
rubias.
Quizá, llevada por la ansiedad del momento, se comió
una aceituna tras otra, hasta devorar casi una docena, o eso
fue lo que le hizo saber Raissa, en medio de un susurro.
Tras ese llamado de atención, le dio un gran trago a su
cerveza y se concentró en la conversación que dominaba en
la mesa, estaban elogiando el lugar y los alimentos.
—¿Hace cuánto que tienes este negocio? —preguntó
Renato, porque sabía que esa era la única manera de
enterarse de cómo Samira había vivido la vida hasta el
momento. En medio de esa charla, no podía seguir
dejándolo en la incertidumbre.
—Como cuatro años, ¿cierto? —respondió Doménica,
dándole un codazo a Samira, en el costado, porque ella solo
estaba tragándose las aceitunas.
—Sí, sí… —contestó, luego del gran trago de cerveza—.
Cuatro años y dos meses…
—Cuéntale la historia. —La instó Raissa, con una sonrisa
y un aplauso que causó expectación en quienes no sabían
cómo ella se hizo del negocio.
Samira carraspeó, preparándose para contar la historia
de cómo le compró el café a Lena. No podía mentir o contar
a medias la historia, ya que sus amigas la conocían y no iba
a quedar como mentirosa delante de ellas.
Relató que no solo adquirió el local, sino que le hizo unas
remodelaciones, para ampliarlo y así ofrecer un menú y
servicio más completo, ya que no solo quería un lugar de
desayunos o tardeos, sino un sitio al que pudieran visitar a
cualquier hora.
Doménica aprovechó para compartir algunas de las
anécdotas ahí vividas durante sus tardes de estudios y
Renato estaba fascinado con saber más de Samira, a través
de lo que sus amigas contaban. Por ellas supo que Samira
era uno de los mejores promedios de la clase; realmente,
eso no le extrañó, bien sabía él lo inteligente y astuta que
era.
A Raissa se le escapó en algún momento que el perfil de
la red social de Samira era: «Alma Gitana».
Se recriminó no haber seguido sus presentimientos en el
momento en que vio cada una de las fotos de ese perfil, y el
corazón le latió fuerte, cuando reconoció ciertas partes de
ese cuerpo que tantas veces adoró. Odiaba haberle dado
más cabida a la razón que a sus pasiones.
Se volvió a mirarla, estaba sentada en frente de él y sus
ojos se cruzaron con los de ella; esta vez, no le desvió la
mirada, como lo había hecho esa mañana en la piscina. Se
quedó perdido en esa luz que sus ojos desprendían,
comprobando que estaba locamente enamorado.
Fue Bruno, quien reclamó su atención, para preguntarle
si quería otra cerveza.
—No, así estoy bien —respondió, mostrándole el vaso,
aún lo tenía por la mitad y, para disimular su descarado
intereses en Samira, decidió hacerse de un puñado de
cacahuates.
Bruno y Osvaldo sí pidieron otra cerveza, mientras que,
Vera, prefirió una copa de vino y; Doménica, solicitó más
ibéricos y queso.
Samira, que tenía el móvil sobre la mesa, vio cómo se le
iluminaba la pantalla, seguido de la vibración de una
notificación. Era un mensaje de Julio César, aunque estaba
molesta con él, decidió revisarlo.

Está muchísimo más guapo. Ahora lo entiendo


todo.

Leyó el mensaje que tenía adjuntado una serie de


emoticones que iban desde corazones, estrellas, berenjenas
hasta brazos musculosos y muñecos babeando. Ni siquiera
lo pensó cuando ya le estaba respondiendo.

Te odio.

Le escribió y lo acompañó con un dedo medio y un


muñeco enojado. Enseguida, dejó el teléfono sobre la mesa,
pero a los pocos segundos llegó la respuesta, y ella no pudo
esperar para leerla.

Ya lo sé, pero eso no hará que dejes de amarlo.


Deja el orgullo, Samira… y vive. ¡Vive, maldita sea!
Ante ese mensaje, ella empezó a teclear enérgica. Sabía
que era de mala educación estar con el móvil en medio de
la reunión, pero era que, Julio César, le hacía perder los
papeles.

¿Acaso he estado muerta todos estos años?

No, pero eras casi un zombi…, apenas sobrevivías.

Con cada mensaje, su amigo la hacía molestar aún más,


por lo que, se estaba sonrojando y dejándose en evidencia
delante de los demás.

Qué patético que pienses que, vivir mi vida, tiene


que depender de un hombre… De verdad, no me
gusta este tema tan recurrente.

Envió ese mensaje y volvió a dejar el móvil sobre la mesa


con un movimiento brusco, pero, entonces, su mirada se
desvió hacia Vera y se obligó a sonreírle, para disimular su
arrebato.
—Disculpen, son cosas de trabajo —argumentó, sin poder
contener el sonrojo de vergüenza.
Un nuevo mensaje entró y pudo ver en el visor, parte de
lo que decía.

No, no depende de un hombre… Depende de cómo


te sientes cuando estás con Renato…, esa intensidad,
es vivir al máximo…

Suspiró y cerró los ojos, no iba a seguir respondiéndole o


terminarían pelándose de verdad, por lo que, volvió el móvil
de cara a la mesa, pero sus ojos buscaron a Renato;
entonces, le enfurecía darse cuenta de que Julio César tenía
razón, porque sí, justo en ese instante sentía esa intensidad
de la que él hablaba, latiendo en cada rincón de su cuerpo.
CAPÍTULO 49

Samira se daba cuenta de que Renato seguía


manteniendo la misma esencia. Era poco participativo en
las conversaciones, pero se notaba que ponía atención a
todos; tal como lo recordaba, casi no consumía alcohol,
todavía tenía un poco de la única cerveza que había pedido,
mientras que ella ya iba por la tercera.
Lo miraba cada vez que podía, solo para asegurarse de
que era real y que estaba ahí, después de siete años.
Notaba los cambios físicos que, aunque eran pocos, a ella le
fascinaban, sobre todo, esa madurez en sus facciones.
Se quedaron casi hasta que el local tuvo que cerrar,
aunque ella se empeñó en decir que la casa invitaba,
Renato y Bruno se opusieron y pagaron la cuenta.
Cuando se dio el momento de la despedida, resolvieron
que Bruno acompañaría a Renato al hotel, como lo habían
hecho al llegar.
—Yo puedo llevarlo —intervino Samira—. Así te vas con
Vera y los chicos. —No era que quisiera estar a solas con
Renato, porque su estabilidad emocional dependía de un
hilo, solo que imaginaba que Bruno prefería ir con su
esposa, a tener que cumplir con su amigo.
—¿En serio? ¿No es un problema? —preguntó Bruno,
aliviado, no por librarse de acompañar a Renato, sino
porque la gitana estaba dando un gran paso en la dirección
que su amigo tanto quería.
—No tienes que hacerlo, puedo irme en taxi —intervino
Renato. Lo menos que quería era poner a Samira en un
compromiso que le incomodara cumplir.
—No, me queda de camino a casa… —De inmediato, las
miradas de Doménica y Raissa, se clavaron en ella. En ese
instante, quiso que la tierra se abriera y se la tragara, había
cometido la peor de las imprudencias; que, por supuesto, no
les pasó por alto a sus amigas—. Es que… —titubeó
nerviosa, con los ojos saltones.
—Cuando me llevó a saludar a Julio, este me preguntó en
qué hotel me hospedo. —Renato salió en su rescate.
Todos creyeron esa mentira piadosa, menos Bruno, que sí
estaba al tanto del encuentro el día anterior, pero supo ser
buen cómplice para su amigo.
—Bueno, entonces, lo dejo a tu cuidado —bromeó Bruno,
al tiempo que palmeaba la espalda de Renato—. Me
escribes cuando llegues.
—Lo haré. —Renato le siguió el juego con media sonrisa
relajada.
Se despidieron de todos con besos en las mejillas y
apretones de manos. Y se fueron por otro camino, ya que
habían dejado los coches estacionados en direcciones
opuestas.
—¿No te incomodan? —preguntó Renato, para romper el
silencio, mirando las sandalias de Samira, mientras
caminaban por una calle ligeramente empinada.
—No, estoy acostumbrada… Es un recorrido que hago
todos los días, aunque la mayoría del tiempo con un calzado
más cómodo; por las clases o las prácticas, son pocas las
veces que puedo permitirme vestir de esta manera… —
respondió, al tiempo que un grupo de chicos que estaban en
la calzada le hacían espacio, para que pudieran pasar.
Aunque eran pasada las diez, la calle estaba bastante
animada, ya que algunos locales de comida y bebidas
seguían abiertos y abarrotados de turistas.
—Hoy te ves hermosa, pero estoy seguro de que, con la
bata médica, te ves aún mejor…
Samira no pudo contener una risa, de esas que a él lo
contagiaban.
—Tendrás que decirlo justo cuando termine una guardia y
veas que tengo más ojeras que un mapache y el pelo hecho
una terrible maraña.
—Me encantaría poder hacerlo, no te haces la mínima
idea de lo mucho que lo he imaginado —confesó y su brazo
rozó el de ella—, pero sé que ninguna de mis fantasías te
hace justicia.
Samira negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. No sabía
qué responder, así que, se quedó callada, hasta que vio su
auto.
—Es ese de allí —dijo, al tiempo que desactivaba la
alarma y las luces del coche parpadearon.
—¿Es tuyo? —preguntó, admirando el auto rojo.
—Así es —respondió sonriente.
—Es muy acorde a tu personalidad… Es rojo.
—Rojo, sí…, ya sabes que es mi color favorito. —Le guiñó
un ojo en un gesto entre pícaro e inocente. Justo en ese
momento, se le cayó la llave—. Oh, mierda… —farfulló y se
acuclilló, para recogerlas.
—¿Prefieres que yo conduzca? —Le tendió la mano, para
que le diera la llave.
—¿Crees que estoy ebria?… Solo me tomé tres cervezas
—bufó con suficiencia.
—Hace unos cuantos años solo te bastó con un
«terremoto» —sonrió de esa manera en que los hoyuelos en
sus mejillas se hacían más pronunciados y podían notarse
aún a través de los vellos de la barba.
Una carcajada reverberó en el pecho de Samira y estalló
sonora, rompiendo el silencio de la noche. Que Renato
recordara aquel episodio en Chile, despertaba en ella la
esperanza de que, igualmente, él atesoraba cada momento
que vivieron juntos. Llevada por la confianza de aquella
época, le dio un suave puñetazo en el brazo, luego le
entregó la llave.
—Dejo que conduzcas solo porque estoy algo cansada,
no ebria. —Le dijo en cuanto subió al coche y empezó a
ajustarse el cinturón de seguridad—. No mires al asiento de
atrás. —Le sugirió.
Pero eso solo hizo que los ojos de Renato volaran al
espejo retrovisor. Había un maletín deportivo, una botella de
agua de dos litros, varios libros y unas bolsas de papel, de lo
que parecían ser compras del supermercado.
—Es un desastre, ¿qué pasó con la señorita obsesiva por
el orden? —preguntó y puso en marcha el motor.
—Sigo siendo muy ordenada, en la medida de lo posible,
pero te dije que no miraras —reprochó y se enamoró un
poco más de la sonrisa de medio lado que él le dedicó. Su
manera de espabilarse de esas emociones que le encogían
el estómago fue ponerse a programar la dirección del hotel
en el GPS.
—¿Recuerdas la canción que estaba cantando el hombre
cuando salimos del restaurante? Ese día del «terremoto». —
Después de pensarlo por casi un minuto, decidió arriesgarse
con esa pregunta, porque quería saber qué había hecho ella
con la lista de reproducción.
—Sí, «la quiero a morir» —apenas dijo el nombre, la
buscó para ponerla a reproducir—. Para que veas que no
estaba tan ebria.
—Sí, esa… —Renato hablaba con la mirada en el camino
—. Recuerdo que también la agregamos a nuestra lista de
reproducción. —Aprovechó un semáforo en rojo y se volvió a
mirarla, porque quería estar atento a su reacción, cuando
formulara la siguiente pregunta—. ¿Por qué no la volviste a
actualizar?
Samira sintió una terrible presión en el pecho y le
esquivó la mirada, porque unas súbitas ganas de llorar le
subieron a la garganta.
—La eliminé de mi cuenta —confesó con la voz ahogada
—. Porque se convirtió en un método de tortura y… cuando
decidí no seguir haciéndome más daño, la eliminé… Admito
que no fue fácil hacerlo.
—Yo aún la tengo y seguí actualizándola por varios años,
a pesar de que, Danilo, me recomendó que también la
eliminara… Él quería que practicara el «contacto cero», pero
siempre había algo que me llevaba a tu recuerdo… Hasta
que solo me quedé extrañando lo que vivimos y así pude
estar en paz… Dejé de agrandar esa lista y poco a poco dejé
de escucharla… Creo que hace como tres años no la
escucho —suspiró ruidosamente—. En su momento, fue de
gran ayuda para ti, ¿cierto?
—Sí, lo fue… Mi español mejoró mucho, gracias a esas
canciones —comentó con gran nostalgia. Aunque había
tenido buenos momentos durante sus estudios y conoció a
personas extraordinarias, debía admitir que a pesar de todo
lo difícil de esa época en que recién escapó de su casa, vivió
los momentos más bonitos de su vida hasta ahora, también
conoció a la mejor persona del mundo.
—¿Te gustaría escucharla de nuevo? —Le preguntó y
volvió la mirada atenta al camino, porque no quería mirar a
sus ojos cuando se negara, eso sería como un disparo
directo a su corazón. Era masoquista y lo sabía, pero él ya
había normalizado el sufrimiento.
—Bueno, está bien —chilló, sintiendo desde ya su pobre
corazón apretado en un puño, por todo lo que esas
canciones despertarían en ella; no obstante, no quería ser
intransigente con todo lo relacionado a lo que habían vivido;
después de todo, había sido hermoso.
Renato buscó su móvil en el bolsillo del pantalón y se lo
ofreció, mientras mantenía el volante firme con la otra
mano.
—Hace años que no la escucho, pero sigue en la
aplicación…
Samira miró el teléfono y, tras una mirada dubitativa, lo
agarró.
—Está bloqueado… —dijo e iba a acercárselo al rostro,
para desbloquearlo, pero él se adelantó.
—Es la misma clave.
Samira, como si el tiempo no hubiese pasado y casi por
inercia, marcó los números. Era la clave que él usaba para
muchas cosas, como la puerta de su apartamento, el móvil,
la portátil…; incluso, la de su oficina. Era el cumpleaños de
su madre.
Se llenó de ternura al ver la foto de fondo de pantalla,
donde él estaba sonriendo mientras abrazaba a Keops. El
perro ya se notaba mucho más viejo, tenía la cara ajada y
los ojos dorados más apagados.
Renato la miró de soslayo y sonrió, le emocionaba ver
que ella aún recordaba la clave, lo que le dejaba claro que,
ciertamente, no lo había olvidado en todo este tiempo,
jamás le fue indiferente.
Samira cerró los ojos y se mordió los labios, debido a la
impotencia que le provocó la manera en que se había
expuesto. Debió preguntar cuál era la clave, pero ya era
demasiado tarde, no le quedó más opción que seguir y
buscar la aplicación.
La última vez que Renato la había escuchado, la dejó en
el modo aleatorio, por lo que, la primera canción en
reproducirse fue: «Hijo de la luna», del grupo Mecano.
Eso, inevitablemente, la llevó a uno de los tantos
momentos vividos con Renato, cuando aún eran amigos y
ella estaba bastante confundida en cuanto a sus
sentimientos. Sabía que él le atraía, pero pensaba que solo
se trataba de una tonta ilusión, que con el tiempo se le
pasaría.
Volvió a su memoria ese camino que los llevaba al
restaurante Don Pascual, en la cima de la montaña y en
medio de la naturaleza.
No pudo detener el ataque de risa que brotó y, aunque
se llevó la mano a la boca, no consiguió retener sus
carcajadas.
Renato se volvió a mirarla, estaba desconcertado y, al
mismo tiempo, le divertía.
—¿Qué sucede? —preguntó, contagiado por su risa.
Sabía que esa actitud tan risueña se debía a las cervezas
que se había tomado, aunque le dijera que no estaba ebria,
lo cierto era que, el alcohol, aunque poco, causaba ese
efecto en ella.
—Es que…, es que… —Trataba de hablar entre risas e
inhaló profundamente, para calmarse—. Recuerdo tu cara el
día que escuchamos esta canción. —Se llevó la mano al
abdomen, para acallar las carcajadas—. Todo serio… «Eso
es un feminicidio» —intentó imitar la voz de él, pero se
cortó con otra carcajada.
—Y lo es —dijo, también riendo, mientras la admiraba,
porque justo era la chica que amaba, esa actitud tan llena
de vida, tan divertida. Esa chica que le alegraba la vida, esa
que lo llevaba a un estado incomparable de plenitud. Quería
poner sus manos sobre sus mejillas y comérsela a besos,
pero no podía. Debía respetar también la decisión de ella;
por ahora, deseaba estar en su vida como ese amigo que la
apoyó de la mejor manera.
—Lo es… —dijo casi sin aliento, cansada de tanto reír—.
Tienes razón, solo que estabas tan serio…, que me hiciste
sentir culpable de que me gustara la canción…
—No era mi intención —suspiró, para tener el valor de
revelar lo que hubo detrás de ese comentario—. Es que
nunca he sido bueno iniciando conversaciones y, cuando lo
hago…, después de pensarlo mucho, salgo con cosas como
esas —sonrió con cierta tristeza—. Luego llega la culpa por
haber dicho cosas tan fuera de lugar… y me siento
estúpido…
—Renato… —Lo interrumpió, poniéndose seria—, no eres
para nada estúpido, lo que dices es cierto… Analizas las
letras y reprochas el crimen que ahí se comete… ¿Qué tiene
eso de estúpido?
Él no dijo nada, solo se encogió de hombros.
—Supongo que nada.
—No, nada —dijo con firmeza y la mirada atenta en él.
—¿Aún te gusta cantar? —preguntó, cambiando de tema,
pero reviviendo esas memorias tan especiales para él.
—En el baño. —Volvió a reír y él la acompañó.
—El lugar perfecto para inspirarte… Ojalá algún día
pueda tener la oportunidad de volver a escucharte. —Giró la
cabeza para mirarla, pero Samira decidió mirar al frente.
Pudo notar que sus ojos de cristalizaron y el movimiento de
su garganta al deglutir. Ella se quedó callada y eso era lo
peor que le podía suceder; así que, pensó en alguna manera
de solucionarlo—. No tiene que ser en el baño, me gustaría
que fuéramos a un karaoke… —De inmediato, Samira
regresó sus ojos a él—. ¿Quieres? —propuso con una sonrisa
relajada, aunque tenía el corazón a punto de estallar.
Samira hizo a un lado todas esas sensaciones que la
ponían entre la espada y la pared, producto de los recuerdos
más bonitos; y decidió calmarse un poco.
—Conozco uno muy bueno —dijo, con los ojos brillantes
por las lágrimas contenidas.
—Entonces, vamos mañana. —Se animó, puesto que
cada posibilidad de compartir con ella, lo llevaba al nirvana.
—Quizá —apenas dijo esa palabra, vio cómo los ojos de
Renato se vieron opacados por la aflicción—. Es que estoy
con los preparativos del acto de grado… y mañana llegan
mis amigos desde Chile, y prometí ir a recibirlos al
aeropuerto.
—¿Los que trabajaron contigo en el restaurante?
—Sí, viene Ramona, Daniela y Carlos… ¿Los recuerdas?
—Sí, los venezolanos… ¿Cómo han estado? ¿Daniela
sigue trabajando en el restaurante?
—Ellos están bien, se casaron y tienen una niña de cinco
años… Soy la madrina. —Su sonrisa fue mitad orgullo y
mitad ternura—. Ya Dani no trabaja en el restaurante, tiene
su propio negocio, una librería café.
—Me alegra saber que les ha ido bien y que formaron
una familia… Y Ramona, ¿consiguió hacer las paces con su
familia? —preguntó con cautela, porque sabía que, ese
tema, para Samira, era bastante espinoso; ya que, de
alguna manera, ella era un reflejo de la misma situación.
—No con todos, aún su padre no la perdona, pero conoció
a un gitano que no es tan estricto con las leyes y llevan
unos meses saliendo… —Se mordisqueó la parte interna de
la mejilla, debido a los nervios, pero fue eso lo que le dio el
valor para seguir—. Sé que quieres saber también sobre mi
familia y por qué no viene mi abuela —exhaló, prefirió mirar
al frente y empezó a retorcerse los dedos—. ¿Puedes
detener el coche en el arcén? —Le suplicó.
Renato la miró desconcertado y pudo darse cuenta de
que estaba a una calle de llegar al hotel. Avanzó unos pocos
metros más, hasta que orilló el coche, dejó las luces
intermitentes y se volvió a mirarla, mientras se reproducía
la canción de Vanesa Martin: «Porque queramos vernos».
—¿Ella está bien de salud? —preguntó con la mirada
alarmada. Él era propenso a formar eventos catastróficos en
su cabeza, no pudo evitar pensar que, Vadoma, podría estar
enferma.
Samira asintió en varias oportunidades y como ya no era
suficiente retorcerse los dedos, volvió al mal hábito de
mordisquearse las uñas. Temía que Renato, al igual que Julio
César, pensaran que era una tonta por seguir esperando un
perdón de la mayoría de los miembros de su familia; un
perdón que, probablemente, jamás llegaría.
—Está bien, no podrá venir porque Adonay la traería… —
hablaba con las pupilas moviéndose rápido y las ganas de
llorar cortándole la voz.
—¿Y no quiso? —preguntó y no frenó la necesidad de
tomar su mano y alejársela de la boca, para que no se
destrozara las uñas y las cutículas.
—No, él sí quería…, de verdad; había inventado todo un
plan de que se había ganado un viaje para Turquía, porque
si mi papá se enteraba de que vendría a España, no le
permitiría viajar…
—¿Tu padre sabe que estás aquí? ¿Ya no te escondes de
él ni de tus hermanos?
—Sí, todos saben dónde estoy, que logré entrar a la
universidad…
—¿Y qué te dijo tu padre? Imagino que doblegó un poco
su propio orgullo, para sentirse orgulloso por ti —hablaba,
mientras le acariciaba los nudillos con la yema del pulgar.
Samira bajó la cabeza, tratando de esconder su dolor,
pero le fue imposible, porque cuando la volvió a subir y sus
ojos se encontraron con el azul más hermoso que pudiera
existir, se le derramaron unos lagrimones y negó en la
cabeza; entonces, se mordió el labio ante la impotencia.
La mano de Renato voló a la barbilla temblorosa y, con el
pulgar que no estaba acariciándole los nudillos, le liberó el
labio prisionero entre los dientes.
—No te lastimes, por favor. —Le suplicó con un dulce
susurro.
—Mis padres ni mis hermanos han querido hablar
conmigo. He intentado comunicarme con ellos en varias
oportunidades… Sus negativas han sido como puñales en
mi corazón —confesó, llevándose una mano al pecho—. He
escuchado cuando, sin remordimientos, dicen que no
quieren saber nada de mí… ¿He sido tan mala? Soy muy
egoísta, ¿cierto? —preguntó con las lágrimas corriendo por
sus mejillas.
—No, sabes que no es así, eres el ser humano más
hermoso que puede existir. No dudes de eso, Samira…,
nunca lo hagas. —Quería decirle que los egoístas eran sus
padres, pero sabía que, aunque le estuviese confesando lo
mal que se habían comportado con ella, no podía juzgarlos,
porque eso la molestaría—. ¿Por qué no podrán venir? ¿No
le dieron permiso a Adonay en el trabajo? —Se moría por
darle una solución a los pesares de Samira, y si bien los
celos entraban en juego, al saber que ella seguía tan
apegada al que fue su prometido, comprendía que era uno
de los pocos familiares que le daba aliento y la apoyaba
para seguir adelante.
—A su esposa se le adelantó el parto… Su hijo nació
demasiado prematuro, demasiado… Han tenido que hacerle
varias operaciones y apenas nació la semana pasada.
Renato sintió cierto alivio al enterarse de que, Adonay,
ya no era una amenaza para él, porque se había casado;
aunque sí le afligía un poco saber que estaba pasando por
una situación tan difícil. Él, que vivió de cerca perder a su
hermana, que era un ser tan esperado, sabía cuánto eso
podía impactar en la vida de una pareja.
—Imagino que no ha sido nada fácil para él y su esposa…
Samira asentía ante las palabras de Renato.
—Me siento tan mal, porque cuando me lo dijo, me sentí
más triste porque mi abuela no podría venir, que por la
situación tan complicada que ha tenido que enfrentar.
Antes de que ella volviera a reprocharse por priorizarse
en situaciones como esas, le acunó la cara y con toda la
dulzura que ella le despertaba, le dio un suave y lento beso
en la frente; luego, apoyó su barbilla en la mollera de
Samira.
—No sientas culpa, es natural que primero tus emociones
afectaran tus deseos… Tenías planes, llevas muchos años
sin verla, anhelas el momento de poder abrazarla y tenerla
cerca… Y que de pronto todo se arruine, es comprensible
que la frustración te invadiera.
CAPÍTULO 50
Samira se quitó el cinturón de seguridad, como ya lo
había hecho Renato, para poder estar cerca de ella.
Sintiéndose con más libertad, estiró los brazos,
envolviéndolos alrededor del cálido torso masculino, y
apoyó la cabeza en su hombro.
Solo con él podía abrirse de esa manera, con Renato
tenía una conexión y una complicidad que ni siquiera había
conseguido con Julio César. A él podía contarle sin miedos
todos sus pesares y se sentía comprendida.
—Lamento mucho que no puedas tener a tu abuela
contigo en un día tan especial, pero me tranquiliza saber
que tendrás la compañía de personas que también te
quieren mucho, como Julio, Daniela, Ramona… De verdad,
me alegra que ellos puedan compartir contigo un evento tan
especial —hablaba mientras le acariciaba la espalda—. Y si
aún sigue en pie tu ofrecimiento de que te acompañe, lo
haré… Quiero verte alcanzar la meta por la que tanto has
luchado.
—Sí, más allá de la promesa que te hice, quiero que
estés conmigo ese día. Además de mi abuela, has sido
quien más me ha brindado su apoyo, lo sabes, aun siendo
una completa desconocida… Y te lo dije varias veces, pero
vuelvo y lo repito, sería una malagradecida si no acepto que
he alcanzado mis sueños, gran parte, gracias a ti… Creíste
en mí y me ayudaste, me impulsaste a crecer, no solo de
manera económica —suspiró pesadamente y apretó un poco
más su amarre, dispuesta a abrir su corazón—. Te quiero
tanto, Renato, de verdad te quiero; y nada me gustaría más
que volver a intentarlo, dejar los miedos atrás y darnos una
segunda oportunidad, pero no puedo…, no puedo sacrificar
todo lo que he logrado hasta ahora, por volver contigo. —
Empezó a llorar, lo sentía tenso y con el corazón a punto de
estallar—. Sigo estudiando, me estoy preparando para
presentar la prueba de la especialización. Tengo que
quedarme en Madrid, por lo menos, cinco años más. Y por
experiencia, sé que las relaciones a distancia no funcionan,
ya nos pasó… La distancia crea malentendidos, es cruel…
No quiero volver a vivir sumida en la nostalgia, porque
extrañarte duele demasiado; creo que, si no nos hacemos
ilusiones, no terminaremos dañándonos una vez más… No
quiero odiarte, mucho menos que tú me odies… —Se apartó
para mirarlo a los ojos—. ¿Está bien si quedamos como
estamos ahora? Sin resentimientos de por medio, solo
deseándonos lo mejor… —preguntó sin parar de llorar y
odiaba ser tan débil.
—Está bien —suspiró Renato. Se acercó y le besó el
pómulo derecho, mientras le acunaba la cara—. Aunque
duela, prefiero esto, a no tener nada…; porque, si no tengo
nada de ti…, estaré perdido.
Samira asintió y sorbió por la nariz.
—No quiero que te resientas conmigo…
—No, cariño, no lo estoy; te comprendo… Jamás tendrás
de mí, la misma actitud que tus padres. Sé que tienes
planes y debes cumplirlos… Lo apoyo totalmente. —Vio que,
en el tablero, en medio de los asientos, había una caja de
pañuelos de papel, sacó un par—. Toma, ya no llores ni te
sientas mal por elegir lo que es correcto para ti.
—Gracias —dijo, recibiéndolo y sacudiéndose la nariz—.
Te quiero, Renato, más de lo que te puedo explicar, pero no
podemos tener un noviazgo, no es el momento…, no lo es.
—Lo entiendo, sé que no quieres tener que elegir… y
nunca te pondría en una situación como esa, no voy a
hacerte las cosas más difíciles de lo que ya son. —Sabía que
no tenía opción, lo mejor era renunciar a Samira, dejarla
para que pudiera seguir adelante con sus sueños, aunque
eso a él le destrozara el corazón—. Seguiré siendo tu amigo,
en la medida de lo posible… Solo te pido una cosa.
—¿Qué? —preguntó con un chillido, no esperaba que él
estuviera de acuerdo, esperaba que por lo menos insistiera
un poco, pero entendía que no quería hacer las cosas más
difíciles para los dos.
—Que respetes si en algún momento decido alejarme;
por ahora, intentaré seguir siendo tu amigo, pero no sé por
cuánto tiempo pueda soportarlo… Porque, no solo te quiero,
te amo profundamente, Samira; nunca he dejado de
hacerlo, de eso estoy completamente seguro. Mi corazón
quiere estar contigo, mi deseo constante es querer hacerte
el amor, querer tocarte, abrazarte, sentirte. Y no sé si la
razón pueda imponerse a eso, en el transcurso del tiempo.
Samira tardó casi un minuto en asimilar su petición, no
estaba segura si en algún momento se arrepentiría de eso,
pero al igual que ella, él estaba dando sus razones de por
qué las cosas no eran fáciles para ninguno de los dos. Así
que, movió la cabeza, asintiendo con lentitud.
—Lo respetaré —confirmó y se sacudió una vez más la
nariz, sin hacerle caso a ese terrible pellizco que sentía en
el corazón.
—Bien. —Renato estuvo de acuerdo—. ¿Crees que estás
en condiciones de conducir? Si prefieres, puedo llevarte a
casa y regreso en taxi al hotel.
—Puedo conducir —aseguró, sabía que llevar a Renato
hasta su hogar, era jugar con fuego y su fuerza de voluntad
era muy poca; siempre, cuando se trataba de Renato,
terminaba quemándose.
—Está bien, entonces, puedo estar tranquilo. —Se acercó
al rostro de Samira. Vendería su alma al diablo con tal de
poder perderse en su boca, pero eso solo contradeciría todo
lo que acababan de hablar; así que, volvió a besarle la
frente—. ¿Puedes avisarme cuando llegues a casa?
—Lo haré, pero no tengo tu número. —Entonces,
desbloqueó su teléfono y se lo extendió—, agrégalo.
Renato, que aun contenía un tornado de emociones que
hacía estragos en su pecho, recibió el móvil e ingresó su
número, asignándole su nombre y apellido. Necesitaba
afrontar eso con la mayor madurez emocional posible,
porque se estaba enfrentando a la mayor prueba de fuego
de su vida.
Le fue imposible no hacer visible el ligero temblor de su
mano cuando le devolvió el móvil, pero para disimular su
estado, se obligó a sonreírle.
—Voy a bajarme aquí, caminaré hasta el hotel.
—Puedo dejarte en frente... —Le interrumpió, urgida.
—Necesito caminar. —Era cierto, tenía que despejar su
cabeza y la mejor manera era perderse en las calles de
Madrid.
—Bien, lo entiendo. —Abrió la puerta del coche, bajó y
caminó hasta el lado del conductor, ya Renato estaba
esperando fuera. Fue ella quien lo abrazó con fuerza, odiaba
sentirse tan bien entre sus brazos. ¿Por qué no podía
quedarse ahí para siempre?
—Recuerda avisarme cuando llegues a casa. —Le dijo en
el momento que rompió el abrazo.
—Prometo que lo haré. —Le sonrió.
Renato asintió y esperó hasta que ella subió al coche y se
puso en marcha, luego se dedicó a caminar, pasó por el
frente del hotel y continuó hasta la Gran Vía.
Iba ensimismado en una ardua batalla con sus
emociones, quería encontrar una solución en la que él no
tuviera que sufrir ni ella tuviera que sacrificar su carrera ni
sus sentimientos; porque, sin duda, ella estaba eligiendo
dejar de lado su vida personal, para dedicarse solo al
ámbito profesional. Para ella, por el momento, no había
cabida para las dos.
Deambuló por más de quince minutos, hasta que
abandonó la Gran Vía y cruzó a la derecha, fue entonces
cuando vio un aviso luminoso que anunciaba una
presentación especial de medianoche, de un espectáculo de
flamenco. Sin pensarlo, entró al local.
—¿Es necesaria una reserva? —Le preguntó al anfitrión.
—No, aún tenemos lugares disponibles, solo tiene que
pagar el ingreso —respondió amablemente el hombre
vestido con un traje negro y una corbata roja.
Luego de pagar, Renato fue guiado a una de las mesas
frente a la tarima, aprovechó para mirar su celular y
encontró que Samira le había escrito hacía unos diez
minutos. Estaba tan perdido en sus pensamientos, que no
sintió cuando vibró por la notificación.
En su respuesta breve, le deseó que descansara y se
dedicó a mirar el lugar, con sus ornamentos muy al estilo
arquitectónico de Alhambra. Tenía la sensación de que ya
había visto antes ese sitio, pero estaba seguro de que nunca
había estado ahí.
Un mesero se acercó a ofrecerle la carta de vinos, pero
no la recibió, solicitó un agua con gas, y una rodaja de
limón.
En cuanto el hombre se marchó, creyó recordar de dónde
se le hacía familiar; tomó su móvil y fue al perfil de: «Alma
Gitana».
Revisó las fotografías, no había una sola imagen de la
cara de Samira, en todas la ocultaba. Había una que le
gustaba mucho, en la que sostenía un estetoscopio y de
fondo estaba el largo pasillo de un hospital, aunque
enfocaba el instrumento, podía distinguir el lugar donde
había tomado esa foto.
Y muchas, muchas de paisajes. Sin duda, había tenido la
oportunidad de viajar a varios lugares de Europa, y eso a él
le hacía feliz. Aun recordaba esa vez, cuando, sentados en
la arena frente a la ensenada de Botafogo, le confesó que
recién a sus diecisiete años conocía el mar. Algo que para él
era casi insólito, pues vivían en una ciudad costera. En ese
entonces, sintió una mezcla de tristeza e impotencia por la
forma de vida tan limitada que había llevado; sobre todo,
porque se trataba de barreras invisibles que sus familiares
le habían impuesto.
Siguió buscando en el perfil, hasta que consiguió esa que
le recordaba aquel lugar y confirmó que era Torres
Bermejas.
Le agradó darse cuenta de que estaba en un sitio al que
ella había ido y que estaba muy conectado a sus raíces
gitanas. Por lo que, en cuanto empezó el espectáculo
ofrecido por dos hombres y una mujer con un vestido negro,
por más que quiso enfocarse en la mujer de enérgico
taconeo, en sus expresiones dramáticas y el movimiento
hipnótico del movimiento de sus manos, solo podía ver a
Samira, en aquella presentación privada que le brindo para
su cumpleaños. Sentía su corazón latiendo al ritmo del
fuerte taconeo y la necesidad por su gitana se hacía aún
más grande.
Estaba seguro de que ya no quería pasar sus noches sin
ella, retomar su vida en el punto en el que estaba hacía un
par de días iba a ser imposible, no podría volver a romper su
alma; por el contrario, una fuerte resolución se abría posado
en su pecho.
Al salir, regresó caminando al hotel, en cuanto entró a su
habitación se fue directo al baño, de ahí salió con un
albornoz y se fue a la cama. Apagó las luces y dejó el móvil
sobre la mesita de noche, pero una sola idea daba vueltas
en su cabeza y no lo dejaba dormir, tras una hora en la
misma situación, dejó de resistirse y cogió el móvil, porque
no podía perder tiempo. De inmediato, le marcó a Bruno,
tras varios tonos, la llamada se le fue al buzón de mensajes,
colgó y volvió a marcarle.
Fue en el tercer intento cuando escuchó la voz
adormecida y también preocupada de su amigo.
—Renato, ¿qué sucede? ¿Estás bien?
—Sí, sí, estoy bien… Te estoy llamando porque necesito
un favor.
—¿Un favor a las tres de la madrugada? —preguntó con
un gruñido.
—Lo siento, no me he dado cuenta de la hora…
—¿Ansiedad? —interrogó con cautela.
—No, no…; bueno, sí, pero solo un poco. —Después de
toda una vida viviendo con ese trastorno, sabía identificar
todos los matices de la ansiedad—. Bruno, amigo… ¿Puedes
llamar a Raissa y preguntarle por el número telefónico de
Julio César? No se lo quiero pedir directamente porque se lo
dirá a Samira y esta no debe enterarse de que quiero
ponerme en contacto con Julio… Te pido que seas prudente.
—Bien, bien, puedo hacerlo, pero a una hora normal. ¿Te
parece?
—Sí, sí. Te lo agradezco —exhaló aliviado y pudo
escuchar los murmullos de Vera, que le preguntaba si
estaba bien. Bruno le dijo que sí—. Haz lo posible para que
Raissa no sospeche nada.
—Está bien, ya me inventaré algo.
—Gracias, vuelve a dormir y discúlpame con Vera por
haberles interrumpido el sueño.
—No te preocupes, tú también trata de dormir.
—Lo intentaré —dijo con toda sinceridad y terminó la
llamada.
CAPÍTULO 51
Samira despertó mucho antes de la hora que había
puesto en el despertador. Ese día lo tenía sumamente
ocupado, ya que debía ir a abrir el café; luego, a mediodía,
iría a hacer las compras al Mercadona, para abastecer el
apartamento, pues sus invitados llegarían esa tarde.
Además, tendría que pasar por la tintorería a buscar varias
prendas y también pasar por la toga, el birrete y la estola,
para las fotografías que le harían al día siguiente.
Se permitió la indulgencia de quedarse remoloneando
unos minutos en la cama, una vez que se le aclaró la vista,
tomó el móvil; vio las pocas notificaciones que le habían
llegado y después saltó a la galería, para ver las fotos que
hizo la noche anterior.
Sus ojos, de manera irremediable, se fueron hacia Renato
y lo acercó, solo para fijarse detenidamente en él.
Su corazón se aceleró al mirar sus labios, sentía la
necesidad de que la besaran, que calentara su piel con el
roce de su lengua y su barba.
No solo se daba cuenta de que lo amaba, también lo
deseaba de una forma antinatural, quería sentir sus manos
apretando sus carnes, el calor de su aliento… Sabía que en
ese momento podía dejar de lado su orgullo, solo por
despertarse con él a su lado; tenerlo ahí, al alcance de la
mano y a su disposición, para insinuarle las ganas que se
estaban formando en su vientre.
Resopló llena de frustración, apagó la pantalla del
teléfono y lo dejó a un lado, entre las sábanas revueltas.
Inhaló y exhaló en varias oportunidades; luego, volvió a
tomar el móvil, buscaba en el aparato algo con que
distraerse, pero solo terminó entrando a la aplicación de
música y ahí buscó la lista de reproducción que hacía
muchos años había eliminado y volvió a agregarla;
entonces, la puso a reproducir. Dejó el móvil sobre su pecho
y cerró los ojos, dejándose arrastrar a los recuerdos que
cada canción le traía, mientras cantaba bajito todas las
letras.
Pero tras unas cuatro canciones, empezó a sonar: «Mi
marciana», de Alejandro Sanz, y con la potencia de un
trueno, recordó y revivió el momento en que Renato se la
cantó bajito, al día siguiente de haber hecho el amor por
primera vez… Esa mañana, él iba a darle sexo oral por
primera vez, pero fue interrumpido por el sonido de sus
tripas.
Sonrió y se sonrojó ante el recuerdo, al tiempo que sus
pezones se volvieron más duros. No tenía caso resistirse,
sabía que todo ese descontrol se debía a sus días de
ovulación y la excitación la dominaba.
Apartó el móvil, una vez más; luego, para estar más
cómoda se quitó el pijama y las bragas; sin perder tiempo,
empezó a tocarse, porque anhelaba ese desahogo con la
imagen de Renato tras sus párpados caídos.
Quería tenerlo ahí, que se la comiera a besos, que su
roce y su aroma fueran lo que despertara sus hormonas.
Sentía que el trabajo que hacía con dedos, que la intensidad
que le ponía, por primera vez en mucho tiempo no era
suficiente, a pesar de que no abandonaba la tarea de darse
placer, no lo conseguía, aunque lo quería con todo su ser.
Estaba sobre una cuerda floja, entre placer y frustración.
Así que, llevada por la irracionalidad de la más ardiente
excitación, dejó quieto sus dedos sobre su clítoris, esperó
unos segundos y retomó el movimiento circular; incluso, se
daba golpecitos, estimulándolo para llegar al punto más
alto, pero era imposible, no lo conseguía. No importaba lo
que hiciera, seguía a punto, pero no llegaba.
Ahora, completamente frustrada y sin la mínima
intención de quedarse con las ganas, buscó el teléfono
entre las sábanas y se fue directa a los mensajes que había
intercambiado la noche anterior con Renato, y empezó a
teclear.

Por favor, olvida todo lo que te dije anoche… No


quiero pensar en las cosas que están por venir, solo
quiero el aquí y ahora, y justo en este instante te
necesito conmigo… ¿Podrías venir a hacerme el
amor?

—No, no… —Se detuvo cuando estaba por enviarlo, junto


a su ubicación—. Samira, ¿estás loca? No puedes permitir
que un momento de excitación defina el resto de tu vida —
farfulló mientras borraba el mensaje. Luego volvió a tirar el
móvil en la cama y con sus partes íntimas todavía latiendo
de pura frustración, se levantó y se fue al baño.
Luego de unos treinta minutos bajo la ducha, consiguió
despejar su mente y sus ganas, cuando regresó a la
habitación, ya la alarma estaba sonando y con un anuncio
de su voz la detuvo. De inmediato, el asistente le dio los
buenos días, dijo el tiempo, le recordó sus tareas y, por
último, resumió las noticias sobre medicina. Todo eso lo
escuchó mientras se cambiaba.
Como su día era bastante agitado, optó por unos
vaqueros, una camisa blanca y unos mocasines. Y solo por
si el clima cumplía con lo previsto, se hizo de un jersey que
se pondría sobre los hombros.
Luego de aplicarse su rutina de cuidado del cutis, se
maquilló bastante natural y se hizo una coleta. Cogió una
mochila pequeña y guardó en ella todo lo que usaría ese
día.
Salió de su apartamento y subió a su coche, rumbo a
Saudades.
Aprovechó un semáforo en rojo, para informarle a Julio
César que ya iba en camino. Aunque él no fuera esa
mañana, siempre cumplían con la responsabilidad de
ponerse al tanto de todo; razón por la cual, además de su
amistad, el negocio había funcionado con bastante éxito.
De hecho, solían tener más desacuerdos como amigos
que como socios. Le extrañó que casi enseguida le
respondiera, deseándole un buen día y que estaba atento
por si necesitaba algo. Él no era de los que solían levantarse
antes de las once de la mañana, a menos que tuviera algún
compromiso; bueno, quizá tendría que acompañar a Amaury
a algún lugar.
Le envió una nota de voz, sabía que la noche anterior, las
cosas entre ellos se tensaron un poco, pero ese tema
siempre era mejor tratarlo en persona. Terminando la nota,
se iluminó la pantalla, anunciando una llamada de Mirko, su
estómago se encogió entre los nervios y un inusitado miedo.
No por miedo a Mirko, sino porque la imagen de Renato,
apareció nítida en sus pensamientos.
Sacudió la cabeza, rechazando la idea de anteponer a
Renato, a cualquier otro interés amoroso; aunque,
ciertamente, su interés por Mirko era solo amistoso, bien
sabía que así no lo era para él.
Atendió mientras seguía conduciendo.
—Hola, bambolotta, ¿cómo estás? —saludó con un ánimo
de quien estaba bastante descansado.
—Hola, Mirko —saludó, sonriente, al tiempo que cruzaba
a la derecha y echaba un vistazo por el retrovisor—. Muy
bien, de camino a Saudade, ¿y tú?
—Bien, bien…, con muchas ganas de compartir un
desayuno contigo en Saudade.
Samira rio ante la espontaneidad de Mirko y porque le
era imposible negarse a esa invitación.
—Acepto, te espero… ¿En cuánto tiempo?
—Dime tú y ahí estaré.
—En una hora, primero tengo que cumplir con unos
pendientes. —Tenía una reunión por videollamada con el
Administrador de las Redes Sociales del negocio, y debía
recibir a algunos proveedores.
—Perfecto, no quiero entorpecer tus compromisos… Y
luego, ¿qué harás? ¿Hasta qué hora estarás en Saudade?
—Al parecer, tienes el día libre —comentó mientras
buscaba una plaza en el arcén, para aparcar.
—Aprovéchame, estaré disponible hasta las cinco de la
tarde.
—A mediodía tengo que ir al Mercadona, pero sé que lo
que menos quieres es ir al supermercado…
—Bambolotta, si es contigo, voy al infierno…
—Ya, no seas tan zalamero —intervino, divertida, al
tiempo que aparcaba el coche.
—En serio, Samira. No tengo problemas en acompañarte
al súper…
—Bien, cuando estés aquí lo decidimos. —Abrió la puerta
y bajó—. Nos vemos en un rato.
—Nos vemos, colega.
Pudo imaginarlo sonriendo ladino. Cortó la llamada y tras
guardar el móvil, caminó rauda hacia su negocio, estaba
loca por un capuchino extragrande con bastante crema y
caramelo.
Mirko tuvo que esperar unos diez minutos a que ella
terminara de atender al último proveedor. Cuando salió de
su oficina, se fue directa a la terraza y, en cuanto lo vio con
los brazos cruzados, sonriéndole taimadamente, reafirmó
que era bastante guapo, en verdad, muy guapo; pero no la
emocionaba de la manera en que lo hacía Renato.
Estaba segura de que, si hubiese sido el carioca el que
estuviera ahí sentado, con apenas una sonrisa dócil y esa
aura tímida que siempre lo acompañaba, le habría hecho
temblar hasta el suelo, le aceleraría los latidos y; en su
estómago, cientos de mariposas alzarían el vuelo.
Apretó los puños y se recriminó mentalmente por las
tontas comparaciones; no tenía sentido siquiera hacerlas,
porque Renato siempre saldría vencedor, ya que él tenía
entre sus dedos los hilos de su pobre corazón y solo en sus
ojos podía perderse y encontrarse.
Saludó a Mirko con un beso en cada mejilla y, una vez
que se sentó, empezó a contarle lo que había estado
haciendo. Él le pidió que no se disculpara por hacer su
trabajo y se hizo del menú para elegir su desayuno.
—¿Qué me recomiendas? —Aunque ya había probado
varios, quería su recomendación.
Aprovechado que él estaba concentrado en el menú,
para mirar el teléfono; levantó la mirada, tratando de
ocultar la decepción que la invadía, porque Renato no le
había escrito. Era cierto que no tenía que hacerlo, pues no
habían acordado saludarse; no obstante, creyó que la noche
anterior terminaron en buenos términos y que llevarían una
relación, por lo menos, amistosa; y los amigos solían saludar
o eso era lo que esperaba.
—Mira —dijo, señalando uno de los platillos—, este es
muy bueno, pan de chapata con beicon y queso fundido…
Aunque, si prefieres algo más tradicional, puedes pedirlo
con lomo adobado y rulo de cabra.
—¿Qué pedirás tú?
—Pan con tomate… y un capuchino —sonrió—. El
segundo del día.
—Bien, entonces, seguiré tu consejo y pediré el de queso
fundido y beicon…, también quiero un café vienés.
Durante la comida, Mirko la instó a conversar sobre los
preparativos del acto de grado. Samira se animó a contarle
en detalle todo lo que aún le faltaba y lo ansiosa que estaba
por la llegada de sus amigos. En más de una oportunidad,
se vio tentada a contarle sobre su reencuentro con Renato,
pero eso le llevaría a tener que decirle toda la historia o
gran parte de ella, y no quería incomodar a su amigo.
Fue en un momento en que miró su teléfono, para ver si
había recibido ese mensaje que tanto deseaba, que se dio
cuenta de la hora y se sobresaltó; se había pasado por
quince minutos el tiempo de ir al Mercadona. Si no se iba
enseguida, no alcanzaría a hacer todos los pendientes del
día.
Hacer las compras con Mirko, fue de gran alivio, porque
le ayudó a seleccionar los productos y eso hizo que todo
fuese más rápido; además, le acompañó al apartamento y
apoyó en organizar las cosas. No obstante, en cierto
momento, la situación se tornó algo incómoda, cuando,
mientras guardaban algunos lácteos en el refrigerador,
tropezaron y las disculpas casi terminaron en un beso por
parte de él.
—Lo siento —dijo sonriendo y algo sonrojado, al ver el
evidente rechazo por parte de ella.
—No pasa nada… —Se volvió hacia la isla, donde
estaban algunos vegetales. En medio de los nervios, se
puso un mechón detrás de la oreja y, sin pensarlo, se volvió
con unos pepinos en las manos—. Mirko…, lo siento, hace
un par de días volví a ver a un ex, del que sigo enamorada.
Creo que es justo que lo sepas, porque quizá lo verás el día
de la graduación…
—Vale, no pasa nada —soltó una risita algo incómoda, ni
él mismo se creía que saber eso lo tenía sin cuidado—.
¿Piensas regresar con él? Digo, si es que él también sigue
enamorado de ti… Me gustas mucho, Samira. Eso es más
que evidente, pero…
—No. —Lo interrumpió—, no quiero volver con él; en
realidad, por ahora, no quiero tener una relación con
nadie… Quiero enfocarme en presentar el MIR, ya sabes que
eso requiere de toda mi atención. —Evadió tener que
mirarlo a los ojos, al momento de caminar al refrigerador,
para guardar los pepinos.
—Pero acabas de decir que aún lo amas. Por experiencia,
sé que es difícil ir en contra de los sentimientos. Estar
enamorado es como una adicción y, estar cerca de la
persona que te desestabiliza los sentidos, es como estar
frente a la droga favorita, por mucha fuerza de voluntad que
tengas, terminarás cediendo… Y tus planes de hacer otras
cosas, se van a la mierda.
—No, no lo entiendes, Mirko, no lo tendré en frente, él no
vive en Madrid. Tiene su vida en Brasil, su trabajo, su
familia… Solo estará aquí por unos días. Sé que puedo
abstenerme hasta el día de mi graduación, luego se irá… y
todo volverá a ser como antes. Estaré enfocada en mis
cosas, en mi vida. Si te digo todo esto es porque confío en
ti… y quiero que sigamos siendo amigos.
—Pensé que me hablabas de Ismael, creí que había
regresado —expresó su desconcierto.
Había conocido a Samira cuando aún era novia del
diseñador gráfico o; mejor dicho, al final ya de esa relación,
porque ese día que ella se lo presentó, fue tras el episodio
incómodo de haberlos visto discutiendo.
En secreto, le hizo feliz saber que la relación estaba
bastante deteriorada y que solo era cuestión de tiempo para
que ella quedara libre. No obstante, los meses pasaban y
ellos no daban por terminada la relación; por lo que, él se
permitió tener a otra mujer, para que le hiciera desviar su
atención del imposible que Samira se había vuelto.
Aun cuando ella terminó con Ismael, él siguió en su
relación con Aurora, pero no por mucho tiempo. No pudo
seguir engañándose ni engañando a la enfermera, porque a
quien quería era a la gitana.
Ahora, cuando por fin creyó estar ganándose la atención
de Samira, aparecía otro sujeto del que no sabía ni mierda y
del que ella seguía enamorada. Era imposible no sentir que
la frustración le subía desde los pies y le calentaba las
orejas, pero no tenía más opción que disimular.
—No, no es Ismael, llevo mucho tiempo sin hablar con
él… —Samira chasqueó la lengua, para cambiar de tema—.
Pero, como ya te dije, no tiene importancia, él se irá…
—Bambolotta, respira —intervino, al verla nerviosa—. No
pasa nada, seguiré siendo tu amigo. Sí, me gustas y soy
demasiado malo para ocultarlo, pero no quiero que por eso
arruinemos la relación que ahora tenemos. Disfruto estando
contigo y con lo que me das… —Le aseguró, pasándole las
fresas—. Me conformo con tu compañía. —Aprovechó que lo
miraba a la cara, para sonreírle.
Samira exhaló, aliviada. Exactamente esa madurez era lo
que le gustaba tanto de Mirko.
—Sabes que yo también disfruto mucho de tu compañía.
—Le dijo y se volvió al refrigerador, para guardar las fresas
que él le entregó.

Cuando Renato logró obtener el número de teléfono de


Julio César, de inmediato se comunicó con él; en realidad,
pensó que no accedería a que se vieran en persona, pero,
para su sorpresa, aceptó y le indicó dónde podrían verse.
Estuvo ahí a la hora pautada y trató de ocultar su ansiedad
en todo momento.
La reunión duró casi una hora, sobre todo, porque él
quiso saber cómo Samira había llevado la vida hasta ahora,
pero con eso, Julio César fue bastante reservado; lo cortó
diciendo que, decírselo, le competía a la misma Samira, que
no ventilaría nada sobre su amiga.
Como era de esperar, el peruano se mostró bastante
reacio y su actitud no fue la mejor; aun así, en algún
momento, no supo qué dijo o qué hizo, pero consiguió que
le confesara ciertas cosas que lo hicieron reaccionar.
Ahora tenía la mirada fija en el paisaje borroso que
dejaba atrás, iba de camino al aeropuerto Adolfo Suárez
Madrid-Barajas. Ya que, luego de esa seria y muy larga
conversación con Julio César, tuvo realmente claro lo que
debía hacer.
CAPÍTULO 52
El gran día que Samira tanto había anhelado y por el que
tanto había luchado por fin llegó. Suponía que debía estar
descansada, pero le fue imposible dormir plácidamente,
tuvo varios sueños en los que su acto de grado terminaba
arruinado antes de que pudiera recibir el título.
Incluso, en algún momento despertó con la sensación de
que no había aprobado un par de asignaturas. Fue tan real,
que al darse cuenta de que solo se trataba de un sueño, se
le escaparon lágrimas de alivio y le costó mucho volver a
dormir.
No pudo conciliar el sueño sino hasta entrada la mañana,
por lo que, despertó casi a las once y, aun así, se sentía
agotada. Se quedó unos minutos más en la cama, tomó el
móvil y empezó a revisar todas las felicitaciones que le
habían dejado sus amigos y algunos conocidos.
También había un video de Adonay, en compañía de su
esposa y su bebé, que aún seguía en la incubadora. El
mensaje era claro, le decía que estaba muy orgulloso de ella
y le pedía perdón por las veces que no le apoyó en sus
sueños. La verdad era que tenía miedo de que saliera al
mundo de los payos y le hicieran tanto daño como para que
dejara de creer en sí misma.
Con lágrimas en su garganta, le agradeció con una nota
de voz y le expresó que estaba muy ansiosa y mucho más
asustada.
Buscó y buscó, con la esperanza de tener algo de
Renato, pero nada; sintió la decepción y el dolor cubrirla
como una segunda piel. Había desaparecido desde hacía
cuatro días, quizá le estaba pagando con la misma moneda
al dejarla sin avisar.
Su parte racional le decía que, simplemente, decidió
alejarse como se lo dijo la última noche que conversaron, a
lo mejor no podía lidiar con llevar solo una relación
amistosa. Le había prometido respetar si él tomaba esa
decisión, pero eso no significaba que todos los días, al no
tener noticias de él, no se le hiciera trizas el corazón.
Le había escrito mil mensajes, pero también los había
borrado antes de enviarlos. Hacía un par de noches perdió
toda esperanza y lloró desconsolada en su almohada,
cuando se aventuró a llamar al hotel y al preguntar por él, le
dijeron que el señor Medeiros ya no estaba hospedado ahí.
El día anterior confirmó que se había marchado, cuando
se vio con sus amigas para retirar sus vestidos y Raissa le
dijo que tampoco estaba en su casa. En ese instante, ella
intentó llamarlo para preguntarle dónde estaba y si estaría
presente en el acto de grado, pero Samira no se lo permitió,
no quería seguir torturándose, solo asumió que después de
todo, no tomó tan bien esa última conversación que
tuvieron. En ese instante, se dio cuenta de que la actitud de
Renato fue muy clara, porque no permitió que lo dejara en
el hotel y le dijo que necesitaba caminar; seguramente, solo
quería pensar y llegó a la conclusión de que lo mejor sería
dar todo por perdido y marcharse.
Le prometió que respetaría si esa era su decisión y eso
haría, aunque ahora estaba arrepentida.
Dejó el móvil de lado, se sentó al borde del colchón, con
los pies bien plantados en la alfombra y desvió la mirada
hacia su vestido colgado del perchero junto a la ventana.
Era un Versace, amarillo crema, estilo romano, de un solo
hombro; tenía una larga cola y una abertura en la pierna
derecha, que le encantaba.
Se obligó a dejar de pensar en Renato y se permitió vivir
la emoción de ese momento, su corazón se aceleró y sonrió
de solo imaginar que estaba a pocas horas de hacer su más
grande sueño realidad. Ya lo había conseguido desde el
momento en que aprobó todos los créditos y requisitos
universitarios, pero poder recibir el título en la ceremonia,
iba a ser la recompensa por tanto esfuerzo.
Pudo escuchar la risa de Daniela, al otro lado de la
puerta, lo que le hizo saber que sus amigos ya estaban
despiertos. Se levantó y fue al baño, se lavó la cara y los
dientes; se cambió el pijama por unos vaqueros y camiseta
cortos, y se calzó unas sandalias. Luego se recogió el
cabello en una coleta alta y salió.
Los encontró a todos sentados en el comedor, la mesa
estaba repleta de alimentos, pudo ver arepas; estaba
segura de que las había hecho Daniela, también había
huevos revueltos, aguacate, queso, carne mechada, café,
leche, jugo de naranja y más, como para darle de comer a
un batallón.
—Buenos días —saludó, para hacerse notar en medio de
la algarabía. Prefería eso mil veces al silencio ensordecedor
con el que se encontraba todos los días al despertar y que
solo amortiguaba con música.
—Buenos días —respondieron al unísono.
Todos le sonreían.
—¿Te hemos despertado? —preguntó Daniela, mientras
untaba con mantequilla una arepa.
—Con tu risa tan discreta, ya lo creo —comentó Ramona
y se apresuró en preparar un capuchino para Samira.
—Es cierto que te ríes como hiena, pero ya estaba
despierta —dijo Samira, avanzando hacia sus amigos—.
Gracias —dijo al recibir el café que le tendía Ramona y le dio
un beso en la mejilla.
Luego se acercó a Daniela, también le dio un beso en la
mejilla y lo mismo hizo con Carlos. Esta vez, no habían
traído a su ahijada, porque era mucho más fácil viajar sin la
niña; la dejaron al cuidado de su abuela paterna, quien
terminó por mudarse a Chile, con ellos.
—Todo se ve tan rico —dijo, ubicándose entre Daniela y
Ramona, sin dejar de mirar la mesa—. No sé por dónde
empezar… Quiero comer de todo y lo peor es que no puedo,
temo que después el vestido no me quede.
—Sabemos que puedes comerte veinte arepas y no vas a
engordar ni un gramo —dijo Daniela, poniéndole queso y
aguacate a la arepa que se iba a comer—. Bendito
metabolismo… ¡Cómo te envidio, chama!
—Sí, lo más probable es que no aumente mi un gramo,
pero sí se me sale la panza —dijo agarrando una arepa—.
Solo me comeré una, no permitan que me haga de otra…
Aléjala. —Le entregó la cesta a Carlos.
Él la recibió y la puso al otro extremo de la mesa.
—Haré lo posible —dijo riendo—, pero sé que, aunque las
lleve a la cocina, si quieres otra, nada te lo impedirá.
—Carlos, deberías darme ánimos. —Samira también reía.
Le hacía tanto bien estar con ellos, olvidaba cualquier
preocupación y replegaban sus nervios.
Empezaron a parlotear y perdieron la noción del tiempo,
se dieron cuenta de que había pasado más de una hora
cuando sonó el intercomunicador. Samira se levantó y corrió
a la pantalla a contestar. El estómago se le encogió de un
nervio súbito al ver a Andrea y a Santiago, su estilista y
maquillista. Eso solo quería decir que acababa de empezar
la cuenta regresiva para su acto de grado.
Los invitó a pasar y esperó en la puerta hasta que
llegaran. En cuanto entraron, los presentó a sus amigos,
quienes ya habían empezado a recoger la mesa, para
también empezar a prepararse.
Samira los hizo pasar a su habitación y se avergonzó
porque encontraron la cama desordenada, por lo que,
rápidamente, empezó a estirar las sábanas. Agarró el móvil,
que había dejado en el colchón y lo puso sobre la mesa de
noche.
—Voy a ducharme, pueden ir organizando todo, si llega
Daniela o Ramona, pueden empezar con ellas. —Les dijo
con toda la confianza, pues ya ellos habían ido a arreglarla,
cuando tuvo que asistir a un par de eventos importantes.
Mientras se duchaba, los nervios se le intensificaban, las
manos le temblaban y el corazón le palpitaba fuerte contra
el esternón, pero también estaba feliz y se le escapaban
risitas de pura dicha.
Empezó a tararear una canción para entrar en calma, por
eso, en cuanto salió del baño, ya con las bragas puestas y el
albornoz, se fue directa a la mesa de noche, donde había
dejado el móvil, para conectarlo al sistema integrado de
sonido que tenía por todo el apartamento. Quería poner
música que animara el ambiente e hiciera que el trabajo de
su estilista y maquillista fuese más ameno.
Su corazón dio un vuelco y la respiración se le atascó en
la garganta cuando vio que tenía una notificación que
anunciaba que Renato había agregado una nueva canción a
la lista de reproducción. Después de cuatro días de haber
desaparecido y sin dignarse siquiera a mostrar alguna señal,
se hacía presente de esa manera… ¿Acaso se trataba de
una broma? Qué manera tan bizarra de hacerse notar.
¿Qué pretendía con eso?
Justo ese era el mensaje que quería enviarle, pero no
sabía si estaba molesta, resentida o esperanzada.
La puerta de su habitación se abrió, dando paso a
Daniela.
—Aquí estoy para ayudar en lo que necesiten —dijo
acercándose a Samira.
Ya Andrea y Santiago esperaban por ella. Sabía que no
tenía tiempo que perder, por lo que, se giró hacia la silla
que estaba frente al gran espejo que iba de piso a techo y
se sentó con una sonrisa forzada y las manos temblorosas.
—Santiago, si quieres, puedes empezar con Daniela,
mientras Andrea me hace el pelo —dijo Samira y bajó la
mirada a la pantalla de su teléfono. Entró a la aplicación y
buscó la canción.
«Yo no quiero suerte», de Alejandro Sanz.
Leyó mentalmente.
Su dedo pulgar derecho fue más rápido que su
racionamiento y de inmediato la puso a reproducir;
automáticamente, las mariposas en su estómago aletearon
con tanta fuerza que crearon un infinito en su interior.
Ella conocía la canción, pero jamás había prestado
mucha atención, por lo que, mientras se reproducía buscó
las letras.

Hay quien la ve venir, hay quien la espera


Y quien se juega el porvenir
Se quedan como inertes, creyendo que está
Bien fiarse de la suerte.
Yo creo en el valor de atreverse a vivir
Y no decirle no a ir quemando rueda
Lo bueno de sentir es hacerlo hasta que pueda…

Samira levantó la vista de la pantalla para buscar la


mirada de Daniela, pero ella estaba más que concentrada
en su parloteo con Santiago; así que, regresó a las letras,
aunque sus latidos iban a destrozarle el pecho y respirar le
estaba costando un mundo.

Y cuando al despertar te quiero poseer


Loca forma de amar, me dices que me quieres
Y yo vuelvo a creer, me gusta como hieres…

Ella no entendía nada, qué era lo que quería decirle con


esa canción, ¿acaso lo hirió al confesarle que lo seguía
amando pero que no podían estar juntos?
Los ojos empezaron a picarle por las lágrimas que
querían salir. Ni siquiera sentía que le estaban
desenredando el cabello, porque estaba como fuera de su
cuerpo y nada de lo que le rodeaba tenía sentido.

Y fue casualidad, teníamos que ser


No creo en el azar, los corazones fuertes
Se tienen que encontrar, no me hables de la suerte.

Y yo no quiero suerte, yo te tengo a ti.


Yo no quiero suerte, yo te tengo a ti.
Y yo no quiero suerte, yo te tengo a ti.
Yo no quiero suerte, yo te tengo a ti.

Siguió atenta a la canción, hasta que terminó y puso


pausa a la siguiente, entonces, volvió a levantar la cabeza y
su mirada se cruzó con la de Andrea, a través del espejo.
—¿Esto qué significa? ¿Qué demonios significa? —
expresó las preguntas que la tenían contra la espada y la
pared.
Andrea la miraba confundida, no entendía lo que Samira
quería decirle, se volvió a mirar a su compañero, que tenía
la misma expresión.
—¿Qué sucede? —preguntó Daniela, de inmediato se
levantó y se acuclilló frente a Samira. Vio que las manos le
temblaban, entonces, le quitó el móvil y lo dejó en el suelo,
para sujetarle con fuerza las manos, descubriendo que las
tenía heladas.
Daniela pensó que quizá estaba teniendo algún ataque
de nervios o ansiedad por lo del acto de grado.
—Me va a volver loca…, está de remate y quiere
arrastrarme a su mismo estado mental. —Tenía los ojos
ahogados en lágrimas—. Dani, ¿qué es lo que quiere? —
chilló desesperada. Odiaba las ganas insoportables de llorar
que tenía, porque su maquillaje quedaría horrible. Debía
calmarse, respiró profundo y luego exhaló.
—A ver, muñeca… cuéntame qué es lo que sucede,
porque no estoy entendiendo nada. —Daniela, apoyó las
rodillas en el suelo y hacía más fuerte su agarre en las
manos de la gitana.
—Renato…, acaba de actualizar la lista de reproducción
con esa canción que acaba de sonar... ¿Qué es lo que
pretende? ¿Cómo es que desaparece y ahora hace esto?
Ya le había contado todo a Daniela, cómo no hacerlo si
era su confidente. Además, era mejor que se enterara por
ella misma a que lo hiciera por Julio César o cualquier otra
persona.
—Lo siento, no le paré bolas —dijo haciendo una mueca
de disculpas—. Pero no tienes que volver a escucharla si te
altera de esta manera… Y, evidentemente, también te
desconcierta —masculló—. ¿Por qué no le escribes y le
preguntas qué es lo que quiere o por qué se marchó sin
siquiera despedirse? Debe existir alguna explicación y quizá
esté esperando una reacción de tu parte.
—¿Por qué tenía que hacerlo hoy? Precisamente hoy,
cuando tengo que estar concentrada en el acto de grado —
resopló y su rostro se tornó rojo, por la molestia.
—Si quieres, yo lo llamo —propuso Daniela, tendiéndole
la mano para que le diera el móvil.
Samira temió que ella pudiera decir cosas que
terminaran complicando todo, por lo que, negó con la
cabeza.
—Mejor no darle importancia, si quiere comunicarse
conmigo, que lo haga como la gente normal, que me llame
o me envíe un mensaje… —Miró por encima de su hombro a
la estilista—. Andrea, continuemos, por favor. —Le pidió, al
tiempo que reproducía otra lista y dejó el móvil en la mesa
de al lado, donde también estaban los implementos y
productos de belleza.
No podía mentirse, aunque intentaba concentrarse en el
peinado que le estaban haciendo, no podía sacarse a
Renato de la cabeza, esa había sido su manera tan potente
de hacerse presente, aunque estuviese faltando a su
palabra de acompañarla el día más importante de su vida.
Ser consciente de eso, hizo que un intenso calor se
concentrara en su estómago.
Pocos minutos después, entró Ramona con té helado
para todos.
—Gracias, amiga —dijo al recibir su vaso con bastante
hielo. La bebida refrescó sus emociones y solo entonces se
daba cuenta del gran trabajo que estaba haciendo Andrea
con su cabello.
Dos horas después, ya estaba casi lista para salir hacia la
universidad, ya que el acto se haría en el anfiteatro de sus
instalaciones. Se echaba un último vistazo frente al espejo y
estaba más que satisfecha, porque lucía hermosa, mucho
más de lo que alguna vez imaginó. Junto a ella estaban
Ramona y Daniela, ratificando que se veía deslumbrante; no
obstante, fueron interrumpidas por un llamado a la puerta.
—Estamos tardando más de la cuenta —dijo Samira, de
camino a la puerta, no solo para abrir, sino para salir de la
habitación.
—Debe ser Carlos —comentó Daniela, al tiempo que se
hacía de su cartera.
—Sami, llegaron un par de arreglos florales —avisó
Carlos, sonriente—. ¡Vaya! Ustedes sí que están preciosas —
pregonó al verlas ya listas.
De manera inevitable, a Samira se le aceleraron los
latidos y la dicha invadió su torrente sanguíneo. No pudo
evitar que Renato fuese quien primero llegara a su mente.
—Gracias, Carlos… —Casi corrió fuera, para ir a ver las
flores.
—¡Qué guapo te ves, mi amor! —elogió Daniela y se
acercó a darle un casto beso en los labios.
Samira se encontró dos grandes arreglos en el salón
principal, uno era de por lo menos sesenta rosas amarillas,
con un oso de peluche alegórico a un graduado, con birrete
y título. El otro era de rosas rojas y girasoles, estaban en
una base negra y con un birrete encima. Sin duda, ambos
eran obsequios por su graduación, pero se moría de
curiosidad por saber quiénes eran los remitentes.
Sus manos temblaban cuando sacó del sobre la tarjeta
del arreglo de rosas amarillas. Sonrió y sus ojos se llenaron
de lágrimas al darse cuenta de que se trataba de Ismael.
La nota era hermosísima, le decía que estaba muy
orgulloso de ella, de todos sus logros y de que nunca dudó
de que lo conseguiría, también le agradecía por haberle
permitido formar parte de su vida, aunque hubiese sido por
poco tiempo.
Reafirmaba que la seguía queriendo y le deseaba todo el
éxito del mundo.
Al terminar de leer, parpadeó varias veces para espantar
las lágrimas, no podía llorar; no por el momento. Ya no
estaba muy segura de leer la otra tarjeta, porque si era de
Renato, terminaría llorando, más que de emoción, por rabia
y dolor; pero su curiosidad era más fuerte que su
autocontrol. Así que la tomó y, antes de abrirla y sacar la
nota, acarició con ternura un pétalo de uno de los girasoles.
Solo le bastó con leer el encabezado que decía «Grillo»
para saber de quien se trataba y se le escapó una risa
temblorosa por las lágrimas.
Su corazón se sintió consolado, porque su primo, a pesar
de la situación tan dura que estaba atravesando, se tomó el
tiempo para tener ese extraordinario detalle con ella.
Decía que ese obsequio era en nombre de su familia,
porque tanto él como su abuela, eran la representación de
toda su gente. Que ella se estaba convirtiendo en un gran
orgullo para toda la comunidad gitana y que se sintiera más
gitana que nunca, que levantara ese título por todos lo que
no han podido llegar tan lejos.
Ahora sí que no pudo contener las lágrimas y varias se le
derramaron. Daniela y Ramona la abrazaron.
—Romina, Víctor y yo, también avalamos tu esfuerzo y,
como parte de la ratí callí, nos sentimos muy felices por ti…
—Ramona le besó el hombro descubierto—. Que bujiro y
camelo satsoró man garlochín.
—Ay, ya están otra vez hablando en caló, eso es mala
educación —protestó Daniela—. ¿Qué le has dicho? —Le
preguntó a Ramona.
—Que me quiere y me adora con todo su corazón —
tradujo Samira, sin dejar de sonreír. Se volvió y le dio un
fuertísimo abrazo a su amiga. Luego apartó un brazo—. Ven
aquí, no te pongas celosa. —Le dijo a Daniela y también la
abrazó.
—Sé que están muy emocionales y con justa razón —
intervino Carlos—, pero tengo que recordarles que
contamos con el tiempo justo para llegar.
—Sí, sí…, tienes razón. —Samira rompió el abrazo, se
volvió hacia los arreglos florares y acarició una rosa y un
girasol.
Sin perder más tiempo salieron del apartamento y
bajaron hasta el estacionamiento. Carlos ya era el conductor
designado, Daniela fue de copiloto, mientras que Samira y
Ramona se ubicaron en el asiento de atrás.
Samira aprovechó el trayecto para enviarles mensajes de
agradecimiento a Adonay y a Ismael.
Se vio tentada a marcarle a su abuela, pero allá aún era
temprano y seguro que su padre todavía no salía para el
mercado, solo esperaba que cuando ella tuviera la
oportunidad de llamarle, ya haya terminado la ceremonia.
Sus compañeros estaban más que activos en el grupo
que tenían en el teléfono, le habían entrado más de
doscientos mensajes, aunque sabía que no tendría tiempo
de leerlos todos. Sobre todo, porque en ese momento
prefería estar más atenta a sus acompañantes; así que,
apagó la pantalla para guardar el móvil, pero en ese
momento vibró con una nueva notificación y por curiosidad
tenía que verla.
Renato había agregado otra canción a la lista de
reproducción, y como siempre le pasaba cuando se trataba
de él, su tonto corazón se aceleró frenéticamente. No sabía
qué pretendía con todo eso, si quería ser o hacer algo
especial, no era lo mejor, porque destrozaba sus nervios.
La canción era: «Contigo siempre», de El Arrebato. No
podía escucharla en ese momento porque no sabía cuánto
iba a afectarla y su prioridad era estar calmada y
concentrada.
—¿Qué sucede? —Le preguntó Daniela, acercándose a su
oído.
Seguramente se dio cuenta de que palideció, de
inmediato, apagó la pantalla del móvil, negó con la cabeza y
fingió una sonrisa, tratando estúpidamente de disimular su
turbación.
No iba a dejar que nada más le robara la atención, por lo
que, enseguida guardó el aparato en la cartera y se dedicó
a seguir la conversación de sus amigos.
CAPÍTULO 53
Ya todos los graduandos estaban en el salón contiguo al
anfiteatro, con los nervios in crescendo, a la espera de que
fuera el momento para poder entrar al aulario y así iniciar la
ceremonia que llevaban tanto tiempo anhelando.
Ellos ocuparían las primeras cinco filas, mientras que los
familiares y amigos ya los esperaban, ocupando las butacas
desde la sexta fila hacia arriba.
Samira y sus amigas estaban junto a un grupo, hablaban
sobre la fiesta de esa noche y sobre los planes que tenían
para disfrutar de los siguientes días libres. Por el momento,
nadie hablaba del siguiente peldaño académico, preferían
disfrutar al máximo la cumbre de esa etapa, darle la
importancia que merecían tantos años de esfuerzos, tanto
mentales como físicos. No en vano consiguieron terminar
con éxito una de las carreras académicas más exigentes.
Los interrumpió la coordinadora, para informar que era
momento de salir; de inmediato, todos empezaron a formar
filas, como previamente lo habían practicado.
A Samira el corazón se le instaló en la garganta y las
palmas empezaron a sudarles. A pesar de todo lo que había
vivido y de lo mucho que pasó para llegar a ese instante, le
costaba creerlo, lo vivía como si fuera un sueño y tenía
mucho miedo de despertar. Quería pedirle a Doménica, que
estaba delante, que la pellizcara.
—Vamos, vamos, muchachos, no podemos perder
tiempo. —Los alentaba la mujer frente a las filas que
conformaban los graduandos—. En dos minutos tenemos
que salir.
—¡Estoy tan emocionada! —Raissa le puso las manos
sobre los hombros a Samira—. Solo espero que los nervios
no me hagan doler el estómago… ¿Te imaginas que me den
ganas de ir al baño en plena ceremonia?
—No digas tonterías, eso no pasará. —La alentó Samira,
apretándole la mano que tenía sobre su hombro derecho.
Aunque ella misma no sabía si terminaría en la misma
situación.
—Listo, ¡vamos, chicos! —La voz de la coordinadora los
alentó. Ella se volvió hacia la salía y caminó.
La siguieron hasta la entrada, donde sus dos asistentes
la esperaban y las filas se ramificaron para seguirlas y bajar
los escalones hasta las primeras líneas de las butacas.
Los reflectores del lugar estaban encendidos y los pasos
eran amortiguados por las alfombras de color granate.
A medida que Samira bajaba los escalones, se sentía
como al borde de un precipicio; con miedo a caer, pero
también con la paz de recibir el roce fresco de la brisa en la
cara.
Se dedicó a mirar a los invitados, buscó a su derecha las
caras conocidas de sus amigos, pudo ver a Romina y a
Víctor; alzó la mano para saludarlos, y ellos también
agitaron sus manos en respuesta, y sus sonrisas la
emocionaron al punto de que sus ojos se llenaron de
lágrimas.
Después, le fue imposible no ver los gestos animados de
Daniela, Ramona, Julio César y Amaury. Les saludó,
lanzándole besos mientras trataba de seguir el ritmo de los
demás, para no retrasar la marcha; sin embargo, se
sorprendió gratamente al ver a sus excompañeras de piso y
a los chicos de Saudade.
Pero nada, absolutamente nada la preparó para el vuelco
que dieron sus emociones cuando, en la última fila, vio a su
abuela. Su grito de emoción sobresalió por la algarabía de
todos y sus lágrimas se desbordaron. Tuvo que llevarse una
mano al pecho porque sintió que su corazón se le saldría.
No, no podía correr a sus brazos para confirmar que sí
estaba ahí y que no era producto de la imaginación. Aun así,
se detuvo y le sujetó la mano, era real, ahí estaba su abuela
y era la mayor sorpresa que había recibido en su vida.
Los ojos de Vadoma no solo estaban llenos de lágrimas,
sino de un infinito orgullo y el amor más puro del universo.
Se llevó la mano de su pequeña estrella a los labios y el dio
varios besos, todos los que pudo, antes de que ella tuviera
que seguir avanzando.
—Te quiero, abuela, te quiero —dijo con la voz rota,
mirándola por encima del hombro, mientras bajaba los
escalones que la llevaban a las primeras filas, donde tenía
que ubicarse.
Con furtivas miradas hacia atrás, seguía mirando a la
señora, pero también buscaba a Adonay, quizá él hizo todo
lo posible para poder cumplirle, pero no, no vio a su primo;
en cambio, se encontró con los ojos azules más bonitos que
pudieran existir. Entonces, comprendió por qué había
desaparecido por cuatro días. Solo pudo gesticular:
«!Gracias! ¡Te odio!»
Sonrió, agradecida, y más lágrimas se le derramaron.
Renato solo afirmó con la cabeza, mientras seguía
aplaudiendo y le sonreía. En ese momento, lamentó
terriblemente no poder correr hacia él y comérselo a besos.
Fue en otra mirada, por encima de su hombro, que se dio
cuenta de que no solo estaban su abuela y Renato; sino
que, al lado del hombre de sus sueños, también estaban sus
padres. Entonces, su estómago se le encogió y un súbito
mareo casi la hace caer, tuvo que apoyarse en los hombros
de Doménica.
No paraba de preguntarse qué hacían ellos ahí y cómo
demonios había hecho Renato para traer a su abuela, cómo
había conseguido convencerla para que viniera con él.
Cuando se sentó, miró a Raissa, ella estaba sonriéndole y
le guiñó un ojo, luego le tomó la mano y entrelazó sus dedos
con los de ella, apretándolos fuertemente. Samira volvió a
mirar hacia atrás, no podía dejar de fijarse en lo hermosa
que estaba su abuela, pero también le dolió en el alma
darse cuenta de que se notaba muy mayor. De golpe,
comprendió que se estaba perdiendo momentos invaluables
junto a ella.
Doménica le tendió un pañuelo, porque apenas se daba
cuenta de que estaba llorando abiertamente. Ya poco le
importaba si el maquillaje se le arruinaba, solo quería poder
ir con su abuela y empezó a desear que la ceremonia
terminara cuanto antes.
—Gracias —susurró a Doménica y empezó a secarse las
lágrimas con toquecitos. Luego miró a Raissa—. ¿Lo sabías?
—Empecé a sospecharlo cuando Bruno me pidió
conseguir cuatro invitaciones, y Renato desapareció —dijo,
sonriente—, pero jamás imaginé que vendría con sus
padres… ¿Sabes cuán importante es el señor Garnett? —
soltó una risita—. ¡Qué tonta! Por supuesto, tienes que
saberlo, si fue tu suegro… Y, por lo visto, te sigue
apreciando mucho…
—Creo que están a esto —intervino Doménica,
mostrando una separación mínima entre sus dedos índice y
pulgar—, de volver a ser novios… No tengo dudas de que es
lo que el carioca quiere. Está dispuesto a reconquistarte y
vino con la artillería pesada.
Samira tuvo que mirar, una vez más, por encima de su
hombro, ya todos se habían sentado; aun así, consiguió ver
dónde estaba Renato, junto a sus padres. El señor Garnett,
le estaba diciendo algo al oído, mientras él sonreía muy
ligeramente y asentía. En cambio, su mirada se cruzó con la
verde de la madre de Renato, y esta le saludó con una
mano y una sonrisa demasiado maternal, que provocó en
ella una sensación de paz, aunque también la alteraba.
Esa señora era demasiado hermosa, una digna
representación de pura distinción y elegancia.
En respuesta, le sonrió y, justo en ese momento, el
comité académico hizo acto de presencia, con sus togas
negras y estolas amarillas, por lo que, todos se levantaron y
los recibieron con aplausos. Ellos subieron los escalones
hasta el escenario.
No dejaron de aplaudir hasta que el comité tomó asiento
y el orador de la ceremonia también invitó a los graduandos
y demás presentes a sentarse.
Tras el saludo, le dio la bienvenida al comité, a los
maestros, al personal administrativo y de servicio, a los
alumnos y todos los presentes. Luego, presentó a quienes lo
acompañaban en la mesa; empezando desde la izquierda
con la directora de continuidad asistencial; la subdirectora,
gerente del hospital Severo Ochoa; director médico del
hospital Universitario Infanta Leonor; el vicerrector; la
gerente de la facultad; entre otros.
—Esta ceremonia reviste una gran importancia, porque
se hace acto público de su comienzo como médicos, espero
que sea entrañable y que sea una ceremonia agradable
para todos y todas. —Se hizo de un par de hojas y empezó a
leer—. Dentro del programa previsto, está el discurso
preparado por los alumnos Francisco Hoguera y Samira
Marcovich.
El aulario rompió en aplausos y algunos silbidos.
Samira se levantó, pero las piernas le temblaban tanto
que no estaba segura de poder llegar al atril sin antes
caerse. La boca se le había secado y le dolía el pecho;
desde que fue seleccionada junto a Francisco, para dar el
discurso, la atacaron los nervios; no obstante, lo había
practicado tanto, que poco a poco se llenó de seguridad y
durante semanas se imaginó ese momento, mirando a su
abuela, a Adonay y a sus amigos, pero nunca, ni en sus más
locos sueños, pensó tener que hacerlo frente a Renato y a
sus padres. Inevitablemente, empezó a sentir el peso del
mundo sobre sus hombros.
—Lo harás muy bien. —Le dijo Doménica y le dio un
abrazo.
Samira sabía que el tiempo durante la ceremonia estaba
perfectamente cronometrado, por lo que, inhaló profundo
en busca de valor y caminó hacia las escaleras, donde ya
Francisco la esperaba.
Él notó sus nervios y la tomó de la mano; ella, en
agradecimiento, le sonrió y apretó más sus dedos entorno a
la mano masculina.
Cuando llegaron al atril, Samira miró a sus seres
queridos, pero, aunque los adoraba a todos; en ese
momento, había dos que destacaban, dos a los que no
podía dejar de mirar, por lo que, sus ojos iban de su abuela
a Renato, y viceversa.
Las primeras palabras estaban a cargo de Francisco.
Luego de saludar a la mesa de honor, a sus maestros,
padrinos, compañeros y demás invitados, continuó.
—Es un honor poder darles la bienvenida a un día tan
importante para nosotros. ¿Qué tendrá este día que
consigue reunir a tanta gente con una sonrisa? ¿Qué tendrá
de especial que reúne tanto orgullo entre estas cuatro
paredes? La respuesta es que, hoy, conmemoraremos seis
años de estudios, de sacrificios, desvelos…; seis años de
dedicación, de superación y metas conseguidas… Seis años
en los que, además de crecer como personas, hemos
crecido como profesionales de la medicina; aunque sea feo
que lo diga yo, no se me ocurre nada más bonito. —Se
volvió a mirar a Samira, quien sonreía nerviosa, pero
embargada de una felicidad que no podía describir, sabía
que era su turno de seguir.
Tragó grueso y ajustó un poco el micrófono a su altura.
No quería mirar a los asistentes, porque su miedo escénico
se haría más intenso; sin embargo, al levantar las pupilas,
encontró en la sonrisa de orgullo de su abuela, la serenidad
que necesitaba para poder empezar.
Los ojos se Renato se iluminaron y su sonrisa se amplió
como nunca mientras aplaudía, al darse cuenta de que era
el turno de Samira. Su corazón estaba demasiado hinchado
de orgullo y admiración; era primera vez que la veía como
tantas veces anheló hacerlo. En ese instante, se daba
cuenta de que el mayor sueño de Samira, también se había
convertido en el suyo propio, que ella pudiera alcanzar su
más anhelada meta.
Él, que nunca había añorado nada más que un poco de
estabilidad emocional, tener un poco más de control sobre
sus miedos o tener más seguridad, pasó muchos años
soñando con algo que ni siquiera era propio; y solo entonces
se daba cuenta.
—Crecer como médicos, significa crecer con la humildad
de toda una vida dedicada a aprender, con la generosidad
de todo un tiempo ofrecido —dijo con una exhalación—, con
el compromiso de permanecer en los momentos de máxima
fragilidad; crecer como médicos significa crecer en equipo
—dijo con la mirada en Doménica y Raissa, quienes ya
tenían los ojos brillantes por las lágrimas contenidas—;
sabiendo que, sin nuestros compañeros de profesión, nunca
hubiésemos terminado de formarnos. Significa crecer
auténticos, sabiendo que las buenas y malas noticias que
nos encontremos en nuestro camino, marcarán nuestras
vidas; significa crecer convencidos de que algún día, en
algún momento, merecerá la pena el deber cumplido. Y es
que, la medicina, es mucho más que una carrera, es amor al
prójimo, es servicio, responsabilidad, respeto… Hoy
confirmamos nuestro sí a todo esto y decimos, orgullosos,
que estamos listos para empezar. —Samira hizo una pausa,
para darle paso a las siguientes palabras de Francisco, pero
antes de que él pudiera hablar, el público aplaudió su
participación.
Ella tenía las lágrimas contenidas al ver cómo su abuela
lloraba con tanta emoción. En ese momento, el señor
Garnett le puso la mano en el hombro y le ofreció un
pañuelo. A pesar de mostrarse un tanto recelosa, aceptó la
prenda para secarse las lágrimas.
Para no echarse a llorar también, se volvió a mirar a su
compañero, que continuaría con el discurso.
—Ciento veintidós personas nos graduamos hoy, cada
uno con su historia… Unos reconocen su vocación desde
que tenían uso de razón; otros, en cambio, tomaron la
decisión al terminar selectividad, cada uno con sus
motivaciones y sus cruces, sus años mejores y sus peores;
muchos se fueron quedando a mitad de camino, pero los
que hemos resistido y alcanzado el éxito, celebramos juntos
esta tarde con orgullo, y compartimos el regocijo de este
logro. A todos nos unió esta facultad, tan impresionante
como imponente, desde aquel primer día, hace ya seis
años; y fuimos partícipes de esos rápidos lazos de amistad
que forjamos. —Tanto Francisco como Samira, sonrieron al
ver a sus compañeros, quienes aplaudían con las manos en
alto.
»Gracias a nuestros profesores de la facultad y del
hospital Severo Ochoa, por formarnos y trasmitirnos todos
sus valores, pasiones y vivencias. Gracias, por supuesto, a
nuestros padrinos; al doctor Fuentes, por esas magistrales
clases sobre la humanización de la medicina… Con muchos
más nombres en la cabeza, pero sin tiempo para nombrarlos
a todos, no queríamos dejar de dar las gracias a cada uno
de los médicos que nos han regalado su tiempo, han sido
nuestra inspiración para descubrir qué tipo de médicos
queremos ser. Es algo que siempre vamos a recordar —
concluyó para darle paso a Samira.
—Gracias infinitas a nuestros familiares —continuó esta,
con total atención en su abuela—. Gracias por cultivar
nuestros sueños desde pequeños, por animarnos en cada
fracaso y celebrar nuestras victorias; gracias a todos los que
nos ayudaron a cumplir este gran proyecto de vida… —Ya
no pudo seguir ocultando sus emociones, la voz se le
rompió por el llanto contenido; aun así, siguió—, el sueño
más bonito del mundo. —Con rapidez, se limpió una lágrima
que corrió por su mejilla izquierda y se emocionó aún más,
al ver que, Renato, al igual que su abuela, se limpiaba las
lágrimas. Ellos eran los principales testigos de cuán
importante era ese momento para ella—. Hoy, este acto
tiene también sus nombres… A ustedes, amigos y
compañeros, gracias por compartir tantas emociones,
tantos apuntes, tantas horas de bibliotecas, por las largas
guardias nocturnas y los momentos inolvidables que
guardamos en nuestras memorias. Esta carrera nos ha
regalado amistades para toda la vida, amores y multitud de
compañeros a los que pedir favores en el futuro; sin
ustedes, no tendríamos historias que contar y; han sido, sin
dudas, la mayor suerte en todos estos años.
Ya un poco más calmada, aunque igual de sensibilizada,
Samira continuó
—Quiero puntualizar, como me enseñó un gran maestro,
que existen dos tipos de personas, las que ven el día de hoy
como el final de una etapa; y las que, como yo, lo vemos
como el primer día del resto de nuestras vidas. Nunca
olvidemos de dónde venimos ni por qué empezamos.
—¡Muchas gracias y feliz promoción a todos! —dijeron al
unísono Francisco y Samira, dando por finalizado el discurso.
Todos se pusieron de pie, para aplaudirlos, acompañados
de silbidos y gritos de júbilo. Mientras ellos sonreían por la
felicidad del momento, hasta que Samira tuvo que
intervenir, una vez más.
—¡Muchas gracias a todos! Ahora, en representación de
toda la facultad y esta promoción, nuestras compañeras,
Enmanuela Gracia y Erika Marquina, van a entregar unos
ramos de flores a nuestros padrinos y a nuestro delegado. —
Al anunciar la entrega de las flores, tanto ella como
Francisco, se retiraron del atril.
CAPÍTULO 54

Samira estaba de vuelta en su puesto, en medio de sus


dos grandes amigas. Les ofreció sus manos y ellas
entrelazaron sus dedos, apretándoles fuertemente; luego,
como si lo hubiesen planeado, cada una le plantó un beso
en cada mejilla.
—Estaba muy nerviosa —susurró con la voz aún
temblorosa.
—Lo hiciste maravilloso —dijo Raissa.
—Estuviste de lujo, chiquilla. —La felicitó Doménica.
Intentaba no volverse, pero por mucho que lo pretendió,
no consiguió contenerse por más de tres minutos. Su abuela
se besó las manos y le echó a volar varios besos, aún
seguía llorando de orgullo.
Sus ojos no pudieron permanecer quietos sobre su
abuela, buscaron a Renato, le sonrió totalmente agradecida
y enamorada. La opresión en su pecho se hizo más intensa
cuando él le guiñó un ojo, en un gesto bastante ligero, pero
que hacía que el mundo de ella diera vueltas.
También le respondió con un guiño y una sonrisa.
Enseguida volvió su mirada al frente, porque el padrino de
la promoción empezaba con su discurso.
Cuando terminó, todos se pusieron de pie para
aplaudirle, mientras todavía reían por la forma tan bromista
en que dio por finalizada su ponencia.
Una vez que este se sentó, el orador tomó la palabra.
—Ahora llega el tan esperado momento de la entrega de
becas y diplomas.
Fueron nombrándolos uno a uno y, al hacerlo,
proyectaban una fotografía de ellos cuando niños y otra con
su atuendo de grado.
Finalmente, llegó el turno para los de la fila de Samira. Se
levantaron y encaminaron a la tarima. Con cada alumno que
llamaban, a ella le latía más fuerte el corazón y, al mismo
tiempo, tenía una sonrisa perenne, producto de los nervios y
la emoción que la gobernaban.
Cuando ya estaban por decir su nombre, empezó a
estrujarse las manos, pero recordó que no era apropiado;
entonces, las dejó quietas e inspiró profundamente.
—Samira Marcovich Valenti. —Ella sentía que daba los
últimos pasos hacia su meta—. Impone la beca, la doctora
Esther Aparicio Martínez.
Saludó con un beso en cada mejilla a su madrina, le puso
la banda y, en medio de los nervios, se cayó la parte de su
hombro derecho, pero su madrina, bastante atenta y menos
alterada, se la acomodó, mientras le sonreía.
—¡Felicidades, Samira! —Le dijo con una sonrisa llena de
ternura y sabiduría. Le dio un fuerte abrazo, al que ella
correspondió con bastante efusividad.
—Gracias, gracias —dijo con la voz vibrante por los
nervios y las más bonitas emociones.
—¡Olé, guapa! —gritó Romina.
Samira, rápidamente, se volvió a mirarla y vio que todos
estaban de pie, aplaudiendo. Celebró alzando los brazos en
señal de victoria, un festejo que hizo muy rápido, ya que
tuvo que volverse para estrechar la mano de los miembros
masculinos del comité académico, y con besos en cada
mejilla a las mujeres.
—Samira, Samira…, tu título. —Le dijo el decano, con una
gran sonrisa.
—¡Lo olvidé! —contestó sonrojada y sonriente.
Retrocedió hasta donde le tendían el diploma que la titulaba
como médico.
Con el título en la mano, caminó junto a su madrina
hasta el extremo donde podía hacerse las fotografías.
Luego de las fotos, la madrina le tomó la mano y la
ayudó a bajar, se despidieron con un par de besos y Samira
regresó a su puesto; sin sentarse, se quedó mirando el título
con los ojos titilante de dicha, luego acarició el bordado de
su beca, donde estaba el escudo de la universidad.
Tras ese momento que fue solo de ella, en el que
intentaba asimilar su logro, se volvió hacia sus familiares.
Fue entonces que vio a Mirko, estaba al lado derecho de
Julio César, justo detrás de Renato, y sintió un pellizco de
angustia en el corazón.
Les sonrió y alzó el diploma para enseñárselos, todos le
aplaudieron, aunque Daniela, Romina y Ramona, le
lanzaban besos. Tenía tantas ganas de poder correr y
abrazar a su abuela, pero debía esperar a que terminara la
ceremonia.
Se volvió hacia la tarima, donde más compañeros
seguían subiendo para recibir su beca y su título. Cuando
llamaron a Raissa, tanto ella como Doménica, lo celebraron
con gritos de júbilo, saltitos y aplausos.
Una vez que las tres estuvieron juntas, pudieron darse un
abrazo grupal y celebrar, ahora sí, la meta completada.
La fotografía del último alumno en ser graduado, fue
sustituida por el anuncio: ¡Muchas gracias!
El comité académico volvió a sus puestos tras la mesa y
el orador fue hasta el atril.
—Hemos llegado al final, enhorabuena a todos y todas.
Lo primero que quiero hacer es agradecer a todas las
personas que han contribuido con su consejo, con su
ejemplo.
Concluyó a la mayor brevedad, agradeciendo a todos y
brindándoles sabios consejos a los nuevos profesionales.
Los instó a ponerse de pie, descansar la mano derecha
sobre el corazón y repetir el juramento.
—Prometo solemnemente consagrar mi vida al servicio
de la humanidad, otorgar a mis maestros los respetos,
gratitud y consideraciones que merecen; ejercer mi
profesión dignamente y a conciencia. Velar solícitamente y,
ante todo, por la salud de mi paciente.
»Guardar y respetar los secretos a mí confiados, aún
después de fallecido mi paciente, mantener incólumes por
todos los conceptos y medios, mi alcance, el honor y las
nobles tradiciones de la profesión médica. Considerar como
hermanos a mis colegas, no permitir que consideraciones de
credo político o religioso, nacionalidad, raza, partido político,
oposición social se interpongan entre mis deberes
profesionales y mi paciente; juro velar con el máximo
respeto por la vida humana desde su comienzo, aún bajo
amenaza y no emplear mis conocimientos médicos para
contravenir las leyes humanas.
»Solemne y libremente bajo mi palabra de honor. —Todos
hacían el juramento al unísono—, prometo cumplir lo antes
dicho. —Terminaron aplaudiendo.
Después del juramento, cantaron el «Gaudeamus igitur»,
que era el himno clásico del júbilo universitario. El cual
siguieron en el tríptico que les habían entregado con toda la
programación del acto de grado.
Y así terminó el tan soñado acto de grado; aunque, aún
no podían abandonar sus asientos, hasta que no saliera
toda la comitiva.
Siguieron de pie, acompañando con aplausos la salida
del comité, al tiempo que empezaba a sonar el instrumental
de «Dancing Queen», por lo que, no perdieron tiempo para
bailar y así celebrar que ahora sí tenían en mano el título
que los avalaba como médicos.
Se abrazaban y se tomaban fotos, con la intención de
inmortalizar el momento más importante de sus vidas.
Poco a poco, el aulario se fue vaciando, los coordinadores
invitaron a los familiares a salir por unas puertas, mientras
que los festejados salieron por la misma puerta por la que
salió el comité. Ya podrían reunirse en los jardines de la
facultad, donde ya estaban dispuestas carpas y escenarios
para las fotografías.
.
CAPÍTULO 55
En cuanto Samira salió, corrió en busca de su abuela,
esquivando a más de un compañero que quería celebrar.
Buscaba desesperadamente con la mirada y pedía permiso,
haciéndose espacio entre los grupos de familiares que se
aglomeraban para felicitar a los festejados.
Al primero que vio fue al señor Garnett, le era imposible
no resaltar, debido a su altura, estaba segura de que su
abuela debía estar con ellos; así que, apresuró el paso,
tanto como sus sandalias de tacón se lo permitieron.
—¡Abuela! —La llamó casi sin aliento en cuanto la vio,
estaba de espalda, también buscándola con la mirada.
Vadoma se giró con rapidez y corrió hacia ella.
—Mi estrella, mi hermosa estrella. —Su voz estaba rota
por las lágrimas de orgullo y felicidad que seguía
derramando.
Se abrazaron con tanta fuerza y se entregaron tanto a
ese momento, que el resto del mundo dejó de existir para
ellas.
—Abuela —gimoteaba Samira, ya no le importaba en
absoluto el maquillaje—. Te he echado mucho de menos…
Todos los días, en todo momento.
—Yo también…, muchísimo, pero me alegra verte tan
hermosa… Eres la estrella más hermosa —dijo alejándose y
le acunó la cara—. Mi estrella, mi Samira… —hablaba sin
poder creer que por fin estuviera frente a su adorada nieta.
Se limpiaban las lágrimas mutuamente y no paraban de
llorar. A Samira le dio mucha tristeza ver que se notaba
mucho más ajada; le dolía haberse perdido tanto. Ocho años
era demasiado tiempo.
—Ay, abuela…, te quiero tanto, tanto… —Volvió a
abrazarla, porque solo entre sus brazos volvía a sentirse en
casa—. ¿Cómo conseguiste que dadá te dejara venir? —Se
separó para poder verla a la cara y le tomó las manos,
apretándoselas con fuerza, porque quería asegurarse de
que sí estaba ahí con ella.
Vadoma miró a Renato, que estaba a su derecha; los ojos
de Samira siguieron su mirada, pero rápidamente volvió a
mirar a su abuela.
—Él no sabe que estoy aquí. El payo… —susurró la
manera en que se dirigió a Renato—, fue a buscarme; al
principio no quise hablar con él, pero me convenció de que
podría venir a verte… Lo siento, mi estrella, tuve que decirle
a Adonay… No sabía qué hacer, pero él ideó el plan, para
que pudiera venir. Le dijo a Jan, que me llevaría a pasar
unos días con él, que necesitaba de mi ayuda.
—Y dadá se lo creyó?
—Primero se mostró algo reacio, pero le dije que Adonay
también es mi nieto y me necesitaba; así que, tu padre
piensa que estaré unos días en São Paulo —terminó con una
sonrisa pícara.
Samira también sonrió, quería preguntarle qué le había
dicho Renato para convencerla, porque sabía cuán
desconfiada era, pero no era el mejor momento; no con los
padres de Renato mirándola con algo muy parecido al
cariño.
Vio a Renato avanzar un par de pasos y ella le dio un
vuelco el corazón.
—Samira, te presento a mi madre.
—Hola, preciosa, es un placer conocerte, finalmente.
Thais Medeiros. —Se acercó y le dio un beso en cada mejilla,
luego la estrechó en un cálido abrazo.
La rubia era tan alta como ella y tenía un perfume
exquisito. Tanta cortesía solo hizo que se apretara aun más
el nudo de nervios que tenía en la boca del estómago.
—Igualmente, señora —sonrió algo tímida, aunque esa
no era una de sus características, pero la mujer la
intimidaba, por lo hermosa y elegante que era. Recordó que
Renato le había contado lo mal que lo pasó cuando perdió a
su hija. Y le pareció bastante triste que tuviera que sufrir
esa pérdida.
—Por favor, dime Thais… —Al apartarse, le sujetó una
mano—. Sí que eres hermosa, con razón tu abuela es tan
suspicaz; de verdad, eres un tesoro.
—Gracias, Thais. —Sentía que se había sonrojado hasta
las orejas.
—Muchas felicidades, me alegra mucho que hayas
terminado tu carrera.
—Gracias. —Samira no sabía qué otra cosa podría
decirle. No se había preparado para tantos halagos
proveniente de la madre de Renato.
—¡Muchas felicidades! —intervino Ian Garnett,
haciéndole entrega de un colorido ramo de flores variadas
—. Me alegra volver a verte, por supuesto, en mejores
condiciones. —Recordaba muy bien que la había conocido
en la cama de una clínica. Y, por supuesto, no había podido
olvidar su melodiosa voz, ni la forma en que Renato y ella se
miraban.
Fue la primera vez que supo a su hijo enamorado; al
parecer, después de tantos años, ambos seguían
albergando el mismo sentimiento, pero por alguna razón,
seguían pretendiendo ser solo amigos. Fue eso lo que
Renato les dijo antes de pedirle que los acompañara, algo
que verdaderamente les sorprendió, pero a lo que por nada
del mundo se negararían.
—Gracias, señor Garnett. También me alegra mucho
verle de nuevo. Espero que haya estado muy bien.
—Lo he estado, ahora tengo una hija pequeña que
cuidar, ¿te dijo Renato? —Le fue imposible no expresar lo
feliz que estaba con su hija. Sin duda, ella le había alegrado
más de lo que esperaba los últimos años y lo tenía
comiendo de sus manitas.
—Sí, ya tuve la fortuna de conocer a Aitana, por fotos —
dijo sonriente—. Es muy linda, espero en algún momento
conocerla.
—Cuando quieras, las puertas de mi casa están abiertas
para ti.
En ese momento, su abuela le sujetó la mano, en un
gesto del más puro celo maternal y un poco de
desconfianza. Samira se volvió a mirarla y le sonrió, con la
intención de tranquilizarla.
La reunión fue interrumpida por su grupo de amigos, que
llegó con una gran algarabía; todos se fueron contra Samira,
para abrumarla a besos y abrazos, en medio de sentidas
felicitaciones.
Ella no alcanzaba a corresponder a tantas muestras de
cariño e intentaba complacerlos con abrazos y
agradecimientos. En algún momento, Renato le ofreció su
ayuda, al recibirle el ramo de flores, para que pudiera
estrecharlos a todos.
Romina, Ramona y Víctor, no perdieron la oportunidad
para saludar a Vadoma, pues no la habían vuelto a ver
desde que estuvieron en Río y tuvieron la fortuna de
conocerla a ella y a Samira.
Luego, Samira aprovechó el momento para presentarle a
su abuela a Julio César; sabía que, a pesar de todo, la
señora seguía manteniendo intacta, en ciertos aspectos, la
cultura gitana y que, para ella, era difícil aceptar la
naturaleza de Julio César; aun así, Samira había hablado
tanto de él y habían compartido tantos años juntos, que
Vadoma lo respetaba por haber sido de apoyo y compañía
para su niña.
Julio César la abrazó con fuerza, se sentía muy feliz de
poder conocerla en persona. Ya muchas veces se habían
visto y conversado a través de videollamadas. Era tanto el
amor que Samira sentía por su abuela y lo mucho que la
idolatraba, que a él le fue imposible no empezar a sentir lo
mismo.
La anciana era más alta y delgada de lo que imaginaba,
tenía el cabello totalmente blanco, pero con un brillo que lo
hacía lucir lleno de vida. Era como ver una proyección de
Samira en unas cuatro décadas.
Renato estaba atento a todo, aunque se sentía ansioso,
no se dejaba llevar por sus emociones, solo estaba
esperando el momento adecuado para poder felicitar a
Samira. Deseaba como nada su oportunidad de poder
abrazarla y robarse su aroma. El vestido amarillo pastel que
llevaba puesto, se ajustaba a su esbelta figura y en las
caderas de ampliaba en una falda que tenía una abertura
que dejaba al descubierto la pierna izquierda y, con cada
paso que daba, se abría hasta el muslo; le robaba el aliento
y atentaba contra su cordura.
Él saludó a los amigos de Samira, los que ya había tenido
la oportunidad de conocer en Chile, fueron cordiales, pero
un poco distantes. Era evidente que apostaban más por
Samira, que por él, lo veían como el malvado de la historia.
Comprendió que no iba a ser fácil volver a ganarse la
confianza de ellos.
Justo hablaba con Daniela, cuando sus ojos, que no
podían apartarse por mucho tiempo de Samira, captaron el
momento en el que un hombre, más alto y delgado que él,
de piel bronceada, ojos azules y cabello castaño ondulado,
que le daban un aspecto italiano, la abrazó y la miraba de la
misma forma en que él lo hacía.
Le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó contra su
cuerpo, como si su gitana le perteneciera. Eso provocó que
en su estómago una hoguera cobrara vida y la inseguridad
recorriera toda su espina dorsal.
Enseguida, en su cabeza un millón de escenarios, en los
que ese hombre y Samira eran pareja, empezaron a tomar
forma. Sentía que el mundo se le desboronaba bajo los pies
y la bilis le subió a la garganta, tragó grueso para pasar ese
amargo sabor y se obligó a desviar la mirada, pero su
mandíbula tensa y la vena que sobresalía en su frente fue
suficiente para exponer ante Daniela, el estado en el que se
encontraba.
La venezolana miró por encima de su hombro, para ver a
Samira en los brazos de Mirko, con razón el brasileño estaba
a punto de convulsionar. Incluso, podía darse cuenta de que
estaba estudiando la posibilidad de largarse de ahí.
—No tienes nada de qué preocuparte. —Le dijo a Renato,
al tiempo que le quitaba el ramo de flores, porque estaba
apretando tanto los tallos que podía escuchar cómo crujía el
papel seda amarillo que lo envolvía.
Si bien, aún no sabía a ciencia cierta todo lo que pasó
entre su amiga y él, o si en realidad merecía una segunda
oportunidad con la gitana, lo cierto era que Samira nunca
dejó de amarlo y había sufrido mucho por la separación que
tuvieron. Creía que no era el mejor momento para más
malentendidos entre ellos.
—¿Quién es? —Fue su ansiedad que lo empujó a hacer
esa pregunta y a llevarse las manos a los bolsillos del
pantalón índigo.
—Se llama Mirko. Debería ser Samira quien te lo diga,
pero conociéndola, sé que no lo hará… Ustedes no son el
mejor ejemplo de una buena comunicación, así que les haré
el favor… Solo espero que esto no me cueste la amistad.
—Te prometo que no le diré nada. —Volvió a mirar a
Samira, que ahora conversaba con el tal Mirko. Los ojos de
ella se encontraron con los suyos, pero inmediatamente
esquivó la mirada y siguió con su atención puesta en ese
tipo, que ahora que lo miraba bien, parecía bastante
arrogante o; quizá, era demasiado seguro de sí mismo, lo
que hacía que la inseguridad innata en él, empezara a
invadirle el torrente sanguíneo, por lo que, se rascó la nuca,
debido al incomodidad—. ¿Mirko es…? —dejó la pregunta a
medias, para que Daniela le respondiera.
—Un médico residente que conoció en el hospital donde
hizo las prácticas… —Daniela volvió a mirar por encima del
hombro, pero casi enseguida se volvió hacia Renato—. Y es
evidente que está más que interesado en Samira, ha sido
bastante insistente, pero a ella no le interesa más que como
amigo. Si Samira te ha dicho que está enfocada en su
carrera, es porque así es… De hecho, lleva tiempo
estudiando para presentar el examen, para la
especialización… Aun sin terminar la cerrera, pero ella es
así.
—Lo sé, siempre quiere ir unos cuantos pasos por
delante… Y esa es una de las cualidades que más admiro de
ella —comentó, sintiéndose un tanto aliviado al enterarse
de que Mirko no era del interés de Samira. Eso solo le daba
más valor para enfrentar la decisión que había tomado
hacía cuatro días.
Se volvió a mirar a sus padres, ellos estaban hablando
con Romina y Víctor, parecían bastante entretenidos con la
conversación. No tenía idea de cuál era el tema, pero
tampoco le importaba mucho, solo quería que ellos se
sintieran cómodos, después de que accedieron a su solicitud
de acompañarlo.
Sí, fue un arranque de su parte hacer tal petición, pero
era más fuerte su deseo de ver a su gitana bien
acompañada, el día más importante de su vida.
—Así es… ¿Qué quieres con ella? —preguntó a
quemarropa y se cruzó de brazos.
—Lo quiero todo… —Su respuesta fue interrumpida por la
llegada de Carlos y Amaury.
—¿Nos hacemos unas fotos? —propuso Carlos, sujetando
por las caderas a su mujer y luego le dio un beso en el
cuello.
—Está bien, vamos —contestó, replegando con una
sonrisa la actitud inquisitiva que segundos antes tuvo con
Renato.
—Con permiso —dijo Carlos, dirigiéndose a Amaury y a
Renato, al tiempo que sujetaba la mano de Daniela.
Ellos asintieron, de acuerdo con que se retirasen. No
tuvieron tiempo de quedar solos, porque se les acercaron
Romina, Víctor, Ian y Thais.
A pesar de que Daniela había hecho su mejor intento por
tranquilizarlo, lo cierto era que, verla absorbida por Mirko, lo
tenía bastante nervioso. Él no dejaba de tocarla, aunque ella
no lo consentía; cada vez que el tipo le ponía la mano en el
hombro, su estómago se encogía de la manera más
desagradable que podía experimentar.
No conseguía centrarse en lo que decían las personas a
su alrededor. Era su madre la que solía llamar su atención y
él solo respondía con monosílabos, porque todo su interés
estaba enfocado en Samira. En algunas oportunidades sus
miradas se cruzaban, pero Mirko, con ciertos gestos, la
reclamaba.
Él no podía seguir desaprovechando su oportunidad de
felicitarla. Necesitaba acercarse a ella, poder abrazarla,
compartir ese momento con ella y; ver que Raissa y
Doménica se unían a Samira y a Mirko, le dio el impulso
para también acercarse.
—Disculpen —dijo a sus acompañantes y cuando pasó al
lado de su padre, este le palmeó el hombro. No le hizo falta
mirarlo para saber que le estaba dando ánimos.
Los nervios, producto de tener que intervenir en una
situación bastante incómoda para él, lo llevaron a meterse
las manos en los bolsillos del pantalón, a respirar profundo y
exhalar lento. Estaba decido y no iba a dar marcha atrás,
por mucho que sus miedos estuviesen provocando una
terrible sensación de ahogo. Ese era el momento de
vencerlos o; por lo menos, ignorarlos. No permitiría que le
arruinaran algo que tanto había planeado.
CAPÍTULO 56
A Samira se le quedó la lengua pegada al paladar cuando
vio a Renato acercarse, proyectando una seguridad y
decisión que nunca le había visto. Quizá había conseguido
esa cualidad a través de los años.
Recordaba que antes solía caminar un poco encorvado,
con los hombros hacia adelante; ahora su espalda estaba
recta, sus hombros se mostraban más anchos y su mirada
estaba enfocada en ella y no en la punta de sus zapatos;
incluso, sus zancadas eran más largas. Admitía que lucía
devastador con ese traje azul índigo y la corbata amarilla,
se moría por saber si la había elegido en honor al color de
su profesión o si solo se trató de una casualidad.
La oscuridad de la barba perfectamente recortada
intensificaba el color de sus ojos y sus labios, además,
endurecía sus rasgos. Antes, como ahora, Renato Medeiros
seguía siendo la mayor debilidad para ella.
Mirko seguía hablando de lo extraordinaria que estuvo la
ceremonia y de lo bien que ella expuso su discurso.
Doménica y Raissa, le seguían la conversación.
—Buenas tardes —saludó Renato, aun seguía con las
manos en los bolsillos y con la mirada en los ojos oliva de
Samira.
—Hola, Renato. —Samira carraspeó y luego soltó una
risita, para disimular lo embarazoso del momento—. Te
presento a Mirko, un amigo —dijo, haciendo un ademán
hacia el médico.
—Un placer, Renato Medeiros —saludó, al tiempo que se
sacaba la mano del bolsillo y luego se la ofreció al hombre,
a pesar de que no era de su agrado. No obstante, sabía que
tenía que ser cortés.
—Mirko Castelli. —Atendió la mano que Renato le ofrecía
y le dio un apretón. Pudo notar que al igual que él, también
estaba bastante tenso.
Desde que lo vio en el aulario, supo que se trataba de
ese ex, del que Samira le había hablado y del que seguía
enamorada. Y, maldita sea, confirmaba que él también
seguía botando la baba por ella. No sabía cómo sentirse al
respecto, quería confiar en la palabra de Samira y creer que
no volvería con él, porque estaba enfocada en estudiar para
aprobar el MIR, pero como se lo había dicho, cuando se trata
de amor, este siempre se convierte en una prioridad.
—Samira. —La llamó Renato, dirigiendo su mirada a ella.
Podía sentir el golpeteo de su corazón haciendo eco en sus
oídos y su sangre caliente bombeaba rauda por sus venas,
podía ser consciente de ello porque sus orejas estaban por
incinerarse. Aún así, no iba a permitir que todos esos
síntomas le impidieran seguir adelante—. ¿Podemos hablar
un momento? —pidió con su mirada suplicante en los ojos
oliva.
—Eh… —Ella dudó y desvió su mirada nerviosa hacia sus
amigas, quienes la miraban sonriendo como tontas y pudo
percibir el ligero asentimiento de Raissa—. Sí, está bien —
respondió y se volvió a mirarlo.
Renato le ofreció la mano y Samira correspondió,
dejándose guiar. No sabía por qué una sensación de culpa
atenazó su pecho y se volvió a mirar por encima del hombro
a Mirko; por lo menos, Doménica y Raissa, consiguieron
captar su atención.
—No puedo alejarme mucho, tengo que compartir con los
demás… —comentó al ver que Renato la llevaba a un sitio
apartado y volvió a mirar por encima de su hombro, en
busca de su abuela; esta seguía acaparada por Julio César.
—No iremos muy lejos, solo quiero que nos apartemos
del bullicio, porque es necesario que me escuches bien. —Le
apretaba la mano con fuerza y su palma sudaba,
probablemente, era desagradable para Samira, pero no iba
a soltarla.
—Bueno, creo que aquí está bien. —Ella también estaba
nerviosa, sobre todo, porque sabía que a su abuela no iba a
gustarle que le diera tanta atención a Renato; así que, se
detuvo.
Renato, que llevaba un par de pasos por delante, se
volvió hacia ella, sin soltarle la mano, por lo que, quedaron
frente a frente. Él se obligó a no mirar nada de lo que les
rodeaba, solo se enfocó en la hermosa mirada en la que se
perdía, pero donde también se encontraba.
—Quiero felicitarte —expresó Renato, tratando de ignorar
la terrible presión en su pecho—. ¡Ya eres médico! Además,
me gustó mucho tu discurso, lograste expresar cuán
importante es para ti la medicina…
—Gracias —interrumpió Samira, con una ligera sonrisa y
la sangre concentrándose en sus mejillas. No era vergüenza,
se trataba de la más genuina felicidad—. Sé que quizá dejé
fluir demasiado mis emociones y me extendí más de lo
debido…
—No, no…, estuvo perfecto —alegó Renato—. Por otra
parte, sé que me debes estar odiando por lo que he hecho,
pero si ganarme tu odio es necesario para hacerte feliz,
aunque sea un minuto, estoy dispuesto a soportarlo. —La
seriedad de su mirada le daba una intensidad que hizo que
Samira parpadeara varias veces.
—No debiste hacerlo…
—Debía… —Volvió a interrumpirla y afirmaba con la
cabeza—. No podía permitir que la única persona que más
merecía verte alcanzar este sueño, se lo perdiera.
—Tienes razón —concedió con una sonrisa y se volvió a
mirar a su abuela, que ahora estaba junto a los padres de
Renato. Solo esperaba que no fuera a hacer comentarios
que los hicieran sentir mal—. No tenías que traer a tus
padres, sé que tienen muchas ocupaciones… —Se volvió a
mirarlo.
—Samira… —Renato inhaló profundamente, inflando su
pecho de valor. Sabía que era el momento, así que le sujetó
la otra mano y avanzó un paso para estar más cerca de ella;
tanto, que pudo sentir cómo se le aceleró la respiración—.
Traje a mis padres porque me gustaría que los aceptes
como tu familia. —Tragó grueso y ella frunció las cejas, los
ojos se le llenaron de confusión.
—¿Qué dices, Renato? —preguntó, tratando de esbozar
una sonrisa de consternación, pero no le salió.
—Yo quiero ser tu familia, estar para ti y contigo, para
siempre. Quiero ser el lugar y la persona a la que siempre
puedas recurrir. Sé…, sé perfectamente que no puedo
reemplazar a los tuyos, a tu gente, pero si me lo permites,
quiero darte nuevos miembros a los que puedas amar… No
digo que tiene que ser ahora, porque sé que tienes metas;
pero, más adelante, quiero ser el padre de tus hijos, me
gustaría que fueran muchos, todos con tu increíble sonrisa…
—Renato… —Por más que quería, las palabras no le
salían, solo las lágrimas acumuladas en sus ojos le nublaban
la vista.
—Samira, quiero darte una familia numerosa a la que
amar. Le daremos todo el amor, tolerancia y apoyo posible…
Vamos a romper el círculo, los dejaremos ser quienes
deseen, que cumplan sus sueños, que experimenten sin
temores todo lo que quieran, sin juzgarlos ni limitarlos…
—No entiendo lo que intentas decir… —Casi no podía
respirar. Por supuesto que sí lo entendía, solo que era
demasiado para poder procesarlo y tuvo que soltarle las
manos, para llevárselas al pecho, porque sentía que su
corazón se iba a salir y se iría con gusto a las manos de
Renato, para que hiciera lo que quisiera con este.
—Lo que intento decirte es que no me importa
compartirte con tu pasión y no quiero que tengas que
renunciar a nada para que puedas estar conmigo… Cuando
me marché, hace cuatro días, lo hice con la firme convicción
de que quiero estar en tu vida… Samira, has sido la única
certeza que he tenido, por eso me mudaré a Madrid.
—¡¿Estás loco?! —Retrocedió y tenía los ojos a punto de
saltar de sus órbitas—. Así no puede ser…, no permitiré que
renuncies a todo, solo por mí…
—Tú lo eres todo para mí…, lo eres todo, entiéndelo. —Su
voz tembló por la desesperación que empezaba a invadirlo,
al ver que ella estaba poniendo un muro entre los dos.
—No, no puedo serlo todo para ti… Tienes tu trabajo, tu
familia, tus amigos… —De manera inevitable, las lágrimas
se le derramaron.
—Ya hablé con mi abuelo…, te he dicho que cuando me
marché, lo hice con la clara convicción de poder volver, para
estar a tu lado de forma definitiva. Así que, he pedido
traslado para Madrid, puedo hacer mi trabajo de forma
remota… Quizá en algún momento tenga que ir a Río o a
cualquier otro país, pero no por más de una semana… —
Aunque sus manos temblaban, buscó en el bolsillo interno
de su chaqueta, el estuche que había llevado.
—¿Qué…? ¿Qué haces…? —chilló Samira, cubriéndose la
boca con una mano, porque estaba que empezaba a
sollozar y no podía creer que Renato tenía en su mano un
estuche de terciopelo rojo.
—Lo que más anhelo, quiero hacer mi sueño realidad… y
solo tú tienes el poder para que pueda cumplirlo… —Abrió el
estuche y sacó la tobillera que hacía muchos años ella
olvidó en su apartamento.
—Esa es…, es… —No alcanzaba a hilar una frase
completa por los hipidos y porque veía cómo Renato se
inclinaba y apoyaba una rodilla en el suelo.
—Sí, es tu tobillera, la que te regaló tu abuela… Quiero
ser tu chico albino, mi estrella… ¿Quieres casarte conmigo?
—Estaba de rodillas, en su estado más vulnerable y
proponiéndole matrimonio a la mujer de su vida, sin
importar en ese momento ser el centro de atención; porque,
por primera vez, no le preocupaba la opinión de los demás,
el único veredicto que lo tenía con el corazón en la mano
era el de Samira.
A ella todo empezó a darle vueltas, inhalaba
profundamente pero no conseguía llevar suficiente oxígeno
a sus pulmones, porque jadeaba en medio de las lágrimas
que bajaban a borbotones por sus mejillas. Esperaba
cualquier cosa, menos eso, y empezaba a creer que esa
propuesta era producto de su imaginación o quizá solo
estaba soñando.
Aunque fue difícil, consiguió apartar la mirada de los ojos
cerúleos y se volvió a mirar a quienes estaban a pocos
metros de ellos. Veía a muchas personas aplaudir y reír,
pero no podía escucharlos porque su cabeza estaba
demasiado aturdida; entonces, buscó con desesperación a
su abuela, porque seguramente debía estar muy molesta,
pero para su magnánima sorpresa, no parecía estarlo; por el
contrario, le sonreía y asentía, dando su consentimiento.
Los que sí parecían bastante sorprendidos eran los
padres de Renato, aún así, no se veían molestos o con la
intención de interponerse en la decisión que su hijo había
tomado. La señora Thais, abrazaba la cintura de su marido y
le tenía la mejilla pegada al pecho; él tenía una sonrisa
dócil, que dejaba en evidencia cierta complacencia.
Julio César, sonreía y asentía; descubrió en su mirada
que tampoco estaba sorprendido. Es que lo conocía tan
bien, que podía jurar que tuvo previamente una
conversación con Renato. Ya después arreglaría cuentas con
él.
Volvió a mirar a su abuela, porque era la única persona
de la que necesitaba aprobación; ella le seguía sonriendo y
tenía los dedos entrelazados con los nudillos, apoyados en
la barbilla, en un claro gesto de expectación.
Luego miró al cielo, que se mostraba con algunas nubes
grises, solo esperaba que no lloviera. Sabía que Renato
seguía ahí, hincado ante ella, a la espera de una respuesta y
con el alma desnuda, exponiéndose de una manera que
muy pocos harían. Imaginaba cuán difícil debía estar siendo
para él ese momento, sobre todo, porque odiaba llamar la
atención.
Buscó en sus sentimientos, en lo más profundo de su
corazón, qué era lo que quería. No tenía dudas, ella seguía
amando a Renato, lo amaba con cada partícula de su ser,
sentía que estaban destinados y que, de alguna manera,
sus almas tenían que encontrarse. Así que, se volvió a
mirarlo, se perdió en sus ojos y cualquier duda se
desintegró. Le puso las manos en las mejillas.
—Repítelo —suplicó con la voz ronca, porque quería estar
segura de que él tampoco tenía dudas. Después de todo,
estaba en juego la decisión más importante de su vida.
Hasta entonces, siempre creyó que su decisión más
arriesgada fue huir de su casa, ahora estaba segura de que
era aceptar casarse con un payo; ya que, definitivamente,
sería el rompimiento de los lazos con casi toda su familia. A
pesar de que hizo varios intentos por ganarse su perdón y
todos fueron en vano, no había perdido la esperanza.
—Samira Marcovich, mi gitana, mi estrella, mi mejor y
única amiga… ¿Quieres ser mi esposa? Prometo que estaré
contigo siempre, estaré donde tú estés e iré a donde tú
vayas —dio su palabra sin apartar la mirada de la de ella,
con el temor de ser rechazado atenazando su pecho.
—¡Sí! —asintió con las lágrimas rodando por sus mejillas
y sonriendo—. Te acepto… —soltó un grito de sorpresa,
porque Renato la abrazó por la cintura, atrayéndola hacia él
y empezó a repartirle besos en el vientre y abdomen.
Ella se sintió feliz y expuesta en la misma medida, lo
sujetó por la cabeza y lo alejó, para poder mirarlo a la cara,
luego se inclinó para besarlo en los labios. Compartieron
una lluvia de besos casi desesperados, mientras olvidaban
el mundo y hacían como si nadie más supiera que ellos
estaban ahí, viviendo ese mágico momento.
—Deja que te ponga la tobillera —dijo Renato entre
besos.
Samira se rio y asintió, se incorporó y expuso su pierna, a
través de la abertura del vestido.
—De verdad, jamás pensé que la recuperaría.
—Lo siento, no pude devolvértela; necesitaba tener algo
tuyo… Pero te prometo que haré las cosas bien y te daré el
anillo que te mereces —dijo mientras le abrochaba la
prenda.
—Esto vale más que cualquier anillo —dijo y sentía todo
su cuerpo tembloroso, presentía que podía terminar
desmayándose. No tenía dudas, ese acababa de convertirse
en el mejor día de su vida.
Renato le dio un beso en la rodilla y otro en el muslo,
luego se levantó y la abrazó con tanta pertenencia, que
deseó no la soltara nunca más.
—Con tu sí, has cambiado mi suerte para siempre. —Le
dijo en el oído, luego le dejó un beso en el lóbulo, otro en el
cuello y uno más en el hombro. Entonces, tuvo que
esconder su rostro en el hueco del cuello de la mujer que
amaba y se permitió dejar fluir lágrimas de alivio—. ¡Dios!
Te amo, Samira.
—Te amo, Renato… Te amo mucho con demasiado, mi
payo —respondió colgada a su cuello.
Tras un tiempo que no pudieron contar en ese abrazo que
era como un bálsamo para el alma, luego de tantos años de
sufrimiento, decidieron apartarse y; entonces, fueron
conscientes de los aplausos y silbidos, no solo de sus
familiares y amigos, sino de todos los presentes.
Samira volvió a buscar con la mirada a su abuela, la vio
emocionada hasta las lágrimas y no pudo evitarlo, le abrió
los brazos para recibirla.
Vadoma corrió hasta Samira y la estrechó con fuerza.
—Has hecho bien, cariño. —Le susurró, para
tranquilizarla—. He comprendido que el payo te quiere
bonito y bien… Sé que a su lado siempre estarás protegida.
Ha hecho cosas por ti, que jamás haría un gitano; así que,
puedes tener tu conciencia y corazón tranquilos.
—¿Qué te dijo para convencerte? —preguntó en medio
del llanto y estrechándola con fuerza.
—Es un cuento largo, ya te contaré en otro momento. —
Se apartó y le acunó la cara, luego le limpió las lágrimas con
los pulgares y le dio un beso en la frente—. ¡Felicidades, mi
estrella!
—Gracias, abuela. —Tomó una de las manos vetustas que
reposaban sobre sus mejillas y le dio un beso en la palma.
Vadoma le sonrió y se fue con Renato, se acercó y le dio
un beso en la mejilla.
—Ya sabes cuál es tu única misión. —Le recordó—.
Espero, por tu bien, que jampas faltes a tu palabra, es la
primera y será la única vez que le doy un voto de confianza
a un payo, no dejes en mal a tu gente.
—No lo haré, cada día de mi vida lo emplearé en hacerla
feliz y protegerla —respondió Renato, mirándola a los ojos.
Aunque no podía mentirse a sí mismo, estaba aterrado,
porque la felicidad de una pareja dependía de dos. Por su
parte, él haría todo lo que estuviese a su alcance para
complacer a Samira, de todas las formas posibles.
—Sí que nos has sorprendido —dijo Ian, acercándose a
Renato, en compañía de Thais—. Imaginé cualquier cosa,
menos esto… ¿Por qué no nos dijiste? —cuestionó en un
susurro. No podía salir del asombro y no sabía si en algún
momento su turbación podría ser malinterpretada.
—¿Qué imaginaste? —preguntó con una sonrisa un tanto
nerviosa, a pesar de que estaba seguro de que su padre no
se opondría a sus decisiones.
—No sé, que ibas a presentárnosla como tu novia… Que
todo lo que has hecho no se hace solo por una amiga, pero
pedir matrimonio…
—Papá —murmuró con demasiada cautela—, amo a
Samira y no voy a cambiar de opinión, la quiero en mi vida y
voy a quedarme aquí con ella.
—No, no cariño… —intervino Thais, que a pesar de la
impresión, estaba demasiado emocionada, porque era
primera vez que veía a su hijo tan seguro de algo y tan feliz;
además, se estaba haciendo vieja y quería disfrutar de sus
nietos. Lo que menos había imaginado era que Renato se
decidiría a formar una familia antes que Liam—, no
queremos en absoluto que cambies de opinión; por el
contrario, estamos muy felices por ti y por Samira… Hacen
una hermosa pareja y se merecen todo el amor del mundo…
Mereces ser amado, mi pequeño.
—Mamá —intervino Renato, con el sonrojo apoderándose
de sus mejillas y orejas—. Ya tengo treinta y uno… ¡Por Dios!
—reprochó, le molestaba e incomodaba que ella siguiera
teniendo esos adjetivos hacia él.
—Supongo que tu abuelo estaba al tanto de tus
decisiones —comentó Ian.
—Tuve que decirle, de otra forma, no iba a entender el
motivo de por qué necesitaba con carácter de urgencia mi
traslado a Madrid… No tuve que comentarle mucho, aceptó
sin ningún tipo de objeciones; luego, hizo un par de
llamadas y todo quedó arreglado, para cuando termine mis
vacaciones, empezaré a operar desde aquí.
Ian sintió que la culpa lo invadía, porque recordaba que
su padre había dado con el paradero de la chica y, cuando
le comentó que estaba en Madrid y quiso decírselo a
Renato, fue él, quien se opuso. Pues, en ese entonces, no
quería que su hijo sufriera más de la cuenta, no quería
exponerlo a un rechazo que lo destruyera… Quizá debió
confiar en su padre y permitir que se lo dijera a Renato,
pero ya era demasiado tarde para eso y ahora no tenía
sentido. Ya solo le quedaba bendecir esa unión y aceptar a
la joven como parte de su familia.
En ese momento, Samira estaba siendo acaparada por
sus amigos, no paraban de abrazarla y besarla. Renato la
buscó con la mirada y ella le dedicaba la sonrisa más
hermosa. Entonces, fue con sus padres hasta donde ella
estaba, los demás le hicieron espacio, porque comprendían
que era un momento bastante familiar.
—Bienvenida a la familia, hija —dijo Ian, sonriéndole y
abriéndole los brazos. Samira lo abrazó y se mordió el labio,
para no echarse a llorar—. Espero que me aceptes en tu
vida como a un padre. —La estrechó con ternura y pudo
sentirla temblar, casi enseguida a sus oídos llegaron los
sollozos de ella, por lo que, no la soltó.
—Gracias —respondió Samira, sintiendo en el abrazo del
hombre, la calidez que esperaba de su propio padre. Soñaba
algún día que le permitiera volver a abrazarlo; pero, por el
momento, sentía un poco de paz contar con el cariño del
señor Garnett—. Cuidaré muy bien de su hijo, lo prometo.
—Sé que lo harás.
—Perdóneme por alejarlo de ustedes, no era mi
intención…
—Puedes estar tranquila, sé que estará en buenas
manos; además, vendremos a visitarlos cada vez que
podamos.
—Siempre serán bienvenidos. —Se alejó y ella misma se
limpiaba las lágrimas. Estaba segura de que su rostro ya
debía estar hinchado y sonrojado de tanto llorar.
—Cariño, eres tan preciosa, comprendo perfectamente
que mi hijo esté rendido ante ti… —dijo Thais y la abrazó—.
Sé que lo cuidarás… Solo te pido que le tengas un poco de
paciencia. —Le dijo muy bajito, porque era algo que solo
Samira debía escuchar—. Es mi culpa todo por lo que ha
pasado, pero Renatinho es el mejor hombre del mundo,
tiene un corazón demasiado bondadoso… Y no lo digo
porque sea mi hijo, sé que tú misma lo descubrirás. Solo
ámalo mucho.
—Ya lo hago, señora… Su hijo es el amor de mi vida, de
eso estoy segura —dijo en el mismo tono de voz usado por
su suegra.
Cuando se apartaron del abrazo, Thais le dio un beso en
cada mejilla y le sonrió con ternura, sin poder apartar su
vista de los bonitos ojos de Samira.
En realidad, le hubiese gustado muchísimo conocerla
mejor, antes de que Renato tomara una decisión tan
importante, pero ya nada podía hacer, confiaba en la
sensatez de su hijo y en las palabras de la chica.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía! —gritó Doménica, sorprendiendo a
Samira al abrazarla por detrás—. Parezco más gitana que
tú… Sabía que iban a volver, es que el amor se les sale por
los poros —hablaba mientras parpadeaba con rapidez, en
un gesto de ternura.
Thais sonreía al ver la complicidad entre las chicas, lo
que le hizo recordar a esa época que tanto disfrutó junto a
sus amigas, las que aún conservaba. Esperaba que ellas
también mantuvieran por siempre esos lazos de amistad.
A Raissa, por supuesto, ya la conocía, aunque solo la
había visto unas tres veces; pues, viviendo en países
distintos era muy difícil coincidir en las mismas reuniones.
Samira aprovechó el momento para presentarle a
Doménica, también les hizo señas a Ramona y a Daniela,
para que se acercaran, y también se las presentó. Tras
mucho buscar con la mirada, se dio cuenta de que Mirko se
había marchado. Sabía que debían tener una conversación,
porque hacía poco que le aseguró que no pensaba volver
con Renato, y justo acababa de aceptar ser su esposa.
Después de todas las presentaciones y unos cuantos
besos disimulados entre Renato y Samira, se dedicaron a
hacerse las fotografías, no solo alusivas al acto de grado,
sino también por el compromiso.
CAPÍTULO 57
El día fue agotador tanto física como emocionalmente, y
aunque Samira sentía que todavía estaba dentro de una
maravillosa burbuja. Era embargada por una sensación
extraordinaria, esa paz que le daba tener la cabeza sobre el
pecho de su abuela mientras ella le acariciaba los cabellos.
Inhalaba profundamente para llenarse los pulmones con
ese olor que tanto había echado de menos, hacía más de
ocho años que no estaba así, acostada junto a su abuela,
escuchando los latidos de ese corazón que tanto la amaba.
Después de la ceremonia, fueron todos a cenar, ella se
sentó al lado de Renato y estuvieron agarrados de manos
por debajo de la mesa, excepto cuando tenían que usarlas
para comer.
Le hubiese gustado mucho irse con él al hotel, solo ella
sabía cuánto lo deseaba, pero era más grande la ilusión de
poder quedarse con su abuela y vivir ese momento. En sus
brazos volvía a sentirse niña, volvía a su hogar.
Cerró los ojos y la estrechó fuertemente, porque sabía
cuán difícil iba a ser el momento en que tuvieran que
despedirse. Y, no, no quería dejarla ir.
—¿Abuela? —susurró, solo para saber si aún seguía
despierta.
—Sí, mi estrella —soltó un suspiro, mientras deslizaba los
dedos sobre su sedoso cabello.
—¿Vas a contarme cómo fue que Renato se ganó tu
bendición? Me mata la curiosidad… Bueno, es que quiero
estar segura de que verdaderamente estás de acuerdo con
que me case con él… —Se incorporó para mirarla a los ojos
—. Porque aun puedo cambiar de parecer, si tú me lo pides.
—Cariño. —Le regaló una sonrisa condescendiente—. ¿Tú
lo amas? ¿Son suyos tus latidos? —preguntó, llevándole una
mano al pecho, para sentir el latir del corazón de su nieta.
—Sí, sí lo quiero —sonrió y los ojos se le llenaron de
lágrimas—. Desde siempre, abuela…; desde siempre. No sé
si es porque ha sido tan bueno conmigo o porque me
cautivó su forma de ser...
—Entonces, no debes cambiar de parecer por nadie… Ni,
aunque yo te lo pida, porque la que pones en riesgo es tu
felicidad, no la mía… Yo ya viví… —Sus ojos también se
llenaron de lágrimas—. Aunque no experimenté el amor,
pues nunca me enamoré de tu abuelo… —chasqueó la
lengua—. Sí aprendí a respetarlo, lo acepté como el padre
de mis hijos y me resigné a pasar mi vida con él, pero
amor…, amor nunca sentí… Y no quiero que tú vivas mi
vida. Ayudarte a ti, ha sido, de alguna manera, honrar el
espíritu de la jovencita que vivió en mí, ese que terminó
bajo el yugo de un hombre que nunca hizo que mis
emociones se desbordaran, como lo hacen las tuyas por ese
payo. Mi sueño siempre fue conocer a un gitano que me
llevara a conocer el mundo, quería a un aventurero, tener
una vida nómada… Tu abuelo, en cambio, era un sedentario,
prefirió echar raíces en un solo lugar; y sentí que ahí me
marchité… No quiero que me malinterpretes, mi niña; amo
a mis hijos, a mis nietos, los amo…
—Abuela —chilló Samira—. No, no te disculpes, no trates
de justificarte por confesarme tus deseos de juventud…
Antes que esposa, madre y abuela, fuiste mujer… y
anhelabas una vida distinta. No te sientas mal, porque solo
fuiste una víctima de las circunstancias que te tocaron
vivir… ¡Ay! Si yo pudiera hacer algo para cambiar tu
pasado, no lo dudaría ni un segundo…
—No, cariño… Jamás me permitiría cambiar mi pasado,
porque entonces no te tendría a ti como regalo; y todo lo
vivido merece la pena si te tengo a ti. —Le dio un beso en la
frente—. Pero bueno, me pediste que te dijera qué fue lo
que hizo el payo, para convencerme…
—Abuela, puedes llamarlo Renato —pidió Samira, con
una sonrisa cargada de persuasión, aunque sus ojos aún
acumulaban lágrimas, porque le causaba mucha tristeza
enterarse de esa parte del pasado de su abuela.
—Está bien —masculló, no muy convencida de llamarlo
por su nombre, pero por Samira haría cualquier cosa—.
¿Prefieres la versión resumida o la larga?
—Quiero todos los detalles. —Emocionada, se incorporó
más, hasta quedar sentada sobre sus piernas cruzadas.
Vadoma también se levantó, quedando recta contra el
respaldo de la cama. Mientras se preparaba para hablar,
miró en derredor; aun no asimilaba que ese apartamento
tan lujoso fuese de Samira. Por supuesto, estaba al tanto de
que su niña se había ganado un buen premio, pero jamás
supo de cuánto fue; sin embargo, ella tampoco se lo
preguntó, porque no era de su incumbencia, ya recibía
mucho más de lo que necesitaba cada mes, por lo que,
había conseguido tener unos ahorros a escondidas de sus
hijos y nietos. Fue con parte de ese dinero que pudo
comprarse ese vestido tan bonito para la graduación.
—No sé cómo demonios consiguió mi número de
teléfono. —Frunció las cejas ante el secreto que seguía
rondando ese detalle—. Cuando me llamó, no recordaba su
nombre, es que había pasado tanto tiempo desde la última
vez que lo vi o que tú lo nombraras, que lo saqué de mi
cabeza, pero él se encargó de refrescarme la memoria. Solo
tuvo que decirme que te había dado alojo en su
apartamento en São Conrado… De inmediato, supe de
quién se trataba; no es que conozca a muchas personas que
vivan en uno de los barrios más lujosos de la ciudad y que
te haya brindado apoyo. —Su comentario fue dicho con
bastante ironía y Samira soltó una risita que la contagió; así
que, después de reírse por casi un minuto, Vadoma continuó
—: Quise terminar la llamada enseguida, porque no sé,
siempre lo había visto como la amenaza que quería robarme
a mi pequeña estrella, pero pensé que si se había tomado la
molestia de comunicarse después de tanto tiempo, era
porque quizá se trataba de una emergencia o algo
verdaderamente muy importante. Me dijo que te volvió a
ver después de siete años y que, dentro de poco, era tu
acto de grado… También me dijo que se enteró de mis
planes de venir a verte y de cómo se habían echado a
perder… Ya en ese punto no quería seguir escuchándole, así
que le dije que eso no era de su incumbencia. Lo siento, mi
estrella, ya sabes cómo es mi temperamento cuando
desconfío de algo o de alguien…
—Sí, te conozco muy bien, por eso quiero saber cómo es
que consiguió que te subieras a un avión con él… —Samira
sonreía, estaba pletórica por escuchar todo. Quería saber
todas las adversidades a las que tuvo que enfrentarse.
—Le terminé la llamada, diciéndole que no se acercara a
ti y que me dejara en paz o… Bueno, admito que pude
haber soltado un par de amenazas, algo como que le diría a
mis hijos y a mis nietos… —Apretó los dientes en una
sonrisa entre forzada y avergonzada.
—¡Abuela! ¿Cómo pudiste? Sabes que pueden hacerle
daño, daño de verdad —regañó Samira, con los ojos a punto
de salirse de sus órbitas.
—En verdad, no se lo diría a Jan, solo lo usé como táctica
para alejarlo. —Se excusó avergonzada—. Pero no se
acobardó, esa fue la primera señal de que estaba decidido a
convencerme; volvió a llamarme varias veces y siempre le
colgaba en cuanto escuchaba su voz. —Vadoma soltó una
carcajada que le humedeció los ojos.
—¿Y qué más pasó, abuela? —suplicó Samira, casi
desesperada, picada por la curiosidad. Estaba a punto de
hacer un berrinche, como los que le hacía de niña.
—Ya sabes que esa gente con dinero tiene el poder de
dar con la aguja en el pajar… Así que, el payo…, Renato. —
Se corrigió con rapidez—. Dio conmigo, fue hasta el barrio.
Me esperó cerca de la casa...
—¡¿Sabe dónde vivimos?! —Samira se llevó ambas
manos para cubrirse la boca. Nunca se había avergonzado
de sus raíces, pero justo en ese momento, le preocupaba
mucho lo que Renato pudiera pensar de las carencias con
las que creció. El barrio donde vivía aun tenía calles que no
habían sido pavimentadas y las viviendas, en su mayoría,
eran bastante humildes; o así era como lo recordaba.
—Indudablemente, pero tuvo la prudencia de no ir a
tocar a la puerta, esperó hasta que salí y me abordó en
medio de la calle. Estaba en una SUV lujosa, en compañía
de dos hombres, que más tarde me enteré, son
guardaespaldas de su abuelo… Accedí a subir porque no
quería que me vieran con él… Imagínate lo que pensarían
de mí los vecinos, si me veían con un gachó. Por supuesto,
la SUV no pasó desapercibida y vi a más de uno asomado
por las ventanas.
—Ya imagino, con lo que le gustan las habladurías. —
Samira sonreía nerviosamente. Tenía un nudo en el
estómago, porque sabe lo mucho que Renato se arriesgó.
Sobre todo, conociendo a sus vecinos—. Pero ¿qué te dijo?
Dime qué hablaron —insistió.
—Bueno, ese muchacho tiene el don de la palabra y un
gran poder de convencimiento… Me dijo que se habían
reencontrado después de muchos años y que, tanto él como
yo, tenemos el mismo objetivo: verte feliz —sonrió y le llevó
una mano a la mejilla, para acariciarle con el pulgar el
pómulo; entonces, Samira sonrió enternecida ante el gesto
—. Estuve de acuerdo con él, pero cuando me dijo que no
podía faltar a tu acto de grado, porque era muy importante
para ti y que él había ido a buscarme…, no sabía qué
decirle; creo que el deseo en mi mirada me delató. Le dije
que tenía que pensarlo… A todas estas, me llevó a un
restaurante. Así que, le pedí unos minutos, tenía que ir al
baño… No confía mucho en mí, porque uno de los
guardaespaldas me acompañó hasta la puerta de los
servicios…
—Pensó que te escaparías. —Samira rio.
—Lo habría hecho de haber tenido la mínima oportunidad
—confesó Vadoma, también sonriendo—. Pero solo se me
ocurrió llamar a Adonay, sé que él no sabe que un payo nos
ayudó, pero le conté un poco la situación; por supuesto,
cambiando muchas cosas… Entonces, él tuvo la idea,
estuvo de acuerdo en que aprovechara la oportunidad para
venir a verte y me dijo que él se encargaría de convencer a
Jan, para que yo, «supuestamente», me fuera a cuidar de su
hogar unos días… Y aquí estoy. —Abrazó a Samira y la
recargó de nuevo contra su pecho, mientras le repartía
besos en la coronilla—. Fue durante el vuelo que me dijo
que ha estado enamorado de ti, durante mucho tiempo y
que iba a pedirte matrimonio; al principio, me irrité, pero me
cortó toda posibilidad de objetar… Dijo que se casaría
contigo, que sabía que nosotros nos regimos por otras leyes
y que, si lo aceptaba, estaba dispuesto a casarse contigo
por todas las leyes posibles… Que estaría muy agradecido si
yo les diera mi bendición. Yo lo pensé muy bien, mi
estrella… No fue fácil acceder, pero necesitas a alguien que
te apoye, que te cuida y, sobre todo, que te quiera y no te
limite en nada. Sé que eso no lo encontrarás al lado de un
gitano, lo sé. Y no es justo que después de lo mucho que
has luchado y de lo lejos que has llegado, tengas que unirte
a alguien que quiera cortarte las alas, solo para volver a ser
aceptada por tus padres. Es como si todos estos años
hubiesen sido en vano… Muy en contra de mis deseos de
verte formando una familia con un gitano, prefiero verte al
lado de un payo, pero feliz… ¿Serás feliz con él?
—Sí, sé que seré muy feliz a su lado… En todo el tiempo
que estuvimos juntos, siempre me hizo sentir especial,
protegida.
—¡Ay, mi chiquita!… Desde el principio supe que estaban
enamorados, por eso no quería que siguieras en contacto
con él. Lo siento, en ese entonces, no veía las cosas como
ahora. Solo espero que él sepa valorar tu virtud, es un gran
regalo que solo debes ofrecerle el día de tu boda.
Samira apretó con fuerza los párpados y el corazón se le
aceleró. Le gustaría mucho poder confesarle que hacía
muchos años se la había entregado y que fue maravilloso,
pero estaba segura de que, si le decía que había tenido
intimidad, no solo con Renato, sino también con Ismael,
terminaría decepcionándola; y era lo que menos quería.
Porque su abuela podía pensar distinto en muchas cosas,
pero la virginidad, para ella, seguía siendo muy importante.
No quiso mentirle, prefirió guardar silencio y estrechó
aún más la cintura de su abuela.
—Parece que ya tienes mucho sueño —dijo Vadoma, ante
el silencio de Samira.
—Sí, un poco —musitó—. Aunque tú debes tener mucho
más sueño que yo, seguro que estás agotada por tantas
horas de vuelo.
—Solo estoy un poco fatigada por las emociones, pero no
por el viaje; si ese avión en el que vinimos tiene más
comodidades que la casa. Sí que tiene mucho dinero esa
gente…
—Sí, ¿sabías que el abuelo de Renato es el jefe de
Adonay? Y Renato trabaja en la misma empresa…
—¿En serio? —Su tono reflejó la sorpresa. Ella jamás se
había interesado por el trabajo de Adonay, no era que no le
importara su nieto, solo que a las mujeres, en su cultura, no
se le comunicaba sobre eso. Solo sabía que trabajaba para
los payos y en una gran empresa, nada más.
—Sí, lo supe hace mucho tiempo, pero tampoco le he
dicho a Adonay que conozco al nieto de su jefe… Creo que
pronto tendré que contárselo.
—Sí, ya tendrás tiempo para eso… Solo espero que él no
tome tan mal la noticia de que vas a casarte con un payo.
De tu padre, tu tío y tus hermanos ni hablemos…
—Sé que jamás me lo van a perdonar —soltó un suspiro
tembloroso, porque le dolía el corazón de solo pensarlo.
Pero ya iba siendo hora de que se hiciera a la idea de
manera definitiva.
—A veces el orgullo puede ser el peor enemigo del
hombre, mi estrella. Ellos se arrepentirán, sé que sí.
—Te camelo, paruñí —dijo Samira.
—Yo también, soñé tanto con este momento… Anhelaba
mucho volver a tenerte en mis brazos. —La mecía con
ternura.
—Necesité tanto tus abrazos y tu pecho… Hubo muchos
días en los que me dormí llorando y solo tenía esta
almohada para abrazar… —Tenía ganas de suplicarle que se
quedara con ella, que no volviera a Río, pero bien sabía que
la pondría en una situación demasiado difícil, porque su
abuela también estaba muy apegada a sus hermanas y
hermanos. No era justo que perdiera el amor de todos ellos,
solo por el de ella.
—Ahora estoy aquí. —Vadoma se acostó.
Samira también lo hizo y volvió a acomodarse sobre el
pecho de su abuela, y tiró de las sábanas para arroparlas a
las dos.
—Duérmete, mi amor… —susurró Vadoma, sin dejar de
acariciarle el pelo y empezó a tararear una canción de cuna
en caló.
CAPÍTULO 58
Samira podía sentir la respiración profunda y tranquila de
su abuela, se había quedado dormida hacía más de media
hora. No quería moverse, para no despertarla, pero si no lo
hacía, iba a amanecer adolorida.
Respiró profundo y con mucho cuidado se alejó de su
pecho y se acomodó en el otro extremo de la cama. Ella
estaba agotada y quería dormirse, pero todas las emociones
vividas durante el día no le dejaban pegar ojo.
No hacía más que sonreír, cada vez que las mariposas en
su estómago hacían fiesta, porque jamás se había sentido
tan bien, tan plena, tan realizada. Alcanzó su más soñada
meta e iba a casarse con el hombre del que siempre estuvo
enamorada, su primer y más bonito amor. Además, después
de tantos años, volvía a tener a su abuela durmiendo en la
misma cama que ella.
Seguía en estado de vigilia, cuando escuchó su teléfono
vibrar, enseguida lo cogió y su pobre corazón dio un vuelco
cuando vio que Renato acababa de agregar una nueva
canción a la lista de reproducción.
Miró la hora y pasaban las tres de la mañana.
Era imposible para ella ignorar esa canción, necesitaba
escucharla en ese instante, por lo que, con cuidado, se
levantó, agarró los auriculares y salió de puntillas de la
habitación.
Caminó hasta el salón principal y se sentó en el sofá,
subió los pies, con las rodillas pegadas al pecho. Se puso los
audífonos y le dio a reproducir. Solo entonces caía en la
cuenta de que las canciones que había estado agregando
eran pistas de su propuesta de matrimonio. Se lamentó no
haberse emocionado con las primeras, como lo estaba con
esta última.
Tú me sabes desnudar sin quitarme la ropa
Tú haces dudar al que acierta y al que se equivoca
Eres la chica perfecta, ¿qué más te puedo decir?
Eres la chica perfecta para mí, para mí…

Su sonrisa se fue haciendo más amplia y las cosquillas en


su estómago se volvieron incontrolables, a medida que
escuchaba la canción.

Y vamos a olvidarnos de los miedos


Y vamos a olvidarnos de las dudas
Yo voy tocando el cielo con los dedos
Mientras que poco a poco te desnudas…

La reproducción fue ligeramente interrumpida con la


llegada de un mensaje y; de inmediato, lo leyó:

Renato: ¿Tampoco puedes dormir?

Sin dejar de escuchar la canción, empezó a responderle.

Samira: No, han sido demasiadas emociones, para


un solo día. Me gusta mucho esta canción… Y las
demás también, aunque admito que quise ahorcarte.
¡Cómo desapareces por cuatro días y de pronto
empiezas a dedicarme canciones, sin ningún
contexto!

Renato: Lo siento, supuse que estaba haciendo


algo especial.

Samira: Has sido bastante especial… Demasiado,


tanto, como para haberme quitado el sueño.

Renato: También me has quitado el sueño con tu


respuesta. ¿Podemos casarnos ya? Es que me aterra
que puedas cambiar de opinión.
Samira: No, no voy a cambiar de opinión. Pero no
me opongo si tu deseo es que nos casemos cuanto
antes.

Renato: Quiero casarme ahora mismo, pero sé que


es imposible. No vamos a encontrar abiertos el
Registro Civil o la Notaría.
Samira: No es así de fácil… Primero tenemos que
buscar los documentos.

Le adjuntó un emoticón de una niña riendo.

Renato: Estoy preparado, antes de venir


investigué cuáles eran los requisitos y he traído
todos los que he podido. Drica se encargará de
enviarme el resto.

Samira tuvo que llevarse una mano a la boca, para


sofocar su grito de felicidad. Lo menos que quería era
despertar a todos.

Samira: Estabas muy convencido de que diría que


sí.

Luego de escribir el mensaje, se llevó la mano a la


tobillera y empezó a tocar los dijes. Fue entonces que se dio
cuenta de que tenía uno nuevo: el bastón de Esculapio.
Su felicidad se hizo aún más fuerte, adoraba esos
detalles de Renato, que eran totalmente fuera de lo común;
otro, quizá, habría puesto un infinito o un corazón.

Renato: La verdad, no. No estaba para nada


convencido, no tienes idea de lo aterrado que estaba;
aun así, una pequeña parte de mí, albergaba la
esperanza de que dijeras que sí… ¿Quieres que
hagamos vigilia juntos? Puedes venir al hotel.
Al corazón de Samira le nacieron alas, ante su propuesta.
Nada más querría ella, que estar entre sus brazos, pero no
podía irse y dejar a su abuela e invitados solos; sería una
gran descortesía. No obstante, tuvo una mejor idea.

Samira: No puedo dejar a mis invitados, pero si


quieres, puedes venir a mi apartamento. Está a unos
siete minutos en coche de tu hotel.

Renato: Yo encantado, pásame la ubicación.

Samira: Ya mismo te la envío.

Renato: En diez minutos estoy contigo. Te amo, mi


suerte.

Samira se llevó la mano al pecho, mientras sonreía,


viendo el mensaje. Sabía que jamás podría recuperar el
tiempo que vivieron separados, pero tenía la certeza de que
este era su tiempo. Era el momento perfecto para vivir sin
miedos ni dudas su historia de amor.
Luego de soltar un largo suspiro, se levantó y fue a verse
en el espejo del recibidor. Llevaba puesto un pijama de seda
en un color rosa pastel, era de pantalón y blusa mangas
largas. Quizá se vería mejor con algo más sensual, pero su
intención no era provocarlo, por respeto a su abuela, que
estaba durmiendo en su habitación y que esperaba que aún
siguiera siendo virgen.
Tenía el cabello suelto, aún en las raíces estaba algo
húmedo, ya que se lo había lavado para sacarse el fijador
que le aplicaron por el peinado. Empezó a trenzárselo de
medio lado, mientras se observaba en el espejo. Sus
mejillas estaban sonrojadas y sus ojos brillaban como solo lo
hacían cuando pensaba en Renato.
Cuando terminó, se dio un paseo por el apartamento,
encendiendo algunas luces y miraba la pantalla del teléfono
cada cinco segundos. Estaba ansiosa por verlo y el tiempo
no ayudaba en absoluto.

Renato: Llegué, no puedo esperar para verte.

Samira no le respondió con mensaje, sino que le llamó y


él le respondió al primer repique.
—Ya te abro. —Le dijo, al tiempo que pulsaba el botón en
la pantalla, para darle acceso—. Último piso. —Terminó la
llamada y abrió la puerta, para esperarlo en el vestíbulo.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron y sus
miradas se encontraron, ambos sonrieron. Renato caminó
raudo hacia ella, que lo esperaba con los brazos abiertos.
Él le envolvió la cintura con los brazos y ella le sujetó la
cara, al tiempo que sus bocas se chocaron en un beso
cargado de emoción y que fue haciéndose más profundo, al
dejarse llevar por esas ganas que tanto tuvieron que
reprimir durante el día.
En medio de su emoción, no solo su saliva y aliento se
volvieron uno, sus lenguas buscaron envolverse la una a la
otra y sus dientes chocaron en un par de oportunidades,
haciéndoles separarse para reír, pero volvían a comerse a
besos, hasta que una de las manos de Renato se apoderó de
las nalgas de Samira y la llevó contra la pared.
Un resquicio de cordura atravesó la espesa telaraña del
deseo que recorría con lenguas de fuego el cuerpo
femenino.
—Será mejor que entremos —dijo con el pecho agitado y
una sonrisa que agitaba aún más las ganas en Renato—. Y
tenemos que calmarnos un poco, porque mi abuela está en
mi habitación y todas las demás están ocupadas con los
invitados… —Había olvidado que la principal razón para no
tener sexo con Renato, era que le martirizaba ocultarle a su
abuela que ya no era virgen y creía que, si no volvía a
entregarse a él, hasta después del matrimonio; podría, de
alguna manera, quitarle peso a esa culpa. La verdad, no
estaba muy segura de conseguir esperar hasta la noche de
bodas, porque cuando él la besaba, perdía total voluntad.
—Está bien, intentaré portarme bien. —Dejó de apretarle
las nalgas y subió la mano hasta la cintura.
Samira le sujetó la mano y lo guio dentro del
apartamento.
—Bienvenido a mi hogar —dijo con una gran sonrisa.
—Gracias. —Renato admiró el gran salón, podía
reconocer muebles de diseñador y acabados de lujo;
aunque también había parte de la decoración en la que
reconocía los gustos de Samira.
—¿Quieres un té? —Le ofreció, sin soltarle la mano.
—Sí, me gustaría —aceptó e intentó disimular su
sorpresa, al ver una cocina de alta gama. Poco sabía de
diseño, pero sí de materiales—. ¿Cómo haces para pagar el
alquiler? —Ya no pudo seguir tragándose la curiosidad—.
Estoy seguro de que no es para cualquier presupuesto.
Samira, que ya estaba encendiendo la tetera, para poner
a hervir el agua, se volvió hacia él, que se quedó en la isla
de mármol.
—No pago alquiler —contestó con una sonrisa y caminó
hasta la alacena donde tenía las latas con los tés.
—¿No pagas alquiler? —siguió picado por la curiosidad.
Samira negó con la cabeza, al tiempo que buscaba en
otro cajón el infusor de té. Se volvió hacia él y en la isla
puso un par de tasas.
—Es mío, solo pago los impuestos.
—¿Tuyo? —Los ojos de Renato reflejaban su
consternación—. ¿Me dirás cómo es posible…?
—Me gané la lotería, el euromillones. —Lo interrumpió,
por fin confesando con una gran sonrisa y los ojos brillantes.
—No. —Se mostró sorprendido y solo pudo esbozar una
sonrisa incrédula.
—Sí. —Samira reafirmó con la cabeza—. ¿Cuál quieres?
—Le preguntó, mostrándole las opciones de infusión que
tenía. Él le señaló el té blanco. Enseguida llenó el infusor
con las hojas del té, lo puso en la taza y luego vertió el agua
caliente—. Ciento setenta millones de euros —confesó
mientras observaba cómo el agua iba poco a poco
tiñéndose con el color ligeramente amarillo del té; sonrió
por la alegría que aún le provocaba revivir ese momento—.
Una locura, ¿cierto? —Levantó la mirada, para encontrarse a
Renato todavía pasmado.
Él espabiló varias veces y luego silbó.
—Sí, una total locura… Sabes cuál es la probabilidad de
que alguien se gane un premio como ese…
Samira asintió, al tiempo que empujaba la taza de té
hacia él.
—Era más probable que me cayera un rayo encima, pero
por fortuna, me tocó lo más favorable.
—Son mínimas, Samira… ¡Es increíble! —Seguía con una
sonrisa tonta de asombro. Solo así podía darle sentido a
todas esas interrogantes que invadieron su cabeza desde
que volvió a verla, como la tarjeta de crédito, estudiar en
una universidad privada, el restaurante, el auto y ahora ese
apartamento—. Quiero saberlo todo, ¿cómo pasó? ¿Cómo te
sentiste al darte cuenta? Porque es mucho dinero, es una
fortuna…
Samira se rio, al tiempo que echaba unos terrones de
azúcar en su té.
—La verdad, aún me cuesta asimilarlo…
—¿Fue hace mucho? —soltó una risita al sentirse tonto.
—Tenía poco más de un año de haber llegado.
—No sabía que te gustaban los juegos de azar.
—No me gustan, fue la primera y única vez que lo
jugué… Y no lo hice con la intención de ganar, solo
necesitaba cambiar un billete. Era lo único que tenía, pero
iba caminando y me topé con una señora y una niña
pidiendo dinero en pleno invierno… Eso me hizo recordar las
veces que mi abuela y yo, recurrimos a la buena voluntad
de los demás, para poder llevar comida a la casa. Actué
como muchas veces deseé que otros lo hicieran con
nosotras; así que, compré el boleto solo para obtener unas
monedas y así ayudarles.
—Las buenas acciones siempre son recompensadas —
dijo Renato, sus ojos brillaban de admiración por la chica
que tenía en frente—. ¿Cómo te sentiste cuando supiste que
habías ganado? —preguntó con la intriga gobernándolo.
—Vamos a ponernos cómodos, porque creo que me
pedirás todos los detalles.
—¡Por supuesto! —pidió, emocionado.
Cada uno se hizo de su taza de té y Samira lo guio hasta
la terraza, que tenía unas vistas hermosas de Madrid. Ella
corrió la puerta, al sentir la necesidad de estar a solas con
él; así, si alguien despertaba e iba a la cocina o al salón, no
se darían cuenta de que ellos estaban ahí.
—¿Te gusta? —Le preguntó, cuando lo vio admirando las
vistas.
—Sí. —Bebió de la taza de té.
—No son tan lindas como las de tu apartamento, que
hacen que uno se pierda en la grandeza del océano
Atlántico y que termines levitando en paz… Pero estas me
han reconfortado en muchas oportunidades. —Le dio un
sorbo a su té.
—Todo depende, Samira… Créeme, hubo momentos en
los que, por mucho que pasara horas y horas mirando al
océano, no encontraba ni un poco de paz… Porque mi paz
solo podía encontrarla en unos ojos hechiceros…, unos
hermosos, que se esfumaron de repente y se llevaron mi
total estabilidad, mi serenidad…
—No hablemos de eso… No quiero seguir sufriendo por el
tiempo que no pasamos juntos. Ahora solo debemos
dedicarnos a recuperarlo, solo eso. —Le dijo ella,
sujetándolo de la mano, para llevarlo a un sofá.
Se sentaron uno al lado del otro, pero Renato puso la
taza de té en la mesa de centro y se acomodó de medio
lado.
—Ven aquí, quiero tenerte entre mis brazos. Eché de
menos tanto hacerlo, que no quiero perder la oportunidad
ahora que te tengo. —Él quedó sentado con la espalda
apoyada en el reposabrazos del sofá. Estiró la pierna
izquierda y la otra la dejó apoyada en el suelo, dejando
espacio para que Samira se ubicara en medio de sus
piernas.
Ella, con una sonrisa dócil, se acomodó, dejando su
espalda contra el tibio pecho de Renato; y encogió las
piernas, para estar más a gusto.
—Estar así, se siente demasiado bien. —Samira soltó un
suspiro, al tiempo que se acurrucaba más contra él, que la
envolvió con sus brazos y le daba el calor que justamente
necesitaba en esa madrugada fresca.
—Creo que terminaré abrumándote y me dejarás…
—No digas eso, no lo haré. Te amo mucho, Renato…;
tanto, que estoy segura de que esto que siento por ti, jamás
se extinguirá. —Giró la cabeza, para poder buscar su boca y
besarlo, porque quería no solo demostrarle con palabras,
sino también con hechos, que sus sentimientos por él, eran
genuinos.
Renato le acunó la cara para corresponder al beso,
aceptó la invitación cuando ella separó los labios y avanzó
con su lengua, lento y suave…; saboreando ese momento
en que sus respiraciones se hacían lentas, sus latidos se
desbocaban y poco a poco la temperatura de la sangre
aumentaba.
Ella terminó el beso mordisqueándole el labio inferior, en
respuesta, él le sonrió, mientras sus narices se rozaban y; al
abrir los ojos, las pupilas de ambos se encontraron.
—¿Me amas a pesar de todas mis debilidades? —susurró
él, pegando su frente a la de ella.
—Te amo —contestó con total certeza—. Me desmayé…
—¿Qué? —preguntó Renato, al no encontrar conexión
entre lo que Samira acababa de decirle.
—Me preguntaste que cómo me sentí cuando me enteré
de que me gané la lotería… Pues, me desmayé y recuerdo
que lo primero que dije o que pensé es que, en ese instante,
estaba demasiado aturdida… Creo que dije: «ahora sí podré
estudiar» … Y lo peor de todos fue que me enteré ocho días
después; de no ser por Romina, jamás habría sabido que mi
vida había cambiado. Dejé el boleto en su casa porque no le
di importancia, para mí, solo se trató de un medio para
cambiar un billete… Ese mismo día, fuimos al banco y luego
me fui a trabajar…
—¿Te fuiste a trabajar? —preguntó Renato con una
sonrisa. Él seguía con una mano sobre la mejilla izquierda
de Samira, la movió hasta atraparle le lóbulo y, entre sus
dedos pulgar e índice, lo acariciaba.
Samira asintió, ahora, después de tanto tiempo, ni ella
entendía por qué actuó de esa manera, quizá se debió a la
adrenalina de ese momento.
—Tenía dos trabajos, por las mañanas era mesera en
Saudade, que en ese entonces tenía otro nombre y su
dueña era una chica llamada Lena… Y, por las noches,
limpiaba oficinas en el distrito financiero.
Renato se acercó y le dio un beso en la frente.
—Lo siento mucho, porque fui quien te orilló a hacer todo
eso… Digo, a tener que trabajar de nuevo en dos horarios…
—Bueno, tuve una millonaria recompensa… Ciertamente,
el dinero no da la felicidad, pero sí ayuda mucho a que las
cosas sean más fáciles —alegó Samira.
—Tienes razón… Veo que lo has administrado bien, tener
propiedades ayudan a que tu patrimonio crezca. ¿Tienes a
alguien que te asesore?
—Sí, tengo un gran equipo de abogados, contadores y
economistas que me ayudan… El gerente del banco me
recomendó que la mejor manera de no derrochar el dinero
era hacer inversiones; así que, me dio el contacto de un
buen hombre que se encargó de no solo hacer que no
terminara gastando en poco tiempo todo el dinero, sino que
ha hecho que obtenga ganancias… Creo que tengo un poco
más de lo que gané y, eso, que doné mucho a mis familiares
y amigos… Como comprenderás, era demasiado para mí…
¿Te gustaría tener una reunión con mi equipo financiero?
Siempre confío en lo que ellos me dicen y en los
documentos que me muestran, pero sé que tú eres
excepcional en tu trabajo; no en vano eres el Director
Financiero de un importantísimo conglomerado.
—Si quieres que lo haga, lo haré… Me tranquiliza saber
que has llevado tus finanzas de manera inteligente y estoy
seguro de que tienes un buen equipo que te respalda… —
Renato silbó, todavía estaba sorprendido.
Samira soltó una risita.
—Es difícil de creer, ¿cierto?
—Sí que lo es, pero ¿sabes qué es lo que más me
impresiona? —ante ese comentario, Samira negó con la
cabeza—. Que sigues manteniendo tu esencia, sigues
siendo la Samira que conocí… Aunque ahora más mujer.
Ella sonrió y él supo que jamás la había visto más
hermosa. Fue como un puñetazo en el estómago. A cada
momento que pasaba, estaba más seguro de que estaban
hechos uno para el otro.
Samira volvió a recostarse contra el pecho de Renato,
dejó descansar la cabeza en su hombro y con sus manos
acariciaba los brazos de Renato, que la abrazaban por la
cintura.
—Pues, ya tengo veinticinco, algo he crecido —dijo
sonriendo, al sentir que Renato le plantaba un beso en la
mejilla.
—Y lo has hecho hermosa, más sensual… —Bajó con sus
besos al cuello de Samira y pudo sentirla estremecerse
entre sus brazos—. Te deseo, mi gitana… Te deseo tanto —
dijo con la respiración agitada, mientras su mano derecha
se escabullía debajo de la tela de seda de la blusa del
pijama, para acariciarle el torso.
CAPÍTULO 59
Samira jadeó bajo el cálido apretón de la mano de
Renato en su seno izquierdo y se quedó paralizada ante el
significado de las palabras que le había dicho, pero en el
interior de su pecho, el corazón le vibraba a punto de
explotar y estaba segura de que él podía sentirlo.
—Quiero más y creo que tú también —susurró, bajando
su otra mano por el vientre y con sus dedos se abría espacio
entre la tela del pantalón del pijama, para tropezar con las
bragas—. ¿Lo quieres, Samira? —preguntó, haciendo ligeros
círculos con las yemas de sus dedos sobre el monte de
Venus y por encima de la tela de las bragas.
Ella tragó saliva. No tenía réplicas para eso. Suponía que
se había prometido que no volvería a tener sexo con
Renato, sino hasta su noche de bodas. Sin embargo, en ese
instante, estaba mojada y anhelante. Solo escuchaba sus
respiraciones y el latido de su corazón retumbaba en sus
oídos.
—Renato —musitó temblorosa, al tiempo que él le
pellizcaba con firmeza el pezón, avivando la imparable
necesidad que crecía en su interior. Entonces, jadeó y
arqueó las caderas hacia sus dedos.
Renato bajó un poco más su mano, dejando que sus
dedos índice y medio, descendieran por sus labios
vaginales, aun por encima de la tela, pudo sentir la
humedad.
Samira contuvo el aliento y separó las piernas, para darle
la bienvenida a los dedos que, en ese momento, se abrían
espacio entre la tela del costado.
—Eso es… Sí… —suspiró pesadamente Renato, cuando
sus dedos resbalaron por la piel suave, caliente y mojada.
Estaba preparándose para establecer un ritmo implacable,
lento y profundo con sus dedos, cuando escucharon un
ruido proveniente del salón.
Samira saltó del sofá, con un movimiento brusco se
apartó de Renato, se le tensó cada músculo del cuerpo y
apenas podía respirar.
—Seguro es mi abuela… —dijo, casi sin aliento, presa del
terror.
—Bueno, está bien, tranquila… No estamos haciendo
nada malo.
—Para ella, sí… Esto es malo, muy malo…
—Entiendo, pero ya no estamos haciendo nada…
Cálmate un poco. —Estiró la mano—. Ven, siéntate a mi
lado, porque si entras y te muestras nerviosa, solo
despertarás sospechas.
Samira comprendió que Renato tenía razón, así que,
exhaló y volvió a sentarse a su lado, apoyando la cabeza en
el hombro de él, quien le pasó el brazo por encima de los
hombros.
—Perdóname por actuar así. —Se relamió los labios
resecos, debido a la mezcla de excitación y terror—. Es que
mi abuela piensa y espera que aún sea virgen. Ya sabes, en
mi cultura la virtud es demasiado importante… Es más, creo
que es lo más importante, y justo anoche mi abuela me lo
recordó…
—Y eso te ha puesto bastante nerviosa —completó
Renato.
Samira asintió.
—No quiero decepcionarla, ya me ha permitido tantas
cosas, me ha dado toda su confianza… Sé que si se entera
de que me caso sin ser virgen, le romperé el corazón.
Renato buscó su mano y entrelazó sus dedos a los de
ella.
—Sabes que la única persona a la que le concierne tu
vida sexual es a ti y que las decisiones sobre tu cuerpo solo
las puedes tomar tú; sin embargo, entiendo que para tu
cultura es muy importante y que tu abuela cree firmemente
en esos dogmas… Vamos a respetar eso hasta la noche de
nuestra boda, porque creo que así estarás más tranquila,
¿te parece?
—También lo pensé… Quise proponértelo, pero es que,
cuando estoy contigo, todo se sale de control —comentó
con una sonrisa algo tímida.
Renato adoró ese rastro de inocencia en ella, esa manera
tan sutil de decirle que también lo deseaba.
—Solo por si por esta cabecita aún quedan rastros de
pensamientos ortodoxos. —Inclinó su cabeza, para apoyarla
sobre la de Samira—. No debes dejar que nada te
atormente, porque tu primera vez fue conmigo, fue con el
que se convertirá en tu esposo… Y, el orden de los factores,
no afecta el resultado.
—Eso lo entiendo —Ella se alejó, lo miró a los ojos y le
regaló una sonrisa, luego se acercó, suplicándole con la
mirada un beso. Él, que sabía leerla con mucha facilidad,
acercó su boca y la besó con infinita ternura. Dejó caer un
beso sobre otro, en sus labios que temblaban de anhelo por
los de él—. Ahora tengo mucha más prisa por casarme —
suspiró—. ¿Será que podremos sobornar al Juez de Paz, para
que nos case, aunque nos falten algunos documentos?…
Renato soltó una carcajada, como lo hacía pocas veces e
hizo que Samira se contagiara.
—Aún podemos irnos a Las Vegas y casarnos allí, sería
legal… Podemos viajar. Nos tomaría tres días llegar,
casarnos y volver.
—¿Podemos hacer eso? —preguntó incrédula y
emocionada a partes iguales.
—Claro que podemos hacerlo. Es tan legal y oficial como
casarnos en cualquier otro lado. Solo tendríamos que
recoger la licencia de matrimonio en la oficina del Condado
de Clark. Después, la traemos al Registro Civil, la
registramos y nuestro matrimonio sería oficial.
—¿Cómo sabes todo eso? No es que estemos hablando
de tema de cultura general —cuestionó Samira con picardía.
—Bruno y Vera se casaron en Las Vegas, yo fui uno de los
testigos, ya luego lo hicieron por la iglesia en Río.
—Ah, entiendo —dijo, mientras estudiaba seriamente la
posibilidad de hacerlo, pero rápidamente sus ilusiones se
precipitaron a tierra—. Pero me gustaría que mi abuela esté
presente y ella no tiene visa americana. —Su tono de
tristeza fue evidente.
—Tienes razón, bueno, no nos queda más que intentar
sobornar al Juez… —concluyó de forma bromista.
Samira se echó a reír, justo en el momento en que la
puerta del balcón era abierta por Daniela.
—¡Vaya, vaya! No esperaba encontrar a los tórtolos aquí
—dijo con una taza de capuchino en la mano y aún con el
pijama puesto.
Samira se sintió bastante aliviada al saber que era su
amiga y no su abuela.
—Buenos días, Daniela —saludó Renato, que aún no
había tenido la oportunidad de agradecerle por disipar
cualquier duda que tuviera acerca de la relación entre
Samira y Mirko. Bien sabía que, si dejaba que su cabeza
sacara conclusiones, lo más probable es que no hubiese
tenido el valor de pedirle matrimonio.
—Buenos días —canturreó mientras se acercaba a ellos
—. Ustedes sí que han madrugado.
—Así parece —comentó Samira, por supuesto, no iba a
decirle que ninguno de los dos había dormido, porque no
quería entrar en detalles.
Daniela se sentó en el sillón frente a ellos y subió los
pies.
—¿Y qué hacen? Imagino que hablando sobre la boda. —
Miró a Samira—. No importa dónde ni cuándo sea, yo seré tu
madrina. —Sin duda, era una imposición.
—Sí, estábamos hablando de la boda, pero aún no
llegamos a la parte de los padrinos y madrinas —alegó
Samira—. Pero ahora que lo dices, sí, serás la madrina y
Julio el padrino… No podría pensar en nadie más.
Daniela soltó un grito de emoción, dejó el café sobre la
mesa de centro y corrió a abrazar a Samira.
—Gracias. —Le plantó un beso en la mejilla—. Gracias,
gracias —dijo, dejándole caer varios besos—. Seré la mejor
madrina, ya verás.
—Sé que lo serás, lo sé. —Samira le daba palmaditas en
el brazo que le rodeaba el cuello, porque estaba a punto de
dislocárselo.
—Te quiero, chama. —Se apartó y regresó al sillón,
sentándose en la misma posición—. ¿Y ya tienen la fecha?
En seis meses, un año…, dos…
—Cuanto antes —intervino Renato—. Queremos casarnos
lo más pronto posible.
—¿Y eso? —preguntó con suspicacia y se volvió a mirar a
su amiga—. No me digan que viene con pasajero a bordo…
Ah, no…, qué tonta soy; verdad, que es imposible saberlo, si
apenas hace una semana que se reencontraron…
Ese comentario de Daniela hizo nacer la duda en Samira,
porque ella no estaba usando ningún método
anticonceptivo; aunque le tranquilizaba saber que Renato
usó preservativo.
—No, eso no es posible —intervino él, imaginaba que
Samira no querría que nadie se enterara de que había
tenido sexo. Sobre todo, por la conversación que recién
acababan de tener—. Solo que no encontramos motivos
para dilatar algo que ambos queremos.
—En eso estoy de acuerdo, si quieren hacerlo, es mejor
que sea cuanto antes… Como madrina de la boda, les
ofrezco mi ayuda para lo que necesiten.
—Gracias, Dani. —Samira le sonrió.
—No tienes que agradecer, sabes que lo hago con mucho
placer… Por cierto, sé que ahora mismo están concentrados
en la boda, pero recuerda que mañana es la fiesta de
Romina y me gustaría ir a comprar ropa, ¿me acompañas?
—Vale, vale… Sí —respondió Samira y se volvió a mirar a
Renato—. ¿Te gustaría acompañarnos?
—Sí. —Apreciaba cada minuto que pudiera estar al lado
de Samira.
—¿Y a la fiesta? Romina cumple años y hará una fiesta
gitana.
—Está bien, recuerdo que me prometiste algún día
llevarme a una. —Trajo al presente una de las tantas
promesas que ella le había hecho.
—¿Lo dije? —preguntó, un tanto sorprendida y sonreía,
incrédula. Renato asintió con su mirada en los ojos de ella—.
Bueno, entonces, es mi momento para cumplir esa
promesa.
—Lo es. —Elevó la comisura derecha, en una sutil
sonrisa.
—Creo que es momento de empezar a preparar el
desayuno, ya no deben tardar en despertar los demás —dijo
Daniela.
—No, hoy no vamos a cocinar… Mejor bajemos al café de
la esquina —propuso Samira.
—Está bien, voy a despertar a Carlos y a ducharnos. —Se
levantó y se marchó.
—¿Me esperas? También voy a cambiarme —dijo Samira.
—De acuerdo, pero después del desayuno, regresaré al
hotel, para descansar un par de horas. Y me gustaría que tú
hicieras lo mismo.
—Lo haré y regresas a las cinco, para que nos vayamos
de compras con Dani… ¿Te gustaría que esta noche
cenemos todos, incluidos tus padres?
—Ellos estarán de acuerdo, les avisaré temprano, para
que no hagan planes.
—Perfecto —asintió y se acercó a darle un beso, que
terminó convirtiéndose en varios, impulsados por aquel
amor que seguía creciendo entre ellos, hora a hora, minuto
a minuto.

Tiempo después, cuando Vadoma y Samira entraron al


salón principal, supuso que Renato recién llegaba, invitado
por su nieta, y no que se presentó en la madrugada, como
un ladrón; eso le hubiese molestado bastante, en cambio, lo
saludó con cordialidad.
Se sorprendió un poco porque era primera vez que lo
veía vistiendo de manera tan informal. Llevaba puestos
unos vaqueros y un jersey azul marino, no uno de esos
carísimos trajes, a los que parecía que nunca se le hacía la
mínima arruga.
Con disimulo, miró cómo su nieta se acercaba a él y
aceptaba con agrado un beso en los labios; aún eso le
incomodaba, pero trataba de aceptar que, en la cultura de
los payos, darse muestras de amor sin aún estar casados
era normal; cosa que, definitivamente, no era permitida en
la suya.
—Vamos —alentó Samira a todos, al tiempo que
entrelazaba sus dedos a los de Renato.
—¿Qué pedirás? —preguntó Daniela.
—No sé, quizá una tortilla de patatas…
—Mejor hubiésemos hecho unas arepas.
—Ay, Dani. Sí, sé que las arepas son riquísimas, pero hay
más en el menú.
—Samira tiene razón, amor —intervino Carlos—. Ya
hemos comido arepas toda la semana, necesito probar otra
cosa, por favor.
—Pero Renato no ha comido arepas —dijo, sonriente.
—Ya las he probado… —intentaba responder, pero
Daniela se apresuró.
—Pero no hechas por mí, hago las mejores —objetó la
venezolana, con suficiencia.
—Seguro que tendré oportunidad de comer las tuyas.
—Seguro que sí, no desistiré hasta que las pruebes… y
Vadoma también —dijo, colgándose del brazo de la anciana.
Salieron del apartamento y caminaron un par de calles,
Samira estaba segura de que les encantaría ese lugar.
Se pidieron una gran variedad de alimentos, sobre todo,
por petición de Daniela, que quería que Vadoma probara
todo lo que no había podido. A pesar de que la anciana no
iba a poder comerse todo, aceptó la manera en que la chica
quería atenderla.
Tras dos horas en el lugar, ya estaban esperando la
cuenta, cuando a Vadoma le entró una videollamada. Ella se
emocionó como una niña y no dudó en contestar, porque
era de su nieto, Adonay.
—Hola, paruñí —saludó el gitano con gran entusiasmo—.
¿Cómo estás? ¿Adaptada al horario?
—Adonay, bien, estoy bien… Mira quién está a mi lado. —
Mostró en la cámara a Samira.
—¡Holaaaa! —Samira le saludó con una gran sonrisa,
agitando la mano—. Primo, gracias por las flores, están
hermosas…
—Qué bueno que te gustaron, grillo, ¿cómo estuvo la
ceremonia? ¿Y te gustó la sorpresa? ¡Ey, ya eres médico! —
Su tono era de dicha y orgullo.
—¿Que si me gustó la sorpresa?… ¡Me encantó! Casi me
da un infarto de la dicha —comentó Samira, llevándose una
mano al pecho y con la otra le acarició la cabeza a su
abuela, luego le plantó un beso en la mejilla—. Gracias,
primo. No me lo esperaba… No tienes una idea de lo feliz
que me ha hecho volver a ver a esta señora gruñona…
—Gruñona, me dice… Te hubiese tocado otra abuela —
refunfuñó Vadoma.
—No lo digo en serio —sonrió Samira y le dio otro beso—.
El acto estuvo muy lindo —retomó las respuestas—. Fue
bastante emotivo… ¡Y, sí, por fin ya tengo el título!
—¿Y cuándo regresas a Brasil? —preguntó Adonay.
Samira aún no le había dicho a su abuela ni a su primo,
que ya había empezado la preparación para presentar la
prueba de la especialización, en Madrid. Sabía que ese iba a
ser un tema bastante difícil, pero no quería desaprovechar
la oportunidad de seguir avanzando en su profesión.
—Aún no lo sé, tengo unos asuntos que atender aquí. —
Prefirió no entrar en detalles y pudo notar la tristeza en los
ojos de su abuela, por lo que, estiró el brazo para abrazarla
—. ¿Vas camino al trabajo? —Le preguntó, porque no sabía
que había retomado su rutina laboral, ya que hasta donde
sabía, le dieron una semana libre por el nacimiento de su
hijo.
—Sí, ya debo volver —Cierta impotencia tiñó su voz.
—¿Y cómo sigue Amir?
—Los doctores han dado noticias alentadoras, dicen que
está mejorando, ya subió cien gramos y está reaccionando
favorablemente al tratamiento… Aun así, no descartan una
recaída, y eso nos tiene algo preocupados.
—Sé positivo, verás que todo saldrá bien, Amir es
fuerte… Y Milena, ¿cómo está? —Samira se mostraba
bastante preocupada por la situación de su primo. En ese
momento, desvió la mirada hacia Renato.
Él estaba serio y trataba de no mostrarse interesado en
la conversación, pero estaba atento a cada gesto de Samira
e intentaba ignorar el malestar que tenía en el pecho; esa
incomodidad ya la tenía identificada y sabía que se trataba
de celos. Sí, era un sentimiento estúpido, pero no podía
evitarlo.
No obstante, al enterarse de la situación por la que
estaba pasando Adonay, lo invadió la compasión, porque no
debía ser fácil tener que dejar a un hijo recién nacido y en
estado crítico, para tener que ir a cumplir con el trabajo.
—Ella está bien, no quiere dejar el hospital, pasa día y
noche ahí… Me preocupa que tanta angustia termine
afectándola. Por ahora, su hermana va a hacerle compañía,
ya luego que salga del trabajo, iré yo.
—Todo pasará, Adonay… —intervino Vadoma.
—Lo sé, paruñí. Ya quiero tener a Amir en casa, que toda
esta angustia termine… Sé que solo es cuestión de tiempo
—comentó con una ligera sonrisa de esperanza y decidió
cambiar el tema—. ¿Y qué hacen ahora?
—Recién terminamos de desayunar, vinimos con unos
amigos —dijo Samira.
Vadoma enfocó a quienes les acompañaban.
—Esa es Daniela —dijo, señalándola.
—Hola, Adonay, es un placer. Soy la amiga venezolana
de Samira… Espero, por su bien, que te haya contado de mí
—saludó, poniendo en práctica el portugués.
—Un gusto, Daniela. Sí, me ha hablado de ti, de tu hija y
también de tu marido.
—Está aquí, a mi lado… Carlos, saluda. —Daniela le pidió
y Carlos se asomó también a la cámara.
—Hola. —Fue lo único que dijo, porque no sabía
portugués, a pesar de que Daniela le había insistido
constantemente para que lo aprendiera, así como lo hizo
ella.
No le había interesado el idioma y ahora pasaba la mayor
parte de la conversación sin entender nada, porque Vadoma
no hablaba español; así que, la mayoría de la plática la
llevaban en portugués.
—Hola, es un placer. —Le saludó Adonay, en español, ya
que él sí había tenido que aprender español e inglés, para
poder desempeñarse en su trabajo. Ya que, comúnmente,
debía interactuar con personas de otros países.
Luego, Vadoma creyó prudente también mostrar al futuro
marido de su nieta, a pesar de que aún no dirían nada.
—Y este es Renato, el joven amigo de Samira, que me
trajo —dijo Vadoma.
—Hola, Adonay, es un placer. Espero que tu hijo mejore
pronto —deseó Renato y su mirada se desvió hacia Samira,
la vio deglutir y luego le sonrió nerviosa. Sí, él ya reconocía
cuando alguna situación le incomodaba.
—Gracias por tus buenos deseos —respondió con el ceño
ligeramente fruncido, porque el hombre le parecía conocido,
pero no sabía de dónde—. Y por llevar a mi abuela con
Samira.
—Un gusto, sé que tu abuela ha poyado a Samira con sus
estudios desde el principio, era justo que pudiera estar en el
acto de grado.
—Bueno, hijo, te dejo. No es bueno que estés hablando
mientras conduces… Ten cuidado. —Vadoma empezó a
despedirse.
—Gracias, paruñí, dile a Samira que te saque a pasear.
—Lo haré, le mostraré Madrid y la llevaré a conocer
Andalucía… Adiós, hablamos luego.
—Adiós, grillo… Pórtate bien.
Samira le sacó la lengua y frunció la nariz, como le hacía
cuando era niña. Adonay la imitó y luego terminó la
videollamada.
A pesar de que Samira quiso pagar la cuenta, Renato no
lo permitió, al apresurarse a poner su teléfono sobre el
terminal del punto de venta.
Al salir del café, Renato mandó a parar un taxi, se
despidió de ella con un ligero beso en los labios y de los
demás con un gesto de la mano.
CAPÍTULO 60
En cuanto Renato llegó al hotel, se fue directo al baño, se
dio una ducha, luego se puso el pijama y, antes de irse a
dormir, le hizo una videollamada a su padre, para informarle
que descansaría algunas horas. Sabía que quizá querrían
almorzar con él, ya que, durante la mañana, su madre le
envió un mensaje, para que bajara a desayunar con ellos y
le respondió que estaba con Samira.
Estaba sintiendo los estragos de no haber pegado ojo en
toda la noche, por lo que, aprovechó el momento para
invitarlos a la cena, como ya Samira le había ofrecido.
Su padre le dijo que no se preocupara, que irían a
almorzar con unos amigos, pero le pidió que cuando
despertara comiera algo.
Renato le agradeció su genuina preocupación con una
sonrisa y le prometió que, en cuanto despertara, se pediría
servicio a la habitación. Tras despedirse de su padre,
programó una alarma, para despertar en tres horas; luego,
dejó el teléfono en la mesa, apagó las luces y se metió bajo
las sábanas. Sin duda, lo que más le gustaba en ese
momento de la suite, era que, a pesar de ser mediodía,
quedaba en total oscuridad.
Cuando la alarma lo despertó, le pareció que tan solo
habían pasado cinco minutos, quiso seguir durmiendo,
aunque fuera media hora más, pero al recordar que tenía
una cita con Samira, todo indicio de sueño se esfumó.
Como le prometió a su padre, solicitó salmón al grill,
espárragos y puré de patatas. Al terminar de comer, le
envió un mensaje de voz a su abuelo, para saber si podía
hacerle una videollamada.
Cuando estuvo en Río, le contó toda su historia con
Samira, le habló de sus orígenes, de lo mucho que ella
había luchado y a todo lo que había tenido que renunciar,
con tal de lograr sus sueños de ser médico; al final, terminó
diciéndole sus planes de proponerle matrimonio.
Recibió respuesta enseguida y le fue imposible no
sonreír, al suponer que su abuelo estaba impaciente. Algo,
definitivamente, inhabitual en él.
No lo haría esperar, salió a la terraza, para disfrutar del
aire libre y del paisaje madrileño; se sentó y le marcó.
—Por lo que más quieras, hijo, dime que dijo que sí —
pidió Reinhard, en cuanto vio a su nieto aparecer en la
pantalla.
Renato sonrió y asintió con la cabeza.
—Sí, abuelo —reafirmó sonriendo y con los ojos brillantes
por la felicidad que no podía disimular.
—Entonces, es un hecho, te casarás.
—Es lo que más quiero, me gustaría poder hacerlo
cuanto antes… No creo regresar pronto a Río, me quedaré a
vivir con ella.
—¿Cómo que no? Tienes que traerla a casa, quiero
conocerla… O iré hasta allá.
—Hablaré con ella, para que vayamos, aunque sea un fin
de semana… ¿De acuerdo? —Lo que menos quería era que
su abuelo, a su edad, tuviera que hacer un viaje tan largo.
—Bien, lo importante es que la familia la conozca, me
encargaré de hacerle saber que ahora tiene una familia que
va a respaldarla… Que será su apoyo en todo lo que
necesite —hablaba Reinhard, ya que le pareció muy injusta
la historia que Renato le contó sobre cómo la familia de ella,
a excepción de un par de miembros, no querían volver a
verla, solo por haber ido tras su sueño de convertirse en
médico.
—Gracias, abuelo, sé que Samira lo apreciará mucho. —
Se sentía emocionado, porque su abuelo había aceptado su
amor por Samira. Bueno, él ya sabía de la relación que
tuvieron y se mostró feliz que de pudieran darse una
segunda oportunidad.
Su abuelo también le confesó que hacía algunos años
había dado con el paradero de la gitana. Nadie que
estuviera relacionado con ellos, escaparía de una
exhaustiva investigación, que sabía lo suficiente de la
«muchachita», como para permitir que pudiera estar en
contacto con él.
En ese momento, Renato se sintió aturdido, quizá un
poco molesto con su abuelo por tal osadía, pero tras
analizarlo unos cuantos minutos, terminó sintiéndose tonto,
porque era de suponer que, Reinhard Garnett, haría eso
desde el segundo en que Samira apareció en el campo
visual del sistema de seguridad de la casa en Chile.
Además, todos los empleados eran fieles a él y le dirían lo
mínimo que pasara en esa casa.
Lo que sí le dolió bastante fue enterarse de que, durante
todo el tiempo que estuvo separado de Samira, su abuelo
sabía dónde estaba y no se lo dijo.
Reinhard prefirió no involucrar a Ian y se tomó las
palabras que su hijo dijo en ese momento.
Renato terminó entendiendo que su abuelo tenía la
razón, después de todo, Samira lo había dejado y ella
siempre tuvo todos los medios para poder contactarlo, pero
nunca quiso; claro, ahora sabía que tenía sus razones para
querer estar lo más lejos posible de él.
—Entonces, ¿procedemos al siguiente objetivo? —
preguntó Reinhard.
—Sí, hablaré con Drica, para que contacte a alguien aquí,
necesito que me consiga un apartamento en el que pueda
acondicionar una oficina… ¿Te parece si le propongo que
venga a Madrid conmigo?
—Será mejor que no la pongas en la situación de tener
que elegir… Ella es incondicional contigo, te quiere tanto
como a sus hijos. A los que podría dejar por ir a ayudarte —
comentó Reinhard—. No es justo que tenga que abandonar
su vida aquí, para que siga siendo tu asistente. Pensé en
dejarla como tu auxiliar en el grupo, darle tu oficina y ya le
pediré a Recursos Humanos que busquen a un par de
asistentes residentes en Madrid.
—La extrañaré mucho, sé que me volveré un caos
mientras me adapto, porque ella conoce mi forma de
trabajar, pero tienes razón, abuelo… Te agradezco que me
ayudes con lo de las asistentes.
—La última palabra la tendrás tú, en cuanto las consigan,
te informo, para que puedas hacerles la entrevista. Sé que
no es parte de tus funciones, pero será tu equipo de trabajo
y es mejor que las conozcas antes de hacer cualquier
contratación.
—De acuerdo, gracias por todo, abuelo. Sé que, de cierta
manera, estoy siendo irresponsable con el grupo…
—No digas tonterías, bien puedes llevar a cabo tus
funciones en cualquier parte.
—Te prometo que me esforzaré aún más en mis deberes.
—Ya haces lo necesario. Me hace feliz el que estés
anteponiendo tu vida personal, ya era hora.
—Gracias, haré todo lo posible para ir a visitarte antes de
instalarme definitivamente aquí —dijo con cierta nostalgia,
porque empezaba a asimilar que estaría lejos de los suyos
por bastante tiempo.
—Eso espero, muchacho, eso espero… Te quiero mucho,
Renatinho, sé que lo sabes…
—Lo sé y también lo saben todos los demás… Oscar y
Matt siempre se quejan, dicen que soy tu favorito.
—¿Tan evidente soy? —preguntó con una sonrisa. Era
cierto, sentía cierta predilección por Renato, quizá se debía
a que, de sus nietos, era con el que pasaba más tiempo y
también fue el único que aceptó con orgullo la
responsabilidad de formar parte activa de la empresa que
tanto le había costado mantener.
—Eso parece. —Renato también río—. También te quiero,
abuelo, eres mi persona favorita.
—Creo que tu persona favorita es tu futura esposa. —Le
guiñó un ojo—. Y está bien que lo sea, no voy a competir
con eso.
—Entonces, eres mi segunda persona favorita.
—Lo acepto. —Estuvo de acuerdo con humildad.
—Abuelo —empezó Renato con tono moderado, para
poder solicitarle eso que no había podido sacarse de la
cabeza—. Sé que ya te he pedido muchas cosas… y que
esto es bastante abusivo de mi parte, pero no te lo pediría si
no creyera que es importante…
—Renato, solo pídelo, no des tantas vueltas al asunto —
intervino Reinhard, porque su nieto solía siempre dilatar las
situaciones que creía estaban fuera de su alcance.
—Un primo de Samira trabaja para el grupo, en la sede
de São Paulo, fue trasladado desde Ceará… Se llama
Adonay, es ingeniero ambiental. Acaba de ser padre, pero
su hijo nació demasiado prematuro y su estado es crítico.
Tiene pocos días de nacido y ya ha sido sometido a varias
operaciones. Le dieron una semana de licencia, pero hoy
tuvo que regresar al trabajo… Verdaderamente, creo que no
está en condiciones para reintegrarse, es muy importante
que pase tiempo en el hospital con su esposa e hijo…
Quiero pedirte que, si puedes hacer algunas llamadas, para
que le den un par de semanas más… Por supuesto, yo me
hago responsable por los gastos que eso genere.
—Sabes que para mí es imposible estar al tanto de estas
situaciones; pero, por lo que me dices, es un asunto
bastante delicado, sobre todo, cuando se trata de un hijo…
¿Sabes su apellido?
—No, la verdad no. Sé que es primo de Samira por parte
paterna, pero lo averiguaré.
—Bien, cuando lo tengas me lo envías por mensaje y
veré qué puedo hacer. Y no tienes que hacerte responsable
por nada.
—Gracias, abuelo. Bueno, te dejo, debo prepararme
porque en un rato me voy a encontrar con Samira.
—Está bien, Renatinho. Salúdala de mi parte.
—Lo haré, dile a la abuela que le mando un beso.
—Eso haré.
Poco más de una hora después, estaba listo para ir al
apartamento de Samira, bajó al vestíbulo y prefirió mandar
a parar un taxi, que irse en el auto que habían dispuesto
para él.
De camino a Chamberí, le envió un mensaje a su madre,
para saber dónde estaban y a qué hora se verían para la
cena; ella le envió una foto, en la que aparecía junto a su
padre, cada uno con una copa de sangría en la mano, y de
fondo la ciudad. No cabía duda de que estaban muy a gusto
en alguna azotea de Madrid, en compañía de sus amigos.

Puedes avisarnos media hora antes, nos envías la


ubicación y ahí estaremos.
Te quiero, corazón.

Renato sonrió, le agradaba saber que sus padres se lo


estaban pasando bien y que ese viaje imprevisto al que los
sometió, les estaba sirviendo también para distraerse. Eso
disipaba la culpa que lo había acompañado por apartarlos
de sus obligaciones.

Bien, les avisaré con tiempo. Disfruten.


Mamá, te ves hermosa.

Gracias, cariño.
Nos vemos más tarde. Saluda a Sami de nuestra
parte.

Eso haré.
Renato suspiró y se dedicó a mirar a la calle, mientras el
coche avanzaba, se concentró en mirar la fuente de
Neptuno. Tener la certeza de que se vería con Samira, le
daba una paz inigualable, una tranquilidad que solo había
sentido con ella hacía tanto tiempo. No podía entender qué
era eso que su gitana tenía, que podía equilibrar sus
emociones.
Buscó de nuevo su móvil, para pedir una cita virtual con
Danilo, porque sentía la necesidad de contarle todo lo
bueno que le estaba pasando. No quería arruinarlo, como la
última vez; por ello, implementaría adecuadamente las
herramientas y siempre sería completamente sincero con
Samira. No volvería a tener ningún secreto con ella.
Al llegar, le envió un mensaje, para que le concediera el
acceso.

Samira: Espera, iré a buscarte.

Esperó en el arcén, frente al edificio. Aprovechó para


renombrarla en sus contactos y le puso: «Mi gitana».
En cuanto la vio venir, sonriéndole, el corazón le dio un
vuelco y las cosquillas en su estómago se hicieron sentir. Le
gustaba mucho experimentar esas sensaciones que solo ella
le provocaba, y deseaba que nunca desaparecieran.
Ella se lanzó contra él, llevó sus brazos por encima de los
hombros y le envolvió el cuello. Renato la sujetó por la
cintura y recibió con avidez la boca femenina.
A Renato, la razón le decía que debía parar, pero su
corazón se agitaba mientras las lenguas de ambos se
rozaban con furor y sus cuerpos se restregaban con
necesidad, lo que provocó que una erección despertara a
una velocidad casi dolorosa.
—Lo siento —dijo casi sin aliento y apartándose lo
suficiente como para que sus cuerpos dejaran de rozarse.
Evidentemente, Samira había notado su dureza—. Es que
tienes una habilidad admirable de volverme todo deseo y
egoísmo. —Sonrió, reconociendo el efecto casi hipnótico que
el roce de sus labios tenía en él. Para disculparse por el
resultado descarado de su cuerpo, la miró a los ojos y le
acarició su hermosa cabellera.
—Discúlpame, no quería ponerte en esta complicada
situación —respondió, contenta, pues le encantaba saber
que despertaba esa reacción en él, pero más le gustaba la
forma tan tierna en la que le acariciaba el pelo—. Pero
necesitaba un beso tuyo, uno como el que acabas de darme
y que, por nada del mundo, puedes hacerlo delante de mi
abuela. —Pegó su frente a la de Renato y soltó una risita
extasiada.
—Quiero casarme ya, necesito tenerte de todas las
maneras posibles, pasar mis días y noches a tu lado y que
nadie pueda reprocharnos por eso —susurró y luego se pasó
la lengua por los labios, para humectarlos.
—Yo también quiero. —Samira se acercó y le dio un beso,
solo un toque de labios.
—No me tortures —suplicó con una sonrisa—, necesito
una tregua, para que mis ánimos se calmen —dijo
echándose un vistazo a la protuberancia en sus pantalones.
—Está bien. —Samira se apartó, sonriente—. Toma el
tiempo que necesites.
Él exhaló y miró al cielo, mientras hacía su respiración
más lenta y profunda. Renato sabía que lo mejor sería
distraerse o alejarse de Samira, que era la causa de su
excitación, pero no podía dejarla.
—Mi abuelo quiere conocerte. —Buscó un tema de
conversación, para ver si eso le ayudaba—. Pero, a su edad,
le es muy difícil hacer un viaje tan largo.
—También me gustaría mucho conocerlo. —Samira
controlaba sus ganas de tocarle el pecho.
—Si tienes unos días libres, podríamos ir…
—¿A Río? —Fueron los nervios que despertaron
súbitamente, los que la llevaron a hacer esa pregunta tan
tonta.
—Sí…, solo si tienes tiempo, porque sé que estás
estudiando; además, tienes la ocupación del café.
—Sí, tengo unos días libres… Aunque igual puedo seguir
estudiando, porque la preparación para el MIR, por ahora, es
virtual. —Aunque le gustaba la idea de ir a su país, también
le aterraba.
—Podemos ir después de nuestra boda —propuso,
porque quería presentarla como su mujer.
—¿Y eso no tomará mucho tiempo?
—No lo sé, ¿te parece si vamos el martes al Registro Civil
o a la Notaría? Así podremos saber con certeza en cuánto
tiempo nos casaremos.
Samira asintió con bastante entusiasmo y una gran
sonrisa, le fue imposible no abrazarse a él.
—Si te parece que es muy apresurado, puedo
perfectamente adaptarme a tus tiempos. Imagino que
deseas buscar un bonito vestido de novia.
—Ya te he esperado por siete años, no quiero esperar
más; si es por casarme contigo, puedo hacerlo hasta con
una sábana.
—Bueno, es más fácil de quitar —dijo riendo y la mecía
en el abrazo.
—Y tú solo con una toalla atada a tus caderas… Es que te
queda tan bien… —gimió Samira, siguiendo su juego.
—Y que el notario vaya hasta nuestra habitación… ¿Será
posible que nos casen en la habitación?
—El martes preguntamos. —Se alejó y levantó su mirada
hacia él, luego se mordió el labio, en un gesto pícaro.
En respuesta, Renato le guiñó un ojo y le sonrió; luego, le
sujetó la mano y la llevó con él, para entrar al edificio.
Ya en el salón, los esperaban una impaciente Daniela,
Vadoma y Carlos.
—¿Podemos irnos? —preguntó Daniela, cogiendo su
cartera.
—Sí, voy por la cartera —dijo, de camino a su habitación,
y Daniela la siguió.
—Estaban comiéndose a besos —declaró la venezolana
con complicidad.
—Sí, un poco de eso, pero también estábamos haciendo
planes sobre la boda —respondió Samira, sin vergüenza.
—¿En serio piensan casarse cuanto antes?
—Sí, ¿para qué esperar más?… De verdad quiero hacerlo.
—Ay, chama… Estás muy enamorada. En verdad, no lo
superaste ni por un minuto.
—No, la verdad no. Todo este tiempo no hice más que
mentirme a mí misma —dijo Samira, buscando en su
vestidor la cartera—. Intenté convencerme, de todas las
maneras posibles, que podría dejar de amarlo, pero ya ves
que fallé…
—Chama, es muy imprudente de mi parte —intervino,
sujetándola por el codo—, pero ahora me pregunto,
¿llegaste a querer a Ismael?
—Sí, por supuesto, no de la misma manera en que amo a
Renato… pero sí quise y quiero muchísimo a Ismael. Creo
que, si él no hubiese llegado a mi vida, para mostrarme otra
perspectiva del amor, ahora mismo no tendría la certeza de
que quiero pasar mis días con Renato; sin embargo, el
tiempo que pasé junto a Ismael, fue maravilloso. Me dejó
muchas enseñanzas.
Daniela la abrazó.
—Lo único que importa es que seas feliz… Si tú lo eres,
yo también lo soy.
—Gracias, amiga. —Samira estrechó más el abrazo, pero
casi enseguida la soltó—. Será mejor que nos demos prisa,
recuerda que tenemos que volver a tiempo de ir a la cena
con los padres de Renato.
—Sí, imagino que quieres estar en bien con tus suegros.
—Luego de romper el abrazo, entrelazó sus dedos a los de
Samira y salieron tomadas de las manos.
—Por supuesto que quiero estar en bien con ellos, son
buenas personas. Además, me criaron para ser
complaciente con los padres de mi futuro marido… Aunque
me haya revelado en contra de muchas leyes gitanas; lo
cierto es que la crianza, de cierta manera, nos forja como
personas.
—Ojalá pudiera decir lo mismo de mi suegra —masculló
con desagrado.
Samira rio, bien sabía que Daniela no se llevaba en
absoluto con su suegra, solo trataba de tolerarla por Carlos.
CAPÍTULO 61
Le tomó por lo menos cuatro horas que Daniela se
decidiera por algo, en una de las tiendas de la calle Serrano;
no obstante, Samira sí compró varias cosas para su abuela,
porque a ella no le hacía falta nada.
Era una sensación indescriptiblemente agradable volver
a caminar por las calles, tomada de la mano de Renato; era
esa energía que él desprendía que influía en su estado de
ánimo y la hacía sentir como si levitara.
Aprovechaba los momentos en que su abuela entraba en
los probadores de las tiendas, para abrazarlo y hundir la
nariz en su cuello, porque justo ahí encontraba la mezcla del
perfume que usaba y las sustancias segregadas de su
propio cuerpo, lo que generaba esa identidad personal que
sabía jamás encontraría en nadie más. El olor de Renato,
para ella, era familiaridad, paz, excitación, bonitos
recuerdos y muchas cosas más.
Cuando por fin estuvieron de regreso en el apartamento,
Vadoma se fue a la habitación, porque se sentía bastante
cansada. Samira la acompañó, pero le pidió a Renato que la
esperara.
—Abuela, este vestido se te ve hermoso —dijo Samira,
mientras sacaba de una bolsa una de las tantas prendas
que le había comprado. Le hacía inmensamente feliz poder
retribuirle un poco de todo lo que su abuela le había dado.
Tenía muy presente todas las veces que prefirió descoser
su ropa, para luego confeccionarle algo a ella o a sus
hermanas, porque no tenían qué ponerse para las fiestas
que hacían sus vecinos. O las veces que dejó de comer,
para que sus nietos pudieran llevarse algo a la boca. Así
que, todo lo que pudiera darle ahora, no se comparaba
mínimamente a todos los sacrificios que su abuela hizo por
ella.
Su madre, en cambio, siempre se desvivió más por
atender a su padre y hermanos mayores; quizá por esa
razón era que su referente de madre lo había visto en su
abuela, y no en la mujer que la trajo al mundo; no obstante,
la respetaba y la amaba.
—No era necesario que compraras todo eso. Recuerda
que tienes que guardar tus ahorros.
—Ya te he dicho que tengo suficiente como para darte lo
que quieras y aún así mantener mis ahorros… —Se sentó en
la cama y sacó un pantalón, lo tendió frente a ella—. Ese
color verde esmeralda es tu color, sin dudas. Puedes usarlo
con… —Rebuscó en las bolsas—, esta blusa blanca, para la
cena de esta noche. ¿Te gusta?
—Sí, es muy bonito, se me verá bien —dijo con los ojos
brillantes y una ligera sonrisa.
—Por supuesto que se te verá muy bien —dijo sonriente,
le gustaba la idea de poder verla llevando pantalón y
usando colores vivos, no solo el negro.
Esa era otra de las costumbres que no le gustaba de su
cultura. No entendía por qué su abuela, desde que murió su
abuelo, debía permanecer enlutada durante el resto de su
vida, si ella seguía viva y tenía derecho a usar los colores
que le diera la gana; incluso, dejar de lado el pañuelo negro
con el que siempre debía estar.
Tuvo que, con la ayuda Daniela, convencerla para que
aceptara prendas de colores con las que combinar; aunque,
bien sabía que debería dejarlas ahí, no podía llegar a Río,
usando esas prendas delante de su familia; no se lo
permitirán.
No obstante, nadie podría borrar de su memoria la
felicidad reflejada en los ojos de su abuela, cuando salió del
mostrador.
«No parezco yo».
Fue lo primero que dijo con un hilo de voz.
Por supuesto, después de dieciocho años, solo vistiendo
de negro, había olvidado cómo se veía con colores. Incluso,
no solía mirarse al espejo, porque bien sabía que todos los
días lucía exactamente igual.
—Voy a llamar a mi estilista, para que venga a hacerte el
pelo.
—¡No! ¡No! Mi estrella, con el pelo no…
—Abuela, no te asustes —dijo Samira, sonriente—. Te
prometo que no hará gran cambio, solo es para que te
peine… Tenemos que dejar ver ese hermoso pelo blanco
que tienes, hoy no llevarás el pañuelo… Estás conmigo y
eres libre…, puedes mostrarte como quieras, como no lo
haces desde hace dieciocho años. Aquí nadie te juzgará por
mostrar que sigues viva.
—No sé si me atreva. —Una sonrisa nerviosa se asomaba
en sus labios.
—No lo sabrás si no lo intentas. —Samira le tomó una
mano y le besó el dorso—. Abuela, te verás hermosa.
Bueno, te dejo, para que descanses un par de horas.
Sabía que su abuela necesitaba dormir, porque se le
notaba agotada y estaba segura de que se debía a la
descompensación horaria.
—Gracias, mi estrella —dijo con una sonrisa de un cariño
infinito.
Samira se hizo de las bolsas y las llevó hasta el vestidor,
dejó algunas sobre la butaca y otras en el suelo; al regresar,
ya su abuela se había quitado los zapatos y acomodado en
la cama; entonces, se acercó y la cubrió con las sábanas, se
acuclilló y le dio un beso en la frente.
—Descansa, abuela… Te quiero mucho. —Le recordó, al
tiempo que le acariciaba la mejilla.
—Yo también, mi pequeña.
Samira le sonrió, se levantó y apretó el botón para cerrar
las cortinas. Cuando llegó al salón, no vio a Renato donde lo
había dejado. Caminó, buscándolo, pero sin llamarlo, hasta
que llegó a la cocina y lo vio de espalda a ella, pero frente a
la isla y con las manos apoyadas en el mármol.
Se acercó con cautela y lo abrazó, rodeando con sus
brazos la cintura; apoyó su barbilla contra el omóplato
izquierdo, para volver a robarse el aroma de su cuello;
entonces, él gimió y apretó donde las manos de ella se
cerraban como un candado sobre su abdomen.
—¿Se durmió Vadoma? —Bien sabía que la intención de
Samira era que su abuela descansara.
—Sí, aunque lo negara, estaba agotada.
—Es tan terca como la nieta, ya sé a quién saliste… —
dijo con una ligera sonrisa y echó la cabeza un poco atrás,
para estar en contacto con Samira.
Ella le dejó un delicado beso en el cuello, lo que hizo que
la piel de Renato se erizara.
—Es la sangre gitana, no solo somos tercos, también
persistentes —respondió y quiso provocarlo un poco más,
por lo que, atrapó entre sus dientes el lóbulo de la oreja y lo
presionó un poco.
Renato se rio, pero esa expresión se convirtió en un
jadeo, debido a la mezcla de placer y dolor.
—Te estás acercando demasiado al fuego, Samira —
advirtió y se volvió para quedar de frente; ella no lo soltó,
solo aflojó el agarre, para que él pudiera girar—. ¿Quieres
quemarte? —preguntó, acunándole la cara y se quedó
perdido en esa mirada.
—Quiero, pero no puedo —chilló impotente.
—Bueno, entonces, debería irme; así puedes descansar,
al menos un par de horas —concedió, al tiempo que pegaba
su frente a la de ella—. Sé que no has podido dormir.
—Estoy acostumbrada, he hecho guardia hasta de
setenta y dos horas —alegó y llevó una mano sobre el
corazón de Renato.
—Pero no es sano, tienes que tomar un descanso, lo
necesitas.
—Te prometo que lo haré esta noche.
—¿Esta noche sí dormirás?
—Sí, seguro que dormiré bien, porque lo haré junto a mi
abuela.
—¿Y conmigo no dormirías bien? —preguntó,
provocador.
—Contigo no dormiría —soltó una risita.
—Yo tampoco lo haría. —También sonrió—. Y estoy
seguro de que no lo haré y tampoco te dejaré la noche de
nuestra boda.
—No dormiremos como en una semana…
—Me gusta muchísimo esa idea, pero por ahora, será
mejor que dejemos el tema, porque solo estamos
torturándonos… ¿Qué propones que hagamos? Porque no
me iré, si no vas a descansar.
—¿Quieres ver una película? —propuso, apartándose un
poco, para estar más alejada de la tentación.
—Sí —suspiró—, solo si tú eliges qué ver.
—Está bien. —Le dio un beso, apenas un toque de labios
y se apartó para ir a la alacena. Buscó un paquete de
patatas, otro de doritos, también buscó en el refrigerador un
par de botellas de agua saborizadas—. Sígueme.
Renato le ayudó con unas de las bolsas y una botella de
agua, asegurándose de dejar una de sus manos libres, para
poder sujetar la mano de Samira y entrelazar sus dedos.
Ella lo guio a la sala de entretenimiento, le pidió al
asistente virtual que encendiera el televisor y le pidió que
pusiera una de las tantas plataformas de transmisión que
tenía suscrita.
—El apartamento es más grande de lo que imaginé —
comentó Renato, en cuanto se sentó en el sofá.
—No te he hecho un recorrido, pero no hay mucho más
de lo que ya has visto… En cuanto termine la película, te
llevaré a mi lugar favorito.
—Ya me dio curiosidad.
—Bueno, tienes que esperar hasta que termine la
película. —Se acomodó en el sofá, sentándose sobre sus
piernas cruzadas.
Renato se desplazó más en el sofá, apoyando la espalda
en el respaldo y poniéndose bastante cómodo. Él sospechó
que ella pondría una comedia romántica y no se equivocó,
pero nada conseguía negándolo, también las disfrutaba.
A medida que la película avanzaba, picoteaban un poco
de las patatas y los doritos, pero rápidamente los dejaron
sobre la mesa y Samira decidió relajarse aún más, por lo
que, se acostó en el sofá y usó las piernas de Renato de
almohada.
Él se entregaba al remanso de paz que significaba
acariciarle el pelo, aunque su mirada estuviera fija en la
pantalla y de vez en cuando ambos reían ante las escenas
divertidas.
Ambos se sentían transportados a esos momentos tan
especiales que vivieron en la casa en Chile y redescubrían
que seguían disfrutando como nada esa simpleza de solo
ver una película.
—Me gusta mucho cómo actúa esa actriz —comentó
Renato, en una de las escenas finales, pero no recibió
respuesta; entonces, se incorporó un poco para adelante y
se dio cuenta de que Samira se había quedado dormida.
Sonrió enternecido y estiró la mano, para hacerse de la
manta que estaba en el reposabrazos, la arropó y luego le
bajó el volumen al televisor.
Siguió con su suave caricia sobre el cabello castaño y
reflejos dorados, sintiendo cómo ese toque renovaba sus
emociones. La película terminó y empezó otra, que ya había
visto y no le gustó, por lo que, tomó el control y buscó otra
que no hubiese visto, pero tras un par de minutos, se
decidió por un documental sobre el caso de una niña
desaparecida en el año dos mil siete.
Su pierna izquierda estaba entumida, pero prefería esa
incomodidad a tener que despertar a Samira. Era más lo
que la miraba a ella entregada a los brazos de Morfeo, que,
al documental; pero sentía que habían perdido tanto tiempo
separados, que ahora no quería desperdiciar ni un segundo.
Perdió el sentido del tiempo con ella dormida en su
regazo y no se dio cuenta de que transcurrieron tres
episodios del documental, hasta que ella despertó.
—Me dormí, me hubieses despertado —dijo, tallándose
los ojos.
—Me gusta verte dormida. —Se acercó y le dejó un beso
en los cabellos.
Samira sonrió complacida y estiró los brazos, para
atraparlo por el cuello y no lo dejó apartarse, buscó su boca
y le dio varios besos.
—A mí me gusta tenerte cerquita cuando duermo —dijo
con una dócil sonrisa—. ¿Qué hora es? Tengo que reservar
mesa en un restaurante, todavía no sé a cuál iremos.
—Puedes dejar que yo me encargue de eso. —Se ofreció
Renato y le dio un beso en la frente—. Ya has hecho
demasiado estos días.
—Está bien, dejaré que mi prometido busque un lugar
para la cena familiar. —Le sonrió y frotó su nariz contra la
de él—. ¿Tengo que levantarme? —suspiró, derrotada.
—No quisiera que lo hicieras, pero cuento con el tiempo
suficiente para hacer la reserva e ir al hotel a cambiarme.
—Entonces, te dejaré ir, solo porque en unas horas
volveremos a vernos. —Se levantó y le ofreció ambas
manos, para ayudarlo a poner en pie.
Renato las sujetó y se levantó, luego tiró de ella,
haciendo que sus pechos chocaran; en respuesta, ella se
carcajeó.
—Nos vemos en unas horas. —Le prometió al oído—.
Aunque estoy tan a gusto aquí contigo, que no quiero
alejarme ni un milímetro; me encantaría poder congelar el
tiempo… en este abrazo…, en tus brazos. Aún tengo miedo
de parpadear y que ya no estés…
Samira se apartó y le acunó el rostro, para mirarlo
directamente a los ojos.
—Te juro que nunca más me iré de tu lado, te lo juro… Te
prometo que jamás me quedaré callada si tengo alguna
duda, no dejaré que mis temores e inseguridades afecten
nuestra relación ni me vuelvan a apartar de ti.
—Haré todo lo posible para que nunca te sientas
insegura… La misión de mi vida será hacerte feliz todos los
días.
Ambos asintieron al mismo tiempo, como si con eso
estuvieran sellando un pacto, luego compartieron un beso
lento, en el que sus lenguas se encontraron y se saborearon
con bastantes ganas.
Durante el trayecto al hotel, se dedicó a buscar el lugar
adecuado para que todos fueran a cenar. Cuando
confirmara, le mandaría la ubicación, para que se
encontraran allí.
Para cuando llegó a su habitación, ya tenía reserva en el
restaurante A'Barra. Se lo envió a Samira, junto con un
mensaje diciéndole que ya la extrañaba.
Ella le respondió con un video.
—Yo también te extraño —dijo y le lanzó un beso.
Renato sonrió, lanzó el teléfono sobre la cama y caminó
al baño, mientras se quitaba la camisa, porque necesitaba
ducharse.
Media hora después, regresó ya con el albornoz puesto,
se sentó en la cama y volvió a coger el teléfono. Le marcó a
su padre, quien le contestó al tercer repique.
—Hola, papá. ¿Ya están en el hotel?
—Sí, llegamos hace quince minutos… ¿Ya sabes dónde
vamos a cenar?
—Sí, hice la reserva, me iré con ustedes. Estoy en mi
habitación, ¿podemos vernos en hora y media en el
vestíbulo? —preguntó y pudo escuchar cómo su padre le
consultaba a su madre.
—Perfecto, es tiempo suficiente.
Renato terminó la llamada y se quedó mirando a la
pantalla de su móvil. Cayó en la cuenta de que los únicos
que sabían que se casaría eran sus padres y sus abuelos, ya
que Reinhard no le ocultaba nada a Sophia, era casi como
su consciencia.
Miró la hora y calculó el tiempo que lo diferenciaba de
Singapur, allá era de madrugada. Sabía que Liam debía
estar dormido, pero la ansiedad seguía siendo parte de su
naturaleza; no pudo evitar intentar comunicarse con su
hermano, le envió un mensaje.

Renato: Ey, hermano, sé que no es la hora más


adecuada para contactarte y que no verás este
mensaje hasta que despiertes, pero tengo algo
importante que decirte. Así que, sin importar la hora
en que lo veas, llámame, estaré esperando.

Dejó el móvil en la cama y fue a buscar una botella de


agua; cuando regresó, vio la pantalla iluminada con una
videollamada de Liam.
—Hola, pensé que estarías dormido —dijo sintiéndose
aliviado de que no lo había despertado, porque se notaba
bien despierto y fumando.
—No, por ahora, solo disfruto de un cigarrillo post
follada… —explicó, sentado con la espalda apoyada en el
respaldo de la cama.
—Liam, ¿por qué tienes que decir eso? No es necesario
que expongas lo que debe ser tu intimidad… De verdad, con
treinta y ocho años, ya no creo que madurez.
—Hermanito, tan moralista como siempre, no tiene nada
de escandaloso un simple polvo, igual te vas a enterar de
que acabo de follar; no existe otra manera por la que esté
despierto a esta hora… —Le dio una calada al cigarro,
expulsó el humo y rio—. ¿Qué es eso tan importante que
tienes que decirme? ¿Pasó algo grave? —preguntó,
enseriándose.
—No, nada grave —suspiró, ignorando el descaro de su
hermano—, pero sí es importante; al menos, para mí.
—Bueno, cuéntame qué es… —Se hizo el desentendido,
aunque ya su madre le había dicho que Renato tenía algo
muy serio que decirle, solo que no podía contárselo ella; así
que, ya estaba preparado para lo que fuera.
—Seré breve, porque no quiero incomodarte, es evidente
que estás ocupado… —masculló—. No sea que tu
acompañante se moleste.
—No te preocupes, mi acompañante se está duchando y
ya se va para su casa; es lo que me gusta de las asiáticas,
no esperan el desayuno en la cama y mucho menos se
ilusionan con que luego les llames. —Desvió la mirada hacia
donde su amante de turno salía del baño y le hizo un
ademán para que se acerca a la cama—. Cariño, ven… —Se
dirigió a ella en inglés—, acércate para que conozcas a mi
hermano.
Renato pudo ver a una chica que, probablemente, no
pasaba de los veinticinco años; ella le sonrió, le dijo: «Hi» y
saludó con la mano. Por lo menos, ya estaba vestida.
—Hello, it's a pleasure —saludó con una sonrisa tensa,
debido a la incomodidad que esa situación le causaba.
Liam le pidió un beso de despedida, no solo fue un beso
casto, sino que casi le comió la boca, y Renato pudo verlo
en primer plano; se sintió sobrepasado y tuvo que mirar
para otro lado.
—Bien, dime qué es eso tan importante. —Liam volvió a
captar la atención de su hermano menor, una vez que la
chica se marchó.
—Parece agradable, ¿cuánto tiempo llevas con ella? —
preguntó Renato. De cierta manera, quería enterarse un
poco de cómo llevaba la vida su hermano, ya que, si no
fuera por esos pequeños episodios en que lo sorprendía, no
sabría nada de él.
—Como cinco horas, pero ya eso fue todo… No volveré a
verle.
—Pensé que era importante, como me la presentaste…
—Ah, eso… —Volvió a darle una calada al cigarrillo—.
Mientras duró, fue importante; ahora, si te refieres a que
debo tener una relación seria con ella, para poder
presentártela, ya sabes que no soy de ese tipo de hombre.
—Le dijiste cariño, algo bastante íntimo, solo para un
encuentro casual. —De pronto, Renato quería ahondar más
en la relación de Liam con esa chica.
—Es porque no recuerdo su nombre —sonrió y se rascó la
nuca.
—No tienes solución, Liam. No vas a cambiar… —Negó
con la cabeza y le fue imposible no sonreír.
—Lo sé y tampoco quiero hacerlo, pero si tuvieras que
relacionarte a diario con nombres asiáticos, me entenderías.
—Exhaló el humo de la última calada y apagó la colilla en el
cenicero sobre la mesa de noche.
—Ya lo creo —sonrió, al tiempo que se sentaba en la
cama e imitó la postura de su hermano.
—Bueno, ¿vas a decirme de qué se trata? ¿Es cierto que
estás en Madrid con mamá y papá?
—¿Cómo sabes que estamos en Madrid?
—Mamá no deja de subir fotos en sus redes sociales. Al
parecer, lo ha estado pasando muy bien con papá y esos
amigos suyos, con los que estoy seguro hacen
intercambio…
—Liam, ¡por favor! —interrumpió Renato, casi
escandalizado; no de la situación en sí, sino de imaginar a
sus padres en algo como eso—. Nuestros padres son fieles y
se aman.
—La fidelidad no tiene que ver con el sexo, y el amor
tampoco es exclusivo de la sexualidad, es mucho más que
eso, pero sé que no lo vas a comprender, tienes muy
romantizado el control y la prohibición como sinónimo de
amor.
—Solo intentas justificar tu libertinaje y falta de
compromiso.
—Precisamente de eso se trata el amor, de libertad, de
ser libres aun estando en parejas…; de ser y no de
pertenecer. Y es lo que he visto en nuestros padres, aunque
nunca nos lo hayan confesado.
—No voy a comprenderlo, no importa cómo lo expliques
—refunfuñó, rechazando con todo fervor esa idea que Liam
intentaba plantar en su cabeza.
—No perderé mi tiempo tratando de darte un lavado de
cerebro… Solo dime qué es eso tan importante, porque si no
sacias mi curiosidad, voy a tomar el primer puto vuelo a
Madrid y haré que me lo digas.
Renato no quería incomodarlo con su noticia de querer
conformar una familia, cuando Liam es como un leopardo,
que vive muy bien en solitario y que solo busca a una
hembra cuando necesita aparearse, para luego regresar a
su acostumbrado ritmo de vida. No obstante, no podía
evadir el motivo de su llamada y era mejor decirlo en ese
instante, a seguir dándole largas; después de todo, en algún
momento iba a enterarse.
—Voy a casarme —confesó sin más dilaciones.
—¡¿Qué?! Oh, mierda… —Se cubrió la cara con una mano
y rio incrédulo.
—Con Samira.
—¿Samira? —Ya ni recordaba ese nombre, mucho menos
a la mujer en cuestión.
—La chica que una vez le di hospedaje en el
apartamento y luego se fue a Chile… —Le recordó. Liam
tenía que saber de quién se trataba, no era como que él
presentara a toda mujer con la que tratara, justo como su
hermano acababa de hacer.
—¡Ay, sí!… Sí, la gitanita, la jovencita… Pero ¿no te
mandó a la mierda, hace como diez años?
—Siete años, y no me mandó a la mierda, solo me dejó,
sin explicaciones… —Trataba de explicar, pero Liam se
adelantó.
—Es lo mismo, Renatinho… ¿Te dio explicaciones?
Imagino que se las exigiste, como para perdonarla y tomar
una decisión tan trascendental…
—Sí, me dijo por qué me dejó y fue mi culpa, la cagué…
Mi peor error fue no ser sincero con ella y le oculté cosas
realmente importantes. —No quería entrar en detalles.
—Renatinho. —Liam se carcajeó—. Lo imaginé, pero no
quise meterte el dedo en la llaga, porque era peor si te
hacía sentir culpable… Pero, cuéntame, ¿qué te hizo tomar
esa decisión?
—Que la quiero, estoy seguro de que es la mujer que
quiero tener a mi lado por siempre, aunque no creas en el
amor… Para mí, Samira es la mujer de mi vida.
—En ese caso, te felicito… De verdad, me alegra mucho
que seas feliz, te lo mereces. Y, por supuesto que creo en el
amor, solo que no en la misma forma en que lo hace la
gente convencional, creo que uno no está hecho para amar
a una sola persona, podemos amar a varias al mismo
tiempo. El día que la sociedad acepte eso, créeme, habrá
menos divorcios y más parejas felices… —Hizo una pausa
para hacerse de otro cigarro de la cajetilla que tenía sobre
la mesa de noche—. ¿Para cuándo tienes pensado casarte?
—preguntó con el cigarrillo ligeramente presionado por sus
labios.
—Lo antes posible.
—¿En serio? —Debido a la incredulidad, tuvo que sacarse
el cigarrillo—. ¿Estás seguro? Es una decisión demasiado
importante, como para apresurar las cosas… Ni siquiera
sabes si eres compatible con ella.
—No, no es una decisión precipitada, llevo siete años
esperando estar con ella, volver a verla y recuperar lo que
tuvimos. En el pasado, permití que mis inseguridades me
gobernaran y lo arruiné, ahora no estoy dispuesto a
arriesgar la oportunidad de estar con la única mujer con la
que me he sentido yo mismo. La amo, porque supo ver en
mí, cosas que ni yo mismo pude ver. Ella no es compatible
conmigo, es más que eso, es mi complemento.
Liam, con un gesto de sus dedos sobre los labios, se selló
la boca y negó con la cabeza.
—Entonces, no he dicho nada.
—No me molesta que tengas tus reservas y dudas; es
comprensible, porque nunca les di la oportunidad de que
conocerla a profundidad y que vieran lo especial que es.
—Debe serlo, estoy seguro…
—¿Vendrás a la boda?
—¿Ya tienes fecha?
—Aún no, espero pronto fijar fecha... Si es posible, en
menos de quince días.
Liam silbó, sorprendido, porque su hermano sí que tenía
prisa.
—Haré todo lo posible, lo hablaré con mis asistentes,
para que vayan despejando un poco la agenda.
—Te lo agradezco, sé que tienes muchas ocupaciones.
—El lema de los Garnett: «Para la familia, siempre hay
tiempo» —citó y volvió a llevarse el cigarrillo a los labios,
esta vez, sí lo encendió—. ¿Mamá y papá se quedarán hasta
la fecha de la boda?
—No lo sé, creo que todo depende del tiempo que nos
lleve poder hacer los preparativos, pero sé que sí estarán el
día de la boda, que por supuesto, será algo sencillo.
—¿Le preguntaste a la novia si quiere algo sencillo?
—Sí, ambos estamos de acuerdo en que sea algo íntimo.
—¿Y Thais Medeiros lo sabe? Porque dudo mucho que no
quiera que su consentido se case en una ceremonia sin
precedentes.
—Pues, no hay tiempo para los caprichos de mamá.
Ahora solo importa lo que Samira y yo queremos. Quizás,
más adelante, le conceda la oportunidad de involucrarse en
los preparativos de la boda, si decidimos casarnos por la
iglesia.
—Tendrás que hacerlo, para que pueda morir en paz…
—Porque imagino que tú no le darás esa dicha —ironizó
Renato.
—Definitivamente, no. Si es por mí, la pobre terminará
vagando por el purgatorio durante la eternidad.
Renato negó con la cabeza y no pudo contener la risa.
—Pobre mamá, tuvo a los peores hijos. Aunque todavía
tiene esperanza con Aitana, creo que por eso decidió
adoptar, sabía que tú y yo somos un caso perdido.
—Espero que Aitana dé la cara por nosotros, pero cuando
sea el momento adecuando; aún es muy niña.
—En eso estoy de acuerdo contigo… No quiero que
crezca tan rápido —dijo con un tono de ternura, esa que le
provocaba su hermana—. Bueno, te dejo para que
descanses, sé que ya es bastante tarde.
—Está bien, mantenme al tanto, para poder organizar
mis tiempos, porque quiero ver cómo le ponen los grilletes a
mi hermanito… ¡Y gitana! Son jodidas, bien jodidas… —Se
puso una mano en la frente con pesar—. Si te arrepientes,
me haces una seña y te saco del Registro Civil…
—Ya sé, eres experto en eso. —Se mofó Renato, pero a
Liam pareció no causarle la misma gracia. Entonces, prefirió
dar por zanjada la conversación—. Te estaré informando.
Descansa.
—Vale, dale un beso a mamá y otro a papá de mi parte.
Renato asintió y levantó la mano para despedirse con un
gesto. Liam correspondió de la misma manera y luego
terminó la videollamada.
CAPÍTULO 62
Renato llegó en compañía de sus padres, diez minutos
antes de lo acordado; sin embargo, el anfitrión del
restaurante los guio a la mesa ya dispuesta para el grupo.
Agradeció al hombre que les indicó que en un momento
les atenderían el sumiller y el mesero. Una vez ubicados en
sus sillas, su madre siguió contando con mucho entusiasmo
cómo lo había pasado junto a su padre en la reunión con sus
amigos esa tarde. Mismo tema que no había dejado desde
que salieron del hotel.
En más de una oportunidad tuvo que sacudir de sus
pensamientos esa idea que perversamente Liam implantó
en su cabeza; estaba seguro de que sus padres llevaban
una relación monógama. No, no había terceros en juego, no
podía haberlos.
—¿Tienes pensando para cuándo será la boda? —
preguntó Ian, dejando sobre la mesa la copa del cava al que
acababa de darle su primer trago.
Renato apartó la mirada de su copa de agua con gas y
una rodaja de limón, para ponerle atención a su padre.
—Queremos que sea lo antes posible, el martes iremos al
Registro Civil, buscaremos los requisitos y veremos si
podemos reservar una fecha, que no tome más de un mes.
Ian y Thais compartieron una mirada cargada de
sorpresa. Sí, sabían que Renato quería formalizar su relación
con Samira, pero no pensaban que lo vieran como una
carrera a contrarreloj.
—Hijo, sabemos que Samira y tú se quieren, pero ¿no te
parece algo precipitada la decisión…? —empezó Ian con
cautela—. Apoyamos que quieras trasladarte a Madrid, sin
embargo, casarte en tan poco tiempo… No sé, creo que es
algo que debe pensarse muy bien y no solo dejarse llevar
por las emociones. Después no habrá tiempo para
arrepentimientos…
—Papá, te aseguro que no voy a arrepentirme. Estoy
completamente convencido de lo que siento por Samira, sé
que quiero compartir mi vida con ella y que nadie entiende
la fuerza que nos une. Pero, por otra parte, no podremos
vivir juntos sin estar casados, su abuela no lo permitirá. —
Bebió un poco de agua y devolvió la copa a la mesa—. Son
sus costumbres y le prometí que las respetaría. Quiero que
Vadoma regrese tranquila a su casa y con la certeza de que
dejó a su nieta en las mejores manos. Sé que es una
tontería, porque Samira es la mujer más independiente y
segura que conozco, no necesita de nadie que la cuide…,
pero su abuela no piensa igual y lo respeto.
—Eres extraordinario —elogió Thais, con los ojos
brillantes de orgullo—. Es una bendición que seas mi hijo.
Eres tan íntegro, tan especial… Samira es una chica muy
afortunada. —Estiró la mano por encima de la mesa,
pidiendo la de Renato. Él miró la mano de su madre por
varios segundos, hasta que cedió y se dejó tomar la suya—.
Cariño, entiendo perfectamente que necesiten casarse.
Pero, por favor, se merecen una bonita ceremonia, es una
unión que van a recordar toda la vida y no es justo para ella,
que sea en la oficina de un Registro Civil…
—Mamá… —La interrumpió, pero antes de que pudiera
decir algo, le apretó aún más la mano y se la sacudió
ligeramente, ante la evidente negativa de él.
—No pienso decirte que retrases la boda, deja de estar a
la defensiva —camufló tras una sonrisa el regaño—. Solo te
pido que me informes lo que les digan el martes, estoy
segura de que, aunque sea en poco tiempo, algo especial se
puede organizar. Algo bonito…, ambos se lo merecen.
—No sé, primero tengo que hablarlo con Samira, ¿de
acuerdo? —Renato debió suponer que su madre no se
quedaría de brazos cruzados. Tal como Liam lo vaticinó.
Sin embargo, no quería que ella se sintiera mal por no
permitirle inmiscuirse en algo que era tan importante, se lo
debía, después de que aceptara acompañarlo.
—Tu madre tiene razón —intervino Ian.
—Sí, háblalo con Samira —sonrió, esperanzada.
—Ella tendrá la última palabra, lo menos que quiero es
que se sienta incómoda el día de la boda —condicionó.
—Tampoco es mi intención que se sientan incómodos,
porque ese debe ser el día más feliz de sus vidas… —Thais
alargó la mirada y le soltó la mano a su hijo—. Ahora,
levántate para que la recibas, ya llegó.
Renato giró la cabeza hacia la derecha y sintió mil
emociones al verla, se levantó sin poder contener una tonta
sonrisa; sin embargo, su atención fue atraída por Vadoma.
Le impresionó gratamente verla vistiendo de colores y con
el cabello al descubierto.
Estaba lejos de parecerse a la gitana siempre vistiendo
con ropas y un velo negro. Samira le había comprado
algunas prendas esa tarde, pero jamás imaginó que la
anciana permitiera dejar de lado el luto. Y debía admitir que
se veía bastante bien, incluso, mucho más joven.
—Bienvenidos —saludó a todos, pero luego se dirigió a
Vadoma—. Señora, se ve muy bien —elogió y a pesar de sus
nervios le sonrió y le ofreció la mano, para guiarla a la silla
que su padre había apartado para la anciana.
—Gracias, es muy caballeroso de tu parte —dijo Vadoma
con una levísima sonrisa. Sabía que debía ser cordial, pero
aun tenía ciertas reservas hacia los payos, de las cuales no
podía desprenderse a pesar de que habían demostrado ser
buenas personas.
También se sentía bastante cohibida, porque ella no
sabía cómo comportarse en esos lugares tan lujosos. A
pesar de su carácter fuerte, en ese momento, estaba
intimidada y no podía solo actuar con naturalidad, como se
lo pidió su nieta; porque, sin el pañuelo cubriendo su cabeza
y sus ropas negras, se sentía como otra persona. Había
olvidado lo que se sentía llevar pantalones o usar colorete
en los pómulos.
Exhaló disimuladamente cuando se sentó y buscó con la
mirada a Samira, que le sonreía complacida, ella intentó
responderle de la misma manera, pero se sentía bastante
torpe.
Una vez que Vadoma se sentó, Renato le ofreció la mano
a Samira; y, con discreción, buscó sus labios, para darle un
casto, suave y breve beso. No obstante, la calidez del toque
de su mano y de sus labios era inigualable.
—¿Han esperado mucho? —preguntó Samira, al ver las
copas de agua y de vino.
—No, menos de cinco minutos —mintió Ian, en realidad,
llevaban unos quince minutos en la mesa, pero ese tiempo
sirvió para que Renato los pusiera al tanto de sus planes y
que no siguiera tomándolos por sorpresa, porque no estaba
seguro de seguir pareciendo inalterable con tantos
imprevistos.
—Es un alivio, se nos hizo un poco tarde —intervino
Daniela con una tenue sonrisa. Les costó mucho que
Vadoma se decidiera a salir, sin por lo menos el velo.
Samira quedó sentada en medio de su abuela y Renato.
Seguían con los dedos entrelazados por debajo de la mesa,
él guio las manos de ambos hasta su muslo, luego dejó que
la mano de ella descansara sobre su fuerte pierna.
En ese momento, llegó el mesero para ofrecer las cartas,
se tomaron el tiempo para leer las opciones y pedir los
entrantes.
—Nos comentó Renato que el martes irán al Registro Civil
—comentó Thais con una sonrisa indulgente, una vez que el
mesero se retiró con el pedido.
—Así es —reafirmó Samira, aunque sonreía, el corazón le
latía desbocado, le aterraba que sus suegros terminaran
arrepintiéndose y no la aceptaran como parte de la familia.
—Ojalá no sea tanto el papeleo y que puedan fijar la
fecha tan pronto como anhelan —prosiguió Thais.
—Pero que, por lo menos, puedan contar con tiempo para
organizar una celebración —intervino Daniela. Le
emocionaba la idea de poner manos a la obra, como
madrina de la boda.
—Nos gustaría algo sencillo… —comentó Samira.
—Una gitana no se casa sencilla —interrumpió Vadoma
—. Sabes muy bien que una boda es la celebración más
importante y, aunque no vayas a casarte dentro de la
comunidad, debes respetar la tradición.
—Abuela, no quiero una celebración de tres días —
masculló Samira, sintiéndose un tanto avergonzada por la
imposición de Vadoma.
—Lo que tú quieras. —Le susurró Renato, apretando su
mano.
—Creo que lo importante es lo que quieran los novios —
carraspeó Ian, pues notó la tensión en Samira y no pudo
evitar sentir cierta molestia calentándole el pecho; así que,
bebió otro poco del vino espumante.
—Seguro que podemos encontrar un equilibrio —
intervino Thais—, para que sea una linda celebración, sé
que has estado bajo mucha presión con lo del acto de grado
y que es muy ponto para embarcarte en otro compromiso,
pero aquí estamos para ayudarte. —Le sonrió con ternura.
Guardaron silencio mientras el mesero, en compañía de
una asistente, ponía los entrantes frente a cada comensal,
que variaba entre ensaladas, sopas frías y ceviche.
—Sí, tienes todo mi tiempo a tu disposición —comentó
Daniela, antes de empezar a comer.
—Gracias. —Samira sonrió, aunque el gesto no llegó a su
mirada, aún le incomodaba la situación en la que la puso su
abuela; así que, se dirigió a ella—. ¿Aceptas ayudar a
Daniela y a Thais? Ellas no tienen conocimiento de las
costumbres gitanas —concedió, al tiempo que acomodaba
la servilleta sobre su regazo.
—No tienes que seguir a rajatabla las costumbres, solo
me gustaría que fuese una bonita celebración —cedió
Vadoma, al darse cuenta de que estaba siendo intransigente
y no quería hacer sentir mal a su nieta, solo que algunas
veces su esencia más ortodoxa se imponía—. Y que no dejes
pasar desapercibido un día tan especial, porque no habrá
otro, solo se une en matrimonio una vez. —Le recordó que
las gitanas también solo se casaban una vez.
—Entonces, haremos que sea inolvidable —dijo Thais,
tras masticar el primer bocado de la ensalada de manzana
verde y apio—. Ambos se lo merecen.
Le agradó ver que los novios asintieron y sonrieron,
aunque algo cohibidos.
—Gracias, mamá —comentó Renato—. Aunque para mí,
cada momento junto a Samira es memorable. —Acarició con
su pulgar el de Samira y ella se volvió a mirarlo, ahora sí,
con una sonrisa genuina.
—Voy a quedarme para ayudarles en todo lo que
necesiten —comunicó Thais.
—Mamá, sé que tienes muchos compromisos en el
club…; además, no puedes dejar a Aitana por tanto tiempo.
—A Renato le incomodaba poner a su madre en esa
situación.
—Puedo cumplir con mis compromisos desde aquí. Paola,
Carol y Graciele atenderán todo lo que sea presencial —dijo
refiriéndose a sus asistentes.
—Yo regreso a Río en un par de días y cuidaré de tu
hermana. Volveré para la boda y la traeré —anunció Ian,
que por más que quisiera quedarse a apoyar a su hijo, no
podía. Tenía compromisos inaplazables.
—Sí, tengo muchas ganas de conocerla —intervino
Samira con más entusiasmo, mientras pinchaba con el
tenedor el rollito de verduras.
—Yo también puedo quedarme, solo espero que no sea
por más de un mes o mes y medio —intervino Daniela y
miró a su marido con un parpadeo suplicante.
—Yo cuidaré de la niña —cedió con tono de resignación.
No tenía opción, debía volver solo a Chile y encargarse de
su hija y del negocio de ambos—. No te preocupes por nada
—sonrió ampliamente. ¿Cómo no acceder? Si Samira les
había dado tanto; por ella contaban con vivienda propia y
un negocio próspero.
—Gracias, muchas gracias. —Samira sonrió de verdadera
gratitud y estaba sonrojada por la emoción. Ahora
empezaba a animarse con una bonita ceremonia. Puso una
mano en el hombro de su abuela, para captar su atención—.
Hablaré con Adonay, para que nos apoye y así puedas
quedarte hasta después de la boda.
Vadoma quiso advertirle que no creía prudente que le
dijera que se casaría con un payo, porque estaba
completamente segura de que no estaría de acuerdo e iba a
complicar todo, debido a que la peor vergüenza que podían
experimentar los gitanos era que las mujeres de su
comunidad se enamoraran de un gaché y no respetaran sus
tradiciones. Pero era un tema que debían tratar en privado;
así que, solo sonrió discretamente y asintió.
—¿Ya tienen pensado dónde vivirán? —preguntó Ian,
interesado en el futuro de su hijo.
—Ya contacté a un agente de bienes raíces, para que nos
busque un lugar adecuado —respondió Renato, mientras
devolvía la servilleta a su regazo, luego de limpiarse las
comisuras.
—No. —Samira tragó grueso un bocado y se apresuró a
hablar—, no hace falta, podemos vivir en mi apartamento,
es lo suficientemente grande. —Miró a Renato con
intensidad, para que supiera que no tenía opción a réplica.
Ya una vez ella aceptó vivir en su apartamento, ahora
debía ser él, quien cediera a vivir en su espacio. Un espacio
que, sin duda, iban a llenar de mucho amor, compresión,
pasión y, seguramente, en unos años, de niños traviesos y
hermosos como su padre. Porque sí, ella quería varios hijos
con ese hombre y los deseaba todos con el color de sus ojos
y la nobleza de su corazón.
Renato, al soltar la servilleta sobre su regazó, llevó la
mano izquierda a la rodilla de Samira y la apretó.
—Me parece la mejor opción, me quedaré en tu
apartamento y entre los dos vamos a mantenerlo, ¿te
parece?
—Sí —sonrió satisfecha—, será nuestro hogar.
—Tiene habitaciones suficientes como para unos seis
niños —comentó Vadoma—. Dos por habitación.
—¡Abuela! —Samira sonrió al ver que Renato palideció
ligeramente—. Sé que esperas que empecemos a tener
hijos tan pronto nos casemos, pero recuerda que debo
estudiar la especialización… Así que, los miniRenatinhos,
tendrán que esperar. —No quiso decirle que tampoco quería
tantos.
—Aún son bastante jóvenes —aceptó Thais—. Aunque
me muero por consentir a mis nietos, sé que tienen otras
prioridades y los niños deben ser una decisión consciente.
—Estiró la mano y la puso sobre la mejilla de su hijo,
otorgándole una caricia maternal.
Renato sentía una mezcla de emociones estallar en su
pecho; sí, él anhelaba más que nada formar una familia con
Samira, tener hijos con ella, pero sabía que no estaba
capacitado para tener tantos. Siempre vivía latente el temor
de recaer en sus trastornos y que eso afectara, como
siempre, a los que más quería.
Ante tal perspectiva, la respiración empezó a hacérsele
superficial y el corazón se le aceleró, inevitablemente,
empezó a esforzarse por disimular su estado ansioso, pero
por experiencia sabía que eso solo empeoraría todo.
—Disculpen, necesito ir a los servicios. —Se levantó y se
apresuró en abandonar la mesa.
Caminaba raudo por el pasillo que llevaba a los baños,
con los latidos haciendo eco en sus oídos y la mirada algo
borrosa, cuando sintió que alguien lo retuvo por la mano.
Antes de volver a mirar por encima del hombro, sus
pupilas se fijaron en la mano que retenía la suya, reconocía
ese toque y, sobre todo, sabía a quién pertenecía. Se enfocó
en ese agarre que servía como ancla a la estabilidad de sus
emociones. Las uñas, ligeramente largas, limadas de forma
redonda y pintadas de rojo, eran de unos dedos que
apretaban su mano con una pertenencia que gritaba que
jamás volvería a estar solo.
Ella tiró del agarre, haciéndolo retroceder un paso, luego
caminó y se puso delante de él, sin soltarle la mano; lo
abrazó por la cintura con su brazo libre y dejó descansar la
cabeza en el hombro.
Renato pasó su brazo por detrás del cuello de Samira y
correspondió al abrazo, mientras intentaba regular su
errática respiración.
—No dejes que las opiniones o sugerencias de los demás
te afecte a ti o a nuestra relación… —susurró Samira,
sintiendo contra su pecho los latidos acelerados de Renato y
el intenso influjo de su respiración—. No podemos impedir
que hagan comentarios, porque sienten la necesidad de
involucrarse, pensando que lo hacen por nuestro bien, pero
nadie más que nosotros mismos conocemos lo que nos
conviene; aún si erramos, eso nos servirá como aprendizaje.
—Solo me sentí algo agobiado —confesó con la voz
temblorosa, producto de su estado ansioso.
—Está bien, es normal que te sientas así, son muchas
decisiones importantes en tan poco tiempo… Todo va muy
rápido, pero quiero que sepas que puedo esperar. No quiero
que te sientas comprometido a hacer todo esto por temor a
perderme, porque eso no pasará.
—Quiero ser el hombre de tu vida y quiero serlo ahora.
—Eres el hombre de mi vida…, lo eres y siempre lo has
sido. —Se apartó y pudo ver el tormento en sus ojos azules.
—Me quiero casar contigo. —Le acunó la cara y rozó su
nariz contra la de Samira, sintiendo que eso funcionaba
mejor que cualquiera de los ansiolíticos que había probado.
—Lo harás —sonrió—. Nos casaremos.
Renato asintió.
—Luego, solo quiero que seamos tú y yo, como en Chile,
solos los dos… No es que no quiera a nuestras familias
cerca, solo que puedo sentir que la presión que ejercen me
sofoca… No soy bueno cumpliendo con las expectativas de
los demás y me aterra terminar fallándoles.
—Seremos solo tú y yo…, sin expectativas que cumplir,
solo viviremos cada momento como mejor podamos
hacerlo, ¿te parece?
Él volvió a asentir y Samira buscó sus labios, para darle
un beso, que fue correspondido con lentitud y pasión,
aceptó con gusto cuando la lengua de Renato hurgó en su
boca, despertando cosquillas que estallaban en todo su
cuerpo y creaban una necesidad que anhelaba más que
nada poder saciar, pero sabía que para obtener ese placer
debía esperar.
—¿Aún vas al baño? Porque yo sí que debo hacerlo —
inquirió ella, con la voz entrecortada, una vez que se apartó
de ese beso que hizo surgir la humedad entre sus piernas.
—Sí, debo hacerlo. —Le dio un beso en la punta de la
nariz y luego se tomaron de la mano, para seguir a los
servicios.
Cada uno entró por la puerta que le correspondía.
Renato, tras orinar, aprovechó para lavarse también la
cara, aunque Samira había conseguido apaciguar el rugido
de sus temerosas emociones; aún en el fondo de su pecho
estaba latente esa preocupación que sabía no
desaparecería con la misma facilidad.
Al salir, esperó junto a la puerta de los servicios
femeninos; ella lo hizo un par de minutos después, era
evidente que se había retocado le maquillaje, a pesar de
que solía usar un pintalabios intransferible, los besos que se
daban, siempre dejaban algunas huellas.
Al verlo, sonrió y le ofreció la mano, así regresaron a la
mesa.
CAPÍTULO 63
Era primera vez que Renato estaba en un ambiente como
ese, rodeado de tantos gitanos. Cuando llegó, pensó que la
incomodidad lo cubriría como una segunda piel y que a los
minutos iba a querer largarse de ahí.
Sin embargo, a Daniela, a Carlos y a él, que eran los
únicos «gachós», como les llamaban, los habían recibido
amistosamente y no paraban de mostrarles cómo era su
cultura, a cada momento les ofrecían comida y bebidas,
también les presentaban a los miembros, según el orden de
importancia dentro del clan, como lo eran los ancianos, a los
que, más que respeto, le mostraban idolatría.
La algarabía en el ambiente lo tenía un tanto
desorientado, no estaba preparado para que lo recibieran
de esa manera; se había imaginado que estaría rodeado de
un ambiente tenso, y este era todo lo contrario. Quizá se
debía a que no eran gitanos ultraortodoxos, como era la
familia de Samira.
Había demasiados niños corriendo entre los grupos de
adultos, sin duda, los gitanos no perdían tiempo para
procrear; entonces, comprendió que algo como eso era lo
que esperaba Vadoma. Agradecía al cielo que Samira
tuviera un pensamiento distinto al de su gente, aunque
justo en ese momento, ella estaba completamente en su
elemento y él la miraba embelesado; estaba bajo un
potente hechizo y no quería despertar jamás.
Vestía una falda larga marrón, que se entallaba desde
sus caderas hasta debajo de sus pechos, como si fuese un
corsé, una camisa negra con volantes al frente, un sombrero
cordobés negro, ligeramente inclinado hacia el lado
izquierdo, lado contrario del que caía la coleta que se había
hecho y unos aretes verdes, bastante grandes.
Cuando fue a buscarla al apartamento y la vio, se quedó
sin aliento, porque lucía hermosa e imponente, pero ahora
lo tenía más que fascinado, al verla bailar flamenco en
compañía de Romina y otros miembros femeninos de la
familia de la festejada, en medio de un círculo creado por
los hombres que le seguían mientras cantaban, tocaban
palmas y algunos entraban al centro a bailar con ellas, pero
regresaban a formar la barrera.
Se sentía mucha energía en esa fiesta y él deseaba hacer
algo más que solo quedarse mirando cómo Samira le
aceleraba los latidos y lo enamoraba cada vez más, pero su
timidez no lo dejaría siquiera intentar hacer algo que jamás
había hecho y mucho menos delante de un gran grupo de
desconocidos.
Lamentablemente, sus prejuicios mentales seguían
siendo su peor enemigo y, a pesar de que había trabajado
mucho, aún no lograba vencerlos. Aunque con Samira era
distinto, no podía explicar lo que veía en ella, solo era esa
forma en que lo llevaba a un lugar donde nadie más podía.
Miraba con detenimiento cada movimiento de su baile,
cada gesto de su cara y cómo se transformaba con pasión,
era evidente que sentía la música y el baile recorriendo
como la sangre en sus venas.

Te miré a los ojos y quise quedarme allí


Como una escultura en tu mirada
Lejos de sentirme preso, tengo que decir
Vivo libre y muero por tu cara tan gitana…

El coro de la canción que cantaban al son de las palmas,


la guitarra y los golpes de caja, expresaba su sentir.
—Válgame Dios —expresó un gitano, ante la energía que
Samira desprendía mientras se dejaba llevar por el
flamenco.
—¡Bendita tu estrella! —dijo una anciana, llena de
orgullo.
Sonrió emocionado cuando Samira le guiñó un ojo,
mientras seguía taconeando y agitando con energía la falda.
Deseaba tanto poder hacerle el amor, saborear cada poro
de su cuerpo, saciar la sed en todas sus zonas húmedas y
desfallecer en sus labios, que no veía la hora de unirse en
matrimonio a esa mujer.
—Madre mía, que chulilla… —dijo el hombre al lado de
Renato, otro gitano de unos treinta años, que miraba con
más que admiración a Samira.
No quiso sentir ese pinchazo de celos, pero era
consciente de que la mujer que amaba despertaba interés
en otros. Solo le quedaba confiar en las emociones que ella
juraba sentir por él y con eso llenarse de seguridad, para no
fracasar ante sus incertidumbres.
Terminó sonrojada, sudada y sonriente. Lo primero que
hizo fue buscarlo, lo abrazó por el cuello, se le notaba en la
mirada las fieras ganas de comerle la boca, pero no podía
hacerlo. En respuesta, Renato apoyó sus manos en las
caderas de ella y le plantó un casto beso en la mejilla.
—¿Te está gustando la fiesta? —preguntó Samira, con la
voz aun agitada por el baile.
—Mucho más de lo que imaginé. —Le susurró—. Aunque
confieso que no puedo apartar la mirada de ti, robas toda
mi atención.
—Me molestaría si no —dijo sonriente, al tiempo que se
apartaba, luego lo tomó por la mano y lo llevó hasta la mesa
donde estaba el banquete—. Estoy hambrienta.
—Y supongo que sedienta también. —Se detuvo y usó su
mano libre para retirar con el pulgar el hilillo de sudor que le
bajaba por la sien.
—Sin duda. —Lo miró fascinada por la forma en que él
estaba en todos los detalles. Se quitó el sombrero y empezó
a abanicarse, aún faltaba casi un mes para que el verano se
instalara, pero la sensación térmica era cada día más alta.
Aún no sería servida la cena y se le hizo agua la boca al
ver todos los pasabocas que estaban dispuestos. Había gran
variedad de frutas de sartén, como: buñuelos y pestiños;
también, había tocino de cielo, tortillas de camarones y
algunas bebidas entre gaseosas, alcohólicas y té helado.
Ella necesitaba llevarse algo a la boca, por lo que, agarró
un platito y se sirvió un tocino del cielo y unos cuantos
pestiños.
—¿Qué quieres de tomar? —Le preguntó Renato.
—Té, con mucho hielo, por favor —suplicó y se comió un
pestiño, disfrutó del dulce crocante.
Él tomó la jarra y sirvió uno ella y otro para él.
—¿Qué quieres picotear? —ofreció Samira.
—¿Esto qué es? —Renato señaló las tortitas fritas.
—Son tortillitas de camarones…, muy ricas. ¿Quieres
probarlas?
—Bueno, está bien. —Se encogió de hombros.
Samira echó varias en un plato, además de otros
entremeses.
Se fueron a la mesa donde estaban Daniela y Amaury;
los demás andaban por ahí, disfrutando de la fiesta… Carlos
estaba en el patio, jugando a pulsear con algunos gitanos, y
Vadoma conversaba con la madre y abuela de Romina.
—¿Quieres probar? —Samira le ofreció a Renato—. Es
tocino del cielo.
Renato aceptó un poco avergonzado, no por el gesto de
darle en la boca, sino porque los demás tuvieran que verlo.
—Es como el flan… —dijo una vez que saboreó el suave
postre.
—Sí, es como el flan brasileño. —Ella estuvo de acuerdo.
—¿Sabes cómo le llamamos en Venezuela?… —intervino
Daniela—. Quesillo.
—¿Lleva queso? —curioseó Renato, ya que por la forma
en que le llamaban, imaginó que debía ser algo más como
el cheesecake.
—¡No! —Daniela se echó a reír—. En teoría es solo,
huevo, leche condensada, leche, vainilla y ron… ese es el
tradicional, pero puedes hacerlo de otros sabores, como
calabaza o maíz.
—Y supongo que este tampoco lleva tocino. —Renato
señaló el dulce en el plato de Samira.
—No, solo es yema de huevo, azúcar y agua… —
respondió sonriente.
—Entonces, es mejor cómo le llamamos en Brasil.
—Estoy de acuerdo, pero…, pero —intervino Daniela—. El
flan no lleva ron, así que eso hace la diferencia…
—¿Cómo para llamarlo «quesillo»? —ironizó Renato.
Daniela se desternilló de risa, por la manera en la que el
carioca lo dijo, tenía razón y solo hasta ahora ella caía en la
cuenta de que no era el mejor nombre para el postre.
—¿De qué te ríes tanto? —preguntó Julio César, llegando
a la mesa. Minutos atrás, había sido arrastrado por Romina
a la cocina.
—De los raros nombres de algunos postres —respondió,
mudándose a otra silla, para que Julio César se pusiera al
lado de Amaury, quien también sonreía.
—¿Cómo llaman a esto en Perú? —Le preguntó Amaury,
mostrando menos de la mitad del postre.
—Crema volteada… —comentó, aún confundido con la
conversación.
—Tiene un poco más de sentido —dijo Renato.
—¿Por qué?
Samira le explicó cómo y por qué había surgido esa
conversación; al final, Julio César también estuvo de
acuerdo con Renato.
Siguieron conversando sobre diferentes temas, hasta que
anunciaron el momento del baile de la cumpleañera, por lo
que, todos se acercaron a la pista, para hacer una rueda
mientras vitoreaban en caló: «Baxtaló to divés, thaj śel
berśa te dyives»…
Samira se detuvo delante de Renato y buscó sus manos,
para que la abrazara. Él enseguida le envolvió la cintura con
los brazos y pegó su pecho a la espalda de ella.
—¿Qué dicen? —preguntó en voz baja al oído de Samira.
Ella, sonriente, se volvió a mirarlo por encima del
hombro.
—Que tengas un día feliz y que cumplas cien años de
vida —tradujo y no pudo contener sus ganas de besarlo, ya
que sus ojos se fueron directos a sus labios sonrojados.
Aunque fue solo un simple contacto de labios, fue
suficiente para que todas sus terminaciones nerviosas se
alteraran. Deseaba tanto a Renato y la verdad no se creía
con tanta fuerza de voluntad como para esperar hasta la
noche de bodas; si por ella fuera, en ese instante se
escaparía con él, porque sabía que también la deseaba,
podía sentirlo en la dureza que estaba cobrando vida contra
sus nalgas, pero lamentablemente todo el tiempo estaban
bajo la mirada de halcón de su abuela.
Se volvió a mirar a Romina y a Víctor bailando, mientras
todos le hacían rueda, cantaban y aplaudían.
Renato, aunque disfrutaba del roce del culo de Samira
contra su erección, también era una tortura, porque le
preocupaba terminar manchando los pantalones. No
obstante, no la soltaba, seguía sujetándola por la cintura y
embriagándose con su aroma.
Cuando terminó el baile, se anunció la gran comilona.
Samira se apartó, solo lo suficiente como para ponerse de
frente a Renato.
—Toma, para que ocultes tu gran problema. —Le dijo
Samira, entregándole el sombrero, mientras le sonreía con
pillería y le dedicó una discreta mirada a la protuberancia en
la cremallera.
—Gracias. —Recibió el sombrero con una sonrisa
circunspecta y lo puso contra su pelvis—. Aunque, más que
ocultarla, me gustaría aliviarla.
—Y a mí me gustaría poder ayudarte con eso, pero no
puedo hacer más que prestarte el sombrero.
Renato negó sonriente y no le quedó más que caminar
de vuelta a la mesa, donde se sentó y dejó el sombrero
sobre su regazo.
Dos horas después, sintiéndose todavía satisfechos por
todo lo que comieron, decidieron marcharse; la celebración
no tenía pinta de acabarse pronto y Vadoma mostraba
evidentes signos de cansancio.
Samira dejó a Renato frente al hotel, casi entradas las
cinco de la mañana; luego, condujo hasta su apartamento,
con la promesa de que ese día volverían a verse por la
noche, en Saudade, donde cenarían y compartirían con sus
familiares.
CAPÍTULO 64
Por fin había llegado el tan deseado martes, para Renato
y Samira. Se encontraban sentados y cogidos de la mano,
en una de las salas del Registro Civil, esperando a ser
llamados.
Sabía que no existían impedimentos para contraer
matrimonio; aun así, estaban nerviosos, más que todo, por
el tiempo que podría tomarles llevar a cabo la tan anhelada
alianza.
—Renato Medeiros y Samira Marcovich —llamó la
secretaria del juez municipal que los atendería.
Se levantaron y caminaron, tratando de disimular las
ansias.
El juez se presentó como David González, mientras
estrechaba la mano de cada uno; los invitó a sentarse con
un ademán, al tiempo que él también lo hacía.
Se ubicaron en las sillas tras ellos y volvieron a tomarse
de las manos. Ella mantenía una sonrisita producto de los
nervios, mientras que él apoyaba la mano libre sobre su
rodilla y se la frotaba con disimulo.
—Entonces, vienen porque tienen intenciones de
casarse.
—Así es, señor —dijo Samira con un asentimiento—. No
somos españoles, pero llevo siete años residenciada en
Madrid.
—¿De dónde eres?
—Brasil…
—Carnaval, samba —dijo el juez con una jocosa sonrisa.
—Así es. —Samira también sonrió.
—¿Y el novio? —preguntó, dirigiendo la mirada hacia
Renato.
—También soy de Brasil, señor… Vivo allá, pero voy a
mudarme a Madrid, para vivir juntos… —dijo volviéndose a
mirar a Samira.
El juez afirmó con la cabeza y frunció los labios en un
gesto de comprensión. Luego hizo algunas preguntas sobre
sus ocupaciones y la relación. Solicitó los documentos de
ambos, además de pedirles que llenaran unos formularios.
—Bien —dijo devolviendo los documentos—. Pueden
elegir el Registro Civil o también hacerlo en una notaría,
aunque tramitar el expediente matrimonial en una notaría
no es un trámite gratuito —cumplió con informar, a pesar de
que sabía que el dinero no debía ser problema para la
pareja. Sacó unas hojas de papel y le entregó una a cada
uno—. Esta es la documentación para boda civil, que
necesitan aportar. Para casarse por el juzgado, en el
Registro Civil, en el ayuntamiento o en una notaría, ya eso
es decisión de ustedes… —empezó a enumerar—. DNI
original y una fotocopia; aunque, en tu caso. —Miró a
Renato—, en calidad de extranjero, tendrá que ser el
pasaporte y debe ser de todas las hojas, no solo de la
primera.
Renato asintió mientras repasaba con la yema de los
dedos los bordes del pasaporte que recién le habían
devuelto.
Samira leyó cada uno de los requisitos con bastante
detenimiento, pero cuando se topó con uno que iba a ser
imposible de cumplir, levantó la cabeza y miró al juez.
—Disculpe, ¿el certificado de empadronamiento o de
convivencia es en pareja? Porque no vivimos juntos, es por
mi cultura, soy gitana.
—No, no, solo uno de los dos debe demostrar que lleva
más de dos años viviendo en España; en este caso, puedes
solicitarlo sin inconveniente en el ayuntamiento. En el caso
de Renato, necesita el certificado del consulado o
embajada brasileña, acreditando su inscripción. Es
preciso que te informes si es necesario presentar un
certificado de capacidad matrimonial.
—¿Cuánto tiempo cree que pueda tomarnos agendar el
enlace? —preguntó Renato, porque era consciente de que
Vadoma no podía quedarse más de dos meses y él quería
que se fuera con la certeza de que su nieta ya estaba
casada con él.
—Todo depende del tiempo que les tome conseguir los
documentos. Una vez obtenidos, deberán solicitar hora en el
Registro Civil o en la notaría que elijan para su presentación,
fecha en la que se deberán comparecer junto con un testigo
mayor de edad, cuya función es certificar que no se casan
en contra de su voluntad, sino que lo hacen libremente.
Dicha comparecencia da lugar al inicio del expediente
matrimonial y la resolución favorable del expediente
permite la celebración del matrimonio. Una vez tengan
listos los papeles necesarios para casarse... ¡ya podrán
empezar con la cuenta atrás! —Notó que no había resuelto
las dudas de la pareja, por lo que, prefirió ser más específico
—. Les tomará como un mes o mes y medio, siempre y
cuando empiecen a solicitar los documentos ya mismo,
¿vale?
Renato y Samira se miraron y sonrieron, debido a la
emoción que les provocaba saber que, después de todo, no
era tanto lo que debían esperar. Sin duda, enseguida
empezarían a recabar todos los papeles que necesitaban.
Con sonrisas de agradecimiento y apretones de mano, se
despidieron del juez. Salieron del edificio con los dedos
entrelazados y caminaron hasta donde Samira había
aparcado, un par de calles más abajo.
Era primera vez, desde que se rencontraron el día de la
graduación, que consiguieron salir sin Vadoma haciéndoles
sombra, pues Thais consiguió convencerla de que la
acompañara a ver decoración para la boda.
Renato le agradeció grandemente a su madre que le
ayudara con la chaperona, ella se ofreció a hacerlo cuando
lo vio tratando de idear mil y una forma para poder pasar el
día a solas con Samira, porque le tenía preparado algo
especial. Y jamás había dudado del poder de
convencimiento de Thais Medeiros.
—¿Puedo conducir? —Le preguntó en cuanto estuvieron
frente al coche.
Ella le dedicó una mirada dudosa, que contrastaba con la
sonrisa que estiraba sus labios; sin embargo, le entregó la
llave. Renato tiró de la muñeca, atrayéndola a su cuerpo y
buscó su boca, aunque fue un beso rápido, también lo fue
apasionado.
Soltó una risita extasiada y le dio palmaditas en el pecho,
en un gesto apaciguador, luego se chupó el labio,
saboreando aún la saliva de Renato.
—Vamos. —Lo alentó con un suspiro que era como un
catalizador para sus propias ganas—. Estoy segura de que
mi abuela le debe estar haciendo la vida imposible a tu
mamá.
Caminó hasta la puerta del copiloto y subió. Renato
sonrió antes de subir, porque para Samira, ellos irían al
encuentro de Vadoma y su madre, en alguna tienda de la
ciudad.
—Listo —dijo él en cuanto se ajustó el cinturón de
seguridad.
—¿Ya te dijo tu mamá en dónde están? —preguntó ella, al
tiempo que bajaba el espejo frente a su asiento, para
cerciorarse de que su pintalabios había pasado la prueba de
ese ardiente beso que Renato acababa de darle.
—Eh… —dijo, al tiempo que cogía su móvil, en busca de
la dirección—. Sí, aquí está…, ajustaré el GPS y nos vamos.
El tiempo de llegada eran veinte minutos. Dejó el móvil
entre sus muslos, para limitarle la visión a Samira, sobre el
destino que emprenderían; le ofreció la mano, para volver a
entrelazar sus dedos. Le satisfacía sobremanera mantener
ese contacto con ella.
—¿Estás feliz? —Renato le preguntó, sonriente, cuando
se volvió a verla antes de cruzar hacia la calle de Ayala.
—Mucho, sabes que me haces feliz —asintió y se giró un
poco en el asiento y puso su otra mano sobre la de ambos
—. Y tú, ¿estás seguro de querer casarte conmigo? No
quiero cortar tu libertad… Creo que estás sacrificando
mucho por mí, estarás alejado de tu familia, de la gente que
conoces, de tu espacio de trabajo…
Renato se quedó en silencio, se detuvo debido a la fila de
coches que esperaban el cambio de luces de un semáforo,
soltó el volante y se volvió hacia ella, le sujetó la barbilla
para que lo mirara a los ojos.
—Samira Marcovich —dijo muy serio—, quiero que
tengas muy claro que mi libertad consiste en entregarte
más, siempre y en todos los sentidos. Contigo soy libre,
como con nadie más, solo quiero estar a tu lado por el resto
de nuestras vidas. ¿Entendido?
Samira sonrió fascinada, sintiendo su corazón latiendo
con fuerza; aun así, se llevó la mano a la frente, en un
saludo militar.
—¡Sí, señor! —Se abalanzó sobre él y le dejó caer una
lluvia de besos en los labios, hasta que el coche de atrás
pitó.
Ella volvió a pegar la espalda en su asiento y Renato le
echó una mirada a la pantalla del móvil entre sus muslos,
para seguir su camino.
—Me preocupa el tráfico —dijo Samira con un mohín—.
Mi abuela debe llevarnos cronometrado el tiempo.
—Espero que mi madre y Daniela la tengan bien
entretenida… Quizá se le olvide que andamos sin compañía.
—No la conoces, nada le sacara de la cabeza que ya
llevamos más de dos horas por nuestra cuenta.
—Puede que no deje de pensar en eso, pero mi madre se
encargará de que no nos moleste, relájate. —Le pidió,
apretándole el muslo.
Renato estacionó en el arcén bastante cerca de su
destino, se bajaron al mismo tiempo y fue en busca de
Samira, le sujetó la mano y la guio. Ella le dedicó una
mirada de bastante desconcierto, cuando atravesaron la
entrada del ateneo de Madrid.
—¿Nos están esperando aquí? —masculló la pregunta,
mientras miraba los altos techos del ateneo.
—No, pero era necesario hacer primero esta parada.
—¿Para qué? —Estaba picada por la curiosidad.
—Ya lo verás —dijo con una sonrisa, mientras la invitaba
a subir el primer peldaño de las escaleras centrales.
Samira quería recordarle que no podían tardar, pero no
quería arruinar los planes de Renato, confiaba en él y
estaba segura de que no la metería en problemas con su
abuela. Sabía que, con veinticinco años, debía ser más
decidida en cuanto a su autonomía como mujer, pero
respetaba mucho a su abuela y llevaban muchos años
separadas, como para revelarse contra ella.
En el segundo piso, después de una galería, caminaron
por un pasillo, luego bajaron más escaleras y los esperaba
otro pasillo bastante amplio con altos ventanales. Hasta que
llegaron a unas puertas dobles pintadas de blanco y dorado,
ahí parado estaba un hombre de unos cincuenta años,
vistiendo de traje y corbata.
—Buenas tardes, señor Medeiros. Bienvenidos. —Los
recibió con una afable sonrisa.
—Gracias —dijo Renato.
Enseguida el hombre abrió uno de los paneles de la
puerta y Samira miró dentro, estaba bastante oscuro, solo
una débil luz cálida parecía iluminar el recinto.
—Vamos. —La invitó Renato con un ligero movimiento de
su cabeza.
—¿Esto qué es? —preguntó con una sonrisa inquieta.
Renato no respondió, solo avanzó por un pasillo
alfombrado. La puerta se cerró y Samira miró por encima
del hombro, para cerciorarse de que todo había quedado
más oscuro; entonces, la vista se aguzó más y se percató
del pasillo franqueado por hileras de velas.
—¿Es algo especial? —preguntó ya con el pecho latiendo
fuerte.
—Lo es… o espero que a ti te lo parezca, he tratado de
hacer mi mejor esfuerzo para agradar a mi adorada novia —
alegó, apretando aún más la mano de Samira.
El pasillo terminó abriéndose paso a un gran salón, todo
lleno de velas encendidas. La boca de Samira se abrió de
puro asombro. Miró hacia arriba, había palco y era un teatro
con por lo menos dos mil butacas y los pasillos entre
butacas estaban repletos de velas.
Luego, su mirada fue atraída por el gran escenario, en el
cual había un piano negro de cola, en medio de cientos de
velas que le daban el ambiente más romántico que ella
pudiera imaginar.
—Hace siete años, me hicieron el mejor regalo de
cumpleaños, fue una presentación extraordinaria de
flamenco, bajo la luz de las velas —dijo Renato, atrayéndola
para abrazarla—. Eso hizo que ese recuerdo se marcara a
fuego en mi memoria.
—En la mía también —dijo Samira—. Tú me inspiraste
para hacer algo como eso… ¡Uao! Pero esto es
impresionante, es un teatro… ¡un teatro! —exclamó sin
poder creerlo y lo sujetó por las majillas, para hacer que la
boca de él se estampara contra sus labios—. Es muy
romántico.
—Me alegra que te lo parezca —comentó sonriente.
En ese momento, salió un hombre al escenario y se sentó
en el piano.
Renato la hizo volver, para ponerla de frente al escenario
y la abrazó por detrás, envolviéndole la cintura con total
pertenencia y le dio un suave beso en el cuello; en
respuesta, Samira dejó descansar la cabeza contra el
hombro y se abrazó a los brazos que la rodeaban.
Los dedos del pianista sobre las teclas empezaron a darle
vida a la melodía: «Mi Marciana», de Alejandro Sanz.
Samira giró la cabeza, para mirar a Renato, sus pupilas
se perdieron en ese maravilloso cielo que eran los ojos del
hombre que le había robado el corazón, le sonrió y él la
besó, lo hizo como si no hubiera un mañana, mientras se
balanceaban suavemente con la melodía.
—Me hubiese gustado mucho tener la certeza de que te
amaba, desde el momento en que escuché esa canción y
solo podía pensar en ti.
—Comprendí que no me enamoré de ti cuando vi tus
hermosos ojos por primera vez, ni tampoco cuando no me
podía sacar de la cabeza la primera vez que me sonreíste.
No, no me enamoré de ti a primera vista; aunque sí…, oh,
sí… me pareciste demasiado guapo —dijo sonriente y a un
roce de los labios de Renato—. Pero no fue tu belleza lo que
me enamoró… Me enamoré de ti cuando decidiste abrirte y
hablarme desde tu corazón, cuando me mostraste los
pedazos de tu alma, esos que no le habías mostrado a nadie
más…; cuando, sin darte cuenta, me dejaste entrar y supe
que eras un hombre extraordinario pero solitario… Deseé
con todas mis fuerzas que jamás volvieras a sentirte solo…
—Samira, fue el verde de tus ojos como una luz que me
llenó de calma… Rompiste mis barreras, esos miedos e
incertidumbres que limitaban mi vida… Y sé, sé que habrá
momentos en los que no será fácil; mi mayor temor siempre
es recaer, pero tú, como nadie más, me das la fuerza para
no dejarme vencer…
El pianista iniciaba la siguiente melodía: «Yo no quiero
suerte», también de Alejandro Sanz.
Sabía que contaban con poco tiempo, hubiese querido
hacer ese momento eterno, pero solo consiguió el espacio
por quince minutos, porque esa noche se presentaría ahí el
concierto Candlelight, en tributo a Coldplay. Además, no
sabía por cuánto tiempo su madre conseguiría mantener
calmada a Vadoma.
—Así que —continuó Renato—, yo no quiero suerte,
porque yo te tengo a ti —dijo, al tiempo que puso frente a
ella, un estuche crema, mostrando un anillo de platino y
diamantes, de la casa Piaget—. ¿Te casas conmigo?
¿Quieres cambiar mi suerte para siempre? Sé que ya te lo
he preguntado muchas veces, es uno de mis problemas…,
soy repetitivo en todo, soy un… —No pudo decir lo
siguiente, porque Samira lo enmudeció con un beso.
—Sí —sollozó—, sí, claro que quiero… Y te lo puedo decir
todas las veces que necesites escucharlo, me quiero casar
contigo, Renato; eres mi hombre perfecto, siempre… Desde
que te conocí, has tenido mi corazón en tus manos y
siempre lo tendrás. —Estaba llorando de la emoción.
—Estoy seguro de que te quedará, tomé prestado uno de
tus anillos… —Sentía que estaba hablando producto de los
nervios y la felicidad.
—Solo pónmelo…, es muy hermoso. —Samira le extendió
la mano temblorosa.
—Me hubiese gustado algo personalizado, pero el
tiempo…
—Es perfecto, es perfecto… Todo esto es perfecto, tú
eres perfecto. —Una vez que le puso el anillo, se lanzó hacia
él y le rodeó el cuello con los brazos, y volvió a besarlo
arrebatadoramente—. Y todo sería más perfecto si
pudiéramos sellar este momento haciendo el amor, pero…
—Hagámoslo…, vamos a mi hotel un par de horas, solo
un par de horas; después lidiamos con las consecuencias. —
Le propuso y se guardó el estuche en el bolsillo del
pantalón.
—¡A la mierda esa regla gitana!… Total, mi padre no se
sentirá orgulloso de mí, ya da igual… Prefiero sentirme
orgullosa de disfrutar a plenitud de mis propios deseos, de
la sensación tan maravillosa que es que volvamos a estar
juntos y poder amarnos —dijo Samira en un arrojo de valor y
excitación. Sujetó la mano de Renato y miró al pianista—.
Señor, gracias por todo, excelentísima presentación, pero
aquí hemos terminado.
Renato se dejó arrastrar por ella; sin embargo, él iba
camino al coche, pero Samira lo retuvo.
—Estamos cerca, será más rápido caminando que en
coche… Son como siete minutos andando.
—Mucho menos si lo hacemos corriendo —dijo Renato,
sintiéndose como el niño travieso que jamás había sido.
Así que, tomados de la mano empezaron a correr,
mientras reían y esquivaban a las personas.
—¡Lo siento! ¡Disculpe! —gritó Renato, cuando tropezó
con un hombre.
CAPÍTULO 65
En cuatro minutos llegaron al vestíbulo del hotel y, en
medio de la adrenalina, no pensaron en usar el ascensor,
sino que se fueron directos a las escaleras, las cuales
empezaron a subir corriendo. Les fue imposible no recordar
cuando, siendo mucho más jóvenes, hicieron lo mismo en el
Museo de Arte Moderno de Río, donde estuvieron a punto de
darse el primer beso.
Llegaron al cuarto piso exhaustos, sin aliento y ya
sudorosos.
—No, será mejor que subamos por el ascensor, no podré
subir dieciocho pisos corriendo… —exhaló Renato con la
garganta seca y el corazón latiendo a mil—. Además, no
quiero malgastar mis energías ni perder tiempo.
Samira no pudo estar más de acuerdo y tiró de él hacia
los ascensores, aprovecharon que en ese instante iban
saliendo dos hombres y, en su prisa, Samira tropezó con
uno.
—Disculpe, señor —dijo riendo y le hizo una pequeña
reverencia.
Entraron al elevador y Renato tocó el número de su piso.
No perdió tiempo en aferrarse a las caderas femeninas y
atraerla hacia su cuerpo.
Poco le importó no haber recuperado todavía el aliento
que gastó en la carrera y empezó a dejar caer besos sobre
esos labios que tanto deseaba, se animó más cuando la
sintió estremecer.
No dejaron de besarse hasta que sonó el pitido de las
puertas al abrirse. Cogidos de la mano caminaron hasta la
suite. Renato buscó en el bolsillo interno de la chaqueta la
tarjeta y abrió.
Si por ellos fuera, empezarían a comerse en cuanto
entraron, pero sabían que era mejor evitar cualquier
interrupción.
—Llamaré a mi madre, tú cierra las cortinas —dijo Renato
en cuanto entraron. Dejó sobre la mesa del recibidor la
tarjeta y buscó su móvil.
Samira corrió a la habitación y tomó el mando que
estaba sobre la mesa de noche, para cerrar las cortinas, la
habitación quedó bastante oscura y ella no quería perderse
la gloria que significaba ver a Renato desnudo, por lo que,
encendió los veladores, luego fue en busca de los
preservativos. Sabía que estaban en el baño, porque ahí fue
donde Renato los buscó la última vez que habían estado
juntos. De uno de los cajones sacó una tira de papel
metalizado dorado con tres condones y los dejó sobre la
mesa de noche.
Renato exhaló un suspiro de alivio cuando su madre le
atendió al tercer tono.
—Mamá, necesito que entretengas a Vadoma, por un par
de horas más… Hubo un retraso con la sorpresa… —Su
madre estaba al tanto de que ese día le entregaría el anillo
de compromiso a Samira y por eso se había hecho la mejor
cómplice.
—Cariño, no te preocupes, todo está bajo control. Por
ratos menciona que están tardando mucho, pero le digo que
ese tipo de tramites suele ser demorado… Aquí lo
importante es que todo te salga bien. ¿Es seguro que te
tendrán listo el teatro?
—Sí, sí…, solo me dijeron… —hablaba mientras avanzaba
a la habitación y carraspeó al ver a Samira sentada al borde
de la cama, solo con las bragas puestas—, que surgió un
pequeño inconveniente, pero que en los próximos minutos
van a solucionarlo. —Retuvo el móvil entre el hombro y la
oreja, para poder sacarse los zapatos.
—Si no te resuelven rápido, le digo a tu padre que haga
la reserva en Totó, aún pueden crear un ambiente como el
que quieres… —Aunque esa misma mañana habían
despedido a Ian y a Carlos, bien sabía que el dueño de
Ardent, podía mover sus hilos y conseguir cosas en poco
tiempo, tan solo con un par de llamadas.
—No te preocupes, mamá, aquí todo irá bien, muy bien.
No es necesario molestar a papá —sonrió, quitándose los
calcetines, pero con los ojos fijos en Samira, que lo miraba
con los de ella brillando en lujuria y le sonreía con picardía.
Era mucho más que cualquier fantasía que alguna vez pudo
imaginar.
—Bueno, cariño, espero que todo salga bien. No estés
nervioso, sé que Samira te dirá que sí, una vez más.
—Gracias, mamá, sé que sí; ya debo cerrar. —Terminó la
llamada y dejó caer el teléfono en la alfombra, enseguida se
quitó la chaqueta. Se le escapó un gruñido cuando Samira lo
tentó al repasarse con la yema del dedo medio la areola de
su seno izquierdo.
Renato se acercó con un par de zancadas y se apoderó
de sus suaves mejillas e inclinó los labios de ella bajo los
suyos, dándole un beso en la boca flexible, húmeda,
aterciopelada. No había manera de que estuviera satisfecho
con un solo beso. Por lo que, se lanzó, tomando posesión de
sus labios y exigiendo más.
En sus brazos, Samira se estremeció y gimió. Mierda,
tenía que reducir la urgencia y el impulso de hacerle el
amor, porque quería alargar los minutos y disfrutarla todo lo
que anhelaba. Podía besarla durante los próximos días y no
tendría bastante, de eso estaba seguro.
Samira separó las piernas y él apoyó una rodilla en
medio, ayudándole en la tarea de desabotonarle la camisa,
mientras sus bocas seguían dándose un festín.
—¿Qué te dijo tu madre? —peguntó soltando la hebilla
del cinturón y dejando su aliento sobre los labios de Renato.
—Todo está bajo control —respondió, sacándose la
camisa y admiraba cómo el rubor de la excitación se
deslizaba por las mejillas y pecho de Samira.
—¿Dos horas? —Metió su mano entre el pantalón y la
ropa interior, haciéndose de la semierección y empezó a
masturbarlo, para despertarlo aún más rápido, porque era
mucho lo que lo necesitaba.
—No serán suficientes, pero es lo que tenemos —gruñó y
luego suspiró extasiado ante el toque de Samira.
A la mierda, no podía seguir conteniéndose, de un tirón
se quitó los pantalones, arrastrando también la ropa interior.
Luego sujetó a Samira por la cintura y la movió en el
colchón, para ponerla más al centro de la cama, donde
quedó acostada, pero con las rodillas flexionadas.
Samira soltó un gritito de impresión, pero su estómago
se apretó y su sexo latió de pura necesidad, entonces, miró
hacia sus bragas, pidiéndole con ese gesto que se las
quitara. Él, prácticamente, se las arrancó.
Ella se le quedó mirando desnudo y erecto. Se había
resignado a que harían el amor en todas sus formas, una
vez estuvieran casados…, pero no se había imaginado ese
día, ese momento. Se retorció y juntó las rodillas, buscando
alivio para la dulce presión que se estaba creando entre sus
piernas.
Renato se acostó de medio lado junto a ella y con una
mano empezó a trazar una suave caricia, utilizando apenas
las yemas de los dedos, que fue desde el centro de su
pecho, descendió por su tembloroso abdomen, hizo círculos
sobre el monte de Venus y terminó hundiendo el dedo
medio entre sus pliegues.
Samira se relamió los labios y gimió al sentir cómo
Renato hacía pequeños círculos sobre su clítoris. Él
aprovechó sus labios ligeramente separados, para arrasar
con su boca, introdujo su lengua, moviéndola con la misma
cadencia con que enterraba el dedo en su vagina.
Samira se volvió toda temblores y gemidos que él se
tragaba. Quería darle placer en la misma medida en que se
lo estaba dando, por lo que, se hizo de la erección, con el
pulgar arrastró la gota de líquido preseminal que coronaba
el glande y la usó para lubricar el movimiento de su mano
que subía y bajaba, recorriendo la longitud, podía sentir su
calor y el latido de las venas contra la palma de la mano,
mientras correspondía a la lengua entrando en su boca.
Deliraba con la forma en que Renato se apoderaba de su
boca, merodeando por cada recoveco, saboreando y
atrayéndola más cerca, solo para retroceder, mordisquear
sus labios, parar y observarla con una intensidad que
acrecentaba sus latidos y, después, volver a besarla como si
no pudiera soportar un momento de separación.
—Quiero devorarte entera, pero no puedo dejar de
besarte… —murmuró contra los labios húmedos e
hinchados de Samira.
—Entonces, no dejes de hacerlo —dijo con un
estremecimiento de orgullo femenino llenándola.
Samira se acercó aún más, moviendo su pelvis, para
ayudarle con el movimiento de sus dedos dentro de ella y,
con cada beso intenso, sus labios se encontraban con más
urgencia. La vertiginosa excitación nadaba poderosamente
a través de sus venas, como una droga que él utilizaba para
mantener sus labios cautivos.
Renato pudo sentir la urgencia en Samira, la forma en
que movía sus caderas, al tiempo que con una mano lo
masturbaba y con la otra se apretaba el seno derecho.
Percibió en la premura de esa autocomplacencia las ganas
que tenía de ser atendida, por lo que, no dudó en ser él
quien lo hiciera.
—Deja que me encargue, quiero darte todo el placer que
necesitas.
Samira apenas tuvo tiempo de procesar lo que esas
palabras dignas de temblores significaban, antes de que
Renato bajara por su cuerpo. Su boca apenas osciló sobre
sus pezones, su cálido aliento los acarició, entonces, la
sangre tensó las duras puntas hasta que se sintieron
apretadas y ardientes.
Renato solo aprisionó los labios alrededor del pezón
izquierdo. Suave, lento, tranquilo; el toque era parte
exploración, parte tormento. Samira se arqueó contra su
boca con un pequeño grito ahogado de necesidad.
―¿Te gusta? —preguntó él, sin dejar de mover con
lentitud un par de dedos dentro de ella, para su propio
placer, estaba jodidamente mojada y caliente.
―Sí…, sí, mucho —lloriqueó y se retorció de placer.
Sus caderas se movían inquietas, al tiempo que pasaba
los dedos a través de los oscuros cabellos de Renato,
deleitándose con su suavidad y terminó agarrándolos en un
puño, para hacer que él volviera a saborear de nuevo su
pezón.
Él lamió la punta, mordisqueó, jugueteó, atormentó.
Cada lametón y chupada se volvía su propia forma de
tortura. Éxtasis, agonía. Una necesidad que irrumpió a
través de ella, haciéndole arder la sangre.
Renato retrocedió un momento y contempló los pezones
descaradamente. Bajo su escrutinio, parecieron llenarse y
tensarse incluso más, como si estuvieran ansiosos por
mostrarse ellos mismos ante él.
―Eres tan hermosa, tan perfecta… ―susurró sobre la
punta hinchada, tocando el otro―. Tan exquisita, ardiente…
Hechizante.
Sus palabras hicieron aumentar el deseo en Samira. El
fuerte ritmo de necesidad bajo su clítoris se convirtió en un
incesante latido.
―¡Deprisa! ―jadeó, con las ganas de llegar al clímax.
Pero Renato se tomó su tiempo, rodeando la dulce
aureola con la lengua; después, acarició con los dedos la
carne húmeda. Él se acercó más y más a las doloridas
puntas, hasta que finalmente las chupó en profundidad.
La sensación se precipitó directamente entre sus piernas,
una y otra vez, como un cable de alta tensión y se
estremeció con una sacudida de deseo y con sus músculos
vaginales contrayéndose en torno a los dedos que seguían
moviéndose con la cadencia perfecta.
Conteniendo un gemido, Samira le miró, parpadeando,
jadeante, cautivada por las fuertes facciones de Renato; su
pecho brillaba por el sudor, las venas en sus brazos eran
visibles; incluso, su mirada ahora era más intensa, más azul,
más segura y arrebatadora.
Aún no podía creer que estaba ahí, en esa cama, a
merced del hombre que le enseñó un mundo más allá de su
comunidad gitana, el hombre que le dio otro sentido a su
vida; ese que la enseñó a amar. El destino y sus errores
hicieron que se separaran por mucho tiempo y vivieron
otras experiencias que los hicieron madurar, solo para que
sus caminos se reencontraran y tuvieran la certeza de que
sus corazones debían estar juntos, latiendo a un mismo
ritmo, entregándose en cuerpo y alma.
Las manos de Renato la agarraron de las caderas con
pasión posesiva y su carne ardió. Ella suspiró
entrecortadamente y cerró los ojos, disfrutando de las
sensaciones que se amontonaban en su pecho, una tras
otra, hasta que juró que una vez más estaba a punto de la
combustión o de rogar. Tanto placer estaba más allá de su
experiencia o comprensión y ni por un momento creyó que
había manejado todo lo que Renato podía proporcionarle.
Él se acomodó entre sus piernas y un sofoco rodó por su
cuerpo, inhaló el almizclado aroma de su piel y no pudo
apartar la mirada de su sonrisa. Le clavó los dedos en los
hombros y elevó las caderas hacia él, deseando que aliviara
el vacío de dolor que se enroscaba entre sus inquietas
piernas, estiró una mano y se hizo de los preservativos en la
mesa, pero él la retuvo por la muñeca.
―Aún no. ―Inhaló sobre sus pezones, todavía jugando,
excitándolos, poseyéndolos―. Quiero tomarme mi tiempo
para adorar cada espacio de tu cuerpo. —Merodeó hacia
abajo por el cuerpo tembloroso de Samira, sus labios le
rozaron el abdomen y pasó su lengua por las caderas, antes
de que se situara entre sus piernas. Con sus manos empujó
las rodillas, para abrirlas ampliamente; entonces, inspiró
fuerte y sus ojos se cerraron para disfrutar del aroma.
Luego, su intensa mirada azul subió por la piel brillante
de Samira y se apoderó de la mirada oliva. El arco eléctrico
entre ellos fue como un cortocircuito en su pecho.
Con impaciencia, Renato bajó la cabeza hacia sus
empapados pliegues y cayó ávido sobre el hinchado y
dolorido sexo, lamiéndole el clítoris.
—¡Oh, santo cielos! —chilló Samira, no podía decidir si
retorcerse o simplemente fundirse.
Él la chupó, le acarició con la punta de su lengua el
clítoris y después lo estimuló con sus dientes. Mientras ella
se revolcaba en la cama, se liberó con un grito atrapado en
el fondo de su garganta y resonó en las paredes. Los
músculos de sus piernas se tensaron. El resto de su cuerpo
le siguió, haciéndola sentir al precipicio del placer.
Renato cogió uno de los preservativos, rompió el
envoltorio con los dientes y no perdió el tiempo para
enrollarlo sobre erección. Sin avisar, levantó las piernas de
Samira colocándolas sobre sus hombros y bajó la boca de
nuevo hacia su clítoris.
La intensa succión y el casi castigador mordisqueo la
hicieron gritar, y su cuerpo se sacudió en una carrera de
sangre ardiente dirigida a la satisfacción. Mientras ella
volaba incluso más cerca que antes de una maravillosa
explosión, un sudor húmedo cubrió su cuerpo. Se esforzó
por acercarse, elevándose hacia el celestial toque de la
lengua de Renato. Su respiración se atascó y de sus labios
salió un grito entrecortado. La sangre voló en grandes
cantidades a la parte inferior, llenando la pequeña
protuberancia sensible con la que él jugaba.
Samira sintió que se hinchaba, la presión crecía, el calor
la abrasaba. Solo otro segundo o dos, pero Renato apartó
los labios y, antes de que tuviera tiempo de protestar, él
atrapó su cuerpo bajo el suyo con un gruñido. La lujuria en
ese sonido salvaje casi la deshizo.
Él se alienó contra su resbaladiza y vulnerable entrada,
probando, estimulándola tan solo con el glande y la
penetraba con movimientos poco profundos, antes de
retroceder para rozarle el clítoris con su erección.
La necesidad de que la penetrara más profundamente y
de sentirle golpeando contra sus paredes, la tenía
sacudiendo la cabeza y respirando con dificultad.
―Renato… —Se le escapó un grito desesperado.
―¿Lo quieres ahora? —preguntó, recorriéndole con las
manos los muslos y disfrutaba de la divina visión que era su
diosa.
―Sí, por favor, lo quiero… ahora. —Su súplica ni siquiera
había terminado de salir de sus labios, cuando él empujó
profundamente en su interior. Ella jadeó largamente, como
la más real expresión de satisfacción.
Renato empujaba dentro y fuera de ella, alcanzando ese
lugar tan profundo e impactándolo con cada embestida.
Samira cerró los ojos, esforzándose por respirar y se
aferraba con todas sus fuerzas a las sábanas.
—Mírame, cariño…
Samira cerró los ojos aún más, centrándose en las
sensaciones que se esparcían por todo su cuerpo. Su clítoris
latía, sus labios vaginales los tenía cada vez más inflamados
y él sacudía el final de su viaje con cada contundente
empuje.
—Sami…, mírame —suplicó con voz agitada. Bajó las
piernas de sus hombros, las separó un poco más y las dejó
sobre el colchón, para posarse sobre ella, porque quería
sentirla piel contra piel.
Cuando Samira abrió los ojos, pudo ver su cara
cerniéndose justo encima de la suya; entonces, fusionaron
sus miradas. Una sacudida, una chispa, la encendieron. Las
fuerzas en su cuerpo se arremolinaron girando más y más
rápido, llevándola con ellas como un torbellino que absorbía
su capacidad de respirar, de no preocuparse de nada más
que del éxtasis a punto de arder a través de su alma.
―Renato ―susurró casi sin voz, sin aliento; aferrada a las
musculosas nalgas.
—Samira —murmuró con su mirada fija en las pupilas
dilatadas de su amor, al tiempo que hacía sus acometidas
más lentas pero profundas.
—Te amo —jadeó y luego se mordió el labio, debido al
placer que nacía en su centro, ahí donde Renato golpeaba
con su erección y se ramificaba por cada parte de su
cuerpo.
—También te amo —reafirmó él, con otro empuje lento y
profundo.
Se sonrieron el uno al otro, compartiendo ese momento
de complicidad y amor.
Él buscó las manos de ella, entrelazó los dedos y llevó el
agarre por encima de la cabeza de Samira, sin romper la
conexión entre sus miradas; remontó con rapidez sus
embestidas.
Eso hizo que en Samira se despertara un tumulto de
hormigueos y dolores palpitantes de deseo, que se
mezclaron para saturarla, pero no eran nada comparados
con la pasión repentina que se apoderó de su corazón.
Todas las sensaciones en su interior se combinaron, se
juntaron y se elevaron peligrosamente. Entonces, su cuerpo
ardió, su sexo se comprimió y su vientre se apretó mientras
el placer se derramaba sobre una exuberante fusión de
asombro, éxtasis y emoción.
Sobre ella, Renato golpeaba en su interior, tenía la
mandíbula tensada, los ojos fijos en los suyos y la
respiración saliendo entrecortadamente de su pecho, con
excitación.
Él llevó su boca hasta la de ella, para darle un beso
voraz. Entonces, todo su cuerpo se tensó mientras se
enterraba completamente en su interior, desencadenando
otra tormenta de sorprendente placer. Mientras juntos se
liberaban, gritaban y se aferraban como si les fuera la vida
en ello.
—Te amo, mi hermosa gitana —dijo sin aliento y le dio un
besito en la punta de la nariz.
—Te amo, mi precioso payo —concordó ella, sonriéndole,
todavía con el pecho agitado.
Renato salió del cálido y mojado interior de Samira, pero
no se apartó, se quedó acostado sobre el delgado cuerpo,
mientras ella lo abrazaba con pertenencia, sin importar el
ligero sofoco que le provoca el peso de su cuerpo.
CAPÍTULO 66

Minutos después, ya Renato se había deshecho del


condón, y Samira estaba acostada sobre su pecho, mientras
se prodigaban caricias, miradas y sonrisas cómplices.
—De verdad que es hermoso —dijo Samira admirando
una vez más el anillo.
Renato le tomó la mano y le dejó caer varios besos en la
palma de la mano y en el dorso, mientras que con la otra
recorría la espina dorsal femenina.
—Solo se ve hermoso porque está en tu mano.
Samira sonrió y con la yema de los dedos rozó los labios
de Renato, aún hinchados y sonrojados por todos los besos
compartidos.
—Pero que tú lo hayas escogido lo hace perfecto —dijo y
se impulsó un poco más arriba, para darle un beso.
Renato correspondió como si fuera el primero que se
dieran en mucho tiempo, mientras apretaba con firmeza el
muslo de la pierna flexionada de Samira, que descansaba
sobre su pelvis.
—¿Cansada? —preguntó cuando se separaron, le dio un
beso en la nariz y otro en la frente.
—No, aún no —suspiró y trazaba una caricia por el
costado izquierdo de Renato. No había nada que le diera
más paz que estar entre sus brazos.
—¿Tienes hambre o sed? —En ese momento solo existía
para complacerla y no habían comido nada desde el
desayuno, hacía ya más de cinco horas.
Samira negó con la cabeza y sus ojos se iluminaron con
un destello de picardía.
—Pregúntame si quiero hacerlo otra vez.
Renato vaciló y luego con una sonrisa traviesa acunó uno
de sus pechos; con el pulgar, frotó el pezón ya duro.
—No creo que necesite preguntar —sonrió y se mordió el
labio.
—¿Y tú estás preparado? —preguntó ella—. Porque puedo
ser condescendiente y darte unos minutos más.
Renato quería que Samira se diera cuenta de lo que
había provocado, por lo que, le sujetó la mano y se la llevó
hasta su erección, para asegurarse de que no se perdiera ni
un centímetro de su pene latiendo por ella.
—Te deseo —confesó con voz ronca y gruñó cuando
Samira no necesitó de su ayuda. Sufrió un pequeño
estremecimiento cuando ella lo rodeó con sus dedos y
acarició suavemente, hacia arriba y hacia abajo; luego, rozó
el glande, haciéndole sentir un maravilloso hormigueo.
Samira se inclinó para besarle el hombro, el pecho; lo
que hizo que otro temblor devastara su cuerpo.
—Yo también te deseo… —Ella bajó la mirada y tragó,
observando sus dedos moverse lentamente sobre la
erección coronada por el glande sonrojado y brillante—.
¿Puedo probarte?
Renato se quedó sin aliento ante la proposición, pero
quería estar completamente seguro de que no estaba
haciendo suposiciones.
—¿Qué quieres?
—Darte sexo oral…, chupártela —reafirmó con la voz
temblorosa y pudo sentir en su mano cómo el pene latió
deseoso—. Solo espero que no te rías de mí, porque no sé
cómo.
—No existe forma correcta o incorrecta…, solo hazlo de
la manera en que lo sientas, como desees —dijo mientras le
acariciaba la nuca.
—Bien, pero necesito que me guíes… —Samira se puso a
gatas sobre el colchón, dejando las piernas de Renato entre
sus muslos y gateó lentamente en retroceso—. Debes
decirme si te gusta o te incomoda, no te calles nada…,
instrúyeme.
—Sí, lo haré —prometió sin aliento. Ella se veía
adorablemente nerviosa, y él amaba la idea de que sería el
primero entre sus labios llenos y rosados; así como también
fue el primer hombre con el que experimentó su primer
encuentro sexual, y ella también lo fue para él.
Samira no vaciló o estudió la situación. Ella tenía mucho
coraje cuando quería, entonces, sus labios se acercaron al
glande y Renato ya no pudo pensar en nada más.
Ella tuvo que abrir la boca grande, para acomodar sus
labios en torno al glande inflamado, y la visión de eso envió
una ráfaga de sangre a su erección, agrandándola aún más.
Había disfrutado de algunas mamadas en los últimos años,
pero esta era diferente.
—Mejor así —dijo Renato, separando las piernas, para
que ella quedara de rodillas y sentada sobre los talones, en
medio de sus muslos.
Renato puso los ojos en blanco, cuando Samira suspiró,
volviendo a succionar su pene con cautela y luego pasó con
cierta pericia la lengua por toda su extensión, hasta llegar a
la punta; entonces, se abrió en torno a su circunferencia,
para tomarlo incluso más profundamente.
Samira no era grandiosa en el arte de una felación, pero
saber que estaba tratando, que estaba confiando en él, que
le estaba dando algo que nunca le había dado a nadie…;
todo eso lo excitaba como nunca.
De repente, ella encontró un ritmo coordinado, un
constante subir y bajar, que abarcaba la mayoría de su
pene, prestando especial atención a la punta, luego ella le
acunó las pelotas.
—Lo haces bien, vas bien —dijo con los dientes
apretados, con una mano empuñaba las sábanas y con la
otra le acariciaba los cabellos.
Si Samira hacía eso durante mucho tiempo, estaría
completamente acabado.
—Samira, cariño… —Él deslizó los dedos más
profundamente en su cabello y los cerró, formando puños,
tironeando suavemente de su pelo—. Amor, lentamente,
más lento, más lento… No quieres… —Él siseó con una larga
inspiración, entonces, se tensó y se estremeció.
Ella podría ser una novata, pero rápidamente había
superado lo de inexperta.
—¿Lo estoy haciendo bien? —susurró ella, luego lamió la
punta con parsimonia y levantó su mirada oliva hacia él.
Renato tenía el rostro crispado por el placer. Eso la hizo
sentir orgullosa.
—Oh, sí —jadeó él—, muy bien…, excelente, amor.
Ella soltó una risita.
—Parece que te estoy haciendo sufrir. —Ella bien sabía
que no, pero necesitaba confirmar que su mejor intento
estaba dando buenos resultados.
—Es placer…
Samira esbozó una tímida sonrisa, claramente feliz
consigo misma, antes de volver a retomar su tarea.
Renato cerró los ojos y dejó que el lento calor de la boca
femenina lo cubriera. Después, llegó una succión intensa
que le hizo estremecer. Él se sacudió con el pausado
movimiento arriba y abajo de su cabeza. Cuando su lengua
lamió alrededor de la sensible punta y después siguió un
tierno arrastre de dientes, gimió en voz alta y casi tocó el
cielo. Se quedó sin fuerzas, su visión se nubló y tuvo que
cerrar los ojos.
Tragándose otro gemido de placer que arañaba desde su
pecho, trató de apartarla. Por supuesto, sus caderas tenían
otras ideas, porque empujaban hacia la dulce y carnosa
boca.
―Samira, cariño…, tienes que parar —pidió, deslizando
su dedo pulgar por la mandíbula, en una lánguida caricia.
—¿Estás seguro? —preguntó y se pasó la lengua por los
labios, más que por saborearlos, por sentirlos, ya que los
tenía adormecidos.
Renato quiso fijar sus pupilas en la brillante mirada, pero
fueron los hinchados labios los que lo cautivaron.
—Sí.
—¿Hice algo mal? ¿Te lastimé? —preguntó preocupada,
ya de rodillas, había puesto la distancia suficiente entre la
erección y su boca.
—No, no…, lo has hecho muy bien, es solo que estoy a
punto de correrme y no quiero hacerlo en tu boca —explicó
al tiempo que se incorporaba para quedar sentado. Tomó
otro de los preservativos y se lo puso con urgencia—. Ven
aquí.
Samira, sin perder tiempo, se acomodó encima de él,
quien quizo comprobar primero si ella estaba lista; usó un
par de dedos, y la abundante humedad no le dejó dudas,
entonces, la besó con arrebatadora pasión, encontrando en
ese intercambio su propio sabor.
Fue ella, quien se adueñó de la erección y la condujo
hasta su entrada. Renato se quedó quieto por un momento,
con su mirada fija en la de ella, sintiendo cómo le engullían
sus apretadas paredes. Él se estremeció, su columna
vertebral se tensó, su cuerpo se adueñó de la necesidad de
hacerla suya, de cada forma posible.
La primera vez había estado bien; sin embargo, podía
afirmar que la segunda iba a estar incluso mucho mejor. Con
un brazo la estrechó contra su pecho y con la otra mano se
aferró con vehemencia a su nalga. Ella se sentía caliente a
su alrededor, incitándolo mientras jadeaba, sacudiéndole
con otro golpe de necesidad al mover las caderas
intensamente.
Sus alientos se mezclaban en medio de constantes
jadeos, mientras se mantenían con las frentes unidas, las
narices rozándose y los párpados apretados, solo
concentrados en las sensaciones que estallaban con cada
oscilación de sus cuerpos.
—Te deseo, te deseo cada vez más… —gimió Samira y
pegó sus labios a los de él, en los que ahogó otro gemido.
—Me tienes, haz conmigo lo que quieras. Te doy todo lo
que soy… —Le acunó las mejillas y volvió a besarle, no solo
la boca, sino toda la cara.
Samira envolvió sus piernas alrededor de las fuertes
caderas y se meció con él, empujando a su ritmo, sus
pequeños gritos le llevaron más y más alto.
Frenéticamente, ella le besó desde el hombro hasta la
mandíbula. Entonces, él reclamó su boca, su lengua
hundiéndose tan profundamente como su pene. Lo quería
todo de ella, de cualquier modo que pudiera tenerla.
Las uñas de Samira se clavaron en su espalda y se volvió
salvaje contra él, instándole en silencio a darle cada maldita
cosa.
Sus caderas se movieron como si tuvieran vida propia,
rápido y contundente. La sujetó con más fuerza y de alguna
manera se las arregló para hundirse incluso más en el
interior de su cuerpo. La sangre se aceleró y su corazón iba
a trompicones.
—Te quiero mía…, mía para siempre —gruñó.
Ella, seguramente cuestionaría después esa declaración.
Él también debería, pues no era del tipo de hombre que
pensaba en la mujer como una posesión, pero en ese
momento era puro instinto animal.
El segundo orgasmo generalmente no sucedía en un
buen rato y en realidad habría podido darle placer a Samira
mientras se tomaba su tiempo buscando el suyo propio; no
obstante, esto era completamente diferente e intentaba
asegurarse de que ella llegara al clímax, antes de que la
creciente necesidad estallara en él.
Mientras el placer aumentaba, los latidos de su corazón
rugían, mezclándose con los sonidos ensordecedores de los
lloriqueos de placer de ella.
Cuando Samira gritó, pegándose más él, pudo sentir el
calor cegador abrasándolo. La vagina se apretó, latió,
acarició la longitud de su pene y aniquiló su control. Cuando
ella se estremeció a través de su orgasmo, él eyaculó,
detonando todo en su interior. Mostrando la fragilidad de
esa ascensión momentánea que lo trasladaba al cuerpo de
Samira, donde moría, otra vez, en vida, donde vivía ese
instante en muerte.
Samira se veía tan maravillosa, toda sonrojada, sudada,
con las pupilas aún dilatadas y ligeros temblores sacudiendo
su cuerpo.
Le puso la palma de la mano en el pecho, ahí donde su
latido seguía acelerado y el influjo de su respiración era
evidente, la dejó a la espera de que volviera en calma,
mientras ella le acariciaba el rostro. Se miraban a los ojos,
explorándose, descubriéndose y llenándose de la certeza de
que se amaban más que nunca.
Renato subió la caricia de su mano por el pecho y cuello,
hasta llegar a la nuca, donde intercaló sus dedos entre los
cabellos húmedos por el sudor. Acercó su boca a la oreja de
Samira.
—¿Tenemos que irnos? —preguntó y luego le dio un beso
en el cuello, justo debajo del lóbulo.
—Debemos hacerlo, por nuestro bien —respondió,
abrazándolo por el cuello—. No quieres ver a mi abuela
molesta, lo digo en serio.
—Está bien —suspiró, alejándose—. No quiero hacer
enojar a una gitana.
Samira sonrió.
—Chico inteligente. —Le dio otro beso.
Se apartaron, Renato se quitó el condón y, al igual que el
anterior, lo arrojó a la basura. Mientras Samira se recogía el
cabello y se hizo un moño, sujetándolo con sus propios
mechones.
Ella se levantó para ir al baño, pero Renato la sorprendió
al cargarla; soltó un grito que mutó en carcajada.
—Nos daremos una ducha rápida —dijo él, llevándola al
baño.
—No creo que nos dé tiempo, solo iba a asearme un
poco.
—Créeme, será mejor que nos duchemos. —Enterró la
nariz en el cuello de ella—. Olemos a sexo, mi olor te
impregna y no es que me moleste, pero estoy muy seguro
de que tu abuela podrá percibirlo.
—Bueno, pero tenemos que ser rápidos.
—Lo seremos… —dijo al tiempo que la ponía de pie,
debajo de la alcachofa.
—No puedo mojarme el pelo —dijo haciéndose de la
regadera de mano.
—Te ayudo. —Le dio un beso en el hombro y luego le
aplicó jabón líquido.
No tardaron más de diez minutos duchándose, luego
ambos usaron el mismo cepillo de dientes para lavarse la
boca y se vistieron. Samira decidió hacerse una coleta alta,
porque su cabello dejaba en evidencia que había sido
sometido a sudor, a constantes apretones y hasta a algunos
tirones.
Cuando salieron al vestíbulo, comprendieron que había
sido mala idea dejar el coche en el Ateneo.
En cuanto subieron al coche, Renato le marcó a su
madre, para decirle que ya iban camino a su encuentro y
que le enviara la ubicación. Samira aprovechó para empezar
a maquillarse.
Veinte minutos después, llegaron al café en el que los
esperaban Thais, Daniela y Vadoma. Los recibieron con
besos y abrazos. Samira se sintió aliviada al notar que su
abuela parecía no estar molesta ni incómoda; por el
contrario, se le veía bastante animada, y fue la primera en
pedir el informe de lo que les habían dicho en el Registro
Civil, pero antes de que Samira y Renato pudiesen decir
algo, la anciana se llevó la mano a la boca, producto de la
emoción que le provocó ver el anillo en la mano de su nieta.
—¡Ya es oficial! —dijo Samira con una gran sonrisa y los
ojos rebosantes de lágrimas, por la felicidad que la
embargaba.
—Es hermoso, mi niña… ¿Cuándo te lo pidió? ¿Fue en el
Registro Civil? —hablaba bastante eufórica.
Renato sonreía, sintiéndose orgulloso de haber
impresionado a Vadoma, pensó que esa mujer de hielo ni
nervios tenía.
Daniela soltó un gritito bastante agudo, con la mirada en
el impresionante anillo. Mientras Thais sonreía, era la única
que estaba al tanto de lo que su hijo haría y también ya
había visto el anillo, pues ella lo acompañó a elegirlo y
agradecía infinitamente que su hijo la tomara en cuenta
para cosas tan importantes.
Samira les contó que Renato la había sorprendido y, que
al salir del Registro Civil, la llevó al Ateneo, donde le pidió
matrimonio, una vez más, en medio de un concierto de
piano en un salón lleno de velas. Por supuesto, al pensar en
lo que sucedió después, esquivó la mirada de los ojos de su
abuela y se sonrojó, pero no sintió esa culpa encarnizada
que la hacía sentirse miserable.
Cuando su abuela le pidió fotos, se dio cuenta de que la
emoción le había hecho olvidar inmortalizar ese momento
en una imagen o un video. Le fue imposible no lamentarse.
—Había un fotógrafo —intervino Renato.
—No lo vi —dijo Samira con una emoción renovada.
—La idea era que no lo notáramos… No quería que nos
incomodara o nos hiciera sentir cohibidos. —Él quiso que
ese momento fuera lo más natural posible y solo de ellos,
por eso decidió que fuera bastante íntimo.
Vadoma perdonó que la engañaran y le dijo a Thais que
hubiese entendido si se lo hubiera confiado.
—Gracias por querer bonito a mi estrella. —Le dijo la
anciana a Renato—. Solo espero que nunca le rompas el
corazón. —Su tono se tiñó de cierta amenaza.
—Jamás lo haré, ya le di mi palabra y voy a demostrarle
que la palabra de un payo puede ser tan digna como la de
un gitano —dijo, al tiempo que sujetaba la mano de Samira.
—Más vale —asintió con contundencia—. Pero solo el
tiempo lo dirá.
—Abuela —medió Samira, sonriéndole. Solo quería que
por fin se relajara con Renato. Le avergonzaba que se
mostrara tan desconfiada delante de su suegra, sobre todo,
con lo bien que se estaba portando Thais.
—Bueno, ¿estamos listos para pedir? —dijo la madre de
Renato, con su imborrable sonrisa, para aligerar el ambiente
denso.
—Sí, por supuesto —respondió Samira, tomando su
teléfono, para escanear el código del menú.
—Entonces, ¿qué les dijeron? —preguntó Daniela, quería
meterse de lleno en su papel de madrina.
Esa mañana, Thais las había llevado a un par de
floristerías y también a una repostería francesa, en busca de
inspiración para la boda; solo que les pidió no comentarles
nada, porque no quería que se sintieran abrumados con los
preparativos.
Además, había hecho varias llamadas, a sus asistentes
en Río y una a Rachell, que se encontraba en ese momento
en Londres, por trabajo, en compañía de Violet. Tuvo que
pedirle que guardara el secreto sobre el matrimonio de
Renato, ya que esperaba que fuera él, quien le diera la
noticia a la familia.
Thais había anotado algunas de las exigencias de
Vadoma, que tenían que ver con su cultura, como que el
novio también debía ir vestido de blanco y que la ceremonia
debía ser por la mañana.
No veía problema en que la unión se celebrara por la
mañana, siempre y cuando encontraran el lugar apropiado;
en cuanto a lo que el novio debía ir vestido de blanco, solo
le concernía a Renato. Era decisión exclusiva de su hijo,
aunque ella estaba segura de que se vería realmente guapo
con lo que se pusiera.
—Estos son los requisitos, tengo que solicitar algunos
documentos en la embajada y deben ser traducidos a
español… —dijo Renato entregándole a su madre el par de
hojas que le dio el juez.
Vio a su madre dejar sobre la mesa los documentos y
coger su móvil, sin perder tiempo, buscó en sus contactos.
—Enseguida le escribo a Rafaela. Ella me ayudará a que
Murilo pueda atenderte cuanto antes —hablaba mientras
tecleaba.
—Mamá, es un trámite que puedo hacer como cualquier
ciudadano.
—Cariño, hacer el trámite como cualquier ciudadano te
llevará varios meses. —Le dijo, poniendo una mano sobre la
pierna de su hijo y sonrió al sentir que, en la otra pierna, por
debajo de la mesa, reposaba la de Samira—. Rafaela estará
encantada de poder ayudarnos.
—¿Quién es Rafaela? —Le preguntó Samira, en un
susurro.
—Es la esposa del embajador brasileño en Madrid —
explicó en el mismo tono que usó su prometida—. Fue a la
misma secundaria que mi mamá y desde entonces son
amigas.
—Muy buenas amigas —enfatizó Thais—. Hace un par de
días almorzamos con ellos.
—Entonces, eso es bueno, ayudarán a que todo el
trámite se haga más rápido —dijo con los labios plegados en
una ligera sonrisa. Renato asintió—. ¿Por qué no me dijiste
que tus padres conocen al embajador?
—Porque no creí que terminaríamos involucrando
directamente al embajador.
—Bueno, en este caso, lo más conveniente es
involucrarlo —sonrió con picardía.
Renato, en ese instante, quiso comerle la boca, pero sus
deseos fueron interrumpidos por el mesero que se acercó a
la mesa a por el pedido. Se sintió agradecido, porque no era
el mejor momento ni el lugar, para dejarse llevar por sus
pasiones.
CAPÍTULO 67
Esa noche, al llegar al apartamento de Samira, ella los
invitó a que se quedaran a cenar, ya que deseaba preparar
la comida para agradar a su suegra. En vano fueron los
intentos de Renato y Thais por negarse; incluso, propusieron
pedir en algún restaurante, para que les llevara a domicilio,
pero ella no cedió.
Daniela apoyó a Samira y le ayudó a preparar los
alimentos, alegando que necesitaba comida casera, Vadoma
también se abocó a cocinar. Mientras que Thais y Renato se
ofrecieron a poner la mesa, porque en la cocina solo
estorbarían.
Una vez que Samira metió las milanesas de pollo en el
horno, dejó a su abuela terminando el puré de patata y a
Daniela con la ensalada; entonces, decidió mostrarle el
apartamento a su suegra. Quería que conociera el lugar en
el que viviría su hijo.
—Es muy lindo y espacioso.
—Sí, siempre me pareció demasiado grande solo para mí,
pero mis asesores dicen que está en un buen lugar… Ellos
todo lo ven como inversión —comentó Samira.
—Es mejor escuchar la voz de la experiencia —convino
Thais, mientras observaba el estudio.
Ya su hijo y su nuera la habían puesto al tanto de dónde
Samira había obtenido su fortuna, y todavía no lograba
asimilarlo; sin duda, la chica tenía muy buena suerte, pero
era mucho más inteligente, ya que, siendo tan joven, supo
perfectamente dejarse asesorar y no derrochar el dinero. Y
es que entre más conversaba o compartía tiempo con ella,
más se daba cuenta de por qué su hijo la amaba.
Es una chica sensible, amable, muy inteligente; incluso,
sagaz. Renato supo elegir a una buena compañera de vida,
y eso la tranquilizaba muchísimo.
Después del recorrido por el apartamento, regresaron a
la cocina. Samira revisó las milanesas y ya estaban listas,
por lo que, invitó a los demás a pasar al comedor. Sin
embargo, Daniela se quedó con ella para ayudarle.
En el transcurso de la comida, las tres recibieron más de
un halago por parte de Thais y Renato.
Un par de horas después, Samira bajó para acompañar a
su suegra y prometido a que cogieran un taxi. Renato
esperó a que su madre subiera al coche, para poder
despedirse de su novia como tanto deseaba. Le acunó las
mejillas y se tomó su tiempo para darle un beso lento y
apasionado.
—Hoy fue un día extraordinario, gracias. —La besó en la
punta de la nariz y luego le dio otro en los labios.
—Un día del resto de nuestras vidas, porque estoy
completamente segura de que todos mis días a tu lado
serán maravillosos —respondió jugueteando con el tercer
botón de la camisa y la mirada fija en los ojos cerúleos.
—Sé que sí… —asintió—. Te quiero.
—Te quiero. —Samira le sonrió—. Me muero porque te
quedes un poco más, pero tu mamá debe estar agotada. Así
que no le hagas esperar más.
Renato asintió, le acarició los pómulos con los pulgares,
le dio el último beso de la noche y se apartó.
—Avísame cuando lleguen —pidió Samira cuando él
sujetó la puerta del coche.
—Lo haré, descansa.
—Igual tú —deseó con esa tonta sonrisa que Renato le
provocaba. En ese momento, su suegra se volvió a mirarla
por encima del hombro y se despidió con un gesto de la
mano, al que ella correspondió de la misma manera y con
una sonrisa.
Se quedó en la acera hasta que el coche arrancó.
—Samira es tan encantadora que hasta a mí me tiene
enamorada —suspiró Thais en cuanto el coche se puso en
marcha—. Has elegido a una chica extraordinaria.
—Gracias, mamá. Me tranquiliza saber que es de tu
agrado —dijo Renato, sujetándole la mano.
—Verdaderamente lo es. —Dejó descansar la cabeza en
el hombro de su hijo—. Es una pena que no se hayan hecho
novios antes.
—Lo fuimos —confesó. De inmediato, como si él se
hubiese convertido en un cable de alta tensión, su madre se
apartó, para mirarlo a los ojos—. Aunque por muy poco
tiempo.
—¿Y como es que no me enteré?
—Lo mantuvimos en secreto, el único que lo supo fue avô
… Papá también tuvo fuertes sospechas, creo que, ante él,
fui muy evidente.
—Estos hombres Garnett, siempre cubriéndose las
espaldas —masculló y volvió a posar la cabeza sobre el
hombro de Renato, se quedó en silencio por varios minutos,
hasta que la curiosidad la venció—. ¿Qué pasó? ¿Por qué se
separaron?
—Lo arruiné —murmuró—. Ya sabes, mi tendencia de
echarlo todo a perder. Pero pondré todo de mi parte, para
no volverlo a hacer, porque Samira es la mujer de mi vida.
—Pensé que la mujer de tu vida era yo —dijo, sonriente;
tratando de aligerar el ambiente, no quería que su hijo
pensara que sentía lástima por una situación que pasó hace
tanto tiempo.
—También lo eres.
—En este momento, no me importa si el centro de tu
universo es Samira, lo que en verdad importa es que tú seas
feliz, y he visto que ella te hace mucho más de lo que yo lo
he hecho en toda tu vida.
—Mamá, sabes que eres una parte esencial… Contigo
también he sido feliz… Has hecho cosas extraordinarias por
mí, me has protegido con toda tus garras, eso lo sé.
—Me hubiese gustado poder ser una mejor madre. —Se
lamentó.
—Has dado lo mejor, madre; ya no te aflijas por cosas
que no pueden cambiarse.
—Gracias, cariño. —Le palmeó la pierna—. Por cierto,
¿cuándo le dirás al resto de la familia que vas a casarte?
—No sé, no he pensado en eso.
—¿Te cuesta mucho enviar un mensaje a los grupos
familiares?
—Es que no van a parar de hacer preguntas —masculló.
—No estás en la obligación de responderlas. Si quieres,
solo puedes notificar, es que no me parece justo que les
ocultes algo tan importante.
Renato se quedó en silencio, pensando en las palabras
de su madre.
—Está bien, tienes razón —dijo buscando el móvil en el
bolsillo interno de la chaqueta—. Mandaré un texto —
comentó al tiempo que entraba en el grupo familiar de los
Garnett y empezó a teclear.
Decidió ser conciso, no sería un mensaje demasiado
largo ni muy explicativo. Solo que pronto se casaría en
España, con una chica de la que se había enamorado hacía
ya varios años, pero que no fue hasta ahora que se
formalizó la relación. En unos días, cuando estuviera fijada
la fecha de la boda, su madre se encargaría de enviarles
invitación.
Releyó el mensaje, pero no se detuvo a ponerle mucha
atención o terminaría desistiendo. Sin pensar más, lo envió;
luego, lo copió y envió al grupo de la familia Medeiros.
Al segundo, el teléfono empezó a vibrarle sin parar,
mientras que, el de Thais, le hacía coro con los pitidos.
Él se volvió a mirar a su madre con una ceja levantada.
—Sabíamos que así iban a reaccionar, era algo que
jamás esperaban de ti. —Ella no pudo evitar reír—. Ahora,
dejémoslos con la intriga hasta mañana —propuso pícara.
Renato negó con la cabeza y luego sonrió, tratando de
relajarse, aunque la llegada de tantos mensajes podría
despertar su ansiedad.
—Será mejor que los silenciemos hasta mañana —dijo
entrando en la conversación e hizo eso que le daría
tranquilidad.

Un par de días después, Renato tuvo que afrontar el


tsunami de mensajes que su familia había enviado a los
grupos, en su mayoría, eran preguntas sobre «la
afortunada», según ellos.
Su madre le ayudó con muchas respuestas, no sin antes
consultarle a él si estaba de acuerdo. Ella fue la encargada
de decirles que era brasileña y no española, como todos
habían concluido; y que la boda se haría una vez que ambos
dispusieran de todos los requisitos exigidos por la ley.
Por su parte, él envió un resumen sobre su prometida,
como nombre, edad y a que se dedicaba; además, les
adjuntó un par de fotografías, para que la conocieran.
También les dijo que era gitana, por supuesto, en el grupo
no dijeron nada sobre eso, pero estaba completamente
seguro de que algunos sí tendrían sus conversaciones por
fuera, pero lo tenía sin cuidado, porque por primera vez no
le interesaba la opinión de sus familiares.
Además, su madre no hacía más que elogiar a Samira
delante de todos, su padre también había hecho un par de
comentarios sobre ella, en los que decía que la conocía y
que era una jovencita adorable.
Samuel pidió que, por favor, informaran con tiempo la
fecha de la ceremonia, para poder organizar su agenda,
porque en sus planes no estaba perderse un evento tan
importante. Renato comprendía que él, como gobernador de
Nueva York, no tendría tiempo libre hasta el próximo año;
aun así, le prometió que les anunciaría.
Su tío Thor, preguntó sobre la urgencia del matrimonio.
Dejó entredicho si se trataba de un embarazo, pero también
dijo que no era razón para apresurar las cosas.
Solo porque quería mucho a su tío, le explicó que según
la ley gitana no podrían vivir juntos sin estar casados y que
él aceptó a Samira con sus tradiciones; así que, cumpliría
todas las que estuvieran a su alcance.
Mientras que en el grupo familiar Medeiros, fue el esposo
de su tía Paula, quien hizo un comentario poco agradable
sobre la inestabilidad que podía provocar una relación tan
prematura. Renato no lo esperaba, pero tampoco le
sorprendió que Liam saliera en su defensa. Él, que poco
interactuaba en esas conversaciones, les dejó claro que no
tenían por qué opinar sobre las decisiones de su hermano.
Entonces, Renato agradeció a todos por sus
felicitaciones, volvió a silenciar los grupos y se levantó del
sofá, para salir de la suite e ir a encontrarse con Samira, ya
que esa mañana tenían una reunión con los abogados y el
economista de ella. A pesar de que él le había dicho que no
era necesario, ella insistió en que lo pusieran al tanto de sus
inversiones y finanzas.
Cuando llegó al bufete de abogados, ubicado en la calle
del General Oráa, ya Samira lo esperaba en el vestíbulo,
llevaba un traje sastre veraniego de lino en color beige y el
cabello recogido en una apretada coleta alta, lo que la hacía
lucir imponente, poderosa y hermosa. Eso hizo que su
corazón diera un vuelco y el estómago se le encogiera.
—Hola, gitana —saludó llegando hasta ella. Le sujetó la
cintura y le dio un beso.
—Hola, payo —correspondió, abrazándolo por el cuello y
se mostró sonriente, después de ese par de toques de labios
que le sacudieron el suelo.
—Te ves hermosa —elogió mirándola a los ojos.
—Tú también te ves muy guapo, tanto, que me tienes
temblando las piernas —confesó.
—Entonces, te sostendré más fuerte. —Cerró sus brazos
entorno a la pequeña cintura.
Un fuerte carraspeo los hizo separarse.
—No hagas esperar a gente tan importante —dijo
Vadoma, al regresar del baño.
—Sí, abuela. Tienes razón —comentó Samira y enseguida
se apartó de Renato; no obstante, le sonrió condescendiente
y entrelazó sus dedos a los de él.
—Buen día, Vadoma. —Le saludó con una sonrisa afable.
—Buen día. —Asintió con la cabeza.
Atravesaron el vestíbulo y subieron al ascensor, para ir
hasta el piso veinte, donde quedaba la oficina del abogado.
Fueron recibidos por la asistente principal, que los
condujo hasta la oficina del abogado. Mientras Samira le
saludaba y preguntaba a la mujer cómo se encontraba.
—Adelante. —Los invitó a pasar con un ademán.
—Buen día, Samira, bienvenida. —La recibió de pie y con
una sonrisa bonachona.
—Buen día, señor Gaztambide, le presento a mi abuela,
Vadoma, y a mi prometido, Renato Medeiros —señaló con
una sonrisa de orgullo.
Ambos saludaron al abogado con un firme apretón de
manos.
—Es un placer, Fabian Gaztambide… Por favor, síganme,
los demás ya están esperando.
Pasaron a una amplia sala de reuniones, ya esperaban
tres hombres más, a los que Samira saludó con bastante
familiaridad, y ellos mostraban un cariño genuino por ella.
De igual manera, les presentó a su abuela y a Renato; se
mostró orgullosa cuando dijo que era el director financiero
del grupo EMX, la empresa de su abuelo.
Renato sintió que las orejas se le calentaban, ya que era
primera vez que Samira lo presentaba con tanto orgullo y
como su prometido.
—En las carpetas que están frente a ustedes,
encontrarán un balance general, cuentas de resultados,
balance de situación… —explicaba el contador.
Renato, acostumbrado a este tipo de situaciones y
documentos, revisó todos los datos, mientras escuchaba las
explicaciones del contador. Las finanzas e inversiones de
Samira, no solo se mostraban estables, sino que contaba
con buenos ingresos, bastante razonables para el tiempo
que llevaba en el negocio.
Vadoma solo se limitaba a mirar y escuchar, aunque no
entendía nada de lo que ahí se estaba hablando. Miraba a
Renato asentir de vez en cuanto, lo que le hacía suponer
que las cosas estaban bien.
Después de más de una hora, se tomaron un descanso
para un pequeño refrigerio, que fue servido en la misma
sala de juntas.
—¿Y para cuándo será la boda? —preguntó Gaztambide.
—Estamos reuniendo los requisitos para presentarlos,
mientras, estamos con algunos preparativos —comentó
Samira, bastante animada.
—Entonces, sería prudente ir redactando el acuerdo
prenupcial.
Samira de inmediato se tensó, en sus planes no estaba
hacer algo como eso.
—No, la verdad no lo creo necesario, confío en Renato —
dijo, al tiempo que por debajo de la mesa le tomaba la
mano.
—Deben confiar el uno en el otro, tanto como para tomar
la importantísima decisión de casarse—dijo con la mirada en
la de Samira—; aún así, en estos casos lo más prudente es
hacer un acuerdo. Todos lo hacen —recomendó Gaztambide.
—Pero… —Samira iba a protestar, sin embargo, Renato
intervino.
—Es cierto, todos lo hacen —dijo él, más para ella que
para cualquier otra persona en esa sala—. No hay nada de
malo en un acuerdo prenupcial, eso no tiene que ver con
nuestros sentimientos. Tu abogado tiene razón.
Samira prefirió no decir que realmente no estaba de
acuerdo con ese pacto, porque ella no iba a casarse ya
pensando en un divorcio, quería pasar el resto de su vida
junto a Renato; así que, ese documento era inútil.
—Está bien —cedió con una exhalación.
—Esto no será problema, porque no vamos a romper
nuestro matrimonio. —Le dijo Renato y le dio un beso en la
mano.
Ella sonrió sintiéndose más tranquila, porque Renato
tenía el mismo pensamiento.
Para él, solo se trataba de una formalidad que había
normalizado desde hacía mucho, pues todos en su familia y
las familias de sus más allegados no se casaban sin un
acuerdo prenupcial de por medio. Así que, no le afectaba en
absoluto la recomendación de los asesores de Samira,
aunque también comprendía que para ella seguía siendo un
tema tabú.
Se despidieron de los abogados y contador, no sin antes
acordar que en unos días tendrían listo el acuerdo, para que
lo revisaran antes de firmarlo y legalizarlo.
Una vez que subieron al coche, Vadoma decidió abrir la
boca, ya que durante la reunión no entendió nada.
Renato se encargó de explicarle con palabras sencillas y
algunos ejemplos, todo lo que se había conversado en la
reunión, incluso, el acuerdo que debían firmar.
Ella no estuvo de acuerdo, porque no se podía empezar
una relación pensando en futuras desavenencias, pero
comprendía que a la gente de la alta sociedad le importaba
más el dinero que el amor y el compromiso de una pareja, y
que justo por eso es por lo que eran millonarios.
También dijo que solo se trataba de una treta de los
abogados, para obtener más ganancias.
Renato sonreía y compartía ciertas miradas con Samira,
ante el desahogo de la anciana, que durante el trayecto no
hizo más que mascullar, inconforme con cómo esa gente
hacía las cosas.
CAPÍTULO 68
Renato supuso cualquier cosa cuando su madre lo invitó
a desayunar esa mañana en la terraza de su suite, desde
mostrarle algún diseño para las invitaciones a la boda que
todavía no tenía fecha o hasta informarle que debía volver a
Río, porque sus asistentes no podrían hacerse cargo de todo
el trabajo en el club deportivo, pero jamás imaginó que, al
entrar, sería impactado por un huracán de cabello oscuro,
ojos color violeta y la cara salpicada de pecas.
—¡Violet! ¿Qué haces aquí? —preguntó, verdaderamente
sorprendido, tratando de respirar, porque su prima iba a
asfixiarlo. Es que aún no sabía de dónde las hijas de Samuel
y Rachell habían heredado tanta euforia, eran la contraparte
del apático Oscar.
—Vine con mami…, vamos a quedarnos para tu boda, ya
quiero conocer a Samira, iremos de compras… Tengo que
hacerme su amiga, su mejor amiga… —hablaba sin parar.
Renato se rascó la nuca, en un gesto de puro nervio;
estaba seguro de que a Daniela no iba a gustarle escuchar
eso.
—¿Dónde la conociste? ¿Cuánto tiempo tienen de novios?
¿Por qué no nos dijiste nada?
Renato intentaba avanzar, pero Violet le bloqueaba el
camino, dando cortos pasos de retroceso.
—No puedo responder tus preguntas con la misma
urgencia con que las haces… Que no se te olvide respirar.
—Respiro muy bien, pero te juro que dejaré de hacerlo si
no sacias mi curiosidad… Llévame con Samira, tengo que
conocerla.
—¿Puedes dejar que salude a tu madre? —Hizo un
ademán, señalando al frente. Era casi imposible sortear a
ese terremoto de quince años.
—Sí, vamos. —Se hizo a un lado y se le colgó del brazo—.
Viajamos esta mañana desde Londres, ya mami organizó
todos sus compromisos, para que no interfieran con tu
boda… ¡Tu boda! Te juro que no puedo creerlo, pensé que
jamás te casarías… Y, de pronto, de la nada ¡Pum! Nos
sorprendiste a todos…
Renato volvió a rascarse la nuca, pensando si Violet en
algún momento cerraría la boca, no sabía cómo haría
Samuel para soportar a un personaje tan parlanchín.
—Por si no lo recuerdas, Liam todavía está soltero.
—Liam no cuenta, es una causa perdida, no se casará,
eso lo sé, prefiere tener muchas mujeres y ningún
compromiso; creo que así lleva la vida más fácil… Solo no le
digas a tía Thais que pienso así… Ella es muy ilusa,
pobrecita, aún quiere verlo entrar en un altar… El día que
eso pase, será el fin del mundo —rio, convencida de su
teoría.
Eso hizo que Renato también se contagiara de su risa.
—¿Ves? Siempre te hago reír… Sería bueno que me
contrataras para cuando estés con los ánimos por el suelo.
—Toda una señorita de negocios.
—Te hago descuento por ser de la familia… ¿Un cinco por
ciento te parece razonable?
—Sí, muy generoso de tu parte —ironizó.
—Bueno, para ti será un diez… Así que, cuando estés
triste, solo llámame y haré que tu estado de ánimo mejore.
—Lo tendré en cuenta. —Le dio un beso en la abundante
cabellera.
Violet había crecido delgada y alta como una espiga, las
pecas en su rostro no se habían difuminado, por el
contrario, parecían haberse triplicado, como una maldición,
en contra de Samuel Garnett, por lo mucho que se mofó de
las pecas de las gemelas. Aunque Violet, se mostraba muy
orgullosa de esas manchitas café, que salpicaban su rostro y
contrastaban tan bonito con sus ojos del color de las
amatistas.
—Me pidió que la dejara recibirte —comentó Thais, en
cuanto su hijo llegó a la terraza, en compañía de Violet.
—No sé cuál era su interés tan desmedido en ser la
primera en verte —comentó Rachell, sonriente y se levantó
para saludarlo.
—Me quiere como un potencial cliente… Un negocio
sobre animar a las personas —respondió Renato, avanzando
hacia Rachell; cuando llegó, le dio un beso en cada mejilla
—. Qué bueno verte, tía. ¿Cómo has estado?
—Bien, muy bien. Muy feliz por ti… ¡Qué maravillosa
noticia la que nos has dado! —Volvió a sentarse.
Renato caminó hasta su madre y la saludó con un beso
en la mejilla.
—Ven, siéntate aquí, Renatinho —dijo Violet, apartando
una silla para él.
—Vaya, gracias por tanta amabilidad.
—En realidad, es parte de mi trabajo mantener tu buen
ánimo.
Eso hizo que todos rieran. Violet se sentó junto a su
primo.
—De verdad que me han sorprendido, no esperaba que
vinieran —dijo, al tiempo que se ponía la servilleta en el
regazo.
La mesa estaba servida con todos los alimentos del típico
desayuno americano y él se hizo de huevos revueltos, una
tostada y un café.
—Te haré una pregunta que nadie hizo en el grupo —
comentó Violet, mientras bañaba con miel de maple un par
de panqueques—. ¿Samira habla inglés?
—Supongo que ella será tu tema de conversación. —Dejó
sobre la mesa, la taza de café a la que acababa de darle un
sorbo.
—Sería tonto de tu parte siquiera dudarlo. Es que
necesito saber cómo me voy a comunicar con ella… Pero
tranquilo, Renatinho, mi misión es hacerle saber que se
lleva al mejor hombre de toda la familia… Afortunadamente
lo eres, pero, aunque no lo fueras, me encargaría de que lo
creyera —chasqueó los labios—. Sé que con Liam lo tendré
difícil, tocará ofrecerlo como un diamante en bruto… o algo
por el estilo. —Se llevó a la boca un trozo de panqueque y
casi enseguida también se comió un poco de beicon.
Todos sonreían ante sus ocurrencias.
—Bueno, para tu tranquilidad, habla inglés muy bien,
también domina el español; aunque su idioma natal es
portugués. Así que puedes comunicarte con ella en el
idioma que prefieras. —Tenía la costumbre de comerse
primero la proteína, por lo que, empezó por los huevos
revueltos—. Eso sí, primero tengo que presentarlas, no
quiero que llegues con tus comentarios llenos de halagos
hacia mí, en cuanto la veas —dijo con cierto tono pícaro,
—Por favor, Renatinho, ¿con quién crees que hablas? Sé
hacer perfectamente mi trabajo —expresó con suficiencia.
—Entonces, debo asumir que la visita de ustedes es para
asegurarse de que Samira no se arrepienta de casarse
conmigo. —Miró a Violet con los ojos entrecerrados.
—En parte sí, pero ese es mi trabajo. Mami te dirá cuál es
el principal motivo de haber venido a Madrid. —Levantó la
mano, en señal de alto, a su madre—. Pero antes, dime…
¿No te lo imaginas?
—No, no puedo imaginarlo… —gimió y negó con la
cabeza.
—Pero di lo primero que se cruce por tu mente. —Lo instó
Violet.
Renato miró a Rachell. Ella solo le sonreía y se alzó de
hombros, con la única intención de apoyar a Violet en su
parloteo.
—Porque aprovecharon que estaban cerca, para poder
venir y conocer a Samira.
—Sí, tiene algo que ver… Así que estás caliente, ¿qué
otra cosa se te ocurre?
—Para ayudar a mamá con la boda…
—Uy, casi te quemas —soltó una carcajada.
—Vinimos… —intervino Rachell—, porque me gustaría
poder diseñarle el traje de novia. Sé que cuento con muy
poco tiempo, pero haré mi mejor esfuerzo.
—Tía, no es necesario… La verdad, no estoy seguro si
Samira quiera usar traje de novia.
—Primer fallo, hombre perfecto, ¿cómo es que no sabes
si la novia quiere usar un lindo vestido? —Se entrometió
Violet y negó con la cabeza—. Creo que tengo mucho
trabajo por delante —soltó un suspiro, como si ya estuviese
agotada.
—No hemos hablado sobre eso. —Se limitó a responder.
—Bueno, no hace falta que lo hablen, toda mujer que
decide casarse, quiere usar el día de su boda un hermoso
vestido —zanjó Violet.
—¿Crees que te dé tiempo? —preguntó Renato, mirando
a Rachell—. Es que no queremos retrasar la boda.
—Sí, ya Thais me explicó los motivos, es totalmente
comprensible —siguió Rachell—. Esto lo veré como un reto,
que estoy segura podré cumplir; sin embargo, necesito que
me ayudes presentándome a Samira cuanto antes, para
poder saber cuáles son sus gustos.
—Gracias, tía. Hablaré con ella, para acordar un
encuentro. —Le preocupaba mucho que su novia empezara
a ver todo eso como una imposición. Lo menos que quería
era que se sintiera presionada por su familia, pero tampoco
deseaba dejar de hacer cosas que, para Samira, pudieran
ser especiales, solo por tener que casarse cuanto antes con
él.
—Si ella no desea hacer una ceremonia ni vestido, por
supuesto que vamos a estar de acuerdo —prosiguió Rachell
—. Lo menos que queremos es que se sientan
comprometidos a cumplir las expectativas de sus familiares.
Solo importa lo que ustedes anhelen y que todo se haga de
acuerdo con como lo han pensado.
—En realidad, no hemos tenido tiempo para hablar de
eso, solo queremos casarnos, cuanto antes —contestó
Renato.
—Háblalo con ella —intervino Violet—. Pregúntale qué es
lo que quiere. Del resto se encargarán mami y tía —dijo,
mirando a Thais.
—Además, contamos con la ayuda de Daniela y Vadoma.
También me he puesto en contacto con una planeadora de
bodas. Aunque sea poco el tiempo para los preparativos, sé
que se puede hacer algo muy lindo… Se lo merecen.
—Entiendo que deseen hacer algo lindo, pero primero
voy a conversarlo con Samira —repitió su posición. Nada de
lo que dijeran o propusieran haría que lo sugestionara para
convencer a Samira de algo, si ella no lo quería.
—Bien, entonces, solo esperemos por su respuesta —
concordó Thais.
—¿Oscar pasará el verano con ustedes? —preguntó
Renato, desviando la mirada a su tía y cambiando el rumbo
de la conversación.
—Vendrá para tu matrimonio y creo que luego iremos a
Río, tu tío se muere si no cumple su tradición, aunque sea
por una semana. Y tenemos la misión de convencer a Eli,
para que nos permita llevarnos a Alexandra, por un mes.
—En realidad, él prefiere pasar su último verano con los
compañeros de la universidad, en Cannes, pero papi dijo:
«sobre mi cadáver». —Violet imitó la voz de Samuel Garnett
—. «Nos vamos a Río, como es tradición». Y todos sabemos
que Oscar no quiere ir, porque no quiere encontrarse con
Luana. —La adolescente puso los ojos en blanco.
—No creo que sea eso, mi amor —intervino Rachell, un
tanto incómoda por la imprudencia de Violet—. Lo de Oscar
fue mero capricho, se deslumbró con la belleza de Luana,
como ciertamente lo haría cualquier chico.
—Si tú lo dices, mami —masculló irónica.
—Ya ha pasado mucho tiempo, estoy segura de que la
superó…
—Y por eso evita volver a verla y cambia de novia cada
mes.
—Mi vida, aún eres muy joven para comprender ciertas
cosas —dijo con ternura y acariciándole la mejilla.
Renato masticaba lentamente el bocado de la tostada.
Por experiencia, sabía que el tiempo, cuando se trataba del
amor, era completamente relativo. Pero, al parecer, Rachell
estaba convencida de que su hijo ya no sentía nada por la
hija de Alexandre.
Fue Thais la encargada de hablar de otro tema, aunque
referente a la familia, hasta que terminaron de comer y
Renato decidió despedirse. Tenía la reunión con el
embajador, y por nada del mundo se permitiría llegar tarde.
Ya no vería a Samira, hasta la noche, porque ese día ella
tenía planes con sus amigas y también una reunión en
Saudade. Por más que quisiera invitarla a cenar a un lindo
restaurante, para hablar de la boda, era mejor que cenaran
en el apartamento, pues tenía más probabilidades de
escaparse de Vadoma, aunque fuese a la terraza y tener un
poco de intimidad, que hacerlo en cualquier sitio público, en
el que ella no permitía que se escaparan de su vista por
más de un par de minutos, lo que le hacía sentir como si
estuviera en el siglo XIX.

Samira había tenido un día bastante ocupado, pero


satisfactorio, ya que sacó tiempo para desayunar con sus
amigas y ponerlas al día de todas las cosas que le habían
pasado en los últimos días. Como era de esperar, Doménica
y Raissa también se ofrecieron para ayudar con la boda,
incluso, aplazarían sus vacaciones fuera del país, para poder
estar con ella en estos momentos tan importantes.
Durante la conversación, fue Doménica la que le recordó
a Mirko, al preguntarle si habían hablado. Bien sabía que
Samira no tenía una relación con él, pero era su amigo con
ganas de ser algo más y al que le había dicho que no
volvería con Renato.
Samira no le debía explicaciones, de eso estaba segura,
ya que jamás le dio alas a los sentimientos de Mirko,
siempre le fue clara al decirle que lo quería como amigo;
aun así, no quería quedar en malos términos con él, porque
tarde o temprano volverían a cruzarse en los pasillos de
algún hospital.
Instada por sus amigas, le llamó para concretar una cita,
pues era un tema que debía hablar personalmente. Al
contestar, Mirko le dijo que estaba de guardia hasta el día
siguiente por la noche, si deseaba, podría pasar en un par
de horas por el hospital Universitario Cruz Roja, que era la
hora de su comida.
Ella accedió y luego le llamó a Julio César, para que le
disculpara porque iba a llegar tarde a la reunión. No podía
perder la oportunidad de hablar con Mirko, ya que había
contado con la suerte de que su abuela decidiera
acompañar a Daniela, a hacer las compras, pues ya tocaba
rellenar las alacenas y el refrigerador.
El punto de encuentro fue un restaurante cercano al
hospital, al que ya habían ido a comer un par de veces. En
cuanto Mirko la vio, le saludó con un beso en cada mejilla.
—Hola, ¿cómo has estado? —preguntó Samira, dejando
colocada la cartera en el respaldo de la silla.
—Bien, pensé que no volveríamos a vernos —comentó él,
mientras cogía el menú.
—¿Por qué no? —cuestionó, levantando una ceja.
—Te vas a casar. Te vi dando el sí…, a ese hombre
arrogante y acartonado —masculló y seguía buscando cuál
plato le provocaba de la carta.
—Me voy a casar, no a desaparecer; seguiré viviendo en
Madrid… —Suspiró y también se hizo del menú—. Renato no
es para nada arrogante, es un hombre increíble… Es amable
y humilde.
—No fue la impresión que me dio.
—Supongo, no puedes ser objetivo —contraatacó ella.
—Tienes razón, no puedo serlo.
—Mirko, lo siento… —Dejó la carta sobre la mesa y
encima apoyó los brazos cruzados, aproximándose más a él
y mirándolo directamente a los ojos—, lamento que te
sientas herido, pero nunca alimenté falsas ilusiones,
siempre fui clara contigo. Te dije que, de mí, solo obtendrías
mi amistad y mi apoyo total en el ámbito profesional.
—No te sientas culpable por mis sentimientos, porque ni
yo mismo puedo controlarlos; aunque estoy poniendo todo
de mi parte para que esto no afecte la amistad… Y por muy
cliché que suene, lo importante es que seas feliz. Si él te
hace feliz, lo demás no importa, y aunque ahora yo me esté
lamiendo las heridas, sé que en algún momento conoceré a
alguien que me guste tanto como me gustas tú.
—Deseo que así sea, ¿y por qué no?, que consigas a
alguien mucho mejor que yo. —Samira sonrió y volvió a
pegar la espalda al respaldo—. ¿Qué vas a pedir? —
preguntó, tratando de desviar el tema y que la tensión
disminuyera.
Mirko asintió y luego le dijo lo que iba a pedir; ella se
antojó de lo mismo. Mientras disfrutaban del almuerzo,
dejaron de lado el tema emocional y pasaron a uno laboral.
Cuando llegó el momento de despedirse, lo hicieron con
un fuerte abrazo y un beso en cada mejilla, al tiempo que
desearon volver a verse muy pronto.
Samira le dijo que lo invitaría a la boda, pero él respondió
que no iría, no por cómo iba a sentirse él, sino porque no
quería incomodar al novio, ya que era evidente que lo veía
como una amenaza y, para que viera que no tenía nada en
contra de él, prefería no irritarlo con su presencia.
Ella sonrió ante la consideración de Mirko y se marchó.
Se sintió aliviada porque llegó apenas un par de minutos
tarde, a la reunión en Saudade, la verdad era que había
apurado bastante el encuentro con Mirko.
Saludó a Julio César y se sentó a su lado; frente a ellos,
estaba la directora de mercadeo y ventas.
—Disculpen la demora —exhaló agotada y abrió la
carpeta.
—No te preocupes, entendemos que estás bastante
ocupada —sonrió Viena. Para nadie de su círculo era un
secreto que iba a casarse; por supuesto, Julio César era el
portavoz.
—Gracias…; bueno, empecemos. —Miró a su amigo y le
sonrió. Le emocionaba mucho lo que Viena iba a
proponerles en la nueva estrategia del próximo semestre;
entre las cuales estaba introducir en el menú a una marca
de café colombiana, con granos cien por ciento
seleccionados, lo que le daría cierta exclusividad.
Viena hablaba animadamente de todo lo que tenía en
mente para impulsar las ventas en los siguientes meses; sin
embargo, la atención de Samira fue captada por un mensaje
de su prometido.

Renato: ¿Cena esta noche en tu apartamento?


Me gustaría poder hablar contigo a solas.
Es un tema importante.

Eso hizo que el corazón le diera un vuelco, pero fue un


miedo que duró pocos segundos. Estaba segura de que
Renato la amaba; entonces, decidió usar su fugaz temor
como broma.

Samira: ¿Te arrepentiste? ¿Ya no quieres casarte?

Le adjuntó el emoticón de un guiño. Una vez que envió el


mensaje, volvió a poner toda su atención en la propuesta,
pero en cuanto el teléfono volvió a vibrar, lo miró
enseguida. Era la respuesta que esperaba.

Renato: Precisamente quiero que hablemos


de los detalles de la boda.

Samira: Entonces, esta noche, cena en casa.


¡Adivina qué! ¡Te quiero!
Mientras escribió el mensaje, no pudo dejar de sonreír, le
intrigaba mucho esos detalles de los que Renato deseaba
hablar. Decidió ser positiva y pensar que la reunión con el
embajador salió mejor de lo que esperaban.

Renato. Yo también, gitanita de mi amor.

Suspiró y volvió a mirar el render que le mostraba Viena,


sobre cómo se vería la marca en el café, solo se haría la
publicidad en lugares específicos y sin romper con el estilo
bohemio de Saudade. Ambos socios estuvieron de acuerdo
con la propuesta y le dieron viabilidad para que empezara a
trabajar en cuanto deseara.
La joven les mostró otros métodos de proyección, para
los próximos meses; Samira hizo algunas observaciones y al
final se pusieron de acuerdo. Confiaban en ella, ya que
hasta el momento había hecho un excelente trabajo.
Una vez que terminó la reunión, Viena se despidió
bastante emocionada y augurando éxito.
Una vez solos, aprovecharon para ponerse al día, tenían
muchísimo por hablar, sobre todo, ella, que tenía que
hacerle unas cuántas preguntas.
—No tengo dudas de que sabías que Renato iba a
proponerme matrimonio —increpó cuando llegó el momento
adecuado.
—Así es, me fue imposible no compadecerme del pobre
hombre. Vino desesperado, en busca de mi ayuda; por
supuesto, intenté serte leal en todo momento, fui tan hosco
e irónico como pude, pero todos mis reproches se fueron a
la mierda cuando me dijo que su intención era casarse
contigo… Ya no pude seguir rebatiendo sus intentos, porque
sé que tú lo seguías amando. Me suplicó que le diera tu
dirección en Río o que, por lo menos, le ayudara a ponerse
en contacto con Vadoma, porque primero quería pedirle
permiso a ella… Él tenía la certeza de que, si ella no lo
aceptaba en tu vida, tú jamás aceptarías casarte…
—Julio… —chilló Samira.
—Sí, sí —intervino, haciendo una señal de alto—. Ya sé
que soy tu Hada Madrina.
—Lo eres. —Se lanzó y lo abrazó por el cuello—.
Perdóname por todas las veces que fui grosera contigo,
cada vez que salía a relucir el tema de Renato, pero era que
dolía mucho e intentaba todos los días superarlo; y esa era
mi manera de alzar mis defensas… No sé cómo explicarlo,
pero sentía a Renato golpeándome el pecho desde dentro.
—Yo veía tu sufrimiento, por eso intentaba ayudarte. No
te niego, más de una vez tuve ganas de zamarrearte o darte
un par de cachetadas, para que reaccionaras, pero ya sé
que así no funcionan las cosas.
—Te amo…
—No, me estimas, amas al carioca… —Hizo un puchero.
—No, te amo, estoy segura de eso, eres mi amor más
bonito y puro… No te amo de la misma forma en que amo a
Renato, pero te amo, lo sé.
—Yo también te amo, gitanilla.
—Gracias por ser mi gran apoyo, mi ancla en esta vida.
—Tú también has sido mi salvadora, en muchos aspectos,
y lo sabes.
—Sí, lo sé —dijo convencida y se encogió de hombros,
pero le regaló una sonrisa que iluminó su mirada verde.
Luego le plantó un beso en la mejilla y se apartó—. Bueno,
te dejo, tengo muchas cosas que hacer… Lo primero será
llamar a Adonay, necesito saber cómo sigue Amir.
—Adelante, llama enseguida. Yo iré a por un aperitivo. —
Se levantó y salió, dejándole la oficina a Samira, para que
pudiera comunicarse tranquila con su primo.
Samira le marcó y le extrañó que le contestara tan
rápido, ya que siempre debía hacer un par de intentos,
porque solía estar ocupado.
—Hola, grillo, ¿cómo estás? —saludó animado.
Eso le hizo suponer a Samira que Amir seguía estable.
—Hola, primo. Muy bien, gracias. Recién me desocupo de
una reunión en el café. —Le comunicó, pues Adonay sabía
de la existencia de Saudade y creía que de ahí provenían
sus ingresos, con los que ayudaba a escondidas a algunos
miembros de su familia—. Y tú, ¿cómo estás? ¿Cómo sigue
Amir? Imagino que debes estar en el trabajo —hablaba
mientras hacía garabatos con un bolígrafo, sobre el respaldo
de una hoja en la que ya había hecho algunas anotaciones
durante la reunión.
—La verdad es que no. —Él decidió que era mejor
empezar por aclararle—. Me extrañó que ayer me mandaron
a llamar a la oficina y el jefe me preguntó por la salud de mi
hijo… Cuando le dije cómo se encontraba, me dio un mes de
licencia, pagado… No esperaba eso de un gaché. Imagino
que más adelante me lo cobrará con horas extras o alguna
supervisión que ningún otro quiera hacer. Nunca hacen
nada de buena fe.
Samira pensó de inmediato en Renato, estaba segura de
que detrás de esa licencia estaba él. Sabía que con tan solo
hacer un par de llamadas conseguiría eso y mucho más.
—Adonay —dijo en tono conciliador—. Puedes darles un
voto de confianza, quizá el jefe se dio cuenta de que estás
pasando por una situación bastante difícil y quiso ser
empático.
—Grillo, esa gente poco sabe de empatía, no somos más
que números que engordan su ya incalculable fortuna. Pero
agradezco —masculló—, que me hayan dado el tiempo
necesario para poder cuidar de Amir y Milena, poco
importan los sacrificios que vengan después. Ahora ellos me
necesitan.
—Sí, lo importante es que puedas estar para ellos en
este momento. —Samira sabía que detrás de esa licencia no
había segundas intenciones, pero era imposible explicarle
eso a Adonay—. ¿Cómo está el príncipe Amir?
—Mi pequeño es todo un guerrero, seguimos celebrando
cada vez que gana cien gramos —dijo con orgullo—. Me ha
enseñado a ser más resistente y ha fortalecido mi fe. He
pasado noches orando mientras lo veo luchar por su vida en
esa incubadora y veo que mis plegarias son escuchadas.
—Me tranquiliza mucho saber que sigue luchando, verás
que pronto podrás llevarlo a casa contigo —dijo Samira,
sintiendo un calorcito de alivio en su pecho—. Espero
conocerlo muy pronto.
—Estamos esperando a que vengas… ¿Cómo está
paruñí?
—Bien, bien… Bastante feliz, le gusta mucho Madrid.
Ojalá pudiera traerla aquí conmigo. —No le diría que había
hecho que se quitara el luto, porque Adonay se apegaba
muchísimo más que ella a las costumbres gitanas. Y que su
abuela no llevara el luto, era una ofensa imperdonable a la
memoria de su abuelo.
—Sabes que tío Jan no lo permitirá.
—Lo sé —susurró entristecida. Sabía que era una lucha
perdida, porque su padre no lo permitiría y porque su abuela
estaba muy apegada a toda la familia. La oveja negra era
ella y debía lidiar con las consecuencias.
Luego de eso se despidieron y se prometieron volver a
hablar pronto.
CAPÍTULO 69
La tan esperada noche había llegado, Samira, por
primera vez, no tenía ánimos de cocinar; así que decidió
comprar unas alitas bañadas con diferentes salsas, que
acompañaría con bastoncitos de zanahoria y apio.
Renato llegó puntual, pero le extrañó que no le
acompañara Thais; sin embargo, antes de que ella pudiera
formar cualquier idea negativa, él se apresuró a explicarle
que su madre tuvo que quedarse en el hotel, porque tenía a
unas invitadas que atender.
Ya más tranquila, se apresuró a darle un beso y a recibir
el colorido ramo de flores variadas que le llevó.
—Gracias, están hermosas —sonrió y con la mano libre
sujetó la de él y lo llevó al comedor, donde ya todos le
esperaban—. Siéntate, puedes servirte, mientras voy a
poner las flores en agua.
—Buenas noches —saludó Renato y enseguida recibió
respuestas animadas de todos.
En cuanto se sentó y miró la comida, agradeció que su
madre no hubiese ido, poque no le gustaban las alitas;
según ella, era un alimento que ofrecía muy poco valor
nutricional. Pero a él le encantaban, le recordaba mucho a
las veces que iba a la casa de su abuelo, a ver algún partido
de fútbol y las alitas formaban parte del menú.
Samira llegó, se sentó a su lado y le sonrió, haciendo que
el ambiente fuera perfecto.
En cuanto empezaron a servirse, se inició un tema de
conversación. Samira le preguntó cómo le había ido en la
reunión con el embajador.
Renato explicó que había sido bastante satisfactorio, ya
que pondrían su caso en calidad de prioridad, lo que le
ahorraría unas cuantas semanas en el proceso.
Luego de la cena, mientras esperaban a que hiciera
digestión, seguían en el comedor y Vadoma pidió permiso
para ir a la habitación a ver un par de capítulos de la
telenovela que había empezado a ver en cuanto llegó a
Madrid.
Renato supo que ese era el momento para poder tener
tiempo a solas con Samira, por lo que, se acercó a ella y le
susurró si podían escaparse a la terraza.
Samira asintió y después se dirigió hacia Daniela y
Ramona, casi en medio de señales les dijo que iría a fuera
con Renato, ya que, si lo decía muy alto, era muy probable
que su abuela le escuchara; ella decidió irse tranquila a la
habitación, porque sabía que ellos estarían acompañados.
Ambas cómplices de los enamorados asintieron con
sendas sonrisas y les hicieron señas para que se fueran.
Samira se sentó en el balaustre y a Renato se le detuvo
el corazón, por la situación de peligro en la que ella acababa
de ponerse.
—¿Puedes bajarte? Por favor —dijo con la voz
estrangulada.
—No pasa nada, no es la primera vez que me siento aquí.
—Ella le tendió la mano.
—Es mejor si nos sentamos allá. —Señaló el juego de
sofá exterior. Ver a Samira al borde del precipicio lo hacía
imaginar mil y un escenario catastrófico—. Baja de ahí…, te
lo suplico. —Sentía que un ataque de pánico estaba por
desatarse.
—Está bien. —Saltó al suelo y solo cuando le sujetó la
mano para ir al sofá, se dio cuenta de que la tenía helada y
temblorosa. No sabía si debía decir algo al respecto, pero
pensó que era peor quedarse callada—. Lo siento, no quise
hacerte sentir incómodo.
Renato se sentó y la refugió con fuerza entre sus brazos,
solo así podía convencer a su mente de que Samira estaba
fuera de peligro.
—Discúlpame por mi reacción tan exagerada, pero no
pude evitarlo… Me aterroriza pensar que algo malo pueda
pasarte.
—Estoy bien, en tus brazos estoy segura. —Ella le
envolvió la cintura con los brazos y podía sentir contra su
mejilla el latido desaforado de su corazón. Necesitaba
distraerlo, hacer que su concentración se alejara del
reciente episodio—. Por cierto, hoy hablé con Adonay,
gracias por lo que hiciste por él.
—¿Qué hice? —preguntó y le dio un beso en el cabello.
Samira se apartó para mirarlo a la cara.
—Sabes que eres muy malo para mentir… —Se
interrumpió por la risa—. Sé que estás detrás de esa licencia
de un mes que le dieron. —Buscó su boca y le dio un beso,
que poco a poco fue haciéndose voraz y luego volvió a
menguar hasta dejarlos sin aliento.
—Vale, no tiene caso que pretenda ocultarlo, pero no fui
yo quien consiguió la licencia, mi poder dentro del grupo no
llega hasta allá, los créditos se los lleva mi abuelo.
—Tengo tantas ganas como miedo de conocer a tu
abuelo. —sonrió, nerviosa.
—¿Por qué te da miedo conocerlo? —preguntó,
poniéndole un mechón de pelo detrás de la oreja y se perdía
en el verde de sus ojos.
—¿Y si no le agrado? Quizá piense que no soy la
adecuada para su nieto favorito.
Renato sonrió enternecido.
—Te amará, estoy seguro… Ya le agradas, de otra forma,
no habría sido mi cómplice en todo esto.
—¿Todo esto? —preguntó confundida.
—En el compromiso, en la idea de trasladarme a Madrid,
para vivir contigo y estar a tu lado, para que puedas seguir
adelante con tu profesión. —Mientras hablaba, le acariciaba
la mejilla con el pulgar.
—Me hace sentir culpable que te quedes en Madrid y te
pierdas de momentos importantes junto a él —dijo en un
hilo de voz.
—Necesito estar lejos del nido. Sé que vivir aquí me hará
bien; además, siempre podremos visitarlo en las
vacaciones…
—Me gustaría que pudieras ir, siempre que puedas…,
uno que otro fin de semana. No es justo que tengas que
esperar a las vacaciones.
—Bueno, eso lo veremos cuando ya estemos casados…
Y, hablando de matrimonio, quiero preguntarte, ¿cómo te
gustaría que fuera nuestra boda?
Samira se quedó analizando la pregunta, porque hasta el
momento no había idealizado para nada ese evento. Solo
deseaba casarse, quizá en el Registro Civil, con las personas
más cercanas a ellos y; luego, tal vez, ir a comer a un
restaurante para celebrar, pero nada más.
—No lo sé —soltó una risita nerviosa—. Es que no había
pensado en algo más. ¿Te gustaría tener una boda más
grande? Es decir, una celebración.
—Solo si tú así lo quieres.
—Me pones en una situación complicada.
—¿Por qué? Solo dime lo que deseas y haré lo posible
con el tiempo del que disponemos.
—Ay, Renato, mi amor… Es que…
—La visita que está con mi madre es mi tía Rachell. —Se
apresuró decir, porque veía la duda en sus ojos y deseaba
que expresara sus más sinceros anhelos—. Estaba en
Londres y decidió llegar a Madrid, porque le gustaría diseñar
tu vestido de novia…
—¡¿Qué dices?! ¡¿En serio?! —Lo interrumpió bastante
sorprendida.
—Sí, ¿te gustaría usar vestido de novia?
—No sé, no lo había pensado, pero… pero creo que sí me
gustaría. —Una sonrisa genuina estiró sus labios.
—Entonces, haremos una linda ceremonia, les avisaré…
Ellas están muy emocionadas con ayudarnos, tanto como lo
están Daniela y tu abuela.
—Creo que mi abuela sí que desea que se haga una
boda, es que para los gitanos es el evento más importante.
Me gustaría darle eso, una linda celebración.
—Se la daremos, ¿podrías mañana reunirte con Rachell?
Supongo que necesita tus medidas y hacerte algunas
preguntas, para hacer el diseño.
—Sí, por supuesto… Ay, esto me emociona mucho, siento
que falta menos para que por fin seamos marido y mujer.
Renato se acercó y le besó la frente, luego la nariz y; por
último, se fundió en su boca, mientras que una de sus
manos bajó en busca de una de las turgentes nalgas.
—Una vez que estemos casados, te haré el amor una
semana entera, no saldremos de la habitación —prometió,
dejando el aliento sobre los labios húmedos de Samira—. De
hecho, si tu abuela no se opone, tengo una villa en la
Toscana, la alquilé por el par de meses que tendría de
vacaciones, antes de que volvieras a aparecer en mi vida,
para hacerme el hombre más feliz del mundo… ¿Te gustaría
que pasemos ahí nuestra Luna de Miel?
—Una vez que estemos casados, ya mi abuela no se
opondrá a nada… Le pediré a Daniela que se quede una
semana más después de la boda, para que la cuide. No es
que necesite cuidados, pero sé que se aburrirá si se queda
sola aquí. —Hizo todo el plan, ya emocionada, al imaginarse
en una villa en la Toscana, a solas con Renato.
—Pediré que dejen las alacenas bien abastecidas, porque
no pienso salir de ese lugar en una semana.
—Haremos el amor hasta la saciedad —prometió Samira
con un brillo de lujuria en los ojos.
—Sé que jamás me saciaré de ti, pero lo haremos todo lo
que podamos en esos días. —Su voz se tiñó de excitación.

Al día siguiente, Samira y Vadoma, llegaron a El Patio,


ubicado en el imponente vestíbulo del hotel Four Seasons,
donde tendría la reunión que Renato había pactado para
ellas con Thais y Rachell; entretanto, disfrutarían de algunos
bocadillos y té.
Él las recibió, hizo las presentaciones y luego se marchó,
por petición de su tía Rachell, pues no debía estar presente
mientras se discutía sobre el traje de bodas.
Fue imposible que Samira no se viera atacada por los
nervios y la ansiedad. Cuando la afamada diseñadora
empezó a hacerle algunas preguntas que iban más hacia su
personalidad, que al evento.
No obstante, todas esas emociones se fueron replegando
por la manera en que Rachell la trataba. Era una señora, sin
duda, extremadamente elegante, no solo en su apariencia
sino también en sus ademanes, pero su personalidad era
encantadora, con la calidez y humildad que hasta ahora
había visto en la familia de Renato.
—Hola, buenas tardes.
Samira se volvió a ver a la jovencita que llegaba con una
bolsita de Tiffanny.
—Samira, te presento a mi hija —anunció Rachell,
haciendo un ademán y dedicándole una sonrisa.
—Hola, es un placer —dijo Samira, al tiempo que se
levantaba.
—Estoy encantada de conocerte, me llamo Violet. —Se
acercó y le dio un abrazo. Ella no era la típica adolescente
que odiaba el contacto con otras personas. Violet amaba las
muestras de cariño, sobre todo, si venían de sus padres—.
Esto es para ti —dijo extendiéndole la bolsita color
aguamarina.
—¿Para mí? —preguntó, sorprendida—. ¿En serio?
—Sí, por supuesto… Tómalo, espero que te guste —dijo
emocionada. Ya que había salido esa misma tarde, en busca
de un lindo regalo para la prometida de Renato, a la que,
por supuesto, quería agradarle.
—Muchas gracias… —dijo Samira, sintiendo que el
sonrojo se le subía a las orejas.
—Ábrelo. —La instó.
Samira sacó un estuche del mismo color de la bolsita y
se encontró con un hermoso brazalete de oro rosa con
pequeños diamantes redondos; estaba segura de que
costaba mínimo unos quince mil euros. Las manos le
temblaron porque era realmente hermoso y no se creía
merecedora de algo como eso, porque aún no la conocían.
—Es… es muy bonito, de verdad, muchas gracias.
—¿Te ayudo a ponértelo? —Se ofreció Violet, más
animada que Samira.
—Sí, por favor… —aceptó sin aún asimilar el obsequio—.
Es verdaderamente hermoso.
Ella no estaba acostumbrada a usar ese tipo de lujos,
aunque tuviese una fortuna, poco disponía del dinero para
ese tipo de cosas; en cierta manera, aun recordaba muy
bien las carencias con las que creció y sentía que permitirse
algunas excentricidades era malgastar dinero. Muy en el
fondo, sabía que no era así, pero todavía no conseguía
deprenderse en su totalidad de los lazos que la unían a su
pasado.
—Violet, te presento a la abuela de Samira —dijo Rachell.
—Un placer conocerla, señora —dijo Violet, estrechando
la mano de la anciana. En ese momento, se arrepintió de no
haber comprado un regalo para ella también, solo que no
tomó en cuenta que acompañaría a Samira a esa reunión.
Violet desde que se enteró de que la novia de Renato era
gitana, se había preocupado por estudiar un poco más de la
cultura, pues no quería dejar en mal a su primo, porque
estaba muy feliz por él.
Se ubicó junto a su madre y no dejaba de mirar a Samira,
le parecía una mujer hermosa, bastante delgada y alta, más
alta de lo que la imaginó cuando vio las fotografías que
envió Renato al grupo. Ya quería verlos juntos, cómo lucirían
tomados de la mano o dándose un beso; de verdad, le
intrigaba mucho, porque su primo jamás había tenido
ninguna relación amorosa, no que ella supiera.
Rachell no solo escuchó sobre los gustos de Samira y
cómo le gustaría el vestido, también prestó atención a las
sugerencias de su abuela.
Cuando Samira, sin temor ni vergüenza, contó su
procedencia, hizo que Rachell se sintiera bastante
identificada; sobre todo, por la perseverancia de la joven
gitana que, a pesar de una familia opresora, se reveló en
pro de cumplir sus sueños y entonces comprendió por qué
cautivó a Renato, pues a ella también la tenía fascinada con
tanta gallardía.
A Thais se le notaba bastante orgullosa y encariñada con
su futura nuera, mostraba gestos de afecto, como
acariciarle de vez en cuando el pelo o la espalda, y la veía
con admiración.
En cambio, Vadoma, sí que tenía un carácter fuerte, no
disimulaba si algo no le agradaba y lo decía sin reparos;
aunque también pudo notar ciertos celos de su parte hacia
Thais, muy probablemente porque sentía que le quitarían el
cariño de su nieta.
—Bueno, estoy segura de que con esto podré hacerte
unos cuantos bocetos. —Rachell estaba convencida de que
con la información que Samira y su abuela le habían dado,
tendría la idea perfecta—. ¿Te importa si envío a una de mis
asistentes a tu apartamento, para que te tome las
medidas?
—No, puedes enviarla cuando desees, me informas y la
esperaré. —Samira empezó a dirigirse de forma más
personal, por petición de Rachell.
—Bien, tendrá que ser mañana, pero te confirmo la hora
en un rato… Tendríamos que vernos una vez más para
mostrarte, cuando estén listos los diseños; además, llevaré
el muestrario de telas y piedras.
—Gracias, aún me avergüenza un poco, porque sé que
debes tener muchísimo trabajo.
—No te preocupes, nada me hace más feliz que poder
crear diseños para la familia, siempre están por encima de
cualquier agenda laboral —dijo con una sonrisa genuina.
La reunión se extendió por tres horas, mientras
disfrutaban de té y una gran variedad de bocadillos,
dispuestos en una torre.
A Samira le gustó compartir con ellas, ya que tanto Thais
como Rachell, le contaron algunas anécdotas de Renato,
siendo niño y adolescente, aunque cuidaban de no
exponerlo mucho; evitando momentos que fueron difíciles
para él.
Solo se enfocaban en las cosas positivas y en las pocas
travesuras que muy de niño cometió, en lo bueno que
siempre fue con los números y en lo apegado a su abuelo.
Siempre creyeron que Renato, desde pequeño, tuvo un alma
vieja, pues siempre se llevaba mejor con personas mucho
mayores, que con los de su edad.
Samira, aunque escuchaba todo el tema romantizado,
bien sabía que la razón por la que Renato siempre prefirió
rodearse de personas mayores era porque estos solían ser
menos crueles con su condición, que los chicos de su edad.
Y como en muchas ocasiones, deseó poder conocer a
Renato mucho antes y ser su amiga, porque su adolescencia
debió ser demasiado solitaria y triste.
CAPÍTULO 70
Faltaba una semana para la boda y todo estaba casi listo,
todos habían trabajado día y noche, para brindarles una
hermosa ceremonia y una majestuosa celebración. Se
hacían reuniones, ya fuese en la terraza de su apartamento
o en el hotel.
Esa mañana, habían ido a la prueba del pastel y a la
elección de uno de los tres menús que se ofrecerían durante
la celebración. Samira tendría por la tarde prueba de
maquillaje y peinado; en realidad, a ella no le importaba
mucho eso, prefería tomarse una tarde libre para compartir
con Renato, pero se había puesto en manos de quienes
estaban organizando su boda, y no iba a decepcionarlos. No
le quedaba más que cumplir cada una de las tareas que le
tocaba e ir tachando los días que la separaban de su viaje a
Italia con su esposo.
Renato, por su parte, debía ir a la última prueba de su
traje y a la elección de los zapatos; así que, una vez elegido
el menú, él la acompañó hasta su apartamento y ahí se
despidió de Vadoma y de su prometida.
En cuanto Samira entró a su habitación, con la total
intención de descansar un par de horas, se encontró con la
cama repleta de cajas y bolsas.
—Lo envió Rachell —dijo Daniela, mientras escoltaba a
Samira—. Creo que es tu ajuar…, muero de la curiosidad por
saber si estoy en lo cierto.
Samira suspiró, no porque todo eso le desagradara, sino
porque pensaba en el tiempo que le llevaría despejar la
cama para poder dormir.
—Sí, miremos a ver qué es. —Samira avanzó hacia la
cama y tomó una de las cajas negras con la firma Winstead
en dorado. Al abrirla, se encontró con un hermoso y
diminuto set de lencería.
—¡Es precioso! —Daniela chilló emocionada—. Con esto
harás que Renato acabe al instante, tan solo con vértelo
puesto.
—Dani —reprochó Samira, pero la delató una ligera
sonrisa. Sí, por supuesto que le encantaría causar ese
efecto en Renato.
No se consideraba una mujer que supiera explotar su
sensualidad, se sabía bastante guapa y espontánea, pero no
sensual; y temía que al ponerse ese tipo de prendas tan
sugerentes, terminara viéndose ridícula o como alguien que
no es en realidad.
—¿Qué? Estoy segura de que eso pasará en cuanto te
vea con algo como esto puesto —dijo al sacar de una bolsa
unos ligueros—. El pobre lleva un tiempo bastante largo de
abstinencia, gracias a tu abuela, que no te deja sola ni para
ir al baño —susurró, no fuera que Vadoma entrara y las
escuchara. Aprovechaba ese momento que la anciana
estaba en la cocina, preparando café, para tener ese tipo de
conversaciones con ella.
Samira sonrió, no conseguía nada con negarlo, desde
que pudieron escaparse, el día en que le entregó el anillo de
compromiso, no habían conseguido otra oportunidad para
volver a hacer el amor.
—Es la tradición gitana, pero gracias al cielo, ya solo
queda una semana, porque no solo él está sufriendo con
esta situación —masculló, al abrir otra caja y ver otro
conjunto de lencería. Al parecer, Rachell pensaba que ella
no tenía ni una sola braga o que solo usaba ropa interior
para viejitas. Porque había mandado lo suficiente para usar
por lo que le restaba de vida.
—Ay, amiga, ¿qué puedo hacer por ti? Una semana
todavía es mucho tiempo… Puedo conseguir algunas
pastillas, para dormir a tu abuela —propuso.
—Dani, estás loca. —Samira soltó una risita.
—Sabes que la quiero mucho, pero no te deja respirar… Y
entiendo, entiendo que es su costumbre; sin embargo, sería
bueno que se relajara un poco, así como lo hizo con el luto…
—Eso no pasará, es muy distinto, porque para ella es
muy importante la virginidad, es la honra y el mayor orgullo
de cualquier gitana. —Samira bajó muchísimo la voz—. Si se
entera de que ya no soy virgen, se sentirá muy
decepcionada. Puede que hasta deje de hablarme y pida
que la regresemos a Río, y no puedo perder al único
miembro de mi familia que me queda, la única que siempre
me ha apoyado.
—Lo entiendo. —Daniela la abrazó y le dio un beso en la
cien—. Me llevaré tu secreto a la tumba y, como dices, una
semana, después de todo, no es mucho tiempo… Ya durante
la Luna de Miel, podrán follar como si no existiera un
mañana.
—Ese es el plan —confesó Samira, riendo.
Daniela soltó una carcajada y la abrazó más fuerte.
—Te ayudo a llevar todo esto al vestidor, para que
puedas dormir, necesitas esa carita fresca, para que el
maquillaje se vea perfecto —soltó el abrazo y se hizo de
varias bolsas.
Samira apiló tres de las cajas y ambas llevaron toda la
lencería al vestidor y dejaron algunas sobre la otomana y
otra sobre el mueble central, en el que se guardaban
algunas bisuterías, cinturones, relojes y gafas.
—Gracias, Dani —dijo Samira, una vez que terminaron de
llevar todo al vestidor.
—De nada, chama… Creo que te da tiempo de dormir
unas tres horas —dijo mirando la hora en su reloj de pulsera
—. Te dejo para que descanses.
Samira asintió y, en cuanto Daniela salió de la
habitación, ella se dirigió al baño, se desmaquilló y luego se
dio una ducha rápida, antes de irse a dormir. Estaba tan
agotada que terminó rendida en pocos minutos.
—Mi estrella, cariño…
Samira escuchó la voz de su abuela, mientras la
zarandeaba ligeramente.
—Ya… ya estoy despierta —murmuró, al tiempo que se
frotaba la cara con la mano, para espabilarse.
—Ya está aquí la gente del maquillaje y peinado.
—¿Ya? —Se avispó enseguida—. Llegaron antes, pero si
les dije…
—Cariño, ya es la hora, dormiste más de la cuenta.
—Ay. —Se lamentó al darse cuenta de que había olvidado
poner la alarma.
—Abuela, diles que ya voy, que me den unos minutos.
Qué vergüenza hacerlos esperar —dijo, saliendo rauda de la
cama.
—No te preocupes, les pregunté que si podían quedarse
un poco más y no tienen problema.
—Gracias, abuela. —Samira exhaló aliviada—. Voy a
lavarme la cara y saldré a recibirlos.
—Está bien, mi estrella —dijo con una dócil sonrisa y
salió de la habitación.
Samira se lavó la cara con agua fría y se cambió el
pijama por unos vaqueros y una camiseta básica. Recibió al
estilista y maquillador que Thais había contratado y los hizo
pasar al comedor, ahí contaba con muy buena iluminación.
Los profesionales dejaron sus portafolios de trabajo sobre
la gran mesa y empezaron a trabajar. Mientras mantenían
una agradable conversación con Samira, bastante enfocada
en los preparativos de la boda.
Después de dos horas, ella pudo mirarse al espejo y
quedar fascinada con el resultado. Le parecía realmente
hermoso, supieron destacar sus rasgos más atractivos,
como los ojos y los labios.
Ya no quería que probaran otro peinado u otra paleta de
colores en su rostro, porque ese, definitivamente, le
encantaba; sabía que no era producto de la impaciencia de
querer terminar con eso, era que no esperaba algo tan
extraordinario en el primer intento. Se sentía un paso más
cerca del gran día de su boda y eso hizo que el estómago se
le encogiera de emoción.
Y la reacción que tuvo su abuela, cuando llegó a
ofrecerles té a los profesionales, reafirmó su decisión de que
ese peinado y maquillaje era el indicado; ya que a ella se le
llenaron los ojos de lágrimas.
—Mi estrella, te ves hermosa —dijo al tiempo que dejaba
la bandeja sobre la mesa.
—Gracias, abuela. A mí también me encanta. —La
emoción hizo que la voz se le quebrara, pero no iba a llorar,
porque no arruinaría tan rápido el maquillaje; tenía toda la
intención de dejárselo hasta que tuviera que irse a dormir.
A las nueve de la noche, llegaron Raissa, Dómenica,
Romina y otras compañeras de la universidad, todas
ataviadas con tutús de diferentes colores, banda de miss,
que le cruzaban el pecho con el nombre de Samira, y
diademas de pollas, que hizo que Vadoma, al verlas, se le
exorbitaran los ojos.
—Sa-mi-ra, Sa-mi-ra… —coreaban por lo menos unas
quince chicas, al tiempo que invadían el apartamento.
—¿Esto que es? —preguntó Samira, entre sorprendida y
emocionada.
—¡Es tu despedida de soltera! —saltó Daniela, desde
algún lugar, con un tutú fucsia, una banda y una diadema
que tenía un velo de tul—. Vamos, tienes que cambiarte. —
La cogió por la mano y la arrastró a la habitación.
—Pero, Dani, mi abuela va a enfurecer… —sonreía,
nerviosa ante la sorpresa.
—No lo hará, ella irá con nosotras.
—Por favor, que no sea ningún club de stripper, esas
cosas no me gustan y mi abuela podría morir de un ataque
al corazón… No sin antes asesinarlas a todas.
—Tranquila, solo vamos a pasear y a cenar en un
restaurante familiar… Tuvimos que hacer que Raissa
desistiera de llevarte a Power Flower.
—Viste la cara que puso cuando vio las diademas de
polla. —Samira soltó una carcajada mientras se quitaba los
vaqueros.
—Pobre tu abuela, seguro que solo vio la polla de tu
abuelo… o quizá ni esa pudo ver, porque lo hacían con las
luces apagadas.
Samira le dio un manotazo, pero ambas terminaron
riendo. Se puso unas medias pantis negras y una camiseta
más ajustada, luego se puso el tutú fucsia y muy a su pesar,
se deshizo del peinado y se armó una coleta en la nuca,
para ponerse la diadema con el velo.
Cuando regresó al salón, las chicas, en medio de la
algarabía, habían vestido a su abuela con los mismos
atuendos. Samira casi se infarta al verla con la polla en la
cabeza y una sonrisa entre nerviosa e incómoda. Quería
saber cómo diablos la habían convencido para que usara
eso.
—¡Andando, andando! —animaron las chicas y
prácticamente las sacaron del apartamento.
El plan era caminar hasta el restaurante en medio de
cánticos dedicados a la festejada, mientras eran el centro
de miradas de los transeúntes. Algunos sonreían y
aplaudían al ver al animado grupo de mujeres.
Tras una buena caminata, llegaron al lugar en el que
hicieron la reserva, y una gran mesa ya las esperaba. Una
vez ubicadas, llegaron tres meseros con botellas de
champán y copas.
—¡Por Samira! ¡Por Samira! —brindaron en medio de
risas de dicha.
—Gracias, chicas, las adoro —dijo Samira, sonrojada y
sonriente—. La verdad, no me esperaba algo como esto.
—Qué poca fe le tienes a tus amigas. Estás loca si creías
que íbamos a dejar la oportunidad de despedir tu soltería —
dijo Raissa, sentada a su izquierda, le plantó un besazo en la
mejilla y luego volvió a alzar la copa—. Te quiero, mi gitana.
—¿Ya saben a dónde se irán de Luna de Miel? —curioseó
Dómenica.
—A Italia, Renato alquiló una villa en la Toscana, creo que
es en San Gimignano.
—Un lugar bastante romántico, espero que le saquen el
mayor provecho —dijo con tono pícaro.
—Por supuesto. —Samira soltó una risita, con la
tranquilidad de ver que su abuela estaba conversando con
Romina y no le prestaba atención.
Los mismos tres meseros se acercaron con platos de
jamón, pan con tomate y croquetas. Mientras disfrutaban de
los aperitivos, no se hicieron esperar más comentarios
acerca de los novios.
También, más de una le pidió a Samira que le contara
cómo había conocido a Renato. Ese momento, para ella, fue
bastante incómodo, porque no iba a decir que fue cuando le
robó la billetera; ya que, eso solo significaría estigmatizar
más a su cultura, tampoco podía inventarse ninguna
historia, porque estaba su abuela presente y ella bien que la
conocía.
No pudo más que sonreír forzadamente, esperando que
desistieran de esa idea; buscó la mirada de su abuela, para
que comprendiera la difícil situación en la que se
encontraba.
—Fue el día que la ayudé a escapar de su boda gitana…
—Vadoma salió en ayuda de su nieta. Fue evidente para
ella, la tensión en su pequeña estrella.
—¿Ibas a casarte? Pero ¿qué edad tenías?
—Sí, iba a casarme con un primo. Mi padre y mi tío
fueron quienes acordaron la unión, querían que lo
hiciéramos cuanto antes, porque yo me rebelé y quería
estudiar en la universidad… Tenía diecisiete años —explicó
Samira—. De toda mi familia, la única que apoyaba mi
sueño de seguir con mis estudios era mi abuela; entonces,
me ayudó a escapar la misma mañana de mi boda.
—¡Qué emocionante, abuela! —dijo Raissa—. Eres mi
heroína. ¡Un aplauso para la abuela!
Todas siguieron la petición de Raissa.
—Pero ¿cómo conociste a Renato? —instó, una
impaciente Dómenica.
Entonces, Samira se sintió con la libertad de contar la
historia desde el momento en que se subió en el asiento
trasero de la SUV de Renato, en el estacionamiento de aquel
café, ya que debido a la lluvia, su huida se ralentizó y, por
muy poco, la encontraban su padre, su tío y su primo.
Cuando él se la pilló, tuvo que suplicarle porque la sacara
de ahí; algo que él aceptó y luego la dejó en Lapa, lugar
donde ella misma le pidió que la dejara, pero ambos sabían
que era peligroso; aun así, él debía ir a su trabajo.
Después de varios minutos y justo cuando ella se
enfrentaba a unos delincuentes que le arrebataron todas
sus pertenencias, Renato llegó a tiempo, para evitar que le
hicieran daño y; en vista de que se había quedado sin nada,
él le ofreció su ayuda y le dio refugio por un tiempo en su
apartamento, mientras recuperaba su documentación, para
poder seguir con su huida.
—Y, entonces, nació el amor —suspiró Raissa
—No, solo nos hicimos buenos amigos…, solo eso. —Ahí
cortó el cuento, porque no podía revelar más, delante de su
abuela—. Pidamos más croquetas, están muy ricas.
Daniela, que conocía la historia de principio a fin y sabía
que había cosas de las que Vadoma no debía enterarse,
intervino, cambiando el tema.
Luego de la cena, salieron del restaurante y en medio de
la misma algarabía de festejo caminaron por las calles de
Madrid, con toda la intención de regresar al apartamento de
Samira, pero las luces de neón de un karaoke, las atrajo
como polillas a la luz.
No hicieron falta palabras, solo se miraron entre algunas
y enseguida entraron al local. Tuvieron que juntar tres
mesas para el grupo, frente al escenario y; por cortesía de
la casa, les repartieron una ronda de chupitos. Por
supuesto, Vadoma no tomaba, pero un coro de jovencitas
histéricas, empezó a animarla con el cántico: «!Vadoma!
¡Vadoma!», mientras golpeaban la mesa con un redoble.
La anciana se vio atrapada por esa forma en que era
instada y, sin pensarlo más, se llevó el chupito del
«Orgasmo», una mezcla de licor de crema irlandesa,
Amaretto y licor de café. Lo que lo hacía bastante dulce y
que pasara casi desapercibido.
Cuando la gitana lo bebió a fondo, todas celebraron con
gritos de júbilo y los brazos en alto. Para Vadoma, era
primera vez que se veía en un ambiente como ese; su único
objetivo en la vida fue llevar las labores del hogar, atender a
su marido, criar a sus hijos; luego, con el tiempo, sus
responsabilidades eran ayudar a sus nueras en la crianza de
sus nietos y seguir velando por el cuidado de sus hijos,
jamás tuvo tiempo para sí misma.
Ahora veía que vivir ese tipo de experiencias era
realmente gratificante y, una vez más, agradeció el
momento en que decidió ayudar a escapar a su querida
nieta, para que pudiera romper el círculo.
Decidieron que la primera que debía subir al escenario
era Samira, por ser la festejada. Ella, a pesar de que se
negó y estaba sonrojada hasta el pelo, terminó subiendo y
cantó «La Gitana», de India Martínez.

Vamos a hacerlo por las buenas


O mejor no hagamos nada
Ay, mira niño, no me des más guerra
Tú no me conoces por las malas
Vamos a hacerlo por las buenas
O mejor no hagamos nada
Que, si la sangre se me envenena,
Me sale la gitana
Me sale la gitana.
Sus amigas se pusieron de pie y le hicieron el coro,
mientras aplaudían. Samira, con las manos, les hizo señas
para que subieran al escenario y ahí siguieron todas con la
siguiente estrofa.
Al bajar, fue Samira la que pidió la siguiente ronda de
chupitos, brindaron y de un golpe se los bebieron.
Enseguida, Raissa pidió otra ronda.
Luego fue el turno de Romina, para subir al escenario; y
todas empezaron a silbar y a aplaudir, también corearon la
canción que ella eligió.
Como una hora después, fue el turno para que Vadoma
hiciera algo que jamás pensó podría; ya bastante más
animada por el alcohol en su sangre, no se resistió mucho.
No solo cantó una canción, sino que pidió cantar otra en
compañía de su nieta, donde ambas terminaron llorando
abrazadas. Al ver la escena tan emotiva, todas las chicas
subieron al escenario e hicieron un abrazo grupal.
La celebración duró casi hasta el amanecer y arribaron al
apartamento bien borrachas. Algunas alcanzaron a llegar a
sus habitaciones; otras, terminaron en el sofá del salón
principal o en la sala de entretenimiento.
CAPÍTULO 71
El incesante sonido de algún móvil despertó a Samira,
del profundo sueño en el que la había dejado la borrachera.
Regresar a la realidad trajo consigo un terrible dolor de
cabeza y unas náuseas incontrolables, por lo que, casi
gateando se dirigió al baño y en el inodoro expulsó todos los
chupitos y toda la comida del día anterior.
El olor ácido y la terrible apariencia de todos esos
desechos, solo la incitaban a seguir vertiendo cualquier cosa
que quedara en su estómago. Con las manos temblorosa y
sudando frío, pulsó el botón, para que toda esa porquería se
fuera por el desagüe.
Desde donde estaba, sentada en el suelo y aferrada a los
bordes del inodoro, estiró la mano hacia el lavabo, abrió el
grifo y tomó un poco de agua, para enjuagarse la boca.
Una arcada más le hizo sentir que estaba a punto de
vomitar el alma, pero no salió nada más; entonces, soltó un
chillido de puro lamento. No estaba segura de poder
ponerse en pie; sin embargo, se llenó de valor y,
aferrándose al lavabo, se levantó; lo primero que hizo fue
meter las manos bajo el chorro del agua y llenarse la boca
en varias oportunidades y la escupió, luego tomó enjuague
bucal e hizo un par de gárgaras.
Casi soltó un grito cuando por fin se miró al espejo, el
maquillaje estaba hecho tal desastre, que hasta una
pestaña potiza la tenía pegada en el pómulo. Se la despegó
y la dejó sobre la encimera.
Necesitaba, cuanto antes, solucionar esa debacle; buscó
en uno de los cajones del mueble, motas de algodón y usó
agua micelar, para deshacerse del desastre. Aunque,
mientras lo hacía, volvió a escuchar el repique de su
teléfono; debía contestar o ponerlo en silencio, porque iba a
despertar a su abuela.
Así que, mientras se frotaba la cara con el algodón, fue a
por su móvil, era una llamada entrante de Renato.
—Hola… —No estaba prepara para que la garganta le
ardiera tanto, por ello, su saludo se cortó con esa palabra.
—Hola, amor, buen día. ¿Estás bien? Te he estado
llamando y escribiendo.
Samira pudo notar la voz de Renato bastante
preocupada.
—Sí, sí… —Tragó grueso por el ardor—. Solo que anoche
las chicas vinieron a buscarme, organizaron una despedida
de soltera… Y ahora siento que me muero —dijo, mientras
caminaba de regreso al baño.
Lo siguiente que escuchó fue una risa de alivio.
—Pero estás bien, es lo importante. Solo es resaca,
imagino.
—Sí, solo es resaca, pero es como si me hubiese pasado
un camión por encima y como si tuviera un incendio por
dentro… ¿Puedes creer que mi abuela se emborrachó hasta
casi perder el conocimiento? Creo que despertará peor que
yo.
—Lo mejor será que descanse y que se hidrate muy bien
con bebidas especializadas… Puedo llevarte Electrolit —
ofreció de buena gana y le costaba imaginar a Vadoma
ebria.
—Gracias, amor… —gimió enternecida—. Pero no es justo
que tengas que venir a traer bebidas, para este grupo de
borrachas.
—En realidad, estoy sentado en el parque frente a tu
edificio…
—¿Qué? —preguntó Samira y caminó rauda hasta el
balcón de su habitación. Se escabulló detrás de la cortina y
salió. Ahí lo vio, sentado en una banca, saludándola con la
mano en alto—. ¿Qué haces ahí? ¿Por qué no me avisaste
en cuanto te contesté?
—Me preocupé más de la cuenta —chaqueó la lengua—.
Como no contestabas mis mensajes y llamadas… Lo siento,
no sabía del plan de anoche, si no, hubiese imaginado que
la celebración terminó hasta tarde…
—Yo tampoco lo sabía, discúlpame, olvidé decirte…
Enseguida bajo, no te invito a pasar, porque el lugar parece
un campo de batalla, hay chicas en ropa interior
desperdigadas por todo al apartamento… ¡Es un desastre!
—rio y se llevó una mano a la frente.
Renato también se echó a reír, sobre todo, al ver que
todavía llevaba el tutú fucsia.
—Toma el tiempo que necesites… Quiero llevarte a que
conozcas a alguien.
—Primero tendré que desayunar, porque todo terminó
devuelto en el inodoro… ¿Quién es? —curioseó.
—Es sorpresa.
—¿Es importante? —Quería hacerse por lo menos una
idea.
—Lo es. —Asintió con la cabeza—. Ve a arreglarte, iré a la
farmacia a comprar los electrolitos y unas aspirinas.
¿Cuántas chicas son?
Samira trató de enumerarlas, pero su concentración de
momento no era la mejor, así que prefirió redondear el
número.
—Quince, creo… —dijo.
—Bien, avísame cuando estés lista.
—Vale, te quiero.
—Yo también, gitana.
Samira terminó la llamada, dejó el móvil sobre la
encimera del lavabo, abrió la alcachofa, para que el agua
temperara, mientras se desvestía.
Veinte minutos después, Samira estaba lista, se puso
unos vaqueros ajustados, una camiseta básica con un blazer
de tweed y unas zapatillas converse.
A pesar de la ducha, seguía estando en muy mal estado;
sin duda, necesitaba una de esas bebidas para hidratarse y
una aspirina, para el dolor de cabeza.
Agarró un bolso algo grande y metió un neceser, porque
no tenía tiempo ni ánimos para maquillarse, pero sabía que
debía hacerlo, pues no se presentaría en ese estado, ante
quien fuera que Renato quería que conociera. Suponía que
era algún familiar.
Escuchó ruidos provenientes de la cocina y el olor a café
se percibió en el ambiente. Justo eso era lo que necesitaba,
atravesó el salón, esquivando a sus amigas rendidas, y
encontró a Romina.
—¡Eres mi salvación! —exclamó y enseguida buscó un
vaso térmico—. ¿Cómo amaneciste? —preguntó, al tiempo
que vertía el café.
—Hecha mierda. —Romina también tenía la voz ronca,
aunque era evidente que ya se había lavado la cara y
peinado—. Por lo que veo, vas a salir.
—Sí, Renato me está esperando abajo, nos trajo bebidas
hidratantes, pero debo irme con él… Creo que llegó algún
familiar y quiere que lo conozca; aunque, evidentemente,
no estoy en el mejor estado, pero quiero apoyarlo en esto.
—Me parece bien, espero que después de que te tomes
el café, te sientas mejor.
—No, este café me lo llevo, ¿puedes acompañarme
abajo, para que subas las bebidas? —solicitó con un
puchero, le echó varios terrones de azúcar al vaso, mezcló y
tapó.
—Sí, claro, vamos… Necesito una de esas bebidas y sé
que todas van a suplicar por una en cuanto despierten.
De camino al ascensor, Samira sacó varios billetes de su
cartera.
—No dejes que Daniela cocine. Sé que le gusta hacerlo,
pero necesita descansar, compren algo para comer —dijo,
ofreciéndole el dinero.
—No es necesario, nosotras podemos comprar… —
respondió, apartándole la mano.
—Bueno, está bien, pero no hagan nada más que
descansar… Cuando mi abuela despierte, dile que Renato
vino a buscarme con Violet y que fuimos a ver a un familiar
que llegó.
—Entendido, imagino que ella va a despertar peor que
todas —soltó una risita. No solo era la primera vez que
tomaba alcohol, sino que bebió más de lo que debería y;
además, se sumaba la edad.
—Si le ves muy mal, me llamas, por favor.
—Vale.
Cuando llegaron al vestíbulo, ahí estaba Renato; saludó a
Romina y le hizo entrega de las bolsas con las bebidas,
además de aspirinas e ibuprofeno.
—Qué considerado —sonrió Romina—. Muchas gracias,
de parte de todas.
—Espero que pasen rápido la resaca —dijo sonriente y
luego se despidió.
Sujetó la mano de Samira y fueron a buscar el coche de
ella.
—¿Puedes conducir? Siento que mi cabeza triplicó su
tamaño. —Se quejó.
—Dame la llave —pidió él, con una sonrisa
condescendiente—. Te llevaré a desayunar. —Una vez que
entraron al auto, Renato le quitó el vaso de café y le dio un
Electrolit—. No es buena idea que tomes café, solo empeora
la deshidratación… Aunque, estoy seguro de que eso debes
saberlo.
—Necesito algo que me recargue energía —dejó
descansar la cabeza sobre el hombro de él—. No sé por qué
me salí de control con los chupitos… —chilló, más que
arrepentida de no parar a tiempo.
—¿A dónde fueron? —curioseó, después de darle un beso
en el pelo.
—Caminamos por las calles, es una tradición aquí…
Seguro que las has visto.
—Sí, en la Gran Vía, he visto a varias, despidiendo la
soltería.
—Luego fuimos a cenar y, de regreso a casa, vimos un
karaoke y decidimos entrar. Ya ahí todo se salió de control,
sobre todo, mi abuela, que después de que no quería tomar,
era la que no quería marcharse… —Le fue imposible no reír
al recordar el episodio de todas tirando de la anciana, para
que soltara el micrófono, dejara el repertorio de Lola Flores
y saliera del lugar.
—No la imagino protagonizando algo como eso. —Se rio
Renato, con ese desparpajo que pocas veces mostraba.
—Yo tampoco creía que algún día podría verla tan llena
de vida, tan relajada; siendo tan ella, como nunca… Por
suerte, tengo varios vídeos, ahora te los muestro y te vas a
reír un buen rato.
—Me alegra saber que tu abuela lo está pasando bien…
¿No has pensado en pedirle que se quede?
—Todo el tiempo, pero sé que me dirá que no. Está muy
apegada a mis hermanos y a mi padre…No quiero ponerla a
elegir —dijo con pesar.
—Te prometo que haré lo posible para que puedas verla
varias veces al año. —Tomó la mano de Samira y entrelazó
sus dedos, se la llevó a sus labios y le dio un beso.
—Gracias, payo… —dijo con una débil sonrisa—. Te
quiero.
—Tienes mi vida en tus manos, gitana. —Volvió a besarle
el dorso.
Renato estacionó en un restaurante de comida
mediterránea y mariscos; por suerte, ya Samira se había
tomado la mitad de la bebida hidratante y eso le ayudó, por
lo menos, con la resequedad en la garganta.
Ella sintió que volvió a tener fuerzas, luego de una
sustanciosa comida. Aunque todavía le dolía un poco la
cabeza.
—¿Me dirás a quién voy a conocer? —Le preguntó
mientras caminaban tomados de la mano.
Decidieron pasear un poco, para hacer digestión y que el
aire libre la ayudara.
—Solo puedo decirte que es alguien muy importante —
respondió con una sonrisa coqueta.
—¿Es tu abuelo? ¿Ya llegó? Pero si todavía falta una
semana para la boda. —Se emocionó y adelantó un par de
pasos, para detenerse frente a él y le cogió la otra mano.
Renato mantenía el suspenso con esa sonrisa que solo
despertaba en ella las ganas de querer comerle la boca—.
No, no es tu abuelo, quizá es tu hermano. Ay, Renato…,
dime —pidió, sacudiéndole las manos.
—Vamos, para que puedas saciar tu curiosidad. —La
invitó con ese tono y actitud juguetona—. Pero solo si te
sientes mejor.
—Ya me siento mucho mejor… Vamos. —Tiró de las
manos, haciéndolo avanzar, luego le soltó una mano, para
caminar más rápido—. ¿Crees que estoy vestida
adecuadamente?
—Estás perfecta.
—Entonces, démonos prisa. —Lo instó a correr hasta
donde habían dejado aparcado el coche.
Solo con Samira se permitía ese tipo de actitudes y,
sobre todo, se las disfrutaba. Llegaron al coche casi sin
aliento, sonrojados y sudados, porque el calor abrasador del
pleno verano les pasaba factura.
En cuanto subieron, lo primero que hizo Renato fue poner
a tope el aire acondicionado, para refrescarse. Samira buscó
unas toallitas húmedas, le dio un par a Renato y otro para
ella, con las que se limpió la cara y cuello.
Aunque él le había dicho que estaba perfectamente
vestida, estaba segura de que no era lo mismo con su
rostro, por lo que, aprovechó el trayecto hasta el hotel, para
maquillarse. Sonrió varias veces al pillarse a Renato
mirándola con el rabillo del ojo, mientras conducía.
—Mucho mejor. —Se dijo a sí misma, en cuanto terminó
de pintarse los labios de un tono piel—. ¿No te parece? —
preguntó, volviéndose hacia él.
—Hermosa —sonrió fascinado.
—Gracias. —Le guiñó un ojo, justo en el momento en que
Renato detenía el coche frente al edificio. Se bajó y le
entregó la llave al valet. Esperó por Samira y tomados de la
mano caminaron por el vestíbulo, hasta el ascensor—. Ahora
sí me entraron los nervios —chilló Samira, con un nudo
formándosele en la boca del estómago.
—No tienes por qué estar nerviosa. —Se acercó y le besó
la mejilla.
—Quizá lo estaría menos, si me dijeras de quién se
trata… ¿Es tu tío, el gobernador de Nueva York? —Trató de
adivinar—. ¿O trajiste a alguien más de mi familia? No, eso
es imposible, sé que nadie más vendrá, además, dijiste que
no lo conozco…
—Sigues hablando demasiado cuando estás nerviosa…
Ya, hemos llegado —sonrió, al tiempo que las puertas del
ascensor se abrieron en el segundo piso, que daba a un
amplio vestíbulo—. Buenas tardes —saludó Renato al
mayordomo que le abrió la puerta de la Suite Real.
—Bienvenidos —dijo el hombre y les hizo un ademán,
para que entraran—. Síganme, por favor.
Samira sintió que el corazón le dio un vuelco y las
piernas empezaron a temblarle, buscó apoyo al apretar la
mano de Renato más fuerte; porque, sin duda, la persona
que estaba hospedada en ese apartamento palaciego con
techos de doble altura y esplendorosa opulencia, debía ser
muy importante.
—Estoy muy pero muy nerviosa —chilló con la voz
temblorosa.
—No debes estarlo. —Le regaló una caricia con el pulgar,
en la unión de sus manos.
El salón parecía interminable, ella estaba segura de que
esa suite era mucho más grande que su apartamento. Los
pasos del mayordomo que caminaba por delante de ellos,
hacían eco en sus sienes y su mirada no alcanzaba a
apreciar todos los detalles del lugar.
—¿Es el rey? —preguntó en un susurro.
Renato negó con la cabeza y, por más que quiso, no
pudo retener una carcajada.
—Haberle pedido que sea tu esposa, es la mejor decisión
que has tomado en tu vida —dijo Reinhard, al tiempo que se
levantaba del sofá, apoyado en el bastón, en cuanto vio
entrar a su nieto junto a la que sería su mujer—. Nadie más
te ha hecho reír de esa manera.
—Sí es tu abuelo —masculló Samira, con el corazón
atorado en la garganta y fascinada con esos ojos azules,
que eran iguales a los del hombre a su lado.
El mayordomo hizo una leve reverencia y se marchó.
Renato, todavía sonriente, soltó la mano de Samira, para
ir a saludar a su abuelo con un beso en cada mejilla y un
sentido abrazo, luego se apartó y la miró, extendiéndole la
mano, para que se acercara, porque se había quedado
petrificada.
—Hola…, señor Garnett, es un placer… De verdad, es un
verdadero placer. Renato me ha hablado muchísimo de
usted, por supuesto, todo lo que me ha dicho han sido cosas
buenas… Le admira mucho…
—Suele hablar mucho cuando está nerviosa. —Renato
intervino, al ver que Samira no paraba y su abuelo la
admiraba sin dejar de sonreír.
—Sí, es verdad, estoy muy nerviosa… —Se rio entre
aliviada y avergonzada.
—No tienes que estarlo, jovencita. —Reinhard avanzó y le
ofreció la mano. Samira aferró la de él, con ambas manos—.
También me han hablado muy bien de ti. Y la admiración
que siente por ti, es indiscutible; de hecho, puedo asegurar
que has sido mejor influencia para él, de lo que lo he sido
yo… o cualquier otro miembro de la familia.
Los ojos de Samira se cristalizaron y los labios
empezaron a temblarles, pero no iba a llorar, solo estaba
demasiado emocionada y; también, ahora que estaba frente
al señor Garnett, se sentía mucho más culpable.
—Gracias, pero no creo que merezca tanto… Perdóneme
por apartarlo de su lado, sé que no será fácil para ninguno
de los dos, que estén separados… —Le soltó la mano y lo
abrazó.
—No, nada de eso… —Reinhard le acarició la espalda—.
Me hace feliz saber que estará contigo, porque sé que en
ningún sitio podría estar mejor, ni siquiera conmigo. Y, para
mí, lo más importante es su felicidad… Él merece ser feliz y
tener tranquilidad, esa que solo tú le das.
Samira se apartó y su sonrisa se vio interrumpida por un
gemido de llanto.
—Le prometo que lo cuidaré bien, muy bien… Y pondré
todo mi empeño para hacerlo feliz…
—Estoy presente. —Les recordó Renato, sonrojado por la
emoción y cierta vergüenza.
—¡Ya llegaron! Amor, ¿por qué no me llamaste?… —
intervino Sophia, al salir de la habitación—. ¡Renatinho! —
Casi corrió hasta él, abordándolo con un beso y un abrazo.
—Abuela, también me alegra verte —dijo Renato y se
apartó del abrazo, para hacer un ademán hacia su
prometida—. Te presento a Samira.
—¡Vaya! Eres hermosísima… —No pudo disimular el
genuino asombro, aunque la había visto por fotografías, la
verdad era que no le hacían justicia.
—Gr…gracias —tartamudeó Samira, con una sonrisa
nerviosa y se limpió con rapidez las lágrimas que se
desbordaron del filo de sus párpados.
—Es un placer poder conocerte, hemos hablado tanto de
ti… —Por supuesto, desde hacía semanas, la chica era el
tema de conversación de toda la familia; exactamente,
desde que Renato soltó la bomba de que iba a casarse.
—El placer es mío. —Ahora los nervios no le dejaban
expresar más.
La abuela de Renato, sin duda, era mucho más joven que
el señor Garnett, con un cabello rojizo salpicado por algunas
canas y un cuerpo delgado que representaba elegancia.
—Ven, siéntate, preciosa… Tenemos mucho de qué
hablar, quiero conocerte mejor. —La tomó por la mano y la
llevó al sofá—. Claro, no te sientas obligada, si no te sientes
cómoda… ¿Te gustaría algo de beber? ¿Quieres algún
postre?
—Abuela —intervino Renato—. No podemos quedarnos
por mucho tiempo.
—Está bien…, puedo quedarme unos minutos —comentó
Samira.
—Unos minutos, debes dejárselo claro, porque puede
tenerte aquí una semana y no parará de hablar —dijo él con
una ligera sonrisa.
—No seas exagerado, ven, siéntate junto a ella. —Se
levantó y palmeó el espacio que había usado—. Me sentaré
con tu abuelo.
Samira admiró a los abuelos de Renato y aún no podía
creer que estaba frente a ellos. Estando en la casa de ellos
en Chile, fueron muchas las veces que imaginó poder
conocerlos, pero nunca pudo predecir que se sentiría de esa
manera.
Renato tenía razón, su abuela no paraba de hablar, tenía
la habilidad para hacer preguntas de una forma que ella se
sentía cómoda respondiendo, podría sacarle su secreto
mejor guardado y ni cuenta se daría.
Durante la conversación, llegó una mujer con una
bandeja en la que traía té helado y unos aperitivos. También
llegó una enfermera, para darle un medicamento al señor
Garnett.
—Son solo vitaminas —dijo, de forma despreocupada, al
ver que Samira se inquietaba.
Ella sonrió más relajada, ya que, debía suponer que, por
la edad, tenía que tomar algunas vitaminas, como: vitamina
D3, vitamina B12, vitamina B6, entre otras. Aunque, se le
notaba que tenía muy buen estado físico, considerando lo
mayor que Renato le había comentado que era.
Los pocos minutos se convirtieron en casi una hora.
Renato fue quien decidió poner fin a la reunión, ya que era
consciente de que Samira debía estar agotada.
Ella salió de la suite, aún más fascinada con los abuelos
de Renato; desde siempre y por la forma en que él le había
hablado de ellos, sentía un cariño genuino, pero ahora que
tuvo la oportunidad de mantener una conversación, ese
sentimiento se había maximizado. El señor Reinhard era un
hombre demasiado inteligente, con una elocuencia que
invitaba a querer escucharlo; por su parte, la señora Sophia,
fue tan espontánea que la hizo reír muchas veces.
—Son encantadores —suspiró Samira, en cuanto salieron
de la suite.
—Sí, son muy buenas personas, por eso los admiro.
—¿Llevan muchos años de casados?
—Sí, como treinta y cinco años… Sophia es la segunda
esposa de mi abuelo.
—Lo imaginé.
—Como te habrás dado cuenta, ella es mucho menor que
él.
—Sí… —Un bostezo la interrumpió y luego soltó una risita
—. Disculpa, es que tengo mucho sueño… Dormí muy poco.
—Si quieres, podemos subir a mi habitación y descansas
todo lo que necesites.
—¿A solas contigo, en una habitación? Dudo mucho que
me dejes dormir. —Hizo un mohín, arrugando la nariz.
—No me creas tan desconsiderado, sé que necesitas
dormir. Mi mayor preocupación es tu bienestar.
—Bueno, entonces, vamos a tu habitación. No rechazaré
la oferta, porque sé que, al llegar al apartamento, las chicas
no me dejarán descansar.
En un par de minutos ya estaban en la habitación. Él
corrió las cortinas y ajustó la temperatura. Samira se quitó
las zapatillas y la chaqueta, luego se metió en la cama.
—Si quieres, puedes ver televisión, no me molesta. —Le
dijo mientras él la arropaba.
—No, me acostaré contigo… Verte dormir es mucho
mejor que ver televisión —contestó, al tiempo que se
sentaba al borde del colchón, se quitó los zapatos y se
desfajó la camisa.
—Ven aquí, mi amor —dijo ella, abriendo los brazos y
sonriéndole, encantada.
—No, necesitas descansar, así que yo te cobijaré. —
Renato se acostó y la abrazó, dejando la cabeza de ella
sobre su hombro, le besó la frente y empezó a acariciarle el
pelo.
—Esto se siente muy bien —suspiró y luego sonrió—; así
es como debe sentirse estar en el paraíso. —Abrazó la
cintura de Renato e inhaló su olor.
—Duerme tranquila, que cuando abras los ojos, aquí voy
a estar —susurró, entregándose a la gloriosa sensación de
sentir en la yema de sus dedos, la suavidad del pelo de
Samira.
Con ella se llenaba de certezas.
Con ella sentía que su corazón se hacía más fuerte.
Con ella no había tristezas ni heridas.
CAPÍTULO 72
Samira comprendió el poder y el alcance de la familia
Garnett, cuando Ian consiguió, en poco más de un mes,
todos los permisos, para que la boda pudiera celebrarse en
El Palacio de Cristal, en el parque de El Retiro.
Cuando su suegro, a través de una videollamada, le
preguntó si le gustaría casarse ahí, se le escapó una risita
de incredulidad, pero rápidamente y en medio del asombro,
comprendió que estaba hablando en serio; todavía
conmocionada, dijo que sí, a pesar de que pensaba que eso
era un imposible. ¿A quién no le encantaría casarse en uno
de los lugares más icónicos y hermosos de Madrid?
Todas sus pretensiones de hacer algo sencillo, la familia
de Renato las había mandado a la mierda, y ahora ella
estaba viviendo un cuento de hadas que ni en sus más locos
sueños se atrevió a imaginar.
Iba de camino a su boda, en un flamante auto negro, en
compañía de su abuela y de su cuñado Liam, quien se
encargaría de entregarla en el altar. Había decidido que
fuese él, ya que el otro candidato que se ofreció fue su
suegro, pero consideraba que era más importante que él
estuviera junto a Renato.
Sentía que el corazón casi no le cabía en el pecho y el
estómago lo tenía encogido, debido a los nervios que
también le cosquilleaban bajo la piel. Respiró hondo, para
ver si la adrenalina se asentaba en sus venas, lo menos que
quería era empezar a morderse las uñas; de momento, solo
se estrujaba los dedos con disimulo.
—Tranquila. —Le dijo Liam, poniendo su mano sobre las
de ella, que tenía sobre el regazo—. Estás nerviosa.
—¿Estoy nerviosa? —preguntó, volviéndose hacia él.
—Es evidente, ¿no estás segura de querer casarte o
temes que mi hermano te rechace?
—¿Me rechazará? —preguntó preocupada, sintiendo
cómo el miedo empezaba a recorrerle la espina dorsal. El
miedo solo le nublaría la mente y la paralizaría.
—No lo sé, dímelo tú —instó Liam, con voz serena,
desprovista de su acostumbrado filo, y su mirada se paseó
por el rostro atormentado de Samira, en un lento escrutinio.
Verla al borde del llanto, lo enterneció—. No, por supuesto
que no te rechazará. —Le sonrió y le dio un par a
palmaditas en las manos—. Te asusté.
—No, no lo hiciste… —contestó, pero tenía ganas de
echarse a llorar. Las lágrimas le ardían en la garganta y le
costó tanto tragárselas, como le habría costado dejarlas
correr.
—Le conviene que no la rechace —intervino Vadoma,
atrayendo sus miradas—. De hacerlo, la boda terminaría
convirtiéndose en el funeral de tu hermano. Lo mataré con
mis propias manos.
—Señora, ¿por qué tanta agresividad? —preguntó Liam,
un tanto juguetón—. Estamos a punto de unir a nuestras
familias y usted con amenazas.
—Solo es una advertencia. Así como se lo dije a él,
espero que jamás sea el causante de las lágrimas de mi
estrella, porque lo lamentará… Y tú también, si te
involucras. —Lo señaló directamente.
—Pero ¿sí le especificó que solo si las lágrimas son de
tristeza o decepción? Porque hay muchas emociones que
pueden hacerla llorar, y no son técnicamente malas, como:
las de felicidad o placer…
—Muchacho descarado —regañó Vadoma—. Gracias al
cielo, mi nieta eligió al más decente de ustedes.
—Pobre de mi hermano, que la tiene a usted de abuela
política… Es como una constante amenaza de bomba
nuclear.
—Ya sabes lo que pasa si una bomba nuclear explota…,
hay muchos daños colaterales, así que ni tú te salvas. En
esa situación los puso tu hermano —dijo con una sonrisa de
victoria. En realidad, a Vadoma le agradaba Liam, admiraba
el cinismo con que decía las cosas, pero jamás se lo diría; y
estaba segura de que el sentimiento era mutuo.
—¡Dios mío, en qué situación nos puso mi hermanito! —
clamó Liam, volviéndose a mirar al techo del coche.
Samira se echó a reír, ese par, desde que se conocieron,
no habían hecho más que tratarse como perro y gato, pero
era más que evidente que se agradaban.
El coche terminó su recorrido, justo hasta donde lo tenía
permitido y; aunque faltaba un considerable trayecto para
llegar hasta el Palacio, las organizadoras pensaron en todo,
por lo que, ya esperaba ahí una carroza, decorada con rosas
blancas, rosadas y salmón, tirada por dos caballos blancos.
Al principio, Samira pensó que era excesivo. Hermoso, sí,
sin duda, pero demasiado, cuando bien podría caminar; sin
embargo, comprendió que, al andar por esos caminos de
tierra, su vestido blanco terminaría hecho un desastre.
Liam le ayudó a bajar del coche y luego también le ayudó
a subir a la carroza, pues contaba con muy poco espacio
para separar las piernas, por la estrechez de su hermoso
vestido de novia estilo flamenco, que Rachell le había
diseñado. Tenía una larga cola de llamativos volantes y
mangas, el cuerpo de encaje, escote a pico y la espalda
descubierta.
Ella le presentó cuatro diseños, pero desde que vio el
segundo, fue amor a primera vista; no tenía idea de lo
mucho que deseaba un vestido de novia, hasta que tuvo el
boceto en las manos. Rachell le explicaba sobre los
bordados, las telas que usaría y las piedras, pero a eso no le
prestó atención, porque estaba embelesada imaginándose
con el diseño puesto. Y se enamoró mucho más del vestido
con cada prueba que le hicieron.
Tenía el corazón con un constante latido, que retumbaba
fuerte contra su pecho y le hacía difícil respirar, mientras la
carroza avanzaba por el camino de tierra franqueado por
árboles, y era el centro de miradas de las personas que
disfrutaban de un momento de esparcimiento en el parque.
Se animó a corresponder de la misma manera a una niña
que le decía adiós con la mano y le sonreía. Mucho antes de
llegar, pudo ver el recinto hecho de cristal y hierro. Tuvo que
llevarse una mano al pecho, porque su pobre corazón iba a
estallar, cuando la carroza se detuvo frente a la entrada y
en lo alto de las escalinatas estaba Renato.
De inmediato, pensó que algo no estaba bien, se suponía
que ya él debía estar adentro, con todos los demás, pero no,
estaba ahí solo, vestido con un esmoquin blanco, parado en
medio de las columnas recubiertas con rosas blancas,
rosadas y salmón, que hacían un hermoso contraste con el
follaje verde.
Le entraron unas ganas casi incontrolables de lanzarse
de la carroza, para preguntarle qué estaba pasando, que por
qué estaba ahí, que si era que se había cancelado la boda.
Ni siquiera era consciente de que estaba apretando con
fuerza el borde de la carroza y tragaba grueso sus miedos.
Muy en el fondo, ella sabía que Renato le había demostrado
de todas las maneras posibles que la amaba y que estaba
completamente seguro de querer casarse con ella; sin
embargo, en la superficie, estaban los miedos pasados y las
mismas inseguridades que ya una vez los llevó a separarse.
—Él quiso esperar por ti aquí y no en el altar. Típico de
Renato, tirar a la mierda el protocolo —dijo Liam, en voz
baja, al tiempo que bajaba de la carroza—. Compréndelo, su
ansiedad algunas veces lo domina. —Le ofreció la mano,
para ayudarla a bajar.
Entonces, la bruma de miedos que la atormentaba, se
disipó y pudo ver todo desde el cristal del alivio, a Renato
con una sonrisa nerviosa y la mirada brillante mientras
bajaba los escalones. Ella también le sonrió, antes de poder
tomar la mano de su cuñado.
Liam comprendió que ese par estaba tan embelesado
que ella ni siquiera se dejaría bajar por él; así que, se apartó
y esperó a que su ansioso hermano llegara hasta el
carruaje.
—Eres la visión más hermosa que he apreciado en mi
vida —dijo envolviéndole la cintura con las manos y la bajó
de la carroza, sin poder dejar de mirarla a los ojos.
—Y tú eres el hombre más guapo de todo el universo… —
dijo, sonriente, con sus manos apoyadas en los hombros de
él—. ¿Qué haces aquí? Se supone que debes esperarme en
el altar.
—Porque quiero que entremos juntos como novios y salir
juntos como marido y mujer… Quiero estar a tu lado
siempre y no tener que seguir esperando más por ti. Esperé
más de siete años… ¡Siete años! —Se moría por besar sus
hermosos labios, pero de momento no podía.
El corazón de Samira comenzaba a aquietarse, sus
latidos se hacían más densos, pero las mariposas en su
estómago aleteaban con más fuerza.
—Entonces, no esperemos más… —dijo con una gran
sonrisa y se volvió a mirar a su lado derecho—. Abuela… —
Extendió la mano, pidiéndole el buqué.
Vadoma se acercó, con los ojos brillantes por las lágrimas
contenidas y le dio el ramo de flores. Le hacía tan feliz ver a
su niña pletórica y a punto de casarse. Sabía que sus hijos,
nietos y nueras jamás le perdonarían que apoyara la unión
entre Samira y un payo, pero poco importaba lo que ellos
quisieran para su estrella, a ella lo que verdaderamente le
importaba era lo que Samira quería para sí misma, y si su
deseo era casarse con ese hombre, le daría su bendición.
—Ve, cariño, sé feliz… —Se acercó y le besó la frente y
luego miró a Renato—. Tienes mi bendición, espero nunca
tener que arrepentirme de habértela dado.
—No dejaré que eso pase, seré bueno con ella, empeñaré
mi vida con ese único objetivo. —Se volvió a mirar a Samira.
Se veía tan hermosa, con el tocado floral que adornaba el
moño que llevaba de medio lado y pegado a la nuca. El
vestido de novia lo dejó sin aliento, sin duda, no pudo elegir
uno mejor, porque era una hermosa princesa flamenca.
—Abuela… —Ella, luego de admirar una vez más a
Renato y sentir que él le hinchaba más y más el corazón con
cada palabra que decía, miró a su abuela—, con este payo
seré muy feliz, por el resto de mi vida.
—No hay dudas de que serán muy felices, así que puede
relajarse, mi señora —intervino Liam—. Reina gitana, ¿me
concede el honor? —Le ofreció el brazo a Vadoma.
—Payo zalamero —masculló, tratando de ocultar una
ligera sonrisa, y aceptó el brazo que un sonriente y
descarado Liam le ofrecía.
—Entramos primero —anunció Liam a su hermano.
—Puede que los confundan con los novios... —rio Samira.
—Bueno, yo estoy soltero y tu abuela es viuda, imposible
no es.
—Sí lo es, porque las gitanas nos casamos solo una vez
—refunfuñó Vadoma.
—Eso es porque usted no ha conocido a un hombre que
le despierte de nuevo los latidos…
—Ay, cállate. —Lo interrumpió Vadoma, mientras subían
las escaleras.
—Ese par se lleva muy bien —sonrió Samira.
—El carisma magnético de Liam. —Renato también
sonrió y le ofreció el brazo a Samira—. Ya vamos a casarnos,
mi hermosa gitana.
—Vamos —dijo ella, plenamente convencida.
Subieron las escaleras y, justo en la entrada, esperaron;
dándole tiempo a Liam y a Vadoma, para que ocuparan sus
puestos. Renato y Samira compartieron una mirada y una
sonrisa, antes de empezar a caminar por el pasillo hasta el
altar, que era un gran arco de rosas en los mismos tonos
que estaban en las columnas jónicas de la entrada.
Apenas entraron, el recinto rompió en aplausos,
provenientes de los invitados, en su mayoría, compuestos
por la familia de Renato y los amigos de Samira; atenuando
la marcha nupcial, que era un solo de piano, acompañado
por un par de violinistas, que estaban justo a los lados de la
entrada.
El Palacio de Cristal, fue construido para ser un inmenso
invernadero y; siglos después, parecía que había
recuperado esa función, ya que todas las columnas estaban
forradas de rosas, varios y majestuosos candelabros
colgaban de sus vigas e, igualmente, estaban decorados
con rosas; así como habían creado un camino franqueado
con arreglos de las mismas rosas que eligieron.
Ahí se llevaría a cabo la ceremonia y también la
celebración, por lo que, las mesas redondas ya estaban
dispuestas con sus imponentes centros de mesas florales y
los platos del menú, pero también a cada lado había mesas
rectangulares, en las que había fotografías de la pareja, en
portarretratos dorados.
Samira se encargó de entregar varias, de hacía siete
años, de las que se tomaron en el desierto de Atacama y en
el centro de esquí La Parva. Fotos que había guardado
celosamente en una nube y a las que acudió durante
muchos años, para torturarse; muchas veces se vio tentada
a borrarlas, pero jamás consiguió el valor, y ahora agradecía
su falta de coraje.
Renato también les dio varias, una donde Samira estaba
durmiendo y de la que ella nunca fue consciente, también
otra que se habían tomado en la piscina, en la casa en el
Arrayán.
Se tomaron de la mano, apretando el agarre con firmeza
y respiraron profundo cuando iniciaron la marcha hacia el
altar. Detrás de ellos caminaron los violinistas, quienes
siguieron el cambio de melodía que marcó el pianista.
Ella reconoció inmediatamente la melodía y sus piernas
no consiguieron dar un paso más, se detuvo a mitad de
camino y se volvió a mirarlo; enseguida varias lágrimas
rodaron por sus mejillas.
Él también tenía los ojos rebosantes en lágrimas, le soltó
la mano y le acunó la cara, le dio un beso en la frente y le
limpió las lágrimas con cuidado de no arruinarle el
maquillaje. De las pocas cosas que había exigido para su
matrimonio, fue que la marcha nupcial fuese: «Mi
marciana». Porque para él, no existía letra de canción que
describiera mejor a Samira y todo lo que le hacía sentir, y
ella lo sabía.
—Mi hembra, mi marciana, mi sirena… Llegamos al final.
—Le susurró en el oído y le dio un beso en la mejilla.
—Sí. —Asintió con la cabeza, más lágrimas se le
derramaron y volvió a tomar la mano de Renato, para seguir
hasta el altar. Donde, el párroco, con una sonrisa y
ademanes, les solicitaba que se acercaran.
Los presentes no dejaban de aplaudir, sonreír y algunos
lloraban con la emotiva escena de la que eran testigos.
Samira agradeció que, la familia de Renato, había estado
llegando antes de la boda y la invitaron a pasar tiempo con
ellos, porque así no vio rostros desconocidos en el lugar. Le
hubiese gustado mucho haberse encontrado las sonrisas de
los miembros de su familia, pero comprendió que eso era un
imposible, y dejar ir esa idea le daba paz.
Sin embargo, ni ella ni Renato pudieron evitar
conmoverse al punto de las lágrimas, al ver el amor y la
felicidad reflejados en los ojos de Reinhard Garnett, quien se
encontraba junto a su esposa, en la primera fila, donde fue
a sentarse Vadoma.
A pesar de que ya había llorado un poco, todavía tenía
un nudo de lágrimas apretándole la garganta. En los casi
dos meses, no había parado ni un día con los preparativos
de la boda, aun así, todavía le costaba creer que iba de la
mano de Renato, llegando al altar.
Todo parecía un sueño demasiado hermoso, del que no
quería despertar; sin embargo, ver a Renato a su lado, le
decía que esa era su realidad. Los aplausos menguaron
cuando llegaron y se ubicaron junto a los padrinos: Bruno,
Raissa, Julio César y Daniela.
Correspondió a las sonrisas de ellos de la misma manera,
mientras seguía luchando con las lágrimas; odiaba estar tan
emocional, pero no podía evitarlo.
Se volvieron uno frente al otro, ella voló en el cielo que
sus ojos azules le ofrecían, y él se perdió en la paz que
encontraba en los ojos verde bosque de su gitana
hechicera.
Samira le sonrió y él inhaló profundamente esa reacción
abrumadora que ella despertaba.
—¿Me quieres? —Le susurró él—. ¿Te quedarás conmigo?
—Por toda la eternidad —musitó con la voz temblorosa y
asintió, para reafirmar.
La ceremonia dio comienzo con la oración del perdón de
los pecados veniales. Ellos oían la liturgia como un eco
lejano, porque estaban aislados en una burbuja, tomados de
las manos y sumidos en sus miradas. Trataban de asimilar
ese momento y guardarlo para siempre, como parte
importante en esa colección de bonitos recuerdos que
juntos estaban creando.
—Renato Medeiros Garnett y Samira Marcovich Valenti,
¿vienen a contraer matrimonio sin ser forzados, libres y de
manera voluntaria? —preguntó el párroco.
—Sí, venimos libremente —dijeron al unísono, con las
miradas brillantes y sonrisas genuinas.
—¿Están decididos a respetarse y a amarse, siguiendo la
vida del propio matrimonio, durante el resto de sus vidas?
—Sí, estamos decididos. —Ambos asintieron.
—Unan sus manos y manifiesten su consentimiento ante
Dios y ante la iglesia. —Los invitó a que se pusieran frente a
frente y volvieran a tomarse de las manos—. Pero antes
pueden decir sus votos.
Ambos volvieron a afirmar con la cabeza y respiraron
hondo, preparándose para iniciar con esas palabras que
tenían preparadas el uno para el otro.
—Renato… —empezó Samira, ya con la voz ronca por las
lágrimas que trataba con todas sus fuerzas de retener—, sé
que no puedo salvarte ni cambiarte, mucho menos hacer
que te aceptes por quien eres, porque es algo que solo
puedes hacer tú… —Tuvo que hacer una pausa, para sorber
las lágrimas—. Yo solo puedo amarte y te amaré con todo lo
que tengo, con todo lo que soy… —chilló con la barbilla
temblorosa—. Te amaré en los días en que tu risa llegue
hasta tu mirada y te amaré mucho más cuando eso no
suceda… —En ese momento, al ver que de los ojos de
Renato brotaban lágrimas, ella no pudo seguir reteniendo
las suyas y se las limpió—. Te amaré en los días en que
estés hecho de luz, pero también lucharé a tu lado cuando
sientas que la oscuridad te arropa… —Tuvo que hacer otra
pausa, para respirar, y estiró su mano temblorosa para
limpiar las lágrimas de Renato. Él la sujetó y le dio varios
besos en la palma—. Te ofreceré mis hombros, para que
juntos carguemos el peso, cuando sientas que el mundo se
cierne sobre ti… —Con la punta de la lengua, atrapó la
lágrima que vibraba sobre su labio superior—. Te amaré
cuando te sientas en paz y te amaré a través del dolor… Te
amaré cuando te ames a ti mismo y te amaré el doble
cuando no lo hagas, porque no hay otro lugar en el que
quiera estar, si no es a tu lado. —Cobijó la mejilla de Renato
en su mano y con el pulgar le limpió las lágrimas. Adoraba
ver esos ojos azules cristalinos, su rostro sonrojado y la
vena abultada en su frente; ver que no era la única con las
emociones a flor de piel.
Se podía escuchar a Thais, llorando bajito, mientras Ian
la abrazaba, y él también con el pulgar se limpiaba algunas
lágrimas.
Renato negaba con la cabeza, sintiéndose un tanto
impotente, porque no conseguía hacerse hueco en el
remolino de emociones que ahogaban su garganta. La voz
no le salía, el pecho lo tenía a punto de explotar, todo él
temblaba, pero solo era producto de lo que Samira había
despertado con sus palabras. No sabía que necesitaba tanto
escucharlas, ahora tenía la certeza de que ella estaría a su
lado, aún en sus peores momentos; y no sabía cómo
empezar a agradecerle por eso.
Nunca había sido bueno para hablar en público, siempre
solía ser incómodo y lo evitaba cuanto pudiera; sin
embargo, había escrito sus votos, le tomó tiempo resumir
en unas cuantas líneas todo lo que Samira significaba para
él. Sabía que era dejar el alma al aire, abrirse el pecho en
canal, delante de muchas personas, para expresar algo que
solo quería decirle al amor de su vida. Así que, solo se limitó
a mirarla a ella y avanzó un paso, para estar más cerca,
porque no iba a alzar la voz, sus palabras iban dedicadas
solo a su gitana.
—Samira. —Le tomó la mano, le besó los nudillos y la
miró a los ojos—. Gracias, gracias por llegar a mi vida y por
la forma en que lo hiciste, porque de otra manera, no te
habría dejado entrar; no porque no quisiera, sino por mi
falta de valor; ese que a ti tanto te sobra… Con tu ejemplo,
me enseñaste el verdadero significado de la perseverancia.
Gracias, mi amor, porque a pesar de tus miedos, nunca te
rendiste…; porque el día que escapaste de casa, para
cumplir tus sueños, sin saberlo, también me rescataste…
Para mí, hay un antes y un después de ti —hablaba sin dejar
de mirarla a los ojos, su voz vibraba y las lágrimas rodaban
caprichosas por sus mejillas. Samira le sonreía y también
lloraba—. Me enseñaste que el amor no siempre es un
flechazo…, no a todos nos atrapa con una primera mirada ni
se trata de una atracción abrumadora… El amor se va
cultivando de pequeñas cosas, pequeños momentos; nace
de los detalles, de lo que vas descubriendo de esa
persona… Nace de la amistad…, incluso, puede darse de los
desacuerdos y las discusiones… El amor nace de conocer el
carácter de esa persona y, aun así, no imaginarte junto a
alguien más… Samira, despertaste en mí, a un Renato
sumamente protector, a un Renato valiente y aventurero; tu
bienestar se convirtió en mi prioridad… Pero también te
convertiste en mi consuelo, el inexplicable consuelo de
sentirme seguro a tu lado. Contigo amar es muy fácil y
bonito, todo fluye natural, sin tener que fingir o aparentar…
Amor, contigo no tengo que pensar ni medir mis palabras,
contigo me siento libre de expresarme y sentir. Tu nobleza
me llenó el corazón, solo contigo empecé a sentirme menos
solo… Tú, con tu sonrisa y tus ocurrencias, derribaste los
muros que construí durante toda mi vida; y me retaste a ser
la mejor versión de mí, cada día… Te prometo que voy a
poner todo mi empeño, día a día, para retribuirte por todo lo
que me has dado.
Samira se mordió el labio, para retener un sollozo, y
asintió en varias oportunidades, mientras las lágrimas
seguían mojando su rostro.
—Te amo —susurró con la voz rota.
Renato soltó un suspiro tembloroso y luego abrió la boca,
para agarrar una bocanada de aire, en busca de calma.
Mientras también afirmaba con la cabeza.
Daniela le ofreció un pañuelo a Samira.
—Gracias —hipó bajito y empezó a limpiarse las
lágrimas, luego se lo ofreció a Renato.
Él lo recibió con una sonrisa y, aunque se secó las
lágrimas, su rostro quedó bastante sonrojado.
El párroco los invitó a tomarse de las manos y seguir el
consentimiento.
—Yo, Renato Medeiros Garnett, te recibo a ti, Samira
Marcovich Valenti, como mi esposa, y me entrego a ti, y
prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en
la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte,
todos los días de mi vida —dijo él mirándola a los ojos.
—Yo, Samira Marcovich Valenti, te recibo a ti, Renato
Medeiros Garnett, como esposo, y me entrego a ti, y
prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en
la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte,
todos los días de mi vida. —Sorbió más lágrimas.
—Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. —El
sacerdote hizo señas para que acercaran las argollas—. El
Señor bendiga estos anillos que van a entregarse uno al
otro, en señal de su amor y fidelidad.
Fue Renato, quien, con manos temblorosas, empezó a
ponerlo en el dedo anular de ella.
—Samira, recibe este anillo, en señal de mi amor y
fidelidad hacia ti.
Samira miró cómo el anillo quedó perfecto en su dedo y;
antes de coger el de Renato, lo miró a los ojos y le sonrió.
—Renato, recibe este anillo, en señal de mi amor y
fidelidad a ti. —Se le escapó una risita de puro nervio y
emoción, mientras las manos de ambos temblaban.
Luego, el sacerdote los invitó a besarse.
Renato llevó las manos a la parte posterior del cuello de
Samira, y ella las puso contra su pecho; sin perder tiempo,
unieron sus bocas en un beso lento, suave, que los llevó a
separar los labios y a hacerlo más profundo. Mientras todos
los presentes aplaudían la unión.
Con bastante renuencia, tuvieron que separarse, para
poder continuar con la parte final de la Eucaristía.
Por último, mientras los invitados se daban el abrazo de
la paz. Samira, Renato, los padrinos y los testigos,
procedieron a firmar el acta de matrimonio.
CAPÍTULO 73
La siguiente hora, transcurrió llena de abrazos, buenos
deseos; se hicieron varias fotografías y se celebró el brindis
por los recién casados.
Samira, con su carisma, había conseguido ganarse el
afecto de los familiares de Renato; incluso, algunas veces,
se sentía un poco abrumada con tantas muestras de afecto
y apoyo, así como de ofrecimientos. Desde una casa en
Nueva York, a la cual llegar cuando decidieran ir, hasta tías
niñeras, para cuidar a los futuros hijos que tendrían, por si
algún día necesitaban tiempo para ellos solos.
—Jamás pensé que volveríamos a vernos en estas
circunstancias —dijo Alexandre, cuando se acercó a Samira.
No habían tenido la oportunidad de verse anteriormente,
porque Elizabeth y él, fueron los últimos en llegar, la noche
anterior, ya bastante tarde. Ambos por cuestiones de
trabajo.
—Yo tampoco, aún no sé cómo agradecerte por lo que
hiciste por mí.
—La mejor forma de agradecerme es haber cumplido con
tu palabra —dijo con una sonrisa que llegó hasta sus ojos
grises e hizo más profundas las líneas de expresión—. Ya
eres médico, eso sí que es un ejemplo de perseverancia…
¡Felicidades!
—Gracias, es que soy bastante obstinada —soltó una
risita.
—Ya veo. —Se volvió a mirar a Renato, que estaba siendo
felicitado por sus tías Hera y Helena—. Así que… ¡Renato
Medeiros y tú!
Samira se encogió de hombros.
—El amor surgió de la convivencia… Primero fuimos muy
buenos amigos y; solo para que estés tranquilo, fui yo,
quien di el primer paso, cuando era mayor de edad… —Se
acercó más a él y lo miró a los ojos—. Realmente —susurró,
porque Alexandre era de las pocas personas que sabían
cuántos años tenía en verdad.
—Es un buen tipo. Aunque me mostré desconfiado al
principio, debido a mi instinto policial, supe que tenía
buenas intenciones contigo.
—Siempre fue incondicional conmigo… Por eso se ganó
mi corazón gitano —asintió sonriendo y llevó la mirada
hasta su marido. En ese momento, él también se volvió a
mirarla, y ambos sonrieron cómplices.
Renato se disculpó con sus tías y fue en busca de su
mujer, porque estaban a pocos minutos de iniciar con la
comida; luego de eso, se haría el primer baile.
—Vengo a robarme a la novia —dijo, al tiempo que le
ponía una mano en el hombro a Alexandre. Hacía varios
minutos, ya él lo había felicitado—. Debemos ir a la mesa.
Samira le sonrió y le ofreció la mano.
—Seguimos conversando en un rato. —Le dijo ella a
Alexandre y miró cómo Elizabeth se acercaba por la espalda
de él, tan silenciosa como un felino.
—¡Te atrapé, gato! —dijo juguetona, al tiempo que le
cerraba la cintura con los brazos y le dio un par de besos en
la mandíbula.
Alexandre sonrió y se aferró a los antebrazos de su
mujer.
Renato y Samira sonrieron, esperaban que su relación
perdurara con la misma intensidad con la que lo había
hecho la de ese par.
—Ya están por servir la cena —anunció Elizabeth.
—Sí, ya vamos a la mesa —contestó Renato—. Hablamos
en un rato.
—No coman mucho —aconsejó Elizabeth, guiñándoles un
ojo—. Luego me lo agradecerán.
—Vale. —Samira sonrió, porque entendió perfectamente
el trasfondo de esas palabras.
Renato miró ceñudo a su prima y negó con la cabeza,
después, caminó con Samira hasta la mesa en la que
disfrutarían del banquete nupcial.
Antes de darle apertura al momento de la cena, Reinhard
se puso de pies, ayudado por Sophia, tocó sutilmente una
copa, para llamar la atención de todos, y dio un breve pero
emotivo discurso sobre su adorado nieto. Dejó claro que
ambos contaban con todo su apoyo y les deseó que en su
matrimonio siempre reinara el amor, la confianza y una
comunicación afectiva y serena.

Junto a los novios estaban los padres y los abuelos,


quienes no paraban de elogiarlos y expresar lo felices que
lucían juntos.
Aunque Samira y Renato no acordaron nada, siguieron el
consejo de Elizabeth, sobre todo, porque sabían que, en
poco tiempo, tenían que compartir el primer baile.
Mientras disfrutaban del rico banquete que ofrecieron,
tocaron el tema de la especialización de Samira. Fue Ian,
quien le preguntó sobre cómo se estaba preparando para
presentar el MIR.
—Estoy estudiando en la academia CTO, para presentar
el examen a principios del próximo año —respondió,
mientras picaba un trozo de solomillo.
—¿Y estás de vacaciones?
—No, señor, el miércoles tengo clases, pero son virtuales.
—Se apresuró a responder, porque ese día estaría en la
villa, en La Toscana. Solo esperaba que, estar en la cama
con Renato, no le hiciera olvidar ese compromiso.
—Lo que deja tiempo para que puedan disfrutar de la
Luna de Miel —dijo con una dócil sonrisa.
Samira asintió.
—Así es.
Luego mutó a los compromisos laborales de Renato,
aunque ya se había pedido una licencia, por el matrimonio,
puesto que sus vacaciones se agotaron durante los
preparativos de la boda; lo cierto era que debía volver con
sus funciones en un par de semanas.
Thais intervino al decir que ya tendrían tiempo para
pensar en el trabajo y en los estudios, que esa semana solo
debían enfocarse en aprovechar al máximo la Luna de Miel.
Cuarenta minutos después, Ian se levantó y una suave
melodía empezó a sonar, le ofreció su mano a Samira, para
iniciar el baile, mientras le sonreía. Ella, toda nerviosa y
sonriente, aceptó la mano de su suegro y fue con él hasta la
pista de baile.
Enseguida fue el turno de Renato, en invitar a bailar a
Vadoma; al principio, a él le resultaba bastante incómodo
ese momento, sobre todo, porque no era un buen bailarín, y
tener que ser el centro de atención siempre hacía que le
doliera el estómago por los nervios; sin embargo, las
prácticas de los días anteriores le ayudaron a que ganara un
poco más de confianza. Además, Vadoma, le ayudaba
mucho a llevar el ritmo; al igual que Samira, la mujer tenía
unos pies bastante ligeros y una postura gallarda.
De vez en cuando, dejaba de mirar a la anciana, para
buscar a Samira, que brillaba guiada por su padre; algunas
veces coincidían y sonreían. Tras un par de minutos, en los
que siguieron las melodiosas notas de un vals, el ritmo
cambió al solo de un piano en vivo y se dejó escuchar la voz
de un cantante.
Samira tampoco estaba al tanto de la canción que se
había elegido, ella estuvo de acuerdo con que él la
sorprendiera con el repertorio. Antes de que el cantante que
aparecía tras una bruma artificial, entonara la primera
estrofa, Ian guio a la novia hasta los brazos de su hijo,
mientras que él tomó la mano de Vadoma y juntos salieron
de la pista.
—Fue la verde luz que sale de tus ojos, esa luz que
alumbra la distancia entre tú y yo… —Empezó a cantar el
hombre—, que llena de esperanzas mi renglón…
Samira, en los brazos de Renato, no podía más sino
mirarle a los ojos y sonreírle, mientras luchaba por contener
las lágrimas y que su corazón no le hiciera estallar el pecho
con los latidos que se hacían más contundentes, con cada
frase de esa canción.
—Esa luz que recompone lo que compone, esa luz. Fue tu
abrazo añil el que pinta con caricias el candil, que alumbra
cada nota de mi voz…
Renato, con el pulgar, acariciaba ese pedacito de piel en
la espalda de Samira. Y la miraba a los ojos, viendo en ellos
esa luz verde esperanza que le daba paz a su alma.
—Mimando con susurros el temblor de este amor, que se
desboca si lo provocas, este amor. Fue un abrazo de tu amor
con guantes, con sonrisas que me regalabas. El saber que
sin ti no soy nada… Yo estoy hecho de pedacitos de ti…, de
tu voz, de tu andar, de cada despertar, del reír, del
caminar…; de los susurros de abril, del sentir, del despertar.
Aunque la noche fue gris, del saber que estoy hecho de
pedacitos de ti…
Por más que quiso, Samira no consiguió impedir que las
lágrimas desbordaran sus párpados; sin embargo, Renato
no las dejó correr, le limpió algunas con los pulgares y otras
con sus labios, cuando le repartía besos por el rostro.
—Es hermosa… —hipó ella, colgada del cuello de él,
porque temía que sus rodillas temblorosas le fallaran—.
Gracias.
—Gracias a ti por existir, por ser mi esperanza, por
salvarme… Eres mis ganas de vivir, de luchar… Eres lo
mejor que me ha pasado, Samira…, mi esposa…, mi amada
esposa. —Le dio un suave beso en los labios.
—Aún no me perdono lo tonta que fui, debí preguntarte…
Fui tan cobarde…
Renato volvió a besarla, para silenciarla.
—Shhh… —Le dijo, mirándola a los ojos—. No te tortures
por eso…
—Perdimos tanto tiempo, te hice y me hice miserable por
tantos años…
—Así debieron ser las cosas. Estábamos muy jóvenes,
éramos bastante inmaduros; porque, si tú debiste
preguntar, yo debí ser sincero, confiar en ti, debí encontrar
la valentía para decirte lo que me pasaba. Pero ahora nada
ganamos con seguir lamentándonos por cosas que no
podemos cambiar, solo debemos tenerlo en cuenta, para no
volver a cometer los mismos errores. Júrame que siempre
vas a confiar en mí, que si tienes dudas, me las dirás… Juro
que te confiaré todos mis secretos.
—Te lo juro, nunca más callaré nada, nunca más. —
Samira dio su palabra, mirándolo a los ojos—. No dejaré que
malentendidos vuelvan a dañarnos.
Compartieron un sutil y tierno beso, para luego volverse
hacia el cantante y aplaudirle por su interpretación. Él
también les aplaudió a ellos, igual que todos los invitados.
Como estaba programado, Renato y Samira, con
ademanes de sus manos, invitaron a la pista a los padrinos,
para que iniciara la fiesta.
Ellos bailaron un par de ritmos más movidos, para
acompañar a los invitados. Samira terminó bailando con
Bruno y Renato con Daniela. Aplaudieron cuando terminó la
canción y los novios estaban ya listos para volver a la mesa,
por lo que, se tomaron de la mano, pero antes de que
pudieran abandonar la pista, desde atrás, Romina le tocó el
hombro a Samira.
En el instante, se escuchó el rasgar de una guitarra y,
cuando Samira se giró, estaban detrás de ella, a un lado de
la pista: Víctor, Dario y Renan, tres gitanos.
Víctor y Renan, tocando palma, en compañía de Romina,
Ramona y Vadoma; mientras que, Dario, tocaba la guitarra.
—¡Qué baile la novia! ¡Qué baile la novia!… —cantaron,
animándola a seguir a la pista.
Samira, con una gran sonrisa, regresó a la pista; pero
llevó con ella a Renato, ya que lo haría en torno a él.
—¡Qué bailen los novios! ¡Qué bailen los novios!… —
Ahora los animaban a los dos.
Él no tenía ni idea de cómo bailar, pero hizo el intento,
tratando de imitar lo que había visto en la fiesta gitana a la
que Samira lo invitó.

Ali ali ooo...


Ali ali ooo...
Ali ali ali se la llevo
Ali ali ali se la llevo
Ali ali ali se la llevo…

Empezaron un popurrí de rumbas y los gritos de júbilos


no se hicieron esperar. Samira se acercó a Violet, que la
veía bailar desde la barrera creada por los invitados, y le
sorprendió gratamente que supiera hacerlo, así que la
sujetó por las manos y la arrastró al centro de la pista.
Que Violet se atreviera a bailar la rumba, hizo que las
demás payas se integraran; incluso, Thais, Rachell, Sophia y
Megan. Hacían su mejor intento, observando los pasos de
Samira, para imitarlos.

Obí Obá, cada día te quiero más.


Obí Obí Obí Obá, cada día te quiero más.
Obí Obí Obí Obá, cada día te quiero más.
Obí Obá, cada día te quiero más.

Unos veinte minutos duró la rumba, y ya Samira tenía los


pies adoloridos cuando por fin pudo tomarse un descanso y
regresar a la mesa, junto a Renato.
Desde ahí, Samira miraba sonriente cómo todos
disfrutaban de la fiesta, mientras que él, se complacía con
el perfil de ella; estiró su mano y con la delicadeza del toque
de la yema de sus dedos, le secó el sudor que le había
pegado algunos cabellos.
Ella tenía un moño apretado en la nunca, hacia el lado
izquierdo, adornado con rosas blancas, rosadas y salmón,
además de unas perlas.
Samira, ante el delicado toque de su marido, se volvió a
mirarlo con adoración; se acercó y le dio un beso. Ella
pretendía que fuese fugaz, pero él no la dejó alejarse, lo
hizo más profundo, aunque no tan largo como le hubiese
gustado.
—Te deseo —murmuró contra su boca y lo repitió
también cuando le besó el cuello—. Sé que no es el
momento ni el lugar, pero te deseo, Samira. Y me cuesta
mucho ignorarlo. —La miró fijamente, miró cómo se
derramaba la luz tenue de los candelabros sobre su pelo y
cómo refulgían sus ojos.
Con esas palabras, Renato se encargó de encender un
fuego en su interior; aunque, intentó ignorar el latido de
excitación que empezó a retumbar en su vientre.
—También estoy contando las horas para que estemos a
solas… Me seduce la idea de escaparnos —confesó con la
voz ronca—, pero también quiero disfrutar este momento.
Renato le tomó la mano y entrelazó los dedos.
—Disfrutemos de nuestra boda —acordó y cogió un par
de copas de champán, le dio una a ella.
Brindaron mientras se miraban a los ojos y sonreían. Aún
no se terminaban la copa, cuando a su mesa llegaron
Samuel y Thor.
A Samira, aún le intimidaba un poco tratar con algunos
miembros de la familia de Renato, sentía que era muy
pronto para asimilar que ahora formaba parte de una familia
tan poderosa.
—¿Podemos acompañarlos un momento? —preguntó
Samuel.
—Sí, claro, tío —dijo Renato, señalando la silla de en
frente.
—Gracias —comentó Thor, sonriendo ampliamente, sus
ojos azules brillaban por el gesto.
Se quedaron ahí conversando, le contaron a Samira
algunas anécdotas familiares, en las que Renato estuvo
involucrado, cuidando bastante de no avergonzarlo.
Dejaron de hablar cuando llegó el momento de que
Samira lanzara el ramo.
—Esta vez, Violet no participará, porque ya se ha llevado
un par de buqué de las novias de la familia, es hora de que
le dé la oportunidad a otras —dijo Samuel, yendo en busca
de su hija menor, que seguía bailando. Aún no sabía de
dónde sacaba tanta energía esa muchachita.
Renato y Samira se miraron y sonrieron.
—Espero que no seas tan celoso con nuestras hijas…
—Nuestras… Entonces, quieres más de una —intervino
Renato, mientras le acariciaba la espalda.
—La verdad, no lo sé. Es muy pronto para hacer esos
planes, ¿no crees?
—Sí, tenemos que recuperar muchos años de placer,
disfrutarnos…; entregarnos al amor y a los momentos
especiales en pareja, para después poder hacerlo como
padres. —Dejó de acariciarle la espalda y buscó su mano; al
entrelazar los dedos, se llevó la unión a los labios y le besó
el dorso, sin dejar de mirarla a los ojos.
Estaba tan enamorado que no podía creer que ella
estuviera a su lado, ya como su esposa.
Caminaron hasta el lugar donde Samira haría el
lanzamiento del ramo. No pudo evitar reír al ver que Violet
estaba entre las candidatas, de nada sirvió la petición de su
padre, la jovencita hizo lo que quiso.
En medio de risas y suspenso, el ramo terminó en las
manos de Luana, la hija mayor de Alexandre, quien fue
felicitada por todas las que no corrieron con su misma
suerte.
La celebración continuó por varias horas, pero los novios
decidieron retirarse antes de que los invitados se
marcharan. Ellos se irían al hotel, a la habitación de Renato,
ya que antes del mediodía partirían a Italia.
—¿Me prometes que estarás bien? —Le preguntó Samira
a Vadoma, mientras le daba un abrazo de despedida.
—Sí, mi estrella, no te preocupes, ve tranquila. —Le dio
su palabra. Daniela debía regresar a Chile, en un par de
días, pero Romina y Víctor, pasarían con frecuencia por el
apartamento, a visitarla.

Además, Thais también estaría al pendiente y, aunque en


principio se ofreció para quedarse con Vadoma, la gitana no
quiso, porque no necesitaba tanto cuidado, ella bien podía
valerse por sí misma.
—De todas maneras, la señora Estela no faltará; déjala
que te ayude con la limpieza, ese es su trabajo. —Le recordó
Samira, ya que su abuela era demasiado obstinada y no
quería que nadie más se encargara de organizar, cocinar y
limpiar el apartamento. Todavía no entendía que Samira
necesitaba recurrir a ese tipo de ayudas, porque la mayoría
del tiempo lo pasaba fuera de su hogar.
Vadoma asintió, aunque no muy conforme.
—Estaré bien.
—Te quiero mucho, igual puedes llamarme en cualquier
momento.
—No, eso no lo haré, a menos que sea una emergencia.
Porque estos días tienes que dedicarlos a tu marido. Sé que
todo se dará naturalmente, no estés nerviosa y será más
fácil. —Le recomendó.
—Abuela… —Samira sintió la férrea necesidad de
confesarse; pero, una vez más, le ganó la cobardía y calmó
a su conciencia al recordarse que, a estas alturas, no tenía
sentido decepcionarla—. Sé que será fácil, porque Renato es
el hombre de mi vida, lo amo y nada deseo más que
complacerlo —dijo, sonriéndole.
—Eso me alegra, cariño, me alegra no ver terror en tu
mirada y sí una firme convicción en tus palabras —comentó,
porque aún tenía muy presente lo traumático que fue para
ella la prueba del pañuelo.
Samira le dio un beso en la frente y luego dirigió a la
mesa donde se encontraban sus suegros, su cuñado, los
abuelos y tíos de Renato, de quienes se despidió en medio
de pícaros consejos; mientras, su marido se acercó a
despedirse de Vadoma.
—Espero que tengan buen viaje, muchacho. Recuerda, he
puesto en tus manos lo más valioso que tengo. Sé
cuidadoso con ella y tenle un poco de paciencia.
—También es lo más valioso para mí —dijo Renato con
certeza—. No se preocupe, la trataré como a una reina.
—Creo en tu palabra —asintió y se sorprendió cuando él
se acercó y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias por darme su confianza. Como se lo he dicho
otras veces, no voy a defraudarla —aseguró, mirándola a los
ojos.
Luego, los novios se tomaron de la mano y caminaron
hasta el carruaje. Renato la ayudó a subir; ya sentados, se
despidieron de todos con ademanes y sonrisas.
El carruaje los acercaría hasta el coche que los llevaría al
hotel, para pasar su noche de bodas.
CAPÍTULO 74
La habitación que Renato, había sido decorada para
complacencia de los novios, a pesar de que iban a pasar
pocas horas ahí. Había adornos florales, una botella de
champán, un par de copas, fresas y velas.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Renato vio
frente a su habitación al mayordomo, por lo que, en cuanto
salieron del ascensor, tomó a Samira en brazos y ella soltó
un gritito de sorpresa, pero se aferró con las manos al cuello
de su esposo y rio emocionada.
—Ten cuidado de no pisar la cola del vestido o
terminaremos dándole un espectáculo bastante ridículo al
mayordomo —dijo sin parar de reír.
Renato ralentizó los pasos y miró, para asegurarse de
que los volantes del vestido mantuvieran una distancia
segura de sus pies.
—No tenemos problemas —aseguró con una sutil risa,
aunque eso no era suficiente para expresar su estado de
plenitud.
—Bienvenidos ¡Muchas felicidades! —dijo el mayordomo
que les abrió la puerta.
—Gracias —dijeron al unísono.
—Esperamos que disfruten de su noche de bodas. —
Cerró la puerta, dejando a la pareja en la privacidad que
deseaban.
Una vez que la puerta se cerró, Samira buscó la boca de
Renato, mientras que él caminaba con cautela y lentitud
hasta la cama, donde se sentó con ella en su regazo. Se
besaron tanto como quisieron y también compartieron
profundas miradas acompañadas de sonrisas.
—Quiero que me ayudes a quitarme el vestido, a pesar
de que es hermoso y me encanta, no quiero tenerlo puesto
un minuto más.
—Será un placer —esbozó lentamente una altiva sonrisa
y mantuvo los ojos fijos en los de ella, mientras deslizaba la
palma de su mano por la espalda.
Samira dejó escapar un suspiro y respiró hondo, pero sus
pulmones no consiguieron llenarse por completo.
Renato se tomó su tiempo y siguió bajando con la mano
hasta el borde del vestido, donde sus dedos tropezaron con
un botón; lo liberó y siguió con la cremallera que sujetó
entre el índice y el pulgar, y la bajó lentamente.
Samira se levantó de su regazo y le ofreció la mano, para
que él también se pusiera de pie, lo que hizo sin resistencia
alguna.
Renato llevó sus manos al cuello de Samira y se acercó
para volver a besarla, mientras le acariciaba las clavículas,
metió los dedos por debajo del vestido y lo fue arrastrando
con lentitud. Ella se encargó de ayudarle al sacar los brazos
de las mangas.
Él se apartó un poco, para ver sus pechos pequeños y
blancos, adornados por los pezones escarlata; los cubrió con
las palmas de sus manos, pudo sentirla estremecerse con
un temblor rápido y profundo.
—Te amo. —Le reafirmó y bajó hasta su cuello para
permitirle a sus labios el deleite de saborear la piel suave de
su mujer.
—¿Puedo empezar a desvestirte o me harás sufrir mucho
más? —murmuró Samira, con los ojos cerrados y ladeando
la cabeza, para brindarle a la boca de Renato un mejor
acceso a su cuello.
—Soy completamente tuyo, tú decides qué, cómo,
cuándo y cuánto hacer conmigo. —Le dijo entre besos y
lamidas, al tiempo que sus manos bajaban el vestido,
dejando a Samira solo con el tanga de hilo y los zapatos.
Sin esperar, Samira le quitó la chaqueta del esmoquin y
luego siguió con la pajarita.
—Puedes ayudarme, porque esta vez llevas muchas más
prendas que yo. —Le pidió Samira, sonriendo, mientras
tiraba de la pajarita.
Renato se mordió el labio, después sonrió, porque Samira
tenía razón. Empezó a desabotonarse el chaleco, casi
enseguida, ella acudió a auxiliarlo.
—Noto que tienes prisa —dijo él, haciendo sus
movimientos más enérgicos, para empezar a desvestirse
más rápido.
—Sí, no te haces una idea de cuánto te deseo.
—Está bien, porque no va a ser lento… No ahora, no
podré permitírmelo. —Llevó sus manos a las nalgas de
Samira y la apretó contra sí, para que percibiera su grado
de excitación—. ¿Podrás seguirme el ritmo?
—Hasta ahora no me ha costado —dijo con los ojos
brillantes y fue el momento de ella, para atacar con su boca
el cuello de Renato.
—Eso me gusta —sonrió él, la sujetó por la cintura y le
arrancó un gemido cuando, alzándola, llevó su boca ansiosa
a los pechos de Samira.
El contacto fue abrasador, húmedo y caliente cuando su
boca se abrió sobre el pezón izquierdo. Una sacudida
eléctrica envenenó la sangre de Samira e hizo que sus
latidos se desbocaran. Echó la cabeza hacia atrás, sacó más
su pecho, ofreciéndoselo a su marido, para que lo devorara;
y le rodeó la cintura con las piernas.
Samira gemía y jadeaba al sentir el roce de los labios de
Renato sobre su piel, sus ligeros mordiscos y el deslizar de
su lengua. Cada pequeña fricción o respiro le producía un
placer único que la hacía temblar, despertando sensaciones
que atravesaban su cuerpo y le hacían pedirle más.
Renato giró con ella y cayeron en la cama, con la boca de
él sobre la suya, al tiempo que ella tiraba de la camisa y él
se desabrochaba los pantalones.
Cuando Renato se levantó, para terminar de deshacerse
de sus prendas, Samira se quitó los zapatos y los lanzó a
algún punto de la habitación, luego levantó las caderas y se
sacó el tanga de hilo, igualmente lo dejó caer, pero a su
lado; para seguir con el peinado, se deshizo de las flores y
se soltó el cabello, porque quería estar lo más cómoda
posible.
Él volvió ya desnudo y se acostó suavemente sobre ella,
la hizo sentir cómo el ardor de la piel contra la piel la
atravesó, como una tormenta de fuego.
Sus manos y su boca eran impacientes; llevada por el
deseo, recorría con caricias urgentes la fuerte espalda,
besaba y chupaba sin reparos.
A Renato, el deseo lo cegaba y le quitaba el aliento.
Ninguna ansiedad había sido nunca tan aguda, tan intensa y
voraz; solo sabía que, si no saciaba sus ganas de Samira en
ese momento, podría morir.
Recorrió con sus manos las largas piernas, podía sentir la
energía que latía en cada poro de su piel; y los gemidos con
que lo deleitaba hacían que la sangre le bullera en las
venas. Apasionado, alzó las caderas de Samira y hundió su
rostro entre los temblorosos muslos.
La visión de él entre sus piernas fue como un golpe
visceral. Ella tragó y dejó que su mirada hambrienta se lo
comiera, supervisando cómo separaba sus pliegues, atenta
a lo que estaba por descubrir; luego, él levantó la mirada y
esos intensos ojos azules hicieron que un rubor caliente
subiera por su cuerpo. Su corazón no empezó a correr más
rápido, sino que se salió de control y se balanceó en un
mareo de excitación, que le robó la cordura; entonces,
levantó un poco más las caderas, acercando su centro a la
boca de su marido.
Las musculosas manos de Renato, se deslizaron
alrededor de su cintura, para sostenerla y mantenerla a su
disposición, la sensación y el sabor de sus resbaladizos e
hinchados pliegues lo aceleraron al máximo. Su pecho
apenas podía contener el latido de su corazón.
Samira se sentía hinchada, necesitada, dispuesta a
rogar, si servía de algo. Pero él, simplemente, le rozó con la
punta de la lengua, dando a su clítoris el más sutil tacto.
—Mi amor… —chilló, ansiosa.
—Poco a poco.
Samira anhelaba más de la sobrecarga sensorial, acarició
sus propios pechos, pero no fue suficiente para aliviar el
roer incesante de su necesidad. Deslizó sus manos por su
abdomen, hacia los pliegues húmedos, en busca de alivio.
Renato la sostuvo por la muñeca, antes de que pudiera
siquiera rozar sus pliegues.
—No, amor… Esta noche, quiero hacerlo yo. ¿Puedo? Solo
te pido un poco de paciencia.
Samira asintió, temblorosa y deseosa; entonces, Renato
se incorporó y a ella no le dio tiempo de asimilar que, por
culpa de su impaciencia, estaba desistiendo de su intención
de llevarla a la gloria a través del sexo oral.
Renato estrelló su boca contra la suya y merodeó por el
interior, la posesión era evidente, a medida que hizo el beso
más profundo. Sin previo aviso, sus dedos se deslizaron en
la hendidura mojada y se metieron dentro. Ella gritó su
placer en su boca.
—Te sientes tan bien —musitó Renato, contra sus labios.
Sus dedos resbalaban sin dificultad, gracias a lo mojada que
estaba.
Sus dedos jugaron con ella a la perfección, sabía
exactamente cómo hacerla gritar. Su toque pérfido se
deslizó a través de ese punto sensible en su interior,
presionando y frotando, al tiempo que con el pulgar tocaba
su clítoris hinchado.
Cubrió los gritos ahogados de su mujer con un beso. Ella
clavó las uñas en sus hombros, y él siseó.
—¿Lista para venirte? —No necesitaba preguntar, él lo
sabía, lo sentía en las contracciones en torno a sus dedos,
pero quería que ella lo dijera.
—¡Sí!... sí, ya casi…
En lugar de complacerla, retiró sus dedos y los pasó a
través de la hendidura, mojando más los hinchados
pliegues, pero la calmó al cubrirla con su cuerpo y con la
presión de su pecho caliente contra los senos turgentes,
hundiéndola más en el colchón. Con sus muslos, separó más
los de Samira, para acomodar sus caderas, mientras que
con sus manos la instaba a abrirse más.
La anticipación la sofocó, lo quería profundo, tan dentro
como para convertirse en uno solo.
—Esta noche, le haré el amor a mi esposa —prometió con
una sonrisa teñida de lujuria—. Quiero hacer tantas cosas
pecaminosas, darte placer de todas las maneras posibles…
—Le acunó la cabeza entre sus manos y se encontró con su
mirada verde musgo, ahogándose—. Pero en este instante
tengo que estar dentro de ti —gruñó anhelante.
Samira intentó asentir con la cabeza, pero él la sujetó
con demasiada fuerza, la cubrió bajo el calor intenso de su
cuerpo y su propio deseo. Ella jadeó con ganas, esperando
que cumpliera su promesa.
Sus miradas se conectaron y las siguió su corazón. Ese
salvaje sentido de conexión, de pertenencia, la invadió.
Samira no podía escapar de sus brillantes ojos cerúleos,
más de lo que podía de su anhelo por él.
—Te siento por todo mi cuerpo. En cada uno de mis poros
—confesó con la voz quebrada por el deseo, mientras se
aferraba con fuerza a su espalda.
Entonces, dejó de pensar, cuando Renato la sujetó por
las caderas y se alzó hacia adelante, enterrándose todo
cuanto podía dentro de ella.
Ella soltó un gruñido por la deliciosa intrusión, por
sentirlo así, sin barreras de látex que aminoraban ese placer
de percibir su calor, la textura de sus venas y la suavidad de
su piel o la humedad de la lubricación.
Diez días antes, ambos estuvieron de acuerdo que para
ese día la mejor manera de entregarse era sin ningún
preservativo de por medio, por lo que, recurrieron a otros
métodos anticonceptivos.
—Dios, me estás matando. Eres maravillosa, Samira. —
Se retiró, luego empujó de nuevo; esta vez, un poco más
profundo.
Samira jadeó por la intensa penetración y le enterró las
uñas en los hombros. Se retorció debajo de él y levantó un
poco más las caderas, succionándolo con un sensual
movimiento de su pelvis.
La sensación de él, enterrado en su cuerpo, desató una
nueva oleada de necesidad y una ola de calor en su pecho.
Cuando se miraron a los ojos, Samira recordó su primera
noche juntos, y un torrente de recuerdos la inundó.
Renato se apartó un poco, para no aplastarla con su
peso, pero ella se aferró a él, no quería que se alejara ni un
milímetro de su piel.
Él movió sus brazos bajo el delgado cuerpo, curvando las
manos en sus hombros, sujetándola. Luego, con un rugido,
penetró hasta el fondo; una, dos, tres veces, hasta que
perdió la cuenta.
La sensación que Renato provocaba con sus empujes era
calcinadora, luego explotó a través de su cuerpo y se movió
con él, abriéndose por completo con un grito.
Sus piernas envolvieron la cintura de Renato, en un
intento de agarrarlo más apretado, manteniéndolo más
cerca, más dentro, más suyo.
Él gimió y jadeó, hundiéndose cada vez más; luego, aún
más profundo. Tomó velocidad, estableciendo un ritmo duro,
mientras la miraba a los ojos. Cada pensamiento y
sensación fluía de su cuerpo al de ella, luego de vuelta otra
vez. Y Samira sabía que él podía leer todos sus
sentimientos.
Ella se tensó. ¿Podría entregarle tanto de sí misma?
—Renatinho, te amo…, te amo tanto. —Cerró los ojos. Lo
que sentía por él era demasiado íntimo, demasiado real,
demasiado profundo; estaba en todos lados, solo Renato
podía llenarla con algo tan persistente, dulce y anhelante.
—Mírame, cariño mío —susurró agitado, producto del
empuje constante de sus caderas.
Hizo lo que pidió, fundiendo su mirada en esos hermosos
ojos azules de pupilas dilatadas. Se mordió el labio,
preparándose para la avalancha de sentimientos que la
arrasaría. Sintió el placer retumbar en sus entrañas, como
las sordas sacudidas de un volcán… Entonces, sin
contención alguna, explotó.
Arañó su espalda y, gritando su nombre, se deshizo en
mil pedazos, su corazón latía por él y su alma estaba
completamente dispersa por el placer.
Renato la sujetó con más fuerza, apretando sus cabellos
con una mano y usó el otro brazo para envolverle la cintura,
acoplándose con ella en todas las formas posibles, era su
instinto más básico. Cerró la boca sobre la de ella y se dejó
arrastrar por el dulce calor.
El orgasmo lo aplastó.
Aunque su corazón estaba a un latido de estallar, la
mantuvo más apretada, enterrando su cara en su cuello,
mientras la tormenta bramaba dentro de él.
—¡Sí! Samira, sí... —Su pulso tronaba en sus oídos y no
sentía nada más que un éxtasis cegador y a Samira.
Con las respiraciones agitadas y los cuerpos sudados,
volvieron a mirarse a los ojos y empezaron a reír.
—Te amo, mujer —dijo sin aliento y se dejó caer sin
fuerzas al lado de ella.
Samira se llevó las manos en el pecho, quería contener
su corazón que quería sacar sus alas y volar por toda la
habitación. Luego, empezó a sollozar y se llevó las manos a
la cara.
—Amor, ¿qué sucede? —Renato se levantó, preocupado y
asustado—. Samira.
—Ven aquí. —Ella estiró los brazos hacia él—. Abrázame.
Renato así lo hizo, volvió medio cuerpo sobre el de ella y
la abrazó con fuerza.
—¿Qué sucede?
—No me sueltes, no lo hagas nunca… Te necesito tanto,
Renato. Eres todo lo que tengo, lo único seguro… Me sentí
sola y perdida por tanto tiempo. No quiero volver a sentirme
así.
—No dejaré que vuelva a pasar, estoy aquí contigo y
para ti.
—Soy una tonta por llorar cuando debería estar riendo…
—Hace poco reímos. —Rodó con ella y la puso sobre su
pecho—. Pero si necesitas llorar, hazlo, no reprimas tus
emociones…
—Estoy muy feliz, aunque esté llorando, no sé por qué lo
hago, si me siento en paz… Esa paz que solo tú me das.
—Tú también eres mi paz, mi equilibrio, mi cable a tierra;
eso y mucho más, por eso nunca voy a alejarme de ti. Tú y
yo, juntos en las buenas y en las malas —susurró mientras
le acariciaba el pelo.
—Juntos —musitó ella y empezó a sentir el agotamiento
de ese día—. Mi payo.
—Mi gitana. —Él también estaba quedándose sin
fuerzas.
—No dejes de abrazarme, aunque te duermas.
—No te soltaré —prometió—, pero tú tampoco lo hagas.
Samira removió la cabeza sobre el pecho y cerró con uno
de sus brazos la cintura de Renato.
Así abrazados y exhaustos se quedaron dormidos.
CAPÍTULO 75
Renato despertó con el peso de la cabeza de Samira
sobre su hombro izquierdo, tenía el brazo entumido y el
hombro adolorido; aún así, prefería cortarse la extremidad,
antes que despertarla.
No tenía idea de qué hora era, pero ya era de mañana,
porque la débil luz del amanecer se colaba por debajo de las
cortinas. Luego de barrer la habitación con la mirada, volvió
a posar sus ojos en el rostro de su hermosa mujer; empezó
a acariciarle el pelo. No se cansaba de hacer eso, de sentir
en las yemas de sus dedos la suavidad de esa melena
castaña, porque le daba una sensación de paz que lo
embriagaba.
Deseaba hacerle el amor una vez más, perderse en el
sexo: en el sexo ardiente y sudoroso, o en el lento y dulce.
Sabía que ella aceptaría, si se lo pedía. Podía despertarla y
excitarla antes de que se despejara. Se abriría para él y
gustosa lo recibiría en su interior, cabalgaría con él. Pero
Samira necesitaba dormir, los últimos días habían sido
bastante intensos con todas las ocupaciones en los detalles
de la boda.
Además, él también quería disfrutar de ese momento,
era la primera vez que amanecía junto a ella, después de
tantos años; y era una sensación tan mágica que casi no
podía creérselo. Le acarició la mejilla que ya había perdido
el arrebol de la excitación, ahora lucía pálida y suave. Siguió
su adoración, apenas usando el pulgar, se dedicó a la tarea
de volver a contar sus pestañas, las que aún tenían rastros
del rímel, y en sus suaves párpados también había huellas
de los colores con que la maquillaron y el negro delineado.
Minutos después, ella se removió y él se quedó inmóvil,
hasta contuvo la respiración, para no despertarla, pero de
nada sirvió, porque Samira abrió sus hermosos ojos
hechiceros.
—Buenos días —gimió risueña, volvió a cerrar los ojos y
se acurrucó contra el costado de su marido.
—Buen día, mi amor. —Le besó la cabeza.
—¿Qué hora es? —preguntó, reconfortada con el calor
que desprendía el cuerpo de su marido.
—No lo sé, pero ya es de mañana —contestó, al tiempo
que apretaba más su abrazo.
—¿Y a qué hora es el vuelo?
—A las once, debo cerciorarme de la hora —gimió sin
muchas ganas de salir de la cama. No tenía idea de dónde
estaba su móvil, y no perdería tiempo en buscarlo; decidió
comunicarse con la recepción y preguntar.
Estiró la mano y se hizo del teléfono.
—Ojalá no sea tan tarde, así nos da tiempo de hacer el
amor —musitó Samira con una sonrisa pícara y una
provocadora sonrisa, sobre el pecho de Renato.
Ante semejante propuesta, él trago grueso y enseguida
su sangre empezó a viajar rauda a su pene.
—Buenos días, señorita, ¿podría decirme la hora? —
solicitó, al tiempo que le dedicaba una mirada penetrante a
Samira y bajó su mano por la espina dorsal, sintiendo cada
vertebra, hasta llegar a la nalga y se la apretó—. Gracias,
no. Está bien, muchas gracias. —Soltó un resoplido de
frustración—. Cariño, cambio de planes, debemos darnos
prisa. —La soltó, pero le dio un par de palmaditas.
—¿En serio? —gimió frustrada.
—Sí, muy en serio, amor; nos toca correr, son las nueve y
cuarenta. Debemos ducharnos, vestirnos, chequear la salida
e ir al aeropuerto… —Le dio un beso en la frente y, muy en
contra de su voluntad, la soltó para poder salir de la cama.
—Pero podemos irnos un poco más tarde, tenemos el
avión disponible. —Se levantó y entonces fue consciente de
lo dolorido que estaba su cuerpo, pero era ese dolor
producto del encuentro sexual, que soportaba con placer.
—Tenemos avión disponible, pero no depende de
nosotros los permisos del aeropuerto. Tenemos que llegar a
tiempo.
—En ese caso, ve a ducharte primero…
—¿Te parece si lo hacemos juntos?
—No, no es buena idea; eres una tentación irresistible,
cariño.
Renato disfrutó de la desnudez de ese cuerpo esbelto, las
piernas largas, la cintura tan pequeña y sus pechos hechos
perfectamente para las palmas de sus manos.
—Ven aquí. —La sujetó por la mano y tiró de ella, hasta
hacerla chocar con su cuerpo—. Son solo dos horas y media
de vuelo… Volveremos a hacer el amor antes del
almuerzo… Te lo prometo.
—Payo, tendrás que cumplirlo, aunque nos toque
improvisar en el baño del Galileo Galilei —dijo mientras
agarraba una almohada del suelo y la dejaba en la cama.
—El avión tiene habitación —dijo sonriente—. Jamás en la
vida volveré a hacerte una promesa que no pueda cumplir.
—Le sujetó la barbilla y le dio un beso en los labios.
Samira plegó los labios en una sonrisa extasiada.
—Entonces, no perdamos tiempo, tenemos que llegar
cuanto antes a ese avión.
Él también le sonrió y empezó a dar pasos hacia atrás,
dirigiéndose al baño.
—No tardaré, señora Medeiros —dijo juguetón.
—De prisa, señor Medeiros. —Hizo un ademán con las
manos, mientras seguía sonriendo.
En cuanto Renato entró al baño, ella se dedicó a poner
un poco de orden en la habitación. Recogió el vestido y lo
puso sobre el sillón, también lo hizo con las prendas del
esmoquin de Renato. Ya que eso lo enviarían con el chofer
del hotel a su apartamento.
Para cuando Renato regresó de la ducha, con una toalla
en las caderas, como si de un pecado andante se tratara, ya
ella había tendido la cama y dejado sobre el colchón la ropa
que ambos utilizarían para el viaje y que previamente había
sido seleccionada por ellos mismos.
Samira corrió y se duchó tan rápido como pudo, sin
mojarse el cabello.
Veinte minutos después, salieron de la habitación
tomados de la mano y, detrás de ellos, un empleado del
hotel llevaba el equipaje de ambos. Que no era mucho,
debido a que solo estarían una semana en Italia.
Durante el trayecto al aeropuerto, Renato llamó a su
padre para informarle que ya habían salido del hotel y luego
le escribió al piloto, para darle un estimado de en cuánto
tiempo llegarían.
Samira también aprovechó el trayecto para hablar con su
abuela y recordarle que no le hiciera la vida imposible a
Estela.
Llegaron justo a tiempo al aeropuerto, diez minutos eran
suficientes para abordar.
—Señor y señora Medeiros, bienvenidos. —Los recibió el
piloto.
—Gracias. —Samira sonrió nerviosa y complacida de
escucharlo.
Renato le presentó el piloto y la tripulación.
Ella repitió los nombres, para no olvidarlos, y asintió con
cada apretón de manos. No era primera vez que subía a un
avión privado con Renato; sin embargo, ahora lo hacía con
la importancia de ser su mujer y no una amiga de dudosa
reputación.
—Ven conmigo. —Le dijo Renato, sujetándole la mano.
Juntos subieron las escaleras y entraron a la lujosa
aeronave con grandes butacas de cuero beige, mesas y
hasta un sofá. Tenía espacio suficiente para estirarse, ver
una película o echarse una siesta en la habitación, además
de un baño bien equipado.
Se sentaron uno junto al otro, no llevaban ni cinco
minutos de haber despegado cuando, Gisela y Marcos, se
acercaron para ofrecerles comida y bebidas. Solo entonces,
ambos se dieron cuenta de que estaban verdaderamente
hambrientos.
Gisela les ofreció el menú, pero como tenían planeado
almorzar en un restaurante en Pisa, solicitaron alimentos
ligeros.
—¿Quieres más jamón? —preguntó Samira, con el plato a
su derecha.
—Sí, por favor —dijo, luego de darle un sorbo al
capuchino.
Samira pinchó con su tenedor el rollito de jamón y lo
puso en el plato de Renato. Él le agradeció, acercándose y
le dio un beso en los labios, ella se lo saboreó y sonrió.
Comieron en poco menos de media hora y, una vez que
Gisela retiró la mesa, Samira se acurrucó en la butaca y
dejó descansar la cabeza en el hombro de Renato, mientras
él respondía algunos correos electrónicos. Estaba de Luna
de Miel, pero se le había acumulado bastante trabajo y
quería avanzarlos, puesto que, una vez llegaran a la villa, no
volvería a usar el móvil, a menos que se tratara de una
emergencia.
Samira tenía la mirada perdida en cómo Renato escribía
con agilidad sobre la pantalla del móvil y alcanzaba a leer
que se trataba de un análisis sobre ventajas y riesgos; sin
embargo, su atención se dirigió a los dedos largos, de uñas
cuidadas y un grosor perfecto, por experiencia sabía lo
extremadamente bien que se sentían dentro de ella.
Recordar eso hizo que la libido se le disparara.
Lo sentía mucho por su marido, que parecía estar muy
ocupado, pero su necesidad por él, era mucho más urgente;
así que, bajó los pies de la butaca, se metió las manos por
debajo del corto vestido de vaporosa tela amarilla con
estampados florales, levantó las caderas y se quitó las
bragas.
Sin decir ni pedir nada, puso la diminuta prenda en el
muslo izquierdo de su marido y; antes de que él pudiera
asimilar esa propuesta, se levantó, caminó hasta el
dormitorio y cerró la puerta.
Toda la concentración que Renato tenía puesta en el
correo que estaba redactando, se fue a la mierda al ver la
prenda de encaje blanco en su muslo. Boqueó y los latidos
se le dispararon como la reacción más primitiva.
La osadía de Samira acababa de ponerlo como una
locomotora, agarró las bragas y, como el impulso más
natural, se la llevó a la nariz; olía a excitación, a deseo, a su
mujer.
Negó con la cabeza, al tiempo que se levantaba y caminó
raudo donde un encuentro con el placer lo estaba
esperando, y se guardó las bragas en el bolsillo derecho de
sus pantalones. Cuando abrió la puerta, ya estaba tan duro
que no podía hilar algún pensamiento.
Samira salió del costado derecho de la habitación,
sorprendiéndolo como una niña traviesa. Él dio un respingo,
pero enseguida sonrió con una mezcla de alivio y excitación,
la sujetó por la cintura, pegándola contra su cuerpo.
Enseguida llevó su boca a la de él, en un beso febril, que
le hacía temblar las rodillas a ambos; no obstante, a Renato
se le aceleraron mucho más los latidos, cuando la mano de
ella fue a la deriva, debajo de su abdomen, metiéndola
dentro del pantalón y a través de su ropa interior.
Gruñó en el beso, al sentir la mano de Samira
apoderándose de su polla.
—¿Te gusta eso? —preguntó, dejando su cálido aliento en
la boca de Renato, mientras acariciaba la longitud con
parsimonia.
—Sí, mucho…
—Todo el mundo piensa que eres controlado…, recatado.
—Samira se echó a reír y usó su otra mano para
desabotonar el pantalón de lino beige y bajar con lentitud la
cremallera, porque necesitaba más libertad para sus
movimientos—. No lo eres tanto en la habitación… —Una
vez más, le acariciaba de arriba abajo, a un ritmo
vertiginoso, apretándolo; y cuando su pulgar rozó la cima de
su pene, él arqueó la espalda y gimió fuerte.
—Contigo soy todo deseo —gruñó—. Despiertas mi
instinto animal… —Samira redefinía el placer para él.
Prácticamente, cada gota de sangre de su cuerpo se había
acumulado entre sus piernas. La presión era intensa y cada
toque lo llevaba hasta la cumbre.
—Eso me gusta, que me muestres todas tus facetas,
porque las quiero todas…, todas. —Luego se deslizó hacia
abajo, hasta quedar de rodillas.
—No es una buena idea —dijo ahogado con los latidos de
excitación, pero sus manos se introdujeron en el sedoso
cabello, sosteniéndola entre sus piernas. En el primer
contacto de la boca de Samira con su pene, la necesidad lo
atravesó y apretó los dientes—. Oh, Dios.
Mirarla, tenía que hacerlo, no quería perder ningún
momento de la boca de su mujer en él. Ella agitó sus
pestañas, dejándole apreciar mejor sus ojos oliva, vivos y
hechiceros. Su dulce boca sonrojada abierta, con su labio
inferior más voluptuoso, se convertía en el lugar perfecto
para que su pene pudiera descansar.
La lengua de Samia se asomó, deslizándose hacia el
glande y lo lamió; luego, gimió y se saboreó.
—Lo haces muy bien, cariño —elogió con la voz rota por
el placer.
Samira, sonriente, se aventuró y le lamió los testículos,
mientras recorría con el pulgar hacia arriba, la longitud del
pene. Ella estaba haciendo su mejor esfuerzo para poder
acercarlo al éxtasis.
Los puños de Renato se apretaron en el largo pelo.
Samira lo estaba llevando al límite, su control se disparó, su
cuerpo se tensó, apretó los dientes mientras trataba de no
correrse tan rápido. Pero ella volvió a sacar la lengua,
recorriendo toda su longitud y rozó su sensible cresta con
los dientes.
Él siseó ardiendo de placer y en el momento en que la
lengua de Samira acunó su pene, respiró fuerte, debido a la
apremiante sensación que lo desbastaba y le hacía temblar
las piernas. El deseo tensaba todo su cuerpo, mientras
Samira se balanceaba arriba y abajo, brindándole una
preciosa visión.
Samira se llevó la erección hasta el fondo de su
garganta, luego disminuyó, aliviándolo con una fuerte
succión, al tiempo que inhalaba por la nariz, porque sentía
que se ahogaba.
Renato estaba a punto de volverse loco, el deseo crecía
rápidamente, superando los límites de su resistencia y
control. A Samira le había costado menos de un minuto
llevarlo hasta el borde.
Fijó sus manos en su pelo, tratando de que redujera la
velocidad. Dios, si ella continuaba a ese ritmo, no podría
durar mucho tiempo. Y no, no se correría en su boca, porque
necesitaba estar profundamente dentro de la parte más
femenina de ella y embestirla hasta el orgasmo, para
después dejarse ir.
Samira leyó sus pensamientos y antes de que él le
pidiera que se detuviera, liberó su erección y se levantó;
notó en su mirada la duda de querer besarlo; entonces fue
él, quien buscó su boca y le dio un beso arrebatador, en que
el encontró su propio sabor.
Por un segundo, Samira, luchó contra el beso, para poder
respirar, pero él persistió, devorando a fuego lento,
quemándola por dentro. Aunque estaba sometida, decidió
seguir con su plan de ser quien llevara el control.
Le llevó las manos al pecho y lo empujó, instándolo a que
retrocediera.
Renato, con los pantalones y la ropa interior
arremolinada en los tobillos, empezó a ceder a la imposición
de Samira, y daba pasos cortos y cautelosos, en retroceso.
Sonrió ladino cuando su cuerpo se estrelló contra el colchón.
Ella subió a la cama y se levantó el vestidito apenas
hasta las caderas, al tiempo que se posicionaba a
ahorcajadas sobre él y le sonreía con una sensualidad tan
arrolladora que lo dejó sin aliento. Era primera vez que veía
en Samira un gesto tan fascinante.
Ella, con una mano, se apoderó de su erección y la movió
por su longitud de abajo hacia arriba, y viceversa,
posicionándola en su entrada, mientras que, la otra mano,
la mantenía apoyada en su pecho. Ambos contuvieron el
aliento y se mordieron el labio inferior, sin romper la
conexión entre sus miradas.
Él le cedió el control y solo se dedicó a disfrutar de la
placentera sensación que le provocaba ir abriéndose
espacio entre sus húmedas y calientes paredes.
Ella la empujó hacia abajo las últimas pulgadas, encima
de la erección, con un jadeo ahogado que estimuló todos los
sentidos de Renato y le arrancó un ruidoso jadeo, cuando
empezó a mecerse sobre él.
La fricción le hizo morderse aún más fuerte el labio y
cerrar los ojos, pero al momento en que Samira cambió el
ritmo y empezó a cabalgarlo, le arrancó otro gemido de su
garganta, que fue casi como un lamento. Apretó los dientes,
especialmente cuando ella jadeó y le enterró las uñas en su
pecho.
Samira se llevó una mano a la boca, para sofocar los
jadeos que sin control se escapaban, pero no dejaba de
moverse, asegurándose de que su glande golpeara su cuello
uterino con fuerza. No podía ser más profundo ni menos
placentero.
—¿Lo sientes bien, cariño? —preguntó Renato,
enterrando los dedos en sus caderas.
Samira gimió su respuesta. Sonrió y se mordió el labio,
luego asintió.
Él la levantó en una lenta retirada y luego se impulsó con
una contundente embestida, eso le hizo sentir que el placer
quemó sus entrañas.
Samira, totalmente abrumada, quería que ese encuentro
sexual fuera anhelante e inolvidable. Era consciente de que
ella le había sobrecargado de deseo, ahora solo esperaba
que él le diera tregua entre tantas sensaciones. Tenía que
correrse otra vez, a pesar de que su necesidad andaba por
las nubes, no era negociable. Se dejó vencer sobre el
cuerpo de su marido, que de inmediato le envolvió la
cintura con un brazo y con la otra aferró sus caderas.
Renato empezó a penetrarla en profundidad con fuertes
golpes, con la sensación caliente, resbaladiza y húmeda de
ella rodeándolo. Daba una estocada tras otra, llegando cada
vez más rápido.
No tenía suficiente, porque al estar con Samira, el sexo
era mucho más que sexo. Era intenso, increíble. Retener el
placer se hacía más difícil con cada embestida dentro de su
cuerpo, especialmente mientras ella lo apretaba a su
alrededor, jadeando y gimiendo.
—¡Sí! —Samira gritó en su oído—. Amor… ¡Oh, Dios!
¡Renato!…
Oírla gritar su nombre mataba su autocontrol. Quería
extender este espléndido placer en ella por horas, días. Pero
el calor del éxtasis era como combustible que lo quemó con
fuego líquido. La presión y la necesidad consumían su
compostura y, por más que quisiera, no podía contenerse
más; sintió cómo la base de su espina dorsal le cosquilleó.
Afortunadamente, Samira estaba acoplada a él, iban al
mismo ritmo, empezó a sentir las contracciones
succionando su pene, mientras ambos se repartían besos
desesperados por sus caras.
Renato se aferró a ella, mientras la penetró tan profundo
como le fue posible, llegando cerca de su cuello uterino.
Codiciosamente, por un momento, se imaginó a Samira a
su lado en la cama todas las noches, en su casa, con su hijo
hinchando su vientre, su futuro con ella. El pensamiento
reventó su autocontrol y el orgasmo se estrelló sobre él. La
visión de su vida junto a ella seguía bailando en su cabeza y
explotó profundo dentro de su cuerpo.
Después del último estremecimiento, su vista se aclaró,
para apreciar el justo momento en que el rostro de su mujer
se transformaba por el placer y le llenaba los oídos de
lloriqueos extasiados, mientras se sacudía entre sus brazos.
Segundos después, Renato se deleitaba con la sensación
de sentir los latidos de sus corazones sonando uno contra el
otro, sus cuerpos laxos y exhaustos seguían abrazados;
mientras le acariciaba suavemente con una mano, de arriba
abajo por la espalda.
—Promesa cumplida, payo. —Samira rompió el silencio
con una risita extasiada y se incorporó, para poder mirarlo a
la cara.
—Bueno, ahora prometo que, antes de que termine el
día, volveremos a hacerlo —dijo acariciándole la mejilla—. Si
eso cumple tus expectativas, mi gitana.
—Creería que sí —gimió—. Pero si no es muy exigente de
mi parte, me gustaría recibir el primer orgasmo de mañana,
en cuanto el reloj marque las doce.
—Lo primero que haremos al llegar a Pisa, será comprar
bebidas energéticas, porque eso pienso cumplirlo.
—¿Cuánto falta para llegar hasta allá?
Renato levantó la muñeca izquierda, para mirar la hora
en el reloj.
—Media hora, más o menos.
—Entonces, es hora de volver a las butacas —masculló,
sin ánimos de querer levantarse de encima suyo. Se sentía
demasiado bien estar así—. ¿Trajiste mis bragas?
—Están en el bolsillo de mi pantalón. —Renato asintió,
aunque tampoco estaba convencido de volver, pero no les
quedó más remedio que levantarse e ir al baño, asearse,
cepillarse los dientes y volver a sus asientos.
CAPÍTULO 76
El avión privado aterrizó en el Aeropuerto Internacional
Galileo Galilei, en Pisa, a la hora que se había previsto.
Bajaron tomados de las manos, agradecieron al piloto y a
la tripulación, se despidieron y caminaron hasta donde los
esperaba una SUV Maseratti Levante Trofeo, de un hermoso
negro mate.
El hombre que esperaba junto al vehículo, les dio la
bienvenida, le tendió la llave a Renato y le informó sobre las
óptimas condiciones del automóvil.
Un miembro de la tripulación se encargó de traer el
equipaje y dejarlo dentro del maletero.
Renato conduciría, pues nunca le habían gustado los
choferes, fue algo que solo soportó de niño, porque tenían
que llevarlo a la escuela, pero desde los dieciséis, que
aprendió a maniobrar un volante, no volvió a requerir de los
servicios de alguien más. No iba a permitir que un extraño
coartara la privacidad que deseaba tener con su mujer.
—¿Qué quieres hacer primero? ¿Vamos a almorzar? —
preguntó y pulsó el botón de encendido en el salpicadero de
cuero rojo.
—Es mi primera vez en Pisa. —Terminó de abrocharse el
cinturón y se volvió a mirarlo—. ¿Podemos ir a la Torre?
—Tus deseos son órdenes, vamos. —Escribió en la
pantalla la dirección y en segundos el GPS mostró las
indicaciones para llegar en trece minutos—. Pero sí has
venido a Italia, lo vi en tu enigmático perfil: «Alma Gitana».
—¡Así que lo has visto! —Sentía cómo la brisa caliente
del verano entraba en la SUV y le agitaba el cabello.
—Sí, la primera vez fue hace un par de años, Raissa te
etiquetó en una foto y mi corazón te reconoció, pero la
razón no quiso creerle; revisé el perfil minuciosamente,
buscando la confirmación de que eras tú, pero luego pensé
que estaba volviéndome loco, así que desistí… ¿Lo tenías
así por mí? No querías que volviéramos a vernos, ¿cierto?
—En parte, sí. Me aterraba volver a verte; porque, muy
en el fondo, sabía que seguía amándote. Y, si te encontraba
por allí, siendo feliz con otra, iba a morir en vida, una vez
más.
—No dejé de amarte, Samira. —Puso la mano derecha en
su muslo y empezó a acariciarle con el pulgar—. Te lo he
dicho, no dejé de hacerlo ni un solo día; solo aprendí a vivir
anestesiado y sin un motivo, porque tú eras y siempre serás
mi motivación, mi meta… No quiero nada más en esta que
estar contigo.
—Bueno, ya me tienes… Así que me gustaría verte
motivado por algo más. —Cubrió con su mano la de Renato.
Él quiso decirle esa visión que tuvo mientras hacían el
amor, pero era muy pronto y ambos estaban demasiado
jóvenes para convertirse en padres. Solo fue una fantasía
producto de la euforia del momento, porque por ahora solo
quería amar incondicionalmente a Samira, ser todo para
ella; bien sabía que en cuanto tuvieran un hijo, su corazón
iba a fragmentarse, para poder amarlos a ambos. Así que,
mejor sería amarla a ella, solo a ella, por mucho tiempo.
—No puedes pedirme eso, estamos en nuestra Luna de
Miel… ¿Crees que algo más que no seas tú, especialmente
desnuda, puede entrar en mi cabeza?
Samira se echó a reír, entrelazó sus dedos y le besó el
dorso.
—Lo acepto, solo porque es nuestra Luna de Miel e
igualmente no puedo pensar en otra cosa que no seas tú,
haciéndome el amor.
Luego, se deslizó en el asiento y subió los pies en el
salpicadero, lo que hizo que el vestido se le subiera y dejara
al descubierto sus piernas, en toda su longitud.
—Si quieres puedes poner música —sugirió él.
—¿Y si hacemos una nueva lista de canciones? Una que
sea solo para esta semana, así siempre nos recordara la
etapa más apasionada de nuestra relación.
—¿Piensas que la pasión por ti, me durará solo una
semana?…
—No me refiero a eso, payo… —Le dio un manotazo a la
mano que se deslizaba con parsimonia desde su ingle hasta
la rodilla, y viceversa—. Más te vale que la pasión por mí, te
dure toda la vida.
—Mi deseo por ti es suficiente para esta y cien vidas
más. No lo dudes —dijo sonriente—. Me parece buena idea,
pon la primera.
—No, yo tuve la idea, te toca a ti dedicar la primera
canción, porque ahora sí son dedicadas, no simples
indirectas…
—Entonces, ¿todas las canciones anteriores eran
indirectas? —preguntó en plan de broma.
—No sé las tuyas, pero las mías, sí… No sabía cómo
decirte lo mucho que me gustabas y; al parecer, no caías en
la cuenta. Más de una vez quise pegarte.
—Te confieso que unas cuantas sí fueron indirectas. —Le
guiñó un ojo con pillería.
Samira le lanzó un beso, porque siempre supo que
Renato empezó a sentir algo más que amistad, desde que
estaba viviendo con él, en Río, pero las inseguridades y
miedos siempre terminaban teniendo más peso y
obnubilaban eso tan bonito que empezaron a sentir.
—Lo imaginé —suspiró aliviada—. Bueno, dedícale la
primera canción a tu esposa.
—Déjame pensar…, porque no podemos dedicarnos
canciones al azar —dijo mientras avanzaba por la calle
Lungarno Giacomo Leopardi, que era franqueada por el río
Arno, en el que se reflectaban perfectamente las
edificaciones de arquitectura románica en sus aguas
quietas, dando la sensación de que se trataba de un espejo.
—Por supuesto que no. —Se cruzó de brazos—. Mientras,
podemos poner la lista de «indirectas». —Buscó su móvil y
lo conectó al vehículo.
—Ya cambió de nombre —dijo él, sonriente.
—Le va mejor. —Ella también sonrió ampliamente y luego
resopló—. Está haciendo bastante calor, ¿prendemos el
aire? —El caliente la tenía sofocada.
—Es mejor —dijo y desde uno de los botones del volante
subió las ventanillas, también aceleró un poco más, lo que
hizo que sus cuerpos se hundieran en los asientos.
Samira encendió el aire acondicionado y exhaló, aliviada.
—Esa canción no estaba —intervino, al escuchar
Girassóis de Van Gogh.
—No, la agregué después, con la esperanza de que la
escucharas.
—¿Por qué?
—Porque era la canción que estaba escuchando cuando
te pillé en el asiento trasero de la SUV.
—¿En serio? —Su pregunta terminó con una corta
carcajada.
—Ya veo que no la recuerdas o ni siquiera le prestaste
atención. —Fingió un tono decepcionado.
—Estaba tan asustada de que mi padre me encontrara y,
para empeorar mi situación, tuve la mala suerte de subirme
en el coche del hombre al que le había robado la billetera…
La verdad, me preocupé más en convencerte de que no me
llevaras con la policía, que en escuchar la canción.
—Que terminaras en mi coche, fue mi día de suerte… —
Deslizó su mano, una vez más, por la pierna femenina.
—Mucho tiempo después, sé que sí… Ese día nos cambió
la suerte para siempre —dijo convencida.
Llegaron y Renato buscó dónde estacionar, tras varios
minutos, consiguió un lugar frente a una farmacia, a un par
de calles de Piazza del Duomo; antes de bajar, cada uno
buscó gafas de sol.
Caminaron tomados de manos, bajo el inclemente sol
toscano; se acercaron a un restaurante y compraron un par
de botellas de agua.
A poco de llegar al histórico edificio, Samira se entretuvo
en los puestos de suvenir, ubicados en la Piazza Daniele
Manin, y se compró un sombrero. Llevaban allí menos de
cinco minutos y ya le picaba la piel de los hombros.
—Imagino que has venido muchas veces —comentó
Samira, mientras pasaban bajo el gran arco de Porta Nuova,
que les daba la bienvenida a Piazza del Duomo.
—¿A la torre?
—Sí.
—En realidad, es mi segunda vez.
—No te creo —rio escéptica.
¿Cómo era posible que hubiese venido solo una vez, a
ver uno de los más grandes íconos turísticos de Italia?
Cuando desde antes de nacer, ese chico tenía la vida
resuelta; por lo menos, económicamente.
—Lo digo en serio, la primera que vine tenía como
catorce años, y me dio un ataque de ansiedad tan intenso,
que mis padres tuvieron que llamar a una ambulancia,
pensaron que era un golpe de calor… En ese entonces, aún
no sabía identificar los síntomas, pero estaba seguro de que
no se debía al calor, sino a tantas personas… —explicó
mientras avanzaban por la calle pavimentada, hacia el
baptisterio, primer edificio del cuarteto histórico—. Desde
entonces, no quise volver.
—Amor, ¿por qué no me dijiste? Será mejor que nos
vayamos, no tienes que enfrentar esto solo por
complacerme… —propuso, dispuesta a dar la vuelta.
—No, cariño. Estoy bien…
—Renato —interrumpió con la preocupación fijada en sus
pupilas.
—Créeme, estoy bien… Esa etapa la superé. La ansiedad
social pude superarla, siempre y cuando no me encuentre
en un espacio reducido o donde haya mucha aglomeración
de personas que se peguen a mí.
—¿Seguro? —preguntó, tocándole el pecho.
—Seguro —afirmó y le dio un beso en la frente.
—De todas maneras, voy a comprar un bastón policial,
para aporrear multitudes. —Se bajó las gafas hasta el
tabique y le guiñó un ojo—. Así nos hacemos espacio.
Renato soltó una carcajada, luego no pudo resistirse a
comerle la boca.
—Vale, queda claro que, en esta relación, tú serás la que
lleve el control.
—No todo el tiempo, guapo… Hay momentos en los que
me fascina que seas tú, quien lo tomes —siguió con su
coquetería—. Pero ahora busquemos un poco de sombra,
este sol va a calcinarme.
Renato siguió sonriendo, enamorado de esa Samira
coqueta y desinhibida; le sujetó la mano y la llevó hasta la
sombra que había tras el baptisterio, donde se hicieron
varias fotos.
Luego descansaron un rato, sentados en la hierba fresca
y a la sombra del histórico edificio, mientras observaban la
catedral y la torre.
Tras unos quince minutos de descanso, volvieron a
ponerse en pie, para seguir recorriendo el lugar. Se hicieron
más selfis y Renato le tomó fotos frente a cada edificio. No,
él no había olvidado lo mucho que a ella le gustaban las
fotografías, mucho menos cuánto le gustaba a él ser su
fotógrafo.
—¿Te gustaría subir? —preguntó ella, con una sonrisa de
puro anhelo.
—Sí, vamos. —Aunque él estuviera algo cansado, jamás
diría que no a los deseos de su amada. Después de todo,
eran experiencias que estaba viviendo por primera vez con
ella.
Se acercaron a la torre, compraron los tiquetes de
entrada, contaron con la suerte de que, al parecer, a la
mayoría de los turistas no les seducía la idea de tener que
subir más de doscientos escalones, para llegar al mirador.
El acceso era tan reducido que debían subir uno detrás
del otro, para poder dejarle espacio a los que bajan; por lo
menos, los escalones no eran tan altos, lo que hacía la
subida menos fatigante.
Renato iba detrás y, más de una vez, se entretuvo
observando el movimiento de su vestidito, por el contoneo
de sus caderas, que lo dejaba sin aliento; estaba seguro de
que era por ella y no por el esfuerzo físico que provocaba
cada escalón que superaba.
—¿Faltará mucho? —inquirió una sofocada Samira,
volviéndose a mirarlo por encima del hombro.
—No lo sé, pero ya llevamos bastante subiendo. Imagino
que debe faltar poco.
—Ya veo por qué pocos la suben —jadeó, sonriente.
Inhaló valor y siguió subiendo.
—Si quieres podemos regresar…
—¡Qué! ¡Ni loca regreso! Si ya hemos subido tanto,
tenemos que seguir. —Estiró su mano derecha hacia atrás.
—Sigamos. —La alentó Renato, sujetando la mano que
ella le ofrecía. Sin duda, la torre desde fuera se veía
inclinada, pero una vez dentro, se sentía demasiado
inclinada y el pasillo que los llevaba a la cima, era no apto
para claustrofóbicos; era angosto y solo lo iluminaba unos
focos de pobre luz amarillenta.
—¡Veo luz al final del túnel! —exclamó Samira, aliviada
cuando pudo notar la luz natural.
Renato soltó una corta carcajada.
Cuando por fin llegaron al mirador, estaban anhelantes y
sudorosos, pero al apreciar las vistas sintieron que cada
escalón mereció la pena.
—Sí que está bastante inclinada —dijo ella, sin dejar de
admirar las grandes campanas—. ¡Qué pena que el terreno
haya cedido!
—Gracias a eso ha adquirido importancia, a través de los
siglos, creando admiración y preocupación, tanto a expertos
como a turistas…
—Tienes razón, a veces, de una equivocación puede
surgir algo extraordinario… Algo así como el brownie.
Renato volvió a reír abiertamente, solo Samira conseguía
hacerlo con tanta facilidad.
—Algo así como que te subieras al coche menos indicado
y terminaras locamente enamorada de ese chofer. —Se
acercó por detrás, sujetándole las caderas y le dio un beso
en el tatuaje de la estrella dorada.
—Algo así —gimió complacida y sonrió—. Solo espero
que tu amor sea tan persistente como la torre; que, a pesar
de los siglos, no ha cedido.
—Si pudiera vivir siglos, lo haría contigo, amándote —dijo
con el mentón apoyado en su hombro, admirando desde ahí
toda la ciudad.
El momento idílico lo arruinó el estómago de Samira, al
hacer un ruido de gorgoteo; ella, por la vergüenza, se llevó
las manos a la cara y empezó a reír. Mientras Renato
también se desternillaba de risa.
—Parece que tiene hambre… —dijo Samira entre risas.
—Ya escuché la protesta —respondió sin dejar de reír y le
dio un beso en la mejilla—. Vamos a por algo de comida.
¿Qué te gustaría?
—¡Estamos en Italia, Renatinho! Pizza o pasta, eso no se
discute.
—Eso es una de las cosas que más me gusta de ti, que
eres decidida, porque para indeciso, yo.
—No eres para nada indeciso y me consta.
Buscó la boca de Renato y compartieron un beso
húmedo, profundo y apasionando, que los dejó jadeando.
—Te amo, mi gitana —murmuró contra sus labios y las
pupilas fijas en esos ojos que tanto le atraían.
—También te amo, pero podría amarte un poquito más, si
nos tomamos unas fotos con estas hermosas vistas. —Sus
labios se plegaron en una brillante sonrisa.
—Vas a amarme muchísimo más, porque nos haremos
todas las que quieras. Voy a conseguir que tu amor por mí,
sea desmedido.
—Ya lo es, pero hagamos de cuenta que no te he
confesado eso. —Le guiñó un ojo.
—Vale.
Se hicieron por lo menos una docena de fotos y luego
empezaron a bajar, esta vez fue mucho más fácil y rápido.
—Buscaré recomendaciones de un restaurante cerca —
dijo Samira, mirando su móvil, mientras caminaba por la
Catedral—. Mira este, dice que está a unos cinco minutos
caminando. —Le mostró—. Parece bien, ¿cierto? Tiene
buenas opiniones.
—Cantina Vasari… Sí, se ve bien, es hacia esa dirección
—dijo, señalando al lado opuesto de donde estaban, ya que
indicaba por detrás de la torre—. Vamos.
Caminaron abrazados, ella rodeándole la cintura y él con
un brazo sobre su hombro derecho; siguiendo las
indicaciones del GPS. Al llegar, se ubicaron en la terraza,
bajo una gran sobrilla roja, franqueada por media pared de
cristal y jardineras.
De entrada, una tabla de embutidos y quesos artesanos,
acompañados de miel de acacia. Luego, a Renato se le
antojaron unos tallarines con trufa negra, y Samira se pidió
unos raviolis de carne caseros, bañados por una salsa de
carne toscana.
Ambos solicitaron de postre un tiramisú. Casi a las siete,
regresaron a la SUV, para iniciar el viaje de hora y media,
hasta la villa.
—¿Puedes prestarme tu móvil? —preguntó Renato, antes
de empezar a conducir.
Samira se lo ofreció y pudo verlo moviendo los dedos
sobre la pantalla.
—¿Qué haces? —curioseó, tratando de mirar lo que
hacía.
—Ya casi termino…, ya casi. —Tratando de ser rápido,
para que Samira no viera.
Se lo devolvió y enseguida el interior del auto fue
inundado por el sonido de un piano, seguido de la primera
estrofa de una canción que para Samira era nueva.

Tal vez sea yo


El hombre más feliz de este planeta
Si cuento con tus besos
Cada vez que se me antoja
También el más afortunado de este mundo
Si cada vez que me despierto
Yo te encuentro aquí a mi lado
Tal vez no exista nada que me importe más que tú
Y me basta con saber que estas allí
Pensando un poco en mí…

—Es la primera canción de nuestra lista de Luna de Miel


—comentó, mientras esperaba su reacción; ella escuchaba
atenta la canción.
—Es hermosa —chilló emocionada y sonrojada—. ¿En
serio te sientes el hombre más feliz del planeta? —preguntó
con entusiasmo.
—Solo cuando estoy contigo.
Samira se desabrochó el cinturón y casi se lanzó contra
él, le rodeó el cuello y le dejó caer una lluvia de besos por el
rostro, para luego terminar en la boca, a la que no solo
besó, sino que también chupó y mordió, llevada por la
euforia.
Renato correspondió con la misma intensidad y se vio
tentado a mudarla a su asiento, pero lo menos que quería
era terminar en una prisión italiana, por cometer actos
inmorales en plena vía pública.
—Por eso tardaste tanto en el baño, la estabas buscando,
¿cierto? —preguntó, ya que mientras esperaban el postre, él
pidió permiso para ir a los servicios y tardó más de la
cuenta; incluso, llegó el tiramisú y tuvo que esperar por él,
como cinco minutos más.
—¿Te pareció que tardé?
—Estuve a punto de ir a buscarte…, pero me contuve; no
quise verme como una tóxica desesperada.
Renato se echó a reír y le dio otro beso rápido.
—¿Nos vamos? —preguntó, porque para poder conducir,
Samira tenía que volver a su puesto y abrocharse el
cinturón.
—Sí, por supuesto, ya quiero llegar a nuestro nido de
amor. —Se acomodó y se puso el cinturón—. Voy a repetirla
—comentó, buscando en su móvil, para poner toda su
atención en la canción.
Renato solo asintió y salió del estacionamiento de la
farmacia. Mientras se reprodujo la canción, Samira emitió
más de un chillido de pura emoción y sus ojos brillaron por
las lágrimas contenidas.

Y tú la vida
En cada beso tú me das la vida
Y tú mi fuerza
Para entender un poco más el mundo donde vivo
Un tiempo para sentirse seguro
Un tiempo donde se puede soñar
Tal vez sea yo
El hombre más feliz de este planeta
Si has hecho con mi vida lo que a ti te dio la gana
También nunca llegué a decirte todo lo que siento…
CAPÍTULO 77

Rodeada de colinas, viñedos y olivares, frente a las


famosas torres de San Gimignano e inmersa en la
tranquilidad de este maravilloso entorno, se encontraba la
villa Sarah, una edificación con todo el encanto de la
arquitectura románica.
En cuanto Samira bajó de la SUV, se sintió especialmente
encantada por el mayor atractivo del lugar: una piscina
infinita construida con piedra de Cardoso, la cual tenía
dentro un jacuzzi, ubicado estratégicamente al extremo
derecho; con unas vistas extraordinarias de las campiñas.
Ella estaba segura de que ahí pasaría mucho tiempo,
sobre todo, al ver que junto a la piscina había una gran
dependencia, con una terraza panorámica, cocina exterior
equipada, zona de bar y una gran mesa, para disfrutar de
una cena al aire libre.
Sin duda, Renato había elegido un lugar perfectamente
romántico, para su Luna de Miel.
Los propietarios les dieron la bienvenida con un buffet,
repleto de todo tipo de quesos. También tenía galletas, pan,
tapas y pan pita; frutas, como: uvas, manzanas, higos,
frutos secos, mermeladas y vinos. Consideró que era
demasiado, solo para los dos.
Lucia y Gabriele, les dieron un recorrido por toda la
propiedad, que se encontraba rodeada de un precioso
jardín; Samira pudo apreciar brevemente todas las
maravillas del lugar.
—Desde aquí podrán trasladarse en coche a las ciudades
más importantes de la Toscana, como: Florencia, Siena,
Lucca y las principales zonas del Chianti —explicó Lucia,
cuando regresaron al gran comedor en la terraza donde
estaba el buffet.
—También se puede llegar caminando a San Gimignano,
está solo a dos kilómetros, a través de los viñedos de
Vernaccia —dijo Gabriele, señalando los campos que tenían
en frente.
Samira quedó encantada con la calidez de los
propietarios de la villa. Renato ya los conocía, porque antes
de ir a Madrid, estuvo ahí por casi una semana.
Pero rápidamente se encontró deseando que se
marcharan, para poder quedarse a solas con su esposo, al
que no le soltó la mano desde que bajaron de la SUV y se
pasearon por cada rincón de ese lugar de ensueño.
Ya su equipaje había sido llevado por Gabriele hasta la
habitación principal, un recinto verdaderamente hermoso,
con todo el encanto toscano. Pisos de madera noble, una
cama doble con cuatro postes de madera y dosel de lino,
sábanas blancas y una colcha verde menta, que creaba un
bonito contraste con los cojines beige; mesas de noche, de
mármol y hierro forjado, a cada lado del gran lecho, un aire
acondicionado para mitigar las altas temperaturas que
estaban haciendo y un televisor bastante pequeño, que ella
estuvo segura de que no iban a prender ni una vez. Tenía
mejores cosas en las que entretenerse.
—Muero por meterme en la piscina —dijo Samira, entre
dientes, mientras sonreía y se despedía los propietarios con
movimientos de su mano.
—Yo también —dijo Renato.
En cuanto Lucia y Gabriele salieron de la propiedad,
Samira salió corriendo hacia la habitación, subió su maleta a
la cama y sacó un bikini naranja.
Poco tiempo después, llegó Renato.
—¿Cuál sunga vas a usar? —preguntó Samira, sacando
varios.
—Cualquiera está bien —comentó mientras se
desabotonaba la camisa.
Ella decidió que el azul del mismo color de sus ojos se le
vería demasiado bien.
Se cambiaron rápidamente, dejaron cargando los móviles
y antes de llegar a la piscina pasaron por el buffet y se
sirvieron un poco de cada alimento, una botella de vino y
dos copas. Lo dejaron todo al borde de piedra que
franqueaba el jacuzzi de la piscina.
—Deja que te ayude —dijo Renato, ofreciéndole la mano,
ya que fue el primero en entrar.
—Gracias, mi amor. —Samira gustosa la recibió y le
sonrió, suspiró encantada al sentir el agua tibia y
burbujeante contra sus piernas—. Esto está demasiado
bueno —gimió cuando se sentó junto a Renato—. Y las
vistas son extraordinarias —comentó con la mirada perdida
en las verdes campiñas y en las torres del pueblo medieval,
en lo alto de la colina.
—Sí, estar aquí es un encuentro seguro con la paz —
concordó Renato, acariciándole con las yemas de los dedos,
la parte posterior del cuello, deleitándose con la suavidad
de los vellos de la nuca.
Pasaron la siguiente hora disfrutando de los bocadillos,
mientras admiraban la extraordinaria puesta de sol, que
bañaba de un tono dorado-naranja los viñedos. Si había algo
que le gustaba a Samira, eran los atardeceres de verano,
porque la calidez de sus colores le regocijaba.
—Voy al baño, ya regreso —dijo ella—. ¿Quieres que te
traiga algo?
—No, estoy bien, solo no tardes. —Le pidió, mirándola a
los ojos y le dio un beso.
Samira salió del jacuzzi, escurriendo agua de su delgado
cuerpo. Renato la siguió con la mirada y cómo el atardecer
también la pintaba, haciéndola lucir como una diosa dorada
con ese bikini naranja. La deseaba como un loco.
Se comió un par de uvas, un triángulo de queso
manchego y bebió algo de vino, antes de que el sonido
potente de una canción proveniente de la terraza se
extendiera claramente hasta la piscina. Y la vio venir
contoneando las caderas, en un baile entre sensual y
juguetona, mientras seguía la letra del tema.
—Please don't tip-toe, come close, let's Flow. Anchor in
me, and get lost at sea, the world's your oyster and I am the
pearl, open Waters, sink into me slowly… —Antes de llegar a
la piscina, se quitó la parte de arriba del bikini y la dejó caer
en el suelo de piedra.
A Renato se le atascó el aliento y el corazón le dio una
voltereta, por lo que, tuvo que tragar grueso. Ver a Samira
en toples, solo para que él pudiera admirar sus turgentes
pechos, le incendió la sangre.
—So baby, come and take a swim with me make me
ripple 'til I'm wavy. Don't be scared to dive in deep and start
a tsunami… Tsunami… —Samira siguió cantando y
avanzando mientras bailaba. A pocos pasos de llegar, se
desató el lazo que ataba la prenda en el costado izquierdo
de sus caderas, luego lo hizo con el lado derecho.
Desnuda, se lanzó y nadó por debajo hasta el otro
extremo, emergió como una sirena y se volvió de frente a
Renato, que seguía en el jacuzzi, embobado, mirándola. Con
la espalda pegada a la pared de la piscina, ella estiró sus
brazos y le hizo un ademán, para que se acercara, mientras
le sonreía con provocación.
Renato no dudó ni un segundo en aceptar su invitación,
se levantó, saltó el muro que dividía al jacuzzi de la piscina
y nadó hasta ella.
Al llegar, la sujetó por la cintura y salió a la superficie
solo para devorarle la boca con el poco aliento que le
quedaba. Samira le rodeó el cuello con los brazos, pegada a
él, correspondió a las ganas de su marido con el mismo
entusiasmo, disfrutando de la intimidad que solo podía
obtener con un beso y aferrada a la calidez que recorría
todo su cuerpo, cada vez que sus labios se rozaban con
tanta intensidad.
Era feliz cuando Renato la abrazaba así, como si temiera
perderla. Cuando sentía que no podía contenerse más y
terminaba abruptamente el beso, se equivocó; solo se
apartó lo suficiente para agarrar una bocanada de aire.
—Imagino que esa es la segunda canción de nuestra lista
especial.
—Así es —afirmó. Samira tragó saliva, porque él lucía tan
irresistible y masculino, ahora que estaba casi desnudo, su
poderío era patente en su pecho, en su abdomen, en cada
protuberancia de sus hombros, en cada músculo y en las
venas que recorrían sus brazos.
—Yo todo romántico y tú toda lujuriosa —dijo sonriente y
con el ardor brillando en sus ojos.
—Es tu culpa. —Samira se soltó del cuello y fue bajando
las manos por la fuerte espalda, hasta llegar al borde del
sunga y las metió por dentro, aferrándose las duras nalgas.
Le fue imposible no morderse el labio, producto de la
sensación de ese toque.
—Quítamelo —pidió él, sin dejar de mirarla a los ojos y
con su aliento sobre los labios entreabiertos de ella. El tono
grave de ese murmullo dulce y bajo hizo que surgieran
cosquillas en el cuerpo de Samira, sobre todo, en lugares
insospechados—. Necesito más de ti —exigió, sujetándole
con más fuerza—. Ahora. —Su mirada azul permanecía fija
en ella, una promesa de éxtasis ardiente, una silenciosa
declaración de su intención de satisfacerla hasta que
estuviera lánguida y gimoteando.
Samira ya temblaba, el deseo latía entre sus piernas y la
sangre ardía en sus venas. No podía esperar a sentirlo
dentro, muy profundo en su interior.
A continuación, bajó con un tirón casi brusco la única
prenda que Renato llevaba puesta y él le ayudó con el
movimiento de sus piernas. Ambos quedaron
completamente desnudos y a merced del placer.
—Abre —pidió Renato, llevándole las manos a los muslos
y los separó, para posicionarse en medio de ellos.
Samira lo agarró por los hombros, sintiéndose mareada,
abrumada, apenas podía respirar. Él volvió a besarla, sentía
que estaba en peligro de perder la cabeza; y no le
importaba. Ella solo necesitaba más de ese volátil paseo de
placer que solo su marido podía ofrecerle.
—Eres mi propio y personal pedazo de cielo —murmuró
Renato, mientras le besaba el cuello y se friccionaba contra
los labios vaginales, al tiempo que separaba más
ampliamente los muslos de Samira.
En el momento en que la penetró, ella emitió un grito
ahogado; ese sonido amortiguado lo elevaba más alto, más
cerca de ese lugar donde él perdería el control.
Samira boqueó y cerró sus manos en el pelo mojado.
El aguijonazo de dolor en su cuero cabelludo lo excitó
aún más, por lo que, empezó a penetrarla con la urgencia
que lo gobernaba. El movimiento de sus cuerpos hacía que
el agua entre ellos chapoteara.
Samira contuvo el aliento en una irregular inhalación que
le nublaba la vista y sus caderas de movían, succionando
las estocadas que él le daba.
—¡Renato!… —Samira jadeó con su rostro y pechos
ruborizados.
Él la alzó un poco más, para perderse con su boca en el
valle entre sus pechos, y ella jadeó aún más fuerte; luego le
sujetó el rostro, para mirar sus grandes ojos azules,
brillando con excitación y curiosidad. Samira le sonrió y él
sintió que se enamoraba un poco más de ella.
Le consumió la boca en un beso codicioso y agradeció la
manera en la que Samira se abrió a él, aceptándolo
profundamente en su boca. Empujó su pelvis, hundiéndose
más. Cada vez, él accedía un poco más profundo, las
ceñidas paredes de Samira creaban una fricción
pecaminosa, que lo tenía siseando en una respiración.
Su cuerpo creció en tensión, sus uñas se hundieron en
los hombros de Renato y sus piernas se apretaron alrededor
de sus caderas. Empezó a moverse a su ritmo,
contoneándose contra los crecientes y rudos empujes de su
marido.
La respiración caliente de Samira en su cuello, se
deslizaba como pluma sobre la piel sensible,
inevitablemente, lo recorrió un escalofrío que casi lo
desarmó. El sexo con ella, cada vez era más deslumbrante,
más destructor que cualquier otra experiencia que hubiera
tenido. Pero saber que ella era suya de cualquier manera,
estaba matando su control.
—Sí —gimoteaba ella—. ¡Dios! Sí…, así, mi amor… Así…
—Te siento tan bien, cariño. Estás temblando…
—Estoy tan cerca... —lloriqueó de placer, ante las
contracciones del orgasmo y apretando más sus muslos
entorno a las caderas de Renato.
Ella se mantenía apretada a su alrededor y él tuvo que
afirmar sus manos en sus caderas para empujar su camino
al interior. Cada embestida se convertía en un rico desliz
hacia el éxtasis que lo tenía jadeando, gruñendo,
necesitando vaciarse dentro de ella.
Samira se tensó más aún, quedándose sin aliento.
Mientras sus miradas se encontraban, la desnuda conexión
la abofeteó, tirando de algo en su pecho. Cerró los ojos y se
dejó llevar hasta donde él quisiera llegar.
El placer aumentó en el cuerpo de Renato, mientras el
clímax hervía en su interior; gritó, se estremeció y se
enterró más profundo. La sensación era tan perfecta, que no
quería dejarse ir, pero era algo inevitable, Samira sabía
cómo hacerlo acabar.
—Eres genuina, mágica —murmuró Renato con la voz
rota por los vestigios del orgasmo y le apartó con cuidado
varios mechones que tenía pegados al rostro.
Ambos tenían los pechos agitados, seguían abrazados y
sonrientes.
Renato volvió a acunarle la cara, para darle un beso lento
y húmedo. Enfrascándose en un capricho más sutil y sin
prisas. Sus manos bajaron de su cara hasta la pequeña
cintura, y luego a sus piernas.
El beso de Renato derivó en un estrecho abrazo, al que
ella correspondió y; cuando volvió a mirarlo a los ojos, no
tuvo dudas de que siempre debió tener eso. A él,
incondicionalmente.
—Te amo tanto…, tanto —expresó con un suspiro.
Él sonrió complacido y le repartió besos por el rostro.
Se quedaron un rato más en la piscina, hasta que ella le
confesó que estaba agotada y que le gustaría dormir un
poco, aun cuando eran las nueve y recién acababa de
anochecer.
Así que y juntos se ducharon en el baño de la habitación;
luego, desnudos, se fueron a la cama. No pasó mucho
tiempo para que se quedaran dormidos.
Samira sintió suaves besos que iban de su cuello,
transitaban por su clavícula hasta llegar a su hombro, y
emprendían el viaje de regreso, sacándola del profundo
sueño; aún sin abrir los ojos, estiró la mano, apoyándola
contra el pecho caliente de su marido.
—Gitana, faltan cinco minutos para las doce. Para
cumplir mi promesa, tengo que contar con tu colaboración.
—Le susurró al oído, mientras que las yemas de sus dedos
resbalaban por la espina dorsal de Samira.
Ella sonrió, intentando ahuyentar el sopor y los sedosos
vestigios del sueño.
—¿Cuánto tiempo hemos dormido? —preguntó aún con
los ojos cerrados.
—Poco menos de tres horas. —Le dejó un beso en el
tatuaje. Besarla ahí se había convertido en una nueva
debilidad—. Pero si quieres podemos dejarlo para después
—propuso, comprendiendo que debía estar cansada.
—No, nada de dejar para después —dijo ella, girándose
boca arriba y estiró los brazos por encima de su cabeza,
exponiendo sus pechos desnudos—. Sírvete. —Abrió los ojos
y le sonreía risueña.
Renato rio y empezó a repartirle besos, no solo por los
pechos, ni se deleitó únicamente con los pezones, sino que
lo hizo con cada rincón de su cuerpo; esta vez, besando
lugares a los que jamás había llegado. Como era natural,
Samira se tensó un poco cuando la lengua de su marido
acarició y humedeció ese punto que ella jamás imaginó le
daría tanto placer, y no se atrevió a detenerlo con
indecisiones.
Así, poco a poco, iban venciendo las barreras de lo
inimaginable en el sexo, iban experimentando y
entregándose a todo eso que tenían para darse.
Alcanzaron la gloria una vez más y volvieron a quedarse
dormidos, exhaustos y satisfechos.
CAPÍTULO 78
La luz de la mañana fluía a través de las ventanas,
mientras Samira se estiraba, su cuerpo le dolía en muchos
deliciosos lugares. Se maravilló de cuán valorada y saciada
se sentía.
Los momentos de pasión con Renato le volaban la mente,
pero lo que pasó en la noche fue extraordinario y no podía
hacer otra cosa más que suspirar de felicidad.
Se despertó confortada por la profunda respiración de
Renato, a su lado, se acercó y lo olió, ese aroma que tanto
adoraba por la paz que le daba. Tentada, se acurrucó contra
el calor de su cuerpo y, tentativamente, deslizó su palma
hacia abajo sobre el duro pecho, trazando su marcado
abdomen, guiando las suaves yemas de sus dedos.
Destellos de su pasión y su cuidado la bombardearon, la
sensación de él, llenando su boca y su cuerpo a la vez; su
toque tranquilizante, inundaron sus ojos de lágrimas,
cerraron su garganta y pensó que no podría amarlo más,
pero tenerlo a su lado, intensificaba sus sentimientos al
punto de ahogarla.
Samira no se engañaba a sí misma; incluso, si su
matrimonio terminaba mal, Renato siempre estaría en su
corazón. Desde el momento en que lo conoció, había estado
fascinada. Él tenía inteligencia y una amabilidad que no
había encontrado en alguien más.
—Estás pensando demasiado —murmuró Renato.
Samira levantó la cabeza, para mirarlo. Su cabello oscuro
como la tinta estaba despeinado, sus ojos cerúleos
soñolientos se veían cristalinos y su fascinante sonrisa
taimada, hizo que su pulso se acelerara.
Sería tan fácil caer en sus brazos y volver a entregarse al
placer carnal del sexo, pero había zonas en ella que
necesitarían más horas para recuperarse de la ligera
irritación que tenía.
—Sí, muchas cosas pasan por mi mente —contestó.
—Espero que sean buenas…, como los planes para hacer
hoy. —La estrechó entres sus brazos.
Ella asintió, sonrió y se acomodó, para acostarse junto a
él, quedando frente a frente.
—¿Qué te gustaría hacer ahora?
Renato le apartó el cabello de la cara, luego deslizó las
yemas de sus dedos sobre su hombro desnudo,
provocándole un ligero temblor.
—Sé que prometimos no salir de la cama, pero necesito
tiempo para recuperarme un poco… —Frunció la nariz—.
Tanto jaleo en tan poco tiempo me tienen algo sensible y el
cuerpo me duele como la mañana después del primer día de
haber ido al gimnasio… Sabes a lo que me refiero.
—Perfectamente —sonrió con consideración y le dio un
beso en la punta de la nariz; después de todo, él también
necesitaba recuperarse; al igual que ella, despertó con
bastante dolor muscular—. Entonces, si descartamos hacer
el amor en las próximas horas, ¿qué haremos?
—Vamos al pueblo, podemos caminar por el viñedo,
como dijo Gabriele.
—Bien, hagámoslo, así comemos en algún restaurante de
ahí —propuso mientras le cubría la mejilla con el calor de su
mano. El rostro se ablandó y le sonrió. Eso le dio mucha
calidez. Su pulgar trazó el arco de su ceja, mientras él la
miraba fijamente, con una expresión que ella no podía leer.
—¿Qué sucede? —Le preguntó, mirándolo con
ensoñación.
Renato negó con la cabeza y se pasó la punta de la
lengua por el labio, para humedecerlo.
—Solo que entre más te miro, estoy convencido de que
eres mi chica perfecta y que te admiro por todo lo que has
logrado; aun cuando todas las probabilidades estaban en tu
contra… —Renato llevó la otra mano a su rostro, para
acunarlo.
El corazón de Samira se salteó un latido y su brazo le
rodeó la cintura; entonces, Renato dejó de tocarle el rostro,
para llevar su mano hasta el muslo y ponerlo sobre su
cadera, abriéndola para él.
Presionó un beso en su boca, mordisqueó su cuello y
respiró en su oído, lo que provocó que la piel de Samira se
erizara y su cuerpo crepitó en atención, como si supiera
quién era su señor; y se preparó a sí mismo en anticipación,
para su posesión. La manera en que él la miraba le hizo
retener la respiración.
Inclinó su boca sobre la de ella y Samira tuvo que pelear
para enfocarse en sus sentimientos y no en las sensaciones
que Renato despertaba, porque, aunque su cuerpo se
excitara y estuviera dispuesto para recibirlo, lo cierto era
que debía darle tiempo; las lesiones en su cérvix iban a
agradecérselo.
—Jamás he sentido por nadie más, algo tan profundo
como lo que siento por ti. —Su corazón amenazaba con
saltar de su pecho y su mirada exploraba profundamente en
los ojos azules.
—Dios. —Renato sonrió extasiado por esa confesión—.
Estoy seguro de que te amo y lo haré toda mi vida, pero no
quiero volver a equivocarme. Depende de nosotros que este
matrimonio funcione, así que haré todas las preguntas
necesarias y soltaré todas mis dudas, con tal de no volver a
meter la pata… Amor mío, dime, ¿qué necesitas de mí? —
murmuró él—. ¿Qué esperas de tu esposo?
—Solo me basta con que me quieras y que me respetes,
que seas sincero conmigo en todo momento. Sé que te
gusta protegerme, pero ya sabes que no es algo que espero.
Bien puedo valerme por mí misma.
Renato deslizó su pulgar sobre sus labios, luego tomó
posesión de ellos, en un exuberante pero breve beso, que la
derritió incluso más.
—Se me olvidaba decirte —dijo Samira, casi sin aliento y
sonriente—, que también es muy importante que me
permitas alimentarme a tiempo o corres el riesgo de que tu
esposa termine convirtiéndose en un terrible monstruo.
—Ya he sido testigo del proceso de transformación —dijo
riendo, al recordar las veces que le sonaban las tripas. Le
acarició el pelo—. Afortunadamente, te he alimentado a
tiempo. Vamos a levantarnos, tenemos que darle de comer
al monstruo interno —suspiró y se apartó de ella.
—Espérame —dijo, saltando de la cama, corrió tras él y
se lanzó a su espalda. Como ya estaban desnudos, entraron
enseguida a la ducha.
Casi una hora después, estaban listos para emprender su
travesía de caminar a través de los cultivos de Vernaccia.
Samira se preocupó por aplicarse abundante protector solar,
también de llevar un par de botellas de agua y unas
manzanas verdes.
Le hizo una llamada rápida a su abuela, para que supiera
que estaba bien y le informó a dónde irían, cogió el sombro,
las gafas de sol y su bolso marrón, que combinaba muy bien
con la ropa que llevaba puesta; unos pantalones cortos
blancos, que dejaban expuestas sus largas piernas, hasta
bien arriba de los muslos, y un crop top con escote de
corazón, blanco con lunares marrones.
Renato se veía guapísimo con sus pantalones cortos
blanco hueso, una camisa Polo, celeste, que se arremangó
hasta los codos y se calzó unos Adidas clásicos.
—No creo que necesitemos activar el GPS, es derecho
todo el tiempo, o eso parece —dijo Samira, cuando
emprendieron el viaje.
—Eso parece. —Renato sonrió—, pero si caminamos por
una hora y aún no llegamos, lo activamos.
—Vale. —Ella estuvo de acuerdo.
Siguieron caminando entre los viñedos, deteniéndose a
mirar algunos árboles de parra y para tomarse varias
fotografías; sin embargo, cuando llevaban unos cuarenta
minutos caminando bajo el inclemente sol de verano,
empezaron a sentirse fatigados y bastante sonrojados, a
pesar de que estaban bien hidratados.
—Esto cuenta como ejercicio, ¿cierto? —dijo Samira con
la voz agitada; sobre todo, porque iban en constante
subida.
—Más del que ya hemos hecho. —Le respondió, tratando
de mantener el buen ánimo.
—Y de todo el que nos falta. —Jugueteó con las manos
cogidas en un constante balanceo.
—Entonces, podremos permitirnos muchos
carbohidratos. —Él seguía el juego al balancear las manos.
—Por favor, ¡quiero pizza, gelato, cannoli…, más pasta,
mucha más pasta; la quiero en todas sus presentaciones y
con todas las salsas posibles! —suplicó Samira.
Renato se carcajeó.
—Tenemos muy poco tiempo, pero haremos lo posible
para que comas todo cuanto quieras.
—Siempre podremos volver —dijo ella.
—Por supuesto, siempre que puedas… Por cierto,
¿cuándo son tus clases?
—El miércoles.
—¿Tienes que estudiar?
—Un poco, sí. Esta noche, después de que hagamos el
amor, puedo dedicarle una hora, aunque aún puedo darte
cinco minutos de mi tiempo, entre mis estudios, ya que lo
hago con el método Pomodoro.
—Acepto, aunque sea un minuto, pero lo más importante
es que te concentres en estudiar. ¿De acuerdo? No quiero
que por mi culpa no rindas en lo que tienes que hacer.
Samira sonrió complacida, siguieron caminando por diez
minutos más y por fin llegaron a San Gimignano, un
pequeño pueblo amurallado de origen medieval, erigido en
lo alto de las colinas de la Toscana.
—¡Por fin! —exhaló con júbilo, mientras golpeaba con sus
pies el camino empedrado, para sacudirse el polvo de las
sandalias.
Renato hizo lo mismo, ya que sus Adidas habían tomado
un tono amarillento, por la tierra de los viñedos.
—Busquemos dónde comer —dijo Renato, luego de dar
un largo trago de agua. Caminó para echar a la basura la
botella vacía.
Samira asintió y también bebió, pero a ella todavía le
quedaba un poco. Esta vez, fue Renato el encargado de
buscar en el móvil un lugar donde comer.
—Quiero pizza —dijo Samira, asomándose para mirar en
la pantalla las opciones.
—Mira, este lugar está bastante cerca, aunque no veo
lugar para sentarnos, solo unas butacas.
—Vamos, ya estando ahí decidimos —propuso Samira.
Caminaron hasta RiccaPizza y cuando llegaron, se dieron
cuenta de que, efectivamente, no había espacio para comer.
Estaban por marcharse cuando escucharon a una familia
decir que se la llevarían, para comerla en la escalinata de la
catedral; entonces, decidieron hacer lo mismo.
Renato se pidió una Capricciosa y Samira una cuatro
quesos y salami; de bebidas, un par de botellas de agua.
Con cajas en manos y con las bocas hechas agua, por el
aroma que desprendían las pizzas, caminaron un par de
minutos hasta la catedral.
Se sentaron y se dispusieron a comer e intercambiaron
de sus pizzas, para poder probar ambos sabores. Mientras
observaban a un grupo de turistas acompañados por una
guía, que les contaba la parte más relevante de la historia
del pueblo.
Ellos aprovecharon para ver en el móvil de Renato, poco
de la historia del lugar que estaban visitando. Luego, con un
poco más de conciencia sobre la importancia del pueblo en
la Edad Media y el Renacimiento, por haber sido un punto
de parada, para los peregrinos católicos en su camino a
Roma y ser centro de refugio durante la Peste Negra;
decidieron caminar entre sus calles, que los hacía sentir
como si estuvieran en una película Medieval.
Samira aprovechó para comprar varias cosas para su
abuela, un ánfora pequeña, una mantilla negra; para Julio
César compró un hermoso Pier Toffoletti, en la Galería
Gagliardi, donde la administradora amablemente les ayudó
a gestionar el envío hasta Madrid. Estaba segura de que su
amigo amaría esa pintura.
Se perdieron entres los callejones del pueblo, caminaron
sin prisas, mirando cada detalle y regresaron al punto de
partida, en la Piazza della Cisterna. Samira aprovechó para
que Renato la fotografiara en la monumental boca de pozo
de travertino, sobre un pedestal octogonal. Sin duda, era el
centro de atención de los turistas, ya que se hacían filas
para conseguir una foto en ese lugar.
Así mismo, vieron cómo extensas filas se hacían frente a
una gelatería llamada Dondoli, que orgullosamente exhibía
en sus carteles haber ganado varios concursos mundiales
como el mejor gelato. Por supuesto, Samira no iba a irse del
pueblo sin antes probar uno de esos, sin importar cuánto
tuviera que esperar en la fila.
—Quiero un gelato, se ven muy ricos —dijo al ver que
una pareja pasaba junto a ellos, conversando y disfrutando
de unos atractivos conos.
—Vamos a hacer fila. —Renato la cogió de la mano y
fueron a formarse tras un gran grupo de personas.
Cuando llegaron, no sabían qué pedir, pues todos se
veían bastante provocativos. Renato eligió el «Dolceamaro»,
que, según su elaboración, era a partir de una infusión de
hierbas aromáticas, una ligera crema de vainilla especiada,
enriquecida con una salsa de chocolate con naranja y una
salsa de café expreso, rematado con granos de avellana y
almendras rebozadas.
Mientras que Samira prefirió el «Italian Garden», que era
un cheesecake de albahaca, crumble, sal, salsa de fresa y
tomate.
Cuando por fin los probaron, ambos gimieron por el
delicioso estallido de sabores y; mientras lo comían, no
pararon de elogiar lo rico que estaban. Tenían bien
merecidos los premios.
—Podría volver mañana por otro de estos —dijo Samira
relamiéndose los labios, saboreando lo último—. Poco
importa la hora de caminata.
—Podemos venir en la SUV.
—¿Ya ves porqué te amo? —Se acercó y le dio un beso,
encontrando en su boca el sabor del gelato que él se pidió.
Casi a las ocho, decidieron emprender el viaje de regreso
a la villa, no sin antes comprar más agua; aunque sabían
que el trayecto iba a ser más fácil, porque ahora irían en
bajada y con un sol menos intenso.
Al llegar a la villa, planeaban ducharse y luego hacer el
amor, pero terminaron haciéndolo sobre la mesa del gran
comedor, en la terraza.
Luego sí se ducharon, ya vestidos con prendas cómodas,
regresaron al gran comedor. Samira puso la computadora en
la mesa y se sentó con los pies encima de la silla.
Empezó a estudiar, haciendo anotaciones en la portátil y
en sus libretas; mientras Renato estaba sentado a su lado,
trabajando desde el móvil.
Ya que, por mucho que desearan desconectase y vivir
con plenitud su Luna de Miel, había responsabilidades de no
podían eludir.
Tras un poco más de una hora, terminaron y se fueron al
área de la piscina, se acostaron abrazados en una tumbona,
disfrutando la luz de la luna y las estrellas, mientras
conversaban y compartían besos apasionados.
Decidieron que, al día siguiente, se irían hasta Florencia,
que estaba a poco más de una hora en coche.
CAPÍTULO 79
Los maravillosos días en la villa se pasaron como agua
entre los dedos, aunque vivieron muchas emociones, fueron
a varios lugares e hicieron el amor tanto como pudieron, ya
estaban de vuelta en Madrid, amándose más y con una lista
de una docena de canciones, que siempre les traería
candentes y hermosos recuerdos.
No quisieron decirle a Vadoma la hora en que llegarían,
pues Samira, que cargaba con varias bolsas llena de regalos
para ella, quería sorprenderla. Y justo en ese momento
estaba frente a la puerta de su apartamento, a punto de
abrir.
Se encontraba realmente emocionada y para calmar los
latidos de su corazón se llevó una mano al pecho y tanteó el
colgante de la estrella que tenía la cadena que Renato le
había regalado. Entonces, lo miró a su lado, sujetándole la
mano; pudo ver en su muñeca la pulsera con el colgante de
una estrella del norte, que ella le había obsequiado.
Ambas prendas las compraron en una de las joyerías del
Ponte Vecchio, en Florencia, como un símbolo de unión y del
recuerdo de esos días juntos.
Renato le sonrió y le dio un beso en el hombro, que había
adquirido un tono bronce por las tantas horas expuesta al
sol y porque, sin duda, aprovecharon bastante la piscina. Él
también lucía más moreno, lo que avivaba el color azul de
sus ojos y lo volvía mucho más irresistible.
—¿Lista? —Le preguntó en un susurro y le sonrió de
medio lado.
Tras vacilar durante un momento, Samira asintió con la
cabeza y entrelazó los dedos con los suyos. Entonces, usó
su huella dactilar para abrir.
Renato aún no asimilaba del todo que se quedaría de
manera definitiva en ese lugar; sin embargo, sabía que
estar con Samira le haría mucho más fácil el proceso de
adaptación.
Ya todos sus familiares habían regresado a sus hogares,
algunos a Río, otros a Nueva York y Liam a Singapur.
Seguramente, volverían a verse para las fiestas
decembrinas o de fin de año, siempre y cuando tuvieran
días libres.
Cuando la puerta se abrió, encontraron el salón principal
solo, pero enseguida supieron dónde se encontraba la
señora, porque el olor de la comida hizo que de inmediato
se les abriera el apetito.
Dejaron sobre el sofá las bolsas que traían y se fueron a
la cocina. Samira casi no podía creer lo que estaba
presenciando, su abuela estaba en compañía de Estela,
preparando quién sabe qué receta, mientras reían. No cabía
dudas de que se hicieron buenas amigas; y ella que pensó
que no iban a tolerarse, ya que ambas tenían una
personalidad muy similar.
Se quedó parada con las manos en la cintura y sonriendo
ante semejante escena; aunque, inevitablemente, se le hizo
un nudo en la garganta y las lágrimas empezaron a picarle
en los ojos, porque en un par de días ella volvería a Brasil y
no sabía cuándo se verían de nuevo.
Renato, que era tan perceptivo, se dio cuenta de las
emociones que la estaban azotando, por lo que, la consoló
con una caricia en la espalda.
En ese momento, Vadoma atisbó su presencia y se
mostró realmente emocionada.
—¡Mi estrella! —Se limpió rápidamente las manos con un
trapo que luego dejó sobre la encimera y corrió con los
brazos abiertos, para recibir a su adorada nieta—. No sabía
que llegarías tan temprano.
Samira recompuso su mejor sonrisa, para que ella no se
diera cuenta de la cruel nostalgia que se la devoraba, y
abrió los brazos para recibirla, se estrecharon fuertemente y
se dieron varios besos en las mejillas y frentes.
Renato admiró en silencio ese amor incondicional que se
tenían. Sabía que en cuanto Vadoma se marchara, Samira
iba a quedar devastada, y a él le gustaría poder hacer
cualquier cosa para evitarle ese sufrimiento, pero ya era
algo que escapaba de sus posibilidades.
—¡Abuela! —Samira rompió el abrazo—. Veo que te has
llevado bien con Estela. Me alegra mucho.
—Buenos días, señori… Señora. —Se corrigió Estela, al
ver al marido de su jefa—. Bienvenidos.
—Gracias, Estela. —Samira avanzó hasta ella y le dio un
fuerte abrazo—. Espero que mi abuela no te haya dado
muchos dolores de cabeza.
—No, para nada, señora. Solo comprendí que era mejor si
la dejaba ayudarme —dijo con una afable sonrisa.
—Así no me siento una inútil —comento Vadoma,
bastante animada—. ¿Cómo les fue? —preguntó,
dirigiéndose a Renato.
—Muy bien, gracias. Visitamos muchos lugares.
—Y yo compré muchas cosas —dijo Samira.
Vadoma caminó hasta el refrigerador y sacó una jarra de
cristal, que tenía rodajas de kiwi, lima y hojas de menta;
vertió el agua en dos vasos y se las ofreció.
—Gracias —dijo Renato, al recibir el vaso. Se sintió más
tranquilo al ver que Vadoma parecía más amable con él.
—Si quieren, pueden ir a descansar, mientras Estela y yo
terminamos la comida.
—No, abuela, no necesitamos descansar; mejor ven. —
Samira le cogió la mano y tiró de ella—. Quiero que veas
todo lo que te traje. —Se volvió a mirar a su asistente
doméstica—. Estela, ven, también te traje algunas cosas.
—Déjeme bajar el fuego o se quemará la comida —dijo
mientras maniobraba la estufa.
Renato esperó por ella y luego la escoltó hasta el salón,
una vez ahí, todos se ubicaron en el sofá.
Samira y Renato empezaron a sacar los obsequios y, con
cada regalo que desenvolvían, se mostraban más
emocionadas, aunque en varias oportunidades les dijeron
que no debieron comprar tantas cosas.
—Bueno, vayan a descansar mientras está la comida —
dijo Vodama—. Espero que te guste la paella marinera, si
no, puedo prepararte algo distinto; solo dime qué te
gustaría comer —expuso, mirando a Renato.
—Sí, sí me gusta, no es necesario que haga algo más —
asintió sorprendido, porque le seguía extrañando esa actitud
tan servicial de Vadoma; al parecer, haberse convertido en
el marido de Samira, hizo que cambiara la percepción que le
tenía.
—¿Y el equipaje de ustedes? —preguntó Estela.
—Está abajo, en un rato lo suben —dijo Samira y se
levantó—. Voy a cambiarme.
—Ve con ella. —Vadoma instó a Renato con un ademán.
—Con permiso —dijo este y se levantó. Caminó junto a
Samira.
Vadoma había aprovechado que los invitados se habían
ido, para cambiarse de habitación. Aunque solo serían un
par de noches, ya que debía volver a Río, incluso, ya tenía
lista la maleta; solo había dejado por fuera las prendas que
usaría en el tiempo que le quedaba ahí.
Samira y Renato llegaron a la habitación y se dejaron
caer en la cama, ella se acostó sobre su pecho.
—Tu abuela está actuando extraño, ¿no crees? —
preguntó y le dio un beso en la cabeza.
—¿Extraño? —Samira levantó la cabeza, para mirarlo a
los ojos—. No me parece —sonrió.
—Sí, conmigo está extraña… ¡Muy! No sé cómo decirlo —
hablaba y le sujetó la barbilla, mientras le acariciaba el
mentón con el pulgar—. Está siendo amable, servicial… No
es la misma Vadoma, que siempre me trataba con ironía y
desconfianza.
Samira soltó una carcajada y se impulsó para comérselo
a besos, esa actitud le provocaba ternura y era cuando más
lo amaba.
—Es que ya eres parte de la familia, eres mi marido… —
dijo y le plantó otro beso—. Ahora ella quiere servirte y
complacerte.
—Pero no quiero que lo haga, me incomoda que tenga
que servirme, es tu abuela… Y ahora mi abuela política,
jamás pondría a mi abuela a servirme —expresó su más
sincero pensamiento.
—Está bien, lo hablaré con ella, pero ¿sí puede tratarte
con más cortesía? —Samira le había pedido que siempre
fuera sincero con ella y eso era una muestra de que estaba
cumpliendo su palabra.
—Sí, acepto su cortesía y buenos tratos.
—Se lo diré —aseguró Samira, le dio otro beso y le
palmeó el pecho—. Voy a ducharme.
—Ve tranquila —dijo y se levantó, se paseó por la
habitación, porque era primera vez que estaba ahí. Tenía
una paleta de colores beige, verde oliva y salmón. Le
extrañó no ver elementos rojos, con lo mucho que a Samira
le gustaba ese color. Lo que le hizo suponer que la
decoración no estuvo a cargo de ella, pero era de su agrado.
A él también le gustaba, le parecía bastante cálido. Se
acercó hasta un armario, en el que había algunas
esculturas, libros; en su mayoría, de medicina; y un par de
portarretratos digitales, en los que se mostraba una
transición de varias fotografías, muchas de viajes con sus
amigas, otras con Julio César, también tenía con Daniela y
su hija; no obstante, su tonta sonrisa se congeló cuando vio
una foto de Samira con un hombre que la abrazaba y le
estaba dando un beso en la mejilla.
No era Mirko, de eso estaba seguro. Entonces, la
curiosidad y un fugaz malestar de celos le calentó el pecho
y le minó la mente, pero se recordó que ahora estaba
casado con ella y que, naturalmente, ella debió conocer a
muchas personas en los siete años que estuvieron
separados. Y lo mejor que podía hacer era no sacar
conclusiones apresuradas, solo por lo que veía en una foto.
Si Samira y ese hombre tuvieron una relación, ya llegaría el
momento en que ella se lo dijera.
Se alejó de ese rincón y fue hasta las puertas que daban
al balcón, apartó un poco el velo de la cortina y pudo ver
que tenía unas vistas bastante agradables.
Samira regresó con un vestido azul marino con
estampado de puntos blancos, de mangas cortas y falda
amplia, que le llegaba justo por encima de las rodillas.
Entalló su cintura con un cinturón de cuero marrón y se
recorrió el cabello en una coleta alta. No se maquilló; al
parecer, por el momento, no lo haría.
Esperaría esa tarde, para pedirle que le acompañe a
comprar algo de ropa, sobre todo, ropa interior. Esta sería
una experiencia que haría por primera vez en su vida y no
estaba muy seguro de cómo hacerlo, porque siempre tuvo a
alguien que se encargaba de llenar sus armarios.
En parte, ciertas cosas empezaban a agobiarlo, porque
nunca había compartido armario, y no sabía si Samira
quería hacerlo o, si al menos, habría espacio para él poder
poner sus cosas.
—Ven aquí. —Samira lo llamó, él se acercó; lo sujetó por
la mano y, como si hubiese leído sus pensamientos, lo llevó
al vestidor. Respiró con alivio al darse cuenta de que era
bastante amplio y tenía suficientes perchas por llenar—.
Aquí podrás poner tus cosas. Si necesitas más espacio, en
una de las habitaciones hay otro vestidor casi con las
mismas dimensiones, lo podrás usar con total libertad. En el
baño también hay espacio para tus productos de aseo
personal.
—Necesito comprar todo eso… —dijo casi enseguida,
porque ni él mismo había caído en la cuenta de lo que
necesitaría— y algo de ropa, pero no soy habilidoso en esas
cosas.
—Te ayudaré con eso. —Puso ambas manos en el pecho y
le dio un rápido beso—. Después de comer, vamos a
comprar todo lo que necesites… ¿Te parece?
—Perfecto. —Le dio un beso y salieron del vestidor.
Cuando llegaron al comedor, ya Estela había puesto la
mesa, mientras Vadoma seguía en la cocina.
—Pasen y tomen asiento —dijo Estela con una sonrisa
servicial—. Ya Vadoma traerá la paella. —Después de
muchas peticiones por parte de la señora, consiguió
llamarla por su nombre.
Vadoma llegó y puso la paellera en el centro de la mesa,
se sirvieron y Renato se encargó de llenar las copas de vino,
aunque él tomaría solo agua.
—Estela, ven, siéntate con nosotros, vamos a comer, ya
deja eso… —Le pidió Samira, que la vio desde el comedor,
poniendo orden en la cocina.
—No, señora, almuerzo después; no se preocupe…
—No, nada de eso, ven aquí —pidió, porque sabía que le
avergonzaba compartir en la mesa con alguien más, ya
varias veces lo habían hecho, pero siempre cuando solo
estaban las dos.
Si había algo que Renato admiraba de Samira, era esa
calidez y sencillez que seguía siendo la marca de su
esencia.

Más tarde, esa noche, mientras esperaban a que sus


latidos se ralentizaran, después de haber disfrutado el
estallido de un orgasmo, Samira le expuso lo triste que se
sentía por la inminente despedida con su abuela.
—¿No te gustaría acompañarla a Río? —preguntó Renato,
trazándole pequeños círculos con las yemas de sus dedos,
alrededor del ombligo.
Aún mantenían la misma postura en la que habían
llegado al clímax, ambos acostados de medio lado, él detrás
de ella.
Ella, con la cabeza apoyada entre el hombro y el brazo
de él, había ahogado sus chillidos de placer en el bíceps de
su marido; sabía que su abuela no los escucharía y, si los
escuchaba, no era algo que la escandalizaría, después de
todo, había vivido en una casa bastante pequeña, con
muchos miembros, en la que se habían procreado diez
niños, desde sus hermanitos hasta sus sobrinos; aun así,
tomó la precaución de sofocar sus ruidosas expresiones de
éxtasis.
Ante aquella pregunta, se volvió para estar frente a él.
—¿Volver a Río? —La voz le salió rasposa. Renato asintió
y le quitó del pómulo una pestaña—. Quiero hacerlo, pero
también me da miedo.
—Estaré contigo en todo momento, ahora soy tu marido,
eso ya no puedes cambiarlo.
—Ni quiero hacerlo —aseguró muy seria—. ¿Crees que es
buen momento para ir a ver a mi familia? —En sus ojos
repentinamente saltones se notaba el nerviosismo.
—No lo sé; en realidad, no sé cuándo será el momento
oportuno, pero no puedes seguir evadiéndolo toda la vida…
Por experiencia, sé que mientras más dilates una situación,
peor podrán ser las consecuencias. Ya has alcanzado tu
meta, puedes pararte frente a tu padre y decirle que lo has
logrado. —Renato hizo una pausa y se aproximó, para
besarle el hombro—. Y aunque pienso que no tienes por qué
hacerlo, puedes pedirle perdón por la forma en que te fuiste
de su casa.
—Nada me asegura que me perdone.
—No lo sabrás, si no lo intentas. Necesitas hacerlo, mi
amor. De otra forma, seguirás llena de dudas. Te
acompañaré ante tu familia, me presentaré como tu esposo
y haré lo que sea para que me acepten, estoy dispuesto a
demostrar que soy digno de ti.
Samira sabía que ir con Renato no era una buena idea,
porque los gitanos, cuando se trataba de un payo que se
llevó a una de sus mujeres, poco entendían de razones, pero
no quería asustarlo.
—Y le prometí a Adonay, que iría a visitarlo, para conocer
a Amir… —recordó Samira—. Quizá él intervenga por mí,
ante mi padre.
A Renato se le calentaba la sangre de la molestia, no
porque fuera a verse con el que fue su prometido, sino
porque era inaudito que necesitara la intervención de un
hombre de su familia, para que pudieran tomarla en cuenta.
—Solo que me preocupa meter a mi abuela en
problemas.
—No lo harás, Vadoma sabe cómo defenderse. Además,
ella puede llegar un par de día antes que tú.
—Mi papá es muy astuto; por supuesto, sabrá que estuvo
conmigo todo este tiempo… Pero tienes razón, no puedo
seguir dejando que pasen más años, solo quiero verlo,
decirle lo mucho que lo siento, que los he echado de menos
a todos y que vea que estoy bien, que me perdone y me
permita visitarlos de vez en cuando, solo eso. Porque estoy
segura de que las cosas no volverán a ser como antes.
—Me tranquiliza saber que tus expectativas son realistas,
porque no me gustaría verte sufrir… —Le besó la frente—.
Entonces, ¿vamos a Río?
Samira afirmó con la cabeza y sonrió, aunque estaba
muerta de miedo, pero Renato tenía razón, era momento de
afrontarlo, habían pasado casi ocho años.
CAPÍTULO 80
El corazón de Samira dio un furioso vuelco y las lágrimas
se le acumularon abundantes en la garganta, cuando por fin
pudo ver, a través de la ventanilla del avión, las distintivas y
atractivas formaciones del paisaje carioca.
El morro Dois Irmãos y la Pedra da Gávea, se veían
pintados de dorado con la luz del amanecer; justamente,
cuando el avión viró un poco para bordear el Pão de Açúcar
y le dio una espectacular vista de la bahía de Guanabara, se
mordió el labio tembloroso, para no echarse a llorar; aún
así, su mentón vibrante delataba la furiosa marea de
emociones que la azotaba.
Renato tomó su mano y entrelazó los dedos, ella no fue
consciente de cuán fuerte los apretó, pero él no se quejó;
simplemente, soportó estoico el conflicto de sus emociones.
Estaba tan ansiosa que no consiguió pegar ojo, a pesar
del vuelo de diez horas y de que en más de una ocasión le
pidió que fuera a dormir a la habitación con su abuela, no
pudo hacerlo. Se quedó en esa butaca con las rodillas
pegadas al pecho y una manta sobre los hombros. En algún
momento, para darle un poco de paz a su marido, aceptó
acostarse en su regazo y fingió dormir, pero él terminó
dándose cuenta y trató de distraerla con una amena
conversación.
Suponía que Renato sabía perfectamente identificar un
estado ansioso y, sabía cómo hacer, para que eso no
desatara en un ataque.
Sentía su pecho invadido por dos emociones: felicidad y
miedo.
Deseaba poder tener control sobre eso, sentirse solo feliz
por volver a su país, por reencontrarse con sus raíces y su
gente, pero el miedo al rechazo latía con furia.
El estómago se le encogió cuando el tren de aterrizaje
tocó la pista del Santos Dumont, luego, inhaló y exhaló con
lentitud.
—Todo estará bien, solo respira… —susurró, acariciándole
la espalda—. Amor, no tienes que ir, si no quieres; el hecho
de que estés en Río, no te obliga a que enfrentes una
situación para la que no estás preparada.
—Tu esposo tiene razón, mi estrella. —Le hizo saber
Vadoma, a la que no le pareció buena idea que la
acompañara.
Aunque ella despertó faltando cuarenta minutos antes
del aterrizaje y estaba sentada en la butaca al otro lado del
pasillo, era muy consciente de que Samira no había tenido
un buen viaje.
—Estoy bien…, estoy bien —repetía como una letanía,
para convencerse a sí misma—, solo estoy nerviosa y
ansiosa. Ha pasado tanto tiempo desde que me fui, que me
siento extraña…
—Verás que en cuestión de minutos te sentirás como si
el tiempo no hubiese pasado, pues, todo sigue igual. —Le
dijo Renato, acariciándole la mejilla con los nudillos.
—Eso espero —chilló y luego tragó la amarga bilis que le
subió a la garganta.
Bajaron del avión y ya los esperaban un par de SUV
negras, blindadas, porque Reinhard había mandado a
buscarlos; ya que, irían directamente hasta su casa.
Renato era consciente de que, en su apartamento, las
alacenas estaban vacías y no quiso pedirle a Rosa que las
surtiera, si iba a estar tan pocos días en Río. Tenía pensado
ir únicamente por algunas cosas, para llevárselas a Madrid.
Además, quería compartir el mayor tiempo posible con su
abuelo.
En los planes de Samira, estaba aterrizar e ir
directamente a la comunidad gitana, pero Renato le suplicó
que descansara y, ya estando más tranquila y con más
energía, podría hacer frente a su familia.
Renato agradeció que Vadoma lo apoyara, por lo que,
Samira terminó cediendo y aceptó ir directo a la casa del
señor Garnett. Subieron en uno de los autos, los tres en el
asiento de atrás, porque adelante iba el chofer y un
guardaespaldas.
A Vadoma, tanta seguridad, le causó algo de
preocupación; al parecer, la familia del marido de su nieta
no se sentía indemne en su propio país. Solo le daba paz
saber que vivirían en Madrid, donde parecía ser más seguro.
La familia de Renato siempre tenía la capacidad de
sorprenderla. Cuando pensaba que ya nada podría
deslumbrarla, siempre se topaba con algo nuevo, que la
dejaba sin habla. Había pensado que la casa en Chile era
extraordinaria, porque no había visto la de Río; sin duda, en
esa propiedad podría vivir tranquilamente dos docenas de
personas, sin tener que toparse nunca en la vida.
Por primera vez, esa mañana su atención se desvió de
sus miedos al observar, en lo alto de la montaña, el tamaño
de la propiedad. Hicieron un trayecto por lo menos de unos
diez minutos por una carretera que a todas luces solo servía
para llegar a la casa.
Los guardaespaldas no dejaron que ellos tiraran de las
manillas, fueron más rápidos y les abrieron las puertas.
Se tomado de mano y caminaron por las escalinatas de
lajas, que conducían hacia la puerta principal. Ahí los estaba
esperando Sophia, con una gran sonrisa iluminando sus
impactantes ojos verdes, y el sol de la mañana hacía lucir
más intenso el rojizo de su pelo.
—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! —habló emocionada,
extendiendo sus brazos hacia ellos. A la primera que abrazó
fue a Samira—. Me alegra tanto volver a verte en tan poco
tiempo. Por favor, pasa, estás en tu casa.
—Gracias, también me alegra mucho verte. —Samira le
dio un beso en cada mejilla.
—Renatinho, bienvenido, cariño… ¿Cómo les fue en
Italia?
—Hola, abuela. Nos fue muy bien. —Se limitó a decir solo
eso. Y besó casa mejilla de la pelirroja.
—Vadoma, me alegra mucho verte por aquí… Quiero que
sepas que eres bienvenida, cada vez que quieras venir. —Le
llevó la mano a la espalda, para guiar a la gitana que era
apenas un par de años mayor que ella, solo que, debido al
estilo de vida, parecía ser mucho mayor—. Reinhard los está
esperando para desayunar —mencionó dirigiéndose a todos.
Samira caminaba junto a Renato, admirando la grandeza
de la casa. No sabía cómo Reinhard y Sophia, podían vivir
en un lugar tan grande. Tanto espacio, debía hacer que se
sintieran más solos, o quizá no tanto, porque debían contar
con un ejército de empleados, para poder mantener en
condiciones óptimas la propiedad.
Se emocionó al verlo sentado en un inmenso comedor en
una terraza desde la cual se podía ver el Cristo Redentor.
Había compartido muy poco con el abuelo de Renato, pero
fue suficiente para comprender porqué su marido lo
idolatraba.
Era un hombre amable, inteligente, intuitivo, empático,
humilde, asertivo, bondadoso… Y muchas cualidades más,
que de inmediato hicieron que se ganara su corazón y
confianza.
Reinhard era una de esas personas que transmitían
alegría, luz y que podían actuar como guía, para que el
tránsito por la vida de ciertas personas fuese mejor. No
había dudas, era el guía de Renato.
—Hijos, bienvenidos —dijo poniéndose de pie, al
encontrar apoyo en el bastón. Estiró el brazo libre y abrazó
a Renato, al que le dio varias palmaditas en la espalda.
—Abuelo, me alegra verte, ¿cómo te sientes? —preguntó
Renato, poniéndole una mano en el hombro.
—Como un toro —comentó sonriente y desvió la mirada a
Samira—. Bienvenida, hija, ¿cómo estuvo el viaje?
—Gracias. Bien, muy bien, sentí que pasó bastante
rápido. —Ahora se sentía mucho más tranquila—. Agradezco
su invitación.
—Esta es tu casa… —Luego miró a Vadoma—.
Bienvenida, me alegra poder recibirla.
—Gracias, señor Garnett —dijo la gitana, que también
estaba bastante impresionada con la propiedad y empezó a
comprender por qué la familia debía ser escoltada.
—Por favor, tomen asiento, enseguida se servirá el
desayuno. —Los invitó Reinhard.
Aunque Samira sentía un nudo en la garganta que no le
dejaría pasar bocado, se esforzó por comer algo. Lo menos
que deseaba era preocupar a Renato, ya suficiente tenía
con que se diera cuenta de que no pudo dormir.
Él quería que descansara y ella también lo deseaba, pero
por más que quisiera, no podía desconectar su cerebro ni
sus emociones.
—¿Quieres alguna infusión? Solo para que estés más
calmada. —Le dijo Renato al oído. Bien sabía que la cafeína
solo empeoraría sus nervios.
—Sí, lo prefiero —asintió, al tiempo que le dedicaba una
sonrisa de agradecimiento.
Renato le hizo una breve seña a una de las asistentes.
—¿Desea algo, señor?
—Catharina, ¿puedes traerle a mi esposa una infusión de
valeriana y lavanda.
—Sí, señor. Enseguida.
—Gracias.
Unos minutos después, para recibir la infusión, Samira
interrumpió su mirada al Cristo Redentor, que la tenía
cautivada; era invadida por una sensación extraña, era
como si viera por primera vez la gran estatua, pero también
la sentía tan familiar, como si formara parte de su esencia.
—Gracias. —Le sonrió a la mujer que puso frente a ella la
taza humeante, y el agradable aroma fresco inundó sus
fosas nasales.
—Será mejor que primero descansen, por lo menos, un
par de horas —aconsejó Reinhard, ya que apreciaba
profundas ojeras en su nieto y en Samira—, porque ese viaje
es agotador.
—Sí, creo que eso haremos… —dijo Renato y desvió la
mirada a Samira—. ¿Te parece?
Ella se quedó en silencio, no quería contradecirlo, pero
tampoco deseaba seguir esperando, porque era como
dilatar la tortura.
—Yo también creo que es mejor que descanses primero,
mi estrella —intervino Vadoma—. Sé que quieres ir cuanto
antes a casa, pero tu padre ya no estará ahí, debe estar en
el mercado. —Le recordó el horario laboral de Jan.
Entonces, Samia cayó en la cuenta de que había olvidado
ese pequeño pero importante detalle, así que, se volvió a
mirar a su marido.
—Está bien, podemos descansar.
—Ahora, después del desayuno, Sophia los llevará a sus
habitaciones —anunció Reinhard.
—Gracias —dijo Vadoma.
Cuando terminaron de comer, Sophia se adelantó al
pedirle a Vadoma y a Samira que la acompañaran a dar un
recorrido por la casa; a ella solo le bastó una mirada y un
mínimo gesto de su marido, para comprender que
necesitaba hablar a solas con Renato.
—Enseguida te alcanzo en la habitación. —Le dijo Renato
y le dio un beso en la mano.
—Se le nota bastante nerviosa —dijo Reinhard, una vez
que las mujeres se marcharon.
—Sí, lleva mucho tiempo sin ver a su familia, y ya sabes,
no se fue en los mejores términos —dijo Renato.
—No será fácil para ella… ¿Crees que la perdonen?
—No lo sé.
—Lo gitanos son jodidos, bastante orgullosos. La verdad,
no creo que la acepten —dijo Reinhard, sin la menor
intención de querer echar por tierra las esperanzas de la
mujer de su nieto, pero siempre se había caracterizado por
ser alguien realista.
—Yo tampoco, abuelo… —Renato se rascó la frente—. Es
que no veo a Vadoma muy convencida con la idea. Ella,
mejor que nadie, debe saber cómo es la situación. Pero
también siento que Samira debe enfrentarse a su familia,
para que así pueda seguir adelante… No sé, sanar esa
herida —dijo con tono preocupado.
—Sé que no es conveniente que Danilo vea a tu pareja…
—empezó Reinhard con cautela—, pero podríamos
aprovechar para que le dé algunos consejos con respecto a
esta situación… Justamente hoy lo invité para el almuerzo.
De manera inevitable, a Renato se le aceleró el corazón;
hasta el momento, Danilo y Samira no habían tenido la
oportunidad de conocerse; ya que, aunque lo invitó a su
boda, este no pudo asistir.
A pesar de eso, sí tuvo tiempo para hacer un par de
terapias virtuales, porque comúnmente necesitaba de la
guía de Danilo, en la toma de decisiones importantes; aun le
aterraba cometer errores, llevado por la ansiedad.
—No sé, abuelo, creo que primero debemos hablar con
las partes involucradas. —Empezó a hacer dobles con la
servilleta, producto de los nervios; aunque sabía que
confiaba su vida a Danilo, jamás lo expondría ni tampoco
dejaría ser objetivo, pero le preocupaba que Samira se
sintiera acorralada o presionada a algo para lo que no
estaba preparada.
—Tú háblalo con Samira, dile que Danilo vendrá a comer
con nosotros; yo me encargo de informarle a Danilo.
—Está bien —suspiró.
—Renatinho, si no quieres hacerlo, solo dímelo; no te
sientas con la obligación de estar de acuerdo conmigo —dijo
Reinhard, al percibir en ese suspiro algo de resignación.
—Sí quiero hacerlo, avô… Pero todo esto me preocupa,
no sé cómo se lo tomará Samira y lo que menos quiero es
presionarla.
—Sé que Danilo sabrá cómo hacer para que se sienta
cómoda.
Renato asintió y luego pidió permiso para retirarse e ir a
la habitación con su mujer, él también necesitaba
descansar.
Le llamó para saber en qué parte de la casa estaban y
Samira le dijo que, en el tercer piso, en el área de la piscina.
Ahí fue a buscarla, se disculpó con su abuela y Vadoma,
luego se la llevó a la habitación.
A pesar de lo agotados que estaban, decidieron
ducharse, se pusieron pijamas y se fueron a la cama. Samira
pensó que no iba a poder dormir, pero la calidez del pecho
de Renato y la comodidad del colchón, hicieron que el
desvelo llegara a su fin.
Pero no fue mucho lo que consiguió dormir, estaba
segura de que no lo había hecho por más de tres horas; en
cambio, Renato seguía rendido, como no quería despertarlo,
se quedó muy quieta sobre su pecho, dejando que los
latidos de su corazón y su lenta respiración le dieran calma.
Quizá era estúpido de su parte sentir tanta preocupación,
porque no estaba obligada a ir hasta su casa y presentarse
ante sus padres; esa sería la mejor y más fácil solución a
sus problemas, pero como decía Renato, era momento de
afrontarlos y ver qué pasaba, para bien o para mal, tendría
que seguir adelante.
Cuando Renato despertó, le comentó lo de Danilo.
Naturalmente, ella se emocionó, porque tenía muchas
ganas de conocer al hombre que tanto había ayudado al
amor de su vida.
Para sorpresa de Renato, sin ninguna objeción, Samira
aceptó conversar con el terapeuta, acerca del desafío que
tenía que enfrentar ese día.
CAPÍTULO 81
A pesar de que Renato le pidió, en varias oportunidades,
a su abuelo, que desistiera de la idea de asignarles
guardaespaldas, no consiguió hacerlo cambiar de parecer.
Así que iban camino al barrio donde nació y creció
Samira, en compañía de un chofer y cuatro guardaespaldas,
entre los cuales estaba Valerio, el jefe de seguridad de su
abuelo.
Samira aún se sentía bastante incómoda ante ese
despliegue de seguridad, porque iban a visitar a su familia y
no a unos delincuentes; a pesar de que el señor Garnett,
notó su descontento y trató de hacerla sentir mejor, al
decirle que las medidas tomadas no eran por su familia,
sino por la zona en la que entrarían, no consiguió aliviar ese
sentimiento de desagrado.
La SUV en la que se transportaban se sacudía
contantemente, debido a los baches en el camino; lo que le
hizo saber a Samira que las cosas no habían cambiado
mucho en todos esos años; su barrio seguía siendo un
pedazo olvidado para los gobernantes.
Los latidos de su corazón se hacían más rápidos y
contundentes, a medida que avanzaba y reconocía las casas
vecinas. Cada metro que avanzaban sabía que estaba más
cerca de ver a sus padres y hermanos, deseaba de todo
corazón que por lo menos les permitieran darles un abrazo.
Aunque, si nada de eso pasaba, esperaba seguir los
consejos de Danilo, para poder manejar la situación y no
derrumbarse.
El poco tiempo que habló con el terapeuta, le hizo
entender muchas cosas, calificó su entorno familiar
aglutinado y uniformado; en el que ella, como miembro,
tenía poca importancia, y le hicieron vivir la sensación de
que no podía salir de esa estructura familiar. Su padre, era
el miembro dominante, de mente cerrada y basada en la
desconfianza, por eso siempre le recordaba: «Los gitanos
somos los buenos, los payos los malos».
Él siempre se negó a las diferencias y las interacciones
dentro de la familia eran rígidas, solo él tenía la autoridad.
De su padre era el control excesivo y le impedía ser
independiente. Lo que generó en ella dependencia y
conductas evitativas.
Le dijo cosas que, Julio César, con otras palabras y
menos profesionalismo, le había dicho.
«No dependas de la aprobación de tu familia, tus
decisiones son tus decisiones. Y tú eliges si compartirlo con
tu familia o no».
También le dijo que debía aceptar que su padre nunca
cambiaría, si él no quería hacerlo. Y que era mejor que ella
tomara la decisión de priorizar su bienestar, en lugar del de
los demás.
«Lo mejor que pudiste hacer fue poner distancia física,
porque eso te ayudó a ganar el control de tu vida».
Comprendió su deseo de intentar limar asperezas con
sus seres queridos; así que le recomendó eludir los
conflictos y no actuar de forma impulsiva, para evitar que
ambas partes pudieran decir o hacer cosas que terminaran
lastimándoles.
«Tomar distancia de familiares tóxicos puede despertar
emociones difíciles de gestionar. Si sientes que no puedes
hacerlo sola, no dudes en pedir ayuda a un profesional». Le
dijo y le ofreció la tarjeta de un colega en Madrid.
—Será mejor si me bajo antes y llego caminando,
esperen unos diez minutos, hablaré con Jan —dijo Vadoma,
rompiendo el denso silencio dentro del todoterreno—.
Deténgase aquí. —Le pidió al chofer.
Que su abuela dijera eso, solo hizo que el nudo de
nervios en su estómago se hiciera más grande. Empezó a
sentir ganas de vomitar y, al mismo tiempo, de evacuar.
Solo esperaba que su padre no fuese tan duro con su
abuela, porque ella tenía a su favor, volver a Madrid, pero
su pobre abuela, tendría que soportar día a día las
recriminaciones de su propio hijo.
—Está bien, abuela… Te quiero mucho, gracias por todo
lo que has hecho por mí —dijo Samira y se aferró con fuerza
al cuerpo delgado de Vadoma—. Eres la mejor abuela del
mundo. —La voz le salió chillona por las lágrimas
contenidas. Esa era la despedida, apenas empezaba a
asimilar y empezó a dolerle mucho el pecho.
—Todo estará bien, estrella mía… —Vadoma intentaba
ser fuerte, pero la voz la delataba—. Siempre estaremos en
contacto, te lo prometo; además, ahora que tengo el
pasaporte y un avión disponible, te visitaré más seguido —
dijo, tratando de hacer una broma; aunque tenía la certeza
de que eso sería un imposible.
—Todas las veces que quiera, Vadoma… No lo dude —
intervino Renato, que también tenía un nudo en la garganta.
Para él eso no era una broma—. Si tengo que mandar a
buscarla, todos los fines de semana, para que las dos sean
felices, lo haría.
—Gracias, hijo. Solo te pido que cuides muy bien de mi
niña —comentó—. Sé que ella es fuerte, decidida y sabe
valerse por sí misma, pero la verdad es que todos
necesitamos que, en ciertos momentos, alguien nos salve o
nos cuide.
—Lo haré, siempre la cuidaré. —Renato asintió,
mirándola a los ojos.
Vadoma se apresuró a tirar de la manilla, para abrir la
puerta o empezaría a llorar delante de su nieta, y no quería
hacerlo. Se bajó y caminó rauda por el arcén, mientras se
tragaba las lágrimas.
Samira miraba su reloj constantemente, los minutos no
parecían avanzar y, para calmar sus ansias, apretaba con
fuerza el colgante de estrella, enterrándose las puntas en
los dedos, pero no sentía dolor.
—¿No te parece que es un buen lugar para construir el
hospital? —preguntó Renato, mirando hacia un gran terreno
baldío que estaba detrás de ellos.
Necesitaba que Samira se distrajera para que bajara los
niveles de ansiedad.
—Sí, lleva muchísimos años así…, desde que tengo uso
de razón… Quizá es demasiado costoso y no creo que
existan muchos empresarios que quieran invertir en este
barrio.
—Es hora —dijo Valerio, que estaba de copiloto—.
Avancemos.
Renato supo que no hablaba con ellos, sino que le daba
la orden a los del otro vehículo. Toda esa pantomima de los
guardaespaldas siempre lo ponía de los nervios, porque con
ellos se sentía como si de verdad todo el tiempo estuviese
en peligro. Era mucho mejor prescindir de ellos, incluso,
pensó en bajarse y caminar con Samira hasta su casa,
mientras ellos esperaban ahí, pero solo perdería aliento,
porque no acatarían ninguna orden que él les diera.
Cuando por fin se detuvieron frente a la casa de Samira,
ella pudo notar que le habían hecho mejoras; le
tranquilizaba darse cuenta de que su abuela y su cuñada sí
habían usado el dinero que les envió durante esos años,
para el propósito pautado.
Agarró una bocanada de aire y bajó de la SUV, a pesar de
que temblaba íntegramente. Renato bajó detrás de ella y de
inmediato le sujetó la mano. Él también estaba nervioso, no
podía negarlo, era parte de su naturaleza.
Su abuela había dejado el portón abierto, por lo que,
pudo entrar sin esperar a que alguien la invitara. Sentía que
el corazón le saltaría del pecho, los latidos le hacían eco en
sus oídos y estaba mareada; aun así, siguió.
Renato se volvió nervioso cuando vio a un joven
acercarse por detrás de ellos, pero se relajó un poco porque
parecía que vivía ahí. Traía en sus manos un paquete de
pan, un litro de leche y unos huevos. Él miraba
impresionado los dos todoterrenos, al seguir la mirada del
jovencito, Renato se dio cuenta de que los guardaespaldas
también habían bajado de los vehículos; eso no fue una
buena idea.
—Sa-s- Samira… —titubeó el adolescente.
Ella se volvió a mirarlo, sonrió sorprendida, nerviosa y
muy emocionada. Era su hermanito, la última vez que lo vio,
tenía ocho años; ahora era todo un hombrecito, un
adolescente larguirucho, más alto que ella.
—¡Douglas! —rio y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Samira, ¿eres tú? —preguntó con una sonrisa de
incredulidad y caminó raudo para abrazarla, pero antes de
que pudiera hacerlo, un grito rompió el idílico momento.
—¡Douglas! —La atronadora voz de Jan, se escuchó
desde el porche—. Entra inmediatamente.
Samira se volvió a mirar hacia la fachada de la casa,
entonces, vio a su padre con un semblante bastante fúrico.
Seguía llevando el pelo hasta los hombros, lo tenía
despeinado, las entradas de la inminente calvicie se habían
hecho más profundas y seguía llevando la barba tupida,
ahora salpicada de canas. Sus ojos enrojecidos de furia la
paralizaron.
Douglas pasó raudo junto a Samira, pero antes de llegar
al porche, se volvió a mirarla fugazmente por encima del
hombro y luego entró. Estalló en ella una sensación de vacío
que la llevó a soltar un jadeo, a pesar de eso, no desistió de
su objetivo.
—Papá… —dijo avanzando un par de pasos.
—¡Largo de aquí! —gritó, señalando hacia el portón.
—Papá…, yo…
—No soy tu padre, tú no eres mi hija… Esa murió el día
que decidió arrastrar mi honor en el lodo… Aquí no eres
bienvenida.
—Solo quiero, yo sé qué… —Samira trataba de hablar,
pero los nervios la tenían presa—. Lo siento… Solo
hablemos, por favor.
—No tenemos nada de qué hablar, ahora lárgate, antes
de que te suelte a los perros —amenazó con la cara roja de
ira.
—¡Jan! ¿Puedes escucharla? ¡Solo déjala hablar! —pidió
Vadoma, asomándose en la puerta.
—Madre, ve a tu habitación, que tú yo hablaremos
después… No te involucres en esto, solo vas a empeorar tu
situación —advirtió Jan.
Samira pudo ver la mirada cargada de lástima que su
abuela le dedicaba y luego volvió a entrar en la casa. Se fijó,
a través de la ventana, la mitad de la cara de su madre. No
pudo deducir si la miraba con nostalgia o rabia.
—Mi abuela no tiene la culpa…, fui yo. —En un arranque
de valentía, producto de la rabia, se soltó de Renato, caminó
rápido y llegó justo al frente de su padre—. Yo le pedí que
me acompañara en mi acto de grado, ella fue a comprobar
que todo este tiempo no has hecho más que mentirnos. Los
gitanos sí tenemos oportunidades, sí podemos ser todo lo
que nos propongamos, solo tenemos que dejar de sentirnos
atacados, dejar de hacernos las víctimas, dejar de ser tan
racistas… Porque eso es lo que eres, papá; tienes la mente
demasiado cerrada…
—Fuera de mi casa —siseó Jan, temblando de furia—. No
vengas aquí con un patético intento de querer humillarme…
Renato avanzó y se detuvo junto a Samira, a pesar de
que estaba a punto de vomitar el corazón, él no se
caracterizaba por ser alguien valiente, mucho menos
violento.
—No intento humillarte, es lo que tu quisiste hacer
conmigo, humillarme en nombre tu estúpido honor… —
Samira, tenía la mente nublada por el momento de furia y
no pudo seguir el consejo de Danilo, de evitar los conflictos.
Ella solo quería decir todo lo que tenía entre pecho y
espalda—. Si tanto aprecias tu honor, gánatelo tú mismo y
no utilices a tus hijas.
—No eres gitana, es algo que no vas a entender… Me
reclamas porque sigo nuestra tradición…, porque soy fiel a
mis principios… Tu palabra no vale nada, Samira, ni siquiera
el nombre que te di vale nada… Y todo, todo lo que te jactas
de haber conseguido, ha sido porque, a fin de cuentas,
terminaste convirtiéndose en la perra de un payo… —Miró
con asco y desprecio al hombre que la acompañaba, a poco
estuvo de lanzarle un escupitajo.
—Señor —intervino Renato, tratando de mantener la voz
calmada, porque no quería que las cosas se salieran de
control.
—Repudias tanto a los payos, pero vives de ellos… Dices
que me he humillado, pero es lo que tú has hecho durante
toda tu vida, porque no haces más que humillarte ante los
chinos, para que no te vendan las malditas falsificaciones, y
luego ellos mismos te denuncien…, para que te las
decomisen. Lo hacen porque la policía se las regresa, es el
gran negocio que tienen a tu costa, y tú que te crees tan
astuto, no te das cuenta de eso…; prefieres estar de rodillas
frente a ellos… —Se mordió las siguientes palabras cuando
vio la mano grande de su padre dirigírsele directamente a la
cara, pero antes de que pudiera estrellarse en su mejilla,
sintió que la halaban hacia atrás y; delante de ella, como un
escudo, estaba su marido.
Renato no supo de dónde sacó la valentía para
reaccionar tan rápido, sin importar las consecuencias.
—Señor, no se atreva a ponerle un dedo encima, le
sugiero que se calme… —siseó molesto y asustado. Esa
mezcla de emociones que lo dividían—. No vinimos hasta
aquí para discutir, Samira solo quiere…
—Bueno, bueno… Esto ya se ha alargado demasiado. —
Kavi, uno de los hermanos de Samira, apareció desde el
callejón, trayendo en una mano un machete y en la otra
sujetaba con fuerza la correa de un musculoso Dogo
argentino blanco, al que le habían recortado las orejas, que
gruñía amenazante y despedía chorros de baba—. ¡Qué te
vayas! —Le gritó a Samira.
A ella se le heló la sangre al ver las claras intenciones de
su hermano, de soltar al perro, pero todo empeoró cuando,
en el otro extremo, apareció Wesh, igualmente con un perro,
otro machete y una sonrisa sádica, que a todas luces dejaba
claro que podría disfrutar si hacía uso del arma blanca que
balanceaba en la mano derecha.
Ella sabía que eran más que capaces de cometer una
locura y luego podrían decir que fue un accidente, que los
perros se escaparon y los atacaron.
Renato palideció, pero más lo hizo Jan, cuando vio tras
Samira y el payo, cuatro tipos enseñando sus armas y sin
miedo en los ojos.
—Esto no tiene que terminar en un baño de sangre, solo
lárgate de mi casa y nunca, nunca se te ocurra regresar…
Para esta familia estás muerta —dijo Jan, en un tono menos
histérico.
—Señor, será mejor que nos retiremos —recomendó
Valerio, que miraba amenazante al gitano del lado derecho,
el que parecía más dispuesto a perder los papeles.
Renato no dijo nada, solo esperó la decisión de Samira,
que seguía paralizada y temblando.
—Vámonos —dijo al fin, echó un vistazo otra vez a la
ventana, su madre seguía ahí como un fantasma, al igual
que una de sus cuñadas; así era como debían estar las
mujeres en esa familia, como unas sombras, solo dispuestas
a servir y complacer a los hombres.
Sin embargo, su corazón se contrajo de dolor al ver que
su madre le decía adiós con la mano y estaba llorando, pero
también le dedicaba una triste sonrisa.
Renato la sujetó por el codo y caminaron de regreso al
auto. Una vez que subieron y lejos de la mirada de su padre,
Samira sintió el bajón de adrenalina, estallando en llanto, se
apretó con fuerza la cara con las manos, para sofocar el
llanto que la tenía convulsa.
—Lo siento, lo siento… —repetía avergonzada con
Renato. Le había dicho que sus familiares no eran unos
delincuentes y justamente habían actuado como tal; con
violencia y sin raciocinio.
Ella también había perdido el control, no debió actuar de
esa manera con su padre. Escuchó cuando las puertas del
vehículo se cerraron.
Renato la abrazó, apoyando la barbilla en su cabeza,
para contenerla.
—Cálmate, cariño… No tienes que disculparte por nada.
—Soy tan estúpida, una imbécil… Lo sabía, sabía que no
iba a perdonarme; en el fondo sabía que ni siquiera me
dejaría decir una palabra… —hablaba, pero escuchaba a
Valerio dándole indicaciones a sus hombres—. No debí
venir… Desde el momento en que salté por la ventana de
mi habitación, para huir, debí aceptar los daños
colaterales… —hipaba y sintió que la SUV se puso en
marcha—. Perdí a mi familia…
—No, cariño, ellos te perdieron a ti; en realidad, no te
merecen… Tu sufrimiento me mata, Samira, me mata —
susurró con la voz rota.
—Todas mis esperanzas de hacer algo por esta
comunidad, se fueron a la basura… Me lo dijo, ya no soy
más gitana…
—Samira, amor mío, no necesitas la aprobación de tu
padre ni la de nadie, para ser quien quieras ser…; mucho
menos para hacer lo que deseas. El culmen de tu sueño es
crear un hospital, para los niños de esta comunidad, podrás
hacerlo… —Le acunó el rostro e hizo que lo mirara a los ojos
—. No, escúchame bien: Vas a hacerlo, lo harás… Depende
de ti, no de esa gente, porque si necesitas el apoyo de tu
familia, yo soy tu familia, ¿lo recuerdas? Ahora soy tu
familia.
A Samira se les derramaban lágrimas a borbotones, pero
en ese instante, el vehículo se detuvo violentamente. El
corazón de ambos se detuvo, al pensar en una inminente
amenaza.
Samira, con los ojos saltones por el terror, se volvió a
mirar por la ventana trasera y pudo ver a su abuela
corriendo hacia ellos, trayendo consigo la misma mochila
que trajo de Madrid. De inmediato, impulsada por una
rapidez desconocida, abrió la puerta, bajó y salió corriendo,
hasta chocar su cuerpo contra el de su abuela.
—Vamos, mi estrella…, vamos —dijo casi sin aliento.
Tenía que darse prisa, antes de que su hijo la alcanzara.
Ella no pudo soportar ver cómo trató a Samira, su niña
no merecía tanto desprecio. Si Jan iba a darle
definitivamente la espalda, ella no la dejaría sola en el
mundo.
Samira la ayudó a trotar, casi enseguida, Renato llegó
hasta ellas y le quitó la mochila a Vadoma.
—Me iré con ustedes, ya después hablamos si me
aceptan… —dijo, andando con urgencia.
—Por supuesto que le aceptamos —comentó Renato, con
una sonrisa algo nervioso, pero también feliz.
Valerio y dos guardaespaldas, no volvieron a subir hasta
que todos estuvieron a salvo dentro del vehículo.
—Ya no vuelvas a decir nunca más que buscarás el
perdón de Jan. —Le exigió Vadoma, con los ojos rebosantes
de lágrimas—. Ya no es tu padre…, tampoco es mi hijo. No lo
crie con tanto esfuerzo, para que terminara albergando
tanto desprecio en su corazón… Y tú eres más gitana que
nunca, escúchalo bien, por tus venas corre mi sangre Calé y
la Rudari de tu madre… Tus ancestros españoles y rumanos
jamás te darán la espalda.
Samira soltó un sollozo cargado de nostalgia y empezó a
hipar en medio del llanto. Renato volvió a abrazarla.
—Mientras yo esté a tu lado, siempre tendrás a tu
familia… Renato y yo seremos tu familia. No necesitas
más… —Le dijo Vadoma, al tiempo que le regalaba una
caricia a su desconsolada nieta. Sabía que aceptar el
rechazo tan tajante y violento de su padre, no iba a ser fácil,
pero ella estaba segura de que lo lograría. Tarde o
temprano, iba a estar en paz.
Lo que restó de trayecto lo hicieron en silencio, solo era
interrumpido por Samira, sorbiendo las lágrimas y emitiendo
algún sollozo.
Cuando por fin llegaron a la mansión, Renato sabía que
estaba demasiado débil, tanto física como emocionalmente,
por lo que, la sacó de la SUV y la llevó cargada.
—¿Qué sucedió? —preguntó Sophia, asustada e
imaginando lo peor.
—No salió bien. —Le dijo Vadoma en voz baja—. Pero lo
superará, solo necesita tiempo… Ahora mismo es mejor que
descanse.
—Sí, sí, por supuesto, ya pido que le llevan más infusión
a la habitación —comentó Sophia, más tranquila con esa
explicación. Ya Valerio se encargaría de informarles mucho
mejor toda la situación.
Cuando llegaron a la habitación, Renato la acostó en la
cama, le quitó las sandalias y se acostó a su lado,
abrazándola con total pertenencia. Solo dejó de abrazarla
para que se tomara la infusión y una pastilla para el dolor
de cabeza, luego la estrechó de nuevo hasta el amanecer.
CAPÍTULO 82
Renato se encontraba en la sala de reuniones de su
oficina, ubicada en distrito financiero de Madrid. Apiló por lo
menos una docena de carpetas, en la que se encontraban
los resultados del primer trimestre del año. Estaba bastante
satisfecho, porque demostraba que, llevar sus funciones
desde Madrid, no había afectado en absoluto el rendimiento
de sus labores.
Hizo a un lado la primera pila de carpetas, para hacerse
de otra, en la que tenía ya listo el plan de trabajo para el
próximo trimestre, solo faltaba su firma para aprobarlo y
compartírselo a Drica, en la sede de Río, ya que era su
representante.
Estaba seguro de que no hubiese conseguido resultados
tan extraordinarios, de no haber contado con su equipo de
trabajo; el cual estaba compuesto por:
Lília Ximenes: una destacada economista en alta
contabilidad, con máster en dirección de empresas, que
trabajaba en la sede en Río. A sus cincuenta y cinco años
estaba lista para jubilarse y mudarse a Europa; sin
embargo, cuando se enteró de que él se radicaría en
Madrid, no dudó en postularse para ser su mano derecha.
Aurora: su asistente, una madre soltera madrileña, con
un extraordinario currículo, pero mucha dificultad para
encontrar empleo, debido a su edad. Él, por experiencia,
sabía que la edad no era una limitante, ya que su abuelo
seguía trabajando.
Unax: el asistente de Lília, era un talentoso, ambicioso y
proactivo madrileño, con maestrías en Análisis de Negocios
y Tecnología.
Y, por último, Begoña: una joven de veinticinco años,
recién graduada de Relaciones Públicas Internacionales. A
pesar de su juventud, tenía experiencia y estudios en
Comunicación Corporativa; ella complementaba las
funciones de los asistentes.
Se apresuró en terminar la reunión, pues tenía un
compromiso importante con su mujer. Los felicitó por el
trabajo realizado y se despidió.
Empujó la puerta que comunicaba la sala de reuniones
con su oficina, agarró del perchero la gabardina, se la puso
y luego la bufanda. En sus planes estaba no hacer nada más
que el amor a su mujer, hasta bien tarde en la madrugada,
por lo que, no se llevó el maletín de trabajo; cogió la llave
de su coche y salió raudo.
Ya en el estacionamiento, recordó que estaba olvidando
lo más importante.
—Mierda —masculló y corrió de vuelta a su oficina.
No había sido fácil para él, adaptarse a trabajar en un
edificio en el que funcionaban varias empresas y todo el
tiempo se topaba con personas desconocidas; extrañaba la
gente de la sede en Río, pero prefería alquilar un espacio de
trabajo adecuado, en un edificio de oficinas, que hacerlo
desde el apartamento.
Samira le dijo que podían adecuar el estudio y una de las
habitaciones, pero para él, el apartamento era su templo, su
sitio de descanso, su espacio para compartir con ella. Lo
menos que quería era convertirlo también en su lugar de
trabajo.
—Buenas noches —saludó a un grupo de hombres de
entre treinta y cincuenta años, cuando entró en el ascensor.
Algunos de sus acompañantes respondieron al saludo.
Mientras ascendía, miró un par de veces el reloj en su
muñeca izquierda. No deseaba llegar tarde a la cita con
Samira.
Cuando por fin llegó a su piso, poco le faltó para echarse
a correr. Abrió la puerta de la oficina, caminó hasta su
escritorio y cogió la carpeta, la revisó solo para asegurarse
de que era la correcta y no cualquier otro documento.
De vuelta en el estacionamiento, subió a la Range Rover;
era su marca de auto predilecta, le gustaba su comodidad y
su diseño exterior muy minimalista, ya que no era partidario
de los modelos demasiado llamativos.
Dejó la carpeta en el asiento del copiloto y puso en el
GPS la dirección de Saddle, restaurante en el que Samira lo
había citado. Chasqueó la lengua al darse cuenta de que
eran unos veintisiete minutos de trayecto, llegaría tarde. De
inmediato, le pidió a la asistente virtual llamar a: «Mi
gitana».
Mientras le marcaba, se puso en marcha.
—¡Hola, payo! —saludó de muy buen ánimo.
—Cariño, cariño… —dijo con urgencia—. Lo siento,
llegaré un poco tarde; la reunión se extendió más de lo
esperado —prosiguió preocupado—. Ya voy en camino, pero
llegaré unos diez minutos tarde.
—Amor mío, no te preocupes —sonrió ella, más relajada,
mientras también conducía—. Aún no llego al restaurante y
no me importa si tengo que esperarte, lo importante es que
conduzcas con cuidado… Prométeme que lo harás.
—Lo prometo, conduciré con cuidado. Disculpa…
—Eh, eh… eh. —Lo interrumpió—, nada de disculpas. Es
tu trabajo y debes cumplir con sus exigencias… ¿Vale?
—Vale… —sonrió un poco más tranquilo—. Te quiero.
—Te quiero —canturreó—. Nos vemos en un rato.
Tiempo después, Renato llegó, entregó las llaves y se
encaminó a la recepción; esta vez, sin olvidar la carpeta.
—Buenas noches, reserva a nombre de Samira Medeiros.
Enseguida se acercó el anfitrión y lo guio a la planta
superior, hasta el piso de los reservados. Subió una gran
escalera marrón y unas puertas dobles, azul profundo, lo
recibieron; para luego llegar a otra recepción de un
reluciente mueble dorado.
El anfitrión lo presentó con el de esa área, le dijo a
nombre de quién estaba la reversa y de inmediato le
pidieron que lo acompañara.
Siguió al hombre por el pasillo, pasaron por varios
reservados, algunos cerrados; otro, no.
Abrieron una puerta para él.
—Bienvenido, señor Medeiros —dijo el hombre,
haciéndole un ademán hacia el salón en el que había una
mesa redonda con un mantel blanco y un par de butacas
beige; en una de esas, estaba sentada Samira, pero se
levantó en cuanto lo vio llegar.
Caminó hacia ella con los brazos ligeramente extendidos,
para darle un abrazo.
—Lo siento, amor…
—Solo bésame. —Lo interrumpió ella y enseguida buscó
la boca de su marido, en un beso lento y que no se reservó
las ganas de hacerlo profundo.
Renato la sujetó por la cintura, pegándola más a su
cuerpo, porque adoraba sentir las formas de ella contra el
suyo, esa calidez que lo reconfortaba y esa pasión con que
ella le correspondía.
—¡Feliz, mesiversario! —susurró él, con su frente pegada
en la de ella y su mirada enfocada en los ojos oliva.
Samira sonrió y asintió, luego se mordió el labio,
mientras seguía colgada al cuello de él.
—Siete meses, siento que el tiempo ha pasado tan
rápido. ¿Aún me quieres? —preguntó y le dio otro beso
fugaz.
—No sé por qué lo preguntas —dijo con el ceño fruncido
pero la mirada divertida—. Eres mi persona favorita. Te
quiero más que a mi vida. —Entonces, fue él, quien la besó
para confirmarle con acciones lo que acababa de decirle—.
¿Vas a decirme el resultado del examen?
El veinte de enero, Samira había presentado el examen
MIR, que era la prueba de doscientas preguntas que le daba
validez para ejercer como Médico Interno Residente. Ella
necesitaba aprobar ese examen, para poder obtener el
título de Médico Especialista.
Él fue el testigo principal de lo mucho que se preparó
para aprobar. También estuvo con ella para ayudarle a
menguar los nervios, cuando a finales de febrero publicaron
los resultados provisionales, le aterraba aparecer en la lista
como eliminada. Pero Samira se había esforzado muchísimo
y era demasiado inteligente como para reprobar.
Desde entonces, llevaba un mes esperando la
calificación, porque solo las mejores eran las que tenían
mayor oportunidad en unas plazas que se agotaban en
segundos. Ella anhelaba plaza en Especialidades Quirúrgicas
en Pediatría, y esta solo tenía cupo para trecientos ocho
profesionales de todo el país.
—Primero vamos a sentarnos. —Lo invitó con una sonrisa
y un ademán, pero Renato caminó hasta el puesto en el que
ella estaba y lo apartó un poco, para que volviera a sentarse
—. Gracias, amor —dijo y levantó el rostro, para que él le
diera otro beso.
Renato así lo hizo, luego se ubicó en la butaca de en
frente y dejó la carpeta negra sobre la mesa; pudo notar
que los ojos de Samira volaron a esta, por lo que, le puso la
mano encima y le sonrió.
—¿Eso qué es? —preguntó curiosa—. ¿Trabajo?
Renato negó con la cabeza y vio que Samira también
tenía una carpeta.
—¿Esos son los resultados? —preguntó, señalándola.
Samira asintió—. ¿Tengo que pedir champán? —curioseó con
una ceja ligeramente alzada. Samira se encogió de
hombros, pero sus ojos, brillando como un par de estrellas,
dejaban bastante poco al suspenso. Entonces, solo levantó
un poco la mano y el anfitrión que esperaba sigiloso se
acercó—. Tráiganos una botella de la mejor champaña que
tenga, por favor.
—Por supuesto, señor. Enseguida se la traen —dijo y se
fue diligente hasta el área de servicio, en el pasillo.
Samira sonrió y cogió la mano que Renato le ofrecía.
—¿Le dijiste a Vadoma que hoy cenaríamos fuera? —
preguntó Renato, de lo contrario, la gitana los estaría
esperando para comer.
—Sí, se iría con Estela a Torres Bermejas. Me dijo que
cenaría ahí.
—Me parece que le gusta mucho ese lugar, va muy
seguido, ¿no crees?
—Ya lo creo. —Samira soltó una risita—. Va todas las
semanas, se las he contado… Y me habla muy bien de
Guillermo Hermosell, el anfitrión. Me dijo que siempre le da
una copa de vino, de cortesía.
—¿Crees que tendremos que ir a ver quién es el
misterioso señor Hermosell? —preguntó Renato, sonriente.
—Sí, me gustaría conocerlo; la verdad, me hace mucha
ilusión que pueda tener una relación con un hombre que ella
elija. Merece saber lo que se siente estar enamorada…
Nunca amó a mi abuelo, lo conoció el mismo día del
matrimonio, y él no hizo el mínimo esfuerzo por
conquistarla. Solo que temo que no se permita vivir el amor,
porque a las gitanas viudas no les está permitido volver a
tener otra pareja.
—Ya no tiene que seguir esas tradiciones tan injustas
para las mujeres —dijo Renato—, le haremos entender que
solo se vive una vez y que debe aprovechar los años que
aún le quedan. Que nunca es tarde para que viva todas las
experiencias que desee.
—Gracias, amor. Hablaré con ella, tampoco quiero que se
cohíba de ser libre o de vivir su vida, solo porque cree que
debe ser un buen ejemplo para mí… —Se interrumpió ante
la llegada del champán.
El sumiller, le sirvió primero a Samira y luego a Renato;
luego, se retiró para dejarle la privacidad que un espacio
como ese les brindaba.
—Entonces, ¿celebramos que aprobaste el examen? —
preguntó Renato. Samira le ofreció la carpeta para que
revisara; él no dudó ni por un segundo, la agarró y miró, tras
un minuto que a Samira le pareció eterno, levantó la mirada
y sonreía genuinamente—. Estás entre las diez mejores
calificaciones… —dijo anonadado.
Samira asintió con vehemencia, mientras sonreía y los
ojos se le llenaban de lágrimas, pero no iba a llorar; aunque
fuera de felicidad, no lo haría.
—Eso quiere decir que puedes apostar por la
especialidad que tanto deseas y estar segura de que te van
a aceptar… —Se le escapó un jadeo de emoción y orgullo.
—¡Espero que sí! —dijo realmente emocionada.
Renato cogió su copa y la levantó para el brindis.
—¡Muchas felicidades, amor! La verdad, nunca dudé de
que lo conseguirías. Me siento demasiado orgulloso de ti.
—Gracias, payo… —Su copa tintineo contra la de Renato.
—¿Y cuándo empiezas? —preguntó ansioso.
—Aún no lo sé, para finales de abril tengo la convocatoria
de actos de adjudicación de plaza. Ya ahí me dirán en qué
hospital empezaré.
—Desde este momento, tenemos que hacer un pacto.
—¿Cuál? —preguntó intrigada.
—Iré a buscarte cuando termines tus guardias, no
importa el día ni la hora, yo iré a por ti.
—Sabes que eso puede interferir mucho con tu trabajo —
comentó, pero por dentro se moría de amor por ese
hombre, si no fuera porque tenía mucha hambre, se saltara
la comida y le pediría que la llevara de inmediato a hacerle
el amor.
—Ya me las arreglaré, pero mi pacto no es negociable.
—Vale, lo acepto. —Le era imposible no ceder y se volvió
a buscar en su cartera—. Ahora, aquí tengo tu regalo por
estos siete meses en los que me has hecho la mujer más
feliz. —Le entregó una caja de madera—. Gracias por darme
una vida tan extraordinaria, que ni siquiera me atreví a
soñar. —Su sonrisa demostraba lo feliz que estaba por
hacerle ese regalo.
—Gracias, aunque no era necesario, mi mayor regalo
eres tú. —La tomó, la apoyó sobre la mesa y levantó la tapa.
Dentro, había otra caja verde esmeralda, ya el logo en
dorado le dejó saber de qué se trataba, por lo que, la
sonrisa se hizo más amplia. La sacó a la vista de Samira y la
abrió, se trataba de un Rolex de Titanio.
—Está personalizado… —dijo ella al ver que se quedó
mudo. Bien sabía que ese tipo de cosas no era algo que a él
pudieran impresionarlo, pues tenía una colección con otros
relojes mucho más caros. Quizá lo que le sorprendía era que
fuese de su parte.
Él sacó el reloj del estuche, le dio la vuelta y leyó:

«Siempre te llevo en mi mente y en mis ganas».

Decir que el corazón le dio un vuelco era quedarse corto,


esa frase hizo estallar muchas emociones en él, pero la que
primó fue el deseo por ella. Si no fuera porque no era el
lugar más apropiado, la desnudaría y le haría el amor sobre
esa mesa.
—Vaya, no podre heredárselo a ninguno de nuestros
nietos… —dijo extasiado.
Samira soltó una carcajada.
—¿Por qué no? Solo tendrá la certeza de que su abuela
estaba loca de amor por su abuelo.
—No, yo quiero que con esto me entierren; lo usaré para
guiarme en el camino a la otra vida que me lleve a ti. —Le
tomó la mano y le besó el dorso. Aunque se moría por
comerle la boca, no quería hacerlo, porque no iba a poder
detenerse.
Hicieron otro brindis por ese regalo y bebieron un poco
más de champán.
—Antes de que empecemos con la comida, quiero
entregarte este presente. —Sostuvo la carpeta en alto y se
la mostró. Samira sonrió emocionada—. Vale por dos. —Le
advirtió—. Por haber aprobado el examen y próximamente
ser Médico Residente, pero también lo es por haberme
soportado estos siete meses…
—Ay, no seas tonto —intervino divertida—. Junto a ti he
vivido los mejores siete meses de mi vida.
—Bueno, este es mi regalo. —Por fin le entregó la
misteriosa carpeta negra.
—Tarararará… Tarararará —canturreó Samira, intrigada,
el inicio de la Quinta sinfonía de Beethoven; la abrió, pero
antes de mirar, volvió a cerrarla—. ¿Qué es? —preguntó,
viéndolo a los ojos.
—Descúbrelo tú misma. —La instó con una sonrisa.
—Bueno —suspiró abriendo la carpeta—. Veamos qué me
ha regalado mi esposito. —Lo primero que captó fueron las
palabras: «Título de Propiedad», todo en mayúsculas y en
negrita. Más abajo, estaba su nombre y número de
identificación; además, el documento estaba en portugués
—. ¿Esto qué es? —preguntó sorprendida.
—Ahí lo dice… ¿No lo dice? —Se aproximó para ver, pero
él estaba seguro de que sí, solo que quiso aligerar el
impacto en Samira.
—Sí, lo dice… T-título d-de propiedad... A- a mi nombre.
—Sí, está a tu nombre porque es tuyo.
A Samira se le escapó una risa infestada de llanto.
—La dirección es en Río, en el barrio donde crecí… ¡No!
¡Sí! ¿No? —Dejó la carpeta y apoyó los codos en la mesa,
para cubrirse la cara—. Renato —chilló y sus hombros
empezaron a temblar por el llanto.
De inmediato, él se levantó, bordeó la mesa y se acuclilló
al lado de su mujer, le apretó uno de los muslos.
—Sí, es lo que imaginas y es tuyo…
—Pero Renato. —Retiró una de sus manos de la cara,
para ponerla en una mejilla de él—. Esto es demasiado, ese
terreno debió costar muchos millones… cientos, ¿cierto?
—No es nada comparado con lo mucho que eso aportará
a tu comunidad. —Le dijo con una maravillosa sonrisa y
acariciándole el muslo.
—¡Dios! Pero no sé nada de cómo construir un hospital…
Y estamos tan lejos, como para saber si lo hacen bien…
Puedo empezar por contratar a un ingeniero. —Se llevó las
manos a la boca y soltó un gritito bastante agudo, mientras
se balanceaba en la butaca—. Ay, estoy tan feliz, me va a
estallar el corazón. —Le cogió la mano que Renato tenía en
su muslo y se la llevo a su pecho—. Siente, me harás
explotar el corazón—. La construcción será por mi cuenta,
¿entendido? —Lo señaló amenazante.
Renato frunció la nariz.
—No, no es buena idea que la construcción sea
enteramente por tu cuenta…
—Renato Medeiros…
—Deja que te hable —rio tranquilizador.
—Está bien, habla, pero no quiero que tú…
—A menos que quieras construir algo muy pequeño, la
construcción puede correr enteramente por tu cuenta…
—Renato —Volvió a interrumpirlo con tono de
advertencia.
—Samira. —Usó un tono igual al de ella—. No digo que yo
vaya a involucrarme económicamente en ese proyecto,
porque podría dejarme en la ruina, pero sí necesitarás
apoyo de otros. Y asesoría de personas que tengan
experiencia en eso… ¿Y adivina qué? Te tengo a la persona
indicada, que puede ayudarte a encontrar a fundaciones o
empresas dispuestas a colaborar con tu sueño. —Le dijo con
una gran sonrisa de triunfo.
—No me digas que tu abuelo, porque es lo mismo.
—Por supuesto que el Grupo EMX hará donaciones, pero
no, no es mi abuelo… Es mi tío, Samuel, él tiene los
contactos adecuados para que, en cinco años, una vez
termines la especialidad en cirugía pediátrica, tengas un
hospital donde operar. Sabes que él tiene dos hospitales
infantiles en Estados Unidos…
—Pero supongo que los ha conseguido por su trabajo en
la política…Y es más fácil conseguir donaciones, pero no
creo que, empresas norteamericanas, quieran hacer
donaciones a hospitales en el sur.
—No, el primero lo inauguró cuando tenía solo el bufete
de abogados. Él sabe cómo conseguir apoyo… ¿Quieres que
yo me encargue de hablar con él o lo pongo en contacto
contigo?
—Me gustaría encargarme de eso, porque a ti no podrá
decirte que no, porque eres su sobrino…
—Tú también eres su sobrina, Samira. —Le recordó.
—No es lo mismo.
—Si tú lo dices, no te llevaré la contraria, porque eres
muy terca. Pero estoy seguro de que encontraremos a
muchas empresas que quieran involucrarse… Por ejemplo,
podremos contar con la constructora de la familia de
Bruno...
—Veo que estás haciendo muchos planes, sin contar con
la opinión y disposición de los demás —dijo sonriente.
—Porque estoy seguro de que no dirán que no. Son
familia y ¿para qué es la familia si no es para ayudarnos?
—Gracias, amor… Estoy demasiado eufórica… Mira. —
Tendió una de las manos frente a él, para que viera lo
mucho que estaba temblando.
—Sí, te siento temblar… Y tengo planeado que en un par
de horas vuelvas a hacerlo, bajo mi cuerpo. —Le guiñó un
ojo.
—Entonces, apresuremos la cena —dijo y le dio un rápido
beso.
—Por favor. —Le susurró, se levantó y regresó a su
puesto.
Mientras Samira utilizó la servilleta para limpiarse las
lágrimas. Él levantó la mano, solicitándole al mesero que se
acercara.
—Gracias —dijo ella, al recibir la carta que le ofrecía.
Renato también agradeció y luego se concentró en el
menú, pero ella se quedó observándolo a él y
confirmándose a sí misma que lo amaba demasiado y aun
así no era suficiente.
Aunque habían pasado siete meses desde que se
casaron, algunas veces le costaba creer que esa fuera su
realidad, por lo especial e incondicional que Renato era con
ella.
Después de que regresaron de Río, ella estaba devastada
porque no podía entender que su padre la odiara tanto;
sacarse a su familia del corazón le estaba doliendo
demasiado. Sobre todo, cuando su situación empeoró con la
llamada de Adonay.
Estaba iracundo, su padre le llamó y reprochó duramente
por haberle mentido acerca del viaje de Vadoma y que la
había sacado de su casa con engaños, solo para apoyar las
locuras de Samira.
Ella, que no merecía nada después de lo que hizo,
cuestionó su dignidad por ayudarle después de que lo
abandonó el mismo día de la boda y lo convirtió en la burla
de toda la comunidad. Por consiguiente, también le informó
que había llegado a pedir perdón, pero con el descaro de
hacerlo casada con un payo.
A Samira no le quedó más remedio que decirle toda la
verdad y con quién se había casado; todavía así, Adonay
siguió muy molesto con ella y no contestó más a sus
llamadas.
Fue entonces cuando sintió que el tema familiar no iba a
poder resolverlo sola, y recurrió a ese terapeuta que Danilo
le recomendó.
Empezó a verlo una vez por semana y, en un par de
meses, ya le había hecho ver la importancia de vivir para sí
misma y no sentirse culpable; porque tenía la terrible
tendencia a pensar que, si anteponía sus prioridades, era
por puro egoísmo.
Le hizo entender que había crecido en un ambiente
disfuncional, con unos progenitores inoperantes, en relación
a sus funciones de cuidado y de amor; entonces, terminó
creciendo sin saber vivir pasa ella misma, porque lo hizo
viviendo únicamente para los demás, fue lo que le
enseñaron a ser.
Le recalcó que a sus padres le interesaba mucho que
viviera para ellos; su madre, para que le ayudara con la
crianza de sus otros hijos; su padre, para hinchar su orgullo
a través de su propio sacrificio.
Ellos solo la necesitaban para que les sirviera, y no les
convenía que tuviera conciencia crítica, para decidir qué
camino tomar en su vida. Y solo dejaba de ser invisible
cuando seguía las directrices que ellos les daban.
Le ayudó a ahondar tanto en sus emociones, que incluso
comprendió por qué se molestaba cuando Renato le hacía
regalos. Fue porque creció creyendo que amar era solo dar,
ofrecer, entregar… Y cuando empezó a recibir, se sintió que
estaba en deuda con él, se sentía incómoda y por eso
muchas veces se sentía indigna de ese amor.
Sabía que era un proceso largo, pero estaba poniendo
todo su empeño para dejar atrás el pesado lastre que
significaba su familia, y seguir adelante; entender que había
personas más importantes en su vida y que a pesar de que
no compartían su misma sangre, la edificaban y valoraban
por quien era.
Así que, ahora no le afectaba en absoluto cumplir su
sueño de construir un hospital, cerca de esa gente que
jamás le perdonaría haber elegido ser para ella y no para
beneficiarlos a ellos.

Al llegar al apartamento, se dieron cuenta de que


Vadoma, también acababa de regresar; se le notaba muy
feliz, tarareando en la cocina.
Renato y Samira se miraron, compartiendo una risita
cómplice, pero cuando Vadoma les preguntó qué les
pasaba, dijeron que nada.
Entonces, les ofreció té; ellos aceptaron porque
disfrutaban compartir ese momento antes de irse a la cama,
ya que conversaban sobre sus días.
—Mi estrella, ¿qué te parece si me corto el cabello? Es
que toda la vida lo he llevado de la misma manera… No sé,
me gustaría verme diferente.
—Abuela, si quieres hacerlo, hazlo… No me pidas
permiso.
—Pero me gustaría saber tu opinión, ¿crees que se me
verá bien?
—Por supuesto que se te verá hermoso.
—Coincido con Samira —dijo Renato, con una tenue
sonrisa.
—¿Lo crees? —Se sonrojó como quinceañera.
—Sí, abuela, siempre es bueno cambiar de estilo;
además, casi siempre lo llevas recogido, córtalo cuanto
quieras… o pídele la opinión al estilista, estoy segura de que
te dirá cómo es mejor cortarlo, según tu rostro y contextura
—hablaba sonriente, emocionada porque su abuela
decidiera vivir.
—Bueno, mañana iré a la peluquería.
—Si quieres, te acompaño. —Se ofreció Samira.
—Gracias, mi estrella —dijo sonriente.
—Bueno, nosotros nos vamos a la cama. —Samira se
levantó y agarró su taza de té e iba a agarrar la de Renato,
pero él le sostuvo la muñeca.
—Te ayudo —propuso, poniéndose de pies y tomando la
de Vadoma.
Llevaron las tazas a la cocina y las lavaron. Vadoma los
miró con una encantadora sonrisa. Cada día, el payo le
demostraba que cumplía con su palabra de querer bien y
bonito a su nieta; no se lo había dicho, pero la valoraba
como jamás lo habría hecho un gitano, porque todo el
tiempo, tenía esas actitudes en las que le ayudaba por
mínimo que fuera el esfuerzo, algo que un gitano no haría,
porque para ellos, eso sería obligaciones exclusivas de las
mujeres.
Samira regresó y le dio un beso en la mejilla.
—Hasta mañana, abuela. Duerme bien.
—Hasta mañana, descanse —deseó Renato.
—Muchas gracias, ustedes también.
En cuanto entraron a su habitación, Samira lo pegó a la
puerta, con una mano en su pecho y; con la otra, le quitaba
la correa del pantalón. Renato se dejaba hacer, mientras la
besaba con fervor y sostenía sus caderas. No se detuvieron
hasta que terminaron sobre su cama, entregados al placer
de sus cuerpos laxos, con respiraciones agitadas y sonrisas
cansadas tras el orgasmo.
CAPÍTULO 83
Samira terminó su turno en urgencias a las siete de la
tarde, había sido una guardia extenuante y estaba tan
agotada que ni siquiera iba a cambiarse; acababa de salir
del quirófano, tras realizarle una apendicectomía
transumbilical asistida por laparoscopia, a Diego, un niño de
seis años.
Estaba en su cuarto año como Médico Residente, en el
Hospital General Universitario Gregorio Marañón, donde
consiguió una de las dos plazas disponibles. Además, ese
año empezó a hacer rotación externa, que complementaba
su aprendizaje; sin descuidar su rotación dentro del hospital,
en Urgencias, Pediatría, en UCI Pediátrica y Neonatal.
La actividad asistencial la adicionaba con participaciones
en congresos, publicaciones y proyectos de investigación.
Se desempañaba muy bien en procedimientos
quirúrgicos sencillos: cirugía pediátrica general y digestiva,
cirugía plástica y maxilofacial, cirugía oncológica, neonatal,
urológica y cirugía torácica mínimamente invasiva. Solo
solicitaba supervisión si lo consideraba necesario, y
procedía con supervisión de su tutor los abordajes
quirúrgicos como: toracotomía, cervicotomía, laparotomía
transversa; entre otros más complejos.
Luego de asegurarse de que Diego despertó bien de la
anestesia, de hacer las anotaciones en su historia clínica,
para el médico de relevo, y cumplir con todo el protocolo de
fin de guardia, fue en busca de su cartera, se rehízo la
coleta, sin dejarla muy apretada, porque el agotamiento la
tenía con un ligero dolor de cabeza.
Le envió un mensaje a su marido, para informarle que ya
estaba de camino a la salida.
Renato la esperó por donde casi siempre salía, la vio
venir con el pijama médico, pantalón blanco y con camiseta
estampada con algunos personajes infantiles, como: Ariel,
Jasmín, Chip —o le parecía que así se llamaba—, de lo que
estaba seguro era de que aparecía en La Bella y La Bestia.
Aunque llevaban casi cinco años casados y todavía no
tenían hijos, lo cierto era que él estaba constantemente
familiarizado con todo lo relacionado a niños; Samira, todo
el tiempo, buscaba la forma de ganarse la confianza y
cariño de sus pequeños pacientes. Para ella, la mejor vía de
hacerlo era aprender de sus intereses y así poder iniciar un
tema de conversación con ellos.
Razón por la cual, el apartamento estaba repleto de
cuentos infantiles, muchas veces las opciones
cinematografías eran de Disney, Pixar, Illumination, Ghibli o
Dream Works. Entre otras cosas que fascinara a los niños;
así qué, indirectamente, él terminaba absorbiendo toda esa
información.
Se sonrieron cuando sus miradas se encontraron; a pesar
de que se le veía agotada, lucía hermosa y de muy buen
ánimo, lo que le hacía suponer a Renato, que ella tuvo una
buena jornada. Porque, cuando las cosas no salían bien y
alguno de sus pacientes moría, sobre todo, los neonatos,
ella terminaba devastada; aun cuando sabía que la muerte
era parte de su trabajo, no podía evitar tener sentimientos
asociados de duda, impotencia, culpa o fracaso, o se
preocupaba mucho de ser criticada por su participación en
el cuidado del paciente.
—¿Esto es para mí? —preguntó con una gran sonrisa, al
ver el ramo de flores coloridas en las manos de Renato.
—Son para la mujer que me llena de vida…, la más
hermosa de todo el universo —dijo sin entregarle todavía las
flores—. ¿La conoces? —preguntó sonriente.
—Creo que sí, ¿no era esa que iba vestida con un pijama
médico infantil, el cabello hecho un desastre y la cara más
demacrada que un cadáver?
—Esa misma, lo que esa mujer no sabe es que, con tan
solo verla, aún después de una exhaustiva guardia, me
levanta el ánimo. —Por fin le entregó el ramo, al tiempo que
le envolvía la cintura con un brazo y le daba un beso.
—Te amo. —Ella le dio otro beso sonoro—. ¿Me llevas a
casa? —gimió agotada—. Quiero hundirme como una hora
en la bañera. Siento que eso necesita mi cuerpo en este
momento.
—Por supuesto, cariño —dejó de abrazarla, para luego
entrelazar sus dedos y caminar hasta donde había dejado el
coche aparcado—. ¿Muchas urgencias?
—Sí, empecé la guardia con un niño de diez años, con
una herida en la cabeza, al que tuve que darle siete puntos
de sutura; luego, otro de doce, con una torsión testicular —
sonrió al ver la cara de sufrimiento que hizo Renato—.
También me tocó la aspiración de un cuerpo extraño;
Vanesa, de dos años, se tragó un botón…
—La edad en la que la gran curiosidad de un niño y el
pequeño descuido de un padre, puede hacerte pasar un
momento de terror —comentó Renato, ya desde ahí pudo
ver la SUV y con el comando desactivó la alarma.
—Así es, nos tocó lidiar con la agresividad del padre, por
suerte para él, comprendemos que son reacciones propias
de los nervios; de lo contrario, le hubiese dado un puñetazo
—gruñó. Renato rio y le dio un beso en el pelo, pudo percibir
el olor del quirófano—. Después, nos llegó una pequeña con
una uña encarnada.
—¿Cómo así? ¿Eso es un caso de cirugía? ¿No debería
encargarse el pediatra de eso? —preguntó mientras le abría
la puerta. Que Samira permitiera que lo hiciera, solo le
confirmaba que verdaderamente estaba agotada.
—No, el pediatra no lo hace, él no corta, no hace
incisiones ni nada de eso —continuó, una vez que Renato
subió al asiento de conductor—. Así que, me llamó:
«Doctora Medeiros, hay una niña aquí con una uña
infectada» —trató de imitar la voz del pediatra—. Me tocó
bajar, drenar la uña, ponerle un poquito de antibiótico y
mandarla a casa.
—Eso no lo sabía —sonrió, al tiempo que ponía en
marcha el motor.
Samira asintió y luego llevó la nariz hasta el ramo de
flores e inhaló profundamente el aroma de una peonía
rosada.
Al llegar al apartamento, Renato fue directo al baño, para
poner a llenar la bañera. Samira se quitó el pijama y se
quedó tirada en la cama, solo con el sujetador y las bragas.
—Por cierto, me enviaron el último avance del hospital,
pero no he tenido tiempo de verlo —dijo en voz alta, para
que Renato la escuchara.
—Podemos hacerlo ahora, ¿te parece? —propuso,
asomando medio cuerpo.
—Vale…, lo haremos antes de dormir.
—Podemos mientras estemos en la bañera.
—Sí y mucho mejor si es con una copa de vino.
—Está bien, ya puedes venir… Entra primero, en un rato
te acompaño.
—Gracias, amor. —Se levantó y, al cruzarse, le dio un
beso y una nalgada.
Renato se dirigió a la cocina, buscó una botella de vino y
un par de copas, también se hizo de frutas y queso. Cuando
regresó, dejó todo en una mesa auxiliar; luego, fue a por el
portátil de Samira y lo dejó en la tabla de apoyo, en medio
de la bañera.
Se desnudó y entró, ubicándose detrás de ella.
—Esto era justo lo que necesitaba —suspiró complacida y
dejó descansar al cabeza en el pecho de Renato.
—Yo también —dijo él, dejándole un beso en la mejilla,
luego le pasó la copa medio llena.
Ella le dio un pequeño sorbo y dejó la copa en la tabla de
apoyo, junto al portátil, la cual encendió; introdujo la
contraseña y buscó los archivos.
Puso a reproducir el primer video y el estómago se le
encogió de la emoción; habían pasado tres semanas desde
que les compartieron el último avance, y la diferencia era
realmente notable.
Renato le había dado su palabra de que con la ayuda de
su tío Samuel, conseguirían empresas que les ayudarían en
la construcción de ese sueño; y no se equivocó. Hasta ese
día, contaba con el respaldo de cuarenta y cinco empresas
brasileñas, que hacían grandes aportaciones.
—Va bastante adelantado. —Renato rompió el silencio.
—Sí, falta poco, ahora sí me parece que se está haciendo
el trabajo.
—Desde el principio se ha estado haciendo, solo que
estabas demasiado ansiosa.
—Tienes razón —chilló, concediendo su derrota—. ¿Crees
que esté listo para cuando termine la residencia? —Se
volvió a mirarlo por encima del hombro.
—Por supuesto. —Le dio un beso. A Samira le faltaba un
año completo para terminarla, y el hospital iba bastante
avanzado.
—¿Cómo fue tu día? —Tomó la mano derecha de él,
uniendo ambas palmas, para luego entrelazar sus dedos o
juguetear con ellos.
—Menos interesante que el tuyo, todo es sumamente
metódico. Gracias al cielo, no tengo que enfrentarme a la
adrenalina de tener que lidiar con torsiones testiculares.
Samira soltó una carcajada y, con cuidado de no mojar el
portátil, se giró hacia él, apoyó una mano en su pecho y
empezó a bajarla hasta acunarle los testículos.
—Pero ¿sí te gustaría enfrentarte a la adrenalina de un
buen masaje? —preguntó con una sonrisa pícara y
mirándolo a los ojos.
—Estaría loco si no —jadeó complacido, al tiempo que
cogió el aparato y lo quitó de la tabla de apoyo, para dejarlo
sobre la mesa auxiliar.
Se dedicó a disfrutar de las maravillosas manos de su
mujer, masturbándolo, pero no quería solo eso, por lo que,
la sujetó por las caderas y se la puso ahorcajadas, al tiempo
que se entregaban a la pasión de un beso profundo.
Desde hacía un par de años, contaban con la libertad de
entregarse cómo y dónde quisieran, ya que tenían la
privacidad del apartamento para ellos. Vadoma, después de
mucho tiempo, aceptó darse una oportunidad en el amor y
se fue a vivir con Guillermo Hermosell. El anfitrión de Torres
Bermejas, era un gitano que llevaba ocho años viudo, un
señor de la misma edad de Vadoma, que vivía solo en
Madrid, porque sus hijos vivían en Valencia.
No fue fácil hacerle entender que no tenía nada de malo
si quería compartir el resto de su vida junto a un buen
hombre. Samira, más de una vez, tuvo que decirle que, para
el amor, la edad no debía ser un limitante, que lo
importante era su felicidad, y si Guillermo se la estaba
ofreciendo, ¿por qué no aceptarla?
A pesar de lo agotada que estaba Samira, hacer el amor
con su marido la recargaba de energía; después de la
bañera, volvieron a hacerlo en la habitación. Luego se
pidieron Sushi, para comer mientras veían una película.
Además, contaban con la fortuna de que, al día siguiente,
ambos lo tenían libre, así que podrían desvelarse un poco
más. El único compromiso que tenían al día siguiente era
por la tarde, como padrinos del hijo de Amaury y Julio César.
Era un hermoso niño ucraniano, de seis meses, que
habían adoptado con apenas un mes de nacido; esa tarde lo
bautizarían en la Catedral de la Almudena.
En medio de la película, ambos se quedaron dormidos en
el sofá, fue Samira la que despertó durante la madrugada y
le pidió que se fueran a la habitación; por supuesto, él no se
dio cuenta de que se había rendido y despertó algo
desconcertado.
CAPÍTULO 84

Transcurrieron casi siete años para que, Renato y Samira,


trasladaran su residencia de nuevo a Río de Janeiro.
Decidieron ir a vivir con Reinhard y Sophia, a pesar de que
el apartamento de Renato era lo suficientemente grande o
que podían comprarse una casa más cómoda, accedieron a
la petición del patriarca, de mudarse a la mansión Garnett.
La despedida en Madrid no fue fácil, ya que ambos
habían creado vínculos afectivos con muchas personas;
sobre todo, no lo fue para Samira, tuvo que dejar a su
abuela con su marido Guillermo, pero le tranquilizaba saber
que estaría con una persona que realmente la quería y la
valoraba, también le prometió que la visitaría mínimo tres
veces por año. Les dejaron el apartamento, pues estaba
mejor ubicado y en mejores condiciones que el de
Hermosell, el cual terminó poniendo en venta.
Despedirse de Julio César, también fue un proceso
bastante triste; ella quiso cederle la totalidad de las
acciones de Saudade, pero él se negó y le compró su
participación. Sin embargo, dejó activas varias de sus
inversiones y le firmó un poder a su abogado, para que
pudiera hacer gestiones de poca importancia.
Quedaron algunos pendientes, que luego resolverían,
puesto que quisieron llegar a Río el día que Renato cumplía
sus treinta y ocho años.
Cuando bajaron del avión en el Santos Dumont, sintieron
el impacto del cambio de clima. La noche anterior, cuando
abordaron en Madrid, la temperatura estaba en unos cinco
grados, ahora los recibían unos treinta grados, que los
sofocó tan solo en el corto trayecto del avión a la SUV.
Saludaron con afecto al chofer y al guardaespaldas, pues
interactuaban con ellos durante todas las visitas que habían
hecho a Río, en esos años; para poder ver los adelantos del
hospital y compartir con la familia.
Esperaron dentro del auto, con el aire acondicionado lo
más alto posible, a que guardaran todo el equipaje.
La nostalgia de haber dejado Madrid, fue desapareciendo
por la emoción que les provocaba encontrarse con los
maravillosos paisajes cariocas.
—¿Recuerdas la primera vez que vinimos aquí? —Le
preguntó Renato, cuando pasaron por la ensenada de
Botafogo.
—Sí, fue primera vez que compartí comida con un payo,
ese Crème Brulée estaba riquísimo —dijo y apoyó la cabeza
en el hombro de él, le sujetó la mano y entrelazó los dedos
—. Deberíamos volver —suspiró ante los recuerdos de esa
noche, cuando ambos eran mucho más jóvenes.
—Lo haremos. —Le dio un beso en los cabellos.
El momento idílico fue interrumpido por la vibración del
teléfono de Samira.
—Es mi abuela, seguro quiere saber si llegamos bien —
dijo, antes de contestar.
Habló por más de dos minutos con Vadoma, sobre cómo
les había ido en el viaje y que ya estaban de camino a la
casa. Le dedicó unas breves pero emotivas palabras de
felicitaciones a Renato.
—Gracias —dijo Renato, guiñándole un ojo.
Le sugirió que le pidiera un hijo a Samira, de regalo de
cumpleaños; al parecer, había comprendido que aún no
estaban preparados para convertirse en padres.
Cuando por fin llegaron a la mansión, Renato fue
sorprendido por parte de su familia y sus amigos más
cercanos. Notó en la sonrisa de Samira, que estaba al tanto
de esa sorpresa. Entonces, supo por qué se empeñó tanto
en que llegaran ese día.
—¡Feliz cumpleaños, Renatinho!
—¡Feliz cumpleaños, amor! —dijo, dándole un beso.
Luego Renato caminó hasta donde estaba su madre,
sosteniendo un pequeño pastel, iluminado por varias velas.
Ella había dado un par de pasos, dejando atrás al grupo
familiar.
—¡Felicidades, hijo mío! —deseó Thais con una sonrisa de
pura dicha.
—Gracias, mamá, gracias a todos… —Se inclinó sobre el
pastel y sopló sobre las velas—. No esperaba esto —
confesó, dirigiendo su mirada a cada uno y sonrió
genuinamente.
Después, poco a poco, fue recibiendo abrazos y buenos
deseos de sus tías y sus hijas, Diana y Selene, quienes
tenían tres años y; por supuesto, de Lucas.
Recordaba la cara de estupefacción que puso Samira
cuando le contó sobre la relación que tenían sus tías con
Lucas, pero con el tiempo fue asimilándolo, hasta que
terminó por normalizarlo, como le había tocado hacer a toda
la familia.
También recibió los abrazos de Elizabeth, Alexandre y sus
hijos, Alexandra y Bernardo, quien se parecía bastante a su
abuelo materno; aunque tenía la cualidad de haber nacido
con heterocromía, por lo que, tenía un iris gris y el otro casi
en su totalidad era de un marrón dorado, como el de
Samuel.
Continuó recibiendo un eufórico abrazo de su hermana
Aitana, el de su padre, de sus amigos cercanos y, por
último, se acercó a su abuelo, el pilar de la familia, un roble
que, con ciento tres años, los seguía manteniendo unidos a
todos.
Sin duda, era un pastel demasiado pequeño para tantas
personas; eso había sido algo meramente significativo,
porque la celebración la harían en el restaurante Fogo de
Chão, el que reservaron exclusivamente para la familia.
Todos sabían que Renato y Samira, estaban agotados por
el viaje, por lo que, les pidieron que subieran a descansar
unas horas, para luego ir a comer.
Despertaron tres horas después, con la alarma que
Renato programó antes de que se quedaran dormidos. Se
acurrucaron un rato entre las sábanas, compartieron una
amena conversación y muchos besos.
Cuando bajaron, todos estaban en la terraza, hablando
mientras tomaban güisqui o caipirinhas, y se volvieron a
verlos.
—¿Pudieron descansar? —preguntó Ian.
—Sí, gracias, papá.
—Entonces, ¿listos para irnos? —inquirió Elizabeth, con
Bernardo sentado en el regazo.
—Sí, vamos —contestó Samira.
Estuvieron en la churrasquería por unas cuatro horas,
comiendo, bebiendo y rememorando tantas aventuras y
momentos compartidos en familia, durante los años de vida
junto a Renato. Luego se despidieron para ir cada uno a sus
hogares, esperando reunirse entre semana y para la
inauguración del hospital.
Cada vez que le recordaban a Samira, el poco tiempo
que faltaba para la inauguración, la invadía una mezcla de
miedo y plenitud. Agradecía al destino que la puso en el
camino de Renato, porque en la familia de él, encontró el
amor y el apoyo que nunca tuvo en la suya, excepto por su
abuela.
Cuando regresaron a la mansión, se quedaron un poco
más con Reinhard y Sophia; ellos no podían ocultar la
felicidad que sentían por tenerlos ahí.
—Abuelo, ve a descansar, mañana seguimos hablando —
dijo Renato, al ver que Reinhard cabeceó en unas tres
oportunidades.
—Está bien, hasta mañana, mis hijos. Descasen… —Le
deseó, al tiempo que Sophia le ayudaba a poner de pie y le
sirvió de apoyo, para llevarlo hasta el ascensor.
—Ahora sí, ¿listo para recibir mi regalo? —Le susurró
Samira, una vez estuvieron solos.
—Si es contigo, siempre lo estoy —sonrió y se levantó.
Samira se echó a correr escaleras arriba y él la siguió,
con muchas ganas de hacer el amor.
Cuando llegaron a la habitación y antes de que él pudiera
cerrar la puerta, ella empezó a quitarse prendas y dejarlas
caer en el suelo.
Renato cerró y se apoyó contra la madera, viendo a su
mujer desvestirse con una sensualidad que lo desarmaba.
No se preocupaba en absoluto por contener los suspiros de
admiración.

Una semana después, a las diez de la mañana, estaban


reunidos en el barrio Catumbi, ubicado en la zona central de
Río de Janeiro, no solo la familia Garnett, Medeiros y
Martinelli, sino todos los involucrados en el proyecto, así
como la prensa y el gran equipo médico que trataría a los
pacientes.
Samira estaba bastante nerviosa y ansiosa, se moría por
abrir las puertas de su más ambicioso sueño, en el que
había puesto no solo su tiempo y dedicación, sino que
también había invertido cien millones de euros, para
comprar equipos médicos de última generación; quería que
los niños que se atendieran ahí, contaran con los mejores
cuidados.
Cuando le ofrecieron las tijeras, para cortar las cintas
amarillas frente a urgencias, fue evidente para todos y
quedó registrado en cámaras de televisión, lo mucho que le
temblaban las manos.
—Vengan aquí, vengan… —Con la voz rota por las
emociones, le hizo señas a su marido y a su abuela, para
que se acercaran.
Vadoma había llegado la noche anterior, en compañía de
Julio César. Como le dijo Samira, ella no podía perderse ese
momento, porque lo estaba viviendo en gran parte gracias a
ella.
—Lo haremos entre los tres, gracias a ustedes, hoy esto
es posible —dijo con la barbilla temblando por contener las
emociones.
Vadoma y Renato, pusieron sus manos sobre las de
Samira y, de esa manera, el Hospital Gitano Infantil, quedó
formalmente inaugurado. El momento fue acompañado de
los aplausos de los presentes.
Entraron al gran vestíbulo del hospital, donde meseros
con bandejas empezaron a repartir copas de champán, para
hacer el brindis. Mientras los fotógrafos no dejaban de
apretar los obturadores, capturando cada momento.
Cuando fue el momento de Samira, para ir al atril, le
temblaban tantos las piernas que, si no fuera porque Renato
le sujetaba la mano, no hubiese podido dar un paso.
Luego de dar la bienvenida y agradecer a los socios
comerciales, amigos, funcionarios municipales y estatales, y
a los medios de comunicación por estar ahí, para compartir
un evento tan importante, Samira continuó con un discurso.
—El día de hoy nos reunimos para celebrar la
culminación de un sueño —siguió leyendo—, pero a la vez,
el inicio de una nueva historia en la ciudad de Río de
Janeiro, una que será enmarcada por la innovación y
respaldada por la experiencia de un sistema de salud
internacional. El Hospital Gitano Infantil, nace de mi deseo
personal de colaborar con el bienestar de todos los niños
que padecen alguna condición médica, en especial, a los de
esta, mi comunidad… Nació del anhelo que tuvo una
adolescente gitana, común y corriente, sin ninguna
oportunidad, pero que soñó y entregó su vida para que
todos los niños, gitanos y payos, pudieran tener acceso a la
salud, con los mismos beneficios que reciben los de mejor
condición económica y social…
»Su infraestructura, acompañada de tecnología de
vanguardia y un talentoso equipo médico y de enfermería,
hace de este centro un parteaguas en la atención médica
infantil de Río de Janeiro. Y, para que nos explique un poco
más de este gran proyecto, le pido al director de este
hospital, doctor Rodrigo Amundaray, que nos acompañe y
diga unas palabras.
El doctor le dio un apretón de manos a ella y a Renato,
antes de subir al atril, dándoles las gracias, una vez más, a
todos los que aportaron su granito de arena para que se
realizara ese importantísimo proyecto, y a cada uno de los
presentes.
—…Con una inversión de unos dos mil millones de reales,
se pudo construir y habilitar este edificio, que cuenta con
trece pisos, sesenta y cuatro habitaciones, setenta y dos
consultorios médicos, áreas de urgencias y de cuidado
intensivo… —Hizo una pausa debido a los aplausos—. No
me queda dudas de que el Hospital Gitano Infantil, marcará
muchos hitos en la historia de nuestra ciudad y en los
servicios de salud, no solo en este estado, sino de nuestro
querido país…
Samira miraba en derredor, observaba a cada uno, el
espacio, la altura de los techos, y aún le costaba creer que
su mayor deseo de adolescente fuera hoy una realidad.
Se mordió el labio, para no llorar; aun así, se le
derramaron varias lágrimas. Renato se acercó y le besó la
sien, mientras que, con el pulgar, le limpiaba las lágrimas.
Cuando llegó, se emocionó mucho al ver que, afuera de
las instalaciones, había muchos gitanos con carteles en
romaní y caló, agradeciéndole por su buen corazón.
—Tu dicha y felicidad es la mía. —Le susurró Renato—. Te
amo y se me infla el pecho de orgullo, mi gitana, mi estrella,
mi gran amor.
CAPÍTULO 85
Un mes después de la inauguración del hospital y tras las
festividades navideñas, Renato aprovechó que aún
contaban con unos días libres, para proponerle a Samira
que viajaran hacia algún lugar paradisíaco, así podrían
liberarse del estrés que habían vivido en los últimos meses.
El destino escogido por él fue: Jalapão; al norte de Brasil.
Ella se sorprendió un poco, pues si bien era un lugar
hermoso y paradisíaco, se salía por completo de los destinos
élites, que acostumbraba a escoger Renato. Ese sitio
quedaba prácticamente en medio de la nada; por lo que,
supuso que, una vez más, él estaba dispuesto a salir de su
zona de confort, para vivir junto a ella, experiencias que se
volverían inolvidables.
—¿Estás seguro? —preguntó dudosa, mientras lo
peinaba.
—Claro que sí —dijo animado, dedicándole una mirada a
través del espejo. Le sujetó la mano y tiró de ella,
invitándola a sentarse en su regazo.
Samira giró medio cuerpo y tomó el protector solar, se
aplicó un par de rayitas en los dedos índice y medio, para
luego aplicárselo a su marido en el rostro.
—Tendremos que llevar suficiente repelente, porque debe
haber muchos mosquitos… ¿Estás dispuesto a soportar las
picaduras?
—Si es por hacerte feliz y pasar tiempo a solas contigo,
podría soportar hasta mordidas de serpientes. —La
admiraba mientras disfrutaba de sus manos, esparciendo el
protector por su rostro, ese toque lo llenaba de vida.
—En ese caso, tendremos que llevar suero antiofídico —
aseguró con tono de broma—. Lo menos que quiero es
enviudar tan joven, me moriría.
—Llevemos todo lo necesario para que podamos seguir
disfrutando de esta vida juntos, por muchos años.
Samira, llevada por un arranque de pasión, lo sujetó por
la cara, poniendo cada mano sobre sus orejas y estampó su
boca contra la de él, que la recibió de inmediato con
entusiasmo. Buscó la lengua de Samira, la succionó, la
acarició y terminó chupándole los labios.
Samira, al saborear el beso, se pasó el dorso por la boca.
—Sabe a protector solar —dijo riendo y se le escaparon
algunas gotas de saliva, que se estrellaron en el rostro de él.
De inmediato, estalló en carcajadas, mientras Renato se
limpiaba la cara.
—Lo siento, amor —hablaba sin poder parar—. Te escupí.
Él no dejaba de reír y pegó la frente contra la de ella;
entonces, le dio otro beso.
—Te amo. —Le recordó.
—Yo también, cada día un poco más… —sonrieron—. ¿Y
cuándo nos vamos?
—Mañana.
—¡Mañana! Entonces, tengo que preparar el equipaje
esta noche.
—Sí, mi señora.
Al día siguiente, salieron temprano con destino a Palmas,
la ciudad más cercana al Parque Estatal. El viaje en avión
duró alrededor de tres horas y media; al llegar, se subieron
a un helicóptero, que los dejó en el helipuerto del eco
resort, en el que se hospedarían.
Este contaba con doce búngalos, en un entorno selvático
prístino; aun así, ofrecía todas las comodidades,
manteniendo su objetivo ecológico.
Los llevaron hasta uno situado por encima de las copas
de los árboles y con ventanas de suelo a techo,
proporcionándoles una vista panorámica del dosel de la
jungla. Sin dudas, un lugar perfecto para desconectar y
recargar energías.
Una cama de tamaño king, captó inmediatamente la
atención de ambos, sabían que iban a darle muy buen uso,
aunque al ver el sofá, decidieron que ahí también podrían
pasarlo muy bien.
Samira salió a la terraza e inhaló profundamente,
llenándose los pulmones de aire puro y maravillándose con
las vistas que le ofrecía ese paraíso.
—Amor, mira lo que tenemos aquí —dijo Renato,
asomándose desde el otro lado de la terraza.
Samira corrió por el piso de madera noble y vio una
bañera redonda con hidromasaje.
—Esta noche tendremos cita aquí —comentó
emocionada.
Renato ya había programado un tour, con un
excursionista del hotel, quien los llevaría hasta Cachoeira do
Formiga. Pero aún contaban con tiempo para ir a comer
algo.
A Samira le hubiese gustado descubrir cada atractivo por
su cuenta, pero sabía que estar en un lugar desconocido le
provocaba cierta ansiedad a Renato; aunque él intentaba
mostrarse calmado y seguro, ella había llegado a conocerlo
mucho mejor en esos años juntos. Ahora podía identificar
ciertos gestos que le indicaban cuándo algo le afectaba; sin
embargo, él había mejorado muchísimo y ella también había
avanzado en sus terapias.
Fueron al bufé que estaba a unos cinco minutos
caminando por un sendero enmarcado de árboles
selváticos. Hubiese sido más fácil pedir servicio a la
habitación, pero tenían mucho deseo de adentrarse en la
naturaleza y vivir la experiencia del hotel.
Al llegar, se sirvieron frutas picadas, queso, jamón,
huevos revueltos y pan, que acompañaron con capuchino y
jugo de naranja.
Una hora después, emprendieron el viaje junto al guía.
El bamboleo del vehículo tenía un poco inquieto a
Renato, que se encontraba arrepentido de haber comido, ya
que tanto movimiento le tenía el estómago revuelto; sin
embargo, Samira se encargó de relajarlo con caricias y
besos, también con su entusiasmo, cuando veía las
impresionantes formaciones rocosas que componían la
sabana.
—Es impresionante, ¿verdad? —dijo Samira, señalando la
inmensa piedra.
Cerca del mediodía, llegaron hasta el restaurante donde
almorzarían. Por un momento, Renato se arrepintió de haber
escogido ese lugar tan lejos de todo, pero cuando se volvió
y vio la sonrisa de Samira, mientras tomaba fotos, se dijo
que lo haría de nuevo sin pensarlo.
Se acercó a ella y la abrazó, rodeándole la cintura con los
brazos, al tiempo que le daba un suave beso en el hombro
desnudo, ya que llevaba puesto un top sin mangas. Ella giró
el rostro, para ofrecerle sus labios y él no dudó un segundo
en atraparlos; después de años de casados, muchos decían
que la pasión menguaba, pero en su caso, no había sido así,
él seguía deseando a su gitana como la primera vez que le
hizo el amor; y ella no desperdiciaba un instante a solas,
para mostrarle cuánto lo amaba.
—¿Estás disfrutando del paseo? —Le preguntó y le dejó
otro beso en el hombro.
—Mucho, amo la naturaleza —confesó y aprovechó que
tenía el móvil en la mano, para hacerse una selfi con su
marido.
En toda esa zona, la especialidad de los restaurantes era
la carne asada en barra, así que se pidieron un par de filetes
jugosos y deliciosos. Después de una hora, retomaron el
viaje hacia su destino, pero antes, hicieron una parada en el
Lago del Japonés.
—Debe su nombre al dueño de estas tierras. Al morir,
este las donó al Estado, y así las nombraron, en honor al
oriental —explicó el guía, caminando unos pasos por
delante de la pareja.
Samira y Renato estaban maravillados por el paisaje. El
lugar mostraba el verde de la selva en todo su esplendor,
pero no solo eso, la laguna era realmente hermosa y; con el
calor que estaba haciendo en ese momento, resultó una
verdadera tentación para ambos.
—¿Podemos bañarnos? —preguntó Samira.
—Adelante —dijo el hombre, haciendo un ademán—.
Pueden tomarse media hora, los espero en el todoterreno.
Sin perder tiempo, se despojaron de sus ropas, quedando
solo en trajes de baño. Se tomaron de las manos y
caminaron por el hermoso puente de madera, para lanzarse
a las refrescantes y cristalinas aguas.
—¡Es tan cristalina! Amor, gracias por traerme, no sabía
que necesitaba tanto este descanso, hasta este instante.
—¿No eras consciente de lo estresada que estabas? Pues
yo sí… —Renato le rodeó la cintura y la pegó a su pecho.
—¿Tan insoportable estaba? —preguntó, frunciendo la
nariz y lo abrazó por el cuello.
—¡Muy! —enfatizó él, sin poder estar realmente serio.
—Voy a recompensarte, lo prometo. —De inmediato,
buscó la tentadora boca de su hombre.
Después de nadar durante un rato, en medio de juegos,
risas y besos, decidieron regresar, para continuar con la
ruta, porque aún tenían un largo camino por delante. Pero,
antes de salir, empezó a llover bastante fuerte y el guía les
dijo que lo mejor era esperar a que escampara un poco.
Mientras esperaban en el centro turístico, pidieron una
bandeja con frutas tropicales cortadas en trozos. Samira
también aprovechó para comprar algunos dulces
artesanales, típicos de la región; su debilidad por el azúcar
no había menguado ni un poco en todos esos años.
Cuando dejó de llover, retomaron su camino; aún les
quedaba un buen trayecto por recorrer y ahora debían ir
más despacio, porque el terreno se había puesto algo
lodoso.
La cascada, de un intenso verde esmeralda y abundante
caudal, que terminaba en una piscina traslúcida, les dio la
bienvenida; incluso, desde la plataforma de madera que
antecedía a las escaleras, se podía ver el fondo de arena
caliza y, para hacer todo más mágico, estaba rodeada de
una vasta vegetación nativa.
Samira no pudo esperar por Renato, ella corrió y desde la
plataforma se dio un chapuzón que salpicó a su marido. Ella
emergió y se giró para verlo todavía de pie en la plataforma.
—Ven, el agua está fresca. —Lo invitó con un ademán y
podía sentir contra su espalda el hidromasaje natural que le
ofrecía la cascada.
—¡Voy! —avisó y tomó impulso al retroceder varios
pasos, luego corrió y se lanzó, cayendo más lejos que
Samira.
Ella soltó un grito y se hundió cuando lo vio pasar por
encima de su cabeza, por temor a que la golpeara, pero
cuando salió a la superficie, él estaba como a un metro de
distancia.
Ambos rieron abiertamente y juguetearon con el agua,
disfrutando de ese momento en el que se sentían como la
gitana adolescente y el payo tímido, pero ahora más
enamorados y con una historia llena de muchas vivencias,
las que los habían llevado hasta ese instante. Pues en esa
relación encontraron la finalidad de sus existencias y las
respuestas a preguntas que ni siquiera se habían hecho.
Por mucho que quisieran quedarse más tiempo en ese
edén, no podían, tenían que volver al hotel. Sabían que, con
tantos baches en el camino y amenazas de seguir lloviendo,
no era apropiado esperar la noche para regresar.

Se encontraban en la terraza del búngalo, Renato


sentado en una butaca y Samira en sus piernas, mientras
observaban por encima de las copas de los árboles, la
bonita puesta de sol, de un naranja bastante pálido, debido
a las lluvias de esa tarde; y aunque el cielo se había
despejado, quedó una bruma que creaba un ambiente
misterioso.
—Esto es verdaderamente mágico, maravilloso… —
murmuró Samira—. Si algún día tenemos hijos, me gustaría
traerlos a este lugar.
—Bueno, tenemos que ir pensando en tenerlos, pero el
viaje es bastante extremo —comentó Renato, al recodar lo
mal que se sintió por los baches—. Lo ideal será traerlos
cuando tengan como diez años; porque, entre más
pequeños, será más estresante para ellos y para nosotros,
que estaremos más viejos.
—Tendremos que volver antes de eso, este lugar es
maravilloso; pero tienes razón —sonrió y le dio un beso—.
Tengámoslo —propuso decidida—. Creo que ya es tiempo,
¿no crees?
—¿Estás segura?
—Sí, me da nervios, lo admito, pero si no los tenemos,
por esperar a que estemos preparados, puede que ese
momento nunca llegue. Hasta ahora, nos sentimos muy
bien como estamos, pero quizá con nuestros hijos todo esto
que vivimos sea mejor; y no lo sabremos mientras no los
tengamos.
Renato le sujetó la cara y la besó con fervor.
—Entonces, empecemos. —Se mordió el labio ante el
deseo contenido.
—Será en vano, tenemos que quitarnos el chip.
—Pero podemos ir practicando —sonrió pícaro.
—Practiquemos —asintió con pasión y lo besó.
Cuando se separó, la mirada demandante de Renato le
decía que iba a hacerle el amor de todas las formas posibles
y que estaría más profundo que nunca; entonces, el calor
echó chispas en su vientre y una jadeante necesidad de
tocarlo la consumió.
Volvieron a besarse con ímpetu y el cuerpo de Samira
empezó a temblar cuando sintió sus dedos pasear por su
abdomen, bajaron y se hicieron espacio entre la goma del
pantaloncito y las bragas, arrastrándolos por encima de su
duro clítoris.
Ella se tensó e intentó quitar su mano, para que fuera
más despacio o iba a correrse casi enseguida, porque
estaba ovulando y demasiado sensible. Pero no era rival
para la determinación de él. Así, en muy poco tiempo, los
dedos de Renato se sumergieron profundo en su vagina.
—Estás tan mojada —murmuró contra su cuello.
Cuando Renato clavó los dedos a profundidad y buscó su
punto más sensible, la hizo estremecer. Samira se aferró
con los puños a la camiseta de él.
—Eso es, siénteme…, siénteme, cariño. —Disfrutaba de
los estragos que aún causaba en su mujer.
El cuerpo de Samira estaba en llamas y abrió la boca,
para emitir un jadeo ahogado.
Renato frotó nuevamente su punto G y, al mismo tiempo,
estimulaba su clítoris con el pulgar.
—Sí, amor… Ahí, justo así… —Ella rompió en un sudor
húmedo, jadeando, llorisqueando por más, mientras el
placer subía raudo por su vientre. La necesidad la quemaba
entre sus piernas y se acrecentaba.
Pero antes de que pudiera llegar al orgasmo, Renato
retiró los dedos y la dejó aún más temblorosa, solo que
ahora de frustración.
—Vamos a la habitación. —Le dijo y la sujetó por las
caderas, para elevarla un poco y poder levantarse.
En cuanto estuvo de pie, Samira le envolvió la cintura
con las piernas; al llegar a la cama, la dejó sobre el colchón
y se desvistieron con desesperación.
Samira quedó acostada, apoyada en los codos y con las
piernas flexionadas y separadas.
Renato se le fue encima y serpenteó hacia abajo por su
cuerpo, hasta inclinarse sobre ella.
La anticipación de Samira ascendía, mientras sentía la
respiración caliente de Renato, por toda su carne húmeda e
hinchada.
—Si, por favor. Y ahora no vayas a dejarme a medio
camino. —Apoyó su mano en la cabeza de Renato,
empujándolo hacia sus pliegues.
Ubicado entre sus muslos, levantó la mirada y le sonrió
con lujuria, luego se dedicó con todo a darle placer; pasó su
lengua por su centro, rozando sus labios, estimulando su
clítoris, hasta succionarlo con un gruñido hambriento.
Desde la primera lamida, el placer aprisionó a Samira
como nada de lo que hubiera sentido alguna vez. La
inteligente lengua de su marido la condujo hacia la cima,
junto con esos largos e inquisitivos dedos. La empujó al
borde del orgasmo con extensos y jugosos golpeteos sobre
su clítoris, al que luego succionó.
Samira se arqueó, se aferró a las sábanas y gritó
mientras el éxtasis se unía y explotaba, poniendo todo su
cuerpo en llamas.
Todavía pulsaba con temblores secundarios, él le separó
los pliegues con los pulgares y excavó nuevamente con la
lengua. En respuesta, ella jadeó y extendió las piernas más
abiertas.
Renato sabía exactamente cómo hacer que lo necesitara
de nuevo. Con sus labios se aferró a su clítoris, haciéndole
volar la mente y catapultándola hacia otro orgasmo, que no
debería haber sido posible; pero era, en lugar de eso,
inminente. La cuesta arriba fue más rápida, más empinada,
más desgarradora.
Estaba empapada, chorreando. Tan hinchada que podía
sentir sus pliegues inundándose. Pero, esta vez, Renato la
mantuvo al borde, con el orgasmo a solo un latido de
distancia. Arqueándose, retorciéndose, ella intentó todo
para que su malvada lengua la mandara directamente a la
felicidad, pero él la ancló a la cama con una mano en su
cadera.
—Calma…, fiera, calma.
Todo dentro de Samira se apretó con negación. Ella
necesitaba liberarse, lo necesitaba a él.
Renato volvió a introducirle sus dedos, Samira gritó
mientras él seguía burlándose de su clítoris con la lengua; al
parecer, quería que ella perdiera la cordura. Y estaba a
punto de tener éxito.
—Eres tan perfecta. —Renato bombeó los dedos en
forma simultánea. La salvaje sensación la chamuscaba, y
cada terminal nerviosa rogaba por el clímax.
La chupaba con ímpetu, esta vez, más fuerte que la
anterior; incluso, cuando los dedos la llenaban por
completo. Y era una locura de placer, que la amenazaba con
implosionar.
Como una tormenta perfecta, la demanda se acrecentó
en su interior; su mero toque la impactaba como un rayo.
El éxtasis puro y caliente estaba sobre ella, y las
compuertas del placer estallaron abiertas en una inundación
torrencial. Mientras la satisfacción se estrellaba sobre ella,
se sintió mareada, no podía respirar. Puntos negros bailaban
en el borde de su visión. Gritó, con los muslos tensos y la
matriz pulsando.
Lo que su marido le daba era brillante e infinito.
Ahora que la necesidad de correrse no la presionaba, lo
vio levantarse y pensó que no había nada más perfecto que
su pecho suave y su abdomen lleno de ese vello fino que
tanto le gustaba. No hay nada más perfecto que sus ojos
azules con las pupilas dilatadas, una mirada que sentía en
el alma.
Él se subió a la cama, se sentó sobre sus talones, tomó
las temblorosas piernas de ella y las puso por encima de sus
muslos.
Tomó su pene y empezó a arrastrarlo a través de su
sensitivo canal, la sangre calentaba su piel, apresurándose
hacia su clítoris.
Sensaciones la inundaron, mientras él se retiraba con
una sensacional fricción. Ella ronroneó mientras él
empujaba lentamente y se acostó sobre su delgado cuerpo;
entonces, ella clavó las uñas en su espalda, trató de
empujar con sus talones en su trasero. Él rechazó ser
apurado, de hecho, impidió que dijera algo en absoluto.
Antes de que el confuso cerebro de Samira pudiera
recuperarse y descubrir lo que su marido pretendía, él se
retiró y le dio vuelta, dejándola bocabajo.
Luego la penetró con empujes enloquecedoramente
tortuosos y sin ningún apuro.
—Por favor, amor…, más rápido…, más duro —suplicaba
mientras empuñaba las sábanas.
Renato se recostó sobre su espalda y besó un lado de su
mandíbula, también la besó en la parte posterior del cuello.
—Paciencia —empujó lento—, que estamos practicando
para hacer un bebé… —jadeó de placer—. Y quiero que
quede bien hecha… Que sea una princesa tan perfecta
como tú.
Ella soltó una risita sofocada, que se convirtió en gemido,
porque Renato, con sus lentos empujes, la estaban
desarmando. Luego, él metió una mano por debajo de su
cuerpo y con sus dedos empezó a estimularle el clítoris.
»Pero sabes que te daré lo que quieras… ¿Qué quieres en
este momento, mi gitana? —Las yemas de sus dedos se
arrastraron sobre la expuesta punta de su clítoris, y ella
jadeó, elevando más su trasero. Él mordisqueó su oreja.
El placer en Samira rasgó a través de su cuerpo. Su
estómago se tensó. La presión se construyó hasta que ardió
y apretó como calientes tenazas, exprimiendo su
resistencia.
Renato hizo otra retirada, para luego deslizarse en su
interior con una fuerza que la llevó a gritar sin control.
Samira no podía respirar, el desvanecimiento la nublaba,
mientras Renato toqueteaba su necesitado clítoris.
—¡Renato! —El demandante grito se pareció más a un
sollozo.
—Sé que esto es lo que necesitas, cariño. —Renato se
aferró a su hombro y lo usó como palanca, para continuar
bombeando dentro y fuera de su cuerpo con un ritmo que la
enloquecía.
—Por favor..., sí…, sí…; es lo que necesito —sollozaba sin
parar. Sentía un placer, tan intenso, que estaba a punto de
llorar abiertamente y sin control. —Más, mi amor, tómame
como desees… Soy tuya, bebé… ¡Así…! Hazlo más duro,
Renatinho… —Samira jadeó, desesperada, tratando de
empujar hacia atrás sobre la erección. El placer se estaba
fundiendo dentro de ella, volviéndose espeso y tenso. El
más mínimo movimiento, ella lo necesitaba.
—Es exactamente lo que haré. —Le prometió con un
gruñido, la penetró con profundos y despiadados empujes,
lo suficientemente rápidos como para multiplicar la fricción.
Samira sintió la presión de unos resbaladizos dedos sobre
su clítoris y los frotó en círculos. Su sangre hirvió, su cordura
se quebró y el placer explotó a través de ella.
Al escucharla y sentirla tan demandante y tan entregada,
Renato estuvo a punto de correrse, pero no, todavía no
terminaba con lo que deseaba hacerle a su mujer.
Samira, apenas había recuperado la respiración y
recordaba su propio nombre, cuando él volvió al ataque; en
esta ocasión, dirigiendo sus dedos resbaladizos alrededor
del borde de su entrada trasera.
Samira jadeó mientras los enérgicos dedos iban más
profundos; primero uno, luego dos, al tiempo que su pene
empujaba dentro y fuera de su vagina, despertando
nuevamente todas sus terminaciones nerviosas.
—Tócate el clítoris, mi reina, que vamos a disfrutar
mucho este momento.
Tan pronto como se tocó a sí misma, Renato marcó un
ritmo con los empujes de su pelvis, que le robó la
respiración. En segundos, ya la había abrumado y el mundo
de ambos explotó como una supernova.
Renato salió de ella y rodó en la cama, hasta quedar
acostado boca arriba, con el pecho agitado; tomó la mano
de Samira y empezó a darle besos.
Ella se quedó acostada bocabajo, con una sonrisa
extasiada y el cuerpo débil. Lo miró embobada, nada más
perfecto que su marido después de haber estallado en un
orgasmo.
—Te quiero, payo —susurró.
—Te amo, gitana…, madre de mis hijos.
—¿Quieres más de uno? —preguntó, arrastrándose en el
colchón, para acostarse en su pecho.
—Me gustaría. Dios sabe que sí, pero antes tenemos que
ver cómo nos va con el primero… Bueno, la primera —sonrió
con ilusión.
—Serás buen padre, lo sé. —Le besó el pecho, justo
donde el corazón aun le latía fuerte.
EPILOGO
5 años después.
Samira abrió los antes de que sonara la alarma y se
volvió para mirar a su marido aún dormido, estaba
bocarriba con las manos en el pecho y los labios
ligeramente separados, le tranquilizaba ver el influjo
tranquilo de su respiración, quiso acariciarlo o darle un
beso, pero lo menos que quería era despertarlo; así que se
quedó mirándolo en silencio, por varios minutos, hasta que
el despertador sonó, se apresuró para silenciarlo y salió de
la cama.
Suspiró aliviada de que Renato no se hubiese despertado
y casi de puntillas entró al baño, solo se lavó los dientes y la
cara, luego se recogió el cabello y aún en pijama salió de la
habitación.
Su intención era ir hasta la habitación de su hijo menor,
pero escuchó la algarabía de sus hijos proveniente de la
primera planta. Así que se dirigió a las escaleras y a medida
que las bajaba, se hacían más nítidas las voces de sus hijos
y la de la niñera.
—¡Mami! —exclamó, emocionada, Renata de cuatro
años. Que en cuanto vio a su madre se bajó de la silla del
comedor y corrió hacia ella—. Buenos días, mami.
—Bueno días, mi cielo… ¿Ya desayunaste? —le preguntó
al tiempo que la cargaba.
—Sí, me comí toda la fruta.
—¡Qué bien! —le dio un beso en la mejilla—. Eres una
niña muy obediente.
—Mami, mami… —Desde otra silla en el comedor Serena,
llamaba insistentemente a su madre, pero la niñera evitaba
que se bajara, al sostenerla con cuidado por un brazo y
trataba de llamar su atención.
Samira caminó hasta donde la niña de tres años
reclamaba su atención, bajó a Renata, para poder cargar a
Serena.
—Buenos días, Janet, espero que no te hayan dado
mucho trabajo —le dijo a la niñera, al tiempo que tomaba en
brazos a Serena.
—No, señora… Se han portado muy bien. —Ella los
adoraba, pues estaba con ellos desde que Renata cumplió el
año. Así que había visto nacer a Serena y a Reinhard, que
hacía un mes cumplió el año.
—¿Y papi? —preguntó Renata.
—Aún está durmiendo, mi cielo.
—¿Hoy tampoco saldrá de la habitación? —preguntó
inocentemente la niña de ojos azules.
—No lo sé, pero debemos comprender que no se siente
bien.
—Serena, ve con Janet, que tengo que darle de comer a
tu hermano.
—Mami —chilló porque no quería que su madre dejara de
cargarla.
—Solo será un momento, mi amor. Ve con Janet.
La niñera se levantó y le ofreció los brazos.
—Ven, pequeña, ¿quieres más puré de manzana? Tengo
poco más para ti.
Ante el ofrecimiento, la niña aceptó irse con su
cuidadora. Entonces Samira sacó de la silla auxiliar al más
pequeño de sus hijos, para amamantarlo. De los tres, era el
que había pasado más tiempo pegado a la teta.
Se sentó en una de las sillas del comedor y dejó
expuesto su pecho izquierdo, de inmediato el niño se le
pegó al pezón. Lo amamantó por unos diez minutos.
—Mami, ¿hoy si vamos a esquiar? —preguntó Renata,
que por la edad era la más parlanchina.
Samira lo pensó ya llevaban una semana ahí y la
intención del viaje era traer a los niños a la nieve, pero las
cosas no estaban saliendo como se planearon; sin embargo,
no tenía por qué seguir manteniendo a los niños ahí
encerrados.
—Sí, hoy iremos. Janet nos acompañará.
—¡Sí, vamos a la nieve! —dijo la niñera con entusiasmo,
mientras mecía a Serena.
—¡Sí! ¡Sí! —empezó a saltar Renata, haciendo que su
melena castaña se agitara.
Reinhard se echó a reír mostrándose sus pequeños
dientes, mientras aplaudía.
—¡Sí! Vamos a la nieve —dijo Samira, riendo al ver la
emoción del niño, y lo sacudió juguetonamente en sus
brazos. Lo que provocó que las carcajadas de él se hicieran
más intensas.
—Bueno, vamos a ducharnos —canturreó Janet—. Y a
vestirnos para ir a la nieve.
La niñera tomó de la mano a Renata, mientras que tenía
a Serena cargada en el otro brazo, para llevarlas arriba a la
habitación.
Samira la siguió con Reinhard en brazos, luego entraron
en habitaciones distintas; la niñera en la de las pequeñas y
Samira entró en la del bebé.
—Yo me encargó de Reinhard y tú de las niñas, por favor,
abrígalas bien, en el armario hay ropa de nieve.
—Sí, señora.
—Gracias.
Samira se encargó de bañar y vestir a su pequeño,
mientras lo entretenía con cantos y juegos para que se
dejara poner cada prenda.
Al terminar, fue a la habitación de las niñas, ambas ya
estaban listas y se veían preciosa con sus monitos de
esquiar.
—¿Puedes cuidarlo, voy a ducharme y cambiarme?
—Por supuesto.
Samira le agradeció una vez más y salió de la habitación
de sus hijas, para ir a la que compartía con su marido.
Cuando entró, por más que Renato quiso disimular y
hacerse el dormido, ella notó el movimiento de pasarse el
dorso de la mano para limpiarse las lágrimas.
Ni siquiera lo pensó, se metió a la cama y se acostó
detrás de él, abrazándolo con fuerza y enterró la nariz en su
nuca.
Hacía dos semanas que Reinhard Garnett murió a los
ciento seis años, dormido en su cama, al lado de su mujer.
La partida del patriarca había afectado a toda la familia,
pero a Renato lo devastó y desde entonces se sumergió en
un fuerte estado de depresión. Desde que lo conocía, hace
veinte años, jamás lo había visto tan vulnerable ni con tan
pocas ganas de nada.
Ella le pidió que no viajaran, no tenían porqué venir a
Chile, a los niños podrían traerlo en cualquier otro
momento, los planes siempre podrían modificarse, pero él
insistió en venir, sacó fuerzas de dónde no las tenía y se
montó en un avión con ella y los niños.
Pero Samira bien sabía que usó el viaje de excusa para
alejarse de su familia y que no lo vieran sufrir, porque
entonces los preocuparía y ya ellos tenían suficiente con el
duelo.
Ya había tenido un par de terapias con Danilo, pero era
un proceso lento, sobre todo, porque debían contar con que
Renato pusiera de su parte; por lo menos, gracias a la
terapia, consiguió que después de cuatro días se duchara,
se lavara los dientes y comiera un poco más.
A ella le dolía mucho verlo batallar tanto con sus
sentimientos y que no pudiera hacer más por él, la hacía
sentirse impotente.
—Estoy aquí, amor… Estoy aquí —susurró pegada a su
espalda mientras le acariciaba el pecho.
—Lo siento, no me gustaría sentirme así… —murmuró
con la voz rota.
—Ya lo sé, cariño, pero no es tu culpa que te sientas así…
Eres valiente por soportar este peso… Aprieta mi mano,
aquí estoy, contigo.
Renato tomó la mano de Samira que estaba en su pecho
y la apretó, ella también apretó el agarre.
—¿Cómo están los niños? ¿Ya desayunaron?
—Están bien, son tan hermosos… Nuestros hijos, son tan
bellos, es que lo has hecho excelente…
—No, no lo he hecho excelente, ahora mismo no puedo
ser un buen padre.
—Eres un padre extraordinario… y lo sabes. Ellos te
aman tanto.
—Yo también los amo…
—Están muy entusiasmados con ir a la nieve. —Intentó
por tercera vez, esa semana, de forma bastante sutil,
convencerlo para que fuera con ellos. Danilo le dijo que era
muy importante conseguir sacarlo de la cama, que tuviera
algún tipo de distracción, pero hasta el momento había
fallado en el intento y eso la llenaba de impotencia—. Creo
que los enviaré con Janet y Raúl… —En ese momento tomó
esa decisión, porque no iba a dejar a Renato solo.
—No, no los envíes con ellos, les prometí que los
llevaría… Sé que mi abuelo estaría decepcionado de mí si
no lo hago.
—Está bien, hagámoslo en honor a él, llevamos a los
niños… Ven amor, ven conmigo —lo hizo que se diera la
vuelta y le sonrió con ternura, mientras retenía las lágrimas
por temor a que eso le afectara y lo hiciera retroceder el
gran paso que acababa de dar—. Mírame a los ojos, todo va
a estar bien. —Se acercó y le dio un beso en los labios.
—Lo sé, si es contigo, todo va a estar bien —asintió.
—Vamos a ducharnos —lo instó.
Renato a pesar de que prefería quedarse en la cama,
hizo el mayor esfuerzo que se había permitido en días; eso
era incluso doloroso, pero ya había pasado por ese proceso
y sabía que si no perseveraba no iba a sobreponerse.
Aceptó que Samira fuera quien prácticamente lo
duchara, porque se sentía débil, casando, como si hubiese
corrido una maratón todos los días.
Cuando bajaron ya vestidos, sus dos niñas corrieron y
cada una se le abrazó a las piernas, mostrándose realmente
felices de verlo. Reinhard estaba que saltaba de los brazos
de Janet a los suyos.
Verlos, sentirlos, olerlos, escucharlos; servía para cargar
un poquito más, esa barra de energía que se había agotado.
Como iba a conducir, necesitaba estar bien alimentado y
Samira le preparó un desayuno bien sustancioso.
Mientras comía, Samira atendió una videollamada de
Vadoma; al escuchar la voz de la abuela, las niñas corrieron
a asomarse a la cámara para saludar a su abuela porque
ellas amaban a la gitana.
Ya listos para partir a la Parva, subieron a la SUV, Entre
Samira y Janet acomodaron a los niños en sus asientos en el
puesto trasero de la SUV. La niñera se sentó junto a los
pequeños, mientras que Samira se ubicó en el puesto de
copiloto y él en el del conductor.
—¡Música! ¡Música! —canturreó Renata agitando las
manos.
—¡Música! ¡Música! —La imitó Serena.
—Pongamos música —dijo Renato, complaciendo a sus
niñas—. ¿Reinhard, quieres escuchar música? —preguntó
volviéndose a mirar por encima del hombro a su pequeño.
El niño asintió, al ser instado por su madre.
Entonces Renato encendió el reproductor y puso una
canción infantil que sabía que sus hijos amaban. Luego se
puso en marcha.
Las niñas empezaron a cantar, seguidas de Samira y
Janet, mientras Reinhard aplaudía.
Renato miró a sus hijos a través del espejo retrovisor y
sonrió después de dos semanas de sentirse casi muerto. Y
su sonrisa se hizo más amplia cuando los ojos color oliva de
Serena, le recordaron a esa mirada del mismo color que
también veinte años atrás, en un asiento trasero, le cautivó
e hizo que su suerte cambiara.
Se volvió a mirar a esa mujer a su lado y le ofreció la
mano, ella sin dudarlo la tomó y le sonrió, luego siguieron la
canción que sus hijos cantaban.
—¿Estás bien? —le preguntó Samira en voz baja.
—Te tengo aquí conmigo, ¿qué más puedo pedir? —
respondió sonriente y luego siguió cantando, sabía que poco
a poco, empezaría a sentirse mejor y no iba a permitir que
su estado de ánimo decayera nuevamente.
Agradecimientos

Por darle la oportunidad a Renato y a Samira.


Libros en esta serie
Cambia mi suerte
Cambia mi suerte
Samira tiene un sueño por cumplir y hará hasta lo imposible
por alcanzarlo, aunque hacerlo, signifique ir en contra de los
deseos de su familia y de todas las imposiciones de su
cultura.
Renato vive atado a sus demonios personales y cada día
lucha por doblegarlos.
Ella es capaz de descifrar las emociones que él intenta
ocultar; él anhela la libertad que ve en los ojos de ella.
Ella necesita ayuda con urgencia y solo él puede dársela.
Un encuentro poco convencional los pondrá en el mismo
camino y quizá, juntos puedan apostarle a la suerte y
cambiar su destino.

Cambia mi suerte una vez más


Un viaje, una nueva vida, un destino por cumplir.

Samira se ha mudado a otro país y ahora está forjándose un


nuevo camino, donde tendrá que enfrentarse a nuevas
situaciones y convivir con personas que no son de su
cultura.

Renato ha seguido con su vida, pero echa de menos ese


soplo de aire puro que era Samira para él; ahora tendrá que
hacer todo lo posible para que la distancia no sea un
obstáculo para conservar su amistad.
Samira y Renato deberán descubrir si lo que sienten el uno
por el otro es más que un cariño fraternal.

¿Qué pasará si se dejan llevar? ¿Serán capaces de arriesgar


lo que ya tienen por seguir lo que les dicta el corazón?
Libros de este autor
Juegos de Poder
Florencia Brunetti, es una periodista que se centra en sus
ambiciones profesionales. Para ella, lo más importante es la
búsqueda de la verdad y desenmascarar todo lo que
esconde la política de su país.
Keith Somerville es un abogado exitoso que no descansará
hasta conseguir ser socio en la firma en la que trabaja. Es
cínico y astuto, por lo que sabe que nada le impedirá ir tras
sus objetivos.
Florencia y Keith saben que para alcanzar sus propósitos
deberán jugar con sus propias reglas, porque en el juego de
la política lo que sobran son los secretos.
La intriga, el misterio, la manipulación, la corrupción, el sexo
y el romance serán elementos presentes en este thriller
político.

Corazón Indómito
Connor Mackenzie nació y creció a los pies de la cordillera
Teton, en Wyoming. Lleva con orgullo las riendas de su
rancho, pero también trabaja como domador para varias
organizaciones que defienden a los legendarios Mustang.
Como su tótem indio lo indica, es un lobo alfa que protege a
su manada de cualquier amenaza, y debido a eso no
perdona a Jennifer Rawson, con quien tuvo disputas en el
pasado.
Jennifer es hija única y extremadamente mimada del
poderoso Prescott Rawson, tras varios años en Europa,
regresa al lugar que más odia en el mundo, porque le hace
recordar momentos dolorosos.
El rencor entre Jennifer y Connor es reciproco, pero tendrán
que hacer a un lado sus rencillas en pro de beneficios
mutuos; sin embargo, el acercamiento entre ambos se
tornará bastante peligroso y apasionado.
¿Podrá Connor Mackenzie domar a Jennifer Rawson, como lo
hace con todo en su vida?
Descúbrelo en Corazón Indómito.

LA BESTIA
Benjamin Sutherland, es un joven atractivo que anhela
alcanzar la fama y ser uno de los actores más reconocidos
de Hollywood, con sus sueños en una maleta llega a Los
Ángeles, donde también se reencontrará con su pasado, en
muy poco tiempo alcanzará la cima del éxito anhelado,
convirtiéndose en la sensación del momento. No obstante,
una mala decisión y extrañas circunstancias lo posicionan
en el ojo de un huracán mediático.
Candice Adams lleva una vida perfecta al lado Jeremy el
chico al que ama, pero un inesperado suceso que
conmocionó al mundo la golpeará con todas sus fuerzas,
cuando creía que todo estaba perdido y había tomado
nuevas decisiones para su vida, el destino la llevará a un
lugar donde conocerá cuán delgados son los límites entre el
bien y el mal. Las pesadillas que la persiguen desde niña
empezarán a hacerse realidad; sin darse cuenta formará
parte de un plan para el que ha sido predestinada y
terminará entregando más que el corazón a la persona
menos indicada.
LA BESTIA es una historia cargada de suspenso e intriga que
nos llevará a cuestionarnos algunas de nuestras creencias,
siempre teniendo como ingrediente principal ese poderoso
sentimiento que mueve al mundo: El amor.
Dulces mentiras amargas verdades
El director de una prestigiosa firma de abogados y exitoso
fiscal del distrito de Manhattan Samuel Garnett, vive sin
restricciones, experimentado, aventurero, apasionado e
intenso. No le gustan los compromisos y se verá envuelto en
una explosión de sentimientos, cuando conozca
accidentalmente a la enigmática diseñadora Rachell
Winstead. Lo que no sospecha es que ella traerá consigo al
hombre que odia y por el cual está dispuesto a conocer el
lado ilícito de la ley. Rachell es inteligente, segura de sí
misma, con una belleza extraordinaria, la cual utiliza para
manipular a los hombres, obtener beneficios y mantener a
flote su sueño, ambiciona darse a conocer
internacionalmente. También tiene sus propios demonios, no
confía en el género masculino, en sus planes el amor no
tiene cabida, para ella no es más que un sentimiento que
esclaviza.
Samuel y Rachell se verán atrapados en un vórtice, de
orgullo, odio y amor ¿Podrán vencer los demonios?
¿Aprenderán a confiar? ¿Cuáles son los secretos que los
atormentan?

Mariposa Capoeirista
Elizabeth Garnett, hija del Fiscal General de Nueva York y la
más importante diseñadora de modas del momento. Es
modelo desde niña, pero también por sus venas corre una
desmedida pasión por la capoeira.
Debido a un cambio de planes deberá pasar sus vacaciones
en Brasil, tierra que la vio nacer. Donde conocerá a tres
hombres, que aparentemente no llevan una buena relación,
pero que tienen tres cosas en común:
Los tres son capoeiristas; tienen el mismo tatuaje de una
flor de Lis y cautivantes ojos grises, que hipnotizan con solo
una mirada.
Elizabeth, inevitablemente caerá bajo el estudiado juego de
seducción que los tres hombres despliegan, sin saber que
tras la engañosa perfección que muestran, se esconde un
terrible secreto.
Crímenes dantescos de mujeres y desapariciones,
mantienen en alerta a la ciudad. Nadie sabe dónde, cuándo
ni cómo desaparecen, solo tienen por certeza, que la
persona encargada de sembrar el terror, cumple el mismo
patrón y que sigue rondando por la ciudad, cada vez más
cerca de su próxima víctima.
Sumérgete en esta historia cargada de intriga, acción y
misterio, y descubre junto a Elizabeth el enigmático y
apasionante mundo de la capoeira.

También podría gustarte