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El Primer Calendario Civil de 365 Días (Egipto)

El documento describe el origen y desarrollo del primer calendario civil de 365 días en la historia de la humanidad, utilizado por los antiguos egipcios. Los sacerdotes egipcios observaban el cielo nocturno y desarrollaron un calendario de doce meses de 30 días cada uno, más cinco días adicionales al final del año. Este calendario se utilizó durante más de 2,500 años y fue fundamental para estudiar la cronología del antiguo Egipto.

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El Primer Calendario Civil de 365 Días (Egipto)

El documento describe el origen y desarrollo del primer calendario civil de 365 días en la historia de la humanidad, utilizado por los antiguos egipcios. Los sacerdotes egipcios observaban el cielo nocturno y desarrollaron un calendario de doce meses de 30 días cada uno, más cinco días adicionales al final del año. Este calendario se utilizó durante más de 2,500 años y fue fundamental para estudiar la cronología del antiguo Egipto.

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EL PRIMER CALENDARIO CIVIL DE 365 EN LA HISTORIA DE LA

HUMANIDAD

ASTRONOMÍA EGIPCIA

ALBA BERMÚDEZ GUTIÉRREZ 2ºB

De entre la infinidad de legados que nos ha dejado la civilización egipcia, hemos de


agradecer la invención del primer calendario de 365 días. Aparece gracias a la
observación y el estudio del firmamento por parte de los imy-unut (“observadores de las
horas”), los cuales en su mayoría ejercían de sacerdotes de alto rango; y, debido a ello, se
pudo llevar a cabo el desarrollo de un calendario destinado a regir las festividades además
de controlar y predecir las crecidas del Nilo.

Actualmente, tenemos nociones acerca de la importancia del firmamento para los egipcios
gracias a las innumerables fuentes jeroglíficas que se han encontrado: desde inscripciones
monumentales a textos como Los Textos de las Pirámides o, incluso al uso de los relojes
estelares, desarrollados probablemente con intención de controlar el tiempo nocturno, o
para la administración de los templos y los horarios de culto, aunque también se han
descubierto como parte del ajuar funerario de los monarcas a modo de guía en el más allá.

Aunque es un debate abierto a día de hoy, hay quien pone el inicio de interés por la
astronomía a tiempos anteriores al periodo Predinástico, entorno al 4.000 a.C, en el
yacimiento conocido como Nabta Playa, donde se encontró una especie de crómlech
considerado el primer intento de medición temporal. De este yacimiento se han estudiado
y debatido los indicios acerca de la importancia que tendría en aquella sociedad el
solsticio de verano, asociado con la llegada de lluvias estivales, fundamentales para el
ganado y las plantaciones; además de la llegada de la inundación.

Dejando de lado el debate y las suposiciones, lo que sí que es clara es la intención


astronómica a la hora de ubicar las construcciones de templos y lugares sagrados, todo
ello en base a las evidencias de la ceremonia del “tensado de la cuerda” cuyo primer
indicio data de entre el final de la Dinastía I y el inicio de la II, según expresa la Piedra
de Palermo. Mediante dicha ceremonia, se establece la planta del templo y su orientación
mediante la medición, el cálculo y la orientación de las medidas en un terreno previamente
definido como sagrado, sobre el cual se construirá acorde con las proporciones cósmicas
estudiadas anteriormente.

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El calendario como tal; estaba compuesto por doce meses de treinta días, los meses
basados en los ciclos completos del cambio en las fases lunares. Los meses a su vez, se
juntan formando tres estaciones de cuatro meses, relacionándose con las fases de la
inundación: Akhet, que se corresponde con la inundación como tal; Peret, relacionado
con el resurgir/germinación; y Shemu, momento de sequía. A final del año se sumaban
“Los Cinco sobre el Año”, conocidos en griego como epagómenos, de los que sabemos
que al menos desde el Imperio Nuevo, se asociaban con el nacimiento de cinco de las
deidades más importantes: Osiris, Isis, Seth, Neftis y Haroeris.

Dado que este calendario carece de año bisiesto, todos los elementos cíclicos se posponen
un día cada cuatro años, como es el caso de la aparición de la estrella Sirio, conocida
como Sopdet, la cual da paso a un suceso singular: el llamado Orto Helíaco, de donde
procede el Peret Sopdet, una de las festividades más importantes de este ciclo anual al
considerarla el momento de crecida del Nilo que, probablemente se tratase del fenómeno
climático más importante del momento, pues tenía gran trascendencia tanto social, como
económica a lo largo del Egipto faraónico sobre todo, de ahí que se considerase el inicio
de este calendario civil y que conozcamos Egipto y su sociedad como un don del Nilo.

Como decía anteriormente, gracias a la Piedra de Palermo, podemos poner inicio de este
calendario sobre la dinastía de Djoser o su antecesor Khasenkhemuy. Sea como fuere, lo
que sí que puede afirmarse con certeza, es que el calendario ya estaba en uso durante el
Reino Antiguo, pues se sabe que ya se usaba para regir las ofrendas destinadas al templo
de Saqqara, donde se encuentra entre otros monumentos la pirámide escalonada.

El calendario se mantiene en uso durante algo más de 2.500 años, hasta la llegada de
Ptolomeo III, que en el 238 a.C trata de imponer según del Decreto Canopo, un sexto día
cada cuatro años, lo que hoy en día conocemos como calendario alejandrino. Esta reforma
solo fue impuesta durante el reinado de Augusto, pero el calendario egipcio se seguía
usando de forma paralela, siendo parte de estudios de personas conocidas como por
ejemplo Copérnico en su teoría heliocéntrica.

El uso del calendario es fundamental para el estudio cronológico del Egipto faraónico,
pues las fechas quedaban registradas en base al año de reinado, la estación en la que se
encontraba, el mes y por último, el día.

El nacimiento del culto solar se ha descubierto a raíz de los hallazgos de los Textos de las
Pirámides, a finales de la Dinastía V, es en este momento cuando podemos ver la

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dicotomía existente entre el surgimiento y uso de la escatología solar y estelar de aquel
momento; la estelar, la podemos ver en el deseo del difunto de pasar a ser una estrella
“imperecedera” de la parte septentrional de la bóveda celeste, o una “gran estrella”
descendiente de Sah y Sopdet.; la solar se ve en las intenciones de ser una estrella
“incansable”, que acompaña al sol en su camino, ya sea de noche o de día.

La importancia del culto solar se ve a lo largo de las dinastías, como es el caso de los
frisos de la tumba de Nefertari, en el Valle de las Reinas, donde se representan claramente
las tres formas tradicionales de Ra, que hasta hace poco fijaba su ascenso a la primera
posición del panteón en la V dinastía, cuando Djedefre impone por primera vez el título
“Hijo de Ra”, pero ya en época de Khufu (su antecesor) sabemos que pretendía
relacionarse a sí mismo y/o a su complejo funerario con el Akhet (horizonte, por donde
nace y se pone el sol). Retomando el tema de las formas de Ra, en este friso encontramos
a: Khepri, el amanecer, con cabeza de escarabajo; Atum, momento de puesta de sol,
representado con la divinidad coronada; y, por último, Ra-Horakhty, momento del sol a
medio día, representado con cabeza de halcón.

Lo que hace auténtica la dicotomía de la que hablaba anteriormente, son ejemplos como
el de Djedefre, que además de hacerse llamar “Hijo de Ra”, se hace llamar dentro de su
complejo funerario “Shedu”, una estrella… Es durante la V Dinastía cuando se empiezan
a construir templos monumentales dedicados a Ra, y a raíz de ello, toda deidad que desee
ser considerada suprema, ha de someterse a un proceso de solarización intensivo (como
fue el caso de Amón).

Siguiendo en la línea de los ejemplos que remarcan la importancia del culto solar, cabe
resaltar el periodo en el que las primeras dinastías identificaban a Horus con la “estrella
que está a la cabeza del cielo”, lo que llevó a Rolf Krauss a confirmar que estamos ante
una manifestación basada en el planeta de Venus, por lo que deduce que las dos
personalidades del dios: Horus el Viejo (Haroeris) y la de Horus Hijo de Isis (Harsiese)
son versiones simbólicas de las formas del ciclo solar. Con las soberanas de la IV
Dinastía, se estableció el apelativo “la que ve a Horus y Seth, lo que podría considerarse
otro de los ejemplos en relación a la importancia del culto solar ya desde dinastías
tempranas.

En relación al origen de este calendario, han surgido diversos debates, muchos de ellos
sin resolver a día de hoy; hay quien habla de un origen sotíaco, solar, o lunar. Lo que sí

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que puede afirmarse es que a partir de III milenio a.C fue necesaria la unificación del
calendario tras la unificación de Egipto, de ahí el probable origen del calendario civil.

Actualmente, la idea con más peso es la que respalda un origen combinando un calendario
local previo basado en las crecidas del río (nilótico) y, observaciones precisas sobre el
sol, aunque no debió de ser algo muy precioso debido a que las lluvias que provocaban la
crecida no sucedían el mismo día cada año. La idea de la existencia previa de un
calendario nilótico se sostiene gracias a los anales que recogen dos reinados de la I
Dinastía a lo largo de “1 año” con una duración de 10 meses y 20 días, un periodo
demasiado corto para considerarlo un año solar o lunar, pero que encaja a la perfección
con la duración de un calendario nilótico, el cual se basaba en la llegada de la inundación,
y a partir de ese momento, empezaban a contar los meses, probablemente en base a las
fases lunares.

El problema llega con el hallazgo del Papiro Ebers, y el consecuente Síndrome de Ebers
tras su estudio, pues sitúa el reinado de Amenhotep I a inicios del S XVI a.C, pero lo que
no se sabe es si se trata de un calendario lunar paralelo al civil; un estelar que parte del
orto helíaco; o, por el contrario una lista de festividades e incluso se baraja la idea de que
sea algo totalmente desconocido e incomprendido.

Volviendo al origen del calendario y a modo de recopilación de las ideas mencionadas,


sabemos que partía de un calendario nilótico y que se organizaba en base a los procesos
de lunaciones. Es en este punto en el que podemos deducir que para estandarizarlo se
estipuló una duración de 30 días a cada mes (meses lunares entre 29 y 30 días); respecto
a ello, sabemos que a diferencia de otras culturas, los egipcios no alternaban entre meses
de 29 y 30 días, pues el 29 no es divisible entre 10, lo que crea conflicto en su sistema de
conteo de base 10 y, además, al ser de 30 días, podía ser dividido en 3 décadas.

Para entender dicho origen, hemos de transportarnos a la segunda mitad del s III a.C,
cuando Eratóstenes midió la circunferencia de la tierra. Sabemos que lo hizo en base a un
fenómeno que ya conocían los egipcios del momento: observando cómo se ilumina el
agua al final de un pozo profundo en lo que hoy conocemos como Asuán. Todo ello
durante el solsticio de verano, lo que conocemos como el paso cenital, algo que ocurre
sólo en las zonas tropicales. La observación de este fenómeno es una de las certezas que
apoya dicho origen, debido a que el solsticio de verano se da una vez al año y se retrasaba
un día cada 4 años, se añadieron los 5 complementarios para solventarlo.

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De manera sencilla se ha calculado que la fecha más temprana para calcular el Upet
Renpet es cerca del 2.760 a.C, coincidiendo con el solsticio de verano cada 4 años.
Aunque este sea un hecho demostrado, hemos de tener en cuenta cierto margen de error,
por lo que el origen se pone entre el 2.950 y el 2.690 a.C.

Gracias al estudio de las fuentes sagradas que conservamos, podemos afirmar que los
antiguos egipcios habían contemplado la bóveda estelar en su totalidad. Conociendo esto,
cabe resaltar los dos grupos dominantes: el norte, representado por primera vez a lo largo
del Reino Nuevo, en concreto, en los techos de tumbas mediante formas de animales tales
como el león, cocodrilo o hipopótamo; y el sur, compuesto por un cinturón de
constelaciones, en el cual se incluyen los decanos y estrellas independientes cuyo orto
helíaco se usaba para medir el tiempo desde el Reino Antiguo. Como se ha mencionado
anteriormente, conocemos estrellas decanales o constelaciones concretas como Sah o
Spdt, pues aparecen en los Textos de las Pirámides y en tapas de ataúdes y, más tarde, son
representadas en los techos astronómicos de las paredes de templos y tumbas.

Durante el Reino Nuevo, debido a los fallos que se observaron en este calendario civil,
los decanos dejaron de usarse como medidores temporales. Esto provoca que sobre el
1.500 a.C se pusiera en uso un sistema basado únicamente el tránsito de algunas estrellas
ya conocidas a lo largo del meridiano; lo que hoy conocemos como “tablas estelares”,
encontradas en tumbas de faraones ramésidas en el Valle de los Reyes.

Los diversos estudios sobre el uso de la bóveda estelar y solar egipcia, han dado lugar a
diversos enigmas, como es el caso del Enigma de Marte. Dicho enigma procede del
estudio del techo de la tumba de Sethy I, en el Valle de los Reyes, donde se ha descubierto
una singularidad: la ausencia de la representación del planeta Marte, pues siguiendo el
modelo, Marte debería situarse tras Júpiter y Saturno a modo de representación del Horus
Celeste. Sobre ello se han publicado varias teorías, entre ellas; hay quien defiende que
podría tratarse de una determinada y precisa visión del cielo de una noche concreta. Por
otro lado está quien propone que quizá se trate de una copia (de nivel magistral) de un
papiro en el que se representa un diagrama celeste usado (probablemente) para la
decoración de clepsidras. Esta última es la hipótesis más aceptada por los expertos, pues
de ella se entiende que Marte no aparece debido a que Horakhty ya aparece representado
tras la figura de Ra.

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Otro elemento destacable sobre el uso de la bóveda celeste y solar del Antiguo Egipto es
el Zodiaco de Dandara, representado mediante un diagrama circular del cielo a modo de
planisferio en el que se representan las estrellas y constelaciones. Está sujeto por las
cuatro divinidades de los vientos a las que se suman cuatro pares de divinidades
representadas con cabeza de halcón. Estas constelaciones además aparecen rodeadas por
los 36 decanos, decanos de los cuales aparece el nombre y, a su vez, están relacionados
con una serie de divinidades andando en sentido antihorario. Este zodiaco ha sido fechado
aproximadamente hacia el 50 a.C y es el único diagrama celeste en forma circular hallado
en Egipto. Tras innumerables estudios, puede afirmarse que el zodiaco actual es fruto de
las representaciones egipcias y mesopotámicas.

A diferencia de otras culturas, los egipcios consideraban como una categoría inferior a
los planetas, los cuales estaban por debajo de los grandes dioses del Sol y la Luna; de ahí
que hayan tratado de representarlos en muchas ocasiones (o eso se cree): la Luna aparece
en el ojo de Horus insertada en un disco, el cual aparece en época grecorromana esculpido
sobre Pisces. Por otro lado, el Sol aparece mediante la figura con cabeza de halcón sobre
el escorpión, relacionado con la representación de Ra-Horakhty.

La combinación del estudio astronómico con la disposición del paisaje, marcan el punto
de partida a la hora de la construcción de templos sagrados. Es posible que las
alineaciones se hiciesen partiendo de solsticios, equinoccios, el Upet Renpet… Gracias al
estudio de unos 350 templos, se conocen los tres patrones de orientación: diversas
configuraciones celestes de Meskhetyu (meridiano y norte); motivos solares o del
calendario civil; o las dos estrellas más brillantes: Sirio y. Las pirámides de la VI Dinastía
están orientadas a la perfección a los cuatro puntos cardinales, teniendo en cuenta la
ubicación de Meskhetyu, la Osa Mayor.

El contenido en su totalidad pretende realzar la importancia de la sociedad egipcia en la


historia de la humanidad, pues debemos agradecerles todos y cada uno de sus estudios y
observaciones sobre la bóveda estelar ya que, a pesar de haber sucedido hace miles de
años, su precisión ha permitido que perdure hasta nuestros días en cierto modo.

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ANEXOS

Círculo Calendárico de Nabta Playa.

Frisos de la Tumba de Nefertari (3 formas del dios solar).

Tumba del visir Menkaura. Aparecen Akhet, Peret y Shemu.

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Templo de Senenmut. Enigma de Marte.

Zodiaco de Dandara.

8
Primera Ceremonia del Tensado de la Cuerda. Piedra de Palermo.

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BIBLIOGRAFÍA

Juan Antonio Belmonte Avilés. (2012). Pirámides, templos y estrellas: astronomía y


arqueología en el Egipto antiguo. Grupo Planeta.

Xavi Bonet. (2016). La cuerda y la alineación astronómica en Egipto.

José Llull. (2006). La astronomía en el antiguo Egipto. Universidad de Valencia.

Juan Antonio Belmonte. (2016). La astronomía en Egipto, el origen del calendario.


National Geographic.

Juan Antonio Belmonte. (2022). La orientación de las Pirámides de Gizeh. National


Geographic.

Marina Escolano Poveda. (2018). La fiesta de la crecida del Nilo: Festival de Opet.
National Geographic.

Daniel López. (2022). El firmamento del Egipto antiguo. Instituto de Astrofísica de


Canarias.

Daniel López. (2022). La orientación de los templos del Egipto antiguo. Instituto de
Astrofísica de Canarias.

Daniel López. (2022). El calendario del Egipto antiguo: implicaciones astronómicas.


Instituto de Astrofísica de Canarias.

Daniel López. (2022). Astronomía, simbolismo y paisaje en las pirámides del Egipto
antiguo. Instituto de Astrofísica de Canarias.

Isaac Asimov. (2011). Historia de los egipcios. Alianza Editorial.

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