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Tema 7 Del Bachillerato en Teología. Cartas Paulinas

Este documento resume el tema 7 de las Cartas Paulinas. Detalla la vida de San Pablo antes y después de su conversión, incluyendo sus viajes misioneros y el establecimiento de las primeras comunidades cristianas. También examina el corpus de las cartas paulinas y las principales cuestiones teológicas y doctrinales que abordan, como la cristología, soteriología, eclesiología y escatología. El documento ofrece contexto histórico valioso sobre una de las figuras más influyentes del cristian

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Tema 7 Del Bachillerato en Teología. Cartas Paulinas

Este documento resume el tema 7 de las Cartas Paulinas. Detalla la vida de San Pablo antes y después de su conversión, incluyendo sus viajes misioneros y el establecimiento de las primeras comunidades cristianas. También examina el corpus de las cartas paulinas y las principales cuestiones teológicas y doctrinales que abordan, como la cristología, soteriología, eclesiología y escatología. El documento ofrece contexto histórico valioso sobre una de las figuras más influyentes del cristian

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SÍNTESIS TEOLÓGICA

CURSO: 5º
TEMA 7: Cartas Paulinas

TEMA 7: CARTAS PAULINAS


0. INTRODUCCIÓN. EL GÉNERO LITERARIO EPISTOLAR

1. LA VIDA DE SAN PABLO


1.1. Saulo, el perseguidor de los cristianos
1.2. Pablo, el apóstol de los gentiles

2. LOS VIAJES MISIONEROS Y LAS COMUNIDADES


PAULINAS
2.1. Los viajes misioneros
2.2. Cautividad y últimos años
2.3. Las comunidades y las cartas paulinas

3. EL CORPUS PAULINO
3.1. Epistolario paulino y clasificación
3.2. Formación del corpus paulino

4. PRINCIPALES CUESTIONES TEOLÓGICAS Y


DOCTRINALES
4.1. Cristología
4.2. Soteriología
4.3. Eclesiología
4.4. Moral y escatología

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ALUMNO: Ernesto Gómez Juanatey


SÍNTESIS TEOLÓGICA
CURSO: 5º
TEMA 7: Cartas Paulinas

0. INTRODUCCIÓN. EL GÉNERO LITERARIO EPISTOLAR.


Al hablar de Cartas Paulinas estamos haciendo referencia a los primeros
textos en ser escritos del Nuevo Testamento, anteriores incluso a la redacción final
de los evangelios. Por eso, constituyen un testimonio muy rico. Se trata, además, de
un género literario específico y concreto: el género epistolar, que ocupa un lugar
significativo en el Nuevo Testamento, en el cual 21 de los 27 libros que lo componen
presentan este género literario. Cuando los autores sagrados emplean el género
epistolar en el Nuevo Testamento lo hacen, no con la intención de dar una
información puntual, sino de exponer una reflexión o enseñanza teológica que
ilumine una situación o una problemática concreta, dando unas claves para la vida
cristiana.
Los hagiógrafos, al hacerlo así, no han ideado un nuevo género literario, sino
que lo toman de la literatura pagana y de la cultura grecorromana. La correspondencia
epistolar ha sido un vehículo de comunicación en todas las civilizaciones, tanto a
modo de correspondencia no-literaria o personal, como a modo de correspondencia
diplomática entre pueblos o estados. Sin embargo, junto a estas, surge un tipo de
correspondencia literaria cuyo objetivo no es intercambiar una información, sino
transmitir, bajo la apariencia formal de una carta, una serie de conocimientos o
doctrinas, en forma de pequeños tratados. En el mundo clásico nos encontramos,
v.gr., con el caso de Cicerón, quien llegó a escribir más de 800 cartas. Nos movemos,
por tanto, en el terreno del género literario epistolar, de modo que es necesario tener
en cuenta las particulares características del mismo, como pueden ser la retórica o el
fenómeno de la pseudoepigrafía1. El estudio del género epistolar en la literatura
clásica ayuda y clarifica el estudio de las cartas del Nuevo Testamento.

1. LA VIDA DE SAN PABLO.


San Pablo es una de las figuras más significativas del cristianismo de los
orígenes, con una importancia capital para la historia de la Iglesia y del dogma

1
Entendemos por retórica el arte de hablar bien, exponiendo los argumentos de una forma
ordenada y convincente. Si bien la retórica pertenece a la comunicación oral, esta también puede
plasmarse en un discurso escrito, de manera que los criterios literarios de la retórica clásica se pueden
aplicar a los textos del Nuevo Testamento. Por otra parte, tanto en el mundo clásico como en la Biblia
es frecuente el recurso a la pseudoepigrafía: un autor literario, por encargo de un personaje importante
o por propia iniciativa, redacta un escrito exponiendo la doctrina del creador de tradición
actualizándola a las nuevas circunstancias. En el corpus paulino nos encontramos con epístolas de
carácter pseudoepigráfico, donde el autor literario recrea la memoria del apóstol para hacer frente a
los problemas de la comunidad, en el mismo espíritu y en línea con la tradición del apóstol, de manera
que se entiende que la obra resultante es propiamente suya.

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TEMA 7: Cartas Paulinas

cristiano. Es también una figura controvertida, particularmente en lo referente a las


discrepancias entre católicos y protestantes sobre la doctrina de la justificación. Pero
antes de disertar sobre su biografía es necesario precisar las fuentes de que
disponemos para reconstruir la vida de San Pablo. Éstas son, fundamentalmente, de
dos tipos: fuentes canónicas y no canónicas. Entre las canónicas nos encontramos con
las propias cartas paulinas, donde Pablo nos aporta datos sobre su biografía, aunque
constituyen un testimonio reducido y circunstancial dado que no es neutral ni
imparcial y, por tanto, este material ha de ser tomado con precaución; y el libro de
los Hechos de los Apóstoles, donde el autor recoge las hazañas más significativas de
San Pablo, y ante el cual también es necesaria cierta cautela dado que responde a una
intención teológica y literaria. Por su parte, entre las fuentes no canónicas tenemos
los testimonios de los Padres, la literatura apócrifa (v.gr., Hechos de Pablo y Tecla),
y la literatura profana, particularmente de género historiográfico, que nos aporta datos
útiles para conocer, más que la vida de San Pablo, el contexto histórico, social y
cultural en el que desarrolló su misión.
El acontecimiento principal que estructura y marca la vida de San Pablo es su
experiencia de encuentro con Cristo camino de Damasco; su conversión, a modo de
bisagra, es el punto culminante y a la vez de partida de toda su obra y ministerio como
apóstol. De esta forma, al acercarnos a la vida de San Pablo podemos establecer una
división en dos etapas: antes de su conversión y después de ella.
1.1. Saulo, el perseguidor de los cristianos.
Sabemos de San Pablo que nació en Tarso, en Cilicia, en el s. I, en el seno de
una familia de comerciantes, en concreto, tratantes de lonas para las tiendas, de un
padre que era ciudadano romano y, a la vez, fervoroso judío. Perteneciente a la tribu
de Benjamín, había recibido el nombre de Saúl o Saulo. Educado en las tradiciones
de Israel y en la observancia fiel de la Ley mosaica, Pablo se considera a sí mismo
hebreo e hijo de hebreos, y es miembro del grupo de los fariseos. Sus padres lo
habrían mandado a Jerusalén para recibir una esmerada educación en la escuela de
Gamaliel. El libro de los Hechos nos lo presenta como el joven (neanías, apelativo
que se refiere a un rango de edad entre los veinte y cuarenta años) que había estado
presente en el martirio del diácono Esteban, junto al cual los apedreadores habían
dejado sus mantos. También refiere que aprobaba la ejecución (cf. Hch 7, 58b; 8, 1),
de modo que en su celo por Yahvé se lanza a la persecución a los cristianos (cf. Hch
9, 1-2).
1.2. Pablo, el apóstol de los gentiles.
Leemos en los hechos de los apóstoles tres relatos de la conversión de San
Pablo (9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-23), con ligeras diferencias entre ellos que no afectan
a la sustancia de la narración. No se puede utilizar estas diferencias como argumento
para negar el carácter histórico de los hechos. Después de su conversión, de su

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bautismo y de su cura milagrosa Pablo empezó a predicar a los judíos (cf. Hch 9, 19-
20). Después se retiró a Damasco, en donde los planes homicidas de los judíos le
obligaron a huir de noche y dirigirse hacia Jerusalén, donde según Hch 9, 26ss,
conoció a los apóstoles. Con su vida nuevamente amenazada por causa de los
helenistas, Saulo fue a Tarso. Un tiempo después, estuvo junto con Bernabé en
Antioquía, de donde suben a Jerusalén para entregar las limosnas para los hermanos
con ocasión de una gran hambruna profetizada por Agabo (cf. Hch 11, 27-30). Estas
son algunas de las primeras andaduras de Saulo como apóstol.
Tenemos noticia de que Saulo, como ciudadano romano, llevaba el nombre
latino de Paulus (Pablo). Para los judíos de aquel tiempo era bastante usual tener dos
nombres, uno hebreo y otro latino o griego entre los que existía a menudo una cierta
consonancia y que se yuxtaponían. Al inaugurar su apostolado entre los gentiles,
Pablo usó su nombre romano. A partir de Hch 13, y en todas sus cartas, el apóstol
San Pablo tiene este apelativo.

2. LOS VIAJES MISIONEROS Y LAS COMUNIDADES PAULINAS.


2.1. Los viajes misioneros.
Este periodo de doce años (ca. 45-57) fue el más activo y fructífero de la vida
de Pablo. Comprende tres grandes expediciones apostólicas de las que Antioquía era
siempre el punto de partida y que concluían con una visita a Jerusalén.
a) Primer viaje misionero: Pablo y Bernabé.
Enviados por el Espíritu para la evangelización de los gentiles, Bernabé y
Saulo embarcaron con destino a Chipre, predicaron en la sinagoga de Salamina,
cruzaron la isla de este a oeste y llegaron a Pafos, residencia del procónsul Sergio
Paulo. Después de la conversión del procónsul romano, Saulo, repentinamente
convertido en Pablo, asume la dirección de la misión que hasta entonces había recaído
en Bernabé. Pablo toma Asia Menor como campo para su apostolado. Cuando se
embarcaba en Perge de Panfilia, el compañero de Pablo y Bernabé, Juan Marcos,
abandonó la misión y se volvió a Jerusalén. Los misioneros llegaron a Antioquía,
donde destaca el discurso de Pablo en la sinagoga, y dan a conocer el Evangelio por
toda la región. Luego fueron a Iconio, Listra y Derbe. En todas las ciudades se
encontraban con la hostilidad tanto de los judíos como los gentiles. Tras tres años de
viaje, volvieron a Antioquía de Siria, donde fueron recibidos con gozo y gratitud a
Dios por la apertura del Evangelio a los gentiles.
A propósito de esto se originó una discusión entre los partidarios de la
evangelización de los gentiles y los judeocristianos; éstos sostenían que los cristianos
procedentes de la gentilidad debían ser circuncidados y someterse a las prescripciones
legales judías. El asunto se solucionó, según la narración de Hch, en la asamblea de

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Jerusalén, donde los apóstoles deciden no imponer a los gentiles más cargas de las
necesarias: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales
estrangulados y de la fornicación. Sin embargo, la praxis no era unánime entre los
cristianos de la gentilidad y los de ámbito judío, pues los judeocristianos se
consideraban obligados a observar la Ley y Pedro, por no desairarlos, simuló guardar
la Ley al impedir a los judaizantes comer con los gentiles no observantes en lo que se
conoce como incidente de las mesas, de modo que obligaba moralmente a los gentiles
a vivir al modo judío. Pablo se enfrentó seriamente a Pedro y triunfó nuevamente la
praxis a favor de los gentiles.
b) Segundo viaje misionero: Pablo y Silvano.
Este segundo viaje comenzó con una discusión entre Pablo y Bernabé a
propósito de Juan Marcos, a quien Pablo rechazó como compañero de viaje. De este
modo, Bernabé y Juan Marcos partieron juntos a Chipre, mientras que Pablo escogió
a Silvano, un influyente miembro de la Iglesia de Jerusalén, como compañero,
dirigiéndose a Siria y Cilicia. En los pueblos por donde paraban daban a conocer el
decreto del así llamado Concilio de Jerusalén. En Listra, Timoteo se suma a la misión
de Pablo y Silvano. Tras el fracasado intento de llegar a Bitinia, el Espíritu Santo
mueve a los misioneros a dirigirse a Macedonia, cambiando el rumbo del viaje. De
esta manera, el Evangelio comienza a extenderse por Europa, desde las metrópolis
hasta las áreas rurales: Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto, Éfeso. El
procedimiento era el mismo: Pablo predicaba en la sinagoga tanto a judíos como a
prosélitos y, tras producirse la fricción con los judíos más observantes, fundaba una
nueva iglesia en la casa de alguno de los líderes conversos. En Atenas es famoso el
discurso pronunciado por Pablo en el areópago. Esta misión duró año y medio.
Finalmente, los misioneros visitaron Jerusalén y volvieron a Antioquía.
c) Tercer viaje misionero.
Después de algún tiempo en Antioquía, Pablo se dirige a Éfeso, donde lo
esperaban Priscila y Áquila. Es aquí donde aparece Apolo, un judío versado en las
Escrituras que se convierte a la fe y predica el Evangelio a los judíos. Para no ser
gravoso a nadie, trabajaba en la industria de las lonas a la vez que predicaba el
Evangelio. Allí desarrolló su misión durante dos años, aunque no sin dificultades (el
caso de los imitadores y la revuelta de los orfebres). Luego partió para Macedonia y
de allí para Corinto, donde pasó el invierno. Su intención era seguir en primavera
para Jerusalén y celebrar allí la Pascua, pero al enterarse de que los judíos planeaban
matarle se volvió a Macedonia. En Tróade lo recibieron sus discípulos, entre los
cuales se contaba el propio Lucas. Más tarde partió a Mileto y de Mileto se dirigió a
Jerusalén, donde sería arrestado.

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2.2. Cautividad y últimos años.


Después del testimonio de Pablo ante los judíos de Jerusalén, el tribuno lo
metió en la cárcel a causa del altercado que se había provocado, sometiéndolo a
tortura. Pablo apela a su ciudadanía romana, a la vez que las autoridades romanas son
informadas de la conspiración que los judíos habían tramado contra Pablo. Entonces,
el tribuno decide enviar a Pablo a Cesarea, donde residía el gobernador Félix. Pablo
supo defenderse y poner al descubierto la falsedad de las acusaciones de los judíos,
pero se negó a pagar la fianza y fue retenido durante dos años. El nuevo gobernador,
Festo, para congraciar a los judíos, dejó prisionero a Pablo. El nuevo gobernador
quiso enviarlo a Jerusalén para que fuese juzgado pero Pablo apeló al César. Mientras
tanto, el apóstol tuvo oportunidad de dar testimonio delante de Agripa.
Hch describe con gran precisión el viaje de Pablo prisionero de Cesarea a
Roma. A su llegada a la Urbe, Pablo permaneció en una vivienda alquilada, donde
predicaba la fe en Jesucristo a todos los que iban a visitarlo. Aquí concluye el relato
de Hch y se le pierde la pista, puesto que, salvo los datos autobiográficos en las cartas,
no tenemos más información. El apóstol debió ser absuelto y desde Roma habría
escrito, según la hipótesis tradicional, las llamadas epístolas de la cautividad
(Filipenses, Filemón, Colosenses y Efesios). Sabemos del deseo de Pablo de viajar a
Hispania, aunque los estudiosos no han llegado a un consenso absoluto, y este cuarto
viaje permanece como una hipótesis. En cualquier caso, la persecución desatada por
Nerón ocasionó la nueva prisión de Pablo y su martirio ca. 64-67. Según una antigua
tradición, Pedro y Pablo sufrieron el martirio el mismo día cerca de Roma. Así, desde
tiempo inmemorial, la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo se celebra
conjuntamente el 29 de junio, si bien más tarde surge la fiesta de la conversión de
San Pablo, el 25 de enero, para conmemorar el traslado de sus reliquias a la Basílica
de San Pablo Extramuros.
2.3. Las comunidades y las cartas paulinas.
Salvo las epístolas dirigidas a un destinatario concreto (Filemón, 1 y 2 Timoteo
y Tito), Pablo escribe sus cartas a las comunidades cristianas que había fundado a lo
largo de sus viajes misioneros o que habían acogido su peregrinación. Solamente
Romanos, a modo de carta de presentación, va destinada a una iglesia que todavía no
conocía. Quizá por ello esta sea la carta más doctrinal, dado que Pablo siente la
necesidad de exponer su propio pensamiento de fe a la comunidad de Roma frente a
ciertos prejuicios o ideas preconcebidas que se pudieron difundir sobre él. Las cartas
tienen el objetivo de confirmar la doctrina expuesta por el propio Pablo, o también
hacer frente a una problemática concreta de la comunidad. Así, por ejemplo, nos
encontramos que las cartas a los Tesalonicenses tienen el objetivo de dar respuesta a
las dudas de los cristianos sobre la venida futura del Señor, y 1 Corintios quiere poner
orden ante algunos comportamientos morales impropios que se habían dado entre
algunos miembros de la comunidad.
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3. EL CORPUS PAULINO.
3.1. Epistolario paulino y clasificación.
Bajo esta denominación se designan trece cartas del Nuevo Testamento,
escritas en griego koiné de buena calidad aunque con un estilo fogoso, una prosa viva
y muy personal, que emplea recursos literarios como el paralelismo, la paradoja, la
metáfora o la antítesis, con frases a veces toscas, difíciles de entender o incompletas.
No en vano se suele decir que Pablo era predicador por vocación y escritor por
necesidad. El orden en que aparecen en la Biblia no responde a un factor cronológico
sino a la extensión, de tal modo que están dispuestas de mayor a menor y agrupando
las que van dirigidas a la misma comunidad: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas,
Efesios, Filipenses, 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón.
A estas trece epístolas se añadió una más, Hebreos, aunque hoy en día no se
sostiene la autoría paulina de la misma. Esto nos lleva a hablar del problema de la
autenticidad de las cartas de San Pablo. La tradición ha atribuido a Pablo la paternidad
literaria de las trece cartas; sin embargo, a partir del s. XVIII, los estudios críticos
muestran ciertas reservas, principalmente con respecto a las cartas pastorales y, más
tarde, a Efesios, 1 y 2 Tesalonicenses y Colosenses. Actualmente, se suele dividir el
corpus paulinum en tres grupos en función de la seguridad existente sobre su autoría
y, también, de la generación a la que pertenecen.
a. Cartas auténticas o protopaulinas
Con este nombre conocemos a un grupo de siete cartas en de las cuales no
existe duda en el estado de la investigación actual de que han sido escritas o dictadas
directamente por Pablo. Refiriéndonos al orden más probable en su composición,
estas cartas son: 1 Tesalonicenses, Filipenses, 1 Corintios, Gálatas, 2 Corintios y
Romanos.
b. Cartas deuteropaulinas
Aunque no existe un consenso en el ámbito de la investigación paulina acerca
de su autoría, pertenecen claramente a una segunda generación dentro de los escritos
paulinos. La razón es que atienden a otro tipo de problemas, más centrados en la
estabilización de las comunidades que en los problemas propios de su construcción.
Se encajan así en lo que Brown llama etapa subapostólica o lo que McDonald
considera como periodo de estabilización de la comunidad.
No se descartaría, por ejemplo, que el propio apóstol pudiera haberlas escrito
o dictado, como las protopaulinas; pero, de haberlo hecho, habría sido en un momento
claramente posterior a la escritura de Romanos, quizás estando incomunicado en
Roma o Cesarea. Otra posibilidad sería Pablo, aún vivo, hubiera encargado su
escritura a algún discípulo de confianza para que escribiera en su nombre. Muchos
autores defienden que Pablo habría ya fallecido y sus discípulos habrían recurrido a

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la pseudoepigrafía para actualizar el pensamiento del maestro ante las nuevas


situaciones que se produjeron a partir de los años 60 del s. I.
Se trata de Colosenses y Efesios. Y, aunque no se considera propiamente del
mismo grupo de Colosenses y Efesios – que forman un grupo especialmente
compacto por su estilo y temática -, incluimos también 2 Tesalonicenses, por su
carácter más moderado con respecto a 1 Tesalonicenses.
c. Cartas triptopaulinas o pastorales.
El tercer grupo lo componen las llamadas cartas pastorales, la carta a Tito y 1
y 2 Timoteo, que se escriben seguramente en las postrimerías del siglo I o los albores
del siglo II, coincidiendo con otros libros neotestamentarios como Hechos o el
Apocalipsis. En general, no hay dudas en el conjunto de los estudios paulinos desde
hace ya siglos de que estas cartas no son obra del autor sino de discípulos suyos
enmarcados dentro de la tradición paulina. Son cartas que podemos enmarcar en un
proceso de protección de la comunidad, tanto de las amenazas externas
(persecuciones) como internas (falsas doctrinas).
En cualquier caso, no podemos decir que estos dos últimos grupos sean falsos.
Conservan toda la fuerza y muestran una clara continuidad con las siete del primer
grupo, superando la barrera de las circunstancias concretas y adaptándose a esas
nuevas realidades y nuevos tiempos.
Las cartas paulinas abarcan, por tanto todo el cristianismo primitivo y el
proceso de composición del Nuevo Testamento.
3.2. Formación del corpus paulino.
Después de tener en cuenta los distintos estratos o etapas en la redacción de
las cartas, para explicar el proceso de formación del corpus paulino hay que señalar
que, desde muy pronto, en las comunidades se inició la costumbre de copiar las cartas
recibidas y enviarlas a otras, produciéndose así un intercambio más o menos fluido
de los escritos paulinos, tal y como se deduce de Col 4, 16. Es probable que ya a
finales del s. I se hubiera formado una colección de cartas de San Pablo con la
intención de que su doctrina se divulgase entre las diferentes comunidades, como
podemos comprobar en la 1 Clemente (ca. 96), en algunos pasajes de las cartas de
Ignacio de Antioquía (c. 110) o incluso, dentro de la literatura neotestamentaria, en 2
Pe 3, 15-16. Así, estas colecciones pasaron a formar parte del canon del Nuevo
Testamento que, junto con el Antiguo Testamento, integran las Sagradas Escrituras
cristianas.
4. PRINCIPALES CUESTIONES TEOLÓGICAS Y DOCTRINALES.
Antes de entrar en la teología paulina cabe señalar que las cartas de San Pablo
«son escritos ocasionales, de tal manera que estaría fuera de lugar intentar buscar en
ellas al teólogo sistemático, que desde un principio procede con un plan preconcebido
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de ideas concatenadas, al estilo de Santo Tomás de Aquino en su Suma. Teológica.


San Pablo escribe, no para darnos un tratado completo sobre la doctrina cristiana, sino
con miras a situaciones y casos determinados, a los que intenta dar solución; ni es
necesario que hayamos de encontrar en sus escritos todas y cada una de las verdades
del dogma cristiano. Con todo, fue tal la variedad de temas que se vio obligado a
tocar, y tal la abundancia de pensamientos y afectos que fluyen de su pluma, que bien
puede afirmarse que toda la sustancia de la doctrina y moral cristianas queda reflejada
en sus cartas. Su espíritu, lleno de Cristo y de la verdad cristiana, derramaba ésta a
torrentes, aun sin proponérselo, en las más insignificantes ocasiones. El misterio de
la Trinidad, la encarnación del Hijo de Dios, la redención de los hombres, la economía
de la gracia, la eficacia de los sacramentos, el sacrificio eucarístico, la unidad de la
Iglesia, la importancia de la fe, de la esperanza y de la caridad..., son verdades a las
que innumerables veces alude expresamente en sus cartas» (L. TURRADO, «Hechos
de los Apóstoles y Epístolas paulinas» en Biblia comentada, Universidad Pontificia
de Salamanca, BAC, Madrid 1965, 241) .
4.1. Cristología.
La experiencia fundamental de Pablo fue el encuentro personal con Cristo
resucitado camino de Damasco. Desde entonces, el apóstol de los gentiles conoce y
comprende la gracia de Dios manifestada en su Hijo, Jesucristo, y de modo que puede
decir «me amó y se entregó a la muerte por mí». La cristología es el elemento central
de la teología paulina. En las cartas siempre se habla de Dios en referencia a
Jesucristo: es el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Esto supone que el Padre y
el Hijo se encuentran en un mismo plano, en una relación similar, interpersonal; como
en la teología joánica, Jesucristo es el revelador del Padre. Y esta cristología se pone
en íntima relación con la soteriología: nosotros, en cuanto que hemos sido
incorporados a Cristo, hemos sido hechos copartícipes de la suerte de Cristo,
consortes de la naturaleza divina.
a) Hijo de Dios.
San Pablo se refiere muchas veces a Jesús con el título «Hijo de Dios» (cf. Gál
2, 20; 3, 26; 2 Cor 1, 19; Ef 4, 13) o la expresión «su Hijo» (cf. 1 Tes 1, 10; Gál 1,
16; 1 Cor 1, 9; Rom 1, 3. 9; Col 1, 13). Este título no es empleado exclusivamente
por él, puesto que está tomado de los demás escritos del Nuevo Testamento. Sin
embargo, adquiere una particularidad especial, puesto que en San Pablo este título
cristológico es signo de una elección divina, del envío de Cristo por parte de Dios
Padre y de la asistencia divina en el cumplimiento del plan de la salvación
encomendado (cf. Gál 4, 4).
Gál 4, 4-7: Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la
adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que

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clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también
heredero por voluntad de Dios.
b) Cristo, el Señor (Kyrios).
San Pablo utiliza muy a menudo este título para referirse a Jesucristo: es el
Señor. Esta expresión no es nada inocente, puesto que en la biblia griega traduce el
nombre de Yahvé; de modo implícito se está afirmando la divinidad de Cristo, algo
que comparte con los otros escritos neotestamentarios. Este título sitúa a Jesucristo
en el mismo plano de igualdad al de Yahvé en el Antiguo Testamento. Al llamar a
Jesús «Señor» se está haciendo una profesión de fe en su divinidad.
Flp 2, 5-11: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual,
siendo de condición divina, | no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó
de sí mismo | tomando la condición de esclavo, | hecho semejante a los hombres. | Y así,
reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, | hecho obediente hasta la
muerte, | y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo | y le concedió el Nombre-
sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús | toda rodilla se doble | en el cielo, en la
tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: | Jesucristo es Señor, | para gloria de Dios Padre.
Este breve himno muestra cómo Cristo se abajó y murió en la cruz, de modo
que Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre, para que
ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo,
y toda lengua proclame Jesucristo es Señor. Ese es, por tanto, el nombre de Jesús por
antonomasia: «Señor». Y este texto nos lleva a considerar un último aspecto de la
cristología paulina.
c) Cristología pascual.
El misterio pascual es el contenido básico del Evangelio que la Iglesia anuncia,
de él nace la fe, la comunidad cristiana y la propia misión de Pablo, que se cuenta
entre los testigos de la resurrección. Del misterio pascual brota todo el ministerio
apostólico de Pablo: predicamos a Cristo, y Cristo crucificado (cf. 1 Cor 1, 23). San
Pablo hace una extraordinaria reflexión sobre la muerte y resurrección de Jesús, que
constituyen el acontecimiento central del plan de salvación de Dios. La cruz es el
momento de suprema humillación, de sometimiento a los poderes del mundo, la
consecuencia más drástica de la encarnación, pues el que no tenía pecado se hizo
pecado por nosotros, para salvarnos (cf. 2 Cor 5, 21). Pablo elabora una cristología
pascual que concibe la muerte de Cristo como entrega sacrificial, pero no se queda
todo ahí, sino que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos como primicia de la
resurrección de los hombres (cf. 1 Cor 15, 20). La muerte y la resurrección de Jesús
son el verdadero evangelio. Nosotros, por la fe, tenemos parte en el misterio pascual
de Cristo y somos partícipes de las promesas. La resurrección es el fundamento de la
fe y de la predicación cristiana pues, si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra
fe, vana también nuestra predicación (cf. 1 Cor 15, 14).

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1 Cor 15, 1-20: Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros
aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os mantenéis en la
palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano. Porque yo os transmití en primer
lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y
que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y
más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de
los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos
los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el
menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia
de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado
en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de
Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros. Si se
anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros
que no hay resurrección de muertos? Pues bien: si no hay resurrección de muertos, tampoco
Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana
también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado
testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado… si es que
los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si
Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de
modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza
en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha
resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.
4.2. Soteriología.
Al tratar la salvación en San Pablo hay que hacer referencia a tres lenguajes
característicos:
a) Lenguaje teológico. La palabra σωτηρíα aparece numerosas veces en el
epistolario paulino, y muchas más la idea o el concepto de salvación. Así, Jesucristo
es el Σωτηρ, el Salvador, un título que se le aplica en cuanto Mesías. Habitualmente
se habla de una realidad de futuro: seremos salvados. Esto sucederá cuando
alcancemos la plenitud de lo que estamos llamados a ser, nos veamos libres del
pecado y de la muerte. Sólo en Rom 8, 24 se emplea en pasado para expresar que
fuimos salvados en esperanza.
b) Lenguaje sociológico. Pablo emplea imágenes del ámbito comercial y
mercantil: compra, rescate-precio y redención-liberación. Es, sin duda, el lenguaje
más importante sobre la salvación, tomado del concepto de la liberación de los
esclavos. Con el término hebreo goèl se designaba el rescate que el primogénito tenía
que pagar para liberar de la esclavitud a los familiares que hubieran sido tomados
como esclavos. Dios, a través de Cristo, se convierte en el goèl del Pueblo.
c) Lenguaje judicial. El apóstol emplea el lenguaje judicial y la noción de
justicia (δικαιοσúνη) para referirse a la obra de la salvación. Dios es justo, fiel y
misericordioso; Él guarda la Alianza. En consecuencia, los hombres deben trabajar
por la justicia y cumplir los mandamientos. El problema es que este sistema lleva a
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entender la salvación como un premio que Dios da a los perfectos, a los buenos, a los
justos, y que solo los que cumplen a rajatabla la Ley pueden recibir. Se olvida así que
la salvación es una gracia de Dios y no un premio que el hombre compra con sus
obras. Por eso San Pablo recurre a la figura de Abraham, el cual, antes de que existiera
la Ley, creyó en la palabra de Dios y eso le fue contado como justicia. Citando a
Habacuc, añade que el justo vivirá, es decir, se salvará, por la fe. Dios viene a
establecer con los hombres su justicia salvadora que se anuncia a Abraham, se
promete a su descendencia y se cumple con Cristo. Por la fe en Cristo, expresada en
el Bautismo, el hombre es justificado y es hecho hijo de Dios y heredero de la
promesa. Sus obras no son un requisito previo sino más bien una consecuencia de la
justificación, a través de las cuales se incorpora más plenamente a Cristo y deja
traslucir en su vida la misma vida divina.
En la soteriología paulina hay un concepto clave, tomado de la literatura
apocalíptica, que es la noción de ira de Dios. Conviene aclarar esta idea, que no
significa que Dios sea colérico, sino que se trata de un antropomorfismo para referirse
a la situación de lejanía con respecto a Dios del hombre pecador, una situación que,
por otra parte, tiene una dimensión de presente, puntual, provisional y, por tanto,
mudable, si el hombre acoge la oferta de salvación que viene de Dios.
En Rom 1-3, Pablo se explaya narrando cómo nuestra naturaleza humana está
corrompida por el pecado. La Ley de Moisés fue una revelación útil, que prescribía
el bien, que mandaba lo que había que hacer, pero que no daba fuerzas para su
cumplimiento. El apóstol llega, así, a una conclusión un tanto pesimista: no hay
diferencia entre judíos y gentiles: puesto que todos pecaron, todos están privados de
la gloria de Dios y todos están bajo su ira. Este mal tiene una explicación histórica:
el primer hombre, Adán, trajo el pecado y la muerte y, de este modo, la muerte pasó
a todos los hombres, porque todos pecaron. Sin embargo, Él no abandona al hombre
pecador, sino que, en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Hombre nuevo,
para que allí donde abundó el pecado sobreabundara la gracia, y todos pudiéramos
ser hechos hijos de Dios. De este modo, Pablo puede decir que Dios encerró a todos
en el pecado para tener misericordia de todos.
En efecto, el hombre sin Cristo es un hombre sin posibilidades de realización
plena, un hombre sometido a la triple esclavitud de la Ley, del pecado y de la muerte.
Sin embargo, el hombre en Cristo es el hombre que, por la fe y mediante el bautismo,
ha sido revestido de Cristo muerto y resucitado, ha sido incorporado a Cristo; desde
esta incorporación, el hombre ya puede comprender y vivir su existencia como llena
de sentido. Éste es el corazón de la soteriología paulina: el hombre en Cristo; así es
como entiende San Pablo la salvación.
En este sentido hay 4 expresiones que reflejan la relación del hombre con
Cristo:

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διὰ Χριστον – a través de Cristo, por Cristo-: Tiene un sentido instrumental;


el medio de la salvación no es la Ley, ni las obras, ni el derecho o los méritos
adquiridos ante Dios, sino Cristo, por medio del cual Dios actúa.
εἰς Χριστου – hacia Cristo, a Cristo-: El hombre es un ser en movimiento hacia
Cristo; tiene un papel activo pero secundario, ya que la iniciativa parte de Dios.
συν Χριστῳ - con Cristo-: Se refiere al hombre incorporado a Cristo glorioso,
al hombre que en virtud del misterio pascual vive la unidad con Cristo.
ἐν Χριστω – en Cristo-: Es la dimensión más perfecta de la incorporación a
Cristo, pues la vida del cristiano gira en torno a Cristo; en Él vivimos, nos movemos
y existimos.
Rom 3, 9-26: Entonces, ¿qué? ¿Tenemos alguna ventaja? No del todo. Ya que hemos
dejado bien sentado que tanto judíos como griegos, todos están bajo el pecado, según está
escrito que: No hay nadie justo, ni uno solo; no hay nadie sensato; no hay nadie que busque a
Dios. Todos se extraviaron, a una se han pervertido; no hay nadie que haga el bien; no hay ni
siquiera uno. Una tumba abierta es su garganta, con sus lenguas urden engaños; veneno de
áspides bajo sus labios; su lengua rebosa malicia y amargura, sus pies son veloces para
derramar sangre; ruina y destrucción en sus caminos. Y no conocen el camino de la paz. No hay
temor de Dios ante sus ojos. Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley lo dice para quienes
viven en el ámbito de la ley, a fin de que toda boca enmudezca y todo el mundo aparezca como
reo ante Dios. Puesto que por las obras de la ley ningún viviente será justificado ante él, pues a
través de la ley solo se logra el conocimiento del pecado. Pero ahora, sin la ley se ha
manifestado la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los Profetas; justicia de Dios por la fe
en Jesucristo para todos los que creen. Pues no hay distinción, ya que todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención realizada en Cristo Jesús. Dios lo constituyó medio de propiciación mediante la fe en
su sangre, para mostrar su justicia pasando por alto los pecados del pasado en el tiempo de la
paciencia de Dios; actuó así para mostrar su justicia en este tiempo, a fin de manifestar que era
justo y que justifica al que tiene fe en Jesús.
4.3. Eclesiología.
Pablo acuña el término εκκλεσíα (< εκ καλεω) y éste a partir del hebreo qahal,
que significa llamar, convocar, para referirse a la comunidad cristiana, tanto a la
Iglesia universal como, sobre todo, a las diferentes Iglesias locales.
En los escritos protopaulinos nos encontramos una eclesiología que depende
del concepto de salvación: para San Pablo, la experiencia de la salvación y la vida de
gracia solo es posible en comunidad; de este modo, más que una institución
jerárquicamente organizada, la Iglesia paulina es la comunidad, la congregación o la
asamblea de los salvados. A esta reunión el apóstol se refiere también con otras
expresiones, como «los santos» o «los elegidos», «edificio de Dios», «Templo de
Dios. Sin embargo, la fórmula más característica en San Pablo para referirse a la
Iglesia es la de «Cuerpo de Cristo», una idea que parte tanto de su cristología como
de la antropología hebrea. La Iglesia es presencia de Cristo en el mundo. Por la fe y
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el Bautismo los cristianos somos incorporados a Cristo como miembros diversos que
integran un mismo organismo. Esta imagen del cuerpo dotado de diversos miembros
le permite al apóstol hablar de la pluralidad de ministerios eclesiales, todos
igualmente importantes y necesarios (cf. 1 Cor 12). Es el Espíritu quien suscita la
diversidad de carismas para la edificación común; no obstante, parece haber tres
funciones privilegiadas: los apóstoles, los profetas y los maestros.
1 Cor 12, 4-7. 12-14. 19-21. 16-31: Hay diversidad de carismas, pero un mismo
Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones,
pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del
Espíritu para el bien común. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno
en particular como él quiere. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y
todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también
Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Pues el
cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde
estaría el cuerpo? Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es
uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los
pies: «No os necesito». Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado,
todos se alegran con él. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un
miembro. Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los
profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones,
la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos
son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar?
¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan? Ambicionad los carismas mayores.
La idea del Cuerpo de Cristo se encuentra más desarrollada en las cartas
deuteropaulinas (Col y Ef), donde observamos un avance hacia la Iglesia
jerarquizada: la Iglesia es el Cuerpo del cual Cristo es la Cabeza. Los códigos
domésticos, a propósito de las relaciones que se han de dar entre los cristianos,
muestran que, del mismo modo que el varón es cabeza de la mujer y que ésta se ha
de someter a su marido, Cristo es Cabeza de la Iglesia, la cual debe estar sometida a
Él.
Ef 5, 21- 32: Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos,
como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él,
que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus
maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó
a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para
presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así
deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer
es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y
calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Es este un
gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

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Finalmente, las cartas pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito) dan testimonio del


surgimiento y evolución de los ministerios ordenados y jerárquicos, nos permiten
imaginar cómo funcionaban y se organizaban las primitivas comunidades cristianas,
y ofrecen consejos y orientaciones para los pastores de la Iglesia.
4.4. Moral y escatología.
En San Pablo, moral y escatología están interrelacionadas. Una característica
de la escatología de San Pablo, al menos en las cartas protopaulinas, es la proximidad
aparente de la parusía. El apóstol carece de certeza y de revelación explícita en este
punto; sólo sabe sólo que el Día de la venida del Señor será inesperado, como un
ladrón en la noche. En consecuencia, aconseja a los cristianos estar preparados. Es
lógico que si las comunidades esperaban una escatología inminente urgiese vivir de
un modo coherente con la fe, no fuera a ser que el Día del Señor les sorprendiera
desprevenidos.
Mientras que en una escatología inminente la clave está en que todo es lícito,
pero no todo es útil o conveniente, una vez que esa inminencia se mitiga, el centro
pasa a ser la cristología y la soteriología. Por un lado, Cristo es el modelo que los
cristianos deben imitar y seguir, dando testimonio de su fe; por otro, nuestra
salvación, en cuanto transformación real y nacimiento de una nueva creación exige
una vida también nueva, un comportamiento ético.
Sea como sea, la llegada de Cristo estará precedida por tres signos: apostasía
general, aparición del Anticristo y conversión de los judíos. Una circunstancia
particular de la predicación de San Pablo es que los justos a quienes la segunda venida
de Cristo encuentre vivos pasarán a la inmortalidad gloriosa sin morir. Entre ellos
parece incluirse el propio Pablo, de modo que se refleja aquí su propia concepción de
una parusía próxima, aunque esta tesis será matizada en 2 Tes.
En respuesta a las dudas de los corintios, Pablo indica el modo en que
resucitarán los muertos: los que hayan muerto en Cristo resucitarán en primer lugar.
El mundo presente será aniquilado para que pueda surgir un nuevo orden de cosas.
La resurrección implica también la resurrección del cuerpo, no ciertamente un cuerpo
como el que ahora tenemos, sino incorruptible, espiritual, glorioso.
Sobre la condición de las almas de los justos entre la muerte y la resurrección,
éstos gozan de la presencia de Cristo. El juicio, según san Pablo, está relacionado
estrechamente con la parusía y la resurrección. El juicio será universal, ni los justos
ni los réprobos lo eludirán, y será en función de las obras.
La escatología paulina sigue la línea de los otros escritos del Nuevo
Testamento. Ya se ha dicho que Pablo no es un teólogo sistemático y, por tanto, su
enseñanza acerca de la parusía viene a socorrer las eventuales dudas de los miembros
de la comunidad o sirve de refuerzo para otras tesis. Entre los términos que destacan
están el de redención, salvación, justificación, reino, gloria, o vida.
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1 Tes 5, 1-6. 15-23: En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os


escriba, pues vosotros sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la
noche. Cuando estén diciendo: «paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la
ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros,
hermanos, no vivís en tinieblas, de forma que ese día os sorprenda como un ladrón; porque
todos sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no
nos entreguemos al sueño como los demás, sino estemos en vela y vivamos sobriamente. Mirad
que nadie devuelva a otro mal por mal; esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a
todos. Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la
voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis
las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal. Que el
mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se
mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
1 Tes 4, 13-18: Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que
no os aflijáis como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de
igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto. Esto es lo que os
decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros, los que quedemos hasta la venida del
Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y
al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer
lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre
nubes al encuentro del Señor, por los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos,
pues, mutuamente con estas palabras.
1 Cor 15, 20-28. 51-58: Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los
que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo
mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su
puesto: primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su
venida; después el final, cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado
todo principado, poder y fuerza. Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus
enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte, porque lo ha
sometido todo bajo sus pies. Pero, cuando dice que ha sometido todo, es evidente que queda
excluido el que le ha sometido todo. Y, cuando le haya sometido todo, entonces también el mismo
Hijo se someterá al que se lo había sometido todo. Así Dios será todo en todos. Mirad, os voy a
declarar un misterio: No todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un instante,
en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la última trompeta; porque sonará, y los muertos
resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que esto que
es corruptible se vista de incorrupción, y que esto que es mortal se vista de inmortalidad. Y
cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces
se cumplirá la palabra que está escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde
está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?». El aguijón de la muerte es el
pecado, y la fuerza del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo! De modo que, hermanos míos queridos, manteneos firmes e
inconmovibles. Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro
esfuerzo no será vano en el Señor.

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