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La Ciencia Política y Las RRII

Este documento presenta una discusión sobre si las Relaciones Internacionales se insertan como disciplina en el campo de la Ciencia Política o en el marco de la Sociología. Algunos autores argumentan que pertenecen a las ciencias sociales o ciencias políticas, mientras que otros sostienen que deben considerarse como una introducción complementaria al Derecho Internacional Público. Finalmente, la orientación dominante en la doctrina europea es afirmar la pertenencia de las Relaciones Internacionales al campo de la Ciencia Política.

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La Ciencia Política y Las RRII

Este documento presenta una discusión sobre si las Relaciones Internacionales se insertan como disciplina en el campo de la Ciencia Política o en el marco de la Sociología. Algunos autores argumentan que pertenecen a las ciencias sociales o ciencias políticas, mientras que otros sostienen que deben considerarse como una introducción complementaria al Derecho Internacional Público. Finalmente, la orientación dominante en la doctrina europea es afirmar la pertenencia de las Relaciones Internacionales al campo de la Ciencia Política.

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Lecturas básicas para Introducción al estudio de

Relaciones Internacionales

Ileana Cid Capetillo


Compiladora

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
División de Estudios Profesionales
Coordinación de Relaciones Internacionales

2001
Primera edición 1999
Primera reimpresión 2001

ISBN 968­36­7429­1
© Derechos reservados
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM
Ciudad Universitaria. México 04510 D.F.

Cuidado de la edición
Lic. Ileana Cid Capetillo
Eva Isabel Sánchez Ruiz

Diseño de por tada


Ediciones y Gráficos/Olga B. Olvera Rosas

Impreso y Hecho en México


Printed and made in Mexico
UNIVERSIDAD NACIONAL FACULTAD DE CIENCIAS
AUTÓNOMA DE MÉXICO POLÍTICAS Y SOCIALES

Rector: Director:
Dr. José Narro Robles Dr. Fernando Castañeda Sabido

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Dr. Sergio Alcocer Martínez de Mtro. Roberto Peña Guerrero
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Comunidad: Mtra. Ma. Lourdes Durán Hernández
MC. Ramiro Jesús Sandoval
Coordinadora de Informática:
Abogado General: Arq. Guadalupe Gómez Goujón
Lic. Luis Raúl González Pérez

Lecturas básicas para la introducción al estudio de


Relaciones Internacionales
Ileana CiiD Capetillo
Compiladora

Publicado en México D.F., Ciudad Universitaria, Abril de 2010

Edición y publicación electrónica:


Coordinación de Informática ­ Centro de Investigación e Información Digital
F ac u l t a d d e C i e n c i as P o l í t i c as y S o c i al es

www.politicas.unam.mx

ciid.politicas.unam.mx
MARIO OJEDA 142
La ciencia política y las Relaciones Internacionales

Roberto Mesa*

A) Introducción

¿ Se insertan, como disciplina, tanto en lo académico como en lo científico, las Relaciones


Internacionales en el campo de la Ciencia Política o en el marco de la Sociología?. El
debate no tiene un interés puramente especulativo. Recordemos que en la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Complutense, se configura como asignatura
común, de estudio obligatorio, para ambas especialidades. Situación que, cómodamente,
podríamos resolver con una respuesta absolutamente ecléctica; sin embargo, es obligado
proceder a una aproximación distinta y, también, más rigurosa; máxime cuando la doctrina no
emite una respuesta clara a este respecto; e, incluso, concretamente en nuestro país, durante un
buen tiempo dominó, y en ciertos sectores domina todavía, una tendencia a considerar las
Relaciones Internacionales como una especie de introducción complementaria, como una
disciplina ancilar del Derecho internacional público. Fenómeno que, por otra parte, no fue
único en nuestro país, sino que prácticamente prevaleció en buen número de centros
universitarios de la Europa continental; y que no era otra cosa más que la traducción práctica de
la hegemonía teórica ejercida por las Facultades de Derecho y por los estudios jurídicos.
En la situación actual, la orientación que domina en la doctrina europea, aunque no siempre
de forma tajante, es la de afirmar la pertenencia de las Relaciones Internacionales, como escribe
Medina Ortega, «sin ningún genero de dudas, a las ciencias sociales o ciencias políticas,
entendidas en el sentido más amplio de la expresión».1
Aunque, ante la imposibilidad de dar una definición unívoca de la Ciencia Política , fija su
atención en los centros de estudio de la misma: ya el Poder, ya el Estado. Lo cual,
inevitablemente, conducirá, como veremos, a la consideración de los autores de la escuela
realista.

* Texto original: "Parte segunda. Hacia una teoría de las Relaciones Internacionales. 1. La Ciencia Política y las Relaciones Internacionales y 2. La
Sociología y las Relaciones Internacionales", en Teoría y práctica de las Relaciones Internacionales. Taurus Ediciones, Madrid, 1980, pp 37­68.
1
Medina Ortega, La teoría... ,op. cit., p. 182; en lo que sigue a M. Virally, «Relations Internationales et science politique» en Besdenvant y otros,
Les affaires étrangères, p. 100.
ROBERTO MESA 144

Truyol Serra había iniciado, con su estudio pionero en España, dicha línea conducente a la
inclusión de las Relaciones Internacionales en el marco genérico de la Ciencia Política. Inicia
su reflexión, sobre el tema, tras unas consideraciones previas filosófico­jurídicas. Con una cita
de Gablentz:
«Al comienzo de la ciencia europea está la afirmación de Aristóteles de que la política es la
más excelente y fundamental de todas las ciencias. Y hoy tenemos que luchar para asegurarle
siquiera un lugar en la jerarquía de las ciencias».2
Subraya Truyol Serra que lo que particularmente interesa es el «hecho de que Aristóteles
postula un saber auténtico, o sea filosófico y científico en el sentido estricto de la palabra,
acerca de la polis.... ». Aunque agrega:
«Ahora bien, tras muchas vicisitudes es innegable que la política como ciencia no sólo no
ocupa hoy el lugar preeminente que le aseguraba Aristóteles, sino que carece todavía de una
aceptación general en orden a su existencia como tal y a su eventual alcance.3
Si aceptamos, como hipótesis de trabajo, la afirmación de Truyol Serra, aún será más
evidente la de Quincy Wright, acerca de las Relaciones Internacionales, al afirmar que se trata
de «una disciplina que no ha sido formulada todavía»;4 o, como este mismo autor indica aún
con mayor claridad, «una disciplina implica, por lo menos, la conciencia por parte de los
autores de que existe una materia con una cierta unidad».5 Estimamos, particularmente, que aún
se está lejos de haber alcanzado esta unanimidad previa, el punto de partida mínimo.
Esta ausencia de acuerdo se observa de inmediato en cuanto al objeto mismo de su estudio.
Para los defensores de una analogía radical de un paralelismo mimético, entre Ciencia Política
y Relaciones Internacionales, el núcleo central era el estudio del Poder o el estudio del Estado.
Cierto que la observación de las Relaciones Internacionales incluye, en gran medida, la
consideración de los fenómenos de fuerza (de Poder) en la esfera internacional; pero es preciso
añadir a renglón seguido que se trata de un tipo de poder distinto; el Poder del Estado es, por
antonomasia, organizado, coherente, centralizado; el Poder en la vida internacional es un Poder
descentralizado, diríamos hoy con un lenguaje moderno; los clásicos, como ya vimos, hablarían
del ejercicio de la fuerza, por parte del más potente, en una Sociedad, la internacional,
desorganizada, anárquica, en «estado de naturaleza».
Ahora bien, no faltan autores que convierten esta ausencia en una virtud. Es el caso concreto
de Stanley Hoffmann, quien, tras señalar acertadamente el carácter descentralizado del medio
en que se desarrollan las Relaciones Internacionales, indica que posiblemente sea este dato el
que le proporcione su nota diferenciadora y, precisamente, en el que sea necesario apoyarse
para propugnar la autonomía de los Relaciones Internacionales, en el marco de la Ciencia
Política:

2
O.H. Von Der Gablentz, «Politik ais Wissenschaft» Ztschr.f. Politik, I (1954), p, cit. por Truyol Serra, La teoría ..., op. cit., p. 40.
3
Truyol Serra, La Teoría..., op. cit., p. 40 y 41.
4
Q. Wright, The Study of International Relations, op. cit, p. 501.
5
Q. Wright, íbid., p. 23.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 145

«Las Relaciones Internacionales deben su carácter al hecho de que el medio en que se


desarrollan es un medio descentralizado (...); las Relaciones Internacionales deben su carácter
distintivo al hecho de que el poder se ha fragmentado en grupos independientes o rivales a lo
largo de la historia del mundo».6
Bien entendido, que, en la concepción de Stanley Hoffmann, se trata de una autonomía
«condicionada»; en modo alguno, una autonomía equivalente a una separación radical de las
otras disciplinas enmarcadas dentro del campo genérico de la Ciencia Política. A grandes
rasgos, vendría a significar el carácter multidisciplinario de las Relaciones Internacionales. Pero
lo más importante que late en el fondo de la suposición de Stanley Hoffmann es su aspiración a
un giro transcendental en el tratamiento clásico de la Ciencia Política: la subordinación de lo
interno a lo exterior o internacional. Entendemos, pues, que, en los términos de Stanley
Hoffmann, autonomía se traduce por supremacía,
«Sin pretender ser el imperialista de una ciencia relativamente joven, añadiría que el papel
arquitectónico que Aristóteles atribuyó a la ciencia de la polis podría corresponder hoy a las
Relaciones Internacionales, pues han llegado a ser en el siglo XX la condición misma de
nuestra vida cotidiana. Filosofar acerca del Estado ideal aislado o teorizar sobre sistemas
políticos en abstracto es algo casi carente de sentido. Si, dentro del estudio de la política
diésemos la máxima importancia a los asuntos mundiales y tratásemos la política interna a la
luz de los asuntos mundiales, podríamos operar una revolución copernicana mayor aún que el
cambio que transformo la economía cuando el macroanálisis, sustituyo al microanálisis»7
Proseguir el razonamiento de Stanley Hoffmann nos llevaría a considerar toda su teoría
general intemacionalista. No olvidemos que este especialista, que podemos considerar como el
puente entre los especialistas franceses y anglosajones, debido a su formación y al doble
carácter de su producción intelectual, también ha dedicado su atención al Derecho internacional
público. Y que su planteamiento genérico, de carácter prospectivo, futurible, apunta hacia la
hipótesis de la aparición de un nuevo orden internacional. El desarrollo que acabamos de
exponer corresponde a un planteamiento de la misma época, mucho más amplio, en el que
denunciaba la falta de adecuación entre el ordenamiento jurídico internacional vigente y la
realidad misma, y criticaba duramente a los defensores del Derecho internacional clásico:
«Las Alicias de las Facultades de Derecho se pasean por un país de ruinas y de puntos de
interrogación. Se pasean también por un país de espejismos».8
Este nuevo orden internacional, a cuya búsqueda parte Stanley Hoffmann también incide en el
pecado de utopismo que él reprocha a otros autores. Este nuevo orden supone la

6
Stanley Hoffmann, Contemporary Theory in International Relations, N.J., 1960 (cit. por la ed. castellana, Teorías contemporáneas sobre las
Relaciones Internacionales, Trad. de M. D. López Martínez, Madrid, 1963, p. 19).
7
Stanley Hoffmann, Teorías contemporáneas…, op. cit., p. 22*.
8
Stanley Hoffmann, «A La recherche d'un nouvel international», Esprit, 3 (1960), p. 482.
ROBERTO MESA 146

superación del Estado soberano, que «tal como lo definía la doctrina del siglo XIX es un
absurdo». No obstante, se trata de una utopía moderada, puesto que «un nuevo orden sólo
puede construirse a partir del Estado nacional, puesto que la nación independiente constituye la
aspiración esencial de la mayoría de los hombres». En última instancia, la construcción teórica
de Stanley Hoffmann se asemeja bastante a la de los defensores como Valladao y Carrillo
Salcedo, de un Derecho internacional social. Ya que, para el autor en cuestión,

«el ideal internacional que hay que buscar es la visión de un mundo en el que la seguridad y el orden
estuviesen asegurados no por un imperialismo cualquiera, sino por la cooperación de las naciones. A
la paz de la dominación, debemos oponer la paz de la asociación (...); se trata de actuar en el inmenso
campo de los intereses convergentes de los Estados: el desarrollo económico, la cooperación
científica, las comunicaciones internacionales».9

Años después, Stanley Hoffmann, que ya se define sinceramente como «aronien de méthode et
gaulliste d'inclination», ha expuesto aún más netamente su postura. Al examinar un caso crítico
concreto, la política exterior de los Estados Unidos, afirma que

«incluso el país más poderoso de la tierra no puede moldear, dirigir, dictar el futuro del mundo a su
guisa, ya que los métodos tradicionales del poderío han perdido se eficacia. Las potencias ya no
significan el poder a causa de las nuevas condiciones del recurso a la fuerza, de la multiplicación de
los estados y también de la misma heterogeneidad del sistema internacional, en el que coexisten todo
tipo de conflictos locales y regionales irreductibles...».10

Estimamos que este último planteamiento excede, con toda amplitud, nuestra consideración
inicial; pero hemos considerado oportuno llevarlo a sus últimas consecuencias, como forma
lógica de exponer totalmente una línea de pensamiento, subrayando asimismo, la profundidad
del debate. Como veremos, más adelante, el enfoque propuesto conduce a una comprensión
sincrética de la disciplina y, desde luego desbordando el marco límite de la Ciencia Política, o
de la Sociología, conduce a la consideración de una noción matriz para la vida del hombre
contemporáneo. Por ahora, lo que nos interesa destacar, y es el plan que seguiremos a
continuación, es cómo la adopción de cualquier enfoque con pretensiones rigurosamente
académicas, tiene también connotaciones extra­académicas. Aunque, ciertamente, abunden los
autores que no aspiran a salir del marco conceptual fijado rígidamente.

B) Delimitación de la Ciencia Política


Posiblemente sea Hermann Heller el autor que más haya avanzado en la conceptuación,
delimitación y objetivo de la Ciencia Política como Ciencia del Poder, radicada básicamente

9
Stanley Hoffmann, íbid., pp. 489 y 492. Ideal también perseguido por M. Virally, en L´Organisation Mondiale, París, 1972.
10
Stanley Hoffmann, Gulliver's Troubles, 1968; prólogo a la edición francesa Gulliver empêtré Essai sur la politique étrangère des Etats­Unis,
París, 1971, p. 6.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 147

en el Estado, como su detentador esencial: «En este sentido, la teoría del Estado puede ser
designada como el aspecto conceptual general de la ciencia política».11
Aproximación que, pese a su concisión, o quizá por ello mismo, es exageradamente sumaria.
Porque parece como si hubiese una contradicción absoluta entre los dos términos Ciencia y
Política. En 1950, la UNESCO publicaba un volumen, recogiendo gran variedad de opiniones,
dedicado al estudio de la Ciencia Política en diferentes países. Difícilmente se encuentran, en
esta obra colectiva, definiciones o propuestas de definiciones sintéticas. Raymond Aron es
suficientemente explícito a este respecto:
«Sería aventurado pretender definir en pocas palabras el término "política", empleado de
forma tradicional y corriente, pero también equívocamente. Designa todo lo que se refiere el
gobierno de las sociedades. Es decir a las relaciones de autoridad entre los individuos y los
grupos. También se aplica a la jerarquía del poder que se establece en el interior de todas las
comunidades numerosas y complejas. La Ciencia Política desarrolla su autonomía a medida
que se encuentra un lenguaje para designar los diversos modos de esta rivalidad por el poder y a
medida, sobre todo, de que tiene la estructura de autoridad por un hecho fundamental al que
deben referirse los demás fenómenos sociales con el fin de hacerlos inteligibles. La Ciencia
Política es también una manera de estudiar toda la sociedad con relación a un punto de vista
propio que es el de la organización y el funcionamiento de las instituciones de mandos».12
Concepción tan amplia, conduce, por su inevitable vaguedad, a una extensión enorme en su
contenido; reproduciendo, a su vez, un debate ya habitual en las ciencias sociales: la
designación de la disciplina matriz. Así, por ejemplo, Ch. Eisenmann, cuando traza el «cuadro
de las ciencias políticas existentes», incluye en su seno una larga lista comprensiva de la
doctrina política, la historia política, la sociología política, la ciencia del derecho, la ciencia
política (political science) stricto sensu y las que llama ciencias políticas mixtas (la geografía,
la psicología social, la etnografía, etc.).13 Recordemos, por analogía, que en España existe una
ilustre institución que se titula «Academia de ciencias morales y políticas».
Desde esta óptica globalizadora en el volumen a que hacemos referencia en las últimas notas
bibliográficas se incluyen, en su Capítulo Tercero, sin ninguna indicación justificativa, «Las
Relaciones Internacionales»; aunque, ciertamente, los estudios incluidos se dedican a
referencias de tipo docente o, sobre todo, a breves artículos de tipo jurídico.14
Para ello se parte de un planteamiento bien simple: existe una Ciencia Política general y
unas, digamos así, Ciencias Políticas especiales; dentro de éstas, se encuadran las Relaciones

11
H. Heller, Art. «Political Science», en Encycl. of Social Sciences, XII, página 210; cit. por Truyol Serra, La teoría...,op. cit., p. 43.
12
Raymond Aron, «La science politique en France», en La science politique contemporaine. Contribution a la recherche, la méthode et l
'enseignement, UNESCO, París, 1950, p. 51.
13
Charles Eisenmann, «Sur l'object et la méthode des scíences politiques», op. cit., pp. 104 111.
14
Cf. Szcerba y A: Von Schelting, «Les relations internationales dans la doctrine sociologique et juridique soviétique», op. cit., pp. 567­577 y A
Verdross, «L'etude du driot international dans les pays de langue ellemande», op. cit., pp. 612­621.
ROBERTO MESA 148

Internacionales como, teoría de la política internacional;15 o sea, la actividad internacional de


los Estados. Esta interpretación, que no adhesión, sigue las directrices teóricas de las doctrinas
norteamericanas sobre Relaciones Internacionales. H. Morgenthau afirma, claramente, que «a
efectos de la teoría, las relaciones internacionales se identifican con la política internacional».16
Esta posición que no es exclusiva del autor citado, se desliza casi insensiblemente a una
consideración subsidiaria de las Relaciones Internacionales, a su encuadramiento dentro de un
examen total del fenómeno del poder; en este supuesto concreto, el que se manifiesta en la vida
internacional; mucho más difícil de aprehender que el poder ejercido por cada Estado en su
esfera interna. Evidentemente, este planteamiento conduce, es el escollo que trató de evitar
Stanley Hoffmarui, a negar toda autonomía, de las Relaciones Internacionales;17 es, aparte del
caso citado de Deutsch, el de Henry A. Kissinger que, partiendo de un análisis que podríamos
considerar «tradicional», subordina toda la política exterior (denominación que es todo un
síntoma) a lo que él llama «domestic structure».18 Tampoco faltan autores que, partiendo de un
enfoque idéntico, establecen diferencias de nivel, gradaciones distintas, que van desde la
Ciencia Política en un sentido general y amplio, a la Ciencia Política aplicada a los asuntos
internos, estatales;19 para J. D. Singer hay dos niveles de análisis, el del sistema internacional y
el del Estado nacional, considerando a éste «como el actor primario en las relaciones
internacionales».20
Es indudable, pues, que con todas las matizaciones que se puedan introducir, aunque no sean
muchas las variantes, una concepción de las Relaciones Internacionales, enmarcada en la
Ciencia Política, conduce, en una visión que puede caracterizarse de primaria, a nuestro primer
planteamiento: la Ciencia Política estudia el fenómeno del Poder y su protagonista es el Estado.
Un caso paradigmático es el representado por N. J. Spykman quien, tras subrayar el
protagonismo último del individuo tanto en la esfera nacional como en la internacional,
concluye afirmando:
«Pero en la esfera internacional la lucha por el poder y la participación en el gobierno
internacional se realiza a través de un tipo particular de organización cooperativa, llamado
Estado, y por ello el Estado se convierte en unidad inmediata de comportamiento político».21
Análisis que no deja de recordar la, en otro tiempo, «mediatización del individuo»,
preconizada por A. Verdross en Derecho internacional público.

15
Cf. Truyol Serra, La teoría..., op. cit., p. 45 y Medina Ortega, La teoría..., op. cit.. p. 183.
16
H. Morgenthau, «The Nature and limits of a Theory of International Relations», en W. I. R. Fox, Edit, «Theoretical Aspects of International
Relations», Notre Dame, Ind., 1959, p. 63.
17
Cf. Karl Deutsch, «On the Concepts of Politics on Power», en Rosenau, op. cit., pp. 255­260.
18
H.A. Kissinger, «Domestic Structure of Politics on Power», en Rosenau, op. cit., pp. 261­275.
19
Cf. J.D. Singer, «The Level of Analysis Problem in International Relations», en Rosenau, op. cit., pp. 20­29.
20
J.D. Singer «The level...», op. cit., p. 24.
21
Nycholas J. Spykman, «Methods of Approach to the Study of International Relations», en Morgenthau y Thompson, Principies and Problems
of International Politics, p. 25; cit. por Truyol Serra, La Teoría ..., op. cit., página 48.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 149

La tendencia señalada persiste en la doctrina anglosajona. Recientemente, P. A. Reynolds ha


escrito:

«International relations is therefore concerned with study of the nature, conduct of, and influences
upon, relations among individuáls or groups operating in a particular arena within a framework of
anarchy, and with the nature of, and the change factors affecting, the interactions among them»;22

subrayando, al final de su obra, que la forma más usual de conceptuación de los sistemas
internacionales es tomar como base unas unidades significativas: los Estados.23
Ya hemos visto, en las páginas anteriores, la recepción en Europa continental de las
opiniones generales de las doctrinas norteamericanas sobre la Ciencia Política. En términos
generales, con las excepciones críticas, que ya tendremos lugar de examinar, la recepción
indicada seguirá los mismos pasos en lo referente a las Relaciones Internacionales. Marcel
Prélot se propone, usualmente, como el paradigma de los negadores de la autonomía de las
Relaciones Internacionales con referencia al marco genérico de la Ciencia Política. Para M.
Prélot, «no hay razón alguna para la autonomía de las Relaciones Internacionales»; añadiendo:
«Todas las Relaciones Internacionales son políticas por naturaleza, porque incluso tratándose
de relaciones privadas, se conectan con el fenómeno de la existencia de Estados».24
Se puede aducir, con toda lógica, que se trata de la opinión de un politólogo. Pero su opinión
no ha carecido, ciertamente, de seguidores. Pese a que se podrían exhibir las críticas que les han
sido dirigidas por R. Aron:
«Los politicólogos tienen probablemente el sentimiento de que su disciplina se presenta como
subdesarrollada desde el momento en que se la compara con la economía política, para no mencionar
las ciencias de la naturaleza»;25
no obstante, frente a este afán de teorizar denunciado, el mismo Aron no vacila en calificar de
subsistema a las Relaciones Internacionales.
Este criterio ha conducido últimamente a excesos formalistas que concluyen en una
identificación, sin matización alguna, entre Relaciones Internacionales y Política internacional.
Es el caso, entre otros, de Pierre Vellas, para el que las Relaciones Internacionales constituyen
una rama de la Ciencia Política. Por las dos razones siguientes:
«a) porque las relaciones entre los agentes de la sociedad internacional, en particular los gobiernos,
son esencialmente de naturaleza política; b) porque su objetivo es conocer las políticas exteriores,

22
P.A. Reynolds, An Introduction to International Relations, Londres, 1971, p. 10. (De castellana, Introducción al estudio de las relaciones
internacionales, trad. de F. Condomines, Madrid, 1977, p. 20.)
23
P.A. Reynolds, An Introduction..., op. cit., p. 202.
24
Marcel Prélot, La science politique, París, 1961, pp. 113 y 114, cit. por Truyol Serra, La teoría..., op. cit., p. 50.
25
Raymond Aron, «Qu'est­ce qu'une Théorie des Relations Internationales?», R.F.S.P., 1967 (5), p. 837.
ROBERTO MESA 150

aquellos que las hacen o las ejecutan, las influencias que las determinan, los medios que
aplican, los resultados que obtienen y las previsiones de evolución que pueden
establecerse».26
Con lo cual, se está a un paso no ya del formalismo, sino del más simple nominalismo.
No obstante, ya aparece una considerable corriente crítica, unas veces velada y en otras
ocasiones francamente abierta. Entre las primeras, podría clasificarse a Marcel Merle, defensor
de la pertenencia de las Relaciones Internacionales al campo de la Ciencia Política, pero que
para evitar las «trampas del vocabulario y el peso de los hábitos pedagógicos» así como para no
sembrar la confusión en el ánimo del lector titula su obra "Sociologie des Relations
Internationales". Pero, aparte el equívoco que no sólo es semántico, interesa subrayar de qué
forma el profesor Merle fija la independencia y señala la autonomía de las Relaciones
Internacionales con respecto a la Ciencia Política. En primer lugar, constata, lo cual es en sí
mismo también discutible, la identidad del objeto (el Poder y el Estado) y la identidad del
método (subraya, lo cual es cierto, la carencia de una metodología específica y predica la
pluralidad de enfoques); y, en segundo término, señala la distinción: el campo de observación;
que, para M. Merle es la «única diferencia» existente entre ambas materias. «En buena lógica ­
indica M. Merle­ convendría distinguir la Ciencia Política interna, consagrada al estudio de los
problemas nacionales, y la Ciencia Política externa, consagrada al estudio de los problemas
internacionales. En esta perspectiva, podría decirse que la disciplina de «Relaciones
Internacionales» es la rama de la Ciencia Política consagrada al estudio de los problemas
internacionales».27
Presentación que, aparentemente, resulta de un clasicismo irreprochable. Sin embargo, la
crítica matizada a que aludimos, hace que el profesor de la Universidad de París, no acepte
totalmente ni un criterio de servidumbre científica, la diferencia de niveles, ni tampoco la
asunción de la usualmente considerada más reducida, las Relaciones Internacionales, bajo el
manto protector de la tradicionalmente más amplia, la Ciencia Política. Prácticamente, y esto,
aun que no lo cita, le une en cierta manera a la opinión de Stanley Hoffmann; viene a proponer
un giro absoluto en las relaciones de dependencia.
«El tiempo del provincianismo en el que se complacía con demasiada frecuencia la ciencia
política tradicional, está ya tan superado como el del esoterismo en el que habitualmente
tienden a refugiarse los «especialistas» de las relaciones internacionales.»28
Prescindiendo de que los términos de la comparación no sean equivalentes, del contenido a
la semántica, es evidente que, sin ningún tipo de ambages M. Merle preconiza el primado de lo
internacional sobre lo puramente interno.
La critica radical, también globalizadora, se puede encontrar en una obra más reciente; con
la observación de que en ella dominan las posturas previas de carácter ideológico. P. F.
Gonidec, autor al que aludimos, hace objeto de sus más duros ataques a Morgenthau

26
Pierre Vellas, Relations internationales, t.1, Introducción. Les agents des relations internationales, París, 1974, p.12.
27
Marcel Merle, Sociologie des relations internationales, París, 2a ed., 1974, p. 10, cit. por esta edición. (Ed. castellana, Sociología de las
relaciones internacionales, trad. de Roberto Mesa, Madrid, 1978, de la 2a ed. francesa).
28
Marcel Merle, Sociologie..., op. cit, p. 11.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 151

y Aron; defensores, de una u otra forma, de la tesis de la superioridad, incluso política, del
orden interno sobre el internacional. Las tesis centrales del ataque de Gonidec contra estos
autores son las siguientes: a) No se puede reducir, de manera abusiva, la Sociedad internacional
únicamente a los Estados que la componen; no se puede ignorar o minimizar el hecho de que
«la novación del período contemporáneo consiste en la aparición de organizaciones
internacionales cada vez más numerosas (...) y capaces de actuar al mismo título que los
Estados en el orden internacional»;29 con lo cual, viene a suscribir las tesis de M. Virally;30 b)
tampoco puede olvidarse que la sociedad internacional está igualmente compuesta por
individuos y por grupos de individuos;31 c) la tercera y última crítica concierne al silencio que
se hace sobre «el contenido social del Estado, (o del poder político)»; porque, concluye
Gonidec,
«hay que tener en cuenta igualmente la complejidad de la sociedad internacional
contemporánea compuesta por sistemas sociales radicalmente diferentes y que se encuentran
en grados distintos de desarrollo».32

C) Conclusión
Queda claro, en suma, que el tema de la pertenencia o no de las Relaciones Internacionales al
campo de la Ciencia Política está íntimamente ligado, depende de la noción misma que
adoptemos de Relaciones Internacionales, así como del alcance que le demos a su contenido en
función de su operatividad. Escribe Medina Ortega que «existe, desde luego una zona de
forzada coincidencia entre la Ciencia Política y la teoría de las Relaciones Internacionales, pues
la política internacional es a la vez objeto de estudio de la Ciencia Política y la teoría de las
Relaciones Internacionales».33 Afirmación que no necesita demostración, por su misma
evidencia; pero también nos conduce a localizar zonas de «coincidencia» con otras materias,
como el caso del Derecho internacional y de la Economía internacional, por citar solamente dos
ejemplos.
Este planteamiento tiene dos inconvenientes mayores. El primero, que reduce la teoría de las
Relaciones Internacionales a una mera Política Internacional; siendo, como es, la primera una
disciplina de mucha más complejidad. El segundo inconveniente es que suscita

29
P.F. Gonidec, Relations Internationales, París, 2a ed., 1977, p. 48.
30
Michel Virally, L'Organisation Mondiale, op. cit., que, en su «Avan­propos» p. 5, escribe: «La observación de las realidades internacionales
contemporáneas hace ver (...) que el crecimiento de la Organización mundial se prosigue desde hace cincuenta años de manera aparentemente
irresistible e irreversible (...). Ya ha transformado en profundidad la naturaleza de las relaciones internacionales y, al punto a que ha llegado, es
poco probable que esta progresión se encuentre en vísperas de interrumpirse, a pesar de todos los obstáculos que la retrasan. De ello no resultará
necesariamente la desaparición del Estado llamado nacional, pero, según todas las apariencias, sí resultará una nueva definición de su función,
anunciada ya por nuevas formas de relaciones interestatales y por una penetración cada vez más acentuada de lo internacional en los asuntos
internos».
31
P.­F. Gonidec, Relations Internationales, op. cit., pp. 48­49.
32
P.­F. Gonidec, Relations Internationales, op. cit., p. 50.
33
Medina Ortega, La teoría..., op. cit., p. 185.
ROBERTO MESA 152

otro tema muy diferente: el de la necesaria colaboración o interdependencia entre diferentes


disciplinas, cuya utilización, en términos operativos, es indispensable para conseguir una visión
completa de las Relaciones Internacionales; es decir, que plantea una cuestión que entra de
lleno en el campo de la metodología.
Posiblemente, un punto intermedio fuese la postura adoptada por Laszlo Ledermann, para el
cual «la disciplina de las relaciones internacionales constituye una rama diferenciada de las
ciencias políticas».34 Sin embargo, tampoco podemos considerar esta afirmación como una
solución a toda la problemática suscitada.
En nuestra opinión, estamos mucho más cercanos, pero no identificados, con la postura de
Stanley Hoffmann, ya indicada, para el que se trata de la existencia de un orden jerárquico entre
el ámbito internacional y el ámbito interno, que se resuelve a favor del primero. Podría
argumentarse, como ya se ha hecho, que esta postura implica, en el fondo, un análisis
sociológico de la cuestión. Este es, concretamente, el tema que se plantea. Por nuestra parte,
estimamos insuficiente una consideración de las Relaciones Internacionales desde el ángulo
exclusivo de la Ciencia Política, incluso aceptándola como una «rama diferenciada»; ya que,
esta diferenciación, equivaldría en el fondo a su reducción a una política internacional. Ello no
quiere decir, como en su momento veremos, que la teoría de las Relaciones Internacionales no
acepte los métodos operativos, convenientes para su objetivo, utilizados por los politólogos.
La insuficiencia apuntada sólo puede completarse con un enfoque sociológico de las
Relaciones Internacionales, tanto a un nivel teórico como en el campo concreto de la
metodología. Queremos subrayar, por otra parte, el peligro de que estemos matizando
excesivamente algo que quizá no esté tan diferenciado con el riesgo de incurrir en discusiones
inacabables y absolutamente escolásticas. Consideramos que nos encontramos en una etapa
histórica del conocimiento científico en que cada vez es mayor y más imprescindible, además,
la multidisciplinariedad. Y que, incluso, lo que en otro tiempo eran grandes polémicas entre
escuelas enfrentadas, hoy se resuelven con diferencias de grado o simples matizaciones.
Aunque, en el orden académico, mucho más refractario al cambio y defensor a ultranza de sus
parcelas locales de conocimiento, se tropiece con mayores resistencias. Un ejemplo
contundente de la fluidez de la situación actual nos lo ofrece la reflexión intelectual del
politólogo Maurice Duverger, que comenzó una de sus últimas obras con las siguientes
palabras que pueden aplicarse, en toda su plenitud, a la teoría de las Relaciones Internacionales:
«Los términos de ciencia política y sociología política son casi sinónimos. En muchas
universidades americanas se habla a propósito de los mismos problemas de «ciencia política»
cuando son tratados en el marco del Departamento de Ciencia Política, y de «sociología
política» cuando son tratados en el marco del Departamento de Sociología. En Francia, la
expresión «sociología política» marca frecuentemente una ruptura de los

34
L. Ledermann, «Considérations épistemologiques sur l'etude des relations internationales», Mélanges Séfériadés, p. 402; cit. por Truyol Serra,
op. cit., p. 53.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 153

métodos jurídicos y filosóficos largo tiempo dominantes en la ciencia política, y una voluntad
de análisis con métodos científicos. Estas diferencias no tienen importancia práctica».35

2. La sociología y las Relaciones Internacionales

A) Introducción
Aproximarse al análisis de las Relaciones Internacionales desde la perspectiva sociológica
plantea inicialmente una compleja problemática conceptual. Pues, en efecto, se trata de partir de
un punto de vista tan amplio e indeterminado como lo es el sociológico. ¿Qué es Sociología?,
¿cuál es su objeto?, ¿puede en rigor, hablarse de una ciencia de la sociedad? Sería interminable
la tarea de registrar las contestaciones que se han propuesto a tales preguntas. Desde la
proposiciones que han sostenido, y sostienen la posibilidad de construir una ciencia tan rigurosa
como las denominadas ciencias naturales a partir, precisamente, de la importación de los
modelos construidos por éstas (tal sería, por ejemplo, el proyecto del positivismo decimonónico
inspirado en las teorías biológicas), bien en las evolucionistas, bien en las innovaciones
proporcionadas por el giro radical que la obra de Claude Bernard imprimió a la medicina, o el
de la actual teoría de sistemas (importando los modelos cibernéticos al campo de los estudios
sociales), hasta los que establecen diferencias residuales entre ambos modos de conocer. Por
otro lado, desde considerar el enfoque objetivista como el más apto para los estudios sociales,
en cuyo caso, la noción de sistema social resulta central, hasta afirmar el punto de vista del
actor, con lo que el subjetivismo y la construcción cotidiana de la realidad social aparecen
como decisivos. Tampoco, desde otro nivel, resulta claro el campo específico del que la
Sociología habría de ocuparse: si, por ejemplo, una buena parte del discurso durkheimiano
pretende asignar un objeto autónomo a la Sociología a partir de una rigurosa y controvertida
definición del «hecho social», Weber concluyó en multitud de ocasiones señalando la
imposibilidad de precisar de una vez todas cuál sería el objeto de la Sociología precisamente
porque «lo social» es algo fundamentalmente indeterminado y susceptible, por tanto, de recibir
infinidad de determinaciones. No es de extrañar que, en definitiva, no sean escasos los
sociólogos que, ante tan confuso panorama, hayan adoptado la tautológica respuesta de:
«Sociología es lo que hacen los sociólogos».36
Ahora bien, si el debate conceptual es difícil y parece interminable, el enfoque histórico de
la cuestión arroja alguna luz. En efecto, la Sociología, o más exactamente el proyecto

35
Maurice Duverger, Sociologie de la politique, París, 1973 (ed., castellana, Sociología de la política, trad. de A. Montreal y otros, Barcelona,
1975, página 7).
36
La bibliografía en este punto es extensísima. Una muestra escogida: A. Gouldner, The Coming Crisis of Western Sociology, Londres, 1972; A.
Schütz, Fenomenología del mundo social, Buenos Aires, 1972; H. Garfinkel, Studies in Ethnometodology, 1967; R. Nisbet, La formación del
pensamiento sociológico, Buenos Aires, 1969; Raymond Aron, Les étapes de lapensée sociologique, París, 1967; A.­M. Rocheblave­Spanlé, La
notion de rôle enpsychologie sociale, París, 1969; E. Durkheim, Les règles de la méthode de sociologique, París, 1963; M. Weber, Essais sur la
theorie de la science, París, 1965; Carlos Moya, Sociólogos y sociología , Madrid, 1970.
ROBERTO MESA 154

de conocer científicamente la Sociedad, adquiere consistencia y aparece como algo alcanzable


sólo en el interior de la Sociedad moderna. Son pocos los sociólogos dispuestos a negar la
importancia de predecesores teóricos como Aristóteles, Ibn Jaldún, Maquiavelo, Vico o
Montesquieu y el impacto decisivo que para el progreso de la cuantificación representó la
denominada «aritmética política» iniciada por William Petty,37 Pero, sin embargo, no es difícil
llegar a un acuerdo sobre la proposición de que sólo con el nacimiento de la sociedad moderna
deja de ser ese proyecto un intento esporádico individual y pasa a adquirir el estatuto de tarea
ingente y colectiva necesaria; lo cual, en definitiva, es algo perfectamente explicable: «los
padres fundadores» de la Sociología ven hundirse ante sus ojos sociedades milenarias al tiempo
que se desarrolla algo que en su estructura y funcionamiento es radicalmente nuevo, algo que
escapa totalmente al campo de aplicación de las categorías tradicionales. En otros términos, la
Revolución industrial capitalista y la Revolución francesa son los hechos que están en la base
del nacimiento de la Sociología.
No es, por tanto, impertinente añadir que si los ancestros remotos de la Sociología son los
mismos que los de la Ciencia Política, sólo en el siglo XIX comienzan a distinguirse los
continuadores de una corriente tradicional, clásica, de observar el fenómeno del poder,
sublimado en su esencia estatal y que se continúa en la actualidad, frente a otros científicos que
con sentido de la modernidad, tanto teórica como metodológica, aprecian no sólo otras formas
de manifestación del poder, sino incluso otros centros distintos desde los que también se
ejercen la violencia y la coacción, como prácticas habituales al servicio de la dominación.
La aparición de la Sociología, como observación concreta y detallada de la realidad social,
aparte antepasados más o menos ilustres con una percepción especial del mundo que les
rodeaba, pero pertenecientes todos ellos, como patrimonio común, al desarrollo

37
Mencionaremos, solamente a título de ejemplos, lo siguiente: Raymond Aron, comienza su Démocratie et totalitarisme, París, 1965 (ed.
castellana, Democracia y totalitarismo, trad. de Ángel Viñas, Barcelona, 1966), con un análisis del pensamiento de Aristóteles. Ibn Jaldún ha sido
«redescubierto», casi al tiempo en la North Western University de Chicago y en París; es obligado destacar sobre este pensador, uno de los padres
de la sociología, la obra de Yves Lacoste, Ibn Khaldoun, Naissance de l'histoire passée du tiers­monde, París, 1969 (edic. castellana, El
nacimiento del tercer mundo: Ibn Jaldún, trad. de Ricardo Mazo, barcelona, 1971), y también el trabajo importante de revalorización del
pensamiento no occidental llevado a cabo por Anouar Abdel­Malek en La dialectique sociale, París, 1972 (ed. castellana, La dialéctica social,
trad. de Roberto Mesa, México, 1975). Asimismo, los iniciadores efectivos de la demoninada «teoría de las élites» (V. Pareto, G. Mosca, R.
Michels) se inspiraron explícitamente en Maquiavelo. O, por otra parte, la importancia del impacto que sobra la ley de los tres estados (teológico,
metafísico, positivo) de Comte ejercieron las concepciones históricas de Vico (etapa de los dioses, de los héroes y de los hombres), que ha sido
subrayada en multitud de ocasiones (Vid. J. Bury, The Idea of Progress, Londres, 1971). Recuérdese que Durkheim dedicó su tesis doctoral
secundaria a Montesquieu (Montesquieu, précurseur de la sociologie, edic. de M. Riviére, París, 1966); o el ensayo de L. Althusser, Montesquieu,
la Politique et l'histoire, París, 1959 (edic. castellana, Montesquieu, la política y la historia, trad. de M.E. Benítez, Madrid, 1966). En esta misma
orientación es obligado citar a B. Farrington, Science and Polines in the Ancient World, Londres, 1946 (edic. castellana, Ciencia y política en el
mundo antiguo, trad. de D. Plácido, Madrid, 1965). En otros sectores paralelos a nuestra afirmación, P. Lazarsfeld y sus colaboradores han
dedicado bastantes de sus trabajos a reconstruir la historia de la sociología a partir del progreso en los métodos de cuantificación (Vid., como
resumen, P. Lazarsfeld, «Notes on the history of quantification in sociology: Trends, sources and problems» en ISIS, vol. 52).
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 155

del pensamiento filosófico a través de la historia del hombre reflexivo, está determinada por un
hecho que nunca debe olvidarse, sobre todo en el momento de emitir una crítica o dictar un
juicio de valor. La Sociología surge, al igual que otra rama del saber, como necesidad impuesta,
ante la ausencia de un instrumental científico válido, capaz de abordar la conjunción resultante
de la consolidación del capitalismo con la aparición de la sociedad industrial. En otros
términos, más desnudos de connotaciones académicas superfluas: si la organización de la
sociedad humana, de acuerdo con el modelo capitalista, se rige por los criterios de la
productividad, y si, además, esta sociedad tiene su fundamento no sólo económico, sino incluso
ético, en la división social entre propietarios y productores, todo el antiguo arsenal pseudo­
científico, así como las pasadas reflexiones sobre las organizaciones grupales, han de pasar, por
ineficaces, al museo de la historia. En consecuencia: capitalismo, sociedad industrial, clases
sociales y estratificación de las mismas, así como el enfrentamiento de unas con otras, imponen
la necesidad de instrumentar métodos analíticos y cognoscitivos más acordes con la nueva
realidad social.
A todo lo anterior hay que añadir, por otra parte, el progreso inevitable en el conocimiento
científico: el auge, por no decir la dominación, de las llamadas ciencias no especulativas; la
imposición de la mentalidad positivista; la maduración de los análisis económicos y
matemáticos. Un conjunto que, además, coincide, en cierto modo, con una corriente filosófica
que rechaza, por inoperante, la tradición metafísica y su sustitución, iniciada tiempos atrás, por
criterios racionalistas.
Pero, al igual que acaece con cualesquiera otra manifestación intelectual, pese a las
afirmaciones reiteradas de objetivismo, unas veces, y de neutralidad, otras ocasiones, también
esta nueva manifestación del conocimiento quedará traspasada y dividida por la más profunda
frontera ideológica. Más escuetamente: la corriente que pretende armonizar el todo social, por
esencia conflictivo, inspirada en pretensiones reformistas, frente a la tendencia que sitúa en la
primera fila de su observación precisamente esa misma conflictividad social y que desembocará
en la elaboración del materialismo dialéctico. Parece obvio indicar que tanto la evolución de las
nuevas ciencias sociales, la consolidación académica de la sociología y el registro de corrientes
de pensamiento antagónicas, ejemplarizadas en el materialismo dialéctico, tienen su reflejo
directo, aunque con gran lentitud y retraso perjudicialísimo, en las Relaciones Internacionales.
En la Introducción hemos subrayado, suficientemente, la dependencia de nuestra disciplina,
con respecto o otras más consolidadas en el plano académico, pero que también se fija como
meta última, desde sus propias perspectivas, el conocimiento del medio internacional, del
mundo externo a las sociedades estatales. Sólo hasta fecha reciente, todavía con una disciplina
como la nuestra relativamente inmadura científicamente, se ha comenzado a tratar de una
Sociología de las Relaciones Internacionales. En más de una ocasión, de forma escasamente
afortunada, ya que se exhibe simplemente como una posición antagónica frente a la Ciencia
Política; es obligado reconocer que, frecuentemente, no se trata de un debate científico, sino de
una simple polémica entre mandarines, en el sentido más empobrecido y funcionarial del
término. Una realidad tan compleja como es la internacional no puede ser amputada
caprichosamente y mucho menos por intereses bastardos o escalafonales, de cualquier fuente y
método que enriquezcan el conocimiento de la realidad internacional.
ROBERTO MESA 156

B) Caracteres de la Nueva Ciencia

El siglo XIX es, pues, el escenario temporal en el que se enmarca científicamente una forma ya
antigua, pero no estructurada, de observar el comportamiento social y las conductas
individuales. En suma, una manera diversa de valorar el desarrollo histórico de la humanidad;
planteamiento en el que, ciertamente, habían tenido influencia decisiva los estudios económicos
de la centuria anterior. Sociedad industrial y espíritu positivista son los dos ejes fundamentales
sobre los que girará la obra de Auguste Comte.38 Tarea en la que le había precedido Saint­
Simón, como hombre puente entre dos épocas, y que fue plenamente consciente de la aparición
de una sociedad a cuyo nacimiento asistía.39 Sería desmesurado, sin embargo, exagerar, no ya el
avance científico supuesto por la obra de estos iniciadores del pensamiento sociológico, sino
sus construcciones finales plenas de idealismo que sospechosamente desembocaban en la
construcción de un universo utópico,40 idealismo que incluso se encuentra, sin grandes
dificultades, en nombres rodeados de un nimbo absolutamente científico, como el caso de H.
Spencer, pese a sus primeros estudios sobre geología y biología. Tendencia idealista que,
fundamentada en la armonía que atribuían a la sociedad futuras por ellos preconizada,
culminaría en un universo en el que las guerras, y por ende los conflictos, desaparecerían en su
totalidad. En otras palabras, la sociedad industrial, con todos los desajustes e injusticias que
para ellos parecían irrelevantes, convertir la paz en un ámbito entre los humanos.41
Tan sofisticado entramado intelectual se derrumbó en 1914, al producirse la Primera Guerra
Mundial, fin de una etapa, convulsión social y comienzo de una nueva era. Emile Durkheim
sería, en cuanto sociólogo, testigo excepcional. El pensador francés,42 continuador en cierto
modo de la obra de armonización anterior, con aportaciones propias fundamentales para el
desenvolvimiento posterior del pensamiento sociológico, se sumergió plenamente

38
A. Comte, Cours de Philosophie positive, ed. de Anthropos, París, 1968. Para la interpretación del pensamiento de Comte, entre otros, Raymond
Aron, La Société industrielle et la guerre, París. 1959; Les étapes de la pensé sociologique, París, 1967, y H. Gourier, Lajeunesse d'Auguste Comte
et la formation du positivisme, París, 1964.
39
Es bien sabido que las relaciones entre Comte y Saint­Simón, la influencia o no que éste ejerció sobre el primero, su originalidad o la ausencia
de ella, han producido una ingente literatura. Sin pretensiones de entrar en el tema, que no nos corresponde, nos remitimos a las obras de R. Aron y
de H. Gourier, indicadas en la nota anterior, así como a los trabajos de Pierre Ansart, Sociologie de Saint­Simón, París, 1979; Saint­Simón, París,
1969; Marx et l 'anarchisme, París, 1969 (ed. castellana Marx y el anarquismo, trad, de I. Pantoja, Barcelona, 1972). También G. Gurvitch, Les
fondateurs francais de la sociologie contemporaine: Saint­Simón, et Proudbon, París, 1955 (ed. castellana, Los fundadores franceses de la
sociología contemporánea: Saint ­Simón y Proudbon, Trad. de A. Goutman y N. Sito, Buenos Aires, 1970).
40
Nos referimos a Charles Fourier, autor en boga: Le nouveau monde amoureux (ed. castellana, nuevo mundo amoroso, trad. de D. de la Iglesia,
Madrid, 1975) y Théorie des quatre mouvements et des destinées genérales (ed. castellana, teoría de los cuatro movimientos y de los destinos
generales, prólogo y trad. de F Monge Barcelona 1974).
41
F. Parkinson, The Philosophy..., op. cit., pp. 122 y ss.
42
Las obras de E. Durkheim más interesantes, desde nuestra perspectiva: De la división du travail social, 1893 (trad. española, La división del
trabajo social, 1928); Las regles de la méthode sociologique, 1893 (trad. española, Las reglas del método sociológico, 1912).
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 157

en el conflicto con una arrolladura postura chovinista que no le situaría precisamente au dessus
de la mêlée, como haría Romain Rolland. A la obra de Durkheim, desde una perspectiva crítica,
ha dedicado especialmente su atención, entre nosotros L. Rodríguez Zúñiga, poniendo especial
atención en esta postura nacionalista de Durkheim y su debate con el alemán Treitschke.43 La
conclusión es que, finalmente, el sentimiento nacionalista exacerbado, la irracionalidad, la idea
burguesa de patria, era el valor supremo, por encima de cualquier otra consideración.
No sólo el hecho de la Gran Guerra, sino también concepciones sociológicas distintas,
alumbraron posturas distintas a las que hemos someramente reseñado. Planteamientos que
afrontaron, siempre desde una óptica reformista, la problemática surgida de la prometedora
sociedad industrial. El nombre de Max Weber no sólo es el más relevante, sino también el
paradigmático: uno de los hombres claves de la Sociología contemporánea; en base,
fundamentalmente, a su aporte fundamental en el análisis del fenómeno burocrático, del poder,
de la autoridad, en suma, de las relaciones de dominación.44 No sería paradójico afirmar que
Max Weber ha sido uno de los científicos capitalistas que más agudamente han observado,
precisamente, el fenómeno del capitalismo,45 del capitalismo occidental, bien entendido.46
Aunque, en el fondo, la lucidez de los análisis weberianos nunca llega a completarse

43
Luis Rodríguez Zúñiga, Para una lectura crítica de Durkheim, Madrid, 1978, especialmente «Sobre la Primera Guerra Mundial», pp.
133­139. Los escritos en cuestión de Durkheim, publicados en París, en 1915, y traducidos el mismo año al español, fueron: ¿Quién ha
querido la guerra? Los orígenes de la guerra según los documentos diplomáticos y Alemania por encima de todo. La mentalidad
alemana y la guerra . El texto de Tretschke, Politik, lecciones citadas en la Universidad de Berlín (1899­1900). El tema de los orígenes y
causas de la Primera Guerra Mundial abrió un debate entre los historiadores que aún está muy lejos de cerrarse; a modo de ejemplo, vid.,
entre los especialistas franceses, P. Renouvin, Les origines immédiates de la guerre: 28juin­4 août 1914, París, 1925; del mismo autor,
La Crise européene et la Grande Guerre, París, 3a ed., 1962; J. Isaac, Un débat historique. Le Probléme des origines de la guerre, París,
1913, y entre los estudios más recientes Jacques Droz, Les causes de la Premiére Guerre Mondiale, París, 1973; en lengua inglesa, H.E.
Barnes, The génesis of the World War . An introduction to the Problem of War Guilt, New York, 1927; S.B. Fay, The origins of the World
War , 2 vols., New York, 1930, y, entre los últimos, L. Lafore, The long fuse. An interpretation of World War I, Londres, 1966; en lengua
alemana, H. Lutz, Die europaische Politik der Julikrisis 1914, Berlin, 1930; A. Von Vegerer, DesAusbruch des Krieges, 2 vols., Berlín,
1939,1. Geiss, Julikrise und Kriegsausbruch 1914. Eine Dokumentensammlung, Hanover, 1963­1964, y F. Fischer, Krieg der Illusionen,
Dusseldorf, 1969.
44
Wirtschaft und Gesellschaft, Gruñáis der Vertebenden Soziologie, Tubinga, 1922; citamos por la ed. castellana, Economía y Sociedad.
Esbozo de sociología comprensiva , trad. de J. Medina Echevarría, E. Imaz, J. Ferrater Mora y otros, México, primera reimpresión
española de la cuarta en alemán, 1969. De la muy extensa bibliografía sobre Max Weber, dos a título de muestra: Irving Zeitlin, Ideology
and the Development of Sociological Theory, N.J., 1968 (ed. castellana, Ideología y teoría sociológica , trad. de N.A. Míguez, Buenos
Aires, 1970) y, en la bibliografía española, Carlos Moya, Sociólogos y Sociología, Madrid, 1970, en especial, Cap. III, «Max Weber y la
vocación actual de la sociología», pp. 113­143.
45
Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus, 1905 (ed. castellana, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, trad. de
L. Legaz Lacambra, Barcelona, 2a ed., 1973).
46
Nos remitimos en este apartado, a otras dos obras de Max Weber, Gesa mmelte Aufsatze zur Wissenchaftslebre, Tubinga, ed. de 1969
(ed. castellana, Sobre la teoría de las ciencias sociales, trad. de M. Faber­Kaiser, Barcelona, 1971) y la importante selección realizada
por H.H. Gerth y C. Wright Mills, From Max Weber: Essays in Sociology (ed. castellana, Ensayos de sociología contemporánea , trad. de
Mireia Bofill, Barcelona, 1972), especialmente enesta obra últimamente citada la Introducción, «El hombre y su obra», pp. 11­94, de los
autores de la selección de textos. Sin embargo, la obra más esclarecedora del pensamiento y de la obra weberiana continúa siendo la de
Julien Freund, Sociologie de Max Weber, París, 1966 (ed. castellana, Sociología de Max Weber , trad. de A. Gil­Novales, Barcelona, 3a
ed., 1973); a este respecto, J. Freund nos recuerda el juicio de R. Aron, que debe tenerse presente al considerar la obra de Weber como el
«modelo de una sociología histórica y sistemática a la vez» (J. Freund, op. cit., p. 121).
ROBERTO MESA 158

en el plano referido (sociedad industrial­capitalismo­imperialismo), por situarse siempre a


niveles superestructurales.
Tiene interés, por último, registrar una variante inesperada de la concepción pacifista de la
moderna sociedad industrial. Nos referimos a las teorías expuestas por J. A. Schumpeter en dos
extensos ensayos publicados en 1914 y recientemente reeditados.47 Escribe:
«El imperialismo es, pues, de carácter atávico y penetra todo este grupo de supervivencias de
antiguas edades que tan importante papel desempeña en toda situación social concreta. En otros
términos, se trata de un elemento que entronca con las condiciones de existencia no del presente, sino
del pasado. O en términos de la interpretación económica de la historia, de los antiguas condiciones
de producción y no de las actuales. Se trate de un atavismo en la estructura social, en los hábitos
individuales, psicológicos de la reacción emocional, puesto que las necesidades vitales que lo crearon
han pasado, afortunadamente, también debe desaparecer gradualmente, aunque toda implicación
belicista, siquiera sea de carácter no imperialista, tienda a resucitarlo.48

Tal conclusión, sin embargo, no resulta en este caso de analizar la estructura social de las
sociedades modernas, sino de aplicar al funcionamiento de éstas las rigurosas normas del
cálculo económico, lo cual en definitivo no es sino una variante del racionalismo positivista del
XIX. En efecto, el razonamiento de Schumpeter puede resumirse así: a largo plazo, y en una
sociedad industrial, los ingresos que las clases dominantes ­principalmente alimentadoras de la
guerra, ya que según la teoría, el obrero industrial es antiimperialista49 ­ obtienen con la guerra
son inferiores a los gastos que el comportamiento bélico apareja:

«Está en la naturaleza ­y, es general, en una economía de cambio­ que la guerra beneficia
económicamente a muchas personas, Aquí se observa un fenómeno muy parecido al familiar
problema del lujo. La guerra significa una demanda aumentada a precios de vértigo, de donde se
siguen unos altos beneficios y también altos salarios en muchos sectores de la economía nacional.
Esto afecta ante todo a las rentas monetarias, pero generalmente (aunque en menor extensión) se ven
afectadas también las rentas reales. Existen, por ejemplo, especiales intereses de guerra, como la
industria de armamentos. Si la guerra dura lo suficiente, el círculo de los que se benefician en
términos monetarios se expande cada vez más, excluido el caso de una inflación de papel moneda.
Puede extenderse a todos los sectores de la economía, pero también la contrapartida de bienes a que
da acceso es incremento de rentas monetarias va progresivamente

47
Citamos por la edición castellana, Imperialismo y clases sociales, Nota preliminar y estudio de Fabián Estapé,
Madrid, 1965.
48
Imperialismo y clases..., p. 99.
49
Imperialismo y clases..., pp. 98­99 y 107.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 159

disminuyendo, hasta el punto de que se incurre en una pérdida real. La economía nacional,
en conjunto, pierde por los tremendos excesos del consumo incitados por la guerra. Puede
concebirse' ciertamente que los capitalistas o determinadas clases trabajadoras puedan
conseguir ventajas como clase especialmente si el volumen de capital o de trabajo declina de
tal forma que el remanente recibiese una parte mayor en el producto social y si, incluso desde el
punto de vista absoluto, la suma total del interés o de los salarios se hiciese inferior al propio de
la situación anterior. Pero estas ventajas no pueden ser consideradas. Con toda seguridad, en
la mayoría de los casos se ven sobrepujadas por las cargas impuestas por la guerra y por las
pérdidas experimentadas en el extranjero. Por consiguiente, la ganancia de los capitalistas
como clase no puede ser motivo suficiente para justificar una guerra: y es esta ganancia, lo
que cuenta pues una ventaja para las clases trabajadoras sería contingente para amplios sectores de la
clase obrera que caen en acción perecen. Quedan los empresarios de industrias de guerra (en sentido
amplio) y posiblemente los terratenientes; pequeña, pero poderosa minoría. Pero pocos
llegarán a asegurar que este elemento, sea suficiente para orientar al mundo capitalista por
una línea de imperialismo. A lo más, un interés en la expansión puede convertir a los
capitalistas en aliados de los que, mantienen tendencias imperialistas». 50
Es decir, más brevemente, que en un mundo fundamentalmente capitalista no puede haber
terreno abonado para impulsos imperialistas,51 que puede asegurarse como asunto fuera de toda
controversia que, donde prevalece el libre comercio, ninguna clase tiene interés en la expansión
por la fuerza como tal.52
Con ello se da un giro radical a la cuestión. Pues, por un lado, el sistema económico surgido
de la revolución industrial capitalista queda, en tanto que tal, eximido de inclinaciones bélicas y
expansivas; mientras que, por el otro lado, no se niega la existencia de tales tendencias, que son
explicadas bien a partir de tensiones psicológicas (hábitos agresivos), bien a través de la
supervivencia (y posibilidades de influir en las decisiones políticas) de grupos sociales
inclinados a la guerra e interesados en ella (nobleza, terratenientes).53 Schumpeter construye así
la más inteligente alternativa burguesa al análisis clásico marxista del imperialismo; y, desde
luego, de su planteamiento arranca una corriente teórica que desembocará, pero ello cae ahora
fuera de nuestro alcance, en las actuales concepciones del imperialismo como fenómeno
exclusivamente político.54 De toda la Sociología anterior a la Primera Guerra Mundial su
esquema es indudablemente el que mayor proyección alcanzó sobre determinadas posiciones
científicas (ideológicas) actuales.55

50
Ibíd., pp. 110­111.
51
Imperialismo y clases..., p. 104.
52
Ibíd.,p. 110.
53
Vid. T. Kemp, Teorie del l´imperialismo. Tormo, pp. 157 y ss.
54
Aunque de los desarrollos posteriores de la teoría del imperialismo nos ocupamos en otro lugar, puede verse la obra de T. Kemp, citada en la
nota anterior, en particular su cap. VIH. Una muy discutible panorámica, en G. Lichthem, Imperialism, Nueva York, 1971 (ed. castellana, El
Imperialismo, trad. de Fernando Santos, Madrid, 1972).
55
Un análisis absolutamente lúcido de las posiciones de Schumpeter, en José Acosta Sánchez, Imperialismo y pensamiento burgués, Barcelona,
1977, especialmente, pp. 78­90, «El imperialismo según Schumpeter» y «El imperialismo norteamericano según Schumpeter».
ROBERTO MESA 160

El sentido de los análisis que preceden puede resumirse de la siguiente manera. Al


interrogarnos sobre la problemática Sociología y Relaciones Internacionales, hemos
comenzado por objetar la ambigüedad equívoca conceptual del término Sociología. ¿Cómo
proyectar algo tan confuso sobre el complejo de cuestiones que engloban las Relaciones
Internacionales? Ello nos ha llevado a cambiar de nivel y situarnos desde la perspectiva
histórica. A partir de ella, la línea discursiva aparece más clara: La sociología nace como
esfuerzo para dar razón de la sociedad surgida al tiempo de la Revolución industrial capitalista
y de la Revolución francesa, y en la medida en que se acentúen unos u otros rasgos de esa
nueva sociedad se llega a modelos teóricos distintos. Simplificando, hemos retenido dos: el que
postula la existencia de contradicciones internas en tales sociedades, de donde se deduce la
necesidad de conflictos y tensiones que llevarán a su sustitución por otro tipo de organización
social; el que afirma la relativa coherencia interna de la misma, concluyendo en la viabilidad de
reformas parciales y en la imposibilidad misma de alterar las bases estructurales del sistema.
Hemos seguido los puntos principales del desarrollo de esta segunda línea a partir de una
pregunta clave para las Relaciones Internacionales: ¿la nueva sociedad es pacífica o guerrera?
Comte, Saint­Simón (discurso estratégico abierto a múltiples posibilidades de desarrollo),
Spencer y Durkheim suministran los puntos básicos de la siguiente y proposición: por su
estructura interna y por sus fines específicos, la nueva sociedad es básicamente pacífica. La
guerra de 1914 hace estallar tales análisis y, a partir de ella, se inaugura una nueva línea de
pensamiento social, que se desdobla en una reorganización de los estudios sociales: admitidos
en la comunidad académica, se burocratizan por un lado, se especializan y multiplican por
otros; la época de las síntesis audaces comienza a quedar atrás, al tiempo que el tratamiento
unitario resulta imposible por razón de las especializaciones, de la separación teoría­análisis
empírico, etc. Y, por último, hemos retenido el nombre clave de Schumpeter, a caballo entre las
dos épocas: pues, por un lado, su discurso aparece como variante de las proposiciones
pacifistas, y, por otro, puesto que no cierra los ojos ante los conflictos, que veía en torno a sí,
propone una explicación a la guerra y a la paz cuyo eco llega hasta nuestros días.

C) Conclusión
Las páginas precedentes tienen un objetivo inequívoco: Cuando se acomete el epígrafe «La
Sociología y las Relaciones internacionales», en sus distintas formulaciones, es perceptible una
ligereza en su desarrollo que se traduce en el olvido mismo de lo que pudiéramos denominar
fundamentación científica de la Sociología. Por otra parte, también se echa de ver un intento de
formulación ex novo en el que se prescinde de un pasado ineludible si, realmente, se quiere
llegar a una comprensión global de la temática en cuestión. Al proceder de esta forma, creemos
que hemos enriquecido, metodológica y conceptualmente, el análisis de las Relaciones
Internacionales; con más propiedad, la aproximación al análisis sociológico de las Relaciones
Internacionales, ya que éstas aparecen tratadas no desde la perspectiva habitual de relaciones
entre Estados (perspectiva que para un sociólogo puede hacerse abstracta con grave facilidad);
sino como contactos entre estructuras económicas y sociales. Por ello, la nómina de
«fundadores» de la Sociología moderna, elenco que hemos limitado voluntariamente,
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 161

no tiene una pretensión meramente erudita; sino que persigue la finalidad de subrayar, sea por
unas circunstancias o por otras, la preocupación de la sociología por la vida de relación
internacional. Tras esta introducción, suponemos que es más coherente la referencia a una
vertiente sociológica de las Relaciones Internacionales.
No ignoramos las dificultades de esta empresa; máxime, si recordamos las dificultades
surgidas cuando, en un campo vecino, se ha tratado de dotar de una perspectiva sociológica al
estudio del Derecho internacional público. Baste, por ahora, recordar los nombres de
Schindler,56 Landheer,57 Reeves,58 Sprout,59 Stone,60 etc.; y los obstáculos con que ha tropezado
la divulgación de sus ideas. Al tratarse de compartimentar parcelas de competencia y,
frecuentemente, (de disputarse la hegemonía sobre una nueva disciplina, las Relaciones
Internacionales no pueden constituir una excepción.
Al igual que en el campo jurídico­internacional, aquí debemos arrancar también del nombre
de Max Huber; el cual primeramente, aún teniendo muy en cuenta la importancia del factor
estatal en las Relaciones Internacionales, hace un planteamiento que podemos considerar, con
todo rigor, sociológico de la cuestión. Truyol Serra lo señala como precursor más destacado de
una sociología del Derecho internacional, al introducir el concepto de internacionalidad
(Internationalität);61 que, estimamos, también puede aplicarse a la esfera de las relaciones
internacionales; ya que Max Huber entendía por internacionalidad: «El conjunto de los
fenómenos sociales que expresan relaciones inmediatas de los Estados entre sí o influyen
directa o indirectamente en estas relaciones, o están por ellas influidos, constituye el problema
de la internacionalidad. Es internacional una relación cuando se refiere a relaciones entre
grupos sociales que están determinados por poderes estatales distintos, y son internacionales en
el sentido más estricto, las relaciones entre los Estados mismos».62
Todas las opiniones son coincidentes al designar al profesor Georg Schwarzenberger como
el más importante impulsor de la tendencia favorable a la corriente que ahora consideramos; y
lo hace sin ambages: «El estudio de las relaciones internacionales es la rama de la sociología
que se ocupa de la sociedad internacional».63 Lo importante e interesante de la posición del

56
Doetrich Schindler, «Contribution á l'étude des facteurs sociologiques et psychologiques du droit international», Rec. des Cours, 46 (1933­V).
57
B. Landheer, «Sociological Theory and International Law», Annales Universitatis Saraviensis, 3­4 (1954); «Remarks on a Structural Approach
to international Relations ans its influence on International Law», Festschrift Jean Spiropoulos, Bonn, 1957, pp. 321­331; «Les théories de la
sociologie contemporaine et le droit international», Rec. des Cours, 98 (1957­11).
58
J.S. Reeves, «International Society and International Law», A.J.II L., 3 (1921).
59 H. y M. Sprout, Man­Milieu Relationship Hypotheses in the Context uf International Politics, Princeton, 1956.
60 J. Stone, «Of Sociological Inquires Concerning International Law», Festschrift f. Jean Spiropoulos, Bonn, 1957, pp. 411­423.
61 Truyol Serra, La teoría..., op. cit., p. 62.
62 M. Huber, Die soziologischen Grundlagen des Volkerrechts, Berlín, Grunewald, 1928, p. 3.

63 G. Schwarzenberger, La política del poder , op. cit., p. 8.


ROBERTO MESA 162

autor citado es que arranca de un doble planteamiento en su fundamentación sociológica de las


Relaciones Internacionales.
En primer lugar, en cuanto a su mismo objeto como disciplina científica:
«El campo de la ciencia de las relaciones internacionales es la sociedad internacional; los
individuos y grupos que se ocupan activa o pasivamente en este nexo social, los tipos de
conducta en el medio internacional; las fuerzas que operan tras la acción en la esfera
internacional y los modelos de las cosas futuras en el plano internacional».64
No deja de sorprender que en esa aproximación inicial, son las primeras líneas que abren su
estudio, no aparezcan ni siquiera nominalmente los estados. Así como cuidando de eliminar la
reducción de las Relaciones internacionales a una mera política internacional, recordando el
juicio de Lord Curzon sobre la extensión cada vez mayor del ámbito internacional y su
penetración en el marco nacional:

«Los asuntos extranjeros son más bien asuntos nacionales, los más nacionales de todos nuestros
asuntos, debido a que tienen que ver con la vida los intereses y los bolsillos de cada una de los
miembros de la comunidad».

De otra forma: Los asuntos internacionales condicionan los asuntos nacionales. Y, para
Schwarzenberger,
«son asuntos internacionales las relaciones entre grupos, entre grupos y entre individuos y
entre individuos, que afectan de modo esencial a la sociedad internacional en cuanto tal.»65
En segundo lugar, también hay causalidades metodológicas en esta pertenencia de las
Relaciones Internacionales al campo genérico de la Sociología. Schwarzenberger, asume las
acusaciones, o más exacta y correctamente la caracterización de los Relaciones Internacionales
como disciplina académica en formación, en gestación, que todavía anda a la búsqueda de sus
instrumentos más adecuados. Rechaza, nuestro autor, por igual, las incursiones y los debates de
pesimistas y optimistas, realistas e idealistas, en el campo de las Relaciones Internacionales, ya
que ambos parten en su visión de la realidad internacional de una hipótesis previa, que falsea de
antemano toda observación. «Lo que se necesita en realidad es un enfoque primariamente
empírico de los asuntos internacionales».66 Al considerar este punto, ciertamente, podemos
incidir en otra parte de nuestra reflexión, la dedicada al método; por tanto, indiquemos
sumariamente que Schwarzenberger, al ir examinando los posibles instrumentos de
conocimiento, los va rechazando uno tras otro, aunque nunca totalmente, ya que proporcionan
conocimientos parcelados, para afirmar que «la elección de las herramientas variará con el
material y el propósito de la investigación propuesta. Schwarzenberger no busca una visión
provinciana de la Sociedad internacional, sino un panorama sintetizador; la Sociología es,

64
G. Schwarzenberger, ibíd., p. 3.
55
G. Schwarzenberger, ibíd., p. 4.
66
G. Schwarzenberger, ibíd., p. 5.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 163

en su opinión, por su variedad y amplitud de formulaciones, la disciplina genérica que


proporciona esta síntesis.
«La sociología alcanza este fin mediante la clasificación de tipos y formas de relaciones sociales
mediante el análisis de los factores estáticos y dinámicos que obran dentro de cualquier medio
social y la determinación de su importancia relativa dentro del grupo que es objeto de inves­
tigación».67
Truyol Serra incluye en esta postura doctrinal sociológica los nombres de G. Young y G. Kirk;
interesa subrayar que, aunque con otra denominación paralela, pero equívoca, G. Kirk
desemboca en una solución sintética, similar a la postulada por Schwarzenberger:
«En suma, el estudio de la política internacional gira en torno a un análisis del poder natural, una
comprensión de los medios por los que las Relaciones Internacionales son llevadas a cabo, y
resueltos los conflictos de intereses, y una evaluación de las bases físicas y morales, no sólo con
respecto al estado presente del desenvolvimiento mundial, sino también de una sociedad mundial
en gestación».68

Sin embargo, con respeto a nuestro planteamiento general, que venimos desarrollando y no
cabe confundir esta posición con un planteamiento nacionalista, en este caso «continental» nos
interesa subrayar una observación de Truyol Serra que, consideramos, no ha sido
suficientemente desarrollada:

«De todo lo cual cabe deducir que la concepción de la teoría de las Relaciones Internacionales
como sociología es más extendida de lo que explícitamente se reconoce y que si la encontramos en
autores norteamericanos representativos, aparece sin embargo, mas arraigada en sus cultivadores
europeos, tal vez porque la propia sociología general, en Europa, dio más ampliamente, cabida,
desde un principio, en su temática, a los fenómenos y procesos sociales internacionales.69

Lo que pretendemos subrayar, con esta indicación, es que si, aparentemente, la aportación o
el enfoque sociológico de las Relaciones Internacionales se entiende habitualmente como
llegado del otro lado del Atlántico, la realidad es que su fundamentación, la construcción y la
articulación de una teoría de las Relaciones internacionales se ha llevado a cabo y alcanza su
mayor desarrollo en Europa; lo que por el contrario es más cierto es que la aplicación empírica
de la metodología sociológica ha sido el campo en donde con más brillantez y mejores

67
G. Schwarzenberger, ibíd., p. 7.
68
Grayson Kirk, The Study of International Relations in American Colleges and Universities, Nueva York, 1947, en Goalsfor Political Science, p.
49.
69
Truyol Serra, La teoría..., op. cit., p. 58; y, en apoyo de su afirmación, en la nota 51, correspondiente al párrafo señalado, cita la opinión de L.L.
Bernard y Jessie Bernard, Sociology and the Study of International Relations, St. Louis, 1934, p. 11: «La sociología europea, especialmente en
los escritos de Letoumeau, Novicow, Stein, Ratzenhofer, Le Bon y Gymplowicz, se ha ocupado más de las relaciones internacionales que la
sociología americana».
ROBERTO MESA 164

resultados han laborado los especialistas norteamericanos, como tendremos ocasión de ver. No
ha sido pues gratuito el recurso a los llamados «padres fundadores» de la Sociología.
No otra cosa que la visión sintética preconizada por Schwarzenberger es el «complejo
relacional» de J.­J. Chevallier. O, recordemos, la ya citada definición de J.­B. Duroselle:

«El estudio de la Relaciones Internacionales es el estudio científico de los fenómenos internacionales


para llegar a descubrir los datos fundamentales y los datos esenciales que los rigen»;

y, saliendo al paso de posibles diletantismos, afirma que el estudio de las Relaciones


Internacionales «no es ni un arte, ni una ciencia pura».70
Pero, efectivamente, quien más ha hecho por la elaboración de una teoría sociológica de las
Relaciones Internacionales ha sido Raymond Aron, es bien sabido que su obra, ya clásica, Paix
et guerre entre les nations, fue concebida originariamente como una «Sociología de las
Relaciones Internacionales». El conjunto de su extensa reflexión intelectual, hasta la fecha, es
buena muestra de su dedicación al tema, dedicación ciertamente debatida; por el momento
detendremos nuestra atención solamente en el aspecto atañente a una teorización sociológica de
las Relaciones Internacionales, reservando, para otro apartado, lo concerniente a la inclusión de
Aron en un campo científico­ideológico o en otro.71
Aron inicia su aproximación al campo de las Relaciones Internacionales en la obra
mencionada, con la pretensión de superar el debate abierto entre utópicos, idealistas y realistas:

«Las dos concepciones de la teoría no son contradictorias, sino complementarias: el esquematismo


nacional y las proposiciones sociológicas constituyen los momentos sucesivos en la elaboración
conceptual de un universo social».72

70
J.­B. Duroselle, «L'étude des Relations Internationales...», op. cit., páginas 683 y 679, respectivamente.
71
La obra central de Raymond Aron, en el campo de las Relaciones Internacionales, es indudablemente Paix et guerre entre les nations, París,
1962 (ed. castellana, Paz y guerra entre las naciones, trad. de L. Cuervo, Madrid, 1963). También tuvo especial repercusión su artículo «Qu'est­ce
qu'une Théorie des relations Internationales ?», R.F.S., 5 (1967), pp. 837­861. Al que hay que sumar entre otros: «En quéte d'une philosophie de la
politique
étrangére», R.F.S.P., 1 (953), pp. 69­92; «De l'analyse des constellations diplomatiques», R.F.S.P., 2 (1954), pp 237­251; «Remarques sur
l'evolution de la pensée stratégique (1945­1968). Ascensión et déclin de l'analyse stratégique», Archiv. Europ. Socio!., IX (1968), pp. 151 ­179.
Más recientemente, una obra de carácter eminentemente polémico y partidista, République Impériale, Les Etats­Unis dans le monde, 1945­1972,
París,1973 (ed. castellana,
La República Imperial . Los Estados Unidos en el mundo, 1945­1972, trad. de D. Núñez y J.C. Caravaglia, Madrid, 1976). Pero la suma, hasta
ahora, de sus obsesiones belicistas y estratégicas está constituida por su Penser la guerre, Clausewitz, tomo I, L'âge eropéen, tomo II, L'áge
planétaire, París, 1976,472 7 365 páginas, respectivamente; obra en la que, ciertamente, no recupera las cimas alcanzadas anteriormente, al seguir
dominado por una visión bipolarizada del mundo que no ha conseguido superar.
72
R. Aron, Paix et guerre..., op. cit., p. 16.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 165

Y, en su planteamiento, distingue cuatro niveles conceptuales: Teoría (conceptos y sistemas);


Sociología (determinantes y regularidades): Historia («el sistema planetario en la era
termonuclear»); Praxeología las antinomias de la acción diplomático estratégica).
No era absolutamente negativa la afirmación de Medina Ortega cuando afirmaba que las
Relaciones Internacionales eran más una serie de preguntas que un sistema de respuestas.
Raymond Aron comienza interrogándose:

«¿El estudio de las Relaciones Internacionales tiene un centro propio de interés? ¿Apunta hacia
fenómenos colectivos, conductas humanas cuya especificidad es reconocible? ¿Este sentido es­
pecífico de las Relaciones Internacionales se presta a una elaboración teórica».73

Para dar respuesta a estas interrogantes, Aron comienza desde un mismo terreno terminológico:
Relaciones Internacionales son relaciones entre naciones; pero como este término, actualmente,
se presta a equívocos, acepta «provisionalmente que las Relaciones Internacionales son
relaciones entre unidades políticas»;74 entendiendo, estas últimas, en un sentido muy amplio:
desde las ciudades griegas hasta las democracias populares y las repúblicas burguesas.
El determinar exactamente los límites de estas unidades políticas es una dificultad real, pero
cuya importancia no se debe exagerar:
«Ninguna disciplina científica tiene unas fronteras trazadas nítidamente. En primera instancia, no
importa mucho saber dónde terminan las Relaciones Internacionales, precisar a partir de qué
momento unas relaciones individuales dejan de ser Relaciones Internacionales. Debemos determinar
el centro de interés, el significado propio de los fenómenos o de las conductas que constituyen el
núcleo de este campo específico. Pero, el centro de las Relaciones Internacionales son las relaciones
que hemos llamado interestatales...».75
Es justo precisar que R. Aron, como luego se constatará en la aplicación práctica de sus
ideas, no desborda un marco estrictamente clásico, en el sentido más limitado del término:
«El arte político enseña a los hombres a vivir en paz en el interior de las colectividades,
enseña a las colectividades a vivir ya en paz ya en guerra.
Los Estados no han salido, en sus relaciones mutuos, del estado de naturaleza. Si hubiesen salido, ya
no habría teoría de las Relaciones Internacionales».76
Esta aseveración, mezcla de constatación y de reflexión, conduce evidentemente a la utopía del
Estado universal «que engloba a toda la humanidad».

73
R. Aron, ibíd., p. 16.
74
R. Aron, ibíd., p. 17.
75
R. Aron, ibíd., p. 17.
76
R. Aron., ibíd., p. 19
ROBERTO MESA 166

Pero, para Raymond Aron, esta situación actual,

«este equívoco de las Relaciones Internacionales no es imputable a la insuficiencia de nuestra


disciplina. Nos recuerda una vez más, por si fuese necesario, que el curso de las relaciones entre
unidades políticas está influido de múltiples maneras, por los acontecimientos en el interior de las
unidades».77
Raymond Aron, pues, de acuerdo con sus afirmaciones, se vuelve hacia el pasado; como ha
dicho su discípulo más importante, Stanley Hoffmann, hace «sociología histórica»; y la define
con los siguientes términos, los cuales enmarcan perfectamente el planteamiento de su maestro:

«No es una teoría general en el sentido de una explicación global o una serie de hipótesis globales en
este estado (...), no puede haber aquí más teoría general que digamos, en sociología Es un
planteamiento general basado en las siguientes ideas: La búsqueda de proposiciones abstractas y el
método deductivo, actualmente no nos sirven. Hemos de proceder inductivamente; antes de llegar a
ninguna conclusión sobre las tendencias generales que se manifiestan a través de la historia hemos de
recurrir a una investigación histórica sistemática, no para convertir nuestra disciplina en historia, sino
para realizar las tareas que indicaremos aquí en términos generales».78
En esta primera aproximación en pro de una teoría de las Relaciones Internacionales,
considerada como teoría sociológica Aron busca apoyo en dos disciplinas matrices: una, la
Historia, imprescindible para conocer los mecanismos y las reglas que en el pasado rigieron la
Sociedad internacional; otra, la Economía. Pero, este planteamiento que ahora desarrollamos en
su totalidad, fue desenvuelto por Aron en un ensayo publicado años después de su obra capital
y que puede considerarse la coronación de su formulación teórica. El pensador francés, se
pregunta: «¿Qué es una teoría de las Relaciones Internacionales?». Primeramente, rechaza el
equivalente filosófico; por las implicaciones abstractas, desconocimiento de la práctica, que
puede implicar. E, inmediatamente después, guiado por el propósito de alcanzar un estricto
rigor científico, afirma que una teoría:

«es un sistema hipotético­deductivo, constituido por un conjunto de proposiciones cuyos


términos están rigurosamente definidos y cuyas relaciones entre los términos (o variables)
revisten lo más frecuentemente una loma matemática».79
Aquí se emplaza su inserción en la Economía, que señalamos líneas más arriba: la aspiración a
conjugar las posibles variantes de las Relaciones Internacionales mediante formulaciones
matemáticas. Esta inclinación o tendencia es registrada, sin equívocos: «Probablemente, entre
todas las ciencias sociales, es la economía la que ha llevado más lejos la elaboración

77
R. Aron, ibíd., p. 20.
78
Stanley Hoffmann, Teorías contemporáneas..., op. cit., p. 218.
79
R. Aron, «Qu'est­ce qu'une théorie... ?», op. cit., p. 838.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 167

teórica».80 Orientación que, como ha sido señalado generalmente, ha tenido gran influencia en
las doctrinas americanas sobre Relaciones Internacionales; al paso de cuyos excesos ha salido
precisamente, Stanley Hoffmann. Así mismo, se ha subrayado, a su vez, la huella que en la
teorización aroniana han tenido los nombres de Keynes y Pareto, entre otros.
Aron, antes de proceder a su proposición teórica, delimita el campo propio de las Relaciones
Internacionales: lo cual puede realizarse de dos formas: o bien subrayando aquello que
constituye la originalidad, la singularidad, de este campo con respecto a los otros campos
sociales; o bien se parte de conceptos que se aplican a otros campos distintos de las Relaciones
Internacionales.81 Como es sabido nuestro autor, se ha inclinado decididamente por la segunda
posibilidad: la búsqueda de la especificidad de las Relaciones Internacionales, que él sitúa en
ese rasgo especifico que constituye la legitimidad o la legalidad del recursos a la fuerza armada
por parte de los actores. Y recuerda a Max Weber cuando definía al Estado por medio del
«monopolio de la violencia legítima». Estas valoraciones nos conducirían a una serie de
observaciones que no son ahora pertinentes. Subrayemos, sólo, se conforma, junto a la
formulación teórica, la visión radicalmente pesimista del pensamiento aroniano.
Delimitando más rigurosamente su campo de observación, Aron, para proceder a la
singularización de la teoría de las Relaciones Internacionales, rechaza el planteamiento
genérico de la historiadores; aunque, muy posiblemente, Aron esquematice demasiado la
función del historiador, reduciendo su papel al de simple narrador del pasado o, en el mejor
supuesto, al de colector de documentos del presente para posibilitar el historiar del futuro.
Por otra parte, Aron, aún reconociendo que la teoría de las Relaciones Internacionales no es
operativa, y al no serlo carece del mínimo grado científico requerido, no pudiendo alcanzar, por
ejemplo, el nivel de eficacia, y de aplicación de la ciencia económica, considera que no se trata:
de un obstáculo insuperable, esencial, sino accidental:

«Me parece indiscutible que, en este sentido, la ciencia política o la ciencia de las Relaciones
Internacionales no es operativa, y quizá nunca lo sea, al menos hasta el día en que la política en tanto
que tal, es decir lo rivalidad entre los individuos y la colectividad para la determinación de lo que es
bueno en sí, haya desaparecidos.82
Teoría y práctica se resumen así en el pensamiento de Raymond Aron:

«Durante todo el tiempo que la sociedad internacional siga siendo la que es, es decir una sociedad
asocial, cuyo derecho se deja en los casos graves a la interpretación de cada autor y que está
desprovista de una instancia detentadora del monopolio de la violencia legitima, la teoría será
verdadera científicamente en la medida misma en que no aportará el equivalente de lo que

80
R. Aron, ibíd., p. 839.
81
R. Aron, ibíd., p. 842.
82
R. Aron, «Qu'est­ce qu'une théorie... ?», op. cit., p. 855
ROBERTO MESA 168

esperan los corazones nobles y las mentes ágiles, es decir una ideología simple, que proporcione una
garantía de moralidad y de eficacia».83
Por el momento, un instante histórico crítico, como paralelo de una teoría científica válida
sobre las relaciones internacionales, Aron propone «el análisis de las regularidades sociológicas
y de las singularidades históricas, constituye el equivalente crítico o interrogativo de una
filosofía».84 Y, volviendo a su obra primeramente citada, aplicando un símil deportivo, de los
que tanto gusta Aron por su mentalidad competitiva, concluye:

«El sociólogo es a la vez tributarlo del teórico y del historiador. Si no comprende la lógica del juego,
en vano seguirá los evoluciones de los jugadores. No llegará a descubrir el sentido de las diversas
tácticas adoptadas del mareaje individual o del mareaje zonal».85

Resultaría risible que subrayáramos nosotros el impacto causado en la teoría de las Relaciones
Internacionales por Raymond Aron, aparte su categoría intrínseca como pensador y filósofo. Su
influencia ha sido notoria, y lo sigue siendo, entre los especialistas de las Relaciones
Internacionales, tanto europeos como del otro lado del Atlántico, que se reclaman de una
interpretación sociológica. No cederemos a confeccionar una lista nominal, poco significativa,
salvo un tributo casi obligado a la erudición. Sin embargo, sí queremos señalar un dato que se
observa, generalmente, entre sus seguidores o, más correctamente, continuadores; nos
referimos al deseo, manifestado constantemente, de modificar algunas rigideces del sistema
aroniano y de dulcificar ese pesimismo suyo que no hemos vacilado en calificar de
antropológico.
En primer lugar, el ya repetidamente citado Stanley Hoffmann, hombre puente, por su
formación, entre las dos riveras del Atlántico. Frente a las «desviaciones matematicistas»,
profesadas en Estados Unidos, St. Hoffmann, se muestra partidario del camino señalado por
Aron: la «sociología histórica». Escribe:
«La búsqueda de proposiciones abstractas y el método deductivo, actualmente, no nos
sirven. Hemos de proceder inductivamente: antes de llegar a ninguna conclusión sobre las
tendencias generales qué se manifiestan a través de la historia hemos de recurrir a una
investigación histórica sistemática, no para convertir nuestra disciplina en historia...».86

Pero hay algo muy importante en la concepción sociológica global de St. Hoffmann que le
separa o aleja de su maestro:

83
R. Aron, ibíd., p. 859.
84
R. Aron., ibíd., p. 860.
85
R. Aron, Paix et guerre..., op. cit., p. 21. Sin renunciar en ningún momento a su visión apocalíptica; cf. op. cit.,
p. 30: «Según la opinión profunda y quizá profética de Kant, la humanidad debe recorrer la vía sangirenta de las
guerras para acceder un día a la paz. Sólo a través de la historia se llega a la represión de la violencia natural, a la
educación del hombre en la razón».
86
St. Hoffmann, Teorías contemporáneas..., op. cit., p. 218.
LA CIENCIA POLÍTICA Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES 169

«Nuestro primer problema es la definición y caracterización de los valores que quisiéramos ver
promovidos en el mundo y, como he indicado, no podemos hacerlo así si no partimos de una
concepción del hombre como, por lo menos en parte, un animal constructor de comunidades, que
toma decisiones morales eligiendo entre posibles líneas de acción todas las cuales suponen la
presencia de unos valores y el sacrificio de otros».87
St. Hoffmann se presenta ante nuestros ojos como una interesante síntesis de pensador realista y
moralista que casi le coloca entre las filas de los utópicos, aunque, eso si mitigado por su
aproximación llevada a cabo mediante el estudio de políticas internacionales concretas las de
Francia y Estados Unidos, en particular):

«Quisiera por tanto una tarea que continuase el análisis empírico sistemático y una filosofía de las
Relaciones Internacionales como se alían en las grandes teorías políticas y económicas de otro
tiempo ­por ejemplo, en liberalismo político, en la economía clásica y en el marxismo­los elementos
empíricos y normativos. Debemos de tratar de construir utopías relevantes».88
En la doctrina continental ha sido, evidentemente, la francesa aquella que más ha ex­
perimentado el peso de la personalidad y de la obra de Aron, aunque de forma contradictoria;
en ningún momento, se ha producido una aceptación sin reservas. Muy poco después de la
aparición de su debatido libro, J.­B. Duroselle le dedicaba un extenso artículo. Este conocido
especialista de la Historia de las Relaciones Internacionales le reprochaba su rechazo a la
posibilidad de la construcción o elaboración de una teoría de las Relaciones Internacionales; y
avanzaba la idea de un excesivo esquematismo y una gran rigidez en los presupuestos de
Aron.89 La propuesta de J.­B. Duroselle, que ha realizado interesantes estudios en el área de los
conflictos, no carece de interés:

«Me disculpo por responder el pesimismo de Aron con sugerencias y no con principios establecidos.
Pero estas "sugerencias van todos en el mismo sentido: parece probable que una masa de estudios
bien realizados (sobre los temas siguientes: satisfacción y política de conservación, insatisfacción y
política dinámica, insatisfacción económica y fanatismo ideológico, satisfacción e insatisfacción
económicas y soluciones de conflictos territoriales) podrían conducir a la elaboración de un modelo
complejo, ciertamente, pero utilizable, del desarrollo de las Relaciones Internacionales (...). Un
modelo de este tipo ayudaría simplemente a predecir de otra forma que no sea intuitiva, lo cual no es
científico. Poder predecir mejor éste debería ser nuestro objetivo. Predecir exactamente es algo
absolutamente excluido, por la naturaleza misma de las cosas».90
Robert Bosc también se manifiesta favorable a una teoría sociológica de las Relaciones
Internacionales; pero se muestra mucho mas próximo a Stanley Hoffmann que a Raymond

87
St. Hoffmann, Teorías contemporáneas..., op. cit., p. 232.
88
St. Hoffmann, ibíd., p. 234.
89
J.­B. Duroselle, «Paix et guerre entre las nations: la théorie des relations internationales selon Raymond Aron», R.P.S.P.,4(1962),p. 968.
90
J.­B. Duroselle, ibíd., pp. 978­979.
ROBERTO MESA 170

Aron; por gracia de su indiscutido moralismo que tiñe toda su obra. Sin embargo, el modelo de
estudio que aplica a la sociedad internacional es casi estrictamente aroniano: 1) Análisis de las
estructuras de la sociedad internacional; 2) Tipología de los conflictos o formas dinámicas de la
sociedad internacional contemporánea; 3) Praxeología de la paz, pero sin eludir, en modo
alguno, el problema ético.91
Últimamente, asistimos, a una degradación valorativa de las tesis de Aron. Ya sea por
razones científicas, caso de Marcel Merle que lo sitúa correctamente en la corriente de los
hobbesianos contemporáneos:92 ya sea por razones ideológicas, caso Gonidec, pero no carente
de apoyatura científica:
«Raymond Aron no llega a realizar una apología de la fuerza, pero otros no han dudado en hacerlo, ya
porque vean la violencia como una consecuencia ineluctable de la naturaleza humana, ya porque
atribuyan a la violencia una virtud particular».93
En la doctrina española, Medina Ortega se halla más próximo, como hemos visto, del
planteamiento genérico de los politólogos; y, en el supuesto concreto de una teoría sociológica,
está más cercano de Hoffmann que del esquematismo de Aron; pero reconoce, ciertamente, con
respecto al discípulo la oportunidad de su postura «frente al cientifismo predominante en los
Estados Unidos».94
Por su parte, Truyol Serra acepta matizadamente el enfoque «sociológico­histórico» de
Aron; aunque también está más cercano a su discípulo St. Hoffmann. Estimamos que el
planteamiento del profesor Truyol se halla entre los más correctos en lo que atañe a los
defensores del método o enfoque sociológico, en cuanto posibilidad de formulación de una
teorización general:
«La teoría de las Relaciones Internacionales puede, así, en última instancia, considerarse como una
sociología de la vida internacional, una teoría sociológica de la sociedad internacional».95

91
Robert Bosc, Sociologie de la paix, París, 1965, p. 33.
92
Marcel Merle, Sociologie..., op. cit., pp. 134­137.
93
P.­F. Gonidec, Relations internationales, op. cit., p. 39.
94
Medina Ortega, La teoría..., op. cit., p. 67.
95
Truyol Serra, La teoría..., op. cit., pp. 61­62.
6. Relaciones con otras disciplinas

Mario Amadeo*

L a política internacional está ligada a otras disciplinas que, con respecto a ella, de­
sempeñan el papel de ciencias auxiliares aunque de por sí las igualen o aún las
superen en importancia. Sin poder abarcar a todas nos limitaremos a indicar aquéllas
con las cuales la vinculación es más estrecha, pero dejando para un examen separado las
relaciones entre la política y el derecho internacionales en virtud de que ambos versan sobre
idéntica materia.
A) La Historia.
Hasta que se constituyó como disciplina autónoma, la política internacional se confundía
con la historia diplomática. No habiéndose llegado todavía a un grado de sistematización y
de generalizaciones que permitiera conferir a la política internacional la categoría de
ciencia, su estudio consistía en una reseña de acontecimientos ocurridos a lo largo de la
historia. Inclusive, el estudio de los hechos actuales era abordado con criterio histórico,
como sí fueran una "historia del presente".
Hoy, la teoría de las relaciones internacionales se ha emancipado de la historia y posee
objetivos y métodos propios. Pero no es posible olvidar, como dice Charles Me Clelland,
que "el estudio de las relaciones internacionales ha surgido de la extensión y crecimiento de
la historia diplomática", razón por la cual la separación entre las dos ciencias no ha sido ni
podría ser total.
La historia provee a la política internacional de la masa de elementos sobre la cual esta
última puede formular sus generalizaciones. Aun excluida del ámbito histórico, la política
internacional sería imposible de conocer "por las causas" (que es la única manera de
conocer científicamente) si no se tuviera cabal información sobre los antecedentes in­
mediatos y mediatos de los hechos que se analiza. Sólo la historia puede hacer esa
aportación y de ahí que ella sea la ciencia auxiliar por excelencia de la política
internacional.
Más aún: ninguna exposición de la teoría de la política internacional sería completa si no
se viera complementada por una reseña, siquiera somera, de los principales acontecimientos

*
Texto original: Mario Amadeo. "Capítulo I. La política internacional. 6. Relaciones con otras disciplinas, 7. Política y Derecho
Internacional y 8. La moral en las relaciones internacionales", en Manual de Política Internacional. Edit. Abeledo­Perrot, 2a. edic,
Buenos Aires, 1978, pp 31­41.
MARIO AMADEO 172

históricos relacionados con la materia, como también de los sucesos actuales que, al
transcurrir de cada instante, se van convirtiendo en historia. Por tal motivo nuestro estudio
incluye, al comienzo de su segunda parte, una reseña histórica que integra el análisis de los
problemas prácticos planteados en el ámbito de la disciplina.

B) La Geografía.
La geografía proporciona a la política internacional la información indispensable sobre el
escenario en que se desenvuelven las relaciones entre los Estados. La influencia del factor
geográfico sobre los hechos políticos internacionales será considerada más adelante en
detalle cuando estudiemos el territorio como elemento de la política internacional. En esa
oportunidad analizaremos también la geopolítica y examinaremos el intento de erigirla en
disciplina autónoma. Entre tanto, baste indicar que la geografía, al describir el habitat en
que se desenvuelven las relaciones internacionales, explica muchos de los móviles que
guían a las naciones en su conducta exterior.

C) La Sociología.
La sociología aporta a la política internacional el conocimiento de las sociedades humanas
de las que el Estado es la forma jurídicamente organizada. La formación sociológica de los
pueblos; su psicología colectiva; su composición étnica; las relaciones entre sus clases y
estamentos; la actitud comunitaria con que un pueblo se sitúa ante otros pueblos y
reacciona frente a ellos, son factores decisivos para la explicación e interpretación de los
hechos internacionales. Más de una vez el desequilibrio de la balanza social dentro de un
país ha provocado la alteración radical de su actitud en el plano externo.
Como ya hemos dicho, un sector destacado de la doctrina asigna a la sociología el papel de
ciencia monitora en las relaciones internacionales. Aun cuando esta apreciación pueda ser
exagerada, no lo es el aserto de que la sociología proporciona a la política internacional
datos de capital importancia para la consecución de sus indagaciones y para la evaluación
de los valores humanos que son su principal elemento.

D) La Economía.
El marxismo (cuya influencia más allá del sector de sus declarados partidarios es mucho
mayor de lo que se supone) dio amplia vigencia a la tesis de que las relaciones entre los
Estados, especialmente sus conflictos y antinomias, tienen su explicación última en factores
de orden económico. En el lugar apropiado de este libro hemos de refutar tal afirmación.
Pero ello no impide, por cierto, destacar la capital importancia que revisten ­sobre todo en
la hora actual­ los hechos económicos como materia de las relaciones internacionales. De
ahí la relevancia que la economía tiene, como ciencia, para iluminar algunos de los
principales problemas que se plantean en el ámbito internacional. Sin un constante recurso
a la ciencia económica, sería imposible comprender asuntos tales como el enfrentamiento
entre los países industriales y los países en desarrollo, el régimen financiero internacional,
RELACIONES CON OTRAS DISCIPLINAS 173

los problemas del intercambio comercial y tantos otros más cuya incidencia en las
relaciones entre los Estados es cada vez más marcada.
Quede en claro, sin embargo, que esas cuestiones y el consiguiente aporte que a su
mejor conocimiento hace la ciencia económica tienen interés para nosotros en cuanto
generan situaciones políticas y no en cuanto hechos puramente económicos. Así por
ejemplo a la política internacional en cuanto tal le interesa la actuación concertada de los
países exportadores de petróleo a través de la OPEP por la extraordinaria repercusión
política que entraña la aparición en el primer plano de la política mundial de esos países; le
es ajena, en cambio, su implicancia estrictamente económica.

E) La Filosofía.
Toda ciencia, dijimos, es conocimiento por las causas pero la filosofía es conocimiento por
las causas primeras y ello la erige en reina de todas las ciencias. En virtud de este primado
de honor y de jurisdicción, la filosofía regula el marco de acción de cada ciencia particular
y proporciona la explicación final de sus propias y particulares conclusiones.
El señorío de la filosofía sobre las demás ciencias es especialmente perceptible en el
caso de las ciencias del hombre y, por tanto, de la política internacional. Toda relación
profunda sobre las relaciones entre los pueblos, toda meditación entrañable sobre el destino
de cada uno de ellos en la comunidad de naciones configura una actitud filosófica. El
conocimiento puramente empírico de los hechos podrá proporcionar erudición pero no
proporciona saber en el sentido auténtico de la palabra. Por eso la filosofía, desde la altura
de su posición de ciencia rectora, da a la política internacional los elementos de
conocimiento que conferirán fecundidad a sus comprobaciones y valor durable a sus con­
clusiones.

7. Política y derecho internacional.


La relación entre la política internacional y el derecho internacional (nos referimos, claro
está, al derecho internacional público) presenta características diferentes a las relaciones
examinadas en el acápite anterior. En efecto, en los casos anteriores existían conexiones
estrechas entre las otras ciencias y la política internacional, pero su materia es diferente. En
el caso de la política y el derecho internacionales, la materia de la disciplina es la misma:
las relaciones entre los Estados. Lo que varía es la formalidad bajo la cual se considera la
materia. En la política internacional se la considera sub specie facti en tanto que en el
derecho internacional se la considera sub specie legis. Los hechos que ocurren en la vida
internacional y las normas que rigen esa realidad son los objetos formales de las dos
disciplinas cuya relación estamos ahora examinando.
En su excelente trabajo titulado "Derecho Internacional y Política Extranjera", el
profesor Claude Albert Colliard expone un esquema de esa relación cuyos lincamientos
esenciales nos permitiremos seguir. De acuerdo con dicho esquema, el derecho
internacional puede ser reflejo y puede ser marco de la política internacional.
MARIO AMADEO 174

En cuanto refleja las tendencias de la política exterior de los Estados, el derecho in­
ternacional: a) hace posible la realización de esa política; b) acompaña su desarrollo y c)
regula la organización de la vida internacional. Veamos los tres puntos por separado:
a) Existen instituciones jurídicas sin las cuales el trato entre los Estados no podría
anudarse. La primera de ellas es el reconocimiento de Estados y de gobiernos mediante
la cual la autoridad suprema de una unidad política entra en relación con otra. Sin la
apelación a esta institución jurídica, el único trato posible entre los Estados sería la guerra.
Otra institución jurídica que hace posible la realización de la política internacional es el
estatuto de los agentes diplomáticos. Aún antes de la institucionalización de la diplomacia
como instrumento de vinculación entre los Estados, los enviados extranjeros gozaban de
privilegios e inmunidades inherentes a su función.
b) Existe otro tipo de instituciones en el derecho internacional que acompañan, por
así decir, la política internacional y permiten revestir de forma jurídica a hechos resultantes
de las relaciones internacionales. Así, las políticas de dominación generaron las formas
jurídicas del coloniaje, del protectorado, de la cesión en arriendo, de las capitulaciones
y de otros estatutos de subordinación; las políticas de disgregación generaron los "Estados
vasallos" como fórmulas de tránsito a la plena independencia; las políticas de reparto
del poder generaron la institución del condominio y así sucesivamente. Puede afirmarse
que a todo sistema político corresponde un tipo de institución jurídica que le es propio.
c) Gran parte de la política internacional de nuestros día se lleva a cabo en el ámbito
de los organismos internacionales y tiene carácter multilateral. Las reglas vigentes en esos
organismos reflejan también las relaciones de poder que constituyen la trama misma de
la política internacional. Así por ejemplo, el llamado sistema de "veto" o "regla de una­
nimidad" en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está formulado jurídicamente
en cuanto consta en la Carta de la Organización mundial. Pero refleja una realidad política
que se impone sobre la anomalía legal de esa fórmula.
El derecho internacional no sólo refleja las realidades de la política internacional sino
que también las enmarca, es decir, las circunscribe y canaliza dentro de determinados
cauces. Desde éste punto de vista, el derecho ejerce un influjo benéfico sobre la política
internacional en cuanto procura armonizar las relaciones entre los Estados y en cuanto
señala las metas ideales hacia las cuales éstos deberían tender en su trato recíproco. El
principio pacta sunt servando representa, desde este punto de vista, una de las
contribuciones más valiosas del derecho internacional para que las relaciones entre los
pueblos se mantengan dentro de formas dignas y civilizadas.
Es verdad que las normas del derecho internacional han sido objeto de innumerables
violaciones en la práctica. Pero sin desconocer este hecho, por demás real, cabe preguntarse
qué ocurriría si la política internacional no contara con el auxilio del derecho para
encuadrar su actividad. El imperio de la pura fuerza (que hoy significaría la certeza de la
destrucción total) se enseñorearía del mundo.
Pese a la influencia altamente positiva que el derecho ejerce sobre la política
internacional, conviene precaverse contra el exceso de juridicidad en las relaciones
internacionales. Existe, en la actualidad, una tendencia exagerada a conferir forma
contractual a asuntos que, por su naturaleza, convendría dejar librados a la espontánea
fluidez de los acontecimientos y a la libre determinación de las partes. Cada año los Estados
RELACIONES CON OTRAS DISCIPLINAS 175

celebran millares de acuerdos y convenciones, muchos de los cuales nunca llegan a entrar
en efectiva vigencia Ello conspira contra el prestigio de los tratados y, por ende, contra la
autoridad del derecho internacional. Pero por sobre todo, acostumbra a los gobiernos a no
dar importancia a los instrumentos que suscriben y a considerarlos, según la frase célebre,
como meras "tiras de papel".

8. La moral en las Relaciones Internacionales


En sentido estricto, hablar de la moral en las relaciones internacionales importa enunciar
una tautología puesto que la ciencia que las estudia es, ella misma, una ciencia moral, como
lo son todas las que tienen al hombre o a las sociedades humanas como objeto de su
estudio. No se trata pues aquí de discutir sobre el carácter moral de la disciplina sino de
considerar el papel que la moral desempeña en la conducción práctica de los negocios
internacionales. Bajo este aspecto, el debate que se viene desarrollando desde Maquiavelo
en adelante en el campo de la política genéricamente considerada es también aplicable
mutatis mutandis a la política internacional.
Los que se proclaman seguidores del gran florentino (aunque no posean su genio ni
siempre lo entiendan bien, afirman que la moral no pasa de ser un recurso de propaganda
que los gobernantes utilizan para encubrir y hacer menos odiosa la prosecución, de sus
objetivos. En su conocida obra "La Política del Poder", Georg Schwarzenberger formula en
términos inequívocos esta doctrina sobre el papel vicario de la moral en las relaciones
internacionales. "La tarea principal de la moral internacional tal como realmente se aplica ­
dice­ consiste en reforzar la política del Estado". Y agrega que esta aplicación de la moral
alcanza su más alto grado cuando hay que preparar a los pueblos para la guerra pues
entonces hace falta revestir a la propia causa de los méritos y virtudes que la justifiquen
ante propios y extraños. En síntesis, expresa Schwarzenberger, la principal función de la
moral internacional no consiste en controlar la propia conducta sino en su utilización como
arma poderosa contra enemigos potenciales o reales.
Frente a esta concepción crudamente a moralista, otros autores adoptan, dentro de la
misma línea, fórmulas más mitigadas. Así, Morgenthau reconoce que cuando Europa era
gobernada por una aristocracia interconectada, y tenían vigencia usos y valores supra­
nacionales (la religión, el sentido del honor, etc.), existía un código comparativamente
respetado de moral internacional. Pero cuando aquellas aristocracias cedieron el paso a
otros estamentos que no poseían el mismo ethos y cuando el nacionalismo se impuso sobre
las concepciones supranacionales heredadas del mundo medioeval, ese código moral perdió
autoridad y no fue reemplazado.
Los adeptos del método científico se preocupan poco por el problema de la moral en las
relaciones internacionales, probablemente porque sus elementos no resultan fácilmente
cuantificables. Pero uno de los precursores de esa escuela, Quincy Wright, le consagra
algunas páginas de su obra capital. Para Wright las tablas de valores morales de los
principales países del mundo difieren y son, en grado diverso, recíprocamente
incompatibles. Al acentuarse las vinculaciones materiales de todo tipo entre las regiones
más apartadas de la tierra, esas incompatibilidades han agudizado los conflictos. Pero
MARIO AMADEO 176

por otra parte, de esos mismos contactos ha resultado una suerte de cultura universal
embrionaria que se manifiesta, entre otras formas, por la difusión a través del mundo entero
de las técnicas y valores de las culturas de mayor entidad, por la universalización de ciertos
cánones literarios y artísticos, por la proliferación de los organismos internacionales y por
los intentos de los pensadores de las culturas principales para formular una tabla de valores
comunes a la emergente cultura universal. De esta "internacionalización" de valores surgen
los elementos de una moral internacional comúnmente aceptable.
Un escritor de origen francocanadiense, Denis Goulet, ha planteado la necesidad de
conferir sentido ético a las aspiraciones comunes del género humano por una vida mejor y,
en particular, respecto del problema del desarrollo. Goulet niega contenido moral al orden
político­económico vigente pero advierte a la vez que la búsqueda incontrolada del
desarrollo subordina los medios a los fines y no es, por tanto, aceptable. Para él la ética
debe reflejarse no sólo en los fines generales sino también en los criterios específicos para
identificar qué instituciones se adaptan a esos fines en situaciones concretas. Por eso,
subraya, "la forma cómo el desarrollo es logrado no es menos importante que lo que con él
se consigue".
Hemos indicado someramente la posición de cuatro escritores representativos del pen­
samiento actual sobre el papel de la moral en la vida internacional. Enunciaremos ahora
nuestra posición que se identifica con la doctrina cristiana tradicional. Esa posición fue ya
formulada con respecto a la política en general, pero en virtud de la unidad sustancial de la
ciencia política, su enunciación es válida también para la política internacional.
El objeto formal de la sociedad internacional es el bien común. Ese bien es superior al
bien individual de los miembros que la componen.
La consecución del bien común sólo es posible mediante la observancia de la ley moral.
Todo apartamiento de dicha ley entraña un desorden y constituye un germen de disolución
y de muerte para las sociedades que la olvidan o la rechazan.
En su vida de relación internacional, los Estados están obligados a obrar conforme a la
justicia, cuyas normas esenciales ­no perjudicar a los demás y dar a cada cual lo suyo­ son
parte de la ley normal.
Al propio tiempo, los Estados no solamente tienen el derecho sino también el deber de
hacer respetar sus derechos y de defenderse cuando esos derechos son amenazados o
vulnerados. En esa defensa los Estados pueden emplear todos los medios adecuados,
inclusive la fuerza material, en el caso de que ese empleo sea indispensable para la
salvaguardia de sus derechos.
Cuando existe una autoridad internacional legítimamente constituida, los Estados que
han participado en su constitución tienen el deber de acatar las decisiones que adopte en el
marco de sus atribuciones. Si no existiera ninguna autoridad internacional competente,
corresponde al propio Estado que se juzga lesionado determinar, conforme a la justicia y a
la prudencia, los medios por los cuales ha de afirmar sus derechos.
El bien común internacional exige la solidaridad de sus miembros del mismo modo que
el bien común nacional exige la solidaridad de los ciudadanos. El Estado tiene, por tanto, la
obligación de propender por todos los procedimientos a su alcance al fortalecimiento
RELACIONES CON OTRAS DISCIPLINAS 177

de los vínculos amistosos y de cooperación con los demás Estados como medio para
contribuir a la paz y a la armonía internacionales.
Los principios que acabamos de exponer representan ­formulados escuetamente­ lo
esencial del pensamiento cristiano en materia de moral internacional. Para muchos, es­
pecialmente para quienes se autocalifican de "realistas" y creen que la única realidad de la
vida internacional está constituida por los antagonismos que genera la lucha por el poder, la
concepción cristiana parece ingenua y ­en cuanto fuere aplicada­ nociva para el interés
nacional.
La experiencia histórica no confirma esa interpretación. Es verdad que a lo largo de los
siglos se puede registrar innumerable cantidad de violaciones a la ley moral en las
relaciones entre los Estados y que con bastante frecuencia los abusos y los crímenes
cometidos por éstos no han recibido adecuada sanción. Pero las transgresiones no siempre
han sido provechosas para quienes las han cometido. Más aún, una valoración objetiva de
las relaciones internacionales revela que los Estados que han desconocido sistemáticamente
sus deberes morales han debido pagar, a la corta o a la larga, un precio elevado por su
inconducta.
La sujeción a normas éticas no es, pues, una manifestación de candidez. Aparte de
reflejar valores humanos más altos, es una expresión de sabiduría política. Un Estado que
respete los derechos ajenos tiene mucho más posibilidades de ver respetados los propios
que aquellos que hacen caso omiso de sus obligaciones. No se puede, por cierto,
desconocer, que los hombres no son buenos por naturaleza, como suponía Rousseau, y que
tampoco lo son siempre los Estados. Pero la gran cuestión en esta materia es, como dice
Kenneth Thompson, "saber actuar con juicio y discernimiento moral en un mundo
esencialmente inmoral". Por otra parte, y sin invalidar esta apreciación, las fuerzas morales
que gravitan en la escena internacional son más fuertes de lo que los pseudo realistas están
dispuestos a admitirlo. La condena mundial del genocidio y de otras atrocidades tiene, en
última instancia, un fundamento ético como lo tuvieron en su tiempo las normas dictadas
para hacer menos inhumana la guerra.
La observancia de la ley moral no sólo no prohíbe la defensa celosa del interés propio
sino que el derecho y el deber de cuidar de sí mismo es parte de dicha ley. Por eso el Estado
actúa conforme a la justicia cuando convoca a los ciudadanos a armarse en defensa de la
patria y por eso vulneraría los derechos de la sociedad civil la admisión jurídica de la
"objeción de conciencia" para eximir a algunos de esos ciudadanos de sus deberes para con
la comunidad a que pertenecen. En síntesis, no solamente la preservación de la
independencia y la integridad territorial es legítima sino también lo es la realización de un
destino de grandeza.

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