1
«— Lo que el alma examina por medio de los sentidos es sensible y visible; y lo que ve por
sí misma es invisible e inteligible. El alma del verdadero filósofo, persuadida de que no debe
oponerse a su liberación, renuncia, en cuanto le es posible, a los placeres, a los deseos, a
las tristezas, a los temores, porque sabe que, después de los grandes placeres, de los
grandes temores, de las extremas tristezas y de los extremos deseos, no solo se
experimentan los males sensibles, que todo el mundo conoce, como las enfermedades o la
pérdida de bienes, sino el mayor y el supremo de todos los males, tanto más grande, cuanto
que no se deja sentir.
— ¿En qué consiste ese mal, Sócrates?
— En que, obligada el alma a regocijarse o afligirse por cualquier objeto, está persuadida de
que lo que le causa este placer o esta tristeza es muy verdadero y muy real, cuando no lo
es en manera alguna. Tal es el efecto de todas las cosas visibles» (PLATÓN, Fedón).
En este texto, Platón trata acerca del alma.
2
«— Y si, tras haber adquirido los conocimientos, no los olvidáramos cada vez, siempre
naceríamos con ese saber y siempre lo conservaríamos a lo largo de la vida. Pues, en
efecto, el saber estriba en adquirir el conocimiento de algo y en conservarlo sin perderlo. Y
por el contrario, Simmias, ¿no llamamos olvido a la pérdida de un conocimiento?
— Sin duda alguna, Sócrates –respondió–.
— Pero si, como creo, tras haberlo adquirido antes de nacer, lo perdimos en el momento de
nacer, y después, gracias a usar para ello nuestros sentidos, recuperamos los
conocimientos que tuvimos antaño, ¿no será lo que llamamos aprender el recuperar un
conocimiento que era nuestro? ¿Y si a este proceso lo denominamos recordar, no le
daríamos el nombre exacto?
— Completamente» (PLATÓN, Fedón).
En este texto, Platón trata sobre el problema del conocimiento.
3
«— ¿Y no decíamos también hace un momento que el alma, cuando usa del cuerpo para
considerar algo, bien sea mediante la vista, el oído o algún otro sentido ‒pues es valerse del
cuerpo como instrumento el considerar algo mediante un sentido‒, es arrastrada por el
cuerpo a lo que nunca se presenta en el mismo estado y se extravía, se embrolla y se
marea como si estuviera ebria, por haber entrado en contacto con cosas de esta índole?
— En efecto.
— ¿Y no agregábamos que, por el contrario, cuando reflexiona a solas consigo misma, allá
se va, a lo que es puro, existe siempre, es inmortal y siempre se presenta del mismo modo?
¿Y que, como si fuera por afinidad, se reúne con ello siempre que queda a solas consigo
misma y le es posible, y cesa su extravío y siempre queda igual y en el mismo estado con
relación a esas realidades, puesto que ha entrado en contacto con objetos que, asimismo,
son idénticos e inmutables? ¿Y que esta experiencia del alma se llama pensamiento?»
(PLATÓN, Fedón).
En este texto, Platón reflexiona sobre el problema del conocimiento.
4
«Así, pues, entre los actos conformes con la virtud, los de la política y la guerra podrán
superar a los demás en brillantez e importancia; pero tienen lugar en medio de la agitación y
se llevan a cabo en vista de un fin ajeno, pues no se los busca por sí mismos. Por el
contrario, el acto del pensamiento y del entendimiento, siendo como es contemplativo,
supone una aplicación mucho más seria; no tiene otro fin que él mismo, y lleva consigo el
placer que le es exclusivamente propio y que se ve aumentado por la intensidad de la
acción. Por tanto, así la independencia que se basta a sí misma, como la tranquilidad y la
calma, toda la que el hombre puede disfrutar y todas las ventajas análogas que se atribuyen
de ordinario a la felicidad, todas estas cosas se encuentran en el acto del pensamiento
contemplativo. Solo esta vida es la que ciertamente constituye la felicidad perfecta del
hombre»
(ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco).
Aquí Aristóteles reflexiona acerca de la felicidad.
5
«La cuarta [vía para demostrar la existencia de Dios] se deduce de la jerarquía de valores
que encontramos en las cosas. Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la
nobleza y otros valores se dan en las cosas. En unas más y en otras menos. Pero este más
y este menos se dice de las cosas en cuanto que se aproximan más o menos a lo máximo.
Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al máximo calor. Hay algo, por tanto,
que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en consecuencia, es el máximo ser; pues las
cosas que son sumamente verdaderas son seres máximos [...]. Como quiera que en
cualquier género, lo máximo se convierte en causa de lo que pertenece a tal género –así el
fuego, que es el máximo calor, es causa de todos los calores [...]–, del mismo modo hay
algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de cualquier otra
perfección. Le llamamos Dios» (TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica).
En este texto, Tomás de Aquino reflexiona sobre la existencia de Dios.
6
«Segunda objeción por la que parece que Dios es evidente por sí mismo: Se llama evidente
por sí mismo lo que se conoce con solo comprender sus términos, cualidad que el Filósofo
atribuye a los primeros principios de demostración. Así, por ejemplo, sabido lo que es todo y
lo que es parte, inmediatamente se comprende que el todo es mayor que cualquiera de sus
partes. Ahora bien, si se sabe lo que significa el término Dios, inmediatamente se sabe que
Dios existe, porque con este nombre expresamos lo mayor de cuanto se puede concebir; y
mayor será lo que existe en el entendimiento y en la realidad que lo que existe solo en el
entendimiento. Por consiguiente, cuando se comprende el término Dios, este ya está en el
entendimiento y se sigue entonces que también está en la realidad. Luego que Dios existe
es evidente por sí mismo» (TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica).
El texto trata de la existencia de Dios.
7
«En fin, aun cuando conviniese yo en que esas ideas están causadas por esos objetos, no
sería necesaria consecuencia el afirmar que han de ser semejantes a ellos. Por el contrario,
en muchos casos he notado ya que hay una gran diferencia entre el objeto y su idea; así,
por ejemplo, hallo en mí dos ideas del Sol muy diferentes: una es oriunda de los sentidos y
debe ponerse entre las que he dicho que vienen de fuera y, según esta idea, paréceme que
el Sol es muy pequeño; la otra procede de las razones de la astronomía, es decir, de ciertas
nociones nacidas conmigo, o ha sido formada por mí mismo de cualquier modo que sea, y
según esta idea es el Sol varias veces mayor que la Tierra. Y es cierto que estas dos ideas
que del Sol tengo, no pueden ambas ser semejantes al mismo Sol, y la razón me hace creer
que la que procede inmediatamente de su apariencia es la más desemejante. Todo esto me
da a conocer que, hasta ahora, no ha sido en virtud de un juicio cierto y premeditado, sino
por un ciego y temerario impulso, por lo que he creído que había fuera de mí cosas
diferentes de mí, las cuales por medio de los órganos de mis sentidos o por otro medio
cualquiera, me enviaban sus ideas o imágenes, imprimiendo en mí su semejanza» (RENÉ
DESCARTES, Meditaciones metafísicas).
En este texto, Descartes reflexiona sobre el problema del conocimiento.
8
«Pues bien: entre estas ideas, unas me parecen nacidas conmigo, y otras extrañas y
oriundas de fuera, y otras hechas e inventadas por mí mismo. Pues si tengo la facultad de
concebir qué sea lo que, en general, se llama cosa o verdad, o pensamiento, me parece
que no lo debo sino a mi propia naturaleza; pero si oigo ahora un ruido, si veo el sol, si
siento calor, he juzgado siempre que estos sentimientos procedían de algunas cosas
existentes fuera de mí; y, por último, me parece que las sirenas, los hipogrifos y otras
fantasías por el estilo, son ficciones e invenciones de mi espíritu. Pero también podría
persuadirme de que todas esas ideas son de las que llamo extrañas y oriundas de fuera, o
bien que todas han nacido conmigo o también que todas han sido hechas por mí, puesto
que aún no he descubierto su verdadero origen. Y lo que principalmente he de hacer en
este lugar es considerar las que me parecen provenir de algunos objetos fuera de mí y
cuáles son las razones que me obligan a creerlas semejantes a esos objetos» (RENÉ
DESCARTES, Meditaciones metafísicas).
En este texto, Descartes reflexiona sobre el problema del conocimiento.
9
«La primera vez que un hombre vio la comunicación de movimiento por medio del impulso,
por ejemplo, como en el choque de dos bolas de billar, no pudo declarar que un
acontecimiento estaba conectado con otro, sino tan solo conjuntado con él. Tras haber
observado varios casos de la misma índole, los declara conexionados. ¿Qué cambio ha
ocurrido para dar lugar a esta nueva idea de conexión? Exclusivamente que ahora siente
que estos acontecimientos están conectados en su imaginación y fácilmente puede predecir
la existencia de uno por la aparición del otro» (DAVID HUME, Investigación sobre el
entendimiento humano).
Este texto plantea una cuestión referida a la teoría del conocimiento.
10
«Cada individuo puede como hombre tener una voluntad particular contraria o disconforme
con la voluntad general que tiene como ciudadano; su interés particular puede hablarle de
un modo completamente distinto de como lo hace el interés común; su existencia, absoluta
y naturalmente independiente, lo puede llevar a considerar lo que debe a la causa común
como una contribución gratuita, cuya pérdida será menos perjudicial a los demás que
oneroso es para él el pago, y considerando la persona moral que constituye el Estado como
un ser de razón, ya que no es un hombre, gozaría [aquel individuo] de los derechos del
ciudadano sin querer cumplir los deberes del súbdito, injusticia cuyo progreso causaría la
ruina del cuerpo político. Por tanto, a fin de que este pacto social no sea una vana fórmula,
encierra tácitamente el compromiso, el único que puede dar fuerza a los demás, de que
quien se niegue a obedecer la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo. Esto
no significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre» (JEAN-JACQUES
ROUSSEAU, Del contrato social).
En este texto, Rousseau trata el problema de las obligaciones políticas.
11
«Los juicios de experiencia, como tales, son todos sintéticos. Sería efectivamente absurdo
fundamentar en la experiencia un juicio analítico, pues no he de salir de mi concepto para
formular tal juicio y no necesito para ello, por lo tanto, testimonio alguno de la experiencia.
La proposición: “un cuerpo es extenso”, es una proposición que se sostiene a priori y no es
juicio alguno de experiencia. Pues ya antes de recurrir a la experiencia, tengo en el
concepto todos los requisitos para mi juicio, y del concepto puedo extraer el predicado, por
medio del principio de contradicción, pudiendo asimismo tomar conciencia, al mismo tiempo,
de la necesidad del juicio, cosa que la experiencia no podría enseñarme. [...] Ahora bien, si
amplío mi conocimiento y me vuelvo hacia la experiencia, de donde había extraído ese
concepto de cuerpo, encuentro, unida siempre con las anteriores propiedades, también la
pesantez, y la añado, pues, como predicado, sintéticamente a aquel concepto. Es, pues, en
la experiencia, en donde se funda la posibilidad de la síntesis del predicado de la pesantez
con el concepto de cuerpo» (IMMANUEL KANT, Crítica de la razón pura).
En este texto, Kant reflexiona sobre el problema del conocimiento.
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«Se trata de averiguar cuál es el criterio seguro para distinguir el conocimiento puro del
conocimiento empírico. La experiencia nos enseña que algo tiene estas u otras
características, pero no que no pueda ser de otro modo. En consecuencia, si se encuentra,
en primer lugar, una proposición que, al ser pensada, es simultáneamente necesaria,
tenemos un juicio a priori. Si, además, no deriva de otra que no sea válida, como
proposición necesaria, entonces es una proposición absolutamente a priori. En segundo
lugar, la experiencia nunca otorga a sus juicios una universalidad verdadera o estricta, sino
simplemente supuesta o comparativa (inducción), de tal manera que debe decirse
propiamente: de acuerdo con lo que hasta ahora hemos observado, no se encuentra
excepción alguna en esta o aquella regla. Por consiguiente, si se piensa un juicio con
estricta universalidad, es decir, de modo que no admita ninguna posible excepción, no
deriva de la experiencia, sino que es válido absolutamente a priori» (IMMANUEL KANT,
Crítica de la razón pura).
En este texto, Kant reflexiona acerca del conocimiento.
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«Mas, si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no por eso se origina
todo él en la experiencia. Pues bien podría ser que nuestro conocimiento de experiencia
fuera compuesto de lo que recibimos por medio de impresiones y de lo que nuestra propia
facultad de conocer (con ocasión tan solo de las impresiones sensibles) proporciona por sí
misma, sin que distingamos este añadido de aquella materia fundamental hasta que un
largo ejercicio nos ha hecho atentos a ello y hábiles en separar ambas cosas.
Es, pues, por lo menos una cuestión que necesita de una detenida investigación y que no
ha de resolverse enseguida a primera vista, la de si hay un conocimiento semejante,
independiente de la experiencia, y aún de toda impresión de los sentidos. Estos
conocimientos se llaman a priori y se distinguen de los empíricos, que tienen sus fuentes a
posteriori, a saber, en la experiencia»
(IMMANUEL KANT, Crítica de la razón pura).
En este texto, Kant reflexiona sobre el problema del conocimiento.