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Tesis Doctoral Landa Reyes Discurso Del Therapon

Este documento propone formalizar el "discurso del therapón" como una posición clínica para trabajar con personas que han sufrido un trauma. Se argumenta que el trauma rompe las condiciones para un discurso asociativo, dejando al sujeto identificado como un objeto descartado. El therapón opera donde no hay condiciones para el psicoanálisis, acompañando al sujeto en la catástrofe y frente a un Otro que lo expulsa del simbolismo.
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Tesis Doctoral Landa Reyes Discurso Del Therapon

Este documento propone formalizar el "discurso del therapón" como una posición clínica para trabajar con personas que han sufrido un trauma. Se argumenta que el trauma rompe las condiciones para un discurso asociativo, dejando al sujeto identificado como un objeto descartado. El therapón opera donde no hay condiciones para el psicoanálisis, acompañando al sujeto en la catástrofe y frente a un Otro que lo expulsa del simbolismo.
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El Discurso del Terapôn: Dispositivo Clínico

2
RESUMEN

En esta tesis se propone el discurso del therapôn como una forma de articular teó-
ricamente y orientar intervenciones en la clínica con personas que atraviesan es-
tados traumáticos. Estos estados son concebidos como aquellas situaciones don-
de se han roto las condiciones para el sostenimiento de un discurso asociativo re-
gido por la fantasía y el deseo, y donde el sujeto traumatizado se encuentra identi-
ficado con el lugar de un objeto de desecho, ya que ha sido traicionado por un
Otro que le ha expulsado o marginado violentamente del espacio simbólico regu-
lado. Así mismo, ante el trauma resulta determinante la incapacidad de la colecti-
vidad para integrar en todas sus consecuencias el testimonio traumático, redo-
blando con ello el efecto de violencia excluyente. A partir de la revisión de diferen-
tes aproximaciones terapéuticas como la psiconeurológica, las teorías disociativas,
aquellas que dan un lugar relevante a la formulación testimonial, la psiquiatría de
guerra, así como desarrollos psicoanalíticos sobre casus belli y psicosis, es pro-
puesta una formalización que hace uso de las herramientas conceptuales de los
cuatro discursos de J. Lacan para generar un modelo de lazo terapéutico diferen-
ciado pero complementario al discurso del psicoanalista. Con el discurso del the-
rapôn se propone entonces: a) una definición precisa del posicionamiento del clí-
nico requerido para que una intervención sea pertinente terapéuticamente, b) su
posible articulación con el dispositivo psicoanalítico estándar, una vez atravesado
el estado traumático, y c) las ineludibles implicaciones sociopolíticas de la toma de
palabra y posición frente a los efectos colectivos del trauma. De manera lateral, es
desarrollada una discusión sobre cómo las determinantes histórico-políticas de la
transmisión del psicoanálisis de guerra resultan cruciales para capacidad para en-
frentar la clínica del trauma y sus efectos por parte de los practicantes de esta dis-
ciplina.

Palabras clave: (trauma, violencia, psicoanálisis, terapéutica, guerra)

3
SUMMARY

This thesis proposes the discourse of the therapôn as a way of theoretically articu-
lating and guiding interventions in practice with people who are experiencing trau-
matic states.These states are conceived as those situations in which the conditions
to sustain an associative discourse ruled by fantasy and desire have been broken,
and where the traumatized subject identifies with the place of a discarded object,
since she has been betrayed by Other who has violently expelled or marginalized
her from the symbolic regulated space. Likewise, when dealing with trauma, the
incapacity of the collective to integrate to its fullest consequences the traumatic
testimony is decisive, thus redoubling the effect of the exclusionary violence. Ba-
sed on a review of different therapeutic approaches, such as psychoneurology, dis-
sociative theories, those that give a relevant place to testimonial formulation, and
war psychiatry -as well as psychoanalytical developments on casus belli and psy-
chosis-, a formulation is proposed using the conceptual tools of the four discourses
of J. Lacan to generate a model of therapeutic bond that will nonetheless comple-
ment the psychoanalyst’s discourse. Through the discourse of the therapôn, what
is proposed is: a) a precise definition of the clinical stance required so that an in-
tervention will be therapeutically pertinent, b) its possible articulation with the stan-
dard psychoanalytic device, once having passed through the traumatic state, and
c) the inescapable sociopolitical implications of speaking up and taking a stance
before the collective effects of trauma. In tandem, a discussion is developed on
how the historical-political determinants of the transmission of war psychoanalysis
are crucial to the capacity of this discipline’s practitioners to face the clinic of trau-
ma and its effects.

Key words: (trauma, violence, psychoanalysis, therapeutics, war)

4
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 9

CAPÍTULO 1

Hacia la formalización del discurso del therapôn como

herramienta para el encuentro clínico con los estados

psíquicos producto del trauma

1.1 Lo terapéutico y lo psicoanalítico:

¿Oposición o confluencia? 14

1.2 La posición clínica del therapôn 18

1.3 Los principios de Salmon para una 24

psiquiatría de guerra

1.3.1 El principio de proximidad

1.3.2 El principio de inmediatez

1.3.2.1 Advertencias frente

a la inmediatez

1.3.3 Principios de actitud expectante

y simplicidad

1.3.3.1 La traición y la caída de los

fundamentos del enunciado

5
1.3.3.2 El therapôn es el otro que acompaña en la
catástrofe y frente al Otro que a-Cosa. Posición
política del therapôn

CAPÍTULO 2

El discurso del therapôn en diálogo con el discurso del psicoanalista de J.


Lacan

2.1 El tenor de la propuesta 50

2.2 Referencias conceptuales lacanianas 53

para la formulación del discurso del therapôn

2.2.1 La castración

2.2.2 La angustia

2.2.3 Falo y fantasma

2.2.4 Síntoma y realidad fantasmática

2.2.5 Acting out y Pasaje al acto

2.3 Introducción del discurso del therapôn 68

2.3.1 La lógica del discurso del psicoanálisis

2.3.2 Lógica del Discurso del therapôn

Capítulo 3

En diálogo con otras aproximaciones

3.1 Mirada desde otras aproximaciones clínicas: 84

6
El PTSD o Síndrome de estrés post-traumático

3.2 La dimensión crucial del testimonio: de la culpa a la 89


responsabilidad

3.3 El colapso de las significaciones 96

3.4 Numbing y disociación: dos procesos psíquicos 98

ante el trauma

3.5 La cosa neurológica: Colapso en la capacidad 103

integrativa

3.6 Primeros anudamientos 106

Capítulo 4

Conclusiones: otra clínica

4.1 Primera intersección: La clínica postraumática tiene una 109


especificidad insoslayable

4.2 Segunda intersección: la clínica de lo traumático exige 111


intervenciones específicas

Capítulo 5 (A manera de Epílogo)

La formación de analistas y las dificultades de la transmisión,

7
particularmente del trabajo clínico con lo traumático.

5.1 Sentido y formación del lugar del therapôn 114


5.2 La transmisión académica del psicoanálisis en México 116

5.3 Dificultades específicas y otras posibilidades 122

en la transmisión de la clínica del trauma

5.4 El contexto para la inserción de una propuesta 127

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 131

8
Introducción

Esta tesis propone un recorrido por diversas propuestas y aproximaciones al cam-


po del trauma y los estados postraumáticos, itinerario que describe un espacio de
intersección teórico-clínica y desemboca en la formalización metapsicológica que
llamaremos discurso del therapôn.

Entenderemos el trauma como un estado de desintegración psíquica compleja,


que involucra las dimensiones neurológica, intrapsíquica y relacional, resultado de
un encuentro o serie de encuentros catastróficos que exponen al sujeto a la di-
mensión de lo Real de un Otro sin Ley.

Entenderemos el estado postraumático como el conjunto de fenómenos y sínto-


mas inmediatos y residuales producto del encuentro traumático: alteraciones neu-
ropsicológicas de funciones vitales, alteración de la percepción y memoria con la
presentificación alucinatoria del momento traumático; fenómenos disociativos; caí-
da de los supuestos sobre la vida, los otros y el mundo, etc.

Propondremos al therapôn como una posición clínica, articulable pero diferencia-


da de la posición del analista. El therapôn opera desde el escenario mismo del
trauma como catástrofe y del estado postraumático, ahí donde no existen condi-
ciones para el sostenimiento de un discurso asociativo y el sujeto traumatizado se
encuentra identificado con el lugar de un objeto de desecho, traicionado por una
otredad gozante que le expulsa del espacio simbólico regulado.

Justificación

A partir de nuestra experiencia y la de diversos autores revisados, se ha observa-


do el predominio particularmente dentro del campo psicoanalítico lacaniano de una
diferenciación incorrecta entre lo terapéutico y lo analítico, la cual produce —parti-

9
cularmente en el trabajo clínico del trauma y sus efectos- bloqueos de escucha y
actuación. Los cartabones de una posición estandarizada mal entendida como ‘del
analista’, - silente, fría, evitando habitar la transferencia de manera activa-, o de
una postura aséptica, asumida en general como la del ‘profesionista de la salud
mental’, suelen tener como resultado la producción de impasses a partir de los
cuales incluso se culpa a los pacientes de los fracasos clínicos. Esto no sólo se
relaciona con malentendidos teórico-conceptuales, sino sobre todo, de una mane-
ra compleja, con las características de la formación de los analistas: en otras pala-
bras, del acceso durante la formación al estudio de autores con experiencia clínica
en el terreno del trauma, a experiencias clínicas colaborativas en encuadres dife-
rentes al consultorio privado (instituciones, hospitales, acompañamiento terapéuti-
co), así como con el trayecto de vida mismo del analista y sus propias experien-
cias subjetivas en relación con lo traumático.

Planteamiento del problema

A partir de lo anterior, apareció para esta investigación el reto de realizar una arti-
culación entre tres vertientes: 1) El campo teórico freudiano y lacaniano; 2) Otras
propuestas que desde el espectro de la tradición psicoanalítica se han adentrado
en la clínica del trauma; y 3) Otras propuestas no necesariamente analíticas que a
lo largo de la investigación se fueron revelando como pertinentes clínicamente y
dialogantes con el psicoanálisis: psiquiatría de guerra, neuropsicología, etc.

Objetivos

A partir de esto, esta tesis se propone:

1.- Definir y situar la posición del therapôn como pertinente ante los fenómenos
clínicos relativos al trauma y sus efectos, fincando su campo clínico-conceptual en
los referentes de subjetividad transicional, proximidad, inmediatez, actitud expec-
tante y simplicidad.

2.- Formalizar el discurso del therapôn en términos afines o al menos articulables


a la propuesta de J Lacan sobre el discurso del psicoanálisis.

10
3.- Establecer un terreno referencial interdisciplinario que permita contrastar y en
su caso incorporar a la práctica orientada psicoanalíticamente los saberes genera-
dos por otras escuelas y aproximaciones, destacándose los estudios neuropsico-
lógicos y los relacionados con la formulación testimonial para la inscripción del
trauma en lo social.

4.- Abrir una discusión sobre cómo las determinantes histórico-políticas de la


transmisión del psicoanálisis resultan determinantes para la formación de los ana-
listas, particularmente en lo que concierne a su capacidad para enfrentar la clínica
del trauma y sus efectos.

El itinerario de la tesis es el siguiente:

Desplegaremos en el primer capítulo una revisión cuidadosa de las enseñanzas


sobre los cuatro principios de la psiquiatría de guerra de David Salmon, tradición
que llegó a nosotros a través de la enseñanza de Jean-Max Gaudillière y Françoi-
se Davoine, y que resulta sumamente pertinente para abordar las psicosis y otros
estados de locura no necesariamente psicóticos, entendidos como respuestas
subjetivas muchas veces transgeneracionales ante situaciones donde lo traumáti-
co se produce como un agujero, una ruptura del lazo simbólico que no puede ser
reparada, en el entrecruzamiento de la historia de un sujeto y su familia con la
Historia del grupo humano al que pertenecen (casus belli o casos de guerra). A
partir de esta revisión, que enriquecemos con aportaciones desde nuestra expe-
riencia, nos aproximaremos a la formulación del lugar y posición del therapôn
como una forma de operar desde la subjetividad transicional (Gaetano Benedetti),
manifestación transferencial que exige un compromiso diferente por parte del clíni-
co con las producciones inconscientes del paciente y con las propias.

En el segundo capítulo, y con el fin de articular aquello que ha sido producido por
autores con producciones como los arriba mencionados, así como Sigmund Freud,
Piera Aulagnier y Françoise Dolto, con algunos de los planteamientos de Jacques
Lacan -particularmente los que conciernen a la particularidad del discurso del ana-
lista-, proponemos lo que hemos llamado discurso del therapôn, formalización lo-

11
grada utilizando los matemas y la lógica propuestos por el psicoanalista francés,
retrabajándolos aquí para generar el marco de un dispositivo específico, particu-
larmente diseñado para la clínica que abordamos (casus belli, trauma). En diálogo
con las formulaciones de este autor sobre la angustia, y con auxilio de conceptos
retomados de Piera Aulagnier como pictograma, enunciados del fundamento y
contrato narcisista, argumentamos la pertinencia de una diferenciación del disposi-
tivo para la escucha de los cuadros y demandas neuróticas emitidas como una
pregunta sobre el sentido del síntoma, al que correspondería el discurso del psi-
coanalista, con el dispositivo para la recepción de sujetos en estado derelicto, de
derrumbe de los referentes identificatorios y caída en la angustia, en el espacio de
un Otro aniquilante, para quienes correspondería operar el discurso del therapôn
tal como lo formalizamos.

En el tercer capítulo emprendemos otra aventura articuladora al realizar junto con


Cathy Caruth una revisión de los desarrollos de los principales autores que han
formulado y trabajado en el mundo anglosajón el concepto de Estrés Postraumáti-
co, pero sobre todo cuentan con una gran experiencia terapéutica, desde el traba-
jo con combatientes en guerras formales hasta la atención a víctimas de abuso
sexual. Encontraremos de qué manera los hallazgos neurológicos y clínicos de
esta corriente son consonantes con los de aquellos que desde el territorio psicoa-
nalítico se han dedicado a la atención del sufrimiento humano producido por el
trauma. Pero no sólo eso: encontraremos cómo sus propuestas de trabajo contie-
nen aportaciones muy valiosas que retan y complementan a las de los psicoanalis-
tas: la identificación del colapso integrativo cerebral, que sugiere necesarias apro-
ximaciones terapéuticas complementarias a la verbalización asociativa; la explora-
ción de procesos disociativos de la personalidad, que permite comprender la estra-
tegia de sobrevivencia postraumática y el ocultamiento del trauma mismo en la
trama histórico-narrativa del sujeto; y por último, la importancia determinante de la
elaboración del testimonio postraumático, no sólo en su dimensión íntima, sino en
la posibilidad de constituirse en un discurso sostenido en la arena social, que pue-
da contribuir a la reformulación de la ruptura de los lazos simbólicos que ha dado
origen al trauma.

12
De manera breve y concisa, en el quinto capítulo desplegaremos la puntuación de
los principales puntos de entrecruzamiento teórico-clínico entre los diferentes auto-
res revisados, así como la propia propuesta de esta tesis.

Por último, plantearemos en el Epílogo una reflexión sobre cómo la necesidad de


desarrollos específicos e interdisciplinarios en la clínica del trauma, se sitúan hoy
en el contexto mexicano de la transmisión del psicoanálisis u otras formas de ha-
cer clínica en espacios dominados por discursos y prácticas coloniales y pugnas
narcisistas, e irónicamente en un momento histórico de emergencia social ante la
proliferación del abuso sexual, la violencia y maltrato intrafamiliar, el asesinato, tra-
ta o desaparición de personas, las psicosis generadas a partir de escenarios de
perversión o ruptura-traición del pacto simbólico familiar o social, etc.

13
CAPÍTULO 1

Hacia la formalización del discurso del therapôn como herramienta para el


encuentro clínico con los estados psíquicos producto del trauma

1.1 Lo terapéutico y lo psicoanalítico: ¿Oposición o confluencia?

Durante un buen trecho de su enseñanza, Lacan criticó severamente las deforma-


ciones que del psicoanálisis freudiano hacían los integrantes de la escuela anglo-
sajona a mitad del siglo pasado:

"La psicoterapia se ha hecho siempre sin saber muy bien lo que se hacía, pero
seguramente dando intervención a la función de la palabra. Se trata de saber si,
en el análisis, la función de la palabra ejerce su acción por la sustitución del yo del
sujeto por la autoridad del analista, o si es subjetiva. El orden instaurado por Freud
prueba que la realidad axial del sujeto no está en su Yo. Intervenir sustituyendo a
yo del sujeto, como se sigue haciendo en cierta práctica del análisis de las resis-
tencias, es sugestión, no es análisis"1

La afiliación a esta posición lacaniana se extendió por el mundo psicoanalítico, y


se sumó en los años 60 a 80 del siglo XX en algunos círculos a una justificada -
pero de pronto excesivamente militante- crítica a la psicología, incluso llegando en
una lectura marxista a calificar a esta como aparato ideológico del Estado2 . De
esta manera, la noción de terapéutico cobró en el mainstream del psicoanálisis
influido por la enseñanza de Lacan un matiz claramente peyorativo.

1Jacques Lacan, El seminario dos: el yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires,
Paidós, p.69-70 .

2 cf. Néstor Braunstein et. al. Psicología, ideología y ciencia. México, Siglo XXI, 1985.

14
Pero la relación entre psicoanálisis y lo terapéutico es bastante más compleja que
una exclusión mutua. Refiriéndose a la discusión de Lacan con los post-freudianos
en los años 50 y 60, Luján y Bachmann señalan:

“[Para el Lacan de esa época] psicoanálisis y psicoterapia se dividen, se


oponen, se excluyen. La política del síntoma ordena la cura, mientras lo terapéuti-
co toma un sesgo imaginario, ligado al reforzamiento del yo y al adoctrinamiento;
pero es lo terapéutico ligado a la idea del Bien. Insistiremos en que no se trata de
un desprecio por los efectos, sino de un esfuerzo por delimitar qué diferencia la
praxis analítica de esas otras técnicas de abordaje; y en ese punto qué leemos
como efectos”3

Y añaden, en relación a las posición de Lacan en textos como Variantes de la


cura-tipo y La dirección de la cura:

“Lacan afirma que el psicoanálisis es una terapia que no es como las otras, en tan-
to se sustenta en una dimensión ética, sujeta a ley, cuyas variables se sostienen
en ‘una preocupación puntillosa llegado el caso, de pureza de los medios y de los
fines’ (…) Para Lacan es preciso ubicar los criterios terapéuticos del psicoanálisis,
sin perder de vista la orientación freudiana: para Freud la posición ética que sopor-
ta el lugar que el analista toma en la cura, implica la exclusión del deseo de sanar
en términos de furor curandis, es decir que el analista se extravía si su persona
está solamente interesada en producir la desaparición de lo disruptivo. Vuelve a
afirmar que el beneficio viene por añadidura. Esto implica necesariamente, no un
desinterés por los efectos terapéuticos, sino una localización precisa en la cura. La
terapia psicoanalítica no excluye los efectos terapéuticos, sino que los obtiene por
una vía diferente: son efectos de la posición del analista, y de cómo éste entienda
la dirección de la cura”4.

3I. Luján y R. Bachmann, (2009) Consideraciones sobre los "efectos terapéuticos" en S. Freud y J. Lacan.
Anuario de investigaciones de la Ciudad autónoma de Buenos Aires, volumen 16, Diciembre de 2009, p.97.

4 íbid., p. 106.

15
Como se desprende de este breve desarrollo, la posición de Lacan es mucho más
compleja que una gruesa denostación de lo terapéutico: se trata más bien de una
colocación de este concepto a lo largo de sus seminarios en un justo lugar dentro
de un análisis, que depende a final de cuentas de una delicada correlación entre la
toma de posición del analista como tal, y la configuración singular del caso. En
todo este trayecto, lo terapéutico no será entendido a partir de una llana concep-
ción empírica de la realidad en términos de estabilizaciones homeostáticas ni de
metas cumplidas en la vida del paciente: se tratará más bien de que la dirección
de la cura, orientada por una política del deseo (noción propuesta por Lacan en el
Seminario 9), pueda ser capaz de modificar el entramado de éste -tan difícil de
asir- con la pulsión (Lacan, en el Seminario 11) y generar con ello las condiciones
de realización –que no cumplimiento - del deseo que podrán ser leídas en un se-
gundo momento como efectos terapéuticos.

Pero el panorama no es completo sin regresar a Freud.

Desde el caso de la señora Emmy Von N, Freud describe como a través de la hip-
nosis pudo levantar un síntoma: la intolerancia a beber agua. Cuando recibe me-
ses después una carta de esta paciente que le dice “llevo bebidas 40 botellas de
agua mineral ¿Cree usted que debo continuar así?”, se da cuenta de algo impor-
tante: que el descubrimiento o recuerdo de ciertas escenas traumáticas, y el esta-
blecimiento de su asociación con el síntoma molesto no bastan sino para estable-
cer un alivio de dimensiones superficiales y poco duraderas. De ahí pasará a cole-
gir la necesidad de profundizar en el descubrimiento de los recuerdos traumáticos,
y de ahí poco después al planteamiento de la necesidad de generar un proceso
asociativo hacia capas cada vez más profundas de pensamientos inconscientes
para hacerlos conscientes. Así, en Análisis terminable e interminable Freud puede
decir que “el efecto terapéutico se liga con el hacer consciente lo reprimido -en el
sentido más lato- en el interior del ello”5. Es decir que para Freud, al final de su ca-

5 Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, en Obras Completas, Argentina, Amorrortu, 1984
[1938], Vol. XXIII, p. 98

16
rrera, el efecto terapéutico es consecuencia directa del trabajo de profundización
asociativa del análisis, más que de la injerencia sugestiva del terapeuta.

Así que en general y en distintos momentos de su enseñanza, la búsqueda o la


consecución activa de efectos curativos debe ser motivo de suspicacia, ya sea
porque hay que prevenir como nos dice “que la terapia mate a la ciencia”6 -es de-
cir, que el interés por crear efectos benéficos anule el trabajo reflexivo y científico
del analista-, o porque un apresuramiento terapéutico conclusivo o direccionado
en busca de lo curativo sólo podría

“… atraer a un total descrédito sobre sí mismo [el analista ] y sobre su causa y


provocará las contradicciones más violentas (…) Por lo general el efecto terapéuti-
co será en principio nulo y definitiva la intimidación ante el análisis (…) Habrá que
proceder con cautela para no comunicar una solución de síntoma y traducción de
un deseo antes que el paciente este próximo a ello, de suerte que sólo tenga que
dar un corto paso para apoderarse él mismo de esa solución”7

Como podemos ver, la relación entre el psicoanálisis y lo psicoterapéutico


se resuelve más en un quiasmo que en una exclusión mutua. En efecto, las psico-
terapias son algo completamente diferente el psicoanálisis, pero lo psicoterapéuti-
co, definido como aquello que tiene que ver con la búsqueda de una atenuación o
eliminación de los efectos de mayor sufrimiento ligados a un síntoma, es parte in-
herente del psicoanálisis a condición de ser ubicada en el lugar que le correspon-
de respecto a la posición y el trabajo del analista.

Pero además, como veremos a continuación, si somos estrictos, lo terapéutico no


puede ser reducido a la descripción anterior. El sentido fundamental de lo terapéu-
tico no sólo remite al campo semántico del alivio, sino algo mucho más radical y

6 Sigmund Freud, ¿Pueden los legos ejercer el análisis? En: Obras Completas, Vol. XX. Argentina, Amorror -
tu, 1984 [1926], p. 238.

7Sigmund Freud. Sobre la iniciación al tratamiento (nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I En:
Obras Completas, Vol. XII . Argentina, Amorrortu, 1984 [1913] p. 140-141

17
un parámetro fundamental: el acompañamiento solidario ante situaciones de peli-
gro extremo, angustia y disolución subjetiva.

1.2 La posición clínica del therapôn

Existe, además del quiasmo que acabamos de ubicar a grosso modo en la refle-
xión freudiana, otra lectura posible de la noción de ‹terapéutico›. De acuerdo a la
enseñanza sostenida por Davoine y Gaudillière8, si recurrimos al origen de la pa-
labra en el griego antiguo, hallaremos en su origen el sustantivo therapôn, el cual
designaba al compañero de guerra, al amigo cercano que en medio de la batalla
cubría las espaldas y era capaz de rescatar en los trances más complicados. Este
término se refería igualmente a la función de esta persona en el funeral de su
compañero, cuando éste perecía, como doble ritual, es decir, representaba al di-
funto y recibía los adioses de los deudos. El therapôn era aquel semejante capaz
de acompañar de una forma leal y protectora en el campo de batalla, así como en
el trance de la muerte.

De esta manera el sentido antiguo de la palabra nos remite a una posición clínica
particular: la del que atiende un pathos extremo, el pathos (en un momento des-
glosaremos el término) del riesgo de la disolución subjetiva.

Profundicemos un poco en un pequeño recorrido histórico-conceptual para lograr


extraer algunos elementos muy valiosos que nos permitirán proponer una recolo-
cación de la noción de terapéutico respecto a la clínica psicoanalítica.

El psicoanalista brasileño Manoel Tosta nos recuerda que la misma noción de clí-
nica tiene en su origen al ver vocablo griego kliné [inclinarse], y su aplicación alu-
de al gesto de aproximación y adecuación postural para poder auxiliar y escuchar
a aquel que se encuentra postrado. Nos recuerda también como Platón, en el diá-
logo sobre las leyes

8 Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, Comunicación personal, Séminaire Folie et lien social, École
d’Hautes Études en sciences sociales, Paris, Francia

18
“… afirma que existían dos tipos de médicos: los que cuidan a los esclavos y a los
extranjeros que, no sabiendo hablar son medicados en silencio después de una
detallada observación; y por otro lado aquellos que cuidan de los ciudadanos, que
sabiendo hablar, narran en un lenguaje mito-poiético epopéyico los orígenes y de-
cursos en el cuerpo de aquello que los hace sufrir, de aquello que es pathos”9

El médico, óptimamente escuchando el despliegue narrativo del paciente que ha-


bla su misma lengua sobre el pathos, permite que éste -que en un principio es su-
frimiento, pasión, pasividad-, se convierta en una ocasión de la cual aquél pueda
sacar provecho transformándolo en experiencia, o sea en algo que puede agran-
dar o enriquecer su pensamiento.

“Pathos no puede enseñar nada, al contrario conduce a la muerte si no llega a ser


oído por aquel que está afuera, por aquel que, en la condición de espectador en el
teatro griego del tiempo de Pericles, se inclina sobre el paciente y escucha esa
voz única disponiéndose a tener así, junto con el paciente, una experiencia que
pertenece a los dos”10

El clínico entonces, opera desde su posición y su postura, es decir, desde el lugar


que ocupa en la polis como ciudadano, y desde la disposición de su cuerpo hacia
el padeciente como un agente que propicia la toma de palabra mito poética epo-
péyica (lo que quiere decir: una narrativa creadora por parte del sujeto que se en-
cuentra páticamente afectado, gesta de guerra en tanto libra la batalla por su
vida).

Con ello, a diferencia del filósofo, que se ocuparía de oponer al pathos un discurso
racional -logon didonai-, el clínico solicitaría un apalabramiento que produjera ex-
periencia y efectos terapéuticos.

Si lo relacionamos con lo que se mencionaba en el apartado anterior, el efecto te-


rapéutico se produce gracias a la posición precisa del clínico, que no estaría sig-

9 Manoel Tosta, Psicopatología fundamental. Escuta, Sao Paulo, 2000, p. 20

10 Íbid., p. 21

19
nada por el sostenimiento de un saber preconcebido sobre el bien o de lo correcto
a donde habría que conducir al padeciente; sino de una sabiduría concerniente a
la importancia de la toma de palabra de éste para dejar de ser arrasado por la ins-
tancia patógena, y poder convertirse en agente de su propia modificación. En un
primer momento, el pasaje del padeciente de lo pasivo a lo activo consiste en de-
jarse modificar por eso que lo arrasa (potencia pasiva), y en un segundo tiempo
consiste en convertirse en agente de su propia modificación (potencia activa).

La posición clínica que estamos describiendo sería imposible de tomar sin asumir
que se trata de una posición en un campo amoroso, es decir, en el que el ser y el
cuerpo están estrechamente comprometidos en un espacio relacional en el que se
encuentra -implícita o explícita- la demanda de algo imposible de dar (pues toda
caída en estado de indefensión y toda solicitud de cuidados reactivan transferen-
cialmente en quien padece la demanda de amor hacia sus padres).

“Es en efecto la medicina, dice él [Erixímaco, en El Banquete], para hablar en re-


sumen, la ciencia de los fenómenos del amor, propios al cuerpo”11

Pero esta posición también implica una –llamémosle así- destreza postural que
pone en juego a cada momento el dominio de una techné (en el sentido antiguo:
más un arte que una técnica, como sería por ejemplo la navegación marítima de
aquellos tiempos) en la que el clínico tendrá que decidir a cada momento la tonali-
dad y proxémica de su cuerpo y el grado de penetración de su discurso en el des-
pliegue del encuentro.

Al respecto de esto último, podemos introducir ya el nudo vinculante entre esta


posición/postura del médico tal como se entendía en la antigüedad, y de quien
hemos nombrado, dando nombre a esta tesis y siguiendo a Davoine y Gaudillière,
el therapôn.

Ambos, el médico de ciudadanos y extranjeros que en el modelo antiguo que des-


cribimos se aproxima al caído con los recursos de su mirada y su palabra en la

11Pierre Fédida, Amor y muerte en la transferencia. En: clínica psicoanalítica: estudios. Sao Paulo, Escuta,
1988.

20
postura de kliné, y el therapôn, tienen en común que son miembros de una polis,
quienes en un determinado momento toman a su cargo el auxilio de otro que se
encuentra postrado, en estado pático. Sin embargo, señalaremos una primera di-
ferencia respecto a su posición, ya que el therapôn ha establecido previamente
una relación amistosa o fraternal (una filia) con su compañero caído en
desgracia.12 El médico, por el contrario ejecuta su acción con una mayor distancia,
desde su profesión.

Ambos, médico y therapôn, pueden entonces acudir en auxilio del caído. Ambos
pueden encontrarse ahí junto a éste, incluso en medio de una situación de guerra,
que implique un gran peligro y ponga en riesgo la integridad del que ha sido vulne-
rado.

Ahora bien, supongamos que debido al daño extremo que ha sufrido la persona
que se encuentra caída o postrada, es incapaz de dar cuenta en su discurso del
pathos que le aqueja, debido a que la ocurrencia del evento traumático que le ha
dañado es muy reciente o está en curso. ¿Con qué elementos contaría el mejor
médico de la polis para acudir al auxilio de un herido de guerra? Si el herido no es
capaz de hablar por el carácter mismo del daño corporal que ha sufrido, o bien por
el estado mental confuso en el que se encontrara, el médico tendría que recurrir al
mismo tipo de medicina que ejerce con los extranjeros: una clínica de la mirada,
atenta a los signos visibles de daño y abocada al cuidado inmediato de la salud
orgánica del caído.

El therapôn, en contraste, se encontraría en un compromiso mayor y cualitativa-


mente muy diferente. Saltando de nuevo en el tiempo y aterrizando en el siglo XX,
podemos auxiliarnos de las formulaciones de Gaetano Benedetti sobre la clínica

12 Compañero (cum-panis), el que comparte el pan, término nacido en la antigua Roma para designar a los
soldados pertenecientes a un grupo que se reunían para compartir los alimentos en términos amistosos, es una
noción que acompaña bien a la de therapôn por situarse en un contexto de guerra. Hemos desarrollado algunas
ideas a este respecto en lo que concierne a la conceptualización del Acompañamiento Terapéutico, Cf. Fran-
cisco Landa, Tres dimensiones definitorias del acompañamiento a pacientes psicóticos. En: Revista Tramas
No. 14 Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2001.

21
de las psicosis, para comprender algunos aspectos de esta posición que propo-
nemos designar como therapôn.

“En el psicoanálisis de las psicosis hay algo más que en el de las neurosis: existe
el hecho de que el mismo movimiento del inconsciente puede ser manifestado so-
lamente a través de la respuesta del terapeuta (…) Significativamente, los terapeu-
tas que sueñan con sus pacientes están siempre soñando para sus pacientes;
esos son ‘sueños terapéuticos’ ”13

Por supuesto, el médico que tome posición desde una clínica de la mirada (clínica
para extranjeros) ante el estado caído del otro, acusará en su cuerpo una reacción
instantánea al estado pático del otro, pero muy difícilmente logrará convertir las
representaciones psíquicas de ese encuentro en algo que pueda poner al servicio
del otro traumatizado. Esto lo podemos constatar consuetudinariamente en los fe-
nómenos que se presentan en la medicina actual que, regida por el paradigma ba-
sado en evidencias, privilegia una clínica de la mirada, aún con aquellos pacientes
que podrían en rigor hacerse cargo de la narrativa de su pathos y de la formula-
ción de una experiencia a partir de él. También, desafortunadamente, lo encontra-
mos en posiciones asumidas desde un psicoanálisis aséptico que, argumentando
una transferencia de una sola vía, o una asepsia contratransferencial, evita cual-
quier espacio de intersección psíquica.

El therapôn, por el contrario, como la formulación de Benedetti lo muestra, estará


advertido por su posición de que ante la catástrofe, su propio cuerpo y sus pro-
ducciones mentales ante el pathos extremo, toman el relevo de la voz del otro.
De nuevo Benedetti, nos habla de

“la introyección por el paciente de las palabras del terapeuta y la introyección por
el terapeuta del sufrimiento del paciente”, llamando a esto ‘sujeto transicional’.

13Gaetano Benedetti. Allienazione e personazione nella psicoterapia della maladia mentale. Turín, Einaudi,
1980, p. 259.

22
Davoine y Gaudillière hablarán al respecto como

“…un encuentro en el que se anudan juntos en el filo de lo simbólico, elementos


desvinculados procedentes de formas e imágenes en las fronteras de lo real, para
el analista y para el paciente (…) Lo que decimos en estas ocasiones es que es-
tamos sintiendo, imaginando, incluso soñando en lugar del paciente, y que le te-
nemos que hablar de esto; de otra manera nosotros estaríamos continuando expe-
rimentalmente la escisión de la otredad que ha sido perpetrada en él”14

De esta manera, el therapôn, a diferencia del médico, que ante la carencia discur-
siva del caído se vería confinado a la utilización de una clínica de la mirada -una
medicina para extranjeros- para ejercer su acción curativa, estaría provisto de las
producciones mentales que su posicionamiento en un estado de encuentro pudie-
ra generar con y para su compañero caído.

Es decir que el therapôn se coloca en el espacio de una transicionalidad subjetiva


que implica una comunicación cualitativamente particular entre su psiquismo y el
de su compañero traumatizado, pero también una posición, y con ello un ethos di-
ferente al del médico.

Regresando al quiasmo Psicoanálisis/terapéutica al que aludíamos más arriba,


pero esta vez con los nuevos elementos sobre la posición del therapôn, podríamos
abrir algunas preguntas: ¿La posición clínica de éste podría formar parte de un
posible dispositivo psicoanalítico ante algunos encuentros clínicos signados por el
trauma o por la lógica de guerra15? ¿Es posible articular conceptualmente una
modalidad como esta, que como iremos desplegando es cualitativamente diferente
al posicionamiento estándar del psicoanalista ante situaciones de neurosis?

Más adelante se desplegará una propuesta que constituiría una hipótesis de res-
puesta afirmativa a estas dos preguntas. Pero antes, aprovechando que hemos
tomado como punto de partida una serie de referencias externas al psicoanálisis

14 Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, History beyond trauma. Other press, New York, 2004 p. 264

15 Más adelante anudaremos también con Davoine y Gaudillière la relación entre trauma y situación de guerra.

23
más conocido, abordaremos algunos puntos importantes extraídos de la experien-
cia de algunos de los clínicos –no psicoanalistas- que tras la Segunda Guerra
Mundial efectuaron intervenciones con numerosos sujetos traumatizados, logrando
establecer algunos principios de intervención desde una psiquiatría que por cierto
muy poco o nada tendrían que ver con la actual corriente hegemónica, biologista y
farmacologista de esa disciplina. Lo transmitido por ellos da cuerpo clínico a la
propuesta que en el capítulo siguiente propondrá una formalización y articulación
con el campo lacaniano del discurso del therapôn.

1.3 Los principios de Salmon para una psiquiatría de guerra

El psiquiatra estadounidense Thomas W. Salmon, retomando la experiencia de los


médicos franceses y británicos que tras las dos guerras mundiales constataron en-
tre otras cosas que los soldados tratados cerca del frente de batalla se recobraban
más rápidamente que si hubieran sido tratados en la retaguardia, sistematizó los
fundamentos de los conocimientos de las psiquiatría de frente de batalla (‘forward
psychiatry’). Davoine y Gaudillière comentan que las elaboraciones clínicas de
Salmon corresponden a los efectos que las circunstancias del trauma producen en
cualquier persona que ha estado bajo una situación catastrófica:

“Cualquiera que sea su edad, origen, profesión, sexo o condición; cualquiera que
fueran las circunstancias del trauma (ataque, secuestro de un avión, guerra, acci-
dente, desastre natural); cualquiera que fuera el grado de exposición; con o sin
heridas; en solitario o perdido en una multitud; a una escala doméstica, nacional o
internacional en sus relatos los sobrevivientes esbozan un campo de investigación
que sus síntomas sirven para explorar, todo de acuerdo a los siguientes aspectos:
Ya sea que los otros se den cuenta o no, en cierto sentido ellos ya no son parte
del mundo de los vivos. Hipersensibles o incapaces de sentir, ellos son asaltados
por imágenes atemporales que son demasiado vividas o por el contrario, constitu-
yen un pensamiento fantasmal que no siempre causa espanto (…) Sus psicotera-

24
pias o psicoanálisis, recomendados por sus parientes o médicos, usualmente son
abandonadas pronto, no se apegan al tratamiento. ¿Pero apegarse a qué? ¿A
quién? A otro, pero no cualquier otro. En lugar de eso, ellos se quejan de que, en
el mejor de los casos, han encontrado lindas palabras; en el peor, una terminolo-
gía de Procusto, ya fuera psiquiátrica, psicoanalítica o incluso antropológica (…)
Ellos se encontraban ajustados a abstracciones que podían ver claramente pero
que no les “decían” nada. Finalmente, cualquiera que fuera la medicación que
probaran, cualquiera que fuera la sucesión de diagnósticos, su terror persistía”16

De esta manera, ellos retoman a Salmon, quien propone cuatro principios clínicos
de aproximación a los pacientes provenientes de un momento y una escena trau-
máticos.

Proximidad, con el fin de abrir un nuevo espacio de confianza en medio del caos.

Inmediatez, que crea una temporalidad viva en contacto con la urgencia.

Actitud expectante, que construye una bienvenida en el retorno del infierno.

Simplicidad, que enfatiza la obligación de hablar en términos llanos.

Desglosémoslos con el fin de dar una mayor profundidad clínica a esto que hemos
comenzado a llamar la posición del therapôn y poder arribar al final de este capítu-
lo a una formalización y articulación de este dentro de los referentes de la teoría
psicoanalítica.

1.3.1 El principio de proximidad

16 Davoine y Gaudillière, op. cit., p. 115

25
Para poder describir en qué consistiría la indicación clínica de proximidad, es ne-
cesario partir de la comprensión de lo que implica un territorio de guerra, un cam-
po de batalla. El funcionamiento normal de nuestra psique hace de inicio difícil
esta aproximación, pues la manera en que reaccionamos a la desgracia y la catás-
trofe vivida por otros, si bien puede iniciarse con una respuesta empática y de in-
dignación, suele sucederse de un alejamiento aséptico que busca preservar a toda
costa la impresión de permanecer indemnes ante ese dolor ajeno. La proximidad
del desastre está marcada por un efecto de repulsión. Pero el hecho de que ha-
gamos lo posible por incluso no mirar la desgracia ajena que se presenta a un cos-
tado de nuestro camino, no deberíamos equivocarnos: estamos en guerra y el
campo de batalla suele estar más cerca de lo que creemos, pues las catástrofes
en las que nos referimos en este momento no tienen que ver necesariamente con
la existencia de guerras formales, ni con la ocurrencia de catástrofes naturales o
accidentes. De lo que hablamos es de la caída total de la realidad psíquica en un
sector del tejido social, caída de la cual un sujeto acusa los efectos más graves
debido al punto de la encrucijada en que se encontraba en el tiempo del trauma, y
a los puntos de quiebre de su estructura psíquica en encuentro con el mismo.
Como señala Barrois:

“Lo que estamos tratando de nombrar aquí no es una reacción post accidental
mecánica y puramente fisiológica, sino la existencia de una respuesta a una trági-
ca desventura, a la falta absoluta de sentido que ha hecho caer al mundo, a una
amenaza existencial que reifica al sujeto. Es como si cada víctima encarnara un
agujero en el tejido social. Si no hay otro a quien hablar, el trauma reduce al indivi-
duo a una interioridad invadida por la angustia de aniquilación y el terror. Un objeto
en medio de otros objetos, está condenado a la soledad, al abandono absoluto, a
una ruptura con todos los vínculos comunitarios y culturales. Nada en la cultura
contemporánea está disponible para ayudar a reintegrar a la víctima en el mundo
de los vivos. El psicoanálisis tiene el mérito de ser la única disciplina que realmen-
te puede hacer algo: hallar la traza del punto de ruptura y también de un tiempo

26
anterior en el cual la fantasía y los sueños tenían su lugar. Porque la muerte, la
muerte propia que uno ha mirado a la cara, no tiene representación”17

Aquí abrimos una pregunta: ¿realmente el psicoanálisis puede hacer frente a si-
tuaciones de guerra? Con lo que nos hemos encontrado, y lo abordaremos en el
último capítulo, es que la tradición teórica psicoanalítica más bien ha eludido ma-
yoritariamente el enfrentar estos fenómenos. Amén de que esto tiene que ver con
el deseo de cada analista, y con su momento histórico, es también un asunto con-
cerniente a la formación de analistas en y fuera de las instituciones y escuelas, y
un tema relativo a los desarrollos técnicos sobre dispositivos específicos de aten-
ción para un ‘psicoanálisis de guerra’.

Debemos tener presente incluso que hay colegas que aún sostienen posiciones
como la de que hay personas inanalizables18, u otros que simplemente evitan ex-
tender el campo de su acción a espacios donde ocurre la atención a la urgencia
psicológica como en hospitales, instituciones de asistencia, etc., prefiriendo res-
tringir su práctica a recibir en el espacio de su consultorio la demanda de sujetos
que habitan espacios y relaciones privilegiadamente neuróticos. Sin embargo,

“Nos guste o no, el discurso analítico puede ser establecido cuando el habla ema-
na de un lugar sin un sujeto, o de alguien quien se experimenta a sí mismo como
un desecho. En la proximidad del combate y del riesgo, ese discurso puede estar
dirigido sólo a un terapeuta quien está familiarizado con ese campo … Cuando
esta transferencia, común a las psicosis y al trauma no es teorizada, todos están
tentados a esconderse cautelosamente detrás del diván del análisis clásico de las
neurosis y ofrecer finas palabras y lindas interpretaciones. La neutralidad benevo-
lente condescendiente reinstala la regla del desapego y la distancia psíquica. El

17Claude Barrois, Psichanalyse du guerrier. En Briole, G. Et al. Le traumatisme psychique: rencontre et de-
venir, Congrès de Psychiatrie et de Neurologie de Langue Francaise, 1994. Paris, Mason, p. 129

18Como lo hizo Freud para los padecientes de dementia praecox o esquizofrenia (Cf. Sigmund Freud, Intro-
ducción del narcisismo, En Obras Completas Vol XIV, 1914).

27
miedo a la crisis puede llevar al asesinato del discurso, posponiéndolo siempre o
reduciéndolo a la insignificancia. El rigor de la búsqueda propuesta por los pacien-
tes es retado, y el sello hermético entre paciente y analista reforzado. La experien-
cia sufrida al costo de tantas ordalías es vaciada de su validez, de sus contenidos
mismos. Un psicoanálisis simplificado desacredita la proximidad ya que tiende a
plantear que esta podría conducir a la fusión o a la confusión”19

Si hablamos entonces del pasaje de un sujeto por un campo de batalla en el que,


precisamente, ha dejado de serlo, entonces podremos entender que para ese su-
jeto y para el analista que pueda estar en condiciones de acompañarlo, es necesa-
ria la constitución de

“…un espacio seguro donde sea posible recuperarse física y psíquicamente, mien-
tras que se experimenta la posibilidad del discurso en la proximidad de lo Real.
Esta proximidad entonces se convierte en la condición de la transferencia en el
caso de la locura y el trauma. Toma la forma del “espacio potencial” que Winnicott
establece con los niños de la Segunda Guerra Mundial. Para Gaetano Benedetti,
en su trabajo con la esquizofrenia, este es el lugar no sólo para el objeto transicio-
nal sino también del sujeto transicional que se origina de una proximidad incons-
ciente compartida por el paciente y el analista, lo que él llama el inconsciente tera-
péutico”20

La lógica de la proximidad implica la asunción radical de la existencia de un campo


de batalla, y de una situación de guerra que no puede presumirse que ha termina-
do, sino que por el contrario, no deja de efectuarse en la realidad del sujeto trau-
matizado. Por ello, al acercarnos a él, automáticamente nos convertimos en parte
de ese escenario de guerra. No es gratuito que aquellos que se encuentran ahí
sufren, como describiremos en un capítulo posterior, el estado fisiológico de alerta
total que implica casi siempre la pérdida del sueño y la invasión de pesadillas y
presentificaciones angustiantes.

19 Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, ibid, p. 136

20 Íbid., p.138

28
Debido a esto, tanto la actitud psiquiátrica clásica como la actitud psicoanalítica
indicada para las neurosis son contraindicadas. Del lado de la mirada médica, la
invocación de desórdenes mentales o cuadros como entre el trastorno limítrofe de
la personalidad, la bipolaridad, la esquizofrenia -incluso el síndrome de estrés post
traumático en cierta medida; lo discutiremos más adelante-, no constituye sino una
palabrería que tiende a obliterar el lugar del síntoma o conjunto de síntomas como
reacciones normales a situaciones anormales.

Como señalan Freud y Breuer:

"tendría que ser un cerebro realmente patológico del cual fuera posible borrar por
mera sugestión productos tan bien fundados a partir de eventos psíquicos inten-
sos"21

Del lado del psicoanálisis, la receptividad cordial pero distante, o el silencio a raja-
tabla pretendidamente lacaniano, no hacen sino confirmarle al paciente que noso-
tros nos encontramos fuera de la trinchera y le miramos remotamente desde un
espacio de seguridad22.

La proximidad, tal como es explicada por Salmon, retomada por Davoine y Gaudi-
llière, y tal como la experimentado en mi propio trabajo clínico, requiere ante todo
partir del establecimiento de un encuadre de máximo respeto a las respuestas sin-
tomáticas del paciente, tomando en cuenta que estos síntomas han servido para
establecer una frontera y han sido producidos en contacto con el peligro, en la
proximidad de situaciones terroríficas. Por otra parte, casi ninguna palabra que
pueda ser dicha tendrá sentido en un espacio de encuentro en el que para quien
acude a nosotros (o para quien se ha encontrado con nosotros en una institución),
toda presencia humana es potencialmente amenazante, y el instrumento de la pa-
labra pierde sentido en su efecto vinculante. Pero un silencio que no sea acompa-

21 Sigmund Freud y Joseph Breuer. Estudios sobre la histeria, En Obras Completas, Vol. II, 1895, p. 99

22 “El silencio del analista no equivale a su mudez. Sileo, del latín silere, implica ese tejido, esencial, de lo
que no puede decirse. Así también en música (en ello insiste por buenas razones el maestro Braunstein) los
silencios son esenciales para que la música cobre vida. Ese silencio es el sostén de la palabra” (Silvia Amigo,
Un silencio pesado. Página 12, jueves 4 de junio de 2015).

29
ñado de una sintonía corporal y de pensamiento con la vivencia actual del pacien-
te (de una situación de campo de batalla), no será sino una constatación de la
desvinculación y una invitación a la caída en el vacío.

Si un analista decide intervenir desde la proximidad, debe estar advertido de que


su propio pasaje por lo traumático se compromete en ese momento. Si como
menciona Cyrulnik23, el clínico pertenece a ese trecho de la población que no ha
vivido a lo largo de su vida ninguna catástrofe subjetiva, es probable que su reac-
ción ante el dolor profundo y la desconfiguración del otro sea, de manera natural,
de evitación y defensa. Si por el contrario en su trayecto vital ha vivenciado lo
traumático, el terror de la des-subjetivación, sus herramientas resilientes incons-
cientes24 se activarán y formarán parte de la subjetividad transicional en ese en-
cuentro y del inconsciente terapéutico.

Como podrá darse cuenta el lector, estamos ya esbozando los primeros trazos de
la posición del therapôn, fundada en una philía25 como la que sólo se puede dar
entre soldados compañeros. El psiquiatra norteamericano Jonathan Shay ha defi-

23 "En Occidente, uno de cada cuatro niños habrá conocido, antes de cumplir los 10 años, la terrible experien-
cia del desgarro traumático. Al final de su existencia uno de cada dos adultos habrá padecido esta ruptura y
terminará su vida quebrado por el acontecimiento traumático… o habiéndolo transformado. Podemos plantear
la hipótesis de que en los países en los que la sociabilidad es menos estable, el número de heridos es aún más
elevado" (Boris Cyrulnik, El murmullo de los fantasmas. Volver a la vida después de un trauma Gedisa, Es-
paña, 2003, p.65).

24 La noción de resiliencia desarrollada por Cyrulnik y otros, si bien no cuenta con la profundidad y entreve-
ramiento teórico de la mayoría de los conceptos psicoanalíticos, me parece pertinente en cuanto se despliega
en un terreno que ha permitido el diálogo interdisciplinario entre psicólogos, neurólogos, médicos y algunos
psicoanalistas. Aquí sólo apunto, como una noción intuitiva a desarrollar, la idea de herramientas resilientes
inconscientes, que aludiría a que las cogniciones y respuestas fruto de una respuesta resiliente a la catástrofe
tendrían que ser pensadas como elaboraciones profundas ancladas no solamente en el proceso primario sino
incluso en el originario, como lo desarrollaremos más adelante revisando las ideas de Piera Aulagnier .

25 “Bajo el término philía se determina el concepto griego de amistad… philía viene a recoger el conjunto de
relaciones que están concebidas según la estructura del querer. En principio, podemos decir que allí donde hay
una relación que está basada en el afecto, en el cariño o, simplemente, en el amor, allí hay una relación según
la philía. Pero no es fácil encontrar para este término una traducción exacta en nuestras lenguas. La philía
aristotélica puede caracterizarse como aquella virtud que, perfeccionando la virtud de la justicia, hace posible
la constitución de la comunidad política desde las múltiples formas éticas de relación de los ciudadanos entre
sí” A. Palomar, La philía como investigación fenomenológica particular del saber práctico en Aristóteles: sig-
nificado y fundamentación. En: Franciscanum, 2014, p 51).

30
nido el lugar transferencia al para lo que nosotros llamamos el therapôn de la si-
guiente manera: “the keeper of the mind”, el que guarda la mente del otro soldado.
En su libro, en el que equipara los relatos homéricos de guerra con la situación de
los combatientes de la guerra de vietnam, este autor explica que no podríamos
comprender esta noción si no conocemos el apego humano que la batalla puede
producir y después amputar:

“El combate llama a una pasión de cuidado entre los hombres que pelean uno al
lado de otro que es comparable a las relaciones familiares más profundamente
sentidas. Frecuentemente escuchamos que la muerte de un amigo especial en las
armas rompe la vida del sobreviviente en partes imposibles de reunir, y todo lo de
antes de su muerte queda radicalmente separado de lo de después” (Shay, 1995,
p. 63).

La relación entre los philoi, implica no solamente un vínculo muy estrecho que en
medio de la batalla remite a una finísima comunicación y cuidado, sino en ocasio-
nes a la conformación de un cuerpo de varios (un corps à plusieurs), verdadera
comunidad simbiótica que se distribuye las funciones de pensamiento y acción con
el fin de asegurar la sobrevivencia. Esto lo podemos observar en comunidades de
niños de la calle, y está retratado magistralmente en la obra Más que humano, de
Theodore Sturgeon26 .

Una vez terminada esta relación especial y profunda entre los philoi en el campo
de batalla, se continúa en tiempos de paz y constituye el espacio que hace posible
que el epos (relato de hazañas guerreras) aparezca: son solamente los amigos
que han estado comprometidos en la escena del terror quienes saben de qué trata
y se han cuidado unos a otros ahí. Son ellos los que pueden, en un espacio de
confianza, nombrar lo ocurrido. La épica de la batalla, una épica que ponga en
juego lo ocurrido en su justa dimensión sólo puede ser contada de esa manera,
entre ellos. El deseo de dar cuenta, incluso de hacer un canto conmemorativo
(como los corridos de la Revolución Mexicana), puede provenir solamente de ese

26 Theodore Sturgeon, Más que humano, Ediciones Minotauro, Buenos Ares, 1968.

31
espacio relacional, un espacio tan especial que sin él, nada puede ser dicho acer-
ca del trauma y la locura de la guerra.

En términos de la transferencia y el encuentro clínico tenemos que el analista, si


es que cuenta con los elementos de vivencia y elaboración traumática para con-
vertirse en algo parecido a un therapôn, estará de todas maneras aislado de la
mayoría de los referentes de la escena de guerra de la cual proviene el paciente
traumatizado. En todo caso podría fungir como un soldado proveniente de otro
campo de batalla. Pero ningún campo de batalla es igual, pues en cada uno de
ellos la realidad se ha rasgado en un lugar y de una manera diferente y su sangre
negra ha tocado el cuerpo y el alma de los sobrevivientes en lugares distintos.

Ni siquiera es pensable que, haciendo uso de esa estafa, esa impostura calculada
a la que aludía Lacan27, se coloque la careta del sujeto supuesto saber. Una inter-
pretación aguda, que en otro contexto sería pertinente e incluso ‘produciría trans-
ferencia’, puede incluso ser violentamente rechazada por un padeciente situado en
medio del dolor traumático, al ser entendida como una violenta intrusión pretencio-
sa de saber, ahí donde lo único que se constata a cada momento es que no hay
palabras capaces de nombrar el terrible dolor que está sintiendo. En la vigencia de
los efectos de la guerra, el analista, durante mucho tiempo, estará a prueba como
alguien que desde el campo del Otro podría ser tan amenazante como aquellos
que han puesto en peligro al paciente: tendrá que mostrar que puede estar ahí sin
salir corriendo o sin decir cosas impertinentes, para ser colocado como therapôn.
En los encuentros de que hablamos tampoco es pensable que el analista, siguien-
do de un modo ciego recetas de su formación, intervenga desde el ingenioso
scrabble mental presto a generar juegos de palabras a la menor provocación.

27 La escroquerie psichanalityque, cf…[…] Notre pratique est une escroquerie, bluffer, faire ciller les gens,
les éblouir avec des mots qui sont du chiqué, c'est quand même ce qu'on appelle d'habitude du
chiqué.” [Nuestra práctica es una tomadura de pelo, chapucear a la gente, apantallarlos con palabras que son
de impostor, eso que habitualmente se llama un impostor” ] Le Nouvel Observateur, sept. 1981, n° 880, p.
88.Extraits d'une conférence non publiée, prononcée à Bruxelles le 26 février 1977.

32
En el espacio de la clínica del trauma, si el analista no recurre a los recursos que
acostumbra utilizar en los encuentros comunes con las neurosis, pasarán cosas
diferentes a la desconfianza [distrust]28 y retirada de los pacientes. Sí, es muy po-
sible que se encontrará desolado la mayor parte del tiempo, sintiendo y haciendo
cosas que la habitualmente no haría desde su lugar, como: comunicando sus en-
soñaciones29 al paciente, teniendo contacto físico con él, habilitando sesiones en
muchos escenarios diferentes al consultorio, etcétera. Al igual que en la clínica de
niños muy pequeños y bebés, se verá impulsado a impersonar voces y discursos
producidos desde su pensamiento inconsciente, y dirigirlos a ese espacio en el
que sabe que no hay propiamente un sujeto que le escuche sino, como lo concep-
tualiza Bion, sólo se puede saber que viaja un pensamiento en busca de un pen-
sador.

“El punto primordial es que la mente necesita del rêverie materno para dejar de
pensar en forma concreta. Antes que la personalidad pueda disponer de una parte
no psicótica, es imperativo que haya logrado instalar en ella esta capacidad de
continencia y de transformación... En los hechos es bastante más complicado ya
que hay que producir pensamientos elementales antes de disponer de un aparato
para pensarlos. El protopensamiento se habría formado en el momento de una
transformación primordial: la que permite a un bebé retomar el contenido que pro-
yectó después que el continente materno lo hubiera metabolizado” 30

Cuando un pequeñito es traído al consultorio con padecimientos que son gritos de


su cuerpo que muestran lo que él es incapaz de articular en palabras, la proximi-
dad del analista es crucial. Él es quien puede, a partir de una escucha cuidadosa
de la situación que rodea al bebé, aportarle a este, a través de la activación de un
inconsciente terapéutico y de un espacio transicional, imágenes y pensamientos
que no puede generar, ni mucho menos convertir en palabras. Hay un momento

28 Vocablo de la lengua inglesa que remite no sólo a la falta de confianza, sino a la suspicacia y el recelo.

29 La rêverie a la que se refería Bion como fundamental para el vínculo originario entre el bebé y la madre

30Gérard Bleandonu, Las transformaciones según Bion. En: Psicoanálisis ApdeBa- Vol XXII, No. 2, p.
315-332

33
delicado, de gran riesgo en esas intervenciones que se aproximan al paciente en
la formulación y comunicación de ideas que en mucho provienen del inconsciente
del analista – o mejor dicho, del sujeto transicional que se genera entre el incons-
ciente del analista y el del paciente (ver supra)-. Pero no hay otra manera de inci-
dir en un terreno en el que, por lo general ese pequeño sujeto en ciernes está ro-
deado de un espacio donde las palabras y el tejido simbólico se han roto. Los
adultos, ocupados en alguna crisis, han sido incapaces de nombrar para sí mis-
mos lo que ocurre, y por lo tanto son incapaces también de brindarle a su hijo las
palabras-herramienta que le permitan encontrar su lugar en lo que está ocurrien-
do. Un psicoanalista de bebés, o que atiende a niños que han crecido en espacios
de traumatización, está obligado a practicar la proximidad y a plantear su interven-
ción desde un lugar de therapôn: está acompañando en la catástrofe, y su implica-
ción no puede ser escamoteada.

En ocasiones, en el límite de las cosas, el estado traumático de los propios padres


los lleva a asignarle a su bebé el lugar de therapôn de la familia. Tenemos enton-
ces a un pequeño obligado a convertirse en un anciano, que lo sabe todo y tiene el
encargo de proteger a la familia y mantener la cordura. El pago por ocupar esa
posición es muy alto, a veces la locura, pues queda transgredida su colocación en
el orden de la transmisión en su linaje, así como su ocupación del tiempo y el de-
venir. Ese pequeño puede encontrar en su analista, si éste está colocado en posi-
ción de therapôn –es quien tendría que estarlo-, a alguien que al menos pueda

34
explicarle -y a través de él a sus padres- porqué le han asignado esa posición, y
cómo no es necesario que la asuma.31

1.3.2 El principio de inmediatez

Es la psiquiatría de guerra, pero también toda experiencia clínica de atención psi-


quiátrica, incluida aquella que se realiza con niños, la que permite como parte de
la formación terapéutica un apercibimiento de la urgencia en un contexto caóti-
co de la atención ante la incidencia traumática.

“Frente el inminente peligro la primera reacción terapéutica debe tomar lugar tan
rápidamente como sea posible: esta es la inmediatez postulada en el segundo de
los principios de Salmon. En su aplicación por la psiquiatría de guerra, la inmedia-
tez apela a una intervención entre las 24 y 72 horas siguientes al evento traumáti-
co (…) Fue en estas situaciones de emergencia que los psiquiatras aprendieron su
profesión en la zona de combate. Aprendieron sobre todo a observar en ellos
mismos los efectos de esos momentos y aprendieron cómo analizar sus efectos.
Se dice que aquellos que anteriormente habían sido psiquiatras infantiles encon-
traron más fácil alejarse de los recursos de su entrenamiento tradicional (…) Estos
psiquiatras no encontraron ninguna correlación entre un colapso brutal y alguna
estructura de personalidad. Aprendieron la dura lección del aquí y ahora de la

31 Esta lógica puede aplicarse directamente a los bebés, pero también a personas que acuden con los otros
años después habiendo ocupado ese lugar a lo largo de su vida. Una chica adolescente, por ejemplo, acude a
mí planteándome que a lo largo de su vida ha sido la encargada de recibir las querellas de la pareja parental,
uno contra el otro. Además de hacer la receptora del odio, el resentimiento, las expectativas, las demandas,
desde pequeña se le ha solicitado erigirse en la consejera de sus padres, severamente perturbados. Actualmen-
te, después de que ellos por fin se separaron, vive con la madre, quien le sigue exigiendo escuchar todas sus
desventuras y ser su apoyo en los momentos de crisis que incluso han derivado a intentos suicidas. El loop
(rizo o bucle) en que ha quedado colocada, en efecto la ha "sacado del tiempo", dejándola en un lugar en el
que se siente ajena a los demás: mira a sus coetáneos con distancia y a la vez se siente juzgada por ellos, no
tiene amigos ni una pareja y teme todo el tiempo cumplir un destino pre-escrito en algún lugar: convertirse en
su madre. Ella es una bebé de cabellos blancos (referencia a una figura mítica japonesa) que busca rebelarse a
su destino y abordar el tren del tiempo donde viajan los chicos de su edad.

35
transferencia, sin el recurso sistemático a las cautelosas reconstrucciones de la
anamnesis”32.

La presentación de un momento crítico implica que para el paciente el peligro está


ahí, inminente, aunque no podamos observarlo. Por lo tanto el estado de alerta y
confusión invade sus sensaciones y percepciones. El principio de inmediatez im-
plica que como clínicos, particularmente en la posición de therapôn, podamos
mantener nuestra presencia ahí, en medio del tiroteo, de la presencia invisible de
la amenaza de destrucción. Esto necesariamente se traduce en la necesidad de
soportar un alto nivel de incertidumbre. No existe dispositivo, técnica o indicación
procedimental seguros que pudieran salvarnos ante el radical no-saber en el que
esas situaciones nos colocan. Desde una zona catastrófica, sin embargo, en esos
momentos se está haciendo presente “una pieza de conocimiento sin sujeto”, que
si lo permitimos, podrá entrar en contacto con nosotros, más allá de nuestra más-
cara profesional.

La inmediatez implica también que el tiempo se ha colapsado, en el sentido de


que la sucesión lineal que suponemos a los eventos, cuya ordenación atribuimos a
una causalidad lógica, se ha roto. Es decir que el cuerpo del paciente, las palabras
a las que puede acceder y la imposibilidad de hacer una inscripción de eso que
retorna y no deja de retornar sin poder inscribirse en el cuerpo del otro y en lo
Simbólico, hacen un loop y generan un hundimiento de la realidad (en el sentido
de la realidad intersubjetiva convencional de aquellos que rodean al traumatizado
y no ocupan el lugar de therapôn).

Este hundimiento del sentido hace que la labor del analista deba renunciar -gran
parte del tiempo- al establecimiento de una escucha asociativa que conduzca a la
construcción de vínculos significantes causales. Las asociaciones más pertinentes
se presentarán de modos más bien disruptivos, a partir de la escucha de lo que se
presenta en el silencio mismo, y no de lo que puede ser invitado a ser dicho como
‘asociación libre’. Las crisis de los pacientes, que en casos ‘psiquiátricos’ suelen

32 Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, op. Cit., p. 164-166

36
repetirse frecuentemente (eso a lo que los psiquiatras llaman cronificación), suelen
ser vividas como fracasos terapéuticos. Sin embargo, de acuerdo a la enseñanza
de Davoine y Gaudillière, deben ser entendidas como “actos o cosas que hablan
en el lugar de alguien”.

Un analista en posición de therapôn,

“ ... es puesto en movimiento por la energía ilimitada encontrada en el acantilado


de lo real. En esta inmediatez, que corresponde a momentos muy precisos del tra-
bajo analítico, ocurre un cambio de lugares –rápido, instantáneo, involuntario- que
contrasta agudamente con el trabajo interpretativo usual. En supervisión los ana-
listas se quejan de esto, se disculpan, incluso parecen confesarse sobre momen-
tos que, de acuerdo a la doxa oficial, no son psicoanalíticos. Este tipo de alarma
marca el precipitado encuentro con un evento fuera del tiempo. En ese caso la su-
pervisión sirve menos para vigilar al analista -quien no necesita ese control-, que
para prestar crédito a un descubrimiento: el descubrimiento de una inscripción que
ha sido validada de esa forma, tanto con el paciente como en el diálogo con un
colega. Y esa doble ocasión es de hecho una sola cosa: transmisión”33.

La inmediatez, el hecho clínico de acompañar en el momento mismo de la crisis,


de la presentificación insistente del trauma, coloca al analista en un territorio don-
de fragilidades y tentaciones están presentes todo el tiempo.

“Él no está seguro que no saldrá corriendo, que no se rendirá o que no venderá su
alma. En el mismo barco que su paciente, es urgentemente necesario que se sos-
tenga firme en su promesa, no importa qué pase, en situaciones que fuerzan a
que la rompa o a que mienta. La senda es riesgosa pues los demonios exigen su
cuota de sacrificios y suicidios”34

33 Íbid., p. 195

34 íbid., p. 202

37
1.3.2.1 Advertencias frente a la inmediatez

En nuestra práctica encontramos frecuentemente a otros, incluso a nosotros mis-


mos, huyendo de diversas maneras y con distintos artilugios de pacientes que se
encuentran en situaciones límite, producto de haber vivido situaciones traumáticas
o heredado de sus padres y abuelos realidades rotas, sin contar con la herencia
de palabras-herramienta para poder operar con aquello que, innombrable, desco-
loca, agujera y pone en riesgo la existencia como sujetos. Es muy importante que
a lo largo de nuestra formación podamos realizarnos la pregunta siguiente: ¿esta-
mos preparados para actuar ahí donde la clínica ocurre siempre en las inmedia-
ciones de un campo de batalla? Si es así, debemos tomar en cuenta al menos tres
elementos:

➢ El primero de ellos es que el espacio clínico que tendremos que sostener


no se limita como en la clínica de las neurosis al espacio que da cabida a
otro sujeto en una vinculación transferencial; se tratará necesariamente de
un espacio abierto a la otredad radical, donde pululan cosas sin nombre
que imaginariamente pueden presentarse como voces, muertos, demonios,
personajes descarnados, pero que en términos estrictos corresponden a
presentificaciones de aquello que proveniente de una o una serie de esce-
nas traumáticas, se encuentra en busca de una representación que lo inte-
gre a la historia y al vínculo entre las personas, representación que a su vez
servirá como palabra-herramienta para el regreso del paciente a la tempo-
ralidad compartida en el lazo social.

➢ El segundo elemento concierne a la necesidad de asumir que en esa aper-


tura a la otredad, se impone una relación con las orillas del lenguaje en la
que junto con el desasosiego ante el silencio puede llegar a convivir tam-
bién el espacio de la invención (in-venire: lo que nos viene, en este caso
desde algún lugar difícil de reconocer, en nuestras propias fronteras con lo
Real). Se trata de una apertura al advenimiento tanto de formulaciones poé-
tico-metafóricas como de dispositivos “ready-made”, tanto en el sentido de
a la mano como en el de hechos a propósito. Estos dispositivos, de una

38
singularidad radical, se corresponden con la manera en que cada analista
ha podido responder en su propia historia al acoso de lo real, y como ha
podido hacer aduana entre ello y el espacio de la simbolización. Como
ejemplo puedo mencionar una experiencia de nuestra práctica clínica con
pacientes diagnosticados con esquizofrenia. Desde nuestro lugar en aquel
entonces como Acompañantes Terapéuticos, un grupo de therapônes esta-
blecimos con un paciente uno de estos dispositivos: se trató de un equipo
de escritura, interpretación y grabación de piezas musicales. Aquella aven-
tura clínica acompañó a lo largo de algunos años, intermitentemente con
una sucesión de momentos críticos, y al mismo tiempo de que se desarro-
llaba su análisis, a nuestro joven paciente en el regreso al tiempo –desde
una zona de exclusión radical-, en el que su palabra y su cuerpo pudieron
insertarse en el vínculo de amor y trabajo con los otros.

➢ El tercer elemento que propongo para ser considerado ante la decisión de


entrar en la clínica del trauma es el de la colocación del clínico mismo en el
vínculo social. Se debe estar al tanto de que tal trabajo se encuentra a con-
tracorriente de la respuesta normal de la sociedad ante la víctima traumati-
zada, pues

“[ésta última] no está inclinada a hacer pacíficas solicitudes a la compren-


sión de los otros, sino que más bien se siente impelida a una rabia autocen-
trada y aullante que se corresponde en ferocidad con el dolor y el terror del
trauma mismo (…) Su jugada extrema es la vergüenza… La persona aver-
gonzada se siente expuesta y condenada, descubierta y transparente, en
cierto sentido desollada por el disgusto y el escarnio de la comunidad. El
sobreviviente del trauma ya desea en algún lugar desaparecer, retirarse,
morir. [La sociedad, por su parte] requiere que los sobrevivientes sacrifiquen
su conocimiento [sobre el trauma] como el precio por pertenecer (…) [Esto
la convierte en] moral y espiritualmente minada.”35

35 Jeffrey Jay. “Terrible knowledge." Family Therapy Networker 15 (1991) p.18-29.

39
De esta manera, el clínico debe saber que su posicionamiento como thera-
pôn, su acompañamiento en proximidad e inmediatez al otro traumatizado,
lo colocará de alguna manera también en los márgenes de lo social, y por
ello resulta muy importante, crucial a veces, que busque articularse de una
manera firme a una comunidad de práctica36 dedicada como él a enfrentar
los límites de lo indecible.

1.3.3 Principios de actitud expectante y simplicidad

La actitud expectante, en el contexto de la clínica del trauma, no se refiere a la


atenta espera que normalmente debe regir en un proceso analítico, que se consti-
tuye a partir de una atención flotante que mantiene una “línea de pesca”37 a la es-
pera de la aparición de los elementos asociativos que conduzcan a pensamientos
inconscientes; de su posible articulación en el discurso del sujeto. De este lado,
cerca del campo de batalla, si hablamos de una expectativa, ésta refiere a la espe-
ranza por la vida ahí donde la vida ha sido borrada del horizonte.

“[La actitud expectante] esboza los márgenes de una otredad que espera contra
todo pronóstico, toda lógica, todo sentido común. En tiempo de guerra, inviste a
todos aquellos que desean que el compañero herido se reúna con ellos, y parte
del inestimable valor de su relación. En el momento presente esa nueva lealtad es
la única cosa que tiene algún valor: el therapôn es, primero y ante todos, entre
ellos”38

36 cf trabajo en prensa sobre psicoanálisis como comunidad de práctica, lo abordaremos al final de la tesis

37 cf. Manoel Tosta, Psicopatología fundamental. Escuta, Sao Paulo 2000. Ahí Tosta comenta cómo, cuando
un colega le preguntó cuál era su ‘línea’ (teórica), él respondió que la ‘línea de pesca’, la de tender caña y
anzuelo y esperar la aparición de lo inconsciente en el discurso del paciente.

38 Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, op. Cit., p. 209

40
1.3.3.1 La traición y la caída de los fundamentos del enunciado

Aquí es importante hacer un pequeño alto para colocar algunas ideas respecto a
la relación entre el momento catastrófico y la posición del Otro. Que un trauma
ocurra, tiene que ver por supuesto con un evento o serie de eventos cuya magni-
tud y contenido provocan una sobreexcitación, desorganización y devastación ta-
les que el aparato psíquico es incapaz de arreglárselas con ello. Es importante no
perder de vista la dimensión factual, y además la dimensión concreta a nivel neu-
rológico de lo que un trauma puede significar; esto lo abordaremos en capítulos
posteriores. Pero lo que concierne al psicoanálisis y a la posición del therapôn
frente al herido de guerra, al traumatizado, no es sólo eso. Lo más importante que
en estas posiciones debemos tener en la mira es cómo lo traumático termina por
colocar al sujeto, que quizá anteriormente se sostenía en el terreno del sentido
gracias a una serie de coordenadas significantes (y particularmente gracias a una
relación particular con el Otro), en una descarnada exposición al contacto con lo
Real.

Dice Lacan: “Lo verdadero Real implica la ausencia de la Ley. Lo Real no tiene or-
den. Es lo que quiero decir cuando digo que la única cosa que quizá llegaré articu-
lar para ustedes un día es algo sobre lo cual yo he llamado un pedazo de
Real” (1976, p.11)

Lo traumático de una escena, en el campo de batalla, consiste precisamente en la


ruptura de las líneas de tensión que sostienen el pacto del sujeto con la Ley (La-
can) o con los enunciados fundamentales de su cultura (Aulagnier). Pero ¿en qué
consiste este pacto?

Acudiré para desarrollar este punto no a Lacan, sino a Piera Aulagnier (la cita ten-
drá que ser necesariamente en extenso):

“El grupo social (...) Puede pronunciar un número indeterminado de enunciados:


entre ellos, tendrá un lugar particular la serie que define la realidad del mundo, la

41
razón de ser del grupo, el origen de sus modelos. Esta serie comprende así al
conjunto de los enunciados cuyo objeto es el propio grupo, conjunto más o menos
complejo y flexible, que posee siempre como infraestructura inmutable para una
cultura dada una serie mínima a la que llamamos los enunciados del fundamento.
Esta fórmula puede escribirse también como el fundamento de los enunciados.
Según la cultura, esta serie estará constituida por enunciados míticos, sagrados o
científicos. Cualesquiera que sean sus diferencias, estos enunciados comparten
una misma exigencia: su función de fundamento es una condición absoluta para
que se preserve una concordancia entre campo social y campo lingüístico, que
permita una interacción indispensable al funcionamiento de ambos (…)

Se deduce que la relación del sujeto con el conjunto depende de su categorización


de los enunciados del fundamento. Al adherir al campo social, el sujeto se apropia
de una serie de enunciados que su voz repite; esta repetición le aporta la certeza
de la existencia de un discurso en el que la verdad acerca del pasado está garan-
tizada, con el corolario de la creencia en la posible verdad acerca de las previsio-
nes sobre el futuro.

El grupo espera que la voz del sujeto retome por cuenta propia lo que enunciaba
una voz que se ha apagado, que reemplace un elemento muerto y asegure la in-
mutabilidad del conjunto. Se instaura así un pacto de intercambio: el grupo garan-
tiza la transferencia sobre el nuevo miembro del reconocimiento que tenía el des-
aparecido; el nuevo miembro se compromete -a través de la voz de los otros, que
cumplen el papel de padrinos sociales - a repetir el mismo fragmento de discurso
… Lo que el conjunto ofrece así al sujeto singular inducirá al sujeto a transferir una
parte de la apuesta narcisista, catectizada en su juego identificatorio, sobre este
conjunto que le promete una prima futura” 39.

Hasta aquí tenemos cómo, en el corazón de la entrada del sujeto al vínculo social
(asunto que comienza desde antes de su nacimiento, y según Aulagnier encuentra
un punto crucial en la adolescencia donde se pone en juego la consonancia de los

39 Piera Aulagnier. La violence de l'interprétation: du pictogramme à l'énoncé. Presses universitaires de Fran -


ce, 1981, p. 158

42
enunciados fundamentales de la colectividad y los de la familia de origen), se ha-
llan los enunciados fundamentales, no como una instancia monolítica, sino como
un sistema vivo que asegura la cohesión del sistema social. Estos fundamentos
del enunciado son sostenidos por una colectividad que busca la preservación del
sentido y solicita a los nuevos sujetos ocupar lugares predeterminados para su re-
producción.

¿Cuál sería entonces la forma en que ese sujeto encontraría su nicho en esa es-
tructura simbólica organizado por su relación con la ley?

“Lo que caracteriza a la función simbólica, al signo lingüístico y al lenguaje pues, si


se aceptan estas definiciones, es el hecho de crear una configuración relacional
simbólica que engendra una formalización de lo real que permite pasar de lo indi-
vidual a valores universales. A la singularidad de los elementos se le contrapone la
universalidad de las relaciones que los unen: al designarlos, el lenguaje crea el
sentido que estas relaciones engendran, y este poder se manifiesta a través de
aquello que, a partir de ese momento, será enunciado como la ley de la relación
presente entre los elementos… Esta aprehensión, que designa al individuo como
soporte de una función simbólica, es la que efectúa el término de parentesco que
dicta y engendra la ley relación al presente entre la totalidad de los términos del
sistema…

En el campo psicoanalítico, la función simbólica debería designar tres funciones


características del signo lingüístico pertenecientes al sistema de parentesco: 1)
ligar cada término a una ley y un sistema relacional, universal para una cultura
dada; 2) enunciar una designación que se opone, en cuanto significación univer-
sal, a la singularidad necesaria de las referencias identificatorias e imaginarias del
yo, singularidad sin la cual el individuo no podría diferenciarse de un conjunto, es-
pecie, clase de parentesco, clase sexual, en la que se vería sólo como un elemen-
to intercambiable con cualquier otro; 3) permitir al yo encontrar lugar entre un an-
tes y un después en los que pueda reconocerse: los que lo han precedido, tanto si
lo sabe como si no lo sabe, ocupaban una posición similar en el sistema, y los que
lo seguirán retomarán un mismo lugar ejercerán una misma función. Entre estos

43
dos límites se despliega el campo imaginario, en cuya escena se desarrollara la
identificación en sentido estricto.”40

Las relaciones de parentesco en particular, pero todos los otros enunciados del
fundamento combinándose, proveerán al sujeto de los referentes de toda enuncia-
ción, y le darán también un espacio para desplegar la colocación de su cuerpo
(dimensión imaginaria) en el espacio identificatorio y en el despliegue del sentido
de su ser en una historicidad, en una temporalidad que su yo pueda reconocer
para reconocerse en ella. Es precisamente el trastrocamiento de ese sistema
simbólico, de esos enunciados fundamentales (que se sostienen desde pun-
tos nodales de anclaje en instituciones, costumbres y personajes de la fami-
lia, de la ciencia, del mito), lo que constituye el trauma en su dimensión co-
lectiva.

Es entonces la dimensión de la traición la que se coloca en primer plano, ya que


ese trastrocamiento del orden simbólico sólo puede ocurrir por la intervención de
un semejante o semejantes que rompen el pacto de sentido, dan la espalda al su-
jeto y lo dejan en un territorio en el que no existe un sostén narcisista posible.
Desde las tradiciones más antiguas de occidente, como la contenida en los textos
homéricos, se pone de manifiesto cómo lo que resulta demoledor para un sujeto
no es la crueldad de la confrontación con el enemigo, sino la traición de un com-
pañero o la acción de un superior jerárquico conducida por la hamartia41. En el es-
pacio estricto de la familia resulta esto aún más claro, pues el trastrocamiento de
las leyes del parentesco al efectuarse por ejemplo una transgresión incestuosa, la
denegación por parte de la familia de referentes fundamentales sobre la crianza y
la cesión y preparación de los hijos para su acceso al vínculo social, cuyos devas-
tadores efectos conocemos, serían estos cismas de traición capaces de dejar al
sujeto en situación de psicosis o de devastación traumática –según cada caso-, al

40 Íbid., p. 185

41 La palabra griega hamartia remite a una falta ligada a un exceso de carácter o de autoridad que constituye
una falla en una línea familiar o plan, y que resulta trágica pues deriva en acciones que alteran el orden del
cosmos. Por ello se constituye en un una maldición que afecta a los miembros de un
linaje sin distinción. El caso de Antígona es paradigmático en tanto muestra las consecuencias del exceso de
autoridad (Creón) ejercido sobre su propia hija. Cf. Bernard Sichère, Histoires du mal, Grasset, Paris, 1995

44
encontrar una desconexión entre lo imaginario de su cuerpo y de su yo, y el siste-
ma simbólico que organiza lo relacional de la colectividad.

Tenemos entonces que eso que Davoine y Gaudillière llaman la exposición con lo
Real ocurre al desfondarse la relación del sujeto con el sistema simbólico por la
ruptura de los puntos de sostén de los fundamentos del enunciado (Aulagnier) de-
bido a acciones específicas de personas cercanas o de figuras a las que se les
supuso autoridad y se les colocó como agentes de la coherencia simbólica del
conjunto (representante de eso que Lacan llamó el Otro)42. Volveremos a este
punto de anudamiento en el último capítulo.

Si esto es así, resulta haber una asociación muy cercana entre los fenómenos del
trauma, los de la psicosis y los de las psicopatologías somáticas, lo que nos permi-
te llamar con todo derecho a esos fenómenos de desanudamiento y caída de sig-
nificantes de sostén simbólico, por sus efectos en el cuerpo y la subjetividad, como
propone Nasio, forclusiones locales43. La correlación sintomática de los estados
postraumáticos y los estados psicóticos (angustia pánica, desórdenes del dormir,
flashbacks alucinatorios, etc.) y la producción de agujeros u holofrases que coagu-
lan la producción fantasiosa y discursiva como en los pacientes somatizantes son
pistas que confirman esta apreciación pero que requieren un estudio detallado -
que por el momento no tomaremos a nuestro cargo.

Por ahora sólo diremos que en el terreno de las psicosis y algunos fenómenos de
psicopatología somática nos encontramos con un Otro que es

“…un cuerpo anónimo, un poder despersonalizado que dicta lo que debe ser y
destituye al cuerpo de sus coordenadas espacio temporales… marco de referencia

42 En otro escrito aludíamos a la cuestión de los Derechos Humanos y su papel como nuevos enunciados ga -
rantes de un pacto social, así como del impasse al que las víctimas de violencia se encuentran cuando enfren-
tan la re-victimización de autoridades, incuso de esa instancia, después de haber sufrido los efectos de un cri-
men (Landa y García, 2010). Mismo caso en la ocurrencia del ASI, donde más que el hecho mismo del acto
incestuoso, resulta profundamente dañina la complicidad de los adultos supuestamente protectores con el
agresor para guardar silencio, justificar o encubrir las agresiones.

43 Nasio, Juan David. Los gritos del cuerpo: Psicosomática. Paidós, 1996.

45
fuera del cual el sujeto no puede existir, ni en tanto cuerpo, ni en tanto ser que per-
tenece a un grupo social”44

De esta manera, en los fenómenos traumáticos y casus belli (casos de guerra) e


innumerables psicosis nos encontramos con un Otro que traiciona, con actos pun-
tuales de transgresión a los enunciados fundamentales que sostienen al sujeto y
su vínculo social, efectuados sea desde la perversión o la perversidad, y describi-
bles como hace Aulagnier como ataques sistemáticos a las funciones autónomas
del Yo, desde edades tempranas en las que a penas se encuentra en formación 45.

Cabe acotar brevemente que en la práctica clínica, estas consideraciones no con-


ducen a la culpabilización de los agentes ejecutores de la traición (como pueden
ser los padres en muchos casos), sino a la necesidad de revisar las modalidades
transgeneracionales de deterioro y degradación de los vínculos y su sostén en los
enunciados fundamentales (casi siempre ligadas a la configuración contingente del
devenir histórico de las colectividad a la que los sujetos pertenecen). La traición en
el sentido que aquí abordamos no se circunscribe a la ocurrencia de actos de se-
res humanos ‘malignos’, sino a complejos fenómenos en que sujetos quedan atra-
pados en espacios de gran fragilidad simbólica donde el entrecruzamiento de la
Historia y sus historias produce eventualmente actos de traición.

1.3.3.2 El therapôn es el otro que acompaña en la catástrofe y frente al Otro


que a-Cosa. Posición política del therapôn.

44Cecilia Ríos, Relación entre psicosomática y psicosis: Una investigación clínica desde el psicoanálisis,
Tesis de Maestría en Psicología Clínica, UNAM, 2004, p. 73

45 Resulta interesante apuntar que en el sistema penal mexicano existen cinco agravantes para los delitos:
Premeditación, alevosía, ventaja, traición y sesgo de género. Respecto a la diferencia perversión/perversidad,
nos referimos a que puede hallarse en tales actos una estructura perversa de por medio, o una manifestación
pervertida desde la inconsistencia neurótica (por ello referíamos a la hamartía griega, que podría conceptuali-
zarse actualmente como un exceso de carácter).

46
Por otro lado, para regresar a la exposición sobre el tercer principio de Salmon, la
actitud expectante, podemos ahora decir con más claridad que ésta se refiere al
sostenimiento de la posibilidad de reconstruir lo simbólico y la posición del sujeto
en la realidad social. Esa expectación no puede ser sostenida mas que muy te-
nuemente por quien se encuentra en posición de caído, sumido en la confusión,
en la reviviscencia psicótica de los momentos de dolor extremo46, en la desorien-
tación de los referentes de identidad y temporalidad de su yo ante la traición del
Otro. Tal expectación [expectancy] debe ser sostenida por el therapôn, the keeper
of the mind, recordemos. Pero al mismo tiempo, este último debe estar advertido
de que su posicionamiento no puede ser ingenuo: no se trata de un agente de fe y
bondad cuya buena voluntad será curativa de una manera simple. Por el contrario,
se ha posicionado en un campo en que todo está definido, precisamente, por la
caída de la coherencia de los enunciados de ese Otro, enunciados que sostenían
toda la realidad del que ahora está psíquicamente postrado. Pues en lugar de una
otredad confiable, ha aparecido para éste un Otro Real, una instancia oscura cuya
acción podría apenas aludirse con la palabra perversión, refiriéndose a que sus
acciones instrumentalizan y desubjetivan, escatimando cualquier dimensión de
persona a los otros. Ese Otro Real es “un Otro sin otredad, para el cual nadie es
alguien sino que es reificado en su Cosa” (Davoine y Gaudillière, op. cit., p. 180)

La actitud expectante del clínico en posición de therapôn es en este sentido, de


manera necesaria e inevitable, una posición política. Si bien la mayoría de los dis-
cursos psicoterapéuticos, incluso psicoanalíticos, pueden encontrar la manera de
hacer oídos sordos y taparse los ojos ante la imbricación del hecho clínico del
trauma con la aparición de la perversión (en el sentido recién aludido) en el espa-
cio social, para el therapôn sería imposible -o en su caso suicida- hacerlo. Nuestra
realidad latinoamericana, y la mexicana en particular en los últimos decenios, nos
muestra que como clínicos, una recepción de los efectos del trauma que escoto-
mice la traición y la ruptura perversa de los vínculos como causales de éste, o
para decirlo directamente: nuestra reticencia a mirar la génesis social del dolor

46Cyrulnik menciona, a propósito de lo dicho unas líneas arriba, cómo el dolor de una amputación puede
equipararse al dolor de una traición, hablando neurológicamente (Boris Cyrulnik, 2003, op. cit.)

47
psíquico, sólo puede conducirnos a una posición cómplice de esa perversión. Ha-
cer esto nos convierte fácilmente en reparadores de máquinas subjetivas (dando
más allá del límite de nuestra escucha acogimiento al dolor laborando en el siste-
ma DIF, Procuradurías de Justicia, Centros de Derechos Humanos en modelos de
terapia breve que ‘parchan’ subjetividades para regresarlas al sistema de produc-
ción sin cuestionar que la lógica de éste ha producido el evento traumático); psico-
logizantes condenadores a la tramitación individual del dolor (entendiendo los
eventos traumatizantes como un problema de ‘coping’ o afrontamiento que requie-
re ‘desarrollo de habilidades y competencias’); incompetentes burócratas de la ‘sa-
lud mental’ (“ese sujeto no es analizable, el goce mortífero y la pulsión de muerte
son demasiado fuertes”, “que regrese en dos meses”, “que se haga cargo de él el
psiquiatra”).

En contraste, la actitud expectante desde la posición de therapôn pone en juego,


para decirlo en resumen, en un contexto de ruptura de la confianza fundamental
entre los sujetos, una posible reparación de ésta, que no puede ser lograda sino
desde una posición que muy difícilmente podría llamarse de saber o de poder. El
therapôn opera estrictamente en un perfil muy bajo respecto a eso que suele lla-
marse “ser un experto”. Como terapeuta, realiza intervenciones que en ocasiones
son más parecidas a las que haría un chamán, un payaso ritual, un contador de
historias o propiamente un compañero de guerra, que a las que haría un profesio-
nal ‘psi’ común.

Por último, como miembro de una comunidad, en tanto su labor es entre tierras,
su posición le obliga, tanto en el trabajo directo con los pacientes como en la co-
municación con los otros miembros de la colectividad, a emplear un lenguaje sen-
cillo que sea comprensible y no contribuya a dificultar traducciones acentuando los
efectos segregatorios y dolorosos del trauma (por ejemplo, si se trabaja en institu-
ciones, entre los diferentes profesionistas involucrados en la atención a lo que
ellos llaman ‘usuarios’ o más desafortunadamente ‘víctimas’; en lo privado o sim-
plemente entre el paciente y su familia).

48
Una manera lisa y llana de comunicarse propicia la confianza [trust] de la que he-
mos hablado antes, la comunicación interdisciplinar en los casos en que se trabaja
en equipos de atención, así como la creación de espacios comunitarios de acogi-
miento para los sujetos que atraviesan un momento traumático. En esto último
consiste el último principio de Salmon: la simplicidad. En el espacio de acompa-
ñamiento, ésta no solamente consiste en evitar el uso de terminología técnica,
diagnósticos, o frases hechas desde los saberes ‘psi’, ni tampoco restringirse a un
lenguaje coloquial ligero. Más bien se trata de encontrar, en el espacio de la
subjetividad transicional, formas sencillas y directas de aludir a los estados,
lógicas y respuestas asociadas a lo traumático, comprendiendo en todo mo-
mento que justamente es una tarea complicada pues constantemente se encuen-
tra laborando en los márgenes de lo decible.

Como lo hemos visto, ocupar la posición de therapôn apareja una serie de comple-
jas implicaciones. Su labor podría ser resumida en la expresión sostener en acto la
transicionalidad subjetiva, como una táctica en medio de una escena de guerra
que prosigue aunque no sea visible, para la espera del regreso a la dimensión de
los vivos de aquél que ha sido echado fuera del campo del sentido por un Otro que
le ha traicionado. El therapôn sabe que la labor historizadora, como la que atañe a
un trabajo propiamente analítico, vendrá después del colapso temporo-espacial.
Por lo pronto, está ahí para sostener el caos con el trabajo de sus producciones
mentales más básicas, como la rêverie [ensueño] y los pictogramas 47.

47 Toda una tesis tendría que desarrollarse sobre el concepto de pictograma en Piera Aulagnier y la manera en
que podríamos articularlo con la producción inter-inconciente de la subjetividad transicional. Anotamos aquí
solamente algunos trazos que definen al pictograma: “Se debe señalar con claridad la indicación sincrónica de
tres diferentes momentos que se unen para formar una experiencia global e indisociable: a) percepción sensi-
ble de un ruido, de un gusto, de un tacto, de un olor, de algo visto, fuente de placer, que coincide temporal-
mente con la experiencia de satisfacción de la necesidad alimenticia y la excitación efectiva de la zona oral;
pero que coincide también con la satisfacción de una experiencia de la organización sensible (…); b) descu-
brimiento de un poder <ver, oír, oler, tocar, gustar> que será metabolizado por la psique en la representación
de su poder de auto-engendrar el objeto y el estado de placer; c) representación de esta dualidad <zona senso-
rial-objeto causante de la excitación> mediante una imagen que los pone en escena; a esta entidad la llama-
mos < la imagen del objeto-zona complementario>.”
Piera Aulagnier, La violencia de la interpretación, del pictograma al enunciado, Argentina, Amorrortu, 2001,
pp. 53-57.
En el apartado 2.3.2 ampliaremos las consideraciones a este respecto.

49
***

Más arriba nos preguntábamos: ¿La posición clínica del therapôn podría conside-
rarse parte del dispositivo psicoanalítico? ¿Es posible articular conceptualmente
una modalidad como ésta, que como iremos desplegando es cualitativamente dife-
rente al posicionamiento estándar del psicoanalista ante situaciones de neurosis?
En el siguiente capítulo nos abocamos a una posible respuesta a estas cuestio-
nes.

CAPÍTULO 2

El discurso del therapôn en diálogo con el

discurso del psicoanalista de Lacan

2.1 El tenor de la propuesta

La posición clínica del therapôn, como lo hemos desarrollado en el capítulo ante-


rior, requiere ser diferenciada de la posición estándar del psicoanalista, en tanto la
clínica de lo traumático impone necesidades particulares respecto a lo que ocurre
en las proximidades del campo de batalla, de la zona de guerra: ahí donde el pac-
to simbólico se ha roto y el dolor de las heridas reales y el dolor de la traición y el
abandono se confunden. Ahora bien, ¿cómo articular la noción de therapôn a otras

50
formulaciones psicoanalíticas, particularmente a aquellas que definen la posición
del analista y fundamentan los principios de su actuar?

Tratemos de sortear primero algunas dificultades. En el espacio de la teorización


psicoanalítica, autores como los que he retomado en el desarrollo del capítulo an-
terior son relativamente marginales. En el mundo freudiano ortodoxo, la mayor
parte de la reflexión sobre el trauma parece circunscribirse al tema del abandono
de la teoría traumática por parte de Freud en lo que concierne al posible abuso
sexual infantil en “sus histéricas”. Alguna referencia también al Proyecto de Psico-
logía para neurólogos. Por otra parte, en el mundo ortodoxo Lacaniano, pareciera
que todo aquello que no está referido a la palabra del Maestro (Maître, Master =
Amo), y además atenido a una lógica hermética del pie de la letra respecto a los
textos canónicos, o de las elaboraciones de los líderes de escuela, no tendría ra-
zón de ser discutido e incluido en el trabajo elaborativo de la teoría en los grupos e
instituciones.

Esto por supuesto es una caracterización general que planteo a título de provoca-
ción. Es claro que al paso del tiempo y de manera diferenciada en las diversas
agrupaciones los posicionamientos y lecturas varían, y la riqueza de la diferencia
en el psicoanálisis mexicano es cada vez mayor. Pero valga mencionar como
ejemplo que el libro La locura Wittgenstein, ópera prima de Françoise Davoine, au-
tora que he multicitado más arriba, publicado inicialmente por la editorial psicoana-
lítica de la letra, fue inmediatamente abjurado por la ELP (“ se trata de literatura”,
dijeron), y el diálogo con su autora, y su pareja, Jean-Max Gaudillière, suspendido
tras la publicación.

Las características academizantes y coloniales del movimiento Lacaniano en es-


pecífico han tenido como resultado un pasmo generalizado en la forma en que la
propuesta del autor que propuso el retorno a Freud ha sido decodificada y asumi-
da. Aún en instituciones que propusieron durante muchos años una lectura libre,

51
abierta y plural del psicoanálisis -como el Centro Psicoanalítico Mexicano A. C.,
donde fui docente por diez años, - muchos formandos se sentían apabullados por
la complejidad y extensión de la obra de Lacan. Al momento de intentar respon-
derse la pregunta por el comienzo de su labor como psicoanalistas, se sentían an-
gustiados, percibiéndose a sí mismos en una posición de ignorancia paralizante.
Por supuesto esto tiene una relación directa con sus propios procesos analíticos y
de construcción del conocimiento; sin embargo, en lo que a la transmisión de la
teoría respecta, pude percibir que esa sensación estaba asociada a una gran difi-
cultad para entender los conceptos como algo de lo que ellos podían disponer
para pensar por sí mismos. Dice Rodulfo:

“…encontramos una diferencia sustancial entre quien puede jugar con las identi-
dades teóricas que circulan a lo largo de la enseñanza, y así hacer “como si” fuese
Lacaniano, kleiniano o cualquier otra cosa, mientras que en otras ocasiones ve-
mos lamentablemente un prematuro cierre de la cuestión, donde tales nominacio-
nes no se sostienen en lo lúdico y se constituyen el significantes del superyó, si-
tuación en que el sujeto es abrochado y conminado a localizar su posición ‘en se-
rio’ muy prematuramente, sin la oportunidad de realizar un itinerario que no signifi-
ca otra cosa que la apertura de un espacio donde la deseancia pueda respirar. [He
sostenido la tesis de que ] la posibilidad potencial de una cierta formación psicoa-
nalítica (…) era justamente no coagular identidades teóricas, estimular la dimen-
sión lúdica del trabajo intelectual y descubrir el psicoanálisis jugando para lo cual
remarcaba también la necesidad de defender una enseñanza pluralista y sobre
todo, una transmisión apuntalada en él. Es decir, todo aquello que las instituciones
psicoanalíticas en general desalientan y que tantas y tantas veces nos aflige
cuando analizamos supervisamos a colegas: síntomas o rasgos ya egosintónicos
de esclerosamiento precoz del pensamiento, que inmediatamente nos avisan de
un proceso de juego detenido, disociado, cuando no en franca involución (…) Aho-
ra bien, psicoanalíticamente hablando hay sólo una manera, y sólo una de tomar
el toro por las astas: ligar la categoría mítico-histórica del trabajo al deseo, o al
desear mejor aún, como eje de la producción subjetiva…”

52
Ante esto, Rodulfo propone al jugar como el fiel de la balanza que permite una po-
sición óptima del sujeto como deseante en el contexto del aprendizaje y de la insti-
tución. Después de diferenciar una concepción estereotipada del juego como algo
relativo a la infancia, como un “entrenamiento para la vida”, o como un despliegue
que podría identificarse solamente por la presencia de juegos o juguetes conoci-
dos, remata:

“…el único criterio válido para decir que algo pertenece al registro lúdico es des-
cubrir ahí circulación libidinal, despliegue, y no sólo deseo familiar [o institucional]
que toma al sujeto de blanco.”48

En el tenor de estas reflexiones sobre la formación y la transmisión se inserta este


capítulo. En las líneas siguientes, me tomaré la libertad de presentar una propues-
ta que articula los desarrollos del capítulo anterior a una conceptualización en tér-
minos de los matemas Lacanianos que dan pie a la propuesta de los cuatro dis-
cursos desplegada en el Seminario 1749, y en sintonía con algunos desarrollos del
Seminario 10 50. La propuesta privilegia el despliegue de la lógica clínica por enci-
ma de la fundamentación epistemológica.

2.2 Referencias conceptuales lacanianas para la formulación del discurso


del therapôn

48 Ricardo Rodulfo, El niño y el significante. Un estudio sobre las funciones del jugar en la constitución tem-
prana. Buenos Aires, Paidós, 1996, pp. 193-195

49 Jacques Lacan, Seminario 17 El reverso del Psicoanálisis Buenos Aires, Paidós, 1994

50 Lacan, J. Seminario 10 La Angustia Buenos Aires, Paidós, 1994

53
Desarrollemos ahora algunos elementos para comprender con mayor detalle cómo
podrían ser enunciadas en el entramado conceptual freudiano y lacaniano y pues-
tas en relación en un contexto clínico tanto la posición del sujeto traumatizado,
como la del therapôn, tal como las hemos descrito en el capítulo anterior.

De inicio resulta sumamente importante establecer la relación existente entre al-


gunos conceptos prínceps de la teoría Lacaniana: la angustia, el objeto a y la du-
pla falo/castración, con el fin de establecer los referentes posicionales de la forma-
lización que proponemos sobre la posición del sujeto y el therapôn en la clínica del
trauma.

2.2.1 La castración

La castración es para el sujeto una función que ordena su relación con el mundo
en una legalidad organizada por el Otro. Es a partir de ella que el sujeto despliega
su deseo: la deriva de sus pulsiones y la vivencia de placeres y displaceres en re-
lación con la palabra, tanto en su función nominativa como en la legislativa. Es
desde sus primeros años que cada sujeto se encontrará colocado en un espacio
de transmisión en la que los otros encargados de su crianza le proveerán de un
mito familiar51, que tomando cuerpo desde el cuerpo mismo de la madre represen-
tará para él un gran conjunto vivo de elementos significantes que a lo largo del
tiempo podrán ir fungiendo como comandos superyoicos que desde el Otro ejer-
cerán un control sobre él, pero también serán herramientas útiles para la explora-
ción del mundo, la negociación con los otros y la búsqueda de realización de sus
pulsiones. Es en ese primer trayecto de vida que los agentes de crianza transmiti-

51 “ “ …diría un poco más acerca de lo que entendemos por mito familiar, que se puede caracterizar por lo
que un niño respira allí donde está colocado; mito familiar entonces homologable en su función al aire, al
oxígeno, homología que apunta más a lo isomórfico que a lo meramente análogo. Lo que se respira en un lu-
gar a través de una serie de prácticas cotidianas que incluyen actos, dichos, ideologemas, normas educativas,
regulaciones del cuerpo, que forman un conjunto donde está presente el mito familiar. Para tomar un ejemplo,
cuando uno le dice a una niña: ‘es feo que una nena haga eso’, no hace mas que poner en acción el mito fami-
liar, un trozo de ese mito que en este caso concierne a la diferencia sexual.” Ricardo Rodulfo, Op. Cit., p. 36.

54
rán al pequeño sujeto, para que éste pueda ocupar un lugar reconocido por los
miembros de su colectividad, que el ejercicio de sus pulsiones debe encaminarse
dentro de ciertos márgenes y en una cierta lógica, que variará de cultura a cultura,
pero que cumplirá con un elemento común universal antropológico que es la
prohibición del incesto mayor y el parricidio, lo que ordenará las relaciones de pa-
rentesco y la colocación idéntica haría del sujeto en el lazo social. Esto último
constituirá el orden de la Ley, y es a su abrigo que se desplegará el detalle de los
procesos de castración, que implicarán la sujeción paulatina del cachorro humano
al lenguaje como espacio vital, lo que convertirá su organismo biológico en un
cuerpo, y a suceder animal en un sujeto del lenguaje.

Dolto52 despliega magistralmente la sucesión de momentos castratorios en una


secuencia que podríamos resumir así:

a) castración umbilical: el bebé debe ser asumido por sus padres, inclu-
so desde antes de su nacimiento, como un ser humano separado, con iden-
tidad propia, diferenciada de ellos. Al ser nombrado, y al serle asignados los
apellidos, se convertirá al mismo tiempo en miembro de una colectividad y
en un proyecto de sujeto que poco a poco y de acuerdo a ciertos ritos de
pasaje se irá convirtiendo en un ser autónomo e independiente de su fami-
lia, a la vez que sujeto a las regulaciones de su grupo social.
b) castración oral: el contacto alimenticio y el embeleso madre-bebé de
los primeros meses cederá poco a poco ante la separación física, y ante la
modificación de la relación alimenticia cuerpo a cuerpo (a partir del destete)
por un intercambio regulado por palabras y en el que la negativa y la nego-
ciación se vuelvan parte del vínculo de la diada.
c) castración anal: las funciones corporales del niño pequeño encontra-
rán gracias a la regulación de quienes lo crían un margen de acción que
permita a la vez un despliegue autónomo y exploratorio de las funciones de

52 cf. Françoise Dolto, La imagen inconsciente del cuerpo, México, Paidós, 1979

55
su cuerpo en el mundo, y una limitación protectora de los riesgos de hacer-
se daño o ser atacado.
d) castración edípica: el niño encontrará, al mismo tiempo que una limi-
tación en el contacto físico placentero y el fantaseo con los miembros de su
familia, la promesa de encuentro legítimo con un miembro de otra familia,
para el ejercicio de su sexualidad y la realización de la paternidad.

La castración implica a partir de este trayecto un balizamiento, un registro de fron-


teras que organiza el espacio y el tiempo del sujeto en tanto territorializa lo accesi-
ble y lo prohibido mediante la palabra y la acción, así como los referentes de lo no
conocido, lo secretamente fantaseable, lo imposible. La castración, además, en su
origen, establece las posibilidades del pacto al que aludíamos al final del capítulo
anterior, pacto con los enunciados del fundamento de una colectividad: el ejemplo
más claro de esto sería una familia incestuosa, para la que la no realización de la
castración edípica implicaría una ruptura básica con el acuerdo de su cultura sobre
los intercambios sexuales y las estructuras del parentesco.

En tanto que el sujeto tiene que vérselas con la castración (como producto de un
tránsito estructurante de crianza), sabe que su salida de la familia y su entrada al
mundo estarán signados por las negociaciones y movimientos que puedan ser
operados en el orden significante. Ahí es donde encontrará en efecto la extraña
constatación de la dimensión ficcional de su relación con el mundo social, la incer-
tidumbre de la mentira y el engaño, pero al mismo tiempo hallará el espacio de
juego que le permitirá tener la experiencia de una cierta -aunque a veces sea mí-
nima- libertad deseante.

2.2.2 La angustia

56
La angustia se produce, dice Lacan -a partir de lo que había desarrollado en el
Seminario 4 sobre el caso del pequeño Hans de Freud53- ante la falta de la falta, o
dicho en otras palabras, ante la descomposición del arreglo que permite al sujeto
encontrar esa sujeción, y esa movilidad identificatoria y deseante que la castración
le provee, ya que la función castradora es la que garantiza hasta cierto punto la
colocación del sujeto en el orden de la falta y el deseo, y provee los referentes de
su relación con el campo del Otro. En el seminario 10, Lacan llegará a decir que

“el objeto aparece donde - falta”.

Aquí retomará lo que había planteado años antes en el Seminario 454, insistiendo
en que lo que angustia radicalmente al sujeto es la ausencia o la pérdida de refe-
rentes de su yo en el campo del Otro. Para Juanito, en esos años infantiles, el he-
cho de que su padre se colocara frente a él en una posición infantil, aparentemen-
te ignorante de la diferencia anatómica de los sexos, incapaz de situarse como
una autoridad que podría guiarle en el balizamiento de su espacio vital para en-
tender lo permitido y lo prohibido, y ante una madre seductora que le presentaba
formulaciones y escenas confusas respecto a la significación de su cuerpecito de
varón para el placer de ella, desembocó en una imposibilidad identificatoria y en
un estado que sólo encontraba límite a la angustia a partir de la colocación de ésta
en la montura de un objeto pretextual –el caballo- que se convirtió en el motivo de
su fobia.

Lacan nos muestra cómo la estabilización provista por la castración y el orden sig-
nificante para que el sujeto sepa cómo relacionarse con lo que el otro le presenta

53 Jacques Lacan, El Seminario 4 La relación de objeto Buenos Aires, Paidós, 1994

54 Jacques Lacan, Seminario 4 La relación de objeto, Buenos Aires, Paidós, 1994.

57
como vías para desear (con una cierta promesa de plus de goce implícita pero
siempre velada), se ve vulnerada cuando la falta falta (como cuando Juanito que-
daba atrapado ante las bragas de su madre sin poder desear otra cosa que lo que
no se puede desear, y sin poder identificarse con su padre). El sujeto queda sin
protección en un no-lugar para sí mismo ante el Otro. Es entonces que, dando
sentido a la expresión recién citada, el objeto a se presentifica ahí, en ese escena-
rio: el del fracaso de la castración.

2.2.3 Falo y fantasma

En el seminario 10, Lacan nos propone un el cuadro matricial de doble entrada en


el que re-elabora la tríada freudiana inhibición-síntoma-angustia. Ahí sitúa las dos
resoluciones extremas con las que los sujetos enfrentados a la angustia podemos
responder al riesgo que ésta nos implica en tanto descolocación del yo en el cam-
po del Otro como producto de la falta de la falta. Se trata del acting out y el pasaje
al acto. Lacan menciona que ante la certeza de la angustia (certeza de la pérdida
del piso del sujeto en el campo del significante que regula su posición y su relación
con el Otro), son las reacciones de mayor respuesta motriz a las que acude como
un intento de restituir su lugar subjetivo y deseante ahí donde lo ha perdido55.

55Será interesante contrastar esto con lo que trabajaremos en próximos apartados sobre las respuestas pro-
gramadas a nivel fisiológico ante los peligros (“fight, flight or freeze)

58
M D I F I C U L T A D
Inhibición Impedimento Embarazo
O
V
I Emoción Síntoma Pasaje al Acto
M
I
E Turbación (conmoción) Acting-out Angustia

N
T
O

Tabla 1.- Cuadro de doble entrada presentado por Lacan en el Seminario 10, La Angustia, a partir
de la clase 1.

Es importante acotar aquí haciendo referencia a las otras posiciones en el cuadro


matricial, que correlativamente con la caída en el estado de angustia se da un co-
lapso de los referentes fálicos tanto simbólicos como imaginarios: es decir que el
sujeto, al perderse de la castración, pierde también el falo en términos proporcio-
nales.

Dicho en otras palabras, la colocación de aquello que Lacan llamó el falo, tanto en
su dimensión simbólica como imaginaria, depende de la manera en que el sujeto
haya transitado su paso por el Edipo y la castración. En cuanto a la dimensión
simbólica del falo, que Lacan escribe con la letra griega Fi mayúscula

59
éste se instituirá para el sujeto castrado, nos dice Lacan, en el significante de la
falta en el otro: el Falo representaría la significación absoluta, aquel elemento fue-
ra de orden, diferente a todos, que al ser enunciado diría todo lo que hay por decir
y ocluiría toda demanda. Y precisamente al no poder ser enunciado, el Falo per-
manece como el referente imposible y faltante que motiva el desplazamiento cons-
tante de las significaciones y la reorientación permanente de las cadenas discursi-
vas de los sujetos en búsqueda de la Verdad, el Bien, el Sentido, etc. Por lo que
toca a la dimensión imaginaria del falo, que Lacan escribe con una f minúscula,
esta referiría a un conjunto de significaciones ancladas a la anatomía del cuerpo y
ligadas a la turgencia, a lo que se yergue, lo enhiesto, lo que puede penetrar56. Por
extensión, lo fálico en su sentido imaginario refiere también a las herramientas e
instrumentos que amplifican o habilitan estas características en el cuerpo, ya sea
masculino o femenino. En general, lo fálico refiere al uso de las palabras, ya que
éste remite tanto a la dimensión simbólica en la que el Falo orienta la producción
discursiva, como a la dimensión imaginaria en la que el sentido que crean puede
tomar una forma inflada y penetrante.

Regresando al cuadro matricial del Seminario 10, encontramos que en la línea


horizontal inhibición-impedimento-embarazo, que Lacan caracteriza por un grado
de dificultad en aumento, si se me permite hacer una lectura equiparando el falo
con un arma, lo que además retoma la resonancia de los espacios de guerra a los
que nos hemos referido al desarrollar la idea y posición del therapôn, implica des-
de la incapacidad del sujeto para empuñar ésta (inhibición, no poder sostener al-
guna forma de potencia), pasando por el estorbo que le permite hacer uso de ella
(impedimento) y hasta la imbricación estorbosa de su cuerpo mismo con el arma
(embarazo), lo cual le impide utilizarla. En la línea vertical de movimiento creciente
del cuadro matricial, la colocación de la emoción y la turbación implican grados de

56Pascal Quignard nos remite a la etimología de falo, recordándonos su derivación de la palabra latina fasci-
nus, lo que atrae la mirada. Cf. Pascal Quignard, Le sexe et léffroi, paris, Gallimard, 1994.

60
descontrol y desorganización de la motilidad que harían torpe e incluso autodes-
tructivo el uso del arma. Un sujeto inhibido es incapaz de usar los atributos bási-
cos que de derecho le han sido concedidos. El sujeto del síntoma tiene el arma en
sus manos pero la inhibición, el embarazo y la turbación no le permiten hacer gran
cosa con ella.

Es importante notar a partir de esto que la aproximación del sujeto a la angustia,


es correlativa de un colapso de su relación con la dimensión fálica en ambos de
los sentidos trabajados por Freud: el ser y el tener.

2.2.4 Síntoma y realidad fantasmática

Si observamos la estructura vectorial del cuadro matricial de Lacan podemos


constatar cómo el síntoma constituye una especie de nudo, en el que casi siempre
logramos una estabilización en nuestro decurso pulsional antes de desembocar en
un estado angustiado. Como sujetos contamos, mientras la castración opere como
estructurante en nuestra relación con el Otro, con el nudo del síntoma. Esto impli-
ca dos cosas:

La primera, que respecto al territorio de la castración y el falo estamos en condi-


ciones de dirigir al Otro un discurso en el que podremos estructurar una demanda,
una queja o incluso una ofensa. Y que ese mensaje, al ser sancionado por aquel,
determinará un lugar para ambos. Ese lugar sintomático, si bien podrá llegar a ser
muy incómodo, permanece en posibilidad de ser sancionado por la Ley, y en ese
sentido estará regulado por una instancia tercera que estará en posición de des-
trabarlo relanzando las posibilidades de significación.

La segunda, que desarrolla Lacan en el Seminario 10, es que gracias al síntoma


podemos urdir una colocación del objeto a causa del deseo fuera de la escena de

61
nuestra realidad. En la relación sintomática, el objeto a permanecerá como una
referencia, como un supuesto lógico indispensable para complementar la lógica de
nuestra relación con el otro, pero no se hará presente: el objeto a no es el parte-
naire; tampoco soy yo, porque en tanto lo fuéramos, la angustia se haría presente
disolviendo nuestra subjetividad, ya que esta se estructura precisamente a partir
de la distancia relacional y la posición que tomamos frente a ese objeto causa del
deseo.

La falta, esa a la que Lacan refiere como la que es preferible que no falte, es a la
vez la garantía de que ese objeto a no se encuentra crudamente presente en la
escena de mi relación con el Otro (sobre todo que yo mismo, mi cuerpo no es ese
objeto), y de que los intercambios entre los cuerpos -con el placer y displacer que
implican- se insertan en una dinámica regulada por un orden simbólico al que los
participantes están sometidos y en el que ninguno de ellos podrá tomar un lugar
absoluto, al estar supeditados ambos al orden de la castración.

$ <> a /A (A)
Un sujeto en falta se pone en relación con los objetos y como organizados En un horizonte de
placeres del mun- por una Otredad respaldo al ejerci-
do, cuyos agentes es- cio de la Ley por /
tán s u j e t o s A, se encontraría
a la Ley. una instancia abs-
tracta, absoluta, no
impersonable, ga-
rante de la consis-
tencia y validez de
esa Ley.

Tabla 2.- El fantasma, organizado desde un Otro en falta.

62
La angustia se corresponde con el colapso de la estructura fantasmática de la
realidad, tal como la describe la fórmula del fantasma desglosada y ampliada arri-
ba. Aparece de manera correlativa con el borramiento o disolución de esos refe-
rentes simbólicos que permiten al sujeto referirse a un lugar identificatorio y parti-
cipar activamente en la configuración de una relación a través del despliegue de
algún recurso fálico. El puro movimiento emotivo y turbado; la pasividad carente
de recursos, son los estados que denuncian ese colapso de lo simbólico y acercan
al sujeto a los últimos recursos para no perder precisamente su lugar como enti-
dad deseante.

2.2.5 Acting out y Pasaje al acto

El sujeto presa de la angustia tendrá sólo salidas extremas ya que sus manos y su
lengua están vacías (carencia de potencia fálica) y su cuerpo está dejando de ser-
lo (atrapamiento como cosa en el campo del Otro, en un espacio no regulado por
la Ley). Como lo menciona Piera Aulagnier, el sujeto atrapado en un campo de vio-
lencia sobre su yo está dejando de ser un castrado para convertirse en el lugar

63
mismo de la castración57 . Veamos con un poco más de detalle cuáles son las dos
salidas extremas con que cuenta para escapar a esto.

El acting out constituye la respuesta al alcance de un sujeto que momentánea-


mente ha quedado sin recursos de palabra suficientes para inscribir en el registro
simbólico algo de lo que ha producido su encuentro con el Otro. Sin embargo, el
vector del movimiento, en el grado incrementado de la turbación le permite, a tra-
vés de una mostración teatralizada, hacer que aquello que no puede decir se con-
vierta en lo que el lenguaje teatral se llama dramaturgia del actor 58: lo actuado
fuera de guión se propone como un material a ser integrado a posteriori a la es-
tructura textual de la obra. En el acting out el sujeto no está en condiciones de
producir un discurso que interpele al otro, pero al mostrar lo que no puede decir
introduce en el campo de la significación los jeroglíficos de su mímica corporal. De
esa manera, y al colocar su agitada presencia en el escenario relacional, discurre
con su actuación y permanece en el campo posible de la demanda de amor e in-
terpretación… y también del equívoco.

El pasaje al acto es realmente el último recurso: ocurre en condiciones más ex-


tremas, en las que el sujeto, atravesado por una barra (a eso remite la etimología
de ‘embarazo’) se encuentra en la peor condición de dificultad, dada por un im-
passe identificatorio y una anulación de sus poderes fálicos. Al no tener un lugar
desde el cual articular un discurso, sin contar con el reconocimiento mínimo del
Otro o siendo anulado por éste, los recursos de palabra y acción quedan extrema-

57 Si bien Aulagnier desarrolla estas ideas en el contexto de la teoría y clínica de la psicosis, y se refiere espe-
cíficamente a los casos en los que pequeños sujetos son sometidos a una violencia continuada en contra de las
manifestaciones autónomas de su yo, lo cual produciría como respuesta a esa violencia secundaria una inter-
pretación de la violencia en términos particularmente delirantes, retomo en este otro contexto la expresión "el
lugar mismo de la castración" en tanto que describe de manera transversal de una manera muy precisa aquello
con lo que se encuentra un sujeto preso en una trampa determinada por los mismos factores, en la lógica del
trauma tal como la venimos desarrollando en los apartados anteriores. Cf. Piera Aulagnier, op cit., 1984.

58Marcela Sosa, Las fronteras de la ficción: el teatro de José Sanchis Sinisterra. Universidad de Valladolid,
Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2004.

64
damente reducidos. Así, el acto representa una ruptura radical de la superficie de
sentido que se encuentra a disposición del sujeto, y se convierte en

“…ese modo destacado de la acción en el cual el sujeto cae, identificado con el a,


como modo último de evitación de la angustia.”59

‘Identificado con a’ querría decir que el sujeto se encuentra en un callejón sin sali-
da pues aquello que el Otro le demanda se encuentra más allá de toda referencia
a la Ley y de todo intercambio regulado. Esto quiere decir que la trampa a la que
aludimos implica que el Otro no le solicita al sujeto el sacrificio parcial de una de
las modalidades de la castración mencionadas arriba (oral, anal, etcétera); la di-
mensión de la Otredad se le presenta al sujeto de un modo más radical, con la
vestimenta de la Cosa (aquello más allá de toda referencia simbólica que, una di-
mensión estrechamente relacionada con las primeras figuras de crianza, en su po-
tencialidad de anular al hijo como posible sujeto).

“Lacan enfatizada pregunta: ¿qué está al comienzo? Pues el deseo de la madre; y


este consiste en reintegrar su producto. Es allí mismo cuando la madre aparece
ante el infans como Das Ding (…) La relación de la madre con su hijo ubicado en
lugar fálico es de absorción o, como dijimos el movimiento se dirige conforme con
un intento de reabsorción de su propio producto. En esta situación, el nombre del
padre debe hacer de separador, y sintiendo, instalando un corte entre la cosa y el
niño (…) Las distingue es totalmente indefinible; tan desdibujada como acechante,
terrorífica y tentadora. Es por este hecho que en lo fenomenológico, la angustia se
presenta como sin objeto definido. El sujeto dice angustiarse, sin saber ante qué o
quién, o porque padece (…) El objeto que provoca la angustia en el neurótico es la

59Roberto Harari, El seminario ‘La Angustia’ de Lacan: una introducción. Buenos Aires, Amorrortu, 1993,
p. 47

65
a-Cosa, vale decir, el deseo del otro en tanto exige que el sujeto borre sus límites,
entregándose le en forma incondicional. Lacan señala que en ese lugar se en-
cuentra, supuestamente, una suerte de goce que se alcanzaría mediante dicha
entrega. Tal goce no existe, pero no porque ese goce del Otro no exista, deja de
creerse en el. El sujeto, desde su goce parcial, limitado, restringido, en tanto fálico,
presume la existencia de un goce total al que no le asigna otra localización que la
situó hable en el campo del Otro (…) El lugar donde se presume la existencia del
goce del Otro es el de la Cosa.”60

Este Otro presentificado así, no solicita algo del sujeto mediante la demanda, es
decir, no se coloca en una posición a la que el sujeto pueda responder desde el
síntoma; solicita en cambio al sujeto mismo, en el extremo de las cosas, convertir-
se ya sea en un objeto de desecho, o en un apéndice que funja como un órgano
de su propio cuerpo. Ante ese mandato ineludible, y como una última defensa ante
la angustia (que representaría la desaparición total de su Yo), el sujeto abandona
la escena de la significación sintomática para convertirse él mismo en ese objeto a
faltante que representaría la reinstauración del orden deseante y la saciación de la
voracidad del Otro. Aunque en este acto al sujeto le vaya su propia vida –como en
el suicidio-, su efectuación no podrá no ser un último trazo activo e inevitablemen-
te un mensaje para ese Otro. Es decir, su último acto como sujeto es dejar de ser-
lo.

El colapso de la realidad estructurada fantasmáticamente implicado en el pasaje al


acto representa una inversión de los términos de la fórmula del fantasma y una re-
colocación en la siguiente lógica:

60 Roberto Harari, op. cit., pp. 70-73

66
a < A [ ]

el sujeto queda reducido se encuentra bajo una el Otro que a-Cosa so- ausencia de toda regula-
al lugar del objeto o ins- dominancia y no puede mete al sujeto a dos ción tercera
trumento que obtura la desplegar potencias fáli- posiciones extremas: lo
voracidad del Otro cas traga (lo incorpora como
parte suya sin darle au-
tonomía) o lo excreta (lo
expulsa de su espacio
sin otorgarle reconoci-
miento)

Tabla 3.- Colapso del fantasma, colocación del sujeto en el lugar del objeto de
desecho

67
2.3 Introducción del discurso del therapôn

Hemos abordado desde algunos conceptos lacanianos cómo aproximarse a


la caída del sujeto en la angustia. Hemos visto a muy grandes rasgos cómo el lu-
gar de la angustia corresponde al borramiento de los referentes que ordenan la
relación del sujeto con ese Otro se representa la coherencia del mundo simbólico,
y que es representado por diversos agentes entre los cuales los adultos que cria-
ron a ese sujeto son fundamentales. Al perder la posibilidad de ubicarse identifica-
toriamente y de hacer uso de la voz legítimos instrumentos fálicos son con que
puede contar, el sujeto queda expuesto a esa faceta del Otro como un Otro Real
(Davoine y Gaudilliere) o como un Otro que a-Cosa (Harari, Lacan). Esto quiere
decir que su relación tanto con los otros-semejantes como con los Otros funda-
mentales de su vida se ve, correlativamente con la angustia desprovista de media-
ción, de regulación por la Ley, de sentido provisto por la posibilidad de encadenar
un discurso que dé lugar al deseo.

Pero estas afirmaciones teóricas y estas articulaciones conceptuales sólo tienen


sentido si las referimos a realidades clínicas.

La angustia describe, para empezar, una relación particular del sujeto con su pat-
hos. Como lo he desarrollado en otro lugar 61, si bien la señal de angustia podría
equipararse un afecto en tanto que el Yo puede tener cierta noticia de ese Estado,
reconocerlo, nombrarlo y eventualmente defenderse de él, la angustia en sí misma

61 Francisco Landa (2003) La sagrada familia del psicoanálisis. Tesis de maestría, Centro de Inves-
tigaciones y Estudios Psicoanalíticos, México.

68
no puede entenderse como un estado del Yo. Como lo hemos dicho, el Estado de
angustia corresponde más precisamente con el colapso del Yo a partir de la pérdi-
da de sus referentes fundamentales. Es decir que no se trata de un afecto del yo,
sino invasor y anulador del yo. En este sentido, el pathos de la angustia es el más
radical y se diferencia de otros estados que se pueden encontrar en la clínica.

En el siguiente capítulo hablaremos de cómo el estado angustioso debe ser referi-


do también a las condiciones neurológicas producidas por la caída en una trampa
traumática: es decir que las funciones del Yo no solamente se encuentran colap-
sadas en el sentido en que los psicoanalistas podríamos entenderlo, sino que de-
pendiendo de la situación vivida por el paciente, es muy probable que también se
encuentren dañadas funciones neuro-yoicas de pensamiento, procesamiento de
información y ejecución: aquellas a las que nuestros colegas neurólogos, médicos
y psicólogos suelen poner más atención, debido a las reacciones cerebrales se
dan al confrontar situaciones que implican un peligro extremo o incluso el riesgo
de desaparecer.

Dado todo esto, el paciente identificado no suele ser el portavoz de un discurso


que pueda ser considerado claramente como una solicitud de asistencia terapéuti-
ca o incluso una queja. La palabra que se dirige a nosotros suele provenir de ter-
ceras personas, que se sienten responsables de proveer ayuda al sujeto que se
encuentren angustia, y a la vez se perciben incapaces de solventar el vínculo con
él: sus familiares, la escuela, los médicos, etcétera. Igualmente, nos referimos a
aquellas situaciones en las que, por encontrarnos laborando en instituciones como
hospitales, escuelas u otras, es nuestra tarea de acuerdo a nuestra posición insti-
tucional enfrentar los efectos de ciertas crisis en los sujetos que son usuarios de
los servicios institucionales. De este modo, en el encuentro clínico con la angustia
no solemos hallarnos sino indirectamente frente a personas que porten una pala-
bra, una posición de voz y rostro detrás de un discurso de queja o solicitud de es-
cucha clínica. En contraste, lo que solemos enfrentar -en quienes se encuentran
en estado de sufrimiento extremo- son situaciones de pérdida de lugar subjetivo:
sujetos sin habla, sin discurso, sin cuerpo, sin lugar.

69
2.3.1 La lógica del discurso del psicoanálisis

En su Seminario 17, Lacan, a partir de una matriz de cuatro elementos propone


una formalización de lo que, de acuerdo a su análisis, solas cuatro formas en que
se estructura el vínculo social. Remitiendo a la lectura del seminario para una
comprensión contextual e integral del sentido de esta propuesta de Lacan, nos li-
mitaremos en este momento a realizar una breve revisión de los elementos bási-
cos del discurso del psicoanálisis, que junto con el de la histeria, el universitario y
el del Amo constituyen el cuarteto propuesto por Lacan.

Recordaremos brevemente antes que nada la composición lógica de la matriz


de los discursos, que a su vez constan de cuatro elementos básicos colocados en
la parte superior e inferior de dos líneas horizontales. A cada lugar corresponden
las siguientes posiciones:

agente otro

verdad // producción

70
agente.- Se trata del sujeto en posición de proponer un lazo social a partir de
una producción discursiva

otro.- Es aquel que es interpelado por el agente mientras ocupa una posición
dada; esta posición se co-determina con la del agente en una relación específica,
que es una modalidad del lazo social

verdad.- Se refiere a un contenido de verdad inconsciente que determina el


sostenimiento del sujeto en ese lugar específico de agente, es decir, este sujeto no
sabe todo lo que causa su decir desde ese lugar, y sin embargo puede operarlo.

producción.- El otro del discurso, impelido por la interlocución del agente, ge-
nerará una respuesta que le representará a la vez una pérdida y un movimiento
signado por la generación de una nueva significación.

interpretación.- La flecha indica el carácter interpretativo que el discurso


del agente ejerce sobre el otro de la interlocución. En realidad esta flecha lleva im-
plícita una dirección inversa del otro hacia el agente, que se denominaría transfe-
rencia, es decir, el efecto de saber que el discurso del agente genera en el otro y
que lo lleva a producir.

_ , // .- Las barras separadoras horizontales implican el efecto de represión: las


posiciones y discursos del agente del otro están escindidas de sus condiciones de
producción inconsciente. La doble / representa el irresoluble divorcio entre la ver-
dad inconsciente que se encuentra en el origen de ambas posiciones.

Cuando Lacan formaliza en particular el discurso del psicoanalista, propone la


siguiente lógica:

a $

S2 // S1

71
a El analista, desde un lugar de semblante del objeto causa del deseo (a), se
dirige a un sujeto

$ que, concernido y aquejado por su síntoma, confrontado por su falta de ser


y saber (representada por la barra que lo atraviesa), es llevado a pro-
ducir

S1 aquellos significantes destinales inconscientes a los cuales respondía sin


saberlo. Como resto de esta operación, el analista queda escindido de un sa-
ber

S2 que en la interpretación tomó el carácter de enunciación verdadera singular,


sin referir a una Verdad que se pueda universalizar y sostener como referente
para otros sujetos.

El sentido del dispositivo analítico se encierra en esta formulación, en la que la co-


locación del analista es clave: su formación, su paso por su análisis le permite co-
locarse ahí donde no hace eco ni refuerzo de las certezas del yo; donde su silen-
cio y su retiro del campo de la mirada –al usar el diván- le permiten atraer como
un imán la producción discursiva llena de falsas certezas donde el ser se busca en
el pensar, y educir el saber reprimido que bajo los efectos de la represión solo al-
canzaba a asomarse furtivamente en las formaciones del inconsciente.

Si el analista aguarda pacientemente el despliegue discursivo de quien acude a él,


actuando desde la cautelosa contención a responder a las demandas de curación
orientadas por ideales, a acudir al fortalecimiento de la persona desde su Yo, será
capaz de encaminar el pedido inicial de ayuda hacia el despliegue de un análisis.
A lo largo de éste, y a través de la puesta en efecto de la regla fundamental de la
asociación libre, el mundo fantasmático del paciente se desplegará, develando la

72
trama destinal oculta de sus desventuras, precipitando la destitución del sentido
en el que colocó sus estandartes identitarios, sus vínculos, sus proyectos y la in-
terpretación de su pasado. Y si todo marcha, se precipitará al tiempo la construc-
ción de nuevos dispositivos pulsionales que, de acuerdo a la propuesta freudiana,
le permitirán, dentro de los márgenes del malestar en la cultura, amar y trabajar.

Lo que interesa subrayar aquí es que todo esto es posible bajo la condición de que
de inicio aparezca ante el analista un sujeto aquejado, un sujeto en discordia con-
sigo, “histerizado”, suele decirse: ese es el sujeto representado en el lugar de otro
en el discurso del psicoanálisis.

2.3.2 Lógica del Discurso del therapôn

Quienes contamos con una formación psicoanalítica y desarrollamos un


trabajo clínico en contextos diferentes al consultorio tradicional, laborando por
ejemplo en instituciones de asistencia, hospitales, o bien recibiendo personas en
situación de psicosis, depresión profunda, anorexia, o bien a bebés, sobrevivientes
de una catástrofe, de violencia sexual o social, etcétera, sabemos que la lógica
del dispositivo arriba descrito no puede ser pensada como un referente que des-
criba las características de encuentros clínicos como los que suelen darse cuando
se atiende a sujetos traumatizados, al menos durante un -a veces muy largo- pe-
ríodo inicial en el que se encuentran presos de la angustia. Nos enfrentamos por el
contrario a realidades clínicas que interrogan profundamente nuestra concepción
de la técnica, sobre todo si nuestra formación y nuestro propio análisis siguieron
de un modo aproximado los cánones de la ortodoxia. Nos vemos pues frente al
reto de volver a interrogar a la teoría, y de un modo general a nuestra formación,
para sintonizar el sentido que hemos aprendido a darle al lugar y la intervención
del analista, con la realidad cruda de la práctica clínica.

73
Para formalizar la forma en que ocurre el encuentro que como ya hemos venido
delineando en apartados y capítulos anteriores, se correspondería con una clínica
cercana a la angustia y el pasaje al acto, relativa al trauma en todas sus dimensio-
nes - incluida la de la ruptura de la confianza fundamental con el Otro-, resulta ne-
cesario realizar algunos ajustes al dispositivo descrito por el discurso del psicoana-
lista. Comencemos por representar la posición de llegada del sujeto al encuentro
clínico en una matriz similar a la propuesta por Lacan, aunque modificando el or-
den y lugar de los matemas:

//

En el espacio superior derecho tendríamos pues a la persona en posición de caí-


do, situación pática extrema (a). Aquí la asignación del matema a no es en su
acepción de causa del deseo, sino de resto: el sujeto identificado con el objeto en
cuanto desecho, resto del goce del Otro. Es complicado definir esta posición sin
referirla a realidades clínicas. Pensemos por ejemplo en la labor que realizan al-
gunos colegas en servicios de emergencias. Cuando se acude a atender una si-
tuación de potencial suicidio, en la que alguna persona amenaza con lanzarse al
vacío o dispararse, el dispositivo al que nos estamos refiriendo como discurso del
therapôn partiría de la suposición de que tal sujeto está colocado frente a una frá-
gil frontera con relación al pasaje al acto, dado que en su relación con el Otro ha
perdido sus referentes subjetivos: identidad, discurso deseante, potencias fálicas,
y se encuentra frente a la tentación de hacer valer una última inscripción subjetiva

74
en la forma de el mensaje de su muerte, convirtiéndose él mismo en el objeto que
tapone lo que se le aparece como una voraz e infinita demanda sacrificial.

Si diésemos por hecho que, como en el discurso del psicoanálisis, el otro al que
nos dirigimos como clínicos está posicionado como un sujeto de la falta, podría-
mos suponer que esa persona que intenta suicidarse podría por ejemplo articular
un discurso si le invitamos a hacerlo diciéndole que lo escuchamos. También po-
dríamos esperar que lanzando algún gancho a su deseo desde el discurso-por
ejemplo recordándole algunos placeres e ideales de la vida de los que se perdería
matándose-lograríamos apelar a esa escisión subjetiva inserta en la lógica de la
castración representable como $. Es posible en efecto que atinásemos, y que esa
persona que amenaza suicidarse pudiera estar efectuando algo más cercano al
acting out, a una mutación, una escenificación teatral, y que al ser interpelada de
esa manera sintiera que su mensaje puede ser reincorporado a eso que tiene con
el Otro… un diálogo pendiente con una querella implícita, por seguro. Pero es im-
portante considerar que quizá, también, pudiésemos equivocarnos, y que eso que
presenciamos tuviera que ver como decíamos antes, con la lógica de la angustia
desbordada y el pasaje al acto.

En tal caso, más valdría considerar como hipótesis de entrada al terreno, en ese
tipo de encuentro en el que las decisiones deben tomarse en instantes, que no nos
dirigimos quizás a un sujeto capaz de articular o articularse a una discursividad
que no fuera la del aturdidor mandato de dos caras: “el Otro desea mi destruc-
ción: le responderé con mi efectiva destrucción”.

$ a

//

75
Como respuesta a esto, como puede observarse, propongo la colocación del clíni-
co como therapôn -a la izquierda, arriba- que de acuerdo a la lógica que desarro-
llamos, se escribiría como sujeto barrado. Este par ordenado $ - a muestra la pri-
mera base lógica del discurso o lazo terapéutico: en la clínica de las psicosis suele
llamarse “inversión de la transferencia”, e implica que el terapeuta debe en gran
parte de las ocasiones hacer un primer movimiento de aproximación al caído, y
esta aproximación no puede ser desde la neutralidad, ni para nada desde un lugar
de supuesto saber.

Ese movimiento, que debe generarse desde su propia subjetividad, en el sentido


en que pondrá en juego una apuesta pulsional fundada en los vectores de su de-
seo, propone un movimiento activo dirigido eróticamente al que –sin que para
muchos casos haya lugar al juego con las palabras- literalmente está haciendo el
muerto: el padeciente.

Esta posición del therapôn no implica simplemente una aproximación erótico-acti-


va; si nos detuviéramos ahí daríamos razón a quienes previenen de todos los ries-
gos implicados en una apuesta tal (seducción, furor curandis).

$ a

S1 //

La posición descrita no puede ser entendida sino en el contexto de lo que se es-


cribe por debajo de esa $ y que alude a su fundamento lógico. Recordemos que
cuando Lacan escribe los cuatro discursos propone para el lugar inferior izquierdo
la ubicación de una verdad de la que el agente (arriba de ella) está inexorablemen-
te escindido. En este caso, escribimos S1 en ese sitio desde donde lo verdadero
opera. Así como en el discurso del psicoanálisis debajo del analista (ubicado como

76
a, agente semblante del objeto causa) se escribe S2 como el lugar de un saber
interpretativo que el analista produce pero no se puede apropiar, en el discurso del
therapôn situamos una noción diferente: S1, un saber no discursivo, que propo-
nemos relacionar directamente con las nociones de trauma y sobreviviente.

Y es que el therapôn, a diferencia del analista, no produce su acción terapéutica


desde la lectura interpretativa- escansiva que obtiene su lógica de su propio traba-
jo de análisis, levantando la represión secundaria para reactivar la libre asociación
y la articulación deseante. La intervención del therapôn, particularmente ese pri-
mer movimiento del que hablamos, en el que decide aproximarse al sujeto derelic-
to, que se encuentra en el lugar de instrumento u objeto gozado-desechado por un
Otro real, se genera desde una posición de sobreviviente, al haber pasado por un
trauma-zona de guerra y haber producido en ese pasaje imágenes clave de so-
brevivencia que puede compartir. En eso consistiría S1 en este esquema. Estas
‘imágenes’ serían más propiamente designadas como pictogramas en la propuesta
conceptual de Piera Aulagnier. El pictograma es, de acuerdo a esta autora, la for-
ma más originaria de representación a la que la psique accede cuando el infans
aún no es capaz de diferenciarse del Otro, y su lógica se rige tanto por esa indife-
renciación inicial como por la polarización entre sensaciones placenteras y displa-
centeras, que se viven como auto-engendradas. En palabras de Aulagnier, el pic-
tograma es

“…la representación de esa dualidad <<zona sensorial-objeto causante de la exci-


tación>> mediante una imagen que los pone en escena como una entidad única e
indisociable (…) Lo que la actividad psíquica contempla y catectiza en el pictogra-
ma es el reflejo de sí misma que le asegura que, entre el espacio psíquico y el es-
pacio de lo exterior a la psique, existe una relación de identidad y de especulariza-
ción recíprocas (…) En este estadio, el <<objeto malo>> es indisociable de una
<<zona mala>> , el <<pecho malo>> de la <<boca mala>>.” 62

62 Piera Aulagnier, op cit, p. 52

77
Si bien el pictograma es una forma de representación arcaica que con el desarrollo
del aparato psíquico se ve sucedida por la fantasía y el pensamiento causal (pro-
ductos de los procesos primario y secundario), permanece activada y constituye
un fondo representacional [donde afecto, representación y acción son coalescen-
tes].

Citemos en extenso a Aulagnier para comprender mejor cómo se juega la multidi-


mensionalidad del pictograma en la escena de las representaciones psíquicas:

“Es esto lo que definimos como fondo representativo precluído al poder del cono-
cimiento del yo. Pero, fuera del campo de la psicopatología, los efectos se mani-
festarán sobre el yo mediante esos sentimientos indefinibles que el lenguaje tra-
duce como metáforas que han perdido su sentido profundo a causa del hábito: ‘no
querer estar en su pellejo’, ‘estar en forma’, ‘estar a disgusto’, ‘cargar al mundo
sobre las espaldas’, ‘sentir el cuerpo hecho pedazos’, y muchas otras.

En el campo de la psicosis este fondo representativo puede durante algunos mo-


mentos ocupar el principal lugar de la escena: no porque el pictograma como tal
invada la escena de lo consciente, sino porque en cierto modo, la tarea del proce-
so secundario que a su manera prosigue su lucha e intenta defenderse contra esta
fractura se invertirá. Ya no se trata de una puesta en sentido del mundo y de los
sentimientos que se pretende conforme a los encuentros en los que estos surgen,
sino de la tentativa desesperada por convertir en decibles y provistas de sentido a
vivencias cuyo origen reside en una representación en la que el mundo sólo es re-
flejo de un cuerpo que se autodevora, se automutila, se autorechaza.

Fuera del registro de la psicosis, Existen momentos de fading del yo a los que, se-
gún la filosofía que se profese, se calificará como lúcidos o de enceguecimiento,
en los que vacila la construcción, obra del yo, que da sentido al mundo y lo con-
forma según un principio de inteligibilidad. El Yo descubre que es imposible decidir
acerca de la conformidad o no entre el mundo y la idea que lo hace conocible. En
todos los casos en los que la idea del mundo corre el riesgo de vacilar en forma

78
imprevista e incontrolable, el funcionamiento psíquico corre el riesgo de disponer
solamente de una imagen del mundo cercana a lo originario. Si la mirada desca-
tectizase la escena exterior para volcarse en forma exclusiva hacia la escena ori-
ginaria, solamente podría contemplar allí, estupefacta, las imágenes de la cosa
corporal, la fuerza que engendra una imagen del mundo convertida en reflejo de
un espacio corporal desgarrado por afectos que en todo momento y totalmente
son amor u odio, acción fusional o acción destructiva [destacamos la clara alusión
a los estados traumáticos en el último párrafo]” 63

El therapôn, como sobreviviente de escenarios de guerra (es por ello que en el


epílogo pondremos el acento en la formación y transmisión de la clínica del trau-
ma), se encuentra en una posición particular que le permite, en primer lugar, esta-
blecer un contacto inconsciente entre la característica pictográfica de la escena
traumática, con todo lo que ella implica de rechazo absoluto a la Otredad y de de-
seo de auto-mutilación, ya que cuando tal nivel de representación mental está
asociado con un intenso displacer:

“El pictograma representará una misma unidad >>objeto-zona>> como lugar de un


doble deseo de destrucción, lugar en el que se desarrrolla un conflicto mortal e in-
terminable. El resultado será que el rechazo del objeto, su descatectización, impli-
cará un mismo rechazo y descatectización de la zona complementaria” 64

El therapôn entonces, puede establecer un vínculo de inconsciente a inconsciente


como un compañero de batalla. En un ejemplo extremo como el que referimos
arriba, cabe la posibilidad de que el contacto del therapôn con el sujeto traumati-
zado, en ese aceleramiento de la transferencia que ocurre en los momentos críti-

63 Piera Aulagnier, op. Cit., p. 68-69

64 Ibid, p. 55

79
cos, pueda ocurrir desde su propia producción de un pictograma de automutilación
debido a una experiencia en la que su lazo con el Otro se haya roto completamen-
te o bien haya sido abusado por un acto perverso o una traición. Esto hará que su
intervención se calibre en la posibilidad de mantener simplemente un tono emo-
cional estable, no evasivo, no tendiente a eludir mediante verbalizaciones nervio-
sas o forzamiento de sentido. Es complicado referir esto a ejemplos donde lo con-
creto de la anécdota muestre el sentido abstracto que estamos desarrollando, y
que además puedan ser potencialmente generalizables. Puedo simplemente de
forma alusiva decir que en mi práctica relaciono este campo de ideas con momen-
tos de apalabramiento duro (usando lenguaje ‘de calle’), en los que aquello que se
logra decir en esos momentos tiene que ver con hacer saber que la indecibilidad
del dolor está presente, y que simplemente uno puede estar ahí, sin mucho que
ofrecer… acaso no salir corriendo ni decir alguna estupidez.

Pero la conexión más importante que el therapôn puede establecer frente al sujeto
en posición de a, no es esa especie de empatía pictográfica cuya utilidad es ins-
tantánea y no puede llegar lejos.

La verdadera aportación clínica del therapôn viene desde la sutura que él ha


podido realizar entre la vivencia autodestructiva del pictograma de displacer,
y la recuperación del decurso pulsional hacia representaciones pictográficas
de placer y deseo en las que se refuerza el eros que busca la repetición de
éstas.

Al exponer esto, no puedo evitar referirme a la cultura de los sobrevivientes que


tan de moda han puesto los estadounidenses a partir de la post-segunda guerra
mundial. Hay en esos relatos resilientes por supuesto algo verdadero que vale la
pena recuperar, del orden del testimonio del sobreviviente, que esconde una clave
terapéutica importantísima. Sin embargo lo que de ello puede llegar a ser útil por
supuesto no sería un discurso del orden del manual o del consejo motivacional
mercadotécnicamente preparado. Lo que de esos ejemplos podemos escuchar

80
como resonancia del therapôn es la posibilidad de reanclarse no solamente a la
posibilidad de desear, sino la constancia que sus testimonios dan de que su pacto
con el Otro se ha restaurado. Abordaremos más sobre esto en el último capítulo,
pero por lo pronto es importante decir que el therapôn y su colocación frente al su-
jeto caído en posición de objeto-resto por supuesto no tiene que ver con estructu-
rar algún discurso edificante a partir de su experiencia, sino con utilizar su expe-
riencia para poder estar de regreso en el campo de batalla, esta vez junto a otro
en desgracia.

Y esto no podría ser si desde algún lugar-cero de su propia vida no hubiera existi-
do un punto de reanudamiento, de historicidad recuperada, de salida posible de
las zonas devastadas de su cuerpo, ahí donde las palabras, el tiempo y el sentido
se habían congelado y dejado de ser herramientas para vivir, ahí donde toda re-
presentación y todo afecto conducían a un deseo de morir (o como Aulagnier lo
propone: a una pulsión de muerte entendida como un deseo de no desear). La no-
tación S1 representa ese punto de reanudamiento, necesariamente mítico, inefa-
ble, pero existente lógicamente que constituiría la verdad elidida de la consciencia
del therapôn en su actuar, pero actuante como condición necesaria para brindar
una escucha con efectos clínicos –pre-analíticos- al caído, al traumatizado de gue-
rra.

La posibilidad de que, si un tratamiento toma forma y continuidad, el actuar del


therapôn pueda irse desplazando hacia su fin clínico (que describimos líneas aba-
jo) dependerá por supuesto de otro factor importantísimo: la capacidad de traduc-
ción y articulación entre los procesos originario-primario (del pictograma al sentido
fantasioso) y del primario al secundario (de la fantasía a la racionalidad yoica) del
clínico, dados por su propio análisis.

En el psiquismo del therapôn, la existencia de referentes pictográficos no forclui-


dos, relativamente accesibles a la conciencia (muy relativamente accesibles, ya
que su composición es heterónoma a la del Yo y sus modos de representación) es

81
básica. Para hacer posible un puenteo hacia tales representaciones pictográficas,
resulta crucial el lugar que en el encuentro terapéutico pueda llegar a tomar la in-
termediación de producciones del inconsciente –sueños, imágenes fantaseadas.
De esta forma, el Yo del therapôn en transicionalidad con el del padeciente, puede
llegar a estar en posibilidad de establecer vínculos entre las formas arcaicas de
representación, que conectan con la vivencia recortada del paciente representada
solo pictográficamente, y formas de representación en las que la fantasía y la ra-
cionalización permitan restablecer lo que estaba fuera del sentido, y por lo tanto de
toda relación con la Otredad.

Así, S1 se propone más que como una interpretación, como un puente que haga
que lo no representado del trauma, lo unnerkant freudiano, encuentre primeras
vías de inclusión en el sentido. Un puente para una instancia yoica que, en un
momento anterior a ser entendida como el Yo del paciente, debería poder ser pen-
sada como un yo de transición compuesto también por el Yo del therapôn y soste-
nido en el lazo transferencial de inconsciente a inconsciente entre él y el paciente
(sujeto transicional).

$ a

S1 // S2

Por último, ¿hacia dónde marcha el esquema que proponemos? Como puede
apreciarse en la parte inferior derecha, el matema que ocupa el sitio de la produc-
ción, es decir aquello que sería producido como trabajo por el sujeto antes atrapa-
do por un pathos sin palabras que puedan transformarlo en experiencia es justa-

82
mente eso: un discurso, una narrativa (S2). El puente transferencial y las aporta-
ciones del therapôn tienen como finalidad, precisamente, hacer posible que la si-
tuación pática derive hacia una psicopatología fundamental65 , es decir, hacia la
apertura de la posibilidad de que el ser humano en tanto sujeto pueda hacer uso
del fundamento del lenguaje para escribir activamente su experiencia (siendo este
fundamento justamente que, ante la carencia de fundamento del logos, la actividad
humana de representación es un fluir y resurgir constante de un significante a otro,
lo que Lacan escribe como cadena S2- S3- Sn).

En todo caso estamos refiriéndonos a la relación existente entre lo que no ha po-


dido ser integrado a la cadena discursiva y la posibilidad del sujeto de establecer-
se como agente activo del logos.

Hablamos aquí de un no-integrado a la cadena que no lo es por efecto de la re-


presión – y por ello no se manifiesta en la forma de producción del inconsciente-;
su aislamiento tiene que ver más con lo no inscrito, que Lacan propuso nombrar
forcluído, y cuyo retorno o presentificación puede tomar muchas formas: la viven-
cia traumática del abuso que regresa como estado de pánico, lo escondido como
vergüenza o secreto en una trama generacional que vuelve como lesión somática,
la traición y la ruptura del honor en el vínculo y el mito que cohesiona a un grupo
social que vuelve como estado psicótico, la guerra misma como aparición del ho-
rror extremo que retorna en la forma de vínculo perverso. En todos estos casos
hablamos, a pesar de las diferencias, de efectos diferentes a los de lo inconsciente
reprimido, frente a los cuales se forjó el dispositivo freudiano.

En todos estos casos hablamos de consecuencias similares: formaciones que difí-


cilmente podemos nombrar sintomáticas en tanto no constituyen llamados a la in-
terpretación sino mostraciones de lo imposible de articular. Esto incluye formas
modales de nuestra época: modificaciones anoréxicas o quirúrgicas de la fisono-
mía, actos violentos contra sí o contra otros, estados de pánico recurrente que no
ceden, a veces incluso formaciones dispersas de conducta y atención en niños –

65 Cf. Manoel Tosta, op. Cit.

83
nombradas TDA- y formas inestables en adultos nombradas a veces como trastor-
nos fronterizos o bipolaridad, etc, etc. Es decir, la manifestación de un pathos que
parece no solicitar un saber que lo descifre, o en todo caso, que se gesta como un
grito que no viene de un lugar de sujeto.66

Capítulo 3

En diálogo con otras aproximaciones

3.1 Mirada desde otras aproximaciones clínicas: El PTSD o Desorden por


estrés post-traumático67

En los territorios del psicoanálisis, debido a razones históricas comprensibles pero


no siempre vigentes, existe una tendencia a descalificar los saberes producidos
desde los países angloparlantes o escandinavos. Por supuesto deben ser conside-
radas las barreras epistémicas, incluso éticas que hacen casi inconmensurables o
intraducibles culturalmente diferentes modelos de aproximación a los fenómenos
del sufrimiento humano. Sin embargo, en aras de enfrentar la gran complejidad de
los retos clínicos actuales, así como de enfrentar la dificultad natural de la comuni-

66 Referimos a nuestro trabajo ‘Hacia la formalización del lazo terapéutico como herramienta para el encuen-
tro clínico con la presubjetividad’, ganador del Premio Pierre Fédida 2010 de la Asociaçao Universitaria de
Pesquisa en Psicopatologia Fundamental.

67 Asumola traducción literal en rechazo a la designación a todas luces oscura de ‘trastorno’ asumida por el
DSM en sus últimas versiones.

84
cación científica interdisciplinaria, consideramos deseable abrir la escucha a lo
que colegas de otras latitudes han formulado. Esto nos resulta especialmente im-
portante en este momento, debido a los recientes desarrollos en las latitudes men-
cionadas sobre la clínica del trauma.

Si bien estamos advertidos de que los desarrollos anglosajones en general cuen-


tan con una profundidad y complejidad menor a los del psicoanálisis, hemos deci-
dido incluir su estudio en este trabajo sobre lo traumático considerando:

i) La claridad de algunos de sus postulados, derivada del énfasis pragmático de


los autores

ii) La gran riqueza que presentan los desarrollos clínicos en su diálogo con los
momentos sociales de sus países de origen (por ejemplo los períodos de gue-
rra y posguerra), y la amplitud interdisciplinaria que logran (cosa que el psicoa-
nálisis suele perder ante la -desafortunadamente usual- dogmática defensa de
su especificidad).

Adentrémonos entonces. El concepto de ‘Trastorno por estrés post traumático’,


PTSD por sus siglas en inglés), añadido en 1980 al DSM en su tercera versión, si
bien se integra al tan criticado Manual Diagnóstico para formar parte de un mains-
tream a-teórico que generalmente se utiliza para sustentar prácticas de borramien-
to de la subjetividad -en tanto se limita a un diagnóstico que suele conducir a un
tratamiento farmacológico y no a una escucha clínica respetuosa de la voz de las
personas- , tiene una historia y contenido clínico que vale la pena revisar.

El psiquiatra estadounidense Arthur S. Blank, uno de sus impulsores, relata cómo


en su práctica durante la guerra de Corea (1950-1953), él y sus colegas tenían la
indicación de proceder ante los efectos del campo de batalla en la mente de los
combatientes como si se tratara solamente de afectaciones normales transitorias.
Imbuido en el sistema militar y sin tener interlocutores que durante la guerra y los
siguientes años retroalimentaran su experiencia, participó acríticamente dando
una atención mínima a los soldados. Su labor incluyó la aceptación del uso de la
marihuana en el frente como apoyo neuroquímico para soportar el dolor psíquico,

85
y la medicación posterior como única forma de tratamiento, buscando solamente el
control de los síntomas. Ninguna escucha propiamente clínica, mucho menos psi-
coanalítica fue provista a los soldados ni en el frente ni como veteranos. Fue a tra-
vés de los años que encontrándose con otros colegas que cuestionaron la política
psiquiátrica frente a los veteranos de guerra, y enfrentando su propia experiencia
traumática, Blank pudo establecer ante sí mismo y ante su comunidad de práctica
y su país una posición diferente a la obediencia y la evasión denegatoria al servi-
cio del poder médico, militar y político.

Son de subrayar varios aspectos que, si bien pueden parecer anecdóticos, reflejan
la forma en que a través de este psiquiatra norteamericano, los conceptos sobre lo
traumático fueron encontrando lugar en el tejido simbólico.

En la guerra, Blank había sido testigo de escenas ante las cuales le había sido
muy difícil reaccionar. Por ejemplo, un día un soldado apareció en su cubículo, y
tras una pequeña plática le mostró que tenía consigo una granada, diciéndole que
había ido dispuesto a estallarla y morir junto con él, pero que le había agradado su
persona, así que desistió. Un rato después, el soldado se hizo estallar solo. Cuan-
do en los años siguientes Blank buscó psicoanalizarse, en ocasiones, admite, él
mismo minimizó eventos como ese en su trabajo como paciente. Pero en otras
ocasiones, definitivamente no fue escuchado por sus terapeutas y analistas. Llama
la atención que cuando Blank acudió con una colega de gran reputación para se-
guir su propio psicoanálisis, contándole el suceso referido, recibió como respuesta,
mostrándole su analista un tatuaje del campo de concentración nazi en su ante-
brazo: “Usted no sabe en realidad lo que es el sufrimiento”.

De esta anécdota podemos desprender con claridad uno de los términos más cla-
ros y oportunos que aparecen en la génesis del concepto de PTSD: El Shutdown
of the empathic other, o Acallamiento del otro empático, es decir, un mecanismo
de carácter social, pero con claras implicaciones y consecuencias psicopatológi-
cas, consistente en la ausencia o el bloqueo de espacios de encuentro humano en
los que:

86
a) puedan ser reconocidas como efectivamente ocurridas las vivencias trau-
máticas, y

b) reconocida también la respuesta sintomática del sujeto como una serie de


alteraciones lógicas ante lo traumático, y asimilables hasta cierto punto
dentro de un aparato simbólico que busque darles sentido.

Con el tiempo, Blank generó junto con otros psiquiatras y científicos sociales en
USA un movimiento que culminó con la formulación del concepto de PTSD y su
inclusión no sólo en los manuales diagnósticos, sino -a través de una lucha políti-
ca- en las prácticas de atención a los veteranos de guerra. Así, se admitió de una
buena vez que las secuelas de la guerra constituían verdaderos cuadros patológi-
cos merecedores de un tratamiento cuidadoso. Desde los años 80 y hasta la ac-
tualidad, cada vez más programas gubernamentales en ese país son dedicados a
la atención de estos padecimientos.

Si bien desde un punto de vista político la instauración reciente de una atención


psiquiátrica a los veteranos de guerra podría ser mirada como parte de un refuerzo
acrítico a los programas bélicos imperiales de los USA, desde un punto de vista
humanitario representa sin duda el reconocimiento del derecho de los ex comba-
tientes a una atención de salud digna. Y desde el punto de vista clínico, representa
un avance invaluable en tanto a partir de los estudios en torno al PTSD se cuenta
con una experiencia masiva en el trabajo con personas que han sufrido eventos
traumáticos.

Vayamos adelante con otras aportaciones clínicas generadas desde el movimiento


que colocó el PTSD en la arena de discusión. Continuando con las aportaciones
específicas de Blank, él llama la atención sobre la noción de sobrevivencia. Define
a esta así:

87
“Sobrevivir es arreglárselas con la brecha entre el evento traumático y la no-com-
prensión de lo ocurrido. Se convierte en una lucha por aprehenderlo.” 68

De esta manera, el sobreviviente es aquel que debe asumir no solamente el traba-


jo intra-psíquico de dar integración simbólica al evento o eventos traumáticos, sino
además también el trabajo intersubjetivo de hacer pasar hacia los lazos sociales
en que habita la aprehensión de ese evento, y de sus consecuencias psíquicas no
solamente individuales, sino colectivas. Por ello, desde la aproximación de este
autor, los síntomas visibles del PTSD son siempre una forma de interlocución en-
tre quien los presenta y su grupo social. De hecho, él llega a decir que siempre se
trata de una forma de protesta:

“Me parece que el PTSD es siempre una protesta, ya sea que se trate de hoy o de
cuando Freud lo estudiaba bajo otros nombres; es siempre una protesta contra
algo inaceptable, y por ello no es sólo una patología. Es una protesta (…) “contra
el orden de las cosas”, y contra la denegación”69

Sin embargo, a partir de su propia experiencia de atravesamiento de la resistencia


social a asumir la existencia de lo traumático en la guerra, Blank también hace én-
fasis en que, con el fin de que esta protesta pueda ser articulada y escuchada, es
necesario no patologizar el tema del PTSD, es decir, no permitir que todo lo que
respecta a su comprensión quede en el terreno del análisis de lo que le ocurre ‘in-
teriormente’ al sujeto tras su confrontación con lo traumático. Se requiere también,

68 Esta cita y la recuperación de la experiencia del psiquiatra estadounidense pueden leerse en Cathy Caruth,
Listening to Trauma. Conversations with leaders in theory and treatment of catastrophic experience. Baltimo-
re, USA, John Hopkins University Press (Libro electrónico) 2014, P. 5581

69 Cathy Caruth, Op. Cit, p. 5880

88
desde su punto de vista, poner en palabras y estudiar las características mismas
de los hechos tal como ocurrieron:

“Actualmente, existe un gran florecimiento de investigación en el tratamiento de los


desórdenes traumáticos (…) sin embargo (…) este asunto es vulnerable y sujeto a
una represión a causa de la falta de estudio sobre los eventos traumáticos en sí
mismos, y que una psicología de las experiencias externas es necesaria para pro-
veer permanencia a la actual revolución en la comprensión psiquiátrica del trauma.
La crítica ofrecida aquí es que así como los eventos traumáticos van directamente
del ambiente hacia una esfera interna disociada del individuo, evadiendo sistemas
cognitivos de procesamiento, así en el récord científico escrito del campo del
trauma psicológico, los eventos en sí mismos y sus características objetivas per-
manecen ocultos, ampliamente no estudiados y no reportados. Es toda una diso-
ciación, por decirlo así, de los eventos traumáticos en sí mismos, en nuestro cam-
po de estudio” 70

El ajuste necesario para tramitar colectivamente los hechos que han generado
trauma, particularmente cuando se trata de actos de crueldad ejercidos por perso-
nas, grupos o instituciones, es complicado y obstaculizado pues atañe a una reva-
loración del sentido moral de ese grupo, y los fundamentos de su unión:

“si la sociedad se ha vuelto mala y ha participado en el crimen y la destrucción, si


vas a reconocer profundamente lo ocurrido, tienes que cambiar tu relación con esa
sociedad de la que eres nativo…” 71

3.2 La dimensión crucial del testimonio: de la culpa a la responsabilidad

70 Íbid p. 5781

71 Íbid, p. 5746

89
Ahora bien, el hecho de que los síntomas del PTSD puedan ser considerados
como una forma de expresión que implícitamente solicita una escucha y una inclu-
sión de la experiencia traumática en el espacio simbólico de una colectividad, no
necesariamente quiere decir que su aparición y mostración pueda significar el em-
poderamiento del sujeto que los presenta (es decir, su salida de una posición páti-
ca hacia una posición activa y de toma de palabra). Tampoco se traduce en que la
inclusión de su trauma en la historia personal y en la historia pueda ser efectiva.
Por ello el trabajo de otros clínicos norteamericanos como Judith Herman hace un
recorrido que va de la aceptación de las manifestaciones sintomáticas hacia la
formulación paulatina de una posición testimonial:

“[En nuestra labor clínica] Ayudamos a la gente a entender que [sus síntomas] son
respuestas normales a condiciones anormales, a situaciones de indefensión, terror
y vergüenza, y que de alguna manera se pueden pensar los síntomas insensibili-
zantes e intrusivos como distorsiones de la memoria, como recuerdos anormales.
Nuestra tarea es transformarlos en recuerdos normales que tengan una narrativa,
que sirvan como testigos dentro de nuestra historia interna y en relación con los
otros.” 72

Es importante señalar que, una vez incluido en el DSM, el PTSD ha sufrido los
costos de degradación lógicos que ese instrumento clasificatorio presenta para
cualquier noción clínica: simplificación, evasión de la complejidad clínica de los fe-
nómenos. Al este respecto Herman destaca cómo, al ser el terror y la vergüenza
parte de la intrincada estructura del PTSD, éste no se puede reducir, como la ma-
yoría de sus colegas lo hace en USA -y esto ocurre también en México-, a un des-
orden o ‘trastorno’ de ansiedad. Lo que se describe como cuadro de ansiedad -lo
retomaremos más adelante- por supuesto corresponde a una serie de marcadores
neurofisológicos que acompañan el devenir post traumático; sin embargo no cons-
tituyen el núcleo de su lógica. Este núcleo es complejo e incluye factores que ata-
ñen sobre todo a la ruptura de la confianza del sujeto en sí mismo y en los víncu-
los que puede establecer.

72 Íbid, p. 2927

90
Herman retoma ejemplos de situaciones comunes tras hechos de batalla: “‘Debí
rescatar su cuerpo y no lo hice’ (así suele aparecer la culpa). ‘Soy un cobarde’ (es
una manifestación común de la vergüenza)” 73

Esto nos transmite que, para comenzar, la violencia no es el único componente de


un evento traumático. Esta suele estar acompañada, primeramente, de un sistema
de opresión y control que funciona atravesando la experiencia de los sujetos invo-
lucrados (nos referíamos arriba a esto como el Otro que acosa). Este sistema so-
lapa la aparición de lo cruel y lo injusto. Y dentro de estos sistemas de control,
al ocurrir los eventos violentos, los sujetos quedan colocados de mala ma-
nera, es decir, atenazados por el embarazo de afectos y emociones que los
atrapan, pues quedan en posición de no haber podido enfrentar las situacio-
nes como idealmente se hubiera esperado: con inteligencia, fuerza, valor,
ecuanimidad.

Herman no sólo se ha dedicado a la atención de ex-combatientes; particularmente


ha puesto atención a la violencia ejercida sobre mujeres y niñas, y al fenómeno del
abuso sexual infantil. Esto le ha permitido enfocarse en el tema de la vergüenza,
sobre la cual nos dice:

“La vergüenza es una señal no de peligro, sino de que algo marchó muy mal en
una relación , algo que amenaza una relación que importa” 74

Con ello introduce un tema que hemos trabajado en capítulos anteriores: la trai-
ción. Tanto en hechos de guerra como en historias de violencia intrafamiliar, lo vio-
lento, como decíamos, suele estar enmarcado en un contexto de control y poder, y
a su vez, este contexto representa la posible aparición del abuso relacional. De
esta forma, la violencia implica no solamente presenciar destrucción, violen-
cia, muerte, heridas, sino básicamente la ruptura de los vínculos humanos

73 Íbid, p. 3100. Ver también: Mendelsohn, Herman y Shatzov, The trauma recovery group. A guide for prac-
titioners. USA, The Guilford press, 2011.

74 Íbidem.

91
entre los participantes de ciertos hechos. Y también el quiebre de los funda-
mentos que cada persona le da a la existencia humana.

Dado que aquella persona que ha sufrido un trauma justamente se ha enfrentado


a esta dimensión de ruptura de los vínculos, y al derrumbe de los enunciados del
fundamento a los que nos referíamos en el apartado 1.3.3.1, resulta crucial la ma-
nera en que pueda ser acompañada para recomponer su lugar en el mundo. En
los casos de abuso sexual a niños, se pueden observar con claridad fenómenos
en los que los adultos ocupan posiciones que refuerzan el efecto traumático:

i) El primero de estos fenómenos es el del “Non-witnessing bystander”, es de-


cir, la presencia cerca de la escena traumática de un testigo que no testifica, que
se encuentra a un lado de quien padece el trauma, pero opera como cómplice de
la denegación de los hechos.

ii) Ligado a este, el fenómeno de la traición pasiva, consistente en la existen-


cia de personas que ‘entregan’ con su silencio u omisión a la persona traumatiza-
da.

iii) Por último, por supuesto, la traición directa del agresor.

En la labor clínica, nos dice Dori Laub, psicoanalista especializada en el tratamien-


to de sobrevivientes del holocausto, el testimonio requiere para ser formulado, en
el contexto de la denegación, el silencio y la amenaza en que se ha producido, de
una ‘partera’ que anticipe su creación, es decir, de un espacio y posición asumidos
por al menos una persona que dé lugar a la posibilidad de que la narración de lo
ocurrido, para empezar, aparezca (lo que nos hace recordar el principio de expec-
tancy de Salmon):

“Dori Laub: El que escucha es como una partera: tiene que imaginar al bebé que
viene, crear un lugar en la imaginación para el trauma

Cathy Caruth: Lo que usted está diciendo es que el momento de imaginar lo que
vendrá en el relato es literario. No se trata de decir yo sé lo que pasó, porque eso
sería tarea del historiador. No tampoco se trata de decir ‘esto es su fantasía inter-

92
na de lo que pasó’, lo que sería dicho por un psicoanalista. Se trata de decir, hay
algo que no sabemos, pero que podría tener una realidad, y voy a ayudarle a us-
ted a articularla. En otras palabras, es la imaginación de lo que no se ha sabido
aún.” 75

Elaborar y sobre todo, hacer público un testimonio, es un proceso frágil, y en la


mayoría de las ocasiones no basta que exista un otro empático y comprometido,
esa partera de la que habla Laub. Los procesos legales, desde el ejemplo para-
digmático de los juicios contra los dirigentes nazis tras la posguerra hasta los pro-
cesos en los que víctimas (uso la palabra en su acepción legal) de abusos y vio-
lencia deben comparecer ante fiscales y jueces para sostener una palabra sobre
los eventos traumáticos a los que fueron sometidas, nos muestran la importancia
de un contexto no amenazador, y de un tiempo necesario de elaboración que per-
mita que no se presentifique el terror en el momento de testimoniar.

“Las víctimas pueden dudar de su propio testimonio [y con ello incluso comprome-
ter el decurso legal de los juicios en cuestión]. Si el contexto es fundamentalista y
no hay “fuerzas o presencias dialógicas (…) puede darse un colapso del testimo-
nio debido a la impronta del terror” 76

Otra autora que ha estudiado el testimonio como dimensión fundamental ante el


trauma, Shoshana Felman, en la misma línea de los autores que venimos citando,
concibe el testimoniar como un llamado a la comunidad, a que la comunidad reac-
cione ante la ocurrencia del sufrimiento extremo, y de la dificultad para incluirlo en
una narrativa que le dé sentido. Esta dimensión tiene varias implicaciones. Una de
ellas es la de la responsabilidad; responsabilidad de decidir articular un testimonio
en lugar de callar. Como dice el escritor Elie Wiesel, sobreviviente de la Shoah:

75 Cathy Caruth, Op. Cit., p. 1313 (el subrayado es mío).

76 Íbid., p. 1508

93
“Si alguien más hubiera podido escribir mis historias, yo no hubiera elegido hacer-
lo. Las he escrito con el fin de testificar. Mi papel es el de testigo. No hablar o es-
cribir otra historia es cometer perjurio” 77

Vale la pena citar en extenso a Felman, en cuanto su abordaje de lo testimonial es


complejo:

“Rendir testimonio [witness] es más que simplemente narrar o reportar un hecho o


evento, o incluso una experiencia (narrar lo que se revive o se recuerda); es siem-
pre un uso de la memoria o la experiencia propia con el fin de dirigirse a otro. Esto
último es muy importante porque se trata de un llamado a otros seres humanos, y
más en general, a una comunidad. Testificar [testify] es en este sentido, en todos
los casos, metafóricamente tomar el estrado del testigo [witness], y el relato narra-
tivo de éste está siempre comprometido tanto en un juramento como en un llama-
do. En otras palabras, testificar no es solamente narrar, sino hacer un compromi-
so, comprometerse uno mismo y comprometer la propia narrativa con los otros.
Esto también significa tomar responsabilidad, en el discurso, por la historia y por la
verdad de lo ocurrido. Y este compromiso va más allá de lo personal. Hay una pa-
radoja aquí, porque mientras el testimonio va más allá de lo personal hacia lo pú-
blico, lo general o lo universal, existe solo una persona que puede testificar de lo
que él o ella ha vivenciado, y nadie más puede reportar lo que este sujeto en parti-
cular ha vivido y narrado.” 78

Aproximándonos de esta manera a la cuestión testimonial, es decir, como un acto


narrativo hasta cierto punto poiético (el testimonio es en cierta medida una crea-
ción), y con dimensiones de toma pública de la palabra, nos encontramos, y esto
lo señala con agudeza Tomás Szaz, con que el lenguaje mismo se puede consti-
tuir en un obstáculo para el testimoniar. De acuerdo al antipsiquiatra húngaro, el
lenguaje en uso durante una época y un contexto de control social, siempre lleva
la impronta de la ideología del opresor. Dado que la ideología domina el lenguaje,

77 Íbid, p. 6551

78 Íbid., p. 6570

94
la ‘víctima’ se ve enfrentada a no poder hablar más que en los términos del siste-
ma que ha ejercido o complicitado la violencia. El hecho mismo de autoasignarse
el membrete de ‘víctima’, hemos notado en nuestra práctica, forma parte del labe-
rinto semántico en el que alguien que ha sido traumatizado puede enredarse al
momento de querer dar cuenta de lo que le ha ocurrido. Tener que expresarse ‘en
el lenguaje del opresor’ es un imperativo del que el sujeto traumatizado puede es-
capar, entre otros factores, si cuenta con el acompañamiento adecuado para eva-
dir la lengua normalizada y enfrentar el reto de nombrar por sí mismo los eventos
vividos y sus consecuencias. Es decir, si cuenta con un therapôn.

Otro grupo de fenómenos que puede ocurrir en torno al testimoniar, es que el suje-
to traumatizado responda a la situación, sobre todo si no es escuchado y respeta-
do su tiempo y es forzado a presentar un discurso sobre lo ocurrido frente a por
ejemplo la escucha de miembros del sistema legal, con un falso testimonio. Este
falso testimonio suele formularse como una respuesta que sirva a fines del poder,
emitido como una forma de sobrevivir cuando el terror aún está presente, y fre-
cuentemente el mismo proceso legal colabora a revivir (la llamada re-victimización
o victimización secundaria 79 ).

Otra forma en la que el testimoniar puede ser evadido consiste en la tramita-


ción mediante acting-out y pasajes al acto. Mediante esta vía, cuya estructura
clínica describimos en capítulos anteriores, se toma una ruta que evita el período
de desensibilización (numbing) , así como el camino de la simbolización requerida
para elaborar y sostener un testimonio, y tramita en un acto (tan cruel como los
que se han visto o padecido), la elaboración del trauma. Este camino, por supues-
to, es tomado en contextos en los que el acallamiento del otro empático, la persis-
tencia de la opresión violenta y la falta de alguien que ocupe el lugar de therapôn
dominan el panorama. Una situación así puede apreciarse en el filme “Valley of

79 “Se ha definido este fenómeno como aquellos sufrimientos que a las víctimas, a los testigos y mayormente
a los sujetos pasivos de un delito, les infieren las instituciones mas o menos directamente encargadas de hacer
justicia: policías, jueces, peritos, criminólogos, funcionarios de instituciones penitenciarias, etc.” José Ma-
nuel Maza, Algunas consideraciones Criminológicas de interés judicial sobre la víctima del delito, en Antolo-
gía "Victima y Proceso Penal Costarricense", Issa El Khoury Henry. Escuela Judicial, Poder Judicial. San
José, Costa Rica. 2000. p.271.

95
Elah”, cuyo guión se inspira en un caso real: Un grupo de soldados retornando de
la guerra de Irak asesinan a uno de sus compañeros en un acto sin aparente sen-
tido ni justificación, asesinato con saña y además ocultado por las mismas autori-
dades militares ante la justicia civil.

Es importante apuntar, y nos referiremos a esto brevemente en el último apartado


de este capítulo, que a las consideraciones intrasubjetivas y sociales que intervie-
nen en la tramitación de lo traumático, hay que añadir las determinantes neurofi-
siológicas. Como veremos, el cerebro, tras el colapso traumático, es virtualmente
incapaz de articular un lenguaje comunicativo. Abundaremos en esto más adelan-
te, pero antes abordemos algunos aspectos más sobre los procesos simbólicos
implicados en la elaboración traumática, de acuerdo a las líneas de investigación e
intervención de los autores norteamericanos que revisamos en este capítulo.

3.3 El colapso de las significaciones

La teoría de las asunciones sobre el mundo (World Assumptions Theory), también


desarrollada en los Estados Unidos de América por Janoff-Bulman (1989), provee
un marco que permite hacer referencia a algunas dimensiones del anclaje subjeti-
vo en lo simbólico (ellos les llaman creencias de la persona) que se ven derrum-
badas y en necesidad de reformulación tras un evento traumático. Se trata de tres
asunciones fundamentales:

(a) La percepción del mundo como benevolente (benevolence of the world)

(b) La percepción del mundo como pleno de significado (meaningfulness of the


world), y

(c) La percepción de sí mismo como alguien que vale la pena (worthiness of the
self)80.

80Cf. Holly,. Harris y Valentine. World Assumptions, Sexual Assault, Depression, and Fearful Attitudes To-
ward Relationships JOURNAL OF INTERPERSONAL VIOLENCE, Vol. 17 No. 3, Marzo 2002.

96
Podemos establecer una relación entre estas dimensiones identificadas como los
sistemas de creencias vulnerables al impacto traumático, y algunos temas que
hemos trabajado en capítulos anteriores. En primer lugar, recordamos las propues-
tas de Cyrulnik sobre la resiliencia y entendemos que un sujeto que no ha padeci-
do el embate traumático, contando con una historia y un contexto que le han per-
mitido establecer una relación de confianza (trust) con las personas importantes
(empathic others) y con la vida en general, muy probablemente ha establecido
respecto a estas tres asunciones una respuesta positiva: el mundo es preferente-
mente benevolente, lleno de sentido, y la propia presencia en él vale la pena. El
impacto de la dimensión de la traición de los propios, que como hemos señalado
varias veces es el núcleo duro del trauma, impacta directamente los cimientos de
estas suposiciones, pues el pacto simbólico con la Otredad ve desatados sus pun-
tos de sostén: aquellos en quienes se confiaba se han convertido en enemigos, en
crueles destructores, o al menos en traidores pasivos. Y en consecuencia, los
enunciados del fundamento, mediante los cuales el Yo ha establecido su lugar en
un contrato narcisista con la colectividad (Aulagnier), se ven en la necesidad de
ser reconsiderados, eventualmente reformulados. En el fondo, como hemos traba-
jado (1.3.3.1.), se encuentra la necesidad de reformular el proceso identificatorio
desde sus bases, ya que la Ley con la que se había efectuado un pacto incons-
ciente, se ha mostrado no solo fallida (como todo sujeto sabe o intuye), sino rota y
completamente inoperante. De esta forma no es solamente el Yo del sujeto trau-
matizado quien debe reformular su estructura y posición, sino que la catectización
misma de las redes de sentido que sostienen el significado de las relaciones hu-
manas ante la mirada de este sujeto.

Si bien estas coordenadas o asunciones, tal como son trabajadas por los autores
norteamericanos que las proponen son de un carácter descriptivo y no cuentan
con una profundidad teórica tan considerable como la desarrollada desde el psi-
coanálisis, resultan referentes importantes en cuanto a que su descriptividad no se
contrapone al análisis de la psicogénesis del colapso traumático, y de esta mane-
ra, abre la posibilidad de un diálogo clínico interdisciplinario (y sobre todo intercul-
tural).

97
3.4 Numbing y disociación: dos procesos psíquicos ante el trauma

Otra línea de investigación y trabajo clínico respecto al trauma, desarrollada en los


países no latinos es la llevada adelante por el terapeuta holandés Onno van der
Hart. Este clínico cuenta con formación en la Escuela de Milán (sistémica) y en la
línea de Milton Erikson y Paul Watzlawik. Las aportaciones de Van der Hart resul-
tan especialmente interesantes pues al mismo tiempo parten de supuestos y con-
ceptos psicoanalíticos o afines al psicoanálisis, y extraen conclusiones cualitati-
vamente diferentes y complementarias a las de los autores del campo freudiano-
lacaniano. A la vez, este autor establece un diálogo vivo con la neurología, lo que
permite establecer otra zona de puenteo interdisciplinario interesante y fructífera.

Para Van der Hart, la capacidad de sobrevivencia se forja entre la desensibiliza-


ción o alejamiento afectivo (numbing) y la aceptación del encuentro traumático que
ha tenido. Estos dos polos, aunados a la dificultad de procesamiento de los even-
tos traumáticos, generan un efecto disociativo, en el que él pondrá el énfasis. Esta
toma de posición, además de corresponder a los resultados de su investigación
clínica, está relacionada con una discusión relativa a la colocación del PTSD en el
DSM V, ya que es tomado por algunos como un desorden preferentemente de an-
siedad, como mencionábamos al inicio del capítulo. Pero Van der Hart argumenta-
rá a favor de su comprensión como un fenómeno de disociación, siendo esta muy
compleja, imbricada con los hechos neurológicos identificados en su ocurrencia.

Para comprender la argumentación de este autor es necesario recurrir a lo que se-


ría a grosso modo una caracterización de la reacción cerebral ante el evento trau-
mático (abundaremos en esto en el siguiente apartado). Veamos: el Sistema de
Reacción Defensiva inmediata que durante el trauma es altamente activado, tiene
varios subsistemas: ‘fight or flight’ (pelear o huir), freeze (congelarse), total sub-

98
mission (sumisión total) and playing dead (hacer el muerto)81. En diversos relatos
clínicos puede constatarse cómo los automatismos de estos subsistemas genéti-
camente determinados (no instintuales, por supuesto, pero sí neurológicamente
disparados casi sin mediación) se activan: El niño que ante un ataque de otro me-
nor reacciona con violencia asesina, la víctima de un ataque delincuencial que no
pudo mover las piernas y se quedó paralizada, el soldado que se ‘hizo el muerto’
entre cadáveres para no ser descubierto. A partir de su activación, se inicia un sis-
tema de registro o memoria muy específico, que se diferencia claramente de la
memoria normal de un evento cualquiera. La memoria traumática corresponde a
aquello que puede ser codificado bajo un estado alterado neuroquímicamente, y
un modo cerebral sesgado por el estado de reacción a la amenaza -y como hemos
dicho anteriormente, a la ruptura vincular por traición-.

Nos dice Van der Hart que la memoria traumática:

“…no es un acto social, no va dirigida a nadie, es inflexible e invariable” 82

Es decir, se trata de un registro fotográfico encriptado y aislado (en el sentido de


que implica imágenes estáticas almacenadas sin conexión contextual, o más pre-
cisamente, como veremos adelante, en medio de un colapso neurológico), que
además se encuentra fuertemente cargado de afectos.

A esta memoria se corresponde una ‘personalidad’ o modo de funcionamiento


mental que Van der Hart llama ‘personalidad emocional (EP)’, que es

“…un estado psíquico en el cual se mezcla el presente y el pasado traumático,


esto es, percibe las situaciones presentes como traumatizantes, o dicho de otro
modo, predice que el trauma volverá a ocurrir” 83

81Con ligeras variantes, literatura diversa alude a estas respuestas estereotipadas como parte del también lla-
mado pánico, comandado desde el sistema límbico.

82 Cathy Caruth, Op. Cit., p. 4191

83 Íbid., p. 4049

99
Es decir, que esta ‘personalidad’ es un estado del yo invadido por una memoria
traumática que hace latente la reaparición del peligro, y en una especie de para-
noia realista, se muestra en permanente estado de alerta ante lo que no tiene la
garantía de que no se presente de nuevo (esto lo podemos observar ostensible-
mente en casos en los que se ha sobrevivido a un secuestro o asalto con violen-
cia).

Paralelamente, en el período post traumático, tras la recuperación de las funciones


yoicas, se estabiliza otra “parte” disociada de la personalidad, que “tiene fobia del
recuerdo traumático”, así como de la “parte” que lo guarda. En otras palabras, se
trata de un estado normalizado del Yo que opera a partir de otra forma de memoria
y a otra lógica cerebral.

A nivel neurológico, esta otra modalidad de funcionamiento psíquico que Van der
Hart conceptualiza como “Personalidad aparentemente normal (ANP, aparently
normal personality)” se corresponde con el Sistema Neurológico de Acción, que
involucra un grupo de funciones como la exploración, el cuidado, el jugar, la regu-
lación energética y por supuesto el apego. La ANP tiene, a partir de esta referen-
cia a procesos cerebrales distintos, otra manera de lidiar con el evento traumático,
comenzando por la forma que es capaz de dar a la memoria del mismo: se trata
de una memoria narrativa y dinámica.

Es interesante constatar que uno de los autores que sirven de guía en este punto
a Van der Hart y otros autores de su línea es precisamente Pierre Janet, conside-
rado por muchos psicoanalistas como parte de una prehistoria disciplinar que no
vale la pena retomar. Los trabajos de Janet sobre el trauma son retomados en
este punto para explicar, justamente, de qué manera la ANP enfrenta dos tareas
para transformar la vivencia traumática en una experiencia enunciable y comparti-
ble (que pueda dar origen a lo que hemos elaborado recientemente como testimo-
nio). Esta dos tareas son:

i) Efectuar el darse cuenta, el asumir la ocurrencia real del evento (‘realisation’) :


“Yo estuve ahí, eso me ocurrió, y fue de tal y cual manera”.

100
ii) Colocar lo ocurrido como un evento pasado, y recolocarse en el momento ac-
tual (‘presentification’). “Estoy en otro momento, ahora las cosas son distintas,
eso ya pasó”.

La pertinencia de nombrar a ambos sistemas como ‘partes’ de la personalidad o


incluso ‘personalidades disociadas’ cobra sentido puesto que, de acuerdo a esa
línea teórica, “cada sistema tiene un sentido de sí” - a esto me he referido cuando
los nombro más arriba ‘estados del yo’-. Resulta constatable en la clínica, de for-
ma permanente, cómo los pacientes ilustran esta división cuando relatan darse
cuenta de que ‘eso ya pasó’, de que ‘actualmente no hay un peligro real’, y sin
embargo acusan reacciones aparentemente ilógicas (que corresponden al campo
de batalla, al tiempo de la ocurrencia del trauma, pero no a su realidad actual tal
como es concebida de un modo ‘sensato’). Estos pacientes se desconocen a sí
mismos permanentemente, y esto es fuente de confusión para ellos: en efecto se
viven disociados. Por otra parte, aún ahí donde la información inicial no nos permi-
te suponer un estado post-traumático, como señala también Van der Hart, en pa-
cientes que acuden inicialmente con síntomas de ansiedad, estados disociativos
que terminan por referir a episodios que al inicio no son reconocidos, como trau-
mas de separación muy tempranos.

El sentido de sí, desde la percepción de los estados corporales y la producción de


mentalizaciones, es en efecto muy diferente en ambas ‘personalidades’ y modali-
dades de memoria: la EP y la ANP. Un ejemplo claro son los casos de abuso se-
xual o maltrato infantil, donde el padre abusador puede ser a la vez objeto del sis-
tema activo del niño, al ser proveedor de bienestar -lo que conlleva un apego, una
narrativa de relación paterno-filial en apariencia normal-, y del sistema defensivo -
lo que implica la percepción y el recuerdo del padre como un cruel enemigo aniqui-
lador.

Las consideraciones a las que nos lleva tomar en cuenta esta escición son impor-
tantes de tomar en cuenta para la intervención clínica. Van der Hart concibe que el
terapeuta debe:

101
“… crear las condiciones para que la personalidad emocional (EP) haga presente
en el espacio terapéutico la presentificación del trauma (reenactment) y la perso-
nalidad aparentemente normal (ANP) esté presente de manera compasiva ante
esa aparición. En el exterior, el terapeuta debe proveer la necesaria seguridad y
compasión para que esto ocurra” 84

Es interesante notar la posición que toma Van der Hart frente a la intervención psi-
coanalítica estándar, que se corresponde con lo que hemos venido desarrollando
a lo largo de esta tesis:

“No solamente es importante que se despliegue un discurso que se dirija a al-


guien, a alguien presente, sino que el terapeuta se dirija al paciente. El psicoanáli-
sis tradicional no sirve; se debe ser empático, cálido, expresivo en el modo com-
pasivo. Aunque no tan expresivo que pueda ser intrusivo (…) Es una danza con
cada paciente” 85

Como puede notarse, las coincidencias en la caracterización de la posición tera-


péutica a pesar de las diferencias epistemológicas de las diversas teorías y auto-
res son bastante claras. En el apartado de conclusiones haremos una recapitula-
ción de la configuración articular que es posible esbozar a través del recorrido que
hemos hecho, iniciando con diversas posiciones psicoanalíticas y cerrando con
este recorrido por autores y desarrollos relativamente ajenos al mainstream psi-
coanalítico.

Pero aún nos falta completar un trecho de este recorrido, revisando algunas pro-
puestas interesantes desde la neurología.

84 Íbid., p. 4149

85 Íbid., p. 4280

102
3.5 La cosa neurológica: Evidencias del colapso en la capacidad
integrativa

En los territorios psicoanalíticos ortodoxos no solamente se suelen elidir las pro-


puestas de autores periféricos. También existe un permanente dejar de lado los
datos que las neurociencias aportan a la comprensión de los fenómenos del cam-
po del trauma. Si bien es comprensible una reacción generalizada contra los exce-
sos biologistas, ya que por su parte la comunidad psiquiátrica y neuropsicológica
suele también excluir toda consideración psicoanalítica en sus teorizaciones e in-
tervenciones clínicas, a fin de cuentas el efecto termina por ser de exclusión de
elementos cruciales para el análisis de lo traumático y para la afinación de las in-
tervenciones clínicas. Afortunadamente, desde diversos grupos no ortodoxos se
realizan desde hace al menos dos décadas diversos estudios interdisciplinarios
que promueven si bien no necesariamente una integración transdisciplinaria, al
menos un diálogo abierto, tal es el caso de la Neuropsychoanalysis Association86.

Desde un abordaje neurológico, pueden obtenerse elementos importantes de


comprensión de lo que ocurre el el PTSD. El trabajo, nos parece, consiste en no
instalarse en una fascinación explicativa (“¡Ah, esto es lo que ocurre, y lo explica
todo!”), sino en redirigir constantemente la cuestión neurobiológica hacia la com-
plejidad del aparato psíquico entendido psicoanalíticamente y hacia la pregunta
por cómo hacer operar una clínica de la escucha ahí donde los procesos neurona-
les dominan por momentos la escena sintomática. Desglosemos:

El psiquiatra Bessel Van Der Kolk, quien ha sido presidente de la sociedad inter-
nacional para el estudio de los desórdenes de estrés traumático, presenta una sín-
tesis muy interesante de lo que ocurre en el cerebro tras un evento que compro-
mete severamente la estabilidad psíquica. El sistema límbico tiene como tareas
importantes la asignación de emociones a las vivencias (amígdala), colocar las
emociones en una referencia temporoespacial (hipocampo), así como integrar los
hitos emocionales para enviarlos a la corteza prefrontal. De esta manera, los ele-

86 https://npsa-association.org/

103
mentos de información límbica pueden ser traducidos corticalmente a los términos
-que desde el psicoanálisis llamaríamos yoicos- de causa-efecto, historización en
una temporalidad lineal, y toma de posición subjetiva87. Esto último, el trabajo de
integración del primer procesamiento de las vivencias para ser ‘enviado a proce-
sar’ secundariamente por la corteza cerebral, está a cargo del tálamo.

En palabras de Van der Kolk, el tálamo contaría con una serie de fotografías afec-
tivas tomadas durante el evento traumático, ‘fotografías’ que al no poder integrarse
a una narrativa, no dejan de repetirse en el ‘proyector de diapositivas’, no pueden
dejarse ir, haciendo una especie de loop o rizo que parece condenarles a repetirse
como flashbacks o reviviscencias.

“El trauma original no importa más. Son esas sensaciones que te disparan (trigger
you) cada vez. Y cada vez que eres disparado te sientes avergonzado, horrible,
fuera de control, además de rabioso contra ti mismo y contra la gente alrededor” 88

De este modo, a nivel del procesamiento neurológico, tenemos un colapso de la


integración de la vivencia, que le impide traducirse hacia una elaboración expe-
riencial, y por otro lado, se manifiesta la prevalencia de reviviscencias traumáticas.
Los datos obtenidos mediante observación de la actividad cerebral de personas en
estado postraumático 89 muestra que la actividad del hemisferio derecho aumenta,
y el área de Broca (relacionada con la actividad de lenguaje) carece de actividad,
mientras que ocurre un incremento en la actividad del córtex visual derecho. En
resumen, los estudios muestran una tendencia a experimentar emociones y esta-
dos físicos en la forma de visualización de imágenes y actividad mental emocio-
nalmente determinada, más que procesamiento mental codificado en lenguaje.

87 En este punto retomamos las propuestas de Piera Aulagnier sobre las funciones del Yo como historiador Cf.
Piera Aulagnier, El aprendiz de historiador y el maestro brujo, México, Amorrortu, 1986.

88 Íbid., p. 3223

89 Bessel van der Kolk et al. A symptom provocation study using positron emission tomography and script
driven imagery En: Archives of general psychiatry Vol. 53, 1996, p. 380-87

104
Esto no necesariamente implica que en un estado alterado de reviviscencia no se
efectúen actos de lenguaje; más bien se trata de que estos ocurren de una mane-
ra particular. Esto puede abrir una pregunta sobre la naturaleza que los pensa-
mientos estructurados en frases pueden tener en ese momento. Van der Kolk alu-
de a la paciente de Pierre Janet, Irene, quien hablaba en sus trances hipnóticos.
Sin embargo, esa habla “no tenía un componente social, no estaba dirigida a na-
die. Irene sólo estaba repitiendo las palabras que usó durante el incidente”. La na-
rración comunicativa, de acuerdo a este autor, sólo es resultado de un buen trata-
miento. En otros términos, es resultado de un proceso en el que es posible lograr
la integración que por sí solo el cerebro, particularmente el tálamo, no puede reali-
zar. Ante este colapso, y entrecruzando hipótesis provenientes del psicoanálisis,
podemos presumir que los pensamientos que se producen en un estado postrau-
mático tenderán a tomar la forma de imperativos y juicios superyoicos, frases no
comunicativas en el sentido que no se dirigen mas que al propio sujeto, repro-
chándole su incapacidad para enfrentar tanto el evento traumático como el tiempo
posterior, que le recuerdan su reducción a un objeto de desecho ante un Otro ani-
quilante, como lo hemos trabajado en capítulos anteriores, situando como correla-
to de este avasallamiento superyoico a un Yo aplastado por la angustia, y acto se-
guido por la culpa y la vergüenza 90

La impronta traumática es entonces la disrupción de un proceso asociativo, pero


también una desintegración, ya que subraya Van Der Kolk, el cerebro es un ór-
gano integrativo del tálamo para arriba; ante el trauma todo el proceso colapsa y
‘cada parte toma vida por sí sola’.

Algunos síntomas fisiológicos recurrentemente constatados en la clínica postrau-


mática dan cuenta de este colapso. Un ejemplo patognomónico es la dificultad
para lograr el dormir, o bien el despertar alterado. Ocurre que -de acuerdo de nue-
vo a van der Hart- en el sueño REM (movimiento ocular rápido o profundo, donde
sucede el soñar), en su fase 3 o 4 el tálamo reúne y envía información al cortex

90Lógica que dialoga con la propuesta en Sigmund Freud, Duelo y Melancolía, En obras completas, Vol XIV,
1917.

105
prefrontal, ahí ‘resolvemos cosas’. Pero en el estado postraumático se interrumpe
repentinamente el sueño REM. El material está en el tálamo pero éste : “doesn’t
do its thing” (no hace lo suyo). De esta manera, el despertar en ese momento testi-
fica el colapso integrativo.

Un fructífero trabajo investigativo se abre en el entrecruzamiento posible entre la


teoría de los sueños freudiana, incluida la colocación de los sueños de angustia o
pesadillas, y los datos neurológicos sobre el funcionamiento cerebral bajo las con-
diciones que describimos. Si bien no abordaré este tema aquí, puedo mencionar
que en algunos pacientes resulta evidente que los desórdenes del dormir suelen
representar una defensa para no soñar, siendo el sueño el espacio en el que las
‘fotografías’ traumáticas suelen activarse sin posibilidad de ser integradas a una
narrativa -ni siquiera onírica-. Un trabajo del therapôn puede ser recibir esas pesa-
dillas para su contención y elaboración conjunta; por el contrario los medicamen-
tos psiquiátricos suelen producir un sueño profundo aparentemente reparador,
pero dificultan aún más el trabajo integrativo de los contenido traumáticos al en-
quistarlos en un dormir que a fin de cuentas resulta agotador para los pacientes,
ya que bajo su efecto, por usar una metáfora, deben, en el dormir inducido enfren-
tar dopados los fantasmas crueles de destrucción que los amenazan.

3.6 Primeros anudamientos

El lector podrá darse cuenta de que este postulado envía a temas trabajados en
capítulos anteriores, referentes a que, en la lógica del trauma, existe un momento
lógico en el que el dilema clínico a resolver es cómo hacer pasar representaciones
de un cierto orden (anteriormente trabajábamos la noción aulagnierana de picto-
grama), a otro orden, integrado a una narrativa que desde una elaboración transfe-
rencial pueda llegar a la elaboración de un testimonio. Si bien aparentemente el
conocimiento de lo que ocurre a nivel neurológico no aporta nada a lo que hay que
resolver desde la posición de therapôn, eso puede ponerse en duda. En mi expe-
riencia, comunicar a algunos pacientes en cierto momento que lo que les ocurre
constantemente del orden del no poder dormir/soñar, del vivenciar retornos dolo-
rosos que no son recuerdos sino presentificaciones de la escena traumática, del

106
repetir verbalizaciones crueles, no es un asunto que puedan controlar, en tanto
que corresponde a mecanizaciones determinadas por un colapso integrativo de su
cerebro, les permite reconsiderar la culpa y vergüenza que sienten por ‘no poder
superar las cosas’, por estar en un tiempo suspendido en el que no se sienten ca-
paces de rehacer su vida y ponerse de nuevo en pie y en el camino.

Al mismo tiempo, dar un justo sitio a lo que ocurre en ese nivel de lo puramente
orgánico, puede ser un pie para dar lugar también a ese otro territorio mucho más
complicado de abordar que es el de la entrada en compañía terapéutica al campo
de batalla donde privan esas representaciones fuera de tiempo que son tanto las
presentificaciones o reviviscencias con toda la fuerza afectiva de lo efectivamente
ocurrido, como la nube fatasmática que las acompaña, formada de eso que desde
la teorización de J. Lacan se puede formalizar como la reducción del sujeto a obje-
to a en un espacio dominado por un Otro que aniquila.

Otra consecuencia clínica de los descubrimientos neurológicos sobre los estados


postraumáticos, es la posibilidad de abrir preguntas sobre los límites de las inter-
venciones de escucha/apalabramiento, y en todo caso su complementariedad con
otras intervenciones.

Van der Kolk ha estudiado diversas intervenciones terapéuticas en diferentes paí-


ses (particularmente aquellas que implican la puesta en juego del cuerpo como el
baile y la música, la dramatización), llegando a la conclusión de que “necesitamos
terapias de hemisferio derecho para el hemisferio derecho”.

Con esto alude al hecho de que los puenteos integrativos no suelen ser facilitados
exclusivamente por procesos dialogales -mucho menos monologales- reflexivos en
estados conscientes, aun en transferencia. La conexión entre representaciones-
cosa esquirlas del trauma y las representaciones-palabra que puedan traerlos a
una narrativa testimonial que los convierta en historia para el sujeto puede, desde
el punto de vista de este autor, ser facilitada por acciones motrices ligadas a con-
tenidos emotivos, como en el teatro por ejemplo, donde se dicen palabras que dan
cuerpo a una verdad. Las palabras en este caso, son algo más que entidades del

107
cerebro izquierdo, pues están ligadas al derecho también (el actor siente, vive lo
que dice).

Por último, cabe señalar la coincidencia en las conclusiones terapéuticas de Van


der Kolk en cuanto a lo que enunciamos en el capítulo sobre el discurso del thera-
pôn: La finalidad en todo caso para una primera fase de trabajo con pacientes
traumatizados es reactivar la producción discursiva (que nosotros representába-
mos como S2), reactivación que no podría proponer un punto de llegada terminal y
conclusivo, sino que representaría una transición posible a un proceso propiamen-
te analítico de reelaboración.

“En el trauma se hacen las mismas asociaciones una y otra vez. Ser una persona
flexible significa que estás siempre abierto a nuevas asociaciones (…) Lo que ha-
cemos cuando tratamos personas traumatizadas es que en tanto ellos como noso-
tros podemos extraviarnos por conclusiones extraídas prematuramente, requeri-
mos continuamente ‘avivar el fuego’ (stir the pot) para formar nuevas asociacio-
nes”. 3588

108
Capítulo 4 Conclusiones: otra clínica

A estas alturas del recorrido hemos establecido una especie de mapa que permite,
si los objetivos de este escrito se han cumplido para el lector, recorrer algunas
aproximaciones a los territorios marcados por la experiencia traumática, y delinear
cómo ésta puede ser acompañada clínicamente. Si bien un profundo trabajo ten-
dría que ser establecido para lograr una verdadera articulación epistemológica que
diera pie a una transdisciplina, aún para una intervención interdisciplinaria en el
campo -con todo lo que el término puede implicar-, en este trabajo hemos limitado
los alcances de nuestra articulación a una orientación estrictamente clínica. Es de-
cir, la revisión, formulación y articulación que pudieran desprenderse de esta in-
vestigación se ha orientado desde un inicio por el estricto interés de responder éti-
ca y prácticamente al sufrimiento humano referido por los pacientes traumatiza-
dos.

A manera de cierre, esbozaré aquí algunas propuestas de intersección que pue-


den servir como puntos de referencia para futuras investigaciones, pero también
sobre todo para repensar la manera en que nuestras intervenciones y escucha clí-
nicas pueden dialogar con lo que diversos autores estamos formulando sobre el
tema.

4.1 Primera intersección:

La clínica postraumática tiene una especificidad insoslayable

109
La situación de llegada de los pacientes que se encuentran viviendo las conse-
cuencias de un pasaje traumático o de guerra es radicalmente diferente a la de
aquellos que, aún teniendo un gran sufrimiento, vienen de otros espacios. Desde
diversos aparatos conceptuales y recortes del fenómeno, se describen diferentes
situaciones especiales:

4.1.1 Un estado neurofisiológico alterado, correspondiente a los programas de


reacción ante el peligro, conocidos por sus nombres comunes como ‘fight or flight’,
que no tuvieron un efecto resolutivo, de manera que el estado general fue seguido
de uno dominado por una memoria no histórica, manifiesta en la presencia de re-
viviscencias que colapsan al organismo en su conjunto aterrorizándolo. La memo-
ria narrativa y socialmente compartible queda aislada e imposibilitada de procesar
lo ocurrido debido a un bloqueo en las funciones de integración realizadas por el
tálamo.

4.1.2 Un estado psíquico colapsado, debido a la afectación por acciones violen-


tas. El más grave aspecto de la violencia recibida es el de la traición, es decir, el
ataque agudo o sistemático sobre el Yo del sujeto por parte de un agente que an-
teriormente sería percibido como ‘uno de los suyos’, es decir, como amado, amigo,
aliado o familiar.

4.1.3 El contexto de traición aunado a la división neuropsicológica de las formas


de memoria y procesamiento de lo ocurrido suele aparejar una escisión subjetiva,
entre una ‘personalidad emocional’ y una ‘personalidad aparentemente normal’;
esto hará ambivalente la relación con el agresor y perpetuará el vínculo de daño.
Ante esto el sujeto se sentirá avergonzado y culpable por no lograr salir de la si-
tuación que repite la violencia.

4.1.4 En el plano de las representaciones originarias de la psique, se reactivarán


pictogramas de automutilación, es decir, representaciones de la unión de las zo-
nas erógenas y el objeto (modo elaborativo previo a la diferenciación de ambos)
en las que dado el extremo displacer de su encuentro, la única salida es desapa-
recer, aniquilarse. Estas representaciones dominarán el espacio representacional,

110
determinando tanto las producciones fantasiosas como el pensamiento causal-ra-
cional.

4.1.5 En cuanto a las consecuencias para el Yo, este se verá tomado por la lógica
de la derelicción, es decir, identificado con el objeto a en tanto el Otro lo ha colo-
cado ahí donde más que un sujeto castrado, es el lugar mismo de la castración.
Ante la invasión angustiosa por ver derrumbados sus referentes identificatorios y
no tener recursos fálicos para el anudamiento de su encrucijada en una formación
sintomática, el sujeto se encuentra en la posibilidad de elaborar respuestas proto-
simbolizantes (acting-out), o actuaciones de salida mostrativa del pacto simbólico
(pasaje al acto).

4.1.6 Por último, cabe mencionar que el daño que aparentemente podría circuns-
cribirse al psiquismo de quien ha padecido directamente el trauma, en tanto éste
responde a la efectuación de una traición -o al menos a un daño muy grave a los
fundamentos mismos de los vínculos humanos en torno a esa persona-, en reali-
dad corresponde a un daño al tejido social mismo. Lo que un sujeto traumatizado
porta ante nosotros es una forclusión local del sentido debida a una ruptura del te-
jido de los enunciados del fundamento por la ocurrencia de la traición. Ante ello, la
exposición a lo real concierne al sujeto traumatizado y a su colectividad.

4.2 Segunda intersección: la clínica de lo traumático exige intervenciones


específicas

A partir de los aspectos arriba mencionados, se presentan las siguientes necesi-


dades clínicas para la atención de personas que se encuentran en estado pos-
traumático:

111
4.2.1 Considerar, al menos en el período de entrevistas preliminares, un encua-
dre flexible y rico en recursos, es decir, no apegado a ningún protocolo o precon-
cepción. Particularmente, el cartabón estándar psicoanalítico limitado a una escu-
cha neutra, sin manifestaciones empáticas, a lo ‘poker face’ resulta inapropiado en
la mayor parte de los casos postraumáticos. un gran número de especialistas y
expertos dedicados a la atención y estudio de esta clínica coinciden en señalarlo.

4.2.2 Es extremadamente importante dar un lugar a la dimensión neuropsicológi-


ca de la situación. Esto quiere decir, por un lado, comprender que el aparato psí-
quico del sujeto no se encuentra en condiciones que le permitan sintonizarse en la
lógica de la narración asociativa, quizá ni siquiera en la de la verbalización pro-
piamente comunicativa. Su cerebro estará produciendo imágenes de dolor, y ver-
balizaciones automáticas ligadas a enunciaciones superyoicas. Clínicamente, esto
sugiere considerar las posibilidades de diversos modos de contención, o simple-
mente de espera paciente, manteniéndose como the keeper of the mind. En otras
ocasiones, ahí donde el padeciente no sea capaz de sostener una mínima estabi-
lidad, considerar recurrir a un trabajo conjunto con un psiquiatra capaz de medicar
responsablemente y trabajar en equipo. Una sugerencia, de acuerdo a cada caso,
es incluir una reflexión con el paciente sobre cómo su cerebro produce reacciones
que están fuera de su control consciente por el momento, por lo que no debe sen-
tirse culpable de no poder revertirlas (lo que aumentaría el sentimiento de culpa y
potenciaría el desencadenamiento melancólico).

4.2.3 De acuerdo a los autores revisados y a mi propia experiencia, es imposible


realizar un abordaje clínico de los estados postraumáticos sin contar con una ela-
boración mínima de lo que en esta tesis se ha nombrado discurso del therapôn. Es
decir, de un posicionamiento que parta de la consideración de la necesidad de ge-
nerar un sujeto transicional que pueda hacer de puente y espacio elaborativo entre
el campo de guerra y una historización posible. Colocarse como therapôn repre-
senta sostener la posibilidad de una vida precaria (sin un yo funcional), ante la
amenaza permanente (presentificación recurrente del horror en un espacio no re-

112
gulado por la Ley), y en espera de la reaparición de la función de historización a
través de una elaboración testimonial.

4.2.4 Los cuatro principios de la psiquiatría de guerra de Salmon (proximidad, in-


mediatez, actitud expectante, inmediatez) pueden ser guías sencillas y claras para
delinear la actitud y actividad clínica del therapôn. En todo caso, como telón de
fondo, se coloca su posibilidad de transmitir un S1, que podría representar ante la
catástrofe el sostenimiento de un pictograma de autoengendramiento, es decir, la
posibilidad de vincularse como fuente de placer.

4.2.5 Por último, nos parece importante subrayar la deseable posibilidad de poner
a consideración, una vez emprendidas las tareas definidas por Janet como réalisa-
tion y présentification (ver supra, 3.4), el sostener un testimonio que pueda ser di-
rigido a la colectividad como una apuesta a la responsabilización social por la vio-
lencia, apuntando a la reformulación de los vínculos a partir de los enunciados del
fundamento. La reactivación discursiva -que hemos representado con S2 en el
discurso del therapôn- no es mas que el punto de inflexión puramente clínico que
abre las puertas a lo que propiamente podrá ser desplegado como un psicoanáli-
sis en un segundo tiempo. Pero el testimoniar es un paso más allá de esto, consis-
tente en el pasaje desde lo elaborado en el espacio terapéutico protegido hacia la
arena social (se abriría aquí la discusión de hasta dónde una intervención clínica
pudiera sugerir, acompañar, sostener una elaboración testimonial, lo que nos pa-
rece debería discutirse caso por caso). Diversos autores sostienen que el testimo-
nio es fundamental, particularmente en los entrecruzamientos con temáticas lega-
les, dado que no estar preparado para testimoniar puede representar para el suje-
to violentado un volver a ser presa del horror (sobre todo ante condiciones judicia-
les ‘revictimizantes’). Recordemos que testificar significa nombrar por sí mismo lo
ocurrido, eludiendo la enunciación en el lenguaje del opresor, o de la lógica opre-
siva que justifica la violencia.

113
Capítulo 5

(A manera de Epílogo)

La formación de analistas y las dificultades de la transmisión,

particularmente del trabajo clínico con lo traumático.

Aquí comparto algunas consideraciones de orden sociopolítico que se deplegaron


en paralelo durante la escritura de esta tesis.

5.1 Sentido y formación del lugar del therapôn

Describir el lugar del therapôn como diferente al del analista implica en primer lu-
gar estar en posibilidad de preguntarnos por la formación y la transmisión como
temas basales. ¿Cómo se deviene un therapôn, en el sentido en que aquí lo ela-
boramos? O bien, ¿en qué condiciones puede desplegarse un aprendizaje –usan-
do la palabra en el sentido más amplio- para ocupar esa posición?

Por supuesto, la primera respuesta concierne a nuestro pasaje personal por un


proceso propio de reconocimiento, inscripción e integración de aquello que, debido
a las condiciones particulares de nuestro devenir, no había sido integrado a la na-
rratividad historizadora. Es decir, cómo, con quién y hasta dónde transitamos
nuestras propias zonas de devastación traumática. Habría que considerar el lugar
que en nuestra propia historia ha ocupado la violencia, el trauma, la locura, la gue-
rra. Cada quien, en tanto persona y en tanto clínico está concernido y formado por
ello de una manera distinta (pensemos solo en la particularidad de la teorización

114
de los analistas que vivieron la experiencia directa de una guerra, como W.
Bion91).

En segundo lugar, es determinante la línea de transmisión de los analistas con


quien hayamos decidido cursar nuestro proceso. En nuestra experiencia, los ana-
listas con experiencia de trabajo con psicosis e infancia pueden entrar en contacto
con personas en estados traumáticos con mucha menor dificultad que quienes no
lo han hecho, y de esta manera, transmitir en su estilo una escucha posible de lo
inconsciente no reprimido, ocupando el lugar que Laub caracteriza como el de la
partera (supra), o el mismo Bion como el de quien puede dar forma a ‘pensamien-
tos en busca de pensador’.

Una tercera consideración al respecto concierne a la posibilidad de pensar que las


experiencias propiamente terapéuticas pueden no necesariamente ser cursadas
en un marco analítico o psicológico. Si se ha atravesado un territorio de guerra en
compañía de un therapôn -amigo, hermano, maestro-, se cuenta con una expe-
riencia que, si ha podido dar lugar a una formulación experiencial y quizá comple-
mentada con un análisis posterior, puede brindar los elementos para llegar a ocu-
par ese lugar uno mismo. La condición para reconocer un decurso terapéutico
efectuado es que tras el trayecto de sobrevivencia y en compañía del therapôn se
hayan producido imágenes clave que, en una elaboración posterior, hayan podido
ser integradas a dispositivos pulsionales vitales para sujeto (en este caso el analis-
ta o clínico que ocuparía la posición de therapôn). Solo de esta manera podríamos
pensar una cierta comunicabilidad de esas imágenes, tanto intrapsíquica como in-
tersubjetiva, comunicabilidad necesaria para la labor de acompañamiento a los es-
tados traumáticos 92.

91 Cf. Wilfred Bion, Experiencias en grupos, Barcelona, Paidós, 1980.

92 De alguna manera, la expresión ‘ser resiliente’ resumiría esta idea: haberse reconformado tras la catástrofe.
desafortunadamente la moda superficial con que se ha asumido el uso de ese concepto evade su escencia
misma, y ahora se pretende por parte de algunos colegas que la resiliencia se puede ‘aprender’ en un curso o
taller…

115
Por otra parte, en términos de temporalidad lógica, haber vivido nosotros mismos
la secuencia trauma-acompañamiento terapéutico-elaboración testimonial fornece
al terapeuta de dos saberes necesarios para fungir desde ese lugar:

a) el saber del colapso de la realidad fantasmática cuando la presubjetividad


rige, así como

b) el paciente saber del ominoso tiempo requerido para llegar a establecer una
subjetividad que integre en su estilo la marca del sobreviviente, tiempo estrecha-
mente relacionado a la lógica de la escritura93.

En este breve epílogo solo apuntamos a líneas para una discusión que tocaría di-
versas estaciones de trabajo. Es de nuestro interés subrayar la relación formación-
clínica del trauma por una simple razón: La constatación permanente de que in-
numerables colegas, de todas edades y formaciones suelen mostrarse desarma-
dos ante el reto clínico de la atención a pacientes provenientes de escenas trau-
máticas.

Como menciona Arthur S. Blank:

“He estado con muchos muchos terapeutas que me han dicho: ‘No sé cómo hacer,
¿cómo se trata a esas personas? ¿debería tomarlas como pacientes cuando no sé
cómo hacerlo? 94”

5.2 La transmisión académica del psicoanálisis en México

Las anteriores preguntas sobre los lugares del therapôn y el analista en relación
con la transmisión y la formación no pueden ser pensadas sin contextualizarla
sgeohistóricamente. Hagamos un recorrido relámpago sobre nuestro contexto. La
intención no es exhaustiva, y se asume en la escritura la rigurosa primera persona
como punto de referencia.

93 Dialogamos aquí con Bejla Rubin y sus desarrollos sobre la relación entre trauma, escritura y sobrevivencia
: Bejla Rubin, Nuevos nombres del trauma. Buenos Aires, Grupal Logística y Distribución Editorial, 2005.

94 Cathy Caruth, Op. Cit., p. 5810

116
Iniciemos, porqué no, en los años 80 en México. En lo que respecta al campo del
psicoanálisis, donde una generación de analistas mexicanos nos comenzamos a
formar, esa época marcada por la presencia de la inmigración sudamericana, que
en figuras como la de Néstor Braunstein, Marcelo Pasternac y Juan Carlos Plá,
hacían presente en México el discurso kleiniano, freudomarxista y lacaniano. En
ese entonces, ser psicoanalista en formación implicaba la decisión, que a veces se
daba de una manera informada y otras no, de acercarse a los espacios liderados
por estos personajes, y con ello ir asumiendo una posición ética en cuanto a cómo
devenir analista. En el centro de la discusión se encontraba el tema del pase, que
era motivo de fuertes discusiones públicas y bandera diferenciadora de las agru-
paciones que se proponían como formadoras de psicoanalistas. La institucionali-
zación de estas agrupaciones aparejó en algunos casos la creación de propuestas
en un modelo netamente académico, por ejemplo la creación de maestrías cuyo
contenido curricular era una selección de textos y temas canónicos, abordados en
un estilo pedagógico casi siempre tradicional. Por otro lado, no se puede dejar de
mencionar la infiltración de los discursos freudiano y lacaniano en las licenciaturas
universitarias, fenómeno concomitante, siempre presto a la polémica, que ha
puesto en juego permanentemente la pregunta por lo academizable de la transmi-
sión del psicoanálisis.

Si bien en los propios discursos de los psicoanalistas abocados a la formación so-


lía escucharse que convertirse en uno de ellos no pasaba por la instrucción aca-
démica, no dejaba de generarse la ilusión de que saber mucho sobre la obra de
Freud y Lacan estaba proporcionalmente relacionado con qué tan buen analista se
podría llegar a ser.

Puede el lector quizá acordar en un plan condescendiente que el juicio crítico so-
bre la realidad de la transmisión del psicoanálisis en aquella época no puede ser
demasiado exigente, ya que se encontraba en condiciones de una disciplina joven
-al menos el <modo lacaniano>- que se implanta en un país. El psicoanálisis,
como toda práctica disciplinaria, requiere del establecimiento institucional de un

117
cuerpo teórico conceptual coherente que establezca las bases dogmáticas de la
disciplina. Esto exige la conformación de espacios más o menos institucionaliza-
dos que den forma y defiendan la doxa y algunos dogmas fundamentales.

Esta estabilización disciplinar lograda a partir de la institucionalización de las


agrupaciones psicoanalíticas ya ‘mexicanas’, así como la generación de espacios
de desarrollo teórico psicoanalítico en las universidades, generó en la última parte
del siglo XX en México la existencia de un psicoanálisis que fue sostenido (y sigue
siéndolo) por personalidades surgidas de la inmigración sudamericana asociada a
la égida por los golpes militares de Estado en aquella región, pero poco a poco se
fue nutriendo también de las aportaciones de las primeras generaciones de sus
discípulos. Sería complicado hablar de la gestación de un psicoanálisis mexicano
dado que en primer lugar quedaría elidida aquella primera oleada que en los años
50 y 60 había hecho presencia desde la psiquiatría con un enfoque freudo-from-
miano, pero además porque la misma fragmentación de los espacios de transmi-
sión y los diferentes estilos inherentes a esta, determinaron que los formandos ge-
neraran sus propios estilos y diferencias dentro de este campo estallado, lo con el
tiempo no produjo mas que una atomización de escuelas y grupos.

Desde nuestro punto de vista, en este contexto histórico, la combinación de tres


factores muy importantes aglutinaría un fuerte componente de angustia a enfrentar
por los psicoanalistas en formación de los años 80 a la actualidad:

1. El primer factor tendría que ver con la dificultad para establecer una “identidad
profesional” (o su equivalente) en un campo siempre en pugna en el que por
ejemplo, pertenecer a una institución como la APM implica rituales de paso rigu-
rosos y controlados; afiliarse a la École Lacanienne de Psychanalyse apareja la
aceptación del pase como filtro de integración gremial; o formarse en el Círculo
Psicoanalítico Mexicano o en lo que fue el Centro de Investigaciones y Estudios
Psicoanalíticos significa “no autorizarse más que por sí mismo” (en alguna de
sus interpretaciones posibles). La puesta en cuestión de la autenticidad como
psicoanalista, ‘ser psicoanalista’, es pues un primer elemento que requiere un
posicionamiento firme y claro que cada formando tendría que asumir, a veces

118
bajo condiciones altamente hostiles (como las que se dan situaciones hospitala-
rias, educativas, de asistencia social y procuración de justicia donde los discur-
sos oficiales se contraponen en muchos aspectos al psicoanalítico), a veces
desde el consultorio privado, en un aislamiento pernicioso para el enriqueci-
miento mismo de su formación (al no pertenecer el analista en formación a es-
pacios formales de estudio de la técnica y de supervisión o inter control de ca-
sos).

2. El segundo componente sería relativo a las realidades clínicas mismas y a la


manera en que las distintas vías de formación proveen al nuevo analista de re-
cursos para enfrentar las dificultades inherentes al encuentro con el pathos de
los sujetos que acuden a él. Queda para otro espacio una discusión sobre las
características, ventajas y desventajas de cada uno de los estilos de transmisión
y formación tienen respecto a este segundo componente. Para apuntar algunas
cosas en breve, la relación entre supervisión e institución es un tema poco
abordado y desafortunadamente en la mayoría de los espacios en los que el es-
tilo académico de transmitir el psicoanálisis y la “vía libre” para formarse impera,
las posibilidades de contar con dispositivos de discusión clínica centrada en ca-
sos es menor. Para un analista formado privilegiadamente como teórico, la an-
gustia de enfrentar sus primeros casos es muy alta en cuanto siente la obliga-
ción de responder en su práctica al grado de abstracción, claridad e incluso
idealización que aparece ante él en la teoría.

3. Esto nos lleva a enunciar el tercer componente, que tendría que ver con una
formación defensiva ante los dos campos fenoménicos anteriores, y estaría
constituido por la formulación y establecimiento ritual de una serie de certezas
de lo que como psicoanalista hay que hacer y lo que no, lo que lo diferenciaría
de los ‘terapeutas’, etc. Cabe mencionar el efecto que con los años se ha pro-
ducido a partir de la enseñanza de Lacan, que comenzó justamente represen-
tando para las asociaciones psicoanalíticas ortodoxas de su tiempo un reto a la
ritualización absurda y al dogma, y hoy en día paradójicamente se ha convertido
para muchos en una fuente de certezas que se expresan en forma de recetas,

119
clichés, dogmas y neoformaciones ortodoxas. (Sobre este punto, nos ocupa par-
ticularmente para lo que toca a la clínica del trauma: la generalización de la po-
sición del silencioso semblante del objeto causa del deseo como cartabón uni-
versal para abordar todo encuentro clínico).

Ante la angustia y las amenazas del contexto sociopolítico es comprensible desde


una mirada sociológica la necesidad para los grupos de psicoanalistas de generar
referentes de certeza que fortalezcan la identidad gremial, establezcan puntos de
anclaje común disciplinario o fundamentos que cohesionen la discursividad, y ge-
neren referentes prácticos básicos que le permitan al novato responder a la ansie-
dad propia de su labor en sus primeros años de trabajo.

Sin embargo, hay algo muy importante que debe ser considerado en este contex-
to: la pertinencia o no de los efectos y las formas que genera este panorama for-
mativo en los analistas ante determinadas realidades clínicas.

Y aquí anudamos con todo lo trabajado en el capitulado anterior.

Si un psicoanalista por sistema recibe a quien acude a él con una frase como “le
escucho”, y permanece callado mirándole distraídamente, este ritual sostenido en
una serie de convenciones quizá lacanianas, puede resultar ideal para concitar el
discurso de un sujeto que pudiera estar habitando espacios o estados relaciona-
dos con la neurosis. Sin embargo una actitud ritualizada como esta puede resultar
completamente impertinente ante ciertos estados subjetivos y frente a ciertas
realidades clínicas. Si por ejemplo se recibe a una persona en estado postraumá-
tico, es decir que se encuentra en una zona o atmósfera de trauma muy presente,
este sujeto podría juzgar con toda razón la actitud del psicoanalista como imper-
sonal, fría, distante, es decir, carente de interés por su situación. Si en otro caso
quien acude a una entrevista es un sujeto que se encuentra en un trance psico-
somático, y como suele ocurrir en casos así tiene grandes dificultades para esta-
blecer un discurso asociativo, e incluso su producción de síntomas y formaciones
del inconsciente es bastante pobre, de nuevo un posicionamiento silencioso de

120
parte del clínico no hará más que generar un silencio incómodo que podría prolon-
garse un número indeterminado de sesiones. Muy diferente al silencio que se pro-
duciría en el contexto de un estado neurótico que estaría pregnado de pensamien-
tos y mociones de deseo reprimidas que tarde o temprano terminarían por brotar.

Aquí por supuesto se hace necesario acotar brevemente que esto nos remite al
tema del diagnóstico en psicoanálisis y de cómo éste no puede ser establecido ni
a priori ni demasiado pronto, y es el trabajo de las entrevistas preliminares lo que
permite ir formulando las hipótesis que conduzcan a este punto. Pero cabe decir
que precisamente, el echar mano de ciertas formas estandarizadas de abordar a
los pacientes en las entrevistas preliminares puede constituir una barrera para ge-
nerar el campo propicio a la escucha precisa de la especificidad clínica que se en-
frenta en cada caso, diagnósticos o no.

La ritualización y el acartonamiento que suele ocurrir en los primeros tiempos del


ejercicio clínico de los psicoanalistas tienen su origen en la gran variedad de pos-
tulados de la teoría de la clínica en distintos autores, comenzando por el mismo
Freud. Esto es entendible pues la transmisión de la teoría y la técnica dependen
de la clínica enfrentada por quien transmite, y de los elementos que su tiempo y el
diálogo con otros le permitió desarrollar.

El tema entonces no es la buena o mala lectura de los textos fundacionales, o la


fidelidad a los maestros. Como hemos mencionado arriba, el anquilosamiento
dogmático o ritualizante tiene más bien como fuentes ciertas determinantes socia-
les específicas.

Al existir una tendencia que pugna por la definición y delimitación diferencial dog-
mática de la grupalidad o adscripción a escuelas, que se sostiene en la necesidad
de reconocimiento de los analistas por sus colegas; y otra tendencia academizante
a dejar fuera de la transmisión académica propuestas importantísimas de autores
periféricos a la doxa, la formación de los psicoanalistas noveles -y desafortunada-
mente esto puede extenderse tras años de práctica- queda entonces:

121
A. Detenida en un impasse pues la formación, prevalentemente teórico-académica
no complementada (más allá del ‘propio análisis’) con el estudio clínico en una
comunidad de práctica (ver infra), no provee recursos para enfrentar retos di-
versos que los pacientes presentan, particularmente quienes provienen de es-
pacios tarumáticos.

B. Ignorante de propuestas diversas de abordaje clínico. Entre ellas las que permi-
tirían abordar con mayor amplitud de recursos la clínica del trauma.

Para ser más claros sobre el segundo punto: autores como Rodulfo, Davoine,
Gaudillière, Aulagnier y el conjunto de los que hemos referido en esta tesis, sue-
len no formar parte de un currículum básico de estudios académicos psicoanalíti-
cos. Sin embargo, la riqueza teórico-clínica de sus aportaciones sería imprescindi-
ble para una comunidad psicoanalítica cuya labor estuviera centrada en la discu-
sión de lo clínico, y por ello incluyera el análisis de las diferentes realidades pato-
lógicas así como la pertinencia táctica de distintos posicionamientos del analista
frente a ellas.

Pero hoy, la transmisión del psicoanálisis suele resultar en una academizante in-
doctrinación de los estudiantes universitarios cuya apoyatura en la praxis clínica o
bien no ocurre, o bien se da de manera deficiente en las prácticas profesionales y
servicio social. Mientras, en maestrías y diplomados la revisión curricular tiende a
reproducir un esquema básico de estudio de los textos canónicos (Freud I, II, III;
Lacan I, II, III; psicopatología, epistemología, etcétera). Como decía arriba, tanto
autores como contenidos, como discusiones y prácticas clínicas queden fuera de
revisión.

Los efectos de esto son claros si enfocamos la mirada en lo que queda excluido
de la formación de los nuevos analistas.

5.3 Dificultades específicas y otras posibilidades en la transmisión de la


clínica del trauma

122
La transmisión del corpus teórico del psicoanálisis, y la existencia de comunidades
de práctica95 psicoanalítica que discutan y supervisen la práctica clínica como
centro de su quehacer son dos aspectos fundamentales para analizar y com-
prender las maneras en que ocurre la formación de analistas en un espacio y
tiempo determinados. Debemos sin embargo incluir un tercer aspecto importantí-
simo, quizá el más importante: el análisis de los analistas.

Para el punto al que quiero llegar, que se refiere a otras posibilidades de transmi-
sión en el trabajo clínico con lo traumático, debo hablar en primera persona para
referirme a algunas experiencias que considero dignas de reflexión a este respec-
to. Durante algunos años fui miembro de un grupo interdisciplinario dedicado a la
atención de pacientes con diagnósticos de psicosis. En este grupo laborábamos
psicoanalistas, jóvenes psicólogos que nos encontrábamos en formación como
psicoanalistas y realizábamos funciones de acompañantes terapéuticos, psiquia-
tras y otros ‘profesionales de la salud mental’. Tres cosas fueron decantándose
como aprendizajes de todos esos años de labores:

Uno.-Para la atención de personas que atraviesan un Estado psicótico, estados


alterados por situaciones traumáticas, niños con graves desestructuraciones men-
tales, la gama técnico- táctica de posicionamientos de los clínicos es muy grande.
Teniendo claros algunos referentes éticos básicos, que podrían resumirse en ocu-
par un lugar tal que permita la aparición y despliegue de la subjetividad deseante
del paciente, las intervenciones y encuadres pueden y deben ir más lejos de la
estereotipia del dispositivo estándar para la neurosis. El acompañamiento terapéu-

95 “…el principal centro de interés de esta teoría reside en el aprendizaje como participación social. Aquí, la
participación no sólo se refiere a los eventos locales de compromiso con ciertas actividades y con determina-
das personas, sino también a un proceso de mayor alcance consistente en participar de una manera activa en
las prácticas de las comunidades sociales y en construir identidades en relación con estas comunidades.”
Etienne Wenger, Comunidades de práctica:Aprendizaje, significado e identidad. Barcelona, Paidós, 2001,
pp. 19- 39

123
tico mismo y todo lo que implica es ya una muestra muy compleja de las amplia-
ciones y diversificaciones clínicas que son necesarias para intervenir con efectivi-
dad en el campo en el que los sujetos se encuentran muy desestructurados; pero
también desde el lugar del analista, las intervenciones ambulatorias, las visitas, las
intervenciones en conjunto con acompañantes y psiquiatras, el psicoanálisis coor-
dinado de varios miembros de una familia, y las misma maneras - muchas no or-
todoxas- de intervenir en el consultorio, son parte de un repertorio que debe ser
considerado al insertarse como clínico en ese campo. Un aspecto anecdótico muy
interesante al respecto de la heterodoxia que puede representar el trabajo de un
clínico que se forma y practica en este tipo de dispositivos es la polémica que
desató el relato de Davoine y Gaudillière en su libro La Locura Wittgenstein96,
cuando da cuenta de cómo la psicoanalista comunica al paciente un sueño que ha
tenido. Leído desde un psicoanálisis cuya doxa se ha estructurado desde el cam-
po de la neurosis, tal intervención podría sonar un completo despropósito; en el
contexto de la comunidad a que me refiero, apareció como completamente perti-
nente, al menos para el caso de marras.

Dos.- El acompañamiento terapéutico como dispositivo clínico, el lugar del acom-


pañante terapéutico como posición ética, abren y colocan una pregunta que está
ya los referentes de la transmisión de la clínica en el campo psicoanalítico. Los
acompañantes terapéuticos, al menos en el grupo del que forme parte, coordinado
en un principio por Alberto Montoya y Gustavo Ordaz, y del cual posteriormente se
desprendió una segunda generación de acompañantes como Laura Maldonado,
Juan Manuel Rodríguez, Carlos Lomas, Enrique Cortés y muchos otros, aprendi-
mos a ser acompañantes acompañando a otros acompañantes a realizar su traba-
jo, al mismo tiempo que realizábamos lecturas y participábamos en discusiones
clínicas sobre casos con los otros miembros del grupo interdisciplinario que coor-
dinaba el doctor Juan Carlos Plá. El hecho de aprender a ser acompañantes en
una comunidad que nos proponía un acercamiento paulatino, primero como oyen-
tes, después como participantes con voz en discusiones clínicas, un poco después

96 Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière. La locura Wittgenstein, Edelp, México, 1992

124
como acompañantes de un proceso de acompañamiento conducido por otro, en
un momento más a cargo de un proceso de acompañamiento y en muchos casos
posteriormente como coordinadores de equipos de acompañantes, marcó un sello
fundamental que me parece enriquecedoramente contrapuntístico de lo que he
aludido más arriba como la academización del psicoanálisis. Esa forma de apren-
der a ser acompañantes se corresponde con lo que Lave y Wenger han llamado
aprendizaje situado o participación periférica legítima 97, que de acuerdo a ellos,
es la forma en que realmente se aprende a hacer algo: incluyéndose a comunida-
des de práctica en las que primero se participa marginalmente y paulatinamente
se va pasando a una participación más comprometida que incluya el conocimiento
y manejo de técnicas, la integración a un estilo de relacionarse socialmente con
los miembros del gremio, etcétera. En el modelo de la participación periférica legí-
tima, el estudio de la teoría es solamente un aspecto, imprescindible pero secun-
dario a la participación misma. No abundaré más en este punto en particular pues
debería ser motivo de un estudio aparte que dialogaría y polemizaría también con
planteamientos como el de Tamayo98, que aíslan el fenómeno de discipulazgo a la
pura relación socrática entre maestro y discípulo sin tomar en cuenta el contexto
social de esa relación. Regresando al punto que desarrollamos, es importante
anotar que partiendo de esta experiencia que retomo, la transmisión de una mane-
ra de hacer clínica queda definida y determinada por aspectos que van más allá
del estudio de textos canónicos, e incluso más allá también del estudio de autores
diversos, dado que la ocupación fundamental del grupo de formación era la clínica
misma. Era esa clínica, sus retos y dificultades la que nos lanzaba a investigar y
buscar referencias e interlocutores, poniéndonos incluso en la necesidad de ser
nosotros mismos los que desarrollamos propuestas teóricas99. De esta manera la
transmisión académica-curricular del psicoanálisis era un aspecto que podía ser

97Lave, Jean, y Etienne Wenger. Aprendizaje situado: participación periférica legítima. UNAM, Facultad de
Estudios Superiores Iztacala, 2003.

98Luis Tamayo. El discipulado en la formación del psicoanalista. Un aporte del psicoanálisis a la pedagogía.
Reloj de arena, México, 2004.

99Francisco Landa Tres dimensiones definitorias del acompañamiento a pacientes psicóticos. En: Revista
Tramas Universidad Autónoma Metropolitana, Vol 14, México, 2001.

125
complementario a nuestro o ser y nuestro quehacer, pero no era el corazón mismo
de la transmisión. Por último, para lo que toca a la transmisión específica de una
clínica de lo traumático, la recuperación de estas experiencias permite abrir una
pregunta retadora: ¿Se puede llegar a ser un clínico capaz de enfrentar casos de
psicosis, estados postraumáticos, estados depresivos severos, etcétera con sólo
estudios teóricos, un análisis personal y un espacio de supervisión? O aún más:
¿Qué tipo de psicoanalistas somos; acaso podemos ser psicoanalistas si nues-
tra formación se reduce a nuestro análisis personal y el estudio académico
del psicoanálisis, es decir, si no pertenecemos a una comunidad de prácti-
ca?

Tres.- Relacionado con esto último, un aspecto muy delicado que también tendría
que formar parte de un estudio específico cuya metodología sería todo un reto. Se
trata de aquello que puede transmitirse o no en un análisis, respecto a la posibili-
dad de escuchar y enfrentar los retos clínicos de estados subjetivos críticos dife-
rentes a la neurosis. Cyrulnik 100 plantea por ejemplo, basado en estudios neurofi-
siológicos y clínicos, algunos datos relevantes sobre la interacción entre las dota-
ciones genéticas -particularmente la instrucción para liberación de serotonina-, la
vivencia de situaciones catastróficas, y la manera en que aprendimos y fuimos
acompañados por los demás a enfrentarlas. En términos muy sintéticos, puede
decirse que los seres humanos podemos situarnos a dos costados de una línea
cuya diferencia reside en haber enfrentado una catástrofe traumática o no. De un
lado u otro, los factores mencionados resultan determinantes para que pueda sor-
tearse esa vivencia de un modo resiliente, es decir que podamos reconstituirnos y
reconstituir nuestro lugar en el mundo después de ese pasaje traumático. Aunado
entonces a los aspectos puramente formativos del psicoanalista, relativos lo que
hemos comenzado a dirimir en cuanto a su formación académica y pertenencia a
una comunidad de práctica, se encontraría un aspecto puramente subjetivo que el
concepto de residencia permite abordar de una manera diferente y complementa-

100 Cf. Boris Cyrulnik, Op. Cit.

126
ria, me parece, al tema del fin de análisis, y que se relaciona directamente con la
formación específica del analista para enfrentar la clínica del trauma. Se trata de
esto: ¿cuál es la relación de cada psicoanalista con lo traumático en su propio de-
curso vital? En términos sencillos, no será lo mismo tener como analista a una
persona que ha enfrentado una catástrofe traumática, que con una persona que
no lo ha hecho. No es lo mismo tener como analista a alguien que ha generado
una respuesta resiliente ante la catástrofe que a alguien que no lo ha hecho. Es
decir, ¿qué hizo de él/ella esa experiencia, respecto a su posición clínica? Todo
esto determinará lo que es e analista hará desde el corazón de su estructura
cuando enfrente un caso de catástrofe subjetiva, a una persona en un momento
postraumático. Ligando esto con el punto anterior, tampoco será equiparable la
manera en que un psicoanalista puede enfrentar tal reto clínico si como parte de
su formación ha trabajado con estados subjetivos gravemente desestructurados o
no (y para ese trabajo clínico ha formado parte de una comunidad interdisciplinaria
de práctica).

5.4 El contexto para la inserción de una propuesta

Hemos esbozado en este epílogo algunos elementos determinantes para la


formación de los psicoanalistas y la transmisión del psicoanálisis, comenzando a
enfatizar las particularidades de la transmisión de una clínica del trauma y las ca-
tástrofes subjetivas. Ahora anotaremos algunos aspectos referentes al contexto
disciplinar en el que propuestas específicas en este campo podrían insertarse. La
transmisión del psicoanálisis es de por sí un asunto muy complejo y problemático.
Castoriadis lo resume de esta manera:

“Confrontado a esta situación fundamental: de no seguridad teórica, de no seguri-


dad práctica frente a la exigencia perpetua de un pensar y de un hacer, dentro de
una cultura que apunta (y casi logra) dividir todo entre el algoritmo y lo inefable,
entre la “máquina” pura y el puro “deseo”, a exiliar y a hacer impensable lo esen-

127
cial de lo que es y de lo que nos importa, el psicoanalista... se ve casi fatalmente
obligado a tomar una u otra de estas prótesis: la prótesis del dogma codificado y
de la administración de la transmisión del análisis por una institución burocratiza-
da; la prótesis de la relación de “magisterio” y de poder de uno solo. Los dos sis-
temas son complementarios y solidarios funcionan conjuntamente en la justifica-
ción de cada uno mediante la denuncia del otro y los dos en la malversación del
psicoanálisis”101

Rocha102 realiza un cuidadoso análisis de las dificultades institucionales para la


transmisión del psicoanálisis en México digno de ser revisado que refiere no sólo
a las dificultades epistemológicas del psicoanálisis como ciencia, sino también a la
complicada colocación de cada uno de los psicoanalistas en formación respecto a
quiénes son en un espacio cuyas determinaciones oscilan entre la burocratización
controladora y el liderazgo caudillista, e incluso a las insalvables contradicciones
que hacen de la relación psicoanálisis-institución-sociedad, como lo dijera Rous-
tang, un funesto destino.

En este espacio, añadiría, anudando como parte del panorama lo expuesto más
arriba respecto al contexto del psicoanálisis mexicano como trasplantado desde
Europa, y particularmente en la segunda mitad del siglo XX por personajes sud-
americanos, la problemática inherente a la inculturación de esta disciplina en
nuestro país. En su libro Epistemologías del Sur, Boaventura de Souza 103 nos pre-
senta un interesante reto para este punto. De Souza nos habla de cómo, por las
determinantes socio históricas de nuestro espacio y tiempo latinoamericano, sole-
mos proceder de una manera colonial: una marca de ello es la presencia innega-
ble de la descalificación del otro como estilo generalizado en nuestra aproximación
al conocimiento; otra, la ausencia de una ecología de saberes que asuma la in-

101 Cornelio Castoriadis. El psicoanálisis, proyecto y elucidación. Buenos Aires, Nueva Visión, 1992, p. 82.

102 Cf. Rocha, G. Las instituciones psicoanalíticas en México. Un análisis sobre la formación de analistas y
sus mecanismos de regulación. Acheronta Revista de psicoanálisis y cultura, Vol 14, Diciembre 2001.
www.acheronta.org/acheronta14/rochatesis

103 Boaventura de Souza y María Meneses (eds), Epistemologías del Sur, España, Akal, 2014

128
completud de todo conocimiento así como la necesidad de traducciones intercultu-
rales para aquellos cuerpos de saber producidos desde otros referentes socio his-
tóricos. Si tomamos en cuenta esto, podremos ser capaces de visualizar y tomar
en consideración una serie de fenómenos presentes en el campo disciplinario del
psicoanálisis actual en México que tienen como rasgo en común la ausencia casi
total de diálogo entre grupos y escuelas, entre colegas, y no se diga entre los psi-
coanalistas y otros profesionales como los psicólogos, neurólogos, psiquiatras.
Como menciona este autor, las interacciones observadas suelen ser del orden de
la descalificación, y los espacios en donde se produce una interlocución respetuo-
sa son, desde los núcleos de producción dogmática vistos con suspicacia o recha-
zo. Para este trabajo, como se verá más adelante, será particularmente importante
desafiar esta lógica para el estudio integral de los fenómenos clínicos relativos a lo
traumático.

Tenemos entonces un panorama extremadamente complejo. Devenir psicoanalista


requiere de por sí un intrincado pasaje que exige ir tomando posición en un territo-
rio:

a. no científico (al menos en el modelo hegemónico de ciencia)

b. en los márgenes de lo legal (no se trata de una profesión regulada, y de


acuerdo a muchos puede ser ejercida por personas sin una formación pro-
fesional en el campo de la salud). Además, en nuestro contexto latinoameri-
cano:

c. tendiente a la colonialidad (partiendo de que el fundador y los líderes de es-


cuela son extranjeros). Y para México en particular:

d. academizado en su transmisión (y ahí donde la formación incluye lo clínico,


como en APM, se encuentra sujeta a controles burocráticos).

e. en fragmentación como campo de referencias en autores y escuelas, y si


seguimos a De Souza:

129
f. marcado por una tendencia cultural a la descalificación del otro como estilo
frente al conocimiento…

Entonces, en este terriblemente complejo contexto, si quisiéramos incluir el pro-


blema específico de la formación clínica del psicoanalista para la atención del
trauma y sus efectos, tendríamos que añadir las determinantes inherentes a ello
que hemos expuesto más arriba, que atañen a que el territorio específico de la clí-
nica del trauma estaría…

g. Sujeto a la posibilidad de pertenecer y participar en una comunidad de prác-


tica que haga de la clínica del trauma y los estados subjetivos críticos su
quehacer y materia de estudio

h. Marcado por la relación vital, tanto del analista en formación como de su


psicoanalista, de las dimensiones traumático/resilientes en la biografía y el
trabajo del propio análisis

i. Definido por su marginalidad en el terreno de la formación de psicoanalis-


tas, tal como se ha venido instituyendo por las determinantes históricas me-
xicanas (muy diferentes por ejemplo a las de Argentina, donde el psicoaná-
lisis que se transmite en la Universidad está más cercano a prácticas hospi-
talarias).

¿Cómo hacer clínica del trauma, ser psicoanalista y sostener un psicoanálisis que
dé cabida a una clínica necesariamente heterodoxa y frágil, que menos que nin-
guna otra puede escapar a tomar posición en la polis?

¿Cómo, particularmente en este país, en las condiciones actuales de proliferación


de la catástrofe?

***

De la consideración de las preguntas anteriores, la necesidad de apalabrar para


esta parte final la inquietud política en la escritura de esta tesis.

Querétaro, México, 2011-2017.

130
__________________________________________________________________

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