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El Pescador Invisible

El relato cuenta la historia de Magdala, una mujer que da a luz a Juan sin Miedo. Juan crece fuerte y valiente, defendiendo a los demás de abusos y vengándose de aquellos que hacen daño. Magdala cría a Juan lejos de su pasado violento.
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El Pescador Invisible

El relato cuenta la historia de Magdala, una mujer que da a luz a Juan sin Miedo. Juan crece fuerte y valiente, defendiendo a los demás de abusos y vengándose de aquellos que hacen daño. Magdala cría a Juan lejos de su pasado violento.
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Jhon Walter Torres Meza

1
El pescador invisible

2 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

El pescador invisible
│CUENTOS│

JHON WALTER TORRES MEZA

3
El pescador invisible

EL PESCADOR

4 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

INVISIBLE
JHON WALTER TORRES MEZA

KLEPSIDRA EDITORES
2023

5
El pescador invisible

El pescador invisible
© Primera edición Klepsidra Editores: Noviembre 2023
© Autor: Jhon Walter Torres Meza
Dirección editorial:
John Jairo Carvajal Bernal
[email protected]
Coordinadora de medios virtuales:
Johana N. Carvajal Cortés
Asistencia editorial:
Juliana Javierre
Mateo Carvajal A.
Elbert Coes
Franklin Molano Gaona
Gabriel Arturo Castro
Pilar Avella S.
Diseño y diagramación:
Juan Esteban Gaviria A.
Klepsidra Editores
Imagen Carátula:

ISBN:

Queda prohibida, sin autorización escrita de los titulares, la reproducción


parcial o total de esta obra.
Impreso y hecho en Colombia por Klepsidra Editores, Pereira.
Printed and made in Colombia by Klepsidra Editores, Pereira

6
Jhon Walter Torres Meza

ÍNDICE

El pescador invisible 7
Corazón asesino 13
La ciudad de la furia 25
El sueño de Andrómeda 29
Un poema antes de morir 35
La canción de los hacinados 41
Conan, el destructor de vaginas 53
Jazmín desnuda 61
Muerte al tiempo 73
Carta al cielo 75

7
El pescador invisible

8 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

EL PESCADOR INVISIBLE

La canoa avanzaba lenta en el río Cauca. El pescador recibió


los primeros rayos del sol en su pecho desnudo. Desafiante
arrojó la tarraya con fuerza, al espacio donde existen las
posibilidades. Al traerla de vuelta se encontraba vacía.
En ese momento observó que el agua traía tres banderas
de Colombia, envolvían cadáveres y gritos. Los colores
amarillo, azul y rojo, flotaban, parecían ballenas heridas
que venían a reclamar su extinción. Recordó a Vanessa, la
joven universitaria con quien hizo el amor en esa canoa,
que ahora navegaba sin rumbo en las aguas del tiempo.
Vanessa lo había invitado a las protestas contra el gobierno,
a caminar junto a una multitud que reclamaba eufórica la
falta de oportunidades laborales, el alza indiscriminada de
los alimentos, el asesinato sistemático de líderes sociales,
y una cantidad de problemas que el joven pescador no
entendía.
Había nacido a la orilla del río. A sus veinte años era
capaz de atravesarlo nadando sin dificultad. La noche
anterior Vanessa fue a visitarlo. Navegaron en la canoa que
heredó de su padre. A la luz de una luna herida le besó las
tetas duras y trigueñas, ella introdujo su mano y apretó el
miembro inhiesto, quiso morir de placer. Los dos jóvenes
se desnudaron para sumergirse en sus propias aguas,
mientras el río llevaba consigo cuerpos sin nombre.
—Vos sos hermoso Camilo. Acompañame hoy, vení
a marchar conmigo. Mirá lo que está pasando en el país,
todos debemos estar unidos. Este hijueputa gobierno nos

9
El pescador invisible

está matando. Te quiero Camilo, pero no puedo estar con


alguien que le importa un culo este momento histórico que
atraviesa el país.
—Pero yo no puedo hacer nada, además vos entendés
porque estás en la universidad. Comprendé, tengo que
pescar, sacar arena, ¿o quién va a mantener a mi mamá?
Aquella noche Camilo no pudo dormir, se escucharon
disparos y gritos. Vanessa, la joven universitaria que
conoció en el transporte público, pertenecía a otro mundo.
Quizá ella ayudaría a cambiar el país, la admiraba. Por el
contrario, él no podría hacer nada. Vivía para pescar. Sentía
el olor del río y de la tierra. Nunca le interesó terminar la
secundaria. Pescaba y sacaba arena para sobrevivir, no
sentía el paso del tiempo. El mismo Cauca lo miraba con
lástima al comprobar que el joven no cumplía la metáfora
de Heráclito de no bañarnos dos veces en el mismo río.
Camilo, el pescador invisible, ignoraba el bramido de la
ciudad, la máquina incesante que estallaba todos los días.
Ahora pensó en ella mientras los peces comían los
cuerpos desaparecidos. La universitaria que lo introdujo
entre sus piernas en una canoa desgastada que navegaba
en el río Cauca e ignoraba los disparos y gritos de la ciudad.
Se decidió entonces a buscarla, a remar en el asfalto. Sabía
en donde hallarla. Vanessa le había dicho el lugar de la
manifestación, además el humo lo condujo. Al llegar observó
un mar de caras, letreros que anunciaban crímenes. En el
aire flotaban gases lacrimógenos. Sin darse cuenta entró
en la multitud, en el torbellino de los manifestantes, quiso
escapar, pero entonces la vio, a la distancia. La universitaria
se enfrentaba a los policías, uno de ellos quería llevarla
contra su voluntad. El pescador nadó para liberarla, braceó
en la muchedumbre. La fuerza de su brazo no tuvo rival,
varios policías intentaron retenerlo, pero el pescador
llevaba consigo el río y enfrentó la vorágine para salvar a
la joven.

10 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

Una vez libres corrieron entre explosiones y disparos.


Vanessa lo detuvo al sentirse a salvo. El joven sudaba —Vos
sos un patriota, te amo —le dijo y lo besó largo mientras se
escuchaban tanquetas y el gas los cubría.
Aunque Camilo no entendía la causa de los
enfrentamientos, se sintió navegar en el río Cauca a través
de los labios de la joven.

11
El pescador invisible

12 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

CORAZÓN ASESINO

Asesinó al dueño del hostal. Hace días lo tenía planeado.


Robó el dinero que el abusador guardaba en su billetera
y lo que pudo esconder en el abultado vientre. Tuvo el
cuidado de cerrar con delicadeza. Afuera una viuda la
observaba, Magdala le sonrió con malevolencia y la mujer
se santiguó. Varias personas vieron la sangre de sus brazos
e imaginaron lo que pasaba. Nadie se atrevió a decir algo.
Magdala, con el caminar de quien se cree superior, avanzó
por el corredor. Antes de salir del hostal escuchó el grito
desgarrador de una mujer. A su mente vino el recuerdo de
la sangre de su víctima. Magdala rio fuerte, tanto, que las
personas que escucharon su carcajada juraron que era el
diablo.
Juan nació en medio de una tormenta. La madre lo tuvo
sin ayuda de comadrona que la socorriera. En un establo,
al lado de un alazán y un perro rabioso, con un aguacero
torrencial, vino al mundo Juan sin Miedo que no lloró
como los otros niños. La madre secó la sangre del pequeño,
quizá estuviera muerto, pero el niño con unos ojos negros
y abismales, que parecían un agujero del espacio, la
observaba. Desde ese día Magdala, una puta asesina, el
terror de las mujeres casadas, sintió deseos de vivir.
El triunfo de la vida sobre la muerte le dio una
oportunidad. Con el nacimiento de Juan la mujer se sintió
otra, como si hubiera realizado un rito, sus huesos y cada
átomo de su sangre se renovaron. Por el pequeño juró
emprender una nueva vida. Con los ahorros que guardaba
compró una pequeña casa a las afueras del pueblo. Los

13
El pescador invisible

hombres del lugar que le temían y la amaban en silencio,


extrañaron su cuerpo exquisito. Las mujeres hicieron fiesta
cuando supieron que Magdala no recorría las calles en
busca de hombres y de víctimas. Dicen los viejos que no
había hombre capaz de resistirse a sus encantos. Los que
no morían en sus manos sufrían delirios de amor por sus
besos salvajes.
El niño creció fuerte, con el carácter, la valentía y la
hijueputés de su madre. En la escuela vi por primera vez
sus ojos abismales. No disfrutaba la compañía de nadie, ni
jugaba como los demás. Se sentaba en un pequeño kiosco
y leía una revista de Kalimán. Nos volvimos amigos o a lo
menos compañeros cuando Palacios, el niño más temido
del salón, me partió un pupitre en la espalda. Sus amigos me
golpeaban en el suelo y Juan intervino dando trompadas a
diestra y siniestra. Todos se paralizaron al sentir su fuerza
de toro. Juan tumbó a Palacios, y si la profesora y los demás
compañeros no se lo quitan, hubiera cometido su primer
crimen. A partir de ese momento lo admiré. Su firmeza y
resolución eran los de un asesino. En los días siguientes
le traje galletas y me hice a su lado. Quizá lo único que
siempre compartimos fue el silencio. En la adultez nos
sentábamos en dos viejas mecedoras sin decir nada, como
si el silencio de su rostro metálico y mi alma lúgubre dijeran
todo lo necesario. El niño fue apodado Juan sin Miedo. En
la escuela rompió cien narices e hizo fama de boxeador. El
profesor Jaime nunca logró olvidarlo. Una tarde, en que
Juan y algunos compañeros recibimos azotes en las manos
por comportarnos mal en la iglesia, Juan sin Miedo, con
un garrote descomunal oculto en las espaldas nos vengó.
El profesor confiado del niño silencioso de trece años no
tuvo ninguna precaución al acercarse. Juan sin Miedo lo
emprendió a garrotazos haciéndolo correr diez cuadras.
Desde ese día los profesores de la escuela no volvieron a
maltratar a ningún estudiante. Magdala, nunca corrigió a
su hijo, se sentía orgullosa de haber traído al mundo una

14 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

parte de su alma. Quiso que Juan fuera alegre y se divirtiera.


Lo sacaba de casa para que conociera amigos, sin embargo,
el niño era solitario. No le gustaba hablar con nadie, me
buscaba y luego de un apretón de manos, se abstraía en un
mutismo voluntario.
A los catorce años la vida de Juan cambió. Su madre
le dijo que el teniente de la policía del pueblo era su
padre. Ella lo había visto esa mañana en compañía de su
esposa y una joven rubia de 23 años. Magdala, inigualable
en belleza los miró a los ojos. El teniente supuso que la
prostituta retirada le causaría un escándalo, así que le
dijo que respetara la autoridad, que se quitara del camino
porque pasaría una familia decente. Magdala, al escuchar
las palabras y observar que la mujer que lo acompañaba
la miraba con desprecio, le dieron ganas de matarlos, sus
ojos negros brillaron, si ocultara el cuchillo debajo de la
falda de seguro habría terminado con la honorable familia.
Juan sin Miedo, luego de escuchar a su madre le preguntó
qué debería hacer. Magdala lo besó y dijo que nada, que
continuara alimentando el ganado.
La vida del campo, las gallinas y las vacas, consiguieron
calmar el espíritu indomable de Magdala. Su hijo la
transformó en una nueva mujer, sin embargo, un rencor
crecía en alguna parte de sus huesos, no podía olvidar el
insulto del teniente y su esposa. Una mañana, después
de vender una res en la galería, lo encontró de nuevo. El
teniente esta vez la enfrentó y le dijo a manera de burla que
su hijo era un bastardo. Magdala tomó rápido el cuchillo
y si dos policías que cuidaban al teniente no la sujetan, lo
habría enviado al otro mundo.
Hasta ese día Juan sin Miedo estuvo tranquilo, su
demonio interior dormía, luego no hubo poder humano
capaz de detenerlo. El cadáver de Magdala lo encontraron
tres gallinazos. Todos los habitantes del pueblo comentaron
su muerte, no creían lo que pasaba. Juan sin Miedo, sin
una lágrima en el rostro, ahogado en sí mismo, enterró

15
El pescador invisible

a su madre. El único que lo acompañó fue Palacios, el


compañero al que casi mata por mi culpa. Los dos niños
llevaron el ataúd en una carreta. Quise ir, pero mi madre
me retuvo. Las personas solo miraban y se santiguaban.
Después del entierro Juan sin Miedo se fue del pueblo, se
iba en compañía de Palacios y un tío. Antes de marcharse
le entregué unas revistas y un libro sin abrir que papá me
había regalado. La mirada perdida y esquizoide de Juan
asomó una lágrima.
Juan mató su primer hombre a los quince años. De una
cuchillada lo atravesó. El crimen lo había ordenado León
María Lozano, el Cóndor, jefe máximo de los asesinos del
Partido Conservador, que desde entonces vio en el joven a
un criminal desalmado. En todo el Valle del Cauca, Juan sin
Miedo, hizo fama de matón. Donde los demás pájaros no se
atrevían a llegar, el joven irrumpía y miraba la muerte de
frente, como solo aquellos que desean encontrarla pueden
hacerlo.
¿A cuántos hombres mató Juan sin Miedo? Don Joaquín
dijo que a más de cien. Lo cierto es que una mañana, con
un sol inclemente, volvió al pueblo. Las personas que lo
conocían y los curiosos se ocultaron. Una señora que salía
de misa se persignó y juró que era el diablo. Juan sin Miedo
avanzó lento por las calles polvorientas. El olor de las
casas y el aire le recordaron a su madre. Lo primero que
hizo fue entrar a la carnicería de don Tiberio y descargarle
dos tiros, las balas entraron por el mismo orificio. Al salir
no había un cristiano capaz de mirarlo. Algunos decían
que era la reencarnación de Magdala o de Lucifer. Al día
siguiente, encontraron a Ómar González descuartizado. Un
pescador halló los restos en la orilla del río Cauca. Nunca
las calles del pueblo se vieron tan desiertas. Cuando nos
cruzamos me dio un apretón de manos y posó sobre mis
ojos lúgubres su mirada esquizoide, sentí temor y felicidad
de verlo. No hablamos, solo lo vi marcharse y desaparecer
en la distancia.

16 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

Juan sin Miedo mató a veinte hombres del Partido


Liberal. En el pueblo todos le temían. Dos hombres lo
acompañaban, entre ellos Palacios, su compañero de
infancia. Ahora llevaba una cicatriz que empezaba desde
la frente y descendía hasta el labio. Les decían los Pájaros
y asesinaban sin piedad. La vida de Juan sin Miedo, igual
que la de su madre, cambió cuando don Joaquín, que en ese
entonces tenía 65 años se acercó a su casa. El viejo que ya
se sentía cansado de vivir se atrevió a decirle lo que nadie
fue capaz.
—Mire, Juan, hoy vengo a contarle lo que ese hijueputa
teniente de la policía nos hizo a ambos. Yo ya estoy muy
viejo, pero usted está joven y heredó la valentía de su
madre.
Juan se acercó al hombre con una sonrisa fingida,
recordaba que su madre trabajaba con él cuando vendía las
vacas en la plaza. Escuchó una vocecita diciéndole al oído
que lo invitara a pasar y lo matara.
—Téngase duro porque le voy a decir la verdad. Usted
sabe que fui muy amigo de su mamá, quizá el único que
tuvo. Mire le voy a contar, el que mató a Magdala fue el
teniente. Yo he querido cobrar venganza, pero nunca he
sido capaz, ya solo espero la muerte mijo.
Juan rio fuerte, tanto, que don Joaquín salió corriendo
del lugar. El joven cargó el Smith & Wesson cañón corto con
seis balas relucientes. Al salir de la casa le dijo a Palacios
y al Pájaro que tenía bajo su mando, que no lo siguieran.
Encontró al teniente en el parque. Sabía que era su padre,
pensó en disparar desde la distancia, pero quiso matarlo
de cerca, humillarlo con la mirada. Cuando lo tuvo a dos
metros, una mujer con sus mismos ojos se atravesó en el
camino. Su belleza y encanto sobrenatural lo detuvieron.
Escuchó que le dijo “padre” al policía. Entonces supo que
la creatura celestial que observaba era su media hermana.
Se confundió. Por primera vez dudaba. La vocecita en la
cabeza le dijo que los matara a ambos. Tomó a la mujer del

17
El pescador invisible

brazo y la jaló. El teniente quiso reaccionar, pero Juan le dio


un golpe y cayó de bruces. Las personas se ocultaron. Ella
no opuso resistencia al repentino secuestro del bandolero.
Juan sin Miedo llegó a su casa y le desgarró el vestido. La
mujer detalló, aunque sentía miedo, que su secuestrador
era muy joven, apenas si tuviera 18 años, ella, en cambio,
tenía veintiocho bien vividos.
—Usted quién se cree que es mocoso, yo soy mayor
que usted. Usted quiere mi cuerpo, pues listo, hágale si es
capaz. Si me hubiera dicho lo que quería no hubiera tenido
que traerme a la fuerza —trató de intimidarlo.
Ante la desnudez impoluta de la mujer, Juan no
respondió. Su ombligo era el centro de la vida y de la
muerte. Arriba de él reposaban las formas perfectas de las
tetas y el rostro de un ángel. Abajo, una abertura exquisita
anunciaba las llamas del infierno. Juan quiso descender
hasta quemarse.
—Qué, ¿se va a quedar ahí parado?, hágale pues maricón.
La mujer se sintió atraída ante el cambio de personalidad
y la belleza enigmática del joven. Juan recobró el valor y se
desnudó para sumergirse en los secretos del mar. Navegó
en sus aguas tibias como nunca marinero alguno lo hizo.
Al terminar se dio cuenta que era su esclavo. Tania, así
se llamaba la mujer. Poseía piel blanca y cabello dorado,
sus ojos marítimos cambiaban de color cuando hacía el
amor. Se enamoró del joven pistolero. Ambos se amaron
y cabalgaron desnudos cuatro horas seguidas buscando la
muerte, al final durmieron en la paz de sus cuerpos.
Juan devolvió a Tania con el sol y los habitantes del
pueblo de testigos. Todos presenciaron el hecho. Tania
caminaba orgullosa al lado del joven, estaba segura de no
volver a pensar en otro hombre. Le había dicho que hablaría
con su padre para ser su esposa. Aunque Juan, guiado por
la demencia del amor, le dijo que se fueran juntos, ella no
lo aceptó, pensaba arreglar las cosas por las buenas. El
teniente, ese mismo día, después de escuchar la locura de

18 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

su hija, le dijo que no había problema, sin embargo, en la


noche, con ayuda de tres policías, la sacó dopada del pueblo
rumbo a Bogotá.
Juan, en compañía de Palacios y su otro asesino,
buscaron a la mujer y al teniente por cielo y tierra. El
joven juró recorrer el mundo entero y matar a quien fuera
necesario por encontrarla. Los días pasaron y Juan se
desesperaba. Palacios y su compañero lo abandonaron y
viajaron a Tuluá para informar al Cóndor la locura de Juan
sin Miedo que moría por no hallar a su amada; le contaron
que no era tan guapo como decían, pues no había nacido
hombre alguno, por genio o valiente que fuera, que no
cayera dominado ante el encanto de una mujer.
Después de nueve meses, dos días y quince horas, Juan
sin Miedo, gracias a una persona importante del Partido
Conservador, la encontró. Estaba en la sala de parto de un
hospital. Juan entró a la fuerza, dispuesto a partirle la madre
a quien fuera necesario para llevársela. Dos guardias, dos
enfermeras y un médico albino se lo impidieron.
—Si se la lleva se va a morir hijo, está embarazada. El
papá de la señora está en la otra sala, si quiere hable con
él, pero por el momento no puedo permitirle pasar, estoy a
punto de proceder con la paciente.
Juan sin Miedo se quedó atónito. Un hijo vendría al
mundo, no sabía si era suyo. Se asomó por el cristal de la sala
y entonces la vio. Ella, como si escuchara los pensamientos
del joven, tocó su vientre y le dijo con la verdad de su rostro
que vendría al mundo una parte de los dos.
Un frío recorrió el cuerpo de Juan. Las horas pasaron
lentas. Luego, el médico anunció lo inevitable. El teniente,
que por la noticia no percató la presencia de Juan, maldijo
su suerte.
—El bebé está bien, sin embargo, la madre sufrió una
complicación y ya no nos acompaña. Ah, pero eso sí, el niño
es muy saludable y especial. Tendremos que ponerlo en
control, es bastante especial.

19
El pescador invisible

Juan escuchó cada sílaba del médico. Quiso llorar, pero


sus ojos no tenían lágrimas.
— ¿Dónde está el niño? Me lo llevo inmediatamente —
dijo el teniente.
Juan recobró el valor y sacó el arma para hacerle
saber a los presentes quién era. Decidido, le metió un
balazo al teniente y si los guardias no huyen, seguro los
hubiera matado. Llevaba ocho días sin bañarse y tenía el
aspecto de un maniático. Con el Smith & Wesson a la vista
y el niño cargado en su brazo izquierdo, salió del hospital
con ganas de matar al que se le atravesara. Cuando llegó
a casa, la misma donde alguna vez Magdala lo crio, puso
al niño desnudo en la cama. El pequeño cuerpo y los ojos
profundos iguales a los suyos lo asombraron. Se acostó a su
lado y durmió tranquilo. La noche encadenó su ira en algún
lugar de lo negro.
El sonido del corazón lo despertó. El pequeño seguía a su
lado sin hacer el menor ruido. Juan supo que tenía hambre
porque abría la boca, sin embargo, no escuchaba su llanto.
Afuera oyó unas pisadas. Quitó el seguro del arma y por el
agujero de la puerta pudo ver a sus dos asesinos. Palacios,
acompañado de otro Pájaro, lucían ansiosos. Uno de ellos
lo llamó. Juan le dijo que entrara. Lo esperó oculto detrás
de la puerta. El niño no hizo más movimientos gesticulares,
se calmó, como si supiera que en ese momento se jugaba
su vida. De una cuchillada, Juan sin Miedo, atravesó a su
enemigo. Un poco de sangre salpicó la cara del pequeño.
Juan, por primera vez, pensó en la muerte. Si llegaba a
morir el niño quedaría solo.
—Salí pues, malparido —gritó Palacios―. Juan
dudó un momento. Le hizo la señal de la cruz al niño y
salió disparando con valor. Tenía la puntería precisa y
sobrenatural de su madre.
Los cuerpos sin vida de Palacios y su acompañante, los
encontraron en el parque colgados de un viejo árbol. La
gente se asustó al verlos, pues no tenían ojos. Juan sabía que

20 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

vendrían más Pájaros del Partido Conservador a buscarlo.


La única salida era cortar el problema de raíz. Dejó el niño
con don Joaquín, le dijo que si no regresaba en dos días lo
criara como suyo. Cargó el arma y antes de partir besó al
pequeño. El olor olvidado de su madre retornó en el cuerpo
del niño. Años después me confesó don Joaquín que creyó
que esa era la última vez que vería a Juan.
Al Cóndor, jefe de sicarios del Partido Conservador, lo
asesinaron en la ciudad de Pereira. El cuerpo lo trasladaron
a Tuluá y la ciudad estuvo de fiesta. Los Liberales nunca
celebraron tanto. Juan sin Miedo regresó y don Joaquín se
lo dijo:
—El niño es sordomudo y parece especial. Eso sí, tiene
los mismos ojos negros de Magdala.
Juan levantó al pequeño como un trofeo. En ese
momento supo que existía.
El Mudo, como lo llamaron todos, nació con Síndrome
de Down. Caminaba lento y recibía con una sonrisa a las
personas que iban a comprar leche y huevos a la casa de su
padre. Juan sin Miedo no se preocupó por conseguir dinero.
Con lo que tenía compró algunas vacas y gallinas. La vida
del campo y la compañía de su hijo bastaron para brindarle
la calma que algún día tuvo. Con la muerte del Cóndor nadie
intentó buscarlo. Recuerdo el día de su visita. Lucía un traje
de corbata y sombrero. Los años nos cambiaron, noté que
su cuerpo aún seguía rígido. Conservaba sus brazos de
oso y la quijada de boxeador. Nos sentamos en el jardín y
contemplamos la muerte de la tarde.
—Aún tengo el libro, lo he leído muchas veces —me
dijo antes de irse.
Años después recordé sus palabras y creí comprenderlo.
La vida es amante de la muerte. Se encuentran en sueños.
El tiempo los separa, a veces poco, a veces mucho. Los años
volvieron a Juan otra persona. Se volvió cristiano y fiel
cumplidor de la palabra de Dios. Con las muchas iglesias que
llegaron al pueblo, los creyentes integraron comunidades

21
El pescador invisible

religiosas. El conflicto entre Liberales y Conservadores se


redujo hasta casi desaparecer. Sin embargo, el narcotráfico
comenzó en Colombia como un nido de arrieras y con
él miles de muertos. Los ideales políticos y colectivos se
perdieron, en su lugar quedó el anhelo al poder individual.
Se formaron grupos guerrilleros, igual o peor a los asesinos
del gobierno. Los jóvenes comenzaron a fumar marihuana
y cocaína. Entonces, Colombia fue la tierra de nadie.
El Mudo enfrentó un mundo distinto al de Juan, que, a
sus sesenta años, pedía a Dios que le diera larga vida para
cuidar de su hijo. Una tarde, en que celebraban ochenta años
de la fundación del municipio, unos hombres montados a
caballo dispararon al azar. El Mudo caminaba sonriente,
llevaba los huevos a la tienda de Pacho cuando una bala
lo tumbó. Los huevos se partieron y la gente se aglomeró
alrededor. Juan sin Miedo, sin creerlo, se hizo paso entre la
multitud. Lo cargó sin llorar y caminó a su casa. Nadie dijo
nada. Todos lo vieron avanzar por esa calle que fue testigo
de sus crímenes. Al día siguiente ambos cargamos a su hijo
al cementerio. Recordé la vez en que lo vi con la mirada
perdida llevando a su madre a enterrar. Juan caminó con
la seguridad de siempre mientras alrededor escuchamos
la música y los murmullos de la gente. Al echar la última
palada Juan no se despidió de su hijo ni de mí, había
enterrado su alma. Lo demás lo supe por don Joaquín, que
parecía descendiente de Matusalén y ajustaba un poco más
de cien años.
Un día después del entierro, un hombre tocó a la puerta
de Juan. Decía venir de parte del Cojo, que en el bajo mundo
era el dueño del pueblo. Le entregó dinero y en nombre
de su patrón se disculpó por la tragedia involuntaria de su
hijo.
—Mi viejo, fue un accidente, un infeliz accidente que
acabó con la suerte del mudito. Créame cuando le digo que
el patrón está muy avergonzado, pocas veces hace cosas
como esta.

22 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

«Mátalo, éntralo y mátalo». La vocecita en el interior de


Juan había despertado de su letargo y le hablaba. Juan sin
Miedo lo invitó a pasar. Lo atacó de frente. Con la agilidad
de un matarife clavó el puñal en su garganta. Arrastró el
cadáver al patio y cortó sus extremidades. Lo hizo como en
los buenos tiempos cuando sembraba terror en el Partido
Liberal. La vocecita no dijo nada más y Juan se detuvo. Se
duchó, se puso el viejo traje y el sombrero. Sacó el arma que
lucía inmortal en el estuche. Juan se sintió de nuevo amo de
la vida ajena y amante de la muerte. Empacó el cuerpo de
su víctima en una bolsa y la echó a la basura. Luego se fue
en busca del Cojo.
Lo encontró en una cantina. Dos hombres lo
acompañaban. Supo que era él por la descripción que
le dio don Joaquín. Los ancianos que lo vieron de nuevo
recordaron la época de la violencia. Juan sin Miedo se
sintió extraño, como si fuera otro, sin embargo, la vocecita
le dio el ánimo que necesitaba. El Cojo, que era un hombre
veterano de cuarenta años, les dijo a sus escoltas que lo
detuvieran antes de llegar a su presencia.
—Alto viejo ¿A qué viene a este bar?, está cerrado, es
propiedad privada.
Juan, que hablaba poco, se animó y no se detuvo.
—Vengo a hablar con el señor Cojo. Tranquilos, soy un
pobre viejo.
—Señor, que se detenga… viejo marica que pare —le
gritó el joven, que ese día cumplía veinte años.
Juan sin Miedo conservaba la puntería de matón y le
incrustó un balazo. El otro no tuvo tiempo de reaccionar.
Recibió dos disparos en el rostro. El Cojo no creía lo que
pasaba. Estaba desarmado. Sintió terror. Juan traía en la
mirada al diablo. Le dio un tiro en el abdomen y sacó un
hacha que llevaba oculta en la espalda. Todos en el pueblo
escucharon los gemidos del Cojo, pero nadie hizo nada. Juan
sin Miedo salió con su caminar seguro y el arma al frente,

23
El pescador invisible

con ganas de matar a quien se atravesara. Las personas


sintieron la ira en su respiración y se escondieron.
Juan sin Miedo entró por última vez a su casa y se
santiguó. Antes de irse, lo encontré de casualidad en el
camino, y vi en sus ojos un abismo negro.
—Le devuelvo el libro que un día me regaló. Yo siempre
he creído en Dios. Quizá él me perdone —dijo, y se marchó
por aquella calle que ha sido testigo de miles de muertos.
Si pudiera hablar, gritaría el dolor de aquellos que reposan
bajo el asfalto.
Al atardecer me sentí más solo que nunca. Comprendí
que no volvería a ver a mi compañero de infancia y al
único hombre que fue capaz de darse trompadas por
defenderme. Tomé el libro que me dejó, y al leer la primera
página experimenté un sentimiento de compasión:
“Mis deseos son una modesta choza, un techo de paja;
pero buena cama, buena mesa, manteca y leche bien fresca,
unas flores ante la ventana, algunos árboles hermosos ante la
puerta, y si el buen Dios quiere hacerme completamente feliz,
me concederá la alegría de ver colgados de estos árboles a
unos seis o siete de mis enemigos. Con el corazón enternecido
les perdonaré antes de su muerte todas las iniquidades que
me hicieron sufrir en vida. Es cierto: se debe perdonar a los
enemigos, pero no antes de su ejecución”. Heinrich Heine.
No sé hasta donde el poeta alemán Heinrich Heine
habrá inspirado a mi amigo, pero cuando vi la caravana
que marchaba a enterrar al Cojo, me alegré de que Juan sin
Miedo lo hubiera descuartizado

24 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

LA CIUDAD DE LA FURIA

“Me verás volar, por la ciudad de la furia,


donde nadie sabe de mí, y yo soy parte de todos”.

En la ciudad de la furia. Soda Stereo (1989).

La ciudad olía a pitos, a puñales, a ladrones, a intelectuales,


a muertos. Observaba la fila interminable de vehículos. Una
leve brizna cayó sobre ellos. Estiven, el niño que sostenía
lloró al sentir las gélidas goteras. Tuvo que arrastrar a
Mario que dormía de pie, hacia el andén de una oficina.
La secretaria cerró la puerta con temor. Es mejor prevenir,
dijo la joven oficinista. Pilar le mentó un madrazo que se
ahogó en el sonido del agua. La lluvia ahora caía como si
quisiera derrumbar los edificios babilónicos de la ciudad.
Un perro con mirada triste acompañó a Pilar y a sus dos
hijos. Tenía una herida en el cuello. La mujer se asombró al
verse refractada en la cabeza del canino. Sus ojos, su nariz,
el rostro alargado y el semblante de derrotado y muerto de
hambre eran los mismos. El bus de la ruta tardaba en llegar.
A pesar de la incomodidad quería dormir. Eran las cuatro
de la tarde. La fila había durado dos horas. El aguacero
le hizo recordar a Mario, su único amor. Una tarde, ella
quiso dejarlo, esperaba su primer hijo y su joven esposo se
encontraba desempleado. En la casa comían una vez al día.
—El amor no soporta la pobreza Mario, me voy a donde
mi papá, a la ciudad. Mire como estamos de flacos Mario,

25
El pescador invisible

me da pena, pero me voy, tengo todo empacado, ya llamé a


mi papá, me está esperando. Usted sabe que lo quiero, pero
esta situación no me la aguanto. Chao, Mario.
Dijo y salió decidida en medio de un aguacero torrencial
como el de ahora. Abordó la buseta y por la ventanilla vio
a su esposo que la perseguía en bicicleta. El bus, que había
llegado a Colombia por el puerto Buenaventura cuarenta
años antes, avanzaba a ritmo de caballo agonizante. Mario
no dejó de seguirla, cuando ella lo miró alejarse y perderse
sintió que el alma se le iba. Pilar no aguantó y detuvo el
vehículo. Al bajar su esposo lloraba. Ella lo besó y juró en
silencio amarlo por siempre a pesar de la adversidad. Juntos
llegaron a la ciudad con sueños e ilusiones provincianas
que el tiempo y el asfalto derrumbaron por completo. La
lluvia, que no era la misma del pueblo de Mario, presenció
sus desdichas y la hambruna que vivieron en la ciudad.
Ahora Pilar esperaba la buseta, hastiada de todo. Al
llegar a casa fritaría un huevo para los niños; su esposo y
ella aguantarían hasta el día siguiente. A lo lejos, en medio
del torrencial, se divisó el vehículo de transporte. Las
gélidas goteras caían sin piedad sobre los tres pasajeros
que esperaban para subir. El chofer traía unas ojeras de
muerto y un fuerte dolor de cabeza. Pilar con dificultad
abordó la buseta. Sonaba una canción de Soda Stereo que
se ahogaba entre la lluvia torrencial. La mujer trató de
abrirse paso entre la multitud. Su cuerpo chocaba con
los desconocidos. Sintió que le tocaron las nalgas y los
senos, además un hombre morboso le sobo el miembro
en las abultadas nalgas. Una mano desconocida revisó sus
bolsillos. Estiven, el niño que sostenía lloró fuerte. Pilar
caminó en medio de la aglomeración y se detuvo en mitad
del vehículo. Con dificultad lograba tomar a Mario de la
mano. Su pequeño niño lloró de nuevo. Luchaba para no
dejarse caer y sostenerse cada vez que la buseta paraba
por un pasajero. Transcurrieron cuarenta minutos y vio
la calle de su barrio. Reconoció a la señora que fritaba las

26 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

empanadas y recordó que le debía dinero. Era el momento


de bajarse. Su respiración aumentó. Trató de salir, pero no
pudo moverse. Gritó al chofer para que se detuviera y el
ruido de la música, las voces de las personas y un aguacero
infernal no permitieron que el conductor escuchara. De
pronto se dio cuenta que no tenía a Mario. No supo qué
hacer. La lluvia seguía como si quisiera acabar el mundo.
Trató de hacerse camino a la fuerza y una enorme espalda
la detuvo. Un nido de hormigas empezó a caminar en su
cabeza. Sintió como los diminutos animales penetraron su
cuero cabelludo. Los brazos y sus pies no respondieron.
La mujer cayó arrodillada de forma vertical. Moverse e
inclinarse para un lado era imposible en semejante espacio.
Pilar se perdió en sí misma. Olvidó a sus hijos, la parada
que hacía la buseta y la pobreza con su cara de muerte que
pretendía terminar con su vida.
La luz trajo consigo la realidad de la existencia. Pilar
reposaba en el hospital. Observó con dificultad una señora
que lloraba porque decía tener un dolor estomacal. Una
camilla pasó por su lado y un hombre la observó, traía los
intestinos por fuera y una enfermera trataba de no dejarlos
caer. Pilar sintió algo en el cuerpo que no era normal. Las
extremidades no le obedecían con la naturaleza de siempre.
Sus manos y brazos estaban recogidos, quiso enderezarlos
a la fuerza, pero fue imposible. Llamó a un enfermero,
alguien que pudiera socorrerla. Sus palabras no salieron
normales, las vocales y consonantes agonizaban en su
garganta. Cansada de gritar se bajó de la camilla y sus pies
desfallecieron. Creyó enloquecer. En el piso frío recobró la
fuerza y con dificultad, apoyada en la camilla logró pararse.
Avanzó por el pequeño salón sosteniéndose en la pared
hasta una ventana y la inmensa ciudad le mostró su furia.
Automóviles en calles infinitas avanzaban o se perdían en
el laberinto de cemento. Las personas iban de un lugar a
otro sin detenerse. Pilar, en el vidrio del mirador, observó
que su rostro se inclinaba contra su voluntad para un lado.

27
El pescador invisible

Una enfermera que pasó por el pasillo le dijo que su esposo


llevaba esperándola 24 horas y quería verla. Cuando Mario,
acompañado de sus dos pequeños entró a la habitación,
Pilar tenía la ventana abierta y se sentía atraída.
—Pilar, qué hace mija, ya estoy aquí, no se preocupe.
Las palabras de Mario la retuvieron. Por un momento
lo dudó, luego todo fue claro. Sus dos niños y su esposo
esperaban que fuera a su encuentro. Ella, con lágrimas, se
despidió. Mario parecía más flaco que de costumbre y la
suciedad de su familia se percibía en el pequeño cuarto.
—Ya entendí lo que pasó en el bus amor. Fue un derrame
Pilar, pero se va a recuperar, venga mi amor acérquese,
háblame.
Pilar le respondió con un gesto que lo odiaba, quiso
gritarle hijueputa te hizo falta hombría para sacar a tu
familia adelante, pero su voz salía con intermitencias en un
sonido incomprensible.
—Pilar qué hace, venga, cierre esa ventana acérquese.
Mario adivinó lo que pensaba su esposa, puso al niño
pequeño en la camilla y alcanzó a tomar a la mujer del
brazo.
—Qué está haciendo mija, entre, mire que tenemos que
luchar por estos hijos, tranquila que usted se va a aliviar,
tiene que cuidar a los niños.
Pilar trataba de zafarse y volar. Unas enfermeras
entraron a la habitación. El grupo ahora era mayor. Pilar,
con su último esfuerzo mordió a Mario y se lanzó del
décimo piso del hospital. En el aire las hormigas volvieron
a recorrer su cabeza; solo que ahora a Pilar no le importaba
nada.
Tres horas después, cuando el trancón de automóviles
era interminable, levantaron el cuerpo. Dicen los curiosos
que el rostro de Pilar dibujaba una sonrisa envidiable.

28 KLEPSIDRA
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Jhon Walter Torres Meza

EL SUEÑO DE ANDRÓMEDA1

Cuando se miró al espejo, una mujer encadenada lo


observaba. Sus rasgos finos develaban una hermosa
creatura. Tomó el labial de su hermana y de un rojo
vivo pintó sus labios. Ensayó su mejor sonrisa y besó al
adolescente que refractaba la imagen.
La música lo volvía leve, con ella olvidaba su prisión y
se liberaba. Aprendió a bailar observando los videos de
Michael Jackson, Thriller era su favorito. Se sabía todos
los pasos y en el concurso intercolegial de porristas
enseñó todos los movimientos a sus compañeras, gracias
a él habían ganado el primer lugar. Su hermana melliza se
llamaba Flor, tenía 15 años y el mejor rostro de la familia
Toro. Cuando eran bebés la gente los confundía. Julián
siempre quiso tener las muñecas de su hermana, y envidió
la cocinita con los pequeños platos y vasos que en navidad
le habían regalado. Él recibió un carro grande de color
negro con el que nunca jugó. Doña Marina, su madre, aún
conserva el juguete en el cuarto de los reblujos.
En la adolescencia, la realidad la construyen los sueños.
Julián soñaba con llamarse Juliana y llegar a ser la mejor
bailarina del mundo. Ganaría muchos concursos, entre
ellos el Campeonato Mundial de Salsa que se celebra en la
ciudad de Cali. Cursaba el décimo año de secundaria. En el
grupo de teatro del colegio iban a representar el mito de
Perseo. El profesor, en una tarde lluviosa, narró su historia:

1 El presente cuento fue premiado con una mención especial en el concurso


nacional de Cuento Eutiquio Leal, celebrado en la ciudad de Bogotá el 09 de
diciembre de 2014. Además fue publicado por la Antología Relata 2014.

29
El pescador invisible

—Perseo, ayudado por su padre, derrota a un monstruo


llamado Medusa que tenía en el cabello venenosas
serpientes y lo que miraba se convertía en roca. Perseo
quería rescatar a Andrómeda, una mujer hermosa que iba
a ser sacrificada a un titán del mar. Para lograrlo, el héroe
corta la cabeza de Medusa y transforma al titán en roca.
Desde que escuchó el relato le fascinó, leyó una y otra vez
el mito. El personaje que más le gustaba era Andrómeda. La
imaginó a la orilla del mar, atada con grandes cadenas, en
espera de su destino fatal o de un héroe que pudiera cambiar
la historia. Julián solicitó al profesor de teatro actuar en la
obra. El casting para representar a los personajes era un
lunes, faltaban dos días, tiempo suficiente para pedir el
papel de Andrómeda.
«¿Puede un ser humano cambiar su sexo?, ¿dónde
encontraré un Perseo que rompa mis cadenas?», se
preguntó, llorando en la habitación después de saber que
su hermana Flor, la joven más bella del colegio, ensayaba
para pedir el papel de Andrómeda. El único personaje
que le dieron fue el del titán, debía salir al público con
una máscara terrorífica y atacar a Andrómeda. El papel
de Perseo lo haría Felipe, un joven con cara bonita y ojos
azules, del cual su hermana estaba enamorada.
Aquellos días fueron difíciles para Julián. Iba al colegio
en las mañanas y en las tardes regresaba para ensayar la
obra de teatro. La relación consigo mismo y con los demás
se hizo dificultosa. No entendía por qué le daban ganas
de ponerse la ropa interior de su hermana y de usar su
maquillaje. Cierta noche, Flor notó que faltaban en el
ropero sus tangas pequeñitas de color blanco. Eran sus
preferidas y las buscó por cielo y tierra. Empujó la puerta
del cuarto de Julián para preguntar si por casualidad las
había visto y miró a la persona más parecida a ella con sus
tangas puestas, Julián bailaba una danza árabe.
— ¡Eres marica! ¡Mamá Julián es marica venga para que
vea! —gritó.

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Jhon Walter Torres Meza

—No llame a mi mamá, sólo estaba ensayando con


esto puesto. Vea aquí las tiene. No diga nada por favor
hermanita, perdóneme, no la llame.
— ¿Usted cree que va a hacer mujer? Malparido marica,
pues le tocó ser hombre. Mire como me dañó las tangas
¡Mamá venga rápido!
— ¿Qué es lo que pasa aquí, usted por qué está desnudo?
—dijo la madre al entrar al cuarto.
—Mamá, resulta que Julián es marica. Mire se puso
mis tangas y hace rato viene usando mis cosas. Es marica
mamá, solo que le da pena decirlo.
Julián se cubrió el rostro y lloró, mientras su madre lo
insultaba. Le dijo palabras tan ofensivas que las recordaría
hasta la noche de su muerte.
La memoria jamás olvida las palabras que nos hieren,
las esconde y las revela para atormentarnos. Los meses
pasaron lentos e iban mostrando un Julián diferente.
Desde la disputa con su madre, no hablaba casi con nadie.
Alejó a sus viejos amigos que en el colegio tenían fama de
maricas por miedo a que su hermana le contara algo a su
madre. Seguía ensayando el papel de titán para la obra.
Su mayor distracción era bailar. Se ponía los audífonos y
miraba los videos de Michael Jackson, realizaba todos los
pasos del Rey del pop. En las noches soñaba con irse de la
casa y empezar una nueva vida. Tenía una tía en la ciudad
que era dueña de un supermercado, alguna vez que fue a
visitarlos, le dijo que en vacaciones o cuando terminara la
secundaria podría ir y trabajar con ella. Siempre la quiso,
era el único familiar que tenía por parte de su padre, a él,
jamás lo conoció.
Un miércoles en la tarde tomó la decisión después de
que su madre les viera puesto los trajes para la obra. Flor
lucía atractiva con una pequeña falda que mostraba el
culo. Julián tenía un traje negro ajustado que le apretaba
los testículos y una máscara de monstruo. Cuando las dos
mujeres lo vieron no pararon de reír. El joven, al escuchar

31
El pescador invisible

sus carcajadas, las hijueputeó en silencio. Esa misma tarde


llamó a su tía y le dijo que deseaba vivir con ella. Con una
seguridad que lo sorprendió, le contó los sentimientos
confusos que lo embargaban, sus deseos reprimidos de
usar labial y ponerse las tangas de su hermana. Lloró sin
avergonzarse y se liberó de su pesadez. La tía lo escuchó en
silencio y al final rio, rio tanto que Julián pensó en colgar.
—No te preocupes mi amor, aquí puedes venir y quedarte.
Además, en el supermercado no vas a trabajar con el culo,
¿o sí? —dijo y el mundo de Julián volvió a ser color de rosa.
El día de la presentación de la obra llegó, y Julián estaba
listo para hacer historia. Daría una sorpresa tan grande
que los estudiantes, los profesores, su madre y sobre todo
su hermana no olvidarían jamás. Cuando abrieron el telón
salió Flor con la pequeña falda que mostraba el culo y una
blusa corta que dejaba entrever unas tetas maduras y
firmes. Perseo lucía una túnica blanca y sobre la cabeza una
corona de laureles. Comenzaron los diálogos y el corazón de
Julián latía fuerte. El profesor tocó su hombro indicándole
la hora de actuar. El escenario estaba lleno. Julián vio
por los agujeros de la máscara a su madre, que junto con
muchas personas sonrieron a su entrada. Se paró justo en
frente de la tarima. Perseo y Andrómeda se le acercaron
siguiendo los diálogos de la escena, pero Julián tenía su
propio acto. Se comenzó a desvestir y la gente enmudeció
al observar su cuerpo delgado cubierto solo por las tangas
blancas de su hermana. El aliento de su madre y de Flor se
detuvo. El profesor de teatro se quedó mudo. El auditorio
se congeló en el asombro. Después de quitarse la horrible
máscara miró desafiante a su madre y al público. Con una
mano tocó su pene e hizo el movimiento pélvico de Michel
Jackson. Luego se detuvo:
—Soltarse de las cadenas, liberarse, ese era el sueño
de Andrómeda —gritó con toda la potencia de su voz.
Sus palabras enmudecieron el auditorio. El primero en
aplaudir fue el profesor que salió detrás del escenario.

32 KLEPSIDRA
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Jhon Walter Torres Meza

Las personas lo siguieron batiendo las palmas en júbilo


con tanta fuerza que en el teatro aún se escucha el eco de
los aplausos. La madre de Julián vio a su hijo avanzar en
medio de una multitud eufórica que lo felicitaba. El joven
caminaba seguro y sonriente, luciendo con orgullo las
tangas que ahora le pertenecían.

33
El pescador invisible

34 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

UN POEMA ANTES DE MORIR

La mano delgada masajeaba su pubis y en la abertura de


sus piernas sentía una humedad interior que le daba alas a
su cuerpo. Nunca pensó que pudiera brindarse tanto placer.
Lo hacía en horas de la noche o a la madrugada, cuando
las enfermeras y los doctores no se encontraban cerca.
Tenía cáncer en el hígado. El gen maligno lo heredó de su
madre. Los médicos luchaban por controlarlo. Froilán, su
único amigo, el día de su cumpleaños le obsequió un libro.
Sandra lo leyó tantas veces que terminó por aprenderse
muchos diálogos. Memoria de mis putas tristes, así se
llamaba, la historia le encantaba. Se veía representada en
un personaje de trece años llamado Delgadina. La única
diferencia era que Delgadina siempre dormía cuando
llegaba su envejecido amante; ella, por el contrario, hubiera
preferido despertarse y tener sexo con el anciano, deseaba,
más que nada en el mundo, sentir el cuerpo de un hombre,
tocar aquel músculo escondido e inhiesto. En las noches
calurosas soñaba que abría las piernas y un cuerpo duro
exploraba su interior.
Froilán tenía catorce años. Usaba gafas de aumento
para su estrabismo y miopía avanzada. Su madre lo
esperaba a la salida del colegio y lo llevaba a la clínica
donde trabajaba ocho horas continuas. Una tarde, Sandra
lo vio por la ventana sentado en la cafetería. Su figura le
pareció graciosa. Era delgado, albino, con muchas pecas en
el rostro, vestía uniforme escolar de corbata y se peinaba
para un lado. Ella se acercó y le preguntó el nombre. Desde
ese día comenzó su amistad. Froilán la visitaba y paseaban

35
El pescador invisible

en los pasillos del centro médico o en el pequeño parque


donde las encargadas de la rehabilitación sacaban a sus
pacientes en las mañanas.
Los dos jóvenes se contaban historias y compartían
juntos las tardes. Froilán, aunque nunca le preguntó, sabía
la grave enfermedad de su amiga. «Tiene cáncer. Sea muy
cuidadoso con lo que le dice, acuérdese que las niñas se
tratan con mucho respeto» le había dicho su madre, que
era médica cirujana del centro de rehabilitación. Sandra
encontró en Froilán la confianza de la compañía. Le dijo
las cosas que su psicóloga hubiera querido escuchar, lo que
sentía al oír los llantos del padre cada vez que la visitaba,
la falta que le hacía tener una madre o algún hermano con
quien conversar.
Froilán reprimía un llanto que estallaba en la alcoba
de su casa. Miraba sus ojos rasgados y le prestaba atención
como si escuchara a su profesor favorito de literatura.
Le contó las novelas que había leído como si fuera un
personaje de ellas: Veinte mil leguas de viaje submarino,
La isla misteriosa, Los viajes de Gulliver, El principito, entre
otras. Pensaba en Sandra con un poco de lástima y temor.
Desde los ocho años su madre lo llevaba a la clínica y sabía
por experiencia que los enfermos de cáncer pocas veces se
salvaban.
Vivieron su amistad sin sentir el paso del tiempo y el
espacio que los rodeaba. Sus risas alegres se rebelaban
ante el destino. Una tarde, sentados en una pequeña banca
del patio de la clínica, Sandra le contó a Froilán su deseo
más ferviente.
—Quiero hacer el amor, así como en las películas que
dan tarde de la noche donde las personas se desnudan —el
joven se ruborizó.
—Pero eso no es hacer el amor, eso es tener sexo.
—Entonces eso es lo que quiero ¿Usted alguna vez lo ha
hecho? —Preguntó Sandra.
—No, cómo se le ocurre, mi mamá se muere —rio.

36 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

—Bueno a mí alguna vez me gustaría hacerlo. Claro,


tiene que ser con un hombre muy apuesto, musculoso
y lindo, como esos de ojos azules que presentan en las
novelas.
—Pero igual debe ponerse preservativo. En la clase de
educación sexual nos han enseñado. Cuando me consiga
alguna novia también lo pienso hacer. Cambiemos de tema,
le voy a contar el mito de Orfeo y Eurídice que leímos en la
clase de literatura.
—Me gustaría más que me contara una historia de amor
o de sexo como usted le dice.
—El problema es que no sé ninguna de sexo. Mis
amigos ven por el celular, hay muchos videos, también las
imprimen y las dibujan, y las pegan en los baños. Voy a ver
si me puedo conseguir algunas. Si pudiera le mostraría el
celular, pero eso está prohibido en esta parte.
—Bueno cuénteme entonces el mito o lo que sea.
La semana siguiente Froilán le compró unas impresiones
a todo color a un compañero de clase y las llevó a su amiga.
Sandra dijo que las vería cuando estuviera sola. Esa noche
acarició suave su cuerpo. Las imágenes mostraban dibujos
de hombres y mujeres en una orgía perpetua. Supo, de
alguna manera compleja para su corta edad, que el acto
sexual es un triunfo de la vida sobre la muerte.
El tiempo reveló lo inevitable. Los médicos le dijeron al
padre que el cáncer de su hija era incurable, explicaron que
por más que lo combatían con distintos medicamentos, el
virus se volvía inmune. Froilán vio a su amiga cambiar de
apariencia. Su cabello negro y largo había sido cortado,
de 52 kilos bajó a 45. A pesar de la situación los ojos de
Sandra brillaban con intensidad. Sabía, aunque su padre y
los médicos lo ocultaban, que su vida se terminaba.
Al final de un día, en que el cielo se teñía de rojo y amarillo,
por una extraña razón, Sandra supo que era la última vez
que contemplaba un atardecer. Froilán permanecía a su
lado. Últimamente hablaban poco, solo se acompañaban. El

37
El pescador invisible

verse y sentirse juntos bastaba para comunicarse. La joven


tomó a su amigo de la mano y le dijo lo que tanto anhelaba.
—Quiero que tengamos sexo Froilán. Por favor. Usted no
es mi tipo de hombre — rio —pero igual, lo quiero mucho y
es mi mejor amigo.
Froilán miró sus ojos profundos que lo invitaban a
descubrir un misterio. Desde el día que Sandra le dijo
que soñaba con tener relaciones con un hombre, todas las
noches pensaba en ella. En vez de leer hasta tarde, como
era su costumbre, buscaba en el celular videos prohibidos
donde una chica rubia lo hacía con su jefe. Luego borraba
lo visto por el temor a que su madre lo descubriera. Ahora,
con la proposición de su amiga sintió un miedo atrayente, la
necesidad de escapar y de ser un prisionero de su cuerpo,
de sus deseos.
—Bueno si es lo que usted quiere yo le ayudo —contestó
Froilán con timidez.
—Usted es muy bobo, debería alegrarse —la joven rio
y luego besó delicadamente los labios de su amigo. Froilán
sintió un sabor azucarado. —Tiene que ser hoy, esta tarde,
es un día muy especial.
—Pero no sé si hoy esté preparado —dijo el joven con
temor.
—Tranquilo, no necesitamos prepararnos.
Sandra tomó a su amigo del brazo y lo llevó a la
habitación de reposo.
— ¿Y si llega alguna enfermera o mi mamá me necesita?
—A esta hora no. Siempre pasan a las nueve y su mamá
sale a las diez. Siéntese en la cama un momentico, voy al
baño a organizarme y ya salgo.
Froilán esperó con nervios. Aunque en los últimos días
pensaba en Sandra, nunca imaginó que harían el amor.
Recordó las conversaciones sobre sexo de sus compañeros
de colegio y le pareció escuchar al profesor de educación
sexual: «No olviden usar preservativos muchachos, es muy
importante». Como nunca había tenido alguna experiencia,

38 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

no cargaba ninguno. Miró la puerta de salida con el cerrojo


y pensó en escapar, pero supo que no podría.
—Perdona si me demoré ¿Tú me extrañaste? —Era la
primera vez que lo tuteaba. Froilán la vio hermosa. Lucía
un vestido azul agua marina y unos aros con la figura de
un pez adornaban su lóbulo —Me puse este vestido y
estos aros que son de ir a pasear con mi papá—. Sus ojos
grises se veían profundos y llamativos, como si en ellos se
ocultara la respuesta a todas las dudas del hombre. A pesar
de la delgadez, su belleza no se opacaba, el cabello corto
le daba un aire de hippy. Ella se sentó en la cama y rio al
detallar el aspecto de su amigo, siempre usaba la camisa
por dentro del pantalón. Sus zapatos de cuero brillaban y
las gafas con cristal grueso lo hacían lucir un niño estudioso
e inteligente, como le decía su mamá con orgullo.
—Bueno yo primero me desvisto y luego tú —le dijo
Sandra.
Se quitó el vestido y mostró su piel canela. El sostén
cayó al suelo, sus senos pequeños y redondos sintieron
el aire del cuarto. Impoluta le tendió la mano y los deseos
encadenados y reprimidos del joven despertaron. Froilán,
como un atleta que logra ganar una carrera, abrazó fuerte
el trofeo de la desnudez. Sus cuerpos crearon un lugar sin
espacio y sin tiempo. Cada uno se vio en los ojos del otro
y se encontró así mismo. Cuando terminaron no dijeron
nada. Las palabras eran pobres para expresar el lenguaje
de los cuerpos. Al marcharse, Froilán la besó en la boca y
ella sonrió, el sabor a frutas de sus labios quedaría en el
recuerdo del joven por siempre.
Aquella noche fue la primera vez que Froilán escribió un
poema. Recordó las palabras de su profesor «Inspiración,
los poetas griegos eran tocados por las musas de la poesía».
Sintió aquella energía arcaica que guiaba a los escritores
griegos. Al día siguiente, cuando fue a visitar a su amiga,
la habitación estaba cerrada. Sabía lo que significaba. Se
dirigió al pequeño parque donde se sentaba a su lado y

39
El pescador invisible

cerró los ojos. Las lágrimas corrieron por su blanca mejilla;


mientras en una visión poética, la vio correr desnuda
y alegre, riendo porque al final había ganado su batalla
contra la muerte.

40 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

LA CANCIÓN DE LOS HACINADOS

Entre las cosas hay una de la que no se arrepiente


nadie en la tierra. Esa cosa es haber sido valiente.
Milonga de Jacinto Chiclana
Jorge Luis Borges.

Un vacío de muerte se respira en el pequeño cuarto.


Gustavo se sienta en una de las dos planchas de cemento
pegadas a la pared. Si tuviera un arma se mataría. Lloró por
lo miserable de su vida, porque desde la niñez la pobreza
le ríe con su cara de puta, volvía para hacerlo sentir el
indigente que no puede pagar la renta y la educación de su
única hija. Las paredes parecen salpicadas de sangre y un
olor de otro mundo flota en el aire. El guardia abre las rejas
y entra un hombre bajo. No mira los ojos de Gustavo, como
un ave que entiende que no volverá a volar, baja la cabeza
y se acuesta en el frío rincón. La esposa de Gustavo había
pagado el derecho a la celda con el dinero obtenido del
único acto ilícito de su marido. Es de noche. Se escuchan
murmullos y quejidos, y llantos, y gritos. Gustavo se tapa
los oídos. La oscuridad parece más negra en aquel lugar.
El llanto del nuevo compañero es apenas audible, pero
abre una herida abismal en el pecho de Gustavo. No puede
creerlo, las lágrimas corren por su mejilla, como si el llanto

41
El pescador invisible

de aquel preso fuera el suyo. En ese momento se asustó al


pensar que en la cárcel el dolor se compartía. «Quizá aquí
todos somos iguales» pensó y le pidió a Dios que perdonara
sus errores.
En la oficina principal del centro penitenciario se
encuentra el presidente. El director de la cárcel le dio su
silla en un acto sumiso hacia el máximo jefe de Estado.
—Los de la rama judicial quieren que los directores de
la cárcel entremos al paro presidente. Debemos encontrar
una solución. Algunas celdas han sido desocupadas, pero
no tenemos espacio. No sé qué voy a hacer con tanto
recluso, los familiares se quejan, es más, ponen demandas,
solo que usted sabe, nadie las atiende.
—No se queje tanto ¿Sabe cuál es el problema de la
gente colombiana? —dijo y buscó en los ojos de su inferior
la inquietud —pues los colombianos. Todos se quejan,
pero los únicos que realmente hacemos y no nos quejamos
somos los políticos. Espere tranquilo, voy a pensar en
una pronta solución. Por el momento siéntase contento,
esta prisión es la de menos personal. Eso sí, a todos los
presos les busca espacio, a todos. No olvide manejar lo de
los precios de las celdas, envíe los informes —el rostro del
presidente cambió —además con ese dinero hacemos el
trabajo. Ah, y una última cosa; que no pase por su cabeza lo
de apoyar la protesta.
A la mañana siguiente el guardia abre la reja. Entra un
hombre alto, con mirada desafiante, tiene pequeños aros
en las cejas y las orejas. Se tira a la plancha de encima que el
segundo prisionero no quiso tomar, pues lleva veinticuatro
horas acurrucado en la esquina del cuarto, seguro está
loco o muerto. Gustavo observa llegar varios reclusos al

42 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

corredor. Siente inseguridad por el nuevo compañero —


Soy Samuel Pistola— le dice el hombre de arriba —qué
tiene en esa bolsa—. Sin esperar la respuesta, baja y la
abre. Saca dos cobijas, una almohada y se tira a su nueva
cama sin ninguna preocupación. Una vez arriba enciende
un pequeño radio donde escucha una salsa del grupo The
Latin Brothers:
“Virgen de las Mercedes, patrona de los reclusos. Dame, si
puedes, la libertad y recursos para salir de esta celda”.
Con el ritmo de la música muchos prisioneros de las
celdas cercanas saltan de alegría. Todos acompañan el coro
de la canción. Gustavo cree enloquecer, no quiso ni sabe
pelear por las sábanas que Patricia, su mujer, lavó con tanto
cariño para que no sintiera frío. Ahora volvía a llorar, quiso
retener la respiración para matarse y no arrastrar más
a su familia, pero no lo consiguió «¿Cómo hacía la gente
para tener el valor de quitarse la vida?» pensó y de nuevo
escuchó el coro de la canción, ahora le sonaba a burla,
como si la vida estuviera aliada con la muerte para hacer
su existencia miserable.
Los días pasan y el tiempo termina por eufemizar las
calamidades de la vida. El prisionero del rincón se llama
Camilo, duerme a los pies de Gustavo. Persona de bien, o no
tan malo. Les contó a sus compañeros que está allí porque
en la empresa donde trabajaba el patrón lo acusó de robo.
Cuando la policía allanó su casa encontraron quinientos
mil. El robo fue por diez millones, el resto del dinero lo
tomó su compañero que hasta el sol de hoy no aparece.
Camilo no tiene familia, nunca la tuvo, a los dieciocho años
salió de un orfanato y llevaba cinco años en el restaurante,
donde, según dice, era un desgraciado pues el patrón lo

43
El pescador invisible

hijueputeaba sin motivo, le pagaba con comida y llevaba


trece sueldos atrasados, nunca supo por qué la policía
sabía con seguridad su participación en el robo.
Samuel Pistola no dice nada, de los tres es el más joven.
Tiene dientes blancos y rostro alargado, sin una mácula en
la piel, hace mucho ejercicio, como si fuera un atleta y no
un asesino en serie de 19 años con más de veinte muertos
encima. Gustavo les contó el motivo de su encierro. En su
casa de barro y esterilla, ubicada a las orillas del río Cauca,
había guardado un arsenal de unos guerrilleros por cien mil
pesos. Subió al techo las armas para que nadie sospechara,
pero esa misma noche unos policías tumbaron la puerta
de madera e irrumpieron. Un soldado con malicia indígena
sacudió una guadua y del techo cayeron las armas, con
la mala fortuna de romper la virgencita de porcelana del
comedor.
Los tres presos habían pagado el derecho a la celda
donde se encontraban. Camilo con un poco de plata que
guardaba desde el orfanato, Gustavo con el dinero de los
guerrilleros y Samuel Pistola con algo de la caleta que está
enterrada en el patio de su casa al lado de dos cadáveres que
no fueron llorados por ningún cristiano. Los prisioneros
no se volvieron amigos, se confabularon contra el silencio.
Fueron cómplices de sueños y atrocidades fallidas, porque
en la cárcel somos el mismo ser humano perdido.
Es día de visitas. Patricia ha ido con su hija. Se levantó
a las dos de la mañana para hacer la interminable fila. En
la entrada, una guardia tocó sus partes íntimas antes de
permitirle ingresar. Gustavo está demacrado, tiene los ojos
hundidos, huye de su mirada. Camina a su lado y recuerda
las advertencias de su esposa de no aceptar tratos con

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EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

rufianes, pero claro, él siempre la creyó un poco ingenua y


bruta, ahora, desearía que se abriera la tierra y lo tragara.
Gustavo observa que una joven hermosa besa a Samuel
Pistola; Camilo, en cambio, camina solo, deambula por el
patio ahogado en sí mismo.
—Tengo dos meses de embarazo, Gustavo —le dice y
lo toma de la mano —míreme que le estoy hablando—. El
preso deja escapar una sonrisa falsa.
—Venda la nevera mija, eso nos da una ayudita
—La vendí hace quince días ¿Usted cree que con qué
íbamos a comer? —. Gustavo quiso morirse, baja la cabeza.
—Pero no se preocupe mi amor, nosotras estamos bien.
Además, nos está ayudando don Freddy, el político. Le
cuento que a los presos los están dejando salir con un collar,
se los ponen en la muñeca, es como un relojito, si viera lo
bonito—. Siguieron caminando, hora tras hora, como si el
pequeño patio, atestado de gente, fuera infinito.
La cárcel es el único lugar en que el hombre debe
desatar su furia y dejar salir al demonio que nos acompaña.
A la celda de los tres prisioneros llega el Tuerto. Tiene un
ojo cerrado. Según rumores, había picado con motosierra
a ocho personas que mantuvo secuestradas. Samuel
Pistola, Camilo y Gustavo, tienen sus camas aseguradas.
Los tres se unieron para defender el territorio por el que
habían pagado. El Tuerto quiere darles a conocer quién
manda, escupe a sus pies en señal de rechazo, mantiene un
silencio espeluznante. Samuel Pistola, el único de los tres
compañeros que puede enfrentarlo, tiene un cuchillo bajo
la almohada, piensa utilizarlo al menor movimiento brusco
del Tuerto.

45
El pescador invisible

En la noche Gustavo siente una fría mano que pasa por


su lado, escucha el llamado de auxilio de Camilo. No logra
ver nada. Cae al suelo de un fuerte golpe. Samuel Pistola
insulta y penetra un cuerpo en la oscuridad. Los gritos
de Camilo enloquecen a Gustavo que quiere defenderlo,
pero no ve nada, como si la oscuridad se los tragara. Con
las primeras luces se divisa el cuerpo del Tuerto que yace
sobre el asfalto. Su único ojo reposa sobre el abdomen.
Los guardias se sorprenden al ver el cóncavo orificio y las
cincuenta heridas de cuchillo sobre el cuerpo del recluso.
Camilo se encuentra herido. Los uniformados no lo llevan
a la enfermería. En la cárcel colombiana la cura del preso
es la muerte.
Han pasado ocho días desde la muerte del Tuerto.
Camilo huele a queso podrido. A la celda han llegado diez
prisioneros más. Todos duermen sentados, pues el espacio
es reducido y al acostarse podrían untarse de mierda. La
cama de arriba la sigue conservando Samuel Pistola; abajo
duerme Gustavo y Camilo. Los presos nuevos llevan dos
días y quieren matar a Camilo para evitar una epidemia.
Le pidieron autorización a Samuel Pistola que ahora es el
jefe del cuarto y uno de los líderes de la cárcel. Al parecer
el joven tiene buenos contactos, pues todos lo respetan
y esperan con júbilo el momento en que pone la canción,
siempre a las tres de la tarde:
“[…] ya me encuentro tan amargado pagando una larga
pena, la máxima del juzgado, de rodillas te prometo, que
al vicio no vuelvo más, yo seré honrado y honesto me voy a
regenerar” …
Samuel ha decidido hablar con Gustavo. Su amigo debe
escoger entre dejar que los otros prisioneros maten a

46 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

Camilo o hacerlo él mismo para no causarle sufrimiento. El


olor a podrido se ha vuelto insoportable. En las noches las
ratas comen algo de su pierna. Gustavo no dejará que nadie
lo toque, aunque sea un cobarde, ha llegado el momento
de sacar valentía, quizá el miedo lo impulse a ello, quizá el
miedo sea lo único que lo salve.

El jefe de Estado tiene la mirada del asesino. En seis


años de gobierno había empleado el método para otros
asuntos, pensaba que era lo mejor para su país.
— ¿Sabía usted que estamos llenos de maricones?
—No señor —contesta el director de la cárcel.
—Nadie es capaz de hacer nada. Usted y yo llevamos
trabajando mucho tiempo en esto y quiero decirle algo.
No es justo que los demás ciudadanos de bien tengamos
que sostener a estos criminales, que el Estado tenga que
pagarles techo y comida ¿Está de acuerdo conmigo sí o no?
—Sí, claro; señor presidente.
—Ahora, en esta prisión tenemos hasta violadores
de niños, tipos que trafican con órganos ¿No le parece a
usted que algunos miserables deben morir, es justo lo que
hicieron? Y tras de eso los tenemos que mantener aquí,
gratis, comiendo y durmiendo como si fueran gente de
bien. Dígame, ¿cuánta plata le cuesta a la cárcel mantener a
estos delincuentes al mes?
—Aproximadamente seis mil millones.
—Imagínese. Algunos en este país me juzgan por
cosas que no saben, claro, jamás comprenderán que las
leyes colombianas son muy frágiles, aquí todo el mundo
se las salta y hace lo que le da la gana, pero mi obligación
es hacerlas cumplir—. El primer mandatario calla,

47
El pescador invisible

meditabundo. —He dado la orden, en el transcurso de la


próxima semana realizarán el trabajo.
—Pero señor, ¿no le parece que es una decisión muy
extrema?
—No. Tenemos hacinamiento no lo olvide. Esto no
solamente se hace en la cárcel. En las calles también ¿Usted
se imagina si no se hiciera cuántos indigentes andarían en
Bogotá? Todavía tendríamos el Cartucho, lleno de ladrones,
viciosos y de gente que no le sirve para nada a la sociedad.
¿Sabe algo? Muchas veces juzgué la Alemania de Hitler,
pero ahora la comprendo—. Hubo un silencio sepulcral.
El director iba a retirarse del recinto. —Quizá, después
de esto me toque despedirlo, alguien tiene que pagar los
platos rotos, pero no se preocupe, nada malo le va a pasar.
Ya sabe, solo hable con los guardias para que mis hombres
puedan entrar. Recuerde, mano firme corazón grande.

Gustavo puso una almohada en la cara de Camilo, apretó


fuerte mientras una lágrima sucia resbalaba por su mejilla.
Una quietud y una abismal herida en el alma lo detuvieron.
El cadáver inerte parecía sonreír. Envidió la suerte de su
amigo. La muerte se burlaba una vez más de su vida. Ahora
quedaban en la celda doce prisioneros y un muerto. Camilo
fue tirado al lado de los barrotes para que los guardias
lo sacaran. Oso, un prisionero nuevo, mira a Gustavo con
desprecio, igual que los perros y los murciélagos, huele
la cobardía de los hombres. Está cansado de dormir en el
suelo. El joven Samuel no lo asusta, aunque los demás lo
respetan, él solo finge. Tiene un cuchillo, lo consiguió en
otro patio. Sabe que el trozo de metal impondrá su hombría.

48 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

¿Cuánto tiempo ha pasado? Las horas, los minutos y los


segundos devoran a los condenados. Una hora transcurre
en años. Como si la nada existiera, como un sueño que se
repite constantemente y el preso colgara de un péndulo sin
eje. Gustavo recibió en la mañana una carta. Dice que en
pocos días saldrá en libertad condicional. Ese día Samuel
Pistola lo ha llamado aparte, tiene el rostro adusto y la
mirada profunda de matón.
—Usted sabe, hermano, que me cae bien, pero ya no
puedo defenderlo más—. Gustavo baja la mirada—. Le voy
a decir la verdad, esos malparidos no lo quieren. Esa gente
es brava, uno de ellos es el jefe de una oficina de sicarios.
No he dejado que le hagan nada, pero ya no los puedo
detener. A usted no lo han bajado de esa cama, no le quitan
la comida, y lo respetan en este puto encierro porque saben
que es mi compañero. Pero la verdad es que ya no puedo
hacer nada. Estamos amontonados, necesitamos espacio.
Ya somos doce en una habitación para dos. Hoy en la noche
lo violan, luego lo van a sacar al corredor —Gustavo lo
mira perdido y llora, no por el cuarto sino por sentir que
es incapaz de defenderse, por creer que en Samuel Pistola
tenía un amigo —mire le voy a dar esto. Es buena, guárdela
muy bien, Gustavito; que Dios me lo bendiga.
Cae la noche y el silencio cubre el encierro de los
hacinados. Gustavo aprieta un puñal. Esta vez no reposa en
su cama, otros ocupan su lugar, sabe que vendrán por él. El
sudor escurre lento por el cuerpo cansado. Escucha que se
ponen de pie y observa la luz de una vela.
—Bueno Gustavito, le llegó la hora, tranquilo quédese
quietico, no tiene por qué sufrir, luego de esto va a dormir
muy bien. Ayúdeme Zancudo, que no ponga resistencia—.

49
El pescador invisible

El miedo lo invade y quiere morir, su brazo tiembla. Siente


una mano fría sobre el cuello y sin pensarlo hunde el filo
del puñal en su enemigo, repite una y otra vez la acción.
— ¡Este hijueputa mató al Oso! —Grita Zancudo y se
abalanza sobre él.
—¡Vengan hijueputas, vénganse todos que no tengo
miedo! —grita Gustavo decidido y poseído, con ganas de
morir y de matar, atraviesa el cuerpo de Zancudo. Está
bañado en sangre, llora de ira, de miedo y de valor. Los
demás lo observan con el destello de la vela.
—Estás de macho malparido ¡Carrancho saque las
puñaletas y ayúdeme que ya me cansó este mariquita!
Dos hombres rodean a Gustavo. Los demás prisioneros
se divierten. Samuel Pistola observa con admiración
la valentía de su compañero, sabe que se encuentra en
desventaja. Empuña un cuchillo. Gustavo quiere hacerse
matar, pero antes intentará llevarse alguno al infierno.
Le hacen lances y lo hieren. Samuel Pistola observa la
sangre de su amigo y un demonio en su pecho rompe las
cadenas. Por la espalda apuñala a uno, el otro, sin saber
que ocurre, recibe una cuchillada de Gustavo. Todos en
la prisión gritan de alegría, como los antiguos romanos,
reclaman sangre. Los demás presos de la celda entran a
la trifulca. Samuel Pistola mata sin compasión, es para lo
único que ha servido en la vida. Desde la escuela, cuando
los profesores le comenzaron a temer, descubrió su talento:
herir y matar a sus enemigos. Gustavo, poseído por una ira
incontrolable, hunde su metal en más de un cuerpo. Al final
todo es silencio y la desgastada vela alumbra los cuerpos
inertes. Los dos reclusos se abrazan. Gustavo llora, por un
momento el infierno le sonrió.

50 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

Esa mañana sopla un aire cálido. La canción de los


hacinados suena más fuerte que nunca, todos repiten la
letra:
“Virgen de las Mercedes patrona de los reclusos mi madre
está que se muere, que por mí ya sufre mucho. Siii, ¿quién le
dará de beber?, oyeee, ¿quién le dará de comer?...”
Gustavo y Samuel Pistola ocupan una sola celda.
El hacinamiento ocurre en los corredores y los demás
cuartos. Ahora los presos los miran con respeto y temen la
mirada esquizoide de Samuel. En la mañana los guardias
alzaron los cadáveres, llevaban ocho días pudriéndose y los
zancudos llegaban hasta la oficina del director. Gustavo se
despide de Samuel. Lleva una extraña pulsera en la muñeca.
Es el día de la libertad. Sabe que no es el mismo. Matar lo ha
cambiado, como si hubiera hecho un rito arcaico, la sangre
del enemigo lo ha purificado. Sonríe al recordar el valor
que tuvo. Avanza seguro y se abre paso por el corredor
atestado de presos. Observa que al acercarse a la salida
entran varios uniformados con máscaras, llevan armas
de largo alcance. La puerta del corredor se cierra tras él
y escucha disparos ahogados, no tan fuertes. Los gritos de
los presos se vuelven insoportables. El miedo lo invade,
quiere correr.
—Cálmese señor, están lavando y requisando a los
presos, puede irse, recuerde las recomendaciones—. Un
guardia empuja a Gustavo a la calle, mientras se escuchan
los gemidos y el llanto de los condenados. El sol alumbra
fuerte. El hombre, ahora libre, camina lento. A lo lejos
divisa a su mujer. Está allí, con su hija del brazo. Gustavo
ríe, intuye que se ha librado de algo, no sabe de qué, pero
lo siente al respirar.

51
El pescador invisible

52 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

CONAN, EL DESTRUCTOR DE VAGINAS

Caminaba con la seguridad de la belleza. Las jóvenes


salían de los salones para verlo. El cabello largo y las dos
candongas le daban un aire de rockero rebelde. En grado
once sus compañeros lo envidiaban, no solo por su cuerpo
atlético y mentón griego, sino por la forma de convencer a
los profesores de su inteligencia y buen comportamiento.
Cuando lo sorprendían copiando las respuestas del
examen, ponía su cara de ángel. Las cejas pobladas, los ojos
cafés y el rostro blanco e impoluto, lograban conmover y
ablandar hasta Horacio, el temido rector del colegio. Era
un veterano en el amor y en la guerra. A sus 19 años, un
poco atrasado para estar en grado once, había hecho el
amor 156 veces y roto 150 narices. Llevaba el registro en
su cuaderno de notas y cada vez que aumentaba decía:
otra víctima de Conan, el destructor de vaginas. El apodo
lo adquirió gracias a Martina, una joven a la que llamaban
Motosierra porque no dejaba palo parado. Una tarde, en
que sus padres salieron, ella lo llamó. Después de una
orgía de dos horas, Martina, cansada de placer contempló
a su amante, le pareció un guerrero griego, como Aquiles
o Héctor, aquellos héroes homéricos que mencionaba su
profesor. Conan, dijo, y buscó la vieja película de su papá.
Cuando Juan Carlos despertó, la cinta del héroe medieval
protagonizada por el joven actor Arnold Schwarzenegger
rodaba:
—Eres mi Conan, le dijo, el destructor de vaginas—, y de
nuevo subió sobre él, rápido e indomable, como una yegua
salvaje en campo abierto.

53
El pescador invisible

Francisco tenía dieciséis años y las mejores calificaciones


del colegio Santos de Dios. El profesor de matemáticas
decía que era el único hombre en medio de gorilas. Con
una rapidez sorprendente realizaba multiplicaciones de
varias cifras, como si tuviera una calculadora en el cerebro.
Conoció a Conan cuando entró al baño en horas de clase y
escuchó unos gritos de placer. La puerta se abrió y Camila,
una joven de rostro blanco y dientes perfectos, se ponía la
blusa. Nunca olvidaría el color rosado de sus senos.
—Usted no ha visto nada, ¿no, Enano pecoso?, ya sabe
—le dijo Conan que se subía los pantalones. Francisco lo
envidió, supo que las matemáticas y la habilidad mental no
conquistan a las mujeres, bastaba con una cara bonita y un
cuerpo atlético para seducirlas, por desgracia no contaba
con ello. En la niñez los demás se lo hicieron creer a la
fuerza. Sus compañeritas de la escuela lo apartaban por
su rostro albino lleno de pecas. Cuando ingresó al colegio
su vientre aumentó de manera considerable, algunos
le decían que esperaba un hijo. Su baja estatura le hizo
merecedor del apodo Enano pecoso. Desde el día en que
vio a Conan con aquella delicia trató de ser su amigo. Le
entregó las tareas de la semana y empacaba unas galletas
más para su compañero. Conan lo aceptó por conveniencia,
en el colegio se sentía superior. Sabía que su única arma
era la apariencia. En el hogar todo cambiaba. Al llegar solo
escuchaba el movimiento brusco de las ratas. Su madre
siempre lo trató con indiferencia, con un rechazo que nunca
explicó. Trabajaba en una casa de ricos donde ganaba una
limosna. A veces comía, otras tomaba abundante agua para
llenar un vacío en el estómago ocasionado por la falta de
alimento y por la ausencia del cariño maternal. En el cuarto
sucio una soledad gigantesca lo inundaba. Quizá por ello se
refugió en los brazos de Carmen, una mujer de cincuenta
años que le enseñó los secretos íntimos del éxtasis y la
lujuria. Le dibujó en una hoja su vagina y con la maestría de

54 KLEPSIDRA
EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

una guerrera que ha sobrevivido a miles de batallas, le dijo


como poner la lengua y realizar movimientos circulares.
Conan aprendió las artes del placer y las utilizó de forma
prolija. En el colegio y en la calle ganó la fama de amante
perfecto, de hombre que podía dar placer a cualquier
mujer. Todas las jóvenes de grado noveno, diez y once,
experimentaron el sabor exquisito de su lengua. La fama
y la gloria de Conan, el destructor de vaginas, igual que un
canto medieval, se propagó por el colegio y la ciudad.
La profesora María Fernanda entró al colegio Santos de
Dios al terminar el tercer periodo, faltaba uno para finalizar
el año lectivo 2013. Sus anchas caderas, ojos grandes,
labios de negra y una cintura delgada que moldeaba el
volcán de sus piernas llamaron la atención de todos los
profesores y estudiantes del colegio. Sus labios carnosos
y rojos atrajeron al rector Horacio y le hicieron olvidar
el rechazo por los negros. De inmediato la aceptó como
reemplazo del profesor ausente. En una tarde lluviosa la
profesora leyó las notas definitivas. Juan Carlos Múnera,
que a pesar de su limitada inteligencia lograba ganar las
materias, fue reprobado. La culona, como la apodaron,
no cayó en las redes seductoras de Conan. La única forma
de recuperar la materia consistía en hacer un trabajo de
veinte páginas, leer y sustentar una novela de trescientas y
ganar un examen de morfología del verbo. Un trabajo casi
imposible de realizar en ocho días. Después de terminada
la clase, Francisco y dos admiradoras de Conan. Estéphany,
una rubia de tetas grandes y ojos verdes; y Anastasia,
una mulata de gafas grandes a la que llamaban Virgen de
pueblo, se reunieron para ayudar a Conan. El destructor de
vaginas quería graduarse. En la primaria había reprobado
dos años y recordaba la experiencia del fracaso. Soñaba
con mostrarle el diploma a su madre y marcharse para
siempre de la casa. Le gritaría que nunca la necesitó, que
gracias a su lengua compraba la comida y vestía con las
mejores marcas. Los cuatro estudiantes se dieron cita en

55
El pescador invisible

casa de Francisco. Conan envidió el beso que la madre del


Enano pecoso le propinó en las dos mejillas al llegar a casa.
Trabajaron con ahínco para lograr recuperar la materia.
Cuando las dos jóvenes se marcharon, Francisco le contó el
plan que tenía diseñado.
—Conan tengo que contarle algo, hermano estoy
enamorado de Estéphany. Ayúdeme, yo sé que usted es
bueno en eso. Mire tengo un plan, mañana nos volvemos
a reunir. Mi mamá va a salir, allí voy a aprovechar la
oportunidad y me lo voy a declarar a Estéphany, necesito
que se vaya un rato con la Anastasia, pero entonces dígale
algo bonito de mí y mire cómo está el terreno, qué le parece
el plan.
Conan contuvo la risa. Le extrañó que Francisco
planeara conquistar a Estéphany, era la primera vez que
lo escuchaba hablar de mujeres. Ella le parecía una rubia
deliciosa, digna de cabalgar en sus piernas y sentir su
bestia, no la había llevado a la cama por falta de tiempo,
además Carmenza, su vieja amante, lo tenía vigilado, solo
lo compartía con unas amigas veteranas que pagaban
abundante dinero por sus servicios.
—Claro, no se preocupe, mañana hablo con ella.
Al día siguiente Conan trató de ayudarle, pero
Estéphany, hipnotizada por sus ojos cafés, lo calló de un
beso. En la reunión el plan de Francisco fracasó. Su madre
tuvo que salir de imprevisto, y aunque el joven dijo que lo
dejara, que su trabajo era esencial para el grupo, lo llevó
casi a rastras para ganar tiempo en la interminable fila
del banco mientras ella hacía otras diligencias. Los tres
jóvenes se quedaron solos en la enorme casa. Robaron
algunas salchichas de la nevera y rieron por el atrevimiento.
Estéphany le dijo a Conan y Anastasia que sería relajante
leer el libro en la cama de la mamá de su amigo.
—Es muy grande, tiene un oso en el centro, la vi cuando
la señora abrió para pintarse —dijo la joven y arrastró a
sus compañeros a la habitación. La idea era loca hasta para

56 KLEPSIDRA
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Jhon Walter Torres Meza

Conan. Las dos amigas lo tiraron al colchón y se abalanzaron


sobre él. En la cama, Conan recordó que era el destructor,
su instinto animal hizo que en vez de jugar comenzara a
besarlas. Primero a Estéphany y luego a Anastasia que
esperaba con ansiedad. Los tres se desvistieron y olvidaron
el espacio y el tiempo. Hubo besos, caricias, contorsiones
y gritos de placer. Nunca Conan tuvo a dos a la vez. Ellas
probaron el sabor de un hombre, la sal de sus músculos y
la fuerza de toro que las penetró hasta que una humedad
interior estalló en sus piernas. Francisco y su madre
entraron y vieron la escena. Un pintor de desnudos hubiera
realizado el mejor de los cuadros. Las jóvenes, con sus
tetas firmes reposaban encima de Conan. Francisco odió
la belleza angelical de su amigo. La primera reacción de
la madre fue nombrar al todo poderoso. Los adolescentes,
casi desnudos, abandonaron la casa. El olor de los cuerpos
flotó en la habitación por muchos meses.
El año lectivo en el Colegio Santos de Dios estaba por
terminar y Conan aún no ganaba la materia de Castellano.
Todo parecía indicar que su grado se aplazaría. El destructor
de vaginas, después de meditarlo con detenimiento, se dio
cuenta que no era el fin del mundo. Se podría graduar a
destiempo, aunque sin ceremonia. Planeaba viajar al
extranjero. Gracias a las amigas de Carmen tenía ahorrado
algún dinero y lo pensaba invertir en un viaje a Europa.
Sabía que salir del país y ubicarse en el extranjero era
difícil, sin embargo, su belleza y encanto podrían funcionar
de la mejor manera en el viejo continente. Confiaba en su
atractivo físico, en su rostro seductor y ojos de domador de
serpientes. Faltaba una semana cuando la profesora María
Fernanda le entregó en persona una nota con la siguiente
descripción:
Carrera 5 nro. 8—56. Vaya a las 8:00 p. m. Hablaremos
sobre su nota, quizá la pueda aprobar.
Esa noche la profesora María Fernanda, que hasta
entonces se había resistido a la belleza y encanto

57
El pescador invisible

sobrenatural de Conan, comprobó que la fama de su lengua


era cierta, que con él las mujeres morían lento ahogadas de
placer.
La felicidad de Conan cuando vio el boletín con las notas
sobresalientes fue inmensa. Al fin la vida premiaba su
esfuerzo. Carmen, para celebrar le hizo una cena especial
y le obsequió el anillo de grado antes de la fecha. Los dos
amantes, Carmen de 55 y Conan de 19 años, se juraron
amor eterno. Él encontró en ella la protección de su madre,
aquel cariño que siempre necesitó.
Los dos últimos días de clase en el Colegio Santos de
Dios hicieron historia. Aún se escuchan rumores de lo
sucedido y uno que otro pervertido conserva el video que
circuló en celulares y algunas redes sociales. La profesora
María Fernanda, después de probar la lengua del joven más
bello que había visto, no lograba olvidarlo. En horas de
descanso pudo acercársele y le dijo al oído que lo esperaba
en treinta minutos en el baño del segundo piso para
comentarle un asunto importante. Conan, intrigado por la
noticia, se fugó de la clase de matemáticas. La profesora
miraba su reloj impaciente hasta que vio su figura atlética
en el corredor desierto. Le indicó que entrara al baño, y
allí, mojada y poseída de lujuria se quitó la ropa y desvistió
al joven. Conan correspondió por instinto, era la primera
vez que lo hacía con una profesora dentro del colegio. Todo
fue rápido, La culona en frenesí gritó fuerte, tanto, que los
niños de primaria pensaron que alguien se moría. Cuando
salieron y regresaron a sus labores, el video ya andaba en
las redes. Lo había filmado Francisco, que desde el día en
que su amigo lo traicionó, supo que a las jóvenes de su
edad solo les interesa la belleza física, que las palabras
de su madre: —Lo importante es la personalidad, lo que
llevamos por dentro —eran mentira, palabras de alguien
que nunca había hecho el amor en secundaria, que sería
apodado El enano pecoso y no besaría los labios tiernos de
una adolescente. El despido de la profesora María Fernanda

58 KLEPSIDRA
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Jhon Walter Torres Meza

y de Conan fue inmediato, dos horas después de salir del


baño los citaron en rectoría. No hubo nada que discutir, ni
poder humano que hiciera cambiar al rector Horacio de su
decisión. Salieron por esa puerta, sin mirarse, La culona,
como llamaban a la profesora María Fernanda, y Conan, el
destructor de vaginas que sentía el peso del mundo. Las
mujeres y algunos hombres lloraron al ver al prospecto más
apuesto del mundo marcharse del colegio. Todos sabían
que nunca más verían a alguien de su belleza caminar por
aquellos pasillos, ni culear en los baños donde Conan hizo
morir de placer a 158 jóvenes y una profesora.
Conan quiso morir de tristeza. Su expulsión del colegio
lo deprimió tanto que las lágrimas se sembraron en su
alma. Carmen lo consoló diciendo que podría repetir el
año en la nocturna. Conan la escuchaba mientras un dolor
en el cuerpo comenzaba a crecer. Quizá sea por la pérdida
del año, se dijo, al sentir un tirón en el estómago. Carmen,
después de cuidarlo quince días y observar que se quejaba
de un fuerte dolor en el vientre, decidió llevarlo al hospital.
Luego de varios exámenes de sangre, se supo la terrible
verdad. La mujer, sin vacilar y asustada por su salud lo
abandonó a su suerte.
Conan caminó a casa por inercia, sin existir. Abrió la
puerta y un ratón se escabulló. Su madre dormía, lo extraño
era la hora, se acercaban las dos de la tarde. El joven puso la
mano delicadamente en la frente de la mujer que lo trajo al
mundo. Un frío tétrico hizo que pensara en la enfermedad
que ahora padecía, el rostro de la muerte por medio de su
madre le sonrió con malevolencia.
Al entierro no asistió nadie, el sepulturero para
consolarlo le dijo que la ciudad celebraba 150 años, quizá
por ello la gente no iba en estos días al cementerio. Conan
gastó los ahorros en el ataúd. Al regresar a casa, mirándose
el miembro que había hecho gozar a tantas mujeres, cayó
en un agujero interior donde el silencio y la suciedad
opacaron su belleza.

59
El pescador invisible

El sonido del teléfono lo sacó de la penumbra. Creyó


escuchar la voz de Carmen, la única capaz de consolarlo,
pero en su lugar una voz joven la reemplazaba.
—Hola Conan, supimos lo de su mamá. Sabemos que
es una gran pérdida, Anastasia y yo vamos a ir a su casa,
llegamos dentro de una hora —en su somnolencia quiso
decir que no pero la joven no le dio tiempo —chao, chao,
nos vemos ahora, se me acabaron los minutos, esté listo.
Sacó el sobre arrugado de su bolsillo. El papel con el
nombre de la clínica más costosa de la ciudad decía que
era portador del VIH y desarrollaba de manera avanzada
el sida. Carmen fue la primera en recibir el resultado, y en
darse cuenta de que también portaba la enfermedad. Sin
decirle nada le entregó la prueba y se alejó del hombre más
bello que había tenido. Conan rasgó el resultado, aseó la
casa como nunca y se puso su mejor ropa. Las dos jóvenes
llegaron puntuales y sonrientes, lucían una belleza fresca.
Conan las recibió con su encanto de domador, luego les
dio lo que buscaban. Durante dos horas las quiso matar de
placer. Sus cuerpos desnudos se gastaron, se bañaron en
sudor, los tres fueron uno y sus bocas lamieron y bebieron
las aguas que escurrían de una máquina hecha solo para
un momento.
Conan, aunque quiso, no pudo morirse en las tetas
duras ni en los vientres mojados de las jóvenes. Cuando
se marcharon, abandonó la casa y anduvo perdido en la
ciudad. El olor de la calle era igual al de las mujeres que tuvo,
húmedo y distante. Llegó a un puente, la altura lo atrajo por
inercia, como si aquel lugar elevadizo lo esperara. Algunas
personas le gritaron algo incomprensible. Los automóviles
se detuvieron, el pavimento dejó de respirar y los citadinos
curiosos miraron con asombro. Un hombre atrevido quiso
salvarlo, pero el joven se entregó al vacío. El agua del río,
como una de sus amantes que abría las piernas, esperó para
ser penetrada. Conan sintió un abismo cálido, un descenso
penetrante, una bajada tibia que lo liberó de su pesadez.

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Jhon Walter Torres Meza

JAZMÍN DESNUDA

A Sandra Lorena Gil y Lina María.


En sus cuerpos siempre sentí un olor a jazmín.

En las noches de verano, un olor a jazmín se esparcía


por el cuarto y acariciaba el cuerpo desnudo del escritor
frustrado, de aquel soñador de palabras derrotado por el
tiempo y el olvido. La planta que irradiaba el olor era una
rara belleza, sus hojas brillaban con el reflejo de la luna.
Era una planta silvestre, de monte, de las que no crecen
prisioneras en materas. Rodrigo la había recibido como
pago de un ensayo de veinte páginas sobre Don Quijote. —
Tome, mi mamá con mucho cariño le envía este regalo —le
dijo la joven después de recibir el trabajo; Rodrigo sonrió
con desgana. Al principio la plantó en una matera pequeña,
al pasar tres meses, tuvo que comprar la más grande del
vivero, pues resultó que no le habían regalado una planta
sino un árbol. La dueña del vivero le explicó:
—Joven, pero es que esto no es una mata de adorno,
esto es un palo enorme, crece como un gigante. Si quiere
le vendo algo bonito, ese palo siémbrelo a orillas de un río,
necesita mucha agua y aire, porque si no se le muere en un
momentico.
Rodrigo no quería desprenderse de la planta.
— ¿Cómo se llama esta mata señora?
La vendedora, al ver que no le prestaba atención, le dio
la espalda y antes de perderse por un corredor lleno de
materas, le gritó: —Esa mierda un Jazmín Noche.

61
El pescador invisible

Rodrigo la llevó a casa. Con las manos desnudas presionó


la tierra a su alrededor. El olor lo envolvía. Aquella noche
durmió feliz con su compañera. Soñó que él también se
sembraba y crecía en una tierra tibia que desde tiempos
inmemoriales lo esperaba.
Rodrigo era profesor de Literatura, o a lo menos eso
decía su diploma. Nunca había enseñado. A sus treinta y
tres años vivía de escribir ensayos que los estudiantes de
literatura y otras carreras le pagaban. Aunque obtuvo el
mejor promedio de calificación de la facultad, en los colegios
no le daban empleo. Cuando los rectores o empresarios
veían su aspecto lo rechazaban. Rodrigo tenía un aire
melancólico, medía 1.73, su rostro, aunque simpático, era
triste, como la cara de los niños que han llorado horas
seguidas; tenía el cabello largo y una barba que ocultaba
unos pómulos hundidos. Vestía siempre con una camisa
estampada de Marilyn Monroe, desde muy joven, la figura
de la rubia lo había cautivado. Usaba gafas, con aumento de
doble cristal, y cuando la gente lo miraba a la cara bajaba la
vista para no reír con el reflejo de sus enormes ojos.
Siempre alardeaba de su premiación en un concurso
importante en Medellín. —Hace poco gané un concurso de
cuento. Soy escritor. Me encuentro escribiendo una novela,
por eso no estoy trabajando. Me gusta mucho investigar —
decía arqueando las cejas para lucir intelectual, para que
el estudiante lo contratara. En realidad, no había ganado,
ocupó el tercer puesto en un concurso desconocido y
paupérrimo que habían organizado en Medellín por los
Derechos Humanos. Le habían dado el tercer lugar porque
solo se inscribieron cinco; ningún escritor de respeto
participaría. Rodrigo entre cinco desgraciados con ganas
de adquirir fama en el mundo de las letras, era el número
tres.
La planta creció prisionera, resignada a la matera que
reducía su espacio. Rodrigo la regaba en las mañanas. En
las noches acariciaba sus hojas, besaba sus pequeñas flores

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EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

blancas que abriéndose al espacio anunciaban la vida, su


belleza silvestre, libre. Había crecido por un capricho del
destino en un apartamento privada del sol. Cualquier planta
normal hubiera muerto, pero esta ocultaba un secreto.
Rodrigo escribía por impotencia, por querer suicidarse
y no tener el valor de hacerlo. —El suicidio es para valientes,
ningún cobarde se atrevería a explorar el desconocido y
misterioso mundo de la muerte. La muerte es una salida,
un derecho innato que tiene el ser humano para explorar
las complejidades de la psique —hablaba en voz alta y
escribía en su computadora. Hacía malabar mental para
dar coherencia a sus ideas y sentimientos confusos. En
su melancolía miraba la planta que en un rincón del
apartamento se imponía alta y esbelta. Rodrigo olió el
perfume y embrujado por sus pétalos la besó. Fue un beso
cálido. Las mejillas de Rodrigo deslizaron sueños fallidos y
lágrimas; el olor a jazmín se hizo fuerte, y envolvió con su
delicada fragancia el cuello del escritor.
Como los profesores de literatura, en la ciudad donde
vive Rodrigo, se mueren de hambre, deben dedicarse a otras
labores para sobrevivir. Rodrigo, después de buscar en la
sección de clasificados del Diario, encontró una vacante.
Aquella tarde decidió no ponerse la camisa de Monroe,
se afeitó y trató de lucir como una persona decente. Al
mirarse al espejo intentó una sonrisa, convenciéndose a sí
mismo de su buen aspecto. Intentó quitarse las gafas, pero
sin los lentes quedaba ciego. La vacante que se ofrecía era
de mesero, el clasificado mostraba lo siguiente:
Se necesita mesera (o) con buena presentación para
trabajar en prestigioso Bar de la ciudad. Interesados
dirigirse con hoja de vida a la Carrera 7 N. 33— o4. En
horas de la tarde.
Rodrigo a las dos de la tarde se encontraba en la
dirección. El sitio era un bar de mala muerte. Las puertas
cerradas irradiaban un olor a orín fétido, nadie más
esperaba la vacante. A la media hora la puerta se abrió;

63
El pescador invisible

una mujer de unos setenta años, con aretes largos, labios


pintados de un rojo vivo y un rostro que conoce la lujuria y
la muerte, lo recibió.
—Usted ha venido por el empleo ¿Cierto?
—Sí señora. Me gustaría mucho trabajar en su negocio.
Soy una persona muy responsable y colaboradora.
—Pues esperemos que así sea, porque viene una calaña
de gente ¿Trajo la hoja de vida?
Rodrigo le entregó un folder con todos sus datos, la
copia del diploma de Licenciado en Literatura estaba
ubicada en primer lugar.
—Vaya si tenemos todo un licenciado, un profesor. Este
trabajo apenas es para usted, a mí me gusta trabajar con
gente decente. El trabajo es para los fines de semana. Venga
mañana viernes a las seis de la tarde. La hora de salida no
se la digo, porque nunca se sabe en estos negocios, veinte
mil el turno, buena plata. No ponga esa cara de bobo y
váyase a su casa.
Rodrigo salió resignado y con el olor a orín impregnado
en la ropa. Al día siguiente, a las seis en punto de la tarde
se encontraba en el bar, su nombre le atrajo: El Oasis. Un
letrero iluminado mostraba a cinco mujeres desnudas
con cuerpos perfectos. «Estas mujeres son la estética
nietzscheana» pensó Rodrigo, absorto en el sensual letrero.
Al entrar se abrió paso en medio de las sillas, en la barra lo
esperaba la mujer de la tarde anterior.
—Bienvenido Rodrigo. Su única función es limpiar las
mesas; por cobrar y atender no se preocupe que las niñas
lo hacen —le dijo, señalando a algunos travestis que se
sentaban en las piernas de los borrachos. Rodrigo por
un momento quiso escapar. La abuela, como la llamaban
todos, le sonrió.
—Bueno joven estas son sus compañeras. Espero
le vaya muy bien ¡Muchachas por favor, solo pónganlo a
limpiar las mesas, ustedes me cobran la plata! —gritó la

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Jhon Walter Torres Meza

abuela. Fue así como Rodrigo empezó una de las muchas


noches que pasaría en El Oasis.
La música de cantina sonaba con insoportable volumen,
las peleas, las tocadas de nalga que le daban los borrachos,
el olor a marihuana y aguardiente con orín, no causaron
la renuncia de Rodrigo. Se resignó, como todo frustrado
que termina haciendo lo que no le gusta. Sus compañeras
travestis le hacían bromas que soportaba con una irónica
sonrisa. Su trabajo era sencillo, solo recogía las botellas
vacías de las mesas y limpiaba de vez en cuando. En El
Oasis, además de vender aguardiente, había mujeres que
prestaban el servicio de trabajadoras sexuales, ese era el
nombre que le asignaban a su profesión las prostitutas;
venían los viernes en las tardes y se hospedaban en los tres
cuartos paupérrimos del bar, se hacían llamar la Niña, la
Pinta y la Santamaría. Cuando Rodrigo les preguntó por
sus apodos, la Santamaría respondió:
—Pues mijo porque ese era el nombre de las
tres carabelas, o sea el nombre de tres mujeres. Las
embarcaciones eran mujeres que trajeron alegría al nuevo
mundo. Usted no es el único profe Rodri, antes de ser
trabajadora sexual yo alcancé a hacer un semestre en la
Universidad Nacional en Bogotá, que es la mejor del país,
no como esa cochinada donde usted estudió. Mire como es
la vida, usted estudió y está aquí limpiando mesas y yo no
estudié y también estoy aquí ¿No es irónica la vida Rodri?
Rodrigo volvió a sonreír. Las mujeres en el bar
aprendieron a soportar su presencia. Se preocupaban
por él cuando eran las siete y no había llegado. La abuela
incluso le llevaba comida. Rodrigo empezó a comprender
que aquellas personas apreciaban la otredad, que, aunque
El Oasis era un circo de extraños personajes, se cuidaban y
apreciaban, pensó con una risa que le hacía brotar lágrimas,
que en ese lugar olvidado, donde entraban hombres
tristes con más de cincuenta años —pues un joven jamás
se acostaría con la Niña, la Pinta o la Santamaría — y

65
El pescador invisible

derrotados por la modernidad, había encontrado lo más


parecido a un hogar.
La planta no lo volvió a sentir en las noches. Su perfume
embrujado se perdía en el silencio. Rodrigo llegaba a las
seis de la mañana. Cansado, se tiraba a la cama y caía en
un profundo sopor. El Jazmín extrañaba sus manos y besos.
Cierto día, a las dos de la tarde, sonó el celular. Al otro lado
de la línea se escuchaba la voz de una mujer:
— ¿Señor Rodrigo?
—Sí con él.
—Necesito contratarlo para escribir un ensayo. Es
bastante difícil, pero sé que usted maneja el tema. Es
sobre Jung, el psicoanalista de las profundidades de lo
inconsciente. Sé que usted en la ciudad es el único que lo
ha leído detenidamente. Es más, sé que usted hizo su tesis
de grado sobre su teoría.
— ¿Cómo se dio cuenta señora?
—He investigado mucho su vida señor Rodrigo. Sé que
es un gran escritor solo que no ha tenido una verdadera
oportunidad que le permita abrirse campo en el mundo de
las letras. Le pagaré muy bien su trabajo.
Un sueño olvidado despertó el ánimo de Rodrigo. De
inmediato alardeó:
—Conozco mejor que nadie a Carl Gustav Jung, lo he
leído y releído muchas veces. Es verdad lo que dice señorita:
soy escritor. Lo último que elaboré es un libro de ensayos
sobre el suicidio. Es muy trascendental, se lo mostraré con
gusto.
En realidad, Rodrigo solo había leído dos libros del
autor. En la facultad aceptaron su tesis sobre Jung y la
literatura porque no conocían su teoría. Rodrigo presumía
de su profundo dominio del tema; como todos los aparentes
intelectuales de la Universidad lo desconocían, se inventaba
lo que quería y nadie lo refutaba. La llamada lo entusiasmó.
— ¿Cuándo nos vemos entonces señorita?

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Jhon Walter Torres Meza

—Si le parece bien hoy a las siete de la noche, en la


cafetería de la Universidad.
—De acuerdo señorita, allí estaré sin falta.
Era martes y Rodrigo como no trabajaba los principios
de semana pudo asistir. A las 6:30 p. m., en una banca de
la cafetería, con su ensayo sobre el suicidio y una copia de
la tesis, Rodrigo esperaba impaciente. A las 7:00 p. m., una
mujer rubia, con grandes gafas de doble cristal, alta, con un
vestido largo de cuello cerrado y con un parecido a Marilyn
Monroe, se sentó a su lado.
—Escritor Rodrigo, mi nombre es Mary. Es un placer
conocerlo.
Rodrigo olió un tenue perfume a jazmín. Durante tres
horas hablaron de literatura, de los cuentos inéditos de
Rodrigo —que, según él, eran dignos del premio Planeta —,
del libro de ensayos sobre el suicidio, de su tesis; Rodrigo
decía una cantidad de mentiras que su acompañante
aceptaba sin protestar.
—El problema de los concursos señorita Mary, es que
cuando los realizan ya tienen ganadores. Lo hacen como
para cumplir un protocolo, pero en verdad son una falsa.
En esto de la literatura y la escritura hay que tener mucha
rosca, porque uno se va quedando como en el olvido. Si no
vea usted, tenemos en la actualidad una enorme cantidad
de escritorzuelos ganando premios por historias de tetas
y siliconas, eso la verdad no tiene presentación. Y yo
aquí escribiendo cuentos con ontología y en la completa
marginalidad ¿No le parece que la buena literatura ya no
vale señorita?
—Tiene toda la razón maestro Rodrigo. Permítame
decirle que me ha dejado anonadada con su amplio
conocimiento y cultura general. Le voy a pagar un millón
de pesos por el ensayo de Jung. En él debe decir toda su
teoría y argumentarla coherentemente en relación con la
literatura. Mire le voy a dar quinientos mil por adelantado

67
El pescador invisible

y también esta nota donde dice específicamente lo que


quiero que haga.
Rodrigo miró el dinero entusiasmado.
—No se preocupe, dentro de un mes lo tengo listo. Soy
un experto en lo que hago. Le puedo asegurar que soy el
mejor lector y escritor de esta ciudad.
Fueron los últimos en irse de la cafetería. Abordaron
el mismo taxi. Mary le explicó que vivía cerca a su casa.
Rodrigo, sentado a su lado olió de nuevo la fragancia a
jazmín. Cuando el taxi se detuvo ambos bajaron. El olor a
jazmín se hizo fuerte, tanto, que Rodrigo mareado no pudo
sostenerse. Mary lo tomó del brazo y lo llevó a su casa.
Al llegar introdujo las manos en su bolsillo para sacar la
llave y abrir. Él no sabía lo que pasaba, las imágenes eran
extrañas. La mujer lo acostó en la cama.
—Tranquilo mi escritor nada va a pasarle. Usted
conmigo está más que seguro. Le devolveré todo lo bueno
que hizo por mí.
—Mary me siento un poco mal, gracias por traerme
¿Qué hace mujer?, déjeme quieto por favor.
Rodrigo somnoliento la veía entre sombras. Mary lo
desnudó y lamió su cuerpo hasta gastar su piel. La fragancia
de jazmín los envolvió en una orgía que Mary quiso hacer
perpetua.
Al despertar, Rodrigo sintió un leve dolor en los
músculos. La planta reposaba en los pies de la cama. El olor
a jazmín había desaparecido dejando el recuerdo del cuerpo
blanco y los senos rosados de Mary. El reloj marcaba las
5:00 p. m. El Oasis lo esperaba. La abuela le había dicho que
una nueva trabajadora sexual empezaría esa noche y que
haría un show de striptease. Rodrigo, que ahora contaba
con quinientos mil pesos para la futura investigación,
pensó en despedirse de El Oasis en un par de turnos. Esa
noche, cuando vio a la stripper, imaginó que un ángel había
descendido al infierno para librarlo del dolor de la vida. Era
una creatura de rasgos finos y cuerpo de botella. La mujer

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Jhon Walter Torres Meza

más sensual y atractiva que nuestro escritor hubiera visto.


La joven de aproximadamente veinte años bailó lento, el
cuerpo se movía sensual, su desnudez iluminó El Oasis.
Nunca el bar de la abuela había tenido tanta gente. Los
hombres se amontonaban y se peleaban por verla. Aquella
noche, después de la función, cuando Rodrigo salió con la
luz del alba e impregnado del olor a aguardiente con orín,
ella lo esperaba. La mujer vestía un saco largo.
—Hola. Que pena molestarlo
Rodrigo anonadado la miró
—Perdone por ser tan confianzuda. Lo que pasa es que
es mi primera noche en esta ciudad y no quiero amanecer
aquí. Las calaveras me dijeron que usted vivía solo y pues,
pensé que de pronto pudiera darme posada. Ellas me
dijeron que usted muy buena persona, además es profesor
y según ellas, muy respetuoso. Para serle sincera ellas
también piensan que usted es como marica—, la mujer lo
dijo con gracia y ambos rieron.
—Cla…claro, no hay ningún problema, eso se llama
derecho de ciudad, es decir, todos merecemos una
oportunidad en esta bella ciudad—. Rodrigo tartamudeó.
Mesero y bailarina abordaron el primer bus de la
mañana. En el camino no hablaron, ella se recostó sobre el
hombro flaco de su acompañante, él sintió un leve perfume
y con sus manos temblorosas le acarició el cabello. En el
apartamento Rodrigo no supo qué hacer, pensó que tal vez
ella quería sexo, se imaginó por un momento el espectacular
cuerpo desnudo, el vientre delgado —¿Le pasa algo? Si lo
incomodo tranquilo, yo me voy—. La joven lo sacó de sus
sueños.
—No. Por favor quédese—. Suplicó Rodrigo.
La joven lucía una pijama de dos diminutas piezas que
dejaba entrever unas tiernas tetas y aprisionaba la forma
prominente de sus nalgas. Con las luces que se filtraban
por la ventana se veían los pezones, las piernas largas y
delicadas. El pequeño apartamento de Rodrigo trataba

69
El pescador invisible

de contener su belleza. Las paredes feas, la cama vieja, la


estrechez y hasta el mismo Rodrigo parecían indignos de
su presencia. El escritor trató de conservar la imagen por
siempre.
—Pues como veo que solo tiene una cama yo me
acuesto al rincón y usted a la orilla, chao, hasta mañana —
rio —perdón hasta más tardecito.
Rodrigo iba acostarse a su lado cuando tropezó con la
matera, tambaleándose cayó encima de la joven —Perdón,
disculpe—. Ella no dijo nada. Rodrigo imaginó que dormía.
Se sorprendió de ver la planta tan cerca, hace días que no
la tocaba. Se preguntó si la había cambiado de sitio. Cerró
los ojos. La mano delgada y blanca de la joven lo abrazó.
Pudo sentir su piel y tetas calientes. Ella lo besó suave —
Me encantas—. Rodrigo quiso meter sus manos en medio
de las piernas y explorarla —Por favor no —contestó la
joven —yo quiero que lo de nosotros sea una cosa seria.
Durmámonos y después vemos—. En ese momento sonó el
celular. Al otro lado de la línea se escuchaba a Mary:
—Maestro Rodrigo, lo he pensado mucho, necesito verlo
de inmediato. Conseguí un apoyo para publicar algunas de
sus obras. Lo necesito ya, es urgente.
Rodrigo no supo que decir: —Ahora estoy un poco
cansado. La verdad estoy como enfermo,
La joven que dormía a su lado besó las orejas de Rodrigo
y tomó el teléfono —Señora en estos momentos estamos
ocupados follando, chao—. Colgó.
Rodrigo quiso hacerle el amor, pero la mujer lo contuvo
—Esperemos un poco por favor—. Rodrigo, decepcionado
y feliz de compartir la cama con tan bella mujer, se acostó
en su regazo y cayó en un sueño de muerto.
A veces es mejor soñar, los sueños construyen la
realidad del mundo. Cuando Rodrigo despertó, la joven ya
no estaba, ni tampoco su ropa, ni sus libros, ni sus ollas
viejas, ni los cajones donde había guardado los quinientos
mil pesos que le dio Mary, nada, hasta las sábanas en

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EDITORES
Jhon Walter Torres Meza

que durmieron faltaban. Rodrigo solo encontró la planta,


que en medio de la sala se imponía majestuosa. Pensó
en llamar a la Abuela a preguntarle por la joven, pero no
tenía una moneda. Se sentó en la sala deshabitada y sonrió
con desgana al recordar que ni si quiera sabía el nombre
de la joven. El olor a jazmín lo consolaba. Rodrigo quiso
llorar, pero ahogó las lágrimas. Por alguna extraña razón la
planta ya no era de su agrado. Decepcionado cerró los ojos,
pensando en lo idiota que había sido, deseó dormir o morir
para olvidar. El frío de la sala lo despertó, entre sombras
le pareció ver que la planta tenía una figura humana, que
lo mecía en sus brazos. Rodrigo gritó fuerte, sintió miedo;
el sudor bañaba su rostro. En frenesí tomó un cuchillo
de la cocina y se propuso matar a su única compañera.
Fue una lucha consigo mismo. En la penumbra cortó las
grandes hojas, intentó dañar el tronco, pero era imposible
por lo grueso. Unas manos frías lo tomaron. El terror se
apoderó de Rodrigo. Fue consciente de que alguien, un ser
vivo, luchaba contra él. Con dificultad logró encender el
bombillo.
—Escritor Rodrigo ¿No me recuerda?, Soy yo, Mary, la
que trató de ayudarlo —le dijo una figura salvaje.
La planta tenía el rostro de Mary, el aspecto de un árbol,
el cuerpo de color verde. Rodrigo vio en sus ojos amarillos
un demonio encadenado, paralizado no podía moverse. La
planta lo desnudó y abrió su tronco —Formarás parte de
mí, seremos uno solo, ahora no podrás acercarte a otra, mi
infiel amado —le dijo la creatura.
El cuerpo fue absorbido en su totalidad. Rodrigo entró a
una caverna verdosa, su respiración se ahogó en un silencio
viscoso y pudo oler por última vez el delicado perfume de
jazmín que ahora entraba por sus poros.
La abuela y las tres calaveras, después de haber
buscado a Rodrigo por una semana y denunciado en la
fiscalía su desaparición, decidieron ir a su casa. Una de las
tres calaveras, con experiencia de ladrona, abrió la puerta

71
El pescador invisible

con facilidad. Al entrar, lo primero y lo único que vieron


fue un árbol grueso que rompía su matera, en su tronco se
dibujaba la figura de un hombre y una mujer entrelazados,
desnudos, en una orgía perpetua. Como no había nada más
en la casa, la abuela que era amante de las plantas y el olor
a jazmín pagó un camión pequeño para llevarla a El Oasis.
El árbol, al que las calaveras lograron adornar pintando
tetas y penes, se exhibe en las noches en el salón de
striptease de El Oasis. Las mujeres bailan a su alrededor
y el olor a jazmín impregna los cuerpos desnudos y se
expande a los hombres, que al sentir la fragancia escuchan
el llamado de natura.

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Jhon Walter Torres Meza

MUERTE AL TIEMPO2

El tiempo aunque infinito, es corto para los hombres.


Quién pudiera contra él, si es el oráculo del cosmos.

Jhon Walter torres Meza

Don Mario no lograba conciliar el sueño. El insomnio


trastornó sus deseos de dormir. Naufragaba perdido en
la cama, quería ahogarse y olvidarse de sí mismo. Sintió
una rara angustia, algo que nunca había experimentado.
Abrió los ojos y la oscuridad lo inundaba. El silencio era
absoluto y la soledad golpeó su alma con el gélido viento de
la tristeza. Rápido se puso en pie y encendió la bombilla, la
luz lo tranquilizó y sus ojos se centraron fijos en un cuadro
de su hijo que colgaba de la blanca pared, —la imagen de un
joven con risa torcida se imponía en el marco—, recordó su
lucha diaria para sacar a su hijo adelante, juntos pasaron
muchas tristezas y alegrías en el camino de sus vidas, lo
amaba como a nadie en el mundo, solo que nunca se lo
decía. Su orgullo caníbal se tragaba su humildad. Daniel era
su nombre, don Mario lo echó de su casa cuando descubrió
su homosexualidad. En su melancolía lo extrañó, daría lo
que fuera por verlo. La foto se cayó y los vidrios volaron en
el aire, don Mario pudo ver lentamente caer los fragmentos
al piso como los años de su vida. Un vacío amargo y una
2 Cuento premiado con el segundo puesto en el concurso “Jesús María Valle
Jaramillo”, celebrado en Medellín en 2008.

73
El pescador invisible

ausencia insípida penetraron su ánimo. Su pulso aceleró de


repente. Se dejó caer en el suave colchón sin sentir el peso
del cuerpo. El aire a sus pulmones empezó a faltar, quiso
inhalar oxígeno, pero su corazón no bombeaba, sus ojos
no vieron más la luz. En medio de su agonía escuchó que
golpeaban la puerta
—Papá abre, ¡soy Daniel!
La voz amada de su hijo conmovió su amor filial, quiso
gritar que lo amaba como a nadie, pero la muerte ahogó
el sonido de su voz, robándole sin piedad las palabras que
don Mario se llevó al mundo de los muertos

74 KLEPSIDRA
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Jhon Walter Torres Meza

CARTA AL CIELO

Un sol dorado del mes de agosto ríe con la tarde, las lomas
juegan con el viento y mecen en los aires sus pastos y
flores silvestres. Una multitud, extasiada con la altura,
goza al ver sus cometas alcanzar el cielo, como si en aquel
papel sus cuerpos ascendieran al paraíso. Un lánguido
niño mira con tristeza a las personas y observa el hilo
de una madeja que sube un objeto de larga cola. Raúl,
un niño de doce años, flaco, trigueño y de ojos cafés, con
una ausencia insípida en el alma, mira a los jóvenes reír
elevando sus cometas; quisiera tener una, daría todo por
ella, contempla aquel bello instante donde un juguete
infantil se eleva para hacernos creer que estamos cerca
del firmamento. Raúl lleva pantalones cortos, camisa rota,
cara sucia, pies descalzos y en la mirada, una melancolía
que para un niño es imposible soportar. Vive en un barrio
llamado Esperanza; su casa está vacía; hace dos días que
su madre murió, no comprende el porqué, extraña su
angelical rostro, sus manos blancas y puras, envejecidas y
maltratadas de tanto lavar y planchar. Siente en el aire un
olor materno. Recuerda los momentos que pasaron juntos,
ella trabajaba en la tienda de don Francisco, un viejo gordo
y de grueso bigote, con su salario compraba el mercado
y preparaba unos fríjoles exquisitos; Raúl siempre comía
dos platos, el delicioso olor impregnaba la casa. Sus ojos
deslizan unas lágrimas saladas y recuerda lo que debe
hacer, lo que tiene que hacer. A su lado derecho encuentra
un niño menor de aproximadamente nueve años, con una
larga sonrisa y una camisa azul que muestra la risa del

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El pescador invisible

Tío Sam. Raúl corre rápido en su dirección y arrebata su


cometa, se aleja empuñando el hilo y cuando cree que está
solo, saca de su bolsillo un sobre arrugado con letras poco
legibles y lo envuelve a la madeja, con la fuerza de su brazo,
como queriendo lanzar el hilo al infinito, arroja el torno al
aire libre. A lo lejos, mira Raúl cómo el objeto de larga cola
lleva una carta escrita para su madre. El viento, mensajero
de sueños sopla fuerte y la tarde pintada de color oro abre
entre las nubes un portal donde los ángeles nos observan.
Una fría y enorme mano toma al niño del brazo y lo
lleva al cuartel de policía donde la ley de Colombia condena
a diario a miles de ladrones. El comandante Octavio Meza,
con una mirada sombría lo interroga:
—A ver mijo ¿Por qué hizo eso? Pero si apenas sos un
mocoso de nueve años y ya robás, ¿Dónde vivís, ¿cómo te
llamás?
El niño contesta con rabia y vergüenza
—Mi nombre es Raúl López. Vivo en el barrio Esperanza,
no soy ningún ladrón, mi mamá me enseñó que robar es
malo y trabajar es una bendición pues así ganamos el pan.
—Pues parece que no aprendió nada, porque usted
está aquí por robar la cometa de un inocente niño, y a ver
¿Dónde está su mamá?
Raúl deja escapar una lágrima y contesta sin titubear.
Observa fijo y con un espíritu altivo al comandante.
—Mi mamá se marchó hace dos días, se fue sin
despedirse y quedé solo en el mundo pues no tengo papá
ni familiar alguno, solo don Francisco, el de la tienda, me
ayudó a enterrar a mi mamá. Ella, estoy seguro, está en el
cielo.
El comandante Octavio con una repentina
conmiseración, pregunta:
—Mijo ¿Y qué decía esa carta?
—Esa carta era mi despedida y sé lo que decía de
memoria:

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Jhon Walter Torres Meza

Agosto 15 – 1969
Hoy el mundo parece ser extraño.
Al levantarme, miré tu cama y no estabas,
me dieron ganas de llorar, pero recordé que decías que
pasaría y que fuera fuerte.
Don Pedro me trajo comida en un porta y dijo que
madrugara a trabajar el lunes.
Te extraño tanto,
saqué los billetes debajo del colchón y los guardé en el
baúl,
los utilizaré como tú dijiste, cuando ya no tenga nada
que comer.
No siento hambre, ni ganas de estudiar; todo fue tan
rápido,
cuando llegué de la escuela ya no estabas, no te
despediste.
Quisiera escribir algo que leyeras y supieras cuanto te
quiero y que vacío me siento.
El cielo será hermoso, pues al verlo siempre pensaré en
ti.
Esta carta va en una cometa que sé la recibirás allá en
el cielo.
Te quiero.
Tu hijo Raúl López.

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El pescador invisible

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Jhon Walter Torres Meza

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El pescador invisible

www.klepsidraeditores.co

El pescador invisible
fue impreso en los talleres de Klepsidra Editores,
(Pereira-Colombia) en el mes de noviembre de 2023.
Para su composición tipográfica se empleó letra
Cambria No. 14 y 12 en sus páginas.
La impresión de los interiores
se realizó sobre papel
Earth Pack 70 gramos y
el tiraje consta de 300 ejemplares.
La obra estuvo al cuidado del autor.

80 KLEPSIDRA
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