Los Crímenes de Londres
(A la manera de Arthur Conan Doyle)
Por Conrado Nalé Roxlo
La mañana del 16 de enero de 18…, Sherlock Holmes se sentó alegremente a
tomar el desayuno. [...].
-¿Hay algo interesante en el diario?
-El diario viene tan estúpido como de costumbre, pero algo me anuncia… -dejó la
frase en suspenso y se precipitó a una ventana. Observó un instante la calle y
luego me llamó:
-¿Qué ve usted, Watson?
-Niebla y un policeman que se pasea tranquilo como si todos los delincuentes de
Londres hubieran sido ahorcados ayer.
-Watson, es usted un legañoso incapaz de ver nada que valga la pena. ¿No ve
usted aquel hombre, que parece ocultar algo bajo el impermeable amarillo?
-¿Ese que cruza la calle y parece venir hacia esta casa?
-El mismo. Y ahora escúcheme bien, amigo Watson; ese hombre no trae nada
bueno.
-Me parece cara conocida…
-Habrá visto usted su prontuario. Esperemos.
El hombre misterioso entró en el portal de nuestra casa y a poco volvió a salir; se
acercó a la puerta de una casa de enfrente, penetró en el portal y a los pocos
instantes lo vimos reaparecer y doblar en la esquina.
-Voy a darle alcance-dijo mi maestro […]. Desde la ventana lo vi doblar la misma
esquina que el misterio desconocido del impermeable amarillo. Presa de gran
inquietud, me puse a hacer un solitario para calmar mis nervios mientras esperaba
el regreso del gran detective. Una hora después estaba ante mí, pero tan cubierto
de barro, que tardé mucho en reconocerlo. Se cambió de ropa, sin decir palabra
luego tomó su violín y ejecutó una tarantela, señal de que estaba muy
preocupado. Yo guardaba un respetuoso silencio. Por fin dejó el instrumento en el
paragüero y me dijo:
-Watson, ese hombre se me ha escapado.
-Lo sospechaba.
-Veo con placer, Watson, que su inteligencia se despierta.
Aquellas palabras en su boca me llenaron de satisfacción, pues era siempre muy
parco en los elogios. Animado por su aprobación, me atreví a preguntarle:
-¿El barro de que venía cubierto?...
-Es el barro de Londres. Alguien puso en mi camino esto, resbalé y caí. ¿Sabe lo
que es esto, Watson?
-Una cáscara de banana.
-Ahora siga usted mi razonamiento. En la casa de enfrente a la que penetró como
a la nuestra el siniestro personaje del impermeable amarillo, vive Lord Brandy,
cuyo padre fue casado en primeras nupcias con Manolita Gutiérrez, noble dama
española, cuyo abuelo vivió largos años en la isla de Cuba. Ahora bien, la banana
es una fruta que abunda en la isla de Cuba. ¿Ve usted la relación que existe entre
los dos hechos?
Quedé un momento abismado en la admiración que me producía su claridad
mental, y luego exclamé:
-¡Ah!...
-Ahora, dígame, Watson. ¿Qué le parece la actitud de ese policeman,ante cuyos
ojos ocurren hechos criminales como el que nos ocupa y permanece
indiferente? ¿No cree usted que el misterioso desconocido del impermeable
amarillo debe tener cómplices poderosos, tal vez dentro del mismo Scotland Yard?
-Ese asunto se complica, pero si el hombre fuera inocente…
-¿Cree usted que me habría lanzado sobre su
pista?
-No, Watson, ese desconocido no ha podido traer nada bueno. Llame usted a
nuestra patrona.
Pocos instantes después entraba nuestra fiel hospedera secándose las manos.
[…].
-Señora, se trata de un asunto muy grave, están en juego la vida, el dinero y el
honor de muchas personas, y por eso le ruego que haga memoria: ¿Vio usted
hace aproximadamente dos horas a un hombre misterioso, que oculto por un
impermeable amarillo penetró sigilosamente en el portal de esta casa?
-Sí, señor Holmes.
-¿Y no notó usted nada extraño en su actitud?
-No, señor Holmes, era el de siempre.
-¿Le ha visto usted otras veces?
-Hace un año lo veo todos los días.
Holmes dio un salto en la silla y fijó sus ojos de milano en los mansos ojos de la
mujer que, como hipnotizada, agregó:
-Es el lechero, hace un año que deja todos los días su botella de
leche.
Estuve a punto de soltar una carcajada, pero la expresión grave del rostro de
Holmes me contuvo.
-Traiga usted esa leche-ordenó. Cuando se la trajeron, se encerró en su
laboratorio, y no salió hasta bien entrada la noche. Yo comí solo, hondamente
preocupado por aquel asunto, que era uno de los más extraños casos que se nos
habían presentado en los cinco últimos años.
Holmes me invitó a ir al teatro y durante toda la función estuvo alegre como un
escolar. Cuando regresamos a casa me dijo:
-Watson, ¿Qué le dije yo cuando vimos por primera vez al misterioso personaje
del piloto amarillo?
-Que ese hombre no podía traer nada bueno.
-Y así es, querido Watson, he analizado la leche y contiene un treinta y cinco por
ciento de agua y un quince por ciento de cal. ¿Tenía o no razón?
Una vez más tuve que inclinarme ante el genio de Sherlock Holmes.