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La Renovacion Peronista en Cuestion

Este trabajo recorre Ia experiencra sutrida por el peronismo durante la década del '8o, prestando especial atención a la fracción conocida con el nombre de Renovación Peronista. Los renovadores, que en un comienzo se definieron en contraposición a los dirigentes ortodoxos que controlaban el PJ, irán paulatinamente ganado espacios dentro del partido hasta lograr acceder a su control formal a comienzos de 1988. Una vez desplazados los ortodoxos de las posiciones de poder dentro del PJ, se desatará

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La Renovacion Peronista en Cuestion

Este trabajo recorre Ia experiencra sutrida por el peronismo durante la década del '8o, prestando especial atención a la fracción conocida con el nombre de Renovación Peronista. Los renovadores, que en un comienzo se definieron en contraposición a los dirigentes ortodoxos que controlaban el PJ, irán paulatinamente ganado espacios dentro del partido hasta lograr acceder a su control formal a comienzos de 1988. Una vez desplazados los ortodoxos de las posiciones de poder dentro del PJ, se desatará

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DOI: 10.5433/1984-3356.

2011v4n8p801

La renovación peronista en cuestión: una aproximación a


la experiencia del peronismo durante la década del ’80

The renewal peronism in question: an approach to the experience of


peronism during the '80s

Germán Basso1

RESUMEN ABSTRACT

Este trabajo recorre la experiencia sufrida por This article surveys the experience suffered by
el peronismo durante la década del ‘80, Peronism during the '80s, with special
prestando especial atención a la fracción attention to the fraction known as the
conocida con el nombre de Renovación Renewal Peronism. The renewals, which at
Peronista. Los renovadores, que en un first were defined in opposition to the
comienzo se definieron en contraposición a orthodox leaders who controlled the PJ, will
los dirigentes ortodoxos que controlaban el gradually won spaces within the party to gain
PJ, irán paulatinamente ganado espacios access to formal control in early 1988. Once
dentro del partido hasta lograr acceder a su displaced the orthodox from positions of
control formal a comienzos de 1988. Una vez power within the PJ, was unleashed a
desplazados los ortodoxos de las posiciones de confrontation inside the renewal fraction
poder dentro del PJ, se desatará en el interior between its two top representatives, Antonio
del grupo renovador un enfrentamiento entre Cafiero and Carlos Menem, causing a severe
sus dos máximos representantes, Antonio change in the composition and direction of the
Cafiero y Carlos Menem, produciendo una Renewal Peronism. To understand the
severa modificación en la composición y el processes that triggered the origin and
sentido de la Renovación. Comprender los subsequent growth of the Renewal Peronism
procesos que desencadenaron el origen y el is the primary objective of this article, as well
desarrollo posterior de la Renovación es el as explore their identity within the political
objetivo primario de este artículo, así como context of Argentina.
también explorar su identidad dentro del
contexto político argentino.

PALABRAS CLAVE: Renovación Peronista. KEYWORDS: Renewal Peronism. Perón.


Peronismo. Cafiero. Historia política Cafiero. Political history of Argentina.
argentina.

Las Elecciones de 1983

El final del Proceso de Reorganización Nacional en 1983 fue el inicio de un


nuevo ciclo en la política argentina. Conjuntamente con la instauración de la
democracia como sistema de gobierno, se generó un nuevo consenso en torno a la
necesidad de preservar el estado de derecho respetando los Derechos Humanos que la

1 Licenciado en Historia en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Argentina. Colaborador de


las Carpetas Docentes de Historia del Siglo XX (http://www.carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar/).
Realizó una maestría en Periodismo en la Universidad de San Andrés. En su tesina de licenciatura
abordó a la revista Unidos y a la renovación peronista durante la década de 1980.

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dictadura había violado sistemáticamente. Este “nuevo tiempo político” (VOMARO,


2006) marcó un quiebre no sólo respecto a los años oscuros del Proceso, sino también
respecto a los agitados años ‘70, donde la violencia era aceptada como un instrumento
de la política por gran parte de sus actores.
Una de las figuras que logra un notable protagonismo en este nuevo panorama
es Alfonsín, quien en poco tiempo conseguirá erigirse como el líder de un radicalismo
renovado. Con un discurso alejado de la moderación que había mantenido el anterior
presidente de la Unión Cívica Radical (UCR), Ricardo Balbín, en tiempos de la
Multipartidaria, Alfonsín enfatizó durante la campaña presidencial el antagonismo
entre autoritarismo y democracia, reivindicando sin ambigüedades las instituciones
republicanas. Las innovaciones en el discurso que pone en práctica el alfonsinismo le
permitirán aggiornar la imagen de la UCR, posicionándose por delante del peronismo
y de gran parte de la ciudadanía argentina en los reclamos de justicia y castigo a las
Fuerzas Armadas por las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el
Proceso. Como destaca Aboy Carlés (2004), el discurso enunciado por Alfonsín
formaba una frontera en dos sentidos: respecto al pasado reciente, en el cual reinaba el
autoritarismo, y respecto a los actores que encarnaban ese pasado. Si bien la opinión
pública reconocía en las Fuerzas Armadas al principal actor del Proceso, cierta ala del
peronismo aparecía comprometida en él, en particular aquella parte de la dirigencia
sindical que ahora detentaba el control del PJ. Esta operación de asimilar a peronistas y
militares se vería expresada en la denuncia que el propio Alfonsín hará sobre un pacto
militar-sindical en marzo de 1983, poniendo de manifiesto la cercanía existente entre
estos actores. Si bien Alfonsín nunca pudo aportar pruebas fehacientes sobre este
supuesto pacto, la situación que atravesaba el peronismo durante la campaña electoral
posibilitó que esta denuncia tuviera amplia credibilidad dentro del electorado.
Los casi ocho años de dictadura no habían transcurrido sin afectar el
multipolar movimiento peronista. Tanto la extrema derecha, encarnada en la Alianza
Anticomunista Argentina (Triple A), como la izquierda peronista de Montoneros y la
Juventud Peronista, habían dejado de existir. La burguesía nacional nucleada en torno
a José Gelbard se había prácticamente extinguido por las políticas económicas liberales
de Alfredo Martínez de Hoz y Roberto Alemann. Solamente dos sectores lograron
mantener su poder dentro del partido: la dirigencia sindical, y los caudillos en las
distintas provincias y en las localidades del Gran Buenos Aires. Pero sólo el
sindicalismo peronista poseía la capacidad política y económica para controlar el PJ.
Durante el ocaso de la dictadura, los sindicatos habían obtenido la
normalización de los gremios y la devolución de las obras sociales. Gracias al retorno de

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esta fuente de financiamiento, el sindicalismo, controlado por dirigentes peronistas,


pasó a convertirse en el único sector dentro del PJ con recursos para volcar en la
carrera política. En los principales bastiones electorales, donde los sindicatos solían ser
fuertes, éstos se encargaron de los gastos en publicidad, de proveer los locales como
sedes de campaña y de desarrollar actividades para la recaudación de fondos. Al
desplegar sus organizaciones en la vida política del PJ, los sindicatos lograron
hegemonizar la conducción del partido, tanto a nivel local como provincial, obteniendo
el apoyo de importantes dirigentes políticos dentro del peronismo. Esta situación
quedará reflejada en el Congreso Nacional Justicialista celebrado en Buenos Aires entre
el 3 y el 6 de septiembre de 1983, en el cual Lorenzo Miguel, Secretario General de la
UOM y de las 62 Organizaciones Peronistas, será designado Vicepresidente del PJ. Este
cargo pasó a ser el de mayor importancia, debido a que quien había sido designada
como Presidenta del partido, María Estela Martínez de Perón, se encontraba viviendo
en España, y no tenía intención de intervenir en la vida interna del justicialismo.
Asimismo, los dirigentes sindicales obtuvieron una cuota importante de las
candidaturas a diputados y senadores, especialmente en la Capital Federal, y en las
provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.
El control del partido por los sindicalistas generó tensiones con otros sectores
internos del peronismo, especialmente con algunos dirigentes políticos que no
encontraron lugar dentro del nuevo armado del justicialismo. Un caso sintomático fue
el protagonizado por Cafiero, cuyas aspiraciones a participar dentro de la fórmula
presidencial quedaron truncas cuando el Congreso Justicialista de septiembre del ‘83
oficializó las candidaturas Ítalo Luder y Deolindo Bittel como presidente y
vicepresidente respectivamente. Una vez desplazado, Cafiero intentó alcanzar la
candidatura a la gobernación de Buenos Aires, pero resultó marginado nuevamente,
esta vez por Herminio Iglesias. Esta situación abrió claramente una brecha entre
quienes controlaban el partido y quienes apoyaban a Cafiero -en ese entonces una
agrupación denominada MUSO2-, que comenzarían a plantearse seriamente la
necesidad de impulsar una renovación dentro del partido, tanto en sus dirigentes como
en sus prácticas internas.
El primer gran desafío al cual se enfrentó este peronismo con presencia
hegemónica del sindicalismo fueron las elecciones de diciembre de 1983. El triunfo de
Alfonsín marcó el fin de una de las premisas más fuertes del peronismo: el de
representar a la mayoría. El 51% de los votos obtenidos por la UCR, frente al 40% del

2 El Movimiento Unidad, Solidaridad y Organización (MUSO) fue fundado en septiembre de 1982,


entre otros, por Antonio Cafiero, Deolindo Bittel, Miguel Unamuno y la Comisión de los 25.

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PJ, inaugura una nueva etapa en la política argentina, donde, siguiendo a Vommaro, la
elección “ya no sería un espacio de confirmación de una supremacía anterior, sino el
momento de constitución de una mayoría” (VOMARO, 2006). Quienes dirigían el PJ
fracasaron en esta construcción, y sus causas pueden encontrarse en la forma en que
condujeron su campaña electoral. El visible poder dentro del partido de un
sindicalismo desprestigiado a los ojos de la opinión pública, los enfrentamientos entre
ciertos sectores de izquierda y de derecha en los actos partidarios, y la intención
demostrada por el candidato a la presidencia, Ítalo Luder, de buscar la reconciliación
con el menoscabado régimen militar, fueron algunos de los rasgos de la campaña que
más perjudicaron el desempeño electoral del PJ. Un hecho que condensa este
peronismo del cual el electorado decidió alejarse se dio durante el cierre de campaña de
Herminio Iglesias, cuando un cajón fúnebre con el escudo de la UCR fue incendiado por
los allí presentes. Esta imagen del cajón en llamas representó para quienes vieron las
imágenes por televisión o en los diarios, una clara expresión de retorno a un peronismo
donde la violencia era moneda de cambio y las virtudes democráticas tenían escaso
valor.

El Rearmado del Peronismo en los Primeros Años de Alfonsín: el Rol


de Opositor

Si bien la derrota electoral del peronismo fue un duro revés para quienes
dirigían el partido, su conducción no se vio amenazada inmediatamente. El
sindicalismo mantendría su poder dentro del PJ, resultando inclusive fortalecido
debido al despliegue inicial del gobierno de Alfonsín, especialmente con la denominada
“Ley Mucci”.
Esta ley apuntaba a revertir la hegemónica presencia del peronismo dentro del
sindicalismo argentino -en cuya labor la dictadura había fracasado- dando un nuevo
orden jurídico a unas organizaciones obreras donde pervivían reglas de juego poco
democráticas según la opinión generalizada.
El Proceso, que en un principio había decretado la suspensión de toda
actividad sindical, promulgó en noviembre de 1979 una nueva ley de asociaciones
gremiales en la cual el poder de los sindicatos era fuertemente recortado gracias, entre
otras cuestiones, a un aumento del control del Ministro Trabajo, a la separación de las
obras sociales de los sindicatos, y a la prohibición de conformar confederaciones u
organismo de tercer grado. Asimismo, los sindicatos debían reformar sus estatutos en
sintonía con la nueva disposición, lo que demoró el procedimiento de normalización a

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tal punto que en marzo de 1982 un nuevo decreto (n. 549) permitía al Ministro de
Trabajo designar delegados normalizadotes de los sindicatos, conformando las
denominadas “comisiones transitorias”. En 1983 otro decreto dispondrá que estas
comisiones deberán elevar a la autoridad administrativa el programa de normalización
del sindicato, a fin de regularizar definitivamente su situación. La Junta Militar,
desprestigiada luego de la derrota en Malvinas, apresuró las elecciones de autoridades
sindicales ante la necesidad de enfrentar una creciente oposición al gobierno. En estos
comicios, cuestionados a los ojos de la opinión pública por supuestas irregularidades,
gran parte de las antiguas cúpulas peronistas resultaron electas y, gracias a la
devolución de las obras sociales, contaron con recursos para volcar en los gastos de
campaña de las elecciones presidenciales. Ya con Alfonsín en el poder, estas mismas
cúpulas se perfilaban como uno de los principales opositores al flamante gobierno
radical.
Con la firme intención de democratizar una amplia gama de espacios de poder
y corporaciones, Alfonsín envió al Congreso el proyecto de Ley de Reordenamiento
Sindical y su Régimen Electoral el 16 de diciembre de 1983, seis días después de haber
asumido como Presidente. Esta ley, popularmente conocida como “Ley Mucci” por
haber sido redactada por el entonces ministro de Ministro de Trabajo, Antonio Mucci,
apuntaba a “imponer serias restricciones a los mecanismos que tradicionalmente
habían facilitado la permanencia de las viejas cúpulas gremiales” (GUIDO;
DOMENICONI, 1983, p. 428). Su punto central consistía en alcanzar una
representación sindical fuertemente orientada “de abajo hacia arriba”, eligiendo
primero a los delegados de base para luego ir componiendo la estructura ascendente,
evitando los sistemas electivos establecidos en los estatutos sindicales, que tendían a
fortalecer la continuidad de las direcciones y a obstaculizar la competencia interna. En
este sentido la ley también buscaba profundizar la fiscalización de las elecciones
sindicales, que pasaba a estar sometida a la autoridad de la Justicia Nacional Electoral,
y facultaba al Ministro de Trabajo para designar a un “administrador” y a veedores
judiciales independientes del proceso electivo. Además establecía un sistema de
representación que incluía una mayoría y una minoría en las organizaciones gremiales,
y se impedía la posibilidad de que el candidato alcanzara los tres mandatos
consecutivos, siendo necesario un período de reincorporación al trabajo de al menos
tres años para ser electo nuevamente.
La “Ley Mucci” se mostraba amenazante para un peronismo que venía de ser
duramente derrotado en las elecciones, y cuyo rol como oposición al alfonsinismo
parecía ser una incógnita para propios y extraños. No sólo podía resultar perjudicial

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para la fuerte presencia del peronismo dentro de los sindicatos, sino que era
potencialmente un elemento de discusión y conflicto al interior del mismo PJ.
Si la intención del gobierno era dividir y debilitar al peronismo mediante la
“Ley Mucci”, las consecuencias no podrían haber sido más negativas. Como destaca
Luis Alberto Romero, ante este desafío “se unificaron todas las corrientes del
peronismo, gremial y político” (ROMERO, 2001, p. 252), logrando rechazar el 15 de
marzo de 1984 la ley en la Cámara de Senadores, donde el PJ contaba con el bloque
más amplio, por el mínimo margen de un voto. Tan sólo un mes después, el desgastado
Antonio Mucci renunciará a su cargo para que ocupe su lugar Juan Manuel Casella,
quien al poco tiempo de asumir cambiará la estrategia confrontativa del anterior
ministro por una de carácter concertador, estableciendo la devolución de los fondos de
las obras sociales a los gremios y acordando una normalización inicial de las
conducciones sindicales para luego pasar a los niveles inferiores. El peronismo logrará
así posponer sus diferencias internas para ejercer un exitoso rol de opositor que
permitirá conservar la conducción del partido, al menos de forma circunstancial, a
quienes la poseían desde la apertura democrática.
Superada esta primera prueba, el sindicalismo peronista, y especialmente la
CGT,3 pasó a enfrentarse a practicamente todas las iniciativas del oficialismo. El 3 de
septiembre de 1984 la Confederación General del Trabajo realizará el primer paro
general desde el retorno a la democracia, en rechazo a la política socioeconómica del
gobierno en general, y a su política salarial en particular. Si bien el paro tuvo un
acatamiento parcial, cercano al 50%, sirvió para mostrar que la oposición a la gestión
de Alfonsín no era impopular. En esta oposición la CGT no se encontraba sola, y no
tardó mucho tiempo para que algunos de los sectores más descontentos con el primer
semestre del nuevo gobierno comenzaran a acercar sus posiciones. En ese mismo mes
de septiembre la Unión Industrial Argentina (UIA), la Sociedad Rural Argentina (SRA),
la Confederación Intercooperativa Agropecuaria Limitada (CONINAGRO), la Cámara
de Comercio (CAC), la Coordinadora de Actividades Mercantiles y Empresarias
(CAME), la Cámara Argentina de la Construcción, y otras entidades empresarias, junto
a la CGT elaboraron un documento en el cual se criticaba la orientación económica del
gobierno. Hacia comienzos de 1985 estas coincidencias entre grupos empresarios y
sindicales se materializará en la conformación del autodenominado Grupo de los 11,

3 Con el retorno a la democracia, y especialmente frente a la embestida oficialista con la “Ley Mucci”,
las CTG Azopardo y CGT República Argentina se unieron en lo que se donominó CGT Unificada
(CGTU). Las 62 organizaciones tuvieron escasa representación en el secretariado de la CGTU que
se componía de cuatro secretarios generales. Uno de ellos, Saúl Ubaldini, se destacó por su labor de
oposición al gobierno y pasó a ser el titular de la central obrera luego de su normalización electoral
en 1986.

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que logrará presentar una serie de propuestas al gobierno como alternativa al plan
económico oficial una semana antes de que renuncie el Ministro de Economía Bernardo
Grinspun en medio de una crisis hiperinflacionaria a mediados de febrero de 1985.
Las otras dos cuestiones destacadas a las cuales se opuso el justicialismo en
estos primeros años de gobierno radical fueron la firma del tratado con Chile por el
canal de Beagle, y la política de Alfonsín frente a los militares acusados de violar los
derechos humanos durante la última dictadura. Respecto al problema de límites con
Chile, un conflicto de larga data y que se había agudizado durante el Proceso, el
Justicialismo se opuso enérgicamente a la salida propuesta por Alfonsín de aceptar el
veredicto de la mediación papal, desoída por los anteriores gobiernos militares. Para
resolver el problema, el gobierno decidió llamar en noviembre de 1984 a un plebiscito
no vinculante que reveló a un abrumador 82% de los votantes a favor de aprobar la
solución propuesta por el Papa, desnudando la escasa aceptación social que tenía la
oposición peronista a la firma del tratado. En cuanto a la investigación y el
enjuiciamiento a los militares comprometidos con los crímenes del Proceso, el
justicialismo coincidió con las críticas realizadas por la Iglesia sobre la creación de la
CONADEP y sobre la forma de proceder en los juicios. La coincidencia entre el PJ y la
Iglesia se irá profundizando a medida que su mutuo enfrentamiento al oficialismo los
haga converger en estos temas y en cuestiones como los proyectos de ley sobre la
herencia de los hijos extramatrimoniales y sobre el divorcio, ambos impulsados por el
alfonsinismo.
Como argumenta Levitsky, el lugar ocupado por el justicialismo como opositor
a las políticas más progresistas del gobierno de Alfonsín, llevó al peronismo a
distanciarse aún más de los votantes de clase media e independientes (LEVITSKY,
2005, p. 142). Debido a los cambios en la sociedad argentina durante los ’70 y
comienzos de los ’80, este sector resultaba cada vez más importante a la hora de definir
las elecciones. Las políticas económicas de la última dictadura militar pronunciaron
una tendencia que ya se expresaba en la Argentina en particular y en el capitalismo en
general, de retracción de la clase obrera, y de fragmentación y heterogeneización de los
sectores populares. Estos cambios repercutieron negativamente en la base electoral del
peronismo, que sufrió una merma notable en sus resultados electorales durante las
elecciones de 1983 y 1985, en las cuales mantuvo una plataforma tradicional estatista y
populista cuyo eje era el movimiento obrero organizado. La estrategia política del PJ,
focalizada hacia la clase obrera peronista y dirigida en gran medida por los propios
sindicalistas, no cambió de rumbo pese a los fracasos electorales de los primeros años
del retorno a la democracia. Este cambio provino de la mano de un grupo de dirigentes

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con escaso lugar dentro de las estructuras formales del partido y que se darán el
nombre de Renovadores.

El Primer intento de Renovación Dentro del PJ

Las diferencias políticas al interior del partido peronista se mantuvieron


latentes durante un tiempo luego de la derrota en las elecciones presidenciales, pero
finalmente afloraron hacia fines de 1984. El 9 de diciembre, en vistas a un nuevo
congreso partidario, se crea el Frente de Renovación Peronista, compuesto por el
MUSO, Convocatoria Peronista -liderada por Carlos Grosso-, el Frente de la Unidad
Peronista -de Eduardo Vaca-, la Comisión de los 25 y los ex CGT Azopardo. Seis días
después, el 15 de diciembre, se celebra el primer congreso del PJ desde el retorno de la
democracia en el Teatro Odeón de Buenos Aires. Con un clima previo marcado por el
enfrentamiento verbal, el congreso era esperado por un amplio espectro de peronistas
“disidentes” para buscar modificar la conducción partidaria. En ese entonces, entre los
disconformes se encontraba el Frente Renovador, cuyas figuras sobresalientes eran
Cafiero y Grosso; la llamada liga de gobernadores, liderada por el gobernador de
Santiago del Estero Carlos Juárez y donde se destacaban figuras como Vicente Saadi
(Gobernador de Catamarca), Raúl Bercovich Rodriguez (candidato a gobernador en
Córdoba) y Carlos Menem (Gobernador de La Rioja); el sector de peronistas
bonaerenses enfrentados a Herminio Iglesias, donde se destacaba el intendente de
Lomas de Zamora, Eduardo Duhalde; y otros dirigentes aislados pero de cierto
renombre tales como Oraldo Britos o Deolindo Bittel.
Durante el congreso de Odeón, la conducción reaccionó a las críticas cerrando
filas en su interior y buscando la intimidación a los opositores. Intentó esquivar las
discusiones planteadas por los congresales en disconformidad, amenazándolos con
frases violentas hacia quienes no apoyaran las propuestas del herminismo, llegando a
utilizar la agresión física contra Carlos Menem cuando se disponía a abandonar el
recinto. En medio de un clima cada vez más tensionado, la conducción del partido
buscó nombrar gente de su propia fuerza para las nuevas autoridades partidarias,
generando el retiro del teatro de 347 congresales sobre un total de 656. Sin el quórum
necesario, fue elegida igualmente la nueva conducción: como Vicepresidente 1º del PJ a
José María Vernet, un gobernador de Santa Fe estrechamente vinculado a la UOM, y a
Lorenzo Miguel como Vicepresidente 2º -el cargo de Presidente seguiría en manos de la
ausente María Estela Martínez de Perón. El sindicalismo ouminista mantenía así su
hegemonía sobre los cargos más importantes del Partido. Esta actitud opera como
catalizador para los opositores, que si bien logran evitar que Vernet llegue a la 1º

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Vicepresidencia, no podrán establecer una fuerza capaz de desplazar de la conducción


al oficialismo.
Estas actitudes inflexibles y agresivas de lo que pasó a llamarse la ortodoxia
partidaria o los mariscales de la derrota -Lorenzo Miguel, Herminio Iglesias y los
gobernadores o políticos que los apoyaban- fueron repudiadas por gran parte de los
dirigentes peronistas, entre quieres se destacaban los renovadores. El clima de
descontento generalizado con los sucesos del Teatro Odeón se tradujo en la
convocatoria a un nuevo congreso partidario de carácter extraordinario para el 2 de
febrero de 1985 en la ciudad de Río Hondo, Santiago del Estero. Prueba del respaldo
conseguido por este congreso fue su amplia convocatoria: de los 685 congresales
habilitados, 382 acudieron a Río Hondo.
Las resoluciones que se tomaron en la ciudad santiagueña buscaron minar el
poder que los ortodoxos tenían dentro del partido, pero sin llegar a una ruptura
definitiva. Si bien se mantuvo a Isabel Perón como la Presidenta del partido, se
eligieron nuevas autoridades partidarias, entre quienes estaban Oraldo Britos como
vicepresidente primero; Roberto García, dirigente sindical del grupo de los 25, como
vicepresidente segundo y José Manuel de la Sota, referente de la Renovación en
Córdoba, como Secretario General. También se modificó el sistema de elección de
autoridades partidarias, las que pasaron a ser elegidas por el voto directo de los
afiliados en cada distrito provincial, ocupando cada distrito cuatro delegados del
Consejo Superior. Este punto era considerado vital por gran parte de los renovadores,
al favorecer un vínculo más directo entre dirigentes y bases. Por último, se decidió la
intervención del PJ de la provincia de Buenos Aires, y se designó a Luis Salim, un
senador santiagueño, para dirigir la normalización. Se buscaba convocar a unas
elecciones internas que renovaran las autoridades partidarias y pusieran fin a los
enfrentamientos por el control del justicialismo bonaerense, en manos de Herminio
Iglesias.
Respecto a la relación entre el sector político y el sindical, el Congreso de Río
Hondo logró obtener el apoyo de dos sectores importantes dentro del sindicalismo
como lo eran el grupo de los 25 y la Comisión Nacional del Trabajo (CNT). El grupo de
los 25, el segundo agrupamiento sindical en importancia dentro del peronismo después
de las 62 organizaciones, era un grupo heterogéneo de dirigentes que buscaban una
renovación dentro del sindicalismo peronista, tanto en sus métodos como en sus
posiciones frente a la sociedad y al Estado. Su principal enemigo era el uominismo
miguelista, hegemónico dentro de las 62 organizaciones, y su aliado natural pasó a ser
el sector renovador en el plano partidario. Tanto los renovadores como el grupo de los

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25 rechazaban el control del partido ejercido por la rama sindical y compartían la idea
de que los candidatos a los cargos partidarios debían ser elegidos por los afiliados. Este
último punto buscaba oponerse al denominado tercio sindical reivindicado por las 62
organizaciones, según el cual la rama sindical del peronismo tenía el derecho de
nominar a la tercera parte de los candidatos a cargos partidarios. Los miembros de la
CNT, en cuyas filas se destacaban dirigentes como Jorge Triaca del gremio de los
plásticos, se unieron a los renovadores persiguiendo un objetivo más coyuntural: minar
la posición hegemónica de las 62 organizaciones dentro del sindicalismo peronista.
El apoyo de los 25 al Congreso de Río Hondo promovió el nombramiento de
uno de sus máximos referentes, Roberto García, como vicepresidente del partido, y de
Roberto Navarro como secretario de seguridad social, mientras que de la CNT fueron
nombrados Delfor Giménez como secretario gremial y Alberto Guibaudo como
secretario de acción social. Por el lado de las 62 organizaciones, si bien su falta de
normalización conforme a la ley de reordenamiento sindical fue el motivo explícito por
el cual no se las sumó a la dirección del consejo surgido en Río Hondo, quedaba claro
que la presencia hegemónica del ouminismo miguelista no facilitaría su integración una
vez normalizada. Se generó entonces una situación de doble comando dentro del
justicialismo, con una conducción ortodoxa que buscaba impugnar judicialmente la
validez legal del congreso renovador, y una nueva conducción surgida de Río Hondo.
Pese al éxito del denominado Congreso Renovador, la unión de los distintos
sectores que confluyeron en Río Hondo comenzó a revelarse frágil, y rápidamente las
posiciones que buscaban la conciliación dentro del peronismo pasaron a tomar fuerza.
Una serie de elementos fueron aislando a dirigentes como Cafiero, Britos, De la Sota y
García, que buscaban mantener la confrontación contra la ortodoxia, al tiempo que
ganaban terreno quienes perseguían la unidad del PJ (Saadi, Julio Romero y Triaca,
entre otros). Uno de los factores que pueden explicar este cambio es la gran
heterogeneidad de ideas e intenciones reunidas en Santiago del Estero. La cohesión
alcanzada para oponerse a la ortodoxia comenzó a resquebrajarse a la hora de
ensamblar un proyecto común, como bien lo resume Norberto Ivancich: “...existían casi
tantos grados de renovación e intenciones de democratización como gobernadores o
jefes provinciales hay” (IVANCICH, [200-]).
A su vez, varias de las decisiones tomadas en Río Hondo, y vividas como
triunfos por parte de los renovadores, comenzaron a caer en el vacío, en parte gracias a
la incapacidad de los renovadores, pero también debido a los reflejos de la ortodoxia.
Dos claros ejemplos en este sentido fueron la intervención a la provincia de Bs. As. y el
apoyo de los agrupamientos sindicales –el grupo de los 25 y la CNT- a la conducción

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liderada por Oraldo Britos. Salim, quién había sido nombrado interventor con el
expreso objetivo de convocar a elecciones internas en la provincia en un plazo no mayor
a 150 días, rápidamente cambió su perfil y se presentó como mediador entre las
facciones en pugna. Las negociaciones que mantuvo con Herminio Iglesias fueron
estirando cualquier tipo de resolución sobre las autoridades partidarias en la provincia
bonaerense, que continuarían por un años más en manos del herminismo. En cuanto al
apoyo del sindicalismo a la dirección de Río Hondo, en abril de 1985, la CNT se integra
a las 62 organizaciones ya normalizadas, dejando aislado al grupo de los 25 y
suspendiendo toda posibilidad de crear un sostenido apoyo sindical a la fuerza
renovadora que se encuentre en condiciones de disputarle la hegemonía en este rubro a
la dirigencia ortodoxa.
Estos elementos, sumados a la predisposición mostrada por figuras como
Vernet y Lorenzo Miguel de acercar posiciones para evitar la división del partido, y a la
necesidad del peronismo de mostrarse fuerte para enfrentar las elecciones legislativas
de octubre, derivaron en la convocatoria a un nuevo congreso celebrado el 6 de julio en
Santa Rosa, provincia de La Pampa. El nombre de congreso de la unidad, como se lo
conoció en aquel entonces, no reflejaba lo que realmente sucedió en la ciudad
pampeana, donde la ortodoxia partidaria logró retomar el control del partido, sumando
a sus filas a figuras como Vicente Saadi, padre del entonces gobernador de Catamarca y
nombrado vicepresidente primero del PJ; Jorge Triaca, dirigente sindical que había
liderado la conciliadora CGT Azopardo, como vicepresidente segundo; Alberto
Rodríguez Saá, hermano del gobernador de San Luis que hasta entonces se había
mantenido al margen de la disputa por el control partidario, como vicepresidente
tercero; y Luis Salim como secretario político. También fue elegido Herminio Iglesias
como secretario general mientras que al frente de la presidencia del partido continuó
Isabel Perón. Los renovadores quedaron aislados e inclusive sus principales referentes
abandonarán la provincia antes de que se reúna el congreso. Nombrados Herminio
Iglesias y el ex interventor de la provincia de Buenos Aires como parte del nuevo
consejo partidario, la intervención se da por finalizada, y las elecciones internas fijadas
para fines de agosto quedan anuladas.
La consecuencia más importante del Congreso de Santa Rosa es el
desprendimiento del PJ por parte del los renovadores de cara a las elecciones
legislativas de noviembre. La conducción surgida en Santa Rosa se presentó bajo el
nombre Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), mientras que los renovadores se
presentaron como Frente Renovador Justicia, Democracia y Participación
(FREJUDEPA) en la provincia de Buenos Aires y en los demás distritos donde habían

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accedido a la conducción partidaria vía elecciones internas como era el caso de Capital
Federal. Por último, como Partido Justicialista se denominaron gran parte de los
gobernadores peronistas que no se integraron al FREJULI.
El gran ganador de la elección fue la UCR, que mantuvo su caudal electoral
obteniendo un 43% de los votos para diputados nacionales, y obteniendo 63 de las 127
bancas para diputados nacionales disponibles. Si bien este triunfo parecía confirmar el
liderazgo del alfonsinismo, no logró alcanzar la ansiada mayoría parlamentaria, y el
peronismo en su conjunto mantendría su poder en la Cámara Baja. A nivel nacional, El
FREJULI obtuvo el 16% de los votos (21 bancas), mientras que el Partido Justicialista
consiguió poco menos del 8% del electorado (15 bancas). Los renovadores nucleados en
el FREJUDEPA con Cafiero como primer candidato a diputado nacional por Buenos
Aires lograron obtener cerca de un millón y medio de votos (26% del electorado
provincial) lo que los colocó como el partido escolta de la UCR (41%) en la provincia y
les permitió acceder a 11 bancas de diputados. En este mismo distrito, el FREJULI
comandado por Herminio Iglesias, obtuvo sólo medio millón de votos, un tercio de los
votos renovadores y consiguió apenas 3 bancas. Este resultado marcará, en gran
medida, el comienzo de la curva descendente de la carrera política de Iglesias, quien al
poco tiempo será marginado de la Secretaría General del Consejo Nacional Justicialista.
En la Capital Federal, donde los renovadores habían ganado la interna
partidaria en agosto, el sector ligado a la ortodoxia -y comandado por quien había sido
el representante de las 62 organizaciones en la interna, Julián Licastro- decide romper
con el PJ y se presenta como Frente de Liberación, obteniendo cerca de 16.000 votos.
El PJ renovador de Capital Federal con Carlos Grosso como primer candidato a
diputado logra conseguir casi 500.000 votos, accediendo a 4 de las 13 bancas
disponibles.
Más allá de los triunfos de la Renovación sobre la ortodoxia en Buenos Aires y
en Capital Federal, las elecciones de octubre mostraron a ambos sectores de la interna
peronista lo necesario que resultaba integrar al bando opuesto bajo el propio liderazgo
si se quería derrotar al radicalismo en las elecciones de 1987, donde se votarían la
Renovación de los diputados nacionales y de las gobernaciones provinciales. La tensión
resultante entre los intentos por sumar a los rivales intrapartidarios pero sin resignar
espacios de poder que experimentarán tanto los renovadores como la conducción del
partido, explica en gran medida las idas y vueltas constantes que se sucedieron durante
1986 y 1987. En el plano político extrapartidario, la Renovación comenzaba a asumir el
rol de representación del peronismo pese a los intentos iniciales de Alfonsín que

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buscaban establecer a los ortodoxos como interlocutores válidos, previendo una dura
competencia electoral con los renovadores.
El triunfo alcanzado por los renovadores también mostraba de forma
incipiente la posibilidad que tenían los dirigentes políticos de emanciparse del
financiamiento sindical, vital durante la campaña de 1983. Ahora la rama política del
justicialismo podía acceder a importantes recursos estatales mediante los cargos
ejecutivos -gobernaciones, intendencias- y legislativos -como senadores, diputados,
concejales- que comenzaron a ocupar a partir de 1983. Esta transformación, estudiada
en profundidad por Steven Levitsky, posibilitaba una mecánica en la cual los
“…punteros locales, que antes se dirigían a los sindicatos en busca de recursos, se
volvían ahora hacia los funcionarios del PJ y creaban con éstos alianzas llamadas
‘agrupaciones’, cuya base principal era el patronazgo” (LEVITSKY, 2005, p. 150). En la
tesis de Levitsky, el acceso a los recursos estatales no es el único factor que permite a la
dirigencia cambiar la base sindical por una red de relaciones de tipo clientelar, sino
fundamentalmente la alta flexibilidad de un partido que desde sus orígenes mantuvo
como característica distintiva una escasa rutinización de sus normas y procedimientos.
La continua contracción de la clase obrera sumada a una dirigencia sindical
públicamente cuestionada, a la posibilidad de acceso a recursos estatales por parte de
los políticos del partido y a una débil incorporación de normas que establezcan reglas
en la relación de los sindicatos con el partido, posibilitaron una rápida transformación
dentro del PJ, convirtiéndolo en un partido con una importante red clientelista. A la
postre, estos cambios permitirán la implementación de políticas neoliberales del
menemismo en un partido tradicionalmente estatista e intervencionista. Las elecciones
de 1985, tímidamente, comenzaron desandar este sendero, aunque todavía en ese
entonces resultaba lejana la posibilidad de conformar una fuerza de alcance nacional
capaz de disputar el predominio del alfonsinismo. En esa construcción comenzarán los
renovadores a volcar sus esfuerzos una vez probada su capacidad electoral frente a los
mariscales de la derrota.

La Consolidación de la Renovación y el Origen de sus Internas

El 21 de diciembre de 1985 en Parque Norte los renovadores nombraron una


conducción referencial tripartita compuesta por Antonio Cafiero, Carlos Grosso y
Carlos Menem. En esta misma reunión hicieron público el documento fundacional de lo
que hasta entonces era una corriente política dentro del justicialismo, titulado “La
Renovación Peronista. Un proyecto y una voluntad para transformar la Argentina”.

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Este documento es testigo de un cambio de objetivos dentro del grupo


renovador. El desafío central ya no estará puesto dentro del partido, sino fuera de él, en
la figura del entonces presidente Raúl Alfonsín. El 1 de diciembre de ese mismo año,
Alfonsín había pronunciado ante el plenario de la UCR uno de los discursos más
memorables de su gestión, conocido como el discurso de “Parque Norte”. Allí el
entonces presidente llamaba a una convergencia democrática que, como destaca Aboy
Carlés, buscaba dos tipos de acuerdos, no del todo diferenciados en el propio discurso.
Por un lado, un “pacto democrático” que fijara las reglas de juego dentro de la
institucionalidad propia de la democracia (ABOY CARLÉS, 2004, p. 46-47). Por el otro,
un “proyecto de país” sustentado en tres pilares: democracia participativa, ética de la
solidaridad y modernización. Emilio de Ipola, partícipe en el armado conceptual del
discurso, denomina pacto de garantías y pacto de transformación a estos dos planos
del discurso de Parque Norte, y acuerda con Aboy Carlés al destacar lo fusionados que
se encontraban ambas dimensiones en Parque Norte. Esta confusión, según de Ipola,
respondía a una premisa tácita que circulaba en el entorno presidencial, según la cual
“el gobierno debía poner en marcha indisolublemente la transformación y tener éxitos
claros en ella, para lograr su anhelada convergencia programática y así dar realidad al
pacto de garantías” (DE IPOLA, 2004, p. 56).
El documento fundacional de la Renovación, dado a conocer el 21 de
diciembre, se presentaba como una clara respuesta frente a las posiciones esbozadas
por Alfonsín en Parque Norte. En él se rescata la democracia, pero se busca dotarla de
nuevos contenidos que, según los renovadores, se encontraban ausentes en el discurso
del presidente. Carlos Altamirano, al analizar el documento, destaca la contraposición
entre democracia liberal o formal y democracia real o social, y apunta que el mensaje
central del mismo consistía en que “La transformación [...] no podía ser liderada por un
partido liberal y sin voluntad de lucha, como la UCR, sino por el peronismo, que
contaba con credenciales históricas para la empresa” (ALTAMIRANO, 2004, p. 67).
Leyendo el texto en la clave propuesta por Aboy Carlés y de Ipola, los renovadores
aceptaban el pacto de garantías pero no así el de transformación que el alfonsinismo
proponía.
En los primeros meses de 1986 se profundizó la consolidación de la
Renovación. Se sumaron a la conducción tripartita del espacio renovador, en calidad de
secretarios, los diputados José Luis Manzano (Mendoza), José Manuel de la Sota
(Córdoba) y Orlado Britos (San Luis), y el secretario General de la Comisión de los 25,
Roberto García. El 3 de marzo la conducción renovadora realizó una reunión cumbre
con la conducción del PJ -representada por Leónidas Saadi, Jorge Triaca y Alberto

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Rodríguez Saá- donde se acordó la normalización por el voto directo de los afiliados de
los distritos intervenidos de Buenos Aires, Córdoba, Jujuy y Río Negro, y la
implementación de un sistema de representación que contemple a las minorías. Era la
apertura de un nuevo espacio de negociación entre los dos polos políticos del
peronismo en el cual la Renovación parecía, de a poco, imponer sus propias reglas.
En el marco de este proceso de ordenamiento, la Renovación realizará un
congreso en Parque Norte el 22 y 23 de marzo de 1986, que poseerá un doble perfil. Por
un lado, este congreso marcará la consolidación de la Renovación, su delimitación en
torno a una serie de dirigentes, y la aceptación de esta facción por parte de la
conducción ortodoxa. Con ella comenzará a negociar las distintas soluciones para los
distritos en condición irregular, ya sea por falta de elecciones internas o por
encontrarse intervenidos. Por el otro lado, el Congreso de Parque Norte comienza a
mostrar las primeras discrepancias dentro de la Renovación. Estos agrietamientos se
irán profundizando con el correr del tiempo y girarán alrededor de dos problemas
fundamentales: qué relación deben sostener los renovadores con la ortodoxia partidaria
y quién será el candidato a presidente dentro del grupo renovador. Paulatinamente, la
bipolaridad ortodoxos-renovadores que se había cristalizado durante 1985 fue
reorganizándose en una nueva rivalidad cuyos polos estaban representados por Cafiero
y su círculo renovador más cercano -Carlos Grosso, Manuel De la Sota y José Luis
Manzano- por un lado, y Menem, quién logrará sumar a buena parte de los ex-
ortodoxos, por el otro. Un sector de la ortodoxia peronista, especialmente la
representada por Lorenzo Miguel, se mantuvo expectante ante esta nueva división del
justicialismo sin tomar partido hasta los últimos días de la interna. El año 1986
significó el comienzo de este reacomodamiento.
De forma incipiente, las diferencias entre los dos líderes de la Renovación
pudieron apreciarse públicamente durante el primer acto de esta fuerza política en
Plaza Once, Capital Federal, el 23 de mayo de 1986. Allí oficiaron de oradores los tres
líderes renovadores. Groso y Cafiero enunciaron discursos acordes a lo que ya era una
posición habitual, criticando tanto al gobierno como a la ortodoxia del PJ. Menem, en
cambio, ensayó un giro fuerte con su alocución en el cierre del acto. Las críticas que
Menem asestó al oficialismo en su discurso buscaban “…romper su noviazgo con
Alfonsín”, (CERRUTI, 1993, p. 211) ya que el entonces gobernador de la Rioja era uno
de los peronistas que más cerca del presidente se había mostrado durante su gobierno.
También viró su discurso cuando se refirió a la ortodoxia del partido. En este punto
Menem recalcó la necesidad de unir al peronismo como meta principal, marcando una
clara diferencia con sus compañeros dentro de la Renovación, que sólo accederían a un

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acuerdo si se establecía aceptando “un necesario recambio de concepción, de dirigentes


y de metodologías” (IVANCICH, [200-]) por parte del peronismo ortodoxo.
Durante ese mismo mes, Menem comenzó a hacer pública su voluntad de ser
candidato a Presidente para 1989, y empezó a conformar una agrupación propia a nivel
nacional que se denominó Federalismo y Liberación, Línea Nacional Rojo Punzó, con la
que dio inicio a la construcción de su estructura política de cara a las elecciones
presidenciales. Con este mismo fin organizó para el 4, 5 y 6 de julio un “Encuentro
Nacional de Renovadores Peronistas para Menem Presidente” en Cosquín, donde hizo
los primeros acercamientos con figuras cercanas al herminismo como Luis
Barrionuevo, un dirigente sindical del rubro gastronómico que había ocupado el tercer
lugar en la lista de diputados que encabezó Herminio Iglesias en las elecciones de 1985.
Menem también fue acercándose a la ortodoxia que, pese a encontrarse en plena fase
descendente, convocó a un nuevo congreso partidario en San Miguel de Tucumán para
los días 3 y 4 de noviembre. Pese a la ausencia de los renovadores cercanos al
cafierismo -sólo Grosso concurrió pero se retiró temprano-, Menem se presentó al
encuentro y avaló a la nueva conducción, consiguiendo del congreso una reforma que
juzgaba vital para acceder a la candidatura a la Presidencia de la Nación: se modificó la
carta orgánica del partido definiendo la elección directa y por distrito único para la
elección de la fórmula presidencial en 1988.
Para terminar de perfilar este viraje Menem decidió competir contra las listas
renovadoras en las internas partidarias de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos, ya sea
mediante el desembarco de su propia línea interna Federalismo y Liberación o bien
apoyando a los opositores de la Renovación. En Santa Fe, donde los comicios internos
se realizaron el 19 de octubre, Menem avaló la lista encabezada por Vernet, otrora
ortodoxo, frente a la de Raúl Carignano, que contaba con el apoyo de Cafiero y Grosso.
El triunfo de Vernet fue un espaldarazo para Menem y terminó con las aspiraciones de
Ítalo Luder -quién fue candidato a senador en la lista de Carignano- de acceder a una
nueva candidatura presidencial.
En el caso de la provincia de Buenos Aires, Menem decidió presentarse a las
internas del 16 de noviembre con su propia lista, Federalismo y Liberación. Si bien
afirmaba apoyar la candidatura de Cafiero para la gobernación en las elecciones del año
próximo, sus afirmaciones también marcaban su distanciamiento de la Renovación y su
formulación de un nuevo proyecto político. En este sentido es sintomática su
declaración ante un periodista del diario Clarín el 16 de noviembre de 1986, el mismo
día en que se elegían los congresales que determinarían las autoridades partidarias
bonaerenses: “[…] he dicho hasta el cansancio que está superado el proceso de la

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ortodoxia y el período de la renovación; no quiero ser referente de ninguno de los dos


sino que pretendo serlo del justicialismo a secas” (Clarín, 16/11/1986). Los resultados
de las internas justicialistas en Buenos Aires dieron un amplio triunfo a la Renovación
cafierista, que obtuvo un 64,2% de los votos y logró colocar 28 miembros en el consejo
provisional justicialista. El menemismo, aliado con buena parte de los opositores a
cafiero dentro de la provincia, también realizó una muy buena elección consiguiendo
un 27,3% del electorado y ubicando cuatro consejeros partidarios, especialmente si se
tiene en cuenta su reciente ingreso en Buenos Aires. El restante 8,5% de los votos
corresponden a distintos candidatos independientes. El sector liderado por Herminio
Iglesias, que impugnaba la legalidad de la elección, no se presentó a la misma.
Córdoba fue el último espacio de disputas dentro del peronismo en 1986. En
las elecciones convocadas para el 15 de diciembre Menem y los renovadores
nuevamente se encontraron apoyando listas enfrentadas. Se elegían convencionales
constituyentes para reformar la constitución cordobesa, fundamentalmente para
permitir la reelección del gobernador radical Eduardo Angeloz, y el peronismo se
presentó con dos listas separadas: el Frente Renovador encabezado por José Manuel de
la Sota por un lado, y la ortodoxia liderada por Alberto Serú García, y apoyada por
Menem, por el otro. Los renovadores obtuvieron un claro triunfo que luego ratificarían
en las internas partidarias celebradas en abril de 1987. Allí De la Sota se enfrentó al
ortodoxo Bercovich Rodríguez y obtuvo un triunfo categórico con el 80% de los votos a
su favor. Luego de esa elección la ortodoxia cordobesa se desarmará.

Las Elecciones de 1987

Hasta mediados de 1987, el peronismo vivía las elecciones, en muchos casos,


como elecciones internas. En gran medida porque buena parte de las elecciones eran de
carácter interno, pero también porque cuando se enfrentaba al radicalismo, éste último
solía ganarlas con facilidad frente a un peronismo cuyas facciones luchaban por los
segundos puestos. Una de las variables que explicaba esta situación, como hemos visto
antes, radicaba en un debilitado y dividido peronismo; la otra residía en un oficialismo
con alta imagen positiva. El éxito en la estabilización de la economía logrado por el Plan
Austral entre 1985 y 1986, junto a los avances en los juicios a los militares responsables
del Terrorismo de Estado, resultaron claves para explicar el alto nivel de consenso
experimentado por el gobierno hacia mediados de los `80 y su consolidación electoral
durante esos años. Un hecho anecdótico, pero que revela este panorama, es el llamado
a convocar, entre 1984 y 1985, un Tercer Movimiento Histórico por parte del
radicalismo, en el cual se incluiría a los sectores más progresistas de un peronismo que

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se encontraba en crisis. Inclusive algunos peronistas, como Raúl Matera y Ángel


Robledo, se sumaron a este proyecto y llegaron a declarar la muerte del peronismo.
Este panorama comenzó a cambiar entre fines de 1986 y mediados de 1987,
con el deterioro de la situación económica y los cambios en la política militar. El
aumento de la inflación, que duplicó la del año anterior alcanzando un 175% anual en
1987, junto a un aumento del déficit público y una drástica disminución de las reservas
del Banco central, repercutieron negativamente en una economía que nuevamente
comenzaba a perder el rumbo. Los índices sociales tales como el desempleo,
subempleo, pobreza e indigencia se vieron afectados de forma negativa por este
contexto, alcanzando en 1987 sus peores cifras desde el retorno a la democracia. El otro
frente que también opacó el desempeño del gobierno fue la cuestión militar. En este
terreno, luego del juicio y condena a las juntas militares vividas en el año 1985, y que
tan de cerca fueron seguidos por la opinión pública, el gobierno se vio obligado a
impulsar las primeras “Leyes de Perdón” para evitar tanto la extensión de los juicios a
buena parte de los subordinados dentro de las fuerzas militares como una disputa con
esos sectores que terminará en un enfrentamiento armado. Particularmente con la
sanción de la Ley de Obediencia Debida en junio de 1987 se profundizará el clima de
derrota en las políticas del gobierno en torno al juicio y castigo a los responsables de la
represión ilegal durante la última dictadura, debilitando uno de los flancos más fuertes
del oficialismo hasta ese entonces.
El peronismo, por el contrario, llegaba a las elecciones de septiembre de 1987
habiendo superado buena parte de los problemas que afectaron su desempeño electoral
en años anteriores. El avance de la Renovación, especialmente en determinados
distritos como Buenos Aires, Mendoza y Córdoba, volvió a unir al peronismo alrededor
de un candidato, permitiéndole encarar las elecciones con serias perspectivas de
triunfo. Las líneas del cafierismo y el menemismo, que se habían perfilado como
potenciales rivales en su mutua aspiración presidencial durante el año anterior,
pondrán a un lado su competencia para buscar consolidar fuerzas en pos de derrotar al
radicalismo en los distintos distritos.
En las elecciones del 6 de septiembre, la Renovación pudo comprobar sus
posibilidades electorales, ya no sobre la ortodoxia partidaria, sino sobre el oficialismo.
El peronismo en su conjunto logró obtener un 41% de los votos en la elección de
diputados nacionales frente a un 37% de la UCR, alcanzando casi la mitad de las bancas
en disputa -60 sobre un total de 127-. En el plano de las gobernaciones el justicialismo
fue realmente contundente en sus triunfos sobre el radicalismo: apenas dos provincias
fueron retenidas por esta última fuerza, mientras que el PJ triunfó en 17 sobre un total

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de 22. Córdoba fue una de las dos provincias donde la UCR logró alcanzar la
gobernación y representó un revés para la Renovación Peronista ya que uno de sus
representantes más destacados, Manuel de la Sota, perdió por unos 5 puntos
porcentuales contra el radical Eduardo Angeloz.
El triunfo más resonante para la Renovación fue el de la provincia de Buenos
Aires, un distrito que compone nada menos que un tercio de electorado nacional. Allí
Cafiero logró consagrarse gobernador obteniendo unos 2,8 millones de votos,
equivalentes al 46,5% de los votos emitidos. Esta victoria de la Renovación cafierista,
posicionaba al nuevo gobernador bonaerense como el peronista con el cargo más
trascendente dada la importancia del distrito, desplazando de ese lugar a otros
gobernadores peronistas, entre ellos al reelecto gobernador por La Rioja, Carlos
Menem. Si bien éste último había apoyado la candidatura de Cafiero, una vez conocidos
los datos de la elección la competencia dentro de la interna justicialista se recrudeció,
gracias a las aspiraciones de Menem a ser candidato presidencial y al nuevo lugar que
ocupará Cafiero dentro del partido. Los carteles que aparecieron pegados en la ciudad
porteña al día siguiente a la elección permitían apreciar esta tensión: “Ahora más que
nunca unidos y con Menem”.

La carrera Hacia las Internas: del esplendor al Fin de la Renovación

Tras la elección de septiembre la Renovación encabezada por Cafiero pasó a


liderar de hecho el aparato partidario del peronismo. En las formas, esta situación pasó
a oficializarse el 8 de enero de 1988 durante una reunión de gobernadores en Mar del
Plata, al confirmarse las nuevas autoridades partidarias. La Lista Unidad, que asumirá
la conducción del PJ el 9 de enero, estaba capitaneada por Cafiero como presidente y
Menem como Vicepresidente. Las vicepresidencias 1° y 2°, ocupadas por Vernet y
Roberto García respectivamente, exponían la solución encontrada al problema de la
representación sindical: se incluyó en cargos casi idénticos a un representante de las 62
Organizaciones y a otro de grupo de los “25”. La Secretaría General y la Secretaría
Política estaban ocupadas por otros dos representantes de la Renovación como lo eran
Grosso y De la Sota.
Según apunta Gabriela Cerruti, esa reunión de gobernadores también sirvió
para que tanto Cafiero como Menem dieran por tierra con los últimos intentos por
conformar un acuerdo de unidad para las elecciones presidenciales capaz de evitar un
enfrentamiento en internas partidarias. Ninguno de los dos gobernadores aceptaba la
posibilidad de ceder el primer puesto en una posible fórmula presidencial que los

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incluya a ambos, y frente a esta situación, cafieristas y menemistas se volcaron de lleno


a pautar la forma y fecha de las internas. Durante estas negociaciones, Menem supo
blandir un argumento fuerte para obtener condiciones beneficiosas: si no se elegía sólo
la fórmula presidencial en elecciones abiertas y tomando al país como distrito único,
rompería con el partido y se presentaría por fuera del peronismo. Cafiero, en pleno
ascenso político y en control del propio partido, consideró irrelevantes estas cuestiones
y cedió ante la presión del riojano.
La primera dupla en hacerse pública fue la conformada por Menem-Duhalde,
dada a conocer el 5 de mayo de 1988. Electo diputado por la provincia de Buenos Aires
pocos meses antes, Eduardo Duhalde se había convertido en una de las figuras fuertes
del peronismo en el sur del conurbano bonaerense gracias a la gestión como intendente
de Lomas de Zamora durante los cuatro años anteriores. En ese entonces había sido
uno de los primeros aliados importantes de Cafiero en la provincia, pero esta relación
se dañaría de modo irreparable durante las elecciones de septiembre 1987, cuando el
líder de la Renovación le negó primero la candidatura a vicegobernador y luego el
primer lugar en la lista de diputados. Duhalde, al ver como esos cargos eran ocupados
por figuras que poco habían contribuido a la Renovación -Luis María Macaya
acompañó en la formula a Cafiero e Ítalo Luder encabezó la lista de diputados-, decidió
unirse a las filas del menemismo, aportando una fuerza clave en la provincia de Buenos
Aires. La decisión de Menem de elegirlo como compañero de fórmula respondió, entre
otras cuestiones, a los votos que podía recuperar en uno de los distritos más poblados
del país y a la imagen de político renovador que poseía Duhalde. Esto último le servía a
Menem para contrarrestar las acusaciones que recibía del cafierismo sobre la
integración a su estructura bonaerense de figuras ligadas al herminismo.
Tres días después de que se conociera el candidato a Vicepresidente de
Menem, Cafiero dio a conocer el suyo. Los aspirantes que se barajaban en los días
previos al anuncio eran José María Vernet y José Manuel De la Sota. Carlos Grosso,
otro posible candidato, había quedado descartado ya que su imagen era fuerte en
Capital Federal, y se buscaba contrapesar la figura de Cafiero con un representante del
interior. Vernet, además de ser un político con amplia representación en su Santa Fe
natal, simbolizaba la reconciliación con buena parte de la ortodoxia, que estaría
aceptando incorporarse al proyecto renovador. Lorenzo Miguel había hecho público su
respaldo a esta posible fórmula destacando la importancia de respetar el lugar de cada
sector dentro del partido. Pero el círculo de renovadores más cercanos a Cafiero,
conocidos como la banda, se opuso diametralmente a Vernet, buscando mantener lo
más lejos posible a Miguel y sus hombres. Integrada por Grosso, De la Sota, Manzano y

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García, la banda representaba la cara opuesta al miguelismo: sus dirigentes eran


jóvenes de discurso progresista, que prácticamente no habían participado en el
peronismo previo al ’83. Su idea de Renovación del partido implicaba una Renovación
de métodos, de discursos, pero sobre todo, de hombres. Como destaca Gabriela Cerruti,
para ellos no se trababa de renovar el justicialismo, sino de refundarlo (CERRUTI,
1993, p. 231). Cafiero, que durante su larga trayectoria en el peronismo había sido
compañero de muchos de sus actuales rivales, valorizaba una unidad gobernada por la
Renovación, aunque también era consciente de los problemas que esa solución le
traería con sus colaboradores más cercanos. La presión de la banda terminó dando sus
frutos, y Cafiero eligió a De la Sota como su acompañante. El cordobés le dio un perfil
más homogéneo y coherente a la fórmula presidencial pero al elevado costo de perder el
apoyo del sindicalismo uominista. El mismo día en que se anunciaba la fórmula, Miguel
criticó al propio Cafiero por haber elegido a un candidato que, además de haber
perdido en su propia provincia, rompía el equilibrio interno en el peronismo al
establecer una fórmula completamente renovadora (Clarín, 9/3/1988). La respuesta de
De la Sota no se hizo esperar, marcando que el Secretario General de la UOM podía
mostrar su disconformidad “sin que nadie le tape la boca con el bombo” y “sin que
nadie lo sancione por pensar diferente” gracias a la existencia de los renovadores
(Clarín, 14/3/1988). Tres días después la UOM recogió el guante y, vía solicitada en los
diarios, acusó a De la Sota de olvidar la gestión que, bajo su consentimiento, las 62
Organizaciones realizaron para que él fuera incluido como Diputado Nacional (Clarín,
17/3/1988).
La apuesta de Cafiero al elegír un vicepresidente del riñón de la Renovación
apuntaba al enfrentamiento con la fórmula del oficialismo, cuyos integrantes, Eduardo
Angeloz y Juan Manuel Casella, ya eran de público conocimiento. En ese hipotético
escenario, la dupla renovadora tendría asegurado el apoyo del peronismo y estaría en
mejores condiciones de atraer al electorado independiente que una pareja con
presencia ortodoxa. Sin embargo, esta decisión podría traer problemas en la interna
partidaria, como ya vislumbraban los analistas políticos en aquel entonces.4 En efecto,
la designación de De la Sota y sus entredichos con Miguel le quitaron no sólo el apoyo
de las 62 organizaciones, sino también el de gobernadores o dirigentes importantes,
que, con otro representante en la fórmula, se hubieran volcado hacia Cafiero. Tales eran
los casos, entre otros, del gobernador de Mendoza, Octavio Bordón, que pasó de ser un

4 Dos días después de la oficialización de la precandidatura Cafiero-De la sota, el periodista Ricardo


Kirschbaum destaca el riesgo de perder la elección interna que corría la pareja renovadora al
disipar el apoyo que las 62 Organizaciones ya habían garantizado a la posible fórmula Cafiero-
Vernet. Ver Clarín 10/3/1988.

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renovador más a declararse prescindente; de Jorge Busti, gobernador de Entre Ríos,


que recién a último momento se mostró favorable a Cafiero; y del vicegobernador de
Santa Fe, Antonio Vanrrell que al mostrar su apoyo a Menem contrapesó las modestas
gestiones de Vernet a favor del renovador en la provincia. Inclusive en el Gran Buenos
Aires, uno de los bastiones a priori más importantes del cafierismo, comenzaron a
surgir intendentes menemistas, como fueron los casos de Alberto Pierri en la Matanza,
Hugo Villaverde en Almirante Brown, Luis Colabianco en Magdalena, y Carlos Castro
en Coronel Brandsen. Las gestiones de Duhalde fueron fundamentales para revertir la
firme mayoría de Cafiero en esta zona, pero también fue importante el discurso que
sostuvo Menem, dirigido directamente a las clases más bajas. En este discurso, los
culpables de la pobreza eran los impulsores de la politiquería liberal, que incluía tanto
al oficialismo como a los renovadores.
Cafiero, por su parte, facilitó esta asimilación con el alfonsinismo al
convertirse, desde la gobernación bonaerense, “[…] en el impulsor de la colaboración
con el oficialismo […]” (NOVARO, 2006, p. 201) durante los primeros meses de 1988.
Los acuerdos establecidos entre el oficialismo y el cafierismo giraron en torno a temas
económicos, y más precisamente, a medidas muy poco populares como lo eran el
aumento de impuestos a los sectores medios y el recorte de fondos nacionales para la
provincia de Buenos Aires. Como destaca Joaquín Morales Solá, Cafiero cristalizó una
imagen de aliado de Alfonsín precisamente en sus aspectos menos simpáticos, en el
marco de un proceso electoral interno en el que sólo votaban peronistas (MORALES
SOLÁ, 1991, p. 86). Para peor, las medidas económicas del gobierno nacional no
arrojaban resultados positivos, sino todo lo contrario. La Renovación cafierista había
decidido cerrarse apostando a disputarle el espacio propio al alfonsinismo en un
momento de crisis de ese mismo terreno.
Las elecciones internas del 8 de julio de 1988 dieron como triunfadora a la
fórmula Menem-Duhalde, con el 52% de los votos. Altamirano resume de forma muy
ilustrativa las causas del triunfo menemista cuando señala que “el proyecto ordenado
en torno de definiciones ideológico-políticas atraía más a los militantes y a los sectores
medios que a los sectores populares; que éstos se reconocían más en el discurso
milagrero del Menem de entonces, que asumió la figura de quien no pertenecía al
sistema político y llegaba para luchar en nombre de un peronismo plebeyo contra un
peronismo de saco y corbata, ‘alfonsinisado’ o socialdemócrata; en fin, que los cuadros
políticos jóvenes que acompañaban a Cafiero irritaban a los dirigentes sindicales de los
gremios fuertes, y que el apoyo que los renovadores recibían del grupo de los 25, en su

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papel de rama sindical de la corriente, no compensaba la hostilidad de las 62


Organizaciones” (ALTAMIRANO, 2004, p. 73).
Esos escasos cuatro puntos porcentuales que separaban a los dos candidatos
pusieron fin a la Renovación. Los integrantes de la banda, temiendo quedar expuestos
al vacío en que caía su líder, procuraron pasarse al menemismo lo antes posible. Grosso
aspiraba a ser intendente de Buenos Aires en 1989, y para lograrlo necesitaba el
consentimiento de Menem ya que se trataba de un cargo designado por el presidente.
José Luis Manzano, por su parte, pudo acercarse con facilidad al riojano gracias a los
contactos que mantenía en la Cámara Baja con diputados menemistas, especialmente
Eduardo Bauzá y Julio Corzo. Esta primera desarticulación de la Renovación obligó al
resto de sus miembros a seguir el mismo camino, poniendo fin al proyecto que había
logrado oxigenar al peronismo durante los años de Alfonsín, y que ahora se hundía
junto con el líder radical. La crisis del alfonsinismo, que era percibida como necesaria
para el éxito renovador, terminará siendo también un elemento que arrastre a la
Renovación al mismo fracaso que sufría el radicalismo entre 1988 y 1989.

Comentarios Finales Sobre la Renovación

Definir o caracterizar a la Renovación Peronista con cierto grado de precisión


resulta una tarea compleja. Marcos Novaro, consciente de esta dificultad, sostiene que
la Renovación era una “heterogénea coalición de líderes que tenía dos elementos en
común, el ser mejor vistos por el electorado que los ortodoxos y los sindicalistas, y el
aspirar a crear un partido basado ya no en los gremios sino en estructuras territoriales”
(NOVARO, 2006, p. 200). Novaro, inclusive, complejiza su propia caracterización, al
destacar que el proceso de partidización territorial del PJ comenzó, paradójicamente,
con Herminio Iglesias, responsable de la creación de la red de Unidades Básicas en la
Provincia de Buenos Aires, sobre la cual luego se montarían los renovadores.
El término comenzó a utilizarse durante el primer año del gobierno radical para
nombrar a quienes se oponían a la conducción peronista, culpable de la derrota del ’83.
Esta gran primera Renovación, que logró juntar a los más de 400 congresales
necesarios para nombrar una nueva conducción partidaria, incluía, sin embargo, a
figuras que rápidamente arreglarían sus diferencias con los ortodoxos y se sumarían a
su ala, como fue el caso del gobernador de Catamarca, Vicente Saadi. Sólo un pequeño
grupo de estos primeros renovadores continuará enfrentado a la ortodoxia, buscando
organizarse en torno a la conducción tripartita de Cafiero, Grosso y Menem.
La figura de Menem ilustra algunos de los problemas que presenta la
delimitación de la Renovación Peronista. Constituyó una pieza clave en los primeros

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años de la Renovación, no sólo por su oposición a la ortodoxia siendo un gobernador


provincial, sino también por su discurso aggiornado al nuevo tiempo democrático y por
sus actitudes de conciliación respecto al alfonsinismo, en franca disidencia con la
dirigencia justicialista. Si esto lo convertía en un renovador paradigmático, el cambio
que experimentó su perfil a medida que aumentaba su enfrentamiento con Cafiero lo
reconvirtieron en un anti-renovador. No sólo comenzó a acercarse a los dirigentes
ortodoxos, con quienes estableció fuertes alianzas, sino que también modificó el tono
de su discurso volviéndolo más ecléctico, apelando a la liberación nacional, al salariazo,
a la virgen María y a la pena de muerte para narcotraficantes, entre otros. Decidió
distanciarse tanto del presidente de la nación como de su contrincante en las internas.
Hasta tal punto Menem efectivizó su transformación que en las internas de 1988 el
adjetivo renovador sólo hacía referencia al cafierismo. “A la Argentina no hay que
renovarla, hay que liberarla” repetía el gobernador de la Rioja en aquel entonces,
consciente de su propio alejamiento del espacio y del discurso renovador.
Este cambio abrupto en el perfil político del propio Menem, nos permite pensar
que mientras participó de la causa renovadora, su interés radicaba más en obtener un
provecho político a partir de un discurso aceptado socialmente que en emprender una
verdadera transformación del peronismo acorde a los ideales democráticos en boga.
Distinta pareciera ser la situación tanto de Cafiero como de la banda, aunque aquí cabe
marcar otro tipo de divergencia referido al sentido que la Renovación tenía en uno u
otro sujeto. Como mencionamos antes, Cafiero, que había mantenido estrechas
relaciones con el vandorismo en los ‘60, y que había sido asesor de la CGT durante
buena parte de los ‘60 y comienzos de los ’70, buscaba modificar esencialmente la
forma en la cual se nominaban los candidatos dentro del partido. Poner fin a las
digitaciones tras bambalinas comandadas por dirigentes poco representativos para
instaurar un partido transparente y democrático, donde los representantes sean fiel
expresión de las bases. Para la banda, la Renovación iba más allá de la instauración de
reglas compartidas, e implicaba un necesario recambio dirigencial. Acercar posiciones
con los ortodoxos representaba para ellos claudicar en su proyecto renovador. Este
nuevo peronismo podía y debía prescindir de dirigentes cuyo discurso y práctica no se
adecuaba a la propuesta renovadora y cualquier vínculo con ellos era considerado un
perjuicio más que un provecho. Si bien podríamos decir que los miembros de la banda
representaban el peronismo más fuertemente renovador, también es verdad que fueron
los primeros en abandonar este espacio y pasarse al menemismo cuanto Cafiero perdió
las internas. Toda su apuesta por la Renovación fue desarticulada en muy poco tiempo,

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y saltaron sin demasiadas vacilaciones a engrosar un proyecto que compartía pocos


puntos en común con la Renovación que antes habían defendido con extremo purismo.

Referecias

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Marcos; PALERMO; Vicente (Comp.). La historia reciente: Argentina en democracia.
Buenos Aires: Edhesa, 2004.

ALTAMIRANO, Carlos. La lucha por la idea: el proyecto de la renovación peronista. In:


NOVARO, Marcos; PALERMO; Vicente (Comp.). La historia reciente: Argentina en
democracia. Buenos Aires: Edhesa, 2004.

CERRUTI, Gabriela. El Jefe, Vida y obra de Carlos Menem. Buenos Aires:


Planeta,1993.

DE IPOLA, Emilio. Veinte años después (Parque Norte: razones del fracaso de un
intento inédito de enfrentar la crisis en la Argentina). In: NOVARO, Marcos;
PALERMO; Vicente (Comp.). La historia reciente: Argentina en democracia. Buenos
Aires: Edhesa, 2004.

GUIDO, Ricardo; DOMENICONI, Hector. Las primeras elecciones sindicales en la


transición democrática. Desarrollo Económico, v. 26, n. 103, 1983.

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Aceso en: nov. 2010.

MORALES SOLÁ, Joaquín. Asalto a la ilusión, Historia secreta del poder en la


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NOVARO, Marcos. Historia de la Argentina contemporánea. De Perón a Kirchner,


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Fondo de Cultura Económica, 2001.

VOMARO, Gabriel. Cuando el pasado es superado por el presente: las elecciones


presidenciales de 1983 y la construcción de un nuevo tiempo político en la Argentina.
In: PUCCIARELLI, Alfredo (Coord.). Los años de Alfonsín. Buenos Aires: Siglo XXI,
2006.

Colaboración recibida en 28/05/2010 y aprobado en 15/12/2010.

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