Control de Los Pobres en Popayán 1860-1930 Biopolítica
Control de Los Pobres en Popayán 1860-1930 Biopolítica
Título de la ponencia:
4- Resumen
En el trabajo se presenta a partir de una indagación sobre el archivo histórico la manera en
que se ejercía el control de los menesterosos en Popayán, capital del Departamento del
Cauca (Colombia), evidenciando como los mismos eran objeto de políticas
gubernamentales tendientes a transformar los sistemas caritativos heredados de la colonia
en instituciones modernas encargadas ya no del cuidado de los pobres de manera asistencial
sino en un incipiente proceso de cualificación para el mundo liberal. En este orden de ideas
también se desarrolla el cambio que se presenta en relación al tema de la salud,
investigando el desarrollo de la medicalización en la época de estudio señalada. Se trata en
este orden de ideas de un análisis académico desde algunos de los presupuestos generados
bajo la rúbrica de historia de la gubernamentalidad iniciada por Foucault.
1
El control de los pobres en Popayán, 1860-1930. Una lectura biopolítica
Para la elaboración del escrito retome algunos de los aportes elaborados por Bourdieu
(1999:151-198), indagando por el mecanismo de intercambio que permitía relacionar a la
elite con los pobres mediante la especie que los primeros entregaban y la obediencia que en
contraprestación los segundos tributaban a las capas superiores. Era un dispositivo con
plena vigencia dentro de la economía simbólica que se desarrollaba al interior de las
sociedades precapitalistas. En el se generaban habitus desinteresados, habitus
antieconómicos, que se daban de preferencia al interior de las relaciones domésticas. De
igual manera Wolf, citado por Bolufer (2002:115) muestra los sistemas de asistencia a los
pobres, en un marco de relaciones, inscritos al interior de un orden social en que los que dar
y recibir eran parte constitutiva de los lazos de clientela basados en los valores familiares,
el status, el honor y el respeto; relaciones que a pesar de ser desiguales eran
instrumentalizadas por los benefactores y los asistidos. Es así como se entiende que la
caridad hiciera parte de un mecanismo de poder característico de una sociedad regida por
relaciones patrimoniales. Aunque las aseveraciones de estos autores fueron desarrolladas
para el antiguo régimen en Europa, pueden servirme como metáfora para entender nuestras
sociedades igualmente jerarquizadas, aunque ya cruzadas para la época de estudio por la
idea del progreso. Es en este orden de ideas que se encara el sistema de la caridad,
mostrando como las familias prestantes de Popayán contaban con una serie de familias a las
que socorrían mediante la ayuda que les brindaban, la cual se daban en la mayoría de los
casos en especies más no en dinero en efectivo.
En el caso latinoamericano, se debe tener en cuenta que tal como argumenta Kingman
(2006:159) para Quito; la relación con los pobres en el siglo XIX se organizaba a partir de
la institución de la caridad. Los señores de la ciudad se organizaron bajo esa institución,
como una forma de “capital simbólico” que les permitía mantener “su rango”; se concebía
como un deber ser de los que más tienen para con lo menos desprovistos de fortuna
material o de recursos espirituales, la cual se retribuía con la “gratitud” y la “obediencia”.
El hecho de ocupar un lugar importante en una institución asistencial producía réditos,
sobre todo en términos de una economía simbólica, de bienes de prestigio (Kingman
2007a:60). Esta situación, en Quito, empezó a cambiar en el tránsito hacia la primera
modernidad con el paso de la caridad a la beneficencia liberal y a la seguridad social, ya
que el desarrollo de la misma implicaba el menoscabo de la relación señorial de la
“obediencia” y la “gracia” (Kingman 2007a). Mi hipótesis es que en Popayán a pesar de los
cambios generados por la dinámica mercantil y capitalista en Colombia, la urbe se conservó
como una ciudad señorial hasta bien avanzado el siglo XX. Uno de sus ejes fundamentales
se daba por intermedio del mantenimiento de la institución de la caridad. En este orden de
ideas, recupero el funcionamiento de La Conferencia de San Vicente de Paúl, como una
institución caritativa que permitía relacionar a los señores de la ciudad con “sus pobres”.
Se debe tener presente que desde la época colonial, en Colombia, la iglesia era la
encargada de atender a los pobres, los huérfanos y las viudas, por intermedio de diversas
organizaciones como las instituciones religiosas de caridad. A pesar de que en la segunda
mitad del siglo XIX las reformas liberales la relegaron de casi todas sus responsabilidades,
estableciendo que los municipios se encargaran de socorrer a los necesitados, carecían de
la experiencia necesaria para el cumplimiento de tal labor, además de que no tenían los
recursos económicos para ejecutar a buen término esta tarea, llevando a que tuvieran poco
2
éxito (Castro 1996:250-251). Los liberales habían heredado una red de beneficencia
pública muy deficiente; se componía de tres lazaretos y de algunos hospitales de caridad y
casas de beneficencia, creados en su mayoría durante la colonia por congregaciones
religiosas. A ello se suma que las iniciativas estatales en cuanto a este ramo cada vez eran
más escazas (Martínez 2001:181). Debido a ello particularmente en el caso de Popayán la
asistencia a los pobres quedó a cargo de instituciones caritativas hasta bien avanzado el
siglo XX, donde se destaca La Conferencia de San Vicente de Paúl.
A pesar de que La Conferencia1 había sido fundada en 1872 las continuas penurias
económicas en que se encontraban los miembros de la sociedad payanesa por motivo de las
guerras a las que de manera frecuente se veían abocados llevo a que su funcionamiento en
sus inicios fuera muy precaria. En 1885 tomó un nuevo impulso, pretendiendo convertirse
en uno de “los poderosos remedios del mal social en el siglo XIX” (La Semana Religiosa
1885:213-217)2. A pesar de que la anterior cita no dice explícitamente que se entendía por
el mal social se deduce que se refiere al avance inexorable del liberalismo que se intensificó
en la segunda década de 1880. En este orden de ideas en 1886 se inauguró la nueva
Constitución Política de Colombia, que condujo al país por la senda del progreso. En
palabras de Castro (1996:250-251) con la nueva carta magna se le devolvió la
responsabilidad de la asistencia social a la iglesia, retomando el concepto de caridad, que
estaba acorde con la ayuda que la elite quería brindar y reforzó el orden social católico. La
caridad, entonces, se estableció como instrumento de perfeccionamiento espiritual y se
canalizó a través de instituciones como hospitales, hospicios, orfanatos y escuelas; siendo
una de las de mayor éxito la Conferencia de San Vicente de Paúl.
La Conferencia se reorganizó en 1894. Estimaba que las familias adineradas y aún las que
no tenían gastaban cada año en limosnas miles de pesos, en tanto su presupuesto era muy
humilde; por lo que sus miembros propusieron reorganizarla como una sociedad de
beneficencia. La diócesis argumentaba que el indigente necesitaba con frecuencia más que
dinero, consejos, instrucción y aliento para vivir honradamente (La Semana Religiosa
1894:4-5). Se debe tener en cuenta que los conservadores mostraban tener una óptica más
coherente de la cuestión social3, que se articulaban alrededor de la idea y las prácticas de la
caridad, apuntando a ganarse la simpatía de los artesanos (Martínez 2001:183). Con las
Sociedades Católicas, tal y como escribe para el caso ecuatoriano Kingman (2007a:3): “Lo
que intentaba la Iglesia y los sectores ligados a ella era crear espacios de reinserción social
en la política a partir de antiguas instituciones católicas “no políticas”, como la educación, la
familia y la asistencia social”. Las instituciones de caridad no sólo permitían contar con una
1
Para mayor brevedad a partir de ahora La Conferencia de San Vicente de Paúl de Popayán será abreviada
como La Conferencia.
2
La Semana Religiosa, fue una publicación semanal editada por la diócesis de Popayán entre 1874 y 1943;
sin embargo sólo se pudo consultarla hasta el año de 1899, dado que los otros números no se encontraban
disponibles en el Archivo Centra del Cauca, lugar de donde se sacaron las fuentes históricas de la presente
investigación.
3
La cuestión social hacía referencia a las medidas, que en el siglo XIX, se implementaron para contrarrestar
la amenaza política y social que representaban los pobres (Martínez 2001:32).
3
red de relaciones clientelares, sino asegurar la reproducción de un sistema patrimonial
basado en la división estamental de la sociedad. Sin embargo al mismo tiempo que se
presentaba una división de la sociedad en castas, existía una preocupación por el Otro.
“Ninguna sociedad estamental podía mostrarse indiferente a las condiciones económicas y
morales de sus miembros, no sólo porque esto acarreaba costos sociales y políticos sino
porque contradecía el “orden de lo imaginario” (Kingman 2007a:61). Y es que se debe tener
en cuenta que la caridad funcionaba en una doble vía, en un extremo los dadores de dones,
especies que se repartían entre los pobres, y del otro los estratos menos favorecidos quienes
daban por sentado su papel de beneficiados.
Por el contrario los liberales desestimulaban la caridad, considerándola como una práctica
que no permitía el desarrollo de las potencialidades de cada individuo, ya que ellos se
levantaban sobre las contingencias del mundo por sus capacidades personales sin necesidad
de acudir a la mendicidad proporcionada por otros. En este orden de ideas Romero
(1976:272,311-312) escribe que el liberalismo implicaba que las relaciones sociales se
despersonalizaran, y, por ende la caridad pasaba a ser un problema del Estado. Así, aunque
aumentó la cantidad de los mendigos, fue muy difícil que una dama caritativa siguiera
teniendo “sus pobres”, ya que ellos desaparecían de la mirada del burgués, el éxito era
producto individual y en consecuencia la ociosidad no se alentaba. Así tenemos el
enfrentamiento de dos imaginarios, de una parte el del sistema caritativo y de otra el del
individualismo liberal. Se debe tener en cuenta que en Popayán el catolicismo tenían un
lugar privilegiados por lo que el sistema de la caridad tenía gran peso en el catolicismo que
practicaban la mayoría de sus habitantes, a tal punto que dichas situación se reproduciría
hasta bien entrado el siglo XX.
Velásquez (1983:118-119) establece que durante la primera mitad del siglo XIX en
Popayán, el sistema de la caridad era un mecanismo que permitía ligar los diversos estratos
de la sociedad payanesa. Según los patrones religiosos eran loables aquellas acciones
destinadas a ayudar a los pobres y a mejorar su nivel de vida. Finalizando el siglo XIX se
presentó una situación de precariedad tan aguda entre los pobres que fue necesario reforzar
el sistema de la caridad como un mecanismo redistributivo:
Entre nosotros a pesar de la crisis económica que se viene acentuando cada día
más y del precio verdaderamente increíble que tienen las cosas más necesarias
para la vida, no se haya visto todavía el caso de que alguien perezca de miseria,
con ser tantos los que se acuestan cada noche sin saber cómo obtendrán el pan del
día siguiente: estos no perecen, porque los que tienen pan parten el suyo con los
que no lo tienen (La Semana Religiosa 1894:1-2)
La pobreza contaba con una gradación, de una parte se encontraban los “pobres
vergonzantes” constituidas por personas honorables que “temporalmente” pasaban por un
periodo de penurias económicas, a los cuales se les protegía de la humillación que se
producía cuando era de conocimiento público, mediante mecanismos como la visita
domiciliaria que permitía guardar la reserva y el anonimato (Ricci 1993, citado en Bolufer
2002:110). Es de suponer que algunas de las familias que atendiera La Conferencia se
encontrara en dicha situación, ya que la visita que realizaban sus miembros para repartir sus
dones se hacían en el hogar de los beneficiados, más aún cuando consideramos la crisis
económica en que se encontraba la ciudad en la época estudiada. Kingman (2007a:21),
4
establece que en su mayoría eran “gente sin oficio”, incapacitados socialmente para el
trabajo. A pesar de que sus condiciones de vida los situaban de manera similar a las del
resto de pobres no compartían su cultura (Kingman 2007a:21). Dicha situación debió de ser
más aguda en el caso de Popayán y por ende es presumible que estos pobre vergonzantes no
estuvieran capacitados para desempeñarse laboralmente, pero a pesar de ello contaban con
una cultura que los diferenciaba del resto de pobres de la ciudad.
También se encontraban los “pobres de solemnidad” quienes eran aquellos cuya pobreza se
reconocía públicamente y certificada con el objeto de recibir asistencia (Ricci 1993, citado
en Bolufer 2002:110). Era a ello a quienes principalmente se dirigían los esfuerzos de La
Conferencia, para ello contaban con una serie de familias que socorrían, a las cuales les
llevaban un auxilio semanal para ayudar a suplir sus necesidades, consistente en la gran
mayoría de los casos en entregar una donación en especie, a menos que por circunstancias
muy especiales se vieran obligados a darles tales auxilios en dinero4 (Conferencia 1912:2).
Las especies que se entregaban podían ser ropa, alimentos, materias primas para la
construcción o reconstrucción de las casas que eran afectadas por desastres naturales, o
incluso pagando el alquiler de habitación de los más pobres (La Semana Religiosa
1899:597-598).
La ayuda a los pobres era percibida, en este sentido, como un recurso que favorecía no sólo
a los donados sino también a los propios donantes, contribuyendo a fortalecer la influencia
del clero sobre las élites, generando un campo de acción para los ciudadanos, y de manera
más específica para las “grandes familias”, que compartían un estilo de vida en común en la
cual las prácticas asistenciales jugaban un importante papel como formas de auto
identificación (Kingman 2007a:25), es así como Las Señoras de La Caridad se reunían para
confeccionar ropas para los pobres; Las Luisas eran una versión adolecente de las primeras;
El Club Noel también estaba formado por mujeres adolecentes, encargándose de alegrar las
fiestas decembrinas de los necesitados repartiendo la ropa que hacían para ellos. Estas
organizaciones católicas estaban formadas por los miembros de las clases adineradas, a tal
punto que se convertían en lugar de encuentro de la sociedad payanesa (Gómez 1955:36).
Esta situación era más evidente en el caso de las mujeres, dado que las mismas en aquella
época aun continuaban subsumidas dentro de un sistema social que las protegía del peligro
que se encontraba en el exterior. Es así como la diócesis local, consignando que sería “un
dulce alivio para los pobres, presos, enfermos, moribundos, verse ayudados, asistidos de
ricos, que no son amigos escogidos por ellos, sino ángeles enviados del cielo” (Revista
eclesiástica 1912:191). Sin embargo habría que hacer la aclaración que estos ángeles eran
los señores de la ciudad, lo cuales se consideraban un instrumento de la Providencia para
con los más desafortunados, para aquellos a quienes Dios tenía ofrecido el reino celestial,
“si en su humildad y resignación aprendían a soportar la prueba a que los sometía”
(Conferencia 1916:4). Se continuaba así reforzando la concepción de una sociedad
jerarquizada donde cada uno tenía su lugar desde el nacimiento; unos nacían para ser
4
Para recoger el dinero con el cual se compraban las especies existían dos mecanismos, el más importante
eran las donaciones semanales que hacían los socios para socorrer a “sus pobres”, el otro provenía de la
caridad pública que entregaba sus donaciones directamente a la organización para ser administrada por La
Conferencia (La Semana Religiosa 1895:399).
5
acaudalado en tanto otros nacían para ser pobres. Como este era un destino preestablecido
el único camino que les quedaba a los últimos era la resignación cristiana para aceptar su
destino, en tanto que la misión de los señores era practicar la caridad que se expresaba de
preferencia en la limosna (Conferencia 1919:21). Era el juego de poder que desde el
escenario caritativo permitía ensamblar a los pobres y los ricos dentro de una sociedad
armónica. La diócesis aconsejaba que se debía enseñar a los niños la caridad, argumentando
que era un buen sistema de educación acostumbrar desde la primera edad a los hijos a su
ejercicio, para crear en sus corazones la necesidad de emplearse en el auxilio de los
indigentes. Especialmente durante las fiestas religiosas y sus cumpleaños, se pedía a los
padres que hicieran que la limosna les represente algún sacrificio o privación. Se solicitaba
a los progenitores que no se les diera el dinero de ella, sino que lo hicieran por su cuenta y
riesgo con lo que destinaban a juguetes, dulces o fruselerías por el estilo (La Semana
Religiosa 1889:94). De esta manera la práctica cristiana de la caridad se transmitía de una
generación a la siguiente mediante el ejercitamiento del dar por medio de la limosna,
reproduciendo así el sistema patrimonial ya descrito.
Los socios de La Conferencia se congregaban todos los sábados, tal y como lo establecían
sus estatutos. Estas reuniones tenían como propósito unir con mayor fuerza a los socios con
los lazos de la caridad. En ellas se exponían las carencias de los necesitados y cada
miembro de la organización religiosa solicitaba lo que requería para las personas que
atendía (Conferencia 1916:5). Para tal efecto hacían personalmente una visita domiciliaria
semanal. Los vicentinos consideraban que esta actividad era la más provechosa para la
edificación de los socios y la más fácil y agradable de practicar. En tal sentido se les
solicitaba: “que penetraran a la choza o tugurio del pobre, sentándose y hablando con él,
consolándolo y exhortándolo en sus buenos propósitos; convirtiéndose en su amigo
verdadero, ganándose su confianza; para así, asegurar ese hombre o familia para el bien,
llevando a que el socio se ganara el corazón de Dios” (Conferencia 1912:2). Por intermedio
de esta clase de visitas se reforzaban los lazos de afinidad que se establecían entre los
señores de la ciudad y sus pobres, además de que la caridad se constituía en el mecanismo
más usado para practicar las virtudes cristianas. El hecho de mostrarse preocupados por el
“otro”, en este caso los pobres permitía que se los viera como sus benefactores y por ende
como merecedores de su respeto y obediencia, más aún cuando se considera que en la
ciudad era difícil que se generaran otro tipo de relaciones sociales.
La Conferencia argumentaba que la solución ante la crisis de la ciudad no estaba en el
desarrollo de industrias y el incremento de los salarios, sino en allegar los ricos a los
pobres; en poner a los primeros en contacto con la miseria, para despertarles su compasión;
“en convencer a unos y a otros que estamos en el mundo para cumplir designios de Dios y
que debemos, como hijos de Dios como hermanos, amarnos y ayudarnos” (Conferencia
1912:16). Frente a la emergencia de una economía capitalista individualizada que empeza a
presentarse en Colombia se pedía reforzar una economía moral donde las prácticas
caritativas jugaban un papel fundamental al ser el puente de unión entre los señores y los
pobres.
En la segunda mitad de la década de 1910, La Conferencia, se encontraba con grandes
dificultades para seguir con su labor, a pesar de que continuaba proporcionando una ayuda
económica a los pobres que fluctuaba entre $10 y $25, le resultaba imposible elevar dicha
cantidad, ya que aparte de que el número de ellos aumentaba considerablemente, las redes
6
caritativas empezaban a pasar por un periodo de crisis. De igual manera las Señoras de la
Caridad -que ayudaban en el reparto de limosnas a domicilio- había dejado de funcionar y
el número de las entradas no había crecido en la misma proporción. En 1913 se atendía a
120 familias, las cuales en tres años pasaron a 97 (Conferencia 1916). Su ayuda disminuyó
en un lapso de tiempo muy corto en un 20% aproximadamente, cifra relativamente alta sí se
considera que este porcentaje implicaba que de cada diez familias se dejaron de atender
dos. A esta situación se suma el hecho de que sus miembros continuamente se quejaran de
que a pesar de que querían ampliar su radio de acción para ayudar a los pobres les resultaba
imposible realizarlo debido a las dificultades económicas en que se encontraba la sociedad
payanesa. De esta manera, a medida que avanzaba hacia la segunda década del siglo XX,
solicitaba a las autoridades y a los ricos que se percataran del bien que las Conferencias de
San Vicente de Paúl procuraban a la localidad donde funcionaban, expresada en forma de
“súbditos sumisos y obedientes a los primeros, o en la de trabajadores honrados y
cumplidos a los segundos”, por lo cual les solicitaban su colaboración (Conferencia 1919:8-
9):
El rico guardaría siempre las estrecheces leyes de la justicia en sus relaciones con
el pobre; y el pobre, a su turno, ofreciendo a Dios las angustias de su miseria,
retendría en lo justo sus deseos, y sin dejarse arrebatar jamás por las sutiles
sugestiones de los falsos profetas, contribuiría armónicamente con aquél al
sostenimiento del orden establecido por la Divina Providencia (Conferencia
1919:25).
5
En Antioquia funcionaba desde la década de 1880 La Acción Social Católica de la Compañía Jesuita,
implementando un modelo educativo que desplazó el problema de la esfera religiosa al campo secular,
consagrando al trabajador a la fábrica, alejándolo del vicio, del consumo conspicuo, de las energías físicas que
se desgastan con el uso de la sexualidad. Lo que corrió paralelo al primer ensayo de restauración de la moral
de las costumbres en Colombia. Está institución perduró hasta los años cincuenta del siglo XX en esta región
del país: “El conjunto de las presiones que el patronato ejerció sobre la vida dentro y fuera del trabajo obrero
promovió pues de modo efectivo la disciplina y el orden, la sumisión y la dependencia, y por lo tanto
contribuyó decisivamente a la organización del dispositivo moral de las primeras fabricas” (Mayor 1989:267).
7
De los sistemas de asistencia caritativos a los sistemas de medicalización
6
La reapertura de la Facultad de Medicina de la Universidad del Cauca sólo se dio en el año de 1950, hecho
que corre parejo con la fundación del moderno Hospital Universitario de San José.
7
El primer hospital de Popayán se inauguró en 1740, estando bajo la dirección de los betlemitas. El cabildo
asumió su manejo en el año de 1815, convirtiéndolo en un hospital militar. En 1846 paso a depender del
gobernador, denominándose Hospital de la Caridad.
8
Hacia 1870 había sido nombrado obispo de Popayán monseñor Carlos Bermúdez; de lo primero que se dio
cuenta fue de que faltaba un seminario para la educación y formación del clero, y viajo a Paris para negociar
que los hermanos lazaristas vinieran a dirigir el Seminario de Popayán. Se establecieron en la ciudad en 1872
teniendo como superior al padre Gustavo Foing, y de acuerdo con el padre Bermúdez se concibió la idea de
traer a las hermanas de la caridad para que administraran el Hospital (Arguelles 1966:43).
9
buenos consejos y repetidas muestras de desinteresado afecto” (La Semana Religiosa
1882:153). Pese a estas palabras, que parecieran indicar que ellas continuaban imbuidas
dentro de los servicios caritativos, se debe tener muy presente que Las Hermanas de La
Caridad para la época señalada ya hacían parte del proceso de medicalización, tal y como
había sucedió en el caso europeo. En el contexto latinoamericano la investigación de Díaz
(2006) para Guadalajara menciona que se destacaban principalmente por auxiliar a los
enfermos pobres, primero en sus domicilios y luego en los sitios que creaban para tales
menesteres; es así como propiciaron la creación de pequeñas enfermerías y luego diversos
hospitales, llevando a que se convirtieran en enfermeras y/o administradoras hospitalarias.
Estas aseveraciones son muy apropiadas para el caso de Popayán como se desprende de La
Semana Religiosa (1883:522), que consignaba que el Hospital de La Caridad al ser
colocado bajo la dirección de las Hijas de San Vicente de Paúl –en tanto las mismas hacían
parte de la congregación de La Conferencia de San Vicente de Paúl-, se convirtió, sin grave
carga para la municipalidad, en un refugio para los enfermos pobres de Popayán. El
cuidado que brindaban era a los estratos menos favorecidos de la sociedad. Se debe
recordar que en aquella época, tal y como establece Núñez (2001:3) la profesión médica no
era estimada a nivel popular; llevando incluso a que comúnmente fuera difícil diferenciar a
los médicos de los curanderos y de las prácticas mágico-curativas, lo que se agravaba dado
que sus logros no estaban a la altura de sus pretensiones científicas, por lo que eran
considerados con muy poco respecto. A los médicos se los educaba para la consulta privada
que sólo podían pagar los más acaudalados. El hospital no era prioritario para ellos, ya que
los mismos eran ocupados sobre todo por pacientes pobres que carecían de recursos para
sufragar los gastos de su atención médica. Para el cuidado de los estratos de la población
más desfavorecida se contaba con las Hermanas de La Caridad, y con acciones puntuales de
algunos filántropos y personas caritativas.
En 1886 el Hospital contaba con cuatro hermanas de la caridad encargadas del servicio
interior, un capellán, un tesorero, un portero, un enfermero, dos enfermeras y una cocinera;
destacándose que debido a la ausencia del médico nombrado por la Municipalidad en 1884
había quedado este lugar vacante desde enero, por lo que desde Marzo había recetado
gratis, los enfermos de caridad, el médico del ejército, lo que permite apreciar la necesidad
que tenía la institución de personas que quisieran colaborar con los menesteres del cuidado
de los enfermos, situación propicia para los propósitos a los que se quería consagrar las
personas caritativas. Siguiendo con el documento oficial se establecía que se requería el
mayor ensanche del establecimiento, dado que el crecimiento de la población exigía y hacía
indispensable dicho aumento. En el Informe se aprecian las condiciones lamentables en que
se encontraba el Hospital de Caridad:
10
En 1904 el Consejo Municipal le cambió el nombre al Hospital de la Caridad
denominándolo como Hospital San José; en 1917 aún no contaba con salones para atender
las enfermedades contagiosas. Estaba conformado por un departamento ocupado por nueve
Hermanas de la Caridad (en treinta años de funcionamiento la organización, había pasado de
4 a 9 miembros, un aumento relativo en consideración al crecimiento de la ciudad), dos
salones para enfermos particulares que pagaban pensión, una sala para los enfermos de la
cárcel; enfermerías para militares –aún no existía el hospital militar-, policías y enfermos de
caridad, un salón para mujeres que pagaban su pensión y se encontraban allí asistidas; otro
salón para mujeres enfermas; un salón para costurero de las cinco niñas huérfanas aisladas
en el establecimiento y que se consideraba prestaban allí muy buen servicio sin recibir
retribución económica; un salón para tuberculosos que se prometía dar en servicio muy
pronto; igualmente se tenía el propósito de establecer un asilo para ancianos indigentes. Se
contaba con un patio llamado de los Jazmines dado que en el se cultivaba esta flor que era
vendida para ayudar en el sostenimiento del establecimiento. Habían dos dependencias
espaciales para atender a las prostitutas, cuya cuenta corría por cuenta del distrito9. Las
condiciones higiénicas del establecimiento no eran las mejores, a tal punto que ni siquiera
son mencionadas en el informe. Desde la perspectiva de precariedad en que se encontraba
dicha institución se puede apreciar la gran aceptación que tenía la labor de las personas
caritativas que ayudaban con los menesteres del hospital, sobre todo entre las personas más
pobres.
Se debe agregar que la imagen que proyectaban los hospitales era la de ser lugares donde
incluso era más fácil enfermarse, debido a sus pésimas condiciones higiénicas. Frente a este
último panorama cabe señalar que un año después del informe citado, se empezaron a dar
una serie de conferencias, en la escuela nocturna de la ciudad sobre las prácticas higiénicas
abiertas a toda la población y que hacían parte de la estrategia educadora que se
implementaría desde la década de los treinta a nivel nacional (Díaz, 2008). Argumentaban
que las casas de asistencia eran en general un medio de propagación de enfermedades
infecto-contagiosas, pues en la generalidad de los casos en ellas persistía un
desconocimiento absoluto no sólo de las más sencillas leyes de la higiene, sino también de
preceptos que la más ligera educación imponía10. En el año de 1922 el Hospital de San
José, fue totalmente reformado. Contaba ahora con tres amplios salones, para hombres,
mujeres y niños, con dotación de ropaje, catres de hierro y mobiliario para cuatrocientos
enfermos. Instrumental de cirugía que servía para cualquier intervención operatoria, con un
salón especialmente cómodo e higiénico para operar. Droguería bien provista, introducida
directamente por el hospital, servicio de agua, hallándose en construcción un pabellón para
tuberculosos11. Con esta serie de reformas el sistema hospitalario aceleraba su proceso de
modernización; las que se reglamentaron, es así como en el nuevo Código de Policía del
9
Informe presentado a la gobernación del departamento del cauca por el director general de instrucción
pública (1917). Popayán: imprenta del departamento, págs. 133-141.
10
En este informe también se consideraba como condición indispensable la educación sanitaria de la policía
por medio de conferencias, para que de esta manera comprendieran que al cumplir con todo rigor los deberes
que se le imponía, no sólo defendían la salud de los demás, sino también la de ellos. Aconsejaba establecer
vigilancia, de modo eficaz, en toda construcción para que no fueran atropelladas las leyes de la higiene, no
debiendo ser permitido el arriendo de locales, casas y tiendas sin certificados competentes de que su
construcción y estado satisfacían plenamente las exigencias de la higiene.
11
Revista Popayán (1922), Año X, N° CXVIII, Abril, pág. 452.
11
Departamento del Cauca de 1934 (págs. 121-122), se establece, entre otras disposiciones,
que los hospitales, asilos, casas de salud etc, destinados a enfermedades contagiosas, se
debían instalar con todas las condiciones científicas de la higiene. Estos lugares ya no iban
a ser manejados por personas caritativas sino por las autoridades sanitarias competentes12.
Como escribe Díaz (2006:15-20) con las ideas de la asistencia social, poco a poco los
administradores de los hospitales iban perdiendo su discurso caritativo; el hospital tomaba
una actitud más activa, dejando de ser un lugar para el dolor y la caridad y se convertía en
un centro de trabajo para la producción de la salud, De igual manera Zárate (2002:14)
argumenta que poco a poco los médicos asumieron el control del hospital, dejando de ser
un lugar para asistir a enfermos pobres pasando a convertirse en lugares de formación y de
confrontación de conocimientos científicos. A pesar de que logra imponerse el poder
médico aún continúan gravitando las prácticas médicas populares en algunos estratos de la
población, especialmente los pobres. El proceso de la medicalización en Popayán se dio
lentamente; es así como en 1937 con motivo de la celebración de los cuatro siglos de
existencia de la ciudad, se dispuso la construcción de un nuevo hospital para la localidad
que recibiría el nombre de Hospital Universitario de San José –IV Centenario (Velásquez
1995:124).
En el transcurso de estos años la Asistencia Social tomó gran fuerza; en tal sentido Paz
(1938:49-50) en su estudio sobre el estado sanitario del Cauca, argumentaba que el plan
sanitario del Departamento debía completarse con la creación de Servicios de Asistencia
social, entre ellos hospitales-sanatorios, clínicas infantiles, asilos, etc, a fin de remediar el
imperfecto estado en que se encontraba la Asistencia Pública en el Cauca. Escribía que una
vez que en los estados modernos la asistencia social trataba de reemplazar la beneficencia
pública, aquélla debía prestarse de una manera eficiente para no incurrir en los mismos
defectos y anomalías de que adolecían los servicios caritativos de beneficencia. En tal
sentido, la base de una asistencia social efectiva era el correcto funcionamiento de servicios
hospitalarios, cuyo funcionamiento correspondía al Estado, dado que ellos demandaban
grandes cantidades de dinero en su construcción y sostenimiento, llevando a que los
gobiernos velaran por la construcción y correcto funcionamiento de las casas de salud. En
ese momento en el Hospital San José de Popayán había 150 camas, en la Sala de
maternidad de Popayán 18 camas, en el dispensario antivenéreo de Popayán 10 camas, para
atender a los 45 mil habitantes con que contaba la ciudad en 1934.
En 1950 se inauguró en Popayán el Hospital Universitario San José, IV Centenario, Su
puesta en funcionamiento significó la reapertura de la Escuela de Medicina de la
Universidad del Cauca, que anteriormente había funcionado entre 1863 y 1890 (Velásquez
1995:124), y que significa el control de la salud en dicha institución por los médicos
positivistas en detrimento del trabajo caritativo que se brindaba en cuanto a la salud,
situación que se aprecia con el cambio que se daría al tratamiento de las epidemias que se
presentaban en la época de estudio.
12
En 1914 se estableció que la dirección, reglamentación y vigilancia de la higiene pública y privada de la
Nación, estaría a cargo de una corporación que se denominaría Junta Central de Higiene, y que residirá en la
capital de la República, conformada por cuatro miembros, que eran médicos graduados; luego se le cambia de
nombre y se llamó Dirección Nacional de higiene. En cada departamento habría un Director Departamental de
Higiene, que haría cumplir las disposiciones de la Junta Central de Higiene (Compilaciones 1919:32-33).
12
El flagelo de las epidemias.
De acuerdo a las percepciones que circulaban en Colombia en esa época las epidemias eran
un flagelo constante de las ciudades debido a las pésimas condiciones higiénicas de las
mismas y a que aún no se habían desarrollado los avances científicos necesarios para
detenerlas (Ayerbe, citado en Gómez 1955:59). La condición económica de Popayán, en
particular no permitía contar con un programa continuo para enfrentar los ataques
epidémicos que se cernían sobre la población. El testimonio de Ayerbe señala que para
evitar su propagación se decretaba la cuarentena y el aislamiento de los enfermos, pero
estos no eran aceptados en el Hospital de La Caridad de Popayán.
En esta época, las epidemias eran muy frecuentes, destacándose principalmente la viruela.
Las casas donde se presentaban la enfermedad eran señaladas con banderas blancas, para
de esta manera evitar que las personas se acercaran a ellas y se contagiaran. Después de la
cuarentena se recogían (Caicedo, citado en Gómez 1956:35-36). Un año después de su
fundación, es decir 1873, se presentó una epidemia de viruela; la municipalidad le destinó
a La Conferencia una suma de doce pesos cincuenta centavos semanales para el
mantenimiento de los virulentos. Fue tal la propagación de la enfermedad que en está
ocasión se permitió que en el Hospital de la Caridad, los virulentos fueron ubicados en el
salón que se llamaba “El Crucero”, al ser el más espacioso y el mejor ventilado, además de
que se encontraba aislado de los demás salones. La Conferencia se encontraba bajo la
jurisdicción del inspector, y los gastos de médico, medicinas y alimentos corrían por su
cuenta (Velásquez 1995:107). Sin embargo, lo interesante es de que a pesar de que dentro
de la institución hubiera personal médico no era nada extraño que las personas del común
ayudaran en algunos momentos con las labores de la institución hospitalaria dada la
carencia de personal para asumir funciones puntuales, tales como servir de improvisados
enfermeros para atender las prescripciones de los médicos positivistas. Las Hermanas de
La Caridad que habían sido preparadas para ayudar a los enfermos sólo llegaron a la
ciudad en 1882, sin embargo eran tan pocas que continuamente necesitaban personas que
las ayudaran en sus menesteres.
En 1893 se presentó nuevamente un ataque de viruela de tal magnitud que obligó a que el
gobierno decretara el cierre de los establecimientos de educación, reuniendo a todos los
enfermos de viruela, sea cual fuese su clase y condición, en el Hospital de Viruela,
procurando así evitar la multiplicación de los focos de infección. Fue tal la magnitud de
ella que la diócesis estableció que debido al pésimo estado sanitario de la ciudad, donde no
solo reinaba la viruela sino también el dengue, se tomara como medida prohibir la
procesión solemne del día de Corpus (La Semana Religiosa 1893:135). La epidemia se
detuvo en menos de dos meses, causando numerosas víctimas que fluctuaban entre 50 y 70
personas diarias (Angulo, 1894: 21). Cabe resaltar de este informe que especificaba que
“sea cual fuese su clase y condición” todos los enfermos debían internarse en el Hospital
de Viruela, situación que es explicable por la magnitud que tuvo la epidemia, ya que
cuando se trataba de brotes esporádicos los hospitales de virulentos sólo se destinaban para
los estratos más bajos que no podía darse el lujo de una consulta privada de un médico
positivista, por el contrario las personas que contaban con dinero acudían a la consulta
particular con un médico positivista.
13
La continua propagación de la viruela, llevó a que en el informe del Gobernador de 1896
(Bonilla, 1896: 21) argumentara la necesidad de establecer Juntas de Sanidad y
Beneficencia, compuestas por algunos de los empleados de cada distrito, y dos o tres
vecinos aptos que quisieran prestar este servicio. De acuerdo al informe esto daría
magníficos resultados si las funciones de las juntas no se limitaran sólo a los casos en que
apareciera la viruela, sino que fueran permanentes. Y es que en repetidas ocasiones cuando
se presentaban epidemias que azotaban a la ciudad se establecían Juntas de Higiene de
carácter coyuntural que desaparecían una vez superada. Las mismas no estaban
obligatoriamente integradas por médicos que eran las personas más capacitadas para prestar
tal servicio, ya que el proceso de medicalización no se había establecido plenamente en la
ciudad. En el informe se recomendaba celebrar un contrato con la Sociedad de Medicina
del Cauca13 para la conservación y propagación de la vacuna, igualmente se recomendaba
que se obligara a la gente a vacunar.
Se debe recordar que entre 1880 e inicios del siglo XX, con la ayuda de la bacteriología se
descubrió a los microbios productores de las enfermedades infecciosas, llevando a la
generación de las vacunas que se crearon para luchar contra ellas. En 1871 A. Hansen
descubrió el bacilo de la lepra, en 1880 L. Laveran encontró el plasmodio de la malaria; en
1882 R. Koch develó el bacilo de la tuberculosis; en 1883 se descubrió el “vibron colérico”.
Así poco a poco, la nueva actividad investigativa se concentraba en la caza de los agentes
patógenos y el modo de combatirlos mediante vacunas, teniendo como único escenario el
laboratorio: “frente a la medicina tradicional que veía miasmas ofreciendo cuarentenas y
fumigaciones, la bacteriología encontraba microbios y recetaba vacunas” (Urteaga 2006:21-
22). Estos conocimientos ya se aplicaban en Popayán, tal y como se desprende del Informe
de 1896, que hace referencia al uso que de las mismas hacia la Sociedad de Medicina del
Cauca. Por ende ante lo que me encuentro es un proceso de tránsito entre los sistemas
asistenciales caritativos y los sistemas médicos positivistas.
La presencia de epidemias continuaba siendo numerosa a inicios del siglo XX. En tal
sentido en el Código de Policía de 1905 se estableció que cuando atacara o amenazara a la
población cualquiera epidemia grave, el Jefe de Policía debía nombrar una comisión de
médicos para que aconsejaran las precauciones que habían de tomarse para evitar el
contagio, o al menos para disminuir sus efectos. Se nombraría una Junta para reunir
recursos que permitieran atender a los que no podían asumir su curación. El Jefe de Policía
debía señalar el local más adecuado para aislar a los contagiados, de acuerdo al parecer de
médicos o de personas entendidas (Código de Policía 1905:106). Atendiendo a esta serie de
disposiciones en 1914 se tomó en arriendo un local con el fin de aislar y atender a los
virulentos; pero parece ser que las medidas llevadas a cabo para detener la peste no
surtieron el efecto que se esperaba. Un año después, se dispuso nuevamente tomar en
alquiler un local para recoger en el a los virulentos pobres. Es de anotar que el documento
consultado enfatiza en que este lugar era para alojar en su interior a los enfermos pobres,
los cuales quedaban bajo la jurisdicción de personal no calificado positivamente, de esta
manera se aprecia que bajo el amparo de las personas del común quedaban los estratos
menos favorecidos de la sociedad, ya que las capas superiores contaban con la posibilidad
de pagarse su propia consulta privada ante un médico positivista tal y como se reseñó en
páginas previas. La suerte de los menos favorecidos quedaba bajo el manto protector de los
13
La que se había fundado en 1887.
14
empiristas, aunque habría que precisar que presumiblemente contaran con la colaboración
de los médicos en esta labor, quienes prescribían lo que debía hacerse para que lo ejecutara
en estos improvisados hospitales de virulentos.
En este orden de ideas, al interior de la campaña educadora ya mencionada, el doctor
Carlos Villamil, para contrarrestar los efectos de la gripa aconsejaba el uso del baño, el
aseo individual, el control de las basuras, una adecuada aireación, el aislamiento de los
enfermos14; estas nuevas concepciones sobre el tratamiento de estas enfermedades se
hacían de manera pública en algunas escuelas municipales, durante las horas nocturnas para
facilitar que todos asistieran a las mismas. La preocupación por la propagación de la gripa
se debía a que ese año, 1918, se presentó una gran epidemia de influenza que se propagó
por toda Colombia, producida por el arribo de unos barcos que venían desde España
(Muñoz 1958:96). Contando con un brote al año siguiente en Popayán. En esta ocasión,
como ya era habitual, se creó una Junta de carácter coyuntural para atacar su propagación,
contando con la activa participación de la Conferencia de San Vicente de Paúl (Conferencia
1919:11).
De igual manera, en 1922 se presentó en la Cordillera Central otra epidemia de influenza; se
consigna que el tesorero general del Departamento, Ulpiano Riascos con el objeto de
combatir la epidemia despachó al señor Toribio Maya, provisto de buena cantidad de drogas
y elementos para atender a los enfermos. También se presentó la epidemia en los
corregimientos del rosario y en otros lugares del departamento, y en todos ellos se lo vio
prodigando a las víctimas de la enfermedad los recursos de que carecían en sus apartadas
casas (Riascos, citado en Vidal 1959:37-38). El caso de Maya que ya ha sido presentado en
un trabajo previo (Urreste, 2010) me sirve como estudio de caso para indagar la
transformación que se dio del sistema de la caridad al proceso de medicalización y de
desarrollo de la salud pública por el que estaba atravesando Popayán aunque fuera de
manera incipiente; hecho que se hace más visible al considerar el rol que jugó en relación al
control de la lepra.
14
Revista Popayán (1918) Año VIII, N° XCVI, diciembre, págs. 149-153.
15
colombiano, pasada la segunda mitad del siglo XIX los liberales que habían llegado al
poder se preocuparon por la inacción estatal en cuanto al tema social, lo que estaba en
contraste con la expansión de las organizaciones de caridad auspiciadas por los
conservadores, tales como la Conferencia de San Vicente de Paúl; cuyo crecimiento se
debía a la ausencia de instituciones estatales que velaran por el bienestar de las clases
populares. El liberalismo inauguró una política de ayuda económica a las instituciones
asistenciales, siendo el instrumento central de dicha política la creación de la Junta General
de Beneficencia, fundada en 1869 bajo el auspicio de la Conferencia de San Vicente de
Paúl y del arzobispo de Bogotá (Martínez 2001:417). El gobierno nacional determinó que la
Junta se hiciera cargo de la construcción del lazareto de Cundinamarca –que llevaría el
nombre de Agua de Dios-, obra que se entregaría en servicio en la primera década de 1880.
En 1873 el Estado central le confirió al Departamento de Bolívar una ayuda económica
para crear el nuevo lazareto de Caño de Loro (Martínez 2001:417). De igual manera se
edificó el de Contratación en el Departamento de Santander. Sin embargo, en el caso del
Cauca no se destinó ninguna ayuda estatal para la construcción del lazareto departamental,
por lo que los leprosos quedaron a cargo de La Conferencia de San Vicente de Paúl.
En repetidas ocasiones los leprosos eran apartados de sus familias, llevando a que su
cuidado quedara a cargo de La Conferencia, institución que prestaba un rol muy activo en
socorrerlos, la cual compró un lote para adecuarlo como lazareto. El lugar se adquirió en el
año de 1880, estaba ubicado a dos kilómetros de la ciudad a orillas de la quebrada de
Pubús, tributaria del Río Cauca por la margen izquierda, al occidente de Popayán; llevando
a que dicho lugar fuera mejor conocido como La Casa de Pubús. En este sitio se construyó
una casa pajiza, en la cual al principio se hospedó a 10 hombres y 2 mujeres en
habitaciones independientes. Se logro mantener durante casi cuatro décadas de existencia.
En 1885 los enfermos estaban a punto de ser trasladados a una nueva casa de teja que había
adquirido y acondicionado, por un valor de $80.000, lo que demostraba la gran cantidad de
ayuda que se lograba movilizar para esta labor. Sin embargo, las reiteradas quejas de los
vecinos del lugar al gobierno nacional para que este lugar no funcionara coincidieron con la
finalización del leprocomio Nacional de Agua de Dios (Departamento de Cundinamarca).
Dado que de los tres leprosorios nacionales este era el más cercano a Popayán, se ordenó
efectuar el traslado de ellos a este lugar (Revista Popayán 1908:144).
A pesar de que la puesta en funcionamiento del leprosorio nacional de Agua de Dios, este
quedaba muy alejado de Popayán, por lo que la Casa de Pubús se mantuvo como lugar de
paso para los leprosos que se encaminaban hacia el primer lugar; y los que se encontraban
en muy mal estado para resistir el viaje que duraba 40 días se quedaban allí a morir. En esa
época no había ni carreteras ni ferrocarriles, y se debía atravesar a caballo al solitario
Quindío y al ardiente Tolima.
En 1890 se reglamentó construir el número de leprosorios que, de acuerdo con la Junta
Central de Higiene, se juzgaban necesarios para aislar en ellos a todas las personas que
padecían de esta enfermedad (Compilaciones 1919:31). En el caso de Popayán, en 1895 el
gobierno nacional mandó a un especialista en lepra, el Doctor Sauton 15, quién dictó varias
15
El Doctor Sauton era de nacionalidad francesa, discípulo de Bonchard y de Pasteur, religioso benedicto y
médico, llegó a la ciudad en 1895. Acababa de volver de Noruega donde había hecho grandes aportes al
control de la lepra y se proponía ir a Turquía, Asia Menor, Grecia, a las Islas Sandwich y al Japón (La semana
religiosa 1895:47).
16
medidas para atajar la lepra, repartiendo folletos para evitar el contagio entre la población,
señalando el lugar adecuado para el leprosorio; pero ello no surtió el efecto suficiente
(Arboleda, citado en Gómez 1955:18-19). Sauton al igual que el Doctor Carrasquilla,
propuso la creación de hospitales municipales, como realizaba Noruega (Obregón
1997:150). En este orden de ideas, el padre Evasio Rabagli, superior de los Salesianos,
envío un telegrama a los Ordinarios Eclesiásticos de las Diócesis del Cauca y del Tolima
para que dirigieran circulares a los párrocos encargándoles de que “a la mayor brevedad
levantaran las estadísticas de los leprosos que existían en sus respectiva parroquias y la
mandarán a Bogotá”. Así se preparaban los trabajos para la creación de los lazaretos
departamentales, a fin de salvar a Colombia de la propagación de la que era considerada
como una terrible enfermedad, además de proporcionándoles a los enfermos locales
adecuados y los auxilios de que carecían hallándose aislados (La Semana Religiosa
1899:655). Sin embargo, Obregón (1997:150) argumenta que varios médicos colombianos
consideraban que está propuesta era demasiado costosa para el país, y dado que la mayoría
de los leprosos eran campesinos, el gobierno nacional decidió mantener los lazaretos ya
existentes, instalando hospitales dentro de los mismos.
En el informe del Gobernador de 1903 se señalaba que la lepra se iba extendiendo
considerablemente en el Departamento del Cauca, especialmente en las provincias de
Pasto, Popayán y Túquerres. De igual manera se hacía necesario socorrer a los leprosos
caucanos que se encontraban en Agua de Dios, ya que en la guerra les habían robado hasta
sus ropas, necesitándose socorrerlos para que no los matara el hambre (Bonilla, 1903).
Pareciera ser que las condiciones en que se encontraban los enfermos en el leprosorio
nacional no fueran las mejores, por lo que se comprende que muchos se resistieran a ser
trasladados prefiriendo permanecer en Pubús. Además se debe considerar que Agua de
Dios se encontraba muy alejada de la ciudad, lo que hacía poco atractivo la reclusión en
este lugar, más aún si consideramos que los familiares de los leprosos al ser trasladados los
enfermos debían sortear diversas vicisitudes para poder visitar a sus parientes. Otro de los
factores que permitió la sostenibilidad de Pubús se debe a que a pesar de la existencia del
hospital local, Velásquez (1995) establece que desde sus estatutos de fundación los
leprosos no eran admitidos dentro de sus instalaciones.
Mientras esto sucedía en Popayán, Obregón (1997:140-142) establece que a nivel nacional,
se creó la Oficina Central de Lazaretos en 1905, dependiente del Ministerio de Gobierno,
cuyo objetivo era unificar la dirección de los tres lazaretos nacionales: Agua de Dios,
Contratación y Caño de Loro16. Esta serie de disposiciones, contribuían al proceso de
medicalización de la lepra que se venía acentuando desde comienzos del siglo XX. Esta
situación se inscribía dentro del nuevo proceso político y social por el que atravesaba
Colombia llevando a que la lepra dejara de ser un problema de caridad cristiana como se
entendía desde la colonia. Obregón afirma que con el amanecer de la nueva centuria
16
Al ser considerada la lepra como “calamidad pública” se declaró que el aislamiento ó secuestración de los
individuos que sufrían de ella, previo examen médico, era medida de urgente necesidad. Se declaró
obligatorio el denuncio de las personas atacadas del mal, para ello se levantó el secreto profesional de los
médicos en referencia a la enfermedad para que pudieran denunciar a los leprosos; se obligaba a todos los
habitantes del país a informar sobre la presencia de ellos, o de personas que se sospechara como tal; de igual
manera se podría arrestar durante dos o seis meses a quienes los emplearan (Código de Policía 1905: apéndice
IV) (Compilaciones 1919:36-37) (Obregón 1997:144).
17
quedaban atrás las guerras civiles que habían azotado al país, las constituciones
transitorias, los debates ideologizados; llevando a que las metas deseadas fueran el
progreso económico y la modernización, por ende el problema de la lepra debía ser
solucionado, ya que su presencia estaba contrariando la imagen de país desarrollado que
Colombia deseaba proyectar al mundo. A pesar de estas disposiciones, la autora muestra
los límites de este proceso en el resto de Colombia, ya que la medicalización quedo
concentrado en los tres leprosorios nacionales. En Popayán, la Casa de Pubús se mantuvo
como un lugar en la cual se mantenían a los enfermos encerrados mientras se reunía el
número suficiente para ser trasladados a Agua de Dios; era principalmente un lugar de
paso, pero no de medicalización. Es así como se entiende que en 1912, para evitar su
propagación se continuara consignando a los leprosos en la dicho lugar. En este año se
encontraban aislados tres enfermos, que había recogido con el fin de hacerles aplicar el 606
y ver si ser obtenía su curación; pero no resultó como se esperaba. Eran sostenidos con
limosnas que se recogía para alimentarlos17. La Conferencia proporcionaba un pequeño
auxilio que según sus informes trataba de aumentar constantemente, hasta que se
consiguieran trasladar los enfermos al lazareto nacional o a la espera de que el gobierno les
decretara algún socorro (Conferencia 1912:7-8).
En 1913 La Conferencia solicitó un auxilio departamental para todos sus pobres, pero no
se atendió a la petición y en cambio se decretó se dieran $15 mensuales para los enfermos
de Pubús; estos recursos no fueron suficientes por lo que siguió acudiendo continuamente a
la caridad pública. Finalmente ante las reiteradas solicitudes al ente departamental se
determinó que se continuara entregando la suma de dinero mencionada anteriormente cada
mes para los enfermos de Pubús, quedando a cargo su cobro por parte de La Conferencia
(Conferencia 1913:10). De este dinero la gran mayoría se destinaba para ayudar a los
enfermos caucanos que ya se encontraban en Agua de Dios; la otra parte se dividía en dos
rubros, una que se entregaba directamente para el sostenimiento, mejoría y ensanche de la
Casa Pubús y otra que se depositaba en el Banco del Estado para irla sacando según lo
ameritaran las necesidades de los leprosos que se iban confinando en este lugar y que luego
serían trasladados al leprosorio nacional (Conferencia 1921:9) (Conferencia 1914:6).
En el mes de noviembre de 1913 los enfermos de Pubús y otros más que se habían
recogido fueron enviados a Agua de Dios (Conferencia 1913:9). Un año después se
organizó una nueva expedición de enfermos hacia el leprosorio nacional. A pesar de estos
traslados en 1915 se le reprochaba al alcalde de Popayán que hiciera caso omiso de esta
disposición, consignándose que:
El documento señala que entre las principales actividades realizadas ese año se contaba
con la recolección de los sindicados de lepra y su envió ante los médicos para el examen y
remisión a la leprosería. Las personas que se presumía padecían la enfermedad eran
examinados por los médicos legalistas –los cuales no estaban obligados a ello, pero
prestaban este servicio-. En este año se mandaron 17 leprosos para Agua de Dios.
La asistencia a los leprosos que se brindaba en la Casa de Pubús estaba inscrita dentro de
las prácticas populares y caritativas que se usaban para atender a los enfermos de lepra,
18
Informe del secretario de gobierno (1915). Popayán: imprenta del departamento, pág. 52.
19
situación que venía siendo devaluada con el proyecto de medicalización de la enfermedad
que se venía impulsando a nivel nacional. Es así como en 1919 sólo se encontraban en
dicho lugar tres leprosos, año en que se suspendió la ayuda económica que la gobernación
del Cauca brindaba para la ayuda de los enfermos (Conferencia 1919:10). Aunque algún
tiempo después, en los documentos de La Conferencia de San Vicente de Paúl se señala que
la situación se debió a la difícil situación económica por la que atravesaba el departamento
(Conferencia 1921:9), como hipótesis agregaría también que posiblemente la Casa de
Pubús ya no se considerara necesaria; cada vez los leprosos eran menos, siendo remitidos
directamente a Agua de Dios. Es así como en el informe de 1938 sobre el estado sanitario
del Cauca, Paz (1938:12-13) suponía que por cada enfermo de lepra controlado por la
Dirección de Higiene existía uno más sin descubrir. En el Cauca se estimaba que existían
unos 254 enfermos, o sea en la proporción de 1 por cada 1200 habitantes. La campaña
antileprosa se adelantaba por medio de un dispensario en Popayán y de una comisión
ambulante encargada de visitar todos los municipios. Se consideraba que estas dos
entidades llenaban a cabalidad su cometido y por ello se aconsejaba que debían continuar
funcionando con la organización que tenían. Con el correr de los años finalmente la lepra
logró ser controlada en Popayán, destacándose el papel que la Casa de Pubús tuvo como
lugar de paso para los leprosos que se dirigían hacia el leprosorio nacional de Agua de
Dios. Sin embargo, esta es sólo una de las actividades en que La Conferencia se destacó, ya
que de igual manera como hemos visto desempeñó un rol preponderante en el gobierno de
la población pobre de Popayán.
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