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Souza, M. Introducción. Antología de La Crítica en Bolivia. 2023

Este documento es una introducción y antología de crítica y ensayos literarios bolivianos realizada por Mauricio Souza Crespo. La antología contiene 51 ensayos de diferentes autores bolivianos divididos en 4 partes cronológicas que abarcan desde 1834 hasta 1975. El estudio introductorio provee contexto histórico sobre la crítica literaria en Bolivia a través de los años.

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Souza, M. Introducción. Antología de La Crítica en Bolivia. 2023

Este documento es una introducción y antología de crítica y ensayos literarios bolivianos realizada por Mauricio Souza Crespo. La antología contiene 51 ensayos de diferentes autores bolivianos divididos en 4 partes cronológicas que abarcan desde 1834 hasta 1975. El estudio introductorio provee contexto histórico sobre la crítica literaria en Bolivia a través de los años.

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Antología de la crítica

y del ensayo literarios


en Bolivia
Antología de la crítica
y del ensayo literarios
en Bolivia

Mauricio Souza Crespo


Estudio introductorio
y antologador
Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia / antología y estudio
introductorio por Mauricio Souza Crespo; [autores. Gabriel René-Moreno... et al.]
– La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2022.
758 p.; 23 cm. – (Biblioteca del Bicentenario de Bolivia; 130) (Letras y Artes)
isbn 978-99974-25-70-3 (tapa dura)
isbn 978-99974-25-67-3 (tapa rústica)
1. Bolivia – Antropología 2. Bolivia – Historia regional i. Souza Crespo,
Mauricio, antología y estudio introductorio ii. Vicepresidencia del Estado
Plurinacional, ed. iii. Título.

1.a edición: La Paz: Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, 2022

Edición: Mauricio Souza Crespo


Cuidado de edición: Hugo Montes Ruiz y Virginia Ruiz Prado
Diseño y diagramación: Jose Fuentes Arzabe
Gestión editorial: Jaime Herrera Bellott
Imagen de portada: xxxxxx
Derechos de la presente edición, noviembre de 2022

© Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia


Calle Mercado N.º 308
La Paz, Bolivia
(591 2) 2142000
Casilla Nº 7056, Correo Central, La Paz

Los derechos morales de las obras contenidas en el presente libro pertenecen a los autores,
herederos, causahabientes y/o cesionarios, según sea el caso.

Primera edición en esta colección: noviembre de 2022

500 ejemplares

dl: 4-1-272-2022 p.o. (tapa dura)


dl: 4-1-271-2022 p.o. (tapa rústica)

Impreso en Bolivia

Este libro se publica bajo licencia de Creative Commons:


Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional (CC BY-NC-SA 4.0)

Esta licencia permite a otros crear y distribuir obras derivadas a partir de la presente obra de modo
no comercial, siempre y cuando se atribuya la autoría y fuente de manera adecuada, y se licencien las
nuevas creaciones bajo las mismas condiciones.
Índice

Presentación [13]

Estudio introductorio
Hacia una historia crítica de la crítica literaria en Bolivia
por Mauricio Souza Crespo [15]

Sobre esta edición [51]

Antología de la crítica
y del ensayo literarios en Bolivia

Parte i
Entre la violencia y la letra:
Gabriel René-Moreno y el cuerpo ausente de la literatura
(1825-1890)

1 Discurso sobre la literatura [1834]


José Joaquín de Mora [57]

2 Literatura [1861]
Manuel José Cortés [63]

3 Algunas ideas sobre la literatura de Bolivia [1863]


Manuel María Caballero [67]

4 Introducción al estudio de los poetas bolivianos [1864]


Gabriel René-Moreno [75]

5 Fúnebres [1873]
Gabriel René-Moreno [79]

6 Prólogo: Matanzas de Yáñez [1886]


Gabriel René-Moreno [91]

7 El gaucho Martín Fierro [1881]


Pablo Subieta [95]

8 Escritores en prosa [1883]


Santiago Vaca Guzmán [99]

[5]
6 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

9 Una ligera explicación [1888]


Emeterio Villamil de Rada [107]

10 Un libro más [1888]


Joaquín de Lemoine [111]

Parte ii
Entre las letras y su sociedad:
La crítica del modernismo (1890-1925)

11 El modernismo en América [1898]


Francisco Iraizós [119]

12 Otro modernista boliviano [1898]


Daniel Sánchez Bustamante [123]

13 Rubén Darío [1916]


Ricardo Jaimes Freyre [127]

14 La lengua de Adán [c. 1930]


Bautista Saavedra [135]

15 Prólogo: Antología boliviana [1906]


Arturo Oblitas Fernández [145]

16 Horacio y el arte lírico [1915]


Franz Tamayo [153]

17 A propósito de la crítica de “Alberto López” [1905]


Armando Chirveches [157]

Parte iii
Entre la sociedad y su historia: Carlos Medinaceli
y las gestas del nacionalismo (1925-1965)

18 Literatura nacional: Daniel Calvo [1922]


Ignacio Prudencio Bustillo [165]

19 Itinerario espiritual de Bolivia [1933]


José Eduardo Guerra [173]

20 Chaupi p’unchaipi tutayarka [c. 1940]


Carlos Medinaceli [181]

21 Los prosistas bolivianos en la época del modernismo [1940]


Carlos Medinaceli [187]
Índice 7

22 El dandysmo y la personalidad de Alberto de Villegas [1936]


Roberto Prudencio [193]

23 Nacionalismo y coloniaje: Filiación de este libro [1944]


Carlos Montenegro [201]

24 Consideraciones preliminares:
Historia de la literatura boliviana [1943]
Enrique Finot [207]

25 El drama del escritor bilingüe [1941]


Adolfo Costa du Rels [213]

26 Temperamento, cultura y obra de Alcides Arguedas [1947]


Gustavo Adolfo Otero [219]

27 El runasimi [1947]
Jesús Lara [227]

28 El hombre y la naturaleza en la novelística


de don Jaime Mendoza [1950]
José Enrique Viaña [233]

29 Para una literatura nacional [1954]


Fernando Diez de Medina [241]

30 Los realistas (1905-1932) [1955]


Augusto Guzmán [249]

31 En torno a la alquimia del Padre Barba [1952]


Humberto Vásquez Machicado [253]

32 La novela de masas y una novela de Óscar Cerruto [1940]


Augusto Céspedes [257]

33 La traición del inconsciente:


Las tres Claudinas, y una cuarta, en la literatura boliviana [1951]
Enrique Vargas Sivila [263]

34 Carlos Medinaceli [1955]


Porfirio Díaz Machicao [273]

35 Belzu, precursor de la Revolución Nacional de Fausto Reinaga [1954]


Juan Quirós [277]

36 Ricardo Jaimes Freyre [1960]


Guillermo Francovich [283]

37 Estructura formal de la Historia de la Villa Imperial de Potosí [1965]


Gunnar Mendoza [287]
8 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

38 ¿Qué es un escritor?
Fausto Reinaga [295]

39 El modernismo [1975]
Óscar Cerruto [301]

40 Noticia sobre la poesía boliviana en el siglo xix [c. 1965]


Yolanda Bedregal [307]

Parte iv
Entre la historia y sus formas: Las discretas
disciplinas de la crítica profesional (desde 1955)

41 Borges, enigma y clave [1955]


Marcial Tamayo y Adolfo Ruiz-Díaz [315]

42 Notas a Juan de la Rosa [1956]


Guillermo Lora [319]

43 Buscando el De profundis de una generación [1961]


Sergio Almaraz [327]

44 En torno a Gabriel René-Moreno [1961]


Enrique Kempff Mercado [333]

45 Los mitos ávidos de Sangre de mestizos [1963]


René Zavaleta Mercado [337]

46 Interpretación y análisis de Juan de la Rosa [1966]


Wálter Navia Romero [341]

47 El cuento modernista en Bolivia [1972]


Carlos Castañón Barrientos [347]

48 Colores, olores, ruidos [1969]


Jorge Siles Salinas [355]

49 La Antígona de Sófocles [1983]


Leonardo Soruco Rivero [361]

50 Panorama de la narrativa boliviana contemporánea [1975]


Pedro Shimose [371]

51 La poesía de Hispanoamérica [1978]


Óscar Rivera-Rodas [385]

52 Estructuración crítica de Pueblo enfermo [1978]


Juan Albarracín Millán [395]
Índice 9

53 La literatura política de Augusto Céspedes [1979]


Renato Prada Oropeza [401]

54 Los versos de los poetas románticos [1988]


José Luis Roca [407]

55 Bases para el estudio de las letras bolivianas [1987]


Adolfo Cáceres Romero [411]

56 Invitación al estudio de las letras de Charcas [1990]


Josep Barnadas [421]

57 Pelos hirsutos y manos regordetas:


Lo cholo entre los intelectuales [2009]
Salvador Romero Pittari [429]

58 La estética de la lengua aymara [1992]


Xavier Albó y Félix Layme [437]

Parte v
Entre las formas y su teoría:
La era de las hipótesis académicas (desde 1975)

59 Retorno y dispersión en La Chaskañawi [1977]


Luis H. Antezana [445]

60 Canciones chimane [1983]


Luis H. Antezana [457]

61 Propuestas para un diálogo


sobre el espacio literario boliviano [1985]
Blanca Wiethüchter [467]

62 Los principios éticos de una vida y una obra [1986]


Blanca Wiethüchter [477]

63 Óscar Cerruto: La soledad del poder [1984]


Eduardo Mitre [483]

64 Ricardo Jaimes Freyre: La escritura del eco [1994]


Eduardo Mitre [493]

65 Los primeros años del teatro boliviano [1980]


Óscar Muñoz Cadima [513]

66 Estetizando la política:
Visión, disciplina y disenso alegórico [2005]
Javier Sanjinés C. [519]
10 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

67 Indios, criollos y fiesta barroca en la Historia


de Potosí de Bartolomé Arzáns [1995]
Leonardo García Pabón [523]

68 Prólogo. Juan de la Rosa [2005]


Alba María Paz Soldán [545]

69 Introducción general:
Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia [2002]
Alba María Paz Soldán y Blanca Wiethüchter [559]

70 La ciudad periférica
(acerca de la nueva narrativa boliviana) [1997]
Juan Carlos Orihuela [569]

71 Convite: De mestizajes, indigenismos, neoindigenismos y otros [2008]


Rosario Rodríguez Márquez [579]

72 Naturaleza y nacionalismo [1997]


Josefa Salmón [585]

73 Notas en torno a Sangre de mestizos de Augusto Céspedes [1985]


Rubén Vargas [591]

Parte vi
Entre la teoría y sus escrituras (desde el 2000)

74 Apuntes sobre el afuera: K’ita, puruma y literatura [2014]


Juan Cristóbal Mac Lean [601]

75 La india que da risa [2011]


Gilmar Gonzales Salinas [607]

76 Íntimas de Adela Zamudio [2012]


Virginia Ayllón [613]

77 Periódicos e historias literarias [2018]


Fernando Unzueta [619]

78 Conspiración, moral y demolición:


“El demoledor” de Arturo Borda [2004]
Ana Rebeca Prada [627]

79 La vanguardia plebeya del Titikaka [2015]


Elizabeth Monasterios [633]

80 Hacia una caracterización de la poesía charqueña


(inicios del siglo xvii) [2012]
Andrés Eichmann Oehrli [639]
Índice 11

81 Los cuentos de escritores de Henry James [2010]


Wálter I. Vargas [645]

82 Apuntes sobre la poética de Jesús Urzagasti [2012]


Juan Carlos Ramiro Quiroga [653]

83 Dura lex [2003]


Marcelo Villena Alvarado [657]

Bibliografías

Noticia bibliográfica de los textos antologados [669]

Bibliografía general sobre literatura boliviana [681]

La crítica de la literatura en Bolivia (1834-2022):


Bibliografía mínima por autores [715]

Nota biobibliográfica sobre el antologador [769]


Presentación

La Biblioteca del Bicentenario


de Bolivia

B
olivia cumplirá 200 años de vida independiente en 2025. La prepa-
ración de tan importante aniversario ha dado pie a varios proyec-
tos políticos y culturales; entre ellos, el mayor emprendimiento
editorial del Estado: la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (bbb). 200
títulos, repartidos en las cuatro series, forman su colección: Historias y
geografías; Letras y artes; Sociedades; y Diccionarios y compendios. Cada
uno de estos libros fue ardua y responsablemente discutido y consensua-
do por especialistas reconocidos en las áreas que abarca la Biblioteca, de
abril a diciembre de 2014. Desde entonces, los libros están siendo editados
para constituir esta Biblioteca de y para todos los bolivianos. Como toda
selección, no está exenta de polémica por ausencias o demasías; el mismo
hecho de que se piense y discuta sobre los títulos es ya un logro para la
vocación dialógica de este proyecto cultural.
Desde su génesis, en la bbb han participado académicos y expertos de
diversas disciplinas y múltiples contextos. En la selección de los títulos, en
la elaboración de las antologías o en la escritura de los estudios introduc-
torios se reconocen tantas voces y evocaciones que aportan a la Biblioteca
la que es, quizá, una de sus mayores cualidades: la pluralidad. Las obras
que constituyen la bbb atraviesan el tiempo y el espacio, transitan siglos,
un viaje ineludible; abarcan geografías e ideologías, escriben bolivianos
y extranjeros; son una mirada caleidoscópica que puede inspirarnos para
conocernos mejor, un espejo que nos permite mirarnos de cerca, de lejos,
desde varias perspectivas.

[13]
14 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Entre el afán educativo y la vocación lectora, la bbb ha consolidado


un espacio en el imaginario y en la agenda de muchos lectores, pero son
más a los que queremos llegar. Aumentar el número de lectores, mejorar
la calidad de la lectura, agudizar el pensamiento crítico o desarrollar la
sensibilidad estética pueden parecer objetivos difíciles, incluso en países
con mayor tradición editorial, pero son el desafío que se ha planteado la
Biblioteca del Bicentenario de Bolivia. Es nuestro anhelo que este proyecto
siga adelante, se consolide y crezca. 200 libros para los 200 años es un
eslogan atractivo, mas no tiene por qué ser un límite, sino un punto de
partida. Por lo pronto, editar esos libros y publicarlos es la gran responsabi-
lidad que asumimos con los lectores que tenemos y con los que esperamos.
Estudio introductorio

Hacia una historia crítica


de la crítica literaria en Bolivia

Mauricio Souza Crespo*1

Elogio de la crítica literaria en Bolivia


No son pocos los persistentes prejuicios que entorpecen la consideración
de la historia de la crítica literaria en Bolivia. A las dificultades y desacuer-
dos en la comprensión de este género –pues para cada quien la crítica es
algo distinto–, hay que añadirle el peso de una larga y conocida lista de
ideas recibidas: la noción, entre torpe y rencorosa, que ve en el crítico
a un parásito textual (pues se ocupa de escribir no sobre el mundo, sino
sobre textos ajenos); la expectativa, incluso hoy frecuente, de que la crítica
sea una herramienta de promoción y difusión de las letras nacionales; la
certeza de que los textos críticos deben ser solo evaluaciones –mejor si
periodísticas– de la relativa calidad de aquello que interpretan; las sospe-
chas sobre la inexistencia de aquello que se desconoce; etc.

* Mauricio Souza Crespo es por ahora catedrático de la Carrera de Literatura de la


Universidad Mayor de San Andrés y fue por casi una década director editorial de
Plural editores. Además, y por más de treinta años, ha trabajado o colaborado en
medios de prensa. Ha publicado dos libros –Lugares comunes del modernismo (2003)
y Después de Sanjinés: Una década de cine boliviano (2018; segunda edición, 2022)– y
sus ensayos y artículos han aparecido en revistas especializadas de varios países.
Fue editor general de la colección 15 Novelas Fundamentales del Ministerio de Cul-
turas del Estado Plurinacional de Bolivia (2012). Es el responsable, entre otras,
de las ediciones y estudios introductorios de: Obra poética y narrativa de Ricardo
Jaimes Freyre (2005), Obra completa de René Zavaleta Mercado (tres tomos, cuatro
volúmenes: 2011-2015), Ensayos escogidos de Luis H. Antezana (2011), La lengua de
Adán de Emeterio Villamil de Rada (2016), Paquito de las Salves de Marceliano Montero
en la versión de Jorge Suárez (2022) y Últimos días coloniales en el Alto Perú (2022) de
Gabriel René-Moreno.

[15]
16 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Se puede, por supuesto, en un afán aclaratorio y polémico, decir


lo contrario a estos prejuicios: que la literatura boliviana no existiría
–como tal, esto es, como “literatura boliviana”– sin la crítica que la
acompaña y organiza; que las inmediatas y breves tareas evaluativas del
periodismo son lo menos memorable de una tradición que encuentra su
mejor definición en monografías de mediano aliento y en la sociología e
historiografía literarias; que la promoción y difusión es una actividad a la
que la crítica poco o nada puede contribuir y en la que hemos fracasado
por otras razones (la principal: el escaso interés de nuestra “clase letrada
paraestatal” por las letras y de nuestros movimientos nacional-populares
por la lectura); y que la crítica literaria no solo sí existe en Bolivia, sino
que deja entrever –acaso más que en otros géneros– un corpus textual
inmenso, exuberante, a ratos excepcional.
O se podría responder a los prejuicios que he nombrado con un ejemplo
de didáctica claridad, proporcionado además por el santo patrono de esta
antología y de este antologador: Gabriel René-Moreno (1836-1908). El mayor
escritor boliviano del siglo xix, René-Moreno, no fue novelista ni poeta ni
dramaturgo: fue crítico y lector de textos ajenos (poemas, gacetas, docu-
mentos). Lo que leyó sobrevive –y en parte lo seguimos leyendo– porque él
lo leyó antes. “Promocionó” la literatura boliviana –sin duda– pero a contra-
pelo de una clase letrada apenas interesada en ella: para René-Moreno, leer
fue un acto solitario de preservación y cuidado de la memoria de muertos.
Aunque evaluativo (e inmisericorde), el genio de sus textos críticos radica
en otra parte: en su capacidad de producir categorías y herramientas de
lectura. Fue él quien describió por primera vez la ciudad letrada, un dominio
gremial con sus propios usos y costumbres; o el que conjeturó la existencia
de una literatura sepulcral o funeraria boliviana, entregada, decía, al mismo
impulso que animaba a las constituciones políticas en este país: el de la
“fragilidad, muerte y disolución” (pág. 87);2 el que pensó que había que leer
los textos –incluso los malos– como si fueran “jirones del aliento social”
(pág. 92); el que postuló la necesidad de reconstruir el “consorcio de cir-
cunstancias” (o totalidad) de una lectura. Y que dejó una obra considerable
y aún inexplorada: decenas de ensayos y centenas de notas “bibliográficas”
en los que abundan la lucidez y el genio.

2 Buena parte de las referencias en estas notas sobre la historia de la crítica lite-
raria en Bolivia remiten a los textos antologados en este mismo volumen. Se
indica, en esos casos, solo el número de página.
Estudio introductorio 17

Sobre la crítica literaria en Bolivia


No existe ninguna antología anterior de la crítica literaria en Bolivia.
Quizá porque no se considera a este género un género. O tal vez porque
los críticos de literatura –los llamados a hacer esos trabajos– no están acos-
tumbrados aquí a hablar de su propio oficio ni de sus colegas. Los pocos
breves estudios generales y sintéticos sobre la crítica literaria en Bolivia
oscilan entre dos extremos: a) el listado o censo irrestricto de críticos y
b) el señalamiento de figuras “emblemáticas y señeras”, encarnación
rápida de algún tipo de noción, gesto o idea de la práctica crítica. Estos
dos tipos son útiles de diferente manera.
Del primer tipo, por ejemplo, es representativo el texto temprano de
Carlos Castañón Barrientos “Nuestra crítica literaria actual” (1966). Luego
de declarar el magisterio de René-Moreno y Carlos Medinaceli, Castañón
pasa a hacer una detallada revista de la obra de los críticos de literatura
entonces en ejercicio: nada menos que algo más de 50. Del segundo tipo,
es indicativo el texto de Leonardo García Pabón “Aproximación a la crítica
literaria en Bolivia de 1960 a 1980” (1985). En él, García Pabón está más
interesado en explicar tendencias e ideas generales que en hacer un censo
minucioso de la crítica de esos años.
Estos acercamientos son útiles pero insuficientes para empezar si-
quiera a enfrentar un corpus textual inmenso, casi inmanejable. Porque
la crítica literaria es quizá –junto a la poesía– el género más practicado
en la historia de nuestras letras. Una idea aproximada la ofrece, para el
período 1960-1985, la bibliografía sobre “ensayo” de Wilma Torrico (1985).
Es posible que nos hagamos una idea más precisa de las magnitudes en
juego al considerar que hemos seleccionado en esta antología –y ejercien-
do cortes temporales y difíciles exclusiones injustas– más de 80 textos de
casi 80 autores. Y que nuestra bibliografía mínima –que se sabe selectiva,
incompleta y provisional– de la crítica literaria en Bolivia reúne a más de
170 autores y más de 700 textos.
A lo dicho, añado una consideración más: este corpus es, al igual que
tantos de la literatura boliviana, un corpus disperso. Nuestra crítica es en
buena medida una crítica publicada en revistas y suplementos (como en
todo el mundo, habría que añadir). Pero no tenemos índices de la mayoría
de las principales revistas y suplementos literarios de nuestra historia (los
hay de las revistas Kollasuyo [1939-1974] y Khana [1953-2008]). Tampoco hay
colecciones completas de algunas de esas revistas y suplementos. De hecho,
hay críticos fundamentales cuya obra está todavía a la espera de un compila-
dor: Julio Lucas Jaimes, Armando Chirveches, Pedro Shimose, por ejemplo, e
18 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

incluso el mismo Medinaceli solo recientemente ha encontrado la suya.3 En


suma, el corpus de la crítica en Bolivia es también un corpus ausente.
También queda por hacerse el trabajo crítico de reconstrucción de la
historia institucional de la crítica en Bolivia (aunque, en ello, los estudios
de Salvador Romero Pittari [1998; 2009] son los primeros avances). Las
preguntas son muchas; de hecho, son más que suficientes para mantener
ocupada en su investigación toda una vida: ¿Cómo y dónde se ha publicado
la crítica literaria en Bolivia a lo largo de su historia republicana? ¿Qué
diferencias hay y hubo entre la crítica publicada en periódicos y la apare-
cida solo en libros y revistas especializadas? ¿Cuáles son nuestros clásicos
literarios desde el punto de vista de su recepción crítica (cantidad y calidad
de estudios y reseñas que provocaron)? ¿Qué funciones tuvieron algunos
suplementos literarios, revistas y libros específicos entre 1825 y 2021? ¿Qué
grupos informales, asociaciones, movimientos generacionales, bohemias
contribuyeron a esta historia? ¿Qué redes intelectuales regionales y trans-
nacionales son rastreables? ¿Qué papel cumplieron las universidades en la
configuración de la crítica en Bolivia? ¿De qué han vivido los críticos? ¿Qué
y dónde estudiaron? ¿Qué teorías, ideas y autores “de apoyo” se citan y usan
con más frecuencia según los diferentes momentos intelectuales de esta
tradición? ¿Qué relaciones de lectura son verificables entre una generación
y las otras? ¿En qué lugares se ha hecho la crítica?

Una breve historia de la crítica en Bolivia


(según los textos de esta antología)
En principio, propongo aquí una organización y periodización de la
historia de la crítica literaria en Bolivia que, además de consideraciones
generacionales, responde –emulando esfuerzos similares– a una idea crítica.
Esa idea, bastante simple, es la siguiente: la de una definición epocal a partir
de las tensiones, no unánimes pero sí dominantes, entre reclamos intelectuales de
difícil conciliación.
Son estos los períodos que identifico:

i. Entre la violencia y la letra: Gabriel René-Moreno y el cuerpo ausente


de la literatura (1825-1890).

3 Véase la compilación y edición de Ximena Soruco Sologuren: Carlos Medinaceli,


Obra completa. Tomo 1: Ensayos reunidos (1915-1930). La Paz: Carrera de Literatura /
iil / Plural editores, 2021.
Estudio introductorio 19

ii. Entre las letras y su sociedad: La crítica del modernismo (1890-1925).


iii. Entre la sociedad y su historia: Carlos Medinaceli y las gestas del
nacionalismo (1925-1965).
iv. Entre la historia y sus formas: Las discretas disciplinas de la crítica
profesional (desde 1955).
v. Entre las formas y su teoría: La era de las hipótesis académicas
(desde 1975).
vi. Entre la teoría y sus escrituras: Hacia una literatura k’ita (desde el
2000).

Parte i
Entre la violencia y la letra:
Gabriel René-Moreno y el cuerpo ausente
de la literatura (1825-1890)

“La ficción, señores, es necesaria a nuestra flaqueza”, declaraba entusias-


mado el exilado español José Joaquín de Mora el 5 de diciembre de 1834 al
inaugurar la cátedra de literatura de la Universidad Mayor de San Andrés
(pág. 60). La literatura –insistía– no es un pasatiempo ni una frivolidad,
sino un “intérprete” imprescindible de “los prodigios” del mundo, una
herramienta de civilidad que el Gobierno de Andrés de Santa Cruz debía
cultivar y promover a través de la educación pública (pág. 58).
El entusiasmo letrado de Mora no será ni duradero ni contagioso:
apenas tres décadas después, los fundadores de la crítica literaria en
Bolivia –Manuel José Cortés, Manuel María Caballero, René-Moreno–
parecen haberlo perdido por completo, concentrados acaso en responder
a la que percibían una urgente tensión entre la melancólica tragedia de la
vida social –con sus violencias políticas rutinarias y a veces campales– y
la posibilidad misma de una literatura boliviana, de cuya existencia no
se tenían sino dudas. Al igual que a otros ensayistas latinoamericanos de
la época, a estos escritores no los preocupaba –a la manera de Mora– la
definición abstracta de los dones civilizatorios de la letra sino específicas
preguntas sobre su naturaleza y función en tierras americanas: ¿En qué
lengua debía hablar esta nueva literatura? ¿De qué debía hablar? ¿Qué
sociedad la haría posible? ¿Qué géneros y formas textuales eran imagi-
nables en ese lugar y en ese tiempo? ¿Existía una literatura boliviana?
¿Llegaría a existir?
El cotagaiteño Cortés, por ejemplo, propone ya en 1861, en una breve
y contradictoria sociología de las letras nacionales, nociones generales de
20 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

duradera influencia, casi lugares comunes de nuestra tradición crítica:


señala el modesto dominio, en el incipiente sistema de las letras bolivianas,
de la poesía lírica, por ejemplo; o conjetura la improbabilidad social de
algunos géneros (la comedia, dice, requiere de grandes ciudades, que no
tenemos); o denuncia los terribles perjuicios de nuestro afán imitativo;
o reconoce en la política la gran enemiga institucional de las letras.
El vallegrandino Caballero, apenas dos años después –en la revista La
Aurora Literaria (Sucre, 1863-1864)–, amplía, matizándolas, algunas de las
ideas de Cortés: repite, por ejemplo, que el plagio de formas ajenas sofoca
nuestro desarrollo cultural y nos hace escribir –cual zombis– de “abriles
floridos” y “labios de coral” (pág. 71). Pero Caballero insinúa también algo
más interesante: un sistema crítico, que llama la “utopía de la literatura en
Bolivia” (pág. 72). Dos ideas son indispensables en su utopía: a) la necesidad
de una literatura hecha no a partir de “reminiscencias de lecturas” sino
de aquello que “nos rodea, nos toca y nos penetra” (pág. 74) (y de ahí que
Caballero, a diferencia de la mayoría de nuestros críticos decimonónicos,
sostuviera que la política era uno de los escasos impulsos vitales, hones-
tos, de la literatura boliviana); y b) la dilucidación o elección de nuestra
herencia cultural, del modelo de una filiación (algo que obsesionará luego
a los críticos del nacionalismo). Sobre lo último su conclusión es de visible
influencia en la crítica posterior: la literatura boliviana, si va a existir, no
le deberá casi nada al pasado indígena precolombino –que, por la ausen-
cia de escritura, para Caballero es un misterio irrecuperable– y romperá
necesariamente con la herencia española, pues nuestra cultura es un árbol
que se nutre de otro suelo y de otros aires. En suma, “no podemos ni debemos
escribir como se habla y escribe en otras partes” (pág. 73). Emeterio Vi-
llamil de Rada, en cambio, por esos mismos años defiende la idea de que
es precisamente el legado precolombino –el aymara, luego de su rescate
filológico– el que definirá nuestro lugar en el mundo.
La pregunta insistente de si existe una literatura boliviana –pregunta
que nuestros críticos no dejan de hacerse hasta entrado el siglo xx– es
reemplazada, en la obra inaugural de Gabriel René-Moreno, por otra para
él más urgente: ¿qué es lo que hace imposible la existencia de la literatura en
Bolivia? Su respuesta es directa: son el despotismo y la anarquía social los
que impiden un sustento institucional mínimo para el florecimiento de
las letras. En su formulación más fuerte, la del texto que funda –en mi
opinión– la crítica en Bolivia, “Fúnebres” de 1873, René-Moreno describe,
con algo de sorna, una especie de círculo vicioso y trágico: la tiranía y
la violencia política producen los muertos que luego otros poetas se en-
cargarán, en el cementerio, de homenajear en sus escritos; escritos que
Estudio introductorio 21

quizá provocarán más muertes y, con ellas, más poesía. Estos escritores
–dice René-Moreno– en realidad simplemente son un síntoma de las limi-
taciones de una sociedad no constituida: porque la literatura requiere de
una sociedad civil no atravesada por la crisis, por la enfermedad. (En esta
antigua polémica, otros –después– responderán que el caos o la decadencia
sociales nunca han sido un impedimento de las artes).
Además de su fundacional pesimismo sobre la literatura en Bolivia,
en “Fúnebres” René-Moreno establece un repertorio de gestos y actos que
luego reproducirá, con menor claridad pero igual pasión, el crítico más
importante de la primera parte del siglo xx, Carlos Medinaceli. Y René-Mo-
reno lo hace modestamente, cual si lo suyo fuera –à la Borges– un comen-
tario bibliográfico. En concreto: a) Advierte el desencuentro entre formas
y contenidos en la literatura boliviana. Es decir, que la sociedad produce
aquí contenidos y vitalidades que no son expresables en las formas y dis-
tinciones dominantes de la literatura europea. Este desencuentro puede ser
productivo: nuestros contenidos acaban desencadenando una autonomía
o genio formal. Si en Argentina Domingo Faustino Sarmiento escribe el
inclasificable Facundo (1845) y en Brasil Joaquim Machado de Assis inventa
una peculiar hechura novelesca en su Brás Cubas (1881), René-Moreno ima-
gina –en el trabajo de su lectura– una forma a medio camino entre la orali-
dad y la escritura: los textos “fúnebres”, un “género sepulcral” (págs. 83-85).
b) El ensayo crítico narra también el trabajo del crítico, el proceso por el
que descubre o trama un género textual en su labor misma de rescate,
recopilación y ordenamiento de papeles para su biblioteca. Hasta hoy, esa
será una condición mínima y determinante de la crítica literaria en Bolivia:
leer aquí es restituir un corpus textual disperso, mutilado o perdido. Luego
Medinaceli describirá, también con sorna, su pelea con las mantequeras
de Potosí por rescatar el papel de los archivos (como antes René-Moreno
lo había hecho con su lucha contra la saliva humana y los ancucus).4
c) Para René-Moreno, el interés del corpus textual reconstituido no radica
en su “calidad literaria” –aunque señalarla sea una de las funciones del
crítico–, sino en que esos pedazos de escritura resucitados son “jirones
del aliento social” y su lectura un acto de restitución.
Será Santiago Vaca Guzmán –en 1883 y desde la paz liberal posterior
al desastre de la guerra del Pacífico– el que abandona la urgencia con que
sus mayores habían abordado las letras en Bolivia y articula el que será

4 La batalla del lector con los ancucus –dulces envueltos en papel (florete catalán)
proveniente de los archivos, según René-Moreno– se narra en “Los archivos
históricos en la capital de Bolivia” de 1876.
22 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

un mantra del pensamiento liberal (dominante hasta entrado el siglo xx):


los estamentos de la sociedad boliviana están llamados a cumplir tareas
según sus innatas capacidades étnicas: indios y cholos se encargarán del
trabajo –agrario y obrero, respectivamente–, mientras que la “clase culta
de sangre española” será la natural “depositaria de las letras” (pág. 100).
Franz Tamayo, en su Creación de la pedagogía nacional de 1910, repetirá ideas
similares, aunque ya propuestas según la imagen de un mestizaje que
combina –Frankenstein andino– esos “talentos étnicos” diferenciados.
Al final de este período, con los entusiasmos internacionalistas del
modernismo, aparecerá una crítica literaria que se desentiende por com-
pleto de las angustias sobre la posibilidad de la literatura en Bolivia. Con
Joaquín de Lemoine, por ejemplo, reseñador de libros según un nuevo
impulso: la lectura ya es consumo personal, encuentro –biográfico y
confesional– con un texto.

Parte ii
Entre las letras y su sociedad:
La crítica del modernismo (1890-1925)

No pocos de los escritos crítico-literarios del período 1890-1925 parecen


entregarse a la sospecha o ansiedad ya no de la inexistencia de la literatura
boliviana –típica del período anterior– sino de su crónico desencuentro con
el mundo que la rodea. En concreto, se denuncia –en los comentarios de
Francisco Iraizós y Daniel Sánchez Bustamante aquí incluidos, por ejem-
plo– no solo una cultura letrada ajena a su entorno local –alienación que
provoca poemas que son como “orquídeas en los Andes”, ironiza Iraizós
(pág. 119)–, sino una literatura que, por su deseo mimético, daña o impi-
de la reconstrucción de las relaciones orgánicas con nuestros verdaderos
orígenes nacionales. La recepción del modernismo en Bolivia –por lo ge-
neral hostil– se obstinará por ello en dos rechazos críticos: a) identifica,
en la nueva literatura que llega de afuera, “formas inorgánicas”, o sea,
separadas de los contenidos y modos de la vida local; b) conjetura que
esas “formas de la inorganicidad” prosperan por el vacío creado por la
“dislocación” –la palabra es de Arturo Oblitas (pág. 148)– de una filiación
cultural genuina; a saber, por nuestra irreflexiva separación o rechazo
de la herencia española.
La denunciada incompatibilidad entre los contenidos propios –lo
que Iraizós llama “el genio americano”– y las seductoras formas ajenas
conduce, en estos rechazos críticos del modernismo, a la inscripción de
una serie de ideas complementarias de considerable influencia, ideas que
Estudio introductorio 23

van bastante más allá de la mera denuncia del “carácter imitativo” de la


cultura letrada boliviana. Se plantea, por ejemplo, que la incongruencia
con lo que lo rodea produce entre nosotros un modernismo periférico y sin
modernidad, aluvional, de formas fatalmente alejadas de su “substrato
vital”. La opción, en este diagnóstico, de acudir a filiaciones alternativas
es rápidamente descartada: en el mismo lenguaje de la organicidad, y
con horror abyecto, Bautista Saavedra describe como “aborto híbrido
muerto al nacer” o “epilepsia filológica” (pág. 141) la hipótesis genea-
lógica nativista de Villamil de Rada –y su postulación del origen divino
del aymara–. Oblitas, por su parte, desestima la viabilidad de la tradición
oral quechua por la que considera su pobreza o irrealidad. En suma, la
literatura boliviana, aunque existe, es una suerte de enfermedad o impasse
biológico, atrapada entre tres destinos estériles: formas ajenas al medio
(las del modernismo), tradiciones inviables (la aymara y la quechua) y el
remanente, igualmente muerto, de una literatura contemplativa y quieta,
absorta en la descripción del paisaje (y no de la sociedad).
Este impasse en la crítica de la literatura se resuelve en la obra de Ri-
cardo Jaimes Freyre, Franz Tamayo y el grupo Palabras Libres (1905-1906).
Y se resuelve por la reformulación de los propios términos del debate: se
propone la directa inscripción de la literatura boliviana en una genealo-
gía literaria, y no antropológica, definida por sus usos diferenciados del
lenguaje. Tamayo, por ejemplo, en su magnífico ensayo Horacio y el arte
lírico (1915), ve en las formas de la modernidad poética no recientes im-
portaciones de Francia sino expresiones de la sensibilidad de la época. A la
antigua lengua horaciana de las superficies y concreciones materiales del
mundo –un arte visual–, los nuevos tiempos opondrán un arte verbal de la
interioridad y la música, instrumento acaso adecuado para expresar “el ge-
nio racial” y despertar –dice Tamayo– “no se sabe qué energías” (pág. 156).
Años antes, en 1905, Armando Chirveches había descrito y defendido a
su grupo, Palabras Libres –del que también era parte Alcides Arguedas–
como a un movimiento cultural que era “fecundo” precisamente porque
rompía la conexión con una literatura española “detenida en 1830” y
porque seguía e imitaba gozosamente a padres alternativos, maestros
de una genealogía mundial (Flaubert, Zola, Whitman, Baudelaire).
Es Jaimes Freyre –a propósito de la muerte de Rubén Darío en 1916– el
que irá más lejos en su respuesta a los supuestos impasses de la literatura
hispanoamericana. En su explicación teórica de la “revolución modernis-
ta”, el lenguaje de los fracasos biológicos –con sus formas inorgánicas y sus
abortos– será reemplazado por los fervores de la reforma intelectual; o sea,
por el lenguaje religioso. Para empezar, la que estaba muerta o en crisis
24 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

hacia 1880 –dice Jaimes– era la literatura en lengua castellana, dominio


estéril en el que oficiaban “sacerdotes sin genio” (pág. 128). La irrupción
del modernismo ­–que no deriva sino que es simultánea a irrupciones pare-
cidas en otras lenguas y en otros lados– es, en ello, una salvación: formula
un nuevo lenguaje, un nuevo instrumento de conocimiento que –atento
a las voces de la tradición– propugna una avidez cultural universalista y
una aceptación celebratoria de la heterogeneidad del mundo. En ello, el
poeta modernista no es un ecléctico –que superpone o costura, imitando,
retazos de aquí y allá– sino un alquimista, un agente de la transfiguración
de los contenidos del mundo en formas nuevas, vagas y enigmáticas (y ya
no inorgánicas y ajenas), separadas por igual del “día clásico” y la “noche
romántica”, cercanas a la fecunda indeterminación del crepúsculo.
Así, en un tiempo de penumbras, el espíritu se hace cuerpo gracias a la
intervención de un pequeño grupo de artífices de la palabra.

Parte iii
Entre la sociedad y su historia:
Carlos Medinaceli y las gestas del nacionalismo (1925-1965)

Un insistente y lúcido gesto historiográfico es dominante en la crítica de


la literatura entre 1925 y 1965: pensar la cultura letrada en Bolivia exige
–para estos críticos– repensar la sociedad que la produce; y repensar esa
sociedad supone volver a narrar su historia. Son dos las maneras prin-
cipales en que este fervor historiográfico se manifiesta: a) la propuesta
–y puesta en práctica– de procedimientos de interpretación, claves de
lectura que hacen legible y, al mismo tiempo, organizan la tradición;
b) una continua sospecha de que la nuestra, por ahora y mientras que un
destino nacional no sea buscado, es una cultura letrada de gran fragilidad,
discontinua, casi imposible.
Los esquemas interpretativos de la cultura boliviana que esta época
concibe son sin duda diversos y múltiples, aunque se suelen fatigar dos:
las lecturas psicológicas de la cultura (las tesis de Alcides Arguedas, en
Pueblo enfermo [1909], no son sino eso) y, también, la supeditación de las
sensibilidades nacionales a una geografía o teoría del paisaje. Por su par-
te, los que se atreven a insinuar que quizá lo que defina nuestra cultura
letrada sea su fracaso –por ejemplo, Medinaceli– suelen concentrarse en
señalar la trágica contradicción en Bolivia entre la lógica de la sobrevi-
vencia social y los requerimientos de la obra.
La psicología de autores y tradiciones es un gesto que explica un
buen número de proyectos críticos de la época, aunque eso no signifique
Estudio introductorio 25

que la psicología que manejan esos distintos proyectos sea la misma.


Gustavo Adolfo Otero, por ejemplo, en su influyente retrato de la vida y
obra de Arguedas (1948), propone, en tanto clave, una psicología mestiza
no resuelta, torturada por reclamos incompatibles: Arguedas no es sino
un “ciclotímico en plan de normalidad” (pág. 221). La figura del sujeto
perseguido por los reclamos irreconciliables que se disputan su alma es
también, en una versión ya obscena por su vulgaridad, la que Porfirio
Díaz Machicao adopta en su acercamiento a la obra de Medinaceli, que
lee desde una heterogeneidad chola que es ya degradación esquizofrénica:
“Con luz de Occidente descubrió la tiniebla mestiza y con copla de cholos
embriagó su ansiedad europea” (pág. 276).
En respuesta a estas tragedias de la escindida subjetividad nacional,
habría que recordar a los críticos que celebraron su productiva irreso-
lución: Adolfo Costa du Rels y su defensa del escritor que escribe en el
intervalo agónico –la distancia– entre dos lenguajes (“El drama del escritor
bilingüe” de 1941); o la iluminadora posibilidad –planteada por Enrique
Vargas Sivila– de interpretar nuestra tradición por el retorno de lo repri-
mido: esas Claudinas que –apariciones fantasmales de una madre que no se
quiere ir– regresan con el mismo nombre a los relatos de Jaime Mendoza,
Costa du Rels y Medinaceli. Pero sobre todo es Gunnar Mendoza el que
reivindica en la prodigiosa productividad de un estilo –el de Bartolomé
Arzáns– lo que llama su “índole plural”. La “contigüidad” de lo diverso
–historia y ficción, escritura y oralidad, moral y deseo– es en ese estilo el
principio de una escritura que encuentra felizmente su forma: “la técnica
de la superposición”.
El paisaje, en cambio, en tanto clave historiográfica y crítica,
desencadenó más panoramas que lecturas concretas: es un gesto más
bien clasificatorio y comparativo. Es José Eduardo Guerra su primer gran
cultor en una preciosa descripción general de la literatura boliviana (del
modernismo a la generación del Chaco), el Itinerario espiritual de Bolivia de
1934, una “geografía literaria” que elude la historia para entregarse a las
“visiones subjetivas de la naturaleza”. Veinte años después, esta misma
teoría deviene sistema en el Literatura boliviana (1954) de Fernando Diez
de Medina, que reproduce con claridad y elocuencia lo que ya era para
entonces un agotado lugar común: nuestra literatura es menos una his-
toria que una geografía, dividida esta en montaña, valle y llanuras, con
sus respectivos pueblos dominantes (aymaras, quechuas y “orientales”)
y sus respectivos temperamentos (“rudos y beligerantes” los andinos,
“tiernos y sensuales” los vallunos, “exuberantes” los de la llanura.
26 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Si René-Moreno había definido las tareas de la crítica literaria bolivia-


na en la segunda mitad del siglo xix, Medinaceli lo hace en esta primera
mitad del xx (y hasta entrados los años sesenta). Pero la suya no es una
ruptura, sino una especie de inteligente reinterpretación nacionalista de
los presupuestos de René-Moreno. A saber: a) cree que la viabilidad de la
cultura boliviana dependerá de su conexión con un “pulso vital” –eso que,
en 1886, René-Moreno llamaba “aliento social” (pág. 92)–, y que Medinaceli
resume en el entrañable concepto de “intimidad del sentido”, especie de
sensibilidad racial intraducible e intransferible (y, claro, oral y quechua)
(pág. 182); b) pero, al mismo tiempo, sospecha que la cultura letrada ha
sido y es –hasta ahora– inviable en Bolivia, en una larga y triste historia
de fracasos generacionales, destinos que no se realizan y “donde casi todas
las cosas quedan a medio hacerse”. Esta conclusión explica el pesimismo
de Medinaceli sobre la literatura boliviana en general –cercada por un mar
de oralidad– y subyace a su autobiográfica caracterización del intelectual:
rescatista de papeles que nadie quiere, excéntrico y anómalo, en batalla
perdida con el ambiente (imagen que también hereda de René-Moreno y
su combate con las ancuqueras: los lectores versus los que quieren el papel
para comérselo).
Son dos las filiaciones en juego en la obra crítica de Medinaceli, filia-
ciones incompatibles y enfrentadas: la biológica y racial –con sus familias
y lenguas orales íntimas, vitales como un vaso de leche–5 y la de la cultura
electiva de las letras (y sus bibliotecas que desaparecen o son destruidas,
sus “bichos excéntricos” –los intelectuales–, su genealogía trunca). De
hecho, la oposición entre vida y obra que exploran varios de los mejores
ensayos críticos de Medinaceli ya no es la que enfrentaba en el siglo
xix el despotismo y la anarquía social a la posibilidad de una literatura
boliviana; ahora no son las urgencias y crisis de la política las que hacen
inviable la obra sino la rutina social: los empleos estatales, la docencia y el
periodismo (formas del pongueaje intelectual, según Medinaceli), el alcohol
de las bohemias, el encholamiento, la familia. Pero sabemos que, a pesar
de su pesimismo, Medinaceli inventa un sistema literario: “la literatura
boliviana”, esa constelación de textos que dialogan entre sí y con una his-
toria, perduración de un linaje en el tiempo. Su obra, en suma, se realiza
a pesar de la vida (y de ahí el asiduo registro heroico de sus textos).
Otros considerarán, en esos mismos años, que acaso una alternativa
sea la de imaginar que es deseable la eliminación de la distancia entre

5 Así describe Medinaceli a la Chaskañawi, en La Chaskañawi (1958 [1947]: 12).


Estudio introductorio 27

vida y obra. Por ejemplo Roberto Prudencio, que ve en la figura del dandy
construida por el escritor Alberto de Villegas la de un artista que hace
de su propia vida “su máxima creación” (aunque, por los detalles que se
destacan de esta subversión, el dandy de Prudencio se acerque más bien
a una perpetuación del ambiente, no a su contradicción: ser dandy en Bo-
livia no sería sino una de las tantas ansiosas maneras de no ser cholo).
A pesar de sus dudas genealógicas (o quizá por ellas), este momento
generacional de la crítica en Bolivia es el del florecimiento del estudio
sistemático de nuestra literatura. Por ejemplo, en las historias y panora-
mas de Abel Alarcón (1917), José Eduardo Guerra (1937 [1934]), Augusto
Guzmán (1955), Enrique Finot (1955 [1943]), Óscar Cerruto (2018 [1975]),
Fernando Diez de Medina (1954) y Yolanda Bedregal (2009 [c. 1965]. En
estos textos, a veces la historia amplía su alcance y se especializa: véan-
se, al respecto, los detallados informes o lecturas de Cerruto sobre la
poesía modernista en Bolivia, de Guzmán sobre la novela y de Vásquez
Machicado sobre obras maestras de la literatura colonial. Otras veces, las
historias de este período quedan atrapadas en una idea de la nacionalidad
y de la literatura en tanto inventario o síntoma de su directa expresión.
Es el caso de Finot y su enumeración de un legado textual que, para él, es
todavía embrionario: “la raza no está formada o más bien carece de uni-
dad” (pág. 208), escribe al identificar los perjuicios que la heterogeneidad
interpone para la creación de un “alma nacional”. O Bedregal, ya en la
apoteosis de la retórica nacionalista, que bosqueja un apurado esquema
de la poesía boliviana articulado desde un sorprendente (cito): “nosotros
los indígenas” (pág. 308).
Felizmente, este período es también escenario del advenimiento
de muchas contrahistorias. Algunas inevitables pero problemáticas: la
defensa de una literatura indígena que ya no existe o fue detenida por la
Conquista según el Jesús Lara de La poesía quechua (1947) o las entreteni-
das diatribas racistas y ad hominem de Fausto Reinaga contra el racismo
de la cultura boliviana (en una curiosa perpetuación involuntaria de los
tratados anticholos de Arguedas y Tamayo). Pero tal vez algunas de las
historias alternativas de la época nos sigan diciendo algo valioso: José
Enrique Viaña y su celebración de una literatura imperfecta como letra
pero orgánica –y realizada– en su conexión con una sensibilidad oral –esa
la tesis de su extraña lectura de la obra narrativa de Jaime Mendoza–; o
Carlos Montenegro, que lee en una entera tradición textual –la de la his-
toriografía boliviana hasta 1940– los síntomas o la manifestación de las
contradicciones patológicas de la psicología neocolonial, desequilibrio que
empuja a varias generaciones de historiadores a detestar aquello que aman.
28 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Parte iv
Entre la historia y sus formas:
Las discretas cercanías de la crítica profesional (desde 1960)

Desde los años sesenta del siglo xx, la crítica de la literatura en Bolivia se
aleja, tendencialmente, de las angustias de los orígenes y del correlativo
pesimismo sobre la viabilidad local de la cultura letrada. Aunque no desa-
parecen del todo algunos de los ademanes críticos del período anterior –la
obsesión identitaria, las conjeturas genealógicas y diversos diagnósticos de
la psicología nacional–, estos son reemplazados por el dominio de lecturas
cuidadosas de textos específicos, en aproximaciones pensadas desde una
generosa variedad metodológica y política. Se establece así la hegemonía,
en la crítica, de historiadores y retóricos, que crean el primer gran corpus
de lecturas formales y eruditas de nuestra literatura.
Se consolidan por otra parte, entre los críticos de este período, dos
maneras distintas de leer el texto, maneras que nos acompañan hasta hoy
según diversas transfiguraciones y enriquecimientos. Por un lado, se con-
tinúa la antigua práctica –inaugurada por René-Moreno y desarrollada por
Medinaceli– de lecturas sociológicas o sociologizantes de lo literario y sus
instituciones. Así se pueden leer los ensayos aquí incluidos –de una concre-
ción textual no frecuente en los diagnósticos de la literatura del período an-
terior– de Guillermo Lora, Juan Albarracín Millán y Salvador Romero Pittari.
Por el otro, aparece una crítica “estructural” y retórica, de preocupaciones
más formalistas y textuales, en la obra de René Zavaleta Mercado, Wálter
Navia, Carlos Castañón Barrientos y, sobre todo, Óscar Rivera-Rodas, que,
tempranamente, transformó la práctica de la crítica en Bolivia al incorporar
en sus lecturas una dedicada atención a la historia de las formas.
Las lecturas específicas son, decíamos, de considerable variedad y ori-
gen. En ellas, desaparecen o pasan a segundo plano ciertos a priori críticos
dominantes –la influencia del paisaje o de los recovecos de la psicología
chola– y se establecen claves e hipótesis de interpretación no generaliza-
bles, es decir, que persiguen adaptarse a la justa medida de lo que se lee:
la transfiguración del sistema de personajes de Juan de la Rosa según el de
las clases sociales en una crisis revolucionaria (Guillermo Lora); el “orden
oculto” que organiza la heterogeneidad de materiales en la obra de Jorge
Luis Borges (Marcial Tamayo); la “huida del autor” y la reconstrucción
del “bullicio social” como los gestos principales de la escritura de René-
Moreno (Enrique Kempff Mercado); la tensión o dualidad entre las dos
tramas de un relato en Juan de la Rosa y Sangre de mestizos (Wálter Navia y
René Zavaleta Mercado, respectivamente); la contradicción entre forma y
contenido, ideología y expresión en la obra ensayística de Arguedas (Juan
Estudio introductorio 29

Albarracín); la pericia crítica de René-Moreno en tanto ejercicio explicativo


que conecta los textos con “el ánimo de un pueblo” (José Luis Roca); el
“sujeto-testimonial” que produce un diferente ordenamiento narrativo
y exige otra lectura en la obra de Augusto Céspedes (según Renato Prada
Oropeza, en 1979, años antes de que la teorización del “testimonio” –el
gran nuevo género latinoamericano de los años ochenta– se volviera una
calentura académica continental). Es claro, por estos ejemplos, que la
crítica en Bolivia ya es para estos críticos un regreso, una relectura de los
clásicos: Aguirre, René-Moreno, Arguedas, Céspedes, Cerruto (y también
Jaimes Freyre, Medinaceli y Tamayo).
Son varios los panoramas que, en estos años, buscan precisión en
una mayor ambición sociológica, crítica e historiográfica. Algunos son
impulsados por una idea cercana a los textos mismos: Carlos Castañón,
por ejemplo, al describir la narrativa modernista en Bolivia, identifica en
ella un breve conjunto de irresueltas indeterminaciones y ambigüedades;
lee así en esa prosa algo distinto de la caricaturesca chatura referencial
que luego varios críticos atribuyen a la narrativa boliviana anterior a
Óscar Cerruto, Marcelo Quiroga Santa Cruz y Jaime Saenz. Jorge Siles
Salinas, en su lectura general de la narrativa de la guerra del Chaco,
describe la disonancia en esos relatos entre la sobrecarga y el extravío
sensoriales –que erigen un paisaje determinado por la indiferenciación
gris, ch’ixi, de lo que es igualado por su cercanía a la muerte– y los espa-
cios de reflexividad en los que el individuo “internándose en sí mismo,
[…] logra evadirse de la maraña de ruidos” (pág. 360). Pedro Shimose, en
“Panorama de la narrativa boliviana contemporánea” de 1975, establece
la que tal vez sea la periodización más influyente de la narrativa boliviana
del siglo xx (que, con matices y variantes, luego es retomada por Luis H.
Antezana, Blanca Wiethüchter y Juan Carlos Orihuela): una que señala el
quiebre de una narrativa referencial –dominante en Bolivia hasta 1958 y
que Shimose describe como un “naturalismo” obsesionado por el paisaje
y la explotación social– por la irrupción de relatos en los que el lenguaje
es “otra realidad”: Cerco de penumbras de Cerruto (1958), Los deshabitados
(1959) de Marcelo Quiroga Santa Cruz y Sequía (1960) de Luciano Durán
Böger. La objetividad de la representación es reemplazada –dice Shimose de
estos textos– por la objetividad de la escritura misma (pág. 381).
Las historias de la literatura boliviana, en estos años, se destacan por
su ambición ya enciclopédica y por su conciencia y crítica de historias
anteriores. Es el caso de los varios tomos de la Nueva historia de la literatura
boliviana (1987-2012) de Adolfo Cáceres Romero, proyecto historiográfico
impulsado además por consideraciones multiculturales y políglotas: la
30 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

boliviana es ya aquí una literatura en la que coexisten diferentes siste-


mas culturales e idiomas. O de los trabajos de Josep Barnadas sobre la
literatura colonial de Charcas, que nos remiten a una literatura no solo
escasamente leída, sino apenas entrevista e inventariada (algo que hará,
en su Bibliotheca boliviana antiqua [2008], el mismo Barnadas).
En los autores de esta generación, la sociología de la cultura letrada
tiende a deshacerse de sus persistentes preocupaciones programáticas
sobre “el rol del intelectual” (a la usanza de Arguedas o Tamayo). Sergio
Almaraz, por ejemplo, abre su hermoso ensayo de 1961 “Buscando el
De profundis de una generación” –en evidente diálogo con el “Chaupi
p’unchaipi tutayarka” (1978 [c. 1940]) de Medinaceli– con consideraciones
sobre la cultura letrada realmente existente: se hace preguntas sobre “lo
que leen los jóvenes de clase media de 30 años en Bolivia”. Pero su diag-
nóstico retorna pronto, acaso poco interesado en responder realmente a
su pregunta, a ideas del nacionalismo: la inexistencia en Bolivia de una
cultura letrada que medie entre el individuo y la colectividad (y que deriva
en la alienación de la intelectualidad) y la existencia de dos genealogías
intelectuales en guerra: la del “venenoso hilo” (pág. 329) que conecta a
René-Moreno, Arguedas y a otros fabricantes de “basura cultural” (pág. 329)
y la de Aguirre, Man Césped y Medinaceli (que, al parecer, no escriben
“basura”). Años después, Romero Pittari reemprende el proyecto de una
sociología de la cultura letrada boliviana y llega a algo más útil: una his-
toria no solo atenta a los marcos institucionales de la “ciudad letrada”
(según expresión de René-Moreno, otro interesado en los grupos, perió-
dicos, asociaciones, editoriales y empleos de la intelectualidad), sino a
su dinámica de clase (y las tragicomedias culturales y simbólicas de la
movilidad social en Bolivia).

Parte v
Entre las formas y su teoría:
La era de las hipótesis académicas (desde 1975)

Agrupados alrededor de la revista Hipótesis,6 de adiestramiento y carrera


académicas todos ellos, los críticos de este movimiento generacional se
demuestran unidos por su atención al sentido y función de las formas (e in-
cluso a las formas del contenido). Esa atención es asistida por un entusiasta

6 Hipótesis. Revista Boliviana de Literatura. Cochabamba / La Paz, 1977-1987, núms.


1-24. Comité editorial: Luis H. Antezana, Gustavo Soto, Leonardo García Pabón,
René Poppe, Rubén Vargas Portugal y Blanca Wiethüchter.
Estudio introductorio 31

horizonte de lecturas e intereses teóricos. Varias de las preocupaciones


comunes a estos críticos son sin duda las que han determinado la agenda
de la crítica contemporánea en Bolivia: la insistencia en leer la literatura en
cuanto lenguaje diferenciado –y no contenido o descripción social directos–,
el deseo de abrir la literatura a lógicas subalternas (indígenas y orales), el
fervor recuperador de textos olvidados o mal leídos, la disquisición sobre
la construcción imaginaria de las identidades.
Tal vez el ensayista dominante de esta generación –y de la segunda
mitad del siglo xx– sea Luis H. Antezana. Ya con sus primeros textos
dedicados a la literatura boliviana (de 1976 y 1977), Antezana impulsó algo
que por entonces comenzaba a ser más frecuente en la crítica boliviana:
lecturas inscritas desde un apetito teórico. En su caso, esa “teorización
de la crítica” excedió tempranamente los límites de una “aplicación” de
esta o aquella idea adquirida y más bien empezó a perfilarse un ejercicio
reflexivo, una práctica que acude a lo teórico en función de las sugerencias
y demandas de aquello que lee. De entre sus ensayos esenciales, escogemos
para esta antología dos por su carácter programático, ilustrativos sin duda
de las preocupaciones de la época. A saber, su lectura de La Chaskañawi
(2011a [1977]), importante porque –además de delinear un modelo de
las formas del sentido en esta novela clásica– es un manifiesto indirecto
que llama a leer la literatura como literatura (es decir, forma irreductible),
en reacción acaso a rutinarias y torpes lecturas sociológicas. En el otro
ensayo suyo que antologamos –dedicado a las canciones de la cultura
chimane–, Antezana hace en 1983 una de las preguntas que dominará
buena parte del fin de siglo (aquí y en otras partes): la de la “localización”
de la literatura oral (y, por extensión, el de la relación entre la crítica
letrada y las culturas populares subalternas). Y advierte algo que ciertas
fijaciones o demagogias orales olvidarán luego: “No tenemos un modelo
para poder pensar apropiadamente relaciones entre la producción literaria
tradicional –indicada por lo escrito, digamos– y las producciones literarias
de expresión oral” (pág. 463).
Por su parte, e incluso en sus lecturas más respetuosas del modo
académico clásico, la influyente obra crítica de Blanca Wiethüchter se
orientó con obstinada lucidez a reivindicar los privilegios éticos y críticos
de la literatura moderna. Detrás de su consistente regreso a ciertos temas
–la identificación de éticas del lenguaje en los textos (de Jaime Saenz o de
Ricardo Jaimes Freyre, por ejemplo); o su preocupación por la conexión
entre obra y vida (del autor); o su reivindicación del genio subvertor de
algunas contraliteraturas (de Jesús Urzagasti o Humberto Quino); o su
celebración de tradiciones alternativas a la cultura letrada criolla– se
32 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

asoma la misma confianza: la de la superioridad crítica de la lengua lite-


raria. En su versión de este venerable artículo de fe romántico, los signos
son casi siempre tomados por maravillas. Esta idea es de hecho la que
preside las “Propuestas para un diálogo sobre el espacio literario boliviano”
(1986), texto en el que Wiethüchter da una inflexión generalizadora a las
ideas sobre la narrativa boliviana de Pedro Shimose (1975): propone, en
suma, la oposición entre una literatura de acontecimiento (que persigue el
testimonio y nominación de la realidad) y una emancipada (en la que “el
pacto entre signo y referente” se rompe). Esta oposición –emblemática
de los años de fervor teórico estructuralista– se desdobla en otras, casi
juicios de valor: la pobreza documental del realismo es contrastada a las
riquezas imaginativas de las vanguardias y neovanguardias; la simplicidad
de la denotación a los tesoros plurales de la connotación; la literatura
determinada por su referente a aquella que es autónoma y crítica; la
escritura que reproduce a la que produce; una moralidad a una estética,
etc. Esta misma esquemática oposición sin resquicios –que a ratos no es
otra cosa que una glosa, convertida en júbilo, de los procesos de autono-
mización de la literatura occidental– reaparecerá luego como una de las
ideas organizadoras de la seminal Hacia una historia crítica de la literatura
en Bolivia (2002).
Uno de los motivos críticos dominantes de la época –no solo en Bolivia–
es el de las agónicas configuraciones de lo nacional –y sus sujetos– en o por
la literatura. Leonardo García Pabón, por ejemplo, que, en torno a la idea
de lo nacional traza en su libro La patria íntima (1998) una serie de detallados
acercamientos monográficos a la literatura y el cine bolivianos. Aunque
en el caso de los trabajos críticos de Alba María Paz Soldán sobre la novela
nacional boliviana por excelencia –el Juan de la Rosa de Nataniel Aguirre– se
podría hablar más bien de un progresivo desplazamiento del motivo: de la
patria pasamos a la patria chica, de la identidad nacional a la regional, de la
comunidad imaginada a los afectos. En la última de una serie de lecturas de
este clásico, de 2005, Paz Soldán retoma la dualidad de registros ya analiza-
da por Navia en la novela (el “enigma” de Juanito y la épica histórica) para
distinguir un rico contrapunto entre lo íntimo y lo público, la memoria y el
recuerdo. Este contrapunto, además, es el que provoca el principal efecto de
lectura del relato –la identificación– y sugiere una versión de la identidad
que es concreta, sensorial y minuciosamente local.
Entre los perdurables frutos de la época y de esta generación de crí-
ticos, no hay que olvidar el ensayo animado por una atenta fidelidad a la
literatura que lee. Se trazan así, según persistentes gestos de seguimiento
de las idiosincrasias textuales en juego, algunas de las mejores descripciones
Estudio introductorio 33

densas de la historia de nuestra crítica. Un representante destacado de esta


inclinación, Eduardo Mitre, ha esbozado pacientemente, a lo largo de
tres décadas, un panorama o historia crítica de la poesía boliviana, según
legibles y reveladores ensayos monográficos que no se alejan gran cosa
de los textos leídos y que, al mismo tiempo, conjeturan la relación de un
poeta con otros, de un lenguaje con otros lenguajes y de la poesía con el
mundo. Mitre, además, no es sino uno de los representantes destacados
de una tradición boliviana: la del poeta-crítico, y de la que son también
parte, entre otros, José Eduardo Guerra, Óscar Cerruto, Yolanda Bedregal,
Blanca Wiethüchter, Juan Cristóbal Mac Lean, Rubén Vargas, Juan Carlos
Ramiro Quiroga y Mónica Velásquez.
Corresponde a este grupo generacional, también, la realización de
panoramas totalizadores organizados a partir de una idea crítica, en diligente
continuación de esa práctica ensayística que en Bolivia inauguró Guerra
(que en 1934 no quiso hacer una historia sino un “itinerario espiritual”, un
inventario de sensibilidades). Es el caso del sostenido y sugerente proyecto
crítico de Javier Sanjinés y su sociología de la literatura boliviana del siglo xx.
O de la ya mencionada Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia (2002),
proyecto dirigido por Blanca Wiethüchter y Alba María Paz Soldán que, pese
a su título, tiene un mayor ímpetu crítico que historiográfico. O el de la re-
creación y cuestionamiento de las representaciones de lo indígena de Josefa
Salmón y Rosario Rodríguez.

Parte vi
Entre la teoría y sus escrituras:
Hacia una literatura k’ita (desde el 2000)

Herederos de sus maestros (del período anterior), en su mayoría de proce-


dencia académica también, lectores modélicos todos ellos, estos críticos
–que en esta antología representan a un grupo más numeroso (pues solo
incluimos, por razones de espacio, a los nacidos hasta 1965)– prolongan
una vocación teórica y filológica y, a la vez, en varios casos, intentan en
la crítica una posibilidad autónoma, “emancipada” –para usar el término
de Wiethüchter–, de escritura literaria. Más allá de los reglamentarios
rigores de la erudición –académica o no–, estos ensayistas ensayan muy
diferentes ideas de la crítica y de ahí que, en nuestra selección, sea noto-
ria la diversidad de lenguajes en juego y de estilos a la vista. Los impulsa
además –y se puede decir que esto es común a ellos– una comprensión
de la literatura –sobre todo la boliviana– en cuanto territorio textual que
apenas empezamos a descubrir y leer.
34 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Juan Cristóbal Mac Lean, en el ensayo suyo que incluimos aquí,


conjetura –a partir de algunas palabras del aymara– la oposición entre
una literatura “doméstica, de corral” y una literatura k’ita, es decir, la que
se desprende de la “comunidad, familia o territorio”. Esta última, por eso,
encontraría su reino en un espacio puruma: “ese lugar de la periferia y las
tierras desérticas o en barbecho, ese espacio de penumbra alejado de las
comunidades” en el que “el alma se rehúsa a ser atrapada, conquistada,
domada por el poder o los poderes. O por la comunidad o por el cultivo”
(pág. 602). Se podría decir que el mito de este espacio otro de la literatura,
que es el de su diferencia privilegiada y proscrita, es moneda corriente
en este grupo de críticos.
Acaso por eso en esta generación sea recurrente también el interés
por tradiciones alternativas, invisibles o apenas reconstruidas: véanse sino
las eruditas resurrecciones historiográficas de Elizabeth Monasterios –y su
trabajo sobre “las vanguardias plebeyas del Titikaka”–, Fernando Unzueta
–y su descubrimiento de una literatura extraviada en los periódicos deci-
monónicos bolivianos– y Andrés Eichmann –y sus hipótesis para explicar
la inexplicada lírica colonial charqueña–.
Pero incluso viejos y nuevos conocidos –los clásicos– son leídos o
releídos desde su diferencia k’ita, desde su potencial crítico, desde las
consecuencias éticas y políticas de una literatura que es, a la vez, un
disenso formal: el Arturo Borda de Ana Rebeca Prada es el que escribe
y actúa –conspirativamente– en un espacio puruma, ese “otro lugar del
decir, externo a la lógica del poder” (pág. 629); el Jesús Urzagasti de Juan
Carlos Ramiro Quiroga es un heredero de Villamil de Rada, de una otra
genealogía que pretende realizar la utopía de “una mística tribal” de la
palabra (pág. 656); la Adela Zamudio de Virginia Ayllón transforma los
códigos del rumor, de la oralidad maliciosa y masculina, en mecanismo
narrativo violento; la Spedding de Gilmar Gonzales triunfa donde tantos
han fracasado: la suya quiere ser la historia del pueblo aymara comunicada
por la cotidianidad concreta; o el Jaimes Freyre narrador que, en el ensayo
de Marcelo Villena (y desmintiendo la posibilidad de “sentidos únicos” y
un “arte reflector” [pág. 658-660]), demuestra con su ambigua moral de
las formas que quizá no exista, después de todo, una vasta y primitiva
literatura referencial boliviana –según creían Shimose y Wiethüchter–
sino solo (malas) lecturas referenciales de esa literatura.
Walter I. Vargas, en su ensayo sobre los placeres de leer a Henry Ja-
mes, prefiere un sentido un tanto más directo y urgente de la noción de
una literatura k’ita: leemos en un momento en el que la “desaparición de
la literatura” es imaginable o en el que al menos una clase de literatura,
Estudio introductorio 35

“si no ha muerto, ha salido del siglo xx bastante malograda” (pág. 652).


En esta visión distópica, casi apocalíptica, de la república de las letras, la
crítica estaría llamada a perseverar en el ejercicio meramente privado y
excéntrico de un tipo de experiencia –la absorta duración de una lectura
larga y lenta– condenada, como ya intuía René-Moreno, a la disolución.

Diez regresos de la crítica literaria en Bolivia


A contramano de la fama y gloria teóricas recientes del concepto de rup-
tura o discontinuidad, mi rápida reconstrucción de la historia de la crítica
literaria en Bolivia también ha querido ser una historia de regresos, es
decir, del retorno de motivos, dilemas y angustias que son continuos –
hasta obsesivos– en esa tradición. A riesgo de seguir siendo redundante,
creo que puede ser útil nombrarlos, en una suerte de reducido catálogo
de rasgos y entrecruces temáticos “dominantes”. Veamos:

1. Sobre la imposibilidad de la cultura letrada en Bolivia

Las supuestas fragilidades de la literatura en Bolivia –y de su cultura le-


trada en general– han sido pensadas, a lo largo de esta historia, una de las
consecuencias previsibles –casi lógica– de las limitaciones institucionales
y culturales de la sociedad que la produce. Un poco como si fuera evidente
que los fracasos de una literatura –que se imagina a sí misma minoritaria,
pequeña y deficiente– tuvieran que ser naturalmente los de la azarosa
formación cívica de un país. La enumeración concreta de los culpables de
este fracaso es larga, aunque el reclamo sea el mismo: el caos social y el
despotismo, la inmadurez histórica, el afán imitativo, la dedicación obse-
siva a la política, la heterogeneidad racial y civilizatoria (que truncan una
unidad nacional), la decadencia vital, el Estado y sus violentas miserias, el
carácter minoritario de la letra (amenazada isla en un mar de oralidad), el
analfabetismo, la dictadura del referente, etc. En todos los casos, se siente
o piensa que la literatura carece del sustento –institucional, biológico,
educativo, técnico-formal– para ser más que lo que apenas es.

2. Sobre las figuraciones de la filiación y de la herencia

La filiación o herencia ha sido en la cultura boliviana una cuestión urgente,


política, trágica, a menudo torturada. Es por eso que la nunca cansada
pregunta identitaria –¿quiénes somos?– deviene en nuestra tradición
un interrogatorio constante, específico y proliferante: ¿de qué oscuros
36 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

materiales –culturales, étnicos, históricos– estamos hechos?, ¿qué está


muerto y qué está vivo en nuestra herencia?, ¿nuestra cultura puede ser
algo nuevo o está ya determinada por sus padres biológicos y simbólicos?,
¿qué filiaciones encontradas y rivales hay en nuestra historia?, ¿es posible
la continuidad cultural en Bolivia o aquí empezamos de nuevo, amnési-
cos, cada 20 años?, ¿es el mestizaje el único destino imaginable de esta
herencia irresuelta?, ¿cuál es la relación de la cultura letrada boliviana
con el mundo?, ¿y con las culturas indígenas?

3. Sobre el vínculo entre geografía e identidad

Desde por lo menos Bartolomé Arzáns, que nombra al Cerro Rico como
el que “con ojos de plata” lo “ha mirado para su autor” (1965 [1737]:
clxxxiii), una de las respuestas a la angustia identitaria letrada en Bolivia
ha sido la que proporciona, abrumadoramente, la geografía. Según esta
intuición generalizada, somos expresión de lo que siempre ha estado aquí:
estas montañas y estos ríos, estas piedras y estos árboles, este cielo y sus
pájaros. Así se explica la insistencia –que es temática y formal– en figurar
la cultura boliviana por las relaciones que se establecen entre un espacio
(habitado/deshabitado) y su construcción cultural/textual. En este registro
de pensamiento, los ethos colectivos, las diferencias, las articulaciones/
desarticulaciones culturales, los estilos mismos son espacializados y supedi-
tados a una geografía (rural o urbana). Y se suele suponer, además, que la
grandeza del paisaje no es la nuestra: “todo es inmenso en Bolivia, todo,
menos el hombre”, escribe Arguedas (1979: 135). En las versiones nacio-
nalistas de esta impronta geográfica, incluidas sus variantes cripto y post,
la relación con la naturaleza es el fundamento abstracto de lo ancestral:
los viejos cerros fundan viejas culturas.

4. Sobre las metáforas de la heterogeneidad

Una intensa conciencia –por lo general, desdichada– de la heterogeneidad


social ha instigado varios de los más intensos debates y la mejor produc-
tividad teórica y retórica en la historia del ensayo en Bolivia. Obstáculo
al progreso o desgracia étnica irremediable hasta entrado el siglo xx,
solo con los entusiasmos del mestizaje nacionalista (homogeneizador) o
de los fastos paraestatales de la interculturalidad plurinacional (a ratos
fantasmagórica y clientelar) la diversidad de “lo boliviano” empezó a ser
considerada una solución, después de todo. Imaginarla, en todo caso, ha
sido tarea repetida de las letras en Bolivia: las metáforas y alegorías de
Estudio introductorio 37

la heterogeneidad –abundantes ya de suyo en Latinoamérica– son aquí


legión. Piénsese sino en algunas: la multitud chola como nuevo personaje
colectivo y encarnación de la justicia antiestatal en Gabriel René-Moreno;
el cholo invisible que es el secreto y bancarrota mágica de un sistema político
en Armando Chirveches; el cholo monstruoso de Arguedas o Tamayo (para
este último, la desaconsejada combinación de la letra con la naturaleza
“fluida e inestable” de lo cholo acababa en “el mestizo elector” [1979: 31]);
el encholamiento fatal de Carlos Medinaceli; la propicia sangre mestiza del
nacionalismo revolucionario; el concepto de lo abigarrado de René Zavaleta
Mercado; la imagen del saco de aparapita de Jaime Saenz; la categoría de
lo ch’ixi de Silvia Rivera Cusicanqui. En estas representaciones crítico-
literarias del impasse de la heterogeneidad se superponen al menos tres
problemáticas: la caracterización de los elementos o ingredientes que la
configuran (¿qué es lo que se combina y lo que no se combina en la hete-
rogeneidad?), la conveniencia o no de su perduración (¿el abigarramiento
es un impedimento o una bendición?) y su destino final mismo (¿hacia
qué sociedad y qué arte conduce lo heterogéneo?).

5. Sobre los encuentros y desencuentros de escritura y


experiencia (o la invención de contrahistorias)

La imposibilidad de encontrar el lenguaje adecuado o necesario para


expresar la experiencia histórica, social y estética es otro leitmotiv del
pensamiento en Bolivia. El viejo topos clásico de la pobreza de la letra
ante la realidad se prolonga, en nuestra historia crítica republicana, en el
desencuentro señalado por muchos ensayistas entre formas y contenidos.
Se pueden recordar aquí algunas resoluciones célebres de ese desencuen-
tro: La resurrección de los muertos a partir de los restos que la lectura
escatológica del historiador rescata y restituye (René-Moreno en Matanzas
de Yáñez; la invención de un lenguaje musical de la poesía que expresa
la productiva indeterminación moderna (Ricardo Jaimes Freyre y Franz
Tamayo); la sospecha de que algo no ha sucedido o terminado de suceder
si no es representado narrativamente (Céspedes sobre la guerra del Chaco;
Zavaleta Mercado sobre la historia boliviana); la invención de vocabularios
que dicen la experiencia colectiva de otra manera (el lenguaje orgánico
y geológico del Macizo Boliviano en Jaime Mendoza, el de las vicisitudes
de una esfera pública en Carlos Montenegro); la figuración en la obra o
escritura de una suerte de vida verdadera (Jaime Saenz); o las descripcio-
nes filológicas de una lengua –la aymara– que encarna una expresividad
utópica y potencial (Villamil de Rada, Xavier Albó y Félix Layme, etc.).
38 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

6. Sobre las violencias en la literatura

La violencia, en esta tradición crítica, es también un código maestro,


llave o clave que explica, mejor que otras, la cultura boliviana. Según
esta fidelidad crítica, los textos son leídos –o escritos– como si las for-
mas dominantes de la intersubjetividad en Bolivia no hubieran tenido
otro código que la violencia y como si la historia fuera para nosotros un
repertorio de traumas: el acto colonial, la masacre, la insurrección, la
guerra, la explotación, la desigualdad, el racismo, la carencia, el despojo,
las coerciones del Estado.

7. Sobre las imágenes de la enfermedad

Las figuraciones de la enfermedad –y mucho antes de que Arguedas las


popularizara– nos han acompañado devotamente. Se alude con ellas a
las dificultades de una constitución cultural, a la degeneración o deriva
de hábitos y costumbres, a incongruencias e interrupciones estéticas y
sociales, a los síntomas de nuestro más profundo ser, ese que se retuerce y anda.
Pero es claro que en estos diagnósticos, felizmente, hablar de la enferme-
dad en la historia y cultura bolivianas es también hacerlo de su lectura
posible, de su legibilidad: la crítica sería aquí el arte de leer bien las señas
de una crisis o enfermedad, según lo demuestran Arzáns, René-Moreno,
Medinaceli, Montenegro o Zavaleta.

8. Sobre la utopía de una historia diferente

Frente a la historia que se demora en un memorial de agravios –ese repertorio


de traumas que nos constituyen y de enfermedades que nos agobian–, la
crítica también se ha empecinado en imaginar historias narradas desde
otro lado y según otro código, uno que dé cuenta de experiencias que las
lenguas del Estado y su cultura dominante son incapaces de ver o siquiera
de nombrar. (Es por eso que Jesús Urzagasti decía que “tu historia no es
la más triste cuando la relato yo”, hablando nada menos que del Chaco
[2012: 19]). La sospecha aquí es que esas otras historias solo son posibles
si se acude a herramientas y vocabularios de otro reino: la geología (por
ejemplo, Jaime Mendoza, René Zavaleta), la filología (Villamil de Rada),
la toponimia y la colectividad (Montenegro), la memoria oral (Rivera
Cusicanqui), el periodismo y el archivo (René-Moreno, Montenegro), la
ficción (Antezana), la cultura popular.
Estudio introductorio 39

9. Sobre la escritura y su oralidad

Una enfática conciencia de la oralidad dominante de la cultura boliviana ha


regresado al ensayo en cuanto expresión de los límites de lo letrado. Si
un mero límite, la oralidad es menos ella misma que su medio compuesto:
esa cultura popular que la produce y a la que, se teme, expresa. Aunque
en las elaboraciones críticas más sugerentes de este rechazo –las de
René-Moreno y Medinaceli–, se conjetura la presencia de una oralidad
que es hegemónica no solo en la cultura popular sino en toda la cultura
boliviana, la letrada inclusive. Se enfrenta así una lógica minoritaria y
casi excéntrica de la escritura y del papel a las formas mayoritarias del
rumor, lo efímero y la saliva. En su versión celebratoria –en los trabajos
de recuperación cultural del nacionalismo y en los impulsados por una
“historia desde abajo” y el testimonialismo–, la oralidad es depositaria de
no solo otra historia y otra cultura sino de otra política.

10. Sobre las relaciones entre política y literatura

Pero acaso el mayor mito político de la crítica literaria sea el de la eman-


cipación de la literatura de aquello que la hace –en Bolivia– una lengua
amenazada. En su versión decimonónica, el mito conduce a la fe en que la
literatura se emancipará cuando deje de ser urgente y reactiva. En su va-
riante de la primera mitad del siglo xx, este deseo imagina que la literatura
se hará autónoma al responder orgánicamente a lo que “nos rodea, nos
toca y nos penetra” (según frase programática de Manuel María Caballero
[pág. 74]). Ya en la segunda mitad del siglo xx, la emancipación de la lengua
literaria se comenzó a concebir como la de su liberación de las servidumbres
del referente, es decir, según la voluntad de inventar sus propios dominios.
Hoy, abstraídos por una cultura que está en otras cosas –y más allá de re-
presentaciones heroicas– es legítimo sospechar que la perseguida autonomía
de lo literario no es sino, en el mejor de los casos, una ilusión inútil y, en el
peor, otra manifestación de las fragilidades de lo letrado en Bolivia.

Lineamientos generales de la Antología de crítica


literaria en Bolivia
1. ¿Qué entendemos por crítica literaria?

Acaso el primer escollo en la elaboración de una bibliografía, panorama


o antología de la crítica literaria sea el de su definición. En esta antología,
comenzamos con esta:
40 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

Consideraremos crítica literaria una diversidad de textos de prosa conceptual,


de extensión variable, literarios en su práctica de la escritura, organizados
retóricamente por un pensamiento que persigue explicar, interpretar,
reconstruir, contextualizar y evaluar otros textos (incluyendo aquellos de la
tradición oral).

Esta definición, aunque un útil punto de partida, se demostró pronto


insuficiente. Fue por ello necesario añadirle dos precisiones operativas.

La primera, es negativa:
No se consideraron: a) simples biografías de autores; b) comentarios evaluati-
vos de escaso o nulo contenido analítico; c) textos pedagógicos de explicación
literaria; d) lecturas y análisis de objetos culturales no textuales.

La segunda, positiva:
Según nuestra definición, sí fueron considerados textos de crítica literaria
los textos que explican otros en cuanto tales (es decir, en cuanto “textos”).
En otras palabras, no fue una condición necesaria de nuestra definición de
crítica literaria que los textos interpretados fueran, en términos tipológicos,
también literarios.

2. Alcance temporal de esta antología

Por definición, una antología es un ejercicio de restricciones. En esta –que


no quiere perpetuar lógicas consagratorias, canonizantes o semipublicitarias
del campo literario–, hemos preferido una selección de textos que intente
delinear un panorama histórico mínimo de la práctica de la crítica literaria en
Bolivia. Las restricciones temporales aplicadas –que son de entera respon-
sabilidad del antologador– fueron dos:

a) Por su vastedad en buena medida inexplorada (véase Barnadas, 1990),


el período colonial en Charcas no fue considerado. Una antología en
esta misma colección –la Antología de literatura colonial– se encargará
de remediar este vacío.
b) Por su magnitud verificada –a la que era imposible hacer justicia en
un solo volumen–, limitamos el alcance de esta antología a la pro-
ducción de críticos bolivianos del período republicano y plurinacional nacidos
hasta el año 1965. (Para los nacidos después de 1965 y los bolivianistas
de otras tierras puede verse, en la páginas xxxxx de este volumen,
“La crítica de la literatura en Bolivia (1834-2022). Bibliografía mínima
por autores”).
Estudio introductorio 41

3. Consideraciones adicionales

De hecho, nuestras definiciones operativas y restricciones demandaron pron-


to algunas consideraciones explicativas adicionales o corolarios. A saber:

- Si son, según decíamos, clasificables como crítica literaria los “textos


que intentan explicar otros textos”, esos “otros” pueden ser muchos. Es
decir, incluimos en la antología algunas variedades de la historiografía
literaria, al menos en lo que tienen de intervención teórica en una
tradición: la organizan, periodizan y explican en términos que, en
principio, no pueden ser sino críticos.
- Incorporamos como parte de esos “otros textos” de los que habla la
crítica, algunos objetos de lenguaje de consideración frecuente en
Bolivia. Por ejemplo, el “idioma aymara” en cuanto corpus expresivo
(su gramática sería una suerte de código y contenido, a la vez) o el
sistema de toponimias de una región o cultura.
- Prestamos atención, además, a textos que permiten no solo ejemplificar
–en su mejor expresión– las variedades de la escritura crítica en
Bolivia, sino que dejan entrever, por los motivos y preocupaciones
comunes que los conectan, la configuración de una tradición que
también dialoga consigo misma. En nuestra selección, de hecho,
algunas preocupaciones iniciales de René-Moreno sirven de hilos
conductores en la organización del corpus. Otro hilo conductor es
el regreso a algunos objetos textuales: la obra de Jaimes Freyre y la
de René-Moreno, la de Aguirre y la de Arguedas, la de Medinaceli y
la de Cerruto.
- Destacamos, en el diseño de las breves glosas introductorias y expli-
cativas que acompañan cada uno de los textos antologados, su proce-
dencia institucional. La intención es dar cuenta sucinta y aproximada
de la historia de la “institución literaria” en Bolivia: las editoriales,
las revistas, los periódicos, los oficios, las formas de sobrevivencia
de la crítica. Esta, hay que recordarlo, es una preocupación central
ya en René-Moreno, continuada por Medinaceli.
- En la elaboración de esta antología, hemos descubierto que es impro-
bable ser justos con las realidades históricas y formales de la práctica
crítica en Bolivia si consideramos que esa práctica es el ejercicio de
un solo tipo de escritura. Por eso incluimos una variedad: breves re-
señas valorativas, dilucidaciones históricas de un objeto, propuestas
generales de periodización, lecturas académicas, ensayos personales,
fragmentos de libros monográficos, etc.
42 Antología de la crítica y del ensayo literarios en Bolivia

- Finalmente, en nuestra selección, perseveramos en una voluntad


historiográfica: privilegiamos por ello la crítica de los muertos (y
de ahí que, al acercarnos al nuevo milenio, nuestras selecciones de
autores y textos sea apenas indicativa). Intentamos así ser fieles a
una mínima opción ética ya prefigurada por el santo patrono de esta
antología, Gabriel René-Moreno: porque si no nos ocupamos nosotros
de nuestros muertos ¿quién lo va hacer?

4. Bonus tracks: Bibliografías

El lector interesado en adquirir, para su provecho y solaz, un panorama


histórico más minucioso de la crítica literaria en Bolivia puede remitirse
a las dos extensas bibliografías que acompañan esta antología. La prime-
ra, preparada junto a Joaquín Tapia, es una “Bibliografía general sobre
literatura boliviana”, es decir, una enumeración de los principales textos
generales de consulta sobre la literatura boliviana, incluyendo antologías
y selecciones, además de un listado inicial de revistas y suplementos
literarios. Sus evidentes dimensiones –más de 300 títulos– deberían disua-
dirnos de cualquier ilusión sobre la inexistencia de la crítica en Bolivia. La
segunda aún más: es una bibliografía mínima –por autores– de la crítica
de la literatura en Bolivia durante el período republicano y plurinacional
que reúne –sin afanes de exhaustividad– a más de 190 autores y más de
800 textos.

5. Agradecimiento por la ayuda recibida

Aunque los criterios adoptados, los comentarios y la selección final de


textos en esta antología son de entera responsabilidad del antologador,
lo orientaron los consejos, las críticas y las numerosas sugerencias espe-
cíficas de un grupo de distinguidos expertos convocados para el efecto.
Agradezco por ello a Adolfo Cáceres Romero, Alba María Paz Soldán, Ana
Rebeca Prada, Ricardo Serrano, Ximena Soruco y Marcelo Villena.
Estudio introductorio 43

Bibliografía citada

Ayllón, Virginia
2012 “Íntimas de Adela Zamudio”. Íntimas. Adela Zamudio. Colección
15 Novelas Fundamentales. Editor general: Mauricio Souza
Crespo. La Paz: Plural editores / Ministerio de Culturas del
Estado Plurinacional de Bolivia. Pp. 19-47.

Alarcón, Abel
1917 “La literatura boliviana, 1545-1916”. Revue Hispanique (New York
y Paris), vol. 41: pp. 563-633.

Albarracín Millán, Juan


1978 El gran debate. Positivismo e irracionalismo en el estudio de la sociedad
boliviana. Sociología boliviana contemporánea, ii. La Paz: Universo.

Albó, Xavier; Félix Layme


1992 Literatura aymara. Antología. i. Prosa. La Paz: cipca / Hisbol / jayma.

Almaraz, Sergio
2009 “Buscando el De profundis de una generación”. Revista Canata,
(julio-septiembre, 1961). Cochabamba. Usamos la edición
publicada en: Sergio Almaraz, Obra completa. La Paz: Plural
editores. Pp. 533-538.

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Sobre esta edición

L
os 83 textos reunidos en esta Antología de la crítica y del ensayo literarios
en Bolivia provienen de una diversidad de fuentes –libros, folletos,
antologías, revistas y periódicos– y se inscriben en un considerable
arco temporal: son publicaciones de 1834 a 2019 de autores nacidos entre
1783 y 1965. En cada texto hemos identificado, al pie página, con la mayor
precisión posible, su primera publicación, algunas de las otras ediciones
existentes del mismo y la edición usada en esta antología. Cada texto es
además precedido de un breve texto introductorio del antologador.
Un buen número de los textos incluidos son de suyo ya antológicos,
es decir, fragmentos que el antologador ha seleccionado de textos más
extensos. Salvo al principio y al final de cada texto, los cortes y saltos
introducidos por el antologador son indicados con tres puntos suspensivos
entre corchetes rectos: [...].
En todos los textos se corrigieron erratas y errores y se modernizaron
la ortografía y la puntuación. Se añadieron datos bibliográficos faltantes
(en general, sin llamar la atención sobre esas adiciones) y se cotejaron
las citas con sus fuentes. Las notas aclaratorias al pie fueron reducidas a
una sola función: la traducción o explicación de locuciones extranjeras.
Muy de vez en cuando, alguna interpolación en el texto –destinada a su
mejor comprensión– se incluye entre corchetes rectos [/].
Al final del libro el lector puede encontrar, para su ilustración y
solaz, dos extensas bibliografías complementarias: “Bibliografía general
sobre literatura boliviana” (págs. 681-713) y “La crítica de la literatura en
Bolivia (1834-2022). Bibliografía mínima por autores” (págs. 715-767).

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