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L0079 Benjamin - Franklin 13

Este documento describe el contexto histórico que llevó a la Revolución Americana y la búsqueda de ayuda francesa. Tras la derrota francesa en la Guerra de los Siete Años, Gran Bretaña ganó el control de las colonias americanas y Francia perdió la mayoría de sus posesiones en América del Norte. Las exigencias económicas de Gran Bretaña sobre sus colonias condujeron a la independencia de las Trece Colonias. Francia, rival histórica de Gran Bretaña, fue la única nación
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L0079 Benjamin - Franklin 13

Este documento describe el contexto histórico que llevó a la Revolución Americana y la búsqueda de ayuda francesa. Tras la derrota francesa en la Guerra de los Siete Años, Gran Bretaña ganó el control de las colonias americanas y Francia perdió la mayoría de sus posesiones en América del Norte. Las exigencias económicas de Gran Bretaña sobre sus colonias condujeron a la independencia de las Trece Colonias. Francia, rival histórica de Gran Bretaña, fue la única nación
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Benjamin Franklin:Preliminares e indice 10/19/09 12:42 PM Page 13

Benjamin Franklin:
la negociación de la ayuda francesa
a la causa revolucionaria de los americanos

When you intend to take a long voyage, nothing is


better than to keep a secret till the moment of your
departure.

BENJAMIN FRANKLIN
Precautions to be used by those who are
about to undertake a sea voyage

On me demanda si j’avois envie de voir quelques


personnages particuliers. “Menez-moi chez les
philosophes”.

BENJAMIN FRANKLIN
Lettre à madame Helvétius

A menudo, los historiadores estadunidenses ubican los orígenes de la inde-


pendencia de las colonias inglesas de América del Norte en la Guerra de los
Siete Años (1756-1763). En el transcurso del siglo XVIII, el desarrollo del co-
mercio y su pujante mundialización demostró la importancia capital de
las colonias. De tal suerte, no fue extraño que las guerras continentales en
Europa fueran en muchos casos secundadas por guerras coloniales. Esto úl-
timo fue justamente lo que sucedió en la Guerra de los Siete Años. Inglaterra
y Francia, dos enemigos consuetudinarios, al luchar sin tregua por ganar la
supremacía comercial en el mundo, se enfrentarían en América del Norte y

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14 Ignacio Díaz de la Serna

en India. Ese conflicto, que comprometió a numerosos países europeos, fina-


lizará, como bien se sabe, con la derrota de Francia. Su conclusión fue el
desastroso Tratado de París, firmado en 1763.
Vencida, Francia tuvo que ceder a su rival el imperio que había cons-
truido en India y en América del Norte. Sólo conservaría Pondichéry y algu-
nos otros establecimientos comerciales de poca monta, perdiendo también
los asentamientos que poseía en Senegal, las Antillas y Canadá. Ni siquie-
ra pudo conservar la Luisiana, la cual se vio obligada a entregar a España
en compensación de la Florida que había pasado a manos inglesas.
Por un lado, si el Tratado de París significó una auténtica humillación
para Francia, por otro, pone de manifiesto la supremacía inglesa que a par-
tir de ese momento imperará en toda América del Norte. Inglaterra llegará
a controlar la vasta extensión de tierras que comprende desde Saint-Laurent
hasta la Florida.
Durante dicha guerra, los colonos americanos ofrecieron su apoyo
a la metrópoli contra Francia. El Tratado de París representó para ellos un
gran alivio. No sólo ponía fin a las operaciones militares que continuamente
tenían lugar en los territorios que habitaban, sino que también suprimía
la presencia amenazante de los franceses en la frontera occidental de esos
territorios. Es indudable que la esperanza de comenzar a expandirse hacia
el oeste nació de esta condición política favorable.
Fortalecida por su victoria, pero empobrecida financieramente, Ingla-
terra estuvo decidida a sacar provecho y beneficio de su imperio colonial.
De ésta emanaron un conjunto de exigencias económicas que resultaron
a la postre inaceptables para los colonos. Lo anterior condujo al movimiento
de independencia de las Trece Colonias establecidas en la costa atlántica, las
cuales proclamaron su separación de la madre patria. En buena medida, la ra-
zón principal de tal levantamiento fue la obstinación de Inglaterra por no
otorgarles su autonomía económica.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 15

La Declaración de independencia americana no transformó de inmediato


a las Trece Colonias1 en un nuevo Estado con un gobierno cohesionado y
monolítico. Desencadenó un proceso que tomaría trece largos años. El pri-
mer régimen americano fue el de una confederación. Sus artículos orga-
nizaban la estructura de un gobierno central representado por un congreso,
cuyos poderes eran débiles y limitados. Por lo general se admite que fue
hasta 1789, con George Washington como primer presidente electo a la
cabeza del gobierno federal emanado de la Constitución, cuando Estados
Unidos tuvo al fin un gobierno representativo y un conjunto de instituciones
políticas estables y duraderas.
En 1776, nada de eso existía. Las colonias se habían liberado simple-
mente de guardar fidelidad a la Corona británica, otorgándose completo
poder, en tanto que Estados libres e independientes, para declarar la guerra,
pactar la paz, establecer alianzas y relaciones comerciales, actuar y llevar
a cabo todas las cosas que los Estados independientes están capacitados
para realizar una vez fundados.
Es lo que harán las colonias insurgentes casi al pie de la letra. Co-
mienzan declarándole la guerra a Inglaterra, porque la independencia que
han proclamado a los cuatro vientos debe concretarse en una victoria militar
sobre el ejército y la marina británicos, los cuales se encuentran ya listos
para reducir por la fuerza a los colonos desobedientes. Por lo que toca a la
búsqueda de una alianza indispensable, pues las colonias unidas carecen
de dinero y de ejército, las posibilidades son extremadamente reducidas.
Pocas naciones europeas están dispuestas a venir en ayuda de los Padres
Fundadores, debido en buena parte al temor que sentían por la posibilidad
de un “contagio revolucionario” en sus propios territorios coloniales.
Sólo Francia, que había perdido sus colonias en América del Norte
y, sobre todo, que mantenía un conflicto histórico con Gran Bretaña,

1 Éstas fueron New Hampshire, Massachusetts, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Nueva Jersey,
Pensilvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.
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16 Ignacio Díaz de la Serna

podía ser un interlocutor posible. Sin embargo, Francia representaba lo que


los patriotas americanos rechazaban: el poder absoluto, el catolicismo, los pri-
vilegios hereditarios, la ausencia de libertad civil. Además, los colonos ame-
ricanos habían luchado contra ella durante la Guerra de los Siete Años, ya que
eran súbditos británicos.
En cuanto a Francia, no siente simpatía alguna por la ideología de esos
colonos que han resuelto insubordinarse. En consecuencia, duda abrazar
su causa y tomar parte en las hostilidades contra los ingleses. La verdad
sea dicha, los insurgentes no tienen muchas opciones. Y en ese contexto de
unas relaciones internacionales inciertas, deciden finalmente hacerse re-
presentar en la Corte de Versalles, con la férrea voluntad de obtener el reco-
nocimiento oficial francés a través de un tratado de comercio, así como su
apoyo militar mediante el establecimiento de una alianza.
De tal modo, la guerra de independencia americana, derivada de la pro-
clamación de independencia de las Trece Colonias, ocurrirá en el marco
de la rivalidad entre esas dos naciones europeas. Ahí, en Versalles, los emi-
sarios de los colonos insurgentes tendrán una gran responsabilidad. ¿Cómo
representar a un país en pleno proceso de formación? ¿Cuál es su legiti-
midad, su estatuto, su función? ¿A quién representan: a las Trece Colonias
autoproclamadas como libres y autónomas, a trece colonias en guerra, al
Congreso de las colonias ya unidas, a la Confederación?
Estas imprecisiones irán aclarándose, aunque no del todo, cuando la
guerra contra el gobierno británico llegue a su fin con la victoria americana
de Yorktown en 1781 y, sobre todo, con la paz lograda en 1783 entre las
antiguas colonias inglesas, Inglaterra y Francia. En América del Norte, la
paz —y tampoco la independencia— ha sido suficiente para crear institu-
ciones estables y duraderas. Con el propósito de estabilizar la independencia
y organizar la unión de los trece estados, los partidarios de un gobierno
central fuerte se lanzan entonces a la batalla para conseguir una Constitu-
ción federal. Trabajan en su redacción; tardarán en lograr su objetivo. Una
vez votada, la Constitución deberá ser ratificada. Después habrá que pro-
ceder a la materialización de las instituciones que regulen la vida política
del nuevo país.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 17

En ese ámbito bastante complejo, Benjamin Franklin representará en


París a un Estado en proceso de formación. Mientras desempeña su tarea
diplomática, Francia está a punto de desmoronarse, vislumbrándose ya los
síntomas de una profunda crisis de las instituciones del Antiguo Régimen.
El primer presidente federal americano, George Washington, entra
en funciones el 30 de abril de 1789. Cinco días después, en Francia, los
diputados de los Estados Generales se reúnen en Versalles… Pronto, a partir
de dicho acontecimiento, una nueva etapa histórica dará inicio, la cual de-
sembocará en un nuevo equilibrio internacional.

Franklin es, de hecho, el pionero de las relaciones diplomáticas entre Es-


tados Unidos y Francia. Con él comenzó la amistad entre los dos países.
No resulta exagerado afirmar que ocupa un sitio muy destacado en la his-
toria de las relaciones franco-americanas.
Nació en Boston, el 17 de enero de 1706, en el seno de una familia
inglesa, modesta, originaria del condado de Northampton. No le interesó
el futuro como pastor que su padre tenía pensado para él. A los doce años,
ingresa como aprendiz en el negocio de su hermano mayor, quien acaba
de abrir una imprenta. Franklin se forma ahí. Se inicia en la lectura, en la
escritura, en la crítica… y en la disidencia.
Después abandona Boston y se muda a Filadelfia, ciudad que en ese
momento experimenta un desarrollo económico y político tan notable como
el que está sucediendo en Nueva York. Se convierte en un excelente im-
presor. Funda la Pennsylvania Gazette; trabaja arduamente para que se con-
vierta en una publicación exitosa. Contrae matrimonio con Deborah Read,
mujer que no ocupará un lugar importante en su vida.
En 1731 se hace miembro de la logia masónica de Saint John, la pri-
mera establecida en las colonias. Esa filiación durará toda su vida. Tal como
lo señalara el Hermano Julius F. Sachse, uno de los miembros de la Logia
Columbia en su alocución durante los festejos organizados por la Gran
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18 Ignacio Díaz de la Serna

Logia de Pensilvania, en ocasión del bicentenario del nacimiento de Franklin:


“Escribir la historia de Franklin como francmasón equivale virtualmente a
hacer la crónica de la historia inicial de la francmasonería en América”.2
De 1733 a 1758 redacta y publica el Poor Richard’s Almanach, donde
reúne máximas populares cimentadas en el sentido común y en una moral
pragmática y elemental.3 Sus iniciativas son variadas: impulsa la creación
de una biblioteca itinerante de Filadelfia, organiza la milicia y la primera
compañía de bomberos, crea la American Philosophical Society,4 de la cual
será Primer Secretario. Funda, además, la Universidad de Pensilvania. Y por

2 “To write the history of FRANKLIN as a Freemason is virtually to chronicle of early Masonic histo-
ry of America”, en Proceedings of the Right Worshipful Grand Lodge of the most ancient and honorable
Fraternity of free and accepted Masons of Pennsylvania, and Masonic jurisdiction thereunto belonging at its
Celebration of the Bi-Centenary of the Birth of Right Worshipful Past Grand Master Brother Benjamin
Franklin, held in the Masonic Temple, in the City of Philadelphia on Wednesday, March the Seventh A.D.
1906 – A.L. 5906 (Filadelfia: Gran Logia de Pensilvania, 1906), 49.
3 Franklin cuenta en su autobiografía: “In 1732, I first publish my Almanach, under the name of Ri-

chard Saunders; it was continued by me about twenty-five years, and commonly called Poor Richard’s
Almanach. I endeavoured to make both entertaining and useful, and it accordingly came to be in such
demand, that I reaped considerable profit from it; vending annually near ten thousand. And observ-
ing that it was generally read, scarce any neighbourhood in the province being without it, I consider it
as a proper vehicle for conveying instruction among the common people, who bought scarcely any
other books”. Benjamin Franklin, The Works of Benjamin Franklin; containing several political and his-
torical tracts not included in any former edition, and many letters official and private not hitherto published,
vol. I, ed. de Jared Sparks (Boston: Hilliard Gay and Company, 1840), 121-122.
Debido al enorme éxito que el Almanaque tuvo desde el principio, Franklin seleccionó un con-
junto de máximas y las publicó de manera separada con el título de The Way of Wealth. Asimismo,
publicó un anuncio del primer número de dicha selección en la Pennsylvania Gazette, el 19 de diciembre
de 1732. El anuncio rezaba: “Just published, for 1733, An Almanach, containing the Lunations, Eclip-
ses, Planet’s Motions and Aspects, Weather, Sun and Moon’s Rising and Setting, High Water, &c.;
besides many pleasant and witty Verses, jests, and Sayings; Author’s Motive of Writing; Prediction
of the Death of his Friend, Mr. Titan Leeds; Moon no Cuckold; Bachelor’s Folly; Parson’s Wine, and
Baker’s Pudding; Short Visits; Kings and Bears; New Fashions; Game for Kisses; Katherine’s Love;
Different Sentiments; Signs of a Tempest; Death of a Fisherman; Conjugal Debate; Men and Melons;
The Prodigal; Breakfast in Bed; Oyster Lawsuit, &c. By Richard Saunders, Philomat. Printed and
Sold by B. Franklin”. Ibid, p. 121.
4 En un artículo con fecha del 14 de mayo de 1743, titulado A Proposal for Promoting Useful Knowledge

among the British Plantations in America, Franklin explica minuciosamente los objetivos y ventajas de
semejante asociación. Allí sugiere: “That one society be formed of virtuosi or ingenious men, residing in
the several colonies, to be called The American Philosophical Society, who are to maintain a constant
correspondence”. Franklin, The Works of Benjamin Franklin…, vol. VI, 14-17.
De hecho, ése es el primer documento en el que Franklin expone públicamente su idea de cons-
tituir semejante sociedad.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 19

si todo lo anterior no bastara, es también un inventor infatigable: fabrica


máquinas, construye instrumentos musicales, etcétera.
Franklin está dotado de una personalidad realmente atractiva. Mu-
chos de sus contemporáneos que lo conocieron y trataron coinciden en
ello. Es un observador agudo, un polemista lleno de talento. Escribe sobre
los temas más diversos; su correspondencia es inmensa. Es sin duda un
racionalista que cree en el progreso técnico de las ciencias. Pero además de
todas estas cualidades, resulta ser muy competente en cualquier tarea
de gestión. Sus negocios así lo atestiguan. Marchan prósperos, a tal punto,
que puede vivir holgadamente de los dividendos. Semejante holgura le per-
mite estar ya no a la disposición de todos,5 sino sólo de sí mismo, lo que
significa que tiene la posibilidad de consagrarse por entero a la ciencia, en
particular a sus trabajos sobre la electricidad, su eterna pasión, que al cabo
del tiempo le traerá valiosas recompensas. Una, ser nombrado miembro de
la Real Sociedad de Inglaterra; otra, ser admitido en la Academia Francesa
de las Ciencias.
No obstante, pese a su inclinación por las ciencias, la vida de Franklin
será absorbida en buena parte por la política. Las colonias tienen necesi-
dad de un hombre como él. Ocupa múltiples puestos. De 1736 a 1751 fue
escribano de la Asamblea de Pensilvania; luego, de 1751 a 1764, miembro
electo de dicha asamblea. En 1754 se desempeña como delegado de Pen-
silvania en el Congreso de Albany y redacta un plan para lograr la unión
de las colonias, el cual es rechazado no sólo por las colonias, sino también
por Inglaterra.
En 1757, sus tareas como hombre político saltan al ámbito interna-
cional. En pleno transcurso de la Guerra de los Siete Años, resulta elegi-
do por la Asamblea de Pensilvania para defender los intereses financieros
de la colonia en la ciudad de Londres. Pronto acabará representando a la
totalidad de las colonias. Ahí aprende, sobre la marcha, los entresijos de
la diplomacia. De 1757 hasta 1762, en su papel de enviado de las colo-

5 Así lo manifiesta en la carta a Cadwallader Colden, el 29 de septiembre de 1748. Franklin, The Works
of Benjamin Franklin…, vol. VII, 35.
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nias, lleva una política de conciliación y compromiso con Gran Bretaña.


En esos años, Franklin es completamente anglófilo. Tardará algún tiem-
po en entender la lógica de ruptura que cada vez se apodera más de sus
compatriotas.
Luego de pasar dos años en América, regresa a Londres como enviado
de Pensilvania, y posteriormente también de Georgia y de Massachusetts.
En esa ocasión permanecerá en el extranjero diez años, de 1764 a 1774. Entre
otras misiones, tiene la de conseguir que los impuestos ingleses sobre las
colonias sean más moderados. En esa época, Franklin no cree en la inde-
pendencia ni en la unión de las colonias.6 Justo en ese periodo, los im-
puestos que fija Londres afectan a la economía de las colonias, como no lo
habían hecho antes, de por sí ya debilitada por la Guerra de los Siete Años.
A cada nueva ley británica incrementando los impuestos, se sigue una ola
de protestas. Surgen peticiones, actos de desobediencia, boicots a los pro-
ductos tasados, brotes de violencia. A partir de 1770, comienzan las esca-
ramuzas entre colonos y soldados ingleses. Esos enfrentamientos desem-
bocan en la necesidad de una acción unificada entre los colonos, quienes
intentan reunirse en un primer congreso continental en Filadelfia en 1774.
Nadie, hasta entonces, se ha atrevido a hablar de independencia.
Desde Londres, Franklin, desconcertado, se entera de la mayor parte
de los acontecimientos. Trata de imponer la calma, de temporizar, de hallar
los medios para la reconciliación. Está convencido de que puede evitarse
la guerra entre las colonias y la metrópoli.
Sin embargo, su estancia en Inglaterra terminará mal. Un asunto de
hurto de correspondencia política en el que participa es descubierto. Aban-
dona el país discretamente. Pocos días después de su llegada a Filadelfia,
una orden de arresto en su contra aparece en Gran Bretaña.

6 Lo sostiene en el panfleto titulado The Interest of Great Britain Considered, with Regard to her Colonies
and the Acquisition of Canada and Guadaloupe. Véase Franklin, The Works of Benjamin Franklin…,
vol. IV, 1-53.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 21

De regreso a América, dos sucesos destruyen su última esperanza de que


el conflicto armado no estalle. En primer lugar, la celebración de un segun-
do congreso continental en mayo de 1775, en el cual Franklin participa como
uno de los tres representantes de la Asamblea de Pensilvania; en segundo
lugar, la batalla de Bunker Hill, el 17 de junio de 1775. Dieciocho meses
transcurrirán hasta que parta a Francia. Dieciocho meses que él aprovecha-
rá para compenetrarse con la lógica de los insurgentes, cuyas reivindica-
ciones hará por fin suyas.
Desencantado de Inglaterra, se convertirá en uno de los personajes cen-
trales de la revolución americana. Toma parte activa en todos los trabajos
y comisiones susceptibles de hacerla progresar y triunfar. Participa en la
comisión secreta del Congreso, la cual es responsable de la compra de ma-
terial bélico, así como en la Comisión de Correspondencia Secreta, antece-
sora de la Comisión de Asuntos Extranjeros y del futuro Departamento de
Estado. Su experiencia en el extranjero es ampliamente valorada por sus
compatriotas. Y a pesar de su edad —cuenta a la sazón con setenta años—,
le solicitan que vuelva a Europa con la meta de negociar la ayuda de
Francia.
Tras regresar de Canadá, donde había ido en misión diplomática, el
Congreso de Filadelfia le encarga, junto con Thomas Jefferson, John Adams,
Robert Sherman y Robert Livingstone, redactar una declaración oficial de
independencia que esté dirigida al mundo y atraiga su atención. El opúsculo
de Thomas Paine, Common Sense, aparecido en enero de 1776, preconizaba
ya en términos muy precisos, y por momentos con violencia, la indepen-
dencia de las colonias y la consiguiente creación de una república. Dicho
texto inspira a los redactores de la Declaración de Independencia. Al final,
será Jefferson quien se aboque a escribir el borrador inicial.7 Franklin y Adams

7 He desarrollado el tema del alcance político-filosófico de la Declaración de Independencia en el


ensayo: Ignacio Díaz de la Serna, “La independencia de Estados Unidos: una singularidad históri-
ca”, en Bolívar Echeverría, comp., La americanización de la modernidad (México: ERA-CISAN-Dirección
General de Publicaciones y Fomento Editorial, UNAM, 2008), 51-74.
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22 Ignacio Díaz de la Serna

proponen solamente algunos retoques. El primero de julio de 1776, el


Congreso discute durante una larga jornada. Los representantes llegan
a un acuerdo el 4 de julio, y la Declaración es firmada oficialmente hasta
el 2 de agosto.
Lo cierto es que ese texto equivaldrá entre Inglaterra y sus colonias
a una genuina y perfecta declaración de guerra.

En ese mismo año de 1776, la Comisión Secreta del Congreso y, sobre


todo, el Congreso, única instancia gubernamental que podía tomar decisio-
nes en materia de política exterior, recomendó enfáticamente la necesidad
de contar con agentes que trabajaran en distintos países europeos a favor de
la causa rebelde. Las naciones con mayor importancia estratégica para los
insurgentes eran España, Francia, Austria, Inglaterra, Prusia, Rusia, Toscana
y los Países Bajos.
El Congreso resuelve que se reúnan en Francia Arthur Lee —cuyo traslado
de Londres a París es inmediato—, Silas Deane y Benjamin Franklin. Este últi-
mo abandona Filadelfia rumbo a Francia en octubre de 1776. Lo acompañan
dos de sus nietos. Ambos le servirán como secretarios particulares durante su
estancia en Europa, principalmente el mayor, William Temple Franklin, dado
que el Congreso no había previsto personal para esa delegación.
La responsabilidad de Franklin es enorme: asegurarse de que los fran-
ceses tengan éxito con su intervención militar. Si fracasan, es casi seguro
que el movimiento de independencia también fracase. Lee, Dean y Franklin
son nombrados “comisionados” en Europa. Tienen pleno poder para esta-
blecer alianzas y concluir tratados comerciales con Francia y España. Pero
“comisionado” significa “enviado”, “mensajero”, “delegado”. En consecuencia,
a un “enviado” no le corresponden las atribuciones y poderes de un minis-
tro plenipotenciario o de un embajador.
Deane llega a París antes que Franklin y comienza a negociar en secreto
con Beaumarchais, el dramaturgo, quien ya estaba en relación con Arthur Lee.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 23

Beaumarchais respalda las ideas revolucionarias de los insurgentes americanos.


Está decidido a ayudarlos y, por supuesto, a sacar partido de la situación, cosa
que al final no le resultará tan provechoso como lo había creído. Obtiene del
conde de Vergennes, ministro de Asuntos Exteriores de Luis XVI, la ayuda
financiera de Francia y la provisión, disfrazada, de armamento y municiones
destinados a los rebeldes al otro lado del Atlántico. La condición que exige el
ministro es que todo suceda como si se tratara de una estricta especulación
personal y privada. Con tal propósito, Beaumarchais funda la compañía Ro-
derique Hortalez et Cie. Ésta lleva a cabo las transacciones. Silas Deane orga-
niza y vigila, lo mejor que puede, el transporte de esas mercancías, muchas
veces perseguidas por los servicios británicos de inteligencia bien informados.
Franklin llega París pocos días antes de la navidad de 1776. Es ya un
hombre con suficiente experiencia diplomática. Vergennes se mantiene dis-
tante a propósito. Recibe de los emisarios un despacho en el que se indica
que el Congreso de Estados Unidos de América les ha confiado la tarea de
negociar un tratado amistoso y comercial con Francia. Días más tarde, Ver-
gennes accede recibir a los tres. Pero no los recibe en calidad de representan-
tes oficiales, sino como gentileshombres a quienes desea ver para testimo-
niarles simplemente su respeto. Así lidia con Inglaterra.
Por su parte, los tres comisionados están lejos de lograr un buen en-
tendimiento entre sí. Al parecer, Lee, dueño de un temperamento sombrío
y unos celos constantes, propicia las rencillas y desacuerdos. Beaumarchais
se inquieta; bastante está en juego para él.
A diferencia de Arthur Lee, quien busca siempre hacerse notar, y de
Silas Deane, empeñado en ser el intermediario oficial entre el Congreso ame-
ricano y Beaumarchais, Franklin conserva la prudencia y se mantiene en
segundo plano. Mal que bien, intenta restablecer el orden entre los tres de-
legados. Versalles aprecia su discreción. Gracias a su autoridad natural y a su
experiencia, pronto se convertirá en el personaje más confiable y respetado
de dicho terceto. Vergennes mantiene comunicación con los americanos a
través de uno de los diplomáticos más allegados a él, un americanófilo
declarado: Conrad Alexandre Gérard. Habla muy bien inglés, lo que facilita
la relación con Franklin.
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24 Ignacio Díaz de la Serna

Francia no está dispuesta todavía a firmar un tratado comercial con


los americanos, y menos a proporcionarles abiertamente ayuda militar.
Turgot, sabedor del costo de una guerra, se opone a la intervención fran-
cesa en la Revolución americana. En el mejor de los casos, todas las peticiones
de los insurgentes son rechazadas con cortesía, cuando no son sencilla-
mente ignoradas.
Es obvio que los ingleses no aceptan con buenos ojos la misión de Fran-
klin en Francia. Tienen claro cuáles serían las consecuencias de una alian-
za franco-americana. Desconfían del talento de Franklin. Puesto que cono-
cen sus aptitudes, se lo toman en serio y lo consideran un agente peligroso
para Inglaterra.
En París, al igual que en Londres, nadie cree que las colonias ganen
la guerra contra la metrópoli. Las noticias recientes inclinan la balanza a favor
de los ingleses sin sombra de duda. En efecto, los contratiempos sufridos
durante el verano de 1777 y comienzos de agosto presagian un fin desastro-
so para los insurgentes. Ese periodo resulta significativamente crítico para la
Revolución americana. Por ejemplo, en julio, el general Burgoyne recupera
el fuerte Ticonderoga, situado en el norte del estado de Nueva York. En sep-
tiembre, Washington sufre una derrota en Brandywine, en Pensilvania. Los
ingleses ocupan Filadelfia, lo que obliga a huir al Congreso, que se había ins-
talado en esa ciudad. El 4 de octubre de 1777, en su intento desesperado
por defender Pensilvania, Washington sufre una segunda derrota, esta vez
en Germantown.
Mientras tanto, Franklin y sus colegas, inquietos y desmoralizados, es-
peran que el curso de los acontecimientos cambie.
Y todo cambia con la derrota inglesa en Saratoga. Los ingleses habían
elaborado una buena estrategia militar, pero al final no la siguieron. Su ejér-
cito es cercado y obligado a rendirse. El 17 de octubre de 1777, los británicos
deponen las armas. Se dirigen a Boston, capítulo conocido en la historio-
grafía estadunidense como “la rendición de Burgoyne”.
Cuando la noticia llega a Passy, donde él vive, Franklin espera de hecho
recibir las malas nuevas sobre la caída de Filadelfia. Enterado del giro sor-
prendente que ha tomado la Revolución, informa en seguida a Vergennes.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 25

Las repercusiones de la victoria americana son inmediatas. La perspectiva


realista de la política francesa ha triunfado.
Pocos días después, Luis XVI da a conocer que recibirá con gusto
cualquier propuesta americana. El 8 de diciembre de 1777, los comisiona-
dos reiteran su interés en celebrar un tratado. Al cabo sólo de dos meses, dos
tratados se firmarán, el tiempo que toma a Vergennes proponer, sin éxito,
una alianza tripartita (que incluye a España) contra Inglaterra y de preci-
sar los términos de la alianza con los americanos.
Ambos tratados son el resultado de las negociaciones que Franklin y
sus colegas han emprendido, a lo largo de cuatro semanas, con el ministerio
de Asuntos Exteriores francés. El más conocido es el Tratado de amistad
y comercio que garantiza a los dos países la cláusula de la nación más fa-
vorecida. El segundo, el Tratado de alianza, por mucho el más importante,
implica la alianza militar entre Francia y América. Su entrada en vigor se
reserva específicamente en el caso en que Francia e Inglaterra entren en
guerra. Los dos se firmaron el 6 de febrero de 1778. Por un lado, están los
tres comisionados americanos; por el otro, Conrad Alexandre Gérard. A par-
tir de esa firma, todo se sucede con extraordinaria rapidez, lo que prueba la
eficiencia de los representantes.8
El 20 de marzo de 1778, el rey de Francia recibe a los tres enviados
americanos. En esa misma semana, Conrad Alexandre Gérard es nombrado
ministro francés en Estados Unidos. Francia minimiza ese conjunto de actos.
Le conviene hacerlo. Asegura que, por medio de la alianza que ha establecido
con las provincias unidas de América septentrional, reconoce a Estados
Unidos de facto, no de jure. Lo anterior significa que, aun cuando ha pro-
cedido a firmar esos tratados, no ha admitido los principios en los que se
fundamenta la independencia americana.

8 Aunque España quedó excluida por voluntad propia de ese tratado, se estableció una cláusula secreta
para su inclusión posterior. En su momento, el ministro español Floridablanca explicó a Vergennes
que, entre las razones principales para que España no accediera a participar en aquél, estaba el deseo
de evitar la guerra. Por otro lado, España manifestó al gobierno inglés que no participaría en ese tra-
tado, notificándole que su deseo era mantenerse neutral y evitar así la guerra mientras pudiera con-
seguirlo. Mediante su embajada en Londres, antepuso la mediación de neutralidad en cuanto se hizo
público el tratado.
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26 Ignacio Díaz de la Serna

El Congreso americano reconoce el mérito que ha tenido Franklin


en las negociaciones que han desembocado en el apoyo, ahora abierto, de
Francia. En consecuencia, determina remplazar a la delegación americana
por un ministro plenipotenciario único. Elige a Franklin para ese puesto
en septiembre de 1778.9

Tres meses después de haber firmado los tratados, un incidente tiene lugar
entre las fuerzas navales francesa e inglesa cerca de la isla de Ouessant. Desde
ese momento, las dos potencias se encuentran en guerra declarada. Los
americanos obtienen por fin lo que deseaban: la guerra de independencia
se ha convertido en una guerra franco-británica. El Tratado de alianza que
firmaron en París les garantiza la intervención francesa, lo cual será deter-
minante para lograr sus planes.
Por su parte, Francia, aún resistiéndose a un enfrentamiento directo
con Inglaterra, retrasa su intervención en territorio americano. Los aconte-
cimientos que siguen son ampliamente conocidos. Por lo tanto, no los re-
petiré.10 La capitulación del general Cornwallis ocurre el 17 de octubre de
1781, cuatro años después de la “rendición de Burgoyne”. Con ese desastre
del ejército inglés finaliza la guerra de independencia. La intervención de
la flota francesa ha sido a todas luces decisiva. Ésta ha demostrado la im-
portancia que tiene lograr el control marítimo en el campo de la estrategia

9 En una carta fechada el 26 de mayo de 1779 y dirigida al Comité de Asuntos Exteriores, Franklin
confirma que el marqués de La Fayette, quien había llegado a Passy el 11 de febrero de ese mismo
año, le ha hecho entrega de su nombramiento y de las instrucciones que el Congreso le ha enviado.
Más adelante refiere: “I immediately acquainted the minister of foreign affairs with my appointement,
and communicated to him, as usual, a copy of my credential letter, on which a day was named for my
reception. A fit to the gout prevented my attendance at that time, and for some weeks after; but, as
soon as I was able to go through the ceremony, I went to Versailles, and was presented to the King,
and received in all the forms”. Franklin, The Works of Benjamin Franklin…, vol. VIII, 350.
10 Son, en resumen, la llegada de Rochambeau con seis mil hombres a Newport. Grass y sus acciones mi-

litares en Virginia, destacándose la batalla naval de Chesapeake, donde bloquea a la flota británica. Y,
por supuesto, el papel sin duda importante que desempeñó La Fayette al lado de George Washington.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 27

política. Al final, la derrota de los ingleses conduce a la firma del Tratado


de paz y del reconocimiento de Estados Unidos como nación libre por par-
te de Gran Bretaña.
Todos esos acontecimientos produjeron, sin duda, una gran satisfacción
a Franklin. Cuando se analizan sus acciones diplomáticas de ese periodo,
resulta fácil darse cuenta hasta qué punto supo comprender la lógica de la
política internacional de Francia. En el marco de ese delicado juego, captó
y aprovechó toda ocasión propicia para favorecer el triunfo de su causa.
Desde 1778, como ya lo señalé, Franklin será ministro plenipotenciario
ante la Corte de Versalles, representante de una nación que ha salido victo-
riosa de la guerra y aliada de Francia. Indudablemente, la historia inmediata
de su país es también un triunfo personal.
Iniciador de esa diplomacia política lúcida, Franklin debe ocuparse no
sólo de los asuntos de Estado más relevantes, sino también de tareas más
ingratas. A él se dirigen todos los voluntarios que desean viajar a América y
enrolarse en el ejército continental. Aparte de aquel joven de 19 años, Gilbert
Mottier, marqués de La Fayette, esos voluntarios le ocasionan más bien pro-
blemas. A las tropas americanas no les gusta ser comandadas por oficiales
franceses. Aun cuando aportan nuevas técnicas de combate, no saben hablar
inglés y pretenden imponer el sistema jerárquico del ejército francés. Además,
representan una cuantiosa erogación al Congreso.
Franklin continúa pactando con Beaumarchais nuevos préstamos y
más entrega de armas en América. Busca negociar con Londres, sin resul-
tados, el intercambio de prisioneros ingleses por compatriotas detenidos en
diversas prisiones británicas. Acoge en Passy a todos los americanos que llegan
con cartas de recomendación, escritas por sus amigos y conocidos de ultra-
mar. La que no trata de algún asunto comercial, habla de asuntos políticos
o de un tema científico. Es probable que estas últimas las reciba con mayor
gusto. Durante esos años redacta una correspondencia voluminosa, incre-
mentando el trabajo de los espías ingleses. Con regularidad, se dedica a pro-
mover toda clase de propaganda antibritánica. En la medida de lo posible,
se esfuerza en arreglar, conforme el imperativo político vigente, los problemas
marítimos de sus compatriotas.
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28 Ignacio Díaz de la Serna

Cuando Franklin había desembarcado en Francia, le habían dicho


que los puertos del país estaban abiertos a los barcos americanos, que po-
dían importar sin restricciones lo que desearan. El problema más espinoso
es la venta de toda carga que ha sido capturada por los corsarios americanos.
Vendido su botín, sobre todo si se trata de una carga robada a los ingleses,
el punto problemático consiste en el rearme de los navíos cuando ocurre
en territorio francés. Inglaterra no cesa de protestar, pues espía todo movi-
miento en los puertos franceses. Después de cada captura, a Franklin le
corresponde revisar la legalidad de la carga, la autenticidad de los papeles.
A menudo no es fácil establecer la diferencia entre un corsario que tiene
derecho a comerciar y un pirata que no lo tiene. Franklin y el capitán Lambert
Wickes (quien lo llevó a Europa a bordo de The Reprisal) proponen una
idea ingeniosa, pero muy poco viable: vender la carga en la ensenada y luego
transformar el navío capturado, de modo que pueda presentarse en el puer-
to sin que los ingleses logren reconocerlo.
Así, Franklin se ve asediado por un universo de trámites burocráticos
que poco o nada le interesa: ventas, propiedad legítima de los navíos, de-
rechos, etcétera. También lo agobian asuntos relacionados con el almiran-
tazgo francés, con los negociantes, con los armadores, con los marinos, con
los ingleses, con los franceses, con los americanos…
Detesta esa parte de sus obligaciones. Ha solicitado muchas veces que
lo descarguen de éstas, pero nadie lo autoriza. La designación de cónsules
americanos en los principales puertos de Francia, prevista en el tratado
comercial de 1778, lo relevaría de esa responsabilidad. Sin embargo, no
se ha llevado a cabo. Hacia ese mismo año, 1778, se admite sin tapujos que
los americanos ya se han apoderado de poco más de ciento cincuenta bar-
cos ingleses, incluida, desde luego, la carga que transportaban, y los han
rearmado para su provecho y beneficio.
Tras la firma de los tratados de 1778 y la victoria franco-americana
de Yorktown en 1781, Franklin tendrá que dedicarse a nuevas tareas. La
principal, negociar la paz con Inglaterra. El inglés Richard Oswald se pone
en contacto con él en abril de 1782. En esa época, Franklin es el único re-
presentante legal de Estados Unidos en París. No obstante, para las negocia-
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 29

ciones preliminares que conduzcan a la paz, será asistido por tres comisio-
nados americanos. En casos similares, así acostumbra proceder el Congreso,
nombrando delegaciones de varios miembros para que se ocupen de metas
precisas. De tal modo, John Adams, con quien ya había colaborado Fran-
klin, llegará de La Haya.11 John Jay, ministro en la Corte de España, se
sumará a la delegación. Henry Laurens lo hará un poco más tarde.
El Congreso ha modificado sus instrucciones. Ahora, la soberanía
e independencia de Estados Unidos se han convertido en las exigencias
primordiales para negociar la paz. En cuanto al resto, los comisionados care-
cen de órdenes precisas, salvo que informen a Francia de los pasos que van
dando, lo que, por cierto, hacen sólo en raras ocasiones. La discusión con los
ingleses gira en torno al tema de si el reconocimiento de la independen-
cia de Estados Unidos es condición previa para el tratado de paz o debe
estar contenida en el cuerpo del tratado. En otras palabras, ¿debe ser im-
plícita o hacerse explícita?
En el curso de las negociaciones, Franklin consigue que se acepten
otras prioridades casi tan importantes como la independencia y la sobera-
nía: el retiro completo de las tropas inglesas del territorio americano, el
restablecimiento de las fronteras de las colonias tal como se encontraban
fijadas antes de la Ley de Quebec de 1774, y la libertad de pesca en las aguas
de Terranova. Plantea otros puntos de la negociación: que los ingleses salden
el daño causado en las ciudades incendiadas, que el Parlamento reconozca
sus errores, que los navíos americanos e ingleses puedan comerciar en pie
de igualdad y que Canadá sea cedido a Estados Unidos. Franklin aún tiene
en mente el proyecto de tratado de paz que había esbozado a toda prisa antes
de abandonar su país en 1776, el cual había permanecido sin uso.12 En
éste exigía, desde luego, el reconocimiento de la independencia y, además,

11 Adams era en esa época ministro en los Países Bajos, donde había obtenido un préstamo de dos
millones de dólares y un tratado de amistad e intercambio comercial.
12 Franklin esbozó los términos de una posible paz con Gran Bretaña, en caso de que la oportunidad

de negociarla se presentara. Las propuestas que vertió en su Sketch of Propositions for a Peace fueron
sometidas a la consideración de la Comisión Secreta del Congreso. El Sketch se encuentra en Franklin,
The Works of Benjamin Franklin…, vol. V, 113-115.
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30 Ignacio Díaz de la Serna

la cesión de las provincias de Quebec, de Saint-Jean, de Nueva Escocia, de las


Bermudas, de la Florida y de las islas Bahamas. Había imaginado que la ce-
sión de esos vastos territorios fuera compensada por pagos anuales de Esta-
dos Unidos a Gran Bretaña.13 La idea de una compensación financiera, por
demás original, tuvo gran éxito en la historia americana. Por ejemplo, volvió
a repetirse en la compra a Francia de la Luisiana en 1803,14 durante la pre-
sidencia de Thomas Jefferson.
Las negociaciones de paz se retrasan debido a que Franklin cae en-
fermo. Permanece en cama cerca de dos meses. Cuenta a la sazón con 76 años.
Se ve forzado a dejar la responsabilidad en manos de John Jay, pronto ayu-
dado por John Adams. Las conversaciones se retoman en secreto, sin que
Francia sea oficialmente avisada, de manera contraria a lo que se había acor-
dado. Los emisarios americanos e ingleses se reúnen todos los días y llegan
a un acuerdo sobre las cláusulas que ha de tener el tratado de paz el 30 de
noviembre de 1782. Ambas partes consienten que el tratado entre en vigor
a partir del instante en que Francia e Inglaterra hayan también acordado
alcanzar la paz.
El doble juego de los americanos a lo largo de esas negociaciones de-
sagrada a Vergennes. No tiene una buena opinión de los americanos, excep-
tuando a Franklin. Estima que los emisarios americanos desconocen Europa
y que son presuntuosos y arrogantes, sin importar que lo sean por su igno-
rancia. Pero su opinión negativa no le impide firmar el armisticio ni las con-
diciones preliminares de la paz con Inglaterra. Vergennes ratifica el tratado
con los demás países involucrados el 3 de septiembre de 1783. Para Francia,
el tratado de 1783 borra la humillación sufrida por el tratado de 1763. Para
los americanos, constituye la victoria definitiva de su independencia.
Benjamin Franklin se siente aliviado. Varias cartas escritas durante ese
periodo dejan entrever que él no estaba seguro, debido a su estado de salud,
de que los acontecimientos terminarían de manera tan feliz. Ahora podrá

13 Esta idea de una compensación financiera fue abandonada por completo en el transcurso de las dis-
cusiones preliminares al tratado de paz.
14 Francia obtuvo el territorio de Luisiana a través del tratado secreto de San Ildefonso, firmado el 1 de

octubre de 1800.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 31

regresar a Estados Unidos. Pero su carrera política no ha concluido todavía.


Será el decano de la Convención federal de 1787; lo nombrarán delegado
por el estado de Pensilvania.
A los 81 años, aún lo consultan sus compatriotas sobre la redacción
de la Constitución.

Vivir varios años en una ciudad extranjera supone, para quien lo experimen-
ta, pasar por problemas de adaptación e integración. Franklin los superó,
a juzgar por los lazos tanto oficiales como privados que construyó durante
su estancia en París.
Las relaciones diplomáticas son esencialmente secretas. No podrían ser
de otro modo. Las colman conversaciones confidenciales que no dejan huellas,
salvo las que los individuos que participan en éstas eligen que salgan a la luz
y se conozcan. Se emplean códigos, se recurre a intermediarios. Este tipo de
procedimientos obligan a los observadores, aun a los más atentos y pers-
picaces, a sentirse satisfechos con los retazos que dichas relaciones dejan
tras de sí en el discurrir de la historia.
Avezado en todos los subterfugios diplomáticos, Franklin no fue la
excepción a la regla. Ninguna confidencia hizo de sus actividades secre-
tas. En cambio, por lo que toca a sus relaciones personales, su vida pública,
la red de los conocidos en la que se mueve, todo ello está consignado en
su correspondencia. Franklin es una persona que adora la compañía. Su
inserción en la sociedad francesa fue cabal porque no se encerró en el me-
dio asfixiante de la Corte de Versalles. Su convivialidad “trabaja” siempre
a favor de los intereses de su país, al cual defiende apenas se presenta la
ocasión de hacerlo.
Cuando Benjamin Franklin llega a Francia, en diciembre de 1776, con
el propósito de conseguir su apoyo, no es un desconocido. Posee ya un buen
número de amistades personales. Su reputación, su fama como científico,
lo han precedido en ciertos círculos de la capital francesa. A los setenta
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32 Ignacio Díaz de la Serna

años, cuenta con un pasado en el que ha dedicado mucho tiempo al estu-


dio de distintas ciencias y sus aplicaciones.
Los fenómenos eléctricos, por encima de todos los fenómenos natu-
rales, lo han apasionado, interesándose especialmente en el rayo, el cual
suele caer en los campanarios. Es común que destruya casas y graneros;
a menudo también mata personas en el campo. Al cabo de atentas lecturas
y experimentos, Franklin ha llegado a la conclusión, y así lo demuestra, que
el rayo se compone de electricidad y que ésta es fluida, por lo que es factible
desviarla a la tierra mediante un conductor metálico, volviéndola inofen-
siva. Inventa de esa manera el pararrayos. No hay que olvidar que todavía en
el siglo XVIII, el trueno y el relámpago tenían un poderoso significado sim-
bólico: Dios envía sus advertencias a través de esos elementos. Vencer al rayo,
en la imaginación popular, es algo que sólo puede lograr un hombre fuera
de lo común, un auténtico mago. Lejos de mantener sus descubrimientos en
secreto, Franklin los comparte generosamente con sus contemporáneos.15
En París, los hombres de ciencia solicitan que se reproduzcan los expe-
rimentos de Franklin relativos al rayo. Se llevan a cabo con éxito en Marly-
la-Ville, en mayo de 1752. El físico Thomas-François Dalibard escribe una
reseña destinada a la Academia de Ciencias, en la que afirma que las ideas
de Franklin sobre el rayo han dejado de ser una hipótesis para convertirse en
verdad probada. El pararrayos es de ahora en adelante una realidad. Luis XV
felicita al inventor. Antes de que se lo imagine, Franklin es considerado, en
ciertos círculos científicos, uno de los personajes con mayor reputación
en Europa. Político casi a pesar suyo, es reconocido ante todo como un sabio.
Durante la época en que representa a las colonias en Londres, le piden
múltiples veces que viaje a París. Va allí, por primera vez, en 1767, en com-
pañía de un amigo inglés, el doctor John Pringle, médico de la reina, quien
hace poco ha recibido un título nobiliario. Pringle es el compañero insepa-
rable de viaje de Franklin. El año anterior habían estado juntos en los Países

15 Es el caso, por mencionar un ejemplo, de la carta que escribe al filósofo David Hume desde Londres
el 24 de enero de 1762, en la que le explica ampliamente cómo hacer un pararrayos y colocarlo de
la manera correcta. Véase “On the Method of securing Houses from the Effects of Lighting”, en
Franklin, The Works of Benjamin Franklin…, vol. VI, 241-243.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 33

Bajos y en Alemania. Ese viaje tiene dos objetivos. El primero, Franklin está
interesado en conocer y tratar a la comunidad científica francesa. El segundo,
ocuparse de la traducción al francés de sus obras, iniciativa de su amigo y
admirador, el doctor Barbeu-Dubourg. Franklin se sorprende con el reci-
bimiento que le prodigan en París. Adora los círculos sociales cultos, cuya
cortesía, gusto e ingenio admira. Dalibard lo colma de atenciones. Al abad
Chappe d’Austeroche, astrónomo, le gusta frecuentarlo y charlar con él. Es-
tablece una amistad duradera con los fisiócratas, sobre todo con Quesnay
y con Mirabeau. Representante de un país eminentemente agrario, Franklin
halla fascinantes sus teorías sobre la productividad y sobre la riqueza de
la tierra, así como la iniciativa intelectual de aquel grupo cuyos resultados
deben propiciar el bienestar del individuo y de la nación.
Franklin no es todavía el diplomático del tratado comercial de 1778.
En el curso de ese primer viaje a París, es presentado al rey en Versalles. En
extremo sorprendido, asiste al ceremonial del grand couvert. La etiqueta de
la Corte lo divierte a ratos y a ratos lo escandaliza.
De regreso a Londres, Franklin mantiene con sus amigos franceses una
abundante correspondencia. Hace un segundo viaje con Pringle a Francia,
en el verano de 1769. Y otra vez lo reciben con muestras de cariño los fisió-
cratas y científicos. De vuelta en Londres, se entera de su nominación para
ocupar una plaza como “asociado extranjero” en la Academia de las Ciencias
de París. Esa academia cuenta sólo con ocho asociados en el extranjero. Por
consiguiente, se trata de todo un honor que acaban de hacer a Franklin.
A partir de ahí, las nominaciones se suceden. Será miembro de la Academia
de Medicina de París; de la Academia de Ciencias, de Letras y de las Artes de
Lyon; de la Sociedad de Agricultura, de las Ciencias, de Letras y de las
Artes de Orleans.
Pronto la sociedad ilustrada francesa podrá leer lo esencial de su filo-
sofía, expuesta en dos volúmenes hermosamente editados a instancias de
su amigo Barbeu-Dubourg, cuyo título es Œuvres de M. Franklin, docteur ès
loix. Para algunos franceses, encarna los valores científicos, morales y polí-
ticos de las Luces. Los filósofos franceses lo consideran como un patriota,
un mensajero de los nuevos principios cívicos y de la libertad política.
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34 Ignacio Díaz de la Serna

Con su carisma, Franklin no tarda en volverse el interlocutor preferido del mi-


nistro Vergennes. Desde su llegada, se hace cargo de él Jacques Donatien
Le Ray de Chaumont, “l’inspecteur des forêts royales”, quien le ofrece hos-
pitalidad en su hôtel de Valentinois,16 ubicado en Passy, a un kilómetro es-
caso de París y a diez kilómetros de Versalles. Franklin se aloja en uno de
los pabellones. Tiene acceso a los jardines, al patio central y las terrazas
que poseen una vista espléndida sobre el Sena, los alrededores de Meudon
y de Saint-Cloud.17
Le Ray de Chaumont tiene una relación bastante estrecha con los círcu-
los gubernamentales. Vergennes le sugiere sutilmente que abra su hôtel a los
americanos, ya que la vigilancia discreta que los franceses necesitan ejer-
cer sobre ellos resulta más fácil en Passy que efectuarla en París. El anfitrión de
Franklin es un hombre conocedor de las finanzas que apoya abiertamente
la causa de los insurgentes. Y la apoya, en parte, porque espera participar
en las operaciones comerciales de venta de armamento y préstamos que
han sido autorizados para financiar la guerra de independencia.
Por su lado, Franklin instala su oficina en aquellos aposentos sin ma-
yores obstáculos. Se entiende muy bien con la familia de Le Ray de Chaumont.
Acostumbra recibir a sus amigos y conocidos, pero no lleva una vida dispen-
diosa. En el tiempo que durará ahí la “embajada” americana, todo discurre
con simplicidad, discreción y modestia. Franklin trabaja mucho en casa.
Entre sus vecinos, Franklin cuenta con un número nutrido de amis-
tades. Está Louis Guillaume Le Veillard, quien también vive en el hôtel de
Valentinois. Trabará con él una amistad íntima. Además, Franklin reanuda
los lazos que había creado con distintas personalidades durante sus dos pri-

16 Hoy nada se conserva de él.


17 Así lo refiere el abad Morellet, uno de los amigos franceses de Franklin. De hecho, Morellet le dedi-
ca un capítulo completo en sus memorias. Allí cuenta: “il demeurait à Passy, et la communication entre
Passy et Auteuil était facile. Nous allions dîner chez lui une fois par semaine, Mme Helvétius, Cabanis
et l’abbé de la Roche, ses deux hôtes, et moi, qui les accompagnais souvent. Il venait aussi très fréquem-
ment dîner à Auteuil, et nos réunions étaient fort gaies”. En de Morellet l’abbé, Mémoires Inédites sur
le dix-huitième siècle et sur la Révolution, 2a ed., t. I (Ginebra: Slatkine, 1967), 295.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 35

meros viajes a Francia. En especial, frecuenta a Mirabeau, pues el conde


tiene excelentes relaciones con algunos banqueros ricos que pueden pres-
tar ayuda valiosa a la causa americana.
Franklin recibe continuamente solicitudes de dinero por parte del Con-
greso. A ratos expresa que esa tarea lo fastidia, pero desempeña con gran
diligencia su oficio de ministro del Tesoro en el extranjero. Cuando se le pre-
senta la ocasión, acude al salón de madame Du Deffand, aristócrata que tiene
fama de ser perdidamente anglófila. La marquesa recibe en su hôtel de Auteuil.
Franklin sabe ganarse su respeto. Asiste con regularidad a las sesiones de
la Academia de Ciencias. Ahí Le Veillard lo ha presentado a sus colegas.
Gracias a los oficios del joven marqués de La Fayette, conoce a la pode-
rosa familia de Noailles. Un día tiene la oportunidad de conocer a Voltaire.
Lo cierto es que el hecho de pertenecer a la francmasonería le abre las
puertas y facilita su integración en muchos círculos de la capital francesa.18
La francmasonería fue introducida en Francia por los jacobitas, alrededor
de 1720. Su carácter de sociedad secreta, liberal con respecto a la religión,
le valdrá ser prohibida por el gobierno en 1736 y condenada por la Iglesia
un par de años después. Pero a pesar de esa prohibición, la francmasonería
se desarrolla rápidamente y atrae a muchas personas.
Al poco tiempo de haber llegado a París, Franklin ingresa en la Logia
de las Nueve Hermanas (Neuf Sœurs), primero como miembro regular, luego
como hermano venerable. Las reuniones tienen lugar en la casa de mada-
me Helvétius, en Auteuil. Ahí cultiva la relación con La Rochefoucauld,
Condorcet y el abad Sieyès, personajes influyentes en la política francesa.
Otras logias de París aceptan en su seno a extranjeros. En la Logia de las
Nueve Hermanas, al igual que en las demás, se propagan las ideas de liber-
tad, de revolución, de insurgencia contra el poder despótico de la monarquía.
Las actividades que se llevan a cabo en aquéllas no son públicas. Sin embargo,
cuando sucede la victoria de Yorktown, la logia masónica del Contrato
Social envía a Franklin una felicitación en honor de dicho triunfo.

18 En efecto, Franklin ingresó en el transcurso de 1731, como ya lo señalé antes, en la logia masóni-
ca de Saint John. Después participó en la redacción de los estatutos de la logia. Con el tiempo se
convertirá en Gran Maestre. Permaneció fiel a ese compromiso hasta su muerte.
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Tras su muerte, la Logia de las Nueve Hermanas le rendirá honores.


Como Franklin proviene de Pensilvania, el estado cuáquero, y su aparien-
cia física refleja una sencillez rara de encontrar, ya que jamás usa el atuendo
y la peluca de moda, a menudo la gente cree que se trata de un cuáquero.
Los cuáqueros poseen un lugar muy especial en el imaginario francés
de la época de las Luces. Tal vez las Cartas filosóficas de Voltaire, aparecidas
en 1734, hayan contribuido más que cualquier otro texto a esa fascinación.19
En esas páginas, la Sociedad de Amigos está totalmente idealizada. Voltaire
la pone como un modelo social a seguir. La Pensilvania de Franklin repre-
senta una especie de Estado-sueño-convertido-en-realidad: posee una cons-
titución democrática, asociaciones diversas que trabajan en pro del bien
común, y más aún, de esa utopía convertida en realidad proviene un indi-
viduo como Benjamin Franklin que encarna la frugalidad, el talante pací-
fico, la tolerancia y la fraternidad.
Y, sin embargo, durante esos años en Francia, Franklin anhela regre-
sar a su tierra. Varias veces solicita que le permitan regresar. No es sino hasta
mayo de 1785 cuando recibe la carta oficial del Congreso autorizándole su
regreso.20 Sale de Passy el 12 de julio de ese año.
Muere cinco años más tarde a la edad de 84 años, en Pensilvania. Lo
entierran en el cementerio de Christ Church. Las autoridades de Filadelfia
y de Pensilvania asisten a las exequias. El Congreso ordena un mes de duelo
en su memoria.

19 Las primeras cuatro cartas están dedicadas a los cuáqueros. Pero sobre todo en la cuarta dibuja un retrato
sumamente elogioso de William Penn, al grado de afirmar: “Guillaume Penn pouvait se vanter d’avoir
apporté sur la terre l’âge d’or dont on parle tant, et qui n’a vraisemblablement existé qu’en Pennsyl-
vanie”. Voltaire, Lettres philosophiques, ed. de René Pomeau (París: Garnier-Flammarion, 1964), 38.
20 En una carta fechada en Passy el 3 de mayo de 1785, Franklin comunica a Vergennes que final-

mente ha recibido la autorización del Congreso para regresar a América. Aludiendo a su estado de
salud, el cual le impide trasladarse hasta Versalles, pide al ministro que agradezca a Luis XVI todas
las bondades que ha otorgado a su país. Véase The Diplomatic Correspondence of the American Re-
volution; being the Letters of Benjamin Franklin, Silas Deane, John Adams, John Jay, Arthur Lee, William
Lee, Ralph Izard, Francis Dana, William Carmichael, Henry Laurens, John Laurens, M. de Lafayette, M.
Dumas, and others, Concerning the foreign relations of the United States during the Whole Revolution; Together
with the Letters in Reply from the Secret Committee of Congress, and the Secretary of Foreign Affairs; also,
the Entire Correspondence of the French Ministers, Gérard and Luzerne, with Congress, vol. IV, ed. de Jared
Sparks (Boston: Nathan Hale and Gray & Bowen, 1829), 215.
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Benjamin Franklin: la negociación de la ayuda francesa 37

La noticia tarda casi dos meses en llegar a Francia. Cuando los miem-
bros de la Asamblea Nacional se enteran del suceso, encargan a Mirabeau
escribir el elogio fúnebre de Franklin. El funcionario francés, a su vez, solicita
a la Asamblea que decrete tres días de luto, moción que sólo apoya la izquierda
secundada por Sieyès. En los días siguientes, un número considerable de
ceremonias se organizan para recordarlo. El conde de La Rochefoucauld-Lian-
court, La Fayette, Marat, Brissot, Condorcet, entre algunos de sus amigos, le
rinden homenaje y alaban todas sus virtudes: su bonhomía, inteligencia, mo-
ral pragmática, acción política, sus trabajos científicos y logros diplomáticos.
Curiosamente, la autobiografía que no pudo concluir debido a su edad
avanzada apareció publicada primero en París en 1791. Franklin había con-
fiado el manuscrito a Le Veillard. Hasta 1818, su nieto William Temple publicó
el texto original en inglés.
La labor diplomática de Franklin en Francia representa sin duda un
caso excepcional en la historia de las relaciones internacionales por el alcance
histórico que tuvo.
No es casual que Franklin escribiera a David Hartley, el 4 de diciem-
bre de 1789:

Algunas circunstancias desagradables han seguido a la convulsión en Fran-


cia; pero si mediante la lucha ella obtiene y asegura para la nación su
libertad futura y una buena constitución, el goce durante pocos años de
esas bendiciones compensará con amplitud todo el daño que su adqui-
sición haya podido ocasionar. Quiera Dios que no sólo el amor a la liber-
tad, sino un conocimiento cabal de los derechos del hombre, se apodere
de todas las naciones del mundo, de manera que el filósofo pueda ir a
cualquier lugar y diga: “Éste es mi país”.21

21 “The convulsions in France are attended with some disagreeable circumstances; but if by the struggle
she obtains and secures for the nation its future liberty, and a good constitution, a few years’ enjoy-
ment of those blessings will amply repay all the damages their acquisition may have occasioned.
God grant, that not only the love of liberty, but a thorough knowledge of the rights of man, may
pervade all the nations of the world, so that a philosopher may set his foot anywhere on its surface,
and say, ‘This is my country’”. Franklin, The Works of Benjamin Franklin…, vol. X, 410-411.

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