Taller - El Hombre de La Esquina Rosada - Borges
Taller - El Hombre de La Esquina Rosada - Borges
Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por En eso, oigo que se desplazaban atrás, y me veo en el marco de
un placero insolente de ruedas coloradas, lleno hasta el tope de la puerta seis o siete hombres, que serían la barra del Corralero. El más
hombres, que iba a los barquinazos por esos callejones de barro duro, viejo, un hombre apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelantó
entre los hornos de ladrillos y los huecos, y dos de negro, dele guitarriar para quedarse como encandilado por tanto hembraje y tanta luz, y se
y aturdir, y el del pescante que les tiraba un fustazo a los perros sueltos descubrió con respeto. Los otros vigilaban, listos para dentrar a tallar si
que se le atravesaban al moro, y un emponchado iba silencioso en el el juego no era limpio.
medio, y ése era el Corralero de tantas mentas, y el hombre iba a peliar
y a matar. La noche era una bendición de tan fresca; dos de ellos iban ¿Qué le pasaba mientras tanto a Rosendo, que no lo sacaba
sobre la capota volcada, como si la soledá juera un corso. Ese jue el pisotiando a ese balaquero? Seguía callado, sin alzarle los ojos. El
primer sucedido de tantos que hubo, pero recién después lo supimos. cigarro no sé si lo escupió o si se le cayó de la cara. Al fin pudo acertar
Los muchachos estábamos dende temprano en el salón de Julia, que con unas palabras, pero tan despacio que a los de la otra punta del
era un galpón de chapas de cinc, entre el camino de Gauna y el salón no nos alcanzó lo que dijo. Volvió Francisco Real a desafiarlo y él
Maldonado. Era un local que usté lo divisaba de lejos, por la luz que a negarse. Entonces, el más muchacho de los forasteros silbó. La
mandaba a la redonda el farol sinvergüenza, y por el barullo también. La Lujanera lo miró aborreciéndolo y se abrió paso con la crencha en la
Julia, aunque de humilde color, era de lo más conciente y formal, así espalda, entre el carreraje y las chinas, y se jue a su hombre y le metió
que no faltaban musicantes, güen beberaje y compañeras resistentes la mano en el pecho y le sacó el cuchillo desenvainado y se lo dio con
pal baile. Pero la Lujanera, que era la mujer de Rosendo, las sobraba estas palabras:
lejos a todas. Se murió, señor, y digo que hay años en que ni pienso en
ella, pero había que verla en sus días, con esos ojos. Verla, no daba —Rosendo, creo que lo estarás precisando.
sueño.
A la altura del techo había una especie de ventana alargada que miraba
La caña, la milonga, el hembraje, una condescendiente mala al arroyo. Con las dos manos recibió Rosendo el cuchillo y lo filió como
palabra de boca de Rosendo, una palmada suya en el montón que yo si no lo reconociera. Se empinó de golpe hacia atrás y voló el cuchillo
trataba de sentir como una amistá: la cosa es que yo estaba lo más feliz. derecho y fue a perderse ajuera, en el Maldonado. Yo sentí como un
Me tocó una compañera muy seguidora, que iba como adivinándome la frío.
intención. El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos
perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar. En esa diversión —De asco no te carneo —dijo el otro, y alzó, para castigarlo, la
estaban los hombres, lo mismo que en un sueño, cuando de golpe me mano. Entonces la Lujanera se le prendió y le echó los brazos al cuello y
pareció crecida la música, y era que ya se entreveraba con ella la de los lo miró con esos ojos y le dijo con ira:
guitarreros del coche, cada vez más cercano. Después, la brisa que la
trajo tiró por otro rumbo, y volví a atender a mi cuerpo y al de la —Dejalo a ése, que nos hizo creer que era un hombre.
compañera y a las conversaciones del baile. Al rato largo llamaron a la Francisco Real se quedó perplejo un espacio y luego la abrazó como
puerta con autoridá, un golpe y una voz. En seguida un silencio general, para siempre y les gritó a los musicantes que le metieran tango y
una pechada poderosa a la puerta y el hombre estaba adentro. El milonga y a los demás de la diversión, que bailaramos. La milonga corrió
hombre era parecido a la voz. como un incendio de punta a punta. Real bailaba muy grave, pero sin
ninguna luz, ya pudiéndola. Llegaron a la puerta y grito:
Para nosotros no era todavía Francisco Real, pero sí un tipo alto,
fornido, trajeado enteramente de negro, y una chalina de un color como —¡Vayan abriendo cancha, señores, que la llevo dormida!
bayo, echada sobre el hombro. La cara recuerdo que era aindiada, Dijo, y salieron sien con sien, como en la marejada del tango,
esquinada. como si los perdiera el tango.
Me golpeó la hoja de la puerta al abrirse. De puro atolondrado me le Debí ponerme colorao de vergüenza. Dí unas vueltitas con alguna
jui encima y le encajé la zurda en la facha, mientras con la derecha mujer y la planté de golpe. Inventé que era por el calor y por la apretura
sacaba el cuchillo filoso que cargaba en la sisa del chaleco, junto al y jui orillando la paré hasta salir. Linda la noche, ¿para quién? A la
sobaco izquierdo. Poco iba a durarme la atropellada. El hombre, para vuelta del callejón estaba el placero, con el par de guitarras derechas en
afirmarse, estiró los brazos y me hizo a un lado, como despidiéndose de el asiento, como cristianos. Dentré a amargarme de que las descuidaran
un estorbo. Me dejó agachado detrás, todavía con la mano abajo del así, como si ni pa recoger changangos sirviéramos. Me dió coraje de
saco, sobre el arma inservible. Siguió como si tal cosa, adelante. Siguió, sentir que no éramos naides. Un manotón a mi clavel de atrás de la
siempre más alto que cualquiera de los que iba desapartando, siempre oreja y lo tiré a un charquito y me quedé un espacio mirándolo, como
como sin ver. Los primeros —puro italianaje mirón— se abrieron como para no pensar en más nada. Yo hubiera querido estar de una vez en el
abanico, apurados. La cosa no duró. En el montón siguiente ya estaba el día siguiente, yo me quería salir de esa noche. En eso, me pegaron un
Inglés esperándolo, y antes de sentir en el hombro la mano del codazo que jue casi un alivio. Era Rosendo, que se escurría solo del
forastero, se le durmió con un planazo que tenía listo. Jue ver ése barrio.
planazo y jue venírsele ya todos al humo. El establecimiento tenía más
de muchas varas de fondo, y lo arriaron como un cristo, casi de punta a
Juan Diego Medina Pérez
Licenciado en Lengua Castellana
Magíster en Historia
Talleres, actividades y evaluaciones
—¡Abrí te digo, abrí gaucha arrastrada, abrí, perra! —se abrió en Yo me fui tranquilo a mi rancho, que estaba a unas tres cuadras.
eso la puerta tembleque, y entró la Lujanera, sola. Entró mandada, como Ardía en la ventana una lucecita, que se apagó en seguida. De juro que
si viniera arreándola alguno. me apuré a llegar, cuando me di cuenta. Entonces, Borges, volví a sacar
el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en el chaleco, junto al
—La está mandando un ánima —dijo el Inglés. sobaco izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y estaba como
nuevo, inocente, y no quedaba ni un rastrito de sangre.
—Un muerto, amigo —dijo entonces el Corralero. El rostro era
como de borracho. Entró, y en la cancha que le abrimos todos, como
antes, dio unos pasos marcados —alto, sin ver— y se fue al suelo de
una vez, como poste. Uno de los que vinieron con él, lo acostó de ACTIVIDADES
espaldas y le acomodó el ponchito de almohada. Esos ausilios lo
ensuciaron de sangre. Vimos entonces que traiba una herida juerte en el
pecho; la sangre le encharcaba y ennegrecía un lengue punzó que antes 1. Identifique el tipo de narrador.
no le oservé, porque lo tapó la chalina. Para la primera cura, una de las 2. Describa física y psicológicamente a los personajes
mujeres trujo caña y unos trapos quemados. El hombre no estaba para principales.
esplicar. La Lujanera lo miraba como perdida, con los brazos colgando. 3. Enumere las acciones principales del relato.
Todos estaban preguntándose con la cara y ella consiguió hablar. Dijo 4. Describa el espacio en donde se desarrollan los hechos.
que luego de salir con el Corralero, se jueron a un campito, y que en eso 5. Determine el tiempo histórico y el tiempo literario.
cae un desconocido y lo llama como desesperado a pelear y le infiere 6. Plantee el inicio, el nudo y el desenlace.
esa puñalada y que ella jura que no sabe quién es y que no es Rosendo. 7. Explique y demuestre por qué este texto es una narración
¿Quién le iba a creer? literaria.
8. ¿Quién pudo haber sido el asesino del forastero?
El hombre a nuestros pies se moría. Yo pensé que no le había 9. ¿A qué movimiento literario pertenece este cuento?
temblado el pulso al que lo arregló. El hombre, sin embargo, era duro. 10. ¿Cuáles son los temas abordados por el autor?
Cuando golpeó, la Julia había estao cebando unos mates y el mate dio
Ia vuelta redonda y volvió a mi mano, antes que falleciera. “Tápenme la
cara”, dijo despacio, cuando no pudo más. Sólo le quedaba el orgullo y
no iba a consentir que le curiosearan los visajes de la agonía. Alguien le
puso encima el chambergo negro, que era de copa altísima. Se murió
abajo del chambergo, sin queja. Cuando el pecho acostado dejó de subir
y bajar, se animaron a descubrirlo. Tenía ese aire fatigado de los
difuntos; era de los hombres de más coraje que hubo en aquel entonces,
dende la Batería hasta el Sur; en cuanto lo supe muerto y sin habla, le
perdí el odio.
—Para morir no se precisa más que estar vivo —dijo una del
montón, y otra, pensativa también: