Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
JESUCRISTO
Ciclo A, B y C
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Para la lectura de la historia de la Pasión del Señor no se
llevan cirios ni incienso, ni se hace al principio la saluta-
ción habitual “El Señor esté con ustedes”, ni se signa el
libro. Esta lectura la proclama el diácono o, en su defecto,
el mismo celebrante. Pero puede también ser proclamada
por lectores laicos, reservando, si es posible, al sacerdote
la parte correspondiente a Cristo.
Si los lectores de la Pasión son diáconos, antes del can-
to de la Pasión piden a bendición al celebrante, como en
otras ocasiones antes del Evangelio; pero si los lectores
no son diáconos se omite esta bendición.
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Domingo de Ramos - Ciclo A
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C. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a pre-
guntarle uno por uno:
S. “¿Acaso soy yo, Señor?”
C. El respondió:
✠ “El que moja su pan en el mismo plato que
yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hom-
bre va a morir, como está escrito de Él; pero ¡ay
de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser
entregado! Más le valiera a ese hombre no ha-
ber nacido”.
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. “¿Acaso soy yo, Maestro?”
C. Jesús le respondió:
✠ “Tú lo has dicho”.
C. Durante la cena, Jesús tomó un pan, y pronunciada
la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
✠ “Tomen y coman. Éste es mi Cuerpo”.
C. Luego tomó en sus manos una copa de vino, y pro-
nunciada la acción de gracias, la pasó a sus discípulos,
diciendo:
✠ “Beban todos de ella, porque ésta es mi San-
gre, Sangre de la nueva alianza, que será derra-
mada por todos, para el perdón de los pecados.
Les digo que ya no beberé más del fruto de la
vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino
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nuevo en el Reino de mi Padre”.
C. Después de haber cantado el himno, salieron hacia
el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:
✠ “Todos ustedes se van a escandalizar de mí
esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor
y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero des-
pués de que yo resucite, iré delante de ustedes a
Galilea”.
C. Entonces Pedro le replicó:
S. “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca
me escandalizaré”.
C. Jesús le dijo:
✠ “Yo te aseguro que esta misma noche, antes
de que el gallo cante, me habrás negado tres ve-
ces”.
C. Pedro le replicó:
S. “Aunque tenga que morir contigo, no te nega-
ré”.
C. Y lo mismo dijeron todos los discípulos: Entonces
Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a
los discípulos:
✠ “Quédense aquí mientras yo voy a orar más
allá”.
C. Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebe-
deo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les
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dijo:
✠ “Mi alma está llena de una tristeza mortal.
Quédense aquí y velen conmigo”.
C. Avanzó unos pasos más, se postró rostro en tierra y
comenzó a orar, diciendo:
✠ “Padre mío, si es posible, que pase de mí este
cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino
como quieres tú”.
C. Volvió entonces a donde estaban los discípulos y los
encontró dormidos. Dijo a Pedro:
✠ «¿No han podido velar conmigo ni una hora?
Velen y oren, para no caer en la tentación, porque
el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
C. Y alejándose de nuevo, se puso a orar, diciendo:
✠ “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin
que yo lo beba, hágase tu voluntad”.
C. Después volvió y encontró a sus discípulos otra vez
dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño. Los
dejó y se fue a orar de nuevo, por tercera vez, repitiendo
las mismas palabras. Después de esto, volvió a donde es-
taban los discípulos y les dijo:
✠ “Duerman ya y descansen. He aquí que llega
la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Va-
mos! Ya está aquí el que me va a entregar”.
C. Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas,
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uno de los Doce, seguido de una chusma numerosa con
espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo. El que lo iba a entregar les había
dado esta señal:
S. “Aquel a quien yo le dé un beso, ése es. Apre-
héndanlo”.
C. Al instante se acercó a Jesús y le dijo:
S. “¡Buenas noches, Maestro!”
C. Y lo besó. Jesús le dijo:
✠ “Amigo, ¿es esto a lo que has venido?”
C. Entonces se acercaron a Jesús, le echaron mano y lo
apresaron.
Uno de los que estaban con Jesús, sacó la espada, hirió a
un criado del sumo sacerdote y le cortó una oreja. Le dijo
entonces Jesús:
✠ “Vuelve la espada a su lugar, pues quien usa
la espada, a espada morirá. ¿No crees que si yo
se lo pidiera a mi Padre, Él pondría ahora mis-
mo a mi disposición más de doce legiones de án-
geles? Pero, ¿cómo se cumplirían entonces las
Escrituras, que dicen que así debe suceder?”
C. Enseguida dijo Jesús a aquella chusma:
✠ “Han salido ustedes a apresarme como a un
bandido, con espadas y palos? Todos los días yo
enseñaba, sentado en el templo, y no me apre-
hendieron. Pero todo esto ha sucedido para que
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se cumplieran las predicciones de los profetas”.
C. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y
huyeron. Los que aprehendieron a Jesús lo llevaron a la
casa del sumo sacerdote Caifás, donde los escribas y los
ancianos estaban reunidos. Pedro los fue siguiendo de le-
jos hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se sentó
con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos
sacerdotes y todo el sanedrín andaban buscando un falso
testimonio contra Jesús, con ánimo de darle muerte; pero
no lo encontraron, aunque se presentaron muchos testigos
falsos. Al fin llegaron dos, que dijeron:
S. “Este dijo: ‘Puedo derribar el templo de Dios y
reconstruirlo en tres días”’.
C. Entonces el sumo sacerdote se levantó y le dijo:
S. “¿No respondes nada a lo que éstos atestiguan
en contra tuya?”.
C. Como Jesús callaba, el sumo sacerdote le dijo:
S. “Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si
tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”.
C. Jesús le respondió:
✠ “Tú lo has dicho. Además, yo les declaro que
pronto verán al Hijo del hombre, sentado a la
derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo”.
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y
exclamó:
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S. “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya
de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia.
¿Qué les parece?”
C. Ellos respondieron:
S. “Es reo de muerte”.
C. Luego comenzaron a escupirle en la cara y a darle
de bofetadas. Otros lo golpeaban, diciendo:
S. “Adivina quién es el que te ha pegado”.
C. Entretanto, Pedro estaba fuera, sentado en el patio.
Una criada se le acercó y le dijo:
S. “Tú también estabas con Jesús, el Galileo”.
C. Pero él lo negó ante todos, diciendo:
S. “No sé de qué me estás hablando”.
C. Ya se iba hacia el zaguán, cuando lo vio otra criada
y dijo a los que estaban ahí:
S. “También ése andaba con Jesús, el nazareno”.
C. Él de nuevo lo negó con juramento:
S. “No conozco a ese hombre”.
C. Poco después se acercaron a Pedro los que estaban
ahí y le dijeron:
S. “No cabe duda de que tú también eres de ellos,
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pues hasta tu modo de hablar te delata”.
C. Entonces él comenzó a echar maldiciones y a jurar
que no conocía a aquel hombre. Y en aquel momento can-
tó el gallo. Entonces se acordó Pedro de que Jesús había
dicho: “Antes de que cante el gallo, me habrás negado
tres veces”. Y saliendo de ahí se soltó a llorar amarga-
mente. Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y
los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús
para darle muerte. Después de atarlo, lo llevaron ante el
procurador, Poncio Pilato, y se lo entregaron. Entonces
Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había
sido condenado a muerte, devolvió arrepentido las treinta
monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos,
diciendo:
S. “Pequé, entregando la sangre de un inocente”.
C Ellos dijeron:
S. “¿Y a nosotros qué nos importa? Allá tú”.
C. Entonces Judas arrojó las monedas de plata en el
templo, se fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes tomaron
las monedas de plata y dijeron:
S. “No es lícito juntarlas con el dinero de las li-
mosnas, porque son precio de sangre”.
C. Después de deliberar, compraron con ellas el Cam-
po del alfarero, para sepultar ahí a los extranjeros. Por
eso aquel campo se llama hasta el día de hoy “Campo de
sangre”.
Así se cumplió lo que dijo el profeta Jeremías: “Tomaron
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las treinta monedas de plata en que fue tasado aquel a
quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las die-
ron por el Campo del alfarero, según lo que me ordenó el
Señor”.
Comienza la lectura breve.
C. Jesús compareció ante el procurador, Poncio Pilato,
quien le preguntó:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”
C. Jesús respondió:
✠ “Tú lo has dicho”.
C. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían
los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces le dijo Pi-
lato:
S. “¿No oyes todo lo que dicen contra ti?”
C. Pero El nada respondió, hasta el punto de que el
procurador se quedó muy extrañado. Con ocasión de la
fiesta de la Pascua, el procurador solía conceder a la mul-
titud la libertad del preso que quisieran. Tenían entonces
un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a
los ahí reunidos:
S. “¿A quién quieren que les deje en libertad: a
Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?”.
C. Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia.
Estando él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle:
S. “No te metas con ese hombre justo, porque hoy
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he sufrido mucho en sueños por su causa”.
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancia-
nos convencieron a la muchedumbre de que pidieran la
libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el
procurador les preguntó:
S. “¿A cuál de los dos quieren que les suelte?”,
C. ellos respondieron:
S. “A Barrabás”.
C. Pilato les dijo:
S. “¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el
Mesías?”
C. Respondieron todos:
S. “Crucifícalo”.
C. Pilato preguntó:
S. “Pero, ¿qué mal ha hecho?”
C. Más ellos seguían gritando cada vez con más fuerza:
S. “¡Crucifícalo!”
C. Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que
crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el
pueblo, diciendo:
S. “Yo no me hago responsable de la muerte de
este hombre justo. Allá ustedes”.
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C. Todo el pueblo respondió:
S. “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre
nuestros hijos!”
C. Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En
cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo
crucificaran. Los soldados del procurador llevaron a Jesús
al pretorio reunieron alrededor de Él a todo el batallón.
Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura,
trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la
cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha, y arro-
dillándose ante Él, se burlaban diciendo:
S. “¿Viva el rey de los judíos!”,
C. y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpea-
ban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de
Él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo lle-
varon a crucificar. Juntamente con Él crucificaron a dos
ladrones. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, lla-
mado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un
lugar llamado Gólgota, es decir, “Lugar de la Calavera”,
le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; Él lo
probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se
repartieron sus vestidos, echando suertes, y se quedaron
sentados ahí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron
por escrito la causa de su condena: “Éste es Jesús, el rey
de los judíos”. Juntamente con Él, crucificaron a dos la-
drones, uno a su derecha y El otro a su izquierda. Los
que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y
gritándole:
S. “Tú, que destruyes el templo y en tres días lo re-
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edificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios,
baja de la cruz”.
C. También se burlaban de Él los sumos sacerdotes, los
escribas y los ancianos, diciendo:
S. “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí
mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y
creeremos en Él. Ha puesto su confianza en Dios,
que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama,
pues Él ha dicho: “Soy el Hijo de Dios”.
C. Hasta los ladrones que estaban crucificados a su
lado lo injuriaban.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció
toda aquella tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó
con fuerte voz:
✠ “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”,
C. que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?” Algunos de los presentes, al oírlo, de-
cían:
S. “Está llamando a Elías”.
C. Enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una
esponja, la empapó en vinagre y sujetándola a una caña,
le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron:
S. “Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo”.
C. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito,
expiró.
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Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos ins-
tantes.
C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes,
de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron.
Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que
habían muerto, y después de la resurrección de Jesús, en-
traron en la ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
Por su parte, el oficial y los que estaban con él custodian-
do a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se
llenaron de un gran temor y dijeron:
S. “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.
Fin de la lectura breve.
C. Estaban también allí, mirando desde lejos, muchas
de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, Ma-
ría, la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos
de Zebedeo. Al atardecer, vino un hombre rico de Arima-
tea, llamado José, que se había hecho también discípulo
de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Je-
sús, y Pilato dio orden de que se lo entregaran. José tomó
el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó
en un sepulcro nuevo, que había hecho excavar en la roca
para sí mismo. Hizo rodar una gran piedra hasta la entra-
da del sepulcro y se retiró. Estaban ahí María Magdalena
y la otra María, sentadas frente al sepulcro. Al otro día, el
siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacer-
dotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron:
S. “Señor, nos hemos acordado de que ese impos-
tor, estando aún en vida, dijo: ‘A los tres días resu-
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citaré’. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el
tercer día; no sea que vengan sus discípulos, lo ro-
ben y digan luego al pueblo: ‘Resucitó de entre los
muertos’, porque esta última impostura sería peor
que la primera”.
C. Pilato les dijo:
S. “Tomen un pelotón de soldados, vayan y asegu-
ren el sepulcro como ustedes quieran”.
C. Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, poniendo un
sello sobre la puerta y dejaron ahí la guardia
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Domingo de Ramos - Ciclo B
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN
SAN MARCOS 14, 1–15, 47
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también en su honor lo que ella ha hecho con-
migo”.
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a
los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se
alegraron y le prometieron dinero; y él andaba buscando
una buena ocasión para entregarlo. El primer día de la
fiesta de los panes ázimos, cuando se sacrificaba el corde-
ro pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos:
S. “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la
cena de Pascua?”.
C. Él les dijo a dos de ellos:
✠ “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre
que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle
al dueño de la casa en donde entre: ‘El Maestro
manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en
que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’.
Él les enseñará una sala en el segundo piso arre-
glada con divanes. Prepárenos allí la cena”.
C. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad,
encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la
cena de Pascua. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce.
Estando a la mesa, cenando, les dijo:
✠ “Yo les aseguro que uno de ustedes, uno que
está comiendo conmigo, me va a entregar”.
C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno
tras otro:
S. “¿Soy yo?”.
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C. El respondió:
✠ “Uno de los Doce; alguien que moja su pan en
el mismo plato que yo. El Hijo del hombre va a
morir, como está escrito: pero ¡ay del que va a
entregar al Hijo del hombre! ¡Más le valiera no
haber nacido!”.
C. Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
✠ “Tomen: esto es mi cuerpo”.
C. Y tomando en sus manos una copa de vino, pro-
nunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les
dijo:
✠ “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que
se derrama por todos. Yo les aseguro que no vol-
veré a beber del fruto de la vid hasta el día en
que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
C. Después de cantar el himno, salieron hacia el mon-
te de los Olivos y Jesús les dijo:
✠ “Todos ustedes se van a escandalizar por mi
causa, como está escrito: ‘Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas’ pero cuando resucite, iré
por delante de ustedes a Galilea”.
C. Pedro replicó:
S. “Aunque todos se escandalicen, yo no”.
C. Jesús le contestó:
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✠ “Yo te aseguro que hoy, esta misma noche,
antes de que el gallo cante dos veces, tú me ne-
garás tres”.
C. Pero él insistía:
S. “Aunque tenga que morir contigo, no te nega-
ré”.
C. Y los demás decían lo mismo. Fueron luego a un
huerto, llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:
✠ “Siéntense aquí mientras hago oración”.
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a
sentir terror y angustia, y les dijo:
✠ “Tengo el alma llena de una tristeza mortal.
Quédense aquí, velando”.
C. Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía
que, si era posible, se alejara de Él aquella hora. Decía:
✠ “Padre, tú lo puedes todo: aparta de mí este
cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino
lo que tú quieres”.
C. Volvió a donde estaban los discípulos, y al encon-
trarlos dormidos, dijo a Pedro:
✠ “Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido ve-
lar ni una hora? Velen y oren, para que no cai-
gan en la tentación. El espíritu está pronto, pero
la carne es débil”.
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C. De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo
las mismas palabras. Volvió y otra vez los encontró dor-
midos, porque tenían los ojos cargados de sueño, por eso
no sabían qué contestarle. Él les dijo:
✠ “Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha
llegado la hora. Miren que el Hijo del hombre
va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el traidor”.
C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Ju-
das, uno de los Doce, y con él, gente con espadas y palos,
enviada por los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El
traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
S. “Al que yo bese, ése es. Deténganlo y lléven-
selo bien sujeto”.
C. Llegó, se acercó y le dijo:
S. “Maestro”.
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo apresaron.
Pero uno de los presentes desenvainó la espada y de un
golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
✠ «¿Salieron ustedes a apresarme con espadas y
palos, como si se tratara de un bandido? Todos
los días he estado entre ustedes, enseñando en el
templo y no me han apresado. Pero así tenía que ser
para que se cumplieran las Escrituras».
C. Todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguien-
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do un muchacho, envuelto nada más con una sábana y lo
detuvieron; pero él soltó la sábana y se les escapó des-
nudo. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se
reunieron todos los pontífices, los escribas y los ancianos.
Pedro lo fue siguiendo de lejos hasta el interior del patio
del sumo sacerdote y se sentó con los criados, cerca de la
lumbre, para calentarse. Los sumos sacerdotes y el sane-
drín en pleno buscaban una acusación contra Jesús para
condenarlo a muerte y no la encontraban. Pues, aunque
muchos presentaban falsas acusaciones contra El, los tes-
timonios no concordaban. Hubo unos que se pusieron de
pie y dijeron:
S. “Nosotros lo hemos oído decir: `Yo destruiré
este templo, edificado por hombres, y en tres días
construirá otro, no edificado por hombres’.
C. Pero ni aun en esto concordaba su testimonio.
Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó
a Jesús:
S. “¿No tienes nada que responder a todas esas
acusaciones?”.
C. Pero Él no le respondió nada. El sumo sacerdote
le volvió a preguntar:
S. “¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?”.
C. Jesús contestó:
✠ “Sí lo soy. Y un día verán cómo el Hijo del
hombre está sentado a la derecha del Todopode-
roso y cómo viene entre las nubes del cielo”.
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C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras excla-
mando:
S. “¿Qué falta hacen ya más testigos? Ustedes
mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?”.
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se
pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban
y le decían:
S. “Adivina quién fue”,
C. Y los criados también le daban de bofetadas.
Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Llegó una
criada del sumo sacerdote, y al ver a Pedro calentándose,
lo miró fijamente y le dijo:
S. “Tú también andabas con Jesús Nazareno”.
C. Él lo negó, diciendo:
S. “Ni sé ni entiendo lo que quieres decir”.
C. Salió afuera hacia el zaguán, y un gallo cantó. La
criada, al verlo, se puso de nuevo a decir a los presentes:
S. “Ése es uno de ellos”.
C. Pero él lo volvió a negar. Al poco rato, también
los presentes dijeron a Pedro:
S. “Claro que eres uno de ellos, pues eres galileo”.
C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S. “No conozco a ese hombre del que hablan”.
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C. En seguida, cantó el gallo por segunda vez. Pedro
se acordó entonces de las palabras que le había dicho Je-
sús: “Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás
negado tres”, y rompió a llorar.
Comienza la lectura breve
C. Luego que amaneció, se reunieron los sumos
sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en
pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo
entregaron a Pilato. Éste le preguntó:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
C. El respondió:
✠ “Si lo soy”.
C. Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas
cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. “¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te
acusan”.
C. Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato
estaba muy extrañado. Durante la fiesta de Pascua, Pilato
solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces
en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían
cometido un homicidio en un motín. Vino la gente y em-
pezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les dijo:
S. “¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?”.
C. Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo
habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes
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incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barra-
bás. Pilato les volvió a preguntar:
S. “¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de
los judíos?”.
C. Ellos gritaron:
S. “¡Crucifícalo!”.
C. Pilato les dijo:
S. “Pues ¿qué mal ha hecho?”.
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. “¡Crucifícalo!”.
C. Pilato, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó
a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo en-
tregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron
al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el
batallón. Lo vistieron con un manto de color púrpura, le
pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y
comenzaron a burlarse de Él, dirigiéndole este saludo:
S. “¡Viva el rey de los judíos!”.
C. Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían
y, doblando las rodillas, se postraban ante Él. Terminadas
las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le
pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo. Entonces
forzaron a cargar la cruz a un individuo que pasaba por ahí
de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejan-
dro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere
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decir lugar de la Calavera”). Le ofrecieron vino con mi-
rra, pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron
sus ropas, echando suertes para ver qué le tocaba a cada
uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el le-
trero de la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”.
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y
otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice:
Fue contado entre los malhechores. Los que pasaban por
ahí, lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole:
S. “¡Anda! Tú que destruías el templo y lo recons-
truías en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la
cruz”.
C. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él
y le decían:
S. “Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se
puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje
ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”.
C. Hasta los que estaban crucificados con él también
lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se
quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres,
Jesús gritó con voz potente:
✠ Eloí, Eloí, ¿lama sabactaní?”.
C. (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. “Miren, está llamando a Elías”.
C. Uno corrió a empapar una esponja en vinagre,
la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, di-
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ciendo:
S. “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”.
C. Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos
instantes
C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de
arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús,
al ver cómo había expirado, dijo:
S. “De veras este hombre era Hijo de Dios”.
Fin de la lectura breve
C. Había también ahí unas mujeres que estaban
mirando todo desde lejos; entre ellas, María Magdalena,
María (la madre de Santiago el menor y de José) y Salo-
mé, que cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para
atenderlo; y además de ellas, otras muchas que habían ve-
nido con él a Jerusalén. Al anochecer, como era el día de
la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea,
miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba
el Reino de Dios. Se presentó con valor ante Pilato y le
pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó que ya hubiera
muerto, y llamando al oficial, le preguntó si hacía mucho
tiempo que había muerto. Informado por el oficial, con-
cedió el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el
cadáver, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro
excavado en una roca y tapó con una piedra la entrada del
sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, se
fijaron en dónde lo ponían.
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Domingo de Ramos - Ciclo C
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gar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del
hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay
de aquel hombre por quien será entregado!”
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de
ellos podía ser el que lo iba a traicionar.
Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál
de ellos debería ser considerado como el más importante.
Jesús les dijo:
✠ “Los reyes de los paganos los dominan, y los
que ejercen la autoridad se hacen llamar bien-
hechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo
lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe
como si fuera el menor, y el que gobierna, como
si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el
que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que
es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio
de ustedes como el que sirve. Ustedes han per-
severado conmigo en mis pruebas, y yo les voy
a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí,
para que coman y beban a mi mesa en el Reino,
y se siente cada uno en un trono, para juzgar a
las doce tribus de Israel”.
C. Luego añadió:
✠ “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido
permiso para zarandearlos como trigo; pero yo
he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y
tú, una vez convertido, confirma a tus herma-
nos”.
C. Él le contestó:
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S. “Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la
cárcel y a la muerte”.
C. Jesús le replicó:
✠ “Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante
el gallo, habrás negado tres veces que me cono-
ces”.
C. Después les dijo a todos ellos:
✠ “Cuando los envié sin provisiones, sin dinero
ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?”
C. Ellos contestaron:
S. “Nada”.
C. Él añadió:
✠ “Ahora, en cambio, el que tenga dinero o pro-
visiones, que los tome; y el que no tenga espada,
que venda su manto y compre una. Les aseguro
que conviene que se cumpla esto que está escrito
de mí: Fue contado entre los malhechores, por-
que se acerca el cumplimiento de todo lo que se
refiere a mí”.
C. Ellos le dijeron:
S. “Señor, aquí hay dos espadas”.
C. Él les contestó:
✠ “¡Basta ya!”
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C. Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Oli-
vos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio,
les dijo:
✠ “Oren, para no caer en la tentación”.
C. Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de
piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo:
✠ “Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga
prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino
la tuya”.
C. Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él,
en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y co-
menzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el
suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus
discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces
les dijo:
✠ “¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no
caer en la tentación”.
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le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo:
✠ “¡Dejen! ¡Basta!”
C. Le tocó la oreja y lo curó.
Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encar-
gados del templo y a los ancianos que habían venido a
arrestarlo:
✠ “Han venido a aprehenderme con espadas y
palos, como si fuera un bandido. Todos los días
he estado con ustedes en el templo y no me echa-
ron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de
las tinieblas”.
C. Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar
en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde le-
jos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron
alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo
sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando
y dijo:
S. “Este también estaba con él”.
C. Pero él lo negó diciendo:
S. “No lo conozco, mujer”.
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. “Tú también eres uno de ellos”.
C. Pedro replicó:
S. “¡Hombre, no lo soy!”
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C. Y como después de una hora, otro insistió:
S. “Sin duda que éste también estaba con él, por-
que es galileo”.
C. Pedro contestó:
S. “¡Hombre, no sé de qué hablas!”
C. Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo.
El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó en-
tonces de las palabras que el Señor le había dicho: ‘Antes
de que cante el gallo, me negarás tres veces’, y saliendo
de allí se soltó a llorar amargamente.
Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le
daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban:
S. “¿Adivina quién te ha pegado?”
C. Y proferían contra él muchos insultos.
Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los
sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a
Jesús ante el sanedrín y le dijeron:
S. “Si tú eres el Mesías, dínoslo”.
C. Él les contestó:
✠ “Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregun-
to, no me van a responder. Pero ya desde ahora,
el Hijo del hombre está sentado a la derecha de
Dios todopoderoso”.
C. Dijeron todos:
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S. “Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?”
C. Él les contestó:
✠ “Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy”.
C. Entonces ellos dijeron:
S. “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros
mismos lo hemos oído de su boca”.
Comienza la lectura breve
C. El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes
y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.
Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. “Hemos comprobado que éste anda amotinando
a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tri-
buto al César y diciendo que él es el Mesías rey”.
C. Pilato preguntó a Jesús:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”
C. Él le contesto:
✠ “Tú lo has dicho”.
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
S. “No encuentro ninguna culpa en este hombre”.
C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. “Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea,
desde Galilea hasta aquí”.
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C. Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al ente-
rarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remi-
tió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por
aquellos días.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque
hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído
hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro
suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó
ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los
escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su
escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó
poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pila-
to. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato,
porque antes eran enemigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades
y al pueblo, y les dijo:
S. “Me han traído a este hombre, alegando que al-
borota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante
de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las
culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, por-
que me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún
delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le
aplicaré un escarmiento y lo soltaré”.
C. Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre
a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo:
S. “¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!”
C. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta
acaecida en la ciudad y un homicidio.
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Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de
poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando:
S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”
C. Él les dijo por tercera vez:
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lavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno
a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la
cruz:
✠ “Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen”.
C. Los soldados se repartieron sus ropas, echando suer-
tes.
El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían mue-
cas, diciendo:
S. “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si
él es el Mesías de Dios, el elegido”.
C. También los soldados se burlaban de Jesús, y acer-
cándose a él, le ofrecían vinagre y le decían:
S. “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mis-
mo”.
C. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego,
latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”.
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús,
diciéndole:
S. “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a no-
sotros”.
C. Pero el otro le reclamaba, indignado:
S. “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo
suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que
hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”.
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C. Y le decía a Jesús:
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con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era
natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba
el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús.
Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colo-
có en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían
puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba
a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a
Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el se-
pulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa,
prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron
reposo, conforme al mandamiento.
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Viernes Santo - Ciclo A, B y C
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN
SAN JUAN 18, 1–19, 42
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C. Jesús contestó:
✠ “Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí,
dejen que éstos se vayan”.
C. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: “No he per-
dido a ninguno de los que me diste”.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó
e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja
derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Je-
sús a Pedro:
✠ “Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber
el cáliz que me ha dado mi Padre?”
C. El batallón, su comandante y los criados de los judíos
apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante
Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel
año. Caifás era el que había dado a los judíos este conse-
jo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.
Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este
discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con
Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se
quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el
conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo
entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. “¿No eres tú también uno de los discípulos de
ese hombre?”
C. Él dijo:
S. “No lo soy”.
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C. Los criados y los guardias habían encendido un bra-
sero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro
estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discí-
pulos y de su doctrina. Jesús le contestó:
✠ “Yo he hablado abiertamente al mundo y he
enseñado continuamente en la sinagoga y en el
templo, donde se reúnen todos los judíos, y no
he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me inte-
rrogas a mí? Interroga a los que me han oído,
sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que
he dicho”.
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofe-
tada a Jesús, diciéndole:
S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?”
C. Jesús le respondió:
✠ “Si he faltado al hablar, demuestra en qué he
faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por
qué me pegas?”
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sa-
cerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le
dijeron:
S. “¿No eres tú también uno de sus discípulos?”
C. Él lo negó diciendo:
S. “No lo soy”.
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C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de
aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo:
S. “¿Qué no te vi yo con él en el huerto?”
C. Pedro volvió a negarlo y en seguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de
mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir
en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo:
S. ¿De qué acusan a este hombre?”
C. Le contestaron:
S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubié-
ramos traído”.
C. Pilato les dijo:
S. “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”.
C. Los judíos le respondieron:
S. “No estamos autorizados para dar muerte a na-
die”.
C. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de
qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”
C. Jesús le contestó:
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✠ “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”
C. Pilato le respondió:
S. “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos
sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que
has hecho?”
C. Jesús le contestó:
✠ “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino
fuera de este mundo, mis servidores habrían lu-
chado para que no cayera yo en manos de los
judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.
C. Pilato le dijo:
S. “¿Conque tú eres rey?”
C. Jesús le contestó:
✠ “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al
mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que
es de la verdad, escucha mi voz”.
C. Pilato le dijo:
S. “¿Y qué es la verdad?”
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos
y les dijo:
S. “No encuentro en él ninguna culpa. Entre uste-
des es costumbre que por Pascua ponga en libertad
a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los
judíos?”
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C. Pero todos ellos gritaron:
S. “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!”
C. (El tal Barrabás era un bandido).
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los sol-
dados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en
la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y
acercándose a él, le decían:
S. “¡Viva el rey de los judíos!”,
C. y le daban de bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. “Aquí lo traigo para que sepan que no encuen-
tro en él ninguna culpa”.
C. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el
manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. “Aquí está el hombre”.
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servido-
res, gritaron:
S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”
C. Pilato les dijo:
S. “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo
no encuentro culpa en él”.
C. Los judíos le contestaron:
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S. “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene
que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”.
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más,
y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. “¿De dónde eres tú?”
C. Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces:
S. “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo au-
toridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”
C. Jesús le contestó:
✠ “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si
no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que
me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.
C. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero
los judíos gritaban:
S. “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!;
porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del
César”.
C. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó
en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en
hebreo Gábbata).
Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el medio-
día. Y dijo Pilato a los judíos:
S. “Aquí tienen a su rey”.
C. Ellos gritaron:
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S “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!”
C. Pilato les dijo:
S. “¿A su rey voy a crucificar?”
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. “No tenemos más rey que el César”.
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús y él, cargando con la cruz, se dirigió ha-
cia el sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se dice
Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno
de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un
letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito:
‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letre-
ro muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde cru-
cificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a
Pilato:
S. “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este
ha dicho: Soy rey de los judíos’”.
C. Pilato les contestó:
S. “Lo escrito, escrito está”.
C. Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron
su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y
apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda
de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron:
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S. “No la rasguemos, sino echemos suertes para
ver a quién le toca”.
C. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron
mi ropa y echaron a suerte mi túnica Y eso hicieron los
soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de
su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al
ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería,
Jesús dijo a su madre:
✠ “Mujer, ahí está tu hijo”.
C. Luego dijo al discípulo:
✠ “Ahí está tu madre”.
C. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con
él.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a
su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
✠ “Tengo sed”.
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados
sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de
hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre
y dijo:
✠ “Todo está cumplido”,
C. e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa
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C. Entonces, los judíos, como era el día de la prepara-
ción de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados
no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado
era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebra-
ran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los solda-
dos, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los
que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús,
viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le traspasó el costado con
una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto y su testimonio es ver-
dadero y él sabe que dice la verdad, para que también
ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que
dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro
lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de
Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato
que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo auto-
rizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de no-
che, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos
con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los
judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron,
y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido
enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la
preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí
pusieron a Jesús.
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