0% encontró este documento útil (0 votos)
54 vistas14 páginas

Historia Politica Notas Sobre Sus Formas de Comprension

Este documento resume la evolución de la historia política como disciplina historiográfica. Desde sus orígenes, la historia se ha centrado principalmente en la política, prestando atención a gobernantes, sistemas de gobierno y conflictos. Sin embargo, a finales del siglo XIX emergieron nuevas especialidades como la historia social y económica que cuestionaron este enfoque. No fue hasta después de 1945 que la historia política recuperó importancia. El documento argumenta que este cambio en la comprensión de la historia política merece una reconsideración de

Cargado por

grecia.calderonp
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
54 vistas14 páginas

Historia Politica Notas Sobre Sus Formas de Comprension

Este documento resume la evolución de la historia política como disciplina historiográfica. Desde sus orígenes, la historia se ha centrado principalmente en la política, prestando atención a gobernantes, sistemas de gobierno y conflictos. Sin embargo, a finales del siglo XIX emergieron nuevas especialidades como la historia social y económica que cuestionaron este enfoque. No fue hasta después de 1945 que la historia política recuperó importancia. El documento argumenta que este cambio en la comprensión de la historia política merece una reconsideración de

Cargado por

grecia.calderonp
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 14

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III, pp.

837-850

Historia política: notas sobre sus formas


de comprensión y elaboración
Enrique Moradiellos
Universidad de Extremadura
[email protected]

Resumen
Desde sus orígenes como disciplina, la Historia siempre ha prestado una
atención preferente a la faceta política de la vida humana. De hecho, desde la
historiografía griega, de la mano de Tucídides, y hasta el siglo XIX, la histo-
ria fue esencialmente una crónica del devenir político de las sociedades, con
especial atención a sus gobernantes, sus sistemas de gobierno, sus cambios y
transformaciones y sus enfrentamientos bélicos. Esa primacía de la política
se quebró desde finales del siglo XIX, al compás del desarrollo de la sociedad
industrial y de masas, y del surgimiento y expansión del movimiento obrero, que
favorecieron el desarrollo de la historia socio-económica o de la historia cultural.
Sólo ya con posterioridad a 1945 la historia política comenzó a reconquistar su
posición entre las renovadas especialidades historiográficas y en la actualidad
está en pleno auge. Esa circunstancia merece una reconsideración de sus bases
conceptuales y sus modos de elaboración.
Palabras clave: Historia Política. Historiografía. Lisias. Harrington. Marx.

Abstract
From the very beginning, the discipline of History has devoted a prefer-
ential attention towards the political dimension of the life of human societies. As
such, since the onset of Greek historiography, as represented by Thucydides, up
to the XIX century, History was essentially a chronicle of the political evolution
of societies, with particular reference to the rulers, the political systems and
their changes and conflicts. This primacy of politics started to decline by the end
of the XIX century, as a result of the development of mass industrial societies
and the expansion of labour movements, two processes which promoted the new
socio-economic or cultural trends in History. Only after 1945 Political History
started to reestablished its reputation among other historical sub-disciplines
up to the point of its nowadays preponderance. A circumstance which merits
attention to its conceptual implications and ways of writing.
Keywords: Political History. Historiography. Lysias. Harrington. Marx.
838 Enrique Moradiellos

La Historia, como disciplina intelectual multi-centenaria, siempre se ha


ocupado de la “política” con preferencia notoria y a veces exclusiva y omnicom-
prensiva. Debe entenderse aquí por “política”, desde la clásica formulación de
Aristóteles en el siglo IV a. C, el conjunto de relaciones y operaciones desple-
gadas por los seres humanos que conviven bajo la misma estructura organizativa
supra-familiar y sobre un mismo territorio más o menos definido, con el fin de
asegurar su persistencia y duración con niveles mínimos de concordia interior
y de seguridad exterior de la unidad conformada. Dicho de forma más sintética
y con palabras más actuales de Hannah Arendt: “la política trata del estar juntos
los unos con los otros, con los que son diversos”, y “nace entre los hombres y
se establece como relación”.1
Esta concepción del vocablo significa, naturalmente, que la actividad
política tiene que ver con la diferenciación entre funciones de gobernantes y
gobernados, por un lado: “En la ciudad (léase: el Estado), los actos políticos son
de dos especies: autoridad y obediencia” (Aristóteles dixit). Y por otro, que la
política tiene como referencia “el ejercicio del poder” (según Max Weber) en
el seno de esas sociedades humanas necesariamente plurales en su interior que
viven físicamente sobre un territorio y en unos intervalos de tiempos determina-
dos y finitos: “La ciudad (el Estado), en efecto, es por naturaleza una pluralidad.
(..) Pero no sólo se compone la ciudad de una pluralidad de hombres, sino que
ellos son de diferente condición” (Aristóteles).2
En atención a esa patente evidencia de la importancia de la política para
la vida de las civilizaciones postneolíticas, las primeras crónicas históricas re-
gistradas, tanto mesopotámicas como egipcias, concentraron buena parte de sus
focos de atención en el devenir político de sus gobernantes de naturaleza divina.
En el caso sumerio, la famosa Lista de Reyes (iniciada en la segunda mitad del
III milenio) comenzaba recordando que la monarquía era un don divino para
poner orden en el caos y permitir la vida en la ciudad-estado:

Cuando la realeza hubo descendido del cielo,


cuando la sublime tiara y el trono real hubieron descendido del cielo,

1
Citado en Cristina Sánchez Muñoz, Arendt. La política en tiempos oscuros, Buenos Aires,
Bonalletra, 2015, pp. 66 y 109.
2
Aristóteles, Política, México, Porrúa, 1998, pp. 157 y 173-174. Traducción de Antonio Gómez
Robledo. Max Weber, Sociología del poder. Los tipos de dominación, Madrid, Alianza, 2007.
Traducción de Joaquín Abellán. Sobre el particular, sigue siendo recomendable el análisis de
Moses I. Finley, El nacimiento de la política, Barcelona, Crítica, 2016. edición original de 1983.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
Historia política: notas sobre sus formas 839
de comprensión y elaboración

estableció los ritos y las sublimes leyes divinas,


fundó las cinco ciudades en lugares santos,
pronunció sus nombres, hizo de ellas centros de culto.3

Ese mismo propósito de apología del poder real benefactor y protector


de origen divino se advierte en la producción histórica de Egipto, tanto en la
Estela de Palermo (inscripción de la IV dinastía, circa 2350 a. C.) como en el
Canon de los Reyes de Turín (relación dinástica redactada en el siglo XIII a.
C.). Y pese a que la historiografía griega supuso un giro muy notable por su
voluntad de ruptura con los mitos divinos para considerar sólo el devenir humano
secular, no dejó por ello de privilegiar la perspectiva política en sus textos más
canónicos, que versarán ante todo sobre asuntos de orden político, diplomático
y militar: el caso antológico del ateniense Tucídides y su Historia de la Guerra
del Peloponeso (siglo IV a. C.) es aquí paradigmático.
Ni la historiografía de la Edad Media (pese a su repliegue hacia el pro-
videncialismo religioso) ni la de la Edad Moderna (pese al restablecimiento de
la mirada secular de inspiración clásica) rompieron ese marco normativo de
lectura e interpretación de la historia a través del prisma de la política.4 Todavía a
finales del siglo XIX, un reputado historiador británico, Edward A. Freeman, era
capaz de escribir un manual de iniciación a los estudios históricos (The Methods
of Historical Study) que contenía este aforismo memorable: “La historia es la
política del pasado, y la política es la historia del presente”.5
Sólo a partir de los años finales de esa centuria, y sobre la base de la
difusión de la civilización industrial de masas y del impacto de las nuevas
ideologías obreras, se puso en cuestión esa larga tradición historiográfica de
la mano de las emergentes especialidades de la historia social y la historia
económica (en menor medida de la historia cultural). Basta recordar las duras
críticas de la llamada “Escuela de Annales” hacia la “vieja historia política” y
su predilección por la historia social, económica, demográfica, cultural o de las

3
Samuel Noah Kramer, La historia empieza en Sumer, Madrid, Alianza, 2010, p. 187. Edición
original de 1956.
4
A título meramente ilustrativo puede verse una sintética panorámica de esa evolución de
la historiografía en Enrique Moradiellos, Las caras de Clío. Una introducción a la historia,
Madrid, Siglo XXI, 2009. Para el nacimiento de la mirada historiográfica, siguen siendo de gran
valía las obra clásicas de John Van Seters, In Search of History. Historiography in the Ancient
World, New Haven, Yale University Press, 1983; y François Chatelet, El nacimiento de la historia,
Madrid, Siglo XXI, 1978, 2 vols.
5
Recogido en Arthur Marwick, The Nature of History, Londres, Macmillan, 1989, p. 56.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
840 Enrique Moradiellos

mentalidades, abiertamente promocionadas por sus fundadores de 1929, Lucien


Febvre y March Bloch.6 Uno de sus más reputados discípulos, el modernista
Fernand Braudel, consagró ese cambio de consideración de la política como
epifenómeno secundario en su magna obra sobre El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II, cuya primera edición francesa apareció
en 1949. En la misma, su tercera parte, dedicada a “los acontecimientos, la
política y los hombres”, contenía esta resonante sentencia:
Sólo después de muchas vacilaciones me he decidido a publicar esta
tercera parte bajo el signo de los acontecimientos: al hacerlo así la vinculo a
una historiografía francamente tradicional. Leopold von Ranke, de haber vivi-
do, habría encontrado en estas páginas mucho que le habría resultado familiar,
tanto en el tema objeto de estudio como en el tratamiento que se le da. (…) Los
acontecimientos son el efímero polvo de la historia: cruzan su escenario como
pavesas voladoras; brillan un momento, para, inmediatamente, volver a la os-
curidad y tal vez al olvido.7
Tres décadas después, bien superado el trauma político-militar de la Se-
gunda Guerra Mundial, todavía un notorio representante de esa corriente histo-
riográfica, Jacques Julliard, reconocía que “la historia política tiene mala prensa
entre los historiadores franceses”. Y daba sus certeras razones (sin compartirlas):
La historia política es psicológica e ignora los condicionamientos; es eli-
tista, incluso biográfica, e ignora la sociedad global y las masas que la componen;
es cualitativa e ignora lo serial; enfoca lo particular e ignora la comparación; es
narrativa e ignora el análisis; es idealista e ignora lo material; es ideológica y no
tiene conciencia de serlo; es parcial y no lo sabe tampoco; se apega al consciente
e ignora el inconsciente; es puntual e ignora la larga duración; en una palabra,
pues esta palabra resume todo en la jerga de los historiadores, es acontecimental.
En suma, la historia política se confunde con la visión ingenua de las cosas, la
que atribuye la causa de los fenómenos a su agente más aparente, el situado
más alto, y que mide su importancia real por su resonancia en la conciencia
inmediata del espectador.8
Sin embargo, pese a esas críticas tan extendidas, a medida que avanzaba
la segunda mitad del siglo XX, el descrédito de la historia política emprendió
su reflujo en los ámbitos historiográficos profesionales (porque en los ámbitos
6
Cfr. François Dosse, La historia en migajas. De “Annales” a la “nueva historia”, Valencia,
Institució Alfons el Magnànim, 1988; y Peter Burke, La revolución historiográfica francesa. La
Escuela de los Annales, Barcelona, Gedisa, 1993.
7
Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México,
FCE, 1976, vol. 2, p. 335.
8
Jacques Julliard, “La política”, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (comp.), Hacer la historia.
Nuevos enfoques, Barcelona, Laia, 1979, vol. II, p. 237. Subrayado original.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
Historia política: notas sobre sus formas 841
de comprensión y elaboración

populares e intelectuales, nunca había padecido igual merma). Y en ese pro-


gresivo cambio del péndulo de afinidades y preferencias, la antaño preterida
historia política dejaría atrás su fama de ser mera crónica elitista y belicista (una
historia “del tambor y la corneta”), al mismo tiempo que su hermana gemela, la
historia diplomática, abandonaba el estigma de ser mero relato de “entresijos
de las cortes y las cancillerías”.
Las circunstancias históricas, sin duda, propiciaron ese movimiento pen-
dular porque para entonces estaba claro que un fenómeno crucial como el apenas
clausurado, la Segunda Guerra Mundial, no podía ser explicado como efecto de
ningún cambio climático o medioambiental repentino, ni por ninguna carestía
alimentaria aguda, ni tampoco por severas presiones demográficas recurrentes
o análogos procesos estructurales de “larga duración”. Había sido el resultado
de apreciaciones, elecciones y decisiones de hombres capaces de imponer sus
medidas a millares o millones de otros hombres bajo su ámbito de influencia y
autoridad. En otras palabras: ese gran conflicto bélico universal no había sido
causado por tendencias bio-naturales, fuerzas económicas autónomas o procesos
macro-sociales masivos e imparables. Había sido el efecto de opciones políticas
meditadas, calculadas y conscientes, tomadas por líderes y dirigentes dotados
de poder decisorio en coyunturas críticas muy determinadas cronológica y espa-
cialmente. Por tanto, la dimensión política se hacía inexcusable para entender el
origen, el curso y el desenlace de dicho fenómeno bélico de alcance planetario.
Siguiendo esas premisas y en ese contexto tan favorable, de la mano de
autores como Federico Chabod (Storia della politica estera italiana dal 1870 al
1896, publicada en 1951), Réne Rémond (La droite en France de 1815 à nous
jours, de 1954); Arno J. Mayer (Political Origins of the New Diplomacy, de
1959) o Fritz Fischer (Objetivos de guerra de Alemania en la Primera Guerra
Mundial, de 1961), la historia política fue reconquistando su puesto entre las
renovadas especialidades historiográficas, aunque fuera ya como historia social
de la política o historia cultural de la política.9
El medievalista Jacques Le Goff refrendó ese giro notorio al escribir a
mitad de la década de 1980: “la Historia política ya no es el esqueleto de la
Historia, pero es sin embargo su núcleo”.10 Y el propio Braudel, en uno de sus

9
Véanse muestras de esa reconsideración: Xavier Gil Pujol, “Notas sobre el estudio del poder
como nueva valoración de la historia política”, Pedralbes. Revista de Historia Moderna, nº 3,
1983, pp. 61-88; Jean-François Sirinelli, “El retorno de lo político”; y María Fernanda G. de
los Arcos, “El ámbito de la nueva historia política”, ambos en Historia Contemporánea, nº 9,
1993, pp. 25-35 y 37-57.
10
Jacques Le Goff, “¿Es la política todavía el esqueleto de la Historia?”, en J. Le Goff, Lo

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
842 Enrique Moradiellos

últimos trabajos (El Mediterráneo. El espacio y la historia, publicado en francés


en 1985) reconocía el peso decisivo de “lo político” sin mengua de su profesión
de fe estructuralista en el sobredeterminante influjo de las “civilizaciones” en
la marcha de la historia:
Prioridad a las civilizaciones. (…) De hecho, esas civilizaciones son los
únicos destinos de larga vida que se pueden seguir sin interrupción a través
de las peripecias y los accidentes de la historia mediterránea. (…) La política
siempre tiene la última palabra: he ahí un hecho evidente. ¿Cuántas veces no ha
impuesto su voluntad, relegando a un segundo plano todas las demás fuerzas y
formas de la historia?11
En todo caso, llegados a este punto del nuevo milenio, parece claro que
el péndulo ha completado su ciclo y que “la historia política se encuentra en la
actualidad en pleno auge”.12 Incluso cabría afirmar que la tendencia pendular
ha llegado a sus extremos y abundan los indicios de que la historia política, en
algunos casos, ha pasado a ser una especie de eje explicativo autónomo y auto-
rreferencial, muy lejos de aquellas cercanas épocas en las que se la veía como
un pálido reflejo (espuma de olas) de sendos y potentes movimientos oceánicos
de fuerzas económicas, sociales o demográfico-ambientales. Y por eso procede
abordar una cuestión de orden eminentemente historiológico que suscitan las
nuevas corrientes de historia política y que, en gran medida, forma parte del
debate sobre el ser o no ser de la disciplina de la Historia casi desde sus inicios
y hasta la más presente actualidad.13
Cabría formular el problema así: ¿qué grado de validez explicativa debe
atribuirse a la perspectiva analítica que aborda el estudio de la dinámica política
de cualquier tiempo y espacio concentrándose sólo (o muy preferentemente) en
los términos (actores políticos stricto sensu), relaciones (vínculos y co-deter-
minaciones establecidos entre ellos) y operaciones (contextos cristalizados y
resultados circunstanciales derivados por ese juego de fuerzas plurales siempre
sujeto a evolución)? Dicho en otras palabras: cómo debemos juzgar y ponderar
los estudios que tratan de “historia política” entendida como dimensión autó-

maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, Gedisa, 1985, pp. 163-178


(cita en p. 178).
11
Fernand Braudel, El Mediterráneo. El espacio y la historia, México, FCE, 1989, pp. 141-
142 y 157.
12
Marta Bronislawa Duda, “La historia política”, Revista de Historia Universal, nº 17, 2014,
pp. 90-117 (cita en p. 90). En igual sentido, Susan Pedersen, “What is Political History Now?”,
en David Cannadine (ed.), What is History Now?, Londres, Palgrave-Macmillan, 2004, pp. 36-56.
13
Una aportación relevante a este asunto, aunque lo supere ampliamente, puede verse en John G.
A. Pocock, Pensamiento político e historia. Ensayos sobre teoría y método, Madrid, Akal, 2011.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
Historia política: notas sobre sus formas 843
de comprensión y elaboración

noma (literalmente: “que se da la ley a sí misma en su desarrollo”) dentro de la


dinámica existencial de una sociedad humana.
El problema de esa perspectiva es que quizá, por su propia focalización
en el ámbito político de manera exclusiva, omite la consideración (al menos
suficiente, en opinión del autor de estas líneas) de otras variables no directamente
políticas que, sin embargo, afectan, influyen e incluso conforman ese mismo
ámbito y dimensión de la vida societaria humana. Se trataría, por eso mismo, de
una especie de sustantivación hipostasiada de la dimensión política del devenir
histórico, con todo lo que ello supone de reduccionismo explicativo y pérdida
de atención a la globalidad del acontecer humano pretérito y presente. Es una
vieja discusión de filosofía de la historia que se originó ya casi en el mismo
momento de constitución de la disciplina en la época clásica greco-romana y que
se mantiene en el día de hoy sin apenas variaciones notables en las posiciones.
Y merece la pena recordar sus contornos porque ese debate está implícito e in-
forma el alma de muchos trabajos historiográficos recientes. Y también porque
su consideración permite resituar parte de sus grandes logros y posibles
carencias en un plano general historiográfico que transciende con mucho el
ámbito de la historia española, naturalmente.
Dicho de manera muy sumaria y sucinta: a nuestro leal pero falible saber
y entender, muchos estudios de esta naturaleza publicados en los últimos lustros
en todo el mundo (incluyendo a España) parecen pecar de omisión de referencias
suficientes al contexto socio-económico y cultural envolvente y, por ello mismo,
acrecienta y sustantiva en exceso el carácter auto-definitorio del juego político
analizado. Esa operación intelectual de sobre-determinación de la vida política
como esfera autónoma con sus propias lógicas y referentes no sólo eclipsa la
previa alternativa estructuralista de determinaciones socio-económicas o demo-
gráfico-ambientales. También contradice de manera clara y tajante otra alterna-
tiva de lectura de la dimensión política existente. A saber: aquella que entiende
las sociedades humanas históricamente registradas como sistemas dinámicos y
complejos cuyos términos básicos son los individuos operativos que mantienen
entre sí relaciones de naturaleza intersubjetiva (incluyendo la constitución de
grupos o clases de orden diverso) y que operan y actúan en ese marco social
colectivo y plural sujeto a evolución temporal y a condicionamiento espacial.
Tales sociedades humanas están conformadas al menos por cuatro di-
mensiones relacionales y operatorias diferentes pero conexas, co-determinadas
e interdependientes: biológicas (relaciones y operaciones de filiación y paren-
tesco), económicas (relaciones y operaciones de producción material vitales
para la mera subsistencia), políticas (relaciones y operaciones de coordinación,

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
844 Enrique Moradiellos

dominación y poder imprescindibles para la vida en sociedad) y culturales (re-


laciones y operaciones de comunicación derivadas del carácter plural y racional
de todo grupo humano). Por ello mismo, la tentativa de explicación del devenir
de una sociedad, con independencia de su foco de atención primario, no puede
dejar de atender a la plausible existencia de una conexión significativa entre
los diferentes planos fenoménicos de esa misma sociedad que permita entender
mejor la evolución de cada uno de ellos y de su conjunto global.14
Suele suponerse en algunos medios y foros que esta perspectiva analí-
tico-interpretativa de la historia de las sociedades humanas es fruto de la obra
de Karl Marx y está por ello “contaminada” irremediablemente de su filosofía
materialista y dialéctica y sus restantes postulados filosóficos e ideológicos. Es
decir: el supuesto de que la vida política está influida, co-determinada, implan-
tada o afectada por circunstancias socio-económicas y socio-culturales implica
ser “marxista” (con todo lo que ello supone por connotación: el marxismo como
doctrina oficial de la Unión Soviética o la China Popular, por ejemplo). Pero
es una burda equivocación intelectual y conceptual, con independencia de que
Marx fuera quizá el más tenaz cultivador de esta tradición historiológica en la
segunda mitad del siglo XIX.
En todo caso, sí cabe remarcar que la formulación marxiana ejerció una
influencia intelectual duradera en el pensamiento socio-político contemporáneo
desde la publicación en Londres del famoso prefacio de 1859 a su libro titulado
Contribución a la crítica de la economía política:
Mis investigaciones dieron este resultado: que las relaciones jurídicas,
así como las formas de Estado, no pueden explicarse ni por sí mismas, ni por la
llamada evolución general del espíritu humano; que se originan más bien en las
condiciones materiales de existencia ...; que la anatomía de la sociedad hay que
buscarla en la economía política... El resultado general a que llegué y que, una
vez obtenido, me sirvió de guía en mis estudios, puede formularse brevemente
de este modo: en la producción social de su existencia, los hombres entran en
relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas rela-
ciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus
fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción
constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se
eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas

14
En buena parte, las reflexiones historiológicas precedentes están inspiradas en diversos
trabajos del profesor Gustavo Bueno. A título de ejemplo, su obra Primer ensayo sober las
categorías de las “ciencias políticas”, Logroño, Gobierno de La Rioja, 1991; y su ensayo
Principios de una teoría filosófica política materialista, texto fechado el 15 de febrero de 1995.
[en línea], <http://www.filosofia.org/mon/cub/dt001.htm>, [Consulta: 7 de septiembre de 2019].

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
Historia política: notas sobre sus formas 845
de comprensión y elaboración

sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material


condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es
la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la
realidad social es la que determina su conciencia.15
En realidad, como trataremos de argumentar, la cristalización de ese
postulado interpretativo, de esta verdadera premisa hermenéutica, se produjo
en la Grecia del siglo V antes de nuestra era, justo a la par que se configuraba la
disciplina de la Historia de la mano de Heródoto y al mismo tiempo que florecían
(y no es baladí) la reflexión filosófica socrático-platónica, la fórmula política de
la polis democrática, la impactante innovación de la escritura alfabética y
la correlativa expansión de la economía mercantil y monetaria por el mundo
helénico y mediterráneo.
Lisias de Atenas, el gran retórico y jurista que vivió probablemente entre
los años 440 y 380 a. C., fue uno de los primeros y más precisos formuladores
de esta tesis interpretativa, hasta el punto de que podríamos denominarla “el
principio de Lisias” con plena propiedad. De hecho, el principal traductor español
de sus textos más representativos lo llama “declaración de realismo político”.16
Es evidente que llegó a formular su hipótesis del “carácter instrumental de la
política” (juicio de Moses I. Finley17), como resultado de su propia y traumática
experiencia vital y familiar, producto de las luchas socio-políticas que azotaron
al Ática durante su ciclo biográfico: primero, esplendor de la democracia con Pe-
ricles; luego, guerras agotadoras contra Esparta y sus aliados; más tarde, derrota
militar y derrocamiento de la democracia por la oligarquía en dos ocasiones (411
y 404-403 a. C); a continuación, restauración de la democracia y nueva guerra
desastrosa contra Esparta; y, finalmente, declive ateniense y primera expansión
del poder de Macedonia por todo el mundo helénico.18
El “principio de Lisias” fue expuesto por este orador en un famoso dis-
curso y alegato expuesto ante el tribunal superior ateniense que juzgaba a los
ciudadanos que habían flaqueado en su amor por la democracia ante las derrotas
militares o incluso habían apoyado el establecimiento de la efímera oligarquía
del año 411 y la igualmente efímera oligarquía de los “Treinta Tiranos” durante
la crisis del bienio 404-403. El contexto de esta última crisis de la democracia

15
Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Madrid, A. Corazón, 1978,
pp. 42‑43.
16
José Luis Calvo, Discursos, Madrid, Gredos, 1995, p. XX.
17
Moses I. Finley, El nacimiento de la política, p. 141.
18
Claude Mossé, Historia de una democracia: Atenas, desde sus orígenes hasta la conquista
macedónica, Madrid, Akal, 2016. Edición original de 1971.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
846 Enrique Moradiellos

ateniense fue bien formulado ya en su momento por la helenista Claude Mossé


y es inexcusable para entender la argumentación de Lisias en toda su dimensión:
Las murallas destruidas, el Imperio perdido, la flota abandonada, el
enemigo acampado en el territorio de la ciudad: tal era para Atenas el balance
de una guerra que había durado más de un cuarto de siglo. ¿Cómo extrañarse
de que una vez más, al igual que después del desastre de Sicilia (411), algunos
creyeran llegado el momento de poner fin al régimen cuyas debilidades eran las
responsables de la derrota?19
Con el fin de explicar esos cambios de juicio y valoración de los regímenes
entre la ciudadanía ateniense, Lisias solicitó a los jueces que tomaran en cuenta
una crucial consideración:
Intentaré explicaros a qué clase de ciudadanos les cuadra, en mi opinión,
desear la oligarquía y a quiénes la democracia. Con ello también vosotros for-
maréis vuestra opinión y yo haré mi defensa, demostrando que ni por lo que hice
en la democracia ni por lo que hice en la oligarquía, en nada me corresponde ser
malévolo con vuestro partido. En primer lugar, desde luego, es necesario pensar
que nadie es por naturaleza partidario de la oligarquía o de la democracia,
sino que cualquiera que sea el régimen que conviene a cada uno, éste es el que
desea que se establezca. (…) Luego no es difícil comprender, jueces, que las
diferencias mutuas no son por el régimen político, sino por lo que interesa a cada
uno en particular. Por consiguiente, vosotros debéis examinar a los ciudadanos
observando cómo se condujeron en la democracia e investigando si les resultaba
algún beneficio porque cambiara el régimen. De esta manera, vuestro veredicto
sobre ellos sería el más justo. Yo, desde luego, considero que a cuantos en la
democracia perdieron los derechos de ciudadanía o se vieron privados de sus
bienes o envueltos en cualquier otra desgracia les correspondía anhelar otro
régimen en la esperanza de que el cambio iba a reportarles algún beneficio.20
La apelación de Lisias a mirar “las conveniencias” (entendidas como in-
terés material, sí, pero también como expectativas de futuro, temores mediatos
o inmediatos, tabúes flexibles o infranqueables, juicios sobre la mejor o peor
alternativa presente…) como “criterio” para entender las conductas y actitudes
políticas, incluso como “fundamento” deseable para la solidez de los regímenes
y Estados, no pasó inadvertida en la literatura posterior. Al igual que su fondo
de “sentido común” no había pasado inadvertido a los propios hombres y go-
bernantes previos, naturalmente. No en vano, como nos recordaba Samuel Noah
Krammer en La historia empieza en Sumer, una de las primeras tablillas que

19
C. Mossé, Historia de una democracia, p. 79.
20
Discurso XXV: Discurso de defensa por intentos de derrocar la democracia. Reproducido
en José Luis Calvo, Discursos, pp. 182-184.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
Historia política: notas sobre sus formas 847
de comprensión y elaboración

registran la actividad política del rey Urukagina de Lagash, en la primera mitad


del tercer milenio a. C., señala cómo se restableció la “paz social” en su reino
mediante una sencilla “rebaja de impuestos” que alivió la carga de agricultores,
ganaderos, barqueros, pescadores, mercaderes y artesanos y así “instauró la
libertad” de sus súbditos y recuperó su apoyo y lealtad en el conflicto con la
vecina ciudad-estado de Umma.21
Es difícil no ver el “principio de Lisias” en operación en muchos otros
analistas y protagonistas de la vida socio-política posterior, a medida que nos
acercamos a la época contemporánea y después de la cumbre que supuso la re-
flexión de Maquiavelo en su opúsculo El Príncipe (1531). Es costumbre al respecto
mencionar al aristócrata inglés James Harrington, autor de The Commowealth of
Oceana (1656), que se atrevió a ofrecer una interpretación de la convulsa guerra
civil que vivió en primera persona como tibio partidario de la causa de Carlos I.
En ella subrayaba la determinante conexión entre violencia armada y cambios
en la propiedad de la tierra que había enfrentado a las viejas fuerzas partidarias
del rey con las nuevas fuerzas que apoyaban al Parlamento: el conflicto habría
sido resultado de la ruptura de los equilibrios entre las formas de poder político
y la estructura social derivada de la distribución de la propiedad de la tierra (alta
nobleza terrateniente en declive partidaria del poder real absoluto versus pequeña
nobleza y propietarios agrarios en auge partidarios de la primacía parlamentaria).22
Atender a esa conexión de planos no reduce la guerra civil inglesa a una
cruda lucha por la propiedad de la tierra, desde luego. Pero, como bien entendió
la sociedad inglesa desde entonces, permite comprender la vinculación que existe
en cambiantes o invariables preferencias políticas, naturaleza de las fuentes de
la renta y riqueza de los grupos y, por último pero no menos, concepciones,
ideas y valores abrigados, readaptados o repudiados. Para el siglo XVIII, esa
conexión era tan clara que una gran parte de la historiografía británica poste-
rior (siguiendo a sir Lewis Namier) consideró abusivamente que “las ideas y
los principios de los políticos dieciochescos eran meras racionalizaciones de
ambiciones egoístas y motivos de base material”.23 Uno de aquellos políticos
que más hizo por confirmar esas perspectivas fue el escritor y político whig
(liberal) Daniel Defoe, que en 1705 afirmaba en uno de sus artículos de prensa:

21
Samuel Noah Krammer, La historia empieza en Sumer, pp. 79-85.
22
Véase el análisis sobre Harrington de John Burrow, Historia de las historias. De Heródoto al
siglo XX, Barcelona, Crítica, 2014, pp. 376-377. Un estudio certero sobre el personaje en Pablo J.
Badillo, La filosofía jurídico-política de James Harrington, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1977.
23
H.T. Dickinson, Liberty and Property. Political Ideology in Eighteenth-Century Britain,
Londres, Methuen, 1979, p. 2.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
848 Enrique Moradiellos

El comercio es la vida de la nación, el alma de su felicidad, la primavera


de su riqueza, el apoyo de su grandeza y el fundamento sobre el que se basan el
rey y el pueblo. Y si el comercio se hundiera, caería toda la fábrica de la sociedad,
enfermaría y languidecería el cuerpo político, declinaría su poder y se reduciría
implacablemente su posición en el mundo.24
Si eso era así para los grupos sociales rectores y pudientes, tampoco es
de extrañar que los grupos sociales más humildes y desfavorecidos atendieran
a ver esa conexión de planos bajo la fórmula sencilla y simple de un aforismo
popular: A hungry man is an angry man (un hombre hambriento es un hombre
muy descontento). Y su corolario implícito: la paz pública exige un mínimo de
tranquilidad social que se puede quebrar por el hambre o azotes similares, por
la conciencia de graves diferencias de posibilidades para superar el hambre
y esos azotes, y por la convicción de que las instituciones y sus gobernantes
no aciertan a dar con fórmulas eficaces para afrontar esos males y reducir su
impacto. No otra cosa recordaba James C. Davies hace ya más de medio siglo
atrás: “Sin comida suficiente, no hay ninguna sociedad”.25
Este repaso sumario a la pervivencia del “principio de Lisias” no podría
dejar de aludir al político liberal-moderado e historiador Antoine Barnave, del
se que publicó póstumamente su Introducción a la Revolución Francesa en
1843 (había sido ejecutado por oposición a la dictadura jacobina en 1793). Un
conocido párrafo de la obra (en el que, además, se identifica significativamente
a las clases burguesas con todo el “pueblo”) es muy elocuente al respecto:
Desde que las artes y el comercio consiguen penetrar en el pueblo y crean
un nuevo medio de riqueza en provecho de las clases laboriosas, se prepara una
revolución en las leyes políticas; una nueva distribución de la riqueza prepara una
nueva distribución del poder. Al igual que la posesión de las tierras ha elevado
a la aristocracia, la propiedad industrial eleva el poder del pueblo; adquiere su
libertad, se multiplica y comienza a influir en los negocios públicos.26
Recapitulemos. Mucho antes de Marx, el análisis intelectual de la vida po-
lítica de una sociedad no había perdido de vista que sus fundamentos económicos
y sus manifestaciones culturales eran factores co-determinantes y recíprocamente
vinculados de la dinámica evolutiva general de una sociedad. Y entre los más
recientes e influyentes defensores de esta perspectiva interpretativa holística
24
Citado en H.T. Dickinson, Liberty and Property. Political Ideology in Eighteenth-Century
Britain, p. 86. Véase sobre el personaje el retrato de Janire Ramila, “Daniel Defoe. Espía, truhán
y periodista”, Clío. Revista de Historia, nº 120, 2011, pp. 50-57.
25
J. C. Davis, Human Nature in Politics. The Dynamics of Political Behaviour, Nueva York,
Free Press, 1963, p. 17.
26
Reproducido en Albert Soboul, La Revolución Francesa, Madrid, Tecnos, 1979, p. 41.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
Historia política: notas sobre sus formas 849
de comprensión y elaboración

cabría mencionar al filósofo y antropólogo británico Ernest Gellner (conocido


por sus estudios sobre el nacionalismo como fenómeno histórico-cultural desde
una perspectiva global). Y también al historiador francés Gérard Noiriel (famoso
por su propuesta de fundación de una “socio-historia” que borrara los lindes entre
una y otra disciplina respectiva). Incluso cabría referir por ultimo al sociólogo
holandés Abram de Swaan y su aclamado manual titulado Human Societies.
En el caso de Gellner, su consideración de la “sociedad” como agrupación
obligada de individuos y grupos humanos era solidaria de su concepción de la
misma como unidad de tres esferas de acción y representación ineludibles y
conexas en algún formato y proporción: el ámbito de la producción de la vida
material (esa vida económica cuyo símbolo es el arado); el ámbito de la ges-
tión del poder público (esa vida política encarnada en la espada); y el ámbito
de la comunicación interpersonal (esa vida cultural que tiene su expresión en
el libro).27
En el caso de Noiriel, el “vínculo social” que une, conforma e identifica
a los individuos y a los grupos sociales también se descompone analíticamente
(sin ruptura de su unidad sintética real) en tres grandes dimensiones de acción y
pensamiento recíprocamente afectadas: otra vez la producción de las condiciones
de existencia material (y el disfrute diferencial de las “riquezas”); la gestión
de la vida pública (y el uso, abuso o negación de las prácticas del “poder”); y la
cultura compartida y colectiva (y los consecuentes “honores” sentidos, promo-
vidos o anulados).28
En el caso de Abram de Swaan, su obra postula que la existencia y su-
pervivencia de una sociedad siempre está sujeta a ciertos condicionantes que
tienen que ver con “la producción y distribución de bienes” necesarios (alimento,
vivienda, vestimenta…), con la “reproducción” de sus sistemas de conviven-
cia pública (mediante mínimas garantías de “seguridad interna” y “seguridad
externa” del grupo) y con la “orientación” dominante en la propia sociedad
(“modos de pensamiento” que permiten buscar sentido al entorno). A su juicio,
el cumplimiento suficiente de esos condicionantes son el requisito básico de
toda vida social duradera:
Una sociedad no es sólo “un gran número de gente”, ni tampoco una
suerte de “ser humano gigante”. Una sociedad es una configuración de personas
según ciertos patrones de interdependencia. Tal sociedad sigue existiendo incluso
cuando parte de sus integrantes fallecen o se marchan. Pero una sociedad no
27
Ernest Gellner, El arado, la espada y el libro. La estructura de la historia humana, México,
FCE, 1992.
28
Gérard Noiriel, Introducción a la socio-historia, Madrid, Siglo XXI, 2011.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854
850 Enrique Moradiellos

puede subsistir si los patrones de interdependencia se desintegran o si nuevos


miembros no se suman a ellos.29
Terminaremos este breve ensayo con una última consideración: hacer
historia política exige atender a su ámbito propio de manifestación y desarro-
llo sin incurrir en el error de juicio de entenderlo como una esfera autónoma y
casi desligada de la realidad social envolvente en todas sus dimensiones. Caso
contrario, el trabajo del historiador de la política corre el riesgo de hipostasiar
la focalización en esa faceta fenoménica a costa de orillar o prestar insuficiente
atención a las otras dimensiones históricas que configuran la dinámica de la
vida política en su complejidad real. Y esa mirada hipostasiada, sencillamente,
hace más difícil la crucial tarea de comprensión asignada a la historia como una
más, pero fundamental, de las disciplinas intelectuales del ámbito humanístico.
A saber: formarse una idea certera y veraz de los fenómenos y épocas históricas
y dar cuenta y razón de las cambiantes circunstancias de las sociedades humanas
en su devenir espacio-temporal. Una tarea que implica la pertinente atención a
la heterogeneidad de los factores condicionantes de un fenómeno y la obligada
elusión de la simplicidad maniquea en las pautas de explicación del mismo, en
palabras ya canónicas de Karl Jaspers:
¿Hasta qué punto está a nuestro alcance comprender lo que nosotros
mismos no somos y no realizamos? Postulamos que tal comprender es factible
con un margen no determinante de aproximación, siempre que se eviten toda
precipitación y todo presunto carácter definitivo de la comprensión.30

29
Abram de Swaan, Human Societies. An Introduction, Cambridge, Polity, 2004, p.15.
Subrayados originales.
30
Karl Jaspers, Los grandes filósofos. Los hombres decisivos, Madrid, Tecnos, 2013, p. 186.
Edición original alemana de 1957.

Revista de Estudios Extremeños, 2019, Tomo LXXV, N.º III I.S.S.N.: 0210-2854

También podría gustarte