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La Busqueda Del Amor

Este resumen describe los eventos de los primeros tres capítulos de la novela. En el Capítulo 1, Dafne se despierta temprano debido a la lluvia y reflexiona sobre su situación como mujer soltera de 21 años sin dote en la Inglaterra victoriana. Su hermana Sophia le informa sobre un próximo baile. En el Capítulo 2, George MacDuhal, un rico terrateniente, se enfada cuando un envío retrasado pone en peligro sus negocios. También recuerda la muerte de sus padres hace 5 años y su responsabil

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La Busqueda Del Amor

Este resumen describe los eventos de los primeros tres capítulos de la novela. En el Capítulo 1, Dafne se despierta temprano debido a la lluvia y reflexiona sobre su situación como mujer soltera de 21 años sin dote en la Inglaterra victoriana. Su hermana Sophia le informa sobre un próximo baile. En el Capítulo 2, George MacDuhal, un rico terrateniente, se enfada cuando un envío retrasado pone en peligro sus negocios. También recuerda la muerte de sus padres hace 5 años y su responsabil

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Jessi Santos

La Búsqueda del Amor

Capítulo I

Acababa de levantarse de la cama, aún era bastante temprano


para lo habitual en su casa; pero el ruido de la lluvia en los ventanales no
la dejaba permanecer por más tiempo en su lecho. Se acercó a la ventana
y comprobó que el día sería bastante lluvioso, incluso para la época del
año en la que se encontraban, verano. Apenas se podía ver nada a un
palmo de distancia; suspiró con gran pesar. Sería otro de esos días tan
apáticos y tediosos que siempre le crispaban la sangre y hacía que pasara
el día tan monótono en compañía de sus hermanas y madre.

Otro insufrible día sin otro oficio que dedicarse fervientemente a la


costura o alguna novela de piratería escrita por hombres que veían en las
mujeres, sola la función de engendrar un heredero, para suceder a la
familia o una cabeza hueca que debía obedecer todo lo que ellos dictaran,
que no tuviese ni siquiera un gramo de inteligencia en ella.

Intentó quitar esas ideas de su mente, (aún es muy temprano para


ponerse tan tensa con esos pensamientos.- meditó Dafne) se levantó muy
despacio y pensó en comenzar el día con una nueva perspectiva y con
ganas de sonreír al mal tiempo y a todas sus circunstancias.

Ser la hija mayor de una familia de pueblo sin un penique, lo decía


todo, y más aún cuando Dafne hacía apenas unos días que había
cumplido ya 21 años; lo cual lamentaba su madre gravemente, y le
recordaba constantemente a todas horas. Ser una joven de 21 años que
vivía en las afueras de Londres sin dote, ni tampoco una belleza
exacerbada, era en esa época un gran sacrificio para toda la familia. Y
siempre le recordaba que debía ser más dócil y una buena mujer
casamentera si quería sacar a su familia de la ruina y a ella misma
convertirla en una esposa impecable.
Al no poseer herencia y ser la mayor de sus hermanas, debía casarse
con premura, para dejar hueco y hacer la presentación en sociedad de sus
hermanas menores; pero tal y como estaban las cosas, tanto tu madre
como ella misma, sabían que las ofertas de matrimonio no caían de las
nubes y que los jóvenes, apuestos y adinerados preferían mujeres más
dóciles y con menos carácter y retrospectiva que Dafne.
Pero las cosas siempre ocurrían así, y lo sabía muy bien; por eso
siempre trataba de complacer a su madre y asistía a esas tediosas cenas
en casa de algún distinguido Lord o a los bailes que se celebraban con
poca frecuencia en Yorkshire.

- ¡Dafne! – grita tu hermana Sophia subiendo corriendo hacia su


habitación. Es una criatura especialmente dulce, gentil y es la
hermana con la cual tiene más afinidad Dafne.
- ¡Por todos los Santos, Sophia! ¿qué ha pasado que vienes tan
revolucionada?- comenta Dafne preocupada por la inesperada entrada
de su hermana en la habitación.
- ¡No te lo vas a creer!- dice sonriendo y dando giros y vueltas a su
alrededor.
- Me lo puedo imaginar… un baile, ¿no?- suspira Dafne presa del pánico
por lo que eso significa… otra velada horrible, entrecierra los ojos con
gesto muy irónico, incluso para ella.
- ¡Oh Dafne! No sabes lo contenta que estoy, esto es tan maravilloso...
vienen de Northfield un matrimonio de Condes y van a celebrar un
maravilloso baile… ¿te lo puedes imaginar hermana?- dice toda
entusiasmada y con una gran sonrisa en sus labios.
- Sí, no hace falta que me lo recuerdes.- dice con ironía Dafne; pero le da
una sonrisa a su hermana, pues sabe que Sophia es una mujer muy
alegre y que siempre ve el lado bueno de las cosas, a diferencia de ella,
son como el día y la noche.
Sophia le devuelve una sonrisa. Es tan cálida, es la dulzura
personificada, nadie nunca puede enfadarse con ella.
- Bueno señorita, debo vestirme para bajar a desayunar... y antes tengo
que pensar como escabullirme del continuo asalto que hará nuestra
madre conmigo. – dice apenada Dafne mirando fijamente a tu
hermana.
- Lo siento de veras Dafne, pero sabes que mamá es así.. espero que al
menos tenga uno de esos días de jaqueca que suele tener y que no
quiera hablar mucho durante el desayuno.- dice Sophia sonriendo.
- ¡Ojalá!- sonríe con fuerza. – pero no creo que esa sea mi suerte, de
todas formas intentaré cruzar los dedos por si acaso.
- Yo lo haré también por ti, hermanita. Hasta ahora.

Sophia sonríe para sí misma de nuevo y comienza a vestirse antes


de ir a desayunar con su familia, su loca familia como dice ella, pero su
familia al final al cabo.

Capítulo II

- ¡Maldita sea! ¿Se puede saber qué diablos ha pasado con todo esto?-
espeta George.
- Señor MacDuhal, no sé lo que ha podido pasar… tan sólo sé que el
barco ha sufrido un retraso y la entrega se hará dentro de unos días. –
trata de calmarlo Leonard, el contable de George.
- ¡Por todos los Santos, Leonard! Te tengo que recordar que no me gusta
enterarme de las cosas así.- George está completamente encolerizado.

- Lo sé señor, pero no había recibido noticias hasta hoy… y ya esperaba


que todo se hubiera solucionado. – dice con humildad y con la cabeza
Leonard, sabe que ha metido bastante la pata y que no debe encolerizar
más al señor MacDuhal.
- Espero por tu bien, que esto se resuelva lo antes posible… ¿me has
entendido Leonard?- suelta con una gran gravedad en su voz.

- Por supuesto señor MacDuhal… esto será de mi completa prioridad…


no se preocupe, lo mantendré informado enseguida.

George, sale directamente de la habitación sin tan siquiera mirar


hacia el escritorio donde está Leonard con ojos de cordero degollado.
Está demasiado enfadado para dejarse llevar por la piedad con su
contable.

No sabe cómo ha podido pasar, que un envío que debía de haber


estado en puerto hace ya unos días, no lo esté, y encima se encuentre
todavía sin fecha por concretar. Le causa un gran enfado no poder
controlar las cosas; necesita controlar todo y en este momento está muy
exaltado por ello. No le gusta dejar las cosas al libre albedrio y mucho
menos, cuando se está jugando una gran cantidad de dinero.

Se sienta a tomar una copa de brandy en su sillón favorito mientras


mira como la lluvia cae por la ventana. Es un día realmente triste, un día
tal como hoy hace 5 años que murieron sus padres en un accidente. Eso
le hace estar hoy de muy mal humor más aún. Él no comprende como la
vida puede ser tan cruel a veces, y mucho menos de la noche a la
mañana.

George es hijo de un matrimonio de la alta aristocracia inglesa, de


las afueras de Londres, Bath. Sus padres fallecieron hace 5 años, dejando
en él la responsabilidad de todos sus bienes, y de la vida de su hermana
pequeña Adelaida.

De la noche a la mañana, de ser un muchacho alegre y con grandes


planes de estudios en la abogacía, se ve en la inevitable transición de
ocuparse de todo su patrimonio, y de tener que criar de una hermana de
tan sólo 14 años. Como va a saber él, con 27 años criar a una muchacha
tan joven y con tanta energía como su hermana.

Adelaida es un corazón de niña, tan dulce y cándida como el cielo;


pero también tan exasperante como el mismísimo infierno. Le viene a la
mente la conversación que tuvo con ella hace ya unas horas y sonríe de
medio lado.
- ¿Se puede saber hermanito porque no puedo ir con el señor y la
señora Davelton a Northfield?- pregunta con las manos en las
caderas la dulce Adelaida.
- Querida hermanita...- dice en tono muy irónico por la intromisión
de su hermana en su despacho.- te tengo dicho que toques antes de
entrar y que nunca me interrumpas cuando ando tan liado.- vuelve
a mirarla con desaprobación en los ojos.
- Pero George…- gime.- es que siempre es igual… por favor,
reconsidéralo, me encantaría salir una temporada de esta casa…
por favor…- ruega Adelaida con sus dulces ojos azules en George.
- Ya sabes cuál es mi opinión respecto a ese viaje, y soy tajante en
ello… ¡se puede saber quién te ha metido toda esa tontería del viaje
en la cabeza!- dice más exasperado levantado ahora un poco la voz.
Adelaida lo mira fijamente un momento y luego decide
acercarse un poco más a su hermano, sabe que es como un perro
ladrador… poco mordedor, pero que hay veces que no debe cruzar
el límite con él.
- Por favor, hermano… aquí no hago nada, y sé que van a celebrar
varios bailes y aquí me aburro profundamente… déjame por
favor.- le sonríe con su tierna mirada fija en él.
- Hermanita, si de verdad, quieres asistir… - la mira con los ojos
sombríos, sabe que cuando ella tiene una determinación en la
cabeza, logra conseguir lo que quiere, al menos de él.- iremos a
Northfield.- dice muy seguro de sí mismo.
- ¿Iremos?- pregunta perpleja porque su hermano quiera ir con ella.
George asiente.- ¿de verdad quieres venir conmigo, George? Sé que
estás muy liado y no quiero…
- Ade, eres mi hermana… y sí, estoy bastante liado, pero prefiero ir y
vigilarte yo mismo a tener luego que atenerme a las consecuencias
de tus actos- alzó una ceja en gesto irónico, que su hermana bien
conocía en él.
- Bueno, bueno… tampoco te pongas en plan protector, sabes que no
soy tan mala… cuando quiero.- enfatizó Adelaida con una bella
sonrisa en su cara.- voy a ir preparando todo mi equipaje para el
viaje y muchísimas gracias George… estoy realmente encantada
con todo esto… sabes que te quiero.- dijo esto último abrazándose a
su hermano.
- Un día de estos vas a acabar conmigo Adelaida.- sonrió George.
- No lo creo hermanito… tú eres muy… como definirlo…
pragmático.- sonrió y salió de la habitación dejando a George con
una sonrisa en la cara, antes de volver a concentrarse en los
documentos que tenía en su escritorio.

Capítulo III

Para Dafne la semana había transcurrido en relativa tranquilidad,


y ella no sabía si se debía a la proximidad de la fiesta (que era lo más
seguro); pero su madre no había vuelto a insistir en nada relativo a la
búsqueda de un esposo.
Pero ella sabía que poco duraría esa relativa tranquilidad, ya que
su madre seguro que aprovecharía la fiesta para presentarle candidatos a
esposo… una interminable velada, hablando sobre banalidades que no
llevan a otra cosa sino a una cortesía insufrible, y a un terrible dolor de
cabeza que le duraría todo el día siguiente.

Sus hermanas en cambio están rebosantes de alegría y no paraban


de reír y de pedirle que sino un lazo para un vestido, unos zapatos, un
pequeño monedero… parecieran que estuvieran en navidad y esperaran
los regalos con ansiedad como cuando eran niñas.

- Dafne, te veo muy distraída hoy… ¿te ocurre algo?- preguntó su


padre que estaba sentado al lado de la chimenea.
- No padre… solo estaba absorta en mis pensamientos.- le sonrió
Dafne, su padre siempre había sido su mayor apoyo, y siempre
sabía cuando ella no estaba alegre.
- No estarás preocupada por el baile de esta noche, ¿verdad?
- Pues no sé padre… sé qué madre se pondrá insistente en
presentarme algún caballero y la verdad que no tengo muchas
ganas de ir… prefiero quedarme aquí y leer un buen libro.-
contestó con tristeza Dafne.
- Lo sé, mi niña… eso lo has heredado de mí, que prefiero
quedarme tranquilo en casa a tener que asistir a ningún
acontecimiento… pero Dafne, vivimos en una sociedad, y nos
guste o no debemos visitar a nuestros vecinos y amigos; además
de compartir momentos con nuevos visitantes… así que intenta
ser cortés… Elizabeth asistirá y podrás hablar con ella durante
toda la noche- sonrió su padre.- Además, sabes que tu madre no
te dejará tranquila hasta que al menos bailes con algún
caballero.
- Sí, la verdad que agradezco que mi mejor amiga asista, así no
será una noche tan aburrida… te prometo que me comportaré…
sabes que soy un poco “salvaje” como dice madre, pero por ti me
comportaré como una verdadera dama.- hizo una mueca y una
inclinación de cabeza que hizo soltar carcajadas a su padre.
- Buena chica.-sonrío aún más su padre.

El salón era realmente impresionante, muy ornamentado. Era una


de las mansiones victorianas más grandes de la localidad y rebosaba
sobriedad y elegancia. Las lámparas de araña colgaban con grácil
tranquilidad, unas lujosas sedas abundaban en las mesas y en las
cortinas de los salones y al fondo del gran salón tocaba un grupo de
músicos de gran categoría. Cristales de bohemia y cubertería y vajillas
dignas hasta para cualquier miembro de la nobleza; todo acompañado de
unos alegres ornamentos de bellas orquídeas y rosas dispuestas en las
mesas.
Todas las damas de la región iban ataviadas con sus mejores galas y
los caballeros iban muy arreglados, todos ellos acorde a la moda de la
capital del reino, Londres. Todos sonreían y disfrutaban de un pequeño
refrigerio, mientras charlaban sobre quien era nuevo en la localidad, o
sobre varios hechos acontecidos en estos días en todas las casas de la
localidad, era en esos momentos cuando los chismes fluían de un lado al
lado del otro de la mansión a la espera de ser oídos.

- ¡Dafne! Pero que hermosa que estás hoy.- sonrió Elizabeth a su


amiga que se encontraba al lado de la puerta del gran salón.
- Hola, Elizabeth… tú sí que te ves preciosa esta noche… ¿qué tal
va todo?- dijo Dafne acompañando a su amiga a un rincón de la
sala para poder hablar con más tranquilidad.
- Pues bien… he observado que hay un par de caballeros muy
interesantes… además de que la música es muy agradable y la
comida deliciosa… ¿qué tal tú con tu madre?- sonrió Elizabeth
imaginándose la contestación de su amiga.
- Como siempre, para no variar… pero bueno, le he prometido a
mi padre que me comportaré… aunque sabe Dios que lo
intentaré con todas mis fuerzas y con la mayor paciencia de la
que poseo…
- Que es muy poca, amiga mía.- la interrumpió Elizabeth soltando
una sonora carcajada; conocía muy bien a su gran amiga.
Dafne sonrió ante el comentario de su amiga, Elizabeth poseía un
sentido de humor muy único, a veces ácido y un poco negro; pero era una
persona con mucha más paciencia y belleza que ella, pero eso no impedía
su gran amistad. Continuaron hablando de todas las novedades en
lectura de los últimos días, de poemas escritos por ambas y demás hechos
que tanto las motivaban y excitaban a ambas.
Dafne y Elizabeth eran amigas desde la infancia. A pesar de no
vivir tan cerca la una de la otra; desde que se conocieron, se volvieron
inseparables, tenían el mismo gusto para el vestir, para la música, para
los libros, e incluso muchas veces aún de niñas bromeaban con poder
casarse las dos al mismo tiempo y vivir al lado una de la otra. Hasta que
Dafne se había vuelto más cínica (como decía Elizabeth siempre que
hablaban de hombres)
Esto había ocurrido al cumplir Dafne 16 años y conocer a un joven
aristócrata francés sobrino de lady Rose; la cual vivía a tan sólo unas
millas de la casa.
Jean Pierre era un joven muy atractivo, con rasgos un pelín
femeninos, pero con muy buen porte y muy buen sentido del humor.
Pero desgraciadamente, era el ojo derecho de su tía Rose, y ella no veía
con buenos ojos, la atención que brindaba éste con Dafne. Consideraba
que era una mala unión, pues ella era una mujer sin un centavo, ni título
nobiliario que aportar al matrimonio.
Debido a ello, lady Rose hizo todo lo posible por romper el contacto
entre ambos muchachos, enviando incluso a su pupilo al extranjero y
alejándolo para siempre de Dafne. Jean Pierre se casó un año después
con una muchacha cuya familia poseía miles de hectáreas y un título
nobiliario en España. Todo ello afectó muchísimo a Dafne,
convirtiéndola en una mujer no muy deseosa de casarse y pensando solo
en su independencia como mujer; pues sabía que sólo el ser hombre, se
lograba lo que se quería en esa vida.
Al otro lado de la sala estaba precisamente en un gran sillón,
sentada lady Rose. Ni Dafne ni Elizabeth se habían percatado de su
presencia, pero todos sabían que a pesar de su enfermedad, lady Rose no
se iba a perder el gran festejo.
Lady Rose observaba muy atentamente a la que había sido un gran
problema para ella. No era una mala muchacha y al menos era más
agraciada que la esposa española de su sobrino. Y a veces su conciencia
no la dejaba dormir por todo lo que había hecho a esos dos jóvenes.

Jean Pierre no era feliz con su matrimonio, lo sabía muy bien su


tía, estaba casado con una mujer enfermiza, que aún no le había dado un
descendiente y ya llevaban casados 5 años. Sabía con seguridad que la
mujer era estéril y que sólo se había llevado el matrimonio por la
desesperación de los padres de ver a su hija en una buena posición
económica, y si ella no hubiera estado tan ciega, ni con tantas ganas de
que su sobrino ascendiera y duplicara su fortuna se habría dado cuenta
del gran error que estaba cometiendo.
Ahora no veía con tan malos ojos a Dafne, aunque del todo no era
una verdadera dama. Sabía que tenía sus propias ideas y que poco le
importaba el protocolo y la distinción de la mujer en la sociedad, sabía
que acudía obligatoriamente a esas galas por imposición de su madre que
estaba más que dispuesta a casarla lo antes posible, pero aún así era
mejor partido que la esposa de su sobrino.

- Lady Rose.- habló Elizabeth que se acercaba con Dafne a su


lado, la cual había cambiado el semblante. Ambas habían
decidió ir a por un refrigerio e inevitablemente tuvieron que
pasar delante de lady Rose.
- Señorita Emilton… señorita Hamilton.- esto último con énfasis
y dirigió su completa mirada a la de Dafne.
- Lady Rose.- Dafne la miró directamente a los ojos con el rostro
un poco contrariado.
- Espero que estén disfrutando de la velada… hay muy buena
música y caballeros muy interesante esta noche, señoritas.
- La música es divina… pero en cuanto a los caballeros… ya no
hay ningún sobrino que tenga que alejar de mis garras, lady
Rose.-dijo con mucha sorna y con énfasis en sus últimas
palabras.

Lady Rose se quedó con la boca abierta observando la


impertinencia de esa joven hacia su presencia.
- Se puede saber que clase….- fue interrumpida por una más
contrariada Dafne.
- Ya usted no es nadie que deba espetarme nada, señora. He
guardado el justo comportamiento y saber estar con usted, no
sólo por mi familia, sino también porque su sobrino me lo pidió
antes de despedirse de mi... pero creo que ya es suficiente la
falsedad que ambas tenemos... y quiero dejarle claro que ni me
interesa su compañía, ni mucho menos su charla… así que
buenas noches.- cogió del brazo a Elizabeth dejando más
anonadada a lady Rose y a un grupo de mujeres que estaban a su
alrededor.

- Es lo que yo te dije… ella fue la culpable de la separación… pero


que valor ha tenido esa muchacha… no sabe que se ha metido en
las garras del lobo y lo que esas palabras le harán en un futuro…
y me imagino que no muy lejano.
- No sabes lo acertada que estás… ya veremos cómo lady Rose se
cobra esas palabras… y seguro que algo se le ocurrirá.-
susurraban dos de las señoras que ahora cuchicheaban al dejar
Dafne y Elizabeth la sala.
- ¡Pero cómo has podido hacer eso Dafne!… de verdad que hay
veces que no te reconozco.- le decía su amiga ahora que ambas
estaban solas en un rincón.
- No he podido dejar de hacerlo Elizabeth… no soporto sentirme
como me siento. Nunca he perdonado lo que me ha hecho.
Siempre me he sentido muy humillada, soy una persona con
sentimientos… y ella acabó con los míos.- dijo muy tristemente.
- Amiga, no lo sabía… siempre me decías que estabas bien, que no
te habías hecho ilusiones con Jean Pierre… creía que era sólo un
gran amigo.- dijo agarrándola de las manos con fuerza.
- No era así Eli, estaba dolida y no quería que nadie lo supiera…
lo quería… sí, muchísimo, era increíble… me hacía reír,
compartíamos tantas cosas… y ahora nada, no puedo sentir
nada… él se marchó, se casó y yo sigo aquí recordando todo lo
vivido una y otra vez… la historia de mi vida.- sonrió agridulce.
- No sabes cuánto lo lamento Dafne… no te merecías algo así…
pero no puedes vivir culpándote toda la vida y tampoco
culpando a lady Rose… su sobrino tampoco hizo mucho para
desobedecerla, se marchó en cuanto pudo y listo… piensa que
ahí fuera hay alguien para ti, solamente para ti, dispuesto a
compartir todos tus sueños y anhelos contigo.
- Sé que la culpa no fue solo de lady Rose… que Jean Pierre tenía
que haber luchado por lo que ambos teníamos… pero no lo hizo,
Eli… no lo hizo… no sé si encontraré alguna vez el verdadero
amor.

En ese momento giró su cabeza y su mirada se fijo en la brillante


mirada de un joven y apuesto hombre que entraba en ese momento a la
sala acompañado de una joven y de otro apuesto caballero pero éste con
el pelo rubio. Sus ojos eran penetrantes y salvajes a partes iguales; Dafne
no podía apartar su mirada de él, no sabía quién era, pero una parte de
su cuerpo vibró de excitación y de miedo al mismo tiempo.
- Tal vez ese sea hombre de tu vida, Dafne... es muy apuesto-
sonrió Elizabeth al ver al trío entrar el salón y observar como la
música paraba por completo para luego oír la presentación.
Debía ser alguien verdaderamente importante para que pararan
la música para su presentación.
- No lo creo Elizabeth… hay algo en su mirada…

Capítulo IV

La velada continuó con normalidad. Las muchachas más jóvenes


se turnaban para bailar en la pista de baile del gran salón; y las más
mayores y casaderas, se sentaban a tocar el piano, para impresionar a sus
futuros pretendientes; o charlaban animadamente en un salón más
tranquilo alejado del bullicio del baile.

La entrada de George y Adelaida causó bastante impresión en todos


los lugareños; fueron anunciados en el gran salón y la música dejó de
sonar. Todos estaban excitados y expectantes con esos nuevos habitantes
de la pequeña localidad, que al menos alimentarían los cotilleos de la
sociedad. George y Adelaida venían acompañados de Davies, un gran
amigo de George que a última hora se decidió por asistir y acompañar a
su amigo durante la larga temporada que iban a pasar allí; lo cual le
alegraba enormemente a George, pues al menos tenía la compañía de su
fiel amigo.

George no sabía lo que le había impulsado a fijar su mirada en el


lado derecho del salón mientras la música dejaba de sonar y su hermana
y Davies permanecían a su lado hasta que fueran debidamente
presentados. Pero había algo que lo había atraído completamente, (como
una abeja al panal) como una fuerza mayor en su interior y unos
demoledores ojos color miel lo miraban con fijeza.
No era una dama exuberante, ni tampoco poseía una belleza
grandiosa… pero tenía una serenidad y unos rasgos clásicos, que hicieron
que captara su atención; y debía admitir que la belleza estaba en sus
ojos; le resultaron tan atractivo esos ojos pues parecían que pudieran leer
su mente, y ver al verdadero hombre que había detrás de sus ropas, sus
modales y su dinero.

Pero no podía dejarse llevar por esas emociones tan repentinas y


apartó la mirada con desdén, como dando a entender que él era un
hombre poderoso que no se dejaba impresionar por cualquier cosa,
aunque aún apartando la vista de ella, algo en su interior le rogaba que
no lo hubiera hecho, que la siguiera mirando a ver si era verdad, que
podía leer su mente… tal vez le pudiese curar ese roto corazón.

Las presentaciones eran interminables; ya ni recordaba ni el


nombre de la dama más bella del salón, ni de los caballeros más
importantes de la zona. Y hubiera prefiero una y mil veces estar sentado
en su estudio leyendo algún manuscrito o sencillamente tomándose una
copa de brandy mientras observa las llamas de la chimenea, que estar
ahí.
Pero como no podía ser, tenía que mantener la cortesía y
concentrarse en la fiesta; se lo debía a Adelaida y sabía que por ella
removería tierra y mar si fuese posible; ella lo era todo para él y siempre
lo sería; era su único familiar.

De nuevo uno de los sirvientes se acercó e hizo una de las pocas


presentaciones que faltaban:
- Señor MacDuhal, señorita MacDuhal y señor Stevenson; les
presento a las señoritas Elizabeth Emilton y Dafne Hamilton.
- Es un honor señor y señorita MacDuhal y señor Stevenson…-
puso su gran sonrisa y su saber estar en sus palabras.- Vivimos
en una pequeña comunidad pero les aseguro que aquí se
encontraran como en su propia casa.- sonreía Elizabeth que era
mucho más comunicativa que Dafne; ésta se limitó a inclinar la
cabeza en gesto de reconocimiento y respeto.

Dafne no quería demostrarle que su mirada la había dejado tan


afectada, con ganas de saber todo de él y que tampoco su desdén le dolía
mucho; aunque no comprendía el porqué, pero cuando quitó sus ojos de
los suyos, fue como romper un encantamiento, o cortar una fina línea
entre los dos.

- Espero que así sea señorita Emilton… pasaremos una larga


temporada aquí y deseo que todo sea del agrado de mi hermana.-
miraba penetrantemente a Dafne mientras hablaba. “Que tiene
ella que me hace comportarme como un cobarde”- pensaba
George.
- Le aseguro que al menos el aire puro fortalece a la gente y
sobretodo… su carácter.- aseguró Dafne mirándolo también
fijamente y enfatizando esa última palabra. “No me voy a dejar
vencer por su mirada… no sabe con quién se está metiendo”.-
sonríe en su interior Dafne por la fortaleza que ella misma se dice
hacia su interior.
- Señoritas, me encantaría que vinieran a tomar el té un día de
éstos… necesito conocer buena compañía y me encantaría que
formaran parte de mi grupo de amistades… ¿qué te parece
George?- sonrió Adelaida a su hermano ajena a la tensión que
había entre su hermano y Dafne.
- Si mi hermana os hace una invitación, es como si fuese hecha por
mi mismo… así que seréis bienvenidas a nuestra casa.- sonríe
irónicamente a Dafne, que parece que es la única que se da
cuenta del cambio en las miradas de George.
- Y yo también estaré encantado de verlas…- sonríe Davies que se
ha quedado prendado de Elizabeth y que le sonríe con alegría.
- Nos gustará muchísimo… ¿verdad Dafne?- sonríe de nuevo
Elizabeth a Davies.
- Por supuesto Elizabeth… señorita MacDuhal…
- Por favor, llámenme Adelaida no me gusta tanta formalidad.-
sonríe ella.
- Adelaida, será un honor ir a tomar el té… cuando quiera nuestra
visita, háganoslo saber.- sonríe Dafne, le encanta esa chica es tan
risueña que no puede evitar sonreírle, es completamente
diferente a su hermano, como si fueran la noche y el día; y está
segura de que pueden convertirse en grandes amigas.
- No hace falta tanta formalidad señorita Dafne, ¿qué os parece el
próximo sábado?... así os podré enseñar los jardines, que están
preciosos… ¿os veo entonces el sábado… o hay algún
inconveniente?- pregunta esperanzada Ade a sus nuevas amigas,
pero su mirada dirigida a su hermano.
- Ninguno Adelaida, no hay problema alguno que vengan el
sábado… Hasta el sábado entonces.- inclina su cabeza en gesto
de asentimiento, coge a su hermana del brazo para dirigirse a
tomar algún refrigerio.
- Hasta el sábado.- sonríe Elizabeth.
- Hasta entonces.- dice Dafne no muy convencida de esa visita.
Cuando ya se separaron del grupo, Elizabeth llevó a un rincón a
Dafne para poder hablar con más tranquilidad y sin que nadie las
pudiera escuchar.
- De verdad Dafne… no sé lo que te pasa, sé que no te gustan las
formalidades, pero Adelaida parece una mujercita muy amable y
además George parece tan…
- No sigas por ese camino Eli… sí, es apuesto, eso tengo que
reconocerlo, pero tiene algo que no sé…
- Ya te estás haciendo esas ideas tan raras que tú siempre tienes, y
no es apuesto, es guapísimo, la verdad, no sé cómo no puedes
verlo… además, por favor no podrías ser un poco más amable
esta vez… aunque sólo sea por mí, tengo muchísimas ganas de
visitar la mansión…
- ¿La mansión o al señor Davies?- sonrió Dafne a su amiga que se
había quedado sonrojada; sabía que le había gustado porque ella
nunca se quedaba sin palabras.- No te preocupes Eli, me portaré
bien, lo haré por ti… además la mansión de los MacDuhal tiene
los mejores jardines de la zona y me apetece echarle un vistazo.
- Bueno espero que así sea… además piensa que será una
distracción el poder pasear por los jardines… y así incluso tu
madre te dejará tranquila un rato, sabiendo que vas a visitar a
uno de los más importantes terratenientes de Londres.- sonríe
pícaramente Elizabeth.
- No me lo recuerdes…- sonríe a su vez Dafne.
- Lo pasaremos bien, te lo prometo.
- Yo no estoy tan segura… pero al menos será algo interesante.

Capítulo V
Dafne se había despertado con una sensación extraña en su
corazón; no sabía cómo definirla pero estaba inquieta. Esperaba que no
fuese nada relacionado con pasar todo ese día en compañía de ese hombre
que tanto la inquietaba, y al mismo tiempo despertaba en ella una
ternura y una sensación de querer salvarlo; pero no sabía de qué… más
bien podía ella salvarse de su presencia y de esa mirada tan penetrante
que la intrigaba en gran medida.

George había enviado un carruaje a recoger a Dafne y a Elizabeth a


primera hora de la mañana, después del desayuno.

- ¡Ay Dafne!… a que es un hombre muy atento… yo que pensaba


que tendríamos que buscar un carruaje para ir, y el señor
MacDuhal nos ha enviado directamente el suyo… es un hombre tan
gentil.- sonreía excitada Elizabeth.
- No sé qué hacer contigo Eli… sí, es muy atento por su parte… pero
gentil… - alzó una ceja en gesto interrogativo.- para nada el señor
MacDuhal tiene esa apariencia… además sabes que me hubiera
encantado ir directamente a lomos de Tormenta.- sonrió Dafne.
- Qué exagerada que eres siempre Dafne… por favor, relájate un
poco y no intentes analizar todo, de verdad…quiero pasar un buen
día, además no es propio de una dama andar montada en su propio
caballo… qué pensaría los señores.- sonrío Elizabeth siempre tan
optimista por todo lo que le pasaba.
- Vale… intentaré abrir mi mente y relajarme, pues de veras lo
necesito… y cambiando de tema, a qué no sabes lo que me dijo mi
madre esta misma mañana.- usó su expresión más irónica.
- No lo sé pero me lo imagino… seguro que quiere que atrapes entre
tus garras a George.- comenzó a reír con fuerza Elizabeth.
- Pero que graciosa que eres… pues no andas desencaminada, me ha
dicho que intente ser la mujer más dulce de toda Inglaterra y el
Mundo civilizado… lo que oyes… a ver si consigo atraer la atención
del señor MacDuhal y una propuesta de matrimonio… nunca va a
cambiar, te lo aseguro, nunca.-sonrió Dafne.
- Ni lo va a hacer Dafne… las madres son así… y sé que en el fondo
solo quiere lo mejor para ti… aunque no entienda tus sentimientos,
ni tu propia actitud ante la vida… pero vamos a ver que nos
depara el día de hoy… por lo menos será muy interesante y
saldremos de la rutina de siempre.
- Eso no lo dudes.

La mansión Victoriana de los MacDuhal era impresionante, no sólo


por su estructura y gran tamaño; los invitados las primeras veces
siempre se perdían dentro de ella y se sentía una gran tranquilidad y
bienestar entre sus paredes. También poseía unos hermosos jardines que
se repartían en casi 2 hectáreas alrededor de ella; en el mismo centro de
ellos había construido un pequeño laberinto que confería un aspecto de
magia y encanto al lugar; todos los invitados siempre querían recorrerlo
y pocos lograban llegar al final en poco tiempo y algunos ni siquiera
conseguían llegar.

- ¿A qué hace un día tan maravilloso para pasear?- decía Adelaida a


sus dos nuevas amigas sentadas a la mesa después de un almuerzo
sustancioso.
- La verdad que me apetece mucho dar una vuelta por los jardines,
creo que son maravillosos- decía Dafne con una gran sonrisa.
- Pues no perdamos más el tiempo… así luego podemos tomar el té
en el patio tranquilamente… ¿os gusta la idea?- decía Ade
queriendo ser complaciente con ellas.
- Por supuesto Adelaida, nos gusta mucho la idea.

Lucía un sol radiante que les brindaba una gran alegría poder
recorrer la propiedad con tranquilidad y sin la amenaza inminente de
lluvia.

- ¿Adelaida, por qué el señor MacDuhal y el señor Stevenson no nos


han acompañado en el día de hoy?- preguntó Elizabeth, Dafne no
había tenido intención alguna de saber de ellos, al menos de George,
pues estaba en completa tranquilidad en la compañía de las 2
damas.
- La verdad que me he quedado bastante apenada con todo esto,
pero mi hermano y el señor Stevenson tuvieron que partir ayer en
la noche para resolver unos asuntos en nuestra casa de Londres… y
yo que esperaba que pudiéramos estar todos juntos… me he
desilusionado bastante, pero espero que regresen pronto… o al
menos poder repetir el día de hoy próximamente… ¿a qué sería
maravilloso otra visita vuestra?- sonreía tímidamente.
- Cuenta con ello Adelaida… nos encanta tu compañía y nos alegra
tu invitación.

Una vez terminada de recorrer el jardín sin internarse en el


laberinto tomaron el té; pero Dafne no podía dejar de desear recorrer
el laberinto y mientras Ade y Eli hablaban de la nueva moda
proveniente de Paris, decidió internarse en él y recorrerlo para
encontrar el final. Nunca se había preocupado demasiado por la moda;
ella prefería el paisajismo y la lectura.

- ¿Se puede saber que está usted haciendo aquí?- dijo una voz
masculina a su espalda cuando se encontraba casi al final del
laberinto. Se lo había tomado con calma y llevaba ya rato inmersa
en sus pensamientos; por ello, el susto fue tan grande que se llevó la
mano al pecho y de su boca salió un pequeño grito de sorpresa.
- ¡Dios mío! Me ha dado un susto de muerte.- seguía respirando con
dificultad Dafne.
- Esa no era mi intención señorita Hamilton… creía que me había
oído llamarla hace unos minutos…- al ver la mirada de extrañeza
de Dafne continúo- llevo llamándola hace ya un rato… mi hermana
y su amiga me habían dicho que había salido a recorrer el laberinto
hace ya casi una hora y que no había vuelto… ¿no se ha dado
cuenta?.- soltó con voz dura y de reproche George.
Odiaba que la gente fuera imprudente… pero lo que más le había
afectado era, el tener que ir él mismo en la busca de esa mujer tan
arrogante.

Habían regresado más pronto de lo que él hubiera deseado, porque


Davies había insistido en que al menos tomaran el té con esas bellas
damas… ya se había dado cuenta de que su amigo había quedado
prendado de la señorita Elizabeth Emilton. Parecía una mujer muy
dicharachera, con gran personalidad y saber estar… a diferencia de su
amiga, la señorita Hamilton. Cuando llegaron ya las damas habían
tomado el té y su hermana le había dicho que Dafne se había
internado en el laberinto; y en un principio no se preocupó mucho,
pues pensó que como cualquier dama, se aburriría pronto y regresaría
enseguida; pero según iban pasando los minutos, le preocupaba que se
perdiera y que no supiera volver a la casa, y más aún cuando el cielo
estaba cambiando y comenzaban a asechar unas nubes que
pronosticaban lluvia.

- Verdaderamente lo siento señor MacDuhal… no creí que llevara


tanto tiempo aquí dentro… tampoco quería preocupar a su
hermana y a mi amiga con mi tardanza, no suelo hacer las cosas
con mala intención, aunque usted lo suponga.- soltó Dafne a la
defensiva. “Quien se cree él que es… no puede decirme lo que tengo
o no que hacer” pensaba mirándolo desafiante.
- Señorita Hamilton, usted no sabe lo que supongo o no… pues no
me conoce en nada… además no cree usted que es imprudente por
su parte hacer esperar a sus compañeras y además el tener que yo
acudir en su ayuda.- contraatacó George.
- Señor Hamilton, no he hecho ningún daño imperdonable a ninguna
de las damas o compañeras como usted dice y mucho menos he
necesitado de su ayuda, señor… sé que apenas cruce a la derecha y
luego siga recto estaré al final del laberinto… y si hubiera sabido
que usted había vuelto, hubiera acabado ya mi inspección del
laberinto para no tener que causarle el gran daño de tener que venir
por mi.- habló con gran autoridad Dafne dándole la espalda a
George y caminando en dirección a la salida.

George no se podía creer lo que veían sus ojos, esa mujer lo había
dejado plantado en el laberinto con esos aires de reina y sin ni siquiera
haberle pedido perdón por su comportamiento, eso era lo último que
podía soportar.

- ¡Qué se supone que está haciendo!- alzó la voz Dafne al encontrarse


con que George la había cogido fuertemente del brazo y la había
hecho girar en su dirección.
- Eres una verdadera arpía… ni siquiera vas a tener la consideración
de pedirme perdón por su comportamiento… y encima me dejas
con esos aires de reina…
- ¡Suélteme ahora mismo!… que se cree usted quien es… el que se
cree un rey es usted, desde que llegó no ha hecho si no tratarme
como si no fuese nada… y en ningún momento he querido ser
molestia… me gusta pasear, paso horas y horas haciéndolo.- lo
miró desafiante Dafne mientras las primeras gotas comenzaban a
correr por su pelo y cara.
Dafne nunca hubiera creído que eso fuese a ocurrir, pero en el mismo
momento en que lo miró directamente a la cara con sus ojos desafiantes,
George, la agarró aún con más fuerza del brazo, la pegó completamente a
su cuerpo y con un suspiro de frustración y de lucha interna, acercó sus
labios a los de ella.

Capítulo VI

Al principio sus labios habían sido duros, sobre su boca, en acto de


posesión absoluta, quería que sufriera su frustración… pero la suavidad
de esa boca bajo la suya tan exigente, hizo que endulzara el beso y se
convirtiera en algo más puro y suave; despertando en él una ternura
inesperada y unos deseos y anhelos profundos.

Dafne se sentía tan extraña; al principio fue algo un poco doloroso,


el roce de su boca contra la suya; pero poco a poco el beso se tornó en
algo tan mágico, que incluso sintió mariposas en su estómago y un fuego
ardiente corriendo por sus venas, estaba como flotando en un mundo tan
extraño para ella, algo nunca vivido.

George siguió profundizando el beso, su sangre estaba tan alterada


que necesitaba besarla de verdad, como un hombre lo hace con una
mujer. Lentamente, como si Dafne supiese lo que él quería abrió un poco
sus labios ante la insistencia de él y la necesidad de coger un poco de aire
en sus pulmones; y dejó que su lengua penetrara dentro, ahogando un
gemido en su boca y sintiendo la dulzura de esa boca virginal y la
respuesta tan inocente de Dafne; consiguiendo una profunda repuesta en
la dureza de su miembro viril.

Quería más e incluso quería que la tocase por todo su cuerpo,


apretarse fuertemente contra él. Ella nunca había sido besada y mucho
menos se hubiera imagino un beso tan carnal como ese; tan sólo había
recibido corteses besos en sus manos; pero no sabía que pudiese haber
tanta intimidad entre un hombre y una mujer; y mucho menos que ella
lo deseara tanto como en ese momento él.

George no sabía qué hacer, se encontraba en un torbellino de deseo


y precisamente por esa mujer… y ella era tan inexperta. Tenía ganas de
arrastrarla al suelo y enterrarse profundamente dentro de ella. Él estaba
acostumbrado a mujeres osadas que sabían lo que querían y que
obtenían de él placer mutuo, pero con una mujer como ella no sabía a
qué atenerse, no con damas como ella; además sabía que aquel beso le
traería bastantes problemas.

Dafne no podía seguir entre sus brazos, no era propia de ninguna


dama dejar que la besaran así… pero se sentía tan bien, tan viva… tan
mujer. Pero de repente su cerebro cobró vida y se dio cuenta de que él
sólo lo había hecho para castigarla por su orgullo y sólo quería
humillarla; así que con todas las fuerzas de las que pudo sacar de su
cuerpo, lo empujó fuertemente y logró moverlo tan solo unos
centímetros, pero los suficientes para que sus bocas no se tocaran.

La lluvia seguía cayendo y ahora con más fuerza sobre sus cabezas,
pero ellos apenas se habían dado cuenta de ello. Ahora estaban
concentrados uno en el otro con sus ojos fijos. Los dos respiraban con
dificultad intentando coger aire lo antes posible.

Dafne lo miraba con fijación y con una incredulidad que no sabía


cómo interpretar, se sentía tan incómoda en esa situación; en el mismo
momento que quiso decir algo, o simplemente salir corriendo de ahí, oyó
una voz masculina a lo lejos que los llamaba… debía de ser Davies.

Dafne salió rápidamente del laberinto antes de que George


intentara o dijese algo más… no podía enfrentarse a él, no ahora cuando
sus hormonas eran un torbellino. Lo mejor que podía haber pasado fue
haberse separado de él; no sabría si hubieran seguido besándose si Davies
los hubiera pillado en esa situación.

George pronunció su nombre rápidamente pero ella ya ella no


estaba. Nunca se había quedado tan afectado con tan solo un beso; él era
un hombre de mundo y no se impresionaba con tanta facilidad. “¡Oh
Dios! Esos labios me han devuelto a la vida… a desear más…
¡Maldición... pero qué digo!, ella no es para mí, y yo mucho menos para
ella”- pensaba George sumido en sus pensamientos.

Dafne llegó justo cuando Davies estaba en la entrada del laberinto,


por eso lo había oído con lejanía. Menos mal que la lluvia escondía el
sonrojo y el nerviosismo de su piel; pues no sabía cómo explicar la
situación.

- ¡Dios mío señorita Hamilton... está usted completamente


empapada!… por favor, corra a la casa antes de que se resfríe…
se está formando una terrible tormenta… ¿George la encontró
dentro del laberinto?- preguntó preocupado Davis por su amigo,
y porque la tormenta ya estaba casi sobre sus cabezas.
- Sí señor Stevenson, debe de aparecer enseguida… voy hacia la
casa.- salió corriendo Dafne, no sólo por la lluvia, sino por no
tener que dar más explicaciones y mucho menos volver a ver a
George y necesitaba con urgencia distancia.

Justo cuando Dafne había cogido camino hacia la casa llegó George
a la altura de Davies.
- Pensé que os habíais perdido los dos…vamos que si no
cogeremos un fuerte resfriado.-decía Davies mientras corrían en
dirección a la casa.- por cierto… ¿por qué habéis tardado tanto
en salir?… sé que la señorita Hamilton no conoce el camino, pero
tú sí.- decía Davies una vez estuvieron a la entrada y se quitaban
las botas llenas de barro.
- Mejor no preguntes amigo… - al ver a Davies levantar una ceja
continuó.- esa mujer va a acabar conmigo, te lo aseguro.-
sentenció seriamente George, haciendo reír a carcajadas a
Davies.
- Eso ya lo sabía George… basta con ver como la miras, aunque
ella no se haya dado cuenta aún… y sé que por mucho que
refunfuñes y te hagas el dolido, las cosas fáciles nunca te han
gustado… y créeme cuando te lo digo, que con ella lo vas a tener
pero muy, muy difícil.- sonreía Davies antes de ir a cambiarse.
- Ya lo veremos, amigo.
- No puedo esperar a ver vuestra cara cuando os volváis a reunir.-
sonreía Davies sabiendo lo testarudo que era su amigo y algo le
decía que ambos eran muy parecidos aunque se empecinaran en
luchar entre ellos.
Capítulo VII

Dafne según entró en la casa, se vio acorralada por Elizabeth y


también por Ade que la miraron completamente preocupadas al ver toda
la lluvia que cubría su ropa y también el barro en sus faldas y zapatos
por la carrera hacia la mansión.
No quería explicar nada, y menos mientras se sentía tan nerviosa y
fuera de sí por el beso compartido con George, y no quería que ninguna
sospechara lo que había pasado, hasta que pudiese calmar su mente y su
alocado corazón, y sobre todo poder analizar bien la reacción que había
sentido su cuerpo al contacto de ese hombre.
- ¡Dafne, en nombre del señor! Estás completamente empapada,
rápido a tu habitación... debes secarte cuanto antes, sino cogerás
un gran resfriado.- decía Ade mientras ordenaba que le
prepararan una infusión y hablaba con los criados.

Dafne subió rápidamente las escaleras acompañada de Elizabeth


que la miraba cada vez con más intriga, ella la conocía a la perfección y
sabía que algo le rondaba con gravedad la cabeza.
- Antes de que digas nada, estoy bien… pero por favor, ahora no
quiero hablar.- dijo Dafne adelantándose a su amiga.

- Dafne, no te librarás de contarme que ha pasado… pero por ahora


lo dejaré estar… pero sabes que no me debes ocultar nada, soy tu
amiga.- decía Elizabeth agarrando con suavidad la mano de su
amiga, antes de soltarla y ayudarla a desvestirse.

En ese mismo instante en el otro lado de la mansión, en el estudio


de George, éste tomaba un trago de brandy mientras los criados
preparaban el baño.
- ¿Me vas a seguir dejando en la intriga o de una vez por todas me
vas a contar que ha pasado ahí afuera?- lo miraba fijamente
Davies.
- Es tan complicado amigo… que ni yo mismo sé que decirte… allí
no era yo… no sé.- decía exasperado George masajeándose el cráneo
húmedo.

Capítulo VIII
Sé que eres un cabezota y también que algo te está pasando, no eres
tú mismo… desde que hemos llegado estás raro… más de
costumbre diría yo jaja… pero te digo amigo, que me gusta verte
desconcertado, siempre has sido tan controlado y frío… que verte
tan fuera de sí, me gusta.- sonreía Davies con ironía a George y éste
lo miraba con una ceja alzada.

- Tener amigos como tú… mejor no tenerlos… sí, sí, tú ríete que no
yo encuentro broma en nada.

- Siempre te tienes que tomar las cosas tan a pecho- dejó de reír
Davies.- Sabes que me preocupo muchísimo por ti, y que lo creas o
no, al menos ahora reaccionas a algo, aunque sea, el pelear con esa
bella joven.- sonrió con picardía Davis alcanzó una ceja en gesto
provocativo.

- Que simpático eres amigo… pero el problema no es que me pelee


con ella.- alzó una ceja y tomó un trago de brandy mientras miraba
a su amigo a los ojos.- el problema es que la he besado.

-¡Qué! ¿Estás de broma, no?


- Para nada Davies… no sé que me ha pasado, pero estaba tan
cabreado con ella y aún no se por qué… es tan… orgullosa, altiva…
te puedes creer que ya estaba a la salida del laberinto… es muy
lista, he tenido que sacar de ahí muchísima gente y ella de una sola
vez, entra y sale como si nada… ¡Dios mío!... es…
- Es una mujer George, y sí, es muy lista, más de lo que tú y yo
llegaremos algún día a comprender… pero eso no es seguro lo que
más te aflige, ¿verdad?- sonrió Davies.

- Tienes razón, lo que más me molesta es que me gustó… no quería


soltarla de mis brazos… sólo pensaba en poseerla, en que fuese
mía… en borrar de sus ojos esa inteligencia y crear en ellos sólo el
placer por mí… ¿es una locura verdad?- estaba cada vez más
frustrado George.
- Te entiendo amigo, y no es ninguna locura… no sé que será pero
su mirada parece que te penetra en el alma… ¿no me equivoco,
verdad?- George afirmó con una inclinación de cabeza

- La he visto, yo mismo he sentido que ella entendía toda mi vida…


lo bueno y lo malo… y ese el miedo que te da, el que ella vea las
cosas que han pasado en tu vida… pero también te digo una cosa,
algún día tendrás que dejar que alguien entre en ella… no eres un
hombre que se case con una mujer solo por la descendencia… yo
que tú dejaría ver lo que pasa entre ustedes… porque estoy seguro
que ella siente lo mismo que tú, amigo.
- Sé que tienes razón, pero no creo que ella piense lo mismo… no
creo que vuelva a mirarme a la cara en mi vida, si es que no quiere
golpearme antes.- sonrió George intentando quitarle hierro al
asunto.

“No sé qué será de mí, pero no puedo olvidar sus labios, su estrecha
cintura... Pero George, olvídalo, ella es una dama y no es un caballo
que se dome con facilidad… pasa capítulo como tan bien tú sabes
hacerlo”- reflexionaba George mientras se daba un baño antes de
meterse entre las sábanas y tener sueños arrebatadores con una
mujer de profunda mirada y ardientes labios.

Capítulo IX
- Buenos días Dafne.- sonreía Elizabeth mientras le abría las cortinas
de la habitación.
- Mmm… sí, buenos días para ti… yo no me encuentro...- se
interrumpió por un estornudo y volvió a apoyar la cabeza en la
almohada.
- Ade, tenía razón, te has resfriado… no tienes buena cara… tómate
el té calentito e intenta comer algo.- dejaba la bandeja sobre los
muslos de Dafne.
- Gracias por tanta molestia, Elizabeth… a ver si se me pasa pronto
y podemos volver a casa.- decía Dafne tras tomarse un trago de la
bebida.
- ¿Te has vuelto loca verdad?... sí, no me mires así, has visto como
está el tiempo… y tú mucho menos en esas condiciones puedes
viajar a ningún lugar.- decía Elizabeth con las manos en las
caderas.
- ¡Dios no!... no puedo quedarme… tengo que…
- ¡No! No tienes que ir a ningún lado… ¿me vas a explicar de una vez
por todas, por qué estás tan rara y tienes tantas ganas de salir
huyendo, con lo bien que nos han tratado Ade y su hermano?
- Eli… no sé como explicártelo… yo…
- ¡Buenos días chicas!- entró en la habitación Adelaida, haciendo
interrumpir la explicación de Dafne…- Dafne, siento decírtelo pero
no tienes muy buen semblante… debería llamar al médico.- se
acercó ella a la cama.
- Buenos días Ade, nuestra señorita no se encuentra bien hoy… está
un poco resfriada, pero con este tiempo no me parece justo hacer
llamar al médico… será mejor que se mantenga abrigada y en
cama… no debe coger frío, pues entonces empeorará su estado.
- ¡Oh, por supuesto! Elizabeth tiene razón… y por favor no
discutas…- alzó la mano al ver el gesto de Dafne.- eres nuestra
invitada y no puedo permitir que empeores… además me encanta
poder teneros a mi lado… voy a la cocina para que os preparen un
buen caldo de pollo para el almuerzo… mientras tanto Elizabeth y
yo iremos a desayunar con mi hermano y con Davis… luego
vendremos a verte de nuevo… seguro que encuentro alguna lectura
interesante para traerte… y si no podremos utilizar alguno de mis
juegos de meses… que idea tan estupenda.- decía Ade mientras
salía por la puerta.
- No te has escapado Dafne… cuando volvamos a estar a solas
hablaremos de lo que te pasa… luego nos vemos.- le dijo Elizabeth
en voz baja antes de salir por la puerta y acompañar a Adelle hacia
el comedor.
“Hay Díos mío, como te lo explico, Elizabeth.. qué me ha pasado,
ni yo misma lo sé… esos brazos, esos labios… no, no, Dafne, no fue
un caballero, un caballero no hace eso a una mujer, él lo que quiere
es domarte a su antojo, y sólo lo sabe hacer de manera física… en
cuanto me recupere, dejaré este lugar y no volveré a cruzarme con
él nunca más…” reflexionaba Dafne acostada en los almohadones
antes de volver a cerrar y caer en un dulce sueño.”

Lo que Dafne no sabía era que mientras ella dormía, se abría


suavemente la habitación entrando George en ella. La observó
durante unos segundos, embelesado en su belleza serena y
tranquila, y también preocupado por la palidez de su cara. No sabía
que le impulsó pero se acercó a su cara y tocó con dulzura su
mejilla, antes de abandonar de nuevo la habitación. Mientras él
hacia ese gesto él era observado por su propia hermana desde el
umbral de la puerta y sonreía para sí misma… su hermano había
caído ya en las redes y ella iba a conseguir que finalmente se casara.

Capítulo X

La mañana transcurría con relativa calma en el interior, en el


exterior la tormenta no daba tregua.

Tal y como había prometido Ade, Dafne fue surtida de un gran


número de ejemplares para la lectura y estuvo acompañada en todo
momento por ambas damas. A demás de lectura, hicieron labores de
costura y también practicaron diversos juegos de mesa.

La tormenta seguía tan combativa como la noche anterior, o


incluso en mayor medida, pero ya habían sido enviadas cartas a las
familias de las jóvenes para que supieran su estado de salud y así fuese
mayor la tranquilidad por su ausencia en tales circunstancias.

- La verdad que parece que no quiere amainar… menos mal que


estamos en un lugar tan cómodo.- decía Elizabeth mientras
bordaba.
- Sí, creo que la calma llegará mañana… pero no tenéis que
preocuparos, en esta casa sois mis invitadas, y yo estoy muy
contenta de poder compartir estos momentos con vosotras…
aquí no conozco a nadie y casi siempre ando tan sola…- decía
Ade con una sonrisa triste en la cara.
- Muchas gracias Ade… nunca olvidaremos la hospitalidad que
nos estás brindando, y cuenta con nosotras para lo que
precises… ahora formas parte de nuestro grupo de amistades… y
te prometo que cuando esté recuperada saldremos un día al
campo a pasear.- decía Dafne antes de volver a estornudar.
- Eso sería perfecto… ahora Dafne, debemos ir al salón, es la hora
que se sirve el almuerzo, te prometo que volveremos a
acompañarte un rato más tarde… y enviaré a algún criado para
que te traiga un caldo caliente.
- Oh no os preocupéis por mí, tomad el almuerzo con
calma… yo me tomaré el caldo que me traigan y luego intentaré
descansar un poco… no os quiero obligar a mi compañía, seguro
que a Elizabeth le apetece dar una vuelta por la mansión.
- No nos creáis molestia alguna Dafne… eso nunca lo pienses…
pero la verdad que debéis descansar y es mejor que intentéis
dormir un poco y nosotras aprovecharemos para dar una vuelta
por la casa, así se nos hará más corto el día.

En el salón estaban ya reunidos George y Davis que se habían


pasado la mañana en el estudio ultimando unas cuestiones de negocios.

- Buenas tardes, caballeros.- sonreía Elizabeth a los dos hombres,


pero admirando más la cara del señor Davis.
- Buenas tardes, señoritas… espero que tengáis apetito, George
nos ha brindado un banquete de lujo.- apuntó Davis sonriendo y
ayudando a Elizabeth a sentarse a la mesa.
- No seas tan halagador amigo, es lo menos que se espera de mí en
estas circunstancias… ser un buen anfitrión… de todas formas,
mi querida y dulce hermanita no hubiese permitido que tal
hecho no fuese así… ¿verdad Adelaida?- sonreía con ironía
George mientras ayudada a su hermana a tomar asiento
también.
¡Ay hermanito!... qué bien me conoces… a veces vives tan
ensimismado en ti mismo, que no te das cuenta que siempre debe
prevalecer la buena educación y el saber estar… pero bueno,
para eso estoy yo aquí… de momento.- sonrió con más fuerza y
haciendo énfasis dijo.-… eso sí, hasta que te consiga una buena
esposa…- sonreía Adel mientras miraba con complicidad a
Elizabeth.

Davis comenzó a reírse a carcajadas al ver la cara de


estupefacción que registró la cara de George ante las palabras
tan seguras de su hermana. Rara vez hablaba con tanta
convicción, pero cuando lo hacía, parecía que tenía más edad de
la que tenía. Los demás no pudieron resistir la tentación de reírse
también, y al final hasta el propio George no pudo disimular
unas sonoras carcajadas.

Capítulo XI

Dafne se había tomado el caldo y se había recostado en los


almohadones para descansar un poco la pesadez de cabeza que tenía y se
había quedado profundamente dormida y solo despertó al notar un
cambio de luz en la habitación y un ruido en su estómago que
evidenciaba que ya hacía horas que no tomaba alimento alguno.
Ya había anochecido y los criados habían encendido uno de los
farolillos de la recama, el resto permanecía en penumbras.

- Se reclinó en la cama y se acercó a la boca un vaso de agua que


estaba en la mesa de noche. Estaba tomando un pequeño sorbo
cuando miró hacia una esquina de la habitación y vio una figura
masculina que no pudo identificar.
- Soy yo, señorita Hamilton… tranquila… coja aire con calma…-
le estaba dando unos golpecitos en la espalda George, puesto que
Dafne se había atragantado con el agua al ver a un hombre en la
penumbra acercándose. – Así es, tome otro poco de agua y así se
calmará un poco.
- ¡Por el amor de Dios, Señor MacDuhal!... me ha dado un susto de
muerte- se llevó la mano al corazón todavía palpitante, cuando
pudo al fin articular palabra-… creía que era…
- ¿Un fantasma, señorita Hamilton?- sonrió George al ver
la cara de enfado en su semblante.-… aunque algunos lo
reconsiderarían, después de todo….- decía con ironía George
mientras paseaba por la habitación.
- No, señor MacDuhal… le aseguro que no creo en fantasmas a
estas alturas de la vida… sólo vi una sombra y una silueta de
hombre y no sabía quién andaba asechándome en la oscuridad…
le aseguro que usted hubiera actuado de igual o peor manera a
ese hecho.- sentenció con firmeza Dafne con una mirada dura
dirigida a George.
- Vaya señorita Hamilton, tiene usted mucho carácter… pero
antes debo hacerle tres apreciaciones… la primera, yo no asecho
a nadie en la oscuridad, había entrado a comprobar su estado,
pues ha estado durmiendo durante toda la tarde y mi hermana y
su amiga la señorita Emilton, estaban muy preocupadas por su
bienestar… segundo, no creo que usted pueda saber siquiera lo
que alberga mi mente, y sinceramente tampoco se lo
aconsejaría…- la mirada de George era cada vez más penetrante
y se acercaba cada vez más a la cama.- y por último, y no por
ello menos importante… creo que después de lo pasado ayer en
la tarde entre nosotros, en el laberinto, deberíamos de obviar las
formalidades… no lo cree así, mi muy estimada Dafne.-
pronunció con los ojos fijos en sus labios y a escasos centímetros
de la cama.

Capítulo XII

- Déjeme ayudarla señorita Emilton.- decía un servicial y siempre


sonriente Davis, ayudando a Elizabeth a sentarse a la mesa del
comedor.
- Muchas gracias, señor…
- Por favor, Davis…- le interrumpió.- puede llamarme Davis, no
me gustan las formalidades si no son estrictamente necesarias,
me hace sentir mucho más viejo, señorita Emi…
- Elizabeth, por favor, yo también considero que demasiada
formalidad es ridículo.
- Por supuesto, es un buen punto de vista…. Por cierto, Ade,
donde está George, ya hace un rato que ha salido y no ha
vuelto.- decía Davis tomando asiento y sirviéndose una copa de
Oporto.
- Pues no sé donde andará Davis… me dijo que iba a ver como
estaba la señorita Dafne y de eso hace ya un buen rato…. Espero
que no se encuentre peor… ¿no puede ser verdad?- miraba
angustiada Ade a sus compañeros de mesa.
- Tranquila Adelle, si hubiese empeorado, nos hubiera hecho
llamar o hubiese llamado al servicio para llamar con urgencia al
médico… estate tranquila, seguro que la señorita Dafne se habrá
despertado y estarán conversando.- decía Davis tranquilizando a
las dos damas.
- El señor Davis tiene razón Ade, si hubiese ocurrido algo
hubiésemos sido los primeros en enterarnos… ya se reunirá con
nosotros en unos minutos… podemos esperar a que venga para
tomar la cena.
- Lo sé, pero me quedo más tranquilo comprobando por mi misma
que todo está bien… subiré un momento… podéis comenzar
vosotros, enseguida vuelvo.- dijo ella mientras se dirigía hacia la
habitación de Dafne.

Elizabeth le dirigió una mirada de agradecimiento muda, que solo


entre ellas dos se entendían, mientras conversaba con Davis, ahora de los
tratamientos que se estaban dando con las aguas en la ciudad de Bath.
Le agradecía mucho que la hubiera dejado a solas.. le gusta mucho
Davis, y un rato a solas le daría la perspectiva de ver su
comportamiento.

Capítulo XIII

- No dice nada… tan combativa e inteligente y ahora no


pronuncia palabra alguna “querida”- enfatizó la última palabra.
- Señor MacDuhal, es usted un ser tan despreciable, vil
y…
¡Buenas noches, Dafne, George! – entraba en ese momento Ade
interrumpiendo la retahíla de improperios que iba a exponer
Dafne, y consiguiendo que George se separase completamente de
la cama.- Dafne, tienes mejor cara, nos tenías preocupada, no
quisimos despertarte en toda la tarde y George se ofreció
voluntario a comprobar tu estado.
- “Como no… seguro que sí” – pensaba Dafne con ironía.
- Oh, muchas gracias por tu preocupación Ade, la verdad que he
descansado, pero no pensé que hubiese sido por tantas horas.
- Eso es lo que tiene el estar enfermo, te agota el cuerpo… George,
la cena está servida, ruego que nos acompañes… Dafne, haré que
te traigan la comida… no debes levantarte y coger frío.
- Gracias de nuevo, te estoy muy agradecida, yo…
- No hace falta que las des, si a alguien debes darle las gracias, es a
mi hermano que ha estado toda la tarde preocupado por ti y que
no se ha quedado tranquilo hasta no haber venido él
directamente a comprobar tu estado.- sonreía Ade sin percibir la
mirada de odio que le dirigía Dafne a George y éste a su vez
usaba una de sus enigmáticas sonrisas que poca gente conocía.
- Sí, muchas gracias también a usted, señor MacDuhal.- pronunció
con agresividad Dafne irrumpiendo una sonrisa de falsedad en
sus labios, que Adelaida tampoco vio. Era una batalla no verbal
entre los dos, que sólo ellos veían.
- Ha sido un honor señorita Dafne… debo acompañar a mi
hermana, pero le “prometo que volveré a verla”- sonrió con
insuficiencia George saliendo con su hermana por la puerta y
pronunciando estas últimas palabras con mucho énfasis.

“¡Qué Dios me ayude! No sólo parece un hombre prepotente,


sino que además es un libertino… nunca debí aceptar la visita a
esta casa… nunca” – pensaba Dafne cuando se quedó sola en la
habitación.
Capítulo XIV

Dafne apenas probó bocado de la suculenta cena que le sirvieron


en su habitación, no fue porque no le apeteciese, ni tampoco por su
estado gripal, era porque se le había formado un nudo en el estómago,
que no la dejaba comer.
No podía quitarse de la cabeza esas palabras tan arrogantes que
había dicho ese hombre tan vil, y sobretodo esa promesa de que más
tarde volvería a verla… lo que más temía es que intentase algo tan osado
como otro beso… o Dios sabe que otra cosa tan calenturienta pasaría por
esa mente tan perversa.
Todavía no se podía creer que hubiese sido tan osado, para
insinuarle, que se tutearan… y lo peor de todo, es que algo en su mirada
decía que quería algo más de ella, y el problema es que ella no sabía lo
que realmente él quería… ella era una dama, que no tenía experiencia en
esa clase de enredos.

Se prometió a sí misma, que aunque fuese a rastras, mañana en la


mañana se marcharía, no podía permanecer por más tiempo en esa
casa… no por la compañía de Adelaida, de Elizabeth, e incluso del señor
Davis, el cual había sido tan considerado y tenía un buen talante, era por
él… se le escapaba de las manos su actitud, y ella nunca se había visto
tan insegura en su vida… seguro que su madre estaría completamente de
gozo, sabiendo que estaba en esa casa, y más si supiese lo del beso.
Seguro que la intentaría casar con la mayor premura posible… debía
evitar que se hiciese ilusión alguna, no podía soportar tener que convivir
con un hombre así.
- Dafne, estoy preocupada por ti… ¿te encuentras bien?- preguntó
en cuanto entró en la habitación Elizabeth después de la cena,
sacando así de sus pensamientos a Dafne.
- ¿Es qué tengo peor semblante, qué el de esta mañana?- preguntó
Dafne.
- No, no… no es por eso, es que un sirviente le ha dicho a Ade, que
no habías probado bocado, y la verdad que la cena estaba
deliciosa, y sé que esos platos son de tu agrado.- se sentó
Elizabeth en el borde la cama.
- No, Eli… todo tenía tan buena pinta, y tenía grandes deseos de
devorarlo todo, pero tengo un nudo en el estómago, que no
puedo tomar nada…
- Necesito que confíes en mí… entre nosotras no hay secretos…
desde ayer te noto bastante rara… sé que no te cae muy bien el
hermano de Ade, pero…
- Eli, me besó en el laberinto.
- ¡Qué!- se quedó completamente sorprendida Elizabeth,
agarrando con fuerza el edredón.
- Por favor, no digas nada… cierra bien la puerta, que te voy a
contar todo lo que ha pasado.
- Por supuesto, le dije a Ade que nos dejara un rato a solas, que
intentaría ver qué era lo que te pasaba para haber perdido el
apetito.
- Pues me alegro que al menos podamos estar solas un rato… y
quiero que me ayudes a salir de esta casa… cuanto antes.
- Sabes que haré por ti lo que haga falta.

Dafne, le relató con detalles todo lo que había pasado en el


laberinto, desde la actitud y los hechos, hasta lo que ella había sentido en
ese momento… no se explicaba cómo había sentido ese fuego en su
interior.
Elizabeth en ningún momento la censuró, todo lo contrario
compartió con ella sus incertidumbres.
- Dafne, no te preocupes, si lo que quieres es salir de aquí cuanto
antes, ten mi apoyo de que lo haremos… partiremos mañana
después del desayuno… si hace falta hablaré con Davis para que
nos facilite un carruaje y le diremos que tenemos deseos de estar
junto con nuestra familia, pues nunca nos hemos separado de
ellas… fingiré delante de Ade, no quiero que sospeche lo que
hemos hablado, y que tampoco su hermano se dé cuenta de todo
lo que sé.
- Gracias, Eli… no imaginas lo extraña que me siento cada vez
que se acerca a mi… no sé…ese fuego en mi interior… yo creo
que…
- Buenas noches, señoritas. – entraba en ese momento George en
la habitación. – Veo señorita Dafne, que tiene más color en su
cara, a pesar de no haber probado bocado.- alzó una ceja en
gesto interrogativo.
- Sí, me encuentro mejor, señor MacDuhal… pero a pesar de la
grandiosa comida, no he tenido mucho apetito.
- Ah… es bueno saberlo… por cierto, señorita Elizabeth, mi
hermana me manda a decir, que la necesita en la sala, que ya
encontró el juego de costura que quería enseñarle.- hablaba para
Elizabeth pero no dejaba de mirar a Dafne.

“Dafne a su vez miraba a Elizabeth, implorándole con la mirada


que no la dejase sola con él… pero su amiga no podía hacer una
escena y si se quedaba, él sospecharía de sus intenciones de
marcharse en la mañana.”
- Dafne, iré un rato con Ade, pero te prometo que no tardo mucho,
así podremos las tres participar en algún otro juego de mesa.-
sonrió con dulzura y dándole su apoyo en silencio con su mirada.
- Sí, por supuesto, ahora nos vemos.

La puerta se cerró, el corazón de Dafne volvía otra vez a latir


desbocado como un caballo salvaje… ese hombre era tan imprevisible,
que no sabía qué era lo que iba a pasar a continuación. Lo miró
fijamente, mientras él paseaba por la habitación. Por lo menos no estaba
tan cerca como la última vez. Era un hombre muy apuesto, eso no lo
podía negar, pero también tenía un halo de misterio que lo recorría.

- Como le prometí, he vuelto a visitarla… Dafne.- sonrió


utilizando simplemente el nombre la joven, como si fuesen algo
más que conocidos.
- Le agradezco su preocupación señor MacDuhal, pero…
- George, mi nombre es George… y quisiera que lo utilizara a
partir de ahora.
- Pues yo creo que no, eso sería una impertinencia por mi parte, y
también por su parte… no tenemos trato alguno señor, excepto
por parte de su hermana y no creo que sea de buena educación…
- ¡Al diablo con la educación!...- Dafne se llevó la mano a la boca
completamente aturdida.- No creo en esas bobadas, y sabe tan
bien como yo, que nuestro trato, no es solo por mi hermana, que
desde el momento en que ambos nos miramos a los ojos, había un
desafío explicito en ellos… no me interrumpa.- Dafne hizo
ademán de pararlo.- Quiero que sepa que soy un hombre muy
sincero, algunos dicen que cruel, pero me gusta dejar las cosas
claras siempre de antemano, y no andar con trucos sucios o
artimañas baratas… el beso del laberinto, aunque usted no
quiera recordarlo, me excitó se sobremanera… hacía tiempo que
no sentía ese fuego en mis venas por tan sólo besar unos labios
tan dulces… si no hubiese huido…
- ¡Cállese!... ¡le digo que se calle!... no suelte más estupideces, ni
insolencias por su boca, señor. Está usted complemente loco…
¡loco!... como se atreve a insinuar nada… como no voy a huir de
usted, me estaba acosando… no sé qué perversa mente tenga
usted, o a lo que esté acostumbrado en la capital, pero aquí
somos damas y las damas….
- Una dama no se hubiera levantado de la cama de esa manera…-
sonrió con dulzura George, al ver que Dafne enrojecía por sus
palabras.

Ella se había levantado de la cama por inercia al escuchar sus


palabras, que ni siquiera se había percatado de que estaba vestida solo
con un camisón de algodón blanco, que a la luz reflejaba su silueta.

- ¡Oh, Dios mío!- imploró Dafne, intentando llegar lo antes posible


a la cama de nuevo, para volver a la seguridad del lecho, pero
dos fuertes brazos la alzaron con fuerza y la estrecharon contra
un amplio y duro pecho masculino.
- Mmm…- aspiró el aroma a mujer de sus cabellos.- Llevo desde
anoche deseando con toda mi alma, volver a tenerla entre mis
brazos… y por fin volveré a besarla.- George la estrechó más
entre sus brazos, hasta que no había ni un centímetro de
separación entre ambos, acercó su boca poco a poco que ambas
respiraciones se entremezclaban.

No oyó un pequeño golpe en la puerta, tan sólo una voz ya dentro


de la habitación…
- Dafne, si ya te encuentras mejor, quisiera que….- ahogó un grito
Adelaida al ver a Dafne desmayada entre los brazos de su
hermano.- ¿Pero qué ha pasado, George?- preguntaba ansiosa
ella.
- No pasa nada hermanita… se ha intentado levantar de la cama y
yo la he tenido que agarrar para que no cayese… ve por las sales,
por favor… enseguida se recuperará.- la llevó de vuelta George
hacia la cama y la depositó con cuidado sobre de ella.
Fue tal el impacto que sintió Dafne al saber que alguien la viera, en
brazos de un hombre, que tuvo que fingir un fuerte desmayo, para que
ambos creyeran que era verídico.

Había aprendido este truco cuando una vez lo había visto en su


madre; ella siempre le había dicho, que había que cuidarse de los
hombres, y que si alguno intentaba alguna estratagema, una buena
forma de salir airosa del problema, era simular un desmayo, pues siempre
la podía sacar del apuro. En ese momento agradeció con toda su alma
esas enseñanzas de su madre. Su reputación hubiera quedado por el suelo
si hubiese sido encontrada entre los brazos de ese hombre, y la única
solución a ese desagravio hubiera sido el casamiento.

Capítulo XV

Adelaida entró apresurada en la habitación con un tarro de sales


que habían sido de su madre.
- ¿Se pondrá bien, George?- preguntaba angustiada ella, mientras
entraban apresuradamente Elizabeth acompañada de Davis, que
al oír tan revuelo, corrieron presurosos a su encuentro.
- ¿Pero qué ha pasado? ¡Por Dios, Dafne… contéstame …se puede
saber que le ha hecho señor MacDuhal…
- ¿Yo? Nada señorita Elizabeth, su amiga se ha desmayado nada
más levantarse de la cama y yo la he ido a sostener cuando ha
entrado mi hermana… yo no…
- ¿Pero qué ha pasado?- recuperaba la consciencia Dafne en esos
momentos (o al menos era lo que quería que pensaran los demás)
después de que George le acercara el tarro de sales a sus fosas
nasales.
- Oh, qué alivio… ¿recuerda que ha pasado?- preguntó Davis
acercándose a la cama y con bastante preocupación también en
su voz.
- Sé que me levanté de la cama… y ahora….
- Tranquila, no intentes levantarte de la cama, has sufrido un
desmayo y mi hermano te ha sostenido entre sus brazos para que
no cayeras… no ha sido nada, seguramente es la debilidad de no
comer y con el malestar del resfriado que tienes.- sentenció
Adelaida.

“Si supieran que yo lo único que quiero es escapar de este lugar y


alejarme lo más lejos posible de ese hombre.” Reflexionaba Dafne
mientras veía a su alrededor a los cuatro congregados y con gesto de
preocupación.

- De verdad, que estoy bien… sólo necesito tomarme un poco de té


y enseguida me recuperaré.
- No sólo un té, también te comerás al menos unas galletas, quiero
que te puedas recuperar completamente… ahora vendrá un
criado y te tomarás todo lo que te traiga y no acepto un no por
respuesta.- sonreía con autoridad Ade.
- Lo haré, lo prometo.
- Ahora los señores, irán a la biblioteca, somos muchas personas en
esta habitación, y si luego quieren venir a verte, podrán
hacerlo… ¿qué os parece?- decía Elizabeth intentando dejar un
poco de espacio a su amiga… sabía que con Ade en la misma
habitación no podría hablar con su amiga de los planes para
mañana, pero aún así estaba bastante preocupada por ella…
nunca se había desmayado en la vida.
- Por supuesto, volveremos más tarde a comprobar su estado,
señorita Hamilton… decía muy cortés Davis dándole un
pequeño apretón en la mano.
- Gracias señor, es usted muy amable.
- No debe dármela…. George, te espero en la biblioteca.
“George se acercó con suavidad hacia Dafne, ella había recuperado
algo de color en su semblante y se sentía culpable por haberle causado
tan mal… pero no podía no haberlo hecho, la deseaba con demasiado
ardor y no pudo controlarse.”
- Espero que se recupere… volveré luego a verla, y por favor, lo
que le haga falta… estoy a su completa disposición.- Dafne
observó el brillo de culpabilidad en sus ojos, y algo en su interior
se inquietó. No sabía si le gustaba más esa mirada de
arrepentimiento y dulzura a la vez, o la mirada de posesividad
que le había dirigido tan sólo unos minutos antes… estaba
perdiendo la cordura, ella no podía desear que la mirara de
aquella forma, era una completa locura.
- No se preocupe, estaré bien… sólo necesito descansar.

Dafne y Elizabeth no volvieron a estar a solas, pues Adelaida


estaba en la misma habitación, y tal y como prometieron los señores,
ambos volvieron a visitarla varias veces. Ella comenzaba a sentirse
culpable por haber hecho esa escena, pero fue la única forma con la que
pudo librarse de la acosadora mirada de George y de sus labios… y más
aún cuando su propia hermana los había interrumpido… no quería que
ella se hiciese ilusiones.

Sabía que Adelaida quería muchísimo a su hermano, y durante esos


días había hecho insinuaciones sobre las ganas que tenía de ver a su
hermano casado con una buena muchacha de la zona. Y seguramente si
hubiera comprobado el interés de su hermano en ella, hubiera insistido
en algo mayor, y ella no quería a ese hombre en su vida… ¿o sí?
- George, será mejor que vayas a descansar… ya Dafne está mejor
y seguramente dormirá toda la noche. – decía en voz baja y con
suavidad para no despertar a Dafne, que dormía con
tranquilidad entre las sábanas.
- Ya lo sé, hermanita… pero no quiero dejarla sola, por si…
- No va a pasar nada, vete tranquilo, es una mujer fuerte… sólo
ha sido por la debilidad del resfriado… hermano, nunca te había
visto así, por nadie… bueno, tan sólo por mí.- sonreía coqueta
ella.
- Adelaida, no hagas conjeturas precipitadas… no lo sé, me siento
responsable de su salud… si no se hubiese internado en el
laberinto, no habría tenido que…
- Ella lo hizo porque quiso, George… yo la animé, así que si somos
culpables, ya somos dos… mañana estará mucho mejor, ya lo
verás.

Ambos salieron de la habitación, no sin antes darle una última


mirada a la joven.

“Por la mañana, me disculparé con ella… debo ser un caballero y


aprender a controlarme… aunque ella saque una parte de mí mismo, que
me asusta… no quiero empezar a sentir esas ganas de verla a todas
horas.”- reflexionaba George antes de sucumbir a los brazos de Morfeo y
entrar en un profundo sueño.

La mañana amaneció brillante y clara. La tormenta había


desaparecido completamente, y había un dulce brillo que atravesaba las
ventanas. Ya un criado le había abierto las cortinas, y había depositado
en una mesa cercana un vaso con té y unas galletas, el desayuno se
serviría más tarde… y pensaba tomárselo junto con los demás.
Se levantó de la cama y observó el paisaje a su alrededor, los
árboles y las flores de los jardines, lucían en todo su esplendor y el sol
brillaba en el horizonte. Un buen día para volver a su casa. De repente su
mirada se dirigió a un hombre que paseaba reflexivo por el jardín… tal
vez fue la inercia, la conexión que había entre ambos, pero éste fijó su
mirada en la ventana, y ambas miradas quedaron conectadas.

No supo si fue el impacto de su mirada, pero sintió una pequeña


contracción en el corazón y tuvo que alejarse de la ventana, mientras se
llevaba la mano al corazón. No comprendía que era lo que le estaba
pasando, cada vez que su mirada se cruzaba con la de él.

George sintió la misma descarga en su corazón. Ella se estaba


convirtiendo en algo importante en su vida, y sólo sentía deseos de
tenerla junto a él. Ahora estaba más tranquilo al comprobar que ella se
había levantado de la cama y que el día era tan bueno como para que
pudiese sentarse unos minutos al sol y así recomponerse mejor de su
enfermedad.

Tal y como había predicho Dafne, se pudo dar un relajante baño y


acompañar a la mesa, para el desayuno. Tenía energías renovadas y
ganas de salir a tomar el sol. Todos aceptaron su idea y se situaron en
unas sillas en el exterior de la casa, del cual se divisaba el laberinto al
fondo.
- Hace una mañana increíble y ya me siento perfectamente, creo
que antes del almuerzo podíamos volver a casa…- decía Dafne
demostrando sus intenciones.
- Oh, Dafne… yo creía que aún os quedaríais un día más al menos
aquí, con nosotros.
- Lo siento, Ade, creo que ya nos hemos aprovechado demasiado
de tu hospitalidad, y debemos regresar a casa… ahora que Dafne
se encuentra mejor, querrá ver a su familia y yo a la mía. –decía
Elizabeth intentando convencer a su nueva amiga.
- Bueno… lo entiendo, tenéis razón… pero me tenéis que
prometer, que esta no será la última vez, que visitéis nuestra
casa… quiero volver a teneros cerca y compartir tan buenos
momentos.- sonreía con dulzura la muchacha.
- Por supuesto, Ade, volveremos y aún tenemos pendiente nuestro
paseo por el campo… podremos hacer un picnic si el tiempo lo
permite la próxima semana.- sugería Dafne.
- Eso sería perfecto, me encanta la idea… se lo voy a hacer saber a
mi hermano.- corrió al encuentro con su hermano.

George se había quedado decepcionado por saber que ambas


mujeres partirían en unas horas, pero él no podía impedir que quisieran
volver a sus casas… pero debía hablar en privado con Dafne antes de
que se marchara. Había dejado que sus hormonas dominaran sobre su
cuerpo y no quería que se fuese tan enfadada con él por su osadía.

- Dafne, quisiera hablar unos minutos con usted… si es posible,


ahora.- decía George cuando entró en la habitación de Dafne, la
cual recogía unos libros que le había prestado Ade.
- Señor MacDuhal, debo…
- Por favor, necesito hablar con usted… sé que no me he
comportado como un caballero, con usted, pero sinceramente,
aún ni yo mismo, me puedo explicar qué me ha estado
pasando… tiene que perdonarme por mi osadía… de verdad…
- No diga nada más, señor… ambos no hemos tenido un buen
comportamiento, yo no debía ser tan resabiosa… debí
comportarme como una dama no como…
- No, usted ha sido una verdadera dama… yo he conseguido
alterarla… sólo de pido que me perdone… intentaré dominarme,
siempre lo he conseguido… pero no puedo negarle, Dafne… - la
miró con sus penetrantes ojos directamente y a tan sólo unos
pasos de separación- que me tiene embrujado, su olor, su calor,
su mirada….- suspiró de nuevo George sin dejar de mirarla
fijamente.
- Señor, no soy una mujer bella… no comprendo, como un hombre
de su posición puede sentir algo así… por alguien como yo…
- Eso no tiene nada ver… usted es una mujer bella, inteligente…
cualidades que da igual su estatus, la hacen a mi ojos…
- ¿Qué le hacen a sus ojos, señor MacDuhal?- preguntó Dafne al
ver la indecisión en sus palabras.
- Una gran mujer, la cual deseo besar de nuevo.- dijo con simpleza
George, sin dejar de mirarla, se acercó un poco más a ella, al ver
que no se alejaba a su acercamiento… la agarró por la cintura y
comenzó a acercar su boca a la suya.
- Esto no está bien, señor MacDuhal… por favor…- intentaba
separarse de él Dafne sin mucha convicción en sus palabras, ni
ella misma quería separarse de él.
- George, necesito que me llame George… luego la soltaré, por
favor, necesito oírselo de sus propios labios.- decía con voz ronca
y profunda, apoyando su frente a la suya.
- No es apropiado…- se interrumpió al ver su mirada
suplicante…- George.- dijo con su dulce voz.
- ¡Oh, Dios!... otra vez.- suplicó con dulzura.
- George… yo…- no pudo terminar la frase, pues su boca se posó
con suavidad sobre la suya. No fue un beso tan brusco como en el
laberinto.
Capítulo XVI

Dafne no se podía creer que la estuviese besando de nuevo, pero


esta vez, era con una suavidad y cariño, que no había sentido con el
anterior beso. Abrió la boca para coger un poco de aire, y George
aprovechó la oportunidad para profundizar el beso.
Sus lenguas se unieron en una pequeña lucha, la de él con más
fuerza y la de ella con dulzura y timidez. No sabía cómo actuar ante esa
fuerza extraña en su interior, pero el propio instinto la guiaba, como
nunca lo había hecho con anterioridad; así que sin darse cuenta, sus
manos cobraron vida propia y se sujetaron a los anchos hombros de
George, mientras éste la abrazaba con más fuerza, uniendo
completamente su cuerpo al suyo.
El beso se tornó más exigente y más ardiente. Sus lenguas
danzaban con suavidad y la respiración de ambos era absolutamente
fuerte. Dafne emitió un suave gemido, el cual provocó en George una
dura e instantánea respuesta en la parte inferior de su cuerpo.

Dafne, al notar la excitación de éste, comenzó a preocuparse, estaba


sumida en una niebla de excitación que no la dejaba pensar, pero una
parte de su conciencia cobró vida y la obligó a separar un poco los labios
de los de él.

“No debes dejar besarte así de esa forma, Dafne… no es propio de


ti… si lo dejas, quizás luego intente alguna otra más allá del beso sobre
ti…”- le decía su propia consciencia, pero comenzaba a disfrutar
verdaderamente de ese beso y la parte más audaz dejo que siguiera
besándola. Era tan placentero, que no le importaba en ese momento, que
una parte de ella, luego seguramente se arrepintiera de hacerlo.
Fue George el que al final cobró conciencia, cuando se dio cuenta de
que apretaba más aún su entrepierna contra los muslos de Dafne, y se
rozaba con más audacia, queriendo saciar por completo su deseo. Se
reprochó a sí mismo, que hubiese llevado el beso a cotas tan altas. Ella
era una mujer inocente, y casta, no la clase de mujer a la que él estaba
acostumbrado.

Separó poco a poco sus labios de los dulces labios de esa mujer,
mientras ambas respiraciones eran tan jadeantes. Dafne aún permanecía
con los ojos cerrados, mientras él la miraba fijamente y sin soltarla
todavía, intentando controlar su propia respiración.

-Dafne… mírame.- ordenó con suavidad George.

Ella no podía, se sentía completamente extraña en su propio


cuerpo, una parte de ella quería seguir besándolo y otra lo rechazaba con
fuerzas. Se reprochaba a sí misma, no haber sido ella la que hubiese
parado ese beso, y por ello comenzó a sentir una vergüenza, por todos los
poros de su piel… no podía mirarlo a la cara, después de haber
participado de esa manera en el beso, no sabía cómo actuar o lo qué vería
en su mirada, porque sabía que ya ella no volvería a ser la misma, que
una vez fue… ese beso la había cambiado completamente. Ahora no
sabía si realmente no soportaba a ese hombre o era justo lo contrario a lo
que en principio sentía, estaba muy confusa.

- Por favor, mírame.- volvió a susurrar implorando George.

Finalmente Dafne abrió con suavidad sus ojos, para clavarlos


directamente en la profundidad de esos ojos tan masculinos. Creía que en
ellos, solo encontraría, reproche o tal vez, altanería o incluso risa, por
haber sido una mujer sin experiencia. Pero no estaba preparada para ver
la dulzura y la pasión reflejados en ellos… una calidez que no había
antes en él.
No la miraba con reproche, no, la miraba como si fuese la mujer
más bella en la faz de la Tierra, como si fuese lo más preciado para él y
quisiera conservarla a su lado.
-No hables, por favor… no te arrepientas de lo que ha pasado entre
ambos… para mí también ha sido de gran sorpresa, el tenerte así entre
mis brazos, y besarte como nos hemos besado… por favor, no pienses
ahora nada… - había oído ruidos en el exterior, que evidenciaban que ya
estaban preparando todo para la partida de ambas mujeres, y no quería
perder ni un minuto, sin poder explicarle su posición… no sabría si luego
tuviese la oportunidad de hacerlo, y dejarla escapar no era una opción.
- Sólo quiero que sepas, que esto no me ha pasado con ninguna
mujer… no sé cómo interpretar esto que siento… necesito pensar
seriamente en cómo nos está afectando todo esto… por favor, déjame
visitarte mañana y hablaremos de ello… ¿qué me dices?- preguntó con
angustia George esperando una respuesta afirmativa.
- No creo que esto esté bien… usted y yo somos tan diferentes, no
nos llevamos bien, señor MacDuhal…

- George, por favor, no me llames así, sólo quiero oírte llamarme


por mi nombre… me gusta con la dulzura con lo que lo pronuncias… no
me des una respuesta ahora… sólo piénsalo, y si estás dispuesta a que
hablemos, por favor, envíame una carta y acudiré a vuestro
encuentro…tan sólo eso… ahora debo soltarte, creo que se acerca
alguien por la escalera- con suavidad, George se separó de Dafne, no sin
antes tocar con uno de su dedos, sus dulces labios, dejando en ella una
nueva sensación de pérdida.

“¿Pero pérdida de qué, Dafne? Recuerda que él no es tuyo… y que


tú no quieres un hombre en tu vida”- le decía una vocecita del interior de
Dafne.
Efectivamente, subía la escalera Elizabeth. Se habían separado
antes, de que ella entrara en la habitación.
- He de supervisar los preparativos del carruaje…- en voz baja le
dijo a Dafne.- espero vuestra respuesta ansioso….- ahora
dirigiéndose de nuevo a las dos damas.- las dejo solas… señorita
Elizabeth, señorita Dafne.- inclinó la cabeza.
- Adiós señor George.- dijo Elizabeth también inclinando la
cabeza. – Dafne… ¿habéis discutido de nuevo?, lo noto extraño,
e incluso diría que parece hasta estar un poco sofocado y
confundido, algo raro en una persona tan segura como es él… y
tú estás un poco colorada… ¿estás segura de que te encuentras
bien y que podemos hacer el viaje de regreso? ¿si no es así, yo….
- No no, Elizabeth… te lo explicaré todo, pero realmente no sé por
dónde empezar…
- Por donde va a ser, señorita… como siempre, por el principio.
Ambas amigas se echaron a reír, porque no hacía falta sino una
mirada y ambas eran cómplices y se entendían a la perfección.

Era una de las grandes cualidades que las hacían inseparables.

Capítulo XVII

Adelaida sintió mucha pena tener que volver a estar sin la


compañía femenina que tuvo durante esos días, pero sabía que pronto
volverían a estar juntas. Ya tenía dos buenas amigas y le encantaba todo
a su alrededor… sólo faltaba que su plan de emparejar a su hermano
funcionara.
Estaba completamente segura, no al cien por cien, pero sabía que a
su hermano le gustaba Dafne. Cuando él no se había dado cuenta había
visto en su mirada, ese aire de posesión que en ninguna otra mujer había
visto. Su hermano había tenido muchas mujeres a su alrededor, pero él
las miraba con indiferencia o tan sólo con cortesía y con Dafne no era
ninguno de los dos casos. Tampoco se quería engañar pues a ratos notaba
tensión en él cuando se dirigía a su nueva amiga… tendría que indagar
de nuevo para ver en realidad que era lo que le pasaba a su hermano por
la mente y el corazón.

- ¿Qué vas hacer Dafne?- le confesaba su amiga en el carruaje de


vuelta a casa, ya una vez pudieron estar solas después de las
oportunas despedidas.
- No lo sé Eli… estoy completamente desconcertada… de verdad
que no sé que puedo hacer… no había sentido esto en mi vida…
y sé que no está bien, soy una dama y…
- ¡Por favor, Dafne! Claro que eres una dama, pero también eres
una mujer con sentimientos, y si a mí un hombre como George
me hiciese sentir sólo con sus labios lo que tú sentiste, le diría
que sí a todo.- esbozó una gran sonrisa pícara.
- Déjate de locuras Eli, sabes perfectamente, que debemos
comportarnos, no somos ningunos niños, y ni en esta, ni en
ninguna otra vida, voy a pasar a ser la amante de ningún
caballero.
- ¿Estás completamente segura que eso es lo que él realmente
quiere? Tal vez, ni él mismo haya sentido antes lo que os está
uniendo y quiera llegar a comprender lo que os puede unir…
deberías darle la oportunidad de que podáis hablar… no, no me
interrumpas, tan sólo habla con él y así es la única forma en la
podrás salir de dudas de una vez.
Dafne había reflexionado, mil y una veces que hacer… no sabía si
seguir el consejo de Elizabeth o simplemente ignorar que había pasado
algo.
“No lo niegues Dafne, en tu vida podrás negar que ha pasado
algo… tendrás que verlo tarde o temprano y mejor aclarar las cosas, que
dejar que tu turbulenta imaginación cree cosas que no son, ni serán”-
reflexionaba Dafne junto a la ventana.

Al final decidió que lo mejor era hablar directamente con él y así


zanjar de una vez el asunto. Ella ya no era una niña que huye de los
problemas.

“Estimado señor McDuhal, después de considerarlo seriamente,


creo conveniente aceptar el volver a encontrarnos. Podemos quedar
mañana a las 4 de la tarde en la ermita que se encuentra al final de la
colina. Atentamente D.” – no quería cometer el error de que la carta
cayera en otras manos y que su reputación quedara tachada por la
indiscreción de quedar con un hombre soltero sin compañía. Bastante
malo era ya, la edad que tenía (y no estar casada) como para que su
madre se llevara el mayor disgusto, de dejar deshonrada a la familia.

Dafne envió la carta esa misma tarde e intento por todos los medios
olvidarse de su encuentro al día siguiente. Se concentró en sus libros, en
su piano y en sus hermanas. No quería que su pensamiento fuese
ocupado por sus besos de nuevo.
George estaba en su estudio cuando llegó el mayordomo con el
correo. Se quedó tan sorprendido al ver esa fina letra en el sobre y en su
contenido, esa mujer era una verdadera sorpresa. Tenía un fuerte
carácter, pero al mismo tiempo tenía ese aurea de querer protección. Ya
a esa hora, había desterrado completamente la idea de que Dafne le diera
la oportunidad de hablar cara a cara, pero nuevamente se equivocaba
con ella… no era como el resto de las damas que él conocía.
En su cara se formó una gran sonrisa al ver que ella había aceptado
su invitación. Creía que no lo haría, que su orgullo, le impediría hablar
de sentimientos, pero tenía una oportunidad… aunque todavía no sabía
cómo abordar el tema, de que la quería para él solo.

Parecía un verdadero día de verano, no había ninguna nube en el


cielo. Dafne no sabía si era un buen presagio de lo que estaba por venir, o
era tan sólo la calma antes de la tormenta. Le había dicho a su madre
que quería estar sola y rezar un rato en la ermita. No era la primera vez
que subía sola y pasaba horas ahí, allí era donde buscaba el refugio de la
tranquilidad que no tenía en su casa.

Llegó unos minutos antes de la hora. A ella siempre le gustaba la


puntualidad y además necesitaba unos minutos a solas para intentar
tranquilizar a su corazón desbocado que no dejaba de latir con fulgor.

Pero los minutos pasaron, y se convirtieron en horas, y no había


rastro de que George pensara ir a su encuentro.

“He sido una completa idiota… como un hombre tan apuesto, y


proveniente de una de las mejores familias de este país, se puede fijar en
una simple mujer como yo… que ni siquiera es bella.”- necesitó de unos
momentos para secarse las lágrimas que corrían por sus mejillas, no
quería llegar a casa con los ojos así, pues su madre no pararía de
interrogarla hasta que supiera lo que le pasaba.

Había jugado con sus sentimientos, ella creía que él realmente


estaba interesado en ella, no sólo como mujer, sino como otro afín.

Jamás se perdonaría haber sido tan ilusa y creer que lo que él


realmente sentía era algo más parecido al amor que al puro
entretenimiento. Seguro que estaba acostumbrado a reírse de mujeres
tan ilusas como ella.

Si creía que podía jugar con ella, que se preparara.


Dafne estaba cada vez más irritante, habían pasado cuatro días y
no había sabido nada de George. En principio pensó que podía haber sido
que no recibiera la carta o que hubiera pasado algo grave que le
impidiera su reunión, pero se había equivocado.
Sabía que había recibido su carta porque el mensajero se la entregó
en mano a su mayordomo. Además de que Ade, les había escrito casi a
diario esos días. Y lo que más le preocupaba era que, sabía que estaba en
la mansión, pues su padre había comentado que había visto varios
carruajes allí, por lo cual, tenían visitas, y Dafne sabía que George no
dejaría que su hermana se ocupara ella sola de los invitados. Sería
cualquier cosa, pero ante todo era un caballero.

Sintió un gran pesar en su corazón. Había sido una tonta, él ni


siquiera había querido saber nada más de ella. No volvería a cometer el
mismo error otra vez.

Capítulo XVIII

“Esto no puede ser más frustrante” pensaba Adelaida sentada en


el escritorio de su habitación.

Todas las cartas que había escrito a sus nuevas amigas, Elizabeth y
Dafne habían sido contestadas, pero se daba cuenta de que algo le
pasaba a Dafne. Sus primeras cartas, habían sido de una gran vivacidad
y alegría, y en ellas había aceptado volver a visitar la mansión en poco
tiempo. Pero ya la última que recibió esa misma mañana, había
declinado volver allí, y tan sólo habían sido unas líneas, especificando
que estaba bien, que le estaba dando clases de piano a su hermana
menor, y que tenía muchas obligaciones. Eso la entristecía muchísimo
pues esas dos jóvenes ya formaban parte de su círculo de amistades.
Sabía que si su hermano se enteraba, le arrancaría el cuello, (sin
dudarlo) pero mientras él acompañaba a los invitados, se internó en el
despacho de su hermano.

Elizabeth le había confesado, que creía que George y Dafne sentían


algo mutuamente, pero que ninguno de los dos, se atrevía a confesarlo,
pero que Dafne se había cerrado complemente en banda, y que no quería
decirle nada más.

Ahora Elizabeth era su confidente. Antes de que se marchara le


había comentado en secreto, su plan de emparejar a los dos y ella había
estado completamente de acuerdo. Sabía por ella, que su hermano y
Dafne habían quedado para verse de nuevo (si ella aceptaba) y tenía que
comprobar si al final Dafne había escrito a tu hermano, para concretar
una visita.

Su hermano llevaba varios días inquieto y sabía que la inesperada


visita de la familia O’Brien era la causante de tal estado. Pero también
estaba segura de que algo más le estaba provocando su cambio de
actitud. De ser un hombre tan frío y controlado, a ver en su semblante la
impaciencia.
Oyó un ruido procedente del salón y voces que se acercaban al
despacho.

- George, deberías de considerarlo… ellos han sido amigos de tus


padres desde hace muchísimos años… y una alianza como ésta
sería…
- Quieres dejarlo ya, Simon. Ya te he dicho que lo que acaba de
ocurrir con el buque que venía de América, nada tiene que ver
con este asunto.
Adelaida que estaba rebuscando entre los papeles del escritorio de
su hermano, corrió apresuradamente a esconderse detrás de uno de uno
de los sillones del despacho cuando entró su hermano y uno de sus
amigos y consejero.

Menos mal que le había dado tiempo de cerrar el cajón, pero en su


apuro había cogido una carpeta que ahora sostenía entre sus manos.
Esperaba que a su hermano no le hiciera falta ahora revisar nada de
dentro de su interior.

- De verdad George, no hay quien te entienda. Llevas un par de


días que es imposible decirte nada. Desde que volví de
Manchester hace 4 días, con la noticia del buque, pareces un león
enjaulado… ni siquiera la visita de la señorita O’Brien ha hecho
cambiar tu semblante.
- Déjate de sandeces Simon… ¿cómo quieres que me comporte en
estas circunstancias? Te dejé a cargo de la naviera y no sabes
resolver un simple asunto sin importancia… tenía planes
Simon… hace 4 días tenía planes y asuntos que resolver y te
plantas aquí en mi casa, con un gran problema que no has sabido
resolver, y encima te traes contigo a todo un contingente de la
familia O’Brien y debo estar sonriente todo el día… ya es lo que
me faltaba, Simon.- se exasperó George sentándose en su sillón
tras coger una copa de Brandy para él y otra para Simon.
- George, lo siento, de verdad que lo siento… me encontré con el
señor O’Brien en la oficina de correos y estuvimos un rato
hablando y su hija se nos acercó y me comentó que hacía mucho
tiempo que no veía a Adelaida y que estando tan lejos ahora,
seguro que ella se iba a encontrar muy sola, sin gente conocida y
sería muy grato que ambas pudieran compartir un par de días
juntas… por eso me tomé la libertad de invitarlos, lo has hecho
con anterioridad en tus otras propiedades, ¿por qué ahora es
diferente, George?
- Porque no quiero casarme con Alice… ¿es qué no lo entiendes?
Las otras veces que he aceptado sus visitas y su compañía, lo he
hecho porque me he visto en la obligación de hacerlo. En un
tiempo creí, que sería muy buena su compañía para Adelaida,
pero a ella solo le interesa el dinero… Si hubieras tenido la
decencia de preguntarme antes de tomar una decisión, te hubiera
dicho que el señor O’Brien está buscando la forma de que haga
un compromiso definitivo con su hija… y yo no quiero verme
atado a una niña caprichosa que no sabe lo que es sumar dos más
dos.- tenía el gesto cansado George mientras bebía su copa.
- Yo pensé que sería un buen partido amigo… ellos poseen
infinidad de propiedades en este continente, y están invirtiendo
en América… además no has de negarme que la señorita O’Brien
posee una belleza tan clásica…
- ¡Basta ya! Estoy cansado, Simon. Ni a ti, ni a nadie tengo que
darle explicaciones de mis actos. Sé que es bella, pero aparte de
eso, no hay más nada… sé que antes para mí, eso era lo único
importante en una mujer, pero he cambiado de opinión y
considero otras cosas más importantes… además, propiedades y
dinero es lo que me sobran. No quiero una alianza con una mujer
que es tan sólo un par de años mayor que mi hermana y que lo
único que compartamos sería una breve charla sobre las
condiciones climáticas. Así que no sé como lo vas a hacer, pero a
mucho tardar quiero que mañana se vayan, todos, Simon… sí,
tú te has encargado de traerlos y tú vas a ser el que se los lleve de
vuelta. Yo debo resolver un gran asunto mañana, el cual querido
amigo, me lo complicaste el día que llegaste…
- Así que aquí estáis… le estaba diciendo a Alice, que os habíais
ausentado a vuestro despacho. – entró el señor O’Brien
acompañado por su hija.
- Sí, señor O’Brien… tenía que resolver unos asuntos con Simon…
- Sí, George me ha comentado que mañana debe ausentarse, y
pensé que como él debe partir… nosotros podríamos hacer lo
mismo… ¿no cree? La fiesta de la familia Graham está muy
próxima y seguro que a la señorita le gustaría preparar cuanto
antes su vestimenta. ¿no es así señorita O’Brien?- sonreía Simon,
deseando fervientemente que esa fuese su oportunidad de salir
del embrollo en el que se había metido él solito.
- Oh, yo esperaba poder…
- Eso estaría genial… no me gusta ausentarme muchos días de los
negocios- el señor O’Brian había interrumpido a su hija.- y así
podré contar con su compañía durante el viaje… George, has
sido muy hospitalario al permitirnos tantos días en tu casa.
- Ha sido un placer Sr. O’Brien. Le diré a la servidumbre que se
encargue de los preparativos.

La señorita O’Brien aguantaba las ganas de gritar y patalear, había


perdido su oportunidad de conquistar a George con sus encantos, pero
ella no se rendía fácilmente, pronto volvería a actuar, de eso no le cabía
ninguna duda. Ella tenía un plan y pensaba cumplirlo, fuera como fuese.
No estaba dispuesta a perder la oportunidad de casarse con uno de los
grandes terratenientes de toda Inglaterra. Ella había nacido para ser una
gran dama, y pronto lo sería.

Quince minutos después, todos salían del despacho. Adelaida no


había sido descubierta y eso que cuando irrumpió en la biblioteca el
señor y la señorita O’Brien, peligró su escondite. Ahora de algo estaba
segura, su hermano no quería casarse con Alice, y ya eso era un gran
paso. Miro la carpeta que tenía en sus manos y observó que dentro había
una nota.

Capítulo XIX

“aún hay esperanzas para ti, hermanito” – sonreía Adelaida que


estaba sentada en el jardín después del almuerzo.

La familia O’Brien se había ido poco después del desayuno y ahora


era cuando ella había podido volver a leer la nota. Estaba contentísima,
su plan continuaba. Ahora se daba cuenta de por qué Dafne había estado
tan taciturna en su última carta, su hermano no pudo acudir a la cita con
ella y debía pensarse lo peor. Se imaginaba la desolación que debió al
invadirla y sobretodo el no saber porqué no fue.

Tenía que buscar alguna forma de que los dos pudieran volver a
verse y aclarar las cosas. Sabía que Alice no se iba a quedar con los
brazos cruzados; había visto una mirada de maldad y determinación,
quería casarse con su hermano, pero mientras ella estuviese viva, su
hermano no iba a caer en las garras de ninguna caza fortunas que no
valía ni un penique, de eso estaba tan segura, como que el cielo era azul.

George no podía aguantar más las ganas de volver a Dafne. No


sabía cómo había podido soportar esos días en compañía de esa dama tan
insípida. Y eso que a él era así como le gustaba que fuese una esposa.
Que tonto e iluso había sido, creyendo que conformándose con una mujer
así sería feliz, porque eso sólo le traería infelicidad e incluso vería su
negocio y su futura herencia peligrar. Alicie O’Brien no era una mujer
fácil y mucho menos una mujer sin falta de ambición y él no pensaba
caer en sus redes.
Cogió a su magnífico caballo árabe y emprendió viaje a casa de
Dafne.
Dafne estaba sumergida en su piano, cuando su hermana menor
entró corriendo en el salón.
- Dafne, Dafne…. (intentaba coger un poco de aire) a qué no
sabes quién se acerca a nuestra casa.- sonreía con malicia
Sarah.
- A ver Sarah…te he dicho miles de veces que no me debes
interrumpir mientras estoy…- quedó completamente
callada ante la visión de George a la entrada de la casa. Ella
se había levantado cuando Sarah le dijo que se acercaba un
visitante, pero se quedó petrificada de que fuese el
mismísimo George el que estaba a su puerta.
- Buenos días, señoritas. – inclinó la cabeza George. Dafne
seguía sin poder reaccionar, no sabía qué hacer en ese
momento. Llevaba varios días con su imagen en la cabeza,
pero siempre se reprochaba, que él nunca había intentado
contactar con ella… y ahora sus deseos se habían
realidad… pero ¿sería tarde para los dos?
- Buenos días señor MacDuhal… he de decirle que mi madre
ha salido con Betsy y Sophia, y que mi padre está en casa
de los señores Rosberg… no creo que tarden y mientras
tanto si quiere seguro que mi hermana puede ofrecerle una
taza de té, no es así Dafne. – Sarah había intervenido
enseguida, al ver que Dafne se había quedado de piedra.
Siempre había sido la más lista de todas ellas, a pesar de su corta
edad, poseía una inteligencia y una intuición que no eran propias de una
joven de apenas 14 años.
- Sí, tienes razón Sarah… perdóneme señor MacDuhal, puede
tomar asiento, mis padres no tardarán en regresar…
¿quiere usted mientras tanto, tomar una taza de té?-
preguntó con nervios mientras se sentaba en frente de él…
no sabía a que había venido y comenzaban a temblarle las
manos.
- No quiero molestar señorita Dafne, pero un té no me
vendría mal, ha sido un largo recorrido desde mi casa hasta
aquí.- no podía dejar de mirarla, habían pasado varios días
pero la recordaba tal y como era, esa mirada tan limpia y
esa dulzura y fortaleza tan propias de ella.
- Dafne, no te preocupes yo me encargo del té… vuelvo
enseguida.

Se quedaron en completo silencio, Dafne no sabía que decir, y


George estaba pendiente de ella, no quería sobresaltarla, la veía muy
nerviosa apretando sus manos en el regazo, pero necesitaba explicarse.
- Dafne… no sé cómo empezar pero…
- Señor MacDuhal no sé… - los dos se interrumpieron y se
miraron a los ojos, y de pronto los dos sin saber cómo se
encontraron riéndose.
- Siento mucho lo que hayas podido pensar de mí… te
aseguro que tenía muchísimas ganas de veros el otro día
pero…
- Señor MacDuhal yo…
- George, por favor, llámeme George. Sabe que usted para mí
no es ninguna formalidad.
- Lo sé pero no sería correcto que yo…
- Que me llamara por mi nombre, ¿por qué? Es usted igual
dama que lo haga o no. No hay nada malo en ello… al igual
que no hubo nada malo en nuestro beso.
- Por favor señor… George. El que mi familia no sea tan
noble como la suya no significa que yo no tenga principios.
- ¿Y a qué viene esa afirmación Dafne? Creía que ya había
quedado claro que a pesar de la situación económica de su
familia, eso no tiene nada que ver con su condición o
distinción.- afirmaba categóricamente George.
- ¿Está seguro de eso?… porque somos una familia de clase
humilde y usted es un gran lord.- se sentía cada vez más
intimidada Dafne, teniendo miedo de que en cualquier
momento llegara su familia.
- Lo sé Dafne, pero para mí, eso no tiene nada que ver… yo
veo más allá de lo que él dinero o los títulos pueden
comprar.- quería dejar clara su postura George.- Y ahora si
me hace el favor quiero hablarle de porque no pude venir
hace unos días… no sé si mi hermana le habrá dicho pero
he tenido visita en la casa y no me ha quedado más remedio
que atenderlos… quiero que sepa que mi deseo era poder
verla y hablar con calma de nosotros pero que no
esperaba…
- ¡Dafne! Has visto ese corcel tan bonito que está afuera,
mamá dice que es del señor…- se quedó completamente
cayada su hermana Betsy la más alocada de las 4, entrando
como un vendaval por el salón.- Oh cuanto lo siento, yo…
- No se preocupe señorita Hamilton, ese caballo es mío, me
alegro que le guste… Buenos días señora Hamilton.. es un
honor volver a verla.- acababa de aparecer la señora
Hamilton con Sophia a su lado.
- Señor McDuhal.. no sabía la sorpresa y la alegría que me da
volver a verlo de nuevo… no esperaba su visita.- Por favor
siéntese, me imagino que mi hija le habrá invitado al menos
a una taza de té.- miraba con fijación a Dafne.
- Por supuesto madre… ya se encuentra Sarah
preparándolo.- comentó Dafne antes de que su madre le
comentara su falta de modales o la criticara por su atuendo
como ya la estaba mirando con esa mirada tan penetrante.

Ya no pudieron volver a estar a solas ni un minuto, tan pronto


como estuvo el té preparado, lo tomaron y para excusar su presencia ahí
en la casa, George se vio obligado a comentar a la familia que iba a
celebrar a finales de semana un baile como bienvenida a sus vecinos, que
por ello había acudido allí. Tan pronto como dio la noticia todas las
mujeres dieron saltos de alegría menos Dafne. No se daba cuenta de que
había tenido que inventar algo tan rápido como vio la mirada de
interrogante que tenía la señora Hamilton y se había quedado
decepcionada, ella se encontraba mejor en petit comité que en una gran
fiesta para todo el vecindario. Bueno tal vez, durante la fiesta podría
tener una conversación con George y poder aclarar todas las dudas que le
estaban matando por dentro.

Capítulo XX

aún

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