La doctrina del culto público:
La renovación del pacto
Por: Alejandro González Viveros.
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Una vez que hemos establecido que Dios ha apartado un día para su
adoración, y que ha designado un tiempo para su culto, debemos ir más a
fondo y preguntar por la esencia de ese momento. ¡La esencia del culto
público! ¿Qué es el culto público en esencia? El culto público,
esencialmente, es la renovación del Pacto.
¿Qué es el pacto?
La manera en la que Dios se relaciona siempre con los hombres, es a
través de pactos. Un pacto, en su nivel más básico, es un acuerdo o un
tratado. En todo acuerdo, debe haber, por lo menos, dos partes entre las
que se contraiga este acuerdo; debe haber promesas y, por lo general,
habrá también condiciones.
Hace algunos años, la arqueología descubrió un grupo de documentos
que han recibido el nombre de “Tratados Imperiales de Vasallaje”. En el
Antiguo Cercano Oriente, en épocas de Moisés, cuando un poderoso rey,
con su ejercito, subyugaba a un reino menor o a un pueblo, todos ellos
entrarían en un Tratado Imperial de Vasallaje ¿En qué consistía este
tratado? El rey vencedor anexaría a este reino menor a su propio reino y
les prometería protección, el pueblo conquistado, a cambio, tendrían que
prometer fidelidad al gran rey, lo cual implicaba pagar tributos y luchar en
las batallas que él emprendiese. Él sería su poderoso señor y ellos sus
vasallos. Ese es un buen ejemplo de lo que es un pacto.
Nosotros, como cristianos, vivimos dentro de un pacto que en teología
llamamos “Pacto de Gracia”. Dios ha aplastado nuestro reino de maldad y
ha triunfado en la cruz sobre los poderes de este siglo. Ahora, como un
poderoso Rey, extiende un pacto ante nosotros: Nos promete la vida
eterna, promete ser nuestro Dios y tomarnos como pueblo suyo. Y ha
puesto como prueba de nuestra lealtad hacia Él que nos sometamos a
Cristo en fe y arrepentimiento por el resto de nuestras vidas.
Aquellos que nos llamamos “cristianos” vivimos en esa relación con Dios,
Él es ahora nuestro Rey, hemos sido anexados a su reino, somos sus
“vasallos” y debemos lealtad a nuestro poderoso Monarca. Eso, a grandes
rasgos, es vivir en el Pacto de Gracia.
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¿Qué tiene que ver todo esto con el culto público? Que cada vez que
somos convocados a la sagrada asamblea, al culto público, somos
convocados a una asamblea imperial, en donde el Rey estará presente y
el pacto será renovado delante de Él. ¡Eso es el culto esencialmente!
¿Dónde encontramos eso en las Escrituras?
Todo comienza por el Pacto Abrahámico.
Dios hizo un pacto con Abraham. Tenemos registro de ello,
principalmente, en Génesis 15 y 17. En Génesis 15 nos encontramos con
Abraham realizando un ritual de pacto; partiendo ciertos animales y
colocando sus partes una frente a la otra. Dios, en forma de una antorcha
de fuego, pasó por en medio de estos pedazos. La Escritura dice que “En
aquel día hizo Jehová un pacto con Abram” (Gén 15:18). No podemos
quedarnos mucho en los detalles. El punto es que ahí Dios concertó un
pacto con Abraham y su descendencia.
En el capítulo 17, este pacto se ve con más claridad:
“Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová
y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto.
Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. Entonces
Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo: He aquí mi
pacto es contigo” Génesis 17:1-4
Este pacto es denominado “Pacto Abrahámico”. Toda vez que el pacto es
renovado en el contexto del culto público, la renovación es con base en el
Pacto Abrahámico. A su vez, el Pacto Abrahámico, es una manifestación
del Pacto de Gracia, en el cual estamos nosotros, los cristianos del Nuevo
Testamento.
Por supuesto, el Pacto Abrahámico, no es el primer pacto que aparece,
cronológicamente, en las Escrituras. El primero fue el Pacto Adámico y el
segundo el Pacto Noético. Pero, debido a que el tema de esta ocasión no
es el Pacto sino el Culto, no profundizaremos en ello. Debíamos hablar,
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inicialmente, de este pacto, porque, como ya hemos dicho, éste es el
contexto y la base sobre la cual se desarrolla todas las renovaciones
pactuales cúlticas.
Antes de dejar el Pacto Abrahámico y proseguir, quiero que notemos cual
es la promesa de este pacto. Por supuesto, hay muchas promesas: Una
tierra, una numerosa descendencia, un reino, hijos que serían reyes y
gobernantes, etc… sin embargo, es bien sabido qué hay una promesa
medular en este Pacto. Dios dijo:
“Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en
sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu
descendencia después de ti.” Génesis 17:7
Las palabras de Dios fueron: “para ser tu Dios, y el de tu descendencia
después de ti.” Esa es la promesa medular: “Yo seré su Dios y ustedes
serán mi pueblo.” A veces no nos damos cuenta de el peso de algunas
expresiones. Es verdad que Dios es Dios de todo el mundo. En la
antigüedad, se creía en dioses locales, se pensaba que ciertos dioses
tenían jurisdicción y poder sobre ciertos lugares, y otros sobre otros
lugares. En contraste con ello, la Escritura es clara en afirmar Dios es el
Dios de toda la tierra. Sin embargo, Dios es el Dios de nosotros, de una
forma diferente y especial. Dios es nuestro en un sentido en el que no lo
es de nadie más. Es cierto, también, que el mundo entero es propiedad de
Dios, pero nosotros, somos propiedad suya de una forma diferente y
especial. La promesa “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” es una
promesa de pertenencia mutua íntima y especial. Tan es así, que en
ocasiones vemos a algunos personajes bíblicos, orando “al Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob”. Esta es gente que sabe que este Dios no
es su Dios, gente que no se dirige a Dios diciendo: “Dios nuestro” o “Dios
mío”, porque no está en esta relación pactual de pertenencia mutua. Así
mismo, Dios no le dijo a todas las naciones que serían su especial tesoro,
pero sí dijo eso del pueblo de Israel. Esa es la promesa medular del Pacto
Abrahámico: “Yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán el pueblo de mi
especial pertenencia”. Mantengamos esta promesa en mente porque será
importante.
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Ahora, vayamos al primer culto público del pueblo del pacto. En Éxodo 19
y 20 encontramos el primer culto público, y al mismo tiempo, en esos
mismos capítulos, en ese mismo culto, tenemos la primera renovación del
Pacto.
¿El primer culto público?
Decimos que en Éxodo 19 y 20 encontramos el primer culto público
porque vemos la santa convocación de Dios. El llamado de Dios a que su
pueblo se reúna en asamblea. En Deuteronomio, Moisés se encuentra
recapitulando ante el pueblo acerca de lo que sucedió en Éxodo 19 y 20
cuando dice:
“El día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová
me dijo: Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras”
Deuteronomio 4:10
La orden de Dios a Moisés, fue clara. Él dijo: “Reúneme el pueblo”, ahí
tenemos la convocación. El llamamiento a la reunión congregacional. Un
elemento típico de toda verdadera reunión cúltica. Entonces, aquel día, se
reunió todo el pueblo de Israel por la convocación divina.
El pueblo, además, fue reunido justo ante la presencia cúltica de Dios.
Leemos en Éxodo 19:17-18, que el pueblo estaba en el campamento.
Moisés los sacó de ahí. Ellos fueron llevados ante el gran Monte Sinaí. El
monte estaba rodeado de truenos y relámpagos. Y ¿Qué sucedió?
“Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se
detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová
había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un
horno, y todo el monte se estremecía en gran manera.” ¡Humo y fuego!
Dios se presentó en humo y fuego, ahí estaba Él en esa presencia
especial. Una presencia distinta a su presencia cotidiana con nosotros. El
mismo tipo de presencia que Jesús prometió a sus discípulos cuando dos
o tres de ellos se encuentren reunidos en su nombre. Su presencia cúltica.
Ante estos elementos, y, en vista de que no había sucedido esto mismo en
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ningún otro momento de la historia, no debe haber duda de que esta fue la
primera convocación del pueblo de Dios para hacer solemne asamblea. El
primer culto público. Pero ¿Dónde está la renovación del pacto en todo
esto?
¿La renovación del Pacto?
Dios dejó muy claro, desde el principio, que lo que estaba tomando lugar
aquí, era un pacto:
“Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de
águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa.” Éxodo 19:4-6
Moisés expone estas cosas con mucha claridad cuando recuerda este
episodio en Deuteronomio 5:
“Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb. No con nuestros
padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos
aquí hoy vivos. Cara a cara habló Jehová con vosotros en el monte de en
medio del fuego” Deuteronomio 5:2-4
Este pacto recibe el nombre de “Pacto Mosaico”.
¿Recuerdan los Tratados Imperiales de Vasallaje? A lo que hemos dicho
sobre estos tratados, debemos añadir algo: Los Tratados Imperiales de
Vasallaje, tenían una estructura muy particular. Consistían, básicamente,
de tres secciones:
1. Benevolencia real. Se describían las bondades que había tenido el
emperador sobre sus súbditos. Generalmente el rey se describía como
victorioso, glorioso y por ende digno de alabanza por todos a quienes
gobernaba.
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2. Lealtad vasalla. Su objetivo principal era describir cómo los vasallos
habían de serle fieles a su emperador. Contenía un listado de normas y
leyes mediante las cuales los súbditos demostraban su fidelidad y lealtad
al rey.
3. Consecuencias. En la última parte se describían las consecuencias de
la obediencia o desobediencia de los vasallos, se prometían premios a
quienes obedecieran y fueran fieles, y castigos y maldiciones a quienes no
fueran obedientes a la ley del rey.
En el Pacto Mosaico encontramos que Dios empleó la misma estructura
que en estos antiguos Tratados de Vasallaje:
1. La Benevolencia Real, se muestra en las palabras: “Yo soy Jehová tu
Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.” (Éxodo
20:2). Así como en las palabras “Vosotros visteis lo que hice a los
egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí.” (Éx.
19:4). Dios los liberó, Dios había sido bueno con ellos, ellos, por
consiguiente, se debían enteramente a este Rey.
2. La Lealtad vasalla, básicamente, es el contenido de los Diez
Mandamientos, pues guardar esos mandamientos es la forma de
manifestar la lealtad al gran Rey. Son los términos que el Rey mismo ha
puesto, el modo designado en que el Señor quiere ser servido.
3. Las Consecuencias, más formalmente, las encontramos en el capítulo
28 de Deuteronomio. Ahí hay una sección amplia y muy explícita sobre las
bendiciones que Dios mandaría al pueblo por la obediencia al pacto y las
maldiciones que caerían sobre ellos por la desobediencia. También
tenemos las consecuencias en el capítulo 26 de Levítico.
Todo esto nos puede dejar la idea de que Dios está comenzando aquí un
Pacto nuevo, un pacto sin relación con el Pacto Abrahámico. Pero no es
así. Dios no estaba iniciando un Pacto de la nada con estos ex-esclavos
de Egipto. Dios, en realidad, estaba continuando y renovando su pacto
con Abraham.
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Para empezar, ellos no eran un grupo cualquiera de esclavos, a quienes
Dios decidió tomar repentinamente sin previo aviso. Ellos eran hijos de
Abraham. De hecho, desde que Dios pactó con Abraham, Él anunció la
esclavitud para los descendientes de Abraham:
“Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava
allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual
servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza” Génesis
15.13–14
Pero, por si esto fuera poco, Dios mismo liga su obrar en Éxodo con su
Pacto Abrahámico, en Génesis, con las siguientes palabras:
“Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de
Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido,
y con juicios grandes; y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios; y
vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo
de las tareas pesadas de Egipto. Y os meteré en la tierra por la cual alcé
mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y yo os la
daré por heredad. Yo JEHOVÁ.” Éxodo 6.6–8
La expresión que deseo enfatizar aquí es “os tomaré por mi pueblo y seré
vuestro Dios”. Esto es lo que Dios le había prometido a Abraham. Dios no
había olvidado su promesa. En Deuteronomio 7.12 leemos aún más sobre
la relación de las promesas en estos dos pactos:
“Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra,
Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus
padres.”
¡Este texto es de suprema importancia! Dios no dice: “si aceptas los
términos del Pacto Mosaico, te daré las promesas del Pacto Mosaico”.
Más bien, Él está diciendo: “Si aceptas los términos del Pacto Mosaico, te
daré las promesas del Pacto Abrahámico”. Esto se debe a que el pacto
que Dios estaba ratificando con Israel en el Sinaí, era el mismo pacto que
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había hecho con Abraham, cientos de años atrás. Dios estaba,
simplemente, renovando su pacto original.
Entonces, en Éxodo 19 y 20 tenemos el primer culto público, y en él, la
renovación del pacto Abrahámico. Dios convocó a su pueblo a una
asamblea para renovar su Pacto con ellos. El culto público siempre es
eso, la renovación del pacto.
Si salimos de Éxodo y recorremos el resto de las Escrituras,
encontraremos que esta no fue la única vez algo así ocurrió.
Renovación del pacto en Moab
Cuando el pueblo de Israel se encontraba en las llanuras de Moab, a
punto de entrar a la tierra prometida. Las Escrituras nos cuentan que
Moisés reunió a todo el pueblo, hubo entonces una asamblea solemne. Y
¿qué hicieron en esa asamblea?
Moisés hizo memoria del pacto hecho en Sinaí. Encontramos todo esto en
el libro de Deuteronomio. De hecho, la palabra “deuteronomio” significa
literalmente “segunda ley”. Se le dio este nombre al quinto libro de
nuestras Biblias porque en su su quinto capítulo volvemos a encontrarnos
con los Diez Mandamientos. ¿Por qué? Porque Moisés estaba
recordándole al pueblo cómo debían manifestar su fidelidad al Rey en su
relación pactual. Después de que Moisés evocó estos recuerdos del Pacto
del Sinaí en una larga exposición, el dijo:
“Estas son las palabras del pacto que Jehová mandó a Moisés que
celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además del pacto
que concertó con ellos en Horeb” Deuteronomio 29:1
Pareciera que el texto nos habla de dos pactos: uno concertado en Horeb
(o Sinaí; el Pacto Mosaico) y además, otro que estaba siendo concertado
en ese instante, en Moab. ¿Estaba entrando el pueblo en un nuevo pacto
con Dios? ¿Habría ahora una nueva relación entre el Rey y sus vasallos?
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En ese mismo capítulo, unos versículos más adelante, se nos da el motivo
de esta reunión:
“para que entres en el pacto de Jehová tu Dios, y en su juramento, que
Jehová tu Dios concierta hoy contigo, para confirmarte hoy como su
pueblo, y para que él te sea a ti por Dios, de la manera que él te ha dicho,
y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.” Deuteronomio
29:12-13
Entonces ¿estaba Dios iniciando un pacto totalmente nuevo aquí? Eso
podríamos creer después de una lectura rápida y superficial. Pero,
pongamos atención cuando se dice “para confirmarte hoy como su pueblo,
y para que él te sea a ti por Dios”. Es la promesa de siempre ¿no es
cierto? Esto era simplemente una confirmación de las promesas dadas
desde el Pacto Abrahámico, promesas que fueron ratificadas, luego, en el
Pacto Mosaico y que ahora estaban siendo renovadas en este pacto en
Moab.
El pacto de Moab, no es, realmente un nuevo pacto, sino la renovación del
pacto original.
Renovación del pacto con Josías
Si vamos un poco más adelante en la historia bíblica, nos encontraremos
que algo semejante ocurrió en tiempos del rey Josías. El reino había
estado estancado en la decadencia nacional. Probablemente porque los
libros en donde se podía leer sobre el Pacto estaban extraviados. El fin,
fueron encontrados.
“Entonces el rey mandó reunir con él a todos los ancianos de Judá y de
Jerusalén. Y subió el rey a la casa de Jehová con todos los varones de
Judá, y con todos los moradores de Jerusalén, con los sacerdotes y
profetas y con todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande; y
leyó, oyéndolo ellos, todas las palabras del libro del pacto que había sido
hallado en la casa de Jehová. Y poniéndose el rey en pie junto a la
columna, hizo pacto delante de Jehová, de que irían en pos de Jehová, y
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guardarían sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo
el corazón y con toda el alma, y que cumplirían las palabras del pacto que
estaban escritas en aquel libro. Y todo el pueblo confirmó el pacto.” 2º
Reyes 23.1–3
Algunos comentaristas piensan que el libro hallado fue Deuteronomio.
Entonces, el rey Josías convocó a una asamblea solemne y ¿Qué
hicieron? El texto dice que el rey leyó el libro del pacto y que “hizo pacto
delante de Jehová” ¿Este fue un nuevo pacto? ¿Un pacto aparte del Pacto
Abrahámico y Mosaico? De nuevo, no ¡Ellos renovaron el pacto! El mismo
pacto de siempre. Y hubo asamblea solemne para renovar el pacto.
Renovación del pacto con Esdras
Yendo, todavía, un poco más lejos en el registro bíblico, encontraremos
esto:
“El día veinticuatro del mismo mes se reunieron los hijos de Israel en
ayuno, y con cilicio y tierra sobre sí… y estando en pie, confesaron sus
pecados, y las iniquidades de sus padres. Y puestos de pie en su lugar,
leyeron el libro de la ley de Jehová su Dios la cuarta parte del día, y la
cuarta parte confesaron sus pecados y adoraron a Jehová su Dios.”
Nehemías 9.1–3
Tenemos de nuevo una reunión sacra. Todo el pueblo en asamblea
solemne. En esta asamblea vemos el mismo elemento de las veces
pasadas: La lectura de la ley, hubo exposición de la Palabra, tal como las
veces pasadas. Pero, también hubo un elemento nuevo, un momento de
arrepentimiento congregacional ¿arrepentimiento por qué? Por romper el
pacto, por no guardar la fidelidad al Rey.
No obstante, lo importante para nuestros propósitos está en el último
versículo de este hermoso capítulo. El pueblo ahí reunido, después de un
largo momento de contrición, profirió las siguientes palabras:
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“A causa, pues, de todo esto, nosotros hacemos fiel promesa, y la
escribimos, firmada por nuestros príncipes, por nuestros levitas y por
nuestros sacerdotes” Nehemías 9:38
¿En qué consistía esa “fiel promesa”? ¡Era una renovación del pacto!
¿Qué otra cosa podría ser? Si estaban arrepentidos por transgredir el
pacto, lo único que les quedaba era re-consagrarse al pacto. Sí, el mismo
pacto de siempre. Tenemos, una vez más, una reunión congregacional
para la renovación del pacto.
La Renovación del pacto con Cristo
Llegando el NT ¿con qué nos encontramos?
“Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo
dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por
vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó
también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el
nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en
memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y
bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.” 1
Corintios 11:23-26
De nuevo, una lectura rápida y superficial, podría darnos la idea de que
este es un pacto totalmente nuevo, sin relación con todo lo anterior. Sin
embargo, un estudio más profundo revelará que, nuevamente, aquí, el
viejo pacto original, estaba siendo renovado.
De modo que, Jesús mismo renovó el pacto, y aún mas, nos dijo que
siguiéramos reuniéndonos para esta conmemoración/renovación, en
memoria de él. Esto, sin duda, es un llamado a congregarnos. Es un
llamado al culto público, y a un culto público en donde el pacto y su
renovación son el centro.
Todo culto público, toda asamblea solemne en las Escrituras, siempre es
eso. No tenemos porque pensar que las cosas han cambiado ahora.
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Somos llamados, semana tras semana, a ir a la presencia de nuestro Dios
y renovar el pacto con Él. Re-consagrarnos, re-dedicarnos. Volvernos a
entregarnos como lo hicimos al principio, y recordar las benevolencias
promesas de nuestro Rey. Esto es lo que se encuentra en el fondo de
todo culto público.
Esto influye en la manera en la que debemos hacer las cosas en nuestros
cultos de adoración. Debemos ser conscientes de que, todo ha de girar en
torno al Pacto. Si vamos a la iglesia el domingo, vamos porque el Rey nos
ha convocado y nos ha convocado porque quiere que renovemos nuestro
pacto con Él. Que recordemos su benevolencia real al liberarnos del reino
de las tinieblas por Cristo Jesús; que recordemos la lealtad vasalla que le
debemos como muestra de nuestra fidelidad a Él, que seamos alentados
con las promesas que pueden resumirse en “yo seré su Dios y ustedes
serán mi pueblo” y si es necesario, que seamos sacudidos con las
consecuencias por faltar a la lealtad pactada.
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