Lefort Claude - Los Derechos Humanos y El Estado de Bienestar
Lefort Claude - Los Derechos Humanos y El Estado de Bienestar
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Se suele citar a Benjamín Constant cuando se habla del
nacimiento del liberalismo politico. Y es cierto que quizá nin- menos rlgidos, pues a pesar de ser sociedad de clases, porta-
gún otro pensador delimitó con tanta firmeza, en teoría, las ba la huella de la democracia.
prerrogativas del poder central; afirmó el principio de la so- Guil'.Ot y Constaut son liberales que sólo conciho'!n la demo-
cracia ~mo forma de gobierno. La democracia es para ellos lo
que era para es, o que era me us
dividuo. Pero si nos referimOs a Francia, la práctica del Jibe- • •
ralismo fue mejor formulada por Guizot que por Constant. nombre se gobierna. Ni el uno ni. el otro tienen la idea de una
~uizot no proclama menos alto la soberanía del derecho, pero aventura histórica sin precedentes, CtJyas causas y efectos no
simultáneamente busca fotjar Wl poder fuerte, que sea ema- son localiza bies en la esfera convendoua.lmente d.::finida como
nación de la élite Jlurguesa y agente de su transfonnación de gubernamentsd.
aristocracia potencial en aristocracia de hecho -ciertamen- No debemos caer en las ilusiones tfeJiibe.mlismo que, des-
te de un nuevo tipo, pues los hombres no sedan ya clasifica- de la instauración de los derechos humanos, erige un mode-
dos según su nacimiento, sino en virtud de su función y de su lo de Estado que fuera suficiente para indicarnos Ja diferen-
mérito. Y no creo equivocarme al considerar que el Uberalis- cia de lo antiguo y de lo moderno. Nos arriesgamos a convertir
mo de Guizot contiene ya la noción de un Estado apoyado en el Estado liberal en una abstracción si pretendemos extraer-
el poder de la norma y del control. Es inótil precisar cuán lo, aislando ciertos rasgos pertii1entes, de la r..onfiguración
diferente es este liberalismo del nuestro. Pero la tendencia de la nueva socied&d democrática. Remitámonos a Tocque-
cuyas consecuencias medimos, ya es visible, y es important~ ville, cuya obra nos enseiia que nuestras propias preguntas
observar que se dibuja en un plano propiamente polftico, b~JO surgen ya en la primera mitad del siglo XIX. Y de hecho, si
el efecto de la aceleración de lo que TQCqueville llamaría la nos atuviéramos a la imagen convenjda del Estado liberal,
revolución democrática. Lo que me parece haber escapado al no comprenderiamos que Tocqueville sefia1a ya los temores
pensamiento de Constan! es que el crecimiento del poder no que nosotros formulamos; que sugiere el pf'ligro de la con-
es efecto de un accidente histórico, de una usurpación de la
que surge un gobierno arbitrario, sino que acompaña el mo-
vimiento irreversible que hace sobrevenir de la ruina de las
versión de un sistema de libertad en un despotismo, o mejor
dicho, pues niega ese ténnino, en un sistema de opresión de
un tipo nuevo, cuya definición se escapa.
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antiguas jerarquías una sociedad unificada, o mejor dicho, la ePienso -escribe éste-- que la espec!e de opresión que
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sociedad como tal-movimiento que en sí mismo va apareja- amenaza 9.los pueblos democráticos no se parecerá a n.ada de
do con la emergencia de los individuos, definidos como inde- lo que la precedió en el mundo, nuestros contemporáneos no
pendientes y semejantes. Lo que nos parece, por otra parte, sabrían encontrar la imagen en sus recaerd'ls. Yo mism'cl bus-
haber escapado al pensamiento de Guizot es que las ostensi- co e.n vano \ma expresión que reproduzca y contenga con exac-
bles murallas que él deseaba levantar alrededor de la capa titud la idea C!_Ue me fonno: las antiguas palabrc.:s de despotis-
dirigente, en especial a favor de las restriCCiones al ejercicio mo y tiranfa no se ajustan er.lo más mfnimo.• ~ 1 Es cierto que
de los derechos políticos, y su distinción entre los ciudada- la obra de Tocqueülle nos aleru.., pues nos incita a tratar de
nos -los hombres dignos de ese nombre- y los seres que se comprender por que se halhba ya en condiciones de concebir
escalonan desde e1 desnudo a la mediocridad, ese edificio no la :!>Ujeci6n de los individuos al F.sta.do toclopodt>roso, y la pér-
podrfa resistir los asaltos de los excluidos, comenzando por
los burgueses dejados fuera. El hombre que tanto hizo por el '"
nacimiento de la sociedad burguesa no comprendía que ésta 61. La~ cil!U' de Toc:queville rroceden, ""lvo qut> ipdiqu<·mos otro ori~n. de
Alexis de Toequevil1a, Dt:. •'11. JinwcTtllie l!t' l!mh.t;u~ JI, t"!>p. IV CEm•n.s roli/pltlcs,
necesitaba compartimentos mucho menos visibles, mucho tome li. Parls, Gallimacd, 1990, pp. 324 y -~s. {Ed.•~sp. Ll! J,mo<'mdaen Amtriro 11,
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M;td..-ict, Ali11m.a, 1980.) [.V. dtl T.)
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mida_d; en ~a ley, afirmtmdose fantásticamente bajo el signo de destrucción del poder personal, monárquico., abre un vacío
la umfo~dad; en el poder del Estado, afirmándose fantástica. en el lugar mismo en que la sustancia de la comunidad era
meme baje. el ~igno de la reglamentación. Seria inútil penetrar supuestamente figurada por el rey, por su cuerpo. Si consi-
en d detalle. en la interpretaci6·1
~
de Tocqueville, puesnoesnues- deramos este fenómeno, la operación de la negatividad se
tro !lropóstto. Baste con decir que su oonciencia de la natura1aza confunde con la institución de la libertad política. Y el he-
social del ~ombre es agud~: ést~. como individuo, puede querer cho es que ésta se mantiene en tanto se reconozca la prohi-
s~r el dueno de su pensamiento, modelar su vida e induso deci- bición de la apropiación del poder por parte de los deposita-
dir cuáles ~on las leyes buena:' y cuál eJ buen gobierno, pero no rios de la autoridad pública; en tanto su lugar sea reconocido
por ello deJa de depender de tdeas recibidas y de plincipios de como inocupable. El poder se torna democrático, y conserva
~nducta que escapan al ejercicio de su voluntad y de su conoci- esta característica, cuando se demuestra que no es el poder
miento. Por consiguiente, la pasión que pone en deshacerse de de nadie. Esto, pensamos, impulsó a Tocqueville a renunciar
I~ atadur:as que lo sometían a personas investidas de una auto- a la utilización de los antiguos términos de despotismo o
ndad soeml -su pasión por la igualdad que lo induce a recha- tiranía para calificar el nuevo tipo de opresión que podía
~~r la ~gura .?e un amo-- no ~bría convertirlo en su propio establecerse. A nosotros nos sugiere un retorno crítico sobre
a~o. Par~d.5J1Camentc, las pastones que ejerce contra el amo uno de los juicios que hemos mencionado: es abusivo"hablar
VlSJble lo Impulsan a someterse a una dominación sin rostro. de una servidumbre que se combinaría con las formas exte-
Como alguna vez dijo TocqueviUe: «Cada individuo sufre que se riores de la libertad. Mientras las instituciones se hallen re-
le encade~e, pues ve que no es un hombre ui una clase sino el guladas para hacer imposible una apropiación del poder por
pueblo mismo quien sujeta el extremo de la cadena,.6J el gobernante o los gobernantes, no podrlamos decir que son
Desde h.ace muchu tiempo esta frase me parece una de puramente formales. Lo que antes llamé la operación de la
las ~ue meJor resume el pensamiento de Tocqueviile y que negatividad no es menos constitutiva del espacio democráti-
arro~a la luz más penetrante sobre las paradojas de la demo- co que el proceso que erige al Estado en poder tutelar. El
cracra. No pasemos sin notar que ha ganado actualidad sistema vive de esta contradicción sin que ninguno de los
c:uando fue escrita, y mucho después, hasta una época r; dos términos, aunque se perpetúe, pueda perder su eficacia.
cteme,la división de clases era lo bastante aguda e Mientras tanto, Tocqueville mismo sintió, sin duda, la impo-
'b ·1· al omo para
senst 1 Izar; menos para una de las partes, sobre los ras- sibilidad de zcmjar la contradicción, es decir, abolirla, a pe-
go.s de la dominación, mientras que ahora, al esfumarse la sar del movimiento que lo llevaba a imaginar .una especie de
pnmera, _la segunda carece de representantes visibles. Lo que despotismo democrático de un- tipo aún desconocido. Los
más me Importa es subrayar la distinción formulada entre comentaristas que se detienen en esta imagen olvidan cómo
u.n poder perso~al y un poder impersonal, y la representa- concluye: ~<Una constitución cuya cabeza fuera republicana
Ción d: es.t~ ~~~1mo como un poder omnipresente, abocado y todas sus demás partes ultramonárquicas, me ha parecido
por su tnVIslbihdad misma a reforzar siempre la sujeción de siempre un monstruo efímero. Los vicios d~ los gobernantes
los hotn~res. Añadiría quizás que el poder democrático no y la imbecilidad de los gobernados no tardarían en acarrear
es reducrble al poder impersonal o, para decirlo mejor, que la ruina; y el pueblo, cansado de sus representantes y de sí
corres~o~de a dos fenómenos posiblemente indisociables, mismo, crearía instituciones más libres, o volvería sin tar-
pero dtsuntos. No debemos perder de vista, en efecto, que la danza a echarse a los pies un amo•.64 La idea le parece muy
63. Alexis de Tocqueville, De la dtmocrmie en Anu!r' tu ll 64. Alexis de Tocqueville, D~ la tUmocratú m Amtriqu~ Il, co.p. JV, CEuvre.s
del;'!]
complües, tome//, Parfs, Gallimard, 1990, p. 324. [N. '
cap. IV. lEuvre.s complttes, 1om~ /I, Parls, Gallimard, 1990, p. 327. [N. del T.]
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importante, pues años después la reformula en un fragmen~ •¿No posee el Estado de Bienestar una doble faz, como
to destinado a la preparación de la última parte de El Anti~ Jano; no posee una cara oculta: la del Estado-policía?» La pre-
guo Régimen y la Revolución. Restableciendo plenamente la gunta es legítima. Existen sólidas razones para pensar que no
distancia que separa la democracia de un gobierno absolu- sólo la represión pudiera acentuarse contra las capas golpea-
tista, que reina «por medio de leyes y entre instituciones fa- das por la crisis económica, sino que pertenece a la naturale~
vorables a la condición del pueblo:., declara: uSu sentido [el za del Estado de Bienestar el •neutralizar la expresión de los
de la democracia] está íntimamente ligado a la idea de la conflictos sociales». No olvidemos, sin embargo, que conser~
libertad política. Conferir el epfteto de gobierno democráti~ va una doble cara: mientras una brilla la otra se ensombrece.
co a un gobierno donde la libertad polftica no existe es un Y no dejemos de prestar atención a aquello que contraría el
palpable absurdo». Apenas es necesario subrayarlo: la liber~ proceso de expansión del Estado coercitivo, esto es, el dispo-
tad de la que habla no se reduce a las formas exteriores de la sitivo democrático que impide que se fundan en un órgano
libertad. . dirigente la instancia del poder, la de la ley y la del conoci-
¿Por qutrprestar-talitaim:portancul aeS:tellftiñlO-puntó7 niléiltO:-DeOiro Inódo desconoceiiiiliios laillnl.enSióD. ProPia
Mi auditorio ya lo habrá comprendido, supongo. Escuchamos de lo polltico en nuestras sociedades. De manera general po-
con frecuencia en la actualidad la afirmación de que entre la demos decir que, con la vista puesta en el crecimiento de las
democracia y el sistema totalitario no existe sino una diferen~ prerrogativas de la administración y en el refuerzo del poder
cia en el grado de opresión. Más aún: algunos se complacen público, no distinguidamos ya la naturaleza específica de un
en hablar de «democracia totalitaria». Retomemos la expre- poder cuyo ejercicio depende siempre de la concurrencia en-
sión: es un absurdo palpable. Ciertamente tenemos buenas tre partidos y -por el hecho de todo lo que supone esta con~
razones para pensar que la evolución de las sociedades demo- cunencia-, del debate que se nutre de las libertades públi-
cráticas hizo posible la aparición de un nuevo sistema de do- cas, y las mantiene. Si el Estado de Bienestar no se transforma
minación -ya se trate del fascismo, del nazismo o del llama~ en Estado-policía es por la razón principal de que no tiene
do socialismo-, cuyos rasgos eran antaño inconcebibles. Pero amo. De surgir un amo, e1 Estado perderla la inquietante
al menos hay que reconocer que la formación de ese sistema ambigüedad que posee en la democracia. Y que no tenga amo
implica la ruina de la democracia; no ofrece una conclusión a significa que hay una separación, considerada intangible, en-
la aventura histórica que ésta inauguró, más bien invierte su tre el poder administrativo y la autoridad política. En virtud
sentido. Las ambigüedades de la democracia no tienen como de esta separación permanece eficaz el imperativo de la re-
finalidad favorecer la-consolidación de una de estas tenden~ presentación, que es incompatible en última instancia con la
cias, la que presta un creciente poder al aparato de Estado, plena imposición de la norma, pues hace legítima y necesaNa
pues este mismo es desmantelado para beneficio del aparato la expresión múltiple de los agentes sociales, individuales y
del Partido, cuyo objetivo no es en lo mas mínimo asegurar e] colectivos, y se revela indisociable de la libertad de opinión,
bienestar de los ciudadanos. No debemOs dejar de meditar de asociación, de movimiento, y de la manifestación del con-
sobre ese hecho: el totalitarismo no sólo marca la destrucción flicto en toda la extensión de la sociedad. Pero ciertamente
de la libertad política, rompe también la dinámica del poder podemos preguntarnos por la capacidad que actualmente po-
tutelar o del Estado de Bienestar. Cualesquiera que sean los seen los partidos políticos para asegurar el justo ejercicio de
rasgos del nuevo régimen, ya sea fascista, nazi o estalinista, la representación. Podemos incluso buscar los signos de nue-
ya se instale en la estela del socialismo soviético, o bajo la vos dispositivos susceptibles de regenerarla. Pero no podrfa-
atracción de ese modelo en Europa, en China, en Corea, en mos eludir la comparación entre régimen totalitario y régi-
Vietnam o Cuba, no es el principio del bienestar el que dirige men democrático ni concebir las transformaciones del Estado
el desarrollo del Estado. sin tener en cuenta lo politice.
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No crean que me he alejado del objeto que nos ocupa. Es- nación. o:Ningún cuerpo, ningún individuo -añade- puede
tas •:d timas observaciones tienden precisamente a atraer la ejercer autoridad alguna que no emane expresam~nte de ella»
atención sobre lo que llamaba en un ensayo publicado hace (artículo 3). Luego, haciendo de la le_y la expresi~n de lavo-
algunos años el sig..'lificado político de los derechos humanos.65 luntad general, precisa: «Todos los cmda danos _uenen el de-
Este ensayo, es cierto, suscitó objedones a las cuales soy sen- recho de concurrir personalmente, o por medio de sus re-
sible, especialmente las de Pierre Manent/'6 quien a la vez me ntes a su formación». Sin duda la Declaración se
p re S enta ' .d.
reprochaba no haber medido el abismo que abrió la Concep- guía por la idea de derechos naturales, derec;b.os que rest I-
ción moderna del derecho enu·e el Estado y Ja sociedad civil rían en cada individuo. Sabemos que habla_,?e la sociedad
-argumento que Jo impulsa a rehabiiitar el análisis de Marx política como de una .asociación política})_ yJe pone como
en La cuestión judfa-, y desconocer el beneficio que el Esta- finalidad la conservación de esos derechos -naturales. Pero
do no deja de obtener de la extensión de los derechos sociales cómo no ver que bajo ese discurso utiliza n~pnes cuyo _se~
y económicos para reforzar su poder reglamentador --argu- tido sólo se desvela a la luz de las que constituían el pnnct-
mento que lo impulsa a detectar, a diferencia de Marx, la efi- pio del antiguo orden político, el orden de la monarquía. La
cacia del cambio no en el marco de la sociedad civil, sino en el soberanía,la nación,la autoridad, la voluntad general, la ley,
Ctel Estado. Quizás me equivoque al no conceder un lugar lo considerada como su expresión, son presentadas de tal ma-
suficientemente importante a este último fenómeno. Me im- nera que se revelan fuera d_el alcance d~ toda apropiación.
portaba, por encima de todo, combatir una interpretación Se dice que la soberanía reside en la nac1ón, pero e_n adelan-
comúnmente aceptad!:\ que reduce los derechos humanos a te nadie puede encarnarla; igualmente, la aut~ndad sólo
los derechos individuales y, al mismo tiempo, reduce la demo- puede ser ejercida a través de reglas que garantizan que se
cracia a la única relación que mantienen ~tos dos términos: encuentra legítimamente delegada; ~a v~lunt_ad general_ s~ da
el Estado y el individuo. Sigo convencido de c_iue sólo podre- a conocer por la ley, cuya elaboración tmpbca la partiCipa-
mos apreciar el desarrollo de la democracia y las oportunida- ción de los ciudadanos.
des de la libertad si reconocemos en la institución de los dere- Subrayemos que este conjunto de proposiciones pos~ su
chos humanos lus signos del surgimiento de un nuevo tipo de propia coherencia, independientemente de toda refer:'ncta a
legitimidad y de un espacio público, del que Jos individuos una naturaleza del hombre, independientemente de la tdea de
son tanto productos como inductores; si reconocemos simul- que cada individuo nace con ciert~ d~ inal_ienables. Est~
táneamente que este espacio no podría ser engullido por el coherencia es asegurada por el pnnc1p10 de la:hbertad p~lítt
Estado sino al precio de una mutación violenta que daría ori- ca. Ciertamente lo que en ténnin?s positivos llam~os «hber-
gen a una nueva forma de sociedad. tad política» puede llamarse «resistencia _a la opz:estón». Y ~s
Pennítaseme, pues, volver brevemente a la interpretación cierto que este último concepto está cl8Slficado JUnto a la li-
de la Declaración de 1791, pues me parece que muestra el bertad, la propiedad y la seguridad en la catc:~or:a. de los dere-
-.--, lado débil de la concepción que acabo de mencionar. chos naturales e imprescriptibles de cada mdtVIduo, de los
Después de proclamar el final de las distinciones sociales derechos que toda asociación política tiene por objeto conser-
(artículo 1), la Declaración enuncia, entre los derechos im- var. Pero, una vez más, hay que tener e~ mente lo q~e ha:e
prescriptibles, la resistencia a la opresión (artículo 2); espe- advenir en la realidad efectiva el principio de una res1stenC1a
cifica luego que el principio de toda soberanía reside en la tal. Los constituyentes encuentran su raíz en la naturaleza del
hombre, ¡vale! Pero lo formulan en oposición a un régimen
6.5. Se trala de cDroit>. del'homme et polltique• publicado por primera vez en la donde el poder deniega a sus sujetos la facultad de oponerse a
revista Libre, n.0 7 (1980) y poste-l"iormente en Claude Lefort, L'inwmlion cUmocra- lo que ellos estiman ilegítimo, y pretende poseer el d:recho de
tique, Pa:rfs, Fayard, 1981. [N. tkl T.] imponer obediencia. Dicho brevemente, la formulación de los
66.Pif'IW Manent, .némocratieet !ctalitarisme•.Commentaire. IV, 16 (1981-1982).
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derechos humanos a finales del siglo xvm es inspirada por Pero es cierto que para discernido no podemos detenemos
una reivindicación de la libertad que arruina la representa- en la letra de las grandes declaraciones sin preguntamos cuá-
ción de un poder que se situara por encima de la sociedad, les son las consecuencias del ejercicio de los nuevos derechos
que dispusiera de una legitimidad absoluta -ya sea que pro- en la vida social. Son sus enunciados los perpetuos blancos de
ceda de Dios, ya sea que represente la sabiduría suprema o la los cñticos de los derechos humanos, y en especial del más
suprema justicia-, en fin, que se incorporara en un monarca, virulento de todos, Marx, el cual persigue los signos de indivi-
o en la institución monárquica. Esos derechos humanos mar- dualismo y de naturalismo para asignarles una función ideo-
can una separación entre el derecho y el poder. El derecho y el lógica. En la libertad de acción y en la libertad de opinión re-
poder no se condensan ya en un mismo polo. Para que sea conocidas a cada individuo, en las garantías de la seguridad
legítimo debe de estar conforme en lo sucesivo con el dere- individual, Marx no encuentra sino la instauración de un nue--
cho, y de éste ya- no posee el principio. vo modelo que consagra c]a separación entre los hombres» y,
_ Se nos dice que el Estado iidq,uiere l~ ft!º-g_q_n de pr<?_t~g_er __e_n 1~ rná§ Q___I'Qfu!l49~ _-:'ª1 egoísmo burgués~t,~7_ _ ______ _
la libertad, la propiedad, la seguridad, por ser derechos del De esta manera pone en evidencia un rasgo del pensamien-
individuo, y que esta función señala ya la virtualidad de su to de la época, pero continúa moviéndose en el terreno de la
poder -un poder rápidamente multiplicado por la aparición ideología, que pretende arrancar de raíz cuando ignora la revo-
de nuevos derechos- puesto que su aparente neutralidad, su lución en las relaciones sociales y políticas que encierra la re-
posición de garante, o de árbitro, propicia que se desarrolle presentación burguesa de los derechos. Cautivado completa-
pareciendo no hacer otra cosa que responder a las expectati- mente por esta representación, el autor de La cuestión judfa
vas ciudadanas; pero ello equivale a silenciar, como ya señalé, está convencido de que muestra la verdadera realidad. de la
este otro fenómeno: una afirmación del derecho cuyo efecto sociedad civil -una sociedad pulverizada en una diversidad
es refutar el carácter absoluto del poder. pura de intereses particulares e individuos-, cuya formación
Cuando la Declaración estipulaba el derecho de resisten- coincidiría con la de un Estado abocado a encarnar frente a
cia a la opresión no podríamos pensar que le otorgaba al ella una coMunidad politica imaginaria; si lo creemos, serla
Estado el encargo de hacerlo respetar. Al Estado correspon- suficiente con arrancar el velo del derecho para cver la figura
dería garantizar la propiedad, la seguridad, la libertad de los trivial• de esta sociedad. Pero los derechos humanos no son
ciudadanos, ¡de acuerdo! pero la amenaza de la opresión plan- un velo. Lejos de tener por función enmascarar la disolución
tea otro problema. A pesar de que pudiera emanar de un de lazos sociales, que haría de cada individuo una mónada,
particular para ejercerse sobre otro particular. culmina sin confinnan y suscitan a la vez una nueva red de relaciones en-
duda en la hipótesis de un golpe de mano contra la sobera- tre los hombres. '\,
nía de la nación. Así, no es al Estado a quien se acude para Sin retomar en detalle el argumento que desarrollé en el
garantizar el derecho de resistencia; es asunto propio de los artículo mencionado,68 haré tres obsetvaeiones que desarro-
ciudadanos hacerse cargo de ello. Señalémoslo de paso, los llan esta última proposición.
juristas se comportan de modo fonnal cuando pretenden que Primera observación: la declaración de que la libertad con-
sólo existe derecho si previamente definimos a su titular y siste en poder hacer todo lo que no dañe al prójimo no impli-
éste es oponible. En su caso, la identidad del titular es in- ca el repliegue del individuo en su propia esfera de activida-
cierta, en tanto que la instancia ante la que se afirma el dere-
cho no aparece. 67. Estas y las siguientes citas de Mant. son extraídas de K. Marx. L4 question
Si ahora examináramos los derechos que parecen no tener ju.iw, Parls, Aubier-Mont:aigne, 1971. (Ed. esp. Carlos Marx y Federico Engek, Obras
otra referencia que el individuo, caeríamos en la cuenta de Furuf4nuntilles, vol. l. Mar.t. Escritos de juventud, México, FCE, 1982, pp. 478 y s.s.)
[N. del T.]
que tienen, igualmente, un alcance político. 68. Véase.sup. nota 6. [N. riel T.J
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des. El giro nc.gatho: «lo que no dañe ... A, cu el que Marx se trama misma de las relaciones sociales en una comunidad
det:Jene, es ind.isociable del giro positivo: «hacer todo lo que ... ». política se sostiene por la confianza en una justicia indepen-
Lo que este n;.·tículo reconoce plenamente es la libertad de diente de un amo, de cualquier particular, y de todos.
m..-wimiento; io que consagra es la eliminación de las prohibi- Pierre Manent me ha reprochado desconocer la paradoja
cione'> que pesaban sobre ésta durante el Antiguo Régimen; lo que percibiera Marx claramente: «Los hombres de la Revolu-
que al mismo tiempo posibi1ita es la multiplicación de las re- ción -observa- en e1 momento mismo en el que atribuyen a
laciones entre los hombres, la climir:.ación de compartimentos la instancia p:»lítica, a ellos mismos como go'Qernantes, todos
en el sistema socia 1-cada individuo se ve en lo sucesivo con los derechos y poderes, justifican la política cOino tal en cuan-
el derecho a ~stah!ecerse donde desee, moverse a su antojo to medio del hombre egoísta de la sociedad qyn». Y tras citar
dentro del tenitOii'l de la nación, penetrar en los lugares re-- La cuestión judía, precisa que Marx aprecia son justeza que
servados antaño a las clases privilegiadas, acceder a aquellas «esta vida dvica, sip_ contenido propio, sin opini§n propia, cuan-.-
profesiones a las que cree podf';r aspirar. do las circunstancias le hacen perder conciencia de su impor-
Segunda ob:>ervación: la libertad de opiru6n, concebida tancia y de su eminente valor, no puede sino volverse, bajo la
~obre d modelo de la propiedad de blenes materiales, no hace forma de la negación pura, contra sus condiciones de posibili-
de la opinión una propiedad privada; es una Jibertad de rela- dad, a saber la sociedad burguesa, de la que es, a sus propios
ciones. Según el texto mismo de la Declaración de 1791: «l.a ojos, el simple instrumento». ¿Pero acaso la contradicción de -,';,
comunicación libre del pensamiento y de las upiniones es uno los hombres de la Revolución es la de los derechos humanos?
de los derechos más preciados del hombre: t<:}do ch.tdadano
puede, por tanto, hablar, escribir, imprimir libremente, de-
Marx, según sabemos, destaca por su dialéctica de los
opuestos conlplementarios: la ilusión de la política es, como
-·
,.-.
biendo únicamente t·esponrier por P-1 abuso de esta libertad en lo anota en La cuestión jud{a, gemela de la ilusión de los dere-
los casos determi11ados por la ley". chos humanos. La coherencia de su argumento descansa en-
Así, cuando a cada individuo 5e le ofrece la posibilidad de tonces sobre la tesis, que ciertamente no es la de Manent, de
dirigirse a los demás y de escucharlos se instituye un espacio que el comunismo marcará, con la abolición de las divisiones
simbólico, sin fronter'dS definidas, sustraído a cualquier auto- de clase, la abolición de la distinción de lo económico, de lo
ridad que pretendiera regirlo y decidir lo que es pensable o jurídico, de lo político, en Jo puramente social. Si falta esta
no, lo que es decible o no. La palabra c..omo tal, eJ pensamien- tesis, de la que la historia parece demostrar que desemboca
to como tal revelan, independ~entemente de cualquier indivi- en el fantasma totalitario, la critica pierde su Í\lndar:pento. En
duo particular, nu ser 1:::. propiedad de n;;a_die. las líneas citadas por Manent, el terror parece~er la otra cara
Teccera observaci6•1: las garantías de seguridad --en las de los derechos humanos. ¿Procede esa otra tara de la con-
que Marx no encuentra sino la expresión más sórdida de la ciencia de la vanidad de una sociedad que se materializaría
sociedad civil, la transcripción de un «COncepto de la policfa» cuando se disloca bajo el efecto de la separación de los hom-
al servicio de la protección del burgués- muestran que la jus- bres? ¿O bien esta imagen marxista de la sóciedad civil no es
ticia se desliga del poder, que no tiene otro rer.urso que e1la sino una ficción, y el terror, lejos de ser su complementario,
misma, que al poner al individuo al abrigo de lo arbitrario no marca acaso la destrucción de la libertad política como tal,
hace de él un símbolo de la libertad que es fundamento de la el regreso a la tradición absolutista -como lo vieron Michelet
existencia de la nación. Así, desde Constant a Péguy, se ve que y Quinet-, el surgimiento, en una sociedad donde la fe en el
la injusticia sufrida por el individuo es superior a t:U causa, monarca y en la religión se derrumba, de un poder demencial
que degrada a la nación misma, y ello no porque cada cual que pretende encarnar sobre la tierra la ley y el saber? Admi-
pueda temer, al presenciar la violación de los derechos del tir el argumento de Manent, quien hace suyo el de Marx, me
vecino, ser víctima a su vez de la arbitrariedad, sino porque ]a parece difícil en la medida en que nos priva de comprender
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por qué la democracia llegó a establecerse al liberarse del te- Los primeros liberales, o los sansimonianos, se equivoca-
rror y al fundamentarse sobre los derechos humanos. ban cuando descubrlan en esta opinión pública una fuerza
Entiendo que la tesis principal sigue permaneciendo en completamente nueva -«soberana del mundo», gustaban re-
pie: la democracia no triunfaría sino instituyendo una sepa- petir- ante la cual los antiguos prejuicios y lo arbitrario de-
ración entre la sociedad civil, lugar de las opiniones sin poder, berlan desarmarse poco a poco. Tocqueville ve1a con más pre-
y el Estado laico liberal, lugar del poder sin opiniones. Gra- cisión cuando descubria un proceso de condensación de las
cias a este sistema, y al abrigo de la neutralidad, el Estado opiniones que porúa en riesgo de someter a los hombres a
ganaría fuerza y la sociedad civil se debilitaría sin cesar. per- normas nuevas de pensamiento y de comportamiento y de fa-
maneciendo como el ruidoso teatro de las opiniones que, por vorecer su pasividad ante el Estado. De todas formas, repitá-
ser solamente de individuos, se neutralizarlan las unas a las moslo, el proceso democrático tiene más de un sentido: debe-
otras. Sin embarga, esta tesis parece por lo menos unilateral, riamos señalar una nueva tiran1a de la opinión, según la
ya que nos hace ignorar el gran acontecimiento que determi- _~p~i~-~--4~ I~~~~~na licencia nu~d~ l~s_opi_n!ol}~,
a aeunpoaer neUtrO
na- hi"Vez 18. fOiiilaclón YTa ae·opmíones-- que son llamadas a neutralizarse unas a otras, como dice
libres; quiero decir: la desaparición de una autoridad que so- Manent, y una nueva libertad, cuyo efecto es socavar el pre-
metía a todos y a cada uno; la desaparición del fundamento juicio y modificar el sentimiento general de lo que es o no
sobrenatural, o natural, sobre el que reposaba esta autoridad socialmente aceptable, exigible, o legítimo.
y al cual podía apelar para reivindicar una legitimidad incon- No confundo los derechos con las opiniones. Esta confu-
testable, un conocim~eD.to de los fines últimos de la sociedad sión me parece, por el contrario, como ahora lo diré, caracte-
y de la conducta de los hombres, asignados como estaban a rlstica de una perversión de la noción de derecho. Pero mi
un sitio y a una función particulares. primera preocupación es hacer reconocer un espacio público,
La originalidad política de la democracia, que me parece siempre en gestación, cuya existencia borra las &anteras con-
desconocida, aparece en ese doble fenómeno: un poder llama- venidas entre lo político y lo no-político. Desde ese punto de
do en lo sucesivo a permanecer en busca de su propio funda- vista, la distinción entre sociedad civil y Estado, a la que yo
mento porque la ley y el poder ya no están· incoipOrados en la mismo me he referido, no rinde cuenta cabal de lo que acon-
persona de quien o quienes lo ejercen; una sociedad que aco- tece con la formación de la democracia. Digamos que es perti-
ge el conflicto de opiniones y el debate sobre los derechos, nente a condición de no ser concebida como una división pura.
pues se han disuelto los referentes de la certeza que permitían Marx, recordémoslo, asf la fonnulaba. Oporúa al modelo de .la
a los hombres situarse en forma detenninada los unos con sociedad feudal, cuyas relaciones polfticas le parecían
respecto a los otros. Doble fenómeno, él mismo signo de una imbricadas en las relaciones socioeconómicas, el modelo el!
única mutación: el poder deberá en adelante ganar su legiti- la sociedad burguesa, en la cual la esfera de lo político, sus-
midad si no- enraizándose en las opiniones, al menos sin ceptible de coincidir con la del Estado, se encontraría escindida
desvincularse de la concurrencia entre partidos. Esta última de una esfera propiamente civil, caracterizada por la fragmen-
procede del ejercicio de las libertades civiles a la vez que la tación de los intereSes y los conflictos entre sus agentes. Sólo
sostiene, más aún, la activa. El Estado, es cierto, parece neu- olvidaba una cosa, que la monarquía del Antiguo Régimen
tral, sin opiniones, o por encima de las opiniones; sin embar- había destruido en gran parte el sistema feudal, y que el Esta-
go, queda por afiadir que las transformaciones que conoció do estaba ya en posesión del principio de autoridad antes de
durante los últimos ciento cincuenta años surgieron de la evo- encontrarse en condiciones de hacer funcionar eficazmente
lución de la opinión pública, o se produjeron en función de todos sus recursos. Aquello a lo que llamaba sociedad burgue-
ésta, incluida la transformación que lo separó de la Iglesia sa se distinguía ciertamente por un refuerzo del poder estatal,
constituyéndolo en el Estado laico. pero no menos por el sistema representativo, por la obliga-
148 149
.... .
ción impuesta al gvbierno de emanar del conjunto social. Sin poder reglamentador del Estado. Más aún: me parece que el
duda, esos dos rasgos no son disociables; aunque pueda po- sistema político se presta a esta evolución. De hecho, los par-
nerse el acento en uno más que en el otro, es imposible anali- tidos y los gobiernos acogen reivindicaciones que les parecen
zarles por sep!lrado. populares para acreditar su legitimidad; modifican en conse-
Convengamos que con frecuencia se desconoce el alcance cuencia la legislación; ésta suministra a las nuevas responsa-
de ·d
una c.omtitución
, - La¡·o .cuyos términos ·<e cons n·tuyc j a au- bilidades que van a la par de nuevos medios de control y nue-
ton _acf pubhca, que se CJerce y renueva periódicamente por vas ocasiones de coerción. ¡De acuerdo! Pero no nos
mcd1? de una concurTencia. politica .'f, a través de ella, de los detengamos en esta constatación. Para que existá. una inscrip-
conflictos q~e se expresan en la vida social. La eficacia de la ción jurídica de nuevos derechos, no es sufi~nte que tal o
~presentación es, ci~tiamente, contrariada por la permanen- cual reivindicación haya caído en oídos comp~cieJ?-tes en la ,
cia de Ull aparato de Es taJo cuya complejidad no cesa de cre- cúspide del Estado. Hace falta también que é? principio se
c~r; de forma tal que ~o~ vemos tentados a restarle importan- beneficie -aun cuando no concierna sino a Cierta categoría
era. Pero hay que resiStir a este movimiento. ciudadana- del acuerdo más o menos tácito de una impor-
.(nsistamos: la formación de un poder de ti;ro totaJ1·1 · tante fracción de la opinión pública; es decir, que se inscriba
J"hdl , ano,
1
re e ~ con~urrencia, significa no sólo el fin de las liberta- en lo que llamamos el espacio público. Es cierto que no debe-
des polítJ~.as, smo también de las libertades civiles. mos subestimar la articulación de la fuerza y el derecho, bien
Impuswle, pu~s. atenerse a los ténninos de u u razonamiento que la fuerza surja de intereses susceptibles de movilizar me-
q~e no tom.a en cuenta sino al Estado y a la sociedad civil. Ésta dios eficaces de presión, o que se funde en el número. Pero
(si quere~os conservat· eJ término) se inscribe ella misma en una de las condiciones del éxito de la reivindicación reside en
... una constttuctón política, es parte integrante del sistema del la convicción compartida de que el nuevo derecho es confor-
me a la exigencia de libertad de 1~ que dan fe los derechos ya
poder democrático. Por Jo demás, sea cual sea la extensión y
co:O?lejidad .dt:l aparato de Estado, lo vemos impotente para en vigor. Así, en el siglo XIX, el derecho de asociación de los
umfica~e mwntras ca.da uno de sus sectores siga sometido- a trabajadores, o el derecho de huelga, a pesar de ser el resulta-
las presiOnes de las categorias particulaa.~s de administrados do de un cambio en las relaciones de fuerza, se hicieron reco-
o de actores sociales, que defienden la autonomía de ~u esfe~ nocer ante quienes no eran siquiera sus promotores, como
~e competeucJa, y mientras la lógica de la admmistración que una extensión legítima de la libertad de expresión, o de la re-
Intentan hacer pr~valecer los funcionarios choca con la lógica sistencia a la opresión. Es así como en el siglo JQc el voto de las
de la representación que se impone a las autoridades electas. mujeres, o algunos derechos sociales y econórirlcos, aparecen
En pocas palabras, es en virtud de la misma ra:t:ón que el Esta- a su vez como prolongación de los derechos ptimit~vos, o los
do no puede replegm.-se sobre sf mismo para convertirse en el derechos llamados culturales como prolongación del derecho
gra~ órgano q~e dirigiría todos los mo-,imientos del cuerpo a la instrucción. Todo sucede como si los nuevos derechos de-
socm1 Y ~u~ qute~es están en posesión de la autoridad política mostraran retrospectivamente que son uno con lo que se con-
pern:anezt..:an obligados a poner en juego el principi(.¡ de la con- sideraba constitutivo de las libertades públicas.
ducClón de los asuntos públicos. Pero observemos que un sentimiento así anima en princi-
Es en este punto de mi argumentación donde vuelvo a en- pio a los que toman la iniciativa de la reivindicación. Al for-
~ontrarme con la cuestión central de nuestro debate. No he mularla defienden ciertamente sus intereses, pero también son
mtentado anularla, sino refonnularla para sustraerla a una conscientes de ser víctimas, más que de un daño, de una in-
resp~esta qué! eludiera sus implicaciones políticas. Admito, justicia, pues su palabra no es escuchada.
e~ e~~~to, que l~s nuevos derechos que surgen en virtud del Esta observación merece s~r bien sopesada. La compresión
ejerciCIO de las hbertades políticas contribuyen a aumentar el democrática del derecho implica la afirmación de una palabra
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-individual o colectiva- que, sin encontrar garantía en las claración, es decir, un declaración en la que los hombres, por
leyes establecidas o en la promesa de un monarca, hace valer medio de sus representantes, aparecían simultáneamente
su autoridad en espera de la confirmación pública, en virtud como sujetos y objetos del enunciado en el que a la vez nom-
de una llamada a la conciencia pública. Serla vano descuidar braban al hombre en cada individuo, se •hablaban• ellos mis-
la novedad del fenómeno. Una palabra así, tan íntimamente mos, comparecían unos ante otros y, a) hacerlo así, se erigían
ligada a una demanda dirigida al Estado, permanece distinta en testigos y en jueces unos de otros.
de él. A este respecto, la referencia al régimen totalitario nos En este acontecimiento no es posible aislar la representa-
instruye una vez más. Éste, ya lo hemos señalado, no deja ción de la naturakza humana; aunque puede distinguirse, no
sitio para el modelo del Estado de Bienestar; pero eso no le es separable de la asignación a sf mismo de lo cnaturah: me
impide llevar a cabo mil medidas relativas al empleo, a la sa- atrevo a decir que el sí mismo es a la vez individual, plural y
lud pública, a la educación, a la vivienda. al ocio, para aten- común; a la vez indicado en cada individuo, en la relación de
der las necesidádes de la población. Mas no es de los derechos cada individuo con otros y en el pueblo. La misma razón nos
piopiamente dichos de los que se erige en gmante. El disclll'- impide, par tamo, fijarla-noción de natwaleza-h••mana, -ha-
so del poder se basta a sf mismo, ignora cualquier palabra cer de ésta una naturaleza en sí -de otro modo caerlamos en
que salga de su órbita. Este poder decide, otorga; siempre ar- lo imaginari~ y de suscribir una critica de los derechos hu-
bitrario, no deja de seleccionar a aquellos a quienes conce- manos que pretendiera, so pretexto de ir de la ficción a la
de, o a quienes excluye del beneficio de sus leyes. Maquilladas realidad, anular su alcance universal. El proceso al
como derechos, no son sino complementos que reciben- los naturalismo, tal y como fue desarrollado en nombre de la rea-
individuos en 'calidad de dependientes y no de ciudadanos. lidad histórica por pensadores tan diferentes como Burke y
Si consideramos cuál es el resorte del derecho en una de- Marx, ignora paradójicamente lo que acontece de absoluta-
mocracia, podríamos estar tentados a juzgar como imposible mente nuevo al abrigo de afirmación del hombre, de la ilu-
separar tajantemente entre aquellos que tenemos por funda- sión filosófica que borra a los hombres «Concretos• en prove-
mentales -los cuales vieron la luz bajo el nombre de dere- cho de un. ser abstracto. Ni uno ni otro perciben, en efecto, lo
chos humanos- y los que se han venido añadiendo con el que la idea de los derechos humanos rechaza: la definición de
paso del tiempo. En un sentido, que ahora precisaré, creo que un poder en posesión del derecho, la noción de una legitimi-
efectivamente así es. dad cuyo fundamento se hallarla fuera del alcance del hom-
¿Esto quiere decir que debemos cambiar una tesis natura- bre y, al mismo tiempo, la representación de un mundo orde-
lista por una tesis historicista? Habría más bien que rechazar nado en cuyo interior los individuos se encuentran
ambas denominaciones. La idea de una naturaleza humana, •naturalmente• clasificados. Ambos, tomando como .qtanco
tan vigorosamente proclamada a finales del siglo XVIII, nunca de sus criticas la abstracción del hombre sin determinación,
proporcionó el sentido de la obra que inauguraban las dos denuncian el universal ficticio de la declaración francesa, des-
grandes declaraciones, la norteamericana y la francesa. És- conociendo lo que ésta nos lega: la universalidad del princi-
tas, al reconducir la fuente del derecho al enunciado humano pio que reduce el derecho a la interrogación del derecho. Esta
del derecho, hacían del hombre y del derecho un enigma. Más última fórmula no puede ser anexada por el historicismo; da
allá de sus enunciados permitían reconocer el derecho a tener a entender que la institución de los derechos humanos es
derechos (según una expresión que tomo de Hannah Arendt, mucho más que lo que acabamos de llamar un acontecimien-
pero de la que hace otro uso), librando así una aventura cuyo to -algo que aparecerla en el devenir del tiempo y estada
curso es imprevisible. O en otros términos, la concepción na- condenado a perderse alú mism~. dicho de otro modo: es
turalista del derecho enmascaró el extraordinario aconteci- instituido un principio al que en lo sucesivo hemos de volver
miento constituido por una declaración que era una auto-de- para descifrar al individuo, a la sociedad y a la historia.
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Sin embargo, estimar que el natur~1ü_.mo y el historicismo ber. Dicho de otra forma,la democracia moderna nos invita a
son dus vertientes igua!mente impracticables para una con- sustituir la noción de un régimen regulado por leyes, la de un
cepción de los derechos humanos no simplifica, ~ino que com- poder legítimo, por la de un régimen fundado sobre la legitimi·
plica los datos del problema. f:larece que no podemos decir tUuf de un debate sobre lo legltimo y lo ile.gftimo, debate necesa-
que los ptim~ros derechos nos hacen tocar fondo, pues hemos riamente sin garante y sin ténnino. Tanto la inspiración de los
renunciado a creer en una naturaleza hume na; ni decir que derechos humanos como la difusión de los derechos en nues·
todos los derechos conquistados posteriormente forman una tra época dan testimonio de este debate.
cadena cuyos eslabones presentan igualmente 1~ marca de ]as Pero si admitimos que éste mantiene una ret"tción de de-
circunstancias, pues hemos descubierto en la institución de pendencia con la esencia de la democracia, qu,i.zás estemos
los primeros derechos un fundación, el surgimiento de un prin- mejor armados para circunscribir el alcance sitn¡bólico de los
cipio de universalidad. Y tampoco podemos trazar una línea derechos enunciados en las primeras declaraciories, sin ceder
divisoria entre los derechos primeros y los nuevos derechos, en nada a la oposición entre naturalismo e historicismo, y sin
pues reconocemos que éstos se extienden sobre aquéllos. desconocer la continuidad de lo que se afinna desde el origen
4 complicación me parece necesaria y tiene el mérito de hasta nuestros días.
no ha&!rnos perder de vista !a distinción que debemos interro- En efecto, las libertades proclamadas a finales del siglo
gar incesantemente entre régimen democrático y régimen tota- xvm tienen la peculiaridad de ser indisociables del nacimien-
litario. Esta distinción se,·fa equivocadamente traducida. en los to del debate democrático. Más aún: son sus generadoras.
términos de la filosofía clásica, como la de un régimen regula- Debemos, pues, admitir que cuando son atacadas todo el edi-
do por leyes y la de un régimen sin leyes, o un régimen donde el ficio democrático corre el riesgo de desmoronarse, que donde
poder es legítimo y un régimen donde es arbitrario.. no existen buscarfamos en vano la primera piedra de éste. En
Como con toda justicia lo observó Hann~ Arendt, el tota- cambio, aunque no sean contingentes,los derechos económi-
litarismo se caracteriza por el desprecio a las leyes positivas cos, social115 y culturales pueden dejar de ser garantizados, o
pero, sin embargo, se organiza bajo el signo de la ley, afir- hasta reconocidos (no veo, por lo demás, ni en la fuglaterra de
mándola de manera fantástica, conjuntamente con el poder, la señora Thatcher ni en los Estados Unidos de Reagan, que
como estandu por encima de los hombres, y al mismo tiempo sean aniquilados en su principio): la lesión no es mortal, el
es planteada como ley paro el mundo humano, traída del cie- proceso es reversible,la trama democrática es susceptible de
lo hasta la tierra. recomponerse no solamente en virtud de circunS}ancias favo-
Lo que distingue a la democracia f'-S que, si ha inaugurado rables ala mejora de la suerte de la mayoría, sino por el hecho
una historia en la que e:; abolido el sitio desde el que referente mismo de que son preservadas las condiciones de la protesta.
de la ley obtenía su trascendencia, no por ello convierte a la ley Comprendo lo que se objetará. Las libertades son sólo for-
en inmanente al orden del mundo ni confunde, al mismo tiem- males cuando se combinan con la pobreza, la inseguridad en
po, su reinado con el del poder. Hace de la ley lo qu~. siempre el empleo, el desamparo ante la enfennedad. ·Pero el argu-
irreductible al artificio humano, nc da sentido a la acción de mento me parece insostenible. Aplicado a las sociedades occi-
los hombres sino a condición de que la quieran y la conciban dentales, ignora el hecho de que esas libertades formales han
como la ra2ón de su coexistencia y como la condición de posi- posibilitado reivindicaciones que han hecho evolucionar la
bilidad, para cada individuo, de juzgar y de ser juzgado. La condición de los hombres. Guarda silencio sobre el estatuto
división entre lo legítimo y lo ilegítimo no se materializa en el de esas libertades primeras que resultaron del derecho de aso-
espacio social, solflmente es sustraída a la certeza desde el punto ciación de los trabajadores y del derecho de huelga, los cuales
y hora en que nadie sabría ocupar el lugar del gran juez, desde a la vez forman un solo cuerpo con los primeros derechos
el punto y hora en que ese vacío mantiene la exigencia del sa- adquiridos, hasta el punto de que su supresión implicaría ac-
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tualmente la destrucción de la democracia y, con ella,la de los derecho decaiga. La paradoja de que el derecho es dicho por
derechos económicos y sociales. los hombres -lo que significa el poder de decirse, de declaw
Por lo demás, aplicado a las sociedades en que una parte rarse su humanidad, en su existencia de individuos, y su huw
miserable de la población es actualmente víctima de una exw manidad en su modo de coexistencia, en su manera de convi-
plotación salvaje, este argumento es muy susceptible de volw vir en la ciudad- y que el derecho no se reduce a rm artificio
verse contra quienes lo invocan. ¿Para qué, preguntan, hablar humano, esa paradoja fue percibida desde los albores del si-
de los derechos humanos en relación a ellos? Se trata de un glo XIX no sólo por liberales resueltamente hostiles a la ins-
lujo en el cual no soñarían los hombres que enfrentan la pe- tauración de la democracia, sino por pensadores como
nuria o la hambruna, las epidemias o la mortalidad infantil. Michelet o Ouinet, tan unidos a la soberanía del pueblo -lo
Pero olvidan que a los oprimidos se les niega la libertad de que implica para ellos el progreso económico y social- como
hablar, la liberta4 de asociación y, con frecuencia, la libertad a la soberanía del derecho.
de movimiento, es decir, todo lo que les darla los medios legf- La legitimidad del debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo
tiriu)s-----yeficaces------ae protestaryaeresiSUr a la opresión. La- supone, repitámoslo;--quena:dié ocupe- et sitió- Oelgran jUez.
experiencia muestra demasiado claramente cómo el despre- Precisemos: nadie, es decir. ni un hombre investido de una
cio por los derechos humanos incita a los pretendidos revoluw autoridad suprema, ni un grupo, aunque fuera la mayoría. La
clonarlos a edificar regímenes totalitarios, o a soñar con ellos. negociación, sin embargo, es operativa: suprime al juez, pero
Ese desdén encubre en lo más hondo el rechazo del derecho a remite la justicia a la existencia de un espacio público -un
tener derechos a los individuos, a las comunidades campesi- espacio tal que estimula a cada individuo a hablar y a escu-
nas, a los obreros y a los pueblos en general. char sin estar sujeto a la autoridad de otro, y que induce a
Es cierto que cuando sostenemos que la democracia esta- querer el poder que le es dado. Es virtud de este espacio, siemw
blece la legitimidad de un debate sobre lo legítimo y lo ilegftiw pre indeterminado, pues no es propiedad de nadie, sino un
mo tocamos el meollo de la cuestión. Ese principio permite espacio sólo a la medida de quienes se reconocen en él y le dan
en efecto suponer que lo legítimo es lo que se juzga tal aquf y sentido, el permitir que se propague el cuestionamiento del
ahora. Pero, ¿cuál es el criterio del juicio? Es posible, cierta- derecho. Que en función de éste se forme una mayorla, aqui y
mente, responder que reside en la conformidad del nuevo de- ahora, la cual dé una respuesta que haga las veces de verdad,
recho al esprritu de los derechos fundamentales. Nosotros es imposible evitarlo mediante artificios. Y que un hombre,
mismos lo sugerlamos: el sentimiento de ese vínculo guía a la aunque estuviera solo, tuviera el derecho de denunciar la vaniw
ve?: a los que han sido o son defensores de las reivindicaciones dad o el error de esa respuesta, es lo que confirma la articula-
inéditas, a la opinión pública que los acepta y a las instancias ción de la libertad y del derecho, la irreductibilidad de la 'IOn-
que les prestan una salida jurídica. Sin embargo,la respuesta ciencia del derecho a la opinión: la mayorla, no el espacio
no nos libra de la duda. Los derechos fundamentales, si son público, se revela entonces eventualmente equivocada. La dew
constitutivos de un debate público, no podrían ser resumidos gradación del derecho no reside en los errores de la mayoría,
en una definición aceptable universalmente respecto a lo que resultaría del espacio público mismo si se demostrara que, en
es o no conforme a la letra, o al espfritu de esos derechos. ausencia del debate al que está atado, una opini6n masiva,
Siempre falta la evidencia. Así, nos veríamos expuestos a la compacta, constante, decidiera al abrigo de la noche, en el lu-
conclusión de que lo considerado legítimo, aquf y ahora, sólo gar de que las mayorías se hicieran y se deshicieran, de que las
puede serlo en virtud del criterio de la mayorla. Pero para peripecias del intercambio y del conflicto mantuvieran la in- ,._
adherimos a esta tesis seña necesario olvidar lo que acaba- quietud y la venturosa división de las convicciones.
mos de señalar, a saber: que el derecho no puede aparecer Planteemos, pues, la cuestión: ¿este espacio está o no está
como inmanente al orden social sin que la idea misma del en vías de encogerse, es decir, de perecer? O, como algunos
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pretenden, ¿no es ya sino un simulacro del que se vale el Esta· cia muda a ciertas nonnas que no signific.'lban sino satisfacer
dQ para acreditar sus títulos democráticos? ¿No estaremos ya las exigencias de una minoria, o e1 mantenimiento en múltiples
más que en presencia de una opinión que se hincha, que se planos de una posición de dominación, ha cedido ante el
repliega sobre sí misma y se modela para ajustarse a poder cuestionamiento de lo legítimo y de lo ilegítimo.
todopoderoso? Hay que plantear la pregunta, pero convenga- Pensemos, por ejemplo, en las reivindicaciones que origina
mos que se trata de nna cuestión de política y, por lo tanto, la nueva posición de la mujer. ¿Qui.;>n sostendría de buena fe
sería presuntuoso el inclinarse por un lado o por otro. que representan solamente un cambio en la opinión, que res-
La paradoja que mencionaba, y que creo asociada a la esen- ponden a una simple exigencia de bic:tcstar? El debate sobre e
cia de la democracia, se ha acentuado formidablemente en la la contracepción, o sobre el aborto, puso en juego una idea de
época actual por la penetración de una masa excluida de lo la libertad que algunos pueden ciertamente impugnar, pero que
que antaño se i~tituyó como espacio público. Pero, ¿cómo se refiere a la esP-ncia del individuo, de las relaciones
apreciar con seguridad los efectos de ese cambio? La posición interpers_onales y de la vida social. Cierto que este ejemplo es el
siempre fuerte del Estado como garante de los derechos so- más elocuente. Pero ya se trate de derechos tan diversos como
ciales, económicos y culturales tiende con seguridad a redu- el de los asalariados, privados de su empleo, o el de los empre-
cir la legitimidad del derecho a la sanción dada a las opinio- sarios, que se enfrentan a dificultades administmtivas, o el de
nes por una instancia en la cual parece condensarse el poder los asegurados sociales, el de los inmig:rados, el de los deteni-
social; mientras que recíprocamente las opiniones tienden cada dos, el de los objetores de conciencb, el de los militares (priva-
vez más a encontrar su denominador común, y a pesar de dos hoy en día de la libertad de expresión) o incluso el de los
:. emanar de categorías diferentes a la espera de esa sanción, se homosexuales -derechos todos que desde hace años son, es-
ven virtualmente legitimadas siempre y cuando dispongan pecialmente en Francia, objeto de discusiéon incesante-, he-
de la fuerza del número. mos de convenir que indican u a sentido del derecho incompa-
No hay duda, a mi modo de ver, respecto a la validez de esta rablemente más agudo que en el pasado. Se observa por doquier
observación. Pero no debe disimular que la intervención de las el refuerzo del poder del Estado como consecuencia de las nue-
masas en el espacio público, lejos de eliminarlo, ha extendido n:.:; ::-e~vindicaciohe.'>, pero se silem. ;a su impugnadón.
considerablemente sus límites y multiplicado su trama. El Los recientes debates sobre el empleo, sobre la seguridad
neoliberalismo contemporáneo (que recupera un prestigio sor- social, sobre la reforma de la salud pública y la protección
prendente en nuestra época) no quiere saber nada del sentido médica, sobre el estatuto de la enseñanza privada, todos los
de esta aventura, pues pennanece anclado a una teoría de la cuales provocan huelga'> y conflictos masivos, muestran, sin
élite que se nutría de la prohibición del derecho a la palabra embargo, que no reinan ni la indiferenciFt. ni la pashidad. Son,
para las capas más numerosas y pobres de la sociedad. Nos podría objetarse, coaliciones de intereses que chocan entre sí,
vuelve ciegos a los problemas con que nos enfrentamos actual- solidaridades corporativistas que resist~n ante un peligro, o
mente, pues ninguna vuelta atrás es posible dentro del marco incluso prejuicios que despiertan. ¿Pero la defe-nsa de los de-
de la democracia. Y nos hace igualmente estúpidos respecto a rechos ha sido independiente en el pasado de los intereses y
la defensa de la causa del derecho, pues no es posible separar la de las opiniones? En las querellas subre In. organización de la
generalización del derecho a la palabra de la difusión del senti- medicina o de la enseñanza, por ejemplo, ; no 3€' Pscucha algo
do del derecho en la sociedad. Así pues, tan importante es pre- más que el ruido de los intereses y de los prejuicios? Se cree
guntarse por los efectos de los nuevos derechos, descubrir la todavía encontrar en la crisis económica el motor de una nue-
ambigüedad que conllevan, e incluso identificar la distinción va expansión de la burocracia de la tecnocracia. ¿Pf'ro no es
entre derecho y opinión, que muchos pierden de vista, como cierto, por el contrario, que ponP t.mÜ.liéfi en evidencia, de
vano parece el negar que para millones de personas la obedien- manera 'imprevista, el conflicto de los der¿chos; que nos hace
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a la consistencia de la opinión y a conferir lei?timidad a
descubrir la contrapartida de ciertos males que no por ello
dejan de serlo y la contrapartida de ciertos beneficios que no 'i': humores, a los miedos, a los odios y a l~s ape"?tos de ven-
a Pocos ejemplos tan notables del enVIlectmtento del de-
por ello dejan de serlo también?
: : o .por parte de una autoridad que se supone debes~ ~u
Cuestión poiftica, decía yo, la de la supervivencia y am-
te Por el contrario, fue suficiente que el nuevo. rrums-
pliación del espacio público. Cuestión central para la demo-
ga.ra:.obert Badinter, hablara de otro modo ellengu~J~ de la
cracia, a mi modo de ver. No pretendo poder contestar. Bus- :~icia para que el fantasma todopoderoso de la optmón se
car siquiera el camino de una respuesta seria objeto de otra
discusión. Para permanecer dentro del marco de la que nos desvaneciera.
ocupa, me limitaré a esta conclusión: no existe una institu-
ción que por naturaleza sea suficiente para garantizar la exis-
tencia de un espacio público en el que se propague el
cuestionamiento del derecho. Pero recfprocamente este espa-
cio supone que le sea reenviada la imag_en_de sl!_prg_pj_ªlegiti-
midad desde un escenario constituidO por instituciones dife-
renciadas y sobre el cual se muevan actores dotados de una
responsabilidad política. Pero cuando los partidos y el parla-
mento no asumen su función hay que temer que, en ausencia
de una nueva forma de representación susceptible de respon-
der a las demandas de la sociedad, el régimen democrático
pierde su credibilidad. Cuando, por una parte, el ejercicio de
la justicia y, por otra, el de información, a través de los órga-
nos de la prensa, de la radio y de la televisión no se muestran
esencialmente independientes hay que temer también que lo
que yo llamaba la distinción del ¡xxler, de la ley y del conoci~
miento, que se encuentra en el origen de la conciencia moder-
na del derecho, pierdan su eficacia simbólica. O digamos de
otro modo: cuando los actores políticos, jurídicos e intelec-
tuales demuestran abiertamente su obediencia a consignas
dictadas por el interés, por la disciplina de grupo, o por el
deseo de seducir ala opinión ptiblica, hay que inquietarse ante
la corrupción que propagan.
Para mostrar el papel de los hombres situados en la escena
pública, tenninaremos con esta simple observación que tomo
de un artículo de Pierre Pachet:6 ~ nuestro viejo ministro de
justicia, Alain Peyrefitte, decía en pocas palabras que a titulo
personal no se oponía a la abolición de la pena de muerte,
pero que la opinión no estaba madura. Lo que equivalía a ele-
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