NOCIONES PARA PENSAR LA COMUNICACIÓN1
Pensar y Hacer
Todos nos comunicamos. Comunicarse es una de esas experiencias sustancial y
elementalmente humanas que asumimos como parte de nuestra cotidianeidad. Pero
comunicarse es también, para muchas personas y en distintos campos de la actividad social,
una tarea, parte de su labor, un desafío. En suma: es algo que nos constituye y que por lo tanto
sería tan vital como respirar, pero algo que se nos convierte también en trabajo, en actividad
en la que invertimos esfuerzo, ideas, herramientas y de la que esperamos resultados.
Es bastante frecuente que al confrontar definiciones o nociones acerca de lo que
representa para algunos sujetos la comunicación como experiencia y como trabajo,
encontremos dicotomías y hasta contradicciones bastante significativas. Comunicarse, en el
sentido experiencial, suele ser vincularse, poner en común, compartir, intercambiar. La
comunicación asumida como trabajo específico o relacionado con alguna otra tarea de tipo
cultural, suele transformarse en producción de mensajes2, manejo de instrumentos o
canales, o el desarrollo de estrategias informativas.
Lo anterior no es casual. No se trata de una suerte de esquizofrenia individual. Vivida
como experiencia, la comunicación representa el espacio donde cada quien pone en juego su
posibilidad de construirse con otros. Pero transformada en práctica social, predominan en ella
los rasgos con que histórica y dominantemente fue pensada esa actividad.
Desde el momento en que con la aparición y desarrollo de las tecnologías de
naturaleza electrónica la sociedad asumió las modalidades de comunicación masiva, se
buscaron modelos explicativos para comprender y orientar esas prácticas. Pero tales modelos
no se detuvieron allí, en el objeto específico para el que fueron pensados, sino que lo
invadieron todo. Es decir, invadieron nuestro pensar y hacer comunicación: su capacidad
“modelizante” fue tal que adquirieron un carácter totalizador.
Lo que brevemente plantearemos a continuación son algunos de esos modelos de
comprensión de la comunicación. Más o menos cuestionados y superados algunos, más o
menos vigentes otros, todos ellos operan en la realidad en que actuamos. Reconocerlos en
nuestra práctica es garantía de capacidad reflexiva: la posibilidad de separarnos de la
experiencia para iluminarla, comprenderla y poder transformarla.
El modelo Informacional
Demasiado frecuentemente la comunicación es caracterizada, y pensada, como un
proceso de transmisión de significados que se realiza desde un emisor a un receptor
utilizando algún tipo de canal. En esas caracterizaciones está presente el modelo explicativo
originado a partir de las proposiciones formuladas a fines de la década de 1940 en los Estados
Unidos por Shannon y Weaver desde la teoría matemática de la información para garantizar, en
el campo de la ingeniería de las telecomunicaciones, la mayor velocidad en la trasmisión de
mensajes sin perder información y disminuyendo posibles distorsiones.
En tales procesos, la comunicación (concebida como transmisión) se considera eficaz o
exitosa cuando el destinatario recibe exactamente lo que se transmite. Y ello es posible al
eliminarse o controlarse los posibles ruidos, porque la fuente (emisor) y el destinatario
emplean un mismo código, entendido como “sistema de reglas que atribuye a determinadas
1
Material adaptado para la materia Introducción al Diseño, la Comunicación y la Innovación tecnológica de
la UNSO, a partir de fragmentos textuales de: Mata, M.C. (1985). Nociones para pensar la Comunicación y
la Cultura masiva. En Módulo 2, Curso de Especialización Educación para la comunicación. La Crujía.
Disponible completo en: https://rolandoperez.files.wordpress.com/2014/04/la-comunicacion-masiva.pdf
2
O contenidos.
señales un determinado valor y no un cierto significado”. Dicho de otra forma, la perspectiva de
los teóricos de la información es parecida a la del empleado de correos que debe transmitir un
telegrama: a diferencia del emisor y el destinatario que están interesados en el significado del
mensaje que se intercambian, su punto de vista es distinto. El significado de lo que transmite le
es indiferente.
El modelo matemático-informacional original fue convirtiéndose en un modelo
comunicativo más complejo, legitimándose así como apto para explicar ya no sólo la trasmisión
de señales entre máquinas, sino los múltiples procesos de intercambio entre seres humanos.
Sin embargo, pese a todos los enriquecimientos, a todos los nuevos ingredientes psicológicos,
lingüísticos y sociológicos que se le añadieron, este modelo no dejó de constituir una matriz
cuya linealidad y carácter instrumental pueda cuestionarse desde otras perspectivas de
comprensión de los hechos comunicativos.
Limitaciones y consecuencias del modelo informacional
Pensemos ahora en las limitaciones que conlleva pensar la comunicación en términos
de procesos lineales que comienzan en un emisor que produce y envía un mensaje a través de
un determinado canal (no importa que no sea de naturaleza tecnológica) y que terminan en la
figura de un receptor que, al recibir los mensajes, los decodifica e interpreta
consecuentemente.
Nadie se atrevería a dudar que una fiesta es un espacio de comunicación donde
diversos sujetos entran en relación, se expresan, se manifiestan individual y colectivamente.
Sin embargo, ¿es posible identificar allí emisores y receptores? ¿Hay mensajes que se envían?
Nuestra propia experiencia podría decir que muchísimos. Pero, ¿son todos ellos equiparables a
ese “conjunto estructurado de signos de acuerdo a un código determinado” tal como se han
definido por mucho tiempo a los mensajes desde ciertas corrientes lingüísticas?
El clima creado por la música, el roce de los cuerpos, las luces, los murmullos o gritos,
¿son el contexto -la circunstancia en que se producen y reciben los mensajes- o son parte de
una manera festiva de comunicarse, de entrar en relación, de identificarse y compartir con
otros?
Podría aducirse que el caso de la fiesta es un caso extremo y, en consecuencia, poco
válido para basar en él las limitaciones de un cierto modelo explicativo. En realidad, no es más
extremo que otros modos colectivos -masivos- de comunicación, cuyo propósito fundamental
no es la trasmisión de información, aunque de hecho, siempre exista algo a expresar o
manifestar, algo nuevo por decir o algo que quiere decirse nuevamente. Nos referimos, por
ejemplo, a las manifestaciones colectivas de diverso tipo (religiosas, políticas), a las múltiples
ceremonias y rituales de los que está hecha nuestra vida en sociedad (desde los actos escolares
hasta las celebraciones institucionales; desde las fiestas patrias hasta las celebraciones de vida
y muerte que marcan nuestra vida cotidiana). De ahí que planteemos una primera reserva
frente a ese modelo explicativo, ya que quedan fuera de su alcance comprensivo demasiadas
zonas y actos de comunicación.
Pero sus limitaciones también pueden advertirse cuando se aplica ese modelo o
esquema a actos comunicativos que, sin duda, tienen mucho más la forma de un envío de
mensajes, o se acomodan mejor a la idea de un proceso de transmisión, como ocurre con los
mensajes producidos y difundidos a través de los llamados medios de comunicación.
Tomemos el caso de un programa televisivo en el que fácilmente podemos reconocer
emisores y presumir receptores. El mensaje, ¿es sólo lo articulado y transmitido en función de
códigos lingüísticos, visuales y sonoros o también forma parte de él -y de manera nada
accesoria- el canal como código de comprensión cultural? En otras palabras, ¿se produce y
recibe del mismo modo la misma noticia, la misma propuesta de entretenimiento, a través de
la radio, de la televisión o de un periódico?
El modelo informacional, como paradigma de comprensión de los intercambios entre
los seres humanos, tiene también consecuencias particularmente significativas. Ese modelo
trasladó a los sujetos emisores y receptores la misma relación de simetría existente entre las
máquinas y adoptó la idea de isomorfismo entre ambos términos del proceso. Esto es, la idea
de una homologación entre la función emisora y la función receptora: la primera, codificando
mensajes y la segunda decodificándolos en virtud de un instrumento dotado de cierta
neutralidad: el código.
En este modelo serán considerados como ruido todas las desviaciones en la
comprensión del mensaje, es decir, en la atribución del significado correcto por parte del
receptor. De ahí que, aún cuando los mismos teóricos hayan trasladado a la comunicación
humana la idea de retroalimentación presente en el modelo matemático-informacional, y aún
cuando hayan avanzado notablemente en la consideración de los factores externos que
influyen en la decodificación, la imagen del receptor que se crea desde esta perspectiva es la
de un sujeto cuya actividad resulta menguada, ya que es la réplica en espejo de la figura del
emisor.
Quisiéramos destacar que la escucha (la recepción) es también una acción
comunicativa. Esta posición no implica desconocer que existen numerosísimas situaciones en
las cuales el intercambio comunicativo entre diversos actores es desigual en términos de saber
y poder. Pero, aún en esos casos, el receptor cumple una actividad que le es propia. De lo que
se trata, entonces, es de precisar en qué consiste esa actividad, de qué manera ella se pliega o
diferencia de la actividad del emisor y cómo ambos, de manera compleja, producen unos
sentidos al comunicarse, es decir, al entrar en relación.
Así, analizando las limitaciones del modelo informacional y las consecuencias que tiene
para nuestra percepción de la comunicación social, nos hemos deslizado a otras perspectivas
teóricas que analizaremos seguidamente.
La comunicación como producción de sentido y hecho cultural
Diversas disciplinas como la semiótica, la teoría literaria y ciertas perspectivas
sociológicas -como la que representan los cultural studies ingleses- permitieron una superación
del modelo informacional de la comunicación. De entre los múltiples aportes realizados por
tales disciplinas y enfoques, nos interesa destacar algunos que consideramos particularmente
significativos para el tema que nos ocupa.
Un eje sustancial lo constituye, en ese sentido, la consideración de las prácticas
comunicativas como espacios de interacción entre sujetos en los que se generan procesos de
producción de sentido. Los emisores ya no transmiten unos mensajes elaborados en virtud de
un instrumento neutro -los códigos- que son recibidos y decodificados más o menos
adecuadamente por los receptores en función de su utilización equivalente del mismo
instrumento.
Una de las proposiciones claves de la teoría del discurso es, sin duda, el carácter no
lineal de la circulación del sentido. Dicen Verón y Sigal:
...un discurso, producido por un emisor determinado en una situación determinada, no
produce jamás un efecto ni tampoco uno sólo. Un discurso genera, al ser producido en
un contexto social dado, lo que podemos llamar un campo de efectos posibles (...) el
sentido no opera según una causalidad lineal. (Verón y Sigal, 1986, p.15-16)
Estas consideraciones sobre el producto de la actividad discursiva (comunicativo)
tienen a nuestro juicio una extrema importancia por cuanto obligan a reconocer que tanto en
la esfera de la emisión como en la de la recepción existe producción de sentido -y no mera
transferencia de los primeros a los segundos- aún cuando ella sea desigual, no simétrica. Ser
receptor, en consecuencia, no es ser un pasivo recipiente o un mecánico decodificador; es ser
un actor sin el cual el sentido quedaría en suspenso.
Si pensamos en las prácticas discursivas de naturaleza masiva, sean las de carácter
informativo, los discursos poéticos o el discurso educativo -para nombrar sólo algunos tipos
fácilmente reconocibles- las asimetrías de naturaleza comunicativa resultan evidentes.
Ahora bien, los emisores producen mensajes para los que buscan aceptación,
adhesión, consumo. Ello les obliga a ejercer estrategias de anticipación (Wolf, 1987). Es decir,
los constriñe a organizar los intercambios y mensajes no sólo a partir de sus intenciones,
deseos y saberes, sino tomando en consideración las condiciones de recepción de su discurso,
la situación y competencia de los receptores.
Otro aporte que consideramos de sustancial importancia es el realizado por la
semiótica textual en torno a la naturaleza de lo comunicado. Según sus perspectivas de
análisis, hablar de un mensaje producido y recibido en base a determinados códigos resulta
una simplificación. ¿Por qué? Porque se postula que lo que se recibe no son mensajes
particulares, sino conjuntos textuales. Es decir, el resultado de prácticas que remiten no sólo a
un código -lingüístico, sonoro, visual- en virtud del cual los signos se articulan con un cierto
significado, sino fundamentalmente a otras prácticas y sus respectivos productos, a modos de
decir (géneros, estilos, etc.), a medios para hacerlo (diversidad de canales empleados) e,
incluso, a tipos de circunstancias en que ciertos discursos se producen, etc.
La perspectiva que acabamos de enunciar resulta clave para la comprensión de la
comunicación como hecho y matriz cultural. Esta perspectiva permite indagar y percibir, por
ejemplo, las articulaciones que se producen entre los diversos productos o mensajes que
circulan en una sociedad y en un momento dado; permite plantearse cuestiones tales como la
modelación histórica de los gustos y las opiniones.
Lo anterior implica asumir que en el campo de la comunicación nadie recibe mensajes
aislados sino conjuntos textuales porque cada mensaje particular remite a otros y se
encadena con ellos en un continuum simbólico, cultural.
En uno de sus trabajos Angenot (1984) señala que el discurso social es:
... todo lo que se dice, todo lo que se escribe en un estado de sociedad dado (todo lo
que se imprime, todo lo que se habla hoy en los medios electrónicos). Todo lo que se
narra y argumenta ... O más bien, las reglas discursivas que organizan todo eso, sin que
jamás se las enuncie. El conjunto -no necesariamente sistémico ni funcional- de lo
decible. (p. 20)
El conjunto de lo decible, que obviamente incluye lo no dicho, como podemos
denominar al discurso social, es evidentemente un conjunto articulado a partir de
disposiciones que revelan un orden establecido. Lo decible no se restringe a ciertos temas y
modos expresivos, sino que incluye además un conjunto de disposiciones explícitas o
implícitas, pero siempre legitimadas socialmente, acerca de los sujetos habilitados para proferir
determinados discursos, acerca de los lugares desde los que ellos pueden ser enunciados,
acerca de los modos en que ellos pueden y deben circular y ser recibidos.
El terreno del discurso social, el terreno de la cultura y la comunicación es,
consecuentemente, terreno de modelación social y, por ende, terreno de disputas y
negociaciones, conflictos y acuerdos del orden del sentido.
Referencias bibliográficas citadas en el texto:
Angenot, Marc (1984). Le discours social. problématíque d'ensemble, en Le díscours social et ses
usases - Cahiers de recherche socíologíque, Vol 2 Nlll, Abril 1984, Departamento de
Sociología cíe la IQAM, Canadá.
Verón y Sigal, (1986). Perón o muerte, los fundamentos discursivos del fenómeno peronista
Legasa. Buenos Aires.
Wolf, M. A. (1987). La investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas. Paidos.