EL VÍA CRUCIS EN UNIÓN CON MARÍA, NUESTRA MADRE
Oración preparatoria.
Oh Jesús, Salvador de los hombres por la Cruz, Os ofrecemos este piadoso ejercicio del Vía
Crucis, para daros gracias por haber sufrido la muerte por nosotros, para pediros el perdón
de todas nuestras ofensas y para pediros que apliquéis a las almas del Purgatorio los méritos
de Vuestra santa Pasión.
Y Vos, oh María, Madre buena y tierna, permitís que Vuestros hijos Os acompañen en este
camino doloroso que habéis rociado con Vuestras lágrimas, para que, fortalecidos por
Vuestros ejemplos y por Vuestras lecciones, podamos recoger algunos frutos para nuestra
santificación.
PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
¿Y por quién es condenado a muerte Jesús? Por aquellos a los que no había hecho más que el
bien, por aquellos a los que acababa de rescatar de la muerte eterna. ¿Y cuál fue Su crimen?
Había amado demasiado a los hombres… Las madres suelen estar inconsolables cuando oyen a
los médicos declarar que todos los recursos del arte son impotentes para salvar a un pobre niño
enfermo de una muerte muy segura; pero Vos, oh María, que conocíais todas las perfecciones,
toda la ternura del Corazón de Jesús, ¿cuán inefable debió ser el dolor que habéis sentido al oír
pronunciar esta sentencia de muerte?
¡Jesús está condenado a muerte! Ah, no dirijamos nuestra ira contra Pilato, sino contra nosotros
mismos. Cuando pecamos, ¿no somos culpables de una ingratitud y una maldad imperdonables?
Y, sin embargo, oh María, lejos de clamar la venganza del cielo sobre nosotros, seguís
suplicando a Vuestro Divino Hijo que nos perdone. Oh, no permitas que volvamos a caer en el
pecado, que es el asesino de nuestro buen Salvador.
SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS RECIBE SU CRUZ
Nos correspondía a nosotros, que somos los verdaderos culpables, asumir el peso de la Cruz,
que se ha hecho tan pesada a causa de los pecados de todo el género humano. Y tenemos miedo
de la Cruz; no nos atrevemos a tocarla; no queremos imponernos ningún sacrificio o privación.
Oh María, mi buena Madre, Vos lloráis por nuestra ceguera e indiferencia hacia nuestra
salvación, viendo la repugnancia que sentimos a la vista de la Cruz… Y sin embargo, ¿no es en
la Cruz donde Dios ha puesto la salvación del mundo? ¿No es la Cruz nuestra única esperanza,
como canta la Santa Iglesia? ¿No es el consuelo del alma afligida y penitente?
Que nunca olvidemos, oh Virgen Inmaculada, las palabras de Vuestro divino Hijo, que nos
advierte que quien no lleva la Cruz es indigno de Él, y no puede ser Su discípulo; y que si
alguien quiere venir en pos de Él, debe llevar su Cruz cada día y seguirle. Oh María, presentada
por Vos, la Cruz nos será querida, y seremos felices de llevarla.
TERCERA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
¡Oh Jesús, mi Salvador, Vos, el apoyo de los débiles, la fuerza de los mártires, ¡habéis
sucumbido bajo el peso de la Cruz! Oh María, que fuisteis iniciada en todos los secretos del
Corazón de Jesús, dadnos la comprensión de este misterio.
Escuchemos a nuestra Madre:
Ah, hijos Míos, si fueran más dóciles a la gracia, si tuvieran un mayor horror al pecado, si
tuvieran más amor y gratitud por su buen Salvador, aligerarían el peso de la Cruz, que Él tomó
por amor a ustedes. Pero demasiado a menudo añadís cada día nuevos pecados a vuestros
pecados pasados; no los lloráis, y esto es lo que apena el Corazón de Mi Hijo, esto es lo que
hace que Su Cruz sea tan pesada que se vea abrumado y sucumba…
– Oh buena Madre, que habéis sostenido a Vuestro querido Hijo en el camino del Calvario,
sostenednos también a nosotros contra nuestras debilidades, nuestra indiferencia y nuestra
tibieza. Oh Madre compasiva, tened piedad de nuestras más profundas miserias y ayudadnos.
CUARTA ESTACIÓN: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE
Oh María, ¡qué doloroso encuentro para Vuestro corazón de madre! Jesús, el más bello de todos
los hijos de los hombres, Jesús, el esplendor del Padre, y la figura de Su sustancia, Aquel a
quien los Ángeles adoran con temblor, Jesús, el Hijo amado del Padre celestial, que ha puesto
todos Sus placeres en Él, aquí está, desfigurado e irreconocible, pero no irreconocible para
Vuestro corazón maternal, oh María. Mientras Vos llorabais sobre los sufrimientos de Vuestro
divino Hijo, mientras Os asociabais a Sus dolores, pensabais en Vuestros queridos hijos,
implorando misericordia para ellos.
Oh Jesús, oh María, ¡qué confusión para nosotros haberos causado tantas lágrimas y
sufrimientos! Pero también ¡qué gratitud no Os debemos! Oh divino Consolador de los
afligidos, qué felices somos al pensar que en el tiempo de las pruebas y de los dolores de la vida
presente, Vos compadecéis de nuestras miserias y de nuestras penas. Vos también vendréis al
encuentro de Vuestros hijos; los alentaréis como habéis alentado a Vuestro querido Hijo en el
doloroso camino del Calvario. Concedednos esta esperanza, y recibid el homenaje de nuestros
corazones enteramente consagrados a Vos.
QUINTA ESTACIÓN: SIMÓN EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR SU CRUZ
Cuántas veces, en ciertos momentos de fervor, nos hemos dicho: ¡Oh, si me hubiera sido dado,
como a este hombre, ser llamado al gran honor de llevar la Cruz con Jesús! Y sin embargo,
depende de nosotros disfrutar de este favor; la oportunidad se presenta cada día…
«Hijos Míos», nos dice la Virgen María, «ustedes anhelan el honor de ayudar a Mi divino Hijo a
llevar Su Cruz; pues bien, hagan todo lo que Él les diga. Abran el Evangelio; ¿qué les
dice? Den comida y ropa a los pobres, visiten a los enfermos, consuelen a los afligidos… En
verdad os digo que todo el bien que hacéis al más pequeño de vuestros hermanos, lo
consideraré como hecho a Mí mismo, y así haréis más ligera Mi Cruz. El reino de los cielos
sufre violencia; corrige este defecto, destruye este mal hábito, refrena tu lengua, redobla tu
vigilancia, combate tus malas pasiones… Y tú Me ayudarás, como el Cireneo, a llevar el peso
de Mi Cruz…»
Gracias, oh buena Madre, por la luz que habéis hecho brillar a los ojos de nuestra alma. Oh,
concedednos acompañaros en el Camino del Calvario, para que nunca nos separemos de Vuestro
querido Hijo, ya que sólo Él tiene palabras de vida eterna.
SEXTA ESTACIÓN: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
Oh María, las santas mujeres de Jerusalén, al veros prodigar con tanto valor a Vuestro divino
Hijo toda la ternura de Vuestro corazón maternal, se sienten animadas a seguir Vuestros pasos.
Veo a una de ellas, que desafía todo respeto humano para ayudar a su divino Maestro; supera
todos los obstáculos, atraviesa las filas de los soldados y los verdugos, se acerca a Jesús, limpia
Su rostro todo cubierto de sudor, polvo y sangre. El Salvador, para recompensar su valor y
devoción, obra un milagro en su favor, dejando los rasgos de Su adorable rostro impresos en el
paño que ella utilizó para limpiarle la cara… ¡Oh, qué bien la conducta de esta heróica mujer
condena nuestra cobardía, nuestra pusilanimidad!
Oh, mi divino Jesús, qué culpables seríamos si, al ver Vuestro divino rostro cubierto de lágrimas
de sangre, con las que llorasteis nuestros pecados, nos sonrojáramos por perteneceros y por
defender los intereses de Vuestra gloria… Oh María, que tengamos siempre presentes estas
palabras de Vuestro divino Hijo: «Sólo reconoceré ante Mi Padre a los que no se avergüencen
de Mí ante los hombres.»
SÉPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Cuenta Santa Gertrudis que cuando el Salvador cayó por segunda vez, surgió un gran clamor
entre el pueblo, y que los verdugos profirieron blasfemias, gritos burlones y sacrílegos. Oh
María, ¿quién puede describir el profundo dolor que Os causó el clamor del pueblo en el delirio,
persiguiendo con odio ciego al Santo de los Santos, que Se sacrificaba por la salvación del
mundo? Pero ¡qué grande es la amargura de Vuestra alma santísima al ver nuestras recaídas en
el pecado! Jesús cayó bajo el peso de la Cruz, y resucitó… Cae por segunda vez, y regresa a
levantarse…
Y nosotros, confesémoslo humildemente, caemos y volvemos a caer; y Vos no veis en nosotros
ninguna enmienda, ningún deseo serio de ser mejores, y esto es lo que apena a Vuestro Corazón
Inmaculado; y tenéis razón, oh buena Madre, en reprocharnos ser la causa de la blasfemia del
nombre de Dios en el mundo; ¡los hombres perversos están tan dispuestos a responsabilizar a la
religión de nuestros desórdenes y nuestras imperfecciones! Oh María, apoyad nuestros pasos
vacilantes, y no permitáis que dejemos este mundo sin haber satisfecho, con una penitencia
sincera, la justicia de nuestro Dios.
OCTAVA ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
¡Qué estación tan deliciosa y consoladora! Jesús consuela a las hijas de Jerusalén que Le
siguen… Está abrumado por los insultos y los malos tratos; ha sucumbido ya dos veces al peso
de la Cruz; Se levanta, no para derribar a Sus crueles atormentadores con una sola mirada, como
lo hizo en el Huerto de Getsemaní, sino para dirigir palabras de consuelo a un grupo de santas
mujeres que Lo siguieron al Calvario por afecto y devoción. Se lamentan del terrible estado al
que Lo han reducido Sus enemigos, y Él, buen Pastor, sólo piensa en las terribles desgracias que
caerán sobre su patria…
Oh María, oh Virgen de los Dolores, Vos estuvisteis en medio de estas santas mujeres,
guiándolas y animándolas; oísteis estas palabras de consuelo y simpatía, estas saludables
advertencias, que este divino Maestro les dirigió, y queréis que las meditemos. Vuestro divino
Hijo no quiere que lloremos por Sus sufrimientos, sino por nuestros pecados que los causan.
Concededles a todos Vuestros hijos la gracia de llorar por sus pecados, y así merecer participar,
a pesar de nuestra indignidad, en los consuelos que el buen Jesús prodiga a las almas fieles y
arrepentidas que Lo siguen.
NOVENA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Oh María, nuestra amable Señora, Vos que habéis comprendido tan perfectamente el misterio de
la Pasión de Vuestro querido Hijo, decidnos por qué cayó al suelo tres veces en el camino del
Calvario.
– Ah, hijos Míos, la causa son sus infidelidades. Vuelves a caer en tus faltas con tanta facilidad
que Mi Hijo está abrumado de tristeza; sucumbe bajo el peso de un abuso tan grande de Sus
gracias. Sin embargo, ¡ves!… Siempre Se levanta de nuevo. Pero tú, ¿has caído sólo tres veces?
Si tan sólo te levantaras con valor y prontitud… Pero, ¡oh hijos ingratos y rebeldes, tardáis tanto
en volver a Dios sinceramente, en entrar en el estrecho camino del Evangelio, en aferraros a
vuestro dulce Salvador sin retorno!
– Oh, Madre buena y tierna, tomadnos de la mano y levantadnos; volved nuestros corazones
hacia Aquel que es el único que puede hacerlos felices. No queremos afligir más el adorable y
misericordioso Corazón de Vuestro divino Hijo.
DÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDOS
¡Oh, cuánto debió costar a este buen Maestro aparecer desnudo ante una innumerable multitud
de espectadores! Qué dolores tuvo que soportar cuando los verdugos Le arrancaron
violentamente la túnica, que estaba pegada a Su sagrada carne, reabriendo así las innumerables y
profundas heridas que la tortura de la flagelación Le había causado… ¿Qué pensabas entonces,
oh mi divino Salvador? Decidnos, oh Virgen Santa, Vos que Lo acompañasteis a su muerte…
– Oh, hijos Míos, con esta completa abnegación, Él quiso darles una doble lección. Quiso
desprender vuestros corazones de los falsos bienes de la tierra, de los que un día os despojará la
muerte; quiso también, con esta completa desnudez, expiar toda vuestra sensualidad, vuestro
amor a los placeres prohibidos de la carne, vuestra frivolidad e inmodestia. Entrad bien, hijos
Míos, en las disposiciones del purísimo Corazón de Mi divino Hijo, y pedidle la gracia de luchar
eficazmente contra los pensamientos, deseos y afectos pecaminosos.
UNDÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
¡Oh, María, oh, Madre mía, y Vos estuvistes presente en ese espectáculo sangriento! Y Vos
habéis oído los golpes de martillo que clavaban los clavos en las manos y en los pies de Vuestro
querido Hijo. Y no habéis muerto de dolor, porque el Señor ha querido que seáis nuestro modelo
en las aflicciones y pruebas de la vida.
Oh, mi dulce Salvador, a nosotros nos correspondía extender las manos y los pies a los verdugos
para que los clavaran en la Cruz, ya que sólo nosotros éramos los verdaderos culpables. Oh mi
buena Madre, ayudadnos a concebir un agudo horror al pecado, el asesino de nuestro buen
Jesús, el asesino de nuestras almas. Clavad nuestras manos y pies en la Cruz, para que nunca nos
separemos de Jesús, que es la vida de nuestras almas. Sobre todo, fija en ella nuestros pobres
corazones, para que desde ahora, unidos a la Cruz por los lazos del amor y de la gratitud,
seamos Suyos para el tiempo y para la eternidad.
DUODECIMA ESATACÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ POR NUESTRA
SALVACIÓN
Oh María, a quien vemos de pie al pie de la Cruz, recibiendo con tan gran calma el último
aliento de Vuestro divino Hijo, mientras en la naturaleza todo es confusión y estupor, decidnos
qué nos enseña esta duodécima estación, cuya venerada imagen encontramos en todas partes.
– Ah, queridos hijos, contemplad a vuestro Salvador, atado a la Cruz. Es por vosotros que Sus
brazos están extendidos; es por vosotros que Su costado fue abierto, sí, por vosotros y por todos
los pecadores de la tierra. Venid a menudo al pie de esta Cruz, desde la que Jesús, en el
momento de expirar, pidió perdón y misericordia por todos los pecados del mundo. Que Su
Sangre caiga sobre vosotros, para lavaros y limpiaros de todos vuestros pecados. Mi Hijo oró
por vosotros; oh, no lo olvidéis.
– Oh, buena María, ¡qué felices somos al escucharlo! Pedid a Vuestro querido Hijo que nos
reciba en Sus brazos, que nos abra Su Corazón y lo cierre sobre nosotros, que nos separe del
mundo y de todos sus vanos placeres, y que en adelante nuestra vida esté escondida en Dios
con Jesucristo.
TRIGÉSIMA ESTACIÓN: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y ENTREGADO A SU MADRE
Oh María, mi buena Madre, ¡cómo se habrá atravesado Vuestra alma santísima con una espada,
con un dolor inmenso, cuando recibisteis en Vuestros brazos el cuerpo sin vida de Vuestro
tierno Jesús! Comprendo la razón por la que la santa Iglesia Os ha dado el nombre de Nuestra
Señora de los Infinitos Dolores. Quiere que Os representemos bajo los rasgos de una madre
afligida, con el corazón atravesado por siete espadas. Oh María, Vos exponéis a este buen Jesús
a nuestra mirada, y nos parece que Os oímos hablar este lenguaje a nosotros:
– Oh, hijos Míos, miren el cuerpo de su Salvador, su Dios, ese cuerpo pálido, ensangrentado y
herido. Miren, tanta humillación, sufrimiento y amor. ¡Y todo esto para salvar sus almas! ¿No
harán ningún sacrificio por su Salvador? ¿Me habría resignado a la inmolación de Mi querido
Hijo sin que esta inmolación les beneficiara?
– Oh, no, Santísima Madre de Dios, no queremos causaros más esta tristeza… Deploramos
sinceramente nuestra cobardía culpable. Prometemos enmendarnos y reparar con un redoble de
amor y una seria penitencia nuestros innumerables pecados que han causado la muerte de
Vuestro dulce Jesús.
CUADRAGÉSIMA ESTACIÓN: JESÚS ES PUESTO EN LA TUMBA
Oh, mi divino Salvador, no es para siempre que estés colocado en la tumba. Pronto, oh divina
María, Lo verais de nuevo: Consolándoos, enjugando Vuestras lágrimas y felicitándoos por
Vuestro valor. No es así con nosotros. Demasiado a menudo, por nuestra infidelidad, nos
cavamos una tumba inmunda, donde dejamos que nuestra alma se adormezca con un sueño
mortal, durante meses enteros, durante años quizás… Sin embargo, sería tan fácil para nosotros
salir de la tumba de nuestros pecados, resucitar a la gracia, tomar una vida nueva, la vida de los
hijos de Dios, los hijos de María. La tumba de Jesús, emblema de nuestros santos Tabernáculos,
contiene una fuente inagotable de gracias que nos impulsan a volver a Dios… Y no vamos a
saciar nuestra sed en esta fuente de agua viva, que fluye hacia la vida eterna. Si nos perdemos,
será nuestra culpa. Oh, buena Madre, no lo permitad; más bien, haced un milagro en favor de
Vuestros hijos. Cuanto menos lo merezcamos, más honor tendrás, más derecho tendrás a nuestra
eterna gratitud.
AL CONCLUIR EL VIA CRUCIS
Señor Jesús:
Te hemos acompañado en el duro "camino de la Cruz" con fe, amor y esperanza.
Hemos entendido cuanto te ha costado ofrecerte a nosotros como Camino para hacernos llegar al
Padre; cuanto te ha costado caer en el precipicio a fin de permanecer entre nosotros y el
Infierno, para abrazarnos en nuestra pérdida y darnos tu misma vida.
En tu Sumo Sacerdocio hemos contemplado nuestro sacerdocio ministerial.
En tu santo Sacrificio hemos contemplado el sacrificio que nos pides ofrecer con nuestras manos
y con nuestra vida: la Eucaristía total que debemos y queremos presentar a tu Padre.
En tu obediencia hasta la muerte de Cruz hemos contemplado la obediencia que hemos
prometido a Ti y a tu Iglesia.
En la pasión de tu Amor absoluto hemos contemplado la ofrenda pura de todo nuestro yo – en el
cuerpo y en el alma – porque está destinado a trasmitir tu amor.
Haz que esta contemplación repetida llegue a ser acción humilde y cotidiana, servicio fiel e
indómito.
En esta Vía Crucis nos ha acompañado el vivo recuerdo de la Santa Virgen de los Dolores –
Madre nuestra – y nos ha ayudado el ejemplo generoso de su entrega y donación.
Danos tu Santo Espíritu que nos hace santos, y renueva en nosotros la conciencia feliz de
ser "hijos" de tu Padre celestial; hijos en tu Hijo, enviados al mundo "para reconciliar a todos los
hijos dispersos de Dios".
ORACIÓN
Perdonadnos, oh mi divino Jesús, las faltas de las que hayamos podido ser culpables en este
piadoso ejercicio del Vía Crucis; fortalecednos en los buenos propósitos que nos sugiere la
meditación de Vuestros sufrimientos; haced que recojamos de ellos algunos frutos preciosos
para nuestra santificación, y acordaos, en Vuestra infinita misericordia, de las almas de nuestros
parientes, amigos y bienhechores difuntos. Amén.
NOTA:
Rezar antes y después de cada estación las oraciones correspondientes.
Después de cada estación se puede rezar un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.