Boletín de historia y antigüedades / Vol. CI, no.
858, enero - junio de 2014
Crónica del nacimiento de la
televisión en Colombia
Tere s a M oral e s de G ómez
Miembro de Número, Academia Colombiana de Historia
Estas memorias cubren los últimos días de diciembre de 1953 has-
ta fines de 1954, año en el cual se gestó y nació la televisión en Colombia.
No tiene este texto el rigor de un testimonio histórico ni pretende ser otra
cosa que la crónica de las ejecutorias de un joven visionario para quién nada
parecía imposible y de unos días de frenética actividad, de una triunfante ca-
rrera contra el tiempo. No pido sino benevolencia para la lejana narradora de
esos días.
La historia, dicen, la escriben los vencedores y en este caso Fernando Gó-
mez Agudelo no lo era. Lo fue mas tarde, es cierto, pero en los días del Frente
Nacional todo lo que tuviera que ver con el gobierno del general Rojas Pinilla
era rechazado y olvidado. Ese es el caso de la televisión estatal. Estaba pensada
para ser un ente educativo y cultural, pero muy pronto cambió de rumbo para
llegar a ser una mezcla ecléctica de los gustos caprichosos de los televidentes.
Aquí y en todas partes.
Cómo citar este artículo:
Morales de Gómez, Teresa. “Crónica del nacimiento de la televisión en Colombia”. Boletín de
Historia y Antigüedades 101: 858 (2014): 287-299.
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Teresa Morales de Gómez
Esta es la crónica de su nacimiento
A principio de los años cincuenta dos muchachos bogotanos trabajaban
en una estacioncita de radio en su casa de Chapinero. Los jóvenes Ricardo y
Fernando Gómez Agudelo eran fanáticos de la música culta y de la electrónica.
En un aparato casero transmitían las sinfonías de Beethoven y los conciertos de
Mozart para deleite de sus amigos y gozaban midiendo el alcance de sus antenas
de radioaficionados. Era una diversión. Después del colegio, Ricardo entra a la
Universidad Nacional para estudiar ingeniería, pero muy pronto sus profesores
sugirieron a su padre, un abogado civilista muy prestigioso, que lo enviara a
estudiar a los Estados Unidos donde su talento sería mejor aprovechado y ellos
se librarían de un incomodo estudiante sabelotodo. Obtuvo una beca y se fue
para Boston a estudiar Física en el Massachusetts Institute of Technology, MIT.
Fernando fue a estudiar derecho a la Universidad Javeriana, atendiendo
muchas veces clases dictadas por su padre. También escribía una columna de
música en el periódico El Siglo y tenía un programa en la Radiodifusora Nacio-
nal que se llamaba Discoteca; pasaba los domingos al medio día y en el anali-
zaba las últimas grabaciones de música culta que llegaban a Bogotá. Allí lucía
sus habilidades en el manejo de los discos, en las inmensas tornamesas de la
radiodifusora.
Su orgullo de perfeccionista era lograr el empate perfecto en los discos de
78, de manera que no hubiera quiebre en la audición. Creía que si se interrum-
pía la música, el placer se perdía. ¿Una sinfonía de Beethoven a retazos? No lo
toleraba.
En agosto de 1936 se inauguraron los xi Juegos Olímpicos en Berlín. Era
la primera vez que ese evento era visto a través de un nuevo medio de comu-
nicación: la televisión. Entre los espectadores estaba el mayor Gustavo Rojas
Pinilla, agregado militar de Colombia en Alemania, quién había llegado a Berlín
junto con otros militares latinoamericanos invitados por empresas fabricantes
de armamento.
Siete años más tarde, el 13 de junio de 1953, el ahora teniente general Gus-
tavo Rojas Pinilla da un golpe de Estado gracias a una coalición entre políti-
cos liberales y conservadores, opuestos al gobierno de Laureano Gómez. Como
es natural todas las oficinas del Estado cambian a sus directores, entre ellas la
Radiodifusora Nacional. Esta emisora era supremamente importante pues era
la única voz oficial en la divulgación de noticias y comunicados del gobierno.
Había estado dirigida hasta el momento por un hábil periodista, don Arturo
Abella, amigo del gobierno saliente y quién, por lo tanto, debía renunciar.
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televisión en Colombia
Tres días más tarde, el general Rojas nombra al doctor Jorge Luís Arango
como jefe de Información y Prensa del Estado, una oficina que dependía di-
rectamente de la presidencia de la Republica, en reemplazo del doctor Jaime
Uribe Holguín. El doctor Arango era una persona de una gran cultura, editor
de las Hojas de Cultura Popular, una publicación que era una verdadera joya.
Se ocupaba de todas las manifestaciones del arte en Colombia: la poesía, las
artes plásticas y la literatura. Editaba las partituras de los jóvenes músicos co-
lombianos y reproducía muy bellamente las obras del arte colonial. Hasta ese
momento el doctor Arango dirigía el departamento de Extensión Cultural del
Ministerio de Educación. Un hombre de gran finura e inteligencia, fue la mano
derecha del presidente Rojas en todo lo atinente a educación y cultura. Mas
adelante su oficina, era la encargada del manejo de la prensa y la divulgación de
los comunicados oficiales.
El doctor José J. Gómez, padre de Fernando, como magistrado que era,
estaba invitado a las reuniones del Gobierno y el 15 o 16 de junio debía ir a
un cocktail al palacio presidencial. Pidió a Fernando que lo acompañara. Allí se
encontraron con el doctor Arango, viejo amigo del doctor Gómez. Al conversar
con Fernando y preguntarle por la situación de la Radio Nacional, Arango
recibió noticias desoladoras: los viejos transmisores estaban maltrechos, la
programación anticuada y la discoteca formada por los famosos discos de 78 en
muy mal estado. Arango le preguntó que quién creía él que podría ser un buen
director. Fernando no vaciló un segundo y contestó: no hay sino uno y ese soy yo.
Muy bien, dijo Arango, preséntese en mi oficina el día 18 para que tome
posesión del cargo. Fernando tenía 22 años.
Sin perder un minuto Fernando se lanzó a modernizar la emisora y a ade-
cuarla con todos los adelantos técnicos de ese momento; había sido fundada
por el presidente Eduardo Santos en 1940 y ya estaba muy achacosa. Fernando
sabía que se habían experimentado cambios asombrosos en materia de comu-
nicaciones gracias al impulso que le había dado la guerra; ésta había terminado
hacía casi 10 años y los adelantos ya estaban al alcance de todo el mundo, lite-
ralmente.
Reemplazó los viejos transmisores, cambió las grabadoras, las cintas y los
micrófonos, renovó la discoteca y llevó a trabajar a la Radio a Otto y a León de
Greiff. Bernardo Romero Lozano dirigía el Radio Teatro. Darío Achury Valen-
zuela editaba el lujoso Boletín de Programas que era una obra de Arte. Hjalmar
de Greiff y Helena Londoño, dos jóvenes musicólogos tan entusiasmados como
Fernando en sacar la Radio adelante, fueron los responsables de la programación.
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Teresa Morales de Gómez
A finales del año de 1953 el trabajo en la Radio
estaba completo
Aquí debo decir que Fernando se había convertido en un eficaz ayudante
de Jorge Luís Arango y sus opiniones eran tenidas en cuenta; por lo tanto un día
en que estaba dando un informe de su trabajo al General, se atrevió a proponer:
“excelencia: ya la Radiodifusora Nacional se oye en la antípodas. ¿Qué le parece
si ahora hacemos televisión?”
El general Rojas ya había visto televisión. Fernando no la había visto nun-
ca. El Presidente se entusiasmó: “Bueno, Gómez —como le decía— hágala. Pero
la tiene lista para el 13 de junio. Celebraremos un año de gobierno”. Esto debió
ocurrir en noviembre de 1953. Tenía algo más de ocho meses para cumplir la
orden. Nunca se había imaginado que su trabajo tuviera que ser llevado a cabo
en ese cortísimo tiempo. Había que empezar a trabajar de inmediato.
Su primer impulso fue llamar a su hermano Ricardo al MIT para contarle
lo que le estaba ocurriendo. Ricardo, prudentísimo y adivinando las reacciones
de todo tipo que semejante empresa iba a desencadenar, le pidió que no hablara
con nadie. “Traiga un mapa de Colombia, lo más detallado que pueda y véngase
para Boston Yo le reúno aquí a los mejores físicos especialistas en radiación y
ellos le podrán ayudar”. Y así fue.
Fernando viajó a Boston con su mapa debajo del brazo, confiado en que su
hermano y el grupo de sabios de MIT le ayudarían a encontrar el mejor camino.
Cuando llegaron a la conclusión de que Colombia por su topografía necesitaba
cierto tipo de antenas y de trasmisores que irradiaran hacia un área determina-
da, (unidireccionales, me atrevo a recordar y no omnidireccionales) recomen-
daron las fabricadas en Alemania por la Siemens & Halske de Munich. Estas
se adecuaban perfectamente a las necesidades colombianas. Aceptó el consejo.
Y no se arrepintió nunca. Tanto los transmisores como las antenas eran
perfectos y trabajaron sin ninguna falla durante muchísimos años. Nunca Fer-
nando tuvo que enfrentarse a una crítica sobre su decisión ni se dijo que su
adquisición había sido equivocada. Estos aciertos le daban gran satisfacción:
que su cuidadoso trabajo hubiera tenido éxito en ese mundo de técnica tan
sofisticada, le permitió siempre estar tranquilo y orgulloso de su gestión.
Pero volvamos a 1953. Compró un abrigo de invierno con la esperanza de
verse un poquito mayor y se lanzó solo a enfrentar la nube de ingenieros que lo
estaban esperando para tomar las decisiones.
Como el propósito de Rojas era establecer un medio educativo y cultural,
decidió que una alianza operativa entre los ministerios de Educación, Comu-
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televisión en Colombia
nicaciones y Gobierno sería ideal como ente organizador de la televisión. Pero
las dificultades surgidas demostraron que era preferible que la Televisión de-
pendiera directamente de la oficina de Información y Prensa del Estado y ésta
de la Presidencia de la Republica; de esa manera la televisión contaría con un
presupuesto fijo que garantizara la expansión de la amplia red proyectada para
cubrir el territorio nacional.
En el extenso reportaje que Fernando Gómez concedió a Ana Maria Bide-
gain en marzo de 1993, pocos meses antes de su muerte, recordaba como había
sido su encuentro con el General Rojas a su llegada de Europa:
Volví a Colombia y Rojas estaba en Melgar en la finca que tenía allá.
Era una casita chiquita y normalita y en vez de piscina había un pozo en el
río. El edecán, que era amigo mío me dijo: “Fernando, llévese el vestido de
baño -yo odio las piscinas y todo eso-, llévelo porque lo clava en el pozo”.
Entonces me lo llevé y preciso: “¡vamos p’al pozo!” Entonces yo le dije:
“Excelencia -hasta Rojas se les decía excelencia-, yo tengo mucho papel que
mostrarle”. Entonces me dijo: “Si necesita papeles para hablar, entonces no
sabe nada. De manera que póngase el vestido de baño y vamos p’al pozo”.
Los papeles eran los mapas del país y los planos de la red. Y allá en el
pozo le eché todo el cuento y subimos y almorzamos y me dijo: “súbase ya
para Bogota, lo mando en el avión, tiene que empezar a trabajar ya, porque
inauguramos el 13 de junio.” Eso era a fines de diciembre del 53. Y yo le
dije: “¡Ay! ¡Excelencia! ¿Seis meses? Comprar, buscar, decidir”. Y contestó:
“Usted puede, pero si arranca ya”1.
En Colombia se sometió su proyecto al dictamen de un experto belga, Jac-
ques Jumiaux, quien concluyó que el proyecto técnico no dejaba nada que de-
sear y destacó el uso de las antenas unidireccionales escogidas, con las cuales se
podría cubrir al país con muy pocas estaciones repetidoras. Gran escepticismo
causaba la instalación de estas antenas, cuya ganancia era muchísimo mayor que
la de las usadas hasta entonces. Por esta razón se exigió al fabricante una altísima
garantía de funcionamiento. Como se excluían la fuerza mayor y el caso fortuito
en las condiciones del contrato, tuvo que enviarse un segundo equipo por barco
previendo que se cayera el avión en el que venían los equipos principales.
Recuerdo que había que montar la gigantesca antena de 30 metros en la
azotea del Hospital Militar, que estaba en obra negra. Había que subir 20 pisos
a pie cuando no había malacate. Y montarla era de la mayor urgencia. Olimpo
1. Entrevista concedida por Fernando Gómez Agudelo a Ana María Bidegain. Marzo
de 1993. Archivo personal Teresa Morales de Gómez.
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Teresa Morales de Gómez
Gallo, jefe de la obra del Hospital reunió a su ejército de trabajadores y pidió
voluntarios para esa tarea titánica. Todos se presentaron.
Recuerdo un sábado por la mañana, cuando entre todos esos muchachos
izaron la estructura gigantesca armados de manilas, escaleras y vigas de madera.
Era un prodigio verlos trabajar.
Los técnicos que llegaron más tarde no tuvieron nada que corregir.
Se pensó en instalar los transmisores en Monserrate, pero la señal irradia-
da pasaría por encima de la ciudad y la imagen se perdería. Se decidió entonces
instalarlos en la azotea del Hospital Militar, como vimos mas arriba. Desde allí
se veía toda la Sabana y se vislumbraba la repetidora del Ruiz. Pero a los médi-
cos les preocupaba que la irradiación afectara a los enfermos o interfiriera con
los delicadísimos equipos médicos. Hubo que traer especialistas en el tema para
zanjar todas las dificultades y obtener el permiso.
Cito a Fernando literalmente:
Los transmisores había que mandarlos en avión, era un proceso ad-
ministrativo complicadísimo, pero si los mandaban por barco no alcanza-
ban a llegar; los alemanes los mandaron en avión por KLM. Pero cuando
llegaron a Bogotá me llama el director de la Aeronáutica Civil y me dice:
“lo siento, pero ese avión no puede aterrizar porque no hay convenio con
Holanda, no puede aterrizar”.
-“Espere un momentico, yo lo vuelvo a llamar”. Llamé a Rojas y le
dije: “Excelencia, nuestros transmisores están volando encima de Bogotá,
pero no pueden aterrizar.”
-“¿Cómo así?”, dijo.
-“No hay convenio con Holanda y yo no sé de eso. No sé de derecho
internacional.”
-“¡Carajo! Gómez, llame a ese señor y dígale que queda destituido
y usted queda nombrado jefe de la Aeronáutica Civil mientras aterriza el
avión. Después nombramos a otro”.
Sobra decir que el avión aterrizó sin problema.
Ahora hay que pensar en los estudios. Las cámaras, las luces, las consolas
con los millones de switches. E instalarlos. Era una locura. Fernando viajó a los
Estados Unidos para adquirirlos: eran la solución adecuada pues para los ope-
rarios era más fácil trabajar con técnica norteamericana. Fueron escogidos los
equipos Dumont y más adelante se importaron las cámaras RCA.
Se proyectó el nuevo edificio de la telefónica para los estudios, pero no
cabían ni la tramoya ni los bakings por los ascensores. Tampoco la altura de los
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televisión en Colombia
techos permitía la instalación de las altas grillas de iluminación. Como todo te-
nía que hacerse a las carreras se decidió que el estudio uno se podría instalar en
los sótanos de la Biblioteca Nacional que estaban desocupados en ese momento.
Entre las muchas personas que se oponían a la idea estaba yo, que venía de
una familia de bibliófilos y me aterré con la perspectiva. La idea de un incendio
en un espacio que guardaba la memoria del país, donde estaban nuestros incu-
nables y los testimonios de nuestra nacionalidad en frágiles hojas de papel…
“¡Qué horror! ¿No se puede en otra parte?”
Dos recuerdos me asaltan recordando esos momentos: las palabras tran-
quilizadoras de Fernando: “no te afanes. Es por muy poco tiempo. Ya están en-
cargados los estudios en el Centro Administrativo Nacional, CAN. Los cons-
truirán Cuéllar Serrano Gómez y los diseñara el ingeniero Dushinky un experto
mundial. Es por unos días. Puedes estar tranquila”.
Pero él no quedó tranquilo. Se fue para la estación de bomberos. Y para su
espanto descubrió que las mangueras del cuerpo de bomberos de Bogotá esta-
ban inservibles. Aterrado se ocupó de reemplazarlas, cometiendo un peculado
por apropiación por el cual fue juzgado y que le trajo muchas horas de amargura.
Se apilaban las dificultades, los problemas. Las 24 horas del día no eran
suficientes y se contaban ya no los días, sino las horas.
-“Bueno. Ya tenemos transmisores. Ya tenemos cámaras y luces.”
-“¿Y todo esto quién lo va a operar?
-“Los antiguos técnicos de la Radio Nacional están más que listos,
pero no hay quien les enseñe el manejo de equipos tan sofisticados.”
-“¡Y ya es el mes de mayo!
Fernando Gómez sabe que en Cuba el personal técnico es excelente y deci-
de viajar para contratar operarios que sepan su oficio, además hablan español.
Gómez pidió una cita con Goar Mestre, el zar de la televisión cubana, dueño de
CMQ. Es decir, del Canal 11. Cuando llegó a La Habana se enteró de que Mestre
no lo recibiría, pues decía que no hablaría con un funcionario que trabajara
para una dictadura. Y ese era el tiempo de Batista! Qué tal.
Veinte años más tarde lo encontramos en Buenos Aires. Había perdido
su imperio pero no su porte de príncipe. Siempre acompañado por Alicia, su
bellísima esposa muy fina y enjoyada. Fue socio de Fernando Gómez y siempre
guardó silencio sobre el encuentro cubano.
Pero de todas maneras, Gómez se quedó parado en un corredor, sin saber
qué hacer. Contaba él más tarde que se le había acercado una persona y le había
dicho que sabía que estaba buscando técnicos. Le informó que se acababa de
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cerrar el canal cuatro y que todo el equipo de operarios había quedado cesante.
Era un equipo ya conformado que no necesitaba entrenamiento. Era un verda-
dero golpe de suerte. ¡Un milagro!!!
Los localizó, les contó lo que estaba haciendo en Colombia y les dijo que
los necesitaba con urgencia. Fernando recordaba:
… hablé con cada uno de ellos y les dije “Caminen, con sus mujeres,
sus niños, sus perros y sus gatos. Con todo. Se van todos conmigo en el
avión”. Eran la maravilla de operadores. Me los traje, eran como treinta cu-
banos. Sin egoísmo. Trabajaron, enseñaron, ninguno se quedó. Trabajaron
y se fueron.
Llegaron el 26 se mayo. Tendrían que empezar a trabajar dos días después.
Recuerdo nombres: Sergio Sagarra, Fernando Virgos, Siqueiro, el operador de
audio y, Dionisio Kamanel, el luminotécnico que corría por la parrilla, allá arri-
ba, muerto de la risa. Llegaron también los colombianos, entre ellos Guillermo
Barriga, con quién me reúno todos los años para repetir estos mismos recuer-
dos por milésima vez.
Muy importante era Gaspar Arias, un cubano muy elegante, con un abrigo
camel para protegerse del frío bogotano. Era el productor y estaba fascinado
con la mística con la que trabajaba todo el mundo. Los avances tecnológicos
eran un misterio para los colombianos enfrentados a problemas desconocidos:
cada día tenían que inventar una nueva solución.
Aquello parecía la torre de Babel: los ingenieros hablaban alemán, la gente de
las cámaras en inglés, no sé porqué se oía hablar en portugués, y los nativos hablá-
bamos en lo que podíamos. Pero había un ambiente de desafío, de ganar una carre-
ra que estimulaba las mejores cualidades de esos jóvenes empeñados en triunfar.
En ese momento llegó un alemán inolvidable: Wilhelm Puth. El doctor
Puth había trabajado en la radio de Hamburgo y después pasó a Berlín a traba-
jar con la principal emisora alemana. Cuando estalló la guerra trabajó como co-
ronel de comunicaciones en Berlín. Pasada la guerra viajó a los Estados Unidos
para trabajar en el departamento de Estado, en las estaciones de onda corta en
las emisiones que se originaban para la Unión Soviética. En Washington recibió
una oferta para que viniera a trabajar en Colombia. Contaba en una entrevista
concedida al semanario Teletex de Inravisión, que “tan pronto me conecté con
Fernando Gómez, él me dijo “Muy bien, doctor Puth: Comience a trabajar. Ini-
cie sus actividades inmediatamente”2.
2. “Wilhelm Puth. Un cerebro fugado de Alemania”, Teletex. Órgano informativo del
Instituto Nacional de Radio y Televisión, 5 (s.f.): 4 y 5
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Crónica del nacimiento de la
televisión en Colombia
Aunque el ingeniero Puth era un hombre de radio y venía contratado para
montar los equipos Telefunken que la Radio Nacional había adquirido, tuvo
que enfrentarse al montaje de los equipos Siemens, adquiridos para la red de
televisión y a manejar el relevo de los técnicos cubanos por los colombianos. A
su diligencia y talento le debemos el montaje de muchos de los transmisores de
la red: instaló el dificilísimo localizado en el cerro de Gualí, en el Ruiz, a 36 ki-
lometros de Manizales y a 4.850 metros sobre el nivel del mar. Es el centro de la
cadena y allí se instalaron las famosas antenas unidireccionales para enlazar con
las otras estaciones del país. Intervino también el doctor Puth en la instalación
de aquellas que cubrían a Boyacá, la Costa, el Cauca y los Santanderes.
El estudio de la red es apasionante, pero desborda el límite temporal que
rige este trabajo. Espero que se haga algún día, pues muestra una visión am-
biciosa y moderna de lo que se planeaba como un gran centro educativo para
Colombia. Eran los sueños de un visionario. Pero sin el apoyo de un gobierno
comprometido con la idea (y rico, además) su puesta en práctica era imposible.
La red de entonces era la semilla de la red que se usa hoy para los canales
del Estado; el sistema diseñado se convertiría en uno de los mas importantes
avances en nuestro sistema de comunicaciones. El primer transmisor se había
instalado en la azotea del Hospital Militar, como ya hemos recordado, y el se-
gundo era el del Ruiz. La primera prueba técnica se realiza en mayo, un mes an-
tes de la inauguración. Se transmite el patrón de la televisora, la primera página
del periódico El Tiempo y la imagen de una persona en movimiento. Esta señal
se envía al transmisor del Hospital Militar y de ahí irradia para toda la ciudad.
La señal surgió perfecta, nítida y clara. Era todo un éxito.
En Bogotá la señal fue recibida por unos trescientos receptores, que se
colocaron en las vitrinas de los almacenes, en restaurantes y hoteles. Esa noche
llovía a cántaros pero eso no impidió que la gente se arremolinara en las calles,
fascinada con el nuevo invento. A partir de esa fecha y comprobado el éxito, la
gente empezó a ilusionarse con la compra de los “televisores”.
A mediados del año de 1954, el gobierno abre una licitación para impor-
tar diez mil receptores de 17 pulgadas para facilitar la adquisición de aparatos
modestos y económicos. Dice Fernando Gómez:
El objeto de traer esta cantidad de televisores obedece al deseo de
popularizar la televisión, que está orientada hacia gentes de diferentes tipos
de cultura y facilitar la adquisición a quienes carecen de dinero suficiente
para adquirir un aparato.
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No ofrece competencia para los comerciantes que están importando
telerreceptores finos y costosos. El gobierno financia la venta de estos tele-
rreceptores, los cuales se ofrecerán con un año de servicio pagado, inclu-
yendo la instalación y los repuestos. El precio de venta de cada uno de los
aparatos será de $400, de 17 pulgadas y se venderán por medio de coopera-
tivas y de entidades similares a la Caja Agraria.
En septiembre se abre una licitación para importar 15.000 televisores de
21 pulgadas y no 10.000 de 17, como se había dicho inicialmente. Ganaron la
licitación las marcas Philips, Emerson y Raytheon, que estaban autorizadas para
traer 5.000 cada una. La condición puesta por el gobierno era que no debían
superar los USD 90 dólares. La medida de vender los televisores muy baratos
y con grandes facilidades, no fue muy del agrado de los comerciantes, por su-
puesto, pero creó una cierta simpatía por estos modestos televisores, que se
compraban tan fácilmente en el Banco Popular.
Pero esa noche lluviosa, fascinada con los bailes y los cantos, nuestra mo-
desta capital de ochocientos mil bogotanos, no se preguntaba que iría a salir al
día siguiente y la verdad era que nadie sabía. Nadie se había preocupado seria-
mente por la programación. Ni grandes ni chicos. Se vino encima la inaugura-
ción y no había mucho qué presentar. Se piensa inmediatamente en la gente del
radioteatro que estaba muy bien entrenada, las obras presentadas por la Radio
Nacional tenían tal categoría que se repetían en el Teatro Español de la BBC.
Pero fuera de los conjuntos musicales que interpretaban canciones folclóricas,
y los cantantes populares no había mucho más de donde echar mano.
Llegó el 13 de junio de 1954
La programación se iniciaba con un pequeño corte de la bandera tricolor
y el himno nacional interpretado por la orquesta sinfónica nacional. Seguía la
alocución del presidente de la República, teniente general Gustavo Rojas Pinilla,
emitida por control remoto desde el palacio de San Carlos. En este discurso
daba respuesta a la imposición del gran collar de la orden trece de Junio, que le
había sido otorgada por los altos mandos militares.
El inaugurar la televisión con un control remoto era una empresa tec-
nológica de un audacia suicida. Hacerlo desde un estudio era ya un desafío,
pero hacerlo desde el palacio de San Carlos era un salto al vacío. Pero no había
remedio: el Presidente hablaría desde allí. Y desde allí había que dar cambio al
estudio desde donde se emitiría el resto de la programación.
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En los estudio se iniciaba la programación con un concierto del violinista
Frank Preuss y la pianista Hilde Adler. A continuación se trasmitía el Noticiero
Internacional “Tele News” seguido por un sketch escrito por Álvaro Monroy
Guzmán, libretista de la emisora Nuevo Mundo. Lo interpretaban Los Tolimen-
ses, un dúo de cantantes muy populares que resolvió actuar en el pequeño nú-
mero cómico; representaban a un campesino que va por primera vez a misa y
no entiende nada.
Seguía un drama escrito por Bernardo Romero Lozano que se llamaba “El
niño del Pantano”. El niño era su hijo Bernardito, más tarde famoso director,
que en ese entonces tenía trece años y que se dejó disfrazar con ramas y plásticos
pegados con cosedora. Seguían unas danzas colombianas interpretadas por el
ballet de Kiril Pikieris, se acaba la transmisión y nadie se sabe que van a pasar
al día siguiente.
La Radio Nacional hace una importación de películas, siempre con la con-
signa que fueran culturales o didácticas, pero no solucionaban los problemas
sino en una mínima parte.
La incertidumbre en el equipo de producción era total: surgían algunos
programas fijos, pero la improvisación era la regla. Tanto el personal técnico
como los artistas estaban viviendo una experiencia alucinante, todos estaban
aprendiendo a improvisar frente a las cámaras, ya que todo se hacía en directo,
casi sin tiempo de ensayar. Cuando no se sabía que hacer siempre se podía recu-
rrir a Luís Bacalov, un pianista argentino, amigo de Fernando, futuro ganador de
un Oscar. Luís se ponía una boina y tocaba tangos a la maravilla o un frac para
interpretar una suite de Bach. Bernardo Romero Lozano, fundador de la escuela
de arte dramático era el gran director artístico. Más adelante entró Víctor Malla-
rino y entre los dos formaron una gran escuela que llegó a unos niveles altísimos.
En los primeros días abundan las “Estampas” en las que cabía cualquier
cosa: ballets, canciones, orquestas, declamadores, diga no más. Como la tele-
visión venía de una radio muy buena se trasladó ese saber a los estudios. Pro-
gramas costumbristas exploran la cotidianidad colombiana. En julio de 1954
aparece “Hogar, dulce hogar”, de Víctor Mallarino. El 1º de agosto se transmiten
las carreras de caballos desde el hipódromo de Techo; fue un gran éxito.
Poco a poco vamos aprendiendo. Llega Gloria Valencia de Castaño con un
programa llamado “Conozca los autores”, con entrevistas a poetas y novelistas,
heredado de la HJCK, el doctor Enrique Uribe White presenta un pretencioso
programa que se llamaba “Preguntando” pero no dura mucho. Debo recordar
un anuncio en el periódico que decía “Vendo televisor motivo Uribe White”. Se
mostraba ya la esencia del medio, sus exigencias, sus demandas, su carácter de
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entretenimiento masivo, sobre el cual se han escrito tantos y tantos volúmenes.
La gente, con su televisor recién comprado pide algo substancioso, quiere di-
versión y más diversión. En noviembre llega un programa religioso llamado
“Fe y Liturgia”. Se presenta Monseñor Emilio de Brigard y para completar una
película sobre el Papa. No era mucho.
En enero de 1955 empieza el “Minuto de Dios” presentado por el padre
Rafael García Herreros, el “Telepadre”, quién a pesar de su tono adusto logra el
cariño y la atención de los televidentes. Sus ejecutorias: el barrio del “Minuto de
Dios” y el Banquete del Millón son ejemplares.
Recuerdo a “La rosa de los vientos”, un programa de Marta Traba, críti-
ca de arte argentina. Mostraba los países donde se habían originado diferentes
movimientos artísticos analizando su importancia. Marta Traba era una mara-
villosa expositora, muy amena y erudita. Su papel en el desarrollo de las artes
plásticas colombianas se ha discutido mucho, pero entonces los juicios estéticos
de la “papisa” no tenían apelación. Mandó al siglo xix a todos los grandes pinto-
res y muralistas de la época, y le abrió a la nueva generación un camino esplen-
doroso. Hoy, sesenta años más tarde nos seguimos nutriendo de sus conceptos.
En cuanto a los niños había programitas de “monos animados”. Más tarde
llegó el “Tío Alejandro”, pero no está dentro de las fechas que nos limitan.
El gobierno y más específicamente el doctor Jorge Luís Arango, jefe de la
Oficina de Información y Prensa, deseaban que la Televisión fuera educativa y
cultural y nada más. Para lograrlo ejercen una censura rigidísima. Se prohíbe
ejecutar canciones cuya letra sea ordinaria o vulgar. No se pueden contar chistes
verdes o de doble sentido. Todo debía ser dentro del mayor decoro. Pero era
muy difícil complacer estas exigencias y divertir a los televidentes del común,
que se aburrían con los conciertos de música clásica o las conferencias educa-
tivas. Preferían reírse con los chistes de los Tolimenses. La cultura era difícil de
imponer por medio de la televisión.
Estamos a finales de 1955, Colombia tenía grandes problemas de orden
público, de analfabetismo y de pobreza. El gobierno del general Rojas Pinilla
trabajaba (es mi recuerdo) con la idea de modernizar al país. La infraestructura
física era una de las preocupaciones constantes, los aeropuertos, el Centro Ad-
ministrativo Nacional, el Hospital Militar, las carreteras, la televisión.
Sin problemas financieros por el momento, se logró una programación
maravillosa. Teníamos un teleteatro que ofrecía versiones de la mejor literatura
y la escena del mundo. Vimos obras de Ibsen, Arthur Miller y García Lorca. Tea-
tro de Shakespeare y Bernard Shaw, y por supuesto teatro español, que corría
por cuenta de Fausto Cabrera.
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Crónica del nacimiento de la
televisión en Colombia
El General Gustavo Rojas Pinilla condecorando a Fernando Gómez
Agudelo. En Trayectoria de las comunicaciones en Colombia, editado
por Luis Horacio López (Bogotá: Ministerio de Tecnologías de la
Información y las Comunicaciones, 2009).
Es la época de la llegada del gran maestro japonés Seki Sano. En ese mo-
mento uno de los mejores directores del mundo. Había sido discípulo y colabo-
rador de Stanislavski y estaba dispuesto a trabajar y enseñar en Colombia. No
lo dejaron. Fue acusado de hacer proselitismo marxista e invitado a abandonar
el país. La música clásica tuvo su auge también en esos años privilegiados, la
orquesta sinfónica nacional estaba dirigida por el inolvidable Olaf Roots, y en
ella tocaban músicos europeos de primera magnitud, que habían venido a Co-
lombia escapando de la guerra. Con la sinfónica tocaron Arthur Rubinstein y
Stravinsky, nada menos.
La idea del gobierno era usar la red que cubría todo el país, para alfabe-
tizar, educar e ilustrar al pueblo. Esa era la misión de la televisión. ¿Era una
utopía? No sé la respuesta.
Debemos recordar que el nombre del ente era Radio Televisora Nacional.
Era una entidad gubernamental y no un bien público. El permiso a particulares
de intervenir en la programación se da cuando los comunicadores (entre ellos el
gobierno) se dan cuenta de que el manejo de la televisión es un asunto de mu-
chísimo dinero y que el Estado, por sí mismo no está en capacidad de asumirlo.
Cuando pasa la bonanza cafetera y se interrumpen los patrocinios estatales, hay
que decidirse por un sistema mixto en el cual el Estado arrienda espacios a los
Vol. CI, no. 858, enero-junio de 2014, páginas 287-300 [ 299 ]
particulares para que los programen y los exploten como les parezca. En ese
momento entran la política y el deseo de poder a tomar parte del juego. Creo
que esa crónica, que es jugosa, debe escribirla otra persona.