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Cuentos Taller 2

La historia trata sobre tres hermanos cerditos que construyen casas de diferentes materiales para protegerse del lobo. El lobo sopla y derriba las casas de paja y madera pero no puede con la de ladrillos. Al final los cerditos engañan al lobo y este sale huyendo del la casa.
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Cuentos Taller 2

La historia trata sobre tres hermanos cerditos que construyen casas de diferentes materiales para protegerse del lobo. El lobo sopla y derriba las casas de paja y madera pero no puede con la de ladrillos. Al final los cerditos engañan al lobo y este sale huyendo del la casa.
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LOS TRES CERDITOS:

Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el bosque. Como el malvado
lobo siempre los estaba persiguiendo para comérselos dijo un día el mayor:
- Tenemos que hacer una casa para protegernos de lobo. Así podremos
escondernos dentro de ella cada vez que el lobo aparezca por aquí.
A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de acuerdo
respecto a qué material utilizar. Al final, y para no discutir, decidieron que cada uno
la hiciera de lo que quisiese.
El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a jugar
después. El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la
paja y tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que aunque
tardara más que sus hermanos, lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte
con ladrillos.
- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme, pensó el
cerdito.
Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y entonces
apareció por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a la puerta:
- Anda cerdito se bueno y déjame entrar...
- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!
- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!
Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose abajo.
Pero el cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano mediano, que
estaba hecha de madera.
- Anda cerditos sed buenos y dejarme entrar...
- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, dijeron los dos
- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!
El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo que hacer más
esfuerzos para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y los cerditos
salieron corriendo en dirección hacia la casa de su hermano mayor. El lobo estaba
cada vez más hambriento así que sopló y sopló con todas sus fuerzas, pero esta
vez no tenía nada que hacer porque la casa no se movía ni siquiera un poco.
Dentro los cerditos celebraban la resistencia de la casa de su hermano y cantaban
alegres por haberse librado del lobo:
- Los tres cerditos- ¿Quien teme al lobo feroz? ¡No, no, no!
Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que
decidió parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía una
chimenea.
- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los
comeré a los tres!
Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la chimenea de leña
y pusieron al fuego un gran caldero con agua. Así cuando el lobo cayó por la
chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal quemazo que salió gritando de la
casa y no volvió a comer cerditos en una larga temporada.

CAPERUCITA ROJA
Érase una vez una niñita que lucía una hermosa capa de color rojo. La usaba muy
a menudo, y todos la llamaban Caperucita Roja. Un día, la mamá de Caperucita
Roja la llamó y le dijo:
—Abuelita no se siente muy bien, he horneado unas galleticas y quiero que tú se
las lleves.
—Claro que sí —respondió Caperucita Roja, poniéndose su capa y llenando su
canasta de galleticas recién horneadas. Antes de salir, su mamá le dijo:
— Escúchame muy bien, quédate en el camino y nunca hables con extraños.
—Yo sé mamá —respondió Caperucita Roja y salió inmediatamente hacia la casa
de la abuelita.
Para llegar a casa de la abuelita, Caperucita debía atravesar un camino a lo largo
del espeso bosque. En el camino, se encontró con el lobo.
—Hola niñita, ¿hacia dónde te diriges en este maravilloso día? —preguntó el lobo.
Caperucita Roja recordó que su mamá le había advertido no hablar con extraños,
pero el lobo lucía muy elegante, además era muy amigable y educado.
—Voy a la casa de abuelita, señor lobo —respondió la niña—. Ella se encuentra
enferma y voy a llevarle estas galleticas para animarla un poco.
—¡Qué buena niña eres! —exclamó el lobo. —¿Qué tan lejos tienes que ir?
—¡Oh! Debo llegar hasta el final del camino, ahí vive abuelita—dijo Caperucita con
una sonrisa.
—Te deseo un muy feliz día mi niña —respondió el lobo.
El lobo se adentró en el bosque. Él tenía un enorme apetito y en realidad no era
de confiar. Así que corrió hasta la casa de la abuela antes de que Caperucita
pudiera alcanzarlo. Su plan era comerse a la abuela, a Caperucita Roja y a todas
las galleticas recién horneadas.
El lobo tocó la puerta de la abuela. Al verlo, la abuelita corrió despavorida dejando
atrás su chal. El lobo tomó el chal de la viejecita y luego se puso sus lentes y su
gorrito de noche. Rápidamente, se trepó en la cama de la abuelita, cubriéndose
hasta la nariz con la manta. Pronto escuchó que tocaban la puerta: —Abuelita, soy
yo, Caperucita Roja.
Con vos disimulada, tratando de sonar como la abuelita, el lobo dijo: —Pasa mi
niña, estoy en camita.
Caperucita pensó que se encontraba muy enferma porque se veía muy pálida y
sonaba terrible.
- —¡Abuelita, abuelita, qué ojos más grandes tienes! —Son para verte mejor
—respondió el lobo.
- —¡Abuelita, abuelita, qué orejas más grandes tienes! —Son para oírte
mejor —susurró el lobo.
- —¡Abuelita, abuelita, que dientes más grandes tienes! —¡Son para comerte
mejor!
Con estas palabras, el malvado lobo tiró su manta y saltó de la cama. Asustada,
Caperucita salió corriendo hacia la puerta. Justo en ese momento, un leñador se
acercó a la puerta, la cual se encontraba entreabierta. La abuelita estaba
escondida detrás de él. Al ver al leñador, el lobo saltó por la ventana y huyó
espantado para nunca ser visto.
La abuelita y Caperucita Roja agradecieron al leñador por salvarlas del malvado
lobo y todos comieron galleticas con leche. Ese día Caperucita Roja aprendió una
importante lección: “Nunca debes hablar con extraños”.

HANSEL Y GRETEL
Un humilde leñador vivía con sus dos hijos y su nueva esposa en un bosque a las
afueras del pueblo. El niño se llamaba Hansel y la niña, Gretel. Todos los días el
leñador trabajaba sin descanso. Sin embargo, llegó un momento en el que no le
alcanzaba para el sustento de su familia. Preocupado, el leñador le dijo a su
esposa una noche:
- —No tengo lo suficiente para comprar pan y mantequilla, ¿qué haré para
alimentarnos y alimentar a los niños?
- —Esto es lo que haremos —respondió la mujer—, mañana por la mañana,
llevaré a Hansel y a Gretel a la entrada del pueblo y los dejaré ahí; una
familia acaudalada se apiadará de ellos y vivirán una vida muy cómoda y
feliz. Entonces, solo tendremos que preocuparnos por nosotros.
- —Jamás lo permitiré —dijo el hombre—. ¿Cómo crees que puedo
abandonar a mis hijos?
- —Debes hacerlo —refutó la mujer—. Si no lo haces, todos vamos a tener
hambre.
Los dos niños, incapaces de dormir por el hambre, habían escuchado la
conversación. Llorando, Gretel le dijo a su hermano:
- —Hansel, no puedo creer lo que hemos escuchado.
- —No te preocupes Gretel —respondió Hansel con voz tranquila—. Tengo
una idea.
- Al amanecer, la malvada mujer despertó a sus dos hijastros gritando:
- —¡Levántense ya, no sean flojos! Vamos al mercado a comprar alimentos.
- Luego, les dio a los pequeños un trozo de pan y les dijo:
- —Este es el almuerzo; no se lo coman enseguida, porque no hay más.
Gretel guardó el pan en su delantal. Hansel puso el suyo en el bolsillo de su abrigo
y lo desmenuzó en secreto, con cada paso que daba, arrojaba las migas de pan
en el camino.
—Espérenme aquí —dijo la madrastra cuando se encontraban en medio del
bosque—, ya regreso.
Sin embargo, pasaron las horas sin que volvieran a saber de la mujer. Tan grande
era su maldad que los había abandonado sin tomarse la molestia de dejarlos en el
pueblo.
Hansel y Gretel se sentaron en la oscuridad y compartieron el pedazo de pan de
Gretel. Pronto, los dos niños se quedaron dormidos. Cuando despertaron en
medio de la noche, Gretel comenzó a llorar y dijo: —¿Cómo encontraremos el
camino a casa? Hansel la consoló diciéndole:
—Espera a que salga la luna, luego seguiremos mi camino de migas de pan hasta
la casa. Sin embargo, cuando salió la luna no pudieron seguir el camino porque
las aves del bosque se habían comido las migas. Los dos pequeños se
encontraban perdidos en el bosque.
Después de muchos días y noches de vagar por el bosque, los niños hallaron una
casita que estaba hecha con pan de jengibre. —¡Comamos! —dijo Hansel—,
mordisqueando el techo mientras Gretel probaba parte de la ventana. De repente,
la puerta se abrió y una anciana salió cojeando apoyada en un bastón. Hansel y
Gretel estaban tan asustados que dejaron caer los pedazos de jengibre que
habían estado comiendo. La anciana sonrió muy amablemente y les dijo: —Soy
una viejita muy solitaria, me siento muy feliz de verlos.

La anciana los condujo al interior de su casa, cocinándoles una maravillosa cena.


Luego, los llevó a dos lindas camitas, y Hansel y Gretel durmieron cómodamente.
Pero la amable anciana era en realidad una bruja que usaba su casa para atrapar
a los niños y convertirlos en muñecos de jengibre.
Temprano en la mañana, la bruja encerró a Hansel en una jaula mientras dormía.
Luego despertó a Gretel y le dijo: —Levántate floja, y ayúdame a preparar el
horno. ¡Voy a convertir a tu hermano en un muñeco de jengibre!
Gretel lloró al escuchar las palabras de la bruja, pero no tuvo más remedio que
hacer lo que le ordenaba. Cuando la niña encendió el fuego del horno, la bruja le
dio una nueva orden: —Métete adentro y mira si el horno está lo suficientemente
caliente.
En el momento que Gretel estuviera dentro, la bruja tenía la intención de cerrar el
horno y convertir a la pobre niña en una muñeca de jengibre. Pero Gretel conocía
las crueles intenciones de la bruja y respondió: — No sé qué hacer, ¿cómo entro
al horno?
—La puerta es lo suficientemente grande, mírame entrar —respondió la bruja muy
molesta.
Luego, abrió la puerta del horno mágico y se metió adentro. Gretel
instantáneamente cerró la puerta. Una vez dentro del horno, ¡la bruja se convirtió
en una muñeca de jengibre!
Gretel liberó a Hansel de su prisión. A la salida de la casa de la bruja, Hansel
tropezó con un baúl lleno de joyas. Los dos niños se llenaron los bolsillos de oro,
perlas y diamantes. Felices, recorrieron el bosque hasta que vieron a su padre en
la distancia.
El angustiado hombre abrazó a sus hijos con fuerza, todos los días salía a
buscarlos. Tanta era su pena que no quiso volver a saber de su malvada esposa.
Hansel sacó las joyas de sus bolsillos, y dijo con emoción: —Mira papá, nunca
tendrás que volver a cortar leña.
Fue así que esta pequeña familia vivió feliz para siempre.

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