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Cap IV La Trinidad Antes de Nicea B Tris

El documento describe las primeras formulaciones trinitarias en la Iglesia prenicena, incluyendo referencias bíblicas y ejemplos de cómo la Trinidad se refleja en diferentes aspectos de la vida cristiana como el bautismo, la oración y la constitución de la Iglesia.

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Cap IV La Trinidad Antes de Nicea B Tris

El documento describe las primeras formulaciones trinitarias en la Iglesia prenicena, incluyendo referencias bíblicas y ejemplos de cómo la Trinidad se refleja en diferentes aspectos de la vida cristiana como el bautismo, la oración y la constitución de la Iglesia.

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CAPÍTULO IV

La Trinidad en la Iglesia prenicena

Fuentes bibliográficas:
- Fuster Perelló, S., “El Misterio Trinitario”, pp.114ss
- Arias Reyero, M., “El Dios de nuestra fe”, pp. 223s

Los primeros cristianos vivieron y proclamaron desde el inicio su fe en la


Trinidad. Teniendo como base el ejemplo filial de Jesús y convencidos del don
del Espíritu Santo invocaron a Dios como Padre desde el principio.
Todos los escritos después del NT, reflejan la verdad y doctrina trinitaria. De
modo que la raíz y el criterio cierto de verdad del desarrollo dogmático y de la
profundización teológica del misterio de Dios es la experiencia de fe que
transmite el NT.
El dogma -resultado del desarrollo de la profundización teológica- no
contradice el testimonio bíblico, sino que constituye su explicación, bajo la
conducción y guía del Espíritu Santo que “guía hacia la verdad plena” (Jn.
16,13).
A partir de la revelación del NT, se debe afirmar que la fe trinitaria se halla
testimoniada ampliamente en los tres primeros siglos de la vida de la Iglesia y
sustancialmente es la misma fe que se expresa en la Sagrada Escritura, y que
tiene en su base la experiencia de filial de Jesús; la revelación del Padre que ha
hecho; y el don de su Espíritu que nos ha dado.
Se trató de una tranquila possessio del Misterio. Su modo de considerarlo y
expresarlo fue una proyección bíblica, es decir, una perspectiva que
técnicamente hoy se llama “económico-salvífica”, o también “extratrinitaria”,
y que presenta este esquema fundamental u orientación:

Cristo es la Palabra encarnada;


Él nos revela al Padre; nos promete y envía al Espíritu Santo;
El Espíritu Santo nos capacita para conocer a Jesús;
y por Cristo y el Espíritu tenemos acceso al Padre.

“La visión ‘ontológica’ (o “intratrinitaria”) solo se va planteando


progresivamente. A medida que surgen teorías heterodoxas que problematizan
la fe. La Iglesia va precisando con términos técnico-filosóficos el sentido exacto
de su creencia. De este modo la fe se formaliza en dogma: se gana en precisión,
se pierde en vida”.
En ese desarrollo dogmático y teológico confluyen otros factores: la necesidad
de entender la propia fe; dar razones de la misma; explicarla en las diversas
culturas; la necesidad apologética frente a las acusaciones más graves que le
vienen a la naciente fe cristiana por distintos frentes: el judaísmo tradicional y
su monoteísmo; el politeísmo; el panteísmo; el gnosticismo.
La fe trinitaria se encontró cuestionada por dos frentes: exteriormente la vida
de los cristianos no es comprendida y es calificada de atea. Los apologetas
deben mostrar que la vida de los cristianos no es antimoral, y que su fe es
auténtica fe en Dios Creador y Padre.
El otro frente fue el de los errores o ideas heterodoxas al interno del cristianismo
que comenzaron a aparecer y a dar problemas a la fe. El problema más constante
fue el de aquellos que no podían dejar de pensar en la unidad de Dios
monopersonalmente, y que eventualmente sostenían la fe trinitaria, pero en
sentido subordinacionista o modalista. Desentrañar los errores y refutarlos no
fue tarea fácil.
En este mundo multicultural social y religioso, en medio del cual nace la fe en
Cristo, la fe trinitaria, suscita la aparición de los primeros teólogos y apologetas
cristianos como Clemente Romano, Ignacio de Antioquía; Justino, Atenágoras,
Ireneo, Tertuliano, quienes aportan una incipiente formulación y reflexión
trinitarias.
La afirmación trinitaria no surgió de la reflexión, o de la especulación, sino de
la experiencia y de la vida de la Iglesia. El Bautismo y la Eucaristía son el punto
de partida de esta experiencia y su eje, y corazón.
Tema 1
Formulaciones trinitarias del Nuevo Testamento

La realidad de Dios Uno y Trino, deja su impronta en muchas fórmulas y


formulaciones que se hallan en todo el NT.
Esas formulaciones trinitarias se hallan cuando el NT habla del acontecimiento
salvador; entonces, el enfoque trinitario está en eso: en la economía de
salvación, o soteriología, que es un acontecimiento extratrinitario. En esta
dimensión resalta una experiencia diversa del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, pero siempre aparecen unidos, es decir, entrelazados trinitariamente, en
ese acontecimiento de salvación realizado por Jesucristo y su Espíritu, y que
presenta estos elementos fundamentales:

Jesucristo es el Señor;
Él revela al Padre;
Promete y envía al Espíritu Santo;
El Espíritu Santo conduce y capacita al cristiano para
conocer y conformarse con Jesús;
y así tener acceso al Padre.

La tranquila possessio de la fe trinitaria en los albores de la Iglesia se halla


plasmada en relación a:
1. Kerigma
Anuncio del acontecimiento salvífico. La muerte y la resurrección de Jesús son
acontecimientos salvíficos y están vistos trinitariamente. Se incluyen
mutuamente los acontecimientos cristológicos y soteriológicos. San Lucas (En
Hech. 5, 30-32): Dios Padre es el que resucita y exalta a Jesús a su diestra, y ha
dado su Espíritu. Este kerigma se predica para la conversión.
Textos:
Hech. 2, 32-36; 5, 30-32
Ef. 2, 18
Rom. 1, 3-4; 5, 5-8
1Jn. 4, 9-14
Heb. 9, 14

2. Plan divino de la salvación


Este plan estaba escondido en Dios “antes de la fundación del mundo”; ahora
es realizado históricamente por Jesucristo. Tiene dimensiones trinitarias.
Textos:
Ef. 1, 1-14: En este himno, casi sin notarlo, se pasa de la Trinidad en la
eternidad, a la Trinidad en la historia. El plan está referido al Padre (vv 3-4); la
ejecución al Hijo (vv. 5-12); y la comunicación de sus frutos al Espíritu Santo
(vv. 13-14)
1Tim. 3,16: El misterio de piedad escondido en Dios, se ha manifestado en la
historia; esta manifestación supone la existencia (anterior) de Jesucristo y del
Espíritu Santo.

3. Inserción en la vida de Dios


La muerte y la resurrección del Jesucristo se actualiza en el bautismo. Abundan
las fórmulas bautismales. Tienen una dimensión trinitaria. Cada fórmula tiene
una dinámica propia de la Trinidad. A veces no está muy clara la diferencia
entre la acción de Jesucristo y la del Espíritu Santo. El Padre es el que elige en
Cristo y en el Espíritu.
Textos:
1Cor. 6,11
2Cor. 1, 21-22
1Pe. 1,2
Mt. 28, 19: Fórmula bautismal de gran riqueza:
Hay que subrayar el sentido salvífico de “bautizar” = “introducir en”; “sumergir
en”, “unir en”; “pertenecer a”. Se resalta la unión personal. Preposición “en” =
expresa el sentido personal direccional de la fe. “El nombre” = El nombre es la
misma persona. Resalta también la unidad de Dios. Confesión de fe de la unidad
divina (monoteísmo).
Los nombres de las tres personas se expresan en lenguaje absoluto. El mismo
que usó Jesús para hablar de el Padre; de el Hijo, y de el Espíritu Santo (Cfr.
Mt. 11, 27).
La enumeración de las divinas Personas tiene sus particularidades: deja entrever
una cierta jerarquía: Primero está el Padre, luego el Hijo, y luego el Espíritu
Santo, pero resalta también su igualdad.
Sobre la “personalidad” divina del Espíritu Santo hay que verla enunciada en la
misma “enumeración”; no se podría enumerar junto con las otras Personas, si
fuera de distinta naturaleza el Espíritu Santo.
Esta fórmula expresa con claridad la dimensión salvífica del bautismo trinitario.
Y supone el conocimiento de los sucesos históricos y la diferente participación
de cada una de las Personas divinas en la salvación que se ofrece a todos los
hombres.

4. La forma de constituirse en Iglesia


El misterio de la Iglesia está en su relación con la Trinidad: su elección eterna,
su nacimiento temporal, su unidad, su diversidad. Está trinitariamente
estructurada: Dios es el Padre de esta gran familia; Cristo la Piedra angular
sobre la que se edifica; y el Espíritu es el que mora en este templo (1Cor. 6, 9)
Textos:
Ef. 2, 19-22
1Cor. 12, 4-6: La unidad y diferencia de la Iglesia son manifestaciones
trinitarias. Dios (Padre) es la fuente de todos los carismas; la unidad de todos
los dones espirituales vienen de un mismo Espíritu; y al Señor (Jesús) se le
asignan la diversidad de ministerios.
Ef. 4, 4-5: Resalta con fuerza la unidad de la Iglesia, asentada en la unidad
trinitaria.

5. La liturgia y oración son trinitarias.


En el NT hay numerosas fórmulas y formulaciones que muestran cómo,
desde sus inicios, la oración de los cristianos, sea de alabanza, de acción de
gracias, de petición, tienen una estructura trinitaria.
La oración se dirige al Padre, en nombre de Jesucristo, en quien Dios ha
realizado su designio salvador, mediante el envío de su Espíritu a la Iglesia.
Textos:
Ef. 3, 14-17; 5, 18-20
2Tes. 2, 13-14
Rom. 15, 30
Orar al Padre, en nombre de Jesús, significa hacerlo desde su interioridad,
desde su mismo sentimiento y corazón filial.
Fil. 2, 1-3

La plegaria cristiana se fusiona a acto de eterna y perfecta mediación y


filiación. Lo cual solo es posible a quienes se dejan conducir por el Espíritu
de Dios.
Rom. 8, 14-16
Gál. 4, 6
El Padrenuestro es la principal oración del cristiano, fue enseñada por el
propio Señor Jesús a sus discípulos, y la que introduce al cristiano en la
intimidad de relaciones del Hijo con el Padre, permitiéndole participar de la
condición de hijo, capacitado para ello por el Espíritu Santo.
Lc. 11, 2-4

La oración eucarística desde el NT tiene una estructura definidamente


trinitaria. Ejemplo y eco de eso son estos textos paulinos, que tienen origen
litúrgico; y el tercer texto ha quedado incorporado a la liturgia eucarística.
Rom. 15, 16
Heb. 9, 14
2Cor. 13, 13

6. La vida cristiana
Toda la vida cristiana, desde el bautismo, está sumergida en la Trinidad, por la
obra de gracia realizada por el Hijo y actualizada por el Espíritu, del que ha
renacido a la vida de Dios (por el bautismo).
Textos:
Rom. 8, 3-4. 9
1Cor. 6, 19-20

7. La Trinidad es la plenitud de los creyentes en Cristo


En Cristo, por el Espíritu Santo, los cristianos son hijos y herederos. La herencia
del cristiano es la misma vida glorificada de Jesús. Seguir viviendo la Trinidad
en plenitud es el destino del cristiano. Es la vida eterna. Aquí en la vida
temporal, o allá en la eternidad, se trata de vivir para Dios en Cristo. La creación
y los hombres gimen para alcanzar el fina para el que han sido liberados en
Cristo.
Textos:
Judas 20-21
Rom. 6, 11; 8, 20-30

8. La creación, obra de la Trinidad


No hay textos en el NT explícitos del carácter trinitario de la creación; pero
están insinuados explícitamente en aquello lugares que presentan a Jesucristo
como mediador y ejemplar de la creación.
Textos:
Col. 1, 15-16
1Cor. 8, 6
Ef. 1, 4-5
Heb. 1, 2
Jn. 1, 2-3
Rom. 11, 35

Tema 2
Testimonios trinitarios de la Iglesia Primitiva

1. La Trinidad, ¿helenización del cristianismo?


El liberalismo teológico, surgido especialmente en Alemania en el S. XIX,
cuestionó que el dogma de la Trinidad tuviera un fundamento real y claro en los
escritos bíblicos y, particularmente, en la predicación de Jesús. De este modo,
la primitiva confesión de fe fue cristológica, más tarde por la influencia del
helenismo, surgió el dogma trinitario.
1. Adolf Karl Gustav von Harnack, teólogo protestante e historiador
eclesiástico alemán, nació el 7 de mayo de 1851 en Dorpat, Estonia, y
murió el 10 de junio de 1930 en Berlín.
Este autor, entiende el dogma cristiano como el sistema doctrinal formado hacia
el siglo IV d. C. Su tesis es que el dogma cristiano, en su concepción y
desarrollo, es una obra del espíritu helenista griego basado en el evangelio de
Jesús en el Nuevo Testamento. Su obra más famosa, Lehrbuch der
Dogmengeschichte (1886–89; Historia del dogma).
En esta obra expone sus teorías sobre la historia del cristianismo: a) El
Evangelio quedó corrompido por la influencia de la filosofía griega, y más
concretamente por la helenización subsiguiente. b) La sencilla religión de Cristo
fue cambiada por Pablo en religión sobre Cristo. c) Esta religión sobre Cristo
sufrió una transformación ulterior en el dogma de la encarnación del Hijo de
Dios.
Dice que la doctrina del Logos es la base de la doctrina trinitaria, introducida
por los apologetas griegos por la doble necesidad de explicar el mundo como
realización de las potencias espirituales que radican en Dios y de mantener la
trascendencia y la inmutabilidad de Dios con respecto al mundo.
Son Tertuliano y Orígenes los que elaborar la doctrina sobre el Espíritu. De este
modo, la base de la doctrina trinitaria es la influencia del helenismo en la
concepción del Logos.
2. Friedrich Loofs (19 de junio de 1858 en Hildesheim - 13 de enero de 1928
en Halle an der Saale), fue un teólogo e historiador de la iglesia, alemán
mejor recordado por sus estudios sobre la historia del dogma.
Según Loofs no hay continuidad entre el primitivo pensamiento eclesial y la
doctrina del Logos. Existió primero un monoteísmo vagamente trinitario,
sustituido por los apologetas, a base de metafísicas pluralistas, por una triada
divina.
3. M Werner: una explicación satisfactoria debe remontarse hasta la
estructura interna y los problemas propios del cristianismo primitivo. El
fundamento es el proceso de desescatologización de la comunidad
primitiva. Al perderse el sentido escatológico próximo, quedó un vacío
que fue llenado por el pensamiento helenista.
A estas objeciones se responde con el hecho, (mostrado y señalado en el tema
1), que en el NT se encuentran ya todos los elementos de la doctrina trinitaria:
• El pensamiento de San Pablo en sus cartas, señala claramente la
conciencia de una terna divina que se revela en la historia de la salvación.
• San Juan ilumina las afirmaciones que se refieren al Espíritu,
profundizando la reflexión de San Pablo. El Paráclito actúa y se revela
como persona divina (Cfr. San Juan, caps. 14, 15 y 16).
• Mt. 28, 19, es un resumen excelente de todo el Evangelio y de la
dimensión salvífica de la Trinidad.

2. La experiencia salvífica de la comunidad primitiva es trinitaria desde


el principio
A este respecto el teólogo francés Christian Duquoc puntualizaba que:
“Algunos exégetas han pensado que la fórmula más sencilla, como la de ‘Jesús
es el Señor’ (1Cor. 12, 13; Rom. 10, 9), era también la más antigua, y que en
consecuencia las otras más complejas, se derivarían de ella. En realidad, no
hay ninguna base que confirme la opinión del arcaísmo de la formulación
simple y el carácter más tardío de los formularios complejos. Sería ir más allá
de las posibilidades de la exégesis deducir de ello una orientación puramente
cristológica del Nuevo Testamento y juzgar que es posterior y secundaria la
simbólica trinitaria. Lo cierto es que los formularios son contemporáneos unos
de otros. Pretender que hubo un desarrollo lineal que iba de la fórmula más
sencilla (cristológica) a la más compleja (trinitaria) es una afirmación que no
está confirmada por el estudio crítico”.
(Dios diferente, pp. 73-74)
Teniendo en cuenta todo lo anterior, se debe afirmar que, en los tres primeros
siglos de la Iglesia, en la era posapostólica, la fe trinitaria está ampliamente
testimoniada en la vida y en la profesión de fe de los cristianos.
La fe trinitaria posapostólica se expresa en aquellos momentos en que se
expresa y actualiza el misterio pascual de Cristo: su muerte y su resurrección

a) El Bautismo: acontecimiento trinitario


• Puntos de referencia del NT:
• El punto de partida es la fórmula tripartita fundamental de Mt. 28, 19.
Cristo manda bautizar en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
• No hay oposición entre el bautismo en el “nombre del Señor Jesús” y el
bautismo en el triple nombre (Hech. 2, 38; 8, 16. 37; Gál. 3, 26-27; 4, 6;
1Cor. 6, 11; 2Cor. 1, 21-22; 1Pe. 1, 2). No hay oposición porque la
referencia trinitaria está implícita al suceso de salvación realizado en
Cristo, que nos comparte su filiación por el Espíritu Santo, para
capacitarnos y llamar a Dios Padre nuestro.
• Oponer un bautismo a otro, es desconocer lo que el bautismo de Jesús, y
todo el Evangelio proclaman: que la misión del mesías expresa el poder
del Padre y la Acción del Espíritu. La referencia a Cristo es siempre una
referencia a toda la Trinidad.
• El bautismo en el “nombre del Señor Jesús” pone al neófito en relación
también con el Padre y el Espíritu Santo.

• Algunos testimonios no canónicos del bautismo como suceso


trinitario:
Didajé (70-90) – prescribe una forma de bautismo explícitamente trinitaria:
“En lo que concierne al bautismo, bauticen así: después de haber enseñado
todo lo que procede, bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, en agua viva…” (VII, 1-3).
San Ireneo (+ ca 202) – Señala tres funciones distintas de las personas
divinas en el bautizado en orden a la santificación: “Por esta razón nuestro
nuevo nacimiento tiene lugar por estos tres artículos, que nos traen la gracia
del nuevo nacimiento en Dios Padre, por medio de su Hijo en el Espíritu
Santo. Pues aquellos que llevan el Espíritu de Dios son conducidos al Verbo,
es decir, al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre otorga la
incorruptibilidad. Así pues, sin el Espíritu, no es posible ver al Hijo de Dios,
y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre, y el conocimiento del Hijo se
hace por medio del Espíritu Santo”. (Demostración de la Predicación
Apostólica, nn. 3 y 7).
San Justino (+ 165) – Se hallan indicaciones del bautismo en el sentido
trinitario: “Luego los conducimos al sitio donde hay agua y por el mismo
modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados son
regenerados ellos, pues reciben un baño en el agua en el nombre del Padre
y Señor del universo, en el del Señor Jesucristo y en el del Espíritu Santo”
(I Apología, n. 61, 3 y también n. 10).
Tertuliano (+ 220) – En su De baptismo ofrece abundancia de datos sobre lo
que era el rito bautismal en su época. La triple inmersión y la triple
interrogación o confesión constituyen la acción bautismal; lo que él llama
sacramentum, pacto fidei, testatio fidei.
Tertuliano llega a pensar solo se da para el perdón de los pecados como
preparación para otro momento que nos daría el Espíritu. Bautismo-
confirmación se ven íntimamente ligados, de manera que solo una vez
confirmado, se está de verdad “iniciado”.
Hipólito de Roma (170 – 236) – Las preguntas bautismales en su Tradición
Apostólica se desarrollan convirtiéndose en un credo completo.

b) La Eucaristía: dinamismo trinitario de salvación


La celebración de la Eucaristía, junto al Bautismo, tiene una gran importancia
para el desarrollo, configuración de la fe (credo) trinitaria y de la reflexión
teológica posterior. Esta dimensión trinitaria ya es una característica constante
antes de la controversia arriana.
“Están a la vista las semejanzas entre las anáforas y las profesiones de fe. En
ambos casos encontramos la misma articulación, el mismo movimiento y la
misma concepción histórica del misterio cristiano. Es que la anáfora, a su
manera, es también una profesión de fe, una proclamación de la historia de la
salvación como obra conjunta de las tres divinas personas. Gracias a esto, la
celebración eucarística se convierte en símbolo explícito, no solo de la muerte
del Señor (Cfr. 1Cor. 11, 26), sino de toda economía salutis. La plegaria
eucarística viene a comentar y explicitar el simbolismo de los gestos y palabras
nucleares de la Eucaristía.
Esto imprime al mismo tiempo al desarrollo de la celebración eucarística un
dinamismo que es exactamente el de la Historia de la Salvación. En alas de la
anáfora, en cada eucaristía, la Iglesia vuelve a recorrer efectivamente el
itinerario tantas veces recordad y repasado: respondiendo a la elección y a la
llamada del Padre precedida por Jesucristo, ‘Sumo Sacerdote de nuestras
ofrendas’ e impulsada por el Espíritu, abandona el mundo de la esclavitud y
del pecado y entra en el santuario del Padre”.
(I. Oñatibia, Eucaristía y Trinidad en la Iglesia prenicena,
en Semana de Estudio Trinitarios, núm. 7, pp. 63-65).

• Puntos de referencia del NT:


• Algunos ecos de la oración eucarística de estructura trinitaria en el NT
son: Rom. 15, 16; Heb. 9, 14; 2Cor. 13, 13.
• Sobre todo, a partir del capítulo 6 de San Juan, el discurso del “pan de
vida”, autores de los tres primeros siglos presentan su pensamiento
eucarístico: La Eucaristía es don del Padre (vv. 32-33) El pan de vida es
la “carne del Hijo del Hombre” (vv. 48. 51) El Espíritu es el que da la
vida y eficacia salvífica al pan (vv. 63; cfr. 1Jn. 5, 6-8). El efecto de la
Eucaristía es introducir en la vida trinitaria (vv. 56-57; cfr. Jn. 17, 21).

• Algunos testimonios no canónicos:


Didajé – Los capítulos 9 y 10 presentan cuatro oraciones de género
eucarístico. Todas se dirigen al Padre; subrayan la mediación de Jesús.
Concluyen con la misma doxología.
IX “Con respecto a la eucaristía así darán gracias: 2. Primero sobre el
cáliz: Te damos gracias Padre nuestro, por la santa viña de tu siervo David,
que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria por
siempre, 3. Y sobre la fracción del pan: Te damos gracias, Padre nuestro,
por la vida y el conocimiento… 4. Como este pan partido estaba disperso
sobre las colinas, así sea una tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu
reino. Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo para siempre…”.

Clemente Romano (+ 97) – Concluye su carta a los corintios con una


oración de acción de gracias que parece ser un modelo de las anáforas en
Roma en el s. I. Están dirigidas al Padre. Cristo es presentado como
mediador de la alabanza y la Eucaristía.
“A ti, el único que puede concedernos estas y aún mayores bendiciones, te
damos gracias y te alabamos por el sumo sacerdote y director de nuestras
almas, Jesucristo, por quien te sea dada gloria y honor ahora y de
generación en generación, y por lo siglos de los siglos. Amén”.

San Justino (+165) – Describe dos veces la celebración eucarística. Pone de


relieve el ejercicio de presidencia en la Eucaristía, por la cual se ofrece la
acción de gracias al Padre del universo, por medio del Hijo y del Espíritu.
“Mutuamente nos saludamos con el beso (fraternal) cuando hemos
terminado de orar: Después se presenta el pan a aquel que preside y, al
mismo tiempo, el cáliz del agua y del vino. Recibidas por él estas cosas, da
alabanza y gloria a Dios Padre de todos por el nombre del Hijo y del
Espíritu Santo y realiza largamente la Eucaristía o acción de gracias por
aquellos dones que ha recibido. Después que termina las preces y la acción
de gracias todo el pueblo aclama: Amén…” (1 Apología, 65).

Hipólito de Roma (170-236) - En su obra Tradición apostólica, relata la anáfora


más antigua que se conserva; y se advierte que la liturgia estaba pasando de un
período de fórmulas variables e improvisadas, a otro de fórmulas fijas. A partir
de este momento la estructura trinitaria será norma para las anáforas.
“Te damos gracias, ¡oh Dios!, por tu bienaventurado Hijo Jesucristo, a quien
Tú has enviado en estos últimos tiempos como Salvador, redentor y mensajero
de tu voluntad. Él que es tu Verbo inseparable, por quien creaste todas las
cosas, en quien Tú te complaciste, a quien envías del cielo al seno de la Virgen
y que, habiendo sido concebido, se encarnó y se manifestó como tu Hijo, nacido
del Espíritu Santo y de la Virgen… Y te rogamos que tengas a bien enviar tu
Santo Espíritu sobre el sacrificio de la santa Iglesia, congregues en la unidad
a todos los comulgantes y los llenes del Espíritu Santo, para fortalecer su fe en
la verdad. Y así te alabamos y glorificamos por tu Hijo Jesucristo. Por Él te
sean dados la gloria y el honor, a ti (Padre) y a ti (Hijo) con el Espíritu Santo
en la santa Iglesia, ahora y por eternidad de eternidades” (Trad. Apos. 4).
La invocación diferenciada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que resuena en
la doxología final, marca las fórmulas doxológicas de los cuatro primeros siglos,
en los cuales se glorificaba al Padre “por” o “con” el Hijo y “por” o “con” el
Espíritu Santo (Justino, Apol. 65.67; y Basilio [+ 379], De Spir.).

De consideración especial es la fe testimoniada de los mártires, como los Padres


Apostólicos, Policarpo de Esmirna (59-155), que en el ofrecimiento de su
martirio hay un tono litúrgico, que debió recoger temas de las asambleas.
Por su parte, en San Ignacio de Antioquía (+ entre 98 y 110), en su “Carta a los
romanos”, expresa que: “Trigo soy de Dios, molido por los dientes de las fieras,
y convertido en pan puro de Cristo (Ad Rom. 4, 1).

c) Los primeros símbolos de la fe


Lo primero fue la experiencia fuente: todo lo que ocurrió alrededor de Jesús,
hasta su pasión muerte y resurrección; luego lo que ocurrió con la comunidad
a partir de Pentecostés: la transformación interior, la alegría, la paz, vida
comunitaria, los dones y carismas; las proclamaciones y alabanzas al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo, así como también las incipientes predicaciones.
Todo fue trinitario desde el principio.
Sin querer multiplicar divinidades -todos los primeros cristianos procedían
del monoteísmo como dogma estricto- llamaban Dios al Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
Más tarde los primeros cristianos comenzaron a pensar en esta experiencia
y revelación nueva de Dios en Jesucristo y a traducir en fórmulas este
acontecimiento.

• Puntos de referencia en el NT
En el Nuevo Testamento hay en abundancia fórmulas de fe, que circularon
aún antes de los mismos escritos canónicos; fórmulas concisas, breves, que
tienen su origen en la predicación de los apóstoles y que constituyeron la
verdadera regla de fe de la Iglesia primitiva.
Las profesiones de fe cristiana plasmadas en fórmulas precisas, breves y
fáciles, nacieron pronto en la Iglesia como una necesidad para presentar lo
esencial del mensaje cristiano en fórmulas bien definidas:

“Yo les he transmitido lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros
pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer
día, según la Escrituras (1Cor. 15, 3-4).

Necesidad también de tipo ritual-litúrgico: antes de recibir el bautismo, los


catecúmenos hacían profesión de fe de la nueva religión a la que se
comprometían.
En Hechos se conserva una glosa antiquísima de profesión de fe bautismal
inspirada en la liturgia paleocristiana:

“Dijo Felipe: si crees de todo corazón, es posible. Respondió él: creo que
Jesucristo es el Hijo de Dios…” (8, 37).

Otra fórmula prebautismal la propone el mismo Apóstol San Pedro en su


primer sermón:
“Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido
Señor y Cristo a este Jesús a quien ustedes han crucificado” (Hech. 2, 36).

Otras fórmulas neotestamentarias trinitarias: Mt. 28, 18; Rom. 1, 3; 1Pe. 3,


18ss; 1Tim. 3, 16; 1Cor. 8, 6; 12, 4-6; 2Cor. 13, 13; 2Tes. 2, 13-14;
La fe cristiana ofrece ya a finales del s. I un perfil bastante preciso y
delimitado, no solamente como cuerpo doctrinal transmitido, sino también
como conjunto de sumarios más o menos convencionales, diversos en estilo,
frecuencia, trasfondo vital y estructura.
Hay formulaciones que tienen una sola cláusula de carácter cristológico,
otras que ofrecen una estructura bimembre al referirse a Dios Padre y a su
Hijo Jesucristo y otras que amplían tríadicamente su estructura al incluir
también al Espíritu Santo.
No parece demostrado que se haya dado necesariamente un proceso
evolutivo de las fórmulas más sencillas a la más complejas, sino que más
bien habrían coexistido simultáneamente y se habrían influenciado de
manera recíproca.
La “confesión de fe” es una sencilla y firme profesión de fe en la verdad
revelada, que originalmente esta ligada al bautismo “en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo”.
La liturgia bautismal paleocristiana ofrece una clara profesión de fe en la
Trinidad. Como lo atestigua la Didajé (supra cap. 7) el bautismo se
administraba en nombre de las tres personas divinas. Se hacía igualmente
una triple inmersión o derramando agua sobre el bautizado. Lo mismo (ver
supra), el testimonio de San Ireneo, quien llega a señalar tres funciones
distintas a las personas divinas a las personas divinas en el orden de nuestra
santificación que se desarrolla en el bautismo.
La hipótesis de una fórmula de fe de origen apostólico, fija en su contenido
y acabada en su estructura, de la cual dependerían todos los credos
posteriores como de su modelo originario, no encuentra mención directa ni
confirmación indirecta en los textos del Nuevo Testamento.
Todo indica que el proceso de elaboración y configuración de lo que pueden
considerarse como núcleos germinales o elementos fragmentarios de credos
posteriores fue tan complejo y diversificado como podían ser las situaciones
vitales de los diversos grupos cristianos. En los textos que nos han dejado,
textos confesantes, queda plasmada su fe, cuya peculiaridad más específica
está relacionada con el acontecimiento Cristo.
De la praxis trinitaria nacen los símbolos bautismales. Los motivos que han
desarrollado estas confesiones trinitarias son: 1) la instrucción catequística
que nace de la praxis bautismal. 2) Los preceptos de la celebración litúrgica,
en la medida en que la liturgia se ve como historia de salvación que consiste
en que los tres nombres divinos, se recuerden los principales
acontecimientos de la historia de Dios y de Cristo. Este aspecto cultual lo
acentúan las doxologías trinitarias que son alabanzas agradecidas a la acción
salvadora del Padre mediante la historia de Jesús y el envío del Espíritu
Santo.
(Sayés, JA., La Trinidad Misterio de Salvación, Ed Palabra, p. 119).

El credo de los apóstoles o symbolum apostolorum


En su forma primitiva se identifica con el símbolo primitivo de fe bautismal
romano, que contiene las verdades de fe fundamentales; sigue las líneas
trinitarias del bautismo. Se trata del sumario de la fe propio de la tradición
romana.
San Ambrosio llama a este símbolo de la Iglesia Roma el “símbolo de los
apóstoles”. No se le da este nombre porque lo hubieran compuesto los
apóstoles antes de separarse, sino porque contiene enunciados de la fe
transmitida por los apóstoles a la Iglesia.
Su estructura es trinitaria. Narra suceso histórico salvíficos y todos ellos se
predican de un único sujeto; Jesucristo Nuestro Señor. Él es al mismo tiempo
el Hijo del Padre y el que nació de María y padeció. Prácticamente se repite
lo que dice la Escritura de Cristo. En cuanto al Espíritu, se limita a profesar
la fe en su persona.
La regla de fe
No es intercambiable con el símbolo bautismal, pero no se oponen. La regla
de fe se configuró en un ambiente de polémica antignóstica y antiherética,
por lo que en la primera antigüedad cristiana era valorada como garantía y
prueba de ortodoxia doctrinal.
La regla de fe surge por la necesidad de proveer a los cristianos de una
fórmula sintética de fe con fines también apologéticos.
La regla de fe la han transmitido los escritores cristianos de lo ss. II y III, y
es una ampliación y paráfrasis del símbolo trinitario bautismal.
La regla era constantemente trinitaria en su estructura, subrayando así la
unidad inherente en la creación por obra del Padre todopoderoso con la
economía de redención, santificación y revelación, tal como se realizaron
por obra del Hijo y del Espíritu Santo.
Hablan de la regula fidei San Ireneo, Tertuliano, Orígenes, Novaciano,
Arístides, San Justino.
San Ireneo de Lyon afirma que, aunque las Iglesias de todo el mundo están
muy distantes unas de otras y a pesar del hecho de que sus miembros hablan
diferentes lenguas, sin embargo, profesan y observan la misma fe. Cada
Iglesia se mantiene fiel a la regla recibida de los apóstoles de Cristo y sus
sucesores, a saber: creer en Dios, el Padre todopoderoso, que creó todo lo
que existe; en Jesucristo, el Hijo, que se encarnó para nuestra salvación, y
en el Espíritu Santo, que habló por los profetas del nacimiento, pasión,
resurrección y ascensión de Cristo, de la resurrección futura, de la
manifestación venidera de Cristo en gloria como justo juez de todos
(Adversus haereses 1, 10,1-2; cf 1, 9, 4; 111, 4,2; IV, 33,7; Demonstratio,
nn. 3-7):

“Veamos entonces, la regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y


aquello que da riqueza a nuestra conducta: Dios Padre, increado que no se
halla contenido, invisible, un solo Dios, creador del universo: tal es el
primer artículo de nuestra fe.
Como segundo artículo: el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, Cristo Jesús,
Nuestro Señor, que se manifestó a los profetas, a tenor del género de su
profecía…
Como tercer artículo: el Espíritu Santo, por cuyo medio profetizaron los
profetas, los Padres supieron lo concerniente a Dios y los justos se
condujeron por el camino de la justicia…” (Demostratio n. 6)

San Justino para hablar a judíos y paganos la verdad cristiana, lo hace desde
la verdad de fe en su triple confesión:

“… nosotros damos culto al Hacedor de este universo… honramos también


a Jesucristo, que ha sido nuestro maestro en estas cosas, y que para ello
nació, el mismo que fue crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que fue
de Judea en tiempo de Julio César, que hemos aprendido ser el Hijo del
mismo verdadero Dios y a quien tenemos en segundo lugar, así como al
Espíritu profético, a quien ponemos en el tercero” (I Apol. 13)

Atenágoras afirma la existencia y unidad de Dios, pero al mismo tiempo,


resalta su Trinidad:

“Porque, así como afirmamos a Dios, y al Hijo Verbo suyo, y al Espíritu,


identificados según el poder, pero distintos según el orden: al Padre, al Hijo
y al Espíritu, emanación como luz del fuego…” (Legación, 24).

Los cristianos no son ateos, así refuta Atenágoras:

¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un


Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestra su potencia
en la unidad y su distinción en el orden?” (Legación, 10)
c) La oración cristiana y las doxologías
La oración
La oración cristiana tiene un rasgo fundamental desde sus inicios: Se dirige
a Dios por mediación de Jesucristo Nuestro Señor.
Jesús mismo enseñó a orar a sus discípulos dirigiéndose a Dios como Padre.
Lo cual equivale a hacerlo en fusión a su acto de eterna y perfecta filiación.
Lo cual solo es posible para los que tienen el Espíritu de Dios (ver Rom. 8,
14-16; Gál, 4, 6).

• Algunos testimonios no canónicos de la oración cristiana en los


inicios
Didajé – Se encuentra una catequesis sobre el Padre nuestro, oración que se
preceptúa rezar tres veces al día. El Padre nuestro sigue al Bautismo y
precede a la Eucaristía. Solo los iniciados pueden llamar ‘Padre’ a Dios, y
ello gracias a Cristo, el único mediador (VIII, 2-3).
Las Odas de Salomón – Ofrecen una oración centrada en el Dios Trinitario.
La oración va dirigida al Padre-maternal (odas 19 y 5); el Hijo es el mediador
tanto de la creación (Oda 16) como de la redención (Oda 5), han sido
realizadas por Él; el Espíritu es la dynamis, está en el corazón de la oración
(Odas 16, 1-5 y 36). Por primera vez se habla de la experiencia nupcial del
alma, como en su tiempo lo hará San Juan de la Cruz (Odas 3 y 28).
Pastor de Hermas – Manifiesta una cristiandad de roma del s. II la que al
autor le parece ya “vieja” a causa de las flaquezas y dudas. El autor insiste
en la presencia del Espíritu para que la oración sea “alegre” y pueda subir
hasta el Padre. La alegría debe caracterizar la oración del cristiano. La
alegría es presentada como un “don” del Espíritu y debe inspirar la oración
para que esta sea eficaz”.
Clemente de Roma – La oración se dirige a Dios “artífice de todas las cosas”;
Cristo se presenta como su enviado y como mediador nuestro ante Él. La
acción de Jesucristo prosigue en la Iglesia gracias al Espíritu Santo (1Clem.).
San Policarpo – La oración de su martirio (+ 155) tiene una estructura
trinitaria: va dirigida al Padre, por mediación del eterno y celeste Sumo
Sacerdote, Jesucristo, “siervo amado”, en la “incorrupción del Espíritu
Santo”.

Las doxologías
Según el Nuevo Testamento, Cristo es siempre y universalmente el mediador
y sacerdote de la nueva alianza. De ahí que desde los primeros momentos la
oración cristiana se dirija al Padre por medio del Hijo.
En este marco se sitúan las doxologías, que tendrán mucha importancia en
el desarrollo de la doctrina trinitaria.
Se trata de un reconocimiento, de los atributos divinos, especialmente de su
doxa. Estas doxologías están presentes en los primeros testimonios de la
oración cristiana. Aparecen con abundancia en las cartas del Nuevo
Testamento. Por ejemplo: Rom. 16, 27; Ef. 3, 21; 2Pe. 3, 18; Ap. 1, 6; 5, 13.
Estas antiguas doxologías expresan igualmente la fe en la Trinidad. La
antigüedad cristiana conoció dos fórmulas: la coordinada: Gloria al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo. Y la subordinada: Gloria al Padre por el Hijo en
el Espíritu Santo.
Las doxologías pudieron tomarse como argumento para considerar que el
Hijo y el Espíritu como seres intermedios subordinados al Padre. Entonces
el lenguaje litúrgico, todavía sin fijar, pudo favorecer los enfrentamientos
acerca de la verdadera divinidad del Hijo y del Espíritu Santo.
Pero también a la inversa, las aclaraciones teológicas del s. IV tuvieron como
consecuencia la imposición de fórmulas doxológicas yuxtapuestas o
coordinadas, como la fórmula todavía hoy en uso.
Como, de hecho, los arrianos interpretaron subordinadamente la segunda
fórmula, San Basilio la cambió de la siguiente forma: Gloria al Padre con el
Hijo en unión del Espíritu Santo.
En resumen:
Padre, Hijo y Espíritu Santo son mencionados sucesivamente en la práctica
litúrgica y sacramental, en la oración y en las doxologías, y de ese modo se
les pone también en relación a los tres divinos. A partir de esos datos
litúrgicos surgirá la necesidad de poner de relieve y en forma teológica
adecuada la pertenencia a Dios -o al ser divino- del Hijo y del Espíritu Santo.

d) Los carismas
Este tema ya se abordó al hablar de la revelación del Espíritu Santo en el
Nuevo Testamento.
Desde el principio las comunidades cristianas viven bajo la acción y
experiencia del Espíritu Santo. La Iglesia es el campo de su acción. Es el
Espíritu del Padre y del Hijo el que la enriquece con sus dones. Una Iglesia
sin carismas es para San Pablo una pobre Iglesia. Es preciso “aspirar
celosamente” a estos dones. Los carismas se conceden ordinariamente a
todos (1Cor. 12, 7; Ef. 4, 7; pero hay que discernir cuáles son los auténticos
(1Ts. 5, 19-22). La caridad es la virtud básica del cristiano, y es un don del
Espíritu Santo (1Cor. 12, 31-14, 1; Rom. 5, 5). El don de profecía ocupa un
lugar destacado (1Cor. 12, 28; 14, 29ss; 39ss; Ef. 4, 11; Hech. 2, 17. 39; no
tiene nada que ver con predicciones futuras, sino como don de la palabra
para exhortar, iluminar, denunciar, suscitar esperanza.

• Algunos testimonios no canónicos


Didajé – La Iglesia también está conformada por hombre carismáticos, pero
en un clima más templado, sereno y ordenado. Los profetas gozan de una
veneración extraordinaria, superior incluso a los de los episkopoi y diakonoi.
Establece tres criterios para discernir los verdaderos de los falsos profetas:
enseñar lo que enseño el maestro; cumplir lo que se enseña; no aprovecharse
de los demás.
Clemente de Roma – El Espíritu se pone particularmente de relieve en la
obra de los Apóstoles, y se extiende sobre sus sucesores, los obispos. Pero
también ha sido infundido a todo el pueblo. El Espíritu penetra los
corazones; ilumina la mente, y congrega la comunidad.
San Justino – Los carismas de “antaño han pasado a nosotros”. Son los
mismos dones que Isaías anunció para el Mesías (11, 1-3). El cristiano recibe
“dones según lo que cada uno merece”. Resalta el don de la inhabitación o
filiación que engloba a todos y que le concede al cristiano “llegar a ser Dios”
según el Salmo 82, 6. Es decir, se trata de la divinización del cristiano (Diál.
124).

Tema 3
La heterodoxia de los inicios cristianos
En los temas anteriores se expusieron algunos elementos que ayudan a ver una
línea continua que sigue la fe cristiana -que es trinitaria desde sus inicios- y que
viene desde Jesucristo, pasa después por los apóstoles; se plasma en muchas
partes del Nuevo Testamento, y se continúa en la Iglesia posapostólica y todo
el periodo anteniceno.
Si embargo, a finales del s. I aparecen interpretaciones heterodoxas del misterio
Cristo, por el lado de los herejes judaizantes, como Cerinto y los ebionitas, que,
a partir de un rígido monoteísmo personal, negaban la divinidad de Cristo. O
como los docetas, también del mismo tiempo, que vienen a decir que Cristo no
tomó un cuerpo real, sino solo aparente. La materia es intrínsecamente mala y,
por tanto, no es posible que Dios se haga verdaderamente hombre.
Ya el Evangelio de San Juan tiene presente a los docetistas al afirmar que el
Verbo se hizo carne (1, 14); o cuando observa que del costado abierto de Cristo
brotó sangre y agua (19, 34). También en sus cartas se observa esta misma lucha
contra los que rechazan la verdad de la encarnación del Hijo de Dios (1Jn. 4, 2-
3; cfr. 1Jn. 2, 18ss).
Se observa en esas posiciones o argumentos heterodoxos elementos que son una
mezcla de razones teológicas derivadas del monoteísmo rígido judío, y también
es patente el influjo de las especulaciones gnósticas que quieren explicar el
acontecimiento Cristo, desde esa visión. De manera que las explicaciones de
Cerinto, de los ebionitas y docetas al misterio revelado dan la impresión de ser
un producto híbrido. Así se entiende que se cuestione la divinidad de Cristo, por
un lado (el judío) y también su humanidad, por otro lado (prejuicio gnóstico); y
se le coloque en consecuencia como un ser intermedio: ni dios, ni hombre.
Esa heterodoxia es compresible debido a que el mundo donde se anunció la
nueva imagen del Dios cristiano no era un mundo homogéneo ni racial, ni
religiosa ni culturalmente. El cristianismo naciente enfrentó tres ámbitos
culturales y religiosos: el judío; el confuso mundo del pensamiento gnóstico, y
el de la cultura griega.
Hubo judíos que se convirtieron al cristianismo, pero sin cambiar su mentalidad
monoteísta: La confesión de la divinidad de Cristo, de un hombre muerto en la
cruz es inconcebible, y un atentado contra la unidad de Dios. Sería admitir el
politeísmo. Explicar la divinidad de Jesús dentro de ese único monoteísmo va a
ser el principal problema.
Pero también hay otros frentes: los que tienen una formación platónica, que
creen y defienden la trascendencia e incognoscibilidad del Dios supremo,
resulta inaceptable que Dios pueda tomar verdadera carne humana. El
politeísmo helenístico; el monismo o panteísmo emanacionista de cuño
platónico estoico; el dualismo de marca gnóstica.
Entonces el problema en adelante será: conjugar la unidad divina con la trinidad
de personas. Las tentaciones racionalistas se movieron en dos polos: sacrificar
la trinidad de Dios a su unidad; o sacrificar la unidad afirmando la trinidad, pero
con el riesgo politeísta. Lo más común ha sido sacrificar la trinidad de personas
en aras a salvaguardar la unidad de Dios.
Las herejías fueron un estímulo importante para formular con precisión la
doctrina trinitaria. Sin ellas no se entienden las teologías de los padres, sus
reacciones y sus afirmaciones sobre Dios, y más adelante las definiciones
conciliares.
Principales corrientes heterodoxas:

1. Monarquianismo
El monarquianismo salva la unidad de Dios, pero niega la trinidad real de
personas divinas, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Afirma la persona del
Padre. Pero no que el Hijo sea Dios como el Padre.
La paternidad, filiación y espiración no serían verdaderas personas (sólo
nombres); no habría distinción real entre el Padre, el Hijo y Espíritu Santo.
Fue Tertuliano quien agrupó diversas corrientes heréticas con el nombre de
monarquianismo por su rasgo más característico: la afirmación de que no existe
más que un solo Dios, un solo monarca, una sola persona que ahora se llama
Padre, Hijo o Espíritu.
Se suele distinguir dos tipos de monarquianismo:

a) Monarquianismo dinámico o adopcionista


Hacia el año 180 por San Ireneo se conoce la existencia del adopcionismo. Se
llama también modalismo dinámico, en el sentido que propone que Jesús es hijo
adoptivo de Dios, en cuanto que en Él habita la fuerza divina, la dynamis de
Dios.
Este error niega la divinidad de Jesús, lo considera solamente como hijo de Dios
por gracia; de modo que Cristo tendría con Dios una relación análoga a la que
la gracia realiza en los demás hombres.
Este error comenzó con Cerinto y los ebionitas. Para estos Jesús no sería más
que un nudus homo (mero o simple hombre).
Algunos representantes monarquianos son Teodoro o Teodoto de Bizancio;
Artemón y Pablo de Samosata, Obispo de Antioquía.
Para Teodoto, Cristo sería un hombre común nacido de la Virgen María, quien
fue dotado de la dynamis divina al descender el Espíritu sobre Él en el Bautismo;
esto lo habría convertido en un hombre superior, pero nada más. Incluso algunos
teodotianos, dicen que Cristo recibió su divinización en la resurrección.
El Papa Víctor I (189-198) condenó la herejía de Teodoto. Y el Papa Ceferino
hizo lo mismo con Artemón. Pablo de Samosata fue destituido como hereje el
año 268 por un sínodo de Antioquía.
Para Eusebio de Cesarea, Leoncio de Bizancio, San Atanasio, y San Juan
Crisóstomo, se conoce al más célebre de los adopcionistas: Pablo de Samosata,
que fue obispo de Antioquía (entre el 260 y 280), para quienes su error sería
cristológico adopcionista.
Pero para Epifanio de Salamina se trataría de una especie de modalismo, es
decir, de no reconocer en el Hijo y el Espíritu Santo propia subsistencia
personal.
Pablo de Samosata habría enseñado que Cristo no es verdaderamente Dios, sino
sencilla y simplemente hombre. Negaba que Cristo fuera el Hijo eterno del
Padre. Afirmaba que el Logos no era más que una propiedad y una fuerza divina
impersonal que habría sido entregada a Cristo para que lo guiara.
El Hijo y el Espíritu serían, para Pablo de Samosata, sólo fuerzas divinas,
identificadas con una única persona. Utiliza el término homoousios para dar a
entender que el Logos no es una hipóstasis distinta del Padre, sino que forma
con el Padre una esencia indiferenciada. El término calificaría la identidad de
personas: el Padre y el Hijo es la misma persona, el único ser divino.
El adopcionismo presupone un movimiento diferente al de la encarnación: no
es Dios el que se hace hombre, sino que es el hombre el que es elevado a una
cierta condición divina; y entonces Jesús no es realmente Dios.

b) Monarquianismo modalista (llamado también modalismo,


sabelianismo, o patripasianismo)
Para el monarquianismo modalista Cristo sería uno de los modos con que Dios
puede presentarse. Cristo no es un subsistente distinto del Padre, sino un modo
distinto de manifestarse el Padre.
En general para el modalismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no serían
tres realidades en sí mismas, sino solo tres modos de hablar, tres modos de
manifestarse el único Dios. Solo hay una persona (la del Padre), que se
manifiesta a veces como Hijo y a veces como Espíritu. La Trinidad se reduciría
a tres rostros, tres aspectos, tres modos, tres nombres.
Para referirse a estos nombres, Sabelio utilizaba el término griego prosopon en
su sentido etimológico de máscara, que en latín equivale a “persona”. De este
modo, Dios
Algunos exponentes del modalismo trinitario son: Noeto de Esmirna, Práxeas,
de Asia Menor; estos se refieren expresamente a la identidad del Padre y al Hijo,
sin mencionar al Espíritu Santo. Y Sabelio, que es el principal representante, -
de donde se le conoce a esta herejía como sabelianismo- aplicó esta doctrina
errónea al Espíritu Santo.
Entonces Sabelio enseñó que en Dios hay una sola hypostasis y tres prósopa
(prósopon = máscara de teatro, papel de una función), conforme a los tres
modos distintos con que se ha manifestado la divinidad.
Noeto y Práxeas llegan a afirmar que es el Padre quien se encarna y es Él mismo
quien padece la cruz. Por esta razón a esta herejía se le conoce como
patripasionismo (patris passio)
Sabelio será excomulgado por el Papa San Calixto en el año 220; y el Papa San
Dionisio (259-268) condenó de manera definitiva la herejía.
Para el modalismo, Dios obraría, pues, como Padre en la creación, como Hijo
en la encarnación y muerte, y como Espíritu Santo que santifica y da vida en la
Iglesia. P. H. ES. Serían tres modos (modalismo) de manifestarse la misma y
única persona divina.
Sabelio habla y acepta una trinidad en Dios, pero esta trinidad no es real en sí
misma, sino una simple apariencia manifestativa.
El modalismo, pues, está opuesto directamente a la dimensión salvífica trinitaria
tal y como es confesada en el bautismo.
Contra Práxeas escribió Tertuliano. Y contra Noeto escribió Hipólito.
El Magisterio reaccionó antes que los teólogos condenando estas negaciones
trinitarias [Dios uno y trino, Mateo-Seco p. 198].

2. El desafío del gnosticismo


Gnosis significa “conocimiento”. En los movimientos religiosos paganos de lo
ss. I y II y en las sectas cristianas penetradas por este pensamiento el término
significa “conocimiento religioso”; “conocimiento salvífico”.
Ese conocimiento salvífico era accesible a unos pocos, es decir, a lo iluminados
(a quienes propiamente se les denomina “gnósticos”). Desde la creencia
gnóstica, la Trinidad, la creación, pecado, redención, todo debe ser repensado
de nuevo para el uso del pequeño grupo de “iniciados”. Pero no se puede hablar
de un solo sistema gnóstico; hay variedad de gnosticismos.
Las sectas gnósticas fueron un auténtico peligro para la fe trinitaria,
especialmente por lo complejo e intrincado de su pensamiento, de sus ideas
religiosas y especulaciones en la cuestión del misterio de Dios.
San Ireneo e Hipólito comparan el gnosticismo a la hidra (leyenda griega),
monstruo marino de nueve cabezas, que por cada cabeza cortada surgían dos
nuevas.

2.1 Sincretismo, de aquí y de allá


La gnosis, por supuesto, es anterior a la aparición del cristianismo, y tiene como
característica ser un movimiento sincretista.
El gnosticismo es el resultado de una extraña mezcla donde desembocaron
doctrinas y religiones orientales, elementos de la filosofía griega, de la cultura
religiosa judía, también tomó ropaje del naciente cristianismo. Todo este mundo
complejo de pensamiento y de ideas religiosas se designa con el nombre de
gnosticismo.

“Las religiones populares como las ideas filosóficas se penetraron


mutuamente: se intercambiaron nombres, imágenes, figuras, y mitos o
interpretaciones del origen del cosmos, de la purificación, del pecado y del
perdón. Todo anda mezclado y malinterpretado por los hombres cultos, tan
escépticos como ansiosos de religión, o burdamente materializado por el
pueblo supersticioso”.
(J. Lortz, Historia de la Iglesia, Cristiandad, Madrid, t. I, p. 112)
En el trasfondo del pensamiento gnóstico hay un esquema general neoplatónico
que comparte toda la cultura del tiempo. Es un sistema dualista radical: Dios y
mundo; alma y cuerpo; bien y mal tienen su origen en dos principios totalmente
diferentes.

Para tomar en cuenta


• De la filosofía griega el gnosticismo recibió su elemento especulativo.
• Del neoplatonismo tomó la especulación sobre la redención y los
mediadores entre Dios y el mundo.
• Del neopitagorismo heredó un misticismo naturalista.
• Del estoicismo, el valor del individuo y el sentido del deber moral.
• Del judaísmo, las especulaciones apocalípticas.

2.2 Algunas de las principales ideas del gnosticismo


• El hombre tiene su origen en Dios y a Dios tiene que regresar. El
gnosticismo manifiesta ansias de redención y de inmortalidad.
• Entre Dios el mundo material se da una oposición total. Los gnósticos
admiten dos principios eternos, uno bueno y otro malo. El hombre es un
compuesto de amos principios.
• El mal se explica como una degradación que comienza en la divinidad.
• Dios es ajeno al mundo, no puede entrar en contacto con él sino a través
de seres intermediarios. En consecuencia: el mundo no es creado por Dios
porque el mundo es una degradación de la divinidad, su hacedor es un
demiurgo.
• El Dios del Nuevo Testamento no pudo haber creado la materia. Esto
corresponde al Dios del Antiguo Testamento, que sería un eón o
demiurgo que elaboró la materia en la forma actual del mundo.
• El hombre, que propiamente consiste en el alma, o en una chispa del
espíritu o de la divinidad, ha tenido “una caída”; se ha encarnado,
materializado. Se separó de la esfera de Dios y se ha enmarañado en la
materia.
• Pero queda en el hombre una posibilidad de ascender hasta Dios huyendo
de la materia, mediante la ascesis o liberación total y el conocimiento. La
salvación consiste en la liberación de la materia (que es mala),
reconduciéndose a la esfera del Dios bueno).
• La salvación del hombre se coloca en el conocimiento, o mejor aún en el
autoconocimiento: el hombre se salva por tomar conciencia de su
parentesco con la divinidad, y por lo tanto de que él es superior al mundo.
Pero hay una especie de determinismo, una división entre hombres:
materiales, psíquicos y penumáticos. Solo por los espirituales o psíquicos
se encarnó y murió Cristo para liberarlos de la materia.
• El gnóstico está convencido de estar salvado, porque cree tener un
conocimiento perfecto de quién es él. Tal conocimiento es recibido por
la iluminación de una experiencia interior. Así el gnóstico descubre su
origen divino, despierta del sueño que lo tiene sumido en la materia.
• En la gnosis (herética-cristiana) entra la función de un mediador que
corresponde a un ser celeste que se llama Cristo (un eón, ser celeste muy
inferior a Dios, y que no conoce a Dios). Sería una especie de ángel que
baja para salvar de la materia a los hombres.
• Ese intermediario no puede él mismo encarnarse; tomó un cuerpo
aparente (docetismo). No fue hombre, sino solo apariencia de hombre. O
bien, ese eón, bajó sobre el hombre Jesús en su bautismo, y luego lo
abandonó en la cruz (Cerinto)
• Jesucristo, de una forma u otra, en la visión gnóstica no puede ser Dios,
sino una fuerza divina.
• La divinidad la entienden los gnósticos como un proceso de emanación
de eones en los que se va degradando la divinidad misma. Esta idea que
no tiene nada que ver con la doctrina trinitaria que no puede entenderse
como ‘teogonía’. El Hijo y el Espíritu Santo proceden del Padre, pero no
emanan de Él en sentido gnóstico de una degradación del ser divino.
2.3 No se puede fusionar fe cristiana y gnosticismo. Líneas para una crítica
Los gnósticos cristianos pretendieron elevar el cristianismo del nivel de la fe al
de una reflexión racionalista o de ciencia, aunque de hecho incurrió en una
seudociencia en línea mitológica.
El gnosticismo es una doctrina que absorbe la revelación divina para hacer de
ella una filosofía religiosa, lo cual destruye la esencia misma del cristianismo.
La visión gnóstica de la divinidad es opuesta a la revelación y doctrina trinitaria
conocida por el sacramento o economía de salvación, tal y como fue recibida,
predicada, profesada y celebrada desde los tiempos de los apóstoles.
En la visión gnóstica hay un desprecio del mundo y en consecuencia por la
encarnación. El gnosticismo subvierte el misterio de Dios y de la salvación que
ofrece en Cristo mediante su encarnación, pasión, muerte y resurrección.
Frente a la degradación del ser divino de la visión gnóstica -con sus sistemas de
eones- los primeros autores cristianos tuvieron que defender la fe original
cristiana en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; la igualdad divina de los tres;
afirmando que son tres y que no son más que tres.
El dualismo de los gnósticos fue un prejuicio intelectual que impidió tomar en
cuenta en serio la historia de la salvación, y captar que esta historia es
esencialmente acción trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Algunos autores connotados que intentaron presentar la verdad cristiana en el
sentido erróneo de la falsa gnosis fueron:
Basílides
Valentín
Marción
Cerinto
Heracleón

A los gnósticos refutan en sus escritos autores cristianos como


• Ignacio de Antioquía, afirmando y mostrando que Cristo es verdadero
Dios y verdadero hombre. Se opone a gnósticos y docetas.
• Ireneo de Lyon, quien dirige todo el libro IV de Adversus haereses contra
Marción.

3. El subordinacionismo arriano
En la comprensión del devenir intratrinitario se habla de que en la Trinidad
existe un orden, una ordenación, o relación de procedencia del Hijo y del
Espíritu Santo con respecto del Padre. El Padre no procede de nadie. Es el
principio sin principio. El principio del Hijo y del Espíritu Santo.
Pero tal ordenación no puede entenderse como subordinación ontológica. Cada
una de las personas divinas son iguales en todo, pues cada uno de ellas es Dios.
Negar que el Hijo es igual al Padre equivaldría a negar su perfecta filiación, y
en consecuencia negar la perfecta paternidad del Padre.
El subordinacionismo propiamente dicho (es decir, el herético) es aquel que
afirma una subordinación ontológica entre las divinas personas. Sostiene que el
Hijo y el Espíritu Santo son inferiores al Padre.
Quienes sostienen el subordinacionismo trinitario se apoyan en textos de la
Escritura del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento colocando a Jesús
en un rango de inferioridad en su ser respecto del del Padre, pero se ignoran
otros textos donde se afirma su cabal y absoluto rango divino.
A diferencia del modalismo, el subordinacionismo admite tres personas
distintas en Dios, pero se niega a conceder a la segunda y tercera persona la
consustancialidad con el Padre, y, por tanto, la verdadera divinidad.

3.1 Arrio y su doctrina


Es el máximo exponente del subordinacionismo. Este personaje nació en Libia,
y fue ordenado sacerdote en Alejandría en el 312. Murió con Constantinopla en
el 336. Su doctrina herética niega la divinidad del Verbo, y dominó todo el s.
IV. Para él, el Verbo es de una naturaleza inferior al Padre. Solo el Padre es
eterno y solo Él es Dios, pues solo Él es ingénito y sin principio.
Enseñó que el Logos no existe desde toda la eternidad. No fue engendrado por
el Padre, sino que fue hecho (poiema), es decir, una criatura sacada de la nada,
una obra del Padre, antes que todas las demás criaturas.

“El que es sin principio estableció al hijo como principio de las criaturas y,
después de haberlo creado, lo adoptó como hijo. Este no tiene nada, según su
sustancia particular, que sea propio de Dios. De hecho, no es ni igual ni
consustancial a Él… El Padre es extraño al hijo en cuanto a la esencia, porque
es sin principio”.
(Atanasio, Oratio contra Arr. 5)

Arrio negó la existencia eterna del Hijo, pero también la eterna paternidad del
Padre. Según Alejandro, Obispo de Alejandría, Arrió enseñaba que Dios no
siempre ha sido Padre y que no siempre existió el Verbo de Dios, sino que
existió de la nada. Porque Dios hizo de la nada al que no existía. Por eso alguna
vez no existía. Así que el Hijo es criatura y cosa hecha.
Para Arrio, el Hijo es, por esencia, desigual al Padre (anomoios; de ahí la
denominación de anomeos que se les dio a los propagadores de esta herejía),
mudable y capaz de perfeccionamiento.
El Hijo no es Dios en sentido propio y verdadero, sino en sentido impropio, en
cuanto Dios lo adoptó como hijo en previsión de sus méritos.
Para Arrio entre crear y engendrar no hay distinción, ambos términos los
entiende como “hacer”, “producir”.
Para Arrio la concepción de la naturaleza divina es muy limitada, por eso para
él es imposible la generación de Dios, es decir para él es imposible que en Dios
se dé una generación real. Argumenta que Dios es eterno y tiene que ser ingénito
(no engendrado) (aggénetos); porque el engendrado es posterior al que
engendra y, por ello posterior al engendrante. Si el Verbo es engendrado, en
consecuencia, no es eterno. Un engendrado no puede ser Dios en sentido real.
Una generación en el seno de la divinidad comportaría división en Dios mismo.
Tampoco pueden ser dos ingénitos porque entonces existirían dos dioses.
Entonces a Arrio no le queda más solución que afirmar que el Verbo es una
producción ad extra del Padre, es decir, una criatura excelente, pero finalmente
criatura hecha por el Padre en vistas a la creación del mundo.
Arrio fue incapaz de trascender la generación material; para él admitir una
generación en el seno de la divinidad comportaría la división de Dios mismo.
El Verbo no ha sido engendrado de la sustancia del Padre, porque esta es
indivisible e inparticipable. Por esto no puede comprender y no acepta que el
Hijo es engendrado de la sustancia del Padre.
El argumento arriano es racional y muy simple: Dios no es engendrado; el
Verbo es engendrado, luego no es Dios.
El Padre es el único ingénito y, por tanto, es anterior al Verbo, pues de lo
contrario habría dos ingénitos sin principio, lo que repugna y es contrario a la
unidad divina.
Si Arrió habló de la “generación” del Hijo, lo hizo para mitigar sus afirmaciones
más escandalosas, pero sigue considerando esa “generación” como creación o
producción exógena.
Arrio se apoyaba en textos de la Escritura, por ejemplo, en Jn. 14, 28 donde
Jesús se declara inferior al Padre: “El Padre es mayor que yo” (ver también:
Jn. 17, 3; Mc. 10, 18). O lugares donde Jesús aparece como sujeto de pasiones
y de ignorancia (ver Mc.13, 32; Jn. 11, 33).
Otros textos de la Escritura donde según Arrio se justifica que el Verbo es una
“creatura”: Col. 1, 15; Heb. 3, 12; 1, 4; 1Pe. 3, 15; Hech. 2, 36;
Y también en el Antiguo Testamento donde se habla de la Sabiduría: “Desde el
principio y antes de los siglos me creó” (Eclo. 24, 14). También Prov. 8, 22.
[Mateo-Seco, Lucas, Dios Uno y Trino, p. 24, 14].

3.2 Líneas para una crítica del arrianismo


Parece que Arrio, plantea la relación Padre-Hijo exclusivamente desde el
terreno manifestativo (económico), y no alcanza a profundizar en que las
relaciones entre el Padre y el Hijo, relaciones que más allá de su ‘economía’,
son relaciones inmanentes en el seno de la divinidad.
[Mateo- Seco, Dios Uno y Trino, pp. 204-205].
La gran dificultad de Arrio es entender la naturaleza de Dios y de que en su seno
se dan relaciones reales inmanente, eternas, antes de todo tiempo y antes de su
manifestación o comunicaciones salvíficas.
Como consecuencia del pensamiento arriano no hay una Trinidad real, pues los
nombres Padre e Hijo no serían de hecho nombres que puedan aplicarse a Dios
en sentido propio.
[Mateo- Seco, Dios Uno y Trino, pp. 206ss).
Arrio niega una Trinidad real porque no puede sostener la igualdad sustancial
de las tres personas divinas. Acepta tres personas en Dios, pero solo una de ellas
es verdadero Dios, este es el Padre, el único ingénito, sin principio, innacido.
El Verbo al ser engendrado por el Padre, ha recibido el ser, y por tanto no puede
ser Dios en sentido estricto. Puede llamar al Verbo Dios, pero por “gracia”, no
por naturaleza.
El subordinacionismo de Arrio es la herejía cristológica y trinitaria más dura
que la Iglesia enfrentó en el s. IV. Su éxito se explica por el hecho de presentar
una fe “racionalizada”, al gusto de la cultura ambiental y la simbiosis que se da
entre la posición de Arrio y el pensamiento griego.
El arrianismo es el caso típico de cómo la herejía está condicionada por
precomprensiones filosóficas, un pensamiento preocupado por seguir la
filosofía y cultura del tiempo, más que la fe anunciada, más que el intento de
ser fiel a la verdad revelada.
En la perspectiva cristológica de Arrio hay una reelaboración del demiurgo
platónico: Cristo ha sido creado como intermediario entre Dios y el mundo y
como instrumento de los demás seres. Creado antes de los seres, el Verbo creó
el mundo.
Según el pensamiento arriano, no hay encarnación, sino que el hombre por
gracia, queda divinizado.
No hay redención, pues la salvación no está realizada por el Dios hombre, sino
que queda reducida a un influjo psicosocial.
El arrianismo es la reducción del misterio de Cristo a una visión platonizante,
reducido a demiurgo de la creación.
Arrio satisface la exigencia intelectual de su tiempo, pero renuncia a la novedad
del Dios de Jesucristo, el escándalo y novedad cristiana que chocó frontalmente
con todo lo conocido cultural y religiosamente por el mundo antiguo: el anuncio
de la salvación realizada por Jesucristo por su encarnación, muerte y
resurrección, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo del hombre.
[Sayés, José Antonio; La Trinidad Misterio de Salvación, Palabra, pp. 147-148]

Tema 4
Primeras teologías trinitarias

Como respuesta a las herejías, a la necesidad de la catequesis bautismal y de la


predicación en los contextos culturales religiosos y filosóficos del tiempo,
comienzan su desarrollo las primeras teologías cristianas. Se trata de exponer la
fe ante los cristianos y los no cristianos.
Los primeros teólogos cristianos tienen el reto de exponer la novedad del Dios
cristiano sobre dos pilares irrenunciables: por un aparte que Dios es uno y único;
y por otra parte su unidad no es la de un ser que está solo, sino que en sí mismo
es comunión de personas.
El reto es mostrar que la unidad divina no queda amenazada por la confesión de
la divinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo; y se debe mostrar que confesar al
Padre, Hijo y Espíritu como Dios, no equivale a multiplicar los dioses, sino las
personas.
Se trata de responder y superar el rígido monoteísmo hebrero, sin caer en el
politeísmo como pluralidad de dioses separados; sino que Dios es en sí distinto,
en quien se da la pluralidad real de personas, con una distinción que presupone
su unidad y está finalizada en ella.
Emerge al interior de la fe cristiana la forma nueva y original de presentar y de
hablar del Dios revelado por Jesucristo y la solución al problema trinitario
fundamental de la unidad de Dios y su tripersonalidad esencial. La relación
entre unidad y multiplicidad.
En el s. II se abre una nueva etapa para la fe que cristiana. Ante el mundo pagano
con su filosofía y su complejo pluralismo religioso, la Iglesia tiene una doble
tarea: conservar íntegro el depósito de la fe recibido, y lanzada en misión al
mundo grecorromano, siente el deber de adaptar este mensaje a las nuevas
circunstancias históricas y culturales. Esta fue la tarea de los padres apologistas.
Los apologistas son puente entre la sinagoga y el mundo grecorromano que será
el solar de la Iglesia a partir de entonces.
Entre estos escritores teólogos están San Ireneo de Lyon (+ 202]; Orígenes
(185-254/255); Tertuliano (160 - +220-230); San Justino (+163-167); Taciano;
Teófilo de Antioquía; Atenágoras.
El tono de estos escritos es marcadamente apologético o de defensa de los
cristianos que estaban cada vez más presentes por todo el imperio, y que eran
acusados de ser un peligro para el estado.

“Los apologistas, por las exigencias de la polémica con el paganismo y con la


gnosis, fueron los primeros en emprender la tarea de articular más
estrictamente y de llevar a cabo el primer desarrollo conceptual del material
contenido en la Escritura y en la vida de los creyentes. Su postura tuvo que ser
defensiva. Esto impidió una exposición completa del misterio fundamental
cristiano e hizo que su reflexión permaneciera orientada hacia la aplicación de
la filosofía y de los modelos mentales helenísticos. Con ello quedan ya
indicados el alcance y los límites de los intentos que los apologetas llevaron a
cabo para explicar la verdad trinitaria”.
(Mysterium Salutis, II/I, p. 193)
El problema central será la defensa del credo trinitario. Problemas como la
divinidad de Cristo, su igualdad con el Padre, su relación con el Espíritu Santo;
la armonía y continuidad de los dos testamentos; la vocación de Israel; la
salvación de los gentiles, estarán en primer plano.

4.1 San Justino, primer teólogo.


Su vida y su obra transcurren en el s. II. Se conservan tres obras auténticas
suyas: “El diálogo con el judío Trifón”; y “Apología I y II”.
Platón ejerció una profunda influencia en su vida. Sin embargo, no quiso hacer
una síntesis de platonismo y de cristianismo. Para San Justino, la verdad es una,
la cristiana, con la que Platón se encuentra de acuerdo.
Dios no se ha revelado únicamente a Israel, sino a todos los hombres que
sinceramente que sinceramente han buscado la verdad. Por medio de Cristo
Dios nos ha revelado su verdad a todos los hombres.
Por eso, todos los hombres que vivieron según la razón, fueron cristianos;
Sócrates y Platón, Moisés y Elías… De este modo, Justino elabora la historia
del espíritu humano en busca de la verdad, que es la historia de la búsqueda de
Dios por el hombre, cuya grandeza se muestra en la filosofía y que se ve
condensada en Cristo y realizada en Él.

Algunas líneas de su explicación trinitaria:


• San Justino ve los principios de la revelación trinitaria ya desde el
Antiguo Testamento.
• Parte y resalta la trascendencia del Padre: es trascedente e incognoscible.
Obra por su Logos, primero como creador y encarnado después en
Jesucristo.
• El Padre es el único sujeto divino absoluto; sólo a Él le corresponden las
ideas platónicas de infinitud, la invisibilidad y falta de nombre, por lo que
es imposible que el Padre se manifieste. De aquí la necesidad del Logos,
al que vincula San Justino con el obrar de Dios en el mundo.
• Habla de la generación del Logos en la creación; el Verbo siempre ha
estado con Dios como una fuerza inmanente y personal de Dios. Es el
mismo Hijo de Dios engendrado por el Padre.
• Mantiene la divinidad del Logos frente a su negación judía y de los
monarquianos.
• Liga la generación del Logos a la creación, en el sentido de que el Verbo
habría venido a la existencia cuando Dios creó todas las cosas por su
medio.
• Pero esa explicación de San Justino no es afirmación de que el Verbo sea
una creatura. El Verbo está en Dios antes de las creaturas.
• Que la generación del Logos esté ligada a la creación, manifiesta su
subordinación respecto del Padre, como Dios que se manifiesta (El Padre
no se manifiesta). Pero que el Verbo sea generado e emitido según el
pensamiento de Justino -explica J. N. Kelley- no significa separación
alguna entre el Padre y el Hijo. “Es como un fuego que se enciende de
otro fuego, sin que el segundo disminuya al primero”.
• Justino dice que el Verbo “estaba con Él (Padre) antes de todas las
creaturas, y con Él conversaba el Padre”.
• Afirma categóricamente a Jesús como Hijo primogénito de Dios y por
tanto debe ser adorado: “nosotros adoramos y amamos a Dios, al Logos
que procede del Dios ingénito e inefable; pues Él por amor nuestro se
hizo hombre”.
• Sobre el Espíritu Santo, como en todos los demás apologetas, no ocupa
demasiado su atención temática.
• Sin, embargo, al Espíritu se le atribuye la iluminación de los profetas,
pero no adquiere aun la debida consideración en el seno de la Trinidad.
Aparece un tercer lugar como un ser premundano.

4.2 San Ireneo. Unión entre economía e inmanencia


Es de Asia Menor (Esmirna). Fue obispo de Lyon. Destaca su obra “Refutación
y desenmascaramiento de la falsa gnosis”, más conocida como Adversus
Haereses. “Demostración de la predicación apostólica”, es una segunda obra de
San Ireneo. En ellas el interés es defender la doctrina cristiana de cara al
gnosticismo, clarificando la economía salvífica trinitaria.
Frente a las doctrinas gnósticas, sumamente especulativas y racionales, opone
San Ireneo la verdad de la predicación apostólica; la doctrina de los apóstoles;
la fórmula del bautismo; “la regla de nuestra fe”; los “tres artículos de nuestra
fe”. Para él ésta es la verdadera gnosis, la que han transmitido los apóstoles de
la Iglesia. Es el criterio para conocer la recta de la errónea doctrina.
Lo que le interesa a nuestro autor es la fe que procura la salvación y que la han
transmitido los presbíteros, discípulos de los apóstoles: “La fe apostólica
atestiguada por la Iglesia es en un solo Dios Padre todopoderoso, creador del
cielo y de la tierra, en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, y en el Espíritu”.
Como obispo, San Ireneo busca reafirmar la tradición de la Iglesia. No le
interesan las especulaciones de los filósofos, cuyas doctrinas pueden ser
seductoras, pero carecen de autoridad divina.
Su preocupación es saber qué es lo que hay que creer, y para ello es preciso
remontarse hasta las enseñanzas de los apóstoles.
(Cfr. Arias Reyero, M., El Dios de nuestra fe, CEM, pp. 238. 242; Sayés, J. A.;
La Trinidad, Misterio de Salvación; Palabra, p. 137))

Partiendo de la fe concreta, de los testimonios bíblicos, San Ireneo penetra con


devoción y unción en la investigación de la Trinidad como es en sí misma, desde
toda la eternidad.
En ese trabajo se muestra cauteloso, reverente, no quiere hacer conjeturas sobre
como el Hijo procede del Padre; no explica las relaciones originales entre el
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Limita su trabajo teológico en el nivel económico.
Intenta una concepción trinitaria bíblica y económico-salvífica centrada en la
revelación.

Algunas líneas de su explicación trinitaria


• San Ireneo destaca la absoluta unidad de Dios, frente a Marción, que
admitía dos principios, dos “dioses”: el de Antiguo Testamento,
justiciero, riguroso, que impone una ley; y el Nuevo Testamento, Dios
del amor y de la misericordia.
• Contra los gnósticos, San Ireneo dice que:
“…la fe en un solo Dios, Padre todopoderoso, que ha hecho el cielo y la
tierra y el mar y todo lo que contienen, y en un solo Cristo Jesús, el Hijo de
Dios, que se encarnó para nuestra salvación, y en el Espíritu Santo, que ha
proclamado por los profetas, las “economías”…”
(Adv. haer. 1, 10)
• Véase que, San Ireneo pone el acento en la unidad del Padre, del Hijo y
del Espíritu. También resalta la unidad de la Iglesia, unidad de la fe, de
la historia. Todo contra los gnósticos que defendían la existencia de dos
dioses; la multiplicación de seres en Cristo y el Espíritu, la multiplicidad
de sus grupos y de sus creencias.
• Por otra parte, afirma con toda claridad la existencia eterna del Hijo y del
Espíritu Santo, así como su divinidad, aunque no haga hincapié en su ser
personal. No se detiene a discutir las relaciones de las tres personas en
Dios, pero está convencido de su existencia, y lo plantea desde la visión
histórico-salvífica de Dios: El Padre que nos salva por su Hijo y su
Espíritu:

“El bautismo… nos otorga el nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su
Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que llevan el Espíritu de Dios son
conducidos al Verbo, es decir, al Hijo; el Hijo los presenta al Padre, y el Padre
les confiere la incorruptibilidad. Así, pues, sin el Espíritu no es posible ver al
Hijo de Dios, y sin el Hijo nadie tiene acceso al Padre, ya que el conocimiento
del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios, se obtiene por medio
del Espíritu Santo (Demons. 7: JV n. 133)

• San Justino pone el acento en la dimensión salvífica de la Trinidad. Lo


que importa es que en la gesta salvadora Dios se revela tal como es: como
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
• Esta acción salvífica del Padre por medio del Hijo y del Espíritu Santo se
encuentra centrada y condensada en la historia de Jesús.
• El Verbo y el Espíritu existían desde toda la eternidad; ambos son las
“dos manos de Dios”, con las que el Padre forja todas las cosas, que le
ayudaron a crear al mundo, y son las “manos” que ayudan a los hombres
a alcanzar la salvación.
• Dios Padre tiene un Hijo, que es Dios como Él, y que procede de Él por
una generación eterna e inenarrable. Es el Hijo de Dios en sentido propio,
no por adopción como nosotros, sino porque tiene naturaleza divina, la
misma naturaleza que el Padre. Por medio del Hijo llegamos al
conocimiento del Padre, es el revelador del Padre:

“Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, es decir, sin que el Hijo
se lo revele; y nadie puede conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. Pero
el Hijo cumple el beneplácito, ya que el Padre lo envía, y el Hijo es enviado y
viene. Y el Padre, aunque para nosotros es invisible e inexpresable, es conocido
por su propio Verbo; y aunque es inexplicable, el Verbo nos lo explica para
nosotros (Cfr. Jn. 1, 18).
(Adv. haer. IV 3-4)

• El Padre y el Hijo tienen un Espíritu que, como ellos, es igualmente Dios.


Los tres existieron desde la eternidad. Las palabras “hagamos al hombre
a imagen y semejanza nuestra”, las interpreta San Ireneo como dichas por
el Padre al Hijo y al Espíritu.
• San Ireneo aplica al Espíritu Santo lo referente a la Sabiduría. La
circulación de la vida divina se origina en el Padre, es recibida por el Hijo
y retorna eternamente al Padre por el Espíritu.
• La recirculación de la vida divina se refleja en lo que Dios hace por
nosotros por medio de su Espíritu al transformarnos en el Hijo, en cuyo
Espíritu tenemos acceso al Padre. El Espíritu comunicado por Cristo es
el que moldea en nuestro interior la imagen del Hijo para hacernos
amables al Padre.
• El Espíritu Santo pertenece a la esfera totalmente divina, distinta de
nuestro mundo y del mundo intermedio de los gnósticos. El Espíritu es
revelador del Hijo, lo mismo que el Hijo lo es del Padre.
• En la plenitud de los tiempos, Cristo ha venido a recapitular todas las
cosas, es decir, a restituir al hombre la imagen y semejanza con Dios que
había perdido por el pecado. El Verbo se hace lo que era su imagen (es
decir, hombre) para imprimirle la semejanza perdida. Por el Verbo visible
se hace ahora el hombre semejante al Padre invisible.
• Una idea muy querida por San Ireneo es esa: que Dios pone su gloria en
la vida total del hombre mientras que el hombre sino del conocimiento
total del Dios: “Gloria de Dios es el hombre que vive y su vida consiste
en la visión de Dios”.
• Aunque como se ve la perspectiva trinitaria de San Ireneo es económico-
salvífica, no obstante, el empleo de términos como ousía (naturaleza),
homoousios (consustancial), hypóstasis (persona), impuestos en el
contexto de la controversia, prepara el desarrollo de la futura teología
ontológica.
Recapitulación:
La Trinidad de San Ireneo: unión entre economía e inmanencia
De inicio se puede pensar inicialmente que el eje articulador de la teología de
San Ireneo es el Verbo Encarnado, pero este se basa en una visión trinitaria, lo
que constituye así el fundamento de todo el pensamiento ireneano.
El acento de la doctrina trinitaria está puesto en las personas divinas y en la
Trinidad económica, pero siempre en una referencia innegable a la unidad
inmanente. No sería correcto aplicar aquí, indiscriminadamente, una división
entre un pensamiento más cercano a la Trinidad económica y otro más acorde a
la Trinidad inmanente. Ireneo, de hecho, no especula sobre lo intratrinitario en
un sentido sistemático, pero su pensamiento y las fórmulas respectivas
manifiestan una inmediatez y una frescura mayores.
Véase lo qué dice acerca de:
1. EL PADRE. Es la fuente de la Trinidad: sus manos son su Verbo y su
Sabiduría, es decir, su Hijo y su Espíritu Santo. Todo lo hace a través de
ellos. Es la fuente de la economía. Es Único y el mismo siempre. Actúa
siempre con su bondad supereminente. Se mueve por su libertad, su buen
deseo, no por una necesidad o caída. El fin de toda la creación y del
hombre es la “visión de Dios”, el Padre. Visión de máxima gratuidad y
plenitud, pues da al hombre la incorruptibilidad, que es una consecuencia
de la participación plena en su gloria.

2. EL HIJO. Es el Verbo del Padre, su Hijo, su mano, a través del cual ha


creado y modelado todo. Siempre ha estado junto al Padre. Es el
revelador del Padre, la realidad invisible que se ve en el Hijo es el Padre,
y la realidad visible en la cual se ve al Padre es el Hijo. La encarnación
del Verbo es el encuentro de Dios y el hombre en la historia, proceso de
amor bondadoso y misericordioso entre Dios y el hombre. Este proceso
comienza en la creación y termina en la consumación final. La
encarnación recapitula y diviniza al hombre a través de la historia de
salvación. Por lo tanto, la encarnación manifiesta claramente junto con
revelar a Dios, la realidad profunda de Dios: donación de sí mismo. Esto
implica al hombre como sujeto capaz de la misma y a Dios como aquel
que se da.

3. EL ESPÍRITU SANTO. Es la Sabiduría del Padre, su mano, por quien


Dios se introduce en la realidad, transformándola desde dentro. Siempre
ha estado junto al Padre. Es el que vivifica, renueva, da vida, santifica,
da crecimiento, acostumbra, es Dios en..., pero no de una manera exterior,
sino como causa interna. El Espíritu continúa la obra del Hijo realizando
la apropiación subjetiva de la salvación

4. EL SER DE DIOS ES SALVÍFICO. Todo el actuar de Dios apunta a la


visión de Él, al contacto con Él de parte del hombre. Y el contacto con
Dios produce en el hombre la inmortalidad, la incorruptibilidad, la
divinización, la filiación adoptiva.

5. ESPECULACIÓN. En un esfuerzo especulativo, podemos descubrir que


desde la economía San Ireneo nos manifiesta la realidad inmanente de
Dios como Principio (Padre), como Imagen (Hijo) y Apropiación
(Espíritu Santo), unidos por su libertad y amor.

6. FÓRMULAS TRINITARIAS. Hay también en la obra ireneana textos


trinitarios densos, que sintetizan magníficamente el misterio trinitario,
tales como: “Aquel que ha ungido es el Padre, aquel que ha sido ungido
es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu Santo que es la unción” y, “el Padre
decide y manda, el Hijo ejecuta y modela, el Espíritu alimenta y da
crecimiento, y el hombre progresa poco a poco hacia la perfección”.

4.3 Tertuliano Quinto Septimio Florencio. Penetración en el abismo


trinitario
Nació en Cartago (160 – 220) en el seno de una familia pagana. Parece haber
sido abogado. Hacia el 197 se convirtió al cristianismo. Fue presbítero de la
Iglesia de Cartago.
Algunas de sus obras son “De praescriptione haereticum”; “De baptismo”;
“De Carne Christi”; “De resurrectione”; “Adversus Praxeam”.
Tertuliano representa la contribución más importante del periodo preniceno en
lo que se refiere a la doctrina ontológica de la Trinidad. Lucha contra el
modalismo, el monarquianismo y el gnosticismo.
Tertuliano es un eximio lingüista, creador de un nuevo lenguaje teológico y
técnico para expresar el misterio trinitario, lenguaje que conocerá fortuna y
llegará a ser clásico en la doctrina sobre Dios en la Iglesia
Es el autor de la palabra consagrada trinitas (Trinidad), para indicar la realidad
tripersonal del único Dios; también del uso el término substancia, para indicar
la unidad de naturaleza en Dios; y para aplicar el término persona, para indicar
lo que es distinto en Dios. Lo distintos en Dios es la persona del Padre, la
persona del Hijo y la persona del Espíritu Santo.

“Trinitas unius divinitatis, Pater et filius et Spiritus Sanctus”.


“Unitatem in trinitatem disponit”.

Tertuliano entiende el término persona en sentido jurídico de “individualidad


responsable”. Los Padres Griegos presentarán resistencia a este término que en
griego porque les parecía inadecuado aplicarlo a Dios, equivale al πρόσωπον,
que literalmente significa «delante de la cara», es decir, «máscara».
Efectivamente, el término «persona», que es la versión latina del griego
prósopon, se prestaba a la sospecha de modalismo, en cuanto que significaba en
su origen la «careta» que se ponía el actor, y podía hacer sospechar que esa
«careta» no tenía una realidad autónoma y concreta, sino que era solamente un
«modo de ser», una determinada «apariencia» del actor mismo que se la ponía
De Tertuliano también es también la fórmula consagrada que expresa la
verdadera fe en el Dios Uno y Trino revelado por Jesucristo: Una substancia,
tres personas.
A esa fórmula también llegaron los Padres Capadocios y San Atanasio: Μια
ουσία τρεις ὑπόστασις.
Dios es uno
Desde el principio queda claro el monoteísmo de Tertuliano. Los cristianos no
son politeístas. Adoran a un solo Dios. Sin embargo, la unidad divina no excluye
el
“sacramento de la economía que organiza la unidad en Trinidad y explica que
el padre y el Hijo y el Espíritu Santo son tres. Tres, sin embargo, no, por
naturaleza, sino por el grado (orden), no por la sustancia, sino por la forma,
no por el poder, sino por la manifestación (specie), pues son de una única
sustancia, de una única naturaleza y de único poder, porque no hay más que un
único Dios, en el cual se distinguen estas diferencias de orden, de forman y de
manifestación que se denominan Padre, Hijo y Espíritu Santo. (Adv. Prax. 2, 4)

Interpretando a Tertuliano se podría decir que la unicidad se muestra


fontalmente en el Padre, pero constituye una unidad de sustancia en cuanto el
Padre entrega la sustancia al Hijo y al Espíritu. En efecto el Hijo y el Espíritu
Santo proceden del Padre, lo que les confiere unidad en la sustancia divina,
siendo la diferencia de grado, es decir, de orden, de origen, cierto orden
progresivo.
En la Trinidad gradus designa el modo como las personas divinas se distinguen
en el interior del ser divino.
Un fallo de Tertuliano quizá sea precisamente que con el término gradus no
queda salvada la igualdad de las personas , manifiesta cierto subordinacionismo,
pero no de fe; sino de inexactitud a falta herramientas teológicas.
Por lo que respecta al uso del término persona en la Trinidad, no lo utiliza en el
sentido de “máscara”, sino de sujeto parlante. En la Trinidad, uno habla al otro.
A los sujetos a los que la Escritura designa con el nombre de Dios, Tertuliano
los llama “personas”, es decir, un individuo existente distintamente, un sujeto
espiritual con autodominio y subsistencia en una sustancia.
Con Tertuliano se da un avance en teología trinitaria, con la terminología
lapidaria de que Dios es una sustancia y tres personas. Queda clarificado y
fijado la unidad de sustancia común a las tres personas y que viene fontalmente
del Padre.
El devenir intratrinitario
Esta unidad de sustancia es un logro decisivo para la posteridad. Y a partid de
esa unidad de naturaleza, Tertuliano, llega a distinguir inmanentemente a las
personas divinas por la diferenciación de origen, (por su circulación trinitaria).
Sin atentar contra la unidad, Tertuliano, explica la tripersonalidad divina con
los conceptos de relación de origen y de procesión; término utilizado por los
gnósticos, pero empleado para señalar la separación del Padre y del Hijo.
Tertuliano emplea el término procesión para mantener precisamente la unidad.
El Padre nunca esta solo; desde la eternidad genera al Verbo, es el Hijo que
procede del Padre, y el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo. En estas
producciones o relaciones de origen, no implica separación en la Trinidad,
aunque sí distinción. Significa que en la Trinidad hay distribución de la unidad,
pero no separación. Aquí esta una analogía a ese misterio que propone el mismo
Tertuliano:

“Dios profirió su Palabra, como la raíz produce el retoño, la fuente el arroyo


y el sol el rayo de luz… Y no tengo reparo en usar estos nombres… porque todo
origen es una paternidad, y todo lo que procede de un origen es engendrado:
mucho más la Palabra de Dios que, además, con toda propiedad recibió el
nombre de Hijo. Sin embargo, ni el retoño se distingue de la raíz, ni el arroyo
de la fuente, ni el rayo del sol, y así tampoco la Palabra se distingue de Dios.
De acuerdo con estas imágenes, confieso admitir dos realidades, Dios y su
Palabra, el Padre y el Hijo del mismo. Porque la raíz y el retoño son dos
realidades, pero unidas; la fuente y el arroyo tienen dos formas, pero no están
divididas; el sol y el rayo tienen dos modalidades, pero están juntas. Todo lo
que procede de otro ha de ser necesariamente distinto de aquello de lo que
procede, pero no ha de estar necesariamente separado. Cuando hay una nueva
realidad hay dos nuevas realidades, cuando hay una tercera, hay tres
realidades. Ahora bien, el Espíritu es una tercera realidad que procede del
Padre y del Hijo, como el fruto es una tercera realidad procedente de la raíz y
del retoño, y el río es una tercera realidad procedente de la fuente y del arroyo,
y el punto de luz es una tercera realidad con respecto al sol y a su rayo. Con
todo, nada queda separado de la matriz de la que recibe sus propiedades.
De esta suerte, la Trinidad procede del Padre en estadios bien trabados y
conexos, sin que la defensa de la condición de su “economía” suponga un
ataque a su realidad monárquica. Profeso la regla de la fe por la que declaro
que el Padre y el Hijo y el Espíritu son inseparados”. (Adv. Prax. 5: JV n. 348)
Este “movimiento” intradivino es así por que la unidad divina no excluye el
“sacramento de la economía”, porque el número y la disposición en la Trinidad
no implica división de la unidad.
Esto es posible porque Dios no es una mónada cerrada en sí misma, sino una
realidad en proceso que constituye una segunda y una tercera persona. Las
personas son distintas, pero no están divididas ni separadas. Este proceso es
eterno, ya que el Padre engendra siempre al Hijo, y el mismo Padre con el Hijo
origina eternamente al Espíritu. En este proceso existe un orden o economía: El
Padre se identifica con la totalidad de la sustancia, el Hijo y el Espíritu Santo
son “porciones” o comunicaciones individuales de ese todo sustancial.
Y sucede que esta Trinidad sustancial desde la eternidad, con la creación, con
la salvación y santificación se puede manifestar ad extra. En otras palabras, La
Trinidad, su “economía interna”, se vuelca en “la economía externa de la
creación y de la encarnación”. (Vives, J., Si oyerais su voz, Sal Terrae, p. 221.
S.).
Tertuliano basándose en la regula fidei mantiene el centro del mensaje cristiano
en la fe en un Dios Uno y Trino, creador del universo, y en un único Cristo que
trae la salvación al mundo y consumará la resurrección y en el único Espíritu
que nos santifica, pero al mismo es el primer teólogo que se ha acercado al
misterio en sí mismo y nos lo ha explicado con unción, profundidad frescura y
belleza.
Para explicar las relaciones de origen dentro de la divinidad, Tertuliano recurre
a la analogía de las dos operaciones psicológicas del alma humana: el entender
y el querer. Un camino de explicación trinitaria que seguirán San Agustín y
Santo Tomás de Aquino.
Tertuliano afirma la divinidad del Hijo diciendo que es de la misma sustancia
del Padre, substantia Patris, que se adelanta al credo niceno.
Y respecto al Espíritu Santo, también es el primero y el único de los padres
anteriores a San Atanasio que afirma de manera expresa y precisa la divinidad
del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios, de la sustancia del Padre, un
mismo Dios con el Padre y el Hijo.

4.4 Orígenes (186-254). El dinamismo de la vida trinitaria.


Nació en Alejandría, de padres cristianos. Es el miembro más eminente de la
escuela catequética alejandrina. Dedicado al estudio de los filósofos griegos y
a las Escrituras Sagradas. Murió en Tiro a consecuencia de las torturas a que
fue sometido durante la persecución de Decio.
Su deseo de martirio y su autocastración son muestra de su empeño por ser
cristiano con todas sus consecuencias
Su obra literaria es amplísima. San Jerónimo le atribuye hasta 800 obras. Pero
buena parte de esa producción literaria se perdió al haber sido considerado
Orígenes entre los herejes.
Es considerado el mayor genio teológico del cristianismo porque con Él la fe
cristiana recibe su formulación orgánica completa.
Entre sus obras teológicas están De pincipiis; Contra Celsum; y el Peri archon,
que es la primer Suma que ha conocido la Iglesia. Un compendio sistemático
de la doctrina eclesial.
Su pensamiento teológico denota: amor y conocimiento a la Escritura; fidelidad
a la fe de la Iglesia, a la “regla de la fe”; enfrentamiento con los errores y herejías
de su tiempo (gnosticismo (Marción), montanismo, modalismo; conocimiento
y aceptación de la filosofía neoplatónica; interés soteriológico y espiritual; un
teólogo que está en búsqueda constante.
Orígenes coincide con el platonismo (y también de algún modo con el esquema
gnóstico) en la idea espiritual que tiene de Dios. Recoge el problema gnóstico
y neoplatónico del origen de la pluralidad a partir de la unidad y su retorno al
uno. Toda la realidad deriva gradualmente desde Dios y su unidad trascendente
a la que retorna al final.
El Logos es el mediador que une a la creación a Dios y al mundo y que, como
“alma universal”, mantiene el orden mundano -la ordenación al uno-. En la
plenitud del tiempo se hizo hombre para comunicar a los hombres lo que había
contemplado en Dios, liberarlos del dominio de los demonios y darles el
ejemplo de un hombre virtuoso. La mediación alcanza su meta, cuando el
Espíritu Santo, que santifica a los creyentes, el Logos lo reúne todo consigo para
entregárselo al Padre, a fin de que el Padre lo sea todo en todas las cosas
(Orígenes, De princ. I, 3, 5s).
Contra la gnosis y el modalismo subraya Orígenes la generación eterna y
puramente espiritual del Hijo, que le hace partícipe de la ουσία (ousia) divina
(Orígenes, In Rom. 7, 17).
Rechaza el modalismo introduciendo el concepto de ὑπόστασις (hypostasis) en
la doctrina trinitaria. Mediante este término declara que la distinción trinitaria
del ser de Dios no puede concebirse como meramente pensada, sino como algo
que se funda en el mismo ser divino y se da desde toda la eternidad.
Influenciado por la cosmología platónica, para Orígenes es Padre es la única
αρχή (principio), plenitud y fuente del ser divino; el Hijo y el Espíritu solo
comparten la vida divina en una forma derivada (Orígenes, De princ. I, 2, 13; I,
3, 8)
Esta concepción monárquica de Dios Trinidad, queda abierta a interpretaciones
subordinacionistas.

Teología Trinitaria
Para Orígenes, la Trinidad es un dinamismo eterno de comunicación que se
origina en el Padre, se comunica al Hijo en la unidad del Espíritu Santo. Dios
no es una realidad cerrada sobre sí misma. Es uno (monas), pero no está solo:
Esta mónada en sí misma es trias o trinitas. Con esta palabra mónada o énada,
-términos pitagórico y neoplatónico- Orígenes quiere expresar la singularidad
absoluta del Dios cristiano.
De la misma manera que la luz emite su fulgor Dios-Padre da origen al Logos
(Hijo). El Padre y el Logos originan también al Espíritu Santo.
Para poner de relieve la eternidad del Hijo de Dios dice que es de la misma
naturaleza o ουσία del Padre (está cercano al término ομοούσιος que va a usar
Nicea). De igual manera integra al Espíritu Santo en la tríada divina, como
persona increada.
Es el primer teólogo que utiliza la palabra ὑπόστασις (hypóstasis) (en el sentido
de persona) para caracterizar a cada uno de los tres divinos como Dios.
La unidad divina y su tripersonalidad no solo se da en el plano cosmológico y
salvífico, sino que esa es la realidad eterna de Dios en su inmanencia inefable.
Con Orígenes quedará superado el modalismo, aunque al acentuar la monarquía
divina, no escapará de una tendencia subordinacionista al poner al Hijo y al
Espíritu Santo en un rango inferior al del Padre.

EL PADRE. Es “el que es”; el ser absoluto e incomprensible. Dios por sí


mismo (autotehós): Se hace comprensible por medio del Logos; e la fuente de
todo ser. Es uno y su naturaleza no tiene partes. Sin principio; es el principio de
la vida y divinidad. Es el único que es bueno, el Bien-en-sí, en sentido propio.
El Hijo es la imagen de la bondad de Dios (eikón agathótetos), pero no el Bien-
en-sí.
El Padre se autodona, por el amor, en el Hijo y el Espíritu.
El Padre no es sujeto de pasiones, pero tiene la pasión del amor que es el origen
de la redención. Es creador de todo. De Él proviene todo bien y todo amor.
La imagen origeniana de Padre es impresionante: Solo el Padre es llamado EL
DIOS; mientras que el Hijo es Dios (de Dios).

EL HIJO. El Verbo, el Hijo del Padre es preexistente. “No ha habido tiempo


en que no existiera. Pero no es hecho, sino nacido. Este nacimiento es eterno,
esta generación no puede ser comprendida, no puede ser representada. Orígenes
habla de la generación del Hijo que procede del Padre como su imagen y
Sabiduría. Es un nacimiento que no supone una división en la naturaleza, sino
que ha sido engendrado a la manera como la voluntad procede de la razón. Es
una emanación espiritual, no una generación material (como podría pensarse en
el gnosticismo). Se trata de una generación eterna. El Hijo no tiene un principio
temporal. No hubo un tiempo en que Él no fuera. El Hijo no sale del Padre como
creación, sino que permanece en Él, incluso en la encarnación. Tampoco se trata
de una adopción. Es Hijo por naturaleza. Es de la sustancia del Padre. Orígenes
acuñó el término que más tarde se usó en la fórmula de Nicea: ὁμοούσιον (τῷ
Πατρί).
El Padre y el Hijo tienen todo en común; son sujetos y objetos de un mismo
amor. La generación del Hijo es eterna y continua; el Padre engendra al Hijo en
todo momento; se identifica con la contemplación ininterrumpida de la
profundidad del Padre que hace al Hijo Dios. El Padre comunica al Hijo
constantemente su divinidad.
No es posible imaginarse al Padre sin el Hijo, a quien identifica con la Sabiduría
del Libro de los Proverbios.
“¿Qué otra cosa podemos suponer que es la luz eterna sino Dios Padre, de
quien nunca se pudo decir, que siendo luz, su Esplendor (Heb. 1, 3) no estuviera
presente con Él? No se puede concebir la luz sin resplandor. Y si esto es verdad,
nunca hubo un tiempo en que el Hijo no fuera el Hijo. Sin embargo, no será,
como hemos dicho de la luz eterna, sin nacimiento (parecería que introducimos
dos principios de luz), sino que es, por decirlo así, resplandor de la luz ingénita,
teniendo a esta misma luz como principio y como fuente verdaderamente nacido
de ella. No obstante, no hubo un tiempo en que no fue”.
(Orígenes, In Hebr. frag. 24, 359; citado en Fuester Perelló, S. Misterio
Trinitario, p. 164)

Quienes estudian a Orígenes, respecto al Logos encuentran dos líneas de


pensamiento, que parecen contradictorias: una que recalca su divinidad; y otra
que coloca al Verbo como “un segundo Dios”.
El Hijo es, sin duda, de la misma naturaleza del Padre. La posee, pero menos
plenamente que el Padre. Está en Él como atenuada, disminuida, porque es
comunicada.
Orígenes, contra los modalistas, trata resaltar, con esta explicación, la distinción
de la persona del Padre y del Hijo. Y trata de entender también cómo la Escritura
presenta al Hijo como inferior al Padre, y por la necesidad de explicar la
necesidad de un mediador de la creación. El Hijo es Dios, pero bajo el Padre.
“Desde el momento en que proclamamos que el mundo visible está bajo el
poder del Creador de todas las cosas, afirmamos que el Hijo no es más
poderoso que el Padre, antes bien inferior a Él”.
(Orígenes, Contra Cels., 5, 39; Ib., p. 164)

EL ESPÍRITU SANTO. La confesión del Espíritu Santo se le impone a


Orígenes como parte de la “regla de la fe”.
“El Espíritu Santo está asociado al Padre y al Hijo en honor y dignidad”; de tal
manera que posee con ellos la “santidad sustancial”. Es un ser intelectual y
existe con propia existencia y no es creado. Orígenes asigna al Espíritu Santo el
conocimiento de las profundidades de Dios y la santificación de los justos.
¿Cuál es la relación del Espíritu Santo en la Trinidad? Orígenes coloca al
Espíritu Santo entre las cuestiones “libres” no resueltas definitivamente por la
Iglesia.
Ciertamente el Espíritu Santo existe desde toda la eternidad con el Padre y con
el Hijo. El Padre es el único sin origen, el Espíritu Santo ha de ser originado. Es
el ser que procede del Padre por medio del Hijo y, por ello, no puede ser
llamado, a su vez, Hijo. Para subsistir individualmente, el Espíritu tiene
necesidad de la mediación del Hijo. Pero el Espíritu es, ciertamente, ὑπόστασις
como el Padre y el Hijo.
Sin embargo, en lo referente al origen trinitario del Espíritu Santo, Orígenes, no
sabía qué pensar y dice que todo eso “debe ser investigado”. No ve claro si el
Espíritu Santo es nacido o no nacido; si es hecho o no hecho; si puede llamarse
también hijo. No consta en ninguna parte el modo de su origen. Y, Orígenes,
vacila en decidirse.
En el proceso trinitario el Hijo es la primera emanación que brota de las entrañas
profundas del Padre y está subordinado a Él. De modo semejante, el Espíritu
Santo se explica como reciprocidad del amor del Padre y del Hijo; se realiza de
forma jerarquizada respecto del Padre, en cuanto procede del Hijo como su
“primera creación”; como “materia inteligible”.
Aquí un texto ilustrativo:
“(Los apóstoles) han también transmitido que el Espíritu Santo está asociado
al Padre y al Hijo en honor y dignidad. Por lo que concierne a este punto no se
ve tan claro, si es nacido o no, si se debe considerar como Hijo de Dios o no.
Todo esto debe ser investigado en la medida de nuestras fuerzas a partir de la
Escritura y escrutado sagazmente”.
(Orígenes, Peri Arch., Pref., 4)

Para Orígenes, la esfera de la acción del Espíritu Santo es menos extensa que la
del Padre y la del Hijo. La del Padre se extiende a todos los seres; la del Hijo, a
todas las creaturas racionales; la del Espíritu Santo solamente a los justos.

Recapitulación y líneas para una crítica de teología trinitaria de Orígenes:


• Su reflexión sobre Dios llega a gran altura especulativa.
• Orígenes hay que agradecerle haber enriquecido la explicación del
misterio trinitario con los términos φύσις (physis = naturaleza);
ὑπόστασις (hypóstasis = sustancia, persona); ουσία (esencia); ομοούσιος
(de la misma esencia o naturaleza).
• Es totalmente ortodoxo en la fe trinitaria. Enseña que el Padre, Hijo se
diferencian de toda creatura. Une y distingue las personas divinas. Entre
ellos se diferencian, son ὑπόστασις cada uno de ellos, o prágmata, es
decir, tres realidades, entes o esencias (ousiai). El Hijo y el Espíritu Santo
no son fuerzas apersonales del Padre.
• En la Trinidad hay una clara jerarquía, el Padre es el principio, plenitud
y origen de la divinidad. Pero también hay una profunda unidad no solo
por tener o realizar la misma acción, sino porque los tres tienen la misma
ουσία.
• Aunque no utiliza el término ομοούσιος, prácticamente considera al
Padre, al Hijo y al Espíritu de la misma ουσία.
• Le faltó clarificar el origen trinitario del Espíritu Santo.
• En resumen, Orígenes concibe a Dios -incomprensible e inalcanzable-
como Padre, Hijo y Espíritu: tres no porque estén divididos, sino unidos
por un dinamismo de amor. Los tres están en el plano de la divinidad, no
de las creaturas. Sin embargo, entre ellos hay un orden descendente que,
aún, manteniendo la unidad de naturaleza, gradúa la plenitud de la
divinidad en cada uno.
• Se le ha acusado de subordinacionismo, pero sin razón. Su
subordinacionismo no es que el va a afirmar Arrio. El
“subordinacionismo” de Orígenes no implica ni una diferencia de
naturaleza ni una desigualdad con el Padre. El Hijo es subordinado al
Padre, pero igual a Él. Esta subordinación del Hijo tiene en cuenta que el
Padre es el origen de las otras dos personas, iniciador de su actividad.
También el “subordinacionismo” origeniano está ligado a las “misiones”
divinas. El Hijo y el Espíritu son enviados del Padre.
• En Orígenes encontramos una primera síntesis de teología trinitaria, que
ha sido acusada de subordinacionismo, pero que otros han defendido,
poniendo de manifiesto que la idea de orden (taxis) de la que él se sirve
para explicar las relaciones entre las personas divinas no implica afirmar
grados o subordinación en el interior de la divinidad. En cualquier caso,
es claro que Orígenes profesa claramente la “regla de fe”, y la expresa
con firmeza recogiendo la tradición de la Iglesia, aunque luego sus
expresiones, a veces arriesgadas, puedan no ser siempre felices. Su
fidelidad y adhesión sin reservas a la fe, a la tradición, a la predicación
apostólica es manifiesta en todos sus escritos, sin lugar a dudas.
• Sin embargo, se trata de un teólogo en búsqueda, por lo cual los límites
de su reflexión trinitaria, se deben distinguir de la fe que profesaba, y que
lo hacen injustamente, uno de los grandes perseguidos de la historia.

W. Kasper reconoce que, a pesar, de lagunas y oscuridades no despejadas, la


obra de San Ireneo, Tertuliano, y Orígenes, en polémica con las especulaciones
del gnosticismo, desarrollan “una doctrina trinitaria que mantiene la trinidad
económica y la trinidad inmanente indisolublemente unidas. Las tendencias
subordinacionistas detectables tanto en Tertuliano como en Orígenes, nacían
de una conexión demasiado estrecha y de una distinción insuficiente de ambas
perspectivas. La clara distinción entre tiempo y eternidad, entre Dios y mundo,
fue, tanto por la lógica interna como por las instancias externas, la tarea de la
siguiente fase en el desarrollo de la doctrina trinitaria” (Kasper, W., El Dios
de Jesucristo, Sígueme, Salamanca, 1985, p. 293).

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