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El Sistema de Salud Mundial y La COVID-19

El documento describe la historia de las pandemias pasadas y la respuesta actual a la pandemia de COVID-19. También analiza el papel de la OMS en la coordinación de la respuesta global y la decisión de realizar una evaluación de la respuesta internacional.

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El Sistema de Salud Mundial y La COVID-19

El documento describe la historia de las pandemias pasadas y la respuesta actual a la pandemia de COVID-19. También analiza el papel de la OMS en la coordinación de la respuesta global y la decisión de realizar una evaluación de la respuesta internacional.

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El sistema de salud

mundial y la COVID-

19
La especie humana ha sobrevivido a recurrentes enfermedades endémicas de una zona, a grandes

epidemias de enfermedades infecciosas dentro de una región y a pandemias que propagan

infecciones cruzando fronteras nacionales y regionales. Pero nunca antes el sistema de salud

mundial se había enfrentado a una pandemia como la de la COVID-19. Una enfermedad infecciosa

hasta ahora desconocida que debe su nombre a su naturaleza viral ha arrasado con el mundo entero

en menos de dos meses.

Aunque la pandemia más antigua registrada data de mucho después, se han hallado pruebas

prehistóricas de una epidemia en el año 3000 a. C. en Hamin Mangha, en el noreste de China, en los

esqueletos quemados de personas que presuntamente se autoincineraron sin que quedara nadie

para llevar a cabo sus últimos rituales. La primera pandemia registrada se originó en Atenas en el

432 a.C., y cruzó fronteras hasta Egipto, Libia y Etiopía, hasta acabar con la vida de dos tercios de la

población total de cuatro países. En los últimos tres cuartos del siglo XX, se perdieron entre el 10 % y
el 90 % de las poblaciones de zonas afectadas por enfermedades infecciosas en endemias, epidemias

y pandemias.

Resultado de la exposición humana directa o a través de roedores, mosquitos, cerdos, pulgas o aves,

las pandemias pasadas de infecciones víricas se propagaron en todos los casos más rápidamente, se

llevaron más vidas y duraron más, tal como ocurrió con una de las diez peores pandemias de la

historia, que se produjo en México y en América Central en 1545. El cocoliztli, que significa "peste"

en azteca, fue una fiebre hemorrágica vírica provocada por una subespecie de la salmonela. Duró

tres años y se cobró 15 millones de vidas. Las pestes tienen una mayor recurrencia, y las demás

enfermedades infecciosas que han resultado en 20 pandemias en los últimos 700 años son la viruela,

la polio, el cólera, la gripe, la fiebre amarilla, la gripe porcina H1N1, el VIH/SIDA, el ébola, el zika, el

SARS y la COVID-19.

Al igual que en las demás pandemias, la COVID-19 se propaga exponencialmente. Ha llegado a todos

los rincones del mundo y, a 12 de julio de 2020, se habían registrado más de 12,5 millones de casos,

de los cuales, hasta la fecha, 7,6 millones se han recuperado con o sin hospitalización. Por desgracia,

la pérdida de vidas a nivel mundial asciende a 561.617.

La República de Corea y Singapur, así como Hong Kong y Taiwán, rápidamente mitigaron la

propagación interna de la COVID-19 y sus efectos colaterales en el exterior siguiendo una serie de

medidas similares a las tomadas al principio por el Gobierno de China, que incluyeron un

confinamiento total de Wuhan, lugar donde se originó el virus; una cuarentena obligatoria para los

casos confirmados y los posibles portadores; pruebas por todo el país para la emisión de nuevos

carnets de identidad que distinguían entre personas de bajo, medio y alto riesgo; y una supervisión
aérea de alta tecnología para detectar y detener cualquier incumplimiento de las normas de

distanciamiento social en lugares públicos.

La pandemia avanza sin tregua en otras partes del mundo, con el mayor número de casos notificados

en Brasil, India, Rusia y Estados Unidos, que se encuentran entre los diez focos principales del

mundo. A pesar de que existe la convicción ampliamente compartida de que la COVID-19 se

transmitió originalmente a través de un murciélago, el propio virus ha demostrado ser demasiado

evasivo a la hora de atacarlo. Los tratamientos actuales están más orientados a los síntomas que al

virus, el cual se espera que, en casos normales, abandone el cuerpo humano a los diez días de la

infección. Los fragmentos restantes del virus podrían permanecer en el cuerpo humano y dar

resultados falsos positivos que impiden que los que han sobrevivido a él sean inmunes a futuras

reinfecciones. Esto es lo que ocurrió en la República de Corea, donde las nuevas pruebas realizadas a

personas recuperadas también mostraban la presencia del virus.

"Este virus podría convertirse simplemente en otro virus endémico en nuestras comunidades y

puede que nunca se vaya", dijo el doctor Michael J. Ryan, Director Ejecutivo del Programa de

Emergencias Sanitarias de la Organización Mundial de la Salud el 14 de mayo de 2020. El

Departamento de Salud Mental de la OMS también lanzó una alerta sobre una inminente crisis de

"aislamiento, miedo, incertidumbre, inestabilidad económica..." resultante de la pandemia, con un

tercio de la población confinada y el resto respetando medidas de distanciamiento social para evitar

y contener la transmisión humana. Además, algunos creadores de modelos prevén otra ola en el

próximo otoño con más fallecimientos aún. Este desafío de múltiples vertientes, abrumador en sí

mismo, se ve agravado por el riesgo de que la política mundial se cuele en la salud global, mientras el

mundo se enfrenta a un virus que no conoce fronteras y no tiene ideologías. No obstante, con todos

los recursos humanos y materiales dedicados a la salud global, el sistema de salud mundial está
mucho mejor equipado ahora que antes para hacer frente a una pandemia recurrente en 2020 o

más adelante.

Si miramos al futuro, una responsabilidad clave sigue recayendo sobre la OMS como centro

institucional de coordinación y sobre la Asamblea Mundial de la Salud como encargada principal de

marcar la agenda del sistema de salud mundial. Dentro de su mandato de controlar y prevenir

enfermedades transmisibles alertando, informando y asesorando a sus Estados miembros, la OMS se

encargó de poner nombre a la nueva enfermedad infecciosa, que pasó a denominarse COVID-19.

Tras la declaración del brote del virus como pandemia el 11 de marzo de 2020, la OMS ha

involucrado a una serie de partes interesadas antiguas y nuevas del ámbito de la salud global en la

movilización de otras instituciones, personas, recursos y herramientas para luchar específicamente

contra la COVID-19 de la siguiente forma:

Fomentando nuevas asociaciones en los campos de la medicina, la ciencia, la industria y la filantropía

para atacar colectivamente al virus, con una especial atención a la investigación y el desarrollo.

Destinando fondos de emergencia a financiar la adquisición de medios de diagnóstico, tratamiento y

mitigación, con un foco particular en países y comunidades que no tienen acceso o no se pueden

permitir acceder a estas medidas.

Actualizando la base de datos de información pública; en particular, silenciando o pausando los

botones del pánico pulsados por modelos ocasionales para proyectar la inevitabilidad o

invencibilidad de la COVID-19.

Cuidando la participación comunitaria directa, en particular, mediante acciones de autocuidado,

como la mejor higiene personal, el uso de mascarillas y el mantenimiento de la distancia social en

lugares públicos.
Ofreciendo pautas para casos concretos, como por ejemplo, los mercados de alimentos frescos y

animales vivos.

La septuagésimo tercera Asamblea Mundial de la Salud, que se reúne anualmente, decidió el 21 de

mayo de 2020 priorizar la COVID-19 y solicitó al Director General de la OMS que iniciara una

"evaluación imparcial, independiente y exhaustiva" de la respuesta sanitaria internacional

coordinada por la OMS a esta pandemia. La formulación de esta decisión por consenso refleja una

determinación global por mantener apartada la salud mundial de la política, concentrándose en el

problema sin señalar con el dedo a ningún miembro de la OMS. Los miembros de la OMS y de la

Asamblea Mundial de la Salud son los mismos que los de las Naciones Unidas. El debate anterior a la

decisión sobre una evaluación se dividió entre los que se oponían y los que querían proponer una

investigación sobre lo que algunos miembros veían como un retraso inicial de China en informar a la

OMS sobre una enfermedad infecciosa, hasta ahora desconocida, y sobre las acciones tempranas

para prevenir su propagación a través de las fronteras nacionales. Con el riesgo continuo de que esta

infección se propagara a una población mundial de 7.800 millones de personas, el rastreo del origen

de la COVID-19 es un objetivo apolítico de los mandatos de la OMS y la Asamblea Mundial de la

Salud de mantener, fomentar y restaurar la salud mundial. Pero señalar a un solo país para una

evaluación de este tipo en este momento concreto sentaría un precedente que ignora el hecho de

que todas las pandemias anteriores también se originaron en un país o una subregión, y cualquier

llamada futura a evaluaciones retrospectivas convertiría la salud global en un problema político

entre los que proponen las evaluaciones y los que se oponen a ellas. Por su parte, China se ha

mostrado dispuesta a colaborar con la OMS en la ejecución del llamamiento de la Asamblea Mundial

de la Salud a la evaluación de la respuesta internacional. La región de Wuhan, que se enfrenta a una

recurrencia de la COVID-19, y el Gobierno chino también están en pleno proceso de regulación y

prohibición del comercio de animales en mercados de alimentos frescos y animales vivos para

mitigar el riesgo de transmisión humana de otras enfermedades infecciosas por el consumo de aves

y animales exóticos.
La decisión de la Asamblea Mundial de la Salud de realizar una evaluación de la respuesta sanitaria

mundial a la COVID-19 reconoce el papel de la OMS como coordinadora de la gestión de una nueva

crisis sanitaria mundial. La evaluación promete convertirse en otro punto de referencia si incluye las

lecciones aprendidas de la experiencia de la OMS a la hora de hacer frente a la COVID-19 y establece

un marco temporal para la notificación nacional de endemias y epidemias con peligro de convertirse

en pandemias. El 8 de mayo de 2020 celebramos el cuadragésimo aniversario de la erradicación de

la viruela liderada por la OMS, que había escapado a todo tratamiento médico durante casi un siglo.

A modo de comparación, y como enfermedad infecciosa hasta ahora desconocida, han transcurrido

algo más de 115 días desde el comienzo de la pandemia de COVID-19 y ya se están explorando las

posibilidades de tratamiento con medicamentos o vacunas existentes que se utilizan para otras

afecciones. Entre las opciones en estudio se encuentra un esteroide barato y de fácil acceso que

podría reducir la tasa de letalidad en un 35 % para pacientes críticos de COVID-19 que necesitan

respiradores y en un 20 % para pacientes que necesitan oxígeno. Este esteroide, la dexametasona,

lleva utilizándose 60 años para tratar el asma, la artritis y afecciones cutáneas, y ha pasado 2.104

ensayos clínicos en los que han participado 11.500 pacientes para determinar su potencial para

tratar la COVID-19. Las últimas noticias apuntan a otro posible tratamiento, el remdesivir, un

antiviral utilizado para tratar el ébola que podría reducir la duración y la gravedad de la COVID-19.

Nueva York, solo respetando las medidas de higiene personal y distanciamiento social y como la

ciudad que ha registrado más casos confirmados por sí sola que cualquier otro país, ahora es uno de

los ejemplos vivos a nivel mundial de reducción de la tasa de contención requerida del brote de

COVID-19 por debajo del 1,1.

Las pandemias aparecen y reaparecen, pero la COVID-19 tiene menos probabilidades de durar tanto

o de ser tan letal como la primera vez, porque el sistema de salud mundial está mejor preparado que

antes para mitigar su impacto inmediato y contener su estallido. Más de 120 nuevos medicamentos
y vacunas contra la COVID-19 en todo el mundo se están sometiendo a ensayos, y al menos una

docena han recibido la aprobación para su fabricación y distribución a nivel global. La participación

pública incentivada y voluntaria en el respeto de las medidas de distanciamiento social, uso de

mascarillas y lavado de manos frecuente ya son una nueva rutina de la lucha contra la COVID-19.

Esperemos que las asociaciones emergentes entre ciencia, medicina y sector privado estén más

cerca de lograr un avance médico para prevenir la ocurrencia y la recurrencia de la COVID-19. Uno

de los muchos pasos que se han dado en esta dirección es la declaración pública de más de 130

personas destacadas e instituciones dedicadas a la salud pública a nivel mundial en la que ofrecen

sus conocimientos y sus recursos colectivos para luchar contra el virus antes de que aparezca y

reaparezca. Quizás pronto lleguen tiempos en los que las pandemias se vean como otra amenaza no

militar a la supervivencia humana que se pueden evitar mediante la prevención, y que el número de

muertes provocadas por la COVID-19, una enfermedad viral hasta ahora desconocida, se reduzca en

gran medida.

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