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Because The Earl Loved Me (Happily Ever After 6) - Ellie St. Clair

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PORQUE EL CONDE ME AMABA

Y FUERON FELICES PARA SIEMPRE


LIBRO SEIS
ELLIE ST. CLAIR
Traducido por
EMILIO VADILLO
ÍNDICE

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Un anticipo de Diseños para un duque

Otras Obras de Ellie St. Clair


Acerca de la autora
© Copyright 2018 Ellie St. Clair
© de la traducción 2024

Título original: Because the Earl Loved Me


Traducción: E.V.

Reservados todos los derechos.


Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de
ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Facebook: Ellie St. Clair

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Y fueron felices para siempre


El duque de sus sueños
Su duque llegará algún día
Érase una vez un duque
Un duque rentable
El amor del vizconde
Porque el conde me amaba

Libros de ingles: www.elliestclair.com


C A P ÍT U L O 1

«S iendo joven e irreflexiva, Laura decía:


¨Nadie poseerá mi corazón”.
Pero la joven criada poco sabía
De las malas artes del amor.
En un baile, o en un juego,
Sin freno coqueteó,
Y su corazón se exaltó.
Pero siguió diciendo:
“Nunca me casaré,
Mi voluntad no entregaré”
No, no, no, no, no, no,
¡Mi voluntad no entregaré!
—Una canción interesante, hermana. ¿Por qué la has elegido?
Anne dio un respingo y un gritito al escuchar la voz de su hermano.
Giró el taburete hacia el lugar del que procedía y lo vio apoyado en el
marco de la puerta con los brazos cruzados y mirada pensativa. Sonrió para
quitarle importancia a la pregunta, pero el levantó una ceja.
—Es una canción muy bonita, Alastair, eso es todo —contestó
encogiéndose de hombros y girándose de nuevo hacia el lienzo que estaba
delante de ella. Suspiró al ver el arco iris que había pintado. La verdad es
que ni parecía tal cosa. Estaban los colores, sí, todos ellos, pero el paisaje
era en realidad un montón de manchas más parecido al dibujo de un niño
pequeño que al de una joven que ya había cumplido los veintiún años.
—Y tú tienes una voz preciosa y muy adecuada para cantarla, Anne, te
lo aseguro —indicó, lo que hizo que la joven alzara la barbilla al notar su
tono de burla—. Lo que pasa es que, si no tienes cuidado, seguirás los pasos
de la joven criada y te convertirás en… espera, ¿cómo sigue la canción…?
¡Ah, sí!, en «una criada vieja e impertinente».
—¡Vamos, Alastair, no seas ridículo! —protestó Anne, dejando a un
lado el pincel y abandonando el trabajo—. Olivia era mucho mayor que yo
cuando os casasteis, lo cual no pareció que supusiera un problema para ti,
¿o me equivoco?
La respuesta fue un gruñido, y se rio, porque sabía que ahí le había
dejado sin respuesta posible.
—No te preocupes, querido hermano, me casaré en el momento
adecuado. Pero, de momento, disfruto mucho de la vida como para añadirle
un marido.
—¿Le has dicho eso a madre?
—Por supuesto.
—Ya… —Alastair no pareció fiarse mucho de su afirmación. Normal.
El hermano mayor de Anne sabía mejor que nadie su capacidad para contar
mentirijillas y hacerlas tan creíbles que nadie las cuestionara. Salvo él—.
Hay muchos jóvenes interesados en casarse contigo —prosiguió—. Y hace
muy poco le dijiste a Olivia que empezabas a encontrar tu vida aburrida, y
que buscabas algo más.
—Sí, pero ese «algo más» por el momento no es precisamente un
hombre —dijo deletreando lentamente, como si su hermano tuvieras
dificultades de comprensión. Se acercó al ventanal y miró los bonitos
jardines del exterior. Estaban en el campo para pasar el verano, pero echaba
de menos el ajetreo de Londres, el teatro y los eventos sociales; aunque
también disfrutaba del ocio en la hacienda de su hermano. Y no sólo eso:
últimamente había asistido a fiestas en las que hubo actuaciones musicales,
cosa que siempre le encantaba.
—Alastair, ¿hay algo en tu vida que te produzca un entusiasmo y una
emoción como ninguna otra?
Su hermano se rio, pero se detuvo enseguida al darse cuenta de que
hablaba en serio.
—Pues sí —dijo sin dudar—. Olivia.
Anne suspiró. Su hermano no entendía nada.
—Para mí ese entusiasmo no me lo aporta un hombre, ni ninguna otra
persona. —Se acercó a él moviendo los brazos como sí así pudiera
transmitir mejor lo que sentía y pensaba—. Alastair, cuando estoy en el
escenario, frente al público que ha acudido, ya sea cantando o actuando,
siento esa emoción. Sabes hasta qué punto amo el teatro. Y no me refiero a
ver obras, cosa que me encanta si son buenas y están bien interpretadas,
sino al deseo de estar yo en el escenario. Cuando formo parte de la
audiencia, en lo único que pienso es en cómo lo haría yo en el escenario,
interpretando el papel, llenando la sala con mi voz.
La mirada de su hermano era de incredulidad, y ella se la devolvió
suplicante, deseando que la comprendiera.
—Te refieres a una actuación musical en una fiesta, o algo así, ¿verdad?
—preguntó, aunque arrugando la nariz como si esperase una respuesta
distinta a esa.
—No, Alastair, no… —dijo negando tristemente con la cabeza—.
Quiero hacer teatro. Quiero participar en obras como las que vamos a ver al
Covent Garden. Quiero cantar, actuar, divertir a la gente. Quiero aprovechar
las cualidades que Dios me ha dado. ¡Quiero ser actriz!
—Anne —dijo con voz algo angustiada. De hecho, se mesó los cabellos
y después se llevó la mano a la sien—, no puedes estar hablando en serio.
—Si, totalmente.
—Eres hija de un duque, y hermana de un duque. Eres una dama de la
nobleza. Lady Anne Finchley, y tienes que entender que nunca en la vida
podrás subir a un escenario, ¿me has oído? Y que nadie más escuche lo que
acabas de decirme a mí. ¿Actriz, Anne? ¿Es que no sabes qué clase de
mujeres son las actrices? Bueno, no voy a extenderme mucho, pero son
ligeras de casco, amorales, y suelen tener habilidades… que van más allá de
las que hacen falta en el escenario. Por favor, Anne, no insistas con esa
estrafalaria idea. Basta por hoy.
Suspiró y la miró con cierta pena.
—Tienes una voz preciosa, Anne, lo sabes, y tocas el pianoforte de
maravilla —dijo con tono amable—. Esas cualidades son importantes a la
hora de atraer a los hombres, y muy adecuadas para encantar a los invitados
a una fiesta. No desesperes. Estoy seguro de que vas a encontrar un marido
al que podrás alegrar las veladas durante el resto de tu vida.
Eso era exactamente lo que ella temía, pasarse la vida aporreando el
piano y aportando la música de fondo en las fiestas sociales. Pero eso no
podía decírselo a su hermano. No. Para conseguir lo que quería, tenía que
convencerlo de que estaba de acuerdo con él. Lo cual tampoco era tan
complicado, la verdad.
—Muy bien, hermano, puede que tengas razón —dijo suspirando con
fuerza—. Mientras pueda cantar, ¿qué más voy a desear?
Él sonrió con cierta rigidez, como si se preguntara hasta qué punto
estaría diciendo la verdad. Pero también tenía miedo de interrogarla más a
fondo por temor a lo que pudiera decir.
—Me alegra que me digas eso. Y Anne…
—¿Sí?
—¿Qué es esa atrocidad del lienzo?
—Lo he titulado «Después de la tormenta», y lo he pintado para que lo
cuelgues en tu estudio.
Hizo un ruido ahogado y salió de la habitación casi corriendo.

C hristopher A nderson , duque de Merryweather, sonrió al escuchar el


rítmico sonido de los cascos del caballo sobre el pavimento del camino.
Había algo en dicho sonido que le tranquilizaba y reconfortaba. Era
reconocible, mesurado y nunca perdía el compás.
—¡Muy bien, chico! —dijo al tiempo que acariciaba el cuello del
caballo, al que llamaba Sir Walter. Siempre podía confiar en el noble
animal. Llevaba montándolo desde su décimo octavo cumpleaños, fecha en
la que su padre se lo había regalado, sólo unos días antes de su
fallecimiento.
Aquella semana cambió para siempre la vida de Christopher. Había
querido a su padre, aunque a su propia manera, pero por encima de eso, a
Christopher nunca le habían gustado nada los cambios. Por mucho que
sabía que en algún momento el condado pasaría a ser suyo, no estaba ni
mucho menos preparado para ejercer tan pronto el título y lo que éste
conllevaba. No obstante, su padre lo había preparado bien, y no le costó
demasiado ajustarse a la nueva situación.
En ese momento pensaba que ahora todo discurría según lo previsto, y
le invadió un sentimiento de energía y jovialidad al contemplar el precioso
paisaje de la campiña inglesa. El otoño avanzaba, y con él el cambio en el
colorido que, entre otras cosas, anunciaba el momento de regresar a
Londres. Tras muchos años disfrutando de su juventud y de la compañía de
todo tipo de gente joven de la alta sociedad, había asumido su deber y debía
casarse como mandaban los cánones. ¿Y quién mejor para hacerlo que la
hermana de uno de los nobles más poderosos de Inglaterra, el duque de
Breckenridge?
Como amigo suyo desde hacía mucho tiempo, la época en la que
coincidieron en Eton, Breckenridge se había mostrado proclive a su
propuesta. Estaba seguro de que a su hermana le iba a gustar y, de hecho, él
ya la consideraba como su adorable novia. Era bella, por supuesto, y tenía
todas las relaciones que un hombre de su situación podía necesitar, así como
una muy buena dote, por supuesto. Aparte de eso, siempre había sido muy
agradable con él, aunque, para ser sinceros, a veces se portaba de forma un
tanto dramática. Pero pensaba que no era más que una consecuencia de su
juventud.
Cuando el sol comenzaba a ponerse, el aire fresco empezó a calarle en
los huesos. Christopher podía haber utilizado el carruaje para desplazarse de
una manera más confortable, pero disfrutaba con el ejercicio y el aire fresco
que le proporcionaba la actividad de montar a caballo, y no tenía prisa de
ningún tipo.
Hizo un esfuerzo para salir de sus ensoñaciones y miró el camino.
Pensaba que ya estaría cerca de casa de su amigo, que por otra parte
tampoco estaba muy alejada de la suya. En cualquier caso, no era capaz de
ver en la distancia ninguna de las referencias que podrían indicárselo. De
hecho, había ido a visitarlo muchas veces.
—¡Fletcher! —gritó para llamar a su ayuda de cámara, que cabalgaba
tras él. El criado, que no era muy buen jinete, acercó el caballo para ponerse
a la altura de Christopher, que suspiró. No estaba muy seguro de porqué lo
mantenía en el puesto. Lo cierto era que a Fletcher no le gustaba casi nada
de lo que hacía. No obstante, era hijo de su mayordomo, un hombre que
había demostrado su lealtad a lo largo de muchos años, y Christopher era
incapaz de despedir a su hijo. Sabía que era ridículo sentirse tan obligado
con un sirviente, pero aparte de su hermana, los sirvientes de más confianza
eran lo más parecido a una familia que tenía. —Fletcher, ¿a qué distancia
crees que estamos de la hacienda Breckenridge?
—¡Ah! Por lo que recuerdo, hemos pasado el desvío a Longhaven
hace… unas tres horas.
—Pero, ¡qué estás diciendo! —estalló Christopher mirando de hito en
hito al criado.
—Pues que hemos pasado el desvío a su casa hace unas…
—Ya te había oído la primera vez —cortó Christopher mientras se
llevaba la mano a la frente—. ¿Por qué no te ha parecido necesario
avisarme, Fletcher?
—Bueno, milord, usted parecía muy decidido a seguir el camino, y me
pareció inadecuado cuestionarlo
—¡Por Dios, Fletcher! —dijo meneando la cabeza—. Bueno, ahora ya
no se puede hacer otra cosa que dar la vuelta y regresar. A no ser que
conozcas un camino más corto desde aquí.
—Pues sí que hay un camino, milord —indicó Fletcher, con la cara muy
roja tras el esfuerzo de haber permanecido unas cuatro horas sobre el
caballo—. Aunque no va a ser fácil recorrerlo a oscuras. No obstante, hay
una posada a menos de una hora de aquí. Quizá podríamos pasar la noche
en ella.
—De acuerdo —aceptó Christopher suspirando para sí. En realidad,
estaba más enfadado consigo mismo que con su criado. Se perdía muchas
veces, por desgracia, y no podía echarle la culpa ni a su ayuda de cámara ni
a los demás criados que lo acompañaban en sus viajes. En realidad, lo que
obstaculizaba la por otra parte muy ordenada vida de Christopher era su
sentido de la orientación.
En fin, una noche en una posada no era lo peor que le podía haber
pasado. Podría haber sido abordado por un salteador de caminos, o podía
haber ido sin la compañía de alguien con mejor sentido de la orientación
que él.
Su novia podría esperarlo al menos una noche más.
C A P ÍT U L O 2

T odo estaba en calma cuando Anne se unió a su familia en el


comedor. No era muy habitual que pasara eso en la residencia de
los Breckenridge. Tras sentarse al lado de su madre, Anne alzó la cabeza y
los fue mirando uno a uno. Alastair miraba a su esposa con cierta
preocupación, aunque eso no era nada nuevo. Según el médico, el bebé
estaba a punto de nacer. Ese médico decía tener el instinto de una partera
para tales cosas. Olivia decía que era bastante ridículo, pero Alastair insistía
en que su reputación era muy buena, sobre todo en esos temas. En cualquier
caso, Alastair sólo estaba pendiente del bienestar de Olivia. Ellen estaba de
lo más animada, como siempre. Anna sintió adoración por ella desde el
momento en que la conoció.
No obstante, Olivia la miraba de vez en cuando con cara rara, y sólo a
ella. Parecía como si quisiera decirle algo, pero no se decidía a hacerlo. Le
sonreía, aunque de forma un tanto forzada, como si no estuviera segura de
que a Anne fuera a gustarle lo que le iba a decir.
Anne volvió a mirar a su madre, cuya sonrisa era de verdadera
satisfacción. Humm. Algo no iba bien, y empezaba a temerse que tuviera
que ver con ella. Entre cerró los ojos y miró a Olivia, que era su mejor
opción como aliada.
—Olivia —dijo hablando con dulzura. Su cuñada estaba tan hermosa
como siempre, con el pelo rubio del color de la miel recogido sobre la
cabeza—, ¿hay algo que quieras decirme?
Olivia se aclaró la garganta.
—No tengo nada que decirte, Anne. O, al menos, no hay nada que… yo
te pueda decir. —Miró de reojo a su marido, y Anne, con el ceño fruncido,
fijó la vista en Alastair, que se removió incómodo en su asiento.
—¡Suéltalo, Alastair! —demandó—. ¿Hay algo de lo que quieras hablar
conmigo?
El aludido se aclaró la garganta.
—Anne… —empezó dubitativo—. De hecho, esta tarde me he acercado
a la biblioteca para hablar contigo, pero nuestra conversación se torció.
—¿Ah, sí?
—Era para decirte que vas a ir a una fiesta casera con madre dentro de
unos días.
—Entiendo —dijo, aunque en realidad no era así. El hecho de acudir a
una fiesta en casa de alguien conocido no era en realidad una noticia
excitante. Recibían montones de invitaciones, y de hecho siempre estaban
casi de fiesta en fiesta. Por supuesto, Olivia y Alastair no las acompañaban
últimamente, pero su madre no paraba de llevarla a casas de conocidos que
vivían en las proximidades.
—¿Y a casa de quién iremos? —preguntó dirigiéndose a su madre, que
sonreía beatíficamente.
—A casa de los Winterton, en Aspendale.
—No está lejos —comentó sin el más mínimo entusiasmo. Los
Winterton eran bastante anodinos, y sus tres hijas no hacían otra cosa que
ofrecerse a cualquier joven casadero y legible que se pusiera a tiro—.
¿Quién más va a ir?
—Los habituales —contestó su madre con un gesto de la mano, como si
no tuviera importancia—. Aunque eso sí, hay alguien que se va a unir a la
fiesta que quizá llame tu atención.
—Y se trata de… —preguntó Anne pronunciando despacio y en estado
de súbita alerta. Algo raro estaba pasando. En su familia imperaba la
confianza y no solía haber secretos, pero en esos momentos Anne llegó a la
conclusión de que había algo que todos menos ella sabía, y que sin duda
tendría alguna consecuencia.
—¿Conoces a mi amigo, lord Merryweather? —preguntó Alastair.
—Sí, lo conozco —contestó Anne asintiendo.
¡Pues claro que conocía a Merryweather. Christopher Anderson era
amigo de Alastair desde siempre. Sus padres eran conocidos cercanos y
Alastair y él habían compartido los mismos círculos y acudido juntos a
Eton. Lord Merryweather casi siempre acudía a los mismos bailes y fiestas
que ella. Era educado, agradable y encantador, aunque no especialmente
interesante. Había pasado con él más o menos el mismo tiempo que con
cualquier otro joven caballero.
—Lord Merryweather vendrá aquí primero —siguió Alastair—. De
hecho, lo esperaba hace horas, pero conociéndole no me cabe duda de que
se habrá perdido por el camino. No se me ocurre ninguna otra razón para
explicar su tardanza, dado que siempre es puntual como un eclipse.
—Ni que lo digas, Alastair —dijo Anne poniendo los ojos en blanco y
en tono algo jocoso. Lord Merryweather era el caballero más educado y
formal que había conocido en su vida. Seguía al pie de la letra todas las
convenciones sociales y fruncía el ceño cada vez que presenciaba algo
inadecuado. Lo que significaba, por supuesto, que en ningún caso aprobaría
la mayoría de los actos de ella, pues le gustaba hacer cosas nuevas e
interesantes cada poco tiempo. Ellen y su amiga, lady Honoria, siempre
estaban haciendo bromas y creando rumores para comprobar hasta dónde
llegaba la historia antes de quedar demostrado que era falsa. A veces ni
siquiera pasaba eso, aunque Anne se aseguraba de limpiar el nombre de la
persona afectada por el cotilleo sin merecerlo.
—Así que te gusta el caballero, ¿no? —preguntó Alastair con tono
esperanzado.
—¿Qué significa eso de «te gusta el caballero»…? —preguntó un poco
confundida—. Es agradable, desde luego, pero sólo quería subrayar el
hecho de que en todo momento es práctico, puntual y correcto, que actúa
siempre como mandan los cánones de la etiqueta social. Nunca he conocido
un hombre que se ciña tanto a las reglas ni que desapruebe tanto lo que yo
hago.
—La verdad, Anne, es que ese no es el caso en absoluto —dijo Alastair,
y Anne desvió la vista para mirar a Olivia, que se mordía el labio y la
miraba un tanto desasosegada—. Has de saber que lord Merryweather os va
a acompañar a madre y a ti a la fiesta en casa de los Winterton, ya que ha
expresado interés en cortejarte.
—¿Cómo? —Anne, muy sorprendida, se levantó de repente como si le
hubieran pisado el pie, con tanto impulso que la silla de madera de caoba
cayó hacia atrás y se estrelló en el suelo con estrépito. Se dio la vuelta para
recogerla, pero los amplios pliegues de la falda se enredador con la pata de
la silla y estuvo. Punto de caerse, si no fuera porque un criado acudió a
sostenerla cuando extendía los brazos procurando equilibrarse. Regresó a la
mesa con los brazos en jarras, procurando mantener un mínimo de
respetabilidad para que su hermana la tomara en serio.
—Alastair —dijo apuntándole con el dedo—, sabes que no quiero que
nadie me corteje por el momento. Hemos hablado de eso esta misma tarde.
—Sí, es cierto — respondió su hermano con expresión incómoda—,
pero eso fue después de que Merryweather hablara conmigo y yo lo invitara
a venir aquí. Pensaba que podrías cambiar de opinión al saber que es él
quien está interesado. A todo el mundo le gusta Merryweather.
—¿Cómo no se te ocurrió hablar conmigo antes de llegar a un acuerdo
respecto a su petición?
—Anne —intervino su madre con voz queda y poniéndole la mano
sobre el hombro—. Durante varias temporadas has tenido la oportunidad de
encontrar marido. Alastair no tiene otra intención que la de ayudarte. No
estás comprometida con lord Merryweather en ningún aspecto. Pero quizá
podrías abrirte a la posibilidad de que te corteje y ver cómo se desarrolla
todo.
Anne cerró los ojos y respiró hondo varias veces para calmarse, una
técnica que había descubierto que le iba muy bien cuando necesitaba
controlar sus emociones. Cuando finalmente los abrió, se encontró con tres
pares de ojos que la miraban fijamente. Alastair con determinación, Olivia
con pena y su madre con esperanza.
—Iré a la fiesta, y parece que no hay más alternativa que viajar allí
acompañadas de lord Merryweather —dijo por fin—. Pero voy a ser
sincera. Es un caballero agradable, y estoy segura de que la mayoría de las
jóvenes estarían encantadas de que las cortejara. Pero lord Merryweather es
increíblemente aburrido y demasiado práctico para mi gusto. No puedo
hacer ninguna promesa respecto a él, ni tampoco aceptar que me corteje a
no ser que cambie de opinión y termine encontrándolo atractivo. —Miró
fijamente a su hermano antes de finalizar—. Cosa que no ocurrirá.
Para dar más énfasis a su afirmación, se volvió a sentar con aire regio en
la silla que había derribado hacía un momento y miró por encima del
hombro y arrugando la nariz el pato asado que esperaba frente a ella en el
plato recién servido. Lo que de verdad le hubiera gustado era salir como
una furia del salón, pero tenía mucha hambre, y ni siquiera se planteó
marcharse sin haber cenado en condiciones.
Nadie dijo nada más, así que empezó a comer sin hacer caso de las
miradas que seguían clavadas en ella.
V einticuatro horas después de que Christopher saliera de su casa para la
cabalgada de unas cuatro horas que le separaban de la casa de su amigo,
Christopher llegó por fin a Longhaven, hacienda principal del ducado de
Breckenridge.
—Aquí estamos, Fletcher —le dijo a su criado, que lo miraba con alivio
—. Por fin hemos llegado.
Le sorprendió ver al propio duque esperándolo de pie en la puerta de
entrada a la casa mientras se acercaba cabalgando por el largo sendero que
conducía a la majestuosa mansión de piedra. A Christopher siempre le
había impresionado la arquitectura perfectamente simétrica de Longhaven,
las ventanas perfectamente alineadas a cada lado y la enorme ventana
veneciana que ahora tenía frente a él.
—¡Merryweather! —exclamó Breckenridge al tiempo que descendía
por las escaleras, y Christopher desmontó para saludar a su viejo amigo con
un fuerte apretón de manos—. Estaba empezando a preocuparme por ti.
—No, no ha pasado nada —dijo Christopher moviendo la mano—.
Fletcher y yo nos hemos despistado un poco con la dirección. Pero al final
hemos llegado, ¿verdad Fletcher? —Miró hacia atrás buscando a su criado,
pero no lo vio por ninguna parte. Seguramente se había dirigido a la entrada
de servicio, para poder bajarse cuando antes de la cabalgadura—. Parece
que he perdido a mi criado por el camino. Bueno, en cualquier caso, no
sabes lo que me alegra verte, excelencia.
—Lo mismo digo. —El duque lo acompañó al interior de la casa—. Y
nada de excelencias, ya sabes. Siempre seré Breckenridge para ti, viejo
amigo.
—¿Cómo está tu esposa? —preguntó. Sabía que la duquesa significaba
mucho para él.
—Muy bien, gracias —respondió el duque—. Aunque estoy un poco
preocupado por lo que viene. En esta fase los hombres no podemos hacer
nada, ¿verdad? ¡Y cómo va tu hacienda?
—Bien, bien —respondió Christopher con aire satisfecho. Estaba
orgulloso de su gestión al frente de su casa y sus tierras. El administrador
era muy capaz y los criados llevaban muchos años sirviendo a la familia,
pero le gustaba involucrarse en las tareas del día a día. Cuando regresara se
aseguraría de recibir toda la información de sus colaboradores.
—Me alegra mucho saberlo, Merryweather —dijo Alastair—. Admiro
tu dedicación. Al final yo he llegado a disfrutar con esas tareas, pero la
verdad es que me costó bastante tiempo. En cualquier caso, acompáñame al
despacho. Teneos que hablar de algo. Un ligero… obstáculo que ha surgido
en nuestros planes, podría decirse, pero estoy seguro de que podremos
superarlo.
Christopher miró a su amigo, que parecía un tanto preocupado, cosa
extraña en Breckenridge. Siempre habían sido una pareja de amigos muy
desigual: Breckenridge siempre saliéndose de la norma de un modo u otro
con tal de divertirse, y gustando mucho a las damas gracias a su eterna
sonrisa y a sus ganas de pasarlo bien. Christopher, por su parte, no tenía
problemas a la hora de divertirse, pero siempre y cuando eso no supusiera
romper alguna norma ni hubiera la posibilidad de que las cosas acabaran
mal. No obstante, sacaban lo mejor el uno del otro y, pese a los años
transcurridos, seguían siendo íntimos.
Christopher siguió a Breckenridge a su opulento despacho, en el que
siempre se sentía un poco fuera de sitio debido al enorme despliegue de
colores dorados y carmesí, que le recordaban un dormitorio femenino. Se
sentó frente al enorme escritorio de caoba y cruzó las piernas. Estaba
deseando que le enseñaran su habitación para cambiarse y asearse tras el
viaje, pero estaba claro que su amigo quería hablar antes de algo
importante.
Aceptó agradecido la copa de brandi que le sirvió Breckenridge, del que
tomó un sorbo y lo alejó, indicando que le bastaba con mojarse la boca.
Breckenridge alzó una ceja.
—Sigues con tu costumbre de no beber apenas hasta la cena, ¿no
Merryweather? —preguntó sonriente–. Hay cosas que no cambian nunca,
amigo mío. Bueno, vamos al asunto. Ayer por la noche hablé con mi
hermana y parece que ella… no está muy de acuerdo con nuestros planes.
—¿Qué no está muy de acuerdo? ¿Qué quieres decir? —preguntó
Christopher, algo confundido—. ¿No quiere ir a la fiesta? Pues no pasa
nada. Podemos empezar el cortejo cuando llegué a Londres para la
temporada de después de Navidad. Quizá…
—Se trata de eso precisamente —lo interrumpió Breckenridge—. Con
lo que no está de acuerdo es con el cortejo en sí mismo. De hecho, insiste
en que en estos momentos no tiene intención de que la cortejen, nadie en
absoluto, pero no debemos preocuparnos. Sólo se trata de Anne
comportándose como siempre lo ha hecho. Es bastante tendente a… la
impulsividad, pero estoy seguro de que cambiará de idea.
Christopher levantó una ceja. Breckenridge parecía estar
convenciéndose a sí mismo de que Anne terminaría aceptándolo, tanto
como a él.
—Sugiero no presionarla demasiado en un principio —continuó
Breckenridge—. Darle tiempo para que se vaya acostumbrando a la idea. Y
quizá sería bueno que no te comportaras de una forma tan… rígida.
Christopher lo miró con la boca abierta, sin poder dar crédito a lo que
estaba escuchando. ¿Qué lady Anne no deseaba que la cortejara? ¿Cómo
era eso posible? Siempre había creído que ella estaría deseando. Las damas
en general siempre eran muy amables con él, y le animaban a conversar e
incluso a flirtear llegado el caso. ¿Por qué ella iba a ser diferente? Y ahora
era el momento de pensar en casarse. Previamente había estado demasiado
enfocado en sus responsabilidades como para plantearse el matrimonio.
Había pensado que, una vez que Breckenridge estuviera de acuerdo, y a su
amigo le había costado hacerse a la idea de que su hermana pequeña
pudiera ser objeto del interés de un hombre, todo quedaría resuelto.
—Pero si ella siempre ha sido muy agradable conmigo —dijo en el
colmo de la confusión. No entendía nada… Cada vez que hemos hablado o
bailado ha sido encantadora, se ha mostrado muy animada, y ha parecido
que disfrutaba estando en mi compañía.
—Eso es verdad —concedió Breckenridge asintiendo—. Y estoy seguro
de que es así. Aunque debo decir que su naturaleza es ser encantadora con
la mayoría de las personas con las que se encuentra.
—Además, ¿qué quieres decir con eso de que me comporto de una
forma rígida? Yo no soy rígido. Soy un caballero. Soy conde. Soy lo que se
espera que sea, ni más ni menos. Es algo que debería gustarle.
—Ya, pero es que mi hermana…
—Precisamente, Breckenridge, es tu hermana. Mientras tú estés de
acuerdo, ¿qué más hace falta?
Breckenridge se echó hacia atrás con gesto tenso.
—Merryweather, no voy a obligarla a que se case con alguien sin su
consentimiento.
—No, por supuesto, no sin su consentimiento —dijo descartando la idea
con un movimiento de mano—. No somos bárbaros. Pero debe seguir tus
deseos, ¿no crees? Lleva sin frecuentar los actos sociales bastante tiempo…
¿a qué está esperando?
—Merryweather, sabes que yo he tenido mucha suerte con mi
matrimonio —dijo con expresión más suave—. Amo a mi esposa más de lo
que nunca habría podido esperar. Y deseo lo mismo para mi hermana. Y
para ti, amigo, te soy sincero. ¿Qué si me haría feliz que fueran así las cosas
con vosotros dos? Por supuesto. Pero os tenéis que elegir el uno al otro. No
puedo forzaros, a ninguno de los dos. Anne ha aceptado acudir contigo a la
fiesta. Acompáñala. Encántala. Conquístala. Y quizá, con un poco de
suerte, quizá la cosa funcione. Puede que con eso baste.
Christopher suspiró. Acompañarla. Sorprenderla. Conquistarla. Quizá
no fuera una tarea tan difícil. Y si no le resultaba agradable y adecuada
como posible esposa, mejor sería saberlo ahora, antes de que fuera
demasiado tarde.
—De acuerdo, Breckenridge —dijo finalmente con tono de resignación
—. ¿Dónde puedo encontrarla?
C A P ÍT U L O 3

L ord Merryweather no había llegado la noche anterior.


Era extraño, pensó Anne mientras paseaba sin rumbo por el
jardín. Se detuvo para inclinarse a oler las dalias de uno de los maceteros.
Las flores, propias de final de verano y comienzo del otoño, estaban ahora
en flor, y su belleza era bastante distinta de las que florecían en momentos
más tempranos del año. El jardinero de su hermano era muy competente, y
aunque Anne no sabía nada de jardinería, sí que era capaz de apreciar la
belleza del lugar.
Se decidió por una de las dalias y después escogió otras para formar un
ramo para llevárselo a su habitación.
Anne negó con la cabeza pensando en el hipócrita de su hermano. Sólo
hacía dos años, Alastair era uno de los casanovas más conocidos de la alta
sociedad, antes de que su padre falleciera repentinamente y, también de
repente y sin buscarlo, se viera casado con Olivia. De hecho, que se casara
fue precisamente debido a su atrevido comportamiento. Además, no tenía
las menores ganas de casarse, y se vio forzado a ello. ¿Y ahora tenía el
atrevimiento de sugerirle a ella que se casara? ¿Y con un hombre elegido
por él?
Se sentó en un banco del jardín y se inclinó hacia delante apoyando la
barbilla en el puño. Pensó mientras suspiraba que ojalá pudiera hacer lo que
de verdad deseaba, es decir, dedicarse al teatro. Cuando vio a las actrices
sobre el escenario de Covent Garden supo positivamente que eso era lo que
quería hacer, lo único capaz de hacerla feliz. Tener la oportunidad de ser
otra persona, convertirse literalmente en ella, aunque sólo fuera durante un
par de horas, ¡qué emocionante sería!
En su juventud había participado en representaciones infantiles
organizadas por familiares y amigos, por supuesto, pero eso no había sido
nada más que un juego para pasar un rato divertido y dejar volar la
imaginación. Pero ahora era como si aún no hubiera crecido, como si no
fuera una mujer adulta, ya que nunca había deseado de verdad dejar atrás
las expectativas de la niñez. ¿Por qué es necesario perder ese sentido de la
libertad por el solo hecho de cumplir años? Eso era precisamente lo que
lograba el teatro, llevar a la audiencia a un tiempo pasado en el que la vida
era más sencilla, el amor era algo asequible y abundaban las oportunidades
de hacer cosas interesantes.
Ahora, por supuesto, en las reuniones familiares y sociales le pedían que
se sentara al pianoforte, y le gustaba la música y cantar, pero quería tener la
oportunidad de emplear su talento artístico para algo más que entretener a la
aburrida aristocracia.
El teatro evolucionaba y cambiaba con la vida, y quería formar parte de
ello. Desde que contempló la última representación de Sarah Siddon
interpretando a lady Macbeth, supo que el ansia de la interpretación no
desaparecería en toda su vida.
No obstante, Alastair tenía razón en una cosa: la hermana de un duque
no podía convertirse en actriz. Pese a que muchas de las actrices eran
respetables, incluso mujeres casadas y con hijos, no era una profesión
adecuada para una dama de su posición social. Y por eso estaba tan ansiosa
y decepcionada.
Y ahora, por si fuera poco, tendría que resistir las acometidas de un
aspirante a su mano. ¡Maldito lord Merryweather y sus persistentes y
siempre educados avances! Por lo menos, pensaba que no sería difícil
ahuyentarlo, dado lo correcto y formal que era él y lo tendente al drama y a
la sobreactuación que era ella.
Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que la cosa hasta
podría resultar muy divertida. Sonrió al ver el brillante y cálido sol otoñal
que hacía ese día y, sin darse cuenta, empezó a tararear una canción.

¿Q ue no quería casarse con él? Christopher apenas se podía creer lo que


le había contado Breckenridge. Él no era duque, por supuesto, pero
tampoco estaba tan lejos socialmente de serlo. Seguro que lady Anne sabía
lo que podía esperarle en la vida: el matrimonio con un caballero que
mereciera la pena. ¿Y quién podía merecer la pena más que él mismo? Igual
su amigo estaba gastándole una broma, pensó Christopher mientras pasaba
por el espléndido gran salón de la casa y miraba las fascinantes pinturas que
decoraban los techos. Después continuó por un largo pasillo que
desembocaba en los magníficos jardines por los que, al parecer, ahora
paseaba lady Anne. Breckenridge siempre había sido bastante bromista. Sí,
seguramente eso sería todo, su viejo amigo le estaba tomando el pelo. Una
vez que tuviera la oportunidad de hablar con lady Anne y de explicarle sus
intenciones hacia ella, seguro que aceptaría, y todo iría bien.
Christopher atravesó el frondoso invernadero y empujó las puertas de
cristal para adentrarse en el jardín, dándose cuenta en ese momento de que
lo que quería hacer seguramente estaba condenado al fracaso. Por supuesto,
la mansión del duque era muy grande, lo mismo que los jardines. Podía
andar por ellos durante todo el día sin encontrar a lady Anne. «Si yo fuera
una joven que quiere dar un paseo por los jardines, ¿a dónde iría?», se
preguntó.
Christopher decidió ir por el sendero principal, y no había andado
demasiado cuando un sonido captó su atención. Ah, los agradables sonidos
del campo, pensó sin dejar de andar y poniendo más atención en el canto de
los pájaros. La melodía flotaba en el aire y lo envolvía. ¡Qué bonita! ¿Cómo
podía ser…? Pero no era el canto de un pájaro, los pájaros no cantan con
palabras, salvo los loros. Lo que escuchaba era una canción en toda regla, y
sintió la necesidad de adentrarse cada vez más en la vegetación. Estos
jardines eran como un laberinto, con parterres y maceteros llenos de flores
de todos los colores imaginables. Los jardines de su casa no eran ni
parecidos. Pero claro, él sólo era conde, no debía olvidarlo.
La canción era como el canto de una sirena, pensó Christopher
conforme se acercaba, un hechizo que lo tenía embrujado. Como si actuaran
por su cuenta, los pies fueron siguiendo el camino, y conforme avanzaba, el
sonido era más intenso. Torció una esquina y se detuvo de repente.
Y es que a sólo unos pocos metros estaba la joven que, en su opinión, se
ajustaba perfectamente a sus planes de futuro. Pero hasta ese momento no
había pensado en ella como una mujer. Había olvidado lo hermosa, lo
atractiva y lo seductora que era lady Anne. Llevaba un vestido de flores del
mismo color que el cielo de la tarde que rotaba alrededor de sus tobillos, y
el pelo, de color rubio arena, recogido en una serie de intrincadas trenzas,
dejaba escapar algunos mechones rizados y enmarcaba la belleza clásica de
su cara. Llevaba en la mano un pequeño ramo de flores de distintos y
alegres colores, nada organizado, pero con una naturalidad alegre y
positiva. Se acercó a la fuente cercana y termino sentándose en los
escalones de piedra y metiendo los dedos en el agua cristalina que brotaba
de entre dos piedras. Se quedó mirando con atención el espejo del agua
como si buscara algo concreto, aunque no tenía forma de saber qué era.
A Christopher le hubiera gustado hablar con ella para organizar el
cortejo de la manera más adecuada, pero estaba absorto y no quería romper
la escena que se desarrollaba delante de él y que le recordaba a una pintura,
pero en movimiento. Hubiera dado lo que fuera para tenerla colgada en una
de las paredes de su salón. Dio un paso atrás para retirarse, pero al hacerlo
escuchó el sonido de una rama que crujía bajo el peso de su bota, lo que
hizo que lady Anne alzara la cabeza de inmediato. Sus ojos, cuyo color
ahora se daba cuenta de que hacían juego con el azul del vestido, se
abrieron mucho al verlo. Intentó levantarse a toda prisa, pero al hacerlo
tropezó con el dobladillo del vestido con tan mala suerte que cayó hacia
atrás sobre el agua dando un pequeño grito de sorpresa.
—¡Por el amor de…! —Exclamó Christopher al tiempo que salía
corriendo hacia ella, que en ese momento se movía en un torpe chapoteo
sobre las someras aguas. El bonito vestido ya no flotaba, todo lo contrario.
Empapado como estaba ahora, se ajustaba a sus formas femeninas de una
manera que tampoco necesitaba mucha imaginación para verlas en su
mente, pese a que hacía mucho tiempo que no la ejercitaba. Cuando la
joven se levantó le habían caído sobre la frente algunos mechones, y el
ramo que tan buen aspecto tenía entre sus manos ahora estaba deshecho,
con las flores flotando tristemente en la superficie del agua.
Lady Anne lo miró asombrada al ver que él, sin pensarlo ni por un
segundo, se metió también en la fuente, procurando no estremecerse cuando
las botas se calaron inmediatamente. Caminó torpemente hacia ella y
extendió una mano para ayudarla a levantarse, pero tropezó con las botas,
ahora muy pesadas por el agua, y también cayó con estrépito en la fuente.
El mínimo estanque tenía muy poca profundidad, unos veinte centímetros
como mucho, pero el agua estaba muy fría, y empapó por completo los
pantalones, la camisa y el chaleco.
Cuando alzó la vista dese su posición, con la espalda sobre el suelo de la
fuente y sujetándose con los codos, vio que ella lo miraba con los ojos muy
abiertos de asombro y los labios formando una O perfecta.
—Bueno —dijo, aclarándose la garganta—, le he dicho a su hermano
que me vendría bien un baño.
Al escucharlo, las comisuras de los labios se elevaron y, al cabo de un
momento, estalló en una risa larga y sonora. No era la risita coqueta que la
mayoría de las jóvenes que conocía utilizaban para flirtear, sino la de una
mujer que expresaba auténtica diversión. Era muy contagiosa, y no tardó
mucho en estallar también en carcajadas.
—Le digo de verdad que es un placer volver a verlo, lord Merryweather
—dijo, y procuró no hacer mucho caso del tono de sorpresa que había
empleado—. Lo cierto es que no recordaba verlo reír tan alegremente desde
que nos conocemos.
Se puso serio al escuchar sus palabras y la sonrisa se desdibujó en su
cara.
—Le ruego que me disculpe, lady Anne.
—¡Ni se le ocurra disculparse por reír! —dijo al tiempo que se intentaba
poner de rodillas.
Christopher se apresuró a levantarse para poder ayudarla a hacer lo
propio.
—Yo diría que tiene usted un magnífico… susurro entre dientes de
barítono, lord Merryweather.
Apenas pudo centrarse en sus palabras, ya que estaba demasiado
ocupado mirándola a la cara. ¿Habían sido siempre sus ojos así de azules y
cristalinos, sus labios así de rosados, y el inferior tan lleno como le parecía
ahora? La joven alzó las cejas perfectas cuando lo miró a los ojos.
—Debo reñirlo por asustarme de esa manera —dijo mordiéndose
levemente ese labio que tanto lo incomodaba y tan ansioso lo ponía sin
saber muy bien por qué—. De todas maneras, me doy cuenta de que ha sido
un accidente y, en cualquier caso, ha conseguido que me lo pase muy bien
en una mañana que empezó bastante sosa y desalentadora. —Agarró la
mano extendida y le permitió que la ayudara a levantarse.
—Siento que haya algo que le preocupe, lady Anne, sea lo que sea —
dijo, ofreciéndole el brazo.
Le rodeó el brazo con los dedos como si estuvieran cerca de la pista de
baile de un abarrotado salón, y no de pie sobre el agua de una fuente del
jardín de su hermano.
—¿Le apetece hablar de ello?
—No —contestó Anne rápidamente negando con la cabeza de forma
enfática. Y en ese momento todo estuvo claro para él. Lo que preocupaba a
la joven era precisamente su llegada, y su interés en cortejarla. Estuvo
tentado de bajar el brazo, pero era demasiado caballero como para hacer
eso. Lo que hizo fue ayudarla a salir de la fuente, incluso levantando las
empapadas faldas por encima del borde.
—¿Dónde está su criada? —preguntó intentando buscar algo que
pudiera ayudarla a secarse. Sus labios empezaban a tener un ligero tono
azul y había empezado a temblar.
—Supongo que dentro de la casa —dijo con despego—. No sabía que
iba usted a venir a verme, así que no pensé en que debía estar acompañada.
Aunque me han dicho que eso apenas tiene ya importancia social, ¿no es
así?
Vio que lo miraba con un brillo especial en los ojos que lo preocupó. Si
no estaba muy dispuesta al cortejo, ¿por qué hablaba de ello tan
abiertamente?
—Lady Anne, deberíamos hablar de…
—¡Ah, mire, ahí está mi doncella! —interrumpió, al tiempo que una
joven criada salía casi corriendo por la puerta. Seguramente le habían dicho
que fuera a buscar a su señorita una vez que Christopher había ido a los
jardines—. Tengo que cambiarme antes de que agarre un catarro, lord
Merryweather. Nos veremos en la cena, y ya mañana saldremos hacia
Aspendale, o al menos eso creo. ¡Nos vemos!
Y así, sin más, la ninfa desapareció, corriendo a toda la velocidad que le
permitía la pesada ropa mojada. Christopher no despegó los ojos de ella
hasta que desapareció en la casa, con la sensación de que su vida nunca
volvería a ser la misma desde ese momento.
C A P ÍT U L O 4

A nne tuvo que contenerse para no salir corriendo tras bajar los
escalones del carruaje y subir el camino de Aspendale, la mansión de
los Winterton, y no precisamente a causa de la familia en sí misma. Tenían
tres hijas, todas ellas casaderas, y Anne sabía que el vizconde y su esposa
estaban casi desesperados por casarlas. Pero parecía que les estaba costando
mucho lograrlo, pues las jóvenes no eran especialmente agraciadas, e
incluso se comportaban de un modo un tanto grosero a veces.
Sabía que tanto ella como su madre probablemente habían sido
invitadas simplemente porque eran vecinas, y al hecho de que eran
necesarias más mujeres para igualar en número a los hombres que habían
sido invitados a la fiesta. Era una época del año un poco extraña para
celebrar una fiesta en una casa de campo, pues el tiempo ya había
empezado a empeorar, pero esperaba que la reunión paliara su aburrimiento,
al menos en parte.
Lo que de verdad agradaba a Anne era el hecho de tener la oportunidad
de pasar mucho tiempo con su amiga Honoria. No se veían desde hacía
meses, ya que la familia de Honoria había permanecido en Londres. Anne
tenía mucho que contarle.
Cuando entraron en el salón de estar, los ojos de Anne se iluminaron al
ver a su amiga, y corrió a encontrarse con ella.
—¡Anne! —exclamó Honoria al acercarse, y le dio un efusivo abrazo
—. ¡Qué alegría verte! Hacía tanto tiempo…
—¡Y tanto! —dijo Anne, encantada de ver que Honoria estaba
exactamente igual que siempre.
Seguía igual de encantadora, con las redondas gafitas deslizándose
como siempre por la nariz y usando el delgado índice para levantarlas.
—¡Tenemos mucho de lo que hablar! —dijo en voz baja mientras
llevaba a Anne a un rincón apartado del salón—. He oído decir que te están
cortejando… ¡Lord Merryweather! ¡Cómo es posible que no me lo hayas
dicho? Habría bastado con una simple nota.
Anne miró a su alrededor para asegurarse de que nadie pudiera
escucharla, pero se dio cuenta de que todo el mundo estaba dándose la
bienvenida. El propio lord Merryweather hablaba en ese momento con
varios caballeros, y por supuesto los Winterton, que en ningún momento
ocultaban sus intereses. Así que se volvió para hablar tranquilamente con
Honoria.
—Yo no me enteré hasta ayer mismo —dijo en un susurro—. Mi
hermano me informó de que lord Merryweather iba a venir a acompañarme
aquí para empezar a cortejarme. Me pilló con la guardia baja del todo.
—¡Pero tienes que haberte dado cuenta de que le interesabas! —dijo
Honoria, y abrió mucho los ojos cuando Anne negó con la cabeza.
—¡Yo no tenía la menor idea! —dijo—. Aunque desde que llegó ayer la
cosa se ha puesto un poco… interesante, digamos.
—Ah, ¿sí? —preguntó Honoria levantando una ceja—. ¡Cuenta, cuenta!
Y Anne le relató lo que había ocurrido en la fuente, y los agradables
momentos de humor que compartieron.
—Ni me podía imaginar que el caballero fuera capaz de reírse de esa
manera de sí mismo —dijo Anne sonriendo al recordarlo—. Pero se rio de
verdad. ¿Te lo puedes imaginar, Honoria? ¡Lord Merryweather sentado
sobre el agua, con su impecable atuendo absolutamente mojado y hecho una
auténtica pena!
—Estoy seguro de que fue algo digno de verse, sí. —Una voz de
barítono sonó justo detrás de ella.
Vio su propia sorpresa reflejada en el rostro de Honoria y se dio la
vuelta. Allí estaba el caballero del que estaban hablando, inmaculadamente
vestido hoy, con camisa blanca y chaleco y pantalones grises. Sus cálidos
ojos pardos estaban clavados en ella, encima de los elevados pómulos. Era
alto, aunque no desmesuradamente, y recordó que ayer, al agarrarle el
brazo, notó que sus músculos eran duros, fuertes y bien definidos.
—¡Lord Merryweather! —exclamó—. No le había visto.
—Por supuesto que no —dijo con gesto estoico, aunque Anne
distinguió una mínima curvatura en la comisura del labio—. De no ser así
no habría hablado de mí en esos términos, supongo… ¿o sí que lo habría
hecho?
—Pues… bueno. Sí, quiero decir no… Le pido disculpas —dijo
mordiéndose el labio y sin saber qué más decir. En cualquier caso, eso era
lo que deseaba, demostrarle que era una elección inadecuada para él,
incluso podría decirse que horrible—. ¿Conoce a mi más querida amiga,
lady Honoria Smallbrooke?
—Estoy seguro de que hemos coincidido en Londres, pero tengo que
reconocer que fui muy torpe por no darme cuenta de lo encantadora que es
usted —dijo, tomándole la mano a Honoria y llevándosela a los labios, lo
cual provocó que la joven se quedara con la boca abierta de asombro y que
Anne ahogara una exclamación y sintiera un extraño vacío en el estómago.
De hecho, y sin poderlo evitar, hasta se sintió tentada de apartar la mano de
Honoria de sus labios y sustituirla por la suya. ¡Qué cosa tan rara! No
quería tener nada que ver con ese caballero, así que, ¿por qué le había
pasado eso?
—Lady Anne ha sido muy amable conmigo, pese a que no supo de mi
inminente llegada hasta pocas horas antes de que se produjera —dijo. Al
parecer, había escuchado bastante más de la conversación de lo que pensaba
en un principio—. Soy amigo de su hermano desde hace tiempo, y me
apetece mucho tener la oportunidad de pasar más tiempo con la familia.
Mientras Honoria y lord Merryweather charlaban, la madre de Anne,
lady Cecilia, duquesa viuda de Breckenridge, la miraba encantada desde el
otro extremo de la habitación, indicándole con no excesiva sutileza que se
acercara más a Lord Merryweather y que interviniera activamente en la
conversación y fuera más cordial con él.
Anne negó con la cabeza ligeramente, intentando transmitirle a su
madre que no estaba interesada en el caballero y que la dejara en paz. Se
hacían señas silenciosas, manteniendo una especie de muda discusión que
pensaban que no sería seguida por nadie. No obstante, pronto se dio cuenta
de que la conversación entre sus dos acompañantes había finalizado, y que
tanto Honoria como lord Merryweather la miraban a ella de hito en hito.
—¿Va todo bien, lady Anne? —preguntó lord Merryweather.
Compuso una amplia sonrisa.
—¡No podía ir mejor! —contestó con fingida alegría—. Pero tengo que
rogarles que me excusen un momento. Tengo que decirle a mi madre algo
importante.
Se alejó con un fuerte frufrú de las amplias faldas del vestido. Tenía que
hacer algo, y muy deprisa, porque si no muy pronto a ojos de su familia y
de la aristocracia, Merryweather y ella iban a estar prácticamente casados.

C hristopher la vio marchar , incapaz de apartar la vista de su bonito


trasero, que se bamboleaba de un lado a otro conforme la joven avanzaba.
Cuanto más tiempo estaba con ella, más impresionante le parecía. Lo cual
no dejaba de ser extraño, pues se estaba dando cuenta de que no era
exactamente la mujer que él había pensado que sería. No era tan recatada ni
tan correcta como esperaba. No obstante… volvió a mirar a lady Honoria,
que a su vez tenía los ojos clavados en él con una sonrisa algo burlona en la
boca.
—Debería tener cuidado, milord, y no entregarle su corazón con
excesiva facilidad —dijo con una sonrisa comprensiva—. Y es que, aunque
la quiero mucho, debo decirle que lo más probable es que se lo rompa.
—No le he dado mi corazón —replicó él con tono algo indignado—. Lo
único que pretendo es cortejarla, aunque me lo está poniendo bastante
difícil, la verdad.
—Creo que esa es precisamente su intención —confirmó Honoria
riendo al tiempo que se alejaba. Notó que había alguien junto a él y se
volvió.
—¡Watson! —exclamó con alegría—. ¡Hacía tiempo que no nos
veíamos, viejo amigo! No sabía que ibas a venir.
—¿Hubieras venido tú de haberlo sabido? —preguntó su amigo
jocosamente, y los dos rompieron a reír—. ¿Te pasa algo, Merryweather?
Estabas muy serio cuando te he visto. —Merryweather negó con la cabeza
algo desconcertado.
—Sólo que creo que no voy a entender nunca las complejidades del
carácter de las mujeres.
—Te estás refiriendo a lady Anne, ¿no es así? —preguntó Watson—.
Por lo menos eso es lo que dicen las malas lenguas.
—Lo estoy intentando, Watson —dijo Christopher aceptando un vaso de
brandi del criado que se había acercado y dando un sorbo—. Pero me está
resultando difícil estar con ella sólo durante más de un minuto.
—Esta noche va a haber un baile —le informó Watson con un brillo en
los ojos—. Estoy seguro de que, si consigues bailar un vals con ella, no
tendrá más remedio que escucharte y aceptar que la cortejes. De todas
formas, debo decirte que me sorprende un poco que la hayas escogido a ella
como tu posible esposa. Nunca te han gustado los comportamientos que se
salen de lo normal y establecido, y lady Anne tiene tendencia a comportarse
algunas veces de forma… un tanto impropia. Hay muchas jóvenes que sin
duda acogerían muy bien el que las cortejaras. De hecho, los Winterton
tienen tres hijas a las que sólo les falta ponerlas en un escaparate. Me doy
cuenta de que lady Anne es una belleza, sí, pero ¿no te has planteado otras
opciones, amigo mío?
Christopher reflexionó un momento acerca de lo que Watson le estaba
diciendo, pero enseguida llegó a la conclusión de que no iba a rendirse. Al
menos tan pronto. De ninguna manera.
—Tengo un plan que pasa por lady Anne —dijo, y se dio cuenta
enseguida de lo estúpidas que habían sido sus palabras, aunque no
encontraba otras con las que expresar lo que pensaba—. Seguiré con él
hasta que deba cambiarlo.
—Siempre con tus planes y tus listas de prioridades, Merryweather —
dijo Watson negando con la cabeza y dándole unos golpecitos en el hombro
a su amigo—. Te deseo la mejor de las suertes. Me da la impresión de que
vas a necesitarla, amigo mío.

—V iene hacia aquí —susurró Honoria.

A nne gruño y miró inmediatamente a derecha e izquierda intentando


encontrar una vía de escape.
—Parece que viene muy decidido —dijo Honoria riendo—. Lo cierto es
que yo soy unos diez centímetros más baja que tú, y algo más ancha,
además. ¿Por qué no hablas con él, por lo menos, Anne? Si no quieres que
te corteje, díselo claramente para que pueda intentarlo con otra.
Eso era lo que debería hacer, desde luego, pero la idea de que se
interesara por otra mujer la hacía notar de nuevo una sensación extraña, la
misma que notó cuando le besó la mano a Honoria. Suspiró.
—Les dije a mi madre y a Alastair que ya veríamos una vez pasados
estos días —explicó—. Pero la verdad es que es un caballero muy
agradable, y preferiría no herir sus sentimientos.
—Y si es tan agradable, ¿por qué te empeñas en huir de él? —preguntó
Honoria algo exasperada—. Un cortejo no implica ningún compromiso,
Anne. Dale una oportunidad.
—Un cortejo puede ser visto por la alta sociedad como un compromiso,
lo sabes muy bien, Honoria —dijo Anne, algo enfadada por el hecho de que
todo el mundo, incluida su mejor amiga, tuviera tantas ganas de casarla—.
No es a él a quien rechazo, sino a la idea de casarme. Tengo otros planes.
—¡Oh! —exclamó Honoria alzando una ceja—. ¿Y cuáles son esos
planes…?
—¡Voy a ser actriz! —susurró Anne con tono conspiratorio. Si había
alguien capaz de entender sus motivos, esa era Honoria. Pero, para su
disgusto, su amiga se echó a reír.
—¿Actriz? ¡Pero Anne, si ya lo eres… todos los días! —Debió notar
que Anne iba en serio, porque la sonrisa desapareció inmediatamente de sus
labios—. ¡Ah!, ¿quieres decir actuar de verdad? ¿En un escenario? Anne,
eres…
—Hija de un duque, sí. Hermana de un duque, claro. Sí, lo sé
perfectamente. —Puso los ojos en blanco, decepcionada por el hecho de
que su mejor amiga reaccionara igual que todo el mundo lo hacía.
—Bueno, ¿y qué estás pensando hacer…?
—Lady Anne.
Lord Merryweather. Se había olvidado de que quería evitar hablar con
él. Suspiró. Quizás era el momento de regresar al plan original, es decir,
convencerlo que no era la mujer apropiada para él. Y es que no pensaba que
fuera a tener el valor de rechazarlo sin más.
—¡Aquí está por fin, milord! Llevo buscándolo por todas partes… —
dijo con una exagerada sonrisa y tomándole las manos, a lo que él
reaccionó sorprendiéndose mucho y dando un mínimo paso atrás.
—Ah, vaya, eso es estupendo —dijo, aunque notó perfectamente lo
sorprendido que estaba por su inesperada exuberancia—. Esperaba que me
concediera un baile.
—¡Por supuesto, estaré encantada! —dijo sin soltarle la mano, lo que
pareció incomodarle un poco—. ¡Ah, un vals! ¡Perfecto!
Le condujo a la pista de baile, en la que sólo había unas pocas parejas
moviéndose al compás del piano que tocaba lady Winterton. Lo lógico era
que la propia Anne estuviera al piano, pero, por supuesto, sabía que el
objetivo de los Winterton era hacer todo lo que pudieran para resaltar la
presencia de sus hijas, y asegurarse de que nadie les quitara protagonismo.
—¡Qué pieza tan bonita, lady Patricia! —le dijo en voz alta a la joven al
pasar a su lado. Cuando volvió la cara para mirar a lord Merryweather, éste
se había ruborizado un poco, sin duda por la atención que estaban
concitando. Anne se sintió un tanto culpable, pero se dijo a sí misma que
eso era mucho mejor que rechazarlo de primeras.
Después la sujetó entre sus brazos, con los cuerpos muy cercanos, y de
repente se preguntó si de verdad había tomado la mejor decisión después de
todo.
C A P ÍT U L O 5

¿Q ué le pasaba a esta mujer? En un momento dado parecía que quería


librarse de él como fuera, y al siguiente podía decirse que se arrojaba
a sus brazos. A Christopher su actitud lo pilló con la guardia baja, y no le
sentó bien, porque nunca le habían gustado las sorpresas. Ni siquiera un
poco.
—Lady Anne —empezó, y se aclaró la garganta… pero se interrumpió
al notar que la joven se apretaba con fuerza contra él, y miró a su alrededor
para ver si alguien los estaba mirando. Parecía que cada cual tenía mejores
cosas de las que preocuparse que de estar pendiente de ellos, pero pensó
que sería mejor dar un pequeño paso atrás. No obstante, su cuerpo lo
traicionó, y con bastante claridad, debido a la cercanía de lady Anne y la
sensualidad de sus curvas.
La joven le sonrió, y se le olvidó todo lo que iba a decir a ver los
preciosos ojos azules de la joven, que parecían titilar por el reflejo de la luz
de los candelabros.
Vaciló ligeramente. La habitación, que antes le había parecido muy
amplia y capaz de permitirle bailar cómodamente entre las otras parejas, de
repente se le hizo pequeña, pues no deseaba otra cosa que estar sólo con
ella, sin nadie más a su alrededor.
—¿Sí? —dijo ella en un susurro, y bajó la cabeza para mirarla,
sorprendido de nuevo, esta vez por el súbito cambio de tono. ¿Se estaba
burlando de él? No, imposible: era la viva imagen de la sinceridad.
Mientras él se rehacía, la joven aprovechó para llenar el silencio.
—¿Ha escuchado la noticia? Lady Winterton ha organizado una
excursión mañana por la noche para acudir al teatro de Maidstone. ¡Será la
primera vez que vaya! ¡Es magnífico!
Lord Merryweather hizo una pequeña mueca.
—No soy muy aficionado al teatro, la verdad —dijo—, aunque sé que a
muchos les gusta.
Anne puso cara de horror al escuchar sus palabras.
—¿No le gusta el teatro? ¡No puede ser verdad! —No pudo evitar una
sonrisa, pues era como si la hubiera insultado personalmente—. Oh, lord
Merryweather, no sabe usted lo mucho que se pierde no gustándole. La
intriga, el drama, la posibilidad de asomarse a la intimidad de otra persona
gracias al talento de un actor o actriz. ¡No hay nada que no pueda gustar en
el teatro!
—Pues… no sé qué decirle, la verdad —confesó encogiéndose de
hombros—. Supongo que estoy demasiado anclado a la realidad, y tengo la
impresión de que tiene poco sentido malgastar tiempo en algo que no
conduce a ningún propósito.
—De acuerdo —dijo haciendo un gesto de decisión—, creo que voy a
asumir como una tarea personal el que supere esas ideas tan absurdas y
aprenda a disfrutar con el teatro y a facilitarle el acceso a todo lo que ese
arte puede ofrecerle. Lord Merryweather, mañana me sentaré con usted para
asegurarme de que entienda lo fascinante que puede ser una obra de teatro
bien interpretada. ¿Está de acuerdo?
—Sí, claro. Y ahora…
—Lord Merryweather, debo decirle que baila usted de maravilla —dijo,
y lo atrajo más hacia sí, aunque pareciera imposible.
—¿Qué bailo de maravilla? ¿Yo? —repitió confundido—. Lady Anne,
debo decirle que es la primera vez que alguien me dice semejante cosa.
Puede que hasta decir que no lo hago mal pudiera resultar exagerado…
¿pero que bailo de maravilla? Desde luego que no.
Anne se rio. Fue una risa preciosa y feliz, que llamó la atención de las
parejas cercanas, por lo que Christopher se aclaró nerviosamente la
garganta.
—Lady Anne…
—¡Oh, lord Merryweather, tengo que enseñarle algo! —dijo ella con
repentino regocijo, lo que hizo que la mirara aún más confundido
—¿Aquí? —preguntó—. Reconozco que es una habitación grande y
magnífica, aunque no tiene nada que ver con Longhaven, por supuesto. No
obstante, no alcanzo a entender qué puede haber aquí que quiera usted
enseñarme.
—Aquí no, qué bobada—dijo, y cuando la miró, le pareció que abría y
cerraba las pestañas a toda velocidad. ¿Estaba flirteando con él? ¿Cómo era
posible, en nombre del cielo, que una mujer no quisiera ni verlo en un
momento dado y al siguiente se pusiera a flirtear con él de manera
ostentosa? —¡Venga conmigo! —dijo, y volvió a tirar de su mano. Él se
resistió inicialmente, pero ella tiró con más fuerza. Se habían convertido en
el centro de atención, y le pareció que lo mejor que podía hacer en ese
momento era dejarse llevar por ella.
Lo llevó hasta el pasillo, y al llegar allí se detuvo, negándose a avanzar
más.
—A ver, lady Anne: debería tener usted cuidado si no quiere que todos
los asistentes a la fiesta hablen de usted.
—¡Vaya, lord Merryweather!, ¿de verdad le preocupa tanto eso? —
preguntó al tiempo que movía la mano para quitarle importancia—. Sígame,
por favor, será sólo un momento.
Suspiró e hizo lo que le pedía. La siguió por un pasillo, sintiéndose cada
vez más inquieto. No era esa la forma en la que quería cortejarla. Ni mucho
menos.

A nne , pese a su sonrisa, se sentía culpable al ver la cara de Merryweather,


que estaba completamente descolocado. La miraba frunciendo el ceño y
arrugando la nariz, de perfecto perfil romano. Ahora que estaba muy cerca
de él, Anne tenía que admitir que era muy atractivo. El pelo, muy corto y de
color avellana, y el traje, inmaculado como siempre. Las mejillas firmes.
Cualquiera que lo viera estaría de acuerdo en afirmar que respondía a la
definición de un caballero sin tacha. Lo sentía por él, la verdad, y sabía que,
una vez terminada esta condenada fiesta, el pobre hombre no querría volver
a tener nada que ver con ella, dado que su comportamiento no iba a cuadrar
con lo que esperaba de una esposa.
El invernadero de los Winterton era magnífico, aunque no tenía nada
que ver con el de Longhaven. En cualquier caso, contenía muchos rincones
bonitos y zonas umbrías que eran perfectas para lo que Anne tenía en
mente.
—No falta mucho —dijo, echando una mirada hacia atrás que esperaba
que a él le resultara seductora y audaz. Si tenía que ser sincera consigo
misma. Lo cierto era que se sentía un tanto ansiosa con esta especie de cita
improvisada, aunque también le preocupaba un poco la reacción de
Merryweather. Si el objetivo era que la rechazara, ¿por qué ahora no
terminaba de gustarle la idea de que pasara eso?
Por fin encontró la puerta que estaba buscando y la atravesó, seguida de
cerca por lord Merryweather. El conservatorio estaba oscuro, sólo a la luz
de la luna y las estrellas que se podían observar brillando a través de los
cristales. Perfecto.
—Lady Anne, esto está… desierto. Quizá sería mejor que regresáramos
con los demás antes de que nos echen de menos. No quiero que su
reputación quede dañada.
—No tardaremos en volver. —Empezó a caminar entre las filas de
vegetación, buscando algo que pudiera reconocer para enseñárselo—. ¡Oh,
mire! —exclamó cuando por fin encontró algo que servía para sus
propósitos—. ¡Una dalia! Es mi flor favorita.
—Parecen gustarle las flores —dijo Merryweather acariciando
levemente un pétalo rosa.
Anne sintió una quemazón al pensar que él repetía esa misma caricia en
su piel
—¿Eso piensa? —La voz le salió algo ronca, y se aclaró la garganta.
—«Haz el papel de seductora, Anne, no de joven inocente».
—Sí. El otro día la ver recoger flores en su jardín, y ahora estamos en el
invernadero admirando sus favoritas.
—Ah, claro —confirmó, intentando recuperar la calma mientras se
acercaba a él—. Me encantan las flores. —Levantó los ojos hacia él y lo
miró a través de las largas y entrecerradas pestañas—. Son suaves, dulces, y
huelen de maravilla. Pero la verdad, lord Merryweather, es que no era esto
lo que quería enseñarle.
—¿No?
—No.
Armándose de valor, se aupó sobre las puntas de los dedos, cerró los
ojos y acercó los labios a los de él. Nunca la habían besado antes, y lo cierto
es que en ese momento tampoco, porque en realidad era ella la que lo estaba
besando a él. El joven se quedó paralizado, al parecer en estado de shock, y
Anne esperó que llegara el momento en el que él la apartara y le dijera que
no debía besarle de esa manera, que lo que estaba haciendo era muy
impropio y que no quería volver a tener nada que ver con ella.
Pero estaba claro que había subestimado a lord Merryweather. Parecía
que, pese a toda su formalidad, no era tan frío y serio como aparentaba ser.
Se dio perfecta cuenta del momento en el que se liberó de los remilgos y
permitió reaccionar a su cuerpo. De repente, los brazos, hasta ese momento
rígidos, la rodearon con una rara mezcla de firmeza y suavidad y empezaron
a tomar el control de los acontecimientos. Movió los labios con firmeza y le
acarició la espalda con las manos, además de acercarla más a él. Empezó a
acariciarle los labios con la lengua, y cuando ella entreabrió la boca para
dejar salir un mínimo gemido, aprovechó la oportunidad para explorar con
ella el cálido interior.
Ambas bocas empezaron a jugar un juego amoroso desconocido y
placentero, y la sensación que la invadió fue nueva, distinta a todo lo que
había sentido con anterioridad. Además, le parecía que ansiaba algo que no
sabía que estuviera a su disposición. Pensó que era algo parecido a probar
por primera vez el chocolate: nunca había tenido ganas de comerlo, para
tras probarlo, aunque fuera un poco, deseaba más y más.
Por lo que a Merryweather respectaba, bueno, su sabor se parecía al del
pipermín, con ligeros toques del brandi que había estado bebiendo antes. Y
olía divinamente. Si alguien le hubiera preguntado antes que describiera el
aroma que pensaba que tendría un hombre atractivo, sin duda que hubiera
contestado que, como el de Merryweather, sería profundo, especiado y
embriagador, a clavos de olor mezclados con cuero y almizcle.
Anne pensaba que se podría pasar la vida entera besándolo, y sentía la
urgencia de arrimarse aún más a él, y apretarse contra el exterior de su
delgado cuerpo. En un momento dado, sintió algo duro justo en el medio, y
abrió los ojos con asombro al darse cuenta de lo que era. Lord
Merryweather se dio cuenta de sus dudas y separó sus labios de los de ella
de inmediato.
—Oh, Dios… —gruñó, y el breve y agradable interludio finalizó. Se
acabó el momento en el que había perdido el control y se había permitido
ciertas libertades difíciles de imaginar en él. Mientras Anne esperaba las
palabras que, sin la menor duda, iba a pronunciar, se dio cuenta de que lo
que en realidad quería no era otra cosa que volverlo a hacer, por lo que
sintió cierta desesperación que no terminaba de comprender.
—No deberíamos haber hecho esto. —Ahí estaba. Se lo dijo con la
frente apoyada contra la de ella, y ambos recuperaban la respiración normal
tras el apasionado beso—. Ha sido un tanto impropio, la verdad.
Anne cerró los ojos a la espera de la siguiente frase, esa en la que le iba
a decir que nunca volvería a pasar, y que tras lo ocurrido ya no deseaba
cortejarla, y ni mucho menos casarse con ella. Tendría la libertad de hacer
lo que deseaba desde el principio, intentar cumplir su sueño. Debería estar
deseando escuchar esas palabras de ruptura, pero la verdad era que, en ese
momento, las temía.
—Lo que pasa es que ahora no puedo pensar en otra cosa que en hacerlo
de nuevo —dijo, y Anne abrió los ojos como si tuviera un resorte en los
párpados—. Anne, creo que es el momento perfecto para decirte que pido tu
permiso para cortejarte, y me alivia y alegra mucho saber que a ti te parece
bien.
¡Vaya! Eso era de lo más inesperado.
Anne se quedó helada al escucharlo, y sin saber qué decir, pues sentía
emociones encontradas. Por un lado, una sensación de euforia invadió todo
su ser al saber que seguía sintiéndose atraído por ella, pese a su
atolondramiento, y que, de hecho, no le importaba, sino que lo aceptaba y
hasta le gustaba. Pero, por otro lado, este no era el resultado que se había
imaginado, y todos los esfuerzos que había hecho para asustarle no habían
servido para nada. Todo lo contrario: al parecer lo habían animado aún más.
El caso es que Merryweather le gustaba, y mucho, pero… ¿quería casarse
con él?
—Debo disculparme, lord Merryweather, no sé lo que me ha pasado —
dijo al tiempo que daba un paso hacia atrás para separarse de él, y sin tener
muy claro lo que quería hacer en realidad—. He actuado sin pensar. Es algo
que usted debería saber, me pasa a menudo. No siempre pienso las cosas
como debería, ¿sabe? De hecho, soy bastante impulsiva. Demasiado
impulsiva, de hecho. Estoy segura de que, si me conoce mejor, llegará a
pensar eso. —No pudo evitar divagar. Él no dejaba de mirarla, con esos
ojos color castaño claro que tanto se parecía al de los crisantemos de su
jardín. Tomó aire con fuerza y decidió que quizá lo mejor sería decir la
verdad pura y simple—. Lo que quiero decir, lord Merryweather, es que no
estoy segura de si nos iría bien.
La tomó de las manos y se las llevó a los labios, sin dejar de mirarla en
ningún momento.
—Comprendo perfectamente sus dudas, lady Anne.
Ellen abrió mucho los ojos, pero el joven asintió.
—¿Puedo sugerir que aprovechemos la oportunidad que tenemos para
conocernos mejor y ver si hay algo más entre nosotros de lo que pueda
parecer ahora?
Tragó saliva, anonadada por la intensidad de su mirada y el temor de
que uno de ellos, o incluso los dos, sufrieran mucho si seguían ese plan.
—Lord Merryweather, creo que eso podría estar bien —dijo por fin.
C A P ÍT U L O 6

P ese a la intención de Christopher de pasar la mayor cantidad de


tiempo posible con Anne durante la fiesta, al día siguiente se mostró
esquiva con él. La mujer lo tenía muy confundido. La verdad es que ella
tenía razón, no parecía que sus formas de ser tuvieran mucho que ver. Pero
le había besado. No tenía muy claro el porqué. No era ni mucho menos la
seductora que pretendía aparentar, sino una joven poco o nada entrenada en
las formas de la pasión. Aunque le había sorprendido mucho su forma de
comportarse tan directa, la verdad es que lo que le dejó en shock fue su
propia reacción. Se había olvidado de todo cuando el deseo lo inundó. Lo
que decía indicaba que no era una mujer adecuada para él, ni mucho ni
poco, más bien todo lo contrario, pero no fue capaz de evitar resistirse a su
fuego, zambullirse en él, en el placer y la diversión que parecía haber
olvidado hacía mucho tiempo.
Cuando estaba cerca de ella, por mucho que le pareciera importante lo
que le decía la lógica, que era necesario mantener las formas, eso dejaba de
tener importancia. Fue como una revelación para él, y sentía una gran
urgencia de compartir la experiencia con Anne.
¡Si pudiera hablar con ella, aunque sólo fuera un minuto!
—Pareces muy pensativo esta tarde.
Christopher se sobresaltó al darse cuenta de que Watson le estaba
hablando. Ya estaban sentados a la mesa para cenar, el aire viciado por el
humo de los cigarros puros mientras que las mujeres se habían retirado a la
sala de estar. Christopher tenía delante una copa de oporto a la que sólo
había dado un par de sorbos. Las cosas habían llegado más lejos de lo que
debían la noche anterior con Anne, y eso que en aquel momento estaba
completamente sobrio. No quería ni pensar en lo que pasaría si tuviera una
copa o varias de más.
—¿Estás pensando en una mujer en particular? ¿Una encantadora
belleza rubia, quizás?
Christopher pensó que no debía contestar a Watson, pero pensó que, si
en breve iba a cortejar a Anne, ¿qué más daba?
—Pues lo cierto es que sí, Watson —dijo, notando que una sonrisa
pugnaba por asomar a su boca y luchando por evitarlo—. Puede que las
cosas entre nosotros no sean tan complicadas como parecía en un principio.
—Me alegra mucho oírte decir eso, Merryweather —dijo Watson con
una sonrisa de complicidad—. Sabes que siempre te deseo lo mejor.
—Lo sé.
—Bueno, caballeros —dijo el anfitrión levantándose—. Creo que
deberíamos ponernos en camino hacia el pueblo si queremos llegar a tiempo
a la representación.
Pese a que Christopher estaba deseando pasar tiempo con Anne, lo
cierto es que no le apetecía nada ir al teatro. No entendía qué interés podía
haber en ver a los actores hacer tonterías sobre el escenario, mientras la
audiencia reaccionaba muchas veces con emoción que, en algunos casos,
conducía a abucheos y hasta al lanzamiento de objetos. Siempre había ido al
teatro en Londres, nunca a un pueblo pequeño como Maidstone, y le
preocupaba lo que pudiera pasar. Pero si la cosa hacía tan feliz a Anne
como ella decía, allá iría, y más tras haberle prometido contemplar la
representación con la mente abierta.

A nne estaba al borde del asiento, esperando ansiosa el comienzo de la


representación. Se trataba de una versión de El sueño de una noche de
verano, de Shakespeare, aunque Christopher no sabía exactamente cómo se
iba a desarrollar. Durante el viaje en carruaje hasta Maidstone, una de las
hermanas Winterton, no sabía cuál de ellas pues todas tenían el mismo
aspecto y se comportaban de la misma manera, le había dicho que la
compañía era londinense, y que estaban de gira por el país. Lo cual le hacía
concebir la esperanza de que fueran al menos lo suficientemente
competentes.
El grupo se arracimaba en un palco cercano al escenario, que parecía un
tanto vulgar, pero no se podía saber a ciencia cierta desde esa distancia.
Anne parecía sentir mucha curiosidad por lo que fuera a ocurrir, igual que
su amiga, lady Honoria, que estaba sentada a su lado.
Christopher estaba más interesado en el público que había acudido.
Había gente de todo tipo, desde nobles como ellos en los palcos cercanos al
escenario, pasando por gente de clase en asientos detrás de ellos hasta la
gente de clase baja de pie en el foso central. Eso era un espectáculo en sí
mismo, ver tanta gente y tan variopinta reunida en mismo lugar.
Otra de las Winterton estaba al otro lado, pero todas ellas parecían haber
renunciado a él. Al parecer, por lo que le había dicho Watson, su
desaparición de ayer al mismo tiempo que la de Anne no había pasado
desapercibida, y los Winterton ya no albergaban esperanzas de que cortejara
a una de sus hijas. Lo cual le agradaba bastante, ya que podía oír
perfectamente la voz chillona de una de las hermanas charlando con el
infortunado caballero que estaba sentado junto a ella.
—¡Alégrese, lord Merryweather! —dijo Anne para llamar su atención
—. Es una comedia. ¿La ha visto antes?
—He leído la obra —respondió—, y no puedo decirle que disfrutara
mucho con ella.
Vio que la joven miraba a su amiga, y casi podría asegurar que ponía los
ojos en blanco, pero cuando se abrió el telón, su atención se centró
exclusivamente en el escenario que tenía delante de ella. Durante el primer
acto, Christopher apenas prestó atención a la obra, pues era incapaz de
apartar los ojos de la mujer que tenía al lado. Sus gestos le absorbían. Se
reía con ganas de los chistes y las situaciones cómicas, protestaba cuando se
enfadaba, exactamente igual que la audiencia más entregada y cuando algún
giro de la trama le preocupaba, su rostro reflejaba sus sentimientos sin el
más mínimo control.
Cuando llegó el intermedio, lo miró con gesto soñador.
—¡Vamos, lord Merryweather, no me diga que no se ha divertido! —
preguntó.
—Le puedo asegurar que en mi vida me he sentido tan fascinado.
S hakespeare nunca defraudaba a A nne , y esa noche no fue una
excepción. Hasta lord Merryweather parecía estar disfrutando, o al menos
eso pensaba ella, y esperaba poder atraerle hacia el teatro. La compañía
teatral no era la mejor que había visto en su vida, pero al menos era
profesional y creíble. Lisandro representaba su libidinoso papel con
Hermia, que a su vez resultaba natural y adorable; y, desde luego, el actor
que interpretaba a Puck la tenía embelesada con sus payasadas. Se
preguntaba cómo era posible que recordara todos los textos del enrevesado
papel noche tras noche, y le apetecía preguntarles eso y muchas otras cosas
a los propios actores.
Cuando, en el segundo descanso, lord Merryweather se excusó y
desapareció, decidió precisamente eso, ir a hablar con los actores.
Su madre estaba muy entretenida hablando con otras damas, de modo
que sólo Honoria le prestaba cierta atención.
—Honoria —le susurró a su amiga—. ¡Ven conmigo!
—¿A dónde? —preguntó Honoria, pero Anne negó con la cabeza.
—Te lo diré dentro de un momento. ¡Ya lo verás!
Anne bajó las escaleras tras salir del palco agarrando con firmeza la
mano de Honoria mientras esquivaban la marea de gente del vestíbulo del
teatro.
—Anne, por favor, dime que no estamos yendo a donde yo creo que
estamos yendo —murmuró Honoria, y Anne sonrió a su amiga.
—¿A dónde crees que vamos?
—Detrás del escenario, entre bastidores.
—¡Exactamente! —confirmó Anne con una sonrisa radiante, encantada
de que Honoria no rechazase la idea. Su amiga soltó un gruñido de protesta,
pero Anne sabía que después se iba a alegrar de haber ido con ella. Honoria
siempre decía que su vida sería demasiado aburrida sin Anne.
Empujó la puerta que conducía a la zona de detrás del escenario y se
llevó un dedo a los labios para que Honoria se mantuviera en silencio. Anne
no sabía exactamente qué era lo que de verdad quería conseguir con esto, o
si, como solía decir su hermano, sólo era fruto de un capricho. No estaba
segura de si quería hablar o no con los actores, pero sí que le apetecía verlos
y hacerse una idea acerca de lo que era estar entre bastidores. Honoria y ella
avanzaron de puntillas por el pasillo, se asomaron a una habitación vacía y
continuaron.
—¿Se han perdido?
Anne dio un respingo y se tropezó con Honoria. Pese al susto, la voz le
resultó conocida. Aguzó la vista en la oscuridad y, por fin, reconoció los
rasgos.
—¡Lisandro! —exclamó asombrada, provocando que el actor riera entre
dientes.
—Supongo que durante más o menos una hora más, seguiré siendo
Lisandro para usted, milady —dijo haciendo una muy exagerada reverencia
—. En todo caso, se lo debo preguntar otra vez: ¿se han perdido? La
representación va a continuar enseguida, y no quiero que se pierdan nada.
Anne estaba completamente arrebolada, y se alegraba de que el hombre
no pudiera darse cuenta de ello debido a la oscuridad que reinaba.
—Ya… bueno, estábamos…
—Sí, tiene usted razón, nos hemos perdido —dijo Honoria saliendo al
rescate, y Anne se lo agradeció infinitamente a su mucho menos
atolondrada amiga—. Parece que nos hemos equivocado de puerta. ¡Qué
despiste, por favor!
—No se preocupen —dijo Lisandro, y señaló el camino por el que
habían venido—. Las escaleras están por ahí detrás. Las buscaré entre el
público.
—¡Un momento! —dijo Anne de repente. Quería que este hombre le
contara cosas acerca de su trabajo y su interesante vida—. Dígame, ¿cómo
se convirtió en actor?
—La verdad es que se puede decir que nací actor —dijo encogiéndose
de hombros—. Mi madre era actriz y mi padre tramoyista. Es la vida que
siempre he conocido.
A Anne le dio un vuelco el corazón al escucharlo. Por supuesto, no tenía
nada que ver con la vida que ella había conocido, pero ¿cómo podría llegar
a vivirla?
—¿Cuántas actuaciones tienen aquí? —preguntó, y notó que le
sorprendía la pregunta.
—Sólo la de esta noche —respondió—. Mañana salimos hacia
Tonbridge.
—Entiendo —dijo. La curiosidad que sentía fue más fuerte que
cualquier tipo de corrección social—. ¿Cree que sería posible que… me
reuniera con usted y algunos otros actores cuando acabe la obra? Para saber
más cosas acerca de su trabajo.
—No veo por qué no —dijo dedicándole una encantadora sonrisa que
diluyó cualquier tipo de reserva que pudiera sentir hacia él—. Después
estaremos en la taberna de la posada. Si quiere, nos puede encontrar allí.
—De acuerdo —dijo devolviéndole la sonrisa, pese al siseo de Honoria
—. Allí estaré.
Tras la marcha de Lisandro, Honoria le agarró por el brazo con cierta
fuerza.
—No te irás a encontrar con él de verdad, ¿o sí? —preguntó con los
ojos muy abiertos de puro asombro.
—Claro que no —respondió Anne para no preocupar a su amiga, pero
cuando se dio la vuelta una breve sonrisa asomó a su cara pensando en la
excitante noche que sin duda iba a vivir.

A nne levantaba las piernas sin querer con los movimientos del carro, que
avanzaba con mucha dificultad por el tortuoso camino. El corazón le latía
desenfrenado, pues estaba a medio camino entre la alegría y la aprensión
por lo que iba a hacer. En lo más profundo de su corazón sabía que las
acciones de esta noche iban a cambiar el curso de su vida, aunque no tenía
claro en qué sentido.
Tras volver a Aspendale esa tarde, Anne fingió un dolor de cabeza y se
fue a la cama. Dijo que estaba cansada tras tantas actividades, aunque la
excusa no podía estar más alejada de la verdad. Observó la mirada suspicaz
de Honoria y también notó que lord Merryweather se había portado de una
manera algo más fría una vez comenzada la segunda parte de la obra, pero
estaba demasiado preocupada por lo que venía como para pensar acerca del
porqué de dicha actitud. Había decidido tomar las riendas de su propia vida
y aprovechar la oportunidad de asomarse durante un momento al menos a la
posibilidad de vivir de otra manera, muy diferente a la que había conocido
hasta ese momento y muy alejada de lo que su familia y la sociedad
esperaban de ella. Salió de la casa por la puerta de servicio, protegida por
una amplia capa y la cabeza cubierta, y caminó los tres kilómetros que
había hasta Maidstone.
Era una locura, era arriesgado… y era muy vivificante.
Lisandro, el actor, cuyo nombre de verdad era Lawrence, o al menos eso
le dijo, pareció sorprendido de verla, aunque también entusiasmado, e
insistió en que se sentara junto a él mientras todos tomaban sus bebidas.
También le dio una amble bienvenida la joven que había interpretado a
Hermia, Ellen era su nombre real, mientras que Helena, o Kitty, se limitaron
a mirarla con cierta frialdad. A Anne no le importó demasiado, tampoco se
podía gustar a todo el mundo. Ignoró a la mujer, mientras que los demás
insistieron en invitarla a bebida y contestaron a todas sus preguntas, que
fuero muchas.
Quería saber cómo habían llegado todos ellos a trabajar en el teatro,
cómo se habían juntado, dónde actuaban preferentemente, qué tipo de obras
representaban… ¿Siempre elegían Shakespeare? Le contestaron que no:
hacían de todo, desde comedias a tragedias, pasando por musicales y teatro
de variedades.
A Anne le encantó escuchar eso, y les dijo lo mucho que le gustaba
cantar y tocar el pianoforte, aunque se veía forzada a tocar sólo las
canciones que su madre consideraba apropiadas. También les dijo que quien
en realidad iba a juzgarla y dictaba las normas de comportamiento en todos
los aspectos era la alta sociedad. No les dijo que pertenecía a una familia
noble, pues no pensaba que fuera a unirse nunca a una troupe de actores.
—Entonces cantas, ¿no? —preguntó Lawrence con su encantadora
sonrisa. La verdad es que era atractivo, pensó Anne para sí. Cuando por fin
accedió, se levantó, la tomó de la mano e insistió en que cantara una
canción con él. Al principio se resistió, aunque sin excesiva convicción,
pues casi nunca perdía la oportunidad de hacer oír su voz. Y se dio cuenta
de que los sorprendió. Mientras cantaba, mirándolos a los ojos de uno en
uno, su rítmica voz de soprano, unido al aterciopelado tono de barítono de
Lawrence, vio que todas las caras, incluso las que al principio tenían gesto
de suspicacia y hasta de animosidad, se volvieron de admiración, y fue
como si su corazón empezara a volar libre junto a la canción.
Cuando Lawrence, que parecía el líder del grupo, le pidió que se uniera
a ellos en su siguiente actuación en Tonbridge, embriagada por la
admiración que le estaban expresando, la atractiva sonrisa de Lawrence y el
alcohol que le corría por las venas, ni siquiera tuvo que pensar para
contestar que sí.
C A P ÍT U L O 7

C hristopher estaba sentado en el escritorio de su habitación en


Aspendale y agarró la pluma. Tenía que pensar, que recapacitar
acerca de sus planes. Había decidido cortejar a lady Anne para consolidar
sus sentimientos hacia ella, y después pedir su mano.
Suspiró. Ya no estaba tan seguro. Deseaba a lady Anne con un ansia,
casi ferocidad, que le era imposible negar, pero ese tipo de atracción sexual
no le parecía adecuada para una prometida o una esposa, y había cualidades
mucho más importantes en ese caso; cualidades que, con toda franqueza,
lady Anne no poseía.
Era impulsiva e impetuosa, y al parecer sus sentimientos cambiaban a la
misma velocidad que lo hacía el viento.
Christopher había visto a lady Anne y lady Honoria dirigirse a la zona
de detrás del escenario durante el intermedio, y las había seguido por pura
curiosidad. Pudo escuchar su conversación con el actor, y por el brillo de
sus ojos se dio cuenta de que tenía la ridícula aspiración de subir ella misma
al escenario. También escuchó que le decía a lady Honoria que no iría a
encontrarse con el actor. Por lo menos tendría el suficiente sentido común
como para no hacerlo.
Presenció la segunda parte de la obra con mucha más atención e
intensidad que la primera, apretando los bordes de la butaca con tanta
fuerza que hasta se le pusieron blancos los nudillos, con los ojos fijos en el
apuesto Lisandro mientras declamaba el galimatías de su papel. Christopher
apenas cruzó ni una palabra con ella después, y lo cierto es que la joven ni
se dio cuenta siquiera.
Agarró la pluma.
B reckenridge ,

L amento mucho tener que decirte esto, pero…

L a puerta se abrió de forma tan repentina que Christopher dio un salto


sobre la silla. Se volvió de inmediato y descubrió atónito que quien estaba
en la puerta era el destinatario de la carta que estaba escribiendo.
—¡Breckenridge! —se puso de pie para saludarlo—. ¡Qué oportuno!
Precisamente estaba…
—¿Has visto a mi hermana? —prácticamente ladró Breckenridge, y
Christopher se dio cuenta de lo agitado que estaba su amigo. Tenía el
pañuelo casi desanudado y el pelo rubio le caía desordenadamente sobre las
orejas.
—No desde anoche, cuando regresamos del teatro —contestó
preocupado. ¿Le habría pasado algo a la duquesa?—. ¿Ha llegado el bebé?
—No, no, no tiene nada que ver con eso… por lo menos todavía no —
respondió Breckenridge. En ese momento se le unió su madre en la puerta.
Las lágrimas le corrían por las mejillas—. Se trata de Anne. Se ha ido…
—¿Qué se ha ido? —repitió Christopher perplejo—. ¿Qué quieres decir
con eso? Estoy seguro de que no es…
—Su cama está sin deshacer, nadie ha dormido en ella —dijo lady
Cecelia—. Al ver que no bajaba a desayunar, pensé que se habría dormido
tarde, pero después su doncella vino a buscarme, muy preocupada porque
no la había visto en toda la mañana. ¡Oh, Alastair! ¿A dónde puede haber
ido?
—Mi madre me ha avisado y he venido a verte de inmediato —dijo
Breckenridge a modo de explicación—. Te lo tengo que preguntar: ¿qué
pasó anoche?
—Fuimos a ver una obra de teatro —empezó Christopher, sin entender
muy bien qué podría tener eso que ver—. A Maidstone. Había una
compañía itinerante de actores que representó una obra. La vimos y
volvimos. No lo hicieron mal, la verdad, aunque a mi no me gusta
demasiado el teatro.
—¡Dios del cielo! —dijo Breckenridge pasándose los dedos por el ya
bastante desordenado pelo—. O sea que ha sido eso.
Apretó la boca con firmeza.
—No entiendo lo que quieres decir. —Christopher lo miró mientras el
duque daba con el puño en la puerta.
—¡Los actores! Se ha ido con los actores —dijo casi en un susurro
gutural—. Hace unos días me dijo que quería ser actriz, pero yo no le di
importancia, pensando que era otra de las típicas ideas absurdas de Anne.
Seguro que, tras verlos, ha actuado impulsivamente, como hace siempre.
Durante un instante, Christopher se quedó sin palabras, aturdido ante la
idea de que hubiera podido pensar así, y no digamos actuar de esa manera.
—¿Me estás diciendo que tu hermana, la hermana de un duque, ha
dejado esta fiesta para unirse a una troupe de actores? —Pronunció la frase
con mucha lentitud.
—¿Acaso algo de lo que te he dicho antes te resulta difícil de entender?
—preguntó Breckenridge extendiendo el dedo índice en dirección a su cara.
Christopher alzó las manos para tranquilizarlo.
—Perdona, Breckenridge, no pretendía molestarte. Es sólo que… —
negó con la cabeza y se llevó las manos a las caderas—, sencillamente, no
me lo puedo creer.
—Ni yo —dijo la duquesa viuda, que ahora lloraba desconsoladamente.
Breckenridge la acompañó al interior de la habitación, pese a lo inapropiado
que resultaba el que se reunieran en el dormitorio de Christopher.
—Estoy seguro de que no se habrán ido muy lejos —razonó
Christopher, intentando no pensar en el dolor de cabeza y el zumbido en los
oídos que le causaba pensar en Anne, sola entre las personas de dudosa
calaña que había visto la noche anterior. En un intento de dejar de lado esos
pensamientos y emociones, se sentó en la silla del escritorio y sacó otra
hoja de papel para anotar cómo y cuándo se habían producido los
acontecimientos.
—Sabemos que empezaron la representación a las nueve de la noche —
dijo tras anotar lo en el papel—. Hicieron un corto descanso, y
probablemente terminarían alrededor de las doce de la noche. Me enteré de
que… ¡oh, Dios! Iban a ir a tomar una copa a la taberna. Seguro que Anne
averiguó a dónde iban a ir. Seguro que han pasado la noche en Maidstone.
Incluso si hn salido a primera hora de la mañana, cosa que me parece
improbable, para seguir su camino, eso habría sido, digamos, hace unas
cuatro horas como mucho, ¿no es así? Pero Breckenridge, no olvides que
son un montón de personas viajando, y un gran carromato lleno de material.
Un hombre a caballo los alcanzaría enseguida. Y sabemos a dónde se
dirigen… a Tonbridge. No está lejos.
Levantó la cabeza y vio que Breckenridge asentía, mientras que Lady
Cecelia seguía retorciéndose las manos.
—Gracias, Merryweather. Tu sentido práctico viene muy bien en
momentos como este —dijo Breckenridge—. Saldré de inmediato. ¡Hay
que ver! Anne no podía haber escogido un momento peor para hacer una
cosa como esta, con Olivia a punto de dar a luz y…
—¿Cómo? —interrumpió lady Cecelia—. ¿Ha empezado?
—Eso parece —suspiró su hijo—. Cuando me he ido se quejaba de
dolores. Lo cierto es que yo no puedo hacer nada por ella, pero me gustaría
quedarme a su lado… por si acaso.
Christopher se levantó y prácticamente arrastró a Breckenridge hasta la
puerta de la habitación.
—Vete a casa con tu mujer, hombre —dijo—. Yo encontraré a tu
hermana. Yendo a caballo la alcanzaré de inmediato. No me costará nada,
ya verás.
—¿Tú? —Breckenridge se volvió hacia él—. Sé que estás en pleno
proceso de cortejo, pero, ¿de verdad piensas que es apropiado que la
persigas tú?
—Nosotros, eh…, quiero decir…
Breckenridge lo miró con expectación, y supo que si le dijera que no iba
a haber cortejo, ni por supuesto matrimonio, no le permitiría ir tras ella. Por
otra parte, nunca le perdonaría a su hermana el obligarlo a no estar junto a
su esposa durante el nacimiento de su primer hijo. Odiaba mentir, pero…
—Estoy seguro de que pronto habrá algún tipo de anuncio —dijo,
obligándose a sonreír—. Y ahora márchate antes de que llegues tarde.
En la cara de Breckenridge se dibujó una expresión de alivio, y se dio la
vuelta para salir de la habitación. Al hacerlo le dio un beso breve a su
madre en la mejilla.
—Gracias, Merryweather. Envíame una nota en cuanto la encuentres.
Mandaré mi carruaje detrás de ti para que pueda regresar. Bueno, madre,
todo va a ir bien ahora.
Salió de la habitación pero, tras dar unos pasos, se volvió.
—Ah, Merryweather… —dijo con gesto de cierta consternación—, ¿no
crees que sería buena idea que te acompañara un criado? Para no perderte…
—No te preocupes, no me voy a perder —dijo Christopher haciendo un
gesto de despreocupación con la mano, pero al ver qe Breckenridge no se
movía, suspiró y aceptó—. De acuerdo, de acuerdo, si eso te hace sentir
mejor, le pediré a un mozo de cuadra o aun criado que me acompañe.
—Lo prefiero, sí —dijo Breckenridge, y finalmente se fue junto a su
esposa, que estaba a punto de dar a luz a su primer bebé.

C hristopher no tenía la intención de mentir, pero tuvo muchas


dificultades a la hora de encontrar algún criado que pudiera dejar sus
obligaciones para acompañarlo sin causar problemas de organización, y
sabía que el tiempo era clave a la hora de encontrar a Anne. Por lo demás,
tampoco era tan torpe con las direcciones como decían los demás, ¿no?
O al menos eso era lo que pensaba. Había escuchado al actor decir que
iban a Tonbridge, que no estaba demasiado lejos de allí, a unas dos horas a
caballo, como máximo. Seguro que no tendría problemas para encontrarlo.
Pero ahora había llegado a una bifurcación, y no tenía la menor idea de
hacia dónde debía dirigirse. Se quedó mirando el cruce angustiado, miró a
la derecha, después a la izquierda, respiró hondo y se encomendó a Dios
tras escoger el camino de la izquierda.

A nne intentó sonreír al mirarse en el espejo de la mínima y sórdida de


detrás del escenario improvisado en el teatro de Tonbridge. El escenario de
verdad estaba en el exterior, y tenían vestuarios y camerinos en un pequeño
edificio colindante, que había sido adaptado para la ocasión. Había pensado
que actuar sería algo mucho más glamuroso, pero de momento todo había
sido de lo más incómodo, empezando por el constante traqueteo del
bamboleante carromato y de los celos provenientes de todas partes.
Lawrence había sido muy amable con ella, mientras que ella se había
convertido en su único apoyo entre las mujeres de la compañía, que, como
comprobó enseguida, la consideraban una competidora. Se limitaban a
echarle miradas de odio o de desprecio.
En el espectáculo musical de esa noche iba a interpretar sólo una
canción, para ver qué tal salía. Si todo iba bien, Lawrence le dijo que
consideraría la posibilidad de buscarle un sitio en la compañía. Ahora, a la
brillante luz que se abría camino entre las grietas de la pared de madera, se
empezaba a preguntar si, después de todo, de verdad era esto lo que quería
hacer con su vida. El mundo del teatro, el ser una actriz, sonaba muy
interesante, y a ella le encantaba interpretar, eso era cierto, pero ¿de verdad
era esa la vida que quería vivir? Ahora no estaba tan segura de ello.
Suspiró, pero dio un respingo al captar un movimiento por el espejo y darse
cuenta de que no estaba sola.
—¿Anne, todo bien?
Se dio la vuelta en la pequeña banqueta y dedicó una sonrisa forzada a
la mujer alta y rubia que estaba en la entrada.
—Sí, Kitty, todo bien.
Kitty entró en el cuarto y se sentó en el sofá que estaba al otro lado
haciendo una mueca. Anne pensaba que podría considerarse guapa si no
estuviera tan maquillada.
—Dime una cosa, Anne —dijo con la cabeza apoyada en la mano y el
codo sobre la mesa auxiliar—, ¿qué está haciendo una chica como tú en un
sitio como éste, y con gente como nosotros?
—No entiendo del todo lo que quieres decir —contestó Anne. Se dio
cuenta de que el tono había sido inseguro y nervioso, y procuró dominarse.
—Yo soy actriz, Anne —dijo pronunciando su nombre con énfasis—.
Sé de voces, conozco los acentos y las formas de hablar. Tu forma de
pronunciar es culta y refinada. Vistes muy bien, con mucha elegancia, y de
un tejido que la mayoría de la gente sólo puede ver de lejos. Estoy segura
de que no eres de la misma clase social que el resto de nosotros. Has
pensado que podrías vivir algún tipo de aventura, ¿verdad? Divertirte un
poco. ¿O de verdad crees que podrías ocupar un lugar entre nosotros?
Anne rio nerviosamente, sin saber exactamente a dónde quería llegar su
interlocutora con esas palabras.
—Me encanta el teatro —dijo intentando explicarse—, y quero
comprobar si tengo talento.
—Entiendo —dijo, y se inclinó hacia delante—. Sabes por qué vas a
hacer un solo esta noche, ¿verdad?
—Porque Lawrence quiere saber si soy capaz de hacer las cosas bien
ante el público —contestó Anne. No le gustaba la forma de mirarla de la
actriz, los ojos llameantes de puro odio.
—No —dijo Kitty negando con la cabeza varias veces—. Es porque
Lawrence quiere darte algo, sí, pero con la única intención de conseguir
también algo de ti a cambio.
—No entiendo lo que quieres decir —dijo Anne, sin querer admitir, ni
siquiera ante sí misma, que lo que decía Kitty era la pura verdad. Se había
dado cuenta de cómo la miraba el actor, con tanta lascivia que, de hecho,
había puesto la mayor distancia posible entre los dos. A la luz del día, se
había cuestionado la decisión que había tomado irreflexibamente la noche
anterior, y había preparado una nota para que fuera enviada a Alastair
contándole lo que había pasado, y otra más breve a su madre. No quería
admitir su error. Al menos, no hasta vivir una noche encima del escenario.
Una por lo menos.
—¿De verdad eres tan estúpida? —preguntó Kitty levantando las cejas
pintadas—. A Lawrence le gustas, y si le calientas la cama durante un
tiempo, tendrás todo lo que quieras. El papel que te apetezca, el solo que
desees, la obra que quieras representar. Pero en cuanto que se canse de ti,
será el momento de encontrar otra jovencita guapa que ocupe tu lugar. Pero
si eres rica por casa, y no digamos noble, las cosas nunca volverán a ser
iguales para ti.
—No creo que vaya a ser como lo estás diciendo —contestó Anne en
voz baja, furiosa por el hecho de que la mujer creyera saber tanto de ella sin
conocerla en absoluto. Lo único que pasaba era que estaba celosa—.
Lawrence no me ha pedido nada, ni me ha prometido nada hasta que me
oiga cantar en público. Creo que de verdad ve algo en mí.
Kitty se puso de pie mirándola con sorna.
—Puedes pensar eso si quieres, —dijo—, pero yo en tu caso vigilaría a
mi alrededor.
Con una oleada de faldas azules, salió por la puerta.
C A P ÍT U L O 8

C hristopher sudaba copiosamente, mojando la camisa de lino, el


chaleco y la levita, pese a que el aire era bastante fresco. El viaje de
apenas dos horas a Tonbridge había terminado llevándole casi medio día,
pues tuvo que cambiar de dirección varias veces tras escoger el camino que
no era en el primer cruce. Suspiró al escuchar las ruidosas quejas de su
hambriento estómago, y maldijo los caprichos estúpidos y sin sentido de
Anne. ¿Cómo había podido siquiera pensar en casarse con una mujer como
esa? En cualquier caso, daba igual: había cambiado radicalmente de
opinión.
No pensaba pasarse el resto de su vida persiguiendo a una mujer que se
marchaba sin dejar rastro y a la que no le importaban la preocupación que
pudieran sentir todos aquellos a los que dejaba atrás. Tanto su madre como
su hermano estaban fuera de sí. ¿En qué estaría pensando? Negó con la
cabeza muy disgustado.
Christopher acababa de entrar en Tonbridge, sorprendido por la
tranquilidad de las calles. ¿Es que todo el mundo estaba en el teatro?
Escuchó el ruido de la función antes de saber dónde estaba exactamente. La
estructura, al aire libre, no era tan grande como la del teatro de Maidstone,
por lo menos vista desde fuera, y parecía haber sido construida de forma
algo acelerada.
Christopher encontró un chico al que le encargó que cuidara de su
caballo, se dirigió a la abertura de la valla y compró una entrada. No iba a
pasar mucho rato allí, sólo el tiempo necesario para encontrar a Anne,
hablar con ella y hacer que entrara en razón.
Cuando entró, el escenario estaba ocupado por dos actores que
mantenían un diálogo, pero la escena termino mientras avanzaba entre el
numeroso público congregado. Un bufón ocupó el lugar de los actores. Al
parecer, se trataba de una función de variedades, no de una obra de teatro.
Reconoció a varios actores de la función de la noche anterior, pero no tenía
el menor interés ni en ellos ni en su trabajo. Avanzó hacia el escenario y no
encontró la forma de ir a la parte de atrás del mismo. Un hombre muy
corpulento se puso delante de él con los brazos cruzados y mirada
amenazadora.
—Perdone —dijo Christopher procurando transmitir autoridad con su
tono de voz—. Quiero hablar con una mujer… una de las actrices.
—Como muchos otros hombres —dijo el tipo con tono burlón, pero
inmediatamente se puso serio—. Espere a que acabe la función.
—Es importante que hable con ella, ahora —dijo—. No pertenece a la
compañía.
—Lo siento, señor. No puedo ayudarle.
Christopher apretó los dientes y se dio la vuelta para volver por donde
había venido. Supuso que tendría que darle toda la vuelta a la estructura, y
empezó a impacientarse. Volvió sobre sus pasos y, cuando prácticamente
había alcanzado la parte posterior de la estructura, escuchó como el
presentador daba la bienvenida a una nueva incorporación al grupo y al
espectáculo, Annabelle Fredericks. Annabelle…Volvió la cabeza hacia el
escenario y contuvo el aliento al verla.
Estaba tan guapa como siempre, incluso con ese vestido tan horroroso,
de un color verde estridente que no acompañaba nada a su precioso cabello
rubio arena, que caía suelto por la espalda. No era capaz de ver sus ojos
color azul cristalino debido a la distancia. Pese a ello, seguía siendo la
mujer más hermosa que había visto en su vida. Maldijo sus pensamientos,
pues a pesar de todo lo que había hecho, pues, a pesar de lo inadecuada que
era para él, le atraía más que cualquier otra mujer que hubiera conocido.
Y entonces abrió la boca y empezó a cantar.
Se vio transportado al día en el que se encontraron en los jardines de
Longhaven, cuando escuchó su voz y fue como si tirara de él a través de la
vegetación.
Nunca desaprovechaba la oportunidad de tocar el pianoforte ni de
amenizar a la gente con su voz. Pero esto era distinto. Esta era su verdadera
voz, una voz libre, una voz dirigida a todas y cada una de las personas que
estaban frente a ella, a las que estimulaba el alma con sus melodías.
Por supuesto que gustaba al público. La voz de Anne era más dulce que
la de cualquier pájaro que hubiera escuchado hasta ese momento. La
melodía comenzaba suave y armoniosa, pero se iba volviendo más fuerte y
llena con cada nuevo verso. Cuando alcanzó el crescendo, Christopher se
dio cuenta de que se había sentado en una silla sin darse cuenta, embelesado
por lo que escuchaba, exactamente igual que el resto de mujeres y hombres
del público. Un público que se había mostrado animado y participativo en
las actuaciones anteriores, pero que ahora permanecía en un silencio
absoluto, cautivado por el embrujo que ejercía sobre todos y cada uno de
los espectadores.
Una vez finalizada la canción, se produjo un breve silencio, roto
inmediatamente por una gran salva de aplausos y vítores. Y Christopher
pensó que nunca en su vida había visto una sonrisa tan radiante en una
mujer cuando Anne agradeció cortésmente su entusiasmo con una mínima
reverencia y una inclinación de cabeza.
Cuando levantó la cabeza para mirar al público tenía las mejillas de
color carmesí, y Christopher se puso de pie como todo el resto del público y
aplaudió sin pensar en lo que estaba haciendo, como si las manos actuaran
por su propia cuenta. Anne levantó la mano para saludar, de repente algo se
movió por encima de ella, atrayendo la atención de Christopher. Fijó los
ojos en el andamiaje y, en ese momento, pareció como si se detuviera el
tiempo. Empezó a vibrar una cuerda, en cuyo extremo había un garfio que
probablemente se utilizaba para abrir y cerrar el telón, aunque no estaba
seguro de ello. En cualquier caso, daba igual, pues lo que estaba pasando
era lo único que le preocupaba: el garfio avanzaba con rapidez hacia Anne,
que estaba totalmente desprevenida.
Christopher intentó dar un paso adelante, dar un grito que se elevara por
encima del ruido del público, hacer algo para apartarla del camino de ese
objeto punzante que avanzaba hacia ella. Pensó que quizás en el último
momento sus ojos se encontraran, y alzó las manos desesperadamente para
avisarla, pero no logró transmitirle lo que estaba pasando. Allí se quedó,
inerme ante lo que se le venía encima, mirando impotente, sin poder hacer
nada salvo observar.
P ensó que podía ver la luz titilando sobre ella, pero cuando trató de abrir
los ojos, la luminosidad le produjo un intenso dolor en los huesos de la cara,
así que los volvió a cerrar con fuerza. Intentó recordar dónde estaba y qué
era lo que le había ocurrido. Respiró hondo e intentó no entrar en pánico.
Inspirar, espirar, inspirar, espirar…
Estuviera donde estuviera, olía a moho. Sólo era capaz de escuchar
ruido de pasos y un frufrú de faldas moviéndose continua y rápidamente por
la habitación. Conforme Anne iba recuperando la consciencia y el sentido,
empezó también a darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, pero
también a sentir, de modo que el dolor de huesos dio paso a otro, más
punzante e intenso, instalado en la cara. Apretó los puños y curvó los dedos
de los pies para intentar controlarlo, y siguió respirando hondo con el
mismo objetivo.
—¡Anne! —Era una voz amable y preocupada, que creyó reconocer—.
¿Estás despierta? ¿Puedes oírme?
—Sí —dijo con voz ahogada, y notó unos dedos fríos sobre su mano.
De repente lo recordó todo. La sensación de libertad al colocarse frente al
público, sin necesidad de guardarse nada dentro por miedo a sus juicios de
valor, pues siempre había cantado delante de la muy crítica y relamida alta
sociedad. La excitación por los aplausos y vítores, por lo mucho que les
había gustado su actuación. La sensación de alegría que la invadió por
haber logrado cumplir el mayor deseo de su vida. Y, en ese momento…
¿había visto a lord Merryweather entre el público? No, fue lo que pensó. No
podía ser… pero sintió una punzada de reconocimiento y un cosquilleo
extraño en el corazón.
Y entonces todo se volvió negro. ¿Qué había pasado? ¿Se había caído?
¿Se había desmayado? Nunca había sido una mujer frágil, pero lo cierto era
que el día anterior apenas había comido, pues nada de lo que le habían
puesto delante le había apetecido.
—Apriétame la mano si puedes oírme. —Así lo hizo. Sí, claro que
reconocía esa voz. Era Ellen. Anne volvió a intentar abrir los ojos, y esta
vez no le resultó tan doloroso. El corazón empezó a latir a toda velocidad
cuando la luz le iluminó la zona derecha de la cara. Por otra parte, el ojo
izquierdo permanecía en una total oscuridad. ¡Dios bendito! ¿Por qué no
podía ver? ¿Estaba…?
—El ojo está bien, Anne —dijo Ellen, que le apretó la mano para
animarla—. Te he puesto una cataplasma en la cara y te he vendado la
cabeza para cubrirte el lado izquierdo. Por lo que he podido ver, no tienes
afectado el ojo.
¿Afectado? ¡Cómo?
—Espera un momento, por favor.
Anne captó levemente la figura de Ellen alejándose de su lado, y hasta
pudo ver que salía de la habitación que, por cierto, era la misma en la que
había estado preparándose para la actuación. No podía volver la cabeza para
no afectar a lo que fuera que le hubieran puesto en la cara, pero sí que logró
escuchar como Ellen discutía con alguien fuera de la habitación, justo al
otro lado de la puerta. Ellen no tardó mucho en volver.
—Anne —dijo, agachándose para poner la cara a la altura de la de Anne
—. Supongo que no conocerás a lord Merryweather.
Así que sí que era él a quien había visto. Anne suspiró resignada y miró
a Ellen con el ojo bueno.
—Sí… sí que lo conozco —reconoció.
—¿Quieres… quieres verlo? —Parecía dudar, lo que era comprensible.
Anne no había revelado a nadie su verdadera identidad, ni siquiera a Ellen,
y podía imaginarse lo que la actriz estaría pensando por el hecho de que un
miembro de la nobleza hubiera ido a buscarla. Respecto a si quería o no
verlo… eso era otra cosa completamente distinta.
—¿Puedes decirme primero qué fue lo que pasó? —preguntó con
desesperación—. ¿Por qué me arde la cara de esta manera, y por qué parece
que alguien estuviera tocando un tambor dentro de mi cabeza? ¿Y qué me
has puesto en la cara?
Ellen permaneció callada durante un instante. Le paso el brazo por los
hombros a Anne y la ayudó a sentarse en el pequeño sofá. Anne apenas
había prestado atención hasta ese momento, pero ahora se dio cuenta de lo
desvencijado y roto que estaba. Se estremeció al pensar en la suciedad que
seguramente acumulaba en la superficie.
—Cantaste en el escenario. ¿Eso lo recuerdas?
—Sí —confirmó—. Lo recuerdo todo, hasta el momento en que saludé.
Después todo se volvió negro.
—Hubo un accidente —dijo Ellen en voz baja—. Una de las cuerdas
que se utilizan para apuntalar las vigas del escenario se soltó, no sabemos
por qué, y cayó. Tu estabas justo en medio de su trayectoria. En el extremo
había un gancho, que… te…
Parecía no ser capaz de encontrar las palabras adecuadas, pero Anne
pensó en el dolor que sentía en la mejilla y en la descripción que había
hecho Ellen del accidente.
—El gancho me golpeó —dijo. Empezó a horrorizarse al caer en la
cuenta de todo lo que había pasado—. ¡Mi cara, Ellen! ¿Qué le ha pasado a
mi cara?
—Sufriste un corte —dijo, siempre en voz baja y tranquila—. Un corte
profundo, me temo. Te trajeron aquí y fueron a buscar a un cirujano, pero lo
único que quería hacer era sangrarte, y lo eché. Mi madre era comadrona en
la aldea donde vivíamos, y también ejercía de «bruja blanca», como se
decía. Aprendí de ella lo suficiente como para curar heridas, y sé que con
las sangrías los pacientes empeoran en vez de mejorar. Siempre tengo a
mano el material necesario para atender una emergencia, mi madre me
enseñó bien… pero bueno, eso ya te lo contaré en otro momento. El caso es
que aunque no es la estación más adecuada para obtener las hierbas que
prefiero, he podido contener la hemorragia, cerrar los extremos de la herida
y aplicar un emplasto de milenrama. Esa planta, que igual te suena por el
nombre de aquilea, previene la infección y ayuda a que las heridas
cicatricen más rápido. También te he dado algo para el dolor.
Anne escuchaba lo que le decía Ellen en abstracto, como si la paciente
fuera otra persona y no ella.
—¿Entonces se va a curar la herida? ¿Quedará bien?
Ellen no contestó enseguida.
—Sí, con el tiempo se curará y cicatrizará… pero Anne, siempre vas a
tener una cicatriz. Eso no se puede evitar.
Anne controló el grito que hubiera querido dar, tanto debido a lo que le
había dicho Ellen como por el ardiente dolor que sólo parecía empeorar. No
obstante, estaba distraída cuando se escucharon varios golpes fuertes en la
puerta.
—Perdone, señorita, pero ya he esperado bastante. ¡Abra y déjeme
entrar ahora mismo, o destrozo la puerta a golpes!
—¡Madre mía! —exclamó Anne—. Nunca lo había visto tan fuera de sí.
Será mejor que lo dejes entrar, Ellen.
Al ver la expresión preocupada de Ellen, Anne intentó sonreír para
tranquilizarla, pero sintió un dolor muy agudo al hacerlo, y Ellen alzó las
manos en un gesto de advertencia.
—No tienes que forzar los gestos, Anne —dijo. Levantó ligeramente el
vendaje y fijó los ojos pardos en la herida para comprobar los daños—. Al
menos durante un tiempo, ¿de acuerdo? No deberías…
El ruido de la perta cayendo destrozada interrumpió el consejo.
C A P ÍT U L O 9

C hristopher entró casi volando tras la destrozada puerta, aterrizando en


el viejo y cuarteado suelo de madera. Soltó un gruñido e
inmediatamente se apoyó sobre las manos y las rodillas para ponerse de pie
y sacudirse el polvo y los restos de la puerta. No esperaba que la puerta
fuera tan débil y que fuera a destrozarla con un golpe tan mínimo. De modo
que la fuerza aplicada lo impulsó al interior de la habitación. Intentó
quitarse una larga astilla que se le había clavado en la mano y maldijo al ver
que se partía.
Rezongando para sí por la estupidez de sus acciones y dándose cuenta
de que la situación en realidad no requería actuar de una forma tan violenta,
miró a su alrededor tratando de acostumbrase a la oscuridad circundante.
Primero vio a una mujer, la de pelo rizado largo y oscuro que le había
impedido pasar antes, pero no le hizo caso. Fijó la mirada en la que yacía en
el sofá, la que le había provocado la consternación que sufría.
—¡Anne! —exclamó, olvidándose de inmediato del dolor que sentía en
la mano y de la frustración por no haber podido entrar ni a las cercanías del
escenario, ni antes a esta misma habitación. Su corazón estuvo a punto de
dejar de latir al verla, y ella se encogió mínimamente al escuchar su grito.
Llevaba puesto el mismo vestido verde con el que había salido al escenario,
pero ahora el corpiño estaba lleno de sangre, una sangre que sabía que era
de ella. No podía verle a mayor parte de la cara, pues estaba cubierta con
una tela que parecía sujeta a su cara con un vendaje que le rodeaba la
cabeza. Todo parecía muy limpio a primera vista.
Desde que se había producido el golpe de la cuerda, hacía ya casi una
hora, había intentado desesperadamente llegar hasta ella. Vio como un
miembro de la compañía de teatro la recogía del suelo y se la llevaba tras el
telón. Inmediatamente se acercó a la parte de atrás y vio a los actores
intentando seguir con la representación pese al revuelo creado. Una vez más
le prohibieron la entrada, pero tras decirles una y otra vez quién era casi a
voz en grito, al parecer empezaron a dar crédito a lo que decía: que era
conde y que había ido a buscar a su prometida. Por fin lo dejaron pasar y
buscó a Anne por todas partes, hasta que por fin una mujer alta y rubia le
dijo dónde podía encontrarla, no sin una sonrisa de suficiencia.
Y ahí la tenía ahora. Anne alzó débilmente la mano hacia él para
saludarlo, y él se precipitó hacia el sofá y se sentó junto a ella, ignorando a
la mujer que también estaba en el sofá, y que era la que tercamente le había
intentado impedir la entrada a la habitación.
—¡Anne! —dijo, repentinamente inseguro sobre el modo de dirigirse a
ella, sin saber muy bien qué decir ni qué hacer—. ¿Estás bien?
Se lamentó internamente por la estúpida pregunta. Lo que pasaba es que
no sabía qué otra cosa preguntar.
—Pues no lo sé —contestó ella dudando. El ojo de color azul cristalino
lo miraba un tanto errático—. Ellen me ha cuidado muy bien, de forma
extraordinaria, diría yo. Le estaré eternamente agradecida por ello.
Su voz era débil y monocorde, completamente distinta a todo lo que
había escuchado de ella hasta entonces, pues normalmente desbordaba
entusiasmo y pasión acerca de todo lo que hablaba.
—¿Qué fue lo que pasó exactamente? —preguntó, y Anne dirigió la
vista a la otra mujer, Ellen según le había dicho, y de repente Christopher la
reconoció de la función de la noche anterior. Mientras Ellen refería con
tranquilidad lo que había ocurrido, Christopher se fue dando cuenta de que
Anne podía agradecer al destino el hecho de estar viva. Al parecer el
gancho la golpeó con fuerza suficiente como para hacerle daño y herirla,
pero tampoco estaba lo suficientemente lejos como para tener demasiado
impulso. Procuró no pensar en lo que habría pasado de no ser así.
Y todo porque llegó tarde para impedirlo.
Miró al suelo, que por cierto estaba asquerosamente sucio, encogida por
la enorme responsabilidad que sentía como un fardo sobre sus hombros.
Tenía que haber llegado allí muchas horas antes, con tiempo suficiente
como para haberse llevado a Anne antes del comienzo del espectáculo. Pero
había sido muy terco y demasiado orgulloso para pedir ayuda, y se había
perdido durante horas. Le costaba mirarla a la cara pensando en ello.
—Lord Merryweather, ¿qué está pensando? —dijo Anne con mucha
suavidad, interviniendo al ver que permanecía mucho tiempo callado.
Sentía casi la necesidad de tomarla de la mano para consolarla, pero
también le apetecía recorrer la habitación a grandes zancadas para pensar en
lo que le iba a decir a su hermano.
—Nada —dijo inmediatamente—. Sólo que debería haber llegado aquí
mucho antes. Su hermano depositó en mí su confianza.
—¡No sea ridículo! —dijo ella, arrugando la expresiva nariz—. Yo…
Interrumpió lo que iba a decirle al notar que otra persona entraba en la
habitación. Christopher se volvió de inmediato, y vio al actor que tanto le
había gustado a Anne, el que la había animado a hacer esto, entrando por la
puerta.
—¡Usted! —exclamó poniéndose de pie y avanzando hacia el
individuo, dejando salir toda la rabia que sentía—. Todo es culpa suya…
—¡Cállese! —dijo el tipo alzando una mano. Christopher captó el brillo
de la daga que llevaba en la otra.
Christopher dio un paso atrás. El fornido individuo que le había negado
la entrada al escenario entró en la habitación y le cubrió las espaldas al
actor.
—Tenemos que largarnos de aquí, y a toda prisa —dijo el actor con voz
amenazante—. La multitud está muy enfadada y puede pasar cualquier cosa
después del pequeño incidente con Anne, y si no queremos tener que pagar
por los daños que se produzcan, será mejor que nos vayamos.
—¡Pero Anne no puede viajar en estos momentos, y menos en un
vagón! —exclamó Ellen, a lo que el actor reaccionó con una risa sarcástica
—. ¡Vamos, Ellen!, no creerás en serio que va a seguir con nosotros, ¿o sí?
Tiene la cara echada a perder, y nadie pagará por ver ese desastre. Yo no me
voy a hacer responsable de cuidarla. No obstante, a ti sí que te necesitamos.
¡Vámonos, Ellen!
—¡No podemos dejarla aquí! —dijo la mujer agarrando de la mano a
Anne. El tipo la miró con enorme frialdad.
—O te vienes con nosotros ahora, o no volverás a actuar en tu vida —
gruñó, señalando a la puerta—. Te quedarás en la calle mendigando o
vendiendo tu cuerpo a quien quiera pagar por él. Ya me aseguraré de ello,
Ellen. Sabes perfectamente que puedo hacerlo.
Lo miró como si fuera a rebatir lo que estaba diciendo y plantarle cara
pero, de repente, Christopher notó que el ánimo la abandonaba, y su derrota
se hizo evidente. En ese momento le supo mal haberse enfadado tanto con
ella antes, pero se recordó a sí mismo que se había interpuesto entre él y lo
que había ido a buscar. Si le hubiera dejado entrar en la habitación haría
tiempo ya que se habrían marchado, yse hubieran ahorrado otros posibles
daños y peligros.
—De acuerdo, Lawrence, allí estaré —dijo, y se volvió de nuevo hacia
ellos una vez que el actor se marchó de la habitación.
—No hay de qué preocuparse —dijo Christopher intentando controlar
sus sentimientos para confortar al menos un poco a la mujer. ¿Qué más
daba? Después de todo, no volverían a verla—. Yo me llevaré a casa a lady
Anne. No está demasiado lejos, y nos espera un carruaje, así que el traslado
será confortable.
—¿Lady Anne? —Ellen abrió mucho la boca, y cuando se volvieron a
mirar a la aludida, vieron que se estaba mordiendo el labio algo
avergonzada.
—Lo siento —dijo—. Pensaba que si hubierais sabido quién era en
realidad no me habríais recibido del todo bien. No mentí en ningún
momento… tan sólo oculté parte de la información.
—Lo entiendo —dijo Ellen, aunque Christopher no entendía nada. ¿Por
qué una mujer tenía que ocultar que era de sangre noble? Para él no tenía el
más mínimo sentido. Anne era lo que cualquier mujer inglesa hubiera
querido ser y, sin embargo, ¿era capaz de arrojarlo todo por la borda con tal
de dedicarse al teatro? Negó con la cabeza.
—A ver, un poco de atención —dijo Ellen agarrando una maleta que
había en el rincón y metiendo en ella una especie de pasta de aspecto
extraño y un buen montón de vendas limpias. También introdujo a presión
un vestido y le pasó la maleta a Christopher—. Hay que limpiar la herida y
aplicar la cataplasma cada pocas horas. Asegúrese de tener las manos muy
limpias, y procure que coma algo.
—Se lo agradezco, señorita —dijo levantando las manos rechazando la
maleta—, pero voy a llevar a Anne con su hermano, el duque de
Breckenridge, que se asegurará de que reciba el cuidado del mejor médico a
su alcance.
La mujer pareció decepcionada, y se limitó a asentir y volverse. En ese
momento, Anne la llamó.
—Siempre estaré agradecida por tu ayuda, Ellen, y voy a seguir tus
instrucciones, te lo prometo. Lord Merryweather, por favor, recoja lo que
Ellen le ha ofrecido. —Cuando Christopher se volvió para mirarla, la
expresión de Anne era tan resuelta que no tuvo más remedio que hacerle
caso—. Y Ellen, si alguna vez necesitas algo, lo que sea y cuando sea,
búscame, por favor. Vivo muy cerca, a las afueras de Maidstone. Pregunta
por mi hermano, el duque de Breckenridge, y te llevarán hasta mí de
inmediato.
Ellen asintió con la cabeza, se acercó a Anne y le dio un largo
conmovido abrazo, aunque cuidadoso. Al terminarlo, inclinó la cabeza al
pasar junto a Christopher y salió de la habitación dejándolos solos.
—Será mejor que nos vayamos —murmuró. Anne asintió y no dijo nada
mientras recogía sus escasas pertenencias. Pese a sus protestas, la ayudó a
levantarse de la cama. La joven le rodeó el cuello con las manos y, tras un
momento de duda, se relajó en sus brazos. Al salir por la puerta trasera y
rodear la estructura, Christopher respiró tranquilo al ver que el carruaje del
duque de Breckenridge los esperaba frente al teatro. De hecho, había
llegado bastante antes que él, dada su torpeza para orientarse. Ayudó a
entrar a Anna y la acomodó en los suaves almohadones. Se echó de
espaldas y cerró los ojos. Él se acomodó en el asiento de enfrente.
—Yo…
—Yo…
Empezaron a hablar a la vez, pero cuando se interrumpieron un
incómodo silencio se instaló entre ellos.
—Siento que haya tenido que verse involucrado en esto —dijo por fin
Anne rompiendo el silencio y apartando la vista de él para dirigirla a la
ventanilla—. No tenía que haber venido en mi busca.
—Lo hice por su hermano y la duquesa. Sus familiares están fuera de sí
de la inquietud —dijo Christopher mirándose las manos entrelazadas
delante de él.
—Les envié una nota. Mi hermano no tenía que haberle pedido que
viniera a buscarme.
—No la recibieron. Y él no me lo pidió —contestó Christopher—. Yo
me ofrecí.
—¿Cómo? —Eso captó su atención, y se volvió a mirarlo.
—Parece que el bebé estaba a punto de llegar, y no podía permitir que él
dejara sola a su esposa.
—¿Oliva está teniendo al niño? —exclamó Anne juntando las manos
alborozadas, y Christopher se alegró al ver que algo de su espíritu revivía
—. ¡Qué maravilla! —añadió con suavidad y sentimiento, y se preguntó en
qué estaría pensando.
—Sí —confirmó. Se sentía un tanto incómodo hablando de esas cosas
con ella. Tal como estaban las cosas, ahora que ella estaba a salvo y que los
dos estaban allí juntos, solos, con sólo el cochero en el exterior y sin
ninguna carabina, sería muy inapropiado que alguien los viera.
—Lord Merryweather —dijo con suavidad, y al mirarla se dio cuenta de
que tenía los ojos clavados en él—. ¿Le puedo tutear? Me parece un poco
estúpido que después de todo lo que ha pasado, sigamos tratándonos con
tanta formalidad. Acabo de darme cuenta de que ni sé cómo se llama.
—Me llamo Christopher —informó con cierta renuencia. De todas
formas, ¿qué más daba? Anne tenía razón, bastaba ya de formalidades.
—Muy bien, Christopher entonces —dijo esbozando una ligerísima
sonrisa con la comisura del labio. Él se dio cuenta de que lo más probable
era que en ese momento no estuviera en condiciones de hacer un gesto más
evidente—. Has dicho antes que llegaste demasiado tarde, pero debes darte
cuenta de que esta escapada ha sido cosa mía, absolutamente mía, y que
bajo ningún concepto debes sentirte culpable de nada al respecto.
Tenía razón. Era responsabilidad de ella. Pero allí sentada, con la cara
vendada y el vestido rasgado y manchado de sangre, no le parecía adecuado
añadir más leña al fuego.
—De acuerdo —dijo, pero a ella no pareció bastarle.
—Lo digo de verdad, Christopher —insistió—. Tomé una decisión
equivocada.
¿Una decisión equivocada? ¿Así definía esta forma tan desastrosa de
arruinar su vida?
—He dicho que de acuerdo —repitió apretando los dientes—. No creo
que debamos volver a hablar de ello. Te llevaré a casa de tu hermano y nos
enfrentaremos a las consecuencias que traiga todo esto.
—Si así lo quieres… —murmuró—. De todas formas, tengo que decirte
que… creo que una de las actrices me hizo esto a propósito.
—¿Qué quieres decir? —preguntó. No podía entender cómo esta mujer
seguía hablando como si la herida que había sufrido no significara nada. Al
parecer, el espíritu de Anne era indomable.
—Antes de la representación, la tal Kitty, así la llaman, una mujer rubia
y alta, vino a la habitación en la que me vestía y fue muy desagradable
conmigo. Me dijo unas cosas horribles. Y que tuviera mucho cuidado y
vigilara a mi alrededor. —Abrió la boca como si fuera a decir algo más,
pero de repente el carruaje sufrió una sacudida y Anne se precipitó hacia él.
Christopher abrió los brazos para sujetarla, de hecho ella aterrizó entre sus
brazos con un quejido sordo.
C A P ÍT U L O 1 0

E ra evidente que la suerte estaba en su contra.


Tras precipitarse por el interior del carruaje, Anne se quedó
quieta un momento, intentando valorar si había sufrido o no algún daño
más. Parecía estar bien, no notaba ningún dolor en el cuerpo, aparte del de
la cara, y notó que Christopher la rodeaba con los brazos. Tenía que
reconocer que se estaba portando con mucha amabilidad, casi dulzura.
Mostró cara de mucha y auténtica preocupación cuando le preguntó si había
sufrido algún daño más. Eso al tiempo que la abrazaba.
El cochero se asomó por la ventanilla para decirles que se había roto el
eje del carruaje, y se puso muy rojo al verlos abrazados en uno de los
asientos corridos. El propio Christopher enrojeció a su vez, pero eso no
impidió el que se asegurara de mantenerla en equilibrio al levantarse para
salir del carruaje. Le agarró de la cintura con sus fuertes manos y la levantó
para dejarla de pie en el suelo.
Anne se estiró el vestido y miró a su alrededor. No vio otra cosa que la
campiña inglesa en muchas millas a la redonda. Pensó que era muy bonita,
pero en ese momento hubiera preferido con mucho ver algún atisbo de
civilización, en lugar de campo y más campo. Estaba cansada, estaba
dolorida y no deseaba otra cosa que tumbarse en una cama cómoda y caer
en un sueño profundo y reparador.
Por supuesto, no le iba a confesar semejante cosa a Christopher. Se
hacía una idea bastante clara de lo que él pensaba acerca de su pequeña
aventura, y no tenía ningunas ganas de añadir más pruebas a la estupidez de
sus acciones.
Cambió el pie de apoyo para intentar afianzarse mejor, pero Christopher
resultó ser bastante más perceptivo de lo que pensaba.
—Igual te vendría mejor permanecer sentada dentro de carruaje —
propuso hablando en voz baja, pero ella negó con la cabeza. No quería
mostrar el más mínimo signo de debilidad. Ya había confiado
suficientemente en él, y no quería dejar del todo en sus manos todas las
decisiones que tuvieran que tomar de ahora en adelante. Le oyó decir algo
entre dientes, tan bajo que apenas le oyó, pero se volvió a acercar y le
colocó el brazo alrededor de la cintura para mantenerla bien erguida. Se lo
agradeció de inmediato y no se dio cuenta de lo débil que estaba hasta que
pudo apoyarse sobre su solidez y se permitió relajarse con toda
tranquilidad. Olía maravillosamente, o al menos eso le pareció: una mezcla
especiada sobre la que predominaba el almizcle llenaba sus sentidos, y se
preguntó si no estaría un tanto aturdida por el accidente.
—Milord, afortunadamente hay una posada no lejos de aquí, detrás de
donde estamos ahora —escuchó decir al cochero—. La noche va a caer
enseguida, así que es posible que usted y la señorita quieran asegurar las
habitaciones mientras yo me encargo del carruaje. Creo que mañana por la
mañana podré tenerlo arreglado y listo.
—Muy bien —accedió Christopher, y después Anne escuchó cómo le
pedía al criado instrucciones, de lo más específicas según pudo notar, para
llegar a la posada.
—Bueno, pues vámonos —le dijo—. ¿Crees que podrías cabalgar? Nos
llevaremos a la posada uno de los caballos. No está lejos, e iremos despacio
para que no haya problemas.
Anne asintió. Estaba tan cansada en esos momentos que apenas era
capaz de fijar la vista. Christopher la ayudó a subir al caballo, y tan pronto
se asentó apoyada en él, que iba detrás, perdió la consciencia por completo.

A nne notó que la rodeaban unos poderosos brazos y sonrió entre sueños.
¿Estaba en una representación, haciendo el papel de bella durmiente salvada
por un valeroso caballero de brillante armadura? ¿O se trataba de una
fantasía propia, un cuento de hadas que se había hecho realidad? Quizás
podría convertirse en autora de teatro si ya no podía actuar. Pero, ¿por qué
no iba a poder actuar? ¡Un momento!, algo le había pasado. Su mente
empezó a adentrarse entre la niebla, intentando abrirse paso hasta la
superficie y alcanzar la claridad. Algo había cambiado su vida para siempre.
¿Pero el qué? De repente abrió la boca al despertarse y darse de bruces con
la realidad. Gimió al sentir el dolor haciendo presa en su cara y recordó el
accidente en el escenario, las decisiones que había tomado, la herida
resultante y la llegada salvadora de Christopher.
—Sujétate ahora. —La voz sonó junto a su oído, y cuando abrió los
ojos, con el derecho pudo captar que estaba en brazos de Christopher, y que
la llevaba hacia la puerta de un edificio pequeño pero encantador. El
vestíbulo estaba iluminado por un hachón, y Christopher la depositó en una
silla situada en la esquina y le pidió que esperara un momento mientras
pedía las habitaciones.
—Buenas noches —le oyó decir—. Mi esposa ha sufrido un accidente y
necesitamos alojamiento para esta noche.
¿Su esposa?
—¿Tienen habitaciones?
—La posada es pequeña —dijo el posadero—, pero han tenido suerte,
pues precisamente se ha quedado una libre hace una hora. Su llave, milord.
Anne no escuchó nada más, y de nuevo se vio en brazos de Christopher.
Lo siguiente que notó fue blandura y suavidad bajo la espalda, e hizo lo que
llevaba horas esperando hacer: caer en el sueño más profundo de su vida.

C hristopher miró a A nne , que se había enrollado como una bola en la


pequeña y limpia cama. ¡Gracias a Dios que habían encontrado un sitio
decente y respetable en el que pernoctar, pese al hecho de que su situación
distaba mucho de ser tal cosa.
No podía decirle al posadero que ella no era su esposa ni por asomo
porque, no siéndolo, ¿cómo es que estaban de viaje sin ningún
acompañamiento, ni siquiera el de una criada? De entrada no tenía claro si
debía pedir una habitación o dos, ya que nada podría ser tan impropio como
el compartir habitación; no obstante, lo más probable era que Anne
necesitara atención durante la noche. El dilema dejó de serlo cuando resultó
que sólo había una habitación disponible.
La joven estaba dormida desde antes de que la depositara en la cama, y
se dio cuenta de que la terrible experiencia finalmente había podido con
ella. Ahora que habían dejado de moverse y que tenía tiempo para pensar en
todo lo que había ocurrido, a Christopher lo invadieron distintas y
poderosas emociones. Estar con ella le había afectado enormemente
mientras viajaban camino de su casa. Se apiadaba de ella por todo lo que le
había pasado, y se daba cuenta de lo fuerte que era y el estoicismo con el
que soportaba el fuerte dolor que sin duda sentía. Se había convertido en su
protector, un papel que nunca había pensado asumir, pero que pasaba a ser
de lo más natural al ser testigo de su sufrimiento. De todas maneras, y pese
a que le molestaba, no podía dejar de cuestionar y hasta reprobar sus
acciones, y se preguntaba hasta qué punto era la culpable de todo lo que le
había pasado y si no debía comprenderla más de lo que realmente lo hacía.
Pero bueno, no era el momento de preocuparse por eso. Ya había
llegado a la conclusión de que, aunque era un hecho incuestionable que se
sentía muy atraído por ella, y no sólo por su belleza, sino por la luz que
irradiaba de ella allá dónde fuera, no era el tipo de mujer que pudiera
convertirse en su “compañera” ideal. Tendría que decírselo cuando llegara
el momento oportuno. Ahora sólo debía centrarse en devolverla a su familia
sin que se produjera ningún tipo de escándalo social.
Christopher se quitó las botas, agarró una almohada de la cama y
extendió la levita sobre la pequeña alfombra, intentando no pensar mucho
en cuántos pares de zapatos habían andado sobre ella antes. Se tumbó, cerró
los ojos, y al cabo de un rato cayó en un sueño intermitente y preocupado.
Una especie de crujido rompió el silencio y lo despertó de repente. No
pensaba que hubiera dormido mucho tiempo. Se incorporó de un salto,
intentando averiguar de dónde procedía el ruido y si había algún peligro. No
vio nada especial, pero al escuchar un gimoteo muy cercano, se volvió
hacia la cama, en la que Anne, dormida, se movía hacia delante y hacia
atrás, con las manos delante de la cara y los puños entrelazados.
—¡No, no, páralo! —murmuraba sin dejar de moverse, cosa que
afectaba al vendaje de la cara. Levantó las manos y empezó a tocarlo—. Me
duele… me duele… no dejes que me duela más. No dejes que caiga. No…
—Anne —la llamó, y olvidándose de lo inapropiado que era actuar de
esa forma, se metió en la cama junto a ella y la acogió en su regazo, con la
idea de despertarla sin sobresaltos, al tiempo que le agarraba las manos—.
Anne, despierta. Estás soñando. Estás bien.
Pero estaba bien. Seguí moviéndose hacia atrás y hacia delante, sin
dejar de agitar los brazos frenéticamente como si actuaran por su propia
cuenta. Empezó a acariciarle el pelo, la espalda y a acunarla como si fuera
una niña pequeña, repitiéndole una y otra vez que estaba bien, que él estaba
allí cuidándola, que tenía que despertarse. No obstante, sus palabras apenas
surtieron efecto, hasta que por fin y de repente se despertó, con el ojo bueno
abierto de par en par de puro terror y agarrándose con fuerza las solapas del
camisón.
—¡Oh, Dios! —gritó. Le corrían las lágrimas por la mejilla hasta que,
finalmente todas las emociones que estaba viviendo estallaron en un gran
sollozo, tras el cual se quedó rígida. Él no hizo otra cosa que acunarla, estar
a su disposición e intentar transmitirle toda la fuerza y tranquilidad de que
fue capaz. Finalmente, los sollozos fueron cediendo, apoyó la frente sobre
su pecho y lo abrazó con fuerza.
Al cabo de un rato se separó un poco de él y lo miró a la cara intentando
esbozar una triste sonrisa con la comisura de los labios.
—Lo siento —susurró—. Sé que todo está siendo horrible para ti.
Sonrió al escuchar sus palabras. Lo cierto era que tenía razón, pero, al
mismo tiempo, le invadía una hasta entonces desconocida sensación de
éxito al darse cuenta de que había sido capaz de aportarle la ayuda y el
confort que necesitaba. Esperaba que fuera capaz de superar la terrible
situación que había vivido y pronto volviera a ser la mujer que era antes.
—No te preocupes por mí —dijo sin dejar de mirarle la cara, ahora algo
desconcertada. Anne se separó de su abrazo y se sentó en la cama, con la
espalda en el cabecero—. ¿Te duele la cara?
—Muchísimo —dijo. Christopher vio que tenía los nudillos blancos
mientras agarraba las sábanas y las mantas de la cama—. Seguro que Ellen
me aplicó algo en la mejilla para paliar el dolor, pero ya ha perdido su
efecto. ¿Sabes qué hora es?
Sacó el reloj de bolsillo y se acercó a la ventana para intentar comprobar
la hora a la escasa luz de la luna y de las estrellas.
—Parece que poco más de medianoche —dijo—. Todavía puedes
descansar mucho tiempo hasta por la mañana. Yo diría que la casa de tu
hermano está a poco menos de una hora de aquí.
—Ah, pues entonces debemos estar en la posada Best Rose —dijo
poniéndose la mano en el pecho para intentar estabilizarse—. No está nada
lejos. De hecho, he estado allí, en la taberna de abajo. ¡Pero no se lo digas a
mi hermano!
—Pues claro que has estado —murmuró para sí negando con la cabeza.
—¿Qué has dicho?
—Nada —contestó, y se dirigió a la bolsa que había preparado Ellen—.
Aquí hay una botella con el mejunje que tu amiga me dijo que era para
reducir el dolor. ¿Por qué no tomas un poco, a ver si se te pasa?
—No estoy segura —dijo mordiéndose el labio—. Quiero estar lúcida.
—Puede que te ayude a dormir —indicó—, que te relaje un poco. Dios
sabe que lo necesitas.
Asintió finalmente, dio un trago y se echó hacia atrás. Apenas se había
echado en el suelo junto a la cama cuando volvió a escuchar su voz
llamándole.
—Christopher, ¿podrías… podrías abrazarme un momento?
Se quedó helado. Estaba claro que no debía abrazarla, no en una cama,
en una posada en mitad del campo. La había reconfortado en un mal
momento, sí, pero esto sería muy distinto.
—Por favor…
Y de alguna forma, pese a las dudas y recelos, y a que su fuero interno
le decía que aquello era inapropiado, nada convencional, equivocado… se
vio a sí mismo en la cama junto a ella una vez más, con su cuerpo
acurrucado entre el de él. Si eso estaba mal, ¿por qué se sentía tan bien?
C A P ÍT U L O 1 1

—¿H as dormido bien?


Christopher intentó dar una respuesta, pero sólo le salió
una especie de gruñido gutural, y a Anne le alarmó la expresión de dolor
que expresaba su cara.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, olvidándose por un momento de
sus propias preocupaciones y mirándolo fijamente a la cara—. Da la
impresión de que estás enfermo.
—Estoy bien —contestó, aunque inmediatamente se dio la vuelta para
brocharse los botones de la camisa y colocarse el chaleco.
Tamborileó los dedos en la mesa, a la espera de una reacción más
adecuada, pero siguió dándole la espalda, rígido en inmóvil.
—Christopher.
—¿Sí? —respondió, y ella dudó por un momento. No obstante,
necesitaba ayuda , pues le dolía mucho la cara bajo los vendajes.
—Creo que habría que limpiar la herida y cambiar el vendaje. ¿Me
puedes ayudar? —pidió hablando muy deprisa.
Le inquietaba el aspecto de su cara, y además no las tenía todas consigo
por el hecho de tener que pedirle lo que estaba pidiendo a un hombre como
lord Christopher Anderson, un conde nada menos, cambiarle los vendajes
de la cara como si fuera un criado o un enfermero. Pero no sabía qué otra
cosa podía hacer. No pensaba que pudiera hacerlo sola.
—¿Puedes mirarme la cara? Ellen me dijo que seguramente quedaría
una cicatriz, pero no sé… cómo será de grande —susurró. Nunca había
presumido ni confiado en su aspecto, pero ahora que había sufrido daños
permanentes el corazón le latía con mucha fuerza de pura inquietud. Sabía
que el hecho de preguntar era banal y egoísta, pero necesitaba saberlo.
Christopher se volvió hacia ella y tragó saliva con fuerza pero asintió.
Se sentó en el borde de la cama, él se acercó y quedó ante ella.
—Ellen dijo que te lavaras las manos primero —le indicó. Se dio cuenta
de que torcía un poco el gesto pero asintió y así lo hizo. Después volvió
junto a ella.
Se sentó a su lado en la cama, con la cara a pocos centímetros de la de
ella, que perdió un poco el aliento ante su cercanía. ¿Cómo era posible que
hubiera dormido de un tirón toda la noche sin sentir nada? Seguramente fue
por lo que le había preparado Ellen. Se preguntaba cómo habría
reaccionado él a la situación. Seguramente había… ¡Oh! De repente se dio
cuenta de todo al recordar el gesto incómodo… y algo más de hacía unos
minutos. ¡Pues claro!
En cualquier caso, esos pensamientos se evaporaron cuando él empezó a
apartar el vendaje con mucha delicadeza. Sintió el aire fresco en la herida,
cerró los ojos y contuvo el aliento cuando empezó a notar de nuevo un
intenso dolor en la mejilla. Cuando volvió a abrirlos, notó que veía con los
dos, y allí estaba Christopher mirándola con atención y gesto indescifrable.
Bajó la mirada cuando se dio cuenta de que, a su vez, ella lo estaba
observando.
—¿Es muy grande? —preguntó en voz muy baja.
—Resulta difícil saberlo —contestó, y, por un momento, ella deseó que
no fuera tan sincero, que mintiera y le dijera que iba a estar bien y que
apenas se notaría—. La herida es muy reciente, de ayer, y además hubo
puntos, así que seguro que hay mucha inflamación. El tiempo dirá cómo va
a evolucionar.
—¿Es muy grande? —repitió, separando las palabras.
No contestó, sino que se levantó y señaló un espejo sin brillo y algo roto
que había en un rincón. Anne se levantó. La cara volví a palpitarle mientras
caminaba hacia el espejo. Cuando finalmente tuvo el valor de mirarse en él,
la verdad es que se dio cuenta de que no se podía decir nada. Ni tampoco
hacer nada. Ni gimió, ni tembló ni recurrió a los habituales gestos teatrales
a los que era tan aficionada. Simplemente se quedó allí de pie, mirando la
monstruosidad que, en esos momentos, era su cara.
—Tengo un aspecto espantoso —susurró al tiempo que miraba la larga
y dentada cicatriz que partía del lado izquierdo de la frente, descendía junto
al ojo y llegaba a la mejilla, terminando a la altura de la nariz.
—No seas ridícula —dijo él con tono algo forzado, lo cual provocó que
se volviera de repente y con indignación.
—¿Cómo puedes decir semejante cosa? ¡Mírame!
—Estás igual de guapa que siempre —dijo. Se notaba que estaba algo
enfadado, lo cual provocó una pausa en Anne para intentar asimilar sus
palabras con serenidad—. Sí, tienes una cicatriz, pero ¿qué importa? Ahora
está roja e hinchada, es verdad, pero la chica ha hecho un muy buen trabajo
con los puntos de sutura, y van a cicatrizar muy bien, estoy seguro. Si no
haces ninguna tontería que implique riesgo de infección, y debes permitir a
tu hermano que te mande a un médico. Estoy seguro de que todo va a ir
bien. Yo no te mentiría nunca, Anne. Nunca miento.
Le mantuvo la mirada, resistiendo la intensidad de la misma, y se dio
cuenta de que estaba diciendo lo que sentía, ni más ni menos. Era sincero a
carta cabal.
—Gracias —dijo en voz baja—, aunque tengo que decirte que…
entendería que ya no desearas casarte conmigo dadas las circunstancias.
Vio que él hacía una pausa antes de decir nada, y se le cayó el alma a
los pies al darse cuenta de sus dudas. Se colocó las manos en las caderas, y
su aspecto, con el chaleco aún sin abrochar, sin levita ni pañuelo al cuello,
no se parecía en nada al habitual. Así sería su aspecto habitual si se casaran.
Le sorprendió enormemente que la idea no le producía la más mínima
ansiedad.
Respecto a si deseaba pasar el resto de sus días convertida en ama de
casa, de eso no estaba segura en absoluto. Pero había sido tan amable y tan
protector a lo largo del día y la noche anteriores que, eso unido a la gran
atracción que empezaba a sentir por él, la idea de que se convirtiera en su
marido había dejado de parecerle inaudita, todo lo contrario.
Se le encogió el estómago y sintió que el calor fluía por su cuerpo de
forma incontrolada mientras esperaba su respuesta.
—Lady Anne —empezó, al tiempo que recorría la habitación—, no
pretendo causarle más problemas, pero es mi obligación ser muy directo y
muy claro con usted. —Se detuvo y la miró a los ojos—. En estos
momentos he dejado de creer que debamos casarnos, pero no por la razón
que acaba de indicar. No se trata de su aspecto, en absoluto, sino porque
creo que no estamos hechos el uno para el otro, ni más ni menos. De hecho,
lo tenía claro y lo había decidido antes de ir a buscarla a Tonbridge. Un
matrimonio entre nosotros sería un fracaso cantado, como si duda se habrá
dado usted cuenta, ya que se puede decir que huyó de mí y salió corriendo
hacia el escenario en cuanto un atractivo actor habló con usted. No es ese el
tipo de mujer que yo deseo para que sea mi esposa. Necesito a alguien
fiable, digna de mi confianza, y que sepa comportarse como una auténtica
condesa. Me atrae usted muchísimo, se lo aseguro, pero no creo que
podamos llegar a ser una pareja adecuada.
Conforme hablaba era como si su corazón se rompiera en pedacitos que
se fueran extendiendo por el pecho, dejando un hueco que le producía un
dolor insoportable. Lo miró sin decir nada, deseando desaparecer de la
habitación, pero al mismo tiempo quería que él se diera cuenta del inmenso
daño que le estaba haciendo. Pero no sólo era daño. Una llama de
indignación e ira empezó a formarse en su estómago y salió por los ojos al
mirarlo, tan atractivo y al mismo tiempo tan… detestable.
—Mira, Anne…
—¿De verdad eres tan cobarde? —lo interrumpió gruñendo—. ¡Dime la
verdad! No quieres a alguien con mi aspecto actual.
—¡No es eso, ni mucho menos! Te lo acabo de explicar…
—Entonces, ¿por qué viniste a buscarme? ¿Por qué me abrazaste, me
reconfortaste, te acostaste conmigo toda la noche? Fue en el momento en
que viste el aspecto devastador de mi cara cuando decidiste que ya no era la
persona adecuada para ti.
—Eso no es verdad, no lo es, de ninguna manera —dijo sin elevar el
tono de voz, lo cual la enfureció todavía más—. Lo único que he hecho ha
sido contestarte cuando me has preguntado. Sí, tengo que reconocer que el
momento ha sido el peor posible. No iba a decir nada hasta que llegáramos
a tu casa, pero tampoco quería mentirte ahora.
En eso momento Anne no supo qué más decir. Respiraba de forma
entrecortada, y procuraba por todos los medios contener las lágrimas que
amenazaban con salir a borbotones. Ya había llorado bastante en su
presencia, y no quería hacerlo más. Intentó respirar hondo y serenarse.
—Anne, yo te quiero, claro que te quiero. Y estaré contigo para todo lo
que necesites, te lo juro por mi honor.
Se volvió hacia la ventana, dándole la espalda mientras miraba el prado
que se extendía al otro lado de la calle. Los árboles se movían al viento, y
algunas hojas doradas caían al suelo desde las ramas.
—Vamos, deja que te cambie el vendaje.
—No, gracias.
—Anne, hay que cambiarlo…
—He dicho que no, gracias.
No dijo nada ni hizo nada hasta que, dándose cuenta de que lo único que
estaba poniendo en juego era su tremenda terquedad y que era necesario
cambiar el vendaje, volvió a ir junto a ella, le sujetó la mandíbula y se puso
a la tarea. Anne apartó los ojos mientras, con manos hábiles y gestos
suaves, pese a lo tenso de la situación, se preparó para preparar la
cataplasma y aplicársela, y después vendarla lo mejor que pudiera, de eso
estaba segura.
Anne lo miraba con el rabillo del ojo, observando su exquisito cuidado,
y pese al daño que le había hecho y el enfado que tenía, también sintió
cierta gratitud. Lo que estaba haciendo era algo que la gran mayoría de los
nobles rehusarían hacer por no rebajarse. Pero aquí estaba el siempre
correcto e impecable Christopher Anderson, conde de Merryweather, con
las mangas de la camisa remangadas y preparando la pomada sin dudarlo.
Era tan poco habitual y ridículo lo que estaba pasando que hasta le
entraron ganas de reír. En un principio había rechazado que la cortejara, y
ahí estaba ahora ella, penando por el hombre que la había rechazado hacía
sólo un momento. No obstante, su confianza en él era absoluta.
—¿Has dicho algo? —preguntó él volviendo la cabeza para mirarla con
ojos indescifrables.
—No.
Christopher asintió y empezó a aplicarle el emplasto. Anne se
estremeció ligeramente , pero lo único que sintió en realidad fue frescor y
alivio cuando le tocó la cara.
—¿Te hago daño?
—No.
—He enviado una nota a tu hermano.
—¿Cómo? Volvió la cabeza con dificultad hasta que pudo fijar la vista
en él.
—Le he dicho que estás bien y que vamos de camino a casa. No quería
preocuparlo. Dejo en tus manos el resto.
—De acuerdo. —Tragó saliva con dificultad, porque se le había
formado un nudo en la garganta—. Lo que hice fue… una absoluta
estupidez. Alastair y mi madre han debido estar de lo más preocupados.
—Sí, lo estaban.
—Yo les escribí alguna nota, pero Lawrence seguramente no se las
mandó, aunque me dijo que lo haría. Me dejé llevar por el momento. Ni
pensé, simplemente… lo hice.
—Me doy cuenta.
Se quedó en silencio mientras analizaba las consecuencias de sus actos.
Y se juró a sí misma que, pasara lo que pasara, nunca volvería a actuar de
una forma tan temeraria e inconsciente, sin tener en cuenta los sentimientos
de sus seres queridos.
Christopher colocó la gasa limpia sobre su cara y se la sujetó con una
venda alrededor de la cabeza.
—Bueno, ya está. La verdad es que, si alguna vez tengo dificultades
económicas, igual podría dedicarme a la enfermería: parece que tengo
aptitudes.
El intento de quitar importancia a la situación no logró eliminar en ella
la sensación de melancolía que empezaba a invadirla, por la desesperación
ante la certeza de que estaba empezando a perder todas sus opciones. Nunca
iba a poder dedicarse al teatro, ya no. Christopher ya no la quería, ni
tampoco lo haría ningún otro caballero… en cuanto la viera ni supiera el
porqué de esa situación. Lo que le iba a tocar era ser la mejor tía posible
para los hijos de Alastair y vivir el resto de su existencia como una
solterona. Quizá pudiera convertirse en benefactora de algún hospital. O
meterse a monja. Sí, eso, podría ir a un convento…
—Anne…
—¿Qué?
—Yo… siento mucho todo lo que te ha pasado —se limitó a decirle
Christopher tras recoger el material de cura y volver a meterlo en la bolsa
—. Bajemos a desayunar antes de reanudar el viaje.
—No… no puedo bajar a desayunar —dijo. Le sudaban las palmas de
las manos—. Habrá gente, que me mirará y me verá la cara. ¿Qué van a
pensar, Christopher? —Le empezó a temblar de nuevo el labio y se lo
mordió.
Christopher se acercó a ella y se puso en cuclillas para estar a su altura.
Pensó que no le podía seguir llamando Christopher, dado que ya no había
ninguna posibilidad de que se casaran. Pero ahora que había establecido
confianza con él, no le salía llamarlo por su título, lord Merryweather. Esos
pensamientos se interrumpieron cuando la tomó de las manos y la miró tan
intensamente que no tuvo más remedio que bajar la cabeza.
—Anne —empezó, con su tono firme y tranquilo. Le tiró de las manos
para que volviera a mirarlo a los ojos—. Respira hondo. Así. Inspira.
Respira. Muy bien. Has tenido un accidente. Por desgracia, esas cosas
pasan, y lo único que puedes hacer es reaccionar lo mejor posible y
acostúmbrate a ello. Lo explicaremos, y todos lo entenderán. Si no deseas
contar toda la historia, cuando alguien te pregunte lo que ocurrió limítate a
decir que algo cayó sobre ti. Eso no será mentir. ¿De acuerdo?
Sus palabras se introdujeron en ella superando el pánico, y al cerrar los
ojos y respirar hondo, sintió como si un soplo de calma la atravesara.
Cuando los abrió de nuevo, él aún la miraba, aún con cara de preocupación,
y en ese momento se dio cuenta de lo mucho que deseaba estar con él, lo
mucho que necesitaba que formara parte de su vida. Deseaba al hombre que
pudo haber tenido, pero que ahora ya no quería estar con ella.
C A P ÍT U L O 1 2

C hristopher no había sido nunca una persona demasiado emocional.


Estaba bastante orgulloso de su forma de ser, fundamentalmente
tranquila y estoica, de su capacidad para analizar las circunstancias con la
calma y la seguridad que debían caracterizar a un caballero. Pero cuando
Anne se puso de pie y le dijo que iba a necesitar su ayuda para cambiarse el
vestido, estuvo a punto de soltar un juramento completamente inadecuado
para los oídos de una dama, incluso de las especiales características de lady
Anne Finchley.
Esta vez fue él quien respiró hondo cuando empezó a desabrochar el
vestido, que era barato de materiales y confección. Se puso tenso al rozar la
piel suave y satinada de la parte trasera del cuello de la joven, en la que
algunos mechones de pelo se habían escapado de las horquillas con las que
la actriz seguramente le había sujetado el pelo tras curarle la herida.
Pese a que todo era absolutamente inadecuado en lo que se refería a las
convenciones sociales, a que su concepción de la vida no cuadraba en
absoluto con ellas, la verdad es que no era capaz de decirle que no. Suspiró
y, tras desabrochar el último botón, le rozó la curva del hombro con los
dedos, y ella dio un respingo.
—Gracias. Ahora ya puedo sola con el resto —dijo Anne, y él, al oírla,
recobró la cordura que había perdido por unos momentos, y se separó de
ella casi de un salto.
—Sí, sí, por supuesto. Si necesitas que te abroche botones, o lo que
sea… no tienes más que llamarme.
Giró sobre sus talones y avanzó hasta un rincón de la habitación, en el
que permaneció hecho un manojo de nervios mientras ella se vestía.
—Ya he terminado —dijo por fin, y él dio gracias a la providencia por
que se hubiera cambiado solamente el vestido y no la ropa interior. Sin duda
que eso le habría hecho perder cualquier vestigio de control de sus actos.
Empezó a abrochar botones, agradeciendo que ella no pudiera ver cómo le
temblaban las manos al hacer todo lo posible por controlar el deseo que lo
embargaba. Tragó saliva cuando se volvió a mirarlo con una sonrisa de
timidez dibujada en la cara.
—Bueno, supongo que esto es todo lo que puedo hacer por ahora —dijo
con las manos recogidas delante de ella—. Estoy preparada para
enfrentarme… a la gente.
Inclinó un poco la cabeza y la miró. Había sido sincero con ella.
Seguramente la cicatriz, ahora cubierta por el vendaje, permanecería. No
obstante, había visto cosas mucho peores, y nada podría ocultar su belleza
ni, una vez que se la conocía, su entusiasmo y pasión por la vida. Aunque él
mismo hubiera renunciado a ella… Pero eso era harina de otro costal.
—De acuerdo. Mantén ese gesto de valentía, am… Anne.
¡Por Dios bendito! Había estado a punto de decirle «amor mío». ¿Qué le
estaba pasando? ¿Qué efecto ejercía sobre él? Había una cosa que
empezaba a tener muy clara: necesitaba alejarse de ella antes de hacer algo
de lo que se pudiera arrepentir.

C hristopher no sabía muy bien cómo le habían afectado a Anne sus


palabras, pero en cierto y extraño sentido, estaba orgulloso de ella al verla
entrar en el pequeño comedor de la posada en el que, en una mesa auxiliar,
había tostadas, jamón y té para servirse el desayuno. No había demasiada
gente en el comedor, sólo algún que otro caballero y una pareja que, por su
forma de vestir, Christopher dedujo que vivían en el campo.
Los saludó inclinando la cabeza mientras Anne y él se sentaban cerca de
ellos. La mujer se inclinó hacia ellos inmediatamente.
—Milady, milord —dijo inclinando la cabeza, y puso cara de asombro
al ver el rostro vendado de Anne, que le devolvió la mirada con una
expresión de ansiedad que Christopher nunca le había visto antes.
—Hola —saludó él a ambos viajeros—. ¿Disfrutan de su estancia?
—¡Sí, muchísimo! —dijo la mujer, regordeta y de pecho generoso, con
una sonrisa arrebolada mientras miraba a su marido, un hombre delgado
que parecía muy feliz con su reciente matrimonio a juzgar por las miradas
sonrientes que dirigía continuamente a su esposa—. Nos acabamos de casar,
¿sabe? Los padres de mi marido no pudieron trasladarse a la boda, así que
vamos a visitarlos y a llevarles un trozo de tarta. ¡Oh! ¿Les apetece a
ustedes probarla?
—Muchas gracias, pero no —dijo Anne sonriendo como pudo a la
mujer—. Y muchas felicidades por su matrimonio. Espero que tengan una
vida juntos maravillosa y muy feliz.
Christopher miró a Anne con el rabillo del ojo mientras daba un sorbo
de té. Estaba un tanto sorprendido. De entrada, pareció sentir ciertas
reservas al ver que la mujer se dirigía a ellos, y en concreto a ella, pero
también parecía alegrarse por la evidente felicidad de la pareja. Tampoco
estaba seguro de cómo iba a reaccionar durante la conversación. Se había
criado en una familia ducal, pero no parecía tener prejuicios de clase. En
cualquier caso, tampoco parecía haber tenido ningún problema la hora de
juntarse con una troupe de actores, así que no juzgaba a la gente sólo en
función de su posición social. Se dio cuenta de que eso le gustaba y
aumentaba su aprecio por ella.
—Sí —dijo por fin al ver que Anne le miraba como animándole a que
dijera algo—. Muchas felicidades. —Se incorporó para estrecharle la mano
al caballero, que primero lo miró con cara de sorpresa, pero después le
correspondió con un firme apretón.
La mujer, Abigail como dijo que se llamaba, siguió hablando
animadamente con ellos, mientras que su marido, Fred, trataba de
contenerla pero sin ningún éxito.
—Si quisieran que los dejáramos en paz ya nos lo habrían dicho, ¿a que
sí, milady, milord?
Christopher asintió divertido procurando contener la risa mientras le
daba otro sorbo al té. La mujer no tenía el más mínimo recato social, pero a
Anne parecía venirle bien la distracción en ese momento, pues se daba
cuenta de que su aspecto, con el aparatoso vendaje, no suponía
impedimento alguno para el deseo de la mujer de hablar con ella, cosa que
Christopher agradecía mucho.
—Milady, no pretendo ser grosera, pero debo preguntarle si ha tenido
usted un accidente.
Hasta ese momento. Christopher suspiró.
—Sí —contestó Anne en voz baja—. Tengo una herida en la cara. Que
me temo va a dejar cicatriz.
—¡Oh, pobrecilla! —exclamó Abigail con cara de pena—. Y siendo
usted tan guapa… Bueno, tiene la suerte de contar con un marido tan
adorable que seguro que cuidará de usted.
—¿Marido? —repitió Anne mirando a Christopher con gesto de cierta
sorpresa. Él hizo un casi imperceptible gesto de asentimiento para indicarle
que debía continuar con la farsa. Se preguntó si no le reprocharía después la
falta de sinceridad. En cualquier caso, asintió, pero sin poder evitar
sonrojarse—. Sí, claro, mi marido. Sí, ha sido muy… servicial.
Anne permaneció callada durante el resto del desayuno, sin perder en
ningún momento el gesto amable, pero con la mente en otra parte. Dado que
no podía prestarle atención, habló largo y tendido con la pareja, sobre todo
con Fred, que estaba tan interesado como él en la agricultura.
—¿Viven ustedes cerca de aquí? La verdad es que no lo reconozco —
dijo Fred—. Aunque usted, milady…
Christopher le interrumpió, pues no quería que circularan noticias por la
zona acerca de Anne y su «marido».
—Tengo una residencia no demasiado lejos, a un par de horas de aquí.
A la que tengo… tenemos que regresar enseguida. Bueno, pues mis mejores
deseos para los dos. Tenemos que marcharnos.
Christopher se levantó de la mesa y ayudó a Anne a hacer lo propio, y
después le ofreció el brazo. Se despidieron del posadero y de nuevo la
ayudó a entrar en el carruaje. Notó que lo miraba al hacerlo.
—¿Pasa algo?
—Pensaba que no mentías —dijo, y cuando se volvió comprobó que
tenía una ceja levantada.
—Y no lo hago… salvo si es absolutamente necesario. Y en este caso,
lo era.
—Ya —dijo ella de inmediato, y Christopher sonrió. Estaba claro que a
esta mujer no se le escapaba nada.
Se mantuvo en silencio mirándose las manos entrelazadas en el regazo.
Movía los pulgares formando círculos. Suspiró. ¿Qué iba a hacer ahora con
ella?
N o hablaron durante el corto trayecto a Longhaven. Anne pensaba que no
había mucho más que decir. Miraba a Christopher pensando que él no se
daba cuenta. Estaba mirando por la ventanilla del carruaje, los ojos
inquietos por encima de la nariz aguileña, de perfil romano, la mandíbula y
los pómulos siempre prominentes, pero que hoy parecían serlo aún más.
Había tenido la ocasión de sentir su musculatura bajo el chaleco y la
camisa, ahora arrugadas debido a que no le había atendido ningún criado.
Había irrumpido en su bien planificada y organizada vida y la había
vuelto del revés con sus acciones impulsivas y alocadas. Tenía razón:
Habían conducido a unos resultados desastrosos y, por causa de ellas, ya no
quería tener nada que ver con ella.
Anne echó la cabeza hacia atrás para apoyarse en los cojines, y el
traqueteo del carruaje le produjo un estado de clama que no era del todo
sueño, pero sí los suficientemente relajante como para calmar sus
temores… al menos por un rato. Entrecerró los ojos, y le pareció notar que
Christopher la miraba, pero pensó que sólo querría asegurarse de que estaba
bien, siempre portándose como el impecable caballero que era.
Al llegar a su destino muy poco tiempo después, Anne se sintió aliviada
y al mismo tiempo temerosa por el regreso a Longhaven. Los ladrillos del
color del cobre le dieron la bienvenida como viejos amigos ansiosos por
abrazarla, pero el corazón empezó a latir enloquecido cuando su hermano
surgió por la puerta principal y se quedó en lo alto de las escaleras,
esperándola. ¿Qué iba a decir? ¿Estaría muy enfadado?
No tuvo que esperar demasiado para averiguarlo, y es que aún no había
puesto un pie fuera del carruaje cuando lo vio bajar las escaleras a toda
velocidad, de una manera nada adecuada a su rango y correr hacia ella. La
levantó del suelo y la abrazó con tal fuerza que casi le cortó la respiración.
—¡Anne, gracias a Dios!
—¡Alastair! ¡Déjame en el suelo! —dijo entrecortadamente.
Así lo hizo. Se separó ligeramente de ella y le puso las manos sobre los
hombros mientras la miraba atentamente. Vio una expresión de
preocupación en sus ojos azules, tan parecidos a los de ella, según le miraba
la cara, y se detuvo al tropezar con el vendaje.
—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? ¿Estás herida? ¿Qué…?
—¿Por qué no hablamos dentro? —le interrumpió en voz baja y con
toda la tranquilidad que pudo. Su hermano miró alrededor y, al ver a los
sirvientes, asintió. Le colocó la mano en la espalda y la condujo al interior
de la casa. Anne miró un momento hacia atrás y vio a Christopher, que
empezaba a seguirlos. En cierto sentido, su presencia le aportaba cierta
sensación de calma y de seguridad, aunque no sabía muy bien el porqué. De
todas formas, cuando él levantó la cabeza, desvió la mirada, pues no quería
que viese lo mucho que deseaba estar con él.
C A P ÍT U L O 1 3

L a familia Breckenridge en ciertos aspectos le recordaba a Christopher


a la suya propia, lo cual le producía sensaciones encontradas. Por
supuesto, en su casa nadie tenía la vertiente dramática de Anne, pero
cuando vio a su madre bajar a toda prisa la imponente escalinata que daba
al vestíbulo principal de la mansión, se acordó con ternura y añoranza de
situaciones parecidas en su juventud.
Sólo era un crío de unos ocho años. Había hecho algo que no debía, y en
lugar de enfrentarse a las consecuencias, decidió huir de su casa y vivir en
el bosque con los zorros y los ciervos y no volver nunca. Se pasó unas dos
horas en el bosque, vagando entre los árboles en la penumbra, antes de
rendirse y volver. Su madre se había puesto muy nerviosa, casi fuera de sí, y
lo recibió exactamente igual que la duquesa viuda estaba recibiendo ahora a
Anne.
La verdad era que hacía bastante tiempo que no pensaba en su madre.
Lo hacía a propósito, porque recordarla le causaba mucho dolor. Se había
marchado demasiado pronto, muriendo de parto junto con el hermano que
él tanto deseaba. Ese día fue también el que perdió a su padre, y su vida ya
nunca fue igual. Menos mal que siempre había tenido a su hermana, que
prácticamente lo había criado. Sonrió al pensar en Ruth, a la que siempre le
habían puesta muy nerviosa sus listas y enumeraciones, y su manía de tener
todas las cosas en orden y bien programadas. Y es que cuando conseguía
que todo estuviera en su orden natural, sentía una satisfacción que le
resultaba difícil de explicar a los demás.
Esta casa, esta familia, era muy parecida a la suya propia. Llevaba
tiempo sin sentir la sensación de completitud que aporta la familia, y pensó
que tendría que marcharse antes de sentirse demasiado a gusto, ya que no
iba a formar parte de ella, y lo último que deseaba era acostumbrarse a algo
que no iba a poder tener.
Se colocó de nuevo el sombrero y se volvió para marcharse intentando
que nadie se diera cuenta, pero en ese momento lady Cecelia debió captar el
movimiento y se volvió para mirarlo.
—¡Oh, lord Merryweather! —exclamó acercándose a él de una forma
más contenida que antes—. No hay palabras para agradecerle el que nos
haya traído a Anne. ¿Cómo vamos a ser capaces de demostrarle nuestra
gratitud? Por favor, debe quedarse a cenar con nosotros esta noche.

—N o creo que sea necesario , su excelencia, pero en cualquier caso se lo


agradezco mucho —dijo haciendo una ligera inclinación, procurando no ser
maleducado—. Por favor, dígame cómo está la duquesa.
—Olivia está bien, de momento —contestó Breckenridge acercándose a
Christopher. Le tomó la mano derecha entre las dos suyas y se las estrechó
con mucho sentimiento—. Ha tenido algunos dolores, y seguimos
esperando. Merryweather, debo decirte que estoy muy de acuerdo con mi
madre. Quédate un tiempo, por favor. Voy a hablar con mi hermana, y
después tú y yo tenemos que tomar una copa. Mientras tanto, el mayordomo
te mostrará tu habitación. Mandaré nota a tu ayuda de cámara para que se
traslade aquí con tus pertenencias.
Christopher, siempre tan educado, no pudo hacer otra cosa que asentir.
Mientras seguía al mayordomo por la escalera bañada en oro, lanzó una
breve mirada a Anne, justo en el momento en el que ella lo miraba también.
Su gesto era muy melancólico, tanto que parecía que toda la luz que
siempre proyectaba se hubiera perdido con el accidente. Christopher no se
dio cuenta de que se había quedado parado en medio de la escalera hasta
que escuchó la discreta tosecilla de aviso del mayordomo.
—Bueno, bueno… —susurró para sí—. Ya no es tu problema,
Christopher. No es tu problema.
—M uchísimas gracias por haber traído de vuelta a mi hermana. Siempre
estaré en deuda contigo.
Breckenridge le pasó una copa de brandi tras hacerle pasar al salón. La
cena iba a ser informal, y el duque lo había hecho pasar a su estudio en vez
de al salón de estar.
Negó con la cabeza al escuchar las palabras de su amigo. Sintió un nudo
en la garganta, y deseó volver atrás y cambiar todo lo que había pasado. No
merecía la gratitud de Breckenridge y de su familia. Anne nunca debió subir
a ese maldito escenario, y no lo habría hecho si él no hubiera llegado tarde.
Breckenridge le había indicado que le acompañara un guía, pero él había
sido demasiado orgulloso y terco, y había pagado por ello un precio
demasiado alto.
—Mira, Breckenridge, tengo que decirte algo…
—No digas nada, no es necesario —dijo su amigo alzando la mano—.
Anne me ha explicado que en la posada sólo había una habitación. Te
compensaré, por supuesto, y entiendo perfectamente por qué hiciste lo que
hiciste. Anne me ha explicado que te portaste como un perfecto caballero, y
te lo agradezco. Sabía que podía confiar en ti. Te prometo que de nuestra
familia no saldrá una palabra relacionada con lo ocurrido, y tu impecable
reputación quedará intacta.
—Gracias —dijo, algo envarado—. No hay nada por lo que debas
compensarme. Breckenridge, por lo que se refiere a Lady Anne y nuestro
acuerdo previo…
—Anne me ha informado de tu decisión —dijo Breckenridge
colocándose junto al escritorio. Echó hacia atrás el sillón de caoba y se
sentó cruzando las piernas—. Entiendo muy bien lo que sientes,
Merryweather. Creo que te conozco casi mejor que nadie. Te gusta el orden,
el procedimiento, y una esposa que haga cosas sin pensar no entra en tus
planes. Lo único que quiero es que… Bueno, lo hecho, hecho está.
—Sí —susurró Christopher, sin saber qué otra cosa podía decir.
Las emociones que estaba sintiendo, irracionales y absurdas, le
intentaban arrastrar a quedarse para decirle a Anne que jamás le dejaría
hacer algo como lo que había hecho porque, a partir de ese momento, él iba
a estar a su lado y la iba a ayudar a lograr todo lo que necesitara en la vida.
Pero su mente racional le decía todo lo contrario: que se diera la vuelta y se
marchara de allí lo más deprisa posible antes de que su deseo de estar con
ella siempre creciera hasta límites insoportables. Necesitaba distanciarse,
eso era todo.
—Si necesitas algo más de mí, Breckenridge, sabes que no tienes más
que decirlo.
Dio un paso atrás al tiempo que Breckenridge levantaba un dedo y
apoyaba la barbilla sobre la punta.
—Bueno, sí que habría una cosa… —Su amigo no tuvo más remedio
que captar la expresión de pánico de su cara, pues inmediatamente hizo un
gesto con la mano descartando la idea, fuera la que fuera—. Bueno, no
importa. Aunque… bueno, Merryweather, la verdad es que te pediría que te
quedases un par de días en casa. Me vendría muy bien tu ayuda, para
asegurarme de que Olivia está en todo momento bien atendida, ahora que
Anne también tiene sus propias necesidades de atención. Hoy no parece la
misma de siempre, aunque supongo que va a necesitar tiempo para aceptar
las consecuencias de la herida y el hecho de que su visión idílica de la vida
en el escenario no es ni mucho menos real ni posible.
La desesperación de Christopher creció. De su relación con los Finchley
no había salido nada bueno. Habían traído un desorden a su vida que nunca
había experimentado antes, pero… ¿cómo iba a rechazar la petición de su
amigo, que era muy razonable? Sabía que la situación depresiva de Anne se
debía en parte a su propio rechazo. Cómo poco, quizá debiera quedarse uno
o dos días más para hacerle ver que su vida seguía teniendo muy buenas
perspectivas, pese a todos los cambios que se habían producido. Sí, eso era
razonable. Su criado estaba aquí y sus pertenencias también, por lo que el
orden en cierto modo se había restablecido. Pasaría un par de días con la
familia de su amigo y todo iría bien.
—De acuerdo —se oyó decir a sí mismo, pero dejándose la puerta
abierta a la huida—. Un día, dos como mucho.
—¡Espléndido! —dijo Breckenridge aplaudiendo—. Pues venga, vamos
a reunirnos con las damas.

A la mañana siguiente Anne estaba sentada al piano, intentando


concentrarse para tocar. Pero parecía que todas las canciones alegres y
melodiosas que le gustaban se hubieran esfumado de su recuerdo. Los
dedos parecían moverse a su aire, y producían melodías lentas, con letras
trágicas y llenas de melancolía. La cena de la noche anterior había sido
ridícula. Su hermano parecía enormemente defraudado con ella. Su madre
no hacía otra cosa que subrayar lo contenta que estaba por su regreso a casa,
sin dejar de acariciarle la cara. Cuando Anne intentaba sonreír para darle
ánimos, la mujer se limitaba a suspirar. Hasta vio una lágrima que corría por
su mejilla.
Las notas se iban volviendo cada vez más tristes, casi como lamentos.
Anne sabía que su madre la quería, pero también que siempre había estado
muy orgullosa de su belleza. Eso se había terminado, y al parecer su madre
sufría tanto como ella misma por la pérdida.
Y después estaba Christopher. Lord Merryweather. El hombre que no
quiso dejarla sola pese a que ella lo rechazó. Era como si pensara que le
debía algo tras rechazarla. Pero no le debía nada. Nunca le había prometido
nada, y ella tampoco se lo había pedido. Ni eso ni nada. Le había dejado
muy claro lo que pensaba de ella. Ahora lo que Anne deseaba era que la
dejara en paz.
Golpeó las teclas casi con furia en el acorde final, y las notas sonaron de
una forma extrañamente bella, tanto que las repitió una y otra vez. Hasta
que se dio cuenta de que ya no estaba sola.
—Como sigas golpeando de esa manera el instrumento, pronto te vas a
quedar sin él.
Su voz, suave y sedosa, llegaba desde la puerta de entrada, y al ponerse
de pie para mirarlo de frente, Anne evitó transmitir lo que sentía
controlando el gesto.
Christopher entró en la habitación con las manos en la espalda.
—Creo recordar que tocabas el pianoforte mucho mejor —dijo
sonriendo débilmente—, aunque puede que esté equivocado.
Anne se encogió de hombros, fijando la mirada en el reloj de pared que
estaba sobre la chimenea. Estaba muy elegante, perfectamente adaptado al
papel de caballero. Y ya no era suyo, si es que alguna vez lo había sido.
—Toco lo que siento cuando lo siento —dijo—. Y, ahora, mi forma de
sentir es esa. Te ruego que no me juzgues con excesiva dureza.
—No te juzgo en absoluto, Anne —dijo en voz tan baja que apenas le
oyó—. Es sólo que echo de menos la forma en la que solías tocar, tan alegre
y vivaz.
—Eso ya quedó atrás —dijo Anne dando un paso hacia él—. He pasado
de ser una chica ingenua y feliz a averiguar que hay verdades en la vida y
en el mundo que es imposible ignorar. Que muchos sueños no se pueden
convertir en realidad. Que los celos y el odio son pasiones muy fuertes. Y
que la belleza significa bastante más de lo que yo pensaba antes.
—En el mundo existe el mal, eso es cierto —dijo Christopher con
lentitud e inclinando la cabeza para mirarla. Se acercó a ella, de modo que
sólo los separaban centímetros—; por eso necesita personas como tú, pera
que reine el bien en él.
Anne se dio la vuelta para no tener que mirarlo. Había notado que sus
ojos brillaban de emoción, pero pensaba que sólo se trataba de pena. No
podía soportarlo.
—Pensaba que te iba a gustar eso en lo que me he convertido —dijo—.
Menos caprichosa. Menos empeñada en hacer lo que sea para conseguir lo
que quiera, sea lo que sea. Más cuidadosa. Más… formal.
—Uno no puede cambar lo que es, Anne —dijo—. No en el interior.
—¿No? —se volvió hacia él y levantó una ceja—. ¿Y eso cómo lo sabe,
insigne lord Merryweather?
Sonrió al ver que volvía a utilizar el sentido del humor.
—Porque lo he vivido en mis carnes —dijo simplemente—. Ha habido
muchos momentos en los que no he querido ser ese caballero estirado y
aburrido que soy, en los que he deseado librarme de mis inhibiciones y
vivir, sin más, siguiendo mis impulsos y gozando cuando tengo la alegría a
mi alcance. Pero cuando lo he intentado, he comprobado que no me siento a
gusto haciéndolo, y que me invade el pánico. Y entonces encuentro más
sencillo ser el hombre que se supone que debo ser. —Dejó de hablar, y puso
cara de sorpresa—. La verdad es que nunca le había contado esto a nadie.
Anne se sorprendió, y también se sintió orgullosa de que hubiera
compartido con ella algo tan íntimo y personal.
—Debemos hacer todo lo que podamos para ser felices —dijo
sonriendo con tristeza—. Aunque a veces está fuera de nuestro control.
Vio que abría la boca para responder, pero de repente otra voz
procedente de la puerta lo interrumpió.
—¡Olivia! —exclamó Anne, y salió casi corriendo hacia ella—. ¿Qué
estás haciendo? ¡No deberías estar paseando por ahí!
La cuñada de Anne entró en la habitación con andares bamboleantes.
—Me estaba volviendo loca metida en mi habitación durante tantos días
interminables —dijo al tiempo que Anne la agarraba del brazo. Entonces se
volvió y no pudo evitar echarse a reír al ver a Christopher, que se había
quedado con la boca muy abierta y cara de asombro al verla entrar en esas
condiciones.
—Entonces caí en la cuenta de que no tenía la obligación de permanecer
allí —prosiguió Olivia—. No voy a ser tan descerebrada de irme demasiado
lejos, pero me apetecía entretenerme con algo interesante mientras espero
que llegue lo que tiene que llegar. No se asuste, lord Merryweather. Me
conoce lo suficiente como para saber que nunca hago lo que se supone que
debo hacer ni lo que se espera de mí.
Anne rio ante esa salida, sobre todo cuando vio que Christopher tragaba
saliva y asentía a las palabras de Olivia.
—Pues a lo que vamos —prosiguió Olivia—. Llevo varios días
observando desde la ventana el magnífico tiempo del que estamos
disfrutando. ¿Por qué no nos sentamos fuera? Hasta podíamos comer en los
jardines… ¿Qué te parece, Anne?
—¡Sería estupendo! —dijo Anne encantada, olvidando la tristeza por un
momento—. ¿Le digo a Alastair que venga con nosotros?
—Supongo que sí —dijo Olivia—, siempre y cuando prometa no
atosigarme todo el rato. Te juro que a veces es peor que una niñera.
—Está preocupado —dijo Anne—. Te quiere muchísimo.
—Lo sé —dijo Olivia sonriendo—. Soy afortunada.
Se produjo un tenso silencio, hasta que Anne dibujó una amplia sonrisa,
la mejor que pudo conseguir en ese momento, y salió en busca de su
hermano.
C A P ÍT U L O 1 4

—Y ahora dígame, lord Merryweather, ¿qué planes tiene?


Habían estado paseando sin alejarse mucho de la casa, y
Anne había extendido una manta en la que estaba desplegada la comida
campestre preparada por la cocinera. Olivia se sentó en una silla que había
traído uno de los criados para no tener que hacerlo en el suelo, y ahora le
estaba preguntando a Christopher.
—¿Por qué supone que tengo un plan? —preguntó guiñándole un ojo, y
Olivia rio.
—¡Vaya, lord Merryweather. Siempre ha sido usted un hombre
encantador de serpientes.
¿Christopher un encantador de serpientes? Anne no pensaba en absoluto
de esa forma, y miró a Olivia levantando una dubitativa ceja.
—Para ser sincero del todo con usted —empezó, ahora más en serio—,
no estoy seguro del todo. Creo que permaneceré aquí un par de días, y
después volveré a mi hacienda. Llevo lejos bastante tiempo, y la estoy
descuidando demasiado. Mi administrador es de fiar, pero nunca estoy del
todo a gusto si no compruebo las cosas por mí mismo.
Anne lo miró sorprendida. ¿Por qué se iba a quedar? No tenía ningún
motivo para permanecer más tiempo allí. No la cortejaba, ella no se iba a
marchar y Olivia estaba a punto de dar a luz. Era raro que siguiera con
ellos, y más tratándose de un hombre que siempre prefería hacer lo que se
esperaba de él.
—Estamos encantados de que se quede con nosotros estos días —dijo
Olivia, y a Anne empezó a dolerle el cuello de tanto volverse para mirarla.
—Olivia, ¿no te sientes como si fueras una reina entre nosotros, con
todos tus leales sirvientes en el suelo y a tus pies? —preguntó, poniendo en
palabras la escena que tenía en la cabeza.
—¿Me está usted llamando sirviente? —preguntó Christopher, y cuando
Anne lo miró sonrió.
—Seguro que representaría usted muy bien ese papel, lord
Merryweather —replicó riendo quedamente—. ¿Por qué no nos habla de su
hacienda? He oído que es muy bonita.
—¡Ah!, ¿sí? ¿Y a quién se lo ha oído? No me irá a decir, lady Anne, que
todo el tiempo que estuve tratando de cortejarla, usted no estaba jugando
conmigo, sino de verdad interesada…
Anne notó que se ruborizaba. En aquellos momentos no se había
portado con él de una forma seria, aunque en realidad sí que había estado
interesada en averiguar más cosas acerca del hombre que deseaba casarse
con ella. Eso sí que era verdad. Aunque en realidad ahora no importaba.
—Pues yo… es decir… —. Por una vez se había quedado sin palabras
de repente, y en ese preciso momento Olivia emitió una especie de gruñido
que le hizo dar un respingo.
—Olivia, ¿estás bien? —dijeron a la vez Anne y Alastair, y Anne vio
también como Christopher miraba a su alrededor, seguramente un tanto
incómodo por no saber cómo actuar con una mujer en un estado de
gestación tan avanzado.
—Estoy perfectamente —dijo Olivia levantando la mano abierta para
indicar que no había de qué preocuparse—. Quizás un poco incómoda, eso
es todo. Alastair, cariño, ¿me puedes acompañar dentro? —Seguramente
vio como Anne empezaba a guardar la comida en la cesta—. ¡Anne, no
hace falta que os vayáis! Hace un día magnífico, y puedes quedarte aquí
acompañando a lord Merryweather. Estaré bien, sólo necesito descansar.
Alastair volverá enseguida con vosotros para que nada se haga de manera
impropia, así que no tiene de qué preocuparse, lord Merryweather.
Alastair la ayudó a levantarse de la silla y Olivia saludó con la mano
para despedirse. Anne hubiera jurado que, inmediatamente antes de darse la
vuelta para entrar en la casa, Olivia le había guiñado el ojo, pero de una
forma tan rápida que no podía estar segura del todo.
Christopher se aclaró la garganta, se apoyó sobre un codo y se estiró en
la manta. Parecía muy tranquilo y reposado. Anne no lo recordaba en una
postura tan relajada. Estaba claro que había estado echado junto a ella en la
cama de la posada, pero estaba tan preocupada por ella misma que no le
había prestado demasiada atención a él. En ese momento se sintió muy
avergonzada por haber sido tan egoísta después de lo mucho que había
hecho por ella, mientras que por su parte apenas le había hecho caso. No se
había molestado en preocuparse.
El sol que asomaba entre las nubes le iluminó la cara, y en ese momento
se dio cuenta de lo atractivo que era. Siempre había sabido que tenía buen
aspecto, pero nunca lo había apreciado de verdad hasta ese momento. Le
pareció cómo si el corazón se detuviera durante un instante y tragó saliva
mientras maldecía el vendaje que el cubría media cara. Había venido el
médico, y aunque Anne había rechazado cualquier tratamiento adicional, sí
que le había agradecido que le pusiera un vendaje algo menor. Por lo menos
ahora veía con ambos ojos.
Y ambos ojos estaban llenos de Christopher, aunque él ya no la miraba
de la misma forma a ella. Se lo había dejado muy claro. Lo único que
deseaba ahora era borrar de su mente el recuerdo del beso que se habían
dado, porque en estos momentos ansiaba volver a sentir sus labios en los de
ella una vez más. Tragó saliva con fuerza.
—Háblame de tu hacienda, Christopher —acertó a decir. Necesitaba
cambiar de tema y llenar el silencio—. ¿Está muy lejos? ¿Cómo es de
grande? ¿Tienes muchos criados? ¿Y arrendatarios? ¿Vive alguien más
contigo? ¿Tienes amigos en la vecindad?
¡Por Dios bendito! Ahora estaba cotorreando como una estúpida.
Él alzó una mano como si quisiera detener el torrente de preguntas,
aunque lo hizo sonriendo.
—De acuerdo, de acuerdo, vamos por partes —empezó—. Gracebourne
no es excesivamente grande, sobre todo si se compara con Longhaven. Sin
embargo, es bonita, si es que se me permite decirlo. El edificio original data
del siglo XIII, y ha ido creciendo con el tiempo. Pese a los diferentes estilos
arquitectónicos, el edificio mantiene el equilibrio. Durante siglos ha
pertenecido a la familia de mi padre, aunque yo no pasé demasiado tiempo
allí en mi juventud. Mi madre prefería la casa de su familia, más pequeña y
menos grandiosa. Mi abuela, la madre de mi padre, y ella no se llevaban
bien, y como mi madre odiaba el conflicto, simplemente no vivíamos allí.
Volvimos a Gracebourne cuando falleció mi madre. De todas formas, no me
habías preguntado sobre eso. Querías saber cosas de la hacienda.
Anne deseaba decirle que no, que siguiera con lo que le había empezado
a contar, pues le apetecía mucho saber cosas acerca de él y de su familia.
Pero le daba la impresión de que, si lo presionaba, se cerraría de nuevo, así
que prefirió dejarlo hablar de lo que quisiera.
—A ver entonces… ¿qué me habías preguntado? —Se puso un dedo
sobre los labios y fingió pensar intensamente lo que iba a decir—. Ah, sí.
Primera pregunta: está a medio día a caballo de aquí. En un cálculo rápido,
yo diría que el tamaño de la hacienda es unas tres cuartas partes el de esta
de tu hermano. Hay bastantes criados, pero como soy yo el único que vive
en la casa, no me hacen falta tantos como en otras. También tengo bastantes
arrendatarios, y hay un pueblo muy cerca, así que hay bastante gente en los
alrededores. Tengo muchos conocidos, aunque la mayor parte de mis
mejores amigos viven bastante lejos. ¿Qué tal lo he hecho? ¿Lo he
contestado todo a satisfacción?
—No se puede negar que las listas se te dan de maravilla, Christopher
—dijo, y cuando le sonrió fue como si encendiera una llama dentro de ella,
de la calidez que sintió.
—Me tomo eso como un cumplido —dijo algo sorprendido y también
encantado, o al menos eso le pareció a ella por el tono—. Te lo agradezco.
—Tengo una pregunta más —dijo, casi sin aliento—. ¿Te sientes solo
alguna vez?
Lo pensó durante unos momentos.
—Todo el tiempo —dijo en voz baja y algo ronca.
Se levantó de la manta y se colocó de rodillas frente a ella, que estaba
sentada con las piernas dobladas hacia un lado. Anne no pudo controlar sus
acciones, pues se inclinó hacia él como si una cuerda tirara de ella. Él
levantó las manos para recogerle la cara entre ellas y acariciarle las mejillas
con los pulgares. Cuando uno de ellos tropezó con el vendaje dio un
mínimo respingo, pues se había olvidado por completo de que lo tenía. Él
las retiró.
—¡Oh, Christopher! —dijo incorporándose levemente. Le tomó una
mano y se la llevó de nuevo a la cara—. Yo…
—Shh —ordenó levísimamente. Sin decir nada bajó la cabeza y le
cubrió los labios con los suyos, evitando así cualquier palabra de protesta
por su parte.
¡Por Dios, era maravilloso! Hoy sabía a chocolate y fresas, y su aroma
especiado la llenó por completo. En ese momento fue ella la que requirió
entrar en su boca, y él la abrió para ella, abrazándola con ambas manos
mientras se besaban. Al parecer estaba un poco incómodo, porque de
repente colocó una mano bajo su trasero para levantarlo, y de repente se vio
sentada en el regazo de Christopher, que saboreó, jugueteó y le enseñó lo
maravilloso que puede ser un beso. Anne deseaba ansiosamente esto, pero
había pensado que sería imposible. Tampoco sabía que un segundo beso
podía ser incluso mejor que el primero.
Anne colocó una de sus manos alrededor de la espalda de Christopher,
mientras que con la otra le acarició el pelo. Al apretar un mechón se dio
cuenta de que era oscuro, denso y sedoso. Él reaccionó con un gemido, y no
supo si le había hecho daño o si se debía a que sus cuerpos estaban pegados.
Él tenía una potente musculatura y llevaba ropa rígida mientras que ella se
había puesto un suave vestido de muselina sobre la sensible piel.
Anne pensaba que el juego de las lenguas podía prolongarse
eternamente, y a ella no le importaría en absoluto, todo lo contrario, le haría
muy feliz. Pero, en un momento dado él extendió la mano y, con absoluta
levedad, acarició uno de sus pechos, lo que hizo que estuviera a punto de
dar un salto. Se sintió audaz y atrevida, deseando explorar las sensaciones
que empezaban a inundarla, así que le agarró la mano y se la apretó contra
el pecho. Aunque inicialmente se detuvo por un momento, quizá
sorprendido por su audacia, no tardó ni un momento en superar cualquier
duda. La acarició con fruición y la empujó hacia adelante para tumbarla
sobre la manta cuando el ruido de una puerta al cerrarse en la distancia
captó ligeramente su atención. No reaccionó hasta que, de repente, el
cuerpo y las manos de Christopher fueron sustituidas por el vacío, y vio que
se volvía a sentar, se estiraba la ropa e intentaba recolocarse el pelo. Cuando
terminó, la ayudó a que se sentara.
—¿Va todo bien por aquí? —Anne ahora sí que dio un respingo,
sorprendida ante la repentina presencia de Alastair junto a ellos.
—¡Alastair! —exclamó, e inmediatamente se dio cuenta de que había
mostrado demasiada emoción. Se calmó de inmediato y adoptó el papel de
dama recatada. Un papel que debería haber representado en todo momento
esa tarde, pensó irónicamente—. ¿Cómo está Olivia?
—Muy bien —dijo, y Anne levantó una ceja. Había acertado con la
sospecha: a Olivia no le ocurría absolutamente nada, de forma que lo único
que había querido su cuñada era dejarlos solos a ellos dos. Y al parecer,
había intuido perfectamente lo que iba a pasar. La treta había funcionado.
Anne no estaba muy segura de lo que sentía al respecto. Christopher le
atraía mucho, sí, y no podía negar que quería mucho más de él. Por lo que
se refería a toda una vida juntos… él le había dejado muy claro que ella no
era el tipo de mujer que estaba buscando, y bajo ningún concepto deseaba
toda una vida de desavenencias. Antes de plantearse siquiera cambiar de
opinión, debería decidir si sería capaz de vivir conforme a las reglas de
Christopher, su sentido de la decencia social y sus planes de futuro. Inclinó
la cabeza para mirarlo con ojo crítico, y él le devolvió la mirada con
idéntica intensidad. Vio que algo brillaba en sus ojos; en realidad, era más
que brillar, era una llama ardiendo, y sintió una emoción muy profunda.
¿Tan malo sería dejarse llevar y explorar hasta dónde podía conducir todo
esto?
Se había olvidado por completo de que Alastair estaba con ellos, pero lo
recordó abruptamente cuando su hermano se aclaró la garganta, y se volvió
hacia él. Pensó que era un momento perfecto para enderezar unos
acontecimientos que se habían torcido tanto.
—Alastair, Chris... lord Merryweather, tengo que deciros algo —
empezó, irguiendo mucho la cabeza. Era el momento de disculparse, lo
tenía claro. No le gustaba hacerlo, nunca le había gustado, pero se
comportaría dignamente porque no habría manera de avanzar hasta que, de
un modo u otro, hubiera enderezado el pasado. Cuanto más conocía a
Christopher, más se daba cuenta del porqué de su rechazo a casarse con ella.
No le había dado una muestra real de lo que podría ser su vida juntos. Tenía
que demostrarle que había dejado de ser la niña estúpida que había sido
hasta ese momento.
—Tengo claro que os debo a los dos una disculpa —dijo, y pudo
observar gestos de genuina sorpresa en ambos. ¿De verdad era tan terca que
no podían ni siquiera pensar en que semejantes palabras a fueran salir de su
boca?
—¿Perdona? —dijo Alastair levantando las cejas—. ¿Acaso mi
hermana, lady Anne Finchley, se está disculpando? Creo que es la primera
vez en mi vida que escucho de tu boca algo parecido.
Le dirigió una mirada a su hermano que esperaba que fuera lo
suficientemente fría, y se volvió hacia Christopher. Su reacción positiva era
lo que más le interesaba. Alastair la perdonaría. Siempre lo hacía. Además,
al menos le había escrito una nota advirtiéndole de lo que iba a hacer,
mientras que a Christopher lo había pillado totalmente desprevenido
—Sé que estos últimos días no se han desarrollado ni mucho menos
como usted había planeado —dijo hablando despacio—. De entrada, me
comporté de una manera despreciable, y después usted lo dejó todo para
venir a buscarme y a ayudarme. Se lo agradezco mucho.
Christopher se encogió de hombros. Parecía estar algo incómodo.
—Siempre estaré encantado de echar una mano —dijo, e hizo eso
exactamente: se inclinó hacia delante extendiendo la mano para ayudar a
Anne a incorporarse—. Eso ya es pasado, Anne. No pienses más en ello.
C A P ÍT U L O 1 5

—M e siento como si el director de estudios me estuviera


llamando cada dos por tres a su oficina —dijo Christopher
al entrar en el lujoso despacho, y Breckenridge, que estaba de pie junto al
aparador con el decantador en una mano y una botella en la otra, rio entre
dientes.
—Eso está muy bien, Merryweather, pero los dos sabemos que tú nunca
has tenido ese tipo de dificultades. Sin embargo, yo sí que te puedo decir
por experiencia propia que un director nunca recibía preparando al alumno
visitante una copa de brandi.
—No me cuesta nada creérmelo, pero eso a ti no te impidió beber en la
escuela —dijo Christopher meneando la cabeza.
Breckenridge sonrió con ese encanto gracias al cual era capaz de salir
indemne de los problemas que le causaba su casi siempre alocada forma de
actuar. Se sentó en la gastada butaca del escritorio y le indicó a Christopher
que hiciera lo propio en la que estaba frente a él.
—Supongo que en aquella época bebí por los dos —reflexionó.
Christopher no terminaba de estar a gusto del todo. Pese a que, como
siempre, bromeaba con Breckenridge, no podía negar que sentía una cierta
aprensión a propósito de la inevitable charla que iba a tener con su viejo
amigo. Breckenridge nunca había sido tonto, todo lo contrario. Sin duda a
esas alturas tenía muy claro que algo había pasado entre su hermana y
Christopher. Y dado que había decidido romper el compromiso, ¿qué
pensaría ahora su amigo de él?
Por otra parte, ni él mismo sabía ni qué pensar ni qué hacer. Se decía a
sí mismo que debía mantenerse lo más lejos posible de Anne, que no sería
bueno para ninguno de los dos dejarse llevar por el deseo. Y, pese a ello,
seguía en su casa, y compartía con ella risas, meriendas campestres y besos,
unos besos tan apasionados que habían estado a punto de conducir a algo
más. ¿En qué había estado pensando? En realidad, ese era el problema
precisamente: que no había pensado. Cuando estaba con Anne perdía el
control de sus pensamientos, y simplemente empezaba a actuar dejándose
llevar por lo que deseaba en el momento. Lo cual le hacía sentirse muy
confundido, pero… también más vivo de lo que nunca se había sentido en
su vida. No obstante, tenía que parar. Anne estaba herida. Y era muy
vulnerable en ese momento. Estaba aprovechándose de ella.
Por una parte, le apetecía retomar el cortejo al que prácticamente
acababa de renunciar. Si lo hacía, ya no habría retorno posible. No se puede
romper dos veces un cortejo con una dama respetable. No sólo daría lugar a
un formidable escándalo social, sino que, lo que era más importante, se
trataría de una gran injusticia para Anne.
—Breckenridge, sé que la idea era que me quedara un par de días más,
pero me da la impresión de que me estoy comportando como un intruso —
dijo Christopher tamborileando los dedos de la mano derecha sobre la mesa
—. No hay ninguna razón para que siga aquí, y con tu esposa a punto de dar
a luz y una joven soltera en la casa, la verdad es que mi presencia no resulta
nada apropiada en tales circunstancias.
Breckenridge se quedó callado durante un momento, con la vista fija en
el escritorio.
—¿Y qué pasaría si esa… joven soltera fuera tu prometida? —Levantó
la cabeza y lo miró a los ojos.
—Ya hemos hablado de eso —respondió Christopher de inmediato. De
hecho, la pregunta de su amigo lo asombró, aunque el corazón empezó a
latirle a toda prisa al pensar en la posibilidad de que Anne fuera suya—.
Somos muy distintos y, además, he puesto fin al cortejo una vez.
Breckenridge ignoró olímpicamente su comentario.
—¿Qué es lo que deseas por encima de todo?
—¿A qué te refieres?
—Cuando empezaste a cortejar a Anne fue porque pensabas que era el
momento adecuado para casarte, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y decidiste romper el cortejo a causa de su accidente?
—No. Lo rompí porque demostró ser una mujer temeraria e irreflexiva.
Yo no puedo ni quiero pasar la vida sin saber lo que va a pasar en mi familia
al día siguiente.
Breckenridge suspiró y apoyó las puntas de los dedos en la frente.
—Lo entiendo, Merryweather. Lo entiendo perfectamente —afirmó—.
Mi propio matrimonio nació debido a un gran escándalo, ya lo sabes. Pero
la vida con Olivia ha resultado ser mucho mejor de lo que jamás hubiese
podido esperar. Llevas unos cuantos años formando parte activa de la vida
social, de fiesta en fiesta y de baile en baile. Dime una cosa, ¿quieres seguir
intentando encontrar una mujer que se adapte a tus… cánones? ¿Por qué
crees que aún no la has encontrado?
—No lo sé —contestó Christopher, echándose hacia atrás en el sillón y
cruzando los brazos sobre el pecho en claro gesto defensivo—. Supongo
que no era el momento adecuado.
—O quizá las que no eran adecuadas eran las mujeres —dijo
Breckenridge. Y después sorprendió a Christopher con un gesto de
remordimiento—. A ver, Merryweather, ¿durante cuánto tiempo me
estuviste pidiendo que te permitiera cortejar a mi hermana? Rechacé la idea
durante mucho tiempo, y ahora aquí estoy, casi empujándola hacia ti.
Resulta un tanto irónico, la verdad… ¿no te parece?
—Pues supongo que sí —dijo con cautela.
Breckenridge se mantuvo callado durante unos momentos, como si
reflexionara acerca de lo que iba a decir a continuación.
—Los he visto a los dos esta tarde, en la hierba —dijo—. No puedo
decir que me haya gustado excesivamente ver a mi hermana en esa postura,
pero me ha quedado claro que albergas sentimientos hacia ella,
Merryweather, porque tengo muy claro que no eres el tipo de caballero que
se aprovecha de las mujeres, de ninguna mujer.
Christopher se ruborizó y se movió incómodo en el asiento, sin saber
cómo responder.
—Yo… pues…
—Podrías perfectamente haber hundido su reputación, si es que no está
ya arruinada. Hay algo que no te he dicho… acerca de Anne —indicó
Breckenridge. Abrió un cajón del escritorio y sacó lo que parecía ser una
especie de publicación periódica, dejándola encima de la mesa con gesto de
desprecio. Su habitual jovialidad se había esfumado, y en esos momentos su
expresión era la de un hombre hundido.
—Mi hermana está destruida, Merryweather. Los periódicos de cotilleos
escandalosos lo han publicado todo —dijo con amargura—. No tengo ni
idea de cómo se han enterado de lo que ha hecho, pero había suficiente
cantidad de gente presente en la fiesta como para saber que se marchó, y
que tú fuiste tras ella. Tras hablar con criados, actores y lugareños de
Tonbridge, no habrá resultado muy complicado completar el cuadro. Fui un
iluso al pensar que la cosa no traería consecuencias. ¿Qué caballero va a
desear casarse ahora con ella? Piénsalo. Ha pasado una noche sola con un
hombre, ha subido a un escenario y, para colmo, su belleza ha desaparecido.
No sirve de nada negarlo.
Se detuvo un momento, mirándose las manos que tapaban la
publicación.
—Sé que no ha resultado ser la mujer que estabas buscando,
Merryweather. Pero, por lo que puedo ver, parece que los dos os lleváis
bastante bien, y estoy seguro de que, a partir de eso, seréis capaces de vivir
una vida feliz juntos. Sí, se ha comportado muy mal, pero ha aprendido la
lección de forma muy dolorosa. Una vez la quisiste. ¿No podrías volver a
quererla? Tu nombre está ahora asociado al suyo, te guste o no. Preferiría
no tener que forzaros a estar juntos, prefiero más bien animaros a que lo
intentéis. Si te casas con ella, tendrás a mi hermana, algo que yo considero
digno de celebrar. Porque, pese a sus defectos, estoy seguro de que aportará
mucha luz a tu vida. ¿Qué me dices?
Pasó un largo rato sin que Christopher reaccionara. El asombro lo había
dejado sin palabras. Desde que había llegado a la conclusión de que Anne
no podía ser su esposa, con su habitual terquedad. Breckenridge, con sus
palabras, lo había puesto todo patas arriba. Anne había hecho una gran
tontería. Se había dejado llevar por los impulsos sin controlarlos. Pero ¿de
verdad había aprendido de sus errores? Pensaba que él también había
actuado de manera absurda, besándola a pocos pasos de las ventanas de
Longhaven estando abiertas de par en par. Disfrutaba en compañía de Anne,
eso era muy cierto, y ansiaba su cercanía, su contacto físico, mucho más de
lo que se podía explicar con palabras. Puede que la joven hubiera aprendido
lección. Puede que fuera la esposa que estaba buscando…
Reflexionó sobre ello durante un rato más, tocándose la barbilla con los
dedos pulgar e índice. Pensó en su casa, en los salones vacíos y los
silenciosos dormitorios que ansiaba llenar de niños. Casi se había olvidado
de su madre, y le asombraba el hecho de que recordaba perfectamente el
timbre de su voz, la forma en la que besaba su piel golpeada o herida, o el
modo de acariciarle el pelo. Eran recuerdos que le servían para imaginarse
perfectamente a Ann haciendo lo mismo con sus propios hijos, los hijos de
ambos.
—De acuerdo, Breckenridge —dijo extendiendo la mano—. Volveré a
cortejar a Anne… siempre que ella lo desee.
—Quizás… —empezó Christopher, pensando en que Anne lo había
rechazado cuando se vio más o menos obligada a aceptarlo; aunque lo
cierto es que parecía gustarle más una vez que él rompió el compromiso—.
Creo que es mejor que sea yo quien la convenza —dijo hablando despacio,
y se paró en seco al ver que Breckenridge alzaba las cejas—. Tranquilo, no
haré nada inapropiado —añadió Christopher a toda prisa—. Lo único que
quiero decir es que el que tú hables con Anne no llevaría a nada, pues debe
llegar por sí misma a la conclusión de que es el modo de proceder más
adecuado dadas las circunstancias.
—Tienes razón —dijo Breckenridge dando un suspiro—. Debería
saberlo. De hecho, he estado demasiado preocupado por Olivia, y no le he
dedicado a mi hermana toda la atención que debería. Bueno, me alegra
mucho saber que que, dentro de poco, vayas a asumir esa responsabilidad.
Las implicaciones de las últimas palabras de su amigo le afectaron.
Respiró hondo y lo miró.
Breckenridge movió la mano despreocupadamente.
—No hablaba en serio, por supuesto. Te vas a divertir mucho, te lo
aseguro. A Anne le gusta mucho ir a Londres de vez en cuando. Puedes
pedirle que te lleve a sitios interesantes, los conoce todos.
Christopher asintió. Después se levantó y salió del estudio de su amigo,
un poco sorprendido por haber tomado con tanta facilidad una decisión tan
trascendente. ¿Había acertado al hacerlo?

A nne respiró hondo cuando su dama de compañía se puso a su lado, junto


al espejo.
—¿Está preparada, señorita?
—No.
Bridget dudó al escucharla, pero en ese momento Anne sonrió
levemente y negó con la cabeza.
—Sólo quería decir que nunca volveré a estar preparada para mirarme
en el espejo —explicó—. Puedes seguir adelante.
Era el momento de quitar el vendaje, el momento de volver a ver una
vez más su apariencia. Ellen le había dicho que en el momento en el que la
herida empezara a cerrarse, debía dejarla al aire para que cicatrizara mejor.
Anne respiró hondo mientras Bridget retiraba el vendaje con mucho
cuidado. Ya no le dolía nada, y se alegraba de ello. Respecto a su apariencia
actual…
Cerró los ojos con fuerza y recordó la última vez que había visto la
herida. Esperaba que estuviera mucho mejor ahora. No había mirado
mientras el médico se la atendía. De hecho, la última vez que se había
mirado la cara descubierta al espejo había sido… en la posada con
Christopher. Cuando le dijo que ya no deseaba casarse con ella.
Soltó el aire y abrió los ojos. Podía escuchar perfectamente los latidos
del corazón.
Miró al espejo. La cicatriz no había empeorado, aunque tampoco
parecía que tuviera mejor aspecto. Todavía resaltaba, aunque estaba menos
enrojecida, o eso le pareció. Notó cierta humedad en la mejilla, y se retiró
una lágrima con el dedo índice.
—¿Está usted bien, milady? —preguntó la criada con tono preocupado.
—Sí, Bridget —contestó. Estaba decidida a no dejar traslucir su
desesperación—. Simplemente me estoy comportando de forma estúpida.
Sabía lo que me esperaba, y sin embargo ansiaba ver algo distinto. No
importa. Gracias por tu ayuda.
Bridget asintió y, tras una mirada de preocupación por encima del
hombro, salió cerrando la puerta tras de sí.
¿Qué iba a ser de su vida a partir de este momento? Igual podía volver a
intentar trabajar en el teatro, sólo que ahora tendría que conformarse con
papeles de delincuentes y villanas, y de hermanastras malvadas. Nadie
querría escucharla cantar, ni verla representar el papel de una heroína.
También pensaba que hasta podría haber algún bastardo por ahí deseando
casarse con ella por su dote y por los contactos que le aportaría ser cuñado
de un duque. Pero nada más pensar en eso, lo descartó por completo.
Prefería pasar el resto de sus días sola a estar con alguien a quien no le
importara lo más mínimo.
«Bueno…», pensó, y se cuadró ante el espejo. No había nada más que
hacer. Las cosas eran como eran. Pero no fue capaz de alejar de su ánimo el
abatimiento que le embargaba. Parecía haber echado raíces en su corazón.
En cualquier caso, se levantó y salió de la habitación, a la busca del ama de
llaves para encargarle que sacara de sus aposentos todos los espejos que
encontrara en ellos.
C A P ÍT U L O 1 6

A Christopher le invadió una extraña sensación de orgullo al ver a Anne


caminando a su lado. Breckenridge estaba en lo cierto al pensar que
Anne iba a disfrutar de la visita al pueblo. Cuando Christopher se lo
propuso, sus ojos brillaron de contento, aunque también es verdad que
pronto perdieron esa luz, posiblemente al darse cuenta de que todavía no se
había mostrado en público después del accidente.
Mientras paseaban por pueblo de Hollingbourne se encontraron con
muchos lugareños, que mostraron curiosidad acerca de lo que le había
ocurrido. En cualquier caso, a Christopher le pareció que eso era bastante
mejor que acudir a un evento de la alta sociedad, pues la situación no
produciría ningún escándalo. Y es que lo habitantes del pueblo la conocían
desde que era una niña y parecían apreciarla de verdad. Anne les dijo la
verdad cuando le preguntaron por la cicatriz, y siguieron su relato con
mucha atención, compartiendo con ella la pena, la ansiedad y hasta el dolor
que había sentido.
Anne todavía no sabía si se había descubierto el escándalo, y
Christopher no tenía del todo claro si debía contárselo o no, y en caso de
hacerlo, cuándo.
Había algo que sí que necesitaba compartir con ella, aunque debía tener
cuidado para no asustarla.
—Anne —empezó, y ella se giró para mirarlo. Sabía que estaba
preocupada por el aspecto de la cicatriz, aunque lo cierto era que no
afectaba a su belleza. Simplemente la convertía en única y especial—. Sé
que interrumpí nuestro noviazgo en el momento más inoportuno. Me
comporté de un modo muy insensible, pero lo hice porque no deseaba
seguir mintiéndote. —Se detuvo un momento para encontrar las palabras
adecuadas—. En cualquier caso, lo he pasado muy bien acompañándote
durante los últimos días, y he pensado que, si te parece bien y estás de
acuerdo, podríamos retomar la relación. Me gustaría volver a cortejarte.
Las palabras sonaron envaradas a sus propios oídos, pero cuando Anne
se volvió a mirarlo, no se pasó por alto el brillo de esperanza en sus ojos.
—¿Estás seguro? —preguntó con tono de duda—. ¿Y qué pasa con todo
lo que me dijiste en su momento… todas las razones por las que no
podíamos estar juntos?
Miró al suelo y dio una patadita a una piedra con la punta de la bota.
—Cometí un error.
—¿Sólo uno?
Se volvió hacia ella y vio la pícara sonrisa que resplandecía en su cara,
un gesto que ya era familiar para él, y sintió un gran alivio.
—Más de uno —contestó sonriendo a su vez de la forma más
convincente que pudo, y en ese momento se dio cuenta de lo mucho que le
importaba su felicidad. Aún no estaba seguro de si podría ser feliz con él, ni
él con ella, pero tras su conversación con Breckenridge había llegado a la
conclusión de que tenía que intentarlo.
—Anne, a veces pienso demasiado. Soy una persona práctica, sí, eso no
podrá cambiar nunca. Pero también necesito aprender a sentir, a buscar la
felicidad y paladearla sin que los planes previos tan precisos me lo impidan.
—A mí no me importa hacer planes, Christopher, me parece bien —dijo
inclinando la cabeza y mirándolo con seriedad—. Siempre y cuando quede
claro que los planes pueden cambiar.
—Supongo que siempre que existan razones que aconsejen ese cambio.
—O incluso si no las hay.
Se produjo un momento de silencio, hasta que Anne lo rompió con lo
que le pareció una risa forzada.
—Dejando aparte nuestro desacuerdo acerca de la flexibilidad con los
planes, Christopher, me gustaría intentarlo, si a ti también.
—Supongo que podemos hacerlo, sí.
—¡Mira que eres romántico! —dijo, y se rio con ganas esta vez.
El rio entre dientes y negó con la cabeza.
—Te digo de verdad que me parece muy bien —prosiguió Anne—, pero
te voy a pedir que hagas algo por mí.
—¿El qué?
—Tienes que volver a besarme.
La miró asombrado.
—¿Aquí?
—¡No, bobo! —dijo riéndose. Le agarró la mano y prácticamente lo
arrastró hasta una calle lateral, y después por otra más estrecha hasta un
rincón entre dos edificios. Se volvió hacia él, su sonrisa se transformó en un
gesto más serio y él se dio cuenta de que el pecho empezaba a oscilar a un
ritmo más alto. Su propia respiración empezó a acelerarse también, y no
sólo debido a la rápida caminata—. Aquí.
Anne se puso de puntillas, le sujetó la barbilla con las manos y lo besó
con firmeza, pero también con suavidad. La sensación era de gran
delicadeza, mayor de la que había experimentado hasta ese momento. Se
notaba el ansia, la calidez, la flexibilidad, todo lo que se podía esperar de
una mujer. También se ajustaba perfectamente a sus brazos y su cuerpo, y el
aroma a agua de rosas lo envolvía con enorme delicadeza. Su beso se hacía
cada vez más firme. Estaba claro que no era una de esas damas tímidas que
cumplían con la expectativa social de no tomar la iniciativa, y le alegraba
mucho que así fuera.
Había una razón dominante para querer casarse con ella: la deseaba con
una desesperación que le resultaba muy difícil de explicar. Se imaginaba
haciéndola suya, en cualquier momento; de hecho, hasta le vino a la cabeza
la posibilidad de tomarla allí mismo, en una calle del pueblo. ¡Por Dios!,
¿qué estaba haciendo con él? Esta mujer le hacía desprenderse de cualquier
inhibición, por ella perdía el sentido y la razón.
No podía parar. Introdujo la lengua en su boca, quitándole el control del
intercambio. Le tomó las manos, entrelazó los dedos con los de ella, levantó
las manos por encima de la cabeza y la empujó contra la pared de piedra.
Notó su cuerpo suave apretado contra el de él, y gimió al notar el roce de su
suave cuerpo.
Ir más allá suponía hacerla suya, aquí y ahora, así que con el último
vestigio de control que le quedaba, se separó con brusquedad, porque no
hubiera podido hacerlo de otra manera. Apoyó la frente contra la de ella.
—Eres una sirena —dijo con voz ronca y respirando entrecortadamente
—. ¿Qué estás haciendo conmigo?
Anne rio quedamente.
—Creo que me empieza a gustar eso de que me cortejes, Christopher —
dijo, y pudo ver una tenue sonrisa dibujada en los labios—. Nunca pensé
que fuera así.
—Y no debía serlo… —contestó negando con la cabeza—. Pero lo
cierto es que contigo nada es como debería ser.
Y esa era la clave del asunto.
De repente, el sonido de un silbato rompió la magia del momento.
Christopher dio un salto hacia atrás para separarse de ella. Al volver la
cabeza vio un grupo de chavales reunidos en el pequeño hueco que había
entre los dos edificios, que cuando los vieron estallaron en risas.
—¡Fuera de aquí! —gritó, pero de un modo más divertido que
enfadado. Los chicos, sin dejar de reírse, se alejaron enseguida.
Cuando Christopher se volvió de nuevo hacia Anne, ella también se
reía. Suspiró con cierto desasosiego.
—Parece que nos han descubierto —dijo al tiempo que le ofrecía el
brazo—. ¿Continuamos con nuestro paseo, milady, o va a usted a tentarme
con algo todavía mucho más escandaloso que lo anterior?
—Podemos seguir —contestó inclinando la cabeza hacia un lado al
tiempo que enhebraba el brazo en el hueco del de él—. Prometo portarme
bien… o al menos intentarlo.
Su mundo se había vuelto del revés. Pero, por una vez, eso parecía no
importarle demasiado.

N o tenía que haber actuado para disuadir a Christopher de proseguir con el


cortejo, pensaba Anne mientras paseaban por la calle y saludaban a los
conocidos del pueblo. Sus besos eran divinos. Nunca hubiera podido
imaginar que un hombre como él, tan comedido y correcto, pudiera besar
con semejante desenfreno. Al mirarlo notó que sus agraciados y masculinos
rasgos, parecían ahora más suavizados por una leve y continua sonrisa.
Supo que quería más de él. Que lo necesitaba, de hecho. Y lo tenía claro: si
eso era lo que quería, haría que pasara, más pronto que tarde.
—¡Oh, Christopher!, ¿qué crees que está pasando allí? —preguntó. Él
se mostró igual de sorprendido que ella al ver mucha gente arremolinada en
la entrada de la tienda más grande del pueblo. Se abrieron paso entre la
gente y se quedó con los ojos como platos al ver el cartel pegado en la
ventana del establecimiento.
Cuando finalmente captó el mensaje del anuncio, dio un paso atrás, y
después otro. Y otro más. Hasta que, por fin, justo en el momento en el que
cerraba los ojos y pensaba que iba a desmayarse, notó que unas manos
poderosas la sujetaban con firmeza.
—¡Anne! ¿Anne, qué te ocurre? ¿Te encuentras bien?
Abrió los ojos y vio el rostro preocupado de Christopher con los ojos
clavados en ella. Asintió levemente y él la ayudó a incorporarse y caminar
para salir del gentío. Se sentaron en los escalones del edificio.
Anne respiró hondo para intentar recobrarse.
—Vuelven.
—¿Quién vuelve?
—Los actores. Lawrence. Ella. Kitty. Todos. —Se le encogió el pecho
de puro pánico al pensar en volver a verlos, y sobre todo a la mujer que
había estado a punto de matarla, sólo por un estúpido ataque de celos
injustificados.
—¿Estás segura de que se trata de ellos?
—Sí, lo estoy. En el cartel figura el nombre de la compañía. No vienen a
este pueblo, sino a Chatham, que no está lejos. Supongo que a veces
vuelven a sitios cercanos a los que ya han actuado. No puedo volver a
verlos, Christopher, no sería capaz.
—De acuerdo, no pasa nada —dijo con tono firme y animoso, y ella
sintió un apretón de la mano en el antebrazo—. No tienes por qué
encontrarte con ninguno de ellos. No tienes por qué ir a Chatham. Además,
ni siquiera saben que vives aquí, recuerda… cuando los vimos estábamos
en Tonbridge.
—Seguramente tienes razón —dijo tras pensarlo un momento. Sólo
Ellen conocía su verdadera identidad, y estaba casi segura de que no se la
iba a revelar al resto… El pánico empezó a desaparecer, pero fue
reemplazado por algo diferente. Aunque no quería volver a verlos, sí que
había algo que necesitaba hacer.
—De todas formas, me gustaría volver a ver a Ellen para darle las
gracias por lo que hizo —dijo hablando despacio—. Y hay otra cosa,
Christopher… necesito saber lo que pasó. Quiero volver a hablar con Kitty,
cara a cara. Para que confiese lo que me hizo.
Christopher endureció un poco el gesto al escucharla.
—No veo eso nada claro, Anne. Piensa en lo que te hizo esa mujer. Es
peligrosa. Lo mejor que podrías hacer es apartarla del todo de tu vida, no
volver a verla.
No le extrañó nada que dijera eso. Era un hombre que evitaba el
enfrentamiento y todo lo que significara un conflicto en su perfectamente
planificada vida.
—No lo entiendes —dijo. Se puso en pie. El aturdimiento previo había
dejado paso a una enorme y furiosa indignación—. Me lo estropeó todo: la
cara, las ilusiones que tenía, la oportunidad de cumplir el sueño de mi vida.
Como poco, quiero que admita que lo hizo.
Christopher se levantó también. La miró con los ojos entrecerrados y
apretando los labios hasta formar una línea recta y estrecha. De entrada,
pensó que estaba furioso, pero enseguida cayó en la cuenta de que en
realidad estaba decepcionado.
—¿El sueño de tu vida? ¿Tus ilusiones? ¿Eso es lo que sigues deseando,
Anne? —preguntó—. Así que has accedido a que te corteje porque lo que
de verdad deseas ya te resulta imposible de conseguir, ¿no es así?
Se le hizo un nudo en la garganta al recordar lo que había dicho y cómo
habría sonado.
—No era eso lo que quería decir —dijo, extendiendo una mano hacia él
—. Era mi sueño, pero ya no lo es. Por otra parte, lo que he dicho no
significa que estar contigo y actuar tengan que ser caminos que vayan por
separado en mi vida. Aunque volviera a cantar o actuar, desearía seguir
contigo, Christopher, te lo aseguro, y quiero que te des cuenta de ello. Antes
no pensaba que tal cosa fuera posible, pero ahora sí que lo creo.
Se quedó un momento callado, aunque empezó a darse golpecitos en el
muslo con las yemas de los dedos. Anne se dio cuenta de que estaba
recuperando el control de sí mismo.
—Christopher…
—¿De verdad crees que una mujer que se convirtiera en mi esposa iba a
poder pisar alguna vez un escenario?
—¿Cómo dices?
—Después de todo lo que ha ocurrido, ¿piensas en serio que la que
fuera mi esposa podría actuar en público de esa forma? —preguntó, y
después suspiró antes de volver a hablar en un tono más contenido—.
Tienes una voz magnífica, Anne, y nada me gustaría más que volver a
escucharla. Pero tienes que darte cuenta de que la esposa de un conde no
puede ni siquiera plantearse desarrollar esa… profesión.
—¿Y tú piensas en serio que el que fuera mi esposo podría controlar mi
vida de esa manera? —preguntó. Era su turno de entrecerrar los ojos y
quedarse mirándolo con fijeza. Anne comprendió que habían llegado a un
punto muerto. Miró a su alrededor, recordando de pronto dónde estaban y la
gran cantidad de gente que los rodeaba. La mayoría de los viandantes los
miraban con curiosidad, y Anne se frotó la frente, justo al lado de la
cicatriz, que aún le escocía ligeramente.
—No estamos llegando a ninguna parte —dijo Christopher por fin
poniéndose las manos en las caderas y echando un vistazo a su alrededor—.
Esto no es otra cosa que un cortejo, Anne, gracias al cual nos iremos
conociendo mejor y resolveremos qué hacer. Podemos seguir hablando de
esto en algún sitio más tranquilo, menos… público, y después de que
hayamos reflexionado sobre ello.
La miró con expectación, pensando al parecer que podría cambiar de
opinión y que, tras tener tiempo de conocer y analizar lo que él pensaba,
sería capaz de hacer lo que debía hacer, es decir, lo que él decía. Lo cierto
es que le aguardaba una sorpresa. Pero ella sí que aceptó que ese no era el
momento de discutir sobre ese tema, y menos ahora que había vuelto a estar
juntos en un cortejo. Así que Anne asintió, lo tomó del brazo y caminó
hacia él alejándose del pueblo.
C A P ÍT U L O 1 7

C hristopher avanzaba por los impresionantes y lujosamente decorados


pasillos de Longhaven, sintiéndose como si los notables antepasados
de Breckenridge lo estuvieran escrutando para saber si era digno de unirse
en matrimonio a una de ellos. ¿Lo era? ¿Y se casaría? En un momento dado
pensó que Anne había cambiado. De hecho, deseaba que siguiera
disfrutando de ese espíritu feliz, maravilloso y libre que siempre había
sido… pero con un poco más de control, por decirlo así. ¿Acaso una
persona podía no seguir las expectativas que se había forjado y, de todas
formas, mantener su carácter tal como era?
Entró en una de las salas de estar en medio de un torbellino de
pensamientos y con el ceño fruncido. La opulenta habitación, decorada en
tonos borgoña y con las paredes decoradas con pinturas clásicas, resultaba a
la vez impresionante y estremecedora, al menos para él. Su casa estaba muy
bien, aunque no era tan grande… en ese momento, el curso de sus
pensamientos se detuvo de forma abrupta, pues vio a Anne. Lo dejó sin
aliento, como ocurría siempre que la veía. No sabía si se había vestido de
una forma tan exquisita en su honor. El caso es que llevaba un vestido de un
azul resplandeciente que hacía juego perfecto con sus ojos, y una cinta para
el pelo que destacaba la rubia y amplia melena.
—Anne —susurró, y cuando la vio entrecerrar mínimamente los ojos y
sonreír con levedad, se dio cuenta de que tanto Breckenridge como su
madre también estaban en la habitación y lo miraban con incredulidad. Se
aclaró la garganta—. Quiero decir, lady Anne —dijo al tiempo que
inclinaba levemente la cabeza en dirección a ambas damas—. Tiene un
aspecto maravilloso esta noche. Igual que usted, lady Cecelia.
Breckenridge, buenas noches —añadió.
—¿Acaso yo no tengo un aspecto maravilloso también? —preguntó su
amigo riendo.
Notó que le ardían las mejillas, pero no tuvo más remedio que reír entre
dientes al tiempo que avanzaba hacia el grupo. Anne se levantó del sillón
que ocupaba y lo tomó del brazo para conducirle a un pequeño sofá algo
alejado.
—Christopher —empezó hablando en voz muy baja, para que sólo él
pudiera escucharla—. Quería disculparme contigo. No tenía que haber
discutido contigo. Quiero que sepas que casarme contigo no será para mí
ninguna carga, todo lo contrario. De hecho, me ilusionaría tanto como subir
al escenario. Una persona puede tener más de una pasión en su vida.
Pensó en la importancia que para él tenían su tierra y su familia, asintió
para mostrar su acuerdo.
—Creo que tiene sentido lo que dices —razonó—. Me doy cuenta de lo
difícil que ha tenido que ser para ti. —Sobre todo renunciar a actuar, aunque
le alegraba saber que ya no albergaba la esperanza de volver a hacerlo.
Se unieron a la conversación de su familia, y los cuatro estaban de buen
humor cuando apareció el mayordomo.
—Su excelencia —dijo educadamente, pero con tono de cierta urgencia,
y todos se volvieron a mirarlo con cierta expectación—. Tiene visita. Lord
Rumsfelter y su esposa, lady Gertrude.
—Menuda sorpresa —dijo lady Cecelia volviéndose hacia su hijo, que
asintió—. Estaban en la fiesta de los Winterton —añadió—. Quizá se han
parado para saludarnos según vuelven a casa.
Quizá, pensó Christopher, aunque no le cuadraba el momento escogido
para la visita, que parecía no tener mucho sentido. Había esperado que los
chismes sobre lo que había pasado con Anne no hubieran llegado todavía a
las casas de campo. Pero dado que las cosas habían sucedido precisamente
allí, era lógico que las noticias se hubieran extendido también entre la élite
que no vivía en Londres. Le tenía simpatía a Rumsfelter, pero también sabía
que su esposa era bastante cotilla.
—Hágalos pasar —dijo Breckenridge con cierto tono de resignación.
Christopher tomó del brazo a Anne y le habló en voz baja.
—Anne, hay algo que debes saber —murmuró.
—¿El qué? —Se volvió hacia él con gesto de preocupación y, por
mucho que fuera a afectarla, abrió la boca para decirle que lo que le había
pasado ya no era ningún secreto… pero en ese mismo momento la pareja
entró en la habitación, por lo que no pudo decirle nada.
—Ah, su excelencia. Lady Cecelia. Lady Anne —dijo lady Rumsfelter
cuya cara era todo sonrisas, pero Christopher captó algo más en el momento
en que sus ojos se posaron en Anne—. ¡Ah, lord Merryweather! Qué
agradable verlo de nuevo.
—Lady Rumsfelter —contestó inclinando la cabeza, lo mismo que
hicieron todos los demás.
—Mis disculpas por presentarnos sin avisar, Breckenridge —dijo lord
Rumsfelter, que tuvo la educación de mostrar cierto embarazo por la
inesperada visita—. Volvíamos a casa, y lady Rumsfelter estaba tan
preocupada por la súbita desaparición de lady Anne de la fiesta en casa de
los Winterton que ha insistido en que no podía evitar parar e interesarse.
—Bueno, deben acompañarnos a cenar —dijo Breckenridge, pero
Rumsfelter alzó la mano y negó con la cabeza.
—Insistimos —dijo la duquesa viuda.
—¡Magnífico! —tuvo la desfachatez de decir lady Rumsfelter, que
incluso aplaudió encantada.
—Su excelencia, voy a hablar con el cocinero —dijo el mayordomo
desde el umbral de la puerta. Hizo una inclinación y se marchó de
inmediato, dejándolos solos con los visitantes.
—¡Oh, lady Anne! —dijo con voz estridente lady Rumsfelter
acercándose a ella—. ¿Qué le ha pasado en la cara? ¡Pobrecilla!
—Sufrí un accidente —indicó Anne con aplomo, aunque Christopher
notó la rigidez de la columna.
—¿Un accidente? —repitió la dama alzando una ceja—. ¿y qué clase de
accidente?
—Algo cayó desde mucha altura —explicó Anne con suavidad, pero
dejando claro que hasta ahí iba a llegar la explicación.
A Christopher le encantó la forma en que fue capaz de unir la sinceridad
con las evasivas. De hecho, sintió una efusión que le hizo pensar en el
amor… ¿El amor? ¿De dónde había salido eso? Y, por otra parte, ¿cómo era
posible que le gustara una forma de actuar que tuviera segundas
intenciones?
—¿Algo? —repitió lady Rumsfelter con una sonrisa algo ladina—. ¿Un
gancho?
—¿Perdone? —preguntó Anne.
Lord Rumsfelter se acercó a su esposa y le puso la mano en el brazo.
—Ya está bien, Gertrude.
—Lo siento mucho —dijo la dama llevándose una mano al corazón—.
Lo he dicho sin pensar. Lo que pasa es que sigo asombrada por lo que me
han contado, y siento mucho lo que le ha ocurrido a lady Anne. ¡Ah, lord
Merryweather!, antes de que se me olvide… lady Patricia, la mayor de las
hermanas Winterton, me ha dicho que, si lo veía, le transmitiera sus mejores
deseos. Esperaba haber tenido la oportunidad de despedirse apropiadamente
de usted antes de que regresara a su casa. En cualquier caso, está deseando
volver a encontrarse con usted cuando empiece la temporada en Londres.
Christopher se limitó a asentir, y en ningún momento se apartó del lado
de Anne, pensando que necesitaba solidaridad en ese momento. Cuando el
mayordomo indicó que la cena estaba lista para servirse, le ofreció el brazo
sonriendo y caminó con ella hasta la mesa.

A A nne le caía mal Gertrude Danting desde que la conocía. Incluso cuando
eran niñas ni se dirigían la palabra. Habían debutado la misma temporada, y
Anne en todo momento generó más atención que Gertrude, aunque
finalmente Gertrude la miró por encima del hombro y se regodeó por el
hecho de haberse casado esa misma temporada del debut en sociedad.
¡Cómo era posible que hubiera aparecido hoy por aquí husmeando de
esa manera! ¡Y, además, lanzando cebos a Christopher! Era evidente que
sabía exactamente lo que le había pasado. Y. si así era, eso también
significaba que toda la alta sociedad estaba al tanto. ¿Cómo se había corrido
la voz? Suspiró. En cualquier caso, carecía de importancia. Al menos para
ella.
Tomó asiento y le satisfizo que Christopher se colocara junto a ella. No
estaba muy segura de cómo iba a reaccionar ahora que se veía afectada por
un escándalo, y el hecho de que permaneciera junto a ella, en un evidente
gesto de apoyo, significaba mucho, tanto que no podía expresarlo con
palabras.
Apenas se había servido el primer plato cuando Gertrude volvió a la
carga.
—¡Estaba muy preocupada por ti, Anne!
La aludida puso los ojos en blanco.
—¿Ese gesto es por lo que acabo de decir?
—Sí, Gertrude, por supuesto que sí —confirmó, y dejó sobre la mesa la
cuchara, sin tener en cuenta las normas de comportamiento social. ¿Qué
más daba? Su interlocutora no había roto ninguna convención, eso era
cierto. Pero Anne hubiera preferido que dijera abiertamente la verdadera
razón por la que estaba allí: que deseaba recoger información para
esparcirla con otras y así poder reírse de Anne a sus espaldas. En una
palabra, para cotillear—. No estabas preocupada por mí, en absoluto. De
hecho, nunca te he importado ni lo más mínimo. Es más, hasta creo que
probablemente te alegró saber que tenía la cara deformada.
—¡Anne! —exclamó su madre, y también notó que Christopher se
estremecía ligeramente.
—Es lo que pienso —dijo mirando a su alrededor—. ¿Qué es lo que
queríais que dijera? ¿Qué mintiera entre dientes como ha hecho Gertrude
desde que apareció por aquí? Puedes decir todo lo que quieras, Gertrude,
pero termina de una vez con esto.
Gertrude dejó también los cubiertos sobre la mesa y se inclinó hacia
adelante.
—Muy bien, Anne —dijo con una sonrisa sibilina—: has recibido tu
merecido. Siempre has dejado de lado las convenciones sociales, y esta vez
has hecho algo tan estúpido, tan infantil, que finalmente ha traído
consecuencias, unas consecuencias que sufres en tus carnes, nunca mejor
dicho. Debo decir que me alegra que hayas sufrido una herida, porque quizá
con ello hayas aprendido por fin la lección. ¡Eres hija y hermana de duques,
por el amor de Dios! Aunque ahora todos sabemos que, con ese aspecto y
con todo el mundo al tanto del escándalo que has provocado y en el que has
involucrado a tu familia, nunca llegarás a ser la esposa de un noble
respetable.
Anne sintió una opresión en el pecho. Sabía que eso era lo que se había
buscado, pero escuchar las palabras en voz alta era otra cosa completamente
distinta.
—Yo… yo…
«Actúa como una heroína, Anne. Como Juana de Arco, aunque tu
enemiga es mucho más rastrera y venenosa…»
Abrió la boca para hablar, pero antes de poder decir nada, se quedó sin
palabras.
—Pues, a decir verdad… —Christopher hizo una pausa para poner la
mano sobre la de ella—, le informo de que lady Anne se va a convertir muy
pronto en condesa.
—¿Cómo? —Anne se dio cuenta de que la pregunta procedía de ella
misma. En cualquier caso, todos los comensales se volvieron a mirar a
Christopher.
—Lady Anne y yo vamos a casarnos —dijo, y se volvió a mirarla con
una sonrisa llena de seguridad y de ánimo—. De hecho, lo más pronto
posible.
—¡Oh! —exclamó Gertrude con voz y gesto de apenas controlado
desánimo—. Fe… felicidades.
Anne ni siquiera la miró. Sólo podía pensar en Christopher, que había
tomado una de las decisiones más impulsivas que ella había contemplado en
toda su vida.

N adie estaba más asombrado por su anuncio que el propio Christopher.


Había dicho las palabras sin siquiera pensarlas, sin haber tomado aún la
decisión de si casarse con Anne era la forma de proceder adecuada. Pero
cuando lady Rumsfelter había empezado a denigrarla y a decirle cosas tan
despiadadas, y pese a que era verdad que Anne en cierto modo se las había
buscado, Christopher se sintió incapaz de seguir escuchándolas. Por el
contrario, sintió la imperiosa necesidad de hacer saber a esa arpía que Anne
era infinitamente mejor persona de lo que ella estaba diciendo, y que esas
terribles acusaciones eran exageradas y malintencionadas.
Por eso había dicho lo que había dicho, dejándose llevar, por una vez en
su vida, de un impulso no planificado. Lady Rumsfelter parecía haberse
recobrado admirablemente de y no dejaba de mirarlos a ambos, como si
buscara un punto débil en el que centrar un nuevo ataque. Pero de lo que no
se daba cuenta la insufrible entrometida era que los había unido a ambos en
su contra, y que todo lo que dijera sería rebatido por ambos. La fuerza de su
vínculo era mucho mayor de lo que hasta ellos mismos pensaban.
La madre de Anne, por su parte, que primero pareció consternada, ahora
parecía más ancha que larga en su asiento, encantada del curso que habían
tomado los acontecimientos. Su sonrisa era de gran satisfacción. Era
evidente que estaba muy satisfecha, mientras que Breckenridge parecía
simplemente aliviado. Inclinó la cabeza mirando a Christopher para
mostrarle su agradecimiento y después volvió a concentrarse con interés en
el plato que tenía delante.
Lord Rumsfelter estaba desconcertado. El resto de la cena transcurrió
casi toda ella en silencio, con algunas fases de conversación antinatural y
forzada, y la pareja se marchó en el mismo instante en el que se retiraron
los platos del postre. Cualquier rastro de formalidad social se había
esfumado por completo.
—Adiós —se despidió la señora Rumsfelter según salía por la puerta
del majestuoso comedor—. Todo ha sido muy… esclarecedor. Trasladaré a
todos las buenas noticias. Trasladénle a la duquesa que le deseamos lo
mejor.
Una vez se hubieron marchado, un silencio tenso se adueñó de la
habitación.
—Bueno —dijo Breckenridge, separando la silla de la mesa—, me da la
impresión de que vosotros dos tenéis muchas cosas de las que hablar. ¿Por
qué no lo hacéis en la sala de estar?
—¡Os acompaño! —dijo la duquesa viuda al tiempo que se levantaba—.
¡Qué apasionante! Tenemos que…
Se paró en seco al ver que su hijo alzaba una mano para que dejara de
hablar.
—Deles un momento, madre.
—Pero…
—Por favor.
Christopher se levantó, le ofreció el brazo a Anne y la condujo fuera del
comedor mientras intentaba tener claro qué era lo que iba a decirle. Sólo
tenía unos pasos para decidirlo.
C A P ÍT U L O 1 8

A nne se acomodó en el sofá de terciopelo, mientras que Christopher se


acercó despacio a la butaca beis con tapizado de botones que estaba
frente a ella. A Anne le pareció que estaba agitado y nervioso, e inclinó un
poco la cabeza al mirarlo. No sabía si reírse o preocuparse.
—Christopher, ¿estás bien? —dijo por fin, y el joven asintió de
inmediato.
—Por supuesto, estoy perfectamente —aunque le pareció que su
expresión denotaba cierto pánico—. Anne…
—Christopher, lo entiendo.
—¿Qué quieres decir?
—No tienes que casarte conmigo. Por lo menos, no de forma inmediata.
—He dicho que lo voy a hacer, así que lo haré. —la fuerza con la que
agarraba los brazos de la butaca indicaba a las claras que la conversación le
resultaba incómoda.
—Sé que le dijiste eso a Gertrude para defenderme, y eso te lo voy a
agradecer durante toda mi vida —dijo Anne inclinándose hacia él—. Pero
no por ello te voy a obligar a que hagas algo que consideres erróneo. Sólo
deseo que te cases conmigo si es que ése es tu verdadero deseo, y no porque
te consideres obligado a hacerlo. Sé que el casarnos inmediatamente sería
demasiado… precipitado para ti.
Se quedó silencioso durante un momento… un momento que a Anne se
le hizo muy largo.
Suspiró.
—Tranquilo, Christopher. No pasa nada.
Se levantó y se acercó a la ventana, mirando a la oscuridad exterior.
—Claro que pasa algo.
—Seguramente estás hecho un lío —dijo Anne levantándose a su vez y
avanzando hacia él. Al llegar a su altura le puso la mano en el brazo. Inclinó
un poco la cabeza en dirección a la zona de contacto, pero esa fue su única
reacción—. Me doy cuenta de que una reacción tan impulsiva como esa no
te resulta fácil de asimilar —continuó Anne—. Te agradezco tus palabras, te
lo digo de corazón, pero también te ofrezco una salida al problema.
—¿Me vas a matar? —preguntó alzando las cejas.
—¡No, por Dios! —Se echó a reír, animada por la sombra de sonrisa
que jugueteaba en los labios de Christopher—. Simplemente te ofrezco
tiempo para que decidas… por última y definitiva vez. Me cortejaste,
después dejaste de hacerlo, y ahora estamos en ello una vez más. Es como
si nos persiguiéramos sin llegar a alcanzarnos, dando vueltas como en un
tiovivo. Mañana volverás a tu casa, Christopher. Por lo menos ese era tu
plan esta misma tarde. Dijiste que querías estar conmigo, pero ahora que
esa obligación te ha caído encima gracias a esa arpía, veo lo difícil que te
resulta tomar la decisión de forma definitiva. Lo único que te pido es que,
antes de que te vayas, me digas, de una forma u otra, si contemplas la
posibilidad de que forme parte de tu vida o no. ¿Te parece justo? —Incluso
mientras hablaba, se le rompía el corazón al pensar en la posibilidad de que
la dejara definitivamente. Pero era lo que tenía la obligación de decir.
—Por supuesto que es justo —contestó. Su voz reverberó en la
habitación.
Christopher se volvió y pareció sorprenderse un tanto por su cercanía.
Pero enseguida la agarró por los hombros y la acercó aún más a él.
—Anne —dijo hablando muy bajo y con tono suave. Le acarició la
mejilla herida muy levemente—. Has sido muy directa con esa mujer, lo
sabes. Mucho más directa de lo que hubieras debido. —Anne se tragó la
contestación cuando él levantó el dedo índice—. Sé lo que vas a decir —
prosiguió—, y estoy de acuerdo: se lo merecía. Pero, por Dios bendito,
nunca en mi vida había presenciado una escena como esa, y menos entre
gente de la alta sociedad. —Suspiró—. Lo que dijo, Anne, debes saberlo,
sencillamente es falso. Ni más ni menos. Lo único que deseaba era hacerte
daño. Eres preciosa. Eres como… la luz del sol. Y todo el que te conoce es
mejor sólo por ello.
La besó, un beso único y simple, pero que bastó para hacerle concebir la
esperanza de que quizá, sólo quizá, podría amarla por lo que era, sin más.
E sta mujer iba a ser su perdición, pensaba Christopher a la mañana
siguiente.
Le hacía bromas, le atraía muchísimo y, a veces, le daba hasta miedo.
La vida con ella sería una auténtica aventura, y Christopher no tenía madera
de aventurero. Casi todo lo contrario. Necesitaba pensar con tranquilidad,
poner las ideas en orden y analizar una por una, ordenadamente, las
posibilidades y las consecuencias. Anne le había dado hasta esta noche para
decidir, y ahora, de buena y refrescante mañana, iba a decidir con exactitud
qué era lo que debía hacer.
Pensando en la desastrosa cena de la noche anterior, Christopher se
dirigió a la biblioteca de Breckenridge, y se sentó en el escritorio del rincón
con una taza de café, frente a una hoja de papel en blanco y con una pluma
en la mano.
Cada vez que necesitaba tomar una decisión, Christopher sabía que
había un método de análisis que le ayudaba mucho a hacerlo: elaborar listas
de aspectos positivos y negativos de cada una de las formas de actuar
posibles.
Dividía la página en dos con una línea vertical y ponía un signo +
encabezando el lado izquierdo de la página y un signo – encabezando el
derecho. Se dio unos golpecitos en la mejilla con la pluma mientras miraba
la página y pensaba.
Los aspectos negativos surgieron rápidamente.
Desorden. Falta de sentido. Escándalo. Más escándalo, porque tenía
muy claro que Anne no se iba a conformar con la situación, y que su
reacción sólo podía llevar a ello. Drama. Falta de planificación, o, lo que es
lo mismo, abandono de los planes realizados. Desprecio por las normas
sociales.
Cuando no encontró más aspectos negativos, fijó la vista en la mitad
izquierda de la página, aún vacía, pensó durante un buen rato y, finalmente,
sólo escribió una palabra: Anne.
Allí sentado, perdió la noción del tiempo, mirando alternativamente la
larga lista de aspectos negativos y el nombre de cuatro letras. ¿De verdad
pesaba más uno que los otros? Estaba desconcertado. La mente le decía una
cosa, pero el corazón empujaba, y con mucha fuerza, en la dirección
contraria.
—¡Christopher!
Alzó la cabeza al escuchar el grito de Anne y la vio recortada en el
umbral de la puerta, con un brillante vestido amarillo que parecía reflejar su
estado de ánimo.
—¡Ven, rápido! ¡Ellen está aquí!
¡Por todos los infiernos!

P ersiguió a Anne por el largo pasillo siguiendo con la vista hasta que entró
en el salón de estar que indicó el mayordomo. Anne abrazó efusivamente a
su amiga. Christopher se quedó mirando desde el umbral de la puerta, y el
horror vivido el día que conoció a la visitante le golpeó de lleno. Al ver
cómo el gancho golpeaba con enorme fuerza a Anne, tuvo la sensación de
que hasta podía haber muerto del golpe.
Y la llegada de la mujer le hizo revivir la situación y los sentimientos
asociados de culpabilidad, horror y dolor.
Seguramente hizo algún ruido, puesto que tanto Anne como Ellen se
volvieron hacia él.
—¡Lord Merryweather! —dijo Ellen acercándose con paso y sonrisa
vacilantes—. Me alegro mucho de volver a verlo. Ha cuidado usted
maravillosamente de la herida de Anne, acabo de comprobarlo. ¡Ya está casi
cicatrizada!
No reaccionó a sus palabras de elogio.
—¿Qué está usted haciendo aquí? —preguntó, sin hacer caso del siseo
de disgusto de Anne, todavía al otro lado de la habitación.
—¡Oh! — Ellen se ruborizó intensamente—. Lo… lo siento. Estamos
en las cercanías, Anne me dijo al despedirnos que la visitara y… —Titubeó
—. Necesitaba ir a algún sitio. Las cosas se han puesto algo… complicadas
en el grupo de teatro, y temo que pueda ocurrir algo.
—¿Qué significa eso? —preguntó Christopher. Había visto bastantes
cosas durante el poco tiempo que se había relacionado con la compañía
teatral, y aunque hubiera preferido que Ellen hubiera escogido visitar a
alguien que no fuera Anne, tampoco deseaba que a la mujer le pasara nada
malo. Era una persona decente, y había ayudado mucho y bien a Anne
cuando ella lo había necesitado. Simplemente le recordaba todo lo malo que
había ocurrido, y le avisaba de lo que aún podía ocurrir en el futuro. Por
otra parte, ¿se daba cuenta de que estaba en casa de un duque?
—Kitty está dejando cada vez más claro que los papeles protagonistas
tienes que ser para ella y que, si no se le adjudican, se asegurará de que la
elegida no… esté en condiciones de representar el papel —dijo con tono y
gesto casi de desesperación—. Ya sabemos lo que le pasó a Anne. Pronto
volveremos a Londres para representar Romeo y Julieta, y se me ha
adjudicado a mí el papel de Julieta. Kitty se quedó lívida al escucharlo.
Tenemos algunos días libres hasta la representación en Chatham, y he
pensado que sería bueno estar unos días separada del grupo hasta decidir
qué es lo que voy a hacer.
—¡Pues claro que puedes quedarte aquí! —dijo Anne abrazando a su
amiga, y Christopher suspiró al contemplar la escena. Una reacción muy de
Anne. Pero bueno, por lo menos estaban en casa de Breckenridge, y sería su
amigo el que tuviera que lidiar con la situación. Era el momento más
adecuado para marcharse de esa casa y volver a la propia.
Cuando se estaba acercando a Anne para decirle que se marchaba,
Breckenridge entró en la habitación con un papel en la mano.
—¡Vaya! Me alegro de que estéis todos aquí —dijo—. Usted debe de
ser la señorita Anston. Le agradezco todo lo que hizo por mi hermana.
Breckenridge, tan encantador como siempre, el muy condenado.
—Bueno, pues ahora a la tarea… Estarás contento con lo que ha traído
esta mañana mi administrador.
—¿A qué te refieres?
—¡La licencia especial de matrimonio para vosotros dos!
—¿Una licencia especial de matrimonio para… nosotros?
—¡Pues claro! ¿Para quién iba a ser?
—¿Se van a casar?
El grito de entusiasmo de Ellen inundó la habitación, y Anne se volvió
hacia él con gesto de esperanza.
—¡Oh, Christopher! ¿Entonces te has decidido ya? ¡Me alegro
muchísimo! —Levantó las manos de pura alegría, y también la cara como si
estuviera rezando una plegaria—. Me preocupaba muchísimo que dijeras
que no querías casarte conmigo. Y con una licencia de matrimonio especial,
¡podemos casarnos de inmediato, sin esperar a las amonestaciones! Alastair,
¿cuánto crees que puedes tardar en encontrar al vicario? ¿Para cuándo
podremos establecer la boda? ¡Voy a buscar a madre! Tengo que contárselo.
Salió de la habitación a toda prisa, dejando allí a Christopher, que era la
viva imagen del desconcierto.
—Bueno —dijo Breckenridge, que lo miraba con cierta preocupación
—, quizá haya sido un tanto precipitado por mi parte, pero después de lo
que dijiste ayer en la cena…
Christopher intentó dibujar una sonrisa, y apenas pudo articular las
palabras.
—No… en absoluto.

C hristopher , sentado en la cama, movía el dolorido y crujiente cuello de


un lado para otro. Se preguntaba si iba a ser capaz de conciliar el sueño. La
tensión en los hombros también era intensa. Su hermana le decía que eso
era porque nunca se relajaba de verdad.
—Déjalo estar, Christopher —solía decirle Ruth—. Y disfruta de la
vida.
Sonrió con remordimiento y negó con la cabeza. Si fuera así de fácil…
Su hermana, que tenía cinco años más que él, se había casado hacía varios
años y vivía en el norte de Inglaterra, es decir, bastante lejos. Intentaba
verla por lo menos una vez al año y disfrutar de sus sobrinos, aunque
tenerlos a su alrededor era absolutamente caótico.
Pensó en lo que le diría Ruth si pudiera verlo en ese momento, y rio
entre dientes. Tenía que escribirle cuanto antes para relatarle todo lo que
había pasado. Pero claro, una vez que pudiera indicarle exactamente todo lo
que estaba por venir.
No tenía muy claro cómo se había metido en la situación en la que
estaba. Parecía que cada vez que intentaba tomar distancia con Anne, con
toda su familia en realidad, de alguna manera volvía a acercarse a ella.
Y ahora Breckenridge había obtenido una licencia especial. Christopher
suspiró y se echó hacia atrás, mirando al techo. Observó un grupo de
ángeles, aunque quizá fuera Cupido con sus ayudantes… estaba oscuro para
distinguir. Lo cierto es que ya no quedaba mucho dónde elegir, pese a que
sus planes iniciales eran un cortejo y, si la cosa funcionaba, un noviazgo.
Ahora se iba a saltar esas partes, y muy pronto se convertiría en un hombre
casado.
Cerró los ojos con la idea de caer en un sueño reparador, pero, de
repente, todos los sentidos se pusieron en estado de alerta. La puerta de la
habitación crujió, y a eso le siguió el suave ruido de unos pasos. Distinguió
su olor antes de abrir los ojos. Nada tenía un aroma semejante, una mezcla
única de agua de rosas y limón. Por otra parte, ¿qué otra persona se iba a
atrever a entrar a hurtadillas en su habitación en plena noche?
—Christopher…
¡Maldición!
C A P ÍT U L O 1 9

A nne esperaba que no notara lo nerviosa que estaba. Sabía que se


estaba arriesgando a tener que darse la vuelta y volverse por dónde
había venido y volver a meterse en su cama, en la que tendría que soñar con
lo que quería hacer en lugar de hacerlo de verdad. Pero tenía que saber en
qué consistía, cómo era en realidad.
Tras el anuncio de Alastair y la cena de la noche anterior, Anne había
pasado bastante tiempo con Ellen, contándole lo que había pasado después
de que se despidieran en Tonbridge, el rescate de Christopher y cómo la
había llevado a casa y permanecido allí acompañándola. Su amiga se
sorprendió bastante.
—¡Vaya, parece el argumento de una obra de teatro! —dijo llevándose
la mano a los labios.
—Puede que tengas razón —dijo Anne con una tímida sonrisa—, pero
todavía no sabemos si con un final romántico o trágico. Lo que sí es seguro
es que se trata de una comedia de enredo.
—¡Vamos Anne, no seas absurda! —la amonestó Ellen—. Está muy
claro que te ama.
—¿Qué me ama? Pues a mí me parece que no, Ellen. Seguro que siente
algo por mí, eso lo tengo claro, pero no creo que nunca pueda amar de
verdad a alguien como yo. La verdad, creo que lo desespero.
—Me parece que estás exagerando —dijo Ellen alzando las cejas—.
Dime una cosa: ¿tú qué sientes por él?
—Siento… que me estoy enamorando de él —dijo tapándose la cara
con las palmas de las manos y soltando un exagerado gemido—. No
debería, Ellen, ¡de verdad que no debería! Pero cuanto más estoy con él,
más ganas tengo de estar con él. Y quiero bastante más que eso. No quiero
estar pendiente de que se vaya, o de que encuentre a otra. Quiero ir a donde
él vaya, y ser la única mujer en la que ponga los ojos. ¿No es ridículo?
—No, no lo es, en absoluto. —Ellen le puso la mano sobre la rodilla—.
Creo que es maravilloso, y creo que deberías decírselo, y con las mismas
palabras con las que me lo has dicho a mí.
—¡Pero es que no me atrevo! —confesó Anne negando con la cabeza
—. ¿Y si no me corresponde? ¿Si me dice que él no siente lo mismo que yo,
ni siquiera parecido, y que nunca lo sentirá? No lo soportaría.
—Y entones, ¿prefieres no conocer sus sentimientos hacia ti? —
preguntó Ellen levantando una ceja de forma escéptica—. Creo que eso
sería mucho peor para ti, Anne.
—Quiero que me ame por lo que realmente soy —susurró, llegando por
fin al verdadero meollo de la cuestión—. Y, la verdad, no sé si tal cosa es
posible.
—Pues sólo hay una manera de saberlo con certeza —dijo Ellen
mirándola fijamente, y Anne suspiró resignada, entendiendo lo que su
amiga quería decir—. Ve con él —la urgió—, y pregúntale lo que siente de
verdad.
—¿Ahora?
—¡Sí, ahora! —contestó riéndose.
—¡Pero seguramente estará en la cama ya!
—¿Y? —preguntó Ellen con picardía. Anne se mordió el labio y se
ruborizó a pensarlo. ¿Se sentiría muy escandalizado si se presentara en su
dormitorio? Tenía muy claro que Christopher no lo aprobaría. Eso era lo
que pensaba, ya sola en su habitación después de que Ellen se hubiera
marchado, e intentando dormirse. Pero no lograba conciliar el sueño. Se
puso a pasear por la habitación con el corazón en un puño y la mente como
un torbellino, hasta que llegó a la conclusión de que tenía que hacer lo que
había propuesto Ellen. Tenía que saber qué sentía y quería en realidad
Christopher.
Así que allí estaba. Se había puesto una bata encima del camisón. Se
abrochaba con un lazo, por lo que en realidad sería más apropiada para una
cortesana, y lo sabía. Pero cuando la vio, sintió la urgencia de tenerla, y
tuvo una conversación personal y secreta con la modista. Su madre no podía
enterarse en ningún caso. La disfrutaría ella sola, o al menos así había sido
hasta ese momento, así que, ¿qué más daba? Un poco de extravagancia de
vez en cuando tampoco era tan terrible.
Pero lo que estaba haciendo ahora, sí. Estaba claro: entrar en la
habitación de un hombre en medio de la noche no era extravagante, era
atrevido y pecaminoso.
—¿Anne?
La voz le salió ronca, y se movió en la cama para mirarla. Los rasgos
clásicos de su cara parecían en tensión.
—¿Estás bien? —preguntó, repentinamente preocupada.
—No deberías estar aquí, de verdad —dijo empujando las sábanas hacia
atrás para sentarse en la cama.
—¡Oh! —jadeó Anne—. ¿Y tu camisón?
—No lo uso —dijo, y al darse cuenta de su sorpresa, se encogió de
hombros—. No paso frío por la noche.
Anne no se habría imaginado nunca que un hombre como Christopher
Anderson durmiera sin ninguna ropa encima. Había esperado encontrarlo
que un camisón de lo más apropiado y un gorro de dormir en la cabeza,
como, según creía, solían dormir la mayoría de los caballeros… aunque en
realidad nunca había visto a ninguno en tales circunstancias, por supuesto.
—Vuélvete, Anne —dijo con voz áspera y ronca, y, por una vez en la
vida, obedeció, aunque con el corazón latiendo a toda velocidad y sin saber
que iba a hacer él ahora. Todo lo que había pensado decirle, un soliloquio,
se había evaporado de su mente nada más ver las líneas de sus potentes
músculos dibujadas en el pecho desnudo.
—Ya puedes volverte —dijo, y al hacerlo lo vio vestido con el típico
camisón masculino de rayas negras y marrones y con el cuello de piel,
también negra. Anne se apretó bien su propio camisón. Christopher tenía las
manos en los bolsillos y, al mirarla, torció algo la cara con gesto de
sufrimiento. Ella no entendía en absoluto lo que le estaba pasando. ¿Estaba
enfadado por haberse presentado de forma tan atrevida en impropia?
—Creo que… no debería haber venido —dijo, dando un paso atrás.
—No, no deberías, la verdad —suspiró él—. Pero, como ya estás aquí,
me gustaría que me dijeras el porqué.
«¡Vamos, Anne! Recupera el valor. Tienes de sobra».
Dio un paso adelante para colocarse a menos de un metro de él. Estaba
demasiado nerviosa como para acercarse más.
—Christopher —empezó—, sé que todo ha ocurrido muy deprisa.
Cuando Alastair apareció con la licencia especial de matrimonio, pensé que
eso quería decir que habías decidido que deseabas casarte conmigo, pero
dado tu silencio durante la cena de esta noche, me di cuenta de que quizá
me había precipitado a la hora de sacar conclusiones y de sentir tanta
alegría. ¿Es así?
Desvió la mirada, dirigiéndola al fondo de la habitación.
—Pues… creo que es posible que se produjera un pequeño
malentendido, sí.
Se le cayó el alma a los pies. Esa era exactamente la conclusión a la que
había llegado ella misma tras analizar las cosas de forma más sosegada.
—Ya veo… —Procuró no mostrar ninguna emoción al hablar, pese al
nudo que se le había formado en la garganta—. Pues perfecto entonces. Le
diré a Alastair que no presione al vicario. Vuelve a tu casa mañana,
Christopher. Nada me gustaría más que convertirme en tu esposa, pero de
ninguna manera si tú no lo deseas.
—¿Si no lo deseo, dices? —dijo volviendo a mirarla con ojos incrédulos
—. ¿De verdad piensas eso, que no te deseo?
—Pues… claro. Eso es lo que deduzco. —¡Por Dios, qué contradictorio
es este hombre!
—Anne —dijo acercándose a ella, y a cada centímetro que se acercaba,
más rápido le latía el corazón—. Ni se te ocurra pensar que no te deseo. Te
quiero y te deseo mucho, muchísimo. —Se puso de pie justo delante de ella,
y estiró las manos para atraerla hacia él, de modo que sus cuerpos se
tocaron—. Eres la mujer más hermosa que he conocido. Lo pienso desde
siempre, desde que te conozco, Supongo que muchos te dirán que el color
de tus ojos es precioso, como el de una aguamarina. Pero esa descripción no
les hace justicia. No. Son del color del cielo en un día claro y soleado, en el
que no hay nubes y el sol ilumina por completo el terreno. Y es que eso
explica también tu forma de ser. Haces que los que están a tu alrededor
sientan la felicidad que exudas por todos los poros de tu maravilloso
cuerpo.
De los labios de Anne surgió una especie de gorjeo, a medio camino
entre el sollozo y la risa.
—Me doy cuenta de que soy un tanto melodramática.
Él rio entre dientes.
—Me da la impresión de que esa forma de decirlo se queda corta. Lo
que está claro es que la vida no es aburrida cuando estás alrededor.
—Tengo que decirte que también te equivocas en otra cosa —dijo en un
susurro… Yo era guapa, pero después de lo que me busqué ya no lo es.
Le acarició la cara y se la beso en la zona cercana a la herida que estaba
cicatrizando.
—Cada señal de nuestro cuerpo cuenta la historia de lo que somos —
dijo fijando en ella una mirada de enorme intensidad—. Sé que esta trae
recuerdos que preferirías olvidar. Pero, en lugar de eso, piensa en lo bueno
que ha traído consigo. Ahora sabes que puedes hacer uso de tu don: a la
gente le entusiasma escucharte, quedan embelesados con tu voz. Has hecho
una nueva amiga, y muy buena… por muy poco convencional que sea. Y
nos ha permitido conocernos mejor.
—Aunque casi nos separa por completo.
—Sí —confirmó asintiendo—. Eso también es verdad
—¿Y ahora? —preguntó ella alzando los ojos—. ¿Qué es lo que quieres
hacer?
Jadeó, en tono tan bajo que apenas lo oyó, y después dijo algo entre
dientes. ¿Por qué no paraba de hacer eso? Quería saber lo que estaba
pensando, y odiaba que lo ocultara, que no permitiera que ella lo oyera.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que te deseo —explotó, y la besó inmediatamente,
separándole los labios con enorme pasión. ¡Cuánto le gustaba esta forma de
actuar, pero que él tanto controlaba! Le afectó darse cuenta de que, casi con
toda seguridad, ella era la única persona que había tenido el privilegio de
verlo actuar así. La idea la satisfizo mucho. Pero no tanto como lo que
sintió cuando Christopher empezó a besarla y a bajar hacia el cuello.
Desabrochó el botón de arriba del camisón con dedos un tanto torpes,
aunque cada hueco que abría lo llenaba con sus besos.
Cuando se separó para mirarla, abrió tato los ojos que Anne casi se echó
a reír.
—¿Qué llevas puesto? —preguntó con la boca abierta.
—Una bata de noche —dijo con un gesto y un mínimo encogimiento de
hombros que pretendía ser tímido.
—Nunca había visto a una dama como tú llevar una prenda como esta
—dijo.
—Bien —contestó sonriendo—. No me gustaría saber que has estado
con otra mujer que vistiera una prenda como esta. Ni cualquier prenda de
noche, para ser sincera. Ni ninguna… Bueno, la verdad es que ya ni sé lo
que estoy diciendo.
Christopher sonrió con intención, lo cual le puso los nervios de punta.
¡Le encantaba este aspecto de su forma de ser! Mucho, mucho…
Anne abrió la boca muy sorprendida cuando le puso el antebrazo bajo
las rodillas, la levantó en volandas y la depositó sobre la cama.
—¡Christopher! —exclamó riendo. Estaba disfrutando mucho más de lo
que nunca se hubiera podido imaginar. Liberó los brazos y pasó las manos
por la hilera de botones de la bata hasta donde estaba el lazo. Lo deshizo
suavemente y la miró.
—Creo que esto me gusta —dijo alzando una ceja, y ahora le tocó a ella
reír al notar lo mucho que él también estaba disfrutando.
—Pues me alegro, porque no me lo voy a quitar —dijo ella con el
aliento casi perdido.
Llevó la mano derecha a uno de sus pechos, y cuando se lo acarició
despacio y con mimo, Anne estuvo a punto de caerse de la cama. Él pareció
notar su placer, y le agarró el pezón con el índice y el pulgar. Murmuró su
nombre, lo que al parecer lo animó a acariciarle el otro pecho, mientras que
sustituía la mano por la boca en el otro.
Jadeó sorprendida. No sabía que esto formara parte del juego amoroso.
Nadie le había hablado de ello. En realidad, apenas sabía nada de cómo era.
Y de pronto se dio cuenta de en qué consistía en su conjunto, de su
verdadera esencia. Lo había leído en bastantes historias y visto en obras de
teatro, pero ninguna de ellas describía adecuadamente lo que ocurría de
verdad. Parecía que por fin lo iba a averiguar.
Anne tomó entre los dedos la cabeza de Christopher, acariciándole los
sedosos y pardos cabellos que, según fue capaz de notar con los escasos
sentidos que le quedaban, se encrespaban ligeramente en los extremos.
Seguramente se lo mojaba, pensó, y no podía entender por qué lo hacía
cuando era tan magnífico con su cadencia natural.
Volvió a concentrarse en los actos de Christopher, que ahora empezaba
a descender lentamente a lo largo de su cuerpo.
—Christopher —preguntó, a medio camino entre la curiosidad y la
preocupación—. ¿A dónde vas?
No contestó, pero empezó a levantar el dobladillo de la bata, aunque
teniendo mucho cuidado con el frágil tejido. Lo fue subiendo poco a poco,
sistemáticamente, exponiendo cada vez más el cuerpo a su vista. Le acarició
las piernas con las manos, que ella sabía que eran un poco demasiado largas
y un poco demasiado finas, pero a él no parecía importarle nada. Se
estremeció con la fricción creada por sus palmas, subiendo cada vez más,
hasta casi llegar a la altura de su centro neurálgico. Se preguntó si tenía la
intención de entrar en ella ahora. Lo cierto es que no había acudido a su
habitación exactamente para eso. Lo que había querido era hablar, aunque
tampoco era tan estúpida y se daba cuenta de lo que un hombre podría
asumir cuando una mujer, y en especial su prometida y futura esposa, daba
a entender presentándose en su dormitorio a esas horas de la noche. Pensaba
que, si se iban a casar muy pronto, ¿qué importaba? No obstante,
mordiéndose el labio, pensó que, pese a lo poco convencional que era en
casi todos los aspectos, sentía que esperar hasta la noche de bodas sí que era
importante para ella.
No obstante, todos los pensamientos se interrumpieron cuando la mano
de Christopher alcanzó el punto álgido y lo empezó a frotar hacia adelante y
hacia atrás.
Tuvo que taparse la boca con la mano para evitar gritar, y el ansia
empezó a crecer dentro de ella con una ferocidad tal que nunca hubiera sido
capaz de imaginarla siquiera.
—¡Oh, Christopher! —jadeó, y mientras el pulso se le aceleraba y casi
podía sentirlo, cerró para esperar lo que se acercaba. De repente sintió algo
mucho más húmedo y suave sobre ella. Abrió los ojos y miró hacia abajo,
horrorizada y embelesada en igual medida—. ¿Qué estás haciendo? —siseó,
pero él estiró la mano para entrelazar los dedos con los de ella, y antes de
que pudiera pensar más en ello, empezó a sentir grandes oleadas de placer
por todo el cuerpo, pero empezando y terminando allí donde Christopher la
estaba besando.
No había manera de expresar la sensación, el fuego que la atravesó y
que irradiaba más allá de sus dedos, tanto los de las manos como los de los
pies. Cuando pasó, se quedó casi atontada por la experiencia vivida.
Cuando se recuperó, estirada cuan larga era en la cama, volvió la cabeza
y vio a Christopher de rodillas ante ella, abrochándole el camisón y
alisándolo.
—¿Eso… eso es todo? —preguntó. Le resultaba difícil hasta hablar.
Él sonrió mirándola.
—Sí, por esta noche —dijo, aunque pareció un tanto agitado al decirlo.
—Pero…
—No hay peros, Anne. He ido bastante más allá de lo que debía, y hay
cosas que deben permanecer… como están. —Le acarició la mejilla con el
hueco de la mano, y ella se ruborizó al pensar lo que acababa de hacerle con
esa misma mano—. Todo apunta a que voy a ser el feliz receptor de tu
noche de bodas, Anne, y no estamos lejos de ella. Tendrás que esperar a ese
momento, nada más. Que lo que ha pasado hace un momento te sirva para
saber y recordar hasta entonces que eres tan querida como deseada. Ahora
será mejor que te vayas.
Christopher agarró la bata roja para que ella introdujera los brazos. Le
abrochó el botón de cierre y después le dio un empujoncito en dirección a la
puerta.
—Hasta mañana —le dijo al oído, y la besó en la mejilla antes de abrir
la puerta y dejarla ir hacia su habitación.
C A P ÍT U L O 2 0

A Christopher le costaba mucho tomar el desayuno esa mañana, y todo


debido a la mujer que estaba sentada frente a él. Cada vez que la
miraba, ella también lo hacía y le dedicaba una mínima pero significativa
sonrisa. Cuando se levantó para acercarse al bufé, notó como daba la vuelta
para pasar cerca de él y dejar que el vestido le rozara a espalda muy
ligeramente, pero ese mínimo contacto bastaba para ponerlo al límite.
Procuraba no reaccionar, hacer ver que todo estaba bien. Y, de repente,
su amiga entró.
—¡Buenos días! —saludó Ellen con voz cantarina, y mientras se
sentaba junto a Anne, miró a Christopher con una sonrisa tan amplia que
supo sin ningún género de dudas que Anne se lo había contado. ¡Por todos
los diablos! Miró a Anne con lo que pretendió que fuera cara de muy pocos
amigos, pero ella se limitó a emitir una risita y siguió enfrascada en los
huevos revueltos.
—¿Alguien va a decirme qué es lo que está pasando aquí? ¿O me voy a
quedar en la inopia? —dijo Breckenridge mientras se acercaba a la boca la
taza de café.
—¡Vaya, Alastair! —dijo Anne agitando la mano de forma exuberante
—. No pasa nada. Sólo se trata de la preparación de la boda. He estado
hablando del asunto con lord Merryweather.
Ellen soltó una especie de gruñido, y hasta Anne le lanzó ahora una
mirada de consternación. Gracias a Dios, la madre de Anne no había bajado
a desayunar esa mañana, pensó Christopher.
Cuando por fin finalizó el interminable desayuno, Christopher le
preguntó a Anne si podía hablar con ella un momento en los jardines.
Breckenridge asintió dando su permiso, pero le dijo a Anne que la
acompañara su doncella. No obstante, por la forma en que los miró, parecía
estar muy al tanto de que ya era bastante tarde para eso.
—¿Te acuerdas de la última vez que estuvimos aquí? —preguntó Anne
con una sonrisa, y Christopher no pudo evitar soltar una carcajada.
—¡Por supuesto! —dijo—. Nunca olvidaré nuestra incursión en el
estanque…
—La mayoría de los caballeros no habrían sido tan compresivos —dijo
Anne—. Y te doy las gracias por ello. De hecho, te doy las gracias por
aceptarme como soy. Me doy cuenta de que no soy el tipo de mujer que
pensabas que era, ni tampoco el tipo de mujer que deseabas como esposa,
pero has sido muy comprensivo con mi forma de actuar tan poco
convencional, y siempre te estaré agradecida por ello.
—Desde luego… —empezó, pero lo pensó mejor e hizo una pequeña
pausa antes de continuar—. Anne, ¿por qué viniste anoche a mi dormitorio?
Después de que se fuera, cayó en la cuenta de que no había ido a verle
por razones carnales, pese a que las había gozado mucho. Eso había
ocurrido solamente porque él perdió el control, y le resultó imposible
separarse de ella. Pero cuando entró en la habitación estaba algo nerviosa, y
vio claro que tenía algo en mente que no tenía que ver con un encuentro
físico.
—¡Ah! Pues la verdad es que contestaste mi pregunta —dijo,
recorriendo con los dedos los pétalos de las flores del jardín.
—¿A qué pregunta te refieres?
—Si sentías algo por mí —contestó—. Necesitaba saberlo, ya que no
iba a seguir adelante con la posibilidad del matrimonio si no era así. Me
demostraste que me querías, Christopher, pero la cosa fue más allá. Anoche
sólo te preocupaste por mí, por mis deseos y necesidades… y la verdad es
que no me di cuenta de ello hasta después de que ocurriera.
Se detuvo y le acarició la cara levemente con las puntas de los dedos,
igual que había hecho con las flores.
—Gracias. —Se puso de puntillas y le dio un beso casto en los labios—.
Christopher, hay otra cosa de la que quiero hablar contigo —dijo despacio
—. Cuando hablamos en el pueblo, te dije que quería volver al escenario.
He estado hablando con Ellen y…
—¡Lady Anne! ¡Oh, lady Anne! —Christopher se había olvidado por
completo de la criada de Anne, que ahora se acercaba corriendo todo o
rápido que le permitías sus ropajes—. Su excelencia ha empezado a tener el
bebé, y pregunta por usted.
—¡Pero si es muy pronto! —exclamó Anne—. ¡Se supone que la
comadrona no va a venir hasta mañana!
— Está con ella la enfermera —dijo la sirvienta—, y también su amiga,
la señorita Anston, quiere ayudarla, pero la enfermera no se lo permite.
Quiere saber qué opina usted.
—Voy para allá —dijo Anne asintiendo, y se volvió hacia él—.
Christopher, ¿podemos continuar más tarde con esta conversación?
—Por supuesto —contestó de inmediato—. ¿Puedo preguntar por qué la
duquesa se ha quedado en el campo para el parto? ¿No habría estado mucho
mejor atendida en Londres?
Anne sonrió.
—Olivia no es una persona que suela hacer lo que se espera de ella. No
quería que todo el mundo estuviera al tanto de sus circunstancias y asuntos,
prefería estar sólo con la familia. ¡Ah! Tengo que avisar a su madre y a su
hermana… ¡Pobre Alastair! Debe de estar volviéndose loco, ¡estaba tan
preocupado! ¡Enseguida vuelvo, Christopher, y hablamos! ¡Voy a ser tía!
Se levantó las faldas y salió corriendo hacia la casa tan rápido como
pudo por el sendero de piedra.
Christopher entendía perfectamente la importancia del momento y la
excitación de Anne y ni la interrumpió ni la siguió. No obstante, estaba
intrigado y algo preocupado por lo que había dicho. ¿Qué era lo que había
hablado con Ellen? No era una buena señal, ni mucho menos. Suspiró y
miró a su alrededor. Anne había dicho que sólo quería estar rodeada de
familiares en esos momentos y, con todo lo que estaba pasando, pensó que
era el mejor momento de regresar a su casa. Si ya se había sentido algo
incómodo los últimos días permaneciendo en la casa, ahora lo estaría
mucho más. Ya tomaría una decisión respecto a los próximos pasos a dar
cuando todo se hubiera normalizado con Breckenridge y su familia.
Tras lo ocurrido la noche pasada, no podía dar marcha atrás, estaba
claro. Le gustase o no… y le gustaba, eso lo tenía más que claro, el
matrimonio iba a ir adelante. Lo que pasa es que ahora igual tendrían un
poco más de tiempo. Eso era todo lo que quería.
Entró en la casa, escribió una nota para Anne y otra para su hermano y,
al cabo de una hora, ya estaba de camino a su casa.
A nne pensaba que nunca en su vida había estado tan feliz como ahora, con
la recién nacida en sus brazos, levantando los imposiblemente diminutos
dedos y agarrándole el pulgar.
—¡Oh, Olivia! —dijo con lágrimas en los ojos—. ¡Es preciosa!
—¡Claro que lo es! —confirmó Olivia también llorosa, mirando a su
marido.
El parto había sido muy rápido, gracias a Dios. Anne había convencido
por fin a la enfermera de que dejara entrar a Ellen, y entre las dos fueron
capaces de ayudar a traer al mundo a la pequeña. Sus ojos ya presentaban el
tono azul de los Finchley, y Anne sonreía al mirarlos.
—¡Tenemos que presentarle a Christopher a la pequeña Hannah! —
exclamó de repente—. Me temo que me separé de él un tanto abruptamente
en los jardines. Sally, ¿te importa ir a buscar a lord Merryweather y
preguntarle si puede venir? —preguntó, pero la criada negó con la cabeza.
—Lo siento, milady, pero lord Merryweather ha regresado a su casa —
contestó.
—¡Ah, vaya! —exclamó Anne, muy decepcionada—. ¿Acaso la idea de
un nacimiento está fuera de lugar a los ojos del muy formal lord
Merryweather?
—No sé qué decirle, milady… —dijo la criada, un tanto incómoda—.
Pero me dijo que le entregara esta nota.
Se la pasó a Anna, que empezó a leerla inmediatamente.

A nne ,

P erdóname por mi partida , pero no quería quitarte tiempo de estar con tu


cuñada. Transmítele mis felicitaciones más sinceras y alegres, y te aseguro
que estoy deseando reunirme de nuevo cuanto antes con tu familia.
En el momento que sea más adecuado para ti, escríbeme, por favor, y
organizaré una celebración, muy sencilla, con algunos de nuestros
familiares y amigos más cercanos, para celebrar nuestro compromiso. Será
un placer recibiros en mi casa.
Tuyo,
Christopher

A nne sonrió , e inmediatamente perdonó a Christopher por su súbita


partida a la luz de la nota. Era muy típico de él, pensó sonriendo. Iba a
hacer las cosas a su manera, según un plan preciso y adecuado a su forma
de ser convencional. Y a ella le parecía muy bien, porque él era así, y era el
hombre que amaba.

C hristopher paseaba por los terrenos de su hacienda y no dejaba de


suspirar. Todo había vuelto a su cauce, a cómo debería haber sido desde el
principio. Había regresado a casa, había planificado el compromiso y el
matrimonio de forma directa y convencional, y pronto recibiría a Anne en
su casa familiar.
Ya llevaba en casa una semana, y ardía en deseos de volver a verla.
Cuando pensaba en aquella noche en su habitación, no podía evitar la
sonrisa. Era exquisita. Una sirena. Era…
—¿Milord?
Ah, claro. Su administrador.
—Sí, Ridgely, eso estaría muy bien —le dijo. Era un colaborador muy
fiable, y tan riguroso y práctico como el propio Christopher. Confiaba en él
por completo. Tanto que ni siquiera sabía qué era lo que le acababa de
preguntar, tan perdido estaba en sus sueños sobre Anne. Tenía que
concentrarse más, la verdad.
—Muy bien, milord. Y por lo que se refiere a Tom Harrison, el
arrendatario…
Ridgely siguió adelante con las cuestiones del día a día de la
administración y Christopher se mantenía al tanto de todo, asintiendo y
mostrando casi siempre su acuerdo con las decisiones que proponía. No le
gustaba mantenerse al margen de las decisiones durante demasiado tiempo,
pero también sentía que era su deber encontrarse de nuevo con Anne. Y
cuidar de ella iba a convertirse en su tarea durante el resto de su existencia.
Una vez terminado el despacho con el administrador, entró y empezó a
pasear sin rumbo por la casa, que ahora le parecía un poco vacía. No se
había dado cuenta de lo sólo que estaba en realidad hasta vivir unos días
con otra familia. La de Anne era también bastante corta, pero estaba llena
de risas y de amor, y Christopher echaba eso de menos. Quizás no tendría
que haberse marchado. Quizá tendría que haber esperado… pero no, lo que
había hecho era lo mejor.
Se acercó a su despacho, decorado muy a su gusto, con mapas y el
extraño retrato. Se sentó al escritorio y sacó una hoja de papel y su pluma
estilográfica, preparado para planificar su fiesta de compromiso. Iba a ser
una celebración sencilla, con la madre de Anne como carabina, por
supuesto, así como su amiga, lady Honoria, y también era obligado que
invitara a lord Watson. No tenía muy claro si Breckenridge iba a acudir,
pero eso daba igual. ¿Y quizá los Winterton? No, los Winterton no. No
pegarían en absoluto. Los Southam sí, decidió. Lady Southam era muy
amiga de Olivia Finchley, y se llevaba bien con Anne. Y quizás los duques
de Carrington. Eso sería todo, decidió asintiendo, una vez que había llegado
al final de la hoja de papel. Ahora todo lo que tenía que hacer era esperar a
la carta de Anne. ¿Cuánto tardaría en escribirle?
Tamborileó los dedos contra el brazo del sillón, se levantó y se acercó a
la ventana. Soltó otro suspiro. Puede que fuera mejor ir a verla. Sí, mucho
mejor…
—¿Milord? Su correspondencia —dijo el mayordomo acercándose.
Christopher la observó anhelante, dándose cuenta de que seguramente
parecía un colegial esperando una nota de amor. Daba igual. ¡Ah! Ahí
estaba. Agarró el sobre, rompió el lacre y sacó la hoja de papel.

C hristopher

S iento que te marcharas tan deprisa. Estoy deseando volver a verte y


celebrar nuestro compromiso. Espero estar allí esta misma semana.
Tuya,
Anne
¡E sta misma semana ! Tenía muchas cosas que preparar. Por fin todo iba
como debía ir.
C A P ÍT U L O 2 1

—E ntonces, señora Appleton, ¿ya tiene decidido el menú para la


cena de mañana? Me gustaría…
—Tranquilo, milord, sé perfectamente lo que le gustaría —dijo la
cocinera, que prácticamente lo empujaba fuera de la cocina—. Ahora
váyase. Su novia va a llegar de un momento a otro. ¿Acaso quiere que lo
encuentre aquí abajo, en la cocina?
—Seguro que no le importaría, Sólo quiero estar seguro de que…
—Puede estar seguro. Chico, llevo trabajando para su familia desde
hace cuarenta años, chico, y jamás vi a su padre por aquí abajo. ¡Y ahora,
fuera de aquí!
No pudo por menos que reírse. Todavía lo veía como el niño que había
sido, la que lo echaba de la cocina cuando se acercaba a robar uno o dos
trozos de empanada. La verdad es que no sabía qué haría sin ella.
Tenía los nervios de punta, aunque no sabía por qué. Ya había pasado
mucho tiempo en compañía de Anne. No había cambiado nada excepto el
hecho de que ahora estaban haciendo las cosas como debían hacerse.
—¡Fletcher, aquí está! —Vio a su ayuda de cámara que, como si no se
estuviera dando cuenta, intentaba escabullirse sin que lo viera—. Fletcher,
ya he escogido la ropa que voy a llevar para la cena de mañana. La he
colocado sobre la cama. ¿La ha visto? Tiene que asegurarse de que esté
planchada y preparada con antelación.
—Sí, milord, todo está en orden.
—¿Está seguro? No quiero que mis invitados piensen que no visto
adecuadamente.
—Estoy seguro, milord —dijo Fletcher, y Christopher se preguntó por
qué apretaba los labios con tanta fuerza. ¿Es que no debía preocuparle que
su criado se interesara por esas cosas? Al fin y al cabo, era él el que se tenía
que vestir adecuadamente.
—Fletcher, ¿ha visto a Dibney, o a la señora Allen? —Tenía que hablar
tanto con el mayordomo como con el ama de llaves para asegurarse de que
las habitaciones de los invitados estuvieran preparadas. Se daba cuenta
ahora de que no los había visto desde hacía bastante tiempo.
—Pues no, milord. Quizá…
Pero no pudo terminar de escuchar la sugerencia de su criado, pues
escuchó un estruendo procedente del vestíbulo.
—¿Pero qué demonios…?
Salió corriendo hacia el piso de arriba, pero apenas había llegado al
vestíbulo de entrada de Gracebourne, un bulto no muy grande pero sí muy
poderoso se le echó encima.
—¡Christopher! ¡Oh, Christopher! Sé que sólo ha sido una semana, pero
no sabes cuantísimo deseaba volver a verte… ¡Y además una pequeña
fiesta! ¡Qué estupendo!
—¡Anne! —exclamó, sin poder evitar que una sonrisa asomara a su
cara. Era una fuerza de la naturaleza. De pronto, los apagados tonos verdes
de las paredes parecieron brillar, y los mortecinos retratos de sus
antepasados volvieron a la vida, los ceños fruncidos convertidos en sonrisas
—. Yo también estoy encantado de volver a verte.
—¡Vamos, no seas tan controlado! —dijo separándose de él y
tomándolo del brazo con gesto juguetón—. Tengo muchas cosas que
contarte. Olivia ha tenido el bebé, una niña, y es adorable… me refiero a la
niña, claro, no a Olivia. Bueno, mi cuñada también lo es, ya lo sabes, pero
no me refería a ella. Bueno, sea como sea, las dos están fenomenal, y nunca
había visto a Alastair tan feliz. Seguramente te habías dado cuenta de que
estaba muy nervioso. Le he dicho a Olivia que no íbamos a estar fuera
mucho tiempo, pero como te puedes imaginar, quería volver a estar contigo
y celebrar nuestro compromiso. No fue muy amable por tu parte que te
marcharas de esa manera, pero supongo que pensaste que el acontecimiento
era para celebrarlo en familia. Pero tienes que darte cuenta de que tú ya eres
también parte de nuestra familia, ¿no? O lo vas a ser pronto. Bueno, quiero
preguntártelo antes de que lleguen los demás invitados. ¿Cuándo vamos a
casarnos? Alastair parecía estar un poco nervioso al respecto antes de que
nos marcháramos, pero le dije que no tenía de qué preocuparse, porque
estaba segura de que ya lo tenías planificado…
La cabeza le daba vueltas dada la cantidad de cosas que le había dicho,
y además a toda velocidad. Estaba claro que llegaba con enormes ganas de
hablar. Se tomó un momento para digerirlas, y vio que lo miraba con mucha
expectación.
—Sí, claro… sí que tengo un plan, quiero decir —empezó—. En
principio pensaba que esperásemos hasta e inicio de la temporada y que nos
casáramos en Londres, pero después pensé que eso quedaba un poco lejos,
¿no te parece?
—¡Pero si quedan meses todavía para que empiece la temporada! —
exclamó Anne, y Christopher rio al ver lo mucho que abría los ojos.
—Sí, eso pensé yo también —dijo, intentando ponerse serio—. Y
también pensé que cuanto antes nos casáramos, menos comentarios habría
acerca de lo que te pasó. ¿Qué te parece el mes que viene? Sé que tu
hermano tiene la licencia especial de matrimonio, pero si esperamos un
poco se podrán leer las amonestaciones, y podremos casarnos en la iglesia
del pueblo. ¿Qué dices? ¿Te parece un buen plan?
Se puso de puntillas y le tomó la cara entre las manos, que sintió frías
sobre su piel.
—Sí —dijo, y le dio hasta tres ligeros besos en los labios—. Claro que
es un buen plan.
Estuvo a punto de decirle que no era muy adecuado que lo besara en
medio del vestíbulo, por donde el servicio no dejaba de pasar, pero en ese
momento escuchó otra voz.
—¡Esta casa es divina, Anne, no tengo palabras! Quizá le falte algo de
color, pero las habitaciones son magníficas. Tienes que ver la biblioteca, y
las vistas que tiene. ¡Es maravillosa!
Christopher se quedó rígido al ver entrar a la mujer en el vestíbulo con
una sonrisa en la cara.
—Anne —dijo en voz baja—, ¿qué hace ella aquí?
—¡Oh! —dijo, llevándose la mano a la boca—. Se me olvidó decírtelo.
Ellen no puede regresar a la compañía teatral.
—¿Cómo dices?
—Otra de las actrices le dijo que Kitty estaba diciendo alto y claro que
iba a deshacerse de ella de una forma u otra. Yo quería ir a ver a Kitty y
decirle todo lo que pensaba, pero Ellen no me dejó. Dice que buscará otra
compañía. Yo no estoy de acuerdo, pero es su decisión. En cualquier caso,
ahora no tiene a dónde ir, y no me parecía del todo bien dejarla con mi
hermano, así que le dije que viniera aquí.
Suspiró y se frotó la frente, murmurando para sí que la gente no cae en
la cuenta de lo complicado que es preparar un evento para tanta gente. Y
esta mujer no estaba acostumbrada a codearse, y menos cenar, con personas
de la clase alta. ¡Pero si hasta había invitado a duques! Gruñó entre dientes.
—¿Pasa algo, Christopher?
Levantó la cabeza y, al ver su expresión preocupada, apretó los labios y
negó con la cabeza.
—No, en absoluto —musitó—. ¿Dónde está tu madre?
—Venía detrás de mí… ¡ah, mira, aquí está!
Christopher saludó a la duquesa viuda, que se excusó inmediatamente
diciendo que estaba muy cansada del viaje. Christopher llamó a una criada
que pasaba, que la acompañó hasta su habitación.
—Bueno —dijo, al tiempo que reorganizaba mentalmente el plan para
el día siguiente—. Deja que vaya a ver al ama de llaves para que prepare
otra habitación.

A nne estaba encantada cuando los invitados empezaron a llegar a la


fiesta. Todos ellos eran personas encantadoras a las que llevaba sin ver
bastante tiempo. Le habría gustado mucho que Olivia y Alastair estuvieran
allí, pero estaba claro que no podrían asistir a fiestas y otros eventos
sociales hasta pasada una buena temporada. Le había dicho a Olivia que
esperaría a casarse hasta que ella estuviera preparada para reincorporarse a
la vida social, pero le contestó riéndose y diciéndole que no fuera tonta, que
no iba a esperar toda su vida por su causa.
A Anne le alegró especialmente ver a Honoria.
—¡Ha pasado demasiado tiempo! —dijo al tiempo que la abrazaba
cuando llegó acompañada de una prima de más edad que le servía de
carabina.
—Sí, ¿verdad? Sé que hemos hablado de muchas cosas en nuestras
cartas, pero me alegro mucho de tener la oportunidad de volver a verte en
persona.
Agarró del brazo a Anne y empezó a andar por el vestíbulo y asomar la
cabeza por varias habitaciones para intentar encontrar un sitio adecuado.
—Aquí —dijo Anne al encontrar una sala de estar que había visto antes.
La decoración en tonos carmesí y dorados le pareció agradable.
—Estaba muy preocupada, Anne —dijo Honoria—. Quería haber ido a
buscarte con lord Merryweather, pero parece que fue mejor que no lo
hiciera. Anne, tienes que contarme todo lo que pasó, y no te dejes ni un solo
detalle.
Tocó suavemente los alrededores de la cicatriz de la cara de Anne.
—¿Te duele mucho?
—Ya no, nada —contestó Anne bajando la cabeza—. Tiene un aspecto
horrible, ¿verdad?
—La verdad es que no es tan malo —dijo Honoria sonriendo
suavemente y tomándole la mano a Anne—. Añade personalidad a tu cara.
Puso los ojos en blanco al escuchar el gruñido de Anne.
—Y, por lo que se refiere a lord Merryweather —siguió Honoria—, la
última vez que hablé contigo estabas intentando desanimarlo. Y ahora
estás… ¡prometida!
Allí, en uno de los salones de estar de la casa de Christopher, que pronto
sería la suya, Anne se lo contó todo a Honoria, que se comportó como una
magnífica espectadora: abriendo la boca de asombro, riendo y hasta
llorando cuando correspondía.
—¡Madre mía, Anne! —dijo cuando hubo terminado—. Siento mucho
todas las cosas horribles que te han pasado, pero debo decirte que es toda
una historia y sabes contarla muy bien, de verdad.
—Gracias —dijo Anne, encantada de no haber perdido ninguna de sus
habilidades.
Cuando sonó el gong del gran reloj de pared, Anne dio un respingo.
—¡Vaya, Honoria, se me ha ido el santo al cielo contándote todas estas
historias! Vamos, tenemos que reunirnos con los demás.
La tarde transcurrió muy bien con la llegada de los invitados. Anne
miraba alrededor de vez en cuando buscando a Ellen, pero había
desaparecido. Supuso que habría subido a su habitación para dormir un
poco de siesta, algo que acostumbraba a hacer debido a que trasnochaba por
su trabajo en el teatro. Anne estaba deseando que la celebración se
desarrollara bien. Ahora lo único que necesitaba era que Christopher
siguiera contento con ella… sobre todo cuando le explicara la idea que
ambas habían tenido.

C hristopher la observaba desde el otro lado del salón. Su sonrisa era tan
brillante como la de cualquier lámpara; el vestido, de un color naranja
chillón que le quedaría fatal a cualquiera que no fuera ella, la hacía brillar
como el sol. Un sol que giraba alrededor de todos, y especialmente de él.
Se habían reunido en el salón de estar principal para prepararse para la
cena de celebración de esa noche. Hasta ahora todo marchaba según lo
planeado, y Christopher estaba satisfecho. La señorita Anston ni siquiera se
les había unido. Si lo hacía, tendría que contar toda la sórdida historia. Sus
invitados eran lo suficientemente amables y educados como para no decir ni
una palabra, pero la curiosidad sobrevolaba la reunión.
En cualquier caso, a Anne no parecía importarle, y se movía entre los
invitados, saludándolos y agradeciéndoles su presencia de forma simpática
y agradable. Era tendente al dramatismo, lo sabía, pero también sabía
representar muy bien el papel de anfitriona, lo cual sería magnífico cuando
se convirtiera en condesa, su condesa.
—Lady Anne —dijo acercándose a ella. Sintió una enorme calidez
cuando se volvió hacia él mirándole con una sonrisa exultante.
—Lord Merryweather —dijo ella a su vez, y el modo en que lo miró le
hizo sentir como si fuera el único hombre que había en la habitación.
—Estás preciosa esta noche —dijo—, como siempre.
—Gracias —contestó haciendo una pequeña reverencia—. Eres muy
amable.
—Sólo dijo la verdad, mi amor.
Por poco se le para el corazón cuando lo miró con ojos brillantes.
—¡Anne! —Honoria se unió a ellos—. ¿Cantarás para nosotros? Hace
mucho que no escucho tu voz, y la echo mucho de menos, de verdad.
—No… no estoy muy segura, la verdad —contentó dudosa, como si
estuviera recordando lo que le había ocurrido la última vez que cantó. Miró
a Christopher.
—Por favor —dijo extendiendo la mano, como si le mostrara el camino
al escenario.
—De acuerdo. —No obstante, se tocaba las faldas con gesto nervioso.
Se acercó al pianoforte. En algún momento, Christopher había pensado
en la posibilidad de librarse de él, pero ahora se alegraba de no haberlo
hecho. Perteneció a su madre, y le traía recuerdos de ella.
Anne empezó a tocar y todas las cabezas se volvieron hacia ella,
anticipando lo que iba a ocurrir. Nadie se sintió decepcionado cuando la
melodía empezó a fluir. Christopher sólo podía pensar en ella, y la miró
hasta que, en un momento dado, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos
para dejar que la melodía y la voz lo inundara. Era una actuación que no
todos los salones de Inglaterra aceptarían. Sin embargo, aquí no parecía
importar, pues todos los asistentes estaban en trance escuchándola.
De repente, se vio transportado de nuevo al teatro, a los instantes
previos a la caída del gancho. Recordó sus pensamientos de entonces con
total nitidez. Anne había nacido para esto, para hacer felices a quienes la
veían actuar, a cautivarlos con su actuación. ¿Cómo iba a mantenerla
alejada de ello?
Terminó por fin, y su rostro traslucía felicidad. Christopher pensó que
todos los asistentes a la fiesta podían escuchar los latidos frenéticos de su
corazón.
C A P ÍT U L O 2 2

A nne concluyó la canción. Había disfrutado de todas y cada una de las


notas. Surgió una salva de aplausos entusiastas de todos los rincones
del salón y abrió los ojos con cierto asombro al comprobar que todo el
mundo estaba entusiasmado.
—¡Vaya! —exclamó riendo—. Casi me había olvidado de que estabais
ahí. ¡Muchísimas gracias!
Se ruborizó cuando su mirada coincidió con la de Christopher. Era una
mirada indescifrable, extraña, y sintió un vacío en el estómago.
El mayordomo entró en la habitación y le susurró algo al oído a
Christopher, que inmediatamente indicó a los invitados que podían pasar a
cenar. Anne se acercó, él le ofreció el brazo, pero no la miró, sino que echó
a andar con la vista fija hacia adelante. ¿Qué le pasaba?
—¿Dónde está Ellen? —murmuró Christopher, Anne sintió un punto de
preocupación al darse cuenta de que hacía bastante tiempo que no veía a su
amiga. Sabía que le preocupaba la falta de modales, sobre todo en una cena
de gala como esa, pero Anne había hecho lo que había podido para darle las
claves suficientes.
—No estoy segura —susurró frunciendo un poco el ceño—. ¿Crees que
debería ir a buscarla?
—Seguro que está bien —la tranquilizó—. Quizá se sienta un poco
extraña entre nosotros.
—¿Y por qué iba a encontrarse extraña? —preguntó Anne, que de
repente se llevó la mano a la boca, pensando que igual Christopher tenía
razones para pensarlo—. No le habrás dicho nada, ¿verdad?
—No —dijo negando con la cabeza—. Por supuesto que no.
Lo miró con cautela, sin terminar de confiar del todo en él, y parecía
estar un tanto ofendido con ella por haberlo pensado. Era verdad que hasta
ahora nunca le había dado ningún motivo para desconfiar de él, pero
también era cierto que la presencia de Ellen no le terminaba de gustar.
Decidió no preguntarle más al respecto y dejar correr el asunto. Le permitió
que retirara la silla de la mesa y que la ayudara a sentarse.
Una vez que todo el mundo estuvo sentado a la mesa, Christopher se
aclaró la garganta para dirigirse a los presentes.
—Queremos agradecerles a todos su presencia. Sé que ha sido un
tanto… inesperado, pero les damos las gracias por estar aquí para celebrar
nuestro cercano enlace. Lady Anne…
Sus palabras se vieron interrumpidas por una conmoción en la puerta de
acceso al salón, y todos los invitados volvieron la cabeza. Ellen estaba
agachada, intentando recoger lo que parecía un primer plato que se había
caído. Seguramente había entrado en un mal momento y se había tropezado
con un criado, que ahora intentaba alejarla y limpiar él mismo el suelo de
restos de comida, pero Ellen insistía en ayudar a recoger.
—Ha sido culpa mía y sólo mía —dijo Ellen—. Iba demasiado deprisa,
sin prestar atención a lo que estaba haciendo, y… ¡madre mía! Cada vez lo
estoy empeorando más.
Anne se volvió hacia Christopher y, viendo que se había quedado
petrificado y con la boca abierta mirando a Ellen, le empujo la barbilla con
el dedo índice para que cerrara la boca. La pobre mujer ya estaba
suficientemente avergonzada.
—Ellen —la llamó Anne en voz alta al tiempo que se levantaba de la
silla para acercarse. La agarró del brazo y la levantó del suelo—. ¡No sabes
lo que me alegra que hayas podido venir a cenar con nosotros esta noche!
—Sí, bueno, la verdad es que… —Se puso de pie, y Anne vio que se
había puesto el vestido más horrible que Anne había visto en toda su vida.
¡Menos mal que lady Rumsfelter no estaba allí!
Se acercó con ella al sitio que quedaba libre en la mesa mientras le
susurraba que no se preocupara por la comida. Miró a Christopher y vio que
se había quedado blanco como la cera. Se llevó la copa a la boca y dio un
largo trago.
¡Dios del cielo!
C hristopher recordaba haber pensado que el vestido que se había
puesto Anne en el escenario era feo, pero este lo superaba con creces: ¡era
absolutamente horroroso! Una vez que Ellen se hubo sentado y los demás
invitados, muy educadamente, conversaban entre ellos, Anne volvió a su
sitio y Christopher se inclinó hacia ella para hablarle al oído.
—¿No se te ocurrió arreglarle un vestido para la fiesta?
Anne levantó los hombros y lo miró fríamente, saliendo en defensa de
su amiga.
—Dijo que tenía vestido.
—Eso no puede considerarse un vestido.
No sabía si era amarillo o dorado, pues en realidad era del color de la
mostaza rancia, y no favorecía en absoluto el color de la piel de la joven. De
hecho, pese a que en realidad era una mujer impactante, su aspecto era
horrible. Y lo peor de todo era que el color del vestido no permitía mirar
para otro lado.
—Sigue con tu discurso —siseó Anne cuando llegó un criado con una
bandeja.
—¡Ah, claro! —dijo, y se aclaró la garganta una vez más para atraer la
atención de los presentes—. Lady Anne Finchley es una mujer con
muchísimas cualidades —prosiguió—. Le encanta cantar, leer, iluminar y
alegrar a todas las personas con las que se encuentra. Y, ahora, asumirá un
nuevo papel, el de condesa y esposa. No podría ser más afortunado.
Anne le sonrió de forma sincera, un gesto que por un momento le cortó
la respiración. Hasta que el sonido de una cucharilla rompió el silencio, lo
que hizo que Christopher volviera la cabeza para localizar el inesperado y
transgresor ruido.
—Lo siento —susurró Ellen—. No sabía que aún no íbamos a empezar
a comer.
Christopher asintió con gesto hosco, al tiempo que la tensión empezaba
apoderarse de la musculatura de los hombros. Y aún le quedaban horas para
librarse de ella. Deseó con todas sus fuerzas que esa mujer se hubiera
quedado en su habitación.
—No pasa nada —terció Anne, dedicándole una amplia sonrisa a su
amiga—, nada en absoluto. No has comido en todo el día y debes de estar
hambrienta. Adelante.
Christopher intentó acordarse de lo que le tocaba decir ahora, pero la
irritación que le estaba provocando esa mujer sin educación le había dejado
la mente en blanco.
—De acuerdo, pues —improvisó—. ¿Por qué no empezamos?
—Anne —intervino Isabella Hainsworth, duquesa de Carrington—,
¿cantarás para nosotros después de la cena? Tu voz es sencillamente
maravillosa.
—Si así lo queréis… —respondió Anne con una sonrisa
resplandeciente, y Ellen asintió.
—Es divina, ¿verdad milady?
—Su excelencia, señorita Anston —corrigió Christopher rápidamente,
dejando clara su desaprobación ante el tratamiento erróneo, pero la duquesa
hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No pasa nada, señorita Anston. Puede llamarme como desee. Isabella
está bien.
—Mis disculpas, su excelencia —dijo Ellen hundiendo la mirada en el
plato, y por un momento Christopher se sintió mal, como si hubiera
cometido una grosería. Al encontrarse con la mirada de Anne, supo que
tenía que haber sido más benévolo y entender el origen social de Ellen—. Y
mis disculpas para usted también, milord.
—No pasa nada —dijo resueltamente, intentando convencerse a sí
mismo de que así era.
—En cualquier caso, lo único que quería decir es lo magnífico que será
que todo el mundo, sin distinción de clases, pueda escuchar la preciosa voz
de Anne de nuevo en el escenario.
—¿Perdón?
Ahora fue la cuchara de Christopher la que golpeó ruidosamente el
plato. Miró a Anne, preguntándole sin palabras acerca de la veracidad de lo
que acababa de decir Ellen, y esperando no haberlo entendido bien. Anne se
había ruborizado, tenía los ojos muy abiertos y retorcía las manos en el
regazo.
—Yo… pues… lo siento, Anne. Pensaba que él ya lo sabría —dijo Ellen
—. Se trata sólo de que Anne y yo hemos decidido combinar nuestros
talentos y crear una compañía propia. Vamos a viajar…
—¡Basta! —Christopher no podía seguir escuchando las palabras de la
señorita Anston. Sólo tenía ojos y oídos para Anne, que ahora lo miraba
suplicante.
—Christopher… —empezó volviéndose a él, pero fue inmediatamente
interrumpida al abrirse la puerta de repente.
—¡Por el amor de Dios!, ¿qué pasa ahora? —exclamó arrojando la
servilleta a la mesa y levantándose. En el umbral no estaba ningún criado,
ni Dibney, el mayordomo, sino dos actores de la compañía. A uno lo
reconoció como el director que había forzado a Anne… Lawrence había
dicho que se llamaba. La otra era sin duda la mujer que, según Anne, había
provocado su accidente casi mortal—. ¡Fuera de mi casa! —ordenó.
—Lo siento, milord —dijo Dibney, que había aparecido tras ellos muy
azorado, con el pelo inusualmente alborotado debido seguramente a la
carrera que había tenido que dar por los pasillos—. Intenté impedirles el
paso, pero siguieron a la fuerza. No he podido hacer nada.
—¿He dicho que se vayan! —siseó señalando la puerta.
—No nos iremos hasta tener lo que hemos venido a buscar —dijo
Lawrence dando un paso hacia el interior del salón.
—¿Y de qué se trata? —preguntó Christopher poniéndose delante de él
para bloquearle el paso.
— De Ellen Anston —dijo Lawrence mirando a la mujer con una cínica
sonrisa. Christopher siguió su mirada. Ellen parecía haberse encogido en la
silla, como si quisiera desaparecer—. Nos ha robado, y hemos seguido su
pista hasta aquí. Se viene con nosotros, y al resto de ustedes los dejaremos
en paz.
—¡Nunca! —exclamó Anne. Se levantó y se colocó entre su amiga y los
dos hombres, como si así estuviera en condiciones de defenderla.
—Anne, no… —dijeron al mismo tiempo Christopher y Ellen, que por
fin se habían puesto de acuerdo en algo.
Los miró a ambos.
—No me digáis lo que tengo que hacer. —Christopher se crispó como si
le hubiera golpeado. ¿De verada le había hablado de esa forma, delante de
las visitas?
—¡Vosotros! —gritó Anne con la mirada fija en Kitty y Lawrence,
señalándolos con el dedo conforme avanzaba hacia ellos rodeando la mesa
—. ¿Quién os creéis que sooi, entrando por la fuerza en casa de lord
Merryweather e intentando llevaros a Ellen contra su voluntad? No te ha
robado, Lawrence, simplemente se ha llevado lo que le debías, pues
decidiste no pagarla cuando no quiso hacerte los… «favores especiales»
que le pedías.
Christopher escuchó un grito ahogado procedente de la mesa.
—Y tú, Kitty, o como diablos te llames, nombre que nadie conoce, pues
no eres famosa ni buena actriz salvo en tu propia cabeza. Eso sí, viniendo
aquí demuestras que, al menos, eres descarada y atrevida.
—Ya veo… —empezó Kitty arrastrando las palabras y sonriendo como
un felino a punto de sacar las garras—. Al menos se puede decir que ahora
mi cara es bastante más bonita que la tuya, ¿verdad, cariño? Qué pena lo
que te ocurrió en el escenario —dijo dando un exagerado suspiro—. ¡Qué
accidente tan terrible!
Christopher observó que la furia se apoderaba de Anne, que apretó los
puños y se puso rígida de pura tensión.
—No fue un accidente, como tú sabes muy bien —siseó Anne—.
Dejaste suelto ese gancho para que me golpeara. ¡Pude haber muerto! ¿Es
que no tienes compasión? ¿Nunca piensas en el bienestar de los demás? ¡Es
espantoso ser así! Es… terrible…
Christopher decidió que la cosa ya había ido demasiado lejos y dio un
paso atrás para poder poner la mano en la espalda de Anne. Pese al horror
que le estaba produciendo la situación, ella parecía necesitar a alguien en
quien apoyarse en ese momento.
—Es hora de que ustedes dos se marchen —dijo—. Por lo que acabo de
escuchar, la señorita Anston no les debe nada. Márchense de aquí ahora
mismo, y no vuelvan jamás, si no quieren que intervengan las autoridades.
—Ya veo. Así que usted es el adalid de nuestra pequeña dama… ¿qué
nombre fue el que utilizó? ¡Ah, sí! Annabelle Fredericks —dijo Lawrence
con tono burlón y con una sonrisa ladina en la boca. Las palabras de
Christopher no parecían haber tenido el menor efecto sobre él. La mayoría
de la gente solía temer el poder que podía desplegar alguien perteneciente a
la nobleza, pero al parecer o bien lo ignoraban o bien confiaban mucho en
su capacidad para evadir la ley.
—De momento, lo que soy es un hombre, un conde, que les está
ordenando que abandonen esta casa inmediatamente.
Lawrence se acercó a él y, con un movimiento rápido que pilló
desprevenido a Christopher, sacó una daga de detrás del cinturón y la
colocó frente a su cara.
—¿Y me puede decir, milord, si le gustaría tener en la cara una cicatriz
a juego con la de su pequeña novia? ¿Eh? —preguntó con voz ronca—. Me
aseguraré de que sea elegante y bonita, como el resto de su cara.
Anne dio un grito ahogado y, con movimiento muy rápido, Christopher
se puso en medio de ambos y agarró el brazo de Lawrence y, con un potente
giro de muñeca, le forzó a dejar caer el cuchillo en el suelo. En unos
segundos los rodearon otros caballeros, y Lawrence depuso su actitud de
inmediato, dándose cuenta de que no tenía la más mínima posibilidad de
cambiar la situación a su favor.
Christopher se acercó mucho a él.
—¿Qué cantidad cree que le adeuda la señorita Anston?
La suma que indicó Lawrence era casi ridícula para los estándares de
Christopher, pero sabía que para una joven como Ellen, que no contaba con
ingresos de ningún tipo, sí que tenía consecuencias.
—Muy bien —dijo de forma realista, pero con tono de dureza—. Le
pagaré lo que usted dice que le adeuda, pero tiene usted que comprometerse
a no volver nunca por aquí, ni a ponerse en contacto con lady Anne ni con
la señorita Anston. ¿Me ha entendido bien?
Lawrence asintió. Sus ojos brillaron al saber que iba a cobrar el dinero
que él creía que se le adeudaba. A Christopher no le gustaba nada que se
saliera con la suya, pero merecía la pena si así se aseguraba de que el
individuo nunca volvería a molestarles.
—Pues vamos —dijo.
—¡Dibney! —El mayordomo estaba junto a la puerta, temblando aun
visiblemente, aunque parecía haberse recuperado un tanto—. Traiga el
dinero y nos encontraremos en la entrada de servicio.
No quería que esa gente saliera por la puerta principal de su casa. Le
pareció que el mayordomo quería decirle algo, como si no estuviera de
acuerdo con pagar, pero por fin asintió y se retiró. La suma era tan escasa
que Dibney dispondría de ella con los fondos que manejaba para la gestión
del día a día de la casa.
Christopher empezó a conducir a la pareja hacia la entrada de servicio
cuando escuchó la voz crispada de Anne.
—¡Espera!
Se volvió algo molesto. ¿Qué más podía querer ahora?
No lo miró a él, sino que entrecerró los ojos en dirección a Kitty.
—¡Confiésalo! —espetó—. ¡Confiesa lo que hiciste!
—¿Por qué iba a hacer tal cosa? —preguntó la aludida alzando una ceja.
—Si no lo haces, me aseguraré de que tu vida se convierta en un
infierno —amenazó Anne—. Mi hermano es duque, y tiene contactos en
toda Inglaterra. Nunca volverás a pisar un escenario británico, serás una
proscrita, y tendrás que abandonar el país si quieres volver a pisar un
escenario en tu vida.
Lo cierto es que había pocas posibilidades de que el duque de
Breckenridge fuera capaz de hacer semejantes cosas, pero Kitty no parecía
tenerlas todas consigo. Empezó a mirar alternativamente a Anne, a
Lawrence y a él, y a Christopher le recordó a un ratoncillo atrapado.
—De acuerdo —dijo por fin hablando a través de los labios
semicerrados—. Es verdad, lo hice. Aflojé la cuerda para que quedara
suelta y di un tirón mientras estabas actuando. A partir de ahí, ya no supe lo
que podría pasar, si te rasgaría el vestido, te golpearía o… sí, incluso si te
mataría. La verdad es que me daba igual. No tenías nada que hacer en ese
escenario, y nunca vas a volver a él, ya que tu cara es tan horrible que da
asco contemplarla ni un segundo. ¿Ya estás contenta?
La mujer sonrió de una forma tan odiosa que a Christopher le entraron
ganas de borrarla a golpes de su cara, pero se controló. Vio que Anne lo
estaba pasando mal: le temblaban los labios, no sabía si de preocupación o
de ira. Vio a lady Honoria y le hizo una seña mirando a Anne. La joven
asintió y fue a recogerla y acompañarla fuera de la habitación, mientras
Christopher señaló la puerta con el brazo.
—Ustedes dos, fuera de aquí —dijo, yendo detrás de ellos—. No quiero
volver a verlos nunca, en toda mi vida.
C A P ÍT U L O 2 3

I nmediatamente después de que Honoria la hubiera acompañado a


uno de los salones de estar, concretamente el azul, que era el más
frío y que a Anne no le gustaba demasiado, Ellen irrumpió en la habitación
y cerró las puertas de un portazo.
—¡Oh, Anne! —exclamó, corriendo hacia ella, cayendo de rodillas y
tomándole las manos—. ¡No sabes cómo lo siento! ¡Jamás pensé que
podrían encontrarme aquí! Lord Merryweather se va a enfadar muchísimo.
Me voy a marchar ahora mismo, lo prometo, y nunca te volveré a molestar.
Anne se olvidó de sus preocupaciones personales al escuchar a Ellen.
Su amiga le había informado brevemente de su situación nada más llegar, y
le había prometido no decir nada a nadie, incluido Christopher. Le
avergonzaba que un hombre pudiera atreverse a utilizar el cuerpo de una
mujer contra su voluntad, y por mucho que intentaba convencer a su amiga
de que no era culpa suya, sino de Lawrence, Ellen estaba segura de que al
final cargaría con las consecuencias.
—Siéntate, Ellen —le dijo con tono firme, y la acompañó al sofá que
estaba al lado de su butaca—. Todo ha terminado. Esos dos canallas se han
ido con el dinero, malditos sean, pero supongo que ya no hay nada que
hacer. Al menos nos hemos librado por fin de ellos. Yo quería una
confesión, y la tengo, así que me tendré que conformar con ella.
—Sí, pero lord Merryweather pagó…
—Esa suma a él no le causa ningún perjuicio, en absoluto —dijo Anne
intentando tranquilizarla al respecto—. Aparte de eso, si hubiera algún
problema, yo tengo la asignación que me pasa mi hermano, así que podría
compensar a lord Merryweather de ser necesario.
No le transmitió la preocupación en esos momentos la asaltaba, que no
tenía nada que ver con el dinero. A Christopher seguro que ese aspecto no
le preocupaba lo más mínimo, pero sí el escándalo que se iba a cernir sobre
él dado el espectáculo que se había producido frente a testigos de la alta
sociedad. Lo que le faltaba…
—Él te ama, Anne —dijo Honoria en voz baja. Estaba a su lado, y al
parecer era capaz de leer sus pensamientos—. Lo entenderá, ya verás.
—Eso espero —contestó sin mucho ánimo—. Salió en mi defensa,
¿verdad Honoria? Y su modo de manejar a los dos sinvergüenzas fue
perfecto.
Se le expandió el corazón al recordarlo: la fiera mirada con la que
traspasó a los actores, cómo la defendió y cómo manejó la situación en todo
momento. Fue como ver a Alejandro Magno redivivo ante sus ojos.
—Puede que él…
Alguien llamó a la puerta quedamente y el pestillo empezó a girar
despacio.
—Perdón por la interrupción. —Era su magnífica voz de barítono, que
siempre le producía un escalofrío en la espina dorsal—. Lady Anne, ¿puedo
hablar con usted un momento?
Se colocó en el umbral de la puerta y ella no deseó otra cosa que correr
hacia él, dejar que la abrazara y sentir su protección. Nada más. Pero al
verle la cara se quedó quieta. Tenía los ojos entrecerrados y la mirada
contrariada. Se le hizo un nudo en el estómago esperando lo peor.
—Perdonadme —les dijo en un susurro a Honoria y a Ellen, que parecía
querer decir algo; pero Anne alzó una mano, sabiendo que dijera lo que
dijera, sólo contribuiría a empeorar la situación—. Hablaremos pronto.
Llegó a la altura de Christopher, que no dijo nada. Se limitó a ofrecerle
el brazo, y después se encaminaron por el pasillo en dirección a su
despacho.

—P or D ios , Anne —dijo Christopher tomando asiento frente al escritorio.


Apoyó la cara entre las manos y después se mesó los cabellos con los
dedos. Ella se sentó al otro lado del escritorio y estiró la mano para
acariciarlo, pero él se retiró como si fuera a quemarse.
Anne se mordió el labio y esperó a que Christopher dijera algo. Miró a
su alrededor. El despacho apenas tenía mobiliario, y hacía frío. Pensó en
como lo decoraría, seguro que con alfombras y cuadros de paisajes para
alegrarlo.
—No sé si voy a poder soportar más cosas como estas —musitó, y
Anne se inclinó hacia él, confiando en que no le hubiera entendido bien.
—¿Perdona?
—¡Que no sé si todo esto sigue mereciendo la pena! —dijo ahora con
mucha más convicción, poniéndose de pie.
—¿Qué se supone que significa eso? —dijo. La desesperación había
dado paso al enfado y a la terquedad.
—Pues quiero decir que no sé si esto, quiero decir lo nuestro sigue
mereciendo la pena o no —dijo intentando mantener la voz calmada. Estaba
claro que hacía un gran esfuerzo para mantener el control de sí mismo—.
Primero Ellen, después ese imbécil del teatro y esa mujer que te hirió. Para
empezar, todo esto no habría pasado si no te hubieras juntado con esa
banda.
—Me doy cuenta de ello —reconoció Anne intentando a su vez
permanecer tranquila, adoptando el papel de una institutriz para mantener a
sus pupilos en calma a su vez—. Eso fue un error, Christopher, hemos
hablado de ello una y otra vez. Y sé que ha tenido repercusiones, cosa que
siento muchísimo, pero no sé cuánto tiempo voy a tener que estar
disculpándome por ello.
De hecho, si él esperaba que fuera a hacerlo alguna vez más, iba a
decepcionarlo del todo.
Christopher se detuvo, volvió la cara hacia ella y cruzó las manos sobre
el pecho.
—¿Cuándo supiste que la señorita Anston se había llevado dinero de la
compañía de teatro?
—¡Se lo debían! —exclamó Anne para defender a su amiga, pero
Christopher alzó una mano.
—No estoy diciendo que no tenga razón en reclamarlo —dijo con algo
más de control—. Por desgracia, lo que ha contado tiene muchos visos de
ser verdad, y no pongo en duda que sea verdad lo que dice. Pero, de todas
formas, no es eso lo que he preguntado. ¿Cuándo lo supiste?
—Cuando llegó —admitió Anne, pero sintió la necesidad de defenderse
—. Me pidió que no dijera nada. Estaba avergonzada de lo que le había
pasado.
—Anne —continuó Christopher con tono neutro y sin la menor
emoción, que no auguraba nada bueno—. La trajiste a mi casa, a una fiesta
con bastantes invitados, incluyendo un duque y una duquesa. Sabiendo que
algo de esa magnitud podría afectarme, afectarnos a ambos, no puedes
guardar un secreto. Era tu prometido.
«Era». Anne fue muy consciente de la tensión y la frialdad, que empezó
a correr por sus propias venas.
—Me doy cuenta de que te pidió que te lo guardaras para ti, pero tenías
que haberle informado de que era fundamental informarme. De haberlo
sabido, podría haber evitado todo lo que ha ocurrido esta noche.
—¿Y cómo lo habrías hecho?
—Poniéndome en contacto con las autoridades adecuadas y
asegurándome de que se encargaran del asunto —afirmó con seguridad—.
Y ahora que la tal Kitty ha confesado, voy a asegurarme de que no se va de
rositas. Responderá por ello.
—¿Harás eso por mí? —preguntó, sintiendo un nuevo hilo de
esperanza.
—Lo haría por cualquiera —dijo, desanimándola de nuevo—. Porque es
lo que hay que hacer. Dime una cosa, Anne —continuó, rodeando el
escritorio para colocarse delante de ella—, y, por favor, dime la verdad.
Cuando Ellen dijo que ibais a poner en marcha una compañía de teatro,
¿qué quiso decir en realidad?
Anne notó que la sangre abandonaba la piel de su cara y que los dedos
se le quedaban fríos como témpanos. Juntó las manos y las apretó. Sabía lo
mucho que se iba a enfadar por ello, pero había pensado que, si se lo decía
en el momento y las circunstancias adecuadas, lo entendería. De hecho,
pensaba era un plan magnífico, y que le permitiría tender un puente entre
sus dos mundos.
—Ellen y yo decidimos crear nuestra propia compañía teatral, es verdad
—dijo, procurando que su enfado no le afectara, pues deseaba con todas sus
fuerzas que regresara la faceta encantadora de lord Merryweather. Se puso
de pie para intentar recuperar el ánimo—. Intenté decírtelo yo misma, pero
no encontré el momento, y Ellen… bueno, ya sabes. Pensamos que
podríamos empezar a nivel local, contratar algunos actores y probar en la
ciudad. Representar unas pocas obras. Ni siquiera nos plantearíamos ganar
dinero para empezar, sólo…
—Por favor, dime que estás bromeando —dijo, y apretó los labios.
Estaba muy tenso. Pese a su cercanía, parecía a miles de kilómetros de ella.
—Jamás bromearía acerca de algo como esto —dijo, desesperada por
que la comprendiera—. Habría esperado a que estuviéramos casados, por
supuesto, pero…
—¿Pensabas hacer esto siendo la condesa de Merryweather?
—¿Y quién iba a ser si no?
—Anne Finchley, hermana del duque de Breckenridge —dijo con gesto
duro e inflexible—. ¿Cuándo vas a entender que mi esposa no va a salir a
escena disfrazada en espectáculos a los que iría la gente del pueblo?
—¿Y cuándo vas a entender tú que yo nunca voy a ser la esposa sumisa
que se comporta exactamente como la alta sociedad desea y espera que lo
haga? Yo te amo, Christopher. Es verdad, te amo, por muy terco e inflexible
que puedas ser. Y seré tu esposa, la esposa que debo ser, sin provocar
escándalos nunca más, ya ha sido suficiente. Lo que te pido es que me ames
por lo que de verdad soy como persona. Si no puedes hacerlo, entonces…
—Se le quebró la voz, que se redujo a un susurro—. En ese caso, no sé
cómo vamos a poder ser felices juntos.
Se quedaron allí de pie, mirándose a los ojos y respirando con fuerza.
La tensión del momento era muy alta, y Anne notó un dolor intenso en el
pecho, como si algo se rompiera en su interior, probablemente el corazón. Y
es que, por mucho que lo amara, nunca le iba a permitir doblegar su
espíritu, convertirla en alguien que nunca podría ser. Esperó a que dijera
algo, que la amaba tal como era.
Christopher abrió la boca, pero la cerró de nuevo. Bajando la vista para
contemplar la alfombra color crema que cubría el suelo. En un momento
dado se llevó las manos a las caderas, y después las bajo otra vez.
—Yo… —empezó, y se frotó la frente—, yo te amo, Anne, de verdad,
pero… esta forma de comportarte tiene que acabar.
—Muy bien —dijo ella tras controlar un sollozo y darse cuenta de que
nunca iba a decir las palabras que ansiaba que dijera. Su gesto fue de
profunda tristeza—. Creo que los dos sabemos lo que va a ocurrir ahora.
Adiós, Christopher.
C A P ÍT U L O 2 4

D os meses más tarde

L ondres , Inglaterra

A nne apoyaba los pies en el brazo del sofá Chesterfield y sujetaba el libro
sobre la cabeza. Era muy aburrido, así que tardó poco en lanzarlo
dramáticamente al suelo. Se quedó mirando la lámpara dorada que había
sobre su cabeza, de la que parecía que iba a surgir gotas de lluvia, y se puso
de pie. Se acercó a la ventana para observar la calle de Mayfair. Nada
interesante que ver, nada en absoluto. Suspiró y se acercó al lienzo que
estaba en la esquina del salón. Era como si la mirara fijamente, esperando
recibir color, imágenes, vida… pero no tenía dentro nada que ofrecer.
Finalmente, se acercó al pianoforte. Este salón de estar iba a ser para
ella sola durante toda la temporada, pues lo más probable era que Olivia se
quedara en el campo todo el tiempo. Su madre estaba también allí, por
supuesto, decidida a que Anne encontrara pareja. Lo cierto es que su madre
era demasiado optimista, o al menos eso pensaba Anne, que le había dicho a
lady Cecelia que no creía que fuera a encontrar pareja nunca más, pues
nadie querría escogerla. Ahora no sólo tenía un escándalo a sus espaldas y
una cicatriz en la cara, sino que había sido rechazada por uno de los solteros
más deseados de toda Inglaterra.
Anne golpeó las teclas con los dedos, produciendo un ruido horrísono
en la habitación. Se llevó las manos a la cabeza. Ellen se había marchado de
la hacienda de Christopher hacía dos meses, avergonzada por todo lo que
había ocurrido, y Anne no la había visto desde entonces. La temporada aún
no había entrado en su fase más activa, y desde su regreso a Londres Anne
no había recibido ninguna visita, lo cual contrastaba de forma muy
llamativa con el desfile continuo de jóvenes de ambos sexos que habían
frecuentado su casa la temporada anterior. Parecía que ya nadie quería tener
nada que ver con ella.
—Debo decir que nunca había escuchado unos acordes tan
melancólicos.
—¡Honoria! —Anne se levantó de un salto de la banqueta, salió
corriendo hacia su amiga y la abrazó efusivamente al llegar a su altura—.
¡Eres la primera alegría que me llevo desde hace mucho tiempo! Qué suerte
tengo de contar con una amiga que aún me aprecia.
Honoria rio y le devolvió el abrazo.
—Ni aunque causaras un escándalo con el mismísimo príncipe regente
te abandonaría, Anne —afirmó entre sonrisas—. Si no, no sería amiga tuya.
—Si los demás pensaran así… —dijo Anne dando un suspiro. Soltó a
Honoria y se dirigió a la zona de estar para volver a sentarse en el sofá
mientras que Honoria tomaba asiento frente a ella.
—Supongo que hablas de lord Merryweather —dijo Honoria.
—Sí, supongo que sí —concedió encogiéndose de hombros—. ¿Pero
eso que importa ya? Ya no me quiere… y creo que en realidad nunca me
quiso.
—No creo que eso sea cierto —dijo Honoria con tranquilidad—. Podría
volver contigo, nunca se sabe. Quizá se dé cuenta de que actuó demasiado
impulsivamente.
—Él nunca actúa así, no se deja llevar por los impulsos. Y si lo hace, no
lo reconoce —dijo Anne con tono taciturno, apretando los pliegues del
vestido.
—Bueno —dijo Honoria inclinándose hacia su amiga—. Tú no eres una
persona que suela sentarse y dejarse llevar por la desesperación sin
reaccionar. ¿Por qué no vamos esta noche al teatro? Eso siempre te alegra
bastante.
—No lo creo, la verdad —dijo Anne negando con la cabeza—. Sólo me
recordaría todo lo que provocó mi caída.
—Anne —empezó de nuevo Honoria mirándola con la cabeza algo
inclinada hacia un lado—. Siempre has amado el teatro. No lo pierdas, pues
esa sería la mayor tragedia de todas las que te podrían ocurrir.
—¿Qué obra representan? —preguntó Anne intentando no mostrar
demasiado interés. Hacía mucho tiempo que no veía ninguna obra.
—Así va el mundo.
—¡Ah! Me encanta esa obra… —dijo en voz baja.
—Muy bien, pues decidido —dijo Honoria—. Mi prima y yo iremos
contigo y con tu madre, ¿qué te parece?
Anne se encogió de hombros.
—Bueno, de acuerdo, pero lo hago por ti, ¿eh, Honoria?
Su amiga asintió y se levantó para marcharse.
—Y ahora, Anne, basta de compadecerte de ti misma. Quiero que mi
amiga vuelva. Empieza a regresar esta noche, ¿de acuerdo?

—¡L ord Merryweather, ¡qué magnífico volver a verlo de nuevo!


Se volvió al escuchar el saludo, y vio a las tres hermanas Winterton
acercarse a paso de marcha. No estaba muy seguro de cuál de ellas era la
que había hablado, aunque… ¿acaso importaba? Con su mirada imprecisa
las tres le parecían casi iguales, con sus vestidos color crema y el pelo
oscuro peinado hacia atrás y con rizos sobre la frente. Prefería el pelo rubio.
Rubio arena. Que cayera sobre los hombros… los hombros de ella. Dio un
pequeño traspiés.
—Párate un instante, hombre —dijo otra voz. Esta vez masculina.
Watson, claro. Había ido con Watson. De hecho, Watson era la única razón
por la que había ido. ¡Maldito fuera! No quería estar allí. No quería verse
obligado a hablar con la primera hermana Winterton uno, ni con la segunda,
ni con la tercera. Quería estar en casa, en su biblioteca, con un vaso de
brandi en la mano.
—Lady Winterton te ha saludado —dijo Watson, y Christopher gruñó
cuando su amigo le dio un golpe en el costado—. Responde por educación,
y después nos vamos a donde estemos solos. Hoy no te va bien la
compañía, me temo.
—Me alegro de volver a verla —dijo, acompañando las palabras con lo
que pretendía ser un saludo amistoso con la mano. Watson dijo algo entre
dientes que no entendió del todo y después le dio un empujón casi violento
que lo proyectó hacia delante.
—¿Por qué has hecho eso? —volvió a gruñir.
—Estás borracho, y te estás comportando como un estúpido y un patán
—espetó Watson—. Has estado a punto de darle una bofetada en la cara a
lady Winterton. No te debía haber traído aquí.
—En eso sí que estamos de acuerdo —dijo Christopher.
No estaba muy seguro de que obra representaban. Nunca le había
gustado demasiado el teatro, pero ahora lo detestaba apasionadamente. Pero
Watson se había empeñado en no aceptar una negativa por respuesta en lo
que se refería al ocio de esa noche.
—Vamos a ver, Merryweather, tú nunca has sido muy dado a la bebida,
se te sube enseguida a la cabeza —dijo Watson una vez en el palco… Sé
que piensas que te han hecho daño, pero si echas de menos a lady Anne de
esa manera, ¿por qué no vuelves a hablar con ella y…?
Christopher negó con la cabeza y Watson dejó de hablar. Estaba harto
de ella, y ella de él. Y también la echaba de menos… desesperadamente.
Pero no le iba a contar eso a Watson. Además, en la bebida había
encontrado una nueva amiga. Le daba calor y le acompañaba. Llevaba
demasiado tiempo sintiéndose solo.
—De hecho, creo que ha venido esta noche. Mira de frente, dos palcos
por debajo.
Christopher no quería mirar. No iba a hacerlo. Pero, de repente, no pudo
evitar mirar hacia donde estaba señalando Watson con el dedo índice. No le
costó demasiado encontrarla. El largo pelo rubio, el vestido azul, que era su
color favorito, como ya sabía. Su aspecto… su aspecto era fatal, pensó, con
el pelo lacio alrededor de la cara. Tenía la tez pálida, sin el sonrosado
habitual de las mejillas que tanto alegraba su mirada. Una mirada tensa en
una cara triste. Verla así debería haberle producido algún tipo de
satisfacción, pero no fue así, ni mucho menos. Todo lo contrario, lo sumió
en una melancolía aún más profunda que antes. Nunca había pretendido
causarle tanta pena. No quería verla tan herida. Y ahora, se notaba que no
sólo estaba sufriendo, sino que además era culpa de él.
Se levantó del asiento.
—Me voy a casa, Watson —dijo, agarrándose a la barandilla para
mantenerse en equilibrio—. Ven conmigo si quieres, o no, lo que te parezca.

—¡V a a ser una noche estupenda!, ¿verdad? —preguntó Honoria, pero


Anne no fue capaz de aportar nada al optimismo de su amiga.
Sencillamente se encogió de hombros y no dijo nada.
—¡Por supuesto que sí, lady Honoria! —dijo su madre desde el otro
lado, seguramente para intentar maquillar la falta de entusiasmo de Anne—.
Gracias por habernos traído con usted.
Anne había insistido en que no se detuvieran a hablar con nadie, sino
que se dirigieran directamente hacia su palco. Había dado el paso de ir esa
noche al teatro, pero lo de hablar con alguien perteneciente a la alta
sociedad tendría que esperar a alguna otra salida, a otra noche en la que
pudiera reunir más coraje.
—¡Oh, Anne! —dijo Honoria comprensiva—. Olvida a lord
Merryweather, olvida los cotilleos. Céntrate en lo que ocurra sobre el
escenario.
Ese era precisamente el problema. Cada vez que Anne miraba al
escenario, no podía acordarse de otra cosa que de su problema, de su
accidente, de la herida que había terminado de una vez por todas con el
sueño de su vida. Porque durante cierto tiempo había esperado que podría
lograr todo aquello a lo que aspiraba, pero ahora sabía que había sido una
ilusa. Siempre lo había sido.
Un movimiento al otro lado del teatro captó su atención, y vio como un
hombre se levantaba. Pensó que era de mala educación. Y, en ese momento,
se dio cuenta de quién era el caballero que, tambaleándose ligeramente, se
estaba marchando de su palco: no era otro que Christopher. Hacía mucho
que no lo veía, aunque, por supuesto, tenía sus rasgos grabados a fuego en
la mente. Se detuvo un momento, como si pudiera sentir su mirada sin
verla. Se volvió y las miradas coincidieron. Lo veía lo suficientemente bien
como para captar su fuerte complexión, aunque le pareció que había
adelgazado un poco, y que su atuendo, siempre elegante y sobrio, esta
noche no le era tanto. También parecía bambolearse un poco. Entrecerró los
ojos, apartó rápido la mirada y echó a andar hacia la salida del palco.
Anne sintió como si una tormenta se desatara en su interior al darse
cuenta de su rechazo.
—Quiero irme a casa, Honoria —dijo, dándose cuenta con horro de que
se le llenaban los ojos de lágrimas—. Estoy harta de esto.
En realidad, estaba harta de todo: del teatro, de la alta sociedad y, sobre
todo, del amor.
C A P ÍT U L O 2 5

B ueno, al menos eso era lo que pensaba, que estaba harta de todo.
Hasta que su madre le suplicó, ¡sí, le suplicó!, que acudiera al
primer baile de la temporada. No al primero oficial, sino al primero al que
iba a acudir todo el mundo que quisiera ser visto.
—¡Vamos, Anne, tampoco va a ser tan terrible! —le dijo su madre casi
nada más levantarse por la mañana—. Estoy segura de que todo el mundo
se habrá olvidado por completo de lo que te pasó hace unos meses.
—No creo que sea así ni mucho menos —dijo Anne echando las manos
hacia atrás, gesto que acompañó poniendo los ojos en blanco de forma muy
dramática—. La temporada acaba de empezar, y ya sabe que durante el
verano casi no se producen escándalos. Voy a ser la única fuente de
diversión de la noche.
—Sólo hay una forma de acabar con eso —dijo su madre—. Levanta la
barbilla, pon gesto de valentía y demuéstrales que nadie va a poder contigo.
Además, ¿qué otra cosa puedes hacer, hija? ¿Quedarte sentada en el salón
de casa durante toda la temporada? No lo creo, la verdad. —Le acarició la
mejilla—. No olvides lo mucho que te gusta bailar, y los vestidos, y flirtear.
¡Ten presente que todo el mundo va a estar pendiente de ti cada vez que
salgas a la pista de baile! —Puso una expresión soñadora.
—Las cosas cambian, madre —dijo Anne con tono taciturno.
—Pues entonces cámbialas —urgió su madre con sorprendente
determinación—. Tienes que venir, Anne. No he visto a nadie desde hace
muchísimo tiempo, y sería muy impropio que no me acompañaras.
Así que, para no sentirse culpable de dejar sola a su madre, allí estaba
Anne sentada entre las «feas del baile». Nunca había pensado ni por un
momento que, alguna vez, pasaría a formar parte de ese grupo. Mantenía la
cabeza baja, mirándose las manos recogidas en el regazo y hablando sola.
«Sólo unas horas. Soportar esto y volver a casa. Aguantar un par de
semanas más o menos a que surja un nuevo escándalo y todos se olviden de
ti. O bien puedo urdir un plan para huir y empezar una nueva vida. ¡Sí, eso
es! ¡Acabar con esto! Basta de hacer el paripé, basta de…
—¡Vaya! ¿Pero no es lady Anne Finchley…?
«¡Dios del cielo, no! Cualquiera menos ella, ¡cualquiera!
Anne respiró hondo y tragó saliva con fuerza. Le entraron ganas de huir
a toda prisa y tan lejos como pudiera, pero no le iba a dar esa satisfacción a
Gertrude. Se levantó y, recordando las palabras de su madre, alzó la barbilla
todo lo que fue capaz.
—Lady Rumsfelter —dijo forzando una sonrisa—, que agradable volver
a verla.
—Lo mismo digo —El brillo de sus ojos era revelador—. No esperaba
verla a usted aquí esta noche… en realidad, en toda la temporada. ¡Ah, me
encanta cómo se ha arreglado el pelo! Su doncella ha hecho un buen trabajo
intentando… ocultar la cicatriz con los rizos.
Anne apretó los puños, pero mantuvo la sonrisa. Eso era exactamente lo
que Bridget había intentado, pero ni mucho menos iba a confesárselo a la
muy arpía.
—Bueno Anne, tienes que contarme lo de lord Merryweather —dijo
Gertrude tuteándola—. La última vez que os vi, él dijo que estabais
prometidos, pero he escuchado que quizá eso ya no sea así.
A Anne le entraron ganas de negarlo, sólo por el hecho de que odiaba la
sonrisa de satisfacción de Gertrude, pero no iba a escudarse en una mentira
que tenía tan poco recorrido.
—No estamos prometidos —dijo a duras penas—. Como estoy segura
de que ya sabes, Gertrude.
—¡Oh, Dios mío! —dijo llevándose la mano a la boca—. ¿Y qué pasó?
—En este momento preferiría no dar detalles. —Se le empezó a hacer
un nudo en la garganta y los ojos le ardieron.
—¡Pobre querida mía! —dijo con falsa pena Gertrude—. Bueno,
entonces lo que he visto hace un momento empieza a tener sentido —dijo
inclinándose hacia ella y con tono conspiratorio—. Al comienzo del baile
he visto a lord Merryweather con una de las hermanas Winterton. Parecían
muy enamorados, y he pensado para mí que cómo era posible que tal cosa
fuera así estando prometido con la pobre Anne… —Soltó una risita
nerviosa—. Me alegra mucho que no sea así. Pues nada, Anne, te deseo que
encuentre cuanto antes un nuevo pretendiente. Si alguien es capaz de
superar todas las dificultades que tal cosa presenta, esa eres tú, querida.
Se volvió de inmediato y avanzó a toda prisa hacia un grupo de mujeres
que la esperaban. Casi inmediatamente todas ellas miraron a Anne con poco
disimulo y empezaron a reírse. Anne hizo lo que pudo para conservar la
dignidad. Intentó mantener las miradas sin traicionarse a sí misma y mostrar
lo mucho que todo aquello la hería. Pero al final fue más de lo que pudo
soportar, y giró sobre sus talones, desesperada por encontrar dónde
refugiarse de tanta maldad. No iba a huir. Sólo quería estar sola unos
momentos.

E sa noche , Christopher había logrado restringir la ingesta de alcohol a dos


copas. Watson le había dicho con absoluta claridad que, si superaba ese
límite, no volvería a dirigirle la palabra en toda su vida. Suspiró y miró a su
alrededor. No quería estar donde estaba, rodeado de todas esas insulsas
damas de la alta sociedad, siempre deseando de apuñalarse por la espalda
unas a otras. Y sin embargo allí estaba, intentando distraerse y no pensar en
lo que siempre pensaba, en ella y sólo en ella.
Cuando vio a Anne la noche anterior, al final tuvo que admitir lo que en
realidad había sabido desde el momento en el que se fue de su casa: que
había cometido un inmenso error. Su casa se había quedado tan vacía y tan
solitaria como su corazón. En el momento en que le dio la espalda no se
había dado cuenta de hasta qué punto había llenado el hueco que había en
su vida, en su alma. Un hueco que, en realidad, ni siquiera sabía que
existiera. Sin embargo, ahora que no estaba, lo que había dejado tras ella era
una sensación de desesperación de la que no sabía cómo librarse.
Apoyó la espalda contra la pared y paseó la vista por la habitación. Las
hermanas Winterton estaban allí, por supuesto. Su madre las empujaba
hacia cualquier caballero que pasara cerca. Se habían lanzado hacia él nada
más puso el pie en el salón, pero tras responder a su ataque con unas
cuantas palabras corteses, habían renunciado y lo habían dejado en paz. En
esos momentos, una de ellas estaba intentando ligar con Watson, que apenas
podía meter baza, pues la joven cotorreaba como si le fuera la vida en ello.
Christopher siguió con su observación del salón. Aunque en realidad no
sabía para qué. Sin duda que Anne no estaría allí. Sabía que no había
podido quedarse en el teatro la noche anterior, pues Watson le había
contado que se había marchado durante el intermedio. Todavía era objeto de
muchas habladurías. En realidad, los dos lo eran, lo cual estaba claro dadas
las muchas miradas dirigidas a él durante toda la velada. Sabía que para ella
habría sido muchísimo peor, sin duda alguna. Él no era más que un detalle
de la historia. Sin embargo, ella era la historia en sí misma.
Fijó los ojos en una conversación que se estaba produciendo en un
rincón. E inmediatamente su corazón dejó de latir. Porque allí estaba. Anne.
Su Anne. ¿Por qué había sido tan estúpido? Estaba de espaldas a la pared,
un sitio en el que nunca la había visto antes, un sitio que no era para ella.
Hablaba con alguien, no estaba seguro de con quién, pero la expresión de su
cara parecía algo desesperada. Christopher empezó a abrirse camino entre la
gente. La necesidad de llegar hasta ella oscurecía todo lo demás. Si pudiera
hablar con ella… Había sido muy orgulloso, demasiado, y muy estúpido,
pero quizá estuviera a tiempo de rectificar y hacer las cosas bien.
Llegó casi a la altura de Anne y pudo escuchar las últimas palabras de
lady Rumsfelter, que se referían a su propia conversación con lady
Winterton. ¡Qué mentiras contaba esa mujer! Se indignó sobremanera, y
cuando se separó de Anne, Christopher la siguió para pedirle,
educadamente, que contara semejantes falsedades acerca de él… pero en
ese momento pudo ver la cara de Anne. Ella aún no le había visto, pues
seguía con la mirada a la arpía de lady Rumsfelter, que había vuelto con sus
amigas; todas reían maliciosamente. Después, con la dignidad de una reina,
se dio la vuelta para marcharse de la habitación. Christopher no la siguió de
inmediato, pero en cuanto salió del salón de baile, Anne prácticamente echó
a correr por el pasillo hasta que, al parecer, encontró una habitación
adecuada y entró en ella dando un portazo.
—¡Anne! —casi gritó Christopher al tiempo que llamaba a la puerta—.
¿Puedo entrar?
Al no escuchar nada, giró el pomo para abrir la puerta de la habitación.
Se trataba de una pequeña biblioteca, en la que de momento no fue capaz de
ver a Anne.
—Anne —volvió a llamarla. Al tiempo que miraba por todas partes,
hasta que por fin la vio entre dos estanterías llenas de libros de la parte de
atrás. Las lágrimas rodaban casi a borbotones por ambas mejillas, a
Christopher se le rompió el corazón. Esto no tenía que haber sucedido,
nunca. No tenía que haber experimentado semejante dolor.
—Anne —dijo una vez más acercándose a ella. Quería confortarla por
todo lo que estaba experimentando.
—¡No me toques! —gritó apartándose de él, que dejó caer los brazos a
lo largo del cuerpo.
—Anne, lo siento muchísimo —dijo con desesperación, esperando que
se diera cuenta de lo arrepentido que estaba—. No quería herirte, en ningún
momento. Estaba equivocado. Dejé que el orgullo y… también la
arrogancia, sí, se interpusieran entre nosotros. Lo siento, Anne, lo siento de
verdad. ¿Vas a darme otra oportunidad?
Al escuchar eso levantó los ojos hacia él. El dolor era muy patente en su
mirada.
—Christopher… —susurró—. No te has dirigido a mí, ni una sola
palabra, en dos meses, desde el día que te dije que te amaba y tú me diste la
espalda. Me destrozaste el corazón, por completo, haciendo que me sintiera
aún más estúpida de lo que ya era, ¿y ahora piensas que con una simple
disculpa voy a volver a caer en tus brazos, sin más?
Pues… la verdad era que sí, que eso era lo que había estado pensando,
aunque seguramente no sería muy inteligente por su parte confirmárselo.
No había tenido tiempo suficiente para poner en marcha un plan, pues todo
parecía haber cambiado desde que ayer la vio de nuevo.
—Me hiciste daño, Christopher, mucho más del que nunca habría
podido imaginar —prosiguió—. Sé que hiciste muchas cosas por mí.
Viniste a buscarme cuando necesitaba que alguien me rescatara. No me
juzgaste, al menos al principio, sino que me ayudaste a recuperarme del
daño físico y moral. Estuviste conmigo cuando necesitaba un amigo, pese a
que estaba apartándote de tu vida y tus planes. Y accediste a casarte
conmigo para salvarme de la humillación social.
Empezó a llenarse de esperanza. Si era capaz de reconocer todo eso,
¿significaba que lo estaba perdonando?
—Pero entonces —prosiguió con un profundo suspiro, y a Christopher
le dio un vuelco el corazón— me diste la espalda cuando las cosas se
volvieron demasiado distintas de tu plan para una vida perfecta. Me
rechazaste, Christopher. Y la verdad es que la vida no es ni perfecta ni
controlable. Porque, si lo fuera, ¿dónde estaría la sorpresa, la diversión? Sé
que necesitas atenerte a tus planes, que todo sea previsible. Lo entiendo, y
estaba bien dispuesta a adaptarme a ello, a hacer lo que necesitabas, a estar
contigo, siempre y cuando hubiera cierto espacio para cierto toma y daca.
Pero no lo aceptaste, Christopher.
—Ahora me he dado cuenta —dijo, y él mismo notó la desesperación en
su voz—. Me costó demasiado llegar a entenderlo, lo sé, Anne. Fui un
estúpido. Estos dos meses han sido un infierno. Ansiaba estar contigo,
decirte lo que sentía, pero he sido demasiado orgulloso, ni más, ni menos.
Una razón más por la que debo ser perdonado.
Anne suspiró y miró al suelo.
—Por desgracia no existe una lista que revisar, Christopher —dijo
negando con la cabeza y la voz algo rota—. Necesitas una esposa que
siempre se porte de forma apropiada y equilibrada, cuyo nombre no salga
nunca en las gacetillas de escándalos. Una mujer que sea feliz por el simple
hecho de ser tu condesa y cuidar de tu casa. Sé que sería capaz de amarte
más que a nada, y también que lo haría bien gestionando tu casa y tu
hacienda, pero necesito más que eso para ser feliz, y tú no puedes aceptarlo.
Así que lo nuestro no es posible.
—Pero yo te amo, Anne… —. Había mucha desesperación en su voz.
No era así como se lo que ría decir, sino hacerle ver que había llevado a su
vida tanta luz y tanta alegría que merecía la pena por completo, mucho más
de lo que nunca podría haber imaginado.
—Es demasiado tarde —dijo con tristeza. Inmediatamente después y
tomándole del todo por sorpresa, salió andando muy deprisa en dirección a
la puerta—. Adiós, Christopher.
C A P ÍT U L O 2 6

—¿A nne?
—¡Alastair!
Si había algo o alguien capaz de alegrarla, ese era su hermano. Anne se
levantó de su sitio en la mesa y corrió hacia la puerta de entrada a abrazarlo.
Estuvo a punto de llorar cuando la rodeó con sus brazos en un poco habitual
gesto de afecto. De alguna forma se había dado cuenta de que esa noche
necesitaba consuelo.
Había pasado una semana desde la última vez que vio a Christopher, y
había esperado que, finalmente, el hecho de tener la oportunidad de decirle
lo que pensaba cerraría su relación y que eso le permitiría seguir adelante.
Pero el hecho de verlo tan destrozado, de escuchar sus palabras, sólo había
conseguido destrozarla aún más. Cuando dijo que la amaba, sintió la
absoluta necesidad de acceder a todo lo que quisiera de ella con tal de que
de nuevo estuvieran juntos. Pero, en lo más profundo de su corazón, sabía
que el hecho de renunciar a la gran pasión de su vida iba a conducir sin
remedio a un futuro de amargura y resentimiento.
—¡Qué tal Hannah? ¿Y Olivia?
Alastair se sentó en la mesa junto a ella y contestó todas sus preguntas.
Le dijo lo que quería oír, y todas las novedades. Su madre había salido para
acudir a una función, pero esta vez Anne se había negado a hacerlo. De
hecho, esa era la razón por la que Alastair había acudido: Anne estaba
decidida a irse al campo y dedicar cierto tiempo a pensar qué era lo que
quería hacer con su vida a partir de ahora.
—¿Cuándo quieres que nos marchemos? —le preguntó, una vez que le
hubo hablado de ello.
—Pronto —contestó—. Mañana mismo, en realidad. No quiero dejar
sola a Olivia mucho tiempo.
—Lo entiendo —dijo, encantada de dejar atrás Londres cuanto antes—.
Voy a asegurarme de que la doncella lo tenga todo preparado.
A su madre no le agradó que Alastair se quedara tan poco tiempo, pero,
una vez empezado el viaje, Anne se sintió muy aliviada, tanto que fue capaz
de apoyar la cabeza en los almohadones y relajarse por fin. El movimiento
del carruaje le resultaba extrañamente suave, y enseguida cayó en un sueño
agradable y profundo.

S e despertó y se incorporó al notar el aire fresco que entraba a través de la


portezuela del carruaje. Miró a su alrededor, y vio que Alastair ya se había
bajado.
—¡Alastair! —lo llamó, asomando la cabeza. No hubo respuesta, y
empezó a descender los peldaños de la escalerilla—. ¿Dónde estamos? Esto
no es…
Esta no era su casa, no. Esto era Gracebourne… la casa de Christopher.
Se volvió y vio a Alastair de pie detrás de ella, bloqueando el camino de
vuelta al carruaje. El corazón empezó a latirle toda velocidad, y la visión de
su casa hizo que entrara en pánico. No deseaba enfrentarse a eso, otra vez
no…
—Alastair, ¿qué significa esto? ¡Deja que vuelva al carruaje ahora
mismo!
—Anne, podemos irnos, pero primero quiero que veas una cosa —dijo
con mucha calma alzando una mano, sin dejarse afectar por su dramatismo.
—Alastair, Christopher y yo no estamos hechos el uno para el otro. Ha
quedado demostrado muchas veces que somos muy distintos, e incapaces de
encontrar una forma de estar juntos sin que uno de nosotros salga perdiendo
y renuncie a sí mismo. Lo sabes muy bien. ¿De verdad quieres que vuelva a
pasar por toda esta sórdida historia una vez más?
—Lo entiendo, Anne —dijo mirándola con incomodidad—. No
obstante, y pese a todo lo que ha pasado, también sé que él te ama de
verdad, te ama mucho. Vino a verme, y está destrozado. Te necesita.
—No estoy muy segura de eso —dijo. Su tono fue un tanto brusco, pues
no le gustaba hablar de esas cosas con su hermano—. ¡Y yo no lo necesito a
él!
—¿Estás segura de eso? —preguntó suavemente—. Ven. Concédele una
hora. Si al cabo de ese tiempo sigues queriendo marcharte, nos iremos.
¿Podrás hacer eso? No quiero forzarte, Anne, pero por favor, te lo ruego,
sólo una hora.
Suspiró y vio a Christopher a la puerta de su casa, con las manos en la
espalda paseando de un lado a otro a grandes pasos.
—De acuerdo —dijo por fin Anne volviéndose hacia su hermano—.
Una hora, eso será todo.
Subieron por la larga senda, con la mano de Alastair en su espalda, y
ella le agradeció el apoyo, a pesar del engaño del que había sido objeto.
—Si no hubiera estado dormida, ¿me habrías dicho que veníamos aquí?
—murmuró.
—No —contestó inmediatamente, y le escuchó reír entre dientes—,
porque seguramente habrías saltado del carruaje.
Ella también estuvo a punto de reírse, pero se habían acercado tanto que
ya podía ver la cara de Christopher. Parecía afligido, aunque al mismo
tiempo también esperanzado.
Y ella estaba deseando salir corriendo hacia él y rodearlo con sus
brazos, decirle lo maravilloso que era volver a verlo, y lo mucho que se
arrepentía de haberlo rechazado. Pero se controló. «Este hombre no es para
ti, Anne. Vosotros dos no podéis estar juntos y satisfechos con vuestras
vidas.» Intentó fijar una sonrisa en el rostro, un gesto que no revelara la
realidad de lo que estaba pensando o sintiendo. Se trataba de un amigo al
que le apetecía ver. Eso era todo. «Mentirosa».
—Hola, Anne —dijo con gesto controlado mientras ella y Alastair
subían por las escaleras hasta la puerta de entrada. Después inclinó la
cabeza en dirección a su hermano—. Gracias, Breckenridge.
Anne miró a su hermano con el rabillo del ojo. Sabía que él quería que
se casase con Christopher, o más bien que se casara sin más, pero esto era
algo que no pensaba que fuera capaz de hacer. Tampoco es que su propio
matrimonio con Olivia hubiera sido particularmente convencional. De
hecho, si hubiera podido hubiera salido corriendo en dirección contraria. Se
casó simplemente porque no tenía otra opción que hacerlo. Y ahora, la
había traído hasta aquí porque, al parecer, Christopher y ella tenían cosas de
las que hablar.
Christopher le hizo un gesto con la mano.
—¿Me acompañas un momento, Anne? Me gustaría enseñarte algo.
—De acuerdo —dijo asintiendo. Mantuvo la mirada al frente mientras
la dirigió a través del vestíbulo y por el pasillo hacia la parte trasera de la
casa. Ella ya sabía que la mayor parte de las estancias de esa zona estaban
sin utilizar. Un invernadero limpio, pero casi vacío de plantas. Un par de
salas de estar con el mobiliario cubierto con sábanas para evitar que
acumulara polvo. Había recorrido Gracebourne en su anterior visita, no
había sido capaz de controlar la curiosidad.
Christopher abrió la puerta del invernadero y la invitó a pasar delante de
él. Entró sin saber lo que podía esperar y se detuvo de inmediato,
anonadada ante lo que estaba viendo.
—¡Christopher! —susurró llevándose la mano a la boca.
Y es que, delante de ella había el escenario más maravilloso que había
visto en toda su vida. Las pocas plantas que sobrevivían habían
desaparecido, lo mismo que los muebles de las ya inexistentes y olvidadas
habitaciones. El sol entraba por los ventanales e iluminaba la plataforma de
madera, que seguramente se había construido hacía muy poco, pues el olor
a madera fresca era penetrante. Colgaban del techo unas cortinas de denso
terciopelo rojo, y frente al escenario había varias filas de asientos para el
público. En los extremos de la amplísima habitación había algunas plantas,
que sí que estaban cuidadas.
—¿Qué es esto? —preguntó, casi sin aliento. Pero Christopher no
contestó. Se limitó a sonreír nerviosamente y después se acercó al
escenario, subió los escalones y se colocó en el centro. Anne no le quitaba
ojo, pues parecía estar tremendamente nervioso e incómodo. Se aclaró la
garganta y movió los hombros para reducir la tensión.
Inspiró hondo.

«D eja que no admita yo impedimentos


al enlace de dos almas afines.
Amor no es amor si cambia al encuentro
de condiciones adversas u hostiles.
¡O no! El amor es siempre una constante
que la tormenta no logra virar,
estrella de todo barco vagante,
de gran altura y valor sin igual.
No es bufón del tiempo, aunque la belleza,
bajo su hoz, queda mortalmente herida.
Las horas no le restan fortaleza
y perdura hasta el final de la vida.
Mas de probarse que estoy equivocado,
yo no he escrito nunca, ni el hombre ha amado.»

C uando terminó de recitar , abandonó el escenario y se dirigió hacia ella,


que estaba de pie, absolutamente embelesada. Por una vez en su vida, Anne
se había quedado muda, sin palabras, sin saber qué decir ni cómo responder.
Ni siquiera sabía qué pensar.
Christopher posó una rodilla en el suelo frene a ella, le agarró las manos
y le quitó los guantes. Le pareció que la piel le ardía allí donde la tocaba, y
pensó que, si el corazón se le aceleraba más, terminaría desmayándose.
—El soneto 116 de Shakespeare —susurró por fin, y él asintió.
—Anne —dijo con voz trémula de la emoción—. Ya sé que las palabras
significan mucho, lo sé muy bien. Pero ya no sé cómo decirte lo muchísimo
que te amo. Antes estaba muy equivocado, fui mucho más estúpido de lo
que debería. Pensé que no encajarías en mi vida, pero no podía estar más
equivocado. Y es que llenas todos los huecos de mi casa, de mi alma y de
mi corazón. ¡Todos! Todo lo que me falta lo llenas con amor, con tu risa,
con tu alegría, con tu luz. Este escenario es tuyo y sólo tuyo, te quedes
conmigo o no. Puedes representar obras de teatro, invitar a actores, dirigir a
aficionados… lo que te parezca. Sólo deseo que seas feliz. Si lo que decides
es viajar para representar en otros lugares, lo único que te pido es que
cuando regreses… sea a casa, a nuestra casa.
Tras escuchar sus palabras, Anne hizo lo que llevaba tanto tiempo
deseando hacer: lanzarse a sus brazos, y con tanta fuerza que lo hizo
retroceder. Le sujetó la cara entre las manos y lo besó, con fuerza y durante
mucho tiempo, deseosa de él y de todo lo que le acababa de prometer. Se
había equivocado al pensar que viviendo juntos chocarían con fuerza y sin
remedio, pero, de hecho, él tenía razón, pues sus debilidades y fortalezas
respectivas se complementaban. Lo único que tenían que hacer para
entenderlo era dejar de lado su respectiva terquedad.
Al cabo de un rato la separó de él para poder mirarla a la cara.
—¿Eso es un sí?
—¡Pues claro, Christopher! ¡Sí y mil veces sí! Te amo, te amo
muchísimo. No quiero viajar, pero sí actuar, y cantar. No me puedo creer
que hayas hecho todo esto por mí, es lo más romántico que he visto en mi
vida, sea en un escenario, en un libro o en el mundo real. Y te prometo que,
cuando no esté actuando, actuaré de forma apropiada y formal.
En ese momento empezó a llorar a lágrima viva sin poderlo evitar.
Christopher se inclinó hacia ella y le acarició la cara.
—¿Qué ocurre? ¿Va todo bien?
—¡Mucho mejor que bien! —dijo hipando y sollozando— ¡Te prometo
que es la última vez que me comporto de forma tan dramática, de verdad!
Christopher empezó a reír con fuerza, y sus carcajadas llenaron la
habitación.
—Te quiero, Anne Finchley, con toda mi alma.
—Y yo te quiero a ti, Christopher Anderson, y lo haré durante el resto
de mi vida.
C A P ÍT U L O 2 7

F ue una suerte que Breckenridge hubiera guardado la licencia


especial de matrimonio. Porque una vez que Anne y Christopher
decidieron casarse, nadie quiso esperar más. Ni Anne, ni Breckenridge ni,
por supuesto, Christopher.
Anne y su hermano se quedaron un día antes volver a casa.
Breckenridge les había concedido tiempo para estar solos, aunque en todo
momento recordándoles que no estaba muy lejos. Christopher aprovecho
para enseñar su casa a fondo a Anne. Había muchas habitaciones que
llevaban años sin abrirse, salvo para que los criados limpiaran el polvo de
vez en cuando. Vio que a Anne le brillaban los ojos, y Christopher supo que
estaba pensando en el uso que podría darles y, al menos eso esperaba, en los
niños que podrían llenar esos dormitorios y salones, ahora deprimentes. Se
le alegró el corazón al ver con qué gusto asumía su papel de condesa. Los
sirvientes estaban encantados con ella, con su exuberancia y su cercanía, y
él también con el hecho de que le consultara los posibles cambios que fuera
a proponer.
—Sólo llevas un día aquí y esta casa ya se parece mucho más a un
hogar —dijo mientras estaban sentados en un banco del jardín que había
junto al antiguo invernadero, al que ahora Anne se refería como «el glorioso
teatro».
—¡Vamos, Christopher, no seas bobo! —le dijo—. Llevas viviendo aquí
toda tu vida.
—Eso es verdad —asintió—, pero desde la muerte de mi madre y la
boda de mi hermana, la casa ha estado demasiado tranquila. Cuando vivía
mi madre la casa era un estallido de luz y de alegría. Pero desde entonces…
mi padre se volvió inaccesible. —Se puso serio—. Yo siempre he estado
muy preocupado por hacer lo que debía, lo que se esperaba de mí. Pero tú
has hecho que me dé cuenta de que lo que está bien a veces no es lo que los
demás opinan que está bien, sino lo que te dicta tu corazón.
Sonrió al ver la alegre cara de Anne, que ahora sonreía ampliamente.
Apoyó la cabeza en su hombro y se apretó contra él.
—¿Y qué es lo que te dice ahora tu corazón, Christopher?
—Que la vida sin ti no es vida.
Levantó un poco la cabeza y lo besó tiernamente. Los labios de Anne
sobre los suyos eran lo más dulce que había sentido en toda su vida. La
rodeó con los brazos y la apretó contra sí. Saber que estarían juntos el resto
de su vida lo hacía sentir completo y feliz. Suspiró y sonrió. No tenía
ningunas ganas de elaborar listas y comprobarlas, ni de hacer más planes, al
menos de momento. Por ahora, todo lo que deseaba era estar sentado y
disfrutar de su tiempo juntos.

U na semana más tarde

C hristopher subió los recién tallados escalones de madera, en realidad era


la segunda vez que lo hacía, y miró hacia el escaso número de personas que
se habían reunido allí, sentados en las sillas alineadas que tenía frente a él.
Era la primera representación que iba a tener lugar en ese escenario frente a
un público real, y no había nada que pudiera parecerle mejor.
Breckenridge quería que la boda se celebrara en su casa, pero Anne
insistió en que tuviera lugar aquí, en el escenario de su nuevo teatro.
Finalmente había llegado a un acuerdo con Olivia, que le aseguró que tanto
ella como la niña estaban en condiciones de hacer el viaje, pese a que los
médicos no estuvieran del todo de acuerdo.
—¡No puedo quedarme ni un minuto más encerrada en esta casa! —
dijo. No veía ninguna razón para que ella y la recién nacida pudieran irse
por una noche, acompañadas de la enfermera.
Los asistentes, la familia de Anne y algunos amigos, entre ellos Watson,
lady Honoria e incluso Ellen, se dieron la vuelta al escuchar algo detrás de
ellos. Las puertas de invernadero se abrieron para dar paso a la novia.
Christopher contuvo el aliento al verla del brazo de su hermano. Llevaba un
vestido largo color rosa palo, con adornos de cuentas y encaje a los lados.
El pelo estaba recogido por encima de la cabeza, aunque caían algunos
mechones ondulados sobre la cara. Su sonrisa era radiante, y sintió una
enorme felicidad al saberse la causa de su alegría, y no de sus lágrimas. Se
juró que no volvería a hacerle daño nunca en su vida como se lo había
hecho antes, ni tampoco permitiría que nadie se lo hiciera.
Subió al escenario por las escaleras laterales, y Christopher le estrechó
la mano a Breckenridge antes de que el duque volviera a su asiento entre los
asistentes. Anne se acercó a él, le tomó las manos y le dio un beso rápido, lo
que provocó la risa entre los asistentes. El vicario emitió una tosecilla y
frunció el entrecejo, pero Anne lo miró sonriendo y levantó el dedo índice.
—Antes de que empecemos con la ceremonia en sí, tengo algo que decir
—empezó, y el vicario pareció algo alarmado; pero era la hermana de un
duque poderoso y se casaba con el noble que supervisaba el pueblo de su
vicaría, así que le indicó que siguiera adelante.
—Christopher —dijo volviéndose hacia él mientras sacaba una pequeña
hoja de papel del corpiño del vestido. El aludido sonrió y procuró no reírse
al ver que el vicario empezaba a protestar con gestos y balbuceos. Anne se
volvió hacia el sacerdote frunciendo el ceño y siguió leyendo.
» Quiero que sepas lo mucho que agradezco el hecho de que me aceptes
por lo que soy y por cómo soy, incluidas mis pasiones. Y también quiero
que sepas que yo te amo por lo que eres, y que, aunque creo que es bueno
que lleguemos a acuerdos y compromisos, en ningún caso deseo que
cambies por mí. Así que… he confeccionado una lista de lo que me gusta
de ti, y de los porqués.
Se aclaró la garganta, extendió el papel y se puso a leerlo.
—Primero, me encantan tus listas. Creo que son muy prácticas y, de
hecho, ayudan a hacer lo que hay que hacer, y a hacerlo a tiempo. Eso es
algo en lo que yo no destaco, por lo que es estupendo que mi marido sí.
» Segundo, me parece perfecto que planifiques. Eso significa que te
preocupas, que dedicas tiempo y esfuerzo a tus asuntos y a los de los
demás, y que no dejas de lado nada ni a nadie.
» Tercero, es maravilloso que pongas las preocupaciones de los demás
por delante de las tuyas propias. Dejaste a un lado tu propia vida para venir
a buscarme cuando te necesité, pese a tu evidente desaprobación.
» Cuarto, me encanta el que seas lo suficientemente terco como para no
darte cuenta de que tienes el peor sentido de la orientación de todas las
personas que he conocido. Y es que, de no tener este defecto, serías
demasiado perfecto, y yo siempre me sentiría una estúpida estando a tu
lado.
» Podría seguir durante bastante tiempo, pero lo que falta ya te lo diré
más tarde en privado, porque estoy segura de que nuestros invitados se
están empezando a aburrir. Pero, en quinto lugar, te dejo claro que te quiero
tanto como tú a mí y tanto como sé que los dos querremos al resto de la
familia que vamos a formar.
Christopher bajó los ojos, en los que empezaba a sentir una quemazón,
y pestañeó rápidamente para eliminar la humedad que los empezaba a
inundar. Le tomó las manos a Anne y le besó los nudillos de todos los
dedos.
—No te merezco —susurró.
—¡No digas tonterías! —protestó mirándolo con gesto de consternación
—, ¿Es que no has escuchado lo que he dicho? ¡Acabo de decirte algunas
de las razones por las que sí!
El vicario dio un paso adelante, y estuvo a punto de separarlos de un
empujón.
—Todo esto es de lo más inapropiado —dijo, y aunque Christopher
estaba de acuerdo, tampoco es que le importara demasiado—. ¿Podemos
seguir adelante con la ceremonia?
—Sí —contestaron ambos al unísono, y el vicario se colocó frente a
ellos y empezó a recitar las palabras de la liturgia de los votos antes de que
Anne volviera a interrumpir la ceremonia con cualquier otra ocurrencia.
Anne siguió la ceremonia de forma adecuada, diciendo lo que le tocaba
en su momento, aunque cuando el vicario dijo lo de: «¿Prometes amarlo y
obedecerlo…?», levantó una ceja. Al verla torcer el gesto, Christopher supo
que estaba conteniendo una sonrisa.
—Lo… lo prometo.
—Muy bien —dijo el vicario, al parecer aliviado, y Christopher supo
que se pasaría el resto de su vida preguntándose qué palabras iba a
pronunciar en las situaciones que se dieran de ahora en adelante. Sería toda
una aventura, de eso estaba seguro.
Cuando terminó la ceremonia, una vez abandonado el teatro y ya al otro
lado de las puertas, Christopher por fin le dio un beso en los labios antes de
que se acercaran a ellos los invitados.
Pero no fueron lo suficientemente rápidos, pues ahí estaba ya
Breckenridge con su clásico carraspeo de atención. Los miró como si fuera
a decir algo, pero inmediatamente alzó las manos como dándose por
vencido y sonrió.
—No importa —dijo—, ahora ella es responsabilidad tuya, no mía.
Anne le dio un golpecito a su hermano en el antebrazo antes de que se
fundieran en un cálido abrazo, y enseguida todos se dirigieron a celebrar el
desayuno de bodas. Todo se había preparado muy rápido, por lo que no fue
el mejor banquete de la historia, pero lo disfrutaron exactamente igual.
Había una persona con la que Christopher quería hablar antes de que se
completara la celebración. Tras el desayuno, todos se habían retirado a la
sala de estar. Lo habitual era que los caballeros se juntaran por su cuenta,
pero Christopher había decidido que quería pasar el día completo en
compañía de su esposa.
—Señorita Anston —dijo, tras recibir una breve y algo apocada
felicitación de la joven morena, alta y de pelo largo que ahora estaba a su
lado—, ¿dispone usted de un momento? Me gustaría comentar algo con
usted.
—Por supuesto —contestó, aunque lo cierto es que no parecía muy
entusiasmada con la perspectiva, cosa que tampoco sorprendió a
Christopher. La condujo a una zona alejada y tranquila, junto a una ventana
desde la que se veía el campo. Christopher se dio cuenta de que rehuía su
mirada.
—Señorita Anston, no he sido justo con usted —empezó, y sus palabras
hicieron que la joven se volviera rápidamente a mirarlo, muy sorprendida.
Las disculpas empezaron a fluir con inesperada facilidad—. Le eché a usted
la culpa de muchas cosas de las que le habían pasado a Anne, pero lo cierto
es que usted no tuvo la culpa de nada. Para mí usted era un recordatorio de
lo que le había pasado, y me resultaba penoso revivirlo. Fui grosero e
irrespetuoso con usted, que no hizo otra cosa que ayudar a Anne cuando
ella más lo necesitaba, y ayudarla muy bien. Le ruego que me perdone por
ello.
Lo miró durante un momento como si no estuviera segura acerca de
cómo contestarle.
—Pues… por supuesto que sí —dijo por fin.
Christopher se sintió enormemente aliviado. ¿Quién podía haber
pensado que renunciar a sus modales tercos le iba a librar de algunos de los
agobios que solían preocuparle?
—Yo le entiendo muy bien, milord —dijo Ellen—. Debió de resultar
muy penoso ver herida de esa manera a alguien a quien amaba tanto.
—Por favor, no me llame milord, señorita Anston. Es usted amiga de la
familia.
Su cara se iluminó con una cálida sonrisa.
—Desde que se marchó de aquí, ¿dónde ha estado viviendo? —Sabía
que Anne la había estado buscando con ahínco, y que había disfrutado con
ello, pero no conocía los detalles.
—Pues en el pueblo —contestó mirando al suelo—. El médico no vive
en los alrededores, y al parecer necesitaba ayuda para tratar los problemas
más habituales y menos graves. Yo no quería volver a dedicarme al teatro, y
no me refiero a… esa compañía en particular, sino a la actuación en general.
La verdad es que creo que no lo hacía mal, a pesar de todo, y gané algo de
dinero. Pero estaba harta de ir de acá para allá, y me he dado cuenta de
que… me gusta vivir aquí.
—¿Tiene usted un sitio en el que vivir?
—Sí, lo tengo —respondió enseguida—. Una pareja mayor muy
agradable me ha acogido en su casa. Sus hijos ya son mayores y se han
marchado. Es un sitio tan bueno como cualquier otro, al menos por un
tiempo.
—Si lo desea, aquí siempre tendrá un sitio, si le apetece.
—Gracias, mil… lord Merryweather, se lo agradezco de verdad. Pero
creo que, al menos por un tiempo, voy a seguir mi propio camino.
—De acuerdo —contesto—. No se sienta aquí como una extraña,
señorita Anston, ya se lo he dicho.
—¡Descuida, no se va a sentir así! —dijo Anne, que se había acercado a
ellos. Sonreía ampliamente al ver que habían superado sus diferencias y se
llevaban bien.
—Por supuesto que no —confirmó Ellen—. Les deseo toda la felicidad
del mundo. Y ahora me marcho. Hasta la vista Anne, lord Merryweather.
—Adiós y gracias, Ellen.
C A P ÍT U L O 2 8

A Anne le encantaba hacer de anfitriona, pero esta vez se sentía muy


aliviada de que los invitados se marcharan ya esa tarde. Llevaba
bastante tiempo deseando quedarse sola con Christopher, y ahora que ya
estaban casados, no había nada que se lo impidiera.
Iba a buscarlo al estudio cuando el mayordomo y el ama de llaves la
detuvieron.
—¿Puedo hablar con usted, milady?
—Por supuesto —dijo, mirando alternativamente a uno y otro—.
¿Ocurre algo?
—No, nada especial —contestó de inmediato el ama de llaves, la señora
Allen.
—De hecho, es todo lo contrario —añadió el mayordomo.
—Sólo queríamos decirle lo contentos que estamos de tenerla aquí,
milady. Lord Merryweather nunca había estado tan… feliz, si me permite la
expresión —explicó la señora Allen.
—Ya…, y por fin los ha dejado a ustedes a su aire, sin estar tan encima,
¿es eso lo que quieren decir? —preguntó Anne alzando las cejas.
—¡No, no tiene que ver con eso, milady! —indicó Dibney enseguida—.
Sólo queríamos decir que…
—¡No hay ningún problema! —dándole unos golpecitos en el brazo al
mayordomo y sonriendo a la señora Allen—. Lo entiendo perfectamente.
Lord Merryweather tiene tendencia a… involucrarse mucho en todos los
asuntos que le afectan.
—Nosotros lo único que queremos es que no se preocupe de cosas que
no son tan importantes y que nosotros podemos solucionar perfectamente
—explicó la señora Allen.
—Entendido —concluyó Anne—. Ya me encargaré yo de que esté
ocupado.
Mientras se alejaban, en su cara se dibujó una sonrisa, que los sirvientes
no pudieron ver, al pensar en la forma en la que lo entretendría. Ahora lo
único que tenía que hacer era encontrarlo y ponerse a la tarea.
—¡Christopher! —exclamó al encontrarlo por fin en su despacho—.
Los invitados acaban de marcharse. ¿Se puede saber qué diablos estás
haciendo?
—Quería revisar una cosa, sólo para asegurarme —dijo sin levantar la
vista de los papeles—. Sólo será un momento, y en cuanto me la quite de
encima, seré tuyo el resto del día, te lo prometo.
Hizo unas marcas sobre la hoja de papel, que seguramente tenía una
lista escrita, pensó Anne riendo para sí. Finalmente alzó la cabeza y la miró.
—Hecho —dijo, dejando la pluma sobre el escritorio. Colocó los
papeles, se levantó y se acercó a ella.
—Y ahora, querida esposa, ¿tienes algo en mente?
Lo miró con fingida inocencia y sonrió.
—Sí, pero creo que será mejor que te lo enseñe.
—¿Qué me lo enseñes? ¿El qué? ¿Dónde?
—Sígueme.
El corazón empezó a latir a toda prisa cuando lo tomó de la mano y lo
condujo fuera del despacho, por el pasillo y hasta el que sabía que era el
dormitorio de él.
—Christopher —empezó, deteniéndose frente a la puerta—. Sé que lo
habitual y socialmente propio es que tengamos dormitorios separados. Pero,
aún siendo así, no estoy de acuerdo con eso.
—¿No lo estás?
—No. Puede que tú no estés de acuerdo, pero te voy a dar razones muy
poderosas por las que creo que deberíamos compartir habitación… y cama.
Los ojos de Christopher se ensombrecieron al verla acercarse y
prácticamente empujarlo contra la puerta del dormitorio, y hasta tropezó
con el pomo. Lo abrió y los dos casi se precipitaron dentro. Cerró la puerta
y fue él quien se inclinó hacia ella a continuación.
—¿Y cuáles son tus argumentos para defender semejante cosa? —
preguntó, con la boca sólo a milímetros de la de ella—. ¿Has hecho una
lista?
—Pues… sí, mira por dónde, la he hecho —contestó con voz ronca y las
manos apoyadas en su pecho, sin poder evitar acariciar el chaleco y la
camisa de lino. Empezó a desabotonar el chaleco empezando desde la
cintura. Cuando terminó, le quitó el chaleco por los hombros.
—Primera, si dormimos juntos estaremos mucho más calentitos.
—De acuerdo. —Le puso las manos en la espalda y empezó su turno de
desabrochar prendas, empezando por el vestido.
—Segunda, ahorraremos trabajo a las criadas, que sólo tendrán que
arreglar una cama y un juego de sábanas y almohadas.
—Esa razón es de peso. —Le sacó el vestido por los hombros y empezó
a besare la piel que quedaba expuesta. Anne se estremeció.
—Tercera… si… si tengo una pesadilla, estarás cerca para ayudar a que
se me pase el miedo.
—No quiero estar lejos, de ninguna manera. —Le acarició el pecho y
ella echó la cabeza hacia atrás. Él lo aprovechó y la besó en el cuello.
—Cuatro… me he olvidado de lo que puse en la lista.
—Cuatro —continuó él, quitándole el vestido por los pies, que cayó al
suelo dejando un estallido de color rosa—. Podemos pasar juntos las
mañanas si nos apetece sin tener que vestirnos siquiera.
—Esa… es una buena razón —jadeó ella, desabrochándole ahora los
botones de la camisa con bastante menos cuidado.
—Y quinta y última, a mí me gusta que las listas tengan cinco puntos,
porque podré hacer esto… —A través de la camisola, le tanteó con la
lengua uno de los pezones—. Y también esto… —Bajó la mano a lo largo
del cuerpo y empezó a acariciarle los genitales— todas las veces que me
apetezca.
Anne se había quedado muda, pero sí que soltó un gritito cuando la
tomó en brazos y la condujo a la cama. Se las apañó para sacarle la
camisola por la cabeza y también el corsé. Se sintió extraña durante un
momento, desnuda frente a él, pero él enseguida empezó a quitarse también
el resto de la ropa, por lo que la vergüenza desapareció inmediatamente.
—¡Por Dios todopoderoso! ¿Qué se supone que vas a hacer con eso…?
Se quedó quieto durante un instante y la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Es que no sabes…? A ver, me doy cuenta de que eres inexperta e
inocente, por supuesto, pero supongo que estás al tanto de… lo que pasa
entre un hombre y una mujer…
—¡Sí, sí, claro que lo sé! —dijo con gesto de asombro—, lo que pasa es
que temo que no vamos a poder… ajustarnos. ¿Cómo demonios puedes
caminar todo el día por ahí con… eso metido en los pantalones?
No pudo por menos de reírse, con una risa franca y profunda que a ella
le produjo escalofríos en todo el cuerpo y también una calidez que surgió
desde el interior del vientre. Podría escuchar su risa durante todo el día,
pensó, pero inmediatamente volvió a centrarse en la tarea que tenía entre
manos, por decirlo así.
—¿Quién te ha hablado de este tipo de… actividades?
—Olivia —contestó, levantando la vista hacia él cuando se colocó
encima de ella, apoyándose en los codos.
—Ya. Pues puede que a Olivia se le haya olvidado mencionar una o dos
cosas. No la culpo, siendo como eres para ella como una hermana —dijo
inclinando la cabeza levemente—. A ver qué te parece, Anne: acércate,
bésame, y vamos a ver cómo se desarrollan las cosas. Si en un momento
dado no quieres seguir adelante, me detendré, no lo dudes. Lo haré siempre
que me lo digas, pararé. ¿Te parece bien?
—Tus planes siempre son perfectos —dijo sonriendo. La tensión que se
había apoderado se relajó—. Pero vas a tener que guiarme, paso a paso.
—¡Mira que eres atrevida, pequeña! —dijo, y prácticamente se abalanzó
sobre ella, que dio un gritito de alegría cuando su recio cuerpo se situó
encima, haciendo que se hundiera en el colchón. Después Christopher se
apoyó en los codos—. Creo que ya va estando bien de palabras. ¿Qué te
parece si te doy una lección práctica en vez de hablada?
—Seguro que estará bien —dijo intentando mantener la compostura,
aunque lo único que podía sentir en ese momento era ansia de él.
Empezó dándole un beso rápido en los labios, después subió a la nariz y
a la frente. Volvió a la boca y después pasó al cuello, prácticamente sin
apartar los labios de ella. Prosiguió por los pechos, el estómago y después el
interior de los muslos. Anne estuvo a punto de caerse de la cama de puro
placer. Nunca había sentido algo tan exquisito, pero a la vez tan estimulante
y deseosa de más.
—Christopher… —jadeó. Deseaba más de él, aunque no sabía qué. Pero
él sí que lo sabía. Encontró los pezones, que atendió como es debido
mientras le abarcaba el sexo con la mano, acariciándolo, rozándolo y
haciendo que se sintiera como si fuera a perder la cabeza.
De forma instintiva, Anne alzó las caderas y le tomó la cara entre las
manos para acercarla a la de ella. Lo besó de forma profunda en intensa,
mostrándole lo que deseaba, lo que necesitaba de él.
Christopher se interrumpió durante un instante para preguntarle.
—¿Estás preparada? —Asintió al susurro y se tensó a la espera de lo
que pudiera venir. Lo sintió en las proximidades, y cerró los ojos intentando
no pensar en la enormidad de su miembro viril. De verdad no tenía ni idea
de cómo podría adaptarse a su interior. De forma muy lenta, empezó a
penetrarla, y de repente se olvidó de sus miedos y alzó las caderas para
recibirlo.
—¡Ay! —gritó junto al hombro de Christopher, y ella le hizo una caricia
suave con los dedos—. Relájate un momento, mi amor —dijo—. Y avísame
cuando vuelvas a estar preparada.
De entrada, pensó que nunca lo estaría, y hasta le pareció que esto no
iba a funcionar como debía. Pero enseguida empezó a desaparecer el dolor
punzante que había sentido, lo que dio paso al deseo impetuoso de seguir,
de tener más de él, y empezó a moverse a ritmo y voluntad propias.
Christopher la miró, y al ver que asentía, empezó a adaptar sus
movimientos a los de ella.
Lo que vino era mucho mejor de lo que podía haber imaginado jamás.
Se sentía… en la gloria. En un momento dado dejó de pensar, dejando que
cuerpo y mente volaran libres para explorar y disfrutar las sensaciones que
la llenaban.
—¡Christopher! —gritó al notar que algo inmenso crecía dentro de ella,
algo que parecía que iba a explotar de un momento a otro, y que deseaba
desesperadamente que se produjera.
—¡Llega, Anne! ¡Llega por mí! —dijo él, y Anne no sabía a qué se
estaba refiriendo cuando, de repente, aquella sensación inicial volvió a su
bajo vientre y explotó sin control en dirección a todos los confines de su
cuerpo. No supo si había gritado. Christopher, por su parte, pronunciaba
guturalmente su nombre y se estremecía encima de ella.
Antes de que pudiera darse cuenta, Christopher cayó en la cama a su
lado, la apretó contra él y juntó su frente con la de ella.
—Christopher —dijo.
—Mm…
—Ha sido increíble.
—Sí, increíble.
—¡Ah!, y otra cosa…
—¿Cuál?
—¿Crees que es adecuado que compartamos dormitorio… y cama?
Rio con ganas.
—Creo que lo has dejado del todo claro. Me ha gustado mucho lo que
has incluido en la lista, pero la explicación práctica ha sido mucho mejor.
Ella rio también, y después se volvió para volver a besarlo, un beso que
sabía a felicidad para siempre.
EPÍLOGO

—¡M uy bien, Bobby! Y ahora a ver si declamas bien tu texto.


—¿Qué quiere decir eso, milady?
—Pues quiere decir que tienes que pronunciar cada sílaba lo más claro
que puedas. Muy bien, ahora…
—¿Y qué es una sílaba?
Christopher sonrió al ver la sonrisa más que forzada de Anne mientras
trataba de explicar al chico qué era una sílaba. Salió del teatro y siguió por
el pasillo hasta su despacho. Anne había decidido compartir su escenario.
Ahora dirigía a un grupo de lugareños tanto del pueblo como de los
alrededores, además de personas como, por ejemplo, una de las hermanas
Winterton. Preparaban una obra que iba a estrenarse a finales de mes, y
además estaba preparando otra obra corta en la que sólo participaban niños.
Christopher no estaba seguro qué le resultaba más difícil, si dirigir a los
adultos o a los niños. Ellen la ayudaba, y además iba a ser la protagonista de
la obra principal.
Él no se había involucrado, por supuesto, aunque le gustaba presenciar
los ensayos de vez en cuando, para ver a Anne en acción. Ni que decir tiene
que era entretenido, pero cuando más disfrutaba era viéndola ensayar
canciones sola con el pianoforte, y escuchar su extraordinaria voz llenar el
recinto del pequeño teatro. Ahora no podía entender cómo, en algún
momento, había pensado que su voz debía ser casi silenciada, y no
compartida en todo su esplendor con todo el que quisiera oírla. Hubiera sido
una verdadera tragedia, y sólo por su culpa. Y es que tenía un talento
superior a todo lo que había visto antes. También podía actuar, pero su
voz… su voz era increíble.
Estaba perdido en sus pensamientos acerca de ella cuando su
administrador llamó con los nudillos a la puerta del despacho, y cuando vio
que era él le hizo una seña para que entrara. Siempre le gustaba estar al
tanto de todo y estar seguro de que las cosas iban como debían.
Cuando se fue el administrador, Christopher notó que había alguien en
la habitación. Levantó la vista y vio a su esposa. Sonrió ampliamente al
verla acercarse, y le hizo un gesto para que se sentara junto a él.
—Hola querido —dijo, dándole un rápido beso en los labios—. ¿Has
disfrutado con la actuación de Bobby?
—¿Cómo sabes que estaba allí?
Se encogió de hombros y apoyó la cabeza en el de él.
—No me preguntes por qué, pero siempre sé cuándo estás en la misma
habitación —dijo—. ¿Quieres venir al próximo ensayo?
—¡No, no, en absoluto! —dijo riendo—. Aunque la verdad es que me
gusta ver cómo intentas dominar a esos granujillas.
—¡No son unos granujillas!
—¿Entonces qué son?
—Pues… pícaros, pillos —dijo—. Me han dicho que yo era más o
manos así de pequeña.
—Pues mira, eso sí que me lo puedo creer.
—Bueno, Christopher, en realidad había venido a decirte una cosa.
Estaba pensando en invitar a un grupo a actuar en nuestro teatro el mes que
viene —dijo—. ¿Qué opinas de eso?
La miró levantando las cejas mientras pensaba en el asunto.
—Pues… opino que sería magnífico para ti y para muchos de nuestros
vecinos —dijo despacio—. Aunque esta vez, si decides unirte a ellos,
dímelo a mí primero, ¿de acuerdo?
Se le aceleró el pulso mientras lo decía. Quería creer que no le
importaba la idea de que viajara de vez en cuando, pero lo cierto era que le
preocupaba su seguridad, y mucho. En cualquier caso, le había prometido
que no se lo impediría, y tenía que ser fiel a su palabra.
Le sorprendió su risa, y exhaló un suspiro de alivio que ni siquiera sabía
que había estado conteniendo.
—¡Oh, Christopher! —exclamó—. ¡Nunca volveré a alejarme de ti otra
vez! Soy muy feliz representando aquí y compartiendo mi amor por la
escena con otras personas. Además, no creo que fuera adecuado viajar por
la campiña dada mi condición actual…
—¿Tu condición?
—Sí —confirmó con un brillo en los ojos—. A nadie le gusta ver en el
escenario a una mujer embarazada.
Christopher dio un grito nada propio de él, la levantó en el aire y
empezó a dar vueltas por la pequeña habitación, hasta que puso cara de
susto y la depositó suavemente en el suelo.
—Me temo que no debería hacer esto…
—No seas bobo —dijo Anne poniéndole una mano sobre el brazo—.
Aún es muy pronto. ¿Estás preparado, Christopher, de verdad? Porque, si
algo es capaz de cambiar nuestras vidas, es un hijo. O un granujilla, como
dices tú.
—No hay nada que desee más —dijo, dándole un besito en la punta de
la nariz—. Incluso aunque den tantos problemas como tú das.
—Tu vida sería muy aburrida si no te causara algunos problemas.
—Eso me han dicho —dijo sonriendo—. ¿Y sabes una cosa, Anne? No
me gustaría nada que fuera de otra manera.

Q uerido lector ,
¡Espero que haya disfrutado con la historia de Anne y Christopher! Si
ha leído toda la serie «Y fueron felices para siempre», espero que le haya
aportado mucha felicidad y amor.
Próximamente en español: ¡El misterio del duque de Debonair! Ya se
puede reservar y estará disponible el 12 de julio.
Mientras tanto, ¿has leído Los escándalos de las inconformistas?
Empieza con Diseños para un duque y lee el avance en las próximas
páginas.

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con denuedo para que mis plantas sobrevivan y que descubro casi cada día
los tremendos líos en los que se puede meter un perro adorable, pero con
aspecto de lobo.
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¡Hasta la próxima, y feliz lectura!

C on mucho cariño ,

Ellie
U N A NT I C I P O D E D I S E Ñ O S PA R A
UN DUQUE
LONDRES ~ 1820

L a aldaba parecía fruncir el ceño.


Rebeca inclinó la cabeza para poder observar mejor el gigantesco
león que la miraba fijamente a los ojos. Este en especial parecía muy serio y
estoico, con los ojos entrecerrados por el enfado y, quizá, también debido a
una cierta preocupación. Si lo que buscaba el duque era disuadir a los
visitantes, no cabía duda de que el león de bronce ayudaba.
—Una aldaba debería ser acogedora, ¿no cree? —le preguntó a su
padre, que estaba haciendo su propia inspección de la fachada exterior de la
casa.
—La verdad es que es una pena —murmuró él mirando alrededor—.
Una mansión de este tamaño, en pleno centro de Londres, escondida desde
hace años de todas las miradas… ¡Fíjate en los jardines de la parte sur! Pero
Beca… ¿por qué no estará terminada?
—Es verdad —dijo mirando también alrededor con los ojos cada vez
más abiertos. A primera vista y desde lejos parecía un tanto extravagante,
pero cuando se observaba más de cerca estaba claro que no se habían
completado los detalles de acabado—. Veamos qué ocurre con el interior.
Pero, padre, no creo que debamos comentar nada acerca de nuestra primera
impresión hasta saber exactamente para qué nos han llamado.
—¡Es evidente que desean contratarnos! —exclamó su padre algo
molesto—. Soy muy solicitado, Beca. ¡Muy solicitado! Y he oído hablar
mucho de Wyndham House, ¿sabes? Los planes iniciales planteaban que
fuera bastante grande, pero no hace falta que nadie nos diga la razón por la
que no está terminada; es absolutamente obvia. Está claro que el diseño
inicial tenía fallos. El duque tiene que saber que no voy a limitarme a seguir
los diseños de otros.
—Padre, necesitamos este encargo —dijo Rebeca moviendo
nerviosamente el pie y esperando que su padre no manifestara sus
apasionadas críticas acerca de la que era una de las mansiones más lujosas
de Londres.
Todo el mundo conocía Wyndham House, pues era una de las que
habían dejado más huella en la ciudad. No obstante y al menos en parte, su
fama también se debía al hecho de que, en cierto modo, se había convertido
en un misterio.
Ya hacía casi una década desde que se puso la primera piedra del
edificio, pero durante los últimos ocho años nadie había puesto el pie en
ella, excepto los criados. El recientemente fallecido duque había estado
muy enfermo durante sus últimos años de vida, y sus únicos visitantes
habían sido médicos y cuidadores, dado que no tenía familiares cercanos.
Y en parte esa era también la razón por la cual el ducado había ido a
parar a las manos de aquel hombre, un primo lejano, que al parecer nunca
tuvo el menor indicio de que algún día se iba a convertir en uno de los
hombres más poderosos de Inglaterra.
La verdad es que todo era bastante intrigante. Pero Rebeca quería dejar
de lado los chismorreos y la fascinación que rodeaban al nuevo duque y
centrarse en la tarea que le esperaba. Sin lugar a dudas, iba a necesitar toda
su experiencia y concentración.
Cuando se abrió la puerta soltó un profundo suspiro.
—Buenos días —saludó un hombre que Rebeca asumió que era el
mayordomo, aunque era mucho más joven que cualquiera de los
mayordomos que había conocido en su vida.
Era alto, guapo y de maneras juveniles. Al mirar a Rebeca de arriba
abajo le brillaron los ojos, e inmediatamente se volvió para dirigirse al
padre.
—Usted debe de ser el señor Lambert —dijo—. Soy Dexter. Pasen, por
favor.
Rebeca y su padre entraron en el vestíbulo, y ambos se interesaron
inmediatamente por la casa que los rodeaba, y no por sus moradores
humanos.
Se veía que el vestíbulo estaba diseñado para impresionar, pero le
faltaban los detalles que debía tener un gran espacio terminado y completo.
La cúpula del techo estaba sin acabar, y Rebeca pensó que una incrustación
de oro haría que brillara como el sol. Incluso podría tener diamantes. Había
hornacinas en las paredes, sin duda pensadas para colocar estatuas u otras
obras de arte, y el arco del fondo dejaba atisbar una gran escalinata. Rebeca
pensó que el aspecto del vestíbulo sería mucho mejor si no hubiera pared y
la magnífica escalera estuviera inmediatamente a la vista de los visitantes,
dándoles una espléndida bienvenida. Sin duda merecería la pena hablar de
ello.
Dexter esperó pacientemente a que padre e hija terminaran la revisión
inicial, y después los tres quedaron mirándose entre sí.
—Eh… ¿el duque está en la casa? —preguntó finalmente Rebeca. El
mayordomo, de pie frente a ellos, parecía inesperadamente indeciso.
—Ese es precisamente el asunto, señorita…
—Lambert. El señor Lambert es mi padre.
—Ah, claro, señorita Lambert. Se suponía que el duque iba a estar aquí
para recibirlos, pero aún no ha vuelto a casa.
—Entiendo —dijo Rebeca asintiendo, pero la verdad es que se molestó
bastante. Así que el nuevo duque, pese a su supuesto origen plebeyo, ya se
comportaba como el resto de la nobleza—. ¿Le esperamos?
—¡Por supuesto! —contestó Dexter, aunque no hizo ademán alguno de
mostrarles el
interior de la casa.
—¿Podríamos ver el salón principal? —sugirió ella alzando una ceja.
El mayordomo parecía un tanto aturullado.
—Quizá el salón de estar resulte más conveniente.
—Muy bien —dijo Rebeca armándose de paciencia.
Así pues, fueron relegados al salón de estar. Por lo que parecía no eran
lo suficientemente elegantes para que se les mostrara la sala más importante
de la casa.
Probablemente Dexter siguiera las instrucciones del propio duque.
Rebeca se había relacionado con la nobleza más de lo que hubiera deseado,
siguiendo a su padre de un encargo en otro. En muchas mansiones se los
consideraba sirvientes de alto rango, pese a que su padre había adquirido
cierto prestigio a lo largo de los años, y más cuando su nombre empezó a
ser cada vez más conocido. No obstante, a ella solían mirarla sin verla,
como si fuera un mueble más.
—¿Te das cuenta, Beca? —le murmuró su padre al oído—. Sin terminar.
Desigual. ¡Bochornosa!
Estaba de acuerdo con las dos primeras valoraciones. Pese a que la casa
llevaba ya una década en pie, muchas de las paredes seguían desnudas y sin
adornos, y algunos de los techos estaban a medio pintar. Había cortinas en
algunas ventanas pero no en otras, y el mobiliario presente parecía ser
provisional, a la espera de que se adquiriera el definitivo.
Resultaba obvio que tal día no había llegado aún.
Atravesaron el vestíbulo y una habitación que a Rebeca le pareció la
sala de baile. No había más muebles que dos mesas largas, sobre las que
descansaba una colección de objetos bastante curiosos.
Se distrajo tanto con ellos que tropezó con su padre, que se había
detenido y miraba con los ojos abiertos como platos lo que había delante de
él.
—¡Pero qué demonios…!
—¡Padre! —advirtió Rebeca para frenarle. En ese momento el líquido
verde de uno de los tubos que estaban sobre la mesa empezó a burbujear.
Rebeca tiró de su padre y dio un paso atrás.
Justo en el momento en que el líquido explotó y salió disparado del
tubo, una mujer con un vestido verde, alta y delgada, entró en la habitación
a todo correr.
—¡Lo siento mucho! —dijo. Su nerviosismo era evidente, y procuraba
apartar los mechones rubios que flotaban alrededor de la cara, aunque en
ningún momento se la tocó con las manos enguantadas—. De haber sabido
que íbamos a tener visitas habría colocado todo esto en otra habitación.
Aunque hay que decir que estoy muy cerca de…
—¡Jemima!
—¡Oh, madre! —La joven se dio la vuelta al tiempo que una mujer
elegantemente vestida y de pelo blanco entraba a toda vela en el salón.
Rebeca pensó que la palabra «caminar» no habría descrito adecuadamente
la entrada de la dama. A su alrededor, rodeándola como una nube invisible,
flotaba un aroma floral.
—¡Hola a todos! —saludó agitando recatadamente una mano. A Rebeca
le dio la impresión de que la mujer tenía un aire casi regio. Cosa que
probablemente ahora no estaba tan alejada de la realidad, pues debía
tratarse de alguien muy allegado al duque—. Usted debe de ser el
arquitecto. Por favor, espérenos en el salón de estar. Estamos deseando
mantener la conversación que tenemos pendiente. Dexter, por favor,
acompáñelos. Y la próxima vez quizá sería mejor que los llevara por el otro
camino, a través del salón principal, ¿no le parece?
—Muy bien, señora St. Vincent —dijo al tiempo que hacía la reverencia
más corta que Rebeca había visto en su vida. Después agitó la mano
indicando que le siguieran.
Rebeca y su padre intercambiaron una mirada, y ella se encogió de
hombros y urgió a andar al arquitecto con un gesto; pero los dos dieron un
brinco al escuchar la explosión que se produjo detrás de ellos.
—¡Lo siento! —dijo la mujer más joven, que sin duda era la señorita St.
Vincent, encogiéndose mínimamente y saludando con la mano antes de
volverse hacia la mesa.
—¡Qué cosa más curiosa! —murmuró el padre de Rebeca al tiempo que
entraba en el salón.
Aunque, como las demás, esa habitación tampoco estaba terminada, a
Rebeca le llamó la atención el amplísimo ventanal veneciano que se abría al
patio posterior. Tras él se observaba una gran zona verde de enorme
potencial para expandir los actuales y escasos jardines. «Esta habitación
debería ser el centro neurálgico de la casa», pensó Rebeca. Lo importante
debía ser lo que se veía a través de la ventana y no el mobiliario; es decir,
una habitación funcional y nada recargada.
Se abrió la puerta tras ellos y Rebeca se volvió de inmediato esperando
ver al duque para poder empezar de una vez a hablar de negocios, pero en
realidad se trataba de la mujer que seguramente era su madre.
—Me alegro mucho de conocerle, señor Lambert —dijo dibujando una
amplia y ensayada sonrisa, como si no se hubieran visto antes en el salón de
baile. Se sentó en uno de los disparejos sillones, que en este caso era de
caoba y cuyo tapizado sin duda había acogido multitud de traseros. La
mujer se colocó las evidentemente muy costosas faldas alrededor del sillón
para que cayeran con gracia—. Soy la señora St. Vincent, y mi hijo es el
duque de Wyndham.
—Es un placer conocerla, señora —respondió el padre de Rebeca,
desplegando sus muy ensayadas maneras mientras se inclinaba para besar la
mano de la dama, aunque esta la retiró antes de que pudiera hacerlo.
—Sí, sí. Mi hijo tendría que estar aquí para recibirle, pero por desgracia
ha sido requerido para atender cuestiones de gran urgencia. Como
seguramente sabe, acabamos de llegar a esta casa de Londres, y hay mucho
que hacer. Me consta que mi hijo tiene muchas ideas en mente y con toda
seguridad querrá plantearlas, pero está claro que la casa tiene todo el
potencial para convertirse en… muy opulenta.
—La verdad es que no hemos visto apenas nada, señora St. Vincent —
dijo Rebeca, que se estaba impacientando por momentos. No les sobraba el
tiempo como para perderlo de esa manera—. ¿Podríamos recorrer la casa
mientras esperamos?
—¿Y usted es…? —preguntó, mirándola inquisitivamente.
—La señorita Lambert. Asisto a mi padre como secretaria
administrativa.
—¡Oh! ¡Eso es inusual! Bueno, supongo que Dexter puede
acompañarlos a dar una vuelta, si es que tiene que ser ahora.
Se levantaron y Rebeca fue detrás de su padre, que empezó a charlar
con Dexter al oído. Rebeca sacó el cuaderno de bocetos y los siguió a cierta
distancia, tomando notas y dibujando esquemas y diseños conforme
avanzaba.
Enseguida reconoció el estilo como palladiano con algún toque
neoclásico, y le entraron ganas de preguntarle al duque cuando pudiera qué
había ocurrido con la casa durante la última década. Por lo menos el duque
actual estaba dispuesto a gastarse un dinero adicional en remodelarla y
acabarla como Dios manda. Su padre había echado pestes del diseño
arquitectónico, pero evidentemente el problema no era ese, sino que el
duque anterior se había quedado sin fondos.
Fue asomando la cabeza para mirar las distintas habitaciones. Todo era
una falsedad de decoración y, en algún caso, también de construcción, y se
preguntó qué aspecto tendría la famosa hacienda campestre del ducado.
¿Quizá sin ningún tipo de adorno, solo fachada para poder mantener las
apariencias? No le sorprendía que esta casa hubiera sido un misterio durante
tanto tiempo.
Se detuvo un momento para hacer un dibujo rápido y, en ese instante, se
dio cuenta de lo tranquilo que estaba ahora el vestíbulo. Miró a su alrededor
y no vio a su padre ni a Dexter. ¡Vaya! Se había quedado demasiado
absorta.
Subió la escalera lo más deprisa que pudo intentando darles alcance,
pero el pasillo del piso superior también estaba vacío. Aplicó el oído a una
puerta, y después a la siguiente, pero no escuchó nada; ni rastro de ellos. No
obstante, al final del vestíbulo vio una puerta semiabierta. Se acercó a ella,
la abrió del todo y comprobó que era un dormitorio extraordinariamente
amplio. Las densas cortinas eran de color azul marino, y la cama, enorme,
ocupaba una buena parte de la habitación. ¡Santo cielo! ¿Tan grande sería el
duque como para necesitar tanto espacio?
Llena de curiosidad, dio unos pasos dentro de la habitación, aunque se
daba cuenta de que casi seguro que Dexter no la habría incluido en su visita
guiada por la casa. Pero no pudo evitarlo. Le encantaba saber cómo vivía la
gente. Y, al contrario que otras muchas habitaciones de la casa, esta sin
duda sí que se utilizaba.
Había un pequeño vestidor y otra puerta que Rebeca supuso que
conectaba con el dormitorio vecino. La abrió y comprobó que la habitación
a la que daba estaba completamente vacía. Lo que evidentemente
significaba que, de momento, no había duquesa… Rebeca estaba a punto de
salir del dormitorio cuando escuchó sonoros pasos acercándose por el
corredor, hasta que finalmente retumbaron dentro de la habitación.
No se trataba de pasos que deambulaban sin prisa, como los de su padre.
Ni del avance rápido de Dexter.
Tenía que tratarse del duque.
Se le aceleró el corazón al pensar que iba a ser sorprendida en el
dormitorio de uno de los nobles más poderosos de Inglaterra. ¿Qué
explicación podría dar? Así que Rebeca hizo lo primero que se le ocurrió.
Se escondió.
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disenosparaunduque
O T R A S O B R A S D E E LLI E S T. C L A I R

Y fueron felices para siempre


El duque de sus sueños
Su duque llegará algún día
Érase una vez un duque
Un duque rentable
El amor del vizconde
Porque el conde me amaba

Los escándalos de las inconformistas


Diseños para un duque
Inventando al vizconde
Descubriendo al barón
El experimento del criado

Las Rebeldes de la Regencia


Dedicada al amor
Sospechosa de amor
En la senda del amor
Vencida por amor

Novias Florecientes
Un duque para Daisy
Un marqués para Marigold
Un conde para Iris
Un vizconde para Violet

Los Remington en la Regencia


El misterio del duque de Debonair

Navidad
Su deseo de Navidad
ACERCA DE L A AUTORA

A Ellie siempre le ha gustado leer y escribir, y también la historia


y las historias. Lleva muchos años escribiendo cuentos cortos,
pequeños ensayos y, sobre todo, lo que verdaderamente le
apasiona, novelas románticas.
Ha habido romanticismo en todas las épocas de la historia, y a
Ellie le encanta explorar distintos periodos, culturas y
localizaciones geográficas. Independientemente del lugar y el
momento, el amor siempre triunfa. Tiene debilidad por los
«chicos malos» y por las heroínas con carácter, por lo que nunca
faltan ambos en sus novelas.
No hay nada que guste más a Ellie y a su marido que pasar
tiempo en casa con sus hijos y el perro cruce de husky que forma
parte de la familia. Durante el verano lo más normal es
encontrarla paseando cerca del lago, y todo el año empujando el
cochecito de bebé por todas partes. Pero lo que nunca le falta es
el portátil en el regazo ni un libro entre las manos.
También le encanta escribirse con sus lectoras, así que…
¡ponte en contacto con ella, no te arrepentirás!

www.elliestclair.com
[email protected]

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