Because The Earl Loved Me (Happily Ever After 6) - Ellie St. Clair
Because The Earl Loved Me (Happily Ever After 6) - Ellie St. Clair
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Epílogo
Un anticipo de Diseños para un duque
A nne tuvo que contenerse para no salir corriendo tras bajar los
escalones del carruaje y subir el camino de Aspendale, la mansión de
los Winterton, y no precisamente a causa de la familia en sí misma. Tenían
tres hijas, todas ellas casaderas, y Anne sabía que el vizconde y su esposa
estaban casi desesperados por casarlas. Pero parecía que les estaba costando
mucho lograrlo, pues las jóvenes no eran especialmente agraciadas, e
incluso se comportaban de un modo un tanto grosero a veces.
Sabía que tanto ella como su madre probablemente habían sido
invitadas simplemente porque eran vecinas, y al hecho de que eran
necesarias más mujeres para igualar en número a los hombres que habían
sido invitados a la fiesta. Era una época del año un poco extraña para
celebrar una fiesta en una casa de campo, pues el tiempo ya había
empezado a empeorar, pero esperaba que la reunión paliara su aburrimiento,
al menos en parte.
Lo que de verdad agradaba a Anne era el hecho de tener la oportunidad
de pasar mucho tiempo con su amiga Honoria. No se veían desde hacía
meses, ya que la familia de Honoria había permanecido en Londres. Anne
tenía mucho que contarle.
Cuando entraron en el salón de estar, los ojos de Anne se iluminaron al
ver a su amiga, y corrió a encontrarse con ella.
—¡Anne! —exclamó Honoria al acercarse, y le dio un efusivo abrazo
—. ¡Qué alegría verte! Hacía tanto tiempo…
—¡Y tanto! —dijo Anne, encantada de ver que Honoria estaba
exactamente igual que siempre.
Seguía igual de encantadora, con las redondas gafitas deslizándose
como siempre por la nariz y usando el delgado índice para levantarlas.
—¡Tenemos mucho de lo que hablar! —dijo en voz baja mientras
llevaba a Anne a un rincón apartado del salón—. He oído decir que te están
cortejando… ¡Lord Merryweather! ¡Cómo es posible que no me lo hayas
dicho? Habría bastado con una simple nota.
Anne miró a su alrededor para asegurarse de que nadie pudiera
escucharla, pero se dio cuenta de que todo el mundo estaba dándose la
bienvenida. El propio lord Merryweather hablaba en ese momento con
varios caballeros, y por supuesto los Winterton, que en ningún momento
ocultaban sus intereses. Así que se volvió para hablar tranquilamente con
Honoria.
—Yo no me enteré hasta ayer mismo —dijo en un susurro—. Mi
hermano me informó de que lord Merryweather iba a venir a acompañarme
aquí para empezar a cortejarme. Me pilló con la guardia baja del todo.
—¡Pero tienes que haberte dado cuenta de que le interesabas! —dijo
Honoria, y abrió mucho los ojos cuando Anne negó con la cabeza.
—¡Yo no tenía la menor idea! —dijo—. Aunque desde que llegó ayer la
cosa se ha puesto un poco… interesante, digamos.
—Ah, ¿sí? —preguntó Honoria levantando una ceja—. ¡Cuenta, cuenta!
Y Anne le relató lo que había ocurrido en la fuente, y los agradables
momentos de humor que compartieron.
—Ni me podía imaginar que el caballero fuera capaz de reírse de esa
manera de sí mismo —dijo Anne sonriendo al recordarlo—. Pero se rio de
verdad. ¿Te lo puedes imaginar, Honoria? ¡Lord Merryweather sentado
sobre el agua, con su impecable atuendo absolutamente mojado y hecho una
auténtica pena!
—Estoy seguro de que fue algo digno de verse, sí. —Una voz de
barítono sonó justo detrás de ella.
Vio su propia sorpresa reflejada en el rostro de Honoria y se dio la
vuelta. Allí estaba el caballero del que estaban hablando, inmaculadamente
vestido hoy, con camisa blanca y chaleco y pantalones grises. Sus cálidos
ojos pardos estaban clavados en ella, encima de los elevados pómulos. Era
alto, aunque no desmesuradamente, y recordó que ayer, al agarrarle el
brazo, notó que sus músculos eran duros, fuertes y bien definidos.
—¡Lord Merryweather! —exclamó—. No le había visto.
—Por supuesto que no —dijo con gesto estoico, aunque Anne
distinguió una mínima curvatura en la comisura del labio—. De no ser así
no habría hablado de mí en esos términos, supongo… ¿o sí que lo habría
hecho?
—Pues… bueno. Sí, quiero decir no… Le pido disculpas —dijo
mordiéndose el labio y sin saber qué más decir. En cualquier caso, eso era
lo que deseaba, demostrarle que era una elección inadecuada para él,
incluso podría decirse que horrible—. ¿Conoce a mi más querida amiga,
lady Honoria Smallbrooke?
—Estoy seguro de que hemos coincidido en Londres, pero tengo que
reconocer que fui muy torpe por no darme cuenta de lo encantadora que es
usted —dijo, tomándole la mano a Honoria y llevándosela a los labios, lo
cual provocó que la joven se quedara con la boca abierta de asombro y que
Anne ahogara una exclamación y sintiera un extraño vacío en el estómago.
De hecho, y sin poderlo evitar, hasta se sintió tentada de apartar la mano de
Honoria de sus labios y sustituirla por la suya. ¡Qué cosa tan rara! No
quería tener nada que ver con ese caballero, así que, ¿por qué le había
pasado eso?
—Lady Anne ha sido muy amable conmigo, pese a que no supo de mi
inminente llegada hasta pocas horas antes de que se produjera —dijo. Al
parecer, había escuchado bastante más de la conversación de lo que pensaba
en un principio—. Soy amigo de su hermano desde hace tiempo, y me
apetece mucho tener la oportunidad de pasar más tiempo con la familia.
Mientras Honoria y lord Merryweather charlaban, la madre de Anne,
lady Cecilia, duquesa viuda de Breckenridge, la miraba encantada desde el
otro extremo de la habitación, indicándole con no excesiva sutileza que se
acercara más a Lord Merryweather y que interviniera activamente en la
conversación y fuera más cordial con él.
Anne negó con la cabeza ligeramente, intentando transmitirle a su
madre que no estaba interesada en el caballero y que la dejara en paz. Se
hacían señas silenciosas, manteniendo una especie de muda discusión que
pensaban que no sería seguida por nadie. No obstante, pronto se dio cuenta
de que la conversación entre sus dos acompañantes había finalizado, y que
tanto Honoria como lord Merryweather la miraban a ella de hito en hito.
—¿Va todo bien, lady Anne? —preguntó lord Merryweather.
Compuso una amplia sonrisa.
—¡No podía ir mejor! —contestó con fingida alegría—. Pero tengo que
rogarles que me excusen un momento. Tengo que decirle a mi madre algo
importante.
Se alejó con un fuerte frufrú de las amplias faldas del vestido. Tenía que
hacer algo, y muy deprisa, porque si no muy pronto a ojos de su familia y
de la aristocracia, Merryweather y ella iban a estar prácticamente casados.
A nne levantaba las piernas sin querer con los movimientos del carro, que
avanzaba con mucha dificultad por el tortuoso camino. El corazón le latía
desenfrenado, pues estaba a medio camino entre la alegría y la aprensión
por lo que iba a hacer. En lo más profundo de su corazón sabía que las
acciones de esta noche iban a cambiar el curso de su vida, aunque no tenía
claro en qué sentido.
Tras volver a Aspendale esa tarde, Anne fingió un dolor de cabeza y se
fue a la cama. Dijo que estaba cansada tras tantas actividades, aunque la
excusa no podía estar más alejada de la verdad. Observó la mirada suspicaz
de Honoria y también notó que lord Merryweather se había portado de una
manera algo más fría una vez comenzada la segunda parte de la obra, pero
estaba demasiado preocupada por lo que venía como para pensar acerca del
porqué de dicha actitud. Había decidido tomar las riendas de su propia vida
y aprovechar la oportunidad de asomarse durante un momento al menos a la
posibilidad de vivir de otra manera, muy diferente a la que había conocido
hasta ese momento y muy alejada de lo que su familia y la sociedad
esperaban de ella. Salió de la casa por la puerta de servicio, protegida por
una amplia capa y la cabeza cubierta, y caminó los tres kilómetros que
había hasta Maidstone.
Era una locura, era arriesgado… y era muy vivificante.
Lisandro, el actor, cuyo nombre de verdad era Lawrence, o al menos eso
le dijo, pareció sorprendido de verla, aunque también entusiasmado, e
insistió en que se sentara junto a él mientras todos tomaban sus bebidas.
También le dio una amble bienvenida la joven que había interpretado a
Hermia, Ellen era su nombre real, mientras que Helena, o Kitty, se limitaron
a mirarla con cierta frialdad. A Anne no le importó demasiado, tampoco se
podía gustar a todo el mundo. Ignoró a la mujer, mientras que los demás
insistieron en invitarla a bebida y contestaron a todas sus preguntas, que
fuero muchas.
Quería saber cómo habían llegado todos ellos a trabajar en el teatro,
cómo se habían juntado, dónde actuaban preferentemente, qué tipo de obras
representaban… ¿Siempre elegían Shakespeare? Le contestaron que no:
hacían de todo, desde comedias a tragedias, pasando por musicales y teatro
de variedades.
A Anne le encantó escuchar eso, y les dijo lo mucho que le gustaba
cantar y tocar el pianoforte, aunque se veía forzada a tocar sólo las
canciones que su madre consideraba apropiadas. También les dijo que quien
en realidad iba a juzgarla y dictaba las normas de comportamiento en todos
los aspectos era la alta sociedad. No les dijo que pertenecía a una familia
noble, pues no pensaba que fuera a unirse nunca a una troupe de actores.
—Entonces cantas, ¿no? —preguntó Lawrence con su encantadora
sonrisa. La verdad es que era atractivo, pensó Anne para sí. Cuando por fin
accedió, se levantó, la tomó de la mano e insistió en que cantara una
canción con él. Al principio se resistió, aunque sin excesiva convicción,
pues casi nunca perdía la oportunidad de hacer oír su voz. Y se dio cuenta
de que los sorprendió. Mientras cantaba, mirándolos a los ojos de uno en
uno, su rítmica voz de soprano, unido al aterciopelado tono de barítono de
Lawrence, vio que todas las caras, incluso las que al principio tenían gesto
de suspicacia y hasta de animosidad, se volvieron de admiración, y fue
como si su corazón empezara a volar libre junto a la canción.
Cuando Lawrence, que parecía el líder del grupo, le pidió que se uniera
a ellos en su siguiente actuación en Tonbridge, embriagada por la
admiración que le estaban expresando, la atractiva sonrisa de Lawrence y el
alcohol que le corría por las venas, ni siquiera tuvo que pensar para
contestar que sí.
C A P ÍT U L O 7
A nne notó que la rodeaban unos poderosos brazos y sonrió entre sueños.
¿Estaba en una representación, haciendo el papel de bella durmiente salvada
por un valeroso caballero de brillante armadura? ¿O se trataba de una
fantasía propia, un cuento de hadas que se había hecho realidad? Quizás
podría convertirse en autora de teatro si ya no podía actuar. Pero, ¿por qué
no iba a poder actuar? ¡Un momento!, algo le había pasado. Su mente
empezó a adentrarse entre la niebla, intentando abrirse paso hasta la
superficie y alcanzar la claridad. Algo había cambiado su vida para siempre.
¿Pero el qué? De repente abrió la boca al despertarse y darse de bruces con
la realidad. Gimió al sentir el dolor haciendo presa en su cara y recordó el
accidente en el escenario, las decisiones que había tomado, la herida
resultante y la llegada salvadora de Christopher.
—Sujétate ahora. —La voz sonó junto a su oído, y cuando abrió los
ojos, con el derecho pudo captar que estaba en brazos de Christopher, y que
la llevaba hacia la puerta de un edificio pequeño pero encantador. El
vestíbulo estaba iluminado por un hachón, y Christopher la depositó en una
silla situada en la esquina y le pidió que esperara un momento mientras
pedía las habitaciones.
—Buenas noches —le oyó decir—. Mi esposa ha sufrido un accidente y
necesitamos alojamiento para esta noche.
¿Su esposa?
—¿Tienen habitaciones?
—La posada es pequeña —dijo el posadero—, pero han tenido suerte,
pues precisamente se ha quedado una libre hace una hora. Su llave, milord.
Anne no escuchó nada más, y de nuevo se vio en brazos de Christopher.
Lo siguiente que notó fue blandura y suavidad bajo la espalda, e hizo lo que
llevaba horas esperando hacer: caer en el sueño más profundo de su vida.
A A nne le caía mal Gertrude Danting desde que la conocía. Incluso cuando
eran niñas ni se dirigían la palabra. Habían debutado la misma temporada, y
Anne en todo momento generó más atención que Gertrude, aunque
finalmente Gertrude la miró por encima del hombro y se regodeó por el
hecho de haberse casado esa misma temporada del debut en sociedad.
¡Cómo era posible que hubiera aparecido hoy por aquí husmeando de
esa manera! ¡Y, además, lanzando cebos a Christopher! Era evidente que
sabía exactamente lo que le había pasado. Y. si así era, eso también
significaba que toda la alta sociedad estaba al tanto. ¿Cómo se había corrido
la voz? Suspiró. En cualquier caso, carecía de importancia. Al menos para
ella.
Tomó asiento y le satisfizo que Christopher se colocara junto a ella. No
estaba muy segura de cómo iba a reaccionar ahora que se veía afectada por
un escándalo, y el hecho de que permaneciera junto a ella, en un evidente
gesto de apoyo, significaba mucho, tanto que no podía expresarlo con
palabras.
Apenas se había servido el primer plato cuando Gertrude volvió a la
carga.
—¡Estaba muy preocupada por ti, Anne!
La aludida puso los ojos en blanco.
—¿Ese gesto es por lo que acabo de decir?
—Sí, Gertrude, por supuesto que sí —confirmó, y dejó sobre la mesa la
cuchara, sin tener en cuenta las normas de comportamiento social. ¿Qué
más daba? Su interlocutora no había roto ninguna convención, eso era
cierto. Pero Anne hubiera preferido que dijera abiertamente la verdadera
razón por la que estaba allí: que deseaba recoger información para
esparcirla con otras y así poder reírse de Anne a sus espaldas. En una
palabra, para cotillear—. No estabas preocupada por mí, en absoluto. De
hecho, nunca te he importado ni lo más mínimo. Es más, hasta creo que
probablemente te alegró saber que tenía la cara deformada.
—¡Anne! —exclamó su madre, y también notó que Christopher se
estremecía ligeramente.
—Es lo que pienso —dijo mirando a su alrededor—. ¿Qué es lo que
queríais que dijera? ¿Qué mintiera entre dientes como ha hecho Gertrude
desde que apareció por aquí? Puedes decir todo lo que quieras, Gertrude,
pero termina de una vez con esto.
Gertrude dejó también los cubiertos sobre la mesa y se inclinó hacia
adelante.
—Muy bien, Anne —dijo con una sonrisa sibilina—: has recibido tu
merecido. Siempre has dejado de lado las convenciones sociales, y esta vez
has hecho algo tan estúpido, tan infantil, que finalmente ha traído
consecuencias, unas consecuencias que sufres en tus carnes, nunca mejor
dicho. Debo decir que me alegra que hayas sufrido una herida, porque quizá
con ello hayas aprendido por fin la lección. ¡Eres hija y hermana de duques,
por el amor de Dios! Aunque ahora todos sabemos que, con ese aspecto y
con todo el mundo al tanto del escándalo que has provocado y en el que has
involucrado a tu familia, nunca llegarás a ser la esposa de un noble
respetable.
Anne sintió una opresión en el pecho. Sabía que eso era lo que se había
buscado, pero escuchar las palabras en voz alta era otra cosa completamente
distinta.
—Yo… yo…
«Actúa como una heroína, Anne. Como Juana de Arco, aunque tu
enemiga es mucho más rastrera y venenosa…»
Abrió la boca para hablar, pero antes de poder decir nada, se quedó sin
palabras.
—Pues, a decir verdad… —Christopher hizo una pausa para poner la
mano sobre la de ella—, le informo de que lady Anne se va a convertir muy
pronto en condesa.
—¿Cómo? —Anne se dio cuenta de que la pregunta procedía de ella
misma. En cualquier caso, todos los comensales se volvieron a mirar a
Christopher.
—Lady Anne y yo vamos a casarnos —dijo, y se volvió a mirarla con
una sonrisa llena de seguridad y de ánimo—. De hecho, lo más pronto
posible.
—¡Oh! —exclamó Gertrude con voz y gesto de apenas controlado
desánimo—. Fe… felicidades.
Anne ni siquiera la miró. Sólo podía pensar en Christopher, que había
tomado una de las decisiones más impulsivas que ella había contemplado en
toda su vida.
P ersiguió a Anne por el largo pasillo siguiendo con la vista hasta que entró
en el salón de estar que indicó el mayordomo. Anne abrazó efusivamente a
su amiga. Christopher se quedó mirando desde el umbral de la puerta, y el
horror vivido el día que conoció a la visitante le golpeó de lleno. Al ver
cómo el gancho golpeaba con enorme fuerza a Anne, tuvo la sensación de
que hasta podía haber muerto del golpe.
Y la llegada de la mujer le hizo revivir la situación y los sentimientos
asociados de culpabilidad, horror y dolor.
Seguramente hizo algún ruido, puesto que tanto Anne como Ellen se
volvieron hacia él.
—¡Lord Merryweather! —dijo Ellen acercándose con paso y sonrisa
vacilantes—. Me alegro mucho de volver a verlo. Ha cuidado usted
maravillosamente de la herida de Anne, acabo de comprobarlo. ¡Ya está casi
cicatrizada!
No reaccionó a sus palabras de elogio.
—¿Qué está usted haciendo aquí? —preguntó, sin hacer caso del siseo
de disgusto de Anne, todavía al otro lado de la habitación.
—¡Oh! — Ellen se ruborizó intensamente—. Lo… lo siento. Estamos
en las cercanías, Anne me dijo al despedirnos que la visitara y… —Titubeó
—. Necesitaba ir a algún sitio. Las cosas se han puesto algo… complicadas
en el grupo de teatro, y temo que pueda ocurrir algo.
—¿Qué significa eso? —preguntó Christopher. Había visto bastantes
cosas durante el poco tiempo que se había relacionado con la compañía
teatral, y aunque hubiera preferido que Ellen hubiera escogido visitar a
alguien que no fuera Anne, tampoco deseaba que a la mujer le pasara nada
malo. Era una persona decente, y había ayudado mucho y bien a Anne
cuando ella lo había necesitado. Simplemente le recordaba todo lo malo que
había ocurrido, y le avisaba de lo que aún podía ocurrir en el futuro. Por
otra parte, ¿se daba cuenta de que estaba en casa de un duque?
—Kitty está dejando cada vez más claro que los papeles protagonistas
tienes que ser para ella y que, si no se le adjudican, se asegurará de que la
elegida no… esté en condiciones de representar el papel —dijo con tono y
gesto casi de desesperación—. Ya sabemos lo que le pasó a Anne. Pronto
volveremos a Londres para representar Romeo y Julieta, y se me ha
adjudicado a mí el papel de Julieta. Kitty se quedó lívida al escucharlo.
Tenemos algunos días libres hasta la representación en Chatham, y he
pensado que sería bueno estar unos días separada del grupo hasta decidir
qué es lo que voy a hacer.
—¡Pues claro que puedes quedarte aquí! —dijo Anne abrazando a su
amiga, y Christopher suspiró al contemplar la escena. Una reacción muy de
Anne. Pero bueno, por lo menos estaban en casa de Breckenridge, y sería su
amigo el que tuviera que lidiar con la situación. Era el momento más
adecuado para marcharse de esa casa y volver a la propia.
Cuando se estaba acercando a Anne para decirle que se marchaba,
Breckenridge entró en la habitación con un papel en la mano.
—¡Vaya! Me alegro de que estéis todos aquí —dijo—. Usted debe de
ser la señorita Anston. Le agradezco todo lo que hizo por mi hermana.
Breckenridge, tan encantador como siempre, el muy condenado.
—Bueno, pues ahora a la tarea… Estarás contento con lo que ha traído
esta mañana mi administrador.
—¿A qué te refieres?
—¡La licencia especial de matrimonio para vosotros dos!
—¿Una licencia especial de matrimonio para… nosotros?
—¡Pues claro! ¿Para quién iba a ser?
—¿Se van a casar?
El grito de entusiasmo de Ellen inundó la habitación, y Anne se volvió
hacia él con gesto de esperanza.
—¡Oh, Christopher! ¿Entonces te has decidido ya? ¡Me alegro
muchísimo! —Levantó las manos de pura alegría, y también la cara como si
estuviera rezando una plegaria—. Me preocupaba muchísimo que dijeras
que no querías casarte conmigo. Y con una licencia de matrimonio especial,
¡podemos casarnos de inmediato, sin esperar a las amonestaciones! Alastair,
¿cuánto crees que puedes tardar en encontrar al vicario? ¿Para cuándo
podremos establecer la boda? ¡Voy a buscar a madre! Tengo que contárselo.
Salió de la habitación a toda prisa, dejando allí a Christopher, que era la
viva imagen del desconcierto.
—Bueno —dijo Breckenridge, que lo miraba con cierta preocupación
—, quizá haya sido un tanto precipitado por mi parte, pero después de lo
que dijiste ayer en la cena…
Christopher intentó dibujar una sonrisa, y apenas pudo articular las
palabras.
—No… en absoluto.
A nne ,
C hristopher
C hristopher la observaba desde el otro lado del salón. Su sonrisa era tan
brillante como la de cualquier lámpara; el vestido, de un color naranja
chillón que le quedaría fatal a cualquiera que no fuera ella, la hacía brillar
como el sol. Un sol que giraba alrededor de todos, y especialmente de él.
Se habían reunido en el salón de estar principal para prepararse para la
cena de celebración de esa noche. Hasta ahora todo marchaba según lo
planeado, y Christopher estaba satisfecho. La señorita Anston ni siquiera se
les había unido. Si lo hacía, tendría que contar toda la sórdida historia. Sus
invitados eran lo suficientemente amables y educados como para no decir ni
una palabra, pero la curiosidad sobrevolaba la reunión.
En cualquier caso, a Anne no parecía importarle, y se movía entre los
invitados, saludándolos y agradeciéndoles su presencia de forma simpática
y agradable. Era tendente al dramatismo, lo sabía, pero también sabía
representar muy bien el papel de anfitriona, lo cual sería magnífico cuando
se convirtiera en condesa, su condesa.
—Lady Anne —dijo acercándose a ella. Sintió una enorme calidez
cuando se volvió hacia él mirándole con una sonrisa exultante.
—Lord Merryweather —dijo ella a su vez, y el modo en que lo miró le
hizo sentir como si fuera el único hombre que había en la habitación.
—Estás preciosa esta noche —dijo—, como siempre.
—Gracias —contestó haciendo una pequeña reverencia—. Eres muy
amable.
—Sólo dijo la verdad, mi amor.
Por poco se le para el corazón cuando lo miró con ojos brillantes.
—¡Anne! —Honoria se unió a ellos—. ¿Cantarás para nosotros? Hace
mucho que no escucho tu voz, y la echo mucho de menos, de verdad.
—No… no estoy muy segura, la verdad —contentó dudosa, como si
estuviera recordando lo que le había ocurrido la última vez que cantó. Miró
a Christopher.
—Por favor —dijo extendiendo la mano, como si le mostrara el camino
al escenario.
—De acuerdo. —No obstante, se tocaba las faldas con gesto nervioso.
Se acercó al pianoforte. En algún momento, Christopher había pensado
en la posibilidad de librarse de él, pero ahora se alegraba de no haberlo
hecho. Perteneció a su madre, y le traía recuerdos de ella.
Anne empezó a tocar y todas las cabezas se volvieron hacia ella,
anticipando lo que iba a ocurrir. Nadie se sintió decepcionado cuando la
melodía empezó a fluir. Christopher sólo podía pensar en ella, y la miró
hasta que, en un momento dado, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos
para dejar que la melodía y la voz lo inundara. Era una actuación que no
todos los salones de Inglaterra aceptarían. Sin embargo, aquí no parecía
importar, pues todos los asistentes estaban en trance escuchándola.
De repente, se vio transportado de nuevo al teatro, a los instantes
previos a la caída del gancho. Recordó sus pensamientos de entonces con
total nitidez. Anne había nacido para esto, para hacer felices a quienes la
veían actuar, a cautivarlos con su actuación. ¿Cómo iba a mantenerla
alejada de ello?
Terminó por fin, y su rostro traslucía felicidad. Christopher pensó que
todos los asistentes a la fiesta podían escuchar los latidos frenéticos de su
corazón.
C A P ÍT U L O 2 2
L ondres , Inglaterra
A nne apoyaba los pies en el brazo del sofá Chesterfield y sujetaba el libro
sobre la cabeza. Era muy aburrido, así que tardó poco en lanzarlo
dramáticamente al suelo. Se quedó mirando la lámpara dorada que había
sobre su cabeza, de la que parecía que iba a surgir gotas de lluvia, y se puso
de pie. Se acercó a la ventana para observar la calle de Mayfair. Nada
interesante que ver, nada en absoluto. Suspiró y se acercó al lienzo que
estaba en la esquina del salón. Era como si la mirara fijamente, esperando
recibir color, imágenes, vida… pero no tenía dentro nada que ofrecer.
Finalmente, se acercó al pianoforte. Este salón de estar iba a ser para
ella sola durante toda la temporada, pues lo más probable era que Olivia se
quedara en el campo todo el tiempo. Su madre estaba también allí, por
supuesto, decidida a que Anne encontrara pareja. Lo cierto es que su madre
era demasiado optimista, o al menos eso pensaba Anne, que le había dicho a
lady Cecelia que no creía que fuera a encontrar pareja nunca más, pues
nadie querría escogerla. Ahora no sólo tenía un escándalo a sus espaldas y
una cicatriz en la cara, sino que había sido rechazada por uno de los solteros
más deseados de toda Inglaterra.
Anne golpeó las teclas con los dedos, produciendo un ruido horrísono
en la habitación. Se llevó las manos a la cabeza. Ellen se había marchado de
la hacienda de Christopher hacía dos meses, avergonzada por todo lo que
había ocurrido, y Anne no la había visto desde entonces. La temporada aún
no había entrado en su fase más activa, y desde su regreso a Londres Anne
no había recibido ninguna visita, lo cual contrastaba de forma muy
llamativa con el desfile continuo de jóvenes de ambos sexos que habían
frecuentado su casa la temporada anterior. Parecía que ya nadie quería tener
nada que ver con ella.
—Debo decir que nunca había escuchado unos acordes tan
melancólicos.
—¡Honoria! —Anne se levantó de un salto de la banqueta, salió
corriendo hacia su amiga y la abrazó efusivamente al llegar a su altura—.
¡Eres la primera alegría que me llevo desde hace mucho tiempo! Qué suerte
tengo de contar con una amiga que aún me aprecia.
Honoria rio y le devolvió el abrazo.
—Ni aunque causaras un escándalo con el mismísimo príncipe regente
te abandonaría, Anne —afirmó entre sonrisas—. Si no, no sería amiga tuya.
—Si los demás pensaran así… —dijo Anne dando un suspiro. Soltó a
Honoria y se dirigió a la zona de estar para volver a sentarse en el sofá
mientras que Honoria tomaba asiento frente a ella.
—Supongo que hablas de lord Merryweather —dijo Honoria.
—Sí, supongo que sí —concedió encogiéndose de hombros—. ¿Pero
eso que importa ya? Ya no me quiere… y creo que en realidad nunca me
quiso.
—No creo que eso sea cierto —dijo Honoria con tranquilidad—. Podría
volver contigo, nunca se sabe. Quizá se dé cuenta de que actuó demasiado
impulsivamente.
—Él nunca actúa así, no se deja llevar por los impulsos. Y si lo hace, no
lo reconoce —dijo Anne con tono taciturno, apretando los pliegues del
vestido.
—Bueno —dijo Honoria inclinándose hacia su amiga—. Tú no eres una
persona que suela sentarse y dejarse llevar por la desesperación sin
reaccionar. ¿Por qué no vamos esta noche al teatro? Eso siempre te alegra
bastante.
—No lo creo, la verdad —dijo Anne negando con la cabeza—. Sólo me
recordaría todo lo que provocó mi caída.
—Anne —empezó de nuevo Honoria mirándola con la cabeza algo
inclinada hacia un lado—. Siempre has amado el teatro. No lo pierdas, pues
esa sería la mayor tragedia de todas las que te podrían ocurrir.
—¿Qué obra representan? —preguntó Anne intentando no mostrar
demasiado interés. Hacía mucho tiempo que no veía ninguna obra.
—Así va el mundo.
—¡Ah! Me encanta esa obra… —dijo en voz baja.
—Muy bien, pues decidido —dijo Honoria—. Mi prima y yo iremos
contigo y con tu madre, ¿qué te parece?
Anne se encogió de hombros.
—Bueno, de acuerdo, pero lo hago por ti, ¿eh, Honoria?
Su amiga asintió y se levantó para marcharse.
—Y ahora, Anne, basta de compadecerte de ti misma. Quiero que mi
amiga vuelva. Empieza a regresar esta noche, ¿de acuerdo?
B ueno, al menos eso era lo que pensaba, que estaba harta de todo.
Hasta que su madre le suplicó, ¡sí, le suplicó!, que acudiera al
primer baile de la temporada. No al primero oficial, sino al primero al que
iba a acudir todo el mundo que quisiera ser visto.
—¡Vamos, Anne, tampoco va a ser tan terrible! —le dijo su madre casi
nada más levantarse por la mañana—. Estoy segura de que todo el mundo
se habrá olvidado por completo de lo que te pasó hace unos meses.
—No creo que sea así ni mucho menos —dijo Anne echando las manos
hacia atrás, gesto que acompañó poniendo los ojos en blanco de forma muy
dramática—. La temporada acaba de empezar, y ya sabe que durante el
verano casi no se producen escándalos. Voy a ser la única fuente de
diversión de la noche.
—Sólo hay una forma de acabar con eso —dijo su madre—. Levanta la
barbilla, pon gesto de valentía y demuéstrales que nadie va a poder contigo.
Además, ¿qué otra cosa puedes hacer, hija? ¿Quedarte sentada en el salón
de casa durante toda la temporada? No lo creo, la verdad. —Le acarició la
mejilla—. No olvides lo mucho que te gusta bailar, y los vestidos, y flirtear.
¡Ten presente que todo el mundo va a estar pendiente de ti cada vez que
salgas a la pista de baile! —Puso una expresión soñadora.
—Las cosas cambian, madre —dijo Anne con tono taciturno.
—Pues entonces cámbialas —urgió su madre con sorprendente
determinación—. Tienes que venir, Anne. No he visto a nadie desde hace
muchísimo tiempo, y sería muy impropio que no me acompañaras.
Así que, para no sentirse culpable de dejar sola a su madre, allí estaba
Anne sentada entre las «feas del baile». Nunca había pensado ni por un
momento que, alguna vez, pasaría a formar parte de ese grupo. Mantenía la
cabeza baja, mirándose las manos recogidas en el regazo y hablando sola.
«Sólo unas horas. Soportar esto y volver a casa. Aguantar un par de
semanas más o menos a que surja un nuevo escándalo y todos se olviden de
ti. O bien puedo urdir un plan para huir y empezar una nueva vida. ¡Sí, eso
es! ¡Acabar con esto! Basta de hacer el paripé, basta de…
—¡Vaya! ¿Pero no es lady Anne Finchley…?
«¡Dios del cielo, no! Cualquiera menos ella, ¡cualquiera!
Anne respiró hondo y tragó saliva con fuerza. Le entraron ganas de huir
a toda prisa y tan lejos como pudiera, pero no le iba a dar esa satisfacción a
Gertrude. Se levantó y, recordando las palabras de su madre, alzó la barbilla
todo lo que fue capaz.
—Lady Rumsfelter —dijo forzando una sonrisa—, que agradable volver
a verla.
—Lo mismo digo —El brillo de sus ojos era revelador—. No esperaba
verla a usted aquí esta noche… en realidad, en toda la temporada. ¡Ah, me
encanta cómo se ha arreglado el pelo! Su doncella ha hecho un buen trabajo
intentando… ocultar la cicatriz con los rizos.
Anne apretó los puños, pero mantuvo la sonrisa. Eso era exactamente lo
que Bridget había intentado, pero ni mucho menos iba a confesárselo a la
muy arpía.
—Bueno Anne, tienes que contarme lo de lord Merryweather —dijo
Gertrude tuteándola—. La última vez que os vi, él dijo que estabais
prometidos, pero he escuchado que quizá eso ya no sea así.
A Anne le entraron ganas de negarlo, sólo por el hecho de que odiaba la
sonrisa de satisfacción de Gertrude, pero no iba a escudarse en una mentira
que tenía tan poco recorrido.
—No estamos prometidos —dijo a duras penas—. Como estoy segura
de que ya sabes, Gertrude.
—¡Oh, Dios mío! —dijo llevándose la mano a la boca—. ¿Y qué pasó?
—En este momento preferiría no dar detalles. —Se le empezó a hacer
un nudo en la garganta y los ojos le ardieron.
—¡Pobre querida mía! —dijo con falsa pena Gertrude—. Bueno,
entonces lo que he visto hace un momento empieza a tener sentido —dijo
inclinándose hacia ella y con tono conspiratorio—. Al comienzo del baile
he visto a lord Merryweather con una de las hermanas Winterton. Parecían
muy enamorados, y he pensado para mí que cómo era posible que tal cosa
fuera así estando prometido con la pobre Anne… —Soltó una risita
nerviosa—. Me alegra mucho que no sea así. Pues nada, Anne, te deseo que
encuentre cuanto antes un nuevo pretendiente. Si alguien es capaz de
superar todas las dificultades que tal cosa presenta, esa eres tú, querida.
Se volvió de inmediato y avanzó a toda prisa hacia un grupo de mujeres
que la esperaban. Casi inmediatamente todas ellas miraron a Anne con poco
disimulo y empezaron a reírse. Anne hizo lo que pudo para conservar la
dignidad. Intentó mantener las miradas sin traicionarse a sí misma y mostrar
lo mucho que todo aquello la hería. Pero al final fue más de lo que pudo
soportar, y giró sobre sus talones, desesperada por encontrar dónde
refugiarse de tanta maldad. No iba a huir. Sólo quería estar sola unos
momentos.
—¿A nne?
—¡Alastair!
Si había algo o alguien capaz de alegrarla, ese era su hermano. Anne se
levantó de su sitio en la mesa y corrió hacia la puerta de entrada a abrazarlo.
Estuvo a punto de llorar cuando la rodeó con sus brazos en un poco habitual
gesto de afecto. De alguna forma se había dado cuenta de que esa noche
necesitaba consuelo.
Había pasado una semana desde la última vez que vio a Christopher, y
había esperado que, finalmente, el hecho de tener la oportunidad de decirle
lo que pensaba cerraría su relación y que eso le permitiría seguir adelante.
Pero el hecho de verlo tan destrozado, de escuchar sus palabras, sólo había
conseguido destrozarla aún más. Cuando dijo que la amaba, sintió la
absoluta necesidad de acceder a todo lo que quisiera de ella con tal de que
de nuevo estuvieran juntos. Pero, en lo más profundo de su corazón, sabía
que el hecho de renunciar a la gran pasión de su vida iba a conducir sin
remedio a un futuro de amargura y resentimiento.
—¡Qué tal Hannah? ¿Y Olivia?
Alastair se sentó en la mesa junto a ella y contestó todas sus preguntas.
Le dijo lo que quería oír, y todas las novedades. Su madre había salido para
acudir a una función, pero esta vez Anne se había negado a hacerlo. De
hecho, esa era la razón por la que Alastair había acudido: Anne estaba
decidida a irse al campo y dedicar cierto tiempo a pensar qué era lo que
quería hacer con su vida a partir de ahora.
—¿Cuándo quieres que nos marchemos? —le preguntó, una vez que le
hubo hablado de ello.
—Pronto —contestó—. Mañana mismo, en realidad. No quiero dejar
sola a Olivia mucho tiempo.
—Lo entiendo —dijo, encantada de dejar atrás Londres cuanto antes—.
Voy a asegurarme de que la doncella lo tenga todo preparado.
A su madre no le agradó que Alastair se quedara tan poco tiempo, pero,
una vez empezado el viaje, Anne se sintió muy aliviada, tanto que fue capaz
de apoyar la cabeza en los almohadones y relajarse por fin. El movimiento
del carruaje le resultaba extrañamente suave, y enseguida cayó en un sueño
agradable y profundo.
Q uerido lector ,
¡Espero que haya disfrutado con la historia de Anne y Christopher! Si
ha leído toda la serie «Y fueron felices para siempre», espero que le haya
aportado mucha felicidad y amor.
Próximamente en español: ¡El misterio del duque de Debonair! Ya se
puede reservar y estará disponible el 12 de julio.
Mientras tanto, ¿has leído Los escándalos de las inconformistas?
Empieza con Diseños para un duque y lee el avance en las próximas
páginas.
C on mucho cariño ,
Ellie
U N A NT I C I P O D E D I S E Ñ O S PA R A
UN DUQUE
LONDRES ~ 1820
Novias Florecientes
Un duque para Daisy
Un marqués para Marigold
Un conde para Iris
Un vizconde para Violet
Navidad
Su deseo de Navidad
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