Capítulo 5
REPRESENTACION POLITICA Y SISTEMAS
ELECTORALES: EL ORIGEN DEL PODER Y SU
TRANSMISION A LA CLASE GOBERNANTE1
Edgardo Costa
Todo el poder estatal emana del pueblo, quien lo ejercerá en las elecciones y votacio-
nes...2
1. Introducción
El conciso enunciado que se reproduce en el acápite encierra dos de los temas
más apasionantes y significativos que estudia la ciencia política: el origen del
poder y las distintas formas a través de las cuales su ejercicio se transmite a los
gobernantes, dilema que en las democracias modernas intentan resolver los sis-
temas electorales.
A partir de un análisis básico, nos iremos introduciendo en este tema para
poder así comparar desde un punto de vista local algunas alternativas posibles,
que como es sabido carecen en absoluto de inocencia política.
Para eso haremos un “tour de force” sobre las teorías que justifican el origen
del poder a partir del hombre, el tránsito de estos conceptos que principios de la
Edad Moderna, las teorías de los autores contractualistas, la idea de la Soberanía
Popular, el principio democrático, la formula de las mayorías, la extensión de
dicho principio del pequeño espacio hacia las grandes unidades territoriales, y
por fin el principio de la representación.
Pero dicho concepto, en cuanto supone poner las voluntades de todos en
manos de algunos para que la ejerzan en su nombre y representación, implicará
la búsqueda de fórmulas que conviertan las preferencias ciudadanas en funciones
públicas, en mandatarios que ejerzan ese poder.
1 El presente capítulo es una versión corregida de Costa, Edgardo. 1997. “Representación política
y sistemas electorales: El origen del poder y su transmisión a la clase gobernante”. Revista del
Instituto de Capacitación y Formación de Dirigentes Políticos (INCAP), Año 1, Nº1 (diciembre):
109-145. Publicado con el permiso del autor.
2 Ley Fundamental de la República Federal Alemana, Art. 20.2 (1949)
68 Edgardo Costa
Estas traducciones de la voluntad popular en cargos públicos, que aparentan
ser asépticas fórmulas matemáticas que convierten los votos en funcionarios, son
el magnifico e indelegable ejercicio de la Soberanía Popular que, como dijo una
vez la Corte Suprema de Justicia de la Nación “el medio esencial de poner en
ejercicio dicha Soberanía es el voto de los ciudadanos a efecto de constituir, directa
o indirectamente, las autoridades de la Nación; que esta prerrogativa preciosa del
ciudadano es irrenunciable por cuanto constituye el fundamento del gobierno, sin
el cual no es posible la existencia del Estado”3 .
Sin embargo, la idea de que “todo el poder reside en el pueblo y por con-
siguiente de él se deriva”4 , no constituyó una verdad inmutable y eterna en a
historia de la humanidad.
En una primera parte de este trabajo hacemos una incursión respecto de las
teorías que elaboraron la idea básica que el poder reside en el pueblo, para llegar
así a la teoría de la representación. Luego analizaremos el marco teórico de los
sistemas electorales para profundizar el debate vis-à-vis las alternativas más re-
curridas en nuestro tiempo: el sistema uninominal frente al sistema proporcional,
privilegiando el análisis de la aplicación de dichos sistemas en nuestro país; puesto
que comparar es conocer, correcto será revisar no solo el uso de dichos sistemas
en la Argentina, sino también en otros estados.
Los sistemas electorales son una parte esencial de los sistemas políticos; son
un instrumento político fácil de manipular por parte de los gobernantes, conforman
el sistema de partidos políticos y afectan la amplitud de la representación.
Con relación a los sistemas especialmente analizados veremos que cada
uno tiene sus debilidades y fortalezas: en realidad veremos que la tesis de Arend
Lijphart que la representación proporcional siempre es mejor porque conduce a la
democracia por consenso admite prueba en contrario; pero también lo directo del
sistema uninominal es dudoso y se debe relacionar muchas veces con el localismo,
amén del riesgo cierto de la eventual posibilidad de la manipulación del trazado
de las circunscripciones (v.g., “gerrymandering”). Por otra parte, las alternativas
electorales varían en tanto y en cuanto se trate de designar un solo cargo, como
puede ser un presidente, o cuando se trata de elegir a los miembros de un cuerpo
colegiado, como son en nuestra estructura constitucional los miembros de la Cá-
mara de Diputados, que es hacia donde apunta nuestra investigación.
De este análisis surgirá la pregunta final: ¿se debe cambiar el sistema actual?
¿Cómo lo vamos a hacer?
3 Corte Suprema de Justicia la Nación. Héctor Darío Esquivel, 1933. Fallos, T 183; p. 175.
4 Declaración de Derechos de Estado de Virginia, 1776; Sec.II.
Representación política y sistemas electorales 69
2. El origen del poder y la teoría de la representación
Se marca con Thomas Hobbes (1588-1679) un verdadero punto de inflexión en el
tránsito en las doctrinas justificadoras del origen del poder y el Estado de la Edad
Media a la Epoca Moderna. El tema central de su Leviathan (1651) es la genea-
logía del Estado y consecuentemente del Poder. Por ello, la pregunta que guía su
investigación es: ¿Cómo supera el hombre primitivo “el estado de naturaleza”,
en el que Hobbes supone una lucha de todos contra todos, para llevar al “Estado
político civil” en el cual se crea el Estado y el hombre adquiere verdaderamente
su condición de tal? Como se sabe, la respuesta es: mediante un pacto o contrato
social.
Para ello, el hombre imita a la naturaleza a través del arte y crea una persona
artificial, “... que (por definirla) es una persona cuyos actos ha asumido como
autora una gran multitud, por pactos mutuos de unos con otros, a los fines de que
pueda usar la fuerza y los medios de todos ellos para su paz...”. “Y, el que carga
con esa persona se denomina Soberano...”, para concluir más adelante, “... los
hombres acuerdan voluntariamente entre ellos mismos someterse a un hombre o
asamblea de hombres...”5 .
Previamente, había definido como persona a “... aquel cuyas palabras o
acciones son consideradas, bien sea como suyas, bien como representando las
palabras y acciones de otro hombre, o de cualquier otra cosa a la que se atribuyan,
verdaderamente o por ficción”6 , aclarando enseguida que cuando actúan en repre-
sentación de otra, la persona es artificial, referenciando el origen etimológico de
la palabra “persona”, que en latín quiere decir disfraz y dice que “personificar es
actuar y representarse a sí mismo u otro”, denominándose al que actúa por otro
mandatario; para acabar diciendo: “Las palabras y acciones de algunas personas
artificiales son propiedad de aquellas a quienes representan... la persona (artifi-
cial) es el actor y el propietario de sus palabras y acciones es el Autor, por cuya
autoridad actúa el actor, mandatario o delegado”.
El empleo de la palabra “persona” para definir al Estado no es aquí acci-
dental; Hobbes esbozó en forma concisa algo que es esencial en la democracia
representativa. Esa “persona total”, por usar la expresión de Max Scheler, es una
voluntad soberana, pero no absoluta como lo eran la voluntad del Papa o del Em-
perador, porque su autoridad la recibe del “pueblo reunido”, al cual permanece
siempre referida.
5 Véase cap. XVII en Hobbes, 1983.
6 Véase cap. XVI en Hobbes, 1983.
7 Véase Libro I, Caps. 6 y 7 en Rousseau, 1980.
70 Edgardo Costa
Se había producido, pues, una verdadera revolución copernicana en la nueva
referencia al origen del poder; frente a las teorías del derecho divino del poder,
aparecía con sólido respaldo intelectual la idea de la Soberanía Popular.
La autoridad brota del pueblo, que es el dueño de la autoridad originaria; la
autoridad del Estado es una autoridad derivada; no hay otra fuente de autoridad,
ni en el cielo ni en la tierra, distinta del único autor que da autoridad en el sentido
de la autoridad soberana: el pueblo unificado en una “voluntad general”.
Esta concepción de la autoridad contiene la dinamita ideológica que va a
explotar a fines del siglo XVIII con las revoluciones americana y francesa.
Pero, Hobbes todavía no explora la idea de cómo efectuar una traducción
de la voluntad general a quien o quienes la ejerzan efectivamente en su nombre o
representación. Esto no debe sorprendernos, toda vez que Hobbes vivía rodeado
de un mundo de monarcas absolutos, en el cual él era testigo de un verdadero
sacrilegio: en su Inglaterra, el Rey Carlos I era decapitado en el ámbito de la
Revolución Puritana, cuando en el resto de Europa, las unidades nacionales se
seguían consagrando en el marco del absolutismo monárquico.
Jean Jacques Rousseau (1712-1778), va a reelaborar en Del Contrato So-
cial, la doctrina expuesta por Hobbes más de un siglo antes; pero Auguste Comte
(1798-1857), llama a Hobbes el verdadero revolucionario, reconociendo en él la
elaboración original de la teoría.
Sin embargo, el ginebrino, con su claridad y genio literario, puso de mani-
fiesto aspectos de la nueva doctrina política, reforzando la idea que la fuente de
validez de la autoridad no reside más que en los individuos y jamás en la natura-
leza. “El individuo contrata consigo mismo”, pues, “dándose cada uno a todos,
no se da a nadie...”.
No se entrega autoridad a un poder extraño, sino que “uniéndose a todos,
no obedece, sin embargo, más que a sí mismo y permanece tan libre como ante-
riormente”7 .
John Locke (1632-1704) vive aproximadamente medio siglo después que
Hobbes y medio antes que Rousseau, y es protagonista de la Revolución Glorio-
sa (1688) donde se consigue algo formidable: el abandono de la vieja idea del
derecho divino de los reyes y el definitivo triunfo del Parlamento, como legitima
representante del pueblo.
8 Véase Locke, 1981.
9 Véase Cap. VIII en Locke, 1981: 95-98.
10 En este sentido puede verse a Huntington, 1994.
Representación política y sistemas electorales 71
La doctrina de Locke está expuesta en su libro Two Treatises on Civil Gover-
nment (1691) 8 . El primero de ellos, en réplica a Robert Filmer, es una refutación
a la idea de la legitimidad del derecho divino de los reyes. En el segundo, donde
se halla contenida toda su doctrina política, sostiene como idea-fuerza, el princi-
pio de que el gobierno debe ejercitarse con el consentimiento de los gobernados,
reelaborando la teoría del contrato social desarrollada previamente por Hobbes.
Su influencia sobre el pensamiento político, es insoslayable y enorme, se
podrá pensar con Locke o contra Locke, pero no sin él. Se le reconoce marcada
influencia doctrinaria en la Declaración de la Independencia de Estados Unidos,
que en un párrafo sostiene “que para mantener estos derechos, se constituyan
entre los hombres gobiernos, los cuales derivan sus poderes del consentimiento
de los gobernados”.
Pero, hay otro valor agregado explícito de Locke con relación a la teoría de
la representación: la voluntad de la mayoría como un parámetro decisorio respecto
de la forma en que los gobiernos guiarán a las sociedades.
Así dice Locke: “Una vez que un determinado número de hombres ha con-
sentido en constituir un gobierno, quedan desde ese mismo momento conjuntados
y forman un solo cuerpo político, dentro del cual la mayoría tiene el derecho de
regir y obligar a todos... dicha comunidad... para actuar como un solo cuerpo, lo
consigue por la voluntad y decisión de la mayoría. De otra forma es imposible ac-
tuar y formar verdaderamente un solo cuerpo,... El cuerpo se mueve hacia donde lo
impulsa la fuerza mayor, y esa fuerza es el consentimiento de la mayoría; ...”.
Luego Locke le da sólidos argumentos racionales al por qué se debe aceptar
la voluntad de la mayoría: “Si no existe razón para que el consentimiento de la
mayoría sea considerado como decisión de la totalidad y obligatorio para todos
no habrá nada que pueda convertir a una resolución en acto del conjunto fuera del
consentimiento unánime... Además resulta poco menos que imposible conseguir la
unanimidad, como consecuencia de la variedad de opiniones y de la pugna de inte-
reses que se manifiesta totalmente en cuanto se reúnen unos cuantos hombres”9 .
Esta aproximación al pensamiento de los clásicos nos deja una lección inicial:
la titularidad del poder reside en la Soberanía Popular, que se expresa a través
de la voluntad general, y esta obedece al impulso mayoritario de la sociedad. El
gobierno lo ejerce un hombre, o una asamblea de estos, que toma las decisiones
con el consentimiento de la sociedad, que es la autora de las mismas.
Las revoluciones americana y francesa, a fines de siglo XVIII materializarán
estos principios, que durante el siglo XIX se diseminarán expansivamente por el
11 Véase Montesquieu, 1980.
12 Véase Cap. 2 (Libro II) en Montesquieu, 1980.
72 Edgardo Costa
mundo occidental con variadas suertes. Luego de algunas marchas y contramar-
chas, el principio democrático verá a fines del siglo XX una globalización que
parece como incontenible10 .
2.1. Antecedentes históricos
La Revolución Norteamericana propuso un desafío práctico y teórico original:
Trasladar la democracia del pequeño al gran territorio.
En efecto, si observamos la evolución de los modelos “democráticos” po-
demos remontarnos a la Grecia clásica. Con limitaciones conocidas, ya Platón
y Aristóteles en sus clasificaciones de las formas de gobierno introducían la
democracia. Claro que a ellos les interesaba más cómo se gobernaba, que quién
gobernaba. Por eso, las formas legítimas eran las puras, más allá de quienes go-
bernasen. Podían ser uno, pocos o muchos, pero lo importante era la búsqueda del
bien común en los gobernantes (Aristóteles) o el respeto a la ley (Platón). Estas
formas se daban en la polis cuya característica básica era un espacio territorial
reducido y poco poblado.
Luego reaparece la democracia citada por Tomás de Aquino (1225-1274),
quien la ubica entre las formas legítimas de gobierno junto con la monarquía y la
aristocracia. Nicolás Maquiavelo (1469-1527), apenas la cita como una categoría
histórica. Charles Montesquieu (1689-1755), en la primera parte de Del espíritu
de las leyes, en la llamada parte aristotélica de su obra, habla de la República, que
puede ser democrática o aristocrática11 .
Así, dice Montesquieu, “Si el pueblo entero es la República, dueño del poder
soberano, estamos ante una democracia... El pueblo es, en la democracia monarca
o súbdito, según los puntos de vista. A través del sufragio, que es expresión de su
voluntad, será monarca puesto que la voluntad del soberano es el mismo sobera-
no. Las leyes que establecen el derecho al voto son, pues, fundamentales en este
gobierno. La reglamentación de cómo, por quién y sobre qué deben ser limitados
los votos, es tan importante como saber en una monarquía quien es el monarca y
de qué forma debe gobernar”12 .
Pero luego en una serie de disquisiciones, donde hurgando en la historia
repasa el voto calificado, en general por la renta, citando entre otros los ejemplos
de Roma en la época de Servio Tulio o Tito Livio, o de Solón y Dionisio de Hali-
carnaso en Grecia, que dividían el pueblo en clases afirma que “... la mayoría de
los ciudadanos que tienen suficiencia para elegir no la tienen para ser elegibles...”,
13 Véase Cap. 15 (Libro III), Rousseau, 1980.
14 Véase de Tocqueville, 1980. 14.
Representación política y sistemas electorales 73
para terminar concluyendo que “la elección por sorteo es propia de la democracia;
la designación por elección corresponde a la aristocracia”.
En verdad, para Montesquieu, la democracia continúa siendo una forma
antigua de gobierno, típica de los lugares pequeños, reducidos, con pocos habi-
tantes; y, si bien habla de elecciones, no se acerca al pensamiento moderno de la
representación.
Por otra parte, su libro fue escrito a lo largo de 25 años por lo que puede
reconocerse en el mismo: (a) una primera parte con claro ascendiente e influencia
aristotélica (los primeros ocho libros) y (b) una segunda parte escrita por el influjo
que produjo en él su viaje a Inglaterra, a principios del siglo XVIII, donde describe
la forma mixta de gobierno de la monarquía inglesa, que se asemeja en algún modo
al régimen mixto de gobierno que Polibio (c. 200-120 a. C.) describe en la Repú-
blica Romana y que podemos sintéticamente graficar de la siguiente forma:
ELEMENTOS POLIBIO MONTESQUIEU
(República romana) (Inglaterra: principios
del siglo XVIII)
Monárquico Consulado Rey
Aristocrático Senatus Consultum Cámara de Lores
Democrático Magistrado de la Plebe Cámara de los Comunes
Como vemos, los aportes teóricos de Montesquieu a la teoría de la repre-
sentación son incipientes y confusos.
En Rousseau la cuestión es más clara: no acepta directamente la democracia
representativa: “La soberanía no puede ser representada, por la misma razón no
puede ser enajenada, consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad
no se representa: es ella misma o es otra, no hay término medio. Los diputados del
pueblo no son, por tanto, ni pueden ser representantes,... toda ley que el pueblo en
persona no haya ratificado es nula; no es una ley. El pueblo inglés se piensa libre;
se equivoca mucho; solo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento;
en cuanto han sido elegidos, es esclavo; no es nada. En los breves momentos de
su libertad, el uso que hace de ella bien merece que la pierda”13 .
De esta forma, Rousseau recuerda a los griegos, que no conocían la palabra
representante: el pueblo lo hacía todo por sí mismo; se reunía periódicamente
15 Hamilton, Alexander. 1792. The Continentalist.
74 Edgardo Costa
y permanentemente en el ágora. Como vemos, esta democracia directa, solo es
posible en los lugares pequeños.
Estados Unidos, es en realidad la primera nación que logra extender la
democracia del pequeño al gran espacio físico. Muchos motivos hicieron posible
esta aventura, que tiene que ver con sus orígenes, su colonización, la religión y
las pautas culturales de los pioneros que poblaron la Costa Este de la Unión. En
todo caso, no corresponde al ámbito de este trabajo ahondar en las motivaciones,
pero sí, recordar que fue el francés Alexis de Tocqueville (1805-1855) quien en
su monumental La democracia en América, describe este proceso que vincula,
por decirlo sintéticamente, a instituciones participativas, en los municipios, donde
existe un modelo de democracia “semi-directa”, con democracia representativa, a
poco que se produce la elección de las autoridades relacionadas con el gobierno
federal: de algún modo hay una relación inversa entre la democracia directa y el
ámbito geográfico sobre el cual los funcionarios ejercen su poder14 .
En realidad las colonias inglesas de Norteamérica habían conocido algunas
instituciones representativas antes de independizarse. Concluida la guerra de la
independencia, el desafío americano era constituir una república formada a partir
de la unión de 13 estados mediante la decisión voluntaria de sus representantes.
Al crear las propias, luego de la emancipación, los constituyentes tuvieron cons-
ciente noción del principio de la representación y, más allá de la discusión sobre
si elaboraron una doctrina propiamente dicha o si solamente analizan a la teoría
de la representación como una solución al tema de la expansión de la democracia
al gran territorio geográfico y las poblaciones muy numerosas, algunas reflexiones
básicas son insoslayables y de una claridad y sencillez admirables para describir
la cuestión.
John Adams, (1735-1826), segundo Presidente de la Unión en sus Reflexiones
sobre el gobierno en 1776 escribió: “Tú y yo, mi querido amigo, hemos nacido a
la vida en una época en que hubieran deseado vivir los más grandes legisladores
de la antigüedad. Muy pocos hombres han podido gozar de la oportunidad de
tener que elegir su forma de gobierno... ¿Cuándo antes de nosotros, tres millones
de personas han dispuesto de plenos poderes y una oportunidad propicia para
formar y establecer el gobierno más sabio y venturoso que la sabiduría humana
pueda concebir?”.
Sabían que tenían que romper con la historia: tanto lo sabían que el mismo
Thomas Jefferson (1743-1826) le contestaba al determinismo geográfico: “Ten-
go mucha confianza en que avanzaremos con éxito en las épocas futuras, y que
contrariamente al principio de Montesquieu, se verá que cuanto mayor sea la
extensión del territorio más firme será la estructura republicana, si está fundada
(...) en principios de acuerdo y de igualdad.” Alexander Hamilton (1757-1804)
16 Al fin y al cabo, Juan Bautista Alberdi (1810-1884) se inspiraría en este modelo, y reproduciría
Representación política y sistemas electorales 75
abundaba aún más, repudiando a la polis griega cuando decía “... es tan ridículo
buscar modelos en las épocas simples de Grecia y Roma como hacerlo entre los
hotentotes o los lapones”15 .
Los fundadores tenían sobre sí aquello que Nicolás Maquiavelo había deno-
minado necessita: vista la imposibilidad material del gobierno directo del pueblo,
se trataba de elaborar el principio de la representación, que, por usar las palabras
de William Patterson en la Convención de Filadelfia era “un expediente mediante
el cual una asamblea de ciertos individuos elegidos por el pueblo sustituye a la
inconveniente reunión de todo el pueblo en general”. En el mismo ámbito James
Wilson expresó “Como (el pueblo) no puede... actuar por sí mismo, debe hacerlo
por medio de sus representantes. Y, hablando en verdad, no hay diferencia entre
lo que es hecho por el pueblo personalmente y lo que es hecho por sus represen-
tantes, actuando de acuerdo con los poderes recibidos.”
Los autores de El Federalista teorizaron, aún más sobre el tema, identificando
a la República con la democracia representativa, considerándola a ésta como una
fórmula superadora de la democracia pura o directa.
James Madison (1751-1836) resaltaba las virtudes superadoras de la república
por sobre la democracia pura, pues sostenía que esa representación, que permitía la
cesión del ejercicio de la soberanía de todos a manos de uno pocos, tenía el efecto
de atenuar la lucha de las facciones, y de asegurar y de mejorar las condiciones
del gobierno en la búsqueda del interés general. Describía El Federalista la teoría
de la representación como “la delegación de la facultad de gobierno en un número
pequeño de ciudadanos, elegidos por el resto (lo que permite) comprender un
mínimo más grande de ciudadanos y una mayor extensión de territorio”.
En realidad la arquitectura constitucional americana proponía, a través del
régimen representativo, una nueva vuelta de tuerca al régimen mixto al que nos
referíamos anteriormente y que Polibio y Montesquieu a su tiempo habían descu-
bierto en la República romana y en Inglaterra respectivamente: un presidente que
recordaba los elementos de la monarquía y que le imponía ejecutoriedad al sistema.
Una cámara de senadores con vestigios de la vieja aristocracia y una cámara de
representantes que centraría toda la fuerza del humor del pueblo, inspirada en los
elementos democráticos16 .
en Bases y puntos de partida una frase atribuida a Simón Bolivar, para explicar los atributos del
ejecutivo en lo que iba a ser nuestra Constitución: “En América Latina necesitamos reyes con el
nombre de presidentes”. Véase Alberdi, 1914.
17 Art. 22, Constitución Nacional de la Argentina.
18 Véase Echeverría, 1981.
19 Véase Botana, et al., 1986.
76 Edgardo Costa
Pero fue quizás Thomas Paine (1737-1809) quien primero señaló las pe-
culiaridades del nuevo régimen instaurado entonces en Norteamérica como el
“sistema representativo”. Lo presentó como una nueva forma de gobierno, distinta
de las “tradicionales” (v.g., monarquía, aristocracia y democracia) y señaló que,
mediante él, la representación se injertaba en la democracia.
No queríamos finalizar esta introducción a la teoría de la representación,
en cuanto a su antecedente histórico, sin citar los aportes que produjo el político
francés Emmanuel J. Sieyès (1748-1836), en su obra ¿Qué es el tercer Estado?,
cuando al explicar el por qué se debe formar una asamblea representativa dijo:
“Los asociados son en demasía numerosos y están dispersos en una superficie
demasiado extensa para ejercitar fácilmente ellos mismos su voluntad común.
¿Qué hacen?, separan todo lo que es necesario para velar y proveer a las aten-
ciones publicas, y confían el ejercicio de esta porción de voluntad nacional, y
por consiguiente de poder, a algunos de entre ellos, tal es origen de un gobierno
ejercido por procuración”.
Notemos sobre esto varias verdades:
(1) La comunidad no se despoja del derecho de querer. Es su propiedad ina-
lienable. No puede sino encarar su ejercicio.
(2) El cuerpo de los delegados no puede siquiera tener la plenitud de este
ejercicio. La comunidad no ha podido confiarle de su poder total sino la
porción que es necesaria para mantener el buen orden. No se da lo superfluo
en este género.
(3) No corresponde, pues, al cuerpo de los delegados alterar los límites del
poder que se ha confiado, “No es la voluntad común real la que obra, es
una voluntad representativa”.
2.2. La teoría de la representación (síntesis)
A partir del análisis comparativo de toda esta línea de pensamiento podemos
destacar los elementos conceptuales básicos constitutivos de la teoría de la repre-
sentación en la siguiente sistematización:
(1) El objeto a ser representado es el de la sociedad en su conjunto, en forma
global, sin discriminaciones. Es el titular del poder o soberanía y autor
mediato de sus actos.
(2) El mandatario o representante es una persona, o un grupo de personas ins-
titucionalizadas en un órgano (el congreso, la convención, el parlamento,
el presidente, etc.).
Representación política y sistemas electorales 77
(3) La técnica de la representación consiste en la elección del segundo grupo
por parte del primero, sin otra división que las territoriales, y a través de
los sistemas electorales, a los que nos referiremos más adelante.
(4) Los representantes ejercen y expresan la voluntad de los representados
y, aunque tienen ciertas limitaciones, una vez producida la elección, los
elegidos actúan libremente.
(5) La finalidad consiste en crear una voluntad “general” que anteponga el
interés común a los intereses particulares.
2.3. Representación, sufragio y elecciones
El sufragio es el acto por el cual cada ciudadano expresa su opinión en orden
a la decisión de un punto o a la elección de un sujeto. Estos términos se hallan
indisolublemente asociados con el concepto de democracia constitucional y el
principio representativo.
Si como dice nuestra Constitución Nacional, “El pueblo no delibera, no
gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta
Constitución”17 , reforzando este principio en el nuevo Artículo 37, no cabe dudas
que únicamente es posible esta estructura de gobierno a través de gobernantes
elegidos ya sea en forma indirecta o directa por los ciudadanos por medio del
sufragio.
Ya Esteban Echeverría (1805-1851) decía “La raíz de todo sistema demo-
crático es el sufragio, cortad esa raíz, enrareced el sufragio y no hay pueblo ni
instituciones populares, habrá cuando más, oligarquía, aristocracia, despotismo
monárquico o republicano. Desquiciad, parodiad el sufragio y hallareis una le-
gitimidad ambigua y un poder vacilante, como el Sistema Unitario. Ensanchad
el sufragio en la monarquía representativa y daréis entrada al poder al elemento
democrático...”18 . A su vez, Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), decía
“Todo sistema de gobierno de nuestro siglo, aún los despóticos, se funda en la
elección de autoridades por el pueblo”.
La importancia del sufragio, y su relación directa con el régimen represen-
tativo es de una intensidad tan evidente, que fue receptada por la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las
Naciones Unidad que en su Artículo 21 dice: “(1) Toda persona tiene derecho a
participar en el gobierno de su país, directa o por medio de sus representase libre-
mente escogidos. (2) Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de
igualdad, a las funciones públicas de su país. (3) La voluntad del pueblo es la base
de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones
20 Esta debilidad originaria forzó al gobierno laborista a convocar a elecciones nuevamente
al poco tiempo y motivó que el prestigioso Times de Londres se declarase favorable al
78 Edgardo Costa
auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por el sufragio universal e
igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad
del voto”. Pero, para que el sufragio tenga virtualidad política como mecanismo
de manifestación de la voluntad de la comunidad mediante el voto, el mismo
debe tener base individual y popular y en líneas generales no debe ser sometido a
restricciones de ningún tipo, debiéndose computar en términos de reglamentación
a través del principio general, aunque de aplicación relativa: una persona un voto.
Este principio puede tener alteraciones a partir del principio de la unidad territorial
en que se divide el espacio en el cual se lleva a cabo la elección. Se ha producido
al respecto un notable fallo de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos,
en 1962, en el “Leading Case: Baker vs. Carr”.
Más allá del análisis sobre su naturaleza jurídica (derecho, deber o función),
el sufragio debe estar garantizado por una adecuada reglamentación legal. No
abundará recordar las palabras de Joaquín V. González, cuando, siendo senador
por La Rioja, dijo al Congreso de la Nación (1.2/1902): “Este país, según mis
convicciones después de un estudio prolijo de nuestra historia, no ha votado nun-
ca”. Se estaba discutiendo la reforma electoral que iba a reglamentar y dotar de
contenido ético el sufragio en nuestro país.
En este sentido, el voto se puede clasificar de diversas formas: en facultativo
u obligatorio; en publico o secreto: en universal o calificado; en restringido o igua-
litario; en directo o indirecto, etc. En general, cuando se habla de universalidad, se
debe entender la misma en sentido restringido, ya que ninguna legislación otorga
el voto a todas las personas sin excepción.
La reforma constitucional de 1994 incorporó el texto de la misma las caracte-
rísticas básicas del sufragio, el mismo es “... universal, igual, secreto y obligatorio”.
Pero, convertir los votos en cargos públicos es una suerte de matemática valorativa
que llevará a recorrer un jardín de senderos que se bifurcan, por usar el título de
un cuento del gran Jorge Luis Borges. Esto motivará un estudio pormenorizado
que ocupará la segunda parte de este trabajo: los sistemas electorales.
3. Sistemas electorales: Marco teórico
Podríamos decir que un sistema electoral básicamente es un método cuya finalidad
es traducir en cargos electivos la voluntad popular expresada a través del sufragio.
Como ya se ha dicho reiteradamente, no existe ningún sistema perfecto y todos
tienen su consecuencia y finalidades políticas. Ningún sistema es inocente, todos
tienen sus virtudes y sus riegos.
En este sentido, existen principios básicos a los que se deben ajustar alter-
nativamente todos los sistemas y éstos son:
Representación política y sistemas electorales 79
(a) Principio de pluralidad: Responde a la formula según la cual el o los
cargos en disputa son asignados a candidatos que superan en cantidad de
votos a sus competidores más inmediatos. Sencillamente el que obtiene
más votos, accede al cargo en disputa.
(b) Principio de la mayoría: Aquí para obtener el o los cargos en juego
se deben obtener más de la mitad de los votos validos emitidos. Existen
algunas normativas especificas que han creado las “mayorías calificadas”
(en realidad debieran llamarse minorías calificadas) como la Constitución
de Costa Rica en donde se requiere más del 40% de los votos para ser
ungido Presidente en la primera vuelta, o nuestro propio sistema electoral
para elegir Presidente, surgido de la reforma constitucional en 1994, que
prevé un sistema mixto con dos alternativas para evitar la segunda vuelta:
45% de los votos (Art. 97 C.N.) o el 40% y una diferencia mayor de 10
puntos porcentuales respecto del siguiente candidato (Art. 98 C.N.). Por
lo demás, este principio se relaciona habitualmente con la segunda vuelta
o ballotage.
(c) Principio de la Proporcionalidad: Se lo vincula con sistemas de elección
de listas de candidatos; este principio apunta precisamente a que el reparto
de bancas sea proporcional al número de votos que cada lista obtuvo persi-
guiendo la proporcionalidad más exacta posible entre el número de sufragios
válidos obtenidos por cada lista y el número de bancas a ocupar.
Cualquiera de estos principios debe estar asociado a una unidad territorial,
dentro de la cual se elegirá el o los representantes: si se eligen varios por distrito
nos hallamos frente a un sistema plurinominal, pero si sólo se elige uno, se estará
ejerciendo un procedimiento uninominal.
Es condición necesaria para la existencia de un sistema electoral, que el mis-
mo esté referido a un espacio geográfico predeterminado. En general, la doctrina
clasifica, con relación a la distribución territorial, tres sistemas principales:
(a) Colegios, distritos o circunscripciones uninominales.
(b) Colegios, distritos o circunscripciones plurinominales.
(c) Colegio nacional único.
Los colegios, distritos o circunscripciones son uninominales cuando el
territorio del Estado se divide en tantas “zonas” como cargos por cubrir en la
elección haya, correspondiendo en consecuencia la asignación de un cargo por
distrito y votando dentro de él, cada elector por un solo candidato.
Los colegios, distritos o circunscripciones son plurinominales cuando el
territorio del Estado es divido en “zonas de superficie extensa”, en cada unas de
80 Edgardo Costa
las cuales se cubre un número determinado de cargos, correspondiendo a cada
elector votar por una lista que contiene un número de candidatos igual al de los
atribuidos al respectivo colegio, distrito o circunscripción.
Existe un colegio nacional único cuando no hay división territorial del
Estado a los efectos electorales y, por consiguiente, cada elector vota por tantos
candidatos como cargos por cubrir haya en todo el territorio del país. Técnicamen-
te, esta alternativa, es equiparable a la mencionada en (a), si se trata de elegir un
solo candidato, como ocurrió en la Argentina en las elecciones Presidenciales de
1951, 1973 y a partir de la reforma constitucional de 1994; o si se trata de elegir
a varios, sería equiparable a (b).
Obviamente, los principios de mayoría, pluralidad o proporcionalidad, están
vinculados a algunos de los sistemas de “distribución territorial”, y persiguen la
finalidad de dibujar la “organización política”, buscando conciliar el principio de
que los elegidos sean el reflejo fiel de los electores con la eficacia gubernativa.
3.1. Los sistemas electorales en Argentina: Evolución histórica
En orden a la elección de funcionarios federales podemos referirnos a los siguientes
mandatarios:
(1) Presidente y Vicepresidente de la Nación.
(2) Senadores Nacionales.
(3) Diputados Nacionales.
La Constitución Nacional, desde 1853 hasta 1996 —incluyendo cada una de
sus reformas:1860, 1866, 1898, 1957 y 1994— juntamente con la Constitución de
1949 y el Estatuto Fundamental de 1972, se ocupó de la elección del Presidente
y Vicepresidente de la Nación en forma relativamente excluyente; haciendo lo
propio con los senadores nacionales. En cambio, delegó en el Congreso de la
Nación, la potestad de establecer mediante leyes ad hoc, el sistema electoral que
habría de aplicarse para elegir diputados.
3.1.1. Elección presidencial: Síntesis
Sin prejuicio de exceder la incumbencia de este análisis, no puede omitirse una
breve referencia a la evolución de los mecanismos de elección presidencial.
La Constitución de 1853/60 (con sus reformas de 1886/1898, 1957), esta-
blecía un sistema de elección indirecta en el cual la Nación se dividía en tantos
distritos electorales como provincias hubiera, más la Capital Federal (desde 1880);
eligiendo cada distrito un número de electores equivalente al duplo del total de
senadores y diputados que envían al congreso (Arts. 81 al 85 C.N. 1853/60). Acá
Representación política y sistemas electorales 81
la Constitución remitía al sistema electoral utilizado para elegir diputados (“...
con las mimas calidades y bajo las mismas formas prescritas para la elección de
diputados”). Estos electores integraban un Colegio Electoral que debía elegir al
presidente y vicepresidente a “mayoría absoluta de sufragios”.
Este sistema se inspiraba en la Constitución de Estados Unidos, y la función
del colegio electoral era la de “amortiguar las pasiones populares”. Si ningún
candidato obtenía la mayoría absoluta, la elección del presidente o vicepresidente
(según fuera el caso) se delega en la Asamblea Legislativa, o sea los senadores
y diputados reunidos en forma conjunta e igualitaria. Valga decir que nunca un
presidente de la Nación fue electo bajo estas circunstancias.
La Constitución de 1949, el Estatuto Fundamental de 1972 y, por fin los
convencionales de 1994, optaron a su tiempo por la elección directa del presidente
y vicepresidente, aunque con características distintas en cada caso. No obstante
los tres sistemas se referían a la Nación como un distrito único, compuesto por las
provincias, la Capital Federal y, en su oportunidad, los territorios nacionales.
(a) La Constitución de 1949: la elección del presidente y vicepresidente eran
a simple pluralidad de sufragios. La fórmula que obtenía más votos era
consagrada en el cargo, sin importar la cantidad de votos que obtuvieran
los competidores. Su regulación está incorporada en el Artículo 82.
(b) El Estatuto Fundamental de 1972: Esta suerte de modificación constitu-
cional de facto, promulgada en 1972 por la Junta de Comandantes en Jefe,
introdujo reformas al régimen de la Constitución de 1853/60. Reducía al
mandato presidencial a 4 años, incorporando la elección directa combinada
con el principio de mayoría absoluta, por lo que introdujo el eventual uso
de la llamada segunda vuelta o ballotage si ninguna fórmula obtenía más
de la mitad de los votos válidos emitidos (Art. 81 del E.F. de 1972).
(c) La Reforma de 1994: la misma utiliza el principio de elección directa
combinada con las llamadas mayorías especiales a la que nos referimos
en el párrafo vinculado al principio de la mayoría con anterioridad. Como
curiosidad, reemplazó la expresión votos válidos por votos afirmativos, con
lo cual el voto en blanco pasa a desaparecer de las estadísticas electorales
(Arts. 94 a 98 C.N. 1853/60, reformada en 1994).
3.1.2. Elección de senadores
La evolución del sistema por el cual se establece el número y el modo de elec-
ción tienen desde 1853 rango constitucional; aunque normas reglamentarias han
sido dictadas por el Congreso de la Nación, y sus características han corrido en
paralelo con el mecanismo de elección presidencial. Así, la elección fue indirecta
82 Edgardo Costa
y reservada a las legislaturas provinciales y a un colegio electoral en la Capital
Federal desde 1853 hasta la reforma de 1949 fijando su número en dos senadores
por provincia (Arts. 46 y 54 de la C.N. de 1853/60).
La reforma de 1949 mantuvo el número pero, en su Artículo 47, dispuso
que las mismas serían elegidas directamente por el pueblo reduciendo la duración
de 9 a 6 años (Arts. 49 y 55). No establecía sistema electoral alguno, y si bien
los mandato de todos los senadores debían caducar el 30 de abril de 1952, tal lo
dispuesto por la Disposición Transitoria VI de la reforma de 1949, nada se aclaraba
sobre la forma de elegir senadores en esa ocasión.
La reforma de 1957 retornó al régimen de la Constitución de 1853/60 que
permaneció vigente hasta el dictado del Estatuto Fundamental de 1972. Este
amplió el número de senadores a 3 por cada distrito con una duración de 4 años,
imponiendo la elección directa de los mismos, dos por la mayoría que debía ser
absoluta y el restante por la minoría (Arts. 46 y 48 del E.F. de1972). Técnica-
mente, podría decirse que se impuso un sistema de lista incompleta combinado
con mayoría absoluta, lo que introdujo la utilización del ballotage si ninguna de
las fórmulas propuestas por los respectivos partidos obtenían más de la mitad de
los votos válidos emitidos; es lo que ocurrió en las elecciones del 11 de marzo de
1973 en la Capital Federal, lo que motivó una segunda vuelta entre los segundos
términos de las fórmulas de los dos partidos más votados, que en aquella ocasión
fueron el FREJULI (Díaz Bialet-Sánchez Sorondo) y la UCR (Zarriello-De la
Rúa); resultando electo tercer senador por la Capital Federal, en la segunda vuelta,
el candidato radical, Fernando de la Rúa (Abril de 1973).
En 1983, se volvió al régimen de la Constitución de 1853/60, que resultó
finalmente modificado por la convención de1994, que fijó nuevamente en 3 el
número de senadores por distrito, los que son elegidos en forma directa por el
pueblo y estableciendo que corresponderán 2 bancas al partido que obtenga más
votos y el restante al que le siga; o sea una suerte de lista incompleta combinada
con pluralidad. (Art. 54 C.N., reformado en 1994-Art. 54), fijando en seis años
el ejercicio de su mandato (Art. 56 C.N.). Este sistema comienza a regir en el año
2001 (Disposición Transitoria V - reforma de 1994).
3.1.3. Elección de diputados
La Constitución de 1853/60 en su artículo 37 (antes 35) establecía que los diputados
eran “elegidos directamente por el pueblo de las provincias (y de la Capital) que
se consideraban a este fin como distritos electorales de un solo Estado y a simple
pluralidad de sufragios”. Dicha norma la reiteró el Artículo 42 de la reforma de
1949 y actualmente integra el Artículo 45 (reforma de 1994), fijando el mínimo
de los mismos con relación a la cantidad de habitantes de cada provincia.
Representación política y sistemas electorales 83
Como vemos, solo fija la unidad territorial, en este caso las provincias y la
Ciudad de Buenos Aires y solo fija un principio genérico “a simple pluralidad
de sufragios”, debiendo por lo tanto el Congreso en su momento dictar las leyes
operativas que debían fijar el sistema electoral.
La primera ley sancionada en el ámbito de la Confederación fue la Ley
140 de 1857, que estableció el sistema de lista completa, que se consideró el más
adecuado al espíritu de la Constitución.
Según dicho sistema, que se combinó con pluralidad o “mayoría simple”, el
partido que obtenía más cantidad de votos se adjudicaba la totalidad de las bancas,
en el distrito que se tratase. Esto llevó a consolidar un sistema político de partido
hegemónico, con una clara concepción bélica de la lucha electoral: el que gana
obtiene todo, los demás nada, era un sistema de los llamados “win/lose”.
Las leyes posteriores ratificaron el sistema, que se combinaba con el sufragio
público (no-secreto) y no obligatorio: así, las leyes 207 de 1859; 75 de 1863; 623
de 1873 y 759 de 1977. Esto se tradujo en una escasa participación política, con
grandes deficiencias en los empadronamientos que se traducían en irregularidades
en los actos electorales.
En 1902, se dictó la Ley 4161, que estableció el sistema de circunscripciones
uninominales, al que nos referiremos con algún detalle y que tuvo corta duración,
ya que en 1905 se volvió a la lista completa, mediante la Ley 4578.
Posteriormente, Roque Sáenz Peña y su ministro Indalecio Gómez, introduje-
ron las leyes 8129/8130 y 8871 entre 1911 y 1912, que reformaron profundamente
las características del sufragio al instaurar el enrolamiento obligatorio, lo que se
tradujo en la unificación de los registros electorales, en la confección de padro-
nes y en la conversión del voto en secreto y obligatorio —buscaba aumentar la
participación electoral— para por fin establecer un sistema electoral, inspirado en
una ley española, que daba representación a los dos partidos más votados, a través
del sistema de lista incompleta que adjudica dos terceras partes de las bancas en
juego al partido más votado y el tercio restante al segundo.
En 1951, se volvió al sistema de circunscripciones uninominales, tal como
veremos más adelante con la Ley 14032, restableciéndose en 1957 el sistema de
lista incompleta mediante el Decreto-Ley 15099/57. Curiosamente ese mismo
año, se utilizó por primera vez el sistema de representación proporcional D’Hont
para elegir convencionales constituyentes. Este sistema, en 1963, reemplazó al
de lista incompleta mediante el Decreto 7164/62 que rigió para elegir diputados
en las elecciones de 1963. Desde entonces, se utilizó en todas las elecciones para
Diputados Nacionales, siendo aplicado en 1973 en virtud de la Ley 19862 y en
1983 de acuerdo a la Ley 22838.
84 Edgardo Costa
Como vemos, en el orden nacional el sistema de representación proporcional
para elegir diputados data de 1963, no obstante lo cual cabe señalar que en el orden
local había tenido acogida mucho tiempo antes. Así, después de un memorable
debate del que participaron, entre otros, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle,
Luis Sáenz Peña, Pedro Goyena y Benjamín Gorostiaga, la convención reforma-
dora de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires en 1870/73, estableció
en el Artículo 49 “la proporcionalidad de la representación será la regla de todas
las elecciones populares a fin de dar a cada opinión un número de representantes
proporcional al número de adherentes, según el sistema que para la aplicación de
este principio determine la ley”. Inclusive, la Ciudad de Buenos Aires, adoptó
otro método de representación proporcional, el del cociente, para la elección de
concejales en 1917. En la siguiente etapa analizaremos de modo comparativo, el
sistema de representación proporcional y el de circunscripciones uninominales.
4. El sistema uninominal por circunscripciones: Descripción
Este sistema supone que el distrito en el cual se realizarán las elecciones está
subdividido en tantas circunscripciones como representantes haya que elegir.
De acuerdo a las disposiciones de la Ley 24620, que establece en 60 el
número de legisladores de, por ejemplo, la Ciudad de Buenos Aires, la misma
debería dividirse en 60 circunscripciones, o eventualmente en 30, partiendo de la
hipótesis que la duración de los representantes podría incluir renovaciones del 50%
del cuerpo al concluir la mitad del lapso que se fije como duración del mandato.
Así, si la duración de los legisladores fuese de cuatro años, y el número de la
asamblea se fijase en 60 miembros, podría renovarse por mitades cada dos años,
como ocurrió con los concejales o como lo prevé la Constitución Nacional para
los Diputados Nacionales (Art. 50, C.N.). Obviamente, también podría optarse
por un sistema mixto en el cual, por ejemplo, 30 legisladores podrían elegirse por
proporcionalidad tomando a la Ciudad como un distrito único y los otros 30 por
circunscripciones uninominales.
Por supuesto que las alternativas son múltiples, pero solo nos ocuparemos
de efectuar un análisis del sistema de circunscripciones uninominales a la luz de
experiencias pasadas en nuestra historia y comparadas con otras naciones.
Una vez acordado el sistema, será necesario optar, al efecto de relacionarlo,
con el principio de la pluralidad o con el de la mayoría. En caso de combinarlo con
pluralidad, los electores de cada circunscripción elegirán su representante a simple
pluralidad de sufragios. El candidato más votado en una única vuelta será designado
representante de dicha circunscripción, sin importar el porcentaje de votos que
haya obtenido. Así, se utilizará el sistema en la mayoría de los países anglosajones:
Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, India, Nueva Zelanda, Suecia (hasta 1909)
Representación política y sistemas electorales 85
y en Dinamarca. Y, así se lo implementó en nuestro país las pocas veces que se
utilizó para elegir Diputados Nacionales, como veremos más adelante.
Otra alternativa, sería combinarlo con el principio de la mayoría, también
llamado mayoría absoluta. En este caso, para ganar algún candidato la banca en
juego en su circunscripción, deberá obtener más de la mitad de los votos válidos
emitidos; caso contrario, deberá recurrirse a una segunda vuelta o ballotage entre
los dos candidatos más votados en la primera vuelta. Con esta característica, se
usa el sistema en la actualidad en Francia, Australia, y en la mayoría de los países
de Europa Oriental desde principios de la década del 90, con el advenimiento de
la democracia a los países que integraron, hasta entonces, el denominado bloque
comunista: Rusia, Polonia, República Checa, etc. Al sistema uninominal de una
sola vuelta, la doctrina le atribuye la ventaja de orientar la vida política de la
sociedad hacia el bipartidismo, y la desventaja de producir, al proyectar el resul-
tado de cada circunscripción hacia la unidad madre, esto es el Distrito, resultados
arbitrarios y a veces azarosos mientras que, si se lo combina con la doble vuelta,
permite la existencia de partidos múltiples.
La experiencia nos dice que, si bien esas conclusiones apriorísticas pueden
señalar tendencias, no necesariamente se reflejan en los análisis de los hechos
efectivamente acaecidos cuando se aplicó el sistema aquí estudiado, cualquiera
sea la variante practicada.
En realidad, el primer debate trascendente que involucró el tema que nos
ocupa en este ensayo, ocurrió en Inglaterra del siglo XIX, cuando se enfrentaron
Walter Bagehot, defensor del sistema de circunscripciones uninominales, con
John Stuart Mill que en sus “Consideraciones sobre el gobierno representativo”,
divulgó las ideas escritas con anterioridad por el inglés Thomas Hare que en su
“Tratado sobre la elección de representantes” (1859), institucionalizó y defendió
el sistema de proporcionalidad. Por supuesto que, en Inglaterra triunfó la tesis de
Bagehot, pero la discusión sigue abierta.
4.1. El sistema uninominal: Finalidades y fortalezas
En sus orígenes, este sistema era una típica herencia del sistema censitario, pues
en los centros urbanos de poca o mediana población, en las zonas rurales o en
los barrios apartados de las grandes urbes, en los tiempos donde los medios de
comunicación masiva aun no existían y “todos se conocían”, donde votaban pocos,
se generaba un “espacio” fértil para la expresión política del notable del lugar,
quien, de esta suerte, tejía una red de relaciones y recompensas con un electorado
reducido, como bien señala Natalio Botana19 . Se genera una mayor inmediatez
entre electores y elegidos, producto de la mayor proximidad y conocimiento
entre ellos.
86 Edgardo Costa
Evita el efecto de arrastre de los grandes partidos nacionales y permite, una
mayor selección por parte del electorado. Por fin, el representante debe asumir un
mayor grado de responsabilidad frente al electorado. En general, se supone que con
este sistema se mejora la calidad de los candidatos, se fortalece la participación
ciudadana, a través de las asociaciones intermedias de tipo vecinal o barrial, y se
disminuye la presión de los aparatos de los grandes partidos políticos.
También podría inferirse de estos comentarios que, como ya se dijo, no puede
considerarse como una verdad axiomática que este sistema tienda necesariamente
a fomentar un bipartidismo. Por lo demás, las experiencias condujeron a resultados
distintos según la época y la sociedad que haya utilizado el sistema.
Existen, no obstante, ejemplos “notables” que fueron premiados por prolon-
gados períodos con el voto del electorado; un ejemplo de esto fue David Lloyd
George (1863-1945), el último Primer Ministro inglés perteneciente al Partido
Liberal, que resultó electo representante por el distrito de Caernarvon (Gales)
desde 1890 hasta su muerte en 1945.
No puede descreerse de la fuerte tradición democrática de sus principales
usuarios: Inglaterra, Estados Unidos, y aun la misma Francia, ni tampoco puede
ignorarse la autoridad de algunos de sus principales teóricos: Summer Maine,
John Russell, William Gladstone, Benton, Alexis de Tocqueville, Bryce, Orlando
y tantos otros. Entre nosotros, el más notorio defensor de este sistema fue Joaquín
V. González.
Desde una perspectiva conservadora, podría agregarse que este sistema sirvió
para amortiguar las grandes tensiones sociales que en Inglaterra se produjeron
como consecuencia de la Revolución Industrial, debido al mantenimiento de la
geografía electoral, que al proteger celosamente las circunscripciones rurales
típicamente conservadoras, ignorando los cambios demográficos característicos
del siglo XIX, equilibró el pujante avance de las ideas liberales y socialistas, hijas
de las grandes concentraciones urbanas. Tal desigualdad generó el desequilibrio
en la representación, conociéndose este mapa electoral con el nombre de “burgos
podridos”, situación que se revirtió con las reformas electorales de Benjamin
Disraeli en 1865 y, con más fuerza, con las de William Gladstone en 1884/5.
sistema proporcional de Hare que había defendido Stuart Mill, tal como dijimos anteriormente.
Representación política y sistemas electorales 87
4.2. El sistema uninominal: Desviaciones, debilidades y la “Gerrymandra”
“En todas las cosas hay dos razones contrarias entre sí”. Este célebre texto del
sofista Protágoras (481 – 411, a.C.), adquiere máxima virtualidad cuando al ana-
lizar sistemas electorales se trata. Ya vimos en el punto anterior, las fortalezas del
sistema uninominal; veremos ahora, sus puntos críticos.
Cierto es que estamos en vísperas del año 2000. En el nuevo mundo ya no se
habla de espacios chicos, sino de la globalización, de fronteras que se derrumban
donde se potencia la sociedad de masas, los medios de comunicación, Internet, la
televisión interactiva. Paradójicamente, ahora la manera más eficaz de conocer
es a través de las imágenes electrónicas. Se pueden conocer más cosas en menos
tiempo frente a una pantalla sin salir de la casa, que saliendo a recorrer el mundo.
Más que nunca este fin de siglo reafirma la impresionante prospectiva de Alexis
de Tocqueville cuando decía en “La democracia en América”, “... Veo una mu-
chedumbre inmensa de hombres semejantes e iguales, que giran sin descanso
sobre si mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres,... cada uno de
ellos retirado y aparte y como extraño destino de todos los demás, sus hijos y sus
amigos particulares forman para él toda la especie humana...”.
La gran ciudad, y Buenos Aires ciertamente lo es con sus tres millones de
habitantes, aborta todo intento de suponer que los vecinos puedan realmente cono-
cer a los “notables” del barrio: ¿qué nos permitiría suponer que la gente va a votar
“candidatos” (en tanto cuanto a personas), en vez de votar partidos políticos?. Si
votase así, ¿quién garantizaría la representación de las minorías perdedoras?. ¿Qué
pasaría si un partido político no ganara ninguna circunscripción, pero obtuviera
un número significativo de votos?.
Imaginemos que en 1983 se hubiese utilizado en la Ciudad de Buenos Aires
el sistema de circunscripciones uninominales para repartir las 25 bancas que en
aquella ocasión estaban en juego. Extrapolemos los resultados de las 28 circuns-
cripciones en que se divide la ciudad, suponiendo que en vez de 25 diputados
se hubiesen elegido tantos como circunscripciones hay (esto es 28): tan solo un
diputado habría pertenecido al Partido Justicialista (PJ), los otros 27 habrían sido
de la Unión Cívica Radical (UCR), esto es (tomando el porcentaje de votos al
cargo de diputados donde en la circunscripción 22 —Lugano—, el Partido Justi-
cialista obtuvo el 42,2% de los votos contra el 40,0% de la Unión Cívica Radical)
cuando los resultados generales de la Ciudad de Buenos Aires arrojaron el 49,2%
de votos a diputados para la UCR y un 24,6% para el PJ, mientras que el resto de
los partidos políticos alcanzó el 26,2%.
Con el sistema D’Hont, si se hubieran elegido 28 diputados en 1983, al-
rededor de 17 habrían correspondido a la UCR, unos 8 al PJ y 3 a las restantes
88 Edgardo Costa
fuerzas políticas, dependiendo esto de la asignación de votos que se hubiera hecho
entre ellos.
Pero, no es necesario recurrir a una hipótesis pensada a partir de una ucronía:
en Inglaterra en 1945, el Partido Laborista obtuvo el 62% de los escaños con el
48% de los votos, o lo que aparece como mucho más grave: el 28 de febrero de
1974, el Partido Liberal obtuvo en toda Gran Bretaña prácticamente el 20% de los
votos, pero solo obtuvo el 2,3% de las bancas en la Cámara de los Comunes.
Paradójicamente, en 1951 el Partido Conservador ganó las elecciones obte-
niendo el 48% de los votos, que le significó el 51% de los escaños, derrotando a
los laboristas, que obtuvieron un 49% de los votos, es decir, un punto más que sus
rivales. A su vez, en las elecciones de 1974, los conservadores a pesar de sacar un
38,1% de votos contra 37,2% de los laboristas, obtuvieron 5 bancas menos que és-
tos, lo que posibilitó (301 contra 296) designar un Primer Ministro laborista20 .
En síntesis, el sistema en sí mismo no garantiza la representación de las mi-
norías y la sumatoria total de votos del distrito puede, tal se vio, no coincidir con la
sumatoria de los resultados de los ganadores de cada una de las circunscripciones
y, por ende, producir resultados azarosos. Este riesgo se acota en cierta medida si
el sistema se lo combina con mayoría absoluta o ballotage.
Asimismo, hoy la gente que habita la gran ciudad ya ni conoce a sus vecinos
por medio del cara a cara, por lo que estamos frente al riesgo de que sus preferen-
cias electorales le sean impuestas por los medios como la radio, la televisión o los
diarios y revistas que, obviamente, son de más fácil acceso a los grandes partidos
políticos que cuentan con más recursos económicos, que a los individuos que
responden al llamado perfil de “notables” (que se rescató entre los defensores del
sistema, pero que sí tuvo vigencia el siglo pasado y a principios de este).
Pero, queda aún por señalar un inconveniente mas serio del régimen unino-
minal, que es la dificultad que se plantea de quién trazará los límites geográficos
de cada circunscripción y cómo evitar que el oficialismo de turno cambie las
fronteras.
Adviértase que no nos hallamos frente a una especulación intelectual,
sino frente a un fenómeno concreto que fue bautizado por Benjamin Russell,
editor y director del periódico “Centinel” de Boston, en 1812, con el nombre de
“Gerrymandra”21 , cuando advirtió la curiosísima traza de las circunscripciones
electorales que el entonces gobernador de Massachusetts, Elbridge Gerry había
21 N. del E.: La palabra “Gerrymander” es la fusión del apellido del Gobernador Gerry con el de
la (sala)mandra —“Salamander” en inglés. La parte de la salamandra tiene que ver con la traza
de la circunscripción electoral del Condado de Essex, que asemejaba a este anfibio, luego que el
Gobernador Gerry dispusiera su modificación.
22 Véase Sanguinetti, et al., 1985.
23 Artículo 46 (1.14.032).
24 Véase Quiroga Lavié, 1972.
Representación política y sistemas electorales 89
realizado para obtener su reelección en el cargo, cosa que en definitiva no logró
porque para ese cargo el estado era considerado como un distrito único y su opo-
sitor del Partido Federal, el Señor Strong, obtuvo 51,766 votos contra 50,164 del
Señor Gerry. Sin embargo, el Partido Demócrata-Republicano de Gerry obtuvo
29 bancas senatoriales en el estado, contra solo 11 logradas por el Federalista de
Strong. Elbridge Gerry, quien murió en 1814 siendo vicepresidente de la Unión,
no fue el único que practicó esta desviación electoral.
Este problema podría atemperarse si el rango de las normas que fijasen los
límites fuese de orden superior o se exigiesen mayorías calificadas en la legislatura
para su aprobación; también existe la posibilidad de un remedio judicial, aunque
esto aparecería como mucho más incierto. No obstante, siempre sobrevolaría esta
alternativa como un riesgo probable y no soslayable.
4.3. La experiencia argentina
Aunque en la actualidad hay provincias que usan este sistema, como La Rioja,
donde, a pesar de no practicarse el “Gerrymandering”, como se llama a la desvia-
ción intencional del sistema, sin lugar a dudas que su aplicación no podría tildarse
de paradigmática, toda vez que el PJ con el 65% de los votos llegó a obtener 24
diputados provinciales sobre un total de 25, donde el partido opositor (la UCR)
obtuvo el 35% del caudal electoral, y esto en el ámbito del ““fair-play”.
Sin embargo, ahora repasaremos brevemente el resultado del uso de este
sistema de circunscripción uninominal en el orden nacional, pero a partir de los
guarismos que dicha aplicación produjo en la Ciudad de Buenos Aires, en las
tres ocasiones en que se aplicó para elegir Diputados Nacionales: esto es, en las
elecciones de 1904, y en las de 1951 y 1954. Advertimos que la intencionalidad
política que inspiró a los mentores del sistema, que fue el mismo, fue en estos
casos diametralmente opuestas.
4.3.1. Ley 4161 del 29 de diciembre de 1902: Ley Joaquín V. González
Finalizaba el año 1902, cuando el Presidente Julio A. Roca promulgó la Ley 4161,
que había sido inspiración de su Ministro de Interior y eximio constitucionalista,
Joaquín V. González.
25 Véase Sartori, 1994a.
26 La Prensa 26/7/1957.
27 La Prensa, 1/8/1957.
28 La Prensa, 2/8/1957.
90 Edgardo Costa
La preocupación básica de las elites gobernantes era, a principios de este
siglo, encontrar alguna diagonal para romper el marginamiento del sistema político
de sectores cada vez más numerosos de la sociedad.
El importantísimo crecimiento demográfico, el permanente ingreso de in-
migrantes, la gran movilidad social y el desarrollo económico de aquellas épocas
fueron disociando cada vez más la constitución política de la constitución social
del país, y el gran problema a resolver era la búsqueda de medios idóneos para
incorporar a los sectores que estaban fuera del juego político.
Incorporar a estos sectores a la vida política era el medio más apto para
legitimar al régimen gobernante, comprometiéndolos con el sistema para que
cumplieran el perfil de oposición leal. El grado de desarrollo económico y cultural
de la sociedad ya no se correspondía con un ejecutivo ilustrado que “hiciera todo
por el pueblo, pero sin el pueblo”. Había que pensar en una apertura “relativa” del
juego, que la oposición ingresara al sistema, pero que no lograse controlarlo.
El sistema electoral usado hasta esa época era el de lista completa, lo que
combinado con las malas prácticas electorales (el voto cantado, la falta de padro-
nes y registros electorales, la escasísima participación electoral), había llevado
a desarrollar un sistema de partido hegemónico, manejado por una minoría que
gerenciaba eficaz aunque oligárquicamente el país.
Así, Joaquín V. González, anticipándose en casi una década a las reformas
que pensaría Indalecio Gómez, a su tiempo de ministro e ideólogo de Roque Sáenz
Peña, envió un proyecto al Congreso de la Nación impulsando una racionaliza-
ción del registro electoral, el sufragio voluntario y secreto, y por fin el sistema
uninominal.
Logró que se creara el padrón cívico permanente, que ofrecía algunas ga-
rantías, fijó en 18 años la edad para votar, pero el Congreso no concedió el voto
secreto, donde se recuerda la cerrada oposición en el Senado de la Nación de parte
de Carlos Pellegrini, que recurrió a argumentos tales como la falta de hombría
por parte de aquel que ocultaba su voto. Por otro lado, en la medida que el voto
se negociaba libremente en el mercado y tenía un valor económico, los inversores
querían garantizarse sus capitales pudiendo tomar conocimiento respecto de por
quién se votaba.
No propugnó González la obligatoriedad del voto, como lo haría Indalecio
Gómez algunos años después, porque pensó en las consecuencias culturales nega-
tivas que se generaría en una sociedad si ésta se acostumbrara a tener leyes cuyo
cumplimiento fuese para la gran mayoría de sus dirigidos de difícil o imposible
cumplimiento. Las leyes debían hacerse para poder ser cumplidas. Debían tener,
como dicen los ingleses, “enforcement”.
Representación política y sistemas electorales 91
González plantea y defiende su proyecto ante ambas cámaras del Congreso
desde su papel de testigo político, estudioso y docente universitario, resaltando
la necesidad de una urgente reforma frente a la grave contradicción que existía en
el país entre el “sistema social y el orden político”.
Finalmente, la ley se aplicó en las elecciones de marzo de 1904. Es signifi-
cativo ver la escasa participación política que imperaba entonces: sobre 663.854
habitantes que tenía la Ciudad de Buenos Aires en 1895, y 1.575.814 en 1914,
en 1904 había empadronados 28.705 electores, de los cuales en las elecciones de
senador del 6 de marzo de 1904 votaron 16.256, lo que representa aproximadamente
un 2% de la población total de la Ciudad. Se elegían los electores a senador por
circunscripciones imponiéndose el candidato oficialista Benito Villanueva, en unas
elecciones donde la compra de votos resultó el elemento más bochornoso.
El domingo siguiente, 13 de marzo de 1904, se llevó a cabo la elección de
diputados, en un clima no muy distinto. La Prensa escribió en su editorial que
“la característica de las elecciones había sido el voto venal... los compradores de
votos operaran en mayor escala y más impunemente...”.
Sin embargo, el objetivo perseguido por González comenzó a cumplirse:
si bien el oficialismo ganó en la mayoría de las circunscripciones, tanto en la
Ciudad de Buenos Aires, como en la provincia, se advirtió una cierta apertura.
No ocurrió lo mismo en las otras provincias, donde los gobernadores aseguraron
prácticamente la totalidad de las bancas para el P.A.N.
Quien apareció como la figura emergente de dichos comicios fue el que se
consagraría ese día como el primer candidato socialista que ocupó legítimamente
una banca de diputado en toda América: Alfredo Palacios, quien fue electo por
la circunscripción 4 de la Boca, obteniendo 830 votos contra 596 de Marco Ave-
llaneda, candidato por el P.A.N. Tal sería el prestigio de Palacios que en ocasión
de su muerte en la década del 60, ocupaba una banca de diputado por la Ciudad
de Buenos Aires.
En aquellas elecciones de 1904, la Capital eligió a 11 diputados, de los
cuales, además de Palacios, resultó electo un radical coalicionista o bernardista,
por la circunscripción 8ª y uno independiente por la 17ª.
Lamentablemente, al año siguiente, siendo Presidente Manuel Quintana, se
derogó el sistema de circunscripción uninominal y se volvió a la lista completa,
aduciendo una supuesta inconstitucionalidad de la ley que nunca ningún juez
declaró; pero, el sistema había logrado, al menos embrionariamente, los efectos
buscados.
92 Edgardo Costa
4.3.2. Las leyes justicialistas: Elecciones de 1951 y 1954
Vimos que a principios de siglo se implemento el sistema de circunscripción
uninominal, como una alternativa para oxigenar el sistema. Medio siglo después
volvería a utilizarse, produciendo un ahogo en el sistema.
En efecto, tal como señala con absoluta precisión Horacio Sanguinetti, en
la sesión de la Cámara de Diputados iniciada por la noche del 5 de julio de 1951,
el diputado oficialista Miel Asquía propuso que la Cámara se constituyera en
comisión para tratar un extenso proyecto de ley electoral, lo que virtualmente
equivalía a tratar el mismo sobre tablas. Fundamentó su urgencia en la necesidad
de adaptar las leyes electorales al Artículo 42 de la reforma constitucional de
1949, lo que no se correspondía con ninguna necesidad de urgencia, toda vez que
el Artículo 42 de la Constitución Nacional de 1949 era similar al Artículo 37 de
la Constitución Nacional de 1853/60 y que desde la reforma de 1994 se convirtió
en el actualmente vigente Artículo 4522 .
En efecto, el Artículo 42 de la Constitución Nacional de 1949 decía “la
Cámara de Diputados se compondrá de representantes elegidos directamente por el
pueblo de las provincias y de la Capital, que se consideran a este fin como distritos
electorales de un solo Estado, y a simple pluralidad de sufragios. El numero de
representantes será de uno por cada cien mil habitantes o fracción que no baje de
cincuenta mil. Después de la realización del censo general, que se efectuará cada
diez años, el Congreso fijará la representación con arreglo a aquel, pudiendo au-
mentar pero no disminuir la base expresada para cada diputado. La representación
por distrito no será inferior a dos”.
Más prolijo habría sido remitir el proyecto a comisión, lo que habría
permitido en lo formal la apariencia de un estudio más serio y, por otra parte, el
oficialismo tenía garantizada su aprobación.
Fundamentó su oposición al tratamiento del proyecto el futuro presidente
Arturo Illia, diputado por la Unión Cívica Radical, invocando el desconocimiento
mayoritario del proyecto por parte, no sólo de la oposición, sino de la mayoría de
los diputados oficialistas y remarcó el carácter electoralista de la propuesta.
Curiosamente, el peronista Albrieu, al defender el proyecto invocó la tra-
dición y el espíritu de la Ley Joaquín V. González, descalificando las objeciones
constitucionales al sistema que ya había brillantemente expuesto J.V. González,
en su exposición ante el Congreso.
29 La Nación, 7/7/1963.
30 La Nación, 2/7/1963.
Representación política y sistemas electorales 93
Es más, la objeción provenía de la redacción del actual Artículo 45 en tanto
afirma “... que se consideran a ese fin como distritos electorales de un solo Estado,
y a simple pluralidad de sufragios...”. Este párrafo, como se señaló, fue reproducido
literalmente en el Artículo 42 de la Constitución Nacional de 1949, lo que indica
la incongruencia de tener que adoptar las leyes electorales al texto constitucional
reformado, toda vez que en lo pertinente no había sufrido alteración alguna.
Finalmente, luego de una accidentada discusión, el proyecto fue aprobado
por la mayoría de la Cámara y elevado para su tratamiento al Senado de la Nación,
donde el oficialismo contaba con unanimidad y se aprobó sin dificultad alguna.
Pocos días después se promulgó la Ley 14032, que introdujo la elección de Di-
putados por el sistema uninominal, tal como surge del Artículo 46.
Previendo una hipotética exclusión de las minorías, estableció una suerte de
premio consuelo en su última parte: “Para la elección de diputados, los distritos
se dividirán en circunscripciones. Los electores de cada circunscripción elegirán a
pluralidad de sufragios un diputado al Congreso... El número de circunscripciones
en las provincias de Catamarca, Corrientes, Eva Perón, Jujuy, La Rioja, Mendoza,
Presidente Perón, Salta, San Juan, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán, será
igual al de diputados que les corresponda elegir en la renovación. El numero de
circunscripciones en la Capital de la Nación y Provincia de Buenos Aires, Córdoba,
Entre Ríos y Santa Fe, será igual al de diputados que les corresponda elegir en
la respectiva renovación menos dos. Estos cargos excedentes serán discernidos
al candidato del distrito que hubiera reunido mayor cantidad de sufragios, si no
resultara electo en su respectiva circunscripción”23 . Finalmente, el sistema se
utilizó en las elecciones del 11 de noviembre de 1951.
Desde un punto de vista escéptico, reemplazar el hasta entonces vigente sis-
tema de lista incompleta por el de circunscripción uninominal no aparece como un
disvalor. En todo caso, era una reedición del diálogo sostenido en su oportunidad
por J.V. González e Indalecio Gómez, cuando fundamentó su defensa de la lista
incompleta inspirada en una ley española de principios de siglo, cuyo ideólogo
había sido otro reformador: Antonio Maura. Pero, como bien señaló Quiroga Lavié
“lo impugnable del sistema fue su distorsión en la práctica: ...se confeccionaron
las circunscripciones de forma tal de romper las circunscripciones opositoras (las
que nacían en el Barrio Norte morían en la Boca), de este modo se desvirtuaba
el sentido del sistema, utilizándolo en forma irrazonable y afectando el régimen
representativo”24 .
Así es como las 28 circunscripciones en que se dividió la Capital presentaban
formas extrañas, distribuyéndose en largas tiras, penetrándose unos barrios en
94 Edgardo Costa
otros y resultando las mismas de un prolijo análisis prospectivo efectuado desde
el respectivo ministerio que había creado una secretaria ad hoc.
El resultado final de las elecciones de 1951 despeja las dudas al respecto: El
justicialismo obtuvo algo menos del 55% de los votos y algo más del 80% de las
bancas en juego, entrando en esta cuenta los dos diputados que conformaban el
llamado premio consuelo, uno de los cuales correspondió al radicalismo (Santiago
Fassi por la 7ma.) y otro al justicialismo (Antonio González por la 28ª).
Para no sobreabundar en detalles, diremos sintéticamente que el sistema se
perfeccionó en las elecciones de diputados de 1954. La Ley 1492 de 1953 redujo
a solo una la banca que se aseguraba la minoría (antes eran dos).
Se realizó un nuevo dibujo del mapa electoral de la Ciudad de Buenos
Aires con 14 circunscripciones y, en lo que fue un verdadero alarde de eficacia
por parte del oficialismo, se celebraron las elecciones del 25 de abril de 1954 en
un clima enrarecido: el justicialismo con el 55% de los votos ganó en todas las
circunscripciones, lo que le aseguró 14 diputados. A la oposición, con el 44% de
los votos, sólo le correspondió el premio por la minoría: 1diputado, cargo que le
correspondió a Raúl Zarrielo por la U.C.R.. Por este mismo sistema de premio a la
minoría se incorporaron a la Cámara de Diputados los radicales Carlos Perete por
Entre Ríos y Mauricio Yadarola por Córdoba. Esta última aplicación de sistema
generó un gran descrédito de este sistema en la sociedad y, desde la revolución de
setiembre en 1955, no volvió a aplicarse en la Argentina en el orden Nacional.
Nuevos vientos comenzarían a soplar: los de la proporcionalidad. En las
elecciones de Convencionales Constituyentes de 1957 se estrenó en la Argentina
el sistema D’Hont en elecciones nacionales. A partir de las elecciones de 1963,
este sistema se comenzó a emplear para elegir Diputados Nacionales. Y, hoy las
críticas apuntan al sistema D’Hont al que analizaremos a continuación.
5. Los sistemas proporcionales
Como ya se dijo, estos sistemas tienden a que la diversidad de humores políticos
existentes en el cuerpo electoral quede representadas lo más fielmente posible en
los órganos colegiados.
También en este caso existen diversos mecanismos que transforman pro-
porcionalmente los votos en escaños, variando mucho según el sistema utilizado
el grado de proporcionalidad o de desproporcionalidad, que además estará deter-
minada más decisivamente por el tamaño del distrito electoral y por la cantidad
de bancas que deben elegirse.
Obsérvese que existen marcadas diferencias con relación a la proporcionali-
dad que puede surgir de una elección de la Provincia de Buenos Aires que renueva
Representación política y sistemas electorales 95
35 diputados cada 2 años con más de 12 millones de habitantes, y la Provincia de
la Pampa o La Rioja, por ejemplo, que eligen 2 o 3 diputados (según el bienio)
con poco más de 200.000 habitantes.
Sin entrar al detalle de explicitar las diferentes variantes de sistemas pro-
porcionales, mencionamos a los más conocidos, que son: (a) Sistema del cociente
electoral o método de mayor residuo; (b) Sistema Hagebach Bisehoff o del “co-
ciente progresivamente rectificado”, sistemas que además conocen subvariantes
específicas; c) Sistema del voto graduado, o de voto único transferible; y, d)
Sistema D’Hont o del “mayor promedio”, que es en la actualidad el sistema de
representación proporcional más utilizado, ya que, además de ser usado en nuestro
país, se lo utiliza en la mayoría de los países latinoamericanos, en Austria, España,
Francia (1986), Israel, Bélgica, Finlandia, etc.
La aplicación de la proporcionalidad en Alemania después de la primera
guerra mundial, con la conocida consecuencia de ascenso del Partido Nacional
Socialista al poder y el nombramiento de Adolfo Hitler con las nefastas conse-
cuencias conocidas, provocó alguna duda sobre las bondades de los sistemas
proporcionales y, como señala el publicista Luis Izaga, que “luego de la segunda
guerra mundial la marea proporcionalista se haya detenido”.
En realidad, al menos, dejó de estar consagrada como formula electoral con
rango constitucional, como pasó con las constituciones de Francia (V República)
o Italia, no obstante lo cual se volvió a aplicar en Francia a comienzos de 1986
para integrar la Asambleas Nacional.
5.1. El sistema D’Hont
Ideado por el matemático belga Víctor D’Hont en 1878, el sistema se utilizó en
Argentina por primera vez en 1957 (ver punto 3.1.3 “Elección de Diputados”),
para elegir convencionales constituyentes, y en 1963 para elegir Diputados Na-
cionales.
El sistema consiste en dividir la cantidad de votos obtenidos por cada partido
interviniente sucesivamente por 1, 2, 3, 4, 5, hasta agotar el número de cargos en
juego en la unidad territorial de que se trata. Los cocientes así obtenidos se enco-
lumnan en orden decreciente, tomándolos según corresponda, de todas las listas
participantes, hasta llegar a un número igual al de los cargos a cubrir.
La última cifra es la llamada “cifra repartidora”. Las veces que esta ci-
fra estuviese contenida en la cantidad de votos obtenidos por cada lista indica el
número de candidatos electos por cada lista; y si hubiese que ordenarlos, bastaría
con dibujar una grilla con cada uno de los cocientes obtenidos por cada partido,
96 Edgardo Costa
y tomar las mayores cifras, tantas como cargos hubiera que cubrir y ordenarlas
de mayor a menor para fijar el orden. En caso de empate, se ubicará primero el
candidato del partido que más votos obtuviera en la elección.
EJEMPLO DE APLICACIÓN DEL SISTEMA D’HONT DE REPRESENTA-
CIÓN PROPORCIONAL
Cargos a cubrir: 4
Partidos intervinientes: 3
Votos validos emitidos: 1.000.000
Votos obtenidos por partido: A: 450.000; B: 360.000 y C: 190.000
Partido A Partido B Partido C
%1 450.000 360.000 190.000
%2 225.000 180.000 95.000
%3 150.000 120.000 63.333
%4 112.000 90.000 47.500
Las cuatro cifras más altas indican la adjudicación de las bancas y se
marcan en negrita: siendo la menor de esas cifras, en este caso 190.000, la cifra
repartidora. Luego al Partido A le corresponden 2 bancas, y al B y la C una cada
uno. Si hubiese que ordenarlas se consagraría el siguiente orden:
1er. candidato: Partido A
2do.candidato: Partido B
3er. candidato: Partido A
4to. candidato: Partido C
Si bien podemos señalar que las diferencias entre los distintos sistemas pro-
porcionales son matemáticas, señala Giovanni Sartori que el Sistema D’Hont es
el menos proporcional, porque favorece a los partidos más grandes, pero insiste,
como ya se dijo que cuanto mayor sea el distrito con relación a la cantidad de
bancas disputadas en el mismo, mayor será la proporcionalidad del resultado25 .
5.2. Ventajas y debilidades de la representación proporcional
Jorge Xifra Heras expone las siguientes ventajas de la representación proporcional:
“A) Responde a un principio elemental de justicia electoral... ; B) Defiende los
derechos tanto de las mayorías como de las minorías; C) Evita el abstencionis-
mo y la inercia electoral...; D) Favorece la estabilidad constitucional, gracias al
paralelismo exacto entre el cuerpo electoral y su representación; E) Requiere la
Representación política y sistemas electorales 97
intervención de los partidos políticos y procura que el elector vote más por las
ideas que por las personas; F) Sanea el procedimiento electoral y eleva el nivel
de loa luchas políticas”.
Como inconvenientes señala: “A) Exige la adopción de técnicas muy
complicas que generalmente no son comprendidas, por los electores, lo que da
lugar a la indiferencia y mal abstencionismo; B) Impone la tiranía del partido, al
obligar al elector a votar por la lista integra de la agrupación sin enmienda alguna;
C) Provoca el fraccionamiento o la atomización de los partidos políticos, con la
consiguiente inestabilidad”.
En general, la relación entre electores y candidatos es más indirecta que
en los sistemas uninominales. Con la representación proporcional, los partidos
políticos tienden a ubicar en el primer orden de la lista los llamados candidatos
“remolcadores” que gozan de más prestigio y son en general más conocidos que
el resto; ya que ejercen un fuerte efecto de arrastre. Los electores no conocen
a quienes están en los lugares posteriores, pero igual los están votando, lo que
tiende a llevar a una pérdida de calidad o excelencia en la institución cuyos cargos
deben ocuparse.
Por otro lado, si bien los sistemas mayoritarios se prestan a la manipulación,
los sistemas proporcionales permiten muchos partidos, lo que puede atentar contra
la gobernabilidad del sistema. Para atenuar esta consecuencia se suele establecer
un piso electoral, esto es, fijar un porcentaje mínimo de votos que deben obte-
nerse para acceder a una banca. O sea, se fija un “umbral” para ser admitido en
el Parlamento.
Los alemanes llaman a este artificio Seperrklausel y lo fijaran en un 5%.
Este piso ha sido establecido por muchos países, y varia según los mismos de
uno, casi inútil, como el caso de Israel, que lo fijó en 1% hasta 1992 y lo elevó
desde entonces al 1,5% hasta otros que desnaturalizan la proporcionalidad como
lo hizo Grecia en alguna ocasión al fijarlo en un 15% o Turquía en un 10% (entre
1983 y 1991). En España el umbral se fijó en un 4% y en nuestro país ese piso es
de 3% de los votos por distrito.
Otros países, como Brasil y Costa Rica, no exigen mínimo par acceder a
al representación. Parece imposible establecer a priori cuál es el piso correcto
o eficaz, aunque pareciera inútil fijarlo por debajo de un 3% y desnaturalizaste
hacerlo en el 10% o más. Básicamente con la fijación de un piso se trató de evitar
el ingreso al parlamento de los llamados partidos “anti-sistema” o de caerse en
un pluripartidismo ilimitado.