Artículo Periodístico
para trabajar Diversidad:
Ser feminista y disidente es romper muchas
normas 28
Constanza Tonello29
En una sociedad donde ser heterosexual es lo único normal
y aceptado, y donde el movimiento de lucha por los derechos
de las mujeres es constantemente demonizado y tergiversado,
declararse feminista y disidente es salirse completamente de las
casillas impuestas desde el nacimiento. Hablamos con varias
personas, todas ellas pertenecientes al colectivo LGBT+, quie-
nes compartieron sus experiencias y ayudan a ilustrar cómo
este proceso de “abrir” la sociedad a la diversidad no es fácil.
Todos los días se escuchan casos de niñes y adolescentes
que son sujetos de bullying y discriminación por su orienta-
ción sexual o su identidad de género. Visibilizar las luchas in-
ternas que lleva a cada une a definirse dentro de este abanico de
posibilidades de género y sexualidad, es también pelear a favor
de la tolerancia y el respeto.
“Lo que no se nombra, no existe”
Esta fue una frase pronunciada por Anahí, estudiante de
Teatro en la Facultad de Artes (UNC). Se refería a la repentina
masificación y generalización del movimiento feminista y la
lucha por los derechos de la población LGBTTIQ+ (Lesbianas,
Gays, Trans, Travestis, Intersexual, Queer, etc.).
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Publicado inicialmente en la revista Al Margen, año 2018, 1.
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Estudiante de Comunicación Social (UNC).
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Anahí tiene 22 años y Valen tiene 20. Ambas estudian tea-
tro. Ambas son disidentes, es decir, no son heterosexuales. Ana
es lesbiana, Valen es bisexual. Reconocen que, a pesar de que
la sociedad no acepta aún su orientación sexual, no han tenido
muchos problemas a la hora de “salir del closet” y vivir sus se-
xualidades libremente. “Tranquila” califican ellas su experien-
cia. Esto se traduce en familias que apoyan, amigues que las
respetan, relativa normalización de su disidencia.
Pero al ahondar un poco más en sus vivencias, ambas reco-
nocen haber sido mal vistas o silbadas en la calle por andar de
la mano con sus respectivas parejas, haber tenido que escon-
derse para dar un beso, entre otros ejemplos de sutil imposi-
ción de la heteronorma. Reconocen que, dentro de Córdoba,
hay lugares más “liberados” que otros, es decir, en sus propias
palabras: “Si me quiero dar un beso con una compañera, no
lo voy a hacer en la Plaza San Martín; lo voy a hacer en Plaza
España”. Así, se va perfilando una idea presente en todes les
entrevistades: Córdoba no es una ciudad abierta de mente ni
libre, aún no. La presión de las miradas juzgadoras de la gente
mayor, el constante peso de la Iglesia en cada cuadra, los varo-
nes que miran con lascivia y hasta se entrometen, todo eso hace
que no se pueda caminar libremente de la mano con una pareja
del mismo sexo. Ya sea por miedo al qué dirán o por miedo a
la violencia física.
Por otro lado, también se admiten como privilegiadas: “no-
sotras somos blancas, clase media, podemos estudiar. Tenemos
privilegios. No es lo mismo la discriminación que podemos lle-
gar a sentir nosotras, que personas de otros sectores socio-eco-
nómicos”. Esto es fundamental para reconocer que dentro del
ambiente disidente, aún hay estereotipos, jerarquías, divisiones
que se perpetúan desde adentro de la sociedad, hacia los gru-
pos más periféricos. Pero son pensamientos que hay que derri-
bar. Como ejemplo de esto, Valen trabaja en un grupo inde-
pendiente de animación de fiestas infantiles, junto a su amiga
Jazmín. Contando su experiencia, reconoce que lo importante
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es cuidar las actividades y el lenguaje, que nada de “campeón” y
“divina”; para no perpetuar los estereotipos machistas, hetero-
normativos, binarios. “No hay que seguir haciendo de cuenta
que las nenas son princesas y las tienen que rescatar los prínci-
pes, sino que ahora las princesas pueden rescatarse solas”. Esto
también es una forma de militar el feminismo.
Valen y Anahí, que se identifican como feministas, recono-
cen que el movimiento no puede quedar en las marchas, sino
que es transversal a todos los ámbitos de la vida: tanto en la
facultad como en el trabajo, la familia, les amigues, las diversi-
dades sexuales; el feminismo se practica en todos lados. “Esta
ola no para más”, dice Ana.
“Estar al medio es como si no existieras”
Guati y Dante son personas no binarias de 18 años. Ser no
binarie significa no identificarse en ninguno de los dos polos
del dualismo binario hombre-mujer. En otras palabras, ser no
binarie es no acatar ninguno de los roles impuestos tanto a
la idea de mujer como a la de hombre. Sus pronombres son,
por lo tanto, neutros (elle/le), pero Dante no tiene problemas
con ser nombrado de cualquier forma (ya sea, en femenino o
masculino).
Además de ser no binaries, son bisexuales, es decir, son
atraídes por personas del género propio y de los demás géne-
ros. Y esto es lo que elles llaman “estar al medio”. Y no se ven
representades en ningún lado, son conceptos que no existen en
el imaginario de la mayoría de la gente. “Nunca vas a ver a una
persona no binarie y bisexual en la tele”. La no binariedad es
un libro en blanco, es deconstruirse y empezar de cero.
En esa deconstrucción, que empieza con preguntas y ter-
mina con una definición, se recorren distintos caminos. A
Dante siempre le costó encontrarse como una mujer o como
un hombre, y empezó a cuestionarse el por qué: los roles de
género. Es decir, lo que te “indica” cómo actuar y qué hacer
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en base a tu genitalidad (comúnmente asociada con el género).
Así, de a poco, logró salirse de la cisnorma (es decir, la norma
que asocia genitalidad con género) y se construyó trans no bi-
narie. Pero no es fácil. A la sociedad le choca, la confunde. Si
te vestís como mujer te leen como mujer, y viceversa, y eso es
lo difícil de “estar en el medio”: a veces hay que adoptar la fe-
minidad o la masculinidad “visual” para que, por fin, te traten
con el pronombre correcto.
Para Guati el proceso de cambio tomó otras formas. Siem-
pre se sintió incómode con su cuerpo, es decir, viviendo en el
cuerpo equivocado. Empezó definiéndose como bisexual, pero
le molestaba esa sensación de “indecisión” que transmite el es-
tar al medio. A partir de los 16 años empezó a manifestar de a
poco su orientación sexual, con su novia de ese momento. Su-
frió reiterados casos de violencia verbal y malos tratos, a pesar
de optar por la discreción y no querer “mostrarse” en la calle,
ni siquiera ir de la mano. En este punto, contó que prefiere no
tener que lidiar con la mirada de la gente y quedarse en la inti-
midad, en parte debido a su timidez. Dante, por el contrario,
siempre fue al choque y al encuentro con la mirada juzgado-
ra, no quería tener que esconderse. “Nos vamos a enfrentar a
esto: nos vamos a besar” dijo, en referencia a lo increíblemente
arriesgado que es algo tan simple como darse un beso en la
calle.
Además de ser mal vistes, ambes cuentan la penuria que
es estar en una relación lésbica, en referencia a la sexualización
permanente que sufren de parte de hombres en la calle y en
fiestas. “Que te griten cosas guarangas es lo de menos”, dicen,
habiendo tenido que enfrentarse a más: pervertidos pidiendo
“tríos”, hombres mayores instándoles a besarse para su placer,
entre otras cosas. En estos casos, encuentran que tener un cuer-
po de mujer hace que une sufra la violencia y discriminación
de todas formas, más allá de no considerarse una mujer. La
sexualización constante, cosificación, casos de abuso son cosas
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que día a día se enfrentan mujeres cis, mujeres trans, hasta no
binaries. Por esto, tanto Guati como Dante se reconocen como
feministas, porque tanto las disidencias como las mujeres hete-
ro cis, sufren opresión constante, y esto debe acabar.
El no poder ser libre
Paloma tiene 20 años y estudia Letras Modernas en la
Facultad de Filosofía y Humanidades en la UNC. Es lesbia-
na y tiene una pareja estable desde hace tres años. Como es
una persona muy tímida, contó que siempre tuvo vergüenza
de mostrarse ante la sociedad, y hasta el día de hoy no sale a
la calle de la mano con su novia. Considera que Córdoba es
una ciudad que dista de ser inclusiva y tolerante, pero que hay
lugares (como Ciudad Universitaria, barrio Güemes y Nueva
Córdoba) que son más abiertos.
Sufrió casos de violencia física por manifestarse pública-
mente besando a su novia, en un boliche “cheto” (según sus
palabras) de Nueva Córdoba. A razón de esto, Paloma reco-
noce que hay lugares “liberados” como boliches y pubs, donde
está bien ser disidente y donde es posible manifestarse como
une es, sin temor a la agresión. Pero eso no cambia que vive en
una ciudad que no aprueba el salirse de la norma, y esto, para
ella se traduce, en no poder ser libre, nunca. Más allá de eso, se
considera contenida y aceptada por su familia y amigues.
Para todas las personas entrevistadas, la lucha LGBTIQ+ y
el feminismo son dos peleas que se encuentran unidas, ya que
la opresión y el patriarcado no se manifiestan solamente de una
forma, sino de muchas, muy bien disfrazadas.
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