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Breve Historia Contemporánea de La Argentina (Página 4)

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Breve historia contemporánea de


la Argentina (página 4)
Partes: 1, 2, 3, 4

1983 1989
Alfonsín asumió el
poder el
10-12-1983
En ese entonces el
sindicalismo
reforma su per!l y su estrategia , el
peronismo
vivía una crisis
interna buscando y reformulando su de!nición
ideológica y per!l. El radicalismo ganó las
elecciones por una abultada diferencia. El radicalismo
era
fuerte en el terreno político pero contaba con escaso
apoyo de los poderes

corporativos, si bién tenía


mayoría en la cámara de diputados no tenía
mayoría en la cámara de senadores.
Civilidad: la ejecución de un Estado de
derecho donde los poderes corporativos debían
someterse al bién común de la sociedad o
del pueblo "democrático" en defensa de sus derechos
que era superior
a cualquier interés:
"con la democracia
se come, se vive, se educa etc;"
Política exterior: (buena imagen del
presidente en el mundo por su tendencias
democráticas)
acuerdo bilateral con chile por el canal de
Beagle
comienzo de negociación (sin resultado concreto)
por la islas
Malvinas con Gran Bretaña y desarrollo
de relaciones económicas
formación de una Asociación de
Acreedores Latinoamericanos
mediación en el con"icto de
Nicaragua
buena relación política con
EEUU
Política
interior:

eliminar el
autoritarismo y encontrar los modos auténticos de la
representación ciudadana
importancia de la política cultural y
educativa para remover el autoritarismo en las
instituciones
alfabetización-discusión de
contenidos y formas
abolición de censura y libertad de
expresión
volvieron los mejores intelectuales y cientí!cos cuya
migración comenzó en 1966
se reconstruyeron las bases de la excelencia
Académica
los intelectuales se incorporaron a la
política
clima tenso con
la iglesia por
la ley de divorcio y
permitir la enseñanza privada
Militares y sindicales: en abril de 1985 comenzó
el juicio público a los ex-comandantes en tribunales
civiles. El juicio reveló todas las atrocidades
cometidas en los años de represión, a !n de
año se condenaron a los ex-comandantes alegando
que no
hubo guerra que
justi!cara su acción. La justicia
ARgentina distingió responsabilidades y dispuso
continuar su acción penal contra los demás
responsables de las operaciones.
Esto permitió que quedara abierto el debate entre
la institución militar y la sociedad.

La Justicia siguió activa, dando


curso a las múltiple a las múltiples denuncias
en contra o!ciales de distinta graduación,
citándolos y encausándolos. La
convulsión interna de las Fuerzas Armadas, y muy
especialmente la del Ejército tuvo un nuevo eje: ya no
se trataba tanto de la reivindicación global como
de la situación de los citados por los jueces,
o!ciales de menor graduación que no se consideraban
los
responsables sino los ejecutores de lo imputado. El
gobierno, por
su parte, inició un largo y desgastante intento de
acotar y poner límites
a la acción judicial, para así contener ese clima
de fronda que fermentaba en los cuarteles,
alimentado por
una solidaridad
horizontal que desbordaba la estructura jerárquica.
Se trataba
de una decisión política, ni ética ni
jurídica basada en un cálculo
de fuerzas que demostró ser bastante ajustado
materializada sucesivamente en las leyes llamadas
de Punto Final y de Obediencia Debida. La primera,
sancionada a
!nes de 1985, ponía un límite temporal de
2 meses a las citaciones judiciales, pasado el cual ya
no
habría otras nuevas. Nadie acompañó
al gobierno en la sanción de esta ley: la derecha,
peronista y liberal, por ser partidarios de una
amnistía
completa; los sectores progresistas incluyendo al
peronismo
renovador, por non cargar con los costos
políticos. Estos fueron altos, y sus resultados
terminaron siendo contraproducentes sólo se
logró un alud de citaciones judiciales y lejos de
agilizar el problema lo agudizaron.
En ese contexto se llegó al episodio de Semana Santa
de
1987 Un grupo de
o!ciales, encabezado por el teniente coronel Aldo
Rico, se
acuerteló en campo de Mayo, exigiendo una
solución política a la cuestión de las
citaciones y en general, una reconsideración de la
conducta del
Ejército a su juicio injustamente condenado. No se
trataba de los típicos levantamientos de los años
50 o 60 , pues los o!ciales amotinados no
cuestionaban el
orden constitucional sino que le pedían al gobierno
que
solucionara el problema de un grupo de o!ciales.
Tampoco
tuvieron, a diferencias de todos aquellos
levantamientos anteriores, el respaldo de sectores de
la
sociedad civil
normalmente eran los motores de los
golpes.
Frente a ellos la reacción de la sociedad civil
fue unánime y masiva. Todos los partidos
políticos y todas las organizaciones
de la sociedad -patronales sindicales, culturales,
civiles de
todo tipo- manifestaron activamente su apoyo al orden
institucional, !rmaron un Acta de Compromiso
Democrático -que incluía desde las organizaciones
empresarias a los dirigentes de izquierda- y rodearon
al
gobierno. La reacción masiva e instantánea
permitió evitar deserciones o ambigüedades, y
cortó toda posibilidad de apoyo civil a los
amontinados.
El gobierno sostuvo que haría lo que ya
había decidido hacer -lo que sería la ley de
Obediencia Debida que exculpaba masivamente a los
subordinados-
y los amotinados no impusieron ninguna condición y
aceptaron la responsabilidad de su acción. A todos
apareció como una claudicación, en parte porque
así lo presentaron tanto los "carapintadas" amotinados
como la oposición política,que no quiso asumir
ninguna responsabilidad en el acuerdo. La sociedad
temía
por la Amnístia a los militares y no favoreció
con su silencio a estos nunca más.
El plan
Austral:
en el principio la crisis dislumbraba
Fuerte in"ación
Incapacidad de negociación con los
sindicatos
Deuda Externa
elevada
Dé!cit !scal
Empresarios con poca voluntad de
inversión
Subvención excesiva de grupos
empresarios que absorvían en créditos y subsidios los
recursos del
Estado
Baja Recaudación
Mala distribución del ingreso
Puja entre sindicales y empresarios
Deterioro del sistema
productivo e incapacidad para absorver "la demanda"

El nuevo gobierno y muchos que lo


acompañaron consideraron prioritario no crear
divisiones
en la civilidad. si esas reformas debían tener un
sentido democrático, equitativo y justo, sólo
serían viables con un poder estatal fuerte y
sólidamente respaldado. el primer año del
gobierno radical, la política
económica, orientada por el ministro Grinspun, se
ajustó a las fórmulas dirigistas y
redistributivas clásicas , similares a las aplicadas
entre 1963 y 1966, que en sus rasgos generales el
radicalismo compartía con el peronismo histórico.
La mejora de las remuneraciones de los trabajadores,
junto con
créditos ágiles a los empresarios medios,
sirvió para la reactivación del mercado
interno y la movilización de la capacidad ociosa del
aparato productivo.

La política incluía el
control
estatal del crédito, el mercado de cambios y los
precios, y
se complementaba con importantes medidas de
acción
social, como el Programa
Alimentario Nacional, que proveyó a las necesidades
mínimas de los sectores más pobres. Con todo
ello, no sólo se apuntaba a mejorar la situación
de los sectores medios y populares, sino a satisfacer
las
demandas de justicia y equidad
social que habían sido banderas en la
campaña electoral. Tal política concitó la
activa oposición de distintos sectores empresarios,
que
esgrimieron las consignas del liberalismo
contra lo que denominaban populismo e
intervención estatal, pero también la resistencia de
la CGT, en este caso de raíz de!nidamente
política, lo que hizo fracasar los intentos de
concertación que parte de la estrategia del
gobierno.
Se trató de lograr la buena voluntad de los acreedores,
con el argumento que las jóvenes democracias
debían ser protegidas, y se los amenazaba con la
constitución de un "club de deudores"
latinoamericano, que repudiara la deuda en conjunto.
El 14 de mayo del mente, se anunció el nuevo plan
económico, bautizado como Plan Austral Su objetivo
era
superar la coyuntura adversa y estabilizar la economía
en el
corto plazo, de modo de crear las condiciones para
poder
proyectar las transformaciones más profundas, de
reforma
o de crecimiento. Aunque no estaban enunciadas, sin
duda
incluían desalentar las conductas especulativas
estimuladas por la in"ación, e impulsar a los actores
económicos a tomar acciones
orientadas a la inversión productiva y el crecimiento
pero lo urgente era detener la in"ación. Se congelaron
simultáneamente salarios y tarifas de servicios
públicos, se regularon los cambios y las tasas de
interés, se suprimió la emisión
monetaria para equilibrar el dé!cit !scal-se
suponía asumir una rígida disciplina
en gastos e
ingresos– y
se eliminaron los mecanismos de indexación
desarrollados durante la anterior etapa de alta
in"ación y responsables de su mantenimiento
inercial, se cambiaba la
moneda y el peso era reemplazo por el austral.
En 1985/86 se derrumbó el precio de
los cereales a nivel mundial y perjudicó a la
Argentina.. Renacieron las pujas corporativas, que
realimentaron la in"ación la CGT, enbanderada
contra el congelamiento salarial, que afectaba sobre
todo a los
empleados estatales, y los empresarios , liderados por
los
productores rurales, que se movilizaron contra del
congelamiento de precios.
Se intentó reactivar la inversión
extranjera, especialmente en el area petrolera -el
presidente Alfonsín anunció este plan en Houston,
capital de
las grandes empresas
petroleras-, y también se esbozaron planes
dereformas
!scales más profundas, privatización de empresas
estatales y
desregulacióm economía. Todo ello chocaba con
ideas y convicciones muy !rmes en la sociedad,
arraigadas
tanto en el peronismo como en el propio partido
gobernante de
donde surgieron bloqueos a estas iniciativas.
Los sindicatos
se alejaron de los gabinetes de trabajo y
los empresarios que tenían sus lobistas en las
empresas
públicas no lograban establecer acuerdos de conducta
y
objetivos
con los sindicatos. El peronismo preparándose para
las
elecciones de 1989 no apoyaba la privatización de
varias
empresas estatales, -privatización fomentadas por las
políticas ortodoxas y liberales del
FMI y el
Banco
Mundial, que además exigían una
política impositiva más dura, y de
reducción de gasto
público-.
El poder para gobernar se debilitaba.

Luego de la elección de septiembre


de 1987 creció la !gura de Antonio Ca!ero,
gobernador
de Buenos Aires,
presidente del Partido Justicialista y jefe del grupo
"renovador", que se per!laba como candidato de su
partido y,
probablemente, sucesor de Alfonsín. En muchos
aspectos,
Ca!ero y los renovadores habían remodelado el
peronismo
a imagen y semejanza id alfonsinismo: estricto
respeto a la
institucionalidad republicana, propuestas modernas y
democráticas, elaboradas por sectores de
intelectuales,
distanciamiento de las grandes corporaciones y
establecimiento
de acuerdos mínimos con el gobierno para asegurar el
tránsito ordenado entre una presidencia y
otra.
Quizás eso los perjudicó frente al candidato
rival dentro del peronismo, el gobernador de La
Rioja,
Carlos Menem.
Mostró una notable capacidad para reunir en torno
suyo
todos los segmentos del peronismo, desde los
dirigentes
sindicales, rechazados por Ca!ero hasta antiguos
militantes de
la extrema derecha o la extrema izquierda de los años
setenta, junto con todo tipo de caudillos o dirigentes
locales
desplazados por los renovadores.

Explotando su !gura de caudillo


tradicional para diferenciarse de sus rivales
modernizadores, y
sin necesidad de formular propuesta o programa
alguno,
ganó la elección interna, y en julio de 1988 fue
candidato a Presidente. En los meses siguientes
extendió
y perfeccionó su fórmula. Tejió en privado
sólidas alianzas con los grandes intereses
corporativos:
importantes empresarios, como el grupo Bunge y
Born, dirigentes
de la Iglesia, altos o!ciales de las Fuerzas Armadas,
incluyendo los carapintadas. Pero en público
apeló al vasto mundo de "los humildes", a quienes se
dirigió con un mensaje casi mesiánico, formulado
con un despliege escenográ!co que lo hacía
aparecer como un santón, y en el que la "revolución
productiva" y el "salariazo"
prometidos prenunciaban la entrada en la tierra de
la promisión.
En agosto de 1988 el gobierno lanzó un plan
económico, que denominó "Primavera", con el
propósito de llegar a las elecciones con la
in"ación controlada, pero sin realizar ajustes que
pudieran enajenar la voluntad de la población. Al
congelamiento de precios, y
tarifas -aceptado a regañadientes por los
representantes
empresa-agregó la declarada
intención de reducir drásticamente el
dé!cit estatal condición para lograr el
indispensable apoyo de los acreedores externos
mucho más
remisos que antes, el plan marchó de entrada con
di!cultades: la predisposición . de los distintos
actores a mantener el congelamiento fue escasa, los
cortes en
los gastos !scales fueron resistidos, la negociación
con las principales entidades externas marchó muy
lentamente, y los fondos prometidos llegaron en con
cuentagotas; en cambio lo
hicieron los capitales especulativos, aprovecharron la
diferencia entre tasas de interés elevadas y cambio
!jo. El 6 de febrero de 1989 el gobierno anunció la
devaluación del peso -que devoró
la fortuna o los ahorros de quienes no supieron
retirarse a
tiempo– e
inició un período en que el dólar y los
precios subieron vertiginosamente y la economía
entró en descontrol. Luego de largos períodos de
alta in"ación, había llegado la hiperin"ación, que
destruyó el
valor del
salario y la
moneda misma y afectó la misma producción y
circulación de
bienes

1989- 1999
El 9 de julio de 1989 el presidente
Raúl Alfonsín entregó el mando al electo
Carlos Saúl Menem. Se trataba de la primera
sucesión constitucional desde 1928, y de la primera
vez,
desde 1916, que un presidente dejaba el poder al
candidato
opositor: todo hablaba de la consolidación del
régimen democrático y republicano restablecido en
1983. Pero su trascendencia quedó oscurecida por una
formidable crisis: la hiperin"ación, desatada en abril,
se prolongó hasta agosto; en julio la in"ación
fue del 200%, y en diciembre todavía se mantenía
en el 40%. Con un Estado en
bancarrota, moneda licuada, sueldos inexistentes y
violencia
social, quedó expuesta la incapacidad que en ese
momento
tenía el Estado
para gobernar y hasta para asegurar el orden.
Existía una receta genérica, que a lo largo de la
década del ochenta se había instalado en el
sentido común de economistas y gobernantes de todo
el
mundo: facilitar la apertura de las economías
nacionales, para posibilitar su adecuada inserción en
el
mundo globalizado, y desmontar los mecanismos del
Estado
interventor y benefactor, tachado de costoso e
ine!ciente. En
el caso de la Argentina, y de América Latina en
general, esas ideas
habían decantado en el llamado Consenso de
Washington;
las agencias del gobierno norteamericano y las
grandes instituciones internacionales de crédito,
como el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial,
transformaron estas fórmulas en recomendaciones o
exigencias, cada vez que venían en ayuda de los
gobiernos para solucionar los problemas
coyunturales del endeudamiento. Economistas,
asesores
!nancieros y periodistas se dedicaron con asiduidad a
difundir
el nuevo credo, y gradualmente lograron instalar estos
principios
simples en el sentido común.
la economía
argentina era poco e!ciente debido a la alta
protección que recibía el mercado local, y al
subsidio que, bajo formas variadas, el Estado otorgaba
a
distintos sectores económicos; el dé!cit
crónico de un Estado excesivamente pródigo, que
para saldar sus cuentas
recurría de manera habitual a la emisión
monetaria, con su consiguiente secuela de in"ación.
Se
cuestionaba todo un modo de funcionamiento,
iniciado en 1930 y
consolidado con el peronismo. Algunos discutían si la
crisis era intrínseca a ese modelo, o si
se debía al prodigioso endeudamiento externo
generado
durante el Proceso, que
colocó al Estado a merced de los humores de
acreedores y
banqueros. Pero la conclusión era la misma: la
in"ación y el endeudamiento.
La receta que difundían el FMI, el Banco Mundial y los
economistas de prestigio era simple. Consistía en
reducir el gasto del Estado al nivel de sus ingresos
genuinos,
retirar su participación y su tutela de la
economía y abrirla a la competencia
internacional: ajuste y reforma. En lo sustancial, ya
había sido propuesta por Martínez de Hoz en 1976,
aunque su ejecución estuvo lejos de estos
supuestos.

Los grandes grupos


económicos, partidarios genéricos de estas
medidas, pero reacios a aceptarlas en aquello que los
afectara
especí!camente. También las enfrentaron quienes
-no sin razones- asociaban las reformas propuestas
con la
pasada dictadura
militar. Bajo el gobierno de Alfonsín, en su
último tramo, se admitió la necesidad de encarar
ese programa: hubo una cierta apertura comercial, y
un proyecto de
privatizar algunas empresas estatales, que chocó en el
Congreso con la oposición del revitalizado peronismo
y
la reluctancia de muchos radicales. La crisis de 1989
allanó el camino a los partidarios de la receta
reformista: según un consenso generalizado, había
que optar entre algún tipo de transformación
profunda o la simple disolución del Estado y la
sociedad.
Menem debía ganarse su apoyo. Un punto tenía a su
favor: su incuestionable voluntad política, él
había ejercido largamente gobernación de La
Rioja, pero de un modo tan esporádico que casi era un
gobernador absentista. En cambio, lo rodeaba un
séquito
más que dudoso de aventureros y arribistas. Menem
fue
!el a lo más esencial de éste: el pragmatismo.Menem
apeló a gestos casi
desmedidos: se abrazó con el almirante Rojas, se
rodeó de los Alsogaray -padre e hija-, y con!ó
el Ministerio de Economía sucesivamente a dos
gerentes
del más tradicional de los grupos económicos
—Bunge y Born—, que según se decía
traía un plan económico mágico y
salvador.
Menem y sus colaboradores directos estuvieron dando
examen ante
los "mercados".Menem hizo aprobar por el Congreso
dos
grandes leyes: la de Emergencia Económica
suspendía todo tipo de subsidios, privilegios y
regímenes de promoción, y autorizaba el despido de
empleados estatales. La Ley de Reforma del Estado
declaró la necesidad de privatizar una extensa lista de
empresas estatales y delegó en el presidente elegir la
manera especí!ca de realizarlas. Poco después,
el Congreso autorizó la ampliación de los
miembros de la Corte Suprema; con cuatro nuevos
jueces el
gobierno se aseguró la mayoría y aventó la
posibilidad de un fallo adverso en cualquier caso
litigioso que
generaran las reformas.
Se concentró en la rápida privatización de
ENTEL, la empresa de
teléfonos, y de Aerolíneas Argentinas. Todo se
hizo rápido, de manera desprolija e incluso a
contrapelo
de otras intenciones declaradas, como fomentar la
competencia
.Se aseguró a las nuevas empresas un sustancial
aumento
de tarifas, escasas regulaciones y una situación
monopólica por varios años. En términos
parecidos, en poco más de un año se habían
privatizado la red vial, los canales de
televisión, buena parte de los
ferrocarriles y de las áreas petroleras.
Ante el dé!cit !scal, el problema más urgente,
no hubo ambigüedades: se trataba de recaudar más, y
rápidamente, aumentando los impuestos
más sencillos -al Valor Agregado y a las
Ganancias— sin considerar dos cuestiones que las
propuestas reformistas solían atender: la mejora del
ahorro y la
inversión, y algún criterio de equidad social
En los dos primeros años el gobierno no logró
alcanzar la estabilidad. La in"ación se mantuvo alta, y
los grandes grupos empresarios, pese a que
nominalmente
apoyaban al gobierno y aún participaban de sus
decisiones, siguieron manejando su dinero de
acuerdo con sus conveniencias particulares. Erman
González, nuevo ministro de Economía, la
conjuró con una medida drástica: se
apropió de los depósitos a plazo !jo y los
cambió por bonos de largo
plazo en dólares: el Plan Bonex. González, un
oscuro contador riojano, del círculo más
íntimo del presidente, recibió los consejos de
los bancos
acreedores y de Alvaro Alsogaray y aplicó una receta
conocida: "se sentó sobre la caja", restringió al
máximo los pagos del Estado y la circulación
monetaria. Redujo así la in"ación, pero a costa
de una fortísima recesión que, al cabo de un
año, había vuelto a deprimir fuertemente los
ingresos !scales.

En las privatizaciones quienes rodeaban al presidente


manejaban información privilegiada y la posibilidad
de impulsar algunas decisiones de gobierno, uno de
los mayores
escándalos de corrupción fue el el Swi#gate, que
involucró a una empresa de
Estados
Unidos y ante el escándalo hubo rotaciones de
gabinete. A principios de 1991 asumió en el ministerio
de Economía Domingo Cavallo

hizo aprobar la trascendente Ley de


Convertibilidad. Se establecía una paridad

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