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1.4 Ledesma-Historiografía Nacionalista

Este artículo elabora un estado de la cuestión de los estudios críticos sobre la historiografía nacionalista mexicana del siglo XIX realizados en los últimos veinticinco años. Identifica cuatro enfoques interpretativos aplicados: historicismo, giro discursivo, hermenéutica de la experiencia temporal y estudios de cultura letrada.

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1.4 Ledesma-Historiografía Nacionalista

Este artículo elabora un estado de la cuestión de los estudios críticos sobre la historiografía nacionalista mexicana del siglo XIX realizados en los últimos veinticinco años. Identifica cuatro enfoques interpretativos aplicados: historicismo, giro discursivo, hermenéutica de la experiencia temporal y estudios de cultura letrada.

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LOS ESTUDIOS CRÍTICOS SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA NACIONALISTA

MEXICANA DEL SIGLO XIX: UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

CRITICAL STUDIES ON MEXICAN NATIONALIST 19TH-CENTURY


HISTORIOGRAPHY: A STATE OF THE ART.

Ricardo Ledesma Alonso


Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

Resumen
Este artículo elabora un estado de la cuestión de los trabajos que en los últimos veinticinco años
han estudiado las historias nacionales escritas en México durante el siglo XIX. Con base en la
revisión tanto de perspectivas de panorámicas como de estudios dedicados a obras
historiográficas individuales, se ensaya una caracterización y clasificación del conjunto en
función de las tendencias interpretativas aplicadas por cada uno de los textos – historicismo, giro
discursivo, hermenéutica de la experiencia temporal y estudios de cultura letrada. El objetivo de
esta aproximación crítica no se limita a dar cuenta de las principales discusiones planteadas por
los especialistas en la materia, sino que también busca apuntar algunas posibilidades teórico-
metodológicas en los estudios actuales sobre la historiografía nacionalista mexicana del siglo
XIX.

Palabras clave
Crítica historiográfica, historiografía nacionalista mexicana del siglo XIX, México siglo XIX

Abstract
This article elaborates a state of the art of the works that in the last twenty-five years have
critically studied national histories written in Mexico during nineteenth century. Based on the
review of both overall perspectives and studies dedicated to individual historiographical texts, a
characterization and classification of the works is attempted according to the interpretative
tendencies applied by them – historicism, discursive turn, hermeneutics of temporal experience
and studies of literate culture. The objective of this critical approach is not only to give an
account of the main discussions raised by specialists in the field, but also to point out some
theoretical-methodological possibilities in the current studies on Mexican nationalist
historiography of the 19th century.

Key-words
Historiographic criticism, 19th century Mexican nationalist historiography, Mexico 19th century

1
Introducción

Los estudios críticos sobre historiografía mexicana cuentan con una añeja tradición en el ámbito

intelectual mexicano. Esta última probablemente se remonta a las investigaciones realizadas por

Edmundo O’Gorman en torno a las crónicas del Nuevo Mundo.1 Hasta el día de hoy, el

reconocimiento de dicha tradición parece, no obstante, más un asunto de sentido común que un

problema histórico discutido en el marco de investigaciones académicas. Sin afán de exagerar,

puede sostenerse que son realmente escasos los trabajos que podrían ser definidos – utilizando la

terminología gaoseana – como “historiografías de la historiografía de la historiografía (género

III)”,2 es decir, como “bibliografías” o trabajos cuyo objetivo es el abordaje crítico de los estudios

en torno a la historiografía mexicana. Este artículo busca contribuir a dicha área del conocimiento

histórico, específicamente en lo que respecta a libros y artículos académicos sobre historiografía

nacionalista mexicana del siglo XIX. El objetivo principal es indagar en algunas de las

principales propuestas gestadas en los últimos veinticinco años para la discusión del mencionado

fenómeno discursivo.

Sin afán de oscurecer las particularidades de cada uno de los trabajos revisados, se plantea

aquí una clasificación en función de tendencias interpretativas generales. En términos específicos,

se sugiere que, desde finales de los años 1990 y hasta la actualidad, han tomado el palco cuatro

propuestas teórico-metodológicas para el estudio crítico de la historiografía nacionalista escrita

en el siglo XIX mexicano: 1. el historicismo – con su interés por descubrir la intencionalidad

1 Esto por cuanto se trata de estudios sistemáticos. Un antecedente más remoto quizá podría encontrarse en la parte
de la Historia de Méjico de Lucas Alamán en que éste hace una crítica devastadora del Cuadro histórico de su amigo
y colega Carlos María de Bustamante.
2 José Gaos, “Notas sobre la historiografía”, en Álvaro Matute, La teoría de la historia en México (1940-1973),
México, SEP, 1974, p. 483.

2
implícita a la escritura de la historia; 2. el giro discursivo – preocupado por mostrar las

estructuras poéticas, retóricas y conceptuales de los textos historiográficos; 3. los trabajos escritos

bajo la óptica de la hermenéutica de la experiencia temporal – que indagan en los presupuestos

sobre el tiempo de la historiografía nacionalista; y 4. los estudios de cultura letrada – que

encuadran a la historiografía en el ámbito más amplio de las representaciones factuales y

ficcionales nacionalistas.

I. El enfoque historicista-intencionalista

Una de las características más notorias del historicismo mexicano ha sido su interés por la

reflexión en torno a las condiciones de posibilidad de la escritura de la historia. Esto último queda

de manifiesto en los numerosos estudios que sobre esta materia produjeron Edmundo O’Gorman,

Juan Antonio Ortega y Medina, Rosa Camelo, Álvaro Matute y José Rubén Romero Galván. Uno

de los más conspicuos y ambiciosos productos de esta corriente de pensamiento fue el proyecto

colectivo organizado por el propio Ortega y Medina desde el Instituto de Investigaciones

Históricas de la UNAM (1991), el cual derivó en una obra que ha adquirido el estatus de

“clásico” de los estudios historiográficos en México: Historiografía Mexicana (1997). A la fecha,

los volúmenes III y IV de este libro, que llevan los respectivos subtítulos “El surgimiento de la

historiografía nacional” y “En busca de un discurso integrador de la nación 1848-1884”, 3 son aún

referencias ineludibles para cualquier investigación sobre la historiografía decimonónica

mexicana.
3 Virginia Guedea (coord.), Historiografía mexicana. Vol. III El surgimiento de la historiografía nacional, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1997. Antonia Pi-Suñer Llorens (coord.), Historiografía mexicana. Vol.
IV En busca de un discurso integrador de la nación (1848-1884), México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 1997.

3
Los referidos volúmenes están compuestos por más de cuarenta artículos escritos por

especialistas en historia política, diplomática y de las ideas – Virginia Guedea, Jose Enrique

Covarrubias, Enrique Plasencia de la Parra, Silvestre Villegas Revueltas, Antonia Pi-Suñer

Llorens, Josefina Mac Gregor y Miguel Soto, entre otros tantos –, y en sus páginas se analizan las

obras de las principales figuras de la escena historiográfica del periodo: Alexander von

Humboldt, Fray Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamente, José María Luis Mora,

Lucas Alamán, William Prescott, Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco, Guillermo Prieto,

Manuel Larráinzar, Niceto de Zamacois, etc. Superando la tradicional clasificación de la

producción historiográfica decimonónica en función de su ideología “liberal” o “conservadora”,

las coordinadoras encargadas de los volúmenes – Virginia Guedea y Antónia Pi-Suñer – proponen

una organización que considera la aportación de los historiadores y sus obras al proceso de

surgimiento y/o consolidación del estado-nación mexicano.4 Bajo esta premisa, las contribuciones

de los especialistas aparecen dispuestas en apartados que ordenan a los historiadores en función

de si en sus textos historiográficos 1. buscaron dar testimonio de procesos y acontecimientos

recientes de la nación (Mier, Robinson, Bustamante, Poinsett, Rocafuerte, Filisola, Liceaga,

Zerecero, Prieto, Payno, Zarco, Iglesias y Pruneda); 2. configuraron relatos “retrospectivos”

sobre el “ser” y “destino histórico” de la nación (Alamán, Cuevas, Tornel y Mendívil, Bocanegra,

Roa Bárcena, Altamirano y Rivera Cambas); 3. compilaron documentos para el desarrollo de

futuras “historias nacionales” (Lafragua, Orozco y Berra, Icazbalceta y Matías Romero); 4. u

ofrecieron miradas “generales” del devenir nacional (Larráinzar, Zamacois y Bancroft).

4 Antonia Pi-Suñer Llorens (coord.), op. cit., pp. 17-18.

4
No obstante la diversidad de trayectorias académicas de los especialistas que participan en

los volúmenes III y IV de Historiografía mexicana, es factible detectar en sus artículos dos

coincidencias fundamentales. En primer lugar, todos los autores presuponen, desde un punto de

vista claramente historicista, que los historiadores decimonónicos escribieron sus obras a partir de

intenciones racionales5 – que en este caso serían crear o promover la “conciencia nacional”. Los

ejemplos más representativos de este fenómeno son las introducciones de las coordinadoras de

los volúmenes, las cuales se sintetizan las contribuciones de los participantes del proyecto.

Virginia Guedea, al hacer una revisión de los artículos que conforman el volumen III, afirma que

“todos [los historiadores de la primera mitad del siglo XIX] coincidieron en que la meta última a

alcanzar debía ser la de organizar adecuadamente a la nación, para lo que había que crear una

conciencia nacional”.6 Por su parte, Antonia Pi-Suñer, coordinadora del volumen IV, sostiene que,

en lo que respecta a los escritores de la segunda mitad del XIX, “la historiografía cobró para

todos ellos un sentido vital, y fue a través de su ejercicio que trataron de reforzar el sentimiento

de nacionalidad”.7 Como se puede observar, en ambos casos se parte de un mismo presupuesto: la

existencia, en el pensamiento de los historiadores decimonónicos – incluso de extranjeros como

Humboldt, Robinson y Prescott –, de una “conciencia nacional mexicana”, o de principios

nacionalistas que pugnaban teleológicamente por manifestarse.

La segunda coincidencia radica en que la mayor parte de los artículos adopta una idéntica

metodología historicista para el estudio de los textos historiográficos. Me refiero a la puesta en

práctica del famoso “modelo” de análisis historiográfico deducido de las “Notas sobre la
5 Para un abordaje suscito de las concepciones racionalistas implícitas al enfoque historicista ver William Dray, “2.
Historical Understanding”, in Philosophy of History, London, Prentice-Hall, 1964, pp. 10-12.
6 Virginia Guedea (coord.), op. cit., p. 19.
7 Antonia Pi-Suñer (coord.), op. cit., p. 17.

5
historiografía” (1960) del filósofo hispano-mexicano José Gaos. 8 La propuesta, como se sabe,

consiste en interpretar las principios heurísticos, explicativos, hermenéuticos y estilísticos de las

obras haciendo referencia tanto al contexto ideológico y político del periodo como a la biografía

de los historiadores, logrando de esa manera “comprender” las “intenciones” de estos últimos. En

algunos de los artículos, el empleo del modelo resulta provechoso, pues permite vincular

elementos epistemológicos de las obras con aspectos contextuales – v.gr. la relación que

Plascencia de la Parra establece entre el providencialismo histórico de Lucas Alamán, la crisis

política enfrentada por México tras la guerra con Estados Unidos y su idea conservadora de

nación.9 Sin embargo, en muchos otros casos – de hecho, en la gran mayoría – el planteamiento

gaosiano queda desvirtuado, pues contexto y biografía funcionan como meras estampas que

hacen las veces de marcos de referencia temporales y no de factores explicativos de los textos.

Ahora bien, Historiografía mexicana no fue, con todo, el único trabajo que en aquella

altura desarrolló un acercamiento semejante a la historiografía mexicana decimonónica. En los

años inmediatamente subsecuentes – primera década del siglo XXI – aparecieron dos textos que

ejemplifican igualmente el enfoque historicista. Me refiero a los estudios monográficos que

Evelia Trejo y José Ortiz Monasterio emprendieron, respectivamente, sobre el Ensayo histórico

de Lorenzo de Zavala y el proyecto de México A través de los Siglos de Vicente Riva Palacio.

Como su título lo sugiere, Los límites de un discurso. Lorenzo de Zavala, su “Ensayo

histórico” y la cuestión religiosa en México (2001) no es en estricto sentido un estudio

historiográfico, o por lo menos no en el sentido en que la tradición o’gormaniana definió dicha

8 José Gaos, op. cit., pp. 493-502.


9 Enrique Plascencia de la Parra, “Lucas Alamán”, in Virginia Guedea (coord.), op. cit., pp. 324-348.

6
tarea.10 A pesar de plantear su investigación como un trabajo de crítica al estilo gaosiano, Evelia

Trejo utiliza la obra del historiador y político yucateco fundamentalmente como una suerte de

“fuente” para conocer el pensamiento de éste en torno a la relación del Estado y la Iglesia en los

primeros años del México independiente.11

La autora concibe a la historiografía mexicana decimonónica como un discurso

conformado a partir de ideas racionales relativas al pasado, al presente y al futuro de la sociedad

mexicana. En concordancia con esta tesis, sostiene igualmente que dicha historiografía no fue

otra cosa sino un producto ideológico que tuvo por finalidad o intención defender distintos

proyectos nacionales – y en el caso de la obra de Zavala, un proyecto “liberal” opuesto al

conservador-católico. Con base en estas presuposiciones sobre la naturaleza del texto

historiográfico y de la conciencia nacional en el México de las primeras décadas del siglo XIX, y

para poder aprehender el objetivo o intención contenido por su “fuente”, Evelia Trejo sugiere

examinarla a partir de las estrategias críticas del referido modelo gaosiano. Propone, pues, en

primer lugar, indagar en la “realidad del autor” y en los “hechos de vida” relevantes – trayectoria

política, empresas editoriales, otras creaciones discursivas – “para visualizar a un hombre que en

un momento dado escribió una historia”; y en segundo lugar, analizar las “operaciones

historiográficas” implicadas por el Ensayo histórico: el “proceso de investigación” y la “crítica de

10 En Cuatro historiadores de Indias, O’Gorman recrimina la frecuente tendencia de los historiadores hacia el
abordaje de los libros de historia como “fuentes” de las cuales extraer información y no como trabajos que merecen
ser estudiados con la finalidad de comprender lo que “significaron en su día”. Cfr. Edmundo O’Gorman, Cuatro
historiadores de Indias. Siglo XVI, México, Secretaría de Educación Pública, 1979, pp. 87-90.
11 Evelia Trejo, Los límites de un discurso. Lorenzo de Zavala, su “Ensayo histórico” y la cuestión religiosa en
México, México, UNAM, IIH, FCE, 2001, p. 28.

7
fuentes”, sus “formas de comprensión” y de “explicación” de los fenómenos pasados, y su

“estructura narrativa”.12

El análisis de Evelia Trejo, sin duda consistente en su recurrencia al modelo gaosiano,

cae, no obstante, en el mismo descuido de buena parte de los trabajos escritos a partir de dicha

metodología: no logra configurar una relación consistente entre, por un lado, la referencia al

contexto del autor y su ideología, y por el otro, las “operaciones historiográficas” que constituyen

el texto revisado. Es decir, en su aproximación crítica, la intencionalidad racional de Zavala – su

proyecto de nación liberal – no se vincula lógicamente con las “operaciones” heurísticas,

hermenéuticas y estéticas que se definen como constitutivas del Ensayo histórico. En última

instancia, y a riesgo de ser reiterativo, considero que el problema fundamental del enfoque de la

autora es que utiliza al texto de Zavala como una “fuente” para el estudio de la “historia de las

ideas [políticas]” en el México decimonónico,13 negándole de esa forma la calidad de objeto de

estudio en sí mismo.

Por su parte, José Ortiz Monasterio adopta en México eternamente. Vicente Riva Palacio

ante la escritura de la historia (2004) una postura bastante parecida a la hasta ahora descrita, si

bien pretende aderezarla recurriendo a propuestas metodológicas de autores como Eric Auerbach,

Alfonso Mendiola y Michel de Certeau. 14 Con todo, al final este recurso resulta intrascendente,

pues en el análisis propiamente dicho de México a través de los siglos lo que priva es de nuevo el

modelo gaosiano. De hecho, Ortiz Monasterio afirma de manera explícita que su acercamiento,

sobre todo al segundo volumen – el de Riva Palacio – de México a través de los siglos, está
12 Ibid., pp. 24-25. Ver capítulo “II. Noticia de sus escritos”.
13 Ibid., p. 24.
14 José Ortiz Monasterio, México eternamente. Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia, México: Fondo
de Cultura Económica-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2004 pp. 28-30, 39.

8
planteado con base en las categorías de análisis del mencionado enfoque: “como es debido

analizaremos la heurística, la hemenéutica, la arquitectura y la composición del tomo segundo del

México”.15 Asumiendo, pues, un punto de vista “biografista” y “contextualista”, Ortíz Monasterio

sitúa la obra de Riva Palacio tanto en el horizonte político e historiográfico específico de la

segunda mitad del siglo XIX mexicano,16 como en la trayectoria literaria individual del escritor.

Estos dos procedimientos conjuntos, sugiere el autor, tienen la finalidad de encontrar la

intencionalidad del trabajo del historiador decimonónico: descubrir su “teoría de la historia y la

idea de México”, es decir, su deseo de ofrecer “una versión mestiza de nuestra historia que

propone una reconciliación de los encontrados elementos que formaron la nación, es decir, según

Riva, nuestras dos raíces, la indígena y la española”.17

Como puede observarse, Ortiz Monasterio como muchos otros estudiosos del fenómeno

historiográfico contemporáneos, innova poco en cuanto al enfoque utilizado, pues en realidad

sigue una serie de planteamientos que a esas alturas ya era escuela. Sin embargo, en un aspecto el

autor alcanza a hacer aportaciones interesantes. Me refiero más que nada a su propuesta – no

concretada, sin embargo – de situar al texto de Riva Palacio en el marco ya no sólo de la propia

historiografía sino en el más amplio de las Bellas Letras.18

Como puede observarse, el enfoque historicista tuvo su periodo de mayor vigencia a

finales del siglo XX y durante la primera década del siglo XXI. Aún así, en la actualidad, todavía

se encuentran algunos practicantes rezagados. Una reciente expresión del mismo se encuentra en

la sección de A Life Together: Lucas Alamán and Mexico, 1792-1853 (2021) que Eric Van Young
15 Ibid., pp. 30.
16 Ibid., pp. 21, 39.
17 Ibid., pp. 30.
18 Ibid., p. 20.

9
dedicó al análisis de la Historia de Méjico del escritor guanajuatense (“Part VII Lucas Alamán

the Historian”). Muy al estilo de la historia de las ideas tradicional – historicista –, el autor

estadounidense entiende al texto de Alamán como producto de su contexto ideológico y como

manifestación de una intencionalidad política. En primer lugar, compara al autor de la Historia de

Méjico con otros historiadores contemporáneos – Bustamante, Zavala, Mora –, sobre todo en lo

que respecta a sus posturas ideológicas, y lo ubica en el horizonte político social y económico de

mediados de siglo en México.19 De ahí pasa a analizar, si bien de forma un tanto superficial, los

contenidos del texto. Dice poco acerca de la interpretación alamaniana de la guerra de

independencia – que constituye la mayor parte de la Historia de Méjico – y se remite a hablar del

último libro, aquél donde el historiador refirió su llamado “Testamento político”. 20 Sobre los

procedimientos heurísticos y epistemológicos de Alamán, es decir, sobre su aspiración de

veracidad y manejo de fuentes, sólo apunta – presentando ninguna prueba – que tuvo un método

semejante al modelo rankeano. Van Young jamás utiliza ejemplos para demostrar sus

afirmaciones sobre estas materias,21 ni tampoco para dar cuenta de los factores explicativos de la

historia según Alamán (dialéctica del azar-providencialismo).22 La mayor parte de su estudio se

concentra en las opiniones e intenciones políticas de historiador y en cómo éstas parecen

condicionar sus concepciones sobre el pasado nacional mexicano.23

Ahora, no todo es limitado en el acercamiento emprendido por el autor estadounidense.

Hay un punto que, de hecho, vale la pena rescatar. Me refiero a un aspecto del abordaje

19 Eric Van Young, Eric, “Part VII Lucas Alamán the Historian”, in A Life Together: Lucas Alaman and Mexico,
1792-1853, New Haven, Yale University Press, 2021, pp. 719, 729.
20 Ibid., p. 748.
21 Ibid., pp. 751-752.
22 Ibid., p. 752.
23 Ibid., pp. 759, 763-768.

10
contextual poco explorado por otros enfoques historicistas: las condiciones de publicación y

recepción del texto historiográfico. Para dar cuenta del fenómeno, Van Young recurre a un

conjunto diverso de fuentes escasamente frecuentadas por los estudiosos de la obra histórica de

Alamán: papeles personales, manuscritos, listados de su biblioteca personal, epígrafes, cartas de

contemporáneos y críticas periodísticas. Este procedimiento permite obtener una imagen

panorámica, ya no sólo del pensamiento y vida del historiador, sino de su lugar y papel en la

cultura letrada del periodo.24

II. Tramas, conceptos y lenguajes historiográficos

El giro discursivo llegó con cierta demora a la historiografía mexicana. Metahistoria de Hayden

White, por ejemplo, apenas fue traducido y editado en 1992 por el Fondo de Cultura Económica

– esto es, casi veinte años después de su publicación original en inglés (Johns Hopkins, 1973).

Por otra parte, los trabajos de Reinhardt Koselleck, J. G. A. Pocock, Quentin Skinner, John Dunn,

y de todos aquellos historiadores que se interesaron por la dimensión semántica de los lenguajes

histórico y político (en sus versiones de historia conceptual e historia intelectual), encontraron

arraigo entre los historiadores mexicanos sólo a partir de la primera década del siglo XXI, sobre

todo gracias las relaciones académicas que se establecieron con el “Grupo de Historia Intelectual

de la política moderna” – dirigido por Javier Fernández Sebastián – y la primera fase del proyecto

“Iberconceptos” (ca. 2004).25 Teniendo en cuenta este contexto, se entiende mejor el

relativamente tardío interés de las y los historiadores de la historiografía por el estudio de los

24 Ibid., pp. 729-740.


25 Guilherme Pereira das Neves, Rodrigo Bentes Monteiro & Francine Iegelski, “Iberconceptos, historia conceptual,
teoría de la historia -Entrevista a Javier Fernández Sebastián (Parte I)”, Tempo, Vol. 24, núm.3, 2018, pp. 688-691.

11
elementos discursivos de la historiografía mexicana. De los trabajos críticos aparecidos bajo esta

orientación teórica, destaco a continuación los que, a mi juicio, la ejemplifican de manera más

acabada.

Comienzo por uno de los estudios que, con mayor consistencia, ha utilizado las categorías

de análisis planteadas por Hayden White en Metahistoria. Me refiero a Manuel Orozco y Berra o

la Historia como reconciliación de los opuestos (2010) de Rodrigo Díaz Maldonado, dedicado al

examen de la Historia antigua y de la Conquista de México (1880-1881) del referido historiador

decimonónico. Díaz Maldonado recupera tres instrumentos de la teoría whiteana del discurso

historiográfico decimonónico – “La poética de la historia”: la “explicación por la argumentación

formal”, la “explicación por la trama” y la “explicación por la implicación ideológica”. 26 Con

base en el primero de estos principios explicativos, el autor propone que, al construir su historia

de la civilización mexicana, Orozco utilizó el “organicismo” como modo primordial de

argumentación, esto es, que entendió los acontecimientos humanos como individualidades que

sintetizan el proceso histórico en su totalidad orgánica (la historia universal).27 En segundo lugar,

retomando el procedimiento de la “explicación por la trama”, Díaz Maldonado caracteriza al

relato histórico desarrollado en la Historia antigua como una “comedia”. Siguiendo la discusión

desarrollada por White en torno a esta materia, define a la narración de la historia de México

elaborada por Orozco como un relato de reconciliación de principios opuestos – hispanismo-

indigenismo, providencia-progreso – en que las aparentes caídas trágicas son entendidas como

26 Cfr., Hayden White, Metahistory. The Historical Imagination in 19th-Century Europe, Baltimore, Johns Hopkins
University Press, 2014, pp. 1-41.
27 Rodrigo Díaz Maldonado, Manuel Orozco y Berra o la historia como la reconciliación de los opuestos, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, p. 29.

12
conflictos que encuentran solución en el proceso integrador de la historia universal.28 Por último,

a partir de la “explicación por la implicación ideológica”, el autor interpreta que, tanto el “modo

de argumentación” como la “trama” de la Historia antigua revelan “una visión del mundo

básicamente conservadora” que hace énfasis en el presente como el mejor de los mundos

posibles29 – que en el caso de Orozco sería el presente de las presidencias de Porfirio Díaz y

Manuel González, momento en que el Estado-nación mexicano comenzaba a lograr estabilidad.

Ahora bien, allende la coherencia y sistematicidad evidenciadas por Díaz Maldonado en

su empleo de la propuesta whiteana de análisis del discurso historiográfico, 30 conviene apuntar

que el libro posee el mismo problema al que la crítica ha detectado respecto a la propia

Metahistoria: me refiero a que, por su naturaleza estructuralista, 31 son mínimas las alusiones

hacia las condiciones histórico-culturales concretas de las que surgen las estrategias narrativas y

retóricas de los textos historiográficos. Manuel Orozco y Berra o la Historia como reconciliación

de los opuestos, efectivamente estudia históricamente las principales corrientes de pensamiento

vigentes en la época de Orozco – el romanticismo y el darwinismo; sin embargo, el esfuerzo de

historización no llega a discutir la tradición discursiva del periodo. La detallada caracterización

hecha por Díaz Maldonado de la estructura narrativa de la Historia antigua bien podría ser

apuntalada con una indagación sobre el entorno literario de la segunda mitad del siglo XIX

mexicano, particularmente sobre la tradición narrativa de la que bebió Orozco y de la que

28 Ibid., pp. 33-59.


29 Ibid., pp. 56- 59.
30 Es importante apuntar que, en su análisis, Díaz Maldonado no desarrolla un elemento clave de la propuesta
whiteana: la explicación tropológica.
31 Cfr., Herman Paul, Hayden White. The Historical Imagination, Cambridge, Polity Press, 2011, pp. 82-108.

13
probablemente recuperó, por ejemplo, el modelo de entramado “cómico” y la retórica

cientificista.

Contemporáneo al estudio de Díaz Maldonado, apareció otro tipo de trabajo de crítica

historiográfica centrado ya no en el texto como totalidad discursiva, sino en algunos de sus

componentes mínimos: los conceptos. Destaca en este rubro el artículo que Elías Palti dedicó al

análisis de los conceptos de “nación” e “historia nacional” en el pensamiento histórico de Lucas

Alamán. Partiendo de la propuesta contextualista de la historia de los lenguajes políticos de la

Escuela de Cambridge – si bien jamás la menciona en su texto –, Palti pretende demostrar que en

el entorno político y conceptual mexicano de la primera mitad del siglo XIX no existían las

condiciones discursivas para la gestación de ninguna historia nacional, y por lo mismo, que la

Historia de Méjico de Alamán fue una “historia fallida”.32 Para demostrar su tesis, el crítico

realiza una revisión de los conceptos de “historia” y “nación” constitutivos del pensamiento tanto

de las élites liberales como conservadoras que detentaron el poder público en un periodo de

profunda inestabilidad política. Como consecuencia de ese desorden y falta de proyecto común –

argumenta –, así como de un concepto de tiempo que por entonces alternaba aún entre el ciclo

sempiterno y la historia fluida, no existió en el pensamiento historiográfico mexicano de aquella

altura la posibilidad de crear lo que define como una “concepción genealógica de la nación” –

“una visión sistemática de la evolución nacional mexicana”.33

Hasta aquí la argumentación de Palti parece consistente. No obstante, la principal

contrariedad con su interpretación es que ésta sólo aparentemente aborda y contextualiza los
32 Elías Palti, “Lucas Alamán y la involución política del pueblo mexicano. ¿Las ideas conservadoras fuera de
lugar”, in Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, FCE, CONACULTA,
2009, tomo I, pp. p. 306
33 Ibid., p. 302.

14
conceptos de “historia” y “nación” en el horizonte discursivo de la primera mitad del siglo XIX

mexicano. Lo que en realidad va ocurriendo es que el historiador argentino lee casi siempre

dichos conceptos a partir de sus propios conceptos actuales de “historia” y “nación”. En pocas

palabras, más que historizar los conceptos, Palti termina haciendo una proyección ahistórica de

sus categorías de análisis. Me explico. Al utilizar el adjetivo – notoriamente teleológico – de

“historia fallida” para referirse a la História de Méjico, el historiador argentino indica que la obra

no alcanzó a ser aquéllo hacia lo que, a sus ojos, tendió toda la historiografía mexicana

decimonónica: una – ¿exitosa? – “historia nacional genealógica”, esto es, una historia que

concibe “al pasado mexicano como un curso evolutivo orgánico, una totalidad de sentido que

despliega en su transcurso histórico una serie de principios y valores que la identifican como tal”

– entiéndase, un trabajo como México a través de los siglos, producido al amparo del Estado

centralizado.34

Haciendo un balance de la propuesta de Palti, considero que si bien en su ejecución

abundan las inconsistencias argumentativas y los prejuicios ideológicos, valdría la pena tener en

cuenta su invitación para examinar la historiografía decimonónica con base en la discusión de la

semántica del concepto de “historia nacional”. Su artículo, en términos generales, resulta valioso

sobre todo por su carácter polémico y por la cantidad de preguntas que se desprenden del mismo

– v.gr. ¿el concepto de “historia nacional” sólo surge en el marco del Estado-nación centralizado?

¿Toda auténtica historia nacional es siempre un relato coherente que logra borrar cualquier rasgo

de tensión y contradicción?

34 Ibid., p. 300.

15
Un último estudio que vale la pena destacar por su pretensión de enfocar al texto

historiográfico como fenómeno discursivo es el artículo “Apropiación del pasado, escritura de la

historia y construcción de la nación mexicana” (2009) de Guillermo Zermeño. El planteamiento

de este último es, hasta cierto punto, muy cercano al de Palti, esto en la medida que ambos

proyectan una historia conceptual de la historiografía. Sin embargo, lo que el historiador

mexicano propone no es un análisis particular de alguna obra sino una revisión panorámica de la

historiografía mexicana decimonónica, todo esto siguiendo de forma tácita el modelo de historia

conceptual de Reinhardt Koselleck.35 En su artículo, Zermeño discute la relación entre la

transformaciones experimentadas por el saber histórico en México durante el siglo XIX – los

abandonos y las persistencias del “lenguaje” o “estilo” historiográfico “tradicional” en el nuevo

“saber científico positivista” –, y el cambio de régimen político surgido de la independencia y de

las luchas entre liberales y conservadores.36 En términos sintéticos, el argumento que Zermeño

desarrolla en su texto es que, en el México de la pos-independencia, existió un vínculo estrecho

entre los cambios en la vida política y las transformaciones en el concepto de “historia nacional”.

La pregunta que guía todo el texto – “¿En qué sentido y hasta dónde un evento jurídico-político

puede afectar la forma de escribir la historia?” –, 37 lleva al autor a explorar asimismo los

conceptos “México” e “historia” en su relación con la aparición y desarrollo de México como

Estado-nación.

35 Para un conocimiento más detallado de las particularidades de la propuesta de Koselleck, cfr. Reinhardt
Koselleck, Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social, Madrid,
Editorial Trotta, 2012, pp. 9-48.
36 Guillermo Zermeño, “Apropiación del pasado, escritura de la historia y construcción de la nación mexicana”, in
Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia. Independencias, relato historiográfico y debates sobre la
nación: América Latina, Siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, p. 81.
37 Ibid., p. 83.

16
Ahora, es importante decir que la propuesta de Zermeño parte de una concepción del

Estado-nación mexicano no como una entidad abstracta sino como un conjunto de instituciones y

prácticas políticas. Esa premisa es la que le orienta, por ejemplo, a trazar un vínculo entre la

institución del juzgado republicano y la predilección de los primeros historiadores de la nación

(Zavala, Mora, Alamán) por lo que él llama el “espíritu de justicia universal”. Es igualmente lo

que dirige su estudio hacia la discusión de la relación de la historiografía con los planes

educativos, las sociedades académicas y los proyectos de diccionarios históricos vinculados a los

ministerios estatales – v.gr., el Diccionario Universal de Historia y Geografía (1853-1856). Con

todo, el enfoque de Zermeño resulta en buena medida inconsistente pues no profundiza en el

estudio de las dimensiones semánticas de los conceptos de “historia” y “nación” que componen

los discursos historiográficos; por el contrario, permanece siempre en el nivel de la enunciación

de su relación con los mencionados ámbitos institucionales.

El argumento de Zermeño es, pues, bastante frágil. Sin embargo, considero que, como en

el caso del trabajo de Palti, convendría recuperar su invitación teórico-metodológica llevándola

precisamente al estudio concreto de las controversias conceptuales que posibilitaron e

impregnaron la escritura de la historia en los distintos momentos del siglo XIX mexicano. Eso sí,

dejando de lado cualquier postura teleológica a este respecto – es decir, abdicando de la tesis de

que toda la historiografía mexicana decimonónica buscó y tendió hacia la creación de una

“historia genealógica nacional”.38

38 Ibid., pp. 106-107.

17
III. Experiencia y concepciones de la temporalidad

A comienzos del siglo XXI, probablemente impulsados por el interés que, dos décadas atrás,

Reinhardt Koselleck – Futuro Pasado (1979) – y Paul Ricoeur – Tiempo y Narración (1983-

1985) – habían venido mostrando por las distintas modalidades de la experiencia humana del

tiempo, en el campo de la filosofía historia y los estudios historiográficos comenzó a gestarse un

importante viraje en las discusiones relativas a la escritura de la historia. A partir de entonces, el

debate pasó a centrarse, menos en el problema de la representación histórica y más en el de las

pre-concepciones de la temporalidad que estaban en la base misma de la conciencia histórica.

Uno de los trabajos que, de forma más sistemática, recuperó estas preocupaciones hermenéuticas

fue Regímenes de historicidad (2002) de François Hartog. Particularmente en el ámbito

mexicano, el impacto de todos estos textos se percibe desde principios de los 2000; sin embargo,

es sólo a partir de la década de 2010 que aparecen los primeros estudios historiográficos escritos

desde dicha perspectiva. Utilizando, sobre todo, las tesis del propio Koselleck, o bien su

reinterpretación por parte de Hartog, distintos especialistas han dirigido sus intereses hacia la

interpretación de los presupuestos temporales de historiografía decimonónica mexicana. A

continuación discuto dos artículos que dan muestra de la apropiación de dicho enfoque.

El primero de ellos es “El régimen de temporalidad en la historiografía mexicana del siglo

XIX” (2016) de Corina Yturbe. Se trata de un artículo que, a pesar de auto-denominarse como

una interpretación general de la historiografía mexicana decimonónica, en términos concretos no

es otra cosa que un estudio de caso sobre los textos históricos de Lucas Alamán. Con base en las

“categorías metahistóricas” de Koselleck, “espacio de experiencia” y “horizonte de

18
expectativa”,39 y también en el concepto de “régimen de historicidad” u “orden del tiempo” de

François Hartog,40 la autora sostiene como hipótesis que la historiografía decimonónica mexicana

expresa un orden del tiempo estrechamente vinculado con el cambio socio-político abrupto

abierto por la Revolución francesa y los procesos de independencia iberoamericanos.

Refiriéndose al fenómeno específico de la historiografía alamaniana, apunta que su concepción

temporal estuvo determinada por la tensión radical entre el “espacio de experiencia” colonial y el

“horizonte de expectativa” de creación de una nueva nación.41

Para desarrollar su argumento, Yturbe propone comparar la historiografía mexicana de la

primera mitad del siglo XIX con la escritura de la historia en la Francia pos-revolucionaria.

Desde su perspectiva, el equivalente mexicano de la historiografía liberal-doctrinaria francesa

sintetizada por las obras de Guizot es básicamente la historiografía conservadora de Lucas

Alamán. De la misma forma que Guizot pretendió alejarse de las posturas radicales del programa

liberal y democrático de la Revolución de 1789 centrando su reflexión histórica en los problemas

políticos engendrados por la transformación revolucionaria a que dio lugar la destrucción del

orden absolutista – apunta la autora –, Alamán rastreó en el pasado reciente de la Guerra de

Independencia los “fracasos y contradicciones de los intentos liberales por conseguir un Estado

fuerte y duradero”, esto en pos de alejarse del liberalismo pos-revolucionario radical. 42 Esta

afirmación sobre el carácter de la historiografía alamaniana lleva a Yturbe a confrontar las

39 Para una definición precisa de dichas categorías metahistóricas, cfr. Reinhardt Koselleck, Futures Past. On the
Semantics of Historical Time, New York, Columbia University Press, 2004, pp. 255-275.
40 Para un conocimiento más detallado de la categoría de “régimen de historicidad”, cfr., François Hartog, Régimes
d’historicité. Presentisme et expériences du temps, Paris, Éditions du Seuil, 2012, pp. 19-42.
41 Corina Yturbe, “El régimen de temporalidad en la historiografía mexicana del siglo XIX”, Folios, no.44, Bogotá,
julio/diciembre, 2016, p. 1.
42 Ibid., p. 25

19
perspectivas temporales, y por lo mismo, del devenir nacional, de los programas asumidos por los

historiadores-políticos liberales y conservadores mexicanos del periodo. Para realizar este

contraste, más que referir lo dicho por la historiografía del periodo, sigue muy de cerca las

discusiones que sobre esta materia desarrolló Edmundo O’Gorman en México el trauma de su

historia (1977); esto es, recupera la tesis de que la disputa de fondo entre los proyectos de nación

de liberales y conservadores era en realidad una diferencia en su valoración de la experiencia

colonial y de las expectativas futuras de una nación libre – innovar o construir sobre la

tradición.43

A modo de balance, puede decirse que el texto de Yturbe termina siendo más bien una

revisión indirecta del pensamiento histórico de la primera mitad del siglo XIX mexicano –

indirecta porque revisa escasamente las obras historiográficas, basando la mayor parte de su

análisis en bibliografía especializada. Incluso es posible constatar que las propias Disertaciones y

la Historia de México de Lucas Alamán son poco referenciadas en el artículo. Por otro lado,

aunque se advierte que la autora conoce, hasta cierto punto, los principios teóricos que hacen de

fundamento a su hipótesis (Koselleck-Hartog), es muy poco consistente en su implementación

para el análisis de la historiografía propiamente dicha.

Un segundo artículo, publicado el mismo año y que también discute el fenómeno de las

concepciones de tiempo implicadas por la historiografía mexicana decimonónica es “National

Identity Building in Mexican Historiography during the Nineteenth Century. An Attempt at

Synthesis” (2016) de Rodrigo Díaz Maldonado. Separándose de los enfoques tradicionales que

conciben a la historiografía decimonónica occidental – particularmente europea – como una

43 Ibid., pp. 26-27.

20
sucesión de corrientes distinguibles por sus principios epistemológicos – v.gr. historiografía

iluminista, romántica, historicista, positivista –, Díaz Maldonado propone una caracterización de

la historiografía mexicana del periodo en función de sus maneras diversas de vincular el pasado y

el presente, esto es, de utilizar discursivamente el pasado a partir de los retos enfrentados en

aquella altura por los historiadores. Entre dichos retos, destaca como principal motivo el proceso

de construcción política de una identidad nacional.44 A los ojos del autor del artículo, fueron tres

las “modalidades de conciencia histórica” implicadas sucesivamente por la historiografía

mexicana decimonónica en su afán por “construir” la identidad nacional: “el pasado como

voluntad”, “el pasado como experiencia” y el “pasado como memoria”.45 Para elaborar estas

categorizaciones, las cuales son situadas en un esquema de sucesión no sólo cronológico sino

dialéctico – “Toda vez que su objetivo práctico es alcanzado, se revela a sí mismo como

claramente insuficiente, dando lugar a una nueva forma de conciencia histórica y de identidad

nacional” –,46 Díaz Maldonado recurre a los planteamientos expresados por Koselleck en algunos

de los ensayos en que explora, precisamente, el vínculo indisoluble entre conciencia de la

temporalidad y experiencia histórica política y social.47

En primer lugar, examina la conciencia histórica implícita a la historiografía escrita por

los criollos que lucharon por la independencia de la Nueva España a la que denomina “el pasado

como voluntad”. Las obras inaugurales de Mier y Bustamante son asumidas como el paradigma

44 Rodrigo Díaz Maldonado, “National Identity Building in Mexican Historiography during the Nineteenth Century.
An Attempt at Synthesis”, Storia della Storiografia, n. 70, 2/2016, p. 73
45 Ibid., p. 74.
46 Ibid., p. 85.
47Vid. supra, p. 19, nota 37. Cfr., Reinhardt Koselleck, “Cambio de experiencia y cambio de método. Un apunte
histórico-antropológico”, in Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Barcelona, Paidós-U.A.B., 2001, pp.
43-92.

21
de una conciencia que se supone basada menos en experiencias que en expectativas. En sus

escritos – sostiene Díaz Maldonado –, los primeros historiadores de la Independencia de México

establecieron un vínculo entre el pasado mexica y el periodo de la independencia, esto en función

no de una experiencia de dominio objetivamente compartida entre indígenas prehispánicos y

criollos contemporáneos, sino de una finalidad práctica anclada en un acto de voluntad o

desideartum ideológico: la creación de una nación criolla libre y soberana aún inexistente. 48 En

segundo lugar, el autor discute el tipo de conciencia histórica inmanente a las obras de los

llamados “historiadores-políticos”, es decir, aquéllas que fueron escritas por la siguiente

generación de escritores criollos – Mora, Alamán, Zavala, Cuevas, Tornel y Mendivil –, que si

bien no participaron en las luchas por la independencia, estuvieron implicados en la construcción

de las instituciones políticas de la nueva nación libre. A esta modalidad de conciencia histórica

Díaz Maldonado la denomina “el pasado como experiencia”, y por característica primordial

resalta su comprensión del pasado lejano y reciente como herramienta clave de la actividad

política efectiva. Los historiadores de esta generación – afirma –, para quienes la independencia

era un hecho y más bien vivían sus consecuencias sobre todo de inestabilidad política, usaron las

experiencias pasadas – consideradas por ellos como “verdaderas” – para justificar y confirmar sus

tesis políticas y proyectos de nación.49 Finalmente, Díaz Maldonado caracteriza al postrero

representante de la historiografía mexicana decimonónica bajo el epíteto “el pasado como

memoria”. Fue ésta – apunta – una historiografía escrita por “eruditos” – Ramírez, Orozco y

Berra, Icazbalceta, García Cubas y Chavero – un tanto ajenos a la política y que sólo ocuparon

cargos administrativos menores durante alguna de las presidencias de Porfirio Díaz. En tales
48 Rodrigo Díaz Maldonado, “National Identity Building…”, p. 84
49 Ibid., p. 86-89.

22
textos, que en su mayoría fueron compilaciones documentales, los “historiadores eruditos”

pretendieron crear una “memoria nacional” que conciliara a las facciones hasta entonces en

conflicto. Remitiendo siempre al pasado lejano de la nación – indígena y/o colonial –, y

emprendiendo sus estudios bajo las banderas de la investigación desinteresada y el amor a la

verdad – suscribe Díaz Maldonado –, dichos personajes tuvieron por finalidad producir una

nueva forma de identidad o memoria nacional: una nación liberal progresista pero también

católica y tradicional, heredera de los indígenas y los españoles, una nación mestiza.50

La propuesta interpretativa planteada por Díaz Maldonado resulta bastante innovadora

pues rompe con la tradicional tendencia de los estudios de historiografía mexicana decimonónica

a clasificar autores y obras por “escuelas” o “corrientes” caracterizadas por sus convenciones

epistemológicas e/o ideológicas.51 En este artículo, en cambio, la pretensión es diferente: se

destacan los “temas” y “preocupaciones recurrentes” de la historiografía mexicana del XIX con la

finalidad de conceptualizar sus distintas maneras de relacionar el pasado con el presente. Ahora,

como el propio autor reconoce en las “Conclusiones” de su texto, se trata de un modelo que deja

algunos cabos sueltos que convendría atender en futuras investigaciones. En primer lugar –

señala –, es necesaria una indagación más profunda de los mecanismos de transición de una

modalidad de conciencia histórica a otra; y, en segundo, resulta indispensable investigar de qué

forma dichas modalidades de conciencia fueron estimuladas por, y estimularon ellas mismas, los

debates políticos sobre la nación en aquel tiempo.52 Y a mi parecer, haría falta mencionar un

tercer cabo suelto, que se desprende de la propia concepción culturalista de nación que Díaz

50 Ibid. p. 89-92.
51 Ibid. p. 93.
52 Ibid., p. 93.

23
Maldonado utiliza para explicar la contribución de la producción historiográfica decimonónica a

la conformación de la identidad nacional mexicana. Si, como se afirma, la nación es un “artefacto

cultural” construido con base en un determinado tipo de conciencia histórica fundada en la

suposición de la continuidad de una identidad a través del pasado, el presente y el futuro de un

grupo humano (Benedict Anderson);53 y si esa “conciencia histórica” no es, por su propia

naturaleza, exclusiva de la historiografía sino que es inmanente a áreas tan diversas como los

discursos y representaciones, las prácticas y los modos de sociabilidad; si esto es así, para lograr

apreciar el fenómeno en su complejidad haría falta entonces investigar el conjunto las formas,

usos y modalidades de expresión de dicha conciencia nacional. En términos concretos, parece

indispensable contextualizar la configuración de la identidad nacional lograda por la

historiografía en el marco de configuraciones paralelas planteadas por la literatura, la plástica, el

discurso político, las festividades públicas y prácticas conmemorativas, entre otras tantas, pues en

todas ellas habría existido una conciencia del pasado, presente y futuro nacionales.

IV. Estudios de cultura letrada

El interés por situar y entender a la historiografía nacionalista mexicana en el ámbito más amplio

de la cultura letrada decimonónica aparece ya a finales de la década de 1990. Las y los autores

que asumen este punto de vista han ofrecido, no obstante, escasas referencias respecto a las

lecturas que fundamentan sus propuestas teórico-metodológicas, lo cual dificulta definir

claramente qué inclinaciones y mudanzas epistemológicas están en la base de sus enfoques. Con

todo, es posible considerar varios factores que ayudarían a explicar dicho viraje, entre ellos 1. el
53 Cfr., Benedict Anderson, Las comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del
nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 17-30.

24
impacto en México de los trabajos de Benedict Anderson – Comunidades imaginadas (1983) – y

de Pierre Nora – Lugares de memoria (1984-1992) –, que, como se sabe, presentan en sus

páginas un amplio catálogo de formas culturales de resguardo de la memoria histórica nacional;

2. el desarrollo de los estudios culturales en la academia mexicana de finales del siglo XX y

principios del XXI;54 3. la recepción de la propuesta de estudios comparados de la “cultura

histórica” de Jörn Rüsen.55 Sea cual fuere la razón de fondo del fenómeno, los trabajos de crítica

historiográfica emprendidos desde el enfoque de los estudios de cultura letrada han puesto sobre

la mesa una verdad de Perogrullo que, hasta entonces, no había sido discutida de forma seria: que

los historiadores decimonónicos mexicanos eran hombres de letras y que la historiografía escrita

por ellos era relativa al ámbito de las Bellas Letras.

Uno de los trabajos que inaugura este tipo de enfoque es La fuerza de la palabra impresa.

Carlos María de Bustamante y el discurso de la modernidad, 1805-1827 (1997) de Roberto

Castelán Rueda. Es éste un trabajo que pretende situar al Cuadro histórico de la revolución

mexicana – en su edición de 1827 –, en el contexto más amplio de la multigenérica producción

periodística, literaria e historiográfica (1805-1827) bustamantina, o como la llama el autor, “el

ejercicio público de la palabra escrita”.56 En términos concretos, la propuesta de Castelán Rueda

resulta original por lo menos en dos sentidos. En primer lugar, por su entendimiento de la

producción historiográfica de Carlos María de Bustamante como un conjunto de “interpretaciones

del pasado” o “lugares de memoria” surgidos de, y que interactuaron con, los debates políticos y

54 Cfr., Eric Van Young, “The New Cultural History Comes to Old Mexico”, Hispanic American Historical Review,
1 May 1999, 79 (2), pp. 216-224.
55 Cfr., Jörn Rüsen, Geschichte im Kulturprozess, Köln, Böhlau, 2002, p. 3. Cfr., Jörn Rüsen, Tiempo en ruptura,
México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2014.
56 Roberto Castelán Rueda, La fuerza de la palabra impresa. Carlos María de Bustamante y el discurso de la
modernidad, 1805-1827, México, FCE, Universidad de Guadalajara, 1997, p. 20.

25
periodísticos despertados por eventos como la guerra desatada en territorio Novohispano a partir

de 1810 y las disputas por la organización política de la nación luego de la independencia. 57 En

segundo lugar, la descripción comparativa que el autor hace de los recursos narrativos y retóricos

de representación del pasado – caracterización de personajes heroicos, estilo epistolar, tonalidad

jurídica – empleados por Bustamante, lo mismo en sus crónicas y artículos periodísticos del

Diario de México, El Juguetillo y el Correo Americano del Sur, que en su Cuadro histórico.58

Ahora bien, no obstante lo interesante y novedoso del enfoque desarrollado por Castelán

Rueda, conviene apuntar tres elementos que cabría alterar o hacer objeto de una indagación de

mayor calado. De entrada, su concepción teleológica de la trayectoria intelectual bustamantina y

de la historiografía decimonónica mexicana. Como ha sido advertido en relación a otros estudios

historiográficos, aparece también aquí la idea de que toda la actividad intelectual del escritor

oaxaqueño se dirigió hacia la escritura del Cuadro histórico. Esta concepción es llevada incluso

al extremo de afirmar que Bustamante elaboró toda su obra, y en particular el Cuadro histórico,

como un catálogo de “hazañas heroicas” que tenía la finalidad de “construir los principales mitos

que moldearían [en el futuro] la identidad nacional.”59 Un segundo asunto que resulta

problemático es la falta de profundidad en el tratamiento de las estrategias discursivas de la

escritura bustamantina. Si bien Castelán Rueda elabora una suerte de anatomía de las condiciones

de producción, los procedimientos de elaboración, las versiones, la estructura y el estilo

(epistolar), el uso de recursos narrativos (anécdotas) y retóricos, las fuentes documentales

(bandos militares, gacetas del gob virreinal, correspondencia de los insurgentes y jefes

57 Ibid., pp. 65-88.


58 Ibid., p. 84.
59 Ibid., p. 201.

26
españoles…), y la caracterización de personajes del Cuadro histórico – villanos (Calleja) y

héroes insurgentes (Morelos), masas indígenas, mujeres –, lo cierto es que su explicación de tales

estrategias raya la mayor parte de las veces en lo superficial-descriptivo – hecho que queda

ejemplificado por su afirmación de que la característica apariencia “miscelánea” de la prosa

bustamantina es producto de la “arbitrariedad” y el “azar” estilísticos.60 Finalmente, la

presuposición relativa a que el Cuadro histórico es una “historia nacional”. A lo largo de todo el

texto, de manera involuntaria Castelán Rueda presenta evidencias – v.gr. la proximidad narrativa,

retórica e ideológica de la obra bustamantina con el profetismo y la historia bíblicos – 61 que

llevan a plantear la posibilidad de que la definición del Cuadro histórico y de otros tantos

ejemplos de historiografía mexicana del periodo como “historias nacionales” podría ser más bien

una interpretación a posteriori que quizá no es concordante respecto a las propias ambiciones

genéricas de los escritores de aquel momento.

Un segundo estudio que ha procurado ubicar la historiografía decimonónica mexicana en

el ámbito más amplio de la cultura letrada del periodo es el artículo de María Luna Argudín “La

escritura de la historia y la tradición retórica (1834-1885)” (2004). El enfoque de este trabajo

resulta de lo más novedoso e interesante para los estudios historiográficos pues no sólo da cuenta

del papel de la “tradición retórica” en la educación de las élites culturales mexicanas del siglo

XIX, sino que la define como el sustrato común de diferentes prácticas y expresiones discursivas

en el México de la pos-independencia, entre ellas la historia. La autora recupera el lugar común

según el cual en el siglo XIX mexicano la historia no era una disciplina autónoma. Esta

afirmación, sin embargo, es asumida aquí con todas sus consecuencias. En su texto, Luna
60 Ibid. p.206.
61 Ibid., pp. 204-205.

27
Argudín se aboca por entero al estudio de las estrategias retóricas de ese “arte liberal” o “género

literario” llamado “historia” cuya finalidad era persuadir sobre programas y doctrinas políticas a

través de la representación de un contenido específico – el pasado.62

Para dar sustento a su caracterización de la historiografía decimonónica mexicana como

un “género literario”, la autora emprende, en primer lugar, un rastreo del marco institucional en

que surgió y del que retomó algunas de sus estrategias persuasivas. Dicho marco, nos dice, fueron

las “asociaciones literarias” o “sociedades de conocimiento” que, en el México independiente,

tuvieron por finalidad “formar una nación cultural”, es decir, crear una “identidad nacional”. 63

Luna Argudín traza, pues, la historia de las principales instituciones culturales del periodo: la

Academia de Letrán, el Ateneo de México, El Ateneo, el Liceo Hidalgo, y la Sociedad Mexicana

de Geografía y Estadística. Sobre estas entidades refiere su naturaleza y estructura, sus miembros,

los asuntos que éstos discutían, sus tendencias político-ideológicas, sus actividades y

publicaciones. Al final, la autora se concentra en la concepción que los participantes de estas

asociaciones tenían de la relación entre historia y literatura, y, sobre todo, en la descripción de su

noción de “pasado nacional”.

Ahora bien, uno de los puntos más originales del texto es su abordaje del elemento que

suele ser tenido como una de las marcas fundamentales de la escritura de la historia en el siglo

XIX mexicano: me refiero a la pretensión de verdad. La autora ofrece una mirada alternativa que

comprende a la “verdad histórica” no tanto como un principio epistemológico moderno anclado

en la crítica documental desarrollada a partir del siglo XVIII, sino como una estrategia “retórica”
62 María Luna Argudín, “La escritura de la historia y la tradición retórica (1834-1885)” in Jorge Ruedas de la Serna,
María Luna Argudín, Leticia Algaba, La tradición retórica en la poética y en la historia, México, UAM Azcapotzalco,
Cuadernos de Debate, 2004, pp. 44, 68.
63 Ibid., pp. 35-36.

28
proveniente de la tradición clásica – Cicerón, Tácito, Quintiliano –, que fue recuperada por los

escritores mexicanos a través de una serie de autores franceses modernos – Fenelón, Mably,

Lamartine y Volney. Luna Argudín señala que, con base en la triada tradicional de la retórica

clásica, los historiadores mexicanos del periodo concibieron a la verdad como indisoluble

respecto a la imparcialidad y la justicia;64 esto es, que para ellos la verdad fue dependiente 1. de

coherencia formal del discurso con el ethos de la audiencia, y 2. de la construcción de un punto

de vista imparcial y justo – “sin rencor y con estudio” – que persuadiese a la audiencia de la

credibilidad del autor.65 Para demostrar estos argumentos, los ejemplos utilizados son las

Disertaciones sobre la historia de México de Alamán y Algunas ideas sobre la historia y manera

de escribirla en México de Manuel Larraínzar. Sin embargo, la autora sostiene que en casos como

el del segundo escritor, la preceptiva de la retórica clásica interactuó con la concepción moderna

de veracidad – específicamente, con la lucha contra el anacronismo y la afirmación del color

local (verdad como exactitud) de Chateaubriand.

El artículo de Luna Argudín, pese a sus rasgos en extremo innovadores, da continuidad a

algunos supuestos de enfoques anteriores que resultan problemáticos. Por ejemplo, al igual que

en el caso de los estudios historiográficos escritos desde giro discursivo, elude la historización de

la tradición retórica en México. Más allá de señalar que los historiadores del periodo tenían

conocimiento de los preceptos retóricos de los clásicos y de sus herederos franceses de la

modernidad, la autora no explica si en el ámbito cultural novohispano – del que provenía buena

parte de los autores que revisa – existía una práctica institucionalizada de la retórica, ni tampoco

discute cuál era su lugar y papel en la formación intelectual de las élites escritoras de historia en
64 Ibid., p. 59.
65 Ibid., pp. 43, 56, 58.

29
el México independiente. Por otro lado, conviene reconocer que el artículo de Luna Argudín

mantiene igualmente una estructura teleológica, esto en la medida que afirma la existencia de una

suerte de “progreso” en la escritura de la historia en el México decimonónico, desde una

“historia-retórica” – Prieto, De la Rosa, Lacunza, Alamán, Zarco, Altamirano – hacia una historia

institucionalizada “libre de retórica”, salvo como repertorio de estrategias lingüísticas –

conferencias de Larraínzar en la Sociedade Mexicana de Geografía y Estadística sobre la manera

de escribir una historia general de México y México a través de los siglos de Riva Palacio.

Considero, no obstante, que el concepto de “historia retórica” que la autora restringe al caso de la

historiografía de la primera mitad del siglo XIX, pasa por alto que la historia institucionalizada de

la segunda mitad usó también estrategias retóricas encaminadas al sustento político del statu quo

porfiriano – la principal de ellas, el lenguaje “cientificista” de la “verdad-exactitud”.66

Un último y más reciente estudio que comprende la historiografía mexicana decimonónica

como parte de la cultura letrada del periodo es “En busca de un pasado nacional: la escritura de la

historia en México en el siglo XIX” (2015) de Alexander Betancourt Mendieta. Se trata de una

propuesta por demás interesante pues plantea la hipótesis de que en el contexto latinoamericano,

y particularmente en el mexicano, la historiografía junto a otras “ciencias” como la cartografía, la

estadística y la geografía, desempeñó un papel coadyuvante en la formación y justificación del

Estado-nación. Este argumento ciertamente podría parecer redundante dado que se encuentra

presente en trabajos clásicos como Historiografía Mexicana; con todo, la discusión que

Betancourt emprende sobre la relación entre saber histórico y Estado-nación supera las típicas

abstracciones. En términos concretos, el autor afirma que el discurso historiográfico en el México

66 Ibid., p. 94

30
decimonónico contribuyó a la consolidación de dicha comunidad político-cultural 1.

promoviendo el poder del Estado como “principal entidad administrativa, jurídica y hegemónica

en términos de seguridad”; 2. configurando instituciones y proyectos de profesionalización

disciplinar y políticas educativas; y 3. creando una conciencia nacional homogénea, esto es, una

“memoria [nacional] hegemónica” con “valores y símbolos de unidad política”.67

Para demostrar su argumento, Betancourt inscribe el fenómeno de la escritura de la

historia en el marco del surgimiento de las instituciones estatales durante la convulsa situación

política mexicana del periodo posterior a la independencia. En este rubro, son destacadas las

creaciones del Archivo General y Público de la Nación (1823) – a iniciativa de Lucas Alamán –,

el Museo Nacional (1825), la Biblioteca Nacional (1833), la Sociedad Mexicana de Geografía y

Estadística (1855) y la Inspección General de Monumentos (1885). 68 Para el autor, el

“coleccionismo museográfico” – interés ya manifiesto por personajes novohispanos como

Sigüenza y Góngora y Boturini – habría servido a la formación de la nación en la medida que los

objetos y documentos rescatados, prehispánicos y novohispanos, “tuvieron la función de ser la

representación concreta del origen de la nación, que se hizo visible a través de la exhibición de

los objetos que representaban el pasado concreto, palpable, que consagraba el comienzo remoto

de la historia nacional”. Tales instituciones – afirma – se convirtieron en “un templo de educación

ciudadana”, lugares “de formación política en el que se reproducen los símbolos creados por el

Estado nacional”.69 Por otro lado, en su recuento también aparecen las empresas individuales de

erudición que se insertaron en la línea abierta por las instituciones nacionales recién formadas,
67 Alexander Betancourt Mendieta, “En busca de un pasado nacional: la escritura de la historia en México en el siglo
XIX”, Anuario del Instituto de Historia Argentina 15, 2015, p. 2.
68 Ibid., pp. 4-5.
69 Ibid., p. 5, p. 7 y p. 8.

31
distinguiéndose el diagnóstico hecho por Icazbalceta sobre el estado de las bibliotecas y los

archivos públicos y privados así como sus esfuerzos editoriales y coleccionistas.70

Un punto adicional que es vital reconocer del enfoque propuesto por Betancourt es su

destaque de otro tipo de instituciones de saber que fueron vitales para la aparición de la

historiografía nacionalista mexicana. Me refiero al fenómeno de carácter “atlántico” que el autor

denomina la “institucionalización de la sociabilidad letrada” a través, primero, de las tertulias, y

luego, de las academias. Se apunta que, al igual que en Europa occidental y el resto de las

Américas, en el México independiente las asociaciones de aficionados a las letras poco a poco

fueron derivando hacia la profesionalización. Dicho marco de particularización de los saberes

sería el que permitiría realizar plenamente el objetivo de fomentar el espíritu unitario del

nacionalismo.71 El argumento, como se ve, reitera tangencialmente el apunte hecho por otros

tantos estudios historiográficos de que la “historia nacional” o “historia general” de México

únicamente tomó cuerpo hasta el momento en que el Estado nacional centralizado fue una

realidad. En concreto, Betancourt subraya que, a partir de los años de estabilidad política de

finales de la década de 1860, las sociedades de letrados – Academias, Ateneos, Sociedad

Mexicana de Geografía y Estadística – fueron sustituidas por instituciones estatales

especializadas – la Escuela Nacional Preparatoria, Biblioteca Nacional, Instituto Médico

Nacional, etc. –, tomando entonces forma los proyectos de una auténtica “historia nacional”.

Sobre esta materia, señala tres ejemplos específicos: en primer lugar, las conferencias de Manuel

Larrainzar sobre la manera de escribir la historia de México (1865); en segundo, México a través

70 Ibid., p. 8-10.
71 Ibid., p. 11.

32
de los siglos (1884-1889) de Vicente Riva Palacio; y en tercero, México, su evolución social

(1900-1903) de Justo Sierra Méndez.72

Por último, debe decirse que una de las más importantes aportaciones del artículo de

Betancourt es su adopción del enfoque comparativo a través del cual busca resaltar las similitudes

del fenómeno de la escritura de la historia en el México decimonónico respecto a lo sucedido en

otros países de América hispana, particularmente en la República de Venezuela y la República de

Nueva Granada. La confrontación que hace, por ejemplo, de las historias testimoniales del

mexicano Carlos María de Bustamante y del neogranadino José Manuel Restrepo, o de las

concepciones teóricas de la escritura de la historia del venezolano Andrés Bello y del mexicano

Larrainzar, le permite detectar procesos institucionales y de escritura comunes. El autor encuentra

no sólo que las obras de estos personajes crearon narrativas, héroes y símbolos discursivamente

semejantes,73 sino que en todos los casos dichas estrategias estuvieron intrincadas

indisolublemente con los esfuerzos de las élites políticas y culturales por crear instituciones

científicas (estudios geográficos, catalogación de recursos naturales, censos) que ayudaran a la

formación de los Estados-nacionales.74 Toda parece indicar, concluye Betancourt, que en la

América hispana decimonónica, la escritura de la historia fue “un género más del ejercicio letrado

y tuvo como fin la formación de los nuevos ciudadanos”.75

72 Ibid., pp. 14-16.


73 Ibid., p. 12.
74 Ibid., p. 3.
75 Ibid., p. 15.

33
Conclusiones

Durante los últimos veinticinco años, los estudios de historiografía nacionalista mexicana del

siglo XIX han atravesado transformaciones importantes. No obstante que, hasta el día de hoy, se

siguen trabajando básicamente las mismas obras – y entre éstas, la Historia de Méjico de Lucas

Alamán continúa siendo la más favorecida –, los marcos conceptuales y las metodologías

empleados para su análisis han mostrado aspectos inéditos de las mismas. Se ha pasado de los

enfoques historicistas centrados en el descubrimiento de las intenciones racionales –

fundamentalmente políticas – implícitas a los textos historiográficos, a perspectivas giro-

discursivas enfocadas en el examen de sus componentes lingüísticos, poéticos y retóricos;

encuadres hermenéuticos que revelan sus pre-concepciones de la temporalidad; y aproximaciones

culturalistas que subrayan su anclaje en contextos e instituciones político-culturales que

condicionan sus estructuras y contenidos. Por otro lado, también ha habido mutaciones en la

escala de análisis: de las monografías centradas en obras individuales, se ha dado un viraje hacia

los estudios panorámicos que revisan la trayectoria general de la historiografía nacionalista

mexicana en el siglo XIX o que sitúan el caso mexicano en el contexto de la cultura

historiográfica hispanoamericana del mismo periodo.

Otro punto que merece ser destacado es que cada vez son más frecuentes los estudios que

conciben a la historiografía nacionalista mexicana como un fenómeno cultural que precisa de ser

examinado teniendo en cuenta el universo de representaciones en que se enmarca. Así pues, la

crítica historiográfica ha tomado conciencia de la necesidad de atender las estructuras de

producción, recepción, reproducción y circulación de imágenes, símbolos, ideas e

interpretaciones de la historia nacional, materializadas en multiplicidad de formas y prácticas

34
culturales como la literatura, la plástica, el discurso político, la monumentaria, las festividades

públicas, las prácticas conmemorativas y la propia historiografía. Queda, sin embargo, la tarea de

transformar dicha conciencia en investigaciones concretas que estudien a profundidad, en

términos comparativos y desde la interdisciplina, las estrategias genéricas, narrativas, retóricas de

representación del relato nacional mexicano decimonónico en sus múltiples expresiones.

Por último, considero vital subrayar la existencia de un problema que, a mi juicio, no ha

sido reflexionado suficientemente por los estudios historiográficos: me refiero a la persistente

asunción teleológica sobre lo que fue, es y debería ser una historia nacional. Como lo evidencia la

mayor parte de los trabajos revisados, se da por hecho que, desde hace dos siglos, la

historiografía nacional ha sido un relato genealógico integrador de todos y cada uno de los

pasados que un grupo humano, entendido como comunidad político-cultural, considera propios.

Como corolario de dicho planteamiento, de manera tácita o explícita, se asume a ese tipo de

relato como el modelo a partir del cual se evalúa la plenitud o el fracaso de los textos

historiográficos en tanto que “historias nacionales”. Desde mi punto de vista, esta problemática se

encuentra relacionada con un fenómeno de la conciencia histórica que convendría reconocer y

cuestionar, puesto que hasta este momento ha sido el principal impedimento para historizar el

propio concepto de “historiografía nacional” en el marco de los distintos horizontes semánticos

que estructuraron la historia moderna de México. Me refiero a la tenaz incapacidad que hemos

tenido como estudiosos de la historiografía para tomar distancia del nacionalismo; esto es, para

visualizarlo como el “concepto de realidad” en que se ha desarrollado nuestra experiencia

histórica y el conocimiento historiográfico de ésta. Hasta no salir de esa “quesera” nacionalista

que determina nuestras interpretaciones del mundo histórico-social – diría Frank Ankersmit,

35
glosando a Arthur C. Danto –,76 no dejaremos de valorar los trabajos historiográficos producidos

en el México decimonónico en función de su mayor o menor grado de proximidad a un

paradigma ahistórico de “historia nacional”.

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76 Cfr., Frank Ankersmit, La experiencia histórica sublime, México, Universidad Iberoamericana, 2010, pp. 360-
370.

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