1.4 Ledesma-Historiografía Nacionalista
1.4 Ledesma-Historiografía Nacionalista
Resumen
Este artículo elabora un estado de la cuestión de los trabajos que en los últimos veinticinco años
han estudiado las historias nacionales escritas en México durante el siglo XIX. Con base en la
revisión tanto de perspectivas de panorámicas como de estudios dedicados a obras
historiográficas individuales, se ensaya una caracterización y clasificación del conjunto en
función de las tendencias interpretativas aplicadas por cada uno de los textos – historicismo, giro
discursivo, hermenéutica de la experiencia temporal y estudios de cultura letrada. El objetivo de
esta aproximación crítica no se limita a dar cuenta de las principales discusiones planteadas por
los especialistas en la materia, sino que también busca apuntar algunas posibilidades teórico-
metodológicas en los estudios actuales sobre la historiografía nacionalista mexicana del siglo
XIX.
Palabras clave
Crítica historiográfica, historiografía nacionalista mexicana del siglo XIX, México siglo XIX
Abstract
This article elaborates a state of the art of the works that in the last twenty-five years have
critically studied national histories written in Mexico during nineteenth century. Based on the
review of both overall perspectives and studies dedicated to individual historiographical texts, a
characterization and classification of the works is attempted according to the interpretative
tendencies applied by them – historicism, discursive turn, hermeneutics of temporal experience
and studies of literate culture. The objective of this critical approach is not only to give an
account of the main discussions raised by specialists in the field, but also to point out some
theoretical-methodological possibilities in the current studies on Mexican nationalist
historiography of the 19th century.
Key-words
Historiographic criticism, 19th century Mexican nationalist historiography, Mexico 19th century
1
Introducción
Los estudios críticos sobre historiografía mexicana cuentan con una añeja tradición en el ámbito
intelectual mexicano. Esta última probablemente se remonta a las investigaciones realizadas por
Edmundo O’Gorman en torno a las crónicas del Nuevo Mundo.1 Hasta el día de hoy, el
reconocimiento de dicha tradición parece, no obstante, más un asunto de sentido común que un
puede sostenerse que son realmente escasos los trabajos que podrían ser definidos – utilizando la
III)”,2 es decir, como “bibliografías” o trabajos cuyo objetivo es el abordaje crítico de los estudios
en torno a la historiografía mexicana. Este artículo busca contribuir a dicha área del conocimiento
nacionalista mexicana del siglo XIX. El objetivo principal es indagar en algunas de las
principales propuestas gestadas en los últimos veinticinco años para la discusión del mencionado
fenómeno discursivo.
Sin afán de oscurecer las particularidades de cada uno de los trabajos revisados, se plantea
se sugiere que, desde finales de los años 1990 y hasta la actualidad, han tomado el palco cuatro
1 Esto por cuanto se trata de estudios sistemáticos. Un antecedente más remoto quizá podría encontrarse en la parte
de la Historia de Méjico de Lucas Alamán en que éste hace una crítica devastadora del Cuadro histórico de su amigo
y colega Carlos María de Bustamante.
2 José Gaos, “Notas sobre la historiografía”, en Álvaro Matute, La teoría de la historia en México (1940-1973),
México, SEP, 1974, p. 483.
2
implícita a la escritura de la historia; 2. el giro discursivo – preocupado por mostrar las
estructuras poéticas, retóricas y conceptuales de los textos historiográficos; 3. los trabajos escritos
ficcionales nacionalistas.
I. El enfoque historicista-intencionalista
Una de las características más notorias del historicismo mexicano ha sido su interés por la
reflexión en torno a las condiciones de posibilidad de la escritura de la historia. Esto último queda
de manifiesto en los numerosos estudios que sobre esta materia produjeron Edmundo O’Gorman,
Juan Antonio Ortega y Medina, Rosa Camelo, Álvaro Matute y José Rubén Romero Galván. Uno
de los más conspicuos y ambiciosos productos de esta corriente de pensamiento fue el proyecto
Históricas de la UNAM (1991), el cual derivó en una obra que ha adquirido el estatus de
los volúmenes III y IV de este libro, que llevan los respectivos subtítulos “El surgimiento de la
historiografía nacional” y “En busca de un discurso integrador de la nación 1848-1884”, 3 son aún
mexicana.
3 Virginia Guedea (coord.), Historiografía mexicana. Vol. III El surgimiento de la historiografía nacional, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1997. Antonia Pi-Suñer Llorens (coord.), Historiografía mexicana. Vol.
IV En busca de un discurso integrador de la nación (1848-1884), México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 1997.
3
Los referidos volúmenes están compuestos por más de cuarenta artículos escritos por
especialistas en historia política, diplomática y de las ideas – Virginia Guedea, Jose Enrique
Llorens, Josefina Mac Gregor y Miguel Soto, entre otros tantos –, y en sus páginas se analizan las
obras de las principales figuras de la escena historiográfica del periodo: Alexander von
Humboldt, Fray Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamente, José María Luis Mora,
Lucas Alamán, William Prescott, Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Zarco, Guillermo Prieto,
las coordinadoras encargadas de los volúmenes – Virginia Guedea y Antónia Pi-Suñer – proponen
una organización que considera la aportación de los historiadores y sus obras al proceso de
surgimiento y/o consolidación del estado-nación mexicano.4 Bajo esta premisa, las contribuciones
de los especialistas aparecen dispuestas en apartados que ordenan a los historiadores en función
sobre el “ser” y “destino histórico” de la nación (Alamán, Cuevas, Tornel y Mendívil, Bocanegra,
4
No obstante la diversidad de trayectorias académicas de los especialistas que participan en
los volúmenes III y IV de Historiografía mexicana, es factible detectar en sus artículos dos
coincidencias fundamentales. En primer lugar, todos los autores presuponen, desde un punto de
vista claramente historicista, que los historiadores decimonónicos escribieron sus obras a partir de
intenciones racionales5 – que en este caso serían crear o promover la “conciencia nacional”. Los
ejemplos más representativos de este fenómeno son las introducciones de las coordinadoras de
los volúmenes, las cuales se sintetizan las contribuciones de los participantes del proyecto.
Virginia Guedea, al hacer una revisión de los artículos que conforman el volumen III, afirma que
“todos [los historiadores de la primera mitad del siglo XIX] coincidieron en que la meta última a
alcanzar debía ser la de organizar adecuadamente a la nación, para lo que había que crear una
conciencia nacional”.6 Por su parte, Antonia Pi-Suñer, coordinadora del volumen IV, sostiene que,
en lo que respecta a los escritores de la segunda mitad del XIX, “la historiografía cobró para
todos ellos un sentido vital, y fue a través de su ejercicio que trataron de reforzar el sentimiento
La segunda coincidencia radica en que la mayor parte de los artículos adopta una idéntica
práctica del famoso “modelo” de análisis historiográfico deducido de las “Notas sobre la
5 Para un abordaje suscito de las concepciones racionalistas implícitas al enfoque historicista ver William Dray, “2.
Historical Understanding”, in Philosophy of History, London, Prentice-Hall, 1964, pp. 10-12.
6 Virginia Guedea (coord.), op. cit., p. 19.
7 Antonia Pi-Suñer (coord.), op. cit., p. 17.
5
historiografía” (1960) del filósofo hispano-mexicano José Gaos. 8 La propuesta, como se sabe,
obras haciendo referencia tanto al contexto ideológico y político del periodo como a la biografía
de los historiadores, logrando de esa manera “comprender” las “intenciones” de estos últimos. En
algunos de los artículos, el empleo del modelo resulta provechoso, pues permite vincular
elementos epistemológicos de las obras con aspectos contextuales – v.gr. la relación que
política enfrentada por México tras la guerra con Estados Unidos y su idea conservadora de
nación.9 Sin embargo, en muchos otros casos – de hecho, en la gran mayoría – el planteamiento
gaosiano queda desvirtuado, pues contexto y biografía funcionan como meras estampas que
hacen las veces de marcos de referencia temporales y no de factores explicativos de los textos.
Ahora bien, Historiografía mexicana no fue, con todo, el único trabajo que en aquella
años inmediatamente subsecuentes – primera década del siglo XXI – aparecieron dos textos que
Evelia Trejo y José Ortiz Monasterio emprendieron, respectivamente, sobre el Ensayo histórico
de Lorenzo de Zavala y el proyecto de México A través de los Siglos de Vicente Riva Palacio.
6
tarea.10 A pesar de plantear su investigación como un trabajo de crítica al estilo gaosiano, Evelia
Trejo utiliza la obra del historiador y político yucateco fundamentalmente como una suerte de
“fuente” para conocer el pensamiento de éste en torno a la relación del Estado y la Iglesia en los
mexicana. En concordancia con esta tesis, sostiene igualmente que dicha historiografía no fue
otra cosa sino un producto ideológico que tuvo por finalidad o intención defender distintos
historiográfico y de la conciencia nacional en el México de las primeras décadas del siglo XIX, y
para poder aprehender el objetivo o intención contenido por su “fuente”, Evelia Trejo sugiere
examinarla a partir de las estrategias críticas del referido modelo gaosiano. Propone, pues, en
primer lugar, indagar en la “realidad del autor” y en los “hechos de vida” relevantes – trayectoria
política, empresas editoriales, otras creaciones discursivas – “para visualizar a un hombre que en
un momento dado escribió una historia”; y en segundo lugar, analizar las “operaciones
10 En Cuatro historiadores de Indias, O’Gorman recrimina la frecuente tendencia de los historiadores hacia el
abordaje de los libros de historia como “fuentes” de las cuales extraer información y no como trabajos que merecen
ser estudiados con la finalidad de comprender lo que “significaron en su día”. Cfr. Edmundo O’Gorman, Cuatro
historiadores de Indias. Siglo XVI, México, Secretaría de Educación Pública, 1979, pp. 87-90.
11 Evelia Trejo, Los límites de un discurso. Lorenzo de Zavala, su “Ensayo histórico” y la cuestión religiosa en
México, México, UNAM, IIH, FCE, 2001, p. 28.
7
fuentes”, sus “formas de comprensión” y de “explicación” de los fenómenos pasados, y su
“estructura narrativa”.12
cae, no obstante, en el mismo descuido de buena parte de los trabajos escritos a partir de dicha
metodología: no logra configurar una relación consistente entre, por un lado, la referencia al
contexto del autor y su ideología, y por el otro, las “operaciones historiográficas” que constituyen
hermenéuticas y estéticas que se definen como constitutivas del Ensayo histórico. En última
instancia, y a riesgo de ser reiterativo, considero que el problema fundamental del enfoque de la
autora es que utiliza al texto de Zavala como una “fuente” para el estudio de la “historia de las
estudio en sí mismo.
Por su parte, José Ortiz Monasterio adopta en México eternamente. Vicente Riva Palacio
ante la escritura de la historia (2004) una postura bastante parecida a la hasta ahora descrita, si
bien pretende aderezarla recurriendo a propuestas metodológicas de autores como Eric Auerbach,
Alfonso Mendiola y Michel de Certeau. 14 Con todo, al final este recurso resulta intrascendente,
pues en el análisis propiamente dicho de México a través de los siglos lo que priva es de nuevo el
modelo gaosiano. De hecho, Ortiz Monasterio afirma de manera explícita que su acercamiento,
sobre todo al segundo volumen – el de Riva Palacio – de México a través de los siglos, está
12 Ibid., pp. 24-25. Ver capítulo “II. Noticia de sus escritos”.
13 Ibid., p. 24.
14 José Ortiz Monasterio, México eternamente. Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia, México: Fondo
de Cultura Económica-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2004 pp. 28-30, 39.
8
planteado con base en las categorías de análisis del mencionado enfoque: “como es debido
segunda mitad del siglo XIX mexicano,16 como en la trayectoria literaria individual del escritor.
idea de México”, es decir, su deseo de ofrecer “una versión mestiza de nuestra historia que
propone una reconciliación de los encontrados elementos que formaron la nación, es decir, según
Como puede observarse, Ortiz Monasterio como muchos otros estudiosos del fenómeno
sigue una serie de planteamientos que a esas alturas ya era escuela. Sin embargo, en un aspecto el
autor alcanza a hacer aportaciones interesantes. Me refiero más que nada a su propuesta – no
concretada, sin embargo – de situar al texto de Riva Palacio en el marco ya no sólo de la propia
finales del siglo XX y durante la primera década del siglo XXI. Aún así, en la actualidad, todavía
se encuentran algunos practicantes rezagados. Una reciente expresión del mismo se encuentra en
la sección de A Life Together: Lucas Alamán and Mexico, 1792-1853 (2021) que Eric Van Young
15 Ibid., pp. 30.
16 Ibid., pp. 21, 39.
17 Ibid., pp. 30.
18 Ibid., p. 20.
9
dedicó al análisis de la Historia de Méjico del escritor guanajuatense (“Part VII Lucas Alamán
the Historian”). Muy al estilo de la historia de las ideas tradicional – historicista –, el autor
Méjico con otros historiadores contemporáneos – Bustamante, Zavala, Mora –, sobre todo en lo
que respecta a sus posturas ideológicas, y lo ubica en el horizonte político social y económico de
mediados de siglo en México.19 De ahí pasa a analizar, si bien de forma un tanto superficial, los
independencia – que constituye la mayor parte de la Historia de Méjico – y se remite a hablar del
último libro, aquél donde el historiador refirió su llamado “Testamento político”. 20 Sobre los
veracidad y manejo de fuentes, sólo apunta – presentando ninguna prueba – que tuvo un método
semejante al modelo rankeano. Van Young jamás utiliza ejemplos para demostrar sus
afirmaciones sobre estas materias,21 ni tampoco para dar cuenta de los factores explicativos de la
Hay un punto que, de hecho, vale la pena rescatar. Me refiero a un aspecto del abordaje
19 Eric Van Young, Eric, “Part VII Lucas Alamán the Historian”, in A Life Together: Lucas Alaman and Mexico,
1792-1853, New Haven, Yale University Press, 2021, pp. 719, 729.
20 Ibid., p. 748.
21 Ibid., pp. 751-752.
22 Ibid., p. 752.
23 Ibid., pp. 759, 763-768.
10
contextual poco explorado por otros enfoques historicistas: las condiciones de publicación y
recepción del texto historiográfico. Para dar cuenta del fenómeno, Van Young recurre a un
conjunto diverso de fuentes escasamente frecuentadas por los estudiosos de la obra histórica de
panorámica, ya no sólo del pensamiento y vida del historiador, sino de su lugar y papel en la
El giro discursivo llegó con cierta demora a la historiografía mexicana. Metahistoria de Hayden
White, por ejemplo, apenas fue traducido y editado en 1992 por el Fondo de Cultura Económica
– esto es, casi veinte años después de su publicación original en inglés (Johns Hopkins, 1973).
Por otra parte, los trabajos de Reinhardt Koselleck, J. G. A. Pocock, Quentin Skinner, John Dunn,
y de todos aquellos historiadores que se interesaron por la dimensión semántica de los lenguajes
histórico y político (en sus versiones de historia conceptual e historia intelectual), encontraron
arraigo entre los historiadores mexicanos sólo a partir de la primera década del siglo XXI, sobre
todo gracias las relaciones académicas que se establecieron con el “Grupo de Historia Intelectual
de la política moderna” – dirigido por Javier Fernández Sebastián – y la primera fase del proyecto
relativamente tardío interés de las y los historiadores de la historiografía por el estudio de los
11
elementos discursivos de la historiografía mexicana. De los trabajos críticos aparecidos bajo esta
orientación teórica, destaco a continuación los que, a mi juicio, la ejemplifican de manera más
acabada.
Comienzo por uno de los estudios que, con mayor consistencia, ha utilizado las categorías
de análisis planteadas por Hayden White en Metahistoria. Me refiero a Manuel Orozco y Berra o
la Historia como reconciliación de los opuestos (2010) de Rodrigo Díaz Maldonado, dedicado al
decimonónico. Díaz Maldonado recupera tres instrumentos de la teoría whiteana del discurso
base en el primero de estos principios explicativos, el autor propone que, al construir su historia
argumentación, esto es, que entendió los acontecimientos humanos como individualidades que
sintetizan el proceso histórico en su totalidad orgánica (la historia universal).27 En segundo lugar,
relato histórico desarrollado en la Historia antigua como una “comedia”. Siguiendo la discusión
desarrollada por White en torno a esta materia, define a la narración de la historia de México
indigenismo, providencia-progreso – en que las aparentes caídas trágicas son entendidas como
26 Cfr., Hayden White, Metahistory. The Historical Imagination in 19th-Century Europe, Baltimore, Johns Hopkins
University Press, 2014, pp. 1-41.
27 Rodrigo Díaz Maldonado, Manuel Orozco y Berra o la historia como la reconciliación de los opuestos, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, p. 29.
12
conflictos que encuentran solución en el proceso integrador de la historia universal.28 Por último,
a partir de la “explicación por la implicación ideológica”, el autor interpreta que, tanto el “modo
de argumentación” como la “trama” de la Historia antigua revelan “una visión del mundo
básicamente conservadora” que hace énfasis en el presente como el mejor de los mundos
posibles29 – que en el caso de Orozco sería el presente de las presidencias de Porfirio Díaz y
que el libro posee el mismo problema al que la crítica ha detectado respecto a la propia
Metahistoria: me refiero a que, por su naturaleza estructuralista, 31 son mínimas las alusiones
hacia las condiciones histórico-culturales concretas de las que surgen las estrategias narrativas y
retóricas de los textos historiográficos. Manuel Orozco y Berra o la Historia como reconciliación
hecha por Díaz Maldonado de la estructura narrativa de la Historia antigua bien podría ser
apuntalada con una indagación sobre el entorno literario de la segunda mitad del siglo XIX
13
probablemente recuperó, por ejemplo, el modelo de entramado “cómico” y la retórica
cientificista.
componentes mínimos: los conceptos. Destaca en este rubro el artículo que Elías Palti dedicó al
Escuela de Cambridge – si bien jamás la menciona en su texto –, Palti pretende demostrar que en
el entorno político y conceptual mexicano de la primera mitad del siglo XIX no existían las
condiciones discursivas para la gestación de ninguna historia nacional, y por lo mismo, que la
Historia de Méjico de Alamán fue una “historia fallida”.32 Para demostrar su tesis, el crítico
realiza una revisión de los conceptos de “historia” y “nación” constitutivos del pensamiento tanto
de las élites liberales como conservadoras que detentaron el poder público en un periodo de
profunda inestabilidad política. Como consecuencia de ese desorden y falta de proyecto común –
argumenta –, así como de un concepto de tiempo que por entonces alternaba aún entre el ciclo
altura la posibilidad de crear lo que define como una “concepción genealógica de la nación” –
contrariedad con su interpretación es que ésta sólo aparentemente aborda y contextualiza los
32 Elías Palti, “Lucas Alamán y la involución política del pueblo mexicano. ¿Las ideas conservadoras fuera de
lugar”, in Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, FCE, CONACULTA,
2009, tomo I, pp. p. 306
33 Ibid., p. 302.
14
conceptos de “historia” y “nación” en el horizonte discursivo de la primera mitad del siglo XIX
mexicano. Lo que en realidad va ocurriendo es que el historiador argentino lee casi siempre
dichos conceptos a partir de sus propios conceptos actuales de “historia” y “nación”. En pocas
palabras, más que historizar los conceptos, Palti termina haciendo una proyección ahistórica de
“historia fallida” para referirse a la História de Méjico, el historiador argentino indica que la obra
no alcanzó a ser aquéllo hacia lo que, a sus ojos, tendió toda la historiografía mexicana
decimonónica: una – ¿exitosa? – “historia nacional genealógica”, esto es, una historia que
concibe “al pasado mexicano como un curso evolutivo orgánico, una totalidad de sentido que
despliega en su transcurso histórico una serie de principios y valores que la identifican como tal”
– entiéndase, un trabajo como México a través de los siglos, producido al amparo del Estado
centralizado.34
abundan las inconsistencias argumentativas y los prejuicios ideológicos, valdría la pena tener en
semántica del concepto de “historia nacional”. Su artículo, en términos generales, resulta valioso
sobre todo por su carácter polémico y por la cantidad de preguntas que se desprenden del mismo
– v.gr. ¿el concepto de “historia nacional” sólo surge en el marco del Estado-nación centralizado?
¿Toda auténtica historia nacional es siempre un relato coherente que logra borrar cualquier rasgo
de tensión y contradicción?
34 Ibid., p. 300.
15
Un último estudio que vale la pena destacar por su pretensión de enfocar al texto
de este último es, hasta cierto punto, muy cercano al de Palti, esto en la medida que ambos
mexicano propone no es un análisis particular de alguna obra sino una revisión panorámica de la
historiografía mexicana decimonónica, todo esto siguiendo de forma tácita el modelo de historia
transformaciones experimentadas por el saber histórico en México durante el siglo XIX – los
las luchas entre liberales y conservadores.36 En términos sintéticos, el argumento que Zermeño
entre los cambios en la vida política y las transformaciones en el concepto de “historia nacional”.
La pregunta que guía todo el texto – “¿En qué sentido y hasta dónde un evento jurídico-político
puede afectar la forma de escribir la historia?” –, 37 lleva al autor a explorar asimismo los
Estado-nación.
35 Para un conocimiento más detallado de las particularidades de la propuesta de Koselleck, cfr. Reinhardt
Koselleck, Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social, Madrid,
Editorial Trotta, 2012, pp. 9-48.
36 Guillermo Zermeño, “Apropiación del pasado, escritura de la historia y construcción de la nación mexicana”, in
Guillermo Palacios (coord.), La nación y su historia. Independencias, relato historiográfico y debates sobre la
nación: América Latina, Siglo XIX, México, El Colegio de México, 2009, p. 81.
37 Ibid., p. 83.
16
Ahora, es importante decir que la propuesta de Zermeño parte de una concepción del
Estado-nación mexicano no como una entidad abstracta sino como un conjunto de instituciones y
prácticas políticas. Esa premisa es la que le orienta, por ejemplo, a trazar un vínculo entre la
(Zavala, Mora, Alamán) por lo que él llama el “espíritu de justicia universal”. Es igualmente lo
que dirige su estudio hacia la discusión de la relación de la historiografía con los planes
educativos, las sociedades académicas y los proyectos de diccionarios históricos vinculados a los
estudio de las dimensiones semánticas de los conceptos de “historia” y “nación” que componen
El argumento de Zermeño es, pues, bastante frágil. Sin embargo, considero que, como en
impregnaron la escritura de la historia en los distintos momentos del siglo XIX mexicano. Eso sí,
dejando de lado cualquier postura teleológica a este respecto – es decir, abdicando de la tesis de
que toda la historiografía mexicana decimonónica buscó y tendió hacia la creación de una
17
III. Experiencia y concepciones de la temporalidad
A comienzos del siglo XXI, probablemente impulsados por el interés que, dos décadas atrás,
Reinhardt Koselleck – Futuro Pasado (1979) – y Paul Ricoeur – Tiempo y Narración (1983-
1985) – habían venido mostrando por las distintas modalidades de la experiencia humana del
Uno de los trabajos que, de forma más sistemática, recuperó estas preocupaciones hermenéuticas
mexicano, el impacto de todos estos textos se percibe desde principios de los 2000; sin embargo,
es sólo a partir de la década de 2010 que aparecen los primeros estudios historiográficos escritos
desde dicha perspectiva. Utilizando, sobre todo, las tesis del propio Koselleck, o bien su
reinterpretación por parte de Hartog, distintos especialistas han dirigido sus intereses hacia la
continuación discuto dos artículos que dan muestra de la apropiación de dicho enfoque.
XIX” (2016) de Corina Yturbe. Se trata de un artículo que, a pesar de auto-denominarse como
es otra cosa que un estudio de caso sobre los textos históricos de Lucas Alamán. Con base en las
18
expectativa”,39 y también en el concepto de “régimen de historicidad” u “orden del tiempo” de
François Hartog,40 la autora sostiene como hipótesis que la historiografía decimonónica mexicana
expresa un orden del tiempo estrechamente vinculado con el cambio socio-político abrupto
temporal estuvo determinada por la tensión radical entre el “espacio de experiencia” colonial y el
primera mitad del siglo XIX con la escritura de la historia en la Francia pos-revolucionaria.
Alamán. De la misma forma que Guizot pretendió alejarse de las posturas radicales del programa
políticos engendrados por la transformación revolucionaria a que dio lugar la destrucción del
Independencia los “fracasos y contradicciones de los intentos liberales por conseguir un Estado
fuerte y duradero”, esto en pos de alejarse del liberalismo pos-revolucionario radical. 42 Esta
39 Para una definición precisa de dichas categorías metahistóricas, cfr. Reinhardt Koselleck, Futures Past. On the
Semantics of Historical Time, New York, Columbia University Press, 2004, pp. 255-275.
40 Para un conocimiento más detallado de la categoría de “régimen de historicidad”, cfr., François Hartog, Régimes
d’historicité. Presentisme et expériences du temps, Paris, Éditions du Seuil, 2012, pp. 19-42.
41 Corina Yturbe, “El régimen de temporalidad en la historiografía mexicana del siglo XIX”, Folios, no.44, Bogotá,
julio/diciembre, 2016, p. 1.
42 Ibid., p. 25
19
perspectivas temporales, y por lo mismo, del devenir nacional, de los programas asumidos por los
contraste, más que referir lo dicho por la historiografía del periodo, sigue muy de cerca las
discusiones que sobre esta materia desarrolló Edmundo O’Gorman en México el trauma de su
historia (1977); esto es, recupera la tesis de que la disputa de fondo entre los proyectos de nación
colonial y de las expectativas futuras de una nación libre – innovar o construir sobre la
tradición.43
A modo de balance, puede decirse que el texto de Yturbe termina siendo más bien una
revisión indirecta del pensamiento histórico de la primera mitad del siglo XIX mexicano –
indirecta porque revisa escasamente las obras historiográficas, basando la mayor parte de su
análisis en bibliografía especializada. Incluso es posible constatar que las propias Disertaciones y
la Historia de México de Lucas Alamán son poco referenciadas en el artículo. Por otro lado,
aunque se advierte que la autora conoce, hasta cierto punto, los principios teóricos que hacen de
Un segundo artículo, publicado el mismo año y que también discute el fenómeno de las
Synthesis” (2016) de Rodrigo Díaz Maldonado. Separándose de los enfoques tradicionales que
20
sucesión de corrientes distinguibles por sus principios epistemológicos – v.gr. historiografía
la historiografía mexicana del periodo en función de sus maneras diversas de vincular el pasado y
el presente, esto es, de utilizar discursivamente el pasado a partir de los retos enfrentados en
aquella altura por los historiadores. Entre dichos retos, destaca como principal motivo el proceso
de construcción política de una identidad nacional.44 A los ojos del autor del artículo, fueron tres
mexicana decimonónica en su afán por “construir” la identidad nacional: “el pasado como
voluntad”, “el pasado como experiencia” y el “pasado como memoria”.45 Para elaborar estas
categorizaciones, las cuales son situadas en un esquema de sucesión no sólo cronológico sino
dialéctico – “Toda vez que su objetivo práctico es alcanzado, se revela a sí mismo como
claramente insuficiente, dando lugar a una nueva forma de conciencia histórica y de identidad
nacional” –,46 Díaz Maldonado recurre a los planteamientos expresados por Koselleck en algunos
los criollos que lucharon por la independencia de la Nueva España a la que denomina “el pasado
como voluntad”. Las obras inaugurales de Mier y Bustamante son asumidas como el paradigma
44 Rodrigo Díaz Maldonado, “National Identity Building in Mexican Historiography during the Nineteenth Century.
An Attempt at Synthesis”, Storia della Storiografia, n. 70, 2/2016, p. 73
45 Ibid., p. 74.
46 Ibid., p. 85.
47Vid. supra, p. 19, nota 37. Cfr., Reinhardt Koselleck, “Cambio de experiencia y cambio de método. Un apunte
histórico-antropológico”, in Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Barcelona, Paidós-U.A.B., 2001, pp.
43-92.
21
de una conciencia que se supone basada menos en experiencias que en expectativas. En sus
desideartum ideológico: la creación de una nación criolla libre y soberana aún inexistente. 48 En
segundo lugar, el autor discute el tipo de conciencia histórica inmanente a las obras de los
generación de escritores criollos – Mora, Alamán, Zavala, Cuevas, Tornel y Mendivil –, que si
de las instituciones políticas de la nueva nación libre. A esta modalidad de conciencia histórica
Díaz Maldonado la denomina “el pasado como experiencia”, y por característica primordial
resalta su comprensión del pasado lejano y reciente como herramienta clave de la actividad
política efectiva. Los historiadores de esta generación – afirma –, para quienes la independencia
era un hecho y más bien vivían sus consecuencias sobre todo de inestabilidad política, usaron las
experiencias pasadas – consideradas por ellos como “verdaderas” – para justificar y confirmar sus
memoria”. Fue ésta – apunta – una historiografía escrita por “eruditos” – Ramírez, Orozco y
Berra, Icazbalceta, García Cubas y Chavero – un tanto ajenos a la política y que sólo ocuparon
cargos administrativos menores durante alguna de las presidencias de Porfirio Díaz. En tales
48 Rodrigo Díaz Maldonado, “National Identity Building…”, p. 84
49 Ibid., p. 86-89.
22
textos, que en su mayoría fueron compilaciones documentales, los “historiadores eruditos”
pretendieron crear una “memoria nacional” que conciliara a las facciones hasta entonces en
verdad – suscribe Díaz Maldonado –, dichos personajes tuvieron por finalidad producir una
nueva forma de identidad o memoria nacional: una nación liberal progresista pero también
católica y tradicional, heredera de los indígenas y los españoles, una nación mestiza.50
pues rompe con la tradicional tendencia de los estudios de historiografía mexicana decimonónica
a clasificar autores y obras por “escuelas” o “corrientes” caracterizadas por sus convenciones
destacan los “temas” y “preocupaciones recurrentes” de la historiografía mexicana del XIX con la
finalidad de conceptualizar sus distintas maneras de relacionar el pasado con el presente. Ahora,
como el propio autor reconoce en las “Conclusiones” de su texto, se trata de un modelo que deja
algunos cabos sueltos que convendría atender en futuras investigaciones. En primer lugar –
señala –, es necesaria una indagación más profunda de los mecanismos de transición de una
forma dichas modalidades de conciencia fueron estimuladas por, y estimularon ellas mismas, los
debates políticos sobre la nación en aquel tiempo.52 Y a mi parecer, haría falta mencionar un
tercer cabo suelto, que se desprende de la propia concepción culturalista de nación que Díaz
50 Ibid. p. 89-92.
51 Ibid. p. 93.
52 Ibid., p. 93.
23
Maldonado utiliza para explicar la contribución de la producción historiográfica decimonónica a
grupo humano (Benedict Anderson);53 y si esa “conciencia histórica” no es, por su propia
naturaleza, exclusiva de la historiografía sino que es inmanente a áreas tan diversas como los
discursos y representaciones, las prácticas y los modos de sociabilidad; si esto es así, para lograr
apreciar el fenómeno en su complejidad haría falta entonces investigar el conjunto las formas,
discurso político, las festividades públicas y prácticas conmemorativas, entre otras tantas, pues en
todas ellas habría existido una conciencia del pasado, presente y futuro nacionales.
El interés por situar y entender a la historiografía nacionalista mexicana en el ámbito más amplio
de la cultura letrada decimonónica aparece ya a finales de la década de 1990. Las y los autores
que asumen este punto de vista han ofrecido, no obstante, escasas referencias respecto a las
claramente qué inclinaciones y mudanzas epistemológicas están en la base de sus enfoques. Con
todo, es posible considerar varios factores que ayudarían a explicar dicho viraje, entre ellos 1. el
53 Cfr., Benedict Anderson, Las comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del
nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 17-30.
24
impacto en México de los trabajos de Benedict Anderson – Comunidades imaginadas (1983) – y
de Pierre Nora – Lugares de memoria (1984-1992) –, que, como se sabe, presentan en sus
histórica” de Jörn Rüsen.55 Sea cual fuere la razón de fondo del fenómeno, los trabajos de crítica
historiográfica emprendidos desde el enfoque de los estudios de cultura letrada han puesto sobre
la mesa una verdad de Perogrullo que, hasta entonces, no había sido discutida de forma seria: que
los historiadores decimonónicos mexicanos eran hombres de letras y que la historiografía escrita
Uno de los trabajos que inaugura este tipo de enfoque es La fuerza de la palabra impresa.
Castelán Rueda. Es éste un trabajo que pretende situar al Cuadro histórico de la revolución
resulta original por lo menos en dos sentidos. En primer lugar, por su entendimiento de la
del pasado” o “lugares de memoria” surgidos de, y que interactuaron con, los debates políticos y
54 Cfr., Eric Van Young, “The New Cultural History Comes to Old Mexico”, Hispanic American Historical Review,
1 May 1999, 79 (2), pp. 216-224.
55 Cfr., Jörn Rüsen, Geschichte im Kulturprozess, Köln, Böhlau, 2002, p. 3. Cfr., Jörn Rüsen, Tiempo en ruptura,
México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2014.
56 Roberto Castelán Rueda, La fuerza de la palabra impresa. Carlos María de Bustamante y el discurso de la
modernidad, 1805-1827, México, FCE, Universidad de Guadalajara, 1997, p. 20.
25
periodísticos despertados por eventos como la guerra desatada en territorio Novohispano a partir
segundo lugar, la descripción comparativa que el autor hace de los recursos narrativos y retóricos
jurídica – empleados por Bustamante, lo mismo en sus crónicas y artículos periodísticos del
Diario de México, El Juguetillo y el Correo Americano del Sur, que en su Cuadro histórico.58
Ahora bien, no obstante lo interesante y novedoso del enfoque desarrollado por Castelán
Rueda, conviene apuntar tres elementos que cabría alterar o hacer objeto de una indagación de
historiográficos, aparece también aquí la idea de que toda la actividad intelectual del escritor
oaxaqueño se dirigió hacia la escritura del Cuadro histórico. Esta concepción es llevada incluso
al extremo de afirmar que Bustamante elaboró toda su obra, y en particular el Cuadro histórico,
como un catálogo de “hazañas heroicas” que tenía la finalidad de “construir los principales mitos
que moldearían [en el futuro] la identidad nacional.”59 Un segundo asunto que resulta
escritura bustamantina. Si bien Castelán Rueda elabora una suerte de anatomía de las condiciones
(bandos militares, gacetas del gob virreinal, correspondencia de los insurgentes y jefes
26
españoles…), y la caracterización de personajes del Cuadro histórico – villanos (Calleja) y
héroes insurgentes (Morelos), masas indígenas, mujeres –, lo cierto es que su explicación de tales
estrategias raya la mayor parte de las veces en lo superficial-descriptivo – hecho que queda
presuposición relativa a que el Cuadro histórico es una “historia nacional”. A lo largo de todo el
texto, de manera involuntaria Castelán Rueda presenta evidencias – v.gr. la proximidad narrativa,
llevan a plantear la posibilidad de que la definición del Cuadro histórico y de otros tantos
ejemplos de historiografía mexicana del periodo como “historias nacionales” podría ser más bien
una interpretación a posteriori que quizá no es concordante respecto a las propias ambiciones
el ámbito más amplio de la cultura letrada del periodo es el artículo de María Luna Argudín “La
resulta de lo más novedoso e interesante para los estudios historiográficos pues no sólo da cuenta
del papel de la “tradición retórica” en la educación de las élites culturales mexicanas del siglo
XIX, sino que la define como el sustrato común de diferentes prácticas y expresiones discursivas
según el cual en el siglo XIX mexicano la historia no era una disciplina autónoma. Esta
afirmación, sin embargo, es asumida aquí con todas sus consecuencias. En su texto, Luna
60 Ibid. p.206.
61 Ibid., pp. 204-205.
27
Argudín se aboca por entero al estudio de las estrategias retóricas de ese “arte liberal” o “género
literario” llamado “historia” cuya finalidad era persuadir sobre programas y doctrinas políticas a
un “género literario”, la autora emprende, en primer lugar, un rastreo del marco institucional en
que surgió y del que retomó algunas de sus estrategias persuasivas. Dicho marco, nos dice, fueron
tuvieron por finalidad “formar una nación cultural”, es decir, crear una “identidad nacional”. 63
Luna Argudín traza, pues, la historia de las principales instituciones culturales del periodo: la
de Geografía y Estadística. Sobre estas entidades refiere su naturaleza y estructura, sus miembros,
los asuntos que éstos discutían, sus tendencias político-ideológicas, sus actividades y
Ahora bien, uno de los puntos más originales del texto es su abordaje del elemento que
suele ser tenido como una de las marcas fundamentales de la escritura de la historia en el siglo
XIX mexicano: me refiero a la pretensión de verdad. La autora ofrece una mirada alternativa que
en la crítica documental desarrollada a partir del siglo XVIII, sino como una estrategia “retórica”
62 María Luna Argudín, “La escritura de la historia y la tradición retórica (1834-1885)” in Jorge Ruedas de la Serna,
María Luna Argudín, Leticia Algaba, La tradición retórica en la poética y en la historia, México, UAM Azcapotzalco,
Cuadernos de Debate, 2004, pp. 44, 68.
63 Ibid., pp. 35-36.
28
proveniente de la tradición clásica – Cicerón, Tácito, Quintiliano –, que fue recuperada por los
escritores mexicanos a través de una serie de autores franceses modernos – Fenelón, Mably,
Lamartine y Volney. Luna Argudín señala que, con base en la triada tradicional de la retórica
clásica, los historiadores mexicanos del periodo concibieron a la verdad como indisoluble
respecto a la imparcialidad y la justicia;64 esto es, que para ellos la verdad fue dependiente 1. de
de vista imparcial y justo – “sin rencor y con estudio” – que persuadiese a la audiencia de la
credibilidad del autor.65 Para demostrar estos argumentos, los ejemplos utilizados son las
Disertaciones sobre la historia de México de Alamán y Algunas ideas sobre la historia y manera
de escribirla en México de Manuel Larraínzar. Sin embargo, la autora sostiene que en casos como
el del segundo escritor, la preceptiva de la retórica clásica interactuó con la concepción moderna
algunos supuestos de enfoques anteriores que resultan problemáticos. Por ejemplo, al igual que
en el caso de los estudios historiográficos escritos desde giro discursivo, elude la historización de
la tradición retórica en México. Más allá de señalar que los historiadores del periodo tenían
modernidad, la autora no explica si en el ámbito cultural novohispano – del que provenía buena
parte de los autores que revisa – existía una práctica institucionalizada de la retórica, ni tampoco
discute cuál era su lugar y papel en la formación intelectual de las élites escritoras de historia en
64 Ibid., p. 59.
65 Ibid., pp. 43, 56, 58.
29
el México independiente. Por otro lado, conviene reconocer que el artículo de Luna Argudín
mantiene igualmente una estructura teleológica, esto en la medida que afirma la existencia de una
“historia-retórica” – Prieto, De la Rosa, Lacunza, Alamán, Zarco, Altamirano – hacia una historia
de escribir una historia general de México y México a través de los siglos de Riva Palacio.
Considero, no obstante, que el concepto de “historia retórica” que la autora restringe al caso de la
historiografía de la primera mitad del siglo XIX, pasa por alto que la historia institucionalizada de
la segunda mitad usó también estrategias retóricas encaminadas al sustento político del statu quo
como parte de la cultura letrada del periodo es “En busca de un pasado nacional: la escritura de la
historia en México en el siglo XIX” (2015) de Alexander Betancourt Mendieta. Se trata de una
propuesta por demás interesante pues plantea la hipótesis de que en el contexto latinoamericano,
Estado-nación. Este argumento ciertamente podría parecer redundante dado que se encuentra
presente en trabajos clásicos como Historiografía Mexicana; con todo, la discusión que
Betancourt emprende sobre la relación entre saber histórico y Estado-nación supera las típicas
66 Ibid., p. 94
30
decimonónico contribuyó a la consolidación de dicha comunidad político-cultural 1.
promoviendo el poder del Estado como “principal entidad administrativa, jurídica y hegemónica
disciplinar y políticas educativas; y 3. creando una conciencia nacional homogénea, esto es, una
historia en el marco del surgimiento de las instituciones estatales durante la convulsa situación
política mexicana del periodo posterior a la independencia. En este rubro, son destacadas las
creaciones del Archivo General y Público de la Nación (1823) – a iniciativa de Lucas Alamán –,
Sigüenza y Góngora y Boturini – habría servido a la formación de la nación en la medida que los
representación concreta del origen de la nación, que se hizo visible a través de la exhibición de
los objetos que representaban el pasado concreto, palpable, que consagraba el comienzo remoto
ciudadana”, lugares “de formación política en el que se reproducen los símbolos creados por el
Estado nacional”.69 Por otro lado, en su recuento también aparecen las empresas individuales de
erudición que se insertaron en la línea abierta por las instituciones nacionales recién formadas,
67 Alexander Betancourt Mendieta, “En busca de un pasado nacional: la escritura de la historia en México en el siglo
XIX”, Anuario del Instituto de Historia Argentina 15, 2015, p. 2.
68 Ibid., pp. 4-5.
69 Ibid., p. 5, p. 7 y p. 8.
31
distinguiéndose el diagnóstico hecho por Icazbalceta sobre el estado de las bibliotecas y los
Un punto adicional que es vital reconocer del enfoque propuesto por Betancourt es su
destaque de otro tipo de instituciones de saber que fueron vitales para la aparición de la
luego, de las academias. Se apunta que, al igual que en Europa occidental y el resto de las
Américas, en el México independiente las asociaciones de aficionados a las letras poco a poco
sería el que permitiría realizar plenamente el objetivo de fomentar el espíritu unitario del
nacionalismo.71 El argumento, como se ve, reitera tangencialmente el apunte hecho por otros
únicamente tomó cuerpo hasta el momento en que el Estado nacional centralizado fue una
realidad. En concreto, Betancourt subraya que, a partir de los años de estabilidad política de
Nacional, etc. –, tomando entonces forma los proyectos de una auténtica “historia nacional”.
Sobre esta materia, señala tres ejemplos específicos: en primer lugar, las conferencias de Manuel
Larrainzar sobre la manera de escribir la historia de México (1865); en segundo, México a través
70 Ibid., p. 8-10.
71 Ibid., p. 11.
32
de los siglos (1884-1889) de Vicente Riva Palacio; y en tercero, México, su evolución social
Por último, debe decirse que una de las más importantes aportaciones del artículo de
Betancourt es su adopción del enfoque comparativo a través del cual busca resaltar las similitudes
Nueva Granada. La confrontación que hace, por ejemplo, de las historias testimoniales del
mexicano Carlos María de Bustamante y del neogranadino José Manuel Restrepo, o de las
concepciones teóricas de la escritura de la historia del venezolano Andrés Bello y del mexicano
no sólo que las obras de estos personajes crearon narrativas, héroes y símbolos discursivamente
semejantes,73 sino que en todos los casos dichas estrategias estuvieron intrincadas
indisolublemente con los esfuerzos de las élites políticas y culturales por crear instituciones
América hispana decimonónica, la escritura de la historia fue “un género más del ejercicio letrado
33
Conclusiones
Durante los últimos veinticinco años, los estudios de historiografía nacionalista mexicana del
siglo XIX han atravesado transformaciones importantes. No obstante que, hasta el día de hoy, se
siguen trabajando básicamente las mismas obras – y entre éstas, la Historia de Méjico de Lucas
Alamán continúa siendo la más favorecida –, los marcos conceptuales y las metodologías
empleados para su análisis han mostrado aspectos inéditos de las mismas. Se ha pasado de los
condicionan sus estructuras y contenidos. Por otro lado, también ha habido mutaciones en la
escala de análisis: de las monografías centradas en obras individuales, se ha dado un viraje hacia
Otro punto que merece ser destacado es que cada vez son más frecuentes los estudios que
conciben a la historiografía nacionalista mexicana como un fenómeno cultural que precisa de ser
34
culturales como la literatura, la plástica, el discurso político, la monumentaria, las festividades
públicas, las prácticas conmemorativas y la propia historiografía. Queda, sin embargo, la tarea de
asunción teleológica sobre lo que fue, es y debería ser una historia nacional. Como lo evidencia la
mayor parte de los trabajos revisados, se da por hecho que, desde hace dos siglos, la
historiografía nacional ha sido un relato genealógico integrador de todos y cada uno de los
pasados que un grupo humano, entendido como comunidad político-cultural, considera propios.
Como corolario de dicho planteamiento, de manera tácita o explícita, se asume a ese tipo de
relato como el modelo a partir del cual se evalúa la plenitud o el fracaso de los textos
historiográficos en tanto que “historias nacionales”. Desde mi punto de vista, esta problemática se
cuestionar, puesto que hasta este momento ha sido el principal impedimento para historizar el
que estructuraron la historia moderna de México. Me refiero a la tenaz incapacidad que hemos
tenido como estudiosos de la historiografía para tomar distancia del nacionalismo; esto es, para
que determina nuestras interpretaciones del mundo histórico-social – diría Frank Ankersmit,
35
glosando a Arthur C. Danto –,76 no dejaremos de valorar los trabajos historiográficos producidos
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76 Cfr., Frank Ankersmit, La experiencia histórica sublime, México, Universidad Iberoamericana, 2010, pp. 360-
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