La Guerra de Las Dos Virgenes
La Guerra de Las Dos Virgenes
Pocos episodios de la historia chiapaneca han sido tan estudiados como la rebelión
los
de Los Zendales. La razón principal es la abundancia de información que sobre
acontecimientos existe en fuentes tanto primarias como secundarias. El cronista
dominico Francisco Ximénez, contemporáneo a los sucesos, dedicó al tema no menos
a de
de diecisiete capítulos del sexto libro (del 57 al 74) de su Historia de la provinci
San Vicente de Chiapa y Guatemala de la Orden de los Predicad ores. Su versión
domi-
de los hechos es una copia más o menos fiel de un informe escrito por otro
o
nico, el ya mencionado fraile Gabriel de Artiga, quien en el momento de redactarl
era superior provincial de la orden y recorrió la provincia rebelde inmediatamente
y
después de su pacificación por las tropas gubernamentales. Es, pues, este último,
no fray Francisco, el responsable de la manera en que los acontecimientos llegaron
cró-
a los oídos de las autoridades guatemaltecas y españolas del siglo XVIII, y esta
nica clerical es la que sirvió de fuente principal para la elaboración de las primeras
LA GUERRA DE LAS DOS VÍRGENES Bn 21
Me pareció debía hacer una relación de lo que había sabido por cartas de los reli-
glosos que tenía en mi poder y muy puntuales, por haber mandado a los que anduvie-
ron en el ejército me diesen parte de cuanto iba sucediendo, y también para que
donde llegare la noticia de las barbaridades de los miserables no lleguen a bulto sino
con el orden que sucedieron, que aunque saldrán estas mismas noticias sacadas de
los autos que se formaron [...], no podrán [...] por lo muy dilatado de los autos Hlenar
el orden que aquí lleva (Ximénez, 1999: 227).
Dos de esas “cartas puntuales”, escritas por frailes que estuvieron directamente in-
volucrados en la pacificación de la región, aparecen en el texto copiadas tal cual. En
cuanto a los “autos” mencionados por fray Gabriel de Artiga, éstos documentan los
numerosos juicios a los cuales fueron sometidos los reos principales y que están aho-
ra a la disposición de los estudiosos en dos archivos, principalmente, el General de
Indias, en Sevilla (AGI), y el General de Centroamérica, en Guatemala (AGCA). Allí se
puede consultar también una cantidad nada despreciable de cartas y notas enviadas
a la Corona por personas particulares y públicas de Chiapa, Guatemala y México,
quienes de alguna manera estuvieron involucradas en la pacificación.
No es de extrañarse, pues, que la rebelión haya atraído la atención de tantos estudio-
sos, en su mayoría, por supuesto, historiadores. Pero también se han escrito sobre el
tema dos novelas, dos obras de teatro y hasta un guión de cine. Una lista exhaustiva
de lo producido aparece en la bibliografía, al final del presente libro. Aquí sólo quiero
E. mencionar los cuatro trabajos que considero como lectura indispensable para los que
E quisieran no sólo conocer los sucesos sino, sobre todo, entender la rebelión. En orden
3 cronológico, son: O messianismo maya no periodo colonial, de Antonio Porro (1977);
E Der Aufstand der Tzeltal (1712-1713). Analyse einer Revitalisationsbewegung im
E Kolonialen Mesoamerika, de Eveline Diirr (1991); Soldiers of the Virgin. The Moral
E Economy of a Colonial Maya Rebellion, de Kevin Gosner (1992), e Indios rebeldes e
E 4slólatras. Dos ensayos históricos sobre la rebelión india de Cancuc, Chiapas, acae-
E «ida en el año de 1712, de Juan Pedro Viqueira (1997). Es decir que el lector deseoso
E «de obtener un panorama completo de la sublevación de Los Zendales tendrá que ser
22 amo JAN DE VOS
alguien versado en cinco idiomas: portugués, alemán, inglés, español y... tzeltal, por-
que en esta última lengua circula —apartado del mundo académico pero no por eso
menos importante— el recuerdo oral que hasta hoy conservan vivo los descendientes
de los que tuvieron en 1712 la osadía de proclamar a los cuatro vientos que “ya no ha-
bía ni Dios ni rey.”
a-
Fue, sin embargo, un rechazo muy sui generis el que los sublevados protagoniz
decir,
ron, porque lo hicieron, precisamente, “en nombre de la Virgen del Rosario”, es
peculiar
de una virgen originalmente muy católica y muy española. Será este muy
de nues-
proceso de adopción-adaptación por parte de los indígenas rebeldes el objeto
no es tanto
tra atención en la primera parte de este ensayo. La pregunta a contestar
como ci-
por qué ellos eligieron esa particular representación de la madre de Jesús
du-
miento ideológico y estratégico de su rebeldía. No en vano habían sido instruidos
que implicaba,
rante siglo y medio por los curas dominicos en esta peculiar devoción
diariamente
además de la veneración de una imagen específica, la costambre de rezar
quisiera entender
en su honor el rosario y la letanía correspondientes. Más bien, uno
divina
mejor por qué escogieron precisamente la figura de María y no otra aparición
claro, uno
—cristiana o prehispánica— para dar sentido y fuerza a su alzamiento. Y,
adaptaron ese
quisiera formarse también una idea más razonada sobre cómo ellos
En efec-
símbolo religioso a las exigencias cada vez más complejas de su movimiento.
María no
to, la inicial congregación espontánea en torno a la aparición de la Virgen
io-
tardó en convertirse en una sociedad mesiánica dotada de estructuras sociorrelig
sas, económicas y militares muy propias.
gente
Los mayas de ayer y hoy son, igual que los demás pueblos mesoamericanos,
creencias y
profundamente religiosa. Esta religiosidad incluye, hasta la fecha, varias
cristiana.
prácticas prehispánicas, a pesar de casi quinientos años de evangelización
elementos
Sin embargo, en la mayoría de las etnias mexicanas y guatemaltecas estos
con los credos y ritos
mesoamericanos conviven, de manera relativamente armoniosa,
es sólo
introducidos por los misioneros católicos en el siglo XVI. Este arreglo religioso
autores iden-
un aspecto, aunque el más importante, de una adaptación cultural que sus
y tradiciones,
tifican como “la costumbre”. Se trata de un conjunto complejo de usos
de la Conquista y
construido con mucha paciencia e ingeniosidad a partir del trauma
mayas recrearon
a lo largo de la dominación colonial posterior. Por medio de ella, los
control ejer-
y mantuvieron una relativa autonomía sociocultural, a pesar del estrecho
evitar
cido en sus pueblos por los curas doctrineros. Éstos, por su parte, no pudieron
y miserable s
actuar, además de como defensores de los que solían llamar “pobres
LA GUERRA DE LAS Dos VÍRGENES E 23
indios”, como agentes de un gobierno que en derecho los protegía pero de hecho los
explotaba despiadadamente. Compartían este comportamiento ambiguo con las auto-
ridades indígenas que en cada pueblo ejercían su oficio privilegiado pero estaban igual
de divididas entre su lealtad hacia la comunidad a la que dirigían y el estatus que les
concedía el amo español. Entre aquéllas, figuraban, además de los gobernadores, al-
caldes y regidores encargados de la administración civil, los que en cada pueblo ayu-
daban a los padres curas en la labor pastoral. Se trata, en primer lugar, de los llamados
“fiscales”, colaboradores cercanos del cura, y por eso versados en la lectura y la escri-
tura, aunque a veces de manera muy rudimentaria. Los escalones inferiores eran ocu-
pados por los maestros de coro y sacristanes, adscritos a la iglesia parroquial de cada
pueblo, y los mayordomos responsables de las numerosas cofradías fundadas en ho-
nor a algún santo de especial devoción.
Además de los funcionarios nombrados por las autoridades españolas, existía un
tercer grupo, generalmente más numeroso e influyente que los otros dos, formado por
los “principales”, es decir, ancianos respetados por su trayectoria de servicio a la co-
munidad. Ellos formaban asimismo una élite que a menudo rivalizaba con los dignata-
rios civiles y eclesiásticos por el papel preponderante en el espacio sociopolítico del
pueblo. Durante su vida habían desempeñado varios oficios en la burocracia civil o ecle-
siástica, pero su posición de retiro honorífico les daba la posibilidad de representar de
manera más genuina las aspiraciones de la comunidad. Eran los depositarios por exce-
lencia de la sabiduría rescatada del pasado mesoamericano, de la medicina tradicio-
nal, de la celebración del ciclo agrícola y de la elección de los nombres calendáricos,
entre otras tradiciones. Difícilmente algo podía decidirse y hacerse en la comunidad
sin su consentimiento.
Era, pues, la llamada “república de indios” una sociedad muy diferenciada, en espe-
cial en el interior de la jerarquía que ejercía el poder en cada pueblo. Y no podemos
olvidar que estas élites pueblerinas mantenían también entre sí lazos de interés, más
allá de las fronteras de su propia influencia local. Había un intenso intercambio comer-
cial, cultural y político entre los diversos pueblos, no sólo en el nivel de estas autorida-
des sino también en el de los maceguales o comuneros.
Es necesario tener en mente ese cuadro complejo que presentaba la sociedad colo-
nial chiapaneca cuando se aborda el drama de la rebelión tal y como se deja recons-
truir a partir de las fuentes primarias y secundarias. Fueron muy diversos los actores
y muy particulares los intereses de los individuos o grupos involucrados. Asimismo, la
trama obedeció a una dinámica caracterizada por la velocidad con la cual los aconte-
24 TO JAN DE VOS
La Virgen de Zinacantán
entre
El escenario del primer fenómeno aparicional fue un paraje a medio camino
de Las Co-
Zinacantán y Chamula, dos poblados tzotziles pertenecientes a la comarca
el fraile
ronas y muy cercanos a Ciudad Real. El cura doctrinero del segundo pueblo,
dominico Joseph Monroy, tomó personalmente cartas en el asunto y relató después
su intervención en una misiva dirigida a su superior, fray Gabriel de Artiga. Dispone-
mos, pues, de una fuente en la cual habla un testigo ocular, aunque no necesariamente
objetivo, ya que por su condición de clérigo español identificó el milagro inmediata-
Chiapa
mente como “engaño diabólico”. El incidente ocurrió cuando el obispo de
Joseph Monroy
estaba haciendo una visita al templo de Chamula, un dato que fray
esta
no olvidó mencionar en su carta. Por un documento de archivo, sabemos que
voz,
visita terminó el 23 de abril de 1709. Escuchemos a fray Joseph en su propia
reduciendo el relato a la información esencial:
Un día como a las dos de la tarde llegaron los naturales del pueblo de Santo Domingo
de Zinacantlán, que dista del de Chamula como media legua, asustados y con mucha
un palo es-
turbación y me dieron relación que en el camino de dicho pueblo dentro de
imagen de la
taba un varón justo que exhortaba a penitencia y que se reconocía una
de sí,
Virgen Nuestra Señora que estaba dentro del mismo palo, la cual despedía rayos
a ofrecerles
que era bajada del cielo, dando a entender los naturales que venía de allá
la iglesia.
favor y ayuda, y que hablando dicho varón con ellos les decía que avisasen a
[...] Fui a registrar el palo, que era un roble cóncavo donde se había metido, cuya
LA GUERRA DE LAS DOS VÍRGENES RO 25
concavidad tenía cerrada con una tabla, la cual tabla tenía una pestañuela por la cual
recibía de comer de mano de los indios. [...] El concurso de los indios e indias era
mucho, los cuales idolatraban en él y le ofrecían algunas cosas comestibles y llevaban
braceritos con estoraque, y aunque el dicho no estaba dentro del palo, no obstante
daban culto al dicho palo, por cuya razón luego hice cortar y deshacer en trozos el
dicho palo. Luego tomé viaje para Chamula, llevándome al dicho con gran concurso
de indios. [...] Pasó luego por orden de Su Ilustrísima al convento de San Francisco de
Ciudad Real, donde estuvo y dio muy pocas señales de virtud, pues dicen le faltaban
las principales bases de sujeción y humildad (apud Ximénez, 1999: 223-224).
En efecto, año y medio más tarde, por el mes de mayo de 1710, el mismo ermitaño
volvió a aparecer en Zinacantán, pero al ser amonestado por fray Monroy, esta vez
respondió que los padres curas no tenían ningún derecho a juzgar su interior y modo
de obrar. Había hecho un oratorio que el cura de Chamula no perdió tiempo en ir a
registrar en compañía de su superior. Escuchemos de nuevo su testimonio:
Habiendo sabido que tenía una ermita hecha en el monte fuimos y la hallamos como
a cuadra y media del camino y paraje de a donde lo había sacado la primera vez. Sería
la dicha ermita como de ocho pasos, repartida en dormitorio y oratorio, con un altar
en donde tenía una imagen pequeña de la Virgen con candelas, cacao, huevos,
tortillas y otras cosas semejantes que le ofrecían los indios. Con todas conveniencias,
estaba la ermita muy adornada y forrada con petates muy aseados. [...] Habiendo
registrado la ermita tratamos de darle fuego y estando para ello [...] entendí que los
indios que nos seguían decían en su lengua que nosotros quemábamos las casas de
Dios y que comenzaban a quererse amotinar [...]. Sosegámoslos y luego dí fuego a la
ermita y por dentro de las llamas entraban los indios a sacar los petates y demás tras-
tos que había dentro. Remitimos el ermitaño a Su Ilustrísima a Ciudad Real, quien lo
tuvo preso. [...] Fue llevado al colegio de la Compañía de Jesús cuyos religiosos con-
vinieron que era hombre iluso y aún algo de endemoniado, por lo cual lo llevaron para
la Nueva España, de adonde era natural, mas no llegó allí por haber muerto en el
pueblo de Ocosocuautla (apud Ximénez, 1999: 224).
Hasta aquí, el relato de fray Joseph Monroy. Nótese que aparecen, por vez primera,
una serie de elementos que volverán a darse en los movimientos de culto posteriores:
1) el milagro se registra cuando la Virgen María aparece, diciendo que viene a ayudar a
26 30 JAN DE Vos
cielo a ayudar a los indios” y que así fuese a decirlo a mis justicias para que a orilla del
pueblo le hiciesen una ermita pequeña en que vivir.
Desde el principio, fray Joseph Monroy se dio cuenta de que el milagro de Santa Marta
era un asunto mucho más difícil de manejar. El culto había recibido el respaldo de los
3 justicias del pueblo y éstos le pidieron con mucha insistencia que celebrara misa en la
ermita. Con la excusa de que necesitaba el permiso del obispo, les propuso que lleva-
ran la imagen y a la indizuela a Ciudad Real, invitando a las autoridades a acompañar-
E las, diciendo que “el fin de su señoría era darle culto y reverencia a vista de todos para
mayor crédito de la Virgen y suyo de ellos”. Convencidos de que su padre cura decía la
verdad, los naturales de Santa Marta finalmente aceptaron la oferta y llevaron la imagen
en procesión a Ciudad Real en medio de una congregación de alrededor de dos mil de-
votos. Allí, Monroy y el obispo consumaron el engaño poniendo la imagen en el nicho
de la Virgen del Rosario, en el templo de Santo Domingo, pero aprovecharon la noche
para retirarla de allí y esconderla en el palacio episcopal. Las autoridades de Santa Mar-
ta ya no la recuperarían, a pesar de sus reiteradas súplicas. Se retiraron desilusionadas
a su pueblo, mientras la indizuela y su marido fueron interrogados y condenados a ser
azotados por las calles de la ciudad, antes de ser desterrados de por vida a uno de los
castillos del Golfo de Honduras.
Al completar el relato de fray Joseph Monroy con los autos del proceso judicial que
se hizo a la pareja indígena propagadora del milagro, aprendemos varios datos nue-
vos. La mujer se llamaba Dominica López y su edad no era de 8 a 10 años de edad, sino
de 23, lo que parece más aceptable. En el interrogatorio sostuvo que la Virgen se le
había aparecido “en carne y hueso” y sólo después se había transformado en una ima-
gen de madera. Su marido, Juan Gómez, afirmó que él también había visto a la Virgen
en persona, pero que a petición de ella misma la habían envuelto en una manta y
transportado viva a la ermita. Allí, después de tres días, al quitarle el envoltorio,
apareció ya convertida en escultura de madera. Valiosa información adicional die-
ron varios españoles que habían estado de paso en el pueblo cuando el culto estaba
en su auge. La Virgen había prohibido mencionar su presencia a los españoles, ya
que había bajado del cielo para ayudar únicamente a los indígenas. Éstos recibieron
la promesa de ganar el cielo a pesar de sus múltiples pecados, siempre y cuando le
dieran limosnas y otro tipo de ofrendas. Además, obtendrían ya en esta vida muchos
hijos, maíz y frijoles. Este mensaje atrajo a Santa Marta una multitud de fieles, prove-
nientes de varios pueblos y hablantes de diferentes idiomas, ya que el poblado estaba
asc JAN DE VOS
28
La Virgen de Cancuc de
que la imagen poseída por el ermitaño
Por una referencia en los autos, sabemos rada
sino la de la Soledad. En cambio, la vene
Zinacantán no era la Virgen del Rosario en fue
ad la del Rosario, puesto que su imag
en Santa Marta parece haber sido en verd
esta Virgen existía en el templo de Santo
colocada por el obispo en el altar que para ció en
la Virgen que, unos meses después, apare
Domingo en Ciudad Real. En cuanto a -
y la prueba más contundente son las convo
Cancuc, no hay duda: fue la del Rosario, fuero n
enviaron a los demás pueblos y que
catorias a la rebelión que los cancuqueros su re-
ocupación por las tropas españolas. En
encontradas en la ermita después de su una
las vio personalmente y en seguida copia
lación, fray Gabriel de Artiga afirma que
de ellas en calidad de muestra:
Jesús, María y Joseph. Señores alcaldes de tal pueblo. Yo, la Virgen que he bajado a
este mundo pecador, os llamo en nombre de Nuestra Señora del Rosario y os mando
que vengais a este pueblo de Cancuc y traigais toda la plata de tu iglesia y los ornamen-
tos y campanas con todas las cajas y tambores y todos los libros y dineros de las co-
fradías, porque ya no hay Dios ni rey. Y así venid todos cuanto antes, porque si no,
seréis castigados, pues no venís a mi llamado. Y adiós. Ciudad Real de Cancuc. La
Virgen Santísima María de la Cruz (Ximénez, 1999: 229).
modo rey y ley nueva, matando a nuestros enemigos todos los españoles, con que ten-
dremos descanso de los trabajos que padecemos”, Al oír estas palabras, su hija habría
dicho que le parecía “cosa muy buena y que así lo haría y que no faltaría estando fuer-
te siempre en decir que la Virgen le aparecía y le hablaba y que diría y obraría con
nombre de la Virgen lo que ellos le dijesen y aconsejasen”. Le encargaron que no des-
cubriese el secreto a nadie, ni siquiera a su madre, marido o hermano. Pocos días
después, María comenzó a decir que la Virgen se le había aparecido. El común le creyó
porque veían que los más capaces y de autoridad creían. Todo lo que María de la Can-
delaria decía que mandaba la Virgen se lo decían primero los de la junta. Inicialmente,
su plan era remediar su pobreza por medio de las limosnas que iban a ofrecer los in-
dios de todos los pueblos, repartiéndolas entre los miembros de la junta. Después les
vino la idea de organizar una sublevación con el fin de matar a los españoles, quedar
hibres de ellos y dueños de las tierras.
Siempre según Agustín López, su hija tomó muy en serio la tarea que le habían en-
cargado. Empezó a decir que la Virgen se le había aparecido en una milpa, a orillas del
pueblo, y que le había hablado de esta manera:
Su padre trató de desengañarla pero ella se mostró firme, repitiendo todos los días
lo mismo. Fue a ver al cura del pueblo para darle cuenta del milagro pero éste se enojó
y mandó darle a él y a su hija cuarenta azotes. Se juntaron entonces los alcaldes y
principales en su casa y decidieron construir sin tardar la ermita, obra que fue termi-
nada en sólo dos días. María López fue a vivir inmediatamente allí, llamándose desde
entonces María de la Candelaria, y mandó traer de la iglesia las imágenes de la Virgen
y de San Antonio. Al día siguiente, Gerónimo Saraos empezó a despachar convocatorias
a los pueblos, ordenándoles que trajesen las varas de justicia y las cruces, ornamentos
y demás alhajas de sus iglesias, que no diesen avío a los pasajeros y no obedeciesen a
nadie, porque “ya no había Dios ni rey”.*
fueron Bachajón, Ocosingo y Sibacá, seguidos por los demás de Los Zendales
dianía. En cambio, de los pueblos de Los Llanos y Los Zoques no hubo res-
a siquiera. En cuanto a los pobladores de Las Coronas y Chinampas, no ne-
fesito ban recibir despachos porque ya se encontraban en Cancuc, adonde habían
Degado desde el momento en que supieron que la Virgen de Santa Marta, al no ser
conocida por las autoridades españolas, “se había trasladado a Cancuc”.
Es imposible saber con certeza cuántos pueblos estuvieron involucrados en la
Fsebelión, ya que sobre este asunto las fuentes difieren seriamente entre sí. Las pri-
arias ponen el número total entre treinta y treintaidós;' en cambio, la crónica de
E Ximénez lo reduce a veintiuno (Ximénez, 1999: 222), probablemente con base en las
É weimtiún cruces y mangas de plata que los españoles encontraron en la ermita al caer
E Cancuc en sus manos. Veintiuno son también los pueblos cuyos nombres aparecen en
E las portadas de los expedientes que documentan los juicios hechos a los reos. Tam-
E poco es posible saber qué porcentaje de la población de cada pueblo participó acti-
vamente en el levantamiento ni cuántas personas se encontraban físicamente en
: Cancue a la hora de la batalla. Sobre este último dato, la información oscila entre
. 6 000 y 7 000, o bien 8 000,* incluso 10 000," y también 15 000.!! Entre ellas, figuraban
' naturales provenientes de varios pueblos cuyas autoridades se habían opuesto a la re-
- belión, pero se encontraban allí probablemente por decisión personal. Éste es el caso
de algunos indios originarios de Chamula y Palenque, por ejemplo. También hubo, al
parecer, varias comunidades que no quisieron acatar la orden de llevar a Cancuc
los santos, tesoros y ornamentos de sus templos. Éste puede haber sido el caso de los
habitantes de Chenalhó, ya que éstos, dos meses antes, se habían resistido a entregar
la imagen de San Pedro a la Virgen de Santa Marta, con la excusa de que disponían
de un milagro propio.
En efecto, cuando fray Joseph Monroy, en marzo de 1712, regresaba de su viaje de
inspección, se había detenido en Chenalhó porque había sido notificado de que allí
también algo milagroso acababa de suceder. Las autoridades del pueblo le aseguraron
“que habían visto sudar a la imagen de Santiago y emanar extraños resplandores de la
la boca de María de la Candelaria, castigos con los que amenazaba también a los que
no les prestaran la debida obediencia. Los sermones, predicados diariamente en los
pueblos alzados, fueron el espacio principal para propagar los mensajes que María
de la Candelaria afirmaba recibir directamente de la Virgen en el aposento oscuro y
secreto de la ermita. Se puede reconstruir ese discurso a partir de las confesiones
hechas por los sacerdotes indios en los juicios criminales, después de ser captura-
dos por las tropas españolas. Escuchemos a uno de ellos, quien, al ser interrogado
sobre el tema, dijo:
Lo que predicaban y enseñaban era que ya no había Dios ni rey sino la Virgen San-
tísima que había bajado del cielo al pueblo de Cancuc, y [que] San Pedro y los Doce
Apóstoles los habían ordenado a ellos y que ya le había quitado la Virgen la corona al
rey de España y que mandaba que sus hijos los indios matasen a todos los españoles
con sus obispos y curas y atodos los ladinos, mulatos y mestizos, y que para acabarlos
les vendrían a ayudar los moros e ingleses, porque los ladinos eran judíos que no
creían en la Virgen de Cancuc, y que había resucitado el emperador Moctezuma, y que
las mujeres que quisieran se volverían a casar con otros maridos, porque no eran bue-
nos los casamientos que habían hecho los curas españoles, y que no negasen el apeti-
to sensual a los hombres porque lo mandaba la Virgen para que se aumentase el
mundo, y que todos fuesen a la guerra a pelear contra los españoles, que no había de
morir ninguno, y que el que muriese lo habría de resucitar luego la Virgen.**
“ak
en su persona los nombramientos adicionales de “presidente”, “vicario general”,
” «
¿3
calde mayor” y “capitán general”.'” Nicolás Vásquez parece haber recibido estos últi-
mos cuatro cargos de María de la Candelaria y no de Sebastián Gómez, ya que éste |
|
había regresado a Chenalhó a finales de septiembre por razones desconocidas. IS Tam-
bién en estos tiempos, María de la Candelaria y Nicolás Vásquez tomaron la iniciativa
de otorgar el título de rey a Juan García, un joven cancuquero de 24 años de edad."
civil
Este cuarto rey no tenía mayores méritos en cuanto a experiencia en el gobierno
d de
o religioso de su comunidad pero fue probablemente escogido por su capacida
mando militar.
en su últi-
La coronación de Juan García debe haber ocurrido al entrar la rebelión
primeras se-
ma fase, la de los preparativos para la defensa de Cancuc, es decir, las
Gómez sobre
manas del mes de noviembre. En ese momento, la influencia de Sebastián
por la actuación
los rebeldes había tocado fondo, no tanto por su propia ausencia sino
a Cancuc con
prepotente de un hermano suyo, de nombre Domingo. Éste había llegado
ordenar sacer-
una carta de Sebastián que lo nombraba “primer vicario”, con poder de
los pies en
dotes en los pueblos que aún carecían de ellos.2” Exigió que se le besaran
no asistieran
señal de reverencia y mandó erigir una horca para ajusticiar allí a los que
tratado
a misa con regularidad. Pagó su insolencia con el castigo que él mismo había
de su corm-
de introducir: murió ahorcado por los cancuqueros, enardecidos a causa
que pretendía
portamiento y, además, porque no era natural de la comunidad a la
subyugar a sus intereses personales.”
los ánimos
El recelo hacia gente venida de fuera parece haber estado presente en
lo eran
de los cancuqueros desde el principio de la rebelión. La Virgen era suya, como
a las dos. Pero
también su portavoz, María de la Candelaria, y el culto nacido en torno
los pueblos
pronto el movimiento había sido acaparado por personas llegadas de
Saraos y Ni-
vecinos, el chenalhero Sebastián Gómez y los bachajontecos Gerónimo
cautela en
colás Vásquez, entre otros. Los tres aprendieron a maniobrar con mucha
previsible
medio de esa comunidad que no era la suya y que en el momento menos
e. Deben de
podía reaccionar con violencia contra cualquier “extranjero” prepotent
1999: 240.
131v, 132r.
2 AGI, Audiencia de Guatemala, legajos 293, folios 14v, 16r, 22v, 30v; 295, folios 13v, 17v, 22v, 44r,
2 AGI, Audiencia de Guatemala, legajo 295, folios 142w, 143r, 161r, 161v.
38 > JAN DE VOS
otro documento que habla de siete obispos sólo en el pueblo de Sibacá.* El nuevo
reino autóctono recibió de los rebeldes el nombre de “Nueva España”; Cancuc, el de
“Ciudad Real," y Hueitiupán, el de “Nuevo Guatemala”, por haber sido escogido
como “Presidencia de los Pueblos”,? repartida, por cierto, entre varios “presidentes”.
En contraste, los españoles fueron identificados con los calificativos despectivos
de “judíos” y “demonios”” y su Ciudad Real de Chiapa, lógicamente, con el de
“Jerusalén”?! En el grupo de “infieles” se incluyeron también todos los mestizos, ne-
gros y mulatos contra los cuales valía asimismo la orden de la Virgen de matarlos
y destruir sus bienes. Así rezaba, por lo menos, el discurso oficial que se propagaba
desde la ermita, porque la realidad era otra, ya que en el ejército rebelde militaban
varios mestizos, a título personal algunos y otros formando una pequeña compañía
bajo el mando de su propio capitán.”
Este capitán no era otro que el ya mencionado Juan López de Bachajón, cuya con-
dición mestiza está confirmada por varios testimonios, entre ellos los de Agustín
Díaz y de Domingo de Encino, ambos vecinos de Bachajón.** Probablemente, también
Nicolás Vásquez lo fuera, aunque los documentos no lo señalan textualmente como
tal, sino como “criollo” de Tenango y residente en Bachajón por haberse casado allí.
Tomando en cuenta que Gerónimo Saraos asimismo era bachajonteco, llama la aten-
ción que tres de los máximos líderes del movimiento fueran oriundos de este pueblo
tzeltal. Según las fuentes, hubo en Bachajón un grupo más o menos extenso de indi-
viduos, todos apellidados López y calificados como mestizos. Juan López pertenecía
probablemente a este clan, cuya presencia en el pueblo sigue siendo un enigma, por-
que no sabemos más sobre el asunto. Debe de haber llegado a Cancuc junto con Nico-
lás Vásquez y los demás mestizos, y parece haber sido un hombre excepcionalmente
dotado para los asuntos militares, porque lo vemos actuar como el comandante en
jefe de las tropas rebeldes en la batalla de Huixtán. Además de los López de Bacha-
pelearon allí varios mestizos más: Pedro Padilla,* Salvador de Roxas,** Diego
tinas y Juliano Ballinas. Los últimos dos jugaron un papel importante en el arma-
ento de los rebeldes porque fabricaron las lanzas de hierro que se utilizaron en la
erra ” Fueron también mestizos y mulatos los que manejaban los pocos fusiles que
seían las tropas rebeldes, entre ellos, obviamente, los dos capitanes de Bachajón.*
¿Jn la crónica de Ximénez, precisamente estos dos son los responsables de haber mata-
flo a balazos a fray Marcos de Lambur, religioso del convento de Ocosingo.
* No deja de ser un enigma la presencia de aquellos mestizos, en Bachajón primero y
Cancuc después. Y no cabe duda de que entre Nicolás Vásquez y Juan López existió
sde el principio una rivalidad por el poder, la cual se solucionó drásticamente a favor
el primero, con la temprana eliminación del segundo. En esta muerte, Nicolás Vásquez
e haber intervenido personalmente, si creemos en las fuentes,* igual que en varios
pusticiamientos posteriores, como ya vimos. Todo indica que él se hizo finalmente del
ando supremo de la rebelión, apartando con violencia a los que le habrían hecho som-
¿ma Para lograr tal objetivo contaba, sin duda, con el apoyo de María de la Candelaria y
los que formaban el pequeño círculo de incondicionales alrededor de ella.
disturbio que causó la actuación de Juan López y desembocó en su ejecución llevó
E aL dirigencia a reorganizar la repartición de los dineros y demás bienes traídos de los
¿pueblos o quitados a los españoles asesinados. Hasta entonces, los destinatarios del
botín habían sido sólo los capitanes, alcaldes y principales; ahora, éstos se vieron obli-
ados a repartir parte de él entre los soldados rasos de la milicia y entre los habitantes
de Cancuc. Es imposible establecer con precisión cuánto le tocaba a cada quien, por-
E que las fuentes difieren bastante entre sí sobre el tema. Pero parece que la mayor parte
E del dinero quedó resguardada en una petaca depositada a los pies de la Virgen, en el
E aposento secreto donde sólo María de la Candelaria y su padre Agustín López tenían
E derecho a entrar.
Pero, ¿era realmente la imagen de una Virgen la que se escondía detrás del petate
E que separaba aquel camerino del resto de la ermita? El historiador Juan Pedro Viquei-
E xa, quien ha dedicado todo un ensayo al tema (Viqueira, 1997: 95-163), sugiere cuatro
E posibilidades: una escultura al estilo católico español, una mujer-diosa, un ídolo pre-
' ac, Audiencia de Guatemala. legajo 295, folio 77v; 296, folio 114r.
* aG1, Audiencia de Guatemala, legajo 296, folio 81r.
, F aGí, Audiencia de Guatemala, legajos 295, folios 82v, 87r; 296, folios 72r, 91v, 106r, 108v, 109r, 114v.
E ac Audiencia de Guatemala, legajo 296, folios 72r, 91v, 106r.
* AG1, Audiencia de Guatemala, legajos 294, folio 303v; 295, folio 218v.
JAN DE VOS
40
religiosida j
reuniría en ella elementos de las dos
hispánico o una imagen sincrética que de ser algo ;
Su argumentación ingeniosa no deja
des, la mesoamericana y la cristiana. él mismo en ;
se deja reducir a la disyuntiva que
rebuscada, porque, a fin de cuentas,
algún momento formula:
rfecta, '
una imagen deforme, indecente e impe
¿Sería una imagen de la Virgen, tal vez a haber
n adorar? ¿O sería un ídolo, que podí
de las que los indios de Chiapas solía lo y cuya ¡
do ocult o desd e la llega da de los frailes en algún lugar cercano al pueb
esta ración, en es-
o de iniciados de generación en gene
memoria se transmitía entre un grup 124). ]
a sacarlo a la luz del día? (Viqueira, 1997:
pera del momento oportuno para volver
o confiesa ¡
r no logr a cont esta rla sati sfac toriamente, como de nuevo él mism
El auto ba detrás del ]
rgo, seguimos sin saber lo que esta
al final de su requisitorio: “sin emba s de los reos ;
n es obvia: los testimonios recogido
petate” (Viqueira, 1997: 145). La razó condiciones espe- ]
os, en buena parte debido a las
interrogados son confusos e imprecis siempre 3
que se dier on las conf esio nes: a veces sin conocimiento de causa,
ciales en
no necesaria- ¿
mediante intérpretes y escribanos
bajo amenaza de tortura, a menudo
mente capaces ni objetivos. —momento en
Can cuc, el 22 de noviembre de 1712
Mucho tiempo antes de la toma de autoridades es- .
ermita y revisar el aposento— las
que finalmente se pudo entrar en la
taba a los indios a
las habí an trat ado de aver igua r la identidad del oráculo que inci
paño noticias duran
to de 1712, recibieron las primeras
la desobediencia. A mediados de agos z, quien había 3
de Bachajón, de nombre Jacinto Pére
te el interrogatorio de un indígena iente: 3
días y dijo haber observado lo sigu
estado de paso en Cancuc por seis
cubierta
piedra que será de a vara de largo,
En la capilla de dicha ermita hay una cosa que los
rado, y que no se le puede ver otra
con un petate y sobre él un velo colo a piedra ¡
prieto con uñas naturales y que la dich
pies que tiene des eubiertos de color meri o, y ]
parada y le encienden luces y dan sahu
de día la tienen puesta en unas andas zuela que es de edad 3
de noche la acuestan en una mesa en dicha ermita con una indi
música, y que di- ;
rentes instrumentos están dando
suficiente para casarse y con dife lo, a la cual ado- *
a que está inme diatamente al pueb
cha piedra la sacaron de una cuev
ran, dándole título de ser la Virgen.*
Este testimonio temprano, confirmado después por un espía enviado por las autoridades
de Ciudad Real," debe de haber sembrado desde el principio la confusión en las mentes es-
pañolas. Por un lado, daba la impresión de que se trataba de un ídolo de piedra, probable-
mente de factura prehispánica; por el otro, insinuaba que era más bien algún animal con
patas “de color prieto, con uñas naturales”. También existía la posibilidad de que animal y
piedra formaran un conjunto, ya que el todo estaba cubierto con una manta que impedía ver
mayores detalles. Así lo deja entrever, por cierto, otro testimonio, dado esta vez bajo ame-
naza de tortura por un muchacho de 12 años de edad, de nombre Felipe de la Cruz. Estas
dos condiciones —la juventud y la angustia— influyeron probablemente en la declaración,
La cual contiene varios elementos más bien fantasiosos. Pero el relato concuerda en lo esen-
cial con el de Jacinto Pérez, añadiéndole algunos detalles que impresionan por su precisión:
Estando en dicho pueblo [de Cancuc], Pedro Hernández Joté, natural de Ocosingo,
le enseñó a transformarse en ratón, dándole por nagual otro animal de la misma espe-
cie, en cuya forma entró una vez y vio detrás del petate que dividía la ermita de Can-
cue a María de la Candelaria sola y con ella un animal del porte de gato, la cara de la
forma de un gato, las narices chato, los bigotes largos, las orejas grandes y redondas,
los ojos grandes resplandescientes y colorados, los pies y manos de mono y las uñas
muy largas y corvas, la cola larga y amarilla y el cuerpo pintado con manchas ne-
gras y la piel amarilla, El cual animal estaba andando en dicho retiro y la dicha María
de la Candelaria estaba sentada, y dicho animal se refregaba con ella, a quien cogía la
susodicha y lo ponía encima de sí. Que en otra ocasión entró el declarante con otros
juntos en dicha ermita detrás de dicho petate donde estaba dicha María de la Cande-
laria y Lucas Méndez, donde vio un bulto del porte de tres cuartas, poco más o menos,
a modo de un sahumador tapado con manta blanca, dentro del cual el mismo animal
que vio cuando entró el declarante en forma de ratón en dicha ermita, al cual el dicho
Lucas Méndez, natural de Ocosingo, le alzaba dicha manta con que estaba tapado para
que los que entraran le besaran la mano a dicho animal, el cual la sacaba para dicho
efecto, al cual la besó el declarante una vez y todos los que entraban en dicha ermita,
y después de besarla se iba, lo cual hacían hincados de rodillas; al salir hincados de la
misma suerte le besaban la mano a la dicha María de la Candelaria, quien les decía que
si no entraban a hacer lo referido mandaría a sus capitanes los matasen.*
E En dicha ermita [...] tenían una división o retiro dentro del cual vio la declarante
ha a bulto a modo de un sahumador tapado con manta blanca y encima sartas de flo-
res, del porte de tres cuartas poco más o menos, el mismo que traía cargado dicho
¡ Morales, al pie del cual estaba una cruz y una candela encendida donde se hincó de
E rodillas la declarante con intención de hacer una confesión por entender era la Virgen
Ecomo decían. Y llevada de la curiosidad y viéndose sola alzó la manta en que estaba
envuelta y vio un animal dentro de dicho sahumador, un animal con la cara, orejas,
marices y bigotes al modo de los de un gato, con los ojos grandes y resplandecientes,
b cola larga, la piel amarilla con pintas negras, tapado con un pedazo de tafetán colo-
rado echado, cuyas manos y pies no le distinguió por estar echado, sí las uñas que las
tenía largas y corvas; de lo cual se horrorizó y tuvo miedo y se salió para fuera.*
agosto de 1712 como en julio de 1713. Podemos, pues, aceptar con suficiente seguri-
dad que los rebeldes adoraron, desde el principio hasta el fin, junto a la Virgen del
Rosario, la imagen de un jaguar que provenía, probablemente, de algún monumento
prehispánico. Los líderes del movimiento parecen haber mantenido en secreto esta
doble identidad, haciendo creer a los demás que sólo se trataba de una Virgen toma-
da prestada de la devoción cristiana. Oficialmente, ella fue la que se le apareció, en
mayo de 1712, a María de la Candelaria en las orillas del pueblo de Cancuc y la que
fue encontrada después de noviembre de 1712 en el monte inmediato a Coilá; ella la
que empezó a hablar a través de la boca de la niña cancuquera y a dirigir así sus pa-
labras incendiarias a los seguidores del milagro. En nombre de ella fueron enviadas,
desde la ermita, las convocatorias que incitaban a los pueblos de la alcaldía mayor de
Chiapa a participar en el levantamiento. De ella emanaron todos los decretos referen-
tes a la organización religiosa, económica y militar de la nueva república de indios. Ella
fue la que mandó castigar a los desobedientes, hasta la muerte en la horca, y recompen-
sar los servicios de sus soldados y demás seguidores. Pero, detrás de ella, o junto a ella,
un jaguar guardaba silencio, inmóvil (¿?) e invisible (¿?), debajo de su manta blanca o
roja, pero poderosamente presente en la oscuridad del aposento secreto.
¿Qué significado habrá tenido para los rebeldes ese ídolo rescatado de un pasado
del cual los separaban ya casi dos siglos? Hallazgos y estudios arqueológicos han de-
mostrado la importancia del jaguar en la religiosidad prehispánica. Nos interesa aquí
particularmente la función que el jaguar tuvo entonces como atributo de poder, y la
iconografía rescatada no deja duda al respecto. En Mesoamérica en general, y en el
mundo maya en particular, los tronos de los mandatarios estaban recubiertos con la
piel del jaguar, como símbolo de poder. A veces, el pedestal del trono adoptaba la for-
ma del felino, como sucede con el jaguar bicéfalo en la famosa Lápida Oval de Palen-
que. La piel, las garras y los colmillos del jaguar a menudo formaban parte, junto con
otras cosas, del bulto ceremonial utilizado en la transmisión de poder de un gobernan-
te a otro. Muy ilustrativo al respecto es el dintel 26 de Yaxchilán; allí, la señora Puño
Pescado ofrece una cabeza entera del felino a su esposo Escudo Jaguar. Finalmente,
entre los mandatarios existía la costumbre de hacerse acompañar por cachorros vivos
del animal, de nuevo, como símbolos de poder. Así lo sugieren un vaso policromo pro-
veniente de Tikal y una escultura de piedra de El Baúl, Guatemala.
Pero sabemos muy poco sobre la supervivencia de este culto en la época colonial,
aunque sí nos consta que a lo largo de los siglos XVI y XVI, en Chiapas, los indios solían
seguir adorando a varias deidades antiguas. Lo hacían generalmente en cerros y cue-
LA GUERRA DE LAS Dos VÍRGENES BRO 45
E vas, es decir, en lugares apartados del posible control de los curas. A veces, incluso les
E rendían culto en sus narices, dentro de la iglesia misma de su pueblo, frente a una
É- imagen católica importada pero dirigiendo sus plegarias al ídolo escondido detrás de
; ella Así, en 1678, el obispo Francisco Núñez de la Vega había descubierto que los na-
F turales de Oxchuc llevaban años venerando a unas figuras de Poxlón e Ical Ahau, dos
' dioses prehispánicos, colocadas sigilosamente detrás de la imagen de Santo Tomás.
E ¿Estamos frente a un regreso a la religiosidad antigua, en el cual el santo católico sólo
E hubiera servido como máscara, o bien ante un intento de reunir, en una sola devoción,
E elementos tomados de dos cultos, antagónicos en apariencia pero reconciliados de
E alguna manera? Optamos por la solución sincrética, porque así acostumbraban actuar
E los indios en los demás niveles de su vida bajo el dominio español: adoptando, y a la
F vez adaptando, un sinnúmero de productos materiales y culturales introducidos por
- Jos españoles desde la lejana y desconocida Europa.
: Según nuestra interpretación, en Cancuc, el jaguar mesoamericano y la Virgen
E cristiana se fusionaron para formar una sola epifanía de lo divino, doblemente
poderosa por concentrar en ella los atributos masculinos y femeninos más signifi-
cantes de ambas religiones. Y no cabe duda de que los rebeldes hayan apreciado en
su Virgen, más que la celestial virginidad predicada por los misioneros, la maternidad
terrenal que de alguna manera la acercaba al culto que los antiguos mayas brindaban
al inframundo y su felino dios protector. Es, pues, una divina “Mujer jaguar”, con
apariencia y título de Virgen del Rosario, la que, en última instancia, encabezó y dirigió
la rebelión de Cancuc. A ella, invisible e inalcanzable detrás del petate, iban dirigidos
los rezos y cantos de los indios. Y con ella se comunicaban sus adeptos mediante los
rosarios que le pasaban a María de la Candelaria para que los metiera durante un
breve instante en el escondite y luego los sacara de allí cargados de bendiciones ma-
ternales venidas del más allá.
Esta consagración de los rosarios fue sólo uno de los arreglos que los indios re-
beldes le hicieron al ritual católico para acomodarlo a sus necesidades y aspiracio-
-nes nativas. Otros fueron el rito de paso que Sebastián Gómez de la Gloria impuso a
los candidatos al sacerdocio indígena y las misas y procesiones que María de la Can-
delaria solía ilustrar con su presencia. Sobre el primero, existen varios testimonios
que no siempre coinciden en los detalles pero que indican que se trataba de una mez-
cla de elementos tomados de la liturgia oficial y otros inventados para la ocasión por
quien se decía vicario de San Pedro. Los elegidos eran obligados a pasar una noche
entera en vigilia, hincados de rodillas, con una candela en la mano y rezando el ro-
E JAN DE Vos
sario. Uno de ellos, al ser capturado por las tropas españolas, relató así la ceremo-
nia de su ordenación:
El modo que tuvo [Sebastián Gómez] de ordenarle fue poner una mesa con cuatro |
candelas encendidas en la ermita donde se decía estaba la Virgen, delante del petate ¡
en que estaba escondida la Virgen, y de estas candelas le puso una en la cabeza el :
dicho Sebastián de la Gloria, teniéndolo hincado de rodillas y postrado en tierra, don- :
de lo aspergó de agua bendita y le dio a besar un bulto cubierto de un paño de raso
que no vio si era San Pedro, pero que el dicho Sebastián dijo serlo, y con esta ceremo- :
nia se entendió quedar éste ordenado de sacerdote.*
Más elaborada y, sobre todo, más rigurosa fue la consagración episcopal que Geró-
nimo Saraos recibió de manos del mismo Sebastián Gómez. Fray Gabriel de Artiga ]
afirma en su informe que el fiscal de Bachajón fue amenazado de muerte si no se so-
metía en todos los detalles al nuevo ritual. Éste comenzó con la obligación de pasar
tres días y tres noches encerrado en la ermita, permaneciendo todo este tiempo en ¡¿
ayunas. Después, el candidato a obispo tuvo que ponerse de rodillas ante el altar con
una candela prendida en la mano, posición que tuvo que aguantar hasta que la vela se 3
había consumido (Ximénez, 1999: 239). ,
No podemos subestimar la importancia que tuvieron estos sacramentos adaptados 3
para mantener la cohesión y el fervor de los rebeldes, pero no constituían la verdade-
ra fuerza inspiradora del movimiento. Ésta brotaba del oscuro aposento de la ermita
como “palabras de la Virgen”, validadas por María de la Candelaria, que anunciaban a los
indios que en adelante vivirían libres y felices, “sin Dios ni rey”. Este evangelio autóc- ]
tono no sólo prometía a los seguidores beneficios terrenales, sino también la resurec-
ción en caso de morir en las batallas. Pero, más allá de estos beneficios personales,
aseguraba un cambio estructural de la sociedad mediante la eliminación selectiva de
los españoles y el adevinimiento de un régimen formado exclusivamente por los natu- 3
rales de la tierra. No cabe duda de que los oyentes, entre ellos sobre todo los más le- :
trados, hayan interpretado ese mensaje libertario como un regreso a la independencia
prehispánica. Así lo demuestran varias referencias, en las declaraciones de los reos, a
un posible retorno de Moctezuma para encabezar la reconquista de sus territorios
*7 Confesión de Pedro Sánchez, vicario de Yajalón, AGI, Audiencia de Guatemala, legajo 293, expediente
10, folios 74v-79.
LA GUERRA DE LAs Dos VÍRGENES Asu 47
E 5 41 Audiencia de Guatemala, legajos 293, expediente 12, folios 203-210v, 2124-220v, 252-263, 318v-327v;
E 294. expediente 23, folio 188.
E *a Audiencia de Guatemala, legajo 293, expediente 12, folio 261v.
E 461, Audiencia de Guatemala, legajo 294, expediente 23, folio188.
48 a JAN DE Vos
él era la reencarnación de Quetzalcoatl y que, igual que aquel heroe cultural, prov Ñ
nía del Oriente con el fin de liberar a los indios del yugo español. Prometió a sul
seguidores que, en caso de caer en la batalla, ellos volverían a nacer en Maní, luga
que había elegido como capital de su nuevo reino y donde los conquistadores había
encontrado el último gran templo erigido a Kukulcán. Como preámbulo de la insta
ción de su reinado autóctono, ordenó quemar los templos católicos, apoderarse dl
las alhajas de culto, matar a los españoles y casar a sus mujeres con indios (véase Bn ¡
camonte y Sosa, 2004).