EL DERECHO A LA PEREZA
Paul Lafargue
Título original:
Le droit à la paresse (1880)
LICENCIA CREATIVE COMMONS // AUTORÍA - NO DERIVADOS // NO COMERCIAL 1.0
Traducción del francés: Meritxell Martínez
Edición y corrección: Mónica Arquillo
Diseño de colección, cubierta e ilustraciones:
Esta licencia permite copiar, distribuir, exhibir e Pilar Sánchez Molina
interpretar este texto, siempre y cuando se cum- Maquetación: Virus Editorial
plan las siguientes condiciones:
Autoría-atribución: se deberá respetar y hacer Primera edición en Virus: marzo de 2016, a partir de
constar la autoría del texto y de su traducción. la de Anagal, la máquina textual deseante (2008)
No comercial: no se puede utilizar este trabajo con
ISBN: 978-84-92559-69-5
fines comerciales.
Depósito legal: B-3745-2016
No derivados: no se puede alterar, transformar,
modificar o reconstruir este texto.
Los términos de esta licencia deberán constar de
una manera clara, y sólo se podrán alterar con el
permiso expreso del autor/a.
Lallevir S.L. / Virus Editorial
C/ Junta de Comerç, 18 baixos
© 2016 de la presente edición, Virus Editorial 08001 Barcelona
T. / Fax: 93 441 38 14
[email protected] www.viruseditorial.net
Índice
· · · ·
Nota del Un dogma Bendiciones del Lo que sigue
autor desastroso trabajo al exceso de
producción
7 12 21
50
· ·
A nuevo aire, Apéndice
nueva canción
86
74
Aclaración previa:
Todas las notas al pie y las aclaraciones entre corchetes son de la editorial
salvo cuando se indica nota del autor (N. del A.) o nota de la traductora (N. de la T.).
7
Nota del autor
El derecho a la pereza
Refutación de El derecho al trabajo de 1848
Decía el señor Thiers,1 en el seno de la Comisión sobre enseñanza ele-
mental de 1849:
Quiero hacer omnipotente la influencia del clero, porque cuento
con él para difundir esa sana filosofía que enseña al hombre que
está aquí abajo a sufrir, y no esa otra que, por el contrario, le dice:
¡Disfruta!
1
Cito al señor Thiers no por su mérito científico, cuya nulidad sólo es comparable con su
bajeza, sino porque esta pulga, que ha vivido en las costuras de todos los gobiernos, es la
encarnación de la burguesía moderna. (N. del A.)
8 EL DERECHO A LA PEREZA
El señor Thiers2 expresaba así la moral de la clase burguesa, de la que
él encarnaba el egoísmo feroz y la estupidez.
La burguesía, en su lucha contra la nobleza apoyada por el clero, enar-
boló la bandera del librepensamiento y del ateísmo; pero, una vez triun-
fante, cambió de tono y de apariencia, y hoy la vemos haciendo todo lo
posible por apoyar en la religión su supremacía económica y política.
Durante los siglos xv y xvi, la burguesía había abrazado alegremente el
paganismo y glorificaba la carne y sus pasiones, algo que el cristianismo
reprobaba.
Sin embargo, hoy que nada entre riquezas y placeres, reniega de las
doctrinas de sus pensadores, los Rabelais, los Diderot, y predica la absti-
2
Louis-Adolphe Thiers (1797-1877). Historiador y estadista francés. Figura clave en la
Monarquía de Julio (1830-1848). Fue ministro del Interior (1832 y 1834), presidente del
Gobierno (1836 y 1840), presidente de la República (1871-1873), y verdugo de la Comuna
de París. En 1871 firmó los preliminares de paz en Versalles, poniéndose fin así a la guerra
franco-prusiana, tras la rendición de Francia. Partidario de una «república conservadora»,
se vio obligado a abandonar la presidencia de la República en 1873, ante la resistencia que
su política encontró en la Asamblea Nacional.
NOTA DEL AUTOR 9
nencia para los asalariados. La moral capitalista, mezquina parodia de la cristiana,
castiga con un solemne anatema la carne del trabajador; su ideal consiste en
reducir al mínimo las necesidades del productor, en suprimir sus goces y sus
pasiones, y en condenarlo al papel de máquina redentora del trabajo sin tregua
ni misericordia.
Los socialistas revolucionarios deben, por consiguiente, retomar la lucha
mantenida en su tiempo por los filósofos y los panfletistas de la burguesía; de-
ben asaltar la moral y las teorías sociales del capitalismo; extirpar de la mente de
«la clase llamada a la acción» los prejuicios sembrados por la clase dominante;
deben espetar a la cara de todos los hipócritas de la moral, que la tierra dejará
de ser el valle de lágrimas de los trabajadores; que en la sociedad comunista
que nosotros fundaremos —pacíficamente si es posible; si no violentamente—
las pasiones humanas tendrán rienda suelta, ya que «todas son buenas por
naturaleza; sólo debemos evitar su mal uso y su exceso»,3 y esto último sólo se
evitará con el contrapunto mutuo de las pasiones y con el desarrollo armónico
del organismo humano, puesto que —dice el doctor Beddoe— «sólo cuando una
raza alcanza el máximo de su desarrollo físico llega también al más alto grado de
3
René Descartes: Les Passions de l’âme. (N. del A.)
10 EL DERECHO A LA PEREZA
energía y vigor moral».4 Ésa era también la opinión del gran naturalista Charles
Darwin.5
La refutación de El derecho al trabajo, que reedito con algunas notas adiciona-
les, apareció en L’Egalité, semanario de 1880, serie segunda.
Paul Lafargue,
Prisión de Saint-Pélagie, 1883
4
Doctor Beddoe: Memoirs of the Anthropological Society. (N. del A.)
5
Charles Darwin: Descent of man. (N. del A.)
12
Un dogma desastroso
Seamos perezosos en todo, excepto en
amar y en beber, excepto en ser perezosos.
Lessing1
Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países en los
que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias
individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste huma-
nidad. Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, que
lleva hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole.
1
Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781). Crítico de arte y literatura, poeta e ilustrador, se
lo considera uno de los escritores alemanes más importante de la Ilustración y fundador de
la estética realista. Sus dramas ideológicos, así como algunos de sus ensayos, influyeron
profundamente en la evolución de la literatura alemana. Se lo considera enemigo del
absolutismo, a la vez que renovador de la autoconfianza burguesa.
UN DOGMA DESASTROSO 13
En lugar de reaccionar contra tal aberración mental, los curas, los eco-
nomistas y los moralistas han sacrosantificado el trabajo. Hombres ciegos
y de escasa inteligencia han querido ser más sabios que su Dios; hombres
débiles y despreciables han querido rehabilitar lo que su Dios maldijo.
Yo, que afirmo no ser cristiano, ni economista, ni moralista, apelo a su
Dios antes que a su juicio; no a los sermones de su moral religiosa, eco-
nómica, librepensadora, sino a las espantosas consecuencias del trabajo
en la sociedad capitalista.
En esta sociedad, el trabajo es la causa de toda degeneración inte-
lectual, de toda deformación orgánica. Comparad los purasangres de los
establos de los Rothschild,2 cuidados por sus lacayos de dos manos, con
las bestias normandas que aran la tierra, acarrean el abono y transportan
la cosecha a los graneros. Mirad al noble salvaje, a quien los misioneros
2
Rotshchild (linaje). Poderosa familia de banqueros, de origen judeoalemán, que estableció
una de las bancas privadas más importantes del siglo xix en París. Lafargue fue coetáneo de
la tercera generación de la Casa Rotschild. Sus alusiones parecen dirigirse especialmente a
Alphonse James de Rothschild (1827-1905), jefe de la Casa de París, regente del Banco de
Francia y presidente del Consejo de Administración de los Ferrocarriles del Norte.
14 EL DERECHO A LA PEREZA
del comercio y demás comerciantes de la religión todavía no han corrom-
pido con sus doctrinas, la sífilis y el dogma del trabajo, y mirad entonces
a nuestros miserables sirvientes de las máquinas.3
3
Los exploradores europeos se detienen asombrados ante la belleza física y el altivo talante
de los hombres de las tribus primitivas, que no han sido contaminadas aún por lo que Eduard
Poeppig llama el «aliento envenenado de la civilización». Hablando de los aborígenes de las
islas de Oceanía, lord George Campbell escribe:
No hay pueblo en el mundo que impresione tanto a primera vista. Su piel lisa y de
un tono ligeramente cobrizo; sus cabellos dorados y rizados; su risueño y hermoso
rostro; en una palabra, toda su persona, presenta un nuevo y espléndido modelo del
genus Homo; su aspecto físico nos da la impresión de una raza superior a la nuestra.
Con la misma admiración, los civilizados de la antigua Roma, los Césares y los Tácitos,
contemplaban a los germanos de las tribus comunistas que invadían el Imperio romano.
De la misma manera que Tácito, Salviano ―el cura del siglo v―, a quien apodaron «el maestro
de los obispos», presentaba a los bárbaros como modelo a los civilizados y los cristianos:
Somos impúdicos en comparación con los bárbaros, más castos que nosotros. Aun
más, los bárbaros se ofenden ante nuestra falta de pudor. Los godos no permiten
entre ellos a los libertinos de su nación; entre ellos, sólo los romanos poseen el
derecho a ser impuros por el triste privilegio de su nacionalidad y de su nombre.
[La pederastia estaba entonces de moda entre los paganos y los cristianos...]
UN DOGMA DESASTROSO 15
Si en nuestra civilizada Europa queremos rastrear la belleza nativa del
hombre, es preciso ir a buscarla a las naciones donde los prejuicios eco-
nómicos no han anulado el odio al trabajo. Por ejemplo, España, que por
desgracia también va degenerando, puede aún vanagloriarse de poseer
menos fábricas que nosotros prisiones y cuarteles; pero el artista dis-
fruta al admirar al audaz andaluz, moreno como las castañas, derecho y
Los oprimidos se van con los bárbaros en busca de humanidad y protección. (De
Gubernatione Dei.)
La vieja civilización y este naciente cristianismo corrompieron a los bárbaros del Viejo
Mundo, como las prácticas del cristianismo decadente y la moderna civilización capitalista
corrompen a los salvajes del Nuevo Mundo. El señor F. Le Play, cuyo talento de observación
se debe reconocer, aun cuando no se acepten sus conclusiones sociológicas, impregnadas
de proudhonismo filantrópico y cristiano, dice en su libro Los obreros europeos (1855):
La propensión de los bachkires a la pereza (los bachkires son pastores seminómadas
de la vertiente asiática de los Urales); los goces de la vida nómada; las costumbres de
la meditación que surgen en los individuos mejor dotados, dan a éstos, generalmente,
una distinción de modales, una claridad de inteligencia y de juicio que rara vez se nota
en el mismo nivel social de una civilización superior [...]. Lo que más los repugna son
los trabajos agrícolas; hacen cualquier cosa antes que aceptar el oficio de agricultor.
16 EL DERECHO A LA PEREZA
flexible como un tronco de acero; y nuestro corazón se estremece oyen-
do al mendigo, majestuosamente arropado en su capa agujereada, tra-
tando de amigo4 a los duques de Osuna.5 Para el español, en quien el ani-
mal primitivo no está atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes.6
Al igual que los griegos de la gran época que no tenían más que des-
En efecto, la agricultura es la primera manifestación del trabajo servil de la humanidad.
[Según la tradición bíblica, el primer criminal, Caín, es un agricultor.] (N. del A.)
[Pierre-Guillaume Frédéric Le Play (1806-1882). Ingeniero, economista y sociólogo francés,
creador de la revista La Réforme sociale, y autor Les Ouvriers européens, La Réforme sociale
en France. Su «economía social» rezuma paternalismo cristiano. Considera la autoridad del
patrón en la empresa imprescindible para el progreso social y equivalente a la del padre en
la familia.]
4
Tanto capa como amigo aparecen en castellano en el original.
5
Lafargue nos ofrece una visión próxima a las observaciones de los viajeros románticos.
Por su utilidad para la argumentación general del panfleto, y pese a visitar España entre
1871 y 1872, reproduce ciertos tópicos manidos, sin contrastarlos con la situación de la
clase obrera madrileña, con la que convivió en los años referidos.
6
Hay un proverbio español que dice: «Descansar es salud». En castellano en el original.
(N. del A.)
UN DOGMA DESASTROSO 17
precio por el trabajo: sólo a los esclavos les estaba permitido trabajar.
El hombre libre no conocía más que los ejercicios corporales y los jue-
gos de la inteligencia. Fue aquél el tiempo de un Aristóteles, de un Fidias,
de un Aristófanes. El tiempo en el que un puñado de valientes destruía
en Maratón las hordas de Asia, que Alejandro pronto conquistaría. Los
filósofos de la Antigüedad enseñaban el desprecio al trabajo, como de-
gradación del hombre libre. Los poetas cantaban a la pereza, ese regalo
de los dioses:
O, Meliboe, Deus nobis haec otia fecit.7
Y Cristo, en su sermón de la montaña, predicó la pereza:
Contemplad cómo crecen los lirios de los campos; ellos no tra-
bajan ni hilan, y sin embargo, yo os lo digo, Salomón, en toda su
gloria, no estuvo más espléndidamente vestido.8
7
«Oh, Melibea, Dios hizo el ocio para nosotros.» (N. del A.)
8
El Evangelio según san Mateo, capítulo VI. (N. del A.)
18 EL DERECHO A LA PEREZA
Jehová, el dios barbudo y de aspecto poco atractivo, dio a sus adora-
dores el ejemplo supremo de la pereza ideal: después de seis días de
trabajo se entregó al reposo por toda la eternidad.
Entonces, ¿cuáles son las razas para quienes el trabajo es una nece-
sidad orgánica?
Los auverneses 9 en Francia; los escoceses, esos auverneses de las
islas Británicas; los gallegos, esos auverneses de España; los pomerianos,
esos auverneses de Alemania; los chinos, esos auverneses de Asia.
En nuestra sociedad, ¿qué clases gustan del trabajo por el trabajo?
Los campesinos propietarios, los pequeños burgueses, quienes, cur-
vados los unos sobre sus tierras, sepultados los otros en sus negocios, se
mueven como el topo en la galería subterránea, sin enderezarse nunca más
para contemplar la naturaleza y disfrutar. Y, sin embargo, el proletariado
también ha traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica.
Se ha dejado pervertir por el dogma del trabajo. ¿No era ésta la clase que,
9
Auverneses: procedente de Auvernia. Región administrativa que comprende varios
departamentos, con capital en Clermont-Ferrand. Lafargue se refiere a ellos como testarudos
currantes.
UN DOGMA DESASTROSO 19
emancipándose, emancipará a la humanidad del trabajo servil y hará del
animal humano un ser libre?
Duro y terrible ha sido su castigo. Todas las miserias individuales y
sociales son el fruto de su pasión por el trabajo.
21
Bendiciones del trabajo
En 1770 apareció en Londres un escrito anónimo bajo el título An Essay
on Trade and Commerce,1 que en su época hizo cierto ruido. Su autor, gran
filántropo, se indignaba porque:
[...] a la plebe manufacturera inglesa se le había metido en la
cabeza la idea fija de que, como ingleses, todos los individuos que
la componen tienen por derecho de nacimiento el privilegio de ser
1
Un ensayo sobre industria y comercio estaba dirigido a la asamblea legislativa británica. Contiene
observaciones sobre impuestos, el precio del trabajo, y reflexiones sobre la importancia del
comercio anglosajón con América (importación y exportación). Durante la revolución industrial
Inglaterra utilizó la «savia» de sus colonias para desarrollarse. Cabe señalar que este fragmen-
to, así como otros dispersos en El derecho a la pereza, son incursiones que Lafargue acostumbra
a hacer en la obra de Marx sin mencionar que lo está citando. En este caso insiste con El capital,
libro I, tomo II, cap. XVII, sec. 6, (Akal, 2007). Resta añadir que, pese al anonimato del Essay,
Marx consideraba a su autor el más fanático representante de la burguesía industrial del siglo xviii.
22 EL DERECHO A LA PEREZA
más libres y más independientes que los obreros de cualquier país
de Europa. Esta idea puede ser útil para los soldados, porque esti-
mula su valor; pero cuanto menos estén imbuidos los obreros de
ella, tanto mejor será para ellos mismos y para el Estado. Los obre-
ros nunca deberían considerarse independientes de sus superiores.
Es extremadamente peligroso alentar tales caprichos en un Estado
comercial como el nuestro, donde tal vez las siete octavas partes
de la población poseen muy poca o ninguna propiedad. La cura no
será completa hasta que los pobres de la industria se resignen a
trabajar seis días por lo mismo que ahora ganan en cuatro.
Así pues, un siglo antes de Guizot2 ya se predicaba abiertamente en
Londres el trabajo como freno a las nobles pasiones del hombre.
2
François Guizot (1787-1874). Tratadista, escritor y político francés, autor de obras como
Histoire de la civilisation en Europe (1828) y Histoire de la civilisation en France. Se lo pue-
de considerar un prototecnócrata. Líder de los doctrinarios, fue tanto hombre de poder como de
saber. Fue ministro del Interior (1830-1837) y de Asuntos Exteriores a partir de 1840, adoptando
una política cada vez más conservadora hasta que fue derrocado durante la revolución de 1848.
BENDICIONES DEL TRABAJO 23
Cuanto más trabajen mis pueblos, menos vicios tendrán ―es-
cribía Napoleón desde Orterode―. Yo soy la autoridad..., y estaría
dispuesto a ordenar que el domingo, pasada la hora del servicio di-
vino, se reabrieran los negocios y volvieran los obreros a su trabajo.
Para extirpar la pereza y doblegar los sentimientos de orgullo e inde-
pendencia que engendra, el autor de Essay on Trade propuso encerrar a
los pobres «en casas ideales de trabajo» (ideal workhouses), que se con-
vertirían en «casas de terror», donde se obligaría a trabajar catorce horas
diarias, de modo que, descontando el tiempo de las comidas, quedarían
siempre doce horas completas de puro trabajo.
Doce horas de trabajo por día; he ahí el ideal de los filántropos y de los
moralistas del siglo xviii. ¡Cómo hemos sobrepasado ese non plus ultra!
Los talleres modernos se han convertido en correccionales, donde no sólo
se condena a los hombres a trabajos forzados de doce y catorce horas
diarias, sino también a las mujeres y a los niños.3
3
En el Primer Congreso de Beneficiencia, celebrado en Bruselas en 1857, uno de
los más ricos manufactureros de Marquette, cerca de Lille, el señor Scrive, decía entre los
24 EL DERECHO A LA PEREZA
Y pensar que los hijos de los héroes de la época del Terror, proclaman-
do el «derecho al trabajo» como principio revolucionario, se han dejado
degradar por esta religión hasta el punto de aceptar, en 1848, la ley que
limitaba el trabajo en las fábricas a doce horas por día como una conquista
revolucionaria. ¡Vergüenza para el proletariado francés! Sólo los esclavos
podían ser capaces de semejante bajeza. Un griego de los tiempos antiguos
necesitaría veinte años de civilización capitalista para concebir tanta de-
gradación. Si los dolores de los trabajos forzados y las torturas del hambre
aplausos de los miembros del Congreso y con la satisfacción de un deber cumplido: «Hemos
introducido algunos medios de distracción para los niños. Les enseñamos a cantar durante
el trabajo y a contar igualmente trabajando; esto los distrae y los hace soportar con valor
esas doce horas de trabajo que necesitan para poder subsistir».
¡Doce horas de trabajo!; y ¡qué trabajo! ¡Impuesto a niños que aún no tienen doce años!
¡Los materialistas deplorarán siempre que no exista un infierno para esos cristianos, para
esos filántropos, para esos verdugos de la infancia! (N. del A.)
[En un artículo publicado en Le Citoyen («La mujer», 15 de agosto 1882), Lafargue describe
los sufrimientos de las mujeres empleadas en la industria y utiliza la misma comparativa:
«Somos materialistas, pero lamentamos que no exista un infierno para encerrar en él a los
capitalistas industriales, verdugos de mujeres y niños».]
BENDICIONES DEL TRABAJO 25
han caído sobre el proletariado como las langostas de la Biblia, es porque
éste las ha llamado.
El mismo trabajo que en junio de 1848 reclamaron los obreros armas en
mano, ellos lo han impuesto a sus familias; han entregado a los barones de
la industria a sus mujeres y sus hijos. Con sus propias manos han demolido
su hogar, con sus propias manos han agotado la leche de sus mujeres. Las
desgraciadas, embarazadas, amamantando a sus bebés, han tenido que ir a
las minas y a las manufacturas a partirse el lomo y agotar sus nervios. Con
sus propias manos, han destrozado la vida y el vigor de sus hijos. ¡Vergüen-
za para los proletarios! ¿Dónde están aquellas comadres osadas, alegres y
amantes de la divina botella, de quienes hablan nuestras fábulas y nuestros
viejos cuentos? ¿Dónde están aquellas mujeres despreocupadas, siempre
trotando, siempre cocinando, siempre sembrando la vida, generando la
alegría, pariendo sin dolor hijos sanos y vigorosos?4 ¡Hoy tenemos a las
4
Sea cual sea el estatuto de los hombres del siglo xix, casi todos reafirman la inferioridad
«natural» de la mujer y la condenan al seno de una familia dominada por un marido. Además,
los planteamientos clasistas, propios del código napoleónico, y la alianza entre la Iglesia y la
Restauración (1815-1830) definen las doctrinas imperantes de la época. Hay que recordar
26 EL DERECHO A LA PEREZA
niñas y las mujeres de las fábricas, enfermizas flores de colores pálidos, de
sangre descolorida, de estómago arruinado, de miembros languidecidos!...
El placer robusto es para ellas desconocido y no sabrían contar con alegría
cómo salieron del cascarón.
¿Y los niños? ¡Doce horas de trabajo para los niños! ¡Oh, miseria! Todos
los Jules Simon5 de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, todos los
Germiny 6 de la jesuítica no habrían podido inventar un vicio más atrofian-
te para la inteligencia de los niños, más corruptor de sus instintos ni más
que en 1848 se excluye a las mujeres del restablecido sufragio universal, a pesar de la lucha
del movimiento «Femmes de 1848». Deberán esperar a la ley Duruy, de 1867, que obliga a
toda comunidad superior a 500 habitantes a tener una escuela para niñas, para que puedan
acceder a la educación. «El hombre más oprimido puede oprimir a un ser, su mujer. Ella es
la proletaria del proletario», Flora Tristán. (N. de la T.)
5
Jules Simon (1814-1896). Profesor de filosofía en la Sorbona y diputado republicano de
oposición durante el Imperio de Napoleón III. Autor de L’Ouvrière, Le Travail, entre otros
estudios sobre la situación de la clase obrera, desempeñó un papel de importancia en los
comienzos de la Tercera República. Fue senador, ministro de Instrucción Pública, presidente
del Consejo en 1876, y buena muestra del pensamiento de la burguesía republicana.
6
Conde Germiny (1799-1871). Especialista en finanzas y miembro de la mayoría de
BENDICIONES DEL TRABAJO 27
destructor de su organismo que el trabajo en la atmósfera viciada del taller
capitalista.
Nuestro siglo ―dicen― es el siglo del trabajo. En efecto, es el siglo del
dolor, de la miseria y de la corrupción. Y, sin embargo, los filósofos y econo-
mistas burgueses, desde el penosamente confuso Augusto Comte hasta el
ridículamente claro Leroy-Beaulieu,7 los literatos burgueses, desde el char-
latanamente romántico Victor Hugo8 hasta el ingenuamente grotesco Paul
las sociedades financieras durante el Segundo Imperio. Fue ministro de Hacienda y el
gobernador del Banco de Francia.
7
Pierre Paul Leroy-Beaulieu (1843-1916). Profesor de economía en el Colegio de Francia,
fundador de L’Économiste français y autor de obras como Le Travail des femmes au xixè
siècle, en las que defiende el liberalismo económico frente a los ataques proteccionistas y
socialistas. De ahí que frecuentemente sus escritos provocaran réplicas de los escritores so-
cialistas, entre ellos Lafargue.
8
Victor Hugo (1802-1885). Poeta, dramaturgo y novelista romántico francés. También fue
político e intelectual influyente tanto en la historia de su país como en la literatura del
siglo xix. Sus novelas célebres son Notre-Dame de Paris (1831), Les Misérables (1862), Les
Travailleurs de la mer (1866).
28 EL DERECHO A LA PEREZA
de Kock,9 todos han entonado cánticos nauseabundos en honor del dios
Progreso, el hijo primogénito del Trabajo. Escuchándolos, se podría creer que
la felicidad empezaba a reinar en la tierra, que ya se sentía su llegada. Han ido
a los siglos pasados a revolver el polvo y las miserias feudales para ahuyentar
las delicias de los tiempos presentes. ¡Cómo nos han hastiado esos saciados,
recién salidos de la servidumbre de los grandes señores y convertidos hoy
en siervos de la pluma de la burguesía, abundantemente estipendiados; cómo
nos han hastiado con el típico agricultor del retórico La Bruyère!
¡Pues bien! Vamos a mostrarles el brillante cuadro de los gozos prole-
tarios en 1840, el año del progreso capitalista. Un cuadro pintado por el
doctor Villermé,10 miembro del Instituto, el mismo que en 1848 formó parte
9
Charles-Paul de Kock (1793-1871). Novelista y autor teatral. Escribió numerosas obras por
entregas y vodeviles de tono popular que le proporcionaron cierto renombre en Francia
y el resto de Europa. Las más famosas son Georgette (1820), André le Savoyard (1825),
Le Barbier de Paris (1826), L’homme aux trois culottes (1840) y Madame Arthur (1850).
10
Louis-René Villermé (1782-1863). Médico y estadista francés que devino economista
liberal. Aunque escribió sobre las paupérrimas condiciones sociales de la época, en materia
de economía política era liberal y vacilaba a la hora de remediar los males sociales. Miem-
bro de las Academias de Medicina y Ciencias Morales. Por encargo de esta última se dedicó
BENDICIONES DEL TRABAJO 29
de esa sociedad de sabios (en la cual figuraban Thiers, Cousin,11 Passy12 y el
académico Blanqui),13 y que propagó en las masas obreras las pamplinas de
la economía y la moral burguesas.
al estudio de la situación obrera, sobre la que escribió varias obras. Entre ellas, la más
importante, Tableau de l’état physique et moral des ouvriers dans les fabriques de cotton,
de laine et de soie (1840), representa un testimonio fundamental sobre las condiciones de
vida y de trabajo del proletariado francés en la primera mitad del siglo xix.
11
Victor Cousin (1792-1867). Profesor de filosofía en la Sorbona, miembro de la Academia
Francesa y de la Academia de Ciencias Morales, y ministro de Instrucción Pública en
1840. Su filosofía, que alcanzó cierta importancia en Francia, se caracterizaba por su
«eclecticismo» y un esquema básico de carácter espiritualista.
12
Hyppolit Philibert Passy (1793-1880). Economista y político, fue ministro de Comer-
cio e Industria y, después, de Finanzas, durante la Monarquía de Julio. Escribió,
entre otras obras, Des systèmes de culture et de leur influence sur l’économie socia-
le (1846).
13
Jérôme-Adolphe Blanqui (1798-1854). Economista librecambista e historiador. Fue
miembro de la Academia de Ciencias Morales, y escribió sobre la situación obrera en Francia.
Lafargue lo llama «Blanqui, el Académico» para distinguirlo de su hermano menor, Louis-
Auguste Blanqui (1805-1881), revolucionario que pasó treinta y seis años en la cárcel y por
quien sintió lozana admiración.
30 EL DERECHO A LA PEREZA
El doctor Villermé se refiere a la Alsacia manufacturera, a la Alsacia de
los Kestner14 y de los Dollfus,15 de esas flores de la filantropía y del repu-
blicanismo industrial. Pero antes de que el doctor nos presente la tableau
de las miserias proletarias, oigamos a un manufacturero alsaciano, al señor
Th. Mieg, de la casa Dollfus, Mieg y Compañía, quien describe la situación
del artesano de la antigua industria:
En Mulhouse, cincuenta años atrás, en 1813, cuando empezaba
a nacer la industria mecánica moderna, los obreros eran todos hijos
del país, habitaban las ciudades y los pueblos próximos y poseían
casi todos una casa y muchas veces un pequeño campo.16
14
Kestner. Familia protestante de republicanos dedicada a la industria química y textil con
importantes cargos políticos en la Asamblea y el Senado. (N. de la T.)
15
Dollfus. Familia de industriales alsacianos dedicada desde la Edad Moderna a la producción
textil en la zona de Mulhouse, y que alcanzó un gran desarrollo tras la aplicación de las
nuevas técnicas aparecidas en el período de la revolución industrial.
16
Discurso pronunciado en la Sociedad Internacional de Estudios Prácticos de Economía Social
de París, en mayo de 1863, y publicado en L’Économiste français de la misma época. (N. del A.)
BENDICIONES DEL TRABAJO 31
Era la edad de oro del trabajador. Pero la industria alsaciana todavía no
había inundado el mundo con sus géneros de algodón, ni hecho millona-
rios a sus Dollfus y Koechlin.17
Cuando, veinticinco años después, el doctor Villermé visitó
A lsacia, el minotauro moderno, el taller capitalista, ya había con-
quistado el país; en su bulimia de trabajo humano, había arrancado
a los obreros de sus hogares para estrujarlos mejor y exprimirles el
trabajo que contenían. Los obreros acudían por millares al silbido de
las máquinas.
Un gran número ―dice Villermé―, cinco mil sobre diecisiete mil,
estaban obligados, por el elevado precio de los alquileres, a vivir
en los pueblos próximos. Algunos vivían a dos leguas y cuarto de
la fábrica donde trabajaban.
En Mulhouse y en Dornach, el trabajo empezaba a las cinco de la
mañana y concluía a las cinco de la tarde, tanto en verano como en
Koechlin. Familia de industriales franceses, procedentes de Suiza, establecidos en
17
Mulhouse y dedicados desde mediados del siglo xviii a la industria algodonera.
32 EL DERECHO A LA PEREZA
invierno... Hay que verlos llegar todas las mañanas a la ciudad y partir
todas las noches. Hay entre ellos una multitud de mujeres pálidas,
descarnadas, que caminan descalzas entre el barro y que, a falta de
paraguas cuando llueve o nieva, llevan el delantal echado sobre la
cabeza para preservarse la cara y el cuello; y un número aún más
considerable de niños, no menos sucios y demacrados, cubiertos de
harapos manchados del aceite de las máquinas que les cae encima
durante el trabajo.
Estos niños, mejor preservados de la lluvia por la impermea-
bilidad de sus vestidos, ni siquiera tienen, como las mujeres, una
canasta al brazo donde llevar las provisiones del día; llevan en la
mano, debajo del saco o como pueden, el pedazo de pan que debe
sustentarlos hasta que vuelven a sus casas.
Así, a la fatiga de una jornada desmesuradamente larga, de quin-
ce horas mínimo, estos desgraciados tienen que agregar la de las
idas y venidas, tan penosas y tan frecuentes. Resulta que llegan
por la noche a sus casas, agobiados por la necesidad de dormir,
y que al día siguiente, sin estar completamente reposados, tienen
BENDICIONES DEL TRABAJO 33
que levantarse para encontrarse puntualmente en la fábrica a la
hora de la apertura.
Con respecto a los barrios en los que deben amontonarse los que viven
en la ciudad dice:
He visto en Mulhouse, en Dornach y en las casas próximas,
esos miserables albergues donde dormían dos familias, cada una
en un rincón sobre paja, tirada por el suelo, y separadas por dos
tablas solamente... La miseria en la que viven los obreros de la
industria algodonera en el departamento del Alto Rin es tal, que
mientras en las familias de los fabricantes, negociantes, direc-
tores de talleres, la mitad de los niños llega a los veintiún años,
esta misma mitad deja de existir antes de cumplir el segundo año
en las familias de los tejedores y los obreros de las hiladoras de
algodón.
Hablando del trabajo de las fábricas agrega:
34 EL DERECHO A LA PEREZA
Eso no es un trabajo; es una tortura que se impone a niños de
seis a ocho años. [...] Este largo suplicio es lo que mina cotidiana-
mente a los obreros de las hiladoras de algodón.18
A propósito de la duración del trabajo, Villermé observaba que los pre-
sidiarios condenados a trabajos forzados no trabajaban más de diez horas;
los esclavos de las Antillas, una media de nueve; mientras que en Francia,
en la nación que había hecho la Revolución de 1789 y proclamado los
pomposos Derechos del hombre,19 había fábricas donde la jornada era de
dieciséis horas, en las cuales no se concedía a los obreros más que una
hora y media de pausa para las comidas. ¡Oh, miserable aborto de los
principios revolucionarios de la burguesía! ¡Oh, lúgubre presente de su
dios Progreso!
Los filántropos llaman buen samaritano a los que, para enriquecerse
sin trabajar, dan trabajo a los pobres. Valdría la pena sembrar la peste o
18
El informe Villermé tuvo como principal consecuencia la aprobación, al año siguiente, de
una ley que limitaba el trabajo de los niños.
19
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 marcó el fin del
BENDICIONES DEL TRABAJO 35
envenenar las aguas que erigir una fábrica en medio de una población
rural. Introducir el trabajo fabril es despedirse de alegrías, salud, libertad;
decir adiós a todo lo que hace bella la vida y digna de ser vivida.20
Y los economistas no se cansan de repetir a los obreros: «¡Trabajad,
trabajad para aumentar la fortuna social!».
Sin embargo, un economista, Destutt de Tracy,21 les contesta:
Antiguo Régimen y sirvió de preámbulo a la primera Constitución de la Revolución francesa,
aprobada en 1791. (N. de la T.)
20
Los indios de las tribus guerreras de Brasil matan a sus enfermos y a sus ancianos; así
atestiguan su amistad poniendo fin a una vida que ya no se regocijará con los combates,
las fiestas y las danzas. Todos los pueblos primitivos han dado esas pruebas de afecto a
los suyos: los masagetas del mar Caspio (Heródoto), lo mismo que los wens en Alemania
y los celtas de la Galia. En las iglesias de Suecia, incluso recientemente, se conservaban
mazas, llamadas mazas familiares, destinadas a liberar a los padres de las tristezas de la
vejez. ¡Qué degenerados están los proletarios modernos para aceptar con paciencia las
espantosas miserias del trabajo fabril! (N. del A.) [Hay quien considera esta nota un indicio
premonitorio del suicidio de Lafargue y Laura Marx, en 1911, en París.]
21
Victor Destutt de Tracy (1781-1864). Diputado durante la restauración de la Monarquía de
Julio, ministro de Marina en el primer gobierno de Luis Napoleón, se alejó posteriormente
36 EL DERECHO A LA PEREZA
Las naciones pobres son aquellas en las que el pueblo vive con
comodidad; las naciones ricas son aquellas en las que, por lo re-
gular, vive en la estrechez.
Y su discípulo Cherbuliez 22 añade:
Los trabajadores, al cooperar con la acumulación de capitales
productivos, contribuyen por sí mismos al acontecimiento que,
tarde o temprano, deberá privarlos de una parte de sus salarios.
Pero los economistas, aturdidos e idiotizados por sus propios aullidos,
responden: «Trabajad, trabajad sin descanso para crear vuestro propio
bienestar».
de la política por sus desacuerdos con éste. La cita del texto procede de su obra Lettres sur
l’agriculture.
22
Victor Cherbuliez (1829-1899). Dramaturgo franco-suizo. Autor de varias novelas y obras
de crítica literarias. Escribió algunos ensayos políticos sobre los países europeos. Entró a
formar parte de la Academia francesa en 1881.
BENDICIONES DEL TRABAJO 37
Y en nombre de la mansedumbre cristiana, el reverendo Towsend, un
cura anglicano, salmodia:
Trabajad, trabajad noche y día; trabajando, vosotros aumentáis
vuestra miseria, y vuestra miseria nos ahorra tener que imponeros
el trabajo por la fuerza de las leyes. La imposición legal del trabajo
es demasiado penosa, exige demasiada violencia y hace demasiado
ruido; el hambre, por el contrario, es no solamente una presión pací-
fica, silenciosa, incesante, sino que, siendo el móvil más natural del
trabajo y de la industria, provoca también los esfuerzos más potentes.
Trabajad, trabajad, proletarios, para aumentar la riqueza social y vues-
tras miserias individuales; trabajad, trabajad para que haciéndoos cada vez
más pobres tengáis más razones para trabajar y ser miserables. Ésta es la
ley inexorable de la producción capitalista.
Los proletarios, atendiendo a las falaces palabras de los economistas, se
han entregado en cuerpo y alma al vicio del trabajo, contribuyendo con esto
a precipitar la sociedad entera en esas crisis industriales de sobreproducción
38 EL DERECHO A LA PEREZA
que trastornan el organismo social.23 Entonces, como hay abundancia de
mercancías y escasez de compradores, se cierran las fábricas, y el hambre
azota a las poblaciones obreras con su látigo de mil correas.
23
En el original de 1880, seguía una cita de Engels, que ofrecemos aquí:
[…] Desde 1825, año en que estalló la primera crisis general, el mundo industrial y comercial,
la producción y el comercio de los pueblos civilizados, y sus vecinos más o menos bárbaros,
se deterioran cada diez años aproximadamente. El comercio se detiene, los mercados están
atestados, los productos son tan abundantes como invendibles; la moneda se oculta, el
crédito se desvanece, las fábricas se cierran, la población obrera se encuentra desprovista de
medios de subsistencia por haberlos producido antes en exceso; las bancarrotas se suceden,
lo mismo que las ventas a precios ínfimos. Durante años se mantiene este exceso de artículos,
se desperdician o destruyen, en gran cantidad, las fuerzas productivas y los productos
sobrantes, hasta que desaparece el exceso de mercancías despreciadas, y la producción y el
intercambio recuperan progresivamente su ritmo. Poco a poco, el crecimiento se acelera, se
pone al trote, del trote industrial se pasa al galope y, por fin, al galope tendido de una carrera
de obstáculos, en la que la industria, el comercio, el crédito y la especulación, después de los
saltos más arriesgados, acaban cayendo en el abismo de la crisis. Entonces, hay que volver
a empezar. Hemos atravesado cinco crisis desde 1825 y acabamos de salir de la sexta. El
carácter de estas crisis es tan claro que Fourier ha acertado con una denominación general
al llamarla: «crisis de abundancia». Socialisme utopique et socialisme scientifique.
BENDICIONES DEL TRABAJO 39
Los proletarios, atrofiados y embrutecidos por el dogma del trabajo, no
comprenden que la causa de su miseria presente es el sobretrabajo que se
impusieron en los tiempos de pretendida prosperidad; en su lugar corren
a los graneros de trigo y gritan:
¡Tenemos hambre y queremos comer! [...] Cierto es que no te-
nemos un céntimo; pero aun así, mendigos como somos, fuimos
nosotros quienes cosechamos el trigo y vendimiamos la uva.
En vez de sitiar los depósitos del señor Bonnet de Jujurieux 24 ―el in-
ventor de los conventos industriales― y proclamar:
Señor Bonnet, aquí están vuestras obreras ovalistas, torcedoras de
24
Con Bonnet de Jujurieux se refiere a Claude-Joseph Bonnet (1786-1867), fabricante de seda
industrial de Lyon. La Casa Bonnet se fundó en 1810 y destacó a partir de 1830. Empleaba a
un millar de trabajadores, y fue denunciada en repetidas ocasiones por sus pésimas condicio-
nes de trabajo. La familia continuó con el negocio, manteniendo tanto la fábrica de Lyon
como la de Jujurieux. En 2001 cesó la actividad y en la actualidad es un museo.
40 EL DERECHO A LA PEREZA
seda, hilanderas, tejedoras, que tiemblan de frío bajo sus ropas de
algodón, tan remendadas que hasta podrían conmover a un judío; 25
y, sin embargo, son ellas quienes han hilado y tejido los vestidos de
seda de las cocottes de toda la cristiandad. Las infelices, trabajando
trece horas por día, no tenían tiempo de atender sus toilettes; pero
ahora, como están desocupadas, pueden coquetear un poco con
los géneros de seda que ellas mismas han trabajado. Nada más
perder los dientes de leche se dedicaron a hacer vuestra fortuna
y han vivido en la abstinencia; pero ahora que están ociosas
quieren gozar del fruto de su trabajo. Venga, señor Bonnet, en-
tregue sus sedas; el señor Harmel 26 dará sus muselinas; el señor
25
En el siglo xix, aprovechando las nuevas posibilidades del auge capitalista, muchos judíos
llegan a Europa occidental, integrándose en la burguesía emergente. Nace el estereotipo
del judío explotador y usurero. A finales de 1870, aparece el término «antisemitismo».
26
Léon Harmel (1829-1915). Industrial asociado a Albert de Mun en la creación de los
Círculos Católicos de obreros, y promotor de la cooperación cristiana, sobre la que escribió
un manual.
BENDICIONES DEL TRABAJO 41
Pouyer-Quertier,27 sus calicós; el señor Pinet, sus botines para sus
piececitos fríos y húmedos...
Vestidas de pies a cabeza y saltando de alegría, será un gusto
para ustedes contemplarlas. Ánimo, no tergiverséis las cosas: voso-
tros sois amigos de la humanidad y cristianos, por añadidura, ¿no
es cierto?... Pues bien: poned a disposición de vuestras obreras la
fortuna que os han edificado con la carne de su carne.
¿No sois amigos del comercio? Pues, entonces, facilitad la cir-
culación de las mercancías; he aquí consumidores fácilmente en-
contrados: no tenéis más que abrirles créditos ilimitados. Estáis
obligados a abrirlos a negociantes que no conocéis de nada, que no
os han dado nada, ni un vaso de agua siquiera. Vuestras obreras se
las apañarán como puedan; si el día del vencimiento, gambetizan 28
27
Auguste-Thomas Pouyer-Quertier (1820-1891). Fabricante de algodón de Rouen,
diputado de la derecha dinástica en el Segundo Imperio y ministro de Finanzas en el primer
gabinete Thiers.
28
Léon Gambetta (1838-1882). Abogado y político, fue diputado de oposición en el período
final del Segundo Imperio y participó en las reuniones republicanas en el café Procope.
42 EL DERECHO A LA PEREZA
y no cumplen con sus firmas, las declararéis en quiebra, y si no
halláis nada que embargar, exigiréis que os paguen con plegarias:
éstas os enviarán al paraíso mejor que esos curas negros con la
nariz llena de rapé.
En vez de aprovecharse de los momentos de crisis para una distri-
bución general de los productos y para un goce universal, los obreros,
muriéndose de hambre, van a golpear con sus cabezas las puertas de
las fábricas. Con los rostros descarnados y los cuerpos enflaqueci-
dos, asaltan a los fabricantes humildemente, haciendo lo posible por
excitar su compasión: «Buen señor Chagot, dulce señor Schneider, 29
Creador del partido republicano, al comienzo de la Tercera República, fue moderando
progresivamente su radicalismo hasta convertirse en partidario de las transacciones con
los partidos moderados, lo que le valió el calificativo de «oportunista». En política exterior
defendió la expansión colonial y la necesidad de una revancha frente a Alemania. Llegó a ser
presidente del Consejo en 1881, pero fue derrotado al año siguiente, y murió súbitamente
poco después.
29
Chagot y Schneider fueron mandamases del siglo xix conocidos por su paternalismo. La
familia Chagot ideó un conjunto de instituciones sociales para los obreros de su industria,
BENDICIONES DEL TRABAJO 43
dadnos trabajo; no es el hambre, sino la pasión del trabajo lo que nos
atormenta».
Y esos miserables, que apenas tienen fuerzas para sostenerse en pie,
venden doce o catorce horas de trabajo por la tercera parte del precio que
exigían cuando tenían trabajo de sobra. Y los filántropos de la industria se
aprovechan de esas crisis para fabricar más barato.
Si las crisis industriales suceden a los períodos de sobretrabajo tan fatal-
mente como la noche al día, arrastrando consigo el desempleo forzoso y la
miseria sin salida, también producen la bancarrota inexorable. Mientras el
fabricante tiene crédito, alimenta sin cesar la pasión por el trabajo, acumu-
lando deudas y más deudas para proporcionar materia prima a sus obreros.
premiadas por la Academia de Ciencias Morales. Albert de Mun, como buen militante
cristiano, los consideraba modelo de «patronos cristianos».
La familia Schneider (Eugène y Adolphe Schneider) fue la creadora de una importante
sociedad metalúrgica en Creusot, que llegó a convertirse en una de las primeras empresas
del sector en el mundo. Lafargue atacó con frecuencia a estos mandamases por considerar
que su paternalismo era la máscara que encubría una mayor explotación de los obreros de
sus empresas. (Véase Textes Choisis de Lafargue).
44 EL DERECHO A LA PEREZA
Hace producir sin pensar que el mercado se satura, y que, si sus mercancías
no llegan a venderse, sus pagarés llegarán al vencimiento. Acorralado, va a
implorar al judío, se arroja a sus pies, le ofrece su sangre, su honor.
Un poquito de oro haría mejor mi negocio ―responde el Roths-
child―; tenéis veinte mil pares de medias en el almacén, que valen
veinte céntimos, pero yo las compro a cuatro.
Obtenidas las medias, el judío las vende a seis u ocho céntimos y se
embolsa las rutilantes monedas de cien céntimos que no deben nada a
nadie; pero el fabricante ha retrocedido para saltar mejor. Llega, final-
mente, la quiebra, y los almacenes desbordan; se arrojan entonces tantas
mercancías por la ventana que no se entiende cómo han podido entrar por
la puerta. Se calcula en centenares de millones el valor de las mercancías
destruidas; en el siglo xviii se quemaban o echaban al mar.30
Pero antes de tomar esa decisión, los fabricantes recorren el mundo
entero buscando una salida para las mercancías que se amontonan; obli-
30
En el Congreso Industrial celebrado en Berlín el 21 de enero de 1879, se evaluó en
BENDICIONES DEL TRABAJO 45
gan a sus gobiernos a anexionarse Congos, a conquistar Tonk, Eritrea,
Dahomey, y a demoler a cañonazos las murallas de China, con el único fin
de poder despachar su género de algodón.
Durante los últimos siglos, tuvo lugar un duelo a muerte entre Francia
e Inglaterra para decidir quién gozaría del privilegio exclusivo de vender
en América y en las Indias. Millares de hombres jóvenes y vigorosos han
tenido que enrojecer el mar con su sangre en las guerras coloniales de
los siglos xvi, xvii y xviii.
Los capitales abundan como las mercancías. Los financieros no sa-
ben ya dónde colocarlos, y van, por eso, a las naciones felices que
gandulean al sol fumando tranquilamente, a construir ferrocarriles, a
erigir fábricas, a importar la maldición del trabajo. Y esa exportación de
capitales franceses termina un buen día con complicaciones diplomá-
ticas ―como en Egipto, donde poco faltó para que Francia, Inglaterra
y Alemania se agarraran de los pelos para averiguar a qué usureros
se debería pagar antes―, o con guerras como la de México, donde se
568 millones de francos la pérdida que tuvo la industria del hierro en Alemania durante la
última crisis. (N. del A.)
46 EL DERECHO A LA PEREZA
mandan soldados franceses a hacer el oficio de alguaciles para cobrar
malas deudas.31
Estas miserias individuales y sociales, por grandes e innumerables
que sean y por eternas que parezcan, se desvanecerán, como las hienas
y los chacales al acercarse el león, cuando el proletariado diga: «Yo lo
quiero».
31
La Justicia, del señor Clemenceau, decía en la sección financiera:
Hemos oído sostener esta opinión: que, a falta de Prusia, los millones de la guerra de
1870 habrían sido igualmente perdidos por Francia en forma de préstamos emitidos
periódicamente para equilibrar los presupuestos de los estados extranjeros. Tal es
también nuestra opinión.
En cinco millones se calculan las pérdidas de los capitales ingleses por los préstamos
a las repúblicas de América del Sur. Los trabajadores franceses han producido, no sólo
los cinco mil millones pagados a Bismarck, sino que continúan todavía pagando los
intereses de la indemnización de guerra a los Ollivier, a los Girardin, y a los Bazaine,
que fueron los causantes de la guerra y las derrotas. Sin embargo, les queda un
consuelo: esos cinco mil millones no ocasionaron guerras para reconquistar territorios.
(N. del A.)
BENDICIONES DEL TRABAJO 47
Pero para que llegue a la conciencia de su fuerza, es necesario que
el proletariado pisotee los prejuicios de la moral «cristiana», económica
y librepensadora; es necesario que vuelva a sus instintos naturales, que
proclame los Derechos de la pereza, mil y mil veces más nobles y más
[Georges-Benjamin Clemenceau (1841-1929). Médico, periodista (fue director de La Justice,
y después de L’Aurore) y dirigente de la extrema izquierda burguesa. Cuando Lafargue
escribe su folleto, Clemenceau era diputado de París; posteriormente, alcanzó los más altos
cargos políticos: ministro del Interior, presidente del Consejo en 1906-1909, y en 1917.
Émile Ollivier (1825-1913). Abogado y político; fue nombrado por Napoleón III primer
ministro en 1870. Se declaró partidario de entrar en guerra con Alemania; tras los primeros
reveses, fue destituido de su cargo.
Conde de Girardin (1776-1855). General francés. En la campaña de Francia de 1814, recibió
el grado de general de división. Napoleón lo nombró capitán de las cazas de tiro, y Luis XVIII
lo nombró montero mayor, empleo que conservó hasta la revolución de julio.
François Achille Bazaine (1811-1888). Mariscal de Francia, nombrado generalísimo al
comienzo de la guerra franco-prusiana. Retrocedió repetidas veces ante las tropas
alemanas, se refugió con su ejército en Metz, y acabó capitulando y entregando la ciudad
sin resistencia. Condenado a muerte en 1873 por esta capitulación, consiguió evadirse
en 1874, y se refugió en Madrid.]
48 EL DERECHO A LA PEREZA
sagrados que los tísicos Derechos del hombre, concebidos por los abo-
gados metafísicos de la revolución burguesa; que se obligue a no trabajar
más de tres horas diarias, holgazaneando y gozando el resto del día y de
la noche.
Hasta aquí mi tarea ha sido fácil; sólo he tenido que describir males
reales, por desgracia bien conocidos por todos nosotros. Mas convencer
al proletariado de que los propósitos que se le han inculcado son perver-
sos; que el trabajo desenfrenado al cual se ha entregado desde principios
de siglo es el más terrible azote que jamás ha castigado a la humanidad,
y que el trabajo se convertirá en un condimento de los placeres de la pe-
reza, en un ejercicio benéfico al organismo humano y en una pasión útil
al organismo social cuando sea sabiamente regularizado y limitado a un
máximo de tres horas, es una tarea ardua que supera mis fuerzas. Sólo los
fisiólogos, higienistas y economistas comunistas podrían emprenderla.
En las páginas siguientes me limitaré a demostrar que, dados los medios
modernos de producción y su potencia reproductiva ilimitada, es necesario
dominar la extravagante pasión de los obreros por el trabajo, y obligarles
a consumir las mercancías que producen.
50
Lo que sigue al exceso de producción
Un poeta griego de la época de Cicerón ―Antípatro― cantaba así a la
invención del molino de agua (para la molienda del trigo), que iba a eman-
cipar a las esclavas y traer la edad de oro:
¡Dejad quieta la mano que muele, oh molineras, y dormid en paz!
¡En vano el gallo os anuncia la mañana! Deo ha encomendado a
las ninfas el trabajo de las jóvenes y ahora brincan ligeras sobre las
ruedas, y los ejes, estremecidos, giran con sus radios, moviendo
alegremente la pesada piedra. Dejadnos vivir la vida de los padres y
disfrutar, sin el fardo del trabajo, los dones que la diosa nos regala.1
1
Extracto del poema de Antípatro de Tesalónica, poeta griego siglo i a.n.e., traducido por
Stolberg. Ofrecemos aquí la traducción que aparece en Karl Marx: El capital, libro I, tomo
II, cap. XIII, sec. 4, p. 128 (Akal, 2007). Hay que recordar que Deo o Deméter (Δημήτηρ o
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 51
Pero desgraciadamente el ocio que el poeta pagano anunciaba toda-
vía no ha llegado. La pasión ciega, perversa y homicida del trabajo trans-
forma la máquina liberadora en instrumento de esclavitud de los hombres
libres: su productividad los empobrece.
Una buena obrera no hace con su huso más de cinco mallas por minuto;
ciertas máquinas hacen treinta mil en el mismo tiempo. Cada minuto de
la máquina equivale, por consiguiente, a cien horas de trabajo de la obrera,
o lo que es igual: cada minuto de trabajo de la máquina concede a la obre-
ra diez días de reposo.
Lo que es cierto para la industria de los tejidos lo es, más o menos,
para todas las industrias renovadas por la máquina moderna. Pero ¿qué
vemos? A medida que la máquina se perfecciona y sustituye con una ra-
pidez y precisión cada vez mayor el trabajo humano, el obrero, en vez de
aumentar su reposo en la misma cantidad, redobla aún más su esfuerzo,
como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Oh, competencia absurda y
asesina!
Δημητρα) es la diosa griega de la agricultura. Su correspondiente en la mitología romana es
Ceres. Otras ediciones consultadas confunden a Deo con Dánae.
52 EL DERECHO A LA PEREZA
Para dar libre curso a esta competencia entre el hombre y la máquina,
los proletarios han abolido las sabias leyes que limitaban el trabajo de los
artesanos de los antiguos gremios, y han suprimido los días festivos.2 Pero
¿acaso se cree que porque los obreros trabajaban cinco días sobre siete,
vivían sólo de aire y agua fresca, como afirman los economistas? ¡Venga
2
En la Edad Media, las leyes de la Iglesia garantizaban a los obreros noventa días de reposo
al año ―52 domingos y 38 días feriados―, en los cuales estaba terminantemente prohibido
trabajar. Fue éste el gran crimen del catolicismo, la causa primera de la irreligiosidad de
la burguesía industrial y comerciante. Durante la Revolución, apenas asumió el poder,
abolió los días de fiesta y reemplazó la semana por la década, a fin de que el pueblo no
tuviera más que un día de descanso cada diez. Libertó a los obreros del yugo de la Iglesia
para someterlos mejor al yugo del trabajo. El odio contra los días feriados surge cuando la
moderna burguesía industrial y comercial toma cuerpo, es decir, entre los siglos xv y xvi.
Enrique IV pidió su reducción al papa, quien se negó, por ser «una herejía en boga tocar
los días de fiesta» (Carta del cardenal de Ossat). Pero, en 1666, Péréfixe, arzobispo de
París, suprimió diecisiete en su diócesis. El protestantismo, que era la religión cristiana
acomodada a las nuevas necesidades industriales y comerciales de la burguesía, descuidó
el reposo popular: destronó a los santos del cielo para abolir sus fiestas en la tierra. La
reforma religiosa y el librepensamiento filosófico no fueron más que pretextos de los que
se valió la burguesía jesuítica y rapaz para escamotear al pueblo los días festivos. (N. del A.)
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 53
ya! Ellos tenían ocios para probar los placeres de la tierra, para hacer el
amor y reírse, y celebrar banquetes alegremente en honor a la jubilosa dio-
sa Holgazanería. La sombría Inglaterra, convertida en la mojigata del pro-
testantismo, se llamaba entonces la «alegre Inglaterra» (Merry England).
Rabelais, Quevedo, Cervantes, y los autores desconocidos de las no-
velas picarescas, nos hacen la boca agua con las escenas de aquellas mo-
numentales comilonas3 con que se regalaban en aquella época entre dos
batallas y dos devastaciones y en las que no se escatimaba en nada.4 Jor-
daens y la escuela flamenca de pintura nos las han reproducido en sus telas
3
El autor insiste en los ejemplos procedentes de la literatura española para consolidar su
argumentación, afición asimismo cultivada por Marx y su familia, como descubrió Anselmo
Lorenzo tras su viaje a Londres en 1871 (El Proletariado Militante, Toulouse 1946-1947,
tomo I, pp. 186-187).
4
Estas fiestas pantagruélicas duraban semanas enteras. Don Rodrigo de Lara conquistó a su
novia expulsando a los moros de Calatrava; y el Romancero narra que: «Las bodas fueron
en Burgos. / Las tornabodas en Salas; / en bodas y tornabodas / pasaron siete semanas. /
Tantas vienen de las gentes, / que no caben por las plazas...». [En castellano en el original.]
Los hombres de aquellas fiestas nupciales de siete semanas fueron los heroicos soldados
de las guerras de la Independencia. (N. del A.)
54 EL DERECHO A LA PEREZA
vivaces. Sublimes estómagos gargantuescos, ¿qué os ha pasado? Sublimes
cerebros que encerraban todo el pensamiento humano, ¿dónde habéis ido
a parar? ¡Cuánto hemos degenerado y empequeñecido! La vaca rabiosa,
la patata, el vino adulterado y el aguardiente prusiano combinados con los
trabajos forzosos han debilitado nuestros cuerpos y encogido nuestras
mentes. ¡Y es precisamente entonces cuando el hombre encoge su es-
tómago y la máquina aumenta su productividad, cuando los economistas
predican la teoría malthusiana, la religión de la abstinencia y el dogma del
trabajo! Tendríamos que arrancarles la lengua y tirársela a los perros.
Como la clase trabajadora, en su ingenuidad y buena fe, se ha dejado
adoctrinar y se ha arrojado ciegamente, con ímpetu innato, al trabajo y
a la abstinencia, la clase capitalista se ve condenada a la pereza y al ocio
forzado, a la improductividad y al sobreconsumo. Pero si el sobretrabajo
del proletariado aniquila su carne y atenaza sus nervios, el exceso de
consumo no es menos fecundo en sufrimientos para el burgués.
La abstinencia a la cual se condena a la clase productora obliga a los
burgueses a consagrarse al sobreconsumo de los productos que fabrica
desordenadamente.
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 55
En los albores de la producción capitalista, hace uno o dos siglos, el burgués
era un hombre ordenado, de costumbres moderadas y pacíficas; se conten-
taba con su mujer o casi, bebía cuando tenía sed, comía cuando tenía hambre.
Dejaba a los cortesanos y las cortesanas las nobles virtudes de la vida disoluta.
Hoy día, no existe burgués que no se llene con capones trufados y Lafite, para
alentar a los criadores de animales de La Flèche, y a los vinicultores bordeleses.
Sus hijos, advenedizos y enriquecidos, se creen en la obligación de fomentar
la prostitución y mercurializar su cuerpo, a fin de encontrar un objetivo claro
a las tareas que se imponen en las minas de mercurio. Pero en este oficio el
organismo se deteriora rápidamente; los cabellos caen; los dientes se aflojan;
el tronco se deforma; la barriga se hincha; la respiración se entorpece; los mo-
vimientos se vuelven pesados; las articulaciones se enquilosan; las falanges
se vuelven nudosas. Otros, demasiado enclenques para soportar las fatigas
de la vida libertina, pero dotados de la joroba del proudhonismo, atrofian sus
cerebros en elucubraciones, con libros soporíferos, como los Garnier 5 de la
5
Clément-Joseph Garnier (1813-1882). Economista y propagandista, creador de la Sociedad de
Economía Política y autor de numerosas obras, en las que defendió el pensamiento económico
liberal.
56 EL DERECHO A LA PEREZA
economía política y los Acollas6 de la filosofía jurídica, y dan así ocupación a
los encuadernadores y a los tipógrafos.
Las mujeres mundanas llevan una vida de mártires. Para probar y dar
valor a los mágicos vestidos que se esfuerzan en confeccionar las mo-
distas, las pobres pasan continuamente de uno a otro traje; entregan sus
cabezas vacías, durante horas y horas, a los artistas del pelo, quienes
ansían saciar la construcción de falsos moños. Apretadas en sus corsés
y en sus botines estrechos, y escotadas a punto de hacer ruborizar a un
zapador, giran en sus bailes de caridad, durante noches enteras, a fin de
recoger algunos céntimos para los pobres. ¡Santas almas!
Para cumplir con su doble función social de improductor y de sobreconsu-
midor, el burgués no sólo tiene que violentar sus gustos modestos, perder sus
costumbres laboriosas de hace dos siglos, y darse al lujo desenfrenado, a las in-
digestiones trufadas y a las disoluciones sifilíticas, sino que tiene que sustraer
al trabajo productivo una masa enorme de hombres, para procurarse ayuda.
He aquí algunas cifras que prueban lo colosal que es esa pérdida de
fuerzas productivas.
6
Émile Acollas (1826-1891). Jurista, escritor y político francés, defensor de las doctrinas
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 57
Según el censo de 1861, la población de Inglaterra y del país de
Gales era de 20.066.244 personas, de las cuales 9.776.279 eran
del sexo masculino, y 10.289.965, del sexo femenino. Si se deducen
los muy viejos o los muy jóvenes para trabajar; las mujeres, los
adolescentes y los niños improductivos; luego, las profesiones ideo-
lógicas, como los gobernantes, la policía, el clero, la magistratura, el
ejército, los sabios, los artistas, etc., y, tras éstos, a la gente ocupa-
da exclusivamente en comerse el trabajo de los demás, bajo forma
de alquileres, intereses, dividendos, etc.; y por último los pobres,
los vagabundos, los criminales, etc.,7 quedan unos 8.000.000 de
individuos de ambos sexos y de toda edad, incluidos los capitalistas
que funcionan en la producción, el comercio, las finanzas, etcétera.
democráticas y promotor del Primer Congreso de la Paz (1867). La Comuna lo nombró
decano de la Facultad de Derecho de París.
7
Nótese como el autor, citando a Marx, mete en el mismo saco a «pobres, vagabundos y
criminales», equiparando desigualdad a miseria y ésta, a su vez, a exclusión social y delito.
Por otro lado, se hace necesario identificar el sesgo de género a lo largo de toda la obra, no
sólo en el caso de las mujeres, sino también con respecto al papel de la adolescencia y la
58 EL DERECHO A LA PEREZA
En estos 8.000.000 se cuentan:
• Trabajadores agrícolas: 1.098.261 (incluidos pastores, criados
y mozas de posada que viven en las granjas).
• Obreros de las fábricas de algodón, lana, cáñamo, lino, seda,
tejidos: 642.607 (y otros trabajos manuales).
• Obreros de las minas de carbón y metal: 565.835.
• Obreros metalúrgicos (fundidores, laminadores, etc.): 396.998.
• Clase doméstica (criados del hogar): 1.208.648.
Si sumamos los trabajadores de las fábricas de tejidos y los de
las minas de carbón y de metal, obtenemos la cifra de 1.208.442;
si hacemos otro tanto con los primeros y los de todas las industrias
metalúrgicas, nos da un total de 1.039.605; es decir, en cada suma,
el número de individuos es siempre menor que el de los criados mo-
dernos. He ahí el magnífico resultado de la explotación capitalista
de las máquinas.8
infancia «improductiva», en una época en la que participaban (más que en siglos posteriores)
tanto de los cuidados como del trabajo reproductivo.
8
Karl Marx: Le Capital. Critique de l’économie politique, libro I, cap. XV, sec. 6. (N. del A.)
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 59
A todos estos criados, cuyo gran número indica el grado de desarrollo
alcanzado por la civilización capitalista, hay que añadir la numerosa clase
de los infelices consagrados exclusivamente a satisfacer los gustos dis-
pendiosos y fútiles de las clases ricas: pulidores de diamante, costureras
de encajes, bordadoras, modistas de lujo, encuadernadores de lujo, deco-
radores de residencias secundarias, etcétera.9
Una vez acurrucada en la pereza absoluta y desmoralizada por el gozo
forzado, la burguesía, a pesar de los males que le acarreó su nuevo estilo de
vida, se acomodó en él, mirando con horror desde entonces todo cambio.
Las miserables condiciones de existencia aceptadas resignadamente por la
clase obrera, y la degradación orgánica engendrada por la depravada pasión
del trabajo, aumentaron aún más su repugnancia por toda imposición de
trabajo y cualquier restricción de goces. Y precisamente entonces, sin
9
«La proporción en que la población de un país está empleada como doméstica al servicio de
las clases acomodadas indica su progreso en riqueza nacional y en civilización» (R. M. Martin:
Ireland before and after the Union, 1848). Gambetta, que negaba la cuestión social desde que
ya no era el abogado menesteroso del café Procope, se refería, sin duda, a esta clase doméstica,
siempre creciente, cuando reclamaba el advenimiento de las nuevas capas sociales. (N. del A.)
60 EL DERECHO A LA PEREZA
tener en cuenta la desmoralización que, como un deber social, se había
impuesto la burguesía, los proletarios se propusieron imponer el trabajo a
los capitalistas. ¡Ingenuos! Tomaron en serio las teorías de los economistas
y los moralistas sobre el trabajo, y se obstinaron en llevarlas a la práctica,
imponiéndolas a los capitalistas. El proletariado enarboló el lema: «Quien
no trabaja, no come». Lyon, en 1831, se sublevó al grito de «O plomo o
trabajo», «Morir combatiendo o vivir trabajando». Los federados de marzo
de 1871 declararon que su rebelión era la «revolución del trabajo».
Ante tales muestras de bárbaro furor, destructores de todo goce y
toda pereza burgueses, los capitalistas no podían contestar más que con
la represión feroz; pero sabían que aunque habían podido sofocar esas
explosiones revolucionarias, no habían ahogado, en la sangre de sus
gigantescas masacres, la absurda idea del proletariado de querer impo-
ner el trabajo a las clases ociosas y saciadas; y sólo con el fin de alejar
ese peligro, la burguesía se rodea de pretorianos, policías, magistrados y
carceleros mantenidos en una improductividad laboriosa.
Ya no se pueden tener ilusiones sobre el carácter de los ejércitos mo-
dernos; se mantienen permanentemente con el único fin de contener al
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 61
«enemigo interior». Por eso se construyeron los fuertes de París y Lyon;
no para defender la ciudad contra el extranjero, sino para aplastarla en caso
de revuelta. Y si se quiere un ejemplo que no admita réplica, citaremos el
ejército de Bélgica, país Jauja del capitalismo. Su neutralidad está garanti-
zada por las potencias europeas y, sin embargo, su ejército es uno de los
más fuertes proporcionalmente a su población. Los gloriosos campos de
batalla del valiente ejército belga son las llanuras del Borinage y de Char-
leroi; en la sangre de los mineros y de los obreros desarmados, el oficial
belga bautiza su espada y gana sus charreteras. Las naciones europeas
no tienen ejércitos nacionales, sino ejércitos mercenarios: protegen a los
capitalistas contra el furor popular que quisiera condenarlos a diez horas
de mina o de hiladora.
La clase obrera, al encoger su vientre, ha desarrollado desmesurada-
mente el vientre de la burguesía, condenándola al sobreconsumo.
Para ser aliviada en su penoso trabajo, la burguesía ha retirado de las
clases obreras a una masa de hombres mucho mayor que la que queda
consagrada a la producción útil, y la ha condenado, a su vez, a la impro-
ductividad y al sobreconsumo. Pero este rebaño de bocas inútiles, a pesar
62 EL DERECHO A LA PEREZA
de su voracidad insaciable, no alcanza a consumir todas las mercancías
que los obreros, embrutecidos por el dogma del trabajo, producen como
maniáticos, sin quererlas consumir y sin pensar siquiera si se encontrarán
suficientes personas para consumirlas.
Ante esta doble locura de los obreros, de matarse trabajando con exceso
y de vegetar en la abstinencia, el gran problema de la producción capita-
lista no es ya el de encontrar productores y de duplicar sus fuerzas, sino
de descubrir consumidores, excitar sus apetitos y crearles necesidades
ficticias.
Como los obreros europeos, temblando de frío y hambre, se niegan a ves-
tirse con lo que han tejido, a consumir el vino que han cosechado; los pobres
fabricantes se ven obligados a correr a las antípodas en busca de quienes
quieran vestirlos y darles de beber. Se cuentan por centenas de millones y
de millardos los valores que exporta anualmente Europa a los cuatro vien-
tos, por no saber qué hacer con ellos.10 Pero los continentes explorados no
10
Dos ejemplos: el gobierno inglés, para complacer a los campesinos de la India, quienes,
a pesar de las hambres periódicas que asolan el país, se obstinan en cultivar la amapola,
en vez del arroz y del trigo, ha tenido que emprender guerras sangrientas para imponer al
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 63
son lo suficientemente vastos; se necesitan países vírgenes. Los fabricantes
de Europa sueñan noche y día con África, con el lago del Sahara, con el ferro-
carril de Sudán; siguen con ansiedad los progresos de los Livingstone,11
los Stanley,12 los Du Chaillu,13 los De Brazza;14 escuchan boquiabiertos las
maravillosas historias de esos viajeros valerosos.
¡Qué maravillas desconocidas esconde el «continente negro»! Campos
inmensos cubiertos de colmillos de elefantes; ríos de aceite de coco co-
rriendo sobre lechos de arenas de oro; millones de culos negros, desnudos
gobierno chino la libre introducción del opio indiano. Los salvajes de la Polinesia, a pesar
de la mortandad que fue consecuencia de su nuevo estilo de vida, tuvieron que vestirse
y embriagarse a la inglesa para consumir los productos de las destilerías de Escocia y los
tejidos de las fábricas de Manchester. (N. del A.)
11
David Livingstone (1813-1873). Viajero inglés, explorador del África austral y ecuatorial y
autor de tres obras sobre sus descubrimientos, que fueron traducidas muy pronto al francés.
12
John R. Stanley (1841-1904). Periodista y viajero inglés que recorrió en 1871 el África
ecuatorial para encontrar a Livingstone y, tras la muerte de éste, continuó sus exploraciones.
13
Paul B. du Chaillu (1835-1903). Viajero norteamericano que exploró la zona de Gabón.
14
Pierre Savorgnan de Brazza (1852-1905). Explorador de origen italiano, nacionalizado
francés, que exploró y organizó la colonización del África ecuatorial francesa.
64 EL DERECHO A LA PEREZA
como la cara de Dufaure15 o de Girardin,16 esperan los géneros europeos
para aprender la decencia, las botellas de aguardiente y las biblias, para
conocer las virtudes de la civilización.
Mas todo es inútil: burgueses que se empachan, criados que superan
a la clase productora, naciones extranjeras y bárbaras que se inundan de
mercancías europeas; nada, nada puede acabar con las montañas de pro-
ductos amontonados, enormes como las pirámides de Egipto.
La productividad de los obreros europeos desafía todo consumo, todo
derroche. Los fabricantes, enloquecidos, ya no saben qué hacer, viéndose
en la imposibilidad de encontrar suficiente materia prima para satisfacer
15
Jules Armand Stanislas Dufaure (1789-1881). Abogado y político, fue ministro del Interior
durante la Monarquía de Julio y ministro de Justicia en el primer gabinete Thiers de 1871.
Desde este puesto intervino en la represión de los miembros de la Comuna. Presidente del
Consejo en 1877-1879, hizo aprobar el decreto de amnistía para los condenados por aquellos
sucesos, que permitió la vuelta a Francia de los socialistas exiliados, Lafargue entre ellos.
16
Émile de Girardin (1806-1881). Propagandista y político, fundador y director de La
Presse (1836), el primer periódico político que se vendió a bajo precio por la rebaja en las
suscripciones. Desde éste hizo de vocero de la política del Imperio, defendió la entrada en
la guerra contra Prusia y, posteriormente, la política de Thiers.
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 65
la desordenada y depravada pasión de sus obreros por el trabajo. Ciertos
industriales compran jirones de lana sucia, medio podrida, y los convier-
ten en un paño llamado renaissance, que dura tanto como las promesas
electorales. En Lyon, en lugar de dejar a la fibra de la seda su pureza y
su flexibilidad natural, se la recarga de sales minerales que la hacen más
pesada, mucho más frágil y de menos uso. Todos nuestros productos son
adulterados, a fin de facilitar su salida y abreviar su existencia.
Nuestra época será llamada la «era de la falsificación», como las prime-
ras épocas de la humanidad, por el carácter de su producción, recibieron
los nombres de Edad de Piedra y Edad de Bronce.
Algunos ignorantes acusan de fraude a nuestros caritativos industriales,
cuando en realidad lo que los impulsa es dar trabajo a los obreros, que no
pueden resignarse a vivir de brazos cruzados.
Estas falsificaciones, que tienen como única motivación un sentimiento
humanitario, pero que producen soberbias ganancias a los fabricantes que
las practican, si bien son desastrosas por la calidad de las mercancías y
constituyen una fuente inagotable de derroche del trabajo humano, de-
muestran el ingenio filantrópico de los burgueses y la horrible perversión
66 EL DERECHO A LA PEREZA
de los obreros que, por satisfacer su vicio por el trabajo, obligan a los
industriales a sofocar los gritos de su conciencia y a violar hasta las leyes
de la honradez comercial.
Y, sin embargo, a pesar de la sobreproducción de mercancías, no obs-
tante las falsificaciones industriales, los obreros llenan el mercado en
cantidades sin número, implorando ¡trabajo! ¡trabajo! Tanta sobreabun-
dancia debería obligarlos a sofocar su pasión; al contrario, esto los lleva
al paroxismo. Allí donde apenas surge una posibilidad de trabajo, allí se
precipitan, y una vez que lo han obtenido, reclaman doce o catorce horas
para poderse saciar; al día siguiente se encuentran de nuevo en la calle
sin tener ya con qué alimentar su vicio por el trabajo.
Todos los años, en todas las industrias, el desempleo forzoso regresa
con la regularidad de las estaciones. Al sobretrabajo que aniquila el orga-
nismo, lo sucede el reposo absoluto durante dos o cuatro meses. Y si no
hay trabajo no hay pitanza.
Ya que el vicio del trabajo está diabólicamente arraigado en el corazón
de los obreros, ya que sus exigencias ahogan todos los demás instintos de
la naturaleza y, por otra parte, ya que la cantidad de trabajo requerida por la
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 67
sociedad está forzosamente limitada por el consumo y por la existencia de
materias primas, ¿por qué devorar en seis meses el trabajo de todo el año?
¿Por qué no distribuirlo uniformemente entre los doce meses del año, y
obligar a cada obrero a conformarse con seis o cinco horas diarias durante
todo el año, en vez de tomar indigestiones de doce horas de trabajo por
día durante seis meses?
Teniendo segura su parte diaria de trabajo, los obreros no tendrán ya
celos entre sí, ni se pelearán por arrancarse el trabajo de las manos y el pan
de la boca. Así, descansados de cuerpo y espíritu, empezarían a practicar
las virtudes de la pereza.
Embrutecidos por su vicio, los obreros no han podido llegar a com-
prender que para que haya trabajo para todos es preciso racionarlo como
el agua en un navío en peligro. Sin embargo, los industriales, en nombre
de la explotación capitalista, han pedido desde hace mucho tiempo una
limitación legal de la jornada de trabajo. Ante la Comisión de 1860 sobre la
enseñanza profesional, uno de los más grandes manufactureros de Alsacia,
el señor Boucart,17 de Guebwiller, declaraba:
17
Jean-Jacques Bourcart (1801-1855). Industrial y filántropo francés afincado en
68 EL DERECHO A LA PEREZA
Que la jornada de doce horas era excesiva, debiendo ser reduci-
da a once, y que el sábado debía cesar el trabajo a las dos. Yo acon-
sejo la adopción de esta medida, aunque parezca onerosa a primera
vista; nosotros la hemos experimentado durante cuatro años en
nuestros establecimientos industriales, y nos hallamos satisfechos:
la producción media, lejos de haber disminuido, ha aumentado.
En su estudio sobre las máquinas, el señor F. Passy cita la carta siguien-
te de un gran industrial belga, el señor M. Ottevaere:
Nuestras máquinas, a pesar de ser iguales a las de las fábricas
inglesas, no producen lo que deberían producir y lo que producirían si
estuvieran en Inglaterra, aunque trabajan dos horas menos al día. [...]
Nosotros trabajamos dos largas horas de más; estoy convencido de
que si trabajáramos once horas, en vez de trece, tendríamos la misma
producción y produciríamos, por consiguiente, más económicamente.
Guebwiller, departamento del Alto Rin, en la región administrativa de Alsacia, noreste de
Francia.
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 69
Por otra parte, el señor Leroy-Beaulieu afirma que «un gran manufac-
turero belga ha observado que en las semanas donde hay un día feriado,
no baja la producción a la de las semanas ordinarias».18
Lo que el pueblo jamás ha osado, engañado en su simpleza por los
moralistas, lo ha hecho un gobierno aristocrático. El gobierno inglés,
despreciando las altas consideraciones morales e industriales de los eco-
nomistas, que, como aves de mal agüero, gritaban que disminuir una sola
hora de trabajo era decretar la ruina de la industria inglesa, prohibió con
una ley estrictamente observada trabajar más de diez horas por día; e
Inglaterra continuó siendo, como antes, la primera nación industrial del
mundo.
La gran experiencia inglesa, lo mismo que la de algunos capitalistas
inteligentes, está ahí, demostrando irrefutablemente que para aumentar
la potencia de la productividad humana es necesario reducir las horas de
trabajo y multiplicar los días de paga y de fiesta; y el pueblo francés aún
no está convencido de esto.
18
Paul Leroy-Beaulieu: Le question ouvrière au xixè siècle, 1872. (N. del A.)
70 EL DERECHO A LA PEREZA
Mas si una miserable reducción de dos horas ha aumentado en diez
años casi en un tercio la producción inglesa,19 ¿qué marcha vertiginosa no
imprimirá a la producción francesa una reducción de la jornada de trabajo a
tres horas? ¿No pueden comprender los obreros que matándose a trabajar
agotan sus fuerzas y las de su prole?; ¿que aniquilándose llegan prematu-
ramente a ser incapaces de todo trabajo?; ¿que absorbidos y embrutecidos
por un solo vicio no son ya hombres, sino troncos de hombres?; ¿que
matan en ellos todas las bellas facultades para dejar únicamente en pie la
locura furibunda, y lujuriosa, del trabajo?
¡Ah! Como loros de Arcadia repiten la lección de los economis-
tas: «Trabajemos, trabajemos para aumentar la riqueza nacional». ¡Oh,
idiotas!
Precisamente porque trabajáis demasiado se desarrolla con lentitud el
maquinismo industrial. Parad de rebuznar y escuchad a un economista;
19
He aquí, según el célebre estadígrafo R. Giffen, de la Oficina de Estadística de Londres,
la progresión creciente de la riqueza nacional de Inglaterra e Irlanda: en 1814 era de
55.000 millones de francos. En 1865 era de 162.500 millones de francos. En 1875 era
de 212.500 millones de francos. (N. del A.)
LO QUE SIGUE AL EXCESO DE PRODUCCIÓN 71
no es un águila, no es más que el señor Reybaud, a quien hemos tenido
la fortuna de perder hace pocos meses:
Es, generalmente, sobre las condiciones de la mano de obra
como se regula la revolución en los métodos de trabajo. Mien-
tras la mano de obra ofrece sus servicios a bajo precio, se la
prodiga; cuando se encarece, se procura hacerla innecesaria. 20
Para forzar a los capitalistas a perfeccionar sus máquinas de ma-
dera y de hierro, es preciso elevar los salarios y disminuir las horas
de trabajo de las máquinas de carne y hueso. ¿Pruebas en apoyo?
Se pueden dar a centenares. La máquina automática del self acting
mule de las fábricas de tejidos fue inventada y puesta en práctica en
Manchester porque los tejedores se negaban a trabajar tanto tiempo
como antes.
En América, la máquina invade todos los ramos de la producción
agrícola, desde la fabricación de la mantequilla hasta la siembra del trigo.
20
Louis Reybaud: Le cotton, son régime, ses problèmes, 1863. (N. del A.)
72 EL DERECHO A LA PEREZA
¿Por qué? Porque el americano, libre y perezoso, preferiría morir mil veces
a la vida bovina del campesino francés.
La labranza, tan penosa como rica en agujetas en nuestra gloriosa Fran-
cia, es en el Oeste americano un agradable pasatiempo al aire libre que se
goza sentado y fumando despreocupadamente en pipa.
74
A nuevo aire, nueva canción
Si disminuyendo las horas de trabajo se conquistan nuevas fuerzas me-
cánicas para la producción social, obligando a los obreros a consumir sus
productos, se conquistará un inmenso ejército de fuerzas de trabajo. La
burguesía, aliviada así de su tarea de consumidora universal, se apresu-
rará a licenciar a esa turba de soldados, magistrados, rufianes, proxene-
tas, etc., que ha sacado del trabajo útil para que la ayuden a consumir y
derrochar.
El mercado del trabajo estará entonces desbordante, y habrá necesidad
de imponer una ley de hierro para prohibirlo: será imposible encontrar
ocupación para esta multitud humana, más numerosa que los piojos en el
bosque y hasta ahora improductiva. Y después habrá que pensar en todos
los que proveían sus necesidades y sus gustos fútiles y dispendiosos.
Cuando no haya más lacayos ni generales que condecorar, ni prosti-
tutas libres ni casadas que cubrir con encajes, ni cañones que horadar, ni
A NUEVO AIRE, NUEVA CANCIÓN 75
palacios que construir, será preciso imponer leyes severas a los obreros
y obreras de la pasamanería, del encaje, del hierro y de la construcción,
saludables ejercicios de remo y danza para la conservación de su salud y
el perfeccionamiento de la raza.1
En el momento en que los productos europeos se consuman donde se
fabrican y no se envíen a la otra punta del mundo, los marineros, los mozos
de cordel, los recadistas, los cocheros deberán empezar a sentarse y a
aprender a estar de brazos cruzados. Los felices habitantes de la Polinesia
1
Podríamos considerar este capítulo como una oda celebratoria, en la que el autor,
embriagado por la música maquinal que nos salvará del martirio del trabajo asalariado, da
rienda suelta a su imaginación. Su analogía con el remo y la danza son ejemplos rápidos del
cuidado del cuerpo, sin ver en éste templo alguno de culto. No obstante, en este pasaje es
donde reproduce más clichés moralizantes, a saber, en el disciplinamiento de los cuerpos, la
naturalización de los roles, la estereotipación de las profesiones. No falta el catequismo de
la antiprostitución y el perfeccionamiento de la raza (eugenesia), como amenaza disgénica.
En la actualidad, quizá resulta más evidente cuando hablamos de higienismo social, racial,
étnico, religioso, por opción sexual, etc. Bajo la excusa de la potencial liberación de la
humanidad, el sueño ha acabado siendo demasiadas veces sinónimo de control social y
totalitarismo, cuando no de filofascismo y exterminio.
76 EL DERECHO A LA PEREZA
podrán entregarse entonces al amor libre, sin temer las iras de la Venus
civilizada ni los sermones de la moral europea.
Más aún. Para encontrar trabajo suficiente a todos los improductivos de la
sociedad actual, y lograr que el utillaje industrial se desarrolle indefinidamen-
te, la clase obrera deberá, como la burguesía, violentar sus inclinaciones a la
abstinencia y desarrollar indefinidamente sus capacidades consumidoras. En
vez de comer una o dos onzas de carne dura al día, cuando las come, deberá
comer jugosos beefsteaks de una o dos libras, y en lugar de beber modes-
tamente malos vinos, más católicos que el papa, beberá a grandes sorbos
bordeaux y bourgogne, sin bautizo industrial, y dejará el agua para las bestias.
Los proletarios han dado en la extraña idea de querer imponer a los
capitalistas diez horas de fundición o de refinería; éste es el gran error, la
causa de los antagonismos sociales y de las guerras civiles. Será necesario
prohibir, y no imponer, el trabajo.
A los Rothschild, a los Say,2 les será permitido presentar las pruebas
de haber sido holgazanes durante toda su vida, y si, a pesar del entrena-
2
Jean-Baptiste-Léon Say (1826-1896). Ministro de Finanzas de varios gobiernos de la
Tercera República y enemigo contumaz del pensamiento socialista, al que combatió en
A NUEVO AIRE, NUEVA CANCIÓN 77
miento general para el trabajo, ellos persisten en vivir como verdaderos
holgazanes, serán anotados y recibirán cada mañana una moneda de veinte
francos para sus caprichos.
Las discordias sociales desaparecerán. Los capitalistas y los rentistas se-
rán los primeros en aliarse al partido popular, una vez convencidos de que,
lejos de hacerles daño, se quiere, por el contrario, liberarlos del trabajo de
sobreconsumo y de derroche a que han estado sujetos desde su nacimiento.
En cuanto a los burgueses, incapaces de probar sus títulos de holgazanería,
se los dejará seguir sus instintos. Hay suficientes ocupaciones desagradables
para colocarlos. Dufaure, por ejemplo, limpiaría las letrinas públicas; Galliffet3
mataría a los cerdos y los caballos roñosos; los miembros de la Comisión de
varias de sus obras. Lafargue se refiere a la saga Say, industriales, economistas y políticos.
El abuelo de Léon Say es el autor de la ley clásica de Say o «ley de los mercados», que
indica que no puede haber demanda sin oferta.
3
Gaston Alexandre Auguste de Galliffet (1830-1909). General de caballería hecho prisio-
nero en Sedan por las tropas alemanas. Tras su liberación llegó a ser presidente del Comité
del Arma de Caballería y gobernador militar de París.
78 EL DERECHO A LA PEREZA
gracias, enviados a Poissy,4 marcarían el ganado en los mataderos públicos,
y los senadores podrían servir de enterradores en las ceremonias fúnebres.
Para los demás, se buscarían oficios al alcance de sus inteligencias. Lor-
geril5 y Broglie6 taponarían las botellas de champagne, pero se les pondría
de antemano un bozal para evitar que se embriagasen. Ferry,7 Freycinet 8 y
4
Prisión central de Poissy. (N. del A.)
5
Lorgeril (linaje). Familia de la nobleza francesa, conocida desde finales del siglo xiv por
la antigua casa señorial de Lorgeril. Pensamos que Lafargue se refiere a Hippolyte-Louis
Lorgeril (1811-1888), diputado legitimista y clerical durante la Tercera República. Fue
director de El Imparcial en 1842 y senador por la Bretaña en 1875.
6
Jacques-Victor-Albert de Broglie (1821-1901). Hijo de familia nobiliaria y dirigente de
la oposición monárquica contra la política republicana de Thiers. Tras conseguir su
caída, formó gobierno en 1873, y fue de nuevo presidente del Consejo en 1877.
7
Jules Ferry (1832-1893). Abogado y político francés; fue ministro de Instrucción Pú-
blica en la Tercera República y consiguió la aprobación de una ley que establecía el
carácter obligatorio, laico y gratuito, de la enseñanza primaria (1882). Presidente del Con-
sejo al año siguiente, defendió y promovió la expansión colonial francesa.
8
Charles Louis de Saulces de Freycinet (1828-1923). Ingeniero y político, fue colabo-
A NUEVO AIRE, NUEVA CANCIÓN 79
Tirard9 destruirían las chinches y los demás insectos de los ministerios y de
otros albergues públicos. No obstante, se deberá poner fuera del alcance
de los burgueses el dinero público para evitar que sigan ejerciendo ciertas
costumbres adquiridas.
Pero dura y terrible será la venganza sobre los moralistas que han
pervertido la naturaleza humana; sobre los mojigatos, los farsantes, los
hipócritas y
... otras sectas de individuos que han hecho uso de máscaras
y disfraces para engañar al mundo. Han dado a entender al pue-
blo que sólo viven para ayunos y maceraciones de la sensualidad,
desde la contemplación y la devoción, para sustentar y alimentar
rador de Léon Gambetta y organizador de la Defensa Nacional al comienzo de la Tercera
República. Posteriormente se convirtió en ministro y fue presidente del Consejo en varias
ocasiones.
9
Pierre-Emmanuel Tirard (1827-1893). Político que desempeñó diversos puestos durante la
Tercera República; había sido alcalde del Segundo Distrito de París en 1870, y fue después
diputado, ministro en varias ocasiones y presidente del Consejo en 1887.
80 EL DERECHO A LA PEREZA
la pequeña fragilidad de su humanidad: pero nos han dado por el
culo. ¡Bien sabe Dios! et Curios simulant sed Bacchanalia vivunt.10
Podéis leerlo en grandes letras de falso brillo, en sus rojos hoci-
cos y sus desmesurados vientres cuando se perfuman con azufre.11
En los días de las grandes fiestas populares, cuando, en vez de engu-
llir polvo, como en los 15 de agosto y los 14 de julio de la burguesía, los
comunistas y colectivistas se sacien de perfumes, de suculentos jamones
y generosos vasos de vino, los miembros de la Academia de Ciencias Mo-
rales y Políticas, los clérigos de frac y de sotana de la iglesia económica,
católica, protestante, judía, positivista y librepensadora, los propagandistas
del malthusianismo y de la moral cristiana, altruista, independiente o sumi-
sa, vestidos de amarillo, todos ellos, sostendrán la vela hasta quemarse los
dedos y vivirán en el hambre junto a las mujeres galas y las mesas cargadas
de carne, de frutas y flores, y morirán de sed junto a grandes toneles des-
bordantes de vino. Los abogados y los legisladores sufrirán la misma pena.
10
«Aparentan ser Curios y viven como en las bacanales», Juvenal. (N. del A.)
11
Pantagruel, libro II, cap. LXXIV. (N. del A.)
A NUEVO AIRE, NUEVA CANCIÓN 81
En nuestro régimen de pereza, para matar el tiempo que nos mata
segundo a segundo, habrá espectáculos y representaciones teatrales
permanentemente. Es éste un trabajo adecuado a nuestros legisladores,
quienes, organizados en cuadrillas, irán por las ferias y los villorrios dando
representaciones legislativas.
Los generales, con sus botas de jinete, el pecho cruzado de cordones
y escarapelas, y cubierto de cruces de la legión de honor, irán por las
calles reclutando a gente para el espectáculo. Gambetta y Cassagnac,12 su
compadre, se encargarán de la charlatanería inicial. Cassagnac, en traje de
matamoros, girando los ojos, torciendo el bigote, escupiendo estopa en
llamas, amenazará a todo el mundo con la pistola de su padre, y desapare-
cerá por un agujero apenas se le enseñe el retrato de Lullier;13 Gambetta
12
Paul de Cassagnac (1843-1904). Hijo de Bernard Granier de Cassagnac (bonapartista y
diputado durante el Segundo Imperio y la Tercera República), fue, a su vez, diputado en el
período republicano.
13
Charles-Ernest Lullier (1838-1891). Militar nombrado general en jefe de las tropas de
la Comuna. Detenido y condenado a muerte, tras la derrota de ésta, le fue conmutada la
pena por la de trabajos a perpetuidad. En 1880 se benefició de la amnistía. En 1868, Lullier
82 EL DERECHO A LA PEREZA
discurrirá sobre política extranjera, sobre la pequeña Grecia, que a la vez
que lo adoctrina, daría fuego a toda Europa para estafar a Turquía; sobre
la gran Rusia, que se burla de él con el revoltijo que promete hacer con
Prusia, y que desea heridas y chichones al oeste de Europa para hacer su
labor en el este, y ahogar así el nihilismo en el interior de su país; sobre
Bismark, cuya bondad le ha permitido pronunciarse sobre la amnistía...,
y después, desnudando su gran panza pintada con tres colores, le tocará
llamada y enumerará los deliciosos animalitos, las aves hortelanas, las tru-
fas, los vasos de Margaux y de Yquem, que han engullido para fomentar
la agricultura y contentar a los electores de Belleville.
En la barraca comenzará la Farsa electoral.
Delante de los electores cabeza-de-serrín y orejas de burro, los candi-
datos burgueses, vestidos de payasos y cubiertos de programas electo-
rales de múltiples promesas, ejecutarán la danza de las libertades políticas
y hablarán, con lágrimas en los ojos, de las miserias del pueblo y, con
había abofeteado a Paul de Cassagnac, indignado por sus convicciones antirrepublicanas.
Cassagnac, pese a la ofensa, se negó a batirse en duelo (lo que explica la alusión de
Lafargue). Este párrafo, suprimido en la versión castellana de 1929, junto con las alusiones
A NUEVO AIRE, NUEVA CANCIÓN 83
voz sonora, de las miserias de la patria. Y los electores cabeza-de-serrín
rebuznarán a coro, fuerte y sostenido: ¡hiaaa, hiaaa!
Acto seguido, empezará la función: El robo de los bienes de la nación.
La Francia capitalista, esa enorme hembra de cara vellosa y cabeza cal-
va, deformada como una vaca, de carnes flojas, hinchadas y descoloridas,
con los ojos apagados, se recuesta sobre un sofá de terciopelo. A sus
pies, el capitalismo industrial, gigantesco organismo de hierro, con más-
cara de mono, devora mecánicamente hombres, mujeres y niños, cuyos
gritos lúgubres y desgarradores llenan el aire; la banca, con el hocico de
garduña, el cuerpo de hiena y las manos de arpía, le roba rápidamente las
perras chicas. Hordas de miserables proletarios, descarnados y andrajosos,
escoltados por gendarmes que llevan la espada desenvainada, empujados
por las furias que los azotan con los látigos del hambre, llevan a los pies
de la Francia capitalista montones de mercancías de todas clases, tone-
les de vino, bolsas de oro y de trigo. Langlois,14 con los calzones en una
anteriores a Dufaure, Galliffet, etc., representa la sátira más violenta escrita por Lafargue
de los personajes políticos de la Tercera República francesa.
14
Amédée-Jérôme Langlois (1819-1902). Discípulo y albacea de Proudhon, fue elegido
84 EL DERECHO A LA PEREZA
mano, el testamento de Proudhon en la otra y el libro de cuentas entre los
dientes, se planta a la cabeza de los defensores de los bienes de la nación
y monta guardia. Apenas han dejado los fardos, los obreros son arrojados
a culatazos y bayonetazos, y se abren las puertas a los industriales, co-
merciantes y banqueros, quienes se precipitan sobre los objetos de valor,
engullendo géneros de algodón, sacos de trigo, lingotes de oro y vaciando
toneles de vino. No pudiendo tragar más, sucios, asquerosos, se hunden
en sus despojos y en sus vómitos... Finalmente, estalla el temporal: la tierra
se sacude y se abre; la Fatalidad histórica surge. Con pie de hierro aplasta
las cabezas de los que hipan, titubean, caen y ya no pueden huir, y con
su larga mano abate a la Francia capitalista, aturdida y que suda de miedo.
Si desarraigando de su corazón el vicio que la domina y envilece su
naturaleza, la clase obrera se alzara en su fuerza terrible para reclamar,
no ya los Derechos del hombre, que son simplemente los derechos de
la explotación capitalista, ni para reclamar el Derecho al trabajo, que no
es más que el derecho a la miseria; sino para forjar una ley de hierro que
diputado en 1871 y se mantuvo al margen de la actividad de la Comuna, sin apoyarla
abiertamente.
A NUEVO AIRE, NUEVA CANCIÓN 85
prohibiera a todo hombre trabajar más de tres horas diarias, la Tierra, la
vieja Tierra, estremeciéndose de alegría, sentiría agitarse en su seno un
nuevo mundo... Pero ¿cómo pedir a un proletariado corrompido por la
moral capitalista una resolución viril?
¡Como Cristo, la doliente personificación de la esclavitud antigua, los
hombres, las mujeres, los niños del proletariado suben arrastrándose des-
de hace un siglo por el duro calvario del dolor; desde hace un siglo, el
trabajo forzoso rompe sus huesos, destruye sus carnes y atenaza sus
nervios; desde hace un siglo, el hombre desgarra sus vísceras y alucinan
sus cerebros! ¡Oh, Pereza, apiádate de nuestra larga miseria! ¡Oh, Pereza,
madre de las artes y de las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias
humanas!
86
Apéndice
Nuestros moralistas son gente muy modesta. Si bien han inventado el
dogma del trabajo, dudan de su eficacia para tranquilizar el alma, satis-
facer la mente y mantener el buen funcionamiento de los riñones y de
otros órganos; quieren experimentar con las masas populares, in anima
vili, antes de aplicarlo a los capitalistas, cuyos vicios tienen la misión de
explicar y autorizar.
Pero ¿por qué, filósofos de pacotilla, atormentáis tanto vuestro cere-
bro para elucubrar una moral cuya práctica no osáis aconsejar a vuestros
patronos? ¿Queréis ver ridiculizado y deshonrado ese dogma del trabajo,
por el cual os mostráis tan orgullosos? Consultad la historia de los pueblos
antiguos y los escritos de sus filósofos y legisladores.
APÉNDICE 87
Yo no podría afirmar ―dice el padre de la historia, Heródoto―
que los griegos hayan recibido de los egipcios el desprecio al tra-
bajo, por cuanto encuentro establecido el mismo desprecio entre
los tracios, los escitas, los persas y los árabes; en una palabra,
porque en la mayoría de los bárbaros, los que aprenden las artes
mecánicas y también sus hijos son considerados como los últimos
de los ciudadanos... Todos los griegos han sido educados en este
principio, particularmente los lacedemonios.1 En Atenas, los ciuda-
danos eran verdaderos nobles, que no debían ocuparse más que de
la defensa y de la administración de la comunidad, como los gue-
rreros salvajes de los cuales descendían. Debiendo tener todo su
tiempo libre para velar con su fuerza intelectual y corporal por los
intereses de la República, encargaban todo trabajo a los esclavos.
Lo mismo sucedía en Lacedemonia, donde a las mujeres les estaba
prohibido hilar y tejer, so pena de quedarse derogada su nobleza.2
1
Heródoto: Tomo II, traducción Larcher, 1786. (N. del A.)
2
Biot: De l’abolition de l’esclavage ancien en Occident, 1840. (N. del A.)
88 EL DERECHO A LA PEREZA
Los romanos sólo conocían dos oficios nobles y libres: la agricultura y
las armas. Todos los ciudadanos vivían de derecho a expensas del Tesoro,
sin poder ser obligados a proveer su subsistencia con ninguna de las sor-
didae artes, como designaban ellos a los oficios, que estaban reservados
únicamente para los esclavos. Cuando Bruto, el antiguo, quiso levantar
al pueblo, acusó sobre todo a Tarquino, el tirano, de haber convertido a
libres ciudadanos en artesanos y albañiles.3
Los filósofos antiguos se disputaban el origen de las ideas, pero estaban
de acuerdo cuando se trataba de aborrecer el trabajo.
La naturaleza ―escribe Platón en su utopía social, en su Re-
pública modelo― no ha hecho al zapatero ni al herrero; tales
ocupaciones degradan a los que las ejercen: viles mercenarios,
miserables sin nombre, que son excluidos por su mismo Estado de
los derechos políticos. En cuanto a los negociantes, habituados
a mentir y engañar, serán tolerados en la ciudad como un mal
necesario. El ciudadano que se degrada con los negocios comer-
3
Tito Livio: Libro I. (N. del A.)
APÉNDICE 89
ciales debe ser castigado por este delito. Si está convicto, será
condenado a un año de prisión, y la pena será doblada cada vez
que reincida.4
En su obra El económico, Jenofonte escribe:
Las personas que se dan a los trabajos manuales nunca son ele-
vadas a cargos públicos, y con razón. Condenados casi siempre a
estar sentados todo el día y a soportar, algunos, un fuego continuo,
no pueden menos que tener el cuerpo alterado, y es bien difícil que
el espíritu no se resienta.5
¿Qué puede salir de honorable de un negocio? ―exclama Ci-
cerón―. ¿Y qué puede producir de honesto el comercio? Todo lo
que se llama negocio es indigno de un hombre honrado... Los ne-
gociantes no pueden ganar sin mentir, y ¿qué hay más vergonzoso
4
Platón: República, libro V. (N. del A.)
5
Jenofonte: El económico, IV y VI.
90 EL DERECHO A LA PEREZA
que la mentira? Por lo tanto, es necesario considerar como algo
bajo y vil el oficio de todos los que venden su pena o su industria;
puesto que cualquiera que cambie su trabajo por dinero, se vende
y se pone a nivel de los esclavos.6
Proletarios embrutecidos por el dogma del trabajo, ¿escucháis el len-
guaje de estos filósofos, que se os oculta con un cuidado especial? Un
ciudadano que da su trabajo por dinero se degrada al nivel de los esclavos;
comete un crimen que merece años de prisión.
La tartufería cristiana y el utilitarismo capitalista no habían pervertido
a esos filósofos de las repúblicas antiguas, quienes, discurriendo como
hombres libres, hablaban ingenuamente de su pensamiento.
Platón y Aristóteles, esos pensadores gigantes, a quienes nuestros
filósofos de moda, los Cousin, los Caro, los Simón, etc., apenas les llegan
al tobillo apoyándose sobre la punta de los pies, querían que los ciuda-
danos de sus repúblicas ideales viviesen en el mayor ocio, ya que, como
decía Jenofonte:
6
Cicerón: De los deberes, Título II, cap. XLII. (N. del A.)
APÉNDICE 91
El trabajo ocupa todo el tiempo y no queda nada de él para la
República y los amigos.7
Según Plutarco, el gran título de Licurgo ―el más sabio de los hom-
bres― a la admiración de la posteridad era el haber concedido ocios a los
ciudadanos de la República, prohibiéndoles toda clase de oficios.8
Pero ―responderán los Bastiat,9 los Dupanloup,10 los Beaulieu, y
todos los moralistas cristiano-capitalistas― esos pensadores, esos
filósofos preconizaban la esclavitud.
7
Jenofonte, ob. cit.
8
Plutarco: Vida de Licurgo; Platón: La República, V, y Las leyes, III; Aristóteles: Política,
II y VII. (N. del A.)
9
Claude Frédéric Bastiat (1801-1850). Economista y político, defensor ardiente del
librecambismo y crítico riguroso del proteccionismo y del socialismo. Murió dejando
incompleta su obra principal, Armonías económicas.
10
Félix-Antoine-Philibert Dupanloup (1802-1878). Obispo de Orleans y miembro de la
92 EL DERECHO A LA PEREZA
Muy cierto, pero ¿podía ser de otra manera, dadas las condiciones eco-
nómicas y políticas de su época? La guerra era el estado normal de las socie-
dades antiguas: el hombre libre debía consagrar su tiempo a discutir las leyes
del Estado y a velar por su defensa. Los oficios eran entonces demasiado
primitivos y groseros para poder cumplir, ejercitándolos, con su propia mi-
sión de soldado y ciudadano.
Para tener guerreros y ciudadanos, los filósofos y los legisladores
antiguos toleraban a los esclavos en sus repúblicas heroicas. Pero los
moralistas y economistas del capitalismo ¿no preconizan el asalariado, la
esclavitud moderna? Y ¿a quiénes otorga ocios la esclavitud capitalista?
A los Rothschild, a los Schneider, a las madame Boucicaut,11 inútiles y
nocivos, esclavos de sus vicios y de sus criados.
Academia Francesa, fue, durante el Segundo Imperio, defensor de la libertad de enseñanza,
jefe de fila de los católicos liberales, y diputado y senador en la Tercera República.
11
Madame Boucicaut, nombre de soltera Marguerite Guérin (1816-1887), esposa de Jacques
Aristide Boucicaut, propietario del Bon Marché y famoso por su preocupación por el bienestar
de sus empleados. Tras la muerte de Aristide, madame Boucicaut mantuvo la dirección del
APÉNDICE 93
«El prejuicio de la esclavitud dominaba el espíritu de Aristóteles y
de Pitágoras», se ha escrito desdeñosamente y, sin embargo, Aristóteles
pensaba que «si todo instrumento pudiera ejecutar por sí solo su propia
función, moviéndose por sí mismo, como las cabezas de Dédalo o los
trípodes de Vulcano, que se dedicaban espontáneamente a su trabajo sa-
grado; si, por ejemplo, los husos de los tejedores tejieran por sí solos, ni
el maestro tendría necesidad de ayudantes ni el patrono, de esclavos».
El sueño de Aristóteles es nuestra realidad. Nuestras máquinas con
aliento de fuego, miembros de acero, infatigables, y de fecundidad mara-
villosa, inagotable, cumplen dócilmente y por sí mismas su trabajo sagrado
y, a pesar de esto, el genio de los grandes filósofos del capitalismo perma-
nece dominado por el prejuicio del asalariado, la peor de las esclavitudes.
Aún no han alcanzado a comprender que la máquina es la redentora de la
humanidad, la diosa que rescatará al hombre de las sordidae artes y del
trabajo asalariado, la diosa que le dará ocios y libertad.
negocio y continuó las obras filantrópicas de su marido. Fundó el Hospital Boucicaut de
París. Como en otras ocasiones, Lafargue dirige sus ataques a los burgueses más conocidos
por su paternalismo, para señalar las diferencias de clase que los separan del proletariado.
Impreso en marzo de 2016
en Romanyà Valls (La Torre de Claramunt)
938 011 707