El texto de este libro no posee derechos de autor
ya que sus derechos han expirado y ha pasado al dominio público.
El Crimen de la Rue Morgue
El canto de las sirenas, o el nombre que asumi Aquiles para
entre las mujeres, son cuestiones dif ciles de dilucidar, en
que no se encuentran fuera de toda conjetura.
Sir Thomas Browne: .
Urn-burial
LAS facultades mentales llamadas anal ticas son poco suscepti
anÆlisis en s mismas. Las apreciamos puramente en sus ef
Sabemos, entre otras cosas, que cuando se poseen en capac
extraordinaria procuran a su poseedor intensos goces. De igua
que el hombre vigoroso se precia de su fuerza f sica deleit
ejercicios que pongan sus mœsculos en acci n, el analizador se g
actividad mental desembrolla
que . Deriva placer aun de la circunstan
mÆs trivial que ponga en juego sus talentos. Es aficionado a
acertijos y jerogl ficos, manifestando en las soluciones un
que parece inexplicable a la ordinaria sagacidad. El
sutileza
obtenido œnicamente por el esp ritu y esencia del mØtodo, afecta
cierto aire de adivinaci n. La facultad de resolver se forta
veros milmente, con el estudio de las matemÆticas, especialment
ramos superiores, los que con marcada injusticia y solamente a
sus operaciones retr gradas se han denominado anal ticos
calificativo de excelencia. Sin embargo, el cÆlculo no es
propiamente dicho. Un jugador de ajedrez, por ejemplo, ejercita
hacer uso del otro. De lo que se desprende que el juego de a
desconoce en gran manera en sus efectos mentales. No escribo ah
tratado sobre la materia, sino unas cuantas observaciones sin
definido, simplemente para que sirvan de pr logo a una narraci
mas aprovecharØ de paso la ocasi n de asegurar que las prin
facultades reflexivas de la inteligencia se ejercen mÆs
decididamente en el discreto juego de damas que en la frivolida
del ajedrez. En este œltimo, en que las piezas tienen bizarro
movimientos con valor diferente y variable, lo que es solament
se confunde con lo profundo, error bastante comœn en reali
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atenci n se excita poderosamente en este juego. Si se distra
momento, se comete en el acto algœn descuido que se traduce en
o en derrota. Siendo los movimientos permitidos no s lo mœlt
envolventes, la posibilidad de los descuidos se multiplica;
casos sobre diez vence aquel que tiene mayor facultad de conce
a despecho quizÆ de mayor sutileza en su adversario. En el
damas, por el contrario, en que el movimiento es œnico y tien
variaci n, las probabilidades de inadvertencia disminuyen y, c
la atenci n casi libre, se obtienen las ventajas con relaci n
penetraci n. Para ser menos abstracto: supongamos un juego de
en que las piezas se hayan reducido a cuatro reinas y
verdaderamente no pueda esperarse ninguna inadvertencia. Es obv
siendo los jugadores de igual fuerza s lo podrÆ obtenerse la
algœn movimiento , resultado de algœn esfuerzo intelect
recherchØ
Privado de los recursos ordinarios, el analizador se arroja sob
de su adversario, se identifica con Øl, y frecuentemente descu
una ojeada el œnico recurso, sencillo a veces hasta el absurdo
del cual puede inducirle en error o precipitarle por falta de cÆ
El whist ha sido famoso largo tiempo por su influencia sobre
llamamos facultad calculadora; y muchos hombres de mentalidad s
se han deleitado en este juego mientras esquivaban la frivo
ajedrez. Sin duda alguna ningœn otro juego ejercita tanto como
facultad del anÆlisis. El mejor jugador de ajedrez en todo e
puede aspirar a ser sino el mejor jugador de ajedrez; mientr
habilidad en el whist significa capacidad para el Øxito en
empresas importantes en que el talento compite con el talento
hablo de habilidad me refiero a aquella perfecci n que i
conocimiento de todas las fuentes de donde puede derivarse c
leg tima ventaja. No s lo son Østas mœltiples sino multiformes,
residen en repliegues del pensamiento inaccesibles por compl
ordinaria comprensi n. Observar atentamente es recordar con clar
este respecto el reconcentrado jugador de ajedrez puede desemp
muy bien en el whist, pues que las reglas de Hoyle, basadas en
mecanismo del juego, son general y suficientemente comprensib
manera que tener retentiva y proceder "segœn el libro," son las
estimadas comœnmente como la suma total de requisitos que dist
un buen jugador. Pero en materia que traspasa los l mites de
ordinarias es donde se comprueba la sutileza del anal
Silenciosamente reœne su capital de observaciones y deduccione
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hacen lo mismo sus compaæeros; y la diferencia en los res
obtenidos reside en la calidad de la observaci n mÆs bien que e
de las inducciones. Es indispensable el conocimiento de aquel
debe observar. Nuestro jugador no se encierra en s mismo; ni
objetivo sea el juego desdeæa las inducciones que se desprende
detalles exteriores. Examina el aspecto de su compaæero, compa
cuidadosamente con el de cada uno de sus adversarios. Observa e
de arreglar las cartas en cada juego; descubriendo a menudo t
triunfo y figura por figura por las miradas que dirigen los jug
una de las cartas. Percibe todos los cambios de fisonom a segœn
adelanta, formÆndose un capital de ideas con las diferentes e
de sorpresa, de triunfo y de pesar que manifiestan los jugado
manera de recoger las cartas en una baza deduce si la persona
levanta puede hacer otra en el mismo palo. Reconoce la jugada f
el aire con que se arrojan las cartas sobre la mesa. Una palab
inadvertida; la ca da o voltereta accidental de una carta, con
consiguiente o la negligencia para ocultarla; el recuento de l
el orden de arreglo; el embarazo, vacilaci n, angustia o trepi
ofrece a su percepci n aparentemente intuitiva indicaciones
verdadero estado del asunto. DespuØs de haberse jugado las dos
primeras vueltas, encuØntrase en plena posesi n del contenid
cartas de cada jugador y desde aquel momento juega las suya
absoluta precisi n, como si el resto de la partida jugara a cart
La facultad anal tica no debe confundirse con la simple ing
porque si bien el analizador es ingenioso necesariamente, e
ingenioso es a menudo incapaz de analizar. La facultad de enc
combinar, por medio de la cual se manifiesta generalmen
ingeniosidad, y a la que han seæalado los fren logos, err neam
entender, un rgano separado juzgÆndola cualidad primitiva
encontrado con tanta frecuencia en aquellos cuyo cerebro estÆ c
confines del idiotismo, que ha atra do la atenci n de los ps
general. Entre la ingeniosidad y la habilidad anal tica existe
diferencia, en verdad, que entre la fantas a y la imaginaci n,
tienen caracteres de estricta analog a. Se advertirÆ, en efe
ingenioso es siempre fantÆstico, en tanto que imaginativo
verdadero el
nunca procede sino por anÆlisis.
La narraci n que sigue representarÆ para el lector un ligero co
la proposici n que acabo de sentar.
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Durante mi residencia en Par s, en la primavera y parte del
18 , conoc a Monsieur Auguste Dup n. Este caballero era de ex
mÆs aœn, de ilustre familia; pero, debido a una suces
acontecimientos adversos, hab a llegado a tal extremo de pobr
sucumbi la energ a de su carÆcter y ces de frecuentar la soc
preocuparse por restaurar su fortuna. Por cortes a de sus a
conservaba todav a en su poder una pequeæa porci n de su patr
con cuya renta arreglÆbase para procurarse lo indispensable con
la mÆs estricta econom a, prescindiendo por completo de to
superfluidades. Los libros eran su œnico lujo, y en Par s
conseguir a poco costo.
Nos encontramos por primera vez en una obscura librer a de
Montmartre, donde la circunstancia de buscar ambos el mismo
valioso ejemplar nos hizo entrar en comuni n mÆs estrecha
buscamos luego una y otra vez. Yo estaba profundamente interesa
pequeæa historia de familia que Øl me hab a relatado con aquel
que los franceses acostumbran entregarse, siempre que el tema
relaci n con su persona. Estaba at nito por la amplitud
conocimientos y, sobre todo, sent a mi alma inflamarse al co
ardiente fervor y la v vida frescura de su imaginaci n. Habien
residencia en Par s con cierto objeto determinado, comprend
sociedad de este hombre representaba para m tesoros inapreci
as se lo dije francamente. Arreglamos al cabo que vivir am
durante mi permanencia en aquella ciudad; y como mis condi
monetarias eran algo mÆs desahogadas que las suyas, me permiti
a mi cargo los gastos de alquilar y amueblar, en estilo que co
melancol a fantÆstica de nuestro temperamento, una deterio
extravagante mansi n situada en una parte lejana y desola
Faubourg Saint-GermÆin, la cual se encontraba deshabitaba hac
tiempo a causa de supersticiones que no nos cuidamos de inq
vacilante hasta el punto de amenazar su ruina total.
Si nuestra manera de vivir en aquel sitio hubiera sido cono
sociedad, nos habr an juzgado locos, siquiera calificaran de
nuestra locura. Nuestro aislamiento era completo. No rec
visitantes. A decir verdad, hab a yo guardado cuidadosamente e
de mi retiro a mis antiguos compaæeros; y en cuanto a Dup
muchos aæos que hab a dejado de conocer a nadie o ser conoci
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Par s. Exist amos solamente dentro de nosotros mismos.
Una de las extravagancias de la fantas a de mi amigo (¿pues
nombre podr a darle?) era ser un enamorado ferviente de la N
pronto ca en esta originalidad, como en todas las demÆs
distingu an, entregÆndome con perfecto abandono a sus fant
caprichos. La negra diosa no pod a acompaæarnos de continuo
nosotros simulÆbamos su presencia. A las primeras luces de la
bajÆbamos las grandes persianas de nuestra vieja morada; encen
un par de cirios fuertemente perfumados que arrojaban solament
muy dØbiles y fantÆsticos; y a su lumbre sumerg amos nuestras
el ensueæo, leyendo, escribiendo o conversando hasta que el
anunciaba el advenimiento de la nueva Obscuridad. Entonces sal
la calle cogidos del brazo, continuando las conversaciones
vagando muy lejos hasta una hora avanzada, y tratando de encontr
las ardientes luces y las sombras de la populosa ciudad aquel r
de excitaci n mental que la observaci n tranquila jamÆs puede pr
En tales ocasiones no pod a dejar de percibir y admirar (aun
l gico esperarlo de su poderosa imaginaci n) una habilidad
peculiar en Dup n. Parec a en verdad deleitarse en ejercita
precisamente en desplegarla; y no vacilaba en confesar el pl
aquello le proporcionaba. JactÆbase ante m , con risa baja y c
de que muchos hombres ten an para Øl ventanas en el pecho; ha
seguir a esta aserci n pruebas directas y sorprendentes
conocimiento perfecto de mis propias impresiones. Su manera de
tales momentos era r gida y absorta; sus ojos adquir an vaga exp
tanto que su voz, de registro poderoso de tenor, elevÆbase a u
hubiera vibrado Æsperamente si no fuera por su enunciaci n
perfectamente deliberada. Observando sus modales en estas ocas
varias veces me puse a meditar en la antigua filosof a de
personalidad, y me divert a imaginar un doble Dup n: el cre
resolvente.
No supongÆis, por lo que acabo de decir, que pienso descubrir u
o escribir algœn romance. Lo que he manifestado con respecto a
era simplemente el fruto de una imaginaci n exaltada y quizÆ
Pero un ejemplo darÆ mejor idea de la ndole de sus observacion
momentos a que me refiero.
VagÆbamos una noche por una calle larga y sucia en las cerca
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Palais Royal. Ocupados ambos aparentemente en nuestros pro
pensamientos, hac a quince minutos por lo menos que no pronunci
una palabra. De repente salt Dup n con esta frase:
Es un mozo de pequeæa estatura, es verdad, y estar a mejor
ThØ tre des VariØtØs.
No hay duda, repliquØ inconscientemente, sin observar de pron
absorto me encontraba en mis reflexiones, la forma extraordina
Dup n coincid a con mis meditaciones. Un instante despuØs me d
de ello con profundo estupor.
Dup n, dije con gravedad, esto sobrepasa mi comprensi n. No va
en decir que estoy estupefacto y apenas puedo dar crØdito a mis
¿C mo es posible que supierais que estaba pensando en...? Y
detuve, para asegurarme por completo de que Øl sab a a quiØn me
...en Chantilly, concluy . ¿Por quØ os detenØis? Estab
diciØndoos a vos mismo que su pequeæa figura no es a prop sito
tragedia.
ste hab a sido precisamente el tema de mis reflexiones. Chant
antiguo remend n de la rue Saint-Denis que, loco por la escena,
representarr el
lede Jerjes en la tragedia de CrØbillon del mismo n
y hab a sido puesto en la picota del pasqu n por su atentado.
Decidme, por Dios, exclamØ, el mØtodo, si alguno puede haber,
medio del cual habØis podido sondear mi alma en esta circunstanc
A la verdad, estaba yo mÆs impresionado de lo que quer a expresa
El frutero fuØ, replic mi amigo, quien os trajo a la conclusi
el zapatero remend n no era de altura suficiente para
et id Jerjes
genus
omne.
¡El frutero? ¡Me asombrÆis! No conozco ningœn frutero.
El hombre que tropez con vos cuando entrÆbamos a esta calle,
vez quince minutos.
RecordØ entonces que, en efecto, un frutero que llevaba en la
cesto de manzanas casi me arroja a tierra por casualidad cuando
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de la rue C a la gran avenida en que entonces nos hallÆbamos
no pod a imaginar lo que esto ten a que ver con Chantilly.
No hab a un Ætomo de charlataner a en Dup n.
Os lo explicarØ, dijo, y entonces comprenderØis todo con cla
Trazaremos el curso de vuestras meditaciones desde el momento
hablØ hasta el encuentro con el frutero en cuesti n. Los eslab
cadena corren as : Chantilly, Ori n, el doctor Nichols,
estereotom a, las piedras de la calle, el frutero.
Hay pocas personas que no se hayan entretenido alguna vez en se
temas a travØs de los cuales su mente ha llegado a or
conclusiones. Esta ocupaci n resulta a menudo muy interesante;
que por primera vez la ensaya se sorprende por la dis
aparentemente ilimitada e incoherente, entre el punto de partid
¡CuÆl ser a pues mi sorpresa al o r hablar al francØs de esta
poder menos de reconocer que dec a la verdad! l continu :
HablÆbamos de caballos, si mal no recuerdo, en el moment
abandonar la rue C . ste fuØ el œltimo tema de discusi n. Al
calle, un frutero, con un gran cesto de manzanas en la cabe
rÆpidamente rozÆndonos y echando a rodar un mont n de piedra
pavimentaci n reunidas en un sitio donde estaban reparando la
Os detuvisteis sobre uno de los fragmentos, resbalasteis y o
ligeramente el tobillo; aparecisteis despuØs algo vejado, mu
algunas palabras, volvisteis a mirar a la pila de piedras y lue
silencioso. Yo no puse atenci n particular en lo que hac ai
observaci n vino despuØs como una especie de necesidad.
Permanecisteis con los ojos fijos en tierra, mirando con
petulante los huecos y grietas del pavimento, de manera que pud
que pensabais en piedras hasta que llegamos a la pequeæa ca
llamada Lamartine, pavimentada por v a de ensayo con zoq
sobrepuestos y remachados. All vuestro aspecto se anim , y, al
movimiento de vuestros labios, no pude dudar de que pronuncia
palabra "estereotom a," tØrmino aplicado con mucha afectaci n
clase de pavimento. Sab a yo que no podr ais pensar en estereot
recordar la atom a y, de consiguiente, la doctrina de Epicuro;
rememorando que no ha mucho discut amos sobre este tema,
mencionaba yo la manera tan extraordinaria como poco notada en
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confirmÆndose las vagas conjeturas de este noble griego acer
reciente cosmogon a de las nebulosas, comprend que no podr ais
de lanzar una mirada a la gran nebulosa de Ori n, y ciertamente
que as lo har ais. Mirasteis al cielo; y entonces estuve se
hab a seguido correctamente vuestros pensamientos. Pero en la
diatriba que apareci en el MusØe de ayer contra Chantilly, hac
algunas alusiones bochornosas sobre el cambio de nombre del za
remend n al calzarse el coturno, y citaba una l nea latina
comentado juntos a menudo y que dice:
Predidit antiquum litera prima sonum.
Os hab a dicho alguna vez que se refer a a Ori n, que antigua
escrib a Uri n; y por cierta mordacidad relacionada con esta e
estaba seguro de que no la habr ais olvidado. Era claro, por c
que hab ais de combinar las dos ideas de Ori n y de Chantil
observar que las combinabais por la clase de sonrisa que apa
vuestros labios. Pensabais en la inmolaci n del pobre remend
aquel momento hab ais conservado vuestra habitual manera de
pero os vi entonces erguiros en toda vuestra altura, y no pude
experimentar la certidumbre de que recordabais la diminuta
Chantilly. En este momento interrump vuestras meditacione
observar que, en efecto, es un mozo muy pequeæo Chantilly y que
mejor en el ThØ tre des VariØtØs.
Poco tiempo despuØs de esta conversaci n, le amos juntos ciert
de laGazette des Tribunaux
, cuando atrajo nuestra atenci n el art
siguiente:
CRIMEN EXTRAORDINARIO
Esta madrugada, a las tres mÆs o menos, los habitantes del Quar
Roch despertaron de su sueæo por una serie de alaridos terror
part an, al parecer, de una casa de la rue Morgue que se sab a
œnicamente por Madame L’Espanaye y su hija, Mademoiselle Ca
L’Espanaye. DespuØs de algœn retardo ocasionado por tent
infructuosas para penetrar en la casa por los medios ordinario
forzar la puerta de entrada con una palanca de hierro, y ocho o
vecinos entraron acompaæados por dos gendarmes. A este tiemp
gritos hab an cesado; pero mientras la partida se precipita
escaleras del primer piso, pudieron escucharse dos o mÆs voces
en iracunda disputa, las cuales parec an provenir de la parte m
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de la casa. Cuando el grupo lleg al segundo descanso de la
hab a cesado el ruido y todo estaba perfectamente tranquilo. La
disemin distribuyØndose por las diversas habitaciones. Al l
vasto aposento en el fondo del cuarto piso, cuya puerta, cerrada
con llave, tambiØn hubo de forzarse, present se un espectÆc
sobrecogi de espanto y estupor a todos los circunstantes.
El departamento aparec a en el mÆs espantoso desorden, con los
destrozados y desparpajados en todas direcciones. Hab a un sol
del cual se hab an arrancado los colchones y los cobertores,
arrojados en medio de la habitaci n. Sobre una silla ve ase u
manchada de sangre. En el hogar hab a dos o tres gruesos mec
grises de cabello humano, manchados asimismo de sangre, y
parec an haber sido arrancados de ra z. En el suelo se encontra
napoleones, un pendiente de topacio, tres grandes cucharas de p
mÆs pequeæas de , y dos saquillos de cuero que conten
mØtal d’Alger
cerca de cuatro mil francos en oro. Los cajones
bureau, que
de un
hab a
en una de las esquinas, estaban abiertos y aparentemente hab
saqueados, aunque quedaban todav a en ellos muchos objetos
descubri una pequeæa caja de hierro bajo los cobertores en m
aposento. Estaba abierta y ten a la llave en la cerradura. No
sino unas cuantas cartas y papeles de poca importancia.
No se encontraba rastro de Mademoiselle L’Espanaye; mas, observ
gran cantidad de holl n en el hogar, h zose una pesquisa en la
¡horror! encontr se all el cuerpo de la hija que hab a sido la
abajo, haciØndose penetrar a viva fuerza por la estrecha aber
una distancia considerable. El cadÆver estaba caliente
ExaminÆndolo, se encontraron varias excoriaciones produ
indudablemente por la violencia con que hab a sido empujad
desembarazarse de Øl. Ve anse en el rostro profundos araæazos
garganta obscuras marcas y hondas huellas de uæas, como si l
hubiera sido estrangulada.
DespuØs de minuciosa investigaci n de todos y cada uno d
departamentos de la casa, sin nuevo resultado, la partida se e
un pequeæo patio embaldosado, a la espalda del edificio, d
encontr el cadÆver de la anciana seæora con la garganta cortada
tan terrible que, al tratar de levantarla, cay la cabeza c
separada del tronco. El cuerpo y la cabeza aparec an horri
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mutilados, al punto que el primero apenas si conservaba figura h
Hasta ahora no se descubre, parece, la mÆs ligera huella para
este horrible misterio.
El siguiente d a trajo el peri dico estos detalles adicionales:
LA TRAGEDIA DE LA RUE MORGUE
Muchas personas han sido interrogadas con relaci n a este pav
extraordinario asunto; mas nada se ha traslucido que pueda arro
luz sobre el misterio. Damos a continuaci n un extracto
interrogatorios.
, lavandera, declara que conoc a hace tres aæos a
Pauline Dubourg
v ctimas, habiendo estado todo este tiempo a cargo de su ropa. L
seæora y su hija parec an estar en buenos tØrminos, muy af
mutuamente. Eran paga excelente. Nada pod a decir respecto
manera de vivir o medios de fortuna. Cre a que Madame L. d
buenaventura para sostenerse. Dec ase que ten a dinero ahorrado
encontr a otras personas en la casa cuando ven a a tomar la
entregarla. Estaba segura de que no ten an criada a domicilio.
haber muebles en la casa, con excepci n de los del cuarto piso.
, tabaquero, declara que acostumbraba vender pequeæ
Pierre Moreau
cantidades de tabaco a Madame L’Espanaye hac a cerca de cuatro
Hab a nacido en la vecindad y vivido siempre en el mismo ba
anciana y su hija ocupaban hac a mÆs de seis aæos la casa en d
encontraron los cadÆveres. Antes estuvo ocupada por un joye
subarrendaba los cuartos altos a varias personas. La casa era
de Madame L. HabiØndose disgustado por el abuso de posesi n
arrendatario, vino ella misma a habitar la propiedad sin que
ningœn departamento. La anciana era algo pueril. Los testigos h
a la joven unas cinco o seis veces durante los seis aæos. Amba
una vida muy retirada, y se dec a que ten an dinero. Hab a o
vecindad que Madame L. dec a la buenaventura; pero no lo cre a
hab a visto a nadie atravesar la puerta, salvo la anciana y
mandadero una o dos veces, y un mØdico unas ocho o diez veces.
Muchas otras personas y vecinos testificaron de igual manera. A
indicaba como visitante de la casa. IgnorÆbase si exist an p
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Madame L. y de su hija. Las persianas de las ventanas del frent
se alzaban. Las de la parte posterior siempre estaban cerra
excepci n del gran aposento del fondo en el cuarto piso. La ca
buen edificio, no muy antiguo.
, gendarme, declara que fuØ llamado a la casa a eso
Isidore Muset
tres de la maæana, y encontr a la puerta veinte o treinta pe
trataban de entrar. La puerta se forz al fin con una bayone
palanca de hierro. Tuvieron poca dificultad para abrirla porque
hojas y no estaba asegurada por arriba ni por abajo. Los
continuaron hasta que se abri la puerta y luego cesaron repen
Parec an gritos de una o varias personas en extrema angusti
fuertes y arrastrados, no rÆpidos ni cortos. Los testigos se di
Al llegar al primer descanso de la escalera, oyeron dos voces
acalorada e iracunda: la una, Æspera y gruesa; la otra, mucho mÆ
una voz extraæa. Pudo distinguir algunas palabras de la primer
voz de un francØs. Positivamente no era voz de mujer. Pudo dis
palabrassacrØ
" " y diable
" ." La voz chillona pertenec a a un extranjer
podr a asegurar si era voz de hombre o de mujer. No pudo entend
dec a, pero cre a que el idioma era el espaæol. El testigo
estado de la habitaci n y de los cadÆveres conforme a nuestros
de ayer.
, uno de los vecinos, y platero de profesi n, declara
Henri Duval
uno de los que primero penetraron en la casa. Corrobora en g
testimonio de Muset. Tan pronto como se forz la entrada, ce
nuevo la puerta para impedir el paso a la multitud que se agl
pesar de lo avanzado de la hora. La voz chillona opina el test
de un italiano. Seguramente no era de francØs. No podr a afi
fuera voz de hombre. Pod a tambiØn ser de mujer. No conoc a el
No pudo distinguir las palabras, mas por la entonaci n estaba
de que quien hablaba era un italiano. Conoc a a Madame L. y a
Hab a hablado con ambas a menudo. Estaba cierto de que la voz
no pertenec a a ninguna de las v ctimas.
OdenhØimer, restaurador. Este testigo declar espontÆneamente
sabiendo hablar francØs, di su testimonio por medio de un int
natural de `msterdam. Pasaba por la casa en el momento de los a
Se prolongaron por varios minutos, quizÆ diez. Eran largos y ag
angustiosos. FuØ uno de los que penetraron en la casa. Corr
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anterior testimonio en todas sus partes, menos una. Estaba cie
la voz chillona era de hombre, un francØs. No pudo distinguir
pronunciadas. Eran fuertes y rÆpidas, desiguales, aparentemente
entre el temor y la c lera. La voz era desapacible, no tanto c
desapacible. No podr a llamarse voz chillona. La voz gruesa
menudo " ," diable
sacrØ " ," y una vez
mon "Dieu!
"
, banquero, de la firma Mignaud et Fils, rue de Lorai
Jules Mignaud
mayor de los Mignaud. Madame L’Espanaye ten a algunas propied
Hab a abierto cuenta en su casa de banca en la primavera del aæ
aæos antes). Hac a frecuentes dep sitos de pequeæas sumas. No
girado hasta tres d as antes de su muerte, que retir personalm
mil francos. Esta suma se pag en oro, y un empleado la trajo
casa.
, empleado de Mignaud et Fils, declara que el d
Adolphe Le Bon
cuesti n, a eso de las doce, acompaæ a su residencia a M
L’Espanaye llevando los cuatro mil francos en dos talegos. C
abri la puerta, apareci Mademoiselle L., y le recibi uno de
mientras la anciana tomaba a su cargo el otro. Entonces Øl se
parti . No vi a nadie en la calle en ese momento. Es u
atravesada, muy solitaria.
, sastre, declara que era uno de la partida que penet
W lliam Bird
casa. Es inglØs. Ha vivido dos aæos en Par s. FuØ uno de los pr
subi la escalera. Oy las voces que disputaban. La voz grues
francØs. Pudo distinguir varias palabras, pero no las recue
Percibi claramente " y mon
sacrØ " Dieu!" Hubo en aquel momento un
ruido como de lucha entre varias personas, un ruido como de
empujar. La voz chillona era muy fuerte, mÆs fuerte que la
Seguramente no era voz de ningœn inglØs. Parec a ser de alemÆn.
era voz de mujer. No entiende el alemÆn.
HabiØndose llamado por segunda vez a testificar a cuatro de
personas, declararon que la puerta del aposento donde se enc
cuerpo de Mademoiselle L. estaba cerrada por dentro cuando l
partida. Todo estaba perfectamente silencioso; no hab a lamentos
de ninguna clase. Cuando se forz la puerta, no se vi a n
ventanas de ambos cuartos, el del fondo y el del frente, estaban
aseguradas fuertemente por dentro. Una puerta entre las dos hab
estaba tambiØn cerrada, pero sin llave. La puerta que cond
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aposento del frente al pasadizo estaba cerrada, con la llave po
adentro. Una pieza pequeæa en el frente de la casa, en el cuar
principio del pasadizo, ten a la puerta entreabierta. Esta habi
llena de lechos viejos, cajas y trastos por el estilo. Todo
examin cuidadosamente. No qued una pulgada de terreno en la
que no se escudriæara con la mayor minuciosidad. Las chimen
barrieron de arriba abajo con escobas. El edificio constaba de
y el desvÆn. Una puerta corrediza en el techo estaba s l
enclavada y no parec a haberse abierto por varios aæos. El
transcurrido entre el momento en que se oyeron las voces en di
de la ruptura de la puerta del cuarto se fijaba diversamen
testigos. Unos lo estimaban en tres minutos, mientras otros lo h
hasta cinco. La puerta se abri con dificultad.
, enterrador, declara que reside en la rue Morgu
Alfonso Carcio
espaæol. FuØ uno de la compaæ a que penetr en la casa. No s
escaleras. Es nervioso y tem a las consecuencias de una emoci
las voces que disputaban. La voz gruesa era de francØs. N
distinguir lo que dec a. La voz chillona pertenec a a un inglØs
de ello. No conoce el inglØs, pero juzga por el acento.
, confitero, declara que se encontr entre los prim
Alberto Montani
subieron la escalera. Oy las voces en cuesti n. La voz gruesa
francØs. Comprendi varias palabras. El que hablaba parec a am
No pudo entender ninguna palabra de la voz chillona. Hablaba de
rÆpida y desigual. Cree que es la voz de un ruso. Corrobora el
general. Es italiano. JamÆs ha conversado con ningœn natural de
Varios testigos certificaron en su segunda declaraci n que las
de todos los aposentos del cuarto piso eran demasiado estrech
admitir el paso de un ser humano. Por "escobas" quer an s
escobillones cil ndricos como los que usan los deshollinador
escobillones se hab an pasado de arriba abajo en todos los
chimenea de la casa. No hay pasaje en la parte de atrÆs po
pudiera haber escapado el asesino mientras la gente sub a las
El cuerpo de Mademoiselle L’Espanaye estaba tan s lidamente em
en la chimenea que apenas lograron bajarle los esfuerzos combin
cuatro o cinco personas.
, mØdico, declara que fuØ llamado al amanecer para exa
Paul Dumas
los cuerpos. Ambos yac an sobre el caæamazo del lecho en el a
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donde fuØ encontrada Mademoiselle L. El cuerpo de la joven ten
magulladuras y excoriaciones. La circunstancia de haber sido em
la chimenea bastar a para explicar estas manifestaciones. La
estaba horriblemente lacerada. Aparec an huellas profundas d
precisamente debajo de la barba, y una serie de placas l vidas
a no dudarlo por la impresi n de los dedos. El rostro estaba t
amoratado y los ojos salientes de sus rbitas. La lengua ve a
en su mayor parte. Descubri se una gran contusi n en la cavi
est mago, debida aparentemente a la presi n de una rodilla.
opini n de M. Dumas, Mademoiselle L’Espanaye hab a sido estran
por una o varias personas desconocidas. El cadÆver de la madre
horriblemente mutilado. Los huesos de la pierna y el brazo
estaban cual mÆs cual menos destrozados. La tibia izquierda
astillas, lo mismo que las costillas del lado izquierdo. To
estaba espantosamente magullado y amoratado. No era posible exp
c mo se hab an infligido aquellas lesiones. QuizÆs alguna pesad
madera o una barra de hierro, una silla, cualquier arma pesada
podr a producir tales resultados, manejada por un hombre en
vigoroso. Ninguna mujer pod a haber causado estas heridas con
clase de arma. La cabeza de la v ctima estaba enteramente sepa
tronco cuando la vi el testigo, y mostraba asimismo
magulladuras. La garganta hab a sido cortada evidentemente co
instrumento muy afilado, una navaja con toda probabilidad.
, cirujano, fuØ llamado a la vez que M. Dumas
Alexandre tienne
examinar los cuerpos. Corrobora el testimonio y la opini n del p
Nada nuevo se produjo de importancia, aunque varias otros p
fueron interrogadas. JamÆs se hab a cometido en Par s asesin
misterioso, si de asesinato se trata, en verdad, en este caso
estÆ completamente desorientada, lo cual es muy raro en asuntos
naturaleza. No existe, sin embargo, la menor huella.
La edici n de la tarde del mismo peri dico dec a que el quartier
continuaba en gran excitaci n, que la propiedad hab a
cuidadosamente registrada y que se hab an llevado a cabo
interrogatorios, pero sin ningœn Øxito. Una nota de œlt
manifestaba, sin embargo, que Adolphe Le Bon quedaba detenido
cuando nada aparec a en contra suya mÆs allÆ de los h
mencionados.
16
Dup n se mostraba singularmente interesado en el desenvolvimi
este proceso, a lo que pod a yo traslucir por su actitud, por
comentario alguno. Solamente despuØs de la noticia de la pris
Bon inquiri mi opini n con respecto de los asesinatos.
S lo pude convenir con todo Par s en considerarlos un misterio
No ve a medio por el cual pudiera descubrirse al asesino.
No debemos juzgar de los medios por este interrogat
superficial, dijo Dup n. La polic a de Par s, tan renombrada
perspicacia, es astuta, pero nada mÆs. No hay mØtodo en
procedimientos, salvo el mØtodo del primer momento. Hace g
grandes disposiciones; pero con mucha frecuencia se adaptan ta
objeto, que nos hace recordar a Monsieur Jordainrobe-de-
pidiendo su
chambre, pour mieux entendre la .musique
Los resultados obtenidos son
admirables a menudo, pero se deben en su mayor parte a simple d
y actividad. Cuando estas cualidades no tienen aplicaci n, s
fracasan seguramente. Vidocq, por ejemplo, ten a buen golpe de
era perseverante. Pero, careciendo de la educaci n del racioci
continuamente por la misma intensidad de sus investigaciones.
su poder visual por colocar el objeto demasiado cerca de sus o
discernir quizÆ uno o dos puntos con extraordinaria clarida
dedicarse a ellos especialmente, perd a de vista el tema en co
sucede con las cosas demasiado profundas. Y la verdad no se
siempre en el pozo. En efecto, por cuanto de la experiencia se
creo, por el contrario, que se encuentra invariablemente en la
La profundidad reside en los valles donde nosotros la suponemos
la cima de las montaæas donde la verdad se encuentra. La for
origen de errores de esta clase se concibe perfectamente compar
la contemplaci n de los cuerpos celestes. Mirar una estrella
ojeada, examinarla en sentido lateral volviendo en aquella d
porci n exterior de la retina mÆs susceptible que la parte i
impresiones dØbiles de luz, es contemplar la estrella dis
apreciar mejor su brillo, brillo que se opaca justamente en
cuando dirigimos de lleno las miradas sobre el astro. Mayor n
rayos hiere la vista en este caso; pero en el primero hay cap
refinada de comprensi n. Por causa de profundidad innec
debilitamos y ponemos en perplejidad nuestra mente; siendo posi
verdad, que la misma Venus llegue a desvanecerse en el firm
17
como resultado de un escrutinio demasiado sostenido, dema
concentrado o demasiado directo.
TratÆndose de estos asesinatos, interroguØmonos nosotros mismos
de formarnos ninguna opini n. Una investigaci n del asunto nos
distracci n (yo pensØ que esta expresi n, aplicada as , resul
curiosa), y ademÆs Le Bon me hizo un servicio en cierta ocasi
cual le estoy agradecido. Iremos a ver la casa con nuestros pr
Conozco a G , el prefecto de polic a, y no tendremos dificul
obtener el permiso .
Obtenida la autorizaci n, nos encaminamos inmediatamente a
Morgue. Es una de las callejuelas miserables que se encuentran
rue Richelieu y la rue Saint-Roch. Era tarde cuando llegamos,
barrio estÆ situado a gran distancia del que nosotros hab
Encontramos la casa con facilidad, porque todav a contemplaban
personas con inœtil curiosidad las cerradas persianas desde
opuesto de la calle. Era una de aquellas ordinarias casas paris
su vest bulo, en uno de cuyos costados ve ase la garita de cr
tablero corredizo en la ventanilla loge
indicando la . Antes de
du concierge
entrar seguimos la calle hacia arriba, dimos vuelta a una calle
de regreso pasamos por la espalda del edificio. Dup n ex
entretanto los alrededores a la par que la casa con atenci n m
la cual no encontraba yo el objeto.
Volviendo sobre nuestros pasos, nos encontramos al frente del
llamamos y, despuØs de mostrar nuestras credenciales, fuimos a
por los agentes de guardia. Subimos al aposento donde se
encontrado el cuerpo de Mademoiselle L’Espanaye, y donde to
yac an las v ctimas. Como de costumbre, hab ase dejado subs
desorden de la habitaci n. No vi nada mÆs allÆ de lo que in
. Dup n lo escudriæaba todo, sin exceptuar
Gazette des Tribunaux
cuerpos de las v ctimas. Pasamos en seguida a las otras piezas
acompaæados de un gendarme por todas partes. Esta pesquisa nos
hasta el obscurecer, hora en que nos retiramos. De regreso a
domicilio, mi compaæero se detuvo un momento en las oficinas d
los diarios.
He dicho que mi amigo ten a mœltiples genialidades, y que
je les mØnageais
esta frase no tiene equivalente en inglØs. Por ahora su
consist a en declinar todo tema de conversaci n sobre el asesin
18
doce del d a siguiente. De sœbito me pregunt si hab a obser
peculiar en el sitio de aquellas atrocidades.
Su manera de recalcar la palabra "peculiar" me hizo estremecer
por quØ.
No; nada peculiar
, respond ; nada mÆs, por lo menos, de lo que
ambos le mos en el peri dico.
La Gazette
, replic , no ha penetrado, me figuro, todo el horror
cosa. Mas descartad la vana opini n del peri dico. Me parece
considera insoluble este misterio por la misma raz n que deb a
se le juzgue de fÆcil soluci n. Me refiero
outrØal
quecarÆcter
le distingue.
La polic a estÆ confundida por la aparente ausencia de motivo;
asesinato en s mismo, sino por la atrocidad de este asesina
confundidos tambiØn por la aparente imposibilidad de conciliar
o das en la discusi n con el hecho de que a nadie encontraron a
el cadÆver de Mademoiselle L’Espanaye, y que no hubiera forma d
sin que pudiera notarlo la gente que sub a. El desorden sal
habitaci n: el cadÆver embutido cabeza abajo en la chimen
espantosa mutilaci n del cuerpo de la anciana; todas
consideraciones ya mencionadas, y otras que no necesito mencion
sido suficientes para paralizar la potencia policiaca, para
completamente la famosa de los agentes del gobierno. Han
penetraci n
ca do en el grosero y comœn error de confundir lo inusitad
abstruso. Mas, por esta misma desviaci n del plano ordinario,
descubre un camino, si le hay, en su persecuci n de la ver
investigaciones de naturaleza tal como las que ahora persegu
debe uno preguntarse ¿quØ ha pasado? sino ¿quØ ha pasado que
no hab a sucedido? En efecto, la facilidad con que llegarØ, o h
mejor dicho, a la soluci n del misterio, estÆ en raz n dir
insolubilidad a los ojos de la polic a.
MirØ de hito en hito a mi amigo, con mudo estupor.
Estoy aguardando, continu , lanzando una ojeada a la puert
nuestro departamento, estoy aguardando a una persona que debe h
estado complicada en la perpetraci n de esta carnicer a aun c
haya sido precisamente el asesino. Es inocente, segœn toda pro
de la parte mÆs grave de los cr menes cometidos. Conf o en
deducciones sean exactas; porque all he fundado la espera
19
conocer el enigma por completo. Espero a mi hombre aqu , en est
en cualquier momento. Es posible que no venga; pero toda
probabilidades estÆn a favor de su venida. Si llega, serÆ preci
He aqu pistolas; ambos sabremos manejarlas si la ocasi n lo dem
Cog las pistolas sin saber casi lo que hac a, y sin dar crØdit
mientras Dup n prosegu a como en un soliloquio. He hablado
manera abstra da en tales ocasiones. Su discurso se dirig a a m
voz, aun cuando no era alta, ten a la entonaci n empleada gene
cuando se habla con alguna persona a gran distancia. Sus o
expresi n vaga, fijÆbanse œnicamente en el muro.
Aquello de que las voces que disputaban, dec a, o das por la
que sub a las escaleras, no eran voces de mujer, estÆ ampl
comprobado por la evidencia. Esto descarta la duda de que la vi
hubiera asesinado primero a su hija para suicidarse despuØs.
esto solamente para proceder con mØtodo; porque la fuerza de
L’Espanaye jamÆs habr a podido llevar a cabo la tarea de en
cuerpo de su hija en la chimenea, como fuØ encontrado; y la nat
las heridas en su propio cuerpo excluye toda idea de atentado
misma. Luego, ha sido cometido el asesinato por tercera persona
de aquella o aquellas personas, es la que se o a en la d
Permitidme ahora hacer notar, no precisamente las declaraciones
de aquellas voces, sino lo que hab a deen aquellas
peculiar
declaraciones. ¿Observasteis en ello algo de peculiar?
InsinuØ que, en tanto que todos los testigos estaban acordes en
voz gruesa como perteneciente a un francØs, hab a gran difer
opiniones acerca de la voz chillona o desapacible, como la def
los testigos.
Esto es la evidencia en s misma, dijo Dup n, pero no es a
peculiaridad de la misma evidencia. No habØis observado na
particular. Y, sin embargo, hab
algo digno
a de ser observado. Los
testigos, como habØis notado, estaban de acuerdo acerca de
gruesa: su testimonio ha sido unÆnime. Pero con respecto a
chillona, la peculiaridad consiste, no en que estuvieran en
sino en que cuando trataron de describirla un italiano, un
espaæol, un holandØs y un francØs, cada uno de ellos l
perteneciente a un extranjero. Todos estaban seguros de que no e
de un compatriota. Todos la comparan a la voz de un individu
20
expresara en idioma desconocido. El francØs supone que es un es
"hasta podr a haber distinguido algunassi palabras ." El
supiera espaæol
holandØs asegura que era la voz de un francØs; pero encontramo
." El de int
no sabiendo francØs el testigo fuØ interrogado por medio
inglØs opina que "era voz de alemÆn,"
conocey el
no alemÆn
. El espaæol
"estÆ seguro" de que era un inglØs, pero "juzga por el acento
." El italiano cree que es la voz de un ruso,
pues no sabe inglØs
jamÆs ha hablado con ningœn ." ruso
MÆs aœn; otro francØs difiere
opini n con el primero y estÆ seguro de que la voz era de ital
, deduce por el acento, lo mismo que e
no conociendo este idioma
espaæol." Ahora bien; ¿quØ voz tan singularmente extraæa es Ø
provoca declaraciones tan contradictorias? ¿En quØ acent
expresaba, para que naturales de las cinco principales divi
Europa no pudieran percibir nada familiar a sus o dos? DirØis
ser la voz de un asiÆtico o de un africano. Ni africanos
abundan en Par s; mas, sin negar esta posibilidad, llamarØ
vuestra atenci n a tres puntos. Uno califica la voz de desapacib
que chillona. Otros dos la definen como "rÆpida y desigual.
palabra, ningœn sonido semejando palabras ha podido discernir
sido mencionado por los testigos.
Yo no sØ, continu Dup n, quØ clase de impresi n he logrado ll
vuestra mente; pero no vacilo en decir que las deducciones le
esta parte tan s lo del testimonio, con referencia a la voz gru
chillona, bastan por s mismas para engendrar la sospecha q
encaminar el proceso de la investigaci n del misterio. Digo "d
leg timas," pero mi idea no queda as del todo definida. Inte
con ello que estas deducciones œnicas
son las
razonables, y que la
sospecha se levanta inevitablemente como simple resultado
manifestarØ aœn esta sospecha. S lo deseo que comprendÆis que
mente ha tenido fuerza suficiente para dar forma definida,
particular, a mis investigaciones en el aposento.
TransportØmonos ahora con la imaginaci n a dicho aposento.
debemos buscar ante todo all ? El medio de salida empleado
asesinos. No es mucho aventurar si aseguramos que ninguno de no
cree en acontecimientos sobrenaturales. Madame y Mademois
L’Espanaye no hab an sido asesinadas por esp ritus. Los malh
eran de carne y hueso, y escaparon como seres de carne y
¿C mo, entonces? Afortunadamente s lo hay un modo de dilucid
21
punto, y este modo tiene que llevarnos a conclusiones definid
Examinemos, uno por uno, los medios posibles de salida. Es evid
los asesinos estaban en el aposento en que se encontr a Madem
L’Espanaye, o al menos en el cuarto contiguo, cuando el grupo
sub a las escaleras. Entonces, s lo tenemos que buscar las sa
ambas habitaciones. La polic a ha sondeado los pisos, los techo
de albaæiler a de los muros en todas direcciones. No era po
escapase a su vigilancia ninguna salida oculta. Pero no confia
ojos, examinØ con los m os propios. No exist an salidas secreta
puertas que daban acceso a los cuartos por el pasadizo estaban
con llave y ten an la llave por dentro. Volvamos a las chimen
aunque de anchura ordinaria en los primeros ocho o diez pies
hogar, no admitir an hasta la salida ni siquiera el paso de un
Siendo absoluta la imposibilidad de salida por los medios
quedamos reducidos a las ventanas. Por las del cuarto del fre
podr a haber escapado sin ser visto de la multitud estacionada
Los asesinos tienen entonces que haber pasado por las ventana
pieza interior. Llegados a esta conclusi n de manera inequ voc
conviene como razonadores descuidar una serie de imposibil
aparentes. Debemos probar œnicamente que estas aparen
"imposibilidades" en realidad no son tales.
Hay dos ventanas en la habitaci n. Una de ellas estÆ completame
de muebles y del todo visible. La parte inferior de la otra qu
la cabecera de la pesada cuja colocada exactamente en aquella d
La primera ventana se encontr firmemente asegurada por dentro.
todo el empuje de los que trataron de levantarla. Hab ase a
barreno un gran hueco a la izquierda del marco, y un grueso cl
profundamente incrustado all casi hasta la cabeza. Examinand
ventana, se encontr incrustado un clavo semejante; y fracas
modo una vigorosa tentativa para levantar el bastidor. La pol
completamente satisfecha de que la escapatoria no hab a tenido
aquel lado. Y, en consecuencia, se juzg inœtil retirar los cla
ventanas.
Mi pesquisa particular fuØ mÆs minuciosa por la raz n a que
aludido; porque yo sab a que aquØl era el punto en que deb a
que la imposibilidad aparente no exist a en realidad. ComencØ a
as a . Los asesinos hab an escapado indudablemente por una
posteriori
aquellas ventanas. Siendo as , no era posible que aseguraran p
22
los bastidores en la forma en que se encontraron: consideraci
raz n de ser tan obvia, detuvo las pesquisas de la polic a en
Y sin embargo, los bastidores estaban asegurados. De consig
deb an tener la facultad de cerrarse por
s mismos. No hab a forma de
evadir esta conclusi n. Me dirig a la ventana libre, extraje
cierta dificultad, y procurØ levantar el bastidor. Resisti
esfuerzos como yo me lo esperaba. Deb a existir un resorte ocul
seguro ahora; y esta comprobaci n de mis deducciones me conven
que mi raciocinio era correcto, aun cuando todav a ex
circunstancias misteriosas con relaci n a los clavos. Una
minuciosa h zome descubrir el resorte oculto. Oprim lo, y satis
descubrimiento, me abstuve de levantar el bastidor.
ColoquØ nuevamente el clavo en su sitio y me dediquØ a observ
atenci n. Una persona que pasara a travØs de esta ventana pod a
cerrado de nuevo haciendo jugar el resorte; pero no era posibl
colocar el clavo en su sitio. El resultado era claro y estrecha
campo de investigaci n. Los asesinos
deb an haber escapado por la otra
ventana. Suponiendo, en tal caso, que el resorte de los b
funcionara de igual modo, como era probable, deb a existir
diferencia entre los clavos o, por lo menos, en la manera de
EncaramÆndome en el caæamazo del lecho, mirØ atentamente por en
de la cabecera la segunda ventana. Pasando la mano por detrÆs,
pronto y oprim el resorte que, como lo hab a juzgado de ante
enteramente igual a su compaæero. BusquØ entonces el clavo.
grueso como el otro y encajaba aparentemente de la misma ma
hundido hasta la cabeza.
DirØis que estaba confundido; pero si lo creØis as habØis eq
naturaleza de mis inducciones. Usando una frase de cazador, dir
hab a "fallado" una sola vez. Ni un momento hab a perdido el
hab a grietas en ningœn eslab n de la cadena. Hab a seguido l
secreto hasta su resultado final; y este resultado era el cla
todo sentido, he dicho, la misma apariencia que su compaæero d
ventana; pero esta circunstancia era nula en absoluto, por conc
pudiera parecer, al compararse con la certidumbre de que all
punto, desaparec an las huellas. Debe haber algo raro en el cla
Lo palpØ; y la cabeza, con cerca de una pulgada de punta qued
manos. El resto continuaba en el agujero, donde se hab a roto.
era antigua, porque el borde estaba cubierto de or n, y
23
evidentemente de algœn martillazo que introdujo a medias la cab
borde superior de la parte baja del bastidor. ColoquØ d
cuidadosamente esta cabeza en el hueco de donde la hab a cogid
semejanza con un clavo perfecto era completa; la rotura quedaba
Oprimiendo el resorte, levantØ suavemente el bastidor algunas
la cabeza se alz con el marco continuando segura en su puesto.
ventana, y la apariencia del clavo resultaba otra vez perfecta.
As , el enigma estaba resuelto. El asesino hab a escapado por
que daba sobre el lecho. Cayendo espontÆneamente en su sitio, o
quizÆs a prop sito, qued asegurada por el resorte; y la firmez
produjo el error de la polic a que juzg proven a del clavo l
considerando innecesario pesquisas ulteriores.
El problema siguiente era la forma de descenso. Sobre este p
encontraba ya satisfecho desde nuestro paseo alrededor del ed
cinco pies y medio mÆs o menos de la ventana en cuesti n se e
pararrayos. Desde este poste habr a sido dif cil para cualquier
ventana, no digo entrar. ObservØ, sin embargo, que las persi
cuarto piso eran de aquella clase particular que los carpintero
llamanferrades
, forma muy poco usada en la actualidad, pero que
con frecuencia en las casas antiguas de Li n y de Burdeo
semejantes a una puerta ordinaria de una sola hoja, excepto en
superior hecha en forma de celos a, o labrada a manera de e
ofreciendo as excelente apoyo para los manos. En esta ca
persianas tienen muy bien tres pies y medio de anchura. Cuando
desde la parte trasera del edificio, estaban ambas abiertas has
es decir, formando Ængulo recto con el muro. Es probable que
haya examinado como yo la espalda de la casa; pero de ser
advirti la gran anchura de las persianas, o no le prest por
debida consideraci n. En efecto, persuadidos de que no hab a s
este lado, naturalmente descuidaron examen mÆs minucioso. Era
para m , sin embargo, que la persiana correspondiente a la
situada a la cabecera del lecho llegar a a cerca de dos pies
del pararrayos, si se dejaba caer por completo sobre el muro. E
evidente que poniendo en juego un grado extraordinario de vi
audacia, pod a efectuarse la entrada por la ventana escal
pararrayos. Una vez llegado a la distancia de dos pies
(suponiendo que la persiana estuviera abierta en toda su extens
encontrar el ladr n s lido apoyo en el enrejado. Demos pues po
24
que escal el poste afirmando los pies contra el muro, y que
de all intrØpidamente hizo oscilar la persiana en forma de
suponiendo que la ventana estuviese abierta, pudo deslizarse
dentro de la habitaci n.
Deseo que tengÆis especialmente presente que me refiero a un
extraordinario de vigor como requisito esencial para el Øxito d
dif cil y arriesgada. Mi designio es demostrar, primero, que
realizable; pero segunda y , necesito impresionar vuestra
principalmente
mente con el carÆcter , casi sobrenatural, de la agilidad
extraordinario
era capaz de llevarla a cabo.
DirØis indudablemente, usando lenguaje legista, que para
comprensible el caso, deber a mÆs bien disminuir que acr
apreciaci n de la fuerza necesaria para ejecutarlo. ste pue
mØtodo legista, pero no es el del raciocinio. Mi objeto final
verdad. Mi prop sito inmediato, conduciros a poner de acuerdo a
a que acabo de referirme, con la voz chillona, desap
extraordinario
desigual sobre cuya nacionalidad no han podido convenir siqu
personas, y en cuya enunciaci n no ha podido discernirse
alguno.
A estas palabras cierta vaga e informe concepci n de la idea
revolote en mi mente. Parec ame encontrarme al borde d
comprensi n, como sucede a veces que nos sentimos al mismo bord
recuerdo sin llegar al fin a dar forma a las reminiscencias
continu :
ObservarØis, dijo, que he tratado el asunto desde la manera de
hasta la de acceso. Mi intenci n era sugerir que ambos se
efectuado de igual forma y por el mismo punto. Volvamos ahora a
del aposento. Observemos aqu el aspecto de la decoraci n. Los
del tocador, dicen, hab an sido saqueados, aunque muchos art
adorno quedaban todav a all . Esta conclusi n es absurd
simplemente una proposici n bastante necia y nada mÆs. ¿C mo p
saber que los objetos encontrados en los cajones no eran todo
all se hallaban de ordinario? Madame L’Espanaye y su hija lle
vida muy retirada, no recib an visitas, sal an rara vez, ten an
oportunidad para muchos cambios de atav o. Los objetos qu
encontraron eran, por lo menos, de tan buena calidad como los d
usaban aquellas seæoras. Si el ladr n hubiera cogido alguno, ¿p
25
hab a de tomarlos todos? En una palabra, ¿por quØ abandonar cu
francos en oro para embarazarse con un paquete de trapos? El
hab a abandonado. Casi toda la suma indicada por Monsieur Mign
banquero, fuØ encontrada en talegos en el suelo. Quiero, por co
que descartØis la disparatadamotivo
idea engendrada
de en el cerebro de
la polic a por aquella parte del testimonio que habla de dinero
las puertas de la casa. Coincidencias diez veces mÆs notable
entrega del dinero y el asesinato cometido dentro del tercer d
en todos los momentos de nuestra vida, sin llamar la atenci n s
superficialmente. Las coincidencias representan en general
tropiezos en la v a de aquellos pensadores que no estÆn acostum
sondear la teor a de las probabilidades, teor a a que se
resultados mÆs gloriosos de la investigaci n humana para mayor
la ilustraci n. En el caso actual, si el oro hubiese desaparec
de haberse entregado tres d as antes habr a sido algo mÆ
coincidencia. Habr a corroborado la idea del motivo. Mas,
verdaderas circunstancias, si creemos que el oro fuØ la causa
tendr amos que juzgar al criminal tan idiota e incapaz c
abandonar a la vez su oro y su motivo.
Conservando ahora cuidadosamente en mira los puntos hacia los
he dirigido vuestra atenci n: aquella voz peculiar, aquella e
agilidad y la chocante ausencia de motivo en un crimen tan sing
atroz, demos una ojeada al asesinato en s mismo. Tenemos aq
mujer estrangulada por la fuerza de las manos y encajada cabeza
una chimenea. Los asesinos no emplean ordinariamente tales med
menos aœn, disponen de los cadÆveres en semejante forma. Conve
conmigo en que hab a algo excesivamente , algo irreconciliable
outrØ
completamente con las nociones comunes del impulso humano e
manera de arrojar este cuerpo por la chimenea, aun cuando qu
suponer al autor el mÆs depravado de los hombres. Pensad asi
¡cuÆn enorme debe haber sido la fuerza capaz hacia
de empujar
el
arriba
cadÆver en cavidad tan estrecha que apenas fuØ suficiente el
reunido de varios hombres para arrastrarlo
hacia abajo!
Volvamos luego a las otras manifestaciones de este vigor mar
Hab a en el hogar madejas, gruesas madejas, de grises cabellos
arrancados de ra z. ConocØis la fuerza enorme que requiere
juntas siquiera veinte o treinta hebras de pelo. Visteis, lo mis
madejas a que se alude. Las ra ces (¡repugnante espectÆculo!)
26
adheridas a fragmentos de piel del crÆneo, muestra irrefutable
prodigiosa que se hab a desplegado para arrancar quizÆ medio m
hebras a la vez. El cuello de la anciana no solamente se hab
sino que la cabeza estaba separada por completo del tron
instrumento hab a sido una sencilla navaja. Observad tambiØn la
brutalde estas circunstancias. No digo nada de las magulladu
cuerpo de Madame L’Espanaye. Monsieur Dumas y su digno coadj
Monsieur tienne, han declarado que fueron producidas por
instrumento obtuso; y estos caballeros tienen much sima ra
instrumento obtuso fuØ evidentemente el enlosado pavimento de
donde fuØ arrojada la v ctima desde la ventana que daba sobre
Esta idea, por sencilla que parezca, escap a la polic a por la
que no advirti la anchura de las persianas; pues que la circu
los clavos obstruy hermØticamente su percepci n acerca de la p
de que las ventanas hubieran sido abiertas en cualquier forma.
Si, ademÆs de todo esto, reflexionamos debidamente en el de
peculiar de aquella habitaci n, llegaremos a combinar las dive
de una agilidad asombrosa, una fuerza sobrehumana, una ferocidad
una carnicer a sin objeto, un horror que toca
, absolutamente
grotesco en lo
extraæo a toda humanidad, y una voz de entonaci n extranjera a
de hombres de muchas naciones y desprovista de toda pronunci
distinta e inteligible. ¿QuØ resultado se desprende? ¿QuØ impr
todo esto en vuestra mente?
Sent un escalofr o en los huesos cuando Dup n me dirigi esta p
¡Un loco, ha sido un loco el autor de es
asesinatos! exclamØ; algœn man aco escapado de cualquier
maison de
santØ de las cercan as.
En cierto modo, replic , vuestra idea no estÆ desprovista de
Pero la voz de los locos, aun en sus mÆs furiosos paroxismos,
concordado con la descripci n de la voz peculiar o da arriba.
tienen alguna nacionalidad, y su lenguaje, aunque incoherent
fraseolog a, tiene siempre la coherencia del silabeo. AdemÆs,
los locos no es semejante al que tengo entre las manos. Desenr
pequeæo mech n de entre los dedos r gidos y crispados de Ma
L’Espanaye. Decidme lo que pensÆis acerca de esto.
¡Dup n! exclamØ, completamente enervado; ¡este pelo es de lo
27
raro; esto no es cabello
humano!
Ni yo he dicho que lo fuera, repuso Øl; pero antes de decid
punto querr a que miraseis el pequeæo croquis que he delineado
papel. Es un facs mile de lo que se ha descrito en cierta
testimonio como "obscuras marcas y profundas huellas de uæas"
garganta de Mademoiselle L’Espanaye; y en otra declaraci n,
Messieurs Dumas y tienne, como "una serie de manchas amorat
producidas evidentemente por la impresi n de los dedos."
ObservarØis continu mi amigo, extendiendo el papel ante mis
sobre la mesa, que este dibujo da la idea de un apret n firme
hay el menor deslizamientoaparente. Cada dedo ha conservado,
probablemente hasta la muerte de la v ctima, la espantosa posic
se hab a incrustado. Procurad ahora colocar vuestros dedos a
tiempo en las respectivas impresiones que aparecen.
ProcurØ en vano hacer lo que me indicaba.
QuizÆ no ensayamos convenientemente este punto, insisti
amigo. El papel estÆ extendido en una superficie plana y la
humana es cil ndrica. He aqu un trozo de madera cuya circunfe
mÆs o menos igual a la del cuello. Envolved all el dibujo y
nuevo.
Hice como me dec a; pero la dificultad era todav a mayor que ant
¡Esto, exclamØ, no es la huella de una mano humana!
Leed ahora este pasaje de Cuvier, replic Dup n.
Conten a una relaci n minuciosa y la descripci n anat mica ge
gran orangutÆn leonado de las islas de las Indias Orientales. La
estatura, la fuerza y agilidad prodigiosas, la ferocidad s
propensiones imitativas de este mam fero son bastante conoci
todos. Comprend inmediatamente todos los horrores del asesinato
La descripci n de los dedos, dije al terminar la lectura, cor
exactamente a este dibujo. Es evidente que s lo un orangutÆn,
especie indicada, podr a haber impreso las huellas que habØis
El mech n de pelo rojizo es idØntico tambiØn al color del ani
28
por Cuvier. Mas no llego a penetrar los detalles de este horri
AdemÆs, se oyerondos voces en la disputa, y una de ellas
incontestablemente la de un francØs.
Es verdad; y recordarØis una expresi n que los testigos atrib
unÆnimemente a esta voz; la exclamaci n "" Esta expresi n, de
mon Dieu!
acuerdo con las circunstancias, ha sido justamente definida por
testigos, Montani el confitero, como reproche o amonestaci n
Sobre estas dos palabras he fundado, de consiguiente, mis m
esperanzas para la soluci n completa del enigma. Un francØs co
crimen. Es posible, y a la verdad mÆs que probable, que fuera i
toda participaci n en la sangrienta hazaæa que se realizaba. E
puede habØrsele escapado. Puede haberle perseguido hasta el apo
pero bajo las terribles circunstancias que sobrevinieron
probablemente imposible capturarlo. EstÆ todav a perdido. No p
haciendo conjeturas; no tengo derecho de darles otro nombre, pu
los ligeros matices de reflexi n en que estÆn basadas arrojan
suficiente para mi propia comprensi n, y no puedo pretend
consiguiente, hacerlos perceptibles a ninguna otra persona. Ll
conjeturas y hablemos de ellas como tales. Si el francØs aludid
creo, inocente de esta atrocidad, el anuncio que dejØ anoche, a
casa, en las oficinas de , peri dico dedicado a los interes
Le Monde
mar timos y muy buscado por los marineros, le traerÆ veros mi
nuestra morada.
Alarg me un papel en donde le lo siguiente:
CAPTURADO
En el Bois de Boulogne, en las primeras horas de la maæana d
presente (la maæana del crimen), un gran orangutÆn leonado de l
de la isla de Borneo. El propietario, que se asegura ser u
perteneciente a un buque maltØs, puede recoger el animal, siemp
identifique satisfactoriamente y pague algo por su captura y m
Acudid al Nœmero , Rue , Faubourg Saint-Germain, piso
tercero.
¿C mo es posible, preguntØ, que sepÆis que el hombre es u
marinero y que pertenece a un buque maltØs?
No lo sØ, repuso Dup n. No estoy seguro de ello. Sin embargo,
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aqu un pequeæo fragmento de cinta que, a juzgar por su for
aspecto grasoso, se ha usado evidentemente para atar el cabello
largasqueues a que son tan aficionados los marineros. Mas aœn;
nudo pueden hacerlo muy pocos marineros, siendo peculiar d
malteses. Recog la cinta al pie del pararrayos. No pued
pertenecido a ninguna de las v ctimas. DespuØs de todo, aun
estuviere equivocado en las inducciones provocadas por esta
respecto de que el francØs sea un marinero de algœn buque maltØ
ningœn mal en decirlo en el anuncio. Si estoy equivocado, Øl
sencillamente que voy errado por cualquiera circunstancia qu
tomarÆ el trabajo de inquirir. Pero de acertar, habrØ consegu
triunfo. En efecto, sabedor del crimen aunque inocente, nat
vacilar a el francØs en acudir al anuncio y reclamar el oran
razonarÆ as : "Soy inocente; soy pobre; mi orangutÆn es muy val
cualquiera en mis circunstancias representa una fortuna; ¿por
de perderlo por vanas aprensiones de peligro? EstÆ all , a mi
sido encontrado en el Bois de Boulogne, a gran distancia del l
asesinatos. ¿C mo puede sospecharse que un estœpido animal
cometido el crimen? La polic a ha fracasado; no ha podido enc
mÆs ligera huella. Aun cuando siguieran la pista al animal, ser
que probaran mi conocimiento del suceso o que me implicaran
culpabilidad por haberlo sabido. Demeotro lado,
. El anunciador
conocen
me designa como dueæo del animal. No sØ hasta quØ punto puedan
sus datos acerca de mi persona. Si rehuyo reclamar una propi
tanto valor y de la cual se me conoce como dueæo, harØ sospecho
menos al orangutÆn. No es buena diplomacia atraer la atenci n so
sobre el animal. AcudirØ al anuncio, recogerØ mi orangutÆn y
encerrado hasta que haya pasado todo el alboroto."
En este momento o mos pasos en la escalera.
Tened al alcance vuestras pistolas, dijo Dup n; pero no hagÆis
ellas ni las mostrØis, sino cuando os dØ la seæal.
Se hab a dejado abierta la puerta de la casa, y el visitante en
avanzando algunos peldaæos en la escalera. Ahora, sin embargo,
vacilar. Luego, le o mos descender. Dup n se dirig a rÆpidament
puerta cuando advertimos que regresaba de nuevo. No retrocedi
que avanz por el contrario con decisi n y golpe la puerta
aposento.
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Adelante, dijo Dup n, en tono placentero y jovial.
Un individuo entr . Era un marinero, evidentemente: alto,
musculoso, y con cierto aspecto de intrepidez no del todo desp
atractivo. Su rostro, muy tostado por el sol, estaba medio oc
patillas y el . Llevaba un gran garrote de roble, mas no par
mustachio
tener armas de otra clase. Inclin se desmaæadamente, lanzÆndo
"buenas tardes," con acento francØs que, aunque sonaba un p
Neufchatel, revelaba bastante su origen parisiØn.
Sentaos, amigo m o, dijo Dup n. Supongo que ven s por
orangutÆn. Mi palabra, casi os envidio su posesi n; un ani
hermoso e indudablemente de gran valor. ¿QuØ edad le suponØis?
El marinero respir largamente, como hombre que se ve libre
intolerable, y replic en tono firme:
No sabr a decirlo con exactitud; pero no puede tener mÆs de
cinco aæos. ¿Lo guardÆis aqu ?
Oh, no; no tenemos aqu comodidad para conservarlo. EstÆ e
establo de la rue Dubourg, muy cerca de este barrio. Se os
maæana. ¿EstÆis dispuesto, por supuesto, a identificar la propie
Seguramente que s , seæor.
SentirØ separarme del animal, dijo Dup n.
No imagino que os hayÆis tomado esta molestia en balde, seæ
podr a esperarlo. Estoy dispuesto a recompensar el hallazgo del
decir, una cosa razonable.
Bien, replic mi amigo, eso estÆ muy bien, seguramente. ¡Deja
pensar! ¿quØ pedirØ? ¡Oh! Voy a dec roslo. Mi recompensa serÆ Ø
a darme todos los detalles que sepÆis acerca de esos asesinatos
Morgue.
Dup n pronunci las œltimas palabras en voz muy baja y co
tranquilidad. Con igual mesura se adelant tambiØn hacia la
cerr , y puso la llave en su faltriquera. Sac luego una pistol
y la coloc sobre la mesa sin la menor precipitaci n.
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El semblante del marinero se encendi como si le acometiera un
de asfixia. Levant se y asegur el garrote; pero un instante
dej caer sobre la silla, temblando violentamente y con aspecto
pronunci una sola palabra. Yo le compadec a desde el fondo
coraz n.
Amigo m o, dijo Dup n en tono afectuoso, os alarmÆis sin mo
realmente. No intentamos haceros daæo alguno. Yo sØ perfectamen
sois inocente de las atrocidades de la rue Morgue. No neg
embargo, que en cierto modo os encontrÆis complicado en ellas
que os he dicho comprenderØis que he tenido datos sobre este
datos que jamÆs podr ais imaginar. Ahora la cosa se presenta
manera. Nada habØis hecho que pudierais haber evitado;
ciertamente que os haga culpable. Ni siquiera sois culpable
cuando podr ais haber robado impunemente. Nada tenØis que ocul
tenØis raz n alguna para hacerlo. De otro lado, todos los pr
honor os obligan a confesar lo que sabØis. Un hombre inoce
encuentra ahora en prisi n acusado de un crimen del cual vos
seæalar el perpetrador.
El marinero hab a recobrado en gran parte su presencia de Ænimo
Dup n pronunciaba estas palabras; mas todo el aplomo
desaparecido de su continente.
¡As Dios me ayude! exclam tras breve pausa. Os dirØ todo lo
sØ de este asunto, mas no puedo esperar que creÆis siquiera la
ser a, en verdad, si tal pensara. Sin embargo, soy inocente,
suspiro serÆ muy limpio si muero por esta causa.
Lo que dijo en substancia fuØ lo siguiente. Hab a realizado œlt
viaje al archipiØlago indio. Un grupo, del cual formaba parte,
en Borneo y sigui al interior en excursi n de placer. l y
cogieron al orangutÆn. Muerto su compaæero, pas el animal
exclusiva propiedad. DespuØs de muchas dificultades en su v
regreso, ocasionadas por la intratable ferocidad de su cautivo,
instalarlo con seguridad en su propio domicilio en Par s, donde
evitar la desagradable curiosidad de los vecinos, lo tuvo cuid
encerrado hasta que se recobrara de una herida en el pie causad
astilla a bordo del buque. Su designio posterior era venderlo.
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Volviendo a su casa despuØs de una fiesta de marineros, en la
mÆs bien en la maæana del crimen, encontr al animal instala
propio dormitorio, en donde se hab a introducido forzando la pu
pequeæo gabinete contiguo en el cual pensaba su amo te
seguramente confinado. Navaja abierta en mano, se hallaba s
frente al espejo ensayando la operaci n de afeitarse
probablemente sorprendi alguna vez a su dueæo, mirando por el
de la llave. Aterrorizado al ver arma tan peligrosa en poder d
feroz y tan apto para manejarla, el hombre qued sin saber q
durante los primeros momentos. Acostumbraba, sin embargo, domi
orangutÆn con ayuda de un lÆtigo, y a este medio recurri e
circunstancia. Apenas el animal le divis lanz se a la puerta d
luego a las escaleras, y por una ventana, desgraciadamente ab
arroj a la calle.
El francØs le sigui lleno de desesperaci n. El orangutÆn, tod
navaja abierta en la mano, deten ase de vez en cuando para mir
atrÆs y gesticular a su perseguidor hasta que Øste llegab
alcanzarle. Entonces echaba a correr de nuevo. De esta manera
la caza por largo tiempo. Las calles estaban desiertas y e
profundo, pues eran cerca de las tres de la maæana. Atravesa
callejuela a espaldas de la rue Morgue, llam la atenci n del
luz que brillaba en la ventana abierta del aposento de
L’Espanaye, en el cuarto piso del edificio. AbalanzÆndose haci
advirti el pararrayos, lo escal con agilidad inconcebible,
persiana que ca a completamente sobre el muro, y por este medio
directamente a la cabecera de la cuja. Todo esto no hab a oc
espacio de un minuto. El orangutÆn empuj otra vez la persiana
abierta cuando se introdujo en la habitaci n.
El marinero qued a la vez regocijado y perplejo. Ten a ahora la
de capturar a la fiera, que dif cilmente podr a escapar de la t
se hab a metido a no ser por el poste que encontrar a interce
salida. De otro lado, hab a muchos motivos de ansiedad al pen
que podr a hacer dentro de la casa. Esta œltima reflexi n induj
a seguir al fugitivo. Un pararrayos no es dif cil de escalar,
para un marinero; pero cuando lleg a la altura de la ven
quedaba bastante lejos hacia la izquierda, vi se obligado a de
mÆs que pudo hacer fuØ alzarse un poco para echar una ojeada al
de la habitaci n. Al mirar, casi perdi su punto de apoyo a imp
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excesivo horror. Entonces fueron aquellos horribles alari
despertaron a todos los habitantes de la rue Morgue. Madame L’E
y su hija, en traje de dormir, estaban aparentemente arregland
papeles en la caja de hierro de que antes se ha hecho menci
hab an rodado hasta el medio del aposento. Estaba abierta, y su
yac a a un lado en el suelo. Las v ctimas estaban sentadas de
la ventana; y por el tiempo transcurrido entre el acceso de l
alaridos, se comprende que no notaron su presencia en el
momento. El golpe de la persiana pudo atribuirse al viento, natu
Cuando el marinero alcanz a mirar adentro, el gigantesco anim
cogido a Madame L’Espanaye por el cabello, que llevaba suelto
hubiera estado peinÆndose, y bland a la navaja ante su rostro i
ademanes de un barbero. La hija yac a privada de movimiento: s
desmayado. Los gritos y la lucha de la anciana, durante la cua
arrancados los cabellos, convirtieron en ira los hasta entonc
prop sitos del orangutÆn. Con deliberado empuje de su brazo mu
separ casi completamente la cabeza del tronco. La vista de
enardeci su ira convirtiØndola en frenes . Rechinando los
echando fuego por los ojos, lanz se sobre el cuerpo de la joven
sus temibles garras en la garganta de Mademoiselle L’Esp
reteniendo su aliento hasta que expir . Sus miradas furtivas
fijÆronse entonces en la cabecera del lecho sobre la cual pudo
rostro de su amo, r gido por el horror. La furia de la fiera,
que su amo llevaba aœn el temible lÆtigo, se convirti instantÆ
pavor. Consciente de merecer castigo, parec a deseosa de ocu
sangrientas hazaæas y se remov a en torno del aposento en
nerviosa de agitaci n, echando abajo los muebles y destrozÆndol
ir y venir, y arrancando y tirando al suelo los cobertores y
lecho. Por œltimo, se apoder primero del cuerpo de la hija y l
la chimenea en la forma en que fuØ encontrado; y luego, del d
seæora arrojÆndolo inmediatamente por la ventana.
Al aproximarse el orangutÆn con su mutilada carga, el marinero
despavorido al pararrayos, y precipitÆndose mÆs que deslizÆndo
el suelo se apresur a regresar a su domicilio, temiendo las co
de aquella carnicer a, y prescindiendo con satisfacci n, en m
terror, de toda preocupaci n por la suerte del animal. Las pal
por el grupo que sub a las escaleras eran las exclamaciones de
espanto del francØs, mezcladas a los alaridos demon acos de la f
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Queda muy poco que aæadir. El orangutÆn escap probablemente p
pararrayos momentos antes del forzamiento de la puerta. Debe
cerrado la ventana al salir. FuØ capturado despuØs por su mism
que obtuvo por Øl una fuerte suma en el Jardin des Plantes. L
puesto en libertad inmediatamente que se relataron estos aconte
en el despacho del prefecto de polic a, acompaæados de a
comentarios de Dup n. El funcionario de polic a, a pesar de s
disposiciones hacia mi amigo, no pudo ocultar su desagrado po
que hab a tomado este asunto; y aun se dej arrastrar a un
frasecillas sarcÆsticas respecto de la conveniencia de que ca
preocupe de aquello que le importe.
Dejadle hablar, dijo Dup n, que no juzg necesario replicar.
hacer frases: esto aligerarÆ su conciencia. Estoy satisfecho
derrotado en su propio terreno. A pesar de todo, su fracaso en
de este misterio no es tan sorprendente como Øl se imagina; p
verdad nuestro amigo el prefecto es mÆs astuto que profundo.
cuerpo en su sabidur a. Es como si fuera todo cabeza y n
miembros, como los retratos de la diosa Laverna; o a lo mÆs, to
y busto como el bacalao. Pero es una buena persona, despuØs de
admiro especialmente por sus golpes maestros de inversi n, a lo
su reputaci n de habilidad. Me refiero al mØtodode que
nierpractica
ce
." n’est pas
qui est, et d’expliquer ce qui
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La Editorial:
WeebleBooks
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