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Crónica Del Rey Enrique IV - Alfonso Palencia - Tomo 2

El maestre de Calatrava, D. Pedro Girón, murió de una enfermedad repentina cuando planeaba apoderarse del arzobispo de Toledo y de los reyes. Esto evitó que llevara a cabo sus ambiciosos planes. El Marqués intentó nombrar maestre de Calatrava a un hijo menor de edad de D. Pedro Girón, violando los estatutos de la orden.

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Crónica Del Rey Enrique IV - Alfonso Palencia - Tomo 2

El maestre de Calatrava, D. Pedro Girón, murió de una enfermedad repentina cuando planeaba apoderarse del arzobispo de Toledo y de los reyes. Esto evitó que llevara a cabo sus ambiciosos planes. El Marqués intentó nombrar maestre de Calatrava a un hijo menor de edad de D. Pedro Girón, violando los estatutos de la orden.

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S G?S>f

CRÓNICA

E N R I Q U E IV
ESCRITA E N L A T Í N
POR

ALONSO DE FALENCIA

TRADUCCIÓN CASTELLANA
POR

D. A. PAZ Y MÉLIA
—<^—
TOMO II

Mxm
SÜSi

1
m
MADRID
¡"JPOGRAFÍA UE LA «REVISTA DE ARCHIVOS»
Calle de O l i d , número 8.
m

-SRIA-VZjí
L I B R O IX

CAPÍTULO I

Muerte del maestre de Calatrava, D. Pedro Girón.


Descalabro de Valen^uela, p r i o r de San Juan.—•
P e l i g r o s que corrieron otras personas, origen
de grandes escándalos.—Muerte del duque de
M i l á n , Francisco Sfor^a.— Victoria del Turco.

-onocedor el maestre de Calatrava, D. P e -


dro Girón, de todos los ardides de su her-
mano el Marqués, y fiado en el antiguo
pacto entre ambos establecido á fin de utilizar la
apatía y envilecimiento de D. Enrique y los pocos
años de D. Alfonso para aumentar su fortuna y
extender su poderío, se persuadió á que por la
audacia llegaría al mayor auge de grandeza, fal-
samente guiado por el dicho de Marón de que la
fortuna favorece á los atrevidos. Púsose al frente
de un fuerte ejército de tres mil caballos escogidos
y marchó á tierra del Tajo (i) con la intención,
que luego se conoció, de atraer de paso á una
conferencia al arzobispo de Toledo, su tío (2), y

(i) Según la Crónica castellana, á Ocaña, donde esta-


ban D. Alfonso y D.'"1 Isabel.
(2) E l Códice de Acosta decía que el Arzobispo estaba
en Yepes, aunque las palabras están hoy tachadas.
8 A. DE FALENCIA

según se cree, de apoderarse de su persona, como


preliminar necesario para los planes futuros, pues
mientras el Prelado gozase de libertad no creía
expedito el camino para otras maldades. Propo-
níase sin duda presentarse con tan poderosa hues-
te cual arbitro de las diferencias, é intervenir en la
ejecución de los acuerdos tornados en las juntas,
supuesto que el rey D. Alfonso no podría recha-
zar el concurso del poderoso mediador, el cual
aseguraba que para terminar las discordias y sal-
var la república había resuelto prender á su tío,
digno en todo lo demás de su estima, excepto en
las innumerables sediciones que con su desabrido
genio había provocado. Finalmente era su deseo
procurar, sin salir de la obediencia prometida, que
D. Enrique, incapaz para los asuntos del gobierno,
se sometiese de grado ó por fuerza al acuerdo que
en la junta futura se adoptase; puesto que él mis-
mo, obligado por la extrema necesidad y por el con-
vencimiento de su innata desidia, había buscado su
intervención. Después, cuando los dos reyes y doña
Isabel, su hermana, se hubiesen colocado bajo su
salvaguardia proponíase prenderla con D. A l f o n -
so, tomarla á ella por esposa, (i) con escarnio de
las leyes, y aprovechar su maldad para encum-
brar más y más al Marqués, llevando por norma
la sentencia del satírico Juvenal: Aude aliquid

(i) L a Crónica castellana dice que, «según algunos, en


este casamiento y conciertos vino D. Enrique, y que doña
Isabel estuvo un día y una noche sin comer y en contem-
plación, pidiendo á Dios que ó el Maestre ó ella muriesen
antes que se verificase el casamiento.»
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV Q

brebibus gyaris aut carcere dignum, si vis esse


aliquid. Y no reputaba excesiva tal audacia, por-
que á excepción de unos pocos, tenía á los G r a n -
des de Castilla por cobardes, apáticos y fáciles de
subyugar por dádivas ó por fuerza. Deshizo estos
soberbios planes de D. Pedro Girón el Omnipo-
tente, á cuyo poder nadie resiste y de cuyo juicio
ni por apelación, ni por cautela se escapa; y ni el
Maestre pudo consultar á sus adeptos, ni ellos
darle consejo, porque atacado de súbita enferme-
dad en Villarrubia, cerca de Villarreal, no solamen-
te hubo de desistir, á pesar suyo, de sus propósi-
tos, sino que en época en que no reinaba pestilen-
cia, y entre la multitud de personas sanas, él solo
sufrió miserable muerte á consecuencia de una
postema en la garganta (i). Dicese que al morir
pronunció palabras de blasfemia acusando á Dios
de crueldad por no haber prolongado su vida de
cuarenta y tres años al menos cuarenta días más,
para ostentar el último esfuerzo de la adquirida
pujanza. Mas como nada aprovechaba aquella
vana cólera, volvióse á algunos de sus criados fa-
voritos con quienes, según se cree, le unían ver-
gonzosas relaciones, y les dirigió breves palabras,
bien distante de toda contrición. E n su testamen-
to, no obstante, sólo se acordó de sus tres hijos
bastardos, D. Alonso Teliez Girón, conde de Ure-
ña; D. Rodrigo Teliez Girón y D. Juan Pacheco,
de cuya tutela encargó al Marqués, su hermano.
A los criados presentes á su muerte repartió la
gran suma de florines que para el pago del ejérci-

(i) Esquinencia, la llama la Crónica castellana


10 A. DE PA.LENCIA
to había traído. Ni por su vida pasada, ni por sus
últimos instantes pudo conjeturarse nada que re-
velase las aspiraciones de un católico á la vida fu-
tura. L a voz del pueblo, que tiene algo de la voz
de Dios, dio gran importancia á esta muerte, y
atribuyó á milagro la desaparición de un tirano (i)
á quien sus inmensas y mal adquiridas riquezas
habían hecho concebir tan atroz infamia.
A la primera noticia de la enfermedad del Maes-
tre, el Marqués, el arzobispo de Toledo y el hijo
mayor del difunto, D. Alfonso Tellez Girón, sa-
lieron á toda prisa de Arévalo; pero sabida su
muerte, el Arzobispo marchó á Yepes, y el Mar-
qués con D. Gonzalo de Saavedra y Alvar Gómez,
antiguo secretario de D. Enrique, á Ubeda, donde
procuró que los alcaides de las fortalezas y los
regidores de las villas del Maestrazgo obedeciesen
á D. Rodrigo Girón, segundo hijo del Maestre.
Reunió luego en capítulo á los Comendadores en
Almagro, pidióles sus votos en favor de aquél; los
obtuvo, empleando ora la violencia, ora la astu-
cia, sin consideración alguna á los Estatutos de la
Orden, pues recaía la elección en un niño de diez
años, hijo de un caballero profeso y de una man-
ceba, cuando no sólo aquella Orden militar, san-
tamente instituida en lo antiguo, prohibe estas
monstruosidades, sino que no admite á la digni-
dad de Maestre al que, además de las otras pren-

(i) L a Crónica castellana añade que siete días antes


de la muerte del Maestre, salió de Porcuna y paró en un
castillo, llamado del Berrueco, que es de Ja¿n, donde se
posaron tal bandada de cigüeñas, que alarmaron á todos,
y tuviéronlo á mal presagio, etc.
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 1 i
das y dotes de virtud, no haya sido educado en el
hábito de la Religión y aprobado por los soldados
veteranos, como se lo expliqué, á excitación suya,
al pasar yo en aquellos días por Almagro. Quiso
saber también qué se decía de él en Sevilla c u a n -
do allí me hallaba. Resistíme algún tanto á referir
al tirano mi opinión propia y el juicio del público,
pero ante sus insistentes ruegos de que no callase
las censuras que se le dirigiesen, acriminé su co-
rrupción con más audacia de lo que á mi h u m i l -
de persona hubiera convenido, y le amenacé con
el exterminio de sus hijos y de toda su familia, á
cuya falsa felicidad consagraba sus incesantes des-
velos, y por la que hacía pesar sobre España una
crueldad tiránica. Escuchóme hasta el fin atenta-
mente y elogió con bondad mis razonamientos,
pero á poco, cual irritado por las ofensas, anduvo
buscando medios ocultos para deshacerse de mi
persona.

Por el mismo tiempo, unos trescientos cincuen-


ta hombres con sus mujeres y hijos se acogieron
á la iglesia de Gordoncillo, temerosos de que las
gentes del marqués de Astorga hiciesen entrada en
la tierra y los degollasen, por haber seguido el
bando del conde de Benavente. Atraídas éstas por
el deseo de robar los efectos llevados á la iglesia,
pusieron fuego á las puertas, y como una mujer
tratase, ya demasiado tarde, de librar de él á dos
hijos suyos, fué causa de que dos de á caballo del
enemigo, por el anhelo de salvar á los tres, pere-
ciesen en las llamas con ellos y con todos los ence-
rrados en el templo. E l Marqués, ocupado á la
sazón en Almagro en trabajar por el inicuo nom-
12 A. DE FALENCIA
bramiento de su sobrino, no pudo ayudar al yerno
contra el marqués de Astorga.
L a antigua y fuerte villa de Sepúlveda que es-
taba por el rey D. Alfonso cayó también en po-
der de las gentes de D. Enrique, con muerte de
algunos soldados principalmente adictos al mar-
qués de Villana. Llamado éste por cartas de C a r -
vajal, uno de los criados favoritos del difunto
Maestre, y que á la sazón ocupaba á Baeza, mar-
chó allá con trescientas lanzas para hacer levan-
tar el cerco que á la ciudad tenían puesto el con-
destable Miguel Lucas y el prior de San Juan, don
Juan de Valenzuela, partidario de D. Enrique, á
quien el maestre de Calatrava había despojado de
sus estados y estrechádole en la fortaleza de Con-
suegra con largo asedio, del que quedó encar-
gado el arzobispo de Toledo mientras el Marqués
iba contra los enemigos que pretendían apoderar-
se de Baeza. A l saber éstos su venida, á pesar de
tener numerosa caballería, abandonaron los arra-
bales de Baeza y huyeron en dirección á Jaén. S i :
guiéronles el alcance Gonzalo de Saavedra, Die-
go Gómez de Benavides y Carvajal, y al querer
pasar imprudentemente u n vado del Guadalquivir
el prior de San Marcos . . . de Pareja (i) cubrié-
ronle las aguas y pereció arrastrado por la co-
rriente. Los demás, con la presa que habían saca-
do del arrabal de Baeza, lograron entrar en Jaén.

(i) E n blanco el nombre, y lo mismo en el Códice


Acosta.
L a Crónica de Miguel Lucas habla del Comendador
Juan, pero no de su muerte: y cita un hermano, Fernando
Pareja.
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV l3

De aquí salió en dirección á Andújar el prior V a -


lenzuela con setecientos caballos y ochocientos
peones, y adelantándose contra él D. Fadrique
Manrique á ocupar el vado del Guadalquivir y es-
torbarle el paso del río, trabóse encarnizado com-
bate en que al cabo venció la numerosa infan-
tería y caballería del Prior, y D. Fadrique que se
defendía con denuedo quedó gravemente herido
y fué hecho prisionero. Pronto, sin embargo,
le favoreció la fortuna, porque D. Alonso de
Aguilar que con numerosa hueste seguía el mis-
mo camino hacia Baeza, observó desde un alto
próximo el combate, y volando en socorro de los
vencidos, no sólo rescató á su tío D. Fadrique de
manos de los contrarios, sino que los rompió y
puso en huida; dio muerte ó hizo prisioneros á
doscientos hombres de armas y á muchos infan-
tes, y recuperó el botín que habían hecho en el
arrabal de Baeza. Ocurrió este encuentro el u de
Junio de 1466 para gran desventura del citado
Prior que, tras desgracias bien merecidas, cuando
reuniendo escogida hueste de soldados de D. E n -
rique había logrado pasar por la barca de F u e n -
tidueña el Tajo, atravesar su territorio de noche
por sendas extraviadas, no sin peligro, porque le
perseguían gentes del arzobispo de Toledo y algu-
nas del Marqués, y entrar al cabo en Andalucía,
después de perder su rastro Gonzalo de Saave-
dra, vino por último la suerte á trocar en revés
irreparable lo que él creía una marcha afortuna-
da, y tuvo que huir miserablemente. Desde aquel
instante fué caminando de infortunio en infor-
tunio hacia su ruina, pues aunque la guarní-
14 A . DE P A I . E N C I A

ción de Consuegra resistió largo tiempo el cerco,


hubo de rendirse al cabo, no pudiendo sufrir más
el extremo aprieto y la falta absoluta de abrigo y
bastimentos,y Valenzucla, como rufián y hombre
perdido, fué la befa y el ludibrio de la plebe, des-
pués de haber sido elevado inmerecida y vergon-
zosamente á los más altos puestos. Sus soldados
se dispersaron y fueron recibiendo el condigno
castigo.
Estaba por entonces en su mayor auge aquella
Hermandad popular de que hablé, y en la pri-
mera junta celebrada en Medina del Campo ha-
bíase mostrado rigurosísima con los malhechores
y ladrones, de modo que no cogía alguno de los
perversos satélites de D. Enrique sin hacerle mo-
rir asaeteado, porque la multitud allí reunida ha-
bía anatematizado por público acuerdo el nombre
de Rey como cosa funesta é indigna. E n la se-
gunda Junta que se tuvo en Fuensalida tomáron-
se algunas resoluciones encaminadas á la restau-
ración del trono; pero ninguna tuvo efecto, por-
que los Grandes pérfida y astutamente exageraron
hasta tal punto las facultades de la Hermandad,
que la pusieron al borde del precipicio. A haber
estado instituida en Andalucía, como por consejo
mío creía el rey D. Alfonso debía hacerse, no hu-
biera cometido una insigne maldad el conde de
Arcos D. Juan Ponce de León que, impulsado por
tiránica crueldad, no tuvo reparo en cercar á
Cádiz, ciudad del rey D. Alfonso, á cuya causa
estaba ligado por juramento. Apenas supo que,
huyendo de. la peste, habían abandonado com-
pletamente la población todos los jóvenes y pa-
CRÓNICA DE ENRIQUE IV I5

sado al África, estrechó con repentino asedio á los


ancianos débiles y desprevenidos que ni podían
soportar la escasez de víveres, ni resistir el asalto
que les amenazaba, perdida ya la vana esperanza
de socorro del apático duque de Medina, D. Juan
de Guzmán á quien engañaron tres de sus c o n -
sejeros íntimos, sobornados con dádivas por el
Conde. Inducidos por ellos, el hijo de éste, D. E n -
rique y el- del Conde, D. Rodrigo Ponce quisie-
ron matarme cuando me presenté con las cartas
del Rey y la orden de socorrer á Cádiz, aun lla-
mando á la nueva Hermandad; pero el Duque,
que era de carácter humano y estaba agradecido
á mis numerosos servicios, me libró del peligro
cambiando en destierro la cruel sentencia. T u v o
que oír, sin embargo, mis presagios, porque re-
sueltamente y delante de aquellos seductores le
anuncié que el asentimiento que á la ocupación de
Cádiz había prestado sería origen de enemistades,
y que el falso cariño entre D. Enrique y D. R o - \
drigo Ponce degeneraría en odios eternos hasta el
exterminio de una de las dos familias. Después de
ocupada Cádiz volví de mi destierro y pude per-
manecer algún tiempo en mi casa. Cuando el
rey D. Alfonso, á la sazón mancebo de unos cator-
ce años, tuvo noticia de estos hechos, vertió lágri-
mas considerando la perversidad del Marqués que
clandestinamente había trabajado por la ocupa-
ción de la ciudad para perturbar la Andalucía y
debilitar las fuerzas del trono desgarrando sus
estados. Mientras la Hermandad estaba en su apo-
geo buen golpe de ciudadanos de Burgos pusieron
en fuga á muchos soldados de D. Enrique que.
l6 , A. DE PALENCIA.

capitaneados por el famoso ladrón Persival, ha-


bíanse internado en los bosques, ocupado la villa
de Torresandino y hecho grandes daños por toda
aquella tierra.
A l mismo tiempo que los reinos de León y Gas-
tilla sufrían estas desgracias, murió en Milán el
ilustre duque Francisco Sforza, de cuyos grandes
hechos hago ligera mención para que en estos es-
critos quede al menos alguna memoria de un su-
jeto tan digno de ella. Tampoco debo pasar en
silencio las tristes desventuras que hizo sufrir el
Gran T u r c o á los Albaneses ó Macedonios, por la
cobarde incuria, negligencia y discordias de los
Príncipes cristianos.

^
CAPÍTULO II

Mención de Micer Leonardo, Nuncio del Pape


A';.-
Junta de los Grandes en Talavera.— Intrigas
del arzobispo de Sevilla.—Frustrada expedi-
ción del rey D, Alfonso para tomar á Castro-
mocho.

[o pequeña causa dieron los Pontífices ro-


manos á las disensiones de los reyes y á
la opresión é infortunio de los pueblos,
pues á trueque de que los príncipes católicos no
pronunciasen la palabra Concilio que tan mal so-
naba en sus oídos, sin dificultad consentían cua-
lesquiera abusos, aun los más inicuos, que todos
procuraban sancionar con la autoridad pontificia.
Estas mutuas concesiones destruyeron la integri-
dad de los antiguos principios, pues ni los papas
se cuidaban de aconsejar á los reyes lo que no
fuesen facultades para exacciones, ni éstos exi-
gían de los papas sino dispensas ilícitas. De este
modo y á ejemplo de sus predecesores, Paulo II
apeló á estratagemas para recaudar grandes su-
mas, invocando el nombre de la caridad entre los
divididos españoles, á fin de que rivalizasen en
otorgarle su consentimiento. A l efecto envió al
doctor de Bolonia, Lianor de Lianoris, varón de
cxxvu 2
15 A . DE FALENCIA
autoridad y ciencia, el cual, con pretexto de librar
al arzobispo de Santiago de la opresión en que le
tenían los Señores de Galicia, debía estudiar el me-
dio de imponer nuevas exacciones, porque sabe-
dor el Pontífice de lo mal que habían llevado los
españoles las demasías de Antonio de Veneris,
tiempo atrás enviado por el papa Pío para la per-
cepción del diezmo, creyó debía mandar persona
más morigerada que preparase también con más
moderación el terreno. Así el Legado dijo que ve-
nía á libertar, en cuanto estuviese en sus fuerzas,
al arzobispo de Santiago de la violencia de los Se-
ñores gallegos, y además á que el obispo electo
de Sigüenza cediese su sede al de Calahorra, en
quien, á suplicación de D. Enrique, la había pro-
visto el papa Paulo. No era esto fácil, una vez
que el rey D. Alfonso favorecía al Prelado electo;
así que cuando Lianor conoció cuan difícilmente
podría sentar las bases para la futura cobranza si
se reconocía al Papa decidido partidario de D. En-
rique, acudió á mil subterfugios para ocultar la
opinión del Pontífice. Volvió luego á llamar á An-
tonio de Veneris, ya obispo de León, y dispúsolo
todo así para la ejecución de la cobranza, como
para la ruina del electo de Sigüenza, porque es-
cribiendo sus cartas á los dos partidos, intimidan-
do á este Prelado y manifestando un vivo anhelo
por la paz general, logró mantenerse en las bue-
nas gracias de todos. Sabía, por otra parte, hon-
rar y distinguir con sus halagos á aquellos con
quienes tenía que tratar, y aunque se entorpecían
los negocios, aguardaba el resultado de los deba-
tes que en aquellos días dejaban por lo común los
CRÓNICA DE ENRIQUE IV ig
ánimos indecisos, p o r q u e el a r z o b i s p o de S e v i l l a ,
c o n apariencias de m e d i a d o r y fuerte c o n el a p o -
yo del M a r q u é s , había s e m b r a d o , bien c o n t r a las
obligaciones de s u c a r g o , a b u n d a n t e s gérmenes de
d i s c o r d i a , y c o n s u s m a n e j o s añadido cada día
nuevas desdichas á las m u c h a s q u e pesaban s o -
bre C a s t i l l a . L o s G r a n d e s , partidarios de D. A l o n -
so, que l o o b s e r v a b a n , y p a r t i c u l a r m e n t e q u e la
madre de J u a n de V i v e r o c o n sus bandas a c o g i -
das en la fortaleza de V i l l a l b a c o r r í a sin freno a l -
g u n o los p u e b l o s c o m a r c a n o s y se había a p o d e -
rado de l a persona de J u a n de V e g a , reuniéronse
en J u n t a e n T a l a v e r a p a r a a d o p t a r las r e s o l u c i o -
nes convenientes. A l l í se acordó q u e el a r z o b i s p o
de T o l e d o , el maestre de A l c á n t a r a , el c o n d e de
Paredes y el o b i s p o de C o r i a , s u h e r m a n o , c o n
quienes l u e g o se r e u n i ó el de B e n a v e n t e , m a r c h a -
sen á B e j a r á verse c o n el c o n d e de P l a s e n c i a . I'ué
también parecer de todos q u e , c o n a u t o r i d a d del
R e y , el d u q u e de M e d i n a poseyese por j u r o de he-
redad á G i b r a l t a r ; q u e el A r z o b i s p o y el c o n d e de
Paredes regresasen á A v i l a ; que el c o n d e de B e n a -
vente y el obispo de C o r i a fuesen á A r é v a i o á re-
sidir en l a corte c o n el rey D . A l f o n s o , á c u y o
lado y en lugar del M a r q u é s y del c o n d e de P l a -
sencia respectivamente se h a l l a b a n la m a r q u e s a
de V i l l e n a y Pedro de H o n t i v e r o s . E r a éste u n ver-
dadero f e n ó m e n o de la n a t u r a l e z a , m e n o s n o t a -
ble p o r s u cabeza que p o r sus pies t o r c i d o s , c u -
yos pulgares v u e l t o s h a c i a d e n t r o , sobre afearle
m u c h o , le impedían el a n d a r , y más a ú n los m i -
litares ejercicios, pues las espuelas n o i b a n sobre
el c a r c a ñ a l , sino sobre el t o b i l l o .
20 A . DE F A L E N C I A .

Pero aún eran estos defectos más tolerables que


su procacidad; su dañada insensatez y las cons-
tantes amenazas que empleaba cuando se hacía
algo sin su beneplácito, jurando que lo destruiría
todo. Para obrar así contaba con el extremado fa-
vor de la condesa de Plasencia, menos atendida por
su marido de lo que al varón corresponde. A todas
estas desdichas se unía la malicia del Marqués, que
con la necedad y aspereza de aquel cojo encubría
lo que no quería manifestar. L a reciente llegada
del arzobispo de Toledo y del conde de Paredes,
que siguieron al de Benavente y al obispo de Co-
ria, confirmando al de Plasencia y á su mujer la
Condesa el último acuerdo de que no se mitigase
el rigor de la guerra contra los que asolaban la
provincia de Toledo con sus correrías y latroci-
nios, determinaron á Pedro de Hontiveros á prepa-
rar una expedición contra ellos, á pesar de la Mar-
quesa, que en ausencia del marido se opuso enér-
gicamente á que el rey D. Alonso saliese de Aré-
valo. Su aislada resistencia no pudo, sin embargo,
impedir que el Rey y los citados Grandes marcha-
sen á Portillo, donde á los tres días estaba presta
u n a expedición de setecientos hombres de armas
escogidos. D. Enrique y D. Beltrán de la Cueva,
c o n unos cuatrocientos, vinieron desde Valladolid
á Tudela de Duero, no lejos de Portillo. A l decla-
rar los reyes de armas la orden de D. Alfonso para
empeñar el combate, el de Benavente, por odio
encubierto, accedió al primer mandato; pero lue-
go, cuando ya se movía la hueste y el Condesta-
ble, ó sea el conde de Paredes, ordenaba las bata-
llas, comenzó á oponerse con gran copia de razo-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 21

namientos á que se trabase la acción, y á que,


como se había resuelto, el rey D. Alfonso condu-
jese el ejército á Tudela. Añadió que de Vallado-
lid hablan acudido multitud de infantes armados
y muy escogidos, que se acercarían á dos mil; que
la condesa de Villalba traía una fuerte banda de
ladrones, y que el pelear con tales enemigos en
posición tan desventajosa era tanto como correr
á un descalabro indudable; por lo que convenía
más aguardar algún tiempo á vista de la hueste
contraria á que declarase sus intenciones, y si se
movía del puesto seguro que ocupaba junto á T u -
dela, entonces podría acometérsela con ventaja.
Bramó de coraje D. Alfonso al oír tales consejos
que bien conocía dictados por aviesos designios;
pero no obstante, mandó al ejército permanecer
largo rato frente al adversario, y por consejo tam-
bién del conde de Paredes dispuso que se tomase
el puente de Peñalvo, sobre el Duero, y el vado
próximo que en la estación de verano en que se
estaba ofrecía fácil paso á la caballería. Tres ho-
ras estuvieron los enemigos en observación de la
hueste de D. Alfonso, y luego enviaron, como re-
tando á pelea, un escuadrón de cincuenta caballos
ligeros próximamente que, marchando por las
cumbres, no sólo observaron las batallas, sino
que destacando á los más veloces á las faldas de
las colinas, procuraron tantear si era el ánimo de
los de D. Alfonso aguardar en aquel llano á que
avanzase D. Enrique por el lado opuesto, ó aco-
meter ellos en caso que él no se moviera. Cayeron
algunos en poder de los corredores, y así pasó la
mayor parte del día, como quiera que las dos par-
22 A . DE F A L E N C I A

tes preferían esperar la embestida del enemigo á


marchar contra él. Cuando el rey D. Alfonso se-
convenció de que D. Enrique rehuía el combate,
movió su ejército, y con lenta marcha entró sin
ser molestado en Falencia. Allí marchó el Almi-
rante con trescientos caballos, los condes de Cas-
tañeda y de Osorno y el nuncio Lianor, que hasta
la salida del rey D. Alfonso permaneció en aquella
ciudad observando los sucesos.
Resolvió luego el Rey sitiar á Castromocho, que-
no era fuerte ni por la posición, ni por las de-
fensas, sino por la multitud de soldados que en-
cerraba. E l de Benavente que desde Portillo había
ido á Villalón, lugar de su señorío, como para
reunir gente, se presentó en los reales sin ella, si-
guiendo la costumbre de su suegro, y no dejó de
alegrarse del fracasado ataque de Capillas, inten-
tado la víspera por el hijo, del arzobispo de Tole-
do, Troilo Carrillo, que sufrió allí grave descré-
dito, porque los de la villa no sólo rechazaron 4
los sitiadores, sino que le hirieron de una pedrada,
siendo preciso transportarle á los reales. A la no-
che siguiente entró en Capillas con trescientos ca-
ballos Pedro Arias para hacer levantar el cerco de-
Castromocho, y el arzobispo de Toledo quedó
sólo para rechazar las frecuentes salidas que en
pocos días hicieron los cercados, porque el almi-
rante D. Fadrique y el conde de Paredes atendían
á evitar los daños que pudieran causar los de Ca-
pillas y pueblos vecinos, ocupados por gentes de
D. Enrique. E l conde de Benavente que se bur-
laba en secreto de la habilidad del Arzobispo y
encubría astutamente sus perversos planes, ofre-
CRÓNICA. DE E N R I Q U E IV 23

da tropas si se le daba por juro de heredad la villa


de Castromocho; pero el Almirante resistíalo i n -
dignado. Finalmente, como las muchas muertes
sufridas asi por los que contenían las embestidas
del enemigo como por éste mismo, no procura-
ban la menor gloria al partido de D. Alfonso, se
acordó que el Rey desde Vaquerín fuese á Tarie-
go y Fuenteampudia, adonde en aquellos días h a -
bían acudido el arzobispo de Sevilla y el obispo
de Calahorra, con algunos otros magnates, y luego
á Cigalas, en compañía del arzobispo de Toledo,
del Almirante y de los condes de Paredes, de Be-
navente, de Castañeda, de Osorno y de A l b a de
Liste. L o s cuatro últimos y Juan de Vivero ape-
nas habían traído gente; sólo al de Castañeda se-
guían unos treinta caballos. E r a ya manifiesta la
intriga del de Benavente, y nadie ignoraba cuán-
tos la favorecían; pero como el Arzobispo se
quejase al Almirante, y le asegurara que conocía
la intención del Conde, conforme con la del sue-
gro ausente, y que el de la marquesa de Villena
meditaba apoderarse del rey D. Alfonso cuando
fuese á Portillo, el Almirante le respondió que
convendría más aparentar ignorancia hasta que
se pusiese en ejecución la maldad, para hacer así
patente la del Marqués. E n virtud de este parecer,
el Arzobispo y el conde de Benavente fueron coa
el Rey hasta el pie del monte en cuya cima está
asentada la villa de Portillo. Entró en ella D. A l -
fonso el primero; D. Pedro de Velasco que se les
había adelantado por otro camino, salió al en-
cuentro al Arzobispo que acaudillaba sus tropas;
hablóle aparte y le dijo no llevase á mal una me-
24 A. DE FALENCIA
dida que el provecho común aconsejaba, y por
tanto, que se retirase á Avila, ó á donde mejor le
pareciese, mientras el Rey aguardaba en Portillo
la llegada del marqués de Villena y de algunos
otros Grandes. Indignóse el Arzobispo y pronun-
ció algunas palabras de cólera; pero al fin marchó
á Avila.
Entretanto el Marqués, que no se hallaba allí,
trató por medio de su agente, el arzobispo de Se-
villa, de que para el arreglo de las cuestiones pen-
dientes, el rey D. Alfonso, á la sazón en Cigales,
diese en rehenes á Lope Vázquez, hijo del arzo-
bispo de Toledo; á D. Francisco, hijo del A l m i -
rante; á otro D. Francisco, hijo del conde de Pla-
sencia, y á D. Juan, hijo del Marqués; y que don
Enrique, por su parte, diese á D.íl Juana, hija de
la Reina del mismo nombre, y á algunos caballe-
ros que no acudieron como los otros á Coca den-
tro del término señalado de setenta días. E l enga-
ñoso arreglo imaginado para la paz consistía en
que el conde de Plasencia por parte de D. A l f o n -
so, el marqués de Santillana por la de D. Enrique
y por arbitro y juez entre ambos fray Alonso de
Oropesa, prior de San Bartolomé de Lupiana, pu-
siesen término á las contiendas sobre la corona,
con arreglo á las leyes del reino y para provecho
y tranquilidad de la nación. Salió vano el proyec-
to, y D. Alfonso que estaba muy sentido de la
ofensa inferida al Arzobispo, y no quería recono-
cerse libre mientras permaneciese en Portillo, lo-
gró que se le dejase ir á Hontiveros, donde á la sa-
zón se hallaba el conde de Plasencia, más acepto
al marqués de Villena que su tío el arzobispo de
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 25

Toledo, y más inclinado á las agitaciones de la


intriga, siguiendo los deseos de su mujer la C o n -
desa y de Pedro de Hontiveros, que, como dije,
acaudillaba la gente de guerra del de Plasencia.
Mas como todos aquellos planes se deshiciesen y
el tiempo pasase inútilmente, envió el Conde de-
lante á la Condesa, y después marchó él á Bejar y
á Plasencia. Entre las causas de esta partida no
fué la menor el que cuando el rey D. Alfonso fué
desde Hontiveros á Madrigal á visitar á su madre,
muchos cómplices del de Plasencia indicaron que
habían surgido graves dificultades sobre el dere-
cho á la corona; que buen número de Grandes
recelaban que D. Alfonso hubiese de ceder de su
derecho y abandonar su causa y que del arbitrio
del Conde dependía la posesión del reino. E n t o n -
ces la Condesa se atrevió á indicar la conveniencia
del matrimonio de su hija con D. Alfonso para
la consolidación del cetro. E l joven Rey no sólo
rehusó su asentimiento, sino que ridiculizó el pro-
yecto y acusó al arzobispo de Sevilla de propa-
gador de novedades perjudiciales. Entonces la
Condesa se alejó encolerizada del Rey, no menos
indignado; pero el Arzobispo se sinceró é hizo
grandes promesas para que se le tuviese por leal
y franco. E l de Toledo no se daba punto de repo-
so para encontrar medios de que el rey D. A l -
fonso, burlando la vigilancia de los guardianes y
consejeros puestos en palacio por el marqués de
Villena, pudiese marchar á A v i l a y erqpezase á
reinar libremente, aceptando luego el matrimonio
con D.a Juana, hija del rey de Aragón. Este era
también el deseo del Rey, asi que, rompiendo la
26 A . DE FALENCIA.

espesa red de engaños en que le tenía envuelto el


Marqués por medio de sus agentes, y enviándome
á solicitar la ayuda del obispo de Coria para con-
seguir su libertad, dispúsose con gran cautela á
ejecutar el plan concertado, bien corriendo coa
pretexto de la caza al sitio designado, donde aguar-
daban las gentes del Arzobispo, bien saliendo del
cuarto de la Reina, su madre, en traje de mujer,
y dirigiéndose al punto establecido por el mismo
Prelado. Conocida, no obstante, la imposibilidad
de apartar de sí á los satélites del Marqués, Diego
de Ribera, hijo de Payo de Ribera, y Gómez de.
Miranda, prior de Osma (i), cedió á las circuns-
tancias, y como si saliese á caza, dejó á Madrigal
y fué recorriendo campos y aldeas. .

(i) L a Crónica Castellana: «de San Marcos».


.*

CAPITULO III

Marcha el rey D. Alfonso á Ocaña y luego á Bel-


monte.—Consejo que hubo en Torrijos sobre las
demasías de la Hermandad popular.—Otros su-
cesos menos importantes ocurridos á fines del
año de 1466 y principios del 67.

ntes de salir de Madrigal el rey D. A l -


^ i^ fonso, el almirante D. Fadrique, indig-
nado de las maquinaciones del arzobis-
po de Sevilla y de la ofensa inferida por el conde
de Benavente al arzobispo de Toledo, quiso visitar
á este último y al pasar con doscientos caballos
cerca de Madrigal, fué á saludar al Rey que, para
hablarle, salió á un campo lindante con el c a -
mino que el Almirante seguía. Concibió de esto el
Marqués grandes sospechas, y luego que llegó á
Avila el Almirante, volvió solicito al lado del Rey
y se opuso á que permaneciese más tiempo en
Madrigal, temeroso de que huyera furtivamente.
Fuéle, pues, llevando de campo en campo y de
pueblo en pueblo con pretexto de la caza; detu-
viéronse dos días en Bobadilla; de allí marcharon
á San Pablo de la Moraleja, y luego, pasando los
montes, á Ocaña. E n Almorox conferenciaros
28 A . DE PA.LENCIA

el arzobispo de Toledo y el Almirante con el


marqués de Villena,, que no quiso permanecer
más tiempo en aquella provincia, sino que pasó
adelante á Belmente, villa de su antiguo señorío,
con pretexto de ver las grandes y complicadas fá-
bricas que allí levantaba por aquellos días. Cuan-
do llegó á sus oídos el rumor público de que
llevaba prisionero al rey D. Alfonso, volvióse con
él desde Belmonte á Torrijos. Allí se tuvo consejo
acerca de la excesiva osadía de las Hermandades
populares que irritando, como dije, á los Gran-
des, los indujo á trabajar por su ruina, como al
fin lo lograron. Temiendo el riguroso castigo de
la Hermandad huyó á Simancas D. Pedro Niño,
personaje principal en Valladolid, y uno de los
infames capitanes de D. Enrique; la de Burgos
se preparaba á combatir con ei, conde de Salinas
que había ocupado á Miranda y á Pancorbo y
finalmente, por causa de la de Toledo habían
surgido en esta ciudad graves tumultos. Todo
esto, unido al temor que infundían los avisos de
diversos prodigios en diferentes partes del reino
observados, indujo á los Grandes de ambos par-
tidos á procurar la disolución de las Herman-
dades.

E n tanto el conde de L u n a y los hermanos del


de Benavente, D. Pedro y D. Juan, quisieron apo-
derarse del conde de Valencia, D. Juan de Acuña,
y de Gutierre Quijada, del bando de D. Enrique,
A l primero, á quien D. Enrique mandó llamar
duque de Gijón, aborrecíanle tpdos por ser un
malvado, y porque sus costumbres eran tan ho-
rribles como su figura; ai segundo trataba de ma-
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 2g
tarle el conde de L u n a , porque el Gutierre, cons-
tante partidario del bando opuesto, había q u i -
tado la vida á su tío Suero de Quiñones. Lograron
entrar en la villa (i), sorprendiendo á los mo-
radores; pero el Conde huyó prontamente á la
fortaleza, y Gutierre, escondiéndose bajo un haz
de sarmientos, pudo poco después escapar dis-
frazado.
Como por aquellos días D. Enrique, la Reina y
la hija de ésta residían en Olmedo con poca guar-
da, tratóse en A v i l a de apoderarse de ellos; empresa
fácil en concepto del Arzobispo si con un escua-
drón entrase súbitamente en la villa á sorpren-
derlos. Empezó á ponerlo por obra y llegó á B o -
dón; pero sabiendo allí que, descubierto su desig-
nio, D. Enrique con la Reina y la doncella había
marchado á Segovia, hubo de regresar á Avila á
media noche.
También en Andalucía Pedro de Vera, alcaide
de Jimena por D. Beltrán, se apoderó de D. Pedro
de Vargas, que lo era de Gibraltar, á su paso por
aquella villa. Encolerizado el duque de Medina,
marchó á Jerez á libertarle, y luego pensó en ocu-
par á Jimena, como lo consiguió, porque á D. Bel-
trán le era imposible acudir en auxilio de los cer-
cados, ó procurarles fuerzas de socorro. Fueron las
condiciones de la entrega que Pedro de Vera que-
dase por alcaide de la villa; que diese dos hijos en
rehenes al Duque y, asegurando su fidelidad m i -

{i) Así en el ms. G-29. L a Crónica castellana dice ex-


presamente Valencia. E l Códice de Acosta tiene tachada
las palabras Conde de Valencia.
3o A . DE F A L E N C I A

litar, prestase espontáneo juramento de leal obe-


diencia. Por el mismo tiempo Garci Méndez puso
preso á su padre Luis Méndez de Sotomayor, se-
gún consejo de los parientes, porque, abando-
nando á su mujer, vivía vergonzosamente entre-
gado á los vicios y á la más torpe corrupción de
costumbres, empleándose en aquellos infames
tratos que tuvieron origen en Castilla en tiempo
de D. Alvaro de L u n a y tan vergonzoso incre-
mento tomaron después.
A primero de Mayo de este año de 1466 dejóse
ver en el cielo una estrella que resplandecía viva-
mente desde la salida del sol hasta el anochecer,
lo cual se tuvo por señal prodigiosa, como el gran
cometa en forma de viga que á principios de Abril
había aparecido entre Oriente y Mediodía, corrién-
dose luego por la línea intermedia entre Occidente
y Norte. Cuatro fortalezas de las que en vida de
D. Pedro Girón poseían dos hermanos llamados
Carvajales fueron tomadas por fuerza de armas
luego que el Marqués supo que estaban conjura-
dos contra él. Gonzalo de Saavedra, por orden
del Marqués, puso sitio á la Peña de Martos, for-
taleza casi inexpugnable que al fin quedó libce
bajo ciertas condiciones. Abandonó la causa de
D. Alfonso y dióse á D. Enrique la ciudad de
Ecija, presidiada por el conde de Cabra, sus hijos
y sus dos yernos, D. Martín Alfonso de Monte-
mayor y D. Luis Puertocarrero, que habían ocu-
pado á Castro del Río, Castroviejo y Montero, vi-
llas y fortalezas de Córdoba. Irritado el Marqués
con la defección de Ecija, llamó á los caballeros de
Sevilla que con sus gentes, unidas á la milicia cor-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 3 I

dobesa mandada por D. Alonso de Aguilar, sen-


taron sus reales á orillas del Gerte, cerca del Gua-
dalquivir, tomaron y saquearon á Palma y pusie-
ron á la fortaleza cerco que luego levantaron en
virtud de ciertas capitulaciones.
C A P I T U L O IV

Cómo rechazó el Condestable, conde de Paredes,


las acusaciones que se le d i r i g í a n . — E l arzobis-
po de. Sevilla pone en juego todas sus trabas para
conseguir la prisión de Pedrarias.—Intentos de
sus criados contra D. Enrique, compadecidos de
su infortunio y deseosos devengar su ingratitud.

l general trastorno de las cosas y la mul-


titud de supercherías de aquel tiempo
engendraron cierta calumnia contra el
conde de Paredes que la integridad de tan ilustre
personaje ni quiso ni pudo tolerar. Extendido ma-
lignamente por los agentes del marqués de Ville-
na corrió el rumor de que el Condestable había
sido uno de los principales autores del acuerdo
para que D. Alfonso no conservase la corona,
sino que, contento con el título de rey de Grana-
da y con el señorío de cierto territorio en A n d a -
lucía, entendiera en la conquista de aquel reino y
cediese sus derechos á D. Enrique. Todo ello era
obra del arzobispo de Sevilla y de los que por i n -
dustria del marqués de Villena trataban de debili-
tar á los dos Reyes con perpetuas contiendas,
siendo á un tiempo mismo detractores y adulado-
res de uno y otro, indignado el de Paredes que
cxxvii 3
34 A.. D E F A L E N C I A

residía en L a Guardia, villa del arzobispo de To-


ledo, de la perfidia de los malvados, pidió el co-
rrespondiente permiso y, según costumbre de ca-
balleros, hizo publicar un cartel retando á singu-
lar combate á todo noble que mantuviese aquella
acusación contra su persona. Nadie recogió el
guante, pero hízose manifiesta la red de falsedades
de los que buscando eternas desdichas para el pue-
blo y continuas ofensas contra los Reyes, cubrían
de oprobios á los Grandes que no entraban en
aquel concierto. Por esto el almirante D. Fadri-
que, que en medio de su arrebatado natural tenía
felices ocurrencias, dijo describiendo la condición
del de Villena: «Este buen Marqués procura siem-
pre mantener á los dos hermanos entre un circulo
de todos los Grandes del reino, algunos de los cua-
les llaman rey á D. Enrique, como nosotros á don
Alfonso, y él, puesto un pié sobre el hombro de
cada uno de los Reyes, nos riega á todos en derre-
dor con inmundo líquido.» Rieron los oyentes el
donaire, y encendieron con la risa su cólera, por-
que á su juicio, la misma verdad del dicho debía
excitar en todos ellos igual indignación que con-
tra el Marqués, contra el- arzobispo de Sevilla,
agente suyo, engañador del conde de Plasencia; si
lisonjero con D. Enrique, adulador de D. Alfonso;
primero secuaz de D.a Guiomar de Castro, y des-
pués acompañante y guía de la reina D.a Juana.
T u v o cierto tiempo á ésta y á su hija en Coca;
llevó algunas veces á la primera á Cigales, y lue-
go con la comitiva de los rehenes citados hízola
recorrer las aldeas para entrar al cabo con todos
ellos en T o r o . Allí mandó á su gente quedar e»
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 35

guarda de las puertas antes encomendadas á la


custodia de Juan de Ulloa; retuvo á su discreción
la fortaleza que presidiaba su hermano Fernando
de Fonseca; obligó á los ciudadanos á prometer
bajo juramento de fidelidad que cumplirían todo
lo conducente á la salvaguardia de la Reina y de
los rehenes, según ios inútiles pactos establecidos
más bien para gastar el tiempo en vano que para
poner término á las desdichas; echó de la ciudad
á Juan Guillen, puesto por D. Enrique por guar-
da de la Reina (á la que ni él ni otro alguno po-
dían guardar bien), y nombró en su lugar á A l -
fonso de Olivares, hombre generalmente bien
quisto y consagrado á la práctica de todas las vir-
tudes. Escogióle el Arzobispo en primer lugar,
porque á la sombra de su honradez esperaba en-
contrar comodidad para sus veleidades y maqui-
naciones, y después porque la pobreza le obligaba
á obedecer ciegamente al Prelado, á lo cual a y a -
daba el que sus antiguos servicios á D.a Leonor,
reina de Portugal, madre de esta D.a Juana, le h a -
bían valido la mano de (i) una dama ilustre, pero
de escasas dotes de fortuna. Marchó luego el ar-
zobispo de Sevilla con tropas del conde de P i a -
sencia á Madrid, á donde después de muchos ro-
deos llevó á la Reina y á los rehenes, y tanto por
sí mismo como por medio de otros delatores que
cuidó de colocar junto al Rey, emprendió la acu-
sación contra Pedro A r i a s , haciéndole cargos por
su dudosa fidelidad y por sus antiguos robos de

(i) E l n o m b r e de esta señora está en b l a n c o én todos


los m a n u s c r i t o s .

f9
fmw
36 A . DE PALENCIA.

las rentas y fortuna de los naturales, inicuamente


exigidas y arrancadas por Diego Arias. Pretextan-
do el provecho de D. Enrique, pero en realidad
llevado del deseo de disponerlo todo para sus fu-
turas exacciones, persuadió á D. Enrique á que
prendiese á Pedro Arias, confiscándole sus bienes
y privándole de su cargo. Defendióse él de los que
intentaban aprisionarle, y en la lucha recibió una
grave herida en el costado izquierdo de que se
resintió toda su vida. Arrepentido D. Enrique
cuando lo supo de haber dado su consentimiento,
mandó que le curaran; pero su oficio de contador
mayor, de grandes provechos en Castilla, dióle á
Rodrigo de Lllloa, hermano del arzobispo de Se-
villa. Pasados pocos días, queriendo los criados
de Pedro Arias libertarle de la prisión, intentaron
apoderarse de D. Enrique que, andando á monte,
había llegado con sus capitanes á la aldea de Ma-
yalmadrid. A media noche, cuando reposaba en su
cámara y sus guardias ebrios y cansados de las
fatigas del día yacían sepultados en el sueño, la
gente de Pedro Arias entró por u n agujero del
muro. Despertó el Rey sobresaltado, y en camisa
y con los pies y piernas desnudos logró á duras
penas escapar en la oscuridad á través de los cam-
pos, mientras los soldados iban cayendo en poder
de las gentes de Pedro Arias. Entre ellos cogieroná
uno llamado Alonso de Herrera, á quien tomaron
por el Rey por hallarle casualmente en su cama.
Éste, merced á un vestido de aldeano y á una ye-
gua que le dio u n campesino, pudo refugiarse á
más andar en Madrid, donde comenzó á sentir do-
blemente haber permitido la prisión del ¡nocente
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV Sj

Pedro Arias y dado lugar á la inmerecida desgracia


de quien como él había seguido su causa con leal-
tad sin igual, y empleado en su servicio más celo
y hacienda propia que ningún otro. Con tan i n -
justa opresión acarreóse D. Enrique grave nota de
ingrato, y cuando llegaron á sus oídos las acusa-
ciones y los rumores del pueblo,, empezó á since-
rarse y á hacer recaer la culpa sobre el arzobispo
de Sevilla y sobre el Marqués. E l cual, al obrar
así, se proponía ocupar las fortalezas de Puñon-
rostro y Torrejón de Velasco, seduciendo al Rey
con la adquisición de nuevas riquezas y al arzo-
bispo de Sevilla con la Contaduría mayor de que
he hablado.
CAPITULO V

Intrigas del conde de Plasencia y de su mujer, y


sospechas que excitaron en ambos campos. —
Rompimiento del arzobispo de Sevilla con don
Enrique.—Entrada del rey D . Alfonso en To-
ledo.—Movimientos de los vallisoletanos.

' o r sugestión é industria del marqués de


Villena había hecho creer tiempo atrás á
D. Enrique el arzobispo de Sevilla que
del arbitrio del conde de Plasencia y de su mujer
dependía en gran parte el triunfo de su causa, y
que convenía mucho ganarse el asentimiento de
Pedro de Hontiveros para reducirlos nuevamente
por medio de la reconciliación á emplearse en lo
que pareciese oportuno. Convencido de la necesi-
dad de conseguirla, no omitió D. Enrique cuida-
dos ni ofertas, y empezó por valerse de la media-
ción del cojo Pedro de Hontiveros, que no llevó por
muy recto camino las negociaciones. Comenzó á
perder el de Plasencia su fama de constante, y á
parecer á los prudentes apocado é hipócrita cuan-
do le vieron subyugado al capricho de su mujer; y
loco era preciso estar para creer que la constancia
así en la fortaleza y prudencia como en la justi-
cia y liberalidad podían albergarse en un corazón
esclavo de las seducciones. Y por si aún gozaba
40 A. DE FALENCIA
algún crédito aquella divulgada opinión, vino a
disipar su falsedad la llegada del de Plasencia a
Madrid y su cereiuonioso acatamiento á los Re-
yes, porque quiso besar la mano á D. Enrique,
aunque éste, como de costumbre, se la negó; besó,
sin embargo, la de la Reina, y según se dice, la de
su hija; preparó la deseada venida de la Condesa,
su mujer, y fingida ó verdaderamente, prometió
trabajar con gran ahinco porque recobrase el tro-
no D. Enrique, lo cual confirmó ella, que llegó á
poco, con su afable conversación y halagüeñas
razones. Todas estas seguridades, sin embargo, se
desvanecieron ante la sospecha que angustió el
ánimo de la Reina y de los capitanes y consejeros
de D. Enrique cuando, después de haberlo arregla-
do todo el Conde á medida del deseo, asegurado
igualmente su aquiescencia el arzobispo de Sevi-
l l a y manifestádose conforme la Condesa, al ir á
poner en ejecución lo acordado, que era celebsar
u n a junta en Plasencia ó en Bejar, y cuando ya
todos se habían puesto en camino, súbitamente se
negaron á acudir á ella.

Con pretexto de Hermandad popular levantá-


ronse en sedicioso tumulto Francisco de Falencia,
prior de Aroche, Diego Enríquez del Castillo,
cronista de D. Enrique, Juan Guillen, Martín de
Sepúlveda, Martín Galindo N . (i), Peñalosa, el
bachiller Rodrigo de Morales, Alfonso de la Ser-
na, Alvaro de Taboada,Fernando de Silva y (2) el
conocido por Sangre dulce, todos los cuales, con

(1) En blanco en tocios los originales.


(2) Id. i d .
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 41

el favor y concurso del pueblo- afirmaron públi-


camente que aquellos pactos eran fraudulentos;
que la marcha acordada era funesta y execrable
v que no se resignarían al desastre, aunque tal
fuese la voluntad de D. Enrique. Fué cundiendo
de tal modo la protesta y el escándalo, que como
de en medio de las llamas sacaron á la Condesa,
ya acomodada en jamugas sobre una muía á
causa de su excesiva corpulencia. E l Conde se
había adelantado, y así ella fué la que corrió el
mayor riesgo. D. Enrique con unos setenta c a -
ballos se refugió aceleradamente en la fortaleza,
cual si recelase alguna sorpresa; aunque no falta
quien afirme que aquél temor era fingido. Marchó
el conde de Plasencia con su familia y los rehenes
á Illescas, donde el rey D. Alfonso se hallaba, y
con esto quedó deshecha aquella serie de acuerdos
á que se creía dar cumplido término en aquel mes
de Mayo de 1467, como quiera que la voluntad
de los que en ambos partidos tramaban tales fal-
sedades era dañada, y con ellas afirmaban querer
y poder buscar el remedio para tantas desdichas.
E l arzobispo de Sevilla abandonó la guarda de la
fortaleza que se dio á un perverso capitán l l a -
mado Pedro de la Plata.1

Con este sedicioso tumulto ya no se habló más


de la restauración de D. Enrique, y como su favor
iba decayendo y aumentando el de D. Alfonso,
acordóse que éste fuese á Toledo, cuyos morado-
res le aguardaban con ansia indecible, porque l a
incuria de los Reyes les había acarreado discor-
dias y luchas intestinas y esperaban que la pre-
sencia de Soberano tan ilustre pondría término al
4.2 A . DE F A L E N C I A

horror de tales disensiones. E l 3o de Mayo hizo I


D. Alfonso su entrada en Toledo, entre la pompa
de los festejos, el lucido séquito de los Grandes é
inmenso concurso del pueblo. Iban con el Rey el
arzobispo de Toledo, el marqués de Villena, los
condes de Plasencia y Benavente, el condestable
conde de Paredes, los condes de Castañeda, Osor-
no, Cifuentes, Ureña y R^badeo, los obispos de
Burgos y Coria y otros muchos magnates é ilus- I
tres caballeros en solemne procesión religiosa,
como es costumbre muy aprobada de estos reinos.
A l día siguiente, para celebrar una ceremonia cé-
lebre en los buenos tiempos de la monarquía, fué
el Rey con los Grandes á la iglesia de Nuestra Se- |
ñora, donde acudieron presurosos ciudadanos y
pueblo, y allí prestó juramento militar, según las I
antiguas constituciones que tan obligados están á
observar los reyes, principales guardadores de la
disciplina del ejército. Nuevas inquietudes agitaron
el ánimo de los naturales cuando vieron frustra- i
dos aquellos trabajosos conciertos, y los que se-
guían á D. Enrique perdieron sus vanas esperanzas
al observar cómo crecía el favor de D. Alfonso.

Los de Valladolid trocaron en una especiede


rabia el pesar de la defección, é infundieron en la
Hermandad del pueblo sentimientos de más ardor
guerrero, diciendo que ellos podrían poner térmi-
no por la fuerza á las contiendas, visto que las
juntas y conciertos de' los Grandes siempre pro-
ducían funestos resultados. Salieron todos en ar-
mas y sentaron el campo junto á los muros déla
población; pero como muchedumbre confusa y sin
caudillo, pronto decayó su repentino arrebato, y
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 48

, levantamiento tan inútil sucedió doble pesar


or los errores cometidos. Observado esto por los
del bando de D. Enrique, diéronse imprudente-
mente á buscar nuevos recursos para extremas
violencias.
C A P I T U L O VI

Marcha del rey D. Alfonso á Apila.—Inténtase la


ocupación de R o a . — L a v i l l a de Olmedo aban-
dona á D. Enrique.—Ataque de Tudela de Due-
ro,—Alborotos de Toledo.—Cambio de conduc-
ta del conde de A l b a . — P r i m e r o s pasos dados
para l a provisión del Maestrazgo de Santiago
en favor del marqués de Villena.

nquietudes semejantes agitaban el áni-


mo de algunos partidarios de D. Alfon-
so, naturalmente inclinados á juntas y
conferencias, y más que á todos al Marqués, que
de la confusión por ellas engendrada hacia el sos-
tén de su tiránico poder; á quien ni la paz conten-
taba ni el ardor de la guerra satisfacía, y que con-
sagrado en apariencia á otros intentos, en realidad
trabajaba por extender las calamidades. Observan-
do que ya todos iban decidiéndose por D. A l f o n -
so, asintió á la conveniencia de volver á A v i l a ,
donde se hallaba el arzobispo de Toledo, y c o m -
batir con más encarnizamiento á D. Enrique.
Apenas llegados, intentóse la ocupación de Roa,
villa perteneciente por derecho hereditario al rey
D. Juan de Aragón; pero que poseía D. Beltrán de
la Cueva, y que cierto caballero noble y principal
46 A. DE FALENCIA

en quella tierra, llamado D. Juan de Avellaned,;


trataba de entregar á D. Alfonso bajo secreto-
pactos, para libertarla por mano del Rey d e l i j
cuo señorío del privado. L a diligencia de éstequj
apenas lo supo, salió de Guéllar, avisó á D. Enri.
que y junto con él ocupó la villa y reforzó l^
guarda de su fortaleza, hizo fracasar la expedí.
ción preparada por D. Alfonso. E n cambio sedi-j
rigió á Olmedo, villa que había comenzado áde.
clararse secretamente en favor suyo, y en laque,
después de breves tratos, fué públicamente acó'
gido. Temían los habitantes que D. Enrique k
enajenase de la Corona, sabedores de que contal
promesa había ganado para su partido al arzo-
bispo de Sevilla y á otros varios separadamente,
Luego que D. Enrique supo el alzamiento dt
Olmedo en favor de su hermano, aumentó las
guardas de Tudela de Duero para estorbar la de-
fección de Valladolid, ya vacilante en su fidelidad,
Confiados los de aquella villa en el río que poi
allí corre, y creyendo que los de Olmedo no te-
nían otro paso cómodo para llegar hasta ellos
fuera del puente que sin su consentimiento no
podía atravesarse, pusieron todo su empeño sólo
en asegurarle con fuerte guardia. Pero como en
la población había muchos tan; ansiosos de de-
clararse por D. Alfonso como hostiles á los sol-
dados de D. Enrique y á él mismo, no faltó algu-
no que avisase al Arzobispo y al marqués de Vi-
llena de las intenciones de aquéllos y de su vana
confianza, una vez que él conocía junto al puen-
te un vado de pocos sabido y de tan fácil paso»
que él le atravesaría á pie, siguiéndole alguo05
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 47

caballos que podrían arremeter á los incautos


enemigos no resguardados en la otra orilla por
muro ó defensa alguna donde acogerse si ceja-
ban en el encuentro. Con este aviso se determi-
naron el Arzobispo, el Marqués y el conde de
Benavente á acometer al punto la empresa, y sa-
cando de noche las tropas y conducidos por el
guia, empezaron al amanecer á atravesar el vado.
Tarde acudieron á impedirlo desde la orilla opues-
ta los de D. Enrique que, como estupefactos ante
lo imprevisto del caso, defendieron flojamente el
terreno y permitieron á Gómez Manrique que
iba delante ganar con algunos hombres de ar-
mas la ribera contraria, rápidamente ocupada por
nuevos invasores y poco á poco cedida por los
enemigos. A l fin, con sólo la falta de u n caballe-
ro que perdió el rastro de los que vadeaban y fué
arrebatado por la corriente, todos los demás lle-
garon junto á los enemigos que abandonaron la
orilla, pusieron su salvación en la huida y, pe-
leando en los caminos, cayeron en su mayor par-
te en poder de los de D. Alfonso. E l resto que á
campo traviesa huía hacia Valladolid tropezó con
D. Juan de Vivero, apostado para detener á los
fugitivos, y tantos quedaron en su poder que, en
junto, de 25o caballos, apenas 40 escaparon al
esfuerzo de sus enemigos. Más que por el n ú -
mero de los prisioneros fué funesto este descala-
bro para el bando de D. Enrique por las conse-
cuencias, pues en los de Valladolid revivió el afec-
to á D. Alfonso que por algún tiempo se había
entibiado, y otra vez comenzaron á maquinar no-
•edades, y el arzobispo de Sevilla que en el ve-
48 A . DE F A L E N C I A

ciño lugar de Coca se encontraba, vino á ofrecej


se á D. Alfonso acusando á D. Enrique, ya p0t,
que atendiese á la condición del tiempo presente'
ya porque calculase mejor las futuras contingen.
cias. Otros fueron, á juicio de muchos, los móvi-
les del Prelado, secuaz de D. Enrique mientras]
poseyó á Olmedo, y luego partidario de D. Alfon.:
so cuando puso la mira en adquirir la donación del
señorío.
Revivió por entonces entre los moradores de
Toledo la antigua enemiga fomentada por ios re-
celos de los cristianos nuevos y la indignación dt
los viejos. Agregábase á esto, como dije, la fac-
ción común de los conversos que, víctimas de las
intrigas de los mal intencionados, se inclinaban á
D, Enrique por ei temor preconcebido del exter-
minio de la raza judaica en el caso de prevalecet
el partido de D. Alfonso. Dieron gran pábulo áes
tos temores los agentes de discordia que no sólo
consiguieron infundírselos á las dos partes, sino
convencerles fácilmente por ciertos indicios del
odio contra ambas concebido, y á causa del mis-
mo miedo, inspirar á los conversos una insólita
audacia, con la promesa de auxiliarles si contra
ellos se cometía alguna violencia. Nombraron se-
cretamente por su jefe á Fernando de la Torre
que les merecía concepto de esforzado porque se
vanagloria ba de muchas hazañas, y comprando
armas c o n dinero de todos, das depositaron en su
casa como en un arsenal á donde pudiesen acu-
dir por ellas la juventud y los que no las tuviesen
en los rebatos y casos repentinos, y cuando pen-
sasen poder desbaratar á cualquier turba de los
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV- 49

cristianos viejos y apoderarse de los vencidos. Pa-


ra este belicoso intento prepararon cuerdas con
un lazo hecho de suerte que sujetase al mismo
tiempo los dos pulgares de cada prisionero, é h i -
cieron tantas, que se asegura pasaban de diez mil
las que en aquella casa se encontraron. Además
de las ballestas y ligera artillería de espingardas y
cerbatanas (nombres nuevos impuestos por el
vulgo con que hay que designar armas nueva-
mente inventadas para destrucción del género h u -
mano, y que producen sus funestos efectos por
medio del súbito impulso del fuego y del aire com-
primido) había en aquel arsenal multitud de abro-
jos de hierro para arrojarlos en el momento de la
pelea bajo los pies de los incautos enemigos y
conseguir que, no pudiendo sentar la planta jine-
tes ni peones sin herirse, quedasen en el primer
encuentro imposibilitados de continuar peleando.
Cada uno recibió por reparto ó preparó en su ca-
sa las armas con arrogante resolución, y por me-
dio de dádivas y humilde acatamiento ganaron
para su causa á una parte de la nobleza, á fin de
no carecer de socorro desde los primeros movi-
mientos hasta la victoria declarada. Con especia-
lidad procuraron tener propicio al conde de C i -
fuentes, D. Alfonso de Silva, singularmente con-
siderado por los principales conversos; pero sin
descubrirle sus secretas intenciones, sino expo-
niéndole tan sólo las comunes quejas; la injusti-
cia con que los cristianos viejos de aquella ciudad
por malevolencia y envidia, no solamente les ca-
lumniaban'á menudo, sino que los perseguían con
muertes y destierros; los nuevos ultrajes que i n -
cxxvn a
5o A . DE F A L E N C I A

tentaban añadir á las antiguas ofensas, no irrita,


dos por crimen alguno reciente de su parte, pero
movidos por la codicia de las riquezas adquiridas
con su trabajo é industria, y finalmente todas las
demás acusaciones que ellos decían dictadas pot
la iniquidad y la soberbia. Procuró el Conde, co.
mo excelente sujeto, amigo de ambos partidos
é ignorante además de la oculta trama, aplacará
los querellosos con blandas razones y promesas
de amigable socorro, aconsejándoles que se cal-
masen y redujesen á más sanos consejos, no dan-
do oídos ,á las sugestiones de los murmuradores
que buscaban su provecho en el escándalo. Al ca-
bo se presentó ocasión á propósito. A causa deal-
gunos abusos cometidos al comenzar á ejercer sb
cargo de alcalde extraordinario Alvar Gómez, an-
tiguo secretario de D. Enrique, habíasele declara1
do excomulgado; pero él, sabedor de lo que su
amigos y de su misma raza maquinaban y cóni1
plice suyo tal vez, acertó á entrar en la iglesia
cuando se celebraban los divinos oficios. Al punto
se interrumpen; dirige el alcalde palabras de iraj
de amenaza, y se le contesta con dureza; los que
le acompañan ponen mano á las espadas y, sin
consideración al sagrado del templo, matan áuc
clérigo que se atreve á rechazar á los insolentes;
levántase gran vocerío, y en son de guerra acude
el pueblo gritando que los enemigos han perpe-
trado aquel delito en odio y escarnio de la religión
y del santo templo. Empezóla lucha el 21 de Ju-
lio de 1467 y hasta el anochecer llevaban ventaji
los conversos que con premeditado designio ha'
bían llegado á las manos. Toda la noche duró^
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 5l

salto é incendio de las casas p r ó x i m a s á la i g l e s i a ,


v al amanecer y a se peleaba entre las m i s m a s lla-
mas. E l C o n d e , r e c o r d a n d o sus promesas y c r e -
yendo que los c o n v e r s o s c o m b a t í a n por s u l i b e r -
tad y no en daño de los cristianos viejos, dióles
ayuda y , reunidas las f u e r z a s , d e s c o n c e r t a r o n la
masa p o c o c o m p a c t a de sus enemigos. Crecía la
insensata temeridad, y encendíase más y más el
odio de u n o s y o t r o s hasta el p u n t o de q u e los
que al principio l u c h a b a n flojamente, se p e r s u a -
dían al c a b o de q u e habían de pelear c o n e s f u e r z o
por la religión, p o r la libertad y p o r l a v i d a . A l
amanecer del tercer día d e s m a y ó a q u e l p r i m e r ar-
dor de los c o n v e r s o s y retrocedieron h a c i a sus
moradas; mas no p o r eso cesó el c o m b a t e , pues
entre las llamas y el d e s p l o m e de los edificios i b a
estrechándolos el enemigo que, después de g r a n
matanza, se apoderó del jefe F e r n a n d o de la T o r r e
y de su h e r m a n o el b a c h i l l e r A l v a r o de la T o r r e y
los hizo pagar en la h o r c a el castigo de s u temeri-
dad. C u a t r o grandes calles habitadas en s u t o t a l i -
dad por conversos f u e r o n pasto de las l l a m a s ; el
Conde t u v o que salir de l a t i e r r a ; el licenciado
Alonso F r a n c o que se había refugiado en l a t o r r e
de la iglesia, engañado m i s e r a b l e m e n t e , fué cogido
cuando salía á c o n f e r e n c i a r y acabó c o n i g n o m i -
nia su vida en la h o r c a ; p o r ú l t i m o , los c o n v e r s o s
todos, confiscados sus bienes, m a r c h a r o n a l d e s -
tierro cubiertos de o p r o b i o .

P o r el m i s m o t i e m p o el marqués de V i l l e n a , pa-
ra debilitar más el poder de D. E n r i q u e é ir g r a n -
jeándose favor para a l c a n z a r el M a e s t r a z g o de
Santiago, pactó c o n asentimiento de otros M a g n a -
52 A . DE F A L E N C I A

tes concordia clandestina con el conde de All^


ya abiertamente declarado contra la apatía dedo.
Enrique. Abrazó el Conde la causa de D. Alfonso
pero ocultó cautelosamente su opinión por algy
tiempo y cuidó de estar bien quisto con ambos
partidos para aumentar así sus provechos. Li
mismo el arzobispo de Toledo que los otro
Grandes fieles á D. Alfonso dieron su voto fa^.
rabie á la provisión del Maestrazgo en el marquí
de Villena, el cual, para acrecentar su poder segíi
las circunstancias y acallar la envidia, apare ti
desear aquella dignidad para que su yerno e 4
Benavente gozase sus rentas hasta indemniz rs
de los gastos hechos en la guerra. Felicitaron i
chos á este Conde, y para confirmar la am a;
pactada con el de Alba, concediéronsele en reh t
los castillos de Montalbán y Puente del Arzo' ;:
hasta tanto que el rey D. Alfonso trocase s
prendas, dadas por el marqués de Villena y elaij
zobispo de Toledo, por la libre posesión deCiif
dad Rodrigo que el conde de Alba deseaba.
C A P I T U L O VII

Don Enrique entrega como rehenes á la hija de la


Reina en poder del marqués de Santillana.—
Expedición de guerra dispuesta por D. Pedro
de Velasco, hijo del conde de H a r o , y a del par-
tido del Marqués. — Cómo se tomó la v i l l a del
Puerto de Santa María.—Alboroto de Córdoba.

o podían ver con buenos ojos el marqués


de Santillana y los Grandes que seguían
á D. Enrique la preponderancia del de
Villena, por lo cual comenzaron á buscar los me-
dios de poner coto á aquel poder para muchos
enojoso. Sabían cuánto importaba para esto la
reconciliación de D. Pedro de Velasco con don
Enrique, y así, confundiendo antiguas contiendas
con recientes odios, expusieron á la consideración
del magnate aquel antiguo empeño del marqués
de Villena y del arzobispo de Sevilla por apode-
rarse del conde de Haro; cómo con desprecio suyo
y de las leyes y sólo por capricho, había llamado
el Marqués al trono á D. Alfonso, mancebo de
tierna edad, para luego valerse de él á su antojo
como de un fantasma de Soberano, y con pre-
texto de la voluntad del Rey, satisfacer la propia,
en daño y afrenta del rey D. Enrique y de sus par-
tidarios, y en escarnio de otros que ridicula é i m -
54 A . DE F A L E N C I A

prudentemente caían en las redes del astuto hechi.


cero; por lo cual, ó bien habrían de perecer t
los Grandes de algún pundonor, obligados ánj
consentir tamaña iniquidad, ó bien sería preciso
exterminar al corruptor tirano que, de nación es.
tranjera, y desde posición humilde, había legad)
al ápice del poder y á un dominio sobre los natu.
rales que ningún hombre independiente é íntegu
podía sufrir ya más tiempo. Convencieron ádot
Pedro de Velasco estas razones tanto más fácil.
mente cuanto que además de la antigua amistad)
parentesco con la casa de Mendoza (era hermaiü
su mujer del marqués de Santíüana), su padreé
conde de Haro había visto indignado la osadía sil
limites del Marqués en muchas ocasiones, y espt
cialmente cuando, sin consultarle, llevó á
aquel hecho memorable de la exaltación de nuevii
Rey y del destronamiento de D. Enrique. Ciertí
que había dejado intencionadamente á su hijosej
guír el partido de D. Alfonso; mas era por carácter
ansioso de los primeros puestos, y siempre questf
dejase el caso todo á su arbitrio, aceptaría singí'j
ñero de duda el cargo de ejecutar la empresa. Con
cenados estos planes entre el marqués de Santi-|
llana, sus hermanos, su yerno D. Beltrán y D. P^l
dro de Velasco, su pariente y amigo, pidieron i|
D. Enrique, aterrorizado con las continuas alatl
mas y desastres, una prenda del premio futuro.
Bien hubiera él deseado dejarles arbitros de todol
pero tropezaba con la antigua confianza depo*|
tada en las artes del arzobispo de Sevilla, a cuj¡
guarda se encomendaban en lo pasado todas tó
prendas y rehenes, y no parecía prudente irri
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 55

Y enajenarse su cooperación, aunque se diese por


cierto que meditaba algún cambio de conducta
después de la defección de Olmedo. Llamósele,
pues, á Segovia, donde se estaba tratando acerca
de aquellos puntos; mas él se opuso á todos, con-
siderándolos gérmenes de más encarnizada guerra,
completamente contrarios á los intentos de paz.
A l punto se levantaron contra él los Grandes,
echándole en cara su ánimo perverso, favorable
al Marqués, y declarándole merecedor de cruel
muerte porque, viviendo entre continuados frau-
des, como la salamandra en el fuego, y estorbando
el término de las agitaciones, propinaba siempre
la ponzoña con el nombre de remedio. Con las
acriminaciones encendióse la ira en los Grandes, y
poco faltó para que prendiesen al Arzobispo que ,^ »'\f|
había ido con pocos criados, mientras sus émulos,,%W^
muy superiores en número, llevaban también es-j'^l"
coltas más numerosas. Temeroso D. Enrique detk
nuevo peligro, procuró librar al Prelado, que se'
refugió en la fortaleza esperando un escuadrón
de los suyos, y luego en Coca, donde francamente
buscó su venganza declarándose sin rebozo por
D. Alfonso.

En tanto D. Enrique entregó solemnemente co-


mo á hija suya á la de la Reina en manos del mar-
qués deSantillana, cual rehenes y prenda especial
de los conciertos ajustados. E l Marqués, sus her-
manos y D. Pedro de Velasco la llevaron con gran
acatamiento á Buitrago, villa fuerte y bien ase-
gurada, desde donde el de Velasco marchó á con-
sultar á su padre el conde de Haro acerca de lo
ocurrido en Segovia. Cuando éste comprendió que
56 A . DE F A L E N C I A

todo quedaba encomendado á su arbitrio, no qu¡.


so que disimulase más tiempo su hijo, partidario
durante dos años de D. Alfonso de quien era muy
estimado, siendo además admitido con distinción
en los consejos y considerado por todos, á pesar
de no acaudillar tropa alguna en las expediciones
militares. Para atenuar la falta y la nota del rom-
pimiento, padre é hijo creyeron suficiente que el
último, de pronto y sin previa notificación, re-
uniese tropas y siguiese con ellas á su padre, de-
clarándose enemigos particulares del marqués de
Villena, pues la tierna edad de D. Alfonso les
parecía motivo bastante para excusarles de más
larga correspondencia. Resueltos así á buscar la
victoria que hace famosos á los que se digna
favorecer, creían contar para ello con muchas
facilidades. Primeramente, aunque era reconocida
la grande apatía de D. Enrique, su edad próxima
á cuarenta años le hacía propio para realzar con
su presencia la dignidad real cuando se hallase
rodeado de numerosas tropas. Era también muy
importante el divulgado favor del pueblo que
execraba y maldecía todos los intentos del mar-
qués de Villena, el cual además moraba en te-
rritorio del Tajo, lejos de la corte de D. Alfonso,
y cuando se convenciese de la repentina llegada
del ejército de D. Enrique, ya no sería tiempo
de evitar la prisión de todos los que en Olmedo
estaban con el rey D. Alfonso, inhábil para la
guerra á causa de sus tiernos años. E l arzobispo
de Toledo, aun contando con fuerzas iguales á
las suyas, no podía atender suficientemente á la
defensa del mancebo y al empeño de la batalla, y
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 67

fuera de él, ningún otro de los Grandes partida-


rios de D. Alfonso estaba á su lado, pues el
conde de Plasencia visitaba por aquellos días las
villas de su señorío del lado allá de los montes,
entregado con su mujer á liviandades; del maes-
tre de Alcántara, ocupado en las partes más re-
motas del Maestrazgo, nada debía temerse, y de
Andalucía no se sabía que pudiera venir socorro
alguno. Por el contrario, los que seguían á don
Enrique podían reunir en un instante numeroso
ejército, suficiente para exterminar á cuantos en
Olmedo se encerraban, porque á su lado tenía
muchos capitanes: el marqués de Santillana y
sus hermanos acaudillaban buen golpe de gente,
y D. Beltrán de la Cueva, próximo á Olmedo,
fácilmente podía llamar poderosa hueste de esco-
gidos caballeros. No era pues dudosa la victoria,
aun contando con que las fuerzas del conde de
Haro no entrasen en el cálculo; mucho más si
D. Pedro de Velasco traía sus cuatrocientos cin-
cuenta hombres de armas y sus doscientos jine-
tes, porque estas tropas se consideraban bastan-
tes para exterminar á los enemigos. Con arreglo á
estos acuerdos dispúsose todo con tal celeridad,
que apenas dieron lugar á la sospecha de la expe-
dición que preparaban.

A l mismo tiempo en Andalucía el duque de Me-


dina Sidonia, aprovechando la oportunidad con
que le brindaba para ocupar la villa del Puerto de
Santa María el ser partidario de D. Enrique el du-
que de Medinaceli, señor de ella, salió de Jerez, se
apoderó de la fortaleza, la guarneció con sus sol-
dados, y desde allí proclamó solemnemente á don
58 A . DE F A L E N C I A

Alfonso como el preferido por las ciudades y yj.


lias próximas.
E n Córdoba se suscitó gran contienda entre el
Obispo y D. Alfonso de Aguilar, por cuanto, libre
de la sospecha del vulgo, se creía ya antes al pri.
mero partidario de D. Enrique, y más cuando em-
pezó á susurrarse que D. Pedro de Velasco, con
cuyo voto y auxilio había conseguido el obispa-
do, se disponía á seguir el mismo partido. Calmó
algún tanto por el pronto la agitación el Alcaide
délos Donceles, D. Martín de Córdoba, deudo y
amigo de ambos, y luego que se tuvo noticia de
los aprestos de guerra y del deseo de venir á las
manos, en todas partes se confió ya á la suerte de
las armas la resolución de los asuntos pendientes,
C A P I T U L O VIII

Cómo reunieron gentes los Grandes, partidarios


de D. Enrique.—Batalla de Olmedo.

un mismo tiempo y con igual diligencia


iba recogiendo tropas escogidas de caba-
llería D. Pedro de Velasco en Castilla la
Vieja, y en Castilla la Nueva disponiendo fuerzas
respetables el marqués de Santillana, sus herma-
nos y D. Beltrán de la Cueva. Veía D. Enrique el
triunfo en la prontitud, y á impulsos de un solíci-
to cuidado, nuevo en su natural desidia, ni perdo-
nó gasto, ni en cuanto en su mano estuvo quiso
dejar escapar la esperada dicha retardando el
próximo combate, que ya le hacían mella los
desastres y afrentas acarreadas por su pereza y
cobardía. E n tanto, aunque corría voz de la de-
fección de D. Pedro de Velasco, no se dio crédito
en los primeros momentos á la noticia de que
preparaba fuerzas contra D. Alfonso; y éste, e n -
gañado por su propia índole, nunca quiso creerlo;
primeramente por no tener cartas suyas en que
manifestase alguna causa de rompimiento, y lue-
go por no haberle tratado jamás con aspereza, ni
ocurrido el menor motivo de disensión de que pu-
diera agraviarse el pundonor del buen caballero.
6o A. DE FALENCIA
Esta confianza tuvo engañado al Rey hasta que
la misma seguridad le puso á dos dedos del peli,
gro. Por un mensajero supo simultáneamente la
rebeldía del de Velasco y su expedición contra |
al frente de seiscientas lanzas, y recibió aviso de
que los Mendozas tenían reunida su gente en Cué-
llar y que D. Enrique se hallaba poseído de beli-
coso furor contra los de Olmedo. Corto era el
plazo para acudir á los Grandes en demanda de
socorro, porque el marqués de Villena, ocupado
en asuntos diversos en la provincia de Toledo, ni
podía venir á darle, ni aumentar fuerzas á las po-
cas que habían quedado con el Rey, encomenda-
das al clavero de Calatrava; del conde de Plasen-
cia y del maestre de Alcántara, atendida la distan-
cia de los pueblos, no eran de esperar tropas
auxiliares, fuera de los caballos que mandaba Pe-
dro de Hontiveros; únicamente podía confiarse
algún tanto en el almirante D. Fadrique y en el
arzobispo de Sevilla, ya declarado contra D. Enri-
que, y próximo á Olmedo. E l conde de L u n a , pre-
sente en la corte, contaba con pocos caballos; el de
Miranda, D. Diego de Estúñiga, hermano del de
Plasencia, tenía unos ochenta, y el arzobispo de
Toledo, muy ageno de la urgencia, nunca durante
toda la guerra había conservado tan pocos como
los que entonces tenía. A la verdad, los caballeros
que con el rey D. Alfonso estaban, si poderosos
por el esfuerzo, eran pocos en número, como que
aun sumados con otras fuerzas más considerables,
apenas componían ochocientos; cuando era sabido
que los contrarios llegaban al doble, con la ven-
tajá del armamento, pues la mitad eran hombres
CRÓNICA DK E N R I Q U E IV 6l

de armas, superiores en el combate por llevar lan-


za y maza de armas y tener ios caballos encu-
bertados, propios para todo linaje de pelea.
E n el campo de D. Alfonso difícilmente se en-
contraban en aquellos primeros días doscientos
hombres de armas, y en su mayor parte no lleva-
ban lanzas gruesas, sino sólo arrojadizas. E n g a -
ñados, sin embargo, por sus corredores, los de don
Enrique estuvieron en grave error hasta el día de
la batalla, creyendo que D. Alfonso únicamente
tenía seiscientas lanzas, cuando no sólo tenía más,
sino que con intervalo de un día se le agregó otra
mitad, pues D. Enrique, hijo del Almirante, trajo
doscientos caballos; D. Fernando de Fonseca, her-
mano del arzobispo de Sevilla, ciento treinta, y de
los Grandes del territorio circunvecino, y de la
condesa de Belalcázar, hija del conde de Plasencia,
llegaron tantos, que hicieron subir el total á mil
trescientos, de los cuales cuatrocientos eran hom-
bres de armas. Salieron de Cuéllar los enemigos
hacia Olmedo y dispusieron astutamente su plan
para conseguir la victoria. Entendían que aquel
puñado de enemigos encerrándose en la villa, les
dejaría acampar libremente á orillas del Adaja, y
allí, fortificando los reales con empalizadas y trin-
cheras, irían recibiendo cada día más refuerzos y
provisiones, mientras por el contrarío los de don
Alfonso se verían forzados á los cuatro días por
la escasez de mantenimientos, ó á pelear con des-
gracia ó á rendirse vergonzosamente. Nada habla-
ban de combate durante la marcha los que así dis-
currían, porque si el arzobispo de Toledo se atre-
viese temerariamente á empeñarle, equivaldría en
62 A . DE FALENCIA

su concepto á dar á D. Enrique una victoria se»


gura.
E n el primer descanso desde la salida de Cuéi.
llar pernoctaron los de su bando el 18 de Agosto
en los muchos é importantes pueblos y aldeas de
aquella tierra; al día siguiente llegaron al puente
de Valviadero por donde se atraviesa en invierno el
Erezna, engrosado entonces por multitud de arro-
yos; pero que en verano permite vadearse con
facilidad por junto al puente, y allí hicieron alto,
después de haber intentado en vano apoderarse al
paso de la fortaleza de Iscar, presidiada por gente
del conde de Miranda. Por las alturas de la otra
orilla iban marchando 5o jinetes de D. Alfon-
so, propios para las escaramuzas por la ligereza
de los caballos. Mandábalos el adalid García de
Padilla, clavero de Calatrava, capitán de tanta
sagacidad como valor y muy distinguido entre los
veteranos, el cual iba acechando los movimientos
del enemigo, las faltas que en la marcha cometía
y la dirección que llevaba, para comunicarlo in-
mediatamente todo á los de Olmedo por medio de
sus veloces corredores. Cuando ya se hallaban á
!a vista unos de otros, D. Beltrán de la Cueva dis-
tinguió desde la ribera opuesta entre los de Padi-
lla á u n caballero de Ubeda á quien conocía mu-
cho, y le llamó bajo seguro á una entrevista que
él aceptó con licencia de su capitán. Preguntóle
inmediatamente D. Beltrán si creía á los de Olmedo
resueltos á pelear con las tropas allí presentes ante
sus ojos; á lo cual contestó el interpelado que no
solólo creía, sino que le constaba no había de
diferirse más que lo que el enemigo tardara en
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 63

aproximarse á la villa. Sonrióse D. Bellrán y vol-


vióle á preguntar si lo aseguraba seriamente, y
como se lo jurase, él le dijo: «Desde ahora me
ofrezco yo, también con juramento, á pagaros
50.0oo maravedises de juro, siempre que los vues-
tros empeñen por cualquier modo combate con
nosotros.» Aceptada la proposición, fuéle ense-
ñando D. Beltrán todo el ejército, para que la no-
ticia infundiese temor á los de D. Alfonso. E l día
siguiente, 20 de Agosto de 1467, túvose junta en la
posada del conde de L u n a , á quien una antigua
herida sobre la cadera, cerca del espinazo, tenía
postrado en cama, y allí se acordó que al aproxi-
marse los enemigos, el rey D. Alfonso les saliese
al paso retándoles acómbate. A l amanecer partie-
ron de Olmedo el Rey y el arzobispo de Toledo,
y seguidos de toda la caballería tomaron el cami-
no de Cuéllar. Pronto hubo aviso de hallarse el
enemigo á la vista, y se reconoció á García de Pa-
dilla que conduciendo su gente por oteros y coli-
nas, iba indicando la dirección del ejército de don
Enrique, cada vez más próximo. Entonces el ar-
zobispo de Toledo ordenó sus batallas. E l rey don
Alfonso, revestido de resplandeciente armadura,
cabalgando en brioso corcel y acompañado de
algunos caballos mandados por el conde de M i -
randa, del obispo de Coria y de los caballeros de
la corte menos aptos para pelear, se situó en la
puerta del monasterio de Santo Domingo, próxi-
mo á Olmedo. Sus pocos años aconsejaban que
no se adelantase más allá. Presentóse inmediata-
mente el enemigo. D. Enrique que con unos 3o
«e á caballo de su guardia, entre los que había al-
64 A- DE PAI..ENCIA

gunos de sus íntimos, caminaba apartado de y


hueste, rogó á mosen Fierres de Peralta, Caballé!
ro navarro casualmente venido con embajada
que tenia reputación de entendido en disponerlas
fuerzas para el combate, que ordenase las suyJ
con arreglo á la ciencia militar. De siete escuadro.
nes numerosos separó cinco el navarro y losco
locó en esta disposición: puso primero á JuanFer
nández Galindo con 3oo caballos y tras él al mar
qués deSantillana con dos escuadras; iaprimeradt
100 hombres de armas, y á corta distancia la otra,
de 100 jinetes: seguía luego D. Beltrán con i5odt
los últimos y 100 de aquéllos; después venia el
fardaje en 3o carros y 1.000 acémilas aproxima'
damente, con escolta de 5o caballos y unos Soo
peones seguidos de otros 2.000. Cerraba la marchi
D. Pedro de Velasco con 200 jinetes y unos $¡
hombres de armas.

Guando D. Enrique percibió á lo lejos el ejé[-|


cito enemigo preparado al combate maravillóli
la audacia del arzobispo de Toledo que, sobtí
arrojarse á trabarle contra fuerzas superiores,»
tentaba él solo hacer frente á un doble emp
acaudillando la hueste y protegiendo al rey
Alfonso, mancebo de tan pocos años, cosa M
ninguno de los presentes hubiera creído jamás.
Antes, pues, de apelar á las armas, decidió envií
como mensajero al campo enemigo a u n religi
trinitario que, precedido de una.trompeta, entt»
en él y manifestó que el rey D. Enrique suplical"
encarecidamente al arzobispo de Toledo no 'ém
base la marcha que, sin propósito de pelea, | B
emprendido el ejército en dirección á Medina*
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 65

Campo. Contestó el Arzobispo que otros muchos


caminos podía haber tomado para ir á la villa sin
daño ni afrenta del rey D. Alfonso, y como era
evidente que de propósito había escogido aquél
para que ya á la vista ambos ejércitos, ó se em-
peñase combate ó quedase deshonrado el que le
rehuyese, él con más razón suplicaba que si su
ánimo era evitar el encuentro, ó no pasase ade-
lante (á lo que también en caso sabría él oponer-
se) ó emprendiese otro camino; mas que si tal no
fuera su opinión, se preparara á la batalla, para la
que estaban tan aparejados como la experiencia
se lo enseñaría. Por último, que sabiendo cómo
algunos caballeros tenían cargo de buscarle á él
exclusivamente en el fragor de la pelea, había re-
suelto, para ser más conocido, ponerse sobre la
armadura una camisa blanca con estola roja cru-
zada sobre el pecho. Adelantábanse ya por el llano
las batallas de D. Enrique é iban marchando en
buen orden contra ellas las de D. Alfonso. Lleva-
ba en éstas la vanguardia, pronta á romper con la
enemiga, D. Enrique Enríquez, hijo del almirante
D. Fadrique, con 25o caballos de su gente y de la
del conde de L u n a . Seguía el clavero de Calatra-
va, García de Padilla, que después de desempeñar
hábilmente su exploración, venía al combate con
200 de á caballo del marqués de Villena, reforza-
dos con 13o á las órdenes de D. Fernando de Fon-
seca, hermano del arzobispo de Sevilla, para h a -
cer frente al marqués de Santillana, al obispo de
Calahorra y á los demás hermanos de aquel mag-
nate que formaban el ala izquierda del enemigo.
A D. Pedro de Velasco, que capitaneaba el grueso
cxxvu 5
66 A . DE FALENCIA

del ejército de D. Enrique, se oponía la hueste dei


arzobispo de Toledo, formada de 120 hombres de
armas y 260 jinetes, mandados éstos por Troilo
Carrillo, presunto hijo del Arzobispo. Iban bajo
el pendón real y llevaban á poca distancia cotnol
reserva i5o hombres de armas y 25o jinetes del
conde de Plasencia, de su hija la condesa viuda de
Belalcázar, como curadora de su hijo, y del conde
de Miranda, presente con el Rey en el monasterio
de Santo Domingo, y que había enviado su ca.
ballena para que pelease á las órdenes de su so-
brino D. Alvaro de Estúñiga y de Pedro de Hon-
tiveros. De pronto D. Pedro de Velasco cambié
con rápida evolución el orden de sus batallas,
queriendo disponerlas de manera que los de
Alfonso tuviesen el sol de cara al pelear; mas el
Arzobispo con no menos rapidez frustró su in-
tento. Y a D. Enrique Enriquez, hijo del Almiraiv
te, y D. Fernando de Fonseca habían roto con
terrible empuje á los primeros enemigos y com-
batían bravamente con D. Beltrán de la Cueva,!
duque de Alburquerque, el cual, aunque
de valientes caballeros, estuvo en continuo
gro, salvándole sólo de quedar muerto ó prisio-
nero la admirable agilidad del caballo, resg: tu
do con testera, cuello y cubiertas, y que á ca
de tener dos veces cortadas las riendas, hasta qof fai
socorrieron á su señor, ya muy comprometido,!! m
prestó grandísimo servicio obedeciéndole sin da
cesidad de espuela ni de freno. Con todo, sedict mi
que en aquel apuro hubo de empeñar su pala'"1 qu
de prisionero, según usanza militar, á un caí lee
de D. Alfonso. Peleó denodadamente D. Fern di-
to
br
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 67

deFonseca, hermano del arzobispo de Sevilla, y


aunque perdió el casco y recibió dos heridas, u n a
de las cuales le produjo más adelante la muerte,
no quiso retirarse, por no dar alguna ventaja ai
enemigo, y con sólo la pérdida de dos de los su -
yos resistió con perseverancia el calor, los torbe -
llinos del polvo y el trabajo de la lucha, arreme-
tiendo sin tregua y furiosamente contra el adver-
sario. E l arzobispo de Toledo, atendiendo á v a -
rios empeños, peleaba en lo más recio del com'-
bate, lleno de cuidados, principalmente porque to-
dos los demás que mandaban las batallas habían
roto el buen orden de las filas; unos, como ios
que poco antes desbarataron á los enemigos y pu-
sieron á algunos en fuga, por seguirles el alcance
por el llano y por los dilatados campos; y otros,
por entregarse al botín en el fardaje de los c o n -
trarios, habían abandonado las banderas, sin re-
parar que la mayor parte de éstos se mantenía en
perfecto orden. Este descuido fué la desgracia de
no pocos.

Así D. Enrique Enríquez y Pedro de Hontiveros,


tuerto el primero y cojo el segundo de nacimiento,
cayeron prisioneros inadvertidamente al volver
fatigados de perseguir á los fugitivos, y los que
ansiosos de botín se habían arrojado sobre el far-
daje se diseminaron por extraviadas sendas. A l
mismo tiempo el grueso del ejército de D. Alfonso
que bajo el pendón real seguía al arzobispo de T o -
ledo rompió furiosamente por medio de los escua-
drones contrarios mandados porD. Pedro deVelas-
co, siendo los primeros entre los esforzados hom-
bres de armas que trabaron pelea Bartolomé M a -
68 A . DE F A L E N C I A

laver, Jerónimo de Valdivieso y Alonso Cano(i)


A ejemplo suyo muchos otros, émulos de su va.
lor, cargaron sobre el ala de la caballería de D. pe.
dro de Velasco y la rompieron, y algunos délos
derrotados, viendo el desorden de sus filas, seaeo-
gieron á las banderas del marqués de Santillanaj
del duque de Alburquerque. Entonces la mayor
parte de los de D. Alfonso, cual si hubieran al-
canzado la victoria, se arrojaron como los otros
á saquear el fardaje enemigo, no advirtiendo que
casi toda la caballería de D. Pedro de Velasco se
mantenía firme bajo sus banderas, y que allí es-
taba el núcleo de las fuerzas de D. Enrique. Por
esto se vio acometido el alférez porta-estandarte
D. Juan de Guzmán, hijo del difunto D. N. (2) de
Herrera, y cuando ya le habían roto el astil,
cierto soldado del conde de Plasencia, lamado
Marchena, le arrancó la bandera, se la arrolló
en el brazo izquierdo y siguió peleando mien-
tras sus compañeros se hallaron en aquel aprie-
to. E l Guzmán fué hecho prisionero, y Mar-
chena, sin hacer caso de los que le aconsejabaí
marchase con su bandera adonde viese las bata-
llas más ordenadas de D. Alfonso, se metió pe-
leando entre los escuadrones y quedó con ella en
poder del enemigo. Como se combatía en varias
partes con diversa fortuna, unos y otros perdían
sus banderas ó se apoderaban de otras; alguna
fueron desgarradas. E l ejército de D. Alfonso p»-

(1) E l ms. G . 43 d i c e : A l f o n s u s Comes. E l de Acostií


los demás, A l f o n s o C a n o .
(2) E l n o m b r e en b l a n c o en todos los mss.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 6g

, e[ pendón de lá caballería del marqués de V i -


Uena, mandada por el Clavero de Calatrava, y el
M a'rzobispo de Sevilla, mientras su hermano se
evolvía entre los combatientes furioso con el do-
lor de las heridas. Asimismo quedaron en manos
¿el enemigo el Alférez porta-estandarte del conde
de Plasencia, el de su hija y el del hijo del A l m i -
rante. Por estas cinco banderas que se perdieron,
cociéronse siete entre la confusión del combate. Los
iinetes de D. Pedro abandonaron la suya en que es-
taba pintado un gran cuervo con su leyenda, y des-
pués que D. Juan de Velasco huyó con las tropas
desbaratadas, cayó en poder de las de D. Alfonso
con otra de las dos banderas que llevaba D. Pedro
de Velasco. Apoderáronse igualmente de otras dos
del marqués de Santillana^ de una de las dos que
había traído D. Beltrán de la Cueva, y del antiguo
pendón de D. Enrique, encontrado en un arca por
los que saquearon el fardaje. Por la imprudencia
con que éstos rompieron la disciplina vinieron á
contemplar vencedores á los que al principio lle-
vaban vencidos, y advirtiéndolo el conde de M i -
randa, naturalmente apocado, comenzó á aconse-
jar á D. Alfonso que se pusiese cuanto antes lejos
del alcance del enemigo que se aproximaba. E l
Rey que, aunque mancebo, era ya hombre por su
valor, contestó que no se movería mientras viese
entre los combatientes al arzobispo de Toledo. E l
Conde huyó á todo escape hasta las primeras de-
fensas de Olmedo, y entonces D. Alfonso, por
condescender con los ruegos de la multitud de
cortesanos que le rodeaba, anduvo como u n tiro
Piedra hacia aquel punto; mas de pronto detú-
yo A . DE F A L E N C I A

yose como arrepentido y volvió á su puesto, dan.


do ocasión con su valor á que, reanimados los
suyos, matasen á algunos y cogiesen prisioneros
á muchos de los jinetes de D. Pedro de Velasco
que delante huían con rápida carrera. Finalmente
al cabo de cerca de tres horas en que el ejército de
D. Alfonso estuvo peleando con diversa fortuna |
comenzó á mostrársele favorable en todos los
puntos. No se hallará éntrelas descripciones de
batallas otra en que pueda afirmarse con menos
seguridad que en ésta á cuál de las dos partes debe
atribuirse la ventaja durante la pelea. E n resumen
puede decirse que D. Enrique al observar en el
primer encuentro la fuga de algunos de sus solda-
dos, huyó con treinta de su guardia á la aldea de
Pozaldez, distante legua y media de Olmedo, y allí
recibió las diversas noticias acerca de la marcha
del combate. Mientras éste duró abandonaron el
campo en diferentes puntos fuerzas de los dos
bandos. Una mitad próximamente de las de D. En-
rique, sin que nadie la persiguiera, no cesó de co-
rrer hasta Cuéllar y aun hasta Valladolid y Si-
mancas. Los que permanecieron firmes lucharon
con denuedo, especialmente los de D. Pedro de
Velasco y los de D. Beltrán de la Cueva.

Del ejército de D. Alfonso, como un tercióse


dio á la fuga; otro, entregándose al saqueo del
fardaje, acarreó grave peligro y cayó en gran
mengua por haber trocado la gloria por un des-
enfrenado pillaje: el último supo pelear con gran
valor. Quedaron muertos sobre el campo de ba-
talla unos cuarenta del de D. Enrique y cinco del
de D. Alfonso: perdieron entre ambos doscientos
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 71

ochenta caballos, de los que un tercio correspon-


día al último: murieron luego muchos de resultas
de las heridas. Setenta prisioneros tuvo el ejército
de D. Alfonso, que á su vez cogió unos doscientos
cincuenta hombres de armas al de D. Enrique; los
ciento treinta, de la batalla de D. Pedro de Velas-
co fueron llevados la noche siguiente á Olmedo,
juntamente con el noble y esforzado caballero
Arnaldo de Velasco, hermano de D. Juan de V e -
lasco y algunos otros, iguales á él en nobleza y
asimismo en la desgracia. E n cuanto á la impor-
tancia de los caballeros muertos, heridos ó prisio-
neros, salió más perjudicado el partido de D. A l -
fonso. A los siete días de la batalla murió el no-
ble y excelente caballero D. Fernando de Fonseca,
hermano del arzobispo de Sevilla. A l de Toledo
pasáronle el brazo izquierdo de una lanzada, y así
estuvo desangrándose desde el principio hasta el
cabo del combate, sin dejar de pelear un momen-
to, antes por dos veces fué á dar ánimo al Rey, y
otras dos rehizo sus batallas que cejaban, no con-
fesándose herido, sino sólo salpicado de lá sangre
de los caballos, hasta que, bien entrada la noche,
lo dejó todo asegurado. Y a dije cómo entre otros
del bando de D. Alfonso quedaron prisioneros
D. Enrique Enríquez y Pedro de Hontiveros des-
pués de pelear valientemente como otros muchos
cuyos nombres han quedado ignorados. También
se cubrieron de gloria el arzobispo de Toledo,
Troilo Carrillo y Fernando de Fonseca, el clavero
de Calatrava, García de Padilla y D. Pedro de
Villandrando, conde de Ribadeo, el nieto de don
Wego López de Estúñiga, D. Juan de Vivero,
72 A . DE F A L E N C I A

Marchena, N. (i) de Tapia, Carriazo, caballero I


toledano, y casi todos los que seguían á D. Fer-
nando de Fonseca. De los de D. Enrique se seña-
laron muchos de los que acaudillaba D. Pedro
de Velasco y de los que iban con D. Beltrán
de la Cueva, que peleó también esforzadamente.
Además, D. Juan Fernández Galindo, Martín Ga-
lindo, su hijo; Barrasa, que lo era del viejo Barra-
sa, y algunos caballeros del marqués de Santilla-
na. L o s peones de D. Enrique que pasaban dedos
mil quinientos, y los de D. Alfonso que apenas
componían la última cantidad, parte embarazados
entre el fardaje, y por tanto inútiles, parte so-
brecogidos de miedo, ni sufrieron gran daño, ni
ejecutaron hecho alguno digno de alabanza. La
caballería de D. Enrique quedó tan destruida
que, á permitir el cansancio á ios de D. Alfonso
seguirla el alcance, hubiera quedado aniquilada;
porque apenas vio al principiar el combate la
fuga del Rey y la gran dispersión de los suyos,
vencida además de la fatiga, de la sed y del calor,
lanzóse toda como en derrota sobre el camino de
Medina, y atenta únicamente á salvar la vida y
poco codiciosa de gloria, caminó á todo escape sin
observar el menor orden. Sólo la de D. Pedro de
Velasco, que se conservó íntegra después del de-
sastre de sus compañeros, mantenía cierta apa-
riencia de ordenada hueste. E l arzobispo de To-
ledo cuandoj vio que no tenía gente, victoreó á
D. Alfonso, reunió al anochecer el mayor nume-
ro de tropas que pudo para perseguir al enemigo,

(i) E n b l a n c o el n o m b r e en tocios l o s o r i g i n a l e s .
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 78

y antes de que el Rey se volviese á Olmedo, hizo


pregonar la victoria y la posesión del campo de
batalla, á usanza de la guerra, mandando además
encender hogueras apenas cerró la noche. E l resto
de ella se invirtió en la curación de los heridos,
siendo él el último que descubrió su brazo atra-
vesado. Casi exánime volvió al campo el conde
de Luna que, inadvertido de todos, se había mez-
clado con los combatientes de D, Alfonso y ha-
bía corrido multitud de peligros. E n señal de vic-
toria, unos y otros colgaron en lo altó de la plaza
de sus villas los estandartes y banderas tomadas
al enemigo; pero los de D. Enrique arrastraron
las que habían cogido. Las ciudades supieron con
diversidad el resultado de la batalla, porque a m -
bas partes se atribuían la victoria y los mensajeros
llevaban noticias diferentes; mas lo que dejo re-
ferido es la verdad, libre de toda influencia de pa-
sión ó de odio.
C A P I T U L O IX

Lo que hicieron en Medina del Campo los que se-


guían á D. Enrique.— Grandes y soldados que
acudieron á reforjar uno y otro partido.

rocuró luego la fama muchos auxiliares


álos dos campos. D. Enrique, sorpren-
dido con u n resultado que no esperaba,
citó con gran diligencia á sus partidarios en M e -
dina del Campo á donde se había acogido, y á don-
de iban también acudiendo los que se habían
desbandado por extraviados caminos. Para en-
tretener el tiempo púsose cerco á dos fortalezas
defendidas por gente del arzobispo de Sevilla. Ga-
nóse una, y acerca de la otra se pactó que, conti-
nuando en ella la guarnición, saliesen sólo Alvaro
de Bracamonte y Rodrigo de Bobadilla, compro-
metiéndose por juramento á que se mantuviera
pacífica durante quince días, siempre que los de
D- Enrique no la hostilizasen, y á rendirse, si al
cabo de este plazo no recibía el esperado socorro,
en cuyo caso también podría ser combatida la for-
taleza de la Mota, guardada por fuerzas del mis-
mo Arzobispo. Después de firmados estos pactos
presentóse D. Pedro Niño con cien peones y seis-
lentos caballeros vallisoletanos perfectamente ar-
76 A . DE F A L E N C I A

mados, y D. Juan de Forres con otros tantos in-


fantes y caballos de Zamora. Garci Méndez de
Badajoz que, hecho prisionero en Huete y ence-
rrado en la fortaleza de A.lmonacid, había obte-
nido la libertad á condición de no tomar las ar-
mas contra D. Alfonso, ni mezclarse en ningún
tumulto hasta que el generoso arzobispo de To-
ledo se lo permitiese, reco, i. doscientos caballos
de los desbandados de D. Enrique, y con ellos en-
tró en Medina, con desprecio del juramento hecho,
y cual si corriese solícito en busca de su muerte,
Luego Pedro Manrique, Conde de Triviño, que
había prestado en el año anterior espontáneo aca-
tamiento al rey D. Alfonso por un intermediario
y por su tío García Manrique con la formalidad
de escrituras en pública forma, llevó ciento veinte
caballos. Y como á nadie hubiese descubierto que
iba á socorrer á D. Enrique, ni ninguno de sus
compañeros de armas sospechase que habría de
abjurar de la fidelidad prestada, luego que empe-
zó á desviarse de la- aldea de la Laguna, camino de
Medina, le preguntó su tío por qué prefería aque-
lla senda. Contestó que le era preciso seguir con
preferencia á D. Enrique. Después de muchas pa-
labras pasadas sobre este hecho, el uno marchó
con cien caballos á reunirse con D. Enrique, y el
otro con veinte en busca de D. Alfonso.

D. García Manrique, quebrantando la fe jurada


al segundo por el conde de Castañeda, su padre,
llevó á D. Enrique 70 caballos con permiso y
aun orden del Conde, el cual alegaba la in-
dignación que le había producido el que el R6)'
hubiese dado al marqués de Villena el Maes-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 77

trazgo de Santiago, perteneciéndole de derecho á


hermano el conde de Osorno, Comendador
mayoí de la orden. Finalmente, con los dichos in-
fantes y caballos que de Salamanca y de otras
ciudades acudieron y con la gente de Gutierre'
Quijada y Pedro de Guzmán, hermano del señor
de Toral, reunió D. Enrique cuatro mil escogi-
dos de los primeros y dos mil de los últimos. No
acudieron menos solícitos los partidarios de don
Alfonso después de la batalla de Olmedo, pues
hasta de Sevilla trajeron doscientos de á caballo
D. Alfonso de Guzmán, hermano del duque de
Medina Sidonia, y D. Manuel Ponce de León, hijo
del conde de Arcos, y cuarenta de Jerez D. Pedro
Díaz de Villacreces, todos los cuales, con otros
mil doscientos que había reunido en Ocaña, llevó
á Arévalo el marqués de Villena, ya electo maes-
tre de Santiago. E l de Alcántara y el conde de Pla-
sencia condujeron al mismo tiempo á Madrigal
setecientos de á caballo, la mayor parte hombres
de armas, y mucho antes habían entrado en O l -
medo con trescientos caballos, el obispo de B u r -
gos D. Luis de Acuña, D. Pedro López de Padilla,
y D. Diego de Rojas, primogénito del conde de
Castro. D. Alfonso Enríqu'ez, hijo del Almirante,
acudió con cuatrocientos, que tuvo algunos días
en Portillo, por no encerrarlos en estrechos alo-
jamientos, y finalmente, D. García de Toledo, du-
que de Alba, después de obtenida la posesión de
Montalbán y del puente del Arzobispo, reunió en
Paradinas trescientos hombres de armas y dos-
cientos jinetes. T u v o D. Enrique el propósito de
ganársele para su partido, y no constaba con cer-
78 A . DE F A L E N C I A

teza á cuál se inclinaría, porque á los dos inspira-


ba su natural en el mismo grado esperanzas y re-
celos. T a n numerosas fuerzas suponían al ene-
migo los de D. Enrique, que ya juzgaron fácil ver-
se cercados en Medina, y eso que ignoraban cómo
Pedro Arias, sentido del antiguo ultraje que la in-
gratitud de D. Enrique le infirió en Madrid, se
hallaba resuelto á la venganza. Para ello se puso
secretamente á disposición del arzobispo de To-
ledo, y por medio de confidentes seguros decidie-
ron que mientras D. Enrique, muy ageno de toda
sospecha, pasaba el tiempo en Medina, D. Alfonso
se le adelantase á más andar á Segovia, cuya ciu-
dad le entregaría Pedro Arias, por tener allí mu-
chos amigos entre los moradores.
=^-^
. v-iM m^<m-

CAPÍTULO X

Cómo pió frustrados sus intentos Antonio de V e -


neris obispo de León y Nuncio apostólico. —
Peligro que corrió.

ientras ambas partes se entendían en es-


tos diferentes preparativos, el obispo de
León, Antonio de Veneris, vino á B u r -
gos en calidad de legado a latere del Papa Paulo,
y de allí pasó á Medina donde residía D. Enrique.
Deseaba éste vivamente que el Legado hiciese mal
uso de la autoridad pontificia, creyendo sin f u n -
damento que si el Papa, declarándole único Rey
legitimo, fulminaba sus censuras contra los que
no le obedeciesen, los soldados de D. Alfonso de-
pondrían atemorizados las armas. Con este fin
dispuso salir á recibirle con toda su corte y el
clero á la cabeza cantando himnos; solemne cere-
monia á que el pueblo concurrió en tropel, pres-
tando al recibimiento un aspecto de tan pomposo
regocijo, que el Nuncio, hinchado de necia vani-
dad, cobró mayor osadía que la ordinaria, pro-
metió que todo tendría la solución deseada e
inmediatamente escribió sus cartas al maestre de
Santiago para que en el día fijado fuese desde
Arévalo al monasterio de la Mejorada, distante
como una milla de Olmedo. Acudió primero el
80 A . DE FALENCIA
Legado, y como los religiosos, ignorantes de sa
llegada permanecían según la regla en sus celdas
respectivas, porque era ya noche, lleno de indi»,
nación prorrumpió en iracundas palabras contra
la parsimonia del Prior y le llenó de injurias, tal
vez con el intento de que los circunstantes, co-
brando temor para lo futuro, procurasen tener
siempre propicio á quien estaba revestido de car-
go de tanta majestad. A l día siguiente llegó el I
maestre de Santiago acompañado del obispo de
Coria y de su hermano el Condestable, conde de i
L u n a , y despreciando intencionadamente la ira y
ía hinchazón del Legado que así se arrogaba un
poder y autoridad soberanas, dijo que habían en-
gañado al Papa los que le aseguraran poseía fa-
cultad de dirimir (i) las contiendas en los reinos
de Castilla y León; pero como era verosímil que
el Sumo Pontífice reservase en su mente todos los
derechos, él y cuantos reconocían á D. Alfonso
por rey juzgaban que no favorecía al bando de
D. Enrique por ignorancia, sino espontáneamen-
te, á fin de adquirir una nueva jurisdicción que
ni aquél había merecido disfrutar, ni jamás se
había cuidado de defender; pues con tal de auto-
rizar en cualquier modo su desenfrenada livian-
da.d y corrupción, ningún interés le merecía todo
cuanto estrechamente tocaba al honor y ala li-
bertad, y si el Pontífice se empeñaba en proceder
por su voluntad y no por la norma del derecho,
acaso se acarrearía á sí mismo mayores peligros
que á los asuntos de España: que el Obispo por

(i) G-|3 dissimendi, sic por dirimendi? G-29 difinww1


CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 8l

parte, tanto t i e m p o residente en E s p a ñ a y c o -


nocedor de las necesidades de estos r e i n o s , no
había c u m p l i d o c o n s u o b l i g a c i ó n de h o m b r e í n -
tegro é intérprete v e r a z s u g i r i e n d o al P o n t í f i c e
resoluciones perjudiciales y r u i n o s a s p a r a todos,.
pues el deber del P a p a era r e p r i m i r los a b u s o s , n o
fomentarlos; c o m o el del L e g a d o decir l a v e r d a d ^
no la mentira; p o r ú l t i m o , q u e había c o r r e s p o n -
dido ingratamente á la l i b e r a l i d a d c o n él u s a d a en
Castilla y L e ó n , p r o c u r a n d o en a g r a d e c i m i e n t o
de los beneficios recibidos la desgracia de estos
reinos y anhelando ser él m i s m o el m i n i s t r o de
su ú l t i m a r u i n a . A l oir estas p a l a b r a s el O b i s p o , ,
no menos propenso p o r n a t u r a l e z a al t e m o r que
inclinado á la v a n a g l o r i a , c o m e n z ó á e m p l e a r m á s
templadas razones, y a s i m i s m o el maestre de S a n -
tiago, quien m e j o r p o d r í a l l a m a r s e maestro de s u -
percherías, empezó á t r a t a r de los negocios c o n
lenguaje menos enérgico. Señalóse luego día para
la nueva entrevista q u e había de celebrarse en
Montejo de la V e g a , y allí a c u d i e r o n el i 3 de D i -
ciembre el L e g a d o , l o s a r z o b i s p o s de T o l e d o y
de Sevilla, el maestre de S a n t i a g o , los c o n d e s de
Paredes y de L u n a , D . A l o n s o E n r í q u e z , p r i m o -
génito del almirante D . F a d r i q u e , c o n o t r o s m u -
chos n o b l e s , y P e d r o de H o n t i v e r o s , los u n o s
desde Medina, otros desde C o c a y O l m e d o y o t r o s
en fin desde A r é v a l o y M a d r i g a l . C u a n d o se p r e -
sentó el Legado, y después de a l g u n o s p r e l i m i n a -
res, empezaron á hacérsele i n d i c a c i o n e s s o b r e ape-
•_ar del nuevo g r a v a m e n q u e t r a t a b a de i m p o n e r s e

t-spaña. Inmediatamente los dos j u r i s c o n s u l t o s


Jüan de Alcocer y A l f o n s o M a n u e l de M a d r i g a l
cxxvii 6
82 A . DE F A L E N C I A

comenzaron á notificarle la protesta en forma4


derecho; pero él, con poca dignidad, se tapólos
oídos con las manos y dio de espuelas á la muli
para huir de allí, mientras todos los presentes res.
pondían á sus palabras de amenaza con vocesde
«¡Apelamos! apelamos!» Entonces muchos caba-
lleros, ignorando la causa del alboroto y de li
fuga del Obispo, se lanzaron tras él á todo escape,
y le hubieran muerto seguramente, si el arzobis-
po de Toledo por un lado y el Maestre por otro no
hubiesen contenido la acometida y resguardádols
con sus personas. Calmado el tumulto, el desdi-
chado trocó sus arrogantes palabras en humildes
ruegos, y no atreviéndose á volver á Medini
aceptó la hospitalidad que en Arévalo le ofreciael
Maestre, el cual no sólo le redujo á más benignsi
disposiciones, sino que se granjeó su amistad pan
lo futuro. Luego, mientras encerrado en Arévalo
con numerosas fuerzas parecía pasar inútilment!
el tiempo, trabajaba hábilmente y en secreto coil
el arzobispo de Toledo para reducir la ciudadá
Segovia á la obediencia de D. Alfonso.
LIBRO X

CAPÍTULO P R I M E R O

Ocupación de Segovia. — Abatimiento de D. E n , '


rique. — Cuidados de los partidarios de D. A l -
fonso.

ba entretanto llegando ;á buen término


el proyecto planteado por el arzobispo
de Toledo y hábilmente dirigido por el
maestre de Santiago, de reducir al dominio de don
Alfonso la ciudad de Segovia, singularmente es-
timada de D. Enrique, creyéndose que si el ene-
migo recibía aquel golpe mortal, ya no podría es-
perar remedio alguno á su ruina. E s Segovia, á
no dudarlo, una población fuerte por su sitio y
defensas; notable por sus muchos moradores y
por sus edificios; pero inferior con mucho al
concepto que á D. Enrique merecía, el cual, como
criado y educado en ella, había llegado á persua-
dirse de que ni por su grandeza, ni por sus mo-
numentos, ni por la abundancia de vituallas, ni
por los demás dones de la naturaleza ó de la for-
tuna tenía igual en todo el orbe. Así, el que que-
ría hallar preferente cabida en el afecto de D. E n -
A . DE FALENCIA
rique, veíase obligado á concedérsela también ala
ciudad en su propia estimación; y si alguno de
sus favoritos pretendía construir una casa y no
contaba con medios suficientes, siempre que el
punto escogido fuese Segovia, D. Enrique suplía
liberalmente lo que le faltaba. Por esta causa se
ven allí cerca de cien casas admirablemente dis-
puestas á usanza del país para morada de los
nobles, y en la construcción permitía D. Enrique
celoso conservador de los bosques, emplear las
maderas que en ellos se crían. Otra causa de su
especial predilección por la ciudad era las dilata-
das selvas de altísimos pinos, de encinares y ro-
bledales que la rodean y-de los que nadie se atre-
vía á cortar la más pequeña rama, á fin de que
los jabalíes, osos, ciervos, cabras monteses y ga-
mos vivieran con la mayor seguridad. De este
modo, en aquellos sitios cubiertos de nieblas, nie-
ves y hielos, D. Enrique, enemigo de todo senti-
miento humano, negaba con tal. avaricia lo que
la naturaleza liberalmente produjo para sustento
del hombre, que muchos sufrían extremado cas-
tigo por cortar algunas ramas de árboles silves-
tres, ó por evitarle, quedaban expuestos á inmi-
nente peligro de muerte, á causa del rigor del
frío. T a l atrevimiento llegaron á cobrar los cier-
vos y jabalíes, que devastaban todos los fru-
tos de las cercanías á presencia de los campesi-
nos, por la costumbre de verlos contemplar en
silencio el destrozo, sin exhalar la menor queja-
Sucedía esto principalmente entre la ciudad )'"
Gobia (elevado monte cubierto de nieves eternas!
que la dio nombre por estar situada á su pie)'
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 85

orque allí hay bosques que D. Enrique hizo cer-


car con tapia en su mayor parte, y en su recinto
construyó un vasto y magnifico edificio donde se
encerraba a solas con los rufianes para celebrar
sus banquetes y contemplar las innumerables fie-
ras que por allí habitaban. Cuando volvía á la
ciudad no esquivaba la vista de los hombres tan
adustamente como en los demás lugares de su
reino; pero sí prohibía al punto que la multitud
se le aproximase. Cohonestó algún tanto tales ex-
cesos con la construcción de dos monasterios: el
de Santa María del Parral, de Jerónimos, en la
entrada de uno de los arrabales, á lo largo del río
Eresma, y el de San Antonio, de menores mendi-
cantes; pero los que preferían la verdadera hones-
tidad á la suntuosa fábrica de templos y celdas,
miraban con repugnancia aquellas otras cons-
trucciones que el que observaba las intenciones
de D. Enrique bien conocía estar hechas para
ocultar torpes extravíos. E n ellas se encerraba
con frecuencia, y á nadie, sino á los pocos que
gozaban del triste privilegio de su intimidad, per-
niitian acercarse los feroces porteros, de los cua-
les los más queridos eran un enano y un etiope
tan horrible como estúpido. Otra morada más
vasta tenía en la ciudad D. Enrique, con mil es-
condrijos á modo del laberinto ó dédalo, y con
un portillo de escape que le permitía burlar m u -
chas veces á la multitud que le aguardaba. E n el
angulo más distante de la población y sobre ro-
cas únicamente accesibles por la puerta del Alcá-
zar está asentado este antiguo edificio que don
t-nrique mandó labrar por maravilloso modo.
86 A . DE F A L E N C I A

Edificó al norte la sala de homenaje, con arteso-


nados de oro y admirable disposición, é hizo co-
locar en derredor las estatuas de los reyes, empe-
zando por la de D. Rodrigo, último de la dinastía
goda, y acabando por la suya propia, que cerraba
el cuadrángulo. Por su orden estaba representado
en traje sarraceno (i), como queriendo significar
su odio á todo culto cristiano, y hacer manifies-
to á los naturales con aquel imprudente descaro
cuáles eran las disposiciones de su ánimo hacia
la religión católica, fuera de otros hábitos funes-
tos, propensos á vergonzosa ruina y augurio des-
dichado de terribles infortunios.

E l contemplar juntos en u n lado de la sala las


estatuas de D. Rodrigo y de D. Enrique era en
efecto para todo hombre sensato presagio cierto
de que las maldades del último amenazaban ala
nación con catástrofes no menos tremendas que
las que en lo antiguo la hizo padecer el desdicha-
do destino del primero, cuando los moros y los
árabes del África mandados por Tarik y Muza
ocuparon en breve tiempo la España entera, á
excepción de Vizcaya y cierta parte de Asturias;

( i ) A I m a r g e n d e l ms. G.-43, f o l i o 140, hay una nota


d e l m a r q u é s de M o n d é j a r , que d i c e : M e n t i t u r egregie.
N o se a v e r i g u a c l a r a m e n t e á qué a f i r m a c i ó n del autor
a p l i c a el M a r q u é s t a n r o t u n d o m e n t í s . P o r q u e loquees
e l t u r b a n t e c o n que está r e p r e s e n t a d o en l a estatua del
A l c á z a r de S e g o v i a , p u e d e verse b i e n n o t o r i a m e n t e en los
e x a c t o s a p u n t e s que el S r . C a s t e l l a n o s t o m ó del natural
e n d i c h o A l c á z a r en el año 1846. ( E x i s t e n hoy en l a Sección
de e s t a m p a s de esta B i b l . ) L o que sí es c i e r t o es que otros
R e y e s , e n t r e ellos S a n F e r n a n d o , están t a m b i é n represen-
tados c o n i d é n t i c o t u r b a n t e debajo de la c o r o n a .
CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV 87

destruyeron las ciudades, asolaron los pueblos y


corrompieron los nombres de los ríos y los de las
poblaciones que quedaron en pié. A l mediodía, en
otra sala construida con menor esmero estaba
encerrado el tesoro que vino al cabo á consumir-
se á pesar de creerse inagotable, y que si se a c u -
muló avara é injustamente, empleóse en gastos no
menos inicuos. Frente á la puerta del Alcázar y
en lo más estrecho de la falda dal cerro levántase
el principal templo ó sede catedral del obispo de
Segovia. Éralo á la sazón D. Juan Arias, hijo de
Diego Arias; pero como prelado virtuoso, huía de
encontrarse con D. Enrique, y su dignidad le ha-
bía obligado en aquellos días á retirarse á su villa
de Turuégano, dejando á su hermano Pedro Arias
en el palacio episcopal de Segovia, en cuya proxi-
midad hay un portillo por el que se entra á la po-
blación con permiso del que defiende el edificio.
Este cargo tenía, como he dicho, Pedro Arias, siem-
pre doliente de su antigua herida en el costado
por la que no cesaba de arrojar materia, hinchán-
dosele todo el cuerpo cuando ella disminuía. Ade-
más de esta desgracia que debía á la ingratitud y
perversidad de D. Enrique, movíale más y más á
la venganza el saber que diariamente se maquina-
ba contra su vida, habiendo venido á sus manos
hasta por tercera y cuarta vez cartas del Rey en
que encargaba la ejecución del crimen á algunos
de sus sicarios, pues nadie se atrevía á perpetrarle
descubiertamente, asi por la fuerte guarda y buen
recaudo de sus criados, como por el general cari-
jo que los moradores le profesaban, merecido sin
duda, pues aunque hijo de un padre perverso, ob-
A . DE F A L E N C I A

servaba una conducta irreprensible, y dolíanse de I


su infortunio como antes se alegraban de su bue- I
na salud. Por aquella puerta estaba concertado I
dar entrada á los de D. A l f o n s o , y como sólo I
lo sabían en su campo el arzobispo de Toledo i
y el maestre de Santiago, corrió la voz de que I
el Rey intentaba marchar dentro de pocos días I
con las tropas reunidas en Olmedo, Arévalo, Ma-
drigal y Portillo, y sentar su real cerca de Medina,
donde los de D. Enrique no podían permanecer
seguros sin trabar batalla ó rendirse vergonzosa-
mente. Este peligro los traía tan atemorizados,
que para fortificarse en derredor, á pesar de tener
el muro por el frente y por la espalda, dispusieron
fuera de la villa muchos carros en semicírculoá
fin de reforzar aquél con tal reparo. Daban tam-
bién pábulo á aquellos temores los de D. Alfonso,
previniendo á los soldados por medio de pregones
que no descuidasen nada de lo necesario para
acampar, y demostrando á los ojos de los espec-
tadores tan diligente afán en acopiar vituallas y
reunir maderos labrados para clavar las tien-
das, que no se traslucía el menor indicio de que
hubiesen de dirigirse á otro destino. E l día esta-
blecido acudieron los alojados en Portillo, y desde
el alba prepararon todos los arreos de sus perso-
nas, vistiéronse rápidamente las armas, montaron
á caballo y dispusieron el fardaje. Luego, en el
llano, por la p m e del camino de Medina, hizo
alarde el ejército como en actitud de recoger las
fuerzas, y el arzobispo de Toledo excitó á la mar-
cha con amenazas á los morosos y á los impedi-
dos, mientras enviaba delante á los maestres de
CHÓNICA. D E E N R I Q U E IV «g

p0 á reconocer un sitio seguro cerca de Medi-


qUe ofreciese facilidad para ia aguada y forra-
je En adoptar estas disposiciones pasó la mayor
arte del día; mas ai anochecer, torció algún tan-
to la marcha y llevó al ejército en dirección á la
aldea de San Justo. Entonces comenzó á susu-
rrarse que el ejército iba á Segovia, y aun cuando
esta ciudad dista de Olmedo once leguas, jornada
que á duras penas hace en un día de claro sol u n
expedito caminante, emprendiéronla todos veloz-
mente, favorecidos por una noche de luna llena,
y siguieron alegres la marcha sin extravio ni con-
tratiempo alguno, dándose ánimo unos á otros
para no aflojar el paso. L o mismo hicieron los
que habían salido de Arévalo en igual dirección.
El maestre de Santiago, el de Alcántara y los
condes de Plasencia y de Paredes (el de L u n a h a -
bía quedado en Olmedo) adelantándose á todos
con la vanguardia, hicieron alto entre la espesura
de un bosque próximo á Segovia y que corre á
lo largo del río Eresma, ansiosos de conocer las
disposiciones de Pedro Arias. Cuando al alba lle-
gó al bosque D. Alfonso, ya habían avanzado, y
á poco recibió aviso de que el condestable de P a -
redes y D. Manuel Ponce de León con la caballe-
ría sevillana habían penetrado en la ciudad por el
portillo; pero que los moradores, corriendo á las
armas y excitando gran tumulto en toda ella, arro-
jaban desde las ventanas contra los soldados una
granizada de piedras, saetas y maderos. Inmedia-
tamente volaron al socorro las tropas de la reza-
ga; pero ya encontraron á las primeras posesiona-
o s de la ciudad, á excepción del Alcázar desde
go A . DE FALENCIA.

donde el alcaide Perucho [Monxaraz] lanzaba


contra los invasores con diversas artillerías m.
dras enormes que alcanzaban aun á los más dis.
tantes, y en la parte opuesta de la pobla:¡óii, las
puertas de San Juan y de San Martín, guardadas
por Pedro de l a Plata y Diego del Águila, que con
ballestas y espingardas tenían á raya á los de don
Alfonso.
Los hombres de armas, en número de mil pró-
ximamente, llenaban la plaza de San Miguel en lo
más elevado de la ciudad, viéndoseles, apeados
de sus caballos, prontos á correr al sitio del peli-
gro y dispuestos á reprimir cualquier intento te-
merario de los habitantes. Pero bien pronto lo
apaciguó todo Pedro Arias con auxilio de sus ami-
gos y criados en armas, quedando ya por D. Al-
fonso las puertas y toda la ciudad, menos el Al-
cázar, donde la reina D.a Juana, que moraba en
las casas del Rey, se refugió apenas oyó el tu-
multo. No así la hermana de D. Alfonso y segun-
da esperanza de estos reinos, la infanta D.a Isabel,
la cual, libre de todo temor, le recibió con alegre
semblante, congratulándose gozosamente con él
de que la fortuna les hubiese sido favorable, y de
que la divina Providencia les hubiera salvado del
peligro de muerte y del que á sus costumbres
amenazaba. Diversos eran los juicios de muchas
personas acerca de si Pedro Arias debía haber
tomado tan terrible venganza de las injurias de
D. Enrique, ó más bien recurrido á otra que pa-
reciese exenta de tan fea nota. No tardó en Uegaf
el rumor á sus oídos, y entonces se decidió á mos'
trar en público cartas antiguas y recientes, escritas
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV gi

de propia mano de D. Enrique, en las que orde-


ba á sus cómplices que le diesen muerle, de-
ostrando así el profundo aborrecimiento contra
él concebido, puesto que sobre aquel primer c r i -
men de ingratitud, causa de su mortal herida, le
preparaba fin tan desastrado. Tampoco se habla-
ba mejor del alcaide Perucho, porque acome-
tiendo al principio flojamente desde el Alcázar, y
mostrando descuido en rechazar el ataque de los
primeros invasores, no había dejado duda á los
habitantes de su decidida afición á D. Alfonso, á
quien primero había salvado de las asechanzas y
del tósigo, y de cuyo diario acrecentamiento de
poder se manifestaba tan regocijado. D. Enrique,
apenas supo que su hermano se dirigía con el ejér-
cito sobre Segovia, quiso volar allá sin pérdida de
momento, juzgando recurso decisivo el que los
ciudadanos, muy á su devoción, supiesen se h a -
llaba en el Alcázar; pero disuadiéronle de su pro-
pósito todos los presentes, diciendo que se dejaba
llevar de infundado temor si creía que Segovia po-
día ser ocupada por el enemigo. Cuando llegó la
noticia de que así había sucedido, trataron de cal-
mar su insensato furor, dándole por cierta la
muerte del arzobispo de Toledo y de otros mag-
nates, y marchando con las tropas hacia Olmedo
por el mismo camino que llevaron antes de la ba-
talla. La guarnición de la villa se encargó de de-
mostrarles claramente que no podían abrigar nin-
guna esperanza de tomarla, ni por traición, ni por
fuerza. Entonces se retiraron por el llano al pie
lel monte Tánago, no lejos de Olmedo, haciendo
seguir al fardaje el camino de Alcazarén, á fin de
92 A . DE F A L E N C I A

acampar luego todos reunidos junto ál puented i


Valviadero. Después combatieron la fortalezad
Iscar y la tomaron.
E l conde de Triviño, D. Pedro Manrique, IleyJ
presa á su madre, no pudiendo sufrir que aquellal
dama, sobre otras muchas maldades cometidasf
contra un personaje de su valía, tuviese á sus años
la desvergüenza de ser la concubina del conde de
Miranda, y de emplear sus perversas artes paral
separar al licencioso magnate del lado de su mu-
jer, joven, y dotada con todas las ventajas del na-
cimiento, de la virtud y de la hermosura.
E n tanto, los que presidiaban la fortaleza de
Medina ocuparon las iglesias que antes abando-
naron, y toda la ciudad se alzó por D. Alfonso,
Encontrábase éste en Segovia, y comprendiendo
que los ciudadanos, especialmente los del arrabal
mayor se declararían por D. Enrique apenas se
presentase allí, hizo venir la guarnición de Olme-
do; llamó al conde de A l b a , que se hallaba en
Arévalo, y á García de Herrera, alojado coa
respetables fuerzas en Pedraza, y dispuso que
acudiesen los peones de Avila,, Madrigal y Aré-
valo.
Después que toda la ciudad de Segovia con sus
arrabales quedó en poder de D. Alfonso, dos es-
cuderos, uno del arzobispo de Toledo y otro del
maestre de Santiago supieron que en la casa de
cierta mujerzuela estaban depositadas dos muías
y el equipaje de un cronista de los contrarios^
que parece era aquélla la manceba). Inmediata-
mente entraron en la habitación, sacaron las mu-
ías y abrieron las dos arcas portátiles; pero viendo
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV gS

sólo contenían cuadernos escritos (i), Uevá-


qUel0S ai Arzobispo, que los leyó, y vio eran una
r0' • a de D. Enrique atestada de falsedades.
cr0pQCco trajeron al cronista, llamado Diego del
Castillo. E l Arzobispo lee á los Grandes allí pre-
sentes la relación de la batalla de Olmedo en que
cuarenta días antes habían intervenido personal-
mente, y advierte que está llena de palmarios é in-
fundados desvarios. Calla el autor y luego a l a s
preguntas que se le dirigen contesta desatentada-
mente. E l rey D. Alfonso manda condenarle á
muerte; sálvale al fin su cualidad de clérigo. Des-
pués me entregaron los manuscritos para buscar
el medio de que se publicaran aquellos dislates;
pero al cabo, á ruego de algunos Grandes, el falaz
escritor salvó la vida y yo devolví la crónica al
arzobispo de Toledo.

(i) L a Crónica c a s t e l l a n a dice que en u n a h a l l a r o n a l -


hajas y preseas.
C A P I T U L O 11

Llegada del conde de A l b a . — R e s o l u c i ó n adoptada


por los adversarios de D . A l f o n s o . — R e c u r s o s á
que apeló D . E n r i q u e en f a v o r de su c a u s a . —
M a r c h a l a R e i n a á l a v i l l a de C o c a . — I n t r i g a s
del arzobispo de S e v i l l a y d e l obispo de L e ó n .

n m e d i a t a m e n t e después p a r t i ó de A r é v a -
lo el c o n d e de A l b a y p a s a n d o p o r S a n t a
María de N i e v a , llegó á S e g o v i a c o n 3oo
hombres de a r m a s , 200 jinetes y cerca de 2.5oo
peones, ballesteros y p i q u e r o s . A n t e s q u e entrase
en la ciudad q u i s o D . A l f o n s o pasar r e v i s t a á t a n
lucida hueste, y así salió á la c o l i n a p r ó x i m a d o n -
de se hallaba en b u e n o r d e n a l pie de sus b a n d e -
ras, para felicitar además a l C o n d e y o i r las gra-
tas aclamaciones de las t r o p a s . T o d o s veían c o n
regocijo que, después de s e g u i r l e t a n t o t i e m p o ,
al cabo hubiese a b a n d o n a d o á D . E n r i q u e , á
quien ningún h o m b r e sensato j u z g a b a d i s p u e s t o
a arrostrar las a m a r g u r a s d e l v e n c i m i e n t o , c u a n -
'0 D. A l f o n s o disponía de c e r c a de 6.000 h o m -
bres, y él apenas había r e u n i d o 2 . 3 o o . A s i lo
comprendieron t a m b i é n l o s G r a n d e s de s u p a r t i -
0' y^reyendo el más c o n v e n i e n t e retirarse c a d a
Uno á sus E s t a d o s , el m a r q u é s de S a n t i l l á n a m a r -
g6 A . DE FALENCIA

chó á Guadalajara; el conde de Triviño á Nájer I


y á sus casas respectivas los caballeros de Zam-
ra, T o r o , Salamanca y Valladolid, no sin quec
rrieran algunos grave peligro en el camino. D0t
Enrique, falto de consejo, se fué á Coca á recon-
ciliarse con el arzobispo de Sevilla, á quien tantas
veces había engañado; primeramente cuando ha-
liándose el Prelado en Olmedo le prometió so-
meterlo todo á su arbitrio; luego, al ocurrirt'
descalabro de sus tropas en Tudela de Dueroi
por último después de la batalla de Olmedo.Como
la propensión del Prelado á conseguir el puestol
de más autoridad era bien conocida, no tuvo Do:
Enrique reparo en acudir á aquel engañador,!
prometerle entre otras cosas que le daría en pren-
das á la Reina, según acostumbraba. Entoncesei
Arzobispo le concedió hospedaje en la villa coi
3o de su guarda montados en muías, porque otro
ioo de á caballo, después de obtenido seguro, I
habían alojado en las aldeas vecinas.

E l obispo de León, apenas halló oportunidaíl,


se dirigió á Coca, y no desdeñándose de emplearse
en oficios de medianero, fué el 26 de Septiembre
al monasterio de Santa María del Parral, extra-
muros de Segovia; tomó parte en las juntas;
conferencias de los españoles, y quiso hacer val;
la escasa autoridad que le quedaba entre aquellos
Magnates falsos y engañadores que se gozabaa
con la mentira. Por su parte el arzobispo de Sevi-
lla, maestro ya viejo en aquella escuela de pert'
dia, apenas llegó á Segovia aconsejó la convemeo-
cia de que los condes de Plasenciá y de Alba fw
sen á Coca; pero concebida alguna sospecha, ^
CRÓNICA D E E N R I Q U E ! V 97

dóse de parecer, y se diputó á Rodrigo de U l l o a y


' Tuan Fernández Galindo que acompañaban al
rzobispo de Sevilla y no inspiraban animosidad
i maestre de Santiago, para que tratasen con
unos y otros. E l 28 de Septiembre llegó D. E n r i -
que al alcázar de Segovia; pero antes corrió un
peligro que acaso hubiera sido el último, según
las intenciones de García Manrique y de Diego de
Rojas, su primo, que con 80 caballos se dirigían á
la ciudad por el camino que él seguía con otros
tantos (1), á no haber salido á recibirle con 400 e)
maestre de Alcántara y el conde de Alba. A l llegar
D. Enrique al bosque próximo á la ciudad á
orillas del Eresma, despidió la gente de á caballo
y entró en el Alcázar con cinco de su guardia
montados en muías. Apenas lo supo D. Alfonso
salió por las calles y se aproximó al Alcázar, para
que los moradores comprendiesen claramente que
D. Enrique había venido con asentimiento suyo.
Al día siguiente, fiesta del arcángel San Miguel,
se celebró en la iglesia de su advocación con to-
das las ceremonias usuales la entrega del hábito
y pendones de Santiago al maestre de la Orden,
marqués de Villena, quien al recibirlos prestó el
juramento militar acostumbrado. Tres años an-
tes y en la misma ciudad se habían concedido
idénticos honores á D. Beltrán de la Cueva. Para
que el Marqués obtuviese el Maestrazgo trabajó
con gran empeño el condestable D. Rodrigo Man-
rique, comendador de Segura y antiguo caballero
de aquella Orden militar; así que mientras convi-

(0 L a Crónica c a s t e l l a n a d i c e 40.
CXXVII v
A . DE PALENCIA.

no tener propicio á un magnate tan influyente


para conseguir el fin deseado, el Marqués pareció
distinguirle con singular afecto; pero luego tornó
á entregarse de nuevo á los acostumbrados arti-
ficios á que su natural le arrastraba. A l otro día
la reina D.a Juana, dejando á su incapaz esposo
en el Alcázar, se dirigió, según lo pactado, á la vi-
lla de Coca, y por temor á que corriese algún ries-
go en el camino acompañáronla el maestre de
Alcántara y el conde de Alba.
CAPÍTULO III

Varios puntos que se concertaron en Segovia con


D. Enrique.—Razonamiento que éste hi%p en l a
junta de los Grandes.—Marcha á M a d r i d el her-
mano de Perucho. ,

uego que la desdichada Reina salió del


Alcázar, D. Enrique, según lo acordado,
fué el i.0 de Octubre de 1467 á la iglesia
catedral casi contigua á su hospedaje, donde ya
le aguardaban el maestre de Santiago y el conde
de Plasencia, mientras Gómez [de Cáceres] maes-
tre de Alcántara, y el conde de A l b a D. García
de Toledo atajaban con guardias las calles, é
impedían la sorpresa ó la traición, para lo cual
apostaron una lucida escuadra de 100 hombres
de armas y otros tantos ballesteros. Además de los
citados Maestres y de los condes de A l b a de T o r -
mes y de Plasencia, acudieron á la junta D. E n -
rique Enríquez, conde de A l b a de Liste y D. A l -
fonso, primogénito del almirante D. Fadrique; el
Condestable, conde de Paredes, el conde de Cifuen-
tes, Gómez Manrique y García Manrique, su her-
mano,todos de la parte de D. Alfonso. Con él h a -
bían quedado el arzobispo de Toledo y el conde de
Miranda. E n presencia de todos D, Enrique dio
100 A . DE FALENCIA
principio á su habla, á modo de discurso, en estos
ó parecidos términos:
«Notoria cosa es por qué discordias y borras-
cosas agitaciones han ido llegando al borde de la
ruina los reinos de Castilla y León, después que
los Grandes, los Prelados, los Caballeros y todos
los demás naturales, divididos en dos bandos, qui-
sieron que las armas decidiesen si la corona había
de pertenecer á mi hermano D. Alfonso, aclamado
entonces por algunos nobles, ó á mí que á la
muerte de nuestro padre entré por derecho here-
ditario en posesión de estos dominios sobre los
que reiné pacíficamente sin contradicción de na-
die. También han demostrado las lecciones déla
experiencia cuánto crecerían y á qué grado de
violencia y destrucción llegarían los daños, á con-
tinuar adelante por el camino de la guerra; y si en
estos pasados tiempos hubo algunos que por su
natural avaricia ó por otro cualquier interés la
prefirieron á todo acomodo, yo estoy resuello á
abrazar la paz, y en cuanto de mí dependa, á huir
de la discordia, y del furor de los combates como
de aborrecible pestilencia, ruina de toda honra y
enemiga de todo sosiego. Por esta causa, después
de despedir el ejército, pasé á la villa de Coca y de
allí al alcázar de esta ciudad, donde ahora hay
partidarios de ambos bandos, resuelto á no rehu-
sar ningún partido de concordia; antes á confiar
en los muchos ofrecimientos, promesas y jura-
mentos que espontáneamente se me han hecho, y
á poner en manos de los aquí presentes mi per-
sona, mi honor, mi fortuna, mi libertad y fama,
para que de otro modo y si, según la cualidad del
CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV 101

caso se da entrada á la sospecha, no venga la tar-


danza á ser causa de perjuicio. Así pues, ya que
por mi parte no he de poner obstáculo al arreglo
de las diferencias, yo os suplico que ni la dilación
ni la mala fe esterilicen tan gran oportunidad de
remedio y de confianza, ó quebranten el seguro,
sino que en todo se atienda á la paz y tranquilidad
de estos reinos y de sus naturales.»
Oídas estas razones, los de D. Alfonso se apar-
taron un poco para tratar entre sí á quién se en-
cargaría la respuesta y en qué términos había de
darse. A ruego de todos aceptó este cometido el
condestable D. Rodrigo Manrique, nobilísimo c a -
ballero, renombrado entre los españoles por ló
ilustre de su casa y por las hazañas de sus mayo-
res; esforzado adalid y orador elocuente, á cuyos
discursos prestaba dignidad su vejez, sin quitarles
nada de su facundia. Empezó D. Rodrigo enalte-
teciendo el proceder de D. Enrique que, dando de
mano á todo recelo, había buscado con ahinco los
caminos de paz prefiriéndolos al encarnizamiento
de las batallas. Increpó luego á los que habían da-
do pábulo á las guerras con su engañosa inter-
vención y bajo apariencia de servicios, y terminó
diciendo que, si bien por causas apremiantes y con
decorosa conducta la mayor parte de los nobles,
y los allí presentes, habían proclamado rey á don
Alfonso, mostrándole escrupulosa lealtad que no
habían de quebrantarle, concurrían á la sazón
muchas causas que impulsaban á todos, no sólo
a guardar el seguro á quien confiadamente se h a -
bía entregado á su hidalguía, sino á atender con
generosidad á su condición futura, que sin me-
A . DE F A L E N C I A

noscabo del honor de D. Enrique, y después de


pacificado el reino con el imperio de las leyes, no
había de omitirse ni rechazarse nada de lo que exi-
giese la memoria de su antigua dignidad y de su
reciente confianza.
Dichas estas razones en elegantes términos, pa-
sóse inmediatamente á tratar de la entrega del Al-
cazar, quedando acordado que el alcaide Perucho
prestase pleito homenaje al maestre de Santiago,
después de alzarle D. Enrique el que á él tenía ju-
rado: que éste fuese á Madrid, y le diese la tenen-
cia de la fortaleza, y que como todo no podía re-
solverse en u n solo acuerdo, pues por mutuo con-
venio muchos objetos preciosos habían de dejarse
encargados á la custodia del conde de Plasenciay
del arzobispo de Sevilla y todo lo demás condu-
cirse al alcázar de Madrid, el hermano de Peru-
cho se dirigiese allá al instante en compañía de
Pedro de Hontiveros; todo lo cual asi se ejecutó.
D. Enrique entregó al arzobispo de Sevilla y á Pe-
dro de Hontiveros en representación del conde de
Plasencia los documentos y alhajas que había
prometido; el segundo y el hermano de Perucho
marcharon á Madrid y el último recibió la tenen-
cia del Alcázar.
Antes que saliese del de Segovia D. Enrique, el
día que, después de su discurso, se concluyeron
estos pactos. Perucho le rogó y aconsejó repetidas
veces, amonestándole y poniendo á Dios y á los
hombres por testigos de su fidelidad, que mirase)'
considerase con el mayor detenimiento si para su
fama y para su seguridad sería más útil y honroso
encomendarse él y todo lo suyo en manos de los
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV io3

Trandes ó permanecer en el Alcázar hasta que la


,uerte se le mostrase más propicia, pues él algu-
as veces había confiado, pero muchas desconfia-
do grandemente de la duración de la paz ni de la
auerra en los reinos de Castilla: que aun le queda-
ba en aquel Alcázar un tesoro considerable que le
permitiría más adelante oprimir á sus actuales
opresores, y por tanto que debía considerarlo to-
do atentamente antes de caer por su voluntad en
miserable esclavitud y vergonzosa ignominia. Nin-
oúa caso hizo D. Enrique de estos consejos; llevó
á cabo cuanto dejo dicho, y ni siquiera se acordó
en lo sucesivo de premiar como debía á quien se
los había dado.
ÚJLJD

CAPÍTULO IV

Expedición del almirante D. Fadrique Enrique^


contra los ladrones. — Vuelve V a l l a d o l i d á la
obediencia de D.-Alfonso.—Peligro que corrió
el arzobispo de Toledo. —Viaje de D. E n r i -
que.—Palabras que le d i r i g i ó un aldeano.

lENTfiAS esto pasaba en Segovia, el a l -


mirante D. Fadrique vivamente indig-
nado de los robos con que traían aso-
lada la tierra de Toledo las gentes de D. Enrique,
que sólo así se sostenían, resolvió salir contra ellos
con doscientos caballos ligeros; mas como eran
tantos, juzgóse insuficiente esfe reducido escua-
drón para exterminarlos, y se ordenó al primogé-
nito del Almirante que marchase á la provincia de
Palencia con las cuatrocientas lanzas que por dis-
posición de éste tenía con D. Alfonso, y al experi-
mentado capitán, condestable D. Rodrigo Manri-
que, que persiguiese con buen golpe de gente á
Garci Méndez de Badajoz, cruel y pérfido parti-
'o de D. Enrique que, violando á menudo la fe
lurada, había vuelto á su antigua vida y formado
1 bandas de ladrones una especie de ejército
U}as repentinas correrías causaban graves daños
lsta á los vecinos de Valladolid. Y a éstos, arre-
106 A . DE F A L E N C I A .

pentidos de su insensata inclinación al partido-I


D. E n r i q u e , aborrecían á su cobarde defemJ 5alar:
enemigo de su propia honra y nada celoso dr ^ ^
de sus vasallos. De aqui tomó ocasión Juanl
Vivero para reconciliarse con los muchos yaJ
guos amigos que en Valladolid tenía, recogercici
to cincuenta caballos con pretexto de persej
á ios ladrones, unirse al conde de Ribadeoíit
no inspirando sospecha á los moradores cuanií
pacíficamente entraba á visitar su casa, pudo,:
favor de esta tranquila actitud, dejarlo todohát
mente preparado, y disponerse á ocupar lavt
en cuanto burlase la vigilancia de las guardiasi
D. Enrique. Fué víctima del engaño Juan deHt
mosilla la noche que le tocó el cuidado delasro:
das, pues sabiendo Juan de Vivero que 1
puente del Pisuerga que lame gran trechee
ralla, por eso mismo más desguarnecida, eiist
u n vado poco conocido, pasóle á las tres i
mañana, y cayendo sobre los desprevenidosct:
tíñelas, penetró en la villa por el portillo que
cuitaba la provisión del agua. Refugiáronseáti
prisa los de D. Enrique en Simancas, y los valí
letanos, sin tumulto, antes pacífica y regodj!
mente, volvieron á la obediencia de D. Alfós
Esta defección ocurrida en la madrugada de
Octubre, si grata á los de la villa, no asía al^
de los Grandes que en Segovia estaban; «•!
que á ninguno al conde de Plasencia ácuya^'
titud se había confiado todo, y habiendo
garante de que nadie alteraría los conciertos Jf*
tados, temía la negativa de D. Enrique, y a ^
drid, á entregar las fortalezas de León, Zaffl-'
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 107

S lamanca y Soria y que, sentido de la ocupación


de Valladolid, viniesen por ello los Grandes á per-
a ios esperados provechos. L a defección de Me-
dina del Campo á D. Alfonso, como ocurrida antes
le firmarse los pactos, ningún trastorno había
ducido; y aun así, se había hecho necesario
conmutar por otro su señorío que se dio á doña
Isabel; mas en la de Valladolid no se encontraba
excusa alguna, y la ofrecía, por tanto, muy legí-
tima á D. Enrique para eludir el cumplimiento de
lo establecido, cuando él se había confiado al ar-
bitrio del arzobispo de Sevilla, de los condes de
Plasencia y de Alba y de D. Alfonso, primogénito
del Almirante, con la condición de no poder dis-
poner sin previo acuerdo y unánime asentimiento
de todos ellos de las rentas concedidas para su
propia subsistencia y para el sostén de su casa,
mientras estuviese privado de dominio y los cita-
dos nobles se mantuviesen fieles á D. Alfonso.
Mezclábanse también con las mutuas congratula-
ciones algunos gérmenes de iniquidad, fomento
seguro de tiranía á los ojos de los avisados; por
cuya razón el arzobispo de Toledo se negó con
entereza á confirmar el señorío de Badajoz y C o -
ria, violentamente ocupadas por el maestre de A l -
cantara, D. Gómez de Cáceres, y no quiso acceder
a otras muchas pretensiones. L o s que habían fa-
vorecido al citado Maestre, resueltos á continuar
auxiliándole é indignados de la oposición del Ar-
)bispo, maquinaron contra su libertad. E r a n ca-
ezas reconocidas de la conjuración los maestres
• Santiago y de Alcántara y los condes de Pla-
ncia y de Alba; pero el primero, según sus anti-
io8 A . DE F A L E N C I A

guas trazas, quiso hacerse agradable á su tío m


directamente le reveló la conspiración desusa
plices, entre otros fines, para infundirle teíai
continuaba en su resistencia. A l cabo el Arzolj
po retiró á algunos de sus íntimos la facuM
tiempo atrás concedida de firmar por él losdoc;
mentos, y sólo prometió no poner obstáculoálí
pactos que se ajustasen, concesión que tal vez»
hubiese hecho si su salud, quebrantada enaqi;
líos días, no le hubiese imposibilitado de intent
nir en las discusiones.
E l orden de los sucesos exige decir algo de i
que á D. Enrique ocurrió después de su salida*
Segovia. E l 12 de Octubre fué á esperarle!
dro de Hontiveros con setenta caballos más allí
del monte Gobia, dentro de cuyas cercas, con.:
dije, estaban encerradas las fieras, y donde[
ba permanecer aquel día. A l pasar el desdichaJ:
D. Enrique por el arrabal de Santa Olalla le
al encuentro un labrador, ó más bien un habitan
le de las selvas que le conocía mucho por hab
sido huésped del Rey más de una vez, segúns
dice, en las lindes de aquellos bosques, y toman-
do las riendas del caballo, le dijo con voz ronca!
llorosa, en presencia de muchos, estas ó parecidí
palabras: «¿Cómo corréis á vuestra perdición.
Rey infortunado, enemigo cruelísimo de vosiw5'
mo y nuestro? ¿Por qué os precipitáis voluntar*
mente en tantas desdichas y en tan vergonzosa
torpezas? E l mismo poder de que tanto tiewp
habéis disfrutado hubiera debido ciertamente en-
señaros á emplear alguna prudencia en el gO"1^
no y cierta cautela en los peligros, ó por lo fflenij'
CRÓNICA D E E N P I Q U E IV lOQ

cuchar los consejos del p u d o r . ¡ A h , m o n a r c a


»„»l rodos
incapa¿i lu^ os h e m o s obedecido i n d e b i d a m e n -
iarao tiempo; todos os h e m o s a m a d o c o n e x -
q. pero vos siempre habéis desdeñado n u e s -
tros obsequios, c o m o a q u e l q u e n i n g ú n aprecio
hace de sí m i s m o , antes se c o n s i d e r a v i l y merece-
dor de todo desdén». C a l l ó el r ú s t i c o , e n r o n q u e -
cida su voz por las lágrimas y s o l l o z o s ; los p r e -
sentes quedaron c o m o e s t u p e f a c t o s , y D . E n r i -
que, según se dice, p u s o e s p u e l a s al c a b a l l o y se
alejó llorando de aquel sitio. M a y o r pesar había
recibida la semana anterior c u a n d o , al dirigirse al
bosque, vio á u n o s m o z o s q u e l l e v a b a n á la c i u -
dad numerosas cargas de l e ñ a ; y antes en C o c a
cuando supo el estrago q u e en los ciervos del
monte cercado había h e c h o D . A l f o n s o m a t a n d o
muchos con su v e n a b l o y p e r m i t i e n d o á s u c o m i -
tiva que hiciese lo m i s m o . M á s de c u a r e n t a se c a -
zaron aquel día, y h u b i e r a n pasado de este n ú m e -
ro, á no intervenir c o n s u s súplicas los maestres
de Santiago y de A l c á n t a r a p a r a q u e n o s i g u i e r a
adelante la m a t a n z a . E n a q u e l recinto había s e -
guramente cerca de tres m i l c i e r v o s de diferentes
edades; muchos gamos y c a b r a s monteses y u n
toro muy bravo que n o f u é p o s i b l e e n c o n t r a r . A
«te y á u n javalí deseaba D . A l f o n s o dar m u e r -
te; pero los maestres de S a n t i a g o y de A l c á n t a r a
írocuraron también e s t o r b a r l o , sabiendo c u á n t o
había de sentirlo D. E n r i q u e .
Suce:
n'u
de
coi
gr
Pl
pa
m<

aso
arre
sar
mo
ceb
bar
rab
aui
ind
era

(
CAPITULO V

Sucesos de Madrid. — Manifestaciones de la t i r a -


nía de los Grandes. — Pretensión de la ciudad
de Toledo. — Posesión de Medina del Campo
concedida á D.a Isabel, hermana del R e y . — R e -
greso á Arévalo. — Excursiones del conde de
Plasencia, de D. Enrique y de la Reina.—Ocu-
pación de Simancas. — Renovación de las H e r -
mandades (i).

continuando luego D. Enrique su camino,,


dejó el bosque y marchó á Madrid, á don-
de también se dirigió Pedro de Hontiveros,
á solicitar la entrega del castillo ó Alcázar, con
arreglo á lo pactado. E n tanto D. Alfonso, á pe-
sar de los estragos de la epidemia que cerca de su
morada había arrebatado á algunos niños y man-
cebos, continuaba en Segovia, en lo cual no deja-
ban de ver los avisados el poco interés que inspi-
raba la vida del Rey á algunos Grandes desde que,
aun no entrado en la adolescencia, dio muchos
indicios de las tendencias de su ánimo. Cierto
era que desde niño había manifestado índole n a -

Este epígrafe que v u e l v e á r e p e t i r s e en e l c a p í t u l o -


"«nte, carece en éste d e l c o r r e s p o n d i e n t e t e x t o .
A . DE P A I . E N C I A

turalmente inclinada al bien; mas los enemv.


de toda virtud esperaban que la persisientet
fluencia de sus continuos lograría pervertirla i
que tal vez, al llegar á la adolescencia, los
sos de la pubertad, frecuente ocasión de ca:
de costumbres, corromperían las suyas hasta i-:
punto que pudiesen contar para lo futuro cona-
Rey semejante á ellos, ya envilecidos y esclau
de sus vicios y propensos á una familiaridad v
gonzosa. Mas cuando le oyeron prorrumpirí-
palabras de indignación contra la violencia dei
gunos, y responder á las quejas de un ofendidn
que no toleraría los daños é injusticias sino ni»
tras la niñez le negase los medios de casti
comenzaron á pesar aquellas palabras, y
de los Grandes de intención aviesa, no pudienít
sufrir tal rectitud de propósitos, temblaron porsi
suerte, y aun se dice que uno de ellos exclamó:
«Este mancebo, aún en potestad ajena y ban j
nuestra tutela, va cobrando demasiada arrogancii
para tan tierna edad. Preciso será, si queremos
evitar nuestra ruina, que ó por los placeres ópoi
otro yugo cualquiera, busquemos un medio 4
dominarle.» Gran trabajo les costó asentirá
censura que el Rey hizo en aquellos días del pe
recato de las nobles doncellas que servían á su her-
mana, cuando viendo cruzar por una galeríaig
de ellas, jóvenes y agraciadas, pero con vestidosJ
modales algo inconvenientes, dijo á los que con
él estaban: «¿Veis el porte y el traje de aquella
jóvenes? ¿Os parece bien tanta desenvolturaet
doncellas de Palacio?» A l decir esto aludía iiw'o'
nado á lá conducta de la reina D.a Juana que)r"
CRÓNICA DE ENRIQUE IV Il3

-onienta con haber roto ella y sus damas toda


barrera de honestidad, se había empeñado en i n -
troducir iá disolución en el traje y en las conver-
saciones de las doncellas de D.a Isabel luego que
conoció su natural pudoroso y la pureza de sus
costumbres, y entre otras sugestiones, inducíala
constantemente al matrimonio con el rey de P o r -
tugal, al paso que el arzobispo de Toledo la acon-
sejaba sin cesar que eligiese para esposo al prínci-
pe de Aragón D. Fernando, contra la voluntad
del maestre de Santiago] que vivamente le contra-
decía.

Hablando en otra ocasión de su hermana pre-


guntó el Rey al último qué pensaba de ella. «Lo
mismo que Vuestra Alteza», contestó él. Segunda
y tercera vez repitió don Alfonso la pregunta, y
no obteniendo otra respuesta que la de referirse á
su propio juicio, dijo: «Pues he aquí mi opinión
sobre este punto. E l l a necesitaría mi trato cohibi-
do, y yo seguramente la libertad del suyo». Otra
vez, hallándose acostado, enseñó á sus confiden-
tes la techumbre y en ella una tabla separada de
su sitio, y les dijo: «Siendo yo niño, cuando por
consiguiente no infundía sospechas de que com-
prendiese lo que en torno pasaba, dormía solo en
esta cámara al cuidado de las doncellas de la reina
üoña Juana. Algunas veces me dispertaba, pero
aparentando seguir dormido, veía por aquel agu-
ro á D. Beltrán cuando entraba en estas habita-
i10nes' no sin temor de que se apercibiesen que
«taba observando ó al menos que no dormía.»
fc-stas y otras muchas razones, demasiado gra-
es para sus pocos años, dijo aquel Príncipe exce-
cxxvu s
ii4 A . DE F A L E N C I A .

lente hallándome á su lado en Segovia. Yo nopr.


día menos de detestar la crueldad del Maestre es!
mis frecuentes conversaciones con el arzobisJ
de Toledo que, entre otras cosas, se lamentabadt
la larga permanencia del Rey en una ciudad apes.
tada. Pero muy al contrario, aquel foco deiin.
nía, ó mejor dicho, aquella tiranía personifica.!
da no se movió de allí hasta alcanzar la enien
posesión del Alcázar, á pesar de sus protestase
no ocuparle jamás, sino pedir al Rey que nolij
diese á ninguno de los conocidos por sus conti-
nuos, servidores ó criados, y sí á algún sujetóle!
y verdaderamente amante de su persona;todoi _
fin de desvanecer las murmuraciones del b1§íí
que le acusaba de haber anhelado desde el princiJ
pío aquella concesión, que al fin logró con gtí
descaro luego que Perucho salió del Alcázarpan
marchar á Madrid y dio la tenencia de él ák:
de A z a , su compañero de armas y pariente, E
tesoro y todas las demás preciosidades se sacatoi
de allí; pero el Alcázar, la guarda de la ciudaé;
todos los cargos de ella quedaron al arbitrio I
Maestre.
Marchó luego á Plasencia el conde de estet
tulo, y el maestre de Alcántara á Badajoz, ci»
dominio había logrado en aquellos días co*
la voluntad del R e y , largo tiempo opuesu
concesión tan injusta; y al paso que otros $••
chos Grandes maquinaban contra el vigor del-
iro, Segovia, Olmedo y Valladolid mostraba»
obedientes á D. Alfonso. Antes de su partida-
éste una respuesta desabrida, pero justa, a los
viados de Toledo que le pedían la sanción^
CRÓNICA DE ENRIQUE IV Il5

toridad real para poseer lícilameme los bienes


3 nebíes é inmuebles y los cargos de los conver-
(arrojados por ellos al destierro después de
robarlos y cubrirlos de ultrajes), diciéndoles que
jamás daría su asentimiento á aquella pretensión
inicua; antes, si pudiese, obligaría á todos á no
causar á nadie el menor daño. Y dirigiéndose luego
en particular al bachiller Fernando Sánchez C a l -
derón, uno de los embajadores, le dijo: «Maraví-
llame que con vuestra integridad y rectitud de cos-
tumbres hayáis aceptado tan infame cometido, y
cómo siendo hombre de ley y concurriendo á mis
consejos, consentís en pedirme no sólo que san-
cione con mi autoridad la conducta de los malva-
dos, sino que les gratifique además con los bie-
nes de los despojados». E l Bachiller, persona d e j
íntegra conciencia y conocido por su loable se've-í3¿ABg

Príncipe, el imaginar siquiera que merezcan vues-'


tra aprobación tan horribles crímenes; pero admití
este cometido para participar á Vuesta Alteza la
descarada tiranía y la desenfrenada crueldad de
aquellos ladrones que amenazan rebelarse contra
vuestra corona si no les otorgáis su pretensión.»
«Rebélense en buen hora, replicó el Rey, con tal
que la falta se impute á su malicia, no á mi per-
versidad. Yo deseo reinar para el castigo de los
malvados, no para ganármelos con dádivas. De-
biera bastarles que, por lo revuelto de los tiempos,
se disimularan sus crímenes; mas sólo pensar que
>o premie las infamias como acciones dignas y las
'-onhrme con mi sanción regia, considerólo gran-
demente vergonzoso.
ii6 A . DE F A L E N C I A

Despachados los embajadores, marchó D a


fonso á Arévalo con su hermana. Pocos diasV
pues la llevó á Medina del Campo para pone'
en posesión del Señorío de la villa y de sus rcr
, tas, y hecho esto, regresó en su compañía a Ar¿
' vale. Estando en Medina, llegó el Almiranteí
besar la mano al Rey y á preguntarle si hablare.
cibido enojo de la reciente ocupación de Simar..
cas, aldea cuyos moradores habían intervenido
tan activamente en la guerra que, sobre comets
innumerables delitos, habían obligado á los di
Valladolid á vergonzosa rebelión; y cuando éstos
habían preferido á la interrupción de sus queb
ceres, volver nuevamente á la primitiva fidelidai
recibían tantos daños de las gentes de D. Enriquí
que desde Simancas emprendían sus funestas»
rrerías, que apenas vivían seguros los misen»
habitantes dentro de los muros de la población,
E l Rey no sólo elogió la notable hazaña, sinoi
los valientes que la habían ejecutado, por cons-
tarle que aunque el Almirante se atribuía laglo
ria, debíase el principal mérito á Juan de Vivers,
quien después de meditar largo tiempo la emprtj
sa, cuando vio ocasión oportuna, llamó alguníj
caballeros del arzobispo de Toledo, amigos MJ
yos, y no pareciéndole bastantes, pidió ayudaí
Almirante que se la concedió de buen grado, dis-
dolé los soldados escogidos que consigo tei»
Reunidos todos atacó la aldea y triunfó; maso:1
servando el Almirante que los suyos eran supt'
riores en número, no tuvo reparo en quebraa>
algun tanto las leyes de la amistad, y comop"!
excluyó por medios suaves á Juan de VivefO'
CRÓNICA DE ENRIQUE IV llj
despreciando la queja, (tanto fué el anhelo por
cupar aquella aldea fortísima desde donde se tiene
en jaque á Valladolid y se asegura la mayor par-
te de los estados del Almirante) tomó tan activa
intervención en los asuntos de Valladolid que,
como divididos en bandos, unos moradores mira-
ban á los otros con gran enojo. Diósele no escaso
la posesión de la villa al conde de Plasencia, de-
seoso de realizar por sí una empresa que largo
tiempo antes tenía él meditada, según decía, y
poseído de profunda irritación, empezó á maqui-
nar novedades, y con pretexto de su cargo de
fiador, exigió la restitución de cuanto en aquellos
días había perdido D. Enrique. No le costó traba-
jo á Pedro de Hontiveros persuadir al último á que
se celebrase una junta en Plasencia, y allá se diri-
gieron ambos como camaradas y compañeros de
igual condición. E n aquella ciudad pasaron la fies-
ta de la Natividad de 1467, mientras los demás
Grandes, á excepción del maestre de Santiago, del
arzobispo de Toledo y del obispo de Coria, don
Iñigo Manrique, marcharon á celebrarla á sus
respectivas casas, con propósito de volver luego á
reanudar la comenzada tarea de envolver en sus
acostumbradas redes á cuantos hasta entonces se
habían visto libres de ellas.

El arzobispo de Sevilla, perdido el seso con la


prenda que en rehenes le había entregado D. E n -
rique, y dando al olvido las persecuciones pasa-
das y la reciente muerte de su hermano, sólo se
cuidaba de distraer á la Reina llevándola, monta-
a en una muía, á cazar por los bosques y cam-
35 de Coca, sin hacer caso de las murmuracio-
ii8 A. DE FALENCIA

nes. Sirviéndose de ella como de cebo para lograr


inmerecidos provechos, llevóla luego á Alaejos(i)
y de aquí á Plasencia para que la mayor concu!
rrencia aumentase la alegría de la festividad. Alli
cual presa de un frenesí, y creyendo que todo su.'
cedería como en sus conversaciones lo disponían,
oíaseles á cada paso:—Dése esto al Conde: aquello
entregúese á la Condesa: resérvese tal cosaparael
arzobispo de Sevilla que la desea.—El desdichado
D. Enrique, después de dar á la Condesa gran can-
tidad de joyas y de prometer á Pedro de Hontive-
ros acrecentarle su estado, convino en entregar al
Arzobispo el señorío de Olmedo; al conde de Pla-
sencia la ansiada posesión de Trujillo, villa im-
portante, muy poblada de hidalga nobleza y dis-
tinguida en lo antiguo con el título de ciudad, y á
Pedro de Hontiveros la villa de Monleón con titu-
lo de Condado. Dispuestas así las cosas, los dos pri-
meros prometieron á D . Enrique reintegrarleenla
plena posesión del trono, como si esto estuviese
en su mano. Cuando terminaron lasfiestasde
Navidad, D. Enrique y el de Plasencia marcharon
á fines de Enero á T r u j i l l o , donde sólo se le per-
mitió entrar con tres criados, después de despedir
los otros. Los moradores se • resistieron, como
otras muchas veces, á que la villa fuese enagena-
da de la corona, ayudados en esto por el alcaü
de la fortaleza Gracián (2), é hicieron inútiles to-
dos los esfuerzos del conde de Plasencia y dePe-

(1) Crónica castellana; de aquí á Mojados, etc..


(2) Crónica castellana. Gracián de Sesé.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 119

, Hontiveros. Así fracasaron las primeras


dro.ativaS de tan inútiles concesiones y la muerte
T í a hiia de la condesa de Benavente que las fa-
vorecía vino luego á demostrar todo lo vano de
aquellas imaginarias alegrías.
C A P I T U L O VI

Cómo se rompieron las capitulaciones firmadas en


Segovia.—Estancia de la Reina en Alaejos.—
Inútil visita de D. Enrique.—Incremento de las
Hermandades.—Muerte de la reina de A r a g ó n .

sesde principios del año 1468 empezó á


verse claramente lo vano de los acuer-
dos pactados en Segovia, porque el ar-
zobispo de Sevilla salió de Plasencia para ir á ver
ala Reina, ya de vuelta en Alaejos, y ofreciendo
á D. Enrique el aliciente de vanos placeres, llevó-
le'consigo para presentarse á un tiempo' en la
villa. Otras causas alegó el Arzobispo para la ex-
cursión; la principal fué que en aquellos días se
habían reunido en Peñaranda, cerca de Alaejos,
los maestres de [Santiago y de Alcántara, y los
condes de Plasencia, de Alba de Tormes y de A l b a
de Liste. Después de la visita á la Reina volvieron
el Rey y el Arzobispo á Béjar, donde también se
hallaron el maestre de Santiago y el obispo de Co-
fia, D. Iñigo Manrique, y como en las juntas ya
«lebradas se habían tratado muchos puntos en
oaño de D. Alfonso, el Prelado, varón noble y
:to, protestó de ello en doctas razones y con en-
tereza, en nombre del arzobispo de Toledo y del
A . DE P A L E N C I A

Almirante, del Condestable D. Rodrigo Manriam


y de muchos nobles de León y de Castilla, m
mando que negarían su asentimiento á cuant
en las juntas de aquellos días maquinaban abj.
nos Grandes, como inconveniente para la utilidjj
pública, opuesto al verdadero sosiego y adema
perjudicial al cetro y á su legítimo poseedordon
Alfonso. Esta protesta rasgó la densa tinieblaen
que todo estaba envuelto, é hizo que cada uno
emprendiese su propio camino. D. Enrique sedi-
rigió á Guadalupe para pasar allí el día siguiente
del Carnaval, primero de Marzo. E l arzobispodt
Sevilla regresó á Alaejos para quedar en guardi
de sus preciosos rehenes, la reina D.a Juana, cus-
todiada en la fortaleza de la villa. E l maestre di
Santiago y el obispo de Coria volvieron á Arévalo
á rendir homenaje al Rey y permanecer á si
lado para tratar de lo que había de hacerse, atec-
dido el nuevo auge de la Hermandad popular,dt
tanto peso en los asuntos, que se tenía por seguro
prevalecería el partido á que se inclinase. Buena
prueba de su inmenso poder ofrecía el hecho dt
ser impotentes los Grandes para contrarrestarla,
y el de que Garci Méndez de Badajoz, perverso
partidario de D. Enrique y astuto emprendedor di
robos y correrías tan destructoras que sin te-
mor á nadie se entregaba al despojo de los cami-
nantes y á la opresión de los labradores, llegad
en su audacia hasta apoderarse de Villavaquerí»'
aldea fuerte y bien asegurada, apenas vio a laje-
rrible milicia popular lanzada en su persecucio»i
no aguardó un momento, y huyó con sus bantü-
dos en busca de campo más tranquilo para >-
CRÓNICA D E E N R I Q U E I V 123

fechorías, que no encontró porque le perseguían


con ardor, como luego diré.
paréceme ahora oportuno referir la muerte de
ja ilustrísima reina de Aragón, D.a Juana, hija del
almirante D. Fadrique, y esposa del preclaro mo-
narca de Aragón, Navarra y Sicilia, D. Juan,
cuyos hechos é innumerables infortunios dejo
resumidos en parte á medida que lo ha ido exi-
giendo su enlace con los sucesos de estos anales.
Residía este Rey en Tarragona el año de 1468, y
hacía tres que, á causa de la ceguera, se hallaba
imposibilitado de acudir en persona á evitar la
ruina que amenazaba á su trono. Asegurábanle
los médicos que cuando las cataratas se hubieran
formado por completo podrían apartársele de las
pupilas y de lo blanco de los ojos con las agujas,
y extraérsele fácilmente, si se resignaba á sufrir
un dolor momentáneo á cambio de un goce dura-
dero; pero íbase difiriendo la operación porque la
cariñosa Reina, que amaba tiernamente á su ma-
rido y tenía por causa de la ceguera su avanzada
edad, recelaba que el dolor y los acerbos trabajos
produjesen al anciano más graves accidentes. Me-
ditando además sobre los peligros cada día en
aumento, no sólo por la obstinación de los rebel-.
des, sino á causa de la desgraciada ceguera del
Rey, apoderóse de su ánimo tan intensa pesa-
dumbre que, atacada de una calentura mortal,
sucumbió aquella excelente Reina en edad ñorida,
el 13 de Febrero de 1468, dejando este falso esplen-
or de la gloria del mundo para volar á la mansión
terna de la verdadera. Así se lo hizo creer á m u -
chos su notoria virtud, su purísima vida, sólo
124 A . DE FALENCIA.
empleada en el ejercicio del bien, y con ésto
religioso anhelo, manifestado en el trance del •
muerte, por subir á las celestes alturas, sin li
menor mención del poderío terrenal, así como ^
sus cristianos consuelos al desamparado esposo
de quien la muerte cruel la desunió para siempre
Otro indicio, y fundado, de su bienaventurada
muerte fué, á lo que me afirmaron sujetos dt
probidad y dignos de toda fe, el suavísimo aroma
superior á todos los de este mundo, que con su
fragancia reanimó los sentidos de los circunstaii'
tes desde el último suspiro hasta que llevaron su
cuerpo á la sepultura. Difícil sería expresar la
fortaleza de alma con que sobrellevó el excelente
anciano su terrible suerte que en poco tiempo le
había privado de la luz de sus ojos y de la de su
«spíritu; mas como era imposible recobrar ésta,
quiso conseguir aquélla, y con pacientísimo es-
fuerzo prefirió confiar en las promesas de los
médicos, para poder luego acudir por sí al reme-
dio de la triste condición de los asuntos, á esperar
futuros quebrantos, envuelto en tenebrosa oscu-
ridad. Quiso el Señor favorecer sus deseos, y
en pocos días quedaron claros sus ojos, oscure-
cidos por las cataratas y cansados de verter lá-
grimas por la pérdida de la ilustre esposa.
CAPITULO VII

Desastrado fin de Pedro de Hontiveros.—Castigo


de Garci Méndez de Badajo^.— Muerte de Juan
de Padilla.—Algunos hechos de la Hermandad
popular, cuyas intenciones deseaban penetrar los
Grandes.

^bo referir ahora (y no sin razón, pues


así lo exigen el orden de los sucesos y la
naturaleza del hecho) las causas que
acarrearon muerte desastrada á Pedro de Hontive-
ros, frecuentemente citado en capítulos anterio-
res. A tal punto habían llegado la insensatez y
temeridad de este monstruo con la gran privan-
za, que casi diariamente, cuando algo se hacía
contra su deseo, amenazaba furioso con trastornar
una y cien veces, á su voluntad, la España ente-
ra, y cuanto más se trataba de evitar que causase
una general perturbación, tanto más crecía su
procacidad insensata. Todavía se arrogó mayor
autoridad desde que^ vendiéndose por guía de Don
Enrique, le prometió hacer prevalecer entre los
Grandes su partido sobre el de D. Alfonso, para
lo cual tomó sobre sí el cuidado de recorrer dife-
rentes regiones desde nuestras fronteras de Portu-
gal hasta la provincia de Avila, á fin de reducir de
126 A . DE F A L E N C I A

alguna manera á reconciliarse con D. Enriqíi


los nobles que con D. Alfonso estaban en Aréval
No veían con malos ojos estas intrigas ni el ^
tre de Santiago, inventor de novedades y deinju-,
ticias, ni el arzobispo de Sevilla, patrocinadorJj
semejantes trazas, que hacía frecuentes viajesJí
Coca á Arévalo, villas confinantes, para preparar
las criminales maquinaciones que Pedro deHon.
tiveros quería llevar á cabo. Tenía éste lascasasl
de su morada en la villa de Hontiveros, residená
también de algunos hidalgos de buenas familias;
mas como la mujer participaba de la arroganas
del marido y presumía de Condesa de Monleó:.
desdeñaba el trato de las otras, y ni aun se digca
ba dirigir la palabra á las que en otro tiempo d:?
tinguía con su aprecio. Por esto, todas, bástala;
casadas con primos de Pedro de Hontiveros, mv.-
muraban contra ella, y del desdén por una para
y. de los ultrajes por otra, engendróse poderosoil
monstruo de la envidia. Ocurrió por entonce;
que habiendo dado á luz la mujer de un primo
de Pedro, fueron á visitarla, como es costumbre,
muchas de sus convecinas, y entre ellas Isabt
Cotigna (noble portuguesa que vino desde Castro'
nuevo, lugar cercano de que era Señora), lacea
la amaba mucho, porque el marido de la enferrai
militaba á las órdenes del suyo, llamado GilM
Vivero, hermano de Juan de Vivero. Hallábasee
la cámara la mujer de Pedro, y al entrar lapM'
tuguesa recibióla con altanería y la dirigió u»1
desdeñosa mirada. Irritáronse las demás; fuécu11'
diendo la murmuración hasta llegar al ultra)6'
al fin vinieron las quejas de la injuriada y ^ 4
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 27

recien parida á oídos de Pedro, que agravó el mal


haciendo suya la necedad de su mujer. De aquí se
oriainó una conspiración contra él que supo á
tiempo, pero que despreció, respondiendo loca-
mente á los que se la revelaron que ni los mis-
mos Peyes se atreverían á maquinar contra él se-
mejante delito. Poco después vino de Arévalo á
Plasencia a visitar á su mujer; mas no curándose
de ios avisos de sus criados que le aconsejaban se
guardase de las asechanzas y llevase buen golpe
de caballos al pasar cerca de Castronuevo, antes
despreciándolos y aun riéndose de sus temores,
vino á precipitarse en su ruina, porque le salió al
encuentro Gil de Vivero, y antes de que pudieran
socorrerle los criados que le seguían, atravesóle
con su lanza Juan Gutiérrez, primo suyo y mari-
do de la parida, por vengar la ofensa hecha á su
mujer. Pccos lloraron este repentino ca: tigo ve-
rificado el 18 de Marzo, y en cambio causó á m u -
chos extremada alegría.

La desastrada muerte de Garci Méndez de B a -


dajoz, temible partidario de D. Enrique, ocurrida
en el mismo mes, demostró también que los há-
bitos perversos acarrean á los inicuos un fin des-
dichado. Huyendo de la persecución de la Her-
mandad salió el citado Garci Méndez deVillava-
querín y entró en tierra de Burgos; más no cambió
ie conducta por mudar de lugar, que allí cometió
multitud de daños y con sus estragos y correrías
irmó á ios pueblos hasta la desesperación. Nadie
se atrevía, sin embargo, á reprimir sus atropellos,
' aun de palabra, porque casándose con la hija
e Uno de 'os principales del país, llamado Ladrón
128 A . DE FALENCIA

de Leiva, se había ganado el favor de alsu» I


Grandes^ y á la sombra de aquel parentesco
temía por los crímenes perpetrados, ni se ¡ b j |
mano en cometer otros nuevos. E l último fuéi
gero á su juicio; grave si hubiese podido prevés-i
lo futuro. Cayó en sus manos un mercader^
Burgos, y llevado á las profundidades del bosque
compró su libertad con la promesa de pagar i
rescate. Dio su aprobación al trato Garci Mej.
dez, que aunque traidor, ordinariamente aceptah
la palabra del prisionero de pagar en día deter-
minado, y cuando éste llegó, él mismo fuéáli
ciudad á fin de que, sabedor el mercader de qn
estaba allí para exigir lo convenido, no retrasa
un momento la entrega del dinero. A l efecto,en-
vióle una carta avisándole que aguardaba enei
arrabal el cumplimiento de la promesa. Leyólaci
mercader, y lleno de pesadumbre y de indigr»
ción, guardó silencio un instante; mas cuandoe
portador del aviso se hubo alejado, volvióseásus
amigos y les dijo: «¡Oh tiempos de perversidades
»que las deudas no se pagan y lo indebido se exg ie
»públicamente en el plazo señalado por los ladro-
»nes!» Esto no obstante, contestó por medio del
mensajero que iría inmediatamente á pagar 1
rescate. Entretanto sus amigos, sin participárselo,
dan aviso á la Hermandad de que el famoso ladro:
Garci Méndez de Badajoz se halla en el arrabal
Acuden los cuadrilleros á prenderle; él atemori-
zado, y previendo que todos los caminos estanaB
ocupados por la caballería, se refugia en el magní-
fico monasterio de San Juan, extramuros ^ ls
ciudad. Cércale sin tardanza la multitud; los m
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 29

¡osos ni se atreven á defender el sagrado en fa-


vor de un ladrón tan temible, ni á cerrar las puer-
tas Entra furiosa la multitud, sácanle del conven-
to y sujetan inmediatamente con cuerdas al ca-
dalso al famoso salteador que hacía tanto tiempo
había merecido la muerte. Mientras tanto, el obis-
po de Burgos, D. Luis de Acuña y el Alcaide de la
fortaleza, asegurando que se había presentado allí
bajo la fe del seguro por ellos concedido, quisieron
libertarle; mas temiendo la resistencia, llamaron á
las armas á muchos criados y cómplices, amena-
zando con la venganza de su forzada perfidia. Y a
el pueblo confuso comenzaba á arrepentirse de lo
hecho, y muchos para no ser vistos de los que
acudían buscaban donde esconderse, cuando ob-
servándolo cierto García Nieto, infatigable perse-
guidor de los facinerosos á quien éstos habían
cogido en una emboscada y cortádole los dedos
de ambas manos, exclamó: «Miserables ciudada-
»nos, ¿no os atrevéis á dar muerte á ese verdugo
»ahí agarrotado que si escapa de nuestro podar
»desrruirá nuestra ciudad y os hará sufrir toda
»suerte de tormentos?» Dicho esto, apoyó contra
el pecho con sus manos mutiladas el mango del
puñal que no podían estrechar; dirigió la punta
sobre el estómago del delincuente atado y, empu-
jando con su cuerpo, le atravesó las entrañas. Eje-
cutada esta notable hazaña, se mezcló entre la m u-
chedumbre atónita, y marchó á buscar más segu-
ro asilo. Llegaron luego los que se habían armado
Para libertar á Garci Méndez; pero hallándole
muerto, no les quedó más que hacer sino p.epa-
rar su entierro y buscar al matador. No pudiendo
cxxvii o
l3o A. DE FALENCIA

encontrarle á pesar de exquisitas diligencias, arr


saron su casa, con general asentimiento, v le J
taron sus bienes, que no eran pocos. Más tarde
arrepentidos sus conciudadanos de tamaña inS
titud, para perpetuar la memoria de taninsiaJ
hecho y en justa compensación de su perdidil
fortuna, le señalaron por acuerdo del comúnunil
renta anual para él y para sus herederos. No qu;.
so, sin embargo, volver á Burgos, y se fuéávivirl
á Dueñas, en tierra de Paiencia, donde, ayudado1
de su ingenio asaz industrioso, supo ganarse nue
va fortuna, á pesar de la mutilación de sus manos.
Este hecho procuró nuevamente á la Herman-
dad tanto crédito y pujanza en las dos Castilas
y en Galicia, que á la junta celebrada en Tordesi-
lias acudieron mil ochocientos caballos, y sobr;
aumentarse diariamente este número, contak
con recursos suficientes para sostener con bueai
soldada hasta tres m i l . Considerando su gra:
poder, asi los de D. Alfonso como los de D»
Enrique trabajaban por tenerla de su parte,|
para ello se juntaron en la aldea del puente I
Valdestillas, á principios de Abril del mismo al
el maestre de Santiago, el arzobispo de Toledo1
el obispo de Coria, en representación de D.Al-
fonso, y además el Almirante y el conde de Alto
á fin de buscar entre todos el medio de gai*
la para su causa ó penetrar al menos sus inten-
ciones, protestando en forma de derecho si p
caso trataban de perjudicar en algo á la con»'-
E n aquella junta supieron los citados Grandes
muerte de Juan de Padilla, adelantado deCast'-
noble y virtuoso caballero, por cuyos mérito»-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV l3l

rey D. Juan le nombró en su testamento 33^0 de


D.Alfonso, y como aquel Monarca, amaba tan
entrañablemente á este hijo suyo, no es extraño
que se tuviese á mal augurio la muerte del Ade-
lantado.
CAPÍTULO VIII

Entrega de Jimena. — Sedición de los nobles de


Sevilla.—Intimación que la Hermandad les hi%p
acerca de la mala ley de la moneda, y su res-
puesta.

a dejo dicho con cuánta perseverancia el


Duque de Medina Sidonia, D. Juan de
Guzmán, tuvo cercada la guarnición de
Jimena, y para observar el orden debido en los su-
cesos debo ahora añadir que la villa se rindió el
día 2 de Mayo de este año de 1468.
Mas para que el ánimo del Duque no se abrie-
se demasiado al gozo, inmediatamente después de
este fausto suceso, la fortuna, por uno de sus fre-
cuentes cambios, le acarreó un grave trastorno.
Tenía el Duque una hija bastarda que deseaba
casar con Fernando Arias de Saavedra, hijo del
difunto Juan de Saavedra, valiente caballero de
quien ya hice mención, y aunque aquél conside-
raba feliz y ventajoso el enlace, no quiso c o n -
traerle sin consentimiento de su tío Gonzalo de
Saavedra, Comendador mayor de Montalbán, á
cuya voluntad y consejos obedecía. Este se halla-
ba profundamente resentido de la ofensa y daño
tusados á su primogénito Fernando Arias el pri-
I 34 A- DE P A . L E N C I A

mer año del reinado de D. Alfonso por la m,


intención del Duque, quien por complacer alcor
de de A r c o s , D . Juan Ponce, enemigo delt-•
Saavedras, olvidado de los vínculos de afea
que le unían á tan fieles servidores, y conp^
texto de apaciguar el tumulto que causóenSt-
villa la herida de D. Manuel Ponce, procuró ir
prisión de todos los Saavedras, mientras el Con-1
de, fuerte con la decidida amistad del Duqut,
trabajó en la ruina de aquella familia, principal-
mente por ser el primero partidario de D. Enri-
que, y ésta de D. Alfonso. De aquí se originó im
sedición y universal trastorno entre los sevilanos;
el incendio de la casa de Fernando Arias deSaü-l
vedra, primogénito del Comendador Gonzalo,;
el confinamiento de sus parientes á la villa de Ai
cala de Guadaira, por lo cual el Conde, vieniit
crecer las disensiones y recelando la reconcilia
ción de los Saavedras con el Duque, le exií.
juramento de que jamás se reconciliaría con ellos.:
y él se obligó con igual solemnidad á no admitif-
les siquiera á su conversación sin expreso conset
timiento del Duque. Mas el sagaz Gonzalo deSa-
avedra, ansioso de venganza, viendo algún tanti
calmado el encarnizamiento, buscó cautelosa'
mente al conde de Arcos, y tratando de astutc*
astuto, firmaron entre sí pactos de reconcilia*
y parentesco. Cuando ésto llegó á oídos del Duq*
hombre bondadoso y confiado, avisó al Conde
lo que había oído á muchos por medio delDoCl
Juan Rodríguez, médico muy de su afecto )
quien consultaba sus resoluciones, y le acon->
no quebrantase tan sólida amistad. El w
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 35

•omo sagaz y diestro en disimular y fingir, disipó


ia sospecha con sus razones y aparentó ratificar
con gran calor lo prometido; mas cuando fué ma-
nifiesta la realización del matrimonio, y por tanto
inútil la excusa, apeló á evasivas más ásperas,
por haber sabido que Fernando Arias se negaba
resueltamente al matrimonio con la hija del D u -
que, y dijo que le maravillaba el enojo de éste,
si llevaba á mal el parentesco de nobles caballe-
ros sevillanos con la familia de los Ponces, unida
por lazos de constante afecto al querer del Duque
y á toda su casa; y como nunca había existido
otra razón para la ruptura entre ella y la de los
Saavedras sino la discordia de los Ponces, basta-
ba y sobraba que el odio se trocase en amistad
para que ambas familias siguiesen la voluntad del
Duque; por lo cual le pedia respetuosamente su
venia, si alguna vez le había sido grata la amistad
de los Ponces. E l Duque, aunque muy fácilmente
se aplacaba, conocía el fundamento de la facción
que se preparaba y la profunda indignación de
los Saavedras por haber él abatido á una familia
ilustre y despreciado su antiguo afecto por u n
amigo falaz y del momento. A esto se añadían
las^ sugestiones de su hijo, D. Enrique de G u z -
man, instrumento de todas aquellas discordias,
tanto más ansioso de vengar cruelmente la perfi-
dia cuanto más había trabajado antes por la rui-
na de sus antiguos servidores. A las quejas suce-

ó la disensión que, empujando los ánimos de


unos y de otros á la guerra civil, empeñó á toda
c'udad de Sevilla en esta porfía, no tardando en
reunirse sediciosamente, ocupar armados y á toda
íáe Á . DE P A L É N C I A

prisa los templos, meter gente en las torres yas


gurar cada bando las puertas de la ciudad com'-
el otro. Era dueño el Conde de Arcos de tres I
tuadas en un ángulo reducido de la población »|
así se adelantó á ocupar la iglesia de San Pedro •
paso más fácil para los lugares de su partido, v
con la mayor diligencia que pudo opuso sus es'.
casas fuerzas á las numerosas del Duque. Estas I
tomaron inmediatamente la casa contigua al ten>
pío, y atendida la proximidad de ambos puestos
fué milagro no trabarse la lucha que, á haber
sido aquel día, habría causado seguramente en la
ciudad daños incalculables. Pero la misericordia I
divina, compadecida de su desgracia, contuvo la j
lengua de los armados para que, contra su eos-1
tümbre, ninguno despegase los labios hasta que
un maestresala de D. Alfonso, llamado Pedrode
Silva, que en Sevilla moraba, sosegó el inminente
tumulto y arregló las diferencias en virtud dt
ciertas capitulaciones que, si bien produjeron más
tarde abundante cosecha de males á causa de la
zizaña oculta en los ánimos, por el momento fus-
ron de gran socorro, retardando el peligro.
Después de este debate entre los dos nobles, la
Hermandad popular, sin relaciones hasta entonces
con los andaluces, pero que en aquellos días había
sabido reducir al límite del deber á muchos pode-
rosos de la provincia de Toledo y de las limítrofes
de Castilla y León, creyó obligación suya, ya I11
fuese imposible corregir en breve plazo todos tó>
abusos, oponerse al menos á que siguiese adelas-
la adulteración de la moneda, y para ello env'
mensajeros á intimar á los sevillanos que
CRÓNICA DE ENRIQUE IV I 3/

"asen otra hasta tratarse públicamente cora


3 alo á las leyes del remedio de las maldades
-"metidas y del arreglo de todas las demás mate-
rias. Los Grandes de la ciudad de quienes depen-
dían los otros oficios de ella no vieron con bue-
nos ojos la autoridad de la milicia; más temiendo-
ofender á sus enviados, contestaron por su c o n -
ducto que acatarían las órdenes del rey D. Alfon-
so á quien de derecho correspondía buscar y
realizar en sus reinos medidas de aquella índole.
Despachados los embajadores con tan seca res-
puesta, el celo de la Hermandad se estrelló en la.
resistencia de los sevillanos.

^JD
*.«
C A P I T U L O IX

Algunos viajes de D. Enrique.—Conjuración de


ciertos nobles contra el maestre de Santiago.—
Reconciliación del Ahnirante con el rey D. A l -
fonso.—Marcha Z).a Isabel á Medina.—Cómo se
pasó la ciudad de Toledo á D. E n r i q u e . — P r o -
digios que acaecieron.

su vuelta de Béjar visitó D. Enrique á


la Reina en Alaejos; pero no estuvo
mucho tiempo en su vana é infructuosa
compañía y marchó á Madrid con el conde de
Plasenciá y el arzobispo de Sevilla, los cuales
abrigando ciertos recelos acerca de la hospitalidad
que allí tendrían, quisieron asegurarse de algún
remedio, sobre todo cuando vieron que hasta la
guarnición de la fortaleza acogió á D. Enrique tan
poco pacificamente que, al saber su repentina
Hegada, todos los que la componían intentaron
levantar algún alboroto. Entretanto el conde de
Benavente buscaba medios de venganza contra
su suegro el maestre de Santiago, porque después
• haberle ofrecido espontáneamente el Maestraz-
;o como á persona dignísima para el cargo, y
cuando había corrido todos los peligros de la en-
ia, le había despreciado descaradamente como
140 A. DE FALENCIA

á vano e •insignificante mancebo convinienj


así en ultraje aquella apariencia de honor, m
conseguir su fin unió su causa á la del foJ
y acusó al Maestre de tirano insolente que sól|
había querido sublimar á D. Alfonso para a d
á D. Enrique, y que sobre devastar el reinocoi
la tea de la discordia, ni de nadie se compadeá
ni se acordaba de aquellos con cuya ayuda alca
zó el alto grado de poder que le permitía realiza:!
todos sus caprichos. Presentó como única med¡di¡
para sanar tamaños males la muerte inmediatadü
favorecedor y causa de todos ellos, muy fádlé
ejecutar, (según dijo á algunos celosos partidariíi
del Rey que supo ganarse obligándoles con jun-j
mentó) y que se comprometía á realizar pot sí)
mano, con tal que se hallasen presentes y tomase:!
parte activa en el hecho. Aceptada la proposic»'
los conjurados trataron de la hora y lugar mm
propósito, y una vez conformes sobre todos tal
puntos, sólo restaba la dificultad de guardan
secreto que, atento al número de conjurados;
las costumbres de la tierra, era de temer se descD'
briese la trama. Fueron los cómplices del Conde,
D. Pedro de Guzmán, hermano de Gonzalo 4
Guzmán, señor de T o r a l ; García Manrique, her-
mano del conde de Paredes; D. Diego de Roj^
primogénito del conde de Castro; D. Alvaro I
Estúñiga, hijo del conde de Plasencia, y algí*
otros de la casa de Benavente. Todos ellos busl
han solícitos ocasión acomodada para la rowl
de aquel funesto tirano, y como diariamente «
taba á D.a Isabel y se entretenía conversando i|
las nobles doncellas de su servicio, escogí6--
CRÓNICA DE ENRIQUE IV I4I
esta oportunidad para que el de Benavente, prc-
arado al efecto, le acometiese á la salida de pala-
cio. Mas para que el Rey, ignorante de la trama,
no se sobrecogiera con el repentino alboroto, cre-
yeron deber comunicársela inmediatamente. A p e -
nas lo supo D. Alfonso, aunque fiel guardador de
todo secreto, tembló al considerar las consecuen-
cias del escándalo y de las terribles novedades que
sobrevendrían, y llamando á Diego Merlo, hombre
de su confianza y de la del Maestre, le mandó ir
al punto á avisarle se precaviese contra cualquier
peligro que á la salida de palacio pudiera amena-
zarle. Oyólo el Maestre sin inmutarse y no dio
tampoco indicio alguno de temor cuando con
cienos pretextos acudieron algunos de los suyos,
con los cuales salió del Palacio, y viendo á su
yerno, le dijo: «¿Por qué no entraste, hijo mío?»
Al mismo tiempo, hizo cierto movimiento para
hacer ver que se hallaba prevenido, y descubrió la
espada oculta bajo el manto. Turbóse el Conde;
los demás, pendientes de su arrojo, según lo con-
venido, quedaron inmóviles á la puerta, y cuando
el Maestre montó á caballo, le acompañaron hasta
su casa. En adelante, ni permitió que se le acer-
case ninguna persona sospechosa, ni salió nunca
desarmado; y en sus precauciones y en su traje
dio á entender claramente que, á no acometerle á
cara descubierta, serían inútiles contra él las ase-
chanzas. Mostróse sumamente agradecido al Rey
Por el cuidado que de su vida había tenido y
cometió corresponder á tamaña obligación con
Síi lealtad y servicios de modo que no pudiera
tachársele de ingrato. Desde aquel día no volvió á
142 A. DE F A L E N C I A

confiar en el yerno, ni dijo palabra que ind i


haberse prevenido contra el peligroso trance'»
sado. A los demás conjurados hablaba con J j
sereno; pero retraíase en la oscuridad con lo--?
su mayor confianza, y en altas horas de laño-*
cuando todos se entregaban al sueño, montab:
caballo, recorría los campos, y apeándosea;¡:"
dejándole en guarda de un criado, se echaba^
dormir armado, para regresar antes de amanen
á su casa y descansar otro rato bajo la vigilancr,
de guardias y porteros, hasta que iba llenanfe
de numerosos cortesanos. T a l era la vida azaroi,
y llena de amargura que pasaba el Maestre, odios:
á Dios y á los hombres, para consigo mismo era,
é inhumano; pero más aún para el rey D. Alia
so, de quien se confesaba deudor de inmensa gir
titud, y al que sin embargo mantenía con gK
crueldad en Arévalo, sin que nadie lograra ps-
suadirle á que sacase la corte de aquella vil
cuya residencia hacía tan peligrosa la larga dun-
clon en ella de la epidemia. Pretendía sin dudí
según pudo conjeturarse con justicia, valerset
la pestilencia para ocultar la malignidad des
ánimo, de modo que si sucumbía D. Alfonsos
achacase la muerte á la violencia del mal,no!
sus malas artes. Y deseaba principalmenteesti
muerte el malvado Maestre por haber visto'
Rey decidido al matrimonio con la infanta t
Aragón, D.a Juana, siguiendo la voluntad»
arzobispo de Toledo que solícito trabajaba I
la realización de aquel acomodado enlace, a <f
antes siempre se había opuesto D. Alfonso, s
cido por los engaños y artificios de los conse) •'
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 1^3

estos intencionadamente á su lado por el inicuo


Maestre.
A esta sazón, pesaroso el almirante D. Fadrique
del adusto ceño que había manifestado en algu-
nas ocasiones á causa de la maldad del Maestre,
v no queriendo aparecer más tiempo hostil, v o l -
vió á su natural franqueza y prometió nueva-
mente al Rey fiel ayuda y eterno acatamiento,
más que todo por verle inclinado al matrimonio
con su sobrina.
Quiso por entonces la infanta D.a Isabel visitar
las ferias de Medina del Campo y fueron acompa-
ñando á la ilustre doncella su hermano D. A l f o n -
so, el arzobispo de Toledo y el obispo de Coria.
Al llegar á San Pablo de la Moraleja, el conde de
Benavente que allí residía con su mujer y su sue-
gra, salió al encuentro y se agregó á la comitiva de
los nobles, mientras el Rey regresaba apresurada-
mente á Arévalo para aguardar allí á su hermana.
En tanto la Hermandad, reunida en_numerosa
junta, trataba en Valladolid del remedio futuro
de las cosas, cuando vino á trastornar todos los
planes la defección de Toledo, ya infamada por
tan frecuentes apostasías. A mi juicio, cayó aque-
lla ciudad en tan funesto hábito por la maldad de
los Reyes, que con su perverso gobierno, mejor
dicho, con la corrupción que en todo introduje-
ron, inspiraron osadía á los vasallos, y acarrea-
ron humillaciones á la corona. A D. Alfonso, sin
embargo, excusábanle sus pocos años. Cinco no-
bles tenían el gobierno de Toledo: el conde de
Cifuentes, D. Alfonso de Silva; D. Pedro López
^ A.yala, alcalde mayor; el mariscal Payo de R i -
144 A . DE F A L E N C I A

>bera; D. Fernando de Ribadeneira, muy qUeS


en otro tiempo de D. Alvaro de Luna, y Lo¡J
Estúñiga, nieto de D. Carlos, difunto Rey dev|
varra. Todos ellos desde el principio, y aun •I
tes de la exaltación de D. Alfonso, movidos p--;
cipalmente por ver á los ciudadanos, al puebV
á personas de toda condición decididamente M
nados en favor suyo, habían hecho jurameír,
como soldados y como cristianos de servirlet!
acatarle lealmente; ofrecídose á arrostrar cu¿|
quier peligro, y afirmado que aunque los vasallo!
todos y la nobleza en masa le abandonasen, ja.
más vacilarían ellos en su fidelidad á D. Alfond
porque, decían, los cinco se hallaban poseídos i
tal constancia, que ni los estímulos de la anit
ción ó de la avaricia, ni la fuerza de la desgta-
veía podrían quebrantar su firmeza. Puedo di;
segura fe de estas sus promesas porque, al pasa;
por aquella ciudad, me llamaron y anteraia
ofrecieron á cumplirlas todas, cual si conside»
sen digna 'su constancia de mi testimonio, H
luego la envidia penetró en sus corazones, vi
los cinco, tres se pasaron al bando contrario,»
vidos por sugestiones de D.a María de Silva, n*
jer de D. Pedro López de Ayala, la cual, ejei-
citada en el mal desde niña, había conserva
hasta su edad provecta resuelta inclinación ás
liviandad. Dirigía al marido á su capricho Jg*
bernábase ella por el de las hechiceras y pof
imposturas de moros y judíos que la aseguraba:
llegaría á ser señora de Toledo. Con tan hala»
ños presagios llenóse de soberbia aquella mu)6
sensual, y comenzó inmediatamente á essm
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV l^S

n Enrique a enseñorearse de la ciudad acusán-


dole de apatía y halagándole con la mayor facili-
dad de poseerla, por ser tantos los enemigos de la
dicha de D. Alfonso, á causa de haberse opuesto
á confirmarles en la posesión de los bienes mue-
bles tomados á los conversos y de los inmuebles
de que se habían hecho dueños después de su des-
tierro. También creyó favorable á la defección de
la ciudad el odio de los moradores al maestre de
Santiago, cuya hija, la condesa de Medellín, esta-
ba casada con el conde de Cifuentes, favorecedor,
como dije, de los conversos, por lo que ambos
cónyuges eran aborrecidos de los ciudadanos y
de la plebe. E l mariscal Payo de Ribera, aunque ¿¿b-—"^
hombre íntegro, no era bien quisto de los t o I e d a - j ^ L w ^ '
nos,por serdecidido partidario del Maestre. A L o p f g * !
de Estúñiga tampoco se le consideraba hostil á l o |
que preparaban la rebeldía, porque su primo el;
conde de Benavente seguía ya á D. Enrique, y en
cuanto á Fernando de Ribadeneira teniásele por
muy inclinado á realizarla, á trueque de que su
humilde nombre sonase siquiera en aquel hecho,
aunque tan deshonroso.

Cont-ando con tales auxiliares, y por consejo


del obispo de Badajoz y de Fernando de Ribade-
neira, D.a María de Silva llamó á D. Enrique para
que intentase levantar en su favor la ciudad. L l e -
> sin conocimiento de ninguna otra persona á
Toledo y se ocultó en el monasterio de San Pe-
ro mártir; pero el rumor de su llegada voló por
as partes, y descubierto su escondite, corrieron
renderle allí los ciudadanos con tan repentino
"^pulso, que los Grandes, cómplices de la felonía,
cxxvii m
146 A . DE F A L E N C I A

no pudieron rechazar abiertamente á la rruM


dumbre, y por todo remedio hubieron de prot«
tar de su inocencia y excusar la tentativa de don
Enrique como natural en quien aspira á la rea
peración de su perdido señorío, añadiendo quepa.
recia vergonzoso poner las manos sobre el m
fué su soberano, siendo bastante y aun sobrado
obligar á salir de la ciudad al infeliz que habii
tenido á dicha vivir en ella oculto, prefiriéndola-
rir allí desastradamente á vivir libre en otrapartt
Siguió un momento de silencio, y entonces sali
D. Enrique, precedido por los que dirigieronk
empresa; mas cuando estos malvados observatoi
que la multitud callaba, volvieron á acusar ato
ciudadanos por su mal acuerdo al no aproveclií;
tamaña oportunidad como la suerte lesofredr
¿onociendo además la gran severidad del reydoil
Alfonso, inflexible aun en circunstancias criticas.;!
que se negaba á concederles su favor á pesar¡¡1
haberse sometido á su autoridad real á impute»
de la obediencia, no de la necesidad. Aseguraba
que claramente se conocía en muchas cosas8
maldad del Maestre, siempre empeñado en angK'
tiar á la ciudad con estudiadas acusaciones de
Utos para que al cabo, reducida á implorar
sericordia, le llamase como á su libertador. Ta
pudieron sobre el ánimo de los toledanos est*
emponzoñadas razones de los traidores, t
sus conciliábulos comenzaron a elogiar el c(#
jo é inclinarse al bando contrario. Los más^
tantes en la fidelidad, cuando conocieron
disposiciones, se refugiaron en la catedral, n01"
yéndose ya capaces de luchar con sus c
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 147

danos. E n tanto, sabedor D. Alfonso de la prime-


ra entrada de su hermano en Toledo, envió allá
á Diego de Ribera, hijo de Payo de Ribera; pero
ya D.Enrique, llamado nuevamente, era dueño
de la ciudad, había hecho perecer entre tormentos
á algunos ciudadanos, guardadores de la lealtad,
y reducido a su obediencia á los demás; parte, i m -
pulsados de su grado á la rebeldía, parte someti-
dos á su pesar por repentina violencia. L a noticia
dejó suspenso entre el gozo y la tristeza al Maes-
tre, que ni deseaba ver á D. Alfonso en pacífica y
feliz posesión del trono, ni podía felicitarse de que
D. Enrique se hubiese enseñoreado de la ciudad.
Varios cometas que por aquellos días se obser-
varon hicieron temer á las gentes la proximidad
de algún grave peligro. E n tierra de Sevilla, en la
aldea de Pilas, vieron los labradores sobre la for-
taleza tres águilas que, después de luchar largo
rato, cayeron al suelo. Fueron á cogerlas y en-
contraron una muerta; las otras dos, llenas de
heridas, sólo la sobrevivieron una hora; todas te-
nían el corazón partido en dos pedazos. M a r a v i -
lló á los que le presenciaron aquel caso, ocurrido
por el tiempo en que todos, pero principalmente
los partidarios de D. Alfonso, andaban admirados
de lo acaecido en Toledo.
c
CAPITULO X

Diversos pareceres de los que estaban en Arévalo


con D. Alfonso.—Dolorosa muerte de este Mo-
narca.—Infortunada situación de su hermana
£).a Isabel.—Retirase á la ciudad de A v i l a .

ran pesar causó á todos los partidarios de


D. Alfonso la rebelión de Toledo en f a -
vor de D. Enrique, y muchos se mostra-
ban en gran manera irritados contra los condes
de Plasencia y de Benavente, á quienes, aunque
amigos, al parecer, del primero, no se les creía
inocentes en el hecho, y se les acusaba de tal cul-
pa y de haber dado al olvido el decoro propio de
la verdadera honradez ó nobleza. Con esto no se
ocurría el oportuno remedio; pues mientras unos
aconsejaban la inmediata marcha de D. Alfonso á
Toledo, otros preferían menos precipitadas reso-
luciones. Todos alegaban en pro de su parecer ar-
gumentos valederos, pues los primeros querían
evitar que las murmuraciones sobre la pérdida de
la ciudad corriesen largo tiempo sin explicación
favorable á D. Alfonso, para que no se achacara
á impotencia del partido y á ligereza del pueblo.
Decían, además, que siendo fácil sujetar al de
oledo con las correrías de las guarniciones cir-
cunvecinas á devoción del Arzobispo y del Maes-
15o A . DE F A L E N C I A

trej el mismo aprieto reduciría á la obediencia-


D. Alfonso á los ciudadanos rebeldes, y 0freÍ
ría gran libertad de acción á los leales; sobre ¡J
los cabezas de la rebeldía eran hombres cobarM
y los partidarios de D. Alfonso fuertes y arrod
dos, pues los más ricos y poderosos de los Gran.1
des no habían incurrido en la nota de apostasía
P o r último, añadían que era evidente qus miet-
tras D. Enrique iría perdiendo cada día más en k
consideración del vulgo incauto, el recuerdoé
D. Alfonso había de ir ganando mayor autoridai
al contemplar la conducta de su decaído adversa-
rio; por lo cual debía acudirse en auxilio de k
leales para confundir á los enemigos todavía v-
cilantes. Por el contrario, los que así no peí»
ban aducían la mayor vergüenza que resultaá
si la expedición era infructuosa, y cuánto ú
perdería la causa de D. Alfonso si se volvíasit
victoria que si se disimulaba el contratiempo su-
frido, por lo que antes de arrojarse en tan pt
grosa corriente, convendría tentar todos los va-
dos. Vino á interrumpir estos debates un mer»
jero de Perucho que, convencido de lasdispos;;
nes de D. Enrique, ingrato para todos sus lea-:
servidores, más hostil para él á causa de lasac- j
saciones de la envidia, volvía con nuevo cariño i
su antiguo afecto á D. Alfonso. L a esperanza í
ocupar la fortaleza de Madrid aplazó la expe¿'
ción en socorro de los toledanos; pero lademc-
no perjudicó á la consideración de D. Alfon)-
porque los secuaces de D. Enrique se ensañad
con el pueblo, y no sólo ofendían á muchos c»
dadanos con ultrajes, sino que aterrorizaban^-
CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV l5l

demás con las muertes que hacían sufrir á algu-


nos. Ocurríase también á la mente de todos el re-
cuerdo del rey D. Alfonso que poco antes había
hecho aparecer la alegría ante sus ojos y que os-
tentaba en su persona indicios manifiestos de
real magnanimidad con resolución de observar
fielmente las leyes para remedio de los pueblos,
largo tiempo vejados por la maldad y corrupción
deD. Enrique. Tampoco pasaba inadvertida la ex-
clusión de los personajes de más valía, y el poder
que disfrutaban los de peor nota, así como la li-
viandad de D.a María de Silva que, sobre la sen-
sualidad del sexo, vivía entregada á excesos que
ponían en peligro á la ciudad. Y si su ánimo fué
oponer males á males, ya habían comprendido
claramente que habían aceptado los peores y des-
echado los más tolerables que se confiaba corre-
giría el buen rey D. Alfonso; pero que D. Enrique,
llevado de su natural perverso, había de alentar,
pues siempre había fomentado, y se comprendía
continuaría fomentando la liviandad, la licencia,
la descarada tiranía en los reyes, y otros infinitos
abusos vergonzosos de citar. Así pues, los tole-
danos confesaban que ellos mismos, á modo de
los perros, habían vuelto á tragar lo que vomita-
ron y demostrado que los motivos alegados para
justificar sus antiguas apostasías debían achacar-
se á vicio é infamia ingénita en ellos, pues habían
olvidado las censuras lanzadas contra D. Enrique,
cuando vilipendiaron su memoria antes de la exal-
tación de D. Alfonso, y después de ocurrida, para
excusar su justísima defección, se mostraron aun
más enérgicos y arrojados en su odio á la licen-
[52 A . DE F A L E N C I A

ciosa conducta del abyecto soberano. Todo e-


andaba ya en boca de los ciudadanos quecarec\
de autoridad para elogiar ó para deprimir, dese-
que entre otros errores y veleidades vergonzosa"
se habían sometido al arbitrio de tres ó cuati»
hombres conocidos por su ninguna inclinados
á la justicia, y al de una liviana mujer, rodeada
de hechiceras, agoreros, moros y judíos que po-
sugestión del mismo D. Enrique y de sus secua-
ces añadían maldades á maldades, inventaban va-
ticinios, imbuían falsa credulidad en aquel ánmio
relajado, y echando mano de todo género deinfa.;
mias, trabajaban porque la suerte de la ciudad,!
gobernada por el engaño, corriese á una pérdida
segura. Angustiado el corazón de los toledanos
con quejas de esta índole, diputaron secretaraeD-
te algunos sujetos probos á que descubriesen al
rey D. Alfonso sus sentimientos.
Otros dos nobles desterrados de la ciudad é m
cantes de su apostasía procuraban también qo¡
aquél se presentase allí. E l maestre de Santiago
por su parte, con pretexto de recobrar á Toledo,
preparaba una expedición para ocupar al paso li
fortaleza de Madrid, como había hecho emplean-
do otros ardides con la de Segovia, dispuesto á uti-
lizar en provecho propio el afecto de Perucl»
hacia D. Alfonso para quedarse con la primera,
en daño del Alcaide, á quien antes- había expul-
sado de la segunda. Iba, pues, urdiendo nuevas
tramas por medio de sus agentes el conde J *
condesa de Plasencia, y de su propia mujer) '
Marquesa, intachable en todo lo demás, pero 6° *
obediencia á su marido tan solícita, que no retrot
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV l53

día ante ningún engaño por dificultoso que fuese.


Por muchos y muy ciertos indicios se conoció, y
los resultados vinieron también á demostrarlo, el
deseo del Maestre de que la peste arrebatase á don
Alfonso. Por eso inventó falsos motivos para ir
prolongando la estancia en Arévalo, donde por
espacio de tres meses diariamente hacía sucumbir
el mal niños y mancebos. Cuando al cabo convi-
no marchar á tierra de Toledo y vio que toda la
corrupción del aire era impotente para dañar á
D. Alfonso, recurrió á la acción más eficaz del
veneno, porque ya, según luego se conoció, tra-
bajaba por la causa de D. Enrique. Juzgo yo
autor de este crimen al citado Maestre, así por
los indicios de su vida anterior, como principal-
mente por lo que voy á referir. Salió de Arévalo
el rey D. Alfonso con su hermana D.a Isabel
el 3o de Junio, y llegó antes de anochecer á la aldea
de Cardeñosa, á dos leguas de Avila. Entre los
demás platos presentáronle una trucha empanada,
manjar á que era muy aficionado. Comió el des-
graciado joven gran parte, y al punto se sintió
acometido de sueño pesado y se fué á acostar sin
hablar palabra. A medio día del siguiente aun no
se había levantado, contra su costumbre, y en-
tonces los de su cámara se acercaron al lecho, le
llamaron, tocaron su cuerpo y, viendo que no
respondía, prorrumpieron en grandes clamores.
A los gritos acudieron el arzobispo de Toledo, el
maestre de Santiago y el obispo de Coria con la
desdichada hermana del enfermo, y como no con-
staba á las preguntas que se le hacían, regis-
raron su cuerpo y sólo en el sobaco izquierdo
I 54 A- DE PALENCIX

hallaron alguna señal de sensibilidad doloros,


aunque la glándula no estaba hinchada. Llamów
inmediatamente al médico que, admirado de I
pérdida del uso de la palabra, recurrió á la sar,
gría; pero no salió la sangre ya coagulada. Ade.
más el entorpecimiento de la lengua y lo newc
de la boca señales eran de un virus diferente de
de la pestilencia, y ni por las picaduras de a ls
agujas en las piernas y brazos, ni por los conti-
nuos sacudimientos de los que le rodeaban pude
conocerse el menor indicio de hallarse atacado I
ella. Faltos ya de todo recurso los que amabas a.
ilustre Soberano, pusieron la confianza en pr:
mesas refigiosas para alcanzar su salud. Hadar,
unos voto de encerrarse perpetuamente en 111
claustro; otros de observar durante seis mests
riguroso ayuno no tomando por todo alimente
sino una corta cantidad de pan, si su señor st
libraba de la muerte: los nobles recorríanla!
iglesias de las cercanías con las espaldas desnudas,
y se desgarraban las carnes con disciplinas, me in
tras por otra parte los sacerdotes invocaban e:
sus oraciones la misericordia del Rey sup
Difícil sería referir el sinnúmero de votos y ¡
sas diligencias de la afligida muchedumbre míen
tras quedó alguna esperanza en el divino auxil»
A l fin hubo de reconocerse la inutilidad de todas
aquellas súplicas al cielo, porque el santo mancebe
entregó su alma inmaculada al Señor el 5dei*
de 1468. Vivió Alfonso XII, rey de Castilla)
León, catorce años, siete meses y veinte días, •'
llevó la corona desde el de su exaltación tresa»^
y u n mes. L a tristeza que se apoderó de todos ^
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 55

' ¡tus dominó á los demás dolores; solo el


\Ustre no pudo disimular bastante la partici-
a&a que en el envenenamiento se le atribuía, y
fuella misma noche cenó opíparamente con gran

Se eligió al obispo de Coria para que, con los


criados del difunto Rey, llevase el féretro á Aré-
valo donde fué sepultado el cadáver en el monas-
terio de San Francisco, extramuros de la v i l l a .
Dicese que al mismo tiempo que el Rey espira-
ron muchas personas de diferentes edades en v a -
rios lugares de tierra de A v i l a y de Segovia, y la
mayor parte revelaron á los circunstantes la bien-
aventuranza deD. Alfonso. Sobre todo los niños
al morir afirmaban que subirían al cielo en com-
pañía del bienaventurado rey D. Alfonso, que en
aquel instante dejaba este valle de lágrimas y a
vana pompa del siglo. E l arzobispo de Toledo
llevó en su compañía á la ilustre princesa D.a Isa-
bel, legítima heredera del reino, y se dirigió á
Avila con el maestre de Santiago, en cuyo poder
era ésta prenda muy suficiente para sus intrigas,
wrque el Arzobispo, poco activo en este punto y
descuidado, abandonaba siempre todas las prerro-
gativas del poder á la guarda y discreción de su
sobrino, dando así motivo á que se le creyese
cómplice de las maldades perpetradas. Pero los
^e conocían á fondo el natural de ambos atri-
juian la culpa más bien á la falta de experiencia
dL ad0 que á su maldad' como poco después
dieron conocerlo por multitud de indicios to-
os que observaron con atención el carácter
0 y de otro. También en A v i l a reinaba la
I 56 A. DE FALENCIA

pestilencia; pero como ninguna otra ciudad ofre-


tan seguro asilo para el despacho de los asunto'
hubo de permanecer allí D.a Isabel con el titul
de Princesa heredera del reino, callándose eh
Reina por acuerdo del Maestre y del Arzobispo I
hasta ir conociendo por medio de las cartas I
que se participaba la muerte del rey D. Aliona
el ánimo de los pueblos que en vida le fueros
adictos. Muestra admirable de firmeza ofrecieJ
en efecto en situación tan apurada, porque loran-
do tristemente la muerte del Rey, se afirmaron ej
su perseverancia, y ni granjeó más favor áD. En-
rique, ni sus criados pudieron entregarse atan en-
tero gozo que no se les escapase entre las enho-
rabuenas u n repentino suspiro, augurio de al
infortunada suerte. E l mismo D. Enrique volvió
á caer en el abismo de nueva tristeza; despactó
sus mensajeros para conseguir de los Grandes
obedientes á D.a Isabel que no la diesen título de
Reina, y á las provincias, ciudades y villas enrió
cartas y embajadores exigiéndoles el reconoci-
miento de su antigua soberanía. Nadie sin embar-
go le dio oídos, que ya miraban con horror el
nombre de Rey, indigno de semejante monstreo,
y muchos de los que antes de la muerte de D-Ai-
fonso favorecían el partido de D. Enrique, qot-
daron como estupefactos y, ansiosos de ren^f
acatamiento á la princesa D.a Isabel, acusaban^
Maestre por no permitir que se diese el título»
Reina á la heredera reconocida del reino y s«P|
de la Corona. Finalmente, la tristeza general <•
lió la licencia en el hablar, más libre en todos-
naturales, y el vulgo rústico que, seducido ^
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 67

oarecía antes más favorable al bando


^ E n r i q u e , mostró detestarle como al que
'e aba con la ruina universal. Unos cuantos
Consejados que, inducidos por sus particu-
31 ntereses esperaban el acrecentamiento de
irformna, tina vez que D. Enrique.se veía libre
e su rival, oyeron á muchos que había de ser
tanto más desdichado y miserable, cuanto más
feliz le reputasen los necios; porque tocado por
el dedo de Dios y abandonado de su divino c o n -
sejo, entonces estaría más abatido cuando los in-
sensatos mortales presumiesen tributarle mayores
honores, máxima cierta que demostrarán los si-
guientes anales.

Acaba la Década primera de los Anales de su-


cesos ocurridos en España desde el año 1440
ksta el 5 de Julio de 1468, día de la muerte de
B. Alfonso, fielmente recogidos por el cronista
Alonso de Falencia, pospuesta toda acepción de
personas, según se había propuesto por solemne
juramento.
DECADA II

LIBRO I

CAPÍTULO PRIMERO

¡niroducción. - Prudencia de la princesa doña


habel, heredera del difunto rey D. Alfonso.—
Sentimientos de los naturales.

a dolorosa muerte del rey D. Alfonso


pudo ofrecer á los mortales poderoso ar-
" gumento de la vanidad humana, pues
eran muchos los que creían que un reinado con
tan admirable dicha comenzado no podía termi-
nar por ningún desastre, y que aun en el caso de
un naufragio, había de sobrenadar la nave de
aquel Monarca nacido en la vejez de su padre
para esperanza de los pueblos; arrancado del re-
gazo materno á la muerte de aquél; pero por v o -
'untad del cielo cien veces librado del tósigo y de
^maleficios; en vano prisionero en bien murada
Maleza; ni aniquilado por el poder tiránico de un
l6o A . DE FALENCIA

hermano inicuo, ni víctima de las crueles ase


chanzas de la reina D.a Juana que, como madras,
tra y soberbia mujer, parecía poder ensañarse
contra él á su capricho. E n lugar de esto, al cum.
plir los once años, los mismos naturales, depuesto
todo temor, le habían aclamado por Príncipe
siendo reconocido y confirmado por tal hasta por
el mismo D. Enrique, aunque contra su voluntad
y tras acérrima resistencia, cuando ya se vio aban-
donado de sus antiguos.amigos y completamente
desesperanzado,- al fin llamado Rey por cierta ma-
ravillosa unanimidad de las más importantes ciu-
dades, su poder había ido creciendo de día en día
al paso que se debilitaba el de su adversario. Mas
¡oh buen Dios! engañábanse los mortales al creer
que le estaba reservado á D. Alfonso recorrer lar-
go tiempo aquel camino sembrado de flores; no
penetrando lo profundo de vuestros juicios y
considerando neciamente la providencia del Altí-
simo cuya voluntad es incomprensible, y sus pla-
nes dispuestos ante siglos de siglos á fin de que
los hombres de esta vida transitoria, cual si des-
pertasen á veces del sueño de sus falsos pen-
samientos, se corrijan viendo cómo principios
desconocidos iban encaminados á muy diferente
propósito del que imaginaban. Porque más acer-
tadamente ^alcanza por los efectos algo de las
causas la humilde prudencia acompañada déla
experiencia de los años, cuando la gracia del dis-
pensador de todas ellas ilumina el sano juicio de
algún hombre, y éste no esteriliza la recibida con
la peste de desordenados apetitos. Los dones su-
premos del soberano Hacedor deben tenerse en
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV l6l

ucho y el <lue nlás los est'rna m^5 firmemente


los posee. , . ,
Así pues, podra juzgarse participe de tales gra-
•as ¿ todo el que, rasgando las tinieblas de las
enfermedades, eleve su pensamiento á más claras
reflexiones sobre el misterio de la muerte de don
Alfonso, y por muchos de los pasados deduzca
la causa de algunos hechos actuales, como el de la
misteriosa posesión déla ciudad de Segovia, que no
produjo otra ventaja al rey D. Alfonso, sino la de
que su hermana D.a Isabel escapase de manos de
la iniquidad y pudiera acojerse á parte segura.
Llena de tristeza y abatida por el pesar, luego que
entró precipitadamente en Avila como en busca
de algún seguro para sí y para los suyos, envió
sus cartas á las provincias y ciudades que al di-
funto Rey obedecieron, notificándoles la muerte
de éste su querido hermano, declarándose su le-
gítima sucesora, aconsejándoles que se mantuvie-
sen en su antigua fidelidad y mirasen al bien de
los reinos y lo angustioso de los tiempos, y exci-
tándoles, por último, á manifestar sus intenciones
para que ella pudiera conocer con más claridad la
mente de los vasallos leales. Por maravilla puede
tenerse la unanimidad con que todos, movidos de
puro afecto, convinieron en sublimarla al trono;
masque otros los sevillanos, algunos de los c u a -
les. de largo tiempo inclinados á D. Enrique, ape-
nas supieron la muerte de D. Alfonso, mostráron-
se favorables á la princesa D.a Isabel, excitándola
Mué tomase el título de Reina por derecho hefé-
^ o , olvidados del antiguo odio^ al Maestre,
mPre sospechoso en su acatamiento al rey don
cxxvn
l63 A . DE F A L E N C I A

Alfonso, por ser evidente que cuanto se apartaba


de la senda de la reparación procedía delfocode
su maldad. Por esta causa, si no enemigos, pare-
cían sí poco inclinados á aquel Soberano, por
cuanto el perverso Magnate se escudaba con si]
nombre y autoridad para atrepellar las leyes con
toda suerte de corruptelas. De aquí las quejas de
los pueblos que se dolían de haber caído en ma-
'yores males al abandonar á D. Enrique, dado que
los ministros de uno y de otro suministraban fo-
mento á la tiranía y pábulo á los crímenes, aun
cuando el natural de D. Alfonso dejase vislum-
brar tanta esperanza de remedio como la cons-
tante maldad de D. Enrique hacía desesperar de
todo alivio. Quiso el cielo que todas estas imagina-
ciones se desvaneciesen con recibir á D.a Isabei
por heredera de D. Alfonso, si bien no dejaba de
extrañar la dilación del arzobispo de Toledo que
nada decía de la exaltación al trono y sólo la daba
título de Princesa. Los portadores de las cartas
acallaron no poco las protestas de los puet.te
asegurando que apenas constase la general aquies-
cencia, se la daría el título regio, y ante todo se
sondearía el ánimo de D. Enrique y la reciente
estupefacción ó maldad de los que antes de motit
D. Alfonso habían torcido el camino de la verdad.
Así pues, los sevillanos pública y unánimemente
siguieron el parecer del duque de Medina Sidona
D. Juan de Guzmán, y del conde de Arcos, do:
Juan Ponce de León, que el 18 de Julio de
apenas se supo la deplorable muerte de, D. Alfoft
so, proclamaron á D.a Isabel su heredera en el tro-
no, sostén y esperanza de futuro remedio, an»-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 63

lendo la solemnidad del juramento prestado por


líos y Por sus hiíos ^ herederos respectivos, don
Enrique deGuzmán y D. Rodrigo Ponce de León,
• robustecido por el común asentimiento de los
sevillanos.
Los de Córdoba y Jerez siguieron igual conduc-
ta despreciando las sugestiones del conde de P l a -
sencia que desde Madrid, donde se hallaba a c o m -
pañando á D. Enrique, se esforzaba en traer por
medio de sus cartas á los magnates andaluces á la
obediencia de aquel á quien ya abiertamente se-
guía. Leyólas el conde de Arcos y, lleno de indig-
nación, dijo que mal se compadecían las osadas
sugestiones del.de Plasencia y su reciente conducta
con las palabras y hechos de aquellos días en que
trataba de reducir á prisión á cuantos en Sevilla no
se mostraban ardientes partidarios de D. Alfonso,
acusándolos de enemigos declarados de la lealtad
debida, y obligando á prestar juramento militar
en el monasterio de San Jerónimo á todos los que
creía algún tanto tibios en la causa de aquel M o -
narca; por lo cual, si el de Plasencia no se aver-
gonzaba de tan insólitos consejos, él, por su parte,
no quería torcer su fe y lealtad al capricho del ver-
sátil consejero. Tanto su hijo como el del duque
de Medina, D. Enrique, antes inclinados á D. E n -
nque, siguieron ahora lealmente el ejemplo de
instancia de sus padres.
C A P I T U L O II

Atrevida expedición del conde de Cabra, D. Diego


Fernández de Córdoba y de sus partidarios.—
Diligencia que para resistirla empleó D . A l -
fonso de A g u i l a r .

uy ai contrario de los demás magnates


andaluces, el Conde de Cabra consideró
caso de fortuna para él la muerte de don
Alfonso, cual triunfo indudable de D. Enrique, á
causada los muchos peligros que él y los suyos
habían corrido y sobre todo, del amargo destierro
en que habían estado mientras D. Alfonso de
Aguilar dominó en Córdoba. Deseoso de apode-
rarse de Bujalance, con algunos de cuyos defen-
sores tenía trato secreto para la entrega de la for-
taleza, marchó allá el 26 de Julio con mil caballos
y muchos peones; pero frustróse la traición, y el
Alcaide, cogiendo tres de los soldados que la m a -
quinaban, les hizo sufrir en la horca el castigo de
^maldad. Salió D. Alfonso de Aguilar con q u i -
e t o s caballos y multitud de infantes en socorro
«•los suyos y de los de la villa, por lo general par-
anos suyos,- mas al saber que el Conde desis-
¿j3. su empresa, regresó á Córdoba. Hizo venir
e 'uego algunos caballos de Jaén, y el i.0de
I 66 A. DE FALENCIA

Agosto al salir el sol apareció repentinamente con


mil quinientos y escogida hueste de peones en el
cerro llamado el Viso que, dando vista á Córdoba
se levanta al otro lado del puente. Confiaba en
que, muerto ya el rey D. Alfonso, muchos ciuda-
danos abandonarían á su molesto rival, ocupador
de la ciudad, al ver en las próximas alturas respe-
tables fuerzas; y en Caso que el de Aguilar saliese
á su encuentro con las que juzgase leales, tenia
por seguro que muchos cordobeses que en su co-
razón le odiaban, se atreverían á cambiar el régi-
men establecido; mas si para prevenir el tumulto
se mantenía encerrado con su gente, entonces no
dudaba el Conde que el apercibirse de tales indicios
de temor sería la señal de la lucha entre los ciu-
dadanos. Engañóse en sus cálculos, sin embargo,
porque al punto sacó D. Alfonso de Aguilar dos
mil peones y unos quinientos caballos contra los
enemigos frente á él acampados que esperaban
excitar el tumulto con su sola presencia; pero á
los que bastó conocer su error para que pensasen
en regresar á sus casas, como lo hicieron, sin cau-
sar con su repentina llegada el menor trastorno
entre los de Córdoba. No anduvo remiso D. Al-
fonso de Aguilar en procurarse auxilio luego que
con la noticia de la muerte del rey D. Alfonso,
llegó á entender que el conde de Cabra trataba de
excitar á la sedición á los cordobeses; y así solicitó
la ayuda del duque do Medina y fuerzas de los se-
villanos. Uno y otros consideraron su causa pro-
' pia unida á la común urgencia, y el hijo de aquel,
D. Enrique, obedeciendo órdenes de su padreeim
pulsos de su estrecha amistad con el que p ^
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 167

• corro, quiso llevársele en persona, contando


-on el asentimiento del adelantado de Andalucía,
í) Pedro Enríquez, y el de D. Pedro de Estúñiga,
hijo del conde de Haro. No pudo por la premura
reunir más de quinientos caballos; pero dióse or-
den para que las fuerzas de Jerez y la caballería
délos pueblos vecinos caminasen en igual direc-
ción; y tal celo se empleó en obedecerla, que al
día siguiente de salir de Sevilla ya llevaba el joven
caudillo ochocientos caballos.
En tanto D. Alfonso de Aguilar avisó al de C a -
bra que dentro de tres días podría pelear con él,
porque se proponía llevar á su vista cuantas tro-
pas pudiese recoger precipitadamente, y pocas ó
muchas, acampar con ellas junto á Castro del
Río, prometiendo no regresar inmediatamente,
sino permanecer allí tres días, para que su repen-
tina vuelta no fuese obstáculo al combate. Hízolo
como lo prometiera, mas los enemigos rehusaron
la batalla, y D. Alfonso, de regreso á Córdoba,
envió mensajeros á los de Sevilla agradeciéndoles
su eficaz ayuda; dándoles cuenta de todo lo o c u -
rrido y participándoles cuan grata le sería la vuel-
ta de las tropas, por ser ya inútiles las armas y re-
querirse más bien una entrevista, si ellos la consi-
deraban oportuna. Aceptada la propuesta y seña-
lada Lora para la reunión, verificóse ésta con
gran gozo de sevillanos y cordobeses, y se confir-
ió su amistad con recíproca alianza para a y u -
arse señores á señores y ciudadanos á ciudada-
nos, siempre que alguien trátase de oprimirlos.
«pecialmente entre los jóvenes D. Enrique de
uzmán y D. Alfonso de Aguilar quedó estable-
IDO A . DE F A L E N C I A

cida estrecha amistad que ambos deseaban fue.


se tan duradera que no pudiesen quebrantar sr
lazos los trastornos de los tiempos. Desde allí re'
gresaron unos y otros á sus casas, dejando corÑ
venido que no debía admitirse á D. Enrique.
Por aquellos días un eclipse de luna sumió á ios
pueblos en tinieblas durante tres horas, cual pre-
sagio evidente de futuras calamidades.
CAPÍTULO III

Engaño de que fué victima Perucho.—Fuga de l a


Reina de Alaejos.— Junta de lo-s Grandes en
CüStronuevo y conciliábulos á que dio lugar.

S e d u c i d o en tanto D. Enrique por las i m -


posturas de sus íntimos consejeros,, dejó-
se inducir contra su voluntad al daño de
Perucho, á quien había confiado durante m u -
chos años la guarda del alcázar de Segó vía y del
tesoro allí encerrado, y al cabo de mil rodeos de
perversos consejos, consintió en que la fortaleza
fc Madrid, cuyo alcaide era Perucho, se entre-
gase bajo falsos pactos á Juan Fernández G a l i n -
jb, al que tenía el maestre de Santiago por el
fas querido de los antiguos capitanes de D. E n -
nque, y de quien, juzgando por sus pasados ser-
cios, esperaba éste que había de mantenerse fiel
persona. Mas para evitar que la novedad die-
ocasión á Perucho de recurrir á las armas,
:ó medio el Maestre de que antes de la entre-
•! Alcázar de Madrid confiase en conseguir
«río de la villa y de la fortaleza de San Mar-
Valdeiglesias. Convenida la permuta con
»ento de Perucho, y cuando éste se diri-
luella villa, los perversos capitanes de don
le se apoderaron del infeliz y le acusaron
I JO A . DE F A L E N C I A

•de muchas maldades, asegurando que había s'd I


causa de todas las pasadas desdichas por la pref.
rencia que mostrara por D. Alfonso desde nií
sobre su bienhechor D. Enrique y porque, sabedor
de la ocupación de Segovia, se había hecho cóm.
plice de la alevosía de Pedrarias, dando además
ocasión para que fuesen oprimidos los ciudadanos
cuando vieron que la guarnición del Alcázar se
inclinaba más á favorecer la causa del rey D.Al-
fonso que á resistir los enemigos que invadían k
ciudad. E n vano intentó Perucho contestará es-
tas falsas acusaciones, porque ninguna disculpí
podía calmar ya el ánimo de sus opresores. Mor-
tificábale más que todo la reciente sospecha, an-
tes de la muerte de D. Alfonso concebida, deqne
antes de sorprenderle ésta en el camino, se espe-
raba había de ocupar el Alcázar de Madrid, segúa
la promesa del alcaide Perucho. La verdad de
esta acusación no es cosa bien averiguada. Más
cierta aparece la maldad del maestre de Santiago
que, empleando la calumnia contra los que fiel-
mente tenían las fortalezas por D. Enrique, pre-
paró el terreno para que á costa de su honras
le entregasen con todo lo demás; quiso recobrar
en el concepto de un Rey pusilánime el nom»
de libertador, después de vomitar contra él
más negras injurias y de ser cabeza y princ?1
agente de su abyeción y destronamiento; legoeí!
fin, á maquinar la ruina del antiguo secreta^
del Rey, Alvar Gómez, igualmente que la de '
drarias, aunque se había valido de él como M *
tigador é instrumento para aniquilar á D. I
que, y á pesar de haber confiado desde el P"-'
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 171

. su persona y bienes á la salvaguardia del falaz


--ductor, esperanzado con las mentidas ofertas y
oromesas que más adelante mencionaré.
Ahora, para seguir el orden de los sucesos, refe-
riré los viajes de la reina D.a Juana. Largo tiempo
habla permanecido en la fortaleza de Alaejos bajo
la custodia del, arzobispo de Sevilla, sin poder re-
frenar los estímulos que á sus acostumbrados de-
vaneos amorosos la excitaban, como mujer de
esplendente hermosura y de juventud lozana, con
cuya honestidad, mucho antes combatida por los
rivales de un esposo sólo en el nombre, habían
dalo al c:.bo en tierra, y cuya reputación anterior-
mente sospechosa quedó entre las gentes m a n -
chada desde que se atribuyó la paternidad de su
hija á D. Beltrán, según las acusaciones de los
Grandes y los informes por todo el mundo ex-
tendidos. Legitimado el fruto de esta primera falta
por D. Enrique, instigador y consentidor de todos
aquellos principios de corrupción, la Reina, libre
¿e temor sobre este punto, hubiera podido (con
trabajo sin duda) guardar cierta apariencia de p u -
•M, y con la moderación de su conducta futura
sslvar al menos algún resto de su honestidad per-
í'da; mas prestando asiduo oído á los coloquios
porosos y dejándose arrastrar de su natural i n -
'nado á liviandades, vino á precipitarse en una
leva culpa que por algún tiempo logró mante-
secreta merced al traje que de intento había
ptado tiempo antes. A su ejemplo, todas las
as nobles españolas usaban vestidos de des-'
•ada anchura que mantenían rígidos en tor-
2i cuerpo multitud de aros durísimos, ocul-
172 A . DE F A L E N C I A

tos y c o s i d o s bajo l a t e l a , de suerte que hasta 1-


m á s flacas parecían c o n a q u e l traje corpulem"!
m a t r o n a s , y á todas podía creérselas próximas^
ser m a d r e s . E s t a s ingeniosas precauciones pa'-
o c u l t a r la f a l t a f u e r o n i n ú t i l e s para engañarla
q u e t a n f r e c u e n t e m e n t e veían á la Reina en tac
r e d u c i d o h o s p e d a j e , é n t r e l o s que pronto se susu-
r r ó el e m b a r a z o de esta señora. Y aunque D. En-
r i q u e l a v i s i t ó a l g u n a s veces, n i ella apelaba áesta
c i r c u n s t a n c i a p a r a e x p l i c a r s u estado, ni tampoco.
caso de h a c e r l o , h u b i e r a encontrado quien la diese
crédito (1). D o s eran los q u e la v o z común señala-
b a c o m o rivales en los favores de la Reina, sin que
p o r entonces constase c o n evidencia á cuál de ello-
había de a t r i b u i r s e el h e c h o , á saber: el Arzobispo,
y u n s o b r i n o s u y o , l l a m a d o P e d r o , biznieto del
R e y de este n o m b r e , m u e r t o á m a n o s de D. Enri-
q u e II de C a s t i l l a .

Y a h o r a q u e se ofrece la ocasión, parécerK


o p o r t u n o decir algo de s u o r i g e n . E l rey D.Al-
f o n s o q u e t o m ó á A l g e c i r a s y gobernó con tanta
f o r t u n a los reinos de L e ó n y C a s t i l l a , tuvo en usa
n o b i l í s i m a d a m a h i j o s i l u s t r e s , y en su mujeruK
s o l o , D . P e d r o , q u e le sucedió en el trono y pose-
y ó i n m e n s a s r i q u e z a s ; pero que manchó la diga:-
d a d de la c o r o n a c o n la a t r o z crueldad de la mué:
te de s u m a d r e , de s u m u j e r , de sus hermanos;
de m u c h o s n o b l e s , y v i v i ó siempre devorado corn-
i l ) Bernaldez, Crónica de los Reyes Católicos, af
d i c e : « L a d i c h a r e i n a D.a J u a n a , 2.a muger de) dicho :
E n r i q u e , d i o de s i m u y m a l e j e m p l o , ca se empreñ0
r i ó d o s fijos de o t r o c a b a l l e r o de sangre r e a l , contia»
su casa...»
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 78

una sed inextinguible de verter sangre, según


: f fiera en sus Anales y en los de Aragón. Sació
^humanamente su saña contra los de Teruel y
! os muchos pueblos de aquel reino, mandando
' Q su instintiva crueldad cortar las narices y las
"rejas á los que no tenían más delito que defen-
derse esforzadamente contra ataques inicuos.
Tuvo también este rey D. Pedro varios hijos é hi-
jas en diferentes mancebas, y no satisfecho con no
hacer vida con su esposa D.a Blanca, casta señora
de intachables costumbres, é ilustre por su paren-
tesco con los reyes de Francia, la mandó matar
oara complacer á la manceba á quien amaba con
frenesí. E l rey D. Enrique, su hermano, después
que le dio muerte, vengando así la sangre de los
suyos derramada, sepultó á sus hijos bastardos
en las cárceles, donde perecieron entre cadenas.

De ellos, D. Diego tuvo acceso en la prisión con


una mujerzuela que le dio varios hijos é hijas,
uno deles cuales, llamado Pedro, casó con la her-
mana del arzobispo viejo de Sevilla, de cuyo m a -
trimonio nació el citado D. Pedro, que desde niño
entró en la casa del Prelado. Y a mancebo, é incli-
nado á la liviandad, sus frecuentes coloquios con
la Reina mientras residió en la fortaleza de A l a e -
jos le hicieron considerar como falta bien ligera
'solicitar sus favores. Dispuesta se hallaba ella á
concedérselos, pero recelábase del Arzobispo, ya
-orno su carcelero, ya tal vez como rival de su
'uevo amante; asi que al principio aquellos amo-
0s pasaron casi desapercibidos, para lo que a y u -
Ja no poco la descarada libertad que en sus co-
•oquios con multitud de jóvenes usaban la Reina
174 A- DE F A L E N C I A

y sus damas y que hacía difícil reconocer


tantos enamorados galanes al favorecido dea ^
lia señora. Mas cuando entró en el sépUmo ^ !
su embarazo, comenzó á tratar con D. Pedrod!
salir secretamente de la fortaleza donde era im'
posible tener oculto el alumbramiento, ni enoañ •
á los que en ella moraban. Obligóles á acelerar i-
fuga la reciente llegada de Rodrigo de Ulloa, Fran.
cisco de Tordesillas y Juan de Porras, enviados
por el Rey para acompañar hasta Madrid á Doña
Juana, la cual, atemorizada con la noticia á can-
sa de su estado, no halló pretexto más plausible
para, excusarse de la marcha inmediata que pedir
algún séquito de nobles y que, atendida la dignidad
de su rango, se confiase el encargo de acompañar-
la á dos, ó por lo menos á uno de ellos. En tanto
que volvían al Rey con esta respuesta, D.a Juana
persuadió á cierto Juan de la Torre, criado de toda
confianza del alcaide Luis de Miranda, á que, síd
noticia de éste ni de los demás guardas de la for-
taleza, la permitiera salir de ella con tres de sus
nobles damas portuguesas, Felipa de Acuña, Isa-
bel de T a v a r a y otra, sabedora del secreto, valién
dose de escalas para descolgarse por el muro en
la oscuridad de la noche. Obtenido el permiso, li
Reina con sus damas se descolgó por el adarve,
siendo recibida por su amante D. Pedro que, según
lo convenido,, la aguardaba junto al portillo da
muro inferior, á la sazón tapiado con piedras sin
trabazón ninguna de cal. Apartáronlas proni
mente; penetraron por él y, siguiendo el seníw
de la cava en que asentaban los cimientos, sac-
rón a l campo, donde hallaron á Pedro de Castn'
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 176

jis Hurtado, hijo de Rodrigo Díaz -de Men-


con diez caballos, además de las muías que
taban, y con aquéllos á D.a Mencía de Mene-
uda de Pedro de Silva, natural de Olme-
VI L
]0 y al hermano de ésta (2)... Reunidos todos,
dirieiéronse por orden de la Reina á Cuéllar en
busca de D. Beltrán que allí estaba, y aunque ella
le dio una explicación falsa del motivo de su ve-
nida, no tardaron él y los suyos en apercibirse de
la causa que la impulsara á arrostrar antes el es-
cándalo de la fuga que el peligro de su permanen-
cia en la fortaleza. Cuéntase que como los amigos
deD. Beltrán se burlasen de la ligereza y descaro
déla Reina, y acusasen de imprudencia ál rival
D.Pedro por haberla traido á la casa de aquél de
quien en otro tiempo fué tan querida, recordán-
dole además otros muchos motivos de rivalidad y
resentimiento, D. Beltrán les respondió desdeño-
samente que ya no le inspiraba el menor interés
aquella antigua intimidad, como quiera que nunca
le habí n gustado las piernas de la Reina dema-
siadoflacas.No falta quien diga que la carcajada
en que al punto prorrumpieron los circunstantes
desagradó á muchos;, pero ni de esta respuesta ni
de aquellas burlas se tiene bastante certeza. L o
que sí consta es que la Reina huyó para ocultar
u embarazo; que tuvo por acompañante en el
mino al citado D. Pedro; que se dirigió á Cuéllar
mía citada comitiva y que cuando todo ello
!0 á noticia de D. Enrique, á la sazón en M a -
^Muvo^raVe disgusto.

tó v ' ^ " Mencía de L e m o s ó M e n e s e s .


W ^ n blanco ea el o r i g i n a l .
I76 A . DE FALENCIA

Mientras esto pasaba, el arzobispo de Tol


los obispos de Burgos y de Coria, el maesir I
Santiago y el adelantado de Castilla, Pedro U !
de Padilla, tuvieron una junta en Castronuevv
17 de Agosto de 1468, á la que acudieron luegoe
almirante D. Fadrique y su hermano D. EanJ
Enríquez, conde de Alba de Liste, D. Alfonso
primogénito del primero, el conde de Alba, do,-
García de Toledo, el vizconde de los Palacios v
los procuradores del maestre de Alcántara Gómez
de Solís.

E n el espacio de cinco días que duró esta jun-


ta animó á todos vivo anhelo por encontrar al-
gún término de conciliación que evitase la rui-
na universal con que amenazaba la discordia, v
así se resolvió que para atajar más fáciimen;;
ei m a l , se aceptase la entrevista que los con-
des de Plasencia y Benavente y el arzobispo d:
Sevilla intentaban celebrar con el arzobispo i
Toledo, los obispos de Burgos y de Coria y el
maestre de Santiago, haciendo de modo que lo;
que salieran de Madrid fuesen á Cadalso y los qu;
de A v i l a á Cebreros, acercándose D. Enrique a
¡os primeros y quedando la princesa D.a Isabelr.o
lejos de los suyos. Así se hizo, y el 7 de Septiem-
bre todos se hallaron en los puntos citadci.
aguardando el momento de la entrevista.
C A P I T U L O IV

falaces consejos del Maestre seguidos por la p r i n -


cesa doña Isabel, con grave inquietud del arzo-
bispo de Toledo.— Acto de concordia universal
celebrado en los Toros de Guisando. — Puntos
adonde se dirigieron después los convocados.—•
Ingratitud del Maestre.

.ontinuaba en tanto la princesa doña Isa-


bel en Avila, donde de día en día iba c u n -
diendo el mortal contagio, con lo cual á
los demás apuros venía á aumentarse éste más an-
gustioso que todos por cuanto, fuera del temor
común de sucumbir, nadie en aquellos días podía
indicar residencia tan adecuada para las necesarias
negociaciones como aquella ciudad, fuerte por
naturaleza, de lealtad probada y m u y apropósito
para el despacho de los mensajeros que allí a c u -
lian. Pero los pareceres de los que á la Princesa
empañaban hallábanse no poco discordes; pues
mientras el arzobispo de Toledo pretendía sostener
uealli no se corría el menor riesgo, el Maestre se
orzaba por aconsejar la necesidad de alejarse del
a a8io. En apoyo de sus opiniones presentaban
;su8os, el primero á los clérigos que, por lo
e en los funerales veían, afirmaban que la peste
tacaba á los niños; el segundo á los médicos
cxxvn To
I78 A. DE FALENCIA

que calificaban de temeraria la permanencia


A v i l a , donde el diario contagio ponía en graverie'
go la vida de todos, y especialmente la de laPrin'
cesa. A l cabo de estas controversias se resolvió
llevarla al monasterio de religiosas de Santa Ana
al extremo de los arrabales; pero como parala
guarda del edificio se necesitaban centinelas y
rondas, y no dejaba de temerse algún peligro, la
Princesa, siguiendo el parecer del Maestre, contra-
rio al del Arzobispo, marchó á Cebreros, lugar de
la diócesis de A v i l a , situado entre los bosques
á poca distancia de la ciudad. E n este pueblo,
completamente descercado y desguarnecido residió
algunos días doña Isabel, solamente custodiada
por unas 200 lanzas del arzobispo de Toledo j
por los obispos de Burgos y de Coria, mientrasel
Maestre conferenciaba con los condes de Piasen-
cia y Benavente y con el arzobispo de Sevilla, que
unánimes consintieron en la entrevista del reydoi
Enrique y de su hermana doña Isabel, para lo cual
el primero estaba ya en Cadalso con algunas tro-
pas de su guardia y otras de los citados magnates.
Oponíase al acuerdo el arzobispo de Toledo, es-
forzándose por convencer á la Princesa dequens
debía entregarse en poder de su pérfido hermano
y de los Condes, quebrantadores de toda fe,)'*
guardarse mucho de los engaños del Maestre, os-
tensiblemente inclinado á D. Enrique desde I»
muerte de D. Alonso, y aun en vida de éste*
inconstante, que de día en día se iba haciendo IB'
sospechoso. L a Princesa, sin embargo, se W1
dejado ya convencer por las promesas del a*
que la había asegurado sería única heredera >•
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 79

„ ron asentimiento de D. Enrique; certifican-


trono, i-uu a i •1 , ,
, ¡a además que, aun en vida de su hermano, to-
, [0S derechos de la corona recaerían en ella,
oorque satisfecho éste con el mero título de Rey,
proponíase seguir su inveterada costumbre pa-
sando su vida en sus parques y bosques entre las
fieras; mientras ella, casada con algún podero-
so Principe, podría consagrarse con él á la refor-
ma de las costumbres y á velar por la observan-
cia de las leyes. Ofrecíase además el pérfido c o n -
sejero á prestarla perpetua obediencia y diligentes
servicios y á considerarla por su Reina y sobera-
na, como á la hija legítima y única de D. Juan II,
hermana y exclusiva heredera del verdadero rey
D. Alfonso, por cuya muerte reconocía correspon-
dería el cetro. Añadía por último que aún surgi-
rían después de aquella desgracia más encarniza-
das guerras que las que durante su vida habían
existido, si no se encontraba algún medio de po-
ner término á las turbaciones; por todo lo cual, ya
que el Omnipotente miraba propicio el arreglo de
las discordias, y tan fácil parecía asentar ventajo-
sos pactos á satisfacción de todos, debía la Prince-
a resistirse á la pertinacia del Arzobispo, terco
,or naturaleza y de dura cerviz, y á quien todos
Conocían ocupado en demasía en el empeño de
crecentar su dominio; ó de no hacerlo así, y de
nr sus perniciosos consejos, disponerse á pre-
1Ciar 'a ruina universal de las cosas. A l mismo
ampo 1W con estas razones convencía á la Prin-
trataba de engañar al Arzobispo, el cual la
•«jaba el inmediato regreso á A v i l a , advir-
o'a que debía precaverse contra las asechan-
l8o A . DE FALENCIA

zas de D. Enrique que, siendo aún niña, la habia


arrancado del regazo materno lo mismo que á su
hermano, cuya ruina tantas veces había procura-
do; que había querido tenerla siempre en cornpa.
nía de la Reina para que, corrompidas sus eos.
lumbres con el ejemplo, se hiciese indigna de la
majestad del trono, y que desde su tierna juven.
tud la estaba aconsejando no diese su mano sino
al rey de Portugal, viudo y con hijos legítimos,
proponiéndose así él como la Reina privarla con
tal consejo de toda prerrogativa en los reinos
de Castilla y León y estorbar el venturoso y ex-
celso matrimonio con el príncipe de Aragón don
Fernando, legítimo heredero de tantos reinos,
unión feliz y única ventajosa para España toda,
que también combatían por una parte el maestre
de Santiago, como opuesta á sus intereses y oca-
sionada á su ruina, por pertenecer de 'derecho
al rey de Aragón muchos lugares de su seño-
río y del de los hijos de D. Pedro Girón, difunto
maestre de Calatrava, y por otra los nobles que
habían dejado su partido por el de D. Enrique,y
el arzobispo de Sevilla, temerosos todos de qu
aquel enlace pusiese término á su tiránico des
enfreno, cada día más arraigado á la sombra de^
torpe gobierno del Rey. Por estos motivos la pf-
día y suplicaba encarecidamente que .no desoyese
los votos de las ciudades y pueblos nobleraens
empeñados en su exaltación al trono, como quie"
ra que desde la muerte de D. Alfonso aborrecí
con más vehemencia á D. Enrique, y laPre,
rían, guiados sólo por sentimientos de afecto.
honra.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV ' l8l

Todos estos avisos del Arzobispo escuchó la


jncesa D.a Isabel complacida, y respondió á ellos
con aTadecimiento; pero como su voluntad es-
taba ganada por los razonamientos y promesas
del Maestre, asintió á sus astutos planes. Entonces
él con cenocimiento de la Princesa, pero sin el
del Arzobispo, dispuso se encendiesen hogueras en
derredor por alturas y collados, para que c o m -
prendiendo por ellas los de Cebreros que repenti-
namente les habían cercado las tropas, no tratasen
devolver á Avila ni huir á otra parte. Lleno de te-
mor el Arzobispo al verse así cercado tan de i m -
proviso, envió sus corredores á reconocer qué fue-
gos eran aquellos y cuál el número de enemi-
gos, y al saber que le rodeaban considerables fuer-
zas de caballería, acudió á la Princesa y á los
obispos de Burgos y de Coria en demanda de con-
sejo. La primera, que no ignoraba el caso, se ma-
nifestó sobresaltada y llena de inquietud; pero al
mismo tiempo suplicó al Prelado que para escapar
de aquel trance no apelase á otro recurso, salvo al
parecer del Maestre que fácilmente alejaría el
nesgo siempre que se siguiesen sus avisos; por lo
cual convenía disimular los temores é ir á donde
el quisiese, segura como estaba de que, haciéndolo
I nmgún peligro les amenazaba, antes todo s u -
ía á medida del deseo; sin que el Arzobispo
viese que abrigar el menor recelo mientras v i -
1 «Ha, que en aquella junta había de abogar no
Por su seguridad, sino por el acrecentamiento
de su honra.

dia siguiente ciertos mensajeros instaron á


>s los que en Cebreros estaban á que salle-
l82 A. DE FALENCIA

sen á encontrarse con los que venían de Cadal


so en medio del camino, junto á la venia lia.
mada de los Toros de Guisando, por los que
allí se encuentran tallados en piedra. Aceptada la
entrevista, salieron acompañando á la Princesa el
Arzobispo y los dos Obispos con unas doscientas
lanzas. E n la otra parle aguardaba su llegadael
Rey con el maestre de Santiago, el arzobispo de
Sevilla, el obispo de Calahorra, los condes de Pía-
sencia, de Benavente, de Miranda, de Osorno y de
Ribadeo, el adelantado mayor de Castilla, Pedro
López de Padilla y gran séquito de caballeros.
Acompañábale también en calidad de Legado a
latere y nuncio apostólico del papa Paulo el obis-
po de León, Antonio de Veneris, presente allí por
voluntad de ambas partes, para que con su auto-
ridad y mandato definiera y sancionara los acuer-
dos todos, á fin de poner término á mayores dis-
cordias, dar con ellos paz y quietud al reino y de-
signar el legítimo sucesor de la corona. Apoca
distancia se hallaba un escuadrón de mil trescien-
tas lanzas próximamente, propio para aumentar
el temor de los que en compañía de la Princesa se
iban acercando. E l Arzobispo, que llevaba la rien-
da de la muía en que venía D.a Isabel, la condujo
al sitio próximo al en que la aguardaban, y enton-
ces D. Enrique, el Legado y los demás Señores se
adelantaron algunos pasos hasta que los dos her-
manos se encontraron. Allí el Prelado soltó 11
rienda y permaneció inmóvil sin hablar palabra
ni hacer la más ligera señal de acatamiento; fflaS
la Princesa que en tanto había querido, aunque60
• a n o , besar la mano al Rey, se volvió al Arzobis-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I 83

afectuosamente le invitó á hacerlo él t a m -


^ y á reconocerle por su Rey y señor. Replicó
i Prelado que no lo haría hasta tanto que, decla-
rada públicamente futura heredera y Princesa le-
aiiima de estos reinos, fundamentos más válidos
permitieran facultad completa y verdadera de
romper antiguos compromisos de obediencia y
fidelidad. Inmediatamente D. Enrique, en presen-
cia de todos los magnates susodichos, juró en ma-
nosdel Legado que la legítima sucesión en el trono
pertenecía á su hermana D.a Isabel, princesa y ver-
dadera heredera de los reinos de León y Castilla y
de todos los demás Estados que como correspon-
dientes á la corona se enumeran, no obstante lo
anteriormente acordado en favor de D.a Juana,
hija de la Reina, con solemne juramento prestado
por los Grandes y por el pueblo, según costumbre
de España; lo cual todo tenía por vano y de n i n -
gún valor, por cuanto, amigo ya de la verdad y
enemigo de la perfidia, afirmaba con la autoridad
delibre y espontáneo juramento, ante Dios y los
hombres, que aquella doncella no era hija suya,
sino fruto de ilícitas relaciones de su adúltera es-
posa; y por tanto, no queriendo defraudar la legí-
sima sucesión de estos reinos, y preciando más la
urezade las intenciones que la inicua y violenta
seducción y el perjudicial engaño, declaraba p u -
ente todas aquellas cosas en confirmación
erecho hereditario de su hermana D.a Isabel,
lal princesa de los reinos da Castilla y de León.
cual así ejecutado en debida forma, y corro-
0 Por públicas escrituras, entre el sonido
«trompetas y con la debida solemnidad, to-
184 A- DE FALENCIA

dos los Grandes allí reunidos, por sí y en nombr


de los ausentes y de los tres Estados, besáronla
mano á la Princesa y la juraron por tal y porie.
gítima heredera de la corona. Luego se leyéronlas
cartas escritas al intento por autoridad de la Prin.
cesa y dirigidas al arzobispo de Toledo, cuyo te-
nor literal es como sigue:
«Doña Isabel, por la gracia de Dios,Princesa legí-
tima heredera de estos reinos de Castilla y de León,
Grande es el cargo de gratitud á que soy obligadaá
vos. Reverendísimo en Cristo, padre Don Alonso
Carrillo, Arzobispo de Toledo, Primado de las Es-
pañas, Canciller mayor de Castilla, tío mío, por
cuanto después de consagraros con toda lealtad en
tiempos pasados al servicio de mi hermano el se-
ñor rey Don Alfonso, cuya ánima Dios haya,ha-
béis sufrido grandes trabajos en vuestra personay
en las de los vuestros por la defensa de la justa
sucesión de estos reinos, haciendo lo mismo ala
muerte del susodicho Rey por amparar mi dere-
cho á la Corona, corno próxima heredera suya, de
lo cual todo, con ayuda del cielo, es mi voluntad
daros la debida recompensa. Y como quiera qu£)
parando mientes á las grandes guerras que después
de la muerte del Rey mi hermano susodicho ha-
brían de seguirse en estos reinos si yo tomarae:
título de Reina y Soberana de ellos, según es nc
torio pudiera hacerlo, acordé con más conse)£
asentar tratos de paz y concordia con mi herman
el señor rey Don Enrique, así por evitarlos •
ños y males que de la discordia podrían resu
c o m o por dar algún sosiego á vos, el citado A
bispo, mi tío, y á todos aquellos que sigu^
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV l85

vicio con la gracia de Dios y usando de recta


^ 'dad' he quedado conforme con el susodicho
^.gj-^gy Don Enrique, mi hermano, tanto acer-
de la sucesión de estos reinos como sobre el
t'tulo y sobre todos los demás puntos que al pre-
sente me atañen. E n virtud de lo cual yo os ruego
v mando que si servirme y complacerme deseáis,
aceptéis con buen ánimo esta concordia, y os con-
certéis con el citado señor rey Don Enrique, mi
hermano, según que mejor os pareciere. Y por-
que tal es mi beneplácito, y como por lo que al
acatamiento divino y á la paz y sosiego de estos
reinos es debido, me place que el susodicho Don
Enrique, mi hermano, se llame Rey y use el t í t u - ^ t
lo de tal mientras viviere, declarándome satisfecha
por ahora con el de Princesa, yo os ruego que le
prestéis á él la obediencia y fidelidad que á los de-,, —.
más Reyes, mis progenitores, de gloriosa m e m o ^ g j
ría, se acostumbra prestar en estos reinos. Así)
pues, por virtud de las presentes levanto, y si ne-
cesario fuere anulo cualquier juramento de fide-
lidad que os obligare al susodicho rey don A l f o n -
so, mi Señor y mi hermano, como Monarca de
«tos reinos y á mí como á su inmediata here-
dera á quien toca la sucesión de ellosj en tal ma-
^ra que solo quedéis obligado á mí, como á Prin-
:esa heredera de estos reinos y á mi hermano el se-
' rey Don Enrique, como á Soberano y Señor, á
en es mi voluntad se dé ahora el título de Rey
todos ellos. Por tanto, yo os ruego y mando,
imero y me place que le hagáis el acatamiento
gerencia debida á su Majestad y le prestéis
quier Juramento de fidelidad ó militar que por
A. DE FALENCIA

él os sea demandado y vos queráis concederle L


cual libertad y mandamiento doy asimismo alRe
verendo en Cristo, Padre Don Iñigo Manrique
obispo de Coria; á cada uno de vosotros todos'
hermanos y deudos; á cualesquier otras personas'
militares ó eclesiásticas; á los seglares, vuestros
servidores y familiares y á los parientes de ellos
porque en virtud de las presentes les relevo y exi.
mo de cualquier juramento de fidelidad que liu-
hieren prestado al citado rey Don Alfonso, mi
hermano, y á mí, ó que hubieren de prestarmeen
adelante como á su Señora; antes bien les mando
que den y presten al susodicho rey Don Enrique
todos y cualesquier juramentos de fidelidad queá
vos y á ellos pareciere deben prestar y conceder.-
Dadas en Cebreros á diez y ocho días del mes de
Setiembre, año del nacimiento de Nuestro Señor
Jesucristo de mil y cuatrocientos sesenta y ocho,»
Leídas estas cartas en presencia del numeroso
concurso, luego al punto los Legados ó Nuncios
apostólicos publicaron otras cuyo tenor literal es
como sigue:
«Antonio de Veneris, obispo de León, nuncio,
orador y legado á latere, enviado á estos reinos de
Castilla y León con plenos poderes por nuestro
santísimo Padre el papa Paulo II; por cuanto vos,
reverendísimo señor don Alfonso Carrillo, arzo-
bispo de Toledo, primado de las Españas y can-
ciller mayor de Castilla servísteis al señor rey doa
Alfonso, cuya ánima Dios haya, y después desffi
días, también á la ilustrísima señora D.s IsaW'
Princesa de estos reinos, hija y heredera legiti1113
del señor rey D. Juan, de gloriosa memoria, tra-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 187

do además, en defensa del derecho de la s u -


S i a Princesa; y como ahora, por el favor del
,1 esta señora, precediendo buena equidad, esté
informe con el señor rey D. Enrique, su herma-
así acerca de la sucesión de estos reinos como
sobre el título que ha de llevar; queriendo pres-
tarle como le presta, entera fidelidad y obedien-
cia y eximiéndoos á vos, el nombrado Arzobispo,
de cualquier juramento de lealtad antes á ella
prestado, ó de otro cualquier vínculo por el que
la tengáis obligación; y además de esto os manda
que hagáis y ejecutéis todo lo susodicho según
que parece convenir al servicio de Dios y al bien
y quietud de estos reinos, por el tenor de las pre-
sentes, y en virtud de la autoridad á mí concedida
por el citado nuestro santísimo Padre, como á Le-
gado en estos reinos, os requiero y amonesto, y de
parte del mismo Pontífice os mando que prestéis
obediencia y fidelidad al susodicho señor rey don
Enrique. Y en virtud de tal facultad de que uso,
os desligo de cualquier vínculo ó vínculos de j u -
ramento ó juramentos, prometido ó prometidos
a la citada señora princesa, de cualquier calidad
quesean, y por cualquier modo que en tiempos
Pasados en fuerza de los susodichos juramentos
'remesas hayáis sido obligado á la señora Prin-
ai de los cuales quiero seáis libre y absuelto.
y testimonio de lo cual di estas mis car-
- escritas de mi mano y selladas con m i sello,
e ueron dadas en Cadalso, á diez y ocho de
Kmbre, año del nacimiento de Nuestro Se-
esucrist0 de mil cuatrocientos sesenta y
I 88 A. DE FALENCIA

Y asimismo, por las presentes cartas y envina


de autoridad apostólica, absuelvo al reverendoP^
dre, el obispo de Coria y á todos los demás seih
res ó eclesiásticos, de cualquier juramento ó pm
mesa de fidelidad hecho á cualquier persona pe-
cualquier causa, por sí ó por cualquiera de ellos
hasta el día de hoy. A los cuales mando que obe-
dezcan lealmente al susodicho rey D. Enrique.»
T a l fué el tenor de las cartas que he creído con-
veniente insertar en estos Anales sin pulir en lo
más mínimo el estilo; porque, amigo de la verdad,
he querido seguir la norma de la lengua castellana
sin alterar cosa alguna, cambiando únicamente k
expresión vulgar por la latina, para que quede
perpetua memoria de los hechos á la posteridad
que en manera alguna aprobará la consecuencia
de aquellos que entonces dieron á todo esto si
asentimiento. A ninguno de ellos, en efecto, pare-
ció enojosa ó funesta la sustancia de tales declara-
ciones, y si bien al arzobispo de Toledo mortifica-
ron no poco los principios, luego que se publica-
ron las cartas obedeció al punto y quiso besarla
mano del Rey, que no lo permitió. Después, cuan-
do todo pareció quedar en perfecta tranquili-
dad, el Arzobispo encomendó la guarda de i
Princesa á sus nuevos guías que con D. EnnqW
marcharon á Cadalso, mientras él, con los ob
pos de Coria y de Burgos, volvió á Cebreros,tt-
niendo á dicha la declaración de heredera, hecns
en favor de la princesa D.a Isabel con asentimien-.
de D. Enrique. Por acuerdo de esta señora u10
Gonzalo Chacón la fortaleza que había l e w *
dentro de A v i l a , para desvanecer las murmura
CRÓiN-ICA D E E N R I Q U E IV I 89

los eme decían estaba apoderado del seño-


f f i a ciudad. D. Enrique, su hermana D.a Isa-
í v l o s Grandes, no poco regocijados y dándose
í l l s enhorabuenas, se dirigieron á Casarru-
Fl arzobispo de Toledo, que no quiso acom-
trlos marchó desde Cebreros á Yepes con el
E o de Coria, porque el de Burgos, cuando vio
1 no podía persuadirle á que formase en la co-
mitiva de D. Enrique, se volvió con el maestre de
Santiago, á quien siempre había seguido.
CAPITULO V

farios viajes del rey D. Enrique y de su co-


mitiva.— Envía Sevilla sus procuradores.—
Marcha de la corte á Ocaña. — Ingratitud del
Maestre con Pedrarias.—Protesta del conde de
Tendilla.

ien conocieron los avisados que aque-


la aparente quietud carecía por com-
^ f pleto de fundamento, por estar las
costumbres de D. Enrique en pugna con los más
ligeros principios de virtud, y porque su constan-
te propensión á lo abyecto y afrentoso le c o m -
pelía á preferir el vituperio á la dignidad; vicio in-
fame é ingénito en su persona que, siendo patente
a todos,'mpulsó á muchos, y principalmente á los
de Sevilla, después de muerto D. Alfonso, á pro-
clamar Reina á la princesa D.a Isabel y á despre-
C1ar á D. Enrique. Los procuradores de aquella
ciudad Diego Cerón, alcalde mayor, Juan de Pine-
k», notario mayor, nobles sujetos ambos, y Fran-
:ode Alfaro, caballero sevillano y uno de los
magistrados inferiores, quisieron llegar á A v i -
^entras allí estaba la Princesa, para prestarla
Idamente de fidelidad; mas teniendo noticia en el
'mao "W nuevo orden de cosas establecido en
asando, y de que el arzobispo de Toledo se ha-
ig2 A. DE FALENCIA
bía excusado del repentino cambio con las i
trucciones y cartas preinsertas, el primero deaou"
líos, hombre de singular entereza,, se negó á pa-
mas allá, creyendo preciso consultar antes alo-
caballeros y veinticuatros de Sevilla.
N o pensaban lo mismo Juan de Pineda y Fraa-
cisco de Alfaro, y así él regresó á aquella ciudad
separándose de sus colegas de procuración, que
sabido el paradero del Rey, de la Princesa y de
los Grandes, marcharon en su busca. Mas como
por aquellos mismos días D. Enrique, guiado por
el Maestre, andaba de pueblo en pueblo, sin ha-
cer más que prestar con su título de Rey autori-
dad omnímoda al infiel favorito para extender
la corrupción allí donde aún no hubiese lega-
do, los dos procuradores sevillanos permanecie-
ron al lado de la Princesa, mientras D. Enrique
se dejaba guiar por el enemigo común de la Ma-
jestad real y del Estado. Este astuto magnate em-
pezó ya desde Segovia á procurar pérfidamente
la ruina de Pedradas y de su hermano Ü. Juan
Arias, obispo de aquella ciudad, á quienes sabía
odiaba D. Enrique. De esta enemiga quiso servir-
se para tener más segura la posesión de la ciu-
dad, y así dijo con gran descaro al Rey que siem-
pre tendría en ella por sospechosos á los queel
mismo había conocido antes ardientemente incli-
nados á su ruina. No se avergonzó de confesaf
sus propias maldades, á trueque de conseguir d
el daño ageno la posesión de la ciudad y de'1
fortaleza.
Hecho esto, parecióle conveniente marchar w
toda la corte á Ocaña, villa de su maestrazíJ-
CRÓNICA DE ENRIQUE IV ig3

j nde por consiguiente tendrían que someterse


u arbitrio los que allí acudiesen á negociar;
aueSieIT,pre fué principal anhelo de aquel co-
ruotor el que pareciese tenía á todos envueltos
en sus redes; mas para dar cierto color de libertad
i la esclavitud del Rey, permitíale vagar de mon-
te en monte y recorrer las selvas, que era su de-
licia cual si se hallase libre de cuidados desde
que todo parecía encomendado á la voluntad del
pérfido Maestre. Retuvo además á su lado á los
condes de Plasencia y Benavente, al arzobispo de
Sevilla y al obispo de Calahorra (entonces ya de
Sigüenza, por haberse apoderado traidoramente
de la persona del electo), á todos los cuales apa-
rentaba tener en calidad de colegas y socios para
la inicua resolución, mejor dicho, para funesta
remora en el asunto del matrimonio; porque
constándole la venida de embajadores de diversos
reinos á solicitar para sus Príncipes la mano de
D.a Isabel, y anhelando tener en la suya las rien-
das y ser á su voluntad impulso ú obstáculo
en aquel negocio, toleraba á todos en todo lo de-
más cualquier osadía, á trueque de poder erigirse
único arbitro de aquel punto. N i le era enojosa
la contradicción del arzobispo de Toledo, resi-

te entonces en Yepes, cerca de Ocaña, cuyos


teiores esfuerzos en favor del matrimonio de
• Isabel con el príncipe de Aragón D. F e r n a n -
le eran conocidos y á quien suponía empeña-
a 'a sazón en el mismo propósito. Así que
0 se sabía de cierto qué enlace prefería para
ncesa D.a Isabel, ó si más bien deseaba que
eseri muchos su mano y ninguno la alcanza-
cxxvii jj
ig4 A- DE PALENCIA

se, para que así, sin pronunciar jamás una nesati


va, tampoco diese su aprobación á cosa aleuri'
Cuando quería poner término á tan num^A.
intrigas, sondeaba a todos ios magnates del reine
é infundiéndoles nuevos recelos sobre In? ««
" J a dnij.
guos, trataba de estorbar que ninguno de ellos
aprobase el matrimonio con el príncipe D, Fer-
nando, suceso que aterraba á muchos, cual I
una vez realizado, le viesen ya exigiendo el dere-
cho hereditario. Por esto aparentó el Maestre ha-
ber tenido siempre solícito interés por los de su
secuela, y procurar entonces con tal afán la co-
m ú n seguridad, que el ardor de su celo engañase
aún á los que conocían sus ardides. Con esto, ape^
laba á todo género de recursos, y en tanto no pa-
recía oponerse á los intentos de su tío el arzobispo
de Toledo, vivamente empeñado en el enlace dt
Príncipe aragonés.
Cuidaba por otra parte de congraciarse con li
familia de los Mendozas que, además de la gran-
deza de su casa, contaba en su seno á D. Peto
de Velasco, hijo del conde de Haro; tenía como en
prenda á la hija de la Reina, y después de la es-
candalosa fuga de Alaejos, conservaba á esta sí-
ñora en su compañía, permitiéndola la de Pe*
de Castilla, á título de criado de su casa. Con
estaban su padre D. Pedro y su madre D.a Beaw
de Fonseca, á modo de guardas y testigos de
honestidad de la Reina; con no poca irrisión « *
que observaban este género de inmoralidad w
entonces no visto en los pasados tiempos, w •
los de Mendoza á aquella señora, ya en la fue
villa de Trijueque, ya en otras varias de sus
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV iq5

dos no sin nota de liviandad en la conducta de


0.a Juana.
Uno de aquéllos, el conde de Tendilla, hermano
del marqués de Santillana, y hombre atento y
complaciente que por acuerdo del Marqués y de
sus demás hermanos, tenía en guarda á la hija
de la Reina, como prenda de gran valía, apenas
supo que el Maestre con la princesa D.a Isa-
bel se había reunido en Colmenar de Oreja con
algunos señores que trataban de conferenciar en
aquel paeo del T a j o , á saber, el arzobispo de
Sevilla y los condes de Plasencia y de Benaven-
te, acudió allí con su hermano el marqués de
Santillana, con D. Pedro de Velasco y con otros
personajes de esta familia, y pudo saber que se'
trataba principalmente del matrimonio de la prin-
cesa D.3 Isabel. Entonces él, con asentimiento de
sus amigos que entre tanto disimularon sus opi-
niones, fijó en la oscuridad de la noche en la
puerta de la morada de la Princesa una protesta
á nombre de la doncella encomendada á su guar-
da, proclamándola heredera de los reinos de Cas-
tilla, como hija de D . Enrique , y declarando
cuan injusto sería que se la despojase de su de-
recho hereditario por la conjuración de algunos
Grandes que tenían al Rey oprimido; por lo cual
'^rponía su apelación y aseguraba que recurri-
na a la fuerza del derecho, á fin de amparar á la
doncella contra el daño futuro. Esta reclama-
•i protesta y apelación, de ningún valor ante
brecho, causó cierto sobresalto á muchos;
9 no fué muy enojosa, según se dice, al
jgg A. DE FALENCIA
Disolvióse, pues, la junta sin encontrar me.
dio alguno de arreglo; y en tanto D. Enrique
recorría los bosques del Pardo, que así se Ha.
man los que cerca de Madrid existen cercados
de tapia.
';

CAPÍTULO VI

Disposiciones del duque de Medina Sidonia acerca


del futuro matrimonio de la Princesa.—Muerte
del Duque, ocurrida después de la aparición
diurna de un cometa. — Nuevos levantamientos
de los andaluces. — Infructuosa expedición de
Alvaro de Bracamante para ocupar V a l l a d o l i d .

raves cuidados "agitaban al duque de M e -


dina Sidonia, D. Juan de Guzmán, desde
que supo que se trataba del enlace del
principe de Aragón D. Fernando con D.a Isabel,
por creer que nada sería tan perjudicial para su
hijo y sucesor D. Enrique de Guzmán como el
que aquel Príncipe llegase á dominar y á obtener
^ cetro de Castilla, puesto que se juzgaba había
demostrarse más favorable á los hijos de D. E n -
rique Enriquez, hermano del Almirante, con quie-
les era probable un pleito sobre la sucesión here-
ditaria á los Estados de la casa de Niebla; y a u n -
"e su hijo tenía en su favor privilegios de los re-
:s D. Enrique y D. Alfonso, considerábase, sin
nbargo, de gran peso la autoridad del Soberano
a ^ s debates que pudieran suscitarse sobre
Punto. Por esto afirmaban muchos que en
ización del citado matrimonio estaba el más
I98 A. DE FALENCIA

grave peligro para la casa del Duque. Consultó


éste á sus amigos, que en bien concertadas razo-
nes le explicaron las esperanzas ó temores era
podía abrigar; pero prevaleció, como más funda-
da, mi opinión de que eran vanos los recelos que
al Duque inspiraba aquel matrimonio, demostran-
do su conveniencia con gran copia de razones
que no sólo desvanecieron los temores del Du-
que, sino que además movieron su ánimo en fa-
vor del arzobispo de Toledo. Envióle fieles men-
sajeros á Yepes á participarle que no estaba solo
para sus intentos, y este apoyo del Duque le fué
tan grato, que sobre cobrar aliento para seguir
adelante en su empeño, contó á aquel personaje
como principal auxiliar entre algunos de los Gran-
des que ya seguían su opinión.

L a conducta del Duque fué muy provechosa á


su hijo D. Enrique de Guzmán después de la
muerte de aquél, á la que precedió la aparición de
un cometa brillantísimo que en este año de 1468
se dejó ver desde i.0 de Octubre á principios de
Diciembre, en cuyo segundo día acabó la vida del
valetudinario anciano. Aquel presagio preocupó
vivamente á los sevillanos, porque el extremado
cariño que le profesaban les infundió singular
temor de perderle; causando tales sentimientos
no poca admiración á Bernardo Bembo, emba-
jador veneciano á la sazón residente en Sevilla
Este sujeto, dotado de singular perspicacia y «1(
cuencia, al procurar que no saqueasen el carga-
mento de una gran galera que había naufraga I
en el puerto del Guadalquivir, días antes de la<^
fermedad del Duque, observó muchas cosas q
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV I QQ

b¡¡2ar0n á admirar las generales simpatías que


^soiraba, y que no pudo explicarse sino por el
feto que á los ciudadanos tenía, y por el cariño
-on que ellos le correspondían. Poco después fa-
lleció el Duque, heredándole en sus Estados don
Enrique de Guzmán, gallardo mancebo, aunque
de espíritu avaro, y viciosamente educado entre
halagos y deleites, tan contrarios á la virtud; por-
que su padre, muy dado á los placeres, le amó
siempre con extremo, como lo demostró pocos
diasantes de morir casándose con la manceba en
quien le había tenido (además de D. Alfonso y don
Alvaro), muerta ya su legítima mujer, de quien
había estado separado á poco de casarse por s u -
ponerla manchada con repetidos adulterios.

Amargamente lloraron los sevillanos la muerte


del Duque, cual presagio de disensiones y augurio
de revueltas en la Andalucía, como se demostró
inmediatamente después de aquel suceso. Bien
pronto, en efecto, el Mariscal Hernán Arias de Sa-
avedra, hijo de Gonzalo de Saavedra, bajando
de la fortaleza de Utrera con su gente, recorrió la
villa y dio á entender por medio de pendones
que prestaba fiel obediencia al rey D. Enrique,
contra la voluntad de los sevillanos, en cuyo nom-
1 tenia la fortaleza. Hecho esto, retiróse presta-
dme á ella, recelando de los moradores de la
M|la) y ante el temor de que cayese rápidamente
e él el ejército que se acercaba. E r a este mis-
Fernán Arias aquel que en otro tiempo, por
en de su padre, había excitado no poco á los
wanos al destronamiento del rey D . E n r i q u e ,
ltriendo muchos trabajos á causa de la oposición
A . DE F A L E N C I A

y rivalidades del conde D. Juan Ponce de Leo


enemigo declarado entonces de los Saavedras
que había inducido al duque D. Juan de Guzm'ál
á que persiguiesen juntos á Hernán y á suspa.
rientes, partidarios del Duque, y de largo tiempo
desterrados en Alcalá de Guadaira, cuya fortaleza
ocupaba el primo de Hernán Arias de Saavedra
hijo de Juan de Saavedra, ya difunto. Mas yj
con refinada astucia, y á escondidas del Duque
el Conde se había ganado la voluntad de los prin-
cipales de aquella familia, después del matrimonii}
de su hija con el citado alcaide de la fortaleza de
Alcalá, según ya referí; así que el de la de Utrera,
con esta confianza, despreció el poder y el enojo
del Duque; si bien tuyo que disimular por enton-
ces la astucia del Conde, favorecer la indignación
del Duque, y al mismo tiempo tomar parte en el
ataque del castillo de Triana, defendido por Gon-
zalo de Saavedra, padre del citado Hernán Arias.
N o tardó mucho en rendirse, é inmediatamente
sacaron las tropas y con el pendón de la ciudad
marcharon á poner cerco á la fortaleza de Utrera,
cuyo ataque emprendieron.
Aprestáronse confiadamente á resistirle los cer-
cados, sabedores de que uno de los caudillos del
enemigo no había de hacerles daño, aunque sin
conocimiento del otro, y de que este último era
débil, y nada ejercitado en las fatigas de la guerra.
Sin resultado alguno se mantuvo el cerco durante
muchos días^ y se combatió la fortaleza, con daño
de algunos que con más vigor la embestían, hasta
que divulgado el fraude del Conde, y considerai
dosele más bien protector que enemigo de la •
CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV 201

levantóse el cerco merced á pactos poco

"V^ntras esto pasaba en Andalucía, sufría estre-


no asedio la guarnición de Maqueda, en territorio
M Tajo, de cuya villa y fortaleza era señor el an-
tiguo secretario del rey D. Enrique Alvar Gómez
je como á la muerte de D. Alfonso hubiese
recurrido al único amparo del maestre de Santia-
go esperando de su correspondencia auxilio para
sus necesidades, no sólo vio frustrada su esperan-
za sino que no tuvo mayor enemigo, ni quien con
más encarnizamiento le persiguiese. Creyó aquel
personaje que encubriría en parte su ingratitud y
malicia si le viesen empeñado en adquirir aquella
villa, no para si, sino para el obispo de Sigüenza;-
yasífuele forzoso á Alvar Gómez abandonarla,
mediante el convenio de que el Prelado le daría en
cierta compensación algunas aldeas y tierras de su
señorío. Hecho esto, el Maestre le obligó á mar-
char con él á otra parte de Castilla la Nueva, y a
entregarle el castillo deUclés, fuertemente presi-
iadode tiempo antes por gente del antiguo secre-
ano. Tales fueron los daños y tal la cruel ingrati-
tudcon que el maestre de Santiago maltrató á los
efueron agentes de su voluntad, cuando acudie-
r a él en los días de desgracia, sin sonrojarle la
mia de su conducta, ni los extendidos rumores
i que se acriminaba su inhumano proceder.
i suerte hubiera corrido Pedradas, resuelto
^ estaba á recurrir al auxilio del engañoso
l0r5 si un criado suyo no hubiera puesta
'a Caridad ante sus ojos el ejemplo de los
üeron víctimas del engaño, y reducídole á
202 A . DE F A L E N C I A

que acudiese al amparo del arzobispo de Toled


que le fué muy provechoso.
Por aquellos mismos días trató el conde de Pi
sencia de ocupar Valladolid, valiéndose de Ahj.
ro de Bracamonte, quien á su vez tuvo porcóm.
plices en el hecho á los frailes de la Misericordia,
orden santa en el nombre, pero cuyos hijos Iha
han vida bien poco ejemplar. Abrieron éstos en li
oscuridad de la noche un portillo de la muralla
tapiado con piedras, y por él dieron entrada áaSo
lanzas que mandaba el citado Alvaro; mas como
el almirante D. Fadrique, varón diligente y prin-
cipal defensor de los de la villa, presintiese su He-
gada, envióles desde Simancas un escuadrón de
socorro que, entrando por el puente, presidiado
por fuerzas del Almirante, cerraron el pasca ios
caballos que tenía ya dentro Alvaro de Bracamon-
te. A l mismo tiempo desde las casas de Juana
Vivero salieron otros en favor de los moradores
y del escuadrón del Almirante con tanto arrojo y
presteza, que á la primera embestida, Alvaro tuvo
que retroceder hacia la puerta de San Esteban,
ganoso de encontrar refugio; mas no viendo espe-
ranza cierta de salvación, tuvieron que apelar a 1j
misericordia del vencedor para escapar sin daño
los que con Alvaro dejaron entrar los pérfidos re
ligiosos.
También por aquellos días llenó de terrorál^
gentes un temeroso prodigio ocurrido en tierra d£
T a j o , y en el lugar de Pedromoro, en los estadíi
de D. Pedro López de Ayala, conde de Fuensalwa
E r a la época de la siega, y las cebadas » « • •
antes de tiempo inclinaban sus cañas con e P
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 203

I las espigas; por lo que los labradores todos,


\imáo solícitos á segarlas, llamaban á los p a -
ctes amigos y vecinos más de su afecto, á fin
! ' .^darse mutuamente en las faenas de la reco-
•ección. Salió un día al campo con sus hijos y al-
ones amigos cierto labrador bien reputado entre
¡¡¡convecinos; segó el primer manojo, y al p u n -
to uno de los primeros observó que su padre te-
nia la mano manchada de sangre. Creyendo que
se habría herido casualmente con la hoz, acudie-
ron todos, y hallando la mano sana, miraron la
gavilla, y vieron que destilaba sangre por cada
una de las cañas. Cortaron entonces con la hoz
por varias partes otras gavillas de las segadas, y
como en todas se repitiese el mismo fenómeno,
lenos de asombro lo tomaron por testimonio, y
regresaron al poblado á dar cuenta de ello á don
Pedro López de Ayala y á los señores toledanos.

J * ^ 3 -
C A P I T U L O VII

Medios que empleaban los distintos embajadores


para concluir el matrimonio de l a princesa doña
¡satel,—Habilidad desplegada por el arzobispo
de Toledo. — Enojo del conde de Plasencia.—
Intentos de los moros granadinos.

^esgarrada así España por tantos y tan


encontrados bandos de los Grandes, ve-
nían á suministar materia no escasa
para más devastador incendio las controversias á
quedaba lugar el matrimonio de la princesa doña
Isabel. Pocos días después de la concordia ajus-
tada en Guisando, pidieron su mano para el rey
de Portugal D. Alfonso sus embajadores al efecto
nviados, el arzobispo de Lisboa, D. Alfonso N o -
guera y otros nobles portugueses, que, siguiendo
«1 parecer de su Soberano, creían cosa ligera la
alusión de las negociaciones; si bien para real-
: mas el arrogante poderío de que alardeaban, y
mayor costa de la que los recursos de su n a -
1 permitían, presentáronse en la corte con un
t0 por demás pomposo y magnífico. V i o don
le llegar esta embajada con no poco gozo;
Pronto ahogaron su alegría el maestre de San-
y la repentina agitación de los naturales;
6
200 A . DE F A L E N C I A
porque el primero, conociendo la manifiest
sición de éstos, y hasta de muchos Grandes '!
deseos de los portugueses, no se mostraba'd'
dido por ningún proyecto; si bien para aparen^
que no estaba ocioso, presenció regocijado Un
mera entrevista de los embajadores, y eloaót
sus conversaciones el discurso del arzobispo i
Lisboa, cual si le hubiera agradado sobremaneti
y le juzgara de éxito favorable. Por el contrario
el arzobispo de Toledo, desde Yepes, contradecú
por modos exquisitos semejantes propósitos; «•
citaba á los principales de Ocaña contra aquelte
que en cualquier manera favoreciesen los inten-
tos de los embajadores portugueses, y pormei:
de sagaces mensajeros amonestaba á la princesi
D.a Isabel á que ni por temor renunciara á lave-
dadera gloria, ni creyese hallar otro matrimonio.
fuera del del príncipe de Aragón D. Fernando,más
honroso ni más propio para asegurar la felicidad
futura. Por éste mostraba también la Princesi
tanta preferencia sobre todos, como repulsiór;
había sentido en otro tiempo hacia el del portu-
gués al escuchar las halagüeñas razones de li
reina D.a Juana que se le aconsejaba. Como ade-
más Yepes dista tan sólo'6.000 pasos de Ocaña.»
la mayor parte de los moradores eran resueltoi
partidarios del Arzobispo, toda la exquisita v|
lancia del Maestre era ineficaz para evitar quep
netraran en la villa mensajeros secretos y l u *
sen reservadamente con la Princesa, sobre»
desde que ella, más inclinada al matrünonio ^
el Príncipe aragonés, sólo escuchaba á los«
dos del Arzobispo. E r a el principal de ellos e
CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV 207

ro Fierres de Peralta, hombre de arrojo y ac-


uidad extremados, á quien no pudo detener cuan-
do se dirigía á su entrevista secreta con la Princesa
el peligro de la rápida corriente del Tajo que para
conseguir su propósito tuvo que atravesar de no-
che por un vado incierto. Con el auxilio de dos
criados de aquella señora, Gonzalo Chacón y su
sobrino Gutierre de Cárdenas, en otro tiempo i n -
clinados al bando del Maestre, pero entonces par-
tidarios de la Princesa, penetraba de noche en su
cámara á darla cuenta del estado de las cosas, y
cuando no podía acudir en persona, valíase de
Guillermo de Garro y de Bartolomé Arguinaz para
comunicar los mensajes de que debía dar parte.
Otro mensajero era el yerno de mosén Pierres,
Troilo Carrillo, hijo putativo del arzobispo de
Toledo, y que después de muchas pláticas de Pe-
dro López, capellán de este último, logró que la
Princesa diese ante pocos testigos consentimiento
secreto para el matrimonio con D. Fernando. A n -
tes de todo esto, el pueblo y hasta los pajes de los
cortesanos se habían mostrado favorables á aquel
enlace, porque en los cantares y tonadas con que
acostumbran dar su juicio sobre las cosas, des-
aprobaban el matrimonio con el portugués, au-
gurando desdichas á la princesa D.a Isabel si acep-
t a la mano de un viejo, ella, tierno capullo de
ia, prestándose á ser en la flor de su juventud
^rastra de hijastros que la superaban en edad,
/ sometiendo inhumanamente los reinos de Cas-
y León-á crueles enemigos que por solo este
Twd" «repellaban la honra y la libertad omní-
a ^ nuestra patria. Esta audacia de los don-
208 A . DE F A L E N C I A

celes irritó sobremanera al rey D. Enriquev'i


Grandes partidarios del matrimonio con el pon^
gués, y opuestos al del príncipe D. Fernando'v I
envió algunos soldados que acallasen aqúen'
cantares é impusiesen duro castigo á los que^
atrevieran á repetirlos ó á hablar en tal sentido
Además encargó á D. Pedro de Velasco que, pr¿
testando aconsejarla, hablase á la Princesa y jj
amenazase con la reclusión si en asunto de tanti
monta como el del matrimonio no sometíasuvo
luntad á la de su señor y hermano, y á la délos
magnates que le acompañaban. E n esta entrevisti
habló el de Velasco con tan excesiva libertad, qw
arrancó lágrimas á la doncella, la cual, lena de
rubor, apeló al amparo del Omnipotente para li-
brarse de tamaña vergüenza y rechazar tan cruel
injuria.'En tanto aguardaban respuesta á susp»
tensiones los embajadores portugueses en la ad l ea
de Cienpozuelos, cerca del Tajo; mas no hallando
medio de recabar el asentimiento de la Princesí,
tratóse de aprisionarla, señalándose para su recia-
sión el alcázar de Madrid. Descubierto el plan,el
arzobispo de Toledo persuadió á algunos de o ls
principales de Ocaña á que dejasen entraren
villa sus escuadrones en caso de que los parti-
darios del infausto matrimonio osasen insistir
arrancar á la ilustre docella el consentimiento pa
contraerle.

Quiso el cielo mover el ánimo de las gentí


seguir el consejo, y entonces el Rey, el Mal-
los otros personajes del inicuo partido, PoS¡
de grave temor, se reunieron con los embaja^
portugueses á orillas del Tajo, y en breves p
CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV 209

les refirieron las muchas dificultades surgi-


dejándoies entrever algunas esperanzas para
[porvenir, á fin de que no marchasen tristes y
desconfiados de todo futuro arreglo, é indicando
que deberían tentarse menos ^ precipitados y más
blandos medios para aplacar á la Princesa, enemi-
ga por carácter de la violencia. Con tal respuesta,
aunque los embajadores no quedaron muy c o n -
tentos, pudieron ai menos regresar á su patria lle-
vando á su Rey, muy deseoso de concluir aquel
matrimonio, una razón conforme con el fin que
apetecía, porque entre los planes que forjaba para
su engrandecimiento era uno obtener por aquel
enlace con la Princesa el cetro de los reinos de
Castilla y León que por derecho hereditario la per-
tenecían. El Maestre, tan amigo del aplazamien-
to, aunque parecía desearlo, trabajaba por dife-
rirlo desde que supo la llegada del Cardenal de
Arras, que quiso encargarse de la negociación del
matrimonio á nombre del duque de Berri, luego
e Guyena, hermano del rey Luis de Francia.
No pudo seguir el conde de Plasencia tan ambigua
conducta, porque tendiendo á determinado propó-
slto, deseaba que degrado ó por fuerza la Prince-
^ casase con el portugués; mas cuando supo la
causa del aplazamiento, se retiró á Plasencia. E n
> el conde de Paredes D. Rodrigo Manrique
á Yepes á consultar al Arzobispo acerca del
tnmonio del principe D. Fernando, el más gra-
de más gloria para la princesa D.a Isabel, y le
0 su voto y el de los condes^de Medinaceli,Tri-
¡ Buendía, en un todo conformes con la vo-
ddel Prelado, y el asentimiento de otros mu-
cxxvn I4
A. DE F A L E N C I A

chos magnates á quienes había hablado el ob'


de Coria, D. Iñigo Manrique, que en su viajen
tierra de Toledo en compañía del almirantedr
Fadrique, tío suyo y abuelo del príncipe D. f J
nando, logró inclinar á aquel partido lasvolunti"
des de algunos que en aquella región residían. Pq-
otra parte el arzobispo de Toledo envió á Anda
lucía á Diego Rangel y á Juan de Cárdenas, tarra-
conense, llamado antes Cardona, á solicitar de o ls
magnates andaluces cuya voluntad pudieran ga-
nar, votos favorables al proyectado matrimonK
Oyeron los enviados á muchos de ellos respues-
tas sumamente gratas; pero sólo en uno, D. Pefc
Enriquez, adelantado de Andalucía, y tío del prín-
cipe D. Fernando, hallaron decidido asentimieim
E l duque de Medinasidonia, D. Enrique, si bin
no le negaba, tampoco asentía á darle por escrito
como se le rogaba, y D. Juan Ponce de León'
su hijo D. Rodrigo aprobaban .con sus palabs
lo que en realidad trataban de evitar.
Mientras que con tal ardor se seguían las nego-
ciaciones, creyeron los moros de Granada ques
dificultad podrían correr la tierra de BaezayO
da, ciudades colindantes con otras dos desu-
no, Baza y Guadix. De estas sacaron gente I
adalides granadinos, y agregándola ginetesescí
dos entre los más nobles y esforzados guerrf
de Granada hasta reunir qoo muy valeroso
3.ooo peones, ya no dudaron que sóbrela»2
los campos y los muchos daños que á lose
nos causarían, si además atacaban repentina
te de noche la villa de Quesada, regularroen
te, pero por completo descercada, aumenta
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 211

con la de todos sus moradores, y lo arrasa-


I n todo con horrible estrago, á excepción del
nst¡[l0. Parecíales bastante seguro el plan á los
• sores ¿ causa de las discordias de los andalu-
ces y de que ios atacados no podían esperar auxi-
lio cierto para el momento del peligro; mas el ade-
lantado de Cazorla, Lope Vázquez de Acuña, so-
brino del arzobispo de Toledo, y hombre de gran
previsión y singular esfuerzo, sabedor de que po-
derosa hueste enemiga se dirigía á talar la tierra,
habiendo atravesado ya los bosques, temió lo
que precisamente maquinaban los moros, y al
punto con cien lanzas que á duras penas pudo
recoger, y con cuatrocientos peones se encaminó
en secreto á Quesada, adonde los moros, después
de talar los campos de Baeza y Ubeda, y de vuelta
á los confines de Granada, habían marchado con
ánimo de ejecutar por la noche aquel último y te-
rrible estrago contra los desprevenidos moradores.
Advirtió cautamente el adelantado de Cazorla
sta confianza de los moros, y aguardó su embes-
tida parapetado tras las defensas naturales de la
Tilla, con su gente bien dispuesta á la pelea, y en
! silencio, que aquéllos no pudieran percibir el
iás ligero rumor hasta haber entrado por las es-
rechas bocacalles del lugar. Los moros que h a -
n caminado gran parte de la noche para coger
• desprevenidos á los moradores, llegaron á
ad de ella á los campos contiguos á la villa, hi-
m alto, y dividieron sus fuerzas en dos cuer-
,s. uno de trescientas lanzas y mil peones para
re los que creían desapercibidos, y otro de
;nios caballos que, con la restante infantería.
212 A . DE F A L E N C I A

debía permanecer en buen orden, guardar el riv


botín y los muchos cautivos, y mantener aa
centro la impedimenta, mientras la hueste deb
tera destrozaba á los cristianos. Estos que se ha
liaban bien preparados para, todo evento, apenas
vieron á los moros metidos en las angosturas ce-
rraron denodadamente con ellos, y contalempuie
y furia, que muchos de los que habían saltado de
los caballos para pasarlas cayeron en la primera
embestida; otros, por salvar á sus compañeros, se
desordenaron de tal suerte que, no hallando espa-
cio ni para la pelea ni para la fuga, quedaron
muertos ó prisioneros antes que llegase la nueva
del desastre á los que allí cerca aguardaban, y qw
no pudiendo distinguir con seguridad á causa dd
fragor del combate quién llevaba la ventaja, creían
más bien que los de la villa quedaban aniquilados,
A la luz de la aurora, el adelantado Lope Váz-
quez y los de la villa perciben á lo lejos la hueste
de los moros que aguardaba, y entusiasmados con
la victoria á tan poca costa adquirida, lánzanse sir.
temor á mayor empresa, y en apretada cuña arre-
meten con furia contra los infieles, atónitos de ver
tal osadía en tan corto puñado de enemigos. H^1
las mujeres, sin poderse contener dentro
muros, salen en pos de los hombres y '
con ánimo varonil las lanzas de los cent»
muertos, cual si supiesen que la restante muí*
había perecido. Inmediatamente se trabó ma"
lioso combate en que los moros confesaron t*
peleado el cielo en favor de los cristianos, F--
algunos de los cautivos granadinos dijeron
visto sobre la celada de Fernando de Acuna,
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 2l3

n0 del Adelantado, una resplandeciente donce-


h cuyos destellos deslumhraban los ojos de los
uros. Del citado Fernando, tierno mancebo á la
sazón que, contra la voluntad de su hermano,
vestía la armadura y empuñaba la lanza para com-
batir aquel día por vez primera, se dice que guar-
dó perfecta castidad hasta su edad viril, y que
supo mantenerse libre de toda nota, siendo con-
siderado en todo como merecedor de gran ala-
banza.
Cerca de quinientos moros hizo prisioneros el
animoso Adelantado con ayuda de sus compañe-
ros de armas; doscientos fueron muertos; perdie-
ron además sus bagajes con gran número de acé-
milas y quedaron en poder de los cristianos tres-
cientos caballos. Los pocos jinetes y no muchos
más infantes desbaratados y puestos en fuga en
«1 primer encuentro, lograron llegar á las escabro-
sidades de los montes y escaparon así de manos
del vencedor. Es hecho probado que aquel día
una mujer varonil armada de lanza obligó á siete
moros metidos en el hueco de una peña á ren-
rseá discreción, llevándoselos la vencedora he-
roína atados á su casa. Esta venturosa victoria de
H cristianos quebrantó profundamente la osadía
1 'os moros, retrayéndolos de sus acostumbra-
os correrías.

^ > ^
delm:
casadc
tuvo
maerl
buste
Pedro
sumí
legra
SUS.U
dificu
cone
lado i
dados
adela
porq;
seguí
quiei
dore;
CAPÍTULO VIII

Solicitud del conde de Paredes y afán del maes-


tre de Santiago por ocupar toda la Andalucía á
favor de la presencia del R e y .

»or aquel tiempo empezó el conde de Pare-


des á tratar con su suegro D. Pedro L ó -
pez de Ayala de allegar votos en favor
del matrimonio del principe D. Fernando. Habíase,;
asado el Conde tres veces: en la primera mujer
tuvo hijos esclarecidos; fué estéril la segunda, y.
muerta ésta, y ya anciano, pero con vigor y r o - ,
bustez juveniles, casó con una hija deleitado don
Pedro. Corría el año de 1469, y como primero de
su matrimonio, creyó que el parentesco contraído
le granjearía bastante favor con su suegro y con
su iuegra D.a María de Silva para reducirlos sin
dificultad á establecer afectuosa correspondencia
coo ej arzobispQ ^ Toledo. Con tal fin se tras-
líaó á esta ciudad luego que conoció que estaban
^os los primeros pasos para tal concordia. N o
«lantó mucho, sin embargo, en su empeño,
'«que la suegra lo gobernaba todo á su antojo
gun los delirios de sus adivinas y agoreros á
Venes daba completo crédito, y estos erabauca-
es «suban apoderados del ánimo de la frivola
2l6 A . DE F A L E N C I A

señora con innumerables artificios, reducidot;


suma á aconsejarla que no compartiese con na/
el señorío de Ta ciudad, á fin de no perder ell
nunca el dominio y autoridad que sobre D.a Ma
ría ejercían.
Por su parte el Marqués, principalmente intere-
sado en el engaño de la poderosa dama, alentaba
á los hechiceros, y así, sobre los embrollos de
aquellas supercherías, se iba asentando la tiranía
de la mujer, al paso que rebajándose la condición
del varón, su marido, si varón puede lamarseá
quien sufría tamaña afrenta, privado de toda ini-
ciativa; que sólo la infamia de dar su consenti-
miento á la tiranía era la prerrogativa que le que-
daba á aquel hombre abyecto, completamente su-
peditado á la perversidad de su mujer.
Marchó también por entonces á Andalucía
Agustín Espinóla, hombre imbuido en las malas
artes del Maestre, con quien gozaba extremada
privanza en los más indignos ministerios, levando
encargo de aquel personaje para preparar la pri-
sión de muchos de los Grandes de la provincia.
N o logró, sin embargo, engañar al Duque de Me-
dina Sidonia, D. Enrique, fuerte con el perseve-
rante apoyo de los sevillanos, singularmente pre-
venidos contra el maestre de Santiago; y despus
de echar mano de toda clase de medios inicuos,
anunció á su señor que no quedaba más esperanz
de dominar á los andaluces sino la ida allá os
Rey. Satisfizo ai Maestre el parecer de su agent'
y persuadió á D, Enrique á realizar el viaje, e-
jando dispuesto que antes de salir de Ocana-
exigiese á la princesa D,a Isabel juramento de 1
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 217

haría novedad alguna en el asunto del matri-


monio. Este compromiso creyeron el Rey y el
Maestre que bastaría para la desgracia de la P r i n -
cesa confiados en esta sutileza, á saber: que si en
aleo'traspasaba el juramento, se la despojaría del
derecho que hasta entonces la había favorecido; y
si no intentaba novedad alguna, de tal manera
parecería haber renunciado su autoridad en don
Enrique, que pronto volverían á la obediencia de
éste cuantos habían seguido el partido de su her-
mana. Era el primer caso el que más deseaban,
v asi quisieron dejarla la más amplia libertad
para seguir su impulso, no permitiendo á su
lado á ninguno de los Grandes ú otras personas
que la estorbasen escribir sus cartas ó escuchar á
los mensajeros que de lugares tan próximos se la
enviaran, siendo de esperar que el Arzobispo, re-
sidente en Yepes, se los despacharía diariamente
numerosos y los recibiría de ella, para proseguir
á sus anchas el comenzado intento del matrimo-
nio de la Princesa con D. Fernando, príncipe de
Aragón y rey de Ñapóles.
Antes del citado juramento y de la partida de
'• Enrique, había dado ya la Princesa su consen-
mento secreto para aquél enlace; pero no cons-
tandole esto con certeza al Maestre, aunque lo re-
laba, creyó que las tentativas á que la Princesa
Reviese quebrantarían sus derechos y que el
'"al trastorno de las cosas había de proporcio-
ocasión de ejercer amplia tiranía.
6 tanto el arzobispo de Toledo envió á
« a los dos navarros Bartolomé de A r g u i -
Guillermo de G a r r o , criados de mosén
2l8 A . DE F A L E N C I A

Fierres de Peralta, para que trajesen la cantid a


convenida cuando la aceptación del matrimoni
y se entregase asimismo á la Princesa el precios'
collar de perlas y balajes que á manera de arras
se había prometido darla. Ardía por aquel tiempo
muy encendida la guerra,y la perfidia de losfrau-
ceses que auxiliaban al duque Juan, sobre haber
dado nuevos bríos á la rebelión de los catalanes
había sugerido ligeras argucias á los magna-
tes aragoneses, ya antes opuestos á aquel ma-
trimonio. Fué inútil por tanto la diligencia de los
enviados. Entonces el arzobispo de Toledo juzgó
conveniente enviar á Cataluña persona abonada
que, con más comodidad que los navarros, estu-
diase los medios que podrían adoptarse, y para
esto despachó á Sevilla á Diego Rangel y á Diego
de San Esteban á persuadirme que me pusiese en
camino á fin de saludar al Arzobispo y oirdesas
labios sus proyectos y el objeto de mi viaje.
A l mismo tiempo se nos dio á Diego Rangel ya
mí el encargo de sondear el ánimo de los magna-
tes sevillanos para saber si por ventura aproba-
rían el matrimonio del Príncipe aragonés, en caso
que la princesa D.a Isabel, por la gloria y v0m
de los naturales, le prefiriese á todos los dentf
que los diferentes embajadores la proponían. Res-
pondió el duque de Medina favorablemente a
nuestras indicaciones; pero se negó á expresar s»
asentimiento por letras patentes, como le P *
mos. E l conde D. Juan Ponce de León, á vuelus
de blandas razones y elogios ambiguos y de
gar sus méritos para con el rey de Aragón |
parentesco con el mismo, acabó por excusad |
CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV 21Q

dar respuesta categórica. Su hijo D. Rodrigo, des>-


uéS de muchos razonamientos conformes con
L subterfugios del padre, declaró terminante-
mente que jamás daría su consentimiento para el
matrimonio, aun conociendo de cuánta utilidad y
doria había de ser; pero que la rivalidad de los tíos
del Príncipe era un obstáculo para que él contri-
buyese á la prosperidad de los que le odiaban.
Tan sólo en Sevilla el adelantado de Andalucía
D. Pedro Enríquez manifestó las causas bastante
nobles de su asentimiento por cartas autorizadas,
con las cuales tomamos el camino de Yepes, atra-
resando bosques y apartados senderos para no
perder la vida ó la libertad á manos de los enco-
nados satélites de D. Enrique, ansiosos de mi
muerte. Favoreciónos la fortuna, porque, sin sa-
berlo nosotros, el Rey marchaba por aquellos días
á Andalucía siguiendo más anchos caminos, con
el maestre de Santiago y el obispo de Sigüenza.
Llegados á Córdoba, y pretextando la libertad de
laciudadyel arreglo de las discordias, trataron
de reconciliar al conde de Cabra con D. Alfonso
^ Aguilar, para que si se reducían á términos de
tenencia estos dos cabezas de bando, pareciese
Ciudad más libre de diarios trastornos y junta-
mente el territorio exento de las funestas agitacio-
nes de la guerra. Encubrió aquel artificio el
Maestre, más inclinado al bando del de Aguilar,
'n la astucia del obispo de Sigüenza, á juicio de
)s favorable al opuesto que capitaneaba el
|e de Cabra, por lo cual no dudó este último
0 en someterse incondicionalmente á la inter-
pon del Obispo. Como consecuencia de esto, y
A . DE F A L E N C I A

p o r acuerdo de a m b a s partes, se arrasaron Usf


talezas de C a s t r o del R í o , M o n t o r o , Santaellav
y la
Rambla: el Conde y su yerno Martín Alfon
so de
Montemayor devolvieron á Córdoba, de quiej
antes fueron. Castro del Río y Montoro, respec
vamente; y D. Alonso de Aguilar, Santaellayí,
Rambla, que por autorización de los regidores de
Córdoba había ocupado durante largo tiempo,
Quedaron arrasadas las fortalezas,' y el Conde
burlado por el Obispo, en un todo conforme con
el ardid del Maestre que deseaba favorecer ádon
Alonso de Aguilar con daño del de Cabra. EsU
maldad tenía distinto alcance, porque con aquel
inicuo cebo se pretendía alcanzar, como se alcan-
zó, la restitución del castillo de Arjona y de otras
villas y fortalezas de importancia que tenía doc
Fadrique Manrique, hermano del conde de Pare-
des, tío del citado D. Alonso y completamenteso-
metido á su voluntad. Así recuperó aquellas vilas
y fortalezas el Maestre, consumado artífice de en-
gaños; y con asentimiento del Rey encargó el go-
bierno de Écija á D. Fadrique, con grave ofensa
del conde de Cabra, cuyo hijo D. Martín, durante
la guerra entre D. Alfonso y D. Enrique, ocupo
aquella ciudad que por su industria abandonóa
primero por el último, y la gobernó contar
provecho de los partidarios de éste como perjuia
de los de aquél, siempre favorecidos por D. Alons
de Aguilar.
Terminadas estas diferencias con tal fraude
maldad, trató el Maestre de obtener el seño»
Carmona, fundado en la antigua posesión de
de sus castillos y en la concesión del indo |
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 221

Monarca; pero eI tercero situado sobre la puerta


ue mira á Sevilla y fuertemente guarnecido por
lQte del cumplido caballero Gómez Méndez de
Sotomayor, resistió las maquinacioness del astuto
Maestre, sin que promesas ni amenazas lograran
jamás mover á su citado alcaide á entregarle.
Puso luego la mira el Maestre en la ocupación
de Sevilla, blanco de todos sus deseos; mas cons-
tándole el odio profundo con que le miraban los
sevillanos, marchó desde Carmona á Alcalá de
Guadaira, acompañando al Rey, cebo de que para
sus ardides se valía, pues con el nombre regio, que
desgraciadamente podía emplear á su antojo aquel
monstruo, atraía á unos, inutilizaba á otros, man-
tenía á muchos entre el temor y la esperanza, y
presuntuosamente propalaba que se conseguiría
aquel año corregir la mala ley de la moneda; cas-
tigar con toda justicia hasta las más ligeras ofen-
sas y devolver la paz á los pueblos. Conformá-
ronse los sevillanos con el parecer del Duque de
que se prestase leal obediencia al Rey y se le con-
cediese entrada en la ciudad si así le placía, con
tai que el Maestre, inventor de maldades, no se
)resentase en ella, porque no escaparía sin grave
año, á causa de la indignación de los habitantes.
Insistía más y más el Maestre por tener una en-
lista con el Duque, y entonces los ciudadanos
'Cantaron grandes clamores aconsejando al ú l t i -
10 que no la aceptase. Aunque contra su deseo,
ó con unos cuantos á celebrarla en sitio y
'ra prefijados; pero por más que quiso contener
:blo dentro de las murallas, no pudo impe-
lue un gentío inmenso se descolgase por ellas
222 A . DE F A L E N C I A

con sogas para estorbarla. Conversaron al


ambos personajes acompañados de un núm C
igual de testigos; y luego á solas cambiaron ah'
ñas palabras, inútiles para los torcidos intem
del Maestre. Por ú l t i m o , el Rey salió de Oca
ña el 7 de Mayo y entró en Sevilla el 19 de Agos-
to, precedido de gran multitud de ciudadanosydí
pueblo, entre aclamaciones, públicos regocijos
y las acostumbradas ceremonias del clero. Aldía
siguiente los caballeros jóvenes jugaron cañas, t
el Rey recorrió la ciudad contra su gusto; m
siempre prefirió las sombras y lugares recóni
tos á la luz y á la presencia en público. Otrods
después atravesó el Guadalquivir en una barca,
y fué á encerrarse al monasterio cisterciense ik
Santa María de las Cuevas, primero; luego alde
San Isidoro, próximo á la ciudad, y de allí marcha
á Cantillana adonde acudieron el Maestre, el obis-
po de Sigüenza y los demás cortesanos.
C A P Í T U L O IX

Embajada de los f r a n c e s e s p a r a p e d i r l a mano de


Doña Isabel. — S a l e l a P r i n c e s a de Ocaña p a r a
restituir á su m a d r e l a v i l l a de A r é v a l o . — N u -
merosas alteraciones que de esto se o r i g i n a r o n .

l e g a r o n p o r entonces e m b a j a d o r e s del
rey de F r a n c i a á pedir á D , E n r i q u e que
se dignase o t o r g a r l a m a n o de s u h e r -
mana Doña Isabel, heredera de la c o r o n a , p a r a
Carlos, duque de B e r r i , y más tarde de G u y e n a
hermano del m o n a r c a francés. E r a cabeza de esta
embajada G u i l l e r m o , c a r d e n a l presbítero de S a n -
ta (i)... ó de A r r a s , p o c o después»de A l b i , sujeto de
gran experiencia y n o m e n o s d o c t r i n a ; pero al mis-
mo tiempo de tan p e t u l a n t e a r r o g a n c i a , q u e creía
poder trastornarlo t o d o á s u a n t o j o c o n s u altane-
ro lenguaje, para lo c u a l le favorecían l a d i g n i d a d
del capelo y su elevada estatura; no c o n t r i b u y e n d o
pocoá aumentar s u h i n c h a d a s o b e r b i a l a c r e e n -

(') En blanco en el original. K l Cardenal de A l b i , trasl.


«Arras, y Cardenal del título de S. Silvestre en 1462, se
«Mba Juan III, (Jouffroy). Murió en 1473. Guillermo
Estaing, arzobispo de Metz, fué nombrado carde-
e anta Sabina en la cuarta promoción de Nicolás V
l m pero murió en 1455.
224 A- DE FALENCIA
cia en que estaba de que el poderío de supatf
reputaría mayor si denostaba de palabra á los '
contrariasen sus planes. Durante los pontificad •
de Eugenio IV y Nicolás V tuvo en Roma el*
tulo de abad de Borgoña, (orden cistercienseVcon
cedióle luego el cardenalato y pingües rentas Ca
lixto III, ( i ) y á la muerte del rey de Francia Car-
los VII quiso ganar el favor de Luis XI que |
sucedió, con cierto menosprecio de Carlos, su-
cesor del duque de Borgoña, Felipe, aunquee;
Rey estaba tan obligado al Duque como á su ni-
ción el Cardenal; que los vicios llaman otros?¡.
cios, al modo que este Prelado añadió á la ingra-
titud la demasía. Indigna de un varón recto fué a l
embajada que aceptó, y muy poco conformecon
su elevada dignidad aquel afán suyo por ser nego-
ciador del matrimonio, para acarrearse luego o ls
odios de muchos y obtener la benevolencia k
muy pocos.

Hallábase por aquellos días D. Enrique en An-


dalucía, y se aguardaba al cardenal de Arras, pro-
cedente de las fronteras de Aquitania,no paraac;;
der á su pretensión, sino para emplearle co:
ministro de amargas divisiones y heraldo de lar
juria, porque, propenso al insulto, si por una par
te hacía jactanciosamente gala de saber, ensañábi
se por otra con no menor acritud contra todos»
que conocía opuestos á su voluntad, lamando^
tupidos á unos ó juzgando á otros reos de v
culpas, él á quien nadie consideraba justo. Al?2-

(i) E n las promociones de Calixto III no apare.


gún Cardenal con el nombre de Guillermo.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 225

r cerca de T o l e d o salió el A r c e d i a n o de esta c i u -


, j yeiio de Buendía, á s u p l i c a r l e c o n g r a n ins-
tancia en nombre del A r z o b i s p o que se dignase
señalar día y sitio p a r a q u e el c l e r o y l a n o b l e z a
fuesen, acompañando a l P r e l a d o , á ofrecerle sus
humildes respetos, si le era grato aceptarlos. C o n -
testó negativamente el C a r d e n a l y n o q u i s o t a m -
poco que le recibiesen l o s regidores de l a c i u d a d ,
por ser en aquel t i e m p o D.a M a r í a de S i l v a arbi-
tra de consentirlo ó de n e g a r l o . T o r c i ó p u e s s u
camino hacia el puente de A l c á n t a r a , f u e r a de
las murallas, y p o r a q u e l l o s áridos lugares se d i -
rigió á Ciudad-Real, antes l l a m a d a V i l l a r e a l , d o n -
de se detuvo deliberadamente a l g ú n t a n t o , p o r q u e
allí estaba enfermo de c u i d a d o el a r z o b i s p o de
Sevilla. Marchó luego á C ó r d o b a y e x p u s o s u e m -
bajada en presencia del R e y , q u e le o y ó c o n d i s -
gusto, porque enemigo de tales a c t o s , jamás escu-
chaba de buen grado á nadie, si había de e x p r e -
sarse en bien concertadas r a z o n e s . Redújose s u
discurso á manifestarse m u y deseoso de q u e se
concertara el m a t r i m o n i o del d u q u e de G u y e n a
<;on la ilustrísima princesa de C a s t i l l a , D.a I s a b e l ; y
después de retardarle largo t i e m p o la respuesta,
acabóse por decirle c a u t e l o s a m e n t e q u e m i e n t r a s
«consultaba á los m a g n a t e s s e v i l l a n o s , p o d í a , si
• agradaba, trasladarse á a q u e l l a c i u d a d . H í z o l o
así) y á los que le p r e g u n t a b a n la c a u s a de t a n
go viaje, respondía q u e había v e n i d o á E s p a ñ a
endo á ruegos del rey de F r a n c i a , n o m i r a n d o
1 lo que U dignidad de s u c a r g o exigía, c o m o
to de c o n c l u i r u n m a t r i m o n i o t a n c o n v e -
l a ambas naciones; sin q u e en e l l o p u d i e r a
cxxvii 15
220 A . DE F A L E N C I A .

verse nada inusitado ú opuesto á las práctk


usuales, salvo el no haber advertido hasta ento"
ees los españoles que u n Cardenal podía ser nego-
ciador adecuado de enlaces matrimoniales.
Tales eran, entre otras muchas, las razones qat
en su defensa alegaba el Cardenal contra los m
le censuraban, llegando á manifestarse esperan-
zado de concluir por si solo el matrimonio silo
graba hacerse oir de la princesa D.a Isabel.
Había ella salido á este tiempo de Gcañapara
Arévalo con intento de recobrar la posesión de
esta villa para su madre que entonces residía ea
Madrigal. Fuéle adversa la suerte porque, á la
cautela que empleó dando por causa de su viaje
la traslación de los huesos de su hermano D. Al-
fonso á Avila se opuso la perfidia de Alvaro de
Bracamente, hija de la maldad y pertinacia dei
conde de Plasencia. Ambos, uno como señor;
otro como subdito, habían hecho solemne ju-
ramento en vida del rey D. Alfonso de no ira-
pedir jamás por ningún medio el libre señorío de
la reina D.a Isabel, y de que si en Arévalo metí¡
guarnición el conde de Plasencia, se someteríai
las leyes y conciertos de lealtad prometidos. W
documentos que en corroboración de la promN
existen fueran de grandísima fuerza á haberse te-
nido en algo la buena fe y la equidad; mas •
halló freno en el pudor la palabra empeñada de
de Plasencia; imitó el ejemplo el perjuro com*
rio y alcaide Alvaro de Bracamente, y no s
no admitió á D.a Isabel, sino que arrojó di
á los oficiales puestos en su nombre, y de P_
del Conde les amenazó con castigos si se qDe ^
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 22/

de la perfidia y violencia de sus opresores. Atemo-


rizada la ilustre Princesa con tan detestable m a l -
dad, marchó á Madrigal al lado de su madre,
mientras D. Enrique, según dejo contado, vagaba
por Andalucía, sumiso al capricho del Maestre.
El cardenal de Arras, llamado ya entonces de
Albi, volvió desde Andalucía á Castilla; fué á T o -
ledo y luego á Coca, deseoso de llevar al arzobispo
de Sevilla por colega ó medianero en las averigua-
ciones que habían de hacerse para que la Princesa
no rehusase el matrimonio del duque de Guyena
Carlos, una vez que el rey D. Enrique diera su
asentimiento á lo expuesto en su embajada. E n
esta confianza marchó á Madrigal el de A l b i ; sa-
ludó á la Princesa, y en un elegante discurso trató
de persuadirla á que aceptase el matrimonio que la
proponía, como el más ventajoso que podía ofre-
cérsela. A l mismo tiempo habló en términos poco
lisonjeros del príncipe D. Fernando de Aragón,
no de otro modo que si de su elogio ó de su
censura dependiese el recto criterio de la verdad.
De gran moderación hubo menester la Princesa,
por no permitirla el decoro refutar tan mordaz lo-
cuacidad ni asentir á las procaces palabras; y así se
limitj á responder concisamente que obraría con
arreglo á las leyes que á la verdadera gloria y gran-
deza de la nación y de la corona se refieren. Con
ío creyó el Cardenal haber conseguido cierta
^omesa no exenta de esperanza acerca del m a -
tnmonio propuesto, y confiado en su propio j u i -
10 "rás bien que en la razón, regresó á su patria.
^

CAPITULO X

Circunstancias que favorecieron los esponsales del


príncipe D. Fernando y de D.& Isabel cuando la
fortuna parecía mostrárseles adversa.

ravemente preocupaban el ánimo del ar-


zobispo de Toledo las dificultades del
comenzado empeño, conociendo por re-
petidos avisos el trastorno de las cosas de Aragón,
así por el encarnizamiento de lá guerra de Catalu-
ña, como principalmente por el poco acierto en el
encargo confiado á los navarros Bartolomé Argui-
naz y Guillermo Garro, para traer el collar de
perlas y piedras preciosas y la gruesa suma de
oro^que el Arzobispo,como negociador del ma-
trimonio, había prometido enviarían de Aragón á
'a Princesa, cuando por medio de enviados secre-
tos se trataba enücaña de las arras de los esponsa-
'es. Por causas diversas no sonaba tampoco agra-
dablemente en los oídos de los magnates aragone-
'es y de muchos ciudadanos el rumor de aquel en-
lace, recelosos del mayor poderío de Castilla, ó de

(i) zo.ooo florines, según l a C r ó n i c a c a s t e l l a n a .


23o A . DE F A L E N C I A

que el rey de Aragón adquiriese bastante para re


frenar las tiranías producidas poria guerra.
De la entrega del collar y del pago de aquella
suma se creía depender únicamente la ratifica-
ción de la palabra entre los Príncipes empeñada'
por lo cual el Arzobispo me encomendó el carm
de marchar á aquel reino y tratar de vencer las
dificultades que para ello hubiese. Supe en el ca-
mino por un mensajero que la traición había en-
tregado Gerona á los franceses, y la noticia entris-
teció profundamente mi ánimo, porque calculaba
que el desastre sufrido de tal modo quebrantarla
al angustiado Monarca, que le imposibilitaría para
conceder la suma y entregar el collar. Obser-
vaba como otros muchos que aquella feloiía,
ocurrida tras el descalabro de Ampurias donde el
príncipe D. Fernando peleó con los franceses con
adversa fortuna, consumiría las restantes fuerzas
del reino, y meditaba sobre la traición cometida
en aquellos días por Bernardo Margarit para en-
tregar al duque Juan la plaza de Gerona. A pe-
sar de todo, me dirigí á Tarragona, saludé al ani-
moso rey D. Juan y le expuse el encargo quee'
arzobispo de Toledo me encomendara.
No sirvieron de poco consuelo mis razones af an-
ciano, ocupado á la sazón en equipar una armada
tan numerosa de navios y galeras que ya tenia
dispuestas en las costas de Tarragona quince gran-
des de los primeros, seis de dos órdenes de remos
otras seis naves de desmesuradas proporciones,!
das bien tripuladas de marineros y soldados} i-
tas para hacer cruda guerra por mar á los de -
sella y Barcelona, porque la perfidia del Re)
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 23l

Francia había dejado á los aragoneses estrecho


s ció para expediciones terrestres, ocupada
-orno estaba de tiempo antes la provincia del R o -
sellón ó Cerdaña, así como la mayor parte de la de
Ampunas> y vendida traidoramente la plaza de
Gerona por Juan Margarit, hermano del Obispo
de aquella ciudad. Más que aquellos desastres y
desdichas angustiaba el ánimo del fortísímo M o -
narca el ver á los magnates de su reino tan apar-
tados de dar su aprobación al matrimonio de la
Princesa, principal preocupación de los españolas;.
Reflexionando luego sobre la conducta que ya le
era conocida de los Grandes y de los ciudadanos
que tendían á estorbar tamaña ventura, y so,br§ la
imprudencia de aquellos navarros, ocasión princi-
pal para la resistencia de los magnates, dignóse
aquel buen Bey oír m i humilde parecer sobre to-
dos estos extremos, y tan completa aprobación le
mereció que, coincidiendo su juicio con mi c o a -
Síjo, me hizo repetir mi discurso ante los Graades
que con él estaban. Eran éstos 1). Juan de Cardo-
na, conde de Pradés; D. Pedro de Urrea, patriarca
de Antioquía y arzobispo de Tarragona; D. Ber-
nardo Hugo de Rocaberti, castellano de Ampo&ta,
prior de la Orden de San Juan, y D. Juan Pagés,
vicecanciller, los cuales todos se oponían de hecho
al matrimonio, aunque de palabra lisonjeaban al
Rey á las veces manifestándose íavorables al pro-
yecto. En mi discurso expuse figuradamente mu-
chas de las cosas tantas veces tratadas en confor-
midad con el parecer del anciano Monarca; y con
j'1 dos argumentos afirmé todo aquello que s u -
P0nia habían de impugnar, hasta que, ante el te-
232 A . DE F A L E N C I A

mor de que se les creyese obstinados, ó bien


didos á la fuerza de la verdad, los reduje k\
aprobación deseada.
Juzgó luego necesario el excelente Soberano
avistarse en Cervera con su hijo que había mar
chado al socorro de los pueblos de aquella pro.
vincia, muy abatidos desde que cierto salteador
había ocupado el castillo de M ontefalcón y con
sus repetidas correrías maltratado á los mora.
dores de aquellas comarcas. Vio el Rey con sumo
gozo á su hijo; congratulóse con él de la con-
clusión del matrimonio proyectado, y de común
acuerdo se convino en que el anciano perma-
neciese en Cervera, y D. Fernando marchase á
Valencia á rescatar de manos de los usureros el
collar empeñado en cantidad considerable, y a
buscar la necesaria para entregar la que se habla
prometido. Tres días pasaron juntos deliberando,
y al cabo de ellos el anciano padre en un elocuente
razonamiento pronunciado ante los Grandes, ex-
hortó á su hijo á la práctica de todas las virtudes;
le excitó á que tuviese en lugar de padre al arzo-
zispo de Toledo, de quien él se confesaba deudor
de tal agradecimiento, que ni con todos sus reinos
podría pagarle los beneficios en repetidas ocasio-
nes recibidos; recordando, entre otros, la libertad
que procuró á la Reina, su difunta mujer; el
apoyo prestado en días de adversa fortuna; to
numerosos auxilios y socorros con que oportuna-
mente le había acudido; la exquisita vigilancia-v
la maravillosa habilidad desplegada para traerá
buen término el matrimonio cuya realización-
gracias á la sagacidad de tan eminente sujeto, P"
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 233

dia considerarse segura, por todo lo cual debía


rocurar apenas llegase á Valencia, que el collar
P la suma prometida se enviasen cuanto antes á
L destino. Prometió el Príncipe cumplir sumisa-
mente cuanto se le ordenaba; marchó á Balaguer,
luego á Lérida y á Mequinenza, donde se embarcó
en una fusta, y siguiendo el curso del Ebro hasta
Tortosa, torció el camino para Valencia, y allí, no
sm dificultad, rescató el collar y reunió el dinero,
que se nos entregó á mí y á Pedro de la Caballería,
íntegro ciudadano de Zaragoza, para que lleváse-
mos uno y otro al arzobispo de Toledo, á la sa-
zón residente en Alcalá. Gran contento recibió
éste con nuestra llegada y dio gracias al O m n i -
potente por haber arreglado á tan poca costa ta-
mañas dificultades.

Quedaba por resolver una ciertamente no pe-


queña, y era acudir á librar á la ilustre princesa
D.a Isabel que permanecía en Madrigal al lado de
su madre, de las asechanzas con que trataba de
someterla á su poderío el Maestre, avezado á todo
género de tiranía.
Por aquellos días el clavero de Alcántara don
Ufonso de Monroy, caudillo educado en la anti-
a escuela de guerra, arremetió denodado con
•J poca gente á cuatrocientas lanzas por el
;stre enviadas al cerco del castillo de Montan-
y con maravillosa presteza y rudo empuje
s Puso en precipitada fuga.

^V.^
f?

LIBRO II

CAPÍTULO P R I M E R O

Urna Doña Isabel al arzobispo de Toledo.— V i d a


y costumbres de F r a y Alonso.— Expedición de
aquel Prelado y libertad de la citada Princesa.

l volver de Andalucía el rey D. Enrique,


donde, excitado por el Maestre, había
intentado, aunque en vano, conseguir
la plena posesión de Sevilla, y expulsar al duque
de Medina á las tierras fronterizas de Portugal
lamadas en otro tiempo con este mismo nombre,
concedió la importante villa de T r u j i l l o al conde
dePlasencia que desde los días de su padre don
•sdrode Estúñiga la codiciaba. De este su anti-
tuo deseo se servía como de cebo para sus acos-
tumbrados engaños aquel consumado artífice en
'os ellos, el Maestre, pues siempre que anhelaba
«cerle consentir con su voluntad, le ofrecía em-
«r sus o ficios con el Rey para que le concediese
^ñorío de Trujillo. Especialmente acudió á
nedio cuando vio que no tenía otro para ate-
'nzar á los sevillanos que, fuertes con el apoyo
236 A . DE KALENCIA.

del d u q u e de M e d i n a , se mantenían SoinbreP


bles en su afecto á l a princesa D.a sriundo d
vióse p o r t a n t o q u e el R e y fuese á 3adre,D-J
- aquella Tí no cedían
mas n o se atrevió el Maestre a encontrars I poydesu
t u m u l t o de ios m o r a d o r e s que, conjurándose sistencia c
el alcaide de la f o r t a l e z a Gracián [de Sesél r^ siin de la
t i e r o n l a entrega, a c u s a n d o de ingratitud ál í! engañarle
q u e pretendía e n a j e n a r de la corona aquellai ¡nanifesta
ú n i c a que quedó á su obediencia en vida del n necesario
D . A l f o n s o , c o n d a ñ o y afrenta de sus su tenaz <
tantes. la cual ce
Así, entre el p r o c a z , aunque inútil manifiest¡
R e y , y la tenaz resistencia de los de TrujilloÜE ñor exigía
i n i c u a s órdenes, f u é transcurriendo tiempo, i Con las c
p o c o f a v o r a b l e p a r a la libertad de la Princa ductores
pues si el R e y h u b i e r a pasado los montes tic los del pu
la parte de T o l e d o , imposible le hubiese mes, abaí
A r z o b i s p o l i b r a r l a d é l a violencia del M sejaban c
a u n q u e a u s e n t e , había encargado por carta!; stpor su
frecuentes m e n s a j e r o s al arzobispo de Sevilla,* ción del
tonces residente en C o c a , cerca de Madri, acc
j u n t a n d o fuerte escuadrón de lanzas, tuviesepra sejo de
á D.a Isabel en esta ú l t i m a v i l l a , ó la llevase ws, lio

d o n d e l a fuera i m p o s i b l e aceptar el matriniM suyo, y


c o n el príncipe D . F e r n a n d o , como se espera!»" antiguo (
h a r í a . C o n f i a b a el M a e s t r e que para perpetrare íartido.
m a l d a d le bastaría el a u x i l i o de algunos qW*- Fornií
m u e r t e del rey D . A l f o n s o había él e l e g M •ea fray
a c o m p a ñ a r á la P r i n c e s a y desempeñar lose
de s u c a s a .
E r a jefe de ella p o r su dignidad y preeI1
cía D . L u i s de A c u ñ a , obispo de Burgos;^
en a u t o r i d a d G ó m e z de M i r a n d a , prior ae
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 287

KrP oerverso, y por último D. Diego de Meló,


¡101110^^ _ . , muy
do de Portugal, ^ „ , r inferior
¡ n f o r i ^ r al
n i mérito
^ ¿ ^ ^ de
J „ su
„„
D.Juan de Meló, virtuosisimo en todo y que
edíaen prendas á caballero alguno de su tiem-
desu Orden militar. Estos, vista la decidida re-
tLcia de los de Madrigal á consentir en la pri-
ende la Princesa, avisaron al Maestre que, para
Lañarles, debia enviar cartas del Rey en que les
manifestase en cuánta merced les tendría y cuan
necesario era para el bien del reino que cediesen de
su tenaz empeño de tener en su villa á D.a Isabel,
lacualcon su apoyo había emprendido caminos
manifiestamente opuestos á lo que su propio h o -
norexigíayá lo que el pro común demandaba.
Con las cartas y con los razonamientos de los se-
ductores comenzó á quebrantarse la constancia de
o
l s del pueblo, y ya los pocos que se mantenían fir-
mes, abandonados de lá multitud engañada, acon-
sejaban cada día á la ilustre Princesa que mira-
sepor su libertad. No hacía ella tampoco men-
ción del collar y de la suma prometida, como
antes acostumbraba á pedir ante todo por c o n -
tjo de Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárde-
ws, tio aquél del Maestre, y constante sectario
üyo, y primo del segundo que, á su vez, como
«'gtio criado del arzobispo de Toledo, seguía su
artido.
"naba también parte del consejo de la P r i n -
fray Alfonso de Burgos, del Orden de Predi-
WS) y de cuya vida y costumbres convendrá
:ves palabras. Resuelto á abrazar el esta-
so en la Orden de Santo Domingo, bajo
rección del virtuoso y sabio maestro Martín
238 A . DE F A L E N C I A

de Santa María, á cuya muerte, y por u


de tan ilustre doctor alcanzó el joven Alf a
tre los religiosos de San Pablo de Valladol/ causa'
más elevado de lo que su erudición merecía^
menzó luego á buscar el favor del vulen J r '
mones de mas petulancia que doctrina, y pan •
plir con cierta hipocresía lo que la falta de J
trucción le rebajaba, adoptó un rostro severo
andar majestuoso, muy contra lo que exiái
natural y contra lo que ordinariamente ocumt
los años juveniles. E n sus sermones tronabaci:
más indignación que los otros predicadorescoE::;
la liviandad y corrompidas costumbres de loscc
tianos, con lo que alcanzó entre el vulgo s;r.
opinión de virtuoso por aquellos días en pi
rey D. Alfonso, enemigo de D. Enrique, entró;
la noble villa de Valladolid; cuando el furor;.
guerra devastaba los reinos y las facciones i^
han en diversos sentidos los ánimos, ó losa
mentaban con injuriosas palabras, acusante
unos á otros de perfidia ó de perversidad. Eskb-
tado de cosas ofreció ocasión á fray Alfonso
hacerse bien quisto de los más poderos
seguían la mejor causa, no demorando unins
te el hacer públicas en sus sermones las mald»
de D. Enrique; conducta que le valió la masca
pleta aprobación del obispo de Coria, D. Inf
Mendoza, sujeto excelente, tan entusiasta?
verdad corno enemigo de todo engaño; per0
natural vehemente le impidió conocer por
ees la vanidad de aquel religioso. Tan ardiei
su deseo del remedio de las cosas! Así pues, o ••
licencia del prior del monasterio para queP
CRÓNICA DE ENRIQUE IV aSg

ir donde más conviniese para el triunfo de la


^usade D.Alfonso.
^Dióle el arzobispo de Toledo nuevo favor; en-
berbecióse con el de tantos magnates; pronto
descubrió lo que hasta allí había procurado o c u l -
Y ya mostró su inclinación á la vida licenciosa
v á'la disipación de los cortesanos, y su afán por
visitar moradas diferentes; creciendo con ello l a
desvergüenza de su lenguaje y la osadía de sus in-
solencias hasta el punto de ser algunas veces azo-
tado. Así, entre el favor de unos y la malqueren-
cia de los otros vivió buscando siempre afanosa-
mente el trato de algunos magnates, y cubierto
con el manto de religioso, porque si bien no le
adornaba ninguna de las virtudes que tal estado
exige, aquelíervor con que predicaba á los peca-
dores la enmienda de la vida como que disimu-
laba los propios errores. Y a en vida del rey don
Alfonso había caído de su gracia; pero seguía mo-
lestándole con sus importunidades y no se sepa-
raba de su lado. Últimamente en la batalla de Ol-
medo recorrió las filas de los combatientes exhor-
tándolos á no amilanarse ante la muchedumbre
enemiga cuando peleaban por un Rey justísimo
1 por el bien común de los reinos; antes á gran-
earse con el esfuerzo victoria segura y paz ver-
adera. Viendo luego á dos caballeros de D. A l -
te que se alejaban de la pelea, puso espue-
15 á su muía, atajóles el paso y les echó en
4 su cobardía por abandonar el campo llevan-
lntactos sus cuerpos y sus armaduras; mas ob-
^do que no les hacían mella sus palabras,
•odesu escarcela un florín, queriendo persua-
240 A. DE F A L E N C I A

dir con el dinero á los que con sus súpliCas


bía logrado convencer. Esla afanosa dilin^n0'';
recio juicios diversos de las gentes.
Muerto el rey D. Alfonso, siguió á Dm
bajo la protección del arzobispo de Toledo'
cuando éste se alejó de la compañía de aá2
Princesa en los Toros de Guisando dejánd
comendada á la guarda del Maestre y de
más Grandes que á D. Enrique obedecían, y n
rándose él á Yepes, fray Alonso temió seguirlos
y se acogió al amparo del Arzobispo, hasta qué
D.a Isabel salió de Ocaña para ir á Arévalo pri-
mero y después á Madrigal. A l saberse en esta villj
los intentos de D. Enrique, la Princesa, lenade
inquietud, le envió á que expusiese al Preladola
inminencia del peligro y á pedirle inmediato soco-
rro; mas hízolo con tan destemplado tono y mez-
cló en su demanda tantas y tan insolentes pala-
bras, que fué preciso que yo, que asistía como
tercero á la conferencia, interviniese con mis rue-
gos para calmar la justa indignación del Arzobis-
po. Fué ésta la primera vez en que el Prelado
mostró su enojo contra el procaz religioso. Meta
parecido conveniente referir todos estos hecho»
para que más claramente se expliquen los suce-
sivos.
Viniendo ahora á tratar de la arrojada empr»
del Arzobispo, diré que el primer día llegó á
lamanca con unos trescientos caballos muy ®L
gidos, y allí aguardó algunas horas á los reza
dos á causa de la repentina marcha. Inmedi
mente vino á visitarle un secretario de la m1
del Maestre, suplicándole en nombre de su seo
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 24.I

raque no pasase adelante, por ser tan manifiesto


cuántos trastornos sobrevendrían s i , como se
afirmaba, iba á Madrigal, lugar tranquilo, cuyo
S05ieoo había de perturbarse con su repentina lle-
aada; y añadiendo que si abrigaba algunos temo-
res por la libertad de la Princesa, ella hallaría
modo de desvanecer semejante recelo, estando
pronta á obligarse con juramento á no hacer cosa
alguna contra los deseos del Arzobispo. Este, se-
cura de que la Marquesa, inspirada por su mari-
dóle hallaba siempre dispuesta á echar mano de
entorpecimientos como el que proponía, respon-
dió que él nunca había apelado á medios de dis-
cordia; pero que sí quería oponerse á las desdichas
que parecía meditar el Maestre, el cual, aun au-
sente de allí y metido en otras revueltas, no sa-
tisfecho con los males anteriores, olvidado de sus
juramentos y jamás compadecido de los míseros
ciudadanos, buscaba el medio de reducir á prisión
i D.a Isabel, que tranquilamente vivía en M a d r i -
gal al lado de su madre; así que preciso le era á él
excogitar oportunos remedios y procurar la liber-
tad de Princesa tan ilustre, nacida pars la restau-
ración de los reinos, ya que los enemigos de la
verdadera utilidad trabajaban por la universal
nona. Por lo demás, que á ningún amigo de la jus-
taa causaría la menor molestia su marcha em-
rendida, no en son de contienda guerrera, sino
^ra Pastar un auxilio que el deber reclamaba.
in tal respuesta rechazó el Arzobispo las arteras
suPlicas de la Marquesa.

uatro días después hizo alto en cierta aldea á


millas de Madrigal, llamada Cabezas del
242 A. DE FALENCIA

Pozo (i), donde supo que en otra cercana,^


da en la parte opuesta, había doscientas lanzasa'
mando de D. Alfonso Enríquez, hijo del almir ^
le D. Fadrique, llamado para el mismo objeto do
cartas de la angustiada Princesa. Asimismo supl
que un retraso de tres días le hubiera hecho en-
contrarse con cuatrocientas lanzas que alas ór-
denes del arzobispo de Sevilla enviaba el Maestit
para ocupar la villa de Madrigal y reducir ápti-
sión á D.a Isabel; maldad inicua que había prepa-
rado pervirtiendo con las cartas de D. Enriquecí
ánimo de los moradores antes favorables á la li-
bertad de la Princesa. Desde Pozaldez la envó i
el Arzobispo el collar de perlas y piedras pre-
ciosas apreciado en cuarenta mil florines deoroáe
Aragón, y además otros ocho mil de los que Pe-
dro de la Caballería y yo habíamos traído, ácuec-
ta de los veinte mil prometidos á aquella señon
en los primeros esponsales. Dícese que con msi
prodigalidad de la que hubiera convenido dio doñs
Isabel dos mil florines á Gonzalo Chacón; otra
tantos á Gutierre de Cárdenas y mil á la mujet
del primero, Clara (2), como á sus más obedientes
criados.
Los agentes del Maestre que en la casa de !i
Princesa acechaban la ocasión de arrancarlast
libertad, al saber la llegada del arzobispo de 1
ledo y de D. Alonso Enríquez, sobrecogidos
espanto, se echaron á los pies de su señora sup

(1) Crónica castellana, Pozaldez.


(2) Ibid. Hernández.
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 243

'ndola encarecidamente que pusiese á salvo sus


Cyas y n0 Permitiese cIue los arrastrasen á las
•írceles, ó los hicieran sufrir otra ignominia. D e -
L.|0S ia benigna Princesa marchar en toda seguri-
dad á Coca, donde pocos días antes se habían re-
mojado desde Madrigal dos de sus damas más que-
ridas, Beatriz de Bobadilla y Mencía de la Torre;..
Aquélla había sido galanteada inútilmente por eJi
arzobispo de Sevilla; á ésta había intentado duran-
te mucho tiempo D. Enrique atraerla á infructuo-
sas condescendencias y vanas caricias. A l cabo;
terminaron aquellos ilícitos devaneos casándose;
la primera con Andrés de Cabrera, uno de los f a -
voritos del Rey, y la segunda con el noble madri.--
leño Pedro Zapata. Ambas, á excitación del Maes-
tre, habían estado disuadiendo á su señora del;
matrimonio del príncipe de Aragón D. Fernando;:
mas conociendo, lo vano de sus esfuerzos, se acó,-
gieron al amparo de los satélites del Maestre,
mientras D. Enrique pasaba inútilmente el tiempo;
«i Trujillo.

Apenas llegó el Arzobispo y conversaron entre


si D. Alfonso, hijo del almirante, y el obispo de
Coria D. Iñigo Manrique, se trató de ir á besar la
mano á la ilustre Princesa, que al siguiente día se
ul8nó salir al monasterio de monjas extramuros:
* Madrigal, donde se verificó el acto y se excogi-
iron los medios de disponer la marcha, ante el
••o de que en la villa, ya inficionada con las
trigas de los agentes del Maestre, pudiera tramar-
guna traición ó ejecutarse alguna fuerza con-
1 Procesa. Según los acuerdos tomados en el
isterio, al día siguiente acudieron también los
244 A . DE FALENCIA.

Prelados y Grandes con escogido escuadrón i


unos seiscientos jinetes que se mantuvieron safÜ
las armas no lejos de la villa, hasta que pr5Xi,.
y a la postura del sol, creció la sospecha de aW
traición ó maldad. Por fin vino á libertar de aque
Ha zozobra á los que ansiosamente aguardaban'
la Princesa, su llegada en compañía del obispo &
Burgos D. L u i s de Acuña, triste y abatido pot
verse impotente para retenerla, y no exento déte-
mor por cuanto en sus manos habían fracasado
los planes de su tío el Maestre. Salieron entonces
al encuentro de D.a Isabel el arzobispo de Toledo
y los demás Grandes, poseídos de un júbilo qie
contribuía á aumentar el sonido de las trompetii
y de multitud de instrumentos militares; y la msi-
ma Princesa, no cabiendo en sí de gozo por la li-
bertad recobrada, dijo al prelado de Burgos qií
se volviera desde allí adonde creyera convenienti
A l mismo tiempo entregó al arzobispo de ToW;
las riendas de la muía en que ella cabalgaba. En-
tonces el de Burgos, vertiendo amargo lanto,se
alejó con unos pocos igualmente afligidos, me i n-
tras la demás multitud llena de contento, a»'
pañando á la Princesa y á los Grande citados,»
traba en Hontiveros en las primeras horas*
noche.
CAPÍTULO II

Tentativa del obispo de C o r i a y de D. Alfonso


Enrique^ para que el arzobispo de Toledo con-
fiase la guarda de la libertada Princesa a l con-
de de Alba D. García de Toledo.— Tristeza y
enfermedad del Maestre.— Marcha de aquella
señora á Valladolid.—Prisión de Juan de Vu
vero—Enfermedad del arzobispo de Toledo

'ara la mejor inteligencia de la narración


parece conveniente referir ahora las m a -
quinaciones del obispo de Coria y de don
Alfonso Enríquez, los cuales, á pesar de su ente-
ra veneración al arzobispo de Toledo y de reco-
nocerle por principal cabeza y guía en los negó-
los, no tuvieron reparo en descubrirle sus inten-
ciones mientras aguardaba en la aldea dePozaldez
a libertad de la Princesa. Consistían éstas en i n -
ucirle á una resolución á todas luces vergonzosa,
Calera la de que, conseguida tal libertad, confia-
la guarda de la ilustre señora al conde de A l b a ,
: se volviese á las villas de su señorío en territorio
Toledo, de las que, como dije, había salido
1 libertarla. E l citado Obispo, D. Alfonso E n -
luez y D. Enrique Enríquez, hijos del Almiran-
246 A . DE F A L E N C I A

te, cometieron el encargo de insinuar al A


bispo tan indigna proposición á García ¡ 2
que, hermano del primero y primo de 10^''
segundos. Este excelente sujeto, bien ob%*
por los ruegos de los que le enviaban, bien poJe
participase de sus opiniones respecto a! encaron
que se le hacía, partió de la aldea en que los her-
manos aguardaban que saliese de Madrigal la
Princesa y entró en Pozaldez. Allí, á vueltas de
un largo preámbulo, dijo al Arzobispo que tanto
al Almirante ausente como al obispo de Coriay
á los dos hijos de aquél que en la,aldea próximí
esperaban la libertad de la ilustre Princesa, les pa-
recía resolución acertadísima, una vez conseguido
el objeto, confiarla á la guarda del conde de Alba.
yerno del Almirante, á quien seguía numerosa no-
bleza, y al que se consideraba como principal entre
los que habían de apoyar el matrimonio con el
Príncipe aragonés; porque encargando la ejecs-
ción de tan grave negocio á aquel personaje, ansio-
so sobremanera de distinciones y de gloria, sb
partido combatiría á los que repugnasen aque.
enlace, y se acallarían los odios de los que confe-
saban mirarle can ma'»os ojos sólo por la rivali-
dad del arzobispo de Toledo, preocupado siemprí
de una misma idea, el provecho futuro de la re-
pública y del reino, y nunca rebelde como tantos
otros. Estas y otras muchas razones análogas e.v
puso García Manrique á la consideración del I
zobispo, mezclando entre ellas la lisonja para tea
piar algún tanto lo irritante de lá proposición
E n mal concertadas frases (porque no go^
fama de elocuente), respondió el Arzobispo £
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 247

raCOsa realmente grave y no exenta de ignomi-


a abandonar á otros el término feliz de sus pro-
longados afanes, de los gastos por él hechos y de
los "serios peligros arrostrados, cuando ya era ma-
nifiesta la gloria de la empresa; pareciendo así
que, como servidor asalariado ó agente del conde
de Alba, no había corrido todos aquellos riesgos
sino para el ensalzamiento de su señor. No obs-
tante, añadió que consultaría más detenidamente
todo el caso con sus fieles amigos, para templar
con más meditada respuesta la dureza de las pa-
labras.

Tratada la cuestión con el arcediano de T o l e -


do Tallo de Buendía y con Luis de Antezana,
ambos visitaron á D. García Manrique, que en su
posada aguardaba, y en más blandas razones que
las que el Arzobispo les encargara, le explicaron
las causas de su negativa. No agradó á éste tan
comedida respuesta, y nuevamente me abrió su
pecho y me reveló, para que yo lo comunicase á
D. García Manrique, cuan apesadumbrado y cuan
ofendido se hallaba. Entonees yo, en secreto y fa-
miliar coloquio, manifesté al último mi dolor por
la gran angustia del Arzobispo, y cierto resenti-
miento porque hubiese dado oídos á proposicio-
nes sobre un asunto manifiestamente inicuo. A s i -
mismo le confesé mi asombro al ver en ellas mal
Jarada la gravedad del obispo de Coria que, des-
! de rechazar siempre toda infamia y todo ardid
oficioso, aparecía en esta ocasión como instiga-
r e la alevosía. Porque ¿podía darse cosa más
gnaque proponer al Arzobispo, libertador de
rincesa, que después de haberla arrancado de
248 A . DE F A L E N C I A

la prisión se volviese á tierra de Toledo y confi


la única esperanza de universal remedio al co J
de A l b a , joven y tan propenso á la liviandad coló
á la tiranía, el cual, ó se dejaría arrastrar aunan
sión ilícita, ó, por lo menos daría motivo á ij?
hablillas del vulgo, reteniendo en su poder á una
doncella de extremada hermosura, soltera, aun.
que en edad nubil, y vivamente solicitada á dar
su mano á tantos pretendientes? Añadí que,co-
nocido el ambicioso natural del conde D. García
de Toledo, era evidente que mientras prenda de
tal valía se le confiase, había de trabajar por ad-
quirir considerables riquezas y ensanchar sus do-
minios; cuando así estos peligros como aquella
nota se evitaban en absoluto dejando ala Prin-
cesa bajo la única salvaguardia del Arzobispo,
hombre de edad provecta, agentefidelísimodel
tan deseado esposo D. Fernando, príncipe de Ara-
gón y rey de Sicilia, y de su padre, el rey de Ara-
gón y de Navarra, D. Juan; uno y otro tan ma-
nifiestamente inclinados á semejante tutela, como
opuestos á nuevos y censurables acuerdos; qM
no podían alegar razón alguna en su favor losqut
anteponían tamaña maldad al honor y utilidac
verdadera, á no ser que afirmasen ser de mayo'
importancia el odio injusto contra Juan de vive-
ro, que el punto en que principalmente estriba!
el universal remedio, á saber; el decoro y la g'0'-'
de la ilustre Princesa; por último, que si no
prefería á todas las demás prosperidades la coni
ración recientemente formada por el Almiran^
sus hijos para reducir á prisión á Juan de 1
no se veía qué otro móvil arrastraba a un L
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 249

nifiesto á todos aquellos que aconsejaban se


^tre^ase al conde de A l b a la tutela de la Princesa.
Enmudeció García Manrique después de balbu-
.ear algunas excusas; que no le fué dado, ni aun
'on toda su experiencia y facundia, hallar res-
puesta que justificara su conducta.
Todos sabían el gían afecto que el arzobispo de
Toledo profesaba á Juan de Vivero, cuya mujer
era sobrina del Prelado, como hija de su hermano
el conde de Buendía; uníase al parentesco singu-
lar cariño á que habían dado origen y que aumen-
taban la buena correspondencia y el sobresaliente
mérito del de Vivero; y el Almirante, amigo del
Arzobispo en todo lo demás, no ignoraba cuan
sensible le había sido la prisión de aquel su parien-
te, sobre otros agravios que se le habían inferido.
El origen de estos odios había sido el anhelo de po-
seerla fortaleza de Simancas, movido del cual y
con intención de apoderarse de ella con repentina
embestida, Juan de Vivero había reunido u n cuer-
po de caballería, á fin de arrojar á la guarnición
ie D. Enrique que desde allí había hecho grave
daño con sus correrías á los vallisoletanos, obli-
¡ándolos á rendirse, y á muchos soldados de don
Ifonso y al mismo Juan de Vivero á marchar al
•ierro. Con tal fin no sólo llamó á algunos ca-
illeros de la gente del Arzobispo, sino que bus-
M)Por más próximos, la mayor parte entre los
ados del Almirante, bien lejos de sospechar
•ilidad y perfidia en los que consideraba fieles
jos. No se mostraron tales, sin embargo, por-
realizado el ataque con buen éxito, ocupada
'"la y arrojados de ella ó hechos prisioneros
25o A . DE F A L E N C I A

los soldados de D. í í n r i q u e , aquel númem


c o n s i d e r a b l e de los del A l m i r a n t e , instigad
el a n c i a n o ó p o r su h i j o D. Alfonso EnríqJj
q u i e n y a obedecían todos ellos, expulsó álos2','
les habían g u i a d o é i n t r o d u c i d o en la villa F
, , . uia) miii
ágenos de recelar semejante conducta. Estegrav
atentado, afrentoso é i n i c u o , produjoiníiniíasfe
c o r d i a s . E l A l m i r a n t e acusó á Juan de Viverod>
u s a r t i r á n i c a m e n t e de su poder contra la nofe
v i l l a de V a l l a d o l i d , y de fingirse enemistado coi
s u m a d r e , residente entonces en el castillo deV»
l l a l b a , c u a n d o por o t r a parte favorecía ásusiM-
rodeadores q u e á él se acogían de vuelta de su
l a t r o c i n i o s y entregaban su parte de botín áii
C o n d e s a que d i s f r u t a b a por tal mododesus:;-
chorías; y c o m o el A l m i r a n t e acusaba á Juand!
V i v e r o de c r i m i n a l c o m p l i c i d a d en el hecho, Wm
p a r a sitiar el c a s t i l l o á los dos primos, el conde*
B e n a v e n t e y García de Perreras, enemigos deaqiit-
l i a Señora q u e así vejaba á los pueblos á laobf-
diencia de a m b o s magnates. N o creyó oportu::
e n v i a r su gente, p o r q u e dejando que otros,pan
v e n g a r p a r t i c u l a r e s ofensas, sitiasen el caslülo
se apoderasen de la C o n d e s a , le parecía tenernu
f á c i l e x c u s a c o n el A r z o b i s p o , grande amigoyf
v o r e c e d o r de J u a n de V i v e r o .
A p e n a s c o m e n z ó el cerco del castillo, ei A
bispo, sabedor de lo que se maquinaba, envíoe
sarios al A l m i r a n t e á decirle cuan injusto
a r r a n c a r á a q u e l l a madre c u l p a b l e por impri
cía u n a f o r t a l e z a q u e pertenecía á su h')0 f^
recho hereditario, y q u e había de ser un 8»
p a r a a m b a s partes v e n t a j o s o que la Com
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 25l

tresase la posesión de la fortaleza á sus gentes^


ontal que el cerco se levantase. Inútiles fueron
las teatativas de los mensajeros, porque entre las
amenazas de enviar auxilio y las engañosas res-
puestas de acceder á lo propuesto, fueron dándo-
se largas, y al cabo el hambre y los embates que
cercados sufrían les obligaron á rendirse mise-
rablemente, quedando el castillo en poder del coñ-
ete de Benavente por cesión voluntaria ó forzosa
que de él le hizo García de Herrera. Inmediata-
mente maquinaron otro atropello contra Juan de
Vivero todos los que le habían arrojado de Siman-
cas, héchole perder el favor que los de Valladolid
le prestaban y arrancado á su futura herencia el
castillo de Villalba, pues advirtiendo que se había
refugiado en las antiguas ruinas del de Cabezón,
que empezaba á reedificar, indujeron á cierto Juan
deEstúñiga, hijo de D. Diego de Estúñiga, tío del,
conde de Piasencia D. Alvaro de Estúñiga y ene-
migo encubierto de Juan de Vivero bajo capa de
adicto, á que le armase una celada y se apoderase
de su persona al pasar, como acostumbraba, jun-
to ala aldea de San Martín. Encargóse el de E s -
íñiga de ejecutar la maldad, creyendo que con la
levosa prisión de aquel hombre tan ajeno de se-
cante sospecha, libraría la aldea de los daños
,nque la amenazaba el castillo de Cabezón, al
«estaría sujeta, una vez reedificado, y podría
;tregar lo hasta allí construido al conde de P l a -
^ a . Movido por tales intentos el de Estúñiga
1 como por acaso al encuentro de Juan de V i -
que venia de la villa de Dueñas, y en amisto-
:oloquio le fué llevando hacía la emboscada
252 A. DE F A L E N C I A

que dispuesta tenía, desde donde, para ten


más estrecho encierro, y por más cercan e
aldea de San Martin, le envió prisionero áC i!
fortaleza de gran defensa en los Estados delc'^
de de Plasencia. E n esta alevosía de JuandeEsi
ñiga no se tuvo por extraño al Almirante, cut-.
odio al desdichado Juan de Vivero le impulsaba;
maquinar en su daño semejantes maldades.
Dícese que así por estos hechos tan dolorosis
para el Arzobispo cuanto á todos manifieat
-como por el recelo de que algún día tomase con-
veniente venganza D. Alfonso Enríquez, los her-
manos y el obispo de Coria juzgaron deconé
acuerdo que debía excogitarse algún ardid par:
arrancarle la tutela de la princesa D.a Isabel; ik
aunque el Arzobispo rechazó tal intento,supoco:
exquisiíks maneras desvanecer en gran parteaqi»
líos recelos; por lo menos, en la imposibilidad¿s
obrar de otro modo, ambas partes procedieron coi
disimulo, á fin de que en tan crítica situaciónde
las cosas no se hiciesen sus odios más manifiestoi.
Así, pues, luego que la ilustre Princesa salió ite
de Madrigal y entró en Hontiveros, se acordóu»
nimemente que permaneciese tranquila bajoebi
guro del arzobispo de Toledo, que sería arbitro
marcar el itinerario, y que sin demora se enviáis
•cartas al rey D. Enrique y al Maestre, dándoles
ticia de cuanto en aquellos días se había ejecu
L a tristeza que en el ánimo del Maestre prc»
ron apenas puede expresarse; ella fué talque',
brantada gravemente su salud al anuncio de
ña novedad, fué atacado de fiebre cuartana
le ató las manos para adoptar resolución l
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 253

tanto la ¡ilustre Princesa, por consejo de los


- ndes que la seguían, se dirigió á Valladolid:
^ s como también el Arzobispo, principal ca-
1112 del negocio, fué acometido en el camino de
Ícianas, y como á esto se añadía la prisión de
l an de Vivero, contratiempo de no poca monta,
iLóse á temer que fuese difícil la entrada en V a -
lladolid. Quiso el cielo que se desvaneciesen los
obstáculos que se temían, y el 3o de Agosto la ín-
clita Princesa fué recibida en la villa entre solem-
nes aclamaciones de júbilo de todos los mora-
dores.
¿

C A P Í T U L O 111

Marchan á A r a g ó n G u t i e r r e de Cárdenas y el
autor para traer á C a s t i l l a a l p r i n c i p e D . F e r -
nando.—Secreta l l e g a d a de este ú l t i m o . — D e s -
calabro del ejército d e l p a p a P a u l o j u n t o á R i -
mini.— L i b e r t a d de J u a n de V i v e r o .

^ o n grande afán se a g u a r d a b a en C a s t i l l a la
legada del P r í n c i p e ; n o era m e n o r su an-
helo p o r q u e se realizase el deseado m a -
irimonio, y c o m o el afecto q u e l o s p r o m e t i d o s se
profesaban excitaba s u s c o r a z o n e s á abreviar, el
plazo para unirse en a m o r o s o v í n c u l o , q u i s o la
ilustre princesa D.a Isabel d a r m e el e n c a r g o de c o -
municar su pensamiento á s u f u t u r o esposo d o n
Fernando, para i n u t i l i z a r p r i m e r o las gestiones:
tí cardenal de A r r a s , ó de A l b i , c o n t r a q u i e n se
^reía necesario prevenirse, c o m o q u i e r a q u e no
hubiese desistido de t r a b a j a r en f a v o r del m a t r i -
monio del duque de G u y e n a ; y p a r a a n t i c i p a r s e á
legada del rey D. E n r i q u e y d e l M a e s t r e , á fin
^ que la tardanza en celebrar el m a t r i m o n i o no
donara repentinos t r a s t o r n o s . N o se o c u l t a b a
a §ran penetración de la d o n c e l l a c u á n t o h a b í a n
abatido y cuánto habían de resistir el R e y y el
stre el proyectado enlace; sabía que p a r a r o m -
256 A . DE F A L E N C I A

per el vinculo de aquellos esponsales, tiempo •


contraído en Ocaña, habían de apelar á toí
ñero de violencias, y no se había descuidado
desde los principios en averiguar la verdad
para
refutar los engaños de los que con sus palah •
ensalzaban el mérito del duque de Guyena ó/
bajaban el de D. Fernando. Para ello, y p'retej!
tando una negociación en Francia, habia enva i do
allá á uno de sus servidores, el fiel capellán Al-
fonso de Coca, con encargo de visitar al Dup
francés y al príncipe de Aragón, y resolver o l mas
conveniente para sí y para el reino, según las no-
ticias que de ellos la diese. Pintó el mensajero al s
inmensas ventajas que al primero llevaba D. Fer-
nando, pues aun prescindiendo de la mayorexteii-
sión de dominios y de la unión de los reinos,e:
segundo era joven de gallarda presencia, con que in
no podía compararse al Duque, al que afeaband:
poco la extremada delgadez de sus piernas y cierta
fluxión de los ojos tan ocasionada á la ceguera,
que no había de pasar mucho tiempo sin que ne-
cesitase de un diestro guía, más bien que de armas
ó caballo. Añadió que las costumbres de Franca
repugnaban á la gravedad castellana, y que los
aquella nación jamás se avendrían bien con losa
ésta; porque si, supuesto el matrimonio de D- •
bel con el duque Carlos, heredaba éste el reinopo|
falta de sucesión del rey Luis, pretendería soa*
Castilla y León al hinchado y soberbio domioaj
los franceses; y si únicamente quedaba senon
reducido territorio que en Francia poseía, en
gún modo podía igualar al heredero de tantas?-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 267

Con suma satisfacción lo escuchó todo la ilus-


tre doncella, y en tanto que los ánimos de sus
huéspedes los vallisoletanos se mostraban más
favorables á su propósito, creyó que debía apre-
surarse el viaje á Aragón, así por las razones
dichas, como porque en aquellos días se esperaba
que llegase á Zaragoza desde Valencia el príncipe
D. Fernando, mientras su padre sofocaba en la
provincia de Urgel numerosos gérmenes de re-
vueltas. Quiso asimismo la ilustre señora que fue-
se á mis órdenes uno de sus criados, Gutierre de
Cárdenas en la empresa que para la tan deseada
venida de D. Fernando había yo de dirigir, como
quiera que para otros asuntos tiempo atrás ocu-
rridos había contado con la protección del arzo-
bispo de Toledo que en todos estos me favorecía,
y que me había impuesto el grave cargo de acon-
sejar al Príncipe su venida y de acompañarle en
el camino. Salimos Gutierre y y o d e Valladolid
con el mayor sigilo en altas horas de la noche,
por cuanto la luna estaba en su lleno, y apresu-
rando la marcha por el fundado temor á las em-
boscadas de los que tenían la fuerte aldea de Cas-
troverde, paso el más libre que aquella noche se
nos ofrecía, caminamos hasta la madrugada. Pa-
samos el día ocultos en la aldea de Guzmán, y
después de tomar algún descanso, seguimos más
braviados senderos hasta vernos seguros en la
"Ha del Burgo de Osma donde residía el obispo
Pedro, en otro tiempo muy amigo del arzobis-
le Toledo; pero que olvidado ya de los benefi-

recibidos, mostrábase favorable á los émulos


Sü bíenhechor. Apenas lo supe, y conocí que
cxívu 17
258 A . DE P A L E N C 1 A

para la buena marcha de tan grave negocio h u


de ser inútil la comisión que para el prela(j Y
Pedro me encargara el Arzobispo, adopté ¿I
partido. Mostrábase aquél conmigo por de i
afectuoso; mas recelando yo de su astucia dee i^
miné ir solo á visitarle y que Gutierre deCárd».
ñas permaneciese oculto en nuestra posada m
evitar que por él pudiese descubrir fácilmenteb
causa de nuestro viaje. Salúdele y le entrenuélas
breves cartas que para él me diera el Arzobispo:
pero respondí á sus preguntas de muy distinta
manera de la que me había encargado, pon|jt
creyéndole amigo, habíame dichoque le desa-
briera todo el caso, y que preparase un escuadm
de ciento cincuenta caballos del Obispo, a l rgc
tiempo entretenidos en Navarra en auxilio dd
condestable Pedro de Peralta, juntamente cot
otros ciento que por encargo también del Arzo-
bispo capitaneaba Rodrigo de Olmos. Además,
para hacer más segura la llegada del príncipe dos
Fernando había creído necesario que apenas ése t
pisara la frontera de Castilla, se adelantase á sí
encuentro el conde de Medinaceli, D. Luis de li
Cerda, con cuya fidelidad contaba, y escoltaseco:
quinientas lanzas al ilustre mancebo que ven..
acompañado de doscientas, de Aragón.
Conocí yo, sin embargo, por las palabras
Obispo que estaban de vuelta todos aquellos
ballos suyos, enviados tiempo antes por or
Arzobispo á la guerra de los magnates i
la l l a n ^
sospeché que no veía con buenos ojos
del Príncipe; supe además que poco ante:
éoti?
nos de los Mendozas, acaudillados por
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 25g

«¡afleoza á quien acompañaba el citado conde


^ , yjS ¿q la Cerda, su sobrino, habían tenido en
auella ciudad una junta á modo de acto de re-
-[dliación, y como conocía cuan mudable é in-
constante era aquel joven, y cuan fácilmente se
reduciría á la voluntad de sus tíos de quienes an-
tes parecía adversario, cambié repentinamente de
¡en„uaje, según el nuevo aspecto de las cosas, y
dije al Obispo que el Arzobispo me enviaba á Za-
ragoza para que, si posible fuese, trajera conmigo
la dispensa mucho antes concedida por Calixto III,
en cuya virtud se permitía al Príncipe de Aragón
D. Femando casarse, libre de todo impedimento,
con doncella parienta suya dentro del tercer gra-
do, porque el Arzobispo deseaba ver la dispensa
original para luego con ella preparar la venida y
el matrimonio del Príncipe. Montó en cólera el
Obispo al oírlo, y no pudiendo disimular sus i n -
tenciones, me dijo: «Había creído, Alfonso, que
mi buen Arzobispo os enviaba para llamar al
-:pe de Aragón, futuro'esposo, según su i n -
tento, de la ilustre D.a Isabel; y si tal cosa maqui-
na, ya puede buscar apoyo para sus planes en
cosa que no sea mi industria y diligencia; porque
M de procurar combatirlos, y no han de faltarme
•nhares de tal valía que hagan recaer sobre su
abeza y la de sus secuaces la temeridad del que
penetra en nuestros confines. Tales son los
cimientos de los magnates todos de esta pro-
0cia, y tal la opinión del conde de Medinaceli
üya rectitud confía nuestro buen Arzobispo,
do ^e Ia inconstancia del joven y de su na-
1 COndescendencia con los deseos de sus tíos.
26o A. DE PALENCIA.

á quienes prefiere y obedece tanto más cu


más parece odiarlos, según acaba de verseen-
ante el simple indicio de reconciliación dado^
el Obispo de Sigüenza, no sólo no retrasó
momento su asistencia á la junta sino que seco'
fió dentro de la ciudad al seguro de los que hasli
allí llamara sus enemigos. ¿Necesitaré explij
ros los propósitos de D. Pedro de Mendoza Seño:
de Almazán y hermano de mi yerno, constaui
en resistir los conatos del Príncipe siempre qi|
intente penetrar en estos reinos? Y auncuanij
los Grandes todos circunvecinos adormezcan a
vigilancia, la mía bastará y sobrará para desbata-
tar y aniquilar á los aragoneses y á losquelos
acaudillan, porque justamente se me acusarla é
desleal si mientras el rey D. Enrique y el maes;:
de Santiago permanecen en apartadas provincial
confiando á mi celo la seguridad de este territo
rio, consintiese yo la entrada en él de gente ei-
tranjera, y accediese al nuevo matrimonio coai
la voluntad del Rey concertado por mi buenAm
bispo y unos cuantos magnates, paragravetra
torno de nuestros asuntos y eterno semilero ^
escándalos».
Tales fueron las palabras que. Heno de col
me dirigió el obispo de Osma, á vuelta de 1^
enumeración de servicios con que el ingrato ri
do pretendía convencerme de que eran mayore
que al Arzobispo prestara que los quedeal
biera; olvidado ya de la abyecta condición}
menesteres de que aquél le sacó para eleu-
dignidad episcopal y al goce de pingües ren^
parar mientes en que á todos los espan
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 201

. manifiesta la excesiva liberalidad del esplen-


do Arzobispo que tamaños honores otorgara á
un hombre rústico, y sin avergonzarse de aquella
insolente ingratitud que tan conocida me era.
Dime entonces más y más el parabién por haber
adoptado el partido del disimulo y mantenido
oculto á Gutierre de Cárdenas, y con artificiosa
lisonja aparenté tener en mucho y aprobar cuan-
to había dicho. Pedile luego encarecidamente que
me diese un guía fiel y escogido de sus criados y
cartas de recomendación para el alcaide del cas-
tillo de Gomara, villa fronteriza de Aragón, para
seguridad mía y de mis compañeros, y para que
tanto á la ida como al regreso me acogiese amis-
tosa y cortesmente; seguridad y amistad, añadí,
que exigía el hecho mismo de traer ias bulas, por
cuanto el Arzobispo me había ordenado que si lo-
graba alcanzarlas, las sometiese al examen del
Obispo.

Inmediatamente escribió las cartas y me dio el


guia: hícele saber á éste que saldríamos una hora
tes del alba, á fin de que, como nosotros está-
bamos rendidos del cansancio, nos aguardase pre-
parado para la marcha con las llaves de la villa, y
lo ejecutó. Cuando Gutierre y yo nos queda-
> solos, empezamos á comentar todas las pa-
as del Obispo, que causaron profunda tristeza
• compañero, desesperanzado ya del éxito de
a empresa, y no poco extrañado de la ale-
buen humor con que yo hablaba, y de que
imano descalabro y pérdida de nuestras es-
^zasno manifestase el menor indicio de pena,
bien de franca alegría, viendo, en cierto modo
262 A. DE FALENCIA.

transportado de júbilo,, cómo fracasaban


las disposiciones por el Arzobispo adoptadas
la venida del Príncipe, cuales eran la seguritu"
hacer acudir desde Navarra la caballería qu ^
había regresado á sus hogares y la confianza pus'
t a e n el conde de Medinaceli, á cuya lealtad?'
cuya gente había de entregarse la personada
Príncipe, según instrucciones del Arzobispoiá
la princesa doña Isabel. Desvanecidos estosa»
líos, más aún, mirando con malos ojos miestn
empresa, y constándonos que nuestro íntimoam.
go el de Osma había de hacernos abierta oposidá,
añadía Gutierre, lejos de verse ya medio adecuado,
la multitud de obstáculos frustraría nuestros»
fuerzos, y nuestros afanes quedarían burladoss,
faltos de todo apoyo, nos empeñábamos en la-
mar al ínclito Príncipe, heredero de grandes ra-
nos, única esperanza de infinitas gentes, á que i n,
ni aun viéndole rodeado de fiel y numerosoejéf-
cito, parecía cuerdo pensar que su padre permitien
abandonar los propios asuntos por correr tras •
ajenos; por todo lo cual, concluía mi companer-1'
era más prudente partido pensar en nuestro vi;
Sonreíme yo al oírle, y le dije:—«Cobraánii
Gutierre, y sabe que lo que sucede es.indiooit
guro de triunfo, no de descalabro, que laa<
del Omnipotente va enderezando por buenast
lo que, á pesar mío el Arzobispo, engañad
vanas conjeturas de sus imaginaciones,
por extraviados rumbos.» Calló mi comp^
y, lleno de tristeza é inquietud con lo qu6^
resignó á seguir mis determinaciones, tua:
levantamos á la madrugada encontramos.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 263

parado para la marcha al guía Rodrigo de Barrio-


nuevo, que no concibió la menor sospecha de Gu-
tierre, creyéndole uno de mis criados. Entramos al
anochecer en Gomara, donde nuestro guia nos de-
jó para ir á reunirse con su mujer: quedamos bus-
cando afanosos el descanso de la posada; despe-
díme yo de mis compañeros deseándoles tran-
quilo sueño, y fui á buscar al alcaide de la forta-
leza, hombre íntegro y muy deseoso del remedio
de la cosa pública, que luego que hubo leído de-
tenidamente las cartas, se ofreció á ejecutar cuan-
to le mandase. Elogié cual se merecía su buen
ánimo, y le dije que necesitaba un hombre celoso
que con toda diligencia llevase mis cartas al ar-
zobispo de Toledo, deseo que él satisfizo propor-
cionándome un mensajero apto para el empeño.
Admirado Gutierre de mi habilidad, me preguntó
la causa de aquella solicitud: respondíle que no
era otra sino el deseo de evitar que por el impru-
dente error de ciertas confianzas viniera á frus-
trarse toda la empresa. Aprobó mi acuerdo y,
conforme con él, me dio para la ilustre Princesa
cartas en cuyo contexto hallé yo modo de ingerir
más secretos avisos acerca de lo que para la expe-
dición futura debía hacerse, pidiendo que sin de-
mora, y á las órdenes de un capitán probo y ex-
perto, se enviaran trescientas lanzas que en tér-
mino de diez días se hallasen en el Burgo de
^sma; diligencia necesaria si el Arzobispo quería
>alir con honor de la empresa acometida, y en la
116 para los diligentes y resueltos á correr todos
5 "esgos no se veía ningún peligro, y al Prín-
16 le preparaba camino más seguro si seguía
264 A . DE FALENCIA

el secreto consejo de la simulada venida. Co fi


mé todo esto con breves pero terminantes nV
bras, diciendo que la comida debía prepararse!
otro modo del que habían determinado, toman/
asado lo que habían dispuesto que fuese cocid
Penetró perfectamente el sentido de estas palabras
el perspicaz Luis de Antezana apenas el correo
entregó las cartas cuyo tenor no entendieron be in
el Arzobispo ni sus servidores.
L a noche que pasamos en Gomara disponiendo
estas cosas me dijo el alcaide que había sabido
cómo algunos nobles y poderosos aragoneses ha-
bían sido condenados á muerte por orden del Prín-
cipe después que en aquellos días, en su viajede
Valencia á Zaragoza, al pasar por la noble villa de
Daroca había hecho igual justicia con un caballe-
ro principal llamado Falcón y con otros dos de
Cariñena, con tanta satisfacción del pueblo como
pesar de los ensoberbecidos magnates; por loque
si algo teníamos que tratar con D. Fernando, no
dudaba que podríamos saludarle en Calatayi]d,ó
con más seguridad, en Zaragoza. Gran gozo rae
produjo la noticia; pero tuve buen cuidado de
ocultar por entonces la causa.
A l día siguiente, cuando ya el correo caminaba
en dirección contraria á la nuestra con las carta:
para el Arzobispo y nosotros tocábamos á la tro.
tera de Aragón, quiso Gutierre saber al fin la "'J
sa de mi alegría: «No debe extrañarte mi contení!
»le dije, antes si juzgas con tino y pesas ™a
»dos los motivos, te sentirás poseído de no |
»gozo, porque para el feliz término de nue>-
»viaje que tanto deseamos nada ha podido se
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 205

oortuno que lo ocurrido, por tí considerado co-


mo un contratiempo al vernos apartar del cami-
'noque en sus instrucciones nos trazó el A r z o -
bispo; siendo así que á valer mi dictamen cuando
,en Valladolid se nos encomendó la empresa, allí
,mismo me hubiera opuesto á la reunión de tro-
»pas que el Prelado quería se recogiesen de Nava-
rra y Aragón, para que con tal puñado de caba-
lleros fuese un Príncipe tan esclarecido á confiar
»suvida y su libertad al conde de Medina, joven
«sin energía á quien los enemigos del bien habían
manejado y seguirían manejando á su capricho,
»errores todos que, junto con sus consecuencias,
»haquerido alejarla voluntad divina, así como
•reducirnos á nosotros, aun á pesar nuestro, á
«adoptar caminos de prudencia luego que el Obis- <•
»po descubrió sus intenciones, contrarias á núes-' .%v
»tros intereses, y el conde D. Luis (de la Cerda);"""!
»dió evidentes muestras de su natural inconstan- w ,
»te.»—«Demos por supuesta, replicó Gutierre,
»nuestra conformidad en lo que acabáis de decir;.
»mas ¿qué es lo que creéis conveniente para nues-
»trá causa, una vez que declaráis inútiles los pla-
ces del Arzobispo? E l Principe, celoso de su l l -
enad y de su honra, se opondrá como vos á su
;uida; pero nosotros nada adelantaremos, ni se-
ndaremos los deseos de quien nos envía, sa-
0 vana nuestra diligencia cuando declare-
)s porqué el ilustre mancebo no ha querido
nfiar su persona á los engaños de nuestras
»

íonces para desvanecer estas dudas fuerza


ue ^scubrir á mi compañero la audacia y re-
266 A.. D E F A L E N C I A

solución que ya antes había conocido enelP'


cipe para arrostrar los más evidentes des ^
francamente le expuse mi parecer y las cau *
mi alegría por serme manifiesto el ánimo delp!
cipe desde que hallándome en días anterioresT
él en Valencia, al saber los temores que su amad-
prometida la Princesa de Castilla abrigaba de peí'
der su libertad, me llamó á solas y me pregunt;
si creía conveniente para más rápido y oportuas
amparo que se pusiese en marcha para Madrioal
llevándome á mí por guía y otros dos que k
acompañasen, á fin de consolar con su presencii
á la angustiada doncella, ó correr el riesgo ¡pit
ella corriese, y así lo hubiera hecho sin duda,í
no haberle detenido mis reflexiones. Oidas esti;
palabras, al punto recobró Gutierre fundada es-
peranza de que D. Fernando, accediendo á nues-
tros consejos, acelerase su marcha.
Llegamos á Zaragoza, y como queríamosref^
rirle á solas y en secreto todo el caso, valió-
nos del ardid de que mientras yo me dirigía a:
amanecer en busca del deseado Príncipe, Gutie-
rre permaneciese oculto en el convento de Si
Francisco hasta que yo supiese si su voluntaden
publicar nuestra llegada, cuyo motivo clarameii
conocerían todos viendo llegar conmigo a mu-
do compañero. Inquieto parecía tener al m
D. Fernando mi prolongada estancia en Ca
así que mi visita le causó extraordinario juM
sin más tardar se dirigió, según mi deseo
iglesia de San Francisco, donde con todo ü
mulo que creí conveniente, fué encamín
hacia la celda para escucharnos con m35'
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 267

ción. Allí resolvimos que Gutierre se dejase ver de


todos; que se quejase de la tardanza y acusase al
Príncipe de ingratitud, cual si, abandonada toda
¡dea de marcha, no mostrase buena corresponden-
cia á su prometida D.a Isabel, constituida en grave
peligro. Aprobaron el acuerdo D. Juan, (pseudo
arzobispo de Zaragoza, puesto que era seglar y
usaba indebidamente de aquel titulo por ser hijo
bastardo del Rey) y el anciano Pedro Vaca.
Difícilmente podría, por mucho que lo explica-
se, dar idea de la diversidad de los pareceres y de
la oposición entre los distintos criterios. Accedía
el arzobispo D. Juan á la marcha del Príncipe,
más tal vez por el peligro en que pudiera verse
su hermano que por la dicha que lograra alcan-
zar, pues se sospechaba con bastante fundamen-
to que aspiraba á la corona, por lo cual no había
querido nunca recibir las sagradas órdenes, aun-
que sí percibía las rentas eclesiásticas de la digni-
dad arzobispal y de otras muchas pensiones hasta
una suma de cuarenta mil florines de Aragón.
Pedro Vaca no expresaba una opinión terminan-
te, dudoso entre decidirse por la marcha secreta
del Príncipe ó por la previa consulta de la v o l u n -
tad del Rey; y se oponía á que tan grave asunto
se llevase á cabo no sólo sin noticia sino hasta
Con sentimiento del prudentísimo anciano, á la sa-
zón ocupado en asegurar las fronteras de la pro-
|'!ncia de Urgel, por cuanto su enemigo el duque
Uan) hijo de Renato, que en Barcelona señoreaba
hacía veces de Rey, envalentonado con la toma
^ castillo de Montefalcón, había concebido gran-
es esperanzas de mayor señorío. Por otra parte
268 A . DE F A L E N C I A

movíase el ánimo de Pedro Vaca al único remef^•


de tantas desdichas, pues nadie dudaba que / !
buen éxito de aquel matrimonio dependía únic
mente la felicidad general y el término de las des-
gracias que pesaban sobre los aragoneses. Aten-
diendo pues el obediente hijo cuanto prudente
mancebo á las diversas consideraciones de ios que
le aconsejaban, resolvió que debía consultarse á
su padre, exponiendo las muchas ventajas y faci-
lidades que para el viaje ofrecía la ausencia del
rey D. Enrique y del maestre de Santiago, enton-
ces detenidos en la frontera de Portugal, y disi-
pando todos sus temores, si por acaso el anciano,
tan arrojado para todo lo demás sólo en este asun-
to se dejaba llevar demasiado de su ternura hacia
el hijo para alejar de él todo peligro.

Aceptado el parecer del Príncipe, y mientras se


ejecutaba, dispúsose nuestra deseada marcha, ha-
ciendo de este modo que aquél, acompañado de
seis criados y con el más profundo sigilo se enca-
minase hacia Castilla, fingiendo antes que acudía
al llamamiento de su padre para prestar oportu-
no socorro á sus aliados y á las guarniciones te-
merosas del poder de los enemigos. Pareciónos
también ardid conveniente para desorientar a los
que se habían apercibido de los preparativos d
marcha, que se publicase la de Pedro Vaca con
una embajada para D. Enrique; que á título d
regalos para éste, llevase todo lo necesario pan
digna representación del príncipe D. Fernanc
esto es, algunos caballos y acémilas cargadas í
objetos de valor, y que le acompañásemos r
otros desde Zaragoza, saliendo con aire ti
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 269

arentando grave enojo contra el negligente Prin-


e que, rechazado nuestro solícito interés, se
(fsnonía á marchar en dirección contraria para
eunirse con su padre. Adoptado este partido, y á
álos nueve días de nuestra primera visita al Prín-
cipe salimos con Pedro Vaca en dirección á Cala-
tayud, cuyo camino debíamos seguir el enviado
del almirante D. Fadrique, Tristán de Villarroel,
hombre integro y conocedor del secreto, y yo, al
paso que Gutierre de Cárdenas debía torcer su
marcha desde aquella ciudad hacia Verdejo, lugar
fronterizo de Castilla y confinante con Gomara,
donde por secreto acuerdo se aguardaba al prín-
cipe D. Fernando procedente de Zaragoza.

Antes de separarnos en Calatayud para empren-


der nuestros distintos caminos, llegó allí el c u m -
plido caballero y noble sujeto García Manrique, á
quien la princesa D.a Isabel y el arzobispo de
Toledo enviaban nuevamente para excitar más y
más al príncipe D. Fernando á que apresurase su
deseada llegada, y á oponerse á toda tardanza, que
en su concepto destruiría todos los planes, si con
ella se daba lugar á que regresasen á Castilla el
rey D. Enrique y el maestre de Santiago. Habla-
mos con García Manrique Tristán, Pedro Vaca y
yo, asegurándole que Gutierre se había quedado
con el príncipe D. Fernando, en camino para Ur-
S6' á consultar á su padre; y le dijimos esto, por-
que Gutierre quiso ocultarse, deseoso de alcanzar
_uego la gloria de aparecer como principal compa-
ero de viaje del Príncipe. Así pues, mientras Gar-
!a "anrique vacilaba en dirigirse á Zaragoza,
utierre se separó de nosotros que caminábamos
27O A . DE F A L E N C I A

hacia Monteagudo, y marchó á Verdejo a eso


la llegada del ilustre mancebo, que en el m ^
día acudió presuroso con solo cinco de sucom'
tiva, el diestro guía Pedro de Auñón y el andari"
Juan Aragonés, sin igual por lo rápido de su ca-
minar, como que muchas veces solía recorrer ve-
lozmente en un día distancias de tres jornadas
Sin perder tiempo salió de Verdejo Gutierre con
el Principe hasta una pequeña aldea habitada por
algunos campesinos entre Gomara y el Burgo de
Osma. Allí hicieron alto para descansar breves
momentos, y según previo acuerdo, el Príncipe,
fingiéndose criado de mercaderes, estuvo cuidando
á las muías y sirviendo la cena; acabada la cual,
en vez de retirarse á dormir, salieron de la aldea
en altas horas de una noche tenebrosa. Dos leguas
llevaban andadas cuando se notó la falta de una
alforja con monedas de oro y plata que el ancia-
no Raimundo Despés había confiado al huésped.
Volvió á pie á buscarla Juan el Aragonés, y regre-
só con ella antes que el Príncipe hubiese andado
otras dos leguas.

E n tanto Pero Vaca, Tristán y yo, seguidos de


numerosa comitiva á modo de embajada conti-
nuábamos tranquilamente nuestro camino por
Ariza y Monteagudo en dirección al Burgo de
Osma. Lleno de inquietud el primero iba dirigién-
dome acerbos cargos, renegando de sí y de cuan-
tos imprudentemente habían seguido mi conie)í
exponiendo á tan excelso Príncipe, disfrazado;
solo, á manifiesto peligro, para que con la desgrs
cia de aquel joven perdiesen tantos reinos su un
ca esperanza y el anciano padre á su hereden
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 271

2rave daño y ruina de su persona y de sus es-


•0,n° acogía yo con festivo humor las frecuentes
a -,,"5 del anciano, y viendo dos águilas que se
1raíanen lo alto de los aires, se las enseñé para
me desechase todo temor de desgracia, por cuan-
ío aquel feliz augurio debía disipar nuestra tris-

teza- _
Así íbamos caminando entre mis bromas y sus
lamentaciones, cuando encontramos un hombre
cayo rostro y palabras inspiraban confianza, el
cual, después de saludarnos, nos aconsejó que ca-
minásemos con precaución, porque,poco antes
había visto unos cien caballos que á campo tra-
viesa se dirigían á Berlanga. Desmayó al oirlo el
mciano, ignorante de las prevenciones por mí
adoptadas, y comenzó á lamentarse más amarga-
mente. Pregunté yo más detenidamente al cami-
aaate si sabía quién los acaudillaba, y respondién-
dome que había oído eran gente que el Arzobispo
enviaba á Berlanga al mando de Gómez Manrique,
cobró ánimo el anciano con la noticia, y yo le ex-
pliqué con festivas palabras cómo por cartas h a -
bayo preparado una expedición militar, aunque
e!camino entre Verdejo y el Burgo de Osma era
manifiestamente seguro; mas estábalo yo de que
se nos agregaría también en esta villa otra caballe-
^ mandada por diferente caudillo. De pronto,
Mando nos disponíamos á comer en la aldea de
«azuela, distante más de dos millas de Berlan-
i1» salió de aquí á nuestro encuentro Gómez Man-
^ acompañado de solos tres caballeros, y en-
índose conmigo con adusto ceño, me preguntó
1 l^e no había querido seguirme D. Fernando,
272 A . DE FALENCIA

según había yo prometido en mis carra? „


ro que con mucha mas alegría había él aguarda
mi vuelta. Yo le contesté sonriendo quedejah
Pedro Vaca la respuesta; y cuando supo po^
todo el caso, participó del común consuelo vr
gresó á Berlanga para tomar algún descánso'v
marchar al día siguiente con aquellas cien laazi
al Burgo de Osma, donde se aguardaba al conde
de Treviño, D. Pedro Manrique, con otras dos-
cientas.

Enviamos nosotros delante á Tristán para que


saliendo por otro camino ai encuentro del Prínci-
pe, le refiriese todo lo ocurrido; y al acercarnos al
Burgo de Osma, hallamos al conde de Treviño
detenido entre las puertas cerradas de la villa, é
imposibilitado de entrar porque el comisario del
Obispo residente á la sazón en Ucero, no le per-
mitía la entrada. Por fin, cuando supo el Conde
por nosotros que aguardábamos al Príncipe, logró
que el comisario del Obispo le dejase entrar áély
á García Manrique, que había vuelto muy apesa-
dumbrado de Calatayud por otro camino y á Pe-
dro Vaca, á quien seguía yo y la comitiva sin ar-
mas, con las muías y acémilas, y dejando aquella
noche la caballería en Osma, ciudad en lo anti-
guo, hoy pequeño pueblo á orillas del Ucero
viene del Burgo, conservó en su compañía 1
trompetas.
Ya muy entrada la noche del 7 de Octubre
el Príncipe, á quien no se aguardaba hasta eU
siguiente, y mientras los que con él venían'
mayaban, no pudiendo ya resistir la falta ae
ño, y entumecidos principalmente con el
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 278

noche, impropio en los principios de O c -


re él solo, no rendido á la inmensa fatiga de
dos días de marcha y de dos noches de vigilia, se
aproximó á las,puertas, creyendo que los de la
Tilia obedecerían su voluntad; mas el que hacía la
segunda ronda, ignorante de lo que pasaba, arrojó
una gran piedra, con que puso en grave riesgo la
vida del Príncipe que junto á la puerta estaba.
Desperté yo por acaso de un profundo sueño, y
al acercarme á ella casi desnudo por la parte de
dentro para advertir á las rondas que no recelasen
de la gente que vieren acercarse en busca nuestra,
oí el golpe de la piedra, y en altas voces reprendí
al centinela y le persuadí á que no rechazase al
que allí se aproximaba. Volvió D. Fernando al oir
mi voz, y me dijo:—«¿Os será posible, querido A l -
fonso, acojernos en la villa? porque si bien en
nada estimo mi cansancio, impórtame mucho la
vida de los que me acompañan, y los veo rendidos
de frío y de sueño.» — «Considero peligrosa vues-
tra entrada, Señor,—respondí;—pero ahora saldre-
mos aceleradamente con el conde de Treviño, y
«i, conviene que retrocedáis y nos aguardéis un
instante.»
Al punto llamé al Conde y á los principales c a -
ñileros; salimos precipitadamente con gran asom-
3ro de los que guardaban las puertas; pero al fin
s despiden de mejor gana que nos acogieran.
• wda el Conde traer hachones de cera y quiere ir
^odo á saludar al Príncipe á quien no cono-
|rouéstroseleyo, acércase á besarle la mano, y
Responde cortesmente á su humildad presen-
cie la mejilla. Entonces por orden del Conde
,274 A- DE FALENCIA

resuena la trompetería que llena á los de la h


de asombro y de terror á los guardas del nr5x
castillo, los cuales con sus gritos de alarma \nT
ducen la confusión entre la multitud ignorantetn
suceso.
Vadeamos nosotros el río y entramos enOsma
donde doscientos hombres de armas del Conde
aguardaban en estrechos alojamientos las órdenes
de su caudillo. E l Príncipe no quiso entregarse ai
descanso en su lecho, sino que después de despa-
char cartas para su hermano el Arzobispo y pata
algunos señores zaragozanos que habían temido
ios riesgos del viaje, salió de la población á lastres
de la madrugada y entró al día siguiente en Ga-
rniel del Mercado que tenía Diego de Rojas, hijo
del conde de Castro, D. Fernando de Pojas, jun-
tamente con su madre D.a Juana Manrique.
Allí pudimos entregarnos al regocijo y cuidarde
dar descanso á nuestros cuerpos; allí se recibióla
alegre nueva de que Juan de Vivero, largo tiempo
encerrado en la estrecha prisión de Curiel, se ha-
llaba libre por la buena voluntad de cierta joven,
y la activa solicitud del arzobispo de Toledo qae
había favorecido su libertad con promesas de;
nerosa recompensa; y allí también se supo el
sastre del ejército del papa Paulo, derrotado jt
á Rímini por los soldados del rey D. Fernando
Ñapóles; noticia que no disminuyó seguram
el contento, por cuanto el Pontífice nos eras
demente contrario.
C A P Í T U L O IV

Gutierre y el autor m a r c h a n á Valladolid.—:i>es-


gracia acaecida á T r o i l o C a r r i l l o . — L l e g a d a
del príncipe D . F e r n a n d o á D u e ñ a s . — P r i m e r a
entrevista de los n o v i o s . - ^ F a l s a s sugestiones de
los lisonjeros que con l a p r i n c e s a D . * Isabel es-
taban.

n m e d i a t a m e n t e después de l a c e n a , G u -
tierre y y o , sin c u r a r n o s del descanso, y
con la c l a r i d a d del p l e n i l u n i o , m a r c h a m o s
sigilosamente á la n o b l e v i l l a de V a l l a d o l i d , para
anunciar el feliz resultado de nuestro viaje y el
afortunado arribo del príncipe D . F e r n a n d o , r e -
suelto á trasladarse de G u m i e l á Dueñas c o n el
conde de T r e v i ñ o , c o n García M a n r i q u e , q u e des-
de Bedanga se había r e u n i d o y a c o n el Príncipe
y con numerosa caballería.
En todos los de n u e s t r o partido p r o d u j o la n o -
ticia extremado g o z o y alegría; c o r r i ó al p u n t o l a
multitud á los regocijos p ú b l i c o s , y n o fué dado
en tales instantes pararse á l a m e n t a r la desgracia
yroilo, presagio de las que de a q u e l c o n t e n t o
sbian de resultar; sólo o c u r r i ó p o r el m o m e n t o á
• que vieron en las justas á éste c a b a l l e r o , (teni-
Por hijo del a r í o b i s p o de T o l e d o ) , a r r o j a d o de
silla del caballo y herido en la caída p o r e l
276 A . DE F A L E N C I A

golpe de los pesados estribos, que nunca en fa


grandes alegrías de los mortales deja de intervenir
algún pesar. Ante la gravedad de la herida decayó
algún tanto el entusiasmo de justadores y jinetes
por más que el Arzobispo procuraba disimular su
pesadumbre.
A l mismo tiempo entraba en Dueñas D. Fer-
nando, el 9 de Octubre de 1469 entre las aclama-
ciones de muchos Grandes que allí reunidos le sa-
ludaban como á futuro soberano de todos; que
descaradamente le pedían mercedes, en daño evi-
dente de la república, y que, acostumbrados á
las prodigalidades con que D. Enrique iba labran-
do el desdoro del cetro, murmuraban de la pru-
dente cautela con que el Príncipe respondía á sus
demandas. Cinco días más tarde concertaron los
confidentes de los futuros esposos secreta entre-
, vista de éstos, que había de verificarse saliendo de
Dueñas D. Fernando con solos tres criados, y lle-
gando en altas horas de la noche á Valladolid para
visitar allí á su carísima Princesa en presencia del
arzobispo de Toledo.
Antes de estos sucesos, los continuos de la casa
de esta Señora, valiéndose de perversas adulacio-
nes, afirmaban que la fortuna de D. Fernando se-
ría por demás extremada si conseguía realizar
aquel feliz enlace con la ilustre heredera de los
vastos reinos de León y Castilla; y aunque en di-
ferentes ocasiones habíales yo reprendido su li-
gereza y malicia, puesto que con tan falact
razonamientos causaban positivos daños, con
giados ellos del veneno de la maldad, no ceja
en el empeño de llevar osadamente adelantes
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 277

costumbrada adulación, y sostenían que en la


ntrevista el joven D. Fernando tendría que besar
la mano de su prometida, si había de cumplir lo
míe reclamaba la honra de tan excelsa heredera.
Pareció la Princesa algún tanto inclinada al p a -
recer de los lisonjeros, despreciable para todo
hombre honrado; más pronto refutó tan desaten-
tados propósitos el Arzobispo, y como leal pro-
tector de ambos cónyuges, puso freno á la pro-
caz é injuriosa adulación, haciendo manifiesta la
insolencia con que pretendían inficionar el áni-
mo de la esposa que había de obedecer en todo
al marido y otorgar al varón las insignias del p o -
der, aun cuando hubiese concedido su mano á
otro de menor valía, mucho más siendo D. Fer-
nando un Príncipe verdaderamenne esclarecido,
digno de anteponerse á cualquiera de los que en
la época presente podían ofrecerse para aquel en-
lace, porque en nobleza no cedía á ninguno, y en
cuanto al derecho hereditario, á todos los supera-
ba: como soberano de Sicilia, iba á hacer partíci-
pe á la princesa D.a Isabel de una dignidad real
que de ella no recibía, y en caudales y rentas era
reconocidamente superior: por último, dado caso
que alguna de estas ventajas le faltase, su cuali-
dad de varón le daba primacía sobre la esposa
or razón y derecho, así como por ley y costum-
ire natural de todos los pueblos; por todo lo cual
legaba él dignas de toda censura las sugestiones
"«nejante adulación, y que debían encubrirse
311 prudente disimulo y silenciosa cautela. A pe-
^r de todo, cuándo el 14 de Octubre entraba don
uñando en el zaguán por el portillo de la posa-
278 A . DE F A L E N C I A

da que daba al campo con Raimundo Despés


hermano Gaspar y oíros dos caballeros, todav'
pudo oir algo de lo que se decía, y sonriendo se
dirigió á acompañar al Arzobispo que salió á
su encuentro hasta el umbral del portillo «
le hubiera besado la mano, si el ilustre joven no
se hubiese opuesto á la extremada humildad del
prelado á quien consideraba como á su padre.
É l á su vez amaba sobre todos á D. Fernando á
causa de las innumerables pruebas de cariño que
á sus parientes había dado, sufriendo trabajos y
arrostrando peligros para que se mantuviesen sin
desmayar en la devoción de la casa aragonesa,
Así, pues, este buen padre por el afecto desplegó
cuidadosa solicitud en aquel día tan deseado, acu
diendo á lo que vio exigía su vigilancia, esto es, 1
impedir que el veneno de los aduladores corrom
piese el ánimo de la ilustre Princesa, á quien tiem
po antes intentó dirigir torcidamente con sus con-
sejos la reina de Castilla D.a Juana, en su afáa
por casarla con su hermano el rey de Portugal, y
ya que no con éste, con D. Carlos, duque de
Guyena^ que sólo el matrimonio del príncipe
D. Fernando con D.a Isabel era el que inspiraba
temores.

E n verdadero espanto comenzaron á convertirse


los del maestre de Santiago cuando la princesa
E),.a Isabel, rechazando las antiguas sugestione
de. los pérfidos consejeros, demostró rendida est
mación al príncipe D. Fernando, desprecio
amenazas de D. Enrique, y teniendo en poco 0^
ardides del citado Maestre, se olvidó del ^ o í ^
empezara á conceder al rey de Portugal D- A
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 279

En la entrevista, la presencia del Arzobispo


S0 mió los impulsos amorosos de los amantes,
rep| Corazones fortalecidos entonces con la mu-
"a contemplación había de henchir poco des-
uesdegozo el lícito vínculo del matrimonio. A l
Lbo de casi dos horas antes de media noche, pa-
sadas con la amadísima esposa, á quien entregó
los regalos de los esponsalt^, salió de allí D. Fer-
nando que quiso volver en la misma noche á
Dueñas, de donde había salido ya bastante cerra-
da aquélla.
CAPITULO V

Solemnidad de las bodas de los P r i n c i p e s . — T a r -


dío pesar del rey D. Enrique.—Embajada que
aquéllos le enviaron.

,a entrevista que en presencia del A r z o -


bispo tuvieron los Príncipes avivó en sus
corazones el deseo de celebrar el matri-
monio, á fin de que con la pública solemnidad de
las bodas no se retardase mas tiempo con secretos
rodeos el común provecho de los ciudadanos. De-
túvose por tanto pocos días en Dueñas D. Fernan-
do, y el 18 de Octubre, fiesta de San Lucas, regre-
só á Valladolid, acompañado de buen golpe de
caballeros. Salieron á su encuentro muchos no-
bles y gran multitud de pueblo y el arzobispo de
Toledo, y sé celebraron numerosos regocijos p ü -
3licos, con hondo pesar de los que enviados por
el maestre de Santiago, del conde de Plasencia y
•e algunos Grandes, constantes enemigos de aquel
strimonio, habían acudido á presenciarlos, que
-ada temían tanto como ver acabarse su tiranía,
mentada por la ineptitud de D. Enrique, para
•ar lo cual, y para llevar por otros caminos
lel matrimonio, sobre todo para que no se rea-
ase) habían apelado á refinados ardides aque-
282 A . DE FALENCIA.

líos magnates castellanos. No así el arzobispo


Toledo, sus hermanos, los de la casa del almir '
te D. Fadrique, abuelo del príncipe D, Fernando
la familia de los Manriques, unidos por esireclio
vínculos de parentesco, y en esteasunto por cor
formidad de pareceres con el Almirante, cabeza
de muchas familias, el adelantado de Murcia Pe.
dro Fajardo, y el conde de Cabra, D. Diego Fer-
nández de Córdoba, tío asimismo del Príncipe.
E n la Andalucía el ilustre D. Juan de Guzmán
duque que fué de Medina Sidoma, cuando ej
vida suya empezaron á darse los primeros pasos
para este matrimonio, había seguido mis consejos,
como luego su heredero D. Enrique de Guzmáí
siguió en este punto el parecer de su padre, no
menos que la enemiga contra el maestre de San-
tiago y el menosprecio hacia el rey D. Enriqm
muy contrario á los intereses del Duque. Habia
también muchos nobles que aprobaban con sss
palabras este enlace, pero que en realidad se adhe>
rían á aquellos otros que le combatían, bienpí
ser conpartícipés de la despiadada tiranía, b:e
porque acatasen al maestre de Santiago ó a lai
sade los Mendozas, bajo cuya tutela estaba, con
dije, la titulada princesa D.a Juana, hija de
Reina del mismo nombre. E l conde de Alba
Tormes, á pesar de ser sus hijos primos herman
de D. Fernando, ni decididamente se inclina
ninguna de las dos partes, ni abiertamente i
combatía, sino que en ambas preparaba el te
para futuras inteligencias. A iguales subter
acudía D. Enrique Enríquez, conde de Alt»
Liste, cuyo primogénito aspiraba á lahere—
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 283

tados del duque de Medina, buscando en e\


Ittre de Santiago favor para con el Rey, funda-
fenel odio que estos dos profesaban al primero;
-aso que el M^6511"8 trabaJaba por atraerse con
Jgsasal conde de Alba de Tormes D. García,
^ • a amistad se afanaba por ser negociador el
¿Alba de Liste. E l día en que el pueblo de V a -
•jdolid celebraba la pública entrada del príncipe
| Fernando, todos estos Grandes tenían allí per-
sonas de su confianza para espiar y observar lo
3í pasase. Al anochecer entró D. Fernando en la
jorada de la ilustre Princesa., y en presencia de
suchas gentes del pueblo, de numerosa nobleza
vdesu abuelo el Almirante D. Fadrique E n r í -
^jez. previa pública declaración hecha por el ar-
¡obispo de Toledo., de que por dispensa del papa
ío II, antecesor de Paulo II, á la sazón reinante,
pedaba absuelto el impedimento de consanguini-
Uentre los contrayentes, aprobó los esponsales
¡egún rito de la Iglesia romana, mediante el mú-
•Mconsentimiento de las partes y la ceremonia
acoger sus manos, después de leer las condicio-
••« estipuladas: respecto á la posesión futura del
^ no poco favorables á la Princesa, como
«tinia heredera de los reinos de León y Castilla,
Retiróse aquella noche D. Fernando á las casas
Arzobispo, y al día siguiente, 19 de Octubre,
'ó á las de Juan de Vivero, morada de la Prin-
donde antes de celebrar el sacrificio se leye-
ailevamente las capitulaciones de los espon-
f ^ protestación ya hecha; pasóse el día en
' J Públicos regocijos, y al fin se dispersó
-.aud para dejar que. los Príncipes se reco-
284 A ' DE FALENCIA

giesen á su cámara. Siete días duraron las fi


y fuegos, acudiendo juntos los Principesa ^
legial de Santa María, para recibir las bendici?0'
según costumbre católica.
E n tanto el Rey y el maestre de Santiago no
poco apesadumbrados al ver que sobre haber m
sado inútilmente el tiempo en Trujillo sin loa,
favorecer en nada al conde de Plasencia se le ha!
bían dado al príncipe D. Fernando para que»
gura y libremente realizase su matrimonio, eir..
prendieron diferentes caminos, retirándose á Oa-
ña el Maestre, enfermo de cuartanas, y el Re?i
Segovia. A esta ciudad, y por consejo del arzo-
bispo de Toledo y del almirante D. Fadrique, en-
viaron sin tardanza los Principes por mensajero
á Pedro Vaca, Diego de Ribera y Luis de Antezi-
na, para que en nombre del Príncipe el primera,
el segundo en el de D.a Isabel y el último ene,
del Arzobispo, sincerando á sus señores de toé
culpa y de todo avieso propósito, por cuanto ¡
mucho antes, y á fin de poner término á las pro-
longadas discordias de los reinos con este ún
remedio de un enlace tan favorablemente acogido,
habían tentado todos los caminos de concord:
amistoso concierto, manifestasen que losPríaoi
suplicaban á su Real Majestad se dignase conc
su beneplácito á cosa que tanto lo merecía,) í1
mitir á su gracia á los sumisos cónyuges y s
zobispo de Toledo, atento sobre todas lasc»
al bien general, puesto que á haberse podi o^
lizar el matrimonio por medios más franco
más hubieran apelado á secretos recurso
que no hallando camino alguno para alcaí
CRÓNICA D E E N I U Q U E I V 285

ih'io y útilísimo consentimiento, habían imagi-


do un medio pacífico y asaz decoroso á que el
Revhabríaen justicia de otorgar su aprobación,
• com0 á su Majestad correspondía, deseaba el
liviode los comunes males y el término de innu-
jerables peligros. Por toda respuesta contestó á
esto el Rey, después de la llegada del arzobispo de
Sevila, que convenía aguardar la del maestre de
jantiago, y que después de consultarle, daría su
probación á aquello que la mereciese: en tal sen-
•ío entregó á los embajadores cartas para los
Principes, en que r)0 les daba ningún título. In-
-ediatamente ellos y el Almirante instaron al Ar-
zobispo á que enviase con una comisión confiden-
:;al á Tello de Buendía, arcediano de Toledo, para
peen secreto suplicase á su sobrino el Maestre
pe no les fuese contrario, antes bien persuadiera
ilRey á dar su aprobación al ventajoso matrimo-
áo de los Príncipes. M u y á pesar suyo accedió el
Prelado á lo que se le pedía, que bien conocidas
Iteran las mañas de su sobrino, y sabía que aque-
la misma comisión había de utilizarla él para
?rangearse mayor crédito y más firme autoridad
^e los Grandes, enemigos de aquellos acuerdos,
Mmo en efecto sucedió.
C A P I T U L O VI

Escándalos ocurridos en Salamanca y en Córdo-


ba.—¡da del autor á Aragón.—Sumaria rela-
ción de la empresa guerrera de los franceses
en el Ampurdan y de los turcos en los con-
fines de Aquileya.

a ineptitud del rey D. Enrique y el gene-


ral y violento trastorno de las cosas hi-
cieron nacer en el ánimo del conde de
Alba de Tormes D. García la idea de ocupar á
Salamanca, donde la mayor parte de la nobleza
y otra no escasa de los vecinos se mostraban i n -
clinados á su voluntad y servicio, ya por recípro-
co afecto, ya porque en las continuadas reyertas
«ntre los ciudadanos cada uno de los partidos
aguardaba ansiosamente alcanzar en daño del otro
«I favor del poderoso D. García que daba fácil
ttoria al que le conseguía. Aprovechó el Con-
^para entraren la ciudad el pretexto de apa-
gar las disensiones de los incautos ciudadanos,
^ mismo tiempo hizo pública la donación que
señorío de no pequeña parte de la ciudad le hi-
ciera n p *
• a "• Enrique. Inmediatamente ellos, amantes
Os de su libertad, corrieron á las armas para
el tiránico yugo y librarse con el esfuerzo
28» A . D E PA.LENCIA

de su brazo de la futura crueldad del mal


seductor que con cara de amigo trabajaba p^!
ruina de la ciudad. Resistió D. García la nr '
embestida de los ciudadanos armados, porqueh"
bía ido preparado para la lucha; mas no pudiendo
sufrir el empuje de la muchedumbre que enarde-
cida con el empeño de recobrar su libertad se le
echaba encima, hubo de retirarse mal de su grado
con gran daño de su gente, mucha de la cual su-
cumbió, falta de todo refugio, porque le corta-
ban la retirada los ciudadanos furiosos á los que
en gran parte habían juzgado favorables á su in-
tento. Cuando el rey D. Enrique supo las noveda-
des de Salamanca salió de Segoviacomoensonde
ir á apaciguar el tumulto con unas seiscientas
lanzas, cuya mitad, compuesta de caballeros sevi-
llanos, capitaneaba D. Pedro de Guzmán, herma-
no del duque de Medina D. Enrique. Era éste
hostil al Rey y al Maestre; pero habiendo enviado
aquella fuerza con su hermano á Extremadura
en auxilio del conde de Plasencia, empeñado en
sus pretensiones al Señorío de Trujillo, el Rey
la había retenido consigo, así como otros cien
hombres de armas del arzobispo de Sevilla, cor
intento de apoderarse de los Príncipes, empresa
que juzgó fácil, pero que no logró realizar, coibí
tampoco aprovechó nada su presencia en Sa
manca para dirimir las contiendas en que
moradores andaban revueltos, antes al contr
su ineptitud, con no dictarle resolución al
aumentó los furores de la lucha.

Casi por los mismos días suscito en


otra no menos encarnizada la maldad quee)e
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 289

• Rey cuando so color de volver á poner al conde


, Q^ra y á Martín Alfonso de Montemayor en
posesión del Señorío enagenado, dio al primero la
alcaidía del alcázar de Córdoba y de la torre del
cuente vulgarmente llamada la Calahorra. De
esto pesó mucho á D. Alfonso de Aguilar, cabeza
del bando contrario, y meditando el exterminio
de los poseedores del alcázar cuando se halla-
sen desapercibidos, concibió un pérfido proyecto,
aguardando para realizarle una ocasión propicia
que no tardó mucho en presentársele. Llegó á
Córdoba D. Diego Fernández, mariscal de Baena,
hijo del conde de Cabra, con su hermano D. San-
cho de Rojas, con intento de facilitar á uno de sus
amigos la elección de regidor, bajo el acostum-
brado juramento de la administración del cargo.
Salió á recibir á D. Diego el de Aguilar y le rogó
i¡ue le acompañase á la mesa con los de su séqui-
to; y aceptado el convite, y mientras llegaba la
liora de la comida, fueron á las Casas de ayunta-
miento, donde ya se hallaban los que habían de
ejecutar la maldad. No bien había empezado don
Siego á abogar por su pariente, el noble Luis
Portocarrero, cuando aquellos sicarios se arro-
won sobre el desprevenido caballero y le ence-
^ron en la fortaleza de Cañete. A l mismo tiem-
0 mandó D. Alfonso combatir repentinamente
el alcázar de Córdoba y la torre del Puente,
e"tra^ por otra parte persuadía á su cuñado
Martin Fernández de Córdoba, caballero ca-
^ toda acción honrosa, pero ignorante del
1 hecho que se tramaba, á que sin perder
""e volara á Castro del Río, confinante con
cxxvn ig
29O A . DE P A L E N C I A

Espejo, pueblo de sus estados, á fin de


quitar j
los moradores la ocasión de asegurarse o
auxilios de lá vecina Baena antes de que él ü
ocupase, lo cual sin duda alguna encendería la
guerra en aquella comarca y principalmente e!
Espejo. E l alcaide de los Donceles, D. Martín d
Córdoba, aunque poco satisfecho de la mai^
cometida por el de Aguilar, para precaver, sin
embargo, futuros males, envió á Gonzalo de'Ga-
rro villo, morador de Castro, hombre arrojaio
y enemigo del conde de Cabra, para que se ade-
lantase á cualesquiera mensajetos que el bando
contrario pudiese enviar con aviso de lo que ocu-
rría, y para que se apoderase de él con sus amigos
desprevenidos. E r a el Gonzalo por temperamen-
to y por inclinación propenso á medios expediti-
vos: vio ocupado por los enemigos el puente del
Guadalquivir unido á la ciudad, y comprendió
cuánto retraso traería el largo rodeo de ocho mil
pasos para buscar el Qtro puente de Alcolea: picó,
pues, espuelas al corcel en que armado cabalgaba
y, con grave riesgo, porque el agua le cubría mu-
chas veces, logró ganar á nado la opuesta orilla,
donde, aunque embarazado con el peso del agua
y de las armas,, arremetió súbito al primer ene-
migo que encontró, y de un bote de lanza le oí
rribó del caballo, á pesar de la ventaja que/sob"
el suyo tenía. Desde allí y á todo galope entró a
q m nadie en Castro del Ríor llevando la p n *
noticia á susamigos, con lo que reduje á la mi
dtrmbre enemiga, amilanada con tan repentin
petu después de un impensado combate*
ccntrario, y se apoderó de la villa e o n ^ í
CRÓNrCA D E E N R I Q U E IV 2gi

aición. Cuando todo esto se supo, hubo algunos


"w tacharon la conducta del de Aguilar de pérfi-
da é indigna, y hasta los suyos creían imposible
que se sincerase de culpa. Finalmente, los enemi-
josdeD. Alfonso viendo al hijo del Conde ence-
rado en la prisión con su hermano Sancho, la
imposibilidad de recurrir al brazo de un Rey tan
apático, y con esto que cada día se atacaba más
poderosamente á la guarnición del alcázar de
Córdoba, sin existir esperanza fundada de eficaz
defensa, buscaban, sin cejar en la pelea, algún
medio para libertar á los hermanos prisioneros.
A! cabo se apoderó D. Alfonso del alcázar y rin-
dióla guarnición del puente á costa de sangrien-
ta victoria, porque el esforzado ánimo de los de-
fensores opuso tenaz resistencia y ejecutó nota-
bles hazañas. Con la toma de las fortalezas vino
aballarse el único medio para la libertad de los
dos hermanos, porque ya D. Alfonso no cerró
sus oídos á las proposiciones de los que de ella
trataban, conviniéndose por último en que el hijo
¡Í£l conde de Cabra, D. Diego, quedara en libertad
Mn tal que se comprometiese con juramento á
bregar en plazo de pocos meses la importante
V1!a
l de Alcalá la Real, fuerte por su situación y
Por sus obras de defensa. Habían encargado la de
lv|lla los pasados reyes á la familia de Aguilar
ao señalado testimonio de honor y confianza,
't0 lúe, por su proximidad á Granada, el que
Buarnece ha de sostener muy particularmente
50 de la guerra; mas luego, por atropellos de
arique, sus gobernadores se habían sucedi-
v'Qn harta frecuencia, y excluyendo á los de
292 A . DE F A L E N C I A

la casa de Aguilar, había dado la villa á Juand-


Meló, noble y valeroso caballero, de esclarece
conducta, pero más apropósito para otras erapre*
sas guerreras, por cuánto en aquella provincia
no contaba con auxilio alguno de sus parientes
Muerto éste en el combate de Ardón, su hijo Die^
go de Meló, en nada semejante al padre, le suce-
dió en el cargo, de que le desposeyó D. Enrique
para agraciar con él á Miguel Lucas, más tarde
Condestable, quien á su vez le perdió por envidia
de D. Juan Pacheco y mal querer del maestre de
Calatrava, D. Pedro Girón, dándole el Rey á uno
de los de su guardia, llamado Juan de Cañete,
hombre miserable y enfermizo, el cual hubo tam-
bién de ceder su puesto á Juan Fernández de Ga-
lindo. Éste no supo resistir á los artificios del
Conde y á las dádivas y promesas que le hizo
cuando concibió temores no infundados de per-
der su libertad, como lo trataban algunos de los
principales de Alcalá, seducidos por las artes del
joven D. Alfonso de Aguilar, y así llegaron á las
manos dentro de las murallas. E l bando del Conde
arrojó de la villa á los contrarios, quedando en
posesión de ella, con lo que se enardeció rnasj
más la antigua enemiga y el recuerdo de las ta-
chas habidas entre el Conde y D. Pedro de Aguí
lar, padre de D. Alfonso. Estimulaba á éste v
mente el deseo de entrar en posesión de la 101
leza, no menos que á D. Diego el de conseguir
libertad y la de su hermano, y así se la otorgo^
primero, confiado en el juramento miht2
tado en públicos instrumentos y en los fiad
ios tratos ajustados, D. Fadrique Mannqi
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 2g3

Luis de Pernia, insigne aquél por su estirpe y por


su sagacidad cuanto ilustre éste por su integri-
dad y fortaleza. Aproximábase la festividad de
San Juan, día señalado por D. Diego, ya fuera de
la cárcel, para entregar la villa de Alcalá á don
Alfonso, cuando la víspera le envió un heraldo
preparado al efecto, con un escrito en que le acu-
saba de alevoso y quebrantador de las leyes de la
guerra y de otras muchas maldades, especialmen-
te de que estando sentado á su mesa en amigable
consorcio, bajo la salvaguardia del afectuoso tra-
to, se había apoderado de su persona y de la de su
hermano y encerrádolos en la prisión con tal
crueldad y violencia, que había llevado al colmo
la impiedad contra Dios y la infamia de su pro-
pio nombre; por lo cual nadie estaba obligado á
guardar una palabra arrancada á viva fuerza, a l
que así las quebrantaba, al hombre infame y f a l -
to de todo humano sentimiento. Inmediatamente
convocó D. Alfonso á los fiadores de lo pactado,
que retaron á singular combate á D. Diego por
haber faltado á su promesa de entregar la villa de
alcalá, intimándole que la cumpliera ó volviese á.
Ia prisión. A l reto de D. Fadrique respondió don
Martin de Córdoba, hermano del mariscal D. Die-
8°, y al de Luis de Pernia, el hijo de D. Iñigo L ó -
jz de Mendoza, Señor de Santa Cecilia, Diego de
lendoza, caballero noble y valeroso. L a provo-
:ión del Mariscal quedó reducida á insolentes
urias contra D. Alfonso, ajenas á toda costum-
de caballería, y éste por su parte pasó los lími-
de las leyes para semejantes retos establecidas,
lúe nadie fuese á la mano á los osados caba-
294 A- D E F A L E N C I A

Ueros, porque ningún respeto se guardaba á -


Rey de ánimo tan apocado. Por último, después?
recíprocas acusaciones, convinieron enlacias /
las armas y en las solemnidades del duelrv tW* _
uv-iu, pero no
lograron ponerse de acuerdo respecto al punto en
que había de verificarse, porque el Mariscal áqub
como retador, parecía por las leyes de los desafios
que tocaba designarle, señaló la ciudad de Granada
para medir las armas en presencia del Rey moro
que á ambas partes prometía su seguro; mas el de
Aguilar se opuso á la propuesta alegando la gran
afición del Rey granadino hacia el Conde y sus hi-
jos, y la constante ojeriza que contra él abrigaba,
más viva en aquellos días por haberle talado los
campos deGranada. Pareció bien á todos el espade
intermedio entre las villas confinantes de Cabraj
Aguilar, donde unos y otros acudieron; pero de tal
modo discreparon respecto al señalamiento preciso
del lugar, que los que parecían preparados para el
desafío alegaron que sólo en aquél y no en otro
alguno combatirían. De este modo se desvaneció
toda probabilidad de llegar a las manos; mas enco-
náronse los odios, y así en estas vanas provocacio-
nes se pasaron algunos meses que aprovecharon
los moros granadinos para salir con fuerzas re
petables al mando de su Pey por los campos
Priego, villa de los estados del de Aguilar, y *
pues de talarlos en una gran extensión, tent
asalto del pueblo. Poco después reunió D. Alíoi
buen golpe de sus parciales, salió contra los rr
y con numerosa caballería y peonaje les corr
su vez la tierra. Ninguna de las dos pártese,
hazaña diena de memoria.
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV SgS

Por el mismo tiempo en que comenzáronlas


provocaciones de que dejo hablado, esto es, á prin-
cipios de Diciembre de 1469, marché yo á Aragón
por orden del príncipe D. Fernando á solicitar mu-
chas cosas de su excelso padre, el cual con arre-
do á las leyes del reino, reunió en cortes en Mon-
zón por aquellos días á la nobleza, clero, mili-
cia y pueblo, irritados todos contra los franceses
por la ofensa violentamente inferida al devastar
elAmpurdán y ocupar no pequeña parte de su
territorio. Estaba empeñado en esta empresa el
rey Luis de Francia porque con ello entendía
auxiliar al duque Juan, dueño de Gerona y Bar-
celona, á cuyo fin había enviado á Cataluña cer-
ca de 20.0CO soldados, creyendo que á un rey an-
ciano, pobre, abandonado por los principales de
su reino y aborrecido del rey de Castilla, no sería
difícil despojarle del resto de sus estados. Prepa-
rábase, sin embargo, el animoso anciano á salir
en el corazón del invierno contra sus enemigos,
cuando la guerra que en aquellos días rompieron
el duque Carlos de Borgoña y el rey de Inglaterra
Eduardo les obligó á volverse á Francia, ocu-
pando á su paso por la Guyena, por orden del rey
Luis, los estados del conde de Armagnac, que no
opuso resistencia, sino que huyó con su mujer,
n'jadel Conde, á España, deteniéndose en F u e n -
•errabia á esperar, aunque en vano, el favor del
rey D. Enrique.

Flnalmente, también por este tiempo causó gran


spanto en Italia la correría de los turcos que i n -
™aron en las cercanías de Aquileya; mas no
Ue parte esta desgracia para excitar el ánimo de
SQÓ A . DE FALENCIA

los príncipes cristianos á la conveniente a


especialmente al rey Luis, atento á lainjusta6'
ira que contra el de Aragón movía. Procurab
persuadir á este último, que por entonces se 0^°
paraba á combatir á los franceses y se dolía d'
general desastre de la cristiandad, á que proveyei
se al sostenimiento de los mil hombres de armas
que seguían al príncipe D. Fernando é invernaban
en Valladolid y aldeas confinantes, á fin de evitar
el intento que D. Enrique juzgaba fácil de apo-
derarse de los Príncipes los cuales sólo pedían el
reconocimiento de sus derechos.

. • * • * ? • * i'^~-^_

(¿V^
CAPÍTULO VII

Frecuentes luchas entre D . A l f o n s o de M o n r o y ,


davero de A l c á n t a r a y e l maestre Góme^ de S o -
lis.—Cerco de J i m e n a . — H u m i l d e s súplicas que
dirigieron los P r í n c i p e s a l R e y p a r a que e x a -
minase su causa en j u s t i c i a .

Wi¡os e m b r o l l a d o s a s u n t o s de E x t r e m a d u r a
^ v solicitaban p o d e r o s a m e n t e l a a t e n c i ó n
Sp, de a m b o s p a r t i d o s , pues ardía la g u e r r a
i el Maestrazgo de A l c á n t a r a , y el t e r r i t o r i o del
Maestre sufría constantes daños p o r q u e el v a l i e n -
tey afortunado c l a v e r o A l f o n s o de M o n r o y al
paso que quebrantaba en frecuentes e n c u e n t r o s
la soberbia de las fuerzas de G ó m e z de Solís, i b a
íamentando y robusteciendo sin cesar las s u y a s
¡issta un punto increíble, m e r c e d á la d i s c i p l i n a
"litar y á su enérgica d i l i g e n c i a . H a b í a e m p e z a -
como salteador f u g i t i v o , por lo c o m ú n c o n
I ó pocos más jinetes, sus hostilidades c o n t r a el
estre que tenía o c h o c i e n t o s en o t r a p r o v i n c i a ,
intas veces había d e r r o t a d o , puesto e n f u g a y
pojado á sus m a l a v e n t u r a d o s e n e m i g o s , q u e
^'igualadas las f u e r z a s p o r a m b a s partes, llegó
•dquirir superioridad bastante p a r a e m p r e n d e r
'taque de fortalezas, y sus s o l d a d o s , obedientes
298 A . DE F A L E N C I A

á tan ínclito caudillo, jamás rehuían traba


bate con más numerosas tropas, cual seov, "*
su completo triunfo. Sin embargo, á pdnct*
del año 1470, habiendo dado el clavero D. Alf'05
la villa de Zalamea al comendador de Lares G
zalo de Redona, hombre experto en las artes de [
guerra, que para defensa de la villa había reunido
doscientos cincuenta caballos y unos mil m.
nientos peones de tropas auxiliares, acudió de
repente el maestre Gómez de Solís con nume-
rosas fuerzas, se apoderó de la villa, hizo pri-
sionero á D. Gonzalo con los principales caba-
lleros, y despojó de sus armas á todos los demás
que en su mayor parte eran soldados de doña
Elvira de Estúñiga, hija del conde de Plasencia,y
señora de Gayeta ó Belalcázar. Esta victoria, úni-
ca entre muchos descalabros, infundió al Maestre
esperanzas de hacer levantar el cerco de la forta-
leza de Alcántara, cabeza del Maestrazgo. Habiast
apoderado de esta villa próxima al Tajo el daw-
ro D. Alfonso, presidiado el puente, puesto estre-
cho cerco al castillo, fortísimo por el sitio y di-
fensas é imaginado máquinas de guerra no poco
formidables; nada en fin, había omitido de lo
cesario para combatirle. Los animosos soldi
que le defendían trabajaban por rechazar
frecuentes salidas á los cercadores; mas éstos a
quirían de día en día mayores ventajas, porq
de Plasencia, antes amigo de Gómez de Se
la sazón adversario, á causa del auxilio por
prestado contra él á los de Trujillo, entendía^
ataque de la fortaleza y apoyaba con gran
al Clavero. L o mismo hacían el rey D. E'
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 299

el maestre de Santiago, por cuanto el de Alcánta-


ra parecía inclinarse al partido de los Principes, y
fundar en ellos ciertas esperanzas. E n tal situación
el de Solís, desconfiando de sus solas fuerzas, reu-
nió otras auxiliares, y cuando vino á favorecerle
eltriúnfo de Zalamea, creyendo lo más acertado
recoger cuanto antes de todas partes la caballería
desús amigos, marchó á Alba de Tormes donde
el Conde le dio escogido escuadrón de lanzas, ha-
dendo lo mismo el arzobispo de Toledo y otros
poderosos amigos suyos como el Almirante y don
Beltrán de la Cueva. Con esto allegó tropas sufi-
cientes para en una sola embestida y con fuerzas
superiores poder, no sólo librar á los suyos del
asedio, sino aniquilar al encarnizado enemigo, y
se lanzó rápidamente al sitio en que acampaba
D.Alfonso. Allí había preparado éste su defensa
tiaciendo en aquel terreno quebrado, y para dete-
ner á los incautos enemigos, numerosas hoyas en
el único punto por donde podían penetrar; aun-
que dejando espacio suficiente para que los suyos
pudiesen combatir con libertad, pues si bien su
caballería era muy inferior en número, confiaba
sella porque sus numerosos triunfos le habían
"echo creerse aventajado, y además contaba con
J apoyo del disciplinado é intrépido peonaje.
1 esta confianza aguardó á los despreveni-
^ contrarios, cuyo escuadrón más escogido,
"rojarse el primero sobre el campo, quedó
trozado en un momento por los infantes del de
iroy que entre las asperezas del terreno y las
«llevaban suma ventaja y echaban por tie-
alos hombres de armas del Maestre. Todavía
300 - A . DE FALENCIA

sobró aliento á los vencedores para destruir


vas fuerzas, porque derrotado aquél, lacaballe6'
del'Clavero, (unas quinientas lanzas) desbarató'!
puso en fuga á otras tropas auxiliares, cogió tres'.
cientos escuderos, despojándoles de armas y ca.
ballos, y dio muerte á algunos de los que se ha.
bían adelantado en el combate.-
Mientras esto sucedía en Alcántara, elduqw
de Medina, D. Enrique, cercó la villa de limeña
para vengar la deslealtad del alcaide Pedro de
Vera que se había pasado nuevamente al servicio
de D. Beltrán de la Cueva, y esperaba ser soco-
rrido por la facción de la familia del Abencerraje,
con quien estaba unido Mahomet Quirfot,ala
sazón dueño de Málaga. Cansado al cabo de aguar-
dar en vano el socorro, tuvo que tratar de la en-
trega, y el Duque, por evitar enojos á los Mendo-
zas con quien estaba emparentado el de la Cueva,
entregó á éste una suma de dinero, simulándola
compra de la villa.
A l empezar el mes de Marzo del mismo añoi47
sintióse en cinta la ilustre princesa D.aIsabel,)'
como de esperar la época del parto en Valladolit
eran menester fuertes guarniciones, y porot]
parte, el Príncipe y los Grandes, sus amigos,
mían las novedades que por caso pudieran *
rrir en villa tan populosa, resolvióse marcha;
Dueñas, diez y ocho millas distante de «
dolid, juzgando aquella residencia más s^
cual ninguna adecuada para continuar k
comenzados con D. Pedro de Velasco, coa
Haro, por muerte de su padre, de igual n-
y mejor dispuesta para el reparo de los m
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 3oi

para el secreto de las juntas que celebrasen


I -leales- Antes de salir de Valladolid habían en-
•ado los Príncipes á suplicar al rey D. Enrique
aiie se dignara mostrarse favorable al ya celebra-
do matrimonio, reconocer su legítimo derecho y
señalar época y lugar seguro para que conociesen
¡je él cuatro religiosos de probada virtud, pericia
y autoridad, uno por cada una de las órdenes de
predicadores, franciscanos, cartujos y Jerónimos,
¡os cuales, en caso de disidencia, estuviesen á la
decisión del anciano conde de Haro, vivo en aquel
entonces, y sentenciasen lo que él creyera opor-
tuno, con cuya diligencia podía prudentemente
«sperarse que se evitaría la entrada de los fran-
ceses ó de otros extranjeros. Limitóse D. E n r i -
que á contestar que de un día á otro era espe-
rado el Maestre, detenido en Ocaña por el que-
branto de una larga enfermedad y la crudeza de
un deshecho temporal de lluvias invernales, y que
luego que llegase á Madrid ¡y se trasladasen á Se-
govia, donde habían de reunírsele otros de los no-
bles, proveería sobre aquellos particulares. Bien
seles alcanzó á los Príncipes que las largas que
«'Rey daba obedecían á sugestiones del Maestre,
encaminadas á adormecer su vigilancia, y así,
muerto ya, como he dicho, el conde de Haro, en-
riaron negociaciones con el sucesor, y por me-
*os indirectos trataron de averiguar si acaso po-
a impedirse la venida de la embajada que de
^ncia se esperaba para negociar el matrimonio
,e la hija de la reina D.a Juana con el duque de
f«na. No tardaron en conocer las siniestras
aciones que contra ellos abrigaban el Rey y el
302 A . DE FALENCIA

Maestre, y entonces enviaron al primero


jeros con cartas en que para público conocim
to le suplicaban con vivísimas instancias cm ^
pusiese su confianza en hombres sedicios6^
prefiriese á la sana concordia una guerra cruer'
sima, sino que admitiese á los cónyuges que h'
mildemente se lo pedían, y que ni se negaban iv
se negarían á lo que en justicia se resolviese i
acatarían además á su regia Mageslad/si se dio.
naba recibir con amor á sus sumisos hermanos
rechazando á los que pretendían achacar aquella'
su humilde súplica á cobarde temor ó á carencia
de amigos y favorecedores, cual si, abandonados
de sus partidarios, se hallasen desesperanzados de
todo socorro; que si obrando así en justicia, aco-
gía á los buenos y rechazaba á los malvados, las
cosas quedarían en toda seguridad; pero quede
otro modo, si para la ruina de estos reinos que
ellos trataban de evitar, prefería á gentes extran-
jeras, hostiles por naturaleza, á hijos benévolos,y
optaba por su perdición y exterminio, no se es-
trañase de que se procuraran poderosos elementos
para alimentar los furores de la guerra los que
antes se mostraron siempre inclinados á términos
de amistosa concordia; de todo lo cual hacían a
Dios juez y testigo veracísimo.

T a l fué el tenor de las cartas que como protes-


ta enviaron los Príncipes al rey D. Enrique, a
sazón en Segovia, el diez y ocho de Junio de.H/0-
=#* J 2 &

CAPITULO VIII

Pirtinacia del rey D. Enrique.—Cómo f u é d i l a -


tando astutamente la resolución hasta la llegada
ie los embajadores del duque de Guyena.—Qüe-
jasy consejos de los vizcaínos.— Tentativa para
robar á la hija de la Reina.—Cuidados de los
Principes. — Expedición del ejército francés
contra los ingleses.

•fsckso efecto produjeron las exhortacio-


'É nes y protestas de los Príncipes sobre el
ánimo del R e y , tenazmente empeñado-
en que se realizase el matrimonio de su supuesta
iiija D.a Juana; antes se preparó á recibir al Car-
denal de Arras, anteriormente de A l b i , al c o n -
l£ de Bolonia y al señor de Barsi, á quienes con
aameroso séquito se aguardaba. Y a había señala-
do el Rey, envalentonado con vanas promesas, la
wble villa de Medina del Campo para recibirlos,
vtodavía el falaz Maestre trabajaba, valiéndose de
iwmjeros amaestrados para el caso, por engañar
'któ Príncipesi que presentían la llegada de los-
r»!Keses, á fin de que no adoptasen acertado
"^do en sus negocios. A nadie sin embargo se
uli-aba la índole de aquellos tratos, y así los
^ngados confinantes con la Guyena escri-
)*ron eo términos humildes al rey D. E n r i -
304 A . DE FALENCIA

que cuan injusto parecía á todos el propósit


•de celebrar el funesto matrimonio que hacía
mer futuros desastres y los inextinguibles fur
res de las guerras; mas que si desgraciadamen-
te persistía en llamar sobre el reino aquella b>
neral desdicha, al menos los vascongados, como
primeros en conocer los preludios del desastre
procurarían resistir á los franceses, resueltamente
hostiles á nosotros por naturaleza y en nada in-
teresados por la causa de España. Pareció á los
Príncipes, que estimulaba este celo de los vizcaínos
el conde de Haro, á la sazón encamino de Bilbao,
villa m u y principal de Vizcaya, porque tal había
aparentado ser el objeto de su viaje; mas en reali-
dad de verdad, como penetraba las intenciones del
rey D. Enrique, lo que aspiraba era á alzarse con
el Señorío de Vizcaya, empresa fácil si se lograba
el beneplácito de un Rey encenagado en las más
viles pasiones.

E n tanto que tales cosas se preparaban, Pedro


de Castilla, sobrino del Prelado de la sede hispa-
lense, queriendo satisfacer los deseos de la Reina,
no muy confiada en los de la casa de Mendoza,
intentó sacar cautelosamente á la hija de aquella
Señora de la villa de Trijueque, donde residía bajo
la guarda del conde de Tendilla, Iñigo de Men-
doza. No logró el raptor su intento, antes quedo
á su vez prisionero; redoblóse la vigilancia sobre
aquella prenda que guardaban los Mendozas, J
á la Reina se la restringió por aquellos días la li-
bertad que disfrutaba, á fin de que no fraguase
su capricho nuevas trazas, sino que permanecie-
se mal de su grado á disposición del Alcaide, míen
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 3o5

s llegaban los embajadores franceses adonde


^Enrique les había señalado.
Finalizaba el mes de Julio cuando estos entra-
ben Burgos para luego pasar á Medina; mas la
noticia que allí les envió el rey Luis de haber
ando la,Reina un hijo, legítimo heredero de la
corona de Francia, fué para ellos pronóstico i n -
festo del éxito de su embajada; que como hasta
entonces aquella Señora sólo había dado á luz
iembras, el vano negociador de matrimonios y
procaz Cardenal no cesaba de ponderar con harta
arrogancia lo ventajoso del enlace con el duque
JeGuyena, heredero del cetro, de las Gallas. Gran-
lesmudanzas ocasionó en aquellos reinos el naci-
niento del nuevo vastago; y las grandes fuerzas ^^ijkw /
pe mantenía el rey Luis en Guyena, poderoso''^
«poyo para los embajadores, recibieron por n u e v i ^ P i

iasfronteras de Bretaña, porque el rey Eduardo de


Inglaterra^ unido con el duque Carlos de Borgoña,
sedisponía á hacerle la guerra. Cambió sin em-
iargo por aquellos días la suerte del primero, por-
ipeel-conde de Warwick, con muchos nobles i n -
geses arrancaron al destronado rey D. Enrique de
iprisión á que le redujera Eduardo, y obligaron á
«te á huir y acogerse al amparo del duque de Bor-
Í H su amigo y pariente por estar el último c a -
*io con una hermana del fugitivo.

cxxvn 20
C A P I T U L O IX

Uteraciones que el rey L u i s de F r a n c i a causó en


Italia.

jespués del nacimiento de su hijo, este rey


D. Luis, principal promovedor de gue-
rras, trabajó por sembrar por todo el
ée abundantes gérmenes de discordia, y cuan-»
lí hubo logrado introducirla entre los nobles de
Inglaterra, trató de envolver á los Príncipes y pue-
Wos de Italia en sediciones que sabía poderse ex-
citar fácilmente, sobre todo ocupando la silla de
San Pedro el papa Paulo II, desgraciado en medio
lela arrogancia que le inspiraba su fortuna, pues-
to que este veneciano, por otro nombre Pedro
Barbo, creía que con ser opulento, érale ya dado
fcgirásu capricho en medio de torpe ociosidad
¡os más arduos asuntos, y desde su suntuoso re-
•ifo escudriñar hasta lo más remoto y digno de
ilícita atención. M u y ageno de pensar el rey
"S en acudir á la reparación de los desastres
«sados á la cristiandad por los ejércitos del T u r -
'-á pesar del título de Cristianísimo que lleva
lo«l que empuña el cetro délas Galias, cuidó
ganarse la voluntad del hijo del ínclito duque
''lán, Francisco Sforza, Galeazzo María, jo-
^ e aunque en muchas cosas siguiera las hue-
3o8 A . DE FALENCIA.

lias de su padre, dejóse seducir del vano halago d


su parentesco con la casa de Francia, por esta
casado con hermana de la Reina, y menospreció
los vínculos de más antiguas alianzas. Esto [m.
pulsó á los Príncipes y pueblos de Italia á entablar
más estrechas amistades, siendo el papa Paulo
quien echó los primeros fundamentos con hacerse
aliados al rey D. Fernando de Ñapóles, cuyos es-
tados confinan con los de la Iglesia, y á los vene-
cianos. A los ñorentinos, como la ruptura de su
alianza con el duque de Milán ofrecía más dificul-
tades, se les concedió determinado plazo para que
sin violencia pudieran apartarse de su antigua
amistad con el Duque, de quien se decía hallarse
espontáneamente dispuesto á ceder á su hijo el ti-
tulo del Principado para poder él más libremente
entregarse con su ejército á los azares de la
guerra.

L a alianza del Pontífice con D. Fernando de


Ñapóles fué de más provecho para éste que de ho-
nor para el primero, por cuanto el Rey recibió del
Papa las dos ciudades de Terracina y Benevento y
la villa de San Germán, de antiguo adjudicada á
los Pontífices romanos, con que le devolviese la
ciudad de Rímini, recientemente ocupada, conser-
vase en su compañía al hijo de Segismundo, anti-
guo Señor de ella, y por cuya reinstalación en los
dominios del padre había trabajado, y le diese en
tierra de Ñapóles conveniente compensación por
la pérdida de la ciudad entregada al Pontífice. Su
embargo, como semejante amalgama de amista
des carecía de honroso cimiento, no tardó en di
solverse después de logrado aquel falso provecho.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 309
..Olviendo cada uno á pactar nuevas ligas con sus
ntiguos aliados, con grave daño del más imper-
óte negocio, porque los venecianos, largo tiem-
dudosos y muy comprometidos con los suce-
Jos de Italia, hallaron más dificultad para acudir
¡la euerra que el gran T u r c o , conocedor de todas
jstas vacilaciones, preparaba en la isla de Eubea.

M
OCA
w^&>

CAPITULO

Lamentable pérdida de la isla de Eubea


ó Negroponto.

t, vigilantísimo Señor de los turcos, M a -


homad Bey, que á la débil resistencia
de los fieles debió el dictado de azote de
la cristiandad, y á las discordias y cobardías de
nuestros Príncipes el ensanche de sus fronteras y
el acrecentamiento de su gloria, no podía llevar
con paciencia la comodidad que ofrecía la isla de
Eubea á los venecianos para la navegación á que
en vano intentarían oponérselas armadas turcas
mieatras continuase en poder del Senado de V e -
lecia. En esta isla, vulgarmente llamada Negro-
ponto, situada en el mar Egéo, y poco alejada
«1 continente, floreció en lo antiguo la celebérri-
ma ciudad de Ghalcis, hoy reducida á insignifican-
te villa con el largo transcurso de los años, y
«mbiado su nombre, como el de otras muchas
lcies, villas, montes y hasta provincias de
Grecia por los trastornos de la suerte. L a parte
del
continente más próxima á la isla se llamaba
i*00'^ y allí sobresalió la poderosísima ciudad de
:bas que tan desdichado fin tuvo: levántanse á
11113 distancia los montes Parnaso y Githeron, y
3l2 A . DE FALENCIA

no lejos se encuentra también Atenas, madre un'


versal de las ciencias, y Lacedemonia, ciudade
del Ática y del Peloponeso respectivamente, que
gozaron de gran esplendor en los pasados tiem-
pos. Y a hacía mucho que conocían los venecianos
el ansia con que suspiraban los turcos por la po-
sesión de Eubea, y notaban cuánto motivo habia
para temer los aprestos de armadas y el nombre
de Bizancio, célebre y opulentísima ciudad deTra-
cia, situada en el estrecho del Helesponto. Había en
efecto reunido Mahomad ciento diez y seis galeras
y otras ciento cincuenta de dos órdenes de remos,
además de las de carga, hasta un total de cuatro-
cientas naves de diferente género, propias para el
transporte de soldados, pertrechos y provisiones.
L a variedad de los avisos que señalaban ya Cre-
ta, ya la isla de Sicilia y hasta el puerto de Brin-
disi como punto de desembarco de los turcos,traía
desasosegados los ánimos de los cristianos; peroá
nadie angustiaba tanto como al Senado de Vene-
cía á quien tocaba el primer puesto en el peligro
y que era conocedor de los hostiles propósitos del
turco contra Eubea ó contra los puertos de Creta,
así como de que el Papa Paulo, cual antes los de-
más Pontífices, utilizaba estos terrores para ad-
quirir grandes sumas, y procurarse nuevas alian-
zas, favorables éstas á dañosísimos provechos, y
suficientes aquéllas para sostener su vida relajada.
Así, pues, confiaron á Nicolás de Canalis el man
do de cuarenta y cinco galeras para que asegu-
rase la defensa de las Ciclades, atendiera á la suya
propia según las necesidades, y acudiese pro
tamente á donde supiera que se dirigía la arffl<
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 3l3

m¡ga. Por su parte el T u r c o puso al frente de


l^ya, reunida en Bizancio, la más renombrada
^nuestros días, á Mahomad Bassán, uno de sus
¡jtimos, dotado de prendas de ingenio y valor, y
para que los cristianos, inciertos de sus propósi-
tos no trasluciesen su rumbo, á nadie reveló el
secreto, y á marchas forzadas y por tierra atravesó
rápidamente la Tesalia y la Acaya á la cabeza
de un ejército de cerca de Soo.ooo mil hombres,
mientras el almirante Bassán zarpaba del puerto
je Bizancio el último de Mayo de 1470 para des-
embocar por el Helesponto en el mar Egeo. E n la
isla de Tenedos, frente á las costas del Sigeo, te-
nía ancladas Nicolás de Canalis treinta y cinco ga-
leras. Las del Turco atacaron el 10 de Junio la
sladelmbros, y sus gentes pusieron cerco á una
aldea, valerosamente defendida por el veneciano
Marcos Juan, varón de grande ánimo, muerto allí
con trescientos de los suyos que pelearon con
¡m esfuerzo.

El i3 de Junio, ya por temor á la armada ve-


neciana, ó porque así lo mandase Bassán, aban-
tono el cerco de la aldea, y zarpó con dirección á
avecina isla de Lemnos, en que mandaba A n -
tonio Jacobo, ciudadano de Venecia, y después
fe combatir, aunque inútilmente, durante cinco
ías seguidos la villa de Policastro, hizo rumbo
i5 de Julio á la isla de Scyros cuyo arrabal
nregó á las llamas, pero de cuyo bien asegu-
io castillo no pudo apoderarse ni por ardid
Por tuerza. E l 25 de Julio arribó á la isla de
^ ea 7 echó anclas en la parte en que se le-
^an las columnas donde está construido el
3l4 A. DE FALENCIA

puente de San Marcos que da á la isla su nombre


moderno. E l mismo día en que fondeó la armada
en el puerto, se presentó allí el Gran Señor de
los turcos, Mahomad Bey, que había atravesado
como dije, la Tesalia y Acaya al frente de innu-
merables tropas de infantería y caballería. Para
proporcionar á su ejército paso fácil y pronto
desde el continente á la isla, mandó echar un
puente de barcas de unos cien pasos de largo por
cuarenta de ancho, preparado con gran trabajo y
con admirable traza dispuesto, y á Bassán, que ya
había desembarcado de los navios y galeras cin-
cuenta y cinco mil hombres, dio el cargo de cubrir
con aquel ejército la costa entonces llamada Ro-
manía por los venecianos. Junto al templo de
Santa Clara levantó sus tiendas de brillante es-
carlata y emplazó su gigantesca y formidable arti-
llería, mientras su hijo, experto como él en el arte
militar, sentaba sus reales, asimismo de tiendas
encarnadas, á la otra parte de la villa llamada
Allogiza en lengua del país por los naturales á
causa de los hornos que allí hay, y hacía apuntar
dos bombardas contra los muros. E l que .man-
daba el resto del ejército situó en tierra firme
otras diez en hilera, para que con sus incesan-
tes disparos abriesen brecha en aquéllos por la
parte á que dieron nombre los judíos. Para que s
juzgue del tamaño de semejantes pertrechos diré,
según lo que oí á testigos presenciales, que u1
hombre arrodillado penetraba fácilmente en su in-
terior sin necesidad de inclinar la cabeza. T
bíén Bassán, que junto al templo de San Francii-
acampaba, preparó su artillería formada de m
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 3l5

oS qUe con el violento impulso de la pólvora


lanzaban á un tiempo multitud de piedras para
derribar los edificios. Y tal lluvia de ellas arroja-
ban día y noche aquellas treinta bocas de fuego,
me ni á los de la villa concedían punto de repo-
so ni dejaban la menor tregua al extremado tra-
bajo de los 4.000 soldados escogidos que á las
órdenes del veneciano... (1) la guarnecían, y que
con actividad prodigiosa tenían que acudir á la
Mensa de su libertad y de su vida. Infundían
umbién espanto la presencia del Señor de los
torcos que jamás acometió empresa alguna en
vano; el indecible número de los enemigos y el
estruendo formidable de la artillería que por todos
lados batía las murallas, y ya no animaba á los
sitiados la vana confianza en el grueso de sus mu-
tos contra el que antes creyeron impotente todo
el poder de bombardas y morteros, ni tenían su
esperanza en la anchura de los fosos llenos de
igua, pues que por todas partes veían levantarse
teres de madera y echar con admirable artificio
sobre lo alto de sus muros puentes que, derriba-
te y consumidos por las llamas, eran inmediata-
mente sustituidos por otros.

A todas estas causas de terror se hubiera sin


"nbargo sobrepuesto la valentía y anhelo de l i -
Mrtad de los aguerridos soldados, á no haber
venido á ponerle colmo la traición de Tomás
"fcj que dio término desdichado á una afor-
rada defensa de cuatro días. E l 7 de Julio, des-
?ues de pasados á cuchillo el 5 los habitantes

') En blanco en t o d o s los m a n u s c r i t o s .


3l6 A. DE FALENCIA

todos de la isla, á excepción de jóvenes y done


lias destinados á vergonzosa esclavitud, dispon
el T u r c o el primer asalto de la villa: manda cegar
los fosos con sarmientos y cestones; trábase por
•todos lados encarnizada pelea, y en tanto las
tropas traídas de Italia, adiestradas por larga expe-
riencia en las artes de la guerra, arrojan sobre
aquellos haces fuego que los reduce á ceniza, v
con escasa pérdida de los cristianos, hallan allí
muerte 14.000 infieles. E l 8 de Julio, viendo el
ejército turco ondear en los muros la bandera
enarbolada allí de propósito por los sitiados, lán-
zase furioso en montón sobre los provocadores;
mas éstos con diversidad de balistas y otros pertre-
chos rechazan tan completamente á la confusa
multitud enemiga, que la hace perder en aquel día
16.000 hombres. Empéñase el 9 de Julio el tercer
combate que cuesta la vida á 5.000 turcos; y
el 10 el cuarto, muy encarnizado, en que sucum-
bieron 3.000 por el esfuerzo de los soldados cristia-
nos. E l mismo día descubrió la manceba de To-
más Ilírico la traición de que hablé antes, y aun-
que él y 5oo de sus cómplices pagaron su maldad
con la vida, de tal modo decayó desde entonces el
vigor de la defensa, que el 12 de aquel mes la
-causa de los venecianos podía considerarse te
talmente perdida. E l infiel mahometano movió
todo su ejército contra el trozo de muralla que I
batir de la artillería había destruido hasta e
cimiento, y todavía á la vacilante luz de las e
trellas trabóse tan encarnizado combate por ^
fuerzas de mar y tierra, que los fosos cegaaí
con toneles llenos de ella y con. los cuerp
CRÓNICA. DE ENRIQUE IV SlJ

tos ^ hombres y caballos, dieron franco •


^o al feroz enemigo, que antes de las ocho de
la mañana era dueño de las murallas, y en el vér-
•20 de la victoria no perdonó á ninguno de cuan-
tos halló al paso mayor de 14 años. A l día siguien-
te mandó el gran T u r c o hacer alarde para saber
el número de muertos de ambas partes, y se ha-
laron Sg.ooo de la suya, y cerca de 3o.000 de Ios-
cristianos. Entre tanto el desdichado almirante de
¡a armada veneciana, Nicolás de Canalis, que á
corta distancia de la villa tenía 4.5 galeras y i5
naves de transporte, lejos de llevar socorro á los
miseros sitiados y á las tropas que se le pedían,
cosa que le hubiera sido fácil, pero que según se
jice, no quiso hacer, se opuso al paso de un po-
deroso navio y cuatro galeras llamadas desde Chi-
pre y Rodas que con valeroso arranque se dispo-
nían á prestarle auxilio. E l cruel Señor de los tur-
cos corrió con tal ferocidad después de su victo.ria
las islas separadas de la de Eubea por corto estre-
cho, que todas se le entregaron sin combate, do-
lando ta'mbién la cerviz á su yugo la villa de
fidelium situada en el continente.
LIBRO IIÍ

CAPÍTULO P R I M E R O

7ano sentir de los venecianos.—Resultado que


obtuvo la embajada francesa.—Ocupación de
Medina.

in aquellos días en que la armada del T u r -


co iba sometiendo á su dominio las is-
las del mar Egeo los Príncipes cristianos
parecían bien ajenos de pensar en socorrer á los
venecianos; pero ante la inmensidad del desastre,
aun éstos perdieron su antigua fortaleza de áni-
mo hasta parecer faltos de consejo, sin que pueda
explicarse qué terror embargó el espíritu del almi-
rante Nicolás de Canalis, hombre reconocido por
valiente, para desaprovechar asi cuantas ocasio-
ms se le ofrecieron de socorrer á los miseros c i u -
dadanos y soldados que resueltamente luchaban
en Negroponto. Los pareceres del Senado de Ve-
ÜOa, unánimes en condenar la conducta dé su
^mirante, diferían en lo demás: aconsejaban unos
la 'iga con el T u r c o ; querían otros que se nego-
Ciasen largas treguas; no pocos vituperaban la
tardía del Papa Paulo, recordando con amar-
320 A. DE FALENCIA

gura la añeja enemiga que ya mucho antes des


exaltación al trono pontificio obligó al Senado
desterrar á ciertos parientes de Pedro Barbo- '
niendo á deducir de todo ello que su exaltación al
Pontificado, considerada por muchos como di-
chosa por creer equivocadamente que, siendo ve-
neciano, favorecería la causa de su patria, más
bien debía juzgarse infausta, puesto que su con-
ducta había desmentido tales esperanzas que tam-
bién engañaron al Senado de Venecia. Añadían
que mientras éste, abrumado con la intolerable
pesadumbre de una guerra difícilmente soporta-
ble para las fuerzas reunidas de la Cristiandad
se había arrojado sólo á medir sus fuerzas con
el sultán Mahomad, potentísimo en todo el orbe,
y á formar así expediciones terrestres en los con-
fines de Aquileya, como armadas por los ma-
res, el indolente pontífice Paulo se entregaba en
su cámara, resplandeciente con el oro y piedras
preciosas,4 á todo género de sensualidades, enta-
blaba ligas que le permitiesen continuar aque-
lla vida de delicias, y para acumular tesoros se
valía como señuelo del apellido de guerra que iba
á hacerse al Gran T u r c o , como si en medio de su
molicie y lascivia pensase en acudir al necesario
socorro, que una sola vez, mientras se combatía
en Negroponto, aparentó disponerse á enviar, sa-
liendo procesionalmente por las calles de Rom
entre los cánticos de una multitud tan pusilámmf
como él. Iguales quejas proferían contra la inhU'
mana desidia de los Príncipes cristianos que cla-
ramente manifestaban no importarles nada
defensa de la fe de Cristo. Sobre todo acusaban
CRÓNICA-DE E N R I Q U E IV 321

irey Luis de Francia que, lejos de correr al a u -


a,io(je ios católicos maltratados por los infieles,
molestaba con notoria injusticia á cualesquier
principes ó provincias que movidas á piedad, se
Isponían á llevárselo, y hasta en España, no sa-
tisfecho con asolar las del lado allá del Ebro, iba
ndo en las Castillas gérmenes de discordia,
del seno del colegio de Cardenales al de
,s, á fin de valerse de la procacidad y fanfa-
tróa lenguaje de aquel hombre audaz, por él es-
cogido para agente del funesto matrimonio, en
provocar nuevas alteraciones.
Este Prelado, antes, como dije, cardenal de Albi,
jsus compañeros de embajada, seguidos de dos-
tientas cincuenta lanzas, salieron de Burgos con
dirección á Medina del Campo, villa capaz de al-
bergar cómodamente numerosos huéspedes. Allí
I aguardaban muchos Grandes del séquito del
feyD. Enrique, como el maestre de Santiago, don
loan Pacheco, D. Alvaro de Estúñiga, conde de
Plasencia, llamado antes duque de Arévalo por
ajusta disposición del Rey; su hermano D. Diego
fe Estúñiga, conde de Miranda, y el obispo de S i -
siienza D. Pedro González de Mendoza, todos los
c'wles salieron á recibir á los embajadores. L o
^mo hizo D. Enrique, tanto por cumplir con lo
ine la dignidad del Cardenal exigía, como porque
30dejaba de agradarle el objeto de su embajada;
í^i) contra su costumbre, permitió se celebrasen
^correspondientes ceremonias y regocijos. Des-,
Mide los saludos, el Cardenal, recibido con be-
Volencia, fué salpicando de indignas expresio-
45 su hinchado discurso, que, audaz y desver-
«xvu 21
322 A. DE FALENCIA

gonzado, hacía consistir toda la sabiduría en 1


insolencia y sólo reputaba habilidad el desdeñar á
su antojo á los que se proponía combatir. Aquel
discurso hubiera podido verdaderamente conven-
cer á los españoles de la incompatibilidad con los
franceses que pretendían ganar su amistad con
injurias, pues en él tachó á los Príncipes de nece-
dad y bajeza de ánimo; de maldad y corrupción al
arzobispo de Toledo, y á los españoles de deslea-
les y perezosos. Locuaz más bien que orador po-
día llamársele, puesto que sin observar las reglas
de la elocuencia que se preciaba de conocer, creía
ganarse con su altivo lenguaje las voluntades de
los oyentes á quienes sin rebozo ofendía, y con-
vertir en ferviente amistad todos los ultrajes, siem-
pre que se realizase el matrimonio del duque de
Guyena con la hija de la reina D.a Juana y puta-
tiva del rey D. Enrique. Pintó en cambio á los
Príncipes franceses como seres divinos y reforma-
dores de las costumbres, y dijo que si con asenti-
miento del Rey se había dignado su hermano Car-
los acceder al matrimonio con D.a Juana, lo ha-
bía hecho para que la purísima dignidad de 1»
virtud francesa desterrase las torpes corruptelas
de los naturales de España, al menos, para que su
fortaleza venciese nuestra apatía; para destruir
ritos indecorosos con la templanza del catolicis-
mo, y para arrojar del reino al temerario príncip
d'e Aragón D. Fernando, que en el vínculo de i
ilegítimo matrimonio pretendía fundar nuevos
cursos con que combatir el poderío de los france-
ses, preponderantes ya entonces en el corazón *
Cataluña, como más tarde habían de serlo por
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 323

fuerza de las armas y del derecho en ios pueblos


todos de Aragón. Estas y otras fanfarronadas del
mismo jaez lanzó aquel digno agente en presencia
tó rey D. Enrique, habituado á ios ultrajes, y de
aagnates poseídos de corrompidas pasiones, sin
avergonzarse de tan desenfrenada mordacidad, ni
sentir pesadumbre, que antes bien, olvidado del
enojo que en la corte romana causara su insufri-
ble necedad, hasta venir ácaer en hostil despre-
cio, desdeñaba á su vez á un Monarca realmente
despreciable, sin recatarse de^ofender con sus pa-
labras á magnates en muchos puntos vitupera-
bles, aun viendo allí presentes algunos que sabía
ipreciaban en mucho la esclarecida prosapia y
noble proceder del príncipe D. Fernando, y cons-
lándole el estrecho lazo fraternal que unía á éste
con el rey D. Enrique.
^^^é^t^t
CAPITULO II

Numerosas alteraciones que por la maldad del R e y


y la insolencia de los Grandes surgieron por
este tie7npo entre los españoles.

fo mortificó lo más mínimo el mordaz é


injurioso discurso del Cardenal al rey
D. E n r i q u e , que saboreaba con delicia
toda ofensa, cualquiera que fuese, hecha á los
Príncipes. Tampoco los Grandes allí presentes die-
ron indicios de haber llevado á mal las insolentes
palabras del Prelado, antes poniendo su perversi-
dad y la envidia que su alma abrigaba contra los
Principes sobre el común vilipendio, diéronse á
ensalzar la elocuencia y fogosidad del orador fran-
cés; á frecuentar los festines y danzas á la moda
francesa, y á elevar hasta las nubes el poderío y an-
tiguo abolengo de aquella nación delante del Car-
denal, por más que luego en su ausencia acusaban
a todos sus compatriotas de disolutos y soberbios,
J de que por sus continuas ofensas, su petulancia
y su desmedido orgullo se hacían insufribles en
sus estados. Por otra parte, observando la nece-
dad de los franceses que en Medina vivían, é i n s -
pirados por cierto desprecio instintivo, los chicos
os escarnecían y con variedad de dichos y canta-
326 A. DE FALENCIA

res burlescos criticaban y pretendían humillar sa


hinchada arrogancia; y si por caso alguno de los
ofendidos respondía con acritud, escapaba tan te-
rriblemente castigado, que el rey D. Enrique hu-
bo de amenazar, aunque en vano, con graves pe-
nas por pregones públicos á todo español quede
palabra ú obra insultara á los franceses. A pesar
de esto iba creciendo de día en día el odio contra
los extranjeros, y algunos de los nobles españoles
buscaban oportunidad para dar muerte al inso-
lente Cardenal que con tan insigne desfachatez é
infamia había ofendido en su discurso á los Prín-
cipes, y enviado al arzobispo de Toledo cartas
groseras en que le echaba en cara crímenes y li-
viandades y dejaba escapar amenazas de futuro
castigo. Sinceróse el ofendido más templadamente
en cartas también más humildes; pero entre sus
parientes y servidores que eran soldados hubo al-
gunos que buscando ¡a venganza de las afrentas
recibidas, aguardaban el regreso del Cardenal á su
país para con mejor oportunidad apoderarse al
paso de su persona. Y a el año antes cuando reco-
rría los pueblos de Castilla y de las Andalucías
fué notado de chocarrero y tenido por licencioso
y glotón, pues se le veía con frecuencia rodeado
de rameras, conversar liviana y desvergonzada-
mente con hombres impúdicos, y cometer k
mayores excesos.

Mientras tales cuidados preocupaban a los


partidos, y se esperaba en Dueñas con impacien-
cia extraordinaria el feliz parto de la princesa
Doña Isabel, como se concedía grandísima imp0^
tancia al nacimiento de un varóm }' a ^ue
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 827

Ho creciese más y más el favor de los naturales


e tanto lo deseaban, hasta el Maestre de Santia-
go y la mayor parte de sus amigos mantenían
su hostilidad con más templanza que de ordi-
nario. Más que á todos traía desasosegado el caso
aD. Pedro de Velasco,, conde de Haro, que por in-
dustria de los Mendozas había entrado en tratos
con el almirante D. Fadrique y su hijo D. A l f o n -
so Enriquez, pues los nobles favorables al matri-
monio del duque Carlos de Guyena con la hija
de la reina D.a Juana procuraban astutamente
que á todas partes se extendiesen sus promesas, á
fin de lograr más tarde sus propósitos, sin que
hubiese alguno que no creyera hacer á su rival
víctima de sus ardides. Tantas eren las falacias que
movían el ánimo de los de la secuela del maestre
de Santiago. Artero sobre todos el conde de Bena-
vente D.Rodrigo de Pimentel, yerno de aquel mag-
nate, y cual ninguno admitido á su intimidad des-
de la niñez, trabajaba con mayor destreza en de-
jar á los dos partidos igualmente burlados. Así,
mientras por una parte hablaba á su tío el a l m i -
rante D. Fadrique Enriquez con reverente afecto,
por otra uníase estrechamente á su suegro, á
quien tuvo tiempo antes enojado xuando conspi-
ró contra él en vida del rey D . A l f o n s o ; y con esto
no le parecía ilusión vana esperar para sí grandes
acrecentamientos de poderío alentando las m a l -
dades del rey D. Enrique. A l tiempo que prose-
Pia sus negociaciones trataba de apoderarse de la
aportante villa de Valladolid, donde se había ga-
fado las voluntades de muchos ciudadanos, se-
ncidos unos por sus engaños, y forzados otros á
328 A . DE F A L E N C I A

obedecer la de quien era dueño de Portillo y d


la enrocada fortaleza de Villalba. No pudo llev e
lo con paciencia otro gran número de los afectos
al Almirante y á Juan de Vivero; avisáronlo al
ilustre Príncipe, y le persuadieron á que ocupase
la villa, que se le entregaría apenas se presentara
en ella. Asintió al punto el Príncipe á la propues-
ta, fortalecido con el parecer del arzobispo de To-
ledo y del Almirante, y sin más tardar dirigióse á
Valladolid con trescientos hombres de armas; mas
adivinando su marcha el rey D. Enrique, reunió
1.200 lanzas entre los amigos del de Benaventey
secuaces del Maestre, y se encaminó hacia la villa.
Sabido su viaje, quiso el príncipe D. Fernando
apelar al último extremo y ocuparla á mano ar-
mada; pero ante la opinión contraria del arzobis-
po de Toledo y Grandes que le acompañaban, los
cuales unánimes le aconsejaron que saliese de la
villa antes que fuerzas superiores le arrojasen de
ella, ó tal vez se apoderaran de su persona, hubo
de desistir con pena de su propósito. Inmediata-
mente acudió D. Enrique, y tras una detención de
algunos días, encargó al de Benavente la defensa
de la villa y le dio la posesión de las casas de Juan
de Vivero. Fortificólas él con trincheras y fosos en
derredor; levantó torres por la parte del muro, y
para asegurar más la entrada y salida de su gen-
te, abrió una puerta entre ellas y bajo las mura-
llas; adoptó en fin todo género de precaucione:
claro indicio de la tiránica ocupación que prepa-
raba. Luego empezó á exigir dineros de los habi-
tantes más acomodados; á encerrar en las caree es
á los que se resistían al pago, y á atesorar nque-
CRÓNICA D E E N 1 U Q U E IV 3-2g

sdclos tributos generales impuestos á los pe-


,.h"ros. Por concesión de D. Enrique acuñó m o -
i 0 ¿e baja ley en Villalón; y á ejemplo suyo,
nindiendo más de día en día la corruptela por
todos los ámbitos del reino, la república entera
fiy al último extremo de desventura; pues
aguardando de ella y de la adulteración de la mo-
;eda cada uno de los Grandes considerables l u -
cros, públicamente se acuñaban en muchos pue-
ilos y aldeas; competían, so pretexto de conce-
¡ión ó facultad otorgada por D. Enrique, en
hacerla cada vez de más baja ley, según su capri-
cho, hasta no tomarse en cuenta en la de cobre el
falorniel peso, y mezclar con la de oro metales
riles jamás empleados. Iban con esto haciéndose
imposibles los cambios entre mercaderes y los
tratos con que subsistían los forasteros; todo pro-
Jujo más tarde abundante cosecha de males.
Vino por este tiempo á los reinos de León y
Castila un comendador de Rodas, llamado Guido
ieiMonte Arnaldo, con comisión de su Maestre,
í según se asegura, con cartas del Papa Paulo, é
invistió ccn el priorato de San Juan á D. Alvaro
^Estúñiga, hijo del conde de Plasencia, de quien
'orecibió favor, por cuanto el Maestre de Santia-
P protegía á su adversario D. Juan de Valenzuela,
^e se decía Prior; pero encontróle decidido en el
«obispo de Toledo y en los del partido de los-
recipes; con lo cual derrotó y puso en fuga á los
f'rnbres de armas que con engaños había reunido
: Valenzuela entre los amigos y secuaces de-
an Pacheco; ocupó la villa de Consuegra y
',aQt0 en ella nueva fortaleza, porque la anti-
33o A . DE FALENCIA

gua, de grandes defensas y muy enrocada esuh


guarnecida por gentes del Maestre.
E l 14 de Agosto del mismo año, teniendo aviso
el clavero de Alcántara D. Alfonso de Monroy de
que se acercaban unas 1.200 lanzas del maestre
Gómez de Solís y de la condesa de Medellín, hija
natural del maestre de Santiago, salióles al en-
cuentro junto á la villa de Guadalupe, y con fuer-
zas superiores de caballería é infantería túvoles
tan estrechamente cercados en el monasterio, que
al fin hubieron de rendírsele los principales caba-
lleros, dejando él á todos los demás en libertad de
marchar á donde quisieren, después de despojarles
de sus armas y caballos. Fué esto origen de no
pocos males para los de la villa y para los religo-
sos, porque se les acusó de favorecer á su manera
al clavero D. Alfonso.
CAPÍTULO III

Alumbramiento de la princesa Z).a Isabel*


Ocupación de Medina del Campo.

nsiosos aguardaban así los magnates de


León y de Castilla como los naturales
todos el alumbramiento de la princesa
'Isabel, unánimemente considerado como s u -
ceso importantísimo. Amaneció por fin el 2 de
Octubre de 1470 en que aquél tuvo lugar, y man-
uto durante algunas horas en grave zozobra á
Its caballeros que con D. Fernando estaban, por
si peligro que corrió la Princesa; al cabo á las
steye y media de la mañana dio á luz una niña, á
«píen el arzobispo de Toledo puso por nombre
^bel, en memoria del de su madre y abuela. E n -
toces los secuaces de D. Enrique que, en la ex-
fwtativa de si sería varón ó hembra el fruto que
«e á luz D.a Isabel, habían dado tregua á la
'ciencia de sus ataques contra los Príncipes,
ajáronse más abiertamente á combatirlos. Por
!rdende D. Enrique, Rodrigo de UUoa y A l v a -
10 de Bracamente, cabeza este último de uno de
s bandos de Medina del Campo, entraron ea
"«k, antes á devoción de la Princesa, expulsa-
DD a los regidores y declararon á aquella seño-
332 A . DE F A L E N C I A

ra p r i v a d a en a b s o l u t o de todo dominio sobre ell.


E n c u a n t o á los derechos recaudados sobre]
p r o d u c t o s de las dos ferias anuales que allí •
c e l e b r a n , apropióselos D . E n r i q u e , aunque ^
en s u p r o v e c h o , sino en el de sus secuaces
q u i e n n u e v a m e n t e excitaba al daño de los Prin-
cipes, c o m o f u e r o n el conde de Alba, D, García,
agraciado p o r él c o n t i t u l o de duque de Alba,
y a h o r a c o n l a , m a y o r parte de aquellosderechos.
y D . A l f o n s o de F o n s e c a , arzobispo de Sevilla,
partícipe i g u a l m e n t e en los mismos, á fin deqae
la c o b r a n z a de tales s u m a s , propiedad de D.' Is
, , , • , , , j . -¿alo
b e l , l e s m o v i e s e m a s y m a s a l daño que contra
l o s P r í n c e p e s e n a q u e l l o s días se preparaba. Xo
eran ciertamente r e m o r a para ello los de la caá -.
de M e n d o z a , l o g r a d o s y a pingües provechos con .,,
la t u t e l a de l a h i j a de D.a Juana que en prenda
t e n í a n , y n o h a b i e n d o accedido á entregarla ádon
E n r i q u e , sin a s e g u r a r l o s cuantiosos para el mi
qués de S a n t i l l a n a , f u t u r o señor de Alcocer, Sal
m e r ó n y V a l d e o l i v a s , injustamente poseídas
el M a e s t r e de S a n t i a g o que cedía su dominios
ellas en f a v o r del M a r q u é s con la fundada e;
r a n z a de m a y o r e s a u m e n t o s .
M e d i t a b a en efecto la ocupación de M
v i l l a i m p o r t a n t e de la p r o v i n c i a de Castilla la
v a , después de hacerse d u e ñ o de Escalona, I
g u o tesoro del q u e fué maestre de Santiago,'
A l v a r o de L u n a ; pretendía la libre posesión
c i u d a d de S e g o v i a ; o c u p a b a á Baeza y I
c i u d a d esta ú l t i m a p o r derecho pertenecu
l a p r i n c e s a D.a Isabel; traía tratos para la
c i ó n de U b e d a ; pero sobre todo ansiaba la
1
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 333

sin dejar de trabajar porque A v i l a fuese


•eeiia ^'-adadel dominio de la Princesa á quien obe-
• A esta desatentada ambición puso freno el
-e cuidado de aquella señora, enviando á
V ,50 hombres de armas muy escogidos al
-•,3 de Gonzalo Chacón, para que juntamente
'-Pedro de Avila la pusiesen á cubierto de todo
•¡•¡•je. La ciudad de Toledo, por cuya posesión
•-ban ambos partidos, sufría graves daños
¡jg ouarniciones de las fortalezas circunvenci-
•isádevoción del arzobispo de Toledo; pero los
•;íentre los secuaces de D. Enrique dieron más
abalo á innumerables depredaciones en los pue-
ici del Tajo, fueron Cristóbal Bermúdez, que
apópor traición la fortaleza de Canales, favo-
Hopor la indolencia y cobardía de Alvaro de
Mío, á cuya guarda la había encomendado
•arzobispo de Toledo, y Vasco de Contreras,
Mse apoderó del castillo de Perales, mal custo-
iaJoporel desprevenido alcaide, cuyo hijo su-
abió después de resistir breve tiempo desde la
pe más elevada del muro.
I
.a.

x\
Ér

M
^^fe^*^

CAPÍTULO IV

yiM y funesta celebración de los desposorios de


D.1 Juana, supuesta hija del rey D. Enrique,
que inútilmente aceptó el Juturo enlace con el
iuque de Guyena, D. Carlos.

jjy afanoso se mostraba el rey D. Enri-


que, tanto en auxiliar decididamente á
los citados salteadores, como en aten-
to en Segovia á que no sufriese demora la cele-
iración de los desposorios de D.a Juana. E l 20 de
Octubre del mismo año de 1470'salió de allí en
ampañía del maestre de Santiago, del conde de
Plasencia, que por consentimiento suyo se titula-
ba ya duque de Arévalo, del arzobispo de Sevilla,
II. Alfonso de Fonseca, el viejo, del conde de M i -
randa y de otros muchos caballeros, favorables
1 aquella maldad, y entró en el monasterio de
tírtujos asentado en la falda del monte Gobia,
arando á las provincias del T a j o , donde debían
unírsele los Grandes de la casa de Mendoza que
• f i n acompañando á la hija de la Reina, ó sea
* 'a prometida esposa del francés. Para mayor
"^ra; dispuso D. Enrique adelantarse más á su
puentro con la comitiva, y reunidos todos entre
'^Uade Buitrago y cierto predio rústico, y des-
',aes ^e los mutuos saludos, iniciáronse las con-
336 A. DE FALENCIA

ferencias en que á presencia de todos descub "


Rey sus propósitos hostiles á su hermana, conV
quien por consejo é imposición del cardenal de
Arras había escrito por aquellos días cartas muy
duras que insertaré más adelante.
U n presagio funesto de la desdicha que amena-
zaba vino pronto á interrumpir coloquios en que
rebosaba la maldad de aquellos falaces caballeros
cien veces perjuros, que nada habían dejado sin
profanar, hasta ser notados de pública perfidia
por los naturales, harto sabedores de la gran per-
versidad de que eran reos contra Dios y contra
la patria. Quiso el Padre omnipotente, verdadero
juez de los hombres, manifestar con un repenti-
no prodigio lo inicuo de la maldad que se come-
tía, é hizo que viniese á turbar súbitamente la se-
renidad del día terrible huracán y denso nublado
que descargaron sobre el valle (i) en que los Gran-
des con el Rey y la futura esposa celebraban la
malvada junta tan deshecha tormenta de aguas
y granizo, que todos ellos, dejando abandonada
á la doncella y sin el menor respeto á la majestad
real, corrieron á buscar donde guarecerse. Hasta
el mismo D. Enrique, por otra parte tan sufridor
de borrascas é inclemencias del cielo, abandonó a
su suerte á D.a Juana que, arrojada de la muja en
que cabalgaba, pudo ser recogida por un criado,
quien á duras penas logró guarecerla bajo la hp
milde techumbre de las hojas hasta que, pasada
la violencia del furioso torbellino de agua y vi
to, fueron saliendo avergonzados de sus escon

(i) G-2Q, al margen: Valdelo^oya.


CRÓNICA. D E E N R I Q U E IV SBy

«todos los Grandes en busca de la malaventu-


ida doncella, nacida para desdicha universal de
¡•sespañoles. No faltó entre ellos quien juzgara
«rael aviso presagio de futuras calamidades, de-
clarando que Dios había querido poner de mani-
jesto la maldad que allí se cometía en desprecio
qjvo y daño de los hombres.
Finalmente, toda aquella multitud en su empe-
íopor llevar á término la iniquidad comenzada,
regresó á Segovia, y como allí D. Enrique mani-
festase deseos de apresurar la ceremonia de los.
desposorios, dijéronle los embajadores del duque
ieGuyena que más bien convendría hacer públi-
ca declaración del derecho hereditario de la despo-
sada, como quiera que aun fuese dudoso entre los
spañcles, profundamente divididos en este pun-
ió, sila sucesión del trono correspondía á ella ó á
D.1 Isabel; que las feroces guerras y encarniza-
ias luchas entre aquéllos declaradas y empeñadas
aspiraban á los magnates franceses, negociado-
res del matrimonio, temores bastante fundados
para que no tratasen de encontrar al menos algún
tatnino desembarazado antes de ligar con tan res-
petable vínculo al duque de Guyena, D. Carlos^
«nfiado á su prudencia. A estas razones tanto
% como la reina, madre de D.a Juana, res-
pondieron que estaban prontos á alegar el públi-
10: y espontáneo juramento de obediencia pres-
* Por los magnates todos y por los pueblos de
-eon y Castilla en favor de su hija como herede-
a única y legítima de estos reinos á la muerte del
e' cuya solemnidad sería más que suficiente
aranlía de la futura herencia al derecho adquiri-
CXXVI! ' 00
338 A . DE P A L E N C I A

do; mas que si á causa de las disensiones de 1


guerras y falsas acusaciones propaladas abrió
ban los franceses algún recelo, presentes estaba
los magnates que las inventaron y extendieron
los cuales con sus recientes declaraciones y libre
confirmación del primer juramento atestiguaban
cuánta bajeza y falsedad encerraban aquellas pro-
vocaciones, un tiempo favorables á D. Alfonso
Todavía para que á los embajadores no se les
acusara de incuria, y para dar cumplida satisfac-
ción al rey Luis de Francia, al duque de Guyana
D. Carlos, futuro Príncipe de León y Castilla, y á
los caballeros y naturales de aquella nación, pla-
cíales robustecer aún más los citados testimonios,
y era su voluntad declarar con solemne juramen-
to, públicamente prestado en el templo después
de recibir la Eucaristía, que D.a Juana era legíti-
mo vastago suyo é hija de ambos cónyuges. Sa-
tisfechos los embajadores con esta nueva declara-
ción, juró públicamente la Reina que de su ma-
rido D. Enrique había concebido á D.aJuana;y
perjuró además éste que siempre y sin la más li-
gera sospecha había tenido á la doncella por hija
y legítima heredera, y que como á tal la daba en
matrimonio libremente y con libre asentimient
de nobles y pueblo al duque Carlos de Guyem
futuro Príncipe de León y Castilla. Aceptaron lo
embajadores las declaraciones; guardóse la fon
establecida en la ceremonia de los desposorio
se celebraron fiestas y regocijos, y con las f
malidades del derecho, aunque violando el
su hermana, declaróla el rey D. Enrique pnv
de todos para la sucesión de la corona ei
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV SSg

siguientes cláusulas, más por extenso contenidas


en públicas cartas que leyeron los embajadores,
v que el Rey mandó se enviaran á todos los
pueblos para que mejor constase á D.a Isabel su
despojo.
CAPITULO V

Sustancia de las cartas en que D. Enrique trató de


despojar á su hermana de sus derechos.

emontandose D. Enrique con bien poca


dignidad al nacimiento de D.a Juana, c o -
menzaba á referir las agitaciones de las
guerras que sostenía haber introducido en E s p a -
ña malévola y deslealmente con las acusaciones
de falsa paternidad el despecho de algunos G r a n -
des, engañados al creer que la paz había de aca-
rrearles futuros quebrantos. Y tan cruelmente
hicieron caer sobre la nación la ruina univer-
sal con los trastornos que suscitaron, que ni la
muerte de su hermano D. Alfonso hubiera bas-
tado para proporcionar alguna quietud, si él mis-
mo, pospuesta su propia honra, no hubiera pre-
ferido en la junta y conferencia pública de G u i -
sando, ante el Legado pontificio y la multitud allí
reunida, hacer injuria á la Reina ausente, á su
hija y á sí mismo, confesando á ésta por bastarda,
como fruto del adulterio de la esposa, á fomentar
con la defensa de la verdad la propagación de las
guerras; que todas aquellas injustas acusaciones
P0r él pronunciadas en afrenta suya y de los s u -
yos para favorecer el derecho hereditario de su
humana, bien indigna de ello, habíalas ella hecho
342 A . DE F A L E N C I A

recaer sobre su persona, cuando, corriendo tras 1


liviandad, rompió todos los pactos, y con despre-
ció de las leyes de los reinos de León y Castilla
tomó marido por su mano, sin consejo suyo ni dé
los Grandes que, de unánime acuerdo con los pro-
curadores de provincias y ciudades convocados al
efecto, han de preferir á todo tras maduro examen
en enlaces de tal trascendencia la ventaja de los
reinos y la cualidad del matrimonio. Mas no con-
tenta D.a Isabel con atrepellar livianamente los
respetos del pudor y de las leyes, se burló del im-
pedimento de consanguinidad, uniéndose con el
principe D. Fernando en matrimonio prohibido
por razón del estrecho parentesco, á no preceder
dispensa pontificia, que la Princesa en su anhelo
por consumar el ilícito enlace no se cuidó de ob-
tener. Además, como tan solícita en procurarla
destrucción de estos reinos, eligió por esposo á un
hombre enemigo de ellos por naturaleza y por vo-
luntad y suscitado para su total ruina, con con-
sentimiento de aquellos magnates que ni dejaban
ni dejarían jamás de dar pábulo al incendio que
había de destruir la patria hasta reducirla comple-
tamente á cenizas. Con tan despiadada ansia de
males, añadía, atropello juramentos, leyes, pudor
y lealtad, sin atender á los consejos y amenazas
que antes de cometer la perfidia se la hicieron,
cuando, viéndola desdeñar primeramente al re)
D. Alfonso de Portugal, que con unánime asenli-
miento de los Grandes aspiraba á su mano, el
propio, al partir de Ocaña para Andalucía, Ia
amonestó que no inclinara su ánimo á enlac
opuestos al tenor de las venerandas leyes é invio
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 843

lables instituciones de estos reinos; pero sobre


auebrantar la palabra empeñada de hacerlo así,
complaciéndose en secreto y con absoluta reserva
en mutuas ofertas, y tomando esposo por si
misma, abandonó la residencia que se la señalara,
1 mientras él acudía á calmar los trastornos de las
Andalucías, ella, su hermana, trató de apoderar-
sede Arévalo, y no pudiendo conseguirlo, trasla-
dóse á Madrigal para acumular allí errores sobre
errores. Luego, al llegar los embajadores del rey
Luis de Francia y de su hermano el duque Carlos
de Guyana como negociadores y fiadores de la
promesa de matrimonio entre este poderoso Prín-
cipe y D.a Isabel, ella, visto el aplauso con que si-
guiendo el deseo del Rey recibieron la proposi-
ción todos los caballeros de sanas intenciones,
prestó falaz oído al Cardenal; no dijo que se apar-
taría de lo lícito; se obligó á todo lo decoroso, y
dejó partir al Legado satisfecho de sus palabras.
A seguida, sin embargo, llamó al arzobispo de
Toledo, ocupó á Valladolid, impulsó vivamente á
D-Fernando á la realización del matrimonió, y le
celebró sin la necesaria dispensa, contenta con el
falso nombre de esposa, cuando en realidad c u a -
drábale más el de concubina. Por todo lo cual,
'ominaba diciendo D. Enrique, con sobrados fun-
damentos debía privar á D.a Isabel, como con
arreglo al derecho se la consideraba ya privada,
116 la sucesión á la corona, restituyéndole á la
Princesa D.a Juana, reconocida como única here-
;rade los reinos por derecho, verdad y unánime
^ntimiento de los Grandes, y dada por esposa al
mclito duque de Guvena, en virtud del futuro
344 A- DE F A L E N C I A

matrimonio coheredero de ios reinos de Leo


Castilla á la muerte del rey D. Enrique.
Estas públicas cartas que tales declaraciones
contenían y habían de ser notificadas á las ciuda-
des y á los magnates ausentes, fueron firmadas
con tanto descaro como perfidia por el maestre de
Santiago, los condes de Plasencia, Benavente v
Miranda, y por muchos de aquellos que un tiem-
po despojaron del cetro á D. Enrique por su ab-
yección y vileza, y además aprobaron con jura-
mento los pactos de Guisando ante el Legado pon-
tificio, á cuya autoridad apostólica prestaba la
presencia del Rey más energía y solicitud. Firmó-
las, por último, D. Alfonso de Fonseca, el arzo-
bispo viejo de Sevilla, tan dado á corruptelas de
aquel género.
Con esto, no pasaba día sin que arreciase en sus
ultrajes contra los príncipes D. Fernando y doña
Isabel el cardenal de A l b i , uno de los más inso-
lentes entre los enviados franceses, asegurando
que en breve espacio los soldados de su patria los
aniquilarían, y sin dejarlos permanecer en Ara-
gón, ó los harían sucumbir desastradamente, ó lo
relegarían á una isla donde encontraran muerte
miserable.
&*

C A P I T U L O VI

Notificación de las cartas á los pueblos.—Dife-


rente manera con que fueron recibidas.—Inte-
gridad y declaraciones del condestable M i g u e l
Lucas.

espachadas por el rey D. Enrique estas


cartas para que se notificasen á ios h a -
bitantes dei reino, juzgó ya de todo
punto asegurada la perdición de su hermana y, del
esposo de ésta. Surgió, sin embargo, imponente el
rumor de los pueblos acusándole de injusticia y
maldad y de deslealtad y desfachatez á los pérfidos
magnates que tantas veces habían aplaudido y
condenado la misma causa, sin que víncr^lo algu-
no ó juramento, por lo menos la vergüenza, fuese
parte á refrenarlos, antes bien, quebrantadores de
los fuertes lazos que ligan á. todos los hombres,
aun alosmas abyectos, y como olvidados de la
nobleza de que se vanagloriaban, cuyas leyes to-
^s mil veces violaron, en nada tuvieron las acu-
aciones de bajeza y el castigo que por siglos de
sl8los^ les aguardaba, mostrándose faltos de toda
j^'gión, puesto que igualmente despreciaban á
105 }' la excelencia de la moral; llamábanlos por
t0 más abominables que los Saduceos, y me-
Ospreciadores y escarnecedores de la divinidad.
346 A . DE F A L E N C I A

N i p o r q u e en m u c h o s p u e b l o s aparentasen l
autoridades prestar cierto asentimiento á las car
tas, c e s a r o n de propalarse t a n numerosas incul-
paciones. E r a n , en efecto, generales las más acer-
bas c e n s u r a s así c o n t r a el rey de Francia como
c o n t r a el de P o r t u g a l . Decían de aquél que envió
p r i m e r o á España al C a r d e n a l de Arras para ne-
g o c i a r el m a t r i m o n i o de su hermano D. Carlos
c o n la p r i n c e s a D.a Isabel, y siendo seguro que,
de haberle por caso c o n c l u i d o , habría afirmado
q u e á nadie f u e r a de la citada Señora corres-
pondía p l e n a m e n t e el derecho hereditario á los
reinos de L e ó n y C a s t i l l a , c o m o si la esencia déla
verdad p u d i e r a torcerse al capricho de volunta-
des c o r r o m p i d a s , había confiado luego al mismo
C a r d e n a l y á o t r o s n o b l e s caballeros con él el en-
c a r g o de pedir á D. E n r i q u e la mano de D.a Juana
p a r a el d u q u e C a r l o s de G u y e n a . Iguales inculpa-
ciones de desvergüenza y c o r r u p c i ó n merecía de las
gentes el rey D . A l f o n s o de P o r t u g a l que, después
de los pactos de G u i s a n d o , envió sus embajadores,
según q u e d a d i c h o , á tierras del T a j o á concert
s u m a t r i m o n i o c o n D.a Isabel, legítima heredera
de los reinos de L e ó n y C a s t i l l a , y frustrada es
e s p e r a n z a , n o se a v e r g o n z ó de emprender nueva
diligencias o r d e n a n d o á sus enviados que insis
sen c o n el maestre de S a n t i a g o hasta decidirle
a p r o b a r su enlace c o n la l l a m a d a princesa ac
J u a n a . C l a r o se m o s t r a b a ser la mayor pros]
d a d de u n a c a u s a , no respeto alguno á la ve
lo que m o v í a el á n i m o de aquellos Monarcas-
F u e r o n bastantes los gobernadores de citu
q u e , despreciando las m u r m u r a c i o n e s de la
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 847

jtud acataron la voluntad de D. Enrique en las


.'jetas expresadas. No así en Andalucía, donde los
nobles y los ciudadanos de Sevilla las negaron
obediencia; y sin preocuparles lo más mínimo el
•jemplo de los de Córdoba y Écija, puestos uná-
nimemente de acuerdo acerca de la novedad de los
toosorios del duque Carlos, el de Medina, don
Enrique, D. Rodrigo Ponce de León, presunto he-
tedero del conde de Arcos, y D. Pedro de Estú-
áiga, hijo del de Plasencia, trabajaron porque
jo se obedecieran las cartas, y se estuviera á lo
ijne disponían las anteriores, en que el mismo
Rey, confesando el derecho hereditario de su her-
mana D.a Isabel, mandaba á los concejos, autori-
iades de ciudades y provincias y á todqs los Gran-
des, que la reconocieran por única y legítima he-
tdera de estos reinos, confirmándolo con invio-
lable juramento; hecho lo cual, toda orden del
Rey en contrario debía considerarse inicua y ne-
fanda.

No obedecieron, por tanto, los de Sevilla, Jerez y


^eda; los de Jaén, siguiendo en esto la voluntad
^condestable Miguel Lucas, hombre de íntegra
estancia en puntos de tal índole, no hicieron
^oalguno de la perversidad de D. Enrique, y vi-
braron la inicua desfachatez del maestre de San-
So y de otros Grandes, tantas veces perjuros.
^rsu parte el Condestable, que seguía en muchas
• los ejemplos de los antiguos tiempos, envió
rancia á Pedro de Pedraza, hombre de su inti-
.' ^ pkra que reservadamente pusiese ante los
los del duque Carlos de Guyena cuánta infamia
a arrojar sobre su ilustre nacimiento el indig-
848 A . DE FALENCIA

n o enlace q u e pretendía contraer con D.a Ju


empeñándose en declarar guerra á un tiempo!
D i o s y á la n o b l e z a p o r correr tras el apetito deU
posesión hereditaria q u e á la princesa D.a habe
era debido; pues f u e r a de la adúltera Reina y ,
a d ú l t e r o p r o f a n a d o r del regio tálamo, ningún
otro había m e j o r i n f o r m a d o de las nefandas mal-
dades c o m e t i d a s q u e el m i s m o Condestable, á
q u i e n c o n s t a b a la v e r g o n z o s a superchería permi-
tida, m e j o r d i c h o , solicitada por el impotente So-
b e r a n o ; p o r lo c u a l , él que en todos los demás
riesgos había puesto s u perseverante lealtad al
servicio de l a c a u s a de D. E n r i q u e , juzgaba pre-
ferible r e v e l a r t a m a ñ a v i l e z a , á dejar expedito ca-
m i n o á m a l e s f u t u r o s . Y a antes há'bía despachado
á P o r t u g a l al m i s m o agente para que hiciese al
rey D . A l f o n s o declaraciones idénticas en su esen-
c i a á las d i c h a s , a u n q u e en términos menosexpli-
c i t o s , p o r c u a n t o éste era hermano de la reinad-
J u a n a y tío de la h i j a de ésta, de igual nombre,
c u y a m a n o s o l i c i t a b a . Debieron pesar más fu
temente estos avisos del Condestable sobre el
m o del d u q u e C a r l o s de G u y e n a que sobre e
M o n a r c a p o r t u g u é s , p o r q u e después dec
dos los d e s p o s o r i o s , entibióse el afán del prii
al paso q u e el ú l t i m o se mostró más y mas
decido, según explicaré más adelante, porque
ra m e c u m p l e referir c ó m o salió la princes;
Isabel c o n sus escritos á la defensa de su cau
C A P I T U L O VII

Mutación de la princesa Doña Isabel á las acu-



aciones con que pretendió D. Enrique despojar-
¡tie sus derechos.

k plenamente convencida D.a Isabel de


las interminables perfidias de los G r a n -
des, salió de Dueñas con su esposo y
narchó á Medina de Rioseco, villa del almiran-
itD, Fadrique, adonde había acudido para acom-
fearlos el arzobispo de Toledo. De repente
ibdonó éste su compañía y dirigiéndose á Cas-
ia la Nueva, se aposentó en Alcalá de He-
ps, desde donde, atento á la marcha de los
sosos, pesaba en su mente su relativa impor-
'Wiapara que no le hallaran desprevenido; por-
1M
. á causa de las grandes sumas empleadas en
Pwas, veíase á la sazón precisado á perma-
W en su residencia por no contar con me-
J:K suficientes para los gastos de la guerra. Por
se)o suyo, del Almirante y de otros Grandes
'loción de los Príncipes, contestó D.a Isabel
15 ^culpaciones que la dirigió D. Enrique en
hartas, para justificar la anulación del dere-
! ^reditario que antes la concediera, y como
ey había mandado que se notificaran á los
35o A . DE F A L E N C I A

pueblos, la Princesa opuso á las acusaciones fu


dados razonamienlos, refiriendo los pactos c
venidos. Comenzó por exponer las causas délo'
trastornos originados bien por cul pa de D. En i
que, bien por la funesta ambición de la nobleza
y que ya tiempo antes habían producido el encar-
nizamiento de las guerras, para daño común de
los naturales, mientras que á ella, por disposición
del mismo D. Enrique, se la obligaba á vivir desde
su más tierna niñez hasta su mocedad en com-
pañía de la reina D.a Juana, más propiamente
madrastra que cariñosa parienta, hasta que logró
arrancarla de aquella morada el vigoroso brazo
de su hermano D. Alfonso, nacido del mismo
matrimonio que ella, el cual, con la toma de
Segovia pudo mientras vivió proporcionarla más
decoroso y propicio albergue. Muerto este su
amadísimo hermano^ y cuando la mayor parte
de la nación se inclinaba á su obediencia, el amor
que profesaba á D. Enrique y la compasión hacia
su patria fueron bastante poderosos para mover
su corazón á renunciar al poder supremo con ne^
garse á aceptar el señorío de la mayor parte dt
reino, sacrificando así su propia exaltación en
aras del honor de su hermano y de la paz de l
pueblos, según los pactos concertados en Guisar
do para cuya anulación eran precisos solemne;
y públicos documentos.

Añadió que si el re) D. Enrique quería rom]


los juramentos y anular los convenios allí e
blecidos, y á pesar de no haber él cumplido1
guna de sus promesas era su propósito acu
de haber faltado á lo que en Madrid prometie"
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 35l

gavillábala que existiesen en parte a l g u n a del


mundo leyes tan i n i c u a s q u e o b l i g u e n á nadie á
guardar fe á q u i e n p r i m e r o la q u e b r a n t ó , siendo
como era tan m a n i f i e s t o haber faltado el R e y
completamente á c u a n t a s p r o m e s a s y j u r a m e n -
tos hizo en los t o r o s de G u i s a n d o c o m o f u e r o n :
prometer bajo j u r a m e n t o que á los tres días de
concertados los pactos daría sus cartas patentes y
las enviaría á d o n d e menester fuese, á fin de q u e
sin demora los p u e b l o s t o d o s , los gobernadores
de las ciudades y la n o b l e z a reconociesen á la
princesa D.a Isabel p o r heredera de los reinos:
comprometerse á entregarla en breve las ciudades
deHuete y A l c a r a z , las i m p o r t a n t e s v i l l a s de O l -
medo, Tordesilias y E s c a l o n a , ó en s u l u g a r C i u -
dad Real, c o n la r e s t i t u c i ó n de la n o b l e v i l l a de
Medina del C a m p o : c o n f e s a r p ú b l i c a y e s p o n t á -
neamente que, siéndole n o t o r i a c o m o á m u c h o s
la liviandad de la R e i n a , y teniendo pensado decla-
rar ilegítimo s u m a t r i m o n i o , estaba resuelto,
como necesario al descargo de su c o n c i e n c i a , p r o -
who de la república y decoro del s u c e s o r de l a
corona, á que, a n u l a d o el d i c h o m a t r i m o n i o , la
R«na fUese castigada a l m e n o s c o n destierro y
privada de aquel t í t u l o , t a n t o p o r r a z ó n del d i v o r -
clo, como por el desarreglo de sus c o s t u m b r e s :
lernas había d i c h o q u e entregaría á la hija de
"• Juana para que quedase á b u e n r e c a u d o bajo la
^'custodia de p e r s o n a a b o n a d a , á satisfacción y
0r común acuerdo del rey D . E n r i q u e y de l a
^ c e s a D.a Isabel. T o d a s las cuales cosas j u r ó él
:)neren efecto dentro de l o s c u a t r o meses de A r -
ados los c o n v e n i o s , p r o m e t i e n d o en garantía de
352 A . DE F A L E N C I A

s u c u m p l i m i e n t o d e n t r o del plazo marcado


tregar i n m e d i a t a m e n t e el alcázar de Madrid c
t o d o el tesoro que encerraba al arzobispo de Se
v i l l a y al c o n d e de P l a s e n c i a , fiadores de lo conve-
n i d o . P o r ú l t i m o que t a m b i é n había jurado el Rey
no v i o l e n t a r j a m á s á s u h e r m a n a á tomar esposo
c o n t r a su v o l u n t a d , sino dejarla en libertad de
elegirle, siempre que al hacerlo no desatendiese el
h o n o r de los reinos. Q u e al p u n t o todos los allí
presentes y que al nacer la h i j a de la Reina la ha-
bían j u r a d o p o r heredera del t r o n o , pidieron seles
relevara del j u r a m e n t o , y lograron que le anula-
se el legado p o n t i f i c i o y o b i s p o de León Antonio
J a c o b o de V e n e r i s , de c u y a súplica y de cuya anu-
l a c i ó n se e x t e n d i e r o n escrituras públicas en forma
de d e r e c h o : q u e h a b i e n d o transcurrido inútilmen-
te n o sólo los c u a t r o meses del plazo, sino nueve,
pasados la m a y o r parte en Ocaña, aguardando
D.aIsabel que a l c a b o c u m p l i e r a el Rey algo délo
p r o m e t i d o , y á pesar de sus frecuentes excitacio-
nes, j a m á s c o n o c i ó en él intención de satisfacer á
lo pactado, antes p o r el contrario comenzó á tra-
b a j a r i n d i r e c t a m e n t e p o r deshacerlo, colmando de
h o n o r e s á la R e i n a , c o n s i d e r a n d o , grandementeá
la hija de ésta, q u e y a disfrutaba de mayor liber-
t a d , y recibiendo la e m b a j a d a del rey D. Alfon;
de P o r t u g a l , c o n lo q u e á sabiendas preparaba do
E n r i q u e g r a v í s i m o s m a l e s al reino, puesto c
casando á D.a Isabel c o n el citado Monarca, y ala
h i j a de la R e i n a c o n el hijo de éste, venía á í
a q u é l l a m a d r a s t r a del príncipe de Portugal
J u a n , y á acarrearse p o r tanto cada vez mayor
m i g a de l a m u j e r de D. E n r i q u e : que habiér
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 353

ado lícitamente á ello la Princesa, atendiendo


' los convenios hechos, á la pública utilidad de la
atria y á la honra del sucesor en el trono, el Rey,
•in empacho alguno y con solemne juramento,
había asegurado al arzobispo de Lisboa, principal
embajador de ios portugueses, que sabría obligar-
la aun á pesar suyo, á casarse con el rey D. A l -
fonso y si por caso lo resistiese, la reduciría á
estrecha reclusión hasta quedar concluido el ma-
trimonio á satisfacción de los embajadores, des-
pués de dejar él apaciguada la Andalucía á donde
se encaminaba; pero que bien penetrada ella de la
perñdia del Rey y de los Grandes, sus perversos
consejeros, resolvió resistirse á violencia tan i n i -
cua como perjudicial á los pueblos, mientras es-
taban ausentes los que habían de perpetrarla, d i -
rigiéndose primero á Arévalo para celebrar las
exequias del rey D. Alfonso, su amadísimo her-
mano, y retirándose luego á Madrigal cuando vio
que se lo estorbaba la maldad de Alvaro de Braca-
monte, para buscar al lado de su madre, la Reina
viuda, más pacífico y honroso albergue: que h a -
biendo llegado por aquel entonces el cardenal de
Arrasóde Albi, y marchado á Andalucía para ex-
plicar el objeto de su embajada á D. Enrique, éste
había accedido al matrimonio del duque de G u -
yana, como antes al que le proponían los emba-
jadores del rey de Portugal D. Alfonso, de donde
c'aro se manifestaba no tener D. Enrique otro
Propósito que, so color de matrimonio, procurar
el destierro de su hermana; ella, sin embargo,
suPo oponer conveniente resistencia á tan daña-
tes intentos y á males que en tanto perjuicio de
cxxvn 23
354 A - D E PA.J.ENCIA

los pueblos les andaban nuevamente procur


el Rey y sus pérfidos nobles, olvidados del peWo
de que escapó en lo antiguo el trono del rev do
Alfonso, llamado el Casto, cuando su primo Be
nardo del Carpió humilló la soberbia de los fran
ceses empeñados en la conquista de las Españas
cerrándoles el paso en el desfiladero de Ronces^
valles, por preferir entonces los caballeros espa-
ñoles oponerse con un puñado de combatientes
al poderío del emperador Carlos, apellidado el
Magno, y luchar por la libertad de la patria á so-
meterse á la crueldad francesa á que parecían
querer humillar la cerviz los que nuevamente
aprobaron el matrimonio del duque de Guyena
Carlos, cuyos embajadores, antes de concluirle,
habían vomitado contra España injurias preña-
das de amenazas y palabras llenas de soberbia.
Por el contrario, los mismos Grandes que mi-
rando á las conveniencias aseguraron debía re-
chazarse aquel enlace, dieron consejo ajustado
i la verdadera utilidad y al honor de los reinos de
Castilla aprobando el matrimonio del príncipe
de Aragón D. Fernando, preclaro rey de Sicilia,
cuya edad floreciente, noble alcurnia, grandeza de
poderío, excelso renombre y esclarecidos hechos
de todo el mundo elogiados, fueran garantía df
fausto y feliz matrimonio, á no tener resuelta la
total ruina de España la perversidad de alguno;
magnates de erradas opiniones por cuya suges-
tión había el Rey lanzado injustamente coatí
ella calumnias sobre calumnias, acusándolaes
pecialmente de haberse casado con el rey de -
lia D. Fernando, contra las leyes del reino que
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 355

orohiben el matrimonio de las hijas de los reyes-


anies de cumplir veinticinco años, sin consenti-
miento del padre ó del hermano. A lo cual res-
pondió D.a Isabel que estaba amparada por m u -
chaslícitas razonesque despojaban su'matrimonio
detodaculpa; pero que todavía era su ánimo opo-
nerála injusta inculpación einingún cumplimien-
to dado por D. Enrique á lo convenido/cuando á
poco de jurar que nunca obligaría á su hermana
á casarse contra si* voluntad, pretendió violentar-
la á ello para público daño, repitiendo aquellos
crueles procedimientos de tiranía con que arrancó
áella y á su hermano D, Alfonso del regazo m a -
terno, contra lo dispuesto en el testamento de su
difunto padre, y los entregó luego al arbitrio de
la reina D.a Juana, ya en cinta, para que á su ca-
pricho vejara cual se pretendía á los legítimos
herederos del trono. E n cuanto á lo que la repro-
chaba D. Enrique de haber faltado á la honesti-
dad del matrimonio contrayéndole'sin dispensa
pontificia, contestó que daría satisfacción á su
conciencia cuando oportunamente pudiera pre-
sentar los reparos de la Iglesia con que se había
escudado y que excluían semejante acusación.

Del mismo modo fué refutando todas las demás


'í ultrajada Princesa con mesurados y legítimos
"gumentos, oponiendo á la injuria que á su es-
Poso infirió D. Enrique al llamarle en sus car-
^senemigo encarnizado de los reinos de Castilla,
11 resuelta afirmación de que, así por su naci-
miento como por sus prendas, era el único a m -
paro de la patria, y negando todo valor al j u r a -
•"«nto con que se decía haber satisfecho la reina
356 A. DE FALENCIA

D.a Juana á los franceses al afirmar que su hii


lo era también de D. Enrique, quien, según el
propio juramento, siempre la tuvo en tal concep-
to, pues con numerosas y manifiestas razones
probó la Princesa la nulidad de su juramento an-
.tes invalidado, tanto por antigua noticia de los
naturales, como por pública confesión del Rey.
Por todo lo cual acusaba justamente D.a Isabel á
s u hermano D. Enrique de iniquidad' monstruosa,
puesto que sobre calumniar en sus cartas con no-
toria injusticia al inocente, de cierta ciencia, abso-
luto poderío y libre albedrío había atropellado los
términos de las leyes divinas y humanas que po-
nen al ilimitado poder de condenar la cortapisa de
que preceda citación y audiencia del acusador y el
proceso se siga conforme á la norma del derecho,
ninguna de cuyas jrestricciones se había dignado
observar D. Enrique, negándose constantemente
á llamar y á oír á los que, de hacerlo así, en ma-
nera alguna hubiera podido condenar, porque los
escudaba la razón y el derecho. Terminó doña
Isabel sus cartas exhortando á los españoles, que
nada de lo dicho ignoraban, á que no atropellasen
sagrados derechos, ni procurasen á estos reinos
vergonzosa ruina, otorgando asentimiento a la
tiránica y corrompida voluntad de D. Enrique que
tamañas injusticias ordenaba.
C A P I T U L O VIII

Rendición de Alcántara.—Ardides del Clavero


de aquella Orden.

ientras estos altercados de acusaciones


y defensas traían vivamente enardecidos
los ánimos, continuaba en Extremadu-
ra no menos encarnizada la lucha entre los que
atacaban la fortaleza de Alcántara y sus defenso-
res. E l clavero D. Alfonso de M o n r o y , después
de vencer al Maestre y desbaratar sus tropas auxi-
liares, empleó en el ataque de la fortaleza las que
con tanta perseverancia había reunido; levantó
diversas máquinas de guerra, y haciéndolas jugar
día y noche, redujo al último extremo á la guar-
nición encerrada en el castillo, porque además de
'a pérdida de los valientes que sucumbieron en
defensas y salidas, el resto no sólo padecía esca-
sez, sino que se veía atormentado por la desnudez
} 'as enfermedades. A pesar de esto, trabajaba con
arrojado tesón aquel corto número de sitiados por
prolongar la defensa, así para cansar al enemigo y
obtener siquiera condiciones menos duras al ren-
!rse> como para dar tiempo á que se presentase
l!8una coyuntura favorable.
diados y sitiadores se igualaban en esfuerzo,
- ainque de día en día iba aumentando el apuro
358 A . DE F A L E N C I A

de aquéllos, exhortábanse mutuamente á la per-


severancia, sin que ninguno se retrajese del peli-
gro, antes todos rivalizaban en que se les viese los
primeros en arrostrarle. Especialmente un ancia-
no caballero llamado Fernando de Mojica, que
había sido heraldo del Rey, excitaba con su vehe-
mente elocuencia á sus compañeros de armas á la
fortaleza, animándoles de tal modo con sus pa-
labras y ejemplo, que renaciendo siempre la cons-
tancia de todos, ni la fatiga, ni las enfermedades,
ni la escasez hacían decaer el ánimo de los resuel-
tos defensores. A l cabo hubo de sucumbir por el
extremo de penuria, y el hambre miserable obligó
á rendirse á los que ni las heridas, ni el incesante
trabajo, ni las vigilias hubieran amilanado ni aba-
tido, como no les hicieron flaquear las cartas del
mismo maestre de Alcántara, Gómez de Solís
que, viendo inútil la resistencia, les aconsejaba
en ellas no la prolongasen hasta el exterminio.

Entonces la mujer del conde de Plasencia, doña


Leonor Pimentel, que aun en vida del de Sohs
había tratado ya con falaces trazas de obtener el
Maestrazgo para su hijo, quiso también engañar
al clavero D. Alfonso, utilizando sus esfuerzo:
en provecho propio; pero éste, más astuto q"6
ella, supo dejarla burlada. Era hermano de don
Alfonso el valiente y noble caballero Fernando c
M o n r o y , muy querido del de Plasencia y oe ^
mujer, y como de la confianza de ambas p a n ,
pidióle el Clavero para que presidiase la forta
á fin de inspirar esperanzas de poseerla a o
mendadores de la Orden que seguían su Pa!" ^
contra el Maestre, y de que, para subvenir
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV SSg

nacas de los soldados, la guarneciese el Conde,


Como en posesión de la tenencia por su hijo, en
quien confiaba recaería el Maestrazgo si sucumbía
eldeSolis, pues el Clavero parecía haberse mos-
trado siempre favorable á estas ambiciones' del
Conde y de su mujer, y de aquí la voluntad de
éste de auxiliar al primero, tenazmente opuesto á
los intentos del Maestre. Había éste gozado antes
de la intimidad del Conde; mas hiciéronsela perder
consideraciones de injustos provechos y de u n
bando más inclinado á las rivalidades, pues exi-
giendo el Conde del afecto que le profesaban dos
pruebas de singular cariño, á saber, que le distin-
guiera con él sobre todos los demás magnates, y
que no negara su asentimiento para que su hijo
D. Juan sucediera en el Maestrazgo, lejos de esto
el Maestre, convertida de repente en odio la p r i -
mera amistad, al estallar grave disensión entre el
Conde y el de Alba de Tormes, D. García, favore-
ció con más calor la causa del último, rompien-
do los lazos de antiguas obligaciones cuando nue-
vamente se trató de la sucesión del Maestrazgo en
favor de D. Juan Pimentel.

Hombre astuto y sagaz el Clavero, supo apro-


vecharse de estas enemistades, consiguiendo del
conde D. Alvaro socorro no despreciable contra
1 Maestre, merced al cual desbarató, como dije,
en Alcántara las fuerzas enemigas. Luego, pene-
trando claramente las disposiciones del Conde,
procedió con astucia persuadiéndole á él y á su
muJer á la rendición de la fortaleza, cuya tenen-
•'f había de darse á Fernando de Monroy, obli-
gandose con juramento militar á admitirle en ella
36o A . DE E A L E N C f A

siempre que le fuese preciso. No le bastó el m


ramento, y conservó en rehenes al hijo del d"
Monroy.
A l mismo tiempo aceptó secretas entrevistas
con los emisarios que para tratar de reconciliación
le envió el Maestre, y poco después dirigió sus
esfuerzos á la ocupación de Alcántara, engañan-
do á su hermano D. Fernando para hacede salir
de la fortaleza, y asi frustró las vanas esperanzas
del Conde y de la Condesa, porque, ya más pode-
roso y célebre por sus hechos de armas, no temía
en Extremadura á ninguno de los Grandes, y es-
taba seguro de vencer por fuerza de armas á los
que no lograse burlar con su astucia.
CAPÍTULO IX

Combate de Jorge Manrique con algunos soldados


id rey D. Enrique que favorecían á D. Juan
de Valen\uela.—Peligro que corrió la Condesa
•.Plasencia.

2ó fué menos grave el error del conde de


Plasencia al sacrificar la honra y a u -
mentos de su hijo D. Alvaro de Estúñiga,
prior de San Juan, á la voluntad del maestre de
Santiago que daba á D. Juan de Valenzuela todo
su favor; porque era él falso y ambicioso, á nadie
profesaba sincero cariño y siempre iba envuelta
solapada malicia con las muestras de su afec-
to. Seducido pues el Conde por los artificios del
Maestre, negó á su hijo todo apoyo, y él, cono-
cido la mala voluntad de la madrastra, recu-
rrió al del Arzobispo y al afecto de sus herma-
ios de padre, encontrando u n decidido campeón
^ su causa en uno de ellos, el comendador de
•ontizón, Jorge Manrique, caballero animoso y
afortunado en los combates, que acaudillando
!as tropas de su hermano, gozaba de igual ventu-
ra que cuando sitió aquella fortaleza en tiempo
del rey D.Alfonso.
ia dejo referido cómo á la muerte de Garci Laso
Ve8a, y por injusta concesión del Rey, tomó
362 A . DE F A L E N C I A

el título de Comendador de dicha fortaleza Ni


colas Lucas, hermano de Miguel Lucas, y cfa
á poco, dominando en la mayor parte de estos
reinos el rey D. Alfonso, y manifestándose casi
todos los magnates andaluces hostiles á aquel
condestable del rey D . Enrique era por razón
de su cargo considerado como el más enemigo
D. Rodrigo Manrique, Condestable del rey don
Alfonso.
Contribuyó no poco, entre otros muchos mo-
tivos de discordias, á excitar las animosidades
áqu,el ultraje inferido por D. Enrique á los deudos
todos de Garci Laso cuando despreció las súplicas
-de los que en torno del moribundo caballero le
pedían que al menos sucediese su hijo en la enco-
mienda de Montizón. Así, al estallar los primeros
chispazos de las guerras, el condestable Rodrigo
Manrique con sus hijos Pedro y Jorge y fuerzas
auxiliares del maestre D. Pedro Girón y del ade-
lantado de Murcia, Pedro Fajardo, puso estrecho
cerco á aquella fortaleza tan enrocada y defendi-
da, y siendo impotentes para libertarla los esfuei
zos todos de Miguel Lucas, la absoluta falta 4
mantenimientos forzó al cabo á su hermano
entregarla á Jorge Manrique. Esto, á causa del t*
trecho parentesco y de la proximidad de los raí
res, proporcionó gran ventaja al prior D. Alva
de Estúñiga que residía en Consuegra, pues si I
Jorge Manrique acaudillaba pocos hombres
armas, como se le consideraba el principal ei
ejecución, y jefe frente al enemigo le infundía es-
panto con su natural fortaleza, siempre elP
confiaba sus tropas.
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 363

Había hecho concebir á D, Juan de Valenzuela


nuevas esperanzas de recobrar el Priorazgo de San
Juan que antes poseyera la abierta hostilidad que
ala muerte del rey D. Alfonso manifestaron con-
tra D. Alvaro todos los partidarios de D. Enrique.
Salieron algunos de ellos de Ajofrin el 7 de D i -
ciembre de 1470 con tropas auxiliares de hombres
de armas toledanos para trabar combate con los
enemigos; supo Jorge Manrique que en aquella
aldea se hallaban juntas fuerzas de los de Toledo
y del rey D. Enrique; resolvió salir á su encuentro,
v reconociéndose inferior en el número de su
caballería, dispuso, para llevar descansados sus
peones, que subiesen en carros y siguiesen por la
llanura, propia para su paso. A l dar vista de lejos
á los contrarios, los soldados, restauradas sus
fuerzas con los víveres repartidos por los carros,
saltan rápidamente de ellos y se lanzan á la pelea
(¡ue se empeña encarnizada por ambas partes;
ipóyanse en el flanco de su caballería; alancean
multitud de caballos de los enemigos; degüellan á
«tos al caer, y la mayor parte de los otros, poseí-
dos de espanto, vuelven las espaldas y buscan su
ovación en la rapidez de la fuga. Desbaratado
^íy puesto en huida el enemigo, Jorge Manrique,
deseoso de sacar ilesos sus peones, regresó victo-
rioso á Alcázar de donde saliera, sin pérdida algu-
na Por su parte.

En el mismo mes salió de Arévalo para Plasen-


J^acon unas treinta lanzas y multitud de acémi-
15 D-a Leonor Pimentel, mujer del conde de P l a -
Scncia y madrastra del prior D. Alvaro. Los c o -
••edores, al dar aviso á los de Avila de la marcha
364 A* DE P A L E N C U

de D.a Leonor, les excitaron á apoderarse deaqn


lia resuelta enemiga de los Príncipes que, sediein'
del daño de sus hijastros y de la total perdición de
España, no había omitido medio para suscitar in-
numerables disturbios. Animados con el aviso Pe-
dro de Avila y Gonzalo Chacón, salieron con cien
caballos á sorprender á los desprevenidos; hallá-
ronlos junto á un campo llamado por los del
país Mancera; pero atentos sobre todo al despo-
jo, dieron tiempo, mientras robaban el bagaje,
á que los de D.a Leonor la encerraran apresurada-
mente en la iglesia, á fin de poder protegerla al-
gún tiempo mientras se ofrecía ocasión más favo-
rable para escapar, ó para buscar por otro medio
suerte menos rigorosa. Inútilmente hubieran, sin
embargo, tratado de defenderse aquellos trein-
ta hombres de armas, si los caudillos contrarios
hubieran persistido con diligencia en su primer
propósito; mas anduvo remiso Pedro de Avila,
amigo en otro tiempo del Conde, y Gonzalo Cha
c o n , más atento al despojo del bagaje que al
ataque de la iglesia, fácil de rendir con ligero es-
fuerzo, fingió haberle detenido respetos á las a
sas sagradas y deseo de no atropellar las leyes
que prohiben el ataque de los templos. Antes
adoptar esta conducta los jefes contrarios, fuero
muertos junto á las puertas de la iglesia algún
de sus defensores; la mayor parte quedaron
sioneros, después de despojados, y el botín en
ro fué conducido á Avila. D.a Leonor, una
en Plasencia, valiéndose ya de súplicas, }
amenazas, de subterfugios ó de encubierta
mesas, recuperó la mayor parte de lo perdido,
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 365
timiento de la ilustre princesa D.a Isabel, que
S
i a más cuerdo disimular las intenciones que
•r Lfestarse rencorosa, ya que el principal obje-
je ¡a venganza había escapado de manos de
as capitanes.
V.

Muer

D.Fe
dele
Mona
Juan,
diaen
Aragc
rresta
queí
impo*
¡ttvíi
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tocat
fcdií
come
iray
coqci
CAPITULO X

Muerte de Juan, hijo del rey de Ñapóles, Renato.


Infortunio del hijo del conde de F o x .

j i muy diferente manera se declaró la


suerte en favor de los príncipes D. F e r -
M^k nando y D.a Isabel, que la hubieran te-
nido harto infausta á durar más tiempo el domi-
nio de los franceses sobre Barcelona. Con él, en
efecto, lograba el rey Luis mayores facilidades
para reducir las guarniciones todas del príncipe
D. Fernando, así de Cataluña como de los reinos
de León y Castilla, pues mientras con auxilio del
Monarca francés señoreaba á los barceloneses
iuan, hijo del difunto rey de Ñapóles, Renato, de
día en día iban reduciéndose los dominios del rey de
Aragón D. Juan. A duras penas podía éste contra-
rrestar la próspera fortuna de sus enemigos, por-
que falto de recursos cuanto sobrado de años, era
"ipotente para sobrellevar por más tiempo sin
pavísimo quebranto tantas adversidades como á
tatiempo y por todos lados le rodeaban, y de ellas
,t)caba la mayor parte á su hijo, heredero de sus
^sdichas como de sus prosperidades, á quien,
^mo dejo dicho, trataba al mismo tiempo de tener
raya el rey de Francia con aquel matrimonio que
acertaba entre su hermano Carlos y la hija
368 A . DE PALENCIA.

de la reina D.a Juana. Quiso, sin embargo elO


nipotente aliviar algún tanto los infortunios díl
rey de Aragón, y descargar en otra parte el goW
de la desgracia, con daño de los que trabajaban
por aniquilar al verdadero Soberano legítimo t
por oprimir á su legítimo heredero, pues cuando
ya parecía imposible hallar la menor asistencia
para ios trabajos del Monarca aragonés, vino á
dársela poderosa la enfermedad de Juan, intruso
señor de Barcelona.
Mientras ella duró, fué el principal cuidado
del enfermo exhortar y conjurar á los ciudada-
nos, rebeldes contumaces contra su antiguo So-
berano, á que después de su muerte, que no
dudaba seguiría á su repentina dolencia, no per-
sistiesen en la rebeldía, antes apelasen á la be-
nignidad del bondadoso anciano, visiblemente
favorecido por la poderosa diestra del Altísimo,
puesto que, hallándose lleno de años, mortificado
por la ceguera, sufriendo extremada pobreza, an-
gustiado además por la cruel rebelión de sus va-
sallos, y combatido primero por la hostilidad
de los portugueses, después por las invasión
francesas, habíale fortalecido, dotándole de vi]
extraordinario, restituyéndole la vista, propon
nándole recursos para hacer frente en medí
su pobreza al sostenimiento de las tropas, y, de
cargando cada día más rudos golpes sobre 1
beides, hiriendo con desastrada muerte á D. rí
de Portugal que desde los términos occide
de España había ido allí á recibirla, y Pateae^ ^
por ú l t i m o , prepararse á desembarazarle
única adversidad que le quedaba, si la ^
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 36g

del mal cortaba l a v i d a del q u e e x a l t a r o n l o s r e -


beldes, hacía m a n i f i e s t o c o n i r r e c u s a b l e t e s t i m o -
nio lo inicuo de l a rebelión y d a b a señales e v i d e n -
tes de la v o l u n t a d d i v i n a . P o r estas r a z o n e s , les
dijo, debían poner en otra parte sus m i r a s é i n c l i -
nar sus ánimos á l a v e r d a d , p a r a n o atraer s o b r e
la desdichada B a r c e l o n a terrible r u i n a c o n l a p e r -
versidad de su r e b e l i ó n ; q u e si él p o r c a s o l i b r a r a
con bien de a q u e l l a e n f e r m e d a d , buscaría m e d i o
que, satisfaciendo á l a c o n c i e n c i a , fuese c o m p a t i -
ble con su h o n r a y cediese en h o n o r de l o s c i u d a -
danos aminorando el p e l i g r o ; m a s q u e si m o r í a ,
una y otra vez e x h o r t a b a y c o n j u r a b a á t o d o s ,
así presentes c o m o ausentes, á n o dejarse c o g e r
en las nuevas redes de engañosos a u x i l i o s , pues
le constaba la a m b i c i ó n del h e r m a n o del r e y
Luis, que c o n a q u e l pretexto tendía á g a n a r p a r a
sücorona, no sólo el R o s e l l ó n y l a C e r d a ñ a , sino
Ampurias y otras tierras á d o n d e le l l e v a r a s u i n -
saciable sed de c o n q u i s t a s , o l v i d a d o de l o s daños
Weridos á la c r i s t i a n d a d p o r los e n e m i g o s de l a
Cruz, cuyos progresos c o n v e n d r í a m á s q u e saliera
Quiera á detener a l g ú n e s f u e r z o de l o s ejércitos
Cólicos, y sentaría m e j o r en el M o n a r c a q u e o s -
eaba el t í t u l o de C r i s t i a n í s i m o .
Así dicen que h a b l ó antes de m o r i r el h i j o d e l
P p o Señor de M a r s e l l a á los barceloneses, l o s
•olesen su necia o b s t i n a c i ó n h a b í a n d a d o á s u s
Rurales enemigos el d o m i n i o de la c i u d a d y del
lncipado. L a m u e r t e de a q u e l P r í n c i p e a m i l a n ó ,
•'embargo, p r o f u n d a m e n t e s u s á n i m o s , y a u n -
•-• conservaban en s u seno c u a l s o m b r a de soco-
JOerto n ú m e r o de s o l d a d o s n a p o l i t a n o s e s c o -
cxxvn 24
370 A . DE F A L E N C I A

gidos y algunos franceses, ya se atrevían los del


pueblo á execrar la insolencia de los principales
y á ensalzar las virtudes del Rey á quien por
tanto tiempo habían angustiado con su injusta
hostilidad.
Hizo también abrir á todos los ojos la terrible
desgracia ocurrida al joven hijo del conde de Fox
en concepto de los navarros presunto heredero de
su reino, y cuya voluntad había ganado el rey Luis
de Francia prometiéndole á su hermana en ma-
trimonio, con lo cual no dudaba que el mancebo
le serviría para suscitar nuevos trastornos entre
los aragoneses contra su abuelo el rey de Ara-
gón y de Navarra. Tomaba parte el desgraciado
mancebo en los variados regocijos con que la vana
y alegre multitud de los franceses quería celebrar
la noticia del matrimonio del duque de Guyana
Carlos con la hija de la reina D.a Juana: metióse
entre los justadores, y como en su demasiado juve-
nil edad para los torneos se atreviese á hacer frente
á un caballero ya provecto, éste le atravesó con l»
lanza por el costado menos protegido por la ligera
armadura derribándole por tierra exánime. Mu-
chos dijeron que había sufrido tan terrible castigo
por haberse prestado á ser instrumento de mayo-
res daños y comprometídose en tenebrosas é inau-
ditas guerras contra su ilustre abuelo á fin *
extender por todas partes el dominio de los fn
ceses, con ruina de su tío D. Fernando, príncipe
Aragón y rey de Sicilia, á quien la envidia de »
líos disputaba la herencia de los reinos de Leoo
Castilla que le correspondían por derecho, i (
hubiera retraído ciertamente el desgraciado •
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV Syi

jebo, aunque sobrino de D. Fernando, de combatir


¿éstey á su abuelo, antes hubiera esperado al-
canzar con la muerte de ambos más dilatado pode-
río; pero dispúsolo de muy diferente modo la sobe-
rana Providencia convirtiendo todas estas desgra-
cias en ventaja de los que pretendía exterminar la
falsa arrogancia de los contrarios. Y a los bar-
celoneses no se negaron á entablar negociaciones
sobre todo porque antes de morir Juan, hijo de
Renato, habían visto ser impotente todo el poder
de Francia para recuperar el importante puerto de
Cadaqués, próximo á Gerona, y dado al rey de
Aragón por la industria de cierto leal mallorquín.
En el ataque, los franceses, después de dejar en
manos de los valerosos defensores de la villa la
artillería y pertrechos con que la combatieron,
fueron rotos y puestos en fuga, y esto fué pode-
roso motivo para que se decidiesen los que prefe-
rían la restitución de Barcelona á continuar una
guerra cada vez más peligrosa.
LIBRO IV

CAPÍTULO PRIMERO

Ataque de la fortaleza de Perales. — Artes á que


apeló D. Enrique para romper lo pactado.

'stos y otros consuelos de la divina Provi-


M dencia animaron grandemente á ulterio-
res empresas á los que en Castilla defen-
dían la causa del principe D. Fernando. Uno de
ellos, el arzobispo de T o l e d o , no pudiendo sufrir
con paciencia la ocupación de la fortaleza de P e -
rales llevada á cabo por Vasco de Contreras casi
al mismo tiempo en que Cristóbal Bermúdez se
apoderaba de la de Canales, determinó sitiarla,
ante todo por distar más de Madrid que de Gua-
dalajara, habitual residencia del marqués de San-
lillana y de los demás caballeros de la Casa de
Mendoza, pues si bien disentían de él gravemente
acerca del matrimonio de los Príncipes, en lo to-
cante á la recuperación de estas fortalezas y de-
fensa de los pueblos había sido tan completa entre
iodos la reconciliación, robustecida con juramen-
to de caballeros, que el Arzobispo contaba segu-
ramente con las fuerzas auxiliares del Marqués
Para arrancar los bienes de la Iglesia de manos de
374 A- DE PALENCIA

los bandidos, hasta contra la voluntad del Rey '


por caso favoreciese á sus secuaces.
A principios del año 1471 dispuso cautelosamen-
te todo lo necesario para combatir de improviso
la fortaleza, y envió delante 200 hombres de armas
con encargo de alejar á los peones que al descu-
brirse su propósito pudieran tal vez empeñarse en
penetrar en ella en socorro de los bandidos que la
ocupaban. Inmediatamente después salió el Arzo-
bispo con otras 3oo lanzas, peones y numerosos
pertrechos con tal celeridad, que hubieran sido va-
nos los esfuerzos del Rey en favor de sus satélite!
Era sin embargo conocida su perversidad, y así el
Arzobispo, con arreglo á io pactado, escribió al
Marqués y á su hijo D. Iñigo de Mendoza, conde
de Saldaña, conjurándoles á darle pronto socorro,
pues sentaba bien á caballeros católicos oponerse
á las numerosas devastaciones con gran saña per-
petradas en aquellos contornos por los merodea-
dores que desde las fortalezas de la Iglesia salían
á degollar cruelmente ó á despojar sin piedad á
cuantos encontraban al paso; por lo cual juzgaba
que no sólo tendría á su lado, según la pactada
alianza, á la noble Casa de los Mendozas, sino
que los vería trabajar en pro de las libertades ecI
siásticas para librarla de más largo abatimien
por falta de auxiliares; sobre que el Rey se aver-
gonzaría de prolongar su obstinación viendo a
católicos pelear por las inmunidades de la Ig esi
Respondió el Marqués á las excitaciones deUr
zobispo como éste deseaba, y su hijo D- nlS
muy á la devoción del insigne Prelado, a q1
reverenciaba como á padre, se unió con 30 >
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV SyS

líos á los que combatían la fortaleza. Asegurado


asi con este diligente auxilio de los Mendozas,
asestó el Arzobispo su artillería y comenzó á ba-
tir enérgicamente las defensas y á demoler con
bombardas y trabucos la parte baja de los muros
de la fortaleza con tal furia, que no había espe-
ranza alguna para los bandidos allí encerrados, si
antes de ocho días no acudía en ayuda de sus an-
gustiados secuaces el rey D. Enrique. Pronto para
todo lo malo, trabajaba él con tal ahinco por lle-
vársela, que no eran necesarias las repetidas ex-
citaciones de los otros soldados, en gran manera
solícitos por auxiliar á sus camaradas; y así escri-
bió desde Madrid á los caballeros y ciudadanos de
Toledo quejándose amargamente del Arzobispo,
empeñado en inferirle nueva injuria sobre las ya
recibidas, destruyendo ante sus ojos con su so-
berbia embestida lo que de buen grado hubiera él
restituido á la Iglesia, y castigando duramente á
sus leales ministros, con ultraje de todos los na-
turales y en especial de los toledanos para quie-
nes siempre había sido rigoroso. Conoció, sin
embargo, el Rey que así los nobles como los ciu-
dadanos andaban remisos en secundar sus pro-
pósitos, y entonces recurrió á las súplicas para
ablandar al Marqués, de cuya perseverancia ó
abandono parecía depender el nervio todo de aquel
asunto.

A los primeros ruegos (tal vez mediando pro-


mesas) de tal modo le hizo desistir de su empeño,
que dejando de ser amigo y aliado del Arzobispo,
comenzó á aconsejarle con insistencia que no se
apusiese á experimentar cuan gran obstáculo
SyS A. DE FALENCIA

sería para aquel sitio la presencia del Rey el en


consideraba tenazmente el caso como punto d
vida ó muerte; que él no se hubiera imaginado al
principio que tanto sintiera el ataque de la forta
leza; pero que una vez conocido su pensamiento
no sólo negaría su concurso al Arzobispo sino
que obraría en todo con arreglo á la voluntad del
Soberano. Bien conoció el Arzobispo en el cam-
bio del marqués de Santillana la astuta mano de
su sobrino el Maestre; mas á fin de que el mayor
aprieto de los sitiados proporcionara mejor co-
yuntura para retirarse sin tanto desdoro, mien-
tras contestaba con algunas quejas al Marqués
por medio de criados del conde de Saldaña, que
también se fingía quejoso, estrechaba vigorosa-
mente el asedio, hasta que trocado el Marqués de
consejero en negociador de paces, y ayudando el
temor por ambas partes concebido, vinieron á ha-
llarse ciertas vías de arreglo para que no parecieran
frustrados los intentos del Rey ni vanos los esfuer-
zos del Arzobispo y el llamamiento á sus amigos.
E l Maestre y el Marqués salieron fiadores del
cumplimiento de los pactos ajustados con estas
condiciones: que el Arzobispo, desistiendo de lle-
var adelante el sitio, mostrase su obediencia á la
voluntad del Rey, y éste, agradeciéndole su re-
tirada, se comprometiera con juramento á resti-
tuirle, según obligación de católico y dentro de los
quince días siguientes, las fortalezas de Canales y
de Perales, satisfaciendo además todos los daño:
causados por los malhechores en los contornos
labradores y caminantes. Ratificados estos acuer-
dos con públicas escrituras, el Arzobispo regre-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 877

so á Alcalá de Henares con su artillería y per-


trechos.
^ los catorce dias'presentóse allí un notario con
poder de D. Enrique y le notificó la apelación del
agravio futuro, si el Arzobispo por virtud del ju-
ramento del Rey ó, según el comenzado proceso
¡lelas censuras, á tenor de la Paulina, ó sea cen-
sura del Papa Paulo, quisiere molestar á la real
Majestad ú oprimir á los defensores de las forta-
lezas que él no había podido someter por la fuer-
za. Justamente apenado entonces el Arzobispo
con el pérfido engaño, dolióse de ello amarga-
mente á los citados fiadores, y á pesar de serle co-
nocido el omnímodo favor que al Rey prestaba el
Pontífice, trató de conseguir por las vías del de-
recho lo que en vano quiso lograr por la fuerza
délas armas. D. Enrique, sin embargo, con pre-
texto de la inicua apelación, siguió favoreciendo
álos délas fortalezas, con lo que fueron agraván-
dose de día en día los daños de los pueblos del
Tajo, porque como el Arzobispo achacase la ma-
yor parte de la culpa á los toledanos, por haber
querido auxiliar unidos con D. Enrique á los la-
drones de Perales, acogido en la ciudad á los ven-
dedores del botín y comprado los objetos roba-
te á los infelices labradores, puso en la ciudad
^redicho con pena de excomunión. Luego la
^ujer de D. Pedro López de Ayala, D.a María de
^'va, á cuyo capricho obedecían con grave men-
i'^ los ciudadanos, deseosa de tener propicio al
r2obispo , ni quiso despreciar abiertamente la
*íía de las censuras, ni tampoco oponerse en
Poluto á los intentos del Rey, sino que mánte-
SyS A . DE F A L E N C I A

niéndose á igual distancia de sus favores co


guió se levantara el entredicho, con tanto queTn
la ciudad no se diese acogida á los que ocupaban
las fortalezas, ni se recibiesen los frutos de sus
rapiñas.
4
C A P I T U L O II

Origen de las novedades que por intrigas del


Maestre de Santiago ocasionó en Andalucía, y
sobre todo en Sevilla, la muerte del conde de
Arcos, D. Juan Ponce.

.oncibió por aquellos días nuevas esperan-


zas de ocupar á Sevilla el maestre de
Santiago, D. Juan Pacheco, que ya en
vida de D. Juan de Guzmán, duque de Medina
Sidonia, había puesto en juego numerosas trazas
para llegar de algún modo á la posesión anhelada,
y que poco antes de su fallecimiento había tratado
de reconciliarse con él, valiéndose de medianeros
en quienes había abdicado toda su voluntad el
apocado espíritu del Duque, propenso á la inac-
ción por las dolencias del cuerpo. U n cambio
repentino dio al traste con aquellos propósitos.
Muerto el Duque, muy querido de los sevillanos,
sucedióle su hijo D. Enrique, que hubiera podido
gozar siempre de igual afecto si al menos hubiera
manifestado deseos de coronar la obra de bene-
volencia de que su padre echó los primeros ci-
mientos', más, como luego diré, enagenóse el cariño
que el padre se había granjeado para sí y, por al-
gún tiempo, para su descendencia. Sólo en los pri-
380 A . DE PALENCIA

m e r o s años q u e s i g u i e r o n á la muerte del


gozó del a u r a p o p u l a r , y á los consejos dfios
s e v i l l a n o s , c o n s t a n t e s enemigos del Maestre deb''
el n o dejarse coger en las redes del astuto seduc0
tor. Observó éste c ó m o iba enardeciéndose de día
en día l a aversión entre los dos jóvenes rivales
D . R o d r i g o P o n c e de L e ó n y el duque D. Enrique
de G u z m a n , y a r r o j a n d o l a máscara de amistada
•causa del m a t r i m o n i o de F e r n a n d o Arias de Saa-
v e d r a a d o p t a d a , t r a t ó de seducir con el halago
de o t r o a l j o v e n D. R o d r i g o ; más no pudo lograr-
lo m i e n t r a s v i v i ó el padre, D . J u a n Ponce, porque
el c o n d e de A r c o s , p o r demás astuto, impedía con
sus consejos que el m a n c e b o se precipitase tras
los engaños del s e d u c t o r , y por otra parte alentaba
las n e g o c i a c i o n e s , á fin de procurarse más fácil-
m e n t e s u f a v o r entreteniendo su esperanza. Los
sevillanos p o r s u parte, c u a n t o más observaban
l a a s t u c i a de los dos viejos y los propósitos de don
R o d r i g o , a c o n s e j a b a n más encarecidamente al
d u q u e D . E n r i q u e q u e se opusiera con todas sus
f u e r z a s á los del M a e s t r e para impedirle que, to
m a n d o en b o c a la v o l u n t a d del R e y , se apoderase
de l a o p u l e n t a c i u d a d .

Así los e n c o n t r a d o s esfuerzos mantenían en su:


pensó el odio de a m b o s partidos, y ni sí
g a b a á u n a sincera reconciliación entre los
venes, ni se extendía el veneno de las envidia
T a n grande era l a a s t u c i a del Conde,
al c a b o agobiado p o r los años y por numere
pesares en E n e r o de 1471, el día en que los <
t i a n o s c e l e b r a n el c o m i e n z o del año nuevo-
cedió en el t í t u l o D . R o d r i g o Ponce de leo
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 38l

como él astuto y sagaz; pero por razón de su


edad más vehemente para suscitar disensiones. No-
se engañaron los moradores de Sevilla al llorar
amargamente la muerte de los dos ancianos, á
saber, del duque de Medina, D. Juan de Guzmán,
primero y después la del conde D. Juan Ponce de
León, como presagio de futuras discordias entre
los jóvenes, y de graves riesgos para los mismos,
y al afirmar á una, nobles y pueblo, cuando asis-
tiendo á las exequias del difunto Conde en el m o -
nasterio de San Agustín, extramuros de la ciudad,
contemplaban el túmulo resplandeciente en de-
rredor con la luz de las antorchas, que de aquel
funeral saldría el incendio de la patria y surgirían
los escándalos suscitados por el maestre de San-
tiago, cuyas funestas artes habían tenido á raya
los difuntos ancianos, pero á quien ya no podía
detener más tiempo el juvenil.ardor de los rivales,
antes con el matrimonio de su hija con D. Rodrigo
Ponce había de encontrar más ancho campo para
la propagación de las calamidades. Así sucedió en
efecto. E l Maestre fomentó de tal modo la ambi-
ción de D. Rodrigo Ponce, que para más honrarle,
le dio, con autoridad del Rey, título de Marqués de
Cádiz, y además le prometió en matrimonio á su
hija Beatriz, valiéndose por medianero de Pedro de
Avellaneda, muy amigo del esposo. No hubo con
esto entre los ciudadanos quien no augurase de
aquel enlace los peligros para la patria que repen-
toamente surgieron.

Comenzó en efecto el Maestre á exhortar al Mar-


aes á que no siguiese más tiempo como s u b y u -
gado á la voluntad del duque D. Enrique, sino
382 A . DE F A L E N C I A

que mientras con máscara de amigo alei.h


sospecha de malquerer, trabajara por ean t0da
pueblo, para que al estallar el primer tn V
pudiera engrosar sus fuerzas con la caballa l.0
las guarniciones de Carmona, Osuna y M o l
expulsando de la ciudad al cobarde y descnL7
mancebo D. Enrique, quedase único señor de ella
Hicieron al punto honda mella en el ánimo di
Marques estas sugestiones, y creciendo su o r j l
con el favor del Rey, grandemente interesado en
las discordias de que esperaba lo que por otros me-
dios no podía conseguir, fué disponiendo en lo más
recóndito de su morada máquinas y pertrechos
que en un repentino tumulto infundiesen es-
panto á los contrarios. E n tanto su casa era cuar-
tel general de homicidas, rufianes y sicarios con
objeto de que la ciudad viéndose continuamente
molestada por aquellas turbas de malhechores
que la infestaban, reconociese cuan incapaz era el
duque D. Enrique para salir á la defensa de los
oprimidos, que era lo que se proponían el Rey y el
Maestre, diestro artífice de discordias.

^
CAPÍTULO III

Falsa confederación de algunos Grandes para


apoderarse de Alcántara.

kUEvo fragor de guerra traía igualmente


aterrados por aquellos mismos días á los
moradores de Extremadura. Cometíanse
robos y asesinatos al capricho de los malhecho-
res, sin que hubiese freno para los daños, pues
cuantos para satisfacer sus depravados instintos
se entregaban á hechos de fuerza, contando con
laapatiay perversidad del Rey, arrojábanse segu-
ros á perpetrar toda suerte de delitos, y como la
provincia entera comprendida entre Guadiana y
Tajo produce hombres fuertemente inclinados á
la guerra, érales grata la relajación de costum-
bres. Contribuía sobre todo á hacer más cruel la
guerra el empeño en la ocupación de Alcántara, á
lüe, como dije, había dado principal ocasión el
conde de Plasencia para daño de Gómez de Solís.
Érale más doloroso el engaño del Clavero, porque,
arrojando de allí á su hermano Fernando de M o n -
roy5 se había hecho, contra la voluntad de todos,
señor de la villa y fortaleza, y así formó contra él
í con los otros dos magnates ^una falsa confe-
deración.
384 A- DE FALENCIA

Dando tregua con ella á las rivalidades, procur'


el conde de Plasencia reconciliarse con'el duaij0
de A l b a de Tormes D. García, que prestaba j6
favor al maestre de Alcántara, á fin de causar más
pronto al Clavero daños considerables; pues no
dudaban que, conseguida la concordia, había de
facilitarles el resultado que con su alianza se pro-
ponían. Más astuto el duque de Alba, quiso pre-
mio m u y superior al falso apoyo que prestaba-
infundio en el de Plasencia igual codicia, y ambos
se propusieron lograrlo á costa del iMaestre, que
por su parte aguardaba encontrar, al menos en
sus auxiliares, medios para recobrar á Alcántara.
Convínose entre ellos como preliminar de la gue-
rra futura que diese al duque de Alba de Tormes
la-.ciudad de Coria el hermano del maestre de Al-
cántara Gutierre de Solís, el cual por beneplácito
del anterior había obtenido injustamente el título
y ia posesión de la ciudad en tiempo del rey don
Alfonso. No vaciló el Gutierre en mostrarse así
agradecido en tamaño aprieto á su bienhechor el
Maestre,, necesitado de asistencia, si con dicha en-
trega se ponía término á tantas desgracias; sobre
que pensaba aquel infeliz, antes titulado conde
de Coria^ casado con parienta del de Alba, que
su generosidad había de serle ventajosa cuando,
desembarazado su hermano del peso de las pre-
sentes dificultades, y vueltas las cosas á su se
primero, hallase ocasión para recobrar á Coria,
con el pago de todos los gastos hechos por las
fuerzas auxiliares del Duque. E l cual con tal al1;
ciente y so color de amigable socorro se apoden
de la ciudad.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 385

También el de Plasencia quiso cobrar el premio


(¡e su reciente auxilio antes que al Maestre le fuese
de algún provecho, y así dio trazas para hacerse
dueño del castillo de Benquerencia, fuerte por su
situación y reparos, con pretexto de tenerle guar-
necido con fuerzas suyas hasta apoderarse de A l -
cántara. Accedió al punto el Maestre que, abatido
con los grandes desastres de sus armas, y perdida
su antigua confianza, estaba convencido de su
falta de fuerzas para combatir al Clavero; mas
halló un obstáculo para ello en el excelente y va-
leroso alcaide de la fortaleza Diego de Cáceres,
quien además de acriminar al Maestre por su i m -
prudencia, resistió la entrega y negó la entrada á
la nueva guarnición enviada por el de Plasencia.^
Con esto el Maestre, conservando el dominio d á ^ f e i j l
las fortalezas de Benquerencia y Magazela, t u v d k * — — •
cierta facilidad para el sostenimiento de sus troPas%trÍD|l'Í
mientras cobró los frutos de los campos que aqué-
llas)- la villa de Zalamea señoreaban, pues que la
renta más considerable de Alcántara consiste en
los derechos sobre las hierbas de otoñada que pas-
tan las ovejas en las dilatadas dehesas conocidas en
ílpaís con el nombre de L a Serena. Estas rentas
atenía por seguro vendría á perder el Maestre si,
Cambio del auxilio de los condes de Plasencia y
Alba de Tormes para arrancar al Clavero lo que
atenía, les entregaba él sus dominios, pues por
duchos indicios se hacía manifiesto cuánto más
hendían á despojar de lo suyo al Maestre, que á
'«cobrar aquello de que el Clavero se apoderara.
0cual venía á confirmar el que después de la
^Pación de Coria, ninguna asistencia había re-
csxvn 25
386 A . DE F A L E N C I A

cibido el desdichado hermano de Gómez de Sol'


antes Conde, no poco confiado al pactarse la alian'
za en que el de Alba se mostraría con él benévolo
y compasivo por su acto de desprendimiento, ya
que por el vínculo del parentesco se le considera-
ba muy adelante en su intimidad.

N|^
CAPITULO IV

Repentino tmnulto de A l e a r á \ .

£ * n M a y o de este m i s m o año de 1471 s u r -


gió s ú b i t a a l t e r a c i ó n en A l c á r á z , c i u d a d
de los c o n f i n e s de A n d a l u c í a y C a s t i l l a
la Nueva, o c u p a d a entonces p o r f u e r z a s del m a e s -
tre de Santiago q u e i n j u s t a m e n t e poseía l a m a y o r
parte de aquella tierra. E s t e r e c o n o c i d o u s u r p a d o r
de los bienes ajenos q u e había t r a b a j a d o p o r
apoderarse de a q u e l l a c i u d a d , j u s t a m e n t e á d e v o -
ción de la ilustre p r i n c e s a D.a I s a b e l , c o n t a n t o
más ahinco c u a n t o que era la m a y o r y más fir-
me base para ulteriores c o n q u i s t a s , y b a l u a r t e de
singular i m p o r t a n c i a , había dado s u tenencia al
wWe caballero J u a n de H a r o , c r e y é n d o l e p o r s u
%encia m u y p r o p i o p a r a el c a r g o . I r r i t ó n o
estante el carácter h u m a n o del alcaide el c o n t i -
nuo recelo c o n que veía c u a n á m a l l l e v a b a n l o s
doradores de la c i u d a d y los de las p r ó x i m a s
•"«as su celo p o r m a n t e n e r e n l a obediencia, á
•"u población que le era h o s t i l ; y así obligó p o r
* fuerza al p u e b l o á c o n s t r u i r en l a parte m á s
^ada u n a n u e v a f o r t a l e z a ; cercó c o n m u r o s
- orres de l a d r i l l o y a r g a m a s a las antiguas c a -
388 A . DE FALENCIA.

sas solariegas, y dio gran prisa á las obras, cual


si no tuviese poder alguno contra las tendencias á
la defección, ni para mantener íntegro el favor del
Maestre, en tanto que no se levantase el baluarte
Cuando estuvo terminado, comenzó á vejará
los ciudadanos menos dóciles, y para más blando
remedio, á emplear las más rigorosas violencias.
Echó á unos en prisiones; impuso á otros crecidas
multas, y estaba resuelto á castigarlos con la
muerte para evitar que se arrojasen, siguiendo
sus deseos, á hechos de fuerza. En tal angustia,
la multitud que vivamente suspiraba por su liber-
tad empezó á conjurarse y á celebrar secretas
reuniones, á fin de contar con fuerzas auxiliares
cuando se decidiese á desafiar resueltamente el
peligro. Convínose al cabo acudir á los antiguos
favorecedores, entre los cuales era el más cercano
y el más noble D. Rodrigo Manrique, conde de
Paredes, que tenía á übeda por los Príncipes, y
cuyo hijo D. Pedro Manrique podía asistirles con
numerosas tropas al primer aviso de urgencia.
Por esto se determinó oir el parecer del excelente
mancebo que, accediendo á sus pretensiones, ex
citó sus ánimos á luchar por su libertad, prome-
tiéndoles pronta asistencia si alguna vez les er
precisa. Más decididos con esto los moradores, a
la primera violencia perpetrada por el de Har
corren rápidamente á las armas, ansiosos de daré
muerte si por caso saliera á resistir el tumulto.
Hombre precavido el alcaide, enciérrase en la
taleza al sentirle; sitíale en ella la multitud ex
perada, á la que viene á unirse á toda pnsa e
siguiente el vigilante mancebo D. Pedro Manric
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 38g

con trescientos caballos escogidos, y con tal í m -


petu se combate la posición, que no bastando á
protegerla lo fuerte de la fábrica ni el gran núme-
ro de soldados que luchando por su vida la defen-
dían, hubo de recurrir el de Haro á la astucia, ya
desconfiado de poner su entera esperanza en las
armas. Así, mientras por una parte aparentaba
hallarse exento de todo temor porque, asegurado
en fortísimo castillo, aguardaba de un día á otro
poderoso auxilio, y contaba con víveres para mu-
cho tiempo, por otra entabló tratos con D. Pedro
Manrique, valiéndose de medianeros, fingiéndose
apenado de que un caballero de tal valía, con
quien le unían estrechos lazos de parentesco y de
cariño y que gozaba del aura popular, quisiera,
para su deshonra, correr la suerte de la plebe
amotinada, proponiéndose aguardar á su lado las
tropas del Maestre que se acercaban. Añadió que
no quería el daño de los moradores, antes le sería
grato vivir con ellos en amistosas relaciones, á
causa sobre todo del afecto que profesaba á su
buen deudo, á quien veía despreciar todo peligro
por defender la libertad de los ciudadanos. Por
ultimo le dio seguridad de asentir á sus propósitos
siempre que conviniesen ambos en aparentar tan
apuradísimo trance á causa del repentino sitio,
pe Juan de Haro pareciera precisado á entrar en
negociaciones por la imposibilidad de prolongar
'a resistencia, y D. Pedro Manrique, después de
«mada la obligación de casamiento entre sus h i -
los respectivos, se comprometiese, en aras del pa-
rentesco de afinidad que sobre el antiguo deudo
:ban á contraer, á apaciguar los tumultos, disipar
3gO A. DE F A L E N C I A .

los recelos, y calmar para siempre los ánimo


cosa que á él solo parecía serle dado, sin reservad
se exclusivamente el señalamiento defiadorese
atención al afecto y consideraciones que entre las
partes existían.
No puso dificultad en acceder á las propo-
siciones de los medianeros D. Pedro Manrique
en todo lo demás enérgico y perseverante, sólo
en este caso condescendiente, tal vez porque
habiendo llamado socorros que se imaginara
prontos á asistirle, los hubiera conocido remi-
sos ó tardíos, porque los del Adelantado de
Murcia, D. Pedro Fajardo, dudábase que llegaran
á tiempo, y el arzobispo de Toledo que se halla-
ba más próximo, vacilaba en enviarlos, dando
bien á entender á los avisados cauta y prudente-
mente que le dolía el daño de su sobrino el Maes-
tre. Además no dudaba el Manrique que muy
pronto llegaría el poderoso refuerzo que éste en-
viaba. Por todo ello dio oídos á la propuesta,
consintió en el doble enlace y pactó amistosa
alianza con el de Haro, por la cual se obligó en
honra de éste á retirarse con las tropas que acau-
dillaba, y el alcaide á respetar profundamente en
lo sucesivo la libertad de los moradores y las m^
munidades de la ciudad, en gran manera mem
cabada en su señorío por el maestre de Sant
que, apoyado en las injuNs$as donaciones de D. tn-
rique, no sólo había combatido descaradamente e
' derecho hereditario de la princesa D.a Isabel, si»
que se había apropiado lugares, aldeas y nu™erTn
sos predios rústicos, antes sujetos á la junsai
de Alcaráz.
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV Sgi

Tales concesiones, á tan poca costa arran-


das á D. Pedro Manrique, achacáronse á ines-
perada apatía, aun pretendiendo disculparlas con
¡os motivos expuestos. Su noticia produjo en
los Principes tanta tristeza como contento les ha-
bía causado la de la entrada en la ciudad, por
cuanto, según general creencia, Juan de Haro ha-
bía atendido principalmente en aquel convenio á
la voluntad del Maestre, quien luego para librarse
de sospechas y excusar al de Haro, le destinó á
otras guarniciones. Para la de Alcaráz escogió á
Martín de Guzmán, noble caballero y de templa-
do carácter, y disimuló haber llevado tan á mal el
tumulto del pueblo por sus propósitos de vengan-
za, achacando sus causas á la índole del antiguo
alcaide.
Ca
CAPITULO V

Causas de la r i v a l i d a d entre D . P e d r o de V e l a s c o ,
conde de H a r o , y su herinano D . P e d r o M a n r i -
que, conde de T r i v i ñ o .

r a n d i s c o r d i a s u r g i ó en este t i e m p o entre
D. P e d r o de V e l a s c o , c o n d e de H a r o , y
D. P e d r o M a n r i q u e , c o n d e de T r i v i ñ o ,
cuyas causas, n o p o c o graves, t u v i e r o n o r i g e n
aqui como en las demás partes del r e i n o , en l a
maldad del R e y , p u e s desde el p r i n c i p i o del m u n -
do, en n i n g u n a h i s t o r i a n i d o c u m e n t o se lee h a b e r
existido jamás p e r s o n a t a n a m b i c i o s a de las h o n -
ras como D . E n r i q u e a m i g o de s u p r o p i a i g -
nominia; que así en s u reino c o m o f u e r a de él
érale grata la a b y e c c i ó n y complacíase en el a b a -
timiento del t r o n o . L o s a v a r o s m a g n a t e s , c o n o c e -
dores de esta s u c o n d i c i ó n , esforzábanse p o r i r l e
menoscabando en p r o v e c h o p r o p i o la a m p l i t u d
desús d o m i n i o s , y él n o oponía la m e n o r r e s i s -
tencia á sus c o d i c i o s a s m i r a s .
Distinguíase en t a l e m p e ñ o el c o n d e de H a r o ,
hombre astuto y sagaz p a r a b u s c a r medios de
l a n c h a r sus estados, sobre todo c u a n d o v i o l a
Perdición de la c o r o n a en el afán c o n que se t r a -
taba el m a t r i m o n i o del d u q u e de G u y e n a . P a r a
394 A- DE PALENCIA

llevarle á buen término, aseguraba él sernecesa i


el dominio sobre los vizcaínos y guipuzcoa"'0
como fronterizos de aquella provincia, y en c %'
secuencia se le concedieron omnímodas facultad '
con delegación regia para impulsar ó contener los
ánimos de los primeros. Abusó de ellas con exceso
el Conde, pues se propuso subyugar pueblos que
le eran propicios y espontáneamente le acataban
y después de ocupar á poca costa á Vitoria, confi-
nante con Vizcaya, resolvió seguir adelante y ex-
tender sus conquistas, principalmente por creer al
empezar la agresión asegurado su poderío sobre el
cimiento de la antigua amistad que á su padre y al
antiguo nombre de su linajuda casa profesaban
muchos nobles vizcaínos, señores de la villa de
Balmaseda.

Sometió además á su voluntad, valiéndose de


extraños recursos, muchos lugares de aquella
tierra, y todo ello le infundió mayor confianza
de dominarla por distintos procedimientos; de
modo que despreciando la benevolencia de aque-
llas gentes, íbase inclinando su ánimo á sober-
bia tiranía. Salió pues de Vitoria en dirección á
Bilbao, importante villa de Vizcaya, y con la pom-
pa de su séquito hizo patente su afición al osten-
toso alarde del poder ante aquellos hombres cu-
yas leyes, instituidas en los tiempos más remot
y hasta los nuestros observadas, tienen disposi
clones para rebajar el poderío de los Reyes,
cuando el de Castilla, de quien losjizcaínc
confiesan vasallos, visita su provincia, dispo
aquéllas que vaya á la villa de Guernica a p ^
descalzo del izquierdo, vestido con sencillo jt
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV SgS

y rústico sayo, llevando en la diestra un ligero


venablo, y que al aproximarse á la vieja encina
que en el valle cercano á la población levanta sus
robustas ramas, corra hacia ella en presencia de
los vizcaínos que le acompañan y lance el arma
contra el tronco para después arrancarla con la
mano. Hecho esto, jura el Rey observar las an-
tiguas instituciones de los pueblos, no ir en nada
contra sus libertades y mantenerlos exentos de
todo tributo, excepto del de las levas, porque para
las expediciones terrestres y especialmente para las
marítimas son los vizcaínos sobremanera aptos,
y sobrellevan gustosos las fatigas de la guerra,
despreciando con frecuencia la soldada para me-
jor acreditarse de leales. Libres así de toda gabela,
sólo satisfacen al Rey el diezmo de los derechos
impuestos á las muchas mercancías que á dife-
rentes partes trasportan sus numerosas embarca-
ciones. Esta renta concedió D. Enrique al de Haro,
que no satisfecho con tan importante donativo,
dióse á buscar otros en más dilatados dominios.

Marchó á Bilbao con caballería nunca vista en


tan áridos y estrechos lugares, y al pasar junto á
la playa comenzó á caracolear y escaramucear á
la usanza africana ó morisca, con gran disgusto
de aquellos vizcaínos que aún le sintieron más
amargo al descubrir la soberbia faz de la tiranía
eii la persona del Conde, el cual desterraba á su
capricho á los nobles varones, átropellando sus
leyes y abusando de la potestad real de que por
e'las creían antes estar exentos. Bramaba de ira
fuella gente fiera, no acostumbrada al yugo de
'a servidumbre, y volvía en derredor los ojos en
SgG A . DE F A L E N C I A

demanda de asistencia; mas hallaba grave h


táculo para conseguirlo en sus antiguas disensio"
nes, que agravaban extraordinariamente los m "
les. Los comunes deseos se estrellaban en 1q
odios particulares que la prolongada discordia de
los ánimos había hecho mortales, pues desde re-
motos siglos son conocidos los dos bandos de
Oñazinos y Gamboas en que tienen divididos á los
vizcaínos sus feroces rencillas. Hicieron aquéllos
sufrir á los contrarios los terribles efectos de su
enemiga, y sin omitir género alguno de cruelda-
des, atentos unos y otros á la satisfacción de sus
eternos rencores, cometían los más bárbaros aten-
tados, empleando el hierro y el fuego, quién
por vengar la muerte del padre, quién la del her-
mano.

Pero aquel odio que nunca pudo aplacarse,


aquella constante disconformidad de pareceres en-
tre los dos bandos vinieron al fin á convertirse por
la arrogancia del Conde en nuevas vías de conci-
liación, logrando el amor de la libertad aplacar los
tumultuosos enconos que todos los oradores de
mundo no hubieran sido poderosos á reducir.
Tarde lo comprendió el Conde, tan sagaz para
otros asuntos; pero olvidado de las advertencias df
su padre, el cual se dice haberle aconsejado (
particular encarecimiento al tiempo de morir,
entre otras cosas que no tratase á los vizcaíno
amigos de la casa de Velasco sino con benevolf
cía y á manera de aliados, pues si á otra Ct
arrojaba, seguramente se enajenaría su afee c
por la loca osadía de su ambición menoscaba
un poderío cimentado en el afecto.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV Sgj

L0s vascongados, en efecto, sabiendo cuan inútil


orarecurrir al amparo del Soberano, pensaron que
nadie se compadecería de sus males, ó por lo me-
nos, ninguno podría remediarlos sino el Conde de
Triviño, D. Pedro Manrique. E l cual, aunque her-
mano del conde de Haro, hallábase sentido asi de
que la tiranía de éste hubiese causado vergonzoso
daño al señorío que heredara en los confines de los
vascongados, como de que si alguna vez, confiado
en el parentesco, había apelado á una voluntaria
enmienda, por toda satisfacción sólo había recibi-
do insultos. Por esto el alentado joven, reconcen-
trando en su corazón el enojo, meditaba vengan-
za. Alegrábase, por tanto, de los desatentados
arrojos de su hermano, que le prometían las sim-
patías de los oprimidos pueblos, como en efecto
acaeció. A un mismo tiempo y en secreto vinie-
ron á hablarle los cabezas de ambos bandos,
Juan Alfonso de Mojica y Pedro de Avendaño,
hombres de linaje y diestros en la guerra. Hallá-
base entonces el de Triviño en el monasterio de
San Zoilo de Carrión, que había ocupado para
desde allí rechazar el ambicioso poder del de Be-
aavente, y cuando supo que estaban allí los dos
caudillos vascongados, habló á cada uno á parte;
conoció que la causa que movía á los discordes
enemigos era una misma, y fué á visitar al uno á
la cámara en que estaba encerrado, llevando en
su compañía al desprevenido adversario. A l verse,
fl inveterado encono les hizo palidecer de repen-
te) y mudos permanecieron uno á cada lado del
Conde, hasta que éste empezó á hablarles como
adversario neutral, partícipe de sus comunes agrá-
SgS A . DE F A L E N C I A

vios, deseoso de su futura libertad y pr¡nc-


caudillo, rogándoles que evitaran que los antigu
rencores fuesen obstáculo para la utilidad comú0S
Interrumpióle Juan Alfonso preguntando al d
Avendaño:—«¿Dónde está mi padre, á quien hi-
ciste perecer cruelmente entre las llamas?»—« .y
qué recuerdo tendré yo, respondió Pedro, de mi
desdichado hijo y de mis hermanos ferozmente
muertos á tus manos?»
Inútiles recriminaciones. E l Conde, colocándo-
se entre ellos y haciendo oficio de mediador, ha-
blóles de este modo: — «No dudaba, esforzados
y magnánimos varones, que al reuniros había
de encenderse la ira en vuestros pechos; pero si
no habéis perdido toda prudencia, si el amor de
la libertad es capaz de inspiraros algún conse-
jo, dense al olvido aquellas cosas que por irre-
mediables no conviene recordar, á fin de aliviar
las otras, sin las que la vergüenza ha de ser ma-
yor y más funesto el daño para los vivos que
la tristeza producida por la desdicha de padres y
allegados. E l l a aconseja por igual á uno y á otro
bando que os compadezcáis al cabo de la desgracia
de los vivos para quienes es más triste una vida
en miserable cautiverio que fuera la cruel muerte
de los que sucumbieron en tiempo de libertad.
Muchas veces tocó esta suerte á los nobles vas-
congados, ardiendo en sus corazones el ansia de
yencer al bando opuesto; mas achacábase á las
Yicisitudes de la lucha en que no cabía infamia.
E n cambio hoy con razón se juzga no haber en
el mundo gente ni más abyecta ni más afrenta
que la de los vascongados, puesto que voluntaria-
CRÓNICA. DE E N R I Q U E IV Sgg

fflente dobla su antes indómita cerviz al infame


TUgo de la servidumbre. Vosotros que jamás qui-
sisteis acatar los justos mandatos de los Reyes,
vais á someteros ahora á la tiranía de vuestros
iguales! ¿Pudo por ventura la nación vascongada
ver en su tierra la legítima autoridad del Rey de
otro modo que en el traje y porte de vuestros
paisanos? Y ahora, ¡oh dolor! en estos tiempos de
vuestra miserable servidumbre veis en la flore-
ciente ciudad de Bilbao á Pedro de Velasco enga-
lanado con el oro y piedras preciosas, menospre-
ciando al frente de su escogida caballería á los es-
forzados varones vascongados, y seduciendo con
sus halagos á las mujeres que despreciarán como
í siervos á los que antes reverenciaban como seño-
res! Ciertamente que vuestras esposas y vuestras
hijas desearán verse solicitadas por los advenedizos
al ver á los principales de su gente desterrados
contra toda ley y al capricho del soberbio tirano;
publicarse mil ignominias en oprobio y afrenta de
los inocentes, y ser enviados ahora sus esposos llo-
rando allí donde fueron en otro tiempo tantas veces
y con tanto ánimo llamados en auxilio del padre
íe quien no sólo pisotea, sino que aniquila vues-
tras leyes florecientes con la libertad; que más que
despreciaros os humilla y se esfuerza por cubriros
wn todo género de afrentas. Recobrad, pues, para
danzar de nuevo la libertad con aumento de
gloria el esfuerzo que inútilmente y en daño de
'uestros padres y hermanos empleasteis, que si lo
deseáis, yo, como general ó como simple soldado,
despreciaré el deudo del cruel pariente para reco-
dar la libertad de mis sufridos amigos.*
400 A . DE P A L E N C I A .

Oídas estas palabras, pareció que los caudT


vascos con el ansia de libertad reconocían lo n
nunca pudieron comprender mientras sólo aten-
dieron á la satisfacción de la cruel venganza Al
punto acordaron someter todas sus disensiones á
la decisión de quien por conciliarios trabajaba >•
dando al olvido sus rencores, se estrecharon'la
diestra, sellaron con ósculo de paz firme alianza
y concertaron bodas entre sus hijos y allegados
para que aquellos enlaces borrasen toda memoria
de los pasados odios. Desde aquel momento dióse
satisfacción á los deseos de uno ú otro bando se-
gún el parecer del Conde, y allegáronse tropas
contra el opresor. E l cual, luego que supo la
reunión de aquella belicosa gente, aparentando
tener en poco la enemistad de los que trataban de
oponérsele, hablaba con arrogancia de su her-
mano, y oía regocijado á sus detractores que
desdeñaban su poder, según ellos exiguo en com-
paración del suyo, basado en fortísimo cimiento,
puesto que reunía á la autoridad que le conce-
diera el rey D. Enrique la posesión de las ciuda-
des de Vitoria y Bilbao, Baimaseda y otras villas.
Ni creía tampoco que pudiera extinguirse tan
pronto el fuego de tan inveterados odios, antes
confiaba que adquiriría nuevo pábulo con sus
maquinaciones.

Revolviendo en su mente tales pensamientos


reunió no escasas fuerzas de hombres y caballoí
y empezó abiertamente á hostilizar á los que se
resistían.
^ir-^L OA.JkS*y

K C A P I T U L O VI

Resultado de l a g u e r r a entre l o s condes


de H a r o y de T r i p i ñ o .

-o era m e n o r l a d i l i g e n c i a de los S e ñ o -
res v a s c o n g a d o s y de s u c a u d i l l o el de
T r i v i ñ o en allegar gente p a r a la g u e -
rra, así de sus tierras c o r n o de sus a l i a d o s . C o -
menzóse p o r d i s p o n e r u n a expedición p a r a l i b e r -
tar á Bilbao de la s e r v i d u m b r e y castigar á a l g u -
nos de sus m o r a d o r e s q u e e m p l e a b a a s t u t a m e n t e
el de Haro c o m o m i n i s t r o s de sus m a l d a d e s . L a
concordia de a m b o s b a n d o s f a c i l i t a b a l a e m p r e -
sa. Tratóse después de resistir al n u m e r o s o ejér-
cito reunido en V i t o r i a , y p a r a ello se apostó á
corta distancia, en V i l l a r e a l , b u e n g o l p e de gente
reforzada c o n caballería, á fin de q u e el de H a r o
no pudiese atravesar sin daño a q u e l l a s hoces y
espesuras. M i e n t r a s se c e r r a b a este p a s o , gente de
D. Pedro de V e l a s c o , p o r diligencia de su m u j e r ,
teipezó á c o m b a t i r los p o b l a d o s d e l t é r m i n o de
Bilbao p o r el c a m i n o de B a l m a s e d a , q u e d a b a n
también acceso á los lugares rodeados de m o n t e s
y bosques de los valles de V i z c a y a , l l e n o s de casé-
i s , donde sólo u n p u ñ a d o de h o m b r e s a r r o j a -
o s puede c o m b a t i r , p o r q u e las dispersas v i v i e n -
das están cercadas de m u r o s y , según c o s t u m b r e
c.xxvn 26
402 A . D E FALENCIA.

del país, edifican á grandes trechos casas de


dera dominadas por alguna torre de piedra á nTd
de fortaleza, donde habita el caudillo y á 1 0 0
se acogen en los peligros cuando se ven acosados
por los contrarios.
E n aquella guerra, sin embargo, emprendida
contra el de Haro, ambas parcialidades dieron de
mano á sus disensiones, y las fortalezas servían
de refugio indistintamente á los vecinos de uno
y otro bando. ¡Tan grande era el deseo de li-
bertad!
Así que cuando la Condesa intentó acometerá
los enemigos por donde haUó oportunidad, hubo
de reconocer lo vano de su empeño, y se vio obli-
gada á retroceder, con grave riesgo de su gente.
E l trance más critico estaba allí donde asistía el
grueso de las fuerzas de ambos caudillos. Los vas-
congados que en Villareal estaban con el de Trivi-
ño trababan frecuentes escaramuzas con losene-
migos que diariamente recorrían el llano de Álava,
nombre que se da al campo bañado por el Za-
dorra, afluente del Ebro no lejos de Miranda, y
aunque se reconocían inferiores en el número de
la caballería, en el esfuerzo y actividad llevaban
ventaja á los de D. Pedro de Velasco. Libres ade-
más del temor de traición ó acometida por tener
aseguradas las espaldas, oponían más vigorosa
resistencia, y de tal modo quebrantaban á los ene-
migos, que el de Haro bramaba de coraje ante el
inesperado encarnizamiento de la emprendida gW
rra cada día más sangrienta para los suyos. Apeo
pues, á la astucia, y como obtuviese escaso éxito,
cambió de sistema. Creyó que si la guerra se i •
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 408

terrumpía, podría más f á c i l m e n l e b u r l a r al e n e m i -


oo, pues v u e l t a s á sus casas las m i l i c i a s v a s c o n -
gadas y despedidos los ; u x i l i a r e s , n o era d u d o s o
que al reanudarse l a g u e r r a , c o m o a c a u d i l l a b a
siempre escogida y n u m e r o s a caballería y s u s r e -
cursos eran a b u n d a n t e s , había de l l e v a r gran v e n -
taja á s u e n e m i g o á q u i e n se s u p o n í a en m u y d i -
ferente s i t u a c i ó n .

Luego que las treguas h u b i e r o n enfriado el b é -


lico ardor de los v a s c o n g a d o s y V i l l a r r e a l quedó
casi desguarnecida, s ú b i t a m e n t e y c o n arreglo
al astuto p l a n c o n c e b i d o , hallóse pretexto p a r a
encender de n u e v o la g u e r r a , y á s u s o m b r a
llevó D. P e d i o de V e l a s c o c o n t r a los v a s c o n g a -
dos las n u m e r o s a s f u e r z a s que p a r a el efecto tenía
preparadas, c o n f i a n d o p r i n c i p a l m e n t e en las p r o -
mesas del maestre de S a n t i a g o y en l a v o l u n t a d
del rey D. E n r i q u e . Éste, si las cosas salían m a l ,
tenia resuello o p o n e r s e n u e v a m e n t e al e n c a r n i z a -
miento de la g u e r r a ; y si p o r el c o n t r a r i o el éxito
era lisonjero, saciar s u v e n g a n z a en los e n e m i g o s .
Con tal i n t e n t o se l a n z ó al c a m p o el de H a r o .
P o r otra parte el a r r o j a d o j o v e n c o n d e de T r e v i -
ño, c o m p r e n d i e n d o q u e en l a c e l e r i d a d p a r a resol-
ver las d i f i c u l t a d e s estribaba s u s a l v a c i ó n , r e u n i ó
de nuevo á t o d a prisa c u a n t o s h o m b r e s de a r -
mas p u d o ; r e f o r z ó las g u a r n i c i o n e s , pidió a u x i l i o
á los n a v a r r o s y l l a m ó al y e r n o del maestre de
Santiago, P e d r o L ó p e z de P a d i l l a , v a l e r o s o c a u d i -
llo con q u i e n le u n í a n l a z o s de recíproco afecto
del antiguo c o m p a ñ e r o de a r m a s , y en q u i e n
además de l a u t i l i d a d de m i l i t a r j u n t o s , creía
«ncontrar t r o p i e z o p a r a los c o n t r a r i o s , p u e s « l
404 A . DE F A L E N C I A

Maestre no combatiría resueltamentp á c,


,, . JLC dSu partido
mientras su amadísimo yerno sufriese con u h
de miras los peligros de la guerra.
Es fama no desprovista de fundamento, y desde
luego conforme con las constantes maquinaciones
de aquel maestro de fraudes, que él había fomen-
tado esta rivalidad de los dos Grandes como las
demás disensiones de España, por creer que para
dominar perpetuamente á su antojo sería ardid
esencial tener alguno de su estirpe que atizase
el fuego de toda discordia, y aparecer luego él
según los casos, auxiliar ó adversario de ambos
partidos. Asi lo ejecutó en esta contienda entre
los dos Condes, haciendo que el yerno favoreciese
al de Triviño, mientras enviaba al de Haro tropas
de caballería elegidas entre las suyas. No imagina-
ba que aquello pudiese pasar del fragor de un tu-
multo y llegar á trance de batalla, por la costum-
bre de refrenar fácil y frecuentemente á los que él
mismo había lanzado á la pelea. Pero en esta con-
tienda se demostró claramente cuan amenudo se
engañan los que sólo fían en la astucia, y no ad-
vierten la ignorancia de quienes para todo se inspi-
ran en la malicia. Indudablemente á tener seguri-
dad del triunfo del otro partido, el Maestre habría
preferido al de Haro sobre el conde D. Pedro Man-
rique, porque aunque no deseaba el encumbra-
miento que la victoria daría al primero, le infun-
día mayores recelos el feliz éxito del adversario,
tenido por muy afecto al príncipe D. Fernando.
Con tal fin, después de enviar caballería á le
dos bandos, como dije, quiso seguir entretantí
camino intermedio presentándose como modera
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV ¿j-OS

dor, Y persuadió al apático M o n a r c a á q u e c o n


cierto aparato de ejército fuese á B u r g o s , d o n d e
con el a n u n c i o de s u llegada i m p e d i r í a l a g u e r r a ,
oranjeándose de este m o d o l a g r a t i t u d de a m b o s
partidos p o r h a b e r alejado el peligro. M a s el R e y
que veía en a q u e l l o s días el acrecentamiento de
poder del de H a r o , c u y a s u p e r i o r i d a d deseaba, fué
marchando l e n t a m e n t e c r e y e n d o q u e así daría i u -
pr al desastre del a b o r r e c i d o C o n d e de T r e v i ñ o .
Ésta tardanza del R e y , m u y g r a t a á D . P e d r o de
Yelasco, le i m p u l s ó á seguir a v a n z a n d o h a s t a el
centro de las p r o v i n c i a s v a s c o n g a d a s , y en M a y o
de 1471, después de atravesar los desfiladeros de
aquellas m o n t a ñ a s al frente de p o d e r o s a c a b a l l e -
ría, comenzó el ataque de u n a t o r r e m u y f o r t i f i -
cada y defendida por J u a n A l o n s o de M o j i c a , el
cual, sabida la p r o x i m i d a d del e n e m i g o , l l a m ó i n -
mediatamente á D . P e d r o M a n r i q u e , p r i n c i p a l
caudillo de los v a s c o n g a d o s . N o se h a l l a b a éste
muy distante, y a u n q u e c a p i t a n e a b a n u m e r o s a i n -
lanterí:!, si bien s u caballería era i n f e r i o r en n ú -
mero á la e n e m i g a , n o e s t u v o presente á l a d e -
fcasa de sus s o l d a d o s . M a s a q u e l l o s e s f o r z a d o s
campeones, peleando c o n a r r o j o p o r la posesión
déla torre, p o r el h o n o r y p o r la c o m ú n libertad
^ los vascongados, f r u s t r a r o n el a t a q u e de los
contrarios. Salió herido p e l i g r o s a m e n t e el conde
ae Haro y t r a t ó de e n c o n t r a r s e más allá c o n las
berzas enemigas.

Al otro día entre B i l u c i o y M u n g u í a , c e r c a de


^ m e o , acudió D . P e d r o M a n r i q u e al frente de los
' ñ o n g a d o s y de no despreciable f u e r z a de c a b a -
• -ria, más i m p o r t a n t e p o r el v a l o r q u e p o r el n ú -
406 A . DE F A L E N C I A

mero, y no retrasó un punto el choque, porque


examinadas las condiciones del terreno, puso toH
su confianza en los peones, no atemorizándole el
gran número de caballos del adversario en que
éste tenía la suya, pues á su escogidísimo escua-
drón se habían unido otros muchos hombres de
armas auxiliares, siendo así la caballería del de
Haro muy superior en número á la de su enemigo.
Mas los infantes que peleaban por la libertad en
su propio territorio, penetran con feroz arrojo en-
tre los escuadrones contrarios; matan los caballos,
no ya arrojándoles venablos y saetas, sino atrave-
sándolos con las espadas; degüellan á los enemi-
gos, que ruedan por todas partes á las hondona-
das del valle; destrozan el núcleo del ejército
contrario, y no se libran de su crueldad ni los
más débiles pajes de armas, rematando en su íuria
vencedora á muchos mancebos que, montados en
muías y caballos contemplaban los trances de la
batalla muy descuidados de toda acometida. ¡Tan
feroz era la sed de sangre que les devoraba! De la
gente del de Haro perecieron más de mil hombres;
de ellos unos 3oo hombres de armas y muchos
nobles y esforzados caballeros, como el arrojado
capitán Alvaro, hijo de Pedro de Cartagena,) otro
gran número que quedó en manos del enemigo.
E l Conde de Salinas y D. Luis de Velasco, herma-
no del Conde de Haro, mancharon con su conduc-
ta el buen nombre de los prisioneros, y el misn
Conde, mirando por su vida y libertad, consiguió^
duras penas y por industria de algunos que com
cían los caminos, escapar á través de extravia
angosturas á las cercanas tierras de sus amig •
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 407

£1 rey D. Enrique que antes de la batalla pensaba


de muy distinta manera y había opuesto más leve
resistencia al combate, pidió tregua de algunos
¿¡as, cual si careciese de toda autoridad para man -
darlo.

*M
#

CAPITULO VII

Descalabro de a l g u n o s que con el p r í n c i p e D . F e r -


nando i n t e n t a r o n apoderarse de T o r d e s i l l a s .

iendo y a tan n o t o r i a s á todos l a apatía y


m a l d a d del R e y , los p r i n c i p a l e s de T o r -
desillas f a v o r a b l e s al b a n d o de los C e p e -
das, contrario a l de los A l d e r e t e s , a c o r d a r o n l l a -
mar al príncipe D. F e r n a n d o q u e á la s a z ó n p e r -
manecía t r a n q u i l a m e n t e c o n l a P r i n c e s a y c o n s u
tíoD. A l f o n s o E n r i q u e z en M e d i n a de R i o s e c o , á
fin de entregarse c o n la v i l l a al a m p a r o de t a n ex-
celente señor. Dábales m a y o r c o n f i a n z a la c o n -
formidad de a m b o s b a n d o s sólo e n ese p r o p ó s i t o ;
pero los Cepedas q u e r i e n d o granjearse antes las'
buenas gracias del Príncipe, e n t a b l a r o n secretas
negociaciones c o n D. A l f o n s o E n r i q u e z . E s t e t o -
mó con tanto más c a l o r l a e m p r e s a p o r creer q u e
d daño que c a u s a b a á sus E s t a d o s c o n f i n a n t e s
con T o r d e s i l l a s el estar d e f e n d i d a por gentes de
D- E n r i q u e , se c o n v e r t i r í a en v e n t a j a c u a n d o se
entregase al P r í n c i p e . Y n o es a v e n t u r a d o s o s p e -
cfcar que diese entonces e n t r a d a en s u á n i m o á
mayores a m b i c i o n e s el e j e m p l o de la g e n e r a l tira-
nía de los G r a n d e s y e s t í m u l o el reciente r e c u e r d o
de la o c u p a c i ó n de S i m a n c a s q u e p o r ajena i n d u s -
tria, c o m o se d i j o , l l e v ó á c a b o el a l m i r a n t e d o n
410 A . D E PALENC1A.

Fadrique, padre de D. Alfonso y tío del iiust


Príncipe.
Sea de esto lo que quiera, trabajóse secretamen
te en preparar lo necesario para la ocupación de
Tordesillas, por ser notoria la utilidad y honor
que de ello resultaría, pues mientras los satélites
de D. Enrique contasen con aquel fortísimo refu-
gio, ningún temor les retraería de sus acostumbra-
das violencias, de sus largas correrías y de ensa-
ñarse á su antojo en los caminantes y en los po-
blados para realizar á mansalva sus rapiñas.
Contra la común opinión de los moradores, el
ardid imaginado para apoderarse de la villa con-
sistió en ocupar previamente con caballería una
eminencia distante de aquélla mil pasos, y luego
al alba cuando se abren las puertas á los labra-
dores que salen á sus faenas, fingir la rotura del
eje de un carro muy cargado de leña y dejarle
atravesado en la entrada, para que á favor de las
sombras del crepúsculo y de la masa de los ha-
ces, pudiese penetrar escondidamente en la villa
un pelotón de gente escogida, vanguardia del res-
to. T u v o éxito la exlratagema, como ajustada á
las prácticas militares; pero acarreó desgracia la
soberbia impericia de D. Alfonso Enríquez, el
cual, contra la opinión del condestable D. Ro-
drigo Manrique, guerrero veterano y periúsimo,
detuvo al pelotón de caballos (que, como se dijo,
había de apostarse al otro lado del cerro mas
próximo) en otro más distante, desde donde tarde
podía acudir al socorro. Mandó también adelan-
tar 23 hombres de armas que con desdichado
acuerdo puso al mando de su hermano Ennqu
CRÓNICA. DE ENRIQUE IV 41 I
gDríquez, joven poco acostumbrado aún á seme-
jantes riesgos, sin que pudiese estorbarlo el esfor-
zado Condestable, por obedecer casi toda la caba-
llería la voluntad de D. Alfonso, con arreglo á las
órdenes del Almirante su padre.
Predijo D. Rodrigo este descalabro de los hom-
bres de armas primeramente enviados y, al de-
círselo al Principe, le dirigió amargas amones-
taciones para que no saliese frustrada la esperan-
za convirtiéndose en vergüenza tan importante
empresa. Pero ni el mismo Principe pudo i m -
pedir con oportunas órdenes que la obstinación
pertinaz echase á perder el plan, pues ocupada
ya la entrada de la villa, los 23 soldados que por
orden de su jefe D. Enrique habían de custodiar
la puerta, se dirigieron á la plaza, donde iba au-
mentando el vocerío de los que según el encar-
go de D. Alfonso llegaban invocando el favor
de los Cepedas. Esto produjo repentino desastre,
pues enardecidos súbitamente los Alderetes por
creerse vendidos á los contrarios, acometieron de
improviso á los que habían ocupado la plaza,
mientras unos cuantos corrían á apoderarse de los
puestos defendidos por D. Enrique Enriquez con
cinco soldados. Por su causa resultó inútil el arro-
jo de sus compañeros de armas que peleaban ya
en medio de la plaza contra la multitud del pue-
blo, confiados en el pronto socorro del Príncipe,
porque no habiendo ocupado todavía por su i m -
pericia militar las defensas superiores de la puer-
ta, no sólo resistió flojamente el ataque, sino que
apenas advirtió que uno de los contrarios habia
subido á las almenas, abandonó el puesto y salió
412 A . DE F A L E N C I A

corriendo al campo. Inmediatamente qued -


cerradas ¡as puertas, y así toda la multitud pol0n
lar pudo acometer al puñado de los que pelealT
en la plaza esperando en vano el socorro de la c
ballena que llegó tarde desde su primer puesto de
la distante eminencia. E n el camino halló a don
Enrique que fingiendo haber escapado de terribles
riesgos y estar herido por el golpe de una gran
piedra, decía que no tardaría en morir, y correr
así la misma suerte de sus compañeros de armas
que aseguraba habían sucumbido en la pelea.
E l principe D. Fernando, lleno de ira, y sin re-
parar en el obstáculo de las puertas cerradas, ni
en lo elevado de las murallas, quería lanzarse al
ataque; pero el Condestable le hizo ver lo temera-
rio del empeño, y se detuvieron en el campo hasta
saber que de los que pelearon en la plaza nin-
guno había muerto, algunos habían sido heridos,
pero todos habían quedado prisioneros en manos
de la multitud. Entre ellos se contaban García
Manrique, valiente capitán, hermano del condes-
table D. Rodrigo; el hijo de éste D. FadriqueMan-
rique; Juan de Tobar, pariente de éstos; el noble
catalán Juan Almeric y Juan de Sesé, cuyos es-
clarecidos nombres dejaron en la oscuridad los
de los demás soldados prisioneros, aunque todos
pelearon denodadamente
De los que con D. Enrique Enríquez ocuparon
algún tiempo la puerta sólo sucumbió uno que
tuvo á menos huir.
CAPITULO VI1Í

Tumultos en M e d i n a . — T e n t a t i v a s d e l M a e s t r e ,
Pacheco p a r a apoderarse de T o l e d o .

-asi por estos m i s m o s días o c u r r i e r o n g r a -


ves t u m u l t o s entre los m o r a d o r e s de M e -
d i n a , de antigUQ d i v i d i d o s en ios dos
bandos de M e r c a d o s y P o l l i n o s , a l t e r n a t i v a m e n t e
vencedores ó v e n c i d o s en sus e n c o n a d a s peleas,
siempre c o n grave d a ñ o de los c o m b a t i e n t e s y
desgracia del p u e b l o . E l apático M o n a r c a n i sabía
ni se curaba de b u s c a r remedio al m a l , sino que
como anteriormente, había c o n s e n t i d o los o r í g e -
nes de estos odios t i r á n i c o s y f a v o r e c i d o en cada
pueblo á u n o de los b a n d o s q u e le d i v i d í a n , p o r
creer que en la d e s u n i ó n de los v a s a l l o s e s t r i b a -
ba el poder del d o m i n a d o r . C o n t a l c o n d u c t a se
liabía acarreado el desprecio de t o d o s , y y a la
furia de las facciones se ensañaba t e r r i b l e m e n t e á
sus anchas p o r v i l l a s y ciudades s i n q u e h u b i e r a
quien pusiese t é r m i n o ó p o r lo m e n o s moderase
'asirás de los e n f u r e c i d o s c i u d a d a n o s .
Vino á dar especial p á b u l o á l a l u c h a entre los
oe Medina l a o c u p a c i ó n de l a c i u d a d q u e c o n i n j u -
ria de la P r i n c e s a D.a Isabel l l e v ó á c a b o el R e y
ai despojarla de este señorío, y l a j a m e n a z a s de la
414 A- DE FALENCIA

Princesa á los moradores por el injusto co


miento y por las enajenaciones de las rentas ^
correspondían, maldades que aseguraba s '
vengadas con las expediciones que para hacerl?
cruda guerra se preparaban. No todos convenían
en la resistencia, sino que como en los demás
este gravísimo asunto les separaban contrarias
opiniones que sostenían en diarios combates con
muertes cruelísimas de muchos y ruina de bastan-
tes casas, llenando la ciudad con terrible estruen-
do los i.5oo caballos y casi 8.000 peones lamados
por los bandos en su auxilio de Olmedo, Arévalo,
Salamanca, Avila, Zamora y Valladolid. Además
de los atroces combates que se libraban de día por
las calles, turbaban el descanso nocturno de los
habitantes las luchas y los incendios, las impre-
caciones de los hombres y los lamentos de las
mujeres. Todo corría á intolerable desdicha j
ruina general.

A l cabo lo grande del mal trajo espontáneo re-


medio, y fatigados ya del continuo esfuerzo y
compadecidos de su suerte y de la de sus contra-
rios, empezaron á pensar arrepentidos en calmar
la excitación de los ánimos. Especialmente los de
Medina, prescindiendo de las fuerzas auxiliares,
traían á la memoria la antigua tranquilidad y uti-
lidades que les proporcionaban sus ferias anuí
les de Mayo y Octubre con que todos se enrique-
cían, aumentaban de mil modos las comodidad
del hogar y, desgraciadamente también, adqu
rían con todo ello un desmedido orgullo. ^011
el mes de Mayo era ya pasado, los que escT*
libres de las muertes y de la ruina no se resig
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 4l5

ban á ver perdida la ocasión de las ferias, puesto


que la noticia de los tumultos de la ciudad había
amilanado el ánimo de los mercaderes que de toda
España acudían allí en otros tiempos.
| P o r los mismos días, conociendo los toledanos
el afán del Maestre de Santiago por apoderarse de
la ciudad y las intenciones de algunos conciudada-
nos inclinados á entregarla, tomaron rápidamen-
te las armas, y expulsando á los notados de traido-
res, se fortificaron convenientemente para prepa-
rarse á la defensa. Corría ya voz de que el Maes-
tre, con pretexto de otras urgencias, había reuni-
do ejército para atacar á los desprevenidos toleda-
nos y, de acuerdo con los traidores, subyugar á los
leales que resistiesen. Traía á muchos indignados
la disolución de D.a María de Silva y 1 a maldad de
su marido D. Pedro López de Ayala, aumentada
por las frecuentes y varias novedades que todo:
los días originaba la versatilidad de la plebe
principalmente la inhumanidad de los Grandes.
A esto se añadía la enemiga del arzobispo de T o -
ledo contra unos y la predilección por otros, ame-
nazando el favor producir alteraciones á que no
podría proveerse con bastante eficacia, por ser
dudoso si el Prelado se inclinaría en favor de su
sobrino el Maestre, si favorecería á sus contrarios
ó si adoptaría un tercer medio tratando de ocupar
la ciudad con obligar á los ciudadanos á entregar-
la por la prohibición de sacar bastimentos de las
fortalezas.
C A P I T U L O IX

Escándalos en S e v i l l a . — M a t r i m o n i o d e l marqués
de Cádi^. — S e g u n d a s nupcias de D . P e d r o E n -
rique, adelantado de A n d a l u c í a .

u p e r ó á todos los t u m u l t o s de a q u e l l o s
días el c a u s a d o p o r las discordias de los
magnates s e v i l l a n o s , ó sea del d u q u e de
Medina S i d o n i a , D . E n r i q u e de G u z m á n . , y de
D. Rodrigo P o n c e de L e ó n . Había escogido al ú í -
iimo el M a e s t r e de S a n t i a g o p o r y e r n o p o r q u e
quería valerse de él c o m o a u x i l i a r p a r a la o c u p a -
ción de S e v i l l a , ó al m e n o s para d e s t r u i r l a , y a que
porningún o t r o ardid había p o d i d o apoderarse de
;an importante c i u d a d . Y c o m o le fuese c o n o c i d o
el carácter de D . R o d r i g o , p o r t e m p e r a m e n t o i n -
clinado á la a m b i c i ó n y á feroz t i r a n í a , y le viese
llevar m u y á m a l la g r a n i n f l u e n c i a de que el D u -
que disfrutaba en la c i u d a d y el c a r i ñ o que le p r o -
asaban los c i u d a d a n o s , c a r i ñ o en cierto m o d o he-
redado de sus padres, pero m a l merecido en c o n -
cepto de su r i v a l , c r e y ó el M a e s t r e q u e , casada su
-ja Beatriz c o n D. R o d r i g o , sería c o s a facilísima
ocluir ó s u b y u g a r al D u q u e . P u e s t o y a en c a -
^inode establecer el parentesco, c o n s i g u i ó , ó, m e -
!0r dicho, d i s p u s o que el R e y h o n r a s e al f u t u r o
cxxvn 27
41 8 A. DE FALENCIA

yerno con el título de marqués de Cádiz


satisfacerle ya, como dije, el de conde dé A r z T
con el que padre y abuelo se habían tenido por
bastante honrados. Como además consideraba efi
caz impulso para las sediciones tramadas la rea-
lización del matrimonio, ya no tuvo en cuem
las acusaciones que tiempo antes nos expuso
en prolijo discurso á mí y á Agustín Spinola,
familiar suyo. Decía entonces que se maravillaba
de la cordura del conde D. Juan Ponce, el cual
muerto el primogénito D. Pedro Ponce, no ha-
bía consentido los públicos esponsales del fu-
turo heredero D. Rodrigo Ponce, años antes con-
certados con Beatriz Marmolejo, hija de Pedro
Fernández Marmolejo, hombre de no muy eleva-
da estirpe, aunque distinguido por lo estrecho del
parentesco, principal por la cuantía de sus ri-
quezas y elegido por el Conde para suegro de su
hijo segundo D. Rodrigo; pero que al ver que le
pertenecía la sucesión en los Estados, había tra-
tado de disolver el vínculo conyugal confirma-
do por larga costumbre, puesto que D. Rodrigo
había vivido dos años en casa del suegro, y ade-
más de la suposición de íntimo trato, fundada
en los frecuentes ósculos con que manifestaba
ser su esposa, el suegro había provisto amplia-
mente durante aquel tiempo á las necesidades del
yerno, falto de recursos. Y si D. Juan Ponce
quería despreciar las sagradas leyes del matrimo-
nio, no pensaría lo mismo cualquiera de las per-
sonas principales, si alguna vez deseara dar po^
esposa al hijo la hija de otro de ellos^pues s°'
bre ser enteramente contrario á la ley y a la razor
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 4ig
no hubiese podido ser considerada sino como con-
cubina, viviendo la legítima esposa.
De todas estas consideraciones prescindió ahora
el Maestre ante los proyectos sediciosos que ma-
quinaba. No se desarrollaron, sin embargo, tan
pronto como él deseaba y creía, pues algunos me-
ses antes surgieron mil intrigas que á causa de la
importancia de la empresa obligaron á cada uno
de los dos partidos á esperar más favorable co-
yuntura para caer sobre el contrario. Pues el Mar-
qués, que por acuerdo propio y por sugestión del
Maestre tramaba la futura contienda, creyó que
convenía dejar arregladas á un tiempo muchas co-
sas antes de declarar abiertamente la guerra. Pare-
cióle por tanto preciso intentar ganarse el apoyo de
algunos de los más opulentos ciudadanos, como
yase había ganado el de los principales de los Saa-
vedras, haciéndose bien quisto de los que antes le
aborrecían, ya recibiendo á unos en su familia
por matrimonio con sus hermanas, ya atrayén-
dose con promesas de mayores dádivas y honores
á otros que por la avaricia del Duque habían roto
toda relación con la casa de Niebla, y que restados
del partido contrario para contarlos más larde en
elsuyo^ le convenía tener á su lado. Constábale
pe los magnates principales como el adelantado
de Andalucía, D. Pedro Enríquez, y D. Pedro de
Estúñiga seguirían al Duque y se adherirían á su
partido, por haber él tenido siempre la enemiga
del segundo, y no haber querido nunca el otro,
T^e era tío del príncipe D. Fernando, unirse á
'ünguno de los que seguían al maestre de San -
tiago.
420 A. DE FALENCIA
Mas el poder de éste le infundía menos temor
en aquellos dias por haber vuelto nuevamente I
Sevilla, muerta ya su excelente mujer D.a Beatriz
de Ribera, á cuyo enlace y sucesión debia don
Pedro Enriquez el Adelantamiento de Andalucía
que por derecho y convenio correspondía al hijo
sobreviviente D. Francisco de Ribera. Por conve-
nio también había entregado á éste y á María
niños de tierna edad, á la tutela de su suegra doña
María de Mendoza, cuando tristísimo y casi en-
loquecido por la muerte de D.a Beatriz, marchó
á tierra de Toledo, y dispuso la residencia en
Palenzuela, villa que le había señalado su padre
el Almirante. Pero tan duramente le reprendió
éste por su cobarde abandono, que para evitar
el enojo del padre y el de los Príncipes residen-
tes á la sazón en Medina deRioseco, tuvo al cabo
que volver á visitar á su suegra para que le resti-
tuyese la tutela de sus hijos y la futura posesión
del Adelantamiento, según había conocido se le
prometía por mis cartas y las de Lope de Agreda,
de gran crédito para aquella señora.

Y ya que he tocado este punto, no será inopor-


tuno que escriba ahora lo que entonces ocultaba
D. Pedro Enriquez en lo más recóndito de s
pensamiento, y poco después hizo manifiesto. Asi,
entre otras muchas cosas, podrá comprenderse
perversidad de la época actual, principalmente n
íícionada por la corruptela de la disolución ecle-
siástica.
CAPÍTULO X

Corrupción de los romanos pontífices causa de


graves daños p a r a S e v i l l a . — C r u e l muerte de
Fernando O r t i ^ , caballero sevillano.

'ueda. brevemente referida en l i b r o s a n t e -


riores l a sucesión de a l g u n o s P a p a s y
c o n más detenimiento los e j e m p l o s de
corrupción c a d a día más a b o m i n a b l e s e n q u e
D. Pedro E n r i q u e z p u d o f u n d a r cierta c o n f i a n z a
para sus p r o p ó s i t o s . N o está bien averiguado si
todavía en v i d a de su m u j e r D.a B e a t r i z c o n c i b i ó
ilícita pasión p o r s u c u ñ a d a D.a C a t a l i n a , ó si
cuando v o l v i ó á S e v i l l a p a r a r e c u p e r a r el A d e -
lantamiento c o n f i a d o antes á ¡a s u e g r a c o n la t u -
tela de los h i j o s , se dejó l l e v a r de desenfrenado
anhelo p o r las seducciones de a q u e l l a p a s i ó n . Y a
fuese así ó y a obedeciese á i m p u l s o s de s u n a t u r a l
inclinado á e l l o , D. P e d r o se v a l i ó de la i n t e r v e n -
ción de agentes genoveses p a r a c o n s e g u i r l a dis-
pensa del m a t r i m o n i o c o n D . * C a t a l i n a , á pesar
del estrecho parentesco de la q u e había de suce-
der á la d i f u n t a esposa en el l e c h o c o n y u g a l . P e r o
aunque la m o r a l c a t ó l i c a p r o h i b a t e r m i n a n t e -
422 A. DE FALENCIA
mente tales enlaces, la conocida avaricia de W
Pontífices romanos y los ejemplos demás abomi-
nables dispensas aumentaron la esperanza de al-
canzar ésta, al recordar cómo en tiempos de
Pío II, antecesor de Paulo II, el conde de Plasen-
cia D. Alvaro de Estúñiga la había obtenido para
casarse con su sobrina carnal Leonor Pimen-
tel, no obstante el estrechísimo vínculo de con-
sanguinidad agravado por dos afinidades espiri-
tuales (i) impedimento para semejantes matrimo-
nios. Tanto Nicolás V como Calixto III rehusaron
enérgicamente otorgar la ilícita dispensación que
se les pedía, como contraria al derecho; más Pío II,
con pretexto de las grandes sumas que exigía la
expedición contra el Turco, accedió á los rue-
gos de D. Alvaro y mediante una cantidad que
se dice excedió de 16.000 áureos, se dignó con-
ceder la dispensa. Este ejemplo hizo concebir á
Pedro Enríquez esperanzas de obtener más fá-
cilmente sus pretensiones, si en días de mayor co-
rrupción y con un Papa más avaro ofrecía fuerte
suma á cambio del logro de sus deseos. Valióse al
efecto en primer lugar de agentes genoveses esta-
blecidos en Sevilla para ir disponiendo secreta-
mente en su favor el ánimo del Pontífice, y entre
tanto entabló íntimo trato eon su prometida a es-
condidas de la suegra D.* María de Mendoza, que
en realidad se opuso débilmente á aquellas pri-
meras relaciones y más bien aparentó ignorancia
aceptándolas sólo á título de recuerdo cariñoso
del parentesco con la difunta esposa. No pudo sin

(i) Era su ahijada y comadre.


CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 423

embargo contenerse D. Pedro lo bastante para


«vitar las censuras de los que, sospechando el an-
siado matrimonio, le acusaban principalmente de
ingrato con Lope de Agreda á cuya solicitud se
esperaba deber la reintegración del Adelantamien-
to que negociaba por sí solo con su señora doña
María de Mendoza, y contra el que convirtió la
debida gratitud en odio, disimulado mientras se
dilataba la restitución deseada.
Por los mismos días en que el marqués de Gá-
diz D. Rodrigo Ponce de León trataba de ganar-
se el mayor favor de los principales sevillanos por
estar seguro de que se opondrían á sus intentos
D. Pedro de Estúñiga y D. Pedro Enríquez ante
los patentes planes de futura rivalidad, además de
lograr su propósito con alguno de aquéllos em-
pleando halagüeñas razones y recompensas, con-
siguió también concillarse la amistad de varios
caballeros jerezanos por advertir que algunos, en
otro tiempo muy á devoción del Duque, miraban
más tibiamente pocel honor del hijo D. Enrique,
poco cortés, avarísimo y de ninguna utilidad para
sus secuaces; al fin inferior de toda evidencia al
padre en muchas cosas.
E l Marqués por su parte se granjeó el apoyo de
unos 3oo caballeros de Jerez empleando falaz-
mente dádivas y más amable cortesía, pues siem-
;pre hablaba á los que le seguían con regocijado
semblante y con la sonrisa en los labios y procura-
ba atraerse con frecuentes convites á los que le
visitaban. Además sabía excitar á la perversión el
ánimo de los jóvenes, con permitir á sus satélites
despojar á su antojo á los pacíficos sevillanos de
424 A. DE FALENCIA
sus riquezas, apoderarse violentamente de ¡as don-
cellas y cometer toda suerte de liviandades á fia
de aumentar el número de los descontentos. Pero
esta conducta le acarreó mayor aborrecimiento
del pueblo, especialmente de los que habían sufri-
do ó temían sufrir algún ultraje. Entre los caba-
lleros de Sevilla le fué hostil la familia de ios Or-
tíz, por cuanto su hermano Alfonso de León, ha-
bido en una esclava de color, poco antes de morir
el padre había matado á traición en su cama al
excelente joven Fernando Ortíz, hijo de otro del
mismo nombre, sorprendiéndole en altas horas de
la noche cuando dormía descuidado en la posada
de Ronquera, cerca de Carmona. Crimen tan ho-
rrendo, puesto que no había precedido motivo su-
ficiente de odio para tan cruel asesinato, hizo á la
dilatada familia de los Ortíz enemiga declarada de
la casa de los Ponces.

A otro caballero m u y estimado, D. Fernando de


Abreu, antes del partido de los Ponces, impulsó
á pasarse al del duque D. Enrique la indignación
que le produjo el siguiente crimen perpetrado por
el marqués D. Rodrigo. Encontró éste cierto día
en casa de su manceba á un sobrino suyo á quien
enviaba con frecuentes recados para ella que le
profesaba honrado afecto, y observando que te-
nía puesta una camisa dejada por él allí, le pre-
guntó quién se la había dado. Respondió el ino-
cente mancebo que aquella mujer mientras le la-
vaba la prenda propia, y al oírle, enfurecido por
los celos el Marqués con tan ligera sospecha,arras-
tró al joven á un cuarto de la casa y le cosió a pu-
ñaladas.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 426

Muevo m o t i v o para exacerbar los á n i m o s de


slounos caballeros de S e v i l l a dio D . R o d r i g o p o -
niendo n u m e r o s o s o b s t á c u l o s , después de la dis-
pensa obtenida del P a p a para l a d i s o l u c i ó n dei le-
gitimo m a t r i m o n i o , á fin de que B e a t r i z M a r m o -
lejo no se casase, según lo c o n v e n i d o , c o n Diego
de Fuentes, sino c o n P e d r o N ú ñ e z de G u z m á n ,
hermano del M a r q u é s , p o r creer que podría valer-
se con entera c o n f i a n z a de este sujeto que en l u g a r
de su h e r m a n o A l v a r Pérez de G u z m á n g o z a b a
de la Mariscalía, cargo de l a m a y o r a u t o r i d a d en-
tre los s e v i l l a n o s . De aquí s u r g i e r o n contiendas y
rivalidades t a n terriblemente a m e n a z a d o r a s , q u e
hasta se o c u p a r o n c o n gente a r m a d a las iglesias de
la ciudad por M a r z o de este año de 1471, en p r e -
paración de e n c o n a d a pelea, y se h u b i e r a llegado á
este extremo y pegado fuego á la p o b l a c i ó n p o r
muchas partes, á no i n t e r v e n i r l a m i s e r i c o r d i a di-
vina haciendo q u e el M a r q u é s , vistas las p o c a s

¡ fuerzas escogidas c o n que á la sazón c o n t a b a para


resistir á la m u l t i t u d e n e m i g a , creyese más a c e r -
' tado consejo diferir la c o n t i e n d a h a s t a c o n s u l t a r
alMaestre de S a n t i a g o y r e f o r z a r las g u a r n i c i o n e s
tleConstantina, A l a n í s y A roe. lie, legal mente d e -
pendientes de S e v i l l a , y días antes o c u p a d a s por
el con asentimiento del D u q u e . Además de otras
"luchas m a q u i n a c i o n e s que t r a m a b a , p r o c u r ó el
Marqués a u m e n t a r las guardias de las tres puer-
tasde l a c i u d a d , la del R o s a r i o , d e l S o l y de Cór-
doba, á fin de poder p o r c u a l q u i e r a de ellas recibir
0 enviar s o c o r r o s c u a n d o quisiese.
LIBRO V

C A P I T U L O PRIMERO

Varia fortuna del rey Eduardo de Inglaterra.—


Astucias empleadas por Pacheco para engañar
al rey de P o r t u g a l , a l desdichado D. Enrique
f á otros sujetos.

ientras en los reinos de Castilla y de


León se oponían estos obstáculos á la
futura felicidad de los Principes, el rey
Inglaterra Eduardo logró reparar el daño de
la derrota que le hizo sufrir el francés, porque
al regresar á su patria, peleó con fortuna mer-
ced á la amistad y auxilios militares del duque
Carlos de Borgoña, cuya ruina había procurado
por ingeniosos medios el rey L u i s . T u v o éste des-
gracia en otro encuentro bélico en aquellos días
ocurrido, y obligado á entablar cierto simulacro
de alianza con el vencedor Carlos, no pudo acudir
en aquella ocasión con tropas auxiliares al conde
de Warwick. Sabía éste que el rey Eduardo reunía
e)ército y aprestaba gran armada para pasar á In-
glaterra, pues el mismo duque Carlos había fletado
a8ran costa muchas naves mercantes genovesas
J españolas, y así él recogió en Inglaterra más nu-
428 A . DE PA.LENCIA

merosas fuerzas entre ¡os partidarios del rey En


rique. Pero fuéle contraria la fortuna, porqueá
poco de apartarse de la costa para salir ai ea-
cueníro del adversario, el rey Eduardo en uasolu
combate dio muerte ó cogió prisioneros á sus más
poderosos enemigos, entre ellos al rey Enrique, á
la Reina y al príncipe de Gales, juntamente coa el
conde de Warwick y sus hijos, haciéndolos deco-
llar en Londres al día siguiente, viernes santo dd
año de 14.71.

Muerto el rey Enrique y sus partidarios y ex-


tinguida la sucesión de aquél y la del conde de
Warwick, cabeza de estas sediciones, decayeron
las esperanzas del rey Luis, el cual pretendía ex-
tender su poderío merced á tales guerras extran-
jeras que le facilitaban la destrucción de sus con-
trarios. Principalmente anhelaba la del rey de Ara-
gón y la de su hijo el príncipe D. Fernando y sus
partidarios, para lo cual trabajaba por.encend-er
la guerra en toda Italia, donde el rey de Nápoícs,
D. Fernando, auxiliado por los venecianos, favo-
recía al tío-y al sobrino. E n cambio, él creía con-
tar con la adhesión del duque de Milán, Galeaz»
María Sforza, y la de genoveses y florentinos. Eí
Papa se mostraba vacilante, y en España el rey
D. Alfonso de Portugal meditaba nuevos planes
sugeridos por las negociaciones de infaustos es-
ponsales que por ardid del Maestre de Santiago s
seguían entre aquél y e! rey D. Enrique, no obs-
tante los públicos tratos matrimoniales que s
ofrecían al duque de Guyana, como dije. Mas J
éste, calculando la gravedad del error, se mostra-
ba más tibio y trataba de romper los vanos es-
CRÓNICA D E E N R I Q U E I V 429

ponsales, y conociéndolo el Maestre, á fin de que


nadie penetrase sus intenciones al solicitar el.fa-
v0fciel rey de Portugal, aparentó con nuevas in-
¡fjgas tender á otro objeto, a! dar á un tiempo
¿ismo á agentes suyos, cómplices de su falsía, el
encargo de prometer una misma esposa á diferen-
tes Príncipes.
Era su costumbre granjear muchos presuntos
yernos con. cada una de las hijas, y extender así las
raices de los engaños para que luego creciese fron-
doso el árbol de la corrupción. Así envió á Roma;
con asentimiento de D. Enrique, á Juan de Salda-
üa, sujeto muy á la devoción de la reina D.a Juana,
para que pretextando negociaciones regias con la
curia apostólica, marchase luego á Ñapóles y con
falsos informes inclinase el ánimo del rey D. Fer-
nando al matrimonio de su hijo I). Fadrique con
D." Juana, hija de aquella Reina, no obstante estar
ja, como dije, tratada de casar con el duque Car-
losde Guyena. De este modo, si el rey de Ñapóles
accedía á lo propuesto, quedaban frustradas las
esperanzas que su tío D. Juan de Aragón y su pri-
roo el príncipe D. Fernando habían fundado en él;
y si rehusaba, por lo menos esta novedad en las
negociaciones había de infundir sospechas en el
animo de ambos, especialmente por parecer á mu-
cbosque el rey D. Fernando anhelaba la ocupa-
ción de la isla de Sicilia para hacerse así señor de
^ a y otra. Para este intento ofreció Diego de Sal-
ina oportuno auxilio, y además cuantos estímu-
«s podían excitar su ánimo á acceder resuelta-
mente á lo propuesto ó á deliberar con más argu-
ya á causa de la sospecha. Pero el Maestre, no
43o A . DE F A L E N C I A

satisfecho aún con esta negociación, .buscó más


próximos riesgos, ofreciendo en aquellos dias por
medio de sus agentes el mismo matrimonio de
D.a Juana á D. Enrique, hijo del difunto maestre
de Santiago de aquel nombre y primo del principe
D. Fernando. Dábale confianza de corromper el
ánimo del joven su parentesco con el conde de
Benavente, favorable á sus propósitos y no menos
activo que él en maquinar trastornos, aunque por
lo mismo que suegro y yerno coincidían en la
perversidad de intenciones, éste aborrecía al Maes-
tre por otros muchos disentimientos, y le secun-
daba bastante en este asunto del matrimonio por
lo que podía favorecer á su hermano Enrique.

Por todo esto, de una parte y de otra y en for-


mas diversas iban multiplicándose los engaños,
viéndose burlado á su vez el que pretendió enga-
ñar, porque en el fondo de todo malvado hay un
ignorante, y quien confía en la maldad acaba por
ser su víctima. Así vimos pr«cipitados á la ruina
á los que conocimos inficionados de tal corrup-
ción. Y al modo que la vana tentativa de matri-
monio con Fadrique hijo del rey D. Fernando, se
interrumpió de repente, en la sucesiva narración
veremos la vanidad de Enrique, incitado al v&no
casamiento.

^SjB
yú.

CAPÍTULO II

Desdichada muerte de Paulo II.

^ i g e ahora la serie de los sucesos la men-


ción de la muerte, en este tiempo ocu-
rrida, del papa Paulo II, gran favorece-
dor del rey D. Enrique, quien para disimular sus
crímenes había invocado con frecuencia la auto-
ridad de la sede apostólica, A l Papa á su vez le ha-
bía procurado la abyección del Rey nuevo pode-
río y extraordinaria jurisdicción, de modo que la
innata desidia de éste había dado alas á la ambi-
ción del primero y con ello crecido de día en día las
vejaciones de los españoles. Porque las pésimas
acciones de los romanos Pontífices no acababan
con el pésimo fin de sus autores, sino que cuan-
tos iban sucediéndose en el Papado acumulaban
males sobre males, cual si fuese punto de honra
para el que le obtenía superar á los demás en la
perpetración de detestables hechos. E l horrible fin
^ Paulo II infundió algunas esperanzas en los que
suspiraban por la pureza de la moral de que ha-
bría de servir de saludable terror á quien le suce-
deré, pues mientras rigió la Iglesia atendió más á
la celebración de juegos públicos que á la correc-
Clón de las costumbres, y según se dice, hubo no
4-32 A . DE P A I . E N C I A

leves indicios de que además de su vida licenciosa


y de constituir su principal placer la contempla-
ción de las monedas antiguas y estatuas de la sen.
lilidad, que hacía reunir por todas panes, se dedi-
có también á invocaciones mágicas y sortile"ios
L o cual no sólo se averiguó por algunos de sus
más íntimos familiares, sino que confirmó la sos-
pecha el que algunas veces, habiendo celebrado
secreta entrevista en lejana provincia dos sujetos
ocupados en asuntos de la Santa Sede, el mismo
Papa había dicho á uno de ellos á su regreso:—Me
consta, buen sujeto, que en España, en Francia ó
en Alemania, á solas con tu amigo hablaste mal
de mí con tales y tales expresiones—Vino á con-
firmar el rumor de esta maldad su terrible muer-
te, que muchos de sus adictos pretendieron acha-
car á un romadizo crónico que desde la cabe-
za le atacó el pecho, y para el que era único y
eficaz remedio cierta agua preparada con maravi-
lloso arte por los médicos, y que en los casos
urgentes le administraban los familiares espe-
cialmente señalados para ello. Uno de estos, Pe-
dro Gallo, que se hallaba fuera de la alcoba donde
el Papa agonizaba y que oía su estertor, no
encontró la llave de la puerta, y detenido con
otros criados en violentarla, acudió tarde en soco-
rro del moribundo, que expiró miserablemente,
inficionadas las entrañas por mortales humores.
Los que conocen las costumbres de los familiares
del palacio pontificio saben que jamás abandonan
las llaves, principalmente cuando, como dije arri-
ba, están encargados de tan importante menester
cual el de Pedro G a l l o . Aseguran además que
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 433

cuando el Papa era todavía el cardenal Pedro Bar-


bo, le había elegido para los asuntos más secre-
tos, y si bien á su exaltación al Papado le había
despedido, luego á pocos días había vuelto á l l a -
marle para encomendarle el cuidado entero de
su persona; pero que como algunas veces el Papa
le cogía las llaves de aquella alcoba, cual si tuvie-
se que hacer algo de que nadie debiera enterarse,
en aquel desdichado momento se encontró Pedro
sin las llaves entregadas al amo encerrado en la
habitación. Acaso también ocurriese lo que cierto
pajecillo, muy querido del Papa y á quien por su
tierna edad se permitía á veces permanecer en un
cuarto pequeño inmediato á la alcoba, confesó á
su tío, ciudadano de Roma, á saber: que el Papa
tenía en el chatón del anillo un espíritu familiar
al que acostumbraba á preguntar muchas cosas,
y tal vez el que hasta allí se había fingido esclavi-
zado, prefirió en aquel instante dominar á conti-
nuar sujeto.

Como funestos indicios se apreciaron lo defor-


me y lívido del rostro como acardenalado, y que
habiendo sido hermoso, en breves momentos se
tornó negro, quedando los bien proporcionados
miembros milagrosamente reducidos á increíble
pequenez, cual si el fuego hubiera contraído mús-
culos y huesos. Todo ello infundió tal terror á
'os Cardenales y familiares que á toda prisa h a -
Nan acudido, que procuraron enterrarle antes de
'o acostumbrado. Pero á pesar de la solicitud y
tutela empleadas no se logró acallar las m u r -
muraciones del pueblo, que advertía cuan confor-
me había sido aquella muerte con la vida, pues la
cxxvii 28
434 A ' DE P A L E N C l ^

perdió en un escondrij.9 el que había pasado tan-


tos días encerrad9 contemplando nionedas y me-
dallas y en otras inútíjes ocupaciones, desdeñando
emplearse en los graves negocios del Pontificado.
Sólo merece elogios porque, celoso de su autori-
dad suprema, arrancó del poder de antiguos usur-
padores algunas ciudades del. patrimonio de Ja
Iglesia, y acogió las exigencias de los Reyes ccm
menos humildad que los demás Papas de aquel
siglo,, más propensos ,á contemporizar con lo ilíci-
to que á ordenar lo justo y más tolerantes de lo
debido, á fin de que se les isuíriesen los propios
errores. De donde desgraciadamente se originó .ej-
traordinario cúmulo de males.

Murió Paulo II el 24 de Julio de 1471 y dejados


los palacios que, no contento con el magnífico
edificio ampliado por ]>}ieolás V junto á San Pe-
dro, había consíruído .con gran amplitud en la
proximidad de San /VIarcos,,fué enterrado en mez-
quino sepulcro lastimosa y miserablemente.
m

CAPITULO in

Sucede Sixto I V en él Pontificado.—Numerosas


maldades de Pedro, Cardenal de San Sixto.—
Mención de otros Cardenales romanos.

hKW.EDiATA,M^N|r,E fué Regido Papa. cqn4el


ppmbre de Sixío I,y,,francisco Savpjaa,
.(genoyés^, franciscano y, profesor de, teo-
logía. Habíale creado Gairdenal deSan P e d r p A d -
víncula; Paulo II #casp para , cohonestar ppn. Ja
elevación á esta dignidad de sujeto lan dpcto, laH4e
otro? de.bien diferetite suficiencia,..Durante su pon-
tificado creó en efecto muchos Cardenales,,la, f]n,a-
y,or,parte ¡elegidos,,entr^ sus parientes,, que -ya en
los tieippqs que 5ilcíin?amos no parece .sino.qjje
tos Raipas obtienen la tiar^i principalmente para
arrogante ostentación de su poder al elevar.Íjg.sta
las;g,nadas,del,sciUoponiifjcip, después de corfo
tiemjpotr^ns.Purrido.sin.prpypctio .al^gunQ, y :C9n-
t'a la laudable costumbre de la Iglesia, ,á,hojn-
bres ins.ignificaj^tes.y faltpsd6 todo mfrito. Y . á
«sta suprema dignidad ¡vergonzoso es decirlp! sólo
se juzga dignos, de;, aspirar á los .revestidqs, Cipn
la púrpura cardepalicia, como si en el. cplor de.las
vestiduras consisiiesje sólo la virtud necesaria ,p^fa
el cargo, y aquella:hánGh.adísima pompa, i ? o ^ ^ n -
436 A. DE FALENCIA

centrase nunca sino en los sujetos beneméritos


dotado^ de vasto saber.
L a elección de Sixto IV hizo concebir grandes
esperanzas de reforma en las costumbres, pues el
maestro Francisco de Savona era bien conocido
de la curia romana cuando acompañaba á Besa-
rión, cardenal Niceno y obispo de Túsculi, y an"
tes cuando siendo Vicario general de franciscanos
se mostraba en el cumplimiento de los deberes
claustrales intransigente con sus hermanos, que
tampoco le sufrieron mucho tiempo, hasta que
las recíprocas inculpaciones le impulsaron tal vez
á ingresar en la curia romana. Allí vivió satisfe-
cho con u n fámulo por todo séquito y dedica-
do parte al estudio y parte á la compañía del
cardenal de T ú s c u l i . E n las Ocasiones en que
según la costumbre tuvo que pronunciar públi-
cos discursos ante el Papa, su saber le alcanzó
notoria fama entre los doctos, si bien no se distin-
guía por su alcurnia.
Hay que reconocer sin duda que los honores
antes revelan las costumbres que las cambian,
pues obtenido el cardenalato, el maestro Francis-
co encargó la administración de su casa á su her-
mano Pedro, joven fatuo de quien el cardenal Be-
sarión había formado tan desfavorable juicio que
ni siquiera le había permitido asidua familiaridad
con su hermano mientras permaneció á su lado,
y como si inspirado por espíritu profético hubie-
se querido evitar los futuros daños, no tolero que
Pedro habitara en la casa. Por el contrario, el car-
denal de Savona no estimándose feliz sin la com-
pañía del hermano, quiso tenerle asiduamente día
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 487

y noche á su lado, tan resuelta y exclusivamente,


que el día de su exaltación al Pontificado se ocu-
pó en procurar la elevación del indignísimo Pedro.
El cual á su vez soltó las riendas á su desenfrena-
do capricho, y abusando del favor del Papa, ya
no reconoció límites á su ambición. No hubo
tampoco entre los Cardenales suficiente energía
para la debida resistencia, sino que los numerosos
eclesiásticos elevados á aquella dignidad, aunque
al principio se opusieron á los intentos del Papa á
fin de que no aumentase con el repentino encum-
bramiento la hinchada soberbia del advenedizo
joven, de repente cejaron en su oposición y dieron
unánime asentimiento.

Una vez recibido el galero con el título de car-


denal de San Sixto, dejóse arrastrar el nuevo pre-
lado por violentísimas pasiones, y no sólo aban-
donó con permiso del Papa, aunque contra lo es-
tablecido, el antiguo traje eclesiástico, sino que
desdeñando las vestiduras moradas propias de la
dignidad cardenalicia, gustaba de andar por casa
revestido de manto militar de seda, recibiendo á
veces las visitas con largo sayo oriental de color
de jacinto. Complacíase también demasiado en las
chocarrerías de los histriones y juntamente por
oficios de sus amigos se procuraba ilícitas diversio-
nes. Entre ellos un español, Francisco de Santillán,
aPto para tales menesteres, le hizo conocer á cier-
ta descocada jovenzuela, llamada Teresa, hija de
ornando de Salazar, y tan torpemente se dejó se-
'tocir el nuevo Cardenal, que no contento con el
lrato secreto con la muchacha, se complacía en
lúe fuese vista de todos, haciéndola pasear por
438 A i DE FALENCIA

las-calles montada, en-una muía con gfanáéáuito


deicriadosii Y paca mayor alarde-del indigno con-
cubinato, además de l&s galas y manto recamado
que llevaba la joven,, quitó Pedro de la tiara pon-
tificia varias piedras preciosas con. que. su herma-
no, la; había enriqueeido y^mandó ponerlasea el
calzado de la meretriz para que se viese con qué
riqueza se adornaban hasta los zapatos de la con-
cubina. • •••
. T a n inaudito y vergonzoso escándalo excitó al
Colegio de-Cardenales á pedir al. Páp:a! el 'castigo
de tamaña, vileza. No tenía aquél más voluntad
qiue el1 .capricho de s u hermano; pero conven-
cido de que no podía absolutamente contener
la*i indignación pública sin- gravé i'nota,.vctíspnso
con blando rigor que á mataeía de destierro fue-
se í^edro á residir en- eiertoícastillo. Cuén.táse.que
sentado el Papa un día i de verano en la ventana
del'palacio desde donde se divisaba el. castillo, dijo
áilosiquele acompañaban: — ¡Cuan suave sopla
ahora la.brisai que ha acariciado el rostro'del car-
denal de San Sixto! Y á poco levantó: el; destierro
a l que llamaba sobrino, pero al que'muchos re-
putaban por hijo y algunos murmuraban era uno
yrotro.Sea deesto lo que quiera, el Cardenal ásu
vuelta aumentó los escándalos; buscó por mil ca-
minos la rapiña más bien, que la ganancia; con
pretexto de concesión de indulgencias, acumuló
grandes sumas para sus enormes dispendios; pro-
curó con empeño la celebración dé espectáculos
públicos; inventó legaciones para relegación de
aquellos á quien parecía honrar con el cargo le
legados, enviando á Francia al cardenal Besanon;
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 4^9

á España al vicecanciller Rodrigo de Borja, Valen-


ciano; al Genovesado á Reatino y á Alemania á
otro prelado á quien conocía mal avenido con sus
depravadas costumbres. De este modo fué alejan-
do de la curia romana á cuantos cardenales se le
manifestaban hostiles, y se arrogó la intervención
enios asuntos de la Galia cisalpina para que los
pueblos más cercanos y los príncipes de Estados
confinantes conociesen su poder.
Supo que un hijo del rey D. Fernando se dis-
ponía á acompañar á Lombardía á SU mujer, her-
mana de'Galeazo, duque de Milán, y se compla-
ció en desplegar extraordinaria, magnificencia en
banquetes, espectáculos, cantos, danzas y diver-
sidad de representaciones escénicas, todo á gran
costa, como si la ostentación de tales vanidades
constituyese el fundamento de perpetua domina-
ción. Hubo día de éstos en que para las diversiones
no interrumpidas desde la aurora á la noche se
gastó cantidad sobrada para er sostenimiento de
5oo hombres de armas durante seis meses. Y a no
bastaban para tales prodigalidades las indulgen-
cias concedidas á los que suministraban tanto di-
nero, y la provisión de sedes vacantes otorgada á
Pedro era insuficiente para la menor parte de sus
gastos. Las sumas con que contribuía todo el orbe
sujeto á la jurisdicción eclesiástica se entregaban
a un pródigo solo, y el más infame podía contar
con favor siempre que reconociese mediante en-
rega de dinero pertenecer á la clientela de aquel
patrono y de sus ministros. Desligábanse los votos
religiosos; concedíanse dispensas ilícitas; sancio-
uábanse las maldades, y se convocaba á los líber-
440 A. DE PALENCIA

tinos para que comprasen á gran precio las die.


nidades; veíase por último á personas indoctas y
de pésimas costumbres obtener el episcopado
á enriquecidos idiotas esperar confiadamente los
más elevados puestos.
Estas desdichas eran para el turco Mahometo
promesa cierta de más amplio poderío, y amenaza
de destrucción para los cristianos, que principal-
mente en Castilla caminaban á ella, pues los esta-
dos que malamente obedecían al rey D. Enrique
estaban sometidos en especial á estas órdenes ó
invenciones de la disolución. E n ellos habían na-
cido tres Cardenales del colegio romano, de igual
nombre aunque de diferentes costumbres, á saber:
fray Juan de Torquemada, antes cardenal de San
Sixto, luego Cardenal Obispo de Palestrina, perso-
na virtuosa y eximio profesor de teología; D. Juan
de Carvajal, doctor en decretos, obispo de Placen-
cia, cardenal de Sant Angelo, y después Cardenal
Obispo de Porto y D. Juan de Mella, cardenal de
Santa Prisca, de los que queda hecha mención.
Murieron los tres en edad avanzada, pocos años
antes que Paulo íí, y como en los primeros del
sucesor no sobreviviese ninguno de los Cardenales
de la España ulterior, ambicionaban el galero de
los difuntos dos obispos, uno, Antonio de Veneris,
italiano, pero que había obtenido en España pri-
mero el obispado de León y después el de Cuenca;
el otro, D. Pedro González de Mendoza, de nobilí-
sima estirpe en la Grandeza española, obispo de
Calahorra y más tarde de Sigüenza. Este, muy es-
timado del rey D. Enrique, y hostil al príncipe don
Fernando, solicitaba vivamente por sus cartas la
C H O N I C A D E E N R I Q U E IV 44I

dignidad cardenalicia. E l italiano, ya muy enrique-


cido, empleaba con preferencia el dinero, según se
dice, en ganarse votos. Por este medio y con su
presencia además en la curia romana consiguió
jo que deseaba, puesto que ausentes los principa-
les Cardenales, el asunto había quedado comple-
tamente al arbitrio del de San Sixto. No hubiera
sido tan fácil si el severo cardenal Besarión, rele-
gado más bien que legado en Francia, hubiese per-
manecido en Roma, ó si no él, alguno de los en-
viados á diferentes provincias, pues, como dije, to-
dos los principales estaban ausentes, y no todos
volvieron, según se referirá.
•':'•' t . ' I i ij > .

eosii : ; • ••..;•••,•
C A P I T U L O IV

Revueltas de los Grandes sevillanos.—Fuga del


Marqués de Cádi%_, arrojado de la ciudad.

^ e n t r a s estos y otros escándalos seme-


jantes sucedían en Roma, iban crecien-
do de día en día las revueltas en España,
yaumentando principalmente la virulencia que
había inficionado el ánimo de los Grandes sevilla-
no^; E l marqués de Cádiz, D. Rodrigo Ponce de
León que, secundando al Maestre de Santiago, su
suegro, tenía preparados elementos de lucha para
la que meditaba con D. Enrique de Guzmán, du-
que de Medina Sidonia, iba ya más abiertamente
hacinando combustibles para la guerra civil. Deli-
beradamente y al capricho de los sicarios se pre-
paraba todo género de delitos y reinaba en la c i u -
dad la discordia. Aquí se asesinaba á los inocen-
tes; allá se raptaban doncellas; en otra parte, has»
ta'en pleno día, se saqueaban las casas de las viu-
das, y ocupaban los templos pelotones de hom-
bres armados. L a lucha que se preparaba era para
muchos de los secuaces del Marqués motivo de
grandes esperanzas de enriquecimiento, y asi so-
lían decirse unos á otros:—Pegaremos fuego á la
ciudad, y conseguida la victoria, gozaremos á
444 A- DE FALENCIA
nuestro placer de la venganza, ensañándonos atroz-
mente con nuestros enemigos y sus auxiliadores.
No dejaremos piedra sobre piedra; mutilaremos á
unos las manos, á otros las orejas ó las narices y
arrancaremos collares y zarcillos de oro, apro-
piándonos las riquezas de todos.—Dábanse prisa
aquellos sicarios y glotones á incitar á la pelea tan
cruelmente para lo que exigía la angustia de los
que la temían atemorizados, que los favorecedores
de ambos partidos, abandonando sus casas, se aco-
gían á las de otros barrios en que sus amigos les
ofrecían mayor seguridad. Así lo hicieron casi to-
dos, excepto el nobilísimo anciano Pedro de Guz-
mán, corregidor de la ciudad, que permaneció en
su antigua casa próxima á la del Marqués. Esto su-
ministró á los sicarios la centella para el futuro in-
cendio pues el 29 de Julio de 1471, en cuanto unas
ligeras palabras ofrecieron fútil pretexto, se lan-
zaron sobre ciertos criados del Corregidor, y antes
de que pudiesen prevenirse convenientemente á la
defensa los acribillaron de heridas en el portal de
la casa y casi ante los ojos del anciano caballero,
impedido por la gota. E n el furor, de la pelea vo-
mitaron aquellos sicarios muchas injurias contra
el Corregidor, á cuyo primogénito Alfonso de
Guzmán habían ya muchas veces provocado a
otras contiendas, invadiendo durante su ausencia
la casa, robando armas y alhajas en gran canti-
dad y asesinando á los guardianes hasta debajo de
las camas. Aquel día fueron al cabo arrojados del
portal por la multitud que acudió al socorro, y se
prolongó ferozmente por las calles la lucha em-
peñada, logrando á duras penas acogerse á los ba-
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 446

rrios que les eran favorables, pues visto este fra-


caso de su primer ataque, ansioso de la paz el
gran número de sus enemigos que tanto tiempo
habían aguantado sus crueles violencias, les re-
chazaban con indecible furia.
Sabedor el Marqués en las primeras horas de la
noche de que el de Guzmán se acercaba con
caballería superior á la suya, y para aumentar la
furia de su gente, le envió un mensajero á propo-
nerle habla con tal que le asegurase la persona.
Aceptada la entrevista y dado mutuo seguro, em-
pezaron á tratar de dirimir la contienda; pero la
noche vino á dirimirla por entonces. A l día siguien-
te, salido ya el sol, aguardó el Duque en el sitio
llamado la Laguna, frente á los muros de la c i u -
dad, según lo convenido; pero como tardara don
Rodrigo, y aquél llevase á mal verse una vez más
despreciado por su ensoberbecido émulo, dióse á
vagar por las calles, viéndole llegar á poco en di-
rección al punto de cita con semblante de falsa
alegría, aunque los presentes advirtieron bastante
lo solapado de sus intenciones. Convino sin em-
bargo que los dos magnates marchasen pacífica-
mente por la ciudad para dar á entender con su
continente reposado y satisfecho que se habían
apaciguado las contiendas y que la concordia esta-
ba firmemente asegurada.
Créese que la noche anterior el Marqués había
diferido la lucha por parecerle insuficientes las
tropas de refuerzo que antes del alba entraron por
la puerta del Hosario, pues sólo las constituían
sus gentes de Marchena, faltándole todos sus de-
más partidarios. Mas estando ya resueltamente
44-6 ,A. DE FALENCIA

decidido á empeñar combate, disimuló por aquel


día, y procedió con tal astucia que logró se en-
tibiara el ardor de los que la noche antes habían
peleado denodadamente por el Duque, al averie
después de tan favorable comienzo, inclinarse.de
repente á la concordia.
Notó D. Rodrigo este abatimiento de la gente.y
suspendiendo aquel infructuoso paseo por las ca-
lles, dispuso que los soldados que tenía dentrode
la casa reparasen sus fuerzas y en las caluro-
sas horas, de la siesta, cuando toda la gente,del
Duque dormía desprevenida y aligerada de sjis
ropas, mandó á los que el día antes habían ¡ataca-
do La casa del Corregidor y á los que por vir.tud
de falsos pactos había prometido castigar seviera-
mente, que acometiesen rcon la mayor fimiauá
cuantos encontrasen ante las puertas de la casa.
Con tal rapidez ejecutó la atroz ¡felonía contra
aquellos hombres descuidados, que no dándoles
lugar i la defensa, fueron muertos algunos, y hu-
biera sido tomada la casa commuerte de todos los
criados á no acudir en; su auxilio hombres-3003-
dos que, penetrando por unipostigo y horadando
las paredes de las habitacionesGoptiguas, pudieran
oponer seria resistencia- E n tanto,-corno M;<5*?a
distaba bastante de las primeras de los;favorece-
dores del Duque, la campana de la torre de-Santia-
go .empegó á tocar alarma para dar aviso del com-
bate empeñado; pero un tiro de espingarda de los
satélites del Marqués dejósinvida al que tocaba.
: Aunque con no poco trabajo, los criados del
Corregidor defendían con todas sus fuerzas: la cas¿,
logcando rechazará los enemigos que retrocedie-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 447

ron á ocupar otras muchas, el callejón sin salida


y los barrios, de modo que pronto llegaron hasta
los de los secuaces del Duque y se ensañaron
cruelmente con los contrarios. Aterrorizado con
tan terrible é imprevista acometida el Duque, no
acostumbrado á los tumultos, y por naturaleza
descuidado y perezoso, no sólo se mantuvo ence-
rrado en la casa, sino que ni cuando sintió apro-
ximarse la multitud de sus gentes se atrevió á sa-
lir á su encuentro. T a l cobardía y pusilanimidad
entibió el entusiasmo de los suyos, muchos de los
cuales abandonaron las armas, y quedaron m u y
pocos que hicieran cara á los enemigos, con lo
que envalentonados éstos, se arrojaron á más de
lo que su número permitía, pues ya se escuchaba
cercano el pavoroso clamoreo de los que pedían
la muerte del Duque, con miserable daño de su
mujer y del hijo. Y á no haber acudido en socorro
de los oprimidos, á falta del obligado caudillo,
muchedumbre de populares y de soldados elegi-
dos, ó hubieran perecido miserablemente ó tarde
hubieran logrado oponerse á los contrarios. Pero
impresionado el Duque con el aviso y despertando
del marasmo por las lágrimas de su mujer, monta
á caballo y recorre los barrios de sus partidarios
en demanda de ayuda para rechazar al enemigo.
Al punto renuévase la pelea y aparece dudosa la
victoria; abroquelándose en los escudos, unos y
otros combaten por conservar ó por libertar los
respectivos barrios; bombardas, espingardas y
otras máquinas de guerra lanzan susproyesctiles
desde lo alto sobre las bocacalles; horadan unos
las paredes y se acometen repentinamente por la
44^ A- DE FALENCIA

espalda; es general el derramamiento de sangre- los


más esforzados van sembrando las calles con sus
cadáveres, y al impulso del nitro y del azufre vue-
lan como salidas de escondrijos mortales piedras ó
balas de plomo que traspasan los pechos mal de-
fendidos por las-armaduras. Eran para unos y otros
causa de terror las miserables muertes, vno se veía
otro medio para poner término á la lucha que la
intervención del prior de la Cartuja de las Cuevas
fray Fernando de Cerezuela, para todos venerable
por su extremada virtud y por la pureza de su
vida. Llamado por las lágrimas de los ciudadanos
desafió el buen religioso el peligro de los tiros; fué
inútil su arrojo y tuvo que volverse al monasterio.

Pero ya iba haciéndose molesta al Marqués y á


los suyos la prolongada ocupación de la ciudad,
pues á causa de la multitud de los que les hacían
frente, veían más cómodo resistir en más estre-
cho reparo. Así que á las órdenes del comenda-
dor de Heliche se lanzaron contra los enemigos
más próximos, encerrados en la iglesia de San
Marcos, y cpn los que ya en muchas ocasiones
habían peleado en anteriores' tumultos; pues
desde aquella torre causaban muchas bajas á los
soldados del Marqués. Los cuales, sin el menor
respeto al sagrado, amontonaron ante las puertas
gran cantidad de leños secos y prendiéndolos fue-
go, incendiaron toda la techumbre, haciendo pere-
cer desastradamente, atajados por las llamas, a
varios infelices á quienes cogieron desprevenidos,
y viéndolas llegar hasta el mismo sagrario.
T a n horrenda hazaña irritó los ánimos del pue-
blo sevillano, y echadas á vuelo las campanas «
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 449

la catedral y de todas las iglesias ocupadas por ios


partidarios del Duque, descargó la ira de los c i u -
dadanos contra D. Rodrigo y sus secuaces de tal
modo que durante toda la noche estuvieron pe-
leando trabajosamente los que el día antes habían
empezado el combate con arrogancia. Pero no lo-
grándose ocasión para el descanso y decayendo
por igual las fuerzas y el ánimo de los vencidos,
trató el Marqués de ocultar la mayor parte de los
muertos, á cuyo fin se dice fueron por orden suya
arrojados á los pozos muchos que aún respiraban,
con lo que logró que no se apercibiesen de la mag-
nitud del desastre aquellos de sus parciales que se-
guían aún resistiendo como podían. A l cabo, ya
casi abandonado de los suyos, y viendo en la pro-
ximidad de su casa y por las encrucijadas de las
calles inmediatas á los enemigos que continuaban
peleando, y al Duque que con más resolución de la
acostumbrada los animaba, fuese retirando con los
más allegados para librarlos de perecer á manos
dé los enfurecidos adversarios si se prolongaba el
desgraciado combate. Así, mientras disponía ia
retirada de todas sus fuerzas, hizo alarde de otras
numerosas en el barrio de Santa Catalina, todo á
su devoción y empeñado con igual riesgo en la
contienda, donde les ponían á cubierto de un rá-
pido ataque las mantas reforzadas con bombardas
cuyos terribles disparos infundían temor á los
contrarios.

Con este simulacro de bien prevenida defensa


engañó á los numerosos que acometían, y con dos-
cientos caballos huyó por la puerta del Hosario
antes que se descubriese que rehuía la pelea.
cxxvii 29
CAPITULO V

R e f u g i a s e e l M a r q u é s en A l c a l á de G u a d a i r a .

. l g u n o s de los partidarios del D u q u e s a -


Z bían que s u a d v e r s a r i o se disponía á
h u i r , y h u b i e r a n querido precaver los de-
sastres q u e a m e n a z a b a n á los vencedores si n o per-
seguían á l o s vencidos hasta el e x t e r m i n i o . Así
que, bien p a r a v e n g a r los d a ñ o s r e c i b i d o s en t u -
multos pasados, ó bien para evitar los q u e el M a r -
qués, exasperado p o r la f o r z a d a f u g a , p u d i e r a
causar á S e v i l l a en l o s u c e s i v o , a c o n s e j a b a n a l de
Guzmán q u e de i o s 700 c a b a l l o s de que d i s p o -
nía destacase por l o m e n o s 100 á c o r r e r l o s c e r c a -
nos c a m p o s p o r donde f o r z o s a m e n t e había de p a -
sar D. R o J r i g o en s u h u i d a á A l c a l á de G u a d a i r a ,
imposibilitado de refugiarse en o t r a parte q u e en
esta v i l l a , d o n d e p o r s u p r o x i m i d a d á la c i u d a d ,
por lo m u y fuerte de s u p o s i c i ó n y p o r estar p r e -
viamente o c u p a d a p o r sus secuaces, se creía h a -
brían de acogerse l o s f u g i t i v o s . D e h a b e r accedido
el D u q u e á lo q u e se le p r o p o n í a , la f a m i l i a entera
de los R o n c e s h u b i e r a q u e d a d o a n i q u i l a d a , pues
los v e n c i d o s estaban e x t e n u a d o s ; a l g u n o s c a b a l g a -
ban en c a b a l l o s heridos ó m u e r t o s de fatiga, y m u -
chos los h a b í a n perdido en l a refriega, j u n t a m e n -
452 A. DE FALENCIA

te con las armas. Pero la apatía más bien que U


clemencia del Duque dejó perder la ocasión, y úni-
camente permitió al pueblo que se lanzase al sa-
queo de bienes de los partidarios de D. Rodrioo.
Creo que sólo rigorosa disposición del Omnipo-
tente fué la que infundió en la muchedumbre fu-
ria bastante para no dejar en los barrios á devo-
ción del Marqués bienes de los vencidos que no
robase ó casas que no destruyese con el incendio.
Y como á la escasez de trigo causada por la este-
rilidad del año se hubiese unido la inhumanidad
del Marqués, empeñado en el daño de los sevilla-
nos, la multitud invadió su casa y en un instante
vació las trojes atestadas por la avaricia,con aplau-
so de D. Enrique y gran regocijo de hombres y
mujeres excitados al saqueo. Aquel día se vio ca-
minando por la calle á una mujer cargada con un
arcón tan disforme y pesado que, al llegar al um-
bral de la casa donde se proponía meterle, apenas
podían con él tres hombres.
Hasta las hebreas que raras veces traspasaban
los umbrales de sus casas, salieron aquel día al
saqueo, como si quisiesen secundar al partido del
Duque. Aprovechó éste lo favorable de las cir-
cunstancias para atacar las guardias de las tres
puertas de que hablé, y que fueron tomadas el
mismo día, después que marchó á Alcalá don
Rodrigo. Allí acudieron al siguiente, primero de
Agosto, tropas auxiliares de Carmena, Ecija y
Morón y, pretextando volver á Sevilla, resolvieron
ocupar antes á Jerez, plan que ya habían previsto
todos los partidarios del apocado D.Enrique, a
quien aconsejaron que noviniera á añadir al an-
CHÓNICA D E E N R I Q U E IV 453

terior descuido otro más funesto, sino que adop-


tase pronta resolución. Mas el natural desidioso
del Duque lo perturbó todo con encomendar tan
grave asunto á la diligencia de cierto caballero
jerezano allí presente, inclinado al partido del
Marqués. Encargóle D. Enrique que en tanto que
escribía con otro mensajero á los amigos de Jerez,
que eran los principales de la ciudad, les expusiese
la situación de las cosas, les exhortase á poner
fuertes retenes en las puertas y á que, si el M a r -
qués intentaba entrar en el castillo confiado á su
custodia y á la de sus superiores, le opusieran
seria resistencia mientras él con sus mejores tro-
pas se dirigía á destrozar á D. Rodrigo, ya mal-
trecho con el último grave desastre. Descuidó sin
embargo el Duque un asunto tan necesitado de
urgente resolución, y los principales jerezanos
obraron á su vez con perfidia, sin que la primera
noticia del tumulto de Sevilla conmoviese lo más
mínimo á los que el estipendio aceptado del D u -
que debía impulsar á su servicio, antes se dejaron
voluntariamente enpañar por el corto número de
parciales de D. Rodrigo. Los más astutos de éstos,
en cuanto se supo en Jerez que Sevilla estaba gra-
vemente alterada, persuadieron á los del partido
contrario, como la mejor resolución, á perma-
necer tranquilos en sus casas mientras peleaban
los Grandes de quienes dependían. No les costó
gran trabajo convencer á los que en Jerez se dis-
tinguían por su opulencia, las más veces adquirida
merced á la constante caballerosidad del generoso
Duque difunto D. Juan deGuzmán; á los que des-
vanecidos con sus riquezas ya en ninguna mane-
454 A . DE F A L E N C I A

ra se reconocían á sí mismos, desdeñando el esti-


pendio anua! que ó disposiciones del Rey, ó el fa-
vor del Duque les proporcionaba, y a los que ele-
vados desde la condición de labradores á la de
caballeros atribuían á la propia capacidad su for-
tuna y á méritos suyos la amistad que les mani-
festaba el Duque, contraída, según ellos, más
por necesidad que por espontánea afabilidad y
benevolencia. Ingratos así con Dios y con los
hombres, no sólo con desprecio del rey D. Enri-
que cuya maldad conocían se repartieron á su
capricho los cargos públicos para desmedido
y violento lucro, sino que excesivamente opu-
lentos y orgullosos á causa de las grandes uti-
lidades contra la opinión general producidas á
los agricultores por la carestia de víveres en
años estériles de la feracísima ciudad, no hi-
cieron caso de la noticia de los tumultos de Se-
villa, ni menos de la fuerza de 200 caballos que
cerca de Jerez se habían unido al partido de don
Rodrigo, por creer contar con los 3oo de entre los
más poderosos conciudadanos y gran número de
populares, antes adictos al duque D. Juan y en
aquellos días obedientes al parecer á su hijo don
Enrique. Pero la culpa de los principales tuvo
su castigo y ocasionó el desastre de los populares;
pues el primer mensajero enviado, como dije, por
el duque D. Enrique avisó en secreto á los parti-
darios del Marqués que inmediatamente iba á lle-
gar Ponce y les aconsejó que fingiesen acuerdo
con el partido contrario á fin de que los vencedo-
res fuesen más fácilmente dominados por los ven-
cidos.
SS-w j'1 O &££<

C A P I T U L O VI

Toma de Jere\.—Derrota y miserable


servidumbre de sus moradores.

r j M T i e n t r a s este engaño y perversidad de los


,,','. jerezanos preparaba á sabiendas del
ÍCh/'íSí Marques la ruma de los populares,
tomó cuerpo en Sevilla el rumor de la llegada
del mismo Ponce con tropas auxiliares llamadas
de Carmona, Morón, Osuna y Ecija para vengar
el descalabro sufrido. Esta voz fué bastante po-
derosa para mover al duque D. Enrique á reforzar
las defensas de Sevilla y preparar sus hombres de
armas, por si se ofrecía ocasión favorable para
pelear fuera de los muros. T a l era el parecer de
muchos; pero otros más cautos aconsejaban que
se procediese con más diligencia á ocupar á Je-
rez, donde tenían por seguro que en semejante
aprieto había de acudir el Marqués para resarcirse
con la toma de la ciudad de la expulsión pasada,
y compensar con alguna victoria la derrota sufri-
da. E l Duque, sin embargo, como de ingenio rudo
y de tardía resolución, aseguraba que los princi-
pales de Jerez, favorables á su partido, todo lo
tenían dispuesto, y que sólo debía atenderse á la
seguridad de Sevilla. E l Marqués trabajó con más
456 A. DE FALENCIA

astucia para engañar á los descuidados y el 2 de


Agosto, al otro día de acogerse á Alcalá, revistó
las tropas, simulando propósito de presentar ba-
talla al Duque para vengar la vergüenza del
descalabro pasado; mas cuando comprendió que
aquél no había precavido otra cosa que los enga-
ños de los sevillanos, si por acaso trataban de
tramar novedades en la ciudad, encaminó sus
tropas hacia Utrera donde mandaba el mariscal
Fernando Arias de Saavedra, primo del otro Fer-
nando Arias, alcaide de las fortalezas de Alcalá de
Guadaira y partidario del Marqués. Así que los
corredores persuadieron al Duque que había to-
mado aquel camino con intención de ocupar á
Utrera donde tenía muchos partidarios y que
tenían por poco fiel al Mariscal, alcaide de la
fortaleza, si bien en su padre Gonzalo de Saave-
dra se habían visto muchos indicios favorables al
Marqués, secundando al Maestre de Santiago de
quien era constante secuaz.

Este rumor tan verosímil infundió no poco


temor al Duque, por cuanto la mayor parte de
los Saavedras permanecía á su lado y principal-
mente obedecía al arbitrio del astuto anciano
Gonzalo.
Engañado con este aviso, ya sólo se atendió á
la defensa de Sevilla, como lo aconsejaban tam-
bién D. Pedro de Estúñiga y el adelantado de An-
dalucía D. Pedro Enríquez, resueltos auxiliares en
arrojar á D. Rodrigo y persistentes aconsejadores
de la ocupación de Jerez. Pero al anochecer de
aquél día torció la marcha hacia allí D. Rodrigo,
y caminando toda la noche por extraviados sende-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 467

ros, se dirigió á marchas forzadas hacia la ansiada


fortaleza de Jerez en poder de los suyos. Por sus
avisos sabía cuan floja y descuidadamente se ha-
bían prevenido los principales jerezanos adictos
al Duque, y ardía en deseos de destruirlos para
con pretexto de guerra, apoderarse en aquella rá-
pida ocupación de las riquezas malamente acu-
muladas y quedar por único señor de la ciudad.
Favoreció la suerte estos propósitos, y cuando
al amanecer del 3 de Agosto dio vista á los mu-
ros de Jerez, supo por sus amigos que la desidia
de los principales ciudadanos, entregados al sue-
ño, tenía completamente abandonada la guarda de
las murallas y puertas, por no temer el más lejano
peligro, antes confiar en que la tentativa del adver-
sario fracasaría si se atrevía á atacar una ciudad
tan importante, á muchos de cuyos moradores
creía tener absolutamente de su parte. A este
abandono y á esta soberbia debieron aquellos en-
vanecidos su ruina y cautiverio, porque repentina-
mente, cuando sin armas y en repugnante desnu-
dez yacían entregados al sueño, fueron arranca-
dos de brazos de sus esposas, robadas sus atesora-
das riquezas, armas y caballos con lamentable des-
trozo de todos sus bienes y pérdida de la libertad.
No satisfecho el Marqués con la rapiña, y a n -
siando el exterminio de los que tan mal habían mi-
rado por sí, envió á los principales á los calabozos
del castillo de Marchena, m u y adecuados para
esta violencia; se apoderó de las tierras de los pri-
sioneros; dispersó á sus mujeres ó las mandó en-
cerrar bajo custodia; se ensañó cruelmente con los
contrarios y encumbró á sus amigos, prometién-
458 A . DE F A L E N C I A

doles turno en el dominio de la ciudad. AI pueblo


que veía arrastrado a la ruina con la de los podero-
sos vencidos, procuró con blandas razones hacerle
perder el temor de total destrucción, acusándolos
de soberbios para con aquél, víctima tanto tiempo
de sus vejaciones y ultrajes, y de haber abusado
de su paciencia, para desde su oscura condición
acumular riquezas y honores con oprobio de los
ciudadanos y caprichoso abuso de los cargos pú-
blicos, por lo cual, como ingratos patacón Dios é
inicuos para los hombres, permitía el cielo fuesen
castigados.

Tachábase no obstante de crueldad al Marqués


para con los que ningún daño le habían hecho á
él ni á sus secuaces, y acusábanle sus iguales é in-
feriores, juzgando nuevo género de tiranía el ha-
berse apropiado como por derecho de conquista
de todos los' bienes muebles é inmueblos de los
vencidos, no satisfecho con su cautiverio.
E l Duque, en cuanto supo que D. Rodrigo mar-
chaba hacia Jerez, creyendo tomar alguna reso-
lución y dar ánimo á los caballeros jerezanos, sus
amigos, que como de refresco y ayudados por nu-
meroso pueblo podían hacer frente á los del ene-
migo muertos de sueño y de fatiga por el largo
camino, ó por lo menos resistir un día mientras
llegaban las fuerzas auxiliares, envió á su tío don
Alfonso Pérez de Guzmán con ?oo caballos, y es-
cribió á los alcaides de Medina Sidonia, Lebrija,
San Lucar, Jimena y Gibraltar, para que á mar-
chas forzadas viniesen á reunírsele con toda la
caballería. Las avanzadas de estas fuerzas encon-
traron en el camino algunos caballos de D. * o
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 469

drigo rendidos de fatiga, y á poca costa los ven-


cieron y pusieron en fuga, haciendo prisionero
Leoncio Ponce, hermano del Marqués y á Gómez
de Fuentes, los dos nobles y esforzados.
E l Pérez de Guzmán luego que supo en L e b r i -
ja que todos los adictos al de Medina quedaban
presos; las puertas de la ciudad ocupadas; las mu-
rallas perfectamente defendidas por el Marqués, j
que ciudadanos y pueblo estaban amilanados, se
detuvo allí breve espacio, perdida la esperanza de
ser socorrido, pues el Marqués había hecho publi-
car cartas del Rey en que se concedía amplia fa-
cultad á los ciudadanos para lodo género de arbi-
trariedades.
C A P I T U L O VJI

Diligentes esfuerzos del Marqués para llevar á


D. Enrique á Sevilla.—Envía allá previamente
á su hija. — Toma de A r \ i l a . — T r i u n f o de l a
expedición del rey D. Alfonso de P o r t u g a l , que
se apodera de Tánger, abandonada por los mo-
ros.

uego que el Maestre de Santiago supo


cuan diferente de lo que se creía era lo
ocurrido al Marqués arrojado de Sevilla,
recobró alguna esperanza de oprimir al Duque y
de contrariar el favor que le prestaban sus adictos,
ocupando á Jerez, ciudad que desde largo tiempo
«ra sostén principal de la casa de Niebla y de su
partido, pues alimentaba 800 caballos, de los que
3oo de los principales, con la mayor parte del pue-
blo, obedecían en tiempos pasados al de Medina.
Mas habiendo ocupado tan importante población
D. Rodrigo, y dueño además de las riquezas y c a -
ballos que había cogido, se resolvió que en toda
empresa futura interviniera la autoridad Real, y
que D. Alfonso de Aguilar, ocupador de Córdoba
y antes amigo del Duque, cambiando de partido,
auxiliase al Marqués con buen golpe de los de
Ecija, Osuna, Morón y Carmena, porque casi la
462 A . DE F A L E N C I A

tercera parte de los vecinos seguía al Duque, jua-


tamente con Gómez Méndez de Sotomayor, alcai-
de de una de las fortalezas, y despreciaban las ór-
denes del apático rey D. Enrique que había dado
el señorío de tan importante ciudad al Maestre de
Santiago en daño y ruina de Andalucía á la muer-
te de D. Pedro Girón, el cual también, viviendo el
rey D. Alfonso, había tomado dos castillos, y con-
fiádolos á la guarda de Luis de Godoy, hombre
malvado y sanguinario. Pero muerto Girón, Gó-
mez Méndez, alcaide del tercer castillo, para que
no cayese en manos de Pacheco el total dominio
de la ciudad, de acuerdo con algunos regidores,
prefirió seguir al Duque, sin cuya protección que-
daba inferior á los contrarios que contaban con
muchas fuerzas auxiliares, y principalmente con
el considerable contingente de caballos de D. Ro-
drigo Téllez Girón, pseudo-maestre de Calatrava,
en sucesión de su padre y á obediencia de su tío
Pacheco.

E l cual concertaba ya la boda de su hija Bea-


triz con D. Rodrigo Ponce, como para conso-
larle con las caricias de la novia del descalabro
sufrido, y así se dio prisa á enviarla desde Toledo
á Andalucía. A l mismo tiempo dejó concebir espe-
ranza á D. Alfonso de Aguilar de darle por espo-
sa á la hija más pequeña, para hacérsele más ami-
go con el vínculo del futuro parentesco. Ademas,
envió al yerno cartas con amplísimas facultades
y en las que el Rey, aprobando todos los desafue-
ros cometidos por el Marqués, lo encomendaba
todo al arbitrio del cruelísimo joven; desposeía a
las autoridades; adjudicaba al robador los pnsio-
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 463

ñeros jerezanos, las riquezas y cuanto botín h u -


biera cogido; le concedía el mando de la provincia
de Cádiz á modo de virreinato; calificaba á cuan-
tos lo resistiesen de desleales y merecedores de ser
castigados como rebeldes, por ser su voluntad que
el término de Sevilla, magnífico por las nobles
villas que le componen, y soberbio por los fuertes
castillos con que cuenta, de tal modo estuviese á
la obediencia del Marqués, que si algún alcaide ó
ciudadano intentara resistirse, y por ardid ó por
fuerza cayese en manos de D. Rodrigo, fuese con
derecho castigado por virtud de aquellas cartas
concedidas á tenor de lo deseado. Con ellas el osa-
do joven se hizo más implacable, pues á su natu-
ral inclinado á la crueldad se unía ahora la apa-
riencia de derecho con que encubría su dureza é
inhumanos sentimientos. Todavía empleó más
diligencia el Marqués para la ruina del de Medina,
haciendo que el rey D. Enrique, abandonada la
represión de las agitaciones y tumultos de otras
provincias, acudiese á Andalucía en favor del yer-
no y en daño del Duque, por quien había conocido
estaba abiertamente declarada Sevilla, durante
mucho tiempo contraria á las maquinaciones del
Maestre, especialmente porque desde los días del
duque D. Juan nunca había cesado en su intento
de ocupar aquella importante ciudad y destruir á
los que se opusiesen á su propósito. Tampoco se
veía otro camino, después de la exclusión del yerno
del Marqués, para poner término á las pendencias,
que la venida del Rey, pues aunque despreciado de
muchos, su solo nombre y presencia, juntamente
con el ejército recogido entre los cordobeses y
464 A . DE P A L E N C I A

otros adictos, podría bastar para aniquilar al


Duque.
Entretanto envió á su hija á las alegres bodas
y hubiera adelantado la marcha, á no estorbarlo la
muerte de la madre, mujer de cuyo seno habían
nacido aquella y otras cinco hijas para aumentar
los trastornos de España, pues valiéndose de cada
una como de anzuelo, se iba atrayendo las volun-
tades de los más nobles jóvenes que, unos por la
realidad, otros por la esperanza de futuro enlace,
todos iban sometiéndose á su obediencia.
L a mujer, ó por naturaleza ó por costumbre se
había identificado de tal modo con su marido el
Maestre, que hasta le imitaba en lo trémulo del
habla. AI rey D. Enrique, como de condición se-
mejante, cautivaba con su plática, y cuando le veía
abatido por algún contratiempo fingía extraordi-
naria pesadumbre.Algunas veces había llegado á
•engañar á los príncipes D. Fernando y D.a Isabel
con sus manifestaciones de conmiseración y con
sus promesas de ganar al Maestre para la causa de
los que, decía, eran sus elegidos por afecto y por su
•estrecho parentesco con el primero, cuyo derecho
hereditario confesaba haber deseado mucho preva-
leciese para futuro ensalzamiento de los hijos,
cuando sucediera en el trono. Con el arzobispo de
Toledo había empleado la más sutil astucia y, es-
clava hasta la muerte de las innumerables cavila-
ciones é intrigas del marido, se había valido de nu-
merosos fraudes en grave perjuicio de los intereses
de la nación. Todo lo divulgó la fama á su muerte,
pues ni los frailes del Parral, extramuros de Se-
govia, donde está sepultado su cadáver, podían
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 465

escuchar sin espanto los nocturnos lamentos y


alaridos de alma en pena, que se achacaban á los
cielitos cometidos en vida.
Como partícipe de todos los secretos del Maes-
tre, había procurado con especial empeño que los
Príncipes no descubriesen el engaño de que aquél
se valía según acuerdo, por medio de agentes secre-
tos del rey de Portugal D. Alfonso, á quien por su
consejo el rey D. Enrique había despachado em-
bajadores imbuidos en sus intentos, que llegaron
cuando el portugués tenía preparada la expedi-
ción marítima contra los moros. Ya la gran ar-
mada aguardaba la señal de leva, cuando advir-
tiendo la calidad de la embajada castellana, creyó
el Rey que, á pesar de lo inoportuno del m o -
mento, debía desembarcar para oiría. Los Gran-
des de su séquito sin embargo, algún tanto rece-
losos de lo que se tramaba, le aconsejaron que
no se prestase á las cabalas del Maestre ni á las
maldades de D . Enrique; sobre todo, que no
diese su asentimiento á los falsos é inicuos es-
ponsales con su sobrina Juana, tantas veces ofre-
cida, pues después de prometerla al duque de
Guyena, se habían seguido buscando desvergon-
zadamente otros yernos para una sola doncella,
tratando de corromper todos los reinos cristia-
nos con este veneno, excepto el de Portugal, por
favor divino bastante afortunado durante tantos
siglos para que después de alcanzar tanta gloría
tuviera su Monarca que contraer tan torpes v í n -
culos. E l digno D . Alfonso demostró con sus
ademanes la conformidad con estos consejos, y
después de la secreta conferencia con los embaja-
cxxvn 3o
466 A . DE F A L E N C I A

dores, declaró públicamente que había desembar-


cado por mayor honra de los enviados de tan
gran Rey y consideración á su persona; pero que
en el momento de hacerse á la vela no podía dar
respuesta categórica; por lo cual debían decir de
su parte á su iluslrísimo primo que si la expedi-
ción tenía el éxito deseado, á su feliz regreso ce-
lebrarían una entrevista con gran s'aüsfacción
por su parte, y en ella, al tratar de los asuntos
públicos, procuraría que no se entibiase el re-
cíproco afecto, antes creciese con la gloria de
ambos.

Dicho esto, volvió á las naves y á la vista de los


embajadores zarpó la armada con viento favora-
ble. Llegada á las costas de Marruecos, hizo el Rey
ocupar la contigua á la plaza de Arzila, defendida
por unos 400 jinetes que el día antes de divisarse
la armada se habían alejado en socorro de Muley
Xeque, legítimo rey de Marruecos, al que Muley
Abulahageg, después de quitar pérfidamente la
vida al padre, su señor y principal bienhechor,
había despojado de la mayor parte del reino, ocu-
pando el palacio y perturbando el extenso territo-
rio con innumerables revueltas. Ellas proporcio-
naron excelente motivo al rey de Portugal para
concebir esperanza de apoderarse de Marruecos,
porque si sus progenitores habían tomado y de-
fendido luego á Ceuta, y él mismo expugnado
más tarde Alcazarquivir y basteddola ¿cuánto
más fácilmente podría hacerse él dueño de las
plazas marítimas en aquellos días en que los mo-
ros andaban destruyéndose con sus rencores J
peleas?
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 467

Iban c o n D . A l f o n s o ^ m u c h o s a n d a l u c e s ; m a s
los soberbios portugueses p o r el afán de g o z a r del
p r i n c i p a l h o n o r , dieron i n c a u t a m e n t e e n la c o s t a
con las naves y el fuerte oleaje s u m e r g i ó a l g u n a s ,
ahogándose c e r c a de 3oo h o m b r e s . M a y o r h u b i e r a
sido el desastre á tener los m o r a d o r e s a l g u n a c a -
ballería; pero los infantes s i n a r m a s , y aterrados
por el d e s t r o z o que les c a u s a b a n ballestas y espin-
gardas, n o p u d i e r o n sostenerse allí, y el R a y c o n
poca gente l o g r ó o c u p a r la p l a y a . J u n t ó enseguida
gran n ú m e r o de portugueses y a n d a l u c e s , atacan
á los de l a p l a z a que y a a t e m o r i z a d o s sólo c u i d a n
de defender las m u r a l l a s : el R e y se dirige á t o d a
prisa á c o m b a t i r l a s ; asesta c o n t r a ellas la a r t i l l e r í a ,
y las b o m b a r d a s a b r e n b r e c h a y dan paso á los
soldados. A l a l b a los españoles trepan p o r las e s -
calas y e n c o n t r a n d o á los míseros é inermes m o r o s
a m o n t o n a d o s en la p l a z a sin e s p e r a n z a de s a l v a r -
se, arremeten c o n t r a e l l o s . U n o sin e m b a r g o , v i e n -
do la resplandeciente a r m a d u r a del c o n d e de M a -
rialba y creyéndole el R e y , se l a n z ó c o n t r a él y
antes de q u e pudiesen s o c o r r e r l e los c o m p a ñ e r o s
que le r o d e a b a n , le dio m u e r t e sin q u e le sirviesen
de nada s u s a r m a s . Sedientos de sangre los p o r t u -
gueses c o n esta desgracia, p a s a r o n á c u c h i l l o á to-
dos los habitantes m e n o s á las niñas é i m p ú b e r e s ,
saquearon y desvastaron g r a n extensión del t e r r i -
torio, y c o n t a l f u r o r e j e c u t a r o n la v e n g a n z a , q u e
la f o r t í s i m a c i u d a d de T á n g e r , p r ó x i m a á A r c i l a ,
quedó enteramente d e s a m p a r a d a de s u s habitantes
a c o b a r d a d o ^ p a r a toda resistencia.

T o m ó el rey á A r c i l a el 24 de A g o s t o de 1471;
dejóla g u a r n e c i d a , y dirigiéndose á T á n g e r a b a n -
468 A . DE F A L E N C I A

donada de moradores, la ocupó y dotó de suficien-


te defensa, aceptando los tributos de los moros
que le. rogaron les dejase vivir tranquilos en las
aldeas próximas situadas en las faldas de los
montes.
Conseguida esta victoria, D. Alfonso licenció á
los andaluces auxiliares y regresó á su armada
con los honores del triunfo.
Y ahora volveré á tratar de lo que hicieron los
sevillanos, angustiados por el nuevo brío recobra-
do por D. Rodrigo con la ocupación de Jerez.
C A P I T U L O VIII

Expedición del Marqués contra los sevillanos.

a reconocida astucia de D . Rodrigo era


, causa de terror para un partido y de
ánimo para el otro. Comprendían los
sevillanos el influjo que la presencia del Rey ha-
bía de tener para su causa y temían su llegada; al
paso que desconfiaban de la perseverancia del
Duque y tenían por infundada la confianza que á
los soldados pudiera dar su fortaleza, pues por
muchos indicios habían conocido su apatía y falta
de valor.
Estos temores me impulsaron á marchar apre-
suradamente á Castilla para rogar al Arzobispo
de Toledo que dejando su residencia de Alcalá,
prosiguiese resueltamente en el empeño tan no-
blemente adoptado de trabajar por el bien público,
pues si con sus advertencias conseguía arrancar
á los Príncipes de su desacertada permanencia en
Medina de Rioseco, ó si por razonamientos ó sú-
plicas les obligaba á atender á las necesidades de
los reinos, se evitarían los daños que el Maestre
fraguaba contra la Andalucía.
No se mostró perezoso el prelado en practicar
el consejo; pero entretanto D. Rodrigo que aguar-
470 A . DE F A L E N C I A .

daba á su mujer, reunió cuantas tropas pudo cre-


yendo responder á la forzada fuga de otros días con
su vuelta á la ciudad en tan ventajosas condicio-
nes de poderío. Por su parte el Duque requirió de
sus amigos todo el auxilio posible; pero oponién-
dose su avaricia al honor que anhelaba, no logró
atraerse á ninguno de sus favorecedores, a excep-
ción de Alfonso de Cárdenas, comendador mayor
de León, cuya única hija estaba casada con D. Pe-
dro deGuzmán, hermano del Duque. Acudió aquél
oportunamente al socorro con 33o jinetes escogi-
dos; pero el Marqués reuniendo con más celeridad
sus auxiliares, persistió en su marcha á Sevilla para
hacer al menos ostentación ante sus habitantes
de que del descalabro sufrido había sacado ma-
yor pujanza, mientras que su adversario había
demostrado menos valor después del triunfo. Pen-
saba además que la inmediata llegada le era ven-
tajosa, con ahorrarle los considerables gastos que
la tardanza había de ocasionarle, al paso que pri-
vaba al enemigo del esfuerzo que los sevillanos sa-
carían de su mismo apuro. Con este convencimien-
to dio un escuadrón de soldados de confianza á
Gonzalo de Saavedra, comendador mayor de Mon-
talbán que, pretextando oficios de intermediario,
había entrado en Jerez, y le encomendó la guarda
del castillo y de la ciudad, mientras él con i5oo ca-
ballos y 3ooo peones ligeros marchó á Alcalá de
Guadaira. Inmediatamente surgió en los sevillanos
el anhelo de trabar combate; con los caballeros,
lanzóse el pueblo á las armas, y fué unánime el
acuerdo de no rehuir la pelea si el enemigo osaba
aproximarse.
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 47I
A l día siguiente, asegurado el Marqués por se-
cretas confidencias de los agentes de que D. A l -
fonso de Cárdenas obraría muy diferentemente de
lo que había manifestado, hizo alto con sus bata-
llas á poco más de media legua de Sevilla. A l punto
sacó D. Enrique la caballería, pues los peones ar-
mados avanzaban por espontáneo impulso. Eran
aquéllos unos i3oo jinetes, la mayor parte escogi-
dos: los segundos, que habían salido apresurada-
mente de la ciudad, se estimaban en más de 10.000,
todos impacientes por pelear, y la confusa multi-
tud del pueblo tan prodigiosamente aumentaba el
número de combatientes que la acelerada marcha
causó general alboroto, cubriéndose de gente los
dilatados campos de aquella parte de la ciudad.
Esto hizo vacilar á los dos partidos. Sentían, los
que rodeaban al Marqués la proximidad de Los
contrarios por reconocerse inferiores; pero él pro-
curaba disipar sus recelos asegurándoles que no
empeñarían combate, pues habiendo dado facul-
tad al Comendador mayor de León para disponer
las batallas, las cosas se harían según su volun-
tad, y en secreto le había tranquilizado si en des-
quite de la forzada huida se consideraba satisfecho
con el alarde de su ejército á vista de Sevilla. Con
esta secreta confianza se esforzaba D. Rodrigo por
alentar á los suyos, mientras el Duque vacilaba en
su resolución, y oía los encontrados pareceres de
sus consejeros. Decían unos que debía alejarse
délas murallas al numeroso peonaje, para q u i -
tarle en caso apurado la confianza en la proxi-
midad del refugio. Otros, por el contrario, afir-
maban que el resultado sería más feliz si los com-
472 A. DE FALENCIA
batientes veían aseguradas las espaldas con los
muros. D. Pedro de Estúñiga y D. Pedro Enrí-
quez, adelantado de Andalucía, opinaban por ha-
cer frente al enemigo para no esperar á que se echa-
sen más encima los que tras él llegasen. Ocultó su
parecer el comendador Cárdenas, arbitro de la
disposición del ejército, y se limitó á manifestar
que debían permanecer con el Duque unos i5o
hombres de armas, divjdirse en escuadrones el
resto de los jinetes y, al mando de D. Pedro de Es-
túñiga, aproximarse algunos más al enemigo para
tantear su resolución ó su temor, mientras él, á
vista del resultado, adoptaba las medidas oportu-
nas. Triunfó este dictamen, porque hasta enton-
ces no inspiraba sospechas el Comendador; pero
luego que el de Estúñiga trabó escaramuza con
la vanguardia enemiga y conoció á las claras el
pesar y el temor de los que temerariamente ha-
bían seguido al Marqués, los infantes sevillanos
comenzaron á conjurar y exhortar en altas voces
al Duque á que sin tardanza se empeñase la batalla
si era su ánimo aparecer deseoso de renombre y
vivir tranquilo en adelante; porque destrozado el
enemigo, cosa que proclamaban facilísima, le pro-
metían dilatados años de seguridad y de gloria.
Pero el falaz Comendador, ni amigo ni contrario
de ninguno de los dos partidos, se opuso á empe-
ñar batalla, y con aquella sola negativa procuro
agradar al Maestre de Santiago, á quien tenía ofen-
dido con otros muchos actos y principalmente con
su reciente venida, sin que con su astucia y tena-
cidad naturales se hubiese resuelto á reconocerle
por señor, ni á declarársele franco enemigo, si bien
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 473

continuaba ocupando entre tanto muchas rentas


cuya posesión correspondía á D. Juan Pacheco.
En aquel día su doblez hizo vacilar el ánimo de
ambos partidos, y ya rehuido el encuentro, se
tardó en disponer la vuelta, pues ni D. Rodrigo
podía consentir en ser el primero que volviera las
espaidas,ni al de Medina Sidonia se atrevía n a -
die á aconsejar que ordenase el regreso, sino que
si el enemigo daba vuelta hacia Alcalá de Gua-
daira se dispusiese el ejército á orillas de este
río y junto á su desembocadura en el Guadal-
quivir.
Este desistir del encuentro no le disgustaba al
Duque, generalmente tenido por poco aficionado
á tales bélicas funciones; y así, después de mucho
vacilar, se decidió el regreso de ambos campos,
á condición de que los primeramente venidos
diesen vuelta un poco antes, para que los que
salieron después como provocados, pudieran reti-
rarse con cierta lentitud. E s cosa averiguada el
gran temor con que los auxiliares y consejeros del
Marqués contemplaron aquella muchedumbre de
sevillanos tan envalentonados contra lo que se
creía. Fué entre otros caudillo peritísimo en la mi-
litar disciplina Luis de Pernia que, valiente y pre-
visor, rehusó al principio la escaramuza para no
venir luego á trance de batalla; pero metido entre
los combatientes para separarlos, á duras penas
pudo resistir la acometida de cierto caballero se-
villano que con repetidos golpes le destrozó el
casco. Abundaban los jóvenes ansiosos de medir-
se con semejantes guerreros. Este mismo Luis
dijo al Marqués que habían sido miserablemente
474 A- DE F A L E N C I A

engañados sus auxiliares, venidos con esperanza


de destrozar á los sevillanos, pues á estar éstos
mandados por un capitán aguerrido y diestro en
as artes de la milicia, sin duda los hubieran ex-
terminado. L o mismo confesaron todos los pre-
sentes.
E l Comendador de León fingió serle intolera-
bles las frases injuriosas de los sevillanos y la in-
gratitud con que pareció acogerse su socorro, y se
retiró á las villas de su obediencia. Todo quedó
pendiente de la esperanza ó del temor que la ve-
nida del Rey infundía.
CAPÍTULO IX

Sale de Alcalá el Arzobispo de Toledo.—Los


Príncipes marchan desde Medina de Rioseco á
Dueñas.

i e n t r a s esto pasaba en Andalucía y la


Í ^ P mujer del Marqués se dirigia allá por
orden de su padre para granjearse favor
con la boda, hablé yo con el Arzobispo de T o l e -
do en Alcalá de Henares y expliqué las ventajas ó
inconvenientes que para uno y otro partido po-
dría tener la presencia ó la tardanza del Rey. Con-
testó el Prelado que estaba convencido de cuánto
perjudicaba á los Príncipes su detención en Medi-
na, donde de día en día iba empeorando su causa
y entibiándose el primer entusiasmo; pero que
claramente había visto cómo seducidos por don
Alfonso, primogénito del Almirante, habían pos-
puesto el interés de su honor á la voluntad de
quien los retenía allí contra la del rey de A r a -
gón, por cuyo consejo, manifestado con frecuen-
tes mensajes, deberían trasladarse á donde él mis-
mo les indicara. Imposible le era vencer aquella
dañosa obstinación contra el querer de los Prín-
cipes; mas en aquellos días había enviado al arce-
diano Tello de Buendía á rogarles que no prefi-
riesen por más tiempo incurrir á sabiendas en
476 A . DE FALENCIA.

desgracia á conseguir afortunado éxito; que él


pronto siempre á su servicio, despreciaría por
ellos todo riesgo con tal que aprobasen su pa-
recer, aunque para nadie sería empresa fácil en-
caminar hacia la verdadera felicidad á los que
hasta sus apariencias esquivaban. Terminó di-
ciendo que si su voluntad era diferente de la de
días anteriores ó si se determinaban á proseguir
en lo acostumbrado, por la relación de Tello lo
comprendería fácilmente, y así debía aguardarse
su llegada y deliberar con arreglo á lo que expu-
siera.

. No tardó en presentarse con alegre semblante


«1 Arcediano, y cumpliendo el deseo del Arzobis-
po, explicó cuan grata y benévolamente habían
acogido las últimas instrucciones en nombre suyo
expuestas los ilustrísimos Príncipes, y manifestá-
dole que, aunque siempre seguros del amor que
les profesaba por haberle visto claramente aceptar
el primer puesto en los trabajos y peligros y sub-
venir á intolerables gastos para reanimar su cau-
sa decaída ó sostenerla ya afirmada, habían te-
mido sin embargo aumentar con su venida los
enormes y continuos dispendios del liberalisimo
Prelado. A pesar de esto, prefirirían su voluntada
todas las demás consideraciones, y no se deten-
drían un momento más en Medina si con su lle-
gada á Dueñas les decidía á la salida.
Dichas estas razones en presencia de todos, el
Arzobispo escuchó las mías, conformes con su
parecer, y luego me habló en secreto y me descu-
brió todo su pensamiento. Le habían sido mu)
gratas las noticias del Arcediano; pero sus íntimos
CRÓNICA DE E N R I Q U E IV 477

pensaban de muy diferente manera., pues fre-


cuentemente le echaban en cara los repentinos
trastornos de las guerras, causa de ruina para
sus rentas y de daño para los vasallos. Pare-
cíale pues oportuno disimular algún tanto sus
codiciosas miras y someter la conveniencia del
viaje á su decisión, seguramente contraria. Y o
procuraría rebatirla y entonces él, sin decidirse
al principio por ninguna, acabaría por incli-
narse á la mía como la más conveniente, según
esperaba.
A l punto empezamos á deliberar familiarmente
en presencia del conde de Paredes D. Rodrigo
Manrique, que había ido á aconsejar también al
Arzobispo el viaje; mas para evitar dispendios,
indicaba un medio tan en favor suyo como en
poca honra del Arzobispo, á saber, que una vez
salidos de Medina los Príncipes según se desea-
ba, se quedasen en Paredes donde se proveería
á los gastos con tai largueza, que D. Alonso,
ya falto de las rentas y dinero necesario para
tamaña empresa, quedaría aliviado de la carga.
Para dar especioso desinterés á su ofrecimien-
to aceptaba el Conde que los Príncipes pudie-
ran hospedarse cómodamente en Palenzuela, si
por caso inspirase cualquier recelo su ida á P a -
redes.
A l parecer del Conde se adhirió su hermano
Gómez Manrique, varón prudentísimo y muy de
la intimidad del Arzobispo. Hizo su principal ar-
gumento lá mención de los intolerables dispen-
dios que de largo tiempo pesaban sobre el Prelado.
Lo mismo confirmó el grave y elocuente Luis de
478 A . DE PALENCIA

Antezana, en cuya opinión D. Alonso no debía


en manera alguna salir de Alcalá, sino con su re-
conocida magnanimidad tolerar todo género de
trabajos antes que sufrir la prolongada penu-
ria, sobre todo si se pretendía que alimentase al
ejército sin daño de los naturales, pues seme-
jantes atenciones eran imposibles para persona
pobre y honrada, que con un puñado de gente
y escasos recursos habría de hacer frente á los in-
tentos del rey D. Enrique, mejor dicho, al in-
quebrantable poder de Pacheco. E l docto arcedia-
no Tello, que acababa de visitar á los Príncipes
en nombre del Arzobispo, dio un parecer ambi-
guo. D. Lope de Ribas, obispo de Cartagena, sujeto
de gran doctrina y muy estimado de D. Alon-
so, ni aprobó resueltamente el viaje ni tampoco
se opuso.

De pronto el Arzobispo, como vacilante entre


los diversos pareceres y con arreglo á lo conveni-
do, me mandó exponer lo que supiese acerca de
los apuros que á no mirar por si y por los suyos
amenazaban á los partidarios de los Príncipes, y
especialmente á tos sevillanos, cuya ruina era in-
dudablemente segura de prolongarse la estancia
de aquéllos en Medina, con la marcha del rey don
Enrique á Andalucía, impulsado por las instan-
cias de Pacheco. Entonces opuse por extenso a
los inconsistentes argumentos expuestos otros
más firmes, encaminados á que el Arzobispo des-
preciase los obstáculos de la falta de recursos y
no accediese á la estancia de los Príncipes en Pa-
redes, pues el hospedaje de Palenzuela túvele por
nueva ignominia.
CRÓNICA DE ENRIQUE IV 479

A i día siguiente marchó el conde de Paredes á


Montes de Oca (i), cuya defensa le habían enco-
mendado los Príncipes. E l Arzobispo con el dinero
recogido por todas partes logró reunir trescientos
cincuenta hombres de armas muy selectos, adic-
tos y aguerridos, y al tiempo de salir con ellos
avisó, aparentando secreto, al Rey y al Maestre,
su sobrino, que se encaminaba á tierra de Toledo
para conocer con más exactitud las causas que
habían movido á los Príncipes á llamarle, y ase-
guró que procuraría sacar provecho de la marcha
para la causa del Rey de modo que no pudiera
argüirsele con justicia. Sin esperar la respuesta
emprendió el camino, á fin de no parecer desobe-
diente si traía orden en contrario y entorpecer la
resuelta marcha de D. Enrique á Andalucía. Este
y el Maestre, al saber la del Arzobispo, recelaron
alguna novedad por él imaginada en favor de la
causa de los Príncipes, pues corría voz que ob-
tendrían el gobierno del reino por consentimiento
de algunos Grandes y ciudades, y así enviaron
corredores para conocer las fuerzas que llevaba
el Prelado. Cuando volvieron diciendo que ascen-
dían á ochocientos caballos muy escogidos, a u -
mentaron los recelos de D. Enrique, dio orden
de vuelta á los aposentadores previamente envia-
dos á Madrid, etapa para Andalucía, y se decidió,
con preferencia á la anterior resolución del Maes-

(i) E l texto dice Idubeda, y como según Florez (xxvi)


por A u c a , (Montes de Oca) recibe ese nombre aquella
parte de la cordillera del Idubeda, parece probable que
el autor se refiera á la población citada.
480 A . DE F A L E N C I A

tre, á aguardar en Segovia hasta penetrar el obje-


to de la expedición del Arzobispo.
Crítica era nuestra situación, pues sus íntimos
opuestos como dije á la marcha, me acusaban á
mide haberla promovido en vano, porque ade-
más de los gastos exigidos, constaba de cierto que
ni los Príncipes irían á Dueñas, ni saldrían de la
casa del Almirante donde estaba fija la atención
de los que en todo seguían el arbitrio de aquél,
émulo del Arzobispo y con propósitos entera-
mente contrarios á los suyos, especialmente em-
peñado en retener en su compañía á los Príncipes
para que jamás apareciese D. Alonso como direc-
tor de los asuntos del reino. No dejaba yo sin res-
puesta estos argumentos ciertamente muy vero-
símiles; pero en cuanto entramos en Dueñas vino
aviso, más favorable á la opinión de los que me
acusaban, de que sabida la llegada del Arzobispo,
los Príncipes habían seguido contraria dirección
hacia Asturias y manifestado por muchos indicios
que rehuían la entrevista. Yo que conocía las in-
tenciones del príncipe D. Fernando sobre este
punto, procuré que el Arzobispo adoptase ciertas
resoluciones enérgicas, que apenas llegadas á oí-
dos de los Príncipes, les hicieron acudir á su
encuentro y disponer su venida. Mucho la en-
torpecieron los ruegos de los opuestos al via-
je, pues entre los familiares eran grandes las
disensiones, y cabeza de ellas aquel fray Alon-
so, un tiempo tan adicto al Arzobispo,, á la sa-
zón resueltamente contrario; pero más tímido
que los otros poV más significado en poner o
táculos á la marcha, pudo imponérsele al cabo
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 481

extricta sujeción á la antigua obediencia á la vo-


luntad del Prelado.
Volvieron pues los Príncipes á Medina de Rio-
seco desde lejanas villas; de allí se dirigieron á
Dueñas, y á mitad del camino aguardaron al A r -
zobispo. Cuando salía al encuentro con su caba-
lieria vio acorta distancia á D. Alfonso Enríquez,
parado con unos cuantos caballeros cual si des-
deñase adelantarse á hablarle, ó movido del odio,
ó porque llevase á mal aquel cambio.
E n Dueñas la princesa D.a Isabel miraba con
malos ojos á los adictos al Arzobispo y á los con-
trarios de fray Alfonso, especialmente al m a -
yordomo Pedro de Silva, y como el Arzobispo lo
llevase á mal y con ello aumentase el enojo de la
Princesa, faltó poco para que de aquella junta
saliese en vez de remedio mayor trastorno. Ente-
rado de la situación el almirante D. Fadrique, i n -
vitó con afectuosas cartas al Arzobispo á una en-
trevista, primero en Mormojón y luego en una
aldea cercana, donde quedaron arregladas las di-
ferencias merced al gran afecto del Almirante á
D. Alonso, y al decidido concurso prestado para
dirimirlas por el obispo de Coria D. Iñigo Manri-
que y sus dos hermanos Gómez y García Manri-
que. Pasóse algún tiempo en esto y en tratar de
vencer la resistencia y negativa de la Princesa á
permanecer en la fortaleza ó en la villa, según el
parecer del Arzobispo y de su hermano el conde
de Buendía, y al cabo hubo de aceptarse la resi-
dencia en Simancas, desde donde D. Alonso mar-
charía á tierra de Toledo y tras él, por su consejo
los Príncipes, con la esperanza de ocupar á Sepúl-
cxxyii 31
482 A . DE P A L E N C I A

veda, pues muchos de los vecinos de esta fortísima


villa les habían llamado por secretos emisarios
para evitar que la desidia del rey D. Enrique les
entregase en manos del Maestre de Santia«Q.
E n aquellos días recibió el príncipe D. Fernan-
do la alegre noticia de la victoria alcanzada junto
á las murallas de Barcelona por su hermano don
Alfonso de Aragón al frente de escasa caballería
contra multitud de barceloneses y escogidísimos
caballeros franceses, italianos y catalanes, cogido
botín suficiente para duradero estipendio de sus
soldados, mientras el Rey su padre conseguía se-
ñalados triunfos contra franceses en el Ampur-
dán. Reunidos luego padre é hijo, la confianza
puesta en algunos corredores ampuritanos que
por fingirse leales fueron elegidos por el primero
para las rondas, estuvo á punto de destruir al
ejército real. Por la perfidia de aquellos traidores,
cuando á media noche dormían las tropas descui-
dadas y sin armas no lejos de Peralada, viéronse
de repente acometidas por un escuadrón de caba-
llería francesa. D. Alfonso que con pocos caballos
se hallaba más prevenido, resistió el empuje de
los franceses tan esforzadamente, movido por el
deseo de salvar al padre, que éste pudo escapar
de manos del enemigo, aunque casi desnudo, sin
armas y con sola la pérdida de 200 caballos y al-
gunas tiendas.
A l siguiente día el indomable anciano, antes
que fuese público su descalabro, hizo sufrir otro
al enemigo, pues viendo á los franceses ensober-
becidos lanzarse á mayores empresas, los persi-
guió con sus soldados repuestos inmediatamente
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 488

del desastre, por haber cogido en tan breve tiem-


po armas y caballos en abundancia, para ellos
altos de monturas. Luego, contra lo que creía el
soberbio enemigo, aceptó el combate que le pre-
sentaban y peleó con tal denuedo que, derrotados
y puestos en fuga, los franceses perdieron la glo-
ria adquirida y la provincia que habían ocupado
tan rápidamente, y con tanto favor de los natura-
les que pudo emplear todas las fuerzas en el sitio
de Barcelona.
t
CAPITULO X

Solicitud del Maestre de Santiago para excitar a l


rey de Portugal al ilícito matrimonio con doña
Juana.—Expedición del duque de ¿Medinasido-
nia á Jere\.

¡ P ^ n t r e t a n t o el rey D. Enrique poseído de


0 odio malsano contra los Príncipes por
pérfidos consejos del Maestre de Santia-
go, continuó en secreto las insinuaciones con que
había empezado á inclinar el ánimo del rey de
Portugal á quien los dos deseaban para futuro
esposo de la supuesta hija de D. Enrique, por más
que, como dije, el Maestre, en cuanto vio al D u -
que de Guyena entibiado en llevar adelante los
esponsales, envió al extranjero á sus agentes para
concertar otros enlaces. De semejantes rodeos é
intrigas esperaba la realización del matrimonio del
rey de Portugal, y con pretexto de calmar los
trastornos de Extremadura, los reyes marcharon
á Badajoz para conferenciar con el hermano de la
Reina, ya de regreso de su gloriosa expedición á
Marruecos. Delante fueron hasta Yelves el Maes-
tre, inventor de estas maquinaciones, y el conde
de Plasencia, siempre obediente á sus deseos, y allí
se aguardó la llegada del consobrino de D. E n r i -
480 A . DE F A L E N C I A

que. L o que de aquella entrevista resultó se dirá


más adelante.
Terminaba el año de 1471 y sabedores los Prín-
cipes de la marcha de D. Enrique á la frontera
portuguesa, y mientras se hallaba detenido en Ja-
raizejo, camino de Badajoz, se dirigieron á tierra
de Toledo para tratar de la ocupación de Sepúl-
veda, que por su asiento en la falda de los mon-
tes era cómodo paso para la serranía por donde
se penetra en Castilla la Nueva, y su posesión,
además de hacer imposible estorbare! de los ca-
minantes, ofrecía otras muchas ventajas si la cosa
salía como se esperaba.
También de ello podía resultar granjearse la
amistad del Marqués de Santillana y de todos sus
hermanos, de gran nobleza y poderío, uno de los
cuales, el obispo de Sigüenza, tenía á su arbitrio
á los otros sumisos á la voluntad del rey D. E n -
rique, del Maestre y del conde de P.lasencia.
Aguardaba el prelado, muy deseoso de obtener la
púrpura cardenalicia, la llegada á la provincia
tarraconense del legado D. Rodrigo de Borja, y
cómo éste á su vez necesitaba contar con las
buenas gracias del príncipe D. Fernando, no era
dudoso que el Seguntino tendría en mucho el fa-
vor de éste y por consiguiente que por tal medio
se vendría á ganar su apoyo y el de sus herma-
nos, pues por amor á la justicia en manera al-
guna había de moverse.
Todas estas conjeturas de acomodo echó por
tierra el habitual proceder del Obispo, acostum-
brado á ocultar su pensamiento bajo la máscara
de un regocijado semblante y alegre y chistosa
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 487

habla. E n cuanto penetró el principal intento del


príncipe D. Fernando al atravesar los montes,
acogió á los enviados plácida y benévolamente y
declaró estar pronto al servicio de tan esclarecido
Príncipe, así porque la justicia de su causa era
notoria á todos los amigos de la legitimidad, como
porque del triunfo de D. Fernando esperaba m a -
yores aumentos la casa de Mendoza, reconocida-
mente inclinada á la verdad y por el parentesco,
obligada al favor de los Príncipes. Mientras esto
decía, no dejaba de enviar cartas y mensajeros al
Rey y al Maestre en que les participaba las fala-
ces respuestas con que engañados los Príncipes,
en vano buscarían la amistad de los Mendozas.
A l mismo tiempo fomentó las rivalidades en A n -
dalucía, donde con diarias excitaciones había i m -
pulsado á su sobrino el duque de Medina-Sidonia
contra el marqués de Cádiz, y cooperó á las intri-
gas de igual género del conde de Haro D. Pedro de
Velasco que, como los Mendozas, con los que es-
taba emparentado por el matrimonio con herma-
na, daba pábulo á los trastornos de Andalucía
para que el Maestre, forzado por la necesidad más
que por el afecto, buscase su amistad. Resultó
pues falsa la que se pretendía, y los Príncipes pa-
saban inútilmente el tiempo, sin penetrar la pér-
fida intención del Obispo de Sigüenza que á fin
de perjudicar bajo falaces apariencias la causa de
los Príncipes, había buscado intermediarios, fieles
ejecutores de sus designios, para tener más tiempo
engañados á los incautos y confiados Príncipes
con el crédito que les daban. Iguales artes empleó
para atraerse al duque D. Enrique, y hasta al as-
488 A . DE F A L E N C I A

tuto Maestre traía confundido con sus frecuerres


intrigas y oscuras maquinaciones, sin que pudiera
averiguarse si amaba ó aborrecía á sus adictos.
E n días de tan tenebrosas agitaciones y para un
Rey tan poco resuelto, tenía considerable impor-
tancia la amistad de los Mendozas, unidos con
D. Pedro de Velasco. Todos ellos, como, se dijo
se fingían más inclinados á la del duque de Medi-
na-Sidonia. Hallábase ya éste en fin de este año
de 1471 dispuesto á marchar á Jerez donde D. Ro-
drigo, de regreso de Alcalá de Guadaira y abando-
nado por las tropas auxiliares, no parecía bastan-
te poderoso para la ocupación tiránica de una
ciudad cuyos moradores de todos los estados se
inclinaban al partido del de Medina y por secretos
tratos le habían excitado á acelerar la expedición
proyectada, con promesa de levantarse en armas
contra el cruel usurpador en cuanto el Duque es-
tuviese á la vista de las murallas.
Animado con estas continuas excitaciones, pú-
sose al frente de un ejército de 2.700 caballos
y 8000 infantes y pasando por Lébrija, hizo alto
en San Lúcar de Barrameda. Sabida la noticia, el
Marqués llamó de Arcos, Marchena y de otros lu-
gares próximos hasta unos 800 hombres de armas
entre vasallos y auxiliares; obligó á retirarse á los
extensos arrabales á los muchos jerezanos que le
eran sospechosos; retuvo bajo custodia como en
rehenes á sus mujeres y á sus hijos de tierna edad;
y c o n ellos y so color de mayor seguro, trasladó al
recinto amurallado los bienes todos de los vecinos
de los arrabales, á fin de dejar libres á los hombres
para peíear con el enemigo en cuanto apareciese.
CRÓNICA D E E N R I Q U E IV 489

Luego aseguró en público que saldría al encuen-


tro del Duque apenas se le divisase por el llano,.
y de ningún modo pasaría por la afrenta de dejar-
le aproximarse sin combate más de una legua de
la ciudad. Y para confirmarlo, empezó á tomar
disposiciones para la batalla, distribuyendo los
cargos militares y preparando lo conveniente para
la defensa de la ciudad y para la marcha contra la
hueste enemiga. Estaba seguro de que en cuanto
todo llegase á noticia del Duque, su natural apo-
camiento le haría desistir de la empresa. Pero
éste, confiado en la superioridad de su ejército y
en las promesas de los jerezanos y seguro de su
odio al opresor, movió sus-batallas al amanecer y
se encaminó con lenta marcha hacia la ciudad. Por
la puerta contraria sacó D. Rodrigo un escuadrón
de 200 caballos y dejando el resto en la villa y á
varios capitanes en guarda de los arrabales, salió
como en exploración á observar desde lejos las
fuerzas del enemigo. E l de Medina colocó las su-
yas junto á la empalizada que ceñía al arrabal de
San Miguel, y allí aguardó la acometida del M a r -
qués ó el cumplimiento de la arrogante prome-
sa de los jerezanos de abandonar al tirano y pa-
sarse al opuesto partido apenas se hallasen á la
vista. No ocurrió ni lo uno ni lo otro, y satisfecho
el Duque con el aparente triunfo alcanzado al
patentizarse el miedo de un adversario que ni si-
quiera se había atrevido á mirar cara á cara á los
que había cacareado que acometería en campo
abierto, dio vuelta á San Lúcar y luego á Sevilla
con el ejército incólume, pero que no le perdona-
ba el no haberse apoderado á tan poca costa de los
49° A. DE FALENCIA
arrabales en el primer rebato, por poca cuenta que
su apatía hubiese tenido de la propia honra.
Los que en aquel trance cumplieron oficio de
medianeros negociaron, con acuerdo de ambas
partes, treguas de cuatro meses hasta fin del pro-
ximo Marzo, por verse abrumado el Marqués de
gastos y de recelos.
A D. Enrique le fué muy grato el armisticio.

FIN D E L TOMO SEGUNDO

Spó» " . : • • •
^.

ÍNDICE
L I B R O IX
Págs.
C a p í t u l o primero.—Muerte del maestre de C a -
latrava D. P e d r o G i r ó n . — Descalabro de V a -
lenzuela, p r i o r de San J u a n . — P e l i g r o s que
c o r r i e r o n otras personas, origen de grandes
escándalos. — Muerte del duque de M i l á n ,
F r a n c i s c o S f o r z a . — V i c t o r i a del T u r c o . . 8
C a p . II.— Mención de M i c e r L e o n a r d o , N u n -
cio del Papa. — Junta de los Grandes en T a -
layera,—Intrigas del arzobispo de S e v i l l a . —
F r u s t r a d a expedición del rey D . A l f o n s o
para tomar á C a s t r o m o c h o . 18
Cap. III.—Marcha el rey D. A l f o n s o á Ocaña y
luego á Belmonte. — Consejo que hubo en
T o r r i j o s sobre las demasías de la H e r m a n -
dad popular.—Otros sucesos menos i m p o r -
tantes o c u r r i d o s á fines del año de 1466 y
p r i n c i p i o s del 67 27
Cap. I V . — C ó m o rechazó el Condestable, c o n -
de de Paredes, las acusaciones que se le d i -
rigían.—El arzobispo de S e v i l l a pone en
juego todas sus trazas para conseguir la p r i -
sión de Pedrarias.—Intentos de sus criados
contra D. E n r i q u e , compadecidos de su i n -
f o r t u n i o y deseosos de vengar su ingratitud. 33
Cap. V.—Intrigas del conde de Plasencia y de
su m u j e r , y sospechas que excitaron en a m -
bos campo — R o m p i m i e n t o del arzobispo
de S e v i l l a c ^ n D. E n r i q u e . — E n t r a d a del rey
D. A l f o n s o en T o l e d o . — M o v i m i e n t o s de los
vallisoletanos 39
Cap. V I . — M a r c h a del rey D. A l f o n s o á A v i l a .
—Inténtase la ocupación de R o a . — L a v i l l a
492 ÍNDICE

de O l m e d o abandona á D. Enrique.—Ataque
de T u d e l a de D u e r o . — A l b o r o t o s de Toledo
— C a m b i o de conducta del conde de Alba.—
P r i m e r o s pasos dados para la provisión del
Maestrazgo de Santiago en favor del mar-
qués de V i l l e n a r
Cap V I L — D . E n r i q u e entrega como rehenes á
la hija de la R e i n a en poder del marqués de
Santillana.—Expedición de guerra dispuesta
por D. Pedro de Velasco, hijo del conde de
H a r o , ya del partido del Marqués.—Cómo se
t o m ó la v i l l a del Puerto de Santa María.—
A l b o r o t o en Córdoba 5,
Cap. V I I I . — C ó m o reunieron gentes los Gran-
des, partidarios de D. Enrique.—Batalla de
Olmedo 59
Cap. I X . — L o que h i c i e r o n en Medina del
C a m p o los que seguían á D. Enrique.—
G l a n d e s y soldados que acudieron á refor-
zar uno y otro partido 75
Cap. X . — Cómo v i o frustrados sus intentos
A n t o n i o de V e n e r i s , obispo de León y N u n -
cio apostólico.—Peligro que corrió. . . . 79

LIBRO X
C a p í t u l o primero. — Ocupación de Segovia.—
Abatimiento de D. E n r i q u e . — Cuidados de
los partidarios de D. A l f o n s o 83
Cap. II.—Llegada del conde de Alba.—Resolu-
ción adoptada por los adversarios de D. A l -
fonso.—Recursos á que apeló D. E n r i q u e en
favor de su causa.— M a r c h a la Reina á la vi-
l l a de Coca.—Intrigas del arzobispo de Sevi-
l l a y del obispo de León "•'
Cap. III,—Varios puntos que se concertaron en
Segovia con D. E n r i q u e . Razonamiento
que éste h i z o en la junta de los Grandes.—
M a r c h a á M a d r i d el hermano de Perucho _. W
Cap. I V . - E x p e d i c i ó n del almirante D. F a d n -
que Enríquez contra los ladrones.—Vuelve
V a l l a d o l i d á la obediencia de D. A l f o n s o -
P e l i g r o que c o r r i ó el arzobispo de Toledo-
índice 498
Págs.
—Viaje de D. E n r i q u e . —Palabras que le d i -
r i g i ó un aldeano io5
Cap. V.—Sucesos de Madrid.—Manifestaciones
de la tiranía de los Grandes Pretensión de
la ciudad de T o l e d o . Posesión de M e d i n a
del C a m p o concedida á D.a Isabel, hermana
del R e y . - R e g r e s o á Arévalo.—Excursiones
del conde de Plasencia, de D. E n r i q u e y de
la Reina—Ocupación de S i m a n c a s . — R e n o -
vación de las Hermandades 111
Cap. VI.—Cómo se r o m p i e r o n las c a p i t u l a c i o -
nes firmadas en Segovia. — Estancia de la
R e i n a en Alaejos.—Inútil visita de D. E n r i -
q u e . — Incremento de las H e r m a n d a d e s . —
M u e r t e de la reina de Aragón 121
Cap. VIL—Desastrado fin de P e d r o de H o n t i -
veros.—Castigo de G a r c i Méndez de B a d a -
j o z . — M u e r t e de Juan de P a d i l l a . — A l g u n o s
hechos de la H e r m a n d a d p o p u l a r , cuyas i n -
tenciones deseaban penetrar los Grandes . 125
Cap. VIII.—Entrega de J i m e n a Sedición de
los nobles de Sevilla.— I n t i m a c i ó n que la
H e r m a n d a d les hizo acerca de la mala ley
de la moneda, y su respuesta 133
Cap. I X . — A l g u n o s viajes de D. E n r i q u e . — C o n -
j u r a c i ó n de ciertos nobles contra el maestre
de Santiago.—Reconciliación del A l m i r a n t e
con el rey D. A l f o n s o . — M a r c h a D.a Isabel á
Medina.—Cómo se pasó la ciudad de T o l e d o
á D. E n r i q u e . — P r o d i g i o s que acaecieron. . 139
Cap. X . — D i v e r s o s pareceres de los que esta-
ban en Arévalo con D. A l f o n s o . — D o l o r o s a
muerte de este Monarca.—Infortunada situa-
ción de su hermana D.a Isabel.—Retírase á la
ciudad de A v i l a 149

DÉCADA II
LIBRO PRIMERO
C a p í t u l o primero.—Introducción.—Prudencia
de la princesa D.a Isabel, heredera del d i -
4Q4 ÍNDICE

•3ÍÍ
funto rey D. Alfonso.—Sentimientos de los
naturales jcq
Cap. II.—Atrevida expedición del conde deCa-
bra, D. Diego Fernández de Córdoba y de
sus partidarios.— D i l i g e n c i a que para resis-
t i r l a empleó D. A l f o n s o de Aguilar. . • . . ¡55
Cap. III. — E n g a ñ o de que fué víctima Peru-
cho. — Fuga de la R e i n a de Alaejos. — Junta
de los Grandes en Castronuevo y conciliá-
bulos á que dio lugar ¡59
Cap. IV —Falaces consejos del Maestre seguí-
dos por la princesa doña Isabel, con grave
i n q u i e t u d del arzobispo de Toledo. — Acto
de concordia universal celebrado en los T o -
ros de G u i s a n d o . — P u n t o s adonde se dirigier
r o n después los convocados.—Ingratitud del
Maestre 177
Cap. V . — V a r i o s viajes del rey D. Enrique y
de su comitiva.—Envía S e v i l l a sus procura-
dores.—Marcha de la corte á Ocaña.—ingrati-
tud del Maestre con Pedrarias—Protesta del
conde de T e n d i l l a 191
Cap. V I — D i s p o s i c i o n e s del duque de Medina
S i d o n i a acerca del futuro matrimonio de la
Princesa.—Muerte del D u q u e , ocurrida des-
pués de la aparición d i u r n a de un cometa.—
Nuevos levantamientos de los andulaces.—
Infructuosa expedición de Alvaro de Braca-
monte para ocupar V a l l a d o l i d . • . . . • • l97
Cap. V i l . — Medios que empleaban los distin-
tos embajadores para c o n c l u i r el matrimo-
nio de la princesa doña Isabel. — Habilidad
desplegada por el arzobispo de Toledo. —
E n o j o del conde de P l a s e n c i a . — Intentos de
los moros granadinos 2<"
Cap. VIII. — S o l i c i t u d del conde de Paredes y
afán del maestre de Santiago por ocupar toda
la Andalucía á favor de la presencia del Rey. 213
Cap. I X . — E m b a j a d a de los franceses para pe-
d i r la mano de doña Isabel.—Sale la Prince-
sa de Ocaña para restituir á su madre la villa
de Arévalo.—Numerosas alteraciones que de
esto se o r i g i n a r o n . . . '
ÍNDICE 495
PágS.
Cap. X . — C i r c u n s t a n c i a s que favorecieron los
esponsales del príncipe D . F e r n a n d o y de
doña Isabel cuando la fortuna parecía m o s -
trárseles adversa 229

LIBRO II

C a p i t u l o primero.—Llama doña Isabel al arzo-


bispo de T o l e d o . — V i d a y costumbres de
F r a y Alonso.—Expedición de aquel P r e l a d o
y libertad de la citada Princesa. . . . . . 235
Cap. II. — Tentativa del obispo de C o r i a y de
D. A l f o n s o Enríquez para que el arzobispo
de T o l e d o confiase la guarda de la libertada
P r i n c e s a al conde de A l b a D. García de T o -
l e d o . — T r i s t e z a y enfermedad del Maestre.—
M a r c h a de aquella señora á V a l l a d o l i d . — P r i -
sión de Juan de V i v e r o . — E n f e r m e d a d del
arzobispo de T o l e d o 245
Cap. III.—Marchan á A r a g ó n G u t i e r r e de Cár-
denas y el autor para traer á Castilla al p r í n -
cipe D. F e r n a n d o . — Secreta llegada de este
ú l t i m o . — Descalabro del ejército del papa
P a u l o junto á R í m i n i . — L i b e r t a d de Juan de
Vivero ' 255
Cap. I V . — G u t i e r r e y el autor marchan á V a l l a -
dolid.—Desgracia acaecida á T r o i l o C a r r i l t o .
L l e g a d a del principé D. F e r n a n d o á Dueñas.
P r i m e r a entrevista de los n o v i o s . — Falsas
sugestiones de los lisonjeros que con la p r i n -
cesa doña Isabel estaban 275
Cap. V . — S o l e m n i d a d de las bodas de los P r í n -
cipes. — T a r d í o pesar del rey D. E n r i q u e . —
Embajada que aquellos le e n v i a r o n . . . .281
Cap. VI.—Escándalos o c u r r i d o s en Salamanca
y en Córdoba.—Ida del autor á Aragón.—Su-
maria relación de la empresa guerrera de los
franceses en el A m p u r d á n y de los turcos en
los confines de A q u i l e y a 287
Cap. VII.—Frecuentes luchas entre D. A l f o n s o
de M o n r o y , clavero de Alcántara y el maes-
tre Gómez de Solís.—Cerco de J i m e n a . — H u -
491 índice

mildes súplicas que d i r i g i e r o » los Príncipes


al R e y para que examinase su causa en jus-
ticia 2
Cap. V I I I . — Pertinacia del rey D. Enrique.—
C ó m o fué dilatando astutamente la r e s o l u -
ción hasta la llegada de los embajadores del
duque de Guyena.—Quejas y consejos de los
vizcaínos.—Tentativa para robar á la hija de
la R e i n a . — C u i d a d o s de los Príncipes.—Ex-
pedición del ejército francés contra los i n -
gleses 303
Cap. IX.—Alteraciones q u e e l rey L u i s d e Fran-
cia causó en Italia 307
Cap. X . Lamentable pérdida de la isla de E u -
bea ó Negroponto 311

LIBRO III
C a p í t u l o primero.— V a r i o sentir de los vene-
cianos.— Resultado que obtuvo la embajada
francesa.— Ocupación de M e d i n a . . . . . ' 3 1 9
Cap. II.—Numerosas alteraciones que por la
maldad del Rey y la i n s o l e n c i a de los G r a n -
des surgieron por este tiempo entre los es-
pañoles _• S2^
Cap. III.—Alumbramiento de la princesa doña
Isabel.—Ocupación de M e d i n a del Campo . 331
Cap. I V . — V a n a y funesta celebración de los
desposorios de D.a Juana, supuesta hija del
rey D. E n r i q u e , que i n ú t i l m e n t e aceptó el
futuro enlace con el duque de Guyena, don
Carlos 335
Cap. V . — S u s t a n c i a de las cartas en que D. E n -
r i q u e trató de despojar á su hermana de sus
derechos . • 341
Cap. VI.—Notificación de las cartas á los pue-
blos.—Diferente manera con que fueron re-
cibidas.—Integridad y declaraciones del con-
destable M i g u e l L u c a s '• I
Cap. V I L — R e f u t a c i ó n de la princesa p.a Isabel
á las acusaciones con que pretendió D. E n n -
que despojarla de sus derechos 349
índice 497
Págs.
Cap. V I I I . — R e n d i c i ó n de Alcántara.—Ardides
del C l a v e r o de aquella O r d e n 357
Cap. I X . — C o m b a t e de Jorge M a n r i q u e con a l -
gunos soldados del rey D. E n r i q u e que favo-
recían á D. Juan de" V a l e n z u e l a . — P e l i g r o
que corrió la C o n d e s a de Plasencia. . . .361
Cap. X . — M u e r t e de J u a n , hijo del rey de Ñ a -
póles, Renato.—Infortunio del h i j o del c o n -
de de F o x 367

L I B R O IV
C a p í t u l o primero.—Ataque de la fortaleza de
Perales.—Artes á que apeló D. E n r i q u e para
r o m p e r lo pactado 373
Cap. II.—Origen de las novedades que por i n -
trigas del Maestre de Santiago ocasionó en
Andalucía, y sobre todo en S e v i l l a , la muer-
te del conde de A r c o s , D. Juan P o n c e . . . 379
Cap. 1IÍ. — Falsa confederación de algunos
Grandes para apoderarse de Alcántara. . . 383
Cap. I V . — R e p e n t i n o t u m u l t o de Alcaráz. . . 387
Gap. V , — C a u s a s de la r i v a l i d a d entre D. P e d r o
de V e l a s c o , conde de H a r o , y su hermano
D. P e d r o M a n r i q u e , conde de T r e v i ñ o . . . 393
Cap. V I . — R e s u l t a d o de la guerra entre los c o n -
des de H a r o y de T r e v i ñ o 401
C a p , V I L — D e s c a l a b r o de algunos que con el
p r í n c i p e D. F e r n a n d o intentaron apoderarse
de T o r d e s i l l a s 409
Cap. V I H . — T u m u l t o s en Medina.—Tentativas
del Maestre Pacheco para apoderarse de T o -
ledo .413
Cap. IX.—Escándalos en S e v i l l a . — M a t r i m o n i o
• del marqués de Cádiz.—Segundas n u p c i a s d e
D. P e d r o E n r i q u e z , adelantado de Andalucía. 41 7
Cap. X . — C o r r u p c i ó n de los romanos p o n t í f i -
ces causa de graves daños para S e v i l l a . —
C r u e l muerte de F e r n a n d o O r t i z , caballero
sevillano 42 1

32
498 ÍNDICE

_Págs:_
LIBRO V

C a p i t u l o primero. — V a r i a fortuna del rey


E d u a r d o de Inglaterra.—Astucias empleadas
por Pacheco para engañar al rey de Portugal,
al desdichado D. E n r i q u e y á otros sujetos .' 427
Cap. II.—Desdichada muerte de Paulo II. . " ao}
Cap. III.—Sucede Sixto IV en el Pontificado.— J
Numerosas maldades de P e d r o , Cardenal de
San Sixto.—Mención de otros Cardenales ro-
manos 435
Cap. IV;—Revueltas de los Grandes sevillanos.
Fuga del Marqués de Cádiz, arrojado de la
ciudad 443
Cap. V.—Refugiase el Marqués en Alcalá de
Guadaira 451
Cap. V I . — T o m a de Jerez.—Derrota y misera-
ble s e r v i d u m b r e de sus moradores . . . . 455
Cap. V I I . - - D i l i g e n t e s esfuerzos del Marqués
para llevar á D. E n r i q u e á Sevilla.—Envía
allá previamente á su h i j a . — T o m a de Arzila.
T r i u n f o de la expedición del rey D. Alfonso
de P o r t u g a l , que se apodera de Tánger,
abandonada por los moros 461
Cap. V I H . — E x p e d i c i ó n del Marqués contra los
sevillanos 4^
Cap. I X . — S a l e de Alcalá el A r z o b i s p o de T o -
l e d o . — L o s Príncipes marchan desde Medina
de R i o s e c o á Dueñas 47-'
Cap. X . — S o l i c i t u d del Maestre de Santiago
para excitar al rey de P o r t u g a l al ilícito ma-
t r i m o n i o con Doña Juana.—Expedición del
duque de M e d i n a s i d o n i a á Jerez 4°-'
FE DE ERRATAS

Pág. Lín. Dice. Debe d e c i r .

76 :2 y págs. 92, 96, 209, 397,


401,4027404. T r i v i ñ o . Treviño.
So 11 el C o n d e s t a b l e , C o n - el Condestable y el
de de L u n a . C o n d e de L u n a .
89 24 C o n d e s t a b l e de P a - C o n d e de P a r e d e s .
redes.
167 3 1 D. P e d r o de E s t ú ñ i g a , h i j o del C o n d e de P l a -
h i j o d e l c o n d e de sencia.
Haro.
2o5 8 suministar. suministrar
209 22 ambigua. ambigua.
226 9 arbitra. arbitro.
238 27-28 D. I ñ i g o de M e n d o z a . D. I ñ i g o M a n r i q u e .
247 22 Entonees. Entonces.
25o 19 García de F e r r e r a s . García de H e r r e r a .
256 13 ia diese. le diese.
272 i5 entre. ante.
282 11 Sidoma. Sidonia.
330 * 14 Princepes. Príncipes.
418 4 D. P e d r o E n r i q u e . D. P e d r o E n r i q u e z .
425 29 Hosario. Osario.
445 31 id. id.
459 2 prisionero Leoncio, prisionero a Leonelo.
467 10 Juntó. Junto.
489 21 ceñía a l . ceñía el.

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