Otros jliundos
«Hay otros mundos, pero
están en éste»
ELUARD
Michel Gall
EL SECRETO DE LAS
MIL Y UNA NOCHES
(LOS ÁRABES POSEÍAN LATRADICION)
PLAZA & JANES, SA
Editores
'
Título original:
LE SECRET DES MILLE ET UNE NUITS
Traducción de
J. FERRER ALEU
•
Iconografía:"
.
SABINE YI
Primera edición: Noviembre, 1973
Segunda edición: Setiembre, 1975
© Éditions Robert Laffont, S. A., 1972
© 1975, PLAZA & JANES, S. A., Editores
Virgen de Guadalupe, 21-33. Esplugas de Llobregat (Barcelona)
Este libro se ha publicado originalmente en francés con el título de
LE SECRET DES MILLE ET UNE NUITS
Printed in Spain — Impreso en España
ISBN: 84-01-31049-0 — Depósito Legal: B. 35243 -1975
i
iNDJCE
págs.
PRóLOGO . 15
21
1. 23
2. 27
3. 29
4. 30
5. 32
6. 33
7. 35
8. 37
9. 39
10. 40
11. 42
12. Mi Madre Oca, ¿un regalo de los cruzados? ... 45
13. 46
14. El misterio del valle de los diamantes 51
15. 55
16. 56
17. 59
18. 60
19. 62
20. 64
21. 66
22. 68
23. 70
24. 73
25. El cementerio de elefantes y los hombres vola-
74
II. EL MITO DE LA INACCESIBLE MONTAÑA DE KAF 77
1. En el país de los Djinns 79
2. ¡Intenta, pues, subir a la montaña de Káf! 80
3. El monte Meru 87
4. Satal Hoyük 90
5. La montaña de Káf es el reflejo de una estructura
mental 93
III. LOS DJINNS 97
1. Un sexo de 219.000 kilómetros 99
2. Surgidos del vacío 101
3. Mahoma y los Djinns 102
4. Candidez de los Djinns 104
5. Unas hadas a las que se puede abrazar 110
6. Nadie debe dormir solo 112
7. El símbolo de lo absurdo 114
IV. EL SEÑOR DE LOS DJINNS 117
1. Una sala vaciada en diamante 119
2. Uno de los 700.000 profetas 121
3. La Biblia dice 123
4. El maestro de las palabras 128
5. Anécdotas sobre el derecho y el revés 130
6. Mareb, capital de Saba 135
7. El sistema piloso de Balkis 139
8. Enigmas 142
9. Poder 144
y. EL SELLO DE SALOMÓN 151
1. El anillo 153
2. Descripción del anillo 154
3. La línea que tirita 159
4. Los emblemas Hatti 161
5. ¡Abracadabra! 163
6. El secreto de Salomón 170
VI. LA GRUTA DE ALÍ-BABA Y LOS VESTIGIOS DEL
URARTU 173
VII IRAM DE LAS COLUMNAS, LA CIUDAD DE COBRE 183
1. «Caminantes: Comed, bebed, amad...» 185
2. Ad y Thamud, los pueblos malditos 188
3. Una ciudad de sueño 191
4. La piedra de la risa 195
5. Localización de Iram de las columnas 197
6. El ámbar de la Atlántida 200
7. Localización de la Atlántida 203
8. Gentes sin nombre 205
9. Megalitos 208
10. Las hijas del mar 209
11. Raíces mitológicas de las sirenas Escila y Dagón 213
VIII. EL SECRETO DE LAS MUCHACHAS-PALOMAS ... 223
1. Virginidad y matrimonio 225
2. El cinturón de Andrómeda 230
3. Las palomas parlantes de Dodona 234
4. C. G. Jung y las jóvenes divinas ... 236
IX. EL CABALLO VOLADOR 239
1. «La curiosidad tortura mi mente...» ... 241
2. La perfección de la miniaturización 243
3. El pájaro dt, Arquitas 244
4. Unas águilas hambrientas 246
5. Un radar-láser 248
X. SCHEREZADE Y LA HISTORIA 253
1. La antorcha en las tinieblas 255
2. La novela de Chirin y Cosroes 257
3. Una cristiana en el baño 258
4. Cosroes bebía ciento veinte litros de vino cada día 260
5. La hechicera 262
6. La novela de una sustitución 264
7. Una bola de oro blando 265
8. «¡Que no pueda yo transformarme en pez para
acariciar el cuerpo de Sett Zobeida...!» 266
9. ¿Qué os parece el azul de ultramar? 269
matnui
"*
10. Bagdad 270
11. Los maravillosos «Mirobálanos» 274
12. El clarinetista 276
13. Las «Galas» de Aarón el ortodoxo 278
14. El principio de la cortina 282
15. Un mes entero en la cama con «Fuerza de los
corazones» 284
16. Un solo manto para dos 286
17. La tumba de Firdusi 290
XI. REHABILITACIÓN DE LAS MIL Y UNA NOCHES ... 293
1. Las mil y una noches en la actualidad 295
2. El marco de Las mil y una noches 301
3. El adulterio primordial 306
4. Una historia escrita en el rabillo del ojo 309
A Maurice Girodias
«¿No olvidaréis al menos servirme los huevos a la crema en un
plato llano?» Eran los únicos que estaban adornados con imágenes,
y mi tía se divertía en cada comida leyendo la inscripción del que
le ponían aquel día. Se calaba las gafas y descifraba: «Alí Baba y
los cuarenta ladrones, Aladino o la lámpara maravillosa», y decía
sonriendo: «Muy bien, muy bien.»
MARCEL PROUST, Por el camino de Swann.
Las mil y una noches son una vulgarización magistral de todas
las ideas y de todos los «archivos» del Oriente Medio y del Extremo
Oriente, desde la prehistoria hasta hace quinientos años. Constitu-
yen, sin duda, la obra de vulgarización no enciclopédica más ambi-
ciosa que jamás se haya realizado. Mezclan y resumen, en una ex-
traña osmosis, todo lo que el ingenio humano recibió y creó en el
curso de varios milenios. El campo geográfico al que se refieren es
una gigantesca franja de terreno de unos trece mil kilómetros de
longitud y unos cuatro mil de anchura, que va desde Toledo hasta
Borneo y los confines de China.
Las mil y una noches son una enorme colección de cuentos que
fue redactada en árabe, en su forma definitiva, entre los siglos x m
y xv después de Jesucristo. Los cuatro centenares de cuentos que
contiene tienen orígenes muy diversos. Proceden de la India, de
Egipto, de Grecia, de la Arabia propiamente dicha (se habla del
Corán, pero también de los dioses preislámicos). Algunos tienen
un escenario histórico (Bagdad o El Cairo, en el siglo viu). Otros
son mitos cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos.
Las mil y una noches nos dan una amplia visión de la famosa
«•literatura prehistórica» cuyos fragmentos se conservan —según de-
mostró Georges Dumézü—, en diversos grados de evolución, en las
literaturas india, escandinava, persa griega, céltica, etcétera. Una
«literatura prehistórica» de la que nada sabemos, salvo que es un
legado de sociedades aparentemente incomunicadas.
A pesar de ello, esta norme tajada de conocimientos, presentada
2 — 3173
mam
18 UICHEL GAIX
en una forma muy accesible y muy agradable, ha atraído muy poco
nasta nuestros días a los antropólogos, los sociólogos y los mitólo-
gos modernos
Este fenómeno forma parte de las rarezas de nuestro siglo en el
cuál el hecho de pensar equivale con frecuencia a hacer como el
avestruz: esconder la cabeza en la arena para no ver el peligro... o
el saber. Esto se debe a la monopolización del saber por las univer-
sidades. Pero se debe también a nuestros hábitos que son, como
decía ya en el siglo xiv el gran pensador magrebí Ibn Jaldún, «una
verdadera maldición», y a nuestros prejuicios. Así, el Antiguo Tes-
tamento tiene derecho de ciudadanía en Occidente. El cuento orien-
tal, no. Ya es hora de que empecemos a considerar su lectura como
algo más que un pasatiempo inútil.
Afortunadamente, la «Nueva Cultura» está en camino de reme-
diar el desastre que constituye la ignorancia voluntaria de las tra-
diciones. El redescubrimiento de la filosofía japonesa (zen), india
y sufí (la quintaesencia refinada de la filosofía árabe) por los inte-
lectuales americanos, sean barbudos y melenudos o no, vivan en la
Costa del Oeste o en Nueva York, y por los hippies viajeros eu-
ropeos, ha dado lugar a una verdadera moda de orientalismo. Esta
moda se ha traducido en París, en Londres, en Munich y en Nueva
York, ante todo en cierta manera de vestirse y de llevar collares.
Confiamos en que no se limite a esto, sino que ayude a la rehabili-
tación de Las mil y una noches y haga que volvamos la mirada
hacia algunos secretos que hasta ahora nos han pasado inadver-
tidos.
Nuestra obra no pretende ser un estudio de conjunto de Las mil
y una noches. Trata solamente de algunos mitos, de algunos secre-
tos y de algunos hechos históricos desparramados en los cuentos
orientales. Estos cuentos contienen, en efecto, informaciones di-
versas: fragmentos de un saber desconocido aprendido de extraor-
dinarias civilizaciones desaparecidas y referencias religiosas, his-
tóricas y arqueológicas.
Estudiamos en primer lugar el mito de Simbad que guarda re-
lación con muchas cosas y tratamos después de algunos grandes
mitos, que se refieren a la concepción del mundo y a los djinns y
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 19
su país, él Djinnistdn. También dedicamos varios capítulos al señor
de los djinns, Solimán ben Daud (Salomón, hijo de David) y a la
«Palabra del Poder» de la que se le consideraba poseedor. A conti-
nuación tratamos de cuatro historias particularmente desconcer-
tantes: la de Alí Baba (en realidad, un ladrón de tumbas urarteas);
la de las Gennias-Palomas (¿Amazonas?); la de Iram de las
Columnas, la ciudad de Bronce (¿la Atlántida?) y la del Caballo
de Ébano (¿un regalo de los extraterrestrés?). La última parte es
estrictamente histórica y contesta estas preguntas: ¿Quién fue la
verdadera Scherezade? ¿Quién fue el verdadero Harún al-Rashid?
El lector particularmente interesado en el origen y en la forma
de Las mil y una noches hará bien en empezar la lectura de este
libro por el último capítulo en el que se trata de estas cuestiones.
ü)
>
o
•a
r
o
>
z
z
ó
>
o
o
1. LA SERPIENTE DE CEJAS DE LAPISLÁZULI.
Dos viajeros gozan de una fama sin igual: Ulises el Prudente y
Simbad el Marino. ¿A qué se debe esta extraordinaria preemi-
nencia?
¿A la forma perfecta, o casi perfecta, que se dio a sus gestas?
La Odisea, o las aventuras de Ulises, buscador de pasos en los ma-
res de Poniente, es, sin duda alguna, uno de los más bellos poemas
del patrimonio mundial. Las aventuras de Simbad son menos pu-
ras, aunque Mia I. Gerhardt acaba de demostrar que se trata de
una obra muy bien construida y que se ajusta a un gran número
de cánones, puesto que conocemos varias versiones de ella.
Lo cierto es que Los siete viajes de Simbad el Marino, que Gal-
land tradujo al francés por primera vez en el siglo XVIII para en-
trenarse antes de emprender la traducción completa de Las mil y
una noches, no son solamente el diario de a bordo de un navegante
en los mares tan pronto cristalinos como turbios de Insulindia.
Sus narradores se inspiraron en una tradición magistral, una
de esas tradiciones que apenas se cuentan en voz baja, pues están
llenas de secretos.
Como punto de partida tenemos un papiro de tres metros y
ochenta centímetros, con un texto de ciento ochenta y nueve líneas,
de ellas ciento treinta y nueve verticales y cincuenta y tres horizon-
tales (lleva el número 1115 de la Biblioteca de Leningrado). Fue des-
24 MICHEL GALL
cubierto en Egipto, probablemente en 1830, por unos fellahs dé
Qaurnah que lo vendieron a unos sabios alemanes. En 1881, fue de-
senrollado por primera vez, unos tres mil quinientos años después
de haber sido escrito. Se trata de un manuscrito de la XII dinastía.
Contiene una súplica dirigida al Faraón por un viajero que con-
sidera no haber sido suficientemente recompensado por una emba-
jada desempeñada en el país de cierto dragón llamado Ka y rey de
una isla misteriosa situada en algún paraje de allende el mar Rojo.
Se le denomina generalmente El cuento del náufrago.
En la traducción de Golenischeff se puede leer que este náufra-
fo es el único superviviente de una nave tripulada por ciento veinte
marineros. Una tempestad la ha empujado hacia una isla verdeante
donde vive una serpiente de quince metros de longitud, que tiene
las escamas de oro y las cejas de lapislázuli. Ka, el rey de las ser-
pientes, recibe amablemente a nuestro náufrago y lo despide al cabo
de cuatro meses cargado de presentes: «olíbano, perfumes, colas de
jirafa, trementina, perros de caza, etcétera». En el curso de una
conversación, Ka revela al náufrago que, antaño, setenta y cinco
serpientes como él vivían en la isla, pero que una estrella caída del
cielo las quemó a todas...
Este fantástico relato no parece un cuento, a pesar del título que
le ha sido dado, sino más bien un acta oficial. Ha sido objeto de
muchas interpretaciones.
El sentido del relato podría ser esencialmente religioso. El país
de Ka es el país de la muerte y el dragón el rey de los Infiernos.
Podríamos hallarnos en presencia de un relato comparable al des-
censo de Ulises al Infierno.
Otros comentaristas se fijan sobre todo en la confidencia del
dragón: la estrella caída del cielo y las setenta y cuatro serpientes
muertas. «He aquí —dicen— un testimonio de nuestros orígenes,
una guerra con seres extraterrestres o una colisión con un meteo-
rito gigantesco provocaron la desaparición de una civilización atra-
sada, que conservaba el recuerdo de saurios gigantescos.» Aluden al
tema de la Atlántida, sobre el cual insiste el dragón al anunciar al
náufrago que, después de su partida, la isla será borrada del mapa,
engullida por las olas.
•a
a
I
26, MICHEL GALL
Sea lo que fuere, el precioso papiro de Leningrado es el antepa-
sado de un género literario cuyos dos exponentes más famosos se-
rán La Odisea, a la que se atribuye una antigüedad de unos tres
mil años, y Los viajes de Simbad el Marino, o relato por los cuen-
tistas árabes de los descubrimientos de un viajero musulmán en
el océano Índico hace unos mil años.
Se supone que Los viajes de Simbad el Marino son una com-
pilación de numerosas historias de viajes de diferentes orígenes y
situados arbitrariamente en el océano Indico. Nada impide imagi-
nar que sus narradores conocían el Cuento del náufrago egipcio.
Conocían bien La Odisea y la citaron reiteradamente.
También conocían las obras de Plinio y de Heródoto y segura-
mente todos los relatos más recientes de la alta Edad Media: Las
maravillas de la India, El compendio de las maravillas, etcétera.
Pero es muy difícil determinar quién copió a quién. Los viajes de
Simbad son tal vez más antiguos de lo que pensamos...
El personaje Simbad, que se supone que vivió durante el reina-
do de Harún al-Rashid, alrededor del año 800, es posible que no
haya existido nunca. A. Champfor se equivoca cuando afirma que
«el verdadero Simbad se llamaba Ibn Majid y fue compañero de
Vasco de Gama cuando éste dobló el cabo de Buena Esperanza».
Ibn Majid vivió en el siglo xv y los relatos que conocemos son segu-
ramente más antiguos. Sin embargo, «nada» nos dice de un modo
imperativo que Simbad sea un puro invento.
Es verdad que los Siete viajes están compuestos a la manera de
una obra literaria muy bien estudiada. Mia I. Gerhardt, que estudió
minuciosamente la forma de Las mil y una noches, vio en ellas toda
una serie de progresiones, un ritmo y una estructura muy particula-
res que parecen indicar el carácter propiamente novelesco de nues-
tro héroe. Pero con frecuencia hemos visto cómo personajes reales
se convertían en personajes de novela.
Por otra parte, Simbad no es un marino, sino un comerciante.
Y lo que refiere tiene siempre varias dimensiones: la lección de
geografía va acompañada de un curso sobre la dinámica de los ne-
EL SECRETO DB LAS MIL Y UNA NOCHES 27
godos; el relato de aventuras, de consideraciones religiosas, etc.
Por esto resulta apasionante descubrir el sentido exacto de cada
uno de sus viajes. ¿Se pueden localizar las islas donde atraca Sim-
bad? ¿Se puede interpretar científicamente cada una de sus aven-
turas? ¿No encierran algunas de ellas una enseñanza secreta, esoté-
rica? Pronto veremos que sí.
2. UN GATO EN VENTA.
Simbad el Comerciante, juguete de un destino fluctuante pero
en definitiva afortunado, es un personaje absolutamente clásico de
la Edad Media árabe.
En la época de Harún al-Rashid, a principios del siglo rx, el co-
mercio era muy intenso. Los mercaderes iraníes llegaban hasta cer-
ca de Cantón donde encontraban negociantes chinos y les compra-
ban especias, seda, marfil y maderas preciosas. Estos mercaderes
se agrupaban y fletaban navios en común. Se les confiaba plata
con la misión de hacerla fructificar. Por lo demás, y con frecuencia,
gozaban de consideración suficiente para poder evitar las transfe-
rencias de fondos, letras de cambio, cartas de crédito y toda clase
de liquidaciones por documentos escritos que eran de uso corriente
en Basora, el puerto donde Simbad solía embarcarse. De aquella
época, hemos heredado una palabra: SAKH (cheque) con la que se
expresaba un reconocimiento de deuda negociable.
Entonces era muy fácil enriquecerse con el comercio. Rápidas
y prodigiosas fortunas venían del mar. Otros héroes, aparte de
Simbad, dan testimonio de ello. Así, Abu Mohamed Huesos-Blandos,
un hombre tan perezoso que no tiene ánimos para buscar la som-
bra cuando quiere echar una siesta, se hace inmensamente rico
porque su madre confió su herencia, un mísero diñar, a un capitán
de altura. Lo propio le ocurre a Saíd, el pobre de Aden, que da a
un capitán un poco de sal gruesa en una vasija, para que le com-
28 MICHEL CALI,
pre «barakat». El capitán, en un puerto lejano, oye gritar: «¡Bara-
kat! ¿Quién compra un barakat?» Se acuerda de Saíd y decide
comprar aquella bendición. Pero el «barakat» no es más que un
pescado que el capitán conserva en lo que le ha quedado de sal
una vez hecha la adquisición. Al volver a Aden, lo entrega a Saíd, el
cual lo abre y encuentra en él una perla gigantesca...
Abundan las historias de esta clase. Wasaf, historiador persa,
nos cuenta que una pobre viuda da un gato a un capitán para que
lo venda. Es lo único que tiene. El capitán llega a un país devasta-
do por los ratones y donde no conocen los gatos. Vende el de la
viuda por una pequeña fortuna... No cabe una mejor definición
del comercio: comprar donde hay para vender donde no hay. Esto
era lo que hacían con gran diligencia los mercaderes árabes sur-
cando las temibles aguas del océano Indico.
Sus barcos eran construidos de diferentes maneras: sus tablas
eran clavadas o cosidas entre sí con hilo de fibra de coco. Los más-
tiles eran tallados a base de troncos de palmera y las velas se ha-
cían con hojas de palma trenzadas. Eran probablemente latinas
(triangulares). «La vela latina es, a pesar de su nombre, de origen
oriental», afirman los expertos. A pesar de esto, aquellos barcos no
se parecían a los de hoy, pues el timón central, o timón de codaste,
no existía aún (se le ve aparecer por vez primera en una miniatura
de la Escuela de Bagdad, fechada en 1237). Tenían dos timones, uno
a cada lado del casco, «dos especies de piernas gracias a las cuales
se dirigía la embarcación».
Se viajaba sin brújula. Se supone que la primera mención de la
brújula figura en una obra en verso de Guyot de Provins, que data
de 1190, y se cree que los cruzados enseñaron su empleo a los ára-
bes. En los manuscritos árabes anteriores a 1242 no se habla para
nada de la brújula.
Nuestros mercaderes hacían navegación de cabotaje. Recorrían
las costas y buscaban fondos rocosos para anclar por la noche. Co-
nocedores del mecanismo de los monzones, iban hasta el Japón y
hasta China. Simbad no llega tan lejos, sin duda por una razón
histórica. A partir de 878, después de una gran matanza de merca-
deres árabes en China, los mares de esta región fueron considera-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 29
dos demasiado peligrosos y se evitó navegar por ellos. Cabe supo-
ner que los viajes de Simbad fueron escritos en esta época...
Los viajes de Simbad describen peligros extraordinarios. Sin
embargo, raras veces se ha visto un texto que ensalce más que éste
la profesión del marino y el interés de los viajes. Es una publicidad
prodigiosa para las líneas marítimas. A pesar de los naufragios, de
las tempestades y de las bribonadas, las mercancías acaban siem-
pre por encontrarse, y las embajadas, por llegar a puerto. El opti-
mismo de los capitales resulta siempre bien justificado, y la segu-
ridad de los depósitos que se les confían llega a ser, con justicia,
legendaria. Nadie se queja de la longitud de la ruta. ¡Prohibido ha-
cer malos negocios! Los peligros sólo sirven para aderezar la His-
toria. Y Simbad, pese a ser ya inmensamente rico, se hace a la mar
siete veces seguidas.
Acompañémosle.
3. UNA BALLENA CON LLAMAS EN LA ESPALDA.
«Un perro vivo vale más que un león muerto, pero la tumba es
preferible a la pobreza.» Meditando sobre este proverbio, Simbad,
hijo de una buena familia de Basora que acaba de arruinarse, deci-
de realizar los restos de su fortuna y hacerse a la mar en busca de
aventuras.
Basora, en la desembocadura del Tigris y del Eufrates en el golfo
Pérsico, muy cerca del actual Kuwait, es entonces un gran puerto,
plataforma giratoria entre Oriente y el Oriente Medio. Simbad sé
embarca en una de las naves que zarpan diariamente en dirección
al océano Indico.
Estas embarcaciones no navegan en alta mar, sino que van de
puerto en puerto. Simbad no pretende, al salir de Basora con cier-
ta cantidad de dinero, ir directamente lo más lejos posible para
comprar alguna cosa rara, sino que prefiere, mediante todo un sis-
30 MICHEL GALL
tema de trueques, aumentar de puerto en puerto su fortuna para
convertirla, al término de su viaje, en especias o en diamantes, que
es lo que tiene más valor en Basora. En la época de Simbad, la
Arabia Feliz ya no es, quizá desde hace mil años, el país de las plan-
tas aromáticas. Y se va a buscar a Ceilán y a Malasia aquellas que
son prodigiosamente consumidas por la civilización árabe.
La primera aventura de nuestro héroe se desarrolla después de
un viaje bastante largo de isla en isla y de puerto en puerto, viaje
afortunado durante el cual ha redondeado su peculio. Se encuentra
muy lejos de Basora, tal vez en el mar de China, cuando se produ-
ce un acontecimiento a todas luces sorprendente. La isla en la cual
están encendiendo fuego él y sus compañeros experimenta una fu-
riosa sacudida y desaparece en el mar: era nada menos que la es-
palda de un gigantesco cetáceo.
Los miniaturistas árabes ilustraron muchas veces esta escena.
Y lo mismo han hecho los europeos. La singular imagen de una
hoguera sobre la espalda de una ballena es internacional. La encon-
tramos exactamente descrita en un relato céltico que podría ser
incluso más antiguo que el de Simbad: el admirable texto poético
y místico que sirvió de base a los navegantes que buscaban las «Is-
las Afortunadas», el Diario de a bordo de san Brandano en busca
del Paraíso.
4. SAN BRANDANO.
Brandano, el obispo marinero, vivió en el siglo v. Zarpó de Irlan-
da a bordo de un «curragh», una de esas embarcaciones cubiertas
de cuero que aún utilizan los hombres de la isla de Aran, y su viaje
le condujo a Thule, a las Feroe, a Juan-Mayen, a las Azores y hasta
las Antillas. En el curso de este viaje, también él encendió una fo-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 31
gata en la espalda de una ballena.
El primer manuscrito que conocemos de la Navigatio Sancti
Brendani se remonta al siglo ix. Dos siglos más tarde, los informes
contenidos en este periplo eran ya conocidos de los árabes, ya que
Idrisi, que escribió en Sicilia aproximadamente en 1154, habla de
la isla de los Corderos y de la isla de los Pájaros (las Feroe y las
islas Fuglebjoerg, respectivamente) que se citan en el poema, como
si existiesen en realidad. De esto a pesar que la historia de la ba-
llena de Simbad está tomada de la de san Brandano no hay más
que un paso.
Es notoria la facilidad con que los autores de Simbad plagiaban
a diestra y siniestra. ¿Por qué no tenían que inspirarse en el relato
de san Brandano?
Si esto es así, la aventura de la ballena es menos sencilla de lo
que parece a primera vista.
Los comentaristas de Simbad que no conocen a san Brandano
se conforman con ver en aquél la descripción maravillada de una
ballena, monstruo que, al ser visto por primera vez, puede excitar
la imaginación y hacerle forjar un cuento extraordinario. En Las
maravillas de la Creación, de Al Quazwini, que tienen más de un
punto en común con Simbad (1), la ballena es sustituida por una
tortuga gigante. Y a este respecto recordamos las singulares aven-
turas acaecidas por culpa de las tortugas, por ejemplo, la de aquel
viajero que, como refiere León Africano, según Bekri, se durmió
sobre una roca a la sombra de un árbol y se despertó a tres millas
del árbol. Se había tumbado sobre el lomo de una tortuga gigan-
tesca. O la de otro viajero que dejó su equipaje sobre lo que creyó
que era una roca y no volvió a verlo jamás por la misma razón.
También se habla de saurios dormidos que parecían vigas, etcétera.
Pero la aventura de san Brandano no admite estas explicaciones
llamadas naturales. Al desaparecer la isla en el horizonte dejando
detrás de ella una estela de humo negro (no se sumerge como en
(1) El libro de Al Quazwini, Viajes de dos musulmanes en China y en la India,
y el Tratado Rogeriano (de Roger, rey de Sicilia), escrito por Idris, son citados con
frecuencia como fuentes posibles de los Viajes de Simbad. Pero, como nosotros
ignoramos la fecha exacta del primer relato de aquellos viajes, creemos preferible
considerar tales textos únicamente como icomplementos» sin poner en tela de
juicio su anterioridad o su posterioridad.
32 MICHEL GALL
el cuento árabe, sino que huye nadando y llevándose la caldera de
los marinos), el santo informa a sus compañeros en estos términos:
«No temáis, hijos míos; no desembarcasteis en tierra, sino en
la espalda del más grande de los peces vivientes. Es tan gordo y
tan grande que desde el principio del mundo trata en vano de
levantarse del fondo del mar, de enroscarse hasta tocarse la cola
con la cabeza. Pero no puede hacerlo, tan gigantescos son su vien-
tre y su espalda. Por esto es símbolo de la eternidad. Su nombre es
Jasconius. ¡No debe extrañaros que ninguna hierba crezca so-
bre él!»
Así, si presumimos que fue tomada de la gesta de san Brandano,
la primera aventura de Simbad guarda relación con el símbolo
de la Eternidad, Jasconius, el pez gigante. Nada hay de frivolo en
la historia de la ballena de Simbad, tan esotérica como la de Jonás,
sino más bien una preocupación, una voluntad de simbolismo cós-
mico.
5. CIEN MIL CABALLOS SE HACEN A LA MAR.
Después de este preámbulo místico, la narración adquiere el
tono de un relato de viaje cuya autenticidad podemos comprobar.
Simbad, que se ha salvado milagrosamente, va a parar a una
isla donde presencia un extraño espectáculo: una magnífica y soli-
taria yegua, atada a un poste en la playa, es montada por un «ca-
ballo marino».
Este hecho ha sido explicado por numerosos comentaristas (des-
de Richard Hole, en Remarks on the Arabian Nights Entertaine-
ments; in wich the origin of Sindbad's Voyages and other oriental
fictions is particularly considered, Londres, 1797, hasta Paul Casa-
nova, Notes sur les voyages de Sindbad, El Cairo, 1922).
Hole piensa en unas islas próximas a Ceilán, llamadas «linas dos
Cavallos», donde abundaban los caballos salvajes y donde, todavía
EL SECRETO DE LAS MIL V UNA NOCHES 33
en el siglo xvm, enviaban sus yeguas los comerciantes holandeses
para que las preñasen. Burton (el más célebre traductor inglés de
Las mil y una noches) se refiere a tradiciones parecidas, sobre un
asno salvaje (Equus onager) al que se apareaba frecuentemente
con yeguas en las islas indias. Era, sin duda, el «garañón venido
del mar». El resultado de su cruzamiento era el caballo Kathiawar,
que tenía las patas y el lomo rayados.
Pero sabemos también que en el siglo x n cien mil caballos eran
enviados todos los años desde el Oriente Medio hasta la costa de
Coromandel. Eran transportados en «djonks» especialmente prepa-
rados. Los indígenas de Malabar hacían gran consumo de ellos,
pues, por alguna razón misteriosa (tal vez porque los indios tenían
la curiosa manía de alimentarlos con arroz con leche y con guisan-
tes cocidos con mantequilla), estos caballos no se reproducían en
la India. El «caballo venido del mar» es quizás el símbolo de este
comercio.
6. EL SALOMÓN DE INSULINDIA.
Realizada la unión del caballo y la yegua, los entusiasmados pa-
lafreneros salen de su escondite. Descubren a Simbad y lo conducen
a la Corte de su rey, un tal Mihrachán cuya reputación es inmensa.
El final del primer viaje de Simbad contiene la descripción de
esta Corte y de las pequeñas excursiones que realiza nuestro héroe,
no para comerciar, sino para divertirse durante el tiempo que pasa
en la casa de aquel rey simpático como ninguno. Simbad se ve col-
mado de dones y Mihrachán lo nombra escribano, encargado de
anotar las entradas y salidas de mercancías del puerto.
No resulta muy difícil identificar a este rey Mihrachán o Mih-
raján.
3-3173
34 MICHEL GALL
«Mihrachán es el rey de la isla de Zapago, situada frente a Chi-
na, a un mes de navegación —leemos en el Viaje de dos musulma-
nes a China y a la India en el siglo IX—. Reina sobre numerosas is-
las: Zapago (900 leguas de circunferencia), Rahmi (800 leguas) y
Cala (80 leguas). Su palacio se encuentra a la orilla de un río tan
ancho como el Tigris en Bagdad.»
Zapago debe ser Borneo, la isla más grande de Insulindia. La
que le sigue en extensión es Sumatra. Y Rahmi es, en efecto, el
nombre árabe que se da a esta isla.
Mihrachán, rey de Borneo, fue en ciertas épocas tan célebre
como el rey Salomón. Su magnificencia era proverbial, y Simbad
no es el único que nos habla de ella. Durante siglos, el rey de Bor-
neo siguió siendo tradicionalmente fastuoso y digno de toda alaban-
za. La grandeza de Mihrachán se reflejó en todos sus descendientes.
Leamos el relativamente reciente y truculento relato de Pigafet-
ta, el marinero italo-portugués que acompañó a Magallanes en su
vuelta al mundo en el siglo xv y que fue recibido por Raia Siripida,
el último de los grandes soberanos de Borneo:
«Reina sobre otros muchos reinos, islas y ciudades. Su residen-
cia tiene veinticinco mil casas. Tiene diez escribanos que escriben
todo lo que le concierne sobre cortezas de árboles muy delgadas.»
(Este magnánimo monarca envía dos elefantes cubiertos de seda
a buscar a Pigafetta. Su majestad es tal que sólo se le puede hablar
desde lejos.)
«Entramos en un gran salón lleno de muchos barones y señores.
Allí nos hicieron sentar sobre una alfombra, con presentes y vasos
cerca de nosotros. A la cabeza y al extremo de esta sala había otra,
más alta pero más pequeña y llena de tapices de seda. Había en
ella trescientos hombres desnudos y con espadas, que eran la guar-
dia del rey. Y al fondo de esta sala había una ventana. Descorrie-
ron una cortina carmesí y vimos al rey sentado a la mesa con uno
de sus nietos y los dos estaban comiendo betel. Y entonces uno de
los personajes nos dijo que si teníamos que decir algo al rey se lo
dijésemos a él y él lo diría a uno de sus superiores y éste a uno
de los hermanos del gobernador que estaba en la sala más pequeña
el cual lo diría con una trompetilla a través de un agujero de la
pared a otro que estaba dentro con el rey. Y nos enseñó que debía-
mos hacer tres reverencias al rey, con las manos juntas sobre la
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 35
cabeza, levantando los pies uno después de otro y bajándolos a con-
tinuación...»
En la época de Pigafetta (aunque no se ve en este corto frag-
mento, fue uno de los primeros etnólogos-sociólogos-sexólogos), el
reino de Borneo estaba ya en decadencia. Considerando el fausto
de Raia Sirapida, podemos imaginarnos cuál sería el de su remoto
antepasado Mihrachán, que tan bien recibió a Simbad.
Pero las descripciones de Simbad sobre la Corte de aquel rey
histórico y fascinante son muy cortas. Las abrevia para hablarnos
de una visita a la isla Cabil, o Casel.
UNA BAJADA A LOS INFIERNOS.
En el curso de este «viaje de placer», tiene varios encuentros
asombrosos: peces de cien a doscientos codos de longitud (entre
cuarenta y ochenta metros) y otros más pequeños, pero que tenían
cara de buho. Los peces grandes (anguilas gigantes, dice Hole) no
eran fieros. Los compañeros de Simbad los espantaban haciendo
ruido.
Esta costumbre se remonta a la más alta antigüedad. Estrabón
refiere que la flota de Nearco, lugarteniente de Alejandro Magno,
se encontró en el golfo Pérsico con una formidable concentración
de ballenas, a las que dispersaron simplemente con sus gritos... y
Munster, en su Cosmografía, dice que las grandes ballenas del Ár-
tico son frecuentemente desviadas de su ruta por el ruido de tam-
bores y trompetas.
Todos estos encuentros son accesorios. Lo esencial es el fin del
viaje de Simbad, la isla Casel. Hace un largo y peligroso viaje para
ir a verla. Vale la pena. Pero, ¿por qué?
«En la isla de Casel —dice— se oye todas las noches el redoble
de atabales y tambores, lo cual hizo creer a los marineros que Dep-
gial estableció allí su morada.»
36 MICHEL GAIX,
Deggial es muy conocido en la religión musulmana. Es el jefe
de los djinns rebelados contra Alá. Una especie de Anticristo que
cuando termine el mundo será librado de sus cadenas y sojuzgará
a todos los hombres a excepción de los verdaderos creyentes. Co-
rresponde al Ahrimán de los persas, al Tifón de Egipto y al Lok de
Escandinavia.
Podemos deducir de ello que la isla en que se dice que habita es
objeto de un culto considerable. Un lugar sagrado. Por esto tiene
tanto interés para Simbad.
Los atabales y los tambores de que habla intrigaron muchísimo
a sus comentaristas. Algunos los explican como un fenómeno natu-
ral (el viento silbaría de un modo extraño en los mellados acantila-
dos de la trágica isla) y otros imaginan que el culto de Deggial va
acompañado de redobles provocados de una manera más o menos
misteriosa por los sacerdotes. Partiendo de estos dos datos, se han
dado varios nombres de islas, entre ellas la de Poelsetton, cerca de
Banda, en la Molucas.
«Cerca de Banda, en las Molucas, hay una isla llamada Poelset-
ton, de reputación aún peor que las Rocas Acroceráunicas. Allí se
oyen gritos, silbidos y rugidos a todas horas y en todo tiempo. Se
ven apariciones terribles... Una larga experiencia demostró que es-
taba habitada por demonios...», escribió Bartolomé Leonardo de
Argensola, en su Historia del descubrimiento y de la conquista de
las Molucas.
¿La isla Casel es Poelsetton? Lo importante es que sea un lugar
sagrado. Pues, de pronto, el viaje de Simbad cambia de significado.
Se convierte en una peregrinación.
Diario de a bordo de un mercader de Basora: «Primero encon-
tré la ballena de la Eternidad y después visité al rey más grande
del país. Por último, pasé muchos apuros para llegar a una isla
misteriosa donde, según me dijeron, podía intentar una pequeña
bajada a los Infiernos, tal como había hecho Ulises.»
llllll i
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 37
Si se admite este compendio, Simbad no aparece ya como un
aventurero, sino como un asombroso intelectual.
8. EL AVE ROCHO.
El ave Rocho es el héroe incomparable del segundo viaje de
Simbad.
Abandonado por sus compañeros en una isla, Simbad percibe
en el horizonte una especie de gran fantasma blanco, una cúpula
prodigiosa. Es el huevo de un ave gigantesca, tan grande que, al
volar, «oscurece el cielo»: el Rocho que llega batiendo las alas.
Pocos mitos alcanzaron tanta sencillez. ¿Qué imagen puede ser
más elocuente que la de esa cúpula lisa, cubierta de pronto por
un cosmos de plumas erizadas?
Para huir de la isla inhóspita, Simbad, con ayuda de su turban-
te, se agarra a la pata escamosa del ave, que de pronto despega y
se eleva en el aire con Simbad pegado como una verruga a su pata,
en un cielo cubierto de nubes negras y blancas.
Un viaje sin problemas. El Rocho vale tanto como diez «Con-
corde».
Fin del viaje. El aeropuerto terminal se llama «El valle de los
diamantes». Este valle está lleno de diamantes grandes como puños
y de serpientes grandes como locomotoras y que son la comida pre-
dilecta del Rocho.
Un ser fantástico este Rocho. Pocas veces nos ha presentado la
literatura algo tan grandioso. La ballena de la Eternidad, que sólo
sabe huir nadando para apagar el fuego que arde sobre su espalda,
parece un juguete mecánico si la comparamos con esta bola de ener-
38 MICHEL GALL
gía, volante, devoradora, fecunda, que es el Rocho.
Por esto los narradores de Las mil y una noches la aludirán con
frecuencia.
Al final de este mismo segundo viaje, y hallándose en la isla de
Roha, Simbad oye hablar accidentalmente del combate entre el ri-
noceronte y el elefante. Cuando estos dos animales se han matado
el uno al otro, aparece el Rocho que se los lleva a los dos en sus
garras, como si fuesen juguetes. En el curso del quinto viaje, los
compañeros de Simbad descubren un pajarillo Rocho y resuelven
asarlo a pesar de las advertencias de nuestro amigo. Inmediatamen-
te llegan los padres y lanzan sobre su embarcación una lluvia apo-
calíptica de rocas.
Pocos seres fantásticos habrán hecho correr tanta tinta como
el Rocho de Simbad. Es tan célebre como el unicornio y como la
gran serpiente de mar.
¿Quién era, pues? No faltan las respuestas.
El Rocho, descendiente tardío de los pterodáctilos, es realmen-
te un ave monstruosa.
El Rocho representa un fenómeno natural. Simboliza los tifones,
frecuentes en el océano Indico y en los mares de China (c/. el úl-
timo tifón del Pakistán).
El Rocho es una aeronave extraterrestre o perteneciente a una
civilización desaparecida y sumamente desarrollada.
El Rocho es «Dios»... o, al menos, un dios.
Antes de estudiar cada una de estas hipótesis, observemos que
el Rocho aparece en otras tres ocasiones en Las mil y una noches.
En El bello adolescente triste, un mercader infiel cose al héroe
dentro de una muía muerta. Entonces llega el Rocho, coge la muía
con sus garras y la deposita en el Valle de los diamantes. En Agib,
el procedimiento es el mismo. El protagonista es cosido dentro de
un carnero muerto, y el Rocho lo lleva a un paraíso donde viven
cuarenta muchachas que le brindan, sucesivamente cada noche,
unos indecibles goces sexuales. Por último, en Aladino o la lámpara
maravillosa, el mago aconseja a la mujer de Aladino que llame al
genio de la lámpara y le pida que cuelgue en el gran salón, a modo
de lámpara, un huevo de Rocho. Al oír esta petición, el genio parece
sofocado por la ira: «¡El Rocho —dice— es mi señor supremo!
¡Imposible hurtarle un huevo!»
EL SECRETO DE LAS BUL Y UNA NOCHES 39
9. EL ROCHO Y EL DODO.
Todos los que opinan que el Rocho es un ave real citan invaria-
blemente un célebre pasaje del Libro de Marco Polo escrito en el
siglo XIII. Helo aquí, tomado de la traducción francesa moderna de
A. t'Serstevens:
«En las islas que están al mediodía (de Madagascar, donde no
pueden ir las naves por miedo de no volver) se encuentran los pá-
jaros-grifos que aparecen en ciertas estaciones del año. Algunos de
los que fueron hasta allí y volvieron contaron a dicho Micer Marco
Polo que estos grifos tienen la misma constitución que el águila,
pero son grandes y desmesurados, pues, según dicen, sus alas cubren
muy bien treinta pasos y sus plumas tienen una longitud de doce
pasos, y son tan fuertes que cogen un elefante con sus garras y lo
elevan a gran altura, después lo dejan caer y de este modo lo ma-
tan, y bajan hasta él y comen hasta hartarse. Las gentes de esta isla
los llaman "roe", y no tienen otros nombres.»
Este texto, aunque sospechoso (se observará que Marco Polo no
vio al Rocho con sus ojos, pues no se atrevió a ir a la región peligro-
sa donde mora), tuvo un éxito formidable.
El padre Martini, en su Historia de China, lo transcribe casi li-
teralmente. Lo propio hace Bochard, en su Hierozoicon, e incluso
Pigafetta, el marino de Magallanes, nos dice que oyó hablar de unas
aves que vivían cerca del golfo de China y que eran tan grandes
que podían transportar por el aire grandes animales. Marco Polo es
su fuente común. Marco Polo, que, según pensamos nosotros, había
sacado directamente su historia... de Simbad.
Los detalles dados por Marco Polo movieron a algunos investi-
gadores a identificar al Rocho con el Aepyornis maximus, una espe-
cie de avestruz gigante que vivía antaño en Madagascar. Pero el
huevo del Aepyornis sólo tenía una capacidad de doce litros y me-
40 MICHEL GALL
dio. No podía compararse con una cúpula gigantesca.
La teoría según la cual el Rocho era un ave extraña que vivió en
la isla Mauricio hasta el siglo pasado y que llevaba el cómico nom-
bre de dodo no es mucho más convincente. En efecto, hoy sabemos
que el dodo más grande no pesaba más de cuarenta kilos.
Simbad no es el barón de Crac, reflejo del gusto de una época
ociosa. No vemos por qué razón habría exagerado hasta tal punto
unos volátiles ciertamente impresionantes, pero que, en ningún
caso, parecían tener agallas suficientes para trastornar el orden del
mundo...
10. EL ROCHO-TIFÓN Y EL ROCHO DE MU.
«En los parajes de las costas de China, los viajeros temían mu-
cho los tifones, o ruj, viento en lengua mandea, y fue esta pa-
labra Ruj la que, a través de los relatos de los marinos, se convirtió
en Roj, el ave fabulosa de Las mil y una noches, que robaba los
barcos que encontraba en su camino», escribe Alí Mazaheri, en La
vida cotidiana de los musulmanes en la Edad Media.
Estas informaciones son mas convincentes, sobre todo si tene-
mos en cuenta que Simbad nos dijo claramente que el Rocho oscu-
recía el cielo. «Advertí —dice— que el sol se apagaba de pronto y
que el día se convertía en negra noche... Una nube de alas formida-
bles volaba por delante del ojo del sol, al que tapaba por entero,
extendiendo la oscuridad sobre la isla...»
Tengo a la vista un grabado del siglo x v m que representa un
tifón. La cima de la tromba de agua que avanza girando sobre el
mar y apunta al cielo tiene cierto parecido con una gran bola de
plumas...
Pero esta teoría tiene el inconveniente de explicar sólo una parte
del mito del Rocho. No tiene en cuenta ningún detalle. Ni el hecho
de que la rotura del huevo trae consigo un castigo inmediato, ni los
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 41
pretextos (los despojos de animales) para hacerse elevar por los ai-
res, ni la afición del Rocho a las serpientes, etcétera.
Y cabe pensar que el nombre de Rocho fue dado, por analogía,
a no ser que parecía un tifón, pero que no lo era...
Otra seductora teoría da a entender que Simbad encontró, en el
curso de sus viajes, seres extraterrestres o, al menos, descendientes
de una brillante civilización desaparecida, todavía poseedores de los
secretos de una era muy desarrollada. No se trataría de la civiliza-
ción atlántica, sino de la del famoso continente Mu, que debía de
encontrarse antaño no muy lejos de los mares surcados por Sim-
bad. Diversos estudios atribuyen a Mu un estado primitivo pero su-
mamente brillante. Un cataclismo cualquiera, un maremoto o una
bomba atómica, lo habrían destruido, pero se habrían conservado
algunos de sus secretos.
James Churchward afirma en su libro Mu, el continente perdido
que el pájaro gigante debió ser un símbolo sagrado de los pueblos
de Mu. «En Mu —dice—, los pájaros eran utilizados para simboli-
zar las cuatro fuerzas primarias y creadoras. Más tarde, la simple
cruz simbolizará estas fuerzas... Y también el famoso círculo alado
que encontramos en Egipto, en Assur, en Guatemala, en México...»
Estos círculos provistos de alas de plumas y algunos de los cua-
les encierran grandes símbolos, como el sello de Salomón o la esvás-
tica, representan una formidable concentración de energía, lo mis-
mo que el Rocho.
Si admitimos que las gentes de Mu poseían aviones (o habían
venido en cohete de otro planeta, idea predilecta de los «muólo-
gos») y que su símbolo nacional era una especie de tifón, podemos
suponer que el Rocho es un recuerdo complejo de la inteligencia y
la tecnología de Mu. Desgraciadamente, si están permitidos todos
los sueños con respecto a la Atlántida (sobre la cual poseemos al
menos un texto turbador e irrefutable: el de Platón), es posible
que nuestros «conocimientos» sobre Mu no sean más que absolutas
quimeras. Se fundan, en efecto, en traducciones tal vez completa-
mente falsas de inscripciones enigmáticas escritas en lenguas des-
conocidas y que los verdaderos científicos han renunciado de mo-
mento a comprender. El propio nombre de Mu puede proceder de
42 MICHEL GALL
dos signos que figuran en ciertas tablillas aztecas, que parecen
vagamente una M y una U.
Todo esto hace que sea muy problemático el origen «muesco» del
Rocho.
11. GARUDA.
En Las mil y una noches, el Rocho es ante todo un vehículo que
permite pasar de una isla azotada por los vientos, o de cualquier
otro lugar desierto, a un valle de diamantes o a un paraíso de
huríes. La misión del Rocho es elevar al hombre, arrancarlo de las
contingencias, subirlo al cielo. «Se elevó tan de prisa y a tal altura
que creí tocar la bóveda celeste», dice Simbad. El Rocho representa
las fuerzas libres del aire contra los poderes ctónicos (los de la tie-
rra, encarnados por las negras serpientes del fondo del valle).
La Historia de Aladino subraya particularmente su carácter di-
vino. En ella se dice expresamente que el Rocho es el rey de todos
los djinns, y su huevo, comparado con el sol, es evocado natural-
mente para ser colocado en el firmamento de una bóveda.
Ahora bien, en la religión hindú, que es precisamente la que se
practica en los países que recorre Simbad, hay un «vehículo» divino
sumamente célebre.
Podemos verlo esculpido en las fachadas de numerosísimos tem-
plos. Es un personaje capital del panteón brahmánico. Todos los
turistas que actualmente visitan la India pueden observarlo, pues su
imagen cubre muchas murallas. Y si admitimos que Simbad, al ha-
blarnos de la India, debe hacer algunas alusiones a la religión hindú,
parece absolutamente normal que nos hable de este «vehículo di-
vino».
Este «vehículo» es el ave Garuda, montura habitual de Vishnú y
de su mujer Laskshmi,
BL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 43
Garuda es representado con frecuencia en forma de un ave de
presa gigantesca cuya cabeza, a pesar de su pico y de sus tres ojos,
tiene un aspecto humano. Los tibetanos lo muestran bajo una luz
particularmente atroz: los ojos lanzan rayos y está bajo el dominio
del rey de los Infiernos. Pero otras estatuas lo representan como
un adolescente sonriente que lleva sobre los hombros al radiante
dios Vishnú. En la maravillosa escultura del siglo xi que puede ad-
mirarse en el museo de Kyajuraho su sonrisa no tiene nada que
envidiar a la del Ángel de la catedral de Reims.
En las miniaturas, tiene generalmente un bello color azul, lo
mismo que su señor Vishnú (este azul da fe del origen celeste del
dios, pues es el color de su piel, incluso cuando aparece en forma de
hombre en su «avatar» de Krishna).
Numerosas representaciones muestran a Vishnú o a Laskshmi
sobre la espalda de Garuda. A veces, tienen un poco el aire de un
piloto de «Mystére 20» en su cabina. Otras, Garuda tiene un notable
parecido con un platillo volante.
Garuda, además de su papel de vehículo divino, es, en la reli-
gión hindú, el implacable enemigo de las serpientes Nagas, que en-
carnan el mal y los poderes ctónicos. Lo vemos a menudo atacando
las serpientes (sus enemigos jurados, perc también sus primos). Las
desgarra a picotazos, las aplasta con las garras... Cuando Simbad
nos cuenta que el Rocho, apenas llegado al valle de las serpientes
se precipita sobre una detestable culebra negra, sigue exactamente
el mito hindú.
La identificación del Rocho con Garuda puede ser muy exagera-
da. Gracias a ella, se puede interpretar perfectamente la historia
del Rocho que lleva un elefante en sus garras.
Un bajorrelieve del famoso templo indio de Beogarh, esculpido
entre los siglos iv y vi después de Jesucristo, refiere cómo un mag-
nífico elefante se adentró demasiado en los pantanos en busca de
su alimento. Allí fue apresado por un rey-serpiente Naga. Vishnú,
considerándolo una acción intolerable, intervino, montado en Ga-
ruda. Y el bajorrelieve nos presenta un Garuda y un elefante sen-
siblemente del mismo tamaño... Tal vez Simbad vio esta escultura.
De todos modos, en la tradición brahmánica los elefantes tie-
44 MICHEL GALL
nen la costumbre de viajar por los aires, tanto si Garuda los lleva
como si no. Al principio tenían alas y se codeaban con las nubes.
Airavata, el elefante gigante vehículo de Indra, Rey de los dioses,
es el arquetipo en forma de animal de la nube de monzón, portadora
de lluvia.
El Matangalila, o Curioso tratado de los elefantes, nos revela
otros lazos que existen entre Garuda y los elefantes. Éstos nacieron
el mismo día y del mismo huevo que Garuda. Al principio de los
tiempos, Brahma, el creador demiurgo, rompió el huevo del que sa-
lió Garuda, el ave solar de alas de oro, «el del bello plumaje». Des-
pués, cantó siete melodías sagradas sobre las dos mitades del roto
cascarón y de cada una de ellas salieron ocho elefantes que son las
cariátides del Universo. Lo sostienen por los cuatro puntos cardina-
les y por los puntos intermedios.
En cambio, sus hijos podían circular libremente por el cielo
como las nubes hasta el día que su raza fue maldita por un santo
asceta. Algunos de ellos se habían posado en la rama de un árbol
próximo al lugar donde el santo pronunciaba sus lecciones, y char-
laban y bromeaban. La rama se rompió. Los elefantes, al caer, ma-
taron a varios discípulos. Entonces fueron malditos y perdieron sus
alas. Así, pues, el relato de Marco Polo no fue inspirado por un
hecho natural, sino por la tradición religiosa de los elefantes trans-
portados por los aires.
Inversamente, si los elefantes vuelan, Garuda es tan fuerte como
un elefante. Los templos de Camboya nos lo demuestran así. Algu-
nos de ellos son sostenidos por una serie de Garudas alineados
como cariátides.
Se cree que la raíz de la palabra Garuda es grí, que significa
«tragar». Se le conoce también por el nombre de Nagantaka (el que
mata las Nagas) o Nagasana (el que devora las serpientes). La co-
lusión entre Garuda y las serpientes es muy importante. Por esto
Simbad insiste tanto en las serpientes del valle de los diamantes.
En todas las épocas, la pareja serpiente-pájaro fue un símbolo.
En el Louvre podemos ver la copa ritual de oro del rey Gudea de
lli
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 45
Lagash, obra sumeria que data de unos 2.600 años antes de Jesu-
cristo. Un par de serpientes entrelazadas, antepasadas de nuestro
caduceo, se enfrentan con dos monstruos alados que nos recuerdan
los Rochos y los Garudas. El conjunto constituye la dualidad arque-
típica de los campeones de la tierra y del cielo.
Es posible que Garuda tenga un origen sumerio, pues la repre-
sentación de un dios sobre un vehículo es típicamente sumeria. La
divinidad Assur es representada con frecuencia sobre un mons-
truo con patas delanteras de león, garras de águila en las de atrás,
cola de escorpión y cabeza de dragón.
Este modelo pudo servir para representar a las divinidades in-
dias siempre montadas en un vehículo: Brahma, en un ánade ma-
cho; Indra, en un elefante; Vishnú en Garuda; Shiva, en un toro;
Ganesa, en una rata; etcétera.
Esta clase de figuración brilla por su ausencia en las obras de
arte indias muy antiguas, mientras que seguimos su rastro en Meso-
potamia hasta los alrededores del año 1500 antes de Jesucristo.
Por lo demás, y dejando aparte su función de vehículo, el Pájaro-
Dios, que simboliza en todo el universo chamánico la fuerza urania-
na y el enemigo de los poderes ctónicos, está presente en casi todas
las mitologías del mundo.
12. MI MADRE OCA, ¿UN REGALO DE LOS CRUZADOS?
Partiendo del Rocho y de Garuda podemos seguir en ambas di-
recciones toda una larga tradición de aves dotadas de poderes
mágicos y que sirven de intermediarias entre los hombres y la
divinidad o el destino, tradición que termina con la Madre Oca
de nuestros cuentos de hadas. Aquí el ave ha dejado de ser terrorí-
46 MJCHEL GALL
fica, para convertirse en amablemente ridicula, fenómeno clásico de
envejecimiento.
Por lo demás, nuestra buena Madre Oca es de origen oriental.
Fueron los cruzados quienes trajeron a Europa la idea de un ave
grande y de poderes misteriosos...
Pero si la Madre Oca está al final de la serie es difícil descubrir
su principio. Es seguro que empieza en el fondo prehistórico común
de todos los pueblos del mundo. Pero ¿cómo saber quién fue el
antepasado directo de la Serpiente con plumas mexicana (curioso
cruzamiento de Garuda y las Nagas); del pájaro gigantesco de los
lenguas del Paraguay y de los indios de América del Norte, que con
su batir de alas y el brillo de sus ojos produce el trueno y los re-
lámpagos; del Bennu egipcio, una de cuyas versiones fue el Fénix;
del Eorosh del Zend; del Bar Yucre de los rabinos; del Hathilinga
de las parábolas de Budagosha, que tiene la fuerza de cinco ele-
fantes; del Kerkes de los turcos; del Grifo de los griegos; del
Ñor ka de los rusos; del dragón sagrado de los chinos, del Pheng y
del Kirni japonés?
Nada es bastante superlativo, en ninguno de estos pueblos, para
designar al Ave Suprema. En el Zend-Avesta, el «jefe de los Pája-
ros», el «Eorosh», se describe como «resplandeciente de luz, que
ve de lejos, excelente, inteligente, puro, conocedor de la lengua del
cielo, vivo, con cabeza y pies de oro, más veloz que el caballo, que
el viento, que la lluvia, que la nube ..» El mismo texto lo denomina
también Saena, Anqa, Homa. Pero nos fijaremos sobre todo en su
nombre persa: Simurgh.
13. EL SIMURGH: DIOS TIENE ALAS.
El inmenso asombro de Simbad ante el Garuda indio tiene que
ser forzosamente un artificio literario, pues existía en la mitología
persa un célebre pájaro mágico, verdadero hermano de Garuda, y
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 47
Simbad no podía dejar de conocerlo. Cierto que el Islam había
barrido esta mitología, pero poco a poco al mismo tiempo que se
formaba la lengua persa (los grandes novelistas persas, que escri-
bieron en una lengua original que no era árabe ni pahleví, son del
siglo xi), fue reapareciendo esta mitología. En realidad, no había
desaparecido completamente, puesto que los hadiths (tradiciones
coránicas) más antiguos hablan también del Simurgh, o Anqa, el
pájaro maravilloso.
«El profeta nos dijo un día —refiere Ibn 'Abbas— que en los
primeros tiempos del mundo, Alá creó un pájaro de belleza extraor-
dinaria y le dio todas las perfecciones en herencia: un rostro pa-
recido al del hombre, un plumaje resplandeciente y de los más vivos
colores... Y Alá dijo a Moisés: "¡He dado vida a un pájaro admi-
rable! He creado el macho y la hembra... y quiero establecer rela-
ciones de familiaridad entre estos dos pájaros y tú, como prueba de
la superioridad que te he otorgado..."»
El Anqa es tan maravilloso, tan digno de derretir todos los co-
razones, que Alá no tiene valor para ocultarlo a nadie, y menos a
Moisés, su gran favorito...
El Simurgh representa un gran papel en todas las leyendas de la
alta Edad Media sasánida. Interviene a menudo en el Shahnama
(o Libro de los Reyes) del poeta Firdusi. Él fue quien crió al niño
Zal, padre del famoso héroe persa Rustam. Dio cobijo en su propio
nido a Zal, el repudiado (había nacido con los cabellos blancos, lo
cual era un signo maléfico). Le hizo de niñera, le enseñó a hablar
y le dio algunas de sus plumas, pues quemándolas Zal tenía el poder
de hacerle acudir. Estas plumas sirvieron también para curar las
heridas de Ruduba, mujer de Zal, y de Rustam. El Simurgh se
distinguió también dirigiendo personalmente la operación cesárea
gracias a la que nació Rustam.
Imaginad una gigantesca ave del paraíso del tamaño de un ele-
fante y tendréis una pequeña idea del Simurgh tal como gustaban
de representarlo los miniaturistas persas. El Simurgh es el tema de
las más bellas, ricas y deslumbrantes miniaturas.
48 MICHEL GALL
Sin embargo, el Simurgh no es siempre benéfico. En la leyenda
de Isfandyar en Busca del brasero ardiente (la versión persa de la
Novela de Alejandro), aparece particularmente espantoso y repe-
lente.
Tal vez es a causa de esta ambigüedad que Simbad no reconoce
el Simurgh en el Rocho. ¡El Simurgh tiene tantos nombres, tantas
formas! Además, Simbad quiere producir un efecto de sorpresa en
sus oyentes, pues, ¿quién podrá decir si su Rocho es benéfico
o maléfico? Mata a los marinos que le ofendieron, pero ayuda a
Simbad a evadirse, aunque ciertamente sin querer.
Volvemos a encontrar la aureola de espiritualidad del Pájaro
Divino en las leyendas actuales de los yezidis del Kurdistán, que
representan a Dios en forma de un ave que se cierne majestuosa-
mente sobre las aguas primitivas. Pero en Las mil y una noches
otros cuentos renuevan el efecto de Simbad complaciéndose en
«vulgarizar» el Pájaro Divino. Así lo encontramos en La Historia
del príncipe Diamante totalmente ridiculizado. Con el nombre del
genio Al-Simurgh ayuda efectivamente al príncipe a desplazarse
por los aires, ¡pero de qué manera! Al-Simurgh, el gigante (el prín-
cipe monta sobre su espalda), es un pedorrero prodigioso. Se mue-
ve en el aire, en zigzag, gracias a los gases expulsados de su panza.
El Rocho de Simbad tiene algo de la vulgaridad de este Al-
Simurgh (a fin de cuentas, no es más que una enorme gallina muy
poco inteligente), la concreta función transportista del Garuda in-
dio, y también, por su fuerza, la energía divina del Simurgh.
Pero esto no es todo.
En la acción de Simbad al agarrarse a su pata hay una refle-
xión que es como un reconocimiento implícito. En la audacia de
Simbad hay una especie de vértigo al término del cual aparece
de pronto el Rocho como familiar íntimo de aquél. ¿Cómo es posi-
ble esto?
Los sufíes iraníes, que nos dan una imagen excesivamente
refinada del Simurgh, nos lo explican. En El coloquio de los pá-
jaros (Mantiq ut Tayr) del poeta Faridudin Attar, que vivió en el
siglo XIII, treinta pájaros se reúnen para ir en busca del Simurgh.
El poema refiere sus tribulaciones que no terminan hasta que los
pájaros se dan cuenta de que ellos mismos son el Simurgh. En
efecto: Si quiere decir treinta y Murgh, pájaro. Si-Murgh: Treinta
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 49
pájaros. Bajo este juego de palabras, está el símbolo del yo oculto,
representado por el Simurgh, y la busca de éste es la busca de sí
mismo, es decir, de Dios, puesto que el Corán dice: «Alá está más
cerca del hombre que la vena de su corazón.» Admirable imagen.
Así, pues, el Simurgh es nosotros mismos, y el Rocho que se
lleva a Simbad por los aires no es más que el reflejo del propio
Simbad.
En muchas mitologías, el ave, más que cualquier otro animal, es
el doble complementario del hombre. En otro libro persa vemos
cómo el legendario rey Jamshid es castigado por haber hablado mal
y el «poder divino y la luz de la gracia» le abandonan, en forma
de un águila blanca gigantesca. Un Simurgh sale de su cuerpo y le-
vanta el vuelo...
«En el cuello de cada hombre hemos amarrado su pájaro», dice
más sencillamente el Dios de Mahoma.
Sin embargo, el Rocho de Simbad parece a primera vista comple-
tamente ajeno a nuestro héroe. Pero sólo a primera vista, porque
Simbad se aprovechará en definitiva de su ciencia sobrehumana y
de sus facultades benéficas... Tal vez podríamos, en último término,
aplicar al terrible Rocho los versos de esta admirable poesía sufí,
la Djanna:
Y era un delicado y estremecido compañero aún más misterioso que
íél mismo...
Un pájaro de las alturas...
El gran Simurgh alado...
El secreto guardián del Imperio interior..^
Oh, corazón mío,
Oh, tú, dotado de dos alas quiméricas,
Dos alas quiméricas cuyas plumas están hechas de nuestros dé-
nseos...
Oh, tú que eres yo, y yo soy tú...
4 — 3173
50 MICHEL GALL
Los sufíes tienen la habilidad de arrastrarnos en un lánguido
vértigo. Visto por ellos, el Rocho deja de ser un modesto avión, para
convertirse en un ser omnipresente. El Simurgh está en todo lugar.
¿No es él quien fue simbolizado en forma de águila con las alas
abiertas, símbolo del mazdeísmo, bicéfala en el país de los hititas,
y quien fue adoptado por Bizancio en oposición al águila romana
que sólo tenía una cabeza, reconocido por los cruzados y traído por
ellos a Europa, para posarse al fin, después de una viaje fabuloso,
en las banderas austríacas y moscovitas?
Sin duda puede establecerse más relación entre el águila bicéfala
de las banderas occidentales y el Rocho de Simbad que entre éste y
el gordo dodo de la isla Mauricio. Aquí vemos que las explicaciones
aparentemente más naturales no son siempre las mejores.
Al describirnos a su Rocho, Simbad quiere hacernos pensar en
Dios y en el conocimiento de nosotros mismos más que en un pte-
rodáctilo.
Para terminar estos comentarios sobre el Rocho, dos detalles
pintorescos:
Todavía empleamos actualmente la palabra roe (enroque) cuan-
do jugamos al ajedrez (el enroque largo y el corto consisten en in-
vertir las posiciones de la torre y del rey). Sabed que, en persa,
las piezas llevan nombre de animales. Aparte del caballo, el elefante
(fil) equivale a la torre. Pues bien, el Roe (enroque) es la jugada
que consiste en desplazar espectacularmente un elefante...
En cuanto al nombre garuáa, parece que en nuestra época de
viajes será cada vez más conocido. Ha sido elegido por las líneas
aéreas de Indonesia cuya publicidad, a base de un soberbio avión
blanco, empieza a invadir nuestros periódicos: «Garuda Airways»...
De manera parecida, la publicidad de las líneas iraníes saca a re-
lucir el Homa persa.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 51
14. EL MISTERIO DEL VALLE DE LOS DIAMANTES.
Pero volvamos a Simbad. Ahora se encuentra solo en un valle
cerrado, en un «caos» habitado por peligrosas serpientes.
Descubre que el suelo está compuesto de diamantes. Hay monto-
nes altos como hombres.
Estos diamantes serán indirectamente su salvación. Como el
valle es inaccesible, los mercaderes inventaron una ingeniosa estra-
tagema para hacerse con ellos. Desde lo alto de las rocas vecinas
lanzan grandes pedazos de carne cruda en la que se incrustan los
diamantes. Las águilas que vuelan por allí se lanzan sobre estas
presas y se las llevan, carne y diamantes juntos, para alimentar a
sus pequeños. Los mercaderes sólo tienen que visitar periódicamen-
te sus nidos... Simbad se agarra a uno de estos pedazos de carne y
consigue de este modo que un águila lo saque de allí.
Cierto que esto no es más que una variación final del tema
de su rescate por el Rocho, uno de esos calderones a que son tan
aficionados los fabulistas árabes, pero el valle, los diamantes y la
singular manera de apropiarse de éstos, dieron pie a innumerables
comentarios. El principal problema era saber dónde se encontraba
este valle.
Desgraciadamente, el texto de Las mil y una noches es muy
vago.
«El Rocho emprendió el vuelo y me llevó tan arriba que ya no
podía ver la tierra. Después, bajó de golpe con rapidez», dice sim-
plemente Simbad. No sabemos si su viaje dura horas, ni si le lleva
lejos de las islas del océano Indico donde se encontraba.
Pero otros relatos, que imitan o prefiguran la extraña historia
del Valle de los diamantes son, por fortuna, más explícitos.
52 MICHEL GALL
Veamos el De Duodecim Lapidibus Rationdli Sacerdotis Infixis,
de Epifanio, obispo de Constantino en Chipre. Este título erudito
sólo anuncia la descripción exhaustiva de las doce piedras preciosas
que adornan el pectoral del sumo sacerdote de Jerusalén. Una de es-
tas piedras es un jacinto, el cual, según nos dice Epifanio de Salami-
na, procede de un profundo valle de Escitia. El fondo de este valle
es un «caos», y la única manera de conseguir las piedras preciosas
que abundan en él es arrojar grandes pedazos de carne e ir después
a inspeccionar los nidos de las águilas...
Aquí se trata de un simple jacinto, pero su colocación en el pec-
toral del sumo sacerdote le confiere un valor grandísimo, que justi-
fica su procedencia excepcional. Este pectoral era, en efecto, una
reminiscencia de tradiciones judías que nos dicen lo siguiente: el
sumo sacerdote predecía el porvenir gracias al Urim y al Tummim,
tablillas, dados o piedras preciosas contenidos en su pectoral. En
ellos interpretaba el juego de la luz, relacionándolo con los pla-
netas que expresan la voluntad de Yahvé; tal vez incluso entraba
en trance con su contemplación. Es evidente que el jacinto men-
cionado por Epifanio contiene todo el misterio del Urim y del
Tummim.
Epifanio es, sin duda, el más insólito de los autores que hablan
del Valle de las Águilas. Entre los demás, citaremos a Plinio y Fi-
lóstrato, que no hablan de diamantes sino de la famosa Aetiía o
«piedra de águila»; al historiador árabe Al-Qazwini, que habla del
Samur, la piedra que lo corta todo; al geógrafo árabe Idrisi y
Chang Te, enviado chino en Hulagu, que hablan de piedras precio-
sas, y, por fin y sobre todo, a Heródoto, que habla de la canela.
Entre los autores más modernos, Marco Polo, según era de es-
perar, tocó a fondo el mito de las águilas y los mercaderes. Sitúa el
«caos», de un modo demasiado exacto para no resultar sospechoso,
en la región de Masulipatam (cerca de la desembocadura del Ktis-
na), en el golfo de Bengala. He aquí lo que nos dice:
«Hay allí tantas serpientes grandes y gordas y otras alimañas
a causa del calor que es para maravillarse (...). Hay también en
aquellas montañas grandes y profundos valles a los que nadie pue-
de bajar. Y los hombres que van allí a buscar diamantes cogen la
carne más magra que pueden encontrar y la arrojan al fondo. Y hay
muchas águilas blancas que viven en estas montañas y que se co-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 53
men las serpientes que pueden atrapar. Y cuando ven la carne
arrojada al fondo, la agarran y se la llevan con las patas hacia al-
guna roca para picotearla. Y los hombres, que están al acecho, co-
rren lo más de prisa que pueden para echarlas de allí. Y cuando las
han echado, se apoderan de la carne y la encuentran llena de dia-
mantes que se le pegaron en el fondo del valle. Pues habéis de saber
que hay tantos en estos valles profundos que es para maravillarse.
Pero no se puede bajar al fondo. Por otra parte, hay tantas ser-
pientes allá en el fondo, que quien bajara sería devorado inmedia-
tamente. También encuentran diamantes de otra manera. Van al
nido de esas águilas blancas y hallan entre sus excrementos mu-
chos diamantes que se han tragado las aves al devorar la carne
que los hombres arrojan al fondo de los valles. Y cuando cogen esas
águilas, encuentran también diamantes en sus vientres (...) Y sabed
que en ninguna parte del mundo se encuentra ningún diamante si
no es en el reino de Mutfili.»
Después de Marco Polo, Niccoló del Conti refiere la misma his-
toria. Él la sitúa en la montaña Albenigarás, en la que algunos in-
térpretes han querido ver Vijayanagar, en el reino de Golconda.
Pero, según los intérpretes de Benjamín de Tudela (1160), judío
español y gran viajero, el valle debería situarse en las minas de
Purna o Panna que se encuentran en una cadena montañosa al nor-
te de Golconda.
El nombre de Golconda es particularmente evocador. Allí, Jean-
Baptiste Tavernier, mercader francés del siglo xvín, robó de una
estatua de Buda la famosa «Gran Tabla», de forma cuadrada y de
190 quilates. Allí adquirió de un moribundo el diamante maldito
que había sido ojo de una estatua de Rama, el Hope que llevó Ma-
ría Antonieta... Pero seamos circunspectos. Si la riqueza de Gol-
conda en cierta época es segura, no lo es tanto que los diamantes
que abundaban en ella procediesen del mismo lugar. Y Dumont
d'Urville (1834) habla «de las imaginaciones novelescas que ven mi-
nas en Golconda que desmiente la ciencia, situándolas en el Nizam
y en Balaghar».
Problema insoluble.¿Qué valle de la India, de Ceilán, de Armenia
o de Escitia es el del «caos» de Simbad? Las águilas, inalcanzables,
54 MICHEL GALL
se ciernen sobre tantos valles... Pero ¿existió en realidad este valle?
Heródoto de Halicarnaso (484-425 antes de Jesucristo), que es
probablemente el padre de este mito, no sabe de él más que noso-
tros. He aquí lo que dice:
«La manera como los árabes se procuraban la canela (corteza
de un arbolillo de la familia de los alcanforeros) es de las más
curiosas. ¿Dónde crece y en qué suelo? No sabrían decirlo. Sin
embargo, algunos pretenden, no sin verosimilitud, que crece en las
regiones donde se crió Dionisos. Unas aves de gran tamaño trans-
portan, según dicen, estos pedazos de corteza seca a la que llama-
mos minamomo, de un nombre tomado de los fenicios; los llevan a
sus nidos, hechos de barro y pegados a unos acantilados absoluta-
mente inaccesibles para el hombre. Los árabes descubrieron, pues,
una ingeniosa manera de conseguirlos. Cortan pedazos lo más gran-
des posible de bueyes, asnos y otras bestias de carga muertas, los
llevan a la región deseada y los dejan cerca de los nidos, y después
se apartan a un lado. Las aves se lanzan en seguida sobre esta comi-
da y la llevan a sus nidos, que se hunden, pues son demasiado dé-
biles para sostener el peso. Entonces, los árabes van a buscar el ci-
namomo, lo recogen cuidadosamente y lo envían seguidamente a
otros países.» Esta «curiosidad» que nos relata el «padre de la His-
toria» parece haber sido adaptada por Plinio, por Epifanio y des-
pués por los narradores de Las mil y una noches, antes de ser con-
tinuada por todos los viajeros occidentales.
¿Hemos sorprendido, por una vez, a los narradores de Las mil
y una noches en flagrante delito de exageración? ¿Han dejado de
«adornar lo conocido» para bordar una antiquísima y muy sospe-
chosa historia?
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 5b
15. UN RINOCERONTE ASFIXIADO,
El fin del segundo viaje de Simbad ha preocupado mucho a
sus comentaristas. ¿Cuál es esa isla de Roha donde se detiene Sim-
bad en el camino de regreso? Allí crece el alcanfor y allí el rino-
ceronte y el elefante se entregan a una lucha sin cuartel. El rino-
ceronte ensarta al elefante con su cuerno, pero sucumbe a su vez
cegado, asfixiado por la grasa que brota del vientre del elefante.
Esta anécdota es «clásica», pues todos los viajeros, comprendido
Marco Polo, la mencionan.
En efecto, el alcanfor, los rinocerontes y los elefantes se en-
cuentran, más o menos, en todas las orillas del océano Indico y del
mar de la China. El alcanfor más famoso viene de Sumatra y de
Borneo, pero, ¿cuál es, entonces, esa «isla del Alcanfor» sobre la
cual nos dice cosas tan extraordinarias el Compendio de las mara-
villas? Según éste, sus habitantes poseen, entre otras cosas mara-
villosas, una cabeza parlante (como los sábeos de Harrán, que es-
tarían en el origen de «la historia del médico Dubán», de Las mil y
una noches y del Baphomet de los templarios). ¿Qué lazo simbó-
lico existe entre esta cabeza parlante y el alcanfor, resina del alcan-
forero, tan apreciado por los árabes por sus virtudes farmacéuti-
cas? ¿Servía para embalsamar los muertos y había incluso, como se
decía, riachuelos de alcanfor en el paraíso? De momento, estas pre-
guntas permanecen sin respuesta.
Observemos solamente que la inmensa y sorprendente fama del
alcanfor en la Edad Media musulmana pudo ser precisamente la
razón del misterio que Simbad deja flotar sobre la isla de Roha.
Nadie quería revelar el origen exacto de la resina del alcanforero.
Cierto misterio cuidadosamente fomentado por los relatos fabulo-
56 MICHEL GALL
sos podía hacer subir los precios. Indudablemente, no es ya Sim-
bad el Iniciado quien nos habla, sino Simbad el Mercader.
16. PIGMEOS Y GIGANTES,
Un gigante caníbal, parecido en todo al cíclope Polifemo de la
Odisea, es el protagonista del tercer viaje de Simbad. Pero Simbad,
que ha leído la Odisea, sabe cómo tiene que tratarle: le salta el ojo
con una broqueta calentada al rojo.
Con anterioridad, en otra isla, llamada de los Monos, el barco
de Simbad había sido asaltado por unos pequeños seres cubiertos
de pelos rojizos y de sólo unos sesenta centímetros de altura. Estos
seres se habían apoderado de la nave y habían conducido a Simbad
y sus compañeros a la isla del cíclope, donde los dejaron abando-
nados.
Al escapar del cíclope, Simbad irá a parar a una tercera isla
en la que viven unas serpientes monstruosas «de fétido aliento».
Se libra de ellas metiéndose en una especie de jaula de tablas que
se construye en un árbol. Después, llega a la isla más civilizada
de Salahat, paraíso de las especias, «canela, clavo y otras dro-
gas...».
Esta sucesión de islas bastante próximas entre sí parece indicar
que nos encontramos en un archipiélago. ¿Cuál? Podemos elegir:
¿las Laquedivas, las Maldivas, las Andamán, las Nicobar, las islas
de la Sonda? En toda esta multitud de islas desparramadas por el
océano Indico hay, o había gran abundancia de monos, serpientes,
pigmeos y gigantes.
Todos los geógrafos y viajeros han aludido a la existencia de pig-
meos en ciertas islas del océano Indico.
Plinio habla de unos homúnculos velludos que vivían en la In-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 57
dia. Les denomina Pigmae Spithamaei. Por su parte, Tolomeo habla
de las «islas de los Monos».
El relato más pintoresco sobre estos homúnculos nos lo brindó
aquel extraño viajero que fue William de Rubruquis, monje flamen-
co enviado por san Luis, en 1253, para felicitar al gran Kan de Tar-
taria por su presunta conversión al cristianismo.
Rubruquis nos dice que, al interrogar a un sacerdote chino sobre
su magnífica túnica roja, éste le respondió: «Ha sido teñida con
la sangre de ciertas criaturas que tienen forma de hombre, caminan
saltando sin doblar las rodillas y habitan en el este de China. Tienen
un codo de altura y su piel está cubierta de pelos.»
Francis Bacon nos da la misma información sobre estos seres
extraños que habían adoptado la posición bípeda.
Marco Polo nos refiere una historia no menos asombrosa, aunque
muy diferente, a propósito de Java la Menor (Sumatra).
«Y yo os digo que los que nos traen esos hombrecillos disecados
y dicen que son de la India mienten, pues son pequeños monos
que viven en esta isla, y os diré cómo los preparan. Hay en esta isla
una especie de monos que son muy pequeños y que tienen la cara
parecida a la del hombre. Los cogen y los afeitan completamente,
menos el pelo de la barba y del pene. Después, los ponen a secar
y los preparan con azafrán y otras cosas, y lo hacen tan bien que
parecen realmente hombres. Pero esto no es verdad, pues nunca se
han visto hombres parecidos en toda la India ni en otros países más
salvajes.»
¿Qué pensar de esta tentativa de desmitificación de los ho-
múnculos de Plinio y de Simbad? La existencia de un comercio de
falsas momias de enanos (especialidad de Malasia: a principios de
este siglo, se vendían allí falsas momias de sirenas), ¿debe hacer-
nos abandonar la idea de que hubo pigmeos en ciertas islas?
Pigafetta así lo afirma: «Nuestro piloto nos dice que cerca de
allí (en el mar de Ceram, en las Molucas) hay una isla llamada Aru-
chete donde los hombres y las mujeres no tienen más de un codo
de estatura y sus orejas son tan grandes como ellos; una les sirve
de cama y se tapan con la otra. Tienen la voz aguda y viven bajo
tierra.»
58 MICHEL GALL
Esta historia es sumamente inverosímil, pero no nació de la
nada, pues Simbad también nos habla de grandes orejas, aunque
él las atribuye al cíclope gigante. «Tenía orejas de elefante», dice.
Parece, pues, que hubo, cerca de las islas de la Sonda, un pueblo
célebre por la longitud de sus orejas... Es todo lo que sabemos, pero
no es poco si recordamos que tradicionalmente las «orejas largas»
suelen caracterizar, sobre todo en las civilizaciones preincaicas, a
los respresentantes de civilizaciones misteriosas, desaparecidas, ex-
traterrestres o de otra clase, pero todas ellas fascinantes para los
amantes de lo fantástico...
Dejemos a los pigmeos y pasemos al polo opuesto, los gigantes.
Su existencia en Malasia es afirmada formalmente por varios via-
jeros. «Tienen cuarenta codos de estatura» (veinte metros), según
nos dice el Hierozoicon. Y se refiere que el rey de Yacatra regaló al
rey de Bantam «un gigante de treinta pies de altura, en una jaula
tirada por búfalos». Más recientemente se dijo que habían sido des-
cubiertos huesos de gigante en Java.
¿Qué hay de cierto en todo esto? Tratándose de historias de
gigantes, la mayor desconfianza es de rigor. Sabemos, en efecto,
que la mayoría de estas historias se deben simplemente al descu-
brimiento de un yacimiento de huesos de mamut o de otros anima-
les antediluvianos.
Por otra parte, los gigantes personifican montañas en muchos
mitos. Así, Polifemo, el cíclope de Homero, ha sido con frecuencia
identificado con el Etna. Gigante que arroja piedras = volcán.
Aplicando esta teoría al viaje de Simbad, Lañe identifica la isla del
Gigante con la de Sumbawa, cerca de Java.
Pero aún queda una última explicación de la dualidad gigantes-
pigmeos en los Viajes de Simbad el Marino. Tal vez Simbad alude
simplemente, una vez más, a una antigua leyenda india.
En un relieve de la segunda gruta de Badami, que data del si-
glo vi después de Jesucristo (una de las muestras más notables del
primer arte calukya), vemos juntos un pigmeo y un gigante estiran-
do las piernas... Ilustran la leyenda de los Tres Pasos, o mito del
Crecimiento del Pigmeo cósmico: Vishnú, para librar al mundo de
un titán tirano, va a su encuentro bajo la forma de un niño esmi-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 59
rriado. Le pide que le deje poseer el espacio que pueda abarcar
con tres de sus minúsculos pasos. El tirano, divertido, acepta... Y el
enano empieza a crecer, a crecer... Su primer paso le lleva más
allá del sol y de la luna, el segundo a los límites del universo y
el tercero le trae de nuevo junto al enemigo vencido, sobre cuya
cabeza apoya un pie...
Simbad pudo ver como nosotros este bajorrelieve de Badami e
inspirarse en él para adornar el relato de sus viajes. Bordando el
tema del gigante y el enano, utiliza a la vez sus conocimientos de
Homero y de los misteriosos homúnculos de la Sonda, que tal vez,
como dijo Marco Polo, no eran más que monos...
17. EL VARANO DE CÓMODO.
Un cortometraje célebre, realizado hace unos diez años y que
los telespectadores pudieron ver varias veces, popularizó al varano
de Cómodo, que es seguramente la gigantesca serpiente de fétido
aliento contra la que tiene que protegerse Simbad después de ha-
berse librado de los enanos y de los gigantes.
Cómodo es una isla muy pequeña, situada entre Sumbawa y
Flores, único lugar del mundo, con las Galápagos, donde se encuen-
tran aún lagartos prehistóricos de tamaño imponente y de aspecto
más que extraño. El Varaxus Komodensis tiene varios metros de
longitud y está enteramente cubierto de callosidades y de escamas
que le dan un aspecto parecido al de los dragones de los cuadros
religiosos de la Edad Media.
El cortometraje lo presentaba con todo detalle y el director
había tenido el acierto de empezar mostrándonos un dragón que
tenía un aspecto terrible hasta que el espectador se daba cuenta
de que sólo se trataba de un recién nacido. Un plano digno de ci-
nemateca mostraba una pata monstruosa, cubierta de pronto por la
sombra de otra pata diez veces más grande: la de su madre.
60 MICHEL GALL
Se comprende el miedo de Simbad, solo en su isla, al encontrar-
se con el Varaxus, aunque hoy sepamos que este animal, descendien-
te directo de una época muy remota, es en realidad bastante inofen-
sivo.
El tercer viaje toca a su fin. Simbad nos conduce a Salahat,
«la isla de las Especias», que es probablemente una de las Molucas
de donde proceden casi exclusivamente el clavo y la canela. Sim-
bad dice que Salahat es también conocida por su madera de sán-
dalo. Se trata, pues, seguramente de la actual Timor cuyo sándalo
es célebre.
18. CLAVOS QUE VUELAN.
Simbad se hace a la mar por cuarta vez. No en Basora, sino en
un puerto de Persia, probablemente Siraf, situado frente a la isla
de Kish y que fue desde la época de los partos hasta mediados del
siglo xi el puerto más importante del golfo Pérsico. Esta Venecia
oriental está hoy prácticamente borrada del mapa.
Existen varias versiones de este viaje. Según Galland y Mar-
drus, el primer cataclismo que sorprende a Simbad es una tem-
pestad. En la traducción inglesa (Hole), la nave de Simbad es irre-
sistiblemente atraída por una montaña imantada y se estrella con-
tra ésta.
Volvemos a encontrar esta última aventura, más detallada, en un
cuento que, en ciertos momentos, parece copiado de las Aventuras
de Simbad: la Historia de Agib, hijo del rey Casib. Abandonemos
a Simbad unos instantes y sigamos a Agib. Su entrada en materia
sigue absolutamente el estilo de Simbad: «Mis viajes —dice Agib—
me dieron ciertos conocimientos de navegación y tanto me aficioné
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 61
a navegar que decidí ir a hacer descubrimientos más allá de mis
islas.»
La nave de Agib se encuentra de pronto en dificultades: «La
montaña negra ante la cual nos encontramos —dice el piloto— es
una mina de imán que atrae a partir de ahora a toda nuestra flota
a causa de los clavos y de los hierros que forman parte de la es-
tructura de las embarcaciones. Cuando lleguemos mañana a cierta
distancia de ella, la fuerza del imán será tan violenta que todos
los clavos se desprenderán e irán a pegarse a la montaña. Nuestros
barcos se descompondrán y se hundirán. Como el imán tiene la pro-
piedad de atraer el hierro y de fortalecerse con esta atracción, esta
montaña está cubierta, por la parte del mar, de clavos procedentes
de una infinidad de barcos hundidos por su culpa, lo cual conserva
y aumenta al mismo tiempo su virtud.»
Encontramos punto por punto esta extraña historia en Tolomeo,
geógrafo egipcio del siglo n. Y también en Las aventuras del duque
Ernesto de Suabia, texto alemán del siglo xn, que muestra ciertas
coincidencias con Los viajes de Simbad sin que sepamos cuál de
los dos textos es anterior al otro. De todos modos, el Duque Ernes-
to, que cuenta un viaje fantástico por Oriente, se inspiró en los
narradores árabes.
La montaña de imán se cita también en textos posteriores a Las
mil y una noches. Autores que se tienen por serios se refieren a
ellos. Así, Brown escribe en Vulgar Errors: «Serapión de Magrete,
autor del siglo xv, perfectamente razonable y digno de confianza, re-
fiere que cerca de las costas de la India se encuentra una mina de
imán cuya fuerza es tal que cuando los barcos se acercan a ella no
hay un pedazo de hierro a bordo que no eche a volar como un
pájaro en dirección a la mina. Por esto, allá abajo, los barcos no
son ensamblados con hierro, sino con madera, pues en otro caso
quedarían hechos pedazos.»
Aloysius Cadamustrus, que viajó por la India en 1504 y escribió
el muy serio Novis Orbis, describe las diferentes clases de embar-
caciones que hacen el comercio de especias de isla en isla y añade
este comentario: «Algunos son enteramente de madera, como los
mencionados por Tolomeo, y por la misma causa.»
Sir John Mandeville dice que vio con sus propios ojos «una roca
imantada que había cazado tantos barcos que el todo parecía una
62 MICHEL GALL
isla grande, llena de árboles, de arbustos y de troncos caídos y
entremezclados». Observa igualmente la existencia de rocas pare-
cidas en las tierras del preste Juan (es así como llama al «Dalai-
Lama).
En el otro extremo del mundo, Mogens Heinson, célebre mari-
no durante el reinado de Federico II, rey de Dinamarca, afirma que
su barco fue detenido un día por unas rocas magnéticas, cuando
navegaba a toda vela y con buen viento. Egede lo refiere en su His-
toria Natural de Groenlandia.
Confesemos que las observaciones de estos distinguidos nave-
gantes de estos «concienzudos» viajeros nos dejan bastante indeci-
sos. Ninguno de ellos parece muy convincente. Sobre todo Hole,
cuando nos dice que, en algún lugar de Siberia, existen montones
de rocas que tienen la particularidad de atraer desde una grandí-
sima distancia los pedazos de hierro. Incluso los sables salen de
sus vainas y vuelan por los aires. Pero, ¿en qué parte de Siberia?
En todo caso, desde el siglo xix se ha perdido el rastro de estos sa-
bles voladores.
19. EL HACHÍS Y LOS CANÍBALES,
La continuación del cuarto viaje de Simbad está también to-
mada de la Odisea de Homero. Nuestro héroe y sus compañeros
desembarcan en una isla donde los indígenas les sirven una comida
riquísima, pero en la cual han mezclado una droga que les hace
perder completamente la razón. Sólo Simbad se abstiene de pro-
barla.
Reconocemos aquí la aventura de Ulises en el país de los loto-
fagos. No hace falta buscar tres pies al gato, como hace Hole:
«Esta historia —escribe el inglés— creo que fue sugerida al autor
árabe y a Shakespeare, que se refiere a ella en Macbeth, por un
pasaje de la Vida de Marco Antonio, de Plutarco. Los soldados de
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 63
este general, acuciados por el hambre, comieron un día una raíz
especial que les privó de todo juicio y de todo sentimiento.» El
parecido con la Odisea es mucho más evidente.
Pero cuando los compañeros de Simbad se han atiborrado bien
de hachís y de opio, el relato se aparta de Homero. Los lotófagos
de Ulises eran inofensivos. Los de Simbad son espantosos caníba-
les. Simbad sólo podrá librarse de su hambre imponiéndose un
ayuno forzoso y adelgazando cada día más.
Estos caníbales existían aún a finales del siglo pasado.
No se trata de indígenas de las islas Nicobar, cuyo tempera-
mento ha sido considerado siempre como amable y hospitalario.
(«Por esto se mueren de hambre y de miseria», observa tristemen-
te Dumont d'Urville.)
Los batías, del norte de Sumatra, tienen una reputación más
enfadosa. «Son amables, hospitalarios y trabajadores —dice tam-
bién Dumont—. Pero, por extraña anomalía, son antropófagos. Se
comen a los adúlteros, a los traidores, a los ladrones... Los sazonan
con pimienta, con sal, con limón... Sus orejas son el bocado pre-
ferido... En cuanto a los ancianos, los cuelgan antes de comérselos
en una rama alta y bailan a su alrededor. Esperan que suelten los
cansados dedos y mientras tanto cantan: ¡El fruto está maduro!
¡El fruto va a caer...!»
Los moradores de las islas Andamán, que se encuentran al norte
de Nicobar, fueron también en todos los tiempos espanto de los
viajeros. Su reputación es más horrible que la de todos los otros
caníbales conocidos. Probablemente, Simbad desembarcó en su
país.
64 MICHEL GAIX
20. ENTERRADO VIVO.
Gracias a su huelga de hambre, Simbad adelgaza tanto que los
caníbales no se lo comen. Y consigue escapar.
Unos amables recolectores de pimienta lo recogen y lo llevan
a su isla. Allí tiene la suerte de granjearse la amistad del rey en-
señándole el uso de los estribos. En seguida se ve colmado de
grandes riquezas y casado con una mujer adorable. Pimienta. Una
isla. Un gran rey. Caballos montados a pelo. ¿Dónde nos hallamos?
Ciertos comentaristas, con Hole a la cabeza, sostienen que se trata
de Sumatra.
Existen allí costumbres singulares. La mujer de Simbad muere
y él se entera, horrorizado, de que la costumbre de la isla exige
que sea enterrado con su mujer, siete panecillos y una jarra de
agua.
Helo ahí encerrado con los muertos en una especie de caverna.
Sobrevive asesinando, para robarles sus panes y su agua, a los des-
graciados que son llevados regularmente allí. Por último, una zorra
hace que descubra una larga grieta que conduce al mar. Sale por
ella después de haber despojado de sus joyas a todos los cadá-
veres.
Richard Francis Burton ve aquí la mezcla vulgar de una historia
de ladrones de tumbas con una interpretación literal del relato de
la evasión de Aristómenes, jefe griego del siglo vil antes de Jesu-
cristo, que se evadió de un precipicio agarrándose a la cola de una
zorra.
Sin embargo, el entierro de Simbad presenta particularidades
desconcertantes. Desde tiempos muy remotos, la costumbre de ha-
cer que las mujeres siguiesen a sus maridos en la muerte causó es-
BL SECRETO DE LAS MU. Y UNA NOCHES 65
tragos en el mundo entero. Los hindúes y los indios de América del
Norte la conservaron hasta una época bastante reciente. Pero la
costumbre contraria parece mucho menos extendida.
Sin embargo, el rey no se anda con chiquitas. «Ésta es —dice-
la costumbre que nuestros antepasados establecieron en esta isla
y que observaron de un modo inviolable. El marido vivo es ente-
rrado con la mujer muerta, y la mujer viva con el marido muerto.
Nada puede salvar a este hombre. Todo el mundo está sometido a
esta ley.»
La aventura de Simbad da pie a varias hipótesis:1
a) Los narradores de Las mil y una noches aluden a un rito
real, a una sociedad que observa las tradiciones de un matriarcado
original (pero estas sociedades son sumamente raras) y se refieren
a una problemática singularidad local.
El zoroastrismo, por ejemplo, conservó rastros de este matriar-
cado. Así, el Vendidad dice que la autoridad del jefe, léase del
rey, puede ser ejercida perfectamente por una mujer: «Que las mu-
jeres puras se presenten a la elección; las que sean muy santas
de pensamiento, de palabra y de obra, inteligentes y buenos jefes»,
dice un llamamiento a los mazdeístas. Ahora bien, la mujer de
Simbad es absolutamente inteligente y pura, observan nuestros
narradores. Se puede suponer, pues, que fue objeto de una especie
de culto.
Pero esto no quiere decir que la acción se desarrolle en el país
del zoroastrismo. En el vedismo de los primeros tiempos, en la
India, la mujer era también igual al hombre. Era admitida en el
sacerdocio, preparaba el soma (la bebida sagrada), componía him-
nos, etcétera.
Pero si lo que se propone Simbad es evocar una sociedad tan
remota en el tiempo y tan particular, hay que reconocer que yerra
de mala manera al terminar su evocación con la espantosa his-
toria de la caverna. Ésta parece más bien inspirada por el deseo de
resucitar el miedo y el espanto que reinaron en las religiones in-
dias en el siglo xi después de Jesucristo. Una confusión tan tosca no
es propia de su estilo y por esto la hipótesis de una simple refe-
rencia el matriarcado no resulta del todo convincente.
5 — 3173
66 MICHEL GALL
b) También se pensó que Simbad nos había ocultado el impor-
tante detalle de que su mujer era una princesa de sangre real. En
realidad, él no era su esposo legítimo, sino su esclavo. Y su entierro
prematuro parece absolutamente natural. Pero entonces ¿qué pen-
sar de la frase del rey cuando dice «Todo el mundo está sometido
a esta ley»? Por otra parte, ¿por qué Simbad, que nunca se mues-
tra benévolo consigo mismo y que nos cuenta de buen grado, a la
manera de un Juan Jacobo Rousseau, los momentos más ignominio-
sos de su vida, crímenes, cobardías, etc., tenía que ocultarnos que
no era más que el esclavo de su mujer?
c) Desesperados con todas estas contradicciones, ciertos comen-
taristas quisieron admitir que los narradores árabes, ignorando
los detalles, habían invertido torpemente el sentido del ritual sa-
crificio conyugal hindú. Habrían «bordado» una vez más. Por nues-
tra parte, creemos haber familiarizado lo bastante al lector con el
alto nivel intelectual de Las mil y una noches, siempre mucho más
serias de lo que parecen, para que no pueda compartir esta opinión.
El análisis moderno de los mitos hindúes va más lejos. Al final
de este análisis resulta que ciertos fragmentos de una literatura
prehistórica se conversan en Las mil y una noches, una literatu-
ra que era herencia común de diversas sociedades aparentemente
sin comunicación entre ellas. Parece, pues, que la aventura de Sim-
bad, lejos de aludir a un acontecimiento vivido, es un plagio de esta
misteriosa literatura prehistórica, que conserva aún la marca de
nuestras estructuras mentales primitivas.
21. LAS TRES FUNCIONES.
El profesor francés Georges Dumézil se hizo célebre al desarro-
llar en su voluminosa obra Mito y epopeya una teoría según la cual
la literatura indoeuropea estuvo en un principio muy influida por
una ideología a, la que llama «ideología de las tres funciones». Es-
EL SECRETO DB LAS MIL Y UNA NOCHES 67
tas tres funciones son la soberanía mágica y jurídica, la fuerza y
la fecundidad. «Esta ideología —escribe— es característica de los
indoeuropeos prehistóricos. Permaneció viva durante largo tiempo
en la mayoría de los pueblos derivados de ellos y domina algunas
de las grandes obras épicas producidas en esta familia y, en par-
ticular, el Mahabharata indio.»
Los héroes de estas obras épicas encarnan todos ellos alguna de
estas funciones y el escenario de las mismas depende de las rela-
ciones, con frecuencia complicadas, que tienen estas funciones en-
tre sí.
Dumézil obtuvo resultados sorprendentes al analizar el Mahab-
harata desde este punto de vista. Con ello mejoró también notable-
mente nuestra comprensión. Consiguió explicar mitos que con an-
terioridad eran incomprensibles.
Uno de éstos guarda cierta relación con el entierro de Simbad.
Se trata de un mito del Mahabharata que refiere la historia de una
joven llamada Drapaudi.
Drapaudi, como consecuencia de un prodigioso potlach (una su-
basta llevada al paroxismo), se convierte en LA mujer de sus cinco
hermanos. Drapaudi es una figura nacional india, pero antes de Du-
mézil fue, incluso para los indios, un ejemplo escandaloso de po-
liandria.
Se trataba de excusarla afirmando que su historia aludía a un
hecho sociológico, a una sociedad en la que escaseaban las mujeres
y los lazos de la sangre eran capitales. Pero parece que la polian-
dria no estuvo extendida en la India en ninguna época. Y aunque la
excepción confirme la regla, parece extraño que un caso muy par-
ticular se convirtiese en tema de una obra magistral como el Ma-
habharata. En resumen, la poliandria de Drapaudi resulta tan insó-
lita como el entierro prematuro de Simbad.
Dumézil, considerando el mito de Drapaudi desde el punto de
vista de la ideología de las tres funciones, descubrió que los cinco
hermanos de Drapaudi no eran en modo alguno cinco brutos de-
pravados y sedientos de sexo que compartían su propia hermana
porque no podían tener otras mujeres. No es éste su papel en el
Mahabharata.
Su papel es simplemente ilustrar una o dos de las tres funcio-
nes en relación con la función fecundidad representada por Dra-
68 MICHEL GALL
paudi. Y el mito de Drapaudi, lejos de reflejar una situación socio-
lógica existente, no es más que una exposición intelectual de las
relaciones posibles entre las tre¿ funciones:
Soberanía mágica (hermano 1)
Fuerza (hermano 2)
Fecundidad: Drapaudi Soberanía mágica / Fuerza (hermano 3)
Fuerza / Fecundidad (hermano 4)
Fecundidad (hermano 5)
¿Trata también el mito de Simbad, no de describir un hecho so-
ciológico, sino de ilustrar una ideología antigua que habría estudia-
do las relaciones entre la muerte, el matrimonio y la ley? Si real-
mente el mito de Drapaudi no se apoya en ninguna costumbre, ¿por
qué no ha de ocurrir lo mismo en el de Simbad? En este caso, y
una vez más, el relato de Simbad no será una simple narración de
viajes, sino una reflexión sutil y torturada.
22. EL VIEJO DEL MAR.
El ave Rocho reaparece al principio del quinto viaje. Los mari-
neros de Simbad, que esta vez es lo bastante rico para haber fleta-
do su propio barco, encuentran un huevo del ave. Lo rompen y
quieren asar el embrión que contiene. Entonces llegan los Rochos
y lanzan una lluvia de piedras sobre la nave.
Probablemente, el marco de la anécdota fue tomado una vez más
de Homero. Los gritos de Simbad para impedir que sus marineros
asen el pequeño Rocho, y sus referencias a un tabú magistral, se
parecen mucho a los de Ulises cuando suplica a sus hombres que
no se coman las vacas del sol, y las rocas que caen del cielo sobre
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 69
la nave a las que lanza Polifemo. Como en Homero, estas rocas in-
dican sin duda la proximidad de un volcán. Tal vez nos hallamos en
la isla volcánica de Soembava.
Sólo Simbad sobrevive. Pero entonces le ocurre una de sus aven-
turas más simples y más fascinadoras.
Se encuentra con el «Viejo del mar». Este viejo, que sólo habla
con gruñidos, consigue montar sobre sus hombros, y amenazándo-
le con estrangularle se hace transportar por él. No le deja nunca,
ni de noche ni de día, hace sus necesidades naturales sobre su es-
palda, duerme sin dejar de estrecharle el cuello con las piernas, etc.
Simbad se librará de él fabricando vino (pone zumo de uva a fer-
mentar en una calabaza) y emborrachándolo. Después le rompe la
cabeza a pedradas.
El milagro de los narradores árabes está en haber sabido dar a
esta historia un matiz extrañamente confuso. Hicieron del odioso
emparejamiento del viejo con Simbad una imagen extraordinaria
surgida del trasfondo de la sexualidad, evocadora de la soledad de-
sesperada del hombre y de los peligros de la compañía. El ser híbri-
do formado por el viejo y Simbad recuerda los andróginos de Pla-
tón y los animales compuestos como el unicornio de la Edad Media.
La coexistencia de estos dos seres parece kafkiana.
Sin embargo, se han dado dos explicaciones «naturales» a esta
pareja simbólica.
Según Burton, recordaría simplemente la costumbre afroasiática
del acarreo a cuestas de un hombre, «práctica corriente y deshon-
rosa en los países en que la mosca tsetse impedía la cría de ani-
males de tiro, práctica mucho más controlada y regulada en los
países secos de los que procede Simbad». Los narradores árabes,
deseosos de hablar de los acarreadores de las islas del océano índi-
co, habrían bordado su condición hasta llegar a la extraña imagen
del viejo a horcajadas sobre los hombros de Simbad. Interpretarían
a su manera la historia auténtica de un marino musulmán hecho
prisionero por una tribu salvaje y convertido en verdadera bestia
70 MICHBL GALL
de carga. Quek-Quek, el salvaje personaje de Moby Dick, nos ense-
ña que en su isla el rey utiliza hombres a modo de silla.
Pero la opinión más compartida es que el «Viejo del mar» es un
orangután.
«Observé más atentamente sus piernas —dice Simbad—. Me pa-
recieron negras, velludas y ásperas como la piel de un búfalo y me
dieron mucho miedo.»
Esta frase parece indicar el origen animal del «Viejo», el cual,
por lo demás, se alimenta exclusivamente de frutos, no se expresa
en lengua alguna y se emborracha inmediatamente con el vino.
La historia del vino está quizá tomada también de Homero
(cf. Polifemo), pero la identificación del orangután con un viejo era
todavía corriente en el siglo pasado. Los grabados que ilustran los
libros de viajes de esta época pintan siempre a los orangutanes con
facciones y formas humanas. Los viajeros los toman como «boys»,
les hacen fumar en pipa, servir la mesa, etc. Ünicamente a princi-
pios del siglo actual se tomó la costumbre de encerrar en jaulas a
estos animales.
Además, el orangután está claramente localizado en Sumatra y
en las islas vecinas. Hole cree poder identificar de una manera
exacta la isla donde el «Viejo del mar» hacía de las suyas. Según
él, se trata de Banda, una isla minúscula de las Molucas. «Es
—dice— la única en todo el sector donde hay, al mismo tiempo,
orangutanes y vides.»
23. EL MITO DE LA MUJER LAPA.
También esta vez, las explicaciones «naturales» están muy lejos
de agotar la riqueza de Las mil y una noches, que siempre vuelven
magníficamente a nuestra herencia estructural prehistórica.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 71
El cuento singular de Simbad y el «Viejo del mar» no es patri-
monio exclusivo de los narradores de Las mil y una noches.
Volvemos a encontrarla, casi punto por punto, en numerosos
mitos que inventaron, al otro lado de los mares y de los océanos,
a decenas de millares de kilómetros del mundo árabe y de Insulin-
dia, los indios de América del Norte y del Sur. Claude Lévi-Strauss
reunió estos mitos en su obra Mythologiques, bajo el título de «La
mujer lapa».
Así, en un complicado mito tukuna (tribu del Amazonas), se tra-
ta de una esposa que tiene la particularidad de partirse en dos mi-
tades para ir a pescar. Su suegra roba la parte inferior. La parte
superior se agarra a un árbol, desde el cual se deja caer sobre la
espalda de su marido que ha salido en su busca. «Se fijó allí. Y, des-
de entonces, no le dejó comer, arrancando el alimento de su boca
para devorarlo. Él enflaquecía a ojos vistas y su espalda estaba
toda sucia por los excrementos de su mujer.» El desdichado marido
consigue al fin librarse de su pegajosa mitad de mujer, amenazando
con ahogarla. Como en el caso de Simbad, la humedad resulta aquí
salvadora.
En una variación uitoto, es sólo la cabeza de la mujer, despeda-
zada por los espíritus nocturnos de los bosques, la que salta sobre
el hombro del varón y se fija en él.
«La cabeza no cesaba de chascar las mandíbulas como si quisie-
ra morder. Se comía todo el alimento, de manera que el hombre
estaba hambriento, y ensuciaba su espalda con sus deyecciones. El
desgraciado trató de sumergirse en el agua, pero la cabeza le mor-
dió cruelmente y le amenazó con devorarlo.»
Cierto que en estos dos mitos se trata de una mujer y no de un
viejo. Adviértase, sin embargo, que se trata de una mujer sin sexo,
puesto que la suegra roba la parte baja de su cuerpo.
Un mito de Warrau y otro de Shipaia insisten en el tema de la
cabeza fijada sobre el hombro, pero en un mito americano del Nor-
te volvemos a encontrar a nuestro «Viejo».
Los iroqueses sénecas refieren que un día el protagonista se en-
72 MICHEL GALL
contró con un inválido que tenía los pies metidos en el agua. El
inválido se encaramó a su espalda y se negó a bajar. «Para librarse
de él, el protagonista trató de frotar la espalda contra un tronco de
nogal y más tarde de exponer a su verdugo al calor de un brasero
con riesgo de quemarse él mismo. Por último, se arrojó a un pre-
cipicio con su carga. Desesperado de recobrar la libertad, decidió
ahorcarse y ahorcar también al otro, pasando sus dos cuellos por
el mismo nudo de una cuerda (...) pero fracasó. En definitiva, fue
liberado por un perro mágico.»
En otros mitos norteamericanos, la Mujer lapa es una hembra
vieja y repugnante, que a veces se transforma en rana, animal de
carácter marcadamente aprehensor. Estos mitos guardan relación
con nuestros cuentos de hadas en los que una vieja, a la que un
príncipe compasivo ofrece llevarle un haz de leña, acaba por saltar
sobre su espalda y se hace conducir por fuerza a su casa general-
mente muy lejana.
Todos estos mitos, como la historia de Simbad, hacen hincapié
en la importancia de la comida y de la defecación. La Mujer lapa,
lo mismo que el Viejo del mar, roba la comida de alguien y la de-
feca sobre su espalda. Esto expresa la dicotomía alimento/defeca-
ción que, según Lévi-Strauss, se encuentra en forma más o menos
sublimada en casi todos los mitos, pero es también un rechazo de
los caracteres sexuales (cf. la parte baja del cuerpo robada, la in-
validez, la función orgástica degenerada).
La Mujer lapa y el Viejo del mar son una especie de tubos
digestivos parasitarios de los que los protagonistas no pueden des-
prenderse. Pero, en realidad, ¿no revelan simplemente la mala con-
ciencia que tiene el protagonista de su propio tubo digestivo y de
su propia dificultad o deseo de asimilar?
También revela que le cuesta vivir con otra persona (su mujer
o su padre).
Desde este punto de vista, bien podemos bautizar el pasaje del
Viejo del mar, en Las mil y una noches, como «el complejo de
Simbad».
Y de pronto, el rico y feliz Simbad, al referir sus aventuras en
su bella mansión de Bagdad, entre dos sorbetes helados, uno de
cereza y el otro de limón, adquiere el aire del profesor Freud...
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 73
24. UNA COPA TALLADA EN U N SOLO RUBÍ.
Las últimas líneas del quinto viaje de Simbad eluden toda des-
cripción fantástica. Nuestro héroe, antes de regresar felizmente a
su casa, pasa por la isla de los Monos. Allí se cogen los cocos lan-
zando piedras a los micos, los cuales responden lanzando cocos,
práctica corriente en todos los países donde hay monos y cocoteros.
Se detiene en el cabo de Comorín y no deja de visitar sus célebres
pesquerías de perlas.
Y parte de nuevo por sexta vez...
Un náufrago lo deja en un arenal desierto donde abundan el
ámbar gris y los diamantes, pero que es inaccesible por todos lados.
Él tiene la idea de remontar un río de agua dulce que se aleja del
mar y desaparece en un túnel rocoso. Así llega al país de Serendib.
Esta playa y este curso de agua no han podido ser identificados
hasta ahora, pero el país de Serendib, cuyos hábitos y costumbres
nos describe detalladamente Simbad, no es otro que Ceilán.
Henos ahora en terreno conocido, pues el comercio entre Ceilán
y Persia es muy antiguo. Ceilán era para los contemporáneos de
Simbad mucho menos misterioso que Sumatra o las Molucas. Por
esto Simbad se guarda muy bien de situar allí aventuras realmente
fantásticas. Nadie le hubiera creído.
Habla de piedras preciosas y de elefantes, como pueden verse
aún en la actualidad. Ceilán es el país de los zafiros azules y verdes,
de las amatistas, de los rubíes, de los topacios, de las cornalinas
y de los ópalos. El rey de Ceilán entrega a Simbad, como presente
para Harún al-Rashid, una copa tallada en un solo rubí (la famosa
74 M1CHBL GALL
copa que volveremos a encontrar en los cuentos de Madame Leprin-
ce de Beaumont y de Madame d'Aulnoy). Esto es quizás exagerado.
Nunca se han visto copas parecidas. Pero sustituyamos el rubí por
cristal de roca y tendremos sin duda la verdad. La estatua de Buda
que se encuentra en el templo de Kandy es un monolito de cristal
de roca.
Simbad habla también como buen musulmán del «Pico de Adán»
que domina la isla, pues este pico se menciona en las tradiciones
coránicas. Alá, al expulsar a Adán del Paraíso, lo instaló en la cima
donde lo dejó apoyado en un solo pie. Adán esperó allí su perdón
durante una eternidad mientras que Eva se fue a morir a Arabia,
donde pudo verse su tumba largo tiempo. El primer hombre dejó
en la cima del monte la huella indeleble de su pie.
Todavía existe esta huella. Los budistas dicen que fue dejada
por Buda y acuden allí en peregrinación. Los brahmanistas la atri-
buyen a Rama.
Simbad habla al fin prolijamente de la magnanimidad del rey
de Ceilán. Y es que desde muy antiguo existieron buenos lazos de
amistad entre Ceilán y los Califas. Por su parte, Harún al-Rashid, al
recibir de manos de Simbad el maravilloso rubí tallado en forma
de copa y otros varios presentes, enviará inmediatamente a nues-
tro héroe, esta vez como verdadero embajador, a corresponder con
otros presentes al soberano cingalés.
Simbad, de mala gana, pues ya es viejo, se hace a la mar por úl-
tima vez. Al principio, todo le sonríe. Llega sin tropiezos a Ceilán
después de dos meses de viaje y cumple felizmente su misión. Es a
su regreso cuando se le tuercen las cosas.
25. EL CEMENTERIO DE ELEFANTES Y LOS HOMBRES VOLADORES.
Según Galland, unos corsarios apresan su nave y venden a Sim-
bad en el primer puerto que tocan. Allí lo compra un amable an-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 75
ciano que lo envía a la caza de elefantes salvajes. Uno de los mas-
todontes, particularmente inteligente, agarra a Simbad con la trom-
pa. No lo mata, sino que se lo lleva a través de la selva hasta el
cementerio de los elefantes. Actúa de esta manera con la ingeniosa
esperanza de salvar a su hembra y a sus hijos de eventuales ma-
tanzas.
Simbad regresa a la ciudad, donde refiere su descubrimiento y
es festejado y liberado. Fabulosamente enriquecido por el marfil
del cementerio, espera que sople el monzón y regresa a Basora sin
tropiezos.
Es muy difícil localizar esta bonita historia que hizo las delicias
de Rudyard Kipling. Pero todavía nos preguntamos si los cemente-
rios de elefantes existen o no existen, pues no ha sido en modo al-
guno demostrado que los elefantes se dirijan a un lugar deter-
minado para morir. En cambio, en estanques desecados se pueden
encontrar enormes montones de huesos acumulados en el transcur-
so de los años por los movimientos de las aguas y del limo.
Según Mardrus, una tempestad arroja a Simbad a los confines
del mundo, cerca de la tumba de Salomón hijo de David. Allí es
también recogido por un amable anciano e incluso se convierte en
señor de un fabuloso país.
«En primavera —dice—, la gente de esta ciudad se transforma-
ba de la noche a la mañana cambiando de forma y de aspecto. Les
crecían alas en los hombros y se convertían en volátiles. Entonces
podían volar hasta lo más alto de la bóveda del aire y aprovecha-
ban esta condición para volar fuera de la ciudad.»
Henos aquí en pleno sueño y, naturalmente, no hay manera de
localizar esta fantástica ciudad. ¿Se trata también ahora de una
interpretación de ciertos mitos brahmánicos? Lo que vio Simbad
grabado en una roca, ¿no sería una multitud de hombres alados,
en realidad una serie de Garudas sosteniendo a Vishnú sobre sus
espaldas?
Es probable que sea así (aunque estos «volátiles» fuesen tam-
bién, aparte de su semejanza con los Garudas, recuerdo de una
problemática edad de oro, tecnológicamente muy avanzada).
Pero la última página de los Viajes de Simbad no se contenta
1
76 MICHEL GALL
con esta simple repetición del mito del Rocho.
Tiene un epílogo.
Simbad ha de viajar también por los aires, y a horcajadas sobre
los hombros de uno de estos singulares volátiles emprende un pe-
queño viaje aéreo, como hacía Vishnú sobre Garuda. Este viaje
termina mal. Simbad, al acercarse a la bóveda celeste, comete un
error imperdonable.
«Nos elevamos tanto —dice— que pude oír claramente a los án-
geles cantando sus melodías bajo la cúpula de los cielos. Al escu-
char estos cantos maravillosos mi emoción religiosa no conoció lí-
mites, y exclamé a mi vez: " ¡Loado sea Alá, en lo alto de los cielosl
¡Bendito y glorificado sea por todas las criaturas!" Apenas acabé
de pronunciar estas palabras cuando mi portador alado lanzó un
espantoso juramento y descendió tan rápidamente que me faltó el
aire. Retumbó un trueno y brilló un relámpago terrible.»
Se puede presumir que el volátil no es una criatura de Alá, sino
precisamente ur Garuda siervo de Vishnú, o bien que Simbad, al
terminar su relato, quiere evocar de un modo impresionante el
santo nombre de Alá.
Su primera aventura sacó a relucir el pez de la Eternidad y la
última la Palabra del Poder. Entretanto, durante siete noches, siete
largas noches azuladas, nos ha hablado de Alá, de la religión india,
de las costumbres y los mitos insulares, de mil retazos de un saber
desconocido, todo ello sazonado con un pequeño curso de geografía.
Para terminar, confiesa modestamente que él no es Salomón,
que no es un profeta. Pero ciertamente es algo más que un marino.
Al regreso de sus viajes, en su magnífico palacio, nos brinda
una enseñanza esotérica. Es evidentemente un Gran Iniciado.
II
EL MITO DE
LA INACCESIBLE M O N T A Ñ A DE KAF
1. EN EL PAÍS DE LOS DJINNS.
Una de las razones de que los mitólogos actuales desdeñen Las
mil y una noches es que prefieren trabajar sobre los mitos de las
sociedades primitivas, término que empieza a pasar de moda, pues
actualmente se prefiere el de «sociedades sin lenguaje escrito».
Como en estas sociedades las presiones exteriores eran menos fuer-
tes, la mente liberaba con más facilidad sus potencialidades cons-
cientes o inconscientes. La visión aguda y salvaje de esta mente
adquiere a veces, en ellas, el brillo del diamante.
Sin embargo, aunque escritos, ciertos mitos de Las mil y una
noches reflejan a través de un velo sutilísimo la espontaneidad ma-
gistral de la mente humana. La razón es muy sencilla. Hasta una
época reciente, estos mitos procedieron de los beduinos refracta-
rios a la escritura y que, gracias al aislamiento, a la calma y al sen-
timiento de perennidad producido por la contemplación de inmen-
sos y bellos paisajes desiertos, conservaron durante largo tiempo
una visión «salvaje y aguda». De la misma manera que los indios
de América inventaron los espíritus de los bosques y de las mon-
tañas, ellos inventaron los espíritus del desierto, los famosos djinns,
o genios, que estudiaremos en el capítulo siguiente.
Veamos ante todo cuál era su concepción del mundo, su cosmo-
gonía. Las mil y una noches aluden con frecuencia a ella, en lo que
80 MICIIEL GALL
podríamos llamar «Mito de la inaccesible montaña de Káf» o «Mito
del Djinnistán».
Es difícil fijar la antigüedad de este mito, cuyo origen exacto
desconocemos. Bajo diferentes formas —a veces invertidas, pero
estructuralmente semejantes—, es conocido en una gran parte del
globo. La versión que nos dan Las mil y una noches se parece a la
de las leyendas indias, chinas y japonesas...
2. ¡INTENTA, PUES, SUBIR A LA MONTAÑA DE KÁF!
La montaña de Káf, morada de los djinns, se supone situada de-
trás del Cáucaso, pero se da por sabido que es inaccesible a los hu-
manos.
Los narradores de Las mil y una noches pronuncian siem-
pre su nombre con respeto y por no decir con angustia. Subrayan
su lejanía, su inaccesibilidad e incluso su belleza. «¿Quieres que te
diga —pregunta Yamlika, la princesa subterránea, al héroe Belu-
kia— cómo descansa sobre una maravillosa roca de esmeralda, El
Sakhrat, cuyo reflejo da a los cielos un color de azur?» Y los mo-
destos beduinos se zahieren entre ellos en estos términos: «Tu de-
seo es tan irrealizable como subir de un salto a la montaña de Káf.»
También es llamada «montaña Blanca» y en este caso se la sitúa
en la «isla Verde», a la cual no puede llegarse ni por tierra ni por
mar.
Además de los djinns, viven en ella las aves sagradas, el Fénix,
el Simurgh y el Rocho.
«Káf está a la vez en el centro y en el extremo del mundo», es-
cribe Pierre Ponsoye en El Islam y el Graal. Es el límite entre lo
BL SECRETO DE LAS MIL T UNA NOCHES 81
visible y lo invisible, lugar intermedio y mediador entre el mundo
terrestre y el mundo angélico donde «se encarnan los espíritus y se
espiritualizan los cuerpos», el lugar de las similitudes divinas, de los
arquetipos o realidades esenciales de los seres y de las cosas de
aquí abajo (...) Esta tierra, concreta Mohyiddín, se hizo con lo que
quedó de la arcilla con que fue formado Adán. Es el Paraíso te-
rrenal...
Por esta razón se encuentran allí todos los secretos del bie-
nestar: la fuente de la juventud, burbujeante agua de oro que cura
todas las enfermedades, el árbol que canta, etcétera.
Los mitólogos del siglo pasado vieron en la montaña de Káf un
recuerdo persistente de los primeros cultos, los que precedieron a
la idolatría en el sentido de adoración de figuras dotadas de carac-
teres humanos. La asimilaron a las innumerables montañas sagra-
das, el Olimpo, el monte Ida, el monte Athos, el monte San Gotar-
do venerado por los galos y el Kohi-Gabr o Demavend, monte sagra-
do de los adoradores del fuego sobre el cual hicieron circular los
parsistas rumores espantosos a fin de poder vivir allí en paz. Es la
«montaña Polar» de que nos hablan todas las tradiciones, la «Tula»
hiperbórea, el «Luz» hebraico, la «montaña de las piedras precio-
sas» que se menciona en la estela nestoriana de Si Ngan Fu, etc.
Es difícil seguir todas estas pistas. Pero los sufíes nos dicen
simplemente: la montaña de Káf es, como el ave Rocho que mora
en ella, el símbolo del Yo oculto. Y formulan también una teoría
según la cual la montaña de Káf es una montaña «axial» conside-
rando el «eje» como una especie de principio al que estaría someti-
do el hombre. El último que sostuvo esta teoría fue un francés
fallecido no hace mucho, Rene Guénon. Se convirtió al Islam y fue
una de las figuras más destacadas de los esoteristas modernos. Uno
de sus libros, El símbolo de la cruz, sostiene que el «éxito» de la
Cruz de Cristo, en cuanto a símbolo, se debe a su colusión con el
árbol de la ciencia del Paraíso, las fuentes de juventud que manan
a su pie y todas las «montañas axiales». El monte de los Olivos es
también una de ellas.
Las mil y una noches son más sucintas. Nos dicen sobre todo
6 — 3173
m
82 MICUEL GALL
que la montaña de Káf está construida como las Pirámides de Egip-
to, que sólo son la parte sobresaliente de un notable sistema o es-
tructura (los árabes dicen, por otra parte, que las Pirámides son
obra de los djinns). El remoto emplazamiento de la montaña, su
inmensidad, las riquezas materiales y espirituales inmediatas que
oculta no son más que el preámbulo del mito, un adorno un poco
confuso y ceremonial. Lo esencial del mito de la montaña de Káf
es más bien, según Las mil y una noches, la descripción de su in-
fraestructura.
Los fundamentos de la montaña de Káf son mucho más compli-
cados que los del Empire State Building. Bajo su tejado, que es
la única parte visible (y que es una especie de penthouse, una de
esas terrazas floridas en lo alto de los rascacielos neoyorquinos,
todas llenas de gadgets), se encuentran diecinueve pisos.
Una notable descripción de estos pisos se halla contenida en
el bonito cuento del príncipe Belukia. Una descripción explícita
dada por Sakr, rey de los djinns, al joven príncipe, que con el fin
de encontrar a su prometida ha venido a interrogarle. He aquí sus
importantes frases: «Nuestro reino se encuentra precisamente de-
bajo de la montaña. Está compuesto de siete pisos que se apoyan
en los hombros de un djinn dotado de una fuerza maravillosa. Este
djinn está de pie sobre una roca que se asienta sobre el lomo de
un toro acarreado por un pez enorme que nada en la superficie del
mar de la Eternidad.
»E1 mar de la Eternidad tiene, como lecho, el piso superior del
Infierno el cual está contenido con sus siete regiones en la gargan-
ta de una serpiente monstruosa que permanecerá inmóvil hasta el
día del juicio. Entonces vomitará el Infierno y su contenido en
presencia del Altísimo, el cual pronunciará su sentencia de un modo
definitivo.»
Los cimientos de la montaña de Káf se presentan, pues, así:
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 83
Montaña de Káf
Los siete pisos del
reino de los.Djinns
/
Los siete pisos
del Infierno
JrtO. 2. Cimiento» de Ka/
84 MICHEL GALL
La descripción de Sakr no vuelve a aparecer ea ningún otro lu-
gar de Las mil y una noches. Es visiblemente un secreto que no se
confía al primer llegado, y desgraciadamente no se nos da ningún
detalle sobre los distintos componentes: la roca, el pez, el toro, etc.,
salvo en lo que concierne al Infierno.
«Éste —dice Sakr—contiene, en sus siete regiones, al fuego que
creó Alá al principio de los tiempos y que encerró en la tierra. Es-
tán colocadas una debajo de otra, a una distancia de cien años de
marcha.
»La primera es la Gehena, destinada a las criaturas rebeldes e
impenitentes.
»La segunda, el Lazy, alberga a los incrédulos nacidos después
de Mahoma.
»La tercera es una caldera en la que están encerrados los de-
monios Gog y Magog (1).
»La cuarta es la morada de Iblis y de los ángeles rebeldes que
se negaron a saludar a Adán.
»La quinta está reservada a los impíos, a los mentirosos y a los
orgullosos.
»En la sexta, se tortura a los cristianos.
»La séptima recibe el exceso de judíos y cristianos y también ad-
mite a todos aquellos que sólo son creyentes exteriormente.»
Esta descripción se puede comparar con la del Corán. Mahoma
d e t a l l a m e n o s : «Para todos los c o n d e n a d o s — d i c e — , fuego. L a co-
tí) Los mismos de que se habla en la Novela de Alejandro del seudo-Calistemo
y que se suponía eran guardianes de la Gran Muralla de China. Los ingleses uti-
lizaron estos demonios para bautizar con sus nombres a sus famosas parejas de
perros de loza.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 85
mida de fuego; la bebida de fuego; los vestidos de fuego y la cama
de fuego.» Sin embargo, Mahoma, que conocía bien el terrible frío
de las noches del Nedj, añade el espantoso suplicio del frío repetido
por Dante en su Divina Comedia.
Un hadith (tradición coránica) declara que el Infierno es arras-
trado por setenta mil ángeles provistos de otras tantas bridas. Las
mil y una noches rechazan esta idea de un infierno sacudido y
arrastrado. Sólo conservan la cifra de setenta mil. «En cada región
del Infierno —dice Sakr— hay setenta mil valles cada uno de los
cuales encierra setenta mil ciudades de setenta mil casas y en cada
casa hay setenta mil bancos en cada uno de los cuales se infligen
setenta mil torturas cuya verdad, intensidad y duración únicamen-
te conoce Alá.»
El Islam es muy aficionado a la cifra setenta mil. Otra tradición
dice que Alá se oculta detrás de setenta mil velos de tinieblas y
de luz.
Sin embargo, el Infierno no figura en las otras descripciones
que conocemos de los cimientos de la montaña de Káf. Las tradi-
ciones coránicas los pasan por alto, así como los siete pisos del
reino de los djinns. En cambio, precisan que la roca es verde, que
el toro tiene cuarenta mil cabezas, que el pez es una ballena, que el
mar de la Eternidad descansa sobre el aire que reposa sobre las
tinieblas y que un ángel ocupa el lugar del djinn.
He aquí la combinación que las tradiciones coránicas nos pro-
ponen:
86 MiCHEL GALL
Montaña da KSf
Aire
Fig. 3. Estructura del Corán
EL SECRETO DE LAS MIL X UNA NOCHES 87
En esta construcción, el papel de la ballena es sumamente im-
portante. Se dice que a veces Iblis (nuestro «diablo») la toca y le
hace cosquillas. Y la ballena se estremece. De aquí los temblores
de tierra.
El cetáceo ha sido en todos los tiempos y en todos los países
altamente simbólico. En lengua árabe, una misma letra, la letra
nun V^_y sirve para designar el pez, la ballena, el arca y la matriz.
En sánscrito, este mismo signo, colocado encima de la cruz gama-
da KU designa la entidad liberada de la Rueda del mundo.
El mar subterráneo de la Eternidad es también una idea muy
antigua. En su contexto sumeroacadio, el río Tigris adquiere la
significación de un curso de agua cósmico que rodea la tierra como
a una isla. Simboliza el apson, tenido en gran estima por los textos
cosmológicos y cosmogónicos de Mesopotamia: una masa de agua
dulce sobre la que flota la tierra y que es venerada como una divi-
nidad masculina.
Pero si queremos jugar al juego de las mitologías comparadas,
tendremos que ocuparnos sobre todo de la mitología india. Ésta nos
presenta, en efecto, varias montañas sagradas: el Kailasa, el Hima-
laya, el Vindhya y principalmente el monte Meru cuyo mito tiene
muchos puntos de semejanza con el de la montaña de Káf.
3. EL MONTE MERU.
El monte Meru es tan célebre en la mitología hindú como la
montaña de Káf en la persa. Representa también un papel cosmo-
lógico.
Desgraciadamente no es muy fácil orientarse en la cosmología
mitológica hindú. A primera vista, parece que ésta, tal como fue
descrita en el Baghavata Purana, fue sobre todo imaginada en
un plano horizontal. Alrededor de todo el continente habitado por
los humanos se extenderían ocho maravillosos mares y ocho mará-
88 MICHEL GALL
villosos continentes. (Las mil y una noches nos hablan también de
siete océanos y siete continentes, pero como sin darles gran impor-
tancia. Se da más valor a la verticalidad de la montaña de Káf que
a la extensión que la rodea.)
Según el Baghavata Purana, cada mar es dos veces más extenso
que el continente al que circunda y tan grande como el que lo cir-
cunda a él. De este modo, el mundo se presenta en forma de un
disco constituido por diecisiete círculos concéntricos de tamaño
creciente cada par de ellos. Lo difícil es situar sobre este disco cier-
tos principios verticales que, a pesar de todo, hay que tener en
cuenta: las montañas sagradas (entre ellas aquella donde están los
reyes de los elefantes que «sostienen» todo el Universo). A veces
son mencionadas como picos y a veces como continentes. Tienen
un aspecto un tanto accesorio, pues la estructura del mundo parece
ser principalmente horizontal.
Accesorio parece realmente el monte Meru al principio del pa-
saje más famoso del Baghavata Purana, «la extracción de la ambro-
sía por el batido del mar de Leche».
Vamos a resumirlo: los devas (los genios) resuelvan extraer am-
brosía batiendo el mar de leche, que es uno de los ocho mares
maravillosos (hay también el mar de jugo de caña de azúcar, el
de licor embriagador, el de mantequilla clarificada, el de crema,
etcétera). Los devas quieren utilizar el monte Meru como batidor.
Lo socavan y tratan de llevárselo para sumergirlo en el mar. Pero
no pueden. El ave Garuda les ayuda. Carga con la montaña, vuela
hasta el mar, se sumerge en él y hace que la montaña resbale sua-
vemente de su espalda. Entonces los devas enroscan a Vasuki, rey
de las serpientes, alrededor de la montaña y tirando los unos de su
cola y los otros de su cabeza le emplean como una cuerda de batir.
Pero la montaña, al girar, se hunde en el fondo del mar. Enton-
ces Vishnú se transforma en una tortuga gigantesca y se coloca
debajo de aquélla. Esta tortuga es tan dura que la montaña gira
como una peonza sobre su dorso sin hacerle apenas cosquillas.
Los exegetas de este mito han recalcado sobre todo que descri-
bía un acto sexual a escala cósmica. El monte Meru representa un
gigantesco falo (lingam). El mar de leche es una inmensa vagina
(yoni). La ambrosía obtenida con el batido y la esperma son una
misma cosa.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 89
Sea de ello lo que fuere, el mito nos presenta una estructura
semejante y más simplificada que la subyacente en la montaña
de Káf. He aquí el esquema de esta estructura:
Monte Meru
Esquema de Meru
Encontramos aquí cinco elementos que ya conocemos: la mon-
taña, la serpiente, el mar, la tortuga y los genios. Las variantes del
mito del batido nos aportan otras. Una de ellas dice que la acción
fue emprendida para expulsar un enorme pez enquistado en la gar-
ganta de Shiva. He aquí, una vez más, la garganta monstruosa y la
ballena. Sólo nos falta el toro, pero su ausencia está justificada
porque el toro gigante es uno de los «avatares» (una de las trans-
formaciones) de Vishnú, ya presente en forma de tortuga.
Esta estructura parece más dinámica que el apilamiento de tipo
Káf, pero esto es sólo aparente. El monte Meru gira y el conjunto
sólo se sostiene en pie gracias a los esfuerzos de los devas. Pero en
90 MICHEL GALL
el apilamiento Káf ocurre algo parecido: el genio, aunque no se
mueva, realiza un esfuerzo constante para sostener la montaña. No
es una actitud pasiva.
En las dos estructuras, todos los elementos son indispensables
y a este respecto el mito hindú es más explícito que el mito persa:
dramatiza la necesidad de cada elemento, ya que cuando no está la
tortuga la montaña se hunde y no funciona nada.
El mito del monte Meru nos enseña, pues, que lo esencial no es
la naturaleza exacta o el origen de la tortuga, de la ballena, de la
roca, del toro, etc. Y esto nos parece también aplicable al mito de
la montaña de Káf.
En un gran número de mitologías, la tierra descansa sobre un
animal. En el Japón se trata de un enorme pez; en la India de una
tortuga; en Egipto de un escarabajo, y en el sur de Asia de un
elefante. Todas estas mitologías explican los seísmos por los mo-
vimientos de estos animales. El apilamiento Káf tiene la particula-
ridad de comprender dos animales: una ballena y un toro.
4. SATAL HOYÜK.
Tenga muchísimas cabezas o una sola, el toro resulta ser una de
las figuras de la más antigua mitología casi coherente que conoce-
mos. Se trata de la que nos revelan los frescos y objetos excavados
en una extraordinaria ciudad prehistórica descubierta, hace poco
tiempo, en Turquía, en Anatolia del Sur: Satal Hoyük.
Los estudios realizados con carbono-14 han llevado al convenci-
miento de que esta «ciudad» fue fundada alrededor del año 6500 a.
de J.C. Es decir, unos 5.000 años antes de que Homero escribiese
La Odisea, según parece, y en todo caso unos 3.500 años antes de
los presuntos orígenes de los mitos de Las mil y una noches que
ahora intentamos comprender.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 91
La «arquitectura» de esta «ciudad» era pasmosa. «Los lugares
de culto se encontraban en el centro de un grupo de cuatro o cinco
edificaciones, cada una de las cuales estaba generalmente compues-
ta de una sola pieza —escribe Ekrem Akurgal en La Anatolia de los
primeros imperios (Los tesoros de Turquía, publicados por Skira).
Ni las moradas ni los lugares de culto tenían puertas. Únicamente
se podía entrar por el tejado, mediante escalas de madera. Todas
estas construcciones presentaban una planta cuadrangular. Cons-
truidos con ladrillos de arcilla, los muros estaban perforados por
unas pequeñas ventanas situadas muy altas, justamente debajo del
tejado. Cada habitación presentaba al menos dos elevaciones. La
planta principal, rodeada de refuerzos de madera, estaba recubier-
ta de pintura roja. En uno de los extremos había un banco parecido
a un diván en el que uno podía sentarse, trabajar y dormir. Por ex-
traño que parezca, este mueble servía también de sepultura. Los
muertos, después de haber sido descarnados, eran colocados en
el interior de estos mismos bancos. Estas sepulturas contenían
también ricos presentes.»
Esta descripción de Satal Hoyük llama la atención por la verti-
calidad, en contraste con la horizontalidad acostumbrada en las
ciudades antiguas. Satal Hoyük da testimonio a su manera de la
«magia del apilamiento» tan propia del mito de la montaña de Káf.
Pero otra información que nos aporta el estudio de la ciudad más
antigua de la Humanidad coincide también con las del mito de la
montaña de Káf. Se trata de la importancia del toro.
En los santuarios domésticos de Satal Hoyük, nos dice Ekrem
Akurgal, «se observa una cantidad importante de cráneos y cuernos
de toros, alineados en los muros y fijados a los lados del banco o de
las elevaciones del suelo. Hay que atribuirlos indudablemente a una
divinidad masculina. El toro, para los campesinos de Anatolia, no
es solamente un símbolo de divinidad o de fuerza; es, ante todo el
genitor de los bóvidos indispensables para el cultivo de la tierra.
Por esto, desde el principio de la era agrícola, el dios masculino
92 MICHEL GALL
toma la forma de un toro, y muy raramente un aspecto antropo-
morfo. Esta figuración subsiste hasta la época hitita».
Pero las excavaciones han demostrado que, en Satal Hoyük, el
culto dominante era el de la diosa madre, la que nos muestran esas
figuritas de arcilla que representan mujeres obesas, como la Venus
hotentote y la de Lesparre. En Sátal Hoyük, estas figuritas son casi
siempre de parturientas. ¿Y qué es lo que paren? ¡Una cabeza de
toro!
Cuerpos resecos de toro en los muros. Cuernos de toro de arci-
lla entre las jambas. Tal vez aquí está el origen del toro del apila-
miento Káf.
«El nacimiento del toro o de la cabeza de toro —sigue escribien-
do Ekrem Akurgal— son los símbolos típicos de la fecundidad y es
significativo ver que ocupan un sitio dominante en esos santuarios
donde son enterrados los muertos. Consuelo de los vivos, son el sig-
no del renacimiento e incluso de la supervivencia en el más allá.»
Esto se ha dicho del toro, pero no olvidemos que en el apila-
miento Káf hace las veces, con su cuero duro y su inmenso lomo
plano, de soporte entre la blanda y ruin ballena y el peñasco de
esmeralda cuyo reflejo es el de los cielos.
El toro se encuentra exactamente en la mitad del apilamiento
Káf. Entre el djinn Atlas, transformado en una de esas cariátides
tan corrientes en los edificios hasta principios de este siglo, y la
ballena, tan perseguida desde Melville en el plano intelectual, hacía
un papel de aguafiestas, pero ahora vemos que no era así,
BL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 5>3
5. LA MONTAÑA DE KÁF ES EL REFLEJO DE UNA ESTRUCTURA MENTAL.
Detengámonos en la extraordinaria construcción que es el es-
quema n." 1 y admitamos que los siete elementos tomados separa-
damente son menos importantes que el todo.
Admitamos también que este apilamiento no jerarquizado (qui-
tad cualquiera de los elementos y todo se viene abajo) no procede
de una mística religiosa. Ciertamente, puede verse en él un triunfo
de Dios sobre el caos original (el Tohu Wa Bohu de que habla la
Biblia y del que proviene la palabra francesa tohu-bohu que desig-
na aquel caos), pero ¡qué triunfo tan pobre! El orden de este api-
lamiento no implica el genio de un ser superior al hombre.
Por esto se puede pensar, con los partidarios de la escuela «es-
tructuralista» moderna, que la estructura de la montaña de Káf,
tal como la han descrito los inventores del Djinnistán, no es en
realidad más que el puro reflejo de una estructura elemental de
la mente humana.
En efecto, los representantes de la antropología estructuralista
nos dicen:
«No pretendemos mostrar cómo piensan los hombres en los mi-
tos, sino cómo los mitos se producen en las mentes de los hombres
sin saberlo ellos» (Claude Lévi-Strauss, en Le Cru et le Cuit, pág. 20.)
Esto quiere decir que existe una especie de inconsciente colec-
tivo de la mente humana donde se elaboran los mitos. Este incons-
ciente se manifiesta por cierto número de estructuras o de matri-
ces. Los mitos reflejan estas estructuras. Analizando la estructura
de los mitos se debe conseguir una visión de las estructuras incons-
cientes de la mente.
Desde este punto de vista, el mito de la montaña de Káf apare-
ce como singularmente privilegiado. «Un mito no se reduce jamás
a su apariencia —escribe Lévi-Strauss en L'Homme Nu—. Por muy
94 MICHEL GALL
diversas que puedan ser, estas apariencias encubren estructuras sin
duda menos numerosas, pero también más reales. Sin que tenga-
mos derecho a restarles o añadirles nada, estas estructuras tienen
el carácter de objetos absolutos. Matrices de engendramiento por
deformaciones sucesivas de tipos que es posible ordenar en series
y que deben permitir el descubrimiento de los menores matices de
cada mito concreto tomado en su individualidad.»
Sin embargo, el mito de la montaña de Káf se reduce a su apa-
riencia, puesto que ésta, lejos de ocultar su estructura, la revela
en toda su pureza. Observemos, pues, con gran atención el esque-
ma n.° 1 que plantean Las mil y una noches. Tal como es, tiene mu-
chas probabilidades de corresponder exactamente a una de las ma-
trices de nuestro inconsciente.
El apilamiento vertical de ocho elementos, algunos de los cua-
les son dinámicos y los otros no, puede esquematizarse así:
1. Montaña de Káf
Reino de los estática
djinns
2. Djinn dinámico (pero abrumado
por el peso de la
montaña)
3. Peñasco estático
4. Toro dinámico (resistente al pez)
5. Pez dinámico (completamente)
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 95
6. Mar de la Eternidad estático
7. Infierno estático
8. Serpiente estática de momento, pero
debiendo un día convertirse
en dinámica
Obsérvese la simetría. En medio, las dos entidades dinámicas
colocadas juntas y el enorme toro pudiendo resistir sólo las sacudi-
das de la ballena. El todo se mantiene en equilibrio alrededor de
este antagonismo medianero en espera de que se manifieste, en la
base del montón, un antagonismo terminal, cuando la misma enti-
dad pase un día de la posición estática al dinamismo.
Esta estructura es sencillamente capital para nosotros si admi-
timos que, según da a entender la antropología estructural moder-
na, refleja directamente una de las matrices de nuestro inconscien-
te y sobre todo si creemos que estas matrices son muy poco nume-
rosas. En efecto, nadie ha podido dar su cifra exacta, pero todo
induce a creer que es muy baja. Incluso es posible que no haya
más que una matriz con la cual coinciden todos nuestros mitos y
todos nuestros pensamientos. ¡Y sería ésta!
El esquema del apilamiento Káf representa, pues, no sólo el or-
den del mundo tal como la imaginaron los árabes, sino también una
buena parte, si no la totalidad, del orden de la mente humana.
Así, los sufíes tienen razón cuando dicen que la montaña de
Káf es nosotros mismos.
El Djinnistán y su infraestructura no son países fantásticos,
sino la imagen luminosa de uno de los compartimientos de nuestra
mente.
^
III
LOS D J I N N S
Los fúnebres djinns
Hijos de la muerte
Pasan apresurados
Por las tinieblas;
Su enjambre zumba
Con voz profunda,
Murmura una onda
Que no se ve.
VíCTOR HUGO
(Orientales)
7-3173
1. UN SEXO DE 219.000 KILÓMETROS.
Acabamos de ver, en su resplandeciente pureza, una estructura
mental que los narradores de Las mil y una noches han transfor-
mado en mito. Veamos ahora más de cerca a los habitantes de los
siete pisos de esta estructura: los djinns.
He aquí su partida de nacimiento, tal como puede leerse en La
historia de Belukia.
«Tienes que saber, oh Belukia, que somos los Hijos del Fuego
—declara Sakr, el rey supremo de los djinns.
»Sí, los dos primeros seres que Alá creó del fuego son dos djinns,
a los que llamó Kallit y Mallit.
»Uno tenía la forma de un león, y el otro la de una loba. El
pene del león, abigarrado de blanco y negro, tenía una longitud
igual a la que un hombre tardaría veinte años en recorrer a pie.»
(Admitamos que el hombre puede recorrer, por término medio,
treinta kilómetros cada día; esto nos da: 30 X 365 X 20 = 219.000
kilómetros.)
«La vagina de la loba, rosada y blanca, tenía forma de tortuga
y su interior era proporcionado al de Kallit.
;>Y Alá hizo que se unieran Kallit y Mallit.
»De su primera unión nacieron dragones, serpientes, escorpio-
100 MICHEL GALL
nes y bestias hediondas con las que Alá pobló las siete regiones del
Infierno para el suplicio de los condenados.
»De la segunda unión nacieron siete varones y siete hembras
que crecieron en la obediencia. Al llegar a la mayoría de edad, uno
de ellos se convirtió en el famoso Iblis, que se negó a posternarse
ante Adán. Fue arrojado a la cuarta región del Infierno. Fueron él
y su descendencia quienes poblaron el Infierno de demonios va-
rones y hembras.
«Nosotros, los djinns, somos los descendientes de seis mucha-
chos y otras tantas muchachas que permanecieron sumisos. Tal es,
en pocas palabras, nuestra genealogía. Y no te asombres al vernos
comer tanto, porque procedemos de un león y de una loba. Has de
saber que devoramos diariamente, cada uno de nosotros, diez ca-
mellos, veinte corderos y cuarenta calderos de sopa.»
Los djinns, cuyos antepasados son el fuego original y dos fieras
provistas de unos sexos pasmosos, son innumerables y están dota-
dos de una vitalidad poco común. Los hay de varias clases: djinns
del aire, del mar, de la tierra, de los bosques, de las aguas y del
desierto, y, según los casos, son llamados Efrits, Mareas, Jotrobs,
Saals y Baharis. También hay djinns femeninos o Gennias (las bue-
nas) y Ghulas (las malas).
Todo este mundo es extraordinariamente variado, vivo, comple-
jo, y aparece siempre por sorpresa en Las mil y una noches. Los
djinns van y vienen como fuegos fatuos. Es difícil cogerlos y ana-
lizarlos.
Su variedad es mucho más grande que la de nuestras hadas,
nuestros silfos, nuestras hamadríadas y nuestros gnomos. Por otra
parte, casi todos éstos proceden de aquéllos, con frecuencia por me-
dio de los cruzados.
Algunos pensadores modernos tienden a rebajar a los djinns
explicando que no son más que representaciones de fenómenos na-
turales. Th. Van Baaren escribe, en Religión de Asia: «Sonreímos
al ver que los musulmanes modernistas se esfuerzan en demostrar
que los espíritus del desierto de que habla el Corán son los micro-
bios de la ciencia moderna, pero, pensándolo bien, estos intentos
de adaptación son del orden de la teología cristiana cuando asimi-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 101
la los siete días de la creación mencionados en el Génesis a los pe-
ríodos de la evolución geológica. Nosotros no estamos de acuerdo.
Pensamos que el origen de los djinns es más noble. Lejos de ser
fenómenos naturales, son la prueba del genio del hombre.»
2. SURGIDOS DEL VACÍO.
Los djinns son uno de los más notables inventos de los árabes.
Nosotros se los pedimos prestados: son los «genios» de nuestros
cuentos de hadas. Su nombre se escribe indistintamente Jinn, Yinn,
Genn, Genni y Djinn.
Sin su presencia, Las mil y una noches perderían sin duda la
mitad de su encanto, pero hay que advertir que los narradores de
esta colección no los inventaron. Los djinns nacieron hace miles
de años en algún lugar de la tierra de Ismael, en la mente de unos
beduinos estupefactos por el vacío del desierto y resueltos a llenar-
lo a toda costa. ¡Fantástica empresa! Los hombres del desierto,
considerando que la tierra estaba poco poblada, resolvieron que
fuese habitada por criaturas surgidas de la mente. Inventaron com-
pañeros imaginarios. Un espejismo es mejor que el vacío. La ronda
de los djinns vale más que la soledad.
En Las mil y una noches, los djinns adoptan toda clase de for-
mas, algunas de las cuales son muy refinadas. Son increíblemente
numerosos. Salomón, su señor, reunió sesenta millones de ellos
para una sola batalla. Pero siempre muestran una cierta simpleza
que delata su origen. Son producto de las primeras tentativas del
hombre en la conquista de lo sobrenatural. Son los primeros esbo-
zos trazados por la mente humana antes de concebir a los dioses
y después a Dios.
La invención de los djinns es una de las más bellas y más pu-
ras. Es un balbuceo genial de la inspiración humana.
102 MiCHEL GALL
Mucho antes de que Mahoma, en el siglo vil d. de J.C., empeza-
se a predicar en La Meca y en Medina, los djinns eran conocidos
por los habitantes de la península arábiga.
Procedían de ese misterioso desierto, el Rub'al-Jali, donde muy
pocos europeos se han aventurado aún, ya que las pocas caravanas
y los jeeps de los prospectores de petróleo y de agua que lo surcan
nos hacen pensar en unas puntadas en la superficie del mar.
Para los árabes de antes del Islam, los djinns, o espíritus del
desierto, eran divinidades, poderes ocultos e importantes.
Estaban estrechamente relacionados con la vida de los hombres
y los había en número infinito. Algunos tenían un origen ecológico:
eran pocas las fuentes, los pozos, las grutas o las piedras sagradas
o arrecifes que no tuvieran su djinn. Y también pocos árboles. Y po-
cos dinteles de casas.
Otros djinns eran incorporados a animales (preferentemente
oscuros: camellos, perros, gatos, pájaros). Como los árabes se con-
sideraban a veces descendientes de un antepasado animal, estable-
cían verdaderas alianzas entre tribus humanas y tribus de djinns.
Éste era el caso, por ejemplo, de los Banu Kilab («descendientes
del perro») o de los Banu Asad («descendientes del león»).
Las alianzas entre tribus eran, efectivamente, la clave de la eco-
nomía de los árabes del desierto. Y así como una tribu buscaba la
alianza con otra abriéndole determinados territorios, todo árabe
soñaba en aliarse con los djinns. Éstos podían revelar cosas ignora-
das a su aliado humano: los secretos de la tierra y del cielo, o, lo
que viene a ser lo mismo, simplemente los de la poesía.
3. MAHOMA Y LOS DJINNS.
Cuando Mahoma compuso el Corán, los djinns, que rebullían por
todas partes, no eran las únicas divinidades temidas por los habi-
tantes de la península arábiga. Éstos habían elegido entre ellos a
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 103
los grandes jefes. Les habían otorgado un rango superior y los
idolatraban. Estaban Altatar, dios de las estrellas; Sin, dios de
la luna y Dhat-Himyan, dios del sol. Y toda Arabia estaba llena
de betilos (este nombre, del griego baitulos, casa del Señor, desig-
na una piedra sagrada considerada como morada de un dios) y de
ídolos a los que rendían cultos hoy olvidados...
Mahoma, que predicaba el monoteísmo, atacó a estas grandes
divinidades, a estas piedras, a estos ídolos. Pero, a fin de no escan-
dalizar demasiado a los neófitos, conservó en la nueva religión el
betilo más importante, la Kaaba de La Meca, que era adorada des-
de hacía mucho tiempo. Desconocemos el origen del culto rendido
a esta misteriosa piedra negra, cuya base es redonda y cuya parte
alta es cuadrada. Ünicamente sabemos que, en el siglo vi d. de J.C.,
formaba el centro de un importante complejo religioso. Los habi-
tantes de La Meca habían reunido a su alrededor los ídolos de tres-
cientos dos dioses y espíritus, de los cuales los nombres de Al-lat,
Manat, Uzza y Hobal, que decidían la suerte de los hombres, han
llegado hasta nosotros.
Mahoma hizo romper en mil pedazos a golpes de maza todos
estos ídolos. Salvo, nos dice la tradición, una imagen de la Virgen
María que había ido a parar a aquel vertedero de dioses.
En cambio, y aunque parezca curioso, Mahoma no atacó a los
djinns. ¿Sería que no los consideraba peligrosos? ¿O que, pruden-
temente, no quiso quitar a sus hermanos sus dioses lares, sus com-
pañeros de todos los días? Tal vez fue por consideración poética,
pues, como es sabido, Mahoma adoraba la poesía. No podía atacar
a unos seres tan bulliciosos, tan vivarachos, tan conmovedores
cornos los djinns.
Sea cual fuere la razón, lo cierto es que en los textos de la nue-
va religión, en varias suras del Corán, mencionó a los djinns.
Un hadith relata que poco antes de la Héjira, al principio de su
experiencia mística, Mahoma está solo en el desierto. Ha cerrado
la noche, glacial. El profeta medita junto a una pequeña fogata. Los
djinns no son espíritus etéreos. Pueden sufrir y, como los hombres,
tener frío o calor. Esta noche, una pandilla de djinns frioleros vie-
ne a situarse alrededor del fuego de Mahoma.
104 MICHEL GALL
Éste levanta los ojos de las llamas danzantes que estaba con-
templando. Los ve por todas partes. No se impresiona. Sencillamen-
te, les dirige la palabra. Les habla de laá verdades que ha descu-
bierto en el desierto, de la nueva ley que Alá le ha inspirado. Los
djinns le escuchan concienzudamente.
La charla de Mahoma se convierte en sermón. Los djinns, sedu-
cidos por la nueva religión, se convierten uno tras otro...
Este bonito cuento nos da la medida de los djinns; siempre es-
tán dispuestos a todo. No tienen el esnobismo altivo de ciertas ha-
das de los cuentos europeos.
Tal vez por esto, por haber conseguido que Mahoma los adop-
tase, fueron siempre populares entre los árabes. Así volvemos a en-
contrarlos en la Da'wah, método de invocación secreta pero lícita
en el Islam, que se funda en una teología simbólica de las veinti-
cinco letras del alfabeto árabe, cada una de las cuales representa
un djinn. En nuestros días se practica aún la Da'wah y se invoca
a los djinns. Pero la extraordinaria complicación del método hace
que éste sea exclusivo de muy pocos iniciados.
4. CANDIDEZ DE LOS DJINNS.
Todos los djinns de Las mil y una noches han conservado de su
origen un carácter general, que es la candidez. Los beduinos no
fueron aprendices de brujo. Inventaron personajes bastante temi-
bles para poblar el desierto. Les dieron prestigio, pues habría sido
deshonroso para ellos inventar unos personajes inferiores a ellos
mismos. No se inventan subproductos deliberadamente. Pero tam-
bién era preciso que no fuesen demasiado peligrosos. Sin duda no
había nacido aún la idea de un dios coercitivo. Voluntariamente
inventaron un defecto en su coraza. Y, no sin humor, escogieron la
candidez. Candidez que hace que los djinns, por muy poderosos que
sean, acaben siempre chasqueados. De aquí que su posición en la
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 105
jerarquía de las criaturas míticas sea una cosa absolutamente sin-
gular. Son dioses a los cuales se les puede hacer muecas.
La candidez de los djinns aparece ya en las primeras páginas
de Las mil y una noches, dedicadas a las desventuras de los reyes
Schariar y Schahzamán.
Estos dos reyes descubren que sus mujeres les engañan y, de-
sesperados, van a sentarse a la orilla del mar. «Y de pronto, salió
del agua una columna de humo negro que subió hacia el cielo y
después se transformó en un djinn de alta estatura, fuerte comple-
xión y ancho pecho, que llevaba una caja sobre la cabeza.»
En la caja se encuentra una joven maravillosa. El djinn, des-
pués de haberse refocilado con ella, se duerme a su lado. La joven
percibe a los dos reyes que se han ocultado en un árbol. Engaña a
su marido, el djinn, con los dos, y después les muestra un collar
compuesto de quinientos setenta anillos, los de los amantes casua-
les que ha tenido durante las siestas de su marido.
«Si ése es un djinn —se dicen los dos reyes—, y si, a pesar de
todo su poder le han ocurrido cosas mucho más terribles que a no-
sotros, esta aventura debe servirnos de consuelo.»
El origen de esta historia es muy antiguo. La encontramos pun-
to por punto en un cuento búdico indio, traducido al chino en el
siglo n i de nuestra era. Es uno de los apólogos del Kieu Tsu Pi Yu
King de Seng Huei. En esta versión, el djinn es un brahmán mago
que tiene a su mujer encerrada, no en una caja, sino en un bote
que puede tragarse y regurgitar a voluntad. Ignora que, cuando
duerme, también su mujer puede regurgitar y tragar otro bote
dentro del cual está su amante. Un hijo del rey se consuela de sus
propias desdichas (la mala conducta de su madre) presenciando la
escena...
El brahmán de este apólogo es burlado por una infinidad de
universos diferentes que encajan los unos dentro de los otros a la
manera de las muñecas rusas. No es solamente su mujer quien le
engaña, sino también el artificio de la construcción del mundo en
que vive.
106 MICHEL GALL
De la misma manera, los djinns árabes no se encuentran a gus-
to en el mundo en que viven, aunque sería mejor decir en los mun-
dos: el de los hombres donde aparecen de vez en cuando y el de
los espíritus donde viven la mayor parte del tiempo. La candidez
de los djinns debe explicarse por lo difícil que resulta pasar de un
universo a otro que le es paralelo.
Las mil y una noches subrayan esta dificultad haciendo que los
djinns utilicen los caminos más extraños y más humildemente do-
mésticos. Así, leemos en la historia de Tohfa, obra maestra de los
corazones: «Los retretes, y a veces los pozos y las cisternas, son los
únicos sitios que emplean los djinns subterráneos para subir a la
superficie de la tierra. Y por esta razón, ningún hombre entra en
los retretes sin pronunciar la fórmula del exorcismo y sin refu-
giarse en espíritu en Alá Y así como salen por las letrinas, los
djinns vuelven por ellas a sus casas. Y no se conoce excepción a
esta regla ni vulneración de esta costumbre.»
En nuestro resumen del mito del djinn engañado por su mu-
jer, que sirve de introducción a Las mil y una noches, se obser-
van muchos elementos notables. Todos los que están familiarizados
con los mitos de los indios americanos del norte y del sur, encon-
trarán fácilmente algunos temas importantes, que fueron cribados,
desmantelados y después reconstruidos por Lévi-Strauss, en las
cinco mil páginas de los cuatro tomos de sus Mythologiques: «Lo
crudo y lo cocido», «De la miel a las cenizas», «El origen de la
urbanidad en la mesa» y «El hombre desnudo». Así, la columna de
humo negro que sube al cielo recuerda el mito del buscavidas, el
más importante de todos según Lévi-Strauss; la joven oculta, el
de las jóvenes indias ocultas; los collares de anillos, el del na-
cimiento de los atavíos, etcétera.
Otra célebre historia de djinn burlado, situada también al
principio de Las mil y una noches, es la de «El djinn y el pesca-
dor». Un pescador saca en su red una antigua vasija cerrada con
el sello de Salomón. La abre, y sale de ella una tremenda huma-
reda. Ésta se materializa en un «djinn de cien metros de altura,
cuya cabeza es como una cúpula, las manos como horcas, los pies
como mástiles, la boca como una caverna, los dientes como guija-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 107
rros, la nariz como una gárgola, los ojos como antorchas». Está re-
suelto a matar al pescador.
El pescador trata de ganar tiempo. «No puedo creer —le dice—
que hayas cabido entero en esa jarra que apenas podría contener
tu pie o tu mano.» Ingenuamente, el djinn, para demostrárselo, se
disuelve de nuevo en humo y se mete en la vasija. Y el pescador se
apresura a taparla...
El carácter divino de los djinns no puede nada contra el ab-
surdo del Universo. Aunque superiores a los hombres, están con-
denados a dejarse engañar. Efrit quiere decir el Astuto. Pero no
es más que un título honorífico e irrisorio. De la misma manera,
numerosas fábulas de la Europa medieval nos presentan al diablo
burlado por los campesinos... y en estas fábulas el diablo recibe
siempre el nombre de «el Maligno».
Lo más célebre de estas fábulas es una en que el Maligno y un
campesino hacen un pacto. Se repartirán la cosecha, apropiándose
alternativamente uno de lo que esté bajo tierra y el otro de lo que
esté encima de ella. Naturalmente, el campesino engaña al diablo
plantando un año trigo y el siguiente remolacha. Este «maligno»
se inspiró claramente en los «Efrits».
¿Por qué pueden los djinns ser tan fácilmente engañados? Por-
que no son enteramente libres. Constituyen una mezcla extraor-
dinaria de poder y de impotencia y su existencia es una lección
permanente de humildad. Reflexionad, lectores, sobre lo que dice
una voz que brota de una cornalina accidentalmente frotada por el
zapatero Maruf, en La historia del pastel con miel de abeja y la
esposa calamitosa:
«Soy el djinn Padre de la Dicha, esclavo de este anillo. Y eje-
cuto ciegamente las órdenes de quien se haya adueñado de él.
Y nada me es imposible, pues soy el jefe supremo de sesenta tri-
bus de djinns, de efrits, de cheitans, de auns y de mareds. Y cada
una de estas tribus se compone de doce mil buenos mozos irresis-
108 MICHEL GALL
tibies, más fuertes que elefantes y más sutiles que el mercurio.
Pero yo estoy a mi vez sometido a este anillo, y por muy grande
que sea mi poder obedezco a quien lo posea, como un niño a su
madre... y si le diese el capricho de frotar dos veces el anillo en
vez de una, me haría consumir en el fuego de los terribles nom-
bres que están grabados en el anillo.»
A semejanza de lo que ocurre con el poder de los reyes y de
los multimillonarios, el de los djinns no salvaba a éstos de los
castigos. En la Historia de Hassán Badreddín, un efrit volador
sigue por los aires a una efrita que transporta sobre sus hombros
a Hassán dormido. La posición de la efrita le hace concebir pen-
samientos libidinosos. Quiere ponerlos en práctica y la efrita se
muestra complaciente. Pero no tendrá tiempo de hacerlo: Alá en-
vía una columna de fuego para destruirlo.
En otro cuento, un djinn cuyo único delito es ser horriblemen-
te feo y verse engañado por su mujer, es reducido a cenizas por
una maga. Y esto después del más famoso acto de transformismo
de todos los tiempos, que es de origen indio: el efrit se transfor-
ma sucesivamente en león, escorpión, buitre, gato y granada mien-
tra la maga se convierte en sable, cuervo, águila, lobo y gallo. En
otro, El mono jovencito, el rey de los djinns, prevenido por un
hechicero magrebí, castiga a un «djinn de mala condición», que
se ha transformado en mono con el complicado propósito de rap-
tar a una princesa...
De este modo los djinns nos hacen ver, con un gran alarde poé-
tico, poderes extraordinarios y castigos ineluctables. Vemos a unos
djinns elevarse en el aire y volar con ruido de molinos de viento
recorriendo en un día seis meses de camino. Vemos otros que
derriban ejércitos enteros con sólo la fuerza de su aliento. Son
siempre siervos incondicionales de sus reyes, de Alá, o simple-
mente, del momentáneo poseedor de un talismán al cual están en-
cadenados.
En realidad, su única dicha verdadera es escuchar bellas his-
torias o bellas músicas: el djinn de «El mercader y el efrit» con-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 109
cede la vida al mercader a cambio de tres bellos cuentos que le
narran tres viajeros compasivos. El rey de los djinns hace secues-
trar a la cantante Tohfa al Kulub (Obra maestra de los corazo-
nes) para que cante en su Corte...
Su aficiones son tan entusiastas y puras como repelente es su
físico. Scherezade se complace en hacernos temblar hablándonos
de sus ojos porcinos y profundamente hundidos en sus cabezas,
de sus dedos ganchudos y de sus orejas enormes. «Cuando la
madre de Aladino vio este efrit —nos dice—, se le trabó la lengua y
se quedó boquiabierta. Loca de espanto y de horror, no pudo so-
portar la vista de una figura tan espantosa y cayó desvanecida...»
Pero esta fealdad tiene su secreto.
Lejos de ser una calamidad que gravita sobre la espalda de los
djinns, es, en realidad, una cualidad ventajosa. La utilizan para
afirmar su autoridad y para impresionar. Si lo desean, nada les
impide adquirir el aspecto de un bello adolescente.
Nada, salvo el orgullo, según nos enseña la historia de Tohfa
al Kulub. Esta joven terrestre, acogida en la corte de los djinns,
en un palacio que tiene ciento ochenta puertas de cobre rojo, debe
cantar en presencia de todos los jefes de los djinns y sus cham-
belanes. Todos han adoptado, por cortesía, la figura de hijos de
Adán. Todos, menos dos: el jefe Al-Schisbán y el guerrero Mai-
mún. Éstos no tienen más que un ojo y lucen colmillos de jabalí.
—Pero, ¿por qué son tan feos? —pregunta Tohfa.
—A causa de su orgullo —le contestan—, no han querido ha-
cer como todos nosotros, que hemos abandonado nuestra forma
primitiva.
Sin embargo, los dos monstruos son los más ardientes parti-
darios de Tohfa. Arrebatados por su música, empiezan a bailar,
como derviches, con un dedo metido en el ano.
Los djinns son el símbolo de la relación entre el poder y la
impotencia. Lo son también de la relación entre la fealdad y el
buen gusto.
Estos símbolos llegan a su punto culminante en la historia de
la hija de un rey hindú que cambia el sexo con un djinn. Éste
accede únicamente por bondad, para sacar a la princesa de un
110 M1CHEL GALL
apuro, pues ella se hacía pasar por un muchacho y he aquí que
debe casarse con la princesa de China. Convienen en devolverse
sus sexos respectivos dentro de un plazo de nueve meses. La pri-
cesa-príncipe acude a la cita, pero el djinn se niega a cumplir lo
pactado. ¡El caso es que se enamoró de otro djinn y espera un
hijo de él!
Esta historia demuestra que puede esperarse TODO de un
djinn.
5. UNAS HADAS A LAS QUE SE PUEDE ABRAZAR.
Los djinns varones tienen todos una misma naturaleza. Como
el hombre, tienen momentos de bondad y momentos de maldad,
pero no hay una distinción clara entre buenos y malos. En cam-
bio, las djinns hembras están claramente divididas en dos cla-
ses: las buenas que son las Gennias y las malas que son las Gnu-
las.
El papel de las Gennias es entregarse a los hombres y a los
adolescentes de los que se enamoran. Son personas encantadoras
y sumamente sexuales. Así como las hadas de los cuentos euro-
peos se inclinan maternalmente sobre las cunas de los recién na-
cidos para colmarles de dones, las Gennias se inclinan sobre los
labios del ser amado para otorgarle e' don más concreto de sus
cuerpos maravillosos, tal vez más maravillosos que sus poderes
mágicos.
«En ciertas regiones del desierto, no hay más presencia que
la de lo Invisible.» Estra frase de Las mil y una noches describe
admirablemente la soledad del beduino y nos hace comprender
que todo lo que él sueña se materializa inmediatamente. En el gran
vacío, el menor sueño adquiere una intensa realidad. Incluso lo
Invisible se hace concreto. Si el beduino sueña con agua, es más
que un sueño, es un espejismo. Si sueña con una mujer, ésta se
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 111
convierte en una Gennia de mágicas dotes y de cuerpo sublime y
apasionado. Para él, las verdaderas hadas son las que pueden te-
nerse entre los brazos.
Varios héroes mencionados por Scherezade tienen esta suerte.
Como el mercader (en el «Cuento del segundo jeque», El mercader
y el efrit) que encuentra, en una playa, una mujer vestida con
prendas viejas y raídas. Ella le besa la mano y, de buenas a pri-
meras, le pide que se case con ella.
— ¡Oh, dueño mío, llévame a tu país y te consagraré mi alma!
¡Hazme este favor, pues soy de las que saben el precio de una
merced y de una buena acción!
«Y yo —dice el protagonista— me sentí embargado por una
piedad afectuosa, y me mostré hospitalario y pródigo con ella y
lleno de humanidad.»
Y la mujer resulta ser una Gennia sublime, que se enamoró del
mercader al primer golpe de vista, «sencillamente, porque Alá lo
quiso».
Las Gennias no se andan con remilgos. La mayoría de ellas
tienen esta misma franqueza, esta misma afición a prescindir de
los rodeos.
«¡Oh, príncipe encantador! Te conozco desde que naciste y te
sonreí en la cuna... Desde entonces, sigo tus aventuras y no ignoro
nada de cuanto te concierne... Y he considerado que, puesto que
mi destino está ligado al tuyo, eres digno de esta dicha... ¿Quieres
ser mi esposo y amarme mucho?», pregunta una de ellas al prín-
cipe Hossein en «Nurennahar y la bella Gennia».
Hossein hace bien en aceptar, pues de las cualidades, entre
otras muchas, de su esposa Gennia, es que su virginidad se rehace
completamente durante el día. De modo que, cada noche, Hossein
la encuentra como si no la hubiese tocado nunca.
Esta cualidad es también propia de las famosas «huríes» que
poblaban el paraíso de los antiguos iranios y que Mahoma sacó de
su escondrijo para prometerlas a los creyentes.
«A los huéspedes del paraíso —se lee en el Corán— les dare-
mos por esposas a mujeres de brillantes ojos negros, parecidos a
perlas escondidas. Las creamos de una manera perfecta; las hici-
112 MICHEL GALt
mos vírgenes, amorosas, siempre vírgenes, siempre jóvenes...»
Siempre vírgenes, como la Gennia de Hossein. Siempre jóve-
nes, pues los hadits les atribuyen la misma edad que tienen todos
los hombres al entrar en el paraíso, y que ya no cambiará: treinta
y tres años.
Estas huríes maravillosas escandalizan, desde las Cruzadas, a
Occidente. Esperan al creyente en jardines llenos de parajes som-
breados y de fuentes, junto a riachuelos de pura miel, de jen-
gibre y de alcanfor. Es por su causa que los soldados no vacilan
en luchar a ciegas y en hacerse matar, pues tendrán todas las que
quieran. «Alá me dio por esposas a cincuenta huríes. ¡Sabía
cuánto me gustan las mujeres!», dícese que dijo, en una de sus
apariciones terrestres, un santo musulmán. Y un hadit añade:
«Los bienaventurados recibirán la fuerza necesaria para el disfru-
te de todas las voluptuosidades.»
Los comentaristas del Corán discutieron prolijamente para sa-
ber si las esposas de los creyentes eran admitidas al mismo tiempo
que sus maridos en este paraíso y lo que pensaban de todo ello.
Scherezade, con infinita habilidad, elude este problema. ¡Las Gen-
nias son a la vez esposas y huríes! Y se percibe muy bien que
sueña en parecerse ella misma a una Gennia, para poder encerrar
para siempre a Schariar en sus redes.
6. NADIE DEBE DORMIR SOLO...
Las espantosas Ghulas son todo lo contrario de las maravillo-
sas Gennias-Huríes. Sin embargo, el sexo de estos seres maléficos
no es únicamente femenino.
En La historia contada por el sexto capitán de Policía, se trata
de una Ghula que de día toma la forma de un marido encantador,
aunque lleva a su linda mujer cabezas de hombres para que las
ponga a cocer, y de noche se dedica a «arrasar el campo, cortar
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 113
los caminos, hacer abortar a los mujeres encinta, espantar a los
niños, aullar en el viento, ladrar frente a las puertas, jadear, ron-
dar por antiguas ruinas, lanzar maleficios, hacer muecas en las
tinieblas, visitar las tumbas y oler los muertos...».
Otras historias tratan de Ghulas-Mujeres que con frecuencia
son esposas bellas y cariñosas durante el día, pero se levantan por
la noche para rondar por los cementerios y devorar niños...
Scherezade tomó estas Ghulas de mitologías muy antiguas. Los
griegos las llamaban lamias, por el nombre de Lamia, hija de
Neptuno, a quien la pérdida de un hijo volvió loca y mala y de-
dicó su vida a hacer que todas las jóvenes madres se pareciesen
a ella. Los griegos imaginaron ejércitos enteros de lamias, es-
pectros serpentiformes con rostro de mujer, deliciosamente par-
lanchínas, hábiles silbadoras y maestras en el arte de acechar
ocultas en los bordes de los caminos. Los africanos del norte les
dieron un carácter particular, atribuyéndoles los dulces y pér-
fidos gemidos de la hiena, que, como ellas, sólo se alimenta de
cadáveres.
Pero las Ghulas de Scherezade tienen quizá también alguna
relación con la tradición hebraica. Se han hecho comparaciones
entre las Ghulas-lamias y el personaje poético, terrible y misterio-
so, de Lilit que para los judíos es tan pronto la mujer de Adán
como la Noche.
«Nadie debe dormir solo —dice el rabino Menaquén—, por mie-
do de que Lilit le haga daño.»
Lilit, demonio bíblico que toma forma de mujer para seducir
a los hombres, parece ser un diablo de origen acadio, Gelal o
Kill Gelal, idolatrado en La Meca, y es tal vez el primer djinn que
se conoce. Según otros autores, fue en la Grecia influida por Asia,
la diosa de los partos, y representó, en realidad, la noche primi-
tiva, la Gran Madre de los seres, una divinidad muy encumbrada
y muy misteriosa.
Las malvadas Ghulas tienen también sus títulos de nobleza.
8 — 3173
114 MICHEL GALL
7. EL SÍMBOLO DE LO ABSURDO
Hay tantas historias de djinns como cuentos de escoceses. Son
inagotables.
Los djinns no eran difíciles de encontrar en la Arabia Feliz,
puesto que estaban en todas partes. El principal problema era no
molestarlos. Al meterse en un pozo, al tumbarse al pie de un árbol,
cualquiera podía chocar con un djinn, exponiéndose a que éste lo
tomase a mal. A este nivel, podemos también considerar a los
djinns como símbolos de lo absurdo.
La historia del mercader y del efrit es muy significativa a este
respecto. Un mercader descansa al pie de un árbol, come un dátil
y tira el hueso a lo lejos. Poco después, aparece un terrible djinn,
que quiere matarle.
—El hueso del dátil —dice— ha dado en un ojo a mi nieto y
lo ha matado. |Esto clama venganza!
—Pero, ¿cómo podía yo saberlo? —gime el pobre mercader,
que se convierte en un verdadero personaje de Kafka.
El sentido de esta historia parece aún más grave si recordamos
que los dátiles no son para los árabes del desierto una golosina,
sino un alimento indispensable (e incluso, según la tradición, la
comida principal de Mahoma). No hay ninguna frivolidad en la
acción del mercader.
Cierto que los djinns podían ser también benéficos. Y éste
acabó siéndolo. Al menos dejó con vida al mercader.
Pero, de todos modos, los djinns son muy fastidiosos. Nacidos
originalmente del vacío, fantasmas del beduino solitario en el de-
sierto de arena y de piedras, se convierten, a veces, en Las mil y
una noches, en espantosas aguafiestas.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 115
El djinn es hijo del matrimonio del hombre solo con el desier-
to. Un matrimonio de conveniencia (por esto el djinn es una divi-
nidad modesta y que a menudo parece aburrirse mucho, lo cual
explica que siempre esté dispuesto a charlar). ¿Por qué, pues,
simboliza también el absurdo?
Pero, ¿qué es lo absurdo? Una utilización irracional y no razo-
nada de las «fuerzas naturales». Una mala utilización del Poder.
Mala para el que lo ejerce y para el que lo sufre.
Ahora bien, todo ente posee cierto poder. Al inventar los djinns,
los beduinos sabían que tenían que darles poder. Desgraciada-
mente, ¿sabían ellos acaso lo que es el poder? Sin duda por esto,
el que atribuyeron a los djinns rozó los límites de lo absurdo.
Un poco más tarde, los propios beduinos —u otros— reflexio-
naron sobre esta noción de Poder. Y entonces inventaron un se-
ñor de los djinns que sí sabía lo que era el poder.
La forma como se pasa del poder absurdo al poder consciente
y total será objeto de los capítulos siguientes, dedicados a Salo-
món, el señor de los djinns.
IV
EL SEÑOR DE LOS DJINNS
1. UNA SALA VACIADA EN DIAMANTB
Solimán ben Daud, Salomón hijo de David, es el único hom-
bre que supo someter, plena y magistralmente, a todos los djinns,
y esto, gracias a su conocimiento de una palabra, el «Nombre del
Poder», grabado en un misterioso sello de su propiedad.
El mito de Salomón es infinitamente más confuso que el del
Djinistán y que el propiamente llamado de los djinns. Su compli-
cación se debe, en primer lugar, al hecho de que Salomón es un
personaje histórico.
Vivió aproximadamente mil años antes de Jesucristo, y su fama
se extendió simultáneamente al mundo árabe y al mundo judío y
después al mundo cristiano. Es difícil distinguir, en su gesta, lo
que es historia y lo que es mito.
Para los árabes, es uno de los más grandes profetas que vinie-
ron antes que Mahoma. Unos lazos muy concretos lo atan a la
Arabia: sus amores con Balkis, reina de Saba, la misteriosa reina
de la península arábiga.
Fue el primer hombre mediterráneo conocido que mezcló su
sangre con la de una mujer del mar Rojo, el primer hombre me-
diterráneo que contempló los lugares desérticos donde nacieron
los djinns.
120 MICHEL GALL
No os extrañe, pues, el papel capital que representa en Las
mil y una noches. En ellas se le evoca sin cesar como una figura
grandiosa y temible. Su nombre está en todas las bocas.
En realidad, él no interviene nunca personalmente. El príncipe
Belukia es uno de los grandes privilegiados que lo verán... y
muerto.
He aquí lo que vio:
«En medio de una sala inmensa, vaciada en diamante, sobre un
gran lecho de oro macizo, estaba extendido Solimán ben Daud, al
que podía reconocerse por su manto verde, ornado de perlas y de
pedrería y por el anillo mágico que llevaba en el dedo meñique de
la mano derecha, y cuyos resplandores hacían palidecer el brillo
de la sala de diamante. La otra mano del profeta sostenía el cetro
de oro con ojos de esmeralda...»
El anillo mágico de Salomón y el sello grabado en él constitu-
yen el tema principal de muchos cuentos. Salvan indistintamente
a mercaderes y a jóvenes príncipes de las situaciones más desas-
trosas. Gracias a ellos, las madres no mueren de hambre y los
amantes se encuentran, los desheredados suben al trono, los idio-
tas se vuelven geniales y los perseguidos por las fuerzas más es-
pantosas, las de los magos, se ven súbitamente liberados.
¿Cuál es el secreto de este anillo?
¿Es pura imaginación o testimonio de un saber misterioso,
actualmente perdido?
No puede triunfar de la muerte, que sigue sometida a la sola
voluntad de Alá, pero tiene todos los poderes, puesto que permite
a su propietario dominar el espacio y el tiempo.
Si hubiese existido alguna vez, este anillo sería el más grande
«descubrimiento» realizado por el hombre. Gracias a él, se puede
caminar lo bastante de prisa para encontrarse prácticamente en
dos lugares a la vez, se puede construir una ciudad en una noche
y se puede hacer surgir un ejército de un pañuelo. El que lo po-
see tiene poderes más amplios que «Supermán» el cual, en defini-
tiva, tiene que apañarse como puede, y únicamente puede rectifi-
Esta miniatura india ilustra «Los Cuentos del Loro», una de las joyas
literarias orientales en las que se inspiraron los narradores de «Las
tMN y Una Noches». (Foto Tweedy. Cl. Ed. R. Laffont)
La gente se ha preguntado, durante siglos, dónde se encontraba la
cueva de Alí-Babá. Esta foto nos muestra su entrada en la anfractuosi-
dad de la roca que vemos sobre la vertical que parte del cordero
blanco, debajo de las murallas de la ciudadela de Tuchpa. (Fofo M. Le-
vassort)
áSSfey t
Junto a las aguas muertas del lago de Van, en Turquía, se eleva la
ciudadela de Tuchpa donde se encuentra la cueva de Alí-Babá. (fofo
M. Levassort)
Un djinn. Marioneta del «Kara-
goz», teatro de sombras turco
que todavía actúa en los arraba-
les de Estambul. (Col. Casa de
Turquía. París)
j^ ^tm^*-
ífei"
Djinns. Los árabes los represen-
tan a menudo con cabezas de
animales, con cuernos y, sobre
todo, con unos colmillos espan-
tosos. (Foto B. N. París)
Abajo, las ruinas de Satal Hoyük, en Turquía, que
datan del 6500 antes de J. C , o sea, de 3.500
años antes del comienzo de la Historia. Aquí
vemos que los hombres prehistóricos no vivían
únicamente en cuevas, sino también en verdade-
ras ciudades. Los habitantes de Satal Hoyük in-
fluyeron también en «Las Mil y Una Noches».
(Foto M. Levassort)
La más bella representa-
ción que se conoce del
«Simurgh», el homólogo
persa del ave Rocho de
Simbad. (Colee. Chester
Beatty Library)
f- f- i -
• 1 m B / í f i ^ } S ~ 4 1 fe»
El «dodo» de la isla Mau-
ricio. Esta ave tan extraña
desapareció hace aproxi-
madamente un par de si-
glos. Los compiladores de
Marco Polo la identifican
con el Rocho. (Tofo Sun-
dance-Jacana)
tV;M
El «Garuda», «vehículo» de Vishnú. Uno de los dioses supremos del panteón
indio viaja sobre este ser híbrido, intermedio entre el hombre y el ave. El
«Garuda» es el verdadero modelo del Rocho, (Foto B. N. París)
Un «násico», extraño mono que vive principalmente en Borneo. ¿Es el «Viejo
del Mar» del que nos habla Simbad? (Archivos de la Ed. Hachette)
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 121
car, pero no decidir.
Por esto muchos héroes de Las mil y una noches van en su
busca. Todos los magos —y algunos príncipes— sólo piensan en
este anillo.
«El que desee convertirse en señor y soberano de los hombres,
de los genios, de las aves y de los animales, sólo tiene que encon-
trar el anillo que el profeta Solimán lleva en el dedo, en la isla
de los Siete Mares, donde está su sepultura. Es el mismo anillo
mágico que Adán, padre de los hombres, llevaba en el dedo en el
paraíso, antes de su caída, y que le fue quitado por el ángel Go-
braíl, que más tarde lo regaló al sabio Solimán», se lee en La his-
toria de Yamlika.
En definitiva, estamos muy bien informados sobre este anillo
del que poseemos varias descripciones y sobre la piedra del cual
está grabado el Grandísimo Nombre, la fórmula universal de la
que Einstein y Von Braun no han encontrado más que caricatu-
ras. Pero antes de exponer lo que sabemos sobre esta fórmula,
describamos a su propietario.
2. UNO DE LOS 700.000 PROFETAS...
Según Scherezade, se llama Solimán ben Daud, que quiere de-
cir Salomón hijo de David.
Los musulmanes consideran el judaismo y el cristianismo como
religiones que sólo decayeron con la aparición del Islam, por lo
que no hay ningún santo cristiano antiguo o judío al que no vene-
ren. En la época en que se escribieron Las mil y una noches, esta
veneración se había extendido extraordinariamente. En todo el
Oriente, se encontraban mashads (museos) en los que se guarda-
122 MICHEL GALL
ban reliquias islámicas o preislámicas (1).
«Entonces —escribe Alí Mazaheri en su notable Vida coti-
diana de los musulmanes en la Edad Media— los santos budis-
tas, los personajes del culto de Mitra, del zoroastrismo, del sabeís-
mo, del judaismo, del cristianismo e incluso del maniqueísmo en-
traron poco a poco en el Islam con nombres sirios, hebreos o
griegos. Y fue un verdadero abuso. Por ejemplo, varias ciudades
se disputaban el honor de poseer la verdadera tumba de "Nues-
tro Padre Adán', de "Nuestro Padre Abraham", etc. En casi todas
las grandes ciudades se podía visitar la tumba de Noé y comprar
un pedazo del arca...»
En todas las ciudades situadas en la ruta de La Meca, los mas-
hads atraían a los peregrinos. Mashads y peregrinos eran los ele-
mentos de un comercio importante, como lo son en nuestros días
el sol y los turistas.
En los alrededores de Medina, los peregrinos corrían a ver la
casa de Noé y el lugar donde fue construida el arca. Había allí
tantos visitantes como en la mezquita-tumba de Mahoma.
Las reliquias del arca ostentaban el «récord» de entradas. Po-
dían verse varias tablas de ella clavadas con clavos de plata en
los muros del templo de la Kaaba, en La Meca. En Mosul, los
peregrinos-turistas corrían a la mezquita de San Jorge, dios lobo
de los antiguos partos, y a la de Jonás, dios pez de los asirios.
Esta última abarcaba todo un barrio sagrado y se elevaba dentro
de los muros de Nínive.
En Damasco, donde se encontraba la cabeza de san Juan Bau-
tista, había más reliquias que en cualquier otra parte. Siete mil
profetas —setecientos mil, decían los exagerados agentes de pu-
blicidad— estaban enterrados allí.
El más venerado de todos estos profetas se hallaba en Jeru-
salén. Los peregrinos iban a esta ciudad, en principio, para visitar
la mezquita de la Roca, la roca desde la que voló Abraham, y la mez-
quita del Pesebre donde se hallaba la presunta cuna de Jesucris-
to, pero el fantasma más atractivo que se cernía sobre la ciudad
era el de Salomón.
Se atribuía al poseedor del Anillo la construcción de todos los
(1) Contrariamente a la costumbre cristiana, estas reliquias no eran nunca
huesos.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 123
monumentos de Jerusalén. No sólo el famoso Muro, sino también
las dos mezquitas ya citadas... que fueron construidas por los ca-
lifas omeyas.
¡Inmenso prestigio el del Gran Rey! Un prestigio tal, que a
veces por razones de economía o de seguridad, los peregrinos cam-
biaban su peregrinación a La Meca por un viaje a Jerusalén.
¿Acaso la piedra negra de la Kaaba y la roca de Abraham no eran
betilos? ¿Acaso la fuente de Selván, Siloé, próxima a la ciudad,
no se comunicaba por vía subterránea con la fuente de Zenzem,
la fuente sagrada de La Meca, surgida mágicamente del suelo para
refrescar a Ismael?
Pero, sobre todo, ¿no era posible que, yendo a Jerusalén, se
pudiese conseguir alguno de los poderes de Salomón, descubrir
alguno de sus secretos?
La riqueza del Gran Rey y el poder de su Anillo hicieron sin
duda soñar a más peregrinos que el sacrificio de Abraham.
Además, en el Corán se habla de Salomón más que en la Biblia.
Cuando Mahoma lo escribió, la conjugación de los comentaristas
judíos, árabes y cristianos le había preparado el terreno. Desde el
Mediterráneo hasta el mar de Omán y el golfo Pérsico habían po-
pularizado la formidable leyenda.
3. LA BIBLIA DICE.
El Libro Segundo de Samuel y el Libro Primero de los Reyes
son las fuentes más antiguas que tenemos de la historia de Sa-
lomón.
Salomón, según el Libro Segundo de Samuel, era hijo del rey
David y de Betsabé.
David vio a Betsabé en el baño, la deseó, la poseyó, hizo ma-
tar a su marido y después se casó con ella. Yahvé le hizo saber
que estaba enojado por su proceder e hizo que muriese el niño
nacido de su primer coito.
124 MICHEL GALL
Para justificarse un poco ante Yahvé, David nombró sucesor
suyo al segundo hijo que tuvo con Betsabé, Salomón. Así demos-
traba que su comportamiento con la joven era algo más que un
simple arrebato de los sentidos.
El Libro Primero de los Reyes no pretende que la moral
de Salomón fuese mayor que la de su padre. Su primera acción,
una vez ascendido al trono, fue hacer matar a todos los que podían
molestarle, a su medio hermano Adonías, al sumo sacerdote Abia-
tar, al general en jefe Joab. Después, para aliarse con el faraón
de Egipto, se casó con la hija de éste. Por último, se humilló ante
Yahvé.
—Soy muy joven y no sé obrar como jefe —le dijo durante un
sueño—. ¡Dame un corazón prudente!
Este acto de humildad fue del agrado de Yahvé. Para recom-
pensarle por haberle pedido discernimiento y no riquezas o la ca-
beza de sus enemigos, cosas que, como hemos visto, se había
procurado ya el astuto Salomón, le ofreció:
—Te daré un corazón prudente e inteligente, como nadie lo ha
tenido antes que tú ni lo tendrá después, y una gloria mayor que la
de cualquiera de los reyes.
3
Hasta aquí, la imagen de Salomón corresponde perfectamente
a la que podían forjarse del Rey de Reyes los árabes de la Edad
Media para los cuales el derramamiento de sangre —un asesinato
y tres ejecuciones capitales— puede ir del brazo con el ejercicio
de un gobierno prudente y simbolizar la realeza. En cuanto al epi-
sodio del baño de su madre, Betsabé, pone en escena una situa-
ción que tuvo un éxito inmenso en todas las leyendas orientales
desde las épocas más remotas.
La mujer sorprendida en el baño, Betsabé por David, Rada
por Krishna, Chirín por Cosroes, Zobeida por Harún al-Rashid
es un tema que se repite tantas veces que nos hace presumir un
mito arquetípico bajo sus aspectos históricos. Tema real como nin-
guno, lejos de minimizar el valor de la madre de Salomón, la
enaltece.
Pero sigamos con los Libros de los Reyes y de las Crónicas:
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 125
Salomón, «reconocido por Yahvé», se hace digno de su fama
de sabio con un célebre juicio. A fin de descubrir cuál es la verda-
dera madre de un niño, finge que va a partirlo en dos mitades.
También se hace acreedor a su fama de constructor haciendo
edificar el famoso Templo de Jerusalén, todo de cedro del Líbano,
bronce y oro. La minuciosa descripción de este templo ocupa, en
la Biblia, tantas páginas como todo el resto de la vida de Salo-
món. Es una descripción ditirámbica. Comparado con los gran-
diosos edificios de Egipto y de Caldea, se trataba de un templo
pequeño para un pueblo pequeño. Se necesitaron siete años y
millares de hombres para construirlo y. sin embargo, no era más
que una especie de estuche. (¡Veinte codos de anchura, treinta de
altura y sesenta de longitud!) Y no llegamos a hacernos una clara
idea del «mar de bronce» que rodeaba el tabernáculo. Parece que
se trataba de un altar de holocaustos, rodeado por diez pilas de
menor tamaño, donde se lavaban los pedazos de las víctimas, los
calderos, los cuchillos, las paletas y todos los utensilios empleados
para los sacrificios sangrientos.
También es merecida su fama de comerciante. Sus naves van
a buscar oro al misterioso país de Ofir (¿la India, o simplemente
unas factorías africanas?), y la Reina de Saba va a llevarle aromas
y plantearle adivinanzas que él resuelve sin la menor dificultad.
La Biblia no nos dice cuáles son. Es muy escueta en lo tocante
a las minas de oro y a esa reina que tanto ha hecho trabajar las
imaginaciones, pues lo refiere todo en unas pocas líneas. Afortu-
nadamente, las tradiciones judías y árabes se extenderán proli-
jamente sobre este tema.
Merece su reputación de gran príncipe. Para alimentar a su
Corte y a su ejército se necesitan cada día «30 kor (388 litros)
de harina fina y 60 de harina con salvado, 10 bueyes cebados, 20
bueyes de los pastizales y 100 corderos, aparte de gamos, ciervos,
búfalos y aves de corral bien cebadas».
126 MiCHEL GAJLL
Merece, en fin, su fama de apasionado. Tuvo setecientas es-
posas de rango principesco y trescientas concubinas.
¿Bastan estos detalles para demostrar que Yahvé dio a Salo-
món «una prudencia y una inteligencia sumamente grandes y un
corazón tan vasto como las arenas de la orilla del mar»? Eviden-
temente, no. «La sabiduría de Salomón —dice también la Biblia—
fue más grande que la sabiduría de todos los hijos de Oriente y
que toda la sabiduría de Egipto. Fue más sabio que cualquiera...»
¿Sabio? ¿Por qué? ¿Cómo?
Las anécdotas no concuerdan con los ditirambos de la Biblia.
Entonces, ¿qué sobrentiende la Biblia? ¿Cuál es esta «sabiduría»?
La cosa es evidente. Quien tiene la sabiduría tiene el poder.
Por consiguiente, nada se opone a que la «sabiduría» de que habla
la Biblia fuese la que estaba concentrada en el maravilloso Anillo
de que hablan Las mil y una noches. Pero la Biblia no habla de
este anillo.
En cambio, subraya dos veces los poderes sobrenaturales de
Salomón.
En el curiosísimo pasaje de la construcción del Templo, Sa-
lomón resuelve mágicamente el famoso problema de los «ruidos»,
ante el cual se muestran impotentes los alcaldes de Nueva York y
de París:
La maravilla de las maravillas
en la realización del trabajo de los obreros
fue que nunca,
en las obras del interior del Templo,
ni en los alrededores de éste,
se oyó el menor ruido de albañiles,
de forja o de construcción,
de martillo, de yunque, o de instrumentos
de hacha, de sierra o de transporte.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 127
Y todo sucedía en el Templo a su debido tiempo,
y se terminaba y disponía a ocupar el lugar correspondiente a su
[rango (1).
Pero dos versículos de la Biblia parecen referirse al poder de
Salomón tal como lo entendían el Corán y los hadits. El primero
dice:
«Pronunció tres mil sentencias y sus cánticos fueron en número
de mil cinco.»
Desgraciadamente, estas obras han desaparecido. Las que le
fueron atribuidas durante largo tiempo, El cantar de los cantares,
los Proverbios, el Eclesiastés y la Sabiduría corresponden a épo-
cas diferentes. Igual que la de David, su obra poética se perdió
casi enteramente. Pero los árabes, para quienes el don poético era
un poder capital, lo saben sin duda mejor que nosotros.
El segundo versículo dice:
«Habló de las plantas, desde el cedro que está en el Líbano
hasta el hisopo que crece sobre los muros. Habló también de los
cuadrúpedos, de los reptiles y de los peces.» (1)
Estas frases aparentemente anodinas son en realidad muy im-
portantes.
Los árabes comprendieron que la palabra hablar, del final del
segundo versículo, no quiere decir simplemente conversar.
Tenían conciencia de ciertas relaciones entre el verbo y el po-
der. Estaban persuadidos de esta verdad: quien sabe hablar de
sabe hablar a, y quien sabe hablar a alguien o a algo se convierte
en su dueño.
Según ellos, la Biblia declara expresamente que Salomón co-
nocía todos los arcanos del poder y de la palabra. ¡Enorme poder!
Nosotros no lo hemos sentido nunca tanto como hoy cuando la
semiología y la semántica se sobreponen fácilmente a la filosofía.
(1) Según la traducción de Mardrús.
128 MICHEL GALL
EL MAESTRO DE LAS PALABRAS
Salomón sabe hablar a las plantas y a los animales.
Para los árabes esto era importantísimo, pues, según ellos, cada
árbol y cada animal tenía su djinn. Por consiguiente, interpreta-
ron el versículo de la Biblia en estos términos: «Salomón era el
señor de los djinns.»
Esto equivale a decir que era capaz de movilizar sesenta mi-
llones de ellos, de añadirles todos los animales del universo y de
lanzar este ejército a combatir contra el rey del mar cuyos genios
se habían negado a obedecerle, no había más que un paso. Por
lo demás, esta guerra no fue excesivamente cruel. En vez de
asarlos con napalm, se introdujo a todos los genios malos en
jarras de cobre, que fueron arrojadas al fondo de un mar no con-
taminado.
Los árabes fueron también muy sensibles al hecho de que Sa-
lomón comprendiese el lenguaje de los pájaros.
El símbolo del ave es capital para los beduinos. A veces, un
águila sobrevuela el desierto. El beduino la contempla y envidia sus
alas. Si las aves descarriadas hubiesen abundado más encima del de-
sierto amarillo o gris, tal vez los beduinos no habrían tenido nece-
sidad de inventar los djinns...
Ellos atribuyeron al ser alado un valor inmenso. Si inventa-
ron los djinns es solamente porque no podían hacerse amigos de
aquel ser tan raro y que simbolizaba la huida y no la amistad.
Sin embargo, siempre se sintieron fascinados por sus alas o
por su sombra. Algunas tribus identificaron el ave con Dios. Otras
hicieron de ella el símbolo o el vehículo de Dios (véase el capí-
tulo sobre el Rocho en Simbad el Marino). El propio Mahoma
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 129
comprendió que se trataba de un símbolo importante. Mucho
antes que él, los cristianos habían simbolizado el Espíritu Santo
con una paloma.
«En el cuello de cada hombre he atado su pájaro», dice Ma-
homa en el Corán, en su sura tal vez más genial.
En Las mil y una noches, Alá es con frecuencia evocado a
través de sus «lugartenientes», a los cuales ha confiado «la guar-
da de las aves». Acabamos de ver la importancia de este cargo
aparentemente curioso.
Según el tono de los cuentos, estos lugartenientes son «una
jovencita obra maestra de los corazones», un viejo jeque de barba
blanca y puntiaguda y un efrit benemérito. Siempre han sido ele-
gidos por su bondad o por su talento.
Aprendieron de Salomón el lenguaje de los pájaros. Un saber
delicioso. Reciben a la gente alada a fecha fija en los grandes
palacios vacíos donde el viento de su batir de alas hace volar el
polvo. La aconsejan, la dirigen.
¡Buenos intermediarios estos lugartenientes 1 Nos recuerdan
que antaño existieron lazos profundos entre el hombre y el pá-
jaro, en el momento en que los desiertos irradiaban aún una in-
finidad de posibilidades y en que la mente humana balbucía bus-
cando lentamente el florecimiento de su genio.
Los cuentos más recientes de Las mil y una noches nos pre-
sentarán de un modo realista a los «lugartenientes de los pá-
jaros». Así, Dalila la Taimada es promovida a este cargo por Harún
al-Rashid.
Cierto que entonces los califas pensaban con razón que una
parte de su poder dependía de la rapidez con que recibían las no-
ticias.
Y Dalila, sacerdotisa sagrada, no era, en realidad, más que la
presidenta de un importante negocio de palomas mensajeras al
servicio del Estado a cuyas alas sujetaban silbatos... para que
asustaran a las águilas. La referencia a Salomón es sólo cuestión
de pura fórmula.
9-3173
130 MICHEL GAIX
5. ANÉCDOTAS SOBRE EL DERECHO Y EL REVÉS
La tradición rabínica ha dado un aspecto fantástico a Salomón.
Transforma los pocos versículos de la Biblia que le conciernen en
un verdadero cuento de hadas. Nuestro héroe ya no es un caudillo
de pueblos, sino un niño grande y mimado que vive en un universo
lleno de cosas sobrenaturales y de sensualidad.
El Corán y la tradición árabe aceptaron la casi totalidad de
las anécdotas rabínicas e inventaron algunas más. En las que
vamos a citar, resulta a menudo difícil dar al César lo que es del
César.
Según los árabes, Salomón fue discípulo de Mambrés, un teur-
go egipcio. Fue uno de los cuatro grandes caudillos de la Historia.
Hubo dos fieles, Alejandro Magno y él, y dos infieles, Nemrod y
Nabucodonosor.
Poseía mil casas de cristal, una para cada una de sus mujeres.
(El cristal es un elemento mágico, un símbolo un poco confuso.
Su transparencia, entre otras cosas, puede significar un medio de
conocimiento.)
Sus mujeres, de todos los países, estaban todas muy enamo-
radas de él. Diariamente, cada una de ellas procuraba prepararle
espléndidas comidas, con la esperanza de retenerlo a su lado. Los
animales entraban por su propia voluntad en sus cocinas, dispu-
tándose el honor de ser servidos asados en la mesa del Rey.
Su primera esposa era hija del Faraón. Se cree que fue muy
depravada y que le retuvo halagando sus sentidos. Mal conver-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 131
tida, introdujo en el palacio mil instrumentos musicales, cada
uno de los cuales era utilizado para la adoración de un ídolo. Pero
trató, sobre todo, de impedir la inauguración del Templo. En la
fecha fijada, colocó sobre la cama de él un gran dosel de seda
negra, bordado con gemas que brillaban como estrellas. Gracias a
esto pudo retener a Salomón durante cuatro horas después del
amanecer. Cada vez que él se despertaba, se imaginaba que aún
era de noche. Mientras tanto, los sacerdotes esperaban en la puer-
ta del Templo sin poder celebrar el sacrificio de la mañana por-
que las llaves estaban ocultas debajo de la almohada de Salo-
món. Por fin, Betsabé tuvo valor para ir a despertar a su hijo...
Las piedras utilizadas para construir el Templo fueron talladas
gracias a un gusano que cortaba las rocas, el Shamir, o Samur,
que Sahkr, rey de los djinns, facilitó a Salomón cubriendo con
una caja de cristal el nido del águila marina (o de la abubilla de
montaña, según otra versión). El ave, para cortar aquel cristal, fue
a buscar al gusano. Volvió llevándolo en el pico. Sahkr gritó. El
gusano cayó. Sahkr se apoderó de él.
Su trono, todo de oro y piedras preciosas, era perfecto, y el
trono-reloj de Cosroes debió inspirarse en él. Estaba compuesto de
leones en su parte inferior y de águilas en su parte superior.
Cuando Salomón quería sentarse en él. Los leones se arrodillaban
a fin de que no tuviese que encaramarse tanto, y las águilas le
tomaban en sus alas para izarle sobre el sitial. Cuando el rey ce-
lebraba algún juicio y un testigo declaraba en falso, los leones
gruñían y las águilas batían las alas.
En el Templo, había diez candeleras de oro. Salomón había em-
pleado diez talentos de oro en cada uno de ellos. Los había me-
tido mil veces en un horno hasta reducir su peso al de un solo
talento. Aquí creemos ver una operación alquímica hecha al revés.
El derecho y el revés, importante dualismo en la simbólica secreta
de Salomón.
132 MICHBL GALL
Todos los pájaros del mundo, o tal vez solamente uno de cada
especie, protegían a Salomón de los ardores del sol. Formaban, en-
cima de su trono, un baldaquín que daba sombra.
Un águila ejecutaba sus órdenes y a veces lo transportaba so-
bre su espalda, con el trono. De este modo le llevó a la Montaña
Megra donde estaban encadenados los ángeles caídos Uzza y Az-
zael. El águila se posaba en las cadenas tensas como una golon-
drina en un hilo del telégrafo y Salomón interrogaba a los dos
ángeles sobre los secretos de la Naturaleza. Gracias al poder del
Anillo, los ángeles tenían que responder a sus preguntas.
También se informó pidiendo a un demonio que llevase a Hi-
ram, rey de Tiro, a las siete regiones del Infierno y exigiendo des-
pués un informe detallado a Hiram.
Su humildad, lo mismo que su orgullo, es famosa. Empleó una
parte de sus ratos de ocio en aprender cestería a fin de poder
ganarse la vida en caso de necesidad. También se dice que antes
de ser rey fue, como su padre, artesano confeccionista de cotas
de malla. Trenzado o malla, la simbología es la misma: un punto
al derecho y un punto al revés.
Dios le había dado una alfombra voladora, la primera alfom-
bra voladora de la Historia.
Era de seda verde bordada de oro, cuadrada, y a veces tenía
cien kilómetros de longitud, y a veces menos como, por ejemplo,
cuando Salomón viajaba en ella con su Corte reducida a sus cuatro
visires, Azaf ben Barakhya, visir de los hombres; Ramirat, visir
de los djinns; un león, visir de los animales, y un águila, visir de
las aves. Esta alfombra les permitía comer en Damasco y cenar
en Persia o en Afganistán.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 133
Salomón se mostró demasiado orgulloso de su alfombra. Para
castigarle, Dios hizo que soplase un viento tempestuoso un día en
que utilizaba la alfombra para el transporte de sus tropas. Y ca-
yeron cuarenta mil hombres.
Viajando en su alfombra, Salomón pasó un día por encima
del valle de las hormigas. Así nos lo dice la más célebre sura del
Corán: «Las Hormigas.» Desde el cielo, Salomón oye que la hor-
miga dice a sus compañeras:
—Apresuraos a entrar en casa antes de que las legiones de Sa-
lomón vengan a destruiros.
Salomón interpela a la hormiga:
—Quiero preguntarte una cosa.
— ¡No está bien que el que pregunta esté más alto que el in-
terrogado! —contesta la hormiga.
Salomón la hace subir a la alfombra.
— ¡No está bien que el que pregunta esté sentado en el trono
y yo en el suelo!
Salomón la toma en su mano y formula al fin su pregunta:
—¿Sabes de alguien en el mundo que sea más grande que yo?
—Yo —dice la hormiga—. Yo soy más grande. Si no, Dios no
te habría enviado para que me tomaras en tu mano.
Pero aún no se considerará en paz con Salomón.
—Tú naciste —le dirá— de una gota de esperma podrida. En
otro caso, no serías tan orgulloso.
Salomón cae de su alfombra de bruces en el suelo...
Sin duda recordando a esta hormiga hará más tarde que sus
ejércitos tuerzan su camino para no aplastar los huevos de un pá-
jaro. Este tema del respeto a la vida de los animales se repite
muchas veces en Las mil y una noches.
Otro ejemplo de vanidad castigada. Salomón declaró un día que
era capaz de conocer bíblicamente a cada una de sus mil muje-
res en una sola noche y de tener mil hijos de ellas. (Algunos au-
tores hablan sólo de cien mujeres, pero concretan que Salomón ol-
vidó añadir: «Si Alá lo quiere.») Esta jactancia le costó tener un
134 MICHEL ÜALL
solo hijo, que era, además, una visión de pesadilla. El infortunado
sólo tenía una mano, un ojo, una oreja y un pie.
Una vez, le llevaron unos caballos magníficos (algunos dicen
que eran caballos alados nacidos de las olas del mar) y se entre-
tuvo tanto tiempo mirándolos que dejó pasar la hora de la ora-
ción. Al darse cuenta, él mismo cortó los corvejones de todos los
caballos.
Su poder se extendía también sobre las nubes. Habiéndose en-
terado un día de que los demonios habían resuelto matar a
uno de sus hijos, ordenó a una nube que se llevase al niño... Fue
en vano, porque Dios, como castigo, hizo que muriese el pequeño
y que su cadáver fuese arrojado sobre el famoso trono.
Además de la célebre anécdota del juicio de las dos madres, una
extraña historia nos muestra su carácter justiciero.
Los ángeles rebeldes tenían la costumbre de anotar en unos
cuadernos las conversaciones que sostenían los otros ángeles en
los confines del cielo. Lo hacían con la esperanza de descubrir
secretos que les permitiesen entrar otra vez en el paraíso y pen-
saban dar cuenta de ello a su jefe. Pero eran muy malos alumnos
y lo anotaban todo al revés. Salomón se enteró y confiscó los cua-
dernos. Los encerró en un cofre y colocó éste debajo de su trono.
A su muerte, Satán se apresuró a indicar a los israelitas el lugar
donde se hallaban... «Y así surgieron —dice el comentario— las
falsas leyendas...»
Su muerte fue tan extraordinaria como su vida. Los djinns,
que bajo su dirección construían el palacio de la Reina de Saba,
no se dieron cuenta de nada. El rey seguía de pie observando su
trabajo. Los djinns se afanaban como hormigas, deseosos de que-
dar bien, realizando en un día el trabajo de diez... Hasta el mo-
mento en que el rey cayó, de bruces, en el suelo. Entonces com-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 135
prendieron que el Rey los había engañado. Estaba muerto desde
hacía mucho tiempo, y sólo gracias a su bastón se mantenía de
pie. El bastón, roído por las termitas, acababa de romperse...
Se han citado numerosos lugares como emplazamiento de su
tumba. Las maravillas de la India la sitúan en las islas de Andamán,
en pleno océano Indico, y sin duda por esto tiene Salomón un pa-
pel muy importante en el folklore malayo.
Además de su anillo, Salomón poseía otras varias maravillas de
las que tratan sobre todo las leyendas islamohispánicas. Estas
maravillas habían sido transportadas a Toledo donde Tariq las
descubrió al conquistar la ciudad. Se trataba de una mesa de
berilo verde con incrustaciones de perlas y rubíes y de trescientos
sesenta pies de diámetro. Pudo ser modelo de la «Tabla Redonda»
del rey Arturo. Colocado sobre ella, un espejo mágico reflejaba
el mundo entero.
Podríamos continuar así mucho tiempo... Pero sólo pretendía-
mos presentar al personaje Salomón. Veamos ahora su más céle-
bre aventura.
6. MARIB, CAPITAL DE SABA
Los amores de Balkis, reina de Saba, y Salomón merecen ca-
pítulo aparte. Se podría escribir todo un libro sobre Balkis. Pa-
rece que Gérard de Nerval lo intentó y reunió una documentación
prodigiosa.
Balkis reinaba en el país de los sábeos, antes himiaritas. (Ham-
murabi, el legislador de Babilonia, era un conquistador de raza
himiarita. Se supone que vivió diez o doce siglos antes que su
136 MICHEL GALL
fastuosa descendiente, la Reina de Saba.) Los sábeos moraban
en el sur de la península arábiga, en los alrededores del Yemen
actual. Es probable que el poder de la Reina se extendiese al otro
lado del golfo, hasta África: algunos autores han pretendido in-
cluso que su capital se encontraba en este continente. Pero la
opinión más corriente identifica esta capital con las ruinas de
Marib, cerca de Sana, en el Yemen.
André Malraux explica en sus Antimemorias la loca calaverada
que emprendió en 1934 para sobrevolar aquellas ruinas en un
avión de turismo que le había prestado Paul-Louis Weiler y que
fue pilotado por Corniglion-Molinier. Nos habla de Balkis:
«Pocas mujeres han entrado en la Biblia. Ella lo hizo viniendo
de lo desconocido, con su elefante coronado de plumas de aves-
truz, sus caballeros verdes sobre caballos píos, su guardia de ena-
nos, sus flotas de madera azul, sus cofres cubiertos de piel de
dragón, sus brazaletes de ébano (pero de sus joyas de oro como
si nada), sus enigmas, su ligera claudicación y su sueño que per-
duró a través de los siglos. Y su reino pertenece a las civilizacio-
nes perdidas. Las ruinas de Marib, la antigua Saba, se encuen-
tran en Hamadraut, al sur del desierto, al este de Aden. Ningún
europeo había podido penetrar allí desde principios del siglo pasa-
do y ningún arqueólogo había podido estudiarlas. Sólo se cono-
cía su emplazamiento por algunos relatos. Pero esto bastaba para
localizarlas desde un avión si la expedición se preparaba con
cuidado y también para fotografiarlas, aunque el aparato no pu-
diese aterrizar.»
Los relatos a los que se refiere Malraux valen la pena de que
nos detengamos un poco en ellos. Se trata, sobre todo, del de
un tal Arnaud, ex farmacéutico de un regimiento egipcio envia-
do a Djeddah, el actual aeropuerto de La Meca y que se había
establecido allí como droguero en 1841. Un asombroso personaje
que realizó, él solo, una expedición a Marib. Allí encontró, según
Malraux, «un asno hermafrodita y cincuenta y seis inscripciones
de las que sacó una copia con un cepillo de calzado». Habiéndose
quedado ciego al volver a Djeddah, informó a Fresnel, que era
cónsul de Francia en esta ciudad. Como no sabía dibujar, hizo una
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 137
maqueta de la ciudad misteriosa por medio de castillos de arena
construidos en la playa... Más tarde se curó y volvió a Francia, pero
el Estado era demasiado pobre para comprarle su colección de
objetos sábeos que desapareció en las cajas de los libreros de
lance y anticuarios de los muelles.
Partiendo de Yibuti, Malraux y Corniglion-Molinier sobrevola-
ron efectivamente la antigua Marib, situada antaño cerca de un
mar interior y de un dique cuya destrucción haría que la riqueza
y la vida del reino de Saba quedasen sumergidos en la arena. Ape-
nas vieron algo más que unas murallas sin forma desde las cuales
les hicieron varios disparos de fusil. Parece que les gustó más el
vuelo sobre un valle lleno de tumbas de pizarra situado entre
Sana y Marib: el fabuloso valle de las tumbas sabeas, equivalen-
te septentrional del valle de las tumbas nabateas de Mad'in Salih,
del que hablaremos en el capítulo dedicado a Iram de las Co-
lumnas.
Marib es actualmente más accesible. En una serie de reporta-
jes publicados en 1971, Romain Gary nos cuenta que fue allí en
motocicleta, por cuenta de France-Soir:
«Anduve —nos dice— por las ruinas de Marib, bajo un viento
de arena que borraba con sus torbellinos amarillos los contornos
del templo de la Luna donde habían orado los fundadores del
Yemen, bisnietos de Noé. Vi las cabezas de alabastro de los ídolos
rotos y caminé sobre los restos hechos añicos de las lozas de
bronce donde jugaba hace treinta siglos el hijo de la reina de Saba
y del rey Salomón.
»Vagué largo rato alrededor de las torres tres veces milenarias
y me guardé muy bien de preguntar qué eran para no quitarles
su aire de misterio y de oscura majestad. Dormí en casas construi-
das con las piedras de los lugares sagrados donde los primeros
reyes del mundo habían adorado a sus dioses cuyos nombres se
han perdido.»
Marib constituye aún un viaje (¿o una excursión? Romain Gary
nos dice que existe un proyecto de implantación del «Club Medi-
138 MIGUEL GALL
terráneo» en el Yemen) más apasionante que se pueda soñar. Aun-
que Balkis no residiese nunca allí.
Porque se han encontrado numerosas inscripciones en sabeo.
Muchas de ellas están en el museo de Aden («el museo tradicional
de las colonias inglesas —dice André Malraux—, el limpísimo al-
modrote donde unos pájaros disecados contemplan con sus re-
dondos ojos una colección de cristales, varios trajes, semillas y
restos arqueológicos (...) antes que Constantinopla, antes que Fila-
delfia, la colección más importante de esculturas de Saba»). Pero
ninguna de estas inscripciones habla de Balkis ni de su viaje al
país del rey Salomón.
En cambio, nos recuerdan irresistiblemente el extraño princi-
pio de inversión que hemos advertido en numerosas anécdotas
relativas a Salomón (los cristales y los espejos, una malla al de-
recho, otra al revés, los mil talentos de oro reducidos a uno solo,
la noche que continúa cuatro horas después de la aurora, etc.).
Malraux comenta este principio:
«Me gustan —dice— (las inscripciones) que se refieren a los
extraños dioses: Sin, el dios-luna, masculino —en las otras mitolo-
gías es femenino—; Dat-Batán, la diosa-sol y Uzza, el dios Venus
masculino citado en muchas inscripciones, pero aún desconocido.
En este pobre museo, donde lindas florecitas son regadas por el
agua de cisternas ciclópeas atribuidas a la reina Balkis y engastadas
por las gargantas infernales, uno sueña en la sexualidad de un
pueblo que concibió a Venus como un hombre que vio en el sol
el signo femenino de la fecundidad y en la luna, un Padre clemen-
te y pacificador. ¿Nació del desierto esta bendición de la noche?
Pero los otros pueblos del desierto, en las mismas épocas, hacían
de la luna un dios cruel. ¿Qué sexualidad, turbia o pura, hizo
pensar al revés de las otras a esta raza desaparecida que, según la
leyenda no confirmada por ningún hecho histórico, fue siempre
gobernada por reinas?»
Al revés. Fijémonos bien en esta palabra. Aun teniendo en
cuenta que los comentarios de Malraux son sospechosos y parecen
estar muy lejos de la realidad histórica, por ejemplo, la luna hom-
bre no es en modo alguno un caso aislado y el dios Venus no es
tan desconocido como él dice. (Véanse más adelante nuestros co-
mentarios sobre las Gennias-Palomas y sobre las Sirenas.)
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 139
La historia de Salomón y de Balkis va también al revés, lo mis-
mo que aquellas inscripciones que nunca hablan de ella, y puesto
que las piedras de Saba permanecen mudas, contentémonos con
buscarla en las tradiciones judías, islámicas y etiópicas.
7. EL SISTEMA PILOSO DE BALKIS.
Según la tradición judía, Salomón envía una abubilla (1) a la
reina de Saba. Ha metido una carta debajo del ala del pájaro y
éste vuela a un país donde el polvo es más precioso que el oro, la
plata parece ensuciar las calles, los árboles datan de la creación
y las aguas vienen del paraíso lo mismo que las guirnaldas que
llevan los indígenas colgadas del cuello a la manera de los tahitia-
nos. Este país se llama Kitor.
La carta es muy poco amable. En ella se invita a la reina de
Kitor a acudir urgentemente a Jerusalén. En otro caso, será Salo-
món quien vaya a Kitor, pero con un ejército de diablos, animales
y espíritus...
Muy asustada, la reina —los judíos la llama Sheba— contesta
a Salomón enviándole barcos cargados de maderas preciosas, de
perlas y de seis mil muchachos y muchachas, nacidos todos a la
misma hora, de la misma estatura y del mismo aspecto, y todos
vestidos de púrpura. Y también le envía una carta.
La carta dice, misteriosamente: «Aunque el viaje de Kitor a
Jerusalén requiere generalmente siete años, iré, pero sólo tardaré
tres años.» Más que una idea de velocidad, la hazaña de Sheba
implica una especie de marcha atrás en el tiempo.
(1) En memoria de esta abubilla, I03 magos europeos de la Edad Media em-
pleaban con frecuencia en sus operaciones mágicas huesos de avefría moñuda.
140 MICHEL GALL
La abubilla lleva esta carta a Salomón, el cual (nuevo fenóme-
no «de marcha atrás») se siente «joven como la aurora» al anun-
cio de la venida de Sheba.
Tres años pasan de prisa. Llega Sheba. Salomón la recibe en
una casa de cristal. Incluso el suelo es un espejo.
Las tradiciones presentan esta particularidad arquitectónica
como una trampa puesta a Sheba, que, según las malas lenguas,
pertenecía a una raza infernal. Por consiguiente, tendría los pies
de cabra o de pato, y claudicaría.
Sheba cae en la trampa Toma el espejo por agua. Se levanta la
falda para pisarlo, mostrando así su pie y su pierna.
El pie no es palmeado. Incluso podemos imaginar que es encan-
tador. Pero la pierna es velluda, y Salomón exclama:
— ¡Oh, Sheba, tu belleza es de mujer, pero tienes el vello de un
hombre! El vello es ornato del hombre, pero afea a la mujer...
Esta extraña historia coincide con la repulsión de los árabes por
el vello femenino. Un hadit explicará que Salomón, a pesar de su
deseo de unirse a Balkis, se cargó de paciencia y esperó que los
djinns hubiesen confeccionado un poderoso depilatorio con el que
la reina, de buen grado, se untó las piernas.
Encontramos, en Las mil y una noches, otros varios cuentos so-
bre depilatorios. Entre otros, el de «Abu-Kir y Abu-Sir». Abu-Sir
llega a un país donde no hay hammam y se hace rico inaugurando
uno y enseñando a sus clientes el empleo de las pastas depilato-
rias. Este misterioso país se encuentra precisamente en alguna par-
te de la costa del golfo Pérsico. Es, indudablemente, el de la reina
de Saba. Pues en este país, donde la gente no se afeita, tampoco
hay tintorerías, lo cual es lo mismo que decir que no se conoce en
él la tradición alquímica; en efecto, hay un solo símbolo para la
alquimia y la tintura. Este país, como el de Kitor, parece, pues, he-
cho para servir de contrapeso al de Salomón, alquimista acreditado.
Ciertamente, hay algo extrañamente serio en esta historia de las
velludas piernas de la reina. La propia naturaleza del depilatorio
así lo indica. Fabricado por los djinns. Fabricado por Abu-Sir, nos
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 141
dicen Las mil y una noches, con arsénico, y por lo tanto peligroso
y relacionado con los valores vitales. El vello, o su ausencia, repre-
senta un papel muy importante en las relaciones de Salomón, el
alquimista, con Balkis.
Ahora bien, sabemos que el pelo puede servir de punto de par-
tida para un estudio de antropología social. Lévi-Strauss nos dice,
en efecto, que representa un gran papel en los mitos de las socie-
dades primitivas. Está cargado de tanto poder como en Las mil y
una noches, donde, aunque los héroes se afeitan, es considerado
como concentración de vida y receptáculo de misterios y donde los
djinns y los animales mágicos los reparten a modo de talismanes...
Lévi-Strauss nos refiere que, en un mito oglala dakota de Amé-
rica del Norte, un héroe resucita las víctimas de un ogro con fumi-
gaciones producidas al quemar los pelos pubianos con que sus no-
vias vírgenes habían adornado su casco y sus mocasines. En otros
mitos, el héroe se sirve de un lazo confeccionado con pelos pubia-
nos cogidos o robados a su hermana para capturar el sol. De esta
manera —da a entender Lévi-Strauss— utiliza lo más próximo para
alcanzar lo más remoto.
Es probable que Salomón actúe con un fin parecido. Si hace de-
saparecer el vello no es porque le repugne. La depilación de Balkis
tiene el mismo carácter que las fumigaciones del mito oglala dako-
ta: es propiciatorio.
Probablemente el sacrificio del sistema piloso en las sociedades
primitivas fue perdiendo su sustancia con el paso de los años. Se
conservó la costumbre y se olvidó el sentido. En determinada fase
de la evolución social, se produjo una reacción violenta contra el
pelo. Así ocurrió entre los griegos, los romanos y los árabes. Es
evidente que la historia de Salomón y Balkis da también testimo-
nio de una transición entre dos tipos de sociedad, aquel en que el
pelo tiene derecho de ciudadanía y aquel en que, por una razón
falsamente estética, pierde este derecho.
142 MICHEL GALL
8. ENIGMAS.
Una vez depilada Sheba, Salomón resuelve fácilmente los enig-
mas que le plantea la reina, semejantes a los planteados por la
esfinge a Edipo. Según ciertos autores, Sheba no se trasladó a Je-
rusalén por orden de Salomón, sino atraída por la fama de su sabi-
duría, para hacerle preguntas cuyo número varía entre tres y mil.
Es evidente que estas preguntas y sus respuestas tienen importan-
cia capital. Pueden ser el receptáculo de secretos preciosos.
Pero lo que sabemos de estos enigmas nos parece, a primera
vista, decepcionante. Bien es verdad que hubo que esperar mucho
tiempo —Thomas de Quincey y después Lévi-Strauss— para com-
prender el sentido del enigma que la Esfinge formuló a Edipo.
Conocidas son la pregunta de la Esfinge: «¿Qué es lo que al
principio tiene cuatro piernas, después dos y después tres?», y la
respuesta de Edipo: «Es el hombre, porque primero anda a cuatro
patas, después de pie sobre dos piernas y después con un bastón.»
Según De Quincey, esta respuesta es más profunda de lo que pare-
ce, pues no se refiere al hombre en general, sino a Edipo en par-
ticular. Edipo, que, abandonado por sus padres, es clavado a un
árbol por los tendones de Aquiles. Horadados los pies por sus pa-
dres, cojeará toda su vida. Interpretado de este modo, el enigma de
la Esfinge pertenece al campo del psicoanálisis...
Los comentaristas rabínicos y árabes dieron también numerosas
explicaciones a los enigmas de Balkis. Pero ninguna de ellas parece
evidente.
He aquí, según el historiador árabe Thalabi, tres de las pregun-
tas formuladas por Balkis, y sus respuestas:
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 143
«Un pozo de madera, un cubo de hierro que trae piedras y vier-
te agua. ¿Qué es?»
Respuesta: «Un tubo de cosmético.»
«Viene de la tierra como el polvo, se alimenta de polvo, es ver-
tido como agua y sirve para la casa. ¿Qué es?»
«La nafta.»
«Siete huyen, nueve entran, dos escancian y uno bebe. ¿Qué es?»
«Los siete días de indisposición mensual de la mujer, los nueve
meses del embarazo, los dos senos y el bebé.»
Parece que todos estos enigmas y sus respuestas no han encon-
trado aún su Thomas de Quincey. Es una lástima. Pero su prosaís-
mo, lejos de desvanecer el misterio de Balkis, no hace más que
aumentarlo. No es posible que estos enigmas sean tan vulgares
como parecen.
¿Hay que ir a Abisinia para comprenderlos? El Negus se consi-
dera, en efecto, descendiente directo de Salomón y de Balkis-Sheba
a quien los etíopes llaman Makeda. Se cree que ella, al regresar a
Saba, tuvo un hijo, antepasado del Negus, Baina Lekhem, «el Hijo
del Sabio».
Cuando Baina Lekhem tuvo veinte años se dirigió a Jerusalén,
donde su padre le reconoció fácilmente por un anillo que llevaba y
que él había dado a Makeda como prenda de su amor... Baina Lek-
hem volvió a su país llevando consigo las Tablas de la Ley que se
conservaban en el arca del templo (y que unos ángeles le aconse-
jaron que robara) y que ahora se supone que se encuentran aún en
Abisinia, celosamente guardadas ocultas por los descendientes de
Baina Lekhem, que adoptó el nombre de su abuelo, «el rey David».
Pero aquí nos perdemos en conjeturas, pues las tradiciones re-
lativas a Salomón y a Balkis no son exclusivas del golfo Pérsico y
de Etiopía. Las encontramos también, todavía muy vivas en la ac-
144 MICHEL GALL
tualidad, en las Comores, a quinientos kilómetros de Madagascar y
a poco menos de África, a once grados al sur del ecuador y al nivel
de la entrada del canal de Mozambique. Este archipiélago, actual-
mente bastión musulmán del rito chafeíta practicado por doscien-
tos cincuenta mil habitantes en setecientas sesenta mezquitas, está
dominado por un volcán enorme todavía en actividad y cuyo cráter
tiene tres kilómetros de circunferencia. (Es el mayor del mundo.)
Se trata del Kartaka (2.460 m.), en la isla Gran Comor. Una per-
sistente leyenda sostiene que el trono de la reina de Saba y de Sa-
lomón se encuentra allí. Debajo de él, en el mismo cráter, se dice
que Salomón encerró a todos los djinns...
Todavía hay que trabajar muchísimo para comprender los enig-
mas de Balkis. Lo mismo que ocurre con el de la Esfinge, sus res-
puestas tienen sin duda un alcance mucho más profundo de lo que
indica su prosaísmo a primera vista.
9. PODER.
Hasta ahora hemos resumido, sin orden ni concierto, anécdotas
sacadas de la Biblia, de diversas tradiciones y del Corán con el fin
de diseñar la majestuosa figura que, aunque sea en filigrana, tiene
un papel dominante en Las mil y una noches: Solimán ben Daud.
Tal vez convendría ahora exponer el punto de vista de un su-
fí árabe sobre «el Rey de Reyes».
Hemos escogido el de Abu Bakr Muhammad Ibn al-Arabí, que
nació en 1165 en Murcia, España, y murió en 1240 en Damasco. En
los medios esotéricos del Islam, es apodado muhyi-d-din, «el vivi-
ficador de la religión», y ash-sheij al-akbar, «el más grande maes-
tro». Fue maestro, entre otros, de Abd El-Kader, adversario del ge-
neral Bugeaud, que, cosa que se olvida demasiado a menudo, consa-
BL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 145
gró sus últimos días, después de haber sido confinado en Damasco
por Napoleón III, a la vida espiritual y se dedicó, entre otras cosas,
a la cuidadosa edición de las obras de Ibn al-Arabí.
Una de las obras principales de este pensador del siglo XIII se
titula La sabiduría de los profetas (Fusus al-Hikam), literalmente
Los engarces de las sabidurías, dando a la palabra engarce el sen-
tido de piedra preciosa. Uno de los capítulos de esta obra lleva el
título «De la sabiduría de la beatitud misericordiosa en el verbo de
Salomón». En realidad, este capítulo, muy corto —catorce páginas
impresas—, trata de los singulares poderes de Salomón. La forma
de este texto es tan compendiosa que no nos parece superfluo ana-
lizarlo por entero. Por lo demás, ésta será tal vez una manera como
otra de que el lector occidental, no iniciado en estas materias, com-
prenda el sufismo.
Ibn al-Arabí empieza hablándonos de Balkis (Bilqis) cuando re-
cibe la carta de Salomón. «Una carta noble y generosa», explica ella
a su Corte. Al principio de su misiva, Salomón menciona las dos mi-
sericordias divinas, la misercordia incondicionada (ar-rahmán) y la
misericordia condicionada (ar-rahím). Como la primera contiene
la segunda, Salomón aprovecha la circunstancia para decir, después
de una serie de deducciones lógicas: «Así, pues, cuando ves la cria-
tura, contemplas lo Primero y lo Ultimo, lo Exterior y lo Interior.
Este conocimiento no estaba oculto a Salomón, pues, al contrario,
formaba parte "de un reino que no pertenecerá a nadie más des-
pués de él".» Esta última frase, «un reino que no pertenecerá a na-
die más», está tomada de pasajes coránicos que se refieren a Sa-
lomón.
«Aquello, pues, de que ninguna criatura dispondrá después de
Salomón —resume Ibn al-Arabí— es la manifestación de este reino
(cósmico) en toda su extensión, es decir, que nadie después de él
podrá manifestarse en el orden sensible. Incluso Mahoma, que sin
embargo había recibido todos los poderes, tuvo en cuenta esta pre-
ferencia. Por esto, Dios le entregó un efrit que había ido de noche
para hacerle daño, pero cuando Mahoma quiso capturarlo y atarlo
a una de las columnas de la mezquita para que los niños de Medina
jugasen con él recordó la plegaria de Salomón que había rogado a
10 — 3173
146 MICHEL GALL
Dios que le concediese un reino del que nadie pudiese disponer des-
pués de él. Y Mahoma renunció.»
La superioridad de Salomón sobre los genios («la superioridad
del sabio humano sobre el sabio de los genios», dice incluso Ibn
al-Arabí), «consiste en que el primero conoce el secreto de las trans-
formaciones y las virtudes esenciales de las cosas». Y Ibn al-Arabí
ilustra esta superioridad con este pasaje de la historia de Salomón
y la reina de Saba que figura en el Corán:
«Salomón dijo a los suyos: ¡Oh, señores! ¿Quién de vosotros
me acercará al trono de la Reina de Saba? (Era de oro y de plata,
de veinticinco metros de longitud, doce de anchura y diez de altura
y estaba rematado por una corona gigantesca de piedras preciosas.)
"Seré yo —contestó un efrit de los djinns—. Yo te lo traeré antes
de que te hayas levantado de tu sitio. Soy lo bastante fuerte para
esto, y fiel." Pero el que tenía la ciencia del Libro dijo a Salomón:
"¡Yo te lo traeré antes de que tu mirada vuelva a ti!" Y cuando
Salomón vio el trono colocado delante de él, dijo: "Es una señal
del favor de Dios."»
Esta historia es, según Ibn al-Arabí, «una de las más turbado-
ras del Corán». La explica de esta manera (advirtamos que en esta
historia Salomón actúa por medio de una persona interpuesta. «El
que tenía la ciencia del Libro» es, según Ibn al-Arabí, el visir de Sa-
lomón, Asaf Ibn Barjiyá. Pero el beneficiario de su poder es, en
definitiva, y según indica la última frase, Salomón):
«En el mismo instante en que Asaf Ibn Barjiyá hablaba de
aquello se realizó su operación, y Salomón vio el trono de Bilqts
colocado delante de él. El Corán lo precisa con estas palabras para
que nadie se imagine que vio el trono en su sitio, en el reino de
Saba, sin que hubiese sido trasladado. Ahora bien, no existe en este
mundo el desplazamiento instantáneo, pero la desaparición del tro-
no y su nueva manifestación se produjo de una manera que sólo
puede saber aquel que la conoce (...) La coincidencia de la desapa-
rición del trono de su lugar de origen con su reaparición junto a
Salomón se debió a la renovación de la creación "por cada soplo".
Nadie conoce el poder de que se trata, pues el hombre no se da
cuenta espontáneamente de lo que no es y vuelve a ser "a cada so-
plo". En "la renovación de la creación a cada soplo", el instante de
la aniquilación coincide con el instante de la manifestación del se-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 147
mejante (...) Asaf no tenía otro mérito que el de haber trasladado
la renovación incesante de la forma del trono cerca de Salomón.
Por consiguiente, el trono no fue transportado a través del espacio
y su dislocación no anuló la condición espacial, si se comprende
bien lo que queremos decir.»
Tratemos de comprender bien a Ibn al-Arabí. El «poder» de Sa-
lomón dimana, pues, de su conocimiento de las estructuras mismas
del mundo, de esas famosas estructuras en cuyo estudio se afana
la «escuela estructuralista» moderna rechazando dos milenios y
medio de reflexión filosófica que gira únicamente alrededor del su-
jeto pensante, del «yo», del «en sí», etcétera.
Salomón no sabe más que nosotros sobre el trono, puesto que
tiene necesidad de hacerlo venir para verlo, pero conoce el funcio-
namiento del trono como «objeto creado». El reino que él posee
exclusivamente es, en realidad, el reino constituido por las relacio-
nes de las criaturas entre sí. Conoce los verdaderos principios que
rigen los hombres y las cosas. Es una especie de conocimiento abs-
tracto que supera con mucho al simple poder en el sentido de auto-
rización para hacer el mundo maleable a su voluntad. En esto, Sa-
lomón es extraordinariamente moderno. Y también lo es Ibn al-
Arabí cuya madurez, en relación con la de sus contemporáneos del
siglo XIII, es desorientadora.
Continúa su análisis rindiendo un homenaje a Bilqís: «Cuando
ella vio su trono, convencida de que era imposible transportarlo tan
lejos en tan poco tiempo, dijo: "¡Es como si fuese él mismo!" (en
vez de lanzar exclamaciones y decir: "¡Es él, es mi trono!", se expre-
sa en tono dudoso. Todos los comentaristas del Corán ven aquí una
prueba de mucha inteligencia). En io cual ella tenía razón si consi-
deramos lo que hemos dicho sobre la renovación incesante d é l a
creación en formas parecidas. Ciertamente era él mismo y ella dijo
la verdad en ese sentido en el que tú mismo eres, en el momento
de tu renovación, esencialmente idéntico a lo que eras en el pa-
sado.»
148 MICIIEL GALL
Ibn al-Arabí desarrolla la idea de que la manera en que se ma-
nifiestan las cosas es más importante que las cosas mismas, la idea
de que las cosas son ilusorias mientras que las leyes y las estruc-
turas que las rigen son capitales.
«La perfección espiritual de Salomón —dice— se manifiesta tam-
bién en la advertencia que hizo a Bilqis cuando la recibió en el pa-
lacio pavimentado de cristal, que ella tomó por un estanque de
agua, de modo que se descubrió las piernas para no mojarse el
vestido. Salomón le indicó que la aparición del trono que acababa
de mostrarle era de la misma naturaleza. De este modo Salomón le
hizo plena justicia, haciéndole comprender de esta manera que ha-
bía tenido razón al decir: «Es como si fuese él mismo.»
Ibn al-Arabí insiste también en «la dominación cósmica» que era
privilegio de Salomón. Según él, se trata «del poder de mando di-
recto». «Si quieres, pues, reflexionar bien sobre ello —escribe—,
descubrirás que el privilegio de Salomón consiste en el orden (o
mando) que actúa directamente, sin que esté en un estado de con-
centración de su alma y sin que proyecte su voluntad espiritual.»
Creemos que el adjetivo «directo» expresa una idea capital de
este pasaje. Platón mató implacablemente esta idea. Y el terrible
mal de los occidentales fue que, durante 2.500 años, no le dieron
ningún valor. Todo debía hacerse con rodeos. Los occidentales con-
virtieron lo que es directo en una cosa extraña: la esencia de la
risa. Se ríe cuando, por casualidad, la mente humana relaciona dos
objetos que normalmente sólo relaciona a costa de sufrimientos, de
trabajos, de conflictos. Una piel de plátano permite que un hombre
que está en pie se encuentre de pronto tumbado, mientras que,
para pasar del primer estado al segundo, suele observar una serie
de ritos y aquello hace reír estúpidamente a la gente. Ibn al-Arabí
ríe también, pero con risa de triunfo, cuando descubre el resorte
directo de una acción, cuando ésta no es ocultada por ningún rito,
por ningún prejuicio, por ninguna sombra.
El problema, para Ibn al-Arabí, es proyectar directamente su
voluntad espiritual que ha sido ciertamente una de las más inten-
EL SECRETO DE LA¿ MIL Y UNA NOCHES 149
sas que haya podido tener un hombre. Así, escribe: «Sabemos que
los cuerpos de este mundo obedecen a la proyección voluntaria del
alma cuando ésta se encuentra en un estado de unión espiritual,
pues nosotros hemos hecho la prueba...» Vemos, pues, que este mo-
desto pensador, admirador del poder directo propio de Salomón,
pretende conocer las estructuras del mundo, lo bastante para po-
der, en ciertos casos, mandar sobre él.
En cuanto al poder de Salomón, tiene la ventaja de ser mecáni-
co. «El que busque el poder de Salomón —escribe Ibn al-Arabí—
debe saber, pues, que la acción por pura enunciación solamente es
propia de Salomón sin que el alma tenga necesidad de concen-
trarse.»
Salomón posee la llave, mientras que Ibn al-Arabí se ve obliga-
do a forzar las puertas.
¿A qué nivel opera esta llave? Al nivel del lenguaje, situado en
cierto modo por encima de la vida espiritual del individuo.
En realidad, el lenguaje es Dios, según da a entender Ibn al-
Arabí.» Y la famosa Palabra del Poder simboliza el conocimiento
perfecto de lo que es el lenguaje.
Así considerado, el mito de Salomón resulta ser una de las más
profundas reflexiones sobre nuestra condición.
Por esta razón, Salomón tiene derecho a situarse en primerísi-
mo lugar. «Si te expusiéramos el estado espiritual de Salomón en
toda su plenitud, te sentirías sobrecogido de terror —concluye Ibn
al-Arabí—. La mayoría de los sabios de este camino espiritual ig-
noran cuál era realmente el estado de Salomón y su rango. La rea-
lidad no es como ellos suponen.»
E L S E L L O DE S A L O M Ó N
EL ANILLO.
Para los narradores de Las mil y una noches, el anillo de Salo-
món tiene más importancia que el personaje mismo.
A primera vista, este anillo tiene propiedades alquímicas.
Una célebre anécdota refiere cómo lo perdió Salomón y cómo
volvió a encontrarlo. Podría ser tomada de la leyenda griega de
Polícrates, pero ciertas circunstancias son típicas de Las mil y una
noches, entre otras las tribulaciones en país extranjero de un rey
privado de toda ayuda.
Salomón tenía la costumbre de quitarse el anillo para hacer sus
abluciones. En estos casos, lo confiaba a su esposa Amina (no es-
taba particularmente celoso de su anillo: una versión nos dice in-
cluso que Azaf ben Barakhya, su visir, tenía permiso para utili-
zarlo). Sakhr, rey de los djinns, aprovechó uno de aquellos momen-
tos para apoderarse del anillo, arrojarlo al mar y transportar a Sa-
lomón a quinientos kilómetros de allí...
El Gran Rey se encuentra solo, sin corona, sin anillo y sin ves-
tidos... Permanece tres años en el destierro, vagando de una ciu-
dad a otra, hasta el momento en que cruza las puertas de Mashke-
mán, capital de los amonitas. Allí, contrae amistad con el cocinero
del rey y se convierte en su ayudante. La cocina se le da bien a
154 MICHBL GALl
Salomón y ocupa el puesto de cocinero. La hija del rey lo ve un
día y se enamora de él. Quiere por esposo al nuevo cocinero que
sabe hacer unos platos tan sabrosos. Salomón la rapta. Vuelve a
empezar la vida errante, hasta un día en que la pareja de enamo-
rados malditos, encontrándose en una ciudad marítima, decide,
como último capricho, darse una buena comida.
Salomón va al mercado a comprar un pescado con sus últimos
dinares. Lo abre, para rellenarlo con hierbas. La historia no cuenta
si la operación se realiza en un modesto albergue o si Salomón y
su bella encienden un fuego de vagabundos al pie de las grandes
murallas verdeantes, pero lo cierto es que Salomón encuentra su
anillo en la panza del pescado.
Fijémonos sobre todo en este cuento, en la historia de amor del
cocinero y la hija del rey. ¿Por qué escogió Salomón el trabajo de
cocina para ganarse la vida? Se nos ha dicho concretamente que
aprendió la cestería (o el arte de tejer cotas de malla) para poder
subsistir en caso de apuro.
Sin duda los hornillos de Salomón son muy especiales. Esta
alusión a la cocina es con toda seguridad una referencia a su talen-
to de alquimista. Probablemente, su caso es igual al de otras his-
torias de reyes cocineros o reposteros contenidas en Las mil y una
noches.
Como, con el anillo, había perdido sus facultades alqufmicas, es
completamente natural que Salomón tratase de recobrarlas entre
retortas, y, a falta de éstas, entre cacerolas.
2. DESCRIPCIÓN DEL ANILLO.
No todas las muchas descripciones que se han dado del anillo
concuerdan entre sí.
Fue ofrecido a Salomón poco después de su coronación cuando
estaba paseando por un valle situado entre Hebrón y Jerusalén por
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 155
los cuatro ángeles guardianes de los vientos, de las aguas, de los
demonios y de los animales, o más sencillamente de los cuatro ele-
mentos. Cada uno de los ángeles le dio una piedra preciosa, que él
engastó en un anillo de bronce y de hierro. La parte de bronce ser-
vía para sellar las órdenes que daba a los buenos djinns y la parte
de hierro para sellar las dirigidas a los demonios.
Otros dicen que sólo el arcángel Miguel regaló el anillo a Salo-
món. No tenía más que una piedra de azufre rojo.
Y aún hay otros que dicen que el anillo encerraba un pedazo de
«una raíz extraña» (¿de mandragora?).
Según la mayoría de los comentaristas, el anillo tenía un sello.
Para algunos, se trata de un hexagrama. Para otros, de un pentágo-
no. Una teoría dice: Guardémonos de confundir la estrella de cin-
co puntas de Salomón con la de seis puntas llamada corrientemen-
te «escudo de David». Otra teoría afirma que la estrella de seis
puntas fue siempre para los orientales el signo primordial, mien-
tras que el poder atribuido al pentáculo, o «pie de druida», fue
sobre todo apreciado por los occidentales.
Fig. B. El sello de Salomón
La discusión no hi. terminado ni mucho menos. Sigamos, pues,
la línea más comúnmente admitida según la cual el sello de Salo-
món tiene seis puntas y está compuesto por dos triángulos equilá-
teros invertidos y superpuestos, que pueden encerrarse en un
círculo (Fig. 5).
156 MICHEL GALL
En su centro, está inscrito el Nombre de los Nombres, la «Pa-
labra del Poder». Según ciertos autores, los dos triángulos super-
puestos son un símbolo de Poder suficiente. No hace falta añadir-
les una palabra.
¿Qué hay que entender por «poder»? Ya hemos visto, en el ca-
pítulo sobre Ibn al-Arabí, que se trata de la comunicación directa
y que los filósofos, nuestros filósofos, eludieron desde hace dos mi-
lenios y medio ocuparse de esta noción.
La noción de poder, considerada como un esquema «limpio» del
espíritu humano y no como una noción «impura», es actualmente
objeto de las reflexiones de un pensador francés, Michel Foucauld.
He aquí, por ejemplo, lo que dice de la relación entre el poder y el
humanismo en una de sus últimas entrevistas (en Actuel, noviem-
bre de 1971):
«Entiendo por humanismo el conjunto de los discursos por los
cuales se ha dicho al hombre occidental: "Incluso cuando no ejer-
ces el poder puedes ser soberano. Más aún, cuanto más renuncies
al poder y te sometas más al que te es impuesto, más soberano
serás." El humanismo inventó sucesivamente esas soberanías some-
tidas que son el alma (soberana sobre el cuerpo, sometida a Dios);
la conciencia (soberana en el orden del juicio, sometida al orden
de la verdad); el individuo (soberano titular de sus derechos, so-
metido a las leyes de la Naturaleza o a las normas de la sociedad)
y la libertad fundamental (interiormente soberana, exteriormente
consentidora y "adaptada a su destino"). En una palabra, el hu-
manismo es todo aquello por lo cual se ha eliminado en Occidente
el deseo de poder, se ha prohibido la apetencia de poder y se ha
excluido la posibilidad de tomarlo por la fuerza. En el corazón del
humanismo, está la teoría del sujeto en el doble sentido de la pala-
bra. Por esto Occidente rechaza con tanto vigor todo lo que hace
saltar este cerrojo.» Las palabras de Foucauld nos explican cómo
el humanismo nos hace perder la noción de poder ensalzada en el
mito de Salomón. Si esto es verdad, la lección es amarga. Al negar
el humanismo el poder habría permitido que se apoderasen de él
los hombres más extraviados. En cambio, Salomón, elegido por
Dios y afirmando su poder, impidió a los demonios apoderarse
de él.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 157
¿Son antihumanistas los narradores de Las mil y una noches!
No anduvieron remisos en jugar con la noción de poder. Cierto que,
para ellos, se trataba en primer lugar del poder de los jefes, de los
caídes, de los sultanes, del monarca absoluto y del derecho divino
que gobernaba tal vez enteramente su sociedad y provocaba pocos
murmullos. Pero también encomiaron los poderes insólitos e inde-
pendientes de los talismanes, de los amuletos, de las frases clava,
de las máquinas extraordinarias, cofres voladores y otras. Poderes
imaginarios, pero en los que les gustaba soñar..., cosa que sin duda
no les habría censurado Foucauld.
En este libro trataremos de varios de estos «poderes» o «instru-
mentos de poder». El «Sésamo ábrete» de Alí Baba, el Cofre Vola-
dor, etcétera. De momento, fijémonos en el sello de Salomón, que,
según los narradores de Las mil y una noches, daba el poder su-
premo a su poseedor.
Sin embargo, las descripciones más completas de este sello no
se encuentran en Las mil y una noches, sino en los numerosos li-
bros mágicos publicados en Europa y atribuidos a Salomón (aun-
que hay que evitar confusiones, pues en la Edad Media numerosos
rabinos firmaron sus obras con su nombre propio: Salomón).
El más conocido de estos libros mágicos fue publicado numero-
sas veces en varias lenguas. Es el Mafteah Shalomoh o Clavículas de
Salomón (no se trata de huesos, sino de llaves pequeñas). Entre los
otros, merecen citarse La obra divina y El libro de Asmodeo.
Estos libros mágicos entusiastas nos dicen cómo podemos fa-
bricar nosotros mismos el anillo de Salomón. Indican también cómo
hay que trazar en el suelo el sello mágico y concretan que la loca-
lización del círculo donde será encerrada la estrella tiene gran
importancia.
El círculo mágico es un emblema indispensable en el que deben
refugiarse todos los sabios para defenderse de la maldad de los
espíritus. En árabe, este círculo recibe el nombre de «Al Mandal».
Recordemos que la palabra «Mándala» es actualmente muy emplea-
da por los psicoanalistas porque designa la proyección defensiva
de la psique bajo la forma de un círculo inserto en un cuadrado.
158 MICHEL GALL
Según los analistas de estos libros mágicos, el símbolo del sello
de Salomón expresa siempre la conjunción de dos términos opues-
tos: un principio y su reflejo invertido en el espejo de las aguas.
Los dos triángulos invertidos y superpuestos representan tam-
bién el macrocosmos. La estrella de cinco puntas representa el mi-
crocosmos, la unión de los desiguales y del hombre corriente.
ttiego plata-Luna
catar sequedad
ílre
humedad
plomo-Saturna
Fig. 6. Símbolos alquimia».
Para los alquimistas, su signo es un verdadero compendio del
pensamiento hermético. Los diferentes triángulos pequeños que lo
componen contienen los cuatro elementos, los cuatro climas, los
siete metales básicos y los siete planetas. (Fig. 6.)
Según C. G. Jung, el discípulo de Freud, el sello representa la
unión del mundo personal y temporal del Yo con el mundo imper-
sonal e intemporal del No-Yo.
El sello de Salomón es uno de los raros símbolos que no han
decaído. Los psicoanalistas lo emplean aún en la actualidad. Para
los «estructuralistas», corresponde probablemente a una de las ma-
trices interesantes de nuestra mente. Más interesante, más tardío
que el apilamiento del tipo Káf, es quizá tan luminoso como éste.
De su construcción simétrica dependería la noción de simetría tan
importante en los mitos. Y lo mismo que el propio Salomón, eleva
hasta el máximo el principio de inversión.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 159
3. LA LÍNEA QUE TIRITA.
Los indios dieron gran importancia a este principio. Le dan el
nombre de Yantra (palabra que significa aproximadamente «sello»).
Se cree que el Yantra representó originalmente la unión de Shiva y
Shakti, la hierogamia fundamental.
En términos vulgares, la penetración de la yoni por el tingam, o
el equilibrio entre el fuego y el agua. El triángulo que apunta hacia
arriba simboliza el sexo masculino y el fuego; el triángulo que
apunta hacia abajo, el sexo femenino y el agua.
En lo que atañe a los indios, no cabe la menor duda. Los dos
triángulos que se cruzan son una abstracción de las famosas esta-
tuas de Shiva y su esposa. Mirándose a los ojos, estos dioses están
sumidos en un arrobamiento eterno. Son esencialmente uno, aun-
que parecen dos. En sus representaciones más castas, la joven apa-
rece sentada sobre el muslo de su marido y sostiene en la mano una
concha parecida a su sexo. En las más crudas, que son las tibetanas,
el dios Vayradhara posee ostensiblemente a su compañera.
«Son —dicen los lamas— la identidad última de la Eternidad y
el Tiempo, los dos aspectos de lo Absoluto, revelados de una ma-
nera majestuosamente íntima.»
Durante el último período del hinduismo, los escritos religiosos,
los Tantras, perfeccionaron notablemente este símbolo.
En ellos, el sexo se transforma en vértigo.
Para sublimar el sexo, los tantristas inventaron el «Cri-Yantra»
o «Yantra de los Yantras», o «Yantra presagiador», que tiene la
ambición de simbolizar la Fuerza en expansión.
Este Yantra está compuesto de nueve triángulos que penetran
los unos en los otros. Son cuatro triángulos machos y cinco hem-
160 MICHEL GALL
bras, el último de los cuales, el más pequeño, está destinado a unir-
se en un punto invisible que sólo el iniciado puede distinguir. Por
poco que la miremos fijamente, la estrella formada por estos trián-
gulos ondula como el mar. Es a la vez clara y vaga. Sus ángulos son
agudos, pero parece amorfa.
Prefigura, pero más acabado, el arte cinético de un Vasarely.
He aquí una de sus representaciones más corrientes (fig. 7).
Fifl. 7. Cri-Yantra.
Aquí, la fascinante estrella, complicada a pedir de boca, apare-
ce encerrada en un círculo, un «Al Mandal», que representa unos
pétalos de loto y está a su vez encerrado en un marco compuesto
de líneas rectas, quebradas según un plano regular al que los lan-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 161
tristas llaman «línea temblorosa» o «línea que tirita».
Según los tantristas, el iniciado que se concentre en un Cri-Yan-
tra como éste puede dominar el mundo. El Cri-Yantra es una es-
tructura privilegiada, cuyo perfecto conocimiento puede dar pode-
res inmensos. No hay diferencia fundamental entre el Cri-Yantra y
el sello de Salomón.
4. LOS EMBLEMAS HATTI.
Algunos hebraístas pretenden que los hindúes plagiaron su sím-
bolo. Esto no es seguro. La Estrella, como símbolo del judaismo
no se menciona en la Biblia, ni en el Talmud, ni en la literatura
rabínica.
Lo más probable es que el sello de Salomón, como el «apila-
miento Káf», proceda de la prehistoria.
Encontramos una versión complicada de ella en los emblemas
hatti (civilización protohistórica de mediados del III milenio, o
sea, cuatro mil años posterior a las gentes de Satal Hoyük, de las
que hablamos a propósito del culto al toro). Los hatti precedieron
en Anatolia a los hititas.
Los emblemas en cuestión, que tenían la forma de discos sola-
res, aparecían al principio fijados en la punta de picas o de astas.
Son de bronce. Nosotros hemos podido estudiar los del museo de
Ankara.
Tienen, para nosotros, un doble interés. De una parte, su mo-
tivo central, rodeado de once representaciones de pájaros o de plan-
tas, descansa sobre unos cuernos de toro estilizados, lo cual nos re-
cuerda la importancia del toro en el «apilamiento Káf». De otra
parte, la geometría del motivo central nos recuerda el sello de
Salomón.
11—3173
162 MICHEL GALL
He aquí el croquis de una de estas puntas de asta:1
once pájaros o plantas o flores
, --(de todas maneras
tienen una significación
__ _ celeste)
... *** ^ * I TV
pinjantes
sello de Salomón cuernos y cabeza
(en líneas punteadas) de toro estilizados
Figura 8. Emblema hatti.
Se observará que los enlaces del motivo central están constitui-
dos por dos sellos de Salomón ligeramente superpuestos que recu-
bren en parte dos triángulos que se cruzan en dos triángulos
opuestos.
Así, pues, los hatti hacen figurar en un mismo emblema el sello
de Salomón y el toro, y este último lleva el sello sobre su cabeza, de
la misma manera que el toro de Las mil y una noches y del Corán
llevaba la montaña de Káf sobre el lomo.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 163
5. ¡ABRACADABRA!
El diagrama de los triángulos invertidos no está siempre solo
en el sello de Salomón.
La línea que tirita, el punto invisible y el cruzamiento de los
triángulos bastan a los tantristas.
Los árabes, menos refinados, tal vez acercándose más a los orí-
genes, añadieron la palabra a este diagrama desesperadamente
mudo. Pues el sello de Salomón habla. En su centro hay una pa-
labra.
Y esta palabra es tan importante como los dos triángulos y la
estrella de seis puntas; es el sueño infinito que tiene tal vez la for-
ma exacta de todas nuestras apetencias.
El Poder de la Palabra.
Hemos dicho ya que la semántica y la semiología empezaban a
pisarle el terreno a la filosofía. Ferdinand de Saussure, profesor que
enseñaba semiología (la ciencia de los signos) en Ginebra, a princi-
pios de siglo, se ha adelantado, desde hace algunos años, a Kant e
incluso a Husserl.
La Palabra.
¿Qué es una palabra? Es ante todo, y muy exactamente, un
sello. Una especie de título de propiedad del hombre sobre un te-
rreno aparentemente inconsistente, porque es invisible. Es una toma
de poder. Sobre todo. Incluso sobre la nada.
Un sello. Un testimonio de presencia.
La idea de sello es extraordinariamente familiar en el Oriente
Medio. En nuestros museos podemos ver innumerables sellos su-
merios. Pequeños rollos de cobre cubiertos de letras o de dibujos
que son el maná de todos los conservadores. Y que no son más que
palabras realizadas en una forma visible.
164 MICHEL GALL
Estas palabras de cobre hablan de todo: de las nubes, de la vir-
tud, del trigo.
Expresan una especie de frenesí de representación, una furia de
escribir.
En cuanto al sello de Salomón, es fiel al poder de una sola pa-
labra: el nombre de Dios.
Conocer el verdadero nombre de Dios equivale a establecer ex-
traordinarios lazos de familiaridad con Él. Es disponer de una par-
te de sus poderes. De manera parecida, conocer el verdadero nom-
bre del enemigo y casi dominarlo. En todo caso, emplearlo, conju-
rarlo.
Así, el Pesahim (un tratado sobre las reglas rituales) hebraicas
recomienda contra la fiebre el empleo de la palabra Shabriri, que es
el nombre del espíritu del mal. Para conjurar la fiebre y la cegue-
ra, basta con decir: «Mi madre me ha dicho que desconfíe de Sha-
briri-abriri-riri.» Y con llevar encima un talismán en el que esté
escrito:.
SHABRIRI
ABR I R I
RI RI
RI
Reconocemos en esta disposición la mitad del sello de Salomón,
el triángulo que capta y concentra hacia abajo las energías de lo
alto. Se empleará la misma forma para utilizar concienzudamente
la famosa palabra «Abracadabra», que menciona por primera vez
Serenus Sammonicus, médico del emperador Caracalla, en De Me-
decina Praecepta.
«¡Abracadabra!»
Hoy, esta palabra nos parece divertida. De ella proviene el adje-
tivo «abracadabrante», que quiere decir en realidad «muy sorpren-
dente», pero que el vulgo emplea más bien en el sentido de «absur-
do». Antaño, no divertía. Más bien daba miedo. Es una antiquísima
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 165
fórmula mágica que se supone derivada del hebreo abreg ad ha-
brá, palabras que significan «lanza tu rayo hasta la muerte», pero
algunos investigadores (por ejemplo, Saumaise y Escalígero, dos
grandes sabios del siglo xvi) la hicieron descender del egipcio, del
griego y del persa. Abracadabra podría ser uno de los nombres de
Mitra, el gran dios solar. Serenicus emplea esta palabra en vez de
«Shabriri» para luchar contra la fiebre. Aconseja que se escriba en
un trozo de papel, de una de las dos formas siguientes:.
ABRACADABRA
BRACADABR
RACADAB
A C A DA
C AD
A
O bien:]
Abracadabra
Abracadabr
Abracadab
Abracada
Abracad
Abraca
Abr ac
Abra
Ab r
Ab
A
«Dóblese después el papel, cósase en cruz con un hilo blanco y
llévese durante nueve días colgado de un cordón de lino, sobre el
pecho. El noveno día, antes de salir el sol, dirigios a un curso de
agua que fluya en dirección a oriente. Después, arrójese el talis-
mán por encima del hombro, sin abrirlo.»
166 MICHEL GAIX
En Las mil y una noches, se emplean otras palabras clave por
su solo valor sin que se piense en darles la forma de un triángulo.
«¡Sésamo!» es la más célebre de todas.
En Alí-Babá y los cuarenta ladrones, esta palabra basta para que
abra y vuelva a cerrarse una enorme roca, pero tiene también poder
sobre todas las cerraduras. Alí-Babá la ensayará con éxito para
abrir el modesto pestillo de su morada.
«¡Sésamo!» es diferente de los ejemplos que acabamos de citar.
Lejos de ser una palabra extraña, es, por el contrario, una de las
corrientes. Parece que, también esta vez, los narradores de Las mil
y una noches eligieron «lo más próximo para ir a lo más remoto».
El sésamo tiene muy buena reputación en Oriente. Con frecuen-
cia se emplea su aceite, que tiene la propiedad de no volverse ran-
cio, tanto para la cocina y la preparación de medicamentos como
para dar masajes en los hammams, pero su superioridad sobre los
otros cereales es más que dudosa. Sin embargo, Las mil y una no-
ches insisten casi excesivamente en su singularidad.
Kassim, el malvado hermano de Alí-Babá, ha entrado en la ca-
verna, pero no consigue salir de ella. Ha olvidado la palabra.
— ¡Cebada, ábrete! —grita en vano.
— ¡Avena, ábrete!
—¡Haba! ¡Centeno! ¡Mijo! ¡Maíz! ¡Alforfón! ¡Trigo! ¡Ábrete!
La roca permanece cerrada, y el cadáver de Kassim se pudrirá
sobre un tesoro...
Si parece evidente en el mito de Alí-Babá la elección de una pa-
labra que designa un grano (es decir, un microcosmos, fuente de
vida y símbolo de crecimiento) como fórmula cabalística, la prefe-
rencia dada al sésamo sobre los otros cereales es quizá de orden
fonético. La pronunciación de sésamo recuerda un poco la de zam-
zem, palabra que designa la fuente sagrada de La Meca.
En todo caso, las virtudes de la palabra mágica son absoluta-
mente independientes de la persona que la emplea. Kassim no mue-
re a causa de la mala voluntad de una palabra, sino a consecuencia
de un ridículo olvido que los narradores de Las mil y una noches,
al hacerle pronunciar el nombre de todos los cereales menos el del
bueno, supieron dramatizar con una notable economía de medios.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 167
La palabra mágica tiene una especie de vida propia cuyos arca-
nos seguirán siendo siempre misteriosos, incluso para Salomón.
Siempre es peligroso servirse de ella, y su conocimiento debe re-
girse por ciertas reglas, entre ellas la de la modestia. En efecto, es
el Yo quien tiene el poder y no su poseedor. Si trata de saber de-
masiado sobre la palabra utilizándola con demasiada frecuencia, su
poseedor se expone a destruir cierto equilibrio que existe entre él
mismo y la palabra, y esto producirá una catástrofe.
Esta modestia, la ignorancia voluntaria, era ya de rigor entre
los magos egipcios. En el Louvre se encuentra un papiro funerario
de la época de Ramsés II que contiene la invocación siguiente:
« ¡Oh, Vulpaga! ¡Oh, Kemmara! ¡Oh, Kamalo! ¡Oh, Amagoaa! ¡El
Uaná! ¡El Reemú!» Es muy posible que estas palabras no tuviesen
el menor sentido para los sacerdotes que las pronunciaban. No
más que el famoso y más tardío ¡Agla-elohim-adonai-vu-alfa-omega-
tetra-grámmaton! que deben murmurar todos los magos al penetrar
en los círculos mágicos, los Al-Mandal dibujados en la arena. Esta
cadena de palabras, en la que se mezclan los nombres de Dios con
las letras griegas de una manera absurda, parece ser sencillamente
un acto de respeto preliminar a toda operación mágica, una especie
de acto de adoración que existe con independencia de las palabras.
Las otras palabras mágicas tienen un poder muy determinado.
En la magia tradicional árabe, si Sésamo abre todas las cerraduras,
Athoray, escrito sobre una tablilla de cobre, da gran poder a los
marinos, a los soldados y a los alquimistas. Adelamen, escrito so-
bre una piedra, destruye los edificios y las fuentes. Altchatray, es-
crita sobre un triángulo de hierro, destruye las cosechas. Aldmi-
niach fomenta la amistad. Almazar provoca una disputa entre un
hombre y una mujer. Azobra favorece los viajes. Alzofora, los ne-
gocios; etcétera.
Las palabras del Poder supremo fueron Schemhamphoras y Sa-
baoth para los hebreos, Abraxas para los gnósticos y Arnehakatha-
Satain Senentutabetetsataiu para los egipcios.
La sonrisa que provocan estas palabras no es característica del
siglo xx. Las historias sobre palabras mágicas tuvieron en todas las
épocas un lado cómico que compensa su otro lado grave y profun-
168 MÍCHEL GALL
do. Incluso la desesperación de Kassim, el hermano de Alí-Babá,
que, encerrado en la gruta de los tesoros, ensaya en vano, para
salir, a modo de llaves todos los nombres de los cereales, horroriza
al mismo tiempo que divierte.
Una historia india del Panchatantra guarda cierta analogía con
el cuento de Kassim. Pero da a todo el tema un tono burlesco.
Unos ladrones han subido al tejado de una casa rica y se dis-
ponen a robarla. El dueño de la casa los oye. Despierta a su mujer
y le dice: «Pregúntame en voz alta de dónde he sacado las inmen-
sas riquezas que se hallan acumuladas aquí. Insiste hasta que yo
te responda.» Ella lo hace. Por último, el marido exclama: «Está
bien, voy a decírtelo. Todos estos tesoros... los he robado.» La mu-
jer dice: «Vamos, hombre, tú tienes buena fama, eres un hombre
honrado. Nadie sospecha en absoluto de ti.» Y el marido: «Es que
empleé, para el robo, una técnica muy sutil. Escucha: una noche,
al claro de luna, me dirigí a una casa que pretendía robar y me
coloqué junto a un tragaluz por el que un rayo de luna entraba en
la casa. Entonces, pronuncié siete veces la palabra mágica Chaulam-
Chaülam, me abracé al rayo de luna y me dejé resbalar por él al
interior de la casa, sin que nadie advirtiese mi llegada. Después,
me situé al pie del rayo y pronuncié otras siete veces la palabra
mágica, y nada de lo que había en la casa, fuese plata u otro objeto
cualquiera, quedó oculto a mi mirada. Me apoderé de lo que quise
y después repetí la fórmula mágica, me abracé al rayo de luna y
volví al tejado.»
Al oír estas palabras, los ladrones, muy contentos, se dicen:
«Hemos encontrado en esta casa algo más valioso que la plata y
que nos pone a salvo de la autoridad.» Esperan largo rato, inmó-
viles, hasta que creen que el hombre se ha dormido. Entonces, el
jefe de los ladrones se acerca al tragaluz por el que entra la cla-
ridad de la luna y pronuncia siete veces: «¡Chaulam-Chaulam!»
Después, rodea el rayo con los brazos para bajar a la casa. Cae de
cabeza y se mata.
jBL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 169
El carácter deliberadamente cómico de esta historia, que, por
lo demás, termina con la muerte de un hombre, no contradice, en
realidad, el poder de la palabra. En efecto, desde Koestler, el me-
canismo de la risa es bien conocido. Resulta de la conciencia sú-
bita y simultánea de lo que este autor llama «campos operatorios»
entre los cuales no insinúa la experiencia la menor relación. Se
debe a una extraordinaria abreviación o «cortocircuito» que per-
mite a nuestra función simbólica actuar con un mínimo esfuerzo.
«La mente humana —escribe Lévi-Strauss— se mantiene siempre
en tensión virtual; dispone en cada momento de una reserva de
actividad simbólica para responder a toda clase de estímulos de
orden especulativo o práctico. En el caso del incidente cómico...
esta energía de socorro se ve privada de su punto de aplicación.
Súbitamente liberada, y no pudiendo desfogarse en el esfuerzo in-
telectual, se desvía hacia el cuerpo, que con la risa dispone de un
material completamente montado para que se vierta en contrac-
ciones musculares. La risa y sus sacudidas representan este papel,
y el estado de beatitud que las acompaña corresponde a una gra-
tificación de la función simbólica, satisfecha a un precio mucho
menor del que estaba dispuesta a pagar.»
También el mito ayuda a la función simbólica a ejercitarse
armoniosamente y sin torturas. ¿Es un atajo? En todo caso, no
es un rodeo ni un camino peligroso. Ligeramente retorcido, como
en el cuento del Panchatantra que acabamos de citar, roza la chan-
za. Y como en el mito de la Palabra del Poder, caso extremo, una
sola palabra conecta directamente al individuo con el mundo, bas-
ta con una simple deformación de esta palabra (Chualam-Chua-
íam, en vez de Abracadabra-Sésamo) para que caigamos en pleno
ridículo.
Y el oyente se ríe, en vez de admirar respetuosamente.
170 MICHEL GALL
6. EL SECRETO DE SALOMÓN.
Estos chocantes extremos nos llevan al núcleo de estudios su-
mamente modernos, practicados en ia actualidad por la antropolo-
gía social, pues interrogarse sobre la manera en que se forman los
mitos es interrogarse también sobre la manera en que se forman
las palabras.
Y las palabras mágicas son particularmente interesantes. Fue-
ron formadas como a contrapelo. El procedimiento normal de for-
mación de una palabra consiste en codificar un conjunto de fo-
nemas para que se refieran a un fenómeno conocido. Las palabras
mágicas fueron creadas con la esperanza de que un fenómeno que
tiene una parte desconocida acabe por depender de ellas.
Este género de creación incluye evidentemente un riesgo gran-
de. Pues si yo establezco que «botella» designará un recipiente
destinado a contener un líquido o un gas, ganaré con toda segu-
ridad. Mientras que, si decido que el poder de Dios se encuentra
en Arnehakatha-Satain Senentutabetetsataiu, corro un riesgo seguro.
Salomón corrió este riesgo. Si no inventó él mismo la Palabra
del Poder, habría podido dudar de su valor, aunque fuera un ángel
quien le diese, en un desierto llano pero erizado de sol, el anillo
en que aquélla estaba grabada.
Fue Salomón uno de los primeros en concebir la idea de que el
orden habitual de formación de las palabras podía ser invertido.
Ante el éxito de este procedimiento de inversión, se divirtió des-
pués aplicándolo un poco al azar. De ahí vino su afición al tren-
zado, a los espejos, al afeitado de las piernas, a la cocina, a las
falsas leyendas, a los trucos, a las variaciones de densidad y a
la sustitución del día por la noche. Incluso sus actos de sumi-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 171
sión a Dios no fueron más que aplicaciones del principio de in-
versión, que él erigió en regla absoluta. Se aparta ante una hor-
miga, pero corta los corvejones al caballo, que está hecho para
correr. Y, en fin, se enamora de una mujer cuya religión es con-
traria a todas las que él conoce y, sin duda alguna, la convierte.
Un cierto arte de volver las situaciones del revés. He aquí el
secreto del gran Maestro de los djinns, que se convirtió más tarde
—-pero esto escapa a nuestro tema— en el de los alquimistas y de
los francmasones.
¿Situación es la palabra adecuada? Más vale decir estructura,
pues considerados desde el punto de vista del análisis estructural,
incluso parcial, modesto e impreciso y realizado toscamente por
personas no especializadas como nosotros, los mitos de la mon-
taña de Káf, de los djinns, de Salomón y de su sello parecen de
pronto unidos y coherentes.
Estos mitos, lejos de ser difusos, rebuscados y aventurados, nos
parecen ahora fruto del mismo rigor. Sólo dan fe de algunas es-
tructuras primarias e importantes que se divirtieron en bordar los
narradores de Las mil y una noches. El apilamiento de la montaña
de Káf, los universos paralelos donde se mueven los djinns, el prin-
cipio de los triángulos invertidos llevado a su paroxismo y, por úl-
timo, el proceso revolucionario de creación de la Palabra del Po-
der: otros tantos arquetipos (esta palabra puede significar muchas
cosas, como «funciones simbólicas», «sistema de significación» y
otras fórmulas modernas a elegir) nacidos espontáneamente en la
mente de los hombres y desarrollados después con mayor o me-
nor brillantez.
Lo único que creemos haber descubierto en el curso de esta
breve inspección de la cadena de símbolos que discurre a lo largo
de Las mil y una noches es que el pensamiento del beduino perdi-
do en el desierto, del beduino a quien la inmensidad de su soledad
obliga a mirarse en el espejo empañado, pobre y sin relieve, de su
imaginación, sólo puede inventar un sistema extraordinariamente
simple.
Un sistema a base de apilamientos de nueve elementos. Esta
cifra es tal vez la más complicada que la mente humana llega a
captar espontáneamente, sin referirse a un sistema aprendido. Sa-
bemos que el león sólo puede contar hasta tres. Por esto los do-
m MICUEL GALL
madores lo dominan mostrándole una silla de cuatro patas, el
objeto más espantoso para aquél. Un sistema a base de triángulos
rectos y después invertidos. Un sistema que acaba cuando se des-
cubre el alcance del principio de inversión en un juego de pa-
labras. Juego extraordinariamente serio que pone en tela de juicio
la propia función verbal.
Lejos de contradecir las teorías modernas de Lacan, de Lévi-
Strauss, de Barthes y de otros, el sol ardiente y brillante del de-
sierto las hace más inteligibles, unas teorías a las cuales nuestros
contemporáneos atribuyen un matiz demasiado hermético.
Pequeña lección de humildad. Nuestros beduinos yemeníes, de
piel reseca por el calor y el frío, nuestros padres beduinos cuya
única compañía era el sol, la luna y ellos mismos, se preocupaban
muy poco de razones, de lógica, de libertad y de moral. Lo único
que deseaban, no era un puñado de dátiles o de oro, sino un pu-
ñado de formas simbólicas, de estructuras.
Yo quisiera que os sintierais tan dichosos como yo por haber
descubierto estas estructuras fascinadoras, detrás de Solimán el
Prudente y de Balkis la Depilada. Estos apilamientos, estos triángu-
los, estos djinns que revolotean de uno a otro, y esta Palabra tan
poderosa como irrisoria, tal vez pueden enseñarnos más cosas so-
bre nosotros mismos que La crítica de la razón pura.
Por lo demás, vivamos con nuestro tiempo. Lo que acabo de
decir puede leerse en filigrana en una obra que lleva un título ma-
ravilloso (se diría un capítulo inédito de Las mil y una noches),
Análisis conceptual del Corán sobre tarjetas perforadas, de Allard,
Elziere Gardin y Hours, editada por «Mouton & Co.» en La Haya
en 1963)
VI
LA GRUTA D E ALI-BABA Y L O S V E S T I G I O S
D E L URARTU
El sello de Salomón. El tesoro de los tesoros.
Imaginado para coronar la fantástica invención de los djinns,
es el florón de la idea desnuda.
Pero Las mil y una noches aluden frecuentemente a tesoros
más materiales. Montones de oro, de plata y de objetos precio-
sos, ocultos en antiguos pozos o en misteriosas cavernas. Monu-
mentos, ciudades enteras guardadas por mil sortilegios. Lugares
inaccesibles, que son como la caja fuerte de todos los secretos.
¿Qué son todos estos tesoros? ¿Sueños, ilusiones, simples ar-
gumentos poéticos o de cuentos de hadas? ¿O bien fueron un día
realidad? ¿Qué secretos nos ocultan? ¿A qué riquezas o a qué co-
nocimientos, hoy olvidados, desaparecidos, quieren aludir?
El más célebre de estos tesoros es probablemente el de la gru-
ta de Alí-Babá.
Se han atribuido muchos orígenes diferentes al cuento de Alí-
Babá y los cuarenta ladrones, al cual, por otra parte, se niegan
los puristas a dar entrada en Las mil y una noches (1).
W. F. Kirby (en su apéndice a la edición de Burton, de 1886) y
Armel Guerne dicen que es un cuento chino. Pero existe una ver-
sión que lleva por título Los dos hermanos y los cuarenta y nueve
dragones en los cuentos griegos modernos de Geldart, y el profe-
sor Palmer descubrió otra, propia de los árabes del Sinaí. En
cuanto a nosotros, creemos haber visto con nuestros ojos la ca-
(1) Los puristas le otorgan un lugar aparte en la literatura árabe. Suponen
que es un fragmento de un tCiclo de los Ladrones* actualmente desaparecido.
176 MICHEL GAI.L
verna de Alí-Babá, en Turquía («Alí-Babá» es, desde luego, un nom-
bre turco).
El lago de las aguas muertas de Van es célebre por sus gatos
nadadores. Estos maravillosos animales tienen los ojos de dife-
rentes colores, uno castaño y el otro azul, y el pelo tan largo como
los gatos de Angora (en realidad, gatos de «ankara»), pero con fre-
cuencia de un color ligeramente azulado.
El lago de Van (Van Golu, seis veces y media mayor que el Le-
man) refleja también en sus aguas, a 1.708 metros de altitud, en
Anatolia Oriental, en pleno Taurus, extrañas ciudadelas construidas
sobre espigones rocosos. Son las ruinas de Tuschpa y de Toprakka-
le, que fueron ciudades urartianas.
La misteriosa civilización urartiana, que dio su nombre al
monte Ararat, era casi totalmente desconocida antes de la última
guerra. Y sigue siendo menos conocida que sus contemporáneas,
las civilizaciones hitita y acadia. Parece que tuvo su apogeo a fi-
nales del segundo milenio antes de Jesucristo. Después estuvo en
conflicto permanente y brutal con los asirios. Podemos leer en el
monumento de un rey asirio: «Así habla Salmanasar: Me acerqué
a la ciudadela de Aram, rey de Urartu. Puse sitio a la ciudad, me
apoderé de ella, maté a numerosos guerreros y conseguí abundante
botín. Después hice levantar una montaña de cráneos delante de
la ciudad y destruí por el fuego catorce ciudades de su reino...»
Las ciudadelas que se encuentran cerca de Van, Tuschpa, ca-
pital del Urartu, y Toprakkale están construidas sobre unos roque-
dales impresionantes. Están llenos de grutas, algunas de las cuales
eran cenotafios llamados Khorkhor por la población, sin duda a
causa de la más célebre de ellas, la gruta de Horhor, donde se des-
cubrió una larga inscripción cuneiforme, conocida por el nombre
de Crónica de Horhor y que relata las numerosas expediciones que
extendieron el territorio urartiano,
En Tuschpa, como en Toprakkale, abundan los nichos tallados
en las anfractuosidades, los portales tapiados, los contornos de
puertas sobre unos muros que suenan de un modo desesperada-
mente apagado, las misteriosas cámaras cúbicas excavadas a altu-
ras vertiginosas e inaccesibles. Una de las fotografías que presenta-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 177
mos fuera de texto expresará mejor que cualquier comentario el
escenario terrible y surrealista donde se encuentran todas estas
grutas y todas estas puertas sin que jamás podamos saber lo que
está abierto y lo que está cerrado. Ahora bien, el mito de Alí-Babá,
que tuvo su origen allí, es, a su manera, una digresión sobre lo
lleno y lo vacío.
He aquí un resumen de este mito. Un pobre leñador, Alí-Babá,
ve un día una banda de ladrones. Se oculta en un árbol. El jefe
de la banda se acerca a una roca y grita: «¡Sésamo, ábrete!» La
roca se abre. La banda penetra en ella y vuelve a salir al cabo de
un rato. Alí-Babá, que se ha fijado en la palabra mágica, entra a su
vez en la roca. Llega a una caverna donde se encuentra un inmen-
so tesoro. Sus piernas se hunden en él como en un mar...
Se lleva todo lo que puede de este tesoro. Principalmente, mo-
nedas de oro. Para contar estas monedas, envía a su mujer a pedir
una medida prestada a su hermano Kassim. Su cuñada, recelosa,
unta con pez el fondo de la medida. Cuando Alí-Babá acaba de
contar el oro y devuelve la medida a su hermano, una moneda ha
quedado pegada en el fondo. Kassim, codicioso, desea saber su
origen. Alí-Babá, demasiado ingenuo, se lo cuenta todo. Kassim se
dirige inmediatamente a la cueva, con animales de carga, para
robar el resto del tesoro. Al llegar delante de la anfractuosidad,
dice: «¡Sésamo, ábrete!», y la roca se abre. Penetra en ella, y la
roca se cierra a su espalda. Pero, enloquecido por la vista de todo
aquel oro, olvida la palabra mágica, que le permitiría volver al aire
libre. Queda preso en la caverna.
Los ladrones le descubren allí. Lo matan y lo despedazan. El
día siguiente, Alí-Babá, inquieto por lo que haya podido pasarle
a su hermano, vuelve a la caverna. Recoge todos los pedazos san-
grientos del cadáver y los carga en su asno en vez de los codicia-
dos tesoros. Encarga a un viejo remendón de sandalias, que se
ha quedado ciego, que cosa los pedazos de su hermano: quiere
enterrarlo de un modo decoroso y la costumbre exige que el muer-
to esté a la vista del público. Lo llevan a hombros, en una cami-
lla, y todos los transeúntes tienen que echar una mano durante
unos pasos.
12 — 3173
178 MICHEL GALL
Inquietos al advertir la desaparición del cadáver, los ladrones
van a rondar por la ciudad. Descubren al remendón, se hacen
acompañar a la casa de Alí-Babá y marcan su puerta con una
cruz.
Una esclava de Alí-Babá, llamada Morgiana, se alarma y bo-
rra la cruz. Todo es en vano. Los ladrones consiguen penetrar
al fin en la casa de Alí-Babá. Su jefe, disfrazado de mercader de
aceite, pide la hospitalidad sagrada y hace depositar en el patio
treinta y nueve odres de aceite, que en realidad, ocultan a otros
tantos ladrones. Morgiana descubre el truco. Vertiéndoles aceite
hirviente, mata sucesivamente a todos los ladrones. El jefe huye.
Pero vuelve al poco tiempo, disfrazado. Admitido en la intimi-
dad de Alí-Babá, es invitado a presenciar una danza de la esclava
Morgiana. La danza del puñal. El puñal, un accesorio, irá al fin
a clavarse en el pecho del ladrón. Y Morgiana se casará con Alí-
Babá (o con su hijo, dice púdicamente Galland, pues Alí-Babá es-
taba ya casado).
Las relaciones de esta historia con la región de Van son muy
numerosas. Digamos para empezar que el emplazamiento de Top-
rakkale es conocido de los indígenas por el nombre de Zimzin Me-
gara, o Zimzim dag, que quiere decir montaña Sésamo.
Un nicho de la montaña de Van (la escarpadura rocosa de
Tuschpa) se llama Mheri-Dur (la «Puerta de Mehra»). Allí se con-
servó un largo texto de finales del siglo ix a. de J.C., con una lista
duplicada de setenta y nueve dioses, y en el que se consigna los
sacrificios (de toros, vacas y corderos) que debían serles ofrecidos.
Pero H. y G. Schreiber, en su libro titulado Reinos enterrados, le
llaman Meher Kapouzy (puerta de Meher) y añaden: «El mito re-
fiere que, después de una vida agitada y rica en aventuras, el hé-
roe armenio Meher franqueó esta puerta y se adentró en la mon-
taña. Pero esta leyenda no es la única que se refiere a esta curiosa
"puerta" que intriga a los autóctonos desde hace milenios. Se dice
que da entrada a unas salas subterráneas, morada de los demonios
y que, una vez al año, el día de San Juan, se abre durante la noche,
para que los espírius malignos puedan celebrar el aquelarre.»
Esto nos lleva a dos pasos de Alí-Babá, pero he aquí algo que
EL SECRETO DB LAS MIL Y UNA NOCHES 179
nos acerca definitivamente a él:
«Los campesinos contaron a unos arqueólogos que un pastor
que se había dormido cerca de la puerta oyó en sueños la fórmu-
la mágica que hacía que se abriesen las hojas de aquélla, que daba
a una gruta donde se acumulaban incalculables riquezas. El pastor
se despertó, pronunció la palabra que era como un santo y seña y
penetró en el corazón de la montaña, pero, al ver los montones
de oro y de joyas, olvidó la fórmula mágica y nunca volvió a salir.»
Esta historia coincide perfectamente con la de Alí-Babá y hay
otras leyendas armenias que se refieren al mismo tema.
Así, Moisés de Corene, historiógrafo armenio del siglo v, consi-
derado a menudo y erróneamente como un embustero redomado,
refiere la de Ara el Magnífico y Semíramis, una espectacular pareja
de amantes. Cuando murió Ara, Semíramis (no se trata de la rei-
na de Babilonia y de los jardines colgantes, pues esta Semíramis
es típicamente armenia) no pudo consolarse. Se hizo construir,
cerca de Van, un palacio misterioso, fantástico e invisible para to-
dos, en el que terminó sus días.
Pero Moisés de Corene habla también de enormes cavernas, de
recintos abovedados y llenos de restos de antiguos monumentos
y de esculturas perfectamente visibles.
Estos «restos» debían sin duda existir aún en el siglo pasado,
pues hasta una época muy reciente fueron pocos los arqueólogos
que penetraron y trabajaron en este país prohibido y peligroso. Un
joven arqueólogo francés, A. Schulz, que visitó Armenia a princi-
pios del siglo pasado y dejó allí su vida, se enteró de que un cam-
pesino había encontrado un día un magnífico trono de bronce con
incrustaciones de oro y de rubíes, el trono del rey de Urartu. Sa-
lió en su busca, pero fue en vano. Los campesinos habían converti-
do el bronce del trono en útiles de labranza, habían fundido el oro
de placas para venderlo a peso y habían montado los rubíes en
sortijas.
Este fabuloso trono desaparecido, sueño del arqueólogo, es el
símbolo de Urartu. Si hubiese podido recuperarse, sería hoy una
de las piezas más importantes del Louvre y Urartu habría acredi-
180 MICHEL GAO.
tado ya su fama. Esto guarda también relación con el mito de Alí-
Babá.
Cabe pensar, pues, que el tesoro de los cuarenta ladrones no
estaba constitutido, como se dice en el cuento, por el botín acumu-
lado por ellos y sus antepasados durante generaciones. Esto habría
sido absurdo. Nunca ha habido ladrones que se jugasen la vida
para guardar tesoros.
En cambio, el prodigioso montón de oro y de objetos preciosos
que vio Alí-Babá es absolutamente plausible si nos imaginamos
que los cuarenta ladrones eran saqueadores de tumbas. En este
caso, habrían descubierto una tumba urartiana que encerraba ri-
quezas comparables a las de la tumba de Tutankamón en Egipto
o a las de las sepulturas de Ur descubiertas por Wooley en Meso-
potamia. Alí-Babá descubrió su secreto. Y robó el tesoro y lo fun-
dió para venderlo.
Las leyendas que circulan en Van sugieren que el tesoro de
Alí-Babá fue uno de los últimos vestigios de la civilización urar-
tiana. Gracias a él, se enriqueció un pobre leñador y por esto no
podemos verlo actualmente en ningún museo.
Alí-Babá es el responsable de nuestro desconocimiento del fa-
buloso Urartu.
Toprakkale y Tuschpa han sido saqueadas hasta tal punto, pri-
mero por Alí-Babá y los cuarenta ladrones, en una época muy re-
mota, y después, allá por los años de 1875 a 1880, por los buscado-
res de tesoros, conscientes del interés del «mercado» de objetos
urartianos, que sólo las leyendas y la gruta siguen dando testimo-
nio de Alí-Babá. Pero en términos generales los resultados de las
excavaciones de Urartu nos recuerdan en muchos aspectos el mito
de Alí-Babá.
El profesor Tashin Ozgüs ha emprendido desde 1959 excavacio-
nes en un lugar denominado Altimpe, «la Colina del Oro», que se
encuentra cerca de Erzincán. Este lugar fue revelado, hace unos
treinta años, por el descubrimiento accidental de una tumba que
contenía ciertos tesoros urartianos que se hallan actualmente en el
museo de Ankara. En ocho temporadas de excavación, Tashin Oz-
güs sacó a la luz el trazado de las murallas de una formidable ciu-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES m
dadela y descubrió un cementerio en el exterior de la ciudad.
«Cada tumba —escribe Tashin Ozgüs— es una copia en peque-
ño, muy bien hecha, de una casa. En las paredes de estas casas de
imitación hay nichos en los que se guardaban objetos y entre sus
habitaciones (generalmente en número de tres) hay pasadizos cui-
dadosamente cerrados con losas de piedra. La entrada de cada casa
estaba cerrada por varias toneladas de guijarros; el techo, com-
puesto de grandes bloques de piedra, estaba cubierto por una capa
de guijarros y otra de ladrillos sin cocer. Es evidente que los mo-
radores de Altimpe hacían todo lo posible para que sus tumbas no
pudiesen encontrarse fácilmente.»
La dificultad era tal, que sólo la casualidad (y fue por pura ca-
sualidad que Alí-Babá descubrió la gruta) o el conocimiento de una
palabra mágica o de una tradición podían provocar su descubri-
miento. Sus descubridores se encuentran, pues, exactamente en la
misma posición de Alí-Babá. Otro detalle digno de observar es que
todas estas tumbas eran copias de casas. Ahora bien, está claro
que la caverna de Alí-Babá servía de morada a los ladrones. No
era únicamente un escondrijo. Pero, ¿hay algo más en las «casas»
de Altimpe?
«En la mayoría de las tumbas —escribe Tashin Ozgüs— encon-
tramos los restos de una sola persona, yaciendo en un precioso
ataúd de piedra o de madera y vestida con ricos hábitos. Con fre-
cuencia, estaba rodeada de armas de bronce o de hierro. Las tum-
bas estaban también amuebladas con sillas de madera, camas y
mesas adornadas con láminas de oro y de plata y montadas sobre
pies de bronce fundidos en forma de zuecos o de patas de león.
Había también grandes calderos de bronce sostenidos por tres
pies y adornados con cabeza de toro y grandes cantidades de otros
objetos de oro, de plata, de hierro y de piedra, de terracota y de
marfil. El contenido de estas tumbas da testimonio de la riqueza
de Urartu.»
Se advierten en esta descripción dos elementos presentes en el
mito de Alí-Babá: tesoros y un muerto. En efecto, ¿acaso el muer-
to urartiano no nos recuerda el cadáver despedazado de Kassim,
el hermano de Alí-Babá?
Otro pasaje del artículo que citamos (publicado en The Ameri-
can Scientist) recuerda también otro aspecto de nuestro mito:
182 MIGUEL GALL
«Altimpe había estado, como todas las ciudades urartianas, per-
trechada para poder resistir un asedio. Encontramos, en dos gran-
des almacenes, hileras de enormes jarras, medio enterradas en el
suelo. Cada jarra llevaba unos jeroglíficos que indicaban la natu-
raleza y la cantidad de su contenido. Actualmente, no pueden ya
leerse estas inscripciones, pero si los almacenes de Altimpe se pa-
recen a los otros de Urartu, unas debían contener trigo, cebada,
sésamo o guisantes y las otras aceite o vino. En un almacén descu-
bierto en unas excavaciones al norte de Urartu, había noventa ja-
rras capaces de contener unos mil seiscientos hectolitros de vino,
y una inscripción hallada cerca del lago de Van declara que las
bodegas reales urartianas podían almacenar dos mil quinientos
hectolitros de vino. En realidad, cuando los asirios de Sargón II
invadieron Urartu, el año 714 a. de J.C., la disciplina militar de los
invasores fue sometida a dura prueba por el irresistible atractivo
del vino local.»
Estas enormes jarras, ya contuviesen trigo, cebada, sésamo, gui-
santes (vegetales, todos ellos, citados por Kassim) o vino, nos re-
cuerdan evidentemente las cuarenta jarras donde se ocultan los
ladrones. El mito de Alí-Babá, si cuenta realmente la historia de
un ladrón de tumbas, no podía olvidar estas jarras donde un hom-
bre puede mantenerse fácilmente de pie y que, en las excavaciones,
se encuentran en número considerable e incluso más frecuentemen-
te que los tesoros.
VII
IRAM DE L A S C O L U M N A S ,
LA CIUDAD DE COBRE
1. «CAMINANTES: COMED, BEBED, AMAD...»
Uno de los mitos más oníricos y más grandiosos de Las mil y
una noches es el de la Ciudad Fantasma, el espejismo de los es-
pejismos del desierto. Es Iram de las columnas, la ciudad de co-
bre, construida al principio de los tiempos por Ad, un personaje
mítico; una ciudad misteriosa y prestigiosa, prohibida a los hu-
manos.
Un hadit (una tradición coránica) es probablemente el texto
árabe más antiguo que conocemos a su respecto. He aquí lo que
cuenta: Salomón, paseándose un día sobre su alfombra voladora,
pasa sobre un palacio perdido en medio del desierto. Este palacio
(que más tarde será llamado Iram) no ofrece ninguna entrada. Los
djinns mandados por Salomón tienen que levantar una punta del
tejado para penetrar en él. Encuentran allí, ante todo, un águila
de setecientos años de edad, que les dice que nunca vio ninguna
entrada. Encuentran después una segunda águila de novecientos
años que les dice lo mismo. En una habitación recóndita del pala-
cio, una tercera águila, ésta de mil trescientos años, les revela, al
fin, la situación de una puerta situada en el lado oriental. Pero está
cubierta por la arena.
Salomón la hace barrer. Entra en el palacio. Allí se encuentra
con un ídolo que lleva en la boca una tablilla de plata con esta
inscripción en caracteres griegos:
186 MICHEL GALL
«Yo, Sheddad, hijo de Ad, he reinado sobre un millón de ciuda-
des, he montado un millón de caballos, he tenido un millón de va-
sallos y he matado un millón de guerreros, pero no he podido re-
sistir al ángel de la muerte.»
Volveremos a encontrar estas palabras decepcionadas, en for-
mas más o menos diferentes, al principio de todas las versiones
del mito de Iram de las Columnas. Podría hacerse con ellas un
florilegio.
Tabari, el historiador árabe, habla de una ciudad construida por
Salomón alrededor de una fuente de cobre líquido (¿el misterioso
mar de bronce del templo de Jerusalén?). En sus muros, se lee:
«Yo, Salomón, hice construir este palacio de manera que pueda
subsistir hasta la época en que llegará el día del juicio final, pero
los que lo han construido se han convertido hace tiempo en polvo
bajo tierra.»
Las mil y una noches, al describir el mausoleo de este Sheddad,
hijo de Ad, nos dicen que hay en él una enorme placa de cobre rojo
donde están grabadas estas líneas:
« ¡Entra aquí para saber la historia de los que fueron los domi-
nadores!
«¡Todos ellos pasaron ya! ¡Apenas tuvieron tiempo de descan-
sar a la sombra de mis columnas!
«¡Fueron dispersados como sombras por la muerte! ¡Fueron
dispersados por la muerte como la paja por el viento!»
Sobre el propio sarcófago de Sheddad se lee:
«Tenía diez mil corceles en mis caballerizas. Los cuidaban unos
reyes a los que yo había hecho prisioneros.
»Tenía mil vírgenes de sangre real en mis habitaciones como
concubinas. Y otras mil elegidas por sus senos gloriosos y porque
su belleza hacía palidecer el brillo de la luna.
»Y yo creía que mi poder era eterno. Pero llegó el día de mi
muerte.
»Y aquel día reuní a mis caballeros, a mis reyes y a mis jefes.
En su presencia hice que trajesen mis tesoros.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 187
»Os los daré, les dije, si prolongáis solamente un día mi vida
sobre la tierra.
«¡Pero ellos bajaron los ojos y guardaron silencio! Entonces
me morí. ¡Y mi palacio se convirtió en el asilo de la muerte!»
Y sobre la mesa colosal de Sheddad, de madera de sándalo ma-
ravillosamente esculpida:
«Antes se sentaban a esta mesa mil reyes tuertos y mil reyes
que tenían buenos ojos. Ahora, en la tumba, todos son igualmente
ciegos.»
Este tipo de inscripciones amargas es muy antiguo. Paralela-
mente a la tradición islámica, la tradición clásica helenizante ha
dado un gran relieve a unas líneas grabadas sobre la tumba, hoy
desaparecida y sobre la que nos preguntamos si existió alguna vez,
donde se presume que fue enterrado, en Anquelón, cerca de Tarso,
un rey asirio del siglo VIII a. de J.C., el famoso Sardanápalo:
«Sardanápalo, hijo de Anacíndrax, ha fundado en un día Anque-
lón y Tarso. Caminantes, comed, bebed y amad. Todo lo demás es
sólo vanidad.»
Es difícil saber si las confesiones del mítico Sheddad son an-
teriores o no a las de Sardanápalo. Sea como fuere, su decepciona-
da grandeza ha franqueado alegremente el paso de los siglos. En-
contramos reminiscencias en los soberanos árabes hasta una época
relativamente reciente. Así, Abderrahmán III, que reinó durante me-
dio siglo en el califato de Córdoba, nos dejó esta reflexión:
«Cincuenta años han transcurrido desde que soy califa. Teso-
ros, honores, de todo he gozado, y todo lo he agotado. Los reyes,
mis rivales, me temen y me envidian. Todo lo que desean los hom-
bres me ha sido concedido por el cielo. Pero en este largo espacio
de felicidad aparente he calculado el número de días que me he
sentido feliz. Este número asciende a catorce. Mortales, apreciad
por esto la grandeza, el mundo y la vida...»
¡El hombre más afortunado del mundo confiesa no haber teni-
do siquiera quince días de verdadera felicidad en toda su larga
vida!
Turbadora confesión.
188 MICHEL GALL
2. AD Y THAMUD, LOS PUEBLOS MALDITOS.
Iram de las Columnas, según nos dicen las tradiciones, se con-
virtió en una ciudad muerta, más o menos invisible a los ojos de
los hombres, porque pecó de vanidad.
Una leyenda shammar (tribu de los alrededores de Mosul) nos
refiere en estos términos la maldición que cayó sobre Iram.
«Ad, padre y jefe de la tribu de los adíes, se había establecido
en el desierto poco tiempo antes de la confusión de las lenguas.
Fundó allí una ciudad que pronto adquirió renombre en toda la
Arabia Feliz. Sus palacios habían sido construidos con oro, y ele-
vó hasta el cielo unos jardines más bellos que los de Babilonia.
Flores y frutos encontrábanse allí en abundancia. Pájaros nacidos
de la mano del hombre se columpiaban en las ramas de los árbo-
les. Sus cuerpos, llenos de suaves perfumes, embalsamaban el aire
de toda la ciudad. Ad, orgulloso de su obra, se creyó un dios y qui-
so que lo adorasen. Pero el cielo no permitió que este orgullo
quedase impune y le hirió con su fuego. Como señal eterna de la
justicia divina, la ciudad existe aún en el desierto, pero es invisible
a todos los ojos.»
El Corán y los hadits nos hablan también de Ad y de Iram.
Según ellos, Ad era hijo o descendiente de Noé. Se casó con mil
mujeres de las que tuvo ciento cuatro mil hijos que constituyeron
su pueblo, el «Pueblo de Ad».
«Esta gente —dicen algunos comentaristas (Djellaloddin y Za-
makchari)— tenía una estatura prodigiosa. Los más altos me-
dían cincuenta metros de estatura, y los más bajos treinta (cien y
cincuenta codos).» Pero el pasaje del Corán en que se fundan (Co-
rán, cap. VII) parece un indicio muy débil.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 189
El Corán sitúa a los adíes entre los pueblos castigados por su
impiedad, junto a las gentes del Faraón, a las de las ciudades per-
versas (probablemente Sodoma y Gomorra) y al pueblo de Tha-
mud, castigado por haber cortado los corvejones de una camella
preñada, milagrosamente salida de un peñasco.
Todos estos pueblos han perecido lamentablemente.
«¡Los thamud perecieron en el hervor del fuego! —dice el Co
rán—. ¡Los ad perecieron en el viento aullador, furioso, que desen-
cadenamos sobre ellos durante siete noches y siete días funestos.
¡Todos fueron derribados como troncos huecos de palmera!»
La suerte de estos pueblos malditos ha sido prolijamente co-
mentada y algunos exegetas han llegado a sostener que sus ciu-
dades fueron destruidas por una bomba atómica. Suposición poco
probable, pues se trataba de unos pueblos muy pequeños y su des-
trucción pudo deberse muy bien a fenómenos completamente na-
turales. En el caso de Ad, se dice que Alá envió un viento particu-
larmente cálido y sofocante después de una espantosa sequía que
duró cuatro años consecutivos. ¿Se necesita algo más para des-
truir a una tribu del desierto?
Por otra parte, la ciudad de los thamud no debió quedar tan
arrasada como Hiroshima. Los hadits nos informan de que que-
daron ruinas bastante importantes. En el curso de la expedición
de Tabuk, en 632, Mahoma hizo acampar sus tropas en el lugar de
Al-Hidjr donde se supone que vivió el pueblo impío, lugar maldito
desde tiempo inmemorial. El Profeta prohibe a sus soldados que
se instalen en las ruinas de las antiguas habitaciones por miedo
de que se manchen y se les contagie el mal. «En estas ruinas
—dice—, únicamente se puede entrar llorando.»
En realidad, se trataba sobre todo de habitaciones excavadas
en la roca y algunos autores dignos de crédito afirman haber vis-
to la hendidura de treinta metros de longitud por la que se presu-
me que salió la camella sagrada cuyos corvejones fueron cortados.
Algunos racionalistas pretenden que la ciudad de Ad, Iram de
las Columnas, simboliza los espejismos del desierto. Ante un fenó-
meno físico —el temblor del aire y de la luz sobre una arena ca-
lentada en demasía—, la imaginación árabe habría hecho surgir
190 MICHEL GALL
una ciudad fantástica.
«Yo la he visto temblar en la luz pesada y vertical —escribe
A. Champdor— como los nómadas que avanzan hacia ella, víctimas,
una vez más, de un espejismo parecido al que tantas veces han
visto ya, cuando deseaban dar descanso a sus cuerpos fatigados,
relajarse enteramente...»
¿Iram un simple espejismo? ¿Una invención? Los textos que
la describen son demasiado precisos para que podamos aferrar-
nos a esta bonita idea. ¿Y Sodoma y Gomorra? ¿Y Thamud? ¿Fue-
ron también espejismos? Todo nos inclina a buscar un fundamen-
to histórico a Iram.
Una tradición yemení muy arraigada indica que las gentes de
Ad habitaban las ahgáf, las dunas de arena situadas en Arabia me-
ridional, en la región de Wabar, reino maravilloso de los djinns y
de los leones.
Estas ahgáf forman un desierto casi tan grande como Francia,
el Rab'al Jáli, surcado ciertamente por los prospectores de pe-
tróleo, pero que sigue siendo todavía en la actualidad una de las
regiones menos conocidas del mundo. ¿Descubrirá un día alguna
misión arqueológica las ruinas de Iram en lo que fue un oasis?
Todavía podemos soñarlo.
No hay ninguna razón que nos haga creer que la ciudad de Ad
no ha existido nunca. Las tradiciones concernientes a ciudades des-
truidas tienen siempre un fundamento, sobre todo en esas regio-
nes donde la ruptura de un dique o la desecación de una bolsa de
agua puede hacer fácilmente que el desierto vuelva por sus fueros...
Pero Las mil y una noches dieron una importancia extraordi-
naria a esta ciudad. Incorporaron a su leyenda elementos miste-
riosos muy concretos, pero de origen desconocido, para hacer de
ella un gran fresco en el que se expresan magistralmente los te-
mas de la Bella durmiente del bosque, de la vida submarina y de
los materiales embrujados.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 191
3. UNA CIUDAD DE SUEÑO.
Dos cuentos de Las mil y una noches tienen por tema Iram de
las Columnas: La ciudad de bronce y Las llaves del destino.
Las llaves del destino nos cuentan el origen de la más anti-
gua mezquita de El Cairo, la mezquita de Ibn-Tulún, uno de los
florones del arte musulmán. Su inmenso patio, rodeado de pesa-
das columnas, recuerda por su austeridad nuestros más bellos
claustros románicos. Fue construida en el siglo ix por unos cris-
tianos venidos de Bagdad. Es uno de los pocos vestigios que que-
dan de El Cairo de antaño.
Las mil y una noches nos dice que la hizo construir el califa
Ibn-Tulún, gracias a la plata conseguida con una operación alquími-
ca realizada con el azufre rojo que un miserable subdito de su pa-
dre se había procurado en ocasión de un viaje a Iram.
Las llaves del destino nos refieren este viaje:
Nuestro héroe se vende a un mago beduino que lo lleva con él
a través de muchos desiertos. Llegan al pie de una estatua que
representa un arquero que tiene cinco llaves de metales diferentes
en la mano. El beduino se apodera de dos de ellas, la de cobre
y la de plomo, que son las de la riqueza y la sabiduría. Deja a su
acompañante la de plata y la de oro, que corresponden a la mi-
seria y al sufrimiento. Ninguno de los dos toca la llave de cobre
chino, que es la de la muerte.
Sigue una serie de tribulaciones y de aventuras extraordinarias
en desiertos desconocidos, entre ellas el paso por un frágil puente
de cristal. Por último, después de un viaje aéreo (se embadurnan
la espalda con una pomada mágica y les salen alas), llegan a Iram
de las Columnas, la ciudad de Sheddad, donde descubren un co-
frecillo de azufre rojo.
Este maravilloso cuento deja en una imprecisión total el em-
192 MICHEL GALL
plazamiento de la ciudad. Ninguna indicación concreta sobre los
desiertos que cruzan los dos hombres: «Parecen formados por
lentejuelas de plata» y nada más. De todas maneras, la vaguedad
del viaje aéreo acabaría de borrar todas las pistas.
En cambio, la ciudad es descrita minuciosamente.
«Se hallaba en medio de una inmensa llanura cuyo horizonte
estaba cerrado, a lo lejos, por un cerco de cristal azul. Y el suelo
de esta llanura parecía de oro en polvo y sus guijarros de piedras
preciosas.
«Las murallas de la ciudad habían sido construidas con ladri-
llos de oro alternando con ladrillos de plata y ocho puertas se
abrían en ella, parecidas a las puertas del paraíso. La primera era
de rubí; la segunda, de esmeralda, la tercera, de ágata; la cuar-
ta, de coral; la quinta, de jaspe; la sexta, de plata, y la séptima,
de oro.
»Sus calles estaban flanqueadas por palacios de columnas de
alabastro. Un palacio, cuyas terrazas estaban sostenidas por mil
columnas de oro, con sus balaustradas de cristales de colores, do-
minaba la ciudad. En el centro del palacio, había un jardín regado
por tres arroyos de vino puro, de agua de rosas y de miel. Un pa-
bellón, cuya bóveda estaba formada por un solo rubí, se levantaba
en su centro.»
Esta descripción es demasiado poética para dar lugar a un aná-
lisis serio. En comparación con ella, la que nos da de Iram el
cuento titulado La ciudad de cobre parece casi realista.
Lo mismo que Las llaves del destino, La ciudad de cobre deja
constancia de su época. Su acción se desarrolla durante el reinado
de un califa omeya, Abdelmalek ben Merwan, que reinó en Damas-
co a principios del siglo vin d. de J.C. Su principal protagonista
es un personaje histórico muy conocido, el emir Muza, uno de los
más valerosos héroes de la conquista musulmana del Magreb y de
España.
El califa de Damasco, habiendo oído hablar de una ciudad mis-
teriosa situada cerca de un mar donde se pescan vasijas de cobre
de formas extrañas y que contienen efrits rebeldes a Salomón, en-
Esta extravagante fotografía de principios de siglo nos muestra una pareja
de «dugongos» capturados cerca de Aden. En aquella época, las «sirenas ani-
males» eran corrientes en los mares africanos. En la actualidad, han desapa-
recido prácticamente. (Col. Ciolkowska, París)
Sobre este «Kudurru» ba-
bilónico, vemos una de las
más chocantes represen-
taciones del dios Ea que
dio origen al mito de las
sirenas. De su corazón
brotan hilos de agua. (Mu-
seo del Louvre. Foto M.
Beck-Ed. R. Laffont)
«Las Mil y Una Noches». Heró-
doto y Quinto Curcio no fueron
los únicos que hablaron de las
Amazonas. Éstas fueron también
esculpidas en el mármol del
mausoleo de XantOs, Turquía.
(Foto Boudot-Lamotte)
Balkis, la reina de Saba, vio esta muralla. Foto rarísima de la famosa defensa
de Marib, la misteriosa ciudad en ruinas del Yemen, sobrevolada por primera
vez en 1934 por André Malraux. (Foto X)
Otra imagen rara. Monumentos del famoso valle de las tumbas nabateas de
Mad'in Salih, en Arabia Saudí. Es un valle maldito, dicen los guías, y hay
que abstenerse de bajar hasta allí, ffofo Chrístian Monty - Images et textes)
•'•"•**W?i»í»5'í
,. k . ^ — V - ^ „~ _ ....N^ «**??!':
.... ... •^^*»¡w S Bjf 1
>V
1 j-Sf
<^
M
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 193
vía a Muza, gobernador del Magreb, para que ponga en claro el
asunto.
Muza organiza una verdadera expedición. Parte con mil came-
llos cargados de agua y otros mil cargados de provisiones, y la ca-
ravana recorre «durante meses inmensos desiertos, lisos como el
mar cuando está tranquilo».
Por fin, encuentra un mausoleo gigantesco.
«Era como una nube brillante, a ras del horizonte. De cerca, se
distinguía un edificio de altas murallas, de acero chino, sostenido
por cuatro hileras de columnas de cuatro mil pasos de circunfe-
rencia.» Su cúpula de plomo está cubierta por centenares de cuer-
vos. Esto no es aún Iram, sino el mausoleo del hijo de Sheddad.
Iram está más lejos. Un extraño poste indicador señala la ciu-
dad. Es un gigantesco jinete de cobre al que se hace girar sobre
el pedestal como una ruleta de sala de juego y que se detiene mar-
cando la dirección a seguir.
Iram es por fin anunciada por un monstruoso genio encadena-
do en pleno desierto. Explica que la ciudad fue maldita después
de un prodigioso combate entre los djinns rebeldes y el ejército de
los djinns fieles mandados por Salomón. Después de la victoria,
Salomón ahogó a los rebeldes en vasijas de cobre y lanzó un he-
chizo sobre la ciudad, y todos sus habitantes están como dormidos.
El relato del genio indica que se produjo un verdadero cataclismo.
«De pronto vi que nuestros adversarios se transformaban en una
montaña inflamada que empezó a vomitar fuego a torrentes, em-
peñada en ahogarme bajo los cascotes lanzados, que caían sobre
nosotros en capas encendidas.»
Muza prosigue su viaje y ve levantarse por fin ante él, «unas
murallas de bronce formidables, tan lisas que se habrían dicho
recién salidas del molde en el que habían sido fundidas». No tienen
ninguna entrada. Muza sube a la cima de un monte vecino para
contemplar la ciudad encerrada en aquéllas.
«Era una ciudad de sueño.
«Cúpulas de palacios, terrazas de mansiones y tranquilos jardi-
nes se escalonaban dentro del recinto de bronce. Canales ilumina-
dos por la luna discurrían en mil circuitos claros a la sombra de
13 — 3173
194 MICHEL GALL
los macizos... No había ninguna señal de vida humana, sino sola-
mente altas figuras de bronce, cada una de ellas sobre un zócalo
monumental, solamente grandes jinetes tallados en mármol, sola-
mente animales alados de vuelo imposible que se perfilaban en
una misma actitud petrificada. Y en el cielo volaban enormes vam-
piros a millares mientras unos buhos invisibles lanzaban sus fúne-
bres llamadas y sus lamentaciones sobre los palacios muertos y las
terrazas dormidas...»
Muza hace levantar un andamio para penetrar en la ciudad.
Ésta permanece intacta, pero todos sus moradores están sumidos
en un sueño mágico. En el palacio principal, una joven princesa
exangüe yace en un lecho de flores.
Uno de los compañeros de Muza quiere tocarla. Inmediatamen-
te cae muerto por una flecha que le dispara una estatua. Impre-
sionado por este signo maléfico, Muza resuelve salir lo antes posi-
ble de la ciudad.
Se conforma con adquirir, gracias a unos singulares pescado-
res que viven en los alrededores de Iram, unas vasijas de cobre
donde hay unos djinns encerrados. También se lleva «dos hijas
del mar, dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados
como las olas, de rostro de luna y senos redondos y admirables,
duros como guijarros marinos, pero que de cintura para abajo tie-
nen cuerpo de pez. Su voz era muy bella y su sonrisa encantadora.
Pero no hablaban ni comprendían ninguna de las lenguas cono-
cidas...»
En Damasco, colocaron estas sirenas en un gran estanque. Vi-
vieron en él durante un tiempo, pero acabaron por morir de calor
y de debilidad.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 195
4. LA PIEDRA DE LA RISA.
Los episodios de la gente dormida y de las sirenas son propios
de Las mil y una noches. Ambos brillan por su ausencia en las
otras versiones que conocemos de la aventura del emir Muza.
Ésta se relata, desde 841 hasta 1406, al menos en otros ocho
textos, tres de los cuales se deben a los tres historiadores árabes
más famosos, Ibn Jaldún, Mas'udi y Tabari, cada uno de los cua-
les adorna con nuevos detalles su versión.
«Existe un libro célebre consagrado enteramente a Iram de las
Columnas», no: dice Abu Hamid al Andalusí. Desgraciadamente,
este libro se ha perdido en el transcurso de los siglos. Pero el mis-
mo autor concreta que la ciudad de cobre tenía cuarenta parasan-
gas de perímetro (o sea, ¡veintiún kilómetros!) y que sus murallas
tenían una altura de quinientos codos (¡doscientos cincuenta me-
tros! ). Según él, no era la primera ciudad de los adíes. «Se dice
que Iram fue construida por Du'l Qarnein. En realidad, es obra de
Salomón.»
Tabari (muerto en 923) sazona su versión con una historia tra-
gicómica. Según él, Muza envió al primer explorador a escalar la
muralla de bronce. «Cuando éste hubo subido a las almenas, hizo
un alegre guiño a sus compañeros, se echó a reír a carcajadas y
después se lanzó por el otro lado de la muralla y desapareció.»
Muza había ofrecido diez mil dirhem a este hombre. Ofrece
cien mil al voluntario siguiente. Éste tiene la precaución de hacer-
se atar con una cuerda y da órdenes a sus compañeros de que ti-
ren de ella hacia fuera si ven que va a arrojarse por encima de la
muralla. Cuando el hombre llega a las almenas se echa a reír como
el otro. Sus compañeros tiran de la cuerda, pero ésta se rompe por
arte de magia como si la hubiesen cortado con un cuchillo. Otros
dos voluntarios desaparecen de la misma manera. Fastidiado, Muza
196 MICHEL GALL
da una vuelta alrededor de la ciudad, descubre una de las decep^
cionantes inscripciones que acabamos de citar y se aleja de la ciu-
dad sin haber entrado en ella.
En la versión más tardía de Ibn Jaldún (muerto en 1406), los
voluntarios no se ríen, sino que aplauden y exclaman: «¡Qué her-
moso es esto!»
Ibn al Fatih da una explicación muy particular de las carcaja-
das de los voluntarios. Según él, las murallas de Iram no son de
cobre, sino de piedra de bath. Y dice: «Cualquiera que mire esa
piedra pierde la razón. ¡Su risa es tan prolongada que perece por
su causa!»
Kazwini (muerto en 1283) sigue la línea de esta información. «La
piedra de bath —dice— es, para los hombres, lo que es el imán
para el hierro. El que la mira se ve forzado a reír a carcajadas y
a lanzarse en su dirección, y ya no puede despegarse de ella.»
Añade que las murallas de las ciudad no son de «bath», sino un
pilar situado en su centro. Especifica que la «bath» tiene el color
de la marcasita blanca. Dos siglos más tarde, Ibn Kordad-Bey cam-
bia el nombre de «bath» por el de «aetita» o «piedra de águila»,
pues se la encuentra en los nidos de las águilas. La considera com-
ponente principal de la mítica muralla de Gog y Magog, una extra-
polación de la Gran Muralla de China.
Por lo demás, esta muralla guarda cierto parentesco con Iram
de las Columnas y a veces sus leyendas se confunden. Así, cuando
Al Andalusí y Al Bakúwi (muerto en 1403) afirman que el funda-
dor de la Ciudad de Cobre fue Alejandro Magno, es sin duda en
memoria de las presuntas hazañas fabulosas realizadas por Alejan-
dro y principalmente de su lucha contra los demonios Gog y Magog.
Los árabes llaman a Alejandro Magno, Iskander de los dos cuer-
nos. Este apodo le fue dado en recuerdo del culto egipcio a Zeus-
Amón cuyo símbolo era un carnero y del que se aprovechó Alejan-
dro. Le identificaron a un héroe nacional himiarita prehistórico,
Dhu'l Qarnaín, cuyo nombre quiere decir también «el cornudo»
(pero en este caso fue porque su tribu llevaba unas trenzas muy
extrañas). La mezcla de las aventuras de estos dos personajes dio
origen a la extraordinaria Novela de Alejandro, colección de cuen-
tos y de mitos tan desenfrenados como los de Las mil y una noches
en los que se puede leer que Dhu'l Qarnaín conquistó ciudades cu-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 197
yas murallas de cobre o de bronce «eran tan brillantes que para
no quedarse ciegos sus habitantes llevaban máscaras».
5. LOCALIZACIÓN DE IRAM DE LAS COLUMNAS.
Sin explicar todas las extrañezas que se acaban de leer, los co-
mentaristas de Las mil y una noches trataron, sobre todo, de loca-
lizar Iram. Estas localizaciones tienen, naturalmente, en cuenta la
personalidad del presunto fundador de la ciudad y la de su descu-
bridor.
Al principio hemos visto que Iram se encontraba en medio del
gran desierto arábigo. Era simplemente una ciudad maldita.
Después, los narradores quisieron mezclar en su historia la per-
sonalidad casi universal de Salomón. A partir de entonces, su situa-
ción dejó de estar forzosamente ligada con el desierto maldito.
En la leyenda de Salomón, hay, en efecto, elementos que evo-
can la ciudad de bronce.
La Biblia, por ejemplo, nos dice que había en el famoso templo
de Jerusalén:
«Dos columnas de bronce sin junturas ni huecos...
»Dos capiteles de bronce de cinco codos
»con frutas de bronce que parecen naturales.
»Un mar frío de metal líquido
«contenido en una gran taza de bronce.
»Y es también él, Hiram, el hijo de la Viuda...
«quien fundió las cuatro ruedas de bronce de cada zócalo,
»Y alrededor de las columnas, plantó
»las palmeras de bronce y los otros árboles de bronce...
»Tanto bronce que no se calculó ni comprobó su peso...»
198 MICHEL GALL
Aun prescindiendo de la equivalencia fonética entre Iram e
Hiram de Tiro, el hijo de la Viuda, artesano genial, fundidor ex-
traordinario, alquimista famoso y nigromante, llamado por Salo-
món para pegar las partes metálicas de su templo y que se convir-
tió en el patrón de los francmasones, vemos inmediatamente que
una ciudad presuntamente fundada por Salomón pudo llegar a ser
una «ciudad de bronce».
Ciertos comentaristas pensaron incluso que Iram de las Colum-
nas no era más que una fantasía inspirada por el propio Templo
de Jerusalén y por su desaparición. Pero esta teoría olvida otros
elementos primordiales del cuento en los que siempre se habla de
una Iram extraordinariamente remota.
Como el emir Muza, personaje histórico, es el protagonista de
la mayoría de las versiones del mito de Iram, muchos comentaris-
tas realizaron estudios histórico-geográficos para tratar de deter-
minar el sitio donde se encontraba Iram. Estos estudios se basan
en los hechos y hazañas de Muza y de sus contemporáneos. Desgra-
ciadamente, no concuerdan nunca.
Se ha sostenido, con el mismo éxito, que Iram se encontraba
en las cercanías de Aden, en el sur de Egipto, en Andalucía, en los
alrededores de Susa, Túnez, en la costa atlántica marroquí...
Littmann sitúa Iram en Río de Oro. Lañe, Gaudefroy-Demom-
bynes y Ferrand no vacilan en llevar a Muza hasta el corazón de
África y sitúan Iram cerca del lago Chad. Y Bochart piensa que
se trata de la ciudad grecorromana de Leptis Magna, en Tripolita-
nia. Esta última localización se funda en el hecho de que se han
encontrado muchos objetos antiguos en el mar, en Leptis Magna,
que es un puerto sin arena.
Pero esto equivale a decir que Iram era una ciudad muerta, una
ruina de la antigüedad, abandonada por los hombres, repleta de
tesoros, pero en el fondo no más misteriosa que todas las otras
ciudades abandonadas, griegas, romanas, egipcias, etc., que abun-
dan en África y en Oriente.
En este caso, Muza no habría sido más que un arqueólogo
precoz.
Una teoría seductora que viene a decir que los árabes sublima-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 199
ron los innumerables vestigios de la Antigüedad que les rodean. En
África y en el Próximo Oriente hay, evidentemente, numerosas ciu-
dades muertas que aparecen en forma de una multitud de colum-
nas que surgen de la arena. Ahora bien, Iram recibe indistintamen-
te el nombre de «Iram de las Columnas» y el de «Ciudad de Bron-
ce». ¿Será Iram de las Columnas una ideaüzación de Leptis de las
Columnas, de Timgad de las Columnas o de Djemila de las Co-
lumnas?
Las columnas antiguas adornan muchos desiertos, y los bedui-
nos no las ignoran. Los árabes no han vacilado nunca en utilizar-
las. Las de la famosa mezquita de Kairuán son en parte greco»
rromanas.
Así, los secretos de Iram pertenecerían a las civilizaciones per-
fectamente conocidas que construyeron aquellas ciudades y elabo-
raron sus tesoros, las dracmas que se encuentran al excavar el sue-
lo, etc. Partiendo de esto, parece también igualmente razonable lo-
calizar Iram en Leptis Magna, una de las ruinas más interesantes
de África, como en Petra o el famoso valle encantado de las tum-
bas nabateas, el valle de Mah'in Sal'ih, en la Arabia Pétrea. Sin
embargo, no deja de ser extraño, e incluso inconcebible, que el
misterio de todos los monumentos antiguos sólo cristalizase hasta
este punto en el mito de Iram. En primer lugar, si se trata de rui-
nas conocidas de todos, ¿por qué no hablan Las mil y una noches
de los monumentos egipcios? ¿Por qué Las mil y una noches, que
en más de una cuarta parte tienen El Cairo como lugar de acción,
y sobre todo Las llaves del destino y La ciudad de bronce, desdeñan
sistemáticamente las pirámides, mucho más espectaculares que una
ciudad grecorromana abandonada? Es evidente que Iram tiene un
interés particular para los narradores árabes. Si no, no la habrían
escogido entre tantos temas maravillosos. Y resulta difícil creer
que sea resultado de un «esfuerzo de abstracción generalizadora»,
completamente desconocido en los otros trescientos noventa y nue-
ve cuentos que componen Las mil y una noches*
200 MICHEL GALL
6. EL ÁMBAR DE LA ATLÁNTIDA,
Estudiemos más bien lo que hay de más extraño y más particu-
lar en el mito de Iram. Olvidemos la embrujada atmósfera de sole-
dad, de inmovilismo, de alejamiento, de belleza y de grandeza pa-
sada. ¿Qué nos queda? Las murallas de bronce, la piedra de la risa
y las sirenas. Estas tres particularidades nos servirán de guías.
Sólo ellas distinguen Iram de todas las ciudades muertas cono-
cidas.
Muros de bronce. Unos muros tan brillantes que los moradores
de la ciudad tienen que ponerse una máscara para no quedarse
ciegos.
¿Quiénes, aparte de los árabes, hablaron de esta clase de mu-
ros?
Un solo autor.
Platón.
He aquí lo que escribe, al describir Poseidonia, la capital de la
Atlántida:
«Todo el contorno del muro correspondiente a la fortificación
más exterior había sido revestido de bronce, de la misma manera
que se utiliza el barniz y, por otra parte, el muro del recinto exte-
rior estaba revestido de estaño fundido. En cuanto al que rodeaba
la acrópolis propiamente dicha, lo habían revestido de un oricalco
que brillaba como el fuego.»
Sabido es que Platón es la fuente de todos nuestros conocimien-
tos sobre la Atlántida. Todo lo que sabemos del fantástico conti-
nente sumergido se halla contenido en dos pasajes de Timeo y de
Cridas.
Nos refieren que el legislador Solón fue a Egipto, a Sais, donde
PL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 201
tuvo acceso a numerosos archivos egipcios, actualmente desapare-
cidos. En estos archivos se mencionaba una guerra entre los egip-
cios y los atlantes, representantes estos últimos de una civilización
muy refinada que había florecido en una isla del Atlántico. «Esta
guerra —dice Platón— fue seguida de una espantosa catástrofe.
Un violento terremoto sacudió la tierra, que fue después asolada
por lluvias torrenciales. Las tropas griegas perecieron y la Atlán-
tida fue engullida por el océano.»
La bibliografía de la Atlántida está compuesta actualmente por
casi tres mil títulos y la discusión sobre si la Atlántida existió en
realidad y dónde, está muy lejos de haber terminado. Nuestro pro-
pósito no es intervenir en esta cuestión, sino demostrar que el
mito de Iram no es más que una tradición árabe a propósito de la
Atlántida.
La descripción que hace Platón de Poseidonia es, en efecto, sen-
siblemente igual a la de Iram por los narradores árabes: los mis-
mos muros gigantescos de bronce o de ladrillos de oro y plata al-
ternados, unos muros resplandecientes y «tan lisos que se habrían
dicho recién salidos del molde». Y también el mismo misterioso
material de singulares propiedades.
La Atlántida de Platón tiene también su «piedra de bath», el
famoso «oricalco», fantástico material cuyo secreto poseían los at-
lantes.
El oricalco, «resplandeciente como el fuego» (sin duda por esto
llevaban máscaras nuestras gentes) ha excitado enormemente las
imaginaciones. Se han formulado toda clase de hipótesis sobre su
procedencia. Una aleación perfecta. Metal caído de las estrellas o
traído por seres extraterrestres, todo ha sido imaginado.
La teoría aparentemente más seductora sobre el origen del ori-
calco es la de Jürgen Spanuth (en L'Atlantide Retrouvée, Plon,
1954) que lo identifica con el ámbar rubio, la maravillosa resina
de los bosques cuaternarios tragados por el mar y que, si se dis-
pone de él en muy grandes cantidades, puede ser utilizado como
revestimiento.
202 M1CHEL GALL
El ámbar rubio ha sido muy apreciado en todos los tiempos.
Los griegos lo llamaban «elektron». Sentíanse ya fascinados por
estas extrañas «piedras de oro» cuya misteriosa procedencia dio
origen a muchas leyendas. Se puede imaginar que los atlantes, en
su isla lejana, poseían grandes reservas de ámbar, conocían el arte
de fundirlo y lo utilizaban como revestimiento mural, lujo insensa-
to cuyo recuerdo cristalizó en la leyenda de Iram y de la «piedra
de bath».
Queda por explicar la hilaridad que acometió a los voluntarios
de Muza al ver aquella piedra. El ámbar nunca ha hecho reír a na-
die. ¿O será que la resplandeciente y cegadora belleza de una pe-
lícula de ámbar extendida sobre varios cientos de metros de pared
provoca una especie de éxtasis en los que la ven por primera vez?
Hay una explicación mucho más satisfactoria. En efecto, ya he-
mos visto, al hablar de las utilizaciones cómicas de la Palabra del
Poder, cuál es la naturaleza de la risa: una especie de súbita bea-
titud debida al hecho de haber conectado, con el menor esfuerzo,
dos «campos operatorios» diferentes. «Un "atajo" permitió a nues-
tra facultad simbólica, siempre en tensión, ejercitarse sin el menor
esfuerzo.» Ahora bien, una de las características del mito es tam-
bién conectar dos experiencias con una considerable economía de
medios. Cuando esta economía es excesiva, o degenerada, puede
parecer también un «atajo» y prestarse a la risa.
Tal es probablemente el sentido de la hilaridad de los enviados
de Muza. Se ríen porque la «piedra de bath» es tan extraña, tan
luminosa, y abre unos horizontes tan nuevos, que su visión inopi-
nada produce, sobre las mentes no preparadas de unos modestos
soldados, los intensos efectos de un «cortocincuito». Esta historia
nos recuerda también que la risa representa un indudable papel
de iniciación.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 203
7. LOCALIZACIÓN DE LA ATLÁNTIDA.
Si Iram de las Columnas y Poseidonia son una sola y misma
ciudad, ¿dónde se encuentra?
Los atlantólogos siguen discutiendo, y sin duda seguirán ha-
ciéndolo durante mucho tiempo, sobre el probable emplazamiento
de la Atlántida. Los más modernos tienden a situarla muy hacia el
Norte. Spanuth pretende haber descubierto el trazado de Poseido-
nia a ocho metros bajo el nivel del mar, cerca de Heligoland, en
el mar del Norte, en el curso de una expedición realizada en 1952,
pero Tartesos (en España, en la desembocadura del Guadalquivir),
las Azores, las Canarias, Creta, el Sahara, etc., tienen también sus
defensores. El debate sigue abierto y de momento nos absten-
dremos de participar en él. Orillaremos la dificultad admitiendo
que todos y cada uno de los emplazamientos designados por los
comentaristas del mito árabe no son a priori imposibles. Veamos
por qué.
Si la Atlántida y su capital Poseidonia existieron, si los atlantes
alcanzaron el poder considerable, reflejo de una civilización muy
adelantada, de que nos habla Platón, sería absurdo pensar que esta
civilización se recluyó en una verdadera torre de marfil. Contra-
riamente a esto, Platón nos habla de una guerra. Y quien dice gue-
rra (importante) dice tentativa de colonización.
Todo parece indicar que los atlantes tuvieron colonias. Iram
de las Columnas pudo ser una de ellas, en cuyo caso era natural
que tuviese ciertas características (las murallas de bronce, el ori-
calco y las columnas) de Poseidonia, la capital. Destruida al mis-
mo tiempo que la Atlántida, o arrasada por sus enemigos, podría
haberse encontrado en cualquiera de los lugares que hemos citado,
en la costa tripolitana, en el Sahara, en Marruecos, cerca del lago
Chad, e incluso en Aden.
204 MICHEL GALL
La identificación de Iram con Poseidonia no explica únicamente
la denominación de «Ciudad de Bronce» que se da a Iram, sino
también la de «Ciudad de las Columnas». En efecto, las columnas
como los muros de fuego,, son una de las características de la ciu-
dad de la Atlántida.
«La autoridad de unos reyes atlantes sobre otros, y sus relacio-
nes —leemos en Critias—, estaban reguladas por las leyes de Po-
seidón. Así lo prescribía la tradición, lo mismo que una inscripción
grabada por los primeros reyes en una columna de oricalco que se
encontraba en el centro de la isla, en el templo de Poseidón.»
El emplazamiento privilegiado de esta columna indica que los
atlantes practicaban un culto que fue llamado «culto de las colum-
nas del cielo».
La columna central simboliza la conservación y la perennidad
del orden natural, el sostenimiento del cielo de la bóveda cósmica.
Su culto en épocas prehistóricas dejó vestigios evidentes en los
países de los sajones y de los indios. Incluso se hace referencia
a él en la Biblia, donde la patria de los filisteos es denominada
ai Kaphtor (isla de las Columnas), y ellos mismos, kaphtoritas
(adoradores de columnas). Fundándose en esto, Spanuth llega a
identificar los atlantes con los filisteos.
Por consiguiente, las columnas de Iram, sin duda poco nume-
rosas, pero muy importantes, quizá no estaban desparramadas en
las arenas del desierto, como nos imaginábamos hace un momen-
to, sino encerradas detrás de muros de bronce, en el centro de la
ciudad, en un templo de ámbar...
Por lo demás, la disposición circular y cerrada de la ciudad
mítica es admitida por todos. Incluso por aquellos que consideran
la Atlántida como una utopía. Así, Jean Servier escribe, en su
Historia de la Utopía: «La Atlántida no es solamente el polo opues-
to mítico de la virtuosa Atenas (...) Representa el Oriente y
muy particularmente Persia cuyas invasiones habían conmovido las
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 205
estructuras griegas más aún que los atlantes en un remoto pasado
mítico.
»En muchos aspectos, la Atlántida nos recuerda las ciudades
de Asia Menor. Ecbatana estaba protegida, según Heródoto, por
siete murallas concéntricas esmaltadas con los colores de los siete
planetas. En el centro se levantaban el palacio real, el tesoro del
rey y los santuarios construidos por Nabucodonosor, cubiertos de
oro y de plata como el templo de Poseidón.»
«Las ciudades circulares forman parte de la tradición oriental
—Bagdad ha conservado su forma primitiva hasta el siglo I del
Islam— y expresan una de las primeras preocupaciones de la ciu-
dad que será continuada en el curso de los siglos por todas las
utopías: la muerte.»
8. GENTES SIN NOMBRE.
Platón es el primero (y el único) que nos habla de la Atlántida.
Pero otros, antes que él, habían hablado ya de los atlantes. Heró-
doto de Halicarnaso, unos cincuenta años anterior a aquél, los
menciona en su Encuesta. Da aquel nombre a dos pueblos diferen-
tes de África del Norte.
«A diez días de marcha de los garamantes, en dirección a las
Columnas de Hércules —dice—, se encuentra un cerro de sal y
de agua. Sus habitantes se llaman atlantes y que nosotros sepa-
mos su pueblo es el único en que los hombres no llevan nombres.
Si su nación usa el nombre general de atlantes, los individuos no
tienen nombre propio. Este pueblo lanza maldiciones al sol cuando
está en la cima de su curso porque su ardor quema los seres hu-
manos y la tierra.»
Según los traductores de Heródoto, la palabra atlante se em-
plea aquí en vez de atarante. Los atlantes propiamente dichos son
el pueblo vecino. En efecto, Heródoto sigue así:.
206 SÚCHEL GALL
«Después de otros diez días de camino, se encuentra otro cerro
de sal con agua, también habitado. A su lado se eleva una montaña
llamada Atlas. Es estrecha, perfectamente redonda y tan alta que,
según se dice, su cumbre es siempre invisible, envuelta en nubes
tanto en invierno como en verano. Es la columna que sostiene el
cielo, según las gentes del país. La montaña les dio su nombre, pues
son llamados Atlantes. Según se dice, no comen nada que haya vi-
vido y no conocen los sueños.»
Ante todo hay que hacer algunas observaciones geográficas. Los
cerros de sal de que habla Heródoto se encuentran sobre todo en
Libia, en el Fezzán. Él las sitúa sencillamente hasta el estrecho
de Gibraltar, donde se encuentran las Columnas de Hércules, poco
alejadas de la montaña llamada Atlas por Heródoto, aunque, por su
descripción, parece tratarse más bien del volcán Tudidé (3.600 me-
tros), en el Tibesti. Sin extendernos sobre estas confusiones, obser-
vemos solamente que cuando Heródoto habla de columnas se refie-
re a las de Hércules.
Más importantes nos parecen los detalles que da sobre los ata-
rantes-atlantes. Los segundos no llevan nombres propios e inju-
rian al sol. Los primeros son vegetarianos y no sueñan nunca.
Estas cuatro particularidades son lo bastante extrañas para que
nos fijemos en ellas. A. Bergnet, en su traducción de Heródoto, nos
da las siguientes aclaraciones sobre la primera: «La prohibición
de dar un nombre o de pronunciar el nombre de una persona es un
tabú observado frecuentemente y que encontramos en ciertas tri-
bus beréberes. También se relaciona con esto el velo que cubre
el rostro de los tuareg.» E indica otro pasaje de Heródoto con
referencia a la prohibición de los nombres propios. Éste es a
propósito de los jonios que se casaron con las cadenas después
de haber matado a sus padres: «A causa de estos asesinatos, ju-
raron las mujeres, y después sus hijos, que no comerían nunca con
los hombres y que no llamarían nunca a sus maridos por sus nom-
bres, ya que habían matado a sus padres, a sus maridos y a sus
hijos para vivir después con ellas.» «Leyenda probablemente in-
ventada para explicar ritos y tabúes religiosos que resultaban in-
comprensibles», según A. Bargnet.
Ahora bien, la prohibición de pronunciar un nombre es un tema
corriente de Las mil y una noches en general y del mito que es-
t o . SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 207
tudiamos en particular. La prohibión que menciona Heródoto nos
recuerda la que se hace al emir Muza cuando llega al corazón del
Iram. No debe despertar, bajo ningún pretexto, a la princesa dor-
mida.
¿Qué son Las mil y una noches, sino una larga interrogación
sobre el sentido, el valor y el poder de las palabras y de los tabúes
que las envuelven, una de las interrogaciones más lúcidas formu-
ladas por los hombres? Al referirnos a Salomón, propusimos esta
equivalencia: hablar de = hablar a. Aquí proponemos otra: des-
pertar = llamar. La prohibición impuesta a Muza de despertar a
la Bella Durmiente del Bosque equivale a la de llamarla por su
nombre. En presencia de ciertos misterios (aquí el de la Atlántida,
nación que como las gentes de Ad y de Thamud cometió alguna
falta), el silencio es una virtud. La presencia de sirenas mudas
confirma esta tesis: unas sirenas que, como bien dijo Andersen,
prefieren los más grandes sufrimientos a pronunciar una sola pa-
labra.
Podemos ir más lejos. ¿Tienen los atarantes-atlantes algo más
que su nombre en común con los de Platón? Sus «injurias» al sol,
¿no son indicación de un mundo sumergido? ¿No recuerda su ve-
getarianismo el de los peces que sólo se alimentan de plancton?
Y si no sueñan nunca, ¿no será porque ellos mismos son un sue-
ño? Nada les separa de los orígenes. El sueño no es más que un
fatigoso caminar hacia éstos. Los atlantes pueden, pues, privarse
de los sueños.
Advirtamos también que el vegetarianismo es a menudo consi-
derado en Asia oriental como un período de pureza y de inteligen-
cia. Está, también él, «cerca de los orígenes».
La introducción de la costumbre de comer carne se presume
que se remonta a los tiempos de Nemrod. «En la época de Zohak,
cuarto rey de Persia —escribe Firdusi en el Sahnamah—, los ali-
mentos eran poco variados, pues la gente no comía carne. De todo
lo que produce la tierra únicamente se comían los vegetales.»
Y cuenta que el diablo se disfrazó de cocinero y dio a comer car-
ne a Zohak, y como recompensa éste le besó en los hombros. Dos
serpientes, a las que no se podía decapitar, salieron de los sitios
208 MICHEL GAU
marcados por los besos. Entonces, adoptando la apariencia de un
médico, el diablo aconsejó al rey que las alimentase con cerebros
humanos. «Era un medio que utilizaba en secreto para despoblar
el mundo de los hombres como había empezado a hacer con el de
los animales.»
9. MEGALITOS.
¿Está el culto de las columnas indisolublemente ligado a la At-
lántida? Parece que fue practicado por una tribu histórica de
emigrantes, los shardanos, originarios de Creta y de Anatolia, que
después de haber luchado contra los egipcios, se desparramaron
hasta Italia, España, Sicilia y Cerdeña, donde establecieron colo-
nias. Como los lidios, los tirlenos, los torrebos y tal vez los filis-
teos, formaban originariamente parte de un gran pueblo misterio-
so llamado Macones, según dice Maspéro.
Guerreros formidables, se atrevieron a enfrentarse con los po-
derosos ejércitos egipcios. Igual que los atlantes. Las paredes del
templo de Medinet Habú ilustrarán estas batallas. Algunos creye-
ron que los guerreros labrados en ellas eran atlantes, pero es más
Verosímil que se trate de shardanos.
Éstos prosiguieron sus incursiones en diferentes lugares, entre
ellos, Córcega, donde se supone que implantaron la religión de los
megalitos. Se conservan algunos ejemplares de éstos en Filitosa,
ejemplares desgraciadamente rotos, probablemente en el curso de
una última rebelión de los corsos contra los shardanos, alrededor
del año 1000 antes de Jesucristo. ¿Y si estos megalitos fuesen las
columnas de Iram?
Según Mack-Ambroise Rendu (en Prehistoria de los franceses),
los corsos estaban tan fascinados por los guerreros shardanos que
llevaban cascos de bronce adornados con cuernos, cotas de malla y
espadas, que marcaron con un menhir la tumba de cada uno de
los suyos que había matado un shardano: «Los artistas —escribe
L
Los europeos que han visto este grandioso paisaje del Yemen son todavía
poco numerosos. En este castillo aureolado de luz se guardaban los secretos
de «Las Mil y Una Noches». (Foto Troeller)
L
r
La «copa de Cosroes», llamada
también «Taza de Salomón», for-
maba parte del tesoro de Saint-
Denis. Toda de oro, cristal de
roca y rubíes, se presume que
fue regalada por Harún al-Rashid
a Carlomagno. (Foto B. N. Pa-
rís)
Otro regalo del Califa al
Emperador. Una pieza de
un juego de ajedrez de
marfil. Es actualmente el
objeto más preciado del
Salón de Medallas de la
Biblioteca Nacional de Pa-
rís. (Foto B. N. París)
Esta miniatura persa representa af rey Salomón —Solimán ben Daud —
para «Las Mil y Una Noches». Encima de él, el famoso «Simurgh».
A sus pies, los animales a los que sabía «hablar». (Fofo B. N. París)
La mezquita de Ibn-Tulún, uno de los últimos vestigios de El Cairo antiguo.
Fue edificada en 899. «Las Mil y Una Noches» concretan que se construyó
gracias al azufre alquímico encontrado en las ruinas de la Atlántida. (Foto
Hassia)
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 209
Rendu— esculpirán sobre la estela los atributos de los guerreros
enemigos. Por una pasmosa inversión psicológica, sus megalitos
llegan a ser como estatuas de los que los aterrorizan, los despojan
y los matan. Este rasgo de carácter, añadido a los chocantes as-
pectos de la religión de las piedras levantadas, no deja de sor-
prender a los pueblos de la época... Unos navegantes publican la
noticia en todos los puertos del Mediterráneo. Mil años más tar-
de, Aristóteles hablará de los "iberos que erigían alrededor de
sus tumbas tantos obeliscos como enemigos había matado el difun-
to durante su vida". Un error de atribución: la arqueología de-
muestra que los moradores de la península ibérica no tuvieron nun-
ca esta costumbre. Los que la tuvieron fueron los corsos de la pre-
historia.»
Estas líneas nos introducen en un nuevo campo de investiga-
ciones: el de la implantación de menhires y dólmenes, que se había
producido, a partir de Sicilia hasta los países nórdicos pasando por
el oeste de España, Francia e Inglaterra. Ciertos «misioneros»,
según Rendu, debieron venir de Oriente entre 2500 y 1000 antes
de Jesucristo para imponerlos a estos países. Cierto que esto no son
más que conjeturas, pero pueden explicar una similitud indudable
entre la descripción de Iram de las Columnas y el más célebre
monumento megalítico del mundo, el de Stonehenge, en Ingla-
terra.
10. LAS HIJAS DEL MAR,
Los muros de color de fuego y las columnas autorizan la tesis
Iram = Atlantis. La presencia de sirenas-peces que Muza encuen-
tra como por casualidad muy cerca de la ciudad maldita la con-
firma. En efecto, estas sirenas parecen evocar un país sumergido
que habría continuado viviendo debajo del agua al aclimatarse
los supervivientes del cataclismo al medio submarino. Las sirenas,
14 — 3173
210 MICHEL GALL
lo mismo que la Bella Durmiente del Bosque guardada por un ar-
quero de cobre mientras una multitud dormida yace en los pala-
cios y en las calles, podría ser parte de un sueño sobre un pueblo
desaparecido.
Por otra parte, las sirenas son un rompecabezas para los mi-
tólogos. En particular las sirenas griegas, que son pájaros con
rostro humano. En mi ensayo Les vogayes d'Ulysse (1), demostré
que todos los episodios de la Odisea habían sido explicados y lo-
calizados con exactitud salvo el de las sirenas del que ningún co-
mentarista de Homero ha podido dar hasta la actualidad, que yo
sepa, una explicación satisfactoria.
Para empezar, algunos comentaristas han sostenido que las
sirenas de Iram eran animales. Apoyándose en el hecho de que
son llevadas a Damasco y encerradas en un zoo (y en el tono de-
senvuelto de los narradores), han querido ver en ellas «dugongos»,
esos asombrosos cetáceos que tienen el pecho parecido al de la
mujer y que amamantan a sus pequeños canturreando. El «du-
gongo» es, en efecto, bastante común en las costas africanas. Pero
esta explicación no se sostiene, pues las sirenas encontradas por
Muza cerca de Iram no son las únicas de Las mil y una noches.
Los cuentos Abdalah de la tierra y Abdalah del mar y Flor
de granado y Sonrisa de luna nos presentan ojos ejemplares, y
con más detalles.
En el primer cuento, Abdalah pesca con sus redes «un ser hu-
mano, un adamita parecido a todos los hijos de Adán» con la úni-
ca diferencia de que su cuerpo termina en una cola de pez. Su
cabeza, su cara, su barba, su torso y sus brazos son los de un
hombre terrestre.
Este ser niega pertenecer al mundo de los djinns. «Soy —dice—
un hijo entre los hijos del mar. Nosotros somos, en efecto, unos
pueblos numerosos que moramos en las profundidades marítimas.
Y respiramos y vivimos en el agua como vosotros en la tierra y los
pájaros en el aire.»
Añade que cree en Alá y en su Profeta y que, por consiguiente,
(1) Hatier, 1965.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 211
está dispuesto a confraternizar con los hombres.
Y da una prueba de ello al trocar, con Abdalah, frutos por es-
meraldas. Después de haberle untado el cuerpo con un ungüento
a base de grasa de ballena, lo lleva a visitar su reino, una ciudad
de grutas perdidas en los maravillosos escenarios submarinos, una
ciudad cuyos habitantes viven sin preocupaciones de comida (los
peces pasan literamente por delante de sus narices), de vestido
(van desnudos), de amor (las jóvenes esperan a sus maridos en
la entrada de las grutas y cuando éstos se cansan de una la cam-
bian por otra) y de religión (todas están permitidas, pues hay
judíos, cristianos y musulmanes que viven en una igualdad total).
Abdalah es recibido con amabilidad en este reino ideal. Sin em-
bargo, se marcha descontento y mortificado, pues todos los seres
dulces y amables con quienes se tropieza estallan en carcajadas
al verle. Encuentran extraordinariamente cómicos sus nalgas y su
bajo vientre y no pueden evitar demostrárselo.
Este último detalle no tiene nada de gratuito (sabemos desde
Bergson que la forma imprecisa, inacabada, de ciertos apéndices,
puede provocar la risa), sino que establece también el estado de
pureza paradisíaca en el que viven las gentes del mar, estado que
da testimonio de una civilización muy elevada y muy pura.
Flor de granado y Sonrisa de luna nos brindan otros detalles
sobre el reino de las sirenas: «Es mucho más vasto que todos los
reinos de la tierra y está dividido en provincias donde hay gran-
des ciudades muy pobladas. Y estos pueblos tienen, como en la
tierra, costumbres diferentes y también formas distintas, según
las regiones que ocupan; unos son peces, otros medio peces y me-
dio hombres con una cola que sustituye sus pies y sus posaderas y
otros absolutamente humanos, pero que respiran en el agua como
respiramos nosotros en el aire.» Y todos viven en palacios esplén-
didos de cristal de roca, de coral, de esmeraldas y rubíes, unos
palacios de arquitectura extraña y sorprendente.
En el continente sumergido donde viven hay carreteras sub-
marinas, ciudades submarinas y reinos submarinos, a veces ri-
vales. Los seres submarinos se hacen la guerra igual que los te-
rrestres. El cuento nos describe matanzas espantosas. «¡Cuántos
212 MIGUEL GALL
gritos ahogados en las gargantas por la punta de las oscuras lan-
zas! ¡Cuántas mujeres viudas y cuántos niños huérfanos!»
Aquí, la edad de oro descrita en el cuento anterior ya no existe.
Aquí vemos, en el fondo del mar, el infierno que conocemos tan
bien, aunque parece reservado a los seres submarinos formados
exactamente como los hombres (la gente con cola de pez parece
privilegiada).
Edad de oro o infierno, este fondo marino surcado de carre-
teras y erizado de palacios se parece mucho a un Iram submarino.
Sobre la tierra, gentes dormidas. En el mar, hombres-peces. Todos
gente de otro siglo, de otro continente. Unos, polvorientos y asa-
dos por el sol, tienen aspecto de figuras de cera. Los otros, hú-
medos, demasiado húmedos, han adquirido la forma de peces.
Y unos y otros son símbolo de un candor perdido. No se puede
tocar la virgen exangüe en su lecho con baldaquín; uno no pue-
de presentarse desnudo delante de las sirenas bajo pena de pro-
vocar sus carcajadas; uno exclama: «¡Oh, qué bello es!» a la
vista del bath-oricalco-ámbar y pierde el juicio; uno se queda
pasmado ante los palacios de cristal que el agua transforma en
lupas.
Todos evocan un continente desaparecido donde, ¿quién sabe?,
la gente era tal vez más feliz que hoy. Pero ¿lo sabremos algún
día? Sin duda, no.
Si Iram, que salvo para Muza era invisible para todos, es
también el reino del silencio, aún lo es más, y de un modo más
dramático, el reino de las sirenas. Al final de Flor de granado, una
joven del mar que se ha enamorado de un rey terrestre se casa
con él, pero permanece un año entero sin decir palabra.
Hans Christian Andersen repitió fielmente este tema. Su frió
lera sirenita (que no es en modo alguno un personaje nórdico,
sino que viene directamente de Oriente, si bien al principio pudo
formar parte del folklore de los atlantes hiperbóreos, cosa que
explica su presencia en ciertas leyendas frisonas) callará hasta la
muerte.
Ni siquiera su amante real tiene derecho a conocer los secretos
de la Atlántida.
Nosotros podemos considerarnos afortunados por todo lo que
sabemos. Si un día, paseando por el desierto, encontráis unas al-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 213
tas y resplandecientes murallas de bronce, sabréis por qué unas
sirenas enigmáticas nadan en el mar más próximo. Esto no llegó
a comprenderlo el emir Muza.
11, RAÍCES MITOLÓGICAS DE LAS SIRENAS: ESCILA Y DAGÓN.
En el mito de Iram, las sirenas son solamente utilizadas como
una referencia a la Atlántida. En realidad, el mito mismo de las
sirenas es muy complejo. Daremos solamente algunas indicaciones
sobre su árbol genealógico que se presenta, por ahora y en vista
de los pocos estudios serios realizados por los especialistas, como
un árbol de muchas raíces, del género baobab. (Véase el gráfico
de la página 220.)
Existen dos grandes tradiciones con referencia a las sirenas. Se-
gún una de ellas, son seres medio humanos y medio peces, y según
la otra son seres medio humanos y medio pájaros.
La Odisea las presenta en su forma de pájaro. Homero no las
describe. Habla solamente de sus cantos encantadores, sinónimos
de muerte para el que los escucha, pero la iconografía griega del
siglo v, que tomó a menudo como tema las aventuras de Ulises,
las representa siempre como aves de poderosas alas y garras de
presa, pero con una cara exquisita de mujer. Su canto, su lira (1)
y su belleza las distinguen de las famosas arpías, seres detesta-
bles representados también como aves con cabeza de mujer.
(1) Recordemos que algunos comentaristas han visto en el peine de oro con
que las recientes sirenas de los cuentos europeos peinan sus largos cabellos una
reminiscencia del pequeño Instrumento, el plectro, que se utilizaba para tocar las
cuerdas de la lira.
214 MIGUEL GALL
Aquí, la iconología nos juega algunas tretas. Está muy lejos
de ser perfecta. Es probable que muchas representaciones que hoy
nos parecen de arpías sean, en realidad, de sirenas. Las arpías
estaban en el origen de las diosas de los vientos y de las tempes-
tades; incluso Iris, mensajera de los vientos, comparada a menu-
do con el arco iris, era en realidad una arpía. Un mito tardío las
convirtió en furias, con cara de viejas, picos ganchudos, garras
enormes, cuerpos de buitre y ubres colgantes. Su especialidad con-
sistía en robar de las mesas la comida acabada de servir, y si
no podían conseguirlo ensuciarla con las peores inmundicias. Es
curioso, es «freudiano», que estas arpías impresionaran tanto a
los sabios europeos que éstos las pusieron, de buen grado, en el
lugar de las sirenas, cuya función es, ciertamente, un poco pa-
recida. Las sirenas hacen morir de hambre (al escuchar su canto,
el hombre se olvida de comer y muere). Las arpías hacen lo
mismo.
La iconología actual, que distingue mal las sirenas de las ar-
pías, distingue igualmente mal las arpías de otros seres enigmá-
ticos mencionados en la leyenda de Hércules, a saber, las aves del
lago Estínfalo, liquidadas por aquél con grandes dificultades. Unas
veces eran muchachas con muslos y patas de pájaro y otras gi-
gantescas aves de rapiña. Tenían de hierro la cabeza, el pico y las
alas. Sus uñas eran ganchudas y lanzaban contra sus atacantes
dardos de bronce que perforaban las corazas. La carne humana
era su plato predilecto. Eran tan numerosas y de un tamaño tan
grande que, al desplegar las alas, interceptaban la luz del día. Todo
esto nos aleja mucho de las sirenas del mar. Pero el truco de que
se valió Hércules para vencerlas da mucho que pensar. Las hizo
salir del mefítico recinto del lago Estínfalo tocando timbales de
bronce y después las mató con sus flechas. Se observa aquí, in-
vertida, la importancia de la noción del canto. Las sirenas ma-
tan cantando y las aves del lago Estínfalo son muertas gracias al
canto.
Empezamos a entrever los problemas que se plantean al mi-
tólogo cuando se trata de sirenas, pues la iconografía antigua nos
presenta también, al referirse al tema de la Odisea, unas sirenas-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 215
peces, mujeres de busto descubierto, pero cuyas piernas son sus-
tituidas por una cola bífida o serpentina. Se trata de representa-
ciones de Escila, la peligrosa roca del estrecho de Messina, donde
sitúa Homero la morada de un pulpo. «Es un monstruo horrible
cuya vista desagrada, e incluso para un dios el encuentro no tie-
ne nada de alegre —escribe—. Sus pies, tiene doce, no son más que
muñones, pero sobre seis cuellos gigantescos, seis cabezas espan-
tosas tienen en las fauces tres hileras de dientes apretados, im-
bricados, llenos todos ellos de las sombras de la muerte.» ¿Por
qué la iconografía ha sacado una serena de esta descripción de un
pulpo? De momento no conocemos ninguna respuesta a esta pre-
gunta. Sin embargo, la Escila del Louvre (mango de un espejo de
bronce del siglo iv antes de Jesucristo), aunque lleva un arma en
la mano, es una de las representaciones más perfectas de sirena-
pez que conocemos.
La razón de ser de las sirenas aladas, sinónimos de muerte, re-
cibió en cambio una explicación que tiene la ventaja de darles
los más remotos orígenes históricos. Podrían ser derivados —o al
menos presentar algunas semejanzas con él— del pájaro Ba egipcio.
Es éste un jeroglífico que expresa el aliento vital, pero también en
algunos casos el alma del difunto después de su muerte. Este jero-
glífico se extendió muchísimo hasta el punto de que acabó por ser
utilizado como una letra. Representa un delicioso gorrión. En rea-
lidad, es anuncio de la muerte blanca.
Puede presumirse que los griegos, manipulando este símbolo, le
añadieron una cabeza humana convirtiéndolo en una criatura in-
quietante, atractiva y temible a la vez.
Retengamos, pues, los grandes motivos de las sirenas-pájaros:
la alimentación, el canto, la muerte y el físico compuesto.
En cuanto a las sirenas-peces, tienen sin duda por origen todos
los grandes dioses-peces de Oriente y del Oriente Medio, de los que
la Escila griega quizá no es más que una reminiscencia. Dioses
relacionados con la idea más o menos explícita de que el agua
era el elemento primordial, Enki, dios sumerio; Dagón, dios de los
216 MICHEL GALL
filisteos; Vishnú, dios indio; los reyes-dragones chinos, etcétera.
Antes de describir sucesivamente estos grandes dioses, aparen-
temente más complejos, puesto que no tienen el origen presun-
tamente «humilde» característico de las sirenas-pájaros, observa-
mos que los grandes motivos que los caracterizan son idénticos,
puesto que se trata de grandes dioses: la alimentación (ayuda a la
subsistencia), el canto (el culto), la muerte (el conocimiento del
más allá) y el físico compuesto (no sólo son medio peces y medio
hombres, sino también andróginos).
El primero de estos dioses, Enki, formaba parte de la trinidad
del panteón sumerio, junto a Anu, dios del cielo, y Enlil, dios de
la tierra y del aire. Enki, cuya ciudad sagrada era Eridu (a treinta
kilómetros de Bagdad). Dios de las aguas, él era el rey, el macho
cabrío sagrado (véase, sobre la importancia del fecundador cornu-
do, nuestro capítulo sobre el toro en el «apilamiento Káf») encar-
gado de velar sobre las compuertas del Apsu, el gran depósito del
que manan todas las aguas terrestres.
Las estelas de piedra del período medio babilónico se llaman
kudurru. En una de ellas, Enki aparece representado por una ca-
beza de carnero erguida sobre un trono que descansa sobre el lomo
de un macho cabrío con cola de pez, pero también le vemos repre-
sentado en forma humana, sentado en un trono rodeado por cinco
manantiales. Enki era adorado en Eridu cinco mil años antes de
Jesucristo.
Aquí estamos muy lejos de todas nuestras ideas concernientes
a la Atlántida. Ya no se trata de mar, sino de un elemento primor-
dial, fuente de toda vida. El mar, aquí, no engulle, deglute.
Los babilonios llamaban Ea u Oannes a Enki, de donde puede
derivarse el nombre de nuestro Jonás, aunque no debemos olvidar
que la mitología comparada y la etimología son las ciencias más
peligrosas que existen. «Pueden, demasiado fácilmente, prestarse
a la risa», dice Denis de Rougemont.
Ea-Oannes era particularmente importante para la raza huma-
na. Él creó el hombre y dio a su hija Innana (de donde vendrían
el nombre de Nínive y el nombre propio de Nina) las Me, las cien
leyes divinas o arquetipos que los sumerios consideraban como
base de la civilización. Fue también él quien aconsejó a Ziuzudra,
el Noé sumerio.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 217
A principios del siglo vil a. de J.C., se simplificaron las repre-
sentaciones de Ea-Oannes. Una escultura mural del palacio de Ram-
sés II en Jorsabad, actualmente en el Louvre, nos lo muestra ben-
diciendo a unos pescadores. Se parece mucho, aparte del sexo, a
las sirenas, tal y como nos las imaginamos en la actualidad.
Algunos autores lo han comparado con Dagón, dios de los filis-
teos, del que habla un enigmático pasaje del Antiguo Testamento
(Samuel I, cap. V, vers. 1 al 4): «Los filisteos cogieron el Arca de
Dios, la introdujeron en el templo de Dagón y la depositaron al
lado de Dagón. El día siguiente, unos ashoditas entraron en el tem-
plo de Dagón, y vieron que Dagón había caído de bruces en el sue-
lo, delante del Arca de Yahvé. Levantaron a Dagón y lo pusieron
de nuevo en su sitio. Pero el día siguiente, muy de mañana, Dagón
había caído otra vez de bruces, en el suelo, delante del Arca de
Yahvé, y la cabeza de Dagón y las dos manos yacían cortadas en
el suelo, en el lugar donde había estado sólo quedaba el tronco de
Dagón.»
La mayoría de los comentaristas de la Biblia presumen que este
tronco era una cola de pez. La palabra Dagón quiere decir pez en
sirio, y una de las raras representaciones de este dios, que apare-
ce en un sello-cilindro del tiempo de Darío (500 a. de J.C.) lo mues-
tra con cola de pez. Lovecraft siguió esta tradición. Una de sus cé-
lebres novelas (Dagón) nos presenta un Dagón ligado de un modo
terrible al agua primordial.
El agua, principio primero, transición de los sólidos al gas, re-
sume por sí sola toda la materia, y todo lo que no es disuelto en
ella forma al menos un precipitado. En el fondo del mito de Oan-
nes-Dagón, hay una vaga percepción de períodos cosmológicos muy
diversos. En el Libro de los orígenes, «atribuido a Oannes», se ha-
blaba de un tiempo en que las aguas y las tinieblas se confundían
y contenían miríadas de seres de formas incompatibles y mons-
truosas: hombres con dos o cuatro alas, andróginos, hipocentau-
ros, perros con cuatro rabos, etc., representaciones todas ellas con-
sagradas después por la religión y reproducidas escultóricamente
innumerables veces en los templos.
Entre estas formas monstruosas, fijémonos sobre todo en los
andróginos y citemos íntegramente un pasaje de una mitología del
siglo pasado (Biographie Universelle, publicada por Michaud en
218 MICHEL GALL
1833, y artículo correspondiente a Oannes), pasaje que tal vez con-
tiene algunos errores, pero cuyo sentido general está muy lejos de
ser anticuado:
«Admitida la preexistencia y la preeminencia del agua, todo lo
que un día llega a estar fuera de ella sale de ella y lo que sale de
ella tiene la forma de lo que habita en ella (pez, reptil, cetáceo,
etc.). En Babilonia, así como en toda Siria, la forma pez fue casi
la única. Ahora se concibe lo que es la Anadiomene: es la gene-
radora saliendo de las aguas, es decir, manifestándose. La fuerza
fecunda estaba oculta; y se revela. Nadie merece pues tanto como
Venus este título de Anadiomene, este papel de llevada sobre las
aguas, moviéndose sobre las aguas. Y se concibe también que, en
cierto sentido, Afrodita sea varón tanto como hembra. La genera-
ción presume dos fuerzas, una actividad que siembra la vida, y una
pasividad-receptividad. Los pueblos infantiles sólo perciben, a me-
nudo, uno de los dos polos. Entonces, el segundo sólo existe vir-
tual e implícitamente en el primero. Por consiguiente, se tiene, tan
pronto un Venus varón como una Venus hembra. Pues bien, Oan-
nes es precisamente un Venus varón. El nombre de Venus, cuya
etimología se ha ido a buscar tan lejos, no es otro que el de Oan-
nes. Observad ambas radicales (Ven, Oann u Oen); pensad en la
facilidad con que la V se convierte ad libitum en vocal o conso-
nante (V, W, U, O; Ven, Wen, Uen, Oen), y pronunciad.»
Este pasaje que crea una relación entre Venus y Oannes, entre
la feminidad encarnada y el dios creador, relación debida al aspec-
to equívoco del agua, nos parece que debería ser incluido en el
legajo de las sirenas, pues explica, por la androginia primera, los
lazos que unen las sirenas-mujeres a los dioses-peces.
En realidad, después de Oannes, después de Dagón (o antes,
pues éste podría ser su hijo-esposo), se encuentra una verdadera
sirena en las mitologías del Oriente Medio. Se trata de Attagartis (o
Addirgada), diosa siria muy parecida a Astarté, a quien los griegos
dieron el nombre de Dacerto. Así, su nombre querría decir
excelente, eminente. Fue, al principio, un pez muy grande, que ad-
quirió progresivamente formas humanas. Pronto, en vez de un pez,
fue un pez con cabeza humana; después, una mujer con cola de
EL SECRETO DB LAS MIL Y UNA NOCHES 219
pez o una mujer metamorfoseada en pez.
Según Diodoro de Sicilia, Ctesias refería su leyenda en estos
términos: Decerto, a la vez mujer y pez, reinaba en la ciudad de
Ascalón. Desafió o insultó a Afrodita. Ésta, para vengarse, le ins-
piró una pasión violenta por un joven sacerdote de su templo (pro-
bablemente Caistro, hijo de Pentesilea, reina de las Amazonas). De-
certo fue madre, pero, incapaz de soportar su vergüenza, mató a
su amante, abandonó a la hija a la que acababa de dar a luz (esta
hija se convertirá en la legendaria Semíramis) y se arrojó a un
lago próximo, donde continuó viviendo, pero en forma de pez. En
cuanto a Semíramis, antes de subir al trono de Ninus, fue milagro-
samente alimentada por unas palomas Tenemos de ella una her-
mosa representación en una pieza romana encontrada en Ascalón,
Siria. Con una lanza en una mano y una paloma en la otra, está en
pie delante de su madre, representada como una linda sirena.
En Siria, el culto de Addirgada comprendía, entre otras, la pro-
hibición de comer pescado. Encontramos vestigios de esto hasta
en Turquía, en Hierápolis, donde se criaban peces sagrados en el
templo de Decerto y donde los devotos tenían la costumbre de lle-
var, dos veces al año, agua de mar que hacían brotar de unas ca-
nalizaciones especiales. Esto, dice el escritor romano Luciano, lo
hacían para conmemorar el diluvio. Los chorros de agua de mar
fluyendo por la colina sagrada representaban el fin del cataclismo,
la época en que la tierra liberada de las aguas empezó a erguir sus
cumbres por encima del vasto nivel oceánico.
Casi todos los mitos en los que intervienen sirenas contienen
alguna referencia al diluvio. Así ocurre en el de Decerto, en el de
Ea (consejero de Zuizudra, el Noé sumerio) o en el de Vishnú. En
efecto, el dios indio, en su primer avatar, el Matsya Avatar, apare-
ce en forma de pez. La iconografía india lo presenta como un per-
sonaje cuya cabeza y cuyos hombros salen de la boca de un pez
que se sostiene en posición vertical. La imaginería popular india
actual utiliza con mucha frecuencia, esta representación.
Cuenta la leyenda que mientras Brahma dormía un demonio
robó sus libros sagrados, los Vedas. Entonces Vishnú se apareció
a un rey devoto, Satidvrata, en forma de un pececillo. Le anunció
220 M1CHEL GALL
el diluvio universal y le ordenó que construyese un arca y perma-
neciese un año en ella. Después, Vishnú, en medio de las turbulen-
tas aguas, se convirtió en un pez cornudo y gigantesco. Mató al de-
monio y recuperó los Vedas. Por último, tomando la forma de un
hombre-pez, los entregó a Satidvrata.
Aparte de este gran mito, otras sirenas aparecen en la mitología
india. Algunas de ellas como las apsaras —seiscientos millones de
encantadoras ninfas— y sobre todo las naginas —mujeres-serpien-
tes— viven bajo el agua. Ellas dieron origen a algunas leyendas
que pudieron muy bien inspirar a los narradores de Las mil y una
noches: la de un marino que se casó con una sirena naga y vivió
con ella debajo del agua y la de un médico que fue llamado a un
reino submarino para cuidar a una reina naga...
slrenita de Andersen
sirenas de agua dulce europeas
(Morgana, Lorelel, etc.)
sirenas de
«LAS MIL Y UNA NOCHES»
aves del lago Deceno Apsaras Devas
Estínfalo | Naginas chinos
arpías Attagartls
sirenas de Ullses
Escita de Ulises
Venus lAddlrgarda
Anadiomene
lomene ^ ssiria
ir
Dagón, Ea
pájaro Ba dios de (Oannes Matsya, reyes
egipcio los filisteos o Enki Avatar dragones
sumerioj de Vishnú chinos
J V
reino de
la muerte reino del agua
Ftg. 8. Raíces mitológicas de la Slrenita de Andersen.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 221
Los reyes-dragones chinos y los deva del mar de China son ho-
mólogos de las divinidades indias. Los japoneses tienen también
los suyos. (Véase su célebre leyenda de la hija de un rey del mar
que se casa con un mortal y le prohibe que la mire cuando dé a
luz. Él mira, a pesar de todo, y ve que su hijo es un dragón. La
princesa desaparecerá con él.)
Los pueblos africanos tienen también sus sirenas. Su mitología
reciente diviniza aún lo que viene de! mar y a veces se mezclan
con ella datos históricos. En el siglo xiv y en el reino de Benín,
cierto rey, llamado Chen, se hizo pasar por una sirena, y así le ve-
mos representado en una de las placas de bronce que servían de
ornato al palacio de Ifé (1). Los motivos de Chen no podían ser
más prosaicos: había sufrido un ataque de parálisis, y como rey
enfermo habrían tenido que matarlo. Entonces tuvo la ingeniosa
idea de cubrirse las piernas con escamas y explicar a sus subditos
que aquella transformación era una señal divina.
A modo de conclusión, el gráfico de la pág. 220 dará una idea de
la situación de las sirenas de Las mil y una noches en la mitología.
(1) Actualmente se encuentra, entre otras muchas, en el British Museum.
o
rn
É
(O
¡r¡ r
o
1(0
>rn
oo
Z3
> rn
>
5
>
0)
1. VIRGINIDAD Y MATRIMONIO.
En varios cuentos de Las mil y una noches, unas jóvenes mara-
villosas se echan sobre los hombros un manto de plumas que les
permite volar como las aves. Como palomas o como cisnes.
Este mito, de origen oriental, ha tenido una gran aceptación en
Occidente.
Así, la composición Doíopathos, del trovador Herbert, contiene
una leyenda rimada en francés del siglo vin que refiere la extraña
historia de doce hermanos transformados en cisnes por un hechizo.
Gracias a un collar de oro, podrán recobrar la forma humana, sal-
vo uno de ellos cuyo collar se rompió. Triste y fielmente, consagra-
rá su vida a uno de sus hermanos al que seguirá por todas partes
como un perrito. El hermano será llamado Caballero del Cisne.
La Edad Media multiplica las imágenes de este caballero, que
viaja en un carro tirado por un cisne (que más tarde se llamará
Lohengrin), y lo identifica con el liberador de Tierra Santa, el du-
que de Bouillon.
Esta identificación obedeció, en su origen, a un juego de pala-
bras. Los caballeros cruzados eran llamados cruce signatus (con el
signo de la cruz). Para los ignorantes y los candidos, el más célebre
de aquéllos se convirtió en «chevalier cygnatus», el caballero del
cisne-
Pero el duque de Bouillon se ganó también este apodo porque
15 — 3173
226 MICHEL GALL
Sus hombres popularizaron en Europa la leyenda, exclusivamente
oriental, de los cisnes mágicos. Y esta leyenda proliferó bajo nu-
merosas formas, desde Lohengrin hasta los Cisnes salvajes de Hans
Christian Andersen.
Esta leyenda transparente nació bajo el sol de Oriente. Su pro-
totipo se encuentra repetidamente en Las mil y una noches.
El cuento empieza siempre como e1 de Barba Azul: el protago-
nista recibe una llave de oro que abre una puerta del mismo me-
tal. ¡Prohibición absoluta de emplearla bajo pena de los mayores
infortunios! Pero el héroe no tarda en quebrantar la prohibición y
se encuentra en medio de un jardín maravilloso, ante un límpido
estanque a cuyo alrededor se encuentran un trono y cierto número
de sitiales...
En La historia de Hassan al Basri, Hassan empieza por introdu-
cirse en una cámara vacía donde observa, adosada a la pared en
un rincón, un escalera que conduce a un agujero practicado en el
techo (1). El agujero da a una terraza desde la que se ve, a la cla-
ridad de la luna, un paisaje encantado: un gran lago de leche, ro-
deado de árboles y de pabellones de oro y de plata, en los que hay
unos tronos de rubíes...
Es un decorado clásico. En La reina Yamlika, el joven Hassib
descubre un lago subterráneo en el que se reflejan nada menos que
doce mil sitiales reservados para la corte de la reina Yamlika, com-
puesta de mujeres-serpientes.
La continuación de los cuentos de Hassan al Basri y de Sham-
shah, el bello adolescente triste, es muy parecida. Mientras Hassan
contempla el lago, diez grandes pájaros blancos, sin duda cisnes,
vienen a posarse al borde del agua. Se despojan de sus plumas y
se convierten en doce maravillosas y juguetonas muchachas. En la
Historia de Shamshah son tres palomas.
Nuestros héroes se enamoran de la más bella de las bañistas y
le roban el manto para conquistarla. La bañista es una Gennia, hija
(1) Observamos aquí la descripción de una abertura parecida a la que utilizan
los astronautas para introducirse en las cápsulas Apolo... Ciertamente, algunas
aventuras de Hassan al Basri contenidas en diversos pasajes de Las mil y una
noches parecen cuentos de ciencia ficción.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 227
del rey de los djinns. Privada de su manto, acepta el matrimonio.
La Historia de Shamshah termina muy mal. La Gennia, mordi-
da en el talón por una serpiente de agua, muere, y Shamshah, in-
consolable, se convierte en «el bello adolescente triste».
El fin de la Historia de Hassan es más complicado. Hassan rap-
ta a la Gennia y se la lleva a Bagdad. Se casa con ella y tienen dos
hijos. Su felicidad es perfecta. Pero un día la Gennia descubre,
oculto en un armario, su manto de plumas. Se lo pone, y, no pu-
diendo resistir la atracción del aire, cede a su primitivo instinto
y emprende el vuelo.
Desesperación de Hassan. Después se sobrepone y parte en bus-
ca de su amada. En su larga búsqueda cruza un extraño país muy
parecido al que vemos en El submarino amarillo, el dibujo anima-
do de los Beatles. En él todo es azul, la gente, la hierba, las pie-
dras. Pero en la película de los Beatles el azul es un color maléfico
mientras que aquí es solamente extraño. Probablemente se trata
de una alusión a la India donde el azul, color de la piel de Krishna,
destiñe a veces sobre todo.
Por fin Hassan, al volver de un arenal de alcanfor blanco, va a
parar a la península prohibida donde se ha refugiado su mujer.
Y el final del cuento, que no deja nada a oscuras, nos enseña
el origen de esas muchachas-palomas que Occidente masculinizó
convirtiéndolas en cisnes malditos. En efecto, Hassan ve de pronto
asomar una nube en el horizonte. Brillan puntas de lanza, cascos
y armaduras.
«Y aparecieron ante él, agrupadas en un cuadro móvil y for-
midable, unas hembras guerreros montadas en caballos rubios
como el oro puro (...) Armadas para el combate, cada una de ellas
llevaba un pesado sable colgando a su costado, una larga lanza en
un mano y una maza espantosa en la otra; y cuatro jabalinas su-
jetas bajo los muslos (...) Sus rostros descubiertos bajo los cascos
de visera levantada eran bellos como la luna y sus grupas redondas
y vigorosas se unían y se confundían con las grupas amarillas de
las yeguas...»
Amazonas. Hassan se convertirá en el amigo de su reina (que le
permitirá ver a todas sus subditas bañándose desnudas, maravillo-
so espectáculo de la onda única y de la inmensidad femenina ínti-
mamente mezcladas...). Gracias a esta reina y a un gorro que hace
228 MICHEL GALL
invisible a quien lo lleva, Hassan recuperará su Gennia del abrigo
de plumas blancas.
Todos los símbolos que acaban de desfilar ante nosotros se re-
fieren a un mismo estado: la virginidad.
El agua lustral, la blancura de las plumas, el alcanfor blanco
en los límites del país azul, la negación de los lazos del matrimo-
nio, la afición a volar por los aires lejos de todo alcance y este
gorro que hace invisible impidiendo todo acercamiento, incluso
visual, entre un hombre y una mujer (volvemos a encontrar este
gorro en la leyenda de Sigfrido, que lo emplea para matar a la
virgen Brunhilda), todo esto nos recuerda la condición primera de
la mujer.
Y coronando esta exhibición de símbolos, he aquí a las Amazo-
nas. La historia de las Gennias-palomas es un gran poema en honor
de la virginidad y de su protección.
Sin embargo, los orientales sólo aprecian la virginidad para
desflorarla. ¿Acaso no afirmó Mahoma que ninguna mujer moriría
virgen en el Islam?
¿Qué interés tiene, pues, Scherezade en glorificar un estado al
que es ajena?
Explicaremos esta chocante actitud de la narradora por la po-
derosa motivación histórica en que se funda el mito de las Gen-
nias-palomas. Para ello hay que invertir el orden de la narración.
La aparición de una tropa de Amazonas al final del mito no
debe ser considerada como la conclusión de una bella simbología
de lugares tabú, de pájaros inmaculados y de mujeres tan celosas
de sus prerrogativas que se hacen inalcanzables.
Hay que pensar, más bien, que las Amazonas están en el origen
mismo del mito. Ellas son las verdaderas protagonistas de éste
mientras que las Gennias-palomas y los cisnes inmaculados no son
más que personajes secundarios.
Una Amazona a la que un hombre hubiese robado su cota de
malla y sus armas, ¿no se parecería mucho a una Gennia privada
de su manto de plumas?
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 229
¿Por qué las Amazonas de Escitia —aquellas cuya reina, Tha-
lestris, vino para seducir a Alejandro Magno en el siglo n i a. de
J.C.— no han de estar en el origen mismo del mito de las Gennias-
palomas?
Quinto Curcio, el «portero de la Historia», nos habla largo y
tendido de esta Thalestris que gobernaba toda la región compren-
dida entre el Cáucaso y el río Phase:
«Ardiendo en deseos de ver a Alejandro —escribe—, Thalestris
cruzó las fronteras de su país. Al aproximarse, envió mensajeros
para anunciar a Alejandro la llegada de una reina que deseaba apa-
sionadamente encontrarse con él y conocerle.»
Alejandro Magno la recibe y, como Hassan al Basri, la con-
templa.
«El vestido de las Amazonas —escribe H. Bardon, traductor de
las Historias de Quinto Curcio— no las cubre por entero, pues el
lado izquierdo del pecho está desnudo mientras que el resto, a par-
tir de allí, está velado. Sin embargo, los pliegues de su vestido, que
sujetan con un nudo, no llegan más abajo de las rodillas. Conser-
van uno de sus senos para criar a sus hijos de sexo femenino y
queman el derecho para tender el arco o blandir la jabalinas con
más facilidad.»
Thalestris contempla también a Alejandro. Sin pestañear.
Un ángel pasa.
Cuatro ojos se escudriñan.
«Cuando le preguntaron si tenía que formular alguna petición,
Thalestris confesó sin vacilar que había venido para tener hijos del
rey. Era digna de traer al mundo los herederos de Alejandro. Se
quedaría con la hija y entregaría el hijo a su padre.»
Alejandro, a quien algunos han tildado de homosexual, acepta.
Esto no tiene nada de extraordinario. Denis de Rougemont, Wilhem
Reich y muchos otros explicaron prolijamente, después de Quinto
Curcio, que nuestra concepción europea del matrimonio era un ab-
surdo nocivo.
«Los deseos de la reina eran más ardientes que los de Alejan-
dro y fueron causa de que el rey se entretuviese un poco. Trece
días fueron dedicados a satisfacer la pasión de la reina. Después
ella volvió a su reino.»
230 MICHEL GALL
2. EL CINTURÓN DE ANDRÓMEDA.
¿Está Thalestris en el origen del mito de las Gennias-palomas?
Como la Atlántida, como las sirenas, las Amazonas plantean un
problema delicado y complejo. Por lo demás, todos estos elemen-
tos están ligados entre sí y forman, en el campo mítico, una espe-
cie de cuadrilátero:.
sirenas *# gennias-palomas
t t
atlántidas -r> amazonas
Tratemos aquí de resumir la historia de las Amazonas.
Una vez más, Heródoto es el primero y uno de los únicos que
supo referir cuidadosamente esta historia. Habla poco de ella, pero
cada una de sus palabras —como en el caso de los atlantes— vale
su peso en oro.
Evoca en dos pasajes de su Encuesta (IV, 110-117; IX, 27) una
guerra que debió desarrollarse, mucho antes del siglo v, entre los
griegos y las Amazonas. Éstas, venidas del Termodón, un río de Ca-
padocia (en el este de la Turquía actual), llegaron a poner sitio a
Atenas y a instalarse en el Areópago, frente a la Acrópolis. En cuan-
to a los griegos, alcanzaron más tarde una gran victoria en el mis-
mo Termodón (pero dejemos hablar a Heródoto):
«Embarcaron después de su victoria, llevándose en tres naves
las Amazonas que habían hecho prisioneras. Pero éstas, hallándose
en alta mar, se arrojaron sobre los hombres y los mataron. Nunca
habían visto naves e ignoraban todo lo referente a la navegación.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 231
Muertos los hombres, navegaron a la deriva empujadas por los
vientos y llegaron a Escitia.»
Según otras fuentes, más fantásticas., esta victoria sobre las
Amazonas fue alcanzada por Hércules acompañado de algunos grie-
gos, entre ellos Teseo, rey de Atenas. El propósito de Hércules, en
el curso de sus famosos «trabajos», era conquistar el cinturón de
Hipólita, reina de las Amazonas. Éstas, según Heródoto, «son lla-
madas oiorpata por los escitas, lo cual significa matadoras de hom-
bres, pues en escita oior quiere decir hombre y pata, matar», pero
su traductor, A. Bargnet, nos dice que «la explicación de "oiorpata"
es caprichosa. Su sentido podría ser "señor de los hombres" o
"Jefe de los Diez mil"».
Las Amazonas, recién desembarcadas, se apoderaron de una ma-
nada de caballos salvajes, los montaron y se dedicaron a pillar la
tierra de los escitas. «Los escitas estaban completamente descon-
certados. No conocían la lengua, ni la indumentaria, ni la raza de
sus agresores y se preguntaban de dónde vendrían. Los tomaban
por hombres que eran todos de la misma edad, que eran todos
adolescentes, pero descubrieron por los cadáveres que eran mu-
jeres. Celebraron consejo y resolvieron no matar a ninguna más,
sino enviarles a sus jóvenes... Éstos acamparían cerca de ellas e
imitarían en todo su conducta; se replegarían, eludiendo el com-
bate, si ellas los atacaban, y volverían en seguida a acampar cerca
de ellas, si dejaban de atacarles. Tomaron este partido con el obje-
to de tener hijos nacidos de aquellas mujeres. Los jóvenes cum-
plieron las órdenes recibidas y cuando las Amazonas comprendie-
ron que no les querían ningún mal, los dejaron tranquilos. Ellos se
acercaban al campamento un poco más cada día... En pleno día,
las Amazonas salían del campamento, solas o de dos en dos, para
satisfacer sus necesidades naturales. Los escitas lo advirtieron e
hicieron lo mismo. Uno de ellos se acercó a una joven que estaba
sola y pudo gozar de ella sin resistencia. Ella no podía hablarle,
pues no se comprendían, pero le dio a entender por señas que
debía venir al mismo lugar el día siguiente con un camarada, y
que ella traería una compañera. Al volver al campamento el joven
contó su aventura, y el día siguiente se dirigió al lugar de la cita
232 MICHEL GALL
acompañado de un camarada. Conocedores de la aventura, sus
camaradas salieron a su vez a la conquista de las Amazonas. Pron-
to vivieron todos juntos, tomando cada cual para sí la primera mu-
jer que se le había entregado. Si los hombres no llegaron nunca a
hablar la lengua de las Amazonas, las mujeres comprendieron muy
pronto la de ellos.»
Pero las Amazonas se negaron a ir a vivir al país de los jóvenes.
«No podríamos entendernos con las otras mujeres —les dijeron—.
Nosotras no sabemos el trabajo que se reserva a nuestro sexo.» En-
tonces los llevaron al norte del Cáucaso donde constituyeron el
pueblo de los sármatas y donde las mujeres siguen fieles a las
costumbres de sus abuelas, «pues van de caza a caballo con los
hombres o solas, van a la guerra y se visten como los hombres».
Resumamos las informaciones de Heródoto. Las Amazonas son
malos marinos, pues tienen poco que ver con el mar. Las toman
por hombres, con lo que se confirma su carácter andrógino. Para
acercarse a ellas, los hombres eligen su momento más íntimo,
aquel en que no sólo se desvisten, sino que se presentan de la ma-
nera más vulnerable. Por último, ellas se niegan a vivir en el mun-
do normal y prefieren su mundo propio, un mundo aparte, el único
en que aceptan unirse a los jóvenes.
Hemos acertado al trocar los narradores árabes por un narra-
dor griego que vivió unos mil quinientos años antes que ellos, pues
encontramos en él los mismos temas. Es evidente la relación entre
las Gennias-palomas, a las que el héroe se acerca solamente cuan-
do se han quitado su manto de plumas, y las Amazonas, a las que
los jóvenes sólo pueden acercarse cuando «se retiran». Lo propio
puede decirse de la relación entre las Gennias-palomas, que no pue-
den resistir la atracción del aire y abandonan por éste a su fami-
lia, y las Amazonas, que se niegan a vivir en una familia tradicio-
nal. En fin, la aparente androginia de las Amazonas nos recuerda
los lejanos orígenes posibles de las Gennias-palomas, su posible
parentesco con las sirenas, andróginas en su origen. Recordamos,
en efecto, que Decerto, la primera mujer-pez que conocemos, tuvo
por amante a un tal Caistro, hijo de Pentesilea, reina de las Ama-
zonas, y por hija a la legendaria Semíramis, que, después de aban-
PL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 233
donada, de «repudiada», fue milagrosamente alimentada por unas
palomas. Como conclusión de este mito, Decerto volvió a su ele-
mento natal, el agua, de la misma manera que las Gennias vuelven
al aire.
Según Diodoro de Sicilia, las Amazonas occidentales o africa-
nas fueron muy anteriores a las Amazonas orientales o asiáticas.
Originarias de Libia (o de una isla situada al oeste del lago Tritó-
nido), sometieron o los atlantes, los númidas, los etíopes y a casi
todas las naciones africanas. Fijémonos sobre todo en su enfren-
tamiento con los atlantes, que debe incorporarse a nuestro legajo
que agrupa las interferencias de los mitos concernientes a Iram
de las Columnas, la Atlántida, las sirenas, las Gennias-palomas y
las Amazonas.
Las Amazonas de Diodoro de Sicilia son unas conquistadoras
formidables.
Recorrieron varias partes del mundo y sólo un pueblo interrum-
pió su avance, un pueblo de rivales, las Gorgonas, mujeres que
también tenían la guerra por oficio. Las Amazonas las mataron, y
las Gorgonas, víctimas de un verdadero genocidio, cayeron en el
olvido. Las Amazonas pudieron entrar en la mitología del siglo xx;
las Gorgonas, no.
Por último, la autora del genocidio, la reina Mirina, fue muerta
por el tracio Mopsus. Entonces, las Amazonas se retiraron a sus
territorios de Capadocia donde acudió Hércules a combatirlas.
La leyenda de Hércules es una de las más complejas de la Anti-
güedad. Entre un montón de detalles, encontramos en ella dos ras-
gos que guardan relación con nuestro tema Uno de ellos se refiere
indirectamente a las sirenas (el héroe persigue a los centauros has-
ta el archipiélago de las sirenas donde morirán de hambre al no
poder abandonar el lugar donde resuenan los hechiceros cantos) y
otro tiene relación directa con las Amazonas.
Al pasar cerca del Termodon, Hércules ofrece cortésmente al-
gunos regalos a la reina Hipólita (o Antíope). Juno, disfrazada de
Amazona, fomenta una rebelión, haciendo creer que Hércules ha
seducido a Hipóüta. Hércules piensa que es una artimaña de la
234 MICHEL GALL
reina. Lucha con ella y la vence después de haberle quitado su
tahalí.
Esta historia del robo del cinturón o el tahalí de una Amazona
tuvo otras versiones, pues también se atribuye a Teseo. Correspon-
de exactamente al robo del manto de plumas de las Gennias-pa-
lomas.
Por lo demás, este tahalí está también representado en el cielo.
Son las tres estrellas conocidas por el nombre de «Cinturón de
Andrómeda». Pero en realidad la mitología griega relaciona más
bien las Amazonas con la luna —originariamente un dios andrógi-
no—, de la que fueron sacerdotisas. Puede observarse una persis-
tencia de esta tradición en el cuento de las Gennias-palomas. El
protagonista las descubre siempre por la noche, bajo la claridad
irreal y lechosa de la luna.
3. LAS PALOMAS PARLANTES DE DODONA.
La Encuesta de Heródoto de Halicarnaso contiene algo más que
informaciones sobre las Amazonas. Trata también de unas palomas
humanas.
En su Libro II, al describir las costumbres de Egipto, Heródo-
to abre un paréntesis sobre los dioses griegos y su origen con fre-
cuencia egipcio. Compara dos «interviús» que realizó, una de ellas
con las sacerdotisas de Dodona, el más antiguo y más célebre
oráculo de Grecia, y la otra con los sacerdotes de Tebas, en Egipto.
«Según dicen los sacerdotes del Zeus tebano —escribe—, los fe-
nicios robaron un día, en Tebas, dos mujeres consagradas al ser-
vicio del dios, y se supo que una de ellas había sido vendida en
Libia y la otra en el país de los griegos. Ellas fueron, dicen, las
primeras en introducir los oráculos en los dos pueblos. Yo les pre-
gunté por qué estaban tan seguros de ello. Me dijeron que se ha-
bían realizado minuciosas búsquedas sin poder encontrar aquellas
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 235
mujeres, pero que más tarde se habían obtenido a su respecto las
mismas informaciones que me daban.»
Y he aquí la versión de las sacerdotisas de Dodona:
«Dos palomas negras que salieron volando de la Tebas de los
egipcios llegaron, una a Libia y la otra a su país. Ésta se posó en
un roble y, hablando con voz humana, declaró que había que insta-
lar en aquel sitio un oráculo de Zeus. La gente de Dodona pensó
que esta orden les venía de un dios y, por consiguiente, la acepta-
ron. En cuanto a la paloma negra que llegó a Libia, ordenó a los
libios que fundasen un oráculo de Amón.»
Examinando las dos versiones, Heródoto escribe: «He aquí mi
opinión personal sobre esto... Yo pienso que el nombre de palomas
fue dado a las sacerdotisas por los dodoneos, porque eran extran-
jeras y su lengua era para ellos parecida al gorjeo de los pájaros.
Más tarde, según dicen, la paloma adquirió una voz humana. Cuan-
do esta mujer empleaba un lenguaje que conocían, la entendían,
pero, mientras hablaba en su propia lengua les parecía que profe-
ría gritos ininteligibles, como los pájaros. Además, ¿cómo podría
una paloma adquirir una voz humana?»
Heródoto asocia, pues, aquí sencillamente, una mujer-paloma a
una extranjera. Su explicación puede prestarse a la sonrisa, pero
la anécdota es muy seria. Se trata de la fundación de un oráculo
importante, que es como decir de una religión.
Ahora bien, las Gennias-palomas de Las mil y una noches, que
también son —categóricamente— extranjeras, tienen un aire evi-
dente de sacerdotisas. Su capacidad de robar —entre otras— guar-
da relación con la divinidad. ¿Acaso no son hijas de reyes sobre-
naturales?
También es posible que el mito de las Gennias-palomas reúna
dos historias diferentes: la de las Amazonas y la de las sacerdo-
tisas de Dodona.
236 MICHEL GALL
4. C. G. JUNG Y LAS JÓVENES DIVINAS*
Evidentemente, la analogía entre las Gennias-palomas, las Ama-
zonas y las sacerdotisas de Dodona no puede explicar la totalidad
del mito en cuestión. Otra faceta de este mito puede ser aclarada
por los métodos posfreudianos del psicoanálisis. Hasta ahora he-
mos evitado recurrir a estos métodos para no complicar las cosas.
Esta vez citaremos dos estudios, La joven divina y Contribución al
aspecto psicológico de la figura de Koré, firmados, respectivamen-
te, por Ch. Kerenyi y C. G. Jung, en su obra común, Introducción
a la esencia de la mitología.
El tema de la «joven divina» (nuestra Gennia-paloma es una de
ellas) es común, dice Ch. Kerenyi, a una infinidad de mitos. En
Grecia está presente en los de Venus Anadiomenes, Artemis, Persé-
fona y Hécate. También está relacionada con los misterios de Eleu-
sis relativos a Deméter, madre de Perséfone. Según estos mitos, la
joven divina, la Koré, aparece sucesivamente ligada a la belleza,
a la caza, a la muerte (más exactamente, a la sucesión de las esta-
ciones, a su desaparición), a la luna, a la tierra. Salvo en el último
punto, encontramos aquí el ambiente de las Gennias-palomas.
C. G. Jung —el más célebre psicoanalista después de Freud—
comenta así el estudio de Kerenyi: «La Koré —dice— corresponde,
en psicología, a esos tipos que yo he designado, de una parte, con
los nombres de "Sí" o "personalidad sobreordenada", y por otra
parte con el de "Anima".»
«Habiendo observado y analizado desde hace decenas de años
—-sigue diciendo— los productos del Inconsciente en el sentido más
amplio del término —es decir, los sueños, las ilusiones, las visiones
y las ideas delirantes—, no he podido dejar de advertir ciertas re-
gularidades y de reconocer ciertos tipos. Hay tipos de situaciones
EL SECRETO DB LAS MIL Y UNA NOCHES 237
y tipos de figuras que se repiten con frecuencia y de acuerdo con
cierta lógica.
»La Koré es una de estas figuras. Pertenece, cuando el caso es
observado en el hombre, al tipo "Anima", y cuando lo es en la mu-
jer al tipo de la persona "sobreordenada".»
Jung insiste sobre el carácter generalmente doble que tiene la
Koré en los sueños de sus pacientes. Con frecuencia, es a la vez
madre y doncella. El «fantasma» no es nunca simple. «Recuerdo
un caso —escribe Jung— en que una diosa virgen apareció vestida
del blanco más puro, pero llevaba un mono negro en los brazos.»
Lo mismo ocurre con las Gennias-palomas: su naturaleza no es
nunca franca.
De la riqueza y de la complejidad que adquieren las imágenes
de Koré en los sueños de las mujeres dedujo C. G. Jung que «en
la elaboración de los mitos referentes a las Koré, la influencia fe-
menina predominaba tanto sobre la masculina que esta última no
tenía la menor importancia». Y también escribe: «La psicología del
culto de Deméter tiene, en efecto, todos los rasgos de un orden so-
cial matriarcal en el cual el hombre es un factor, ciertamente ine-
vitable, pero por lo demás bastante enojoso.»
Encontramos aquí, con gran exactitud, una faceta del mito de
las Gennias-palomas. Aquí, la psicología del Inconsciente concuer-
da perfectamente con los datos históricos. El mito mezcló íntima-
mente las verdaderas Amazonas con esta imagen de la joven divi-
na, «que pertenece a la estructura del Inconsciente y es un bien
personal por el que la mayoría de los hombres son poseídos en vez
de poseerlos».
IX
EL CABALLO V O L A D O R
1. «LA CURIOSIDAD TORTURA MI M E N T E . . . *
Iram de las Columnas no es la única reminiscencia del pasado
fantástico y tecnológicamente avanzado que nos revelan Las mil y
una noches.
El famoso Caballo de ébano es una de ellas, lo mismo que el
Caballo volador de los Mil y un días, que es su doble.
Resumamos El caballo de ébano:
Sabur, rey de Persia, tiene tres hijas. Tres magos vienen a pedir
su mano. Cada uno de ellos trae un presente maravilloso. Uno de
éstos es un caballo de marfil y de ébano que puede volar por los
aires. El hijo del rey lo prueba. Vuela a Sana, capital actual del
Yemen, sobre su lomo. Desciende sobre una de las terrazas del pa-
lacio del rey, se introduce en el pabellón de la princesa dormi-
da, etc. Después de numerosos altercados con el mago, que tam-
bién se enamora de la bella yemení, el príncipe acabará casándo-
se con la princesa. Pero Sabur, a quien las hazañas aéreas de su
hijo inquietan considerablemente, ordena que el caballo sea des-
trozado. « ¡Porque no hay que jugar con fuego!»
Esta destrucción provocará una frase deliciosa del sultán Scha-
riar, el marido de Scherezade: «¡Esta historia —dice— es prodi-
giosa! ¡Quisiera conocer el mecanismo extraordinario de este ca-
ballo de ébano! » Y la narradora responde: «¡Ay, fue destruido!»
Y Schariar se lamenta: «¡Por Alá, la curiosidad tortura mi mente!»
16 — 3173
242 MICHEL GALL
En este cuento no se trata de efrits ni de encantamientos má-
gicos. Ningún rastro de alquimia ni de intervención divina. Ningu-
na alusión a lo sobrenatural. El caballo es obra de un hombre. Obe-
dece a un mecanismo físico y no a una fórmula cabalística. Es un
producto de la ciencia.
Un verdadero avión.
Es «de madera de ébano, de la calidad más negra y más rara,
con incrustaciones de oro y de piedras preciosas y maravillosamen-
te guarnecido con una silla, una brida y unos estribos como sólo
pueden verse en los caballos de los reyes». En otros pasajes del
cuento, se dice que es «un caballo de ébano y de marfil».
Sobre el pomo de la silla, a la derecha, hay una clavija de oro:
la clavija de la ascensión.
En el lado izquierdo hay un tornillo muy pequeño, no mayor
que una cabeza de alfiler: el tornillo del descenso.
Hágase girar la clavija y el caballo «se eleva con la rapidez de
un pájaro. Sus flancos tiemblan y se hincha de viento. Se mueve y
se agita como las olas del mar y, más de prisa que una flecha lan-
zada al aire, sube en línea recta con su jinete hacia el cielo».
Apriétese el tornillo: «Inmediatamente, la ascensión disminuye
poco a poco y el caballo se detiene un instante en el aire para ini-
ciar en seguida el descenso con la misma rapidez, pero frenando
después poco a poco, a medida que se acerca a la superficie del
suelo, y acaba por posarse en tierra sin ninguna sacudida y nin-
gún mal.»
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 243
2. LA PERFECCIÓN DE LA MINIATURIZACIÓN.
La descripción del vuelo del caballo de ébano es asombrosa. Es
exactamente igual al despegue de un avión moderno, con las manio-
bras preliminares de la partida. Los flancos que se hinchan hacen
pensar en los primeros resoplidos de un reactor... Nada hay que
cambiar (salvo la detención brutal en pleno cielo, que hay que sus-
tituir por un viraje) en la descripción del aterrizaje. Mil veces al
día pasa algo muy parecido en nuestros aeródromos.
Obsérvese la sencillez de los instrumentos de a bordo. Una cla-
vija y un tornillo, pero de una precisión fantástica. De igual mane-
ra, en un «Boeing 747», una mínima presión hace que arranque el
enorme reactor. Cierto que el príncipe tardará mucho tiempo en
descubrir el tornillo del descenso (el mago ruin omitió enseñárse-
lo). ¡Una cabeza de alfiler! Representa la perfección de la minia-
turización.
El cofre volador refiere una historia muy parecida. Una aerona-
ve deposita a un héroe en la terraza de una princesa. El aparato no
es un caballo, sino un cofre de madera en forma de pájaro, cons-
truido en Surat, India, por un misterioso y genial inventor. Su
mecánica es a base de engranajes y resortes. Tiene «una especie
de alas», pero se desplaza en el aire con gran ligereza, un poco a
la manera de un helicóptero. Sus mandos son los mismos del «ca-
ballo de ébano», un tornillo y un resorte. Su dueño se vale de él
para engañar a las multitudes. Hace brotar fuegos artificiales del
cofre y se hace pasar por Mahoma que ha venido a visitar el
mundo.
El cofre y el caballo tienen una extraordinaria facilidad de man-
do y de maniobra y son completamente silenciosos.
En esto, son más perfectos que nuestros aparatos voladores ac-
tuales y su velocidad puede ser también considerable.
244 MICHEL GALL
Nos hallamos, pues, ante una alternativa: o nuestros dos cuen-
tos anticipan la ciencia-ficción y no son más que prodigiosas fan-
tasías de un árabe visionario del siglo x o se inspiran en secretos
olvidados de tiempos remotos, de una civilización desaparecida que
habría poseído extraordinarios medios de transporte que se desli-
zaban silenciosamente por los aires. Por consiguiente, debemos re-
cordar que los antiguos apreciaban singularmente el silencio, a me-
nudo considerado por ellos como sinónimo, si no del progreso, al
menos de la perfección, noción que se perdió más tarde. Así, el
templo de Salomón se construyó sin que se oyese un solo marti-
llazo, cosa que contribuyó no poco a la celebridad de aquel rey
grande y misterioso.
3. EL PÁJARO DE ARQUITAS.
Sin embargo, alguien ha hecho observar que «el caballo de
ébano» y «el cofre volador» son probablemente de origen hindú y
que en la mitología hindú se encuentran numerosas referencias
a animales voladores y al vuelo planeado en general.
Dicen los mitos que en los primeros tiempos de la India los
elefantes volaban y se paseaban por el cielo como las nubes. En
aquella época, los caballos también tenían alas. El dios Indra se
las quitó cortándolas con sus rayos para que los corceles fuesen
más dóciles. Incluso las cadenas montañosas tenían alas y consti-
tuían una variedad particular de nubes. Indra las privó de la fa-
cultad de volar a fin de consolidar con su peso la superficie toda-
vía vacilante de la tierra.
Así se llegó a la conclusión de que el caballo de ébano y el co-
fre volador se inscribían en la tradición del «mito del vuelo» hin-
dú. Aunque los animales voladores no eran exclusivos de la India,
según el «Zohar» hebraico la serpiente que tentó a Eva era un ca-
mello volador.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 245
Pero el «mito del vuelo» hindú no nos habla nunca, o casi nun-
ca (1), de vehículos aéreos construidos por el hombre y propulsa-
dos por medios puramente mecánicos. Ni las montañas, ni los ele-
fantes, ni la mítica ave Garuda, ni las alfombras voladoras cuya
utilización depende únicamente del conocimiento de una fórmula
mágica, no son máquinas como nuestro cofre y nuestro caballo que
parecen corresponder a la muy acusada afición de los árabes de la
Edad Media por la mecánica, más que al gusto indio por las cosas
fantásticas.
A imitación de los persas (en la corte del rey sasánida Cosroes
había ya un reloj muy perfeccionado: su propio trono), los árabes
habían hecho efectivamente una verdadera ciencia de la automa-
ción. El Tratado sobre los autómatas, compuesto por Djazari, tuvo
un éxito enorme tanto en Oriente como en Occidente donde fue
conocido gracias a los cruzados. Nos describe toda clase de relojes,
de norias, de telares y de pájaros de metal que agitan las alas, can-
tan, ruedan, etc. De allí sacaron los autores europeos de libros de
caballerías la idea del «caballo de fuego», un caballo de bronce o
de madera, provisto de cohetes, clavijas, válvulas y resortes ca-
paz de provocar la desbandada de ejércitos enteros. Desgraciada-
mente, estos pájaros y este caballo no vuelan, y el rey Schariar no
habría podido satisfacer su curiosidad hojeando el Tratado sobre
los autómatas. El caballo de ébano y el cofre volador son eviden-
temente máquinas, pero que no parecen haber sido inventadas por
el hombre.
Así lo confirma la lectura de la Historia de las ideas aeronáuti-
cas antes de Montgolfier, de Jules Duhem, que es sin duda la obra
más completa sobre este tema. Partiendo del famoso pájaro me-
cánico de Arquitas, que hizo las delicias de los griegos (2), Duhem
nos brinda varios millares de ejemplos de vuelos mágicos, de vuelo
proyectado, de vuelo a vela, de vuelo con remos y de vuelo mecá-
(1) Cierto que existe una leyenda según la cual un nlfio se construye un ave
Garuda de madera y vuela con ella, pero probablemente es posterior al «Cofre
Volador».
(2) Era un pájaro mecánico que volaba agitando las alas y volvía a posarse en
la mano de su dueño. Se presume que se trataba de una superchería en la que
el hilo de alambre representaba cierto papel.
246 MICHEL GALL
nico... Imposible citarlos todos o elegir siquiera un ejemplo con
preferencia a otro (1).
Ninguno de los aparatos no mágicos citados por Duhem es tan
perfeccionado como nuestro caballo y nuestro cofre. Todos se
fundan en procedimientos chocantes o primitivos. Ninguno ofrece
la facilidad de manejo, la ligereza y las grandes realizaciones de
aquéllos. El carácter evidentemente excepcional de nuestros dos
«aviones» supera todos los sueños del hombre desde el principio y
hasta la actualidad. Esto se desprende claramente de la Historia
de las ideas aeronáuticas.
Parece, pues, que el caballo de ébano y el cofre volador no pro-
ceden de la mitología hindú, ni de las aeronaves soñadas por los
árabes enamorados del automatismo, pues la precisión de los sue-
ños de una época dada es en función de su tecnología verdadera.
Entonces, ¿qué pueden ser, sino una referencia a un prodigioso sa-
ber olvidado?
4. UNAS ÁGUILAS HAMBRIENTAS.
Sin embargo, una celebérrima historia de la mitología persa
presenta alguna semejanza con la del caballo volador. Su versión
más patética nos la da Firdusi en su Shahnamah que confiere el
papel de «piloto» al rey Kay Us.
Kay Us, rey protohistórico persa, hizo criar cuatro vigorosos
(1) Salvo para los entendidos y para demostrar la pasión y el ingenio que
mostraban los árabes en lo tocante al vuelo, la maravillosa y verídica historia del
califa Aziz, ese gourmand de la fruta precoz que, en 990, se hizo enviar por su visir
y por vía aérea seiscientas hermosas cerezas de Balbek. Las transportaron seiscien-
tas palomas mensajeras, cada una de la cuales llevaba colgada del cuello una
cereza en una bolslta de seda.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 247
aguiluchos. «Cuando estos aguiluchos hubieron adquirido la fuerza
de los leones de modo que podían levantar un argali (1), el rey hizo
construir un trono de áloe indio, reforzado con planchas de oro,
y con unos largos palos sujetos a los costados del trono. Una vez
preparado todo de este modo y poniendo toda su alma en esta em-
presa, el rey suspendió en aquellos palos sendos cuartos de cor-
dero y por último hizo traer las cuatro vigorosas águilas y las ató
fuertemente al trono. Kay Us se sentó en el trono, después de haber
colocado una copa de vino delante de él y las águilas de fuertes
alas, impulsadas por el hambre, se lanzaron en dirección a los pe-
dazos de carne. Así levantaron el trono del suelo, lo elevaron de
la tierra hacia las nubes y siguieron esforzándose por alcanzar los
pedazos de carne mientras les quedaron fuerzas. He oído decir que
Kay Us subió hasta más allá del firmamento y que siguió subien-
do con la esperanza de elevarse por encima de los ángeles. Otro
dice que había volado al cielo para luchar contra él con el arco y
las flechas.
»...Las águilas volaron durante mucho tiempo y después se de-
tuvieron. Tal será la suerte de aquellos que intenten esta empre-
sa. Pero cuando las aves se quedaron agotadas se desanimaron,
plegaron las alas según su costumbre y descendieron de las oscu-
ras nubes tirando de los palos y del trono del rey. Se dirigieron
hacia un bosque y tomaron tierra cerca de Amol. Por milagro el
rey no se mató al chocar con la tierra y lo que debía pasar seguía
siendo un secreto. El rey deseaba que un pato salvaje levantase el
vuelo, pues tenía necesidad de comer un poco. De esta manera, ha-
bía trocado su poder y su trono por la vergüenza y el sufrimiento.»
Se observará que esta historia, que se encuentra también en
La novela de Alejandro y que debe presumirse derivada del viejo
mito de Etana, el Icaro babilonio, grabado en unas tablillas que
tienen tres mil quinientos años de antigüedad, representa toda ella
la idea del fracaso. Y de un duro fracaso.
En cambio, el cuento del caballo volador es radicalmente opti-
mista. Es, en realidad, todo lo contrario de la historia de Kay Us
y de la de Etana que trata de hacerse llevar al cielo por un águila
a la que ha curado y fracasa lamentablemente mientras los dioses
(1) Enorme cordero salvaje.
248 MICHEL GALL
exclaman: «Las plumas tomadas de prestado son demasiado débi-
les para el vuelo y las decisiones divinan no pueden cambiarse.»
¿Es posible que un mito pasando de un país a otro, y de un mi-
lenio a otro llegue a expresar radicalmente todo lo contrario? Pero
aquí se observará que la forma de las dos historias no aparece in-
vertida. Lo que cambia es el fondo. Una refiere la historia de un
triunfo; la otra, la de un fracaso. A pesar de su forma semejante,
no creemos en absoluto que el mito de Kay Us y el del caballo vo-
lador denoten las mismas ideas y tengan el mismo origen.
5. UN RADAR-LÁSER.
¿Qué significa, pues, el caballo volador?
Las otras dos maravillas que los magos llevan como presentes
a la hija del rey Sabur tal vez nos pondrán sobre el buen camino.
La primera es un hombre de oro de tamaño natural. Está in-
crustado de piedras preciosas y lleva entre las manos una trompeta
de oro.
—Si lo colocas en la puerta de tu ciudad —dice el mago al rey—
se convertirá en un guardián a toda prueba, pues si un enemigo
quiere entrar en el lugar él lo adivina a distancia y soplando su
trompeta en su dirección lo paraliza y le llena de terror.
Este guardián a toda prueba hace pensar en un radar combina-
do con un láser mortífero.
Cierto que en Las mil y una noches abundan los guardianes de
esta clase. Pero generalmente éstos se contentan con actuar va-
liéndose de flechas o de cimitarras. Es bastante raro que observen
y adivinen a distancia.
El hombre de la trompeta, como el cofre y el caballo, es tam-
bién un misterioso invento, probablemente venido de muy lejos.
EL SECRETO DB LAS MIL Y UNA NOCHES 249
Este centinela puede ser cualquier cosa menos un simple truco de
magia. No se trata de un «golem», un servidor superior creado por
el hombre a su imagen y semejanza ni de un simple autómata y
tampoco forma parte del instrumental acostumbrado de los brujos
al estilo del espejo que revela el porvenir. Más bien parece un
arma de defensa muy perfeccionada. Pero ¿por quién?
El segundo presente de los magos a las hijas de Sabur es más
frivolo. Se trata de una gran fuente de plata en medio de la cual
se encuentra un pavo real de oro rodeado de veinticuatro pavas
del mismo metal. «Y cada vez que transcurre una hora el pavo
real da un picotazo a una de las veinticuatro pavas y la monta
agitando las alas. Después, cuando ha pasado un mes de esta ma-
nera, abre la boca, y el creciente de la luna nueva aparece en el
fondo de su garganta.»
Este regalo es más corriente. Es un reloj perfeccionado y sin
duda muy exacto (1).
Sin embargo, adquiere nuevo valor si consideramos que fue
ofrecido al mismo tiempo que el centinela-radar-láser.
En efecto, un centinela mágico y un ave autómata aparecen jun-
tos en uno de los momentos más cargados de secretos de nuestra
historia: el saqueo de las pirámides efectuado por los árabes des-
pués de la conquista de Egipto.
El manuscrito árabe titulado El Murtadi nos describe los obje-
tos que encontraron los árabes en las cámaras de seguridad de las
pirámides y que después desaparecieron. Se trataba de una vasija
de cristal rojo «que pesaba igual cuando estaba llena que cuando
estaba vacía»; de un lancero de piedra negra y una arquera de pie-
dra blanca, de tamaño natural, que eran sin duda aquellos famosos
guardianes que, según la tradición, no podían ser mirados sin mo-
rir y por último de un curioso autómata, un «gallo de oro rojo, de
(1) Recordemos la precisión de la ciencia árabe. Ornar Khayyam, que tuvo la
fortuna de ser a la vez el poeta y el sabio más grande de su tiempo, invento para
el ministro selyúcida Nizam un calendario más exacto que el nuestro, el yaladi,
que así como el calendario gregoriano utilizado por nosotros tiene un error de un
día por cada tres mil trescientos años, sólo permite un error de un día cada cinco
mil años.
25Q MICHEL GALL
cara espantosa, esmaltado de jacintos, dos de ellos muy grandes
en los ojos que relucían como dos antorchas. Al acercársele la gen-
te, lanzó inmediatamente un grito espantoso y empezó a agitar las
dos alas mientras diversas voces misteriosas surgían por todas
partes».
Ahora bien, se han atribuido un origen atlantídeo a estos objetos
y se ha dicho que las pirámides eran los prestigiosos receptáculos
de todo el saber tradicional de los atlantes.
Sea lo que fuere, se parecen mucho a los presentes de los ma-
gos... ¿Podemos, pues, pensar que éstos tienen un origen atlantí-
deo?
Los atlantes salen generalmente muy bien librados cuando se
trata de atribuirles medios extraordinariamente perfeccionados.
Desgraciadamente, sólo la imaginación del hombre puede atribuir-
les la invención del radar-láser. Según Platón, parece más bien que
los atlantes tuvieron una civilización ciertamente avanzada, pero en
modo alguno superdesarrollada. Prueba de ello es que en el si-
glo xn a. de J.C., justamente antes del cataclismo, se dice que fue-
ron vencidos por los egipcios. Los bajorrelieves del templo de Me-
dinet Habú, que se cree que describen el combate naval entre los
egipcios y los hiperbóreos, no nos presentan ningún arma prodi-
giosa.
Entonces, ¿qué hemos de pensar? El caballo volador y el radar-
láser no parecen ser, y esto es lo que hemos tratado de demostrar,
inventos gratuitos. ¿Y bien? ¿Fueron traídos un día a los hombres
por seres extraterrestres? La explicación es discutible. Pero ¿qué
otra podemos ofrecer? El debate sigue abierto.
El caballo de ébano y el hombre de la trompeta brillan con ex-
traño fulgor en el variopinto encante de objetos extraños que nos
ofrecen Las mil y una noches. Su secreto no ha sido aún violado.
¿Lo será algún día? Así lo esperamos.
Los pensadores actuales estudian cada vez más esta clase de
problemas. En el número de Playboy de enero de 1972, el futurólo-
go Arthur Clarke y el filósofo Alian Watts, uno de los «maestros
del pensamiento» de la nueva generación, intercambian sus pun-
tos de vista en estos términos:
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 251
WATTS: «Siempre he creído que nuestros arqueólogos sólo han
excavado algunos minúsculos lugares de la superficie terrestre y
que quedan, en reserva, millones de kilómetros cuadrados de sor-
presas.»
CLARKE: «Tal vez sorpresas increíbles, como el descubrimiento
de la "computadora" de Antikythera. En 1900, unos pescadores de
esponjas descubrieron unos restos entre los que figuraban algunos
de los más grandes tesoros del arte griego que se encuentran ac-
tualmente en un museo de Atenas. Había varias estatuas y, entre
otras muchas cosas, una maza de bronce oxidado. Este bronce per-
maneció más de cincuenta años en el museo, antes de que Derek
Prince se imaginase lo que era: una especie de "computadora" muy
compleja destinada a calcular la posición de las estrellas, algo mu-
cho más complicado que el reloj de nuestros abuelos y provisto,
además, de cuadrantes graduados y de ejes... Se presume que data
de un siglo a. de J.C., pero no sabemos que alguien fabricase una
cosa tan compleja antes de la época de Benjamín Franklin...»
SCHEREZADE Y LA HISTORIA
Destellos de la mente, secretos desparramados en los cuatro
rincones del desierto, lenta marcha de un Gran Iniciado, los djinns
y la Montaña de Káf, tesoros de Urartu, caballo volador, Amazonas,
Atlántida... La inmensidad literaria de Las mil y una noches nos
brinda los arcanos de nuestro pensamiento. Sus estructuras pre-
históricas desfilan ante nosotros...
También desfilan los siglos y sus representantes... La Historia
tiene también su sitio en Las mil y una noches: Scherezade, la na-
rradora, y Harún al-Rashid, el califa que es protagonista de la cuar-
ta parte de los cuentos, existieron en realidad...
El estudio clásico de Las mil y una noches consistía en analizar
ante todo estos personajes. Nosotros escogimos deliberadamente ir
primero directamente al misterio.
Pero volvamos a Bagdad y a los humanos. No pensemos más en
sus ideas. Pensemos solamente en sus acciones.
LA ANTORCHA EN LAS TINIEBLAS.
Los árabes han dado un destino complejo a la mujer. La escla-
vizan, pero la ensalzan. El papel principal de Las mil y una noches
es representado por una mujer.
256 MICHEL GALL
«¡Su talle! Es como la rama del mirto y del árbol ban. jSu
boca! Es una manzanilla en flor y sus labios dos anémonas húme-
das. Sus mejillas son como manzanas y sus senos como dos peque-
ñas cantimploras de marfil. Su frente irradia claridad y sus dos
cejas vacilan sin cesar para saber si deben unirse o separarse. Si
habla se desgranan perlas finas en su boca y si sonríe torrentes de
luz brotan de sus labios más dulces que la miel, que se funden
como la mantequilla...»
Tal es Scherezade, que se sacrifica para salvar a su pueblo. Por
su propia voluntad se casa con el sultán Schariar, un misógino in-
veterado que hace matar a todas sus jóvenes esposas el día siguien-
te de su noche de bodas. Contándole historias «con suspense» (Las
mil y una noches son el «suspense» más célebre de la literatura
mundial) consigue salvar su vida durante mil y una noches.
Transcurrido este tiempo, Schariar manda al cuerno su misogi-
nia. Las diferentes versiones varían en lo tocante a los motivos.
Según otras, Schariar se siente entusiasmado por el talento de na-
rradora de su esposa, y según otras, considera sus cuentos bastan-
te aburridos, pero se deja conquistar por los tres hijos que tuvo,
sin saberlo él, en el curso de estos tres años escasos, y cuya exis-
tencia le revela ella súbitamente...
Sea lo que fuere, Schariar exclama al fin, refiriéndose a su
mujer:
—Antorcha en las tinieblas, aparece y amanece el día... Apare-
ce y su luz ilumina las auroras.
La modesta Scherezade se convierte en el modelo único de to-
das las mujeres. Inteligencia más belleza: es la mezcla perfecta. La
adornan las más raras cualidades: tacto y pasión, discernimiento
y humor, etcétera.
Es, todavía en la actualidad, la mujer ideal si dejamos a un
lado su psique. En efecto, nuestro gusto no es absolutamente
igual al de los árabes del siglo xu para quienes los requisitos de la
belleza eran, entre otros, los siguientes: «Su ombligo es lo bastante
profundo para contener una onza de mantequilla moscada. En
cuanto a su grupa monumental, remata adecuadamente la finura
de su talle y deja profundamente impreso en los sofás y los col-
chones el hueco formado por la importancia de su peso...»
Uno de sus hechizos más extraños es que pueda hablar y entre-
i
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 257
garse durante mil y una noches seguidas conservando intacto su
misterio.
¿Qué mujer no querría conocer este secreto?
¿Quién fue la verdadera Scherezade? En todo caso, no es un
personaje nacido espontáneamente del ingenio de un narrador. No
es una simple fuente de intrigas, ni un sueño traducido en pala-
bras. Es un personaje histórico, manipulado, corregido, pulido por
los narradores...
Scherezade. Este nombre es de origen sasánida. Es un deriva-
do de Tchihraz-ádh.
Ahora bien, Tchihraz-ádh era uno de los apodos de la mujer áe
Cosroes II, que reinó en Persia desde 590 hasta 628 d. de J.C,
2. LA NOVELA DE CHÍRIN Y COSROES.
Cosroes. Este nombre evoca la edad de oro de la realeza sasáni-
da. Época de la que se conservan numerosas obras de arte, entre
otras el más bello tazón del mundo, celosamente guardado en Saint-
Denis y conocido por el nombre de «Taza de Salomón»: una gran
fuente cóncava de oro, piedras preciosas y cristal de roca.
En Ctesifonte, a treinta y dos kilómetros de Bagdad, se encuen-
tra una de las más asombrosas ruinas del Oriente Medio, una gi-
gantesca fachada de cuatro pisos en el centro de la cual pueden
verse, a través de un arco de veinticinco metros, las ruinas de una
inmensa sala abovedada. Fue el palacio de Cosroes, que resistió
durante trece siglos los vendavales de arena.
Antaño, Cosroes administraba justicia en esta sala, sentado en
un trono que giraba automáticamente durante el día, indicando el
paso de las horas... Su corona de oro y de piedras preciosas era
tan pesada que para que Cosroes no se doblase bajo su peso tenía
que estar suspendida del techo por una cadena.
17 — 3173
i
258 MICHEL GALL
Sus subditos sólo podían dirigirle la palabra poniéndose de ro-
dillas y sujetando cuidadosamente, sobre la boca, un inmaculado
pañuelo blanco.
El fausto y el renombre de su palacio eran tales que cuando el
califa Al-Mansur, abuelo de Harún al-Rashid, quiso reconstruirlo
en Bagdad, en 762, se empeñó en hacerle transportar piedra por
piedra. Pero como la operación resultó imposible, se contentó con
conservar las puertas.
Poco después, el recuerdo del lujo de la corte del rey sasánida
fue sustituido entre los árabes por el de sus amores y principal-
mente por el de sus amores contrariados con la que debía conver-
tirse en su mujer: la princesa Chirin, apodada en ocasiones Tchih-
raz-ádh que, en persa antiguo, quiere decir «de noble raza».
Esta Chirin, casi completamente ignorada en el resto del mun-
do, es extraordinariamente popular en los países árabes de la ac-
tualidad, tanto como lo fue en la Persia de antaño.
La obra magistral de la literatura iraní, escrita en 1180 por el
poeta Nizami, se denomina Historia de Chirin y Cosroes. Tan céle-
bre en el Oriente Medio desde hace ocho siglos, como lo es entre
nosotros la historia de Tristán e Isolda, no fue traducida íntegra-
mente al francés hasta 1971. Algo francamente deplorable, puesto
que este libro es uno de los más hermosos y más conmovedores
que se hayan escrito. Es una de las estrellas del cielo literario.
Quien lo haya leído no lo olvidará jamás.
3. UNA CRISTIANA EN EL BAÑO.
Después de Salomón y la Reina de Saba, Cosroes y Chirin cons-
tituyen una de las más antiguas parejas de grandes enamorados
cantadas por los hombres. Rolando y la Bella Aude y Tristán e Isol-
EL SECRETO DE LAS MIL ¥ UNA NOCHES 259
da sólo serán pálidas reminiscencias de aquélla. Su presencia es
tal que los imagineros persas no han dejado de representarlos du-
rante siglos. Los amores de Cosroes y Chirin siguen siendo uno de
los temas constantes de las miniaturas persas. Observad bien la
próxima vez que encontréis una reproducción y si veis en ella a un
joven contemplando a una mujer en el baño o a una muchacha
mirando un retrato colgado de un árbol, o dos jóvenes jugando al
polo o amorosamente abrazados, llorando y mirándose fijamente a
los ojos, con toda seguridad se tratará de Chirin y Cosroes.
No es muy fácil formarse una idea concreta de la personalidad
exacta de la hermosa Chirin, pues el tono de la historia de Nizami
es muy diferente del de Las mil y una noches. Nizami es poeta y
no narrador y tiene más de moralista que de historiador. Debemos,
pues, tener también en cuenta las otras fuentes de información so-
bre Chirin, su verdad histórica y las numerosas leyendas anterio-
res o posteriores a la obra de Nizami.
Veamos cómo nos pintan el retrato de esta Scherezade. Es de
una belleza sublime: «Su talle es esbelto como una palmera de
plata en cuya cima cogen dátiles dos negros (léase que sus cabellos
están peinados en caracoles sobre las mejillas). Sus diez dedos son
largos como colas de armiño; su cuerpo es tan tierno que parece
querer evaporarse; sus ojos lánguidos hacen estragos. En una pa-
labra, cuando uno la contempla piensa en quintales de azúcar, en
montones de rosas.»
Es tan hermosa que Cosroes, que partió en su busca porque le
mostraron un retrato de ella, al sorprenderla por casualidad en un
oasis, bañándose en una fuente, la toma por un hada y no se atreve
a creer que ha encontrado el objeto de su amor. Sigue adelante sin
dirigirle la palabra, y éste es el primero de los muchos equívocos
que se suceden en su historia. Los miniaturistas persas y turcos se
aficionaron mucho a representar esta escena y la trataron con tan-
ta fortuna como los pintores venecianos la anécdota de Susana y
los viejos. Cosroes es representado como un joven magníficamente
vestido y montado en un soberbio caballo blanco. Chirin, en la
fuente, peina sus bucles «negros como el castor» y que descienden
hasta sus pies. Tiene el torso desnudo y su única vestidura es un
amplio calzón bordado (un kalbar). Su caballo negro, «el más her-
moso del mundo», se abreva a su lado...
26Q MICHEL GALt
Según Nizami, Chírin era hija de la reina de Armenia y, por
tanto, de religión cristiana. Otros autores la creyeron griega. «No
está prohibido imaginarla kurda —escribe Henri Massé—, pues es
en Kurdistán donde se mantiene más vivo su recuerdo. En la ruta
de Bagdad a Teherán, seguida desde la Antigüedad por los viajeros
y los conquistadores, se encuentran las imponentes ruinas del pa-
lacio de Chirin cuya localidad más próxima tomó el nombre de
«Quasr-é Shirin». Esto importa poco. Lo esencial es que ella era
cristiana.
4. COSROES BEBÍA CIENTO VEINTE LITROS DE VINO CADA DÍA.
A primera vista, la Historia de Chirin y Cosroes expone una si-
tuación muy diferente de la de Scherezade y Schariar. Cosroes está
locamente enamorado de Chirin, pero los azares de la vida, ora las
presiones del poder, ora el orgullo y la astucia de Chirin, le impi-
den poseerla antes de su matrimonio, el cual no se celebra hasta
que la novela toca a su fin y va rápidamente seguido del asesinato
de Cosroes por su hijo y del suicidio de Chírin.
En esta historia, Cosroes es presentado como un amante des-
venturado y débil. Prefigura el Celadon de Astrea, modelo de las
preciosas novelas del siglo xvn francés, es decir, todo lo contrario
del sanguinario y autoritario Schariar.
Está continuamente borracho como una cuba. En su noche de
bodas, Chírin se hace remplazar en el lecho por su nodriza, una
vieja cuyas mejillas parecen «cohombros o nueces de coco muy
peludas» y Cosroes, al menos durante unos minutos, no se da cuen-
ta de la sustitución. Cierto que Casanova confiesa haber cometido
errores parecidos.
En cambio, encontramos a Scherezade bajo los rasgos de Chí-
rin. La princesa cristiana no piensa en salvar la cabeza, sino su
virginidad. Para entregarse a Cosroes exige el matrimonio. El rey
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 261
anda por las ramas, vacila, se crea dificultades. Para conseguir la
alianza del rey de Bizancio cuyo ejército le ayudará a someter a
los disidentes de su reino se casa con Miriam —o María—, tam-
bién cristiana.
Tan pronto lo vemos loco de amor por Chírin, cruzando ardien-
tes desiertos en su busca, como olvidándola en el curso de festi-
nes en los que bebe, en las copas más grandes (¿la que está en
Saint-Denis?), cuarenta tnann de vino puro.
¡Cuarenta manrú ¡Ciento veinte litros de vino (un mann equi-
vale a tres litros)!
Es verdad que Nizami suele exagerar. Nos dice que Cosroes «po-
día hacer treinta veces seguidas el juego del amor». ¡Ciento veinte
litros! ¡Treinta veces! Estas dos cifras deben de tener un denomi-
nador común.
La novela de la princesa cristiana y el rey sasánida es un largo
juego de vacilaciones, un ballet de toma y daca, un precioso de-
safío oratorio. ¡Hay que ver con qué fría inteligencia, reprimien-
do temporalmente su propia pasión, defiende Chírin su virtud y
atormenta el pobre corazón de Cosroes! ¡Cómo sabe jugar con él!
Puede ir muy lejos sin ceder por ello.
Desde los primeros momentos de su amor deja que el rey le
robe algunos besos tan apasionados que su mejilla queda toda
jaspeada. Inmediatamente recurre a un artificio: «Avergonzada de
estos morados en su cara lunar —escribe Nizami—, Chírin tenía a
mano su cajita de crema blanca, parecida a una rosa a fin de ta-
par las señales de los besos.»
Como Scherezade, Chirin conoce todos los trucos. Son su es-
pecialidad. Los hay grandiosos. Para excitar los celos de Cosroes,
hace que el escultor Fardad, que también está enamorado de ella,
construya un canal que lleva directamente a su palacio la leche de
las ovejas que pastan en el monte. Los hay simplemente verbales:
«¿Cómo prestar oídos a tus discursos almibarados —le dice a
Cosroes—, si soy yo quien vende azúcar y miel? ...En la gruta que
es la boca de todo hombre, hay un dragón —su lengua—, y a
veces ésta habla duramente, pero sólo es amarga, en verdad, si
obedece a un espíritu amargo. Yo sólo te hablo después de haber
262 MICHEL GALL
pesado mis palabras...»
Chirin ensalza continuamente el poder de sus palabras reba-
jando lo más posible las de Cosroes.
«Si quieres producirnos jaqueca —le dice—, habla y yo te
escucharé con paciencia.»
Cosroes trata de contestar al desafío de Chirin. Para darle en
la cresta a la cristiana, se dirige a Issahán, dispuesto a rempla-
zaría en su corazón por la bella Chakkar. Ésta aprovecha su em-
briaguez para burlarse de él enviándole a una de sus servidoras,
a la que él toma por ella (una vez más al amparo de la noche, la
eterna «engañadora»)... Sereno, tratará de plantarle cara a Chi-
rin, de responder a sus sarcasmos, de enviarle poesías, etc. Por
último, Chirin conseguirá su propósito, el matrimonio, gracias a
su innegable superioridad intelectual y a la facundia de su len-
guaje.
Scherezade heredará estos dones. No será ella quien dé jaqueca
a su marido Schariar.
LA HECHICERA.
Algunos autores niegan que Chirin fuese una princesa armenia.
Antes al contrario, le atribuyen una cuna muy humilde. Según
ellos, el apodo de Tchihraz-ádh («de noble raza»), le fue dado iró-
nicamente, y sin saberlo ella, por la Corte, furiosa de verla con-
vertida en reina.
En realidad, era una esclava, nos cuenta el historiador Myr-
jud. Tenía un dueño que no era Cosroes, pero esto no le impidió
brindar sus favores al joven príncipe, el cual le dio su anillo en
pago. El dueño descubrió la traición y mandó que la joven fuese
arrojada al Eufrates... El barquero, hombre de buen corazón, la
ocultó en una cueva. Cuando Cosroes subió al trono, ella le envió
su anillo. Cosroes mandó una escolta real (camellos, monos, tien-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 263
das y músicos) en su busca, y se casó con ella.
Otros muchos autores más prosaicos dicen que Chirin fue una
mujer de baja estofa, es decir, una ramera que supo cazar a Cos-
roes en sus redes. Nos la presentan como una cortesana a la que
el gran rey convirtió en una especie de Pompadour. Insisten en
el hecho de que Chirin se convirtió en reina después de haber
hecho envenenar a Miriam, la hija del rey bizantino.
Pero Nizami rechaza esta infame acusación: «Se dice que Chi-
rin hizo llevar a Miriam un áspero veneno del que ella misma
había bebido un poco. ¿Quieres saber la verdad? ¡Pues déjate de
venenos! —escribe, jocosamente—. ¡La hizo morir por una enérgica
sugestión!»
Nizami quiere decir con esto que Chirin era una hechicera.
«Por sugestión —explica—, los hindúes hacen caer hojas tiernas
de una rama seca, y sus magos convierten la luna en una bola,
fascinando a la gente por sugestión, cuando realizan ante ella sus
juegos de manos.»
Al parecer, los persas creían a los cristianos capaces de estos
trucos. Chirin los utilizaba tanto más cuanto que la propia Mi-
riam era cristiana. Entre las dos mujeres, se desarrolló una lucha
de hechiceras.
En cuanto a Cosroes, era zoroastriano y adorador del fuego.
Incluso restableció en algunos de sus Estados esta religión que
se remontaba a más do un milenio. Después de la muerte de Mi-
riam atacó a los bizantinos, los venció y liberó muchos terri-
torios. Pero Chirin siguió siendo cristiana —en Nizami, cita con
frecuencia el nombre de Jesús— y venció intelectualmente a Cos-
roes.
Representa, en el prudente siglo de Cosroes, un viento de fron-
da y de contestación, la aportación siempre misteriosa de una
sangre extranjera y la fe en una religión todavía nueva, símbolo de
juventud.
Scherezade es su copia exacta. Aunque sea buena musulmana
o parezca serlo. Además de sus mismas dotes de elocuencia, de as-
264 MICHEL GALL
tucia y de valor, se adivina en ella, subyacentes, una vindicta cris-
tiana y un buen conocimiento de la magia.
6. LA NOVELA DE UNA SUSTITUCIÓN.
Pero Chirin no inspiró únicamente el personaje de Schere-
zade.
Después de la muerte de los dos amantes, los relatos de los
amores de Cosroes y Chirin pasaron de la Corte a la ciudad y apa-
sionaron al público... Los narradores los bordaron copiosamente.
Partiendo del relato fundamental que acabamos de resumir, y del
que hizo Nizami una obra maestra, multiplicaron las digresiones
y las narraciones complementarias.
Las aventuras auténticas o apócrifas de Cosroes y Chirin aca-
baron por constituir un verdadero ciclo. Los narradores persas las
agruparon con otros relatos del tiempo esplendoroso de la corte
de los antepasados de Cosroes, con las fábulas de Bidpai y con los
cuentos de hadas (Peris o Banus), antigua especialidad iraniana.
El conjunto titulado Hazar Afsanah (Mil cuentos) es el antepasado
de Las mil y una noches.
El éxito de esta obra actualmente perdida fue tan grande que
a partir del siglo VIII los narradores árabes se propusieron is-
lamizarla, reproducirla de acuerdo con su religión, sus costumbres
y su fantasía. Aplicaron el folklore árabe sobre el folklore persa.
Así como los ocupantes de un país cambian los nombres de las
calles, de las plazas y de las ciudades, ellos cambiaron los de los
personajes. Pero lo hicieron con mucho ingenio y sin dejar nada
a la casualidad. Cuidaron muy bien de que los héroes árabes tu-
viesen el mismo peso que los héroes persas.
Sustituyeron la pareja Cosroes-Chirin por la pareja Harún al-
Rashid-Sett Zobeida. Confundieron en una misma leyenda la pare-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 265
ja histórica sasánida del siglo vi y la pareja histórisa abasí del
siglo VIH.
Para esta delicada operación se vieron obligados a desdoblar
el personaje femenino. En efecto, por motivos de decoro era im-
posible decir que la mujer de Harún al-Rashid era una hechicera,
una cristiana o una prostituta, pero su persona tenía tanto en-
canto y tantas buenas cualidades que no era cuestión de aban-
donarla. Por esto le encontraron un papel en realidad semejante
al de Scherezade y la situaron en un tiempo mítico tratando de
conservar, para la mujer histórica del califa, cierto barniz y cierto
número de rasgos que eran propios de Chirin. No creemos que
tuvieran mucho éxito en este desdoblamiento. Las plumas de pavo
real que adornan a Sett Zobeida no están bien ajustadas...
7. UNA BOLA DE ORO BLANDO.
El Harún al-Rashid de Las mil y una noches es Cosroes visto en
un espejo deformado. Como al monarca sasánida le gustan las
mujeres y como él sale a pasear de incógnito por las calles de la
capital para ver cómo vive su pueblo. Como a él le gustan la be-
bida y los poetas. Como él siente gran aprecio por su visir (Ya-
far), pero acabará por hacerle perecer (el ministro de Cosroes,
Balchtakán, fue, según Ma'sudi, acusado de maniqueísmo y arroja-
do al Tigris). Harún y Cosroes, dos sosias. Pero haga lo que
haga, Harún es siempre un poco menos fastuoso que su modelo.
Harún debe contentarse con soñar en el famoso trono de Cos-
roes, «en forma de cúpula, donde estaban representadas todas las
constelaciones y el conjunto de las estrellas como vistas desde un
observatorio mientras que los minutos y los grados de los astros
errantes aparecían señalados, y brillantes joyeles indicaban las
horas, los días y las noches... Un trono semejante no era un trono,
sino un cielo...»
266 MICHEL GALL
Harún no podrá reconstruir jamás el palacio de Cosroes, que
se derrumbó en parte la noche del nacimiento de Mahoma, mar-
cado también por otros muchos prodigios. (Se concreta que sus
cuarenta pináculos cayeron al suelo y que en aquella época estaba
sostenido por cuarenta mil columnas de plata.)
Harún no podrá hacer olvidar nunca el aspecto «desmesurado»
de Cosroes que tenía tres mil esposas y doce mil esclavas. Sus
caballerizas contenían seis mil caballos, entre ellos Schebdiz y
Baria, que fueron tan famosos como Bucéfalo. Cosroes parece in-
vencible. La más pequeña «chuchería» contenida en sus tesoros es
el Badaverd (que quiere decir «traído por el viento»), unas cajas
tomadas de una nave griega que se dirigía a Constantinopla y es-
taban llenas de «lingotes de oro flexibles y maleables sin ayuda
del fuego» (1).
Sin embargo...
Sin embargo, el talento de los narradores árabes conseguirá que,
al menos en Europa, la leyenda de Harún al-Rashid supere con
mucho la de Cosroes.
« ¡QUE NO PUEDA YO TRANSFORMARME EN PEZ PARA ACARICIAR EL CUER-
PO DE SETT Z0BEIDA...U
La mujer de Harún, Sett Zobeida, tuvo menos suerte. Fue eclip-
sada por la bella y fascinante Scherezade. En ciertas traducciones,
como la de Galland, brilla prácticamente por su ausencia.
Sin embargo, el personaje histórico de Sett Zobeida no carece
de cierta grandeza. Sett Zobeida era prima de Harún y parece ha-
(1) Había hecho con él una bola blanda de oro que amasaba entre sus dedos
para pasar el rato o para relajarse, un gadget que haría furor entre los hombres
de negocios contemporáneos. Esta famosa bola es: mencionada con frecuencia en
las narraciones persas. Así, por ejemplo, escribe Djami, en Yusuf y Zulelka:
«Sus nalgas eran como un montículo de plata pura, pero tan blando que se esca-
paba como pasta bajo los puños de la masajista. |Que no vuelvan a hablarnos de
la famosa bola de oro de Cosroes I |A partir de ahora, la palma pertenece a la
esfera de plata de Zuleika!»
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 267
ber ejercido una gran influencia sobre él. El califa estaba pren-
dado de ella.
Le había hecho construir en Bagdad, cerca de su propio palacio,
una espléndida mansión, el palacio de Karar, «El Estanque», que
no deja de recordarnos el palacio donde se había encerrado Chi-
rin mientras esperaba que Cosroes la pidiese en matrimonio. Sett
Zobeida vivió allí rodeada de esclavos, de tejidos raros y de vajillas
de oro. Por principio, no comía nunca en vajillas de otra clase.
Tenía una guardia personal de eunucos que, cuando se paseaba por
la ciudad, cabalgaban a los lados de su palanquín de ébano y de
sándalo incrustado de oro y de piedras preciosas y tapizado de
marta cebellina.
Ella fue quien introdujo en la corte la moda de las criadas
vestidas de paje, de los zapatos adornados con perlas y piedras
preciosas (antes de ella, incluso las reinas andaban descalzas) y,
para colmo de lujo, de los cirios de ámbar. En determinadas fies-
tas utilizaba cirios que pesaban hasta doscientos kilos. El humo
del ámbar de ballena invadía todo el palacio... (1).
Sett Zobeida gastó, según parece, tres millones de dinares en
ocasión de una peregrinación a La Meca. Cierto que con parte de
este dinero dotó a la ciudad santa de un acueducto que le llevaba
el agua de un río situado a cuarenta kilómetros.
Fue una gran constructora. Preocupándose del bienestar de sus
subditos, hizo abrir con dinero propio cisternas y pozos. Celosa
de su reputación frente a los extranjeros, multiplicó los paradores
públicos (los kans) en la Ruta de la Seda. Representaba un poco
el papel de ministro de Turismo y de Asuntos Sociales. También
prestó atención a los problemas del artesanado y fundó la ciudad
de Kachán que adquirió rápida fama con su especialidad de ta-
pices bordados de oro.
Aparte de estas actividades, el afán de lujo y los celos cons-
tituían el fondo de su vida.
El afán de lujo. Tenía que aventajar a su suegra, Kaizurán, que
hizo un día que Medhi, el padre de Harún, le regalase dos mil
esclavos de ambos sexos que entraron desfilando en Bagdad. Cada
(1) El ámbar gris apasionaba en aquella época... Harún encargó a varios sabios
que estudiasen el origen exacto de aqujl material que se encontraba flotando en
el mar de Omán.
268 MICHEL GALL
hombre llevaba en la mano una bolsa de plata con mil dinares, y
cada mujer una bolsa de oro con mil dirhem. Uno de los objetivos
de Sett Zobeida era conseguir de Harún al-Rashid presentes aún
más suntuosos.
Los celos. Las mil y una noches nos refiere muchos episodios
de esta clase. En la Historia de Granem, Sett Zobeida droga con
hachís a una de las favoritas del rey y, por la noche, ordena a
tres eunucos negros que la entierren viva. En la Historia de
Jalifa y el califa droga a otra rival, pero como le ha parecido
«realmente encantadora y sus cantos la han divertido» se conten-
ta con hacerla encerrar en una caja y enviarla al zoco para ser
vendida, a condición de que el comprador no sepa lo que hay
dentro...
Los narradores árabes no quisieron dar a este personaje tan
abigarrado el primer lugar en Las mil y una noches. Sin embargo,
le atribuyeron algunas de las aventuras más célebres de Chirin.
Así, el episodio del baño de Chirin, sorprendida por Cosroes
(el baño de Betsabé, el baño de Susana y los viejos, el de Rada
sorprendida por Krishna, otro mito arquetípico. Tal vez una de
las primeras obras de la literatura prehistórica se llamó El baño
de... ¡Cuántas veces no habrá sido copiada!), se refiere en Las
mil y una noches de una manera sumamente ágil y desenfadada.
Se debe a la pluma de un gran poeta, llamado Abu-Nowas, a quien
los narradores de Las mil y una noches citan por su nombre. «Abú-
Nowas (alrededor de 810)... recibió desde su infancia el apodo
de Abú-Nowas, "el hombre de los cabellos pendientes" en la época
en que el poeta mala pieza Waliba ibn al-Hubab lo descubrió en
la tienda de un perfumista y se encargó de su formación literaria
y mundana —nos dice Rene Khawam en su Antología de la poesía
árabe—. Es el "enfant terrible de la poesía árabe", un Rimbaud
que ha podido dar toda la medida de su genio...»
He aquí lo que dice este genio que, cosa curiosa, es también
uno de los grandes maestros de la homosexualidad:
«En la fuente, vi la plata candida y mis ojos se emborracharon
de leche...
»¡Oh, que no haya podido transformarme en onda para acari-
ciarla, o cambiarme en pez una hora o dos!»
Sin embargo, y a pesar de los poetas, dejemos que la desnudez
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 269
friolera de Sett Zobeida se desvanezca en su fuente. Su reputa-
ción nunca superará la de Chirin. Scherezade llevó todo el trigo
a su molino.
9. ¿QUÉ OS PARECE EL AZUL DE ULTRAMAR?
Si una treintena de cuentos de Las mil y una noches tienen a
Sett Zobeida por protagonista, la omnipresente Scherezade aparece
de hecho muy pocas veces. Sean cuales fueren las versiones, le de-
dican un número de líneas sumamente limitado: unas sesenta al
principio de la obra; otras tantas al final, y dos o tres, siempre
las mismas, entre cada noche y la siguiente.
¡Qué escuetos son los narradores árabes! Sólo nos dicen que
se llama Scherezade (nombre que puede significar también «hija
de la ciudad») y que su hermana se llama Duniazada «Hija del
Mundo»).
«Scherezade está llena de belleza, de encantos, de brillo, de
perfección y de un gusto delicioso (y estos superlativos están muy
por debajo de los de Nizami, cuando dice que "sólo los labios de
Chirin hacen despreciables el azúcar"). Ha leído todos los libros,
los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los
pueblos pasados. Posee mil libros de historia referentes a los pue-
blos de edades pasadas, a los reyes de la antigüedad y a los poe-
tas. Es muy elocuente, y da gusto escucharla.»
En Las mil y una noches, no hay más comentarios sobre ella.
¿Los borró la propia Zobeida? Yo creo en el poder enorme de los
celos.
Los propios actos de Scherezade serán referidos en muy po-
cas palabras. Sólo le dejan lo que en realidad no pueden quitarle
so pena de que todo el edificio se venga abajo.
Pero ¡cuánto ingenio en lo poco que se nos dice de su actitud!
Consigue que su padre la case con el tirano Schariar. En cuanto
270 MICHEL GALt,
se halla en presencia de su odioso marido, consigue de él que la
autorice para no separarse de su hermana menor, Duniazada, n i
siquiera en el dormitorio (la educación sexual de los niños árabes
empezó siempre muy pronto y todo estaba previsto para que Du-
niazada no sufriese ningún complejo). A petición de su hermanita,
Scherezade cuenta la primera, la segunda y las demás historias
que conoce en secreto y que le salvan la vida. En la noche mil
y una, muestra sus tres hijos (tres varones, dos de ellos geme-
los), obtiene el perdón definitivo y, por añadidura, un marido
para su hermana pequeña que, después de los tres años transcu-
rridos, es ya nubil. Este marido es el propio hermano de Scha-
riar, Schazamán, rey de Samarcanda y también tirano misógino
arrepentido.
Ultima astucia de Scherezade en la última página de Las mil
y una noches para realzar a Duniazada y hechizar a su marido. Or-
ganiza el primer desfile de modelos de alta costura de la litera-
tura. Hace que Duniazada pase cinco vestidos de colores diferen-
tes: azul de ultramar, albaricoque, granate, amarillo limón y verde
intenso. «¡Unos colores para volverse loco!»
Y esto es cuanto se nos dice de ella.
Los narradores de Las mil y una noches le dedican menos de
doscientas líneas.
Cierto que el otro personaje literario femenino de tanta pres-
tancia como ella, Balkis, es mencionada en la Biblia en sólo doce
versículos, ni uno más, ni uno menos.
10. BAGDAD.
El misterio que rodea a Scherezade hace que sus rasgos sean
evidentemente más encantadores. Borra todos los ángulos. Ni si-
quiera sabemos de qué ciudad es heroína, ni bajo qué cielo se sien-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 271
ta cada noche después del amor, frente a su marido, sobre los
talones, y habla, habla...
En cambio, lo sabemos casi todo del tercer protagonista de
Las mil y una noches, Harán al-Rashid, aunque ningún retrato de
la época y ninguna ruina de su palacio hayan llegado hasta noso-
tros. El único monumento realmente antiguo dedicado a Harán al-
Rashid es Las mil y una noches.
En Aquisgrán podemos visitar las ruinas del palacio y de
los baños de Carlomagno, su contemporáneo, y en el Louvre tene-
mos una estatua ecuestre (casi de la época) que puede muy bien
representar al emperador de la florida barba. Pero de Harán al-
Rashid, sólo nos quedan palabras. Desapareció sin dejar más ras-
tro que un djinn desvaneciéndose en el aire.
Ni siquiera se conserva su feudo, su ciudad.
«Bagdad está cruzada por una gran arteria, la Er Rashid Street,
prolongación de Saasun Street, sensiblemente paralela al Tigris, y
a lo largo de la cual se encuentran los principales hoteles, centros
oficiales, tiendas modernas y agencias de viajes. Algunas avenidas
paralelas y transversales, trazadas a cordel a través de barrios po-
bres, no contribuyen a recordar la prestigiosa ciudad de los califas
tan alabada por los narradores orientales» dice la «Guía Azul».
Actualmente es una gran avenida moderna, con los mismos
atascos que los Campos Elíseos, la que perpetúa el recuerdo del
Comendador de los Creyentes. Cruza una ciudad que se extiende a
lo largo del Tigris sobre una veintena de kilómetros y alberga al-
rededor de un millón y medio de habitantes.
En cambio, en los siglos vm y ix, época en la que se sitúan la
mitad de los cuentos de Las mil y una noches, Bagdad era la perla
del mundo, la ciudad de las tres murallas, de los dos mil palacios y
de las mil mezquitas.
¿Quiso Alá castigarla por su fausto? Fue abandonada una vez
y asolada tres veces.
En el siglo ix, la Corte y los habitantes se trasladaron a Sa-
marra, dejando la ciudad abandonada durante cincuenta y seis
años, hasta el punto de que cayó en ruinas. En 1258, los mongoles
de Hulagu incendiaron la ciudad, que había sido reconstruida en
272 MICHEL GALL
el período intermedio. Se dice que los jinetes enemigos cruzaron
el Tigris sin mojarse, pasando por un puente formado por los
innumerables pergaminos de las bibliotecas saqueadas mientras
que las cenizas del manto de Mahoma, que Harún al-Rashid había
llevado sobre sus hombros, eran arrastradas por la corriente...
En 1400 surgieron otros jinetes, los de Timur Leng (Tamerlán),
que sembraron de nuevo la ruina durante tres días. Por último, en
1638, los turcos del sultán Murat la saquearon una vez más.
Los invasores que hicieron desaparecer todo rastro físico de
Harún al-Rashid y de su reino fueron ayudados por la propensión
natural de los musulmanes que, según nos dice Gabriel Audisio,
«destruyen tanto como construyen. Cada dinastía quiere su capi-
tal y cada reinado sus monumentos. Los soberanos del Islam tie-
nen la costumbre, bastante generalizada, de derruir los palacios
edificados por sus predecesores para sustituirlos por otros más
fastuosos, si cabe. Mal negocio para los arqueólogos».
En los tiempos de Harún al-Rashid, Bagdad superaba a Da-
masco, la ciudad de los califas omeyas, llamada por sus habitan-
tes «Sham», o sea «Primor», porque era el primor de Dios sobre
la tierra.
El califa Al-Mansur, abuelo de Harún al-Rashid, había abando-
nado «Sham» en 762 para fundar Bagdad, la nueva capital de la
nueva dinastía de los abasíes. Para diferenciarse de los omeyas,
había resuelto que la ciudad volvería la espalda al Mediterráneo,
pero conservaría la antigua y fastuosa herencia de los Cosroes y
de la Persia sasánida.
Alejandro Magno había hecho trazar el plano de Alejandría, en
Egipto, con granos de trigo, sobre el terreno elegido por él mismo,
y los pájaros del cielo se dieron un buen atracón, cosa que se
consideró de buen augurio. Al-Mansur quiso que el plano de Bag-
dad no tuviese nada que envidiar al de Alejandría. Lo hizo trazar,
a lo largo del Tigris, con borra de algodón. Al hacerse de noche,
subió a una montaña próxima, hizo encender el algodón y contem-
pló, desde lejos, el dibujo de fuego, la forma y el alma de la futura
capital.
Según Le Strange (Bagdad during the Abassid Period, 1900), los
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 273
muros de la ciudad estaban construidos con ladrillos de tamaño
extraordinario. Tenían dieciocho pulgadas de lado y pesaban dos-
cientas libras. Las puertas de la ciudad y las del palacio no pro-
cedían de Ctesifonte, sino de Zandawar, una ciudad construida por
Salomón en Mesopotamia Eran de cobre y se pretendía que habían
sido cinceladas por djinns.
La ciudad redonda tenía aproximadamente un diámetro de un
kilómetro y medio. La rodeaban inmensos suburbios cruzados por
una extraordinaria red de canales. Estaba rodeada por un foso,
una muralla exterior, una muralla principal y una muralla inte-
rior. Entre la muralla exterior y la principal había una tierra de
nadie y entre la muralla principal y la interior arcadas y casas.
Agrupados alrededor de la inmensa explanada donde se levanta-
ban el palacio del califa y la mezquita principal, había toda una
serie de edificios públicos en forma de E: el tesoro, la armería, la
recaudación de impuestos, la panadería pública, la pagaduría, et-
cétera.
muralla
exterior
tierra de nadie
muralla.
principal
muralla
Interior
i , iedifíelos.
palacio JBSLLJ públicos
Figuro 10. Plano de la ciudad redondíL
Sesenta mil cristianos, esclavos y obreros de Armenia atraídos
por los puentes de oro, participaron en su construcción. Una cris-
tiana, Chirin, sirvió de modelo a Scherezade y unos cristianos cons-
18 — 3173
274 MICHEL GALL
truyeron las calles, las murallas y los palacios que son el telón de
fondo de Las mil y una noches.
Sin embargo, los poderes de los cristianos eran limitados, pues
no pudieron transportar a Bagdad, piedra a piedra, como deseaba
el califa, el palacio de Cosroes en Ctesifonte. S J limitaron a cons-
truir en medio de la ciudad, el Palacio de Oro, rematado por una
elegante cúpula verde, sostenida por columnas antiguas, traídas de
los cuatro rincones de Asia (¿Persépolis? ¿Jericó?),
11. LOS MARAVILLOSOS «MIROBÁLANOS».
Tanto en verano como en invierno, el agua abundaba en el pa-
lacio imperial. Venía por un canal subterráneo, sólidamente abo-
vedado, cuyo suelo estaba formado de ladrillos cocidos empareja-
dos. Mansur no había querido hacer menos que el arquitecto Far-
had, el enamorado de Chirin, autor del canal de leche de oveja.
En la época de Harún al-Rashid, unos siete mil quinientos quin-
tales de oro amonedado entraban todos los años en este palacio.
Sin contar los impuestos en productos naturales: las mil libras de
mirobálanos de Jorasán (frutos secos de la India, muy utiliza-
dos antaño en farmacia), las treinta mil libras de azúcar del Ju-
zistán, las confituras de Granada, la miel blanca, el agua de rosas,
los dátiles, el comino, los halcones...
Gracias a todos estos impuestos, el palacio cuya cúpula se ilu-
minaba de noche a fin de que los hombres de las caravanas pudie-
sen verlo desde lejos, llegó a tener (y estas cifras han sido tomadas
de inventarios muy serios) VEINTIDÓS MIL alfombras y TREIN-
TA Y OCHO MIL tapices de los cuales doce mil quinientos estaban
bordados con metales preciosos. Los narradores de Las mil y una
noches no se atrevieron siquiera a citar estas cifras que desafían
toda competencia.
Este palacio maravilloso era el símbolo de Bagdad, reina del c o
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 275
mercio, plataforma giratoria que atraía a los mercaderes de todo
el mundo. «Si empiezo por el Irak —escribe Ya' Kubi, geógrafo
musulmán— es únicamente porque es el centro de este bajo mun-
do, el ombligo de la tierra. Menciono en primer lugar Bagdad por-
que es el corazón del Irak, la ciudad más importante, que no tiene
equivalente en el oriente y el occidente de la tierra, en extensión,
en importancia, en prosperidad, en abundancia de agua y en salu-
bridad del clima. A Bagdad emigran gentes de todo los países pró-
ximos y lejanos y son muy numerosos los hombres llegados de
todas partes que la prefieren a su propia patria. Todos los pueblos
del mundo poseen en ella un barrio, un centro de negocios y de
comercio. Por esto se encuentra allí agrupado lo que no existe en
ninguna ciudad del mundo... Es tan fácil adquirir mercancías en
ella que podría creerse que todos los bienes de la tierra se dirigen
allí y que allí se reúnen todos los tesoros del mundo...»
Tal era la ciudad, digna de los cuentos que la describieron, en
la que reinaba Harún al-Rashid a finales del siglo vm de nuestra
Era. Le habían dado el sobrenombre de Medinet es Salam, «la Ciu-
dad de la Paz».
Pero los árabes de aquellos tiempos no olvidaban su ascenden-
cia beduina y los señores de Damasco habían desertado ya cien
años antes de su soberbia capital para construirse palacios al bor-
de del desierto. En 833, El Motasim, nieto de Harún, decidió de
pronto construir, a ciento treinta kilómetros al Norte, una nueva
capital, Samarra, y trocar las cúpulas rutilantes de Bagdad por las
cornejas y los buhos. Y tal vez estuvo acertado, porque si la fabu-
losa Bagdad fue destruida para siempre aún nos quedan de la Sa-
marra de Motasim, perdidas en el desierto mesopotámico, las ma-
ravillosas ruinas de la más grande mezquita que se construyera
jamás, la célebre mezquita del Viernes, rematada por un extraño
alminar helicoidal, y que es el mejor conservado de todos los «zig-
gurats», esas réplicas de la Torre de Babel...
276 MICHEL GALL
12. EL CLARINETISTA.
Las miniaturas en las que vemos el retrato del todopoderoso
señor de Bagdad datan en general del siglo xv. En ellas vemos un
Harún al-Rashid rechoncho, de rostro encuadrado en una barba ne-
gra y cuadrada y de facciones regulares. El conjunto es bastante
vago.
El cuento Jalifa y el califa nos da de él una descripción más pin-
toresca.
Jalifa es un pescador un poco tonto y de lenguaje muy poco
refinado que, sin embargo, se convertirá al final del cuento en el
invitado predilecto de Harún. He aquí el relato de su primer en-
cuentro con el califa, que se presenta de incógnito.
«Ahora bien, al-Rahhid tenía, como sabemos, gordezuelas e hin-
chadas las mejillas y muy pequeña la boca. Por esto Jalifa, después
de observarle con atención, creyó que era un clarinetista y le dijo:
"¡Oh, Clarinete! Eres muy feo y tu cara se parece exactamente a
mi trasero, pero tal vez eres un pescador muy bien dotado..."»
Invitado al palacio, Jalifa deja de llamar Clarinete a Harún. Sin
embargo, todavía se le escapa una alusión a la «cara hinchada» del
califa.
El rostro de Harún se parecía, pues, un poco al de Carlomagno
del cual nos dice Eginhardo que tenía la cabeza redonda y el cuello
gordo y demasiado corto. Decíase también que el emperador de
la barba florida tenía el vientre un poco prominente. Sin duda le
ocurría igual a Harún.
Los dos soberanos vivieron en la misma época. Ambos tuvieron
la misma afición a las mujeres (Carlomagno tuvo nueve esposas y
concubinas conocidas de todos) y a los deportes (Carlomagno sen-
tía pasión por la natación y Harún por el polo. Introdujo en Bag-
dad este deporte de origen indopersa y procuró democratizarlo)
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 277
Aparte de esto, había pocos puntos de semejanza entre el califa
refinado, que comía confituras de rosa y vestía enteramente de
seda, y el emperador austero, que usaba calzones de lino y chalecos
de piel de rata.
Los historiadores europeos mostraron mucha afición a hacer
comparaciones entre los dos soberanos. Un obsequio de Harún a
Carlomagno llegó a hacerse célebre. Se dice que le envió plantas de
legumbres y de frutos, una clepsidra y un juego de ajedrez cuya
torre-elefante, que se conservó durante mucho tiempo en Saint-De-
nis y se encuentra actualmente en la Biblioteca Nacional de París,
es quizás un vestigio. Con otra embajada le envió un elefante vivo
(quizá por esto podemos ver, esculpidos en los capiteles de las igle-
sias románicas de Francia, entre otras las de Sens, Vézelay, Poi-
tiers y Aulnay, más de veinte elefantes). Pero la naturaleza de estas
embajadas es actualmente objeto de muchas controversias, pues se
ha advertido que ninguno de los historiadores árabes, que son en
general muy meticulosos, las menciona. Por consiguiente, se ha lle-
gado a presumir que estas embajadas no eran oficiales. Tal vez se
trataba únicamente de mercaderes árabes que vinieron a vender
tapices a la corte de Aquisgrán. Para quedar bien se decían re-
comendados por el Harún cerca del Gran Rey y le ofrecían, como
prima, algunos presentes. Es muy posible que el embajador del
elefante no fuese más que un charlatán.
En cambio, tanto los árabes como los cristianos mencionan las
dos embajadas que envió Carlomagno a Harún con la misión de in-
terceder por la situación de las comunidades cristianas en Asia.
Harún recibió bien a una de ellas, pero hizo despellejar a la otra. De
ello puede deducirse que su aprecio por Carlomagno no justificaba
el envío de representantes.
Circunstancia extraordinaria. Estas seudoembajadas hicieron
que el nombre de Harún al-Rashid fuese más célebre en Europa
que el de cualquier otro califa. Pronto fue sinónimo de fausto y de
poder. Y cuando la traducción de Galland volvió a lanzarlo en Fran-
cia, los eruditos encontraron en él a un viejo conocido. La gloria
postuma de Harún al-Rashid fue algo sin precedentes. Carlomagno
y Las mil y una noches fueron sus heraldos, tal vez un poco hala-
gadores.
Según nos dicen los historiadores modernos, «la obra de organi-
278 MICHEL GALL
zación realizada por sus predecesores, Al Mansur y Madhi, con una
coyuntura económica favorable, contribuyeron a la gloria de este
soberano de una talla política bastante modesta. Sus sucesores, Al
Mamum y Al Motasim, deberían compartir con justicia un poco
esta gloria.»
13. LAS «GALAS» DE AARÓN EL ORTODOXO,
«Merecería sobre todo ser conocido —nos dicen también— por
haber sido el sepulturero del califato divino y de la centralización
del poder.» Cometió el inmenso error de dejar un testamento en el
que ordenaba que sus dos hijos asumieran sucesivamente el poder.
Naturalmente, los hijos se atacaron recíprocamente y pronto hubo
tres califatos: uno en Córdoba, otro en El Cairo y otro en Bagdad...
«El reinado de Harún al-Rashid marca una fecha en la Historia
—dice, sarcásticamente, un historiador—. Sus predecesores le ha-
bían preparado con la institución de los visires una vida exenta de
todas las preocupaciones del poder. Pero vamos a asistir al estalli-
do del imperio califal y, en el fondo, el acontecimiento era normal
y esperado.»
Henos aquí muy lejos de lo que escribía a principios del siglo X,
o sea un poco más de cien años después del reinado de Harún, el
célebre historiador Ma'sudi, en sus Praderas de oro: «Harún cum-
plió con escrupulosa fidelidad los deberes de la peregrinación y de
la guerra santa... Hizo que resplandeciese su largueza y el tesoro
de su justicia sobre todos sus subditos... El pueblo se inspiró en
su conducta y siguió sus pisadas obedeciendo al impulso que él le
daba. El error fue vencido, reapareció la verdad y el Islam, brillan-
do con nuevo resplandor, eclipsó a todas las otras religiones.»
No todo esto es inexacto. Harún al-Rashid, cuyo nombre hay
que traducir por Aarón el Ortodoxo, más que por Aarón el Justo
o el Justiciero, hizo mucho por su religión tanto atacando a los bi-
zantinos como reprimiendo los cismas. Pero Ma'sudi nos hace son-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 279
reír cuando enumera sus títulos de gloria:
«Harún fue el primer califa que estableció el juego del mallo, el
tiro con arco y los ejercicios del djerid, la pelota y las raquetas.
Recompensaba a los que se distinguían en los diferentes deportes
y el pueblo se aficionó a ellos siguiendo su ejemplo...
»Primero entre los califas abasíes, jugó al ajedrez recompen-
sando a los campeones e incluso otorgándoles pensiones. El esplen-
dor de su riqueza y la prosperidad de su reinado fueron tales que
se llamó a esta era Los días de bodas.»
Estos Días de bodas son deliciosos, pero no bastan las inaugura-
ciones de exposiciones de crisantemos y la entrega de medallas
para demostrar que la talla de Harún fuese muy grande, y más ha-
bida cuenta de que la mayoría de los otros califas abasíes fueron
famosos por su fausto. (Para celebrar su boda con una joven, Al
Mamum hizo verter mil perlas sobre una fuente de oro sostenida
sobre su cabeza.)
Sin duda, la verdad es que Harún supo mostrarse eficaz y casi
científicamente fastuoso. Comprendió que nada sacaría con seguir
el ejemplo del fundador de su dinastía, Abu Abbas, que conservaba
de la vida en el desierto la afición a los abrigos de pelo de cabra y
la costumbre de andar descalzo. Se dijo que menos de dos siglos
antes, Cosroes había sabido gobernar maravillosamente a los per-
sas gracias a una combinación de fuerza y fastuosidad. Y decidió
imitarle.
Sus predecesores habían hecho del califato una función sagra-
da (califa quiere decir «sucesor del Profeta»). Harún, investido de
un carácter casi sobrehumano que lo elevaba por encima de su pue-
blo supo descubrir de nuevo la dignidad de los Cosroes.
La gente se posternaba ante él a la manera sasánida.
Se observaba la etiqueta sasánida. Harún llevaba el sombrero
persa y había lanzado de nuevo la moda de los vestidos con ins-
cripciones bordadas.
La gente se disputaba los trajes honoríficos. Harún los distri-
buía como distinciones, y los que los recibían debían llevarlos en
las ceremonias. Estos vestidos se llamaban «qal'a», equivalente de
nuestra palabra «gala» (1) Eran negros como los tapices y las cor-
(1) En el original se dice que deriva etimológicamente de «gal'a», pero al me-
nos la etimología de nuestro Diccionario de la Academia es otra.
280 MICHEL GALL
tinas de la sala de audiencia y como el manto del califa. El negro
era el emblema de los abasíes, y sólo durante el reinado del segun-
do hijo de Harún fue abolido el negro y el verde se convirtió en el
color oficial del Islam.
Harún tenía un gran sentido de la puesta en escena. Su primera
acción como califa nos lo demuestra:
Estamos en el año 786. Su hermano mayor, Hadi, acaba de mo-
rir ahogado por orden de su madre, Kaizurán —que quiere decir
«Bambú»—, ahogado por sus cortesanas que mientras él dormía
pusieron varios cojines sobre su cara y se sentaron encima. Una
hermosa muerte. El joven Harún —tiene ahora veinte años— entra
triunfalmente en Bagdad para tomar posesión del trono que le ha
dejado su hermano, el cual habría debido desconfiar un poco más
de su serrallo.
Harún nunca se había mostrado muy complaciente con su her-
mano. Un día, siendo aún niño, Hadi le pidió un anillo que llevaba
en el dedo y que le había dado su padre a ruegos de «Bambú», un
anillo persa que desde los Cosroes se habían ido transmitiendo los
reyes sasánidas. Harún, irritado, se quitó el anillo del dedo y lo
arrojó al Tigris. Prefería tirarlo al río antes que darlo a su herma-
no. ¡Un niño simpático!
Hoy el rey cruza el Tigris sobre un puente de barcas. Se detiene
en medio del puente y hace que cien hombres se sumerjan en las
fangosas aguas. De pronto, uno de ellos reaparece y levanta un
brazo. Algo brilla en su mano: el anillo de los Cosroes. Y la multi-
tud grita: ¡Milagro! ¡Sí, su califa es divino!
Este milagro barato acredita, no obstante, el ingenio de Harún
al-Rashid. Conoce a fondo el arte de echar polvo a los ojos.
¿Qué otras cualidades tiene? Sabe hacer creer a su pueblo y a
sus vecinos que el lujo es un símbolo de poder (cosa no siempre
fácil, pues muchos soberanos, como Darío el Grande, no pudieron
conseguirlo) sin dejar por ello de defender celosamente la religión
lo cual, en un Islam donde proliferan los cismas, es aún más difí-
cil. Da «galas» constantemente, pero visita nueve veces La Meca en
el curso de su reinado, y de Bagdad a La Meca hay mil quinientos
kilómetros de desierto.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 281
A mucho estirar, podemos citar también entre sus cualidades el
deseo de eficacia, aunque éste se traduzca a veces en una falta
completa de escrúpulos, como lo demuestra bien la «Historia de
Ahmad la Tina, Hassán la Peste y Dalila la Taimada»:
«Harún —dicen Las mil y una noches— sabía sacar partido de
toda clase de talentos. Mandó llamar a Ahmad la Tina y a Hassán
la Peste, ambos famosos por su perfidia y su astucia. Los nombró
jefes de Policía, y, al darles posesión de su cargo, les regaló un
traje de honor a cada uno y les asignó un sueldo de mil dinares
de oro al mes y una guardia de cuarenta jinetes. Ahmad la Tina
fue encargado de la seguridad del lado de tierra de Bagdad y Has-
sán la Peste del lado del mar. Y cuando se celebraba alguna ceremo-
nia los dos marchaban al lado del califa, uno a su derecha y el otro
a su izquierda.»
¡Bonita Policía! Nada tiene que envidiar a ciertas milicias del
siglo xx. Harún la recluta entre los ladrones «arrepentidos». Entién-
dase por «arrepentidos» los delincuentes que han comprendido que
la profesión de policía es más provechosa que la de ladrón, es de-
cir, los peores de todos.
Pero Harún el Ortodoxo se rodeaba de tipos de esta clase por
una razón sumamente sencilla.
Un jornalero de Bagdad, uno de sus fieles subditos que besaban
el polvo cuando le veían, ganaba un dirham al día, es decir, exacta-
mente lo preciso para comprar dos kilos de pan con los que ali-
mentar a la familia numerosa que llevaba a cuestas.
Por esto, en Bagdad, fuera de la Ciudad Redonda, la agitación
social era muy intensa y crecían las organizaciones de jayyarum
(vagabundos) y de fityan (jóvenes contestatarios) cuyo jefe, el
«rais», tenía a veces el poder de un verdadero alcalde. Harún com-
prendió que, para poner orden en toda esta caterva, lo más conve-
niente para el Tesoro era aumentar los efectivos de la Policía en
vez de hacer que los jornaleros ganasen dos dirhem al día.
Tal es el reverso de los Días de bodas de este «siglo de Harún
al-Rashid», tan prestigioso como el de Pericles o el de Luis XIV.
Los narradores de Las mil y una noches no vacilan en descubrir
este reverso. Scherezade insiste infatigablemente en la miseria, en
la pobreza de la gente humilde y en las injusticias a que ésta se ve
sometida. Se diría que uno de sus objetivos es imbuir estas ideas
282 MICHEL GALL
en el tirano de su marido. Quiere salvar su propia cabeza, pero
también las de millones de subditos oprimidos. Scherezade es una
Rosa Luxemburgo anticipada.
14. EL PRINCIPIO DE LA CORTINA.
Los narradores de Las mil y una noches nos presentan la ima-
gen de un Harún al-Rashid muy arrimado a sus principios, peligro-
so, pero fácilmente accesible. Lo presentan como un jefe temido,
pero familiar. Sin duda se proponían hacerlo simpático a su públi-
co por todos los medios. Un personaje majestuoso, pero distante,
habría acabado a la larga por resultar aburrido. Es, pues, casi se-
guro que para complacer a su público disfrazaron la realidad.
Ésta aparece más claramente en una obra árabe del siglo ix, El
libro de la corona (Kitab at-Taj) atribuido a Jahiz, que trata del
protocolo cortesano desde los reyes sasánidas hasta los descendien-
tes de Harún al-Rashid. En este libro, Harún parece mucho menos
asequible que en Las mil y una noches.
«Si le fuese posible —escribe Jahiz— reservarse el agua y el
aire, la principal característica del rey sería no compartir con na-
die estos elementos, pues el esplendor, el prestigio y el brillo están
precisamente en estos privilegios exclusivos.»
Por esto exigía el protocolo que Harún no usara el mismo perfu-
me ni el mismo pebetero que sus cortesanos y familiares. «Ni si-
quiera sus parientes podían perfumarse al mismo tiempo que él, a
fin de que él fuese el único que usara el perfume. El protocolo
exige que nadie participe en aquello que el rey tiene posibilidad de
reservarse exclusivamente.»
Nadie debía llevar una joya o un traje parecido a los que llevaba
él y los cortesanos temían continuamente faltar a lo estatuido. A ve-
ces se les advertía: «¡Cuidado! Mañana el califa adornará su tur-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 283
bante con una cinta amarilla. Sobre todo, no os la pongáis voso-
tros.»
Contrariamente a algunos de sus predecesores (entre otros, los
califas omeyas Yazid II Ibn'Abd al Malik y Al Walid II Ibn' Yazid,
que se desnudaban delante de sus cortesanos sin preocuparse en
absoluto de sus actos, o Al Madi, «que disfrutaba con el espectáculo
de la alegría y con el contacto con los que le divertían»), Harún
había mantenido la costumbre de la cortina tan apreciada por los
soberanos persas.
Cuando el rey quería divertirse, se tendía esta cortina entre él
y sus familiares y sus músicos que no se hallaban a más de seis
codos de distancia. «Estos familiares, tanto si eran grandes, nobles,
hijos de los hermanos o de los primos del rey como si pertenecían
a la clase más baja, observaban idéntica actitud en la sala de re-
cepciones: humildes, silenciosos, inmóviles y con la cabeza baja.
«Ninguno de ellos podía ver los movimientos del califa, cuando,
alegrado por la música, daba volteretas, hacía cabriolas, bailaba y
se desnudaba. Sólo lo veían las esclavas a su servicio. Y cuando
surgía un grito de alegría, una voz o ruido de baile detrás de la
cortina, el encargado de ésta exclamaba: "¡Ya está bien, esclava!
¡Basta! ¡Detente! Ya es bastante", para hacer creer a los corte-
sanos que quien había producido el ruido era una esclava. En todo
caso, cuando le alegraba una canción él se agitaba, pero .sin exa-
gerar.»
Esta situación puede parecer extraña. Harún escuchaba sus to-
nadas predilectas como los melómanos actuales. Pero se privaba
deliberadamente del espectáculo, para poder dar a solas rienda
suelta a su alegría.
También bebía a solas. «Si alguien te dice que alguna vez le vio
beber algo que no fuese agua, puedes decirle que es un embustero.
En efecto, sólo sus esclavas favoritas asistían a sus libaciones»,
dice Jahiz. Y añade: «Al-Rashid bebía dos veces por semana, pero
sin día fijo. Sin embargo, nadie le vio nunca beber en púbüco, ni
siquiera en los días en que recibía a sus familiares.»
Cierto que tenía que hacer olvidar la fama de sus predecesores,
como Al Walid II que «pasó toda su vida entre borracho y cálamo-
284 MICHEL GAIX
cano y a quien siempre se vio en uno de estos estados», o Yazid I,
«que estaba cada noche borracho y cada mañana achispado», o Al
Walid I, que «bebía un día de cada dos», o Hicham, «que se embo-
rrachaba todos los viernes», o Abd al-Malik ibn Marwan, «que se
embriagaba una vez al mes pero hasta el punto de no saber si es-
taba en el aire o en el agua». «De este modo —decía este último
monarca— procuro también iluminar mi inteligencia, fortificar mi
memoria y purificar la sede de mi pensamiento.»
15. UN MES ENTERO EN LA CAMA CON «FUERZA DE LOS CORAZONES».
Las mil y una noches, aunque le ensalzan, desmitifican comple-
tamente a Harún al-Rashid. Detrás de un alud de lisonjas y de
cumplidos extraordinarios una serie de incisos lo convierten en
un personaje inquieto, a medio camino entre la mezquindad y la
exageración.
Redactemos, fundándonos en Las mil y una noches, el acta de
acusación contra Harún.
En primer lugar, es un soberano irrisorio porque tiene estados
de ánimo indignos de un rey. Así. por ejemplo, se enamora de
Fuerza de los corazones, una esclava «experta, morena y de piel
fresca», por la que pagó la cifra exorbitante de diez mil dinares
(¡con los que podían comprarse doscientos mil kilos de pan!).
Sus favoritas se mueren de celos, pero esto no es problema. El pro-
blema, para el pueblo, los ministros y el gran visir, es que, cegado
por su pasión, permanece un mes entero encerrado con ella olvi-
dando completamente los asuntos de gobierno. Si no hay un motín
o una intriga palaciega se debe a que el gran visir, Yahia el Barmé-
cida, sabe sostener las riendas del poder. Pero a nuestros ojos, Ha-
rún no saldrá engrandecido como jefe de gobierno después de es-
tas largas vacaciones en la cama, que todavía habría prolongado
más, si su amigo Yafar no hubiese ido a interrumpirles pioponién-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 285
dolé ir de pesca (esto no es una imagen, sino exactamente lo que
le propuso):
— ¡En este momento —le dijo— vale más esto para ti que ocu-
parte de los asuntos del gobierno, pues en la situación en que te
encuentras este trabajo te causaría demasiadas preocupaciones!
Este detalle acredita de manera muy chocante el egoísmo de
Harún y su falta de interés por su pueblo. Supone cierta dosis de lo-
cura que confirma la continuación del cuento cuando Harún, de
regreso de la pesca, se decide al fin a ocupar su sitio en el «diván».
Allí recibe la visita de un pescador y se felicita por ello. Pero,
de pronto, se le ocurre una idea. Hace que Yafar escriba en unos
trozos de papel una serie de recompensas: un diñar, diez dinares,
mil dinares, el cargo de gran chambelán, e incluso su propio cargo
de califa y, de otra parte, una serie de castigos: un garrotazo,
diez, mil, el empalamiento y la muerte en la horca. Dobla todos es-
tos trozos de papel y los mezcla en una taza. Después le dice al pes-
cador que saque uno. Yafar, sorprendido, le pregunta por qué, sin
motivo alguno, se entrega a un juego que puede tener gravísimas
consecuencias.
— ¡Bah! —contesta Harún—. ¡Hoy tengo que hacer justicia! Si
Alá, por mi mediación, le envía suplicios o sufrimientos, los apli-
caré íntegramente a nuestro pescador. ¡Si, por el contrario, decide
su prosperidad y su fortuna, las tendrá igualmente aunque se trate
de mi trono!
El juego de Harún es una especie de ruleta rusa. Otros menos
locos que él jugaron a esto. Pero lo que parece más inquietante es
el papel de intermediario entre Dios y el pobre pescador que Harún
decide atribuirse. Es una manera un poco fácil de demostrar que
su poder es divino. Ciertamente, el sentido de su acción es ortodo-
xo, pero su manera de actuar es tan grosera y se parece tanto a un
abuso de poder que Yafar se queda pasmado.
Las bromas de Harún son siempre llevadas al extremo. Incluso
la deliciosa Historia del durmiente despierto es, en sus detalles,
bastante dolorosa:
Un mercader exclama un día, en presencia de Harún, que va
disfrazado:
286 MICHEL GALL
—jAy, si yo pudiese estar veinticuatro horas en el sitio del ca-
lifa!
Harún vierte un soporífero en su vaso y hace que lo lleven a pa-
lacio. El mercader se despierta en el lecho señorial rodeado de
chambelanes y de favoritas todos los cuales fingen tomarle por el
califa. Éste, oculto detrás de una cortina, presencia la sorpresa y
el delirante comportamiento del mercader y se desternilla de risa.
Hasta aquí, la farsa que mezcla y dosifica maravillosamente el sue-
ño y la realidad es genial. Pero pronto deja de ser tal farsa, pues,
terminada la fiesta, vuelven a dormir al mercader y lo llevan a su
casa. El día siguiente, al despertarse, pierde el juicio (no es para
menos) y es encerrado en el manicomio donde le obsequian con
cincuenta latigazos todas las mañanas, tratamiento clásico.
Los amores, las bromas, las risas, las penas y la diversiones de
Harún, tal como nos los cuentan Las mil y una noches, son siempre
exagerados. Se parecen un poco a los de un niño mimado. Un mons-
truoso niño mimado, con muy malas intenciones. Estamos muy le-
jos del atractivo noble y totalmente adulto de Cosroes. Y el hecho
de que la historia del Durmiente despierto oculte probablemente
todo un contexto de ritos de iniciación, de sociedades secretas, de
francmasonería, etc., no cambia el aspecto de la cuestión.
16. U N SOLO MANTO PARA DOS.
Harún tuvo por madre a una mujer capaz de todo: «Bambú la
Autoritaria», «Kaizurán la Ambiciosa», esclava yemení que supo
tener dos hijos naturales del califa, hacerse manumitir y casarse
con él.
Siempre tuvo predilección por su hijo menor. ¿Era una simple
preferencia femenina o fruto del cálculo, puesto que Harún se mos-
traba más dócil que su hermano Hadi? Acabó demostrando esta
predilección de un modo horrible al hacer asesinar a Hadi.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 287
Después de esto no es de extrañar que Harún padeciera com-
plejos, incluso en un país y en una época en que el gusto de la san-
gre era menos amargo que en la actualidad. Los psicoanalistas se
fundarán en estos complejos para explicar su afición al «vicio orien-
tal». Una afición que nos concreta ia Enciclopedia Islámica y que
nos confirman Las mil y una noches.
En cuanto le faltó su madre que aguantaba todos sus caprichos,
Harún le buscó una sustituía. Cierto que le gustaban las mujeres,
como Sett Zobeida, las bellas esclavas, Fuerza de los corazones y
todas las demás, pero sin duda consideraba que le comprendían
mal. Débil, inquieto, tal vez desesperado en el fondo, buscaba algo
o alguien.
Cosroes había buscado esto antes que él. Y había encontrado
algo: el vino. Harún encontró alguien: Yafar, el Barmécida.
Era éste el hijo menor del gran visir Yahia, a quien Harún con-
sideraba un poco como su padre dejándole el trabajo de gobernar.
Desde hacía mucho tiempo, los Barmécidas gozaban de la confianza
de los califas. Jalid, el padre de Yahia, había sido ministro du-
rante el reinado de Abbas fundador de la dinastía.
Las mil y una noches dedican numerosas páginas a estos Bar-
mécidas, ignorados en Francia, pero todavía conocidos en Ingla-
terra, donde se emplea corrientemente la expresión «un festín de
Barmécidas», que quiere decir «un festín engañoso», alusión a una
anécdota de Las mil y una noches en la que un Barmécida engaña
a un mendigo ofreciéndole un banquete imaginario.
Inmensamente ricos, los Barmécidas eran los Fouquet de los
califas. Daban suntuosas fiestas en ¡os palacios que habían tenido
la discreción de construir lo más lejos posible del del califa.
Nada falta a su fama, ni sabiduría, ni riqueza, ni siquiera un
poco de misterio. Según la leyenda, sus antepasados fueron sacer-
dotes del fuego de Zoroastro. En realidad, fueron pontífices del
templo budista de Balj, en Afganistán.
Yafar es la culminación de esta noble estirpe. Es guapo, apues-
to, generoso, poeta y músico. Es la perla de la corte. Es el arbitro
288 MICHEL GALL
de la elegancia. Él lanza las modas y crea los caprichos. La gente
imita sus cuellos. Sus cinturones hacen furor. Todos llevan, como
él, un gorro cubierto con un turbante bordado. La juventud dora-
da copia su peinado: «Los cabellos caen sobre su frente, se con-
funden con sus cejas, pasan por detrás de las orejas y vuelven ha-
cia las sienes en unos caracoles irresistibles.»
Este joven león es el amigo inseparable de Harún. Es cierta-
mente más guapo y más joven que él, puesto que su hermano ma-
yor, Al-Fahd, fue hermano de leche de Harún. Todo parece indicar
que era más que un amigo para el califa. Éste debió enamorarse
perdidamente de él.
Las mil y una noches nos refieren este detalle increíble:;
«Yafar estaba tan cerca del corazón del emir de los Creyentes,
que el califa había hecho confeccionar un manto con dos cuellos,
uno al lado del otro, y se envolvía en él junto con Yafar, como si
no hubiesen sido más que un hombre solo.»
Y Harún-Yafar, dos cabezas salidas de un mismo manto (no sa-
bemos el color, pero sin duda no era negro; ¿rosa, quizá?), pasa-
ban así las veladas juntos, bebiendo desaforadamente, escuchando
versos o música incansablemente y realizando juegos de ingenio
con una corte compuesta en parte de poetas de costumbres dudo-
sas (el más famoso de ellos, Abu-Nowas, escribió poesías sobre la
homosexualidad que rivalizan en belleza con las de Safo). Así pasa-
ban el tiempo, paseando su manto por los jardines floridos o sobre
las aguas del Tigris en barcas también floridas. Al hacerse de no-
che, iban a visitar a los cristianos nestorianos de la orilla del río
(cuando es la mitad de Yafar, Harún olvida su ortodoxia) cuyo
vino era delicioso.
Durante este tiempo, Sett Zobeida, la esposa, languidecía. No
será nunca una Chirin porque Harún no es un Cosroes.
Pero de pronto Harún, que ha pasado de los cuarenta —y tal
vez a la vista del primer cabello blanco—, toma una decisión atroz.
Se ensaña con la familia de los Barmécidas, que, según Schere-
zade, «fue para el siglo de Harún lo que es un adorno sobre la fren-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 289
te o una corona sobre la cabeza. Todos fueron astros brillantes, vas-
tos océanos de generosidad, torrentes impetuosos de gracias, llu-
vias bienhechoras. Y fue, sobre todo, gracias a su prestigio, que el
nombre y la gloria de Harún al-Rashid resonaron desde las mese-
tas del Asia central hasta lo profundo de los bosques nórdicos y
desde el Magreb y Andalucía hasta las últimas fronteras de China
y de Tartaria.»
Hace encerrar a Yahia y a Al-Fahd en las mazmorras; destierra
a unos mil parientes suyos que ocupaban cargos oficiales y hace
decapitar a su protegido Yafar.
Más aún, ordena que su cuerpo decapitado sea crucificado en
un extremo del puente de Bagdad y que su cabeza sea expuesta
en el otro. Un suplicio que superaba en degradación y en ignominia
a los infligidos a los más viles malhechores. Ordena también que
al cabo de seis meses los restos de Yafar sean quemados con es-
tiércol y arrojados a las letrinas.
Y el poeta Abu-Nowas, como otros muchos, no hace más que
lamentarse aludiendo a la generosidad de los Barmécidas, refugio
de los afligidos y auxilio de los desgraciados.
«Desde que el mundo os ha perdido, hijos de Barmak, los ca-
minos, en el crepúsculo de la mañana y en el crepúsculo vesperti-
no, no rebosan ya de viajeros.».
¿Por qué esta súbita crueldad?
Scherezade nos refiere una historia muy extrañaf
«La intimidad de Yafar y del califa —dice— era tan grande que
el segundo no podía separarse de su favorito y quería tenerlo siem-
pre a su lado. Pero al-Rashid amaba igualmente, con extraordinaria
y profunda ternura, a su propia hermana Abbassah, la cual era, en-
tre todas las mujeres de su familia y de su harén, la más grata a
su corazón. Y sólo podía vivir junto a ella, como si fuese una Ya-
far hembra. Estas dos amistades constituían su dicha, pero las
necesitaba unidas, en goce simultáneo, pues la ausencia de una
destruía el encanto de la otra. Y si Yafar o Abbassah no estaban
con él, su gozo era incompleto, y sufría...»
Pero Yafar no tenía derecho a ver el rostro de Abbassah y no
resultaba fácil reunirlos a menudo aunque la joven se cubriese con
19 — 3173
290 MICHEL GALL
velos. Por consiguiente, Harún concibió la sencilla idea de casarlos.
Así podrían pasar juntos todo el tiempo que quisieran y en todas
las circunstancias y situaciones posibles sin vulnerar el Corán, ya
que los dos hombres, el uno como hermano y el otro como mari-
do, tendrían derecho a ver a Abbassah. Pero Harún exigió a Ya-
far que su matrimonio no se consumase.
Abbassah no pudo soportar este simulacro de matrimonio. Se
empeñó en consumarlo, se hizo pasar por una esclava y se deslizó
en el lecho de Yafar aprovechando un día en que éste estaba bo-
rracho... «La aventura se supo —nos dice Scherezade— y Harún se
enfureció tanto que decidió súbitamente la ruina de los Barmé-
cidas.»
Muchos historiadores se burlaron de este motivo. Lo cierto es,
nos dicen, que Harún se había cansado sencillamente del poderío
de los Barmécidas, de su lujo y de sus «magníficos modales». Ac-
tuó con ellos de la misma manera que Luis XIV con Fouquet. Y al
hacerse de nuevo con el poder, cortó de raíz, al mismo tiempo, las
herejías que protegían los Barmécidas en recuerdo de sus orígenes.
Pero, ¿por qué decidió Harún hacer ejecutar de una manera tan
afrentosa precisamente a Yafar y no a Yahia y a Al-Fahd? Por lo
que sabemos, el papel político de Yafar no era muy importante y
el personaje era bastante inconsistente. La fortuna de los Barmé-
cidas dependía sobre todo de Yahia y Al-Fahd podía mostrarse muy
peligroso... Lógicamente, Harún habría debido asesinarles a ellos
y salvar a su favorito.
Pero la lógica juega muy poco en lo que se llama corrientemen-
te «cuestiones de costumbres».
17. LA TUMBA DE FIRDUSL
Scherezade no nos dice una palabra de la vejez de Harún por-
que es demasiado triste. Agriado, prematuramente gastado, Harún,
cada vez más intransigente, persiguió despiadadamente todas las
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 291
formas de herejía llevando su celo a una verdadera inquisición
contra sus subditos judíos y cristianos (él, que antaño gustaba tan-
to de ir a beber con los nestorianos).
Vivió solo, como un lobo friolero, en su residencia de verano
de Raqqa, en Siria, el hermoso palacio de Qasr-es Salam del que
hoy no quedan más que unas ruinas amorfas. Sólo salió de allí
para hacer la guerra a Nicéforo, «el perro de los rumies», y poner
sitio a Heraclea con un ejército de ciento treinta y cinco mil hom-
bles.
Murió a los cuarenta y siete años, el 24 de marzo de 809, en Tus,
camino de Jorasán, a donde iba a sofocar una rebelión, y tal vez
envenenado por sus hijos cuyo odioso comportamiento fue su últi-
mo tormento.
Actualmente, sólo quedan de Tus las ruinas de una ciudadela
y vestigios de murallas. Vemos allí un mausoleo que, según la tra-
dición local, es la tumba del califa, pero es más probable que este
monumento fuese levantado en honor del filósofo Al Ghazali, muer-
to el año 1111.
Y si los turistas actuales toman a veces un taxi en Meched para
ir a Tus no lo hacen para visitar la última morada del héroe de Las
mil y una noches, sino para ver la tumba del autor del Shanamah
o Libro de los reyes, el poeta persa Firdusi, del siglo x, que se ele-
va en medio de un jardín con un estanque. Así, la tumba de un
poeta que murió en la más espantosa miseria ha perdurado a lo
largo de los siglos mejor que la del rey más celebrado de la litera-
tura mundial.
XI
REHABILITACIÓN DE
«LAS MIL Y U N A NOCHES»
«LAS MIL Y UNA NOCHES» EN LA ACTUALIDAD*
Las mil y una noches han sido actualmente traducidas, en todo
o en parte, a la mayoría de los idiomas. Algunos de sus cuentos,
como Alí-Babá, Simbad, etc., han entrado en la literatura infantil.
Con frecuencia en una forma muy atenuada. Así el célebre cuento
de los Tres deseos, fábula moralizadora que enseña a los niños la
moderación y la humildad, es en su origen un apólogo obsceno.
Una mujer tiene la oportunidad de formular tres deseos que se
verán cumplidos. Desea, ante todo, que su marido tenga un sexo
gigantesco. Como no le sirve de nada, desea después que no lo ten-
ga en absoluto. Por último, desea que recobre su estado primitivo.
El cine se apoderó de los héroes orientales. En Egipto, Samia
Gamal se convierte en Scherezade; en América, le toca hacerlo a
Mima Loy; en Francia, Fernandel hace el papel de Alí-Babá, etc.
Entre las dos guerras, una supuesta Bagdad del siglo v m invade
Hollywood con sus decorados de fantasía...
Bajo este fárrago de mal gusto, la sal de los mitos originales de-
sapareció prácticamente (salvo, tal vez, en el célebre Ladrón de
Bagdad de Alexander Korda, donde la calidad de los trucos se acer-
ca a veces al tema original). En términos generales, la civilización
occidental ha interpretado de un modo lamentable la aportación
de Oriente. Y es casi un milagro que Las mil y una noches hayan
llegado hasta nosotros. Otras obras, tal vez igualmente importantes
"!
296 AUCHEL GALL
en su campo, han pasado hasta hoy inadvertidas. Tal es el caso de
las grandes narraciones persas de la Edad Media, como Chlrin y
Cosroes, de Nizami, Yusuf y Züleija, de Djami y Wis y Ranún, de
Gorgani, que son indudablemente las más bellas novelas de amor
que se han escrito. Incluso Denis de Rougemont las ignora en su
importante libro El amor y Occidente, que descifra la historia de
Tristán e Isolda, aunque Tristán e Isolda no es más que una imita-
ción. También los grandes sufíes son todavía ignorados o ver-
gonzosamente interpretados. Pensad que Hazif u Ornar Khayyam
son solamente considerados en Occidente como autores obscenos.
El éxito de Las mil y una noches en Occidente se debe a un solo
hombre. Un francés que por casualidad se divirtió traduciendo un
manuscrito caído milagrosamente en sus manos. De esto hace dos-
cientos sesenta y ocho años...
El año 1704 se inicia, sin embargo, para la intelectualidad fran-
cesa bajo un signo triste. Los lectores están hartos de los autores
teatrales que les presentan a los griegos aderezados con toda clase
de salsas. Ya tienen bastante de Racine cuyos protagonistas care-
cen de fantasía. Sus derivados son los cuentos de hadas —los de
Perrault— y los notables Diarios de viajes de la época, entre otros
los del mercader de tejidos Chardin, del mercader de perlas Taver-
nier y del embajador inglés Rhoe, que hablan de la India y de Per-
sia. Pero de pronto estalla una bomba literaria. La editorial de la
viuda de Claude Balbin, de París, publica el volumen I de Las mil
y una noches, traducido por Antoine Galland. Inmediatamente se
convierte en un best-seller, en el N.° 1 del box-office. Dos años más
tarde han aparecido siete tomos. «El éxito de Galland revela el flo-
recimiento de las ideas inconfesadas del Inconsciente Colectivo de
toda sociedad que se aburre...»
El público no se cansa. Los editores se ven negros para abaste-
cer el mercado. Petit de la Croix traduce del persa a toda prisa Los
mil y un días. Sus cinco volúmenes son arrancados de las manos
de los vendedores en cuanto aparecen. Los editores recurren al pla-
gio, a las falsas traducciones. La viuda Balbin no sabe qué hacer.
Encuentra que Galland es demasiado lento. Publica, en el tomo
VIII, una mezcla de traducciones de Galland y de Petit de la Croix.
—
JBL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 297
Galland, ofendido, cambia de editor. Pero su éxito no cambia. «En
su carroza, a la luz de una vela, volviendo de Versalles —observa—,
el abate Brignon, miembro de la "Academia de las Inscripciones",
leyó el manuscrito del tomo IX.»
Nadie se libra de esta moda. Ni siquiera en el extranjero. The
Arabian Nights Entertainments aparecen en Londres en 1710. Y las
ediciones se suceden. Se trata de una retraducción pura y simple
de Galland. Otras aparecerán, en el propio siglo xvni, en Alemania,
en Italia, en Holanda, en Dinamarca, en Flandes y en Rusia.
La obra de Galland es, después de la Biblia, el primer best-seller
europeo. Y esto, a pesar de las imitaciones, de las «continuaciones»
y de las ediciones piratas. Sus herederos no se aprovecharán de
sus derechos porque no los tiene. Lo ha legado todo al rey.
Este gran escritor, cuya traducción «es el libro del mundo que
más ha conmovido la imaginación humana», era picardo, el menor
de una modesta familia con siete hijos. Por falta de dinero, tuvo
que trabajar como aprendiz en la casa de un artesano antes de es-
tudiar lenguas orientales en el «Colegio Real». En 1670 se le pre-
sentó una gran oportunidad: el embajador de Francia en Constan-
tinopla se le llevó como secretario. Y allí, en el Oriente Medio, per-
feccionó su cultura y encontró los preciosos manuscritos que trajo
después a París.
Este traductor genial es actualmente muy vilipendiado. La opi-
nión moderna puede resumirse en estas palabras del doctor Mar-
drus: «Ejemplo curioso de lo que puede sufrir un texto al pasar
por el cerebro de un literato del siglo de Luis XIV, la adaptación
de Galland hecha para la Corte fue sistemáticamente expurgada de
toda audacia y privada de su primitiva sal... Los sultanes, los visi-
res y las mujeres de Arabia o de la India se expresan en ella como
en Versalles o en Marly. En una palabra, esta anticuada adaptación
no tiene absolutamente nada que ver con el texto de los cuentos
árabes.»
Yo no comparto esta opinión. El lenguaje «anticuado» de Gal-
land refleja muchas veces el equívoco sexual, mágico y simbólico
de Las mil y una noches. Sin embargo, durante los siglos xix y xx
se han realizado otras muchas traducciones. Se han publicado unas
quince en Europa cada una de las cuales alardea de ser la única
exacta y sacada de los «manuscritos originales». Las más conocidas
29a MICHEL CALI,
son las de Hammer (1823) y de Habicht (1925) en Alemania, las de
Lañe (1839) y de Payne (1882) en Inglaterra y las tres traducciones,
muy controvertidas, de Burton (1885), de Mardrus (1889) y de Kha-
wan (1965-67).
«Palabra por palabra —dice el gran escritor argentino Jorge
Luis Borges, experto en la materia—, la versión de Galland es la
peor escrita de todas, la más embustera y más débil, pero fue la
mejor leída. Quienes intimaron con ella, conocieron la felicidad y
el asombro.»
Ninguna traducción coincide con las otras ni en la forma ni en
el fondo. Los índices son diferentes. Un cuento que se encuentra
en una de ellas no figura necesariamente en otra. Algunas fueron
implacablemente suavizadas y sometidas a cortes abusivos. Otras
fueron parafraseadas y contienen pasajes enteros inventados por su
autor, que tenía siempre el recurso de referirse a un texto desapa-
recido para siempre después de utilizado.
—Mardrus tradujo un misterioso manuscrito que él mismo ha-
bía escrito —dijo Burton en son de chanza.
Actualmente no conocemos ningún manuscrito auténtico de Las
mil y una noches. El fondo que pueden consultar los especialistas
se compone de: a) algunos manuscritos fragmentarios del siglo xv
desparramados en las bibliotecas; b) primeras ediciones impresas
en árabe conocidas generalmente por el nombre de la ciudad don-
de fueron editadas (Calcuta I, 1814; Bulak, 1835; Calcuta II, 1839, y
Breslau, 1825); c) la versión por el propio Galland de ciertas histo-
rias que le fueron contadas verbalmente por un monje de Alepo,
Hanna, y cuyo rastro no ha vuelto a encontrarse en parte alguna,
y d) ciertos manuscritos redactados en árabe en el siglo xvni, pero
en Europa bajo la influencia de Galland. Entre éstos, los hay que
tienen gran importancia, como Aladino o la lámpara maravillosa y
El durmiente despierto, en París, y Alí-Babá, en Oxford.
Para nuestro trabajo hemos utilizado las traducciones de Gal-
land, de Mardrus y de Burton, así como las de Petit de la Croix
(que llevan un nombre diferente: Los mil y un días), y hemos acep-
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 299
tado indistintamente todas las sugerencias de los traductores aun-
que fuesen contradictorias. Debemos confesar que no hemos uti-
lizado otro medio de control que el sentido común en cuanto a la
autenticidad de los textos que hemos utilizado. No era éste nues-
tro problema. Nosotros pensamos que ninguna información refe-
rente a un mito puede despreciarse a priori. Consideramos que
Las mil y una noches era como un inmenso bosque en el que ha-
bía que penetrar por la fuerza y no como un bello jardín guardado
por las rejas de un análisis literario riguroso. Quisimos abrirnos
camino en el gran bosque sombrío y para ello todos los medios
nos parecieron buenos.
La traducción de Mardrus conmovió a muchos adolescentes. «Es
libre —escribe Elisseeff— en todos los sentidos de la palabra.» Sin
duda el doctor Mardrus, marido de una célebre poetisa que escan-
dalizó a veces a sus contemporáneos, «añadió cosas» por su cuenta.
Escribió un texto más árabe que el original, transformó algunas
alusiones eróticas en pura pornografía y afirmó su propia persona-
lidad poética hasta el punto de hacer palidecer el original. Por otra
parte, cortó según su conveniencia los textos tomados de diferen-
tes fuentes y los mezcló. Sin embargo, su traducción es de muy
agradable lectura y bastante precisa en todos aquellos pasajes que
no son estrictamente poéticos. Además, tiene la ventaja de com-
prender un número mayor de cuentos que la de Galland.
La traducción inglesa de Burton es más completa y exacta. Bur-
ton era un personaje extraordinario. Ex oficial del Ejército de la
India, vivió en América del Norte y en África central y fue el pri-
mer europeo que, disfrazado de mercader, hizo la peregrinación a
La Meca. Su lenguaje, mezcla de slang y de arcaísmos, es muy in-
teresante. En su traducción, como Mardrus en la suya, carga el
acento sobre el aspecto erótico de algunos cuentos, pero con una
alegría de vivir menos evidente que la del doctor francés. El inte-
rés que presta a la homosexualidad es un poco perverso. «La edi-
ción de Burton —escribe Nikita Elisseeff, uno de los más recientes
comentaristas de Las mil y una noches—, es interesante por nume-
rosas notas con las que el autor, aficionado a la antropología y al
estudio de las costumbres, hace una colección de cosas degradan-
300 M1CHEL GALL
tes y una especie de antología del vicio.» Fijémonos más bien en
los comentarios de Jorge Luis Borges: «En Trieste, en 1872, en un
palacio con estatuas húmedas y obras de salubridad deficientes,
un caballero con la cara historiada por una cicatriz africana —el
capitán Richard Francis Burton, cónsul inglés— emprendió una fa-
mosa traducción del Quitab alif laila wa laña, libro que también los
rumies llaman de las 1001 noches. Las mil y una noches... Soñaba
en diecisiete idiomas y cuenta que dominó treinta y cinco: semitas,
dravidios, indoeuropeos, etiópicos, etc.. A los cincuenta años, el
hombre ha acumulado ternuras, ironías, obscenidades y copiosas
anécdotas. Burton las descargó en sus notas.»
Muy recientemente ha aparecido una nueva traducción france-
sa. Su autor, Rene Khawan, gran especialista en literatura árabe,
pretende darnos una versión «auténtica» de Las mil y una noches
y brindarnos la «integridad literaria» de la obra que, lejos de ser
un revoltijo, responde a leyes literarias y narrativas sumamente
estrictas. Khawan divide Las mil y una noches en cuatro ciclos muy
breves: «Damas Insignes y Servidores Galantes», «Los Corazones
Inhumanos», «la Epopeya de los Ladrones» y «Relatos Sapiencia-
les». Estos títulos son de Khawan cuya traducción se jacta de ser
literal. Pero, ¿qué interés tiene una traducción literal? Si es más
fiel al nivel de la sintaxis, lo es con frecuencia menos al nivel del
vocabulario. Nos parece ilusorio querer traducir a toda costa pala-
bra por palabra. Por esto no hemos utilizado casi nunca a Khawan,
salvo en lo concerniente a sus comentarios sobre las sociedades
secretas de la Edad Media árabe que abren ciertos horizontes in-
teresantes.
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 301
2. EL MARCO DE «LAS MIL Y UNA NOCHES».
Las mil y una noches fueron redactadas entre los siglos ix y xv,
pero el relato que les sirve de marco, la famosa historia de Schere-
zade y cierto número de cuentos, tienen un origen mucho más anti-
guo. Remontándonos en el tiempo, podemos consignar las fuentes
siguientes:
En el Kitab al Fihrist, catálogo razonado de la literatura árabe
escrito por Mohammad ben Ishaq an-Nadim, leemos: «Los prime-
ros que compusieron cuentos, que los plasmaron en libros alinea-
dos en las bibliotecas, fueron los persas. Los reyes achgánidas
multiplicaron estos relatos, que alcanzaron gran predicamento en
tiempos de los sasánidas... El primer libro de esta clase es el Hezar
Efsane, es decir, Los mil cuentos. He aquí el origen de esta colec-
ción: uno de sus reyes, cuando se casaba con una mujer, sólo pa-
saba una noche con ella y la mataba al día siguiente. Un día se casó
con una esclava de sangre real, inteligente y culta, que se llamaba
Scherezade. Cuando ella estuvo con él, empezó a improvisar cuen-
tos y suspendió el relato al terminar la noche, cosa que indujo al
rey a dejarla vivir y a pedirle que continuase el relato la noche
siguiente. Así pasaron mil noches, durante las cuales compartió
Scherezade su lecho hasta que llegó un día en que tuvo un hijo de
él y se lo enseñó. Entonces le confesó su estratagema. El rey com-
prendió su inteligencia, le tomó afecto y le conservó la vida.»
Reconocemos aquí con toda exactitud el marco que sirve de pre-
texto a Las mil y una noches. Desgraciadamente, el Hezar Efsane
se perdió y no sabemos qué cuentos contenía. Sin embargo, todo
induce a creer que éstos se encuentran, al menos en parte, en Las
mil y una noches actuales. En cuanto al relato que les sirve de
302 MICHEL GALL
marco, podemos presumir que fue traducido del sánscrito al per-
sa durante el reinado de Cosroes I, llamado Anuchirván.
El principio del relato a base de episodios inconexos parece
ser, efectivamente, una especialidad india, y lo encontramos a me-
nudo en textos muy antiguos. En Los veinticinco cuentos del vam-
piro, un personaje amenazado de muerte ve conjurado el peligro y
acaba por salvarse contando cuentos a su acompañante. El libro
de los maestros sabios, que fue traducido del hindi al árabe en el
siglo x, refiere la historia de un príncipe a quien siete maestros
enseñaron la sabiduría. Uno de estos sabios le dice al joven que,
según las indicaciones de los astros, morirá si pronuncia una sola
palabra en el curso de los siete días siguientes. Su madrastra lo
persigue en vano con sus atenciones. Irritada, aprovecha la circuns-
tancia para acusarse delante de su esposo el cual decide condenarlo
a muerte. Uno tras otro, los siete sabios se turnan en la narración
de una historia, retrasando de este modo día a día la ejecución. El
octavo día, el príncipe podrá hablar y disculparse.
No hay que tomar a la ligera el principio de estas historias suce-
sivas que salvan de la muerte. Representa, para los narradores, un
homenaje preliminar al poder del verbo. Y es muy natural que los
utilizasen los de Las mil y una noches para quienes este poder era
primordial. A partir de Shakespeare (Words, words!), cierta filo-
sofía occidental explica a los hombres que las palabras no son
nada; sólo un ruido, una música inútil. El primer deseo de los na-
rradores de Las mil y una noches es decir todo lo contrario a su
público (y de esta manera hacen también su autopropaganda). Las
palabras son todopoderosas; pueden salvar de la muerte. Enlaza-
das unas con otras se convierten en cuentos maravillosos; utiliza-
das solas pueden ser talismanes, fórmulas mágicas («¡Sésamo,
ábrete!»).
En Las mil y una noches nadie dice nunca: «¡Bah, esto no son
más que historias!», sino que todos los protagonistas —y tal vez
por esto se encuentran fácilmente niños entre ellos— muestran un
inmenso y arrobado respeto por los cuentos. Sin vacilar, interrum-
pen todos los actos de su vida para escuchar historias.
RWHMHtU nnnumiiiimuiiuii
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 303
Uno de los cuentos más complejos y más hermosos de Las mil
y una noches, Las aventuras de Hassán de Basora, nos muestra
la importancia extraordinaria que puede dar un rey a un cuento.
Aquí, el rey se aviene a separarse de su visir predilecto durante un
año y le envía a recorrer el mundo en busca de un cuento nuevo
capaz de encantar sus reales oídos. Si el visir fracasa lo pagará con
la cabeza. El placer de escuchar un buen cuento prevalece sobre
las funciones de gobierno.
Hay que advertir que la historia de este rey fue tomada del
primer capítulo de Calila y Dimna que es, según veremos más ade-
lante, otra fuente de Las mil y una noches. Aquí es el emperador
sasánida Cosroes Anuchirván (1) quien encarga a su médico, un
tal Borzuyeh, que vaya a la India a buscar un libro del que ha oído
hablar. Son tantas sus ganas de leerlo que no puede conciliar el
sueño. El pobre Borzuyeh parte para la India, pero se ve obligado a
robar el libro, pues el sultán de las Indias lo guarda celosamente
en su biblioteca real. Los bonitos apólogos de animales son consi-
derados como secretos militares. Al regresar Borzuyeh a Ctesifon-
te, Cosroes está tan satisfecho que hace abrir para él sus tesoros
de oro y de plata y le ruega que coja lo que quiera. El rey más gran-
de del Oriente Medio está dispuesto a dar su reino por un cuento.
Pero Borzuyeh rehusa: le basta con que Cosroes ordene a su his-
toriador que escriba su propia historia de un médico modesto pero
genial. Rechaza la plata prefiriendo que le paguen sus palabras con
palabras.
Después de esto no hay que asombrarse si, arrastrados por los
cuentos, los héroes pierden de pronto el apetito y se mueren de
amor por una persona del bello sexo que les acaban de describir.
Bastan unas pocas palabras para desencadenar una pasión irresis-
tible. Dos o tres adjetivos escuchados son suficientes para transfor-
mar una vida. Una frase como «su talle es tan esbelto como la le-
tra aleph» puede enloquecer a los hombres más que, en nuestros
días, las fotografías más sugestivas de una revista de cine.
¡El poder de las palabras! Una palabra escuchada a propósito
(1) Vivió desde 531 hasta 578 después de Jesucristo. Cosroes II, el marido de
Chirin. vivió desde 590 hasta 627.
304 MICHEL GALL
de una muchacha puede hacer que el oyente se enamore de ella;
una palabra pronunciada delante de una roca puede entregar a
quien la pronuncia todos los tesoros del mundo. Cada palabra es
una migaja de la fatalidad. Los narradores árabes lo saben mejor
que nadie.
«Si te preguntan a qué época se remonta el origen del arte del
cuento puedes contestar: "A Adán, paz a su alma —escribió, hace
quinientos años, Hoseyn Va'Ez Kashefi, en su manual dedicado a
los narradores." Fue cuando enseñaba a los ángeles los noventa y
nueve nombres o atributos de Dios. (...) Cuando el Altísimo creó
a Adán los ángeles vieron su mísera condición y preguntaron a
Dios: "¿Quieres, pues, poner sobre la Tierra, un ser que la corrom-
pa?" (...) Queriendo demostrar a los ángeles su inferioridad, Dios
los reunió delante de su trono y les pidió que nombrasen las co-
sas creadas. No pudieron hacerlo... Entonces, Dios le dijo a Adán
que nombrase las criaturas para doblegar el orgullo de los ángeles.
Él se levantó y recitó sus nombres y los ángeles se sometieron a él,
salvo Iblis (el diablo)... A Adán se remonta, pues, el desafío de la
oratoria. Gracias a su capacidad de expresar sus conocimientos,
dominó a los ángeles.» Esto revela la importancia primordial del
cuento.
El libro robado por Borzuyeh es el Panchatantra indio, llama-
do también Fábulas de Bidpai. Fue traducido al árabe por Ibn al-
Muqaffa, en la primera mitad del siglo vm. Refiere los relatos de
dos chacales, Calila y Dimna, relatos que, como las fábulas de Eso-
po, influyeron profundamente en las fábulas de La Fontaine. Ac-
tualmente han sido traducidos a más de sesenta idiomas. Se pre-
sume que fueron traídos a Europa por los cruzados. Según la le-
yenda, fueron compuestos para edificación del rey de la India que
sucedió a Poro, el vencido por Alejandro Magno en el siglo III
a. de J.C. Sin embargo, algunos autores hacen remontar sus oríge-
nes a una época mucho más remota. El león y la rata, una de las
fábulas más célebres de Bidpai, figura ya en un papiro de la época
de Ramsés III (1200 a 1166 a. de J.C.) que se conserva en Leyden.
Según estos autores, los apólogos de animales, «una de las prime-
ras creaciones del despertar de la Humanidad», fueron escritos en
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 305
jeroglíficos y en caracteres cuneiformes antes de pasar a la lengua
sánscrita.
Cada uno de los apólogos de Calila y Dimna termina diciendo:
«No debes hacer esto o aquello si no quieres que te ocurra lo mis-
mo que a X...» —«¿Y qué fue?», pregunta el oyente cayendo en la
trampa. También Las mil y una noches terminan cada noche, apro-
ximadamente, de la misma manera: «Pero lo que acabo de contarte
no es nada comparado con lo que viene a continuación...», susu-
rra Scherezade a su marido en el momento en que despunta el
alba.
Este tipo de frase que liga los cuentos entre sí no es exclusiva
del Panchatantra y de Las mil y una noches. La encontramos tam-
bién en Las setenta historias del loro, otra colección indopersa,
en la que un loro impide que una joven esposa acuda a una cita ga-
lante. Cada noche, en el momento en que ella se dispone a salir, la
retiene contándole una historia que, casi siempre, tiene el adulterio
como tema. He aquí un ejemplo de sus entradas en materia: «¡Oh,
ídolo mío! —dice el loro—. Te dejo marchar a condición de que no
hagas como aquel rey de Damasco que, habiendo matado por des-
cuido a su halcón predilecto, la buena suerte le volvió la espalda,
y aunque se arrepintió, su tardío arrepentimiento no le sirvió de
nada.» La joven pregunta: «¡Oh, mi compañero! ¿Cómo sucedió?»
En China, se empleó el mismo procedimiento de un modo me-
nos grave y casi humorístico. En el Si-Yeu Ki, famosa y maravillosa
novela compuesta por Wu Cheng-en partiendo de datos del si-
glo vil, cada capítulo termina con una frase como ésta: «Y si igno-
ráis (o "si queréis saber") cómo... (por ejemplo: "...fue devuelta la
vida al emperador"), leed el capítulo siguiente.»
En todas las formas que acabamos de citar, un personaje per-
suade a otro para que continúe o suspenda una acción despertan-
do su interés por una cosa hablada. Gracias a esta maniobra sal-
vará su vida, el honor de otro o, incluso —en el casi más artificial
del libro chino, donde el escritor y el lector sustituyen a los perso-
najes protagonistas—, su propia razón de ser.
Es evidente que este procedimiento adquiere más valor cuando
los cuentos a los que se aplica son hablados y no leídos. Así, la
20 — 3173
r
306 MICHEL GALL
frase mil veces repetida por Scherezade: «Pero lo que acabo de
contarte no es nada, comparado con lo que sigue...», acaba por
hacerse fastidiosa al lector. Por esta razón, Galland la suprimió a
rajatabla a partir del segundo volumen. En cambio, para el oyen-
te, aporta un suplemento de interés. Esto confirma la célebre
teoría del escritor contemporáneo Marshall McLuhan, autor de
La galaxia Gutenberg, de que la invención de la imprenta (antes de
ésta, la rareza de los manuscritos provocaba su lectura en voz
alta) debilitó todo un sistema de fuerzas vivas y constructivas.
Habida cuenta de su valor oral, este procedimiento no es sola-
mente un «truco» de narrador, sino que afirma de una manera
dramática el poder de la palabra. Un poder que constituye uno de
los principales temas de asombro de los narradores de Las Mil y
una noches.
3. EL ADULTERIO PRIMORDIAL.
Otro aspecto del relato que sirve de marco a Las mil y una no-
ches puede parecer asombroso. Nos referimos a la misoginia fun-
damental del marido de Scherezade, el sultán Schariar.
Esta misoginia es, en cierta manera, el mismísimo punto de
partida de Las mil y una noches. Las primeras páginas de la obra
nos cuentan que Schariar, engañado por su mujer, se encuentra
con su hermano que también ha sido engañado por la suya. Se con-
suelan al descubrir que otras personas —en este caso, un djinn—
son aún más engañados que ellos. Entonces, Schariar decide ca-
sarse cada noche con una nueva mujer y matarla al despuntar el
día. Hasta el momento en que encuentra a Scherezade.
La inmensa obra que representan Las mil y una noches fue
provocada, pues, según nos dicen los narradores árabes, por algu-
nas escenas de costumbres dignas del teatro del Palais-Royal. Las
r •n
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 307
mil y una noches, como Madame Bovary, están colocadas bajo el
signo del adulterio.
Extraña oriflama que enarbolan nuestros narradores para se-
ñalar algunos de los mitos más profundos que conoce la historia
de la Humanidad. Hacemos remontar el origen de los cuentos a
Adán. ¿Tiene el primero de los mitos relación con el adulterio? ¿Fa-
cilitó el adulterio la concepción espiritual del mundo? Sería muy
curioso que fuese así.
A pesar de la enorme cantidad de ejemplos ofrecidos, el tema
del engaño por parte de las mujeres no es típicamente indio o
persa. Es difícil atribuir un origen exacto a su forma recitativa.
Los ochocientos mitos americanos que Lévi-Strauss incluye en sus
Mythologiques guardan a menudo relación con aquel tema. Y tam-
bién lo trata con frecuencia el antiguo Egipto. Heródoto se refiere
a él con su acostumbrado brío. He aquí lo que nos dice acerca de
un rey egipcio no identificado:
«El rey Feros se vio atacado por ceguera por haberse portado
de este modo. Debido a que la crecida del Nilo era particular-
mente fuerte aquel año cogió una jabalina y la arrojó contra los
remolinos del río. Inmediatamente el mal atacó sus ojos y perdió
la vista. Estuvo ciego durante diez años. El año undécimo, un
oráculo le dijo que recobraría la vista si se lavaba los ojos con
orina de una mujer que no hubiese conocido más hombre que su
marido. Se dice que el rey probó, ante todo, con su propia mujer, y
después, como su vista no mejoraba, con otras muchas mujeres
sucesivamente. Curado al fin, llamó a todas las mujeres a quienes
había puesto a prueba, salvo a aquella cuya orina le había de-
vuelto la vista, y las hizo quemar a todas. En cuanto a aquella
cuya orina le había curado, la tomó por esposa. Entre las numero-
sas ofrendas que, una vez librado del mal que tenía en los ojos,
hizo en todos los templos de alguna importancia, hay que mencio-
nar principalmente los notables monumentos que elevó en el tem-
plo del Sol. Son dos obeliscos de piedra, cada uno de ellos hecho
con un solo bloque de cien codos de altura y ocho de anchura
{Encuesta, Libro II, 111).»
En la edición de Pléiade de L'Enquéte, una nota de A. Bargnet
308 MICHEL GALL
aclara esta historia: «La primera parte de la anécdota referida
por Heródoto parece encerrar un símbolo sexual, ya que el arma
(la jabalina) es un símbolo fálico, y las aguas representan la ma-
triz universal. La curación de la ceguera por la orina de una mujer
apunta en el mismo sentido.»
Veamos lo que podemos sacar de la comparación del texto de
Heródoto con el marco de Las mil y una noches.
De una parte, un rey desdichado, sin duda por haber quebran-
tado un tabú sexual, busca penosamente una virginidad íntima y
salvadora. De otra, un rey feliz, y después engañado, se encuentra
con que le imponen el matrimonio por la intimidad de la palabra.
La intimidad representa un papel capital en las dos historias. En
la de Feros es trivial (la orina). En la de Schariar es romántica
(la larga emoción de las claras noches orientales, Scherezade sen-
tada en un diván amarillo, hablando a media voz, con un aliento
perfumado... o quién sabe si cargado de especias). A modo de con-
clusión, Feros hace levantar símbolos fálicos (los obeliscos) y Scha-
riar perdona. Dicho en otras palabras, los dos vuelven a ser como
eran al principio: Schariar, magnánimo; Feros, viril.
¿Cuál es la moraleja? Que la intimidad es una cosa peligrosa
pero indispensable. Si es causa del adulterio, lo es también de la
salvación.
En el caso de Las mil y una noches la intimidad de la palabra
tiene un valor inmenso. Los egipcios de Heródoto nos dicen que lo
que cuenta más es el sustrato más íntimo de un ser, su intimidad
exacerbada, la orina. Las mil y una noches nos dicen en síntesis
que la intimidad entre dos seres es capital, pero lo más íntimo
son las palabras. Al poner la historia de Scherezade al principio
de Las mil y una noches, los narradores árabes quieren tal vez
indicarnos simplemente que el primer mito que acude a la mente
de los hombres no es relativo a la concepción del mundo, sino el
que se refiere a la búsqueda de la intimidad. Intimidad de los cuer-
pos y también —y quizá más importante aún— intimidad de las
palabras. El cuento que sirve de marco a Las mil y una noches
es algo más que una vulgar historia de adulterio. Nos indica que
el poder verbal es muy superior al de la carne. Y que es tal vez
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 309
lo primero que comprendieron los hombres cuando despertó su
inteligencia...
UNA HISTORIA ESCRITA EN EL RABILLO DEL OJO.
Mohamed Ibn Ishaq escribe: «Es cierto, así como hay Dios, que
el primero que pasó sus veladas conversando fue Alejandro Magno.
Hallábase rodeado de personas que querían complacerle y le con-
taban cuentos. Él no buscaba diversión, sino que quería aprender-
los y conservarlos en su memoria, y por esta razón los reyes que
viniaron después de él encargaron el libro Hezar Efsan.»
Es verdad que en el siglo n i antes de Jesucristo Alejandro Mag-
no, en el curso de unas conquistas que le llevaron desde los Dar-
danelos hasta el Indo, trató de asimilar las culturas orientales sin
que se perdiese nada. Podemos pensar que por esto fue uno de los
pioneros de Las mil y una noches. Sin embargo, no todos los cua-
trocientos cuentos que componen Las mil y una noches actuales
se remontan a Alejandro Magno. Hoy en día, los especialistas cla-
sifican estos cuentos en cuatro categorías: a) cuentos indios o per-
sas; b) cuentos procedentes del viejo fondo árabe de antes del
Islam; c) cuentos originarios de Bagdad, y d) cuentos cairotas.
Esta división es poco satisfactoria, pues, en primer lugar con fre-
cuencia no coinciden el origen y la forma: la materia de un
cuento indio pudo ser elaborada en Bagdad, etc., y en segundo
lugar existen cuentos aislados, cuentos turcos, armenios y griegos.
Por esto, nosotros preferimos la siguiente clasificación: a) cuentos
referentes a mitos primitivos cuyo origen se pierde en la noche
de los tiempos; b) cuentos y apólogos morales o poéticos, y c)
cuentos de fondo histórico.
Ninguno de estos cuentos ha nacido de la nada. Todos describen
a su manera realidades con frecuencia profundas y complejas. Son
todos ellos bordados sobre los arquetipos suministrados por núes-
310 MICHEL GALL
tro inconsciente colectivo Y para quien sepa leerlos, son frag-
mentos de una Gran Enseñanza.
—Si esta historia se escribiera con agujas en la comisura in-
terior del ojo, sería una lección para quien la leyese con respeto
—dice a menudo Scherezade.
Los narradores de Las mil y una noches sólo hablaban de cosas
que conocían perfectamente. Sus cuentos más extravagantes no
son nunca fantasías gratuitas, sino visiones de nosotros mismos.
La Edad Media europea tuvo en gran predicamento las «extra-
ñezas» del mundo. Sus pintores ilustraron de buen grado a Plinio
y Heródoto que, al hablar del misterioso Oriente, describían hor-
migas buscadoras de oro que eran grandes como perros, grifos,
unicornios, hombres que tenían el dedo gordo del pie en el talón
y esos famosos «esciápodos» que tenían un solo pie que les servía
de sombrilla cuando hacían la siesta. No hacían más que adornar lo
desconocido. Los narradores árabes tuvieron buen cuidado en no
caer en este exceso que injustamente se les ha reprochado. Al ha-
blar de los djinns, de los Rochos y de los cofres voladores, lo único
que hicieron fue adornar lo conocido.
Grandeza del verbo. Pocos textos la confirmaron tanto como
Las mil y una noches. Cada palabra es una migaja de fatalidad y
nuestros narradores lo sabían mejor que nadie.
De la nada, han hecho surgir los djinns.
De una estructura mental, una concepción del mundo.
De una palabra, Dios.
Extraordinario poder del pensamiento árabe que pudo hacer
de la nada un refinamiento. T. E. Lawrence expresó perfectamente
la calidad de este refinamiento, en Los siete pilares de la Sabiduría.
Terminaremos este libro con una cita de su obra:
«Habíamos cabalgado hasta muy lejos por las movibles llanu-
ras del norte de Siria cuando llegamos a unas ruinas del período
romano. Mis compañeros me dijeron que eran los restos de un
palacio construido en el desierto por una reina para su esposo y
añadieron que, para mayor riqueza, la arcilla de aquella construc-
HtüKHil
EL SECRETO DE LAS MIL Y UNA NOCHES 311
ción había sido amasada no con agua, sino con preciosas esencias
le flores. Husmeando como perros, mis guías me condujeron de
una arruinada sala a otra diciendo: "Aquí, jazmín; aquí, violeta;
aquí, rosa."
«Finalmente, Dahum me llevó: "Venga y olerá el perfume más
suave." Entramos en el cuerpo principal del edificio y allí, aso-
mándonos a las ventanas abiertas en la fachada, pudimos aspirar
a pleno pulmón el aire que sin furia ni remolinos palpitaba rozan-
do los muros...
»—He aquí el mejor perfume —dijeron mis guías—, pues no
huele a nada.
»Los aromas y el lujo no valían para ellos lo que la pureza de
algo en lo que el hombre no tenía ninguna participación.»
París, 1972.
Peter Kolosimo Alan y Sally Landsburg
CIUDADANOS DE LAS EN BUSCA DE ANTIGUOS
TINIEBLAS MISTERIOS
Voces del pasado, Imágenes del futuro, pode- ¿Tuvo el hombre su origen en la Tierra, o fue
res invisibles capaces de mover objetos a dis- enviado aquí desde otros mundos? Edición ilus-
tancia... Los fenómenos más desconcertantes, trada.
explicados por primera vez a la luz de la
Ciencia.
Daniel Ruzo
Belline EL TESTAMENTO AUTÉNTICO
EL TERCER OÍDO DE NOSTRADAMUS
Imoreslonantes experiencias de comunicación de Concienzuda investigación del testamento de
un padre con su hijo... desde el más allá. Edi- Nostradamus en su texto auténtico y literal,
ción Ilustrada. deslindando lo apócrifo de lo verdadero. Edi-
ción ilustrada.
Rainer Erler
Patrice Gastón
LA DELEGACIÓN
DESAPARICIONES
Aquel corresponsal de Televisión, ¿sucumbió a
causa de algún accidente, o fue victima de MISTERIOSAS
unos seres extraterrestres?
Inexplicables desapariciones de barcos, avio-
nes individuos e Incluso destacamentos mili-
tares enteros... ¿Acaso somos gobernados por
Jacques Ssdoul seres extraterrestres?
EL GRAN ARTE DE LA
ALQUIMIA Hades
Desde la alquimia china, egipcia, alejandrina EL UNIVERSO DE LA
y árabe, hasta la contemporánea. El simbolis-
mo hermético. Edición ilustrada. ASTROLOGIA
Las bases de la Astrología y las relaciones
Pierre Carnac entre microcosmos y macrocosmos.
LA HISTORIA EMPIEZA
Marcel Moreau
EN BIMINI
LAS CIVILIZACIONES
(La Atlántida de
Cristóbal Colón) DE LAS ESTRELLAS
Los megalltos reproducen el sistema de las
LE Historia, ¿empezó en Blmlni? Es posible. constelaciones, para establecer las relaciones
Mas, por lo menos, una cosa es cierta: no entre el Cielo y la Tierra.
se inició en Sumer. Edición ilustrada.
Julius Evola
Philipp Vandenberg
EL MISTERIO
LA MALDICIÓN DE LOS
DEL GRIAL
FARAONES
Profundo y documentado estudio del signifi-
El milenario mito, a la luz de la Ciencia. Una cado que tuvo la aparición de las leyendas
nueva aventura de la Arqueología. del Grlal en el Medievo de Occidente.
muro
Este libro se imprimió en los talleres
de GRáFICAS GUADA, S. A.
Virgen de Guadalupe, 33
Esplugas de Llobregat
Barcelona