HISTORIA
CONFEDERACIÓN ARGENTINA
ROZAS Y SU ÉPOCA
^^- -My^^í/fí
OBRAS DEL MISMO AUTOR
Ensayo sobre la Historia de la Constitución Ar-
gentina 1 volumen
Ley de las institicciones Folleto
Paréntesis al nAjitón Perulero» de D. Juan M. Vi-
llergas Folleto
Decapitación de Buenos Aires Folleto
Instrucciones para las estancias Folleto
Los Minotauros 1 volumen
Los Números de linea del Ejército Argentitio 1 volumen
La Eneida en la República Argentina, (publicada
con introducción y estudio en colaboración con Do-
mingo F. Sarmiento) 1 volumen
Civilia 1 volumen
La Politique Italienne au Rio de la Plata 1 volumen
IMP. DE «EL CENSOR», CORRIENTES 829. — BUENOS AIRES.
y
¿z^^^^Cc-^í:</'
HISTORIA
CONFEDERACIÓN ARGENTINA
ROZAS Y SU ÉPOCA
ADOLFO SALDIAS
SEGUNDA EDICIÓN CORREGIDA, CONSIDERABLEMENTE AUMENTADA E ILUSTRADA
CON LOS RETRATOS DE LOS PRINCIPALES PERSONAJES DE ESE TIEMPO
TOMO I
BUENOS AIRES
FÉLIX LAJOUANE, EDITOR
1892
F
su
V. /
— — — —
PREFACIO DEL EDITOR
Agotada la primera edición de la Historia de
Rozas y de su época, la constante demanda de esta
importante obra nos obligaba á publicar una nueva
edición, y es con el título de Historia de la Con-
federación Argentina, que presentamos al público
el mismo libro corregido y considerablemente au-
mentado con los papeles del archivo de Rozas
que al autor le fueron entregados.
Bien que se discuta respecto del criterio con que
el doctor Saldías ha abarcado la época que media
entre 1820 y 1861, ó sea la del desenvolvimiento de
la Confederación Argentina, puede decirse que hay
ya una opinión formada de la importancia y mérito
de esta obra, la cual ha merecido á su autor ser co-
locado enti'e los escritores contiienzudos é ilustrados
de su época. En prueba de ello, transcribimos á
continuación algunos de los juicios y apreciaciones
que acerca de este libro han emitido escritores y es-
tadistas reputados de América y Europa. (^)
(') Juicios sobre este libro, insertaron:
La Libertad, 2 de febrero 1882. La Democracia, Montevideo,
27 de enero 1882. —
La NaciÓ7i, 7 de abril 1884. Las Novedades,
17 de abril 1884.— ¿os Tiempos, 18 de abril 1884. —
L'Operaio Ita-
liano, 22 de abril 1884. —
^¿ Nacional, 16 de abril \SS4. —
El Dia-
rio, 29 de octubre 1887. —
El Norte de Buenos Aires. 29 de octubre
1887. —La Patria, 22 de octubre 1887. —La
Reforma, 22 de octubre
1887. — Za Época, Montevideo, 20 de octubre 1887. —
Za Razón, 15
de septiembre 1887. —
El Ferrocarril, 16 de septiembre 1887. El—
Nacio?ial, 29 de octubre 1887. —
El Comercio, (Lima) El Mercu-
rio, (Valparaíso). Les Elats Unis d'Europe, (Paris) etcétera, etc.
: ! —
— VI —
Londres, octubre 15 de 1881.
Sr. Dr. D. Adolfo Saldias.
Estimado compatriota y amigo
He leído con sumo interés su primer volumen sobre
Rozas.
Comprendo como Y. la misión del historiador justicia, :
no idolatría, nada de vindicta partidista ante la impar-
cialidad de la posteridad. V. es fiel á esa doctrina, y lo
felicito sinceramente por ello.
Sobre la indiferencia de su púl)lico ¿qué puede pasar
á V. que no hayan sufrido tantos y tantos? Los con-
temporáneos de Shakespeare preferían á sus dramas gigan-
tescos,sus poesías ligeras y eróticas. ¡Influencia de la
atmósfera y de las preocupaciones de las épocas
Cuando tiene V. en su favor el juicio de hombres
competentes, esto debe bastarle. Y note que estoy lejos
de colocarme en el número de los competentes. Y. me hace
aparecer sobre un pedestal que estoy lejos de aceptar.
Trabaje Y. sin desmayar, que no ha de arrepentirse
de ello. Hace Y. un servicio inmenso á nuestra noble é
inteligente juventud, enseñándole que hay adonde estudiar
la historia fuera de las elucul)raciones partidistas; y cuan-
do digo partidistas, me refiero al })artidismo no de princi-
pios:— el historiador no puede prescindir de tener un color,
sino del de camarilla y compadrazgo que tanta influencia
ejerce sobre nuestra querida tierra, tan explotada y ultra-
jada por cofradías políticas.
Tener el coraje de decir la verdad, supone más va-
lor moral que el de hacerse matar en los campos de
batalla. Sobran de estos valientes entre los hombres más
comunes, al paso que el otro, es tanto más raro, cuanto
presupone un sacrificio heroico, desde que no aguarda
sino la recompensa de un deber cumplido á costa las más
veces de nuestras afecciones más queridas y de nuestra
propia reputación.
!
— vil —
Los ensayos constitucionales en nuestro país, como en
Francia, lian sido efímeros en su mayor parte por carecer
el pueblo de hábitos de libertad y de educación demo-
crática. Sin embargo, la intluencia civilizadora de las
instituciones es de suyo muy eficaz, siempre que los en-
cargados de hacerlas cumplir den el ejemplo del respeto
que se merecen. ¿Qué respeto puede tener un dogma
si los sacerdotes son los primeros en ridiculizarlo y pro-
fanarlo? Los augures de Roma, riéndose de sus ceremo-
nias, eran la expresión de una religión moribunda, redu-
cida á meras apariencias destinadas á engañar á los
crédulos vulgares. — ¡ Profanum vulgum
Escribo á Y. al correr de la pluma, en el primer pliego
de papel que me cae á la mano. Escúseme.
Yo querría que en vez de nuestra idolatría por los
ganadores de batallas, que tanto han explotado en prove-
cho propio la energía y la sangre de los pueblos, ense-
ñásemos á las generaciones que nos sucederán, los sacri-
ficios, los dolores, la abnegación, la fe, la honradez cívica
de tanto ilustre obrero de la civilización que han venido
esperando el advenimiento de gobiernos liberales, y hon-
rando con su doctrina y con su ejemplo el culto de una
libertad bien entendida.
Admiro yo más á Washington, á Hamilton, á Lincoln, que
á todos los conquistadores de la historia. La obra de
los primeros es más modesta y menos brillante, pero des-
tinada á durar más, pues representa más aspiración legí-
tima y santa de la humanidad el triunfo de las virtudes
cívicas, individuales y domésticas, menos deleznables que
las glorias compradas con sangre, luto y miseria de las
naciones.
Escríbame siempre, pues recibiré con gusto sus cartas.
Soy de usted afectísimo compatriota y amigo
Manuel R. García.
. Permítame Y. rectificar un aserto de usted, respecto
á don Juan Manuel de Rozas:
— VIH —
No es exacta la causa por la cual abandonó la casa
paterna donde se alojaba con su esposa. Su madre, doña
Agustina López, no sospechó la honradez. Lo que hubo
fué esto: apercibida la esposa de Rozas de que su suegra
se quejaba de su hal)itación en la casa, lo comunicó á
Hozas, quien mandó traer una carreta en el acto y dejó
así lacasa paterna para trasladarse á la de los padres
de su mujer.
Puedo asegurar á V. que me constan estos hechos.
Q.
Sr. Dr. D. Adolfo Saldias.
Distinguido señor:
De acuerdo en un todo con las ideas sostenidas re-
cientemente en La Libertad, quiero tener el gusto de felicitar
á V. cordialmente por ellas y estrecharle la mano.
Desde que he empezado á pensar i)or mí mismo en
la vergonzosa historia de nuestras luchas civiles, he sen-
tido la necesidad de despojarnos virilmente de los odios
heredados que i:>retenden imponérsenos en nombre de
una hueca y bombástica tutela. Así, y solo así, podremos
juzgar los extravíos de nuestros partidos con imparcia-
lidad y recto criterio.
Ahora bien: sus serenos, bien pensados y contundentes
artículos, me demuestran con gran regocijo mío, que hay
todavía en mi país hombres que desdeñando el falso
ropaje de la declamación é hinchada ijalabrería, saben
pensar valientemente con solidez y firmeza.
Su afectísimo amigo
Calixto Oyuela.
Buenos Aires, lebrero 27 de 188.3.
:
— IX —
Buenos Aires, abril 16 de 1884.
Mi estimado compatriota:
Doy á Y. las gracias por el segundo volumen de la
Historia de Rozas y su época, que ha tenido la bondad de
enviarme juntamente con su estimable de hoy.
La Nación de mañana dará cuenta de la aparición de
ese libro, con el honor que merece su autor.
Cualquiera que sea el juicio que acerca de su criterio
histórico se tenga, nadie podrá desconocer en sus obras
la pasión del bien, el amor á la verdad, estudio atento de
hechos y documentos, y todas las calidades que revelan
al i^ensador y realzan al escritor. Por otra parte, coma
V. lo observa, su segundo tomo comprende cuestiones
que á todos los argentinos interesa conocer y estudiar.
Leeré, pues, su segundo tomo con el mismo interés que
leí el primero, deseando á usted mientras tanto todo el
éxito literario á que es acreedor.
De usted afectísimo amigo y S. S.
B. Mitre.
iSr. Dr. D. Adolfo Saldías.
Sr. A. Saldías.
Santiago, mayo 26 de 1884.
Distinguido señor y amigo
He recibido junto con su estimable el segundo volumen
de su interesante Historia de Rozas., cuyo examen público, es
para mi sólo cuestión de oportunidad. El tema no puede
ser más interesante, y apenas me llegue un poco de paz»
cuente V. con que dejaré cumplida mi vieja promesa.
Soy íntimamente su afectísimo amigo y S. S.
B. Vicuña Mackexxa.
:
Herlin, septiembre 3 de 1884.
Mi eistimaJo compatriota:
Recién puedo contestar su atenta carta fecha 17 <!<'
abril, que recibí con grandísimo retardo, así como el li-
bro con que V. ha tenido la bondad de obsequiarme.
Dígnese V. disculparme y persuadirse entretanto que
leeré y estudiaré con el interés que me inspira el segundo
tomo de su Historia de Rozas, por cuyo éxito le felicito muy
cordialmente. En la cuarta edición (pie preparo del Droit
international iheorique et p7-atiqiie, he comenzado á citar su
obra.
Mucho placer tendré en !~erle útilen mi nuevo des-
tino, y me es grato reiterarle las seguridades de mi per-
fecta consideración.
Carlos Calvo.
Santiago, septiembre 27 de 1886.
Señor Adolfo Saldías.
Apreciado amigo
Con suma complacencia acabo de leer su atenta carta
del 12.
Estaba yo en Buenos Aires cuando apareció el primer
volumen de usted sobre Rozas. Pude entonces advertir la
espinosísima situación literaria en que usted se colocaba
allá. Viendo que, después de publicado el segundo volu-
men, perseveraba usted siemi)rc en esta tarea, he querido
enviar á usted la palabra de aliento, que ha nieierido l;i
aceptación de ustel. Se la he dirigido })or lo mismo que
advertía que en torno suyo aleiUal)a tma conjuración de
silencio.
Desde un priiici}»io la em[)resa de usted significaba ú
mis ojos un paso adelante en una vía ¡ascendente, en la vía
del desenvolvimiento de los estudios históricos en aquel
XI
hermoso jDaís. Por el pronto eso me bastaba, y á ese título
me fué muy simpático.
Veía entonces que rencores y hondos resentimientos,
así individuales como sociales, que tuvieron motivo para
nacer y obrar un tiempo en consorcio de otras fuerzas
más generosas, pretendían reinar exclusivamente y siem-
pre en los dictados del concepto público, y ello con visos
de querer pontificar sacramentalmente en el temiólo de
la historia. De esta manera la nueva generación no salía
de la etapa execratoria de Rozas, ni recogía las ense-
ñanzas más profundas, que son las que se esconden en
el estudio simultáneo de Rozas, de los que combatieron
á Rozas, y de los que hicieron á Rozas.
Esto no podía ser ya más tiempo. Era necesario profa-
nar de una vez la pompa pontifical, penetrar de rondón
en el santuario, penetrar armado de todas armas hasta
la sacristía; en una palabra, era necesario ejercer la cri-
tica y pensar en una distribución general de la justicia.
Una cosa me ha gustado en el proceder de usted. Otros
intentaron antes igual profanación, y quedaron paralizados
de temor. La arrogancia de usted es su principal mérito.
Contra lo que me decían, usted salió con su tomo segundo,
y veo ahora que tiene en prensa el tercero. Esa arrogancia
es perseverante en la labor. Merece usted por ello el mayor
aplauso. Me avisa usted que trabaja sobre documentos en
otras dos obras correlativas de aquella época memorable.
Persista usted amigo mío, sin temor al silencio, tan te-
mido en las letras. Fuera mi deseo que usted, á la vuelta
de enérgica y positiva investigación, dejara en el sitio del
actual sacrilegio constituida una obra durable de juicio
con alcance experimental.
Por eso, á las palabras de aliento, me atreví en la
Revista á unir reparos y hasta amonestaciones. Ya usted
ve que atribuyo á las tareas de usted un significado muy
interesante. Les atribuyo toda la importancia de un pri-
mer paso resuelto, en la evolución historiográfica que ha
de señalar una nueva etapa al desenvolvimiento del
XII —
concepto público, sobre una época memorable de los ana-
les del Plata. Pero para no desviarse de tan elevado y
trascendente impulso, es menester montar con solidez el
eje de rotación sobre dos polos, la calma y el discerni-
miento. Y permítame que le diga, que el determinar
atjuella evolución, aun cuando páginas carecieran de
las
otras dotes pertenecientes al arte de la historia, es lo que
daría á los libros de usted un valor genuino é importante.
Porque, como se ha visto alguna vez en los anales li-
terarios, la independencia y la suficiencia del autor cons-
tituirían por sí mismas un acto progresivo, serían un
hecho histórico causante de otros hechos.
Veo con complacencia que usted se nutre de buenas
lecturas. Sus modelos en el arte, son más que modelos,
son dechados de la alta escuela monumental. Bukle,
Macaula>'. Motley, son glorilicadores y vengadores su-
premos de la libertad política y del espíritu humano en
los pueblos más grandes de' la tierra. No sé cómo se
escapa al claro talento de usted su inconveniencia como
tipos de imitación ni como maestros directivos, allá donde
la verdad y la individualidad y la unidad de los hechos
no están constituidas, y cuando usted hace de escavador,
de cimentador y de constructor de paredes, en terreno
que usted mismo tiene que desbrozar y terraplenar.
Su Salustio de usted me agrada, pero solamente por
el artede su "rápida narrativa, rapidez tan decidora como
incontenible. En cuanto al fondo, da por sabidas y pro-
badas muchas cosas, y al respecto de todo hay que creerle
sobre su palabra. En esta parte no puede servir de guía
l)ara instruir el j)roceso de Rozas y sus enemigos. La
agilidad y presteza de su estilo informativo han sido, á
mi juicio, sobrepujadas por Voltaire en su líistoire de Char-
les XII.
Ese De Thou, que usted mira tan en menos, vale mucho
como rico arsenal de noticias. Estoy conforme en que no
puede servir de guía en el arte de referir. Y ya que una
generación más ó menos iniincrosa de nuestros historió-
— XIII —
grafos americanos, tiene que resignarse á la meritoria
pero no sublime tarea de cronistas, cronistas positivistas,
hay que buscar en otros narradores modernos el método
conveniente. Por fortuna los dominios del arte literario
son vastos, y por cualquier sendero el talento ¡juede bus-
car y encontrar el éxito envidiable. Alemanes, ingleses y
franceses conozco, que son excelentes maestros albañiles
y arquitectos sólidos, sencillos, hermosos y admirables de
la verdad pasada.
De usted atento amigo y S. S. S.
G. Rene Moreno.
Buenos Aires, octubre 15 de 1887.
Sr. Dr. D. Adolfo Saldías.
Mi estimado compatriota:
Con su estimable de ayer he recibido el tercer volu-
men de su Historia de Rozas y de su época, con que usté 1
termina este largo trabajo comenzado hace seis años.
He pasado parte del día y casi toda la noche leyéndolo,
para poder acusarle recibo en conciencia, y puedo hacer-
lo ahora con perfecto conocimiento de causa.
Es un libro que debo recibir y recibo, como una
espada que se ofrece galantemente por la empuñadura:
pero es un arma de adversario en el campo de la lucha
pasada, y aun presente; si bien más noble que el quebra-
do puñal de la mazorca que simbolizarla, por cuanto es
un producto de la inteligencia.
Dice V. al finalizar su obra: — «No he escrito un libro
de historia que agrade á los unitarios ó á los federales,
ó á los que tengan la tradición de éstos por haber reci-
bidola en herencia moral, sin el beneficio de inventario
que es el signo que acusa el esfuerzo propio de las gene-
raciones nuevas.» Había dicho antes, que «se desprendía
de la tradición de odio en que nos educaran los que na-
— XIV —
cieron cuando Rosas caía». Y luego, bajo la advocación
del historiador Monimsem, equiparando á Rosas con César,
disculpa indirectamente su teoría de la tiranía
política
necesaria ó fatal con el ejemplo del cesarismo romano
explicado por las circunstancias.
Si su libro estuviese concebido y ejecutado según ese
espíritu y con esa tendencia, sería la expresión de la im-
parcialidad de la justicia distributiva, ó la alta íilosofia
que domina hombres y cosas, ó la indiferencia que arre-
gla mecánicamente los hechos sin apasionarse por ellos.
La prueba de que no es así, la tiene usted, ó la tendrá,
en (lue no agradará á los que llama unitarios, entendiendo
por tales á los que han profesado y profesan con Moreno
y Rivadavia los principios del liberalismo argentino en
que perseveran, con sus objetivos reales y sus ideales,
habiendo hecho buena su doctrina.
En cuanto á los que llama federales, comprendiendo—
bajo esta denominación á los que por herencia ó por ata-
vismo no reniegan la tradición de Rozas, su libro les —
agradará, y les agradará tanto más, cuanto que, por la
anodina censura con que usted acompaña algunos de sus
juicios respecto de su héroe y de hechos suyos cuya soli-
daridad no puede aceptarse, usted los limpia de la sangre
—
que los mancha, y les entrega, valiéndome de sus pro-
pias palabras, —
«su herencia moral con beneficio de in-
ventario».
Los dos primeros vohímenes de su historia han podido
pasar bajo la bandera de parlamento, como el desarrollo
de una tesis en que la vi'da nacional de una época con
sus fenómenos espontáneos constituyese el argumento. Su
tercer volumen es la glorificación de un hombre que fué
un tirano, dominando un pueblo inerte, sin voluntad pro-
pia, movido por el terror ó por un fanatismo cristalizado;
es la justificación de la existencia de un partido, que
triunfante sólo alcanzó á fundar el cacicazgo irrespon-
sable, sin ley y sin lo que es más, la
misericordia, y
teorización de un conjunto de hechos brutales levantados
— XV —
á la categoría de principios de gobierno orgánico; y para
acentuar esta glorificación, esta justificación y esta teo-
ría, viene la condenación sin remisión de los adversarios
de la tiranía en sus medios y sus fines, negándoles hasta
el instinto patriótico y desconociendo su obra aun des-
pués del éxito.
Antes de Y. algunos se han propuesto la imposi-
ble tarea que se ha impuesto sin ir tan lejos en la
acusación. Un historiador español pretendió rehabilitar
la memoria aborrecida de Felipe II. Un historiador ale-
mán ha procurado vestir á Lucrecia Borgia con la túnica
inmaculada de la castidad. Últimamente el historiador
inglés Fronde se ha propuesto demostrar que Enrique YIII
no fué un tirano ni un malvado, sino un gran rey y un
hombre bueno.
Estas tentativas para disfrazar la verdad ó alterar el
juicio histórico de la humanidad, en nada absolutamen-
te lo han modificado, y las mismas pruebas aducidas han
servido para confirmarlo definitivamente. Y eso que se
trataba de tiranos y de seres corrompidos, que tenían su
explicación morbosa, cuando el mundo era gobernado por
tiranos en medio de la corrupción universal; cuando los
tiranos eran una institución de hecho; cuando la moral
pública era la del príncipe de Maquiavelo, y cuando no
había términos de comparación entre los buenos y malos
gobiernos, y por lo tanto, las tesis eran relativamente
sostenibles en presencia de su tiempo, aunque no ante
la conciencia de su posteridad.
Con el libro de Y. sucederá con más razón lo mismo,
porque no sólo no responde á la verdad relativa, sino
que pugna con el espíritu universal que está en la atmós-
fera moral del planeta que habitamos.
Se ha propuesto \. la rehabilitación histórica, política y
filosófica de una tiranía y de un tirano, en absoluto y
en concreto, tratando de explicarla racionalmente por una
ley anormal, dándole una gran significación nacional y
orgánica y un carácter en cierto modo humano como
XVI —
potencia eficiente en la labor colectiva que constituye el
l)atrimonio de un jaieblo: y esto, en presencia del si-
glo XIX en que el mundo
gobernado por la liber-
está
tad, por las instituciones, por la moral pública, que dan
su razón de ser y su significación á los hombres que pasan
á la historia marcando los más altos niveles en el gobier-
no de los pueblos libres.
Cree V. ser imparcial. No lo es, ni equitativo si-
quiera. Su punto de partida, que es la emancipación del
odio á la caída de la tiranía de Rozas, lo retrotrae al pasado,
por una reacción impulsiva, y lo hace desandar el camino
que lo conduciría al punto de vista en que se colocará la
posteridad, colocándose en un punto de vista falso y atra-
sado. De este modo, el espacio en que se dilatan sus ideas
está encerrado dentro del círculo estrecho de acción á que
sul)ordina su teoría como derivada del hecho, que es su
fórmula concreta, y es pura y netamente el campo de la
acción federal de los sectarios de Rozas sin más horizontes
que la perpetuidad de la tiranía. Dé aquí, que por un
fenómeno psicológico que se explica por la ilusión óptica
y por la limitación de vistas ami)lias, aprisionado dentro
de este círculo de hierro, su corazón y su cabeza, no —
obstante sus instintos generosos, —
estén del lado de los
verdugos triunfantes y no de las víctimas rendidas.
Cierto es, que Y. dispensa por excepción, justicia ó
caridad á los vencidos por la tiranía, aunque no les acom-
pañe con sus simi^atías en sus dolores; pero es justifi-
cando por razón del número ó de los tiempos ó de la
fatalidad las victorias de la tiranía, y protestando más
ó menos exi)lícitamente contra las victorias de sus adver-
sarios en nomljre de la lógica, y hasta rehaciendo por la
estrategia uchrónica las batallas ó campañas en que éstos
triunfaron.
No es mi ánimo hacer
el análisis de su libro al acusar
recibo de y de su atonta carta en que me califica de
él
maestro; pero sin extendciinc imicho en apreciaciones ó
rectificaciones que me llevarían muy lejos, me bastará
—
— XVII —
apuntar algunas observaciones á fin de comprobar con el
texto de su mismo libro mis aseveraciones.
Considera V. el gran sitio de Montevideo del lado de
los sitiadores. Hace mofa de la Ilíada de la nueva Troya
del Plata. Niega á sus defensores la representación déla
libertad y la civilización, y á su defensa el carácter tras-
cendental que los acontecimientos le han señalado en la
historia. Pone por cuenta de la licencia práctica los de-
güellos de los sitiadores, de lo que como testigo puedo
dar fe, asegurándole que fueron sin represalias por parte
de la plaza. Por último, pone del lado de los sitiadores
la razón del número por la razón del territorio dominado
por sus armas. Es el criterio contemporáneo del cam-
pamento del Cerrito de Oribe. Según esto. Oribe era el
derecho sostenido por la fue.-za de la opinión del país,
presidente legal vitalicio, —y debía lógicamente vencer,
como representante de un principio superior que no en-
carnaban «los aventureros», como los llama, — aceptan-
—
do implícitamente la calificación de Oribe, que defendían
dentro de las trincheras de Montevideo.
Hace V. el proceso biográfico, literario y político de
Rivera Indarte, estigmatizándolo sin caridad desde su niñez,
y cargando las sombras sobre los accidentes de su ino-
fensiva persona, á la par que se muestra benévolo con
Marino, á quien levanta sobre su contendor, y borra
con la mano del redactor de la Gaceta Mercantil las « Tablas
de Sangre » del redactor de El Nacional; de lo que resulta
que las manchas de sangre de la tiranía desaparecen, y
que Rozas no mató á nadie, como lo aseguró Marino, ó
que mató bien y legalmente á los que mató.
Present;! V. la Mazorca como una asociación ino-
cente « desempeñando el mero papel de comparsa en las
festividades en honor de Rozas», escudándola con los
nombres espectables que figuraban en sus listas, y con
esto la absuelve de las matanzas ejecutadas en abril de
1812, en las calles, por sus sicarios patentados, las que
—
« se explican me valgo de sus propias palabras (página
XVIII
« 140j — cüiiio
escenas de sangre que tuvieron lugar en
« Buenos Aires en abril de 1842, como venganzas perso-
« nales, las más ejercidas en circunstancias anormales,
« en que el pueblo ineducado quería víctimas para ali-
(' mentar sus rencores aguijoneados por un enemigo audaz,
« que inmolaba igualmente víctimas en los altares de sus
« odios. Esas escenas (sigue usted hablando) eran obra
« de la propia intransigencia que la prensa de Montevideo
« contribuía á mantener, siendo cierto que Rozas puso
« un enérgico correctivo á esos atroi)ellos incalificables,
« lo que no impidió que la prensa de Montevideo dijese
« que Rozas era el autor de esos degüellos por medio de
« la Sociedad Popular Restauradora, ó sea la mazorca. »
He ahí la teoría del furor popular, de la efervescencia popular
de Rozas, explicada por excesos del enemigo, según usted,
por los excesos de la palabra, contrarrestados por el pu-
ñal, por la ineducación del jnieblo que se permitía matar á
la luz del día, sin licencia y contra la voluntad del Res-
taurador de las leyes, pregonando las cabezas de las víc-
timas como duraznos del mercado!
El asesinato de Florencio Várela es explicado por usted
con los comentarios de sus asesinos, tomando el texto de
un diario brasilero asalariado por Rozas, que ofrece á la
posteridad « como ecos imparciales y levantados que dan
pábulo á las conjeturas, pero que no descubren la ver-
dad». Según esos ecos levantados. Várela fué asesinado
por sus opositores domésticos dentro de Montevideo, es
decir, por sus mismos correligionarios políticos disidentes.
La conclusión á que llega por este camino, es que « no
es evidente que Oril)e pusiera el puñal en manos de Ca-
brera y le ordenara que lo matase », por cuanto el pro-
ceso se ha perdido, y porque, además, á estar al testimonio
de personas que dice usted bien impuestas y que no nom-
bra, de él resultaban los hechos no tal como el doctor
Juan Carlos Gómez, que entendió en él, lo ha asegurado.
Es sin embargo un hecho de solemne notoriedad que el
proceso se perdió cuando Oribe pactaba con sus antiguos
— XIX —
enemigos— ó algunos de éstos con él— y son públicas en
Montevideo las declaraciones del asesino Cabrera, estando
en la ciencia y conciencia de todos quien fué el asesino.
Cuando el coronel Maza hace degollaciones en masa
matando sin piedad ciudadanos inermes y prisioneros de
guerra desarmados y capitulados, no es el sistema que
representa y sirve la causa de estas bárbaras matanzas,
sino el temperamento enfermizo ó la monomanía san-
grienta del ejecutor; lo que salva científicamente de toda
resj^onsabilidad á la colectividad política y militar á que
pertenece, callando que la ley federal era no dar cuartel
y matar prisioneros de guerra.
— —
Llama V. traidores, y por varias veces, á los que com-
batieron y derribaron la tiranía de Rozas por medio de
alianzas y coaliciones, buscando fuerzas concurrentes, que
al fin aceptaron los mismos federales que se alzaron contra
Rozas. Olvida que el pueblo luchó cuarenta años contra
su tirano salvando su honor con su resistencia; que Co-
rrientes se levantó y cayó sola tres veces; que el sur de
Buenos Aires, sin un solo soldado, se alzó como un solo
hombre al de la libertad; siendo estas dos revolu-
grito
ciones las más populares de que haya memoria en los
fastos argentinos. Olvida que la revolución argentina la
inició Lavalle con un puñado de hombres á pie que re-
corrieron la República desde el Plata y sus afluentes,
hasta los Andes del oeste y del norte, atravesando el
Chaco desierto, sin dejar de sublevar una sola provincia
argentina, cuando sus aliados los abandonaron, y regaron
todo el territorio patrio con su sangre. Olvida hasta el
martirio de los que prepararon el triunfo final, con su
valerosa protesta cívica, olvidando la enseñanza de la
parábola romana, de que el primero que intentó doblegar
la encina, concurrió tanto ó más á derribarla que el último
pigmeo que lo consiguió merced á los esfuerzos de los que
le precedieron en el empeño.
¿Qué es lo que usted antepone á los objetivos y á los
ideales de los que por esos medios buscaban la libertad
— x\
(le la patria y la orgariizaciúii nacional? Vamos á verlo.
No sólo admite los hechos consumados, teorizando sobre
ellos, sino que acepta hasta las hipótesis más extrañas,
que lo llevan hasta la iu\u"a('iónde todos los principios
de un gobierno regular. i<K[ gobierno licreditario, (repito
sus propias palabras, extractando), que trataron de estable-
cer los federales con doña Manuela de Rozas... fué un
gobierno hereditario por lo que hace al poder ejecutivo
solamente, ó por mejor dicho, una federación de estados
con un poder ejecutivo inamovible... un régimen que ar-
niíjuiza y resume sin violencia las dos grandes tendencias
que se disputan el predominio en las sociedades políticas;
íiel trasunto por lo que hace á la idea fundamental del
gobierno inglés, tal como lo quiere y lo trabaja Gladstone;
expresión acabada de la monarquía democrática de No-
ruega y Suecia; trasunto del ideal del gobierno conserva-
dor que á la larga aceptaremos quizás en el nuevo mundo
para gozar ])Ositivamente de los beneficios del gobierno
libre que dilicultan y obstruyen hasta ahora los |)residon-
tes con facultades imperiales y las turbas demagógicas.»
He ahí su ideal retlizado y coronado por una reina here-
ditaria por el derecho divino del tirano .luán Manuel de
Rozas. Eso es lo que usted antepone al ideal de las liber-
tades y á la realidad de la Repúbli(;a democrática por
ellos fundada, que es la última palabra do la lógica y de
la exjjeriencia en inatei-iade gobierno! Así. desde (pie ust(MÍ
acepta hasta las consecuencias hipotéticas de la tiranía
de Rozas más allá de sus días para legar un trono á su
hija, no extraño que acepte la tiranía de Rozas como un
gobierno oi'gánico y necesario, pues yo mismo si tuviese
que o[)tar, preferiría como imposición de la fuerza, la ti-
ranía transitoria de ¡lozas á la bei-oncia permanente por
razón- de la tii-aiiia erigida en ])riiici])io eterno en noinl)re
del derecho hereditario dé la tiranía.
Poi" último, cuando llega el día en que el tirano cae,
forma V. en Caseros en espíritu con los que peleanni
l»:ijo la bandera de l;i tir;inia; sigue sus maniol)ras iniü-
— XXI —
tares con anhelo y simpatía asiste á sus consejos de
;
guerra con pasión como parte interesada; exalta el ánimo
de sus tropas. Sus héroes son los que combatían á las
órdenes de Rosas, con excepción de uno solo de ellos, á
quien presenta como imbécil ó como traidor por no haber
ejecutado al tiempo de la invasión del general Urquiza
al territorio de Buenos Aires, los movimientos que según
Y. y los documentos que exhibe, debieron ó pudieron dar
el triunfo á Rozas.
Aquí desconoce Y. una ley de la historia. Las gran-
des batallas finales que inauguran épocas, no son hijas
del acaso. Representan el choque de fuerzas vivas que
se condensan, en que prevalece siempre un principio nue-
vo y superior, que se convierte en fuerza eficiente. Estas
batallas no se corrigen como partidas de ajedrez mal
jugadas: son el jaque mate en regla. Las banderas del
vencido se convierten en mortaja de la vida vieja. No
sólo vencen convencen, porque están en el orden regu-
:
lar de las cosas y de las necesidades nuevas á que corres-
ponden. Por eso no se rehacen teóricamente, yjorque son
definitivas. Puede enmendarse la derrota de Cancha Ra-
yada, que es un accidente casual de la guerra; pero no
se enmiendan batallas como Maipo y Ayacucho, como no
puede remendarse la bandera rota de Caseros cosiéndole
tiras de papel que se lleva el viento.
Caseros es una batalla final, lógica, necesaria y fecunda.
Es el punto de partida de la época actual, de la evolución
de la organización nacional, complementada por otra ba-
talla, también necesaria y fecunda, en que triunfó la reor-
ganizaci(')n nacional, asentando á la República en equilibrio
sobre sus anchas é inconmovibles bases constitucionales
Protestar contra el triunfo de Caseros, ó poner en duda
su necesidad y su razón de ser, es protestar contra sus
resultados legítimos, y es protestar contra la corriente del
tiempo que nos envuelve, y lleva á la Nación Argentina
hacia los grandes destinos que se diseñan claros en el
horizonte cercano.
— XXII —
Considerada la batalla de Caseros i)or su faz moral,
histórica y pintoresca, la desconozco. Como actor en ella,
puedo asegurarle que la tisiologia de las tropas que allí
pelearon, sus peripecias y detalles, fueron muy distintos;
asi como que las pérdidas poruna y otra parte fueron muy
inferiores á las que resultarían de su relato, según el cual
los muertos alcanzarían á más de 2.000.
La batalla de Caseros ofrece el singular fenómeno fisio-
iógico de otras de su género: estaba ganada antes de darse,
y vencidos y vencedores tenían esta evidencia anticipada,
desde los generales hasta el último soldado de ambos
ejércitos, como la tenía el mundo entero. De cualquier
modo que se hubiese dado, se habría ganado por los alia-
dos, y en las condiciones en que la presentó Rozas, se
hubiera joerdido cien veces.
Tocóme ocupar el centro desde una altura y dominar
desde ella todo el campo de batalla, como me tocó con-
testar por parte de los aliados con la artillería argentina
los primeros tiros disparados jDor las baterías del coronel
Chilavert dentro de la distancia de punto en blanco. La ba-
talla de Caseros se reduce á un cañoneo preliminar, á
una carga de caballería sobre una de las alas, y á un si-
mulacro de carga de las tres armas sobre otra ala y
sobre el centro. No hubo la encarnizada pelea que usted
pinta, á no ser la última resistencia que opuso Chilavert.
Lamadrid no mandaba los diez mil hombres que Y. dice,
ni dio la carga que supone. Encargado de flanquear la
línea se corrió tanto sobre su derecha, que no alcanzí)
á ver al enemigo, y la caballería brasilera con Osorio,
enfadada i)or esta carga en el vacío, retrogradó al camino
de batalla, llegando á él cuando todo estaba terminado.
La carga inicial de la caballería argentina del ala dere-
cha contra el ala izquierda de la caballería de Rozas
fué instantánea: no hubo choques ni entreveros, y la
resistencia que encontraron los vencedores, muy débil,
tan débil que los nuiertos y heridos fueron poquísimos.
Ln ese encuentro supone V. 400 liombres de pérdida á
— XXIII —
los aliados. Todos los muertos de la batalla por una y
otra parte apenas alcanzarían al total de ese número.
La carga de caballería de la derecha argentina, fué
una inspiración parcial del general Urquiza, que la llevó
con una masa como de cinco mil ginetes; no diez mil —
como V. dice, pues la división de Lamadrid y la caballe-
ría brasilera no concurrió á ella, y á órdenes del gene-
ral Yirasoro formaban á la izquierda como 4000 hombres
de esta arma, no alcanzando el total de la caballería del
ejército aliado á más de diez mil hombres.
El general Urquiza al ordenar la gran carga triunfal, se
olvidó de que era general en jefe. Dejó en inacción como
14.000 hombres de las tres armas, que componían su centro,
izquierda y reserva, empeñados en un cañoneo fuera del
tiro de fusil y sin guerrillas intermedias ni flanqueadoras.
En tal situación reunióse en mi batería un consejo de
guerra espontáneo, compuesto de los generales Pirín y
Galán, el brigadier Márquez y el entonces comandante
Sarmiento, consejo á que concurrí yo también. En vista
del estado de la batalla, persuadimos al coronel Chenaut
á que en su calidad de ayudante de campo del general
Urquiza, diese en su nomlire la orden de cargar al centro,
á la izquierda y la reserva, que hacía más de una hora
permanecían sosteniendo un vivo cañoneo. Asi se hizo.
Entonces cargaron, apoyadas por los fuegos de la artille-
ría, ganando terreno, la infantería argentina y la división
brasilera, la reserva de caballería del general Yirasoro y
la división oriental que formal)a á la izquierda fuera del
tirode cañón. Estas fuerzas avanzaron en columnas de
ataque, arma á discreción, sin disparar un tiro. Bastó su
avance para disolver de un soplo el último núcleo de re-
sistencia del ejército de Rozas. No hubo casi pelea, ni más
muertos que que inútilmente sacrificó con crueldad
los
el coronel Pallejas en el Palomar de Caseros, entre ellos
el llorado doctor Cuenca, caído á la sombra de una ban-
dera que detestaba, desempeñando un deber de huma-
nidad.
— XXIY —
La verdad es, que en la batalla de Caseros nadie pe-
leó verdaderamente del lado de Hozas, exceptuando el
coronel Cliilavert. Sus batallones no tuvieron ocasión ni
nervio para empeñar combate formal, y varios de ellos,
los que no se sublevaron matando á su jefe ó se des-
bandaron, al rendirse en formación pasiva, ponían las
baquetas en los cañones de los fusiles limpios, para mos-
li'iir que no habían descargado sus armas. Fué más que
una dispersión, una disolución por su propia fuerza de
inercia.
La explicación de esta fácil victoria está en que el
ejército de Rozas era una masa inerte, sin alma y sin
cabeza, que ni esperanza de lesistir tenía. Era una línea
inmóvil, á la defensiva pasiva, sin iniciativa posible,
reatada á una posición falsa como la del palomar le
Caseros, que por cualquier punto que fuera atacada, no
podía variar su i)lan defensivo, de manera que, aislada
esta posición, la batalla estaba ganada. Esto fué lo que
comprendió el primer golpe de vista,
general Urquiza al
al lanzarse á deshacer la izquierda de Rozas. Pero de
cualquier otro modo la batalla se hubiese ganado, y tal
vez mejor. La prueba de ello es que el ataque se llevó
de frente en las condiciones más ventajosas para los que
la defendían, bajo los fuegos de sesenta cañones bien
situados y bien mandados, sostenidos por toda su infan-
tería intacta. Á pesar de esto, el núcleo sólido de las
fuerzas de Rozas no ofreció casi resistencia, y su derrota
sólo tuvo el honor de ser saludada valientemente por
los cañones de Chil.avert en las dos posiciones que suce-
sivamente ocupó, peleando él solo con sus artilleros
como lo hal)ía hecho en la batalla de Arroyo Grande bajo
la bandera de la lil>eitad. Me es agradable tributar este
homenaje postumo á la memoria de mi antiguo jefe y
maestro en artillería, cuya apostasía dei)loré en vida,
y ^uya muerte comlem'' en presencia del vencedor de
Caseros.
No obstante estas observaciones y rectiíicaciones par-
— XXV —
cíales,debo agradecerle los benévolos conceptos con que
algunas veces me honra al nombrarme, aún cuando agre-
gue, «que conservo sin saberlo mis tradiciones partidistas».
Si por tradiciones partidistas entiende usted mi fidelidad
:i por que he combatido toda mi vida, y que
los principios
creo haber contribuido á hacer triunfar en la medida de
mis facultades, debo declararle, que conscientemente las
guardo, como guardo los nobles odios contra el crimen
que me animaron en la lucha. Admito con Lamartine,
que las víctimas se den el abrazo de la fraternidad
sobre las tumbas de sus verdugos pero pienso que el
;
odio contra los tiranos es una fuerza moral, y pretender
extinguirlo en las almas, es desarmar á los pueblos, y en-
tregarlos como carneros sin iras en brazos de una cobarde
mansedumbre.
Dice usted con tal motivo, al finalizar su libro, que « ha
estudiado en treinta años de historia un cuerpo social y
un hombre, haciendo la autopsia de uno para descubrir
la naturaleza del engendro de la tiranía, y que esto le ha
parecido más serio y más útil que lapidar la persona de
Rozas, sin fruto para nadie, si no es para los que han
querido acreditar con esto su odio á la tiranía y su
amor á la libertad.» Empero, acaba por confesar el
mismo odio que repudia, con estas palabras « Yo no ne- :
cesito acreditar en mi país mi odio á la tiranía.» Es
el grito de la conciencia contra lo malo, complemento
necesario del amor al bien. El odio al vicio, es un
soplo que enciende la llama sagrada de la virtud, que
se alimenta con los generosos humanos. Si su llama
reverberase en sus páginas, les comunicaría la vida, el
calor y el sentido moral condiciones tan esenciales en
:
toda obra histórica como en toda conciencia bien equi-
librada.
También me cita usted como historiador invocando mí
testimonio como actor en el gran sitio de Montevideo, que
le suministra inconscientemente, según cree, argumentos
en favor de su tesis cuando juzga ese sitio de su punto
— XXVI —
de vista,y reproduce como prueba mi cuadro de los
defensores de Montevideo. Debo manifestarle que al tra-
zarlo, me di cuenta de lo que hacía. En él quise hacer
resaltar que dentro de los muros de aquella nueva Troya,
no se defendía una causa local, sino la causa general del
Río de la Plata, de un carácter cosmopolita y humano,
como es su civilización, que envolvía la salvación de su
libertad en su último é inexpugnable asilo, que fué y es
el punto de partida de la época actual, en el orden do-
méstico y en el orden internacional.
Al aceptar con estas restricciones sus benévolos concep-
tos personales, debo además protestar contra dos asercio-
nes suyas, dictada la una jDor una generosa intención y la
otra por un simple descuido.
Me compara usted con Rozas, á la par de Rivadavia
y de Sarmiento, como administrador puro de los intereses
jniblicos. No me considero muy honrado con el jjaran-
gón. Tengo á Rozas por un autómata en materia de
administración, —
fuera de la de sus estancias, que no—
hizo en el gobierno sino continuar la forma externa de
la rutina burocrática, sin alcanzar siquiera á compren-
der su mecanismo; y como administrador de los cauda-
les públicos, lo tengo por un ladrón, como lo ha declarado
la justicia. Detrás del presupuesto oficial de dos millones
de pesos que usted trae, sin mencionar su registro falso
de órdenes unipersonales del gobernador en que no se
daba cuenta sino con la orden misma, estaba totla la
fortuna privada que subvenía á los gastos generales por
medio de auxilios, ó sea exacciones de toda ^specie que
pesal)an como sobre un país conquistado, sin derecho á
la propiedad inmueble, móvil ó semoviente; además de
las emisiones, y de las confiscaciones de los salvajes uni-
tarios. Todo era artículo, desde los ganados y la tierra
hasta los hombres y sus mercancías, y esto constituía el
verdadero presupuesto gratuito de Rozas sin cuenta ni
razón.
Dice usted también que fui «partidario de Rivera».
XXVII —
Nunca lo fui, y bien por no serlo fui perse-
lo sabia él:
guido y sufrí destierros. Verdad es que serví algunas ve-
ces en sus ejércitos en campaña peleando como otros
muchos argentinos por la causa de mi patria, pero no por
la de él.
Todo esto no impide que haga justicia,— como la he
hecho antes,— á la sana intención que haya podido inspi-
rar su obra, al procurar estudiar los complejos y confusos
fenómenos de nuestra sociabilidad al través de la histo-
ria,aun cuando no acepte su criterio histórico. Reconozco
la inmensa labor que encierra su libro, verdaderamente
extraordinaria en la compulsación de documentos compro-
batorios, metódica ordenación de las materias, la
la
«xtensa exposición de los hechos,— á veces por demás
prolija, —
revelando en el estilo y los corolarios un no-
table progreso intelectual, que hace honor á usted como
trabajador, escritor y pensador, haciéndolo á la literatura
argentina como producción original de largo aliento que
la enriquece, suministrando un nuevo contingente á la
historia.
Con este motivo me es agradable repetirme de usted
como siempre, su afectísimo amigo y S. S.
Bartolomé Mitre.
(La íYación del 19 de octubre de 1887.)
:México, diciembre 9 de 1887.
Sr. D. Adolfo SaMías.
Muy señor mío de mi consideración y aprecio:
Sorpresa en extremo agradable me ha causado su fa-
vorecida del 15 del ppdo. octubre, que recibí hace pocos
días juntamente con el tomo 3° de su obra Historia de
XXVllI —
Roxas y de su época; y digo que este fausto suceso me sor-
juvndió muy agradablemente, jtorque teniendo el senti-
miento de no haber llegado á ver los anteriores touKJS
que me dice me ha mandado por conducto del señor
general Paz, é ignorando hasta hoy ai'ui la existencia de
este libro, su último tomo, que si me ha llegado, como
digo, y sobre todo el conocimiento que con usted he tenido
la lorluiia de hacer, me han iiroporcionado un verdadero
y grato placer. No sé á qué fatalidad debo que aquellos
))rimeros tomos no hayan nunca venido á mis manos, ni
porqué causa no haya recibido carta alguna del general
Paz, que me hablara de ellos: provendrá eso acaso de
algún extravío en el correo; pero sea de ello lo que
fuere, permítame que le suplique me duplique el envío
de los
referidos tomos, para poileí' asi re})arar una pérdida, cuya
importancia puedo apreciar hoy que he tenido el gusto
de dar un ligero vistazo al tomo 3'\
Comprometen por entero mi gratitud las benévolas fra-
ses que me dirige con motivo de mi «Ensayo sobre el
juicio de Amparo y el Writ of babeas corpus», porque
inspiradas por su benevolencia para conmigo, ellas son un
favor que muy mucho agradezco. Después de ese libro
ltubli(]ué el tomo 4° de mis «Votos», como presidente de
la Suprema Corte, que no sé si usted conoce; pero que
de todas maneras tengo el gusto de enviarle por este mis-
mo correo. Separado luego de aquel alto |)uosto, me he
dedicado exclusivamente á las labores de mi bufete, lle-
nando tf)do mi tiempo y mi atención los negocios parti-
culares de mis clientes. Fuera de ])equefios folletos que
han visto la luz ])ública, y que no tienen otro interés
que el forense de circunstancias que el asunto á que se
refieren les daban, nada he publicado que merezca siquiera
los honores de ser mencionado; confiando, sin embargo,
en su bondad para conmigo, me atrevo á remitirle tam-
liii'ii un proyecto de ley de extranjería con su respectiva
exposición de motivos, que trabajé por encargo de la Se-
cretaría de Pielaciones.
— XXIX —
Muy me es á mi vez ponerme á las órdenes de
grato
iistedy suscribirme como su afectisimo amigo y seguro
servidor
Q. B. S. M.
J. S. Vallarta
Lima. (licieml)i'e 10 de 1887.
Sr. D. Adolfo Saldías.
Mi buen amigo:
El vapor que llegó el 6, me ha traído, junto con sus
apreciables cartas del 15 y 29 de octubre, los tomos 1" y
3° de la Historia de Bozas. No sabe usted cuánto le agra-
dezco, por mí y por la Biblioteca, el tener completa esa
interesantísima obra, que en el mismo día fué á manos
del encuadernador para que la euípaste, formando un
volumen de los tomos 1° y 2'\, y otro volumen del 3"\
Mucho, muchísimo habría lamentado que la Biblioteca
tuviese trunco el trabajo de usted. Me prometo leer los
tomos 1° y 3° en la semana entrante, que será cuando el
encuadernador los devuelva; pero juzgando por el 2° que
leí, no dudo que habrá usted en el último conservádose
á la misma altura en cuanto á rectitud de criterio y
corrección de forma. Pienso como usted que sin la domi-
nación de Rozas, cuyo despotismo se ha exagerado un
tanto, no estaría hoy esa gran patria argentina á la al-
tura en que se encuentra. Sin lisonja son ustedes en
Sud-América la nación que está á la vanguardia del
progreso.
El picotón del Quijote es gracioso y contril)uye á j^opu-
larizar el libro de usted. El lápiz no ha hecho caricatu-
ras sino retratos de Mitre y de usted. De esos picotones
espirituales y decorosos á la vez, deseo á usted infinitos.
Guando la crítica, como en esta vez. es delicada y no
grosera, un autor debe quedar contento. Prefiero los pi-
— XXX —
cotones, á que sobre un libro se haga la conjuración del
silencio.
Hasta otra oportunidad, queridísimo amigo, y crea que
lo es de usted muy cordialmente su afectísimo
Ricardo Palma.
Ems, septiembre 2 de 1888.
Kurhaus.
Mi estimado compatriota:
He recibido su carta fecha- 26 de agosto próximo pasado,
y le agradezco muy cordialmente su amable atención.
En tomo de la Historia
Berlín recibí también el último
y si no he acusado á usted recibo de ella, ha
de Rozas,
sido porque me lo han impedido mis numerosas ocupa-
ciones. Con todo, puedo asegurarle que no le he olvidado,
como usted lo cree, y que sólo espero terminar la impre-
sión del V tomo
de la 4'^ edición de mi Droit international
ihéorique et para pedir á uno de mis editores en
pratique,
París, Mr. Rousseau, que le envíe un ejemplar completo.
En el tomo I he citado dos de sus obras: la Historia de
la Constitución Argentina y la Historia de Rozas.
Deseo que ésta encuentre en buena salud y que
lo
acepte la expresión de mis mejores sentimientos.
Carlos Calvo.
Barcelona 17 de octubre de 1888.
Sr. Dr. D. Adolfo Saldias:
Muy señor mío En la balumba de cartas que recibo
:
diariamente nada es tan fácil como el extravío de alguna
de ellas. Sin duda ha tocado esta mala fortuna á la que
usted me dirigió y por eso háse quedado sin respuesta.
Recibí en efecto, la Historia de Rozas, y si no estoy tras-
— XXXI —
cordado creo haber emitido á usted el juicio que tan bello
libro me merecía por conducto del señor Duran, ministro
de España en Buenos Aires.
Estimo en lo mucho que valen cuantos libros publi-
can ustedes los hispano-americanos y los tengo como una
distinción gratísima cuando me lo remiten escritores de
tanto mérito como usted.
Aprovecha la ocasión para ofrecerse suyo afectísimo
atento
S. S. Q. B. S. M.
Emilio Castelar.
En cuanto á la parte material de esta nueva edi-
ción, es este el primer libro que se publica en la
Repíiblica con tan numerosa colección de ilusti^a-
ciones, que por sí solo constituye una verdadera
novedad. Por la primera vez se encuentran reu-
nidos en un libro de historia nacional los retratos
de más de cincuenta personajes de los que princi-
palmente colaboi^aron en la época á que se refiere.
Y si á eso se agrega que esos retratos han sido
encargados expresamente para la obra á la reputada
casa Decaux, de Paris, se comprenderá que no se
lia omitido sacrificio pecuniario para dar á la edi-
ción definitiva de la Historia de la Confederación
Argentina, todo el relieve que merece.
Félix Lajouane
Editor.
CAPITULO I
ROZAS Y LAS CAMPANAS
Prospecto. — Genealogía de don Juan Manuel de Rozas. — III. Su infancia.
II. —
IV. Sus primeras armas durante las invasiones inglesas. — V. Sus pri-
meras empresas. —VI. Rozas saladerista. — VII. La cuestión de los sa-
laderos en 1817. — VIII. Los industriales, la prensa y el Gobierno. —
IX. Rozas hacendado: orígenes de su influencia.— X. Sus primeros tra-
bajos para seguridad de las fronteras. — XI. Memorias que sobre este
asunto elevó al Gobierno.
Voy á escribir la historia de la Confederación Argen-
tina, movido por el deseo de trasmitir cí quienes recojerlas
quieran las investigaciones que he venido haciendo acerca
de esa época que no ha sido estudiada todavía, y de la
cual no tenemos más ideas que las de represión y de
propaganda, que mantenían los partidos políticos que en
ella se diseñaron.
Perseguiré la verdad histórica con absoluta prescin-
dencia de esas ideas, que tuvieron su oportunidad en los
días de la lucha y su explicación en la efervescencia de
las pasiones políticas.
•No se sirve á la libertad manteniendo los odios del
pasado. Lo esencial es estudiar el cuerpo social que, á
impulsos de su sangre y de los defectos de su educación.
»
incubó y exaltó á los que tales odios inspiraron. Sólo
así se puede señalar las verdaderas causas de esa pos-
tración estupenda del sentido moral que llevó á un país
fundador de cuatro repúblicas, á de])ositar sus derechos.
esto es, su ser político, y á ofrecer su vida, sus haberes
y su fama, esto es. su ser social, á los pies de un
gobernante que los renunció infinidad de veces.
La generación argentina que pngna por autorizar
con el prestigio del tiempo sus viejos y estériles ren-
cores, cede naturalmente al sentimiento egoísta de toda
sociedad que graves culpas tiene ante el porvenir y
ante la historia: se escuda tras el culpable que presenta
á la execración del presente. Ella acusa, acusa siempre
á Roza^. porque no puede acusarse á sí misma. «Una
sociedad, dice un eminente escritor francés ('), necesita
arrojar siempre sobre alguno la responsabilidad de sus
faltas. Cuanto mayor es el remordimiento que experi-
menta, mejor dispuesta se encuentra á buscar el culpable
que por ella llaga penitencia; y cuando lo lia castigado
bastante, se acuerda el perdón á sí misma y se congra-
tula de su inocencia.
En cuanto á mí, estoy habituado áver cómo se derrum-
ban en mi espíritu las tradiciones fundadas en la i)alabra
autoritaria que, atando el porvenir al i)resente, echan al
cuello de las generaciones un dogal inventado por el de-
monio del atraso. Pienso que aceptar sin beneficio de
inventario la herencia política y social de los que nos
precedieron, es vivir de prestado á la sombra de una
quietud que revela la impotencia.
La prédica de los odios constituye, por otra parte, un
verdadero peligro para el porvenir de las ideas, cuyo
{') Boissier, «L'opposition sous les Césars»— pág. 125 (1885).
desenvolvimiento retarda, lanzando en senderos extra-
viados á la juventnd. en vez de iniciarla en la experiencia
saludable de la libertad, ó en las lecciones moralizadoras
que presentan los propios infortunios políticos.
Si la República Argentina hubiese seguido estas co-
rrientes, su progreso social
y no estaría en el
político
estado de embrión; y las ideas que ochenta años há fueron
solemnemente proclamadas á la faz de la América, ser-
virían hoy de norma á los hombres y á los pueblos que
reaccionan todavía contra ellas.
Educar para la libertad es engrandecerse en el porve-
nir, y esto no se consigue explotando los desvíos de una
época en que se ahorcaba á la libertad, para consumar, á
la sombra de este recuerdo, todos los escándalos políticos
que vienen sucediéndose por los auspicios de un fana-
tismo análogo en tendencias y propósitos al que se pre-
tendió derrumbar, aunque más ático en las formas y más
soportable en la práctica.
Todos los fanatismos son perjudiciales. Cuarenta años
hace que el pueblo argentino vive entre los desahogos de
una lil)ertad muy i)areci(la á la licencia, y nada de más
llamativo ha creado ó inventado que el modo de hacer
el vacío alrededor de las instituciones, para consumar la
mistiíicación más odiosa del mecanismo político que se
dio.
¿Han faltado ciudadanos? ¿Han escaseado fuerzas po-
derosas? No; pero unos y otras han cedido á la perver-
sión del espíritu liberal; y esta perversión lo ha invadido
todo, derramando de sus senos impúdicos la leche que
han bebido dos generaciones. Ella ha abierto el camino
fácil á todas las reacciones. Ella ha minado los cimien-
tos del ediñcio político que levantaron los hombres de
1810, sin imaginar de seguro que. al cabo de ochenta
años, había de ser todavía un embrión en las manos de
—
— —i
cuatro millones de argentinos que no saben ó que no-
pueden conducirlo con éxito.
Y el bienestar, el progreso, la prosperidad son en la
República Argentina, meros resultantes de la cuestión de
gobierno. La Francia pudo prosperar y engrandecerse
bajo el desi)otismt» deslumbrador de Napoleón I, porí^ue
Napoleón I era la Nación. La República federal Argen-
tina, nunca ba sido grande relativamente, porque jamás
el pueblo —
que es la Nación —
ba tomado la personería
que le corresi)()nd(' en esa cuestión de gobierno, que en-
vuelve para él sus intereses más íntimos y vitales. No;
la ban tomado por él los interesados en desnaturalizar
esa cuestión en provecbo de conveniencias más ó menos
extrañas y circunscritas; ó, cuando estas conveniencias
ban estado en pugna, b» ban lanzado á derrocar autori-
dades, como si de este cambio efímero dependiera la rea-
lización de los bienes que todavía se esperan.
El pueblo argentino es, en tesis general, menor de edad.
Pero bay algo más asombroso que esto, y es que, su \)o\-
legidarAón política anterior, no lo era. El pueblo de 181U
l)ueblo del agora, pueblo de ciudad griega, si se quiere —
l)ero el pueblo fué quien decidió de sus destinos el 21 y el
25 de mayo de aquel año ; in capite, ciudadano por ciudada-
no. El verdadero ])U('blo. por escaso (pie fuera, bacía acto
de presencia en cada una de las evoluciones de la política
militante. El pueblo era la fuerza del voto, cuya suma
representaba la única opinión pública que babía; y era,
además, la fuerza armada, en nombre de la ley, para bacer
respetar y cumplir sus resoluciones soberanas. Era un
teatro diminuto, es cierto, pero era un teatro bermoso
donde brillaba el ideal de las democracias, por lo que
respecta al ejercicio libre del derecbo indivi(lii;il, (/iie
¡jobernaba.
¿(,)ué educación democrática tenía el pueblo que aclamó
virrey á Liniers. iioseído de niia sublime intuición de la
libertad; que votó la destituciini del virrey Cisneros, con-
gregándose en la plaza pública, ó en los cuarteles de Patri-
cios para sostener las decisiones de sus representantes
legítimos que creó su Gobierno, Junta, Triunvirato. Direc-
;
torio; ({ue conquistó su independencia, é inventó, adoptó,
y divulgó las ideas más liberales y humanitarias; que
gobernó él mismo, por el órgano de sus cabildos, durante
los vaivenes ó las derrotas de la Revolución; que asistió,
en lin, fuerte y compacto, á todas las funciones políticas,
donde se manifestaba realmente la influencia culminante
y decisiva de la verdadera opinión pública?
El ainot á la patria, el sentimiento de la propia dig-
nidad, pudieron más que todos esos pretendidos pro-
gresos en las teorías y en las ideas, que extravían á los
pueblos en vez de educarlos, cuando los llamados á gober-
narlos por su influencia y por sus aptitudes no dan el
ejemplo de la virtud cívica, para que ésta haga camino
y se radique al pie de cada autoridad que se levante.
Por esto triunfó la revolución. Esa llama divina de
la virtud ardió siempre en el espíritu del pueblo, lan-
zado tras los nobles estímulos con que los prohombres de
la Revolución prestijiaban la causa del porvenir, haciendo
llegar á todas partes los principios del gobierno libre que
hemos ido olvidando poco á jioco.
Y, sin embargo, el liberalismo corruptor de nuestros
días llama á ese hecho elocuentísimo, candores patrióticos
que hicieron su época. Y se diría que la sociología que pre-
gona los progresos, ha encontrado principios más huma-
nitarios que aquél; el mismo que formulaba Montesquieu
sentando que la virtud es el fundamento de la República.
Sustituyendo todo lo i)ropio que al porvenir hablaba, con
ideas cuya misma inconsistencia engendra la perpetua
reacción en que se vive, se llega á creer que tal principio
fundamental es ó será una resultante de los medios de
vida y de gobierno que se desenvuelvan en lo comercial,
en lo industrial y lo artístico.
Los vuelos paradojales de De Maistre no irían más le-
jos. Cuando ese desenvolvimiento se opera en grande
escala, se levanta Cartago, — esa ecuación del mercanti-
lismo, cuya inc(3gnita era la nacionalidad que nunca se
encontró. Cuando se opera en pequeño, se levantan jude-
rías, adonde tampoco llegan más ecos que los del Dios
Oro, cuyo culto sublima la avaricia de los que en ella
pululan como átomos del espíritu de Bentham, el cual
vive bajo la forma de una libra esterlina que arrojó á
la faz del mundo entre una sonrisa de desprecio.
Se aparta como vetusto lo que los abuelos creían que
duraría cuando menos el tiempo necesario para com-
prenderlo y practicarlo. Se hace consistir el progreso
en divorciarse del pasado, pero en divorciarse de lo que
conspira contra el liberalismo pervertido; de lo que no
favorece las tendencias al absolutismo, que deja la opi-
nión pública en esqueleto; de lo que puede oponer barrera
á los vicios que corroen la administración y el gobierno.
Y se busca, sin embargo, en el pasado el atraso, el error
y todo aquello que pueda dar pávulo á la hipocresía que
corrompe; á la molicie y el lujo que enervan; al lucro
ilegítimo con los intereses generales, que hace á la mitad
de la sociedad tributaria de la otra mitad; á la avaricia
sórdida ^[\\Q crea la explotación vergonzosa y los escán-
dalos administrativos que se vienen perpetuando en la
República.
La mentira erigida en sistema, y la virtud i)uesta en
ridículo : he aiií la síntesis moral que ha resultado de
ese divorcio del espírituy de la ciencia de la revolución
de LSlO, contra el cual clamó el genio humanitario de
Echeverría. Ensayos y reacción contra estos ensayos:
»
he ahí la síntesis política de lo que el presente puede
adelantar como obra suya.
Y se persigue tal extravismo porque los progresos ma-
teriales que se arrancan
sudor de los remotos descen-
al
dientes, deslumhran hasta el punto de no ver que el
progreso es fatal como las desgracias, en un país nuevo,
lleno de viday con aspiraciones á la libertad... Diez y
ocho años después que el general Mitre unió á todos los
argentinos bajo una constitución federo-nacional. Sar-
miento, el infatigable Sarmiento, decía con el acento
melancólico que inspira á la vejez la idea de no ver
realizados los sueños de ventura que se persiguieron
durante una vida de propaganda y de lucha: «ün hom-
bre libre en América, será el h/Jo de la hütoria humana
como gobierno y moral; el centro del universo, porque
todo pensamiento, sonido, materia y visión, le obedecerá
y vendrá adonde él esté; ó partirá á los cabos del mundo,
guiado por la electricidad si es idea, empujado por el
vapor si es materia. Podrán decir los que en tal época
vivan, como Nerón: estoy al fin alojado como un hombre
libre.
¿Cómo es posible aproximarse á este punto si se
invierte el orden; si en vez de partir de los propios fun-
damentos, se adopta sin reserva los ágenos; si en vez
de lo nuevo á que llamamos viejo porque es propio, se
recoje lo viejo importado con los atavíos brillantes que
tan á la mano tienen las industrias fáciles de nuestros
días ?
Cuando un país como la Nación Argentina, por la
obra de su espíritu y de su esfuerzo ha dado indepen-
dencia y vida á medio continente y fundado la libertad
á la sombra de la cual se han levantado seis nuevas re-
públicas adonde pueden acudir trabajadores de todas
partes del mundo, ese país tiene derecho de marchar
— s —
con sus medios propios al progreso que le marcan sus
destinos. Si no i)uede marchar así, si los ha perdido,
es porque ha degenerado en su espíritu y en su sangre;
como degeneró la Grecia, hasta el punto de vivir de la
vida y de las ideas semibárbaras de Oriente, contra lo
cual han protestado los bardos Kleptas, manteniendo en
los campos y en los montes de la Jonia las gloriosas
tradiciones de la jmtria vieja^ que comienza recién á
renacer.
Salustio refiere que Africano y otros ro-
Scipión el
manos ilustres, solían decir que ante el recuerdo de sus
antepasados, sus corazones se sentían abrasados por un
violento amor á la virtud. Los argentinos tenemos antepa-
sados ilustres también que nos dieron con la independen-
cia y la libertad, un nombre entre las naciones civiliza-
das. Si nos inspirásemos en sus obras, en su espíritu
y en sus esperanzas, no retardaríamos los beneficios de la
libertad para nosotros y para nuestros hijos, viviendo en
perpetua reacción contra el organismo político que nos
dimos después de habernos despedazado cuarenta años;
é imprimiendo á la época en que vivimos esa fisonomía
de indolencia, de escepticismo y de perversión que suele
ser precursora de grandes desastres ó de irreparables
descensos.
Historiando esa lucha prolongada y sangrienta bajo
sus múitiides asi)ectos de reacciíui, de re])resi(m, de des-
censo y de reconstrucción, y la hiz dr los jiechos y
,i
de la sana filosofía que de éstos se desprenden, creo ha-
cer mejor servicio que el que han hecho hasta ahora
los que han escrito libros para e/iseñar d odiar la tira-
nía, con el ]n-op(jsito deliberado de eludir responsabili-
dades propias, en tiempo de extravíos comunes. Las ge-
neraciones nuevas no necesitan de estos estímulos para
rechazar, en principio, tal calamidad política. El peligro
—n—
de una tiranía existe latente enel país que cree haber
cimentado su libertad deshaciéndose de su tirano, pero
sin remover las causas que á éste lo incubaron.
Para apreciar en su justo valor la importancia de
estas causas, es indispensable trasportarse á la escena
en que se desenvolvían; y á ella voy á llegar estudiando
los primeros pasos del que fué en ella el protagonista
obligado, en fuerza de las circunstancias que derivaban
de la propia índole del teatro, y del poder de atracción
de ciertas ideas cuyo empuje llegó á ser irresistible.
La familia del brigadier general Juan Manuel Ortiz
de Rozas, gobernador y capitán general de Buenos Aires
y Jefe Supremo de la Confederación Argentina, es de
las más antiguas é ilustres entre las que vinieron, con
el tiempo, á arraigarse en el río de la Plata.
Del antiguo expediente informativo que se levantó en
España, á mediados del siglo pasado, que conservan en
copia sus descendientes actuales, así como de los pape-
les de la familia, consta de un modo evidente la no-
bleza no interrumpida de la casa de los hijodalgos de
Ortiz de Rozas, la cual tuvo su origen en España á
principios del reinado del Infante D. Pelayo.
Un hermano del Duque de Normandía, llamado Ortiz.
(Ortiz, dice el manuscrito que he tenido á la vista, aun-
que probablemente fué Othis ú Otheiz en un principio,
y variado después según el idioma, como sucedió con
todos los patronímicos de origen normando en Italia,
Francia y Alemania), floreció en España allá por los
años de 910, tomando parte distinguida bajo las bande-
ras de Fernán González. Conde de Castilla, en las guerras
que sostuvo esa nación contra los moros.
Al regresar de la guerra radicó su casa en el valle
de Carriedo, en el lugar de Villarama, montañas de Bur-
— 10 —
gos. y también en el valle de Soba, Estados de los Con-
destables de Castilla, al cual valle, como hiciese rozar
el pasto y la maleza que abundaban, quedóle el nom-
bre de Rozas, que agregaron al suyo los Ortiz después
de vincular en aquél un mayorazgo.
Según lo testifican el libro del Becerro, la Universi-
dad de Baños y los blasones de Diego de Urbina (dice
el manuscrito) las armas de Ortiz eran un león rapante
de oro sobre un escudo en campo azul; un lucero de
ocho rayos; una orla de plata y en torno ocho rosas
rojas. El azul signiíica esperanza, fé, amistad, honra,
hermosura, candor y lealtad. El león sim-
celo, justicia,
boliza bravura y concesión hecha por los reyes de León
en premio de señalados servicios. El lucero, claridad
y paz de la patria. Y hermosura de linaje, las rosas,
que usaron también los Ortiz de Normandía, por lo cual
les ponían en España este mote ó letra:
Vi al Ortiz valeroso
Venir con grande denuedo,
De linaje generoso,
Que se entra en Valle Carriedo,
Kl cual dejando la silla,
Del primer Duque Normando
Se vino con su cuadrilla
A socorrer á Castilla
Con el Norte relumljrando.
De este tronco desciende íiodrigo Ortiz de Rozas, na-
tural del lugar de Rozas, valle de Soba, quien tuvo por
hijo legítimo á Pedro Ortiz de Rozas. F]ste casó con doña
Catalina Sains. de iiiiiciics fm' hijo Pedro Ortiz de
Rozas y Sains, que casó con doña Francisca Fernández
de Soto, y cuyo hijo Urbán Ortiz de Rozas casó con doña
Isabel de Villanuso Sains de la Maza, quienes tuvie-
— li-
rón por hijos á Bartolomé (
' )
y á Domingo Ortiz de
Rozas.
Don Bartolomé Ortiz de Rozas se casó en Madrid con
la señora Manuela Antonia Rodillo de Brizuela, en 2 de
julio de 1713, antes de cruzarse en la orden de Santiago;
y olituvo en aquella corte los distini^uidos empleos de
comisario general de los reales cuerpos de infantería y
del de caballería de guardias de corps. De este matri-
monio fué hijo don Dominyo Ortiz de Rozas y Rodillo, quien
recibió, por la casa ilustre á que pertenecía, los despa-
(
Con- motivo de haber solicitado cruzarse en la orden militar
i )
de Santiago don Bartolomé Ortiz de Rozas (dice el manuscrito citado)
se practicaron las diligencias establecidas para esta clase de dis-
tinciones, y de ellas resultaron « ser los Ortiz de Rozas hidalgos
« notorios/ é ilustres, nobles y principales descendientes de casas
inlanzonas y solariegas sitas' en dicho lugar de Rozas » como ;
también las\le Villanuso y Sains de la Maza, sitas en los valles
de Regules y San Pedro. « De la deposición de veinte y cuatro
« testigos coiitestes, fuera de otros muchos in voce, ocho en el lugar
« de Rozas f. 2, otros ocho en el de San Pedro y los ocho restantes
((en el de Regules, que van desde f. 5 de los autos, y diciendo uno
<(
y otro sobre todas las preguntas del interrogatorio, por la cer-
« cania de dichos tres lugares que se hallan en el tránsito de una
« legua, depusieron conocer al referido don Bartolomé y á sus
« padres, y tener noticia de sus abuelos; y lo que resultó de sus
« deposiciones y de los instrumentos que se acompañaron, fué lo
« siguiente... » Siguen en copia todas las deposiciones acerca de la
legitimidad, filiación, naturaleza (nobleza, honores, cargos, etc.) de
cada una de las personas arriba nombradas; en lo que se abunda
con los documentos á que se hace referencia, que son partidas de
bautismos y de los padrones vecinales de esos años, genealogías,
escudos de armas, etcétera, todo lo cual no deja la mínima duda. Como
una muestra de la minuciosidad con que se acreditan aquellos estre-
ñios, véase lo siguiente que copio de ese largo manuscrito: «Y por
dichos padrones consta que en el de este presente año de 1737 fué
empadronado don Bartolomé Ortiz de Rozas con la distinción de hi-
jodalgo notorio; y él y su padre se hallan con la misma en el padrón
del año de 1702; y el abuelo paterno, y el padre del expresado don Bar-
tolomé, en los años de 1(381 y IGOG. Asimismo se hallan el padre y_el
abuelo paterno con la misma distinción en el padrón del año 1650.
También en el de 1620 se hallan con la misma distinción y nota, el
segundo y tercer abuelo de don Bartolomé, diciendo la partida de
este padrón: Pedro Ortiz de Rozas, hijo legitimo de Rodrigo Ortiz
de Rozas, hijodalgo notorio. Y asimismo el dicho bisabuelo se
halla con la referida distinción en los padrones de los años de 1605
y 1613, según consta... »
— 1-2
dios de cadete de Guardias de Corps el 2 de diciembre
de 173U. El rey de España lo destinó después á servir
de edecán á su tío el ya nombrado don Domingo Ortiz
de Rozas, gobernador y caiiitrin general de Buenos Ai-
res ('); y luego que éste cesó en el mando de estas \)vo-
(MDon Domingo Ortiz de Rozas, natural del mismo valle de Soba,
lufrar de Rozas. si<iuio desde sus primeros jifios la carrera de las
armas. Siendo coi'onel de inlanteria con el grado de brigadier, lué
ascendido á mariscal de campo. En 1742 l'ué nombrado goliernador
y capitán general de Buenos Aires; y entre sus instrucciones, al
recibirse del mando en 21 de .junio, trajo la de remitir á la corte á
su antecesor en el mando, el brigadier tíon Miguel de Salcedo, para
al)rirsele allí un proceso con motivo de las crecientes usurpaciones
de los portugueses en los dominios de España. El señor Ortiz de Ro-
zas, des])ués de hacer Ibrmal inventario de los papeles del encausado,
lo entregó á su auditor de guerra don Francisco de Morirás, comi-
sionado de la corte para la secuela de esta causa, y la del capitán de
fragata don Nicolás (3iraldin, cuyas disenciones con Salcedo, desde
que éste puso sitio á la Colonia del Sacramento, parece que era una
de las causas principales de los males que el rey se proponía cortar.
Bajo su gobierno, que duró hasta 1745, el señor Ortiz de Rozas
se contrajo á prevenir el comei-cio de contrabando, en lo que fué
bastante leliz, porque hizo muchas presas de importancia que resar-
cieron al erario los grandes perjuicios (|ue ha])ía sul'rido.
Contenidos que fueron los portugueses, el señor Ortiz de Rozas
se propuso también contener á los indios, quienes, bajo el pretexto
de venir á vender sus ponchos y demás tejidos, repasaban las fron-
teras para muñirse de ai'mas y hacer con ellas estragos en las pobla-
ciones. En 1744 vinieron los indios en gran número con motivo de
esas ferias; y como el señor Ortiz de Rozas les prohibiera el (|ue se
muniesen de armas, los indios se entregaron á toda clase de depre-
<laciones en la frontera del Lujan. Derrotados por las milicias que
el señor Rozas mandó en persecuci()n de ellos, los indios de la tribu
de Calelian olituvieron de su bondad el permiso para establecerse á
dos leguas fuera del Lujan. VA señoi- Rozas los hacia socorrer con
toda clase de auxilios; ])ero como alu'ieran después hostilidades,
saqueando y matando á los habitantes de la campaña, los sorpren-
dió, aprisionó y destinó á los pueblos de misiones y á las obras de
Montevideo, con excepción del caci(|ue Calelian y quince indios que
embarcó para España, pero que se sul)levaron á bordo, matando á
algunos guai'dias y echándose al agua cuando se vieron rechazados.
(Véase Historia Civil, poi- el Dean Funes, tomo II.)
En 25 de marzo de 174(3 entró á ejercer la ])residencia de Chile,
en sustitución del jel'e de escuadrón don Francisco Oleando. Anhe-
loso de la fii'oj)9g;ición de las luces y de la enseñanza, don Domingo
Oi'tiz de Rozas liindc) (10 de mai'zo de 1747) la l.niversidad de San
P'ciipe Real, y le di() el primer rector en la persona del doctor don
Tomás de Azúa. Dos años después estableció la casa de moneda,
la cual tuvo que darse en arrendamiento en 1753 á don Francisco
vincias, se incorporó en el re,ij¡iniieiitó íijo de Buenos
Aires, en clase de capitán de granaderos : y después de
sus l)uenos servicios fué retirado con su sueldo íntegTo.
Del matrimonio que contrajo con doña Catalina de la
Cuadra, distinguida dama de Buenos Aires, nació en 11
García Huidobro, en clase de tesorero perpetuo, á causa de la es-
casez del erario.
Bajo su gobierno se comenzaron á levantar los templos de la
nueva catedral y Santo Domingo; se Tundo la Recoleta Dominica, y
se creó en monasterio el beaterío de Santa Rosa de Lima. Y al
mismo tiempo que rendía tributo á estas ideas de la época, esta-
bleció fábricas de paños y otros tejidos de lana en el hospital de
mujeres, á lo cual se opuso el virrey de Lima, Conde de Supervuda,
en virtud de que « ello tendía á destruir uno de los principales ra-
mos del comercio del Peni. »
Amante de los progresos materiales, dispuso que su corregidor,
don Pedro Lecaroz y Oballe, hiciese en la Cañada del Hospital una
vistosa alameda con sauces y otros plantíos, colocados á una y otra
banda del canal que corría á lo largo de toda la calle. Esta calle
tenía 60 á 70 toesas de ancho por 1.800 de largo, desde la quinta que
era de don José Alcalde hasta el convento de San Miguel.
Desgraciadamente, estos hermosos trabajos quedaron inutilizados
á consecuencia de una inerte inundación del no Mapoche, que sa-
lió de su cauce el 30 de abril de 1748, destruyendo los tajamares
y hasta el puente de veinticuatro arcos construido de una á
otra banda del canal. A fln de prevenir nuevas inundaciones,
mandó levantar nuevos tajamares en cal y canto hasta el paralelo
de la plaza 3iIayor; y por subasta y á razón de 80 pesos por toesa,
se hizo cargo de esta obra don .José Campino, contador de la Real
Hacienda.
Entre tanto el señor Rozas se propuso visitar personalmente las
fronteras y arreglar la paz con los indios independizados. Al efecto
salió para la Concepción en octubre de 1740. acompañado de su audi-
tor don José Clemente de Trastavina. Recorrió por sí mismo la línea
de fortificaciones; mandó hacer en ellas las reparaciones necesarias;
y cambió la del Xacímenlo ;i la parte del sur del Biobio, en su c-on-
íluencia con el no Bcrgara. En seguida volvió á la ciudad de Concep-
ción, para trasladarse al campo de Tapihué, donde ya estaljan reuni-
dos 198 caciques y más de dos mil indios de tres Bulammapus ó
cantones, para la celet)ración de la paz. La asamblea se abrió el 22
de diciembre de 1746. Por el cantón de los Llanos, hal)ló el cacique
Gnentuguala-Melituan. Quinquigerú por el sur-Andino y Pilpigerú
;
por los de los Andes. Después de tres días, concluyó por ratificar la
paz de Xegrete, con la adición de que los indios no habían de invadir
á Buenos Aires, ni transitar la cordillera por los boquetes que tiene
en los partidos de Chillan, r\Iaule y Colchagna.
De vuelta á la capital fundó siete colonias: la de Jesús, en Coe-
lemi'i
; la de María, en t^niriliué (provincia de la Concepción); la de
Saíita Rosa, en el partido de Guarco; la de San José, en el Maule;
— 1 í —
de abril de 17(')0 don León Ortiz de Rozas, quien á los siete
años empezó á servir de cadete en el dicho regimiento
lijo, llegando á capitán de la tercera compañía.
Don León Ortiz de Rozas JViruii'i parte de la e\[)edici('»n
á las costas patagVmicas, que coníió el Marqués de Loreto
la (le Santo Doniinoo de Hozas, en el de Quillota la de Santa Ana
;
de Bribiesea, eu Petorca. y la de San Rafael de Rozas en Cus-Cus.
Mamló reediñear las nhras interiores de la ¡¡laza de Valvidia, in-
cemliadas c\ ilia 18 de enero de 1748. Pobló la isla de Juan Fernán-
dez, liaeiendo salir del puerto de Conee])eión, en 11 de marzo de 17.50,
el navio Las Caldas eon víveres, municiones, pertrechos, una compa-
ñía de infantería y ciento setenta y un poltladores de ambos sexos;
todo al mando del teniente coronel don Juan Navarro y Santa Ella,
en clase de gobernador del nuevo establecimiento.
Eln el deseo de extender el comercio hasta Panamá para que se
desenvolviese libremente por los puertos de Chile y del Perú, hizo
solicitar, i)or medio de don Blas de Baltierra, el permiso que necesi-
taba del virrey de Lima; pero éste le negó la sú])lica por mantener el
monoi)olio del comercio en esa capital.
Usando entonces de sus atril)Uciones. ideó un medio para valo-
rizar el trigo, que era el ramo principal de la agricultura de Chile.
Se acostumbraba depositar todas las cosechas en las bodegas del
puerto de Valparaíso; y de esto se prevalía el comercio de Lima
para no pagarlo sino á ocho reales fanega. El señor Rozas mandó
([ue, () se hiciese la venta de trigos en la misma capital, antes de
l)a.)arlo al puerto, ó que no se almacenasen en éste más que ci(Mito
treinta mil fanegas cada año. Este asunto, que fué muy ruidoso,
se trató en un Cabildo abierto compuesto de los labradores y co-
merciantes chilenos, quienes aprobaron la resolución del señor Pre-
sidente; y acordaron, además, que no se vendiese trigo de la nueva
cosecha íiasta no realizar la anterior, y que se estableciese en el
])ucrto la di])utación ordenada por el Exmo. señor don (iabriel Cano
de Ai)onte i)afra tomar razón de la entrada y salida de trigos, como
asimismo otra en la capital para recojer los vales del trigo alma-
cenado y vender éste con acuerdo de sus dueños.
Chile progresaJja rápidamente, merced al acierto y al infatigable
c(do del señor Rozas, cuando fueron destruidas totalmente dos ciu-
dades: la de Concepción, por el terremoto f|ue tuvo lugar en la
media noche del 24 al 2.5 de mayo de 1751, seguido de la salida del
mar; y la de San Bartolomé de Gamboa, por haberse inundado con
las aguas del río Chilhin. El vecindario de estas ciudades que sol»rc-
vivió á tan horribles catástrofes, resolvió desocupar aquellos peli-
grosos lugares, y en este sentido rei)resentó al señor Presidente.
El señor Rozas, á pesar de sus dolencias se trasladó á Concepción,
y lil)ró providencias para (|ue en Cabildo abierto se tratase acerca
de la traslaci<)n de la ciudad. La Asamblea po])iilar tuvo lugar
en ambas ciudades, y se resolvió trasladarla de sus antiguas ocu-
]iaciones. En vista de esto, el señor Presidente exi)idió deci'cto para
que los vecinos de los Estados csclesiástico y secular «reconozcan
á don Juan de la Piedra, en 1785, con el objeto de que se
redujese á los indios que se habían situado en las inme-
diaciones de la colonia del Puerto Deseado, — una de las
cuatro que fundó este intrépido explorador en aquella
comarca, bajo el gobierno del virrey Vertiz, en 1779.
« los paisajes aparentes para poblar, sin perder de vista las leyes
« reales que tratan de este punto y ejecutado el reconocimiento,
;
« exponga cada uno su dictamen en pliego cerrado y sellado que
« deben dirigir á mis manos. »
Los vecinos de Concepción, movidos por intereses extraños á las
conveniencias generales, se dividieron en cuanto al punto de la nue-
va ubicación. Unos votaron poniue se eligiera el terreno de la
Loma de Landa. situada como á un cuarto de legua de la arruinada
ciudad otros votaron por la Loma de Parra, legua y media al norte
;
de la misma, y que remata en un alto barranco cortado á plomo hasta
el mar; y los demás votaron por el valle de ^Nlocha, que dista tres
leguas ai suroeste de aquel mismo punto, y donde se estableció, por
fin, lanueva ciudad.
Con el objeto de disipar el espíritu en que se inspiraba esta di-
visión de pareceres, el señor Rozas se llevó consigo al cal)ildo ecle-
siástico, al secular, á los prelados regulares y á los vecinos de
primera distinción, para hacer con todos ellos un prolijo examen
de los tres parajes propuestos. Verificado que fué sobre el terre-
no, el señor Presidente convocó á nueva Asamblea. A ésta concurrió
el prelado diocesano don José de Toro Zaml)rano. Después de usar
de la palabra el doctor don .losé Clemente de Trastavina, le siguió el
lUmo. 01)ispo pronunciándose « en favor del sitio de Landa » y pro-
poniendo algunos arbitros para allanar los impedimentos que
<i
tiene aquel terreno para pol)lación de ciudad. » A pesar de esto, la
Asamblea votó por gran mayoría en favor del valle de ^slocha. El
señor Presidente aprobó también esta elección, expidió el corres-
pondiente auto citatorio, y en presencia de todas las corporaciones,
tomó posesión del valle de Piocha, lo juró en nombre del rey por
ciudad y sitio de traslación de Concepción. — Delineado el paraje,
trazadas las manzanas, calles y plaza mayoi%' se citó al vecindario
para que concurriese á la distribución de solares, que admitieron
é hicieron deslindar. En seguida el señor Presidente mandó ILevar
á efecto la traslación del vecindario por un auto especial.
Apenas regresó á la capital, el señor Presidente Rozas recibió car-
ta del lllmo. ()l)ispo Toro Zambrano en la cual insistía acerca de la
mala elección del valle de Mocha y en la que anticipaba la i'epug-
;
nancia que tenían los vecinos de trasladarse allí. El señor Presidente
envió inmediatamente á la Concepción al oidor don .Tuan de Balma-
ceda para averiguar lo que realmente había. El oidor se penetró de
que los vecinos procedían por sujestiones poco serias del lUmo. Obis-'
po, y entonces el señor Rozas ordenó que se diera cumplimiento in-
mediatamente á sus disposiciones cometiendo la diligencia de trasla-
ción de los vecinos, artesanos, etcétera, al corregidor don Francisco
Narbalte.
— K) —
Pero los indios derrotaron á los expedicionarios, y les
tomaron gran número de prisioneros. Entre éstos cayó
don León merced al agrade-
Ortiz, quien salvó su vida
cido recuerdo que aquellos conservaban de don Domingo
Ortiz de Rozas, (jue fué el primero que estableció rela-
ciones amistosas con ellos. (Dean Funes, tomo iii, pág.
344.) Valido de estas circunstancias, don León consiguió
que entraran en arreglos con el virrey. Luego que, por
estos tratados, obtuvo su libertad, fué recompensado con
el nonil)ramiento de administrador de los bienes de la
corona.
I)es])('c'lia(lo el Jlliiio. oliis])!), liizo saber ])()r iiii auro público á
sus Iclifíreses, que el (lue se ausentase del anli<iUo sitio de la ciu-
dad tendría una multa de 200 pesos y la pena de excomunión ma-
yor; y con la misma pena intimó al Corregidor Narl)alte se abstu-
viera de llevar adelante las (irdenes del Exmo. señor Presidente.
Instruido éste del avance de S. S. Ilustrisima, ([uiso proceder con
prudencia elevando los antecedentes al real acuerdo. El físcal de la
Real Audiencia dictaminó, á vista de ellos: que la oposición del
obispo era ilegal, y que no pudiéndose dudar de la vejación que
habui hecho al Presidente, ni tle la trasgresión de las leyes, era de
parecer que, la Real Audiencia «retenga la causa, declare la tuerza,
y mande librar « exhorto i^ara (|ue el Reverendo ()])ispo se abstenga
de expedir iguales autos, y para que alce la censura.»
Después de estos sucesos, (d rey de España, en consideración á
los distinguidos servicios del señor don Domingo Ortiz de Rozas, le
hizo merced de titulo de Castilla con la den.ominaciíHi de Conde de
Poblaciones ; y cediendo á repetidas instancias do éste de regresar
¡ila Península á recuperar su salud (|U(íl)rantada, acordó relevarlo
de su alto cargo, noml)rando ])ara reemplazarlo en la Presidencia
de Chile al teniente general don Manuel de Amat y Turrient.
Así que recibió ])or Buenos Aires esta noticia, el Conde de Pobla-
ciones empezó á tomar las medidas conducentes para íacilitar el
auto judicial de su residencia. Éste lo obtuvo en breve; pues sus
bellas cualidades como hombre y su rectitud y altas vistas como
goberiiaiiii', le hicieron acreedor á la estimación de todos. Cuando
entrego el mando á su sucesor y se al)rió su juicio de residencia,
no hubo persona í|ue judicial ó extrajudicialmente, acusase su con-
ducta, ó demandase el menor perjuicio.
Bajo estas últimas gratas impresiones del deber cumplido, el
Conde de Poblaciones se embarcó en el puerto de Valparaíso en el
mes de mayo de 1756, y en el navio El León. En viaje para España
ralleci();i bí)rdo, á la altura del Cabo de Hornos. — Su cuerpo fué
emliaisamado, pai-a darle sei)ultiira en la madre ]ialr¡a.
— i; —
Don León desempeñó este cargo desde 1797 hasta 1806,
en que se vio obligado á atender personalmente los esta-
blecimientos rurales que acababa de heredar su esposa
doña Agustina López de Osornio, hija de don Clemente
López de Osornio, comandante general de campaña en
1765 y en jefe de la expedición que se dirigió á las misio-
nes guaraníes bajo el gobierno de Bucarelli. Antiguo y
opulento hacendado de Buenos Aires, fué sorprendido y
sacrificado por los indios, juntamente con su hijo don
Andrés, el 13 de diciembre de 1783, en el mismo paraje
que hoy se conoce con el nombre de Rincón de López.
Del matrimonio de don León Ortiz de Rozas con doña
Agustina López de Osornio, nació don Juan Manuel José
Domingo Ortiz- de Rozas, en Buenos Aires (calle de Cuyo,
núm. 94), el día 30 de marzo de 1793.
Llevado por sus padres á la estancia del Salado, se
habituó en sus primeros años á todas las faenas de campo,
con tanta mayor facilidad cuanto que siendo ese estable-
cimiento uno de los primeros de la Provincia, le brindaba
al niño Rozas todos los estímulos para que ejercitara con
éxito esa actividad y ese tesón que fueron después los
rasgos prominentes de su carácter. Fué recién á los nueve
años, cuando entró á la escuela de don Francisco Javier
de Argerich, que era la mejor que había por entonces en
Buenos Aires. Cuando ya sabía leer, escribir y contar
se cerró la escuela á consecuencia de la primera invasión
de los ingleses (1806).
Don Juan Manuel tenía trece años. Fueran las con-
sideraciones con que lo miraban por el nombre y posición
de su familia, ó por la inñuencia que él mismo se había
creado entre sus compañeros, el hecho es que. así que
se inició la resistencia que debía concluir con la recon-
quista de la ciudad de Buenos Aires, Rozas se llevó á su
casa de la calle de Cuyo á varios de sus jóvenes amigos,
TOMO I. 2
— IS —
los iiicití'i ;i la pelea, los ariin'i como juido, y se jiresentí'),
;i la cabeza de ellos, al general Liniers. Así ])eleó al lado
de este mismo general en la jornada del 12 de agosto de
18ÜG. Despnés de la rendición de los ingleses, Liniers
qniso significar á los padres del joven Hozas su agra-
decimiento por el servicio que éste acababa de prestar.
enviándoselo con una carta honrosísima en la que les
manifestaba que Rozas se había conducido «con una bra-
vura digna de la causa que defendiera». Lanzado en pos
de los nobles estímulos que llevaban átoda la juventud de
Buenos Aires á defender la patria de la nueva invasiiui
inglesa que se anunciaba, Hozas se alistó en el cuerpo ile
Migueletes de caballería, y asistió á las jornadas memo-
rables del 5 y G julio de 1807, que terminaron con la
capitulaci(')n del general Whitelock. Don Martín de Al-
zaga y don Juan Miguens lo remitieron en seguida á su
padre don León con una carta que acreditaba su compor-
taci()n en esa campaña. (')
Al año siguiente, don León Rozas coníió la adminis-
tración de sus bienes á su hijo, porque descubrió en él
condiciones de carácter y aptitudes singulares para el
manejo de cualquier negocio.
Don Juan Manuel se trasladó á la antigua estancia de
los L(')i)ez. librado ;1 su s(')la responsabilidad y decidido
á luchar contra todos los inconvenientes para hacerse
digno de la confianza que se depositaba en él, como solía
decirlo mucho después. — Perseverante y activo; sobrio
y severo en sus costumbres; avezado á las faenas de cam-
po, que atacaba él mismo por rudas que fueran; orgulloso
de todas estas prendas y sin participar al)solutamente de
(•) Estas cartas se oncuentran originales en poder de la señora
.Manuela de Hozas de Terrero.
— 19 —
lo (jiie no tenía atinjencia con el trabajo á que vivía con-
sagrado, consiguió redoblar en pocos años el caudal de
sus padres, y asegurar la prosperidad y el progreso de los
habitantes y de los campos que dependían de su admi-
nistración.
Esto no obstante, parece que la señora doña Agustina
creía que en su hijo se reproducía la fábula de Mercurio
con los bueyes de Admeto, y que marcaba ganados para
sí. en fraude de los intereses paternos. Por el contrario,
drm León Rozas no tenía más que palabras de encomio y
agradecimiento por la buena administración de su hijo.
Cuando éste tuvo conocimiento de la tal sospecha, le
declaró á su padre que no podía seguir al frente de los
establecimientos de campo. Inútiles fueron los ruegos
de don León y sus ofertas de que aceptase ganados y
dinero para trabajar por su cuenta. Don Juan Manuel dejó
la estancia paterna, seguido de su esposa doña Encarna-
ci()nEzcurra y Arguivel; y, sin más recursos que su for-
taleza y sus buenas disposiciones, se asoció con don Juan
Xepomuceno Terrero, cuya familia mantenía con la de
Rozas una antigua amistad.
He aquí cómo explicaba Rozas en su ancianidad me-
nesterosa ese paso decisivo de su vida, el cual pone de
relieve sus condiciones de carácter:
«Ningún capital quise recibir de mis padres, ni tener
marca mía propia, ni ganados, ni tierras, ni capital mío
propio, durante estuvieron á mi cargo las estancias de mis
padres. Las varias ocasiones que quisieron obligarme á
recibir tierras y ganados en justa compensación á mis
servicios, contestaba suplicándoles me permitieran el pla-
cer de servir á mis padres; y la satisfacción también
honrosa de poder siempre decir: lo que tengo lo debo
puramente al trabajo de mi industria y al crédito de
mi honradez. El fruto de ese trabajo es lo que me han
— 20 —
c'ouíiscadü mis contrarios políticos. Entregué las es-
tancias á mis padres cuando mi hermano Prudencio
estuvo })or su edad y conducta en estado ca})az de ad-
ministrarlas.
«Salí á trabajar sin más
que mi crédito y micai)ital
industria. Encarnación nada tenía tampoco, ni tenían
sus i)adres. El testamento de mi i»adre lo hice yo ]Hir
su encargo. En una de sus cláusulas, dice: Ali liijo Juan
Manuel nu3 ha declarado que la herencia que le corres-
})onda después de mis días la cedía á su muy amada
madre doña Agustina López de Osornio. Cuando muriéi
mi madre, mi herencia materna pasó á mis hermanos.
Las misas por el alma de mis padres y la de Encarna-
ci(')n tuvieron lugar constantemente cada mes. Están en
estos pobres ranchos los más abultados paquetes de reci-
bos que acreditan mi amor y mi resi)eto á mis Padres
y á mi Esposa. » ('j
El primer negocio de Piozas y Terrero fué el de salazón
de pescado y acopio de frutos del país. Pero la actividad
y el constante afán de Piozas perseguían ventajas mayo-
res (|ue las que le proporcionaba este negocio. Su amigo
don Luis Dorrego, que conocía sus aptitudes, le ofreci(')
su compañía y su dinero. Con esta ayuda, y siempre
en uniíui de Terrero, Rozas estableció (25 de noviembre
de ItSl'j) el jirimer saladero (pie hubo en la Provincia,
en el lugar denominado «Las Higueritas», partido de
(,)uilnn's. (-) Su audacia emprendedora y su consagra-
ciíui invariable, arrancaron al negocio pingües resulta-
(
' ) Papeles de Rozas. —
Carta á doña Josefa Gómez, de fecha 2 de
marzo de 1869. (Maiiuscrilo de mi archivo.)
(2) Estos datos y los que sifrueii son idinadits en i)iii-te ih' ])ai)eles
de Rozas, y en parte de los libros de la Sociedad Rozas, Terrero y C'\
í|ue se liaílan en poder del señor Máximo Terrero.
— -31 —
tíos; el tal punto que, en dos años, no solo se dobló el
capital, sino que la casa Rozas, Terrero y C-''. se pro-
pició relaciones de primer orden en América, debido
al comercio de exportación que directamente hacía con
negociantes de Río Janeiro y de la Habana en particular.
Tan importantes eran estas transacciones, y tan vasta
la esfera que abrazaban las faenas de carnes y demás
frutos beneficiados en el saladero de Rozas, que algunos
hacendados de poca monta y algunos particulares, creye-
ron ver en estos establecimientos la causa de la dismi-
nución de los ganados en la Provincia; é interpusieron
su influencia cerca del Director Supremo para que se
suspendieran los saladeros — « á fin de que no escasee la
hacienda para el abasto público». Estas influencias no
fueron vanas. El Director Pueyrredón, dando un plazo
equitativo, ordenó la suspensión de los saladeros, á par-
tir del 31 de mayo de 1817; y el de Rozas cerró en con-
secuencia sus trabajos, juntamente con otros dos que
había en la Provincia.
Con este motivo se originó una de las discusiones
más singulares y prolongadas que jamás haya habido en
Buenos Aires, por la clase de personas cj[ue la sostuvie-
ron; por el calor con que tomó parte en ella la prensa
de todos los colores; y por las ideas económicas ade-
lantadísimas que se ventilaron. En agosto de ese año,
los hacendados más fuertes de la Provincia, amigos y
comitentes de Rozas, representaron al Director del Estado
sobre elRestablecimiento de los saladeros, exportación
«
libre de todos los frutos del país, arreglo del abasto de
carnes, y otros puntos de economía política».
Esta Representación, redactada por el Dr. D. Mariano
Zavaleta, es un documento importante en el que, con
buenas razones, se alega la injusticia de privar á los
hacendados el vender sus Qanados con estimación á los
00
saladeros C) « no dándoles otra salida que la muy mez-
quina del resero » se considera la infundada creencia de
;
que esos establecimientos motivan la escasez de hacienda
para abasto público; y se refuta de paso un manifiesto
el
publicado en esos días por don Antonio Millán, que fué
uno de los principales agitadores contra los saladeros.
La prensa, por su parte, movida por los afanes de
Terrero y Rozas, de Trápani y Capdevila (saladeristas
también) tomó el partido de los hacendados; y haciendo
mérito de la necesidad de dar amplitud y libertad á la
industria ganadera, que era la principal de nuestro país,
argumenta en contra de los ilusos: «para disuadirlos
« del error económico que los llevaba á querer limitar el
(( comercio de los frutos de esa industria, en nombre de
« peligros tanto más imaginarios cuanto que era inmensa
(( la cantidad de ganado vacuno y yeguarizo que campeaba
«en la Provincia.» {-).
(M En carta que, con motivo de la suspensión de los saladeros,
escribía don Juan N. Terrero á don Juan Agustín de Lisaur, fuerte
comerciante de Río Janeiro, y por intermedio del cual venían á
Buenos Aires buques para llevar directamente á la Habana las car-
nes de los establecimientos de Rozas, le decía que los hacendados no
hacían matanza con desperdicio... que los novillos valían en Buenos
Aires de 5 i á 7 pesos plata, y los bueyes de 12 á 14 pesos plata
antes de la suspensión de los saladeros. (El original que he visto se
halla en poder del señor Máximo Terrero.)
(2) Los que se oponían á los saladeros, no carecían de razón en
el íbndo; porque la verdad era que los ganados habían disminuido
de un modo estupendo, bien que por causas distintas de las que
a(iuéllos invocaban.
El abandono en que estuvieron las dilatadas campañas de Buenos
Aires durante dos siglos, á pesar de las grandes concesiones de tie-
rras que se hicieron, aumentó de una manera prodigiosa los gana-
dos. Véase lo que al respecto dice don Félix de Azara {Memoria
Rural del rio de la Plata, Madrid, 1847): —«Desde el principio del
« siglo dieciocho hasta pasada la mitad del mismo, estaban las pam-
« pas de Buenos Aires, desde esta ciudad al río Negro, tan llenas de
« ganado cimarrón, que, no cabiendo, se extendía hacia Chile, Men-
« (loza, Córdoba y Santa Fe. —También es público, que por el propio
« tiempo y hasta pasado el año de 1780, había cuanto ganado alzado
» »
9?.
En pos de los artículos de diario siguieron las hojas
sueltas y los folletos, en los que se discutía la cuestión
á ]a luz de razones tan buenas como las que se podría
alegar hoy; y después los cantos y las cartas en que se
cubría de ridículo á los pseudo-liberales, empleando una
« podían mantenerlos territorios del norte del rio de la Plata hasta
« elTebicuari.
Azara, tomando por limites las dos vías que indica, entre las
cuales media una distancia de 280 leguas marítimas y multipli-
;
cando éstas por 150 leguas que, en su sentir, es « la menor anchura
que resultaría », agrega que « el espacio ocupado en aquellos tiem-
pos por los ganados, casi todos cimarrones, pasaba de cuarenta
y dos rail leguas cuadradas.» —
Y multiplicando, en seguida, este
número de leguas por el de 2.000 (que era. término medio, el número
de cabezas de ganado que pacían cómodamente en una legua cua-
drada, según los datos que le dieron ganaderos del Paraguay, á quie-
nes consultó al efecto). Azara deduce que había más de cuarenta y
ocho millones de cabezas de ganado en el territorio de Buenos
A ir es !
Pues bien: en 1801 este caudal incontable quedó reducido á sólo
^eis rnillo7ies de cabezas de ganado. ¿Cómo pudo operarse esta
disminución estupenda?... Los que se han enriquecido en la cam-
paña fomentando la cría de ganados, creerán que es una fábula
el modo cómo el erudito y verídico don Félix de Azara explica ese
hecho sin ejemplo.
Los indios de Chile y de Corrientes, los vecinos de Mendoza, Tu-
cumán, Santa Fe y todos cuantos se proponían hacerlo, declararon
una verdadera guerra de exterminio á esos ganados; organizándose
al efecto en caravanas, provistos de chuzas afiladas con las que des-
garretaban á los animales, por el interés de los cueros y del sebo,
que vendían después en gruesas cantidades á los contratistas de
este género de comercio.
Estos bárbaros, estimulados por la ganancia de un real por cada
res desgarretada, y de un real por cada cuero, esperaban la primavera
para entregarse á las correrías, precisamente cuando tiene lugar la
parición del ganado vacuno « de donde resulta, agrega Azara, que
;
los terneritos, no pudiendo seguir á las madres en una corrida tan
dilatada, quedaban abandonados y perecían, y que las vacas preñadas
abortaban con la fatiga...
Los datos con queAzara explica la pérdida de cuarenta millones
de cabezas de ganado, sacrificados en aras de la rapacidad y de la
avaricia, están acreditados por la palabra oficial de los virreyes:
« Siendo los ganados el principal nervio del comercio de este vecin-
dario», decíadon Pedro de Ceballos en su Memoria de 12 de agosto
de 1778 á su sucesor (Vertiz). y refiriéndose á los de la otra banda
del Plata: « se recela con Justísimos fundame7ilos que continuando
« el desurden con que se ha procedido en la matanza de estas
«especies, haya de llegar el caso de arruinarse enteramente este
<(renglón, como ya se ha experimentado con los que en tiempos
— 24 —
sátira fina que abonaba la pluma que
las escribía. Entre
estos papeles que poseo, y que son muy poco conocidos
hoy, figuran: La contestación al papel del paisano Millán;
segundo manifiesto de éste, suscritas
otra contestacirju al
ambas por R. R.; La respuesta al manifiesto ele Millán,
dada por don Pedro Trápani; El tercer esfuerzo del pa-
triota don Antonio Millán, en defensa del bien general,
contra los saladeristas; — Las reflexiones imparciales sobre
el manifiesto de Millán, por J. N. T. (Terrero); y Las
ocurrencias en una tertulia de amigos, por el mismo
Terrero; que concluyen con unas cuantas coplas dedi-
« anteriore'i cibiindciban en esta banda del rio de la Plata. » (V.
Revista del Archivo de Buenos Aires, tomo II, pág. 425.)
Y en la Me7noria quo presentó el Marqués de Loreto á su sucesor
en el virreynato de Buenos Aires, en 10 de febrero de 1790, hay un
párrafo en que se habla de esas correrías y de las providencias
tlictadas para impedir sus grandes estragos. (Revista ib., tomo IV,
pág. 388.)
Por otra parte, ese destrozo enorme á que se refiere Azara, dio
origen al Memorial que presentaron los hacendados de Buenos Aires
y de Montevideo al Ministro don Diego Gardoqui en 1794 « sobre los
medios de proveer al beneficio y exportación de la carne de vr^can.
Según este Memorial se suponía que, un año con otro, se mataban
seiscientas mil cabezas de ganado vacuno, cuya carne quedaba com-
pletamente perdida en los campos, á excepción de unas ciento cin-
cuenta mil cabezas que servían para el consumo de las provincias
del Litoral. Hecha esta deducción, hacendados calcuhaban que
los
con la carne de las cuatrocientas cincuenta mil que quedaban, y el
sebo, cerda y astas, se podían cargar anualmente unas 389 embarca-
ciones de 250 á 300 toneladas, que producirían á la metrópoli un
ingreso de cerca de ocho millones de pesos.
No menos importante que la de entonces es la matanza que
se hace en nuestros días para el consumo y la exportación.
En 1873 415.969 vacas .57,664 veguas 1.736.545 ovejas
1874.... 269.901 — 39.742 — 620.827 —
1875...
: ; ! 1
— 25 —
cadas á Millán, á quien se llama « hombre con dinero y
dinero sin hombre ».
Y para que la atención pública se preocupara más de
esta cuestión, las musas se sintieron también arrebata-
das por el deseo de medir, con la rima y con el ritmo,
hi justicia ó injusticia de la supresión de los saladeros!
L'n nuevo hacendado de la Guardia del Tordillo dirigió á
don Antonio Millán una carta gratulatoria en verso. « por
su feliz y preciosa oposición á los saladeros», la cual
comienza así
- Eíítimable Millán, con cuánto gusto
Cantar quisiera de tu noble empeño,
Los efectos felices que el Porteño
Va á reportar en venidero día.
Si con tesón defiendes nuestra cria
No temas á R. R., es pluma si'tcia.
De Trápala ó Trápani los efugios
Altamente ya tienes contestados
Protege, Antonio, protege los ganados,
Llora .1. N. T. porque quisiera
Destruir su patrimonio tú primero
:
El déficit lloraste del procreo:
Su llanto espor concluir nuestro ganado.
Tu llanto ha sido un llanto más honrado.
1 1
La cual provocó inmediatamente esta otra, que con-
servo original de puño y letra de su autor don León Ortiz
de Rozas: — «Carta gratulatoria al gratulador del paisano
«Millán. por la famosa gratulatoria con que ha congra-
« tulado la maldita oposición que aquél ha hecho en des-
« honor del país y desventaja de sus mejores intereses, al
« lucroso ramo de industria que le ofrecía el establecí-
:
— 26 —
« miento de salazones de carnes, con sus propios diso-
(( nantes, por el negro Mateo. »
o genio singular! genio del gusto
O genio propio de tan alto empeño!
O, cuanto os debe, cuanto el gran Porteño
Que para gloria tuya debió el día
Al toro más feroz de nuestra cría!
Relinchaste al cantar, y los efugios
De Trápala quedaron contestados
i Balarían más recio los ganados í
Podría haber alguno que quisiera
Disputarte la gloria del pri^nero,
Que al que defrauda al país de su ganado
Le llama á boca llena el más honrado?
La larga discusión de que fué objeto esta cuestión,
puso de manifiesto los principios liberales que la revo-
lución había difundido en todas las clases sociales; así
como las aspiraciones al engrandecimiento industrial, que
esperaban realizarlo por medio del desenvolvimiento na-
tural de las riquezas del país, al amparo de una libertad
que no tuviera más límites que la propia concurrencia
de todos los que llevaran sus esfuerzos á la obra comiín.
Los políticos de ese tiempo, —
recelosos de la energía
con que condenaban la supresión de los saladeros los po-
derosos y activos hacendados de Buenos Aires, quienes
habían comprometido sus fortunas y su porvenir para
fomentar la que será siempre la principal riqueza del país.
— trataron de paliar la dificultad, proponiendo confiden-
cialmente á los señores Rozas y Terrero que comisionaran
cerca del Gobierno á una persona de cierta respetabilidad,
para arbitrar un medio honorable de cortar esta cuestión,
que ya se hacía demasiado enojosa. A este efecto, Rozas y
Terrero, Trápani y Capdevila dieron pleno poder al señor
- 27 -
don León Ortiz de Rozas, quien, á pesar de todo su em-
peño y de sus relaciones, no pudo obtener buen suceso,
porque los saladeros no se toleraron sino después de la
caída del Directorio.
Entre tanto. Rozas. Terrero y Dorrego. compraron los
campos de don Julián del Molino Torres en la Guardia
del Monte, que era entonces la extrema frontera en esa
dirección; y se asociaron para explotar el negocio de pas-
toreo. En estas tierras del interior y exterior del Salado
se poblaron los primeros establecimientos de la socie-
dad O
cuya cabeza de lugar se llamó Los Cerrillos. Aquí
comenzó Rozas á labrarse su influencia y su fortuna.
Dando el ejemplo de la severidad de sus costumbres y
de su amor al trabajo, llevaba, en nicas de un sentido.
vida común con sus empleados. Él atacaba el primero
las faenas más rudas, como que pasaba por el ginete más
apuesto y por el gaucho más diestro para vencer á fuerza
de habilidad y de pericia las dificultades que entonces se
presentaban diariamente á los que vivían en la Pampa,
fiados en su propia fortaleza.
Sus estancias se convirtieron en verdaderos centros
de población, sometidos á la disciplina rigorosa del tra-
bajo que educa y ennoblece. Los gauchos y los que no
lo eran, hacían méritos para trabajar en ellas, fiados en el
módico bienestar y en la esperanza de mejora que alcanza-
ron cuantos se distinguieron por sus aptitudes y por su
constancia. (') Especie de «señor de horca y cuchillo».
Don Luis Dorrego se separó el año de 1821. Todos estos datos
(^)
los he tomado directamente de los libros de cuentas y demás papeles
dé los señores Rozas y Terrero.
{-) Don Manuel José de Guerrico, don Manuel Morillo, don Juan
José Diaz. Agüero. Zubiaurre, Bravo y otros que después han rolado
ventajosamente en la sociedad de Buenos Aires, fueron empleados á
sueldo de las estancias de Rozas. Véase lo que, en corroboración de
— 28 —
perseguía la embriaguez, la ociosidad y el robo, expul-
sando ó entregando á las autoridades á los que incurrían
en esos vicios que él abominaba.
Su reputación de hombre de empresa y de trabajo; la
confianza de que gozaba entre los principales hacendados
así por la invariable rectitud de sus procederes, como por la
que con ellos hacía; y la simpatía
serie de negocios felices
que despertaba entre los sencillos campesinos un traba-
jador opulento descendiente de los antiguos gobernadores
del país, proporcionáronle á Rozas al cabo de algunos años
la dulce satisfacción de ser el poderoso señor de la grande
área de tierra donde había caído su incesante sudor, y,
con esto, la facilidad de acometer en el sur de Buenos
Aires cualquiera empresa, por magna que fuese, con ma-
yores probabilidades de éxito que ningún otro argentino.
Pero por eficaz que fuese la vigilancia y grandes
los recursos de Rozas, sus estancias, situadas sobre la
extrema frontera suroeste, no estaban á cubierto de las
depredaciones de los indios; y eso que los viejos caci-
ques le llamaban con orgullo «Juan Manuel», porque
vivían gratos á don León y á su familia; y le recomen-
daban sus parientes para que les diese colocación en
«Los Cerrillos», donde llegaron á contarse hasta treinta
y dos en calidad de peones á sueldo.
lo que digo, escribía D. Calixto Bravo, cincuenta y más años después
(1882): «...puedo dar razón de todo lo que se ha hecho en esos esta-
« blecimientos, pues yo fui en tiempo en que existían muchos de los
« dependientes y capataces, de esos que hacían gala de haber asistido
« á trabajos como no se han visto nunca en la República. Y es la
« verdad: sesenta arados! funcionando al mismo tiempo, sólo se ha
« visto en el establecimiento modelo « Los Cerrillos ». —Buenas fue-
« ron las lecciones que nos dejó el entendido y rígido administrador
« (Rozas) y por eso progresaron todos los establecimientos que él
« fundó. Lástima que haya muerto nuestro buen amigo el Sr. Manuel
« José de Guerrico, que él mejor que nadie sabía cuál era el orden
« que allí se observaba... » (M. S., original en mi archivo.)
— 29 —
Más expuestos que Rozas estaban los hacendados de
las inmediaciones, que eran víctimas de robos frecuen-
tes, ya por mano de los indios, ó por la de malhecho-
res que vagaban por entonces en las campañas. Los
principales hacendados se dirigieron á Rozas para que
insistiese acerca de las medidas que éste había some-
tido á la consideración del Director Supremo, las cuales
tendían á cortar esos males que amenazaban arruinar los
grandes intereses de la Provincia.
Es de advertir que por ese tiempo se aprestaba en
la Península la expedición de 25.000 soldados realis-
tas con el objeto de ahogar la revolución en el río de la
Plata; y que ante la inminencia del peligro, el Gobierno
del Directorio había nombrado á don Juan Manuel de
Rozas para que en unión de don Juan José de Anchore-
na y el doctor Vicente Anastasio Echeverría, detallasen
en una Memoria el modo y forma de realizar la interna-
ción á la campaña de los habitantes de la ciudad de
Buenos Aires, á los primeros amagos de aquella inva-
sión. (/) Cuando simultáneamente las Provincias Unidas
luchaban por desalojar á los realistas de sus posesio
nes del Pacífico, para no ser invadidos nuevamente por
el era obra de romanos eso de dar seguridades
norte,
á la campaña de Buenos Aires y de ponerla en condi-
ciones favorables como para que prosperaran sus rique-
zas abundantes.
Esta fué la obra que acometió don Juan Manuel de
Rozas, circunscribiendo sus ideas al límite de los re-
cursos con que se contaba. Con tal objeto Rozas elevó
en febrero de 1819 una memoria al Directorio, en la que
proponía la fundación de un establecimiento denominá-
is Papeles de Rozas (M. S.. en mi arcliivo.)
— 3(3 —
do Sociedad de Labradores y Hacendados para el auxilio
de la policía de campaña.
Esta memoria es un
documento notable en su gé-
nero. A fuer de hombre práctico que ha visto de cerca
los males y estudiado sus causas, Rozas comienza di-
ciendo que para asegurar la propiedad y la vida en la
campaña, es indispensable, antes de todo, poner el sur
al abrigo de los ataques de los perturbadores del orden
y cuantos vagabundos recorren en unión de los indios
«la gran zona de tierra comprendida entre la línea exte-
rior del Salado, frente al fortín de Lobos y la Sierra;
ocupando el campo vacío entre la línea de las estancias
y la de las Tolderías.» ,
«El contacto con las primeras, agrega, les hace fácil
el pillaje: el contacto con las segundas, les facilita pro-
tección en cualquier caso adverso. Aquí está, pues, el
punto donde debe desenvolverse el plan de operaciones,
y es ese campo vacío el que debe acordonar el gobier-
no, formando defensas sobre la verdadera línea de fron-
tera por ahora. » Y mostrando gráficamente su plan,
que se realizó con el tiempo, Rozas proponía que en el
centro del gran trapecio comprendido entre la línea de
las estancias y la Sierra, se formase un establecimiento
para acantonar las tropas, distribuidas convenientemente
en fortines, en una extensión de sesenta leguas; y fijaba
como puntos más aparentes, la laguna de Caquel, á
veinte leguas de los Toldos; la laguna del Sermón, á
la misma distancia de éstos, ó la laguna de los Hinoja-
les. Para defender esta línea, Rozas creía que bastaban
500 soldados; y aseguraba que en cada acantonamiento
se formarían centros, los cuales se convertirían en otros
planteles de defensa, á la vez que en nuevas y más
fuertes poblaciones. Y para costear los gastos del esta-
blecimiento, propuso la creación de un impuesto indirecto
j
— 81 —
de cuya recaudación y administración se encargaría una
Junta de Hacendados, nombrada por el Director del Es-
tado.
El Director Pueyrredón pasó esta Memoria en consulta
á una comisión de hacendados, la cual dictaminó favo-
rablemente en un todo. Las diíicultades de la situación
postergaron la realización del plan con que Rozas ini-
ciaba, en 1819, la obra que consumó en 1833-1834. ('
La borrasca revolucionaria del año 20, que ha hecho
época en argentina, estaba ya encima: y pue-
la historia
blos y gobiernos se preocupaban principalmente de con-
jurar como pudieran los peligros interiores y exteriores
que los amenazaban. Voy á tratar de orientarme á través
de esa borrasca, apuntando someramente los hechos que
sirven de pródromos á la época de que me ocupo. La
teoría fundada en la índole de los
de esa anarc[uía.
hechos que la comprueban, la he explicado ya en otro
libro y no entra en el plan que me he propuesto
(
- )
seo-uir en éste.
(
i ) En el año de 1S21, Rozas dirigió al .Ministerio de Gobierno
otra :Memoria sobre esta misma materia. (Véase el apéndice.)
(
- ) «Ensayo sobre la Historia de la Constitución Argentina».
— :
CAPITULO II
LA CRISIS REVOLUCIONARIA
(1819 — 1820)
La obra de la revolución de 1810. — II. La crisis de la revolución : la
Federación Argentina. — III. Sinopsis del año xx : las provincias y los
jefes federales. — IV. Invasión de Ramírez y López los proyectos de :
monarquía y el sentimiento republicano: Alvear y Sarratea. V. Bata- —
lla do Cepeda el Congreso resigna su autoridad en el Cabildo de Bue-
:
nos Aires. —
VI. Intimación del general del ejército federal y disolución
de los poderes nacionales primera Junta Federal de Buenos Aires.
:
VII. Anarquía de las facciones Soler y Sarratea.
: —
VIII. La Convención
del Pilar: Sarratea y Balcarce. —
IX. Los golpes teatrales de Alvear
Soler y Alvear: reposición de Sarratea. —
X. La Junta de la Provincia:
sus disposiciones orgánicas. —
XI. El partido directorial-unitario: elec-
ción de Ramos Mexía. —
XII. Contemporizaciones con Soler represen- :
tación del ejército de Soler al Cabildo de Lujan. XIII. Dictadura —
militar de Soler: combate de la- Cañada de la Cruz. XIV. El gobierno —
de la ciudad y el de la campaña Dorrego y Alvear.
: XV. Resistencia —
de Pagóla. —XVl. Dorrego gobernador provisorio.
Será siempre un timbre de gloria para los prohom-
bres de la revolución argentina de 1810 el haber traba-
jado vigorosamente la regeneraci(jn política y social del
país, proclamando los principios más humanitarios y
divulgando las ideas más atrevidas, al mismo tiempo
que disputaban palmo á palmo el territorio á los soldados
del rey de España, en esa serie de batallas cuyos episo-
dios ningún poeta ha reunido todavía para cantar la
epopeya americana.
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