La penúltima verdad
Juego de espejos en la región cafetera
Luis Adolfo Martínez Herrera / Profesor investigador de la Universidad
Católica de Pereira
Civismo, narcotráfico y exclusión
Los relatos del conflicto armado en la región cafetera necesitan de otros
signos para ser narrados. No se cuentan desde las grandes gestas de los mo-
vimientos sociales o las acciones colectivas, no se destaca como factor central
el problema agrario -sin negar su presencia-, no se describe desde el juego de
espejos excluyentes de los partidos tradicionales.
Su vocación es otra.
Interpretar los azares de un conflicto armado negado exige destacar otras
facetas para pensar sus ritmos y destiempos, sus ocultamientos, sus imagina-
rios, sus silencios opacos.
Se requiere de una interpretación que reconozca los ocultamientos de una
violencia política experimentada en la región, de una lectura al fenómeno nar-
co y al lavado de activos como ejes centrales de reproducción del conflicto, y
de una mirada crítica al imaginario de civismo-mito recreada en la región cafe-
tera. Violencia política, narcotráfico y civismo dibujan el complejo escenario del
conflicto armado interno experimentado en la otrora región cafetera.
Parte I: Ecos en la calle
“En Colombia, la violencia es una experiencia
fundadora de la que todo parece derivar ...”
Daniel Pécaut
Un susurro que se avecina y se transforma en tormenta, redobles de tam-
bor se filtran por las paredes serpenteando en la ciudad adormilada, las ca-
cerolas interrumpen la programación de Netflix, algunos cierran puertas de
almacenes y ventanas, el rumor se hace marea y el grito ininteligible se torna
diáfano: “A parar para avanzar…”.
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Creación
El 28 de abril de 2021 se inscribe en la larga historia que será confrontada
con intentos de amnesia, el pronóstico claro de los expertos dibuja el posible
escenario: “los alcances del paro son inesperados”; otros entusiastas celebran el
fin de un ciclo, la buena ONU contempla con titubeos en la distancia. El entu-
siasmo crispa las emociones.
La primera línea irrumpe declarando la guerra al hambre acumulada de
años, sus cascos de plástico y sus arengas filtradas de calle y olvido marcan el
paso firme con promesas de buen resguardo, sus escudos denuncian al mata-
rife destacando que ni partidos, sindicatos o movimientos los representan. Se
apresuran las interpretaciones aprendidas en los enfoques del conflicto arma-
do interno y los llaman vándalos terroristas, otros destacan: la nueva estrategia
de la guerrilla, una insurgencia que no alcanza a incidir en el 1 % de las ma-
nifestaciones en Colombia, -pero su presencia fantasmal todo lo cubre, explica y
deslegitima, mientras la real se esconde diluida entre la maleza-, su presencia no
define el rostro del movimiento social en las calles, pero sus alcances imagina-
rios son incalculables.
¿Cómo nombrar este miedo de grandes empresarios, este temor creciente de
algunos sectores políticos, este desprecio que tomó la forma de disparos contra
la Minga en Cali, o de asesinatos en Pereira, Tuluá, La Virginia, Cartago y Buga?
Algunos empresarios se alistan a llamar al orden (El Espectador, 202117),
la asistencia militar se incuba casi imperceptible para algunos sectores so-
ciales, Cordillera18 impone su ley de terror con amenazas en los barrios, las
declaraciones de políticos invocan las viejas alianzas cívico-militares (Caracol
Noticias, 202119), y con ello el terror se instala; el 5 de mayo asesinan a Lucas
Villa delante de todxs en el viaducto en Pereira, el 7 de mayo asesinan a Héctor
Fabio Morales quien acompañaba las manifestaciones. La legitimación de los
discursos que amparan las violencias se destacan, nos señala García (2020),
la relación histórica de urnas y violencias interpretada por Alfredo Molano se
hace presente, el sectarismo político destacado por Daniel Pecaut se reactuali-
za en los nuevos escenarios.
17
“La legítima defensa y otras propuestas de los divismo y empresarios en Pereira para frentear el paro
nacional”. Periódico El espectador, del 22 de mayo de 2021. Bogotá. Colombia.
18
Estructura del narcotráfico que surge a finales de los 90 en Pereira y que persiste aunque algunas de las
autoridades locales señalen su desmantelamiento y su actual inexistencia.
19
“Alcalde de Pereira, en el ojo del huracán por declaración que dio antes de ataque contra Lucas Villa”.
Caracol, noticias; 6 de mayo de 2021. https://noticias.caracoltv.com/colombia/alcalde-de-pereira-en-el-
ojo-del-huracan-por-declaracion-que-dio-antes-de-ataque-contra-lucas-villa
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La penúltima verdad
Los ecos de la violencia política en la región del eje cafetero adoptan for-
mas renovadas. La violencia en contra de dirigentes de la Unión Patriótica y
líderes sociales en los años 80 perfila viejos dolores: Gildardo Castaño, concejal
por la UP en Pereira, asesinado en 1989; Eusebio Toro, Presidente APEMCAFÉ en
Pereira, asesinado en 1988; Jorge Luis Garcés, presidente de la UP en Mistrató, Ri-
saralda, asesinado en 1989; Augusto Muñoz, dirigente de la UP en Cartago, Valle,
asesinado en 1988; Ricardo Echeverry, dirigente de la JUCO en Pereira, asesinado en
1988; Ricaurte Ocampo, presidente de la UP en Marsella, Risaralda, asesinado en
1989; Luis Alberto Cardona, presidente de la UP en Chinchiná, Caldas, asesinado en
Santa Rosa en 1989 (Rodríguez y Rodríguez, 1990), entre otros dirigentes asesi-
nados en la región cafetera.
Las violencias fragilizan los marcos institucionales propiciando -según
Pecaut (2015)- una comprensión paralela de las instituciones y el Estado, lo
cual permite la coexistencia de prácticas ilegales y desarrollo económico como
un juego de espejos que se complementan, que se cristalizan opacando las vio-
lencias en los márgenes abiertos de las continuas ganancias.
La llamada Violencia -periodo comprendido entre 1946 y 1965-, se expone
como paradigmática. Las responsabilidades históricas de sus secuelas, que
señalan 180.253 muertos según Oquist (1978), los desplazados, torturas y las
amenazas, se opacan en los márgenes que profundizan dinámicas de impuni-
dad y olvido. Las orientaciones guerreristas de los dirigentes de los partidos
tradicionales promovidas en el Congreso de la época, el magnicidio de Jorge
Eliecer Gaitán en el 48, el cierre del Congreso en el 49 -propia de gobiernos
autoritarios-, las violencias ordinarias que recorrieron los campos y las calles
en Colombia, se tramitaron minimizando las responsabilidades de los partidos
tradicionales -copartidarios en el Frente Nacional como los garantes exclusivos de
la democracia-, los cuales perfilaron en los juicios de la época a Gustavo Rojas
Pinilla como el principal responsable de las violencias, mientras los partidos
tradicionales minimizaban los informes que destacan sus responsabilidades20.
El sectarismo partidista incrustado a mediados del siglo XX y revestido de
impunidad, perfila a la Violencia como el referente icónico común de nuestra
modernidad. De nuevo, el temor de sectores económicos y políticos al creciente
20
Uno de los textos paradigmáticos que destacan la responsabilidad de las élites de los partidos conserva-
dor y liberal en las violencias de los años 50 fue el eestudio pionero de la violencia en Colombia coordi-
nado por Monseñor Germán Guzmán -quien integró la Comisión encargada de interpretar las causas de la
violencia en Colombia en 1958- , y por Eduardo Umaña Luna y Orlando Fals Borda –fundadores de la Facultad
de Sociología de la universidad Nacional de Colombia-; libro que fue publicado en 1962 bajo el título: La
Violencia en Colombia
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Creación
movimiento popular liderado por Jorge Eliécer Gaitán, el desborde de múltiples
expresiones violentas y las pugnas entre hacendados y pequeños propietarios
entre otros, perfilaron la generación de lazos sociales del poder para contener
-con violencia-, las demandas sociales de los movimientos campesinos y las ac-
ciones populares urbanas en la Colombia de mediados del siglo XX.
Tal fragilidad institucional, destaca González (2016), se ahonda en los aná-
lisis históricos que matizan la noción de Estado como una realidad homogénea
en el territorio colombiano, señalando la presencia de un Estado diferenciado y
precario en las regiones, incapaz de ejercer un dominio pleno del conjunto de
la sociedad y el territorio. Ausente del control legítimo de la violencia, Fernán
González perfila la necesidad de contrastar los procesos de integración de las
regiones, con las lógicas de las violencias en nuestra vasta geografía accidentada.
La violencia como recurso de mediación se instaura en el imaginario de la
acción política en Colombia, y la región cafetera destaca cómo a pesar de las
profusas y crecientes violencias, es posible continuar la senda de crecimiento
económico durante tres décadas de creciente bonanza cafetera. Al respecto,
Guzmán, Fals y Umaña, señalan:
¿Que existían muchas fincas abandonadas? Sí, pero todas explotadas. ¿Que la vio-
lencia se intensifica con la perspectiva de la cosecha? Sí, pero no rebaja el volumen
de la transacción comercial. En el fondo lo que existe es toda una cadena inaprensible
de productores que trafican con frutos teñidos con sangre de campesinos. (Guzmán,
Fals y Umaña, 1962, p. 130)
Incrustada la violencia en el presente, su sombra cobija las violencias del
pasado, y con ello, el relato individual mediado por la fuerza se interpreta
como ineludible a las tramas históricas de la Violencia, situación que invoca
a la violencia-mito, condena a repetir la historia sin una trama que la explique
como un todo, nos señala Pecaut21 (2015), designio que nos impide construir
una trama explicativa de las violencias del conflicto armado y la cosifica desdi-
bujando el rostro de sus agentes privilegiados.
21
Al respecto plantea Pécaut: “El viejo orden moral, del cual la Iglesia era su baluarte, se derrumba a finales
de 1960 y no fue remplazado por nada. La política deja de suscitar pasiones. El apetito consumista rara
vez ha sido satisfecho, aun cuando el rebusque –arte tradicional de actuar con astucia frente a las normas
y las circunstancias-, adornado a partir de cierto momento con los colores de la modernidad, ha permi-
tido a veces colmarlo por vías tortuosas El decorado estaba instalado para que la economía de la droga
alimentara los sueños”. (Pécaut, 2015, p. 40)
145
La penúltima verdad
La Violencia es realmente inseparable de la representación de lo político
y de lo social: dado que el cuerpo social se reconoce dividido de una vez por
todas, lo político se presenta bajo la forma de una oposición “amigo-enemigo”
que somete lo social a sus propias reglas de juego, destaca Pecaut al referirse al
texto de Carlos Miguel Ortiz.
Los ecos de las protestas del presente se yuxtaponen con los reclamos que
se conservan en las memorias disidentes del pasado. Laberintos que dibujan
renovadas violencias, resistencias que se conservan a pesar de algunos medios
que esencializan con viejos estigmas propios del conflicto armado las acciones
colectivas del ahora. Una historia que se narra como violencia-mito y que se eri-
ge como designio es confrontada, el grito tangible acompasado por cacerolas
desafía los mandatos de los viejos poderes, interrumpiendo la programación
que nos repite la serie Narcos mientras las calles tambalean al fragor de una
primera línea que se juega su suerte, desafiando antiguas tormentas que relam-
paguean su furia, a la sombra de la antigua y estable democracia colombiana.
Parte II: Baños de sol al dinero caliente
“A mediados de 1978, el narcotraficante Carlos Lehder
compró la mitad del islote Cayo Norman
en las islas Bahamas cerca de la costa sur de la Florida…
pero terminó apoderándose de toda la isla: sus hombres, norteamericanos,
colombianos y alemanes, hostigaron los vecinos y visitantes a punta de pisto-
la… Para que no quedaran dudas un cadáver acribillado a balazos
fue encontrado en un bote de placer a la deriva”.
(Eduardo Saenz, en artículo publicado por la BBC, Mundo, Bogotá, 1997)
Llegaron a las 11 pm en sus carros de colección a las mesas de siempre,
la bandita de moda sonaba en el bar -entre otras presencias mexicanas en la
región cafetera-, trago fino acompaña las mesas, nadie sabe y todos saben que
son dueños de los dueños de algunas constructoras en Armenia y Pereira, de
la compra y venta de vehículos, dueños de las ollas -117 sólo en Pereira22-, del
contrabando de textiles y algunos prostíbulos en la región cafetera23, el control
de negocio del plátano, la cebolla, el cilantro y ahora de la masa para hacer las
22
“Narcomenudeo: Un reto estratégico en seguridad ciudadana. Resultados de una investigación ins-
titucional con metodología científica: una propuesta para el debate” Policía nacional de Colombia
Bogotá, Colombia, 2011.
23
Análisis alusivo a los mercados criminales presentes en el departamento de Risaralda, (Martínez, 2017),
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Creación
arepas en periodos específicos de nuestra historia reciente24, que compraron
las tierras con sus dineros en el 85 % de los municipios del Valle, el 75 % de los
municipios del Quindío, el 71 % en Risaralda y el 56 % en Caldas, según infor-
mes de Naciones Unidas (PNUD, 1997).
Dueños de casi todo o casi nada.
Lo narco se instala en Colombia en la década de los años 30 bajo la forma de
contrabando de narcóticos (especialmente de cocaína), primero en Barranqui-
lla, Santa Marta, Buenaventura y Cartagena, nos recuerda Rovner (2014), luego
en otras regiones entre las que se destacan Bogotá, Valle y Caldas. El informe
del gobierno de Colombia sobre el tráfico de estupefacientes en el 1939 señala:
“Pereira puede considerarse como el comercio más grande en comercio de dro-
gas del occidente colombiano” (Sáenz, 2014, p. ).
Pero fueron los hermanos gemelos Hernán Olózaga, hijos de sectores de
la élite colombiana25, quienes dan inicio al procesamiento y tráfico de cocaína
desde Medellín a partir de 1952. El negocio se expande en la década de los años
60 pero encuentra en los años 70 y 80 su periodo de expansión incrustándose
en todas las esferas de la sociedad colombiana. Equipos de fútbol, reinados de
belleza, partidos políticos, sectores institucionales y grupos guerrilleros, pa-
ramilitarismo y élites regionales sucumbieron por miedo, admiración o interés
al esplendor de sus enormes ganancias, nos señala, entre otros Baquero (2019).
Es en realidad la historia, por un lado, de cómo sectores subordinados en la
sociedad aprovechan la disponibilidad de coerción y capital para organizar un
proceso de acumulación de poder y riqueza… Es también la historia de cómo el
Estado es forzado a compartir, y en ocasiones delegar, el ejercicio de la coer-
ción para satisfacer demandas sociales. (Duncan, 2014)
Así, el fenómeno narco se incuba en las estructuras sociales y mentales
de la sociedad colombiana y sus formas regionales y locales profundizan las
cicatrices de nuestra democracia. La región cafetera sitúa en sus circuitos
económicos y políticos las lógicas paralelas y complementarias de las econo-
mías ilegales. En relación al Quindío, Marco Palacios al presentar el libro de
24
(Tras la cola de rata),
25
“Su tatarabuelo y su bisabuelo por parte de padre, Tomás Cipriano de Mosquera y Pedro Alcántara
Herrán, habían sido presidentes de la República durante el siglo XIX. Su madre era tía de los Echavarría Oló-
zaga, miembros del principal clan de industriales de Medellín. Véase Arango Mejía (1993: I, 274, 467-468; II,
137-138) y Carrizosa Argáez (1990: 232)”, nos señala Saenz Rovner (2014).
147
La penúltima verdad
Carlos Miguel Ortiz, nos señala:
Para alcanzar una mejor comprensión de la violencia quindiana y sus elemen-
tos subyacentes, verbo y gracia, la persistencia de una tradición política pue-
blerina donde el gamonal y el “oligarca” sobreacuan debido a la inexistencia
de las organizaciones populares, triunfan por la vitalidad del café y aprenden
a pescar en río revuelto que deja el desbordamiento de la civilidad política
nacional. (Ortiz-Sarmiento, 1985)
La presencia narco se incrusta en los circuitos económicos de las ciudades
del eje, su dinero complementa las dinámicas de modernización de lo urbano, se
filtra en el ímpetu de una región bisagra, epicentro del encuentro entre las gran-
des ciudades, cruce de caminos que se moderniza al compás de economías grises.
Los análisis realizados en el departamento de Risaralda y en especial su
capital Pereira, señalan no solo el énfasis de prácticas violentas como meca-
nismo frecuente de acción sino también la necesaria relación de agentes lega-
les que hacen posible la estabilidad de dinámicas ilegales en el otrora depar-
tamento cafetero. Así, una parainstitucionalidad configura una cara oculta del
poder a escala local y regional… la existencia de un sub-campo de la economía
ilegal, nodo de relaciones en el que confluyen agentes, grupos, capitales, dis-
posiciones e intereses que permiten la reproducción de expresiones delictivas.
(Martínez, 2017)
Su presencia se expande en el imaginario de progreso y desarrollo a escala
local y regional, se dibuja en algunos rostros pincelados con el discurso del ci-
vismo imperante de la época. Caso emblemático del agente gris sería Antonio
Correa, oriundo de Apía (Risaralda), agente clave del proceso de modernización
de la Pereira de los años 8026, quien a su vez fue denominado como el primer
capo de capos en Colombia, según declaraciones de Luis Hernando Gómez Bus-
tamante, alias Rasguño, reconocido narcotraficante colombiano, quien señaló
a la revista Semana en el 2007: “Llegó a manejar este país... Cuando nosotros
estábamos comenzando este negocio, él era el gran capo de Colombia, y murió
el año pasado ya de viejito” (Semana, 2007)”.
26
“No solo con la construcción de uno de los edificios más modernos construidos en el centro de Pereira
en la década de 1980, el cual lleva su nombre, sino también por el conjunto de bienes que poseía: oficinas,
apartamentos y negocios”; Martínez, Luis. (2017). “Retos del posacuerdo: Violencia homicida y prácticas
sociales violentas en la ciudad de Pereira”, Luis Adolfo Martínez, Revista: sociedad y economía Vol. 33, Uni-
versidad del valle, Cali Colombia
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Creación
Entre los años 2006 y 2011, la Unidad de Información y Análisis Financiero
(UIAF) realizó un informe relacionado con operaciones sospechosas27 en todos
los sectores de la economía, en las que participaron más de 160.000 perso-
nas y más de 140.000 empresas. Tal informe destacó en los primeros lugares
a tres zonas del territorio nacional como sospechosas de lavar dinero para el
narcotráfico. En primer lugar, con un 25% de operaciones se destacaba el Eje:
Pereira, Dosquebradas y Santa Rosa; en el segundo lugar se ubicaba a Cali y Valle
del Cauca con un 20,94% y en tercer lugar se encontraba Bogotá con un 19,42 %
(Martínez et al., 2016).
A las sombras del progreso, esplendor y declive del universo cafetero, un sub-
mundo paralelo y complementario se acompasa a los ritmos institucionales del
desarrollo regional; su mediación violenta se naturaliza como parte del paisaje
fusionado en la región cafetera prácticas propias del conflicto armado con los
itinerarios de las prácticas del crimen organizado; sus alcances se invisibilizan
perfilando una zona privilegiada para el lavado de activos; sus ecos se confunden
en el tiempo mezclando pasado y futuro, en un presente de rostro indefinido.
Parte III: Civismo-mito y creaciones de sociedades imaginarias
“No consumir cerveza Poker;
no comprar prensa que vaya contra de los intereses de la ciudad;
no hacer comercio con Manizales; no educar sus hijos en Manizales . . .
estos preceptos los debía cumplir fielmente todo buen pereirano”.
(Fragmento Aviso publicitario publicado el Diario; década 30.
“Junta de Defensa”)
El mito se hizo palabra y se nombró civismo…
Tierra pujante y abrazadora, de puertas abiertas, noctámbula y morena,
capital cívica de Colombia, de organizaciones altruistas avocadas al civismo en
el periodo de oro comprendido entre 1920 y 1970, con precaria presencia del
conflicto armado interno, preparada de manera prematura para el postcon-
flicto en Colombia. Para el año 2007 -nueve años antes de la firma para el acuerdo
de paz, - el periódico El Tiempo publica una nota según la cual para el Gobierno
27
“Una operación sospechosa es una actividad financiera que realiza una persona o una empresa que por su
cifra o cantidad no se considera algo normal en el negocio de las industrias, y que, además, no puede ser
justificada de manera razonable” (Álvarez, 2013, p. 229).
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La penúltima verdad
Nacional el Eje Cafetero es una región que tiene las condiciones para estar el
postconflicto:
Las condiciones de seguridad de Caldas, Quindío y Risaralda eran las mejores
del país, Sergio Jaramillo y Juan Manuel Santos diseñaron una estrategia ba-
sada en una teoría según la cual el Eje Cafetero está prácticamente listo para
vivir el posconflicto. (El Tiempo, 2007)
El civismo se hizo relato, se instaló como proyecto modernizador en las na-
cientes ciudades de Pereira y Manizales cuando a desprecio de las provincias del
Cauca y Antioquia se abrieron camino para encontrar sus senderos venideros. El
esplendor Caucano en Colombia erigido en el siglo XIX a partir de la economía
minera entra en crisis y la naciente economía cafetera surge como su correlato.
El Eje Cafetero se erige como frontera, como bastión en pugna entre las provin-
cias del Cauca y Antioquia, pero también entre la tendencia conservadora y clerical
promulgada por la creciente influencia antioqueña, respecto a la región sur con impor-
tantes facciones liberales y librepensadoras, destacaban los historiadores28.
La naciente región cafetera encontró en el discurso del civismo el pacto so-
cial para construir la transición de la aldea -de vocación rural, convites y feria se-
mestral- a la modernización dinamizada por los recursos cafeteros, la vocación
comercial y de servicios y de interconexión con los poderes del orden nacional.
El mito se hizo ladrillo instalando la planta hidroeléctrica de Libaré (1933),
la planta hidroeléctrica de Belmonte (1941), el colector Egoyá (1942), el estadio
Mora Mora (1942), el colegio Deogracias Cardona (1944), el hospital San Jorge
(1946), la nueva cárcel de Barones (1947), el Palacio Municipal (1952), la galería
central (1955), el aeropuerto Matecaña (1956), la galería central (1955), el zooló-
gico (1961) y la Universidad Tecnológica (1963),”29, posteriormente se crearon el
Monumento al Bolívar Desnudo (1963), La Villa Olímpica (1974). El equipamien-
to urbano en Pereira, resultado del proyecto cívico fue monumental.
El civismo se hizo epopeya creando el imaginario de una sociedad inclu-
yente, nuevo contexto donde todos trabajan por el bien común, sociedad hori-
zontal sin fisuras, ni exclusiones o jerarquías.
28
Entre los cuales se destacan Víctor Zuluaga con una amplia bibliografía de la cual se señalan: “En busca del
civismo perdido”, “La nueva historia de Pereira: Fundación” y “crónicas de la antigua Pereira” entre otros.
Artículo: Movilización regionalista y nuevos poderes regionales: la fragmentación administrativa del Vie-
jo Caldas y la creación de Risaralda” Por : Jairo Antonio López ; Revista Sociedad y economía, No. 21, Cali,
Colombia, 2011.
150
Creación
En este relato, ¿dónde quedan las memorias de sectores sociales excluidos
de la versión histórica del cívico y del ciudadano de bien?, ¿qué relatos se di-
luyen como opacos a los márgenes del discurso oficial?, ¿cuántos desplazados,
homicidios, ejecuciones extrajudiciales, secuestrados y amenazados se ocultan
al discurso de la ausencia o precaria presencia del conflicto armado interno
experimentado en la región cafetera?
De esta manera, destaca Correa (1925-1950), la noción de civismo y ciudadanía
se denota con claras raíces republicanas que colocan en el centro al llamado ciu-
dadano de bien, asociado al progreso y matizado por una clara vocación religiosa
de una clase social “abnegada y desinteresada” con una clara vocación moral.
Esta excesiva normativización de la vida diaria buscaba superar los vicios de los
sectores populares que en los debates raciales de los años 20 y 30 estaban asocia-
dos con la supuesta “malformación genética” de la población, producto de la hi-
bridación cultural triétnica entre indígenas, negros y criollos. (Correa, 2014, p. 12)
El líder cívico Rafael Cuartas Gaviria reconocía que en Pereira se
Había recibido una avalancha de inmigrantes de todas las condiciones”, en
los que había más malos que buenos, que hizo que la ciudad se llenara de in-
deseables que crearon mil complicaciones y problemas. Es evidente que cuan-
do los valores del civismo demarcan tan tajantemente lo normal y lo patoló-
gico de una ciudad es porque sus imaginarios de ciudad cívica están bastante
embolatados. (Correa, 2014, p. 17)
El civismo-mito30 se torna institucional y configura un discurso oficial el
cual busca explicar las causas de las violencias, destacando el ideal de sociedad
a construir. Al respecto, Oscar Jaramillo, presidente de la Academia de Historia
de Pereira, señala:
Antes del período de la violencia de los años 50, la ciudad contaba con gentes
nacidas y criadas aquí, que poseían un gran civismo. Civismo que se fue perdien-
do con la llegada de numerosos desplazados por la violencia que desconocían la
historia y no se identificaban con la ciudad que los acogió. (Prensa La Tarde, 2015)
30
Es importante reivindicar otras prácticas cívicas que, al margen del discurso oficial, perfilaron verda-
deras dinámicas comunitarias de solidaridad y desarrollo urbano; los convites en la ciudad de Pereira
experimentados a mediados del siglo XX, propiciaron la creación de proyectos barriales donde los vecinos
se reunían para favorecer proyectos comunitarios
151
La penúltima verdad
Es la ciudad cívica y sin conflicto armado la que perfila en Colombia los
orígenes del exterminio del llamado indeseado: habitante de calle, trabajadora
sexual, travesti, desplazado, entre otros actores sociales que afectan el proyec-
to higienista de la ciudad incluyente. Al respecto, el Comité Permanente de
Derechos Humanos de Risaralda (2000) señalaba:
El municipio de Pereira, tiene un grave antecedente histórico sobre la
mal llamada “limpieza social”, lugar donde se inició el asesinato de habitan-
tes de la calle desde la década del 70, cabe anotar que hasta mediados de los
años 90, los homicidios selectivos de tales personas coincidencialmente eran
efectuados con armas de uso privativo de la policía (nueve milímetros). Hacia
la década del 80 se logró demostrar la responsabilidad penal de algunos uni-
formados, sin embargo, los implicados nunca pagaron una pena privativa de
la libertad y tales homicidios han quedado en la absoluta impunidad.)
En esta misma dirección la investigadora Sandra Mateus Guerrero en
su libro titulado: Limpieza social: guerra contra la indigencia, publicado en
1995, señala: “Aunque no exista una fecha precisa que sirva de punto de par-
tida de este tipo de acciones, 1979 fue un año decisivo y Pereira la ciudad
protagonista” (Mateus, 1995, p. 116).
El civismo transformado en ideología perfila al ciudadano de bien, respe-
tuoso de la norma, atento al requerimiento institucional, atento a los buenos
modales y las sanas costumbres, la ciudad ascética se tornó en modelo de
urbanización.
Paradigma de progreso, la región cafetera se torna sintomática del esta-
do histórico de nuestra Nación. La paradoja colombiana descrita por Daniel
Pecaut, quien describe la coexistencia de la democracia más estable del con-
tinente con dinámicas de profusas prácticas de violencia y exclusión. Desa-
rrollo y violencia no se contradicen, se acompasan en un juego de espejos
yuxtapuestos que transmutan mitos en historia, que desdibujan exclusiones
y violencias en relatos de otros tiempos, prácticas propias de otra región.
Ciudades vitrinas se apresuran a abrir sus puertas opacando las memo-
rias ocultas del conflicto armado interno y sus múltiples violencias, invisibi-
lizando los altos costos del progreso y la creciente urbanización.
Ecos en las calles se avecinan serpenteando en ciudades adormiladas,
latidos que dibujan a destiempo profusos reclamos de historias incumplidas
que se filtran en las vitrinas relucientes de grandes centros comerciales, el
152
Creación
progreso se hace mito y su brillo todo lo opaca. Las ciudades-región confun-
den sueños y opacidades, virtudes en anhelos y reclamos en incautos pedi-
dos. La ficción fabrica el tiempo presente con nuevos azares de horizontes
insospechados e indefinidos.
La programación de Netflix retoma sin novedades su sintonía.
Referencias
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