EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN
Introducción
“Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había
aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por
ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre
ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hch 8, 14-17).
Llenos del Espíritu Santo, los apóstoles comienzan a proclamar “las maravillas de
Dios” (Hch 2, 11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos
mesiánicos (Hch 2, 17-18).
Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano
también está marcado con en sello: “ Y es Dios el que nos conforta juntamente con
vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras
el Espíritu en nuestros corazones” (2 Co 1, 22; cf Ef 1, 13; 4, 30). Este sello del Espíritu
Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero
indica también la promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica (cf Ap 7,
2-3; 9, 4; Ez 9, 4-6).
Naturaleza
El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación
cristiana. La misma palabra, confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice
mucho. También se llama Crismación, puesto que un rito esencial de este sacramento es
la unción con el Santo Crisma (en las Iglesias orientales, unción con el Santo Myron).
En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por este
sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo
más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose
para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de
transmitirla. A partir de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y
podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la
madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.
El día de Pentecostés – cuando se funda la Iglesia – los apóstoles y discípulos se
encontraban reunidos junto a la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había
pasado – creyendo que todo había sido en balde - se encontraban tristes. De repente,
descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados - y a partir de ese
momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a
predicar y a bautizar. La Confirmación es nuestro Pentecostés personal. El Espíritu Santo
está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La Confirmación –
al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las formas en que Él se hace
presente al pueblo de Dios.
La catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la
pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad
parroquial.
Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia. Conviene
recurrir al sacramento de la Penitencia para ser purificado en atención al don del Espíritu
Santo.
La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a subrayar la
unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
Institución
El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por
Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos - no aparecía el
momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo
Dios puede unir la gracia a un signo externo.
Además, encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias por parte
de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el propio anuncio de
Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su obra. Específicamente, en la
Antigua Alianza, los profetas anunciaron que el Espíritu Santo reposaría sobre el Mesías
esperado y sobre todo el pueblo mesiánico. Toda la vida y la misión de Jesús se
desarrollan en una total comunión con el Espíritu Santo. A lo largo de los siglos, la Iglesia
ha seguido viviendo del Espíritu y comunicándolo a sus hijos.
Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo. El Nuevo
Testamento nos narra cómo los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban
imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a
complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse los apóstoles que estaban en
Jerusalén, de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a
Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía
no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en
nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”.
(Hech. 8, 15-17;19, 5-6).
El Signo: Materia y Forma
Dijimos que la materia del Bautismo, el agua, tiene el significado de limpieza, en
este sacramento la materia significa fuerza y plenitud. El signo de la Confirmación es la
unción. Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosas: para curar heridas,
a los gladiadores se les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de
abundancia, de plenitud. Además, la unción va unida al nombre de cristiano, que significa
ungido.
La materia de este sacramento es el santo crisma, aceite de oliva mezclado con
bálsamo, que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo. La unción debe ser
en la frente.
La forma de este sacramento, palabras que acompañan a la unción y a la
imposición individual de las manos “Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu
Santo” (Catec. no. 1300). La cruz es el arma con que cuenta un cristiano para defender su
fe.
Todas estas significaciones de la unción con aceite se encuentran en la vida
sacramental. La unción antes del bautismo con el óleo de los catecúmenos significa
purificación y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y consuelo; la unción
del Santo Crisma después del Bautismo, en la Confirmación y en la Ordenación, es el
signo de una consagración.
El Rito y la Celebración
En la Confirmación el rito es muy sencillo, básicamente es igual a lo que hacían los
apóstoles con algunas partes añadidas para que sea más entendible.
El rito esencial es la unción con el santo crisma, unida a la imposición de manos del
ministro y las palabras que se pronuncian. La celebración de este sacramento comienza
con la renovación de las promesas bautismales y la profesión de fe de los confirmados.
Demostrando así, que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo. (Cfr.
SC 71; Catec. n. 1298). El ministro extiende las manos sobre los confirmados como signo
del Espíritu Santo e invoca a la efusión del Espíritu. Sigue el rito esencial con la unción
del santo crisma en la frente, empieza imponiendo la mano y pronunciando las palabras
que conforman la forma. El rito termina con el beso de paz, que representa la unión del
Obispo con los fieles. (Catec. no.1304).
En Occidente, esta unción se hace sobre la frente del bautizado con estas palabras:
“Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”. En las Iglesias orientales de rito
bizantino, la unción se hace también en otras partes del cuerpo, con la fórmula: “Sello de
del don del Espíritu Santo”.
En Oriente (en la Iglesia Ortodoxa), este sacramento es administrado
inmediatamente después del Bautismo y es seguido de la participación en la Eucaristía,
tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana.
Efectos y Carácter
Por lo antes mencionado, podemos entender que en la Confirmación el efecto
principal es que recibimos al Espíritu Santo en plenitud. (Cfr. Catec. no. 1302). Otros
frutos son:
• Recibimos una fuerza especial del Espíritu Santo, tal como la recibieron los apóstoles
el día de Pentecostés, que nos permite defender y difundir nuestra fe con mayor fuerza
y ser verdaderos testigos de Cristo.
• Nos une profundamente con Dios, con Cristo y con la Iglesia.
• Imprime en el alma un carácter indeleble y otorga un crecimiento de la gracia
bautismal.
• Arraiga más profundamente la filiación divina
• Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo que son:
- Sabiduría, que nos comunica el gusto por las cosas de Dios. Por medio de él
vamos gustando de todo lo relacionado con Dios.
- Inteligencia, que nos comunica el conocimiento profundo de las verdades de fe, es
decir, la capacidad para entender las cosas de Dios.
- Ciencia, que nos enseña la recta apreciación de las cosas terrenales, entender las
cosas de la tierra tal y cómo son.
- Consejo, nos ayuda para formar un juicio sensato, acerca de las cosas prácticas
de la vida cristiana.
- Fortaleza, nos da fuerzas para trabajar con alegría por Cristo, haciendo siempre el
bien a los demás, tal como Él lo hizo.
- Piedad, que nos relaciona con Dios como Padre, ya que Él es el ser más perfecto
que existe en el universo y es nuestro Creador y nos ayuda a aceptar la autoridad
que tienen algunos sobre nosotros.
- Temor de Dios, nos lleva a tener miedo de ofender a Dios, por amor a Él y por lo
tanto, a tratar de no pecar para no alejarnos de Él.
• Nos une con un vínculo mayor a la Iglesia.
• Aumenta la gracia santificante.
• Se recibe la gracia sacramental propia que es la fortaleza.
• Imprime carácter, la marca espiritual indeleble, que nos marca con el Espíritu de Cristo.
Es un sumergirse de manera más profunda en la comunidad cristiana.
“Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e
inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad,
el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su
signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu” (S.
Ambrosio, Myst. 7, 42).
Necesidad
El Bautismo es el único sacramento absolutamente necesario para la salvación. La
Confirmación, no es absolutamente necesaria para la salvación, pero sí para vivir
correctamente una vida cristiana, ya que da las ayudas necesarias para lograrlo. Por
eso, el derecho vigente, prescribe que todos los bautizados, deben recibir este
sacramento. El no hacerlo por desprecio o por no darle importancia, será materia grave de
pecado.
En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cf Lc 12, 12; Jn 3,
5-8; 7, 37-39; 16, 7-15; Hch 1, 8), promesa que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,
22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf Hch 2, 1-4).
Ministro, Sujeto y Padrino
El ministro de este sacramento debe de ser el Obispo, aunque por razones
especiales graves puede concederle a un presbítero (sacerdote) el poder de confirmar
(CIC no.882). En peligro de muerte del sujeto cualquier sacerdote debe de administrar el
sacramento. El Obispo es sucesor de los apóstoles, por ello es quien lo administra, al
poseer el grado del Orden en plenitud.
El sujeto es todo bautizado que no ha sido confirmado, que libremente tenga las
disposiciones necesarias para recibirlo y que no tenga impedimentos. Se debe de estar en
estado de gracia.
La edad para recibir este sacramento la marca el Obispo del lugar, preferentemente
el sujeto debe de haber llegado al uso de razón. (Cfr. Catec. no. 1307). Se puede
administrar válidamente a niños pequeños, tal como es la tradición en el rito oriental
(Cfr. Catec. no. 1292). Ahora bien, en caso de peligro de muerte deben de recibir este
sacramento los niños aun no confirmados.
La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma. Así, incluso en la
infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de que habla la
Sabiduría (4, 8): “la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el
número de los años”. Así numerosos niños, gracias a la fuerza del Espíritu Santo que
habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre por Cristo (s. th. 3, 72, 8, ad 2).
Todo confirmado debe tener un padrino o madrina que lo ayude espiritualmente,
tanto en la preparación para su recepción, como después de haberlo recibido. Las
condiciones para ser padrinos son las mismas que para los de Bautismo.
Frutos
Como cualquier otro sacramento, la Confirmación debe de dar en los que lo reciben
frutos interiores y exteriores. En este caso, los frutos ayudan a la Iglesia en su misión de
extender el Reino de Dios.
La Iglesia es una Iglesia misionera, porque Cristo así la fundó, dándole el mandato a
los apóstoles de “Ir y predicad……”. A partir del día de Pentecostés, con la venida del
Espíritu Santo, los apóstoles se lanzaron a predicar sin miedo, movidos por la fuerza del
Espíritu Santo.
Nosotros, por medio del Bautismo, entramos a formar parte de la Iglesia, del Cuerpo
Místico de Cristo. Con la Confirmación somos llamados a vivir como miembros
responsables de este Cuerpo.
Como fruto de este sacramento, al recibir el Espíritu Santo podemos construir el
Reino de Dios en la tierra, a través de nuestras buenas obras, de nuestras familias,
haciéndolas un semillero de fe, ayudando a nuestra parroquia, venciendo las tentaciones
del demonio y la inclinación al mal.
El Espíritu Santo nos mueve a seguir las huellas de Cristo, tomándolo como ejemplo
en todo momento, ya sea pública o privadamente. Nos ayuda a ser perseverantes,
luchadores, generosos, valientes, amorosos, llenos de virtudes y en caso de ser
necesario, hasta mártires.
Otro fruto del sacramento es que sostiene e ilumina nuestra fe. Cuando lo recibimos
estamos afirmando que creemos en Cristo y su Iglesia, en sus enseñanzas y exigencias y
que, por ser la Verdad, lo queremos seguir libre y voluntariamente.
También sostiene y fortalece nuestra esperanza. Por medio de esta virtud creemos
en las enseñanzas de Cristo, sus promesas y esperamos alcanzar la vida eterna haciendo
méritos aquí en la tierra.
Así mismo, sostiene y incrementa nuestra caridad. El día de la Confirmación
recibimos el don del amor eterno de Cristo, como un regalo de Dios. Este amor nos
protege y defiende de los amores falsos, como son el materialismo, el placer, las malas
diversiones, los excesos en bebida y comida.
Obligaciones
El día de la Confirmación, el confirmado se convierte en apóstol de la Palabra de
Dios. Desde ese momento recibe el derecho y el deber de ser misionero. Lo cual no
significa tenerse que ir lejos, a otros lados, sino que desde nuestra propia casa debemos
ser misioneros, llevando la Palabra de Dios a los demás. Tenemos la obligación de ser
misioneros en el lugar que Dios nos ha puesto.
La Iglesia de hoy necesita de todos sus miembros para dar a conocer a Cristo, por
medio de la palabra y con el ejemplo, imitando a Cristo.
Los confirmados debemos de compartir los dones recibidos y al compartirlos
estamos cumpliendo con el compromiso adquirido en la Confirmación de hacer
apostolado, sirviendo a los demás en nombre de Dios y transmitiendo la Palabra de
Cristo. Se puede hacer en todas las circunstancias de vida: en la vida familiar, en el
trabajo, con los amigos. Es algo que todo confirmado tiene la obligación de hacer.
Ser confirmado significa darse por amor a los demás, sin fijarse en su sexo, cultura,
conocimientos y creencias. Se necesita una actitud de disponibilidad para dar a conocer
al Espíritu Santo en todos lados. En la Iglesia, el apostolado de los laicos es
indispensable. Cristo vino a servir, no a ser servido.
También la Confirmación nos compromete a la santidad. Tenemos la obligación de
ser santos, el mismo Cristo nos invita: “Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial
es perfecto”. (Mt. 5, 48). La santidad es una conquista humana, ya que Dios nos da el
empujón, pero depende de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo el alcanzarla.
El Espíritu Santo es el empujón que Dios nos manda, por lo tanto, sí lo tenemos a
Él, no hay pretextos para no ser santos y no ponernos al servicio de los demás.
La lucha es difícil, pero contamos con toda la ayuda necesaria.
“Por el sacramento de la Confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia,
se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados
más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la
palabra juntamente con las obras”. (L.G. no. 11).